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LA SOCIEDAD CIVIL POR LA PAZ de MARIO LÓPEZ MARTÍNEZ

La presencia de una sociedad civil concienciada y activa con la elaboración de la paz en las sociedades contemporáneas
permitió la entrada de nuevos actores, tales como los movimientos sociales, las organizaciones populares, las
asociaciones profesionales, las agencias alternativas y contraoficiales, las mujeres, etc. Todas ellas generaron también
nuevos espacios, a modo de nichos ecológicos de Paz, convivencia y no-violencia, pero a otra escala: en barrios,
escuelas, grupos étnicos y minorías..., en los intersticios (y no sólo) de la sociedad oficial, añadiendo otro tipo de
diplomacia más cercana a la gente y más alejada de las altas esferas; y, con una idea del tiempo diferente, mucho más
amplia, más continuada y perenne, un tiempo de Paz que tiene como virtud el que se construye día a día, previniendo
conflictos, sembrando conciliación, haciendo prospectiva sobre las expectativas, deseos y necesidades de la gente que
ansía vivir en Paz.

A la profundización de las libertades y derechos, a la construcción de una sociedad civil democrática, a la generación
de un pensamiento por la paz han contribuido, poderosamente, los movimientos sociales por
la paz (y las movilizaciones por la paz). Éstos han sido los principales actores que han influido en la permanente
edificación de la paz a pesar de que los libros de historia generalmente no los reconozcan como tales. la sociedad civil
democrática por la paz ha sido muy ambiciosa y notablemente eficaz a lo largo de estos últimos doscientos años:
queriendo influir en la agenda política de los gobiernos; solicitando cada vez más información sobre la defensa y la
seguridad; manifestando su inquietud y molestia por lo que entendía un excesivo intervencionismo estatal en el campo
de la ciudadanía; por presentar proyectos, concepciones, discursos y símbolos alternativos a los modelos de sociedad
y política dominantes; en fin, por su intrínseca capacidad por mantener viva la propia construcción de la paz. Ello
significó, también, una pluralidad interna y la concurrencia de perspectivas y movimientos diversos que convivieron
entre sí.

hemos tratado de recoger los proyectos sociales por la paz que más influyeron en la construcción de
las sociedades occidentales en los dos últimos siglos, tales como: el pacifismo liberal de base burguesa (creador de
sociedades estables por la paz, de congresos para la construcción de ésta, generador de debates
de mucho interés sobre democracia y paz, etc.); el socialismo internacionalista de base obrerista, especialmente a
caballo entre los siglos XIX y XX (antimilitarista y antiimperalista, que realizó interesantes propuestas
para la futura construcción de la Sociedad de Naciones, de una diplomacia menos maquiavélica, y de un
internacionalismo entendido como un reparto más equitativo y justo de los bienes y riquezas del mundo); aquellos
actores sociales de entreguerras que protagonizaron la búsqueda de la paz en este período (criticando los efectos de
la Gran guerra, apoyando fórmulas típicas del denominado pacifismo jurídico y arbitral, que facilitaron el reinicio de
un diálogo interconfesional o interreligioso, o que abrieron una discusión -en toda Europa- sobre la legislación en
materia de objeción de conciencia al servicio militar); las experiencias histórica y las propuestas políticas de la No-
violencia (lucha contra la dominación colonial, liberación de los regímenes dictatoriales y totalitarios, reivindicación
de derechos libertades o sostenimiento de políticas alternativas y sustentables); el pacifismo antinuclear (como
respuesta más singular al sistema bipolar y a los modelos de defensa amparados en la disuasión y aniquilación mutua
asegurada); y, por último, unas reflexiones sobre los posibles cauces que inspirarán los movimientos por la paz en el
futuro (especialmente aquellas fórmulas que se han asociado al trabajo de las organizaciones no gubernamentales, o
pacifismo humanitario, en su lucha contra la «violencia estructural», pero también a la defensa más concreta de los
derechos humanos y de la construcción de una sociedad civil internacional con más presencia en las instancias
supranacionales y en todos los foros que afectan a decisiones de carácter planetario.

