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 04/04/2018 - 16:22 Ι Clarin.

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Encuentro

Distopías en el presente
El 7 y 8/4, en el Centro Municipal de Exposiciones de San Isidro, en el
Festival Leer se celebrarán charlas con autores y una feria de editores.
Un anticipo con uno de los invitados, acerca de la literatura que
desplaza el tiempo. 

Desplazados en el tiempo. Un cuadro de “El Eternauta” de Oesterheld y Solano López.

Horacio Convertini
 

Cuando vuelvo a Pompeya, el barrio donde nací, la imagen que me


recibe, apenas cruzo la frontera de la avenida Cruz hacia el Sur, es la de
dos enormes fábricas en ruinas. Una era de pinturas. Otra de envases de
hojalata. Las dos pertenecían al grupo Bunge & Born, tenían miles de
operarios que cubrían tres turnos diarios y eran un símbolo de la
Argentina industrial de la segunda mitad del siglo XX.

Hoy, los frentes de ladrillo oscurecidos por el moho y los ventanales rotos
son fósiles de un país que fracasó. De noche se agrega la sensación de
toque de queda que aportan las calles vacías. Moverse en lo quieto
agiganta la idea de extranjería. Los pasos deben ser escasos y precisos,
limitados a la función de encontrar un “adentro” amigable donde
sentirse seguro, porque el “afuera”, aunque desierto, o tal vez por eso
mismo, se muestra como un espacio hostil, lo sea o no.

Estas impresiones me ayudaron a construir la ficción de Los que


duermen en el polvo, en la que imagino a la Argentina devastada por
una epidemia que convierte a los infectados en antropófagos y en la que
Buenos Aires se ha reducido a una guarnición fortificada en Pompeya,
frente al Puente Alsina, bajo el asedio de las criaturas hambrientas. La
novela habla de un país colapsado y de un apocalipsis zombi que, más
que destruirnos, nos deshumaniza, ya sea porque nos enferma y nos
convierte en otra cosa o porque sobrevivir nos empuja a las decisiones
más brutales. La Pompeya del libro toma de la Pompeya verdadera el
decorado del naufragio social, la sensación de abandono y el miedo a lo
que está más allá de nosotros.

La distopía es un relato pesimista del futuro que habla, en realidad, del


presente. La novela 1984, de George Orwell, de cuya publicación se
cumplirán setenta años en 2019, suele ser vista como un texto
anticipatorio (su idea del Gran Hermano que todo lo vigila y manipula se
ha reactualizado ahora con el escándalo de Facebook), pero en realidad
se trata de una mirada satírica de los modelos totalitarios de la época,
especialmente el soviético. Llevó al absurdo la idea del Estado asfixiante
que, a través de la persecución y la propaganda, reinventa el pasado y
controla el presente para construir un espejismo de éxito y felicidad.
La literatura argentina de hoy abunda en distopías, quizás porque el
ingreso al siglo XXI (el siglo del futuro) fue con una masacre, una crisis
institucional y una porción grande de la población fuera de los muros
invisibles del sistema. Plop (Interzona, 2002), de Rafael Pinedo, planteaba
ya una sociedad desarticulada y un escenario salvaje al estilo Mad Max.
Y Berazachussetts (Entropía, 2007), de Leonardo Ávalos Blacha, hacía
jugar el tópico zombie en clave de parodia antes del furor de The
Walking Dead.

Uno de los miedos milenaristas de la época – el que sostiene que vienen


por el agua– irrumpe en dos novelas recientes: El rey del agua, de
Claudia Aboaf (Alfaguara, 2016), y La edad del agua, de Marcelo Carnero
(Mardulce, 2018).

Aboaf narra una Argentina árida, disgregada en municipios, uno de los


cuales, Tigre, se convierte en potencia porque flota en el nuevo oro
líquido que todos necesitan comprar. Tempe, su faraón desvariado, se
anima a anular las noches y busca construir una mitología (un relato)
que lo ponga a la altura de su riqueza.

Carnero, en tanto, que ya había trabajado el género en la excelente La


boca seca (Mardulce, 2014), se enfoca en el proceso de descomposición
de un territorio sometido a la sequía, en donde el dominio de los
acuíferos y la apropiación de un invento para hacer llover generan
tensiones entre los poderes corporativos y quienes los resisten. Una
metáfora de la explotación salvaje y de la indefensión de los que van
quedando en los márgenes de la sociedad.

En Cadáver exquisito (Alfaguara Clarín, 2017), de Agustina Bazterrica,


novela ganadora del último Premio Clarín, aparece el hambre con su
contracara: el canibalismo. Sin posibilidad de consumir carne vacuna a
causa de una epidemia, la proteína animal es reemplazada por proteína
humana, pero no de manera clandestina sino a través de la regulación y
el auspicio del Estado. Como en 1984, el poder político institucionaliza lo
siniestro.
Tal vez la operación más fantástica en el género la haya realizado Pedro
Mairal con El año del desierto (Interzona, 2005; reeditada por Emecé en
2015). Sobre Buenos Aires avanza la intemperie. No queda claro qué es,
en qué consiste, pero asoma como una fuerza indetenible que fluye
desde el interior del país hacia la capital borrando lo urbano. La
narradora, María, es secretaria bilingüe en una compañía de inversores.
Vive en Beccar, trabaja en una torre en la City, está de novia con un
motoquero militante e intrépido.

Primero imperceptiblemente, luego de una manera brutal y definitiva, la


intemperie le cambiará la vida y terminará perdiendo todo: hasta “la
paloma profunda del lenguaje”. Porque lo que hace este extraño
fenómeno es revertir la historia del país. De la civilización a la barbarie.
Del subte a la carreta. De la república a la guerra civil. Del broker al
malón. Un rewind asombroso, acelerado y, contra lo que se pueda
pensar, verosímil. Mairal describe a la Buenos Aires de las primeras
páginas, la que irá a desaparecer, como aquella de diciembre de 2001:
revuelta, anárquica y mortal. Esa distopía que ya vivimos.

Festival LEER: literatura en el río.

Lugar: Centro municipal de exposiciones de San Isidro. Del Barco


Centenera y el río.

Fecha: 7 y 8 de abril Horario: sáb. de 12 a 21., dom. de 12 a 20.

Entrada: gratis

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