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Ciencia Política
Elementos de
Ciencia Política
Carpeta de trabajo
Diseño original de maqueta: Hernán Morfese
Procesamiento didáctico: Hernán Pajoni / Adriana Imperatore
ISBN: 978-987-1782-58-1
Impreso en Argentina
Bibliografía obligatoria
Actividades
Para reflexionar
Índice
Introducción..........................................................................................9
1. La ciencia política...........................................................................13
1.1. La ciencia política ....................................................................13
1.2. El objeto de la ciencia política...................................................16
1.3. La politología como ciencia empírica y social .............................18
1.4. El pensamiento político moderno y el surgimiento
de la ciencia política a fines del siglo XIX .........................................26
1.5. Enfoques y corrientes contemporáneas de la ciencia política ......35
2. Sociedad y política..........................................................................45
2.1. Sociedad, sujeto y prácticas políticas ........................................45
2.2. Objetivación, estructura y libertad humana.................................51
2.3. Poder social, poder político y dominación...................................58
2.4. Política y gobierno ....................................................................65
2.5. Sistema político y campo político ..............................................68
Referencias bibliográficas..................................................................205
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Introducción
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Objetivos generales
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La ciencia política
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política, por su parte, comprende tres tipos de indagaciones, esto es, “a) de
la mejor forma de gobierno o de la perfecta república; b) del fundamento del
Estado o del poder político, con la consiguiente justificación (o injustificación)
de la obligación política; c) de la esencia de la categoría del político, o de la po-
liticidad, con la prevalente polémica sobre la diferencia entre ética y política”.
“La filosofía política como búsqueda del fundamento último del poder,
no explica el fenómeno del poder, sino que trata de justificarlo, operación
que tiene por meta calificar un comportamiento como lícito o ilícito, lo que
no se puede hacer sin recurrir a valores; como búsqueda de la esencia de la
política se sustrae de toda verificación o falsificación empírica, puesto que
lo que se denomina pretenciosamente esencia de la política, es el resultado
de una definición nominal y, como tal, no es ni verdadera ni falsa.”
Bobbio, Norberto, Estado, gobierno, sociedad. Contribución a una teoría
general de la política, Plaza & Janes Editores, Barcelona, 1987, pp. 59 y 60.
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De algún modo, esta delimitación genérica del objeto básico de los estu-
dios políticos da cuenta del núcleo central de la política en cuanto práctica
social. No obstante, en las distintas expresiones politológicas más reciente-
mente, se ha ponderado a la política como un conjunto de prácticas sociales
desenvueltas en una enorme diversidad de aspectos y áreas de la vida co-
lectiva, y que no se restringen exclusivamente a aquellas actividades directa-
mente vinculadas a las acciones y relaciones desarrolladas en el interior de
las instituciones gubernamentales de un país. Su especificidad está dada
por las relaciones de poder y dominación estructuradas en torno de los cir-
cuitos de gobierno de todo tipo de asociación o agrupamiento social, englo-
bando por cierto mucho más que aquello limitado a las instituciones de la
administración pública.
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“Se entiende a las ciencias como prácticas sociales en activo; por con-
siguiente, están sujetas al impacto de factores económicos, políticos e
ideológicos, tanto como cualquier práctica social. Una peculiaridad de las
prácticas científicas es que producen discursos cuya pretensión de conoci-
miento cree tener un status especial, en cuanto que es científico. En esta
medida, la pregunta ‘¿qué es el conocimiento científico?’ sólo puede con-
testarse tomando en cuenta el lugar de las prácticas científicas presentes
en una determinada sociedad, es decir, sus relaciones con las prácticas
económicas, políticas, etcétera.”
Olivé, León, Estado, legitimación y crisis, Siglo XXI, México, 1985, p. 17.
Como toda actividad social, la ciencia es llevada a cabo por agentes so-
ciales, es decir, los científicos, que realizan sus labores profesionales moti-
vados por diversos intereses y aspiraciones, pero orientados, en general,
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Pues bien, la ciencia política es una ciencia empírica y social porque tie-
ne como objeto de estudio la realidad política de una sociedad, es decir, las
prácticas y procesos políticos desenvueltos en un determinado contexto his-
tórico-social. Siguiendo los parámetros de cientificidad desenvueltos oportu-
namente por Max Weber, debe decirse que, en tanto “ciencias de la realidad”,
las ciencias sociales –y, entre ellas, la ciencia política– están perfiladas ha-
cia el conocimiento de “lo que es” y no de “lo que debe ser”. Como lo reco-
noce el citado pensador alemán, las ciencias sociales se originaron como
una respuesta a los problemas prácticos existentes en el mundo político y
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“Una ciencia empírica no puede enseñar a nadie qué debe hacer sino
únicamente qué puede hacer y, en ciertas circunstancias, qué quiere. Es
verdad que, en el campo de nuestras ciencias, las cosmovisiones persona-
les se introducen de continuo también en la argumentación científica; la
perturban siempre, y dejan traslucir su gravitación de maneras distinta,
aun en el campo del establecimiento de simples conexiones causales entre
los hechos, con el resultado, en cada caso, de aumentar o disminuir las
chances de los ideales personales, a saber: la posibilidad de querer algo de-
terminado [...]. Es verdad que precisamente aquellos elementos más ínti-
mos de la ‘personalidad’, los juicios de valor últimos y supremos que de-
terminan nuestra acción y confieren sentido y significado a nuestra vida,
son percibidos por nosotros como algo ‘objetivamente’ válido. Podemos
sostenerlos solamente cuando se presentan como válidos, como derivados
de los valores supremos de nuestra vida y, por lo tanto, cuando se desarro-
llan en lucha contra los obstáculos de ésta [...]. Sólo en el supuesto de la
fe en valores tiene sentido el intento de sostener desde fuera juicios de va-
lor. No obstante, enjuiciar la validez de tales valores es asunto de la fe, y,
junto a ella, quizá tarea de una consideración e interpretación especulati-
va de la vida y del mundo con respecto a su sentido; con seguridad, no es
objeto de una ciencia empírica [...].”
Weber, Max, “La «objetividad» cognoscitiva de la ciencia social y de
la política social”, en: Weber, Max, Ensayos sobre metodología socioló-
gica, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1993, p. 44.
He aquí una clara distinción entre los juicios de valor, propios del universo de
la “fe”, y los juicios de hechos, propios del saber científico de la realidad social.
Una disciplina científica como cualquiera de las ciencias sociales no está en con-
diciones de establecer y justificar científicamente ideales que determinen lo que
“debe ser” pero sí lo que “es” y eventualmente lo que “deviene”, ya que dicha dis-
ciplina es una “ciencia de la realidad”. No obstante, esa “realidad” se le presen-
ta al hombre como una “multiplicidad infinita de procesos” imposible de ser abor-
dada integralmente por el hombre, es decir, una realidad que es inconmensura-
ble al conocimiento humano. Éste apenas puede analizar un aspecto particular
de esa realidad. La ciencia social se interesa, entonces, por la realidad social o,
en palabras del propio Weber, por “la configuración real y, por lo tanto, individual
de la vida social que nos circunda, considerada en sus conexiones universales, mas
no por ello, naturalmente, de índole menos individual”, pero sólo puede dar cuen-
ta de la descripción y comprensión de una “parte finita” de la misma.
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De este modo, Weber indica que con los tipos-ideales, los científicos in-
tentan aprehender individuos históricos y aspectos singulares a través de
conceptos genéricos, siempre con la intención de ordenar conceptualmente la
compleja realidad social a los efectos de describirla e interpretarla. La labor
científica consiste justamente en eso, es decir, en describir e interpretar la
realidad social. Y, ante la inconmensurabilidad de la realidad social al cono-
cimiento humano, dicha labor solamente puede emprenderse a través de las
herramientas que Weber denomina conceptos típico-ideales. Pero debe distin-
guirse claramente a estos conceptos, que son construcciones metodológicas,
de la historia, es decir, de la propia realidad social. En toda investigación
científica, esas construcciones son el medio a través del cual el investigador
efectúa la “imputación válida” de un “proceso histórico a sus causas reales”,
siempre dentro de las posibilidades que brinda el conjunto de intereses cog-
noscitivos del investigador, el estado de sus conocimientos acerca de esa
realidad y la estructura conceptual con que cuenta en cada caso. De este
modo, los sistemas conceptuales configuran el único medio para captar los
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Pues bien, fueron los griegos los que delimitaron un área de la vida huma-
na a la que llamaron “política” y la abordaron a partir de la reflexión filosófica.
Ello se produjo cuando la naturaleza comenzó a ser abordada como algo com-
prensible para el intelecto humano, algo que podía ser explicado racionalmen-
te, en forma independiente de lo sobrenatural. Así, quedó abierta la posibili-
dad de que los fenómenos tanto naturales como sociales y políticos fuesen
abordados racionalmente, aunque, la filosofía política surgió cuando se esta-
bleció una clara distinción entre la naturaleza física y la sociedad.
Si bien en Sócrates ya había una incipiente distinción entre los problemas
humanos y la naturaleza, fueron, en verdad, los sofistas del siglo V a. C. los
primeros en interpretar a la política como una instancia diferente de la natu-
raleza. Antifón diferenció al ordenamiento político delimitado por las normas
legales vigentes en la polis de la naturaleza. Mientras que “las normas lega-
les son creadas por convenio y no producidas por la naturaleza”, con “las le-
yes de la naturaleza” ocurre lo contrario (Wolin, 1993). Éste constituyó un mo-
mento clave para la conformación del mundo de la política. Según Wolin, el
mundo de la naturaleza era “un orden al que [el hombre] no podía moldear ni
cambiar”, pero frente al mundo de la política “el hombre podía ser un arqui-
tecto del orden”, pues dicho orden “era accesible al arte humano”.
En este marco, y preguntándose por la entidad del mundo político, su cog-
noscitividad y su constitución, surge la filosofía política platónica y aristotéli-
ca. Platón delineó una concepción acerca de la naturaleza de lo político asen-
tada en la convicción de que constituía una dimensión diferente y específica
de otros aspectos de la vida. La política era “el arte de la custodia responsa-
ble de toda una comunidad” y la sociedad política era un sistema de funcio-
nes interrelacionadas, una estructura ordenada, un todo coherente. Pero di-
cho sistema no era independiente del orden moral sino que, por el contrario,
formaba parte del universo moral, del universo aprehensible a través de la fi-
losofía. Es por ello que Platón expresó con mucho énfasis la necesidad de
que el poder político, el gobierno de la polis fuese ejercido por los filósofos
o sobre la base de la filosofía. “La raza humana no verá mejores días hasta
que el linaje de quienes siguen correcta y genuinamente la filosofía obtengan
autoridad política, o hasta que los miembros de la clase que posee el control
político sean conducidos, por algún favor de la Providencia, a convertirse en
verdaderos filósofos”, decía. Ello acarrearía definitivamente la necesaria rege-
neración moral y estabilidad política. De este modo, el orden político era ple-
namente abordable por la razón humana y susceptible de ser moldeado por
el arte humano, pero dicho abordaje debía hacerse sobre la base de la pres-
cripción de “la excelencia perfecta y la verdad absoluta”, lo que era un atribu-
to de la filosofía.
Aristóteles, discípulo de Platón, abandonó la distinción ideal platónica entre
el gobierno activo de los filósofos y la comunidad políticamente pasiva, y, en
cambio, entendió a la política sobre la base de la distinción básica entre los
ciudadanos, que eran los hombres libres que participaban de las deliberacio-
nes legislativas y judiciales, y quienes no lo eran, es decir, las mujeres, los ni-
ños y los esclavos. Para Aristóteles, ni el conocimiento ni la virtud eran atribu-
tos para ejercer el poder político. Éstos derivaban de la contribución y del es-
fuerzo que cada ciudadano diera a favor de los asuntos de la comunidad polí-
tica. Y la participación política del ciudadano estaba determinada por la natu-
raleza humana, dado que el hombre era un zoon politikón, esto es, una perso-
na que vive en comunidad y lleva a cabo una vida en y para la comunidad. La
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“Ya sé que muchos han creído y creen que las cosas del mundo están
hasta tal punto gobernadas por la fortuna y por Dios, que los hombres con
su inteligencia no pueden modificarla ni siquiera remediarla; y por eso se
podía creer que no vale la pena esforzarse mucho en las cosas sino más
bien dejarse llevar por el destino [...]. No obstante, puesto que nuestro li-
bre albedrío no se ha extinguido, creo que quizás es verdad que la fortuna
es árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero que también es verdad que
nos deja gobernar la otra mitad, o casi, a nosotros. Y la comparo a uno de
esos ríos impetuosos que cuando se enfurecen inundan las llanuras, des-
trozan árboles y edificios, se llevan tierra de aquí para dejarla allá; todos
les huyen, todos ceden a su furia sin poder oponerles resistencia alguna. Y
aunque sean así, nada impide que los hombres, en tiempos de bonanza,
puedan tomar precauciones, o con diques o con márgenes, de manera que
en crecidas posteriores o bien siguieran por un canal o bien su ímpetu no
fuera ya ni tan desenfrenado ni tan peligroso. Lo mismo ocurre con la for-
tuna que demuestra su fuerza allí donde no hay una virtud preparada ca-
paz de resistírsele; y así dirige sus ímpetus hacia donde sabe que no se han
hecho ni márgenes ni diques que puedan contenerlos.”
Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, Tecnos, Madrid, 1998, pp. 102, 103.
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también entendió al Estado como una entidad racional, pero criticó a éstos
porque delinearon una visión del Estado tal como debería ser y no tal como
era. Asimismo, la “sociedad civil” que los iusnaturalistas representaron par-
tiendo del estado de naturaleza no era, dentro de su perspectiva, el Estado
en su realidad propia, sino que era un momento en el desarrollo del “espíri-
tu objetivo” que tuvo su comienzo en la “familia” y culmina en el Estado pa-
sando por la sociedad civil. En el planteo hegeliano, ésta constituía una fa-
se del desarrollo histórico derivada de la disgregación del núcleo familiar y
que se reconstruía en el Estado en tanto “totalidad orgánica” o unidad sus-
tancial, es decir, no en tanto sumatoria de individuos o instancia jurídica de-
rivada de un contrato, sino en tanto unidad orgánica y sustancial de un pue-
blo. Además, Hegel, marcando el horizonte filosófico-conceptual del pensa-
miento social y político decimonónico, expuso estos lineamientos críticos so-
bre la base de una concepción de la historia basada en la consideración de
la razón como una cualidad determinante del desarrollo mismo. La razón no
era, como lo indicó el Iluminismo, una representación de la realidad o una
abstracción, sino que era la realidad misma, era una fuerza inmanente que
determinaba la estructura y el desarrollo del universo. Hegel dijo que “la ra-
zón rige el mundo” y, por lo tanto, “la historia universal ha transcurrido racio-
nalmente”. Y añadió que la “historia universal es la exposición del espíritu [ra-
zón], de cómo el espíritu labora para llegar a saber lo que es en sí”(Hegel,
1994). De este modo, para el pensador alemán, el proceso histórico no era
más que la manifestación del progresivo despliegue de la razón en las diver-
sas instituciones sociales y culturales, despliegue que se manifiesta en una
serie de épocas o etapas sucesivas cada una de las cuales expresaba una
fase particular y específica del desarrollo del “Espíritu Universal”, cuya expre-
sión individualizada se daba en una determinada “nación”. (Zeitlin, 1982)
Por cierto, si la “razón” configura la instancia determinante de la historia
y, en su marco, de la sociedad y del Estado, y si, al mismo tiempo, en pala-
bras del propio Hegel, dicha razón “descansa y tiene su fin en sí misma”, es-
to es, “se da la existencia y se explana por sí misma”, al hombre sólo le que-
da conocer, a través de la filosofía, “el fin de la razón” expresado en las dife-
rentes fases históricas de su despliegue, y participar de dicho desarrollo
“ayudando” a su desenvolvimiento pero sin posibilidad de producir y/o deter-
minar el percurso del mismo.
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la existencia actual y quiere surgir, del espíritu para quien el mundo es una
cáscara, que encierra distinto meollo del que le corresponde.”
Hegel, Georg Wilheim Friedrich, Lecciones sobre la filosofía de la
historia universal, Alianza Editorial, Madrid, 1994, introducción general.
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Sociedad y política
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que estas destrezas son, o de cómo se las arreglan para ejercerlas; ni que
las formas de la vida social se entiendan adecuadamente como los resul-
tados intencionales de una acción […]. El dominio del obrar humano es
limitado. Los hombres producen la sociedad, pero lo hacen como actores
históricamente situados, no bajo condiciones de su propia elección[…”
(Giddens, 1997)
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son no menos habilitantes que limitadoras”, es decir, que pueden tanto limi-
tar y constreñir las opciones y posibilidades de acción de los actores como
facilitar o permitir dichas opciones y posibilidades.
Así, a contramarcha de lo que podría ser sostenido por una perspectiva
estructuralista, este enfoque indica que:
Sobre esta base puede decirse que, por un lado, los fenómenos sociales
políticos se inscriben en el ámbito de las acciones y de las prácticas socio-
políticas de los actores y, por el otro, que tanto el constreñimiento como la
habilitación configuran las cualidades que definen toda totalidad sociopolíti-
ca, lo que, visto en su conjunto, está dando cuenta de una concepción cier-
tamente singular del término estructura.
He aquí, pues, un punto clave del recorrido teórico desarrollado, cuya in-
cidencia en la relación que se articula entre los actores y las condiciones si-
tuacionales constituye una problemática central para entender integralmente
las prácticas sociales y políticas.
Uno de los aspectos más importante del obrar humano es que está siem-
pre históricamente condicionado, en tanto que los actores producen y repro-
ducen la sociedad situados en un campo espacio-temporal cuyas condiciones
no son el resultado directo e inmediato de ese obrar ni son una consecuen-
cia de su elección racional en el transcurrir de sus vidas. Las imposiciones
sociales, materiales e institucionales de toda sociedad o de los distintos
sectores o sistemas de interacción que la componen, sumadas a la variedad
de actividades que los actores pueden realizar con competencia, condicionan
en algún sentido el espectro de alternativas de actividades y de acciones so-
ciales y políticas posibles de ser desarrolladas, abriendo apenas un cierto
conjunto de opciones accesibles al ejercicio del obrar en una determinada
circunstancia espacio-temporal.
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Bourdieu sigue a su turno una orientación análoga a ésta, pero pone ma-
yor énfasis en la impronta estructurada y estructurante que los hábitus con-
servan a partir de su contexto de generación, dejando un exiguo margen de
innovación para los sujetos:
Por cierto, la sociedad se constituye a través del obrar de los actores que
la componen. Pero dichos actores no son sus creadores directos e inmedia-
tos –ni del sistema político– sino que la constituyen a través de sus prácti-
cas y de las interacciones que protagonizan, reproduciendo y transformando
pautas de comportamiento y de organización social y políticas estructuradas
recursivamente, pero inmersos en un contexto histórico que de alguna manera
condiciona ese accionar y esas interacciones. Esta cuestión hace referencia a
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ral inmediato o relaciones entre actores que están físicamente ausentes. Las
interacciones en circunstancias de copresencia dan lugar a encuentros que
configuran un tipo de asociación básica y primaria en el proceso de produc-
ción y reproducción social, y se ubican y constituyen en la rutina enmarcada
en el espacio-tiempo de la vida social y política “del día a día”. En cambio,
las interacciones sociales y políticas estructuradas entre aquéllos que se en-
cuentran físicamente ausentes suponen mecanismos diferentes, ya que ello
está más bien vinculado a la estructuración de instituciones situadas en un
contexto caracterizado por una enorme expansión del distanciamiento espa-
cio-temporal (Giddens, 1995).
La importancia de esta cuestión para el análisis de la política es relevan-
te, pues el grado de incidencia de los actores sobre las condiciones situacio-
nales dependen principalmente del distanciamiento espacio-temporal de los
diferentes ámbitos en los que actúa diariamente. Del mismo modo, el grado
de condicionalidad (constrictiva y/o facilitadora) que el contexto situacional
ejerce sobre los actores dependen de la distancia espacio-temporal en la que
se ubican.
Las interacciones sociales y políticas se estructuran a partir de actores
ubicados en posiciones que suponen un conjunto de condiciones constricti-
vas y/o facilitadoras respecto de las acciones y prácticas que pueden con-
cretarse a partir del obrar de ese actor. No obstante, dicho obrar, si bien se
halla condicionado por los factores estructurales y por la competencia prác-
tica y reflexiva de los agentes, nunca está predeterminado o preestablecido.
Es decir, las relaciones sociales se estructuran debido al carácter rutinizado
del comportamiento humano y a la articulación de formas habituales de con-
ductas y comportamientos esperados, pero ello no cercena la posibilidad de
que en determinada situación los actores redefinan y transformen prácticas
hasta entonces institucionalizadas o directamente se abstengan de desarro-
llar cursos de acción ciertamente factibles y, de ese modo, produzcan una
nueva relación. El proceso social y político constituye, pues, una realidad sus-
tancialmente dinámica.
En este sentido, los ámbitos acotados de interacción sociopolítica confi-
guran lo que Michel Dobry denomina:
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Así, si bien el fundamento del ejercicio del poder puede expresarse en una
diversidad de alternativas, conceptualmente es posible distinguir dos formas
típico-ideales de ejercicio del poder, según el medio específico utilizado por
los agentes para imponer su voluntad, a saber, a) el poder coactivo que con-
figura una modalidad de poder cuyo medio específico es la coacción o fuer-
za, entendida como el ejercicio o la amenaza de uso de acciones que supo-
nen violencia física; y b) la dominación que es una modalidad de poder cuyo
medio específico es la existencia de un conjunto de creencias compartidas y
reconocidas como válidas por los intervinientes en esa relación. Mientras
que la obediencia, en el primer caso, se consigue por temor, en el segundo,
se logra por el consentimiento de los subordinados a partir de la creencia
compartida entre mandantes y mandados acerca de la validez del principio
de legitimidad que regula dicha relación.
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Vale decir, entonces, que Giddens brinda una definición general de domi-
nación en que ésta designa a toda modalidad de poder –sea violenta o por
ejercicio de la autoridad, sea constrictiva o habilitante– articulada entre acto-
res en el contexto de la interacción social, al mismo tiempo que Weber, en un
sentido más restringido, la define como una modalidad específica de poder
cuya particularidad está centralmente dada por la obtención voluntaria de obe-
diencia.
Ahora bien, si toda relación de poder y de dominación denota la posibi-
lidad de que un actor pueda imponer su voluntad sobre otro actor, su efec-
tivización supone la presencia de ciertas asimetrías sociales estructura-
das a partir de la existencia de diferentes capacidades de poder, esto es,
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Vale decir, toda acción social supone, siempre y en todo lugar, el ejercicio de
poder, inclusive en situaciones o escenarios en los que las condiciones de
constreñimiento social sobre los agentes imponen márgenes muy restringidos
de acción. Toda estructura de dominación no necesariamente presupone la
existencia de formas de coerción perfiladas como factores determinantes del
comportamiento de los actores sociales, pues, en ciertas circunstancias histó-
ricas esos escenarios pueden estar atravesados por condiciones que bien pue-
den brindar oportunidades novedosas y positivas para el desarrollo de accio-
nes y comportamientos orientados a producir profundos cambios en la situa-
ción social y política imperante. Además, todo escenario social y político con-
tiene, según las circunstancias históricas en las que se articula, modalidades
de interacción en las que se combinan diversas formas de autonomía y depen-
dencia entre sus protagonistas. En cuyo contexto, las relaciones de poder se
expresan siempre en actos bajo diversas formas y pueden generar diferentes
tipos de efectos, pero, en todo caso, dichos actos nunca se producen por fue-
ra de un contexto de relativa “libertad” de los sujetos o, en palabras de Fou-
cault, en un contexto signado por la “coerción pura y simple de la violencia”.
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Bouza-Brey, Luis, Con el inicio de la era moderna y, en su marco, el surgimiento del Estado
“El poder y los siste- como instancia orientadora del “poder político diferenciado”, los grupos con
mas políticos”, en: Caminal
Badia, Miquel (coord.), poder social lo toman como referencia con el fin de determinarlo, condicio-
Manual de ciencia política, narlo, influirlo, conformarlo, resistirlo, limitarlo, todo lo cual ha convertido a
Tecnos, Madrid, 1996.
la política –en sentido estricto– “en la actividad dirigida a gobernar, o a influir
indirectamente en el poder político, en el centro político de dirección y con-
trol del conjunto de la sociedad”.
Vayamos al análisis de este punto fundamental.
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Ahora bien, en este contexto, Lagroye sostiene que toda interacción social
se constituye en interacción política en la medida en que sus efectos supo-
nen, en forma explícita, la modificación o transformación de la capacidad de
poder y/o legitimidad de ciertos actores o grupos sociales y políticos en el
marco de las relaciones que mantienen con otras unidades.
“La interacción política (y los cambios de posición que ésta puede provo-
car) es el conjunto de las interacciones (de índole económica, religiosa, cul-
tural) que modifica a la vez las propiedades y los recursos de los agentes así
como las reglas que rigen sus relaciones: la estructuración no se adquiere de
una vez para siempre ni constituye una coacción permanente e intangible; es
un proceso continuo de elaboración de reglas, dentro de los límites propios
de la organización general de la sociedad y del alcance normativo que cier-
tos grupos pueden atribuir a las reglas transmitidas.”
(Lagroye, 1991)
Así, el eje causal y objetivo en torno del cual se estructuran las interac-
ciones políticas está dado por la intervención directa o indirecta en las rela-
ciones de poder establecidas entre actores y/o grupos sociales, con el obje-
tivo de producir algún tipo de cambio en esa relación y en el contexto del sis-
tema de interacción en el cual se sitúan esos actores, pero, sobre todo, en
las instancias de gobierno y en las decisiones colectivas que surgen de ellas.
En el plano de las complejas sociedades modernas en las que las estructu-
ras gubernamentales se hallan altamente especializadas y diferenciadas,
esa intervención encuentra en las instituciones de gobierno su principal mar-
co de referencia y ámbito de desarrollo, lo que ratifica que:
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Con esta impronta, Max Weber sostuvo que la política es la actividad social
a través de la cual se ejerce el gobierno político de una asociación o se inter-
viene en el proceso mediante el que se procura ejercer, de alguna manera, cier-
ta “influencia” sobre dicho gobierno, que, modernamente, este autor resume en
el Estado: “Por política [se entiende] la dirección o la influencia sobre la direc- Weber, Max, “La po-
lítica como voca-
ción de una asociación política, es decir, en nuestros tiempos, de un Estado”. ción”, en: Weber, Max, El
Así entendida, la política expresa entonces: “[...] la aspiración (Streben) a político y el científico,
Alianza Editorial, Madrid,
participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos 1991, pág. 82.
Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres
que lo componen.” (Weber, 1991)
De este modo, la actividad política encuentra su principal referente sim-
bólico y su espacio institucional privilegiado en los Estados modernos y en el
proceso socio-político que lo contextúa, ámbito en el que se desarrollan las
prácticas e interacciones orientadas a influir de algún modo sobre las insti-
tuciones y actividades gubernamentales, y que, tomado en su conjunto, con-
figura lo que se denomina sistema político de una sociedad, todo lo cual se-
rá posteriormente abordado y analizado.
Ahora bien, en la vida política contemporánea, el gobierno estatal ocupó un
lugar preponderante, ya sea como marco de referencia privilegiado de las ac-
ciones políticas de los actores sociales principales o como instancia central de
orientación y de expresión de las relaciones de poder desenvueltas en una so-
ciedad. Sin embargo, la complejidad de la vida social y política actual, así co-
mo los procesos socioculturales, económicos y políticos derivados del desarro-
llo de prácticas transnacionales –que sobrepasan a los Estados y sus gobier-
nos centrales a través de la generación y reproducción de “flujos inmensos de
capitales, dinero, bienes, servicios, personas, información, tecnologías, políticas,
ideas, imágenes y regulaciones”–, ha modificado el escenario político y, además
de cercenar la centralidad que el Estado ha guardado en dicho escenario du-
rante las últimas dos centurias, fue apuntalando la incidencia política de otros
actores locales y transnacionales no gubernamentales, no estatales.
Simultáneamente a estos procesos, se produjo una creciente y significativa
proliferación de enfoques teóricos en la sociología y, en particular, en la cien-
cia política, que comenzaron recientemente a dar cuenta de estos cambios y
de la complejidad que fue adquiriendo la vida social y política. Estos nuevos
aportes reconocen la centralidad e importancia que aún conservan los Estados
y los gobiernos en los escenario políticos contemporáneos, pero consideran a
la política como un fenómeno que se manifiesta básicamente en todos los ám-
bitos de la vida social, más allá de los gobiernos y de sus actividades institu-
cionales y políticas, y está en la base del proceso de producción y reproducción
de la vida social, tal como lo expresan con absoluta claridad David Held y
Adrian Leftwich:
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uso legítimo de la fuerza física al poner en vigor sus normas dentro de un área
territorial determinada”(Dahl, 1983). Este pensador –del mismo modo que lo
han hecho la mayoría de los autores de enfoques sistémicos de la política– in-
dicó que con el concepto de sistema se designan en forma analítica “cosas
concretas”, en razón de lo cual no debía confundirse dicha construcción teóri-
co-analítica con las prácticas e interacciones políticas específicas. En este sen-
tido, Lagroye sostiene que el concepto de sistema político designa un “modelo
teórico” que resulta de una “operación intelectual de abstracción”, pero que
ello no significa que los fenómenos sociales y políticos concretos que son abar-
cados por el modelo sólo existan como invención del analista, sino que se es-
tructuran efectivamente en la realidad histórica.
David Easton, el más importante exponente del enfoque sistémico en la
ciencia política, sostuvo que la sociedad configura el sistema social más inclu-
yente y, en ese sentido, abarca “todas las interacciones sociales de las perso-
nas biológicas”. Cualquier otro subsistema social, entre ellos el sistema políti-
co, conforma un sistema de conductas que contiene apenas algunos aspectos
del comportamiento total, y la identificación de tales aspectos configura una
operación analítica. De acuerdo con ello, el sistema político constituye “un sis-
tema conceptualmente distinto de otros sistemas de una sociedad”. Las inte-
racciones que se sitúan “afuera” del sistema político constituyen su “ambien-
te”, con el cual se produce una serie de intercambios y transacciones.
El ambiente del sistema político societal abarca todo el ambiente social no-
político y el ambiente físico, ya sea que se desplieguen en el ámbito intrasocie-
tal –ambiente social y físico externo al sistema político, pero ubicado dentro de
la sociedad– o en el ámbito extrasocietal –ubicado en el sistema político y so-
cial internacional–. El ambiente intrasocietal está compuesto por el sistema eco-
lógico, el sistema biológico, el sistema de personalidad y los sistemas sociales.
El ambiente extrasocietal se conforma de los sistemas políticos internacionales,
el sistema ecológico internacional y los sistemas sociales internacionales.
En este marco, Easton definió al sistema político como el “conjunto de in-
teracciones sociales de individuos y grupos” orientadas predominantemente
hacia “la asignación autoritativa (authoritative) de valores para una socie-
dad”. Dicha asignación supone la distribución de cosas valoradas para las
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Según Easton, los insumos del ambiente son “iguales” a los productos
del sistema político, lo que garantiza el equilibrio y la estabilidad del mismo.
Es decir, hay un flujo permanente de productos, esto es, de decisiones y ac-
ciones, desde el sistema político hacia los ambientes, cuyos efectos gene-
ran ciertas modificaciones en estos últimos, los que, a su vez, influyen en la
próxima ronda de insumos, que incidirán sobre el sistema político en la for-
ma de demandas y apoyos. El funcionamiento del sistema político, así, es un
“gran proceso de conversión” de los insumos de apoyos y demandas en pro-
Portantiero, Juan ductos de decisiones y acciones. La persistencia de dicho sistema depende,
Carlos, “Sociedad entonces, de su capacidad para mantener en funcionamiento este proceso
política, Estado y sistema
político”, en: Portantiero, de conversión.
Juan Carlos, La producción Pues bien, en verdad, los enfoques sistémicos tendieron a interpretar los
de un orden. Ensayos sobre sistemas políticos como entidades completas y auto-sustentadas, o, según
la democracia entre el Es-
tado y la sociedad, Edicio- los describe apropiadamente Bouza-Brey, como “un conjunto cohesivo e in-
nes Nueva Visión, Buenos terdependiente de elementos que interactúan entre sí y con el ambiente, pe-
Aires, 1988, pág. 117.
ro que no puede ser descrito ni entendido como la mera suma de las par-
tes”, ya que éstas “actúan de modo distinto que si estuvieran aisladas, ya
que su comportamiento depende del de las demás y de la lógica global del
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Elementos de Ciencia Política
conjunto del sistema”. Vale decir, el todo –el sistema–, auto-equilibrado y au-
to-regulado, se impone y determina a las partes –sus miembros–.
Así, entonces, el concepto de sistema puede facilitar más que cualquier
otro modelo teórico la objetivación de un conjunto de interacciones sociales
y políticas como una realidad natural y equilibrada, es decir: funcionalmente
estructurada independientemente de los actores que componen dicho siste-
ma, y cuya estructura es externa y se impone casi coactivamente sobre los
mismos. Esta visión objetivista y determinista de la sociedad se contrapone
con aquélla –desarrollada en la primera parte de este capítulo– por medio de
la cual se interpreta a la sociedad, y en su interior a la política, como el re-
sultado de un proceso de producción y reproducción cotidiana de los actores
sociales. Bajo esta orientación más bien constructivista, el sistema político
podría ser interpretado como un sistema de relaciones de poder referencia-
das y articuladas en torno al gobierno de la sociedad y en cuyo ámbito se
produce y reproduce la dominación. En este sentido, Juan Carlos Portantiero
define al sistema político como “un conjunto de instituciones y procesos po-
líticos, gubernamentales y no gubernamentales, desempeñados por actores
sociales constituidos como tales y dotados de una cierta capacidad de po-
der”, y afirma:
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“El campo de poder (que no hay que confundir con el campo político)
no es un campo como los demás: es el espacio de las relaciones de fuerza
entre los diferentes tipo de capital o, con mayor precisión, entre los agen-
tes que están suficientemente provistos de uno de los diferentes tipos de
capital para estar en disposición de dominar el campo correspondiente y
cuyas luchas se intensifican todas las veces que se pone en tela de juicio
el valor relativo de los diferentes tipos de capital [...]; es decir, en particu-
lar, cuando están amenazados los equilibrios establecidos en el seno del
campo de las instancias específicamente encargadas de la reproducción
del campo del poder [...]. Una de las cosas que está en juego en las luchas
que enfrentan al conjunto de los agentes o de las instituciones que tienen
en común el hecho de poseer una cantidad de capital específico (económi-
co o cultural en particular) suficiente para ocupar posiciones dominantes
en el seno de los campos respectivos es la conservación o la transforma-
ción de la «tasa de cambio» entre los diferentes tipos de capital y, al mis-
mo tiempo, el poder sobre las instancias burocráticas que están en condi-
ciones de modificarlo mediante medidas administrativas [...]. Las fuerzas
que se pueden emplear en estas luchas y la orientación, conservadora o
subversiva, que se les aplica, dependen de la «tasa de cambio» entre los ti-
pos de capital, es decir, de aquello mismo que esas luchas se proponen
conservar o transformar. La dominación no es un mero efecto directo de
la acción ejercida por un conjunto de agentes («la clase dominante») in-
vestidos de poderes de coacción sino el efecto indirecto de un conjunto
complejo de acciones que se engendran en la red de las coacciones cruza-
das a las que cada uno de los dominantes, dominado de este modo por la
estructura del campo, a través del cual se ejerce la dominación, está some-
tido por parte de todos los demás.”
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Pues bien, en este marco, la especificidad del campo político está dada
justamente por la producción y reproducción de la dominación de una unidad
social sobre otra conforme su posición social o, en palabras de Bourdieu, “la
reproducción del orden establecido”. Si bien toda relación social, cualquiera
sea el campo en la que se articule, se inscribe en el proceso de producción
y reproducción de la dominación, la particularidad de campo político y de las
relaciones que se estructuran en él radica en el hecho de que la dominación
está objetivada en un conjunto de mecanismos e instituciones concretas, do-
tadas de ciertas características particulares, y que fueron objeto de un pro-
ceso previo de institucionalización y codificación mediante el cual se confor-
maron ciertas instancias de gobierno impersonales. Dicho proceso supuso el
pasaje de formas elementales de dominación, es decir, de la dominación di-
recta de una persona sobre otra –sin contar con la mediación de un “siste-
ma de mecanismos” que asegure, con su funcionamiento, la reproducción
del orden establecido-; a un tipo de dominación asentado en, y articulado a
través de, un conjunto de instituciones objetivadas y codificadas en rangos y
títulos permanentes e independientes de sus ocupantes. En este nuevo mar-
co, las relaciones de dominación se entablan expresamente entre posiciones
instituidas y socialmente reconocidas y cuya ocupación –por ciertas perso-
Bourdieu, Pierre, “A
nas– se halla regulada por reglas también codificadas y reconocidas. Ade- representação políti-
más, ello tiene un efecto de legitimación que sirve, a su vez, como instancia ca. Elementos para una teo-
ría del campo político”, en:
de disimulo de la dominación y que permite “economizar la reafirmación con- Bourdieu, Pierre, O poder
tinua de las relaciones de fuerza mediante el uso declarado de ésta”. simbólico, Editora Bertrand
Brasil, Río de Janeiro,
1989, pág. 194.
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“La lucha que oponen los profesionales es, sin duda, la forma por ex-
celencia de la lucha simbólica por la conservación o por la transformación
del mundo social por medio de la conservación o de la transformación de
la visión del mundo social y de los principios de di-visión de este mundo:
o, más precisamente, por la conservación o por la transformación de las di-
visiones establecidas entre las clases por medio de la transformación o de
la conservación de los sistemas de clasificación y de las instituciones que
contribuyen para perpetuar la clasificación en vigor, legitimándola. Ella
encuentra sus condiciones sociales de posibilidad en la lógica específica
según la cual se organiza, en cada formación social, el juego propiamente
político en que se juegan, de un lado, el monopolio de la elaboración y de
la difusión del principio de división legítima del mundo social y, de este
modo, de la movilización de los grupos y, por otro lado, el monopolio de
la utilización de los instrumentos de poder objetivado (capital político ob-
jetivado). Ella asume, pues, la forma de una lucha por el poder propiamen-
te simbólico de hacer y de hacer creer, de predecir y de prescribir, de dar
a conocer y de hacer reconocer, que es al mismo tiempo una lucha por el
poder sobre los ‘poderes públicos’ (las administraciones del Estado).”
(Bourdieu, 1989)
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Esta lucha política exige que los actores políticos cuenten con un amplio
apoyo, un apoyo socialmente abarcativo y diversificado en cuanto a sus ins-
trumentos, y que no puede conseguirse solamente en función de la posición
dominante que dichos actores pueden detentar en el campo, sino de la rela-
tiva correspondencia que debe existir entre las visiones y objetivos sosteni-
dos por esos actores y los intereses del grupo que lo apoya. Vale decir, ese
apoyo es duradero si los actores dominantes consiguen exitosamente elabo-
rar e imponer una representación del mundo social capaz de obtener la ad-
hesión del mayor número posible de personas y, al mismo tiempo, conquis-
tar puestos claves para asegurar su dominio sobre sus tributarios. Afirma
Bourdieu:
Así, según Bourdieu, la estructura del campo político determina las to-
mas de posición de los actores dominantes a partir de las constricciones e
intereses asociados a una posición determinada en ese campo, pero tam-
bién a partir de los apoyos obtenidos fuera del ese mismo campo. Ello, en
definitiva, privilegia las acciones desenvueltas tanto dentro del campo polí-
tico como entre éste y otros campos, en particular, el campo económico y
el cultural.
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Bourdieu, Pierre, “Espacio social y campo de poder”,
en: Bourdieu, Pierre, Razones prácticas. Sobre la teoría
de la acción, Editorial Anagrama, Barcelona, 1997.
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“Existe una estrecha relación entre dos fenómenos: el paso de las mi-
licias mercenarias, reclutadas por medio de contratos, con empresarios mi-
litares privados, a los ejércitos profesionales y permanentes y el paso de la
financiación del Estado por medio de banqueros privados a la financiación
mediante la constante mejora del aparato fiscal. Burocracia civil y organi-
zación militar permanente se desarrollan conjuntamente en la Europa con-
tinental y su suerte está estrechamente vinculada desde el comienzo. Los
mismos funcionarios civiles […] están originariamente asignados a tareas
de coordinación y vigilancia de la organización militar. Estimulado por la
exigencia de la competición militar y, por ello, conectado a la dimensión
‘externa’ de la soberanía estatal, el proceso de afirmación y reforzamien-
to de las burocracias en la época tardía del absolutismo (siglos XVII y
XVIII) tiene poderoso reflejos y consecuencias sobre la dimensión ‘inter-
na’ de la soberanía: la concentración del poder inducida por los desarro-
llos administrativos y militares se resuelve en una progresiva y correspon-
diente sustracción de poder a los estamentos nobiliarios, a la Iglesia, a las
corporaciones. Con la consolidación de las burocracias públicas en la épo-
ca tardía del absolutismo culmina, de este modo, un proceso iniciado mu-
chos siglos antes, en la fase de decadencia de la sociedad medieval, la de-
finitiva afirmación de la soberanía estatal y con ella el monopolio legíti-
mo de la fuerza, que es la característica peculiar del Estado moderno.”
Panebianco, Angelo, “Las burocracias públicas”, en: Pasquino, Gian-
franco y otros, Manual de ciencia política, Alianza Editorial, Madrid,
1995, pp. 375 y 376.
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Weber sostiene, inclusive, que una de las características centrales del Es-
tado moderno –característica también presente en la dominación patriarcal,
patrimonial o absolutista sultanista, pero que en el caso del Estado posme-
dieval adquiere un elevado nivel de racionalización– reside en la separación
de la propiedad de los medios materiales de administración respecto de los
miembros del cuadro administrativo, en el mismo sentido en que “el proleta-
riado o el empleado ‘están’ separados de los medios materiales de produc-
ción dentro de la empresa capitalista”, y agrega:
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“El Estado contribuye así a la definición de las reglas que rigen las
relaciones entre grupos sociales. No las “inventa” ni las establece
por sí mismo, porque esas reglas resultan de la transformación de
las relaciones entre los grupos en un espacio ampliado; pero las
dota de la autoridad reconocida al Estado y sus aparatos sobre to-
das las actividades sociales y constituye el marco inevitable para
su realización según los procedimientos propios de la actividad
política (en este caso la codificación). De alguna manera, les po-
ne el sello de su propia legitimidad.”
En verdad, como se vio, estos efectos sociales y políticos no son más que
el resultado de un proceso de objetivación de las estructuras de gobierno es-
tatal que da lugar a que el orden político se presente ante las personas co-
mo el resultado competente y legítimo del Estado, y no como un producto de
las interacciones políticas protagonizadas por los diferentes grupos y apara-
tos socio-políticos. Esta objetivación, en definitiva, permite que el Estado se
constituya y desarrolle como estructura institucional de dominación y de or-
ganización política de los sistemas sociales y, más precisamente, del siste-
ma político, lo que, a su vez, configura uno de los ejes fundamentales me-
diante el cual es posible explicar las condiciones de cambio y evolución del
proceso social y político contemporáneo.
La incidencia del proceso de objetivación del Estado en la vida política ac-
tual es relevante. Bourdieu señala que dicho proceso es tan marcante que
el Estado sólo puede pensarse con categorías elaboradas por el propio Es-
tado o, digamos, por los funcionarios estatales. Para este pensador, como ya
se indicó, el dominio estructurado a través del Estado no sólo se manifiesta
mediante el eventual empleo de la violencia física, tal como lo indicó Weber,
sino también mediante la “violencia simbólica”:
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“[…] Entender el Estado como condensación material de una re- Poulantzas, Nicos, O
lación de fuerzas, significa entenderlo como un campo y un proce- Estado, o poder, o
so estratégico, donde se entrecruzan núcleos y redes de poder socialismo, Graal, Río de
Janeiro, 1990, pág. 157.
que al mismo tiempo se articulan y presentan contradicciones
unos en relación a los otros. Emanan de ahí tácticas movedizas y
contradictorias cuyo objetivo general o cristalización institucional O’Donnell, Guillermo, “Apun-
se corporizan en los aparatos estatales. Ese campo estratégico es tes para una teoría del Estado”,
en: Revista Mexicana de So-
traspasado por tácticas muchas veces bastantes explícitas en ni- ciología, México, nro. 4/79,
vel restringido donde se insertan en el Estado, tácticas que se en- octubre/diciembre de 1978. En
trecruzan, se combaten, encuentran puntos de impacto en deter- adelante, sigo parte de las re-
flexiones y aporte teóricos de-
minados aparatos, provocan corto-circuito en otros y configuran lo senvueltos por O’Donnell en
que se llama «la política» del Estado, línea de fuerza general que el citado artículo pero dejando
de lado su perspectiva clasista
atraviesa las confrontaciones en el seno del Estado. En ese nivel, por considerar que las socieda-
esta política es ciertamente descifrable como cálculo estratégico, des no –necesariamente– se
aunque más como resultante de una coordinación conflictual de estructuran predominantemen-
te sobre la base de las clases
micropolíticas y tácticas explícitas y divergentes que como formu- sociales y, menos aún, sobre la
lación racional de un proyecto global y coherente.” base de la “lucha” entre las cla-
ses sociales. De todos modos,
considero válida y sumamente
útil la interpretación brindada
En este contexto, el Estado aparece como garantía de ciertas relaciones por este autor acerca de la es-
tructuración social del
sociales, pero no es una garantía externa ni a posteriori de dichas relaciones, Estado.
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Con el término go- De este modo, el ejercicio del gobierno y de la administración estatal con-
bernantes –o, indis-
tintamente, actores guber- figura un proceso institucional por medio del cual los gobernantes y funciona-
namentales– se hace refe- rios del Estado –ya sea que tengan a su cargo las tareas ejecutivas y/o legis-
rencia a las autoridades le- lativas–, y eventualmente cualquier otro actor social o político vinculado de
galmente habilitadas y en-
cargadas de tomar –o parti- alguna manera a dicho proceso, elaboran, formulan, deciden, implementan y
cipar en la toma de– deci- controlan un conjunto de iniciativas y políticas públicas a través de las cuales
siones políticas en el marco
del proceso gubernamental se procura la estructuración del orden político-social interno y la inserción in-
de formulación, implemen- ternacional del país.
tación y control de las ini- Así, en tanto conjunto de prácticas y normas institucionales diseñadas
ciativas, normas o políticas
públicas, sea en el área eje- y llevadas a cabo principalmente por los actores gubernamentales, las ini-
cutiva o legislativa; y con el ciativas y políticas públicas configuran un “sistema de acción pública”
término funcionarios se de-
signa a los agentes encarga- que se estructura y desarrolla en un contexto social, político e institucio-
dos de ejecutar dichas deci- nal sumamente complejo. Tal como lo resaltan autores como Lagroye o
siones. Meny y Thoenig, debe considerarse que, a partir del grado de desarrollo,
diversidad y diferenciación institucional que han desplegado los Estados
actuales, los procesos gubernamentales de decisión e implementación de
políticas e iniciativas públicas guardan un elevado grado de complejidad
“imposible de reducir al bello orden de la concatenación lógica como pre-
tenden aquéllos que se arrogan el mérito de controlarlas”. Dicha comple-
jidad no sólo deriva de la magnitud de las problemáticas institucionales o
socio-políticas a resolver o de la disponibilidad de recursos generalmente
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“En última instancia, se podría concebir esos procesos como una mezcolan-
za de interacciones variadas, accidentalmente vinculadas unas con otras, que
excluyen todo esquema racional y ponen en contacto a grupos que actúan en
función de intereses heterogéneos para resolver problemas que perciben de
distintas maneras”. (Lagroye, Jacques, Sociología..., op.cit., pág. 459)
Empero, el Estado configura una estructura socio-política altamente ins-
titucionalizada, codificada y estructurada en torno de un conjunto de roles
orgánico-funcionales objetivados y materializados en una combinación de
funciones, competencias y procedimientos racionalmente establecidos. Las
variadas interacciones que se articulan en torno de estos parámetros codi-
ficados están elevadamente rutinizadas y habitualizadas, lo que supone un
funcionamiento asentado sobre la base de percepciones, mecanismos,
orientaciones y conductas relativamente normalizadas y racionalizadas. El
reconocimiento de los papeles y funciones objetivados dentro de la adminis-
tración estatal, sumado a la mencionada regularización de percepciones, de
líneas de acción y de criterios de implementación y control, imponen una
cierta “racionalidad limitada en el proceso del cual resulta una política pú-
blica”. Puede observarse, así, que el acto por medio del cual las iniciativas
o políticas son formalmente promulgadas –como ley, decreto, resolución, re-
glamento u ordenanza– no constituye el origen de esa iniciativa o de esa po-
lítica, pero a través de esa acción formal de promulgación, toda iniciativa o
política pública, resultante de las complejas interacciones que contextuaron
su formulación, se convierte en acto legal y legítimo de gobierno por medio
del cual, según Lagroye, “lo que era (...) una mera interacción entre agen-
tes variados adquiere, al menos simbólicamente, un valor de reglamento pa-
ra toda la sociedad”.
De todos modos, esta objetivación no debe hacer perder de vista el carác-
ter relacional, complejo y procesal que posee la actividad gubernamental y, en
particular, la formulación e implementación de las políticas públicas. Según lo
indicado, las iniciativas y políticas públicas configuran una conjunto de prácti-
cas que, de alguna manera, conforman un “programa de acción gubernamen-
tal” referido a algún aspecto de la vida pública de una sociedad. Ahora bien,
no siempre los gobiernos estatales desarrollan políticas públicas integrales en
las que se establecen objetivos de largo y corto plazo, prioridades, programas
de acción, cronograma, mecanismos de implementación y modalidades de
contralor. En determinadas oportunidades, formulan, deciden e implementan
iniciativas puntuales que engloban medidas acotadas traducidas en reglamen-
taciones, acciones únicas, prestaciones limitadas, campañas comunicaciona-
les o regulaciones administrativas concretas. En numerosas ocasiones, tales
medidas suponen apenas manifestaciones simbólicas tales como palestras,
discursos o campañas comunicacionales. Del mismo modo, los gobernantes
pueden decidir no formular ni implementar ningún tipo de políticas públicas o
iniciativas puntuales. Es decir, tal como lo indican Meny y Thoenig, frente a de-
terminadas problemáticas o situaciones y en ciertos contextos, los gobiernos
pueden “actuar o no actuar”, lo que lleva a afirmar que una acción pública es
“todo aquello que los actores gubernamentales deciden hacer o no hacer”. En
efecto, “no actuar” constituye una respuesta posible frente a determinadas
situaciones y ello ocurre cuando un actor o una autoridad pública decide co-
locarse fuera de la acción, cuando decide abstenerse de formular o llevar a
cabo una medida o un programa de gobierno:
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3.5. La gobernabilidad
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“[…] No basta ‘poder’, sino que hay que ‘querer’, esto es, tiene que
haber voluntad política y, además, se requiere ‘saber’. Esto último tiene
que ver con la capacidad de gobernar, esto es, poseer la condición para di-
señar y ejecutar políticas públicas y lograr efectividad en el desenvolvi-
miento de la actividad gubernamental. Los componentes cruciales de di-
cha capacidad son un poder gubernamental adecuado (lo que implica re-
formas institucionales) y la existencia de consenso social (legitimación del
régimen político y del gobierno), además de elementos operativos que se
logran mediante el ‘perfeccionamiento de las elites políticas’. Es necesa-
rio también que el público se identifique con las estrategias de desarrollo,
lo que exige ilustrar a la población, entregándole visiones realistas del pro-
ceso. El tercer concepto relacionado es el de proyecto de gobierno, esto es,
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(i) Los grupos de interés anómicos son grupos –de organización espontánea
o relativamente organizados– que, sin vínculos estables y medios directos
con las estructuras de gobierno de la sociedad y sin que sus intereses
fuesen tenidos en cuenta por los gobernantes, expresan y articulan di-
chos intereses a través de medios informales y/o violentos como los tu-
multos, manifestaciones, crímenes, motines, saqueos, etc.
(ii) Los grupos de interés no-asociativos son aquellos grupos estructurados a
partir del parentesco, la ascendencia, la etnia, el origen regional, el sta-
tus y la clase, y que articulan sus intereses a través de vínculos más bien
personales, de manera intermitente, discontinua y sin procedimientos y
medios organizacionales habituales de articulación. Almond y Powell sos-
tienen que, en las sociedades modernas, el nivel de influencia de este ti-
po de grupos es limitada frente a grupos organizados y altamente institu-
cionalizados.
(iii)Los grupos de interés asociativos son aquellos grupos altamente institu-
cionalizados y organizados, y que poseen estructuras especializadas pa-
ra la articulación de sus intereses como los sindicatos, las organizacio-
nes empresariales –comerciales, industriales o de otro tipo–, asociaciones
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De este modo, puede apreciarse que los grupos de interés no poseen to-
dos la misma envergadura organizacional, el mismo grado de institucionali-
zación ni las mismas potencialidades para actuar social y políticamente, en
particular, para articular políticamente sus intereses. Pero, de algún modo,
su entidad en tanto “grupo” los convierte en actores sociales o no-políticos
centrales y relativamente institucionalizados en la vida política. No obstante,
la complejidad y diversidad de la vida social y del escenario político contem-
poráneo ha dado lugar a la aparición de otros actores a los que se denomi-
nan movimientos sociales, como lo han sido o lo son el movimiento obrero,
el feminista, el movimiento ecologista, el movimiento pacifista, el de mino-
rías étnicas y lingüísticas, el movimiento estudiantil, el movimiento contracul-
tural, el de los derechos humanos, el de jóvenes, el de inmigrantes, el de
desposeídos de la tierra, el de pobres, el de pobladores carenciados, el de
consumidores y usuarios, etc.
Se trata de actores menos institucionalizados que los grupos de interés,
y que se estructuran sobre la base de nuevos tipos de intereses en cuanto
a su objeto y al hecho de tratarse de intereses más acotados, puntuales, es-
pecíficos e imprevistos. Pueden tener cierta base organizacional pero, en ver-
dad, conforman agrupamiento inicialmente espontáneos, de intereses difu-
sos y de proyección generalmente reactiva frente al orden social vigente y al
sistema político formal y a otros grupos sociales. Su eventual continuidad o
institucionalización los convierte rápidamente en grupos de interés o, según
el caso, en partido político, o directamente se extinguen tras haber alcanza-
do las metas propuestas o al haberse producido notables cambios en el con-
texto social donde estaban situados.
Según Alain Touraine, los movimientos sociales configuran “la acción con-
flictiva de agentes […] que luchan por el control del sistema de acción his-
tórica”. Todo sistema de acción histórica constituye el “sistema de repercu-
sión de la historicidad sobre la práctica social”, es decir, los efectos social y
culturalmente estructurantes de la acción ejercida por los agentes a través
de sus actividades y mediante las cuales configuran el conjunto de prácticas
sociales y culturales habituales, combinando un modo de conocimiento –que
constituye una imagen de la sociedad–, una forma de acumulación –que ex-
trae una parte del producto social disponible– y un modelo ético –que valida
e interpreta la capacidad de acción de la sociedad sobre sí misma–.
Para Touraine, un movimiento social se constituye a partir de tres princi-
pios básicos, a saber, el principio de identidad, el de oposición y el de uni-
dad. En primer lugar, un movimiento social se organiza a partir de la defini-
ción de sí mismo como actor histórico en medio de las prácticas sociales
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“La naturaleza de los actores, los objetos y las formas de sus conflictos,
las ideologías y las utopías de los movimientos no se pueden expresar ni en
términos puramente económicos ni en términos de sistemas de valores. Un
conflicto de intereses económico es más probable que sea ante todo la ex-
presión de una crisis organizativa y no necesariamente el signo de la pre-
sencia de un movimiento social. Los movimientos sociales ponen en tela de
juicio la historicidad de una sociedad que no es separable de un tipo de ac-
ción económica. Los intereses que defienden los movimientos sociales son
los de una clase comprometida en la lucha por la dominación de una histo-
ricidad, y por tanto, de un modelo cultural, de una forma de movilización,
de un tipo de jerarquización, de una forma de necesidades. La lucha no se
extiende al conjunto del funcionamiento de un sistema económico, sino al
conjunto del sistema de acción de la sociedad sobre sí misma.”
Touraine, Alain, Producción de la…, op.cit., p. 258.
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“Si los fines de los partidos […] no pueden ser determinados pre-
viamente, surge obviamente el problema de cómo distinguir los
partidos de las demás organizaciones […] La única respuesta po-
sible es que los partidos –al igual que cualquier otra organiza-
ción– se distinguen por el específico ambiente en el que desarro-
llan una específica actividad. Sean cuales fueran los demás posi-
bles escenarios que comparten con otras organizaciones, sólo los
partidos operan en la escena electoral y compiten por los votos.
Esto permite distinguir a los partidos por una cierta actividad (li-
gada a un ambiente determinado) que no tiene en común con
ningún otro tipo de organización; no prejuzgando el problema de
los eventuales fines (dado que una misma actividad pueda servir
a fines distintos).”
(Panebianco, 1993)
Así, un partido político es una organización política que funciona como ac-
tor colectivo para participar en forma directa en las decisiones de gobierno
de una sociedad mediante la formulación de proyectos políticos generales y
la presentación de candidatos susceptibles de ser seleccionados para ocu-
par los cargos gubernamentales (Rivera, 1995).
En efecto, los partidos políticos, en primer lugar, configuran una organiza-
ción política altamente institucionalizada en cuanto a su despliegue orgáni-
co y funcional, y su particularidad está dada, generalmente, por perseguir ob-
jetivos sociales y políticos de carácter general y por presentar un modelo de-
terminado de afiliación de ciudadanos a su estructura. En su interior convi-
ven una multiplicidad de actores y sectores con diferentes intereses, orien-
taciones y perspectivas políticas y hasta ideológicas. En segundo término,
las organizaciones partidarias, pese a la diversidad de actores y sectores
que conviven en su seno, en general desarrollan acciones externas de carác-
ter unitarias en el sistema político. Dichas acciones colectivas reflejan de al-
gún modo el resultado provisorio de la correlación de fuerzas entablada en
su interior y, en particular, de las orientaciones y estrategias de los sectores
dominantes del partido. Es decir, son el resultado, de un lado, de un comple-
jo proceso de agregación y unificación de intereses y perspectivas internas
y, del otro, de la influencia ejercida por la relación establecida con otros par-
tidos y con diferentes actores sociales –sean grupos de interés o movimien-
tos sociales–. De todas maneras, en tanto organizaciones unificadas, los
partidos desarrollan acciones ciertamente unitarias dentro del sistema polí-
tico, al menos a la hora de formular socialmente proyectos políticos y progra-
mas de gobierno, de participar del proceso de selección de gobernantes y
eventualmente de intervenir en el propio gobierno. En tercer lugar, y tal como
ya se indicó, los partidos, a diferencia de cualquier otro tipo de organización
o grupo social, se estructuran en función de incidir directa o indirectamente
en las decisiones gubernamentales formando parte, de algún modo, de las
estructuras de gobierno de una sociedad. Como lo señala Rivera: “no es, co-
mo en el caso de los grupos de interés o de los movimientos sociales, un in-
tento de conseguir influencia, sino que, por el contrario, el objetivo de los par-
tidos es la participación directa en la construcción de las decisiones de go-
bierno”. Además, dicha intervención se canaliza a través de los mecanismos
y procedimientos institucionales del régimen político, lo que convierte a los
partidos en “vías de institucionalización de la acción colectiva dentro de las
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(i) los “partidos de cuadros”, que son las organizaciones políticas surgidas de
agrupamientos de personalidades y notables influyentes elegidos median-
te el sufragio calificado, y que surgieron durante el siglo pasado como
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“[La participación política es] la actividad que tiene por objetivo afec-
tar la formación de decisiones del gobierno. Tal actividad se centra en las
autoridades públicas, a quienes generalmente se les reconoce poder deci-
dir legítima y definitivamente acerca de la distribución autoritativa de va-
lores dentro de la sociedad. Mucho de lo que usualmente se denomina po-
lítica y gran parte de la distribución de recursos entre los diferentes gru-
pos sociales puede tener lugar sin la intervención del gobierno. Así, una
huelga destinada a influir sobre la gerencia de una compañía privada para
lograr un aumento de salarios, no es participación política según esta de-
finición; una huelga destinada a influir en el gobierno para que eleve el to-
pe de los salarios es participación política. Y de igual manera, también es
participación política una huelga de obreros municipales realizada con el
fin de inducir al municipio a pagar sueldos más altos. De este modo, la
cantidad de participación política de una sociedad está en función, de al-
guna manera, del alcance de la actividad del gobierno en la sociedad. Los
esfuerzos realizados para influir en la formación de decisiones del gobier-
no pueden involucrar la persuasión o la presión sobre las autoridades exis-
tentes, para actuar (o para frenar la acción) de determinada manera. O los
participantes pueden intentar reemplazar a los actuales hombres con poder
de decisión por otros que esperan sean más receptivos con respecto a sus
preferencias y necesidades. Menos frecuentemente, la participación polí-
tica puede buscar el cambio de ciertos aspectos del sistema político en sí
mismo, o la alteración fundamental de la estructura de todo el sistema, con
el propósito de lograr un gobierno más acorde con los deseos de los parti-
cipantes. En resumen, la participación política puede estar dirigida a cam-
biar las decisiones de las autoridades vigentes, a reemplazar o retener a
esas autoridades, o a cambiar o defender la organización existente del sis-
tema político y las reglas del juego político. Todos son medios para influir
sobre las decisiones y acciones del gobierno.”
Huntington, Samuel, No es fácil elegir, Editorial Persona a persona,
Buenos Aires, 1978, pág. 17.
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Este autor además destaca que, por fuera de la violencia, que así consi-
derada es siempre ilegal –aunque sus objetivos bien pueden ser perseguidos
dentro de la ley–, estas diferentes modalidades de participación política pue-
den adoptar formas legales o ilegales y pueden orientarse a un conjunto de
objetivos de diversos caracteres:
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que permitan efectivizar el accionar colectivo o el vínculo con los actores po-
lítico es episódico o apenas incipiente, la movilización no se produce y, en con-
secuencia, la extensión e importancia de la politización social y de la partici-
pación política es acotada o directamente inexistente. Al contrario de ello, un
contexto social signado por una alta politización de las demandas sociales y,
en ciertos casos, por el recurrente éxito del grueso de esas demandas, confi-
gura un escenario habilitante para el incremento y la ampliación de dicha po-
litización y de la participación política no convencional.
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(i) las demostraciones físicas y la violencia, modalidades éstas que son ca-
racterísticas –aunque no exclusivas– de los grupos de interés anómicos y
que pueden derivar de demostraciones espontáneas y reactivas o delibe-
radas y planeadas;
(ii) la conexión personal a través de la utilización como instancias de interme-
diación de la familia, la escuela, los lazos locales y sociales;
(iii)la representación de elite a través de ciertos dirigentes, parlamentarios o
funcionarios que expresan ante el gobierno los intereses de un grupo;
(iv)los canales formales e institucionales que forman parte de todo sistema
políticos moderno, tales como los partidos políticos, el “lobby”, las legis-
laturas, burocracia y gabinetes, los medios de comunicación masivos, etc.
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Por su parte, Lagroye destaca que el hecho de votar significa que quien
vota acepta en la práctica una regla de juego político y, con ello, contribuye
a instaurar y legitimar un cierto ordenamiento político. Cuando la democracia
alcanza determinado grado de institucionalización y, por ende, las elecciones
para la selección de los gobernantes son regulares, la participación electo-
ral, aun desigual, diversificada y hasta acotada, constituye la forma de parti-
cipación objetivada como más importante y relevante. Las elecciones se con-
vierten así en la actividad ciudadana más relevante y esto produce efectos
legitimantes significativos. Este autor indica que la participación electoral im-
pone al ciudadano una “doble obligación”, a saber, la de expresar sus prefe-
rencias políticas casi exclusivamente a través del voto o de cualquier otra for-
ma de participación electoral –afiliarse a un partido, intervenir en las campa-
ñas electorales– y la de verse obligado a elegir entre los candidatos ofertados
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por los partidos –en tanto, organizaciones especializadas–. Vale decir, la par-
ticipación electoral regular no sólo no iguala las desigualdades que generan
la exclusión política de ciertos grupos sociales ni le permite a los grupos po-
líticamente dominados revertir su condición de dominado; sino que, además,
funciona como una instancia legitimante del orden político y, en particular, de
sus reglas de juego, especialmente para los sectores políticamente domina-
dos. Este carácter legitimante es el que convierte a la participación electoral
en una actividad central en la vida política de la sociedad contemporánea y
es el que, por lo tanto, convoca la atención ponderada de los partidos y de
los dirigentes políticos profesionales.
“[…] Al definir lo que es legítimo –es decir, acorde con el interés colec-
tivo según su concepción vigente– y también lo que no lo es, las actividades
políticas provocadas o alentadas diseñan la forma ideal del orden político.
Mantiene un sistema de normas y valores en el cual se reconoce una ‘cultu-
ra política’ concreta: participar en él es aceptar esa cultura. Así se compren-
de que tantos agentes tengan interés en alentar esa participación y se dedi-
quen a ello. Estas actividades acreditan la creencia en la utilidad de la acción
política, en la importancia de un orden especializado de las relaciones polí-
ticas, en la necesidad de una relación institucionalizada entre gobernantes y
gobernados. Por consiguiente, constituyen el fundamento de la aceptación
práctica de la política como dimensión mayor de toda la vida social; parti-
cipar en ellas es manifestar la pertenencia a la comunidad. En última instan-
cia, la participación política adquiere el carácter de una obligación moral por
más que, concretamente, la mayoría de los ciudadanos esté marginada de
ella por decisión propia o ajena. Estas actividades suponen –a la vez que fa-
vorecen– la aceptación de un conjunto de reglas inviolables y, por consi-
guiente, la interiorización de normas, la aceptación de creencias y el apren-
dizaje de prácticas que mantiene la interacción reglamentada entre grupos y
entre individuos. En este sentido, la conservación de relaciones sociales pre-
visibles es producto del estímulo constante de actividades específicas, car-
gadas de sentido, relacionadas explícitamente con un ideal colectivo. Parti-
cipar es suscribir ese ideal y conocer las obligaciones que derivan de él.”
(Lagroye, 1991)
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informal, difusa y latente por lo que tal proceso no puede interpretarse como
una mera acumulación de conocimientos y información.
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“La cultura política, y las conductas derivadas de ella, son “ajustes, in-
dividuales y colectivos, entre los sistemas de creencias y actitudes de
cada grupo y el sistema común al conjunto de grupos que resulta de
una interacción a lo largo de un período prolongado. (...) Lo que el in-
dividuo adquiere por medio de la socialización en cuanto a creencias
y actitudes sobre la vida social y política es el producto siempre ame-
nazado y sujeto a revisión –pero muy poderoso– de una memoria so-
cial construida en el tiempo, reactivada por ciertos grupos y propues-
ta a todos como referencia común; la cultura política, considerada el
resultado de una historia común de enfrentamientos y conflictos, pe-
ro también de negociaciones y concesiones, ‘forja la identidad colec-
tiva que, a su vez, pone la impronta en todos los sistemas de actitu-
des individuales por medio de la socialización o aculturación’.”
“[…] La ‘cultura política’ de una sociedad es, ante todo, la de los agen-
tes sociales que la dirigen; sólo éstos atribuyen un valor predominante a
las ideas y creencias que legitiman la organización política; el discurso
que elaboran o del cual son los defensores más firmes, invalida constante-
mente otras concepciones, hasta el punto de que se tiende a considerarlas
una señal de incapacidad para hacerse una imagen coherente de lo políti-
co. De ello no se desprende que las creencias y actitudes de los ‘profanos’
–o los incompetentes– carezcan de interés o significación. Tampoco se
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libertad individual sino, más bien, como instancia protectora de dicha liber-
tad, es decir, como instancia protectora de los derechos individuales.
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El propio Bobbio indica que esta “definición predominante” puede ser res-
trictiva pero, por cierto, constituye el basamento conceptual e institucional
básico sin el cual no podría abordarse la compleja problemática democráti-
ca actual.
Pues bien, tanto Schumpeter como Dahl, así como numerosas visiones
contemporáneas ubicadas en el pensamiento liberal, tales como las teorías
económicas de la democracia de Anthony Downs, Arrow, Buchanan y otros o
las teorías neoliberales de la democracia de Hayek y Nozick, dieron lugar a un
tipo de conceptualización procedimental y formalista de la democracia, que,
por cierto, fue objeto de sustantivas críticas en el marco de la teoría política
contemporánea. Recientemente, Cornelius Castoriadis marcó con contun-
dencia las limitaciones de una interpretación de democracia asentada exclu-
sivamente en la idea de libertad negativa, en particular porque dicha pers-
pectiva se basa en una disyunción infranqueable, por un lado, entre el Esta-
do y el gobierno y, por el otro lado, entre el hombre y la sociedad:
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la que nos machacan los oídos desde hace décadas. A menos que
se tomen como acepciones totalmente aparentes, ambas nocio-
nes se implican recíprocamente. La posibilidad efectiva y equitati-
va de participar exige la concesión efectiva para todos de las con-
diciones de cualquier orden de esta participación. Las implicacio-
nes de esto son a todas luces inmensas; abarcan una parte con-
siderable de la institución global de la sociedad [...]. No es posible
entonces realizar aún una ‘democracia de procedimientos’ que no
sea un fraude, a menos que se intervenga profundamente en la
organización sustantiva de la vida social.”
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estilo que he llamado “navegar contra el viento”. Dados dos objetivos alta-
mente deseables, como ser un respeto puntilloso hacia las instituciones de-
mocráticas y una economía más próspera con una riqueza más igualitaria-
mente repartida, es concebible que determinada sociedad pueda, en cierto
momento, moverse en una de las direcciones sólo a costa de perder algo de
terreno en la otra. A condición de que en su momento el movimiento sea
revertido, se puede avanzar al fin en ambas direcciones, aunque en cada
momento particular uno se esté alejando de una de las dos metas.”
Hirschman, Albert, “Acerca de la democracia en América Latina”,
en: revista La Ciudad Futura, Buenos Aires, nro. 1, agosto de 1986.
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inciertos (Di Palma, 1991). De este modo, la democracia no era más que una
instancia “inventada” por los actores, cuyo nivel de institucionalización deri-
vaba de la elección de éstos acerca de la “calidad de las reglas e institucio-
nes adoptadas”, de la “preferencia por pactos y negociaciones –por encima de
acciones unilaterales– en el proceso de elección de las reglas e instituciones”,
de las “alianzas y coaliciones” por ellos desarrolladas y del “ritmo de las con-
versaciones” que enmarcaban los acuerdos. Su éxito obedecía a la capaci-
dad contractual de los actores relevantes para establecer eficientemente los
parámetros normativos e institucionales del régimen en cuestión, lo que no
dependía ni estaba condicionado por los factores sociales, económicos y cul-
turales del contexto histórico, sino, más bien, por las preferencias y la volun-
tad de los actores orientadas a “institucionalizar la incertidumbre típica del
conflicto político y social”.
En un sentido diferente, pero dentro del mismo universo teórico, otros tra-
bajos privilegiaron el abordaje de la capacidad y las orientaciones de los ac-
tores políticos relevantes en la tarea de construcción democrática, pero lo hi-
cieron remarcando una relativa secundarización de los factores económicos,
sociales y políticos situacionales frente al rol estratégico de las interaccio-
nes políticas establecidas entre los actores y líderes democráticos durante
esos procesos. Dentro de esta orientación pueden ubicarse Guillermo O’Don-
nell y Philippe Schmitter, dos de los más destacados estudiosos de los pro-
cesos transicionales.
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para la formación de las decisiones colectivas [...]. Pero no es sino una prime-
ra aproximación dado que su carácter formal resulta, a la vez, indispensable e
insuficiente. Es indispensable porque no hay estado de derecho –democrático
representativo o no– sin un sistema codificado de reglas que controle y que re-
gule la arbitrariedad del poder [...]. Pero es insuficiente para comprender el
proceso político porque ningún conjunto de reglas alcanza para definir social-
mente prácticas concretas, esto es, las actividades mediante las cuales actores
específicos interpretan, negocian y aplican esas mismas reglas.”
Nun, José, “Algunas exploraciones teóricas en torno a las transicio-
nes democráticas”, en: Nun, José, La rebelión del coro. Estudios sobre la
racionalidad política y el sentido común, Ediciones Nueva Visión, Bue-
nos Aires, 1989, pp. 104 y 105.
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Ahora bien, hacia los años ‘90 aparecieron trabajos que, asumiendo las
limitaciones de los aportes originales de la teoría de la transición y contan-
do con la ventaja de haber podido observar la evolución de las democratiza-
ciones iniciadas en la década anterior, han desarrollado enfoques más abar-
cativos acerca de las transiciones, instauraciones y posibilidades de conso-
lidación democrática. Se trata, pues, de una segunda generación de estudios
de la transición.
Una de esas perspectivas fue presentada por la politóloga Terry Karl,
quien –al igual que muchos autores de la primera generación– considera ana-
líticamente “inútil” el establecimiento de condiciones socioeconómicas pre-
vias y necesarias para la democracia, tales como cierto grado de riqueza o
nivel de desarrollo económico, un sistema de creencias y valores políticos
funcionales con la democracia, ciertas configuraciones histórico-sociales o
determinado tipo de inserción de las economías de éstos países en el esce-
nario económico internacional. “[...] Puede no haber un requisito único nece-
sario para el surgimiento de una forma de gobierno democrático, y con certe-
za no hay una condición previa que por sí misma sea suficiente para generar
ese resultado”, dice, y agrega que “buscar causas económicas, sociales, psico-
lógicas, culturales, o internacionales no ha resultado en una ley general de de-
mocratización, y es poco probable que esto suceda en el futuro cercano, a pe- Karl, Terry, “Dile-
sar de la proliferación de nuevos casos”. mas de la democrati-
Karl entiende a la transición como un proceso caracterizado por la ausen- zación en América Latina”,
en: Barba Solano, Carlos,
cia de reglas de juego predecibles y en el que, por ende, el grado de incerti- Barros Horcasitas, José
dumbre es elevado, situación cuya evolución pasa a depender, de ese modo, Luis y Hurtado, Javier
(comps.), Transiciones a la
de la capacidad de los actores políticos relevantes para establecer las con- democracia en Europa y
diciones del juego político mediante el pacto democrático: América Latina, Universi-
“La dinámica de la transición gira en torno a interacciones estratégicas y dad de Guadalajara-Grupo
Editorial Miguel Ángel Po-
acuerdos tentativos entre los actores cuyos recursos de poder son inciertos, rrúa-FLACSO, México,
con el fin de definir quién estará legítimamente autorizado para seguir el jue- 1991, p. 417.
go político, cuáles serán los criterios para determinar vencedores y vencidos y
cuáles serán los límites de la contienda. Desde este punto de vista, la consoli-
dación de un régimen ocurre cuando las clases sociales y grupos políticos con-
tendientes aceptan una serie de reglas formales o acuerdos informales que de-
terminan el ‘quién se queda con qué, dónde, cuándo y cómo’ de la política.”
Así, la autora sostiene que los resultados del proceso político “dependen me-
nos de las condiciones objetivas que de las reglas subjetivas en torno a las opcio-
nes posibles”, aunque, a diferencia de algunos autores de la primera generación,
reconoce el peso y la incidencia que tienen las condiciones histórico-sociales so-
bre la proyección de los actores políticos. En este marco, analiza las democrati-
zaciones aceptando la centralidad del accionar y de las interacciones de los ac-
tores políticos, pero sosteniendo que ello sólo puede ser integralmente aborda-
do si se tienen en cuenta los factores estructurales que, creando un conjunto
históricamente determinado de opciones contingentes disponibles, condicionan
dichos comportamientos e interacciones, las perspectivas e intereses de esos
actores y sus posibilidades de construcción político-social.
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Ahora bien, ¿Cuáles son las “condiciones de aplicación” de las nuevas de-
mocracias en América Latina?; ¿Qué tipo de democracia se está configuran-
do en el marco de un contexto signado por la vigencia formal de un conjun-
to de derechos civiles, políticos y sociales y la ausencia de las condiciones
políticas y sociales necesarias para efectivizar dichos derechos?. O, más pre-
cisamente, y tal como se interroga Sergio Zermeño: “¿Cómo se mantiene un
orden basado en una democracia política cuando la creciente desigualdad nos
aleja de la democracia social?”.( Zermeño, 1996)
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técnico con un nivel educacional que supera el promedio en dos años co-
mo mínimo y que cuentan con una proporción significativa de ingresos de-
rivados del patrimonio. En más del 70% de estos hogares, el ingreso per
cápita es superior al promedio y de los jóvenes entre 16 y 20 años de
edad, solamente menos del 40% presenta rezago escolar o ha abandona-
do los estudios. Dos tercios de estos hogares concentran los más altos in-
gresos de la región.
Pues bien, este cuadro enmarcó un sustantivo incremento de la pobreza
y un abarcativo proceso de empobrecimiento de vastos sectores populares y
medios de los países de la región. La magnitud de la pobreza y de la paupe-
rización social en América Latina puede apreciarse observando que, en
1980, el 35% de los hogares latinoamericanos se encontraban bajo la línea
de pobreza. En 1986, dicho promedio era del 37%; en 1990, del 41%; y en
1994, del 39%. Análogamente, en 1980, un promedio del 15% de los hoga-
res latinoamericanos se encontraba bajo la línea de indigencia, mientras que
en 1986, dicho promedio pasó al 17%; en 1990, al 18%; y en 1994, volvió
al 17%. En 1994, el 10,2% de los hogares de zonas urbanas de la Argentina
eran indigentes y el 43,1% eran pobres. En 1993, el 38,7% de ese mismo ti-
po de hogar en el Brasil era indigente y el 39,4% era pobre. En 1994, esos
porcentajes equivalían para el México el 29% y el 47% respectivamente; pa-
ra Honduras, el 69,6% y el 24,7%; y para Venezuela, el 40,9% y el 44,7%.
Por cierto, en cada uno de los países de la región, las tendencias señala-
das se fueron desarrollando según diferentes grados de magnitud y exten-
sión y con características distinguibles acorde a las particularidades nacio-
nales o regionales. Sin embargo, un rasgo común estuvo dado por el hecho
de haber alcanzando con particular intensidad tanto a los sectores pertene-
cientes a las capas bajas como a los estratos medios de la sociedad. Es de-
cir, tal tendencia no se limitó apenas a la profundización del empobrecimien-
to de los sectores populares, sino que se trató de un proceso más abarcati-
vo que también comprendió la pauperización de los sectores medios y que
supuso el surgimiento de nuevas formas de pobreza y de exclusión social cu-
yas características y consecuencias son diferentes de aquéllas que se co-
rrespondían con el modelo sustitutivo precedente.
Para Bustelo y Minujín, como consecuencia de estos procesos, la estruc-
tura social se ha “complejizado y heterogeneizado”. El significativo aumento
de la concentración económica entre los estratos más altos de la sociedad
ha generado que haya “ricos más ricos”, aunque, al mismo tiempo, una im-
portante porción de sectores medios se ha empobrecido, conformando am-
plias camadas de “nuevos pobres” que se sumaron a los “pobres históricos”.
Asimismo, una sustantiva parte de los sectores pobres y medios –conforma-
dos, particularmente, por trabajadores semicalificados y no calificados y tra-
bajadores del sector público– se encuentran en “situación de vulnerabilidad”,
esto es, “en situación de poca estabilidad y con tendencia a caer en la zona
de exclusión”, mientras que una significativa porción de los sectores trabaja-
dores pobres –generalmente, trabajadores no calificados vinculados a em-
presas de baja productividad o trabajadores “cuentapropistas no calificados”–
se encuentran en “situación de exclusión”, es decir, con ingresos escasos y
excluidos de todo tipo de cobertura de salud, educación y seguridad social.
En definitiva, esta descripción general nos permite apreciar que los paí-
ses de la región han atravesado por profundos cambios económicos y socia-
les. Ellos han implicado la configuración de nuevas tendencias demográficas
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“No son pues los movimientos y luchas sociales, los órdenes co-
munitarios o asociativos, y tampoco el sistema político en sus ma-
nifestaciones partidistas, parlamentarias, frentistas o sindicales,
las esferas de expresión sociopolítica privilegiadas en este pano-
rama desordenado: ellos son más bien los grandes perdedores.”
(Zermeño, 1994)
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Todo esto, en suma, dio cuenta de un proceso dual signado –para decirlo
metafóricamente– por la desagregación de la base de la sociedad y la con-
centración de la cúspide de la misma, y, en su marco, por la paulatina desar-
ticulación de los mecanismos y formas previas de intermediación y represen-
tación política. Ya a comienzo de los ‘90, Fernando Calderón y Mario Dos
Santos advertían que ese escenario no sólo impedía desarrollar acciones co-
lectivas y estrategias perfiladas a producir cambios democratizantes, sino
que, al contrario, tendía a reproducir las condiciones de desintegración so-
cial y política.
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crisis o como resultado de sus políticas–, por otro lado, amplió y dinamizó
sus funciones de orientación y coordinación económica frente a las fraccio-
nes y grupos dominantes, intensificó su capacidad de disciplinamiento social
de cara a los sectores sociales medios y populares excluidos o marginados
de la dinámica central del modelo desplegado.
Ello redundó en una relativa ampliación de la autonomía del Estado res-
pecto de la sociedad civil, inclusive con relación a los sectores económi-
cos dominantes. Frente a ellos y no pocas veces contra ellos, el Estado
consiguió incrementar y fortalecer su capacidad regulatoria emprendiendo
una drástica racionalización del gasto público y aumentando su eficiencia
en la recaudación tributaria, en la regulación financiera, en el control mo-
netario y en la reformulación del mercado cambiario y de capitales. Y fue
este incremento relativo del poder del Estado, el que facilitó la implemen-
tación de las políticas económicas en curso. Así lo indicó Álvaro Díaz, pa-
ra quien la centralidad económica de las estructuras del Estado “determi-
nó el resultado de las políticas neoliberales que, lejos de debilitar al Estado,
construyeron un camino para su refortalecimiento, vía reformas radicales
que intentaron desvincular la gestión económica de las presiones del siste-
ma político y de la sociedad civil no empresarial”. En su opinión, la orienta-
ción general neoliberal “no debilitó al Estado como fuente del orden y la he-
gemonía” sino, más bien, lo reforzó como instancia más autónoma frente
a las presiones sociales y más comprometida con el empresariado nacio-
nal o extranjero. Es decir, el Estado cumplió una función central en el pro-
ceso de ajuste estructural, aún cuando dicha transformación ha tenido co-
mo uno de sus ejes fundamentales la reformulación y refuncionalización
del propio Estado. El éxito de la estabilización y del ajuste de muchas eco- Lectura
nomías en desarrollo ha sido viabilizada merced a la capacidad administra- recomendada
Haggard, Stephan y Kauf-
tiva y técnica puesta en práctica desde el aparato estatal –en verdad, de man, Robert, “Estado y re-
sus administradores– para generar las condiciones materiales y políticas forma económica: la inicia-
propicias y necesarias para ese objetivo. ción y consolidación de las
políticas de mercado”, en:
Por otro lado, en lo relativo a la presencia funcional y territorial de las po- revista Desarrollo Econó-
líticas y de la legalidad estatal, la tendencia que se impuso en los países de mico, Buenos Aires,
nro.139, octubre-diciembre
la región supuso el repliegue y la evaporación del Estado en vastas regiones de 1995.
del territorio nacional y en gran parte de la estructura de estratificación so- Evers, Tilman, “El Estado
cial, proceso cuya gravitación sobre las democratizaciones en desarrollo como problema y como so-
lución”, en: revista Desa-
constituyó –y constituye– un obstáculo central para su profundización. rrollo Económico, Buenos
Aires, nro.140, enero-mar-
zo de 1996.
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“Estos son sistemas de poder privado (o, mejor dicho, de poder priva-
tizado, pues muchos de los principales actores ejercen cargos estatales), en
los que varios derechos y garantías de legalidad democrática no tienen
efectividad [...]. Si bien dichas regiones, neofeudalizadas, poseen organi-
zaciones estatales (nacionales, provinciales y municipales), la obliteración
de la legalidad les quita a los circuitos de poder regional, incluso a los or-
ganismos estatales, la dimensión pública, legal, sin la cual el estado nacio-
nal y el orden que éste sustenta desaparecen.”
O’Donnell, Guillermo, “Acerca del Estado, la democratización...”,
op.cit.
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sus propias sociedades y sobre sus ciudadanos, lo que, por su parte, en los
países menos desarrollados, como los de nuestra región, se ha reforzado por
los abarcativos procesos de desintegración social descriptos.
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y amplias áreas geográficas. Y sin una ciudadanía efectiva, cabe dudar que
esos regímenes sean “democracias” en algún sentido de la palabra.”
(Przeworski, 1998)
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“La reforma del Estado es una necesidad para asegurar una gobernabi-
lidad democrática progresiva. El primer componente de la reforma debe
ser, justamente, tornar más democrático el propio Estado y el ejercicio del
poder político. Democratizar significa, aquí, transferir funciones estatales
a la sociedad civil, a instituciones y organizaciones creadas por ésta, capa-
ces de ejercer mediaciones democráticas, de controlar efectivamente al
Estado [...] y al propio gobierno [...]. Significa también establecer, conso-
lidar y preservar un «estilo de gestión estatal democrático»: reorganizar,
racionalizar, desburocratizar, democratizar el comportamiento y gestión
de la burocracia, mejorar el nivel y el alcance de los servicios sociales
prestados por el Estado.”
Ansaldo, Waldo, “Gobernabilidad democrática..., op.cit., pp. 119 y 120.
Esta estrategia política de reforma del Estado debe ser entendida, en de-
finitiva, como la construcción del instrumento institucional –el Estado rees-
tructurado– que permita hacer frente de manera exitosa tanto a la necesidad
de regular eficientemente los nuevos desafíos que se imponen en el plano
económico-social –activa inserción económica internacional, crecimiento pro-
ductivo, estabilidad macroeconómica, equitativa redistribución de ingresos,
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