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GEOGRAFÍAS
J oan N ogué
Uníversitat de Girona
J oan R om ero
Universitat de Valencia
(Eds.)
t ir o n t lo blllonch
© JOAN NOGUÉ
JO A N R O M E R O y o tras
O TIRANT LO BLANCH
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índice
O tra s g e o g ra fía s, o tro s tiem p o s. N u e v a s y vieja s p reg u n ta n , v ie ja s y
n u ev a s re s p u e s ta s ..................................................... .................... ................... ............... . 15
J oan N n c .n t
('íiíy'íirc r/r Geografía H aitiana. U nh'frM tni Giraría
.J o a n R o m k t io
C átedra de Geografía H um ana, L'nii'eraiía/ ¡L‘ Valencia
A ntoni L una
U m verá la t Pom pen Fabra
9. D e cóm o la fe m ueve m o n tañ as... y la relig ió n la s co n vierte en
pais<ije; una aproxim ación a la g eo g ra fía d e la religión _________ 211
A b e l A lh kt
Univerfitut .A7 'i ' , - i da Barcelona
IV. EL CUERPO
23. E l cu erp o com o m erca n cía .................................................. .......................-....... 465
J osrpa Buu
í, '¡ ¡iL'n J'í;.' de Giraría
24. Sexo, g én ero y lu g a r ........ .....................................................................-........... .... 493
M a r ía P n ,m F erret
Universitat Autónoma de Barcelona
25. E sp acio s d isid e n te s h o m o se x u a le s.................. ..............-............................ Si 1
X o sé M . S a ntos
Universidade de Santiago
26. G eografía y d is c a p a c id a d ................................ ............................................... 527
Ana O liv er a
Universidad Autónoma de Madrid
¿Vidas desperdiciadas?
Mientras se lee el desgarrador libro de Zygmut Bauman que lleva ese
mismo título (Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias), es
difícil no recordar el bien conocido articulo escrito por Richard Rorty
hace casi diez años y titulado ¿Quiénes somos? Universalismo moral y
selección económica. Ambas reflexiones vienen a coincidir en lo básico:
en el mundo actual no se trata tanto de reflexionar acerca de cuántos
individuos somos, sino de quiénes somos nosotros y cuántos son ellos.
El propio Rorty sugiere utilizar el término triage para proponer su
reflexión sobre el ellos y el nosotros. Un término ciertamente adecuado
porque evoca significados similares en francés e inglés y a la vez es muy
parecido a nuestro deslrio castellano. Cierto que con algunos matices
interesantes: los diccionarios castellanos lo asocian al proceso de sepa
rar granos o frutos; los ingleses lo utilizan igualmente para clasificar de
acuerdo con la calidad, pero también para expresar el hecho de decidir
el orden a la hora de proporcionar tratamiento a personas heridas o
enfermas; los franceses, en fin, también refieren el hecho de clasificar,
pero un posible significado lo asocian al hecho de separar o agrupar
vagones de tren para formar convoys. Rorty se indina por el segundo de
los significados en inglés y plantea el dilema moral de qué hacer en el
caso de que sólo pudieran ser atendidos (o alimentados, o curados, o
provistos de necesidades básicas) sólo algunos de estos vagones. Y la
cuestión esencial, que tanto desconcierta, bien podría ser formulada de
la siguiente manera: en esta especie de destrío social global que opera a
varias escalas, las personas apartadas que viajan en vagones situados
envía muerta son más que los que quedamos en el vagón de los elegidos.
Y van a ser aún más en las próximas tres décadas, porque más del 95%
de las personas que han de nacer lo harán en tres de los cuatro mundos
posibles: el Tercer Mundo tradicional, el llamado Segundo Mundo
integrado por los restos de ía ex —Unión Soviética y satélites y el Cuarto
Mundo, aquél que viaja en el quinto vagón de las sociedades opulentas.
Si uno analiza con cierto detenimiento algunos de los informes más
recientes sobre la situación de las poblaciones del mundo, puede enten
der las razones del desconcierto hoy reinante en instituciones, en
gobiernos, en organismos no gubernamentales, en instituciones finan
cieras globales y en la propia ciudadanía. Nunca como ahora, al menos
desde la década de los cincuenta del siglo XX, han proliferado tantas
referencias a palabras que empiezan por des (desestructuración, descon
fianza, desesperanza, desarraigo, desintegración, desconcierto...), casi
siempre asociadas a algunos de los procesos que la globalización ha
propiciado (deslocalización, desindustrializadón, desregularión). Los
datos dejan pocas dudas y escaso margen para la esperanza. No hay más
que leer con atención el Informe sobre Desarrollo Humano 2005, editado
por Naciones Unidas y ya citado más arriba, para constatar los escasos
avances y los incomprensibles retrocesos. La mayor parte de las brechas
entre ellos y nosotros se agrandan y los grandes objetivos dejan paso a
niveles de desigualdad tan obscenos como injustificables. En cuanto a
los países desarrollados, no hay más que releer algunos informes
recientes sobre exclusión social o sobre el binomio inmigración-exclu
sión/segregación, para entender las periódicas explosiones sociales en
algunas de nuestras ciudades.
Definitivamente, además de “tiempos hostiles”, en acertada descripción
de Sami Na'ír, vivimos tiempos precarios. Desde la sociología, desde la
geografía, desde la ciencia política, son muchas las voces que se hacen eco
de esta nueva realidad. Y uno de los rasgos más destacables de esta nueva
geografía de los “superfluos”, como diría Beck, es que los espacios extramu
ros no se corresponden ya únicamente con la tradicional distinción Norte/
Sur, sino que los nuevos espacios en blanco, las nuevas tierras incógnitas.
los vertederos de residuos humanos, se ajustan a territorios, grupos de
población y personas que, con independencia del lugar, están más o menos
conectadas a los procesos globales de integración selectiva. Naturalmente,
sigue habiendo escalas, pero lo cierto es que uno puede quedar extramuros
tanto en Marruecos, Kenva, Brasil, Guatemala, Rusia o Kazajstán, como
en un barrio de Detroit, de París, de Hamburgo, de Madrid o de Valencia.
El hecho verdaderamente nuevo es que, a diferencia de épocas
precedentes, miles de millones de personas en los países más pobres y
en los llamados países de capitalismo pobi'e no tienen esperanza de que
sus vidas progresen. No son necesarias y no lo van a ser en el futuro. Se
hacían en las ciudades integrando un éxodo rural incontenible de
magnitudes hasta ahora desconocidas, en gran medida provocado por el
mismo proceso de modernización selectiva de las zonas rurales. .En
cuanto a los países desarrollados, valga una lectura de cualquiera de los
recientes estudios monográficos sobre la inmigración en Europa, para
entender cómo esta segunda modernidad también ha dejado en vía
muerta a su quinto vagón, en el que viaja casi la cuarta parte de la
población total de nuestras sociedades. Una vía muerta donde la ausen
cia de referentes, de valores positivos y de alternativas, son expresión
del fracaso del Estado y explican la frustración y la anomia social.
La otra gran novedad es que ya no sirven las soluciones tradicionales
y no parecen existir respuestas políticas convincentes. Precariedad,
dependencia y desconcierto van, por lo general, muy unidas. Una
circunstancia que es particularmente visible en los países desarrollados.
Como ha escrito Beck (2006):
“...Las élites de la economía y de la política no desisten de la idea del
pleno empleo. Por consiguiente, les afecta un extraño daltonismo que les
impide medir la dimensión de la desesperación que se extiende en los
guetos superfluos, los cuales se ven aislados de una vida segura y
ordenada mediante un trabajo remunerado. Tanto los partidos de la
izquierda como los de la derecha, los nuevos y los viejos socíaldemócra-
tas, los neoliberales y los nostálgicos del Estado social no quieren
admitir que en un contexto de aumento del desempleo hace tiempo que
el trabajo ha pasado de ser un ;‘gran integrador” a convertirse en un
mecanismo de mmginación. Evidentemente, es falso afirmar que no hay
suficiente para todo el mundo, pero el trabajo que antaño creaba
seguridades que se consideraban adquiridas disminuye rápidamente,
incluso detrás de la fachada del pleno empleo. Por todas partes hay
nuevas formas de desempleo oculto. Algunos lo llam an' leuro job'; otros
'formación', y aun otros, 'hacerse autónomo'...”.
Más precarios (en especial los más jóvenes), más vulnerables y más
solos. Por eso cobran cada vez más importancia las geografías persona
les. Lo ha expresado muy bien Joan Subirats (2006) a propósito de las
revueltas de la banlieu:
“Las estructuras de producción son más pequeñas, y las condiciones
de trabajo de los compañeros son muchas veces distintas. Distintas en
cuanto a horai'ios, salarios o duración de contratos. Las relaciones con
empresarios y clientes son más directas, la presión más grande, las
oportunidades de sindicación más pequeñas. La posibilidad de identifi
car problemas comunes, de hallar salidas conjuntas, se reduce. (...) Lo
peor es enfrentarse a todo ello con la nostalgia de modelos ya superados.
Ni la nostalgia 'republicana' ni la nostalgia radical acabarán sirviendo
de mucho. Necesitamos seguramente nuevos instrumentos de análisis
social ¿Qué es trabajo hoy? ¿Qué nuevos equilibrios podemos encontrar
entre las exigencias del mercado y las necesidades sociales? ¿Cómo
relacionar instituciones y personas? ¿Cómo enfrentamos a la creciente
segregación territorial y social? Algo tenemos que hacer con rapidez, ya
que los sucesos de Francia nos advierten de que los peligros de fractura
generacional crecen día adía, en un claro movimiento decriminalización
de los jóvenes. Tenemos tantos interrogantes planteados que a uno no
deja de sorprenderle el grosor y la significación estratégica de lo que está
enjuego y, en cambio, lo liviano que resulta el debate político en relación
con estos asuntos...”.
Hay otras muchas geografías. O mejor, centenares de millones de
vidas desperdiciadas de las que la geografía también debe ocuparse.
Están las geografías del trabajo infantil, del trabajo informal, de la
discriminación y segregación por razón de sexo o del color de la piel. Son
las geografías de la supervivencia. Esas geografías cotidianas de los
pobres, en gran medida silenciadas, ignoradas o consentidas, únicamen
te sacadas a la superficie por algunos organismos públicos y especial
mente por Organizaciones No Gubernamentales.
Son las geografías cotidianas de los más de 218 millones de niños de
los que habla el último informe de la OIT sobre La eliminación clel
trabajo infantil (2006), atrapados en situaciones de trata y de explota
ción sexual de niños y niñas, de trabajo infantil doméstico y en indus
trias manufactureras, de niños utilizados en conflictos armados o en
actividades ilícitas, de niños y niñas obligados a trabajos forzosos y a
servidumbre por deudas. Más de la cuarta parte de los niños y niñas dei
Africa subsahariana entre 5 y 14 añosy casi e) 19 por cien de ese mismo
grupo en Asia (más de 170 millones sólo entre esas dos regiones del
mundo) están atrapados en esa situación. La mayoría trabaja en el
sector informal, sin protección legal y reglamentaria, y más de la mitad
io hace en trabajos peligrosos. Pero es también la geografía de losjóvenes
entre 15 y 24 años, que tienen una tasa de desempleo entre dos y tres
veces superior a la de ios adultos, que encuentran en el sector informal
hasta un 93% de sus oportunidades laborales con salarios un 44% más
bajos que en la economía formal. Es igualmente —como informa la
propia OIT— la geografía de más de la mitad de la población mundial
que no tiene ningún tipo de protección de seguridad social, con diferen
cias que oscilan desde el 100 por cien en los países industrializados hasta
las regiones de Africa subsahariana y Asia meridional donde se estima
que sólo del 5 al 10 por ciento de la población activa dispone de seguridad
social.
Están también las geografías del trabajo precario de centenares de
millones de mujeres en la economía informal y en las cadenas de
producción globales, como ha denunciado reiteradamente Intcrmón
Oxfam (2004) y ha explicado la propia OIT (2005). Esas geografías
cotidianas en las que, por ejemplo, más de la mitad de las mujeres con
empleo en América Latina trabajan en el sector informal o en las que el
71% de las mujeres negras de Brasil trabajan en el sector informal (en
todos los casos con salarios ligeramente superiores a la mitad del
percibido por los hombres). Y casi siempre en trabajos eventuales,
precarios, sin horarios, sin respeto a las reglamentaciones laborales
internacionales. O las geografías de la exclusión de las poblaciones
indígenas. O las geografías del acceso desigual de las niñas a los
sistemas educativos, como bien explica Saue the Children (2005). O las
geografías invisibles, silenciadas, ocultadas o consentidas de la segrega
ción y violencia por razón de género. Pese a que la mujer ocupa una
p o s i c i ó n central en Ja mayor parte de las zonas rurales de Jos países
pobres, ello no ha servido para ver mejorar su situación, ni en el seno de
la comunidad rural ni en el de la propia familia. Es más, uno de los rasgos
más resaltados por los diferentes informes del Banco Mundial (2000), de
la FAO o del PIDA, es el elevado grado de violencia de género y de
marginaeión que sufren las mujeres, tanto en el espacio público como en
el privado. Son las geografías y las biografías de quienes siguen murien
do en silencio en espera de un cambio reiteradamente anunciado desde
hace décadas para la década siguiente.
La cuestión es, por tanto, qué hacer para que las tesis de Rorty o
Bauman no anuncien situaciones estructurales en las que 800 millones
de ciudadanos encerrados en sus fortalezas contemplen y ¿contengan?
al resto de poblaciones situadas en esa especie de nuevos limes políticos,
económicos, sociales o culturales, tanto da. O para que no se avance más
en Ja construcción de muros culturales entre grupos de población y entre
personas que deriven en la creación de espacios de exclusión, en caldo de
cultivo para brotes xenófobos, o en campo abonado para que Ja religión
acabe siendo, como estrategia de repliegue identitario, la expresión
poiítica del resentimiento.
2. LA INVISIBILIDAD, LA INTANGIBILIDAD Y LA
EFIMERA LÍOAD EN GEOGRAFÍA
Cuando en este Jibro hablamos de las ‘o tras’ geografías no nos
referimos sólo al nuevo e incierto mapa geopolítico del mundo o a
aquellas expresiones geográficas de la globalización, poco estudiadas
habitualmente por su intrínseca dificultad y accesibilidad y en buena
medida apuntadas en eí apartado anterior. Nos referimos también a un
sinfín de geografías —algunas nuevas, otras no tanto— que, desde
nuestro punto de vista, no han recibido la atención que se merecen en los
textos de geografía humana convencionales, ni tampoco en otras muchas
ciencias sociales. En el volumen que ustedes tienen en sus manos, estas
'otras’ geografías aparecen en muchos de los capítulos de los cuatro
bloques que estructuran y organizan el libro. Sin embargo, en esta
introducción vamos a presentarlas de otra forma, incidiendo en tres de
los rasgos que muchas de ellas comparten y que aparecen de manera
transversal en los capítulos de la obra, si bien es verdad que en unos de
manera más explícita que en otros. Nos referimos a la invisibilidad, la
intangibilidad y la efimeralidad.
He ahí tres categorías, tres dimensiones claramente marginales en
geografía. Nuestra disciplina trata lo visible, lo tangible y el tiempo de
media y larga duración. La descripción geográfica es, en esencia, una
descripción visual, de base empírica y cartesiana, que se apoya funda
mentalmente en los tangibles y que tiene serias dificultades para
integrar en su análisis el tiempo corto, ya sea efímero o fugaz. Es cierto
que lia habido a lo largo de nuestra historia individuos brillantes, muy
imaginativos y creativos, que sí han explorado estas tres dimensiones.
Y también es verdad que algunas tradiciones geográficas se han mostra
do sensibles a ¡as mismas, pero lo cierto es que el mainstream, el corazón
central de la disciplina, las ha obviado y las sigue obviando.
Sin embargo, deberíamos preguntarnos si podemos interpretar y
entender correctamente las dinámicas geográficas de las sociedades
contemporáneas sin tener en cuenta estas tres dimensiones y si no sería
oportuno integrarlas en nuestras metodologías, dado que existen indi
cios más que suficientes que nos indican que la invisibilidad, la
intangibilidad y la efimeralidad están cada vez más p 2-esentes en el
mundo que nos ha tocado vivir. En efecto, para el filósofo Daniel
Innerarity la globalización se caracteriza, sobre todo, por su invisibilidad.
Vivimos en una época dominada por la invisibilidad. El poder, hoy, es
cada vez más invisible, menos identiíicable: se ha desplazado de unos
actores y protagonistas claramente visibles a unos conglomerados
anónimos, que no tienen una localización precisa. La invisibilidad es el
resultado de un proceso complejo en el que confluyen la movilidad, la
volatilidad, las fusiones, la multiplicación de realidades inéditas, la
desaparición de bloques explica ti , las alianzas insólitasyla confluen
tos
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I. LAS OTRAS GEOGRAFÍAS
DE LA GLOBALIZACIÓN
1. Los nuevos retos de la lucha contra la
pobreza
I gnasi C arreras y A dela F arré
iguasi Catreras es profesor visitante de ESA DE y ¡na director genera!de fnlermóu
Oxfam (¡ 995-20061. Adela Farré es periodista y jtte responsable del Aren de Prensa v
CoíJiKnicncioji de !mermó» Oxfam f¡995-2006).
1 Estos datos proceden de diferentes informes publicados durante 2005: Informe sobre
Desarrollo Humano 2005, PNUD; Beyond HIPC. Debt cancelfation and the
MíUennium Development Goals, Oxfam Internacional; Halutrtg Htinger: it can be
done, Tnsk Forcé on Hunger, UN Millenmum Project; N. Birdsall, D. Rodrik, y A.
Subramanian, IfRich Governmenls Really Cared About Davelopme»!.
- Informe sobre Desarrollo Humano 2005, PNUD, p. 21.
los escasos recursos de los que disponen las personas pobres; la falta de
acceso a la educación, su mala calidad, el absentismo provocado por la
necesidad de trabajar o por la enfermedad impiden que las nuevas
generaciones puedan encontrar mejores profesiones que sus progenito
res y cambiar así en positivo su propia situación y la de sus familias.
Falta de acceso al agua potable y al saneamiento, mayores ratios de
mortalidad materno-infantil, exclusión de los círculos de la economía
formal (créditos, mercados, contratos legales...), marginalidad y violen
cia son al mismo tiempo consecuencia y causa de nuevas exclusiones. ¿Es
éste un círculo sin fin?
Aunque las estadísticas de las Naciones Unidas muestran que algu
nos índices mejoraron durante los años 903. Los progresos han sido tan
lentos que en el año 2000 una cumbre extraordinaria del organismo
multilateral propició el establecimiento de los llamados Objetivos de
Desarrollo del Milenio (ODM), que suscribieron solemnemente 189
países. Los ODM fijan ocho grandes metas que, en muchos casos, están
por debajo de los indicadores de desarrollo que se establecieron en la
ronda de cumbres mundiales promovidas por las Naciones Unidas
durante la última década del siglo XX. Es, en definitiva, un acuerdo de
mínimos que, sin embargo, no lleva camino de cumplirse, en buena parte
porque los países desarrollados no han movilizado los recursos financie
ros ni el liderazgo político necesarios para hacerlos posibles.
1 El citado Informe sobra Desarrollo Humano 2005 destaca que desde su primera
edición, on 1990, han salido de la pobreza extrema 130 millones de personas, hoy dos
millones menos de muertes infantiles cada año, hay 30 millones más de niños que
van a la escuela y 1.600 millones de personas han podido acceder al agua potable.
Sin embargo, los progresos sufrieron una desaceleración general hacia el final de la
década y algunas regiones, como África Subsahariana han sufrido serios retrocesos
en algunos indicadores, como la esperanza de vida: hnee 20 años la esperanza de vida
de una persona nacida en esta región era, como media, de 24 años menos que una
persona nacida en un país rico; hoy, la brecha es de 33 años (79 años para los
ciudadanos de países de la OCDE frente a una media de 46 años para los africanos)
y sigue creciendo.
avances significativos hacia la consecución de los Objetivos del Milenio,
cinco años después de su establecimiento. Las indecisiones previas
habían hecho ya imposible alcanzar uno de los indicadores clave del
tercer objetivo: conseguir que en 2005 se equiparara el acceso de niñas
y niños a la educación primaría, un primer paso imprescindible para
lograr en 2015 tanto la educación primaria universal (objetivo 2) como
la eliminación de la discriminación de género en todos los niveles de la
enseñanza (objetivo 3). Aun con todo, un impulso decidido en los recursos
destinados al desarrollo —esto es. más ayuda y una más amplia y
efectiva condonación de la deuda—, así como una mejor gestión por parte
de los países receptores, podrían lograr un cambio significativo en las
actuales tendencias y hacer que se cumplieran los ODM en la fechameta
de 2015.
OBJETIVOS DEL MILENIO
' Resolución aprobada por la Asamblea General, A/rcs/GO/l, Naciones Unidos, 2'1-10-
2005, p. 3.
41 millones de muertes infantiles que podrían evitarse, todavía estarán
sin escolan zar 47 millones de niños y niñas —sobre todo, niñas— y más
de 380 millones de personas que podrían haber salido de la pobreza
extrema vivirán con menos de un dólar diario5. Y todo ello, porque el
objetivo teóricamente más fácil de cumplir, el octavo, el que sólo depende
de la voluntad política de los Estados firmantes de la Declaración del
Milenio, no ha alcanzado, a pesar de la grandilocuencia de los epígrafes
—como Alianza Global para el desarrollo—, sus metas básicas: el alivio
del lastre de la deuda externa (por la que los países de renta baja pagan
más de 100 millones de dólares diarios al mundo rico); más recursos para
una ayuda al desarrollo de mayor calidad y realmente orientada a la
erradicación de la pobreza; y un sistema comercial mundial más justo
que permita a los países más pobres y a sus poblaciones participar de los
beneficios que está generando la globaíización.
La formulación de este octavo ODM reconoce que deuda, ayuda y
comercio son las tres dimensiones de la trampa en la que se encuentran
atrapados la mayoría de países pobres, excluidos del comercio interna
cional u obligados a exportar sus productos a precios no rentables para
obtener divisas con las que pagar una deuda que, en parte, fue generada
por préstamos concedidos como ayuda al desarrollo. Por otro lado, la
ayuda en su conjunto, en relación a la riqueza de los donantes, es menor
ahora que en los años sesenta, y ha decrecido la inversión en sectores
básicos como el acceso al agua potable y al saneamiento6, mientras que
de los 7.000 millones de dólares anuales necesarios para hacer efectiva
la educación primaria universal sólo se aportan 1.400 millones7 y ni
siquiera está recibiendo los fondos necesarios la Iniciativa de Vía Rápida
del programa Educación para Todos de UNESCO (conocida por sus
siglas en inglés, EFA-FTI, Education ForAll - Fast Track Initiative),
puesta en marcha en 2002 para facilitar el acceso a recursos de aquellos
países que cuentan ya con una Estrategia contra la Pobreza (PRSP,
Aunque el núm ero da personas que viven con menos de 1 dólar al día ha
descendido, ello se debe, sobre lodo, al crecimiento experimentado por
Cii ¡na e India, A frica ha vislo dobla rse el núm ero de personas bajo el u mbral
tíe la pobreza absoluta, e incluso América Lalira ha vislo aumentar el
número de pobres, Si consideramos el número de personas que viven con
menos da 2 dólaies (más de 2.600 millones, casi la milad de los habítenles
del planeta, según tas estimaciones del Banca Mundial para 2002), ¿sis ha
ciecido en todas las regiones, exceptuando Cfiina y ef Asia Oriertál,
" Para inris información puede consultarse Etlucalion. For Alt (EFAJ ~ Fasi Track
Iniíiative. Progress Report, Comité de Desarrollo, Dnnco Mundial, abril 2004, en
lniT>://sitei,csources.worlrih3nk.or¡r/DEVCQMMIN,I VDoci]roentat.ion/501907Q9/
DC20(M-0002fE)-EFA.prir
Gráfico 1. Personas que viven con menos de 1 dólarMa {en millones)
C U T o te !
— África Sü&sahariana
— A m erica Latina y Caribe
Asia Oriental y Pacllico
------ China
• “ Europa y Asía Central
— Oriente Próximo y Norle de Africa
— Sudeste Asiático
‘ ( f o d b I n e n 10 S p o b í a d ó n IN D IC E A 0 0 ' C a it o e n % p ó b U d ó h : E U p e n r e á l
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íTc-^r. ro irtK
19 Pagare!precio, Intermón Oxfam, 2005, p. 25. Este documento cita estudios en esta
líneadeH-Hansen.y F.Tnrp(.4rVf£//cc/ii.l<.'í¡<?ss Disputed,Universidad deNottingham,
CREDIT Research Paper 99/10,1999) y de C.-J. Dalgaard, H. Hansen, y F. Tarp (On
que las grandes diferencias en los resultados obtenidos por distintos
países receptores cabe buscarlos tanto en características geográficas y
socio-económicas de éstos como en las políticas de los donantes20.
Por otro lado, las supuestas limitaciones en la “capacidad de absor
ción” eficaz de mayores cantidades de ayuda pueden paliarse, en opinión
de los expertos que han investigado la gestión de los países receptores,
dedicando parte de los fondos transferidos a formar y fortalecer ia
infraestructura interna. En este sentido, un estudio encargado por el
Comité de Desarrollo del Banco Mundialy el FMI enseptiembre de 2003
demostraba, a través del análisis detallado de la actuación de 18 países
receptores, que "mediante reformas políticas e institucionales continua
das, incrementos sustanciales en la ayuda pueden ser utilizados deforma
eficaz para conseguir avances notorios hacia la consecución de los
Objetivos de Desarrollo del Milenio"21. El estudio indicaba que, sin
embargo, esas reformas políticas e institucionales necesarias se ven
limitadas por tres factores: la ayuda es, por lo general, poco predecible
e impuntual en su entrega, lo cual socava las posibilidades de planifica
ción de los receptores; falta un mayor y mejor alineamiento entre las
prioridades de los donantes y de los receptores, así como una adecuada
coordinación de los donantes; y, finalmente, resulta especialmente
negativa la renuencia de los donantes a financiar costes recurrentes,
claves para la consolidación, por ejemplo, de programas de educación y
salud.
'I; : ;5
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Fuente: Supporiing Sound Paliciss iwlíi Atfeqm te ¡ndA pp rop nalú Ftnanang, DC2003-0016.
El problema no es que las demandas de financiación para reducir la
pobreza sean desmesuradas, sino que la cantidad que gastan los países
más ricos en la lucha contra la pobreza mundial es vergonzosamente
pequeña. Por ejemplo, la citada cantidad de AOD requerida para 2006
representaría el 0,44% del PNB de los países donantes, pero en 2004 los
fondos de cooperación oficial deJ conjunto de Ja OCDE sólo alcanzaron el
0,26% del PNB (79.553 millones de dólares). Aunque en 2005 el incre
mento fue importante (106.477 millones de dólares, esto es un 0,33% del
PNB)2'1, la ayuda sigue estando lejos de lo que se estima como el mínimo
necesario.
En cualquier caso, para los países ricos esto representa poco más que
“calderilla”, si se compara con eJ incremento de riqueza que han experi
mentado. Mientras que la renta personal en estos países ha crecido en
un 200% desde 1960, la ayuda oficial concedida por persona sólo se ha
incrementado en un 50%. Los poco más de 79.000 millones de dólares de
AOD de 2004 suponen apenas 68,5 dólarespercapita, es decir que a cada
uno de nosotros nos cuesta 0,18 dólares/día, menos de un euro a la
semana. ¿De verdad echaríamos en falta las fruslerías que deberíamos
sacrificar si en lugar de un euro a la semana dedicáramos a ayuda al
desarrollo 1,5 o 2 euros? Quizás sea oportuno recordar que el mundo
desarrollado se gasta cada año 33.000 millones de dólares en cosméti
cos25. Con una cantidad similar en ayuda adicional en 2006 sería posible
alcanzar la cilra que se estima necesaria para avanzar en el buen camino
hacia los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
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G ráfico?. D istribución de desastres por tipos 1995-2004
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27 Alicia Rivera, “España se aleja más de Kioto con un fuerte aumento de la emisión
de C 02", El País, 20-4-200G, p. 35.
Hay que tener en cuenta que el conjunto de los países de la OCDE
gasta anualmente alrededor de 350.000 millones de dólares en subsidios
a su agricultura; esto favorece la sobreproducción y la inundación de los
mercados internacionales con productos que se venden por debajo del
coste de producción {dumping), socavando las oportuni dades de desarro
llo de los agricultores del Sur, que no pueden competir, incluso con costes
de producción mucho más bajos. Así, los adalides del liberalismo y de las
economías abiertas no tienen empacho en establecer medidas claramen
te proteccionistas de sus mercados o de aquellos sectores que consideran
estratégicos —un derecho que niegan a los países en desarrollo en las
condiciones que les imponen—.
Tres son los problemas principales que enfrentan los países en
desarrollo y que les impiden participar de los beneficios potenciales del
comercio internacional: la falta de acceso de sus productos a los merca
dos de los países ricos, protegidos por barreras arancelarias y no
arancelarias; la distorsión a la baja de los precios de los productos
agrícolas y la sobreproducción que causan los subsidios, especialmente
de Estados Unidos y la Unión Europea; la poca capacidad de maniobra
que se les deja para instrumentar políticas que les permitan apoyar a sus
productores y generar nuevas oportunidades de empleo. Estas son las
tres asignaturas pendientes que debería resolver la Ronda de Doha, las
negociaciones iniciadas en 2001 en el marco de la OMC con el objetivo
teórico de reforzar un sistema comercial multilateral regulado por
normas que impulse la participación de los países en desarrollo en los
beneficios de la globalización. Por ese motivo se acuñó la denominación
de “ronda deí desarrollo”, pero lo cierto es que cinco años después se ha
avanzado muy poco, y el proceso está generando enorme frustración,
como demostró la última reunión ministerial celebrada en Hong Kong,
en diciembre de 2005.
La capacidad de presión de los países ricos no sólo ha impedido
avances significativos en los temas planteados por los países en desarro
llo, sino que éstos tienen incluso dificultades para mantener en la
agenda aquellas cuestiones para ellos más esenciales —especialmente,
del ámbito agrícola—, porque los poderosos centran sus intereses en
inversiones, propiedad intelectual y servicios.
Poco después de iniciarse la Ronda de Doha, en 2001, Oxfam Interna
cional denunciaba en su informe Cambiar las reglas —editado con
motivo del lanzamiento de la campaña Comercio con justicia— que el
coste total para los países en desarrollo de todas las barreras comerciales
que deben superar —incluyendo aranceles, barreras no arancelarias,
medidas anti-dumping y estándares que deben cumplir los productos—
ascendía a más de 100.000 millones de dólares anuales28. En 2005, el
Informe de Desarrollo Humano del PNUD señalaba que sólo las pérdi
das causadas en las economías de los países en desarrollo por el “apoyo
a la agricultura que aplican los países ricos podrían llegar a sumar
72.000 millones de dólares al año, cifra equivalente a todo el flujo oficial
de ayuda de 2003”29.
En este lapso de tiempo se ha avanzado poco o nada en corregir un
sistema que está claramente diseñado para transferir valor desde los
productores de los países en desarrollo hacia los procesadores e interme
diarios de los países industrializados.
Por un lado, las barreras arancelarias gravan más a los países más
pobres, ya que las tasas arancelarias son mayores cuanto menor es el
ingreso del país exportador. Así, mientras la tasa media que pagan los
países de ingresos altos de la OCDE por exportar a los Estados Unidos
es del 1,2%, y del 2,5% por exportar a la Unión Europea, los países menos
adelantados ven gravadas sus exportaciones a Estados Unidos con un
arancel promedio del 13,5%, y con un 5% por exportar a la UE. Si se baja
al detalle, se ve lo elevadas que pueden llegar a ser las barreras: Japón
impone un arancel del 26% al calzado fabricado en Kenia; la UE, un 10%
a la ropa procedente de la India; y Canadá, un 17% a las prendas de ves til
de Malasia30. Y, así mismo, sigue vigente un sistema de progresividad
arancelaria que grava más los productos elaborados que las materias
primas, lo que permite, por ejemplo, que sean las industrias de procesa
miento europeas las que obtengan el valor añadido de productos como el
cacao, aunque sus principales productores estén en Africa.
^ Cam biar las reglas. Comercio, globaíización y lucha contra la pobreza, Intermón
Oxfam, Barcelona, 202, p. 96
23 informe sobre Desarrollo Humano 2005, PNUD, p. 148.
30 Ibidem, p. 143.
IGNASl CARRERAS y ADELA FARRÉ
Exportadores
PMA ►paises n m » adotanbdai
PtO. bdoj ica pibes en fesarrcto
OCOE • pobo fe r t r * ato OCDE
Fuente: IDH2005
Estados fallidos
Ya hemos señalado que es nuestro propósito reflexionar sobre cuatro
cuestiones que guardan estrecha relación con nuestra percepción de lo
que son hoy los conflictos. La primeva la aportan los llamados Estados
fallidos, presunto caldo de cultivo de aquéllos, y ello por mucho que no
siempre esté claro si son los conflictos los que nácen de los Estados
fallidos, o si son estos últimos, antes bien, los que emergen de resultas
de Jos conflictos. Contentémonos con reseñar que, en realidad, muchos
de los problemas de percepción sobre lo que son los conflictos reaparecen
con los Estados fallidos, sometidos también a las veglas de la anomia y
de la penumbra informativa. Y eso que en los últimos tiempos, y en
virtud de un razonamiento guiado, de nuestra parte, por un estricto
egoísm o, aquéUos parecen haber ganado reJieve: hoy nos interesan por
cuanto sobreentendemos, con motivo o sin él, que los Estados fallidos son
fuente principal de problemas entre los que se cuentan las migraciones,
el terrorismo, el narcotráfico, las armas nucleares y la escasez de
materias primas.
El concepto de Estado fallido, poco claro y muy maleable, remite a
ideas muy dispares (Debiely Klein, 2002; Didier y Marret, 2001; Rivero,
2003). Suele vincularse, así, con la existencia de gobiernos que no
controlan todo el territorio que se supone les es propio, con la presencia
de movimientos secesionistas, con la incapacidad de tomar decisiones y
aplicarlas en un escenario lastrado por la corrupción, con el hundimien
to de las fuerzas armadas y policiales, y con la acción de señores de la
guerra y redes del crimen organizado. Se habla también de prolongadas
situaciones de crisis económica y social, guerras civiles y, en su caso,
genocidios, con las secuelas esperables en materia de refugiados, despla
zamientos forzosos de población y violación de derechos humanos. Lo
común es, en suma, que los Estados fallidos se asocien con datos
económicos recurrentes, como los que se revelan de la mano de la
imposibilidad de garantizar los servicios más elementales, de crisis
fiscales irrefrenables, de poderosas economías subterráneas, de la
degradación de los términos de cambio en los mercados mundiales, del
deseo ajeno de controlar los recursos naturales y de la gestación de elites
claramente privilegiadas en escenarios marcados, en fin, por el creci
miento demográfico, el desarrollo incontrolado de las ciudades y las
agresiones medioambientales. El escenario de crisis general que acaba
mos de retratar suele servir de estímulo, por añadidura, para que
determinadas corrientes ideológicas y religiosas exijan la aplicación de
normas severas adecuadas a sus creencias, con los conflictos consiguien
tes, a menudo vinculados con agresivas tendencias centrípetas y centrí
fugas (W . AA., 2005b, 1-2 y 4; Gr unewald y Tessier, 2001,327). Tampoco
es infrecuente que un acicate para el asentamiento de los problemas
invocados sea la inestabilidad de los Estados vecinos, que, mal que bien,
acaban por exportar sus tensiones. Todo lo anterior redunda en proble
mas severos en materia de legitimidad, y en una manifiesta incapacidad
para alcanzar, y cumplir, eventuales tratados internacionales, sin que
falten, claro, las responsabilidades de potencias a menudo muy alejadas.