1: EL PACIFISMO LIBERAL DECIMONÓNICO

El pacifismo liberal-democrático de base social burguesa o pequeño burgues nació al calor y como primera respuesta
a las consecuencias del desarrollo de las sociedades industriales altamente urbanizadas, y a la necesidad de extender
las libertades contenidas en los programas de los pensadores, filósofos e innovadores de finales del siglo XVIII y
principios del XIX. La industrialización reveló manifiestas desigualdades sociales, generó cambios en las políticas
exteriores de muchos países con aspiraciones expansionistas e hizo de la guerra un epifenómeno del poderío fabril.
En cuanto a las libertades, su codificación y sus nuevas formas de expresión, fueron objeto de interesantes debates
entre pensadores inquietos y sectores sociales que querían participar en la construcción de los modelos políticos que
se estaban definiendo bajo el abrigo del Estado-nación. Si la guerra (aún a una escala pequeña y contenida) se fue
haciendo consustancial al vigor imperialista y mercantil-industrial, y un peligro cada vez más cercano y terrible, la paz
no fue menos importante para estos pacifistas, sino todavía más: ella debía convertirse en una construcción necesaria
y legitimadora de un orden civilizatorio occidental, el cual, de alguna forma debía manifestarse como superior y
superador de otras violencias (primitivas, indígenas, campesinas, etc.), a través de instrumentos como la razón, el
derecho, etc. En esta cuestión como en otras, las controversias, la disparidad de ideas y la necesidad de discutir
modelos se puso a la orden del día, siendo ésta también una de las novedosas y sugestivas aportaciones del pacifismo
liberal-democrático: creación de centros permanentes de discusión, una progresiva toma de conciencia, una siembra
de iniciativas sobre cómo construir la paz y edificar modelos sociales más justos, etc. Todos ellos serían los primeros
pasos de minorías ilustradas y pseudocientíficas, que con sus polémicas, su producción literaria y sus movilizaciones
serían el origen de los futuros movimientos de masas por la paz y de la propia Investigación para la Paz como disciplina
académica y de conocimiento.

Fuese en el campo del reformismo ilustrado, de los planes de mejora social, de crítica moral de los defectos políticos,
etc., la consecución y éxito de muchas de las propuestas divulgadas se debió a un trabajo arduo de humanitarismo,
dilatado en el tiempo pero no por ello menos constante, fundamentado en la convicción moral, en la paciencia, la
objetividad y en el deseo de llegar siempre a un acuerdo con sus interlocutores. En esta época nació, también, la idea
de institucionalizar formas de arbitraje que fuesen un instrumento alternativo para resolver los conflictos
internacionales futuros. Asimismo se atendió a la necesidad de difundir a través de la escuela, la cultura y los jóvenes
las ideas que fomentaran y consolidaran la paz entre los pueblos y las naciones.

Una segunda generación de liberales y demócratas pacifistas hicieron cuajar, en 1867, dos internacionales de la paz,
es decir, dos grandes estructuras organizativas que agrupaban a la práctica totalidad de sociedades y clubes del
continente europeo. De una parte, la Liga Internacional y Permanente de la Paz, creada por Frédéric Passy; y la Liga
Internacional de la Paz y de la Libertad, nacida en Ginebra. Sus planteamientos fueron más radicales que la
anterior, señalando que la paz sólo podría ser preservada entre gobiernos democráticos, con personas libres,
unificadas bajo la bandera de un federalismo europeo, asimismo esta Liga insistió en la necesaria separación entre
iglesia y estado, la difusión de una escuela pública, gratuita y obligatoria (para la formación de ciudadanos) y la
ampliación al derecho internacional de la defensa de los derechos humanos y de las libertades.

El desencadenamiento de la Gran guerra demostró que la paz era un valor y un proceso tan serio y determinante que
no sólo podía involucrar a minorías más o menos amplias de intelectuales, reformadores y científicos, sino que era
tarea que implicaba a más capas sociales. En este sentido, no es de extrañar que la evolución del pacifismo liberal,
democrático e internacionalista, durante los primeros años del siglo XX se decantara en dos direcciones paralelas y
muy vinculadas en la organización de la paz (dos trayectorias que, no obstante, no siempre fueron plenamente
coincidentes y bien avenidas): de una parte el apoyo decisivo a la codificación del derecho internacional o la «paz por
el derecho», es decir, a vincular la responsabilidad de evitar las guerras en la construcción de un conjunto de
normativas de carácter internacional, vinculantes y sancionadoras; ideas que fueron fruto y campo de especialistas
reputados en materia de derecho internacional, así como de asesores gubernativos y diplomáticos occidentales. Y, de
otro, un enfoque más político y amplio que conduciría a la creación de una primera sociedad duradera de naciones
como comunidad de intereses y de obligaciones, la cual implicaba un foro permanente, junto a una estructura mucho
más compleja de instancias, agencias, secciones y delegaciones para el estudio de la cooperación internacional, el
fomento de la confianza entre los estados, la reglamentación de normas vinculantes, etc.; es decir, el camino hacia la
constitución de un gobierno cosmopolita.

2: EL SOCIALISMO INTERNACIONALISTA, LA GUERRA Y LA PAZ

Para la tradición socialista -tanto para los calificados como utópicos, como para los denominados como científicos-,
internacionalismo era sinónimo de pacifismo; o, al menos, el instrumento ineludible, sin el cual, jamás se podría
alcanzar una paz universal. A partir de la primera mitad del siglo XIX no hubo reformador social que -influido por teorías
racionalistas, liberales o socialistas- no reflexionara sobre las fórmulas para alcanzar los mejores niveles de concordia
y paz entre los diversos intereses sociales y políticos. La asimilación entre pacifismo e internacionalismo se hizo cada
vez más clara a medida que los diferentes proyectos burgueses adquirieron una naturaleza más territorial. De manera
que, para las diversas corrientes de pensamiento socialista, para muchas agrupaciones políticas obreristas y pequeño
burguesas, así como para múltiples categorías de pensamiento o ideológicas (anarquismo, humanitarismo, etc.), el
internacionalismo constituía una «especie de antídoto a un nacionalismo que [encerraba] en sí mismo un terrible
potencial belicista»

El otro gran pilar que orientó el pacifismo socialista fue su condena de la guerra y su vocación antimilitarista (de la que
se vería muy influenciado por las más diversas corrientes anarquistas). El origen del antimilitarismo obrero no es
demasiado bien conocido, ni tampoco tiene una clara y coherente continuidad en el tiempo. la guerra se contempló
como un instrumento vinculado a la evolución del capitalismo como sistema económico y social con tendencia al
dominio de mercados (especialmente coloniales) y de acumulación de capitales. En consecuencia, el servicio militar
obligatorio y el militarismo eran un corolario más de aquello, importantísimos como herramientas de socialización y
nacionalización de los jóvenes varones de una nación que aprenderían valores de obediencia y respeto a las leyes y al
orden establecido. Fuese mediante la doctrina de la nación en armas, o la de la seguridad nacional, especialmente a
partir de la generalización de la conscripción obligatoria en el último tercio del siglo XIX, los peligros de la guerra y de
la militarización de las sociedades se hicieron enormes. Tanto el pacifismo liberal, como el socialista, lo supieron ver,
e hicieron todo lo posible por denunciarlo, combatirlo y remediarlo.

La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) meditó sobre la guerra, definida como: causa de las diferencias
sociales y de los desequilibrios económicos. También, no sólo la condenó porque su pesada carga recaía «sobre la
clase obrera», sino que apostó decididamente por la construcción de la paz como condición primera para el bienestar
general. Un año después, 1868, en el Congreso de la AIT en Bruselas, se afrontó más profundamente el problema de
la guerra, siempre asociado a un excesivo nacionalismo y a los intereses partidistas de las burguesías territoriales. En
él se hizo famosa la consigna guerra a la guerra, motivada por la sensibilidad ante la perspectiva de una guerra europea
que se creía próxima (como así sería en el enfrentamiento entre Francia y Prusia).

La Internacional nació del problema de las nacionalidades, pero no supo resolverlas enzarzada en debates sobre si
apoyar o no las insurrecciones nacionales, sobre si luchar contra todas las formas de gobierno (y no sólo las
despóticas), o sobre la posibilidad de desarrollar su propia teoría de la “guerra justa”. Igualmente influyó en la
estructura, las instituciones y los debates de la nueva construcción internacional de la paz, singularmente
en la Sociedad de Naciones como foro estable de naciones (mucho menos en la propia Paz de Versalles), en las
cuestiones de la diplomacia abierta y no secreta, en las comisiones para el control del armamentismo, o en la Oficina
Internacional del Trabajo para la consultoría y vigilancia de las legislaciones nacionales. Éstas son tan sólo algunos de
los datos más significativos en los que el reformismo planteado por los socialistas acabó teniendo un lugar en la agenda
de la paz de entreguerras. la lección más interesante que se deduce del socialismo pacifista de postguerra es la
ampliación no sólo de su discurso sobre la paz (no entendida como una mera ausencia de guerra, sino una tarea
jurídica, política y social) y cómo y con quiénes construirla (son importantes las propuestas sobre las medidas del
estado del bienestar y el modelo democrático de los años treinta) sino, muy especialmente, que la paz no podía ser
edificada desde un lenguaje y una perspectiva exclusivamente de clase, de clase obrera, ni siquiera de clase
trabajadora, sino con miras más amplias: lo que le permitiría hacer causa común - en este terreno- con otros
segmentos sociales, políticos e ideológicos de la sociedad civil (estudiantes, mujeres, campesinos, etc.).

3: LOS BUSCADORES DE LA PAZ EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS

La Primera Guerra Mundial se puede interpretar como una grave derrota para los movimientos por la paz, lo que no
quiere decir que fueran ni responsables únicos, ni actores pasivos en la misma, entre otras cosas tanto la maquinaria
de guerra de las grandes potencias, como el sistema de relaciones internacionales que legitimaba aquélla eran difíciles
de controlar o desactivar con el solo concurso de una sociedad civil que no había tenido tiempo, ni recursos, para
contrarrestar las políticas hacia la guerra. Tanto la influencia de ciertos sectores del pacifismo liberal democrático,
como del pacifismo socialdemócrata obrerista, se vieron -como nunca- reflejados durante el curso de la guerra en un
importante movimiento de objeción de conciencia que fue, siempre, interpretado por los gobiernos como un
problema gravísimo que afectaba a la propia integridad nacionales y a los sentimientos patrióticos que debieran tener
todos los ciudadanos de un mismo estado.

Tanto por la dureza y extensión temporal de la guerra, como por la economía de subsistencia y escasez, así como por
los acontecimientos internacionales ocurridos en la Europa del Este (con la revolución de febrero de 1917 en Rusia),
el giro de los acontecimientos demostró la fragilidad de los gobiernos para seguir manteniendo la moral de las tropas,
el convencimiento de las orientaciones de la lucha y los postulados que cada una de las naciones combatientes
mantenía. Resulta insólito, hoy día, pensar que la cadena de motines y abandono masivo de las tropas del frente,
especialmente en los campos de batalla orientales, llegó a extremos de pensar que la guerra se terminaría en cuestión
de días; en parte, sería ese rechazo visceral y popular a la guerra, tras su nefasta experiencia, la que marcaría los pasos
a muchos jóvenes a integrar un tipo de pacifismo durante el período de entreguerras. A pesar de no haberse podido
evitar la guerra, hay que señalar que la misma no hizo sino fortalecer y renacer los sentimientos antibelicistas entre
pacifistas, socialistas, demócratas, jóvenes estudiantes, mujeres (feministas o no), religiosos, etc. La idea principal de
estas nuevas agrupaciones35 era influir -una vez más- en la organización de la paz, máxime cuando parte del proceso
de reconstrucción y reconciliación europeo pasaba por un sistema jurídico de comunidad de naciones. Tanto las viejas
agrupaciones renovadas, como las nuevas corporaciones por la paz abrieron un profundo debate en muchos terrenos:
sobre los porqués y el sentido de las guerras (y su desarrollo tecnológico); sobre los medios y fines para la edificación
de la paz; sobre el papel integrador que debían jugar las religiones en favor del entendimiento universal; sobre la
concepción nociva de la relación amigoenemigo; sobre la construcción social de las nuevas democracias, o sobre el
papel que habían de ejercer instituciones como la familia, la escuela, el ejército, etc. en la edificación de sociedades
menos angustiadas por el odio, el rencor y el revanchismo.

Una de las asociaciones pacificas fue la Women’s International League for Peace and Freedom (WILPF), cuyo origen se
remonta a la formación de la «Alianza Internacional para el Sufragio», una organización que adquirió un notable
prestigio durante los últimos años del siglo XIX. Formada por feministas, pacifistas y socialistas que tenían bastante
influencia entre los círculos liberales y democráticos del IPB, su programa alimentó no sólo las reivindicaciones de las
mujeres en su lucha por conseguir la igualdad política y jurídica con los hombres, sino que se convirtieron en referencia
obligada por sus fuertes convicciones, su capacidad de convocatoria y su particular lenguaje político cargado de
simbolismo. Otro de los grandes movimientos por la paz que alcanzaría influencia
y protagonismo en el mundo de entreguerras fue el representado por el ecumenismo religioso. Su origen más
inmediato estuvo en la Segunda Conferencia de La Haya, en 1907, en la que los participantes de las iglesias inglesa y
alemana discutieron cómo disminuir la tensión entre ambas naciones. Tras seis años de contactos e intercambios entre
ambas delegaciones cristianas (y con el apoyo financiero de la Church Peace Union of America, fundada en 1910 con
los auspicios del magnate Andrew Carnegie) decidieron crear, en 1914, la “Alianza Mundial para la Promoción
Internacional de la Amistad entre las Iglesias”. Otra de las asociaciones que más contribuyeron a la historia de la paz
en estas décadas fue la Internacional de Resistentes a la Guerra (War Resisters International).

No cabe duda que la década de los años veinte fue una auténtica ola que ensanchó la organización de la paz. No sólo
fue el nacimiento y crecimiento de organizaciones, sino también la audacia de ciertas campañas cívicas para modificar
las agendas de los gobiernos, paralizar leyes o llamar la atención de la opinión pública sobre ciertos climas belicistas.
Pero, quizá, uno de sus trabajos más conocidos estuvo en difundir entre la opinión pública el alcance de la declaración
formal de «renuncia a la guerra para la solución de las controversias internacionales», el llamado Pacto Briand-Kellogg
(o Tratado General para la Renuncia a la Guerra), suscrito por 61 países en 1928. El cual, aunque no prohibía la guerra,
marcaba unos filtros y obligaciones a los firmantes -que cumpliéndose difícilmente se llegaría a una conflagración.

La política agresiva y fascista italiana (en Etiopía), la retirada de Japón de la Sociedad de Naciones (por sus intereses
en Corea), la llegada de Hitler al poder en Alemania, la internacionalización de la guerra civil española y los procesos
de fascistización en algunos países europeos dieron al traste con muchos de los logros institucionales conseguidos por
la sociedad civil para organizar la paz. En muchos de estos países los pacifistas fueron perseguidos, enjuiciados (como
conspiradores, espías o antipatriotas), encarcelados e, incluso, eliminados. La última apelación del IPB para la
organización de una conferencia mundial sobre la paz, a celebrar tras los acuerdos de Munich de 1939, fueron
desoídas. Una vez más, los movimientos por la paz -como veinte años atrás- hubieron de trabajar en condiciones
precarias y contracorriente dentro de la guerra. Sin embargo, lo que significó para el pacifismo la etapa que hemos
denominado de los Buscadores de la Paz resultó muy importante por varias razones. Una de ellas fue que tanto desde
el obrerismo social, como desde la burguesía progresista, acabaron entendiendo que sólo era posible construir la paz
desde la alianza de intereses y con el decisivo y sincero apoyo a los ideales de libertad y democracia. Otra de las
cuestiones fue que el pacifismo acabó articulándose de una manera organizativa mucho más coherente, uniendo
fuerzas mediante la creación de macro asociaciones estables, con importantes infraestructuras y número de
seguidores; trabajando a modo de lobbies, de grupos de presión, ante las nuevas instituciones supranacionales como
la Sociedad de Naciones, o ante sus propios gobiernos nacionales; pero, sobre todo, llevando a cabo una iniciativa
diplomática que cosechó algunos éxitos notables y, particularmente, demostró la potencialidad y la esperanza que
podía suponer este tipo de iniciativas en el futuro. Por último, algunas de las experiencias históricas más interesantes
para el pacifismo contemporáneo se dieron en este periodo de entreguerras, me refiero especialmente a la utilización
de técnicas de lucha no-violenta para la reivindicación de derechos y libertades (como los casos de los indios en
Sudáfrica o la India), o a formas de defensa popular no violenta contra ejércitos de ocupación o normativas dictadas
por éstos (casos de la sociedad civil en Dinamarca, Noruega u Holanda frente a las tropas alemanas).

4: EL PACIFISMO DE LA NO-VIOLENCIA

La incorporación de la no-violencia como filosofía y modelo de vida al pensamiento pacifista es muy antigua. entendida
como un método de lucha o de acción colectiva, así como una alternativa clara a las formas de poder convencional y
al ejercicio tradicional del mismo es relativamente reciente y se ha convertido en una opción -que podríamos
denominar como revolucionaria- para facilitar los cambios sociales y mentales. Tanto es así que el siglo XX (que ha sido
considerado: el siglo más violento de la historia49 ) no se puede entender sin la irrupción -de una manera muy clara
en todos los órdenes de la no-violencia en todas las grandes luchas emancipatorias de la humanidad contemporánea:
desde los movimientos de liberación de la mujer, pasando por la extensión de los derechos humanos a los sectores
más desprotegidos y marginales, junto a las conquistas anticoloniales, la edificación de la conciencia ecológica o los
esfuerzos por la construcción de sociedades más pacíficas y tolerantes, entre otros. Esta universalidad de la no-
violencia es testimonio de su extraordinaria compatibilidad, ductilidad y adaptabilidad a todas las exigencias políticas
y sociales, al margen de las geografías, las culturas o los grupos que la utilicen.

La no-violencia ha implicado, siempre, un nivel de concienciación muy alto, un compromiso moral y ético muy fuerte
por la justicia, la renuncia expresa a la violencia para facilitar el entendimiento y la negociación, está considerada por
quienes la utilizan como un arma de los fuertes de convicción y, apuesta por cambios revolucionarios, por giros
significativos, pero no sólo en los sistemas y estructuras, sino muy especialmente en la mentalidad y la conciencia de
los seres humanos. la no-violencia no sólo ha sido y es un método (cada vez más sofisticado y eficiente) de lucha activa
y dinámica para transformar los conflictos, denunciar los niveles existentes de violencia o abordar cambios
representativos en las sociedades;51 sino, también, una doctrina que está renovando -en ciertas escalas y niveles-
filosófica y metodológicamente a otras disciplinas de conocimiento, tales como la historia, la teoría política, la
sociología, la antropología o la religión, y también las llamadas ciencias experimentales.52 Esto implica, en definitiva,
una manera de abordar la construcción social y del conocimiento desde otras metodologías y perspectivas diferentes
a las hegemónicas fundamentadas en la violencia, la supremacía o la imposición; y, por tanto, una apuesta por formas
de cooperación, compromiso y negociación. Las cuales implican una visión de mayor confianza en el género humano;
una concepción del conflicto más abierta, participativa y alternativa; la capacidad de compromiso renovado con la
justicia; y la construcción de unas relaciones fundamentadas en la cultura de la paz, la redención y la reconciliación.
Por todo ello, lejos de identificarse con la debilidad, la apatía o el miedo frente a la violencia, el ejercicio de la no-
violencia implica intervenir de una manera activa e imaginativa en los conflictos, envolverse y mezclarse con la
violencia para contrarrestarla, y presentar alternativas pacíficas para resolver dificultades y controversias.

Tanto porque son actos fundamentados en comportamientos éticos y racionales, así como porque requieren de una
importante disciplina y autocontrol, la no-violencia suele ser un proceso individual y colectivo muy interiorizado, al
que se llega tras un largo debate interno y social, y no por un transcurso espontáneo o más o menos natural. En cuanto
a su historia más reciente, muchas de las formas de pacifismo de las que hemos hablado se han alimentado de las
doctrinas de la no violencia: diálogo y persuasión, coherencia entre medios y fines, abstención unilateral de la
violencia, sentimientos y valores de paz y concordia, etc. Pero ha sido, especialmente, durante el siglo XX en el que se
ha producido un auténtico despertar de la no-violencia, porque no ha existido hecho destacable de cambio y
transformación social y política (decisivo para la humanidad) en el que no haya estado presente. Bien sea en la lucha
por la emancipación colonial, en la pugna contra los regímenes dictatoriales y totalitarios, en la apuesta por la
expansión de los derechos y libertades democráticas, o en la adopción de nuevos paradigmas y políticas alternativas
a las dominantes. Estas nuevas formas de diplomacia popular no-violenta o de presencia real y física de las Ong’s en
los lugares de conflicto, paliando, gestionando o resolviendo las primeras necesidades de poblaciones desplazadas,
perseguidas o sufrientes en catástrofes naturales o en conflictos bélicos han acabado por tener un peso específico y
un poder de transformación de realidades, todavía, difícil de evaluar y con un enorme potencial si se sabe encauzar
convenientemente esa capacidad.

5: EL PACIFISMO ANTINUCLEAR

La utilización de la energía atómica con fines bélicos señaló el punto de inflexión más importante y grave para la
inseguridad de la Humanidad. Fue el acontecimiento que marcaría no sólo el eje del enfrentamiento bipolar en las
relaciones internacionales (ocultando muchas otras problemáticas y tendencias), sino que acabaría impregnando el
grueso de las acciones, el debate y la construcción teórica de los pacifismos en el período denominado de guerra fría.
Sobre esta nueva realidad estructurante, el pacifismo de postguerra articuló sus dos pilares de acción en torno al
desarme nuclear y la suspensión de los experimentos nucleares. Este tipo de pacifismo de masas se desarrolló,
especialmente, en los Estados Unidos de América, algunos países de la Commonwealth (especialmente, Canadá,
Australia y Nueva Zelanda, además del Reino Unido), la Europa continental y el Japón, con grandes especificidades y
peculiaridades nacionales: unas ligadas a la posición geopolítica del país, otras por su pertenencia a una alianza militar,
otras a su condición de liderazgo, en otras, en fin, por su nueva disposición pacifista tras experimentar el holocausto
atómico. Pero también existieron elementos comunes, desde sus propios inicios: impedir el constante rearme nuclear
(abundaron los movimientos de congelación, freeze) y denunciar la estrategia defensiva basada en la disuasión nuclear
que podría llevar, en la práctica, a una destrucción mutua asegurada.

Durante el largo período de la guerra fría se podrían distinguir, al menos, tres etapas en el pacifismo antinuclear: la
fase de «tensión creciente » entre las superpotencias, entre 1945 y 1963; el lapso posterior de «coexistencia pacífica»
en las relaciones internacionales y de abatimiento temporal del movimiento antinuclear entre 1963 y 1974; y, por
último, la etapa de «renacimiento» nuclear con la modernización de la flota de euromisiles y la política de la Iniciativa
de Defensa Estratégica, entre 1975 y 1988, en la que el pacifismo adquiere sus mayores cotas de debate y acción.

La primera época estuvo protagonizada, especialmente, por la toma de conciencia de muchos científicos, intelectuales
y profesionales sobre los enormes peligros de la utilización de la energía nuclear con fines bélicos. Los cuales, desde
los ámbitos académicos, públicos o privados, denunciaron las políticas gubernativas e iniciaron una labor de
contestación que pronto dio sus frutos en movilizaciones de masas.

Durante la denominada etapa de la coexistencia pacífica, comenzada tras la crisis de los misiles cubanos (1963) y hasta
la instalación de los ‘euromisiles’ Cruise y Persing II (1979), la tensión bipolar se vio considerablemente reducida.
Durante esa fase se desarrollaron algunos acuerdos parciales sobre limitación de pruebas nucleares estipulados entre
la URSS, Gran Bretaña y Estados Unidos (1963); ese mismo año se creó el teléfono rojo o la «hot line»; se firmó el
Tratado del Espacio Exterior (1963); o el Acuerdo de Tlatelolco (sobre prohibición de armas nucleares en América
Latina, 1967); y el más representativo Tratado de No Proliferación Nuclear (1968);76 asimismo, se prohibió la
instalación o destrucción masiva de armas de esta naturaleza en suelo o subsuelo oceánico (1971) y se iniciaron (1969)
y se culminaron los acuerdos SALT I (1972) sobre la limitación de armas estratégicas (singularmente los proyectiles
lanzados desde submarinos) que acabarían prolongándose hasta 1985.

En la tercera etapa, irrumpió con fuerza la cuestión objetiva de la instalación de una nueva generación de armas
nucleares en la Europa occidental (los denominados «euromisiles»), pero ciertamente a la altura de los años 80, la
aportación temática de los movimientos nacionales por la paz era ya muy superior: se había producido una toma de
conciencia más globalizadora que abarcaba desde la preocupación por el apartheid en Sudáfrica, hasta la denuncia de
los desaparecidos en las Repúblicas latinoamericanas; desde el interés por las transformaciones relativas en la Europa
del Este, hasta la incriminación de las dictaduras en el sudeste asiático; o desde la incorporación al programa pacifista
de otros discursos hermanos como ciertos feminismos y ecologismos, hasta la adopción de nítidas estrategias de
acción colectiva no-violenta. En este período, los pacifismos de base nacional se consolidaron especialmente en
Holanda, Alemania, Gran Bretaña y; en otros, irrumpieron con una gran fuerza como en España.

6: LOS PACIFISMOS (TRAS LA CAÍDA DEL MURO Y) PARA EL PRÓXIMO SIGLO

Pocos movimientos sociales como el pacifismo están siendo, permanentemente, examinados y evaluados desde todas
las perspectivas e instancias; y, en ocasiones con una mirada que, o es excesivamente crítica, o incluso
malintencionada; todavía más, a medida que aquél ha ido adquiriendo más y mayor protagonismo en la construcción
internacional de la paz, o al haber sido considerado como el mentor en la tarea de contener, protestar o persuadir
contra las guerras, las políticas militaristas o la cultura de la violencia; sin embargo, se olvida con demasiada facilidad
que esta tarea ni es exclusiva del pacifismo, ni responsabilidad de una minoría o vanguardia, más o menos concienciada
o comprometida. en el campo de los nuevos movimientos sociales, tanto por sus análisis de la construcción social, por
sus teorizaciones y soluciones a las múltiples y nuevas problemáticas, como por sus formas de acción colectiva, en
ellos están y estarán los perfiles cambiantes de la construcción de la paz: feminismos, ecologismos (de los pobres y de
los ricos), ciudadanía universal, humanitarismo, etc. caminarán junto al pacifismo desde diversos niveles y escalas.
Históricamente, en la última década, los cambios producidos en la geopolítica mundial han abierto una etapa de
transición hacia un nuevo modelo de relaciones aún no claramente definido,91 en el que -a nuestro juicio- tendrán
mucho que decir los nuevos lobbies sociales internacionalistas (pacifismo, ecologismo, feminismo, etc.), pero para
optimizar y potenciar esa realidad en ciernes habrán de modificarse algunas estructuras políticas e institucionales
supranacionales, habrá que permitir y fomentar la apertura de nuevos instrumentos de información, diálogo y presión
internacionales, habrán de continuarse labores de influencia y propagación cultural y educativa entre las ciudadanías,
etc. Estos son algunos retos, que más que metas son formas de caminar y actuar.

¿Qué nos deparará el futuro en este sentido?, quizá buscando una mezcla entre optimismo (el deseo de un futuro
mejor) y esperanza (la expectativa más racional que puede darse),92 la construcción de la paz es una tarea demasiado
seria y necesaria como para dejarla en manos de unos pocos gobiernos, de élites directoras de pensamiento político
o económico o de defensores y custodios de fronteras, intereses o status. El fenómeno de la globalización ha acabado
por crear -todavía en un estado primigenio- unas redes cada vez más tupidas de interrelaciones pacíficas que están
fortaleciendo la paz estructural. Hoy día el pacifismo está ampliando sus fronteras no sólo territoriales -se podría
hablar de una geopolítica de la paz-, sino muy especialmente sus límites de reflexión, concienciación, pensamiento y
acción. Si algunos analistas hablan ya de nuevo desorden mundial, del nacimiento de nuevos enemigos tras la caída
del comunismo, o de la necesaria intervención militar en todas las zonas que puedan ser vitales para la inestabilidad
mundial, no conviene precipitarse en hacer prospectivas -al menos por parte del pacifismo- porque los pilares aún
vigentes del orden hegemónico, antes y después de la caída del Muro, siguen fundamentándose en alimentar la
imagen de un enemigo, en la presencia de una cultura militarista y de la violencia para resolver conflictos y en la
necesidad de mantener fuerzas militares, alianzas y ejércitos a modo, no de auténtica policía para la seguridad de
todos, sino de salvaguardia de los intereses de unos pocos, muy poderosos, los cuales han mantenido y mantienen
aún escalas políticas y económicas para asegurarse su poder.

La mejor prospectiva que puede realizar el pacifismo es aquella que permita cambiar estos paradigmas, porque ni el
viejo orden bipolar era un orden de paz, ni el nuevo supuesto desorden permite augurar una paz estable y sostenible.
un nuevo orden mundial habrá de fundamentarse en una cultura de la paz, del conflicto y de la no-violencia, las cuales
permitirán no sólo paliar y aliviar heridas y enfrentamientos, sino generar esperanzas de solución, especialmente
cuando el futuro señala un mayor grado de interdependencia planetaria. A la cuestión del intervencionismo bélico
humanitario, que ha fomentado un debate muy controvertido dentro del pacifismo -y fuera de él-, se deben algunas
de las últimas intervenciones militares realizadas por fuerzas de interposición e intermediación de Naciones Unidas,
algunas acciones de los Estados Unidos de América como principal responsable y garante de la paz mundial, o de
alianzas como la OTAN. Pero la experiencia señala que este tipo de intervenciones pueden llevar encubiertas si no se
mantienen unas garantías claras dentro del derecho internacional o de resoluciones de Naciones Unidas- formas
nuevas de neoimperialismo, o ser campo de pruebas de ejércitos en zonas de conflicto, etc. Si bien resolver conflictos
mediante intervenciones militares acarrea múltiples dudas a muchos activistas por la paz y no es aún materia
consensuada en una agenda común pacifista, sin embargo, sí existe unanimidad y conformidad en el denominado
intervencionismo humanitario, una forma muy activa de acción directa en los lugares donde se producen conflictos.
Han sido las organizaciones no gubernamentales (Ong’s) con su trabajo cívico, diplomático, paliativo, mediador y
reconciliador las que han reactivado los programas y las acciones del pacifismo.

Este pacifismo humanitario nace del compromiso de una parte importante de la sociedad civil que siente la necesidad
de implicarse desde su trabajo en pequeños equipos, con decisiones autónomas, mediante apoyo a programas
concretos, con acciones «micro», etc. a involucrarse en la construcción de la paz (entendida fundamentalmente como
paz positiva), es decir, hacer desde sus posibilidades y su espacio de actuación todo lo posible por influir en lo global,
lo internacional, lo «macro». También al pacifismo humanitario se le ha denominado una forma de diplomacia
popular96 porque ofrece un grado de cobertura de las necesidades y muestra un rostro diferente a la diplomacia
convencional, apostando por el acercamiento solidario entre los pueblos y las gentes. En su trabajo funciona como
una forma más de ejercicio de la no-violencia, porque no sólo pone en marcha -allí donde actúa- medidas paliativas o
previene potenciales conflictos, sino que se constituye en un agente difusor de la denuncia de los sistemas injustos y
corruptos, de la crítica de la violencia física y estructural, porque ayuda a encauzar las acciones de las poblaciones
mermadas o asoladas por un conflicto, les da confianza, autoestima y les apoya para reconstruir sus capacidades
organizativas.

Este presente consideramos que marcará las lineas para el futuro. Estas modernas formas de organización (de redes
transnacionales y agentes colectivos) y de metodologías de acción (especialmente no-violentas) de difusión del
pensamiento pacifista y de la construcción de la paz no significan la definitiva solución a los retos humanos, sino un
salto importante en la superación de una etapa histórica marcada por el bipolarismo ideológico y geopolítico que fue
contestado por el pacifismo antinuclear. A nuevos retos, nuevas respuestas. Y esa capacidad de adaptación y de
flexibilidad de la sociedad civil constructora de paz a lo largo de los últimos doscientos años vuelve a reflejarse
adaptando los fundamentos solidarios, humanitarios y universalistas de su pensamiento profundo a los nuevos retos
y necesidades.

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