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Deseo manifestar mis sentimientos más sinceros al justo, merecido homenaje que en
esta fecha memorable, las autoridades y el pueblo de Morelos y de la República entera,
rendimos al general Emiliano Zapata.
Venero del pueblo mexicano, Emiliano Zapata está presente, quizás como nunca antes,
en la conciencia nacional.
Al ser victimado hace cincuenta años en un acto de traición, sus principios surgieron
con más fuerza todavía en el ámbito nacional: tierra para quien la trabaja, libertad y
justicia.
La lucha por la tierra, tiene su representación más genuina en el jefe sureño del ejército
libertador.
Desde que éste dejó de existir hasta la fecha, el avance de la Revolución, sus pausas y
retrocesos están ligados a la cuestión de la tierra; ya sea a la aplicación consecuente de
la reforma agraria según las leyes que nos legó la Constitución de 1917, o a la
indiferencia o el olvido ante esa reforma primordial, tan justa en lo social como
necesaria para el desarrollo económico.
Las vicisitudes de todo género por las que ha transitado la reforma agraria, hacen más
válido este fervoroso homenaje a Emiliano Zapata, pues su herencia, enarbolada y
defendida por los campesinos y desvirtuada y atacada por los enemigos tradicionales de
la reforma agraria, ha fructificado en la mente de las generaciones formadas en estos
últimos cincuenta años, tanto entre especialistas y técnicos, como en el mexicano común
y, en forma acusada, entre los ejidatarios y comuneros, entre los auténticos campesinos.
En síntesis, es menester sentar las bases, o consolidarlas si existen, para que el ejido y
los pequeños agricultores instituyan su organización permanente, funcional y
legalmente constituida, para que sea fuente de progreso para la comunidad campesina y
un baluarte infranqueable para la plena vigencia de la reforma agraria.