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7 de febrero de 2018

Lc 10, 17-24

Regresaron los setenta y dos, y dijeron alegres: “Señor, hasta los demonios se nos someten
en tu nombre”. Él les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Miren, les he
dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y
nada les podrá hacer daño; pero no se alegren de que los espíritus se les sometan;
alégrense de que sus nombres estén escritos en los cielos.” En aquel momento, se llenó de
gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a pequeños. Sí,
Padre, pues tal ha sido tu voluntad. Mi Padre me lo ha entregado todo, y nadie conoce
quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar.” Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: “¡Dichosos los ojos que ven
lo que ven! Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven,
pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron” .

Nos encontramos juntos para dar gracias al Señor en ocasión del 50 aniversario de
vida de nuestra Comunidad. En el libro del Levítico (Lv 25,10) se lee: “Declararán santo el
año cincuenta, y proclamarán por el país la liberación para todos sus habitantes. Será para
ustedes un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia”.
El Señor le pide a su pueblo que celebre el año cincuenta como un año de liberación, y que
lo celebre como un “jubileo”, es decir, con una alegría grande, porque el primer signo de la
liberación es vivir la alegría. Y nuestra alegría hoy en este Jubileo es contemplar la historia
de estos 50 años como un don que el Señor ha hecho a nuestra vida, a la vida de nuestras
ciudades, de nuestros pueblos y de nuestros países. Por eso, ante todo, con esta oración
queremos dar gracias al Señor. Dar gracias al Señor por Andrea y por el carisma que recibió
cuando inició, hace 50 años, el camino evangélico de esta Comunidad nuestra.
Los dones del Señor no son algo que se pueda dar por sentado. Son signos de un
amor profundo y concreto. Los años que el Señor nos concede vivir en la Comunidad, con
los hermanos y las hermanas, son el signo de que Él nos quiere. El signo de que no quiere
que estemos solos y dispersos en un mundo confuso y violento, en el que reinan el mal y la
división. El mundo en el que vivimos es avaro de dones y no conoce la gratuidad. Por eso el
don no es algo que se pueda dar por sentado. Tenemos que aprender a dar gracias. El Señor
es generoso con nosotros y hoy nos acompaña a traspasar el umbral de los cincuenta años de
vida con la Comunidad.
Hemos escuchado en el Evangelio de Lucas: Regresaron los discípulos alegres.
Jesús los había enviado a todas las ciudades y sitios adonde él había de ir. También

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nosotros hemos sido llamados y hemos sido enviados. Toda comunidad es el signo de que el
Señor ha enviado a alguien de nosotros a muchos lugares adonde Él mismo quería ir para
hacer conocer Su rostro. Hoy es el momento de volver a Él, en la oración, llenos de una gran
alegría y con ganas de mirar al futuro. Este 50 aniversario no es la celebración del pasado,
sino una puerta que se abre al futuro. La alegría de los discípulos nos guía para cruzar este
umbral. ¿Pero qué es esta alegría? ¿De dónde viene? ¿Por qué estamos alegres?
Porque es la fiesta de la madre y nosotros, que somos hijos, vamos corriendo para
vivir con ella este momento bendito, que no será solo de un día sino de todo este año. Hoy
sentimos la alegría de ser hijos. Hijos, y no señores, jefes o líderes. Ni siquiera padres,
porque solo uno es nuestro Padre: el que está en el cielo. Quien se comporta como señor, o
como líder de la Comunidad, quien piensa que no necesita el amor de la madre, no ha
entendido el valor de la alegría. Se queda triste, solo cree en él mismo. Nosotros, por el
contrario, vivimos la alegría de ser hijos, de formar parte de una familia grande, tanto como
el mundo, en la que todos tienen un lugar y son amados y consolados.
La alegría es recordar lo que hemos recibido de la madre Comunidad. Jesús dice a
los discípulos que recibirán cien veces más. Una cantidad enorme. Es verdad también para
nosotros. El primer don consiste en haber sido llamados a formar parte de esta familia. La
Palabra de Dios ha hablado a nuestra vida. Ha llegado hasta nosotros para anunciar la buena
noticia del Evangelio y para que conozcamos la misericordia del Señor. Formamos parte de
una familia extensa y generosa, que nunca ha querido conocer límites ni cerrar puertas. Por
esa generosidad, por esa grandeza de corazón también nosotros somos hermanos y hermanas
de la misma Comunidad.
Miren, les he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo
poder del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Estas palabras del Evangelio que hemos
escuchado se han hecho realidad en nuestra vida. Nada les podrá hacer daño, dice el Señor
Jesús. Vivimos en un mundo violento y egoísta, en el que cada uno lucha para lograr algo
para sí mismo. Un mundo en el que muchos quedan solos, en el que los más débiles y los
pobres son víctimas de la indiferencia o del egoísmo de los ricos. En estos años la
Comunidad, como una madre, comunicando el Evangelio, nos ha protegido para que no
viviéramos dispersos, y como recuerda el Evangelio, también nosotros, en la amistad con los
pobres, hemos visto caer la fuerza del mal en la vida de nuestros hermanos más heridos por
la vida. Los niños, los ancianos, los mendigos, los amigos enfermos y los encarcelados que
han recibido nuestro servicio son el signo de que el mal se puede vencer y de que no
estamos destinados a la resignación y a la impotencia. Sí, la Comunidad da esperanza, hace

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que venzamos la resignación y el sentimiento de impotencia ante el mal. Es un lindo
camino, que recibimos en nuestra vida, y que queremos comunicar a muchos hombres y
mujeres de nuestras ciudades.
Hoy en esta oración nos unimos a la Comunidad madre de Roma y a todas las
Comunidades del mundo para dar gracias con las palabras que Jesús dirigió al Padre: Yo te
bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e
inteligentes y se las has revelado a pequeños. El Señor nos ha revelado en la Comunidad la
fuerza de su amor. Y la Comunidad no deja de revelar estas cosas a sus pequeños, es decir, a
sus hijos, y cada vez que vemos que se ayuda a un pobre, se acoge a un niño, se sostiene a
un anciano o se visita a un preso, nuestros ojos son dichosos, como dice Jesús, porque
mucha gente en este mundo querría ver las cosas que vemos y hacemos con la Comunidad.
Queridos hermanos y queridas hermanas, la Comunidad nos hace ricos en esta dicha,
y por eso también nosotros damos gracias al Señor y le dirigimos nuestra oración.
La oración común protege a la Comunidad del mal. La oración tiene la fuerza de
alejar el mal, de someterlo. En este día de aniversario oremos al Señor por nuestra
Comunidad Madre, para que sea protegida de todo mal y viva fielmente el carisma y la
misión que el Señor le ha confiado. Oremos por los pobres que conocemos personalmente,
cuyo rostro es familiar para nosotros y en quienes nosotros vemos el rostro del Señor, para
que sean consolados y ayudados. Pidamos al Señor que aumente nuestra fe, que nos haga
más generosos y que haga crecer nuestras comunidades para que todos conozcan su
misericordia y su amor.

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