Como quiera que la definición de Estado fallido está sujeta a contro
versias sin cuento, no puede sorprender que sean muy distintas las
evaluaciones relativas al número de Estados que satisfacen los requisi
tos correspondientes. El Banco Mundial, por ejemplo, habla de unos 30,
las autoridades británicas de 46 y la CIA norteamericana de 20 (W.AA.,
2005a; W.AA., 2005b, 2; CIA, 2000). Según una estimación, unos 2.000
millones de personas, una tercera parte de la población planetaria,
vivirían en Estados fallidos. En la lista de éstos aparecerían inequívo
camente los nombres de la República Democrática del Congo. Sudán, el
Iraq posteriora la ínter vención estadounidense de2003, Somalia, Sierra
Leona, Chad, el Yemen, Liberia y Haití. Pero bien podrían estar,
también, Bangladesh, Guatemala, Egipto, Arabia Saudí y la propia
Rusia (W.AA., 2005b, 2). África aportaría la mayoría de los casos, pero
no faltarían ejemplos significados en Asia, la Europa oriental y América
Latina.
Una vez que hemos dado cuenta de lo que suele en tenderse por Estado
fallido, lo suyo es que discutamos el concepto en sí, y que iniciemos
nuestra incursión con una pregunta inevitable: ¿lo que falla, y viene a
explicar los conflictos, es realmente la carencia de un Estado commc il
faut? ¿No será más bien que es el Estado el que, al imponerse y romper
muchos equilibrios, ha generado el escenario propicio para las tensiones
bélicas? En lo que atañe a esta discusión conviene guardar las distancias
con respecto a imaginables impulsos etnocéntricos que postulan, por un
lado, que la razón de muchos conflictos estriba en la incapacidad de
perfilar de manera adecuada instituciones como las nuestras y que
rechazan drásticamente, por el otro, la perspectiva de que la no existen
cia del Estado podría ser una saludable ventaja en países que son
víctimas evidentes de la colonización en sus manifestaciones más
abyectas.
Esto al margen, hay que interrogarse por las razones que explican el
fracaso de los Estados fallidos. Este, ¿no será, de nuevo, y en buena
medida, nuestra responsabilidad? La idea, por lo demás, de que conviene
asociar Estados fallidos y quiebra de los aparatos militar-represivos
parece contestable, al menos si interpretamos que los primeros no son
saludables y que, en cambio, sí lo es el asentamiento de fuer zas armadas
o policiales que las más de las veces han sido fuente permanente de
problemas en los países afectados... Llamativo resulta, por otra parte,
que lo común sea que los Estados fallidos se cuenten entre los receptores
de menores cantidades de ayuda foránea, en el buen entendido de que
este rasgo no suele revelarse en el caso de aquéllos que han sido
escenario de intervenciones militares externas (Afganistán, Bosnia, la
República Democrática del Congo, Iraq y Sierra Leona) (W.AA., 2005b,
8). Por cierto que tampoco el despliegue de estas intervenciones parece
guardar mayor relación con la perspectiva de que el Estado afectado
pierda su condición de fallido; bastará con recordar que la intervención
norteamericana en Iraq parece haber generado el escenario propicio
para que el país se convierta, en plenitud, en eso, en Estado fallido.
Para dar cuenta de la complejidad de situaciones vinculada con la
discusión que ahora nos ocupa, no está de más que rescatemos, en fin,
la paradoja en que viven inmersos tantos países poseedores de petróleo:
su riqueza, en apariencia un bien saludabilísimo, ha acabado por
suscitar la codicia de potencias foráneas que han propiciado el surgi
miento depelroestados caracterizados por la debilidad de sus institucio
nes, la ineficacia de sus sectores públicos y enormes desigualdades
(W.AA., 2005b, 6). No faltan los ejemplos, por lo demás, de empleo
interesado de la categoría que ahora nos ofcupa: si la Venezuela de
Cliávez es un Estado fallido —algo que convendría discutir—, habría
que preguntarse por qué y atribuir responsabilidades decisivas al
respecto, sin duda, a quienes antecedieron en el gobierno del país al
propio Chávez, al parecer en modo alguno vinculados, según la visión
convencional entre nosotros, con fallos cabales en el funcionamiento del
Estado.
B i b l io g r a f í a
Crisis ignoradas
Cuando hablamos de crisis olvidadas, hacemos referencia a un
término "literario” y a estas alturas, demasiado indulgente con la
realidad que trata de expresar. Sin lugar a dudas, más que crisis
olvidadas, son crisis ignorados porque existe un componente de olvido
deliberado. No han sido excluidas debido a un acto accidental, producto
de la casualidad o eJ desconocimiento. Por el contrario, el olvido se
produce por una falta de voluntad, para sacar estos contextos a la
superficie del tiempo presente. Si estas crisis son invisibles para la
opinión pública, es porque no existe la voluntad política de decidir sobre
ellas.
Pero más allá de este término genérico, podemos identificar una serie
de parámetros que definen a las llamadas crisis olvidadas:
4 Indice de inestabilidad de los Estados elaborado por el Fondo por la Paz y la revista
Foreign Policy. 2005.
seguridad o sus intereses económicos mientras permanecen indiferen
tes ante la amenaza a la seguridad y la supervivencia de millones de
personas atrapadas en estos conflictos.
Hay un grupo de países que son habituales en el mapa del olvido. Si nos
fijamos en las cinco últimas ediciones del informe, Somalia, Chechenia,
RDC se repiten cada año, Son los más ignorados, los que están absoluta
mente desaparecidos de la agenda política, los que no existen porque no
aparecen en los medios de comunicación. Para las pocas organizaciones
humanitarias presentes en el teireno el trabajo es extraordinariamente
difícil por el grado de desestructuración y la inseguridad que supone
aportar ayuda allí donde el Estado ha perdido completamente el monopolio
de la violencia legítima. Es también donde la acción humanitaria es más
necesaria para salvar vidas y para señala]' el fracaso de la acción política.
En los sucesivos informes sobre crisis olvidadas hemos ido incorpo
rando, junto a situaciones de conflicto, la problemática derivada de la
falta de acceso a medicamentos para las enfermedades olvidadas.
Enfermedades como la tuberculosis, el chagas, la tripanosomiasis o la
malaria matan a millones de personas cada año ante la indiferencia
general. No representan un mercado para las compañías farmacéuticas
debido a que la mayoría de afectados no tienen capacidad adquisitiva
para pagar los tratamientos. Más del 90 por ciento de las muertes se
producen en países pobres bien por el elevado precio de los medicamen
tos, porque no se adaptan a las necesidades de los pacientes, porque los
tratamientos existentes no son efectivos o simplemente por la falta de
medicamentos para tratarlas. Los gobiernos tienen la responsabilidad
de apoyar el desarrollo de tratamientos contra este tipo de enfermedades
para cubrir la brecha que deja el mercado y que ilustra el hecho que de
los 1556 nuevos fármacos comercializados en los últimos treinta años
sólo veinte (el 1,3%) tratan las enfermedades tropicales. Es necesario
invertir el desequilibrio mortal que supone una agenda de investigación
y desarrollo de nuevos medicamentos exclusivamente orientada al
mercado en detrimento de los pacientes olvidados.
La nación en la Ilistona
Existen muchos y buenos estudios sobre nacionalismo, aunque pare
ce evidente que uno de los principales obstáculos que deberían superar
]as ciencias sociales es la débil distinción entre los conceptos de «Nación»
y «Estado», especialmente cuando las naciones sin Estado (por decirlo
desde la perspectiva occidental) o los pueblos indígenas (por incluir una
perspectiva política y sociológica en alza) emergen como actores de lo
contemporáneo. O por lo menos parece que lentamente van dejando de
formar parte de lo invisible en la historia.
Existe, no obstante, una visión interpretativa dominante que defien
de que las naciones son construcciones modernas, meros artificios de la
modernidad. Dentro de esta visión, que vincula las naciones y por
consiguiente los nacionalismos a la modernidad, existen dos enfoques
distintos. Uno, al que podríamos calificar de intelectualista, que atribu
ye dicho fenómeno al empuje de la ideología modernizadora liberal; y
otro, pongámosle el epíteto de politicista, que atribuye esta acción de
nacionalización de las masas por medio de 3a política y los Estados al
conservadurismo con la intención de legitimar la conquista burguesa del
poder. No cabe duda de que ésta es la visión clásica y mayoritaria entre
los investigadores del tema. Uno de los aspectos destacados de las
interpretaciones que ae han convertido en dominantes entre los medios
académicos de los últimos años es, precisamente, el de la modernidad o
no del nacionalismo. Las tesis que tratan al nacionalismo como un
fenómeno moderno que crea naciones e inventa tradiciones han calado
en los trabajos de los nuevos investigadores, retomando la vitalidad de
los estudios sobre el nacionalismo de los dos autores pioneros: Hans
Kohn (1966) y Carlton Hayes (1966).
Ernest Gellner, uno de los nuevos intérpretes más influyentes hasta
su muerte en 1995, pertenecía a dicha corriente. En su influyente libro
Naíions and Nationalism (1983) insistió en que con el industrialismo,
que exigía cada vez más comunidades estandarizadas, se impuso la
necesidad de la nación (aspecto que se refuerza por medio de la educa
ción), y que algunos pueblos, con antecedentes más o menos comunes,
buscaron esa forma de unidad para poder participar de las ventajas que
les ofrecía la sociedad industrial. Según Gellner, las naciones fueron
resultado de las condiciones sociales estrictamente modernas que intro
dujo la sociedad industrial y la ciencia moderna (movilidad y anonimato
social, necesidad de contar con una educación pública estándar, natura
leza semántica del trabajo, etc.), con lo cual se inició el proceso de
disolución de las identidades pasadas basadas en un orden social
jerárquico y personalizado- En suma, para Gellner el nacionalismo fue
la respuesta inducida por los nacionalistas a una enorme crisis de
identidad, que fue al tiempo individual y colectiva. Por lo tanto, en la
teoría de Gellner los elementos subjetivos que forman parte de lo
nacional (identidad y solidaridad) no se toman en cuenta o incluso se
rechazan.
John Breuilly (1990), por su parte, y partiendo de la idea general de
que los nacionalistas siempre aspiran a la independencia del territorio
donde actúan, distingue entre tres tipos de movimientos nacionalistas:
de secesión, de unificación y de reforma. Desde su punto de vista, añade,
cada una de estas actitudes puede darse en el seno de los Estados-nación
o en cualquier otro sistema político, por ejemplo los imperios y las
colonias. De este modo, serían seis y no tres los tipos de movimientos
nacionalistas que describe este autor, los cuales combatirían por el
poder con fórmulas y maneras diversas. Puesto que para él el naciona
lismo es una forma de oposición política que equipara la noción historicista
de la nación única e indivisible con el concepto político de nación-Estado
universal (y por estola nación es la base natural y singular de un Estado
territorial al que siempre aspiran), la cultura y los intelectuales ten
drían poca importancia al analizar el proceso de formación del naciona
lismo.
Los análisis de Breuilly son representativos de lo que podríamos
denominar la escuela «politicista» del pensamiento histórico y sociológi
co sobre las naciones y el nacionalismo, para la cual fue la política del
poder —no la ideología o la identidad cultural— aquello que propició la
creación del primer Estado-nación: el Estado alemán. Pero esto es una
verdad a medias, puesto que no explica, por ejemplo, por qué triunfó una
nación alemana fíente a los posibles rivales, Prusia o Austria. El
concepto de nación que defiende Breuilly no tiene en cuenta, por lo tanto,
la s n a c io n e s s in e s t a d o 115
los factores sociales, culturales y psicológicos que de una manera u otra
permitieron que floreciese el sentimiento nacional que acompañó a la
formación de las naciones. Como ya advirtió Anthony Smith (2002, p.
5 5 ), Breuilly se centra sobre todo en la competición política, militar y
económica entre Prusia y Austria, dejando a un lado (o reduciéndolos a
la mínima expresión) los factores culturales, las ideologías o los movi
mientos románticos, generadores de mitos populares, recuerdos históri
cos y de los símbolos más antiguos de la Germania.
Dentro de la corriente modernista que insiste en los aspectos políticos
del nacionalismo, hay quien cree, como es el caso de Eric J. Hobsbawm,
que las naciones son producto de los nacionalistas, cuj'o objetivo es la
creación de Estados territoriales independientes. Por lo tanto, Hobsbawm
defiende el aspecto «instrumental» de este nacionalismo y lo vincula al
concepto de «invento de la tradición», de resonancias claramente
hegelianas en cuanto hace suya la teoría de los «pueblos sin historia»
(Hobsbawm 1991). Desde una perspectiva claramente antinacionalista,
Hobsbawm destila, claro está, una prevención contra las manifestacio
nes nacionalistas y, sobre todo, un ideologismo nada disimulado: «Por
suerte —escribe Hobsbawm mientras expresa que ningún historiador
serio de las naciones y el nacionalismo puede ser un nacionalista
comprometido políticamente—, al empezar a escribir este libro no me ha
hecho falta olvidar mis convicciones no históricas» (pp. 21-22).
La debilidad de esta clase de planteamientos es que, bajo la aparien
cia de neutralidad, en el fondo se muestran condescendientes con el
nacionalismo —deberían decir también «inventado»— de los Estados
nación consolidados. Según esta versión, sin embargo, el nacionalismo
de Estado tiene un origen democrático y político encaminado a instaurar
una nación cívica —en contra de los sentimientos «tribales» de las
minorías rebeldes— que satisficiera las necesidades sociales y psicoló
gicas generadas por el mundo moderno. Hobsbawm, por continuar con
el mismo ejemplo, incluso llega a manifestar, en palabras de JohnKeane
(1995), una cierta nostalgia por los antiguos imperios modernos, hoy
desintegrados, porque impedían a las naciones pequeñas crear Estados
propios. No es el único que lo celebró: Jean Berenguer (1993) o Fran^ois
Fetjó (1990) ya hace algún tiempo que también reivindicaron a los
imperios centro-europeos, recogiendo una idea que fue muy potente en
el siglo XIX y durante el primer tercio del XX, sin tener en cuenta que
el desarrollo histórico nos ha permitido ver que aquellos imperios fueron
un modelo imperfecto de agrupación política que generó un conflicto de
gran alcance: la Primera Guerra Mundial. Como también hemos podido
comprobar con el paso de los años, aquellos imperios si bien tal vez
consiguieron «tapar» la realidad, en cambio no pudieron eliminarla. Los
conflictos posteriores a la caída del Muro lo demuestran sobradamente.
La explosión de la identidad
El escrito]1libanes Amin Maalouf se interrogaba hace algún tiempo
sobre qué hacer cuando los habitantes de un país sienten que pertenecen
a distintas comunidades religiosas, lingüísticas, étnicas, nacionales,
raciales o de cualquier otro tipo. ¿Debemos tener en cuenta estas
diferencias o bien es mejor obviarlas como si no existieran, que es lo que
reclama lo que podríamos denominar neojacobisnismo? (Maalouf 2004,
p.l).
La cuestión de los derechos colectivos es, sin duda, uno de los aspectos
más complejos que plantea hoy la teoría de los derechos humanos. Entre
los grupos que reivindican estos derechos se encuentran las minorías
nacionales o las naciones minoritarias, que pretenden conseguir, ade
más del respeto a los derechos de las personas que las integran, el
reconocimiento y la protección del derecho a su existencia y del derecho
a la propia identidad. Derechos colectivos que forman parte de una
nueva «política de la diferencia» y que implican un importante cambio
en las nociones de soberanía y de autodeterminación.
Los derechos colectivos son derechos humanos específicos, nos dice el
profesorAgustínGrijalva(2001)al analizar la relación entre la adminis
tración de justicia y los derechos indígenas en Ecuador; de los cuales sólo
son titula 2'es ciertos grupos humanos. Los derechos colectivos, dice
Grijalva, son parte de los llamados derechos de tercera generación cuyo
reconocimiento internacional fue históricamente posterior a la de los
derechos civiles y políticos (primera generación) y a la de los derechos
económicos, sociales y culturales (segunda generación). Algunos dere
chos de tercera generación son el derecho al desarrollo, a la paz, al
patrimonio artístico y cultural, a un medio ambiente sano, los derechos
de los pueblos indígenas y los de los consumidores: «Los derechos
colectivos se distinguen de otros derechos de tercera generación porque
es relativamente posible determinar quiénes concretamente pueden
reclamarlos o son afectados por su violación. De esta suerte, los derechos
de tercera generación al desarrollo o a la paz los tenemos todos los
miem bros de la sociedad, son derechos difusos en cuanto que su violación
nos afecta a todos pero no es posible determinar específicamente a
quiénes. En contraste, los derechos colectivos tienden a referirse a
grupos más específicos».
Pero ¿qué son en realidad los derechos colectivos? Desde un punto de
vista social, la OIT distingue entre lo individual en materia de derechos
(a la no-discriminación, a la promoción de la igualdad, a la eliminación
del trabajo forzoso, a la protección de los trabajadores migrantes y
fronterizos, y del empleador), y lo colectivo (a la libertad de asociación y
sindical, a la negociación colectiva, a la huelga, a la promoción y
desarrollo de procedimientos preventivos y de resolución de conflictos,
al diálogo social, al fomento del empleo, a la protección de los
desempleados, a la formación profesional y al desarrollo de recursos
humanos, a la salud y seguridad en el trabajo, y, en fin, a la seguridad
social). Desde su creación en 1945 la ONU también reconoció la existen
cia de los derechos colectivos a través de su carta fundacional (en el
artículo 1.2 de dicha carta se manifiesta la necesidad de «desarrollar
entre las naciones relaciones amistosas fundadas en el principio de
igualdad de los derechos de los pueblos y de sus respectivos derechos a
disponer de ellos mismos»), de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos (1948) y de las múltiples declaraciones posteriores que atien
den los derechos de las personas en su condición de niños, ancianos,
mujeres, creyentes, miembros de una minoría y así sucesivamente.
Cuando hablamos de derechos colectivos estaríamos hablando, por
una parte, de derechos que se predican de grupos y, por otra, .de
determinados grupos de los que se predican ciertos derechos. Por tanto,
uno de los problemas con los que pronto nos tenemos que enfrentar es el
de la definición det grupo. Porque se habla de derechos colectivos, pero
¿de qué colectivos? ¿De cualquier colectivo? O dicho de otra manera, ¿los
colectivos tienen derechos por el mero hecho de ser colectivos? En todo
caso, la gran incógnita que debemos dilucidar es de qué colectivos o
grupos estamos hablando cuando hablamos de derechos colectivos: ¿es
igual una familia que una comunidad de propietarios, una minoría
étnica o cultural que un Estado, una confesión religiosa que un sindica
to, una nación que un Estado? ¿Hay alguua diferencia? En definitiva,
¿qué es lo que distingue a los grupos?
Los críticos con los derechos colectivos, como por ejemplo el filósofo
Fernando Savater (1998), argumentan que la reivindicación de los dere
chos colectivos no pretende, en muchos casos, ampliar los derechos indivi
duales, sino todo lo contrario: «Siento ante esta afirmación tajante [la no-
incompatibilidad entre los derechos individuales y los colectivos] la misma
ira teórica que en tantas otras ocasiones, cuando la corrección política se
demuestra en quienes ocupan altos puestos internacionales a través de
formulas admonitoriamente vacuas o brumosas. Porque pese a lo dicho por
tal especialista [Gros Espiell, experto de la ONUJ sí que hay colisión entre
unos derechos y otros: entre el derecho humano a la vida del niño enfermo
y el del colectivo de Testigos de Jehová a no permitir a sus miembros
transfusiones de sangre, entre el derecho humano a elegir la lengua
vehicular de la educación en una comunidad bilingüe y el del colectivo
nacionalista que en nombre de la identidad nacional quiere que toda Ja
educación se haga obligatoriamente en una de ellas, entre el derecho
humano de las mujeres a no ser discriminadas socialmente y el de ciertos
integrismos colectivos a vetarles el acceso a determinadas actividades,
etcétera. Es ahí donde se plantea el enfrentamiento entre humanismo y
colectivismo, entre universalidad individualizante y tradicionalismo
homogeneizador.» Estos críticos llegan así a establecerla conclusión de que
los derechos colectivos resultante/-se antagónicos a los derechos individua
les e incluso a los derechos humanos.
Es precisamente ahí donde radica su error, ya que los derechos
colectivos permiten pasar de la defensa del ser humano en un sentido
genérico o abstracto al ser humano en su especificidad o en la concreción
de sus diversas maneras de estar en la sociedad. Al fin y al cabo no se
puede entender la historia de la modernidad si no es en clave no sólo de
ejercicio, sino inciuso de titularidad, de los derechos por parte de
colectivos como el movimiento obrero, el feminismo, el pacifismo, el
ecologismo, el anticolonialismo, los derechos de los inmigrantes o de los
pueblos indígenas. Dicho a la manera de Gurutz Jáuregui (1999), la
clase social, la edad, el género, el étimos, etcétera, pueden facilitar el
reconocimiento de derechos colectivos a determinados grupos, aunque la
base legitimadora de tales derechos la constituye única y exclusivamen
te el ciemos, cuya legitimidad se sustenta en lo individual.
Como ya he dicho al iniciar este apartado, los derechos colectivos son
parte de los llamados derechos de tercera generación cuyo reconocimien
to internacional ha sido históricamente posterior a la de los derechos
civiles y políticos (primera generación) y a la de los derechos económicos,
sociales y culturales (segunda generación). Algunos derechos de tercera
generación son el derecho al desarrollo, a la paz, al patrimonio artístico
y cultural, a un medio ambiente sano, los derechos de los pueblos
indígenas y los de los consumidores. Es en este contexto donde debere
mos incluir los derechos nacionales —nacionalitarios, por llamarlos de
otro modo—, especialmente en el contexto del proceso de globalización,
de construcción de grandes espacios políticos (Unión Europea), de llegar
a articular una concepción pluralista del orden político y jurídico que
contribuya a revalorizar el sentido del arraigo y de la diversidad. La
identidad cultural y nacional aparecen, así, como las dos vertientes de
nuevos proyectos nacionales más flexibles y abiertos.
Dice Ferran Requejo (2006) que en los estudios sobre nacionalismos
—estatales y no estatales— de las democracias liberales, las caracteri
zaciones habituales de las naciones sin Estado en la política comparada
(o naciones minoritarias) suelen basarse en criterios teóricos que com
binan rasgos objetivos y subjetivos. Los primeros se centran en caracte
rísticas históricas, lingüísticas, culturales, etcétera, que singularizan a
una colectividad localizada en un territorio más o menos definido, y que
la diferencian de otras colectividades de su entorno. Es por ello que suele
hacerse referencia a colectividades que mantienen dichos rasgos a lo
largo de periodos dilatados de tiempo, algunas de las cuales tuvieron en
el pasado un poder político independiente. Los rasgos subjetivos inciden
en la voluntad —histórica y actual— de disponer de un gobierno propio.
Una voluntad que ha podido y puede concretarse en el futuro de diversas
maneras, desde un Estado propio hasta un autogobierno no secesionista
a través de fórmulas federales o de autonomía política.
El nacionalismo es, pues, un fenómeno complejo, difícil de estudiar si
no es desde la perspectiva histórica, puesto que crece y se desarrolla
según unas estructuras específicas (espacio geográfico, base económica,
formación social, etcétera) del territorio que aquél dice reivindicar. La
historicidad del nacionalismo es, pues, primordial por huir de un exceso
de teoría que mezcla las cosas y lo pone todo al mismo nivel. Cuando
Mark Falcoff (1996) intenta explicar por qué la élite hispana que vive en
los EE.UU. emplea el inglés como lengua de comunicación social y
adopta patrones culturales anglosajones, se adentra, precisamente, en
el terreno de la historia, de la evolución histórica. Según Falcoff, la
diferencia que hay entre el estatus del español en los EE.UU. y del
catalán en España se debe a que los hispanos norteamericanos no tienen
una territorialidad definida, ni un sector literario-intelectual coherente,
ni tampoco defienden un proyecto político concreto. En los EE.UU. no ha
existido nunca un territorio hispano definido que se pueda reivindicar
como homeland hispano. En cambio, en Cataluña, esto sí que ha ocurrido
en Cataluña y es por ello que históricamente se ha desarrollado un
persistente nacionalismo, aun cuando no haya sido necesariamente
secesionista en sus objetivos finalistas.
La historia, el territorio y el idioma propios —elementos que todo el
mundo sabe que ayudan a la formación de la conciencia nacional—, sólo
son indicadores de la existencia de una identidad específica, puesto que
en la mayoría de casos la identidad nacional se apoya en la voluntad —
que comporta la existencia de un proceso— de las asociaciones humanas.
Ernest Gellner (1998) definió el nacionalismo como un principio político
que busca hacer coincidir Ja unidad política con la unidad nacional. Éste
ha sido el gran objetivo del liberalismo clásico, pero el mismo Gellner
reconocía que este principio se alcanza sólo a veces. La ecuación «Estado
es igual a Nación» es, por lo tanto, falaz y, encima, contradice el
autoproclamado principio liberal (pero también marxista) que Mazzini
incorporó al derecho de las nacionalidades de preservar la diversidad.
En fin, si queremos observar el nacionalismo y las diversas teorías
nacionales a partir del proceso de modernización de las sociedades
contemporáneas, lo mejor sería desplazar los debates historiogi'áficos
hacia el estudio de la implantación de la democracia como sistema de
convivencia, observando de este modo, como diría el filósofo Norberto
Bobbio (1989), la capacidad o la incapacidad que ésta tuvo de garantizar
la igualdad en la diversidad. En unos casos podemos notar la impronta
universalista de Voltaire, Rousseau o Renán, en otros, en cambio, del
determinismo cultural de Herder y del vitalismo romántico. En todos
ellos, sin embargo, hay una preocupación bien viva sobre el sentimiento
de pertenencia, el idioma y la organización administrativa y política del
Estado. En todos ellos es posible obsei’v ar un gTan esfuerzo de reflexión
sobre aquel jardín sin cultivar, lleno de buenasy malas hierbas, que para
Herder era la nación.
B ib l io g r a f ía
Introducción
Aunque se ha anunciado reiteradamente que el siglo XXI será el de
las grandes migraciones internacionales, convertidas definitivamente
en un fenómeno estructural, incentivado —en muchos sentidos— por el
proceso de la globalización1, lo cierto es que las respuestas jurídicas y
políticas con las que tratamos de dar respuesta a ese auténtico despla
zamiento del mundo distan mucho de estar a la altura del desafío.
Refugiados, asilados y emigrantes encuentran cada vez más barreras y
más obstáculos jurídicos frente a su deseo, que Jas más de Jas veces es
necesidad, si no simplemente un destino fatal, el de desplazarse, de
abandonar su país en busca de mejores condiciones de vida.
La primera reflexión que se impone es precisamente ésta: frente a la
realidad de un porcentaje siempre creciente de desplazamientos demo
gráficos en todo el mundo, las respuestas normativas, es decir, Jas
políticas jurídicas son cada vez más restrictivas2, hasta el punto de que
1 Según los datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos
Humanos, hay más de 175 millones de personas desplazadas de su lugar de
residencia originario a otros países, un número compuesto por trabajadores
migratorios, refugiados, solicitantes de asilo, y migrantes permanentes, que viven
y trabajan en un país distinto de) d e nacím iento o nacionnlidad.
5 Un botón de muestra: según el ACNUR, el número de peticiones de asilo —y a
foi'tiori, el de concesiones— no deja de recortarse en todo le mundo. Aún no
conocemos los datos definitivos de 2005, pero 2004 ofreció un descenso del 19%
respecto al año anterior, con sólo 676.400 personas. Mientras tanto, al UE, preocu-
se corre el riesgo de que nieguen el propio objeto que les da sentido, al
introducir tal cúmulo de restricciones en el concepto normativo en
cuestión —asilado, inmigrante— que dejan fuera a la mayoría de los
individuos reales de los que debieran ocuparse.
Quizá por ello la primera necesidad sea conceptual: tratar de explicar
si nuestra construcción jurídica y política de lo que es un inmigrante y
un asilado, es adecuada, esto es, si responde a las necesidades reales, y
además si es legítima, es decir, si gestiona esas necesidades de acuerdo
con los principios de legitimidad que decimos sostener1. No se trata de
un afán academicista, pues, como trataré de señalar, los problemas
comienzan precisamente con la definición de los inmigrantes y de los
asilados, ya que en buena medida la construcción del concepto norma
tivo, jurídico (jurídico-político), de inmigrante, como el de asilado, tanto
desde el punto de vista del Derecho internacional como de los Derechos
estatales, supone de suyo no sólo una operación conceptualy terminológica
de calificación —como debiera ser, como es propio del Derecho—, sino
también la elaboración de una restricción, asimismo conceptual y
pada por la presión del asilo, no cesa de introducir medidas que estrechen la
posibilidad de demandar y obtener esta condición.. A las dos directivas de 2004 y
2005 sobre las condiciones de atribución del estatuto de refugiado y sobre el
procedimiento de examen de demandas de asilo se une la reiterada voluntad de un
grupo de países de la UE (encabezados por el Reino Unido c Italia) de crear los
denominados “portones exteriores”, campamentos en las fronteras exteriores de la
UE (Libia, Túnez, Argelia, Mauritania) donde se concentrarían los aspirantes a
entrar en la UE como asilados y también los denominados “inmigrantes económi
cos', una iniciativa hasta ahora rechazada. Recientemente, el posado 16 de enero de
2006, los ministros de interior de la UE han adoptado 3 proposiciones en línea con
este endurecimiento común so pretexto de la necesidad de armonización. Se
establece una lista cada vez más amplia de países de origen “seguros1", de los que no
puede justificarse que parta un demandante de asilo. Asimismo, se crean equipos de
intervención rápida para ayudar a los países de la UE que eventualmente sean
destinatarios de un flujo desmesurado de solicitantes de asilo. Finalmente, y en el
marco de la Agencia europea de gestión de las fronteras exteriores, se establece la
posibilidad de vuelos colectivos para expulsión de demandantes de asilo cuya
petición haya sido rechazada.
3 En ese sentido me parece particularmente relevante el informe presentado a finales
del año 2005 por la Global Comission on International Migration, establecida como
grupo de alto nivel por el Secretario General de la ONU en 2003 (GCIM), que Lras
analizarlos rasgos fundamentales de los procesos migratorios, formulo un elenco de
recomendaciones en términos no sólo de eficacia, sino también de las condiciones de
legitimidad de nuestras políticas al respecto: M igration in o interconnected World.
N ew directions fo r actian , en www.gcim.org
terminológica. Es precisamente esa restricción la que debería contar con
buenas razones, con argumentos de legitimidad que la justificasen.
Mi propósito en esta contribución consiste precisamente en eso, en
tratar de hacer ver que, por el contrario, nuestras respuestas normati
vas están aquejadas de un déficit considerable, el que subyace a un partí
pris (en realidad, a varias tomas de posición previas) acerca de la
inmigración, o, para decirlo con más exactitud, acerca de los trabajado
res inmigrantes.
Permítaseme explicitar lo que asimismo debiera ser obvio. Lo que
quiero apuntar es que todo el estatuto jurídico que se atribuye a los
inmigrantes —a los trabajadores inmigrantes y sus familias, en reali
dad—y también a los refugiados/asilados, depende argumentativamente
de la coherencia con esas comprensiones previas, por decirlo con los
términos del conocido argumento metodológico acerca de la Vorverhaltnis
en ciencias sociales. Comprensiones previas que, es obvio para cualquie
ra que no sostenga una concepción esencialista o nominalista del
Derecho y dei lenguaje jurídico, remiten a ios modelos de gestión de ia
inmigración, es decir, a los objetivos que se trata de alcanzar con las
políticas migratorias. Un círculo virtuoso, en términos de la deseable
eficacia de esas políticas medidas con los parámetros del equilibrio del
mercado. Un círculo vicioso, si pensamos en términos de garantía de los
derechos, como trataré de hacer ver.
Dicho de otra manera, voy a hablar de nuestras malas razones. O, si
se prefiere, de la ausencia de buenas razones en nuestras respuestas
habituales a la pregunta de a quién hay que reconocer como inmigrante,
por qué y qué consecuencias (jurídicas y políticas) derivan de ello, qué
derechos hay que reconocer a los inmigrantes más allá de respuestas tan
aparentemente obvias como insuficientes, como las que nos remiten al
instrumento internacional de referencia en materia de inmigración4.
Convención de 1990 sigue siendo en buena medida un brindis al sol, salvo quizá en
algunos aspectos relacionados con la lucha contra la inmigración clandestina,
(contratación y tráfico ilegal de inmigrantes), en lo que supone de explotación,
dimensiones en las que se han producido las más significativas intervenciones
coordinadas por parte de los Estados receptores y los Estados emisores de los flujos,
en particular on el caso de la UE. Pero, a cambio, esto ha propiciado que la prioridad
en las políticas de inmigración se haya centrado en la dimensión securitaria, de
policía de fronteras y control, y no tanto en Ja supremacía del principio de igual
respeto de los derechos humanos expresados en los instrumentos internacionales e
incorporados en los Derechos internos.
h Sobre ello, Ramón Chornel,
problema "natural”, claro está, sino a nuestra propia construcción de ese
concepto. No trato de negar que la objetivación del mismo resulta
compleja: basta hacerse preguntas aparentemente sencillas como ¿quién
es un inmigrante? ¿en qué consiste?, y, desde luego, ¿cuándo se deja de
ser inmigrante?, para advertir que existe un debate casi interminable
para el que necesitamos integrar respuestas de la antropología, la
sociología, la psicología y la filosofía. Pero me refiero ahora a nuestra
construcción normativa, jurídica, del sujeto que se desplaza.
Recordaré para empezar que hablamos de un fenómeno social, de
movimientos demográficos, que consisten en desplazam lentos de indivi
duos y grupos que abandonan su país de origen —o de asentamiento—
para llegar a otro. Incluso podríamos decir que se trata de una constante,
de un rasgo característico de los seres humanos, precisamente porque,
como subraya el poeta, los seres humanos no somos árboles aunque
tengamos necesidad de raíces, pero de raíces particulares, porque en no
poca medida son escogidas. Hasta ta) punto ese rasgo de desplazamiento
es una constante, que uno de los pocos elementos de acuerdo entre la
tradición religiosa judeocristiana y la ciencia es la definición de nuestros
primeros padres: el rastro de Letoli y el mito de la expulsión del Edén
coinciden en eso, en señalar que desde el comienzo fuimos seres
migratorios y el proceso de humanización, de evolución de los seres
humanos, ha sido en gran medida el resultado de migraciones.
Esos desplazamientos, además, obedecen a un abanico de causas y/o
proyectos considerablemente variado: se emigra por muy diferentes
razones y de formas muy diferentes. Máxime en un mundo —o, si se
prefiere, en un período histórico— como el nuestro, en el que esa
movilidad es un rasgo estructural dominan te, porque es la expresión
misma del proceso de la globalización dominante.
Por todo eso, es muy difícil de abarcarla tipología del inmigrante en
unas pocas categorías y asimismo por ello nuestra respuesta —la del
Derecho, las respuestas jurídicas en materia de inmigración— a la hora
de fijar esas distinciones a menudo incurre en dos errores o, al menos,
corre un serio peligro de hacerlo:
a) En primer lugar, corre el riesgo de deformar esa realidad en aras
del propósito de dominarla: el derecho de migración construye otra
realidad, en lugar de regularla, o responder a ella.
b) Precisamente por eso, corre el riesgo de resultar ineficaz, porque
difícilmente se puede responder de forma adecuada a aquello que se
desconoce en la medida en que no se tiene voluntad de conocerlo, sino
sólo, insisto, de dominar (o de eliminar si lo vemos exclusivamente como
un peligro).
En definitiva, nos encontraríamos una vez más ante una manifesta
ción de las limitaciones con las que el Derecho —como casi siempre ante
la dificultad del pluralismo, de la complejidad— ha abordado ese nudo
gordiano que es hoy la cuestión de la inmigración y extranjería. Y lo ha
hecho como Alejandro, estableciendo un concepto normativo de inmi
grante, el concepto jurídico de inmigrante, que niega su objeto, pues
niega la condición de inmigrante a buena parte de los inmigrantes
reales. Y esa construcción y restricción normativa, como apuntaba'
antes, no cuenta con buenas razones porque es inconsistente con
principios jurídicos básicos —proporcionados en derecho por la Consti
tución y los instrumentos jurídico-internacionales, el standard interna
cional de derechos humanos— y además tampoco es funcional, eficaz,
para gestionar los actuales flujos migratorios.
Lo que trato de explicar es que el Derecho —los Derechos positivos,
tal y como se desprende del estudio comparado del Derecho de inmigra
ción y extranjería en los países de nuestro entorno y del estudio del
Derecho internacional en esta materia, en particular el Derecho comu
nitario— impone una reducción indebida de los inmigrantes al construir
la noción jurídica de inmigrante. Una reducción que concretamente
consiste en identificar inmigrante con trabajador inmigrante y éste a su
vez con una noción previa de lo que se supone que son los verdaderos y
buenos trabajadores, al menos los verdaderos y buenos trabajadores
cuando son inmigrantes. El primer resultado de ese reduccionismo es la
exclusión institucional de una buena parte de los inm igrantes reales,
concretamente de tres categorías.
1) los refugiados
2) los inmigrantes no deseados. Dentro de esta categoría habría que
diferenciar dos situaciones:
2.1. Los que no pueden ser entendidos como trabajadores
percibidos como necesarios, y en las condiciones en las que
definimos su necesidad. Esto, en primer lugar, afecta a
quienes carecen o no se ajustan a un determinado perfil, el
de trabajadores empleados en el mercado formal de trabajo,
lo que excluye particularm ente a los denominados
inmigrantes irregulares.
2.2. Los inmigrantes no deseados en la medida en que ni tan
siquiera son trabajadores, lo que afecta para su exclusión a
aquellos inmigrantes que nos llegan en ejercicio del
reagrupamiento familiar.
En efecto, si aceptamos el reduccionismo que acabo de recordar,
ninguno de esos tres grupos son verdaderos inmigrantes desde el punto
de vista jurídico. Quiero que se entienda bien mi análisis. No niego que
no haya razones para esa delimitación normativa, en particular respecto
a la distinción jurídica básica entre inmigrantes y refugiados (por más
que de hecho unos y otros son personas que emigran, que, en su mayoría,
se ven obligadas a emigrar, a desplazarse, contra su voluntad). Parece
de sentido común estipular que quien busca asilo para evitar la perse
cución política no reciba la misma calificación, el mismo trato jurídico
que quien busca trabajo para ganarse la vida®. Pero creo que, por motivos
diferentes según la categoría de la que hablemos, son malas razones.
Comencemos con. lo que constituye la línea divisoria de aguas: sólo
son inm igrantes jurídicam ente hablando los tra b a ja d o re s
mmigi-antes, y de ellos sólo los trabajadores en el mercado formal de
trabajo, los trabajadores oficialmente necesarios porque no hay oferta
nacional. Es decir, la noción jurídica de inmigrante es en primer lugar
la de Gastarbeiter, de guest toorker. por eso, obviamente, la mayor parte
de las disposiciones jurídicas internacionales hay que buscarlas en ese
marco, concretamente en eí de la Organización Internacional del Traba
jo. Y eso quiere decir, consecuentemente, que desde el punto de vista
jurídico se instala el criterio de que (1) no son inm igrantes los que se
desplazan por motivos diferentes de los laborales (o económicolaborales),
de forma que los refugiados en sus diferentes modalidades (los despla
zados, por ejemplo) no pueden entrar en esa calificación, porque no son
inmigrantes económicos.
c La cuestión es que quien huye a.oLropnís también necesita trabajar y que las razonas
por la que alguien se ve impelido a buscar trabajo fuera de su país (porque no lo hay
en el suyo, o porque no hay posibilidades de desarrollar la propia formación o
cualificación profesional) no son necesariamente (ni siempre) una consecuencia de
la deficiente política económica o de la corrupción de su país —es decir, razones
achacables al país en cuestión o al menos a sus políticas, a sus gobiernos—, sino en
buena parte de los casos razones ajenas, impuestas, como cuantas se vinculan a las
enormes e injustificables diferencias propias de los modelos de gestión en las
relaciones entre el norte y el sur, es decir, de las políticas de los países ricos y de las
instituciones internacionales que las sostienen: FMI, BM, OMC: razones políticas
también, aunque diversas de la persecución política, de la falta de libertades y de
democracia.
Me parece innecesario insistir una vez más en el carácter no sólo
relativo sino sumamente discutible de esa distinción entre inmigrantes
económicos y refugiados políticos. Como en tantas ocasiones, el proble
ma del juicio jurídico es que su referente real es dinámico, cambiante, y
el Derecho no lo es o, cuando menos, tiene un tiempo de evolución más
lento. Por eso, por ejemplo, el fenómeno actual de los desplazados
difícilmente entra en la categoría acuñada en los Convenios de Ginebra.
Pero es que, además, resulta ingenuo o torpe sostener que las causas de
los movimientos demográficos en los que consisten las migraciones son
sólo económicas, y no, nunca, políticas. Semejante tesis, en el contexto
del proceso de globalización, es negada de raíz entre otros por quienes se
agrupan en el movimiento alterglobalista, en el Foro Social Global y por
reputados economistas como el Nobel Stiglitz.
Pero con ello (2) quedan excluidos también de la condición de
inmigrante, en segundo lugar, los trabígadores no form ales, que son
realmente trabajadores, porque están trabajando, pero no trabajan en
el mercado formal de trabajo, es decir, la mayor parte de los inmigrantes
que denominamos irregulares o ilegales. No todos los inmigrantes
irregulares son trabajadores, es obvio, pero sí una mayoría. Es preciso
entender la perversión de esa lógica jurídica que nos presenta la
irregularidad como un factor en cierta medida previo, voluntario o en
todo caso derivado de la propia actuación del inmigrante. Y no es verdad:
la irregularidad es una calificación normativa que traduce al hecho de
la ausencia de condiciones legales —sin papeles— de quienes efectiva
mente son inmigrantes, están aquí después de su viaje. Y la irregulari
dad no es sólo ni básicamente el resultado de una decisión de inmigrar
al margen de la ley, sino de factores exógenos al inmigrante. En primer
lugar, la existencia de un mercado de trabajo que funciona
estructuralmente con mano de obra irregular y que no se combate
eficazmente (o no hay voluntad política ni medios para combatirlo).
Además, la existencia de un marco jurídico que produce irregularidad,
que fomenta la vulnerabilidad en el status del inmigrante.
Y hay que añadir otra restricción: sólo son inmigrantes los trabajado
res en el mercado de trabajo formal que sean trabajadores necesarios, o
deseados, porque hay hueco en nuestro mercado por lo que se refiere a
los trabajadores nacionales. A ello obedece la construcción como dogma
de la política de cupo, contingente y del mecanismo de contratación en
el país de origen.
Y, finalmente, (3) quedan excluidos asimismo quienes no vienen
aquí por razones de trabajo, sino fam iliares. La familia —bien consti
tucional de primer rango en todos los países de nuestro entorno— no
comparece en el ámbito del derecho de inmigración y extranjería como
tal, sino como un factor de distorsión de la política migratoria. Por eso
no es considerado como un derecho, sino como un problema, porque por
esa vía se introducen falsos inmigrantes. De ahí que la política migratoria
en la UE y en nuestro país, expresamente desde 1998 es una política de
restricción de un derecho fundamental como la reunificación o
reagrupamiento familiar. Los familiares no son trabajadores deseados,
de forma que no pueden ser inmigrantes. El derecho de vivir en familia
no lo tienen —al menos no la capacidad de ejercerlo— todos los miembros
de la familia, sino sólo el trabajador que reside en el país de trabajo.
Sobre ello, Agüelo-Chueca, “El novísimo derecho humano de las personas a migrar',
REDMEX, 5/2004, pp. 292
Poi1supuesto que en ninguno de los tres casos se trata de un derecho
absoluto. Porque ninguno de los derechos —ni de los universales, ni de
los fundamentales, ni de los simplemente legales— lo es. También este
derecho a no emigrar, a emigrar y a inmigrar/asentarse puede recibir
limitaciones, siempre que se apoyen en buenas razones, como veíamos
antes. Las cláusulas de salud y orden público son el ejemplo habitual.
Pero no se trata de cláusulas irrestrictas que permiten por parte de los
Estados una discrecionalidad que llega a la arbitrariedad. La juríspru-
dencia del TEDH es muy clara a ese respecto: no se puede vaciar el
derecho so pretexto de limitarlo. Y el problema, lo reitero, es que las
limitaciones que imponemos se traducen en vaciamiento de esos dere
chos, porque se amparan en malas razones,
Repito, la condición elemental para que pudiéramos hablar del
reconocimiento del derecho a emigrar es que la inmigración (en primer
lugar, la emigración) no sea un destino forzoso, una condena, la única
alternativa posible si se quiere sobrevivir, o si se quiere mejorar de
acuerdo con el propio proyecto de vida. Que la inmigración sea un
derecho, quiere decir que se pueda elegir emigrar. El acento aquí está
puesto en la libertad para decidir salir o no, algo que no está al alcance
de la inmensa mayoría de quienes se ven obligados a ser emigrantes, es
decir, de quienes carecen de la alternativa.
Obviamente, además, si queremos tomar en serio ese primer derecho,
si queremos seguir manteniendo que se trata de un derecho humano
fundamental universal, hay que plantearse su relación no sólo con el
derecho de emigrar entendido como derecho a dejar libremente el propio
país (este sentido de derecho de emigración, es, insisto, el único contem
plado en realidad en la Declaración del 48 donde es sobre todo un arma
de crítica frente al bloque del Este en el contexto de la guerra fría), sino
sobre todo con el derecho de inmigración como derecho de acceso,
entendido ante todo como el derecho de entrada en otro país, y que
comportaría ese tercer derecho, el derecho de asentarse, o, para ser más
exactos, el de poder optar por la pertenencia a otra comunidad, a otra
sociedad política.
Lo reitero. No trato de hacer otra cosa más que de llevar a sus lógicas
consecuencias la tradición liberal, la de Mili o Tocqueville. La autonomía
personal es algo que los liberales esgrimen una y otra vez contra los
excesos holistas del comunitarismo. De eso se trata, pues, de tomar en
serio la autonomía individual, el principio de fi-ee choice, su carácter de
triunfo frente a la mayoría. Si eso es así, ¿no hay una contradicción
profunda en la limitación impuesta al derecho de libre circulación en la
Declaración del 48? ¿Acaso el derecho de libre circulación sin el corres
pondiente de libre acceso no se convierte para la mayoría en un mero
derecho o expectativa de “situarse en órbita”, para ser captado cuando
así convenga por el mercado global, por sus agentes, ios verdaderos
titulares de la libertad de circulación, sus dueños?
Precisamente ese es el núcleo del planteamiento que ofrece un
relativamente reciente trabajo de Michael Dummett9que nos proporcio
na un lúcido e implacable análisis centrado en tres sencillas preguntas
que son claves para elucidar nuestro propósito en estas páginas: ¿cuáles
son los deberes de un Estado frente a los inmigrantes y refugiados?
¿puede argumentarse el rechazo a unos y otros? y finalmente, ¿qué
derechos deben garantizarse a los inmigrantes?
El punto de partida es enunciado con sencillez y contundencia: quien
niega el derecho básico, la libertad (en este caso, la libertad de circular
y elegir el lugar donde vivir y trabajar) es quien debe cargar con el peso
de argumentar su rechazo. En realidad, como se desprende fácilmente,
la verdadera tesis central, la que nos interesa, es ésta: todos los seres
humanos tienen el derecho elemental a escoger libremente dónde vivir,
dónde trabajar. Sin ese derecho no se puede concebir el principio de
autonomía que constituye a su vez la condición sine qua non de la
definición de los seres humanos como agentes morales. Si todos y cada
uno de nosotros tenemos el derecho elemental a escoger nuestro plan de
vida, forma parte de esa elección básica la libertad de movimiento, la
libertad de elección de nuestra residencia y lugar de trabajo. Claro está
que Dummett no ignora que incluso este derecho —como cualquier
otro— no puede ser presentado como absoluto. Ha de convivir con los
derechos de los demás seres humanos, y, por esa razón, es posible e
incluso justificable establecer limitaciones a ése como a los demás
derechos, en su ejercicio. La cuestión es que quien debe probar que
cuenta con buenas razones es quien pretende establecer esa limitación.
Ese es, por otra parte, el principio de presunción de libertad sin el que
no existe Estado de Derecho. Y el problema, como explica Dummett, es
que las razones de ese rechazo, las que exhiben los Estados, las que
abonan como dogmas sus políticas de inmigración, son simplemente
malas razones, razones inaceptables.
10 Una tesis, que, incluso en las formulaciones de Rawls o Habormas resulta, por lo
demás, fácilmente criticable: ni la exención de supuestos, ni la ausencia de com
promisos —de tomas de partido, de objetivos— que pretende el liberalismo son más
que una ficción. Me parece que la crítica formulada por benhabib al universalismo
de sustitución es perfectamente aplicable.
neutral, cuando no lo es. Y por eso, el problema es que no se somete a
discusión ese punto de partida, que todo ello queda exento del contraste,
de la crítica que pueda provenir de otras culturas, instituciones, valores,
prácticas sociales, costumbres de fuera. Los de fuera no pueden discutir
las porque han de aceptarlas. Este es uno de los dogmas iliberales de
nuestra política de inmigración y derechos de los inmigrantes: los de
fuera han de aceptar /y observar) nuestras costumbres como parte de
nuestra particular visión del contrato de adhesión/hospitalidad que les
ofrecemos. De ahí la falsedad del proclamado consenso por superposi
ción. Quienes llegan después, si son defuera, no pueden reelaborar ese
consenso, no tienen derecho a pronunciarse sobre él.
Pero todas esas, son, a mi entender sin más malas razones, y lo son
a su vez por dos criterios elementales, de legitimidad y de eñcacia. Son
malas razones, en primer lugar, porque no son consistentes con el
principio de universalidad (que, como se ha señalado con acierto,
significa ante todo igualdad de todos los seres humanos en esos dere
chos). Y son malas razones, además, porque no permiten gestionar
eficazmente los ñujos migra torios. Una mínima atención a la experien
cia da cuenta de hasta qué punto nos encontramos ante modelos
ineficaces de gestión de los flujos migratorios. Pero permítaseme que
insista sólo en la primera de estas dos críticas, en la falta de legitimidad,
por déficit de la igualdad en el reconocimiento de derechos humanos
universales.
Habitualmente se despacha esta discusión con una despectiva men
ción al carácter irresponsable o utópico en el mejor de los casos (en
realidad se trata de un uso muy pobre del término utópico), pues sólo
unos u otros pueden sostener una política de “puertas abiertas”, de
abolición de fronteras. Esto constituye, a mi entender, un argumento
retórico de escasa calidad. No hay por qué vincular necesariamente el
reconocimiento de un derecho de libre circulación con la política de
apertura irrestricta de fronteras. La cuestión tiene otro calado, más
profundo, pues se refiere a la condición de libertad de ese derecho, a
remover las condiciones que hacen de esa libertad una necesidad, un
destino forzoso, impuesto.
Esta consideración remite a dos principios que, no por evidentes,
dejan de precisar que insistamos en ellos: el carácter internacional de
cualquier respuesta que quiera estar a la altura de los desafíos mencio
nados, y la necesidad de enfatizar las políticas de patemariado y
codesarrollo (más incluso que las de cooperación o ayuda al desarrollo)
entre los países emisores y receptores de flujos migratorios. La Unión
Europea se encuentra en una posición particularmente favorable para
poner en práctica políticas que concreten esos dos criterios de actuación.
La evolución más reciente de los acontecimientos (el traslado de los
escenarios de tragedia que viven quienes intentan acceder a Europa en
condiciones irregulares desde el estrecho de Gibraltar, Ceuta y Melilla
a las Canarias) pone de manifiesto una vez más que las políticas de
muros y contención no son ni suficientes ni prioritarias.
M íreva F olch-S erra
ÜWrdm O ntario
U niversity o¡
2 Ibíd., p. 732.
embargo, se requieren algunas definiciones para ir más allá de los
asuntos políticos específicos que puedan equiparar el terrorismo con los
oponentes no terroristas. Las Naciones Unidas, por ejemplo, no han sido
capaces de definir el terrorismo. Los Estados Unidos, por otro lado, ha
excusado las infracciones cometidas por gobiernos a los que respalda o
las ha calificado como "violaciones de los derechos humanos”, en lugar
de utilizan el término más insultante de terrorismo. Pero si son contra
rios a sus intereses, automáticamente considera a los Estados como
terroristas.
No obstante, hoy en día la búsqueda de una definición de terrorismo
se ha transformado en alga crucial, ya que Washington sigue inmerso en
la llamada “guerra al terror”, aunque estar en guerra con un nombre
abstracto era el blanco de una broma de Terry Jones, antiguo componen
te de los Monty Python, que cuestionaba si eso era posible (Townshend,
2002:123). Tal como indica Gareau (2004:14-15), el terrorismo consiste
en actos deliberados de naturaleza física y/o psicológica perpetrados
sobre grupos seleccionados de víctimas. Su propósito consiste en mol
dear el pensamiento y el comportamiento no sólo de los grupos objetivo,
sino de sectores más amplios de la sociedad. La intención general es
intimidar y coaccionar, no eliminar a un grupo. Esto último es lo que
llamamos genocidio, aunque en algunos momentos genocidio y terroris
mo pueden solaparse. El terrorismo puede ser practicado por individuos
y Estados, en tiempo de guerra o de paz. El terrorismo implica, a
diferencia de las acciones normales de un ejército profesional, la desobe
diencia a las normas vinculadas a la legislación internacional y las
Convenciones de Ginebra.
3 Para uno reflexión sobre las escalas global, internacional y Irasnacional del
terrorismo, véase Townshend, Charles, Terrorism: A vcry short mtroduction,
Oxford, Oxford University Press, 2002, p. 30.
proporcionado a la organización un ejemplo perfecto para reforzar su
discurso anticolonialista de agresión a un país musulmán —a pesar del
carácter secular del régimen derrocado de Saddam Hussein— y una
segunda generación de combatientes. Para Osama bin Laden esto
representa una oportunidad de oro para extender el conflicto a los países
vecinos. De hecho, los principales líderes de Al Qaeda consideran la
guerra de Irak su oportunidad más importante tras ios ataques del 11
de septiembre
Para combatir la amenaza global que representan las redes terroris
tas internacionales, la preferencia política estadounidense ha validado
las represalias directas (Afganistán, Irak) como una solución más
rápida y más sencilla que el trabajo de inteligencia. Esta estrategia
permite a la superpotencia actuar unilateralmente y utilizar la amena
za terrorista para derribar regímenes hostiles en las denominadas
acciones preventivas. No obstante, las redes del terror continúan desa
fiando esta perspectiva tradicional de la geopolítica, ya que la era
posterior a la guerra fría ya no está dominada por los Estados y sus
alianzas interestatales. La naturaleza de las redes implica una ausencia
de centro territorial, una difusión fluida de ideas y una serie de
emplazamientos operativos temporales. Las bases de Al Qaeda, disper
sas en diversos Estados al mismo tiempo, permiten el reclutamiento de
nuevos miembros y son un ejemplo preciso del funcionamiento del
sistema de redes. Sudán, Paquistán, China, Yemen, Filipinas, Chechenia,
Indonesia, Somalia y las repúblicas centroasiáticas de la antigua Unión
Soviética, países enfrentados con las ideologías occidentales de gobier
nos y movimientos políticos seculares, pueden albergar actividades de
redes terroristas (Dodds 2005:211). Por tanto, a pesar de los indicios de
no ser capaces de desbaratar este tipo de amenaza novedoso y amplia
mente reconocido mediante la “solución territorial’’, los gobiernos britá
nico y es tadounidense siguen desplegando una lógicay práctica geopolítica
centrada en el Estado. Hasta ahora, sin embargo, los enfoques tradicio
nales parecen incapaces de obstaculizar las redes internacionales del
terror.
* En los vídeos emitidos de Osama bin Laden, Ayman Al Zawahiri y Abu Musab Al
Zarqaui se enfatiza este mensaje.
La escala nacional del terrorismo
Los movimientos nacionalistas, bien de derechas o de izquierdas, son
fuertes porque están respaldados por una amplia base de la población.
Sin este respaldo en ocasiones explícito y/o implícito, estos movimientos
no podrían existir. Los movimientos de liberación nacional que inquie
tan a sus gobiernos y ponen en peligro las vidas de los ciudadanos han
utilizado métodos relacionados con el terrorismo, tanto en el pasado
como en el presente. Su causa puede estar relacionada con diversos
objetivos: buscar la independencia, preservar la identidad cultural,
unificar la nación o liberarla del control de otra nación. Algunos de los
más conocidos son el Ejército Republicano Irlandés (IRA) en Irlanda,
Sendero Luminoso en Perú, la Asociación para la Defensa del Ulster
(UDF) en Irlanda, las Brigadas Rojas en Italia, los Tigres de Liberación
de Eelam Tamil en Sri Lanka, Jemaah Islamiya en Egipto y Euzkadi ta
Askatasuna (ETA) en España. En un momento u otro todos estos
movimientos han usurpado causas nacionalistas que valían la pena y
han matado a civiles inocentes con sus métodos sin escrúpulos. Repre
sentan el inconveniente del terrorismo, ya que el éxito de su causa es
cuestionable.
Otros grupos como los Comandos Justicieros del Genocidio Armenio
(ARA) y los judíos “Banda Stern”, Irgun y Combatientes por la Libertad
de Israel, son ejemplos de manual sobre la eficacia del terrorismo. El
éxito del último en el establecimiento del Estado de Israel se pone de
manifiesto en la afirmación de los Combatientes judíos de que "el terror
es para nosotros parte de la guerra política contemporánea” (citado en
Townshend 2002: 89). Debido a este tipo de actitud, los habitantes
nativos de Palestina se han convertido en objetivos legítimos de un
sistema de guerra que ha masacrado a civiles árabes que no han opuesto
resistencia en pueblos como Deir Yassin. Tras la incorporación de los
terroristas (“disidentes” en el lenguaje oficial) al ejército israelí, la
liquidación violenta de comunidades árabes siguió a un ritmo que
produjo una bien documentada y "creciente marea de refugiados, las
víctimas permanentes de al-Nakbah, la “tragedia"1’ (Townshend 2002:
91). No es sorprendente que con el tiempo los actos terroristas judíos
hayan provocado una respuesta palestina. Esta se intensificó en la
década de 1970 y dirigió la atención del mundo hacia su difícil situación
de un modo no conseguido hasta entonces tras dos décadas de sufrimien
to en relativo silencio. El ataque a los atletas israelíes en los Juegos
Olímpicos de 1972 ha sido recordado en una película, "Munich”, titulada
de este modo por el lugar del evento. Pero a diferencia del terrorismo
judío, el suyo es un ejemplo de fracaso. A Fecha de hoy, los palestinos
siguen siendo prisioneros en su tierra ancestral.
Una consecuencia desafortunada del éxito en el establecimiento del
Estado de Israel con los métodos de los Combatientes por la Libertad
judíos ha sido la diseminación de la guerra fuera de sus fronteras. Desde
su constitución, Israel no ha conocido un solo período de paz ni ha sido
capaz de definir sus fronteras. Aunque expresado en un contexto
diferente, la sentencia de Walter Benjamín de que “la tradición de los
oprimidos nos enseña que el “estado de excepción" en el que vivimos no
es la excepción, sino la regla" es aplicable al conflicto palestino-israelí
(citado en Gregory 2004'.261). El terrorismo también desempeñó un
papel en la guerra argelina de liberación, con consecuencias de corrup
ción que han reverberado durante décadas. Todos los casos expuestos,
hayan tenido éxito o no, demuestran que, una vez arraigados, los
“motivos" nacionalistas son increíblemente fuertes; hoy en día, a pesar
de las predicciones de que el mundo está avanzando hacia una era
postnacional, éstos parecen prácticamente indestructibles.
Koring, Paul, “Tracking of calis sparks furor in U.S.", p. A l, The Globe and M ail, 12
de mayo de 2006.
“las actividades de nuestro servicio de inteligencia se centran estricta
mente en Al Qaeda y en sus socios conocidos. Al Qaeda es nuestro
enemigo y queremos saber cuáles son sus planes”. AT&T Inc., Verizon
Communications Inc. y BellSouth Corp., tres de las mayores compañías
telefónicas de Estados Unidos, han proporcionado al gobierno estado
unidense detalles sobre las llamadas mediante sofisticados algoritmos
y potentes supercomputadoras.
No obstante, la legalidad de recopilar amplias bases de datos no está del
todo clara, ya que una vez que se tenga un número de teléfono, puede
resultar fácil recopilar otros datos. La minería de datos, un campo situado
entre el marketing, las matemáticas y la compilación de información,
todavía está desarrollándose, hasta el momento con pocos límites legales.
Sin embargo, la Constitución de los Estados Unidos indica claramente en
su Cuarta Enmienda lo siguiente: “No será vulnerado el derecho de las
personas a estar seguras en sus personas, casas, papeles y efectos frente a
registros e incautaciones no razonables”.
* Freczo, Colin, "Hugc database orphone calis a hidden irove of beh&viors", p A13,
The Globe and A/o¡7, 12 de mayo do 2006.
tegia de doble filo: las personas comentes se sienten tranquilas porque
el gobievno les está protegiendo, al tiempo que éste les hace saber que su
comportamiento, cualquier comportamiento, está siendo vigilado.
La política del miedo y la sospecha se recalcan de este modo todavía
más con Ja explicación de cómo las relaciones (supuestamente las malas
relaciones con grupos terroristas) se deducen mediante la combinación
y comparación de diversos métodos. Si se recurre a las ventajas inheren
tes de cada técnica, esta metodología lanza una red amplia. El muestreo
en bola de nieve, por ejemplo, convierte a cada persona o número de
teléfono en un nodo, con nodos aparentemente importantes que se
asemejan al centro de una rueda del que emanan radios. El problema es
que los radios comienzan a irradiar en todas las direcciones y muestran
a gente intrascendente. Aunque es útil en algunos aspectos, el método
de bola de nieve deja mucho que desear. “La técnica de vigilancia no sólo
tiene que desvelar a actores muy visibles de la red, sino que también
debe descubrir el alcance de la estructura de la red y minimizar el
número de nodos y resquicios sin descubrir", resalta el trabajo de
investigación0. Acercarse a los objetivos a los que vale la pena vigilar y
observar los registros de llamadas a lo largo del tiempo podría ayudar a
establecer una imagen con muchas más capas que un simple análisis de
bola de nieve. Pero en ninguna parte se menciona cómo este análisis de
“localización” podría sacar a la luz el contenido de los mensajes: qué se
expresa, cómo y cuándo. Por lo visto, la base de datos que ha acumulado
la agencia de seguridad a partir de registros de llamadas contiene
docenas de campos de información, inclusive el número que recibe la
llamada y el que llama y la duración de las llamadas, pero no recoge
información relativa al contenido de las llamadas. Sin embargo, esto
permitiría lo que los analistas de los servicios de inteligencia y los
mineros de datos comerciales llaman el “análisis exploratorio”, una
técnica estadística que los investigadores utilizan para identificar
patrones de llamada en una montaña aparentemente impenetrable de
datos digitales.
Se sabe que las conversaciones —o la suma total de ruido terrorista
captado por agencias de escuchas telefónicas— aumenta antes de un
ataque importante. Así pues, el cruce de registros telefónicos con bases
de datos que muestren incrementos de las conversaciones mediante
análisis de i elaciones no evidentes, o NORA, constituye un subconjunto
de habilidades que las agencias de espionaje están intentando perfeccio
nar mediante el seguimiento de Jos teléfonos móviles. No obstante, el
seguimiento del terrorismo se está convirtiendo en un escenario en el
que los actores pueden ser ciudadanos inocentes atrapados en una red
de métodos que todavía no se han verificado; métodos que no cuentan con
las aptitudes culturales y lingüísticas adecuadas para realmente sepa
rar el medio del mensaje. Ésta es una proposición que asusta. Hace unas
décadas Marshall McLuhan desveló algo que se aproximaba al fetichis
mo, al insistir en que el propio medio de comunicación determina la
naturaleza de lo comunicado.
Conclusión
Quien con monstruos lucha cuide de convertirse ¿i su ve?, en monstruo.
Friedrich Nietzsclie
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7. Geografía actual del Comercio Justo
R a fa el S a n c h is
í n te n n ó n 0 .x fo m
Introducción
Conozco bien a muchos productores de Comercio Justo. Viven en los
países más pobres del planeta, los países del Sur. Son hombres y mujeres
que buscan con anhelo una vida más digna para ellos y para sus familias.
TYabajan en el campo en tareas agrícolas. También realizan tareas
artesanales produciendo objetos para el hogar. Buscan una remunera
ción justa para su trabajo y piensan que si consiguen acceder a los
mercados de exportación, su vida puede cambiar significativamente.
Para dar respuesta a este planteamiento, consecuentemente, el reto del
Comercio Justo en los países desarrollados, los del Norte, es abrir
mercados que permitan un acceso en condiciones equitativas a los
productores más desaventajados.
He visitado muchos productores de Comercio Justo en los últimos
años. He conocido sus organizaciones y he mantenido con ellos reuniones
en lugares de una belleza natural exhuberante a veces, aunque también
en otras ocasiones hemos estado rodeados de una pobreza sórdida e
insultante. De las muchas experiencias acumuladas, recuerdo de mane
ra muy especial una reunión con productores de cacao en Ghana1.
Debajo de un inmenso baobab nos encontrábamos una cincuentena de
personas. Era una pequeña aldea del cinturón productor de cacao en la
región de Kumasi, en el interior del país. Una docena de niños y niñas,
1 El árbol del cacao requiere humedad y calor por lo que su producción se concentra
en países tropicales de los tres continentes. Costa de Marfil, Ghana, Indonesia,
Brasil, Nigeria, Malasia y Camerún, concentran el 85% de la producción mundial,
por lo que su comercialización resulta determinante en el volumen de divisas por
exportación. Los ingresos por ventas de cacao representan un tercio de los ingresos
por exportación en Ghana.
dirigidos por el maestro rural nos dedicaron una preciosa canción. Se
sentían orgullosos de su pequeña escuela y quisieron enseñárnosla. Una
choza de adobe y techo de paja algo más grande que las del resto del
poblado, daba cabida a algunos bancos desvencijados de madera y a una
pizarra de tiza. El suelo que era de tierra estaba perfectamente barrido
y limpio para la ocasión. Bajo el sol tropical de mediodía el calor era
sofocante, así que agradecimos volver bajo la sombra del baobab para
seguir hablando de Comercio Justo. Los líderes de la aldea nos respon
dieron con todo detenimiento a cuantas cuestiones les íbamos plantean
do. Explicaron que llevaban unos años integrados en la cooperativa de
cacao Kuapa kokoo, que significa “buenos cultivadores de cacao". En
cada aldea los cultivadores eligen a sus representantes, aunque siempre
debe haber al menos dos mujeres en la junta directiva local, y una de
ellas debe participar en la asamblea anual de Kuapa Kokoo Union. En
el poblado disponían de su propia báscula, lo que permitía que no fuesen
engañados como antes por intermediarios que falseaban los datos en el
momento de pesar los sacos repletos de cacao. Recibían un precio
adecuado y además una prima a final del ejercicio. Por otra parte Kuapa
ofrecía a los poblados algunos beneficios sociales con los excedentes
generados (letrinas, bombas de agua, programas de ahorro, asistencia
en viajes...). Kuapa insistía mucho en la calidad de la producción y había
facilitado a los cultivadores programas formativos para mejorar los
procesos de fermentación y secado, tareas en que compartían esfuerzos
los hombres y mujeres de la aldea. En un determinado momento de la
reunión quise saber más y pregunté: “...pero... ¿quién es el dueño de
Kuapa kokoo?”. De repente hubo un gran desconcierto. Las mujeres se
observaban entre sí y fijaban su mirada en la trabajadora social de
Kuapa kokoo que las visitaba regularmente. Los hombres tampoco
tenían respuesta. Algunos de ellos se reunieron en un círculo y discutie
ron unos instantes en su lengua local. Finalmente el círculo se abrió. Un
anciano esbozó una amplia sonrisa de satisfacción y me dijo, “señor,
nosotros somos los propietarios de Kuapa kokoo'1. Era cierto, Kuapa
kokoo Union, había conseguido reunir en torno a un proyecto de acceso
a mercados de exportación a miles y miles de campesinos y campesinas
de los poblados más pobres y recónditos de Ghana, que veían cómo sus
condiciones de vida podían mejorar poco a poco en base a los réditos de
su trabajo bien hecho. Más tarde Jos directivos de Kuapa me explicaban
que si bien contaban con el apoyo de las organizaciones de Comercio
Justo europeas que compraban su cacao para elaborar y distribuir
chocolates en Europa y Estados Unidos, tenían otro proyecto en marcha.
Habían constituido una compañía en el Reino Unido, contando con el
apoyo de varias organizaciones de desarrollo, que con la marca Divine
chocolate estaba distribuyendo sus productos en muchos establecimien
tos de alimentación y entrando en cientos de miles de hogares europeos.
Era fascinante. Aquellos campesinos pobres tenían un futuro
esperanzador gracias al Comercio Justo. La remuneración por sus
productos y el acceso a los mercados desarrollados les permitía fortale
cerse como organización y ofrecer un futuro sostenible a miles de
familias campesinas en Ghana.
Tras mostrar uno de los muchos ejemplos de desarrollo que el
Comercio Justo posibilita, trataremos de presentar en las próximas
páginas la visión más actualizada que sobre el Comercio Justo tienen las
principales organizaciones europeas que trabajan en este campo. El
Comercio Justo cuenta con un recorrido de más de cuarenta años2, por
lo que el concepto ha ido enriqueciéndose y evolucionando a lo largo de
todo este tiempo. Presentaremos aquí la concepción más moderna y
ampliamente compartida por un buen número de organizaciones euro
peas que importan y distribuyen los productos de Comercio Justo. No se
presentarán aquí ideas o conceptos demasiado novedosos para las
personas que conocen las definiciones más clásicas de Comercio Justo,
aunque sí se presentarán las ideas con un cierto orden y clasificación
menos habituales, y que ayudarán a comprender lo que en estos
momentos se entiende por Comercio Justo. Partiremos de la definición
clásica adoptada en octubre del 2001 por el grupo más representativo de
organizaciones que trabajan en torno al Comercio Justo, FINE3. “Co
mercio Justo es una relación comercial de partenariado basada en el
Fortalecimiento de Organizaciones
4 Esta estrategia debería incluir referencias a los aspectos más básicos de la produc
ción y comercialización, tales como:
El significado de los Principios de Comercio Justo
La explicación de estos principios de Comercio Justo ha sido durante
décadas el eje de la conceptualización del Comercio Justo. Las organiza
ciones que trabajaban en este ámbito y respetaban estos principios
hacían una gran aportación a las economías más desfavorecidas, y muy
por encima de los estándares del comercio convencional. Pero hemos
asistido en los últimos años al desarrollo y popularización de conceptos
como Comei'cio Etico, Responsabilidad Social Corporativa, etc. que
vienen a poner a las organizaciones y empresas que operan en los
mercados convencionales a reflexionar y rendir cuentas de sus respon
sabilidades y obligaciones para con su entorno social y medioambiental.
Ya no basta con conseguir valor para el accionista, sino que la ética y la
responsabilidad comienzan a tener un espacio creciente en las memorias
anuales de las grandes corporaciones.
Si reflexionamos con cierto detenimiento nos deberíamos plantear si
las grandes compañías privadas no deberían también pagar salarios
dignos, respetar derechos de mujeres y niños o asegurar la salud de
trabajadores y medio ambiente. La legislación internacional menciona
da, la declaración de Derechos Humanos y el sentido común nos sugeri
rán una respuesta afirmativa a la anterior cuestión. Por supuesto que
el comercio mundial debería ser ético y atender a un código de prácticas
o principios, probablemente parecidos a los que ha establecido el movi
miento de Comercio Justo a lo largo de las últimas décadas, probable
mente estableciendo matices y particularidades para los diferentes
sectores e industrias. Estas prácticas más respetuosas con los derechos
humanos serían un avance fabuloso que permitiría a millones de seres
humanos salir de la pobreza. Hay que reconocer el papel pionero que el
movimiento de Comercio Justo ha tenido en este sentido, estableciendo
códigos y prácticas de conducta que mejoraban su impacto social. No
obstante, estas prácticas no terminan de definir qué es el comercio justo,
cuyo concepto va más allá de la normativa legal y de la ética.
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Presentación
Tradicionalmente la geografía de la religión ha sido definida como
aquella que se dedica a la descripción e interpretación de las relaciones
espaciales, los paisajes y los lugares de los fenómenos sagrados y de las
prácticas religiosas: su principal desarrollo se ha dado allí donde la
geografía cultural ha tenido un mayor predicamento (sobre todo los
Estados Unidos) ya que esencialmente ha sido entendida como un
subproducto de ésta. A pesar de ello, esta pauta está cambiando, dado
que el llamado “giro cultural” ha conducido a una mayor difusión del
interés en todo tipo de fenómenos e instituciones culturales, incluyendo
la religión y la espiritualidad. La critica postcolonial y, en general, el
pensamiento postmoderno, han contribuido a un profundo repiantea-
miento del papel de la religión en la definición de las identidades y las
pertenencias. Al mismo tiempo, el estudio geográfico de la religión,
también ha empezado a implicarse en la misma sociología de la religión
(seguramente como un reflejo del fin de las barreras interdisciplinares)
e incluso en la teoría social en el sentido más amplio.
Religión y nación
Muchos de los criterios utilizados tradicionalmente para delimitar la
identidad territorial de los países de Occidente se han basado, esencial
mente, en la diferenciación cultural: a menudo, lo que constituye la
esencia propia de la identidad ha sido seleccionado y magnificado
precisamente por ser lo que más diferente era con respecto a los vecinos
o a cualquier otro grupo (una contraposición relaciona! o en función del
“Otro”) pero no porque fuesen características intrínsecas de aquel
territorio. De hecho, la gran mayoría de identidades nacionales (muchos
de sus rituales, tradiciones, incluso la misma narrativa histórica) que
parecerían constituir las bases inmutables de la “patria”, de la nación y
del Estado-nacional, no son sino “tradiciones inventadas” recientemen
te (Hobsbawn, Ranger, 1983; Anderson, 1983).
Atendiendo a esta realidad, la religión ha sido uno de los más ricos y
decisivos elementos que han ayudado a construir la noción contemporá
nea de cultura y, por tanto, las nociones de identidad y pertenencia.
Juntamente con el idioma, los símbolos y la historia, la religión ha
contribuido a establecer lo que debían ser los "sentimientos nacionales”
de muchos países de Occidente hasta el punto que, muy a menudo,
Estado y religión han sido realidades íntimamente correlacionadas.
Cuestionando el papel de la religión como elemento identitario
nacional
Actualmente determinados temas y aspectos culturales, entre los
cuales la religión, operan a escala global gracias a la difusión propiciada
por la utilización ventajosa de tecnologías de la comunicación y la
información. Dichos aspectos globales se entrecruzarían con las dimen
siones locales y nacionales de cada cultura particular, alterándolas pero
no destruyéndolas necesariamente. A diferencia. pues, de lo que preten
día la geografía cultura] y regional tradicional, hoy ya no es posible
trazar correlaciones unívocas y determinísticas entre espacio y socie
dad. En el contexto deconstructivo postmoderno la religión es abierta
mente cuestionada como factor de identidad y de pertenencia a una
en tidad naciona 1. Así, hoy los mi 1Iones de inmigrantes que en las últimas
décadas han ido llegando a Europa (mayoritariamente seguidores de fes
“no cristianas”) no sólo interrogan acerca del reconocimiento “oficial” de
una determinada confesión sino que ponen en jaque la, hasta hace poco,
incontestable correlación identitaria entre ciudadanía, nacionalidad,
identidad, pertenencia, idioma, raza y religión (Kong, 2001).
Es en este contexto en el que cabe entender algunos de los debates
sociales y políticos a los que las sociedades bienpensantes europeas tienen
que hacer frente desde hace unos años. Así, por ejemplo, el 30 % de los
musulmanes vive en la diáspora en países occidentales y “no-islámicos”
configurando, en ocasiones, minorías significativas y con un papel nada
menospreciable en la economía de dichos países. El Islam, considerado por
parte del mundo occidental como un “otro" lejano y menospreciable desde
el tiempo de las Cruzadas, resulta estar hoy también "dentro” de Occidente
y en una magnitud suficientemente significativa como para suscitar
preguntas acerca de su posible “asimilación”por parte de la cultura europea
“autóctona”. Ello no sólo trae a colación reflexiones más o menos trascen
dentales acerca del valor de la cultura y de los indicadores de la identidad
y su territorialización sino que determinados ritos y creencias religiosas
obligan a cuestionar y replantear significativos aspectos de la realidad
cultural local que afectan a la convivencia cotidiana: la prohibición del uso
del velo en las escuelas, la intransigencia en la aceptación de nuevas
costumbres o de tradiciones aben-antes (la ablación del clítoris, las bodas
concertadas, el rol de las mujeres, el comportamiento en los espacios
públicos y comunes, etc.); (Falah, Nagel, 2005).
Todo ello, unido al hecho de que se trata de un momento histórico en
el que, también, se replantean grandes y esenciales aspectos de la
organización económica (el pleno empleo, el Estado del bienestar y la
asistencia social) y social (las estructuras tradicionales de la familia, el
reconocimiento de las opciones sexuales, etc.), algunos de los cuales
habían sido tradicionalmente muy marcados por la moral judeocrístiana.
A la vez que muchos de dichos aspectos entran en crisis (en cambio), se
introducen otras miradas (otras moralidades, otras religiones) en la
cotidianeidad, haciendo que muchas y básicas "seguridades” se agrieten
en las mentes de los europeos. Se hace fácil entonces sumar a los
tradicionales brotes antisemitas, alentar nuevos debates racistas y
xenófobos, ya que resulta simple atribuir la culpa de todos los nuevos
males al que acaba de llegar que, además, resulta sostener credos muy
diferentes a los propios (Haynes, 1998; McGuire, 1992).
A ello hace falta añadir que la lógica económica, política y cultural de
los últimos tiempos ha convertido a los ciudadanos del mundo occidental
en más individualistas y menos solidarios con los asuntos colectivos. Un
ejemplo: los ritmos frenéticos de construcción y de compra de viviendas,
han implicado que los ciudadanos sean más conservadores y que se
conviertan en pequeños especuladores dispuestos a luchar por que sus
propiedades se revaloricen constantemente. Es así como cabe entender
la aparición de determinadas actitudes sectarias o incluso abiertamente
racistas, de rechazo a la instalación y consolidación de determinados
colectivos en barrios más o menos periféricos. Es así también que, en
buena parte, se entiende la protesta contra la construcción de mezquitas
o incluso templos evangélicos, por considerarlas actividades molestas o
nocivas para el prestigio de una calle, barrio o ciudad y, en consecuencia,
para las propias plusvalías.
Franco y el nacionalcatolicismo
La Ley de Sucesión de 1947, que proclamó España como una “monar
quía católica, social y representativa”, situó a Franco como su regente
vitalicio. Si el ejército garantizaba la seguridad de su régimen, la
legitimidad era fundamentada en el Movimiento Nacional y la Falange
pero, sobre todo, en la Iglesia Católica Romana (“Por el Imperio hacia
Dios”) así como en un supuesto designio divino por el cual él estaba
destinado a promover el papel de España como “reserva espiritual de
Occidente”, tal y como se deducía de su lema: “Caudillo por la gracia de
Dios”. Franco era la fuente última de toda autoridad (autoatribuida por
su victoria en la Guerra Civil): Generalísimo de los ejércitos, jefe de
Estado y del gobierno, retenía el poder para nombrar y cesar no sólo a los
ministros y gobernadores sino a los obispos y cardenales católicos, en lo
que fue considerada una situación única en la Europa de la postguerra.
Siguiendo unos principios enraizados en un catolicismo estrecho y
conservador, Franco suprimió los casamientos civiles, ¡legalizó el divor
cio, e hizo obligatoria la educación católica en las escuelas, dando una
posición dominante a la Iglesia Católica en el marco del sistema
educativo; asimismo, el conjunto de la legislación civil se revisó conforme
al dogma católico (Morente, 2001).
El Concordato de 1953 con el Vaticano, proveyó ei pleno reconoci
miento de la Iglesia Católica al gobierno de Franco así como la legitima
ción de sus actividades. También restableció la naturaleza confesional
del Estado español, reafirmando el carácter oficial de la religión católica
en España: la práctica pública de otros credos fue prohibida. El acuerdo
con el Vaticano incrementó los subsidios a la Iglesia Católica (que
todavía hoy se mantienen en parte) y ésta confirmó su papel central en
la vigilancia social y moral de la sociedad, siendo así utilizada por el
régimen como instrumento de control y represión del conjunto de la
población. Por este conjunto de argumentos que mezclaban deliberada
mente Estado y religión católica con el propósito del control político,
económico y social del país, el régimen franquista, más que propiamente
fascista o conservador, fue definido por su carácter “nacionalcatólico”.
A modo de conclusión
Tanto estos trabajos ahora citados como los que provee la
deconstrucción de la cultura y la identidad nacional y los que se derivan
de la crítica postcolonial, proyectan la geografía de la religión hacia
importantes e interesantes espacios intelectuales ya que abren la puerta
a una interpretación discursiva acerca de cuestiones candentes como el
auge del Islamismo militante, el papel de la Iglesia Católica en los
movimientos populares de América Latina, la movilización política de
los cristianos neoconservadores en los Estados Unidos, la mayor hetero
geneidad de las comunidades religiosas nacionales merced a la fuerza de
la globalización, etc. Dicho de otra manera, la emergencia de culturas
religiosas que transforman los paisajes y constituyen significativas
nuevas geografías regionales coincide con un momento de notables
avances teóricos y epistemológicos.
Aunque la religión (que es algo cultural y colectivo) se basa en la fe
(que es algo individual e íntimo) a menudo una y otra acaban teniendo
poco que ver. Ciertamente, la religión se relaciona con la moralidad, con
las relaciones sociales, con el poder: su dimensión espacial puede ser
utilizada como baremo del contacto transcultural con el “Otro", como
argumento para comprender los niveles y las razones de la tolerancia y
la aceptación/exclusión social, política, económica y cultural de nuestra
sociedad.
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II. LOS NUEVOS
TERRITORIOS
10. El tiempo del territorio, los
territorios del tiempo
F rancesc M uñoz
Profesor de Geografía Urbana
Departamento de Geografía. Universitat Autónoma de Barcelona
4 Para una explicación más detallada del concepto de lerrítorianle y de sus dimensio
nes sociales y culturales ver Muñoz, Francesc (2000) “La ciudad multiplicada, la
metrópolis de los territoríantes”, en Arquitectura, Colegio Oñcial de Arquitectos de
Madrid, COAM, nQ322, 2000, pp. 153-194; Muñoz, Francesc, “The Multiplied city.
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100; Muñoz, Francesc (2005) “MobilitA e nuove forme desabitare’’, en Tadi,
Massimo; Zanni, Fabrizio {eás)I»fraslruttnra, ArckitetturacProgclto, LibrermClup,
Milán, 2005, pp. 16-25.
! Se trata de poblaciones que no son normalmente consideradas en los trabajos de
análisis urbano por no habitar en la ciudad permanentemente. Sin embargo, su
En este contexto, responder a la pregunta “¿Cuál es la población
de.... ^'deviene ciertamente difícil e incluso pierde su sentido cuando nos
damos cuenta de que las cifras estadísticas se refieren únicamente a la
población que ha fijado en ese lugar su residencia principal y no a la
población que realmente habita ese territorio. Es ésta una población
variable que escapa a la idea de habitante de un lugar. En todo caso,
propongo que hablemos de habitantes del territorio: territoriantes.
Los territoriantes son, por supuesto, habitantes o residentes de un
lugar pero no sólo son eso. Al mismo tiempo, son usuarios de otros
lugares y visitantes aun de otros. En otras palabras, son habitantes “a
tiempo parcial”, que utilizan el territorio de distinta forma en función del
momento del día o del día de la semana y que, gracias a las mejoras en
los transportes y telecomunicaciones, pueden desarrollar diferentes
actividades en distintos puntos del territorio de una forma cotidiana. El
territoriante multiplica así su presencia en el espacio metropolitano
hasta el punto de que su relación con él se establece más a partir de un
criterio de movilidad, los lugares donde desarrolla actividades, que a
partir de un criterio de densidad, el lugar que, estadísticamente, lo fija
al territorio según donde esté su residencia principal. El territoriante,
por tanto, se define como territoriante entre lugares y no como habitante
de un lugar y constituye el prototipo de habitante de los actuales
territorios urbanizados.
Es por eso por loque los territoriantes pertenecen a una ciudad nueva,
hecha de los retazos de territorio donde viven, trabajan, van de compras
o visitan lugares, habitando geografías variables en ciudades de geome
tría también variable.
presencia y los impactos cconómicos y ecológicos que generan son mós que claros. De
hecho, se trata de poblaciones flotantes bastante estables en ese sentido ya que aun
grupo de turistas lo sustituye otro, a un grupo de estudiantes lo sustituye otro,
mientras que las rutinas de utilización del espacio urbano se mantienen constantes.
En la escala micro, al considerar algunos barrios donde este tipo de poblaciones
flotantes suelen concentrarse, como es el caso de ¡os centros históricos o tramas
urbanos del siglo XIX, su impacto incluso llega a ser mucho mayor y se constituyen
como agentes claros de dinámicas urbanas, afectando a precios del suelo y activida
des que desaparecen o se incorporan. Bastn con localizar los “cafós-Internet",
lugares de “comida■fusión” o lavanderías en la ciudad para encontrar estas corres
pondencias.
Del urbanismo de los lugares al (hub)banismo de los flujos
El uso temporal del territorio ha ido de la mano del protagonismo
alcanzado por los espacios contenedores en los que progresivamente se
desarrolla la vida metropolitana. Edificios singulares o conjuntos de
edificios caracterizados por ser relativamente autónomos, con lógicas
específicas que no necesariamente son las del propio territorio donde se
localizan. Han aparecido así espacios con entidad propia en tanto en
cuanto son atractores de movilidad y generadores de dinámica urbana,
pese a no estar necesariamente dentro de la ciudad continua ni tampoco
tener forzosamente lo que en términos morfológicos se reconocía tradi
cionalmente como apariencia urbana.
Contenedores de diverso orden —tecnológico, comercial,
intercambiadores de flujos de personas, bienes y de información— se
disponen así en el territorio en la forma de centros comerciales, museos
metropolitanos, parques temáticos, salas multicine o estaciones
intermodales y aeropuertos, donde el área de shopping es cada vez más
importante. Se trata de puntos en el territorio que organizan los flujos
de movilidad a escala regional e incluso global.
En ese sentido, pueden entenderse como hubs6 en el territorio y su
importancia es ta) que el urbanismo de las calles, plazas y viviendas, con
su conjunto de normativas e imaginario sobre la forma urbana, se revela
insuficiente para explicar las interacciones que estos artefactos autistas
representan. Un urbanismo que no genera tejidos, ni establece solucio
nes de continuidad ni se define por la colmatación de vacíos ni acumula
espacios construidos. Este urbanismo de los hubs genera, en cambio,
una geografía urbana hecha de objetos. Una "geografía objetualizada"
que pone de manifiesto la importancia de los flujos de personas e
información como elemento substancial del territorio tanto o más que la
pieza urbana y expresa la p¿2'dida de importancia de la densidad a la
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C ristina H evilla
Universidad Nacional de San Juan, Argentina
M atías M olina
Universidad Nacional de San Juan, Argentina
6 Mientras que en la década de 1970 se utilizaban las cañas y el barro, hoy se valen
del uso del nylon. Sin embargo, algunos grupos prefieren montar sus propias carpas
en lugar de re fu girase entre las pircas.
" "En espera de las pariciones (agosto), la temporada invernal (“temporá" en palabras
locales) transcurre en una constante observación de las primaveras, vale decir el
Durante las veranadas las mujeres y los niños se quedan en la
cordillera, al cuidado de las majadas y de la producción de quesos,
mientras otros miembros de las familias van en busca de provisiones o
de mejores lugares para el pastaje. De esta manera se teje una red de
socialización entre las familias de crianceros, los vecinos de talaje9, los
interm ediarios, los gendarm es, los carabineros, los agentes
institucionales (Secretaría de Agricultura y Ganadería; Instituto Nacio
nal de Desarrollo Agropecuario) y los baquianos.
En los periodos de invernada, o cuando “los animales no dan”, el
criancero y su familia complementan su actividad con el trabajo en la
minería a pequeña escala, otros abandonan la alta cordillera y bajan ‘'a
las parcelas a ganarse la vida, a trabajar apatronados”10. Las mujeres
suelen alternar las actividades de invernada y veranada con el tejido en
telar.
A pesar de que la historicidad de estas prácticas es anterior a la
constitución de los Estados nacionales, la actividad de los crianceros es
percibida actualmente por ciertas autoridades como un problema difícil de
solucionar, por la resistencia que tienen los pastores para “adaptarse” alas
exigencias del mercado global. Asi, los discursos oficiales enfatizan las
amenazas que provocan la trashumancia de los crianceros. Por ejemplo,
desde el punto de vista ambiental, se considera que las cabras son animales
cuyos hábitos alimenticios contribuyen a erosionar los suelos y a depredar
los pastajes. El traspaso de los crianceros por la cordillera hacia el lado
argentino fue prohibido por normas sanitarias chilenas. Ello se debe a que
Chile ha sido declarado país libre de añosa y Argén tina no. Esta prohibición
establecida por el organismo controlador en materia sanitaria, la Secreta
ría de Agricultura y Ganadería de Chile (SAG), se orienta a evitar la
pérdida de los mercados internacionales (Israel, Japón, Estados Unidos)
hacia donde se exportan las carnes. Por otro lado, por cuestiones
Apesar de que las geografías de los tiempos rápidos buscan barrer con
las geografías de los tiempos lentos, las últimas logTan pervivir. Sus
hacedores elaboran estrategias de adaptación y de resistencia y, a través
de ellas, consiguen mantener y reproducir el proceso rizomático milena
rio de construcción de estas geografías.
IbrisU * M fflpnndo qiM M * i lo* crith ctm .
Camino Intenudonal * Aguí Negra, Chile, 2006.
In t r o d u c c ió n
1 Vale recordar que los gitanos fueron también exterminados por los nazis, aquellas
que justam ente crearon un modelo de rigidez extrema en todos los aspectos de la
vida.
Repetir un destino parece una actitud de épocas remotas, y las empresas
turísticas se esfuerzan por multiplicar las oportunidades, variar la oferta
y construir un turismo con opciones diversas y atractivas.
También, notoriamente el arte urbano pasa cada vez más por las
exposiciones temporales en la calle (por ejemplo de fotografías de Yann
Arthus Bertrand, que han recorrido las principales ciudades del mun
do); a ello podemos agregar los performances artísticos, las grandes
marchas temáticas (techno-parades, Disney-Parade, marchas del orgu
llo gay y lésbico, entre otras). No pueden ignorarse tampoco aquellas
propuestas oficiales para recobrar la ciudad a través de eventos tempo-'
rales muy particulares (transformar los bordes del Sena parisino en
playas simuladas, organización del Día de la Música en el Solsticio de
Verano por toda Francia, etc.).
Las urbes actuales integran progresivamente lo efímero entre sus
manifestaciones estéticas y lúdicas vitales más evidentes. Vemos enton
ces una creciente presencia de eventos de corta duración pero que, no por
ello, son menos valorados, como las cifras de asistencia a los mismos bien
lo demuestran. Estamos, entonces, lejos de la época en que la cultura era
asunto oficial y de museos, con colecciones estables y muy formalizadas.
Por otra parte, la reestructuración de la producción, en todos sus
ámbitos, ha generado nuevas formas de trabajo que remiten a lo efímero,
lo temporal, lo no duradero: así, la estabilidad laboral se ha reducido
considerablemente y los contratos temporales pretenden dominar el mer
cado. Se han creado o se incrementan actividades de corta duración,
mediante contratos temporales para responder a demandas esporádicas,
tales como trabajadores contratados para temporadas vacacionales; distri
buidores de volantes y propaganda en papel; edecanes para apoyar la
celebración de eventos; demostradores de productos en tiendas comercia
les; entre otros. A ello conviene agregar, por la similitud de temporalidades,
todos aquellos trabajadores con contratos de corta duración que suelen
recorrer nuestras ciudades para recoger o distribuir mensajería, arreglar
equipos diversos a domicilio (electrónicos, electrodomésticos, informáticos...),
llevar a domicilio pizzas y otros alimentos preparados, etc. Todas estas
ocupaciones temporales que difícilmente podemos calificar de "profesio
nes”, se han vuelto omnipresentes en nuestra vida cotidiana, sea con
relación a la residencia o al lugar de trabajo.
La gama de ejemplos es inagotable, aunque todos responden a una
misma concepción: lo efímero sienta cada vez más sus reales en la vida
moderna, particularmente en las ciudades.
Cabe acá subrayar que sería un error hablar de la “ciudad líquida”
para tomar ventaja de la acogida de la expresión de Bauman. Las
ciudades, y el espacio en general, pueden adquirir en ciertos aspectos y
ciertos lugares un carácter más efímero, pero de ninguna manera parece
atinado hablar de una ciudad líquida, ya que la estabilidad de los
procesos urbanos y espaciales en general, sigue siendo una norma
general, aun si lo efímero se ha incrustado en ciertos contextos.
Para ello, conviene recordar la propuesta de Milton Santos en el
sentido de aceptar que el espacio recoge las manifestaciones humanas
del pasado y se vuelve, de cierta manera, “tiempo cristalizado" (Santos,
1994). Por ende, y a pesar de todo, el espacio no podrá disolverse o
licuarse, como parecería hacerlo el tiempo. Sobre este tema regresare
mos posteriormente, en el punto tres.
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13. Déla geografía de los riesgos a las
geografías de la vulnerabilidad
A nna R ibas P alom
Departamento Je Geografía, Historia e Historia del Arte de la Universitat de Gitana
D avid S aurí P ujol
Departamento Je Geografía de la Universitat Autónoma ele Barcelona
In t r o d u c c ió n
Desastre
(materialización del peligro)
I
|
&
■8
•3
Puede observarse cómo según este esquema, el orden de explicación
empieza no con el fenómeno natural sino con el estado de las sociedades
humanas y, muy especialmente, el análisis de las distintas dimensiones
de la vulnerabilidad. Esta ultímase abordaría a partir de tres conceptos
básicos: "exposición”, "resistencia” y “resiliencía” ( resilience, en inglés).
El concepto de “exposición” ya no es familiar y por tanto no insistiremos
en sus características. Los dos conceptos restantes tienen su origen en
la ecología y particularmente en los trabajos de C.S. Hollingen el campo
de la ecología de las poblaciones (Holling y otros 1998). Por “resistencia”,
cabe entender la capacidad social de continuar con su dinámica normal
después de una perturbación y depende fundamentalmente de las
condiciones déla vida cotidiana de sus habitantes, en especial las que se
refieren a bienestar y a saJud pública. La resiliencia concierne a la
capacidad de esta misma sociedad de recuperarse lo más rápidamente
posible de las alteraciones negativas provocadas por una perturbación
y, en este caso, depende del grado de preparación social (eficacia de las
medidas de gestión del riesgo) ante una posible calamidad.
Como también puede observarse en el gráfico, exposición, resistencia
y resiliencia pueden verse afectadas por diversas presiones globales de
carácter económico, político y social y sus impactos diferenciales en
distintos lugares del mundo. Así, en el contexto de los países desarrolla
dos, Ja exposición al riesgo puede crecer en un territorio como consecuen
cia de flujos migratorios o de actividades económicas, que ocupan y
transforman espacios peligrosos. Sin embargo, la resistencia puede
atenuar la calamidad en la medida que el impacto no suscita en general
una alteración significativa en la vida cotidiana de la mayor parte de la
población (caso, por ejemplo, délas inundaciones en el lilwa) mediterrá
neo español). Por su parte, la resiliencia pone a prueba la capacidad del
sistema de protegerse frente a los fenómenos adversos de la naturaleza
y de recuperarse rápidamente de los daños causados. También en este
caso y aunque la disrupción causada y las pérdidas producidas puedan
ser cuantiosas, la resiliencia de estos países sueie ser elevada por cuanto
cuentan con los medios necesarios para superar con relativa rapidez las
situaciones de crisis. En este sentido, algunos estudios apuntan incluso
que, en términos relativos, las pérdidas ocasionadas por calamidades
naturales en países desarrollados habrían disminuido y no aumentado
durante las últimas décadas. En otras palabras y recalcando que
siempre se habla a escala nacional, el ritmo de crecimiento de estas
pérdidas habría sido inferior ai ritmo del crecimiento económico (White,
Kates y Burton, 2001). De ahí que, al menos hasta ahora, la creciente
exposición al riesgo que afecta a muchas áreas del mundo desarrollado
no se haya traducido necesariamente en un aumento de la vulnerabili
dad. Por supuesto, a escalas subnacionales y locales la situación puede
ser muy distinta pero, en bastantes casos, los mecanismos redisiributivos
que aseguran los Estados y las comunidades supranacionales pueden
compensar los efectos negativos de las calamidades naturales.
En los países en vías de desarrollo, la vulnerabilidad tiende a
multiplicarse por la frecuente conjunción de las tres dimensiones del
concepto. A la creciente exposición física a los riesgos (atribuible a
muchísimas otras causas que el simple crecimiento demográfico) se une
una menor capacidad de resistencia por las condiciones de precariedad
en que se desarrolla la vida cotidiana de gran parte de la población y
también una menor capacidad de res i J¡encía porque un fenómeno
natural de carácter extremo puede afectar de manera muy onerosa a las
sociedades y economías nacionales por la falta de medios de protección
para hacerle frente. Episodios como el terremoto de Cachemira de 2005
causaron un número desproporcionado de muertes entre la población
infantil al hallarse ésta en escuelas construidas con materiales de
calidad insuficiente para resistir au n seísmo. Igualmente, los huraca
nes que periódica mente se abaten sobre Améri ca Cen tral pued en ocasio
nar pérdidas responsables del retroceso de varios años de la riqueza
nacional de un país (caso de Honduras después del huracán Mitch en
1998).
En la figura 2 también se observa cómo el fenómeno natural entra en
la ecuación del riesgo pero sin un carácter tan determinante como tenía
en el enfoque más convencional. Además, se sugiere también (aunque
ello esté sujeto a fuertes controversias) que estos fenómenos naturales
extremos pueden hallarse vinculados al cambio ambiental global (y muy
especialmente al cambio climático) de origen antropogénico.
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14. Geopolítica de los recursos naturales
R ic a r d o M éndez
Instituto de Economía y Geografía CSIC
Porque son valiososy confieren poder y riqueza, la disputa por los recursos deviene un rasgo cada
vez más de si acad a del panorama mundial. Esa disputa, muchas veces entremezclada con antagonis
mos étnicos, religiosos y tribales, plantea un peligro significativo y de creciente gravedad para la paz
y la estabilidad en muchas reglones (MIchaelT. Klare: G uerras p or los recursos. El lutum escenario del
conflicto gfoijgf, 2003:11).
Introducción
Desde hace algunos años, tanto los medios de comunicación como la
bibliografía especializada en el ámbito de las relaciones internacionales
y la geopolítica, reiteran la multiplicación de conflictos en el mundo que
parecen tener como factor explicativo de primer orden la pugna por la
apropiación, gestión y uso de recursos naturales estratégicos, algunos de
los cuales se enfrentan a problemas de escasez en un futuro no lejano.
Conceptos que han gozado de cierto éxito, como los de ecoviolencia
(Homer-Dixon, 1997), ecopolitica (Mofson, 1999),hidropolítica (Ohlsson,
1995) opetropolítica (Klare, 2002), no hacen sino incidir en esa supuesta
relación de causalidad. Y obras como las del propio Michael Klare sobre
¡as guerras por los recursos (2001), o sobre los vínculos entre sangre y
petróleo (2004), convertidas en best-seller tras la intervención estado
unidense en Irak, encuentran hoy un notable eco en contraposición a las
visiones culturalistas que centraron su atención prioritaria en otro tipo
de argumentaciones para interpretar las claves de los conflictos en este
comienzo del sigJo XXI.
En ese contexto argumental que hoy parece convertirse en dominan
te, se observan también notorias exageraciones y no está ausente el
riesgo de padecer un cierto neodeterminismo ambiental, a partir de
explicaciones simplistas para procesos que siempre son complejos y
exigen una perspectiva multicausal y multiescalar, tal como la mejor
tradición geográfica ha venido proponiendo desde hace décadas. La
cuantificación del riesgo de guerra que padecen los Estados que cuentan
con recursos naturales estratégicos, tal como se recoge en la cita de
Collier y Hoeffer, correspondiente a una obra publicada por el Banco
Mundial hace apenas unos años, resulta buena muestra de ese tipo de
excesos.
Desde tal perspectiva, el presente texto se plantea como objetivo
ofrecer una breve panorámica sobre las actuales relaciones entre recur
sos naturales y relaciones de poder, con especial atención hacia los
conflictos —potenciales o abiertos— a que dan lugar en el caso de
recursos estratégicos desigualmente repartidos. Para ello, un primer
apartado abordará una reflexión general que toma como punto de
partida la idea expresada por Nogué y Vicente (2001:200), en el sentido
de que el medio ambiente se está convir tiendo en un componente de la
geopolítica mundial. Y, a partir de ahí, las limitaciones de espacio
disponible permiten considerar, tan sólo, la geopolítica de dos recursos
tan relevantes hoy y en el próximo futuro como el petróleo y el agua,
dejando así al margen de nuestro comentario otras cuestiones, sin duda
de interés, como podrían serlas relativas a la geopolítica de los recursos
pesqueros, forestales o minerales, imposibles de abordar ahora con un
mínimo rigor y precisión.
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15. La ciudad en él campo: nuevas
ruralidades y lugares rururbanos
C laudia B arros
Universidad Nacional de Liijtíu
Universidad de Buenos Aires
MtLES
O
Más allá de las críticas que pudieran hacerse a la caracterización de
Cloke, tanto como a cualquier otra que pretenda dar cuenta de un
concepto utilizado mundialmente para hacer referencia a un sinnúmero
de particularidades locales, lo cierto es que ella incorpora la posibilidad
de pensar lo rural más allá de lo estrictamente productivo.
Como temáticas de estudio de la geografía, los términos urbano y
rural, han tenido diversos pesos relativos a lo largo de las últimas
décadas. Hasta mediados del siglo XX, los temas rurales resultaban de
gran interés para los geógrafos, pero, posteriormente, su papel quedó
deslucido frente al de los estudios urbanos que suscitaban cada vez más
inquietud. Por otra parte, los estudios rurales en geografía no lograban
superar enfoques tal vez demasiado tradicionales (García Ramón, Tulla
i Pujol, Valdovino Perdices, 1995). Sin embargo, más recientemente, en
especial a partir de los años noventa, se observa un renovado interés por
el estudio de cuestiones rurales, esta vez de la mano de un pluralismo
teórico y una apertura a nuevas problemáticas que incluyen aspectos
relacionados con el "giro cultural”. Estos abordajes se integran con los
tradicionales enfoques agravios desarrollados en el campo más amplio
de la geografía rural (García Ramón, Baylina Ferre, 2000). De este
modo, aspectos como la otredad, el paisaje, el ambiente o el “idilio rural”
han pasado a constituirse en focos de atención para los geógrafos. No es
de extrañar, entonces, que en este contexto, comience a desarrollarse el
interés por las nuevas ruralidades1.
Nuevas ruralidades
En función de la suposición de la existencia de una ruralidad clásica
es como aparece la noción de nueva ruralidad como expresión de la
novedad. Sin embargo, cada modo de organización de los territorios
rurales ha tenido y tiene configuraciones diferentes. Tal vez por ello
existan tantas inclusiones y exclusiones para lo que se considera
neorrural, desde aquellas posturas que incorporan bajo este concepto a
aquellos emprendimientos agropecuarios gestionados por un poblador
urbano hasta quienes limitan el uso del término y lo reservan para
REFERENCIAS
Ama Mttopoftana
[)
de Buenos Alies ■
Cinturón hortícola H
Cuenca de abasto de lácteos £D
0 » I--' - S i'-
i
Pinos, eucaliptos y ála m o s p la te a d o s se dejan ver desde les sillones ieMving, Irente a la ch im enea. En la gatería cubierta
de flores fucsia las horas pasan (enlámenle."
2000
i k Toneladas por (raba]ador
/ : Ira c io ie s ü c w is ilo 2 W C V (s m i I93B...)
\
/ I Tradorts ía menos de 60 a 120 CV (ano 1980)
1000
! ¡
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/ ."■
iV'Tradoros de 20 a 40 CV (ano 1960)
¡ y
j )Tradorea do menos de 20 CV (año 1950)
con imcción animal mocan Izada
.♦ CulUvo manual Hectáreas por trabajador
1 10 100 200
Por otra parte, a partir de los años 1960, los agricultores de los países
en desarrollo que tenían los medios y que fueron apoyados por políticas
públicas favorables, se lanzaron a la revolución verde, una variante de
la revolución agrícola contemporánea, generalmente desprovista de
gran motorización -mecanización. Es así como en muchos países de Asia
el rendimiento de arroz, que sobrepasaba escasamente las 2 toneladas
por hectárea hace 40 años, puede alcanzar hoy 10 toneladas por hectárea
en una sola cosecha, y como la producción por hectárea y por año puede
incluso aproximarse a las 20 o 30 toneladas, cuando los dispositivos
hidráulicos permiten hacer dos o tres cosechas al año. En consecuencia,
un arrocero que cultiva a mano media hectárea y que producía 1
tonelada depaddy (arroz no descascarado) en 1960, puede producir hoy,
según la Ocas 5, 10 o incluso 15 toneladas.
Además, a partir de mediados de los años 1970, inversores de todo
tipo (empresarios, grandes propietarios, agroindustria, agrodistríbución,
fondos de inversión...) han sacado partido de la experiencia de la
revolución agrícola y déla revolución verde, así como de los al tos precios
agrícolas del momento (ver fig. 2) para lanzarse a [a modernización de
antiguos y grandes terrenos agrícolas coloniales en los países de bajos
salarios de América latina (Argentina, Brasil...) de Africa del Sur,
Zimbabwe...) y de Asia {India, Filipinas...). Por último, desde los años
1990, estos inversores se comprometieron, del mismo modo, con la
modernización de grandes terrenos del Estado o de colectivos de anti
guos países comunistas de Europa (Ucrania Rusia...). Y tanto unos como
otros obtuvieron rápidamente niveles de productividad comparables a
los de los agricultores norteamericanos y del oeste europeo más avanza
dos en técnicas.
Por el contrario, en los países de África, Asia y América Latina,
centenai-es de millones de agricultores que practican cultivos pluviales
o poco irrigados, no han tenido nunca la posibilidad de adquirir ni
tractor, ni animal de trabajo, ni semillas seleccionadas, ni abonos, ni
pesticidas, y nunca han podido progresar ni en superficie cul tivada por
trabajador ni en rendimiento por hectárea.
Así, la diferencia de productividad del trabajo entre 500 millones de
campesinos cuya producción no sobrepasa 1 tonelada de cereales o el
equivalente a cereales por trabajador y por año, y algunos millones de
agricultores que pueden producir hasta 2.000 toneladas por trabajador,
es hoy de 1 a 2.000.
Excedentes crecientes a precios decrecientes
En los países donde la revolución agrícola contemporánea y la
revolución verde han progresado más, las ganancias de productividad
agrícola han sobrepasado ampliamente las de los demás sectores de la
economía y, en consecuencia, los precios agrícolas reales (sin tener en
cuenta la inflación) han bajado enormemente. Además, en algunos de
estos países, la producción agrícola ha aumentado más deprisa que el
consumo interior, de manera que han podido desprenderse de cantida
des crecientes de excedentes exportables a precio real decreciente.
Así, en los países desarrollados donde la revolución agrícola ha
progresado más después de 1945, los precios reales de los productos
agrícolas y alimentarios básicos (cereales, oleoproteaginosas, carnes,
leche, huevos...) se han dividido por 4 o 5 en medio siglo. Durante el
mismo tiempo, la producción de vegetales que ha aumentado mucho más
rápidamente que la población, cantidades crecientes de productos vege
tales se han utilizado parala ganadería (aves, porcinos, bovinos...) cuyos
productos han bajado en coste y en precio. De este modo, a pesar de un
consumo creciente en productos animales, algunos de los países bien
dotados de tierra (Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda
y, en menor medida, algunos países de Europa) se han desprendido de
excedentes exportables en cantidades crecientes y a precios decrecien
tes.
En los países en desarrollo donde la revolución verde más ha progre
sado, en el Sur de Asia, del Sud-Este y del Este especialmente, incluso
sin gran motorización, el aumento de los rendimientos ha conllevado
una fuerte alza de productividad y una baja importante de los costes de
producción y de los precios agrícolas reales. Y algunos de estos países
han llegado a ser agroexportadores (Tailandia, Vietnam), aun cuando la
sub-alimentación estaba muy extendida en ellos.
En los antiguos países coloniales y comunistas donde las grandes
empresas agrícolas de asalariados, recientemente modernizadas, alcan
zan hoy un nivel de productividad tan elevado como el de las explotacio
nes familiares mejor equipadas de los países desarrollados, los costes de
producción son incluso más bajos. En efecto, en estos países los salarios
no sobrepasan algunas decenas de dólares por mes, la maquinaria, los
abonos, los pesticidas fabricados in situ son mucho más baratos, las
cargas fiscales son muy bajas y las monedas locales son, a menudo, sub-
evaluadas. Y como la pobreza y la sub-alimentación limitan los merca
dos interiores de estos países, pueden aprovisionar a los mercados
internacionales a precios que resisten a toda competencia. Estos precios
son, por otra parte, tan bajos y tan rápidamente decrecientes, que
incluso ios campesinos medios de estos países que habían comenzado a
modernizarse en los años 1970-80, están en la actualidad bloqueados en
su desarrollo y, a veces, empobrecidos hasta el punto de conducir al
éxodo a los millones de pequeños campesinos y obreros agrícolas priva
dos de tierra y de empleo a causa de las grandes propiedades que se
equipan y ganan aún más terreno y partes del mercado.
Los mercados internacionales de productos agrícolas y alimentarios
básicos (cereales, oleoproteaginosos, productos animales) se aprovisio
nan, por tanto, de los excedentes crecientes a precios decrecientes que
provienen de países que, gracias a ía revolución agrícola y a la revolución
verde, han conseguido producir más de lo que consumen a precio inferior
o igual a los precios de equilibrio internacional. Estos países
agroexportadores son más bien países industrializados que países
emergentes o en desarrollo, cuyas condiciones naturales de equipamiento
y de productividad y consumo son muy desiguales y en los que los precios
de la mano de obra varían del simple a) céntuplo y los de la maquinaria
e inputs del simple al doble.
Por otra parte, los países agroimportadores son igualmente muy
variados: países industrializados o en desarrollo, que no disponen de
recursos suficientes en tierra, países en desarrollo con un fuerte creci
miento demográfico en los que la revolución verde ha penetrado poco o
nada...
Por último, los productos agrícolas y alimentarios básicos tienen de
particular que la mayor parte de su producción no pasa ninguna
frontera, ya que se consume en el país donde se ha producido. Los
intercambios internacionales de estos productos no suponen, pues, más
que una pequeña parte de la producción y del consumo mundial (10 a
30% según las categorías de los productos). Para los cereales, por
ejemplo, cuyo volumen de intercambio internacional es, aproximada
mente, del 15% de la producción y consumo mundial, el precio interna
cional se establece, no como se dice a veces, según el coste de producción
del exportador más competitivo (80 dólares la tonelada: coste de produc
ción argentino o ucraniano) sino al coste de producción del quinceavo
centil de los volúmenes producidos en el mundo {100 dólares la tonelada:
coste de producción australiana o canadiense). Así, en periodos de
excedentes el precio internacional de los cereales es inferior al coste de
producción del 85% de los volúmenes producidos en el mundo... Es
inferior al coste de producción de la mayoría de los agricultores del
mundo: inferior al coste de producción de los agricultores americanos
(130 dólares la tonelada) que no podrían continuar aprovisionándose de
todo su propio mercado interior si no recibieran los unos y los otros
ayudas públicas importantes que les permitiera compensar la diferencia
entre sus costes de producción y el precio internacional. Pero este precio
internacional es, sobre todo, muy inferior al coste de producción de
centenares de millones de campesinos que producen menos de 1 tonela
da de cereales por año que puede estimarse a 400 dólares la tonelada si
se quiere que obtengan unas ganancias de 1 dólar por día.
Añadamos que estos largos periodos de bajada de precios, que
favorecen el cese de actividades de centenares de millones de campesi
nos pobres y que desaniman la producción de los que quedan, termina
por reducir los stocks de final de campaña, hasta el punto de provocar
una verdadera explosión de los precios, como fue el caso en 1972. En unas
semanas, los precios del trigo y de otros productos alimentarios se
triplicaron hasta superar los elevados niveles que habían alcanzado al
día siguiente de la Segunda Guerra Mundial. Lo que puede producirse
de nuevo, si los excedentes a bajo precio continúan difundiéndose sin
protección en los países de bajos ingresos y fuerte dependencia
alimentaria. Y hay que recordar que en los periodos de precios altos, la
ayuda alimentaria resulta escasa, estos países carecen de divisas para
aprovisionarse y los consumidores-compradores pobres no pueden ya
satisfacer sus necesidades.
Cuando los precios son bajos, centenares de millones de pequeños
productores vendedores de productos agrícolas están demasiado empo
brecidos para calmar su hambre; cuando son altos, centenares de
millones de consumidores-compradores pobres tienen, a su vez, hambre.
Además, más allá de estas largas fluctuaciones, los precios agrícolas se
ven también afectados por fuertes variaciones según las estaciones:
siendo la oferta agrícola muy variable, mientras que la demanda
solvente de los consumidores acomodados es poco flexible, las variacio
nes de precio a corto plazo perjudiciales para los productores y para los
consumidores son aún más importantes. Sin regulación de los precios,
el mercado no puede cubrir las necesidades mínimas de unos y de otros.
La curva del precio real del trigo en el mercado de Chicago (ver figura
2) ilustra a la perfección este modo de funcionamiento de los mercados
internacionales de productos alimentarios básicos: los largos periodos
de bajada de precios (1952-1972 y desde 1979) alternan con cortos
periodos de precios altos (1945-1951 y 1972-1979).
Figura 2.
B ib l io g r a f ía
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III. LAS OTRAS CIUDADES
17. Vulnerabilidades urbanas: separar,
olvidar, deshabitar
J osep M aría M ontaner
Universitat Politécnica de Catafunva
Mueva York
Un ejemplo emblemático de borrado de memoria es el de Battery Park
en Nueva York, analizado por Christine Boyer (Boyer, 1994): un lugar
de situación estratégica y privilegiada de Manhattan, en el que estaba
prevista la construcción de vivienda social según el Master Plan de 1979,
se decidió convertirlo en un gran centro comercial y de negocios,
proyectándolo como un escenario cinematográfico y creándose una falsa
memoria. Una vez terminado, durante cinco días se promovieron fiestas
y celebraciones de inauguración en 1988, que crearon una falsa tradición
como legitimación retórica, sin historia, que intenta tapar tanto la
memoria de lo que allí existió como de lo que allí se había previsto.
Otro ejemplo emblemático es el de la tematización de uno de los
enclaves más representativos de Nueva York, Times Square. Este
distrito, que en los años ochenta se había convertido en un lugar híbrido
y bastardo, sórdido, obsceno y decadente, lleno de teatros, restaurantes
y antros, se reurbanizó según proyecto urbano dirigido por Robert A. M.
Stern desde 1993 y controlado por la Disney Company desde 1994, la
empresa madre del entretenimiento-consumo. De esta manera se ha
convertido en una parte de ciudad tematizada, que crea una memoria
falsa basada en una edad de oro mítica de los años veinte a los años
cincuenta, que ha limpiado la existente y que se expresa con la tecnología
publicitaria contemporánea. La crítica de arquitectura Joan Ockman
(Ockman, 2005) ha explicado con precisión este proceso de paso de )a
ciudad del pecado a la ciudad del signo y este mecanismo urbano pensado
para “dejar Times Square listo para Blancanieves”, convirtiéndola en un
inmenso teatro al aire libre, espectáculo de pantallas y neones, un gran
y extenso cine urbano para toda la familia.
Los Angeles
Los Angeles, la ciudad mítica de Hollywood, la que para Reyner
Banham en su libro Los Angeles. The Architecture of Four Ecologías
(1971) era el modelo de ciudad paradisíaca y moderna, de golpe, en los
años noventa, se reveló como un modelo de distopía, lugar de segregación
y enfrentamiento social, ejemplo de la maquinaria más perfecta del
borrado sistemático de la memoria anarquista, socialista y alternativa
que había existido a lo largo del siglo XX. Unos conflictos sociales y
étnicos latentes que rápidamente se habían silenciado y que tuvieron su
eclosión en los “riots" de 1992.
En sus libros, Mike Davis y Norman M. Klein han rescatado la
tradición de las novelas distópicas y del cine negro que a lo largo de todo
el siglo XX ya habían presentado Los Angeles como lugar de la violencia,
la desintegración y del colapso civil, en definitiva, como el más privile
giado escenario de un apocalipsis permanente que no ha sido visibilizado
hasta los últimos años-
Las autopistas y edificios emblemáticos de Los Angeles son una
respuesta a esta realidad conflictiva, de una ciudad llena de una pobreza
que oculta y de una diversidad étnica a punto de estallar. Por ello las
autopistas han arrasado y atravesado barrios que quedan ocultos ai
recorrido del automóvil. Otro ejemplo muy sintomático, el Hotel Buena
ventura de John Portman en Los Angeles, por su morfología, accesos y
aparcamientos alardea como publicidad para sus clientes que desde él
es imposible ver a los vecinos residentes en los barrios de alrededor.
Barcelona
Otro caso evidente es la sistemática destrucción de los tejidos sociales
articulados, con memoria y conciencia de clase, tal como se ha ido
produciendo en la ciudad de Barcelona. Véase como ejemplo el borrado
programado y sistemático del tejido social y productivo y de la memoria
industrial y obrera, especialmente en Ciutat Vella y en el Poblenou, para
ir segregando a la población en un proceso que continuamente va
reproduciendo la separación entre las elites y las masas de población
modesta, entre los poderosos económicamente y la gente modesta.
Existe una voluntad de eliminar cualquier vestigio de la lucha de clases
y de los conflictos de los siglos XEX y XX.
Barcelona ha primado una construcción histórica basada en la
arquitectura de los palacios y edificios modernistas y ha borrado la
memoria industrial de los barrios, las fábricas y los edificios de la
cooperación y ayuda mutua que permitieron la revolución industrial y
la sociedad del siglo XIX, en el contexto del enriquecimiento de los Batlló,
Güell,Girona,Ricart, Gili, Godó, Bertrand i Serra y muchos otros. Cada
tiempo nuevo busca su legitimación en aquello que enfatiza yen aquello
que excluye y que oculta, Y con la modernidad ha ido creciendo el proceso
de instrumentalización del pasado. En Barcelona, la apología que la
burguesía ha hecho del Modernisme ha ido ligada al borrado de las
infraestructuras industriales que lo nutrieron. No deja de ser paradójico
que la burguesía catalana, industrial y nacionalista, haya primado el
mito naturalista de la montaña y de la arquitectura modernista, borran
do la memoria de la realidad industrial que potenció el territorio y que
consolidó las ciudades catalanas.
En este sentido ha sido emblemática la reivindicación urbana para
salvar el conjunto fabril de Can Ricart en el Poblenou, iniciado en 1853,
por lo tanto con más de 150 años de funcionamiento coherente y aún en
plena actividad en el año 2005, que ha sido amenazado de derribo. Al
expulsar a los empresarios y trabajadores se rompen las redes y lazos
entre la gente y el lugar, y al destruir el sistema de naves fabriles y
espacios públicos se elimina un patrimonio industrial de valor único —
junto a can Batlló de la Bordeta, el único conjunto industria] del siglo
XIX en pie. De hecho, ya la Villa Olímpica en los años ochenta se edificó
en un desierto de referencias, después de haber derribado el patrimonio
industrial en la zona, que poseía piezas tan valiosas como los Docks o
Almacenes generales de Depósito (1874) de Elies Rogent, la primera
obra en la que en Cataluña se utilizaban las bóvedas ligeras gigantes,
embrión estructural del Modernismo; unas bóvedas gigantes de ladrillo
que Rafael Guastavino propagó por Estados Unidos y que Josep Puíg i
Cadafalch utilizó en la fábrica Casarramona.
De hecho, la gran pregunta respecto a la memoria urbana es ¿quién
posee el derecho de recordar? ¿Qué grupo o clase social, de los diversos
que confluyen en cada ciudad, es el que tiene el poder de definir la
memoria? ¿Cómo cada ciudad va construyendo su imaginario a costa de
enfatizar algunos aspectos y olvidar otros? De hecho, para recordar unos
hechos es necesario haber olvidado otros, pero para construir la memo
ria colectiva, ¿quiénes deciden qué se enfatiza y qué se olvida? Además,
se ha de destacar que, al primar la memoria dominante, difícilmente se
reconoce la recientemente llegada memoria de los inmigrantes proce
dentes de otras culturas.
Berlín
El Berlín actual es otro caso emblemático, especialmente en la
Potsdamer Platz, en el que se han borrado los vestigios de memoria
urbana, con una voluntad totalmente contraria al desarrollo de la
identidad y especificidad de Berlín (García Vázquez, 2000). Y en este
caso sí que estamos tratando de una ciudad duramente destruida por el
trauma de una guerray por la herida de la división del muro. Ciertamen
te, en algunos casos, tal como les sucede a las personas, las colectivida
des prefieren olvidar los episodios más pesados de su pasado.
El conjunto de la Potsdamer Platz, realizado por firmas arquitectóni
cas internacionales de prestigio (Renzo Piano, Helmut Jahn, Rafael
Moneo, Hans Kollhoff), es un ejemplo de borrado de los vestigios previos
—en este caso la memoria ignominiosa del muro— y de segregación, con
una morfología que lo aísla expresamente del Kulturforum y del resto de
la ciudad.
En todos estos casos —Los Angeles, Nueva York, Barcelona, Berlín—
se da una paulatina injerencia del sector privado en la gestión de un
espacio público, que se vuelve lugar de control y de normas. El edificio
Sony Pía isa, con la plaza cubierta que es corazón de la Potsdamer Platz,
es un ejemplo emblemático de esta privatización del espacio público, en
el cual sólo se potencian las actividades de consumo y se prohíbe
cualquier acción lúdica o reivindica tiva. Tal como avisan las placas de
las "House Rules" en cada uno de los accesos al Sony Center, está
prohibido tocar música, hacer actuaciones, mendigar, hacer propaganda
y manifestaciones no autorizadas, ir en bici o patines, alimentar a las
palomas, llevar globos o sentarse en las escaleras.
Esta injerencia en el control del espacio y de los sistemas públicos,
gestionados por la seguridad privada, ha encontrado legitimación en los
lamentables ataques del nihilismo terrorista —11 de septiembre de
2001 en las Torres Gemelas de Nueva York, 11 de marzo de 2004 en los
ferrocarriles de acceso a Madrid. Ciertamente, estos atentados a lo
urbano y colectivo como blanco de la violencia y del fanatismo han
transformado los modos de vida urbanos. Es emblemático el cambio de
mentalidad, de la confianza a la desconfianza, que se produjo en Tokio
tras el ataque al metro con gas tóxico en 1995. Una cultura tradicional
e isleña de la confianza, que se basaba en el hábito de dejar las puertas
de las casas abiertas, desapareció, transformándose en una cultura del
miedo y la desconfianza hacia el otro, el extraño, el inmigrante.
Cada vez que se arrasa la vida comunitaria y el patrimonio existente
se produce un proceso de impostación de una falsa memoria sobre la
memoria que había existido. Es un hecho reconocido que los grandes
operadores financieros e inmobiliarios, según la lógica de la ciudad
global (Muxí, 2004) exigen terrenos en su estado óptimo: habiendo
borrado toda construcción y memoria para poder implantar una ciudad
genérica y homogénea. Y aunque se admite que este borrado sistemático
de culturas y memorias crea heridas físicas y psicológicas en la pobla
ción, se considera que es un “mal menor" o un “efecto colateral” que se
exige sea asumido. Es la misma operativa que se utiliza al crear barrios
cerrados o “gated communities”: toda la naturaleza existente, incluidos
árboles, vegetación y lagos, debe ser sustituido por una capa vegetal
nueva, nuevas plantaciones y agua en circuitos cerrados. Un proceso de
substitución continua que no puede aceptar ninguna preexistencia y que
con el manto vegetal, los árboles, los edificios históricos y los espacios
públicos tradicionales se llevan para siempre los estratos de la memoria,
Y si se pierde la memoria también se pierde el sentido.
Deshabitar: geografía de los “sin techo"
Ser un “sin techo” corresponde al mayor grado de marenación dentro
de una ciudad. Las razones que llevan a esta situación límite de
exclusión que comporta dormir en la calle y llevar a cuestas lo poco que
se tiene son diversas, pero generalmente se une la falta de trabajo y
recursos con la pérdida de unos lazos familiares y sociales que ayuden
a disponer de un hogar, aunque sea provisional, y obligan al “sin techo”
a habitar cualquier rincón de la ciudad.
Hay un cúmulo de razones que, si se van sumando, llevan a vivir en
la calle: pobreza, enfermedades crónicas, alcoholismo, drogadicción,
pérdida del puesto de trabajo, ruptura de la pareja o problemas judicia
les. Pero es que, al mismo tiempo, estamos en un sistema que va
excluyendo casa vez a más población y que hace aumentar los sectores
vulnerables. Por ejemplo, cada vez que vemos en una ciudad turística
mediterránea, como Barcelona o Valenci a, una finca antigua remodelada
para ser alquilad a para turistas por días o semanas, significa que detrás
ha habido un proceso de expulsión de sus habitantes, generalmente
ancianos con problemas económicos que van a parar a pensiones o
residencias de ancianos. Un proceso que va expulsando no sólo a los
antiguos habitantes sino también a los comerciantes que daban vida a
las calles y plazas. Con el tiempo, los barrios históricos van perdiendo
población residente y comercios de proximidad y se desertizan y
tematizan. Por lo tanto, una parte de los ciudadanos, aunque no se
hayan convertido en “homeless” han sido “deshabitados” previamente:
expulsados de sus domicilios, gente mayor a la que han sometido a
“mobbing” y cuyo viejo edificio ha pasado a ser un lujo para turistas.
La geografía de los "sin techo” está definida por los recovecos más
protectores de cada ciudad: puentes, parques, portales, huecos de los
escaparates de las tiendas, cajeros automáticos, pisos abandonados que
se ocupan. Los primeros pasos en el proceso de inserción se realizan en
los centros de día municipales, los albergues y los comedores, buena
parte promovidos por ONG como la Comunidad de San Egidio, Arrels o
Madre Teresa en Barcelona (el 52,6% de los fondos dedicados en
Cataluña a los que carecen de hogar proceden del sector privado) y el
resto están gestionados por asistentes sociales dentro de las políticas
municipales de Bienestar Social. En Barcelona, donde desde marzo del
2005 se aplica un Plan de Inclusión Social, hay entre 800 y 1000 “sin
techo” en la calle cada noche, y cada año se atiende a unas 3.400 personas
sin hogar. En Cataluña los “sin techo” llegan a 8.000. En España en el
año 2004, unas 22.000 personas acudieron a centros de atención para
personas sin hogar. En Europa están contabilizados 2,5 millones de
personas sin hogar. En Valencia, en diciembre del 2005, sólo debajo de]
puente de Cabecera pasaban la noche unos trescientos inmigrantes, en
su mayoría sin papeles. Barcelona tiene 237 camas en albergues,
Madrid 254 y Valencia 457.
Desgraciadamente, las ciudades utilizan de manera descarada méto
dos “anti-homeless”, a veces sutiles, como los bancos en los que su forma
y brazos no permiten dormir en ellos (se denominan explícitamente
“anti-homeless” y fue el sociólogo Mike Davis (Davis, 1990) el que puso
sobreaviso de ello al analizar la ciudad de Los Angeles), o la iluminación
más fuerte de los espacios susceptibles de ello; a veces los métodos son
más expeditivos y agresivos como regar por la noche o expulsar del lugar.
Ninguna de estas medidas es legítima si no se ofrecen alternativas para
los “sin techo” de albergues y centros de día; en definitiva, una red
asistencial.
Porque la ciudad, cuando excluye y, por lo tanto, no cumple con su
función esencial, acoger, se convierte en una aberración. Y la mayor
monstruosidad es la de la ciudad que arremete e, incluso, asesina a sus
indigentes. La ciudad histórica, por su morfología compacta y sus
espacios intermedios, favorece mucho más la existencia de rincones para
la vida nómada de los “sin techo” que las ciudades de trazado moderno,
con zonas monofuncionales, amplias avenidas, edificios aislados y espa
cios delimitados. Los indigentes sobreviven mejor en las estructuras
urbanas preindustriales. más acordes con una vida con pocos medios,
que en los trazados rectilíneos y los espacios abiertos del urbanismo
moderno, pensado para el automóvil.
En un país desarrollado, lo que más caracteriza al “sin techo” es su
aislamiento, sin lazos sociales. En cambio, y paradójicamente, es más
factible sobrevivir sin tener casa de partida en los países del tercer
mundo de América Latina, Africa y Asia, aunque sea en lugares
inclinados e inundables, contaminados, sin servicios y lejos de los
centros, que en los de la sociedad del bienestar. En América Latina los
“sin techo” son multitud. No son indigentes sino pobres que forman una
sociedad y se organizan en redes para hacer ocupaciones de terrenos en
el extrarradio de las ciudades como Lima, México D. F., Caracas, Bogotá
o Buenos Aires y autoconstruir sus chabolas formando favelas, villas
miseria, poblados jóvenes o bidonvilles. En las sociedades opulentas, el
indigente es considerado un sujeto aislado que ha de ser eliminado del
pretendido escenario de lujo, Y por esto es perseguido en la recientemen
te aprobada Ordenanza del Civismo en Barcelona. Sin embargo, por
mucho que se esconda, en las sociedades opulentas las vulnerabilidades
urbanas están en aumento. El perfil del "sin techo” se va ampliando del
más común —hombres solos de mediana edad— a mujeres solas o con
hijos, gente cada vez más joven e inmigrantes. Cualquiera puede verse
envuelto en una situación en la que se vayan acumulando desgracias y
pérdidas. Y en un mundo en el que crece la violencia gratuita, todos
podemos ser un día un "sin techo” agredido por los herederos del
fascismo, a la vuelta de la esquina.
En definitiva, cada vez somos más vulnerables en un mundo que cada
vez crea más fronteras calientes, boira las memorias e historias, y
deshabita a los más débiles.
B ib l io g r a f ía
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18. La ciudad y el miedo
L aia O liver - F rauca
Utiiversittit Autónoma de Barcelona
Fig. 1b: Paso subterráneo para peatones en la Gran Via, Sabadell (Sergl F. Moure).
La visibilidad, la luz o el diseño arquitectónico son elementos que
pueden contribuir a reducir los miedos y las sensaciones de inseguridad;
no obstante, la continuidad en el uso de los espacios públicos sigue siendo
el principal mecanismo de garantía en este sentido. Se trata de proyectar
espacios que inviten a la presencia de población, que correspondan al
trazado de itinerarios cotidianos, que combinen lugares de estancia y
lugares de paso, que permitan el desarrollo simultáneo de diferentes
usos y funciones a los distintos colectivos urbanos (Paravicini, 2003).
Asumiendo la necesidad de reconciliar y regular los intereses y
actividades en conflicto, lo que aquí es esencial es garantizar una ciudad
y un espacio público global mente asequibles. A pesar de las contradic
ciones que pueda generar el multiuso espacial, la misma demanda de
seguridad queda así in formalmente garantizada gracias al control social
que implícitamente ejercen los ciudadanos (Jacobs, 1961). De lo contra
rio, la apropiación exclusiva del entorno por parte de un colectivo
dominante puede ahuyentar a los otros sectores de la población, limitan
do su uso de la ciudad.
Fig. 3b: Cámara de seguridad en la estación central de autobuses, Sabadell (Sergi F. Moure).
y
Críticas y propuestas alternativas al estudio al desarrollo de
iniciativas contra el miedo en la ciudad
El hecho de que la mayoría de crímenes ocurra en las grandes
ciudades ha llevado el crecimiento de la urbanización a ser percibido
como un factor explicativo del incremento de las tasas de delincuencia
(Listerborn, 2004), especialmente debido a la disminución del control
social informal propio de las comunidades demográficamente más
reducidas. El anonimato de los individuos, las pandillas de jóvenes, las
nuevas tipologías familiares con hogares monoparentales e hijos adoles
centes , la consolidación de bolsas de pobreza, la presencia de inmigrantes
o la falta de sistemas formales de control y vigilancia son entendidos por
los criminólogos como causas que conducen a la presencia de autores de
delitos más motivados (Droogleever, 2003); unos argumentos que son
utilizados para justificar el aumento de los miedos en la ciudad. No
obstante, a pesar de que los sentimientos de inseguridad y los índices de
criminalidad están evidentemente relacionados, existe un vacío entre la
cantidad de miedo expresada por parte de la población y los delitos
efectivamente denunciados (Koskela, 1997; Smith, 1987).
En este sentido, la crítica a la criminología tradicional se centra
especialmente en la elección de los métodos de investigación sobre el
miedo y la delincuencia urbana; así como en la manera cómo las medidas
de acción para hacer frente a estas cuestiones son aplicadas. Unas
críticas a las que ha contribuido de manera importante la geografía
feminista, con sus denuncias acerca del miedo que sufren las mujeres en
la ciudad (y, por extensión, los colectivos más débiles) como consecuencia
de las estructuras de dominación patriarcal en las que se enmarcan las
relaciones de género y de poder en la sociedad (Burgess, 1996; Koskela,
1997; Oliver-Frauca, 2005; Pain, 1991; Valentine, 1989).
En lugar de partir de datos cuantitativos y estadísticas generales, se
propone priorizar las metodologías cualitativas, con la realización de
entrevistas individuales o grupales en más o menos profundidad y la
utilización de recursos como la observación participante. Unas técnicas
que también favorecen las conversaciones en distintos grados de
(in)formalidad y la toma de acciones conjuntas con los residentes locales.
Los trabajos emprendidos según estos criterios proporcionan una visión
muy diferente de la que ofrecen las encuestas cuantitativas de gran
alcance (Mehta y Bondi, 1999; Pain, 1991; Pawson, 1993), acercando
mucho más a la realidad los resultados de la investigación. La intención
es entender y aprender de las experiencias locales con el fin de desarro
llar políticas que ayuden a reducir los sentimientos de inseguridad
urbana sin recorrer al aislamiento y a la exclusión social.
De esta manera, en vez de orientarse hacia la protección de la
propiedad y la erradicación de los comportamientos disidentes, la base
política de estos movimientos contra la inseguridad y el miedo descansa
en ideales de igualdad entre todas las personas. Es decir, se focaliza en
las relaciones de poder establecidas en la sociedad, las cuales ubican la
población en distintas posiciones de amenaza o riesgo potencial (Ahmed,
2004, Koskela, 1997). La finalidad no es elevar los niveles de control y
vigilancia; alternativamente, el objetivo es trabajar en una dirección
que incremente la confianza entre los individuos y los diferentes colec
tivos. No se trata de centrarse exclusivamente en la reducción de la
criminalidad; los sentimientos de inseguridad son tomados como un
aspecto de análisis estructural y en sí mismo, que limita la movilidad y
la accesibilidad de las personas en el espacio público urbano (Valentine,
1989) y, por lo tanto, la realización de muchos individuos como ciudada
nos. El punto de partida no es, pues, un interés económico o comercial ni
la disminución per se de los índices de delincuencia en la sociedad; sino
las percepciones cotidianas de las personas respecto a los peligros de su
entorno, especialmente en referencia a los colectivos minoritarios.
El miedo —entendido en sí mismoy no sólo como un efecto que emerge
de los actos criminales ocurridos previamente (Pawson, 1993; Valentine,
1992)— deja de recibir un tratamiento pasivo a la espera de que éste
desaparezca por sí solo y de forma automática; mientras que la acción
directa es únicamente dirigida hacia la prevención, la protección, el
ataque y el castigo de la delincuencia y los malhechores (Listerbom,
2004). Con traponiéndose a los poderes comerciales y a la mercantilización
del miedo, los sentimientos de inseguridad son tomados como una
cuestión a ser tratada de manera estructural, mediante la toma en
consideración de aspectos tanto íi'sicos como sociales (Burgess, 1996;
Salamaña, 2003) y la aplicación de medidas que no impliquen de forma
gratuita la vigilancia, el control y, a raíz de éstos, la exclusión de los
sectores calificados como disidentes en la sociedad (Droogleever, 2003;
Sibley, 1995).
Reflexión final
La ciudad actual seguramente no genera mas miedos que la ciudad
de otros tiempos. Los temores, la inseguridad, la represión y la exclusión
han existido en la ciudad desde sus orígenes. Sin embargo, la brevedad
de la memoria colectiva percibe el presente como un momento especial
mente inseguro, a ío cual contribuyen el poder y Jos efectos de una
difusión mediática sin precedentes en la historia.
La ciudad de hoy es una ciudad diferente, con unos miedos diferentes
que afectan a personas diferentes. En gran parte, son temores que están
estrechamente relacionados con los procesos de globalización capitalista
y sus consecuencias sobre la población y las actividades productivas. Son
fenómenos que en el cui'sodesudesarrolloalimenfcan la desestructuración
de los modelos socioculturales establecidos, desestabilizando las inse
guridades y los miedos previamente conocidos por los ciudadanos y las
en tidades políticas {Bru y Vicente, 2005). Además, las ciudades actuales
han evolucionado hacia regiones metropolitanas con nuevas tipologías
urbanísticas, con zonas suburbanizadas y barrios deprimidos que impo
nen serias dificultades a la Administración a la hora de gestionarlas
(Borja, 2003); mientras que la estructura social, antes relativamente
clara y estable y con unos conflictos de clase más o menos tipificados, ha
avanzado hacía un espectro humano ahora mucho más complejo y
fragmentado, en el que interviene un abanico de circunstancias econó
micas, políticas, legales, étnicas y culturales mucho más amplio. Los
miedos actuales, por lo tanto, no sólo responden a la acentuación de los
elementos que los generan, sino también ala desorientación respecto a
los mismos y a )a forma como éstos deben ser afrontados (Bru y Vicente,
2005).
Por todo ello, las voces críticas con las presentes tendencias de
seguridad señalan la preocupación creciente por el control social como
un problema que conlleva el riesgo de recortar las libertades urbanas
{Ellin, 2001). En lugar de erradicar los miedos, se propone apostar por
él respecto a la inseguridad como un elemento que forma parte de la
propia vida en la ciudad. Así, en vez de colonizar la ciudad con la luz,
adoptar medidas de reclusión y ahuyentar a la diferencia, se defiende la
aceptación de las sombras urbanas, la necesidad de api’e nder a tolerar
la ambigüedad y la incertidumbre en nuestras vidas (Sennett, 1970). La
finalidad también es evitar las consecuencias negativas del negocio de
la seguridad y la fortificación, en una ciudad de espacios segregados y
gente excluida, continuamente estigmatizada por los medios de comuni
cación y por la práctica de los políticos y los agentes del planeamiento.
Este es un ataque relevante a los discursos que defienden el desarro
llo de políticas de seguridad urbana. No obstante, su contenido es en
cierta manera ciego a la realidad de los colectivos más débiles, pues la
celebración de la disidencia y de la incertidumbre en la ciudad tiende a
ignorar el hecho de que las personas exentas de poder normalmente no
pueden tomar parte en la vida colectiva en términos igualitarios a los
sectores dominantes en la sociedad, en buena medida debido a sus
sentimientos de inseguridad en el espacio público {Pain, 1991; Valentine,
1989).
Así pues, lo que es necesario ante todo, es desarrollar políticas de
igualdad, buscar soluciones que permitan convivir con justicia a todos
los colectivos en el espacio urbano, sin tener que renunciar a la diversi
dad de sus habitantes. El miedo en la ciudad debe combatirse con más
ciudad (Bru y Vicente, 2005), con más democracia, con más políticas
orientadas a la conciliación de las diferencias y a la lucha contra las
desigualdades, de forma que todos aquéllos que viven y utilizan el medio
urbano puedan realizarse como ciudadanos libres de pleno derecho.
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19. La ciudad informal
R aquel T ardjn
Arqitiiccta v urbanista; Doctora t’ii Urbanismoporta Uiiiwrsiim Politécnica de Catalunya;
Profesora Adjunta c investigadora de ía Universidad Federa!de Rio de Janeiro
Introducción
Entre las metrópolis latinoamericanas, a pesar de las diferencias
inherentes al lugar o al tipo de influencia que presentan en relación con
sus respectivas regiones, podemos percibir situaciones comunes, entre
ellas: la irreversibilidad del éxodo rural, la presencia de grandes propie
dades rurales y urbanas, la variación en los ritmos económicos, altos
índices de pobreza y desigualdad en la distribución de la renta; fuertes
presiones de crecimiento urbano; una expansión urbana descontrolada
y la evidente constatación de la existencia de una ciudad dual, la cual
podemos llamar sintéticamente de ciudad formal y ciudad informal.
Como señala Santos (1982), los asentamientos informales pueden pre
sentar distinciones de un lugar a otro, aunque mantengan en común la
pobreza que les caracteriza, bien sea las villas miseria de Buenos Aires,
las quebradas de Caracas, las barreadas de Lima, los barrios clandesti
nos de Bogotá, las callampas de Santiago, o los alagados de Salvador y
los mocambos de Recife, estos últimos en Brasil.
En este contexto, la ciudad formal estaría constituida por los
asentamientos legales, aquellos que, desde el punto de vista de las leyes
urbanísticas y jurídicas, están de acuerdo con los criterios de construc
ción urbana y de compra y venta de los bienes patrimoniales. Por otro
lado, la ciudad informal se caracterizaría por la ilegalidad, es decir,
estaría compuesta por asentamientos que se encuentran al margen de
las leyes urbanísticas (autoconstrucción en la mayoría de los casos), con
o sin la pose legal de la tierra, como son, en Brasil, las favelas y los
Íoíeamenfos irreguíares. Los asentamientos informales aún pueden
asumir otras características, como las ocupaciones de edificios abando
nados y/o degradados en los centros urbanos o en las periferias, las
construcciones de las barracas bajo los puentes o e! movimiento y/o la
permanencia efímera de los “sin techo” por Jas calles.
En este marco, el objetivo de este capítulo es proponer una aproxima
ción a la construcción del territorio urbano actual desde algunas lógicas
de construcción de los nsc nía míe utos informa/es. Específicamente, en
los análisis que siguen, nos centraremos en la problemática de los
asentamientos informales a partir de los núcleos que determinan la
creación de nuevos “barrios” o verdaderas “ciudades” dentro de la
metrópoli, como son las favelas y los loteamentos irregulares en el caso
brasileño, partícipes activos en el proceso de ensanchamiento, confor
mación y transformación territorial, local y regional.
De este modo, podremos observar la idiosincrasia de metrópolis que
comportan la informalidad de la estructura urbana asociada a un
crecimiento vertiginoso y al movimiento de dispersión por el territorio
con graves consecuencias, sean urbanas, biofísicas o sociales. El resul
tado es un panorama complejo, cuyo foco en la observación de su
instancia física permitirá acceder a algunas dinámicas que sostienen y.
al mismo tiempo sufren, las consecuencias de la materialidad de los
hechos.
A continuación, el artículo está subdividido en tres partes principa
les-. Va ocupación, que trate de ia formación de Id s o sentamientos
informales; la situación, que analiza e] encaje de la ciudad informal en
los territorios urbanos; y la pulsación, que se centra en las dinámicas
de desarrollo de los asentamientos informales en la conformación terri
torial. Por último, se pretende concluir con el planteamiento de un
posible reconocimiento de la realidad territorial como un amalgama de
“ciudades”, donde se encuentran y se mezclan las ciudades formales e
informales, cuyo futuro depende de una acción articulada de planifica
ción y gestión urbana.
La ocupación
La ocupación de un área por un asen (amiento informal, en gran parte
de las ciudades Latinoamericanas, puede seguir una lógica basada en la
necesidad y la oportunidad o derivada del mercado ilegal de la tierra.
Según Abramo (2003), algunas pueden ser las lógicas de regulación del
acceso a la tierra urbana. Una es la lógica de Estado, donde el sector
público regula la distribución y la forma de adquisición de la tierra; otra
es la lógica de mercado, donde se establece códigos de compra y venta de
acuerdo con las disponibilidades de oferta y la demanda de adquirir la
tierra. Esta puede ser formal o informal, según esté dentro o fuera de
parámetros jurídicos y urbanísticos preestablecidos. Y por último, la
lógica de la necesidad se caracteriza por la invasión de tierra ajena. A
partir de una situación de pobreza latente sumada a otros factores, como
la falta de incentivos de las políticas públicas y financieras y la deficien
cia de un planeamiento territorial con vistas a la previsión de
asentamientos populares, la lógica de la necesidad y las ofertas del
mercado ilegal de tierras determinarían la posibilidad de acceder y
habitar el suelo urbano.
La necesidad de “tener un techo”, la disponibilidad de tierra barata
comercializada ilegalmentey la oportunidad, o la posibilidad de encuen
tro de terrenos ociosos en las ciudades, permiten la aparición de los
asentamientos informales en las ciudades, que todavía siguen aumen
tando en número y tamaño, con variaciones de intensidad de un lugar a
otro, pero con un denominador común, el déficit de vivienda que asóla las
metrópolis junto a políticas públicas deficitarias.
Se suman a esto algunos factores como el crecimiento demográfico en
las ciudades y el fenómeno da la pauperización, que sigue en un ritmo
muy fuerte, considerando que los ricos están cada vez más ricos y el
estrato de personas con renta mediana, y los pobres, cada vez más
pobres. El crecimiento demográfico puede darse, por una parte, debido
a la migración de las zonas rurales hacia las ciudades, principalmente
a partir de mediados del siglo XX (fase de gran industrialización y
crecimiento de las ciudades)enel movimiento de búsqueda de trabajo en
la industria, en la construcción civil o en ámbito doméstico; por otra
parte, es notorio el alto índice de crecimiento demográfico hasta épocas
bien recientes (hoy muchas de las metrópolis estabilizaron o disminuye
ron su crecimiento).
Las áreas ocupadas por los asentamientos informales, en muchos
casos, son áreas poco valoradas comercialmente y suelen estar lejos de
los principales centros y, en consecuencia, del comercio y servicios, de la
industria y de un sistema de transporte razonable. No obstante, la
hinchazón de los centros urbanos fuerza a la búsqueda de lugares
inusitados para la construcción de la vivienda y luego del asentamiento
como un todo cerca de las zonas más consolidadas. Estos lugares pueden
variar, desde pendientes muy acentuadas, humedales, marismas, hasta
la propia agua. Sin embargo, la dinámica de ocupación de los
asentamientos informales sigue la procura de una buena localización,
sobre todo cerca de los puestos de trabajo o de las vías de comunicación.
En Brasil, por ejemplo, las fauelas y los loteamentos irregulares se
diferencian en su modo de ocupación. En el caso de las favelas, éstas
presentan una ocupación irregular que empieza con algunas construc
ciones y poco a poco se ensancha, con el improviso tanto de las construc
ciones como del trazado de las calles y callejuelas. Los espacios libres
públicos presentes son pocos y existe la máxima valoración de la
posibilidad de construirse una vivienda. De este modo, la favela ocupa
improvisada y orgánicamente el teñí torio, según las posibilidades del
relieve, del suelo y de las soluciones constructivas disponibles, sin una
planificación previa del asentamiento. Distintamente, los loteamentos
irregulares constituyen emprendimientos pensados a priori, por lo
tanto, poseen un trazado regular, con parcelas pequeñas, de modo a
aprovechar al máximo el área edificable. En general, suelen ocupar las
áreas llanas y poseen pocos espacios libres públicos. En este contexto, la
densidad en\osasentamientos informales es variable y alcanza su mayor
tasa en las favelas, como un verdadero amontonado de edificaciones y un
gran número de habitantes.
Las edificaciones en estos asentamientos siguen unos parámetros
que van desde el provisional hasta el definitivo, caracterizado por los
materiales que utilizan. Si en la favela, en principio, se edificaba
provisionalmente, con latas, papeles o materiales similares, como una
solución de emergencia antes de irse a vivir en una vivienda formal, cada
vez más este cuadro presenta trazos de permanencia, como las edifica
ciones hechas de ladrillo, lo que supone la perennidad de [as facetas en
el pano 2-ama de muchas metrópolis (Pastevnak, 2003). Esta misma
perennidad puede ser constatada en los loteamentos irregulares y ambos
forman parte innegable de la ocupación del territorio.
Sin embargo, los asentamientos informales poseen distintos niveles
de urbanización, lo que incluye servicios, infraestructuras y
equipamientos. A grandes rasgos, éstos sufren una carencia generaliza
da de infraestructuras. En el marco de la precariedad, el proceso de
construcción de los asentamientos infórmalas suele venir acompañado
de un fuerte componente de degradación biofísica, como, por ejemplo, la
contaminación del suelo y de las aguas superficiales y subterráneas,
debido a la ausencia de alcantarilla, la erosión de las pendientes, debido
a la ocupación de las colinas y las montañas, y la pérdida de la cubierta
vegetal. Además, la ocupación de las márgenes de los ríos, rieras y
lagunas, de los humedales, de las marismas, de los propios caudales, en
algunos casos, son las causas más frecuentes de ocurrencia de las
inundaciones, lo que puede causar catástrofes irreparables a los
asentamientos- Del mismo modo, la ocupación informal de las pendien
tes, al margen de provocar la erosión, suele ser el motivo de
desmoronamientos y deslizamientos que eliminan edificaciones y perso
nas.
No obstante, en las últimas décadas, algunas ciudades Latinoameri
canas1 vienen recibiendo innúmeras inversiones en sus asentamientos
informales, con el objetivo de dotarlas de mejores servicios urbanos y
retratan mejoras físicas considerables en muchos de estos ose» ta intentos.
En este contexto, algunas intervenciones hacia la regularización de
la ocupación de la tierra, mejoras físicas y una mayor inserción social de
las comunidades, por una parte, dotan los asentam ientos de
infraestructuras generales y condiciones legales de convivencia dentro
de la ciudad, sin embargo, por otra parte, pueden generar un movimien
to de mayor producción de asentamientos informales en búsqueda de
intervenciones posteriores, lo que tiende a provocar una dinámica de
“incentivo” a la formación de los asentamientos informales a la inversa
de lo esperado, lo que exige medidas paralelas de actuación. Por otro
lado, algunas posturas críticas señalan la perversidad política que
puede entrañar estas operaciones de mejora, a través del cambio de
"favores” en votos, y reclaman la falta de atención a la integración social
junto a las mejoras infraestructurales, cuyos programas sociales previs
tos (de inserción en el mercado de trabajo, de legalización de pequeños
comercios e industrias, de educación) no acaban de realizarse totalmen
te (Vaz y Cerquera, 2000).
En efecto, los asentamientos informales apuntan hacia la ocupación
indiscriminada del territorio, cuya proliferación sigue algunos criterios
funcionales y espaciales, según las características físicas del sitio y de
las relaciones que establece, o puede establecer, con su entorno, de
acuerdo con las dinámicas urbanas existentes. Sin embargo, a estos
criterios se suma una gran carga de imprevisibilidad. Es decir, los
asentamientos informales pueden surgir en cualquier sitio, lo que
dificulta la actuación gubernamental y tiende a favorecer su desarrollo.
La pulsación
El crecimiento de las metrópolis y la tendencias la generalización del
fenómeno urbano tiende a favorecer el surgimiento de los asentamientos
informales igual que su proliferación por el territorio. Algunos datos
revelan que en México DF, por ejemplo, cerca de un 50% del área
metropolitana es urbanizado informalmente. En Brasil, la mayor parte
de la población de los asentamientos informales se encuentra en las
metrópolis de mayor porte.
En algunos casos, el crecimiento vertiginoso de la ciudad informal,
como tentáculos entre la ciudad formal, tiende a originar la junción de
varios asentamientos en uno sólo, como unaconurbación deasentamientos
informales. En Río de Janeiro, por ejemplo, la presencia de complexos
(conurbaciones) de favelas constituye una realidad preocupante y pre
sentan áreas ocupadas que comportan hasta más de 300.000 habitantes.
En realidad, los complexos son “otras” ciudades insertadas dentro de la
ciudad, dotados de una complejidad espacial y social enorme, con varias
heterogeneidades entre sus partes, sean morfológicas, funcionales o
espaciales. Actualmente los complexos se encuentran consolidados en
áreas menos valoradas en el mercado inmobiliario, sin embargo, estos
complexos amenazan formarse en algunas de las partes con más alto
valor inmobiliario de la ciudad, con casas de lujo, hoteles y gran atractivo
turístico. Esto denota que los asentamientos informales pueden desarro
llarse en las cercanías de la ciudad formal con cierta independencia de
su status económico, aunque pueda haber una mayor o menor permisi
vidad.
Por otro lado, los asentamientos informales más periféricos pueden
desarrollarse, en algunos casos, debido a la propia intervención guber
namental y son, muchas veces, el principal motor de expansión urbana.
La construcción de grandes conjuntos de viviendas en las áreas más
distantes de los centros metropolitanos, sin infraestructura suficiente y
sin la fiscalización posterior del gobierno, tiende a originar las ocupacio
nes informales en su propio seno y en su entorno, como un incentivo a su
diseminación. Se suma a estos hechos la ausencia de intervención
pública en la mayoría de los asentamientos informales, lo que favorece,
y hasta cierto punto permite, la continuidad délas prácticas informales.
Si en un primer momento los asentamientos informales ocupan las
áreas libres de la ciudad en un proceso paulatino de construcción, en un
segundo momento, se aprovechan de las mejores condiciones, sobre todo
de acceso e infraestructura, para empezar su adehesamiento vertical.
En este sentido, a grande rasgos, los asentamientos informales siguen
el patrón de los territorios urbanos como un todo, y presentan movimien
tos de creación/expansión/adehesamiento ligados a la proliferación u
ocupación extensiva del suelo en puntos distintos, pulverizados de modo
fragmentario o en continuidad unos con los otros, donde los límites
variables de la ciudad informal se suman a los límites imprecisos de la
ciudad formal.
Es decir, al crecimiento horizontal como un dato hasta ahora inevita
ble, se sigue el crecimiento vertical. En las favelas de Río, por ejemplo,
éste es un hecho evidente, que incita a las autoridades públicas, el sector
privado y la sociedad en general, a reflexionar sobre el tema de cómo
contenerlos, controlarlos, evitarlos y hasta erradicarlos. Esta última
hipótesis representa un discurso desesperado de quienes no ven salida
para el problema y vuelven a las prácticas de retirada en masa de los
asentamientos informales, con el consentimiento de la comunidad local
o sin él, muy en boga en Brasil, sobre todo en los años cincuenta y
sesenta.
En efecto, en el movimiento de adehesamiento y expansión urbana,
los asentamientos informales revelan su movimiento de transformación
y crecimiento y promueven, junto a la metrópoli como un todo, la
variación y la mutabilidad de sus límites espaciales, sea de los
asentamientos mismos, sea del territorio urbano en cuestión. Al mismo
tiempo, instauran un cuadro urbano complejo, que carece de nuevas
miradas, alternativas sobre una realidad dual, formal e informal.
Sin duda, la fluidez de los límites espaciales de los asentamientos
informales y entre éstos y la ciudad formal, asociada a su tendencia a la
proliferación por el territorio, tiende a acentuar los cambios y la
complejidad del paisaje de los territorios urbanos y su tendencia a la
urbanización continuada. En este marco de difícil lectura y compren
sión, las realidades comportan partes heterogéneas, cada una con sus
especificidades y superposiciones, aunque constituyan una realidad
común marcada por la ineficiencia urbana, los desequilibrios bioíísicos
y la falta de equidad social.
A esta realidad espacial analizada, sigue una realidad socioeconómica
marcada por relaciones diferenciadas, dinámicas, no lineares, sobre
todo financieras, que caracterizan las partes de las metrópolis y también
marcan los distintos movimientos délas personas que pa sana ocupar los
asentamientos informales y viceversa, que salen de los asentamientos
informales para tomar parte en la ciudad formal y señalan las diferen
cias existentes en los propios asentamientos informales. Entre los
movimientos migra torios de las personas puede observarse la influencia
de la pauperización de la población, entre otros factores, como causa de
la movilidad desde la ciudad formal hacia la ciudad informal. Del mismo
modo, puede notarse la migración dentro de la propia ciudad informal,
al margen del movimiento inverso, desde la ciudad informal hacia la
ciudad formal, lo que suele venir acompañado de un incremento en el
patrón financiero de estas personas {Pasternak, 2003).
Sin embargo, no necesariamente habitar en un asentamiento infor
mal significa una precariedad económica. En los asentamientos más
grandes puede observarse la existencia de diversas realidades sociales,
con diferentes patrones de ingresos, que señalan la existencia de grupos
distintos y denotan la heterogeneidad del poder de consumo de las
comunidades informales. En general, en estos lugares el ingreso finan
ciero puede darse de distintos modos, entre ellos: la actuación en un
mercado inmobiliario informal supervalorado, la invasión del tráfico de
drogas, principalmente a partir de los años ochenta, que marcó el
ingreso de grandes sumas de dinero, la existencia de comercios locales
formales e informales, los trabajos temporales, etcétera.
En las dinámicas de desarrollo de los asentam ientos informales en los
territorios urbanos, la fluidez de los límites entre ciudad formal y
informal indican que ambas ciudades van juntas y se mezclan, a veces
con más o con menos matices, se retroalimentan, y denuncian una
realidad donde no caben más los discursos duales tradicionales de
ciudad formal x informal, sino que urge poruña comprensión integrada
de la ciudad y no segmentada en partes que a menudo se traducen como
lo positivo y lo negativo. Una mirada que signifique pensar el territorio
de forma amplia, considerando un contexto amalgamado y que carece de
intervención. Sin embargo, los mecanismos tradicionales de identifica
ción, análisis e intervención, en general marcados por la segmentación
y por discursos que poco dialogan entre sí, no son suficientes para
gerenciar esta realidad.
Favela en Río de Janeiro
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Favela en Río de Janeiro
Conclusión
En una realidad donde los límites son imitantes o inexistentes, tanto
local como regional, la posibilidad de proponer otra mirada, distinta de
la dualidad tradicional, permite acercarnos a otros modos de actuación,
quizás más integradores al actuar sobre la ciudad como un todo y, por
otro lado, más rigurosos. Un rigor que al mismo tiempo es capaz de
respetar la realidad y las diferencias de cada lugar, según un compromi
so social y cultural, sobre todo, en base a las características territoriales,
sin la imposición de lógicas ajenas, sino que comunes, colectivas, dignas
de establecerse en un bien común, el territorio.
La identificación de los distintos contextos urbanos y el énfasis en la
ciudad informal como una urgencia, puede constituir un primer paso en
dirección a una conciencia que vea en el territorio mismo las claves para
su transformación de modo favorable a un desarrollo más acorde con sus
recursos, además de las necesarias actuaciones en relación con las
políticas socioeconómicas. Políticas que incentiven la cohesión urbana,
la distribución equitativa de los recursos y el desarrollo de sistemas
tj’ans versa les, que reúnan distintos sectores urbanos y se traduzcan en
programas efectivos de actuación seguidos de sus respectivos instru
mentos de intervención. En este marco, algunos retos pueden ser útiles
a la hora de pensar la conformación física del territorio y su proceso de
desarrollo, como, por ejemplo:
• La atención a los sistemas de asentamientos informales y sus
respectivas características espaciales, morfológicas, funcionales y
sociales hacia una mejora de las comunidades consolidadas y un
mayor control de las nuevas inserciones territoriales, de modo a
evitarlas, seguido de intervenciones coherentes que permitan a las
personas acceder a oportunidades de trabajo y vivienda, sobre
todo.
• La planificación de las infraestructuras como un mecanismo de
control de la ocupación territorial, que puede favorecer el control
de los asentamientos informales y la compactación urbana y no la
dispersión.
• La elaboración de un plan integrado de distribución de programas
públicos, que contemplen ambas realidades, formal e informal, y
el incentivo a la autonomía funcional de los asentamientos infor
males.
• La comprensión de la importancia de la preservación de los
espacios libres en la tarea de sutura del territorio, entre ciudad
formal e informal, como un amalgama capaz de reestructurar el
territorio, unir las partes ocupadas, orientar y controlar su desa
rrollo, bajo reglas estrictas de ocupación.
Para lograr este reto sería importante un cambio de mentalidad y de
conciencia y la creencia de que ésta puede ser una toma de posición
viable para la conquista de territorios más cohesionados. Para ello, cabe
señalar la importancia de involucrar a los agentes sociales del lugar en
sentido amplio, desde los políticos e inversores hasta el ciudadano
común, lo que supone programas de participación ciudadana y de
educación ambiental. No obstante, éstas son cuestiones que demandan
la creación de nuevos instrumentos para la intervención en el territorio,
sobre todo el informal. Sin embargo, estas intervenciones constituyen
un desafío, un camino que reúne una historia de recorridos, de idas y
venidas sin, todavía, llegar a unas proposiciones del todo satisfactorias,
con muchos fallos y muchos logros importantes, que se dirigen hacia
alternativas más eficaces en términos instrumentales y democráticos,
según la necesidad de traer a la luz el derecho fundamental de los
habitantes de una ciudad, el derecho a ser ciudadano, en su más
profundo sentido.
B i b l io g r a f í a
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20. Resistencias urbanas y conflicto
creativo: lo público como espacio de
reconocimento
A biíl A lbet i M as
Univcrsiiat Autónoma de Barcelona
DcpannuiL’ii! de Geografía
A nna C lua
Universiiai de Vic
Departaweiit de Cowitnicnció Corjiorativa
F abi A D íaz -C o r t és
Universitai Autónoma de Barcelona
Depanaineni de Geografía
Et orden urbana
La magnitud de dicha complejidad 3', sobre todo, de los cambios
introducidos en relación con la ciudad preexistente, pone en evidencia
algunas de las limitaciones de la ordenación urbana tradicional y
muchas de las debilidades déla gestión institucionalizada de la ciudad.
Las instituciones aprovechan y promueven aquellas incertidumbres
ciudadanas transformándolas en “miedos" (a lo nuevo, al cambio, a lo
desconocido, al vecino nuevo y desconocido). Habitualmente la respues
ta de la administración refuerza el discurso del “orden”, pero no en el
sentido organizativo sino en el que trae a primer plano la dimensión de
la seguridad. Incluso parecería que el lenguaje se confabula con este
discurso, ya que dicha preocupación por la seguridad implica en muchas
ocasiones una apuesta por el “orden público” (Fyfe, 1998; Davis, 2001).
El discurso envolvente sobre Ja seguridad afecta Jas esferas de lo
privado y lo particular pero abarca cada vez con más intensidad el
territorio de lo público. En concreto, sobre el espacio público urbano,
dicho discurso implica una serie de principios y de actuaciones que
redundan directamente sobre los procesos de desarrollo urbano, sobre
las políticas sociales, y sobre el mismo concepto de ciudadanía. Así, la
visión reglamentista y unívoca y la imposición de la fuerza de la “ley y
el orde}1 ” implica una utilización funcional (que no convivencial) del
espacio público que, teóricamente, debería devolver la “normalidad”
según criterios intervencionistas y paternalistas, centralistas y represi
vos. A menudo, las soluciones propuestas en nombre de un "orden
público” no hacen sino fragmentar aquella complejidad haciendo impo
sible la comunicación entre las diferentes voces, separando más de la
realidad a quien ya vive aislado de ella (y que, pz'ecisamente, se siente
inseguro por ello).
Domesticar el espacio público para, supuestamente, controlar el conflicto
En una sociedad rígida e institucionalizada, valores y principios
asumen fácilmente la categoría de absolutos y normatizables, tras lo
cual cualquier variación o disensión es criminalizable. Dicho de otra
manera: una sociedad poco flexible y tolerante, considera inadmisible
(porque no entra en los parámetros preestablecidos) un uso del tiempo
y del espacio distinto al planteado como único plausible, de manera que
ella misma se ve legitimada para luchar contra todo lo que no responda
a la racionalidad autorreferenciada. Esta actitud, además, se cree
suficientemente fortalecida como para imponer, unilateralmente. el
control y la homogeneización del espacio público urbano, como fórmula
para conseguir sus propósitos e implantar sus criterios.
Habitualmente las administraciones son muy poco ágiles a la hora de
entender y asimilarlos cambios en la esfera pública. Lo normal es que,
respondiendo a los criterios de ciertos grupos de presión dominantes, se
rechace tanto el diálogo como la apertura a experiencias innovadoras.
Las medidas adoptadas acostumbran a vincularse con el retomo al
“orden” (a través de una orden), con la limpieza y con un supuesto “bien
común” y para beneficio del ciudadano-consumidor. Las acciones espon
táneas son incriminadas como inadaptaciones al sistema, patologías
que hay que suprimir ("imponer el respeto a la ley en interés de todos”);
lo que está fuera del orden preestablecido, es visto como algo desordena
do. Las subsiguientes intervenciones represivas muestran la reticencia
de las estructuras de poder a asumir “otras” prácticas procedentes de
“otros” órdenes, basadas en “otros” modos de entender la vida en la
ciudad. La imposición de este tipo de políticas hace prever el aumento de
las tensiones y los conflictos en y por los espacios públicos, ante la
creciente pluralidad, complejidad y multiculturalidad de las ciudades
contemporáneas (Worpole, Greenhalgh, 2000).
B ib l i o g r a f í a
1 Para esta forma de hablar de “geografías*, muy difundida en la última década (suele
extenderse a la voz “cartografías"), lo geográfico es el territorio mismo. Esto supone
lina asociación no dicha entre el espacio y lo material. Así, el concepto implícito de
espacio sobre el cual se consLruve este discurso suele ser bastante limitado: el
les resultado de) actuar humano. Ésta no es la mirada que seguimos, de
hecho esta dimensión es lo que le da cuerpo a lo que en nuestras paíabras
es la “espacialidad de la vida cotidiana”. En suma, en este capítulo la
expresión “geografías” refiere a ese conocimiento científico que permito
hacer inteligible la espacialidad, y el objeto de estudio es la vida
cotidiana de las ciudades, expresión clara de Jo múltiple y heterogéneo
en el mundo actual. Para ello el capitulo se estructura en cuatro partes.
En la primera se esboza brevemente esta mirada geográfica particular.
A continuación, se presenta una propuesta teóríco-metodológica para
abordar las espacialidades cotidianas de las ciudades, que intenta no
desdibujar la complejidad ni la dinámica del fenómeno estudiado.
Luego, se presentan algunos ejemplos —a modo de hoíogramas— en los
cuales se destacan los ejes ordenadores de la anterior propuesta; para
terminar con unas reflexiones finales.
Ll La cultura suburbana del gusto por lo vacío no impide que en las metrópolis se
presenten otros hologramas socio-territoriales que expresan lo opuesto: El gusto pol
lo ''lleno’’. En otros trabajos hemos encontrado hologramas socio-territoriales en
contextos urbano-populares que expresan el gusto por los espacios llenos (de objetos
y personas), en parte asociado a la idea de la posesión.
10 Muchas veces la americanización es parcial, sobre todo se expresa en la morfología
urbana. Por ejemplo, ciudades como Madrid muestran una notoria americanización
en las urbanizaciones periféricas. Pero resulta que el uso del automóvil (elemento
importante de eso americanización suburbana) tiende a americanizarse más para
los hombres que para las mujeres, con lo cual es una “americanización parcial", que
suele llegar a paradojas como la profundización de las desigualdades de género.
Reflexiones finales
A fines de los años setenta, Michel-Jean Bertrand señalaba que “la
ciudad no es un sistema o un modelo económico, y nada sería sin sus
habitantes” (1981:12)12. Sin duda, era un alegato en favor de “otra
geografía” para el estudio de la ciudad desde la perspectiva del habitan
te, el sujeto, en su vida cotidiana. Más o menos en el mismo tono, casi una
década más tarde, David Ley (1987:95) decía, que hacer una geografía
de la vida cotidiana de la ciudad es rescatar el movimiento, y no caer en
lo más conocido y estudiado, como ios usos deJ suelo urbano. A parfcirde
un trabajo pionero del geógrafo británico P.R. Crowe de 1938, Ley
desafiaba a la geografía tradicional —enfática en lo morfológico—
diciendo que este tipo de estudios de la ciudad sólo dan cuenta de la
ciudad del homo dormíais. Hay muchas otras voces que, desde la
geografía tjue se interesa por la ciudad, han hecho otros llamados de
atención sobre la necesidad de construir otra geografía, atenta a lo
cotidiano y al habitante. A pesar de esas voces, parecería que la
geografía no termina de legitimar este "giro hacia lo cotidiano”. Más bien
se encuentra sumida en la tensión entre estas tendencias innovadoras
y otras instituidas, para las cuales lo cotidiano no es visto como relevante
y la centralidad dd sujeto genera falsas sospechas y temores mal
entendidos, disfrazados de “individualismo”.
Desde otros campos del conocimiento (la antropología), pero con un
interés compartido por la ciudad, Néstor García Canclini en 19901,1
escribió una obra, que devino un verdadero hito en los estudios cultura
les, en la cual el tema central es la “hibridación cultural”. A partir de ese
momento, este tema atrajo diverso tipo de investigaciones urbanas. Sin
embargo, esos temas siguen siendo un vacío casi no abordado por la
geografía, que ha optado frecuentemente por seguir pensando el espacio
urbano, como decía P.R. Crowe, como una geografía del homo dormiens
en donde todo se define por sus funciones y donde no hay sujetos, más que
ocu¡tos en ios datos agregados. Sin embargo, cabe la pregunta por los
espacios híbridos en nuestras ciudades, y la vida cotidiana es un campo
fecundo para indagar la hibridación en su dimensión espacial.
Esa geografía alternativa de la vida cotidiana de la ciudad puede
tomar diversas estrategias metodológicas, pero lo ineludible es pensar
el espacio desde la perspectiva del habitante. En otra ocasión a estos
enfoques los hemos denominado miradas “egocéntricas” (desde el punto
de vista del habitante), en oposición a las “exocéntricas” (desde el punto
de vista de un analista externo) (Hiernaux y Lindón, 2004). En ese
camino es importante superar las aproximaciones dicotómicas, el pen
samiento único, las miradas que entienden el territorio sólo en términos
de funciones, localizaciones ventajosas o desventajosas, racionalidades
espacializadas, o sea miradas externas y lejanas.
Situaciones cotidianas como Jas de los hologramas previos, para la
mirada geográfica convencional ni siquiera son visibles, ni mucho menos
objeto de estudio. Pero las geografías alternativas sobre lo cotidiano
penetran en estas configuraciones espacio-temporalea cotidianas —aun
cuando sean fugaces y efímeras como los escenarios que se arman y
desarman rápidamente— para descifrarlas.
Estos desafíos tienen fuertes implicaciones técnico-metodológicas, ya
que requieren instrumentos para producir la información empírica y
estrategias analíticas, que usualmente no son muy cercanas a la geogra
fía. Por ejemplo, todo lo relacionado con el lenguaje y también con las
imágenes. Asimismo, exigen el acercamiento a lo observable, las
microescaías.
La estrategia de los escenarios móviles definidos a partir de las
prácticas, puede ser un recurso fecundo para captar y desentrañar
circunstancias que suelen reiterarse, pero que en esencia son fugaces y
además móviles. Asimismo, la entrada metodológica de las transferen
cias}'desplazamientos de sentidos del lugar tiene la virtud de esclarecer
formas “no puras" ni unidimensionales de vivir cotidianamente los
espacios de la ciudad. Esta entrada analítica de los desplazamientos de
sentidos viene a agregar una dimensión importante al movimiento
cotidiano, casi siempre limitado a la espacialidad física o, a la tempora
lidad. En última instancia, resulta ser una forma de abordar la hibrida
ción espacial. Los hologramas presentados ponen de manifiesto que
ciertos escenarios pueden configurarse por una pauta dominante de lo
público que llega a absorber lo privado, como en las calles tomadas. En
otros escenarios la pauta dominante puede ser lo privado que se extiende
sobre lo público, como en la vida suburbana14. Aun cuando estos
escenarios sean fugaces, efímeros y móviles, resultan más potentes para
entenderlas ciudades actuales que las propuestas de un espacio público
y otro privado, o de uno residencial y otro laboral.
Introducción
El presente capítulo surge de una investigación realizada reciente
mente sobre el papel de los medios de comunicación en el paso de la
“ciudad industria]” a la “ciudad del conocimiento” en Europa'2. En esta
investigación se analizaron los casos de Manchester y Barcelona. Ambas
ciudades reivindican por igual su singularidad como ciudades histórica
mente “revolucionarias". Su imagen de ciudad innovadora no sólo se
construye en base a la rememoración de su importante papel durante la
Radio Regen
“Radio Regen trabaja en barrios cuyo tejido social se ha visto en gran parle
diezmado. La m asiva pérdida de lugares de trabajo, de espacios de congregación,
de unidad fam iliar, o incluso el hecho de que la gente dejara do pararse en la
esquina para charlar, ha supuesto un a privación de los espacios de encuentro. El
intercam bio inform al de información que es el lubricante para el funcionam iento
efecLivo de una com unidad ha perdido m uchos desús escenarios. Reestableciendo
esta funcionalidad, y llevándola a fas salas de estar de los vecinos, liemos
em pezada a obtener este “cemento social" (...) que la radio com unitaria puedo
ofrecer,
Phil Korbel, fundador y director de Radio R egeir
Manchester es una ciudad que intenta recuperarse de la gran crisis
económica y social que supuso el fin del modelo industrial. El trauma del
cierre de las fabricas se tradujo a nivel social en la creación de barrios
enteros de parados, de comunidades indemnizadas, de ghettos de
inmigrantes... En definitiva, toda una retahila de precariedades que no
tardaron en institucionalizar Manchester como una de las ciudades con
mayor índice de criminalidad de Europa.
Antes de hablar de Radio Regen no sólo es necesario ubicarla en la
ciudad de Manchester, sino situarla además en el contexto de reivindi
cación de las radios comunitarias que en Gran Bretaña se inició en los
años 70. En este país hubo que esperar hasta finales de los 90 (con el
triunfo del ‘nuevo laborismo” en las elecciones generales) para que se
reactivara un debate sobre las radios comunitarias que durante el
mandato conservador había sido largamente postergado. Ante la tradi
cional falta de definición de este tipo de emisoras (¿piratas?, ¿libres?,
¿culturales?, ¿de barrio?) se encargó un estudio que ayudara a concretar
su actividad a fin de darle reconocimiento legal. Este estudio se desarro
lló en base a una prueba piloto llevada a cabo a escala estatal (denomi
nada Radio Access), que consistió en conceder licencias temporales de
emisión a 15 radios comunitarias de distintas ciudades (Everitt 2003a,
2003b). En Manchester se autorizaron las emisiones en período de
pruebas de dos emisoras de barrio: "All FM” y “Radio Whythenshawe”.
Ambas surgieron como parte de un proyecto denominado "Radio Regen”
(que tomó su nombre de la abreviación de “Radio Regener'ation”, dado
que los barrios en que se implantó la experiencia eran barrios
“desfavorecidos” de la ciudad). Radio Regen nació, pues, como una
innovadora experiencia “modelo”. Era el año 1999.
Un análisis más pormenorizado de este contexto nos acercaría a la
gran cantidad de factores que han quedado a la sombra, a pesar de
contribuir al reconocimiento lega] de las radios comunitarias en Gran
Bretaña, que finalmente tuvo lugar en Julio de 2004, bajo el nombre de
Community Radio Order. No hay que olvidar que las radios libres y
piratas llevaban décadas en el aire, y en cierto modo las “radios
comunitarias” son Fruto de toda esa experiencia acumulada. No obstan
te, en la nueva ley lo "comunitario" sólo apela al nuevo sector de la
economía social (donde se combina la profesíonalización de los cargos de
responsabilidad con una fuerza laboral compuesta por “voluntarios”).
Por tanto, la nueva ley no responde tanto a la reivindicación de recono
cimiento de las iniciativas horizontales “de base”, sino ala capacidad de
lobby de un tercer sector bien organizado y muy enraizado.
"La radio com unitaria os un nuevo sector de la comunicación radiofónica sin
ánim o de lucro, que será diferente a (y com plem entario de) las em isoras locales
independientes que existen en la actualidad. Este nuevo sector ofrece beneficios
potenciales en m ateria de inclusión social, educación local, adquisición do
experiencia laboral, ;isí como la ampliación del acceso de las com unidades u la
radiodifusión."
(Extracto de la nota de prensa divulgada por el D epartam ento do C ultura,
Medios de Comunicación y D eportes anunciando la aprobación de la
Coinniunity Radia Ordcr)
Radio La Mina
En España, al igual que en Gran Bretaña, el otorgamiento de
licencias de emisión de radio lia correspondido hasta ahora al gobierno
estatal. No obstante, ta nueva Ley del Audiovisual (que justo en eslos
momentos pasa por el proceso de aprobación en el Congreso) plantea un
cambio. Las nuevas disposiciones legales establecerán un traspaso de
competencias a las administraciones autonómicas en materia de regu
lación del espacio electromagnético. La recién estrenada Ley del
Audiovisual, aprobada a finales de 2005 en el Parlament catalán, ya
contempla este aspecto. Aparte de esta novedad, la nueva Ley plantea
otro tema menos publicitario: el reconocimiento de las radios comunita
rias como actividades presentes en el espacio electromagnético:
Forman parle de las actividades sin ánimo de lucro los servicios de comuni
cación comunitaria que ofrezcan contenidos destinados a dar respuesta a las
necesidades sociales, culturales y de comunicación específicas de los comunida
des y los grupos sociales a los que dan cobertura, basándose en criterios abiertos,
claros y transparentes de acceso, tanto a la emisión como a la producción y a la
gestión, y asegurando la participación y el pluralismo máximos.
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IV. EL CUERPO
23. El cuerpo como mercancía
Josefa B ru
U niversiiai tic Gtmiia
El cuerpo en la Geografía
Desde hace algunas décadas "el cuerpo", ese cuerpo, del que habrá
que fijar las coordenadas, ha ido tomando forma en tanto que tema
relevante en las diversas ciencias sociales. Aún más, se ha constituido
como un sujeto de análisis necesariamente transdisciplinar; en palabras
de la antropóloga colombiana Mara Viveros, “ el cuerpo es una de esas
nociones que por su carácter polisémicoy complejo resultan irreductibles
a la representación parcial que de él pueden hacer los distintos discur
sos, ya sean biomédicos, culturales, psicológicos o sociales”. (Viveros
2002, p. 272).
En este contexto de complejidad, la geografía, y más en concreto, la
geografía social, ha situado el cuerpo en tanto que "espacio social”
producido en un entramado de relaciones de poder que “atraviesan
diversos lugares y operan a diversos niveles o escalas”. (Radclifte 1999,
p. 220). En efecto, en un trabajo ya clásico, que hay que enmarcar en la
tradición de la geografía radical anglosajona, Neil Smith introducía el
cuerpo en una taxonomía escalar de los espacios entendidos como
lugares en los que el poder adquiere perfiles específicos y en los que, a
su vez, se construyen formas de resistencia especializadas1. El cuerpo
aparecía en ella como el nivel más elemental de penetración del poder,
como el lugar en el que, en última instancia, todas las “esferas” de poder
se "concentran” en la disyuntiva de la vida o la muerte, el placer o el
dolor; lo normal o lo anormal, “lo mismo” y “lo otro”.
No es difícil ver en el trabajo de Smith la influencia de Michel
FoucauJt y, en efecto, se trata de un autor de referencia implícita o
explícita para una geografía critica de nuevo cuño. Su obra está en la
base de un programa de investigación progresivo, acerca de la relación
entre la “domesticación” de los cuerpos y ia espacialización del poder
que, en la línea de compromiso marcada por la geografía crítica feminis
ta, parece digno de cohesionar esfuerzos de la comunidad de geógrafos
y geógrafas.
Otro filósofo de referencia obligada en el marco de la reflexión
geográfica acerca del cuerpo es Maurice Merleau Ponty y su concepto de
“experiencia encarnada”, de cuerpo vivido (Merleau Ponty 1989), que
remite a la idea de que el mundo es percibido a través de una determi
nada posición de nuestros cuerpos en el tiempo y en el espacio.
Dichoposicionamiento, que inspira también la obra de Henri Lefebvre,
ampliamente citada en la literatura geográfica, ha permitido reformular
el sujeto humano en términos de “embodiment” (corporalización), un
concepto tomado de Piere Bordieu que rompe el dualismo cuerpo/mente,
propio de la cultura occidental y que plantea lo corporal como un
elemento esencial en la conformación de la identidad, como un lugar de
intersección creativa entre lo biológico, lo psicológico y lo social. (Este
ban, 2004)
Este punto de vista, convergente con los planteamientos de!a geogra
fía feminista constructivista, que plantea la covporalización en términos
de discurso, ha sido particularmente importante en la critica y posterior
deconstrucción del sujeto universal, etnoandrocéntrico, común a todas
las ciencias sociales y la consiguiente posibilidad de aproximación a la
diversidad de experiencias de ios sujetos socíogeogra'fíeos reaíes. Así, ya
a inicios de los noventa del siglo XX, Linda MacDowell hacía un repaso
de la geografía feminista y, a partir de una re-espacialización de lo
corporal, instaba a la geografía a reformular conceptos esenciales, tales
como espacialidad, frontera o comunidad. (McDowell 1993)
Tres años más tarde, Nacy Duncan, del Departamento de Geografía
de la Universidad de Cambritge, bajo el titulo “BodySpace. Destabilizing
Geographies of Gender and Sexuality”, editaba una compilación, de
consulta obligada, con trabajos de geógrafas —también de algún geógra
fo— que ahondaban en este llamado a la renovación, desde el cuerpo,
bajo unos encabezados perfectamente explícitos (fíe) readings; (Re)
negotiations, (Re) searching, (Duncan 1996)
]• L CUEKPO COMO MERCANCIA 467
La llamada “crisis del sujeto”, que comporta una renovación de la
geografía en la línea de un humanismo postetnoandrocéntrico, se
inscribe, de hecho, en lo que Richard Pee t denomina reconcep tualización
posmoderna de la Geografía humana (Peet, 1998) que ha abierto una
serie de frentes de discusióiv1renovación no sólo en el terreno teórico sino
también en los ámbitos axiológico y epistemológico.
En este último, el epistemológico, una reflexión sobre los efectos de la
tecnología en los procesos de construcción de identidades, individuales
y colectivas, ha conducido a las más recientes propuestas teóricas acerca
de los sujetos-agentes de las ciencias sociales. Entre ellas destaca la
Teoría del actor-red (“Actor-network theory”) (Serres & Latour, 1995)
que parece ganar adeptos, día a día, en el marco de una llamada
“revolución cognitiva" de o en la ciencia2 y que va encontrando acomodo
también en la geografía. (Murdoch 1997)
Dicha teoría presenta al sujeto inserto en una red comunicativa que lo
traspasa y lo disuelve, haciéndolo participe de procesos de interacción que
involucran entidades o elementos biológicos (cuerpos/seres), tecnológicos
(artefactos) y discursivas (mensajes). El sujeto "clásico”, "el hombre", en
tanto que dador de orden, conciencia, deseo, voluntad que se impone, deja
de existir, solo, y se hace permeable al entorno, no actúa "en” él sino “con”
él. De ahí, también, el concepto de "actuante” (actant), que se refiere a los
seres humanos pero incluye también, en estatuto de igualdad, al resto de
elementos de la red y el de “agencividad” que hace referencia a la acción
conjunta, a la configuración relacional del funcionamiento de la red cuyos
“logros”no son sólo atríbuíbles a la intencionalidad de la acción humana ni
a la eficacia de sus representaciones causales.
Larry Knop p, del Departa mentó de Geografía de la Universidad de
Minesota, en un trabajo que, en el contexto de la emergencia de “nuevas “
identidades” y sus consiguientes formas de actuación política, trata de
incorporar la Teoría del actor —red al pensamiento geográfico, se refiere a
ella como una teoría “humilde”, que admite la impotencia de la mente
humana para comprender la realidad en la que se inserta (Iínopp 2004).
Ciertamente, la humildad es la mejor compañera de la ciencia y las ciencias
La formas de mercantilización
"El cuerpo como mercancía” Un enunciado tal como éste evoca, de
manera inmediata, determinadas formas de apropiación o relaciones de
poder entre seres humanos tan antiguas como la propia” humanidad":
la esclavización del enemigo vencido o el intercambio de mujeres entre
grupos como prenda de alianza, sin ir mas lejos. Sin embargo, más allá
de dichas prácticas “primitivas”, y de sus derivaciones históricas a
través de los mercados de trabajo, de la moda, de la estética y del sexo,
interesa comprender el cómo y el porqué. En términos foucaultianos,
importa descubrir y mostrar la articulación de instancias materiales y
simbólicas que, a lo largo de nuestra historia, han hecho posible y han
convertido en “aceptable” el hecho de que e) cuei'po —los cuerpos de los
seres humanos— hayan tomado el carácter de mercancías. Y surge aún
•otra pregunta acerca de cómo explicar que la mercantilización de los
cuerpos tenga una tal continuidad histórica. Pero vayamos por partes.
Aunque, evidentemente, no es éste el lugar para abordar un relato
que nos remita "a los orígenes”, es preciso no perder de vista lo que puede
haber de continuidad en el panorama contempedáneo en el que lo
“novedoso" del énfasis en el cuerpo amenaza con hacernos perder la
memoria histórica. Ciertamente, eJ cuerpo singular, diferenciado, sujeto
de derecho "identitano” en cuanto cuerpo sexuado, racializado, pletórico
o discapacitado, joven o envejecido, es un sujeto nuevo bien distinto del
cuerpo-materia, acompañante inferior de la mente-espíritu, considera
da como lo propiamente humano en el contexto de la cultura occidental,
de raíz grecolatina y judeocristiana.
Este cuerpo diverso, reapropiado, es sin duda una novedad concep
tual e ideológica que está abriéndose paso en el terreno social, forjándose
un lugar, complejo, en el imaginario posmoderno. Pero, los asuntos
humanos conforman escenarios confusos en ios que Jo viejo y Jo nuevo se
combina de maneras impredecibles. Así, las percepciones de individuos
.y colecti vos, los discursos que amparan políticas y promocionan formas
de consumo emanan de prácticas y reflejan concepciones muy diversas
y que son, a menudo, contradictorias.
Con la firme convicción de que el conocimiento nos hace libres
respecto de las consignas, de toda índole, que suministran con certezas
adocenadas, he tratado de seguir permanencias y discontinuidades en
algunas líneas de reflexión a propósito del cuerpo y su mercantilización
que nos ayuden a comprender la complejidad con la que el tema se
presenta en la sociedad contemporánea.
Pero, antes de sumergirnos en el desarrollo de dichas líneas, es obligado
eí sena/ar que ios temas que debemos abordar a propósito de la
mercantilización de los cuerpos involucran, de manera ineludible, cuestio
nes éticas y morales; aspectos que, prácticamente en todos los casos, son
objeto de debates abiertos en los que se dirimen posturas a menudo
«reconciliables. Ante ello mi opción ha sido, dentro de los límites que
impone la extensión y la naturaleza del presente trabajo, la de plantear los
términos de los debates lo cual, como se verá, no excluirá la necesidad ni
anulará la voluntad de pronunciarme respecto de los temas que se tratan.
6 H.iy que ser extremadamente prudente con las cifras!, no para minimizar el
problema sino para no caer en un sensacionalismo contraproducente. He optado por
los datos más restrictivos puesto que las mismos fuentes establecen una gradación
enLre los 246 millones de niños y niñas que padecen explotación de algún tipo y los
8 millones que han de ser considerados esclavos, sin matices.
femenina" (Beauvoir1969, II, p. 338) y ésta ha sido la postura mayori-
taria desde la que el feminismo ha instado a la sociedad a considerar la
prostitución como algo incompatible con los derechos humanos. Sin
embargo, recientemente se hace patente una actitud que tiende a una
visión “neutra” del fenómeno, situándolo como una forma más de
trabajo, siempre que se presente, al menos formalmente, como fruto de
una libre decisión de \as mujeres.
Es desde esta actitud, pretendidamente “objetiva”, desde la que se lia
comenzado a utilizar el concepto de “sexual workers”. Lo han adoptado
instancias de gran peso en la lucha contra el Sida como son, la "Interna
cional AIDS Sacie ty", la mayor entidad de profesionales involucrados en
la investigación, con sede en Ginebra o UNAIDS, el programa de
Naciones Unidas para la acción global en IHV/AIDS y su uso se extiende,
también, entre los colectivos de profesionales de la prostitución —
prostitutas en su mayoría—, como el activo colectivo “Hetaria”, en tanto
que estrategia de normalización, reclamación de derechos laborales,
acceso a servicios sociales estatales, etc.
Por un lado, permítanme apuntar el tema, nada banal, de que la
irrupción del SIDA, al hacer aparecer en el escenario la prostitución
masculina, mayoritariamente homosexual, ha subsumido a “todos" bajo
el concepto de “trabajadores sexuales”, colaborando a invisibilizar laque
sigue siendo una aplastante mayoría de mujeres prostituidas.
Por otra parte, y esto es lo fundamental ahora, me parece claro que
estamos asistiendo a un proceso de “performativización” del negocio del
sexo que afecta también, como veremos, al estatuto de la pornografía. La
dimensión “empresarial” quedó ya claramente formulada en el informe,
“ The sex sector: the economical and social bases of prostitution in
Southeasfc Asia” que Lín Lean Lim preparó para la OIT en 1998; en dicho
informe, la importante contribución al empleo y a los ingresos naciona
les se planteaba como razón suficiente como para considerarlo un sector
económico más. Política de hechos consumados, le llaman a eso.
Ésta parece ser la actitud que trata de imponerse, no sólo en un
determinado ámbito regional, sino también en el contexto internacional,
marcado por determinados intereses de los poderes hegemónicos. A este
respecto son de gran interés los términos del debate planteado a lo largo del
proceso de redacción y negociación del '"Protocolo para Prevenir, Reprimir
y Sancionar la Trata de Personas, especialmente Mujeres y Niños”, que
forma parte de la “Convención de Naciones Unidas Contra la Delincuencia
Organizada” y que culminó en Palermo en diciembre del año 2 0 0 0 .
Uno de los aspectos más controvertidos del Protocolo fue si el concepto
de tráfico se extendía a todas las situaciones posibles o si se reservaba
a aquellos casos en los que se pudiera probar que las “víctimas” habían,
sido forzadas o coaccionadas, hablando de no ser así, de “tráfico volun
tario” o de “migración para el trabajo sexual”'. Se trataba de una
posición defendida por las agencias de Naciones Unidas y una represen
tación más que nutrida de los países más desarrollados, entre los que se
encontraban Holanda, Alemania, Dinamarca, Suiza, Austria, Canadá,
EEUU, el Reino Unido y también España. Tras este debate estaba el
intento de separar tráfico y prostitución y a! menos en países en los que
la prostitución es legal, como Alemania u Holanda, resituar esta última
como sector económico y laboral8.
Como señala Janice G. Raymond en su informe redactado para la
“Coalición contra el tráfico de mujeres” (CATW)!I, en los países que
defienden la consolidación de una industria sexual "normalizada" el
abuso o la explotación de las mujeres se presentan como hechos coyun-
turales, a combatir; como si el daño a las mujeres fuera fortuito,
secundario o fruto del comportamiento de un proxeneta o comprador
incorrecto. Parece incluso como si la eliminación de la figura del
proxeneta fuera la única condición para que las mujeres prostituidas
accedieran a la plena autonomía personal. En el caso de las mujeres
extranjeras, víctimas del tráfico y provenientes de los países del Tercer
mundo o del este de Europa, que proliferan en los países desarrollados,
el acceso a la condición de “trabajadoras sexuales” en condiciones legales
13 La obra más conocida y cíe mayor impacto de Dworking, no srífo por /o contundente
de su Ululo es ‘‘Women Hating” —mujeres que odian—. Véase Dworking 1981
u Junto a Catherine Mackinnon presentí!ron, en 1983, un proyecta di! ley que
promovía el reconocimiento de ln pornografía como un atentado contra los derechos
civiles de las mujeres y que fue después instrumenlalizado para apoyar un ideal de
moralidad orientada a la lucha contra las conductas consideradas desviadas” y
contra al sexualidad misma, por los sectores políticos más conservadores, durante
el gobierno Reagan.
47S jo s e p a mu:
La posició» ímtipornográGca, a menudo caricaturizada con o sin
fundamento, según los casos, como “antisexo”, tuvo desde sus inicios una
clara contestación en el seno del propio movirnien to feminista y crista
lizó, a inicios de la década de los noventa del siglo XX, en la formación
de grupos tales como el Femimst Against Censorship, creado en Ingla
terra en 1989 o el Femínist for Free Expresión, en los USA de los
noventa. Dicha contestación tomó, en ur¡ primer momento, la forma de
una actitud contraria a la represión como forma efectiva de lucha y, de
la mano del feminismo de la diferencia y de los movimientos ligados a la
diferencia sexual, ha ido evolucionando hacía el terreno de la reivindi
cación de una sexualidad femenina propia, no necesariamente reñida
con )a pornografía o con un erotismo de cuño femenino15, desplazando la
condena, esta vez sin paliativos, al terreno de la pornografía infantil,
cuyo consumo se ha multiplicado enormemente a través de la facilidad
de acceso que permite Internet.
En el momento actual las cosas no son nada simples. De una parte,
la industria del sexo, eficiente como todo el sistema de mercado en la
fagocitación de discursos alternativos como instrumento de marketing,
ha comenzado a producir pornogra fía dii'igida a colectivos específicos —
el primero de todos las mujeres—, distinguiendo entre diferentes razas,
etnicidades y orientaciones sexuales; se publicita como ‘‘pornografía de
las mujeres” y se presenta como alternativa a la pornografía de o para
los hombres (Ciclitira 2004). Por otra parte, las crecientes posibilidades
de contacto e interacción directa entre las personas que acceden a
Internet ha propiciado la práctica de producir y distribuir en e)l3,
gratuitamente, imágenes de sexo grabadas por no profesionales, gente
corriente que disfruta con eüo y í o encuentra en dicha práctica una
forma de expresión: “al romper la distinción entre productor y consumi
dor, el espectáculo del sexo interactivo ha hecho posible que los indivi
duos escriban sus propias identidades sexuales y puedan así encontrar
acomodo la diversidad de deseos y significados culturales”3*5.
La socialización de la reproducción
Hasta hace poco más de 200 años, Ja reproducción biológica humana
dependía de un acto, más o menos fortuito, era cosa de dos seres, en
términos biológicos macho y hembra, y conducía, las más de las veces y
salvo contratiempos voluntarios o no, a la generación de un nuevo ser.
En la actualidad el potencial reproductivo de los cuerpos puede
manifestarse en multitud de actos, aislados, involucrar diversidad de
agentes y culminar, como antaño, en la generación de un nuevo ser,
completo, o expandirse en la producción de m aterial biológico,
“descorporeizado”, mero portador de información genética: gameto,
ovocito, embrión, célula madre..., destinado a la investigación, a la
regeneración de tejidos, a la cura de enfermedades, etc.
Trataremos aquí únicamente de manera indirecta los aspectos vincu
lados a la investigación biomédica y en cambio nos centraremos en la
llamada Procreación con asistencia médica (PAM), también procreación
asistida, que comprende los tratamientos para combatir la infertilidad
pero también aquéllos que permiten a mujeres fértiles conseguir un
embarazo sin contacto sexual con un varón.
En ¡os últimos 25 años la PAM ha iniciado una revolución en la
transmisión de la vida y plantea también cuestiones inéditas de índole
psicosocial y moral. La inseminación artificial, la fecundación “in vitro”
y la transferencia embrionaria, ía maternidad sustitutiva —popular
mente conocida como “vientre de alquiler”—, la congelación de embrio
nes —que hace posible inseminaciones diferidas, incluso posmortem—
, y la selección y manipulación de embriones, exceden eí marco de lo
estrictamente “biológico” y de las decisiones privadas e involucran una
compleja organización de carácter sanitario político-institucional, jurí
dico y, evidentemente, económico. Desde el punto de vista que aquí nos
interesa se configura, así, el comercio de la reproducción humana, que
mueve importantes sumas de dinero.
Las modernas técnicas en materia reproductiva han trasladado la
procreación del terreno biológico al de los derechos. (Costa Lascoux
2 0 0 0 ). El deseo del hijo, en un contexto en el cual el desarrollo de las
técnicas médicas hace posible su satisfacción fuera del marco de lo
pautado biológicamente, tiende a ser considerado como eí derecho a
acceder a! hijo, con independencia del contexto personal o familiar en el
que se plantea dicho deseo.
La comercialización de los servicios médicos reproductivos alimenta
esta actitud a la vez que, obviamente, introduce grandes desigualdades
en las posibilidades de acceso, marcadas por ei poder adquisitivo de la
clientela. Perversamente, dichas desigualdades alimentan una deman
da privada de actuación pública sustitutiva, frente a la “injusticia” del
mercado.
Si bien la Conferencia General de la UNESCO, celebrada el 19 de
octubre de 2005, aprobó un “Proyecto de Declaración Universal sobre
Bioética y Derechos Humanos” es evidente que los intereses son muchos
y las ideologías diversas por lo que se hace difícil ir mucho más allá de
un articulado de carácter muy general. Cada país tiene, hoy por hoy, su
propia forma de plantear el tema y de contemplarlo en la legislación. Me
limitaré, por ello, a un rápido comentario de la situación en Alemania y
Francia, dos países europeos que nos son política y sociológicamente
cercanos, para pasar luego al análisis del caso español.
Lalegislación francesa y alemana tienen en común la gratuidad de la
aplicación de las técnicas médicas de procreación, sin embargo el
planteamiento es algo distinto. En la legislación alemana, que posee un
“Ley de protección del embrión” (Embryonenschutzgesetz) vigente des
de enero de 1991, la noción fundamental es la protección de Ja identidad
del mismo. Con este objetivo prohíbe, no sólo la investigación con
embriones, sino también la donación libre de esperma u óvulos y
establece que la fecundación asistida sólo puede darse en una "pareja
duradera’’, léase legalizada. La legislación francesa, según establece la
“Loí de Bioétique” de G de agosto de 2004, parece dar más importancia
al proyecto paterno, pues sólo pide que la pareja receptora acredite dos
años de vida en común. Por otra parte y como ya establecía la anterior
ley, de 1994, no prohíbe expresamente la elección de sexo y permite la
donación de embriones a terceros. Mantiene también la prohibición de
las madres portadoras.
En lo referente al caso español, el 6 de mayo de 2005 el Consejo de
Ministros aprobó la propuesta de “Proyecto de Ley sobre técnicas de
reproducción humana asistida”, que corregíala anterior Ley 45/2003. La
normativa española da preeminencia absoluta al proyecto de los proge-
nitcves; más en concreto al de las madres. al determinar como “usua
rios”, en su articulo 6 , a “toda mujer mayor de 18 años con plena
capacidad de obrar". No plantea ninguna limitación para las mujeres
solteras, ni menciona, en ningún caso, (a opción sexual como
condicionante.
La legislación española, si bien es taxativa en la prohibición de las
madres portadoras, no se pronuncia tampoco, de manera específica,
respecto de la selección del sexo toda vez que en el artículo 13.2,c
especifica únicamente: “ que no se modifiquen los caracteres heredita
rios no patológicos, ni se busque la selección de los individuos o de la
raza”.
En lo referente a los aspectos económicos si bien, como en los casos
alemán y francés, la legislación española prohíbe, explícitamente, Ja
donación remunerada de esperma, al reconocer que las técnicas “se han
desarrollado de manera intensiva en el sector p?-ivado "18 no se pronuncia
respecto de los precios de los tratamientos, se limita a hacer énfasis en
la garantía de información a Jos usuarios, por parte de los centros
privados.
Mientras que Alemania, Francia y España, ilustran la intervención
del sector público en circunstancias y bajo supuestos distintos, los USA
son un magnífico ejemplo de “mercado libre" de ia reproducción y es,
precisamente, en relación a la “comodificación” de los procesos de
reproducción que se están planteando determinadas reivindicaciones
que revierten en una demanda de mayores facilidades en la “oferta”
estatal en los países europeos.
Sandra Barney (2005) ilustra la competencia entre los bancos de
esperma privados de los USA y sus políticas de captación de clientes
sobre la base de la “calidad " del esperma y de una oferta dirigida a
colectivos determinados, como es el caso de las lesbianas. En el primer
aspecto, nos sólo se tratado ofrecer garantías sanitarias sino de proceder
a una selección de las características del donante dentro de la más pura
cultura eugenésica: inteligencia excepcional, forma física de atleta,
talento musical, estatus social elevado, caracteres raciales específicos...
La cuestión de Jas madres lesbianas pone en primer término el actual
debate sobre los nuevos modelos de familia, en particular de la familias
monoparentales y homosexuales, e involucra también otro debate, a mi
modo de ver aún mas complejo, acerca de la relación entre sexualidad y
procreación. Referente a esto último, puesto que la PAM constituye la
" /
El mercado de la imagen identidad”
Este apartado recoge realidades muy distintas, regidas en muy
diversa forma y grado por el mercado. Con todo, me ha parecido posible
y útil agruparlas en la medida que creo que, todas juntas, ayudan a
comprender el complejo fenómeno de la identidad y situarlo en el
complicado panorama actual.
Sin duda la terna moda/estética/publicidad constituye uno de los
ámbitos más tradicionales de manipulación y mercantilización de los
cuerpos, hasta hace poco centrado abrumadoramente en los cuerpos de
la mujeres. Sin embargo, a medida que su mercado ha ido extendiéndose
a capas cada vez más amplias de la población, se han ido produciendo
cambios que han hecho pasar el discurso estético del terreno de la
apariencia al de la búsqueda de identidad. Como tal discurso se ha ido
apoderando de otros cuerpos: cuerpos infantiles, cuerpos de varón,
cuerpos indecisos, de seres humanos que pretenden 11 ajustar “su imagen
a nuevas identidades que creen voluntariamente elegidas.
Desde los tiempos de la Alta costura —un sueño "glamoroso” inalcan
zable para la mayoría— y de las modelos anónimas, meros maniquís —
que así se las llamaba—, ajenos a la realidad, ha llovido mucho. En la
actualidad se habla de ropa de diseño: confección cara que pretende
"adaptarse”y que en realidad marca” nuestro estilo 11 y que se muí tiplica
en una confección de bajo precio, con nombre de franquicia, que se lia
desarropado a tenor de Jas ventajas compara ti vas déla producción textil
mundializada. El producto, en sí, es cada vez más barato y de menor
calidad pero la industria mueve millones que derivan sobre todo de Ja
publicidad que es la encargada de modelar en los consumidores una
satisfacción alienada.
El- CUERPO COMO MERCANCÍA 4S5
Alienada porque ya no radica en el producto sino en la interiorización
del espectáculo-ficción mediático, organizado a propósito del mismo. Ya
no se trata de “ir” a la moda, de “estar" a la moda, sino de "ser en” la moda,
calzarse una identidad entera en la gran feria de la moda en la que, al
menos aparentemente, hay mucho donde elegir.
Y este querer ser, este apropiarse de la apariencia mercantilizada,
trasmutada en esencia, hasta disolverla en la propia subjetividad,
afecta el cuerpo de manera particular. La disconformidad con el propio
cuerpo se extiende y configura patologías cada vez mas extendidas que
han irrumpido también como campo de estudio de la geografía (Longhurst
2005). La cosmética se radicaliza hasta dar paso a la cirugía estética o
plástica y al negocio de la perfección y de la juventud eterna —cirugía
estética y productos “antiedad"— se ha convertido en uno de los más
lucrativos del panorama actual, de modo que precisan ser incluidos en
una nueva “geografía del consumo” (Valentine, 1998)
A pesar de la coherencia del discurso feminista acerca el carácter
patriarcal y opresivo de la “estética femenina” y de los avances en la
consecución de situaciones de igualdad, al menos formal, entre mujeres
y hombres, lo cierto es que la presión acerca de la imagen no sólo no ha
cedido para la mujeres sino que, como hemos señalado, se ha extendido
al conjunto de la población.
Algunos análisis ven en ello una contraofensiva patriarcal (Wolf
1990) pero, sin negar que la reacción del patriarcado pueda tener un
papel, no se ve de qué modo podría adquirir una tal penetración en el
conjunto de ía población. Por ello pienso que hay que proyectar eí
fenómeno en una escala de mayor alcance, que nos sitúa en el ámbito del
hedonismo como fenómeno social global.
Hedonismo, culto al cuerpo, se habla incluso de una “nueva religión",
con su rituales, sus modelos de referencia, etc. (Bordo 1991; Wolf 1990).
Aunque el símil pueda resultar sugerente y tal vez responda a determi
nadas vivencias individuales creo, con Jules Lipovetsky, que desvía de
la verdadera naturaleza del fenómeno que el autor cree hay que relacio
nar con el objetivo de dominio/control racional del mundo, característica
de la cultura occidental. Simplemente, el cuerpo “ estéticamente dócil”
—es claro el guiño a M. Foucault— constituye el hito mas reciente en el
proceso de domesticación de la realidad. (Lipovetsky 1992, 2002)
Pero, a diferencia de lo que ocurría en los escenarios históricos
analizados por Michel Foucault (1976, 1984a 1984b), ya no se trata de
someter el cuerpo a la moral o desvelar sus secretos para la ciencia sino
de hacerlo plenamente disponible como campo de operación de los
caprichos del mercado. El mercado ha tomado las riendas, instrumentaliza
los avances científicos y trata, con éxito, de modelar una moral social e
individual “ad hoc”, sin otros principios que el interés particular y ía
adecuación ventajosa a circunstancias que cambian por modas. En
definitiva, una moral profundamente amoral, que “autoriza” a fragmen
tar, seccionar y vampirízar discursos de no importa dónde, sin justifica
ción y sin el menor reparo por la perversión de las ideas.
Sólo así y bajo la lógica de la ‘'diversifícación del producto", es
concebible que se promocionen, a la vez, el ideal de perfección y el
derecho a un cuerpo “imperfecto”; los alimentos ecológicos y la comida
basura. Mientras que las empresas de cirugía estética cotizan en bolsa
y, sólo en los USA, el negocio de los productos antíedad y la cirugía
plástica han multiplicado por 15 su volumen de negocio desde el año
200019, la OMS califica la obesidad como la epidemia del siglo XXI. En
su “Informe sobre el Estado del Mundo”, correspondiente al 2005,
calcula que hacia el año 2.020 se habrá duplicado la cifra actual de
personas obesas en el mundo, situándose en los 2.000 millones. Por
cierto, según la misma fuente, son también los USA quienes encabezan
actualmente el ranking mundial con 14 millones de personas aquejadas
de obesidad. Se abre así un nuevo campo de investigación para la
geografía médica, en confluencia con la nueva geografía cultural.
{Longhurst 2005)
Plantar cara a un panorama tal como éste, desde otra forma de
concebir ía corporalidad, significa poner en juego) a fórmula “foucaultiana”
del cuerpo como lugar de resistencia: resistir desde el cuerpo y desde el
cuerpo generar discursos y prácticas alternativas (Rodriguez-Magda
2004). Así, se propone una auténtica reapropiación del cuerpo a partir
de la desidentificación de la diferencia sexual respecto de la anatomía
sexuada, que se encuentra ya en Freud pero que adquiere una formula
ción operativa en las propuestas lacanianas y postlacanianas. Y, a partir
de aquí, estallan multitud d<j propuestas, desde aquéllas vinculadas al
feminismo de la diferencia que ahondan en la tarea de una refundación/
invención de la categoría mujer, en donde se inscriben las obras, ya
clásicas, de Julia Kristeva, Luce Yrigaray o Héléne Cixous, que han
Epilogo
Llegado el final del breve repaso de temas que he puesto a considera
ción bajo el epígrafe de “el cuerpo como mercancía”, me parece perfecta
mente vigente y pertinente la consideración geográfica del cuerpo como
lugar colonizado, traspasado, modelado por el poder pero que, a su vez,
a través de un proceso transescalar de autoconciencia, resignificación y
¡•expropiación, contiene el embrión para ofrecerle resistencia. Ahora
bien, tal resistencia, que recibe fundamento teórico de las diversas
ciencias sociales, la geografía entre ellas, requiere de un posicionamien-
to personal de los/las académicos/as y de un proyecto sociopolítico de la
disciplina. Todo ello está en el fondo de lo que he tratado de exponer y
es lo que a menudo se echa de menos en las digresiones acerca del cuerpo
contenidas en las propuestas más recientes de la geografía, que se
desarrollan en el mosaico, cuando no rompecabezas, de la geografía
cultura) postmoderna20. No se trata de obviar las propuestas
postrestructuralistas sino, sencillamente, de no abandonarse a la fasci
nación teórico-estética, que sin duda producen, hasta el límite de olvidar
para qué deben servirnos.
He citado en la introducción el hecho de que la reconceptualizacióh
posmoderna de la geografía humana presenta una dimensión axiológica
y otra epistemológica. Quiero referirme ahora a ambas y ver deque modo
pueden confluir
El “Social and Cultural Study Group” del “Institute of British
Geographers”, inauguraba la década de los noventa del pasado siglo con
un debate a propósito del cual Chris Philo acuñó el concepto de "geogra
fía moral'’, haciendo referencia a aquellos enfoques que, en última
instancia, remiten a los fundamentos de la filosofía moral kantiana
(Philo 1991). A finales de la década, Robert D. Sack retomaba la
fundamentación kantiana en su interesante obra (Sack 1997) dedicada
a la reconceptualización del “homo geographicus”, y a la búsqueda de
referentes para la acción, lo que le conducía, necesariamente, a la
filosofía de Heidegger y a la más que sugerente obra de Hannah Arent,
enriqueciendo una vía de indagación que me parece de un gran interés
para la geografía. En líneas generales se trata de retomar la crisis del
sujeto, del “self’, de las identidades, en un contexto en el que la
incertidumbre teórica no exime de la necesidad de atender a los proble
mas de justicia y actuar bajo el imperativo de una moral racional, por
más que nos sintamos débiles y vulnerables.
Y en este sentido, de la necesidad de aproximar acción y justificación
y tratando de establecer un puente entre el terreno axiológico y el
epistemológico, me parece pertinente y especialmente útil el recurrir al
concepto de “conocimiento situado” propuesto por Donna Haraway en su
CUANDO H A C E S P O P , Y A IM O H A Y S T O P
Pjgura 2. La imagen de un hombre leyendo, liberado de la la tarea del planchado, Ilustra el lema
' Quien utiliza e! dressman aprovecha su tiempo con inleligencla".
Planchar es educativo
SIEMENS
m ncA jr c>m)M i da fom u r JpidJ y traM U
ÍC# |ÍA tt^ V iK V 9 tt> 'IX m p Q l ^ t t g r r í rcAelApU'XKKW 'tí/rttm Jrt* u w n M d r t
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rota *d<Tlvnjn' v u y Mu 4 t hnta U R ^ny btaH. rJ IJol M mifUju.
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’¿mvn\*V «pnncUH m (&n
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AVW.WTflA« fO.tam Novedad m undial
Figura 3. La imagen ilustra y cuantifica la brecha existente entre el número de chicas y mujeres
realmente existente en algunos países y el núm ero que debería de haber si no se diese la preferen
cia por la descendencia masculina.
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25. Espacios homosexuales
Xosií M . S a n t o s S o lla
Depiirtaimiilo de Xcografia, Utiiversidade de Satttitigo
Introducción
En los últimos años se han producido importantes cambios en las
sociedades occidentales con respecto al tratamiento de la homosexuali
dad. En el trayecto temporal evolucionamos desde los años 1960, cuando
todavía estaba catalogada como una enfermedad, hasta iaactualidad en
que algunos países reconocen ya el derecho al matrimonio y a la
adopción, estableciendo una igualdad legal impensable tan sólo unas
décadas atrás. Desde la perspectiva social las transformaciones que se
generaron han sido espectaculares. Una parte significativa de la juven
tud de los países del norte asume sin ningún complejo sus preferencias
homosexuales y se íntegra en la comunidad al igual que el resto de los
individuos. Incluso personas de más edad, en muchos casos casadas,
deciden romper con su vida anterior para aceptar una realidad que
estuvieron negando durante tiempo.
Todos estos cambios introducen dudas e incógnitas sobre los plantea
mientos tradicionales en torno al comportamiento social y territorial de
los individuos homosexuales: por ejemplo, cómo afecta a las reivindica
ciones de los movimientos gaysy lésbicos la igualdad legal alcanzada en
algunos países. En principio cabría esperar una pérdida en la intensidad
de tales movimientos, los cuales limitarían sus funciones a la asesoría
en materias de discriminación o a la orientación de personas con
problemas familiares o laborales, entre otras. Tal vez, si analizamos la
trayectoria del feminismo, podremos aprender de nuevo por dónde se va
a evolucionar. Recordemos que para las mujeres no fue suficiente ni la
igualdad legal ni la discriminación positiva para alcanzar la ansiada
igualdad real; pero sí fue suficiente para debilitar al movimiento
feminista, que pasó a ser un reducto tachado de radical al que se le
acusaba de no desear aceptar su nueva situación de equiparación legal.
De hecho, lo que hoy se entiende por feminismo ha sido en gran parte
acaparado por la ideología más conservadora que defiende la visión
individual del éxito o del fracaso frente a la colectiva de raíces estructu
rales; o dicho de otra manera, se trata del triunfo del neoíiberalismo, de
los derechos particulares sobre los colectivos, de la privatización de la
vida homosexual. A partir de este momento gays y lesbianas tendrán
que ser responsables y adaptarse a las normas de una sociedad que le
está dando esa ansiada igualdad.
Existe ya una parte creciente, sobre todo de hombres gays, que al
amparo de las conquistas legales y sociales niegan cualquier forma de
discriminación colectiva, reduciendo los problemas, cuando existen, a
las opciones individuales de las personas. Esto es especialmente Re
cuente entre homosexuales masculinos socialmente bien posicionados
para los que la homosexualidad ha dejado de ser una categoría de
análisis al ser subsumida en las corrientes dominantes de la sociedad.
Probablemente ésta sea la tendencia que veremos en los próximos años
siempre y cuando no se produzcan retrocesos que impliquen una vuelta
atrás en el reconocimiento de la homosexualidad. La vergüenza trans
formada en orgullo, en este caso tal vez mal entendido, derivó en la
década de 1990 en una ruptura con los postulados agitadores post-
Stonewall para buscar la integración en la respetable comunidad
nacional conjurando las incertidumbres de la hasta entonces disipada
moral homosexual (Eribon, 2004).
Ricbardson (2005) reflexiona sobre las políticas de normalización de
gays y lesbianas en el ámbito del neoíiberalismo y sobre la preocupación
de estos colectivos por participar y formar parte de la cultura dominante
a través de la demanda de una igualdad de derechos de ciudadanía. Son
estrategias integracionistas que tienen como objetivo el reconocimiento
social, entendiendo la igualdad legal como una igualdad en los compor
tamientos siendo la referencia el sistema heteropatriarcal dominante.
La insistencia en los argumentos esencialistas de individuos normales
que tienen las mismas aspiraciones y valores que cualquier otra persona
son reiteradamente utilizados desde las mismas comunidades gays y
¡ésbicas para hacer entender ese deseo de integra]' sin molestar.
Desde el punto de vista territorial también se han producido cambios
significativos. En países como Estados Unidos, pioneros en la creación
de barrios gays, se observa ya cómo ciertos grupos renuncian a ios
mismos procurando una mayor integración en la sociedad. Sin embargo,
en muchos casos, al menos en parte de Europa, todavía se está en la fase
de crear o consolidar barrios gays, lugares de encuentro en los que se
refuerza el hecho identitario homosexual. La duda que surge es cómo
van a evolucionar estos espacios. En principio, cabe pensar que la
creciente segmentación de la sociedad ayudará a reforzarlos; por tanto,
parece que seguirán un camino opuesto al que señalamos en ]os párrafos
anteriores. Evidentemente, de aquí surge una situación particular que
rompe un binomio socioespacial bien establecido y que, sin embargo,
habrá que situar entre interrogantes: la disolución social de las identi
dades y el refuerzo del lugar como espacio con significado.
Esta interrogación tan contradictoria no es en absoluto fácil de
resolver. ¿Cómo es posible explicar que, al tiempo que la categoría
homosexual se desvanece como identidad singular, los espacios de
encuentro, que tradicionalmente contribuyeron a crear solidaridades
identitarias, se fortalecen? Esta disfunción podemos resolverla argu
mentando por un lado la ya indicada tendencia de gays y lesbianas a
subsumirse en las comentes dominantes de la sociedad, a lo que
también ayuda la evolución efectuada en el ámbito heterosexual, en el
que se ha asumido parte de la estética y de la ética atribuida hasta
entonces a los gays y cuyo modelo más conocido es el meírosexual. Por
otro lado, los que podemos denominar espacios gays pierden gran parte
de su carga política y de su significado, pasando a ser únicamente
lugares para las relaciones sociales vinculados fundamentalmente a
funciones más de tipo recreativo. Más adelante profundizaremos en los
cambios que están experimentando estos lugares.
En todo caso, y a pesar de lo dicho, el territorio sigue siendo un
elemento importante para definir la identidad de gays y lesbianas; los
espacios de encuentro todavía no han sido substituidos por la esfera
reproductiva como ámbitos para la construcción de las identidades. Esto
fue entendido bastante tardíamente por nuestra disciplina y, al compás
de las geografías postmodernas y radicales, fueron surgiendo diferentes
estudios que se multiplicaron en la década de 1990. Sin embargo, en la
actualidad parece que asistimos a una cierta decadencia de los mismos
o, al menos, a la incorporación de una mirada más complaciente que
parece atenta únicamente a los avances legales o a los procesos de
integración social y renovación urbana ligados a estos grupos. Se han
dejado en un segundo plano los nuevos problemas que surgen de esta
situación, que casi todos saludan desde el entusiasmo. Se trata de la
renuncia a formas alteiviativas de organizar la sociedad y, por tanto,
también de la ordenación de la ciudad; igualmente, no se ha caído en la
cuenta que la creciente visibilidad de los homosexuales ha ido acompa
ñada de exclusiones y marginaciones, imponiéndose un sistema autori
tario de inclusión semejante al que domina en la sociedad heteropatriarcal,
Los íenitorios de la homosexualidad
Hace ya algunas décadas que los grupos homosexuales entendieron
que el dominio y con trol de un territorio eran claves para adquirir poder.
Así lo explica Castells (1986) en relación al barrio del Castro, en San
Francisco. Al mismo tiempo que se consigue esa representación urbana,
que no es otra cosa que la adquisición de poder, resulta importante
también el acceso al poder político formal. Y CasteJls también nos relata
los acontecimientos de San Francisco que llevaron a la corporación
m unicipal de esa ciudad al primer cargo electo proceden te del moví mien
to gay, gracias precisamente a los cambios en la organización territorial
del sistema electoral. En los Estados Unidos podemos encontrar nume
rosos ejemplos de apropiación del espacio urbano por comunidades
homosexuales que van expulsando a los antiguos residentes al tiempo
que el nuevo asentamiento es la plataforma para su visibilidad. Esta
tiene que demostrar el verdadero poder de grupo y frecuentemente,
mediante procesos de gentrificación, actúa como espejo de una comuni
dad joven, acomodada y dinámica que, más que querer enfrentarse con
el resto de la sociedad en demanda de cambios, busca su integración.
También en Europa encontramos los mismos fenómenos, tal vez más
tardíamentey con menor intensidad. Por ejemplo, hoy en España hablar
de comunidad gay significa inmediatamente trasladarnos al barrio
madrileño de Chueca, que se ha convertido en el paradigma y símbolo de
los homosexuales. De hecho, )a celebración del Europride en Madrid en
2007-responde en parte a un reconocimiento de la labor del activismo de
esta ciudad, aunque también a su pujanza comercial; y no debemos
olvidar el papel fundamental de las organizaciones empresariales
lesbigays en la evolución hacia esa homonormalidad y su creciente
vinculación con el gran capital. La aprobación de la ley de matrimonios
homosexuales en cierta medida fue acaparada también por esta urbe en
la que uno de sus concejales es, además, uno de los líderes de la
comunidad gay madrileña. No obstante, es bueno recordar que el
proceso de construcción de la ciudadanía implica formar parte de un
proyecto nacional, de ahí la relevancia que se le quiere atribuir a esa
ciudad como representante de todo el Estado.
Waitt (2005) a través del análisis de los Juegos Olímpicos Gays de
Sidney en el año 2002 nos introduce en todas las contradicciones de los
procesos de inclusión/exclusión que supuso este evento. En un principio
supuso una erosión del propio concepto de la nacionalidad australiana,
muy vinculada con la práctica deportiva y su imagen estereotipada. Sin
embargo, sólo sirvió para reforzar la ideología dominante a través
fundamentalmente de mecanismos internos: la insistencia de la Fede
ración de los Juegos Gays restando importancia a los aspectos competi
tivos, la trascendencia dada a la imagen del cuerpo musculado o el
protagonismo de la economía son algunos de los elementos que se
destacan y que convirtieron a esos juegos en una referencia para los
homosexuales socioeconómicamente privilegiados, al tiempo que no
fueron capaces de transmitir su potencial trasgresor.
Los aspectos económicos no son, ni mucho menos, secundarios. La
continua insistencia sobre la capacidad de gasto de los homosexuales,
particularmente de los hombres, ha tenido un protagonismo fundamen
tal en todo este proceso. La integración social debe ir precedida por la
económica. Incluso los gobiernos se han implicado activamente en la
promoción de actividades que generan dinamismo económico. El turis
mo es un ejemplo en el que cada día vemos a más ayuntamientos
interesados. En este sentido, podemos destacar las rivalidades que se
establecen entre las ciudades por atraer el mercado gay, como es el caso
de los esfuerzos desplegados desde Liverpool por desarrollar un Gay
Village que pueda competir con el de Manchester. La revista The
Advócate (Octubre, 2005) recogía los resultados de un estudio realizado
por la principal empresa de Estados Unidos en análisis de hábitos de
consumo y confirmaba Jo que otras encuestas repiten constantemente,
el mayor gasto de los gays y el gusto por la última tecnología, el teatro,
los restaurantes, etc, En sentido parecido, Florida y Gates (Nast, 2002b)
indican que el principal indicador para medir el éxito de un área
metropolitana especializada en alta tecnología es el tamaño de su
población gay e incluso proponen un índice gay para predecir el éxito
urbano de las ciudades.
Desde luego, la aparición de estos barrios gays, más allá de las
implicaciones urbanísticas, ha contribuido a visibilizar y dar un poder
efectivo a gays y lesbianas. La conformación de estos espacios de
libertad, que para otras personas no son más que guetos, ha reforzado
la identidad de estos grupos al tiempo que ha contribuido en la genera
ción y difusión de los estereotipos del hombre gay y la mujer lesbiana.
Estos estereotipos, por cierto, se han de acomodar al sistema en el que
estamos viviendo, única fórmula para que exista la aceptación social.
Esto ha derivado en un conservadurismo cada vez más acentuado en el
que, por ejemplo, se fomentan valores como la vida en pareja 3' su
fidelidad (siempre en términos tradicionales) y se rechazan comporta
mientos que se consideran poco apropiados. La sexualidad, que repre
sentaba el hecho diferencial, se va retirando poco a poco hacía eí ámbito
reproductivo y monogámico, al igual que en las familias heterosexuales.
El reconocimiento legal de derechos lleva implícito un cambio en los
comportamientos y actividades espaciales de la sexualidad que se
trasladan a la esfera doméstica.
Evidentemente, estamos en un proceso que está en sus inicios y todas
las evidencias apuntan en la misma dirección. Sin embargo, se siguen
manteniendo muchas de las características del modelo anterior, algunas
transformadas bajo la influencia de las nuevas tecnologías. Por ejemplo,
el sexo como variable fundamental de la identidad colectiva conserva un
protagonismo principal en los espacios homosexuales. Sólo podemos
entender los destinos de vacaciones gays en función de las facilidades
con las que se producen los encuentros sexuales. Esto evidentemente no
quiere decir que esté ausente en los lugares heterosexuales pero no
acostumbra a ser un elemento princípaí o por lo menos tan explícito.
Como también comentamos, los avances tecnológicos han sido asumidos
rápidamente por gays y lesbianas hasta el punto de provocar importan
tes novedades. El espacio físico de encuentro alterna y se complementa
con el virtual. Los numerosos chats y webs existentes permiten nuevas
formas de socializar y ofrecen más oportunidades para el anonimato.
Por lo tanto, el sexo continúa siendo un punto focal de la comunidad
homosexual. Es cierto que entre algunos grupos hay un rechazo explícito
a estos comportamientos, al igual que para muchas personas el paso por
la vida sexual del ambiente es sólo un peaje que hay que pagar en la
búsqueda de la pareja perfecta, La idealización del matrimonio hetero
sexual, o más bien de la vida normal, puede llevar a una constante
inquietud y a tratar de imitar el modelo opresor de la familia tradicional.
A pesar de todo, los barrios gays mantienen un papel muy importante
e incluso refuerzan sus funciones en relación a la identidad y ai poder,
Este último se ejerce de forma manifiesta mediante la representación
política o a través de la movilización efectiva de la comunidad. Por
ejemplo, si por un lado tenemos un creciente número de cargos electos
que desde el reconocimiento de su homosexualidad se comprometen en
la defensa de los derechos de estas personas, por otro lado las demostra
ciones de poder en la calle son, si cabe, más eficaces. Sin embargo, como
estamos diciendo, la situación está en proceso de cambio. En un artículo
en www.pageoneq.com titulado “Gay Ghettos Are In Transition” (19 de
octubre de 2005), Besen describe las dramáticas transformaciones que
están sufriendo los barrios gays. Señala, por ejemplo, cómo la llegada de
familias heterosexuales, que se instalan en estos barrios renovados,
acaba por expulsar a los gays con menos poder adquisitivo, a los más
jóvenes y a los más críticos, que normalmente son los mismos. Como
consecuencia, disminuye el sentido de comunidad y la sexualidad se
refugia en el hogar siguiendo el modelo dominante. La postura opuesta
corresponde a aquellos gays y lesbianas que abandonan el barrio para
integrarse en vecindarios más normales y facilitar su reconocimiento
social.
En los Estados Unidos fue en la segunda mitad del siglo XX, particu
larmente en las tres últimas décadas, cuando comenzaron a proliferar
los barrios gays. La centralidad, frente a la suburbanización de la
familia tradicional, constituyó una de sus características, habiendo
desempeñado un papel importante en la renovación urbana de muchas
ciudades norteamericanas. En este sentido se le atribuye una función
ejemplar al haber contribuido decisivamente en la recuperación de
áreas de la ciudad que se consideraban degradadas, transformando
lugares abandonados y ocupados por excluidos y marginados sociales en
otros dinámicos, económicamente prósperos y, en definitiva, integrados
en el mosaico urbano. Evidentemente, en este contexto no hay lugar
para la exclusión y la marginación. Los propios habitantes del barrio son
los encargados de ejercer el control necesario para que la situación se
mantenga dentro de los límites que establece la norma social dominante.
Es la nueva homononnatividad, que señala que para ser un buen
ciudadano es imprescindible aceptar una autorregulación más o menos
voluntaria (Richardson, 2005).
Siguiendo los procesos propios de difusión espacial de tipo jerárquico,
los comportamientos observados en el país norteamericano se fueron
transplantando a Europa, comenzando por el Reino Unido y llegando
también, aunque con cierto retraso, a España. Por supuesto no se
pueden mimetizarlas realidades espaciales que existen a uno y otro lado
del Atlántico, pero sí es cierto que hay bastantes cosas en común: la
centralidad de los barrios, su carácter previo de áreas degradadas y su
posterior recuperación. También se comparte el papel en la creación y
refuerzo de identidades, así como la función de cohesión interna y de
integración social que ejerce. De todas maneras, hay que señalar que,
cuando hablamos de barrios gays, no siempre nos estamos refiriendo al
aspecto residencial. Es más, en muchas ocasiones es secundario frente
a la función comercial o a la vinculada con el ocio, particulam ente el
nocturno.
Este último aspecto, que en ciertas ciudades llega a cobrar una gran
importancia, permite establecer un juego de escalas muy propio de
grupos marginados. La vida fuera del barrio, fundamentalmente diur
na, es el escenario de las relaciones heteronormativas, aquéllas que
afectan al mundo laboral y familiar. Por e! contrario, el barrio y la noche
introducen la variable Iúdico-sexual y todos aquellos aspectos que no son
propios del ambiente familiar. De esta manera muchos gays y lesbianas
pueden participar de los dos mundos, sin entrar apenas en contradiccio
nes y matizando e) carácter marginal de su condición homosexual. Esta
doble condición no impide desarrollar una identidad singular como gay
o lesbiana., identidad que más bien es múltiple puesto que no se renuncia
a la que se deriva de otros aspectos de su vida plenamente integrada en
la sociedad.
El barrio desempeña un papel muy importante en la actual concep
ción de la homosexualidad. Si lo identificamos como un lugar y admiti
mos una estructura reiacional, tal y como nos señala Sack (1997),
entonces tendremos que definir la fuerza de cada una de sus tres
dimensiones: la naturaleza, las relaciones sociales y el significado.
Consideramos que estas dos últimas son las más importantes aunque
resulta difícil indicar la dominante, produciéndose variaciones en fun
ción de la escala. El barrio gay es sobre todo un lugar con significado
porque sirve para crear y reforzar las identidades. Sin embargo, podría
mos decir que esta dimensión será la dominante en la gran escala al
servir de referente a muchos gays y lesbianas que tal vez nunca
participaron en la vida de ese lugar. Por ejemplo, el Castro en San
Francisco o el Village en Nueva York fueron los símbolos para muchos
homosexuales del mundo aun sin haber estado nunca allí; lo fundamen
tal era el significado del lugar.
Pero, por otra parte, los barrios gays son lugares en los que a menudo
domina la dimensión de las relaciones sociales. Esto es así en la medida
en que en muchos barrios predomina, como dijimos, no tanto la función
residencial como la comercial y, por tanto, las relaciones de producción
y consumo que, como señala el propio Sack, son la base de las relaciones
sociales. Incluso existiendo una base residencial sólida, el papel de esta
dimensión puede llegar a ser preponderante. En otro orden de cosas, la
búsqueda explícita de relaciones sexuales en muchos locales refuerza
esta dimensión. Al contrario de lo que acontecía con los lugares de
significado, ahora se exige una experiencia vivida. Es la colonización
económica de los espacios homosexuales la que debemos vincular con las
políticas neoliberales.
En todo caso, también señala Sack (1997), los lugares son dinámicos
y en ellos interaccionan las tres dimensiones que lo componen a través
de lo que denomina bucles (“loops”). Habría, por lo tanto, tres bucles:
dentro/fuera, fondo/superficie y el de la interacción espacial. El primero,
vinculado con la dimensión de las relaciones sociales, define la territo
rialidad de un lugar. De él se derivan las reglas que deciden la inclusión/
exclusión, la distribución y el comportamiento de los elementos que
conforman ese lugar; en definitiva, sirve para determinar el orden social
que debe tener cada lugar, siendo, como vimos, una vía también para la
exclusión de todos aquellos individuos y elementos que no se correspon
dan con las normas sociales determinadas.
De la dimensión del significado parten diversos elementos simbólicos
(textos, imágenes, sonidos, conversaciones, rituales sociales o religiosos,
etc.) que, a través del bucle fondo/superficie, interaccionan con otros
elementos del lugar (personas, viviendas, monumentos etc.) constru
yendo discursos ideológicos o identitarios que sustentan el significado de
ese lugar. Por ejemplo, en el barrio gay de Nueva Orleáns, el cambio de
las reglas territoriales que permitió el establecimiento de gays en ese
lugar implicó un nuevo discurso sobre el barrio, que adquiere otro
significado para la ciudad: el discurso sobre un lugar empobrecido se
transforma en un discurso sobre un lugar aburguesado. De esta manera,
el lugar se transforma y evoluciona. El bucle fondo/superficie del que
habla Sack es, pues, el que atribuye a todos los elementos del lugar un
significado para el orden social que mantiene ese lugar. El significado
que un lugar, un barrio, tiene para nosotros y nuestro grupo se construye
mediante los elementos simbólicos y el discurso que asociemos a los
diferentes elementos que lo constituyen (habitantes, edificios etc.).
En definitiva e) barrio se nos presenta como un lugar con una
naturaleza, un significado y unas relaciones sociales singulares y
siempre dinámicas e ínterconectadas. Sin embargo en los últimos años
observamos cambios apreciables vinculados con los avances tecnológi
cos. Probablemente estemos tan sólo en el inicio de estas transformacio
nes y tal vez en el futuro próximo, si no es ya en la actualidad, seamos
testigos de nuevos ámbitos espaciales, nuevos lugares y nuevos territo
rios.
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26. Geografía y discapacidad
A na O l iv e u a
Universidad Aiilónotitri /le Madrid
Funciones y
Dim ensiones eslrucluras Actividades Participación Factores contextúales
corporales
Nivel de íunciona- Cuerpo (partes Individual (perso Social (situacio Factores del entorno
míenlo de! cuerpo) na com o m lodo) nes vitales) (influencia externa sobre el
funcionamiento) + Factores
personales (influencia interna
sobre el Ívn cm arn ien io )
« Déficit en el funcionam iento (sustituye al término "delíciencia” , tal y como se venia utilizando por
la anterior Clasificación Internacional de Deficiencias. Discapacidades y Minusvalías, CIDDM, de
JSStty: es !a pérdida o s n o n n a lidatf de u ra parte del cuerpo o de una función fisiológica o mental.
En este contexto el término 'anornialidacf se usa para referirse a una desviación significativa de
la norma estadística (por ejemplo, la mediana de la distribución estandarizada de una población).
• Lim itación en la actividad (sustituye el término 'discapacidad', tal y como se venía utilizado en
la C tD D M j: son tes dificultades que un individuo puede tener en la ejecución de las actividades.
Las limitaciones en la actividad pueden calificarse en distintos grados, según supongan una
desviación más o menos importante, en términos de cantidad o calidad, en la manera, extensión
o intensidad enque s e esperaríalaejecución de (aactividad enunapersonasinalteración de salud,
■ Restricción en la participación; (sustituye ef término “minusvalía', (al y como se venia utilizado
en la CIODM): son problemas que un individuo puede experimentar en su Implicación en
situaciones vitales, La presencia de restricciones en la participación es determinada por la
comparación de la participación de un determinado individuo con la participación esperada de un
individuo sin discapacidad en una determinada cultura o sociedad,
« Barrera; son todos aquellos lactores ambientales en el entorno de una persona que condicionan
el funcionamiento y crean discapacidad. Pueden incluir aspectos como por ejemplo un ambiente
físico inaccesible, la falla de tecnología asistencia! apropiada, las actitudes negativas de las
personas hacia la discapacidad, y también la inexistencia de servicios, sistemas y políticas que
favorezcan la participación,
• Discapacidad; en la CIF, es un término “paraguas" que se utiliza para referirse a los déficit, las
limitaciones e r la actividad y las restricciones en la participación. Denota los aspectos negativos
de la interacción entre el individuo con una alteración de la salud y su entorno (lactores
contextúales y ambientales). La dependencia puede enlenderse, por tanto, como el resultado de
un proceso que se inicia con la aparición de un déficit en el funcionamiento corporal como
consecuenciade una enferm edad o accidente. Este d é lk ti com porta una iiw'ilación enJaaclividad
Cuando esta limitación no puede compensarse mediante la adaptación del entorno, provoca una
restricción en la participación que se concreta en la dependencia de la ayuda de otras personas
para realizar las actividades de la vida cotidiana.
____________________________________________________________________________________________
Ministerio de Trabajo y Asunios Sociales, Libro Blanco de la Dependencia. Imserso
hlia-t'w.wv.sen-socia^s/imssMaimawres/niav libroblanco hlml
Según la nueva definición de 1a OMS, la discapacidad es una interacción
multidireccional entre la persona y el contexto socioambiental en el que
se desenvuelve, es decir, entre las funciones y estructuras alteradas del
cuerpo, las actividades que puede realizar como persona, su participa
ción real en las mismas, y las interacciones con los factores externos que
pueden actuar como barreras y ayudas.
Figura 1
Condición de Salud
(trastorno/enfermedad)
YI
Actividad Participación
Función/Eslruclura
(Deficiencia)
<------ ► (Limitación en la ■
<------ ► (Restricción en la
Actividad) Participación)
Factores Contextúales
Ambientales y Personales
La población discapacitada
Es difícil compararlas tasas de discapacidad de los países de nuestra
entorno, pues las definiciones de discapacidad y \a metodología de las
encuestas no son homogéneas. La cifra más elevada corresponde a
Finlandia, el 23%, y la menor a Italia, que no alcanza el 8 %. En España
afecta al 9% de la población, según la última Encuesta sobre
Discapacidades, Deficiencias y Estado de Salud de 1999 (INE 2005), que
no incluía a los discapacitados de establecimientos colectivos (gran parte
de sus residentes sufren discapacidades severas), ni a los temporales.
Por diferencias en ías preguntas de las encuestas de 1936 y 1999
tampoco son comparables los datos españoles de ambas fechas, y si bien la
cifra global ha disminuido del 15 al 9%, han crecido las discapacidades para
desplazarse, realizar tareas del hogar, ver, oír y las relacionadas con las
funciones cognitivas, compatibles con el envejecimiento de la propia vejez.
Figura 2
¡
POBLACIÓN CON O tS C A P A C ID A D POR SEXO Y E D A D . E S P A Ñ A . 1993
Mujeres i
■ Varones
0/00
EV^Espera n¿a de vicía,EV[£C=EsperDnza de vida Mire da enfermedad crónica, EV B S -E spétenla de vida er\ buena salud
percibida, EVLO = Esperanza de vida libre de discapacidad.
INE. Encueste sobie Discapacidades, Deficiencias y Eslado de Salud, Inlorme general. Madrid, 2005.
El espacio accesible
Aunque la mayor parte de los problemas de accesibilidad se producen
en las áreas urbanas, no hay que olvidar Jas limitaciones que deberían
ser subsanadas total o parcialmente en núcleos rurales, por otra parte
muy envejecidos, o incluso en algunos espacios naturales de especial
valor, que lógicamente no pueden hacerse accesibles, pero sí pueden
acondicionarse zonas en donde las personas con discapacidad puedan
disfrutar de miradores, centros de interpretación, puntos de pesca,
^paseos adaptados, servicios, etc... como sucede en muchos de los parques
naturales o nacionales de Estados Unidos. Reino Unido o Suecia.
Para que un espacio sea realmente accesible es preciso que las
personas con discapacidad puedan llegar a él, entrar, moverse por el
interior del edificio3 o área y poder hacer uso de cada una de sus
funciones, en las mismas condiciones de esfuerzo y seguridad que los no
discapacitados. Sólo se consigue la accesibilidad integral si son accesi
bles los espacios públicos (calles, plazas, parques), el mobiliario, las
infraestructuras y la edificación.
A partir de las propuestas del Centro de Diseño Universal de la State
University de Carolina del Norte, el diseño se entiende como un instru-
■
1 Según la encuesta elaborada pnra el IMSERSO por el Instituto Universitario de
Esludios Europeos de la Universidad Autónoma de Barcelona, el 82c.< de las casas
tiene alguno barrera que dificulta la movilidad.
mentó de igualdad social, que debería ser aplicado a los espacios,
productos y comunicaciones, pero que también necesita ser tenido en
cuenta en las políticas sociales y urbanas y en las prácticas ciudadanas.
Para el diseñador universal no hay un prototipo de individuo, sino que
atiende a la diversidad. El diseño universal de entornos de fácil uso para
el mayor número de personas posible, sin necesidad de adaptarlos o
rediseñarlos de forma especial, beneficiaría a todos los individuos, sin
distinción de edades y capacidades.
La planificación sin barreras o la eliminación de lasque ya existentes,
no sólo favorecería a las personas que actualmente padecen algún tipo
de deficiencia y a sus cuidadores, sino que baria el espacio más confor
table y menos limitante para cualquier ciudadano que pueda sufrir en
algún momento una discapacidad temporal por accidente o convalecen
cia, y prepararía un entorno más amigable para las generaciones que
vayan alcanzando la tercera edad en un futuro próximo.
Las 7 principias del diseño universal
2S P rincipio; U so flexible
El diseño se acomoda a un amplio rango de preferencias y habilidades individuales, (mano izquierda
o derecha, diferentes rilmos).
4“ P rincipio: In fo rm a c ió n p e rc e p tib le
El diseño comunica de manera eficaz la información necesaria para el usuario, atendiendo a fas
condiciones ambientales o a las capacidades sensoriales del usuario. Deberían usarse dilerenles
modos para presentar de manera redundante la información esencial (gráfica, verbal o Táctil),
diferenciando claramente entre la intomiación esencial y accesoria,
5C Principio: C o i j to le ra n c ia a l e rro r
Que minimice los riesgos y las consecuencias adversas de acciones involuntarias o accidentales
' Curiosamente el concepto de exclusión fue introducido por Rene Lenoir en 1974 en
su libro Les excita;, un Frontín is sur di.r. Paris. Le Souil, 180 pp., y se refería a los
discapacitados físicos, mentales y sociales-
Sería deseable que este texto sirviera para abrir una puerta que
mostrara el camino a seguir para colaborar en la eliminación y evitación
de barreras. Para ello es necesario combinar diversas escalas de análisis
e incluso recurrir a una microgeografía, ya que una pequeña barrera en
la puerta de la casa puede vedar el paso a toda una ciudad.
Todas las Geografías de la Discapacidad son necesarias, cualquier
enfoque puede ser válido si consigue mejorar la calidad de vida y el
entorno de las personas afectadas. Ayudar a convertir el espacio inacce
sible y excluyente en un espacio acogedor e incluyente puede ser una
magnífica tarea para un geógrafo, especialista en interacciones entre
fenómenos y medios. ¡Es preciso acabar con el “espacio discapacitante”
y crear "medios capacitantes” y no limitantes!15.
No se trata de confinarles en espacios magníficamente adaptados,
sino concederles realmente el derecho a todo el espacio construido,
garantizando un uso igualitario en la medida de lo posible. Para ello es
fundamental trabajar con los propios afectados, saber cuáles son los
problemas reales que encuentran, cómo perciben el espacio y sus
limitaciones y cómo necesitarían que fuera la ciudad para permitirles un
tránsito independiente y una mayor legibilidad del espacio urbano.
Ya es hora de que la protección a los discapacitados pase de la Ética
al Derecho, y para ello no basta con promulgar leyes, sino es necesario
hacerlas cumplir, no solamente en la planificación urbana y la ordena
ción del territorio, sino en las políticas sociales y de protección social y
civil.
Si el coste económico de adaptar los espacios puede ser elevado,
mucho mayor será el de la dependencia, al que habría que añadirle el
coste humano de la segregración que supone la incompatibilidad y falta
de congruencia entre persona y ambiente. Son los amhientes creados por
el ser humano los que tienen que ajustarse a las necesidades de las
personas y no ellas las que tengan que adaptarse al medio.
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