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Elementos de

Ciencia Política
Elementos de
Ciencia Política

Marcelo Fabián Sain

Carpeta de trabajo
Diseño original de maqueta: Hernán Morfese
Procesamiento didáctico: Hernán Pajoni / Adriana Imperatore

Primera edición: septiembre de 2000

ISBN: 978-987-1782-58-1

© Universidad Virtual de Quilmes, 2000


Roque Sáenz Peña 352, (B1876BXD) Bernal, Buenos Aires
Teléfono: (5411) 4365 7100 | http://www.virtual.unq.edu.ar

La Universidad Virtual de Quilmes de la Universidad Nacional de


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Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723

Impreso en Argentina

Esta edición de 500 ejemplares se terminó de imprimir en el mes de septiembre


de 2000 en el Centro de Impresiones de la Universidad Nacional de Quilmes,
Roque Sáenz Peña 352, Bernal, Argentina.
Íconos

Bibliografía obligatoria

Actividades

Leer con atención

Para reflexionar
Índice

Introducción..........................................................................................9

1. La ciencia política...........................................................................13
1.1. La ciencia política ....................................................................13
1.2. El objeto de la ciencia política...................................................16
1.3. La politología como ciencia empírica y social .............................18
1.4. El pensamiento político moderno y el surgimiento
de la ciencia política a fines del siglo XIX .........................................26
1.5. Enfoques y corrientes contemporáneas de la ciencia política ......35

2. Sociedad y política..........................................................................45
2.1. Sociedad, sujeto y prácticas políticas ........................................45
2.2. Objetivación, estructura y libertad humana.................................51
2.3. Poder social, poder político y dominación...................................58
2.4. Política y gobierno ....................................................................65
2.5. Sistema político y campo político ..............................................68

3. Gubernamentalidad, Estado y sistema institucional ..........................77


3.1. La política y la gubernamentalidad ............................................77
3.2. La política y la constitución del Estado moderno ........................80
3.3. La estructuración sociopolítica del Estado .................................89
3.4. El ejercicio del gobierno y las políticas públicas .........................99
3.5. La gobernabilidad...................................................................108

4. Organizaciones, prácticas y valores políticos .................................113


4.1. Política, grupos de interés, movimientos
sociales y partidos políticos...........................................................113
4.2. Acciones colectivas: movilizaciones, articulación
de intereses y participación política................................................129
4.3. Valores, cultura y legitimidad política .......................................141

5. Teorías de la democracia y de la democratización ..........................149


5.1. Visiones de la democracia ......................................................149
5.1.1. Los modelos tradicionales...............................................149
5.1.2. Las visiones contemporáneas críticas..............................155
5.2. La teoría política ante la democratización en Latinoamérica......161
5.2.1. La primera generación de la “teoría de la transición”.........161
5.2.2. Deficiencias de la primera generación
de la “teoría de la transición”.....................................................168
5.2.3. La segunda generación de la “teoría de la transición” .......173

6. Sociedad y política en las nuevas


democracias latinoamericanas...........................................................179
6.1. La situación social en América Latina......................................180
6.2. La transformación del escenario político..................................187
6.3. Democratización de la democracia ..........................................199

Referencias bibliográficas..................................................................205

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Introducción

El presente texto aborda ciertos elementos básicos de la ciencia política,


presentando a ésta como una actividad cognoscitiva tendiente a construir
una sistemática de la política que sirva para el estudio empírico y teórico de
los fenómenos políticos de las sociedades. La reflexión crítica y la investiga-
ción empírica corporeizan esas actividades y de ellas resulta un conjunto de
conocimientos siempre sujeto a revisiones, críticas y análisis. Pero, ¿Qué es
la política?
La definición de la política alrededor de la cual se organiza este texto guar-
da cierta particularidad. Entiendo a la política como un ámbito o esfera parti-
cular de la vida social, más precisamente como aquella dimensión referida a
la producción y reproducción de las formas y los medios de la dominación, es-
to es, de las estructuras de gobierno de esa sociedad y de los medios y formas
de poder a través de los cuales los miembros de ésta construyen y articulan
esas estructuras. La política sólo puede ser (científicamente) estudiada y
comprendida si no se pierde de vista el carácter singular de su configuración
como dimensión de lo social. Esta perspectiva general no diluye a la política
en la compleja arena de lo social ni le quita relevancia en cuanto actividad
específica de ésta, pero en su marco se sugiere que la especificidad de la po-
lítica no es ontológica sino epistemológica, es decir, dicha especificidad deri-
va y se constituye como tal a partir de una operación simbólica y cognosciti-
va de distinción y diferenciación o, dicho de otro modo, de una construcción
epistémica y conceptual. En consecuencia, esa especificidad no está consti-
tutivamente inserta en la realidad social, sino que configura un aspecto de
ésta, identificable solamente desde el punto de vista cognoscitivo.
Así, la ciencia política no es más que la disciplina científica que pretende
conocer ese aspecto específico de la vida social al que denominamos políti-
ca, centrando la atención en las relaciones de poder estructuradas en la com-
pleja trama de prácticas e interacciones que conforman la sociedad cuando
dichas relaciones tienen que ver –directa o indirectamente– con la produc-
ción y reproducción de las estructuras de gobierno de esa sociedad. En con-
secuencia, desde este punto de vista, la política no puede ser científicamen-
te descrita, explicada e interpretada si no se aborda como dimensión parti-
cular de la “constitución de lo social” (Anthony Giddens), es decir, si no se la
enfoca y no se la entiende como un momento o esfera de la producción y re-
producción de la sociedad. En este sentido, el presente texto es una invita-
ción a abordar la política como instancia de lo social y entender su especifi-
cidad, particularidades, dinámica y efectos desde lo social.
De este modo, la teoría sociológica y la práctica de la sociología, por ejem-
plo, tienen mucho que aportar a la ciencia política en su labor de explicación
e interpretación de la vida política de nuestras sociedades. No obstante, y
muy particularmente en nuestro país, no se ha establecido un diálogo fructí-
fero entre estos ámbitos. Durante las dos últimas décadas, la ciencia política
argentina alcanzó su mayor despliegue institucional y lo hizo –salvo contadas

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Universidad Virtual de Quilmes

y manifiestas excepciones– sobre la base de la explícita exaltación de la au-


tonomía de la política, en particular, respecto de la sociedad o de las condicio-
nes culturales, económicas y sociales. La política fue pensada, analizada e in-
vestigada en forma desconexa de la sociedad, de sus condiciones de produc-
ción ya sea en el plano de los actores como en el nivel de los contextos his-
tóricos condicionantes –no determinantes– de las prácticas, orientaciones e
ideas de los sujetos hacedores de la vida política. Hubo una notable ausen-
cia de elaboración conceptual y de producción teórica, y una recurrente ten-
dencia a utilizar enfoques y aportes teórico-conceptuales sin mantener una
mirada crítica y sin guardar la correspondiente referencialidad empírica. Primó
el ensayo, a veces más anclado en preceptos morales o políticos que en pa-
rámetros científicos, y se extravió el principio de realidad que sirve de basa-
mento indispensable para la producción científica.
Ahora bien, reafirmar el carácter social de la política no significa legitimar
o adherir necesariamente a enfoques deterministas o sociologistas de la po-
lítica. Equivale, más bien, a reconocer que las prácticas e interacciones de
poder que constituyen el mundo de la política se producen y reproducen en
un cierto contexto o situación histórico-social. Como lo resalta Giddens: “Los
hombres producen la sociedad, pero lo hacen como actores históricamente si-
tuados, no bajo las condiciones de su propia elección”. No obstante, si bien
el hombre es el hacedor de la sociedad, “el dominio del obrar humano es li-
mitado” y lo es por las estructuras de la sociedad, pero dichas estructuras
no son solamente constrictivas de dicho obrar sino, a la vez, habilitadoras
del mismo. En este sentido, la gravitación de los sujetos sobre la vida políti-
ca de una sociedad no resulta solamente de las orientaciones, intereses, ob-
jetivos, perspectivas y acciones mantenidas y llevadas a cabo por dichos ac-
tores en forma inconexa respecto de las condiciones de tiempo y lugar en la
que se sitúan. De alguna manera, dicha gravitación está contorneada e influi-
da por las características y factores que conformaron el contexto político,
económico y social en el que actúan y se proyectan las personas y los gru-
pos como actores políticos. Este contexto condiciona, de diferente manera y
con distinta magnitud, la dinámica de la vida política de una sociedad. No
obstante, el grado de condicionalidad –esto es, el grado de constreñimiento
y/o facilitación– que esos factores tienen sobre las posibilidades y proyec-
ciones de los actores de la política, es variado y diversificado, aunque, en
gran medida, dicha condicionalidad está mediada tanto por la forma y la per-
tinencia a través de la cual aquellos factores situacionales son conocidos,
diagnosticados y comprendidos por parte de los actores, como también por
los estilos y la capacidad mediante la cual esos actores abordan, procesan
y actúan sobre las mismas. Esto significa que la incidencia de los factores
situacionales, es decir, de las condiciones políticas, sociales y económicas
tanto internacionales como domésticas, sobre el desarrollo del proceso polí-
tico de una sociedad siempre está mediatizado por el comportamiento y de-
sempeño de los sujetos políticos.
Se trata, entonces, de sopesar históricamente el desempeño situado y
condicionado de los sujetos en la vida política de una sociedad. El contexto
social y político en el que se sitúan y actúan históricamente los agentes que
protagonizan la vida política está conformado por prácticas e interacciones
estructuradas regularmente en una dimensión espacio-temporal más extendi-
da que aquélla correspondiente a la cotidianeidad de la vida social y política
de esos actores. Pero son estos agentes los que producen y reproducen, de

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Elementos de Ciencia Política

alguna manera, a través de sus prácticas e interacciones, de sus intereses


y preferencias, de sus orientaciones e interpretaciones, las características y
tendencias del sistema político y social. Vale decir, en todo proceso históri-
co, el comportamiento y las interacciones protagonizadas por los actores y
las condiciones y propiedades situacionales de los sistemas políticos y so-
ciales configuran dos instancias interrelacionadas y que se presuponen mu-
tuamente. He aquí, pues, un punto central del enfoque aquí seguido.
Por su parte, no creo que esta perspectiva sea original. Al contrario, creo
que es, más bien, antigua. Fue el propio Maquiavelo, primer pensador moder-
no, quien –para envidia de más de un teórico social posmoderno– sostuvo a
principio del siglo XVI que “para que nuestra libre voluntad no quede anulada,
pienso que puede ser cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de las ac-
ciones nuestras, pero la otra mitad, o casi, nos es dejada, incluso por ella, a
nuestro control”. Conjugando magníficamente el peso que tienen, de un lado,
las acciones de los sujetos y, del otro lado, las condiciones histórico-situa-
cionales en la constitución de lo social o de lo político, Maquiavelo sostuvo
que “prospera aquél que armoniza su modo de proceder con la condición de
los tiempos y [...], paralelamente, decae aquél cuya conducta entra en contra-
dicción con ello”. El “príncipe” o, digamos, el sujeto político es virtuoso si es
capaz de interpretar apropiadamente “la condición de los tiempos”, esto es,
las condiciones históricas en las que se sitúa, y si es competente para ac-
tuar en sintonía en ese contexto o, dicho de otro modo, si transforma ese
contexto en “oportunidad”.
Desde entonces, el tipo de relación articulada entre el sujeto y la socie-
dad, o entre la acción y la estructura, configuró, de algún modo, uno de los
ejes del pensamiento social y político moderno. La modernidad supuso el
ocaso de aquellas interpretaciones que le adjudicaban a Dios, al cosmos o
a la naturaleza la constitución del mundo social y político. En consecuencia,
si Dios no constituye lo social, es decir, si el hombre es el hacedor de la so-
ciedad, ¿cómo y en qué condiciones lo es? Este interrogante atravesó ínte-
gramente la modernidad y llega a nuestros días.
Así, pues, plantear la autonomía de la política y, en su marco, la autono-
mía del sujeto político, significa dar una respuesta concreta a ese interrogan-
te. Significa secuestrar la sociedad de los análisis e investigaciones acerca
de las prácticas políticas y, en mi opinión, esta deficiencia está en la base
de la crisis que, según observo, signa a la ciencia política en nuestro país.
No es posible practicar la ciencia política en forma integral –aun tratándose
del estudio de temas o problemáticas concretas y puntuales– sin una inter-
locución con otras ciencias sociales, o sea, sin la utilización y el auxilio de
un conjunto de valiosos instrumentos –enfoques, teorías, conceptos, estu-
dios o conclusiones– pertenecientes a otras disciplinas sociales, en particu-
lar, a la sociología y a la teoría social.
Ésta es, pues, la impronta que guía gran parte de la sistemática de la po-
lítica y de la ciencia política que se ensaya en este texto. Algunos dirán que
se trata de una sociología política; otros de una politología sociologista. No
es, en fin, importante atender a esos eventuales etiquetamientos. Lo impor-
tante es procurar un tipo de abordaje y una comprensión integral de la vida
política de nuestras sociedades sin caer en coyunturalismos intrascendentes
que no puedan dar cuenta de la complejidad de lo social y lo político, y de ha-
cerlo sin ortodoxias ni estereotipos disciplinares más que aquéllos que sur-
jan de la relevancia del tema a ser analizado e investigado y de la pertinencia

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Universidad Virtual de Quilmes

científica y crítica del conocimiento producido. Gianfranco Pasquino destaca


apropiadamente que la diversidad y pluralidad de perspectivas, visiones, teo-
rías y enfoques en la ciencia política contemporánea constituyen un “elemen-
to de riqueza” que permite el debate intelectual y la proliferación de investiga-
ciones, la adquisición de nuevos datos y la elaboración de nuevas hipótesis e
interpretaciones sobre los fenómenos políticos. Invito a que esa pluralidad y
diversidad no se limite al ámbito exclusivo de la ciencia política sino al de las
ciencias del hombre. Si ello es así, no hay lugar para las unilateralidades de
enfoques o corporativas.
Pues bien, el presente texto no constituye un manual tradicional, ya sea
por su dimensión –que es acotada– como por su contenido –que es gene-
ral–. Los temas que componen sus seis capítulos no son tratados intentan-
do dar cuenta o exponiendo enciclopédicamente los principales aportes exis-
tentes en el ámbito de la ciencia política tradicional acerca de los mismos.
Para ello, sugiero la lectura de los numerosos y excelentes manuales de la
disciplina que han sido editados recientemente, algunos de los cuales figu-
ran aquí como bibliografía tanto obligatoria como complementaria. En este
trabajo, los diferentes temas son abordados conforme un “corte” o hilo inter-
pretativo propio, que es expuesto a través de un conjunto de autores –no to-
dos politólogos, por cierto– de los que me valgo para desenvolver la sistemá-
tica científica y política ya mencionada. Hablo a través de ellos porque creo
que constituyen pensadores clave para entender a la política y a la actividad
intelectual encargada de su tratamiento científico.
En esta línea, el presente texto consta de tres partes. En la primera par-
te, se hace una presentación histórico-conceptual de la ciencia política como
disciplina científica. Seguidamente, en la segunda parte se expone una siste-
mática de la política entendida como aquella esfera particular de la vida so-
cial referida a la producción y reproducción de las formas y los medios de la
dominación, esto es, de las estructuras de gobierno de esa sociedad. Y, fi-
nalmente, en la tercera parte, se aborda las cuestiones referidas a la demo-
cracia y las democratizaciones, asuntos en torno de los cuales se desarrolla
en la actualidad gran parte de la ciencia política.

Objetivos generales

a) Abordar y analizar a la ciencia política como disciplina científica orientada


a la descripción e interpretación sistemática de la política.
b) Analizar y adiestrarse en el manejo de algunos elementos centrales de
una sistemática de la política en tanto esfera específica de la vida social.
c) Abordar a la democracia y a los procesos de democratización como temá-
ticas relevantes de la ciencia política contemporánea.

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1

La ciencia política

1.1. La ciencia política

La ciencia política o politología es la disciplina científica social que tiene


como objeto de estudio a la práctica política en una sociedad. Norberto Bob-
bio indica que el concepto ciencia política puede ser usado en un sentido am-
plio para hacer referencia a “cualquier estudio de los fenómenos y estructuras
políticas, conducido con sistematicidad y con rigor, apoyado en un amplio y
agudo examen de los hechos, expuestos con argumentos racionales”. En este
sentido, la ciencia política se circunscribe a toda expresión del pensamiento
o estudio que fuese metódico y fundado acerca de los hechos, actividades o
procesos denominados políticos. Pero Bobbio también señala que aquel con-
cepto puede ser utilizado en un sentido restringido para denotar estudios de
carácter estrictamente científicos empíricos.

“Ciencia política en sentido estricto y técnico designa a la “ciencia


empírica de la política”, o a la “ciencia de la política” conducida según la
metodología de la ciencia empírica más desarrollada, como en el caso de
física, de la biología, etc. Cuando hoy se habla de desarrollo de la ciencia
política se hace referencia a las tentativas orientadas, con mayor o menor
éxito pero que intentan obtener una gradual acumulación de resultados, a
promover el estudio de la política hasta alcanzar el nivel de la ciencia em-
pírica (rigurosamente entendida).”
Bobbio, Norberto, “Ciencia política”, en: Bobbio, Norberto, Matteuc-
ci, Nicola y Pasquino, Gianfranco, Diccionario de política, Siglo Vein-
tiuno Editores, México, 1993, tomo I, p. 218.

Para evitar ciertas imprecisiones conceptuales, se podría denominar al


primer tipo de abordaje general como pensamiento o estudios políticos y re-
servar el concepto de ciencia política para aquellos abordajes estrictamente
científicos de la política.
Pues bien, bajo esta perspectiva, la ciencia política configura un saber
orientado a describir e interpretar la realidad política, más que a prescribir lo
que “debe ser” en el marco de estudios deontológicos, lo que, en verdad, es
objeto de la filosofía política.
Es también Bobbio quien establece una clara distinción entre estas dos
formas de abordaje de la política. La ciencia política configura una modalidad
de investigación de la vida política que debe satisfacer tres condiciones bá-
sicas, a saber, “a) el principio de verificación o de falsificación como criterio
de la aceptabilidad de sus resultados; b) el uso de técnicas de la razón que
permitan dar una explicación causal en sentido fuerte o débil del episodio in-
vestigado; c) la abstención o la abstinencia de los juicios de valor”. La filosofía

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Universidad Virtual de Quilmes

política, por su parte, comprende tres tipos de indagaciones, esto es, “a) de
la mejor forma de gobierno o de la perfecta república; b) del fundamento del
Estado o del poder político, con la consiguiente justificación (o injustificación)
de la obligación política; c) de la esencia de la categoría del político, o de la po-
liticidad, con la prevalente polémica sobre la diferencia entre ética y política”.

“La filosofía política como búsqueda del fundamento último del poder,
no explica el fenómeno del poder, sino que trata de justificarlo, operación
que tiene por meta calificar un comportamiento como lícito o ilícito, lo que
no se puede hacer sin recurrir a valores; como búsqueda de la esencia de la
política se sustrae de toda verificación o falsificación empírica, puesto que
lo que se denomina pretenciosamente esencia de la política, es el resultado
de una definición nominal y, como tal, no es ni verdadera ni falsa.”
Bobbio, Norberto, Estado, gobierno, sociedad. Contribución a una teoría
general de la política, Plaza & Janes Editores, Barcelona, 1987, pp. 59 y 60.

Por su parte, la conformación y evolución histórica de la ciencia política


configura una realidad compleja, tanto desde el punto de vista conceptual y
teórico como desde la propia labor científica al respecto. Gianfranco Pasqui-
no nos recuerda que dicha complejidad responde básicamente a dos razo-
nes. Por un lado, la historia de la ciencia política y la de los politólogos se
entrelaza con las de otras disciplinas y campos del conocimiento como la fi-
losofía política y social, la historia de las doctrinas e ideas políticas, el dere-
cho constitucional, la sociología y la sociología política, en particular. Por el
otro lado, la evolución de la ciencia política ha estado directamente vincula-
da tanto a la definición y redefinición de su objeto de estudio, esto es, la po-
lítica, como a las sucesivas reformulaciones llevadas a cabo en el plano del
método científico (Pasquino, 1995).
En un sentido general, la historia de la ciencia política es también el re-
flejo del desarrollo de un extendido camino iniciado con Aristóteles, reforza-
do por Maquiavelo y los contractualistas y que desembocó en la conforma-
ción de la disciplina abocada a los estudios científicos de la política. Como
se verá seguidamente, el desenvolvimiento del pensamiento político occiden-
tal en gran medida giró en torno tanto de la delimitación de su propio objeto
como de los problemas y dilemas metodológicos que se fueron sucediendo
en el campo del conocimiento científico y del pensamiento especulativo. Su
despliegue histórico expresó continuamente los avatares ontológicos y meto-
dológicos que se fueron dando en la intersección entre política y ciencia, en-
tre poder y especulación filosófica.
En este sentido, según Miquel Caminal Badia, en la “prehistoria de la cien-
cia política” hubo dos rupturas esenciales, a saber, (i) la que diferenció y se-
paró al pensamiento político clásico, propiamente filosófico y teológico, del
pensamiento político moderno iniciado con Maquiavelo y que tomó al poder y
al Estado como objeto de sus reflexiones independientemente de sus funda-
mentos morales; y (ii) aquélla que, dentro del marco de la etapa moderna, di-
ferenció y separó al pensamiento político de la ciencia política propiamente
dicha. Este último quiebre, además, estuvo básicamente condicionado por el
contexto social y político en el que se produjo a fines del siglo pasado y co-
mienzos de éste, escenario que estuvo signado por la separación entre

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Elementos de Ciencia Política

Estado y ciencia y, más específicamente, por la democratización de aquél


bajo la égida del liberalismo político occidental, como claramente lo seña-
la el citado autor.

“El pensamiento político adquiere autonomía en la medida que se des-


prende de su condicionante filosófico y teológico. La política ya no for-
ma parte de la filosofía, de la teología o, incluso, de la moral. Se hace in-
dependiente en la medida que la sociedad moderna se fundamenta en la
laicidad y la individualidad, y se organiza fundándose en el principio de
la razón [...]. La politología, al igual que la economía y la sociología, no
nace y se desarrolla como ciencia hasta que no consigue acotar su objeto
y, en cierta medida, distanciarse del Estado [...]. La aparición y desarro-
llo de la politología como ciencia social se ha producido en mayor medi-
da cuando el Estado liberal ha avanzado hacia formas liberal-democráti-
cas. La razón es muy simple: la política, y su análisis como objeto de es-
tudio, tiene un carácter radicalmente distinto cuando la inmensa mayoría
de sus miembros están formalmente excluidos de toda acción política y,
por supuesto, no se les reconoce opinión en relación al gobierno [...]. En
la medida que aparecen y se amplían las libertades positivas la política se
hace presente en la sociedad civil. Se reconoce y se regula su existencia.
El Estado ya no es la única institución pública porque las libertades pú-
blicas extienden el ámbito de la política al conjunto de la sociedad. Los
partidos políticos y el sufragio universal constituyen la máxima expresión
de este cambio que creará las condiciones materiales para la delimitación
de un campo de investigación que desborda el mundo del Estado para in-
troducirse en la sociedad civil. La democratización del Estado liberal crea
las siguientes condiciones para el nacimiento y desarrollo de la ciencia
política: 1) la ampliación del derecho de participación política y el reco-
nocimiento del sufragio universal masculino con independencia de la
condición social; 2) el reconocimiento del pluralismo político y de la po-
sibilidad de impulsar, canalizar y organizar concepciones políticas distin-
tas con igual legitimidad para acceder al gobierno del Estado; 3) la inte-
gración de las clases sociales en el sistema político poniendo fin a la ex-
clusión política de la clase obrera; 4) la configuración del Estado como
sistema político cuyos actores fundamentales son los partidos políticos.
El poder, el Estado o, incluso, el gobierno ya no ocupan todo el espacio
del análisis político y ceden una parte del mismo a la organización y fun-
cionamiento del sistema político, que cobrará mayor importancia en el
transcurso del tiempo y en relación directa al proceso de democratiza-
ción. Cuando la política ya no es actividad exclusiva de unos pocos,
cuando se generaliza y se hace anónima en decisiones tan trascendentes
como la elección de los gobernantes, surge la necesidad de estudiarla de
manera distinta: haciendo uso, como en la sociología y la economía, del
método empírico y las técnicas estadísticas. No se trata ya de preguntar-
se solamente sobre el gobierno justo, ni de proponer o explicar teorías
normativas generales sobre el Estado y el gobierno, sino de estudiar, tam-
bién, el proceso político, las instituciones, la administración y el sistema
político como un conjunto cohesionado.”
Caminal Badia, Miquel, “La política como ciencia”, en: Caminal Badia,
Miquel (coord.), Manual de ciencia política, Tecnos, Madrid, 1996, pp. 21-23.

Estas reflexiones nos coloca frente a dos cuestiones fundamentales pa-


ra la ciencia política, esto es, su objeto y su desarrollo como ciencia empíri-
ca. Vayamos a ello.

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Universidad Virtual de Quilmes

1.2. El objeto de la ciencia política

El pensamiento político y la ciencia política, en tanto campos específicos del


pensamiento crítico y del conocimiento científico, han resultado de un largo y si-
nuoso percurso de construcción histórica y de significación sociocultural. Sheldon
Wolin resalta el carácter sociohistórico de la política y, en particular, del saber fi-
losófico acerca de la política, lo que cabe hacer extensivo a la ciencia política:

“Si aceptamos que un campo de indagación es, en importante medi-


Wolin, Sheldon, Po- da, producto de una definición, el campo de la política puede ser de-
lítica y perspectiva.
Continuidad y cambio en el finido como un ámbito cuyos límites han sido establecidos a lo largo
pensamiento político occi- de siglos de discusión política. Así como los perfiles de otros campos
dental, Amorrortu Editores,
Buenos Aires, 1993, p. 14.
se han modificado, también los límites de lo político han sido cam-
biante, abarcando a veces más, a veces menos, de la vida y el pensa-
miento humanos [...]. Quisiera insistir [...] en que el campo de la polí-
tica es y ha sido, en un sentido decisivo y radical, un producto de la
creación humana. Ni la designación de ciertas actividades y ordena-
mientos como políticos, ni nuestra manera característica de pensar
en ellos, ni los conceptos con que comunicamos nuestras observacio-
nes y reacciones, se hallan inscritos en la naturaleza de las cosas, si-
no que son el legado de la actividad histórica de los filósofos políticos.”

En un sentido general, la ciencia política es el resultado de un conjunto de


contribuciones, análisis y reflexiones acerca de los fenómenos políticos bási-
camente desenvueltos en el mundo moderno occidental. Desde la antigüedad
griega hasta la actualidad, ha existido una enorme variabilidad de aportes y de
perspectivas que contribuyeron a conformar el campo de los estudios políticos
y, particularmente, de la ciencia política. Estas contribuciones históricas fueron
definiendo y redefiniendo permanentemente los límites y el sentido de ese
campo epistémico y de la política misma. Sin embargo, ello no significa que se
ha denominado o calificado de “político” a cualquier fenómeno social, ni que
los fenómenos designados como “políticos” hayan sido –y sean– linealmente
“creados” por los analistas, teóricos y filósofos políticos cuando describen y ex-
plican las prácticas políticas o bien cuando les atribuyen algún significado a las
mismas. Es decir, en tanto prácticas sociales, las actividades políticas desen-
vueltas en una sociedad, así como la institucionalidad que surge de ellas y que
se recrean a través de ellas, existen y se reproducen al margen de que los ana-
listas, teóricos y filósofos las estudien o le atribuyan algún sentido. Ese con-
junto de prácticas políticas institucionalizadas configura la base empírica e his-
tórica de los estudios políticos y, pese a la diversidad de perspectivas con que
los fenómenos políticos fueron abordados por dichos estudios, éstos, de algu-
na manera, han estado regularmente referidos al poder.

“Los modos de adquisición y utilización del poder, su concentración y


distribución, su origen y la legitimidad de su ejercicio, su misma defini-
ción en cuanto poder político ha sido el centro de todos los análisis políti-
cos desde Aristóteles, precisamente, hasta Maquiavelo, de Max Weber a
los politólogos contemporáneos.”
Pasquino, Gianfranco, “Naturaleza y evolución...”, op.cit., p. 16

16
Elementos de Ciencia Política

Wolin, en este mismo sentido, amplía el significado de la política e indica


que ésta designa básicamente a las actividades, interacciones e instituciones
relacionadas con el ejercicio del gobierno de una sociedad en su conjunto. Su
descripción resulta, por cierto, interesante a la hora de delimitar el objeto
cualificado de los estudios políticos y, en particular, de la ciencia política:

“El sistema de instituciones políticas de una sociedad representa


un ordenamiento de poder y autoridad. En algún punto del siste-
ma, se reconoce que ciertas instituciones poseen autoridad para
tomar decisiones aplicables a toda la comunidad. Como es natu-
ral, el ejercicio de esta función atrae la atención de grupos e indi-
viduos que intuyen que las decisiones adoptadas influirán en sus
intereses y objetivos. Cuando esta toma de conciencia cobra la
forma de una acción dirigida hacia las instituciones políticas, las
actividades pasan a ser ‘políticas’ y a integrar la naturaleza políti-
ca. La iniciativa puede partir de las instituciones mismas, o de los
hombres que la manejan. Una decisión pública –encaminada, por
ejemplo, a controlar la fabricación de tejidos o a prohibir la difu-
sión de ciertas doctrinas– tiene el efecto de conectar estas activi-
dades con el orden político y convertirlas, al menos en parte, en
fenómenos políticos. Aunque podrían darse múltiples ejemplos
acerca del modo en que las actividades humanas se vuelven ‘po-
líticas’, lo principal es la función ‘relacionante’ que cumplen las
instituciones políticas. Por medio de las decisiones que adoptan y
ponen en práctica los funcionarios públicos, se reúnen actividades
dispersas, se las dota de una coherencia nueva y se moldea su
curso futuro de acuerdo con criterios ‘públicos’. De este modo, las
instituciones políticas agregan otras dimensiones a la naturaleza
política. Sirven para definir, por así decirlo, el ‘espacio político’ o
lugar donde se relacionan las fuerzas tensionales de la sociedad,
como en un tribunal, una legislatura, una audiencia administrati-
va o el congreso de un partido político. También sirven para defi-
nir el ‘tiempo político’, o período dentro del cual tiene lugar la de-
cisión, la resolución o el acuerdo. Los ordenamientos políticos pro-
porcionan así un marco dentro del cual se vinculan espacial y
temporalmente las actividades de individuos y grupos...”
(Wolin, 1993)

De algún modo, esta delimitación genérica del objeto básico de los estu-
dios políticos da cuenta del núcleo central de la política en cuanto práctica
social. No obstante, en las distintas expresiones politológicas más reciente-
mente, se ha ponderado a la política como un conjunto de prácticas sociales
desenvueltas en una enorme diversidad de aspectos y áreas de la vida co-
lectiva, y que no se restringen exclusivamente a aquellas actividades directa-
mente vinculadas a las acciones y relaciones desarrolladas en el interior de
las instituciones gubernamentales de un país. Su especificidad está dada
por las relaciones de poder y dominación estructuradas en torno de los cir-
cuitos de gobierno de todo tipo de asociación o agrupamiento social, englo-
bando por cierto mucho más que aquello limitado a las instituciones de la
administración pública.

17
Universidad Virtual de Quilmes

“La política no está separada de la actividad y de la vida colectiva. Por el


contrario, comprende todas las actividades de cooperación y de conflicto, den-
tro de la sociedad y entre ellas, allí donde la especie humana organiza el uso,
producción y distribución de los recursos humanos, naturales y de otro tipo en
el proceso de producción y reproducción de su vida social y tecnológica.”
Leftwich, A., “On the Politics of Politics”, en: What is de Politics?,
Basil Blackwell, Oxford, 1984, pp. 64, 65 (citado en Stoker, Gerry, “In-
troducción”, en: Marsh, David y Stoker, Gerry (eds.), Teoría y métodos
de la ciencia política, Alianza Editorial, Madrid, 1997, p. 17).

Como se dijo, esta orientación es expresiva del enfoque temático global


que ha venido primando en la ciencia política durante los últimos años y ella
ha conllevado un relativo alejamiento de aquellas perspectivas que interpre-
taban a la política como una actividad exclusivamente reducida a las institu-
ciones públicas. En este nuevo enfoque se tiende adoptar una definición de
política más abarcativa y dinámica, que no niega la centralidad de los fenó-
menos del poder y del gobierno, pero que entiende que estos fenómenos no
se reducen al ámbito de las instituciones públicas sino que se desenvuelven
a lo largo del espacio social, desde la familia hasta el Estado, desde los
agrupamientos vecinales hasta las corporaciones gremiales y empresariales
y desde los partidos políticos hasta la administración pública. Todos estos
ámbitos conforman una compleja trama de relaciones de poder que tiene ex-
presión en las instituciones políticas y gubernamentales, al mismo tiempo
que éstas influyen sobre aquélla. De este modo, la definición de política se
amplía dejando de identificar a la ciencia política exclusivamente con el es-
tudio del gobierno y de los asuntos públicos para centrarse en lo que Left-
wich denomina “política de la vida cotidiana”.
Como lo expresa Gerry Stoker, otros autores consideran válido esta am-
pliación de la definición de la política como una práctica social específica pe-
ro ratifican la centralidad que mantiene en la política el gobierno administra-
tivo de una sociedad, en particular, bajo las diferentes modalidades de orga-
nización estatal. Por cierto, abrevando las nuevas contribuciones aportadas
por la sociología política, ya no tiende a considerarse al Estado solamente
desde su composición normativa-institucional, sino como una compleja tra-
ma de interacciones sociales cotidiana y regularmente vinculada con la so-
ciedad civil y como una “clase específica de asociación política”. Bajo esta
perspectiva, entonces, se coloca al Estado como eje de la actividad política,
pero ésta no se desenvuelve apenas, ni principalmente, en torno del apara-
to burocrático o del andamiaje legal del mismo; sino más bien en el lugar en
donde interaccionan el Estado y la sociedad.
En suma, de una u otra manera, el poder, el gobierno, las instituciones po-
líticas, el Estado, los agrupamientos sociales y políticos, la política cotidiana
han marcado y marcan los límites de la política como práctica social especí-
fica y como objeto de la ciencia política.

1.3. La politología como ciencia empírica y social

La politología es una ciencia. Ahora bien, ¿Qué es una ciencia? La ciencia


es una actividad destinada a generar una serie de conocimientos acerca de

18
Elementos de Ciencia Política

algún objeto natural o social a través de la utilización sistemáticas de un con-


junto de teorías, hipótesis, métodos y técnicas de investigación que orientan y
sirven de medios para el abordaje cognoscitivo de dicha realidad. El conoci-
miento producido a través de la actividad científica es válido en la medida en
que se halla empírica y lógicamente fundado, es decir, en tanto dicho conoci-
miento se asienta sobre la base de un conjunto de evidencias empíricas y
sus argumentaciones guardan una relativa correspondencia lógica, conforme
los criterios establecidos por la crítica de la comunidad científica. En este
sentido, Anthony Giddens nos brinda una amplia definición de ciencia exal-
tando el hecho de configurar una actividad humana particular:
“La ciencia es el uso de métodos sistemáticos de investigación, pensamien-
to teórico y examen lógico de argumentos para desarrollar un cuerpo de cono-
cimiento sobre un objeto particular. El trabajo científico depende de una mez-
cla de pensamiento osadamente innovador y de la disposición y el control de
la evidencia para apoyar o desechar hipótesis o teorías. La información y las
ideas acumuladas durante el estudio y el debate científicos son siempre, has-
ta cierto punto, tentativas: abiertas a la revisión, o incluso a ser descartadas
totalmente, a la luz de nuevas pruebas o argumentos.”
Por su parte, la ciencia, en tanto actividad humana y como muchas otras
actividades desarrolladas por el hombre, está sujeta, por cierto, a una serie
de cambios y contingencias histórico-culturales. Una de las metas principa-
les de la ciencia es la producción de conocimientos, pero dicha producción
se inscribe dentro de un proceso de construcción social en cuyo marco las
modalidades de generación y de desarrollo de ese conocimiento, así como
los basamentos de validación del mismo, varían conforme el contexto de sig-
nificación histórico-cultural en el cual tales modalidades y basamentos se
han desenvuelto y legitimado. Ello indica, a su vez, que no hay un tipo o pa-
rámetro universal de ciencia, sino que sus métodos, técnicas, estrategias y
formas de justificación han sido diversas conforme el paradigma y el contex-
to cultural en el que se inscribió tal labor.
Ahora bien, si la actividad científica se inscribe dentro de un proceso de
construcción social desarrollado en el contexto de determinados marcos his-
tóricos, estos marcos condicionan, de alguna manera, su percurso, los pro-
blemas a ser abordados e indagados y también las estrategias seguidas pa-
ra su análisis y evaluación.

“Se entiende a las ciencias como prácticas sociales en activo; por con-
siguiente, están sujetas al impacto de factores económicos, políticos e
ideológicos, tanto como cualquier práctica social. Una peculiaridad de las
prácticas científicas es que producen discursos cuya pretensión de conoci-
miento cree tener un status especial, en cuanto que es científico. En esta
medida, la pregunta ‘¿qué es el conocimiento científico?’ sólo puede con-
testarse tomando en cuenta el lugar de las prácticas científicas presentes
en una determinada sociedad, es decir, sus relaciones con las prácticas
económicas, políticas, etcétera.”
Olivé, León, Estado, legitimación y crisis, Siglo XXI, México, 1985, p. 17.

Como toda actividad social, la ciencia es llevada a cabo por agentes so-
ciales, es decir, los científicos, que realizan sus labores profesionales moti-
vados por diversos intereses y aspiraciones, pero orientados, en general,

19
Universidad Virtual de Quilmes

hacia la generación de conocimientos básicos acerca del mundo natural y


social, ya sea para su comprensión o bien para su transformación.

“Curiosidad y necesidad son los motivos esenciales subyacentes en la


investigación humana. O intentemos comprender el mundo que nos rodea
en aras del conocimiento, o intentamos comprenderlo para poder proteger
o mejorar la situación que nos depara. En cualquier caso, nuestro conoci-
miento conlleva a menudo, al menos potencialmente, la aceptación de
ciertos modos de perfeccionar las cosas que descubrimos. En otras pala-
bras, cuando más sabemos sobre nuestro entorno social y físico, mejor
pertrechados estamos para actuar sobre él. Y esto se aplica tanto a nuestro
conocimiento de la política como al de otras materias. La clave para com-
prender y modificar nuestro entorno político es, expresado de la manera
más simple, conocerlo mejor.”
Manheim, J y Rich, C., Análisis político empírico. Métodos de inves-
tigación en ciencia política, Editorial Alianza, Madrid, 1988, p. 15.

La actividad científica y, en particular, la investigación científica constituye


una “manera de conocer”; no configura el único modo de conocimiento huma-
no sino, más bien, una modalidad particular signada, según Manheim y Rich,
por su carácter explícito, sistemático y controlado que ofrece la posibilidad de
“conocer la realidad y evaluar los modos de conocerla” y “perfeccionar nues-
tros medios de investigación”, es decir, constituye un “modo de conocimiento
autocorrector en continuo desarrollo”.

[...] la investigación científica es explícita, sistemática y controlada. Es


explícita por cuanto todas las reglas para definir y examinar la realidad es-
tán claramente establecidas. Nada permanece oculto y nada se cree a ojos
cerrados. Es sistemática, esto es, cada elemento de prueba está vinculado
a otro por la razón o la observación. No se toleran explicaciones ad hoc ni
se permiten negligencias de método. Es controlada porque los fenómenos
que se analizan, en la medida de lo posible, son observados de manera tan
rigurosa como el estado de los conocimientos permite. Tan sólo se llega a
conclusiones generalizadas después de una evaluación pormenorizada y
cuidadosa, y es lema la precaución (en el amplio sentido de prestar cuida-
do y atención al detalle). Y por todas sus limitaciones, o precisamente a
causa de ella, la investigación científica abre a los versados en sus proce-
dimientos un nuevo horizonte de comprensión de la realidad. Por esta ra-
zón, se aplica el método científico al estudio de la política.
Ibid, pp. 17-18

Pues bien, la ciencia política es una ciencia empírica y social porque tie-
ne como objeto de estudio la realidad política de una sociedad, es decir, las
prácticas y procesos políticos desenvueltos en un determinado contexto his-
tórico-social. Siguiendo los parámetros de cientificidad desenvueltos oportu-
namente por Max Weber, debe decirse que, en tanto “ciencias de la realidad”,
las ciencias sociales –y, entre ellas, la ciencia política– están perfiladas ha-
cia el conocimiento de “lo que es” y no de “lo que debe ser”. Como lo reco-
noce el citado pensador alemán, las ciencias sociales se originaron como
una respuesta a los problemas prácticos existentes en el mundo político y

20
Elementos de Ciencia Política

social, y estuvieron estimuladas por el interés de sus exponentes en llevar a


cabo acciones tendientes a producir cambios en ese mundo. Sin embargo,
la tarea de estas disciplinas empíricas no consiste en “proporcionar normas
e ideales obligatorios, de los cuales puedan derivarse preceptos para la prác-
tica” sino, en todo caso, dar cuenta de ellos, analizar los fenómenos socia-
les, identificar las regularidades que signan las prácticas sociales, en suma,
describir e interpretar el complejo mundo social.

“Una ciencia empírica no puede enseñar a nadie qué debe hacer sino
únicamente qué puede hacer y, en ciertas circunstancias, qué quiere. Es
verdad que, en el campo de nuestras ciencias, las cosmovisiones persona-
les se introducen de continuo también en la argumentación científica; la
perturban siempre, y dejan traslucir su gravitación de maneras distinta,
aun en el campo del establecimiento de simples conexiones causales entre
los hechos, con el resultado, en cada caso, de aumentar o disminuir las
chances de los ideales personales, a saber: la posibilidad de querer algo de-
terminado [...]. Es verdad que precisamente aquellos elementos más ínti-
mos de la ‘personalidad’, los juicios de valor últimos y supremos que de-
terminan nuestra acción y confieren sentido y significado a nuestra vida,
son percibidos por nosotros como algo ‘objetivamente’ válido. Podemos
sostenerlos solamente cuando se presentan como válidos, como derivados
de los valores supremos de nuestra vida y, por lo tanto, cuando se desarro-
llan en lucha contra los obstáculos de ésta [...]. Sólo en el supuesto de la
fe en valores tiene sentido el intento de sostener desde fuera juicios de va-
lor. No obstante, enjuiciar la validez de tales valores es asunto de la fe, y,
junto a ella, quizá tarea de una consideración e interpretación especulati-
va de la vida y del mundo con respecto a su sentido; con seguridad, no es
objeto de una ciencia empírica [...].”
Weber, Max, “La «objetividad» cognoscitiva de la ciencia social y de
la política social”, en: Weber, Max, Ensayos sobre metodología socioló-
gica, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1993, p. 44.

He aquí una clara distinción entre los juicios de valor, propios del universo de
la “fe”, y los juicios de hechos, propios del saber científico de la realidad social.
Una disciplina científica como cualquiera de las ciencias sociales no está en con-
diciones de establecer y justificar científicamente ideales que determinen lo que
“debe ser” pero sí lo que “es” y eventualmente lo que “deviene”, ya que dicha dis-
ciplina es una “ciencia de la realidad”. No obstante, esa “realidad” se le presen-
ta al hombre como una “multiplicidad infinita de procesos” imposible de ser abor-
dada integralmente por el hombre, es decir, una realidad que es inconmensura-
ble al conocimiento humano. Éste apenas puede analizar un aspecto particular
de esa realidad. La ciencia social se interesa, entonces, por la realidad social o,
en palabras del propio Weber, por “la configuración real y, por lo tanto, individual
de la vida social que nos circunda, considerada en sus conexiones universales, mas
no por ello, naturalmente, de índole menos individual”, pero sólo puede dar cuen-
ta de la descripción y comprensión de una “parte finita” de la misma.

“Tan pronto como tratamos de reflexionar sobre la manera en que se


nos presenta inmediatamente, la vida nos ofrece una multiplicidad infinita
de procesos que surgen y desaparecen, sucesiva y simultáneamente, tanto

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«dentro» como «fuera» de nosotros mismos. Y la infinitud absoluta de es-


ta multiplicidad para nada disminuye, en su dimensión intensiva, cuando
consideramos aisladamente un objeto singular […], tan pronto como pro-
curamos con seriedad describirlo de manera exhaustiva en todos sus com-
ponentes individuales; tal infinitud subsiste todavía más, como es obvio, si
intentamos comprenderlo en su condicionamiento causal. Cualquier cono-
cimiento conceptual de la realidad infinita por la mente humana finita des-
cansa en el supuesto tácito de que sólo una parte finita de esta realidad
constituye el objeto de la investigación científica, parte que debe ser la úni-
ca «esencial» en el sentido de que «merece ser conocida».” (Weber, 1993)

En general, este planteo refleja el pensamiento nietzscheniano con rela-


ción al conocimiento humano, tan influyente en determinados círculos filosó-
ficos y científicos a fines del siglo pasado y comienzos del presente. Dicha
perspectiva era radicalmente opuesta a toda forma esencialista o determi-
nista de considerar la realidad en general y asentaba un marcado activismo
humano en la construcción del conocimiento.

“No debemos cosificar equivocadamente «causa» y «efecto», como lo


hacen los investigadores de la naturaleza (y quien, como ellos, naturaliza
hoy en el pensar-) en conformidad con el dominante cretinismo mecani-
cista, el cual deja que la causa presione y empuje hasta que «produce el
efecto»; debemos servirnos precisamente de la «causa», del «efecto» na-
da más que como de conceptos puros, es decir, ficciones convencionales,
confines de designación, de entendimiento, pero no de aclaración. En lo
«en sí» no hay «lazos causales», ni «necesidad», ni «no-libertad psicoló-
gica», allí no sigue «el efecto de la causa», allí no gobierna «ley» ningu-
na. Nosotros somos los únicos que hemos inventado las causas, la suce-
sión, la reciprocidad, la relatividad, la coacción, el número, la ley, la liber-
tad, el motivo, la finalidad; y siempre que a este mundo de signos lo intro-
ducimos ficticiamente y lo entremezclamos, como si fuera un «en sí», en
las cosas, continuamos actuando de igual manera que hemos actuado
siempre, a saber, de manera mitológica.”
Nietzsche, Friedrich, Más allá del bien y del mal, Alianza editorial,
Buenos Aires, 1993, p. 43.

De este modo, y retornando a Weber, el conocimiento científico de la reali-


dad social deviene de un proceso de selectividad de aquello que será el obje-
to de análisis –descripción y comprensión– de la ciencia social, operación que
resulta del interés y de la significación cultural que el analista le otorga a la
porción de la realidad social que será analíticamente abordada. Esa selectivi-
dad se traduce, a su vez, en la elaboración de un conjunto de conceptos bási-
cos a través de los cuales se produce un “ordenamiento conceptual de la rea-
lidad”, realidad, por cierto infinita frente a la finitud del conocimiento humano,
aun del científico, y de los conceptos utilizados para abordarla parcialmente.
Dichos conceptos, que se convierten entonces en las herramientas básicas
del conocimiento humano, se conforman a partir de los presupuestos o juicios
de valor que guían la indagación científica de una parcela de la compleja rea-
lidad social, parcela cuya significación plena sólo puede ser atribuida –y com-
prendida– dentro del marco de aquellos presupuestos. El objetivo de la cien-
cia social está dado tanto por la “significación cultural” de los hechos históri-

22
Elementos de Ciencia Política

cos y sociales seleccionados como objeto de indagación como por la “explica-


ción causal” de su origen histórico. Pero entendiendo que el significado cultu-
ral de ese hecho y la explicación causal del mismo resultará de la imputación
efectuada conceptualmente por el científico, ya que ningún hecho histórico y
social deriva o tiene entidad a partir de un conjunto de relaciones lógicas ne-
cesarias entre sí. Es decir, los fenómenos sociales no pueden entendidos co-
mo productos “deducidos” de determinada constelación de procesos o he-
chos. La realidad social posee un carácter “indeterminado” ya que, en sí mis-
ma, “no proporciona ningún punto de vista específico desde el cual se pueda
echar luz sobre la significación de determinados elementos de la cultura” o de
lo social. En consecuencia, aquella significación y explicación causal no es
más que el resultado de un valor y de conexiones imputadas o atribuidas, co-
mo dice Nietzsche, “con fines de designación”, por el investigador, por el suje-
to que conoce, cuya validez científica reside centralmente en la coherencia ló-
gica del planteo y en la referencialidad empírica efectuada.

“Jamás puede concebirse como exhaustiva aun la descripción del seg-


mento más ínfimo de la realidad. El número y la índole de las causas que
determinaron cualquier evento individual son siempre infinitos, y nada
hay en las cosas mismas que indique qué parte de ella debe ser considera-
da. El único resultado de cualquier intento serio de conocer la realidad
«sin presupuestos» sería un caos de «juicios de existencia» acerca de in-
numerables percepciones particulares. Pero aun tal resultado sólo es posi-
ble en apariencia, ya que cada percepción aislada, en cuanto se la conside-
ra con mayor atención, muestra infinitos elementos que jamás pueden ser
expresados de manera exhaustiva en juicios de percepción. Lo único que
introduce orden en este caos es la circunstancia de que, en cada caso, só-
lo una parte de la realidad individual reviste para nosotros interés y signi-
ficación, porque únicamente ella muestra relación con las ideas de valor
culturales con las cuales abordamos la realidad. Sólo determinados aspec-
tos de los fenómenos individuales, siempre infinitamente múltiples –es de-
cir, aquéllos a los cuales atribuimos significación cultural general–, son
por lo tanto, dignos de ser conocidos, y sólo ellos son objeto de explica-
ción causal. Ésta, a su vez, denuncia el mismo fenómeno: un regreso cau-
sal exhaustivo desde cualquier fenómeno concreto en su realidad plena, no
sólo es imposible en la práctica, sino sencillamente disparatado. Sólo de-
terminamos aquellas causas a las cuales son imputables, en el caso indivi-
dual, los componentes «esenciales» del acontecimiento. En cuanto se tra-
ta de la individualidad de un fenómeno, la pregunta por la causa no inquie-
re por leyes sino por conexiones causales concretas; no pregunta bajo qué
fórmula ha de subsumirse el fenómeno como espécimen, sino cuál es la
constelación individual a la que debe imputarse en cuento resultado; es
una cuestión de imputación. Siempre que entra en consideración la expli-
cación causal de un «fenómeno de la cultura» –o de un «individuo histó-
rico» […]–, el conocimiento de leyes de la causación no puede ser el fin
de la investigación sino solo un medio. Nos facilita y posibilita la imputa-
ción causal de los componentes de los fenómenos, culturalmente signifi-
cativos en su individualidad, a sus causas concretas. En la medida que
cumpla eso, pero sólo en esa medida, es valioso para nuestro conocimien-
to de conexiones individuales. Y cuanto más «generales», es decir, cuanto
más abstractas sean las leyes, tanto menos pueden contribuir a la imputa-
ción causal de fenómenos individuales y, por vía indirecta, a la compren-
sión de la significación de procesos culturales.”
Weber, Max, “La «objetividad» cognoscitiva…”, op.cit. pp. 67 y 68.

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En este sentido, los estudios científicos de los procesos sociales –y polí-


ticos– son exclusivamente concebibles sobre la base de las “ideas de valor”
que posee el analista y a través de la cual aborda significativamente la reali-
dad social. Por ello, todo conocimiento parte siempre desde “puntos de vis-
tas específicamente particulares”. Estos puntos de vista o “concepciones”
configuran los principios de selección de los aspectos relevantes y singula-
res a ser analizados científicamente y de la significación que se darán a los
hechos. De ellos surge el “esquema conceptual” que se utilizará en toda in-
vestigación científica, todo lo cual muestra la importancia de los conceptos
en la construcción del conocimiento. Ahora bien, en la perspectiva weberia-
na, esos conceptos son el resultado de un proceso de “construcción ideal”,
es decir, “presenta el carácter de una utopía obtenida mediante el realce con-
ceptual de ciertos elementos de la realidad”. Dichos conceptos típico-ideales
“ilustran” y hacen comprensible un tipo de conexión “ideal” que se comprue-
ba o se supone que existe en la realidad.

“Respecto de la investigación, el concepto típico-ideal pretende guiar


el juicio de imputación: no es una «hipótesis», pero quiere señalar una
orientación a la formación de hipótesis. No constituye una exposición de
la realidad, pero quiere proporcionar medios de expresión unívocos para
representarla. Consiste, pues, en la «idea» de la organización moderna de
la sociedad, históricamente dada, [...] idea elaborada por nosotros [...]. En
este caso, no se forma el concepto [...] como un promedio de los princi-
pios [...] existentes de hecho en la totalidad [de la realidad social], sino,
antes bien, como un tipo ideal. Se los obtiene mediante el realce unilate-
ral de uno o de varios puntos de vista y la reunión de una multitud de fe-
nómenos singulares, difusos y discretos, que se presentan en mayor medi-
da en unas partes que en otras o que aparecen de manera esporádica, fenó-
menos que encajan en aquellos puntos de vista, escogidos unilateralmen-
te, en un marco conceptual en sí unitario. Este, en su pureza conceptual,
es inhallable empíricamente en la realidad: es una utopía que plantea a la
labor historiográfica la tarea de comprobar, en cada caso singular, en qué
medida la realidad se acerca o se aleja de ese cuadro ideal.”
(Weber, 1993)

De este modo, Weber indica que con los tipos-ideales, los científicos in-
tentan aprehender individuos históricos y aspectos singulares a través de
conceptos genéricos, siempre con la intención de ordenar conceptualmente la
compleja realidad social a los efectos de describirla e interpretarla. La labor
científica consiste justamente en eso, es decir, en describir e interpretar la
realidad social. Y, ante la inconmensurabilidad de la realidad social al cono-
cimiento humano, dicha labor solamente puede emprenderse a través de las
herramientas que Weber denomina conceptos típico-ideales. Pero debe distin-
guirse claramente a estos conceptos, que son construcciones metodológicas,
de la historia, es decir, de la propia realidad social. En toda investigación
científica, esas construcciones son el medio a través del cual el investigador
efectúa la “imputación válida” de un “proceso histórico a sus causas reales”,
siempre dentro de las posibilidades que brinda el conjunto de intereses cog-
noscitivos del investigador, el estado de sus conocimientos acerca de esa
realidad y la estructura conceptual con que cuenta en cada caso. De este
modo, los sistemas conceptuales configuran el único medio para captar los

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Elementos de Ciencia Política

aspectos o elementos significativos de la realidad social, la que, dada su “in-


finitud” ante el conocimiento humano “finito”, nunca podrá ser abordada en
toda su complejidad.
Así, el progreso científico no es más que un proceso permanente de pro-
ducción y reproducción conceptual que resulta de la contraposición entre el
andamiaje conceptual utilizado para abordar la realidad empírica y “aquéllos
que queremos y podemos obtener a partir de la realidad un nuevo conoci-
miento”, pero cuya significación es de carácter cultural, es decir, está dada
por el conjunto de problemas y conceptos disponibles y validados en una
determinada situación cultural, todo lo cual ratifica a la ciencia como una
práctica social.

“La historia de las ciencias de la vida social es y sigue siendo, por lo


tanto, una alternancia continua entre el intento de ordenar conceptualmen-
te los hechos a través de la formación de conceptos, la resolución de los
cuadros conceptuales así obtenidos mediante la ampliación y el desplaza-
miento del horizonte de la ciencia, y la formación de nuevos conceptos so-
bre las bases así transformadas. Esto no indica, por cierto, que el ensayo
de construir sistemas conceptuales sea en general erróneo, pues cualquier
ciencia, aun la historia meramente descriptiva, colabora con los conceptos
disponibles en su época; expresa, así, la circunstancia de que en las cien-
cias de la cultura humana la formación de conceptos depende del plantea-
miento de los problemas, y que éste varía junto con el contenido de la cul-
tura. La relación entre los conceptos y lo conceptuado lleva consigo, en las
ciencias culturales, la transitoriedad de tales síntesis. Los grandes intentos
de construcción conceptual han obtenido por regla general su valor en el
campo de nuestra ciencia en cuanto han puesto de relieve el carácter limi-
tado de la importancia de los puntos de vista que estaban en su base. Los
mayores progresos en el campo de las ciencias sociales se ligan de hecho
con el desplazamiento de los problemas culturales prácticos y cobran la
forma de una crítica de la formación de conceptos.”
(Weber, 1993)

En consecuencia, la ciencia “ordena” su materia en los conceptos que uti-


liza y se expresa a través de ellos en el marco de una operación que surge
de la elaboración de regularidades empíricas, la formación de hipótesis y la
posterior verificación empírica de éstas. La objetividad del saber que surge
de esta labor reside justamente en el hecho de que la realidad social, signa-
da por una multiplicidad infinita de su acaecer, se ordena conceptualmente a
partir de categorías que son subjetivas en la medida que representan los pre-
supuestos de nuestros conocimientos. Para Weber, “conceptos y juicios no
son la realidad empírica, ni la copian, pero permiten ordenarla conceptualmen-
te de manera válida”. Esos conceptos y juicios surgen de ideas de valor que,
en tanto elementos subjetivos de cualquier acción social, son comprobables
empíricamente pero no son fundamentables a partir de materiales empíricos.

“La «objetividad» del conocimiento de las ciencias sociales depende […]


de esto: que lo empíricamente dado se oriente de continuo con relación a
aquellas ideas de valor, las únicas que le prestan valor cognoscitivo; que, en
su significación, sea comprendido a partir de ellas, pero que jamás sea con-
vertido en pedestal para la prueba, imposible empíricamente, de la validez de

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aquéllas. Y la fe, presente en alguna forma en todos nosotros, en la validez


supraempírica de la idea de valor últimas y supremas, de las que tomamos el
sentido de nuestra existencia, no excluye sino incluye la incesante mutabili-
dad de los puntos de vista concretos desde los cuales la realidad empírica re-
cibe un significado: la vida en su realidad irracional y en su contenido de sig-
nificaciones posibles es inagotable; por ello, la configuración concreta de la
relación de valor permanentemente fluctuante, sometida al cambio en el os-
curo futuro de la cultura humana. La luz que bota de aquellas ideas de valor
supremas cae sobre una parte finita, siempre cambiante, de la inmensa co-
rriente caótica de los acontecimientos, que fluye a lo largo del tiempo. Todo
ello no significa que la tarea propia de la ciencia social consista en una caza
continua de nuevos puntos de vista y construcciones conceptuales. Por lo
contrario, nada debiera destacarse más que la afirmación de que servir al co-
nocimiento de la significación cultural de conexiones históricas concretas es
la meta la única y exclusiva, a la cual, junto con otros medios, también con-
tribuye la labor de formación y crítica de conceptos.” (Ibid., p. 100)

Todo lo expresado, en suma, da cuenta del carácter sustantivo de la activi-


dad científica en la vida moderna y también apuntala su carácter de práctica so-
cial solamente validada en el contexto hitórico-cultural en el cual se desarrolla.

1.4. El pensamiento político moderno y el surgimiento de la ciencia


política a fines del siglo XIX

La mayoría de los estudiosos coinciden en que la problematización siste-


mática y rigurosa sobre los fenómenos políticos comienza en la antigua Gre-
cia, especialmente a partir de las reflexiones sobre la crisis de las institucio-
nes y sobre los asuntos de la polis.
Desde un punto de vista etimológico, el vocablo “política” tiene su origen
en la antigua Grecia, derivado de las palabras polis, politeia y politiké. El con-
cepto de polis identificaba a la ciudad-estado, al recinto urbano y sus alrede-
dores. La polis era una comunidad autosuficiente y soberana en la que pri-
maba la total igualdad política de los ciudadanos, igualdad que se expresa-
ba tanto en la isonomía, es decir, la igualdad de los ciudadanos ante la ley,
como en la isegoría, o sea, el derecho de participar y expresarse en la Asam-
blea. Por su parte, la demos, según Tucídides, era autónomo porque se regía
por sus propias leyes; era autodiktos en tanto que era jurisdiccionalmente in-
dependiente; y era autoteles, dado que se gobernaba a sí mismo. Del men-
cionado concepto de demos derivó otro término fundamental en el estudio
sobre la política que es el de democracia, designando una forma de gobier-
no en la cual las decisiones políticas son tomadas por el pueblo. Demokra-
tia proviene del griego demos (pueblo) y kratia (gobierno) y, unidos, significa
el gobierno del pueblo, teniendo claramente presente que en la antigua Gre-
cia el pueblo lo constituía solamente la ciudadanía conformada solamente
por los hombres adultos y libres, excluyéndose de la misma a las mujeres,
los extranjeros y los esclavos. Por su parte, el término politeia hacía referen-
cia a la Constitución, a los órdenes institucionales de la polis, a su régimen
político. La expresión ta politica era un plural neutro de politicos, aquellas co-
sas cívicas que hacían al funcionamiento y a las características de la polis;
lo que en la actualidad denominaríamos cosas públicas. Y, finalmente, la pa-
labra politike se la entendía como la techne o el arte de la política.

26
Elementos de Ciencia Política

Pues bien, fueron los griegos los que delimitaron un área de la vida huma-
na a la que llamaron “política” y la abordaron a partir de la reflexión filosófica.
Ello se produjo cuando la naturaleza comenzó a ser abordada como algo com-
prensible para el intelecto humano, algo que podía ser explicado racionalmen-
te, en forma independiente de lo sobrenatural. Así, quedó abierta la posibili-
dad de que los fenómenos tanto naturales como sociales y políticos fuesen
abordados racionalmente, aunque, la filosofía política surgió cuando se esta-
bleció una clara distinción entre la naturaleza física y la sociedad.
Si bien en Sócrates ya había una incipiente distinción entre los problemas
humanos y la naturaleza, fueron, en verdad, los sofistas del siglo V a. C. los
primeros en interpretar a la política como una instancia diferente de la natu-
raleza. Antifón diferenció al ordenamiento político delimitado por las normas
legales vigentes en la polis de la naturaleza. Mientras que “las normas lega-
les son creadas por convenio y no producidas por la naturaleza”, con “las le-
yes de la naturaleza” ocurre lo contrario (Wolin, 1993). Éste constituyó un mo-
mento clave para la conformación del mundo de la política. Según Wolin, el
mundo de la naturaleza era “un orden al que [el hombre] no podía moldear ni
cambiar”, pero frente al mundo de la política “el hombre podía ser un arqui-
tecto del orden”, pues dicho orden “era accesible al arte humano”.
En este marco, y preguntándose por la entidad del mundo político, su cog-
noscitividad y su constitución, surge la filosofía política platónica y aristotéli-
ca. Platón delineó una concepción acerca de la naturaleza de lo político asen-
tada en la convicción de que constituía una dimensión diferente y específica
de otros aspectos de la vida. La política era “el arte de la custodia responsa-
ble de toda una comunidad” y la sociedad política era un sistema de funcio-
nes interrelacionadas, una estructura ordenada, un todo coherente. Pero di-
cho sistema no era independiente del orden moral sino que, por el contrario,
formaba parte del universo moral, del universo aprehensible a través de la fi-
losofía. Es por ello que Platón expresó con mucho énfasis la necesidad de
que el poder político, el gobierno de la polis fuese ejercido por los filósofos
o sobre la base de la filosofía. “La raza humana no verá mejores días hasta
que el linaje de quienes siguen correcta y genuinamente la filosofía obtengan
autoridad política, o hasta que los miembros de la clase que posee el control
político sean conducidos, por algún favor de la Providencia, a convertirse en
verdaderos filósofos”, decía. Ello acarrearía definitivamente la necesaria rege-
neración moral y estabilidad política. De este modo, el orden político era ple-
namente abordable por la razón humana y susceptible de ser moldeado por
el arte humano, pero dicho abordaje debía hacerse sobre la base de la pres-
cripción de “la excelencia perfecta y la verdad absoluta”, lo que era un atribu-
to de la filosofía.
Aristóteles, discípulo de Platón, abandonó la distinción ideal platónica entre
el gobierno activo de los filósofos y la comunidad políticamente pasiva, y, en
cambio, entendió a la política sobre la base de la distinción básica entre los
ciudadanos, que eran los hombres libres que participaban de las deliberacio-
nes legislativas y judiciales, y quienes no lo eran, es decir, las mujeres, los ni-
ños y los esclavos. Para Aristóteles, ni el conocimiento ni la virtud eran atribu-
tos para ejercer el poder político. Éstos derivaban de la contribución y del es-
fuerzo que cada ciudadano diera a favor de los asuntos de la comunidad polí-
tica. Y la participación política del ciudadano estaba determinada por la natu-
raleza humana, dado que el hombre era un zoon politikón, esto es, una perso-
na que vive en comunidad y lleva a cabo una vida en y para la comunidad. La

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Universidad Virtual de Quilmes

polis en tanto asociación política se componía de diversas partes y entre ellas


primaban diferentes posiciones, intereses y objetivos. Sin embargo, los actos
mediante los cuales los ciudadanos participaban de la vida política contribuían
a la inclusividad y generalidad de las decisiones allí adoptadas, es decir, al ca-
rácter verdadero del juicio político seguido de ese modo, cuando ello era “pú-
blico”.
Así, tanto Platón como Aristóteles dieron comienzo a una tradición de pen-
samiento que se proyectó de alguna manera hasta nuestros días, marcando
una de las características centrales de la civilización occidental. Sin embar-
go, el derrumbe del mundo antiguo, el surgimiento de los grandes imperios y
posterior consolidación del orden medieval sirvieron de escenario para la re-
formulación del pensamiento político bajo la égida del cristianismo y de la he-
gemonía cultural de la Iglesia Católica. En ese contexto, los diferentes apor-
tes del pensamiento político clásico sufrieron un proceso de cristianización.
San Agustín elaboró una concepción neoplatónica del mundo y, más tarde,
Santo Tomás de Aquino retomó trazos fundamentales del pensamiento polí-
tico de Aristóteles. Ambos retomaron ejes y conceptos del pensamiento po-
lítico clásico y los incorporaron en sus obras con fines argumentales en fa-
vor del cristianismo. Dichas operaciones, lejos de negar o debilitar el conte-
nido político de aquellas tradiciones clásicas, las revitalizaron a través de
sus intentos por defender la causa de la Iglesia, el alcance y la legitimidad
divina y terrenal del poder papal, su relación con otros Estados políticos y
con sus súbditos. En ese sentido, las categorías teológicas se fueron politi-
zando paulatinamente y, de ese modo, se fue preparando el terreno para
que, durante el Renacimiento, el pensamiento político se emancipara de la
teología, de la filosofía y también de la moral.
Fue justamente Nicolás Maquiavelo quién comenzó a reflexionar acerca
de la política de forma autónoma de otras esferas de la vida del hombre, en
particular de las esferas religiosa, filosófica y moral, logrando diferenciar con-
ceptualmente el accionar político de aquellos aspectos de la vida social. Ello
dio origen a un proceso que desembocó en la conformación de las ciencias
sociales, cuya primera expresión moderna fue la “ciencia política” inaugura-
da por Maquiavelo.

“ Filosofías de la sociedad y doctrinas para poner en marcha procesos de


reformas aparecen en el remoto pasado humano, a menudo ligadas a espe-
culaciones religiosas y casi siempre referidas a los problemas de organiza-
ción de la sociedad y el poder. En el pensamiento occidental este proceso na-
ce con los griegos, para prolongarse sin mayores discontinuidades en la cul-
tura medieval. El punto de ruptura de esta tradición, que permitirá progresi-
vamente la constitución autónoma del conjunto de las hoy llamadas ciencias
sociales, se halla en el Renacimiento. El precursor conocido para este nue-
vo continente del conocimiento será Nicolás Maquiavelo (1469-1527), cu-
ya obra marca la liberación, para la reflexión sobre la política de sus condi-
cionantes teológicas o filosóficas. Lo que podríamos llamar ciencia política,
esto es, teoría del gobierno y de las relaciones entre el gobierno y la socie-
dad, es el primer campo secularizado del saber que habrá de irse constitu-
yendo dentro del orden más vasto de las ciencias sociales.”
Portantiero, Juan Carlos, “Introducción”, en: Portantiero, Juan Carlos,
La sociología clásica: Durkheim y Weber, CEAL, Buenos Aires, 1988, p. 9.

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Elementos de Ciencia Política

Maquiavelo fue la primer expresión de la teoría política “pura”, es decir, de


una modalidad de análisis e interpretación de los fenómenos políticos prescin-
diendo de valoraciones o formas de legitimación cognoscitivas ancladas en la
moral o en la teología. Además, fue una de las más significativas expresiones
de la “ruptura epistemológica” operada durante el Renacimiento y a partir de la
cual se adoptó un nuevo punto de vista acerca del hombre y de la sociedad.
Ésta y, en su interior, la organización política del Estado comenzaron a ser in-
terpretadas como un producto de las acciones humanas; el hombre pasó a ser
el protagonista y hacedor de la sociedad y de la historia, pudiendo moldear a
éstas según sus proyecciones, orientaciones, reflexividad e intereses. La so-
ciedad, en definitiva, dejó de ser entendida como un fenómeno natural o como
el resultado de los designios de Dios y pasó a ser considerada como un desig-
nio humano, como un efecto de las actividades innovadoras del hombre.
En este marco, Maquiavelo abordó la actividad política de forma realista Lectura
utilizando a la historia como referente empírico para sus afirmaciones. recomendada
Bulcourf, Pablo, “¿Qué en-
El objeto privilegiado de sus estudios, en particular, de las reflexiones con- tendemos por teoría políti-
tenidas en El Príncipe, giraron en torno de la conformación y consolidación ca?”, en: revista Postdata,
Buenos Aires, nro 1, 1996.
de los Estados; de las relaciones de poder y de la articulación de éstas con
relación al mantenimiento del Estado; y las competencias de los actores po-
líticos para intervenir en la actividad política, siempre entendiendo a ésta co-
mo el resultado del vínculo dinámico estructurado entre, por un lado, la virtú
de los actores políticos, es decir, la capacidad de éstos para entender las
condiciones situacionales, actuar en dicho marco y lograr los objetivos plan-
teados, y, por el otro, la fortuna dada por el conjunto de circunstancias his-
tóricas, sociales y políticas en cuyo contexto se desenvuelven las relaciones
de poder. En este sentido, Maquiavelo consignó una interpretación de la po-
lítica asentada en la interpretación de ésta como el resultado del accionar
de los actores políticos situados históricamente, superando magistralmente
todo tipo de impronta tanto determinista de la historia y de la sociedad co-
mo individualista, en cuyo marco se concibió a la sociedad como el producto
de la creación voluntaria y racional de los hombres.

“Ya sé que muchos han creído y creen que las cosas del mundo están
hasta tal punto gobernadas por la fortuna y por Dios, que los hombres con
su inteligencia no pueden modificarla ni siquiera remediarla; y por eso se
podía creer que no vale la pena esforzarse mucho en las cosas sino más
bien dejarse llevar por el destino [...]. No obstante, puesto que nuestro li-
bre albedrío no se ha extinguido, creo que quizás es verdad que la fortuna
es árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero que también es verdad que
nos deja gobernar la otra mitad, o casi, a nosotros. Y la comparo a uno de
esos ríos impetuosos que cuando se enfurecen inundan las llanuras, des-
trozan árboles y edificios, se llevan tierra de aquí para dejarla allá; todos
les huyen, todos ceden a su furia sin poder oponerles resistencia alguna. Y
aunque sean así, nada impide que los hombres, en tiempos de bonanza,
puedan tomar precauciones, o con diques o con márgenes, de manera que
en crecidas posteriores o bien siguieran por un canal o bien su ímpetu no
fuera ya ni tan desenfrenado ni tan peligroso. Lo mismo ocurre con la for-
tuna que demuestra su fuerza allí donde no hay una virtud preparada ca-
paz de resistírsele; y así dirige sus ímpetus hacia donde sabe que no se han
hecho ni márgenes ni diques que puedan contenerlos.”
Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, Tecnos, Madrid, 1998, pp. 102, 103.

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Universidad Virtual de Quilmes

A partir de entonces, se quiebra y pierde vigencia el entendimiento y la vi-


vencia de lo social y, en su interior, de lo político como una instancia natural-
mente determinada o resultante de una voluntad sobrenatural que, en defi-
nitiva, se le imponía al hombre como algo dado y en cuya regulación la inter-
vención humana era casi inexistente. Comienza a pensarse y a vivirse el
mundo social y político como una construcción humana, como un producto
cognoscitivo y práctico del hombre. Ello, por su parte, estuvo íntimamente li-
gado al surgimiento de dos procesos sociales característicos de la moderni-
dad, a saber, el surgimiento de los Estados centralizados y nacionalmente an-
clados y legitimados, y el desarrollo de la modalidad capitalista de organiza-
ción de la producción y del intercambio económico.
Este escenario histórico-social enmarcó, a su vez, el movimiento filosófi-
co de la Ilustración desenvuelto a fines del siglo XVII y durante el siglo XVIII
y asentado en la firme convicción de que “la mente humana puede aprehen-
der el universo y subordinarlo a las necesidades humanas”, es decir, asenta-
do en la primacía de la “razón humana” como única instancia capaz de abor-
dar cognoscitivamente el mundo natural y social y de construirlo y/o trans-
formarlo a su voluntad. La manifestación filosófico-política que contorneó y,
en algún sentido, expresó al Iluminismo fue, por cierto, el iusnaturalismo del
pensamiento clásico encarnado en Thomas Hobbes, John Locke, Jean-Jac-
ques Rousseau y otros. Como lo señaló Bobbio, esta corriente de pensa-
miento político se basó en la dicotomía establecida entre el “estado (o socie-
dad) de naturaleza”, por un lado, y el “Estado (o sociedad) civil”, por el otro. A
través de la noción de estado de naturaleza estos autores designaron un es-
tado no-social y no-político conformado por individuos singulares no asocia-
dos, libres, iguales unos con respecto a los otros y portadores de un conjun-
to de derechos naturales inalienables. El pasaje de este estado de naturale-
za al Estado civil fue entendido filosóficamente como el resultado de la deci-
sión racional y voluntaria de los individuos, quienes, ante la necesidad de po-
ner coto a ese estado pre-social y a ciertos peligros que se desenvolvían en
él y que vulneraban la integridad individual, transfirieron mediante un “contra-
to social” parte de su soberanía a un determinado Estado político-civil para
que éste pudiese establecer ciertas garantías de protección y seguridad in-
dividual a través de un conjunto de “leyes” que servían de marcos regulativos
comunes que nunca podrían violar las características fundamentales de la
naturaleza humana. La diferencias existentes entre estos autores eran signi-
ficativas, en particular aquellas referidas al estado de naturaleza –si era un
estado histórico o imaginario, pacífico o belicoso, de aislamiento individual o
incipientemente social–, al contrato social, –acerca del tipo de pacto y del ob-
jeto del mismo– y al Estado –si el poder soberano era absoluto o limitado,
resistible o irresistible, divisible o indivisible–. No obstante, en todos ellos,
el Estado y la sociedad civil resultaban del artificio voluntario del hombre, es
Lectura decir, del acuerdo que funcionaba como la instancia superadora del estado
recomendada de naturaleza y como la condición de posibilidad del Estado político, las le-
Bobbio, Norberto, Thomas yes y la sociedad civil. En definitiva, la vida política era producida por el hom-
Hobbes, Fondo de Cultura
Económica, México,1992, bre a través de un consenso de origen que surgía de una decisión individual,
cap. 1; Bobbio, Norberto, racional y voluntaria, es decir, “el principio de legitimación de la sociedad po-
“El modelo iusnaturalista”,
en: Bobbio, Norberto y Bo- lítica es exclusivamente el consenso”.
vero, Michelangelo, Socie- Pues bien, la primera crítica integral y abarcativa al modelo iusnaturalista
dad y Estado en la filosofía llegó durante las primeras décadas del siglo XIX de la mano del filósofo ale-
moderna, Fondo de Cultura
Económica, México, 1986. mán Georg Wilheim Friedrich Hegel, quien, al igual que aquellos pensadores,

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Elementos de Ciencia Política

también entendió al Estado como una entidad racional, pero criticó a éstos
porque delinearon una visión del Estado tal como debería ser y no tal como
era. Asimismo, la “sociedad civil” que los iusnaturalistas representaron par-
tiendo del estado de naturaleza no era, dentro de su perspectiva, el Estado
en su realidad propia, sino que era un momento en el desarrollo del “espíri-
tu objetivo” que tuvo su comienzo en la “familia” y culmina en el Estado pa-
sando por la sociedad civil. En el planteo hegeliano, ésta constituía una fa-
se del desarrollo histórico derivada de la disgregación del núcleo familiar y
que se reconstruía en el Estado en tanto “totalidad orgánica” o unidad sus-
tancial, es decir, no en tanto sumatoria de individuos o instancia jurídica de-
rivada de un contrato, sino en tanto unidad orgánica y sustancial de un pue-
blo. Además, Hegel, marcando el horizonte filosófico-conceptual del pensa-
miento social y político decimonónico, expuso estos lineamientos críticos so-
bre la base de una concepción de la historia basada en la consideración de
la razón como una cualidad determinante del desarrollo mismo. La razón no
era, como lo indicó el Iluminismo, una representación de la realidad o una
abstracción, sino que era la realidad misma, era una fuerza inmanente que
determinaba la estructura y el desarrollo del universo. Hegel dijo que “la ra-
zón rige el mundo” y, por lo tanto, “la historia universal ha transcurrido racio-
nalmente”. Y añadió que la “historia universal es la exposición del espíritu [ra-
zón], de cómo el espíritu labora para llegar a saber lo que es en sí”(Hegel,
1994). De este modo, para el pensador alemán, el proceso histórico no era
más que la manifestación del progresivo despliegue de la razón en las diver-
sas instituciones sociales y culturales, despliegue que se manifiesta en una
serie de épocas o etapas sucesivas cada una de las cuales expresaba una
fase particular y específica del desarrollo del “Espíritu Universal”, cuya expre-
sión individualizada se daba en una determinada “nación”. (Zeitlin, 1982)
Por cierto, si la “razón” configura la instancia determinante de la historia
y, en su marco, de la sociedad y del Estado, y si, al mismo tiempo, en pala-
bras del propio Hegel, dicha razón “descansa y tiene su fin en sí misma”, es-
to es, “se da la existencia y se explana por sí misma”, al hombre sólo le que-
da conocer, a través de la filosofía, “el fin de la razón” expresado en las dife-
rentes fases históricas de su despliegue, y participar de dicho desarrollo
“ayudando” a su desenvolvimiento pero sin posibilidad de producir y/o deter-
minar el percurso del mismo.

“La conservación de un pueblo o Estado y la conservación de las esfe-


ras ordenadas de su vida es un momento esencial en el curso de la histo-
ria. Y la actividad de los individuos consiste en tomar parte en la obra co-
mún y ayudar a producirla en sus especies particulares; tal es la conserva-
ción de la vida moral. Pero el otro momento consiste en que el espíritu de
un pueblo vea quebrantada su consistencia por haber llegado a su total de-
sarrollo y agotamiento; es la prosecución de la historia universal, del espí-
ritu universal [...]. Los grandes individuos en la historia universal son,
pues, los que aprehenden este contenido universal superior y hacen de él
su fin; son los que realizan el fin conforme al concepto superior del espí-
ritu. En este sentido hay que llamarlos héroes. No hallan su fin y su mi-
sión en el sistema tranquilo y ordenado, en el curso consagrado de las co-
sas. Su justificación no está en el estado existente, sino que otra es la fuen-
te de donde la toman. Tómanla del espíritu, del espíritu oculto, que llama
a la puerta del presente, del espíritu subterráneo, que no ha llegado aún a

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Universidad Virtual de Quilmes

la existencia actual y quiere surgir, del espíritu para quien el mundo es una
cáscara, que encierra distinto meollo del que le corresponde.”
Hegel, Georg Wilheim Friedrich, Lecciones sobre la filosofía de la
historia universal, Alianza Editorial, Madrid, 1994, introducción general.

De este modo, se configuró una perspectiva de impronta esencialista y de-


terminista más afín con los parámetros del pensamiento teológico-cristiano
acerca de la sociedad y la política que con el racionalismo iluminista y, por
cierto, sustancialmente crítico y contrario a aquella concepción individualista
que interpretó a la sociedad como el producto racional y voluntario de los in-
dividuos. Así, con ciertos matices distintivos pero siguiendo aquellos ejes ge-
nerales, los principales referentes del pensamiento social decimonónico, des-
de el positivismo saint-simoniano hasta el marxismo, asumieron como propios
los pilares conceptuales y filosóficos, y específicamente, el trazo esencialista
y determinista, de la perspectiva hegeliana de la historia. Para el conde de
Saint-Simon, la política debía orientarse al descubrimiento de las leyes inma-
nentes de la evolución de la sociedad desde el “régimen feudal” hasta el “ré-
gimen industrial”. Postuló el “gobierno de los industriales” como hecho natural
y necesario para dirigir la sociedad moderna basada en la industria. Este ré-
gimen era entendido, además, como la etapa superior de un tipo de desarro-
llo social necesario e independiente de la voluntad de los hombres. Por su par-
te, en cuanto a la noción de devenir histórico y la conformación social, algo
análogo planteó Carlos Marx, para quien el Estado, el sistema jurídico, la con-
ciencia y la actividad política no eran más que el “reflejo” de las fuerzas pro-
ductivas materiales, de las relaciones de producción y de las luchas entabla-
das entre las clases sociales que componen la sociedad, la que evoluciona-
ba según diferentes etapas históricas “necesarias”. El mundo de la producción
y de las relaciones sociales era entendido como la “base” sobre la que se le-
vantaba el mundo de la política y, en ese contexto, el Estado, eje del escena-
rio político, era interpretado como el instrumento político, jurídico y militar de
las clases dominantes –de la burguesía en el capitalismo– a través del cual
éstas perpetuaban su dominio particularista sobre el conjunto de la sociedad.
De todos modos, el tono crítico que Marx tuvo respecto de la concepción idea-
lista de la historia de Hegel no consiguió ocultar que el “materialismo históri-
co” marxista encontró su sustento filosófico en aquella concepción hegeliana,
conservando, aun con contenido diverso, la impronta determinista de ésta.

“Tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado, no pueden


comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espí-
ritu humano, sino que, por el contrario, tienen sus raíces en las condicio-
nes materiales de vida, cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el ejemplo
de los ingleses y franceses del siglo XVIII [los iusnaturalistas], bajo el
nombre de “sociedad civil”, y que la anatomía de la sociedad civil hay que
buscarla en la economía política […]. En la producción social de sus vi-
das, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e indepen-
dientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una
determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El
conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica
de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura polí-
tica y jurídica y a la que corresponden determinadas formas de conciencia
social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso

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Elementos de Ciencia Política

de la vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia del


hombre la que determina su ser, sin, por el contrario, es su ser social el que
determina su conciencia.”
Marx, Carlos, “Prefacio”, en: Marx, Carlos, Contribución a la crítica
de la economía política, Editorial Ateneo, Buenos Aires, 1986, p. 7.

En otros estudios, Marx relativizó este determinismo simplista centrando


su atención analítica en las condiciones políticas de la época y en el rol es-
tratégico de los actores sociales intervinientes en el proceso político, llegan-
do incluso a plantear una perspectiva en la que la política y el Estado eran
abordados no como un mero reflejo de la actividad económica, sino como
instancias con rasgos propios y con cierta autonomía relativa con relación a
los determinantes materiales. Sin embargo, el sello esencialista que arras-
tró del hegelianismo hizo que el marxismo mantuviese una perspectiva pre-
dominantemente determinista y holística acerca del devenir histórico y del
desarrollo social y político futuro, aun para dar cuenta de la lucha de clases
durante el capitalismo. La inevitabilidad de determinado desarrollo social ha
marcado, pues, uno de los ejes estructurante del pensamiento marxista.

“Todas las sociedades anteriores [...] han descansado en el antagonis-


mo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase es
preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arras-
trar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidum-
bre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués lle-
gó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feu-
dal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso
de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condicio-
nes de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el paupe-
rismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es,
pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el
papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley re-
guladora, las condiciones de existencia de su clase [...]. La condición esen-
cial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumu-
lación de la riqueza en manos particulares, la formación y el acrecenta-
miento del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asa-
lariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competen-
cia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burgue-
sía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamien-
to de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revoluciona-
ria mediante la asociación. Así el desarrollo de la gran industria socava ba-
jo los pies de la burguesía las bases sobre la que ésta produce y se apropia
lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros.
Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables.”
Marx, Carlos y Engels, Federico, Manifiesto del Partido Comunista,
Editorial Catari, Buenos Aires, pp. 43 y 44.

Pues bien, simultáneamente con ello, en la Inglaterra, se fueron desarro-


llando los parámetros centrales de la teoría liberal-democrática, la que, en el
marco de una perspectiva utilitarista, fue inicialmente expuesta por pensado-
res como Jeremy Bentham, James Mill y, en particular, John Stuart Mill, quien
abordó la cuestión de la democracia liberal teniendo en cuenta la problemá-
tica abierta con los procesos revolucionarios desarrollados en 1848 y con la cre-
ciente organización y participación política de la clase obrera. En su conjunto,

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Universidad Virtual de Quilmes

proclamaron el sufragio democrático como una forma de protección de los


ciudadanos contra los eventuales abusos del gobierno, pero también, según
lo añadió John Stuart Mill, como una forma positiva de desarrollo pleno de
las facultades y capacidades individuales a través de la preservación perma-
nente de un conjunto de libertades individuales inalienables, tales como, en
primer término, la libertad de conciencia, es decir, la libertad de pensamien-
to y sentimiento sobre todas las esferas de la vida humana y, junto a ello; la
libertad de expresar y publicar las opiniones; en segundo lugar, la libertad de
determinar los propios fines y formas de obrar; y, finalmente, la libertad de
asociación y de reunión. Así, para Stuart Mill, en el marco de la conjunción
entre liberalismo y democracia, la política no sólo servía como medio de pro-
tección sino también, y principalmente, como ámbito de desenvolvimiento hu-
mano. Este último aporte, por cierto, signó la teoría y el pensamiento demo-
crático-liberal angloamericano hasta nuestro siglo.
En este contexto, hacia fines del siglo XIX e inicios del siglo XX comenzó
a desarrollarse en Italia un movimiento científico que pretendió rescatar la
concepción realista de los estudios políticos inaugurada por Maquiavelo du-
rante el Renacimiento. Estos autores, con un alto sentido crítico frente a los
cambios sociales imperantes y tomando distancia de las tradiciones demo-
crático-liberal y marxista dominantes en la época, intentaron estudiar la so-
ciedad centrándose en sus aspectos específicamente políticos. Gaetano
Mosca, Vilfredo Pareto y el alemán Robert Michels, también llamados “teó-
ricos de las elites”, fueron las principales figuras de este movimiento intelec-
tual. En su conjunto, el tono crítico de sus respectivas obras estuvo orien-
tado a contraponerse a las ideologías progresistas tanto democráticas co-
mo marxistas, mostrando que la historia y la vida política de las sociedades
resultan siempre del dominio constante que ejerce una pequeña minoría o
elite sobre la mayoría y de que dicho dominio deriva básicamente del hecho
de que tal minoría detenta la fuerza. Consideraron que la alternancia de las
minorías en el poder era el motor de la historia y que ello era una realidad
humana natural e inmutable. Rechazaron el igualitarismo –presente o futu-
ro– y también todo tipo de propuesta destinada a transformar la sociedad,
al mismo tiempo que señalaron que las luchas entre clases contrapuestas
eran siempre luchas entre las minorías que dirigían las organizaciones de
esas clases.
Entre estos pensadores, Gaetano Mosca adquirió una relevancia parti-
cular por tratarse del primer autor que postuló la necesidad de conformar
a los estudios políticos como una disciplina científica autónoma, preocupa-
do, por cierto, por el carácter vulgar que tenían aquéllos en su época. En
ese sentido, sus trabajos fueron considerados por muchos especialistas
como las primeras obras de la ciencia política en sentido estricto. Aún sin
utilizar el concepto “ciencia política”, emprendió un esfuerzo sistemático
por delinear el método y el objeto de los estudios científicos de la política.
Postuló a la comparación histórica como el método básico de esa discipli-
na y estableció que la finalidad de la misma era identificar las “leyes cons-
tantes” que regulan el nacimiento y la decadencia de los Estados y dar
cuenta de una “verdad indiscutible” de la política, es decir, aquélla de que
cualquier gobierno estaba regido por una minoría organizada a la que lla-
mó “clase política”.

34
Elementos de Ciencia Política

“Entre las tendencias y los hechos constantes que se encuentran en to-


dos los organismos políticos, aparece uno cuya evidencia se le impone fá-
cilmente a todo observador: en todas las sociedades, empezando por las
medianamente desarrolladas, que apenas han llegado a los preámbulos de
la civilización, hasta las más cultas y fuertes, existen dos clases de perso-
nas: la de los gobernantes y la de los gobernados. La primera, que es siem-
pre la menos numerosa, desempeña todas las funciones políticas, monopo-
liza el poder y disfruta de las ventajas que van unidas a él. En tanto, la se-
gunda, más numerosa, es dirigida y regulada por la primera de una mane-
ra más o menos legal, o bien de un modo, más o menos arbitrario y vio-
lento, y a ella le suministra, cuando menos aparentemente, los medios ma-
teriales de subsistencia y los indispensables para la vitalidad del organis-
mos político.”
Mosca, Gaetano, La clase política, Fondo de Cultura Económica, Mé-
xico, 1992.

Mosca fue, en definitiva, el primer cientista político moderno.

1.5. Enfoques y corrientes contemporáneas de la ciencia política

Desde un punto de vista institucional, la ciencia política comenzó a desen-


volverse como una disciplina académica a comienzos de este siglo en las
universidades de los Estados Unidos a través de la creación y el dictado de
numerosos cursos autónomos, la formación de una asociación profesional y
la creación posterior de los departamentos de ciencia política en la mayoría
de los centros superiores norteamericanos.
Este proceso se produjo en medio de un clima académico signado por la
fuerte vinculación existente entonces entre la teoría política empírica nortea-
mericana y la psicología experimental conductista de John Watson, quien sis-
tematizó en sus obras Behaviorism de 1912 y Psychology from the Standpoint
of a Behaviorist de 1919 los principales parámetros del conductismo ameri-
cano luego trasladado a los estudios políticos.
El behaviorismo o conductismo centró su análisis en los procesos de rea-
daptación de la conducta humana a los ambientes situacionales a través de
los mecanismos psicológicos de estímulo y respuesta. Adhirió al método cien-
tífico de corte positivista y, dado que la relación estímulo-respuesta era con-
siderada por este enfoque como observable empíricamente, postuló a la ex-
perimentación como la principal estrategias de investigación para dar cuenta
de dicha relación y, así, poder predecir y controlar las actividades humanas.
En 1908, con la publicación en los Estados Unidos de The government of
England de Abbot Lowell y de Process of Goverment de Arthur Bentley, se dio
comienzo a las investigaciones empíricas sobre los fenómenos políticos. En
ellos, ya se perfiló tempranamente una orientación conductista, la que no tar-
dó en convertirse en el principal enfoque teórico dentro de la naciente disci-
plina científica. Simultáneamente a estas obras, en 1906, también bajo la
égida del conductismo, comenzó a editarse la American Political Science Re-
view que guardó una continuidad ininterrumpida hasta nuestros días.
En el trabajo de Lowell, en el marco de una visión marcadamente funciona-
lista y pluralista, se interpretó al gobierno como el equivalente de un organis-
mo constituido por diferentes partes que emprenden acciones y reacciones

35
Universidad Virtual de Quilmes

unas sobre las otras y que constituyen, en su conjunto, un sistema orgánico


pluralista que debe ser abordado analíticamente como un todo. Benthley, por
su parte, interpreta pragmáticamente a la política centrándola en el análisis
de los grupos que, sobre la base de ciertos intereses específicos, interactúan
de modo pluralista y ejercen diversas formas de presión entre sí y sobre el go-
bierno. Esos vínculos conforman un sistema permanentemente readaptado y
equilibrado.
Con la publicación en 1925 de New Aspects of Polities de Charles Merriam
y su asunción en 1926 como presidente de la Asociación Americana de Cien-
cia Política, el conductismo se transformó definitivamente en el enfoque do-
minante de la ciencia política norteamericana. En dicho proceso fueron cla-
ves los aportes de politólogos como Harold Lasswell, David Truman y Gabriel
Almond, todos ellos miembros del Departamento de Ciencia Política de la
Universidad de Chicago, del que Merriam también era su director.
Los trabajos de Lasswell marcaron un punto de intersección entre el de-
sarrollo de la ciencia política y los estudios de la comunicación social, siem-
pre dentro de una perspectiva conductista. En 1927 publicó Propaganda
Technique in the World War en el que emprendió un pormenorizado análisis
de los principales temas de la propaganda política francesa, norteamerica-
na, inglesa y alemana entre los años 1914 y 1917. Asimismo, el problema
del voto fue para Lasswell un tema de investigación constante, dando lugar
en 1936 a la publicación de una de sus principales obras, es decir, Politics:
Who gets, What, When, How. Luego publicó, en 1948, Power and Personality,
trabajo centrado en el rol de los políticos frente al liderazgo, y que fue reto-
mado en su obra de 1965 World Revolutionary Elites. Studies in Coercive Ideo-
logical Movements, analizando allí el comportamiento de varias elites interna-
cionales. Asimismo, realizó un análisis cuantitativo del lenguaje del poder en
su obra Language of Politics, la cual fue ampliada en 1966 con la publicación
de The General Inquirer. Acomputer Approach to Content Analysis. Las preocu-
paciones de Lasswell y su equipo estuvieron guiadas por la consideración de
tres procesos que significaron, en su opinión, un cambio radical en las socie-
dades occidentales, tales como el advenimiento de la sociedad de masas, la
ampliación de la democratización con la incorporación del sufragio universal
y las campañas electorales y la utilización de los medios masivos de comu-
nicación social en la política.
En suma, como lo indica Julio Pinto, el conductismo marcó una significa-
tiva dinamización para la ciencia política a partir de su distanciamiento de “la
tradicional matriz jurídica, filosófica e histórica que hasta entonces la había
orientado”. El conductismo abandonó el estudio de las instituciones y estruc-
turas jurídicas por considerar que éstas no determinan las conductas políti-
cas. A la filosofía política, la tomó como un saber prescriptivo incompatible
con el quehacer descriptivo que debía mantener el conocimiento científico. Y
su rechazo de la historia se debió al énfasis puesto en el descubrimiento de
las uniformidades de los fenómenos singulares, su explicación y su posterior
predictibilidad.

“Abandonado el estudio de las instituciones, de las ideas que la susten-


tan y del marco histórico que les da sentido, el conductismo define como
objeto de la ciencia política el estudio de la personalidad y la actividad

36
Elementos de Ciencia Política

política del individuo […] El análisis político conductista busca detectar


las uniformidades existentes en los comportamientos políticos individua-
les, para luego expresarlas en generalizaciones que permiten plantear teo-
rías de valor explicativo y predictivo, en leyes de causalidad. Tanto esas
generalizaciones como las teorías que surgen de ellas deben ser el produc-
to de la observación empírica de lo político y no de deducciones especu-
lativas. Para garantizar la objetividad de esa observación empírica, la mis-
ma debe ser verificada mediante su confrontación con la realidad. Este
proceso cognitivo tiene como consecuencia obligada la necesidad de la
cuantificación: el científico político debe recurrir a la medición y cuanti-
ficación de sus relevamientos de datos, para de esta manera acrecentar es-
tadísticamente la precisión de las investigaciones y permitir la acumula-
ción de conocimientos.”
Pinto, Julio, “La ciencia política”, en: Pinto, Julio, Introducción a la
ciencia política, EUDEBA, Buenos Aires, 1997, pp. 26 y 28.

No obstante, el más dinámico impulso de esta perspectiva en la ciencia


política se produjo en los años ’50 y ’60 con la llamada “revolución conduc-
tista”. Este proceso supuso una importante reformulación teórica del conduc-
tismo producida a partir del intento por superar el exacerbado empirismo de
éste y por dotarlo de un marco teórico general. Ello se produjo sobre la ba-
se del aporte tomado de diversas corrientes teóricas, tales como la teoría ge-
neral de los sistemas ampliamente difundida en la biología y el estructural-
funcionalismo predominante en la sociología. En este esfuerzo fueron centra-
les los trabajos desarrollados por David Easton y Gabriel Almond.
Easton no sólo le imprime un nuevo impulso al enfoque conductista en
torno del concepto de “sistema político”, sino que, a partir de él, intenta cons-
truir una teoría general de la política que sirviera como marco teórico gene-
ral para el desarrollo de diversos estudios empíricos de la política. En 1953
publica The Political System y en esta obra, al igual que sus predecesores,
deja de lado las nociones de ley, institución y Estado y define a la política co-
mo “la asignación autoritativa de valores” producida en toda interacción so-
cial. Asimismo, en 1965 edita Esquema para el análisis político y System
Analysis of Political Life en los cuales completa el esquema analítico y con-
ceptual de su perspectiva conductista-sistémica de la política a través del
cual interpreta a ésta como un sistema de conducta. Además, en estas
obras, Easton incorpora a su enfoque el concepto de retroalimentación para
dar cuenta del equilibrio existente entre todo sistema político y su ambiente
social. El sistema político es el ámbito en el cual los “inputs” que recibe del
ambiente social en forma de demandas y apoyos se convierten en “outputs”
o decisiones, dado que existe un permanente flujo de intercambio entre in-
puts y outputs. La persistencia del sistema político se produce en la medida
que éste es capaz de llevar a cabo eficazmente la asignación autoritativa de
valores entre los miembros de una sociedad a través del proceso señalado.
El aporte de Easton fue apuntalado por otros pensadores como Karl
Deutsch, quien en 1963 publicó The Nerves of Governement. Models of politi-
cal communication and control, incorporando también la teoría sistémica y,
especialmente, el empleo de la cibernética en el estudio de los procesos de
comunicación política. En ese mismo sentido, también fue importante la la-
bor teórica llevada a cabo por Gabriel Almond y B. Powell, quienes en 1966
publicaron Comparative Politics: A Developmental Approach, obra en la que for-
mularon un esquema teórico-conceptual acerca del sistema político a partir

37
Universidad Virtual de Quilmes

del enfoque estructural-funcionalista, pretendiendo con ello construir una


teoría general de la política y, al mismo tiempo, brindar un marco analítico
que sirviera de guía para el desarrollo de la rama específica de la ciencia po-
lítica que era la política comparada.
Otra vertiente importante de renovación de los estudios conductistas pro-
vino de los aportes brindados por el pensamiento económico, en particular,
el de la economía neoclásica, proponiendo en el ámbito de la ciencia políti-
ca un enfoque individualista y racionalista de porte utilitarista a partir del cual
fuese posible interpretar a la política como el resultado de un conjunto de ac-
ciones e interacciones desarrolladas por individuos que orientan sus conduc-
tas sobre la base de un cálculo racional de la utilidad de dichas conductas y
que lo hacen en el marco de un contexto social autorregulado y, por ende,
sin ningún tipo de regulación estatal o institucional:

“Desde esta percepción de lo social, la misma racionalidad orien-


ta a la política. Es el libre intercambio entre los individuos, ajeno
a toda interferencia del Estado, los que permite la autorregulación
política de la sociedad. Este criterio le deja un papel muy reduci-
do a la acción gubernamental, cuya función queda reducida a la
preservación del orden en la sociedad. Dado que los individuos
son racionales, el libre e irrestricto ejercicio de sus libertades los
conducirá a la autorregulación política de la sociedad”
(Pinto, 1997)

El primer teórico que indicó la existencia de una analogía entre el mercado


político y el mercado económico en los términos señalados fue el economista
Joseph Schumpeter, cuya influencia en la teoría política contemporánea y, par-
ticularmente, en la teoría de la democracia fue relevante. En el marco de una
concepción elitista y economicista de la democracia, este autor la definió co-
mo un método de procedimientos para elección y sucesión de los ocupantes
de los roles de poder, o sea, un “sistema institucional para llegar a las decisio-
nes políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio
de una lucha de competencia por el voto del pueblo”. Estableció, en este sen-
tido, una analogía o asimilación entre mercado político y mercado económico
o, más precisamente, entre competencia política y competencia económica,
entre líder político y empresario, entre electores y consumidores.
En esta misma orientación, otro aporte significativo para la teoría política
norteamericana estuvo dado por la llamada teoría de la elección racional, cu-
yos más influyentes referentes fueron Anthony Downs y Mancur Olsen. En
1957, Downs publicó Teoría económica de la democracia, obra en la cual, en
el marco de una concepción de corte utilitarista, abordó las características del
comportamiento electoral e interpretó al voto de los ciudadanos como acción
política. Para Downs, lo que guía la acción política es el egoísmo individualis-
ta y no la solidaridad social o los valores culturales. Además, en su opinión,
el mercado y el gobierno, así como la intervención de los individuos en ambas
esferas, se rigen por la misma lógica, es decir, por una lógica determinada por
la persecución egoísta de los intereses individuales. Todos los actores indivi-
duales se comportan racionalmente y lo hacen procurando minimizar los re-
cursos escasos y maximizar los beneficios a ser conseguidos. En este marco,
los ciudadanos eligen a los gobiernos sobre la base de un cálculo racional de

38
Elementos de Ciencia Política

beneficios conforme sus intereses y el contraste permanente que efectúan


del comportamiento y las ofertas de los diferentes partidos. De esta forma, y
en sintonía con la visión schumpeteriana de la democracia, Downs planteó la
necesidad de integrar la teoría económica con la política en el marco de un
enfoque de equilibrio general articulado para explicar los fenómenos políticos.
Olson, por su parte, también desarrolló una teoría de la acción política de
carácter individualista y racional. En 1965, editó The Logic of Collective Action
en donde sostuvo que es el cálculo racional de los individuos es el que de-
termina la posibilidad o no de cooperar en una acción colectiva. Para este
autor, un bien público o colectivo no puede realizarse si no se logra un bene-
ficio específico para cada individuo, es decir, éstos no son proclives a parti-
cipar en acciones que no les ofrezcan la posibilidad de obtener beneficios
particulares. El razonamiento de los individuos es, así, de carácter utilitario,
pues actúan socialmente en términos egoístas y su contribución con la pro-
ducción de un bien público o colectivo deriva del cálculo efectivizado en fun-
ción de la obtención de ciertos beneficios.
Toda esta corriente economicista de la teoría política desembocó, a me-
diados de los ’60, en la denominada Escuela de Virginia, que se centró en el
análisis de los procesos de institucionalización política mediante el empleo
de modelos econométricos pertenecientes a la teoría de la elección pública
para explicar las diferentes opciones y elecciones políticas de los individuos.
En palabras de uno de los exponentes de esta escuela, Dennis Mueller, se
trató del “estudio económico del proceso de adopción de decisiones en un con-
texto ajeno al mercado o, simplemente, como la aplicación de la teoría econó-
mica a la ciencia política”. En 1962, James Buchanam –el principal referente
de esta escuela– y Gordon Tullock publican El cálculo del consenso. Funda-
mentación lógica de la democracia constitucional en el que exponen los prin-
cipales parámetros de la misma.
Los cuestionamientos a la concepción neopositivista de la ciencia que se
produjeron en el ámbito de la epistemología; la incapacidad de las teorías
sistémicas para dar cuenta y comprender algunos aspectos básicos de la ac-
tividad y de dominación política y del funcionamiento del aparto burocrático
estatal, y especialmente de la subjetividad política; la crisis general del Es-
tado del Bienestar y la imposibilidad teórico-conceptual del paradigma con-
ductista-sistémico de dar cuenta de ello; la dinamización de la filosofía polí-
tica bajo la égida de las visiones liberal-comunitaristas; el reflujo de las teo-
rías neo-marxistas, dirigenciales y neo-institucionalistas en la ciencia política
norteamericana, comenzaron a erosionar la hegemonía que dicho paradigma
detentó desde principios del siglo en la ciencia política del norte y le infrin-
Lectura
gieron a ésta nuevos horizontes teóricos-conceptuales. recomendada
Por su parte, el desarrollo de la ciencia política europea tuvo sus comien- Tonelli, Luis y Aznar, Luis,
“La ciencia política en el
zos en Inglaterra y en Francia a principios de siglo. A diferencia de lo aconte- fin de siglo. Aportes para
cido en los Estados Unidos, en Europa prevaleció un enfoque más institucio- (re)iniciar una discusión”,
nalista y juridicista en el estudio científicos de los fenómenos políticos. Al en: revista Sociedad, Facul-
tad de Ciencias Sociales,
compás de ello, también fue relevante el desenvolvimiento que tuvo la filoso- Universidad de Buenos Ai-
fía política como componente básico del pensamiento político occidental. res, Buenos Aires, nro. 3,
noviembre de 1993.
En 1888, el británico James Bryce publicó The American Commonwealth y
en 1921 Modern Democracies, significando ambas obras destacados apor-
tes al estudio empírico de los fenómenos políticos, siempre dentro de una
perspectiva de carácter jurídico-institucionalista.
Por otra parte, en Francia, en el ámbito de la ciencia política, se produjo

39
Universidad Virtual de Quilmes

un paulatino desplazamiento del estudio jurídico y normativista de las insti-


tuciones políticas hacia el análisis de los procesos políticos, las fuerzas polí-
ticas intervenientes y los factores ideológicos que orientan las acciones de
estos grupos. Este giro se expresó claramente en las obras de Georges Gur-
vitch y Georges Burdeau, quienes en 1932 y 1959 publicaron L´idée de droit
social y Méthode de la science politique, respectivamente. Por su parte, el es-
tudio de los grupos de presión, factores de poder y partidos políticos contó
con dos aportes fundamentales que resultaron pioneros en esta especiali-
dad, no sólo en el ámbito europeo, Les groupes de pressión en France publi-
cado en 1958 por Jean Meynaud y Les partis politiques editado en 1954 por
Maurice Duverger.
Asimismo, el análisis de las instituciones, tanto estatales como no-esta-
tales, fueron muy difundidos en Francia, formando un campo en común con
los aportes provenientes del derecho y, posteriormente, de la sociología de
las organizaciones y los estudios de la administración pública. La obra de
Georges Renard, La théorie de línstitution, essai dóntologie juridique publica-
da en 1930, sirvió como punto de partida para numerosos trabajos de inves-
tigaciones guiados por esta orientación. En ese sentido, también se destacó
el trabajo de Paul Roubier, Théorie générale du droit, publicado en 1946 y los
trabajos referidos al desarrollo de las instituciones de Roland Maspetiol, La
société politique et le drit, y de Pierre Timbal, Histoires des institutions et des
faits sociaux, ambos publicados en 1957.
En cuanto al estudio de las ideas políticas como núcleo central de la re-
flexión teórica, se destacaron tres obras fundamentales: el trabajo del in-
glés George Sabine, A History of Political Theories, publicada en 1936 y pos-
teriormente ampliada en 1951; y las obras de los franceses Jean Touchard
y Marcelo Prelot, ambas tituladas Histoire des idées politiques y publicadas
en 1959 y 1961 respectivamente. Esta preocupación por el estudio de la
historia de las ideas políticas fue profundizada y desembocó en los excelen-
tes trabajos realizados por Isaiah Berlin, entre los cuales se destacan los
ensayos elaborados entre 1955 y 1979, y posteriormente compilados y pu-
blicados en 1979 bajo el título de Against the Current. Essays in the History
of Ideas.
A partir de mediados de los años ´60, Europa recibió una fuerte influen-
cia de la ciencia política norteamericana, dando lugar a un importante movi-
miento dentro de la política comparada. En este sentido, se destacó el tra-
bajo sobre los orígenes sociales de los sistemas de partidos Party Systems
and Voter Alignmentes, elaborado magistralmente por el sueco Stein Rokkan
y el norteamericano Sygmour Lipset y publicado en 1969. También fue cen-
tral el estudio comparativo de los diferentes regímenes democráticos, Demo-
cracies publicado en 1984 por el holandés Arend Lijphart.
Entretanto, hacia los años ’50, la caída del fascismo italiano y la crecien-
te influencia de la ciencia política norteamericana dieron lugar a un significa-
tivo resurgimiento del pensamiento político italiano, y, en su marco, la cien-
cia política tuvo un despegue inusitado. Un referente central de este proce-
so fue Giovanni Sartori, quien desde 1958 comenzó a dirigir la primera cáte-
dra de ciencia política de la Universidad de Florencia y en 1971 fundó la Ri-
vista Italiana di Scienza Politica, que se convirtió rápidamente en un ámbito
fundamental de desarrollo de la política comparada.
Fue por entonces que otro de los principales referentes de este movimien-
to, Norberto Bobbio, estableció su clásica distinción entre ciencia política y

40
Elementos de Ciencia Política

filosofía política, como una forma de reafirmar la autonomía de la primera. En


1975, profundizó esta iniciativa y publicó junto con Nicolás Mateucci la pri-
mera versión del Diccionario de Política, en el que se definieron los principa-
les conceptos utilizados por la ciencia política contemporánea y en donde el
primero resaltó la sustantiva diferenciación que distingue a la ciencia políti-
ca del formalismo jurídico. Y, en 1984, Bobbio completa su posición cuando
publica una de sus principales obras El futuro de la democracia en la que
efectuó una frontal crítica contra las versiones racionalistas del conductismo
norteamericano tan difundidas en esa época y, a contramarcha de las visio-
nes utilitaristas y economicistas de la democracia, sostuvo que éstas sólo
pueden desarrollarse plenamente si las libertades políticas y económicas son
acompañadas por la equidad social.
En ese marco, durante los años ’70 y ’80, el centro de atención de la cien-
cia política italiana giró en torno, por un lado, de la política comparada y, por
el otro, de la democracia y su andamiaje institucional, destacándose al res-
pecto los trabajos de autores como Leonardo Morlino, Ángelo Panebianco,
Bobbio y el propio Sartori, quien ya en la década del ´60 publicó su clásica
obra The Theory of Democracy, posteriormente revisada.
También fue importante para la ciencia política europea la influencia reci-
bida del debate epistemológico protagonizado durante los años ’70 por los
filósofos Hans Gadamer, Paul Ricoeur y Jürgen Habermas, quienes, bajo una
perspectiva hermenéutica, llevaron a cabo un abordaje de los fenómenos so-
ciales y políticos diferentes de la que había caracterizado a las ciencias so-
ciales y políticas hasta entonces.
En 1961, el alemán Gadamer editó Verdad y método. Fundamentos de una
hermenéutica filosófica en donde destaca el carácter histórico y cultural del
sentido subjetivamente mentado de las acciones sociales de las personas.
Este sentido surge de una determinada tradicional histórico-cultural, a lo que
Habermas criticó indicando que la gravitación de la reflexividad humana en
conformación de tal sentido es mayor que la reconocida por Gadamer. Ade-
más, Habermas indicó que el peso que éste le atribuyó a la tradición cultu-
ral en la conformación de la subjetividad humana le imprimió a su enfoque
una impronta conservadora. Vale decir que, dentro de este proceso de reno-
vación epistemológico-teórica, fueron centrales los aportes brindados por Ha-
bermas a la ciencia política, tanto en función de comprender el funcionamien-
to de las sociedades capitalistas avanzadas como por su reflexión acerca de
la naturaleza misma del conocimiento social, destacándose en este último
aspectos sus obras Zur Logik der Sozialwissenschaften publicada en 1967 y
Erkenntnis und Interesse de 1968. En este marco, en 1973, el francés Paul
Ricoer publicó Hermenéutica y Acción, obra en la que intentó integrar las
perspectivas de Gadamer y Habermas. Para él, la acción social supone una
dialéctica entre acontecimiento y significado, y su importancia está dada
cuando su significado supera el marco espacio-temporal en el que dicha ac-
ción se produjo.
Estos autores, en suma, brindaron un nuevo marco interpretativo para la
ciencia política que, en los ‘80, dieron lugar a numerosos trabajos al respec-
to. Pero lo más significativo de su contribución es que pusieron en tela de jui-
cio el enfoque racionalista y voluntarista de las teorías conductistas que sig-
naron la ciencia política norteamericana durante más de 50 años y, sobre la
base de una nueva visión acerca de la reflexividad y la subjetividad humana,
fijaron nuevos parámetros teóricos acerca del sujeto y la práctica políticos.

41
Universidad Virtual de Quilmes

Este módulo introductorio nos presenta una dimen-


sión histórica de la ciencia política. Nos enmarca en
las diferentes concepciones que se han ido soste-
niendo tanto sobre la política (objeto de la ciencia po-
lítica) como sobre la ciencia. Poder estructurar la
unión compleja entre ambas nos permite conjugar
una determinada actividad social que es la ciencia
política.
Trataremos de construir la relación existente entre la
concepción de la ciencia política dentro de la comuni-
dad de politólogos con relación a las visiones y opinio-
nes de los ciudadanos sobre esta actividad.
Para ello es necesario que Ud. realice en su medio una
serie de 12 entrevistas cortas. Los criterios de las en-
trevistas se expresan en el siguiente cuadro que inten-
ta “saturar” las muestras cualitativas.

SEXO EDAD ACTIVIDAD

Varón 15 a 22 años Estudiante / profesional


Varón 22 a 40 años Profesional
Varón 40 o más años Profesional
varón 15 a 22 años Sin estudios medio o terciarios
varón 22 a 40 años Sin estudios terciarios
varón 40 o más Sin estudios terciarios
mujer 15 a 22 años Estudiante / profesional
mujer 22 a 40 años Profesional
mujer 40 o más Profesional
mujer 15 a 22 años Sin estudios medio o terciario
mujer 22 a 40 años Sin estudios terciarios
mujer 40 o más Sin estudios terciarios

A cada entrevistado se le deben preguntar (grabar o


anotar) sin intentar influir en la respuesta y utilizando
siempre los mimos interrogantes:
1) ¿Qué entienden por política y por poder?
2) ¿Qué entienden por ciencia? ¿Cuáles son sus carac-
terísticas?
3) ¿Qué entienden por Ciencia Política?

Posteriormente, las respuestas deben agruparse y Us-


ted deberá:
1) Establecer si encuentra alguna relación entre lo que
las personas opinan y las definiciones de ciencia polí-
tica dadas por los politólogos. ¿Se encuentra alguna di-
ferencia dada por la edad, el sexo o el nivel de estu-
dios?
2) Agrupar por afinidades o segmentos las diferentes
definiciones dadas por los entrevistados.
3) En su conclusión, establecer si las personas cono-
cen de qué se trata la ciencia política. ¿Qué opinión les
merece la misma a la luz de lo abordado en la presen-
te unidad?
Las entrevistas realizadas nos servirán para seguir tra-
bajando en los módulos siguientes.
Bobbio, Norberto, “Ciencia política”, en Bobbio, Norber-
to, Matteucci, Nicola y Pasquino, Gianfranco, Dicciona-
rio de política, Siglo Veintiuno Editores, México, 1993.

42
Elementos de Ciencia Política

Bobbio, Norberto, Estado, gobierno, sociedad. Contribu-


ción a una teoría general de la política, Plaza & Janes
Editores, Barcelona, 1987.

Pasquino, Gianfranco, “Naturaleza y evolución de la


disciplina”, en: Pasquino, Gianfranco y otros, Manual
de ciencia política, Alianza Editorial, Madrid, 1995.

Caminal Badia, Miquel, “La política como ciencia”, en:


Caminal Badia, Miquel (coord.), Manual de ciencia polí-
tica, Tecnos, Madrid, 1996.

Wolin, Sheldon, Política y perspectiva. Continuidad y


cambio en el pensamiento político occidental, Amorror-
tu Editores, Buenos Aires, 1993. Cap. I.

43
2

Sociedad y política

2.1. Sociedad, sujeto y prácticas políticas

En un sentido sociológico general, la especificidad de la política en una so-


ciedad está determinada por el proceso de producción y reproducción de la
dominación a través del ejercicio efectivo de alguna forma de gobierno, es de-
cir, del establecimiento, en un determinado escenario espacio-temporal, de
modalidades duraderas y recurrentes de poder de una unidad social sobre
otra. Vale decir, la política no constituye una actividad autónoma, es decir,
que tenga existencia fuera del marco de la vida social o que se desarrolle in-
dependientemente de otros ámbitos o esferas de ésta, sino que configura
una práctica social y, por ende, aparece como una dimensión particular de la
vida social.
En tanto práctica social, la política se desenvuelve y articula en un esce-
nario espacio-temporal cruzado y determinado por un conjunto de relaciones
de poder que, a su vez, dan forma a diferentes modalidades de dominación
y de ejercicio del gobierno. Dentro de esta perspectiva, la política solamente
puede ser abordada conceptual y teóricamente sobre la base de una deter-
minada noción de sociedad; o, más precisamente, de cómo y a través de qué
procesos se constituye o produce la sociedad.
No pocas teorías sociales han considerado a la sociedad como un orden
natural, transhistórico y regido por leyes propias que se constituyen indepen-
dientemente de las acciones y voluntades humanas. En el marco de estas
perspectivas, todos los fenómenos sociales son interpretados como el resul-
tado de la recurrencia y de la evolución de ese orden natural independiente
de los agentes sociales. De esta manera, la sociedad se constituye como un
orden autorregulado en el que la participación de los miembros que la com-
ponen se limita apenas al descubrimiento y la obediencia –funcional– a las
leyes inmanentes de su desarrollo. Los individuos y grupos configuran más
bien una instancia producida –y, por ende, determinada– por las estructuras
de ese orden impersonal y natural, tal como puede deducirse de las expre-
siones más acabadas del objetivismo estructuralista, sea de signo idealista,
materialista o estructural-funcionalista.

“Aunque sea diferente el tono de estas formas de determinismo –bien


científico, humanitario y optimista, bien furioso, apocalíptico y alborota-
do– todos están de acuerdo en que el mundo lleva una dirección y está go-
bernado por leyes, y que esta dirección y estas leyes pueden hasta cierto
punto descubrirse empleando las técnicas adecuadas para su investiga-
ción; más aún, también están de acuerdo en que el funcionamiento de es-
tas leyes sólo puede ser comprendido por aquéllos que dan cuenta de que
las vidas, los caracteres y los actos de los individuos, tanto mentales como
físicos, están gobernados por «totalidades» más amplias a las que ellos

45
Universidad Virtual de Quilmes

pertenecen y que la evolución autónoma de estas «totalidades» es lo que


constituye las llamadas «fuerzas», en término de cuya dirección es como
hay que formular la historia verdaderamente científica (o filosófica). Para
encontrar la explicación de por qué unos determinados individuos o gru-
pos de ellos actúan, piensan o sienten de una manera y no de otra, hay que
empezar por intentar entender la estructura, el estado de desarrollo y la di-
rección de tales ‘totalidades’, como por ejemplo, las instituciones sociales,
económicas, políticas y religiosas a las que pertenecen esos individuos, y
una vez que eso se conoce, la conducta de éstos (o de los más caracterís-
ticos entre ellos) debe hacerse casi lógicamente deducible de los que se co-
noce, y no constituye ningún problema separado de ello […].”
(Berlín, 1996)

En esta orientación, no hay posibilidad de pensar y concebir a la política


como una práctica de construcción social. A lo sumo, podrá interpretársela
instrumentalmente como un recurso técnico, es decir, como una actividad de
administración de instancias y fenómenos no producidos ni reproducidos por
los sujetos sociales. La sociedad es el reflejo o la representación de la “es-
tructura” y las prácticas sociales –entre ellas, las políticas– sólo son “[...] pa-
peles teatrales, ejecuciones de partituras o aplicación de planes” que funcio-
nan como retazos constitutivos de aquella estructura. De este modo, el ma-
yor activismo que puede atribuírsele al individuo no supera el rol de intérpre-
te, nunca alcanza el de protagonista.
Por cierto, tal como lo destacan numerosas corrientes del pensamiento
social críticas a las perspectivas deterministas, éstas no contienen entre sus
ejes teóricos la noción de agencia humana para explicar el proceso de pro-
ducción y reproducción de las estructuras sociales y políticas. En ese senti-
do, otros pensadores, en el contexto de orientaciones teóricas constructivis-
tas, desarrollaron diversos enfoques en cuyo contexto se ensayaron diversas
formas de superación de aquel determinismo. Estos últimos enfoques pue-
den aportar elementos teóricos indispensables para la elaboración de una vi-
sión sociológica de la política que aborde y comprenda a las relaciones de po-
der desde la perspectiva de las interacciones sociales, y a los fenómenos de
la dominación desde la noción de práctica social. Vayamos a ello.
Es mediante el obrar sociopolítico del hombre que se constituye la socie-
dad y, en su contexto, el sistema político, en la medida en que estas instan-
cias son permanentemente producidas y reproducidas a través de las activi-
dades y prácticas que las personas desenvuelven durante sus vidas cotidia-
nas. Las personas intervienen diariamente en la vida social y política a tra-
Giddens, Anthony, Las nue- vés del despliegue de un conjunto de prácticas no siempre voluntarias, pre-
vas reglas del método so- meditadas o racionalmente controladas, lo que indica que, en consecuencia,
ciológico. Crítica positiva
de las sociologías interpre- el escenario social y político “existe solamente como producto de la actividad
tativas, Amorrortu humana” pero de una actividad que se halla histórica y socialmente situada
editores, Buenos Ai-
res, segunda edición,
y condicionada, y que no resulta exclusivamente de decisiones humanas
1997; Giddens, Anthony, conscientes e intencionales.
La constitución de la socie-
dad. Bases para una teoría
de la estructuración, Amo-
rrortu editores, Buenos Ai-
res, 1995, Berger, Peter y “La producción y reproducción de la sociedad ha de ser considerada
Luckmann, Thomas, La como una realización diestra por parte de sus miembros, no como una
construcción social de la mera serie mecánica de procesos. Sin embargo, destacar esto no signifi-
realidad, Amorrortu edito-
res, Buenos Aires, 1990. ca, decididamente, afirmar que los actores tengan plena conciencia de lo

46
Elementos de Ciencia Política

que estas destrezas son, o de cómo se las arreglan para ejercerlas; ni que
las formas de la vida social se entiendan adecuadamente como los resul-
tados intencionales de una acción […]. El dominio del obrar humano es
limitado. Los hombres producen la sociedad, pero lo hacen como actores
históricamente situados, no bajo condiciones de su propia elección[…”
(Giddens, 1997)

Las prácticas sociales y políticas configuran un conjunto de procedimien-


tos, métodos y técnicas mediante las cuales los hombres operan en la vida
social y política desenvolviendo su capacidad potencial de modificación y/o
continuación del curso y del resultado de las actividades y procesos en que
participan. Dichas prácticas guardan dos rasgos característicos, que están
directamente vinculados entre sí y que resultan fundamentales para com-
prender el proceso social y la vida política, a saber, la habitualidad y la cog-
noscitividad/reflexividad.
En primer lugar, se trata de prácticas sujetas a lo que Berger y Luckmann
denominan “habituación”, es decir, prácticas que conllevan y suponen un con-
junto de actividades y actos “que pueden volver a ejecutarse en el futuro de
la misma manera y con idéntica economía de esfuerzos” (Berger y Luckmann,
1990). Esta impronta de habitualidad que caracteriza a las actividades socia-
les que desarrollan las personas diariamente, supone la reproducción recu-
rrente de modalidades, estilos y tipos de conductas y de comportamientos
que les resultan “familiares” y que forman parte de sus “rutinas” cotidianas.
Según Anthony Giddens, el carácter recurrente de las prácticas sociales
está determinado por la forma específicamente reflexiva del entendimiento de
las personas, al mismo tiempo dicha reflexividad depende de la continuidad
de las prácticas sociales en un contexto social determinado. “Una continui-
dad de prácticas presupone reflexividad, pero la reflexividad misma sólo es po-
sible en virtud de la continuidad de prácticas, que las define claramente como
‘las mismas’ por un espacio y un tiempo”, dice este autor. Este proceso de ru-
tinización alcanza al grueso de las actividades humanas y configura la condi-
ción básica para que la sociedad sea “reproducida” por sus miembros.
Empero, no necesariamente toda reproducción supone –ni debe ser asi-
milada a– formas de continuidad o de repetición, sino que también puede im-
plicar el despliegue de comportamientos y acciones innovadoras cuya inten-
ción y/o resultados pueden connotar la “producción” de nuevas modalida-
des, estilos y tipos de conductas. En palabras de este autor, ello significa
“ser capaz de «obrar de otro modo» (...), ser capaz de intervenir en el mundo,
o de abstenerse de esa intervención, con la consecuencia de influir sobre un
proceso o un estado de cosas específico”. Por lo tanto, no hay posibilidad de
reproducción social y política sin la aptitud y capacidad del hombre para “pro-
ducir una diferencia” sobre una determinada situación político-social o en el
desarrollo de diversos y variados procesos preexistentes.
Lectura
Ahora bien, las prácticas sociales y políticas sólo pueden ser recurrente- recomendada
mente rutinizadas en tanto los actores detentan lo que Alfred Schutz ha lla- Schutz, Alfred y Luckmann,
mado un “acervo general de conocimientos”, que no es más que un espectro Thomas, La estructura del
mundo de la vida, Amorror-
de saberes heterogéneos y difusos acerca del mundo social y natural, y que tu editorial, Buenos Aires,
configura un cúmulo de experiencias referidas “únicamente a la regularidad 1977, cap. 3. Schutz, Alfred,
Estudios sobre teoría so-
de sucesos del mundo externo” a partir del cual esos actores llevan a cabo cial, Amorrortu edi-
sus prácticas cotidianas habitualizadas, y que surge de las experiencias vivi- torial, Buenos Aires,
das por los sujetos: 1974, parte I.

47
Universidad Virtual de Quilmes

“El acervo de conocimiento del mundo de la vida se relaciona de


muchas maneras con la situación del sujeto que vive la experien-
cia. Se erige sobre sedimentaciones de anteriores experiencias
realmente presentes, vinculadas a situaciones. A la inversa, toda
experiencia realmente presente se inserta en el fluir de vivencias
en una biografía, según el conjunto de tipos y significatividades
que se encuentran en el acervo de conocimientos. Y, finalmente,
cada situación es definida y dominada con ayuda del acervo de
conocimiento, que así se vincula con la situación ( es decir, la ex-
periencia en cuanto ligada a la situación), tanto genética como es-
tructural y funcionalmente.”

Esta cognoscitividad/reflexividad supuesta en el accionar sociopolítico de


los actores configura, pues, el otro rasgo básico de toda práctica social. En
efecto, el desarrollo del obrar humano es posible en la medida en que los
hombres son sujetos entendidos, en la medida que sustentan cierta capaci-
dad cognoscitiva y reflexiva para conocer y abordar determinadas particulari-
dades de las actividades que emprenden y de las condiciones situacionales
que circundan el escenario histórico en el que desarrollan sus vidas. Esto
significa, según sostiene Giddens, que tanto las acciones y actividades que
desenvuelven corrientemente las personas, como los aspectos sociales y na-
turales de los contextos en los que se sitúan están siempre y rutinariamen-
te, en mayor o menos medida, bajo su propio control reflexivo.
No obstante, este autor, en sintonía con los aportes de Schutz, también
indica que esa reflexividad engloba un espectro de potencialidades cognos-
citivas que abarcan desde un conjunto de saberes accesibles a su conciencia
hasta un cúmulo de “saberes tácitos adquiridos en forma práctica”. Es decir,
ese abanico de cognoscitividad no se agota en aquellos saberes que pueden
ser concebidos y expresados discursivamente por las personas, tal como po-
drían sugerir algunas perspectivas racionalistas muy de moda en la actuali-
dad, sino que está constituido principalmente por un conjunto de conocimien-
tos tácitos, de saberes que son apenas de carácter práctico, esto es, que fue-
ron adquiridos en forma práctica durante los encuentros e interacciones so-
ciales que protagonizan cotidianamente, y que no pueden ser expresados
discursivamente. (Giddens, 1995)
En suma, mientras la denominada “conciencia discursiva” contiene a to-
dos aquellos saberes acerca de las condiciones sociales de la acción que
son capaces de “ser dichos o expresados verbalmente” por los actores socia-
les, la “conciencia práctica” abarca “todo aquello que los actores saben/creen
acerca de la vida social, particularmente las condiciones sociales de sus accio-
nes, pero que no puede ser expresado discursivamente y que no es directa-
mente accesible a su conciencia”. Aunque los actores sociales sepan siem-
pre bajo alguna forma de descripción lo que están haciendo en el nivel de la
conciencia discursiva, la conciencia práctica configura el basamento central
sobre el que se asienta su capacidad de participar en la diversidad de con-
textos de la vida social y política, y es el atributo esencial que convierte a los
individuos en miembros competentes de la sociedad (Giddens, 1995). De es-
te modo, la cognoscitividad/reflexividad humana no es sinónimo de concien-
cia, sino que debe ser entendida como una forma de monitoreo cognosciti-
vo-reflexivo del fluir continuo de la vida social no limitado a modalidades de

48
Elementos de Ciencia Política

corte racional, sino fundamentalmente basada en la conciencia práctica de


una persona.
Esta perspectiva rompe con todas aquellas tradiciones racionalistas que
asientan el conocimiento humano sobre la base del funcionamiento pleno de
la “razón” como medio excluyente para abordar cognoscitivamente la totali-
dad de la realidad social y natural y que, como contracara de ello, lo hacen
partiendo del supuesto de que dicha realidad puede aparecer transparente y
absolutamente conmensurable a aquel conocimiento. Para los autores pre-
cedentemente citados, en cambio, ni la razón lo puede todo ni la realidad es
plenamente abordable por el conocimiento humano. Los saberes de las per-
sonas son finitos frente a la realidad infinita, todo lo cual indica, además,
que las personas, en la vida cotidiana, no advierten todo lo que ocurre en el
escenario en el que viven y actúan.
En efecto, el obrar humano supone, por un lado, la existencia de un con-
junto de condiciones que no son advertidas ni registradas reflexivamente por
las personas en el transcurso de su vida social y, por otro lado, la posibili-
dad de que dicho obrar tenga consecuencias no buscadas ni premeditadas
por las personas. Ello indica, en consecuencia, que existen un sinnúmero de
situaciones y circunstancias de la vida social y política que no son percibi-
das, conocidas ni registradas por los actores en el proceso de reproducción
social y política que protagonizan y que, por lo tanto, la participación de los
actores en la vida social y política no es protagonizada en condiciones que
estén enteramente bajo su control consciente ni configura el resultado de ac-
tos intencionalmente concebidos. Los efectos y consecuencias de la inter-
vención de las personas en estos ámbitos suponen formas diversas de acti-
vidad, independientemente de que tales resultados hayan sido total o parcial-
mente pretendidos (esto es, premeditados o buscados) o, en otros términos,
que dichos actores hayan tenido plena consciencia de sus habilidades y de
la forma como ejercen las destrezas que le son inherentes (Giddens, 1997).
En este sentido y a diferencia de lo que podría ser sostenido por concep-
ciones racionalistas y/o voluntaristas que han interpretado el obrar humano
como un acto intencional producido por sujetos con capacidad para conocer
integralmente las condiciones y el resultado particular de sus acciones, aquí
se plantea que la reflexividad social y política del hombre se halla acotada y,
al mismo tiempo, condicionada, de un lado, por el carácter predominante-
mente práctico del entendimiento y por la dimensión inconsciente de la vida
mental y, de otro lado, por las condiciones sociales inadvertidas y por las con-
secuencias no buscadas de la acción.
Estas consideraciones, a su vez, permiten abordar una cuestión central
para la comprensión de los procesos sociales y, en particular, del proceso
político. Según Giddens, es fundamental observar que en la vida social, las
“actividades repetitivas, localizadas en un contexto de tiempo y de espacio,
tienen consecuencias regularizadas” generalmente “no buscadas por quienes
emprenden esas actividades”. Los efectos de esas consecuencias rutinarias
y no buscadas se dan “en contextos de un espacio-tiempo más o menos ‘le-
jano’” de esos actores, aunque después dichos efectos influirán “de mane-
ra directa o indirecta, sobre las posteriores condiciones de una acción en el
contexto original”, lo que lleva a este autor a afirmar que “las consecuencias
no buscadas se «distribuyen» regularmente como subproductos de una con-
ducta regularizada que como tal recibe sustentación reflexiva de quienes par-
ticipan en ella”.

49
Universidad Virtual de Quilmes

Ahora bien, la estructuración de un sistema de interacciones, vale decir,


la articulación de relaciones sociales y políticas en un campo espacio-tem-
poral determinado, se constituye a través de las actividades y acciones em-
prendidas por las personas en la medida en que éstas hacen uso competen-
temente de un conjunto de medios para llevar a cabo esa intervención. Esos
medios son las reglas y recursos que sirven de soportes instrumentales pa-
ra la concreción de las prácticas, con las cuales dichas personas intervienen
en el proceso social y político.
Según Giddens, esas reglas no configuran prescripciones formalizadas, ta-
les como las reglas de un juego o las normas codificadas, ni equivalen a una
rutina o hábito. Tampoco deben ser confundidas con “reglas formalizadas” ta-
les como las normas legales o las reglas burocráticas, que son, más bien,
“interpretaciones codificadas de reglas sociales”, sino que conforman un con-
junto de “técnicas o procedimientos generalizables que se aplican a la esceni-
ficación/reproducción de prácticas sociales”.
De este modo, las “reglas de procedimientos sociales” se constituyen his-
tóricamente, esto es, se producen y reproducen históricamente como resul-
tado de un proceso de institucionalización, al que Berger y Luckmann definen
como una “tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de acto-
res”. Además –y en sintonía con lo sostenido por Giddens–, estos autores
afirman que “las tipificaciones de las acciones habitualizadas que constituyen
las instituciones, siempre se comparten”, lo que equivale a decir que son ge-
nerales y generalizables, esto es, que configuran tipificaciones “accesibles a
todos los integrantes de un determinado grupo social” y que abarcan “tanto a
los actores individuales como a las acciones individuales”.
Ello significa, en suma, que las personas detentan cierta “aptitud social”
para entender reflexivamente las condiciones del escenario social y los vín-
culos que protagonizan, para movilizar un conjunto de recursos a su alcance
y para hacerlo poniendo en práctica un conjunto de modalidades de procedi-
miento social aprehendidas básicamente en el marco de las vivencias prác-
ticas que ha protagonizado en su vida. Esa aptitud, que modela la forma de
ser y de actuar de una persona o grupo, está condicionada, de algún modo,
por la posición social de las mismas, es decir, por sus “condiciones de exis-
tencia”. Pierre Bourdieu las denominó “hábitus” y resaltó su carácter prácti-
co así como también el hecho de que dichas disposiciones se estructuran y
al mismo tiempo generan efectos no siempre premeditados, intencionales ni
conscientes para su hacedores:

“Los condicionamientos asociados a una clase particular de con-


diciones de existencia producen hábitus, sistemas de disposicio-
nes duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predis-
puestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir,
como principios generadores y organizadores de prácticas y repre-
sentaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin
sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso
de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente
«reguladas» y «regulares» sin ser el producto de la obediencia a re-
glas, y, a la vez que todo esto, colectivamente orquestadas sin ser
producto de la acción organizadora de un director de orquesta.”
(Bourdieu, 1991)

50
Elementos de Ciencia Política

Así, los hábitus pueden ir acompañados de acciones racionales o de un cál-


culo estratégico, pero su configuración y despliegue deriva de sus propias con-
diciones de producción que, según este autor, son siempre “histórica y social-
mente situadas” y que resultan exclusivamente de las experiencias pasadas:

“Producto de la historia, el hábitus produce prácticas, individuales


y colectivas, produce, pues, historia conforme a los principios
[schèmes] engendrados por la historia; asegura la presencia acti-
va de las experiencias pasadas que, depositadas en cada organis-
mo bajo la forma de principios [schèmes] de percepción, pensa-
miento y acción, tienden, con mayor seguridad que todas las re-
glas formales y normas explícitas, a garantizar la conformidad de
las prácticas y su constancia a través del tiempo.”
(Bourdieu, 1991)

Por cierto, la actualización de las disposiciones denominadas hábitus su-


pone una forma de reproducción de prácticas que, como a su turno lo resal-
ta Giddens, siempre implica una forma de producción en la que nunca se
puede excluir la posibilidad de innovación, de cambio.

• Compare las distintas perspectivas vistas y explique


su relación con los conceptos de sociedad, sujeto y
prácticas políticas.
• Defina el concepto de cognoscitividad/reflexividad y
relaciónelo con los términos consciencia discursiva y
consciencia práctica. Destaque, asimismo, la vincu-
lación con el obrar del sujeto dentro de un marco espa-
cio- temporal y sus consecuencias.

2.2. Objetivación, estructura y libertad humana

Un aspecto fundamental de la vida social y política está dado por lo que


se denomina objetivación de las instituciones, proceso mediante el cual las
reglas tipificadas que resultan del proceso social de institucionalización de
prácticas sociales “se experimentan como existentes por encima y más allá de
los individuos a quienes «acaece» encararlas en ese momento”. Esas prácticas
institucionalizadas son vividas, observadas y experimentadas por las perso-
nas que las actualizan con sus propias acciones “como si poseyeran una rea-
lidad propia, que se presenta al individuo como un hecho externo y coercitivo”
(Bourdieu, 1991). Aunque, en verdad, las instituciones sociales –y políticas–
no sean más que el resultado de las prácticas institucionalizadas protagoni-
zadas por los actores y pese a que éstos poseen la potencialidad de reformu-
larlas, cambiarlas y hasta abolirlas, la objetivación de esas prácticas hace que
dichas instituciones “aparezcan” frente a esos actores como “una realidad
amplia y análoga a la realidad del mundo natural”, percepción que es reforza-
da por el hecho de que la historicidad de las instituciones posee una dureé
más extensa que la de la vida de los hombres que la producen y reproducen.
Ello conduce, a su vez, a lo que Giddens llama reificación de la realidad
social mediante la cual se articulan “formas de discurso que consideran [a las

51
Universidad Virtual de Quilmes

propiedades institucionales] como «objetivamente dadas» (...), como si fueran


fenómenos naturales”, esto es, “estilo de discurso en que las propiedades de
sistemas sociales se miran como si poseyeran la misma fijeza que se atribuye
a las leyes de la naturaleza” (Giddens, 1995). Sin embargo, se trata de per-
cepciones y formas discursivas, ya que, tal como lo indican Berger y Luck-
mann, “el mundo institucional es una actividad humana objetivada” y dicha ob-
jetividad no “adquiere un «status» ontológico separado de la actividad humana
que la produjo”.
Ahora bien, que las personas experimenten a las prácticas institucionaliza-
das como hechos externos y objetivos que no resultan del accionar desplega-
do por ellas, no significa que, en verdad, no sean ellas, las personas, las hace-
doras de dichas prácticas. Y lo son en función del manejo concreto que tales
personas hacen cotidianamente de un conjunto de recursos a través de los
cuales se proyectan y actúan en sociedad. Las “reglas de procedimientos socia-
les” sólo pueden ser actualizadas recursivamente a través de la manipulación
efectiva de parte de las personas de un conjunto de “recursos” que sirven co-
mo bases de poder para su proyección plena en la vida social y política.
Desde el punto de vista analítico, Giddens distinguen dos categorías de
recursos:

a) los “recursos de autoridad” que aportan la capacidad de poder sobre las


personas o actividades de los seres humanos y que engloban (i) la orga-
nización de un espacio-tiempo social (constitución espacio-temporal de
sendas y regiones), (ii) las formas de producción y reproducción del cuer-
po (organización y relación de seres humanos en asociación mutua) y (iii)
la organización de oportunidades de vida (constitución de oportunidades
de autodesarrollo y expresión de sí); y
b) los “recursos de asignación” que dan lugar a la capacidad de poder sobre
los objetos físicos y el ambiente natural, y que abarcan (i) los aspectos
materiales del ambiente (materias primas, fuentes de energía material),
(ii) los medios de producción/reproducción material (instrumentos de pro-
ducción y tecnología), y (iii) los bienes producidos (artefactos creados).

Cabe tener en cuenta que, a diferencia de lo que pudiera sustentar cual-


quier perspectiva materialista de la sociedad, ninguno de estos dos tipos de
recursos tiene mayor peso ontológico o prioridad lógica sobre el otro en el
contexto de los procesos sociales y políticos. En el plano teórico, ambos son
igualmente estructurales, aunque históricamente pueda variar la importancia
o el predominio de un tipo de recursos sobre el otro con relación a las con-
diciones existentes en determinado escenario espacio-temporal.
Pues bien, para Giddens, las reglas y los recursos configuran la estructu-
ra de la sociedad y, como tal, tienen una existencia virtual. Es decir, mientras
las interacciones sociales se constituyen, actualizan y reproducen a través
de, y en, prácticas sociales regulares e históricamente situadas en el espacio
y en el tiempo, las reglas y los recursos que conforman las propiedades es-
tructurales de la sociedad se sitúan fuera del tiempo y del espacio. Dichas
propiedades adquieren cuerpo, se expresan y se actualizan solamente a tra-
vés de la efectivización de las prácticas sociales recursivamente reproduci-
das y en las huellas mnémicas que orientan las conductas de los agentes so-
ciales y políticos (Giddens, 1995). A ello se suma la consideración de que las
reglas y recursos como “propiedades estructurales de los sistemas sociales

52
Elementos de Ciencia Política

son no menos habilitantes que limitadoras”, es decir, que pueden tanto limi-
tar y constreñir las opciones y posibilidades de acción de los actores como
facilitar o permitir dichas opciones y posibilidades.
Así, a contramarcha de lo que podría ser sostenido por una perspectiva
estructuralista, este enfoque indica que:

a) por un lado, las propiedades estructurales de la sociedad no son externas a los


agentes, sino más bien internas a ellos, desde el momento que las reglas y los
recursos se expresan a través de y en sus conductas y trazos mentales; y
b) por el otro, esas propiedades estructurales pueden ser a la vez tanto cons-
trictivas como habilitante de las proyecciones de los actores, debido a que
ellas pueden limitar y/o facilitar la producción de acciones y comporta-
mientos humanos.

Sobre esta base puede decirse que, por un lado, los fenómenos sociales
políticos se inscriben en el ámbito de las acciones y de las prácticas socio-
políticas de los actores y, por el otro, que tanto el constreñimiento como la
habilitación configuran las cualidades que definen toda totalidad sociopolíti-
ca, lo que, visto en su conjunto, está dando cuenta de una concepción cier-
tamente singular del término estructura.
He aquí, pues, un punto clave del recorrido teórico desarrollado, cuya in-
cidencia en la relación que se articula entre los actores y las condiciones si-
tuacionales constituye una problemática central para entender integralmente
las prácticas sociales y políticas.
Uno de los aspectos más importante del obrar humano es que está siem-
pre históricamente condicionado, en tanto que los actores producen y repro-
ducen la sociedad situados en un campo espacio-temporal cuyas condiciones
no son el resultado directo e inmediato de ese obrar ni son una consecuen-
cia de su elección racional en el transcurrir de sus vidas. Las imposiciones
sociales, materiales e institucionales de toda sociedad o de los distintos
sectores o sistemas de interacción que la componen, sumadas a la variedad
de actividades que los actores pueden realizar con competencia, condicionan
en algún sentido el espectro de alternativas de actividades y de acciones so-
ciales y políticas posibles de ser desarrolladas, abriendo apenas un cierto
conjunto de opciones accesibles al ejercicio del obrar en una determinada
circunstancia espacio-temporal.

“Decir que en todo momento la sociedad preexiste a la vida de ca-


da uno de sus miembros individuales no es más que discernir una
fuente de restricción porque esa preexistencia de algún modo li-
mita las posibilidades que ellos tienen abiertas. En similar senti-
do, destacar que los individuos se sitúan contextualmente en el in-
terior de relaciones sociales de mayor o menor recorrido no es
más que determinar una fuente de restricción si se demuestra
que ello pone límites a sus capacidades. En cada caso, el constre-
ñimiento proviene de la existencia “objetiva” de propiedades es-
tructurales que el agente individual no puede modificar. [...] Su
mejor definición es la puesta de límites al espectro de opciones
de que dispone un actor, o una pluralidad de actores, en una cir-
cunstancia dada o en un tipo de circunstancia.”
(Giddens, 1995)

53
Universidad Virtual de Quilmes

Bourdieu sigue a su turno una orientación análoga a ésta, pero pone ma-
yor énfasis en la impronta estructurada y estructurante que los hábitus con-
servan a partir de su contexto de generación, dejando un exiguo margen de
innovación para los sujetos:

“Sistema adquirido de principios [schèmes] generadores, el hábi-


tus hace posible la producción libre de todos los pensamientos, to-
das las percepciones y acciones inscritos dentro de los límites que
marcan las condiciones particulares de su producción, y sólo és-
tas. A través de él, la estructura que lo produce gobierna la prác-
tica, no por la vía de un determinismo mecánico, sino a través de
las constricciones y límites originariamente asignados a sus inven-
ciones […]. En suma, siendo el producto de una clase determina-
da de regularidades objetivas, el hábitus tiende a engendrar todas
las conductas «razonables» o de «sentido común» posibles dentro
de los límites de estas regularidades, y sólo de éstas, y que tienen
todas las posibilidades de ser sancionadas positivamente porque
están objetivamente ajustadas a la lógica característica de un de-
terminado campo del que anticipan el porvenir objetivo; tiende
también, al mismo tiempo, a excluir «sin violencia, sin método, sin
argumentos» todas las «locuras» («esto no es para nosotros»), es
decir, todas las conductas destinadas a ser negativamente sancio-
nadas porque son incompatibles con las condiciones objetivas
[…]. Historia incorporada, naturalizada, y, por ello, olvidada como
tal historia, el hábitus es la presencia activa de todo el pasado del
que es producto: es lo que proporciona a las prácticas su indepen-
dencia relativa en relación con las determinaciones exteriores del
presente inmediato.”
(Bourdieu, 1991)

Para Giddens, en cambio, el grado de libertad o de constreñimiento con


que cuentan las personas en el ejercicio de la actividad social y política va-
ría considerablemente según las diferentes circunstancias históricas en que
se desenvuelve dicho obrar:

“La naturaleza de un constreñimiento es históricamente variable,


como lo es la de las cualidades habilitadoras generadas por las
contextualidades de una acción humana. Es variable en relación
con las circunstancias materiales e institucionales de una activi-
dad, pero también en relación con las formas de entendimiento
que los agentes poseen acerca de esas circunstancias.”

Por cierto, la sociedad se constituye a través del obrar de los actores que
la componen. Pero dichos actores no son sus creadores directos e inmedia-
tos –ni del sistema político– sino que la constituyen a través de sus prácti-
cas y de las interacciones que protagonizan, reproduciendo y transformando
pautas de comportamiento y de organización social y políticas estructuradas
recursivamente, pero inmersos en un contexto histórico que de alguna manera
condiciona ese accionar y esas interacciones. Esta cuestión hace referencia a

54
Elementos de Ciencia Política

la dimensión espacio-temporal de los sistemas sociales o, más precisamen-


te, a la magnitud y el alcance del distanciamiento espacio-temporal como fac-
tor condicionante del comportamiento humano y del proceso social y políti-
co. Dado que las prácticas y las interacciones sociales y políticas se desa-
rrollan en un determinado contexto espacio-temporal (ocupan un cierto espa-
cio y duran un cierto tiempo), cuanto mayor sea el distanciamiento espacio-
temporal de determinados ámbitos sociales, menores serán los márgenes
de manipulación y las posibilidades de modificación o transformación de las
condiciones y propiedades de esos ámbitos por parte de los agentes indivi-
duales, aunque ello siempre cercena o clausura ciertas posibilidades de ac-
ción al mismo tiempo que facilita y permite otras. En cambio, la potenciali-
dad de control, manipulación y transformación de las condiciones situaciona-
les se amplían cuando se trata de relaciones sociales desarrolladas en ám-
bitos acotados, esto es, en ámbitos que suponen relaciones situadas en un
espacio-tiempo inmediato.

“Las sociedades humanas, o sistemas sociales, directamente no


existirían sin un obrar humano. Pero no ocurre que los actores
creen sistemas sociales: ellos los reproducen o los transforman, y
recrean lo ya creado en la continuidad de una praxis. Aquí impor-
ta el alcance de un distanciamiento espacio-temporal. En general,
(aunque no por cierto de manera universal) es verdadero que
mientras mayor sea el distanciamiento espacio-temporal de siste-
mas sociales –mientras más tiempo y espacio abarquen–, más re-
sistentes serán a su manipulación o cambio por parte de un agen-
te individual. Este significado de constreñimiento también va apa-
reado con una habilitación. Un distanciamiento espacio-temporal
clausura ciertas posibilidades de experiencia humana al mismo
tiempo que abre otras.”
(Giddens, 1995)

Ahora bien, el proceso de producción y reproducción general del sistema


social y político se ubica en la dimensión espacio-temporal correspondiente
al de las instituciones sociales y políticas que abarcan y comprometen al con-
junto de una colectividad o, por lo menos, a amplios trazos espacio-tempora-
les de la misma. A su vez, esta dimensión del tiempo es la condición y el re-
sultado de las prácticas organizadas en la continuidad de la vida cotidiana,
o, más precisamente, de los ámbitos de las interacciones sociales y políticas
protagonizadas en forma directa por los actores. Esto no significa que las ru-
tinas de estos sistemas de interacción acotados constituyan en forma inme-
diata los cimientos sobre los cuales son estructuradas en el tiempo-espacio
las formas institucionales globales de la organización social u política de la
colectividad. Sin embargo, pese a que las instituciones sociales y políticas y
las interacciones sociopolíticas cotidianas y acotadas a ámbitos restringidos
se sitúan en distintos niveles espacio-temporales, cada una de estas instan-
cias participa en la constitución de la otra. He aquí un punto central: la di-
mensión espacio-temporal de las instituciones es tanto la condición como el
resultado de las prácticas organizadas en la continuidad de la vida diaria. Es-
to, por su parte, indica que las relaciones sociales y políticas pueden supo-
ner relaciones de copresencia situadas en un mismo ámbito espacio-tempo-

55
Universidad Virtual de Quilmes

ral inmediato o relaciones entre actores que están físicamente ausentes. Las
interacciones en circunstancias de copresencia dan lugar a encuentros que
configuran un tipo de asociación básica y primaria en el proceso de produc-
ción y reproducción social, y se ubican y constituyen en la rutina enmarcada
en el espacio-tiempo de la vida social y política “del día a día”. En cambio,
las interacciones sociales y políticas estructuradas entre aquéllos que se en-
cuentran físicamente ausentes suponen mecanismos diferentes, ya que ello
está más bien vinculado a la estructuración de instituciones situadas en un
contexto caracterizado por una enorme expansión del distanciamiento espa-
cio-temporal (Giddens, 1995).
La importancia de esta cuestión para el análisis de la política es relevan-
te, pues el grado de incidencia de los actores sobre las condiciones situacio-
nales dependen principalmente del distanciamiento espacio-temporal de los
diferentes ámbitos en los que actúa diariamente. Del mismo modo, el grado
de condicionalidad (constrictiva y/o facilitadora) que el contexto situacional
ejerce sobre los actores dependen de la distancia espacio-temporal en la que
se ubican.
Las interacciones sociales y políticas se estructuran a partir de actores
ubicados en posiciones que suponen un conjunto de condiciones constricti-
vas y/o facilitadoras respecto de las acciones y prácticas que pueden con-
cretarse a partir del obrar de ese actor. No obstante, dicho obrar, si bien se
halla condicionado por los factores estructurales y por la competencia prác-
tica y reflexiva de los agentes, nunca está predeterminado o preestablecido.
Es decir, las relaciones sociales se estructuran debido al carácter rutinizado
del comportamiento humano y a la articulación de formas habituales de con-
ductas y comportamientos esperados, pero ello no cercena la posibilidad de
que en determinada situación los actores redefinan y transformen prácticas
hasta entonces institucionalizadas o directamente se abstengan de desarro-
llar cursos de acción ciertamente factibles y, de ese modo, produzcan una
nueva relación. El proceso social y político constituye, pues, una realidad sus-
tancialmente dinámica.
En este sentido, los ámbitos acotados de interacción sociopolítica confi-
guran lo que Michel Dobry denomina:

“Zonas limitadas de interdependencia táctica” de los actores, en


las que “las anticipaciones, apreciaciones, interpretaciones y, en
general, la actividad táctica de estos actores se efectúa entonces
en función de los objetivos, de las reglas de juego, «oficiales» o
«pragmáticas», de las categorías de recursos y de su particular dis-
Lectura tribución entre los diversos actores individuales y colectivos –es
recomendada
Dobry, Michel, Sociología decir, también, en gran medida, entre las posiciones más o menos
de las crisis políticas. La institucionalizadas que a menudo ocupan estos actores– y, sobre
dinámica de las moviliza-
ciones multisectoriales, todo, en función de las referencias, índices e instrumentos de eva-
CIS-Siglo Veintiuno, Ma- luación, de previsibilidad y de identificación de las situaciones es-
drid, 1988. pecíficas de cada sector”.

Lo importante a destacar es que en estos ámbitos de interacción, los ac-


tores que los componen abordan reflexivamente la situación y se proyectan
fácticamente sobre ella en función de la “lógica” social y política que surge
de las rutinas históricas de ese ámbito, sea un grupo social, partidario o ins-

56
Elementos de Ciencia Política

titucional, “independientemente de lo que quieran y de lo que crean”, lo que


configura una forma de objetivación, que ciertamente también constituye un
condicionante importante de las proyecciones individuales.
Pues bien, la concurrencia histórica e intervinculación dinámica de diver-
sos ámbitos de interacción social y política, y portadores de distintas “exten-
siones espacio-temporales” configuran los sistemas sociales concretos –y, en
su interior, también los sistemas políticos–, en tanto que, tal como lo sostie-
ne Giddens, “todas las sociedades son sistemas sociales pero todas, al mis-
mo tiempo, están constituidas por la intersección de múltiples sistemas so-
ciales” cuyos “‘bordes espacio-temporales’ denotan interconexiones y dife-
renciales de poder originados entre diferentes tipos societarios que incluyen
sistemas intersocietarios”. Sin embargo, pese a esta heterogeneidad, los as-
pectos institucionalizados de los sistemas sociales –y políticos– son históri-
camente constituidos, esto es, las propiedades estructurales que engloban al
conjunto de reglas-recursos, que intervienen en la conformación institucional
de esas totalidades, tienen gravitación condicionante sobre el conjunto de
las mismas, aún tratándose de una incidencia prolongada en una amplia ex-
tensión espacio-temporal.
La importancia del discernimiento entre los ámbitos locales de interac-
ción sociopolítica y los aspectos institucionales de los sistemas sociales y
políticos, así como la centralidad de la identificación de las vinculaciones mu-
tuamente constitutivas entre ambas instancias espacio-temporales, resultan
analíticamente fundamentales a los efectos de poder “descifrar” tanto las re-
laciones dinámicas y complejas, que se estructuran entre los actores que
protagonizan el proceso social y político, por un lado, cuanto las condiciones
situacionales dinámicamente presentes en los escenarios históricos en don-
de esos procesos se desenvuelven, por el otro. A su vez, ello también nos
permite entender –teórica e históricamente– las destrezas prácticas y las for-
mas de entendimiento a través de las cuales los actores civiles y militares
han ido procesando, abordando y coordinando sus proyecciones en la vida
política, se han ido relacionando entre sí y se han vinculado con las condicio-
nes situacionales en cuyo nivel se sitúa el proceso de democratización y los
cambios producidos en la política internacional y doméstica, factores que
han operado tanto como condiciones constrictivas por un lado, como condi-
ciones facilitadoras de un sinnúmero de opciones y estrategias políticas, por
el otro.

• Analice el término objetivación, ¿cómo experimenta


este proceso el sujeto?
• Interprete la siguiente frase:
"todas las sociedades son sistemas sociales pero todas,
al mismo tiempo, están constituidas por la intersección
de múltiples sistemas sociales" cuyos "«bordes espacio-
temporales» denotan interconexiones y diferenciales de
poder originados entre diferentes tipos societarios que
incluyen sistemas intersocietarios".
Giddens, Anthony

• Extraiga un ejemplo de la vida social cotidiana o de


la experiencia política del país y relaciónelo con los
temas abordados.

57
Universidad Virtual de Quilmes

2.3. Poder social, poder político y dominación

Por cierto, las consideraciones expuestas precedentemente están vincu-


ladas a las nociones de poder y dominación, conceptos centrales para com-
prender la vida política de una sociedad.
Las relaciones de poder configuran una de las dimensiones constitutivas
de las interacciones sociales. Éstas, en el momento de su producción, se
constituyen simultáneamente como relaciones de comunicación, como rela-
ciones morales y como relaciones de poder. El poder designa un aspecto o
propiedad central de la interacción social, esto es, aquél que engloba el im-
pulso de transformación que sustenta todo actor en el transcurso del proce-
so de producción y reproducción social (Giddens, 1997). Esto es, en suma,
lo que se denomina poder social.
Ya se especificó anteriormente que el obrar humano está determina-
do por el potencial de cambio y de innovación que sustentan los hombres
en la vida social y política, lo que, a su vez, permite establecer una vin-
culación lógica entre la noción de acción social y de poder. En este sen-
tido, el término poder se refiere a la capacidad mediante la cual toda per-
sona puede intervenir en una serie de acontecimientos e influenciar o
modificar su curso, dando lugar con ello a una transformación que pue-
de tener por objeto tanto a la naturaleza como a las mismas relaciones
sociales. Ello significa, como dice Giddens, “ser capaz de obrar de otro
modo”, de influir sobre un estado de cosas o sobre procesos específicos
del mundo material o social, o simplemente de abstenerse de hacerlo.
(Giddens, 1995)
Así entendido, el concepto de poder guarda una significación general y
amplia. Entretanto, a los efectos del análisis de la actividad política es nece-
sario concebirlo en un sentido restringido, que haga referencia a aquella di-
mensión que denota sólo la capacidad humana de transformación de las re-
laciones sociales y políticas, esto es, el poder concebido como “impulso
transformador articulado entre actores en el contexto de la interacción so-
cial”, en palabras de Giddens. Es en este último sentido que el poder, según
este autor, se constituye como “dominación”, es decir, se constituye como
capacidad para asegurar resultados, donde la realización de los mismos de-
pende de la actividad de otros actores o grupos. Para él, todo sistema social
incorpora y expresa “modos de dominación”, es decir, todo sistema social
constituye “sistemas de poder” que exhiben “formas de dominación” articu-
ladas en las “relaciones de autonomía y dependencia entre actores o colec-
tividades de actores”.(Giddens, 1987)
Lectura
recomendada Max Weber, por su parte, definió al “poder” como “[...] la probabilidad de
Weber, Max, Economía y imponer la propia voluntad dentro de una relación social, aun contra toda re-
sociedad. Esbozo de socio-
logía comprensiva, Fondo sistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad”.
de Cultura Económica, Existen relaciones de poder en toda interacción social en la que una per-
Buenos Aires, 1992. sona tiene la posibilidad efectiva de imponer cierto mandato a otra persona
o grupo de personas, independientemente de las motivaciones específicas
que están en la base de tales comportamientos y de los principios invoca-
dos para justificar los mismos. Se trata, por cierto, de una definición muy am-
plia del poder. No obstante, Weber distingue y analiza puntualmente una for-
ma particular de ejercicio del poder en una relación social, esto es, aquella
forma a la que denomina “dominación” y que se desenvuelve cuando una
persona obedece voluntariamente el mandato de otra persona.

58
Elementos de Ciencia Política

Así, si bien el fundamento del ejercicio del poder puede expresarse en una
diversidad de alternativas, conceptualmente es posible distinguir dos formas
típico-ideales de ejercicio del poder, según el medio específico utilizado por
los agentes para imponer su voluntad, a saber, a) el poder coactivo que con-
figura una modalidad de poder cuyo medio específico es la coacción o fuer-
za, entendida como el ejercicio o la amenaza de uso de acciones que supo-
nen violencia física; y b) la dominación que es una modalidad de poder cuyo
medio específico es la existencia de un conjunto de creencias compartidas y
reconocidas como válidas por los intervinientes en esa relación. Mientras
que la obediencia, en el primer caso, se consigue por temor, en el segundo,
se logra por el consentimiento de los subordinados a partir de la creencia
compartida entre mandantes y mandados acerca de la validez del principio
de legitimidad que regula dicha relación.

“Debe entenderse por ‘dominación’ (...), la probabilidad de encontrar


obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos específicos (o
para toda clase de mandatos). No es, por tanto, toda especie de probabilidad
de ejercer ‘poder’ o ‘influjo’ sobre otros hombres. En el caso concreto, esta
dominación (‘autoridad’), en el sentido indicado, puede descansar en los
más diversos motivos de sumisión: desde la habituación inconsciente hasta
lo que son consideraciones puramente racionales con arreglo a fines. Un de-
terminado mínimo de voluntad de obediencia, o sea de interés (externo o in-
terno) en obedecer, es esencial en toda relación auténtica de autoridad.”
(Weber, 1992)

Así entendida, la dominación configura una modalidad particular de ejer-


cicio de poder que se articula alrededor de la creencia –por parte de los su-
bordinados– en la validez de su subordinación. Esta creencia es la que, en
estos casos, motiva aquel “mínimo de voluntad de obediencia, de interés
en obedecer”, sin el cual no se estructura un vínculo de autoridad. Asimis-
mo, la aceptación de tal dominio o autoridad puede basarse en diferentes
motivos, los que pueden suponer vinculaciones afectivas, intereses materia-
les, identificaciones ideológicas y/o valorativas, costumbres rutinizadas, etc.
Pero todas estas posibilidades no constituyen los fundamentos sobre los
que se estructura la dominación, sino apenas sus basamentos inmediatos.
La creencia en su legitimidad, en cambio, es el factor determinante de toda
relación de autoridad:

“De acuerdo con la experiencia, ninguna dominación se contenta


voluntariamente con tener como probabilidad de su persistencia
motivos puramente materiales, afectivos o racionales con arreglo
a valores. Antes bien, todas procuran despertar y fomentar la
creencia en su ‘legitimidad’. Según sea la clase de legitimidad pre-
tendida es fundamentalmente diferente tanto el tipo de la obe-
diencia, como el del cuadro administrativo destinado a garantizar-
la, como el carácter que toma el ejercicio de la dominación. Y tam-
bién sus efectos. Por eso, parece adecuado distinguir las clases
de dominación según sus pretensiones típicas de legitimidad.”
(Weber, 1992)

59
Universidad Virtual de Quilmes

En este sentido, el citado pensador alemán distinguió tres principios de


justificación o tipos de fundamentos de la legitimidad de una dominación a
partir de los cuales se constituyen tres tipos de dominación:

a) la dominación legal con administración burocrática se basa en la creencia


en la legitimidad de la legalidad de un conjunto de ordenaciones estatui-
das y de los derechos de mando de las personas que ejercen la autoridad
legal según los criterios establecidos por esas ordenaciones. Los subordi-
nados obedecen a las ordenaciones impersonales y objetivas que fueron
legalmente estatuidas y a las personas designadas siguiendo los criterios
legales estipulados por esas ordenaciones para el ejercicio del mando y
dentro de los límites legales que también surgen de esas disposiciones. Se
obedece a su superior porque aceptan y consienten (legitiman) las nor-
mas impersonales que definen formalmente aquella autoridad, dentro del
ámbito restringido de la jurisdicción claramente especificada en esa lega-
lidad. Esta dominación se ejerce a través de un cuadro administrativo bu-
rocrático, constituido por funcionarios ubicados funcionalmente dentro de
una estructura organizativa impersonal estructurada en cargos situados
en un esquema con jerarquías y competencias administrativas rigurosa-
mente fijadas;
b) la dominación tradicional se articula en torno a la creencia en la legitimi-
dad de la santidad de un conjunto de tradiciones que rigió desde tiempos
lejanos y de los derechos de aquéllos señalados por esos preceptos tradi-
cionales para ejercer la autoridad tradicional. Los subordinados obedecen
a las ordenaciones tradicionales y a la persona del señor llamado por esa
tradición para ejercer la autoridad. En las organizaciones tradicionales
(despotismo oriental y medieval, sultanato, patriarcalismo, patrimonialis-
mo) no hay un proceso impersonal de elaboración de normas y la obedien-
cia al “señor” se articula en base a la afiliación o afecto personal, care-
ciendo en general de personal administrativo especializado;
c) la dominación carismática se estructura sobre la base de la creencia en la
legitimidad de la figura y voluntad de aquella persona a la que se le recono-
ce cierta santidad, heroísmo o ejemplaridad y a las ordenaciones creadas
por la autoridad carismática. Los subordinados obedecen al caudillo caris-
mático, al que le atribuyen la posesión de fuerzas sobrenaturales y sobre-
humanas y no asequibles a otras personas, estableciéndose vínculos per-
sonales basados en la confianza que despierta la revelación, heroicidad o
ejemplariedad que porta ese jefe. Se trata de un tipo de dominación ex-
traordinario y no se organiza a partir de un ordenamiento jurídico fijo.

Vale decir, entonces, que Giddens brinda una definición general de domi-
nación en que ésta designa a toda modalidad de poder –sea violenta o por
ejercicio de la autoridad, sea constrictiva o habilitante– articulada entre acto-
res en el contexto de la interacción social, al mismo tiempo que Weber, en un
sentido más restringido, la define como una modalidad específica de poder
cuya particularidad está centralmente dada por la obtención voluntaria de obe-
diencia.
Ahora bien, si toda relación de poder y de dominación denota la posibi-
lidad de que un actor pueda imponer su voluntad sobre otro actor, su efec-
tivización supone la presencia de ciertas asimetrías sociales estructura-
das a partir de la existencia de diferentes capacidades de poder, esto es,

60
Elementos de Ciencia Política

capacidades diferenciales para acceder a los medios o recursos de poder


y destrezas diferenciales para utilizar esos medios o recursos. Esas asi-
metrías se articulan alrededor de tres condiciones:

a) las formas diferenciales de acceso al conjunto de recursos de autoridad y


de asignación que pueden poseer o poseen los actores;
b) la importancia y el peso diferencial del tipo de recursos de dominación –de
autoridad y de asignación– existente en un determinado contexto espacio-
temporal histórico; y
c) el grado también diferencial de capacidad y competencia de las personas
en el uso de las reglas y recursos de dominación, lo que deriva de la mag-
nitud diferencial del control reflexivo y fáctico que los actores poseen so-
bre esas reglas y recursos.

No pocas perspectivas teóricas de impronta objetivistas han dado por


sentado que las relaciones de poder y de dominación dependen apenas
del acceso y la posesión de recursos políticos y económicos, como si es-
tas condiciones fueran una derivación lógica o históricamente necesaria
de la pertenencia a ciertas clases o grupos sociales o de la ubicación de
los individuos en ciertos estratos de la sociedad. En este mismo sentido,
también fue común sostener que la capacidad de poder deriva casi exclu-
sivamente de la posibilidad de acceso a un conjunto de recursos políticos-
institucionales. Evidentemente, estos enfoques excluyen de su contenido
el protagonismo de los actores sociales en la constitución de la sociedad
y, en su interior, en la producción y reproducción de las estructuras de do-
minación y de las organizaciones políticas.
En cambio, ciertas perspectivas más integrales del poder han interpreta-
do a éste tomando al sujeto como eje articulador del obrar humano y, en con-
secuencia, como actor político históricamente situado, sin dejar de tener en
cuenta, por cierto, los condicionantes estructurales de la producción de las
relaciones de poder.
En el marco de esta orientación, es posible establecer ciertas considera-
ciones sobre el poder que resultan importantes para abordar la política. En
primer lugar, como lo indica Giddens, el poder entendido genéricamente co-
mo capacidad transformadora es lógicamente anterior a la constitución de la
reflexividad subjetiva del hombre, más precisamente, al registro reflexivo de
la conducta, lo que se contrapone a todas aquellas concepciones que entien-
den al poder como intención o voluntad, o como la capacidad de lograr resul-
tados intencionalmente buscados o deseados.
En segundo término, el poder no supone necesariamente la existencia de
conflicto, ya que su ejercicio puede expresarse mediante modalidades cierta-
mente conflictivas pero también a través de formas de consenso y solidari-
dad, no dependiendo ello –esto es, el conflicto/consenso– del fenómeno del
poder en sí mismo, sino de la existencia y defensa de intereses sectoriales
por parte de los actores sociales, intereses que bien pueden ser articulados
y combinados de manera convergente. Asimismo, como lo indica Giddens, el
poder no configura “un fenómeno intrínsecamente nocivo ni la mera capaci-
dad de ‘decir que no’”. Michel Foucault asegura, en este sentido, que el po-
der no se expresa solamente ni preponderantemente como violencia, sino
que también puede suponer consenso y puede articularse sobre la base de
la aceptación:

61
Universidad Virtual de Quilmes

“[...] La puesta en juego de relaciones de poder no es, evidente-


mente, más exclusiva del uso de la violencia que de la adquisi-
ción del consenso; sin duda, el ejercicio del poder no puede pres-
cindir del uno o de la otra, y con frecuencia de ambos a la vez.
Pero, a pesar de que el consenso y la violencia son los instrumen-
Foucault, Michel, tos o los resultados, no constituyen el principio o la naturaleza
“El sujeto y el po-
der”, en: Revista Mexicana básica del poder. El ejercicio del poder puede producir tanta
de Sociología, México, aceptación como se desee: puede acumular muertos y refugiar-
3/88, julio/septiembre de
1988, pp. 14 y 15. se tras las amenazas que pueda imaginar. En sí mismo, el ejerci-
cio del poder no es una violencia a veces oculta; tampoco es un
consenso que, implícitamente, se prorroga. Es un conjunto de ac-
ciones sobre acciones posibles; opera sobre el campo de posibi-
lidad o se inscribe en el comportamiento de los sujetos actuan-
tes: incita, induce, seduce, facilita, dificulta; amplía o limita, vuel-
ve más o menos probable; de manera extrema, constriñe o pro-
hibe de modo absoluto; con todo, siempre es una manera de ac-
tuar sobre un sujeto actuante o sobre sujetos actuantes, en tan-
to que actúan o son susceptibles de actuar. Un conjunto de ac-
ciones sobre otras acciones”.

Y por último, el poder es una capacidad inmanente y rutinaria de toda ac-


ción social en el marco de la producción y reproducción de los sistemas so-
ciales y, en consecuencia, denota fundamentalmente un conjunto de capaci-
dades que, como se señaló, no sólo están determinadas por las posibilida-
des de acceso a los recursos políticos y económicos, sino también por el gra-
do de competencia de los sujetos en el ejercicio del obrar humano y por cier-
tas condiciones históricas y sociales que facilitan y/o constriñen en diferen-
tes grados las proyecciones reflexivas y fácticas de esos agentes. Por su par-
te, Giddens afirma:

“[...] Poder no se conecta de manera intrínseca con la consecu-


ción de intereses sectoriales. En esta concepción, el uso de poder
no caracteriza a tipos específicos de conducta sino a toda la ac-
ción, y el poder mismo no es un recurso. Recursos son medios a
través de los cuales se ejerce poder, como un elemento de rutina
de la actualización de una conducta en una reproducción social.
No debemos entender las estructuras de dominación incitas en
instituciones sociales como molinos para «seres dóciles» que se
comportarán como los autómatas propuestos por la ciencia social
objetivista. El poder en sistemas sociales que disfrutan de cierta
continuidad en tiempo y espacio presupone relaciones regulariza-
das de autonomía y dependencia entre actores o colectividades
en contextos de interacción social. Pero todas las formas de de-
pendencia ofrecen ciertos recursos en virtud de los cuales los su-
bordinados pueden influir sobre las actividades de sus superiores.
Es lo que denomino dialéctica del control en sistemas sociales.”
(Giddens, 1995)

62
Elementos de Ciencia Política

Vale decir, toda acción social supone, siempre y en todo lugar, el ejercicio de
poder, inclusive en situaciones o escenarios en los que las condiciones de
constreñimiento social sobre los agentes imponen márgenes muy restringidos
de acción. Toda estructura de dominación no necesariamente presupone la
existencia de formas de coerción perfiladas como factores determinantes del
comportamiento de los actores sociales, pues, en ciertas circunstancias histó-
ricas esos escenarios pueden estar atravesados por condiciones que bien pue-
den brindar oportunidades novedosas y positivas para el desarrollo de accio-
nes y comportamientos orientados a producir profundos cambios en la situa-
ción social y política imperante. Además, todo escenario social y político con-
tiene, según las circunstancias históricas en las que se articula, modalidades
de interacción en las que se combinan diversas formas de autonomía y depen-
dencia entre sus protagonistas. En cuyo contexto, las relaciones de poder se
expresan siempre en actos bajo diversas formas y pueden generar diferentes
tipos de efectos, pero, en todo caso, dichos actos nunca se producen por fue-
ra de un contexto de relativa “libertad” de los sujetos o, en palabras de Fou-
cault, en un contexto signado por la “coerción pura y simple de la violencia”.

“El ejercicio del poder no es simplemente una relación entre ‘parejas’,


individuales o colectivas; se trata de un modo de acción de algunos sobre
algunos otros. Lo que es decir, desde luego, que no existe algo llamado el
Poder, o el poder, que existiría universalmente, en forma masiva o difusa,
concentrado o distribuido. Sólo existe el poder que ejercen “unos” sobre
“otros”. El poder sólo existe en actos aunque, desde luego, se inscribe en
un campo de posibilidades dispersas, apoyándose sobre estructuras perma-
nentes. Ello también significa que el poder no es una especie de consenti-
miento. En sí mismo no es renuncia a una libertad, transferencia de dere-
chos, poder de todos y cada uno delegado a unos cuantos (lo cual no im-
pide que el consentimiento pueda ser una condición para la existencia o el
mantenimiento de la relación de poder); la relación de poder puede ser
efecto de un consentimiento permanente o anterior, pero no es por natura-
leza la manifestación de un consenso [...]. Cuando se define el ejercicio de
poder como un modo de acción sobre la acción de los otros, cuando se ca-
racterizan estas acciones por el ‘gobierno’ de los hombres, de los unos por
los otros –en el sentido más amplio del término– se incluye un elemento
importante: la libertad. El poder se ejerce únicamente sobre ‘sujetos li-
bres’ y sólo en la medida en que son ‘libres’. Por esto queremos decir su-
jetos individuales o colectivos, enfrentados en un campo de posibilidades,
donde pueden tener lugar diversas conductas, diversas reacciones y diver-
sos comportamientos. Ahí donde las determinaciones están saturadas, no
hay relaciones de poder; la esclavitud no es una relación de poder cuando
el hombre está encadenado (en este caso se trata de una relación física de
coacción), sino justamente cuando puede desplazarse y en última instan-
cia escapar. En consecuencia, no hay una confrontación cara a cara entre
el poder y la libertad que sea mutuamente exclusiva (la libertad desapare-
ce ahí donde se ejerce el poder), sino un juego mucho más complicado. En
este juego, la libertad puede muy bien aparecer como condición de exis-
tencia del poder (al mismo tiempo como su precondición, puesto que de-
be existir la libertad para que el poder se ejerza, y también como su sopor-
te permanente, puesto que si se sustrajera totalmente del poder que se ejer-
ce sobre ella, éste desaparecería y debería sustituirse por la coerción pura
y simple de la violencia); pero también aparece como aquello que no po-
drá sino oponerse a un ejercicio del poder que en última instancia, tiende

63
Universidad Virtual de Quilmes

a determinarla completamente. La relación de poder y la rebeldía de la li-


bertad no pueden, pues, separarse. El problema central del poder no es el
de la “servidumbre voluntaria”(¿cómo podríamos desear ser esclavos?).
En el corazón mismo de la relación de poder, y “provocándola” de mane-
ra constante, se encuentran la obstinación de la voluntad y la intransitivi-
dad de la libertad [...].”
(Foucault, 1988)

Ahora bien, si las relaciones de poder son constitutivas y, al mismo tiem-


po, constituidas por las relaciones sociales, el fenómeno del poder político
atraviesa la compleja trama de la sociedad en su conjunto pero, en un sen-
tido específico, el calificativo de “político” denota al conjunto de relaciones
o situaciones de poder articuladas alrededor del, y referidas al, gobierno de
una asociación, es decir, del centro del lugar o instancias donde se ejerce la
dirección y el control de dicha asociación. Ésta configura una forma particu-
lar del poder que, contemporáneamente, encontró en el Estado un punto de
referencia preponderante.

“Las relaciones de poder están arraigadas en el tejido social. Ello no


quiere decir, sin embargo, que existe un principio fundamental y prima-
rio de Poder que domina la sociedad hasta en su más mínimo detalle;
pero, tomando como punto de partida la posibilidad de la acción sobre
la acción de otros (coextensiva a toda relación social), las múltiples for-
mas de disparidad individual, de objetivos, de instrumentaciones dadas
sobre nosotros y a los otros, de institucionalización más o menos secto-
rial o global, de organización más o menos deliberada, definen distintas
formas de poder. Las formas y las situaciones del gobierno de unos
hombres se limitan y a veces se anulan, otras se refuerzan. Es un hecho
indudable que el Estado en las sociedades contemporáneas no es sólo
una de las formas o uno de los lugares –aunque fuera el más importan-
te– de ejercicio del poder, sino que de cierta manera todas las otras for-
mas de relación de poder se refieren a él. Pero no es porque cada uno se
derive de él. Es más bien porque se ha producido una estatización con-
tinua de las relaciones de poder [...]. Haciendo referencia aquí al senti-
do restringido de la palabra gobierno, podría decirse que las relaciones
de poder se gubernamentalizaron progresivamente, es decir, se elabora-
ron, racionalizaron, centralizaron bajo la forma o bajo los auspicios de
instituciones estatales.
(Foucault, 1988)

Bouza-Brey, Luis, Con el inicio de la era moderna y, en su marco, el surgimiento del Estado
“El poder y los siste- como instancia orientadora del “poder político diferenciado”, los grupos con
mas políticos”, en: Caminal
Badia, Miquel (coord.), poder social lo toman como referencia con el fin de determinarlo, condicio-
Manual de ciencia política, narlo, influirlo, conformarlo, resistirlo, limitarlo, todo lo cual ha convertido a
Tecnos, Madrid, 1996.
la política –en sentido estricto– “en la actividad dirigida a gobernar, o a influir
indirectamente en el poder político, en el centro político de dirección y con-
trol del conjunto de la sociedad”.
Vayamos al análisis de este punto fundamental.

• Elaborar una definición integral de poder consideran-


do los autores tratados y vinculando los conceptos de
dominación, legitimidad y relaciones de poder.

64
Elementos de Ciencia Política

• Desarrollar ejemplos históricos de los tres tipos de


dominación establecidos por el autor alemán Max
Weber y fundamentarlos.

2.4. Política y gobierno

Tal como se señaló más arriba, se entiende a la política como el proceso


social de reproducción de la dominación –en sentido giddeniano– mediante la
articulación de prácticas e interacciones recurrentes e institucionalizadas, re-
feridas y referenciadas en las instituciones de gobierno existentes en deter-
minado escenario histórico, vale decir:

Interacciones orientadas a intervenir directa o indi-


rectamente en la constitución, organización y funcio-
namiento de las instituciones gubernamentales y en
la promulgación regular de políticas y decisiones co-
lectivas.

Así, como señala Jacques Lagroye, la política designa al conjunto de acti-


vidades y prácticas sociales que se relacionan directamente con el gobierno
de una sociedad, esto es, con la instancia encargada de la organización y di-
rección de la vida de una sociedad. En este sentido, el gobierno no hace re-
ferencia exclusivamente a los Estados nacionales, sino a todo tipo de perso-
nas o grupos encargados de la gestión, dirección y control de toda asocia-
ción, aunque solamente se podría denominar gobierno político al gobierno
ejercido sobre un conjunto social.

“Gobierno [...] no se trata de la instancia particular de los Estados con-


temporáneos encargada de tomar decisiones, hacer ejecutar leyes y condu-
cir políticas, sino de los actos que tienden a organizar y conducir la vida
en sociedad. Por cierto que se podría hablar en los mismos términos del
gobierno de una Iglesia, una asociación o un grupos cualquiera. Pero se
calificará al gobierno de político en la medida que afecta al conjunto de
los individuos y grupos que conforman una sociedad organizada, disponen
de un territorio, aplican reglas de vida comunes y cuyos miembros reali-
zan actividades variadas concebidas como aporte a la vida colectiva.”
Lagroye, Jacques, Sociología política, Fondo de Cultura Económica,
Buenos Aires, 1991, pág. 21.

Desde el punto de vista sociológico, el gobierno de una asociación está con-


formado por las personas o el grupo, es decir, los gobernantes, que detentan
la capacidad de “imponer a los demás miembros una orientación mutuamente
ajustada (o coordinada) de sus conductas e incluso una modificación de las
orientaciones anteriores”, dice el estudioso francés. Los miembros de esa aso-
ciación le reconocen a los gobernantes de la misma la autoridad para imponer
una determinada orientación común de conductas y, en el marco de las prácti-
cas sociales desenvueltas en dicha asociación, aquéllos ajustan efectivamen-
te sus comportamientos y creencias generales a tales orientaciones.

65
Universidad Virtual de Quilmes

Ahora bien, en este contexto, Lagroye sostiene que toda interacción social
se constituye en interacción política en la medida en que sus efectos supo-
nen, en forma explícita, la modificación o transformación de la capacidad de
poder y/o legitimidad de ciertos actores o grupos sociales y políticos en el
marco de las relaciones que mantienen con otras unidades.

“Toda interacción (de índole económica, cultural, religiosa, etc.) pro-


voca modificaciones en las posiciones sociales ocupadas por los partici-
pantes y, por consiguiente, afecta el poder que puedan ejercer, sea porque
adquieren mayores recursos o porque acrecientan su legitimidad. Pero a
diferencia de otras formas de relación, la interacción política es concebi-
da explícitamente como el medio para designar, reconocer o legitimar a
los dirigentes del grupo [...].”
(Lagroye, 1991)

De este modo, las interacciones políticas, además de explicitar el carác-


ter relacional del poder social y, en particular, del poder político, se articulan
en el marco de un proceso dinámico y permanente de producción y reproduc-
ción de los parámetros institucionales, que enmarcan el escenario sociopo-
lítico en el que se sitúan históricamente.

“La interacción política (y los cambios de posición que ésta puede provo-
car) es el conjunto de las interacciones (de índole económica, religiosa, cul-
tural) que modifica a la vez las propiedades y los recursos de los agentes así
como las reglas que rigen sus relaciones: la estructuración no se adquiere de
una vez para siempre ni constituye una coacción permanente e intangible; es
un proceso continuo de elaboración de reglas, dentro de los límites propios
de la organización general de la sociedad y del alcance normativo que cier-
tos grupos pueden atribuir a las reglas transmitidas.”
(Lagroye, 1991)

Así, el eje causal y objetivo en torno del cual se estructuran las interac-
ciones políticas está dado por la intervención directa o indirecta en las rela-
ciones de poder establecidas entre actores y/o grupos sociales, con el obje-
tivo de producir algún tipo de cambio en esa relación y en el contexto del sis-
tema de interacción en el cual se sitúan esos actores, pero, sobre todo, en
las instancias de gobierno y en las decisiones colectivas que surgen de ellas.
En el plano de las complejas sociedades modernas en las que las estructu-
ras gubernamentales se hallan altamente especializadas y diferenciadas,
esa intervención encuentra en las instituciones de gobierno su principal mar-
co de referencia y ámbito de desarrollo, lo que ratifica que:

La política constituye esencialmente la actividad y/o


proceso por el cual los actores afectan o intentan afec-
tar de alguna manera el alcance y el contenido del apa-
rato y de las actividades gubernativas.

66
Elementos de Ciencia Política

Con esta impronta, Max Weber sostuvo que la política es la actividad social
a través de la cual se ejerce el gobierno político de una asociación o se inter-
viene en el proceso mediante el que se procura ejercer, de alguna manera, cier-
ta “influencia” sobre dicho gobierno, que, modernamente, este autor resume en
el Estado: “Por política [se entiende] la dirección o la influencia sobre la direc- Weber, Max, “La po-
lítica como voca-
ción de una asociación política, es decir, en nuestros tiempos, de un Estado”. ción”, en: Weber, Max, El
Así entendida, la política expresa entonces: “[...] la aspiración (Streben) a político y el científico,
Alianza Editorial, Madrid,
participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos 1991, pág. 82.
Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres
que lo componen.” (Weber, 1991)
De este modo, la actividad política encuentra su principal referente sim-
bólico y su espacio institucional privilegiado en los Estados modernos y en el
proceso socio-político que lo contextúa, ámbito en el que se desarrollan las
prácticas e interacciones orientadas a influir de algún modo sobre las insti-
tuciones y actividades gubernamentales, y que, tomado en su conjunto, con-
figura lo que se denomina sistema político de una sociedad, todo lo cual se-
rá posteriormente abordado y analizado.
Ahora bien, en la vida política contemporánea, el gobierno estatal ocupó un
lugar preponderante, ya sea como marco de referencia privilegiado de las ac-
ciones políticas de los actores sociales principales o como instancia central de
orientación y de expresión de las relaciones de poder desenvueltas en una so-
ciedad. Sin embargo, la complejidad de la vida social y política actual, así co-
mo los procesos socioculturales, económicos y políticos derivados del desarro-
llo de prácticas transnacionales –que sobrepasan a los Estados y sus gobier-
nos centrales a través de la generación y reproducción de “flujos inmensos de
capitales, dinero, bienes, servicios, personas, información, tecnologías, políticas,
ideas, imágenes y regulaciones”–, ha modificado el escenario político y, además
de cercenar la centralidad que el Estado ha guardado en dicho escenario du-
rante las últimas dos centurias, fue apuntalando la incidencia política de otros
actores locales y transnacionales no gubernamentales, no estatales.
Simultáneamente a estos procesos, se produjo una creciente y significativa
proliferación de enfoques teóricos en la sociología y, en particular, en la cien-
cia política, que comenzaron recientemente a dar cuenta de estos cambios y
de la complejidad que fue adquiriendo la vida social y política. Estos nuevos
aportes reconocen la centralidad e importancia que aún conservan los Estados
y los gobiernos en los escenario políticos contemporáneos, pero consideran a
la política como un fenómeno que se manifiesta básicamente en todos los ám-
bitos de la vida social, más allá de los gobiernos y de sus actividades institu-
cionales y políticas, y está en la base del proceso de producción y reproducción
de la vida social, tal como lo expresan con absoluta claridad David Held y
Adrian Leftwich:

“En nuestra visión, la política es un fenómeno que se encuentra


en y entre todos los grupos, instituciones y sociedades, envolvien-
do todas las esferas del esfuerzo humano, pública y privada. Se
manifiesta en las actividades de cooperación, negociación y resis-
tencia de toda la vida humana: una ineludible dimensión de la
producción y reproducción de la sociedad. En consecuencia, polí-
tica trata del poder; trata de las fuerzas que influyen y reflejan su
distribución y su uso; y trata del efecto de esto sobre el uso y la
distribución de los recursos. Política trata de la ‘capacidad de

67
Universidad Virtual de Quilmes

transformación’ de los agentes sociales, organismos e institucio-


nes: no trata del gobierno, o sólo del gobierno. Donde la política
se considera más restringidamente como una esfera aparte de la
economía y la cultura, esto es, como actividad gubernamental e
instituciones, un vasto dominio de los que consideramos política
queda fuera de vista. No hay, de hecho, nada más político que los
constantes intentos por excluir ciertos tipos de problemas de la
política. Estos intentos representan estrategias de despolitización;
esto es, estrategias para que ciertas cuestiones sean tratadas co-
mo si ellas no fuesen un objeto apropiado para la política […] Ade-
más, a menudo, administradores y políticos nos invitan a ‘mante-
ner la política fuera’ de cosas como el deporte (o viceversa) o no
‘mezclar’ la político con la religión, las relaciones industriales y las
Held, David y Left-
wich, Adrian, “A dis- relaciones ‘raciales’. Lo que realmente ellos nos están pidiendo es
cipline of politics?”, en: que nos abstengamos de participar en la política, es decir, en las
Held, David, Political
Theory and the Modern
decisiones acerca del uso y distribución de recursos en relación a
State. Essays on State, Po- los asuntos que son muy importantes para nuestras vidas. Como
wer and Democracy, Stan- tal, ellos no están intentando promover, defender o ni siquiera ais-
ford University Press, Cali-
fornia, 1989, p. 247. lar la política, están intentando suprimirla.”

De este modo, la política se refiere al gobierno de una sociedad y al con-


junto de los procesos sociales a través de los cuales dicho gobierno se for-
ma, se mantiene, se cambia, se reformula, se influencia, se condiciona, se
apoya, se apuntala. La política se refiere, entonces, a un sistema o campo de
poder que se estructura en torno del gobierno de una sociedad pero que se
extiende al conjunto de las actividades que se vinculan con éste.

• Defina los conceptos de política y gobierno abarcando


todas las implicancias y distinciones de ambos térmi-
nos según lo desenvuelto anteriormente.

2.5. Sistema político y campo político

Los conceptos de sistema político y campo político han sido utilizados en


la ciencia política para dar cuenta de la compleja trama de interacciones po-
líticas, es decir, interacciones de poder referidas al gobierno de una socie-
dad, que se estructuran en todo tipo de ámbitos sociales.
El concepto de sistema hace referencia al conjunto de relaciones caracterís-
ticas que se articulan entre determinados elementos o componentes del sis-
tema y que guarda una permanente interacción con su ambiente, es decir, con
el conjunto de relaciones que no forman parte de tal sistema. Un sistema es
político cuando esa compleja trama de interacciones sociales se estructura con
relación y en referencia al ejercicio del gobierno de la asociación o de la socie-
dad en su conjunto. En un sentido general, Robert Dahl define a un sistema po-
lítico como “todo modelo persistente de relaciones humanas que involucra, en
un grado significativo, control, influencia, poder o autoridad”, pero que, en lo es-
pecífico, está referido al gobierno de una sociedad, es decir, a aquella instan-
cia “que sostiene con éxito una reivindicación de reglamentación exclusiva del

68
Elementos de Ciencia Política

uso legítimo de la fuerza física al poner en vigor sus normas dentro de un área
territorial determinada”(Dahl, 1983). Este pensador –del mismo modo que lo
han hecho la mayoría de los autores de enfoques sistémicos de la política– in-
dicó que con el concepto de sistema se designan en forma analítica “cosas
concretas”, en razón de lo cual no debía confundirse dicha construcción teóri-
co-analítica con las prácticas e interacciones políticas específicas. En este sen-
tido, Lagroye sostiene que el concepto de sistema político designa un “modelo
teórico” que resulta de una “operación intelectual de abstracción”, pero que
ello no significa que los fenómenos sociales y políticos concretos que son abar-
cados por el modelo sólo existan como invención del analista, sino que se es-
tructuran efectivamente en la realidad histórica.
David Easton, el más importante exponente del enfoque sistémico en la
ciencia política, sostuvo que la sociedad configura el sistema social más inclu-
yente y, en ese sentido, abarca “todas las interacciones sociales de las perso-
nas biológicas”. Cualquier otro subsistema social, entre ellos el sistema políti-
co, conforma un sistema de conductas que contiene apenas algunos aspectos
del comportamiento total, y la identificación de tales aspectos configura una
operación analítica. De acuerdo con ello, el sistema político constituye “un sis-
tema conceptualmente distinto de otros sistemas de una sociedad”. Las inte-
racciones que se sitúan “afuera” del sistema político constituyen su “ambien-
te”, con el cual se produce una serie de intercambios y transacciones.

“[…] El análisis sistémico arranca en general de la concepción de


la vida política como un conjunto delimitado de interacciones, encla-
vado en otros sistemas sociales y rodeado por ellos, y a cuya influen-
cia está constantemente expuesto. En tal sentido, resulta útil interpre-
tar los fenómenos políticos como constitutivos de un sistema abierto
que debe abordar los problemas generados por su exposición a las in-
fluencias procedentes de estos sistemas ambientales. Para que subsis-
ta, es preciso que consiga retroalimentarse en grado suficiente de sus
realizaciones pasadas y que pueda tomar medidas para regular su con-
ducta futura. Dicha regulación exigirá tal vez la adaptación simple a un
medio cambiante, según las metas fijadas, pero también modificar me-
tas antiguas o transformarlas por entero. Quizá no baste la adaptación
simple y sea necesario que el sistema cuente con la capacidad de trans-
formar su propia estructura y procesos internos.”
Easton, David, Esquema para el análisis político, Amorrortu edito-
res, Buenos Aires, 1982, pág. 48.

El ambiente del sistema político societal abarca todo el ambiente social no-
político y el ambiente físico, ya sea que se desplieguen en el ámbito intrasocie-
tal –ambiente social y físico externo al sistema político, pero ubicado dentro de
la sociedad– o en el ámbito extrasocietal –ubicado en el sistema político y so-
cial internacional–. El ambiente intrasocietal está compuesto por el sistema eco-
lógico, el sistema biológico, el sistema de personalidad y los sistemas sociales.
El ambiente extrasocietal se conforma de los sistemas políticos internacionales,
el sistema ecológico internacional y los sistemas sociales internacionales.
En este marco, Easton definió al sistema político como el “conjunto de in-
teracciones sociales de individuos y grupos” orientadas predominantemente
hacia “la asignación autoritativa (authoritative) de valores para una socie-
dad”. Dicha asignación supone la distribución de cosas valoradas para las

69
Universidad Virtual de Quilmes

personas y grupos a través de tres procedimientos básicos, a saber, la priva-


ción a la persona de algo valioso que poseía, el entorpecimiento de la con-
secución de ciertos valores que se podrían haber alcanzado y el permiso de
acceso a determinados valores para ciertas personas y la negación de los
Cabe aclarar que en
la citada traducción mismos para otras. En este sentido, una asignación es autoritativa cuando
del libro de David Easton el “las personas que hacia ellas se orientan se sienten obligados por ellas”, di-
concepto utilizado es “asig-
nación autoritaria”. El sig-
ce Easton para hacer referencia al ejercicio del gobierno que, en verdad,
nificado de ello dista del abarca el centro del sistema político.
sentido que originalmente, Por su parte, todo sistema político está sujeto a una gran diversidad de in-
en inglés, pretende el autor.
Por ello, he decidido utili- fluencias o flujo de efectos procedentes del ambiente, que constituyen los in-
zar el calificativo de “auto- sumos de dicho sistema. Tales insumos constituyen los apoyos y las deman-
ritativa” en referencia al
ejercicio de la gubernamen-
das que pesan sobre el sistema político. Al mismo tiempo, el sistema político
talidad. convierte los insumos en productos, que no son más que la ejecución de las
decisiones autoritativas tomadas por las autoridades del sistema político y
que impactan sobre el ambiente del mismo.

Según Easton, los insumos del ambiente son “iguales” a los productos
del sistema político, lo que garantiza el equilibrio y la estabilidad del mismo.
Es decir, hay un flujo permanente de productos, esto es, de decisiones y ac-
ciones, desde el sistema político hacia los ambientes, cuyos efectos gene-
ran ciertas modificaciones en estos últimos, los que, a su vez, influyen en la
próxima ronda de insumos, que incidirán sobre el sistema político en la for-
ma de demandas y apoyos. El funcionamiento del sistema político, así, es un
“gran proceso de conversión” de los insumos de apoyos y demandas en pro-
Portantiero, Juan ductos de decisiones y acciones. La persistencia de dicho sistema depende,
Carlos, “Sociedad entonces, de su capacidad para mantener en funcionamiento este proceso
política, Estado y sistema
político”, en: Portantiero, de conversión.
Juan Carlos, La producción Pues bien, en verdad, los enfoques sistémicos tendieron a interpretar los
de un orden. Ensayos sobre sistemas políticos como entidades completas y auto-sustentadas, o, según
la democracia entre el Es-
tado y la sociedad, Edicio- los describe apropiadamente Bouza-Brey, como “un conjunto cohesivo e in-
nes Nueva Visión, Buenos terdependiente de elementos que interactúan entre sí y con el ambiente, pe-
Aires, 1988, pág. 117.
ro que no puede ser descrito ni entendido como la mera suma de las par-
tes”, ya que éstas “actúan de modo distinto que si estuvieran aisladas, ya
que su comportamiento depende del de las demás y de la lógica global del

70
Elementos de Ciencia Política

conjunto del sistema”. Vale decir, el todo –el sistema–, auto-equilibrado y au-
to-regulado, se impone y determina a las partes –sus miembros–.
Así, entonces, el concepto de sistema puede facilitar más que cualquier
otro modelo teórico la objetivación de un conjunto de interacciones sociales
y políticas como una realidad natural y equilibrada, es decir: funcionalmente
estructurada independientemente de los actores que componen dicho siste-
ma, y cuya estructura es externa y se impone casi coactivamente sobre los
mismos. Esta visión objetivista y determinista de la sociedad se contrapone
con aquélla –desarrollada en la primera parte de este capítulo– por medio de
la cual se interpreta a la sociedad, y en su interior a la política, como el re-
sultado de un proceso de producción y reproducción cotidiana de los actores
sociales. Bajo esta orientación más bien constructivista, el sistema político
podría ser interpretado como un sistema de relaciones de poder referencia-
das y articuladas en torno al gobierno de la sociedad y en cuyo ámbito se
produce y reproduce la dominación. En este sentido, Juan Carlos Portantiero
define al sistema político como “un conjunto de instituciones y procesos po-
líticos, gubernamentales y no gubernamentales, desempeñados por actores
sociales constituidos como tales y dotados de una cierta capacidad de po-
der”, y afirma:

“[...] Todo sistema político incluye interacciones entre gobernantes


y gobernados en el interior de una cultura política determinada, lo
cual difiere de sociedad en sociedad. En el seno del mismo es
donde se regula la competencia por el poder, se producen las de-
cisiones que conciernen a toda la sociedad y se organiza la forma
de la autoridad, es decir, se determina el tipo de régimen político
vigente. Así, el sistema político agrupa a las instituciones que cum-
plen las funciones de dominación, dirección y administración polí-
ticas. Como articulación entre coacción y consenso, entre ley y va-
lores, es siempre un sistema hegemónico, pero no sólo entendido
como el lugar desde donde la hegemonía se ejerce, sino, sobre to-
do, desde donde se constituye.”

En el marco de esta orientación, y como lo indica Alcántara Saez, todo sis-


tema político se compone de los siguientes elementos –sólo distinguibles
analíticamente–:
(i) los “elementos institucionales” que constituyen el “régimen político” y que es-
tán conformados por los poderes políticos y el conjunto de reglas de interac-
ción que regulan legal y efectivamente tanto su organización y sus actividades
como su vínculo con la sociedad, teniendo en cuenta que ello engloba el con-
junto de reglas legales y sociales, escritas o consuetudianarias;
(ii) los “actores institucionalizados” –se trate de organizaciones o movimientos so-
ciales o de partidos políticos– a través de los cuales la sociedad se organiza
–activa o pasivamente–, articula, agrega y plantea sus demandas e intenta in-
fluir y/o modificar en mayor o menor medida las decisiones gubernamentales;
(iii) los “valores de los individuos y de los grupos sociales”, particularmente en to-
do lo referido a la vida política y social, lo que, de algún modo, determina el
contexto de legitimación de la política; y el contexto o “entramado internacio-
nal” en el que se encuentra inmerso y relacionado todo sistema político, y que
se compone de otros sistema políticos y organizaciones que directa o indirec-
tamente intervienen e influyen en el escenario político internacional.

71
Universidad Virtual de Quilmes

Esta conceptualización nos abre camino hacia la interpretación de la po-


lítica como un campo de poder en el que se produce y reproduce la domina-
ción. Bourdieu, intentando romper con todo enfoque teórico substancialista
de la vida social, indica que ésta configura una “realidad relacional” estruc-
turada sobre la base de la “diferencia” existente entre personas o grupos
que ocupan “posiciones relativas” en el contexto de las relaciones que pro-
tagonizan. Esos individuos o grupos “existen y subsisten en y por la diferen-
cia” y en el marco de una trama de relaciones de poder. Así, el espacio so-
cial se constituye como “campo”, más precisamente como un “campo de
fuerzas” que se impone a los agentes que lo componen, y como un “campo
de luchas” dentro del cual esos agentes se enfrentan, “con medios y fines
diferenciados según su posición en la estructura del campo de fuerzas”, en
función de conservar o transformar la estructura de distribución de las for-
mas de poder o de las especies de capital existentes en dicho campo, que
siempre es, en consecuencia, un “campo de poder”.

“El campo de poder (que no hay que confundir con el campo político)
no es un campo como los demás: es el espacio de las relaciones de fuerza
entre los diferentes tipo de capital o, con mayor precisión, entre los agen-
tes que están suficientemente provistos de uno de los diferentes tipos de
capital para estar en disposición de dominar el campo correspondiente y
cuyas luchas se intensifican todas las veces que se pone en tela de juicio
el valor relativo de los diferentes tipos de capital [...]; es decir, en particu-
lar, cuando están amenazados los equilibrios establecidos en el seno del
campo de las instancias específicamente encargadas de la reproducción
del campo del poder [...]. Una de las cosas que está en juego en las luchas
que enfrentan al conjunto de los agentes o de las instituciones que tienen
en común el hecho de poseer una cantidad de capital específico (económi-
co o cultural en particular) suficiente para ocupar posiciones dominantes
en el seno de los campos respectivos es la conservación o la transforma-
ción de la «tasa de cambio» entre los diferentes tipos de capital y, al mis-
mo tiempo, el poder sobre las instancias burocráticas que están en condi-
ciones de modificarlo mediante medidas administrativas [...]. Las fuerzas
que se pueden emplear en estas luchas y la orientación, conservadora o
subversiva, que se les aplica, dependen de la «tasa de cambio» entre los ti-
pos de capital, es decir, de aquello mismo que esas luchas se proponen
conservar o transformar. La dominación no es un mero efecto directo de
la acción ejercida por un conjunto de agentes («la clase dominante») in-
vestidos de poderes de coacción sino el efecto indirecto de un conjunto
complejo de acciones que se engendran en la red de las coacciones cruza-
das a las que cada uno de los dominantes, dominado de este modo por la
estructura del campo, a través del cual se ejerce la dominación, está some-
tido por parte de todos los demás.”

Bourdieu, Pierre, “Espacio social y campo de poder”, en: Bourdieu,


Pierre, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Editorial Anagra-
ma, Barcelona, 1997, pp. 50 y 51.

La “posición social” de una persona, es decir, su pertenencia a un grupo


o “clase particular de condiciones de existencia”, le confiere ciertos hábitus
a partir del cual ella interviene en determinado espacio o campo, interven-
ción que, cuando ocupan posiciones dominantes dentro de dicho campo, es-
tán orientadas a mantener las relaciones de dominación que la beneficia.

72
Elementos de Ciencia Política

Pues bien, en este marco, la especificidad del campo político está dada
justamente por la producción y reproducción de la dominación de una unidad
social sobre otra conforme su posición social o, en palabras de Bourdieu, “la
reproducción del orden establecido”. Si bien toda relación social, cualquiera
sea el campo en la que se articule, se inscribe en el proceso de producción
y reproducción de la dominación, la particularidad de campo político y de las
relaciones que se estructuran en él radica en el hecho de que la dominación
está objetivada en un conjunto de mecanismos e instituciones concretas, do-
tadas de ciertas características particulares, y que fueron objeto de un pro-
ceso previo de institucionalización y codificación mediante el cual se confor-
maron ciertas instancias de gobierno impersonales. Dicho proceso supuso el
pasaje de formas elementales de dominación, es decir, de la dominación di-
recta de una persona sobre otra –sin contar con la mediación de un “siste-
ma de mecanismos” que asegure, con su funcionamiento, la reproducción
del orden establecido-; a un tipo de dominación asentado en, y articulado a
través de, un conjunto de instituciones objetivadas y codificadas en rangos y
títulos permanentes e independientes de sus ocupantes. En este nuevo mar-
co, las relaciones de dominación se entablan expresamente entre posiciones
instituidas y socialmente reconocidas y cuya ocupación –por ciertas perso-
Bourdieu, Pierre, “A
nas– se halla regulada por reglas también codificadas y reconocidas. Ade- representação políti-
más, ello tiene un efecto de legitimación que sirve, a su vez, como instancia ca. Elementos para una teo-
ría del campo político”, en:
de disimulo de la dominación y que permite “economizar la reafirmación con- Bourdieu, Pierre, O poder
tinua de las relaciones de fuerza mediante el uso declarado de ésta”. simbólico, Editora Bertrand
Brasil, Río de Janeiro,
1989, pág. 194.

“La institucionalización sustituye las relaciones entre unos agentes


indisociables de las funciones que desempeñan y que sólo pueden perpe-
tuar entregándose por entero y sin cesar, por las relaciones estrictamen-
te y jurídicamente garantizadas entre posiciones reconocidas, definidas
por su rango en un espacio relativamente autónomo de posiciones y que
tienen su propia existencia, distinta e independiente de sus ocupantes ac-
tuales y potenciales, ellos mismos definidos por unos títulos que [...] les
autorizan a ocupar estas posiciones [...]. La objetivación que efectúa el
título y, más generalmente, todas las formas de ‘poderes’ (credentials),
en el sentido de ‘prueba escrita de cualificación que confiere crédito y
autoridad’, es inseparable de la que asegura el Derecho cuando garanti-
za unas posiciones permanentes, independiente de los individuos bioló-
gicos que reclaman y susceptibles de ser ocupadas por agentes biológi-
camente diferentes aunque intercambiables bajo el punto de vista de los
títulos que deben detentar. Desde ese momento, las relaciones de poder
y dependencia no se establecen ya directamente entre personas; se ins-
tauran, en la objetividad misma, entre instituciones, es decir, entre títu-
los socialmente garantizados y puestos socialmente definidos y, a través
de ellos, entre mecanismos sociales que producen y garantizan el valor
social de los títulos y los puestos, y la disposición de esos atributos so-
ciales entre los individuos biológicos.”
(Bourdieu, 1997)

Se trata, en suma, de la conformación institucional de las estructuras de


gobierno de las sociedades modernas, perpetuadas como resultado de un
proceso de diferenciación, jerarquización social y legitimación de dichas es-
tructuras como instancias dominantes. Como dice Bourdieu, la objetivación

73
Universidad Virtual de Quilmes

del capital político en instituciones permanentes supone “su materialización


en «máquinas» políticas, en puestos e instrumentos de movilización y su re-
producción continua por mecanismos y estrategias”.
En definitiva, el campo político no es más que un sistema de interaccio-
nes objetivado a través de un extenso proceso de institucionalización, dife-
renciación y jerarquización de la dominación, regido por los mismos paráme-
tros que regulan a todo campo de poder pero cuya particularidad está dada
por su objeto expreso, es decir, por la producción y reproducción de la domi-
nación, y por ciertas características específicas que lo singularizan. Entre és-
tas cabe mencionarse, en primer lugar, el hecho de que numerosos agentes
tienden a reforzar y legitimar su proyección en el campo político a través de
sus posiciones dominantes en otros campos, en particular, en el económico
y en el cultural, lo que les permite dotarse de los recursos necesarios para
acceder a puestos de dirección en aquel campo. La concentración de “capi-
tal político” en manos de un grupo reducido de personas dentro de una so-
ciedad, es decir, los “profesionales”, es más significativa cuanto más pronun-
ciada es la concentración de la posesión de instrumentos materiales y cultu-
rales, en particular, “el tiempo libre y el capital cultural” en sus manos y, por
ende, cuanto mayor es la desposesión de esos medios por parte de los sim-
ples miembros del campo. Aquel capital se conforma con los “instrumentos
de percepción y de expresión del mundo social” y, así, el campo político se
convierte en el escenario en el que se dirime la puja por definir el contenido
y los límites del discurso político, es decir, “el universo de lo que es pensa-
ble políticamente” o “la frontera entre lo que es políticamente decible o in-
decible, pensable o impensable”. En definitiva, se trata, por un lado, de una
“lucha por el principio legítimo de legitimación”, es decir, una “lucha por el
poder propiamente simbólico” llevada a cabo por actores o grupos –los pro-
fesionales del campo político– que siguen estrategias tendientes a legitimar
el fundamento social de su dominación y de los modos a través del cual és-
ta se reproduce, y, del otro lado, de una lucha por el control de las estructu-
ras institucionalizadas de dominación o gobierno.

“La lucha que oponen los profesionales es, sin duda, la forma por ex-
celencia de la lucha simbólica por la conservación o por la transformación
del mundo social por medio de la conservación o de la transformación de
la visión del mundo social y de los principios de di-visión de este mundo:
o, más precisamente, por la conservación o por la transformación de las di-
visiones establecidas entre las clases por medio de la transformación o de
la conservación de los sistemas de clasificación y de las instituciones que
contribuyen para perpetuar la clasificación en vigor, legitimándola. Ella
encuentra sus condiciones sociales de posibilidad en la lógica específica
según la cual se organiza, en cada formación social, el juego propiamente
político en que se juegan, de un lado, el monopolio de la elaboración y de
la difusión del principio de división legítima del mundo social y, de este
modo, de la movilización de los grupos y, por otro lado, el monopolio de
la utilización de los instrumentos de poder objetivado (capital político ob-
jetivado). Ella asume, pues, la forma de una lucha por el poder propiamen-
te simbólico de hacer y de hacer creer, de predecir y de prescribir, de dar
a conocer y de hacer reconocer, que es al mismo tiempo una lucha por el
poder sobre los ‘poderes públicos’ (las administraciones del Estado).”
(Bourdieu, 1989)

74
Elementos de Ciencia Política

Esta lucha política exige que los actores políticos cuenten con un amplio
apoyo, un apoyo socialmente abarcativo y diversificado en cuanto a sus ins-
trumentos, y que no puede conseguirse solamente en función de la posición
dominante que dichos actores pueden detentar en el campo, sino de la rela-
tiva correspondencia que debe existir entre las visiones y objetivos sosteni-
dos por esos actores y los intereses del grupo que lo apoya. Vale decir, ese
apoyo es duradero si los actores dominantes consiguen exitosamente elabo-
rar e imponer una representación del mundo social capaz de obtener la ad-
hesión del mayor número posible de personas y, al mismo tiempo, conquis-
tar puestos claves para asegurar su dominio sobre sus tributarios. Afirma
Bourdieu:

“[...]La relación que los vendedores profesionales del servicio po-


lítico (hombres políticos, periodistas políticos, etc.) mantienen
con sus clientes está siempre mediatizada, y determinada de mo-
do más o menos completo, por la relación que ellos mantienen
con sus competidores. Ellos sirven los intereses de sus clientes
en la medida en que (y sólo en esa medida) se sirven también al
servirlos, quiere decir, de modo tanto más exacto cuanto más
exacta es la coincidencia de su posición en la estructura del cam-
po político con la posición de sus mandantes en la estructura del
campo social.”

Así, según Bourdieu, la estructura del campo político determina las to-
mas de posición de los actores dominantes a partir de las constricciones e
intereses asociados a una posición determinada en ese campo, pero tam-
bién a partir de los apoyos obtenidos fuera del ese mismo campo. Ello, en
definitiva, privilegia las acciones desenvueltas tanto dentro del campo polí-
tico como entre éste y otros campos, en particular, el campo económico y
el cultural.

• Distinga los términos de sistema político y campo político.


• Intentaremos realizar una serie de actividades ten-
dientes a aplicar gran parte de los conceptos emplea-
dos, y de esta manera poder analizar nuestra realidad
político-social. A esos efectos realice las siguientes ac-
tividades:
1) Teniendo en cuenta las respuestas a las entrevistas
realizadas para la unidad anterior, indique qué rela-
ción existe entre las opiniones sobre la política y el po-
der con las concepciones expuestas en esta unidad
(ejemplo: las definiciones analizadas de Weber).
2) Utilice los conceptos de sistema político (Easton) y de
los elementos constitutivos del mismo (Alcántara Saez)
para analizar el funcionamiento del sistema político de
su ciudad siguiendo algún ejemplo concreto.
3) Realice el mismo análisis del indicado en el punto
anterior pero utilizando el concepto de campo político.
¿Qué similitudes y diferencias encuentra entre los
marcos conceptuales adoptados?

75
Bourdieu, Pierre, “Espacio social y campo de poder”,
en: Bourdieu, Pierre, Razones prácticas. Sobre la teoría
de la acción, Editorial Anagrama, Barcelona, 1997.

Bouza-Brey, Luis, “El poder y los sistemas políticos”,


en: Caminal Badia, Miquel (coord.), Manual de ciencia
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Foucault, Michel, “El sujeto y el poder”, en: Revista Me-


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Giddens, Anthony, La constitución de la sociedad. Ba-


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tores, Buenos Aires, 1995, cap.1.

Lagroye, Jacques, Sociología política, Fondo de Cultura


Económica, Buenos Aires, 1991.

Weber, Max, “La política como vocación”, en: Weber,


Max, El político y el científico, Alianza Editorial, Madrid,
1991.
3

Gubernamentalidad, Estado y sistema institucional

3.1. La política y la gubernamentalidad

Como lo señala Weber, la política configura una actividad social orientada


hacia “la distribución, la conservación o la transferencia del poder” (Weber,
1991). Es decir, toda acción social está “políticamente orientada” cuando y
en la medida en que “tiende a influir en la dirección de una asociación políti-
Weber, Max, Econo-
ca, en especial a la apropiación o expropiación, a la nueva distribución o atri- mía y sociedad. Es-
bución de los poderes gubernamentales”, dice el ilustre sociólogo alemán. bozo de sociología com-
El gobierno, así, marca el núcleo de la política, y su estructuración y ejer- prensiva, Fondo de Cultura
Económica, Buenos Aires,
cicio configura la función identificadora de la actividad política. Todas las so- 1992, p. 44.
ciedades tienen formas de gobierno a través de los cuales se toman ciertas
decisiones y se implementan políticas que afectan a la mayoría de sus miem-
bros y por medio de las cuales se estructura el “orden” político y social de
la misma y sus relaciones con otras sociedades. En el escenario político mo-
derno, dicha gubernamentalidad ha supuesto –y supone– una compleja red
de organizaciones y estructuras políticas y sociales, relacionadas entre sí,
cuyas prácticas e interacciones producen y reproducen el sistema político en
su conjunto y, en su interior, dan forma a complejas estructuras instituciona-
les de gobierno. Este sistema, y la sociedad en su conjunto, se conformó, de
alguna manera, en referencia a esas estructuras de gobierno.

“La existencia de un gobierno ha sido siempre una condición elemen-


tal para la posibilidad de una vida civilizada [...]. El gobierno, desde el
momento de la aparición del Estado, y aún antes, consiste en una institu-
ción que se erige en núcleo central de una comunidad política. Este núcleo
reúne o intenta reunir, entre otras cosas, las condiciones siguientes: a) os-
tenta –a menudo compartiéndola con presidencias estatales, parlamentos y
tribunales– la autoridad suprema de un Estado, su soberanía; b) transmite
órdenes que los súbditos –frecuentemente ciudadanos– deberían obedecer;
es decir, ‘ordena’ la vida económica, política y cultural hasta donde llega
el alcance de dichas órdenes; c) distribuye y redistribuye los bienes y re-
cursos materiales que controla según su voluntad, es decir, atribuye ingre-
sos, extrae impuestos y destina servicios y riquezas; d) otorga y quita pri-
vilegios, autoridad y reconocimiento a sus súbditos, es decir, distribuye
honores, castigos y ventajas o desventajas sociales a individuos o colecti-
vos determinados; e) se responsabiliza de la gerencia de aquellos aspectos
de la vida social que no pueden estar en manos exclusivas de un grupo par-
ticular, pues son bienes y objetivos colectivos generales como, por ejem-
plo, la conducta de la guerra, la emisión de moneda o la administración de
justicia.”
Arbós, Xavier y Giner, Salvador, La gobernabilidad. Ciudadanía y de-
mocracia en la encrucijada mundial, Siglo Veintiuno, Madrid, 1993, pág. 4.

77
Universidad Virtual de Quilmes

En este sentido, el gobierno es “todo acto que tiende a organizar y diri-


gir la vida en sociedad”, y su estructuración social resultó de lo que Lagro-
ye denomina proceso de “especialización de roles políticos” (Lagroye,
1991). Este proceso conforma una dimensión más de la producción y repro-
ducción de la vida social, ya que, de algún modo, toda asociación, aun las
más incipientes o primitivas, supone ciertas modalidades de gubernamen-
talidad en el sentido señalado. Dicho de otra manera, y en palabras de We-
ber, toda asociación se constituye a partir de “los poderes de gobierno”,
que la regulan efectivamente como tal y que permiten el mantenimiento –re-
producción– de su orden:

“[...] La ‘existencia’ de una asociación depende por completo de


la ‘presencia’ de un dirigente y eventualmente de un cuadro ad-
ministrativo. O sea, dicho de un modo más exacto: de la existen-
cia de la probabilidad de que pueda tener lugar una acción de
personas dadas, cuyo sentido esté en el propósito de implantar
el orden de la asociación. Es decir, que existan determinadas per-
sonas ‘puestas’ para actuar, en cada caso, en ese sentido. Es, por
lo tanto, conceptualmente indiferente aquello en que descanse
esa posición, bien sea por devoción tradicional, afectiva o racio-
nal con arreglo a valores (deberes feudales, de cargo o de servi-
cio), o por cálculo de intereses racionalmente sopesados (interés
por sueldo, etc.) [...].”

De este modo, la existencia de ciertas personas o grupos encargados de


ejercer la dirección de aspectos importantes y diversos de la vida de una aso-
ciación, de imponer –coactiva o consensuadamente– determinadas orientacio-
nes –institucionales, culturales, económicas, etc.– al grupo o asociación, de
establecer normas de procedimiento y modalidades de actuación a sus miem-
bros y hacerles reconocer su autoridad, ya sea en forma permanente e insti-
tucionalizada o de manera esporádica, indirecta y/o acotada, da cuenta en-
tonces de la conformación de un gobierno y del desarrollo de cierta formas de
gubernamentalidad. Como se dijo, ello resulta de un proceso de especializa-
ción de los roles y funciones políticas desempeñados por individuos o grupos,
inclusive no especializados en esa clase de actividades sociales, a los que se
los denomina “gobernantes”. Al respecto, Lagroye afirma:

“Hablar de ‘gobierno’ de un grupo significa ante todo reconocer


que ciertos individuos o equipos de individuos (los “gobernantes”)
son capaces de imponer a los demás miembros una orientación
mútuamente ajustada (o coordinada) de sus conductas e incluso
una modificación de las orientaciones anteriores. En este sentido,
los miembros de una asociación religiosa o cultural reconocen de
hecho como sus gobernantes a aquéllos que están en condiciones
de proponer e imponer una orientación común de sus conductas
(religiosas, culturales, etc.). Decir que los reconocen ‘de hecho’ só-
lo significa que modifican sus conductas en la práctica, ajustan
sus acciones y suscriben a las creencias necesarias, de manera
tal que la orientación acaba por imponerse a todos [...].”

78
Elementos de Ciencia Política

El rasgo particular que diferencia a las sociedades modernas de las primiti-


vas acerca de las formas de gubernamentalidad en ellas estructuradas reside
justamente en el grado de especialización, diferenciación y, por ende, de institu-
cionalización que adquieren las estructuras gubernamentales, en el marco de un
proceso de “especialización política”, es decir, “especialización forzada de los
gobernantes y los mecanismos de gobierno”, que resulta de la diferenciación de
funciones y estructuras sociales en sociedades complejas y, en su marco, del
surgimiento de relaciones de dominación entre diferentes grupos sociales.
Ahora bien, ese gobierno es “político” en la medida en que sus actos
afectan “al conjunto de los individuos y grupos que conforman una sociedad
organizada, disponen de un territorio, aplican reglas de vida comunes y cu-
yos miembros realizan actividades variadas concebidas como aportes a la vi-
da colectiva” (Lagroye, 1991), es decir, en la medida en que consigue desen-
volver efectivamente la función esencial de regulación general de las activida-
des sociales de la asociación a través del desarrollo de ciertas actividades
básicas, tales como (i) el arbitraje de los conflictos sociales y políticos, (ii) la
administración de los medios coactivos y el uso de la fuerza física y simbólica
y (iii) la imposición de reglamentaciones y directivas socialmente válidas. La
efectividad de tal regulación se consigue cuando dicho gobierno logra impo-
ner sus decisiones al conjunto de la asociación, se trate de una tribu nóma-
de o de un Estado nacional moderno.

[En sociedades que alcanzaron un nivel relativamente elevado de dife-


renciación social] “las relaciones entre grupos no sólo son desiguales y fre-
cuentemente conflictivas, sino que imponen la dominación de unos sobre
otros o de uno sobre todos los demás [...]. En la mayoría de los casos, la es-
pecialización de lo político coincide con una institucionalización de la do-
minación, incluso si no les basta a los dominantes ‘dejar actuar el sistema
para perpetuar su imperio [y si] deben esforzarse diariamente para produ-
cir y reproducir las condiciones inciertas de la dominación’ [Bourdieu]. Así
como es necesario el trabajo personal de cada dominante para mantener su
posición, también lo es la existencia de gobiernos especializados en mu-
chas sociedades ‘complejas’ [...] para conservar esas relaciones [...]. Lo que
caracteriza al gobernante es su capacidad reconocida para imponer decisio-
nes que afectan al conjunto de la sociedad, arbitrar en los enfrentamientos
entre grupos o segmentos, promulgar reglamentos bajo la forma de decisio-
nes con valor de referencia para situaciones idénticas. Su propia autoridad
se basa en el poder “legítimo” de aplicar sanciones [...], pero sobre todo la
sanción violenta mediante el recurso a la coerción. Por cierto que el gober-
nante no es el único miembro de la sociedad capaz de aplicar sanciones
[...]. Pero es el único que puede aspirar, y efectivamente aspira, a prohibir
a los demás el uso de la coacción, que puede reivindicar el monopolio de
ella (sea para ejercerlo él mismo o para autorizar la aplicación de sancio-
nes coercitivas). Ese derecho no se le reconoce ‘naturalmente’; si gobierna,
es porque está en condición práctica de hacer respetar sus decisiones [...].”
(Lagroye, 1991)

El gobierno de una asociación puede regular efectivamente el orden de la


misma a través del uso de la fuerza en términos predominantes, pero en socie-
dades complejas, la perpetuación de su dominio en el tiempo o, en su defecto,
la institucionalización de dicho dominio, requiere de un basamento de legitimi-
dad asentado en la validez de sus ordenaciones y regulaciones habituales.

79
Universidad Virtual de Quilmes

Modernamente, este tipo de dominio se estructuró en el marco de los Estados


que surgieron a partir del Renacimiento. Vale decir, entonces, que, en los tiem-
pos modernos, la política se fue organizando y desenvolviendo, directa e indirec-
tamente, en torno del Estado, el que, como toda asociación política, ha supues-
to y se ha expresado en una compleja trama de relaciones de dominación, cuya
continuidad y vigencia en un determinado escenario espacio-temporal dependió
del acatamiento voluntario de los dominados a los mandatos de los gobernan-
tes y del funcionamiento efectivo de una estructura administrativo-institucional
de gobierno. Vayamos a su análisis.

• Fundamente la necesidad de un gobierno en la


sociedad

3.2. La política y la constitución del Estado moderno

El Estado constituye una estructura cuya existencia y validez de sus orde-


naciones se articulan dentro de un ámbito territorial delimitado, y cuya parti-
cularidad está determinada por el control monopólico y legítimo de los me-
dios institucionales de administración gubernamental y del ejercicio legal y
simbólico de la violencia, a través de los cuales procura y consigue exitosa-
mente la estructuración y el mantenimiento de un cierto orden social y polí-
tico para el conjunto de esa unidad.
En este sentido, puede decirse que existe un Estado donde hay (i) un apa-
rato institucional de gobierno, que ejercen el domino gubernamental sobre (ii)
un determinado territorio, cuya autoridad se respalda en el funcionamiento de
(iii) un sistema legal impersonal y unificado, y en la capacidad de concentrar
y, eventualmente, utilizar (iv) la fuerza física y (v) el dominio simbólico para im-
poner sus reglamentaciones.
El Estado, tal como se lo conoce actualmente, surgió en la era moderna
en Europa y, en palabras de Lagroye, “se impuso de alguna manera como mo-
dalidad legítima de gobierno de las sociedades en la época contemporánea”.
Pese a la existencia, antes del Renacimiento, de ciertas formas de organiza-
ción política semejantes a las estatales, tales como las desarrolladas duran-
te la etapa del despotismo antiguo, el imperio romano o los reinos helenísti-
cos, dichas organizaciones tuvieron una escasa diferenciación de las diferen-
tes instancias de gobierno y no sustentaron un cuerpo institucionalizado de
burocracia auxiliar, características centrales de todo Estado moderno. Entre
los siglos XII y XVI se produjeron en Europa occidental una serie de transfor-
maciones sociales, políticas, económicas y culturales que enmarcaron y de-
terminaron el surgimiento histórico del Estado moderno.
La emergencia del Estado moderno supuso la conformación del escena-
rio político de la modernidad. Pese a la enorme diversidad histórica y social
en la que se produjo esa emergencia, de alguna manera, el Estado, su es-
tructuración social, política y económica y sus vínculos con otros Estados
han delimitado los contornos del escenario político moderno. En torno de él,
directa o indirectamente, se produjeron y reprodujeron los actos e interaccio-
nes que constituyeron –y constituyen– el sistema político de las sociedades
modernas. Pues bien, este proceso fue coincidente con la concentración del
monopolio legítimo de los medios de coacción física y simbólica en favor de

80
Elementos de Ciencia Política

una estructura política-gubernamental centralizada conformada sobre tres


instancias básicas, esto es, una burocracia civil, una organización militar per-
manente y una estructura fiscal-financiera unificada.
La conformación de la burocracia pública configuró el principal instrumento
mediante el cual, en la Europa continental, se formó el Estado moderno. No obs-
tante, la conformación de los aparatos administrativos se llevó a cabo en el mar-
co de un proceso de centralización y concentración del poder, que sirvió de ba-
samento central para la formación del Estado y que comprometió otras dimen-
siones y aspectos centrales de la vida social de la época. Con el surgimiento de
los regímenes absolutistas en Europa se abandonó la modalidad administrativa
asentada en los pequeños núcleos de servidores domésticos que secundaban
a los príncipes en el gobierno de sus dominios, y se dio lugar a la conformación
y expansión de grandes estructuras administrativas que comenzaron a guardar
un carácter “público”. Ello supuso una marcada concentración de poder en ma-
nos de los soberanos, lo que derivó de dos procesos concomitantes y mutua-
mente condicionados, a saber, la competición político-militar entre los príncipes,
que trajo aparejado la formación de grandes formaciones militares permanen-
tes, y las exigencias financieras que ello impuso. Las burocracias civiles se for-
maron para organizar, mejorar y reforzar la presión fiscal sobre las poblaciones
controladas a los efectos de obtener el financiamiento necesario para hacer
frente a las guerras que enmarcaron la formación de los Estados nacionales. Se
trató, en definitiva, de un largo y complejo proceso histórico.

“Existe una estrecha relación entre dos fenómenos: el paso de las mi-
licias mercenarias, reclutadas por medio de contratos, con empresarios mi-
litares privados, a los ejércitos profesionales y permanentes y el paso de la
financiación del Estado por medio de banqueros privados a la financiación
mediante la constante mejora del aparato fiscal. Burocracia civil y organi-
zación militar permanente se desarrollan conjuntamente en la Europa con-
tinental y su suerte está estrechamente vinculada desde el comienzo. Los
mismos funcionarios civiles […] están originariamente asignados a tareas
de coordinación y vigilancia de la organización militar. Estimulado por la
exigencia de la competición militar y, por ello, conectado a la dimensión
‘externa’ de la soberanía estatal, el proceso de afirmación y reforzamien-
to de las burocracias en la época tardía del absolutismo (siglos XVII y
XVIII) tiene poderoso reflejos y consecuencias sobre la dimensión ‘inter-
na’ de la soberanía: la concentración del poder inducida por los desarro-
llos administrativos y militares se resuelve en una progresiva y correspon-
diente sustracción de poder a los estamentos nobiliarios, a la Iglesia, a las
corporaciones. Con la consolidación de las burocracias públicas en la épo-
ca tardía del absolutismo culmina, de este modo, un proceso iniciado mu-
chos siglos antes, en la fase de decadencia de la sociedad medieval, la de-
finitiva afirmación de la soberanía estatal y con ella el monopolio legíti-
mo de la fuerza, que es la característica peculiar del Estado moderno.”
Panebianco, Angelo, “Las burocracias públicas”, en: Pasquino, Gian-
franco y otros, Manual de ciencia política, Alianza Editorial, Madrid,
1995, pp. 375 y 376.

Vayamos al análisis de este proceso, teniendo en consideración que su


abordaje –en este caso, a través de los aportes básicos de Weber y Bour-
dieu– dará cuenta de las características constitutivas de todo Estado en tan-
to estructura de dominio gubernamental.

81
Universidad Virtual de Quilmes

Para Weber, el Estado es un tipo particular de asociación política, esto es,


una asociación desenvuelta dentro de un ámbito geográfico determinado y
cuya estructuración y validez están garantizados de un modo continuo por “la
amenaza y la aplicación de la fuerza física por parte de su cuadro adminis-
trativo” (Weber, 1992). La especificidad de esa modalidad de asociación es-
tá dada justamente por su “medio específico”, es decir, la violencia física. Di-
cho de otro modo, el Estado configura una asociación política que no se de-
fine ni existe por sus fines ni por los objetivos de la comunidad política a la
que pertenece o de los gobiernos que lo administran; sino que, desde el pun-
to de vista sociológico, sólo puede ser definido y existe por referencia a su
medio específico que está dado por la posibilidad efectiva del uso de la fuer-
za para imponer sus ordenaciones.

“Por Estado debe entenderse un instituto político de ac-


tividad continuada, cuando y en la medida en que su
cuadro administrativo mantenga con éxito la preten-
sión al monopolio legítimo de la coacción física para el
mantenimiento del orden vigente.” (Weber, 1992)

Así, el Estado garantiza una dominación efectiva y continuada, es decir, en


su marco, las órdenes –reglamentos, directivas, normas, políticas, etc.– emi-
tidas por los gobernantes son efectivamente obedecidas en forma continua-
da. La posibilidad regular de la obediencia se obtiene mediante el uso o la
amenaza del uso de la violencia coercitiva, cuyos medios son monopólica-
mente detentados y ejercidos por dichos gobernantes, y ese monopolio es
efectivamente ejercido sobre cierta base territorial, que los gobernantes y las
reglamentaciones por ellos impartidas reclaman como jurisdicción propia. En
este sentido, un agrupamiento político configura un Estado, en la medida que
dicho agrupamiento mantiene un carácter institucional, esto es, en la medi-
da en que consiga efectivamente el monopolio de la coacción física legítima.
Esa efectividad supone, por un lado, la obediencia de los miembros de la
asociación fundada en razones de orden tradicional, afectivo o racional o bien
por la satisfacción de los intereses de aquéllos, y, por el otro, el funciona-
miento de un aparato especializado y altamente institucionalizado, dotado
justamente de una legitimidad propia en la reivindicación del monopolio de
la coerción. Afirma Weber:
“[…] Caracteriza […] formalmente al Estado el ser un orden jurídico y ad-
ministrativo –cuyos preceptos pueden variarse– por el que se orienta la activi-
dad –‘acción de la asociación’– del cuadro administrativo (a su vez regulada
por preceptos estatuidos) y el cual pretende validez no sólo frente a los miem-
bros de la asociación –que pertenecen a ella esencialmente por nacimiento–
sino también respecto de toda acción ejecutada en el territorio a que se ex-
tiende la dominación (o sea, en cuanto “instituto territorial”). Es, además, ca-
racterístico, el que […] sólo exista coacción “legítima” en tanto que el orden es-
tatal la permita o prescriba {…]. Este carácter monopólico del poder estatal es
una característica tan esencial de la situación actual como lo es su carácter
de instituto racional y de empresa continuada.” (Weber, 1992)
Como ya fue señalado, Weber distingue tres principios de justificación
o tipos de fundamentos de la legitimidad de un ordenamiento político a

82
Elementos de Ciencia Política

partir de los cuales se puede constituir diversas modalidades de domina-


ción, tales como la dominación legal-racional, la dominación tradicional o
la dominación carismática. Dichas modalidades no son más que formas tí-
picas de reivindicación y legitimidad de los gobernantes.

“La acción, en especial la social y también singularmente la relación


social, puede orientarse, por el lado de sus partícipes, en la representación
de la existencia de un orden legítimo. La probabilidad de que esto ocurra
de hecho se llama ‘validez’ del orden en cuestión [...]. ‘Validez’ de un or-
den significa para nosotros algo más que una regularidad en el desarrollo
de la acción social simplemente determinada por la costumbre o por una
situación de intereses [...]. Al ‘contenido de sentido’ de una relación social
le llamamos [...] de ‘validez’ de este orden cuando la orientación de hecho
por aquellas máximas tiene lugar porque en algún grado significativo (es
decir, en un grado que pese prácticamente) aparecen válidas para la ac-
ción, es decir, como obligatorias o como modelos de conducta.”
(Weber, Max, Economía y..., op.cit., p. 25)

El Estado moderno, pues, configura “la expresión más racional” de un ti-


po particular de dominación, esto es, de la dominación legal cuya manifesta-
ción institucional más pura se materializa en un tipo de administración de ca-
rácter burocrática, basada en el ejercicio continuado y regular de la gestión
a través de la fijación de atribuciones oficiales ordenadas mediante reglas y
Weber analiza por-
leyes y, en su interior, en el establecimiento de jerarquías y competencias ad- menorizadamente las
ministrativas rigurosamente instauradas. Su funcionamiento es desempeña- características, los supues-
do únicamente por un funcionariado profesional retribuido en dinero con suel- tos, el origen histórico y
técnico y el desarrollo de la
dos fijos y sometidos a una rigurosa disciplina y vigilancia administrativa. dominación burocrática en:
Weber, Max, Economía y...,
op.cit., caps. IX, parte 3, in-
ciso III.
“El tipo más puro de dominación legal es aquél que se
ejerce por medio de un cuadro administrativo burocrá-
tico. Sólo el dirigente de la asociación posee su impe-
rio, bien por apropiación, bien por elección o por desig-
nación de su predecesor. Pero sus facultades de man-
do son también “competencias” legales. La totalidad
del cuadro administrativo se compone, en el tipo más
puro, de funcionarios individuales [...], los cuales: 1)
personalmente libres, se deben sólo a los deberes obje-
tivos de su cargo; 2) en jerarquía administrativa riguro-
sa; 3) con competencias rigurosamente fijadas; 4) en
virtud de un contrato, o sea (en principio) sobre la ba-
se de libre selección según; 5) calificación profesional
que fundamenta su nombramiento –en el caso más ra-
cional, por medio de ciertas pruebas o del diploma que
certifica su calificación-; 6) son retribuidos en dinero
con sueldos fijos, con derecho a pensión las más de las
veces; son revocables siempre a instancia del propio
funcionario y en ciertas circunstancias (particular-
mente en los establecimientos privados) puede tam-
bién ser revocados por parte del que manda; su retri-
bución está graduada primeramente en relación con el
rango jerárquico, luego según la responsabilidad del
cargo y, en general, según el principio del “decoro

83
Universidad Virtual de Quilmes

estamental”; 7) ejercen como su única o principal pro-


fesión; 8) tiene ante sí una “carrera”, o “perspectiva” de
ascensos y avances por años de ejercicio, o por servi-
cios o por ambas cosas, según juicio de sus superiores;
9) trabajan con completa separación de los medios ad-
ministrativos y sin apropiación del cargo; 10) y están
sometidos a una rigurosa disciplina y vigilancia admi-
nistrativa.” (Weber, 1992)

Así, según Weber, todo Estado moderno, además de la legitimidad articu-


lada en torno de los principios que justifican su validez, consigue perpetuar
la dominación y la administración continuada a través de dos elementos
esenciales:

a) El cuadro administrativo conformado por el personal auxiliar del titular de


la asociación, cuya función se resume en el establecimiento y manteni-
miento del orden articulado en la misma; y
b) los medios materiales de administración compuestos por el conjunto de
bienes materiales y financieros necesarios para efectivizar la administra-
ción de la asociación.

Weber sostiene, inclusive, que una de las características centrales del Es-
tado moderno –característica también presente en la dominación patriarcal,
patrimonial o absolutista sultanista, pero que en el caso del Estado posme-
dieval adquiere un elevado nivel de racionalización– reside en la separación
de la propiedad de los medios materiales de administración respecto de los
miembros del cuadro administrativo, en el mismo sentido en que “el proleta-
riado o el empleado ‘están’ separados de los medios materiales de produc-
ción dentro de la empresa capitalista”, y agrega:

“[...] en el Estado moderno el poder de disposición sobre todos los


medios de la empresa política se amontona en la cúspide, y no
hay ya ni un solo funcionario que sea propietario del dinero que
gasta o de los edificios, recursos, instrumentos o máquinas de
guerra que utiliza. En el Estado moderno se realiza, pues, al máxi-
mo (y esto es esencial a su concepto mismo) la ‘separación’ entre
el cuadro administrativo (empleados u obreros administrativos) y
los medios materiales de la administración.”

De este modo, el Estado moderno es el resultado de un amplio proceso


de centralización del poder político cuya expresión más notoria está dada por
la concentración exitosa del monopolio legítimo de la coacción física y la con-
formación de una sofisticada burocracia administrativa. Más concretamente,
el desarrollo del Estado moderno se originó históricamente en el proceso po-
lítico de expropiación emprendido por los príncipes en detrimento de los po-
deres estamentales tradicionales:

“[...] el Estado moderno es una asociación de dominación con


carácter institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar
dentro de un territorio la violencia física legítima como medio de

84
Elementos de Ciencia Política

dominación y (...), a ese fin, ha reunido todos los medios materia-


les en manos de su dirigente y ha expropiado a todos los funcio-
narios estamentales que antes disponían de ellos por derecho
propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquía supremas.”
(Weber, 1991)

Este proceso englobó una multiplicidad diversa de transformaciones so-


ciales ubicadas en los planos económico, jurídico y político, y que, en lo fun-
damental, abarcó y supuso una racionalización del aparato administrativo de
la institución estatal y del sistema jurídico que a él se correspondía.

Según Weber, todos los ámbitos de la vida social moderna se hallan


atravesados por un paulatino y creciente proceso de racionalización gene-
ral signado por la generalizada imposición de los requerimientos del cál-
culo racional-instrumental aplicados a la administración y organización
de las instituciones económicas y políticas. Dicho proceso evolucionó en
el marco de una cultura dispuesta al desarrollo de acciones racionales lle-
vadas a cabo en los diversos ámbitos de la vida social, tales como la eco-
nomía, el comercio, la producción, la política, la administración, la cien-
cia, la tecnología y el arte. Weber sostuvo que la racionalidad formal de
la acción social se refiere al grado en el que dicha acción está regida y ar-
ticulada según parámetros numéricamente calculables.

El paso de las formas tradicionales de dominación a la modalidad moderna


de dominación legal-burocrática no resultó de un factor determinante único ni
de un proceso unívoco y homogéneo, sino que, por el contrario, implicó la con-
vergencia de un conjunto de circunstancias y eventos típicos de la civilización
occidental que derivaron del proceso de racionalización global de las relacio-
nes sociales. Por cierto, en este conjunto de transformaciones, el desarrollo de
la economía mercantil y capitalista –al que el propio Weber calificó como “el
poder más importante de nuestra vida moderna”– tuvo una importancia funda-
mental en la conformación histórica del Estado, pero no fue la única causa de
su emergencia, tal como lo sostuvieron numerosos teóricos e historiadores
marxistas o influidos por el materialismo, siempre dentro de una perspectiva
de carácter economicista. La conformación social del Estado moderno devino,
en cambio, como resultado de la convergencia de condiciones políticas y eco-
nómicas que permitieron un desarrollo equilibrado y general de determinadas
formas legales-burocráticas de dominación política y de una economía de ca-
rácter mercantil-capitalista, delimitando, así, un proceso general en el que la ra-
cionalización del Estado y la racionalización de la economía funcionaron como
instancias mutuamente producidas. Es decir, ello sólo fue posible en un con-
texto histórico signado por el despliegue simultáneo de formas desarrolladas
de administración gubernamental burocrática, de un derecho impersonal formal-
mente estructurado y de una economía incipientemente capitalista.

“[...] desde el punto de vista histórico, el progreso hacia el Estado bu-


rocrático, que administra e imparte justicia según un derecho racionalmen-
te codificado y unos reglamentos asimismo racionalmente concebidos,

85
Universidad Virtual de Quilmes

aparece muy estrechamente unido al desarrollo capitalista moderno. La


empresa capitalista de nuestros días se basa en su textura interna sobre to-
do en el cálculo de costes. Para poder subsistir precisa de una justicia y de
una administración, cuyo funcionamiento, por lo menos en principio, pue-
da ser también calculado racionalmente sobre la base de normas genera-
les fijas, igual que se calcula el rendimiento previsible de una máquina.”
Weber, Max, Parlamento y gobierno en una Alemania reorganizada.
Una crítica política de la burocracia y de los partidos, en: Weber, Max,
Escritos políticos, Alianza Editorial, Madrid, 1991, p. 129.

El proceso de racionalización formal creciente en el ámbito de la econo-


mía tuvo su correlato en un proceso con características análogas desarrolla-
do en el ámbito del derecho y de la administración gubernamental. Del mis-
mo modo que el Estado y el derecho modernos constituyeron una condición
necesaria para el desarrollo de la economía capitalista, ésta, a su vez, impli-
có un conjunto de relaciones sociales que fueron influyendo e imponiendo
rasgos de racionalidad formal a la organización estatal y jurídica. En efecto,
la condición de “calculabilidad plena” en el funcionamiento de la estructura
jurídica y administrativa se desplegó históricamente en forma conjunta con
la economía capitalista en el marco de un proceso político signado por la ra-
cionalidad formal aplicada a la administración estatal, por un lado, –de lo que
resultó una administración de tipo racional-burocrática– y al orden jurídico,
por otro lado.
Las transformaciones operadas en el plano de las formas de organización
de las estructuras gubernamentales dieron lugar a la “administración buro-
crática pura”, a la que Weber consideró la forma más racional de ejercicio de
una dominación. Ello, a su vez, se enmarcó en un proceso colectivo mucho
más abarcativo que supuso la burocratización de toda forma de organización
social moderna y que englobó inclusive a la empresa capitalista. “El desarro-
llo de las formas «modernas» de asociación en toda clase de terreno (esta-
do, iglesia, ejército, partido, explotación económica, asociación de interesa-
dos, uniones, fundaciones y cualesquiera otras que pudieran citarse) coinci-
de totalmente con el desarrollo e incremento creciente de la administración
burocrática: su aparición es, por ejemplo, el germen del Estado moderno oc-
cidental”. (Weber, 1991)
Por su parte, la creciente racionalidad formal de la vida jurídica generó un
tipo de derecho, el “derecho formal”, compuesto por reglas rigurosamente
abstractas creadas y aplicadas de acuerdo a las características externas, ge-
nerales y unívocas de los hechos a los que regulaba, independientemente de
los valores derivados de imperativos o criterios éticos, políticos o religiosos.
Así, se constituyó un derecho sistemáticamente estatuido, cuya aplicación
configuró una responsabilidad exclusiva de juristas profesionales especializa-
dos. Para Weber, este proceso de formalización del derecho respondió princi-
palmente a factores técnicos-jurídicos y a la progresiva necesidad de buro-
cratización de la asociación estatal, y sólo en forma indirecta se lo puede
considerar como factores económicamente determinados.

“En ese proceso influyen factores económicos sólo en cuanto la racio-


nalización de la economía, sobre la base de la libertad de mercado y la li-
bre contratación y, concomitantemente, la complejidad siempre creciente

86
Elementos de Ciencia Política

de los conflictos de intereses cuya solución incumbía a la creación del de-


recho y a su aplicación, reclamaron imperiosamente el desenvolvimiento
de la especialización del derecho y el desarrollo del carácter de instituto
de la asociación política. Todas las demás influencias puramente económi-
cas se hallan concretamente condicionadas, razón por la cual no es posi-
ble referirlas a reglas de carácter general. Como en reiteradas ocasiones
habremos de corroborarlo, las cualidades del derecho, determinadas por
factores de técnica jurídica interna y por factores políticos, reaccionaron
intensamente sobre la estructuración de la economía.”
WEBER, Max, Economía y..., op.cit., pág. 509

En suma, estos procesos abrieron la posibilidad de que los agentes eco-


nómicos interesados en el mercado, en especial, la burguesía, pudiesen con-
tar con “una creciente posibilidad de cálculo” en la administración de la jus-
ticia y del Estado, lo que, por cierto, configuró una de las principales condi-
ciones necesarias para las actividades económicas basadas en el intercam-
bio, es decir, para el capitalismo.
Ahora bien, Pierre Bourdieu propone reconstruir analíticamente la emer-
gencia del Estado moderno en un sentido más amplio. Rechaza aquellos en-
foques que interpretan a dicha emergencia como un proceso de concentra-
ción de la fuerza física y propone abordarlo como un proceso histórico de
concentración de los instrumentos del campo de la coacción física, del dere-
cho, de la cultura y de la economía, y también del campo simbólico:

“De hecho, la génesis del Estado es inseparable de un proceso de


unificación de los diferentes campos sociales, económico, cultural
(o escolar), político, etc., que va parejo a la constitución progresiva
de un monopolio estatal de la violencia física y simbólica legítima. Bourdieu, Pierre,
Debido a que concentra un conjunto de recursos materiales y sim- “Espacio social y
bólicos, el Estado está en condiciones de regular el funcionamien- campo de poder”, en: Bour-
dieu, Pierre, Razones prác-
to de los diferentes campos, o bien a través de las intervenciones ticas. Sobre la teoría de la
financieras (como en el campo económico, las ayudas públicas a acción, Editorial Anagrama,
Barcelona, 1997, pág. 50.
la inversión o, en el campo cultural, las ayudas a tal o cual formas
de enseñanza), o bien a través de las intervenciones jurídicas (co-
mo las diferentes normativas del funcionamiento de las organiza-
ciones o del comportamiento de los agentes individuales).”

Para este autor, el Estado no solamente reivindica con éxito el monopolio


del empleo legítimo de la violencia física, sino también el de la “violencia
simbólica”. Dicha posibilidad es factible dado que el Estado estructura efec-
tivamente su dominio “subjetivo” a través de diversas formas de “estructu-
ras mentales, de percepción y de pensamiento”. Es decir, la emergencia del
Estado se produce a través de una serie de actos de institución de las “es-
tructuras sociales” y de las “estructuras mentales” adaptadas a aquéllas,
que lo conforman y que se presentan como algo “natural”. Así, el Estado re-
sulta de la concentración –histórica– de diferentes tipos de capital, tales co-
mo el capital de la fuerza física, el capital económico, el capital cultural, el
capital simbólico, delimitando un campo de poder en cuyo escenario se en-
tretejen una serie de confrontaciones y luchas que, directa o indirectamente,
apuntan en particular al control del Estado y, desde él, al control del campo

87
Universidad Virtual de Quilmes

y de los intercambios y de las correlaciones de fuerza. Ello genera, en ver-


dad, un nuevo tipo de capital, es decir, el capital estatal.

“El Estado es el resultado de un proceso de concentración de los dife-


rentes tipos de capital, capital de fuerza física o de instrumentos de coer-
ción (ejército, policía), capital económico, capital cultural o, mejor, dicho,
informacional, capital simbólico, concentración que, en tanto que tal, con-
vierte al Estado en poseedor de una especie de metacapital, otorgando po-
der sobre las demás clases de capital y sobre sus poseedores. La concen-
tración de diferentes especies de capital (que va pareja con la elaboración
de los diferentes campos correspondientes) conduce en efecto a la emer-
gencia de un capital específico, propiamente estatal, que permite al Esta-
do ejercer un poder sobre los diferentes campos y sobre los diferentes ti-
pos particulares de capital, en especial sobre las tasas de cambio entre sí
(y, con ello, sobre las relaciones de fuerza entre sus poseedores). De lo que
resulta que la elaboración del Estado va pareja con la elaboración del cam-
po del poder, entendido como espacio de juego dentro del cual los posee-
dores de capital (de diferentes tipos) luchan particularmente por el poder
sobre el Estado, es decir, sobre el capital estatal que da poder sobre las di-
ferentes especies de capital y sobre su reproducción (particularmente so-
bre la institución escolar).”
Bourdieu, Pierre, “Espíritus de Estado. Génesis y estructura del campo
burocrático”, en: Bourdieu, Pierre, Razones prácticas..., op.cit., pp. 99, 100.

Bourdieu reconoce que, en sus orígenes, el Estado moderno debió reafir-


mar su fuerza física frente a otras formaciones estatales en nacimiento y
también frente a sucesivos “contrapoderes” internos que resistieron aquella
concentración. Las fuerzas armadas de ese Estado se diversificaron y se
conformaron, así, en “fuerzas militares” a cargo de la defensa exterior del Es-
tado y en “fuerzas policiales” a cargo del mantenimiento del “orden interior”
del mismo. Pero esta concentración de “capital de fuerza física” requirió de
la conformación de una “fiscalidad” eficiente mediante la cual fue posible la
recaudación impositiva que permitió el financiamiento de los imperativos de
la defensa y la seguridad interior. Ello dio lugar a una “causalidad circular”
entre la institucionalización de las fuerzas armadas del Estado y la institucio-
nalización de los impuestos, ya que éstos eran cobrados a los súbditos con
el fin de mantener a aquellas fuerzas y éstas servían, al mismo tiempo, de
instancia de coerción que permitía vencer las sucesivas resistencias inter-
nas que se interponían al cobro de esos impuestos. Del mismo modo, esto
generó la conformación de un capital simbólico asentado en el reconocimien-
to de la legitimidad de aquellas fuerzas armadas y de las recaudaciones ofi-
ciales. Todo, en su conjunto, contribuyó con la unificación del territorio, es de-
cir, de un territorio sometido a una misma fiscalidad, y que fue parejo con la
concentración del capital informacional acerca del conjunto social –especial-
mente, a través de las estadísticas económicas y poblacionales y de la car-
tografía territorial–, lo que, a su vez, trajo aparejado la conformación del mer-
cado cultural mediante la unificación de los códigos y de las estructuras lin-
güísticas y jurídicas y la homogeneización de las formas de comunicación y
de las estructuras burocráticas. En ello jugaron un rol central las estructuras
escolares inculcando y trasmitiendo una “cultura nacional legítima”. De es-
te modo, el Estado se fue conformando al amparo de la concentración de

88
Elementos de Ciencia Política

estas diferentes especies de capital y, en su marco, fue moldeando un con-


junto de “estructuras mentales” que contienen principios de visión y de divi-
sión comunes, formas de pensamiento y de percepción comunes, etc.
Según Bourdieu, en este proceso de concentración, el capital simbólico,
que no es más que “cualquier propiedad (cualquier tipo de capital, físico, eco-
nómico, cultural, social) cuando es percibida por agentes sociales cuyas cate-
gorías de percepción son de tal naturaleza que les permiten conocerla (distin-
guirla) y reconocerla, conferirle algún valor”, configuró una instancia estructu-
rante básica, en la medida en que sirvió como condición o como acompaña-
miento de todas las otras formas de concentración de capital. Y, en particu-
lar, la forma objetivada y codificada de ese capital simbólico, que está dada
por el capital jurídico, cuya concentración supuso un proceso de diferenciación
que desembocó en la conformación de un “campo jurídico autónomo”.
De este modo, el Estado no condensa apenas un proceso de concentra-
ción de la fuerza física, sino también de concentración concomitante de la
fuerza simbólica materializada en “estructuras cognitivas” que contienen for-
mas de percepción, de clasificación y de significación de las cosas del mun-
do y, en particular, de las estructuras sociales, sin perder de vista que se tra-
ta de estructuras cognitivas históricamente constituidas y cuyos efectos bá-
sicos implican la creación de un basamento de legitimidad y consenso en fa-
vor del Estado.

• Explique y fundamente la siguiente frase:


"...existe un Estado donde hay (I) un aparato institu-
cional de gobierno, que ejercen el domino guberna-
mental sobre (II) un determinado territorio, cuya auto-
ridad se respalda en el funcionamiento de (III) un sis-
tema legal impersonal y unificado, y en la capacidad
de concentrar y, eventualmente, utilizar (IV) la fuerza
física y (V) el dominio simbólico para imponer sus re-
glamentaciones."

3.3. La estructuración sociopolítica del Estado

El Estado, en tanto organización social altamente especializada, toma


cuerpo en sus órganos de gobierno y de administración mediante los cuales
se proyecta como instancia codificada de dirección y regulación legítima so-
bre el conjunto del sistema político y social. Estas funciones de dirección y
regulación configuran las tareas estructurales del Estado y se articulan alre-
dedor de dos objetivos centrales, a saber, por un lado, la inserción política ex-
terna de la asociación y/o la preservación de la integridad institucional y terri-
torial de esa comunidad frente al exterior y, por el otro, la estructuración de
un cierto orden político-social interno.
Ahora bien, el Estado, en tanto estructura, es decir, en tanto conjunto de
procedimientos sociales y recursos políticos estructurados a partir de un sis-
tema de interacción con alto grado de institucionalización, se expresa regular-
mente en las prácticas e interacciones sociales y políticas desarrolladas por
los actores que –en su condición de gobernantes, funcionarios, organizacio-
nes o sectores no estatales– lo constituyen y legitiman como institución de
gobierno. En este sentido, es importante distinguir la doble faceta que posee

89
Universidad Virtual de Quilmes

el Estado: al mismo tiempo que el Estado es el resultado de esas prácticas e


interacciones regulares, también constituye el medio de producción de las
mismas. Vale decir que el Estado toma cuerpo en esa compleja trama de prác-
ticas e interacciones que lo producen y reproducen regularmente como siste-
ma de gobierno, y, en ese mismo acto, configura el medio a través del cual se
lleva a cabo la efectivización de esas prácticas e interacciones, y de todas
aquéllas por vía de las cuales los actores participan e influyen, de alguna ma-
nera, sobre su organización y contenido. En consecuencia, no se puede con-
cebir al Estado como una instancia cerrada y aislada de la sociedad y del sis-
tema político, ni independiente respecto de las interacciones estructuradas
entre los actores y grupos sociales y políticos que directa o indirectamente in-
tervienen en él. Por el contrario, al mismo tiempo que el Estado es condicio-
nado en su funcionamiento y en su organización por la dinámica de esas in-
teracciones, también constituye un factor estructural condicionante del proce-
so social y político llevado a cabo por aquellos actores.
Para Lagroye, esta centralidad se reafirma “en la medida que las instan-
cias de gobierno de una sociedad parecen capaces de imponer a sus miem-
bros el respeto por las reglas que rigen las relaciones entre grupos y rigen
sus derechos y obligaciones recíprocas”, lo que hace que “el control directo
o indirecto” de dichas instancias refuercen su importancia estratégica den-
tro del proceso político:

“De alguna manera, el ‘poder del Estado’ deviene de la siguiente


dinámica: ante la imposibilidad de imponer directamente sus inte-
reses, los grupos sociales rivales tienden a reconocer la autoridad
de las instancias y los aparatos estatales que esperan controlar;
éstas, designadas por su capacidad para reivindicar una legitimi-
dad colectiva propia, se benefician con esas delegaciones implíci-
tas de poder; así refuerzan su capacidad de acción, al punto de
poder imponer a los grupos reticentes, o incluso a todos, las deci-
siones que lesionan ciertos intereses.”

Todo ello, en definitiva, apuntala y consolida, de cara a la sociedad, la


creencia en la legitimidad de las instituciones estatales de gobierno y la apa-
riencia de que configura “algo dado, inalterable y dotado de fuerza propia”,
que se proyecta externa y coercitivamente sobre los individuos y grupos po-
líticos y sociales:

“Lo que se considera como parte del ‘orden político’ ya no parece


depender de una relación de fuerzas entre grupos y aparatos so-
ciales de dominación sino corresponder a la sola competencia del
Estado; de manera que las acciones, concordantes en sus efec-
tos, de gobernantes, aparatos administrativos y organismos dife-
renciados a cargo de los intereses grupales, extienden (de mane-
ra más o menos rápida y regular) el campo de las actividades po-
líticas cuyo control se arroga el Estado.”

Es en este marco que el Estado se convierte en el principal referente y ámbito


de desarrollo de la actividad política, ya que sus acciones e iniciativas generan o

90
Elementos de Ciencia Política

tienen, de alguna manera, ciertos efectos sobre la producción y reproducción de


formas regularizadas de relaciones sociales y políticas de poder. Es decir, el Esta-
do está en condiciones de imponer y/o afectar decisiones, normas y procedimien-
tos que, de alguna manera, tienen consecuencias directas o indirectas sobre la vi-
da política y social, lo que determina que el grueso de las interacciones –y de los
conflictos– entre grupos sociales y políticos se orienten a influir o participar de las
decisiones gubernamentales del Estado.
En este marco, el Estado constituye la única instancia que detenta el mo-
nopolio del “papel social” de ser la organización legítima y legal que garanti-
za el orden público, incluso permitiéndole, de ser necesario, hacer uso de la
fuerza, tal como lo indicó Weber. Es este contexto de consentimiento social
y legitimidad política el que permite que el Estado lleve a cabo la estructura-
ción del orden político-social interno:

“El Estado contribuye así a la definición de las reglas que rigen las
relaciones entre grupos sociales. No las “inventa” ni las establece
por sí mismo, porque esas reglas resultan de la transformación de
las relaciones entre los grupos en un espacio ampliado; pero las
dota de la autoridad reconocida al Estado y sus aparatos sobre to-
das las actividades sociales y constituye el marco inevitable para
su realización según los procedimientos propios de la actividad
política (en este caso la codificación). De alguna manera, les po-
ne el sello de su propia legitimidad.”

En verdad, como se vio, estos efectos sociales y políticos no son más que
el resultado de un proceso de objetivación de las estructuras de gobierno es-
tatal que da lugar a que el orden político se presente ante las personas co-
mo el resultado competente y legítimo del Estado, y no como un producto de
las interacciones políticas protagonizadas por los diferentes grupos y apara-
tos socio-políticos. Esta objetivación, en definitiva, permite que el Estado se
constituya y desarrolle como estructura institucional de dominación y de or-
ganización política de los sistemas sociales y, más precisamente, del siste-
ma político, lo que, a su vez, configura uno de los ejes fundamentales me-
diante el cual es posible explicar las condiciones de cambio y evolución del
proceso social y político contemporáneo.
La incidencia del proceso de objetivación del Estado en la vida política ac-
tual es relevante. Bourdieu señala que dicho proceso es tan marcante que
el Estado sólo puede pensarse con categorías elaboradas por el propio Es-
tado o, digamos, por los funcionarios estatales. Para este pensador, como ya
se indicó, el dominio estructurado a través del Estado no sólo se manifiesta
mediante el eventual empleo de la violencia física, tal como lo indicó Weber,
sino también mediante la “violencia simbólica”:

“Si el Estado está en condiciones de ejercer una violencia sim-


bólica es porque se encarna a la vez en la objetividad bajo for-
mas de estructuras y de mecanismos específicos y en la ‘subje-
tividad’ o, si se prefiere, en los cerebros, bajo formas de estruc-
turas mentales, de percepción y de pensamiento. Debido a que
es el resultado de un proceso que la instituye a la vez en las es-
tructuras sociales y en las estructuras mentales adaptadas a

91
Universidad Virtual de Quilmes

esas estructuras, la institución instituida hace olvidar que es fru-


to de una larga serie de actos de institución y se presenta con
todas las apariencias de lo natural.”

Esta perspectiva amplía la noción de Estado y la asienta tanto en el cam-


po de la coacción política, del derecho, de la cultura y de la economía como,
principalmente, en el campo simbólico. Es, pues, en el marco de este campo
que el Estado es objetivado, naturalizado, y a partir de ello detenta la capa-
cidad de regular los diferentes campos de la vida social.
Para Bourdieu, el orden simbólico se estructura sobre la base de la impo-
sición de un conjunto de “estructuras cognitivas”, es decir, formas de percep-
ción y de pensamientos comunes, que son aparentemente coherentes y sis-
temáticas y que están en consonancia con las “estructuras objetivas del
mundo social”. Dicha consonancia inmediata se traduce en sumisión al “or-
den establecido” dado que aquellas estructuras cognitivas, incorporadas y
convertidas en inconsciente, resultan de la historia colectiva e individual, pe-
ro fueron diseñadas e impuestas por el propio Estado –por sus funcionarios,
en verdad–. “La evidencia de los imperativos del Estado sólo se impone con
tanta fuerza porque éste ha impuesto las estructuras cognitivas según las
cuales es percibido”, dice el pensador francés. El Estado, en suma, impone
“unos marcos sociales de la percepción, del entendimiento o de la memoria,
unas estructuras mentales, unas formas estatales de clasificación” y, por en-
de, construye hábitus sobre la base de los cuales se estructura el consenso
con que cuenta y la sumisión del que es beneficiario de parte de las perso-
nas y grupos sociales y políticos. De este modo, produce un “mundo social
ordenado” sin necesidad de ejercer todo el tiempo la coerción física:

“La construcción del Estado va pareja con la construcción de una


especie de trascendencia histórica común, inmanente a todos sus
‘súbditos’. A través del marco que impone a las prácticas, el Esta-
do instaura e inculca unas formas y unas categorías de percep-
ción y de pensamiento comunes, unos marcos sociales de la per-
cepción, del entendimiento o de la memoria, unas estructuras
mentales, unas formas estatales de clasificación. Con lo cual crea
las condiciones de una especie de orquestación inmediata de los
hábitus que es en sí misma el fundamento de una especie de con-
senso sobre este conjunto de evidencias compartidas que son
constitutivas del sentido común [...].”

Es decir, para este autor, la sumisión al orden estatal es factible porque


el propio Estado ha conseguido exitosamente imponer las estructuras cogni-
tivas a través de las cuales es percibido. Dichas estructuras, por cierto, apa-
recen como natural y universal, pero en verdad no son más que “el punto de
vista particular de los dominantes”, es decir, “el punto de vista de quienes
dominan dominando el Estado y que han constituido su punto de vista en
tanto que punto de vista universal estableciendo el Estado”.
De este modo, en la modernidad, la política se ha estructurado, en gran
medida, en torno de las confrontaciones articuladas alrededor de la concen-
tración y control del capital estatal. Como ya se resaltó, el Estado ha sido la

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Elementos de Ciencia Política

principal instancia de referencia, en forma directa o indirecta, de las luchas


políticas, las que bien pueden ser entendidas como luchas por “el monopolio
de las ventajas propias del monopolio estatal de la violencia física y legítima”.
Ahora bien, que el Estado configure un conjunto de instituciones, organi-
zaciones y funciones que detente la autoridad legal y el monopolio efectivo
de la fuerza física legítima no lo convierte en una entidad separada de la so-
ciedad y diferenciada de la economía, la política y la cultura. El Estado es una
relación que expresa poder, significaciones, intereses y valores sustentados
por actores que forman parte de la sociedad. Vale decir, no existe una rela-
ción de exterioridad entre el Estado y la sociedad, sino, por el contrario, el
Estado constituye una red compleja y altamente institucionalizada de la so-
ciedad, y en él se expresan y “reflejan” el conjunto de conflictos y correlacio-
nes de poder que se establecen entre los actores políticamente relevantes,
es decir, entre aquellos actores con capacidad para incidir, influir o determi-
nar las políticas y reglamentaciones gubernamentales estructuradas en el
Estado y a través de él.
Al contrario de ello, en el marco de ciertas perspectivas materialistas, el
Estado fue entendido como una instancia orientada al mantenimiento de las
condiciones institucionales necesarias para perpetuar o reproducir el capita-
lismo, en tanto modo de organización de la producción y como régimen so-
cial de acumulación de capital basado en la extracción y apropiación coerci-
tiva y privada del plusvalor creado por el conjunto de la sociedad. En esa
perspectiva, el Estado aparecía como un instrumento –externo y cuasi cosifi-
cado– de explotación de las clases dominantes sobre las clases subordina-
das. Sin embargo, otras visiones clasistas dieron cuenta críticamente de esa
perspectiva instrumentalista y reivindicaron justamente el carácter relacional
del poder y del Estado. Nicos Poulantzas, por ejemplo, consideró al Estado
como expresión institucional de una trama de relaciones de fuerzas articula-
da alrededor de la función ordenadora y estratégica del Estado mismo:

“[…] Entender el Estado como condensación material de una re- Poulantzas, Nicos, O
lación de fuerzas, significa entenderlo como un campo y un proce- Estado, o poder, o
so estratégico, donde se entrecruzan núcleos y redes de poder socialismo, Graal, Río de
Janeiro, 1990, pág. 157.
que al mismo tiempo se articulan y presentan contradicciones
unos en relación a los otros. Emanan de ahí tácticas movedizas y
contradictorias cuyo objetivo general o cristalización institucional O’Donnell, Guillermo, “Apun-
se corporizan en los aparatos estatales. Ese campo estratégico es tes para una teoría del Estado”,
en: Revista Mexicana de So-
traspasado por tácticas muchas veces bastantes explícitas en ni- ciología, México, nro. 4/79,
vel restringido donde se insertan en el Estado, tácticas que se en- octubre/diciembre de 1978. En
trecruzan, se combaten, encuentran puntos de impacto en deter- adelante, sigo parte de las re-
flexiones y aporte teóricos de-
minados aparatos, provocan corto-circuito en otros y configuran lo senvueltos por O’Donnell en
que se llama «la política» del Estado, línea de fuerza general que el citado artículo pero dejando
de lado su perspectiva clasista
atraviesa las confrontaciones en el seno del Estado. En ese nivel, por considerar que las socieda-
esta política es ciertamente descifrable como cálculo estratégico, des no –necesariamente– se
aunque más como resultante de una coordinación conflictual de estructuran predominantemen-
te sobre la base de las clases
micropolíticas y tácticas explícitas y divergentes que como formu- sociales y, menos aún, sobre la
lación racional de un proyecto global y coherente.” base de la “lucha” entre las cla-
ses sociales. De todos modos,
considero válida y sumamente
útil la interpretación brindada
En este contexto, el Estado aparece como garantía de ciertas relaciones por este autor acerca de la es-
tructuración social del
sociales, pero no es una garantía externa ni a posteriori de dichas relaciones, Estado.

93
Universidad Virtual de Quilmes

sino que es una garantía intrínseca y constitutiva de las mismas. En palabras


de Guillermo O’Donnell, las diferentes dimensiones del Estado no son “ni
una cosa, ni una institución, ni una ‘estructura’” sino “aspectos de una rela-
ción social”.
El Estado es garante de las relaciones de dominación y no de los sujetos
sociales mediante los cuales esas relaciones se constituyen, y lo es frente
al conjunto de sujetos o actores sociales que se constituyen como tales en
el conjunto de esas relaciones. Este aspecto, sumado a la relativa autono-
mía que el Estado guarda respecto del conjunto de la sociedad, aun siendo
parte intrínseca de la misma, indica que el Estado expresa un interés más
general que el de los sujetos sociales que protagonizan las relaciones de do-
minación, pero ello no implica que sea neutral o igualitario, ya que, en ver-
dad, está orientado básicamente a la reproducción de las relaciones socia-
les que constituyen a la sociedad en forma desigual y contradictoria. En ra-
zón de ello O’Donnell señala que “el Estado es una generalidad (respecto de
la particularidad de aquellos sujetos y de sus intereses) pero es una genera-
lidad parcializada (debido al sesgo estructural de la modalidad de articula-
ción entre aquellos sujetos)”, o sea, “el Estado es una relación imbricada en,
y emanada de, una relación entre otros sujetos sociales”. (O’Donnell, 1978)
Ahora bien, dicha garantía es efectivamente realizada por el Estado en la
medida que éste es capaz de co-articular y co-organizar la sociedad en su con-
junto en dos sentidos analíticamente distinguibles. En primer lugar, cuando el
Estado funciona como “límite negativo” frente a las consecuencias socialmen-
te destructivas de la reproducción de la sociedad y, en particular, de las rela-
ciones de dominación y del proceso de acumulación económica. Es decir, cuan-
do el Estado interviene y se proyecta institucionalmente como instancia protec-
tiva de personas o grupos frente a los riesgos sociales, ambientales, cultura-
les, económicos, etc. que pueden surgir del desarrollo económico y/o de las
luchas políticas. Y, en segundo término, cuando el Estado funciona como “lími-
te positivo” contribuyendo a generar condiciones sociales –de salud, educa-
ción, infraestructura, bienestar, etc.– que neutralicen conflictos o situaciones
que puedan poner en juicio la reproducción de las relaciones de dominación.
La presencia de las instituciones estatales y su proyección sobre la so-
ciedad durante el ejercicio de estas funciones configura la principal razón por
la cual el Estado es vivido y percibido como algo externo, general y neutral.
Esa apariencia de externalidad, generalidad y neutralidad encubre, en verdad,
las relaciones de dominación que co-estructura, y se estructura en, el propio
Estado y hace que ese Estado aparezca y se proyecte solamente en función
de la regulación y estructuración de dichas relaciones. Digamos que ello ha-
ce viable la configuración del Estado como campo estratégico de las relacio-
nes de poder y, al mismo tiempo, como instrumento de poder básico en todo
escenario político moderno. Es decir, ello convierte al Estado en objetivo, me-
dio y resultado privilegiado del conjunto de las relaciones de dominación es-
tructuradas en una sociedad moderna. En objetivo porque su centralidad en
la estructuración de la política moderna lo proyecta como un ámbito o instru-
mento cuyo control y/o influencia otorga a los actores sociales una mayor ca-
pacidad de poder. En medio porque configura un recurso de dominación bá-
sico en ese ámbito. Y como resultado porque su existencia y características
son el efecto de las prácticas políticas y relaciones de dominación produci-
das y reproducidas por los actores sociales. Pues bien, la objetivación del Es-
tado como instancia externa, general y neutral oculta esta triple condición del

94
Elementos de Ciencia Política

Estado, así como su carácter eventualmente coactivo, y ese ocultamiento


permite efectivizar su proyección como tal, la hace viable material y simbóli-
camente, le otorga un carácter legal e institucional y la convierte en legítima
para la mayoría de los actores sociales.

“Desde que las relaciones sociales fundamentales [...] aparecen desliga-


das de toda acción, es difícil reconocer en ellas a su aspecto prioritariamen-
te coactivo: el Estado. Por lo tanto, éste a su vez suele ser captado en lo que
es derivada y secundariamente: en sus objetivaciones como derecho y como
conjunto de instituciones. Éstas tienden entonces a aparecer como plenitud
del Estado, y, por lo tanto, son el momento de objetivación de una relación
social que se ha perdido de vista, también como una fuerza extraña a los su-
jetos sociales y movida por una racionalidad que les es ajena. Lo que es pri-
mordialmente un aspecto de relaciones de dominación queda reducido a su
superficie objetivada en instituciones. Dicho de otra manera, la reificación
o cosificación del Estado [...] en sus instituciones es la modalidad típica de
su apariencia –razón por la cual la crítica de ese Estado debe comenzar por
descubrirlo como aspecto de la dominación en la sociedad.”
(O’Donnell, 1978)

Así, el Estado es parte de la sociedad; configura un aspecto de la socie-


dad y, más precisamente, de las relaciones de dominación que se reprodu-
cen en la sociedad. Su expresión está dada por el funcionamiento de las ins-
tituciones estatales, esto es, por sus reglamentaciones, normas, políticas e
iniciativas que allí se formulan e implementan y que, como se vio, dan forma
a la administración burocrática que cumple las tareas de organización gene-
ral de la sociedad.
He aquí, pues, un aspecto central en lo que hace a la estructuración so-
ciopolítica del Estado. Como lo señalan metafóricamente James March y Jo-
han Olsen, “el Estado no sólo se ve afectado por la sociedad, sino que tam-
bién la afecta a ella”, es decir, la vida política de una sociedad “no sólo de-
pende de las condiciones económicas y sociales, sino también del diseño de March, James y Ol-
sen, Johan, “El nue-
las instituciones políticas”. vo institucionalismo: facto-
res organizativos de la vida
política”, en: Revista Zona
Abierta, Madrid, nro.
63/64, 1993.
Estos autores y el conjunto de los politólogos inscritos en la corriente
denominada nuevo institucionalismo plantean y resaltan “la interdepen-
dencia entre instituciones políticas y sociales relativamente autónomas”.
En el presente trabajo se ha planteado a la política como un aspecto de la
vida social, esto es, como una dimensión de la producción y reproducción
de la sociedad. En este sentido, las instituciones políticas son siempre ins-
tituciones sociales, pese a lo cual es posible distinguir, como lo hacen los
autores, a las instituciones propiamente políticas –como, por ejemplo, el
Estado– de las instituciones sociales en general y, en ese sentido, recono-
cer la posibilidad de interdependencia entre unas y otras.

Las instituciones estatales que organizan y hacen funcionar las estructu-


ras de gobierno de una sociedad son escenario de las relaciones de poder y
dominación entabladas entre los gobernantes y aquellos actores sociales y
políticos con capacidad de acceder a esas estructuras, de condicionar y/o

95
Universidad Virtual de Quilmes

determinar sus reglamentaciones y políticas, y de influir y/o intervenir en el


proceso decisorio.
Por lo tanto, la autonomía y la coherencia de las instituciones políticas y,
en particular, del Estado, varían conforme la compleja trama de relaciones de
poder que se entrecruzan en su interior y con relación a los actores sociales
y políticos. Esas instituciones y, específicamente, el Estado, no configuran un
bloque monolítico sin fisuras cuyas reglamentaciones, medidas y políticas se
diseñan, formulan e implementan independientemente de las correlaciones
de poder que las atraviesan o contornean. Las instituciones políticas son un
escenario de poder y aquellas relaciones de poder las constituyen como tal.
Las políticas del Estado reflejan, de alguna manera, esas correlaciones arti-
culadas en el seno del propio Estado.
Ahora bien, esas instituciones, y entre ellas el Estado, no son solamente
un reflejo de las correlaciones de poder desarrolladas en su seno. Con ma-
yor o menor relieve y gravitación, las instituciones y el Estado también inci-
den sobre la sociedad y, particularmente, sobre la política. Es decir, las ins-
tituciones y el Estado son una instancia estructurada y, al mismo tiempo, es-
tructurante dentro del escenario social y político, esto es, una instancia que
enmarca y expresa las relaciones de poder canalizadas a través de y en su
seno, al mismo tiempo que produce efectos importantes sobre la vida políti-
ca de las sociedades e interviene activamente en la reproducción del siste-
ma político.

“El postulado de autonomía es necesario para establecer que las insti-


tuciones políticas son algo más que meros espejos de las fuerzas sociales.
Las observaciones empíricas parecen indicar que los procesos internos a
las instituciones políticas, si bien es posible que sean desencadenados por
acontecimientos externos, afectan al curso de la historia. Programas adop-
tados meramente como compromisos políticos por parte del legislativo re-
sultan investidos de un significado y una fuerza independientes al crearse
un departamento que se ocupe de ello. El establecimiento de políticas es-
tatales, o la competencia entre burócratas o entre legisladores, ponen en
acción y organizan identidades y divisiones sociales que de otro modo per-
manecerían latentes. Los expertos dentro del sistema político desarrollan
y modelan la comprensión de los problemas y las alternativas en relación
con la política.”

En el marco de esta orientación, Theda Skocpol indica que el carácter es-


tructurado y estructurante de los Estados permite pensarlos como actores y
como estructuras, es decir, como “lugares de acción potencialmente autóno-
ma de los funcionarios” y como “un complejo de políticas preexistentes y
acuerdos institucionales”. Los Estado configuran así un ámbito caracteriza-
do por el entrecruzamiento complejo de instituciones, actores y aconteci-
mientos. Las acciones y decisiones tomadas y emprendidas por los gober-
nantes y funcionarios en ese ámbito no son siempre coherentes ni raciona-
les, ni están exentas de contradicciones. Los actores sociales y políticos vin-
culados a los Estados así como los gobernantes, funcionarios y burócratas
que los conforman, actúan y se proyectan sobre y en el Estado a través de
una compleja estructura de instituciones, normas y procedimientos, que fun-
ciona como recurso por medio del cual esos actores pueden concretar esas

96
Elementos de Ciencia Política

actuaciones, al mismo tiempo que dicha estructura resulta de tales actuacio-


nes y se actualiza a través de ellas. Pero ese proceso de producción y repro-
ducción institucional, en el que para Skocpol juegan un papel central los fun-
cionarios estatales, no sólo da lugar a la conformación del “campo burocrá-
tico” de los Estados sino que, además, afecta activamente la vida política de
una sociedad:

“Los Estados afectan a los posibles resultados políticos de dos


maneras principales. En primer lugar, los Estados pueden ser los
lugares de acción autónoma de los funcionarios, no reducible a
ningún grupo de presión social o de preferencias. Esto es cierto
porque tanto los funcionarios nombrados como los elegidos tiene
intereses organizativos y de carreras propios, y ellos idean y traba-
jan en favor de aquellas políticas que promuevan esos intereses,
o que al menos no los dañen. Naturalmente, los funcionarios ele-
gidos o nombrados serán sensibles de distintas maneras a las
preferencias sociales y al contexto económico en que haya de
operar el Estado. Sin embargo, políticos y funcionarios también se
ven envueltos en luchas entre ellos. Y deben proceder de acuerdo
con esas luchas, junto con cualquier iniciativa que tomen en rela-
ción con la economía o con la movilización de apoyo social, em-
pleando o teniendo en cuenta las capacidades coactivas, jurídi-
cas, fiscales y administrativas de la estructura del Estado dentro
de la cual se hallan situados. Si una estructura estatal dada no
proporciona los «instrumentos jurídicos» existentes o los prevé
prontamente, para poner en marcha una línea de acción dada, no
es probable que los funcionarios del gobierno los busquen, y los
políticos que aspiran a un cargo no es probable que los propon-
gan. Al contrario, es bastante probable que los funcionarios del go-
bierno (y los políticos aspirantes) adopten iniciativas nuevas, posi-
blemente a la cabeza de las demandas sociales, si se pueden
adaptar fácilmente las capacidades del Estado para hacer cosas
que les portan ventajas en sus luchas con fuerzas políticas com-
petidoras. Las estructuras organizativas de los Estados […] influ-
yen indirectamente en las políticas para todos los grupos de la so-
ciedad. Esto ocurre de distinta manera; […] las organizaciones y
las tácticas mediante las que los grupos sociales situados social-
mente de manera diversa pueden (o no pueden) influir en los pro-
cesos políticos, se configuran parcialmente mediante las estructu-
ras de gobierno en las que operan los grupos. Aún más, los acuer-
dos administrativos, fiscales, coactivos, jurídicos de los Estados
dados, así como las políticas que los Estados persiguen de hecho,
influyen en las concepciones que los grupos, o sus representan-
Weir, Margaret y
tes, desarrollan sobre lo que es deseable o posible en general en Skocpol, Theda, “Las
el ámbito de la acción gubernamental. Así, las estructuras del Es- estructuras del Estado: una
tado sirven de inspiración a las demandas mismas que se persi- respuesta «keynesiana» a la
Gran Depresión”, en: Revis-
guen a través de la política.” ta Zona Abierta, Madrid,
nro. 50, 1989, pp. 95 y 96.

De este modo, en cualquier circunstancia política, las políticas gubernamen-


tales resultan de un conjunto de factores que, de alguna manera, influyen decisi-

97
Universidad Virtual de Quilmes

vamente en su diseño, formulación e implementación. Entre esos factores cabe


mencionarse a las estructuras organizativas del Estado, las herencias políticas,
el conjunto de innovaciones intelectuales políticamente relevantes, las deman-
das formuladas por los grupos sociales y el conjunto de actividades desarrolla-
das por los políticos y funcionarios encargados de la administración estatal.
Pues bien, estos rasgos que signan el vínculo estructurado entre los Es-
tados y las sociedades indican que las instituciones políticas y la sociedad
se presuponen mutuamente e interactúan en forma interdependiente. “Las
acciones humanas, los contextos sociales y las instituciones actúan unos so-
bre otros de modo complicado [...]. Las instituciones no parecen ser ni refle-
jos neutrales de fuerzas ambientales exógenas ni escenarios neutrales para
la actuación de individuos guiados por preferencias y expectativas exóge-
nas”, afirman March y Olsen.
Sin embargo, el Estado no se estructura apenas con relación a la socie-
dad de la que forma parte. El Estado moderno, desde su nacimiento, ha for-
mado parte de un sistema de Estados interrelacionados y competitivos. Ello
implica que las instituciones políticas y, específicamente, las estatales, se si-
túan en una compleja trama de relaciones de poder internacionales e inte-
restatales. Los Estados también están condicionados por, y condicionan a,
los contextos transnacionales históricamente cambiantes y heterogéneos.
Vale decir, junto con Skocpol, que los Estados se estructuran en un contexto
signado por la intersección del conjunto de relaciones de poder y dominación
articuladas en los ámbitos nacionales e internacional:

“[...] Estos contextos [transnacionales] influyen en los distintos Es-


tados a través de las relaciones geopolíticas de dominación y com-
petencia interestatal, a través de la comunicación internacional de
ideales y modelos de políticas públicas y a través de las pautas
económicas mundiales de comercio, división de las actividades
productivas, flujos de inversión y finanzas internacionales. Los Es-
tados se sitúan necesariamente en la intersección entre los órde-
nes sociopolíticos nacionales y las relaciones transnacionales
Skocpol, Theda, “El dentro de las cuales deben maniobrar para sobrevivir y avanzar en
Estado regresa al pri-
mer plano: estrategias de relación con otros Estados [...].”
análisis en la investigación
actual”, en: revista Zona
Abierta, Madrid, nro. 50,
1989, pp. 84 y 85. Ahora bien, como se dijo, los Estados configuran un conjunto de organiza-
ciones, organismos, procedimientos y normas que expresan, definen y articu-
lan determinados intereses, orientaciones y prácticas políticas que, por su
parte, influyen, condicionan y/o determinan el escenario político nacional e
internacional, las relaciones de poder en él articuladas y la orientación gene-
ral del propio Estado frente a tales escenarios. Ello convierte a las institucio-
nes en actores políticos relativamente autónomos con relación al contexto na-
cional e internacional y con capacidad de incidir en un sentido co-estructu-
rante sobre dichos ámbitos, tal como lo ha destacado Skocpol en sintonía
con el enfoque neo-institucionalista.

“Los Estados, concebidos como organizaciones que reivindican el con-


trol de territorios y personas, pueden formular y perseguir objetivos que
sean un simple reflejo de las demandas o los intereses de grupos o clases

98
Elementos de Ciencia Política

sociales de la sociedad. Esto es lo que se entiende normalmente por ‘auto-


nomía del Estado’ [...]. Si se profundiza en la cuestión, se puede continuar
con el análisis de las ‘capacidades’ de los Estados para alcanzar los obje-
tivos oficiales, especialmente por encima de la oposición real o potencial
de grupos sociales poderosos o en circunstancias socioeconómicas recal-
citrantes [...]. La articulación de los Estados en estructuras transnaciona-
les y corrientes internacionales de comunicación puede mover a los altos
funcionarios estatales a seguir estrategias de transformación incluso ante
la indiferencia o la resistencia de fuerzas políticamente importantes. De
modo similar, la necesidad fundamental para los Estados de mantener el
control y el orden puede propiciar reformas por iniciativa estatal (así co-
mo la simple represión). En cuanto a quién tiene más probabilidades de
actuar en esas circunstancias, parece que serán los colectivos de funciona-
rios estatales coherentes desde el punto de vista organizativo, en especial
los colectivos de funcionarios de carrera relativamente desvinculado de
los intereses socioeconómicos dominantes en el momento, los que proba-
blemente pongan en marcha nuevas y características estrategias estatales
en época de crisis. Asimismo, los colectivos de funcionarios pueden desa-
rrollar de forma características las políticas públicas ya establecidas, ac-
tuando de modo relativamente continuo a lo largo de períodos temporales
prolongados. Las orientaciones extranacionales de los Estados, los desa-
fíos a los que pueden hacer frente para mantener el orden interno y los re-
cursos organizativos a los que pueden recurrir y que pueden desplegar los
colectivos de funcionarios estatales, todas éstas características del Estado
[...], pueden contribuir a explicar la acción autónoma del Estado.”

Cabe indicar, como lo ha señalado Skocpol, que la referida autonomía de


los Estados no constituye un rasgo estructural de los mismos o de los siste-
mas de gobierno que los enmarca. La enorme variabilidad de las prácticas,
acciones y estrategias de los actores políticos –locales, nacionales y/o inter-
nacionales– así como también de las iniciativas y políticas de los gobernan-
tes y funcionarios, y los fluctuantes cambios producidos en las relaciones de
dominación y en las estructuras administrativas y consecuentemente en las
posibilidades estructurales de las acciones estatales, determinan la conforma-
ción de un mayor o menor margen de autonomía estatal. Además, el Estado
no es totalmente autónomo o totalmente dependiente. Las condiciones de au-
tonomía estatal varían sectorial y temporalmente. “Las aportaciones estata-
les autónomas tienen lugar en áreas de actuación política concretas y en mo-
mentos históricos determinados”, expresa Skocpol para dar cuenta de ello.

• Desarrolle e interprete los conceptos de inserción


política externa de la asociación y de preservación de
la integridad institucional y territorial de esa comu-
nidad frente al exterior.
• Ejemplifique según noticias de la actualidad la
estructuración del orden político-social interno en
nuestro país.

3.4. El ejercicio del gobierno y las políticas públicas

Las actividades de los gobiernos se traducen en iniciativas o políticas pú-


blicas que abarcan desde una medida puntual, una decisión gubernamental

99
Universidad Virtual de Quilmes

o la sanción de una norma hasta un programa integrado de acción guberna-


mental y administrativa, y que resultan de un proceso complejo de formula-
ción y ejecución de decisiones que afectan los asuntos públicos. En ese sen-
Meny, Ives y Thoenig, tido, Ives Meny y Jean-Claude Thoenig señalan que “una política pública es
Jean-Claude, Las polí- el resultado de una actividad de una autoridad investida de poder público y
ticas públicas, Ariel, Barcelo-
na, 1992, pág. 89.
de legitimidad gubernamental”.
Toda política pública refleja, entonces, la actividad desarrollada por un
gobierno o autoridad pública. Los citados autores indican apropiadamente
que una “autoridad pública” es todo “organismo que concede y administra
bienes colectivos”, es decir, bienes o servicios que no son divisibles (pue-
den ser consumidos o utilizados por más de una persona), no pueden ser
racionados de forma selectiva por los mecanismos del mercado y de los pre-
cios y, finalmente, está disponible en el sentido de que cada consumidor po-
tencial puede recibir una parte igual. Estos bienes y servicios públicos pue-
den ser concedidos y administrados tanto por las autoridades gubernamen-
tales encargada de la administración de determinadas personas, grupos o
territorios como por instituciones, organismos o empresas (privadas o mix-
tas) que no forman parte del circuito institucional del gobierno administrati-
vo del Estado, pero a los que se les ha concedido la potestad administrati-
va sobre un bien o servicio público determinado.

“Es autoridad pública aquel organismo que administra un bien colecti-


vo, a condición de que este organismo disponga de un procedimiento es-
pecífico de opciones, que posea una autoridad propia y que actúe por me-
dio de un aparato organizado. Estas condiciones [...] excluyen la conside-
ración de organismos que no tienen ninguna autonomía de acción, que son
simples relevos jerárquicos.”

Con el término go- De este modo, el ejercicio del gobierno y de la administración estatal con-
bernantes –o, indis-
tintamente, actores guber- figura un proceso institucional por medio del cual los gobernantes y funciona-
namentales– se hace refe- rios del Estado –ya sea que tengan a su cargo las tareas ejecutivas y/o legis-
rencia a las autoridades le- lativas–, y eventualmente cualquier otro actor social o político vinculado de
galmente habilitadas y en-
cargadas de tomar –o parti- alguna manera a dicho proceso, elaboran, formulan, deciden, implementan y
cipar en la toma de– deci- controlan un conjunto de iniciativas y políticas públicas a través de las cuales
siones políticas en el marco
del proceso gubernamental se procura la estructuración del orden político-social interno y la inserción in-
de formulación, implemen- ternacional del país.
tación y control de las ini- Así, en tanto conjunto de prácticas y normas institucionales diseñadas
ciativas, normas o políticas
públicas, sea en el área eje- y llevadas a cabo principalmente por los actores gubernamentales, las ini-
cutiva o legislativa; y con el ciativas y políticas públicas configuran un “sistema de acción pública”
término funcionarios se de-
signa a los agentes encarga- que se estructura y desarrolla en un contexto social, político e institucio-
dos de ejecutar dichas deci- nal sumamente complejo. Tal como lo resaltan autores como Lagroye o
siones. Meny y Thoenig, debe considerarse que, a partir del grado de desarrollo,
diversidad y diferenciación institucional que han desplegado los Estados
actuales, los procesos gubernamentales de decisión e implementación de
políticas e iniciativas públicas guardan un elevado grado de complejidad
“imposible de reducir al bello orden de la concatenación lógica como pre-
tenden aquéllos que se arrogan el mérito de controlarlas”. Dicha comple-
jidad no sólo deriva de la magnitud de las problemáticas institucionales o
socio-políticas a resolver o de la disponibilidad de recursos generalmente

100
Elementos de Ciencia Política

escasos, sino también del hecho de que, como se señaló, en el proceso


gubernamental intervienen una multiplicidad de actores con distintas vi-
siones, intereses y estrategias políticas, se trate de diferentes personas,
grupos o sectores gobernantes o del funcionario estatal, o se trate distin-
tos grupos, sectores u organizaciones socio-políticas –no estatales– inter-
vinientes en todas o algunas de las etapas o dimensiones de dicho pro-
ceso. En este sentido, debe destacarse que las iniciativas y políticas pú-
blicas no resultan de la intención, voluntad o racionalidad de los actores
encargados formalmente de decidirlas y aplicarlas, sino que son el pro-
ducto de una trama diversa de interacciones socio-políticas en la que in-
terviene una multiplicidad de actores entre los que se establecen deter-
minadas relaciones de interdependencia y que no se agota en los gober-
nantes y funcionarios del Estado, sino que supone también la intervención
de actores sociales y fuerzas políticas vinculados o insertos en ciertas
áreas o aspectos de la vida pública.

“La autoridad gubernamental es el actor central de la política pública.


Al mismo tiempo, no es el único jugador activo, puesto que se mueve en
interdependencia con otros actores: organismos encargados de ejecutar sus
decisiones, sujetos que reaccionan a las realizaciones así producidas, gru-
pos de intereses u otras instituciones que ejercen influencias sobre la ac-
ción proyectada o en curso. Los sujetos no permanecen pasivos, aunque
puedan parecerlo a priori. Su firma de respuesta los convierte en algo más
que los blancos inertes. Estas relaciones de interdependencia estructura un
verdadero sistema [...]. Sin embargo, el reparto de los actores tiene muchas
posibilidades de cambiar de una política a otra [...]. Ciertos actores pue-
den aparecer intermitentemente, para después desaparecer, y reaparecer
interpretando otro papel. El sistema de actores es elástico: las variaciones
en su composición pueden desorientar a un analista que se contente con
observar los acontecimientos a través de la lupa de las instituciones polí-
ticas formales. La acción pública no se limita a los actores formales: polí-
ticos y funcionarios. Incorpora a otros actores que, en principio, no tienen
nada que ver con el ‘juego político’, pero cuyo comportamiento y presen-
cia cuentan en la medida en que las realizaciones públicas se transforman
en impactos sociales.”
Meny, Ives y Thoenig, Jean-Claude, Las políticas..., op.cit, p. 103.

Ahora bien, la presencia y participación en el proceso gubernamental tam-


bién puede ser protagonizada por grupos de funcionarios, organismos o insti-
tuciones estatales –como, por ejemplo, las Fuerzas Armadas, las universida-
des, etc.– que, desde el punto de vista formal, no detentan la atribución de
actuar en la formulación, decisión y/o implementación de determinadas accio-
nes públicas pero que, de hecho, intervienen –según sus perspectivas e inte-
reses y conforme el grado relativo de autonomía institucional y de capacidad
de poder que sustentan– en pos de influir, presionar y hasta imponer ciertos
temáticas, criterios, acciones y programas institucionales. Si estos aspectos
fueran dejados de lado y se tomaran aquellos rasgos de las políticas públicas
como etapas sucesivas y racionalmente desarrolladas por los gobernantes y
administradores del Estado, no se apreciaría justamente la diversidad, parcia-
lidad y variabilidad de las motivaciones, acciones e interacciones efectivas
que llevan a cabo los distintos actores participantes del proceso gubernativo:

101
Universidad Virtual de Quilmes

“En última instancia, se podría concebir esos procesos como una mezcolan-
za de interacciones variadas, accidentalmente vinculadas unas con otras, que
excluyen todo esquema racional y ponen en contacto a grupos que actúan en
función de intereses heterogéneos para resolver problemas que perciben de
distintas maneras”. (Lagroye, Jacques, Sociología..., op.cit., pág. 459)
Empero, el Estado configura una estructura socio-política altamente ins-
titucionalizada, codificada y estructurada en torno de un conjunto de roles
orgánico-funcionales objetivados y materializados en una combinación de
funciones, competencias y procedimientos racionalmente establecidos. Las
variadas interacciones que se articulan en torno de estos parámetros codi-
ficados están elevadamente rutinizadas y habitualizadas, lo que supone un
funcionamiento asentado sobre la base de percepciones, mecanismos,
orientaciones y conductas relativamente normalizadas y racionalizadas. El
reconocimiento de los papeles y funciones objetivados dentro de la adminis-
tración estatal, sumado a la mencionada regularización de percepciones, de
líneas de acción y de criterios de implementación y control, imponen una
cierta “racionalidad limitada en el proceso del cual resulta una política pú-
blica”. Puede observarse, así, que el acto por medio del cual las iniciativas
o políticas son formalmente promulgadas –como ley, decreto, resolución, re-
glamento u ordenanza– no constituye el origen de esa iniciativa o de esa po-
lítica, pero a través de esa acción formal de promulgación, toda iniciativa o
política pública, resultante de las complejas interacciones que contextuaron
su formulación, se convierte en acto legal y legítimo de gobierno por medio
del cual, según Lagroye, “lo que era (...) una mera interacción entre agen-
tes variados adquiere, al menos simbólicamente, un valor de reglamento pa-
ra toda la sociedad”.
De todos modos, esta objetivación no debe hacer perder de vista el carác-
ter relacional, complejo y procesal que posee la actividad gubernamental y, en
particular, la formulación e implementación de las políticas públicas. Según lo
indicado, las iniciativas y políticas públicas configuran una conjunto de prácti-
cas que, de alguna manera, conforman un “programa de acción gubernamen-
tal” referido a algún aspecto de la vida pública de una sociedad. Ahora bien,
no siempre los gobiernos estatales desarrollan políticas públicas integrales en
las que se establecen objetivos de largo y corto plazo, prioridades, programas
de acción, cronograma, mecanismos de implementación y modalidades de
contralor. En determinadas oportunidades, formulan, deciden e implementan
iniciativas puntuales que engloban medidas acotadas traducidas en reglamen-
taciones, acciones únicas, prestaciones limitadas, campañas comunicaciona-
les o regulaciones administrativas concretas. En numerosas ocasiones, tales
medidas suponen apenas manifestaciones simbólicas tales como palestras,
discursos o campañas comunicacionales. Del mismo modo, los gobernantes
pueden decidir no formular ni implementar ningún tipo de políticas públicas o
iniciativas puntuales. Es decir, tal como lo indican Meny y Thoenig, frente a de-
terminadas problemáticas o situaciones y en ciertos contextos, los gobiernos
pueden “actuar o no actuar”, lo que lleva a afirmar que una acción pública es
“todo aquello que los actores gubernamentales deciden hacer o no hacer”. En
efecto, “no actuar” constituye una respuesta posible frente a determinadas
situaciones y ello ocurre cuando un actor o una autoridad pública decide co-
locarse fuera de la acción, cuando decide abstenerse de formular o llevar a
cabo una medida o un programa de gobierno:

102
Elementos de Ciencia Política

“Una política se presenta bajo la forma de un conjunto de prácticas y


normas que emanan de uno o de varios actores públicos. En un mo-
mento dado, en un contexto dado, una autoridad adopta prácticas de
determinado género, actúa o no actúa. Estas prácticas se pueden se-
ñalar concretamente: formas de intervención, reglamentaciones, pro-
visión de prestaciones, represión, etc. También pueden ser más inma-
teriales, a veces simbólicas: un discurso, una campaña de comunica-
ción. Al mismo tiempo, estas prácticas se refieren o son referibles a fi-
nalidades, a valoraciones explicitadas por la autoridad pública o implí-
citas. [Así] una política pública se presenta como un programa de ac-
ción gubernamental en un sector de la sociedad o en un espacio geo-
gráfico: la seguridad, la salud, los trabajadores inmigrantes, la ciudad
de París, la Comunidad Europea, el océano Pacífico, etc.”

(Meny, Ives y Thoenig, Jean-Claude, Las políticas..., op.cit, pp. 89 y 90)

En este marco, y dejando de lado la posibilidad de que una autoridad pú-


blica decida abstenerse de formular alguna medida o programa de gobierno,
es decir, que decida no actuar, puede indicarse que las iniciativas y políticas
públicas guardan las siguientes características:

(I) Corresponden a una misma esfera de actividades o sector de aplicación


tanto institucional como social (economía, seguridad, cultura, educación,
exterior, defensa, etc.), que engloba al conjunto de individuos, grupos e
instituciones que componen el campo de la acción gubernamental cuya si-
tuación está directa o indirectamente afectada por la acción estatal;
(II) Suponen prácticas y normas concatenadas y sistematizadas unas con
otras, en el marco de un programa coherente que contextúa y sirve como
marco de referencia, de legitimación y de orientación de los actos puntua-
les y concretos que lo conforman;
(III) Presuponen determinadas orientaciones, perspectivas, valores e intereses
referidos al campo de aplicación o área temática en cuestión y en cuyo
marco adquieren significación y validación sus objetivos, el programa ela-
borado y las particularidades de la misma;
(IV) Son formuladas e implementadas por la autoridad gubernamental pública
(gobierno, ministerio, secretaría, etc.) encargada de diseñarlas, plantear-
las y garantizar su vigencia efectiva y, con ello, de legitimarla y de darle
“fuerza de ley”;
(V) Están respaldadas política y jurídicamente por la potestad legal y por el
eventual uso de la fuerza que detenta la autoridad pública encargada de
su formulación e implementación.

Pues bien, el ejercicio del gobierno político-institucional configura un com-


plejo proceso que, según lo abordado precedentemente, dista sustantiva-
mente de conformar un conjunto de actividades linealmente producidas y
concatenadas. Se trata de un proceso, aún contradictorio, en el que las fa-
ses que lo componen no se preceden entre sí según un ordenamiento lógico
preestablecido y perfectamente delimitado, ni tampoco la existencia o las
particularidades de alguna de esas fases condiciona la existencia o particu-
laridades de las otras. La labor gubernamental se extiende en el tiempo,
transcurre en el tiempo y su duración configura un elemento estructurante de

103
Universidad Virtual de Quilmes

dicha labor y de la intervención efectivizada en la misma por parte de otros


actores sociales y políticos. Además, la compleja trama de actores guberna-
mentales, burocráticos, sociales y políticos que intervienen de hecho en to-
das o algunas de las fases de elaboración e implementación de las iniciati-
vas y políticas públicas, los intereses y orientaciones puestos en juego y ar-
ticulados por ellos, los efectos de su intervención y de las relaciones de po-
der entabladas en esos ámbitos, las coyunturas políticas y sociales en las
que se enmarcan tales procesos y el tipo de estructura institucional que po-
see el Estado condicionan las políticas públicas y hacen que muchas de ellas
no superen la fase de formulación, o que algunas otras sean objeto de refor-
mulaciones durante algunas de la etapas de implementación.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, desde el punto de vista analí-
tico, es posible distinguir cinco momentos o fases fundamentales del proce-
so de actividades gubernamentales, conforme el esquema propuesto por Jo-
nes y adaptado por Meny y Thoenig:

Figura p.106

La identificación de un problema a resolver o de una situación percibida


por los actores gubernamentales como susceptible de ser tratada y procesa-
da, a los efectos de generar algún tipo de resolución del mismo, o modifica-
ción y/o mejoramiento de tal situación, constituye una fase clave del proce-
so gubernamental. Supone el inicio del mismo y, de alguna manera, marca
los parámetros en torno de los cuales se llevará a cabo tal proceso de no
mediar significativas redefiniciones. Esta fase generalmente surge de la arti-
culación de un conjunto de intereses sociales y/o políticos y su traducción
en demandas de acción pública ante las autoridades gubernamentales. No
obstante, es determinante la percepción como problema o como situación
problemática efectuada por los gobernantes y funcionarios estatales que, de
alguna manera, median y califican aquellas demandas, la incluyen en la agen-
da pública y la conceptualizan y definen como problema.

104
Elementos de Ciencia Política

“Tan importante como la entrada y permanencia de un problema en la


agenda pública es su definición. Existe un juego de intereses cruzados de
actores y grupos que actúan para determina qué asuntos deberán ser con-
siderados como problemas y, sobre todo, cómo serán definidos. No se tra-
ta de una cuestión secundaria puesto que la definición condiciona el tipo
de solución a aplicar […]. Definir una situación como problema de políti-
ca pública supone la formulación de su hipotética solución. Un problema
puede no dejar de ser más que un hecho lamentable si a su definición no
se aporta una solución factible de acuerdo con los recursos disponibles, los
valores sociales predominantes y las posibilidades técnicas, elemento este
último de gran valor, puesto que el desarrollo técnico permite la acepta-
ción como problemas de situaciones antes irresolubles, así como la rede-
finición de problemas ya existentes y aún incluso la aparición de nuevos
problemas gracias a que se dispone de su solución.”
Fernández, Antoni, “Las políticas públicas”, en: Caminal Badia, Mi-
quel (coord.), Manual de ciencia política, Tecnos, Madrid, 1996, p. 440.

Por su parte, la formulación de iniciativas o políticas públicas tendientes a tra-


tar y procesar un problema o situación políticamente relevante configura una se-
gunda fase consistente en el análisis gubernamental de dicho problema o de la
situación agendada, el estudio de soluciones eventuales a los mismos, la ade-
cuación de criterios y la elaboración de una respuesta a través de un programa
o plan de acción. Ello, en su conjunto, implica la elaboración de proyecciones o
pronósticos acerca de las tendencias problemáticas presentes, la elaboración
de conjeturas interpretativas acerca de la evolución del mismo y el diseño de un
plan de acción que contenga la mejor alternativa de solución al problema y que
se asiente sobre la base de criterios de factibilidad política que contengan una
estrategia política adecuada para asegurar la viabilidad de la propuesta formu-
lada. Se trata de un momento técnico-político preparatorio mediante el cual una
“apuesta” se incorpora en la agenda gubernamental como alternativa para la
acción o, mejor, como respuesta de solución al problema agendado. Según
Meny y Thoenig, es una etapa compleja en la que intervienen distintas instan-
cias gubernamentales y funcionariales tanto durante el momento de análisis de
la situación como durante el proceso de selección de opciones.

“[...] Los responsables políticos, sus gabinetes, sus servicios realizan


estudios para decantar el ‘desafío’, separar las facetas operativas, identifi-
car los parámetros que provocan el problema, movilizar el conocimiento
disponible y, por último, establecer un diagnóstico. La imaginación, más
o menos creativa, se moviliza a fin de suscitar alternativas y elaborar un
estado deseable hacia el cual encaminarse. Se hacen previsiones y se emi-
ten opiniones sobre los méritos de las alternativas, sobre lo aceptable de
las soluciones, sobre el devenir de los problemas una vez que se haya to-
mado la decisión [...]. El análisis define la labor de investigación del pro-
blema, se buscan las opciones y las alternativas. Se anticipan y explicitan
las consecuencias, ventajas e inconvenientes, los efectos inducidos y los
efectos buscados. La cuestión se centra en saber si es necesario actuar o
no, y qué resultaría de no hacer nada. La característica del trabajo de aná-
lisis es un ir y venir entre la simplificación y la complejidad, ya se trate de
los objetivos, las soluciones o los efectos [...]. La selección es un proceso
de reducción de las opciones a una sola. Se acompaña de tensiones que

105
Universidad Virtual de Quilmes

ocultan divergencias normativas y utilitarias. Puede ser el momento en


que se expresa y tratan los conflictos: los hechos o el análisis no son neu-
tros para los actores; en todo caso, no más que los objetivos. Compromi-
sos, negociaciones, coaliciones, sobrentendidos, claroscuros, constituyen
otras tantas alternativas generadas en el curso de este proceso. La revalo-
rización de opciones alternativas permite la expresión de tácticas tan va-
riadas como el recurso a los valores, la propaganda, la comunicación o el
chantaje. La promoción política acompaña estrechamente la selección de
una alternativa.”
Meny, Ives y Thoenig, Jean-Claude, Las políticas..., op.cit, p. 136.

La tercera fase del proceso gubernamental consiste en la toma de decisión


por medio de la cual los gobernantes habilitados seleccionan las iniciativas o
políticas a implementar, es decir, es el momento en el cual las autoridades pú-
blicas legalmente legitimadas para ello deciden poner en marcha un plan, pro-
grama o política determinada. Por consiguiente, tal decisión no es más que un
acto de legitimación y oficialización política de una opción. Su efectivización se
concreta cuando la persona o el grupo al que institucionalmente le corresponde
resolver un problema, decide ya sea por medio de una forma o de un voto. En
ese acto puede aceptar o rechazar la opción seleccionada durante la formula-
ción, pero en el momento de su ejecución le coloca a la opción escogida el ca-
rácter de oficial:

“La legitimación no es un acto protocolario, aun cuando el decisor


se contenta con ratificar el trabajo elaborado anteriormente. Po-
see su valor agregado, que es política y simbólicamente decisivo:
por su voto, por su firma, reviste de legitimidad la opción y la ha-
ce oficial, portadora de autoridad e irreversible. El trabajo de legi-
timación consiste, pues, en aportar una solución de acuerdo con
un criterio de elección que la haga aceptable a los ojos de terce-
ros. Se trata de conformar la solución a las normas que compar-
ten los subordinados, los líderes políticos o el público. En lo suce-
sivo, si alguien puede discutir la opción, deberá a exponerse a
transgredir las normas compartidas colectivamente, pagando un
costo muy alto, discutiendo la constitucionalidad del sistema polí-
tico, la legalidad de los procedimientos, recurriendo a la amenaza
(la calle, la huelga, la guerra civil), etc.”

Por cierto, la no-decisión también configura una forma de legitimación y


oficialización de una decisión, esto es, de la decisión de no decidir en favor
de opción alguna. Ello conlleva análisis y selección de opciones y configura,
del mismo modo, una actividad gubernamental.
Una vez efectivizada la decisión, la fase siguiente del proceso gubernamen-
tal consiste en la implementación de las iniciativas o políticas mediante la
puesta en práctica o ejecución de las acciones y/o normas correspondientes
y el gerenciamiento y administración que ello conlleva. Implica el desarrollo de
un conjunto de actividades individuales y organizativas tendientes “a transfor-
mar conductas en el marco de un contexto prescriptivo establecido por una
autoridad pública competente”, sostienen Meny y Thoenig y agregan:

106
Elementos de Ciencia Política

“Ejecutar es aplicar un programa de acción a un problema, a una


situación o a un comportamiento. Ello implica modificaciones y
perturbaciones en relación al «estado natural» de la gente y de las
cosas inducidas, suscitadas o solicitadas. Un cierto número de
ciudadanos, de interesados, verán su ámbito de comportamiento
convertido en blanco de los ejecutores. Se trata de obtener que,
en los contextos así perturbados, los individuos y los grupos cam-
bien a partir de deseos y de incitaciones más o menos directas
procedentes de los actores públicos.”

Sin embargo, no se trata de un mero proceso técnico, sino que implica un


conjunto de actos y medidas en cuya ejecución intervienen numerosos acto-
res tanto gubernamentales como funcionariales y sociales, los que, de he-
cho, no son neutrales ni pasivos frente al percurso de las iniciativas o políti-
cas decididas. El papel de los ejecutores de esas iniciativas y políticas resul-
ta determinante para el desarrollo y los efectos de las mismas, al punto que,
en ciertas ocasiones, el proceso de ejecución está cruzado por estrategias y
tácticas de los funcionarios encargados de tal ejecución que bien puede re-
dundar en una reformulación de la política ejecutada o en formas soterradas
o manifiestas de neutralización de las mismas. Tal como se vio, las burocra-
cias no constituyen una estructura pasiva sino que juegan un papel protagó-
nico en la implementación de las políticas y en los efectos y resultados de
las mismas.

“Nueve de cada diez veces, los ejecutores titulares de las decisiones


gubernamentales son las burocracias públicas y semi-públicas. Ahora
bien, estas burocracias no son instrumentos inertes. Al contrario, en su ca-
lidad de organizaciones, expresan una libertad de maniobra muy conside-
rable. Lo que surge como producto de las actividades burocráticas no es el
reflejo exacto de las orientaciones fijadas por los decisores públicos. Hay
un juego, diferencias, fenómenos de contingencia que operan a lo largo de
camino. Todo ello afecta la eficiencia de la acción administrativa, es decir,
la relación entre los costos o medios movilizados y el nivel de los resulta-
dos concretos. Afecta también la eficacia de la política pública, es decir, la
resolución de los problemas o la satisfacción de los objetivos prescritos
por el decisor.”

Además, en todo este proceso de ejecución también intervienen, más o


menos activamente, los propios afectados por las políticas en curso de im-
plementación, ya sea por medio de algún tipo de participación esporádica,
acotada, reactiva y/o no mediada o agregada, o directamente a través de or-
ganizaciones sociales o políticas altamente institucionalizadas, complejas y
con grandes recursos institucionales y económicos. Estas instancias interac-
túan, de alguna manera, con los gobernantes y, principalmente, con los for-
muladores y ejecutores en el momento en que las normas o actos se promul-
gan o aplican.
Finalmente, la última fase del proceso gubernamental consiste en la eva-
luación de los resultados de las iniciativas o políticas públicas implementa-
das. En verdad, la evaluación y, por ende, la formulación de juicios acerca de

107
Universidad Virtual de Quilmes

tales iniciativas o políticas, en particular, de su diseño, formulación e imple-


mentación y la identificación y medición de los efectos sociales y políticos,
es una tarea fundamental a cargo de los gobernantes, formuladores y ejecu-
tores, pero también interviene en este proceso una multitud de actores ex-
tra-estatales tales como las personas afectadas por esas políticas, el perio-
dismo, la clase política en general, etc. Por cierto, este proceso evaluativo no
es lo mismo que el control administrativo de la legalidad y pertinencia de los
actos llevados a cabo por un servicio público realizado por los cuerpos de
inspección y auditoría del Estado. La evaluación de las iniciativas y políticas
públicas tiene que ver, más bien, con el control de la eficacia y los efectos
sociales y políticos de las mismas.

• ¿Cuáles son las funciones de una autoridad pública?.


Fundamentar su respuesta.
• Ejemplifique a través de recortes periodísticos o noti-
cias de actualidad los conceptos de "acción" o "no
acción" como forma de legitimación de una decisión
política.

3.5. La gobernabilidad

Se denomina gobernabilidad a la capacidad de gobernar que detentan las


estructuras institucionales encargadas del gobierno de una sociedad, es de-
cir, encargadas de la estructuración del orden político-social interno y de la
inserción internacional del Estado. Así, la gobernabilidad se refiere a los lími-
tes de una acción de gobierno en el marco de un contexto político y social,
que contemporáneamente está signado por la diversidad y complejidad de
actores y relaciones y, particularmente, en el marco de situaciones de crisis.
Para Arbós y Giner, la capacidad de gobierno se estructura sobre la base
de dos condiciones fundamentales y necesarias para la estabilidad de todo
gobierno, a saber, la legitimidad y la eficacia. Vale decir, la gobernabilidad es-
tá determinada por la capacidad de un gobierno para estructurarse social y
políticamente en forma eficiente y legítima:

“[...] La gobernabilidad es la cualidad propia de una comunidad polí-


tica según la cual sus instituciones de gobierno actúan eficazmente
dentro de su espacio de un modo considerado legítimo por la ciuda-
danía, permitiendo así el libre ejercicio de la voluntad política del po-
der ejecutivo mediante la obediencia cívica del pueblo. Esta cualidad
se expresa, esencialmente, en un proceso continuo de gobierno que
obtiene un grado mínimo de obediencia ciudadana, una medida su-
ficiente de aceptación popular, así como de las diversas instituciones
(de la propia esfera política y de la sociedad civil) para que dicho pro-
ceso no tenga una existencia efímera. Este proceso, sin embargo, se
ve abocado a ciertos problemas básicos que si no son resueltos lle-
van al fenómeno del desgobierno y, más concretamente, al de la in-
gobernabilidad de una sociedad. Este es un fenómeno distinto al del
enfrentamiento o rebelión de una parte de la sociedad contra el go-
bierno. Hay que distinguir, pues, la disensión civil –que en el caso ex-
tremo se torna guerra civil, revuelta o revolución– de los fenómenos

108
Elementos de Ciencia Política

estrictos de falta de gobernabilidad, a pesar de que probablemente


exista un continuum que lleva de unos a otros.”

(Arbós, Xavier y Giner, Salvador, La gobernabilidad..., op.cit., pp. 13 y 14)

En este sentido, la gobernabilidad no sólo se refiere al ejercicio del go-


bierno y, en particular, a la eficacia y eficiencia de dicho ejercicio, sino
también a la legitimidad y al consecuente respaldo social con que cuenta
ese gobierno y que, en todo caso, contribuye a crear las condiciones si-
tuacionales favorables –aunque no suficientes– para garantizar un gobier-
no eficaz.
Flisfisch, Ángel,
Según Angel Flisfisch, la gobernabilidad se remite, entonces, a “la calidad “Gobernabilidad y
del desempeño gubernamental a través del tiempo”, es decir, a: consolidación democrática:
(i) la capacidad gubernamental de adoptar oportunamente decisiones an- sugerencias para la discu-
sión”, en: Revista Mexicana
te desafíos que imponen y que exigen ciertas respuestas de ese go- de Sociología, México,
bierno; nro.3, julio-septiembre de
1989, Pág. 113.
(ii) la efectividad y eficiencia del conjunto de decisiones adoptadas en
cuanto a su acatamiento social y a la producción de efectos sociales,
respectivamente;
(iii)el grado de aceptación social de esas decisiones; y
(iv)la coherencia de las mismas en el tiempo y de manera que no generen
efectos o consecuencias contradictorias.

No obstante, debe especificarse que, así entendida, la gobernabilidad


tampoco queda reducida a la capacidad técnica del gobierno para resolver
problemas públicos o a la legitimidad social de dicho gobierno, sino que ade-
más expresa una cuestión fundamentalmente política y que está dada por la
voluntad gubernamental en apropiarse de determinados problemas sociales
y políticos, convertirlos en objetos de las políticas públicas y formular e im-
plementar exitosamente las mismas. De ese modo, como lo indicó Rolando
Franco, la gobernabilidad supone “querer”, “saber” y ”poder”, esto es, impli-
ca la concurrencia de una manifiesta voluntad política –expresada en deter-
minados “proyectos de gobierno”– de parte de la clase política y guberna-
mental, el desarrollo de cierta capacidad y efectividad en el ejercicio del go-
bierno en cuanto a la formulación y ejecución de las políticas públicas, y la
existencia de condiciones institucionales y sociales que posibiliten –y/o no
obstruyan– dicho desempeño gubernamental.

“[…] No basta ‘poder’, sino que hay que ‘querer’, esto es, tiene que
haber voluntad política y, además, se requiere ‘saber’. Esto último tiene
que ver con la capacidad de gobernar, esto es, poseer la condición para di-
señar y ejecutar políticas públicas y lograr efectividad en el desenvolvi-
miento de la actividad gubernamental. Los componentes cruciales de di-
cha capacidad son un poder gubernamental adecuado (lo que implica re-
formas institucionales) y la existencia de consenso social (legitimación del
régimen político y del gobierno), además de elementos operativos que se
logran mediante el ‘perfeccionamiento de las elites políticas’. Es necesa-
rio también que el público se identifique con las estrategias de desarrollo,
lo que exige ilustrar a la población, entregándole visiones realistas del pro-
ceso. El tercer concepto relacionado es el de proyecto de gobierno, esto es,

109
Universidad Virtual de Quilmes

el conjunto de objetivos y la estrategia y la táctica que guiarán la ación pa-


ra alcanzar los resultados esperados […].”
Franco, Rolando, “Estado, consolidación democrática y gobernabili-
dad en América Latina”, en Alcántara, Manuel e Crespo, Ismael (eds.),
Los límites de la consolidación democrática en América Latina, Edicio-
nes Universidad de Salamanca, Salamanca, 1995, pág. 48.

Pues bien, como se ve, la gobernabilidad es un fenómeno político-social


complejo y pluridimensional, que se refiere tanto a la capacidad gubernamen-
tal como a las sociedades en cuestión y su dinámica o, en todo caso, a la ar-
ticulación estructurada entre ambas instancias y que, como se dijo, compro-
mete tanto la legitimidad política y social como la eficiencia gubernamental.

“La cualidad de ‘gobernable’ se refiere a la dimensión política de un


orden social. Presupone que el poder político es capaz de ejercer la ac-
ción de gobierno sobre los ciudadanos; es decir, que orientando su con-
ducta con mandatos y prohibiciones, fundamentados en el consentimien-
to y en la represión, consigue sus objetivos [...]. En cualquier caso, la
eficacia para el gobierno no es sino la consecución de sus objetivos. Hay
que añadir que algunos sectores sociales pueden formular demandas so-
ciales que no coincidan con aquéllos, si bien son presentadas asumiendo
que el gobierno las hará suyas con los mismos criterios de prioridad [...].
Así, la medida de la eficacia del gobierno puede también estar determi-
nada por las expectativas de la sociedad y afectar la legitimidad del po-
der político. Cuando hablamos de legitimidad del gobierno nos referi-
mos a la condición de aceptable que tiene su autoridad a los ojos de los
ciudadanos […]. Los gobernantes actuales deben ser […] eficaces a la
hora de satisfacer demandas sociales que, a veces, se formulan sin que
existan las estructuras administrativas idóneas para satisfacerlas […]. La
‘sobrecarga’ que conlleva la multiplicidad de demandas juega en contra
de la eficacia de la acción del gobierno […].”
Arbós, Xavier y Giner, Salvador, La gobernabilidad..., op.cit., p. 16.

Dentro de determinadas perspectivas conservadoras, la cuestión de la


“sobrecarga de demandas sociales” que pesan sobre las instituciones gu-
bernamentales configuró unos de los factores explicativos principales de la
creación de condiciones de ingobernabilidad. Esa sobrecarga, sumada a la
crisis de las estructuras gubernamentales –particularmente, originadas co-
mo consecuencia de las “crisis fiscales” recurrentes–, afecta la gobernabili-
dad y produce una profunda brecha entre el sistema político y la sociedad
signada por la ineficiencia gubernamental y la deslegitimación social. No obs-
tante, desde otros puntos de vista, se reconoció que si bien la gobernabili-
dad –o, eventualmente, la ingobernabilidad– configura un atributo o cualidad
del sistema político y, en particular, del sistema de gobierno de una socie-
dad, dicho fenómeno hace referencia a la estructuración social de dicho sis-
tema político, es decir, al vínculo articulados entre la política y la guberna-
Alcantara Saez, Ma- mentalidad, por un lado, y la sociedad, por el otro. Ello inclusive ha llevado a
nuel, Gobernabili- sostener a algunos autores que la gobernabilidad podría asegurarse si un go-
dad, crisis y cambio, Centro
de Estudios Constituciona- bierno es capaz de “mantener la legitimidad y promover el desarrollo socioe-
les, Madrid, 1994. conómico”, como forma, justamente, que da lugar a un contexto social favo-
rable al desarrollo de una relación integral entre gobierno y sociedad.

110
Elementos de Ciencia Política

• Elabore conclusiones de esta unidad fundamentán-


dolas con citas de los autores tratados.
• Utilizando los conceptos estudiados intentaremos
realizar algunos análisis básicos sobre la estructura
política argentina. Realice las siguientes actividades:
1) A partir de los conceptos de gobierno y Estado (te-
niendo en cuenta todos sus atributos) establezca las
características del gobierno en la Argentina conside-
rando la división de poderes y el sistema federal.
2) A partir del modelo de proceso de políticas publicas
de Jones y Meny Thoenig, analice una política pública
específica en el nivel municipal. Puede utilizar referen-
cias documentales, periodísticas, entrevistas, etc.
3) Realice un seguimiento diario de dos periódicos du-
rante tres semanas (puede utilizar Internet) para espe-
cificar, según su criterio, los principales desafíos para
la gobernabilidad del sistema político argentino de
acuerdo a los conceptos estudiados. Justifique y ejem-
plifique debidamente su respuesta.

Arbós, Xavier y Giner, Salvador, La gobernabilidad.


Ciudadanía y democracia en la encrucijada mundial,
Siglo Veintiuno, Madrid, 1993.

Bourdieu, Pierre, “Espíritus de Estado. Génesis y es-


tructura del campo burocrático”, en: Bourdieu, Pierre,
Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Edito-
rial Anagrama, Barcelona, 1997.

Fernández, Antoni, “Las políticas públicas”, en: Caminal


Badia, Miquel (coord.), Manual de ciencia política, Tec-
nos, Madrid, 1996.

Lagroye, Jacques, Sociología política, Fondo de Cultura


Económica, Buenos Aires, 1991, cap.1 y 2.

111
4

Organizaciones, prácticas y valores políticos

4.1. Política, grupos de interés, movimientos sociales y partidos


políticos

El ámbito de la política moderna o, en palabras de Bourdieu, el “campo


político” se estructura a través de la competencia entre diversos actores que
interactúan entre sí e intervienen de alguna manera en la producción y repro-
ducción de la dominación, participando en forma directa o indirecta en la es-
tructura institucional de gobierno de la sociedad o ejerciendo ciertas formas
de influencia sobre dichas estructuras. Se trata de los grupos de interés, mo-
vimientos sociales y partidos políticos.
Según Almond y Powell, los grupos de interés son aquellos grupos o aso-
ciaciones constituidos por personas “ligadas por lazos de interés o ventajas
particulares, que tienen cierta conciencia de esos vínculos”. Ahora bien, es-
tos grupos desarrollan actividades sociales, culturales y/o políticas que bien
pueden suponer la “articulación de intereses” mediante el cual “plantean de-
mandas a quienes están encargados de tomar decisiones”, es decir, sus ac-
tividades pueden estar total o parcialmente orientadas o estructuradas en
torno de la intervención en el sistema político, pero, al decir de Jordana, “no
pretenden conseguir el poder político, sino que pugnan por la creación u ob-
tención de bienes públicos, producidos por organizaciones públicas”. Son ac-
tores sociales que intervienen en la actividad política de una sociedad en la
medida que se conforman y/o estructuran en torno de ciertos intereses es-
pecíficos –que pueden ser de carácter social, cultural, económico, corporati-
vo, político propiamente dicho, etc.– y los articulan y agregan a través de cier-
tas acciones colectivas que, de alguna manera, están orientadas a ejercer al-
gún grado de influencia sobre las estructuras de gobierno de la sociedad y,
en particular, sobre las iniciativas y políticas públicas formuladas e implemen-
tadas por los gobiernos, dado que tales intereses suponen la obtención de
algún bien o servicio público.

“[…] La realización de acciones colectivas, esporádicas o permanen-


tes es la vía mediante la que los ciudadanos defienden o promueven sus
intereses en la sociedad, lo que conlleva, casi inevitablemente, el estable-
cimiento de algún tipo de contactos y relaciones con instituciones u orga-
nizaciones que forman parte de este conjunto que llamamos Estado. En-
tre las organizaciones y movimientos que articulan la acción colectiva or-
ganizada, destacan, dejando aparte los partidos políticos, las asociaciones
o grupos de intereses. Su acción se basa, fundamentalmente, en desarro-
llar actividades y general móviles de acción, articulando intereses econó-
micos y sociales, lo que les permite actuar sobre el sistema político para
conseguir los fines que en cada caso se proponen […]. [La implicación
de aquellas formas de participación en el sistema político], que parte de
la voluntad de obtener poder, recursos e influencia sobre el conjunto de

113
Universidad Virtual de Quilmes

las políticas estatales, o sobre ámbitos sectoriales de la esfera pública, tie-


ne la base de su efectividad en lograr una acción colectiva continuada de
los individuos en defensa de sus intereses, lo que implica que, habitual-
mente, ésta se desarrolle gracias a la existencia de estructuras organizati-
vas capaces de mantener cohesionados los intereses individuales.”
(Jordana, 1996)

En general, los grupos de interés se constituyen en función de un conjun-


to de intereses materiales, culturales, sociales o institucionales vinculados
con la posición objetiva de los miembros en relación con diferentes esferas
de la vida colectiva o con sus creencias también referidas a esas esferas o
a algunas de ellas. La posibilidad de que estos grupos intenten influir a tra-
vés de la articulación política de sus intereses sobre la actividad desarrolla-
das por las instituciones de gobierno, sobre la opinión pública o sobre otros
actores políticos y sociales, deriva de numerosos factores pero resulta fun-
damental el hecho de que esos intereses sean afectados de alguna manera
por las iniciativas o políticas públicas, aunque la actividad habitual de dichos
grupos no sea de carácter propiamente político, sino de otra índole como re-
ligioso, étnico, artístico, fomentista, deportivo, cultural, sindical, gremial, etc.
Cuando estos grupos articulan políticamente sus intereses actúan como gru-
po de presión. Así lo manifiesta Lagroye cuando sostiene que se denomina
grupo de presión a “todo grupo de interés, actitud o causa que se moviliza
ante las consecuencias previstas de una decisión política, cualesquiera que
sean las actividades habituales que lo caracterizan” (Lagroye, 1991). Es de-
cir, lo que lo define a una organización no-política como grupo de presión es
su modalidad de acción y, concretamente, el hecho de articular políticamen-
te sus intereses, o sea, agregarlos y combinarlos ante las instancias guber-
namentales de la sociedad.
En el mundo contemporáneo es significativa la diversidad y heterogenei-
dad de formas y tipos de organizaciones a través de las cuales los diferen-
tes grupos y asociaciones de interés protagonizan acciones colectivas e in-
tervienen en, o influyen sobre, los procesos de decisión pública y en la vida
política de la sociedad. También son sumamente variados los estilos organi-
zativos y de funcionamiento, los tipos de intereses –en cuanto a su carácter
y objeto–, las capacidades diferenciales de acceso a recursos de poder, el ti-
po de vínculo articulados con los partidos políticos, con otros grupos socia-
les y con el Estado y los mecanismos de intervención sobre las instituciones
gubernamentales y el sistema político.

“Tanto los modelos organizativos como los estilos de intervención de


las asociaciones de intereses presentan enormes diferencias en un mismo
sistema político. Actuando en una misma sociedad podemos encontrar
desde asociaciones que disponen de enormes recursos económicos y po-
cos miembros hasta otras que se basan en activistas sin medios movidos
por ideales, pasando por las que disponen de muchos miembros y escasos
medios económicos. Sin embargo, las diferencias internacionales respecto
al papel de las asociaciones de intereses en la relación entre sociedad y Es-
tado son aún mayores […]. Por una parte, se encuentra el grado de control
estatal sobre las asociaciones de interés, mayor en las tradiciones euro-
peas; por otra, encontramos el nivel de fragmentación que caracteriza al

114
Elementos de Ciencia Política

sistema de asociaciones de intereses, bastante superior en los países anglo-


sajones. Otro elemento de distinción importante se refiere a las tácticas de
intervención (asistencia técnica, recursos económicos, gestión indirecta,
presión pública, etc.) que utilizan las asociaciones de intereses. Estas tác-
ticas dependen de dónde estén situados los puntos clave de la estructura
política de cada país. Cuando son los partidos las instituciones que con-
centran el poder, las asociaciones de intereses actúan preferentemente so-
bre éstos, mientras que cuando el centro del poder es el parlamento, o el
gobierno, la acción de las asociaciones de intereses se concentra sobre es-
tas instituciones, y en cada caso son distintas las tácticas más eficaces.”
(Jordana, 1996)

La activación política de las organizaciones no-políticas o grupos de inte-


rés puede responder a un sinnúmero de factores y desenvolverse en diferen-
tes escenarios sociales y políticos. El grado de solidaridad existente entre
los miembros de los grupos de interés y, en particular, la importancia que és-
tos le dan a los intereses con relación a los cuales se conformó el grupo, así
como también la significación que le otorgan a la activación política en de-
fensa de sí mismo, configura un aspecto importante para la conformación del
grupo y su funcionamiento. El nivel de institucionalización del grupo configu-
ra un claro indicador de la estructuración interna y externa del mismo y de la
capacidad para actuar social y políticamente, y en ello inciden los recursos
financieros y organizacionales con que cuenta el grupo, las posiciones socia-
les de sus miembros y sus relaciones con el gobierno o los partidos, su ca-
pacidad para vincularse y obtener apoyo de distintos sectores sociales, su
representatividad social y su destreza para brindarle envergadura simbólica
a sus intereses y demandas. Todos estos aspectos tienen un peso decisivo
en la proyección política de los grupos en cuestión y, en especial, en las pro-
babilidades de éxito en la articulación de sus intereses.
Dentro de este espectro de posibilidades, y siguiendo a Almond y Powell,
es posible distinguir diferentes tipos de grupos de interés conforme su des-
pliegue organizativo y sus modalidades de articulación de intereses:

(i) Los grupos de interés anómicos son grupos –de organización espontánea
o relativamente organizados– que, sin vínculos estables y medios directos
con las estructuras de gobierno de la sociedad y sin que sus intereses
fuesen tenidos en cuenta por los gobernantes, expresan y articulan di-
chos intereses a través de medios informales y/o violentos como los tu-
multos, manifestaciones, crímenes, motines, saqueos, etc.
(ii) Los grupos de interés no-asociativos son aquellos grupos estructurados a
partir del parentesco, la ascendencia, la etnia, el origen regional, el sta-
tus y la clase, y que articulan sus intereses a través de vínculos más bien
personales, de manera intermitente, discontinua y sin procedimientos y
medios organizacionales habituales de articulación. Almond y Powell sos-
tienen que, en las sociedades modernas, el nivel de influencia de este ti-
po de grupos es limitada frente a grupos organizados y altamente institu-
cionalizados.
(iii)Los grupos de interés asociativos son aquellos grupos altamente institu-
cionalizados y organizados, y que poseen estructuras especializadas pa-
ra la articulación de sus intereses como los sindicatos, las organizacio-
nes empresariales –comerciales, industriales o de otro tipo–, asociaciones

115
Universidad Virtual de Quilmes

étnicas, organizaciones religiosas, grupos cívicos, etc. Como lo indican los


citados autores, “ejercen la representación explícita de los intereses de
un grupo particular, cuentan con un equipo profesional de dedicación ex-
clusiva y disponen de procedimientos establecidos para la formulación de
intereses y demandas” y, al mismo tiempo, “tienden a regular el desarro-
llo de grupos de interés de otro tipo”.
(iv)Los grupos de interés institucionalizados son los grupos que forman parte
de organizaciones institucionales tales como los partidos políticos, las
fuerzas armadas, las burocracias, las legislaturas, los juzgados, etc., y que
tiende, en el interior de esa instituciones especiales, a conformarse y or-
ganizarse en función de la defensa de ciertas prerrogativas y privilegios.

De este modo, puede apreciarse que los grupos de interés no poseen to-
dos la misma envergadura organizacional, el mismo grado de institucionali-
zación ni las mismas potencialidades para actuar social y políticamente, en
particular, para articular políticamente sus intereses. Pero, de algún modo,
su entidad en tanto “grupo” los convierte en actores sociales o no-políticos
centrales y relativamente institucionalizados en la vida política. No obstante,
la complejidad y diversidad de la vida social y del escenario político contem-
poráneo ha dado lugar a la aparición de otros actores a los que se denomi-
nan movimientos sociales, como lo han sido o lo son el movimiento obrero,
el feminista, el movimiento ecologista, el movimiento pacifista, el de mino-
rías étnicas y lingüísticas, el movimiento estudiantil, el movimiento contracul-
tural, el de los derechos humanos, el de jóvenes, el de inmigrantes, el de
desposeídos de la tierra, el de pobres, el de pobladores carenciados, el de
consumidores y usuarios, etc.
Se trata de actores menos institucionalizados que los grupos de interés,
y que se estructuran sobre la base de nuevos tipos de intereses en cuanto
a su objeto y al hecho de tratarse de intereses más acotados, puntuales, es-
pecíficos e imprevistos. Pueden tener cierta base organizacional pero, en ver-
dad, conforman agrupamiento inicialmente espontáneos, de intereses difu-
sos y de proyección generalmente reactiva frente al orden social vigente y al
sistema político formal y a otros grupos sociales. Su eventual continuidad o
institucionalización los convierte rápidamente en grupos de interés o, según
el caso, en partido político, o directamente se extinguen tras haber alcanza-
do las metas propuestas o al haberse producido notables cambios en el con-
texto social donde estaban situados.
Según Alain Touraine, los movimientos sociales configuran “la acción con-
flictiva de agentes […] que luchan por el control del sistema de acción his-
tórica”. Todo sistema de acción histórica constituye el “sistema de repercu-
sión de la historicidad sobre la práctica social”, es decir, los efectos social y
culturalmente estructurantes de la acción ejercida por los agentes a través
de sus actividades y mediante las cuales configuran el conjunto de prácticas
sociales y culturales habituales, combinando un modo de conocimiento –que
constituye una imagen de la sociedad–, una forma de acumulación –que ex-
trae una parte del producto social disponible– y un modelo ético –que valida
e interpreta la capacidad de acción de la sociedad sobre sí misma–.
Para Touraine, un movimiento social se constituye a partir de tres princi-
pios básicos, a saber, el principio de identidad, el de oposición y el de uni-
dad. En primer lugar, un movimiento social se organiza a partir de la defini-
ción de sí mismo como actor histórico en medio de las prácticas sociales

116
Elementos de Ciencia Política

en las que se sitúa y del conflicto que lo constituye y organiza justamente


como actor. En segundo lugar, y como derivación del primer aspecto, el mo-
vimiento social se configura como actor histórico a partir de la existencia de
un conflicto, que ponga en entredicho orientaciones generales de la vida so-
cial que lo afecten como tal y de un adversario que sea percibido como
agente de aquellos intereses contrapuestos. “El conflicto hace surgir al ad-
versario, forma la conciencia de los actores en presencia”, dice el pensador
francés. Y, en tercer término, el movimiento social se constituye a partir de
la reafirmación de una totalidad histórica, cuyo dominio disputa contra su
adversario, es decir, aunque se constituyan a partir de un aspecto o tema
social puntual y específico, siempre ponen en tela de juicio la orientación
general de un sistema de acción histórico. Así, los movimientos sociales se
originan y desarrollan en función de la transformación y recreación de las re-
laciones sociales en tanto relaciones de poder, relación de significación y re-
laciones de legalidad.

“Lo propio de un movimiento social es que cada uno de sus elementos


[identidad, oposición y unidad] remite a la relación entre los otros dos.
Tampoco se encuentra nunca en un estado de neutralidad afectiva o de
simple análisis de la situación. Nunca está en reposo; es remitido sin ce-
sar de uno de sus componentes a otro, de una de sus vertientes a otra [...]
Los actores de un movimiento no forman un movimiento no forman un
medio social al que se pueda definir por elecciones comunes, por una
identidad social personal y colectiva. Un movimiento social, por el contra-
rio, está constantemente ocupado en poner en entredicho la definición so-
cial de los papeles, el funcionamiento del juego político, el orden social.
Su unidad no puede ser nunca la de una organización porque consiste en
lo que une esperanza y rechazo, negación y afirmación. El nivel del siste-
ma de acción histórica es donde se sitúa el movimiento social. Es falso
contraponer el movimiento social, protesta elemental, limitada, presa de
los marcos de la sociedad, y una acción política que le daría una enverga-
dura más vasta y le permitiría poner en entredicho la dominación de clase
y el Estado.”
Touraine, Alain, Producción de la sociedad, Unam-Ufal, México, 1995.

Es decir, un movimiento social es el esfuerzo de un actor colectivo “por


adueñarse de los valores, de las orientaciones culturales de una sociedad,
oponiéndose a la acción de un adversario con el que está vinculado por la
relaciones de poder”. No constituye cualquier tipo de conflicto social o polí-
tico, sino de aquel conflicto estructurado sobre la base de una lucha entre
actores que pujan por el dominio cultural de la sociedad o de algún aspecto
de ella y por la conversión de dicho dominio en prácticas sociales habitua-
les. Se trata, entonces, de un conflicto social y de un proyecto cultural. Como
dice Touraine, “un movimiento social aspira siempre a la realización de valo-
res culturales y, al mismo tiempo, a obtener la victoria frente a un adversa-
rio social” (Touraine, 1994). Por ello, una lucha de reivindicación, la defensa
corporativa de determinado interés o cualquier acto de presión política no es
en sí mismo un movimiento social. Éste es más que una lucha inscrita en el
plano de las relaciones de producción o de la vida económica. Es, más bien,
una lucha por la historicidad, por determinadas modalidades de prácticas so-
ciales, de significados, de formas interpretativas y de validación.

117
Universidad Virtual de Quilmes

“La naturaleza de los actores, los objetos y las formas de sus conflictos,
las ideologías y las utopías de los movimientos no se pueden expresar ni en
términos puramente económicos ni en términos de sistemas de valores. Un
conflicto de intereses económico es más probable que sea ante todo la ex-
presión de una crisis organizativa y no necesariamente el signo de la pre-
sencia de un movimiento social. Los movimientos sociales ponen en tela de
juicio la historicidad de una sociedad que no es separable de un tipo de ac-
ción económica. Los intereses que defienden los movimientos sociales son
los de una clase comprometida en la lucha por la dominación de una histo-
ricidad, y por tanto, de un modelo cultural, de una forma de movilización,
de un tipo de jerarquización, de una forma de necesidades. La lucha no se
extiende al conjunto del funcionamiento de un sistema económico, sino al
conjunto del sistema de acción de la sociedad sobre sí misma.”
Touraine, Alain, Producción de la…, op.cit., p. 258.

Estos nuevos movimientos sociales son portadores de ideologías y orien-


taciones simbólicas más difusas, directamente vinculadas a las nuevas pro-
blemáticas sociales (medio ambiente, mujer, condiciones de vida, armamen-
tismo) y no atadas a los viejos parámetros clasistas. Cuentan con una base
social de apoyo más o menos abarcativa pero, en cualquier caso, poco defi-
nida y genérica. No configuran grupos de intereses particulares ni se aboca-
ban a la defensa de intereses puntuales sustentados por grupos o individuos
concretos sino a la persecución de bienes colectivos y de valores generales,
abarcando problemas no sectoralizables. Y, en general, se expresan y articu-
lan sus intereses frente al gobierno y a la sociedad a través de medios no
convencionales y formas de protestas.
Ahora bien, como lo señala Offe, estos movimientos politizan cuestiones
que no pueden encasillarse ni como públicas ni como privadas, sino, más
bien, cuestiones que abarcan lo que este autor denomina esfera política no-
institucional. Son políticos porque sus actores pretenden que se reconozcan
como legítimos sus medios de acción y que los objetivos de la acción sean
asumidos por la comunidad amplia, pero su irrupción en las sociedades con-
temporáneas ha implicado la distinción de tres esferas de lo social, a saber,
la privada, la política institucional y la política no-institucional:

“[…] Mientras que la teoría liberal parte de que puede categori-


zarse cualquier acción como ‘privada’ o ‘pública’ (siendo, en este
caso, propiamente ‘política’), los nuevos movimientos se sitúan en
una tercera categoría intermedia. Reivindican para sí mismos un
tipo de contenidos que no son ni ‘privados’ (en el sentido de que
otros no se sientan legítimamente afectados), ni ‘públicos’ (en el
Offe, Claus, Partidos sentido de que se les reconozca como objeto legítimo de las insti-
políticos y nuevos tuciones y actores políticos oficiales), sino que son los resultados
movimientos sociales, Edi-
torial Sistema, Madrid, y los efectos colaterales colectivamente ‘relevantes’ de actuacio-
1992, pág. 174. nes privadas o político-institucionales de las que, sin embargo, no
pueden hacerse responsables ni pedir cuenta por medios institu-
cionales o legales disponibles a sus actores. El campo de acción
de los nuevos movimientos es el espacio de la política no institu-
cional, cuya existencia no está prevista en las doctrinas ni en la
práctica de la democracia liberal y del Estado de Bienestar”.

118
Elementos de Ciencia Política

Es decir, los nuevos movimientos sociales son políticamente relevantes en


la medida en que procuran ser reconocidos como actores políticos por la co-
munidad en su conjunto y por los organismos gubernamentales, llevando a
cabo acciones que, si bien no siempre son consideradas legítimas por el res-
to de los grupos sociales y las instituciones políticas, tiene efectos y conse-
cuencias sobre la vida social y política.
En lo atinente a las formas de activación sociopolítica de los nuevos mo-
vimientos sociales, resulta llamativo observar que, como se dijo, en gene-
ral, siguen tácticas acotadas, no convencionales, principistas y sin un signi-
ficativo despliegue de alianzas. Siguen, pues, políticas de protestas basa-
das en exigencias formuladas en términos predominantemente negativos y
sin impronta negociadora. Como señala Offe, sus tácticas o modo de actuar
externo “van acompañadas por reivindicaciones de protesta cuyos aspectos
positivos se articulan casi siempre en formas lógicas y gramaticales nega-
tivas, como indican palabras claves como ‘nunca’, ‘en ningún lado’, ‘fin’,
‘cierre’, ‘fuera’, ‘parar’, ‘congelar’ (freeze), ‘prohibición’, etc.”, todo lo cual
cercena la posibilidad de desplegar acciones gradualistas en procura de ob-
jetivos tácticos parciales. Se asume, más bien, posicionamientos maxima-
listas que los aleja críticamente de las fuerzas políticas y sociales tradicio-
nales, las cuales, aun reconociendo la legitimidad de muchas de sus de-
mandas, ven a esos nuevos actores como protagonistas de “actitudes irra-
cionales, afectivas, estrechas, cortas, inmaduras, incompetentes e irrespon-
sables políticamente”.

“Las tácticas y las reivindicaciones de la protesta indica que el grupo


de actores movilizado (real o potencial) se concibe a sí mismo como una
alianza de veto, ad hoc, y a menudo monotemática (más que como un gru-
po integrado organizativamente y ni siquiera ideológicamente), que deja
un amplio espacio para una amplia diversidad de legitimaciones y creen-
cias entre los que protestan. Este modo de actuar enfatiza además el pla-
neamiento de sus exigencias como de principio y no negociables, lo que
puede considerarse que es una virtud, o una necesidad dada la debilidad
de las primitivas estructuras organizativas involucradas. Los movimientos
sociales no se refieren a otros actores y oponentes políticos en términos de
negociaciones, compromisos, reformas, mejoras o progresos graduales a
conseguir por tácticas y presiones organizadas, sino más bien en término
de fuertes antinomias tales como si/no, ellos/nosotros, lo deseable y lo in-
tolerable, victoria y derrota, ahora o nunca, etc. Esta lógica de deslinde de
campos, evidentemente, apenas permite desarrollar prácticas de negocia-
ción políticas ni tácticas gradualistas […].Los movimientos son incapaces
de negociar porque no tienen nada que ofrecer como contrapartida a las
concesiones que se les puedan hacer a sus exigencias […]. Se debe esto a
que a los movimientos les faltan varias propiedades de las organizaciones
formales, sobre todo la vigencia interna de las decisiones de sus represen-
tantes, gracias a lo que las organizaciones formales pueden asegurar en
cierta medida el cumplimiento de los acuerdos de una negociación políti-
ca. Es también típica la falta de un armazón coherente de principios ideo-
lógicos y de representaciones del mundo de la que poder derivar la ima-
gen de una estructura deseable de la sociedad y deducir los pasos a dar pa-
ra su transformación.”
(Offe, 1992.)

119
Universidad Virtual de Quilmes

De todos modos, estas particularidades no excluye que, en efecto, las ac-


ciones colectivas y estrategias emprendidas por los nuevos movimientos so-
ciales, ya se trate de acciones política no-institucionales o de acciones polí-
ticas institucionales, puedan tener una importante repercusión sobre el sis-
tema político o que sus demandas puedan traducirse en iniciativas y políti-
cas públicas. Inclusive, en numerosos casos, los movimientos se conforma-
ron como grupo de interés o como partido político.
Pues bien, toda organización, grupos o movimiento existente en una deter-
minada sociedad interviene en la vida política en la medida en que, de algún
modo, ejercen algún grado de influencia sobre el proceso gubernamental, par-
ticipan en la formación y difusión de opiniones y orientaciones acerca de la
política y del poder, entablan relaciones de fuerza, acuerdan o confrontan con
otros actores políticos y sociales, validan orientaciones y modalidades simbó-
licas y principios de legitimación acerca de la autoridad, etc. Esto es válido
tanto para los movimientos sociales (movimiento ecologista, de derechos hu-
manos, etc.), para las organizaciones sociales no-políticas (como puede ser la
Iglesia, una sociedad fomento o una cooperadora escolar), para los grupos de
interés de cualquier índole (sindicatos, organizaciones empresariales) o para
los partidos políticos, que constituyen la organización política de mayor nivel
de institucionalización en el mundo social contemporáneo. De este espectro
de actores, los partidos políticos son las únicas organizaciones que tiene co-
mo atributo funcional predominante su “participación directa en la competen-
cia por los puestos y las posiciones de poder político”, en palabras de Lagro-
ye. Por cierto, dicha participación configura su función principal pero no la úni-
ca. También pueden desarrollar todo tipo de actividad social y política, que
son frecuentemente desenvueltas por los grupos de interés y, en ocasiones,
hasta por los movimientos sociales. Pero la especificidad de sus actividades
está dada por la selección del personal que ocupa los cargos de gobierno de la
sociedad y la participación en el proceso de conformación de esos gobiernos,
conforme los parámetros del régimen político en cuestión.

“[…] Los miembros de las organizaciones políticas [partidos políti-


cos], salvo aquellas cuyo objetivo es la destrucción del régimen y las fuer-
zas que los sostienen, consideran que el objetivo inmediato y la conse-
cuencia directa de sus actividades son precisamente lograr que algunos de
los suyos ocupen puestos y funciones dirigentes. Al mismo tiempo, son las
organizaciones políticas las que seleccionan a los individuos que pueden
pretender esos puestos y funciones. Por consiguiente, se puede considerar
a las organizaciones políticas como agrupaciones especializadas en la
competencia por la obtención de puestos o funciones cuyo otorgamiento
depende de las decisiones tomadas por los dirigentes; por la actividad de
sus miembros, por los recursos y la capacidad de acción que ofrecen, es-
tas agrupaciones acrecientan las capacidades de ciertos individuos de ser
seleccionados como dirigentes según las reglas vigentes del sistema.”
(Lagroye, 1991.)

En este mismo sentido, Ángelo Panebianco resalta que la especificidad de


los partidos políticos frente a cualquier otros tipo de organización social no
está dada por los fines, sino por el ambiente en el que desarrolla sus activi-
dades y por el tipo de actividad:

120
Elementos de Ciencia Política

“Si los fines de los partidos […] no pueden ser determinados pre-
viamente, surge obviamente el problema de cómo distinguir los
partidos de las demás organizaciones […] La única respuesta po-
sible es que los partidos –al igual que cualquier otra organiza-
ción– se distinguen por el específico ambiente en el que desarro-
llan una específica actividad. Sean cuales fueran los demás posi-
bles escenarios que comparten con otras organizaciones, sólo los
partidos operan en la escena electoral y compiten por los votos.
Esto permite distinguir a los partidos por una cierta actividad (li-
gada a un ambiente determinado) que no tiene en común con
ningún otro tipo de organización; no prejuzgando el problema de
los eventuales fines (dado que una misma actividad pueda servir
a fines distintos).”
(Panebianco, 1993)

Así, un partido político es una organización política que funciona como ac-
tor colectivo para participar en forma directa en las decisiones de gobierno
de una sociedad mediante la formulación de proyectos políticos generales y
la presentación de candidatos susceptibles de ser seleccionados para ocu-
par los cargos gubernamentales (Rivera, 1995).
En efecto, los partidos políticos, en primer lugar, configuran una organiza-
ción política altamente institucionalizada en cuanto a su despliegue orgáni-
co y funcional, y su particularidad está dada, generalmente, por perseguir ob-
jetivos sociales y políticos de carácter general y por presentar un modelo de-
terminado de afiliación de ciudadanos a su estructura. En su interior convi-
ven una multiplicidad de actores y sectores con diferentes intereses, orien-
taciones y perspectivas políticas y hasta ideológicas. En segundo término,
las organizaciones partidarias, pese a la diversidad de actores y sectores
que conviven en su seno, en general desarrollan acciones externas de carác-
ter unitarias en el sistema político. Dichas acciones colectivas reflejan de al-
gún modo el resultado provisorio de la correlación de fuerzas entablada en
su interior y, en particular, de las orientaciones y estrategias de los sectores
dominantes del partido. Es decir, son el resultado, de un lado, de un comple-
jo proceso de agregación y unificación de intereses y perspectivas internas
y, del otro, de la influencia ejercida por la relación establecida con otros par-
tidos y con diferentes actores sociales –sean grupos de interés o movimien-
tos sociales–. De todas maneras, en tanto organizaciones unificadas, los
partidos desarrollan acciones ciertamente unitarias dentro del sistema polí-
tico, al menos a la hora de formular socialmente proyectos políticos y progra-
mas de gobierno, de participar del proceso de selección de gobernantes y
eventualmente de intervenir en el propio gobierno. En tercer lugar, y tal como
ya se indicó, los partidos, a diferencia de cualquier otro tipo de organización
o grupo social, se estructuran en función de incidir directa o indirectamente
en las decisiones gubernamentales formando parte, de algún modo, de las
estructuras de gobierno de una sociedad. Como lo señala Rivera: “no es, co-
mo en el caso de los grupos de interés o de los movimientos sociales, un in-
tento de conseguir influencia, sino que, por el contrario, el objetivo de los par-
tidos es la participación directa en la construcción de las decisiones de go-
bierno”. Además, dicha intervención se canaliza a través de los mecanismos
y procedimientos institucionales del régimen político, lo que convierte a los
partidos en “vías de institucionalización de la acción colectiva dentro de las

121
Universidad Virtual de Quilmes

sociedades” siempre en vista de participar en el gobierno. Finalmente, los


partidos se proyectan socialmente a través de la presentación de opciones
políticas de carácter programáticas para intervenir en el proceso de selec-
ción de los gobernantes de la sociedad. Tales orientaciones programáticas
configuran un conjunto de objetivos exteriorizados y articulados de cara a la
sociedad y al sistema político.
Stefano Bartolini indica que, más allá de las funciones y características
estructurales básicas de los partidos políticos –como las señaladas anterior-
mente–, así como también de la enorme variación histórica existente entre
los tipos de partidos y sistemas de partidos, las organizaciones partidarias
han desempeñan diferentes funciones y actividades, tales como:

(i) la estructuración del voto a través de la monopolización de la participación


directa en el proceso de selección de dirigentes para la ocupación de los
cargos gubernamentales de la sociedad y de la dirección y desarrollo de
las campañas electorales abocadas al respecto. “En un sentido más am-
plio y relevante lo que cuenta no es tanto que los votos vayan a los parti-
dos y a los candidatos, sino que el partido sea el elemento principal y au-
tónomo de orientación de las opiniones en relación a otras potenciales
agencias”, dice el citado autor. Tal estructuración puede resultar de la iden-
tificación que una porción del electorado posee hacia determinada estruc-
tura partidaria a la que apoya electoralmente en forma independiente de
los candidatos postulados (“electorado de identificación”), o bien puede
deberse al respaldo de determinados candidatos o propuestas y que varía
conforme las contingencias electorales (“electorado de opinión”);
(ii) la integración-movilización-participación de la ciudadanía en el sistema po-
lítico a través de la promoción de la actividad y la intervención de las per-
sonas en la vida política de la sociedad, movilizando a sectores sociales
específicos por medio de sus militantes y brindando el acceso y una es-
tructura de canalización de aquella movilización. Ello, por cierto, ha esta-
do dinamizado y sujeto a sucesivos cambios con la consolidación política
de determinados grupos de interés y con la aparición de los nuevos mo-
vimientos sociales, ya sea que éstos hayan actuado en forma convergen-
te con los partidos o enfrentados a los mismos;
(iii)el reclutamiento del personal político, es decir, del personal electivo que
ocupa cargos gubernamentales y posiciones representativas, y del perso-
nal no electivo-representativo que ocupa cargos de la estructura burocráti-
ca del Estado;
(iv)la agregación de intereses y de demandas sociales a través del diseño de
políticas y programas gubernamentales generales. “Sería tarea de los par-
tidos tomar en consideración y transformar en políticas generales agrega-
das las demandas de la sociedad”, indica Bartolini. No obstante, en nu-
merosas ocasiones, los partidos prefieren ganar autonomía respecto de
determinados sectores y demandas sociales y establecer, más bien, vín-
culos ad hoc antes que relaciones orgánicas con aquéllos;
(v) la formación de las políticas públicas o policy-making ya sea a través de una
traducción más o menos precisa de los proyectos partidarios a programas
gubernamentales o mediante el ejercicio de algún tipo de influencia de los
partidos sobre el proceso gubernamental de formulación e implementación
de políticas públicas. “El problema de la capacidad de los partidos de in-
fluir en el proceso de formación de las políticas públicas va más allá de la

122
Elementos de Ciencia Política

relación entre las posiciones programáticas de los partidos concretos y las


del gobierno y choca en la base con la capacidad de los primeros de tener
algún tipo de influencia sobre los segundos”, señala el autor.

Pues bien, estas características marcan la especificidad orgánico-funcio-


nal de los partidos políticos en el escenario social contemporáneo. Sin em-
bargo, la importancia del papel y de las actividades desarrolladas por los par-
tidos políticos en la vida política contemporánea deriva tanto de la estructu-
ración y organización interna del partido como de los procesos y funciones
sociales y políticas en los que el mismo interviene dentro de la sociedad y
del conjunto de vínculos que establece con otros actores políticos y sociales.
En lo relativo a la dimensión interna de la estructuración socio-política de
los partidos, debe señalarse que la constitución histórica de los mismos co-
mo actores dentro del escenario político contemporáneo no fue más que el
resultado del proceso de especialización política (Lagroye, 1991) que acom-
pañó la emergencia y consolidación del Estado. Las reglas y mecanismos ins-
titucionales que han establecido y regulado los lugares o puestos de gobier-
no de una sociedad y el proceso de selección del personal requerido para
ocupar esos puestos han variado históricamente. No obstante, al respecto,
la configuración del escenario político contemporáneo estuvo signada por el
proceso de legitimación de los partidos políticos como instancia monopólica
o, al menos, predominante para seleccionar el referido personal guberna-
mental e intervenir en la interacción competitiva que antecedió y determinó
la ocupación de aquellos cargos de gobierno. Desde su emergencia como ac-
tores políticos, los partidos modernos han tenido que ser reconocidos en el
marco de una abarcativa lucha contra otras instituciones y grupos: las mo-
narquías, las elites tradicionales, las burocracias civiles y militares, etc. Esas
luchas dieron lugar a un paulatino reconocimiento de los demás actores so-
ciales sobre la representatividad de los partidos, primero, en los parlamen-
