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RECUPERÁNDOSE A SÍ MISMO:
las Variables Medulares de trabajo
Alejandro Celis H.
Como bien han destacado -entre otros- pioneros como Wilhelm Reich o Fritz Perls, los efectos
del condicionamiento represivo son devastadores para nuestra espontaneidad, nuestras
percepciones y nuestro nivel básico de energía disponible. El aporte de Reich fue, a mi
entender, que la represión dejase de ser tan sólo un concepto interesante -pero lejano y
abstracto-, sino que algo que tenía una expresión muy concreta y cotidiana en la "coraza
muscular": en la contracción crónica de la musculatura y en el control de la respiración.
Por su parte, Carl Rogers (1964) expone en forma particularmente lúcida la forma cómo el
condicionamiento represivo afecta nuestra percepción y forma de sentir. Para explicarlo en
forma simple: nuestro libre funcionamiento, nuestra auto-regulación organísmica -o como sea
que le llaman diversos autores humanistas, guestálticos o transpersonales- se ve interferido,
no sólo durante las experiencias que nos condicionan, sino mientras siga presente ese
condicionamiento en nosotros y mientras nuestro centro, nuestro Yo Superior o nuestro Self
(esta instancia también recibe diversos nombres en la literatura) no tome el control de
nuestras vidas.
1a. Los asuntos inconclusos
Es así que un impulso que pueda verse como aparentemente inocente -expresar un
sentimiento o dar a conocer nuestra opinión o motivaciones- se ve continuamente frenado en
la vida cotidiana de muchos de nosotros, por motivos que parecen absolutamente
inexplicables si sólo consideramos la situación presente. De ese modo, ese impulso simple y
espontáneo queda inconcluso; con ello, cierta cantidad de energía inexpresada queda
atascada en nuestros músculos, en nuestra voz. Y esto implica, muy concretamente, una
cantidad de energía que gira y gira al interior de nuestro sistema, contaminándolo y
enfermándolo. Una úlcera gástrica, el colon irritable, las hemorroides, la hipertensión, las
afecciones cardíacas, el cáncer o la depresión -por citar algunos ejemplos- tienen estrecha
relación con la prolongación indefinida de asuntos a los que no se les ha dado sana
conclusión.
Y eso nos lleva al concepto de asuntos inconclusos, al que ya nos referimos anteriormente
(Celis, A., 1994, pág. 31), definiéndolo como "una situación a la cual no le hemos dado un término
saludable, y en torno a la cual, por tanto, existe energía acumulada, que nos causa malestar en diversos
niveles y no nos permite estar enteramente atentos a lo que ocurre en este lugar y este momento". El
término "asunto o gestalt inconclusa" fue acuñado, en su acepción psicoterapéutica, por Fritz
Perls, principal exponente de la Terapia Gestáltica. Otro autor los define del siguiente modo:
"Los asuntos inconclusos son indigestión organísmica. Nos atoramos con materia extraña, gestalts
incompletas que son consecuencia de nuestra interferencia con el libre funcionamiento" (Latner, J.,
1974, pág. 114). Como señalan Perls, Hefferline y Goodman (1951), "es una tendencia básica del
organismo completar cualquier situación o transacción que para él haya quedado incompleta".
¿Cuáles son los efectos de los "asuntos inconclusos"? En síntesis, una drástica disminución de
la energía vital. En su último disco antes de su muerte, (Double Fantasy), John Lennon canta:
"La vida es lo que ocurre mientras estás ocupado haciendo otros planes". Eso ilustra el efecto más
cotidiano y pernicioso: no estamos verdaderamente presentes en lo que estamos haciendo, no
estamos aquí, no estamos ahora (Celis, A., 2004; Tolle, E., 2000), nuestra energía vital está
dedicada a rumiar asuntos del pasado. Y de paso, esa energía o impulso que surgió no fue
dedicada a su propósito original -expresarnos- sino que se acumuló en nuestro cuerpo,
generando tensiones físicas, emocionales y mentales.
Si bien estar presente y no generar asuntos inconclusos es una situación más que deseable,
todo apunta a que la mayoría de nosotros los tenemos. ¿Cómo detectar si tenemos asuntos
inconclusos de importancia? Aquí hay algunos índices: (a) tenemos fantasías persistentes
respecto a personas o situaciones que vivimos en el pasado; (b) mantenemos "diálogos
internos" con personas no presentes; (c) tenemos sueños en que volvemos a vivir alguna
situación del pasado; (d) sentimos rencor, melancolía o depresión con respecto a la forma
como se dio algún evento; (e) nos cruzamos con una persona y, en vez de sentirnos relajados
con cualquier sentimiento -positivo o negativo- que ésta nos inspire, experimentamos una
confusa mezcla de incomodidad, tensión y sensación de "tener algo pendiente" con ella; (f)
experimentamos una sensación de incomodidad o inquietud en nuestro cuerpo al recordar a
alguien; (g) estamos participando en una situación, pero con la cabeza en otra parte; (h) el
insomnio y el aburrimiento (Perls, Hefferline y Goodman, 1951, pág 500); (i) experimentamos
una actitud de resignación en algún plano, y (j) tenemos fantasías grandiosas acerca de la
forma en que nuestra relación de pareja, trabajo o situación económica se desenvolverá en el
futuro -pues las frustraciones del pasado nos hacen imaginar compensaciones futuras-.
¿Cómo trabajar estas situaciones, una vez detectadas? Lo más probable es que debamos
procesar algunas de ellas antes de aprender efectivamente a no generarlas y a estar presentes
en cada situación. Para empezar, no importa el tiempo transcurrido: puede que sintamos que
es absurdo estar aún pensando en algo que ocurrió mucho tiempo atrás. Si la situación no ha
sido concluida saludablemente, pueden pasar muchos años sin que la inquietud interna se
apacigüe. Si nos contactamos con la emoción que quedó atascada, podemos buscar una forma
de darle curso: quizás llorar, quizás gritar, quizás golpear un cojín o una almohada, quizás
descargarse escribiendo lo que nos ocurre, quizás contárselo a un amigo o a un terapeuta. Si
nuestro asunto pendiente involucra a otra u otras personas -muchas veces es así- quizás
deseemos hablar con ella o escribirle.
Cuando tenemos un "cierre" pendiente con otra persona -deseo comunicarle un sentimiento o
cerrar alguna situación del pasado- puedo recibir de su parte indiferencia, rechazo o
imposibilidad de contacto, como es el caso si la persona ha muerto. También es posible que la
otra persona no esté interesada en ayudarme: puedo haber hecho todos los intentos posibles
por comunicarme. Si la respuesta sigue siendo una negativa, un rechazo o indiferencia, se
aplica entonces lo dicho anteriormente: habré hecho todo lo necesario de mi parte por cerrar. Es
posible que aún me sea necesario hacer algo -quizás, simplemente aceptar la situación-, pero
ya le habré dado curso a la energía que estaba atascada en mi interior. No siempre los cierres
tienen un final feliz: lo importante es no quedarme con algo atorado. Y el mejor índice para
saber si queda o no algo pendiente será mi sensación corporal: tendré que aprender a
escucharla.
En palabras de Perls, Hefferline y Goodman (1951), "la rápida secuencia en la cual la figura
rápidamente se transforma en fondo para la próxima figura emergente, hasta que se presenta un clímax
de contacto y satisfacción y la situación vital se halla realmente cerrada". En el capítulo referente a
"Herramientas" nos extendemos respecto a la forma de trabajar estas situaciones.
Una forma más sutil en que diluimos nuestra energía es el diálogo interno, aspecto que guarda
estrecha relación con los asuntos inconclusos. El diálogo interno se produce cuando no
estamos presentes en la situación, atentos a los estímulos internos y externos, sino que
“conversamos” con nosotros mismos. ¿De qué hablamos? Comentamos situaciones,
ensayamos conversaciones con otras personas: lo que deberíamos decirles, lo que debiéramos
haberles dicho en tal o cual ocasión, lo injustos que han sido los otros o las circunstancias con
nosotros, comentarios respecto a la situación del país, del mundo, de la familia o de otras
personas, la planificación de lo que haremos en un futuro próximo o lejano; realizamos
balances económicos, rumiamos situaciones del pasado, fantaseamos con nuestras atracciones
por otras personas, analizamos nuestros problemas y barajamos posibles soluciones,
decidimos firmemente iniciar un proceso de cambio (hacer más ejercicio, dejar de fumar,
tratar mejor a tal o cual persona, manejar con más prudencia...) etcétera, etcétera.
Cualquiera que realice una mínima introspección puede reconocer este fenómeno en sí
mismo, el que no sólo se presenta cuando estamos solos –en cuyo caso es más obvio-. Si
estamos conversando con otras personas, también hay comentarios internos: estamos a gusto
o no lo estamos, esta persona nos simpatiza o no, nos atrae o nos desagrada, especulamos si
le atraemos o no le atraemos, barajamos comentarios acerca de lo que dice, el modo cómo lo
dijo, las posibles implicancias de lo que dijo, su vestimenta, sus modales... Es obvio que si
nuestra atención se halla volcada a estos comentarios y no los comunicamos, no estamos de
verdad con la otra persona, sino sólo en apariencia.
Estamos tan habituados a esto –todo el mundo lo hace y nosotros también- que puede que lo
hallemos perfectamente normal y que no veamos ningún perjuicio en el asunto. De hecho, la
sola idea de comunicarles a los demás lo que pensamos suena aberrante, porque nos
sentiríamos demasiado expuestos o bien temerosos de un supuesto daño que les
produciríamos al hacerlo. Pienso que el factor que más pesa para descartar de plano
cualquier cambio de perspectiva en este asunto es el juego social: ¡muy pocos dicen la verdad!
Una de las grandes contradicciones que dan origen a nuestra neurosis es que cuando niños
nos enseñan a valorar la verdad y la transparencia, pero lo que de hecho vemos es que son
poquísimos los adultos que practican esa idea. Vemos a figuras públicas mentir con todo
descaro por la televisión, y también vemos faltar a la verdad a nuestros profesores, a los
sacerdotes de la religión que profesamos y hasta a nuestros padres.
Y también es frecuente que cuando niños tengamos experiencias en que, cuando decimos la
verdad, los adultos se disgustan y nos reprueban o simplemente no nos creen. Y entonces, al
"adaptarnos", comenzamos a hacer lo mismo que ellos, a pensar antes de hablar, a seleccionar
lo que vamos a decir, a calcular consecuencias posibles. Y es allí donde surge el diálogo
interno. Paul Lowe -de quien aprendimos la importancia de este aspecto y cómo afrontarlo-
comenta: "La mayoría de nosotros no le comunica a los demás lo que está pensando en el momento;
tenemos un diálogo interno, y ésa es nuestra enfermedad. El diálogo interno es tu barrera hacia tu
libertad, es aquello que obstaculiza tu contacto; primero, en tu relación contigo mismo, y luego entre tú
y los demás” (Lowe, P., 1998).
Perdemos la facultad de captar quiénes de verdad somos y quiénes de verdad son quienes
nos rodean –naturaleza, objetos y personas, amigos, amantes, enemigos- en este momento, y
la experiencia directa es reemplazada por meras ideas y conceptos. En cambio, organizamos
nuestras relaciones de acuerdo a principios abstractos como belleza, nuestros “derechos” o la
libertad, y los principios terminan siendo lo más importante, en vez de lo que en verdad
demanda una situación concreta. Según Latner (1974, pág. 108), "Los conceptos de derecho, bien,
justicia y una gama de consideraciones éticas y morales brotan para llenar la ausencia de sensibilidad
de nuestra experiencia y la cualidad autista de nuestro contacto".
El cambio puede iniciarse siendo más honesto con las personas, y dejando traslucir en actos,
palabras y gestos lo que en realidad sentimos. Igualmente positivo resulta dejar de expresar
opiniones respecto a otros a sus espaldas, a menos que estemos sinceramente dispuestos a
expresárselas directamente al afectado. Todas las justificaciones que se ventilan socialmente
para no hacerlo (“no herir” a los demás, los “buenos modales”, que “esas cosas no se dicen”,
etc) son sólo eso: justificaciones para la cobardía, la hipocresía y el doble estándar
característicos de nuestra cultura chilena, en la cual hemos sido todos condicionados.
En palabras de Paul Lowe (1998), “En cada instante existe la posibilidad de una vibración de
verdad, de flujo; y, si no vivimos de acuerdo a eso, hay una aberración, la que se siente subjetivamente
como incomodidad, y que es acumulativa”. Es difícil transmitir la liberación que significa no tener
asuntos inconclusos ni nada retenido en un momento dado –y digo “en un momento dado”
porque esto es algo que debe atenderse continuamente-. Don Juan -el brujo yaqui
popularizado por Carlos Castaneda- dice, “el mundo cambiará en cuanto deje de hablarse a sí
mismo, y debe estar preparado para este salto monumental” (Castaneda, C., 1971, pág. 219): es
verdad, y es algo que debe experimentarse directamente, superando nuestra tendencia a
mantener nuestra comodidad e ilusoria seguridad. Si de veras deseamos vitalizarnos y
superar la semi-inconsciencia que nos caracteriza, debemos correr el riesgo de incomodar a
otros, de sufrir bochornos, de que nos critiquen. No existe otra forma de sacudirnos la férrea
capa protectora que nos ha dejado nuestro condicionamiento, y que esconde nuestra
verdadera inocencia y espontaneidad.
Nuestra percepción es que todas estas técnicas pueden ser extraordinariamente útiles, pero el
ideal es que se utilicen en el marco de un trabajo más amplio, en el cual el individuo
efectivamente decida asumir una forma de funcionamiento más integrada, responsable y
vital. El rebirthing, por ejemplo, es una herramienta potentísima a través de la cual la persona
puede experimentarse a sí misma de formas que hasta entonces le eran desconocidas: con un
tremendo caudal de energía que se percibe como casi inagotable, con emociones intensísimas
e incomprensibles para su lógica, una sensibilidad extraordinaria y plena de matices, etc.
(Aranela y Silva, 1986). Sin embargo -a mi entender-, una experiencia de esta índole requiere,
para ser efectiva a largo plazo, que exista un apoyo terapéutico verbal para ser integrada,
pues de otro modo puede transformarse para la persona en una experiencia "interesante", sin
mayor aplicación a su vida cotidiana.
Uno de los principales efectos que el condicionamiento represivo tiene en nosotros es que nos
distanciamos de nuestras vivencias y sensibilidad. Aprendemos a desconectarnos de ellas y a
vivir en un mundo de ideas y apariencia, intentando adecuarnos a las expectativas de los
demás, puesto que hemos concluido que nuestra espontaneidad puede meternos en
problemas con ellos. Naturalmente, esto ocurre en forma tan temprana que cuando ya somos
adultos la mayoría no tiene la menor consciencia del proceso que en este sentido ha
atravesado. Una de las técnicas más útiles en cuanto ayuda para sensibilizarse a las claves del
cuerpo -en la cual nos extendemos en el capítulo de "Herramientas"- es la focalización
(Gendlin, E., 1978). Básicamente, consiste en la combinación de una simple técnica de
imaginería con el contacto con algo que Gendlin llama la sensación sentida: el referente
corporal de aquella vivencia/experiencia que nos orienta en el plano intuitivo/emocional,
haciendo surgir un nivel más profundo de vivencias.
La habilidad de simplemente dejarnos sentir lo que sentimos es algo que hemos desarrollado
muy poco en nuestra mal llamada educación occidental, y esto se debe a que ésta se basa en
adaptarnos a un molde, en transformarnos en una pieza más de la máquina productiva. Por
mucho que se hable de educación personalizada y del respeto a la individualidad, eso no se
da salvo en muy contados casos, generalmente en lo que llamamos "sistemas alternativos de
educación", como los sistemas Waldorf o Montessori. Normalmente, desde niños son
desalentadas las manifestaciones energéticas -gritos, carreras, juegos muy entusiastas o
ruidosos-, no porque sean insanas, sino porque incomodan a los adultos. Niños que son
simplemente inquietos, desconcentrados o desmotivados por lo que se enseña -o sea, que no
se comporten como robots programables- son inmediatamente escudriñados por alguna falla
en su sistema nervioso.
Como podemos verificar con sólo observar a nuestro alrededor, el adulto común suele tener
serias dificultades para permanecer solo y en silencio, porque ello le enfrenta consigo mismo,
con sus propias vivencias. He visto personas que simplemente se desesperan y salen huyendo
a las pocas horas de iniciado un taller de meditación de varios días. Habitualmente, ¿cómo
nos desconectamos de nuestras vivencias? Pues las reprimimos, nos insensibilizamos o
racionalizamos, adoptamos una máscara plástica en la que mostramos lo que queremos
mostrar -alegría, afabilidad, entusiasmo-, o bien le atribuimos la responsabilidad de lo que
sentimos a otros. También es una estrategia popular distraernos con toda la variedad de
juguetes que ofrece la sociedad de consumo o con las metas y etapas que conducen al
anhelado "éxito", lo que nos vuelve trabajólicos para alcanzarlas.
En los 60, con el hippismo, la gestalt y toda la cultura de los grupos de encuentro, se nos alentó
a que todo aquello que había sido reprimido fuese confrontado -"Exprésalo todo, manifiesta tu
ira, grítale al mundo que lo odias; haz catarsis, aporrea cojines, confronta a tus padres, sacude las
estructuras, desafía al establishment. Haz pagar al mundo por tu resentimiento"-. Más tarde llegó
Osho Rajneesh (Rajneesh, B.S., 1981) con su meditación dinámica -técnica utilísima si se la
utiliza en la perspectiva correcta- y reforzó la idea. Acumulas ira o lo que sea y después la
descargas haciendo la meditación dinámica. Fácil. La imagen que subyace a esta lógica es la
de un gran recipiente lleno de emociones reprimidas, que se vacia con la catarsis; producto de
las vicisitudes de la vida diaria, se vuelve a llenar, pero lo volvemos a vaciar con otra catarsis.
En el extremo de esta lógica, se acumula y luego se expulsa; esto funciona... hasta cierto
punto y por un tiempo. Cumple la función de que nos demos cuenta de cuánto tenemos
reprimido en nuestro interior, que nos liberemos momentáneamente de toda esa basura y de
que nos demos cuenta de toda la energía de que disponemos y que hemos reprimido. En
cierta forma, recuperamos nuestro poder, nuestra fuerza. Sin embargo, y tal como ocurre con
las técnicas de relajación, esto es sólo un paliativo, a menos que aprendamos más sobre
nosotros mismos y logremos no actuar como máquinas: no enojarnos con las mismas cosas,
no apenarnos con las mismas situaciones, no reprimir nuestros sentimientos como siempre lo
hemos hecho. En síntesis, aprovechar la energía liberada para cambiar más de fondo las
cosas.
Una sugerencia de efecto más profundo -y que nuevamente proviene de Paul Lowe (1998)- es
muy ajena a nuestra mentalidad occidental, centrada en controlar y manipular todo,
incluyéndonos a nosotros mismos. En general, ante cualquier sentimiento que no
comprendamos o que por algún motivo nos complique, queremos lograr explicarlo, detectar
su origen, sublimarlo, patologizarlo, desviarlo, canalizarlo en otra dirección, "trabajarlo", etc.
Esta sugerencia es la antítesis. Apunta a acoger y dejarse sentir lo que está pasando en nuestro
interior, cualquier cosa que sea; a "acompañarse" en sentir lo que está ocurriendo.
Parte de la sugerencia general que se está haciendo aquí es que dejemos de manipular lo que
vivenciamos y nos dediquemos, más bien, a descubrirlo. En agosto de 1981 tuve mi primer
encuentro con Paul Lowe, místico inglés que en ese taller me hizo una sugerencia de alcances
profundos: que durante esos dos días, le dijera que “sí” internamente a cada cosa que
sintiera, que "le diera espacio, que la acogiera". El experimento me abrió portones gigantescos
respecto a las posibilidades que podía tener para el propio desarrollo la aceptación de sí
mismo y de este momento. Seguí la instrucción al pie de la letra, y descubrí cosas muy
interesantes. Para empezar, y en retrospectiva, puedo decir que prácticamente todas las veces
que sentimos algo intenso, lo interferimos con la mente: empezamos a cuestionarlo, a
analizarlo, etc. En buenas cuentas, matamos esa espontaneidad.
En segundo lugar, si nos atrevemos a abrir la compuerta de una emoción fuerte del momento,
la oleada de sensaciones que se nos viene encima no parece corresponder a nuestras
expectativas. Cuando la emoción es intensa, lo que al menos por mi parte he experimentado
es una intensa e indescriptible oleada de energía que no concuerda con ninguno de los
conceptos que podamos tener respecto al ámbito de las emociones. La idea es permanecer
allí, sin contraerse ni manipular la sensación, sintiendo y observando.
Cuando se trata de una sensación respecto a la cual sentimos temor pero que se presenta con
menor intensidad, lo primero que parece sentirse es un aumento de ese temor -como si
saltáramos al vacío-; luego, una breve sensación intensa pero indefinida, y finalmente cierta
quietud, en que todo parece apaciguarse sin que podamos explicarnos cómo ocurrió eso.
Los efectos de esta práctica son varios. El primero es que se recupera cierta vitalidad cada vez.
Parece haber bastante energía almacenada en cada uno de estos "compartimientos" -por
llamarlos así- que han sido reprimidos y que son así liberados. Lo segundo -y que es bastante
notorio- es una sensación de mayor seguridad interna, similar a una sensación de ocupar más
espacio. Tercero, desaparece o al menos disminuye en gran medida el temor, la fobia y la
evitación de la emoción o sentimiento que acabamos de enfrentar. Cuarto, nuestra atención
deja de verse atraída en tan alta medida por lo externo y se focaliza más hacia nuestro
interior, acentuando una sensación de hallarnos en casa. Quinto, esta práctica reduce
considerablemente nuestras propias contradicciones internas -aprendemos a aceptar la
presencia de prácticamente cualquier sentimiento- y, paralelamente, esto nos vuelve menos
prejuiciosos y juzgadores de la conducta de los demás.
Para ilustrar con un ejemplo, tenemos los celos -emoción intensa que casi nadie está
dispuesto a dejarse sentir-. Lo que hemos aprendido a hacer cuando sentimos celos, es que se
halla enteramente justificado actuar contra quien supuestamente los está generando -rival
y/o pareja- para que deje de hacer lo que está haciendo o desaparezca, según sea el caso. Este
es, de hecho, un ejemplo sumamente ilustrativo de lo que solemos hacer erróneamente. Para
empezar, lo que sea que esté ocurriendo allá afuera -que incluso puede ser imaginario- no
nos está generando aquello que sentimos. Lo que sentimos está en nosotros -temor,
inseguridad, sensación de ser dejado(a) de lado, de nos ser queridos(as)- y somos
responsables de ello. Lo que ocurre "allá afuera" a lo más detona una emoción que ya está
presente en nosotros, y que por tanto no depende de lo que ocurra o no ocurra, con nuestros
rivales potenciales o pareja.
Entonces, lo que verdaderamente produce una sanación no es batirnos a duelo con nuestros
rivales, castigar a nuestra pareja o cambiarla por otra -residuos todos del tiempo de las
cavernas- sino... dejarnos sentir lo que sea que estemos sintiendo. Y diversos testimonios en
este sentido dan fe de que, de este modo, los celos pueden llegar a dejar de interferir en
nuestra vida y que podemos conocer el amor incondicional. Como dije en una publicación
reciente (Celis, A., 2002-2003, pág. 29), "Si nos expandimos con cualquier experiencia –en otras
palabras, si la aceptamos-, el resultado es placentero, aún con sentimientos que etiquetamos a
priori como “desagradables” (temor, celos, ira, confusión, abandono). Puede que digamos,
“¿cómo voy a poder aceptar esto o expandirme si siento pena o dolor?”; expandirse significa darle
cabida al dolor, aceptarlo, sumergirse en él, decirle que “sí”. Paradójicamente, aceptar el
dolor suele disminuir su intensidad después de unos instantes. Expandirse no implica
aumentar el dolor: significa abrirse a experimentarlo"1.
La sola idea de soltar el control supone confiar en que alguna instancia interna o externa lo
tiene -o al menos abrirse a la posibilidad de que así sea-. La existencia de un Orden Universal
que no dependa meramente de la manipulación humana ha sido traducido, a lo largo de la
historia, en principios descritos fundamentalmente en las llamadas "sagradas escrituras" de
cada religión, y que se expresan en lo que el escritor y místico Aldous Huxley llamó Filosofía
Perenne. Esta Philosophia Perennis (Huxley, A., 1944) se basa en las enseñanzas directas de los
diversos Maestros de la historia humana (Jesús, Buda, Mahoma, Lao Tsé, etc). Por otra parte,
muchos de nosotros, sin estar adscritos a alguna religión, nos maravillamos con la belleza del
mundo, de la vida o de los seres humanos, y con ello tomamos contacto con este orden y
armonía universales, y comenzamos a creer que hay "algo más" en la vida y el mundo que un
mero azar materialista.
Naturalmente, esta forma de ver las cosas tiene estrechas implicancias para la psicoterapia y
el cambio personal, tanto para los objetivos de éstos como para el operar del psicoterapeuta.
Por ejemplo, en base a la creencia en la sincronicidad -implícita en este Orden- el
psicoterapeuta espera que la ayuda proveniente de las dimensiones más sutiles se manifieste
tanto en su vida como en la del paciente, a través de eventos aparentemente accidentales; por
1
En el capítulo 6, de "Herramientas", sugerimos, desde la perspectiva de la auto-aceptación, otras
operacionalizaciones del concepto de "dejarse sentir".
ejemplo, el encuentro del paciente con una persona que no ha visto en mucho tiempo y que
guarda relación con su problema; o bien, una frase oída al azar durante el día que le hace
tomar una nueva perspectiva respecto a éste.
Una forma de sintonizar con los niveles sutiles consiste en expresar activamente -de la forma
que sea- la intención en este sentido, tanto respecto a abrirse a ser guiado e inspirado desde
ese nivel como respecto a intencionar el mejor desenlace posible para la persona que solicita
ayuda, dentro de los márgenes que este Orden disponga. Es fundamental que, desde los
inicios de su formación, el terapeuta transpersonal comience a ver su trabajo desde esta
perspectiva: que, por una parte, abandone las ilusiones de omnipotencia tan comunes en las
profesiones de ayuda y, por otra, comience a purificar su intención respecto al servicio a
otros2.
Referencias bibliográficas:
Castaneda, C. (1971) A separate reality. Further conversations with Don Juan. Simon Schuster,
Pocket Books, New York.
Celis, A. (1994) Una nueva mirada al asunto de los Asuntos Inconclusos. Terapia Psicológica Nº 22,
Sociedad Chilena de Psicología Clínica, Santiago.
2
La pureza de intención es un tema esencial en las enseñanzas de Andrew Cohen: ver capítulo 8.
Celis, A. (2004) El Contacto con el Aquí/Ahora: disquisiciones para la vida y la Psicoterapia. Babel,
Revista de la Escuela de Psicología de la U. Bolivariana. Año 1, Nº1-2.
Hoffman, R. (1980) No one is to blame: getting a loving divorce from Mommy and Daddy. Science
and Behavior Books, Palo Alto, California.
Latner, J. (1974) The Gestalt Therapy Book. Bantam Books, New York.
Orr, L. y Ray, S. (1976) Rebirthing in the New Age. Celestial Arts, Berkeley.
Perls, F., Hefferline, R. y Goodman, P. (1951) Gestalt Therapy. Pelican Books, Middlesex,
Inglaterra.
Rajneesh, B.S. (1981) The Orange Book. The meditation techniques. Rajneesh Foundation
International, Oregon, USA.
Rogers, C. R. (1964) Toward a modern approach to values: the valuing process in the mature person.
Journal of Abnormal and Social Psychology, vol.68, Nº2, pp. 160-67.
Tolle, E. (2000) El poder del Ahora: una guía hacia la iluminación espiritual. Ed. Norma, Bogotá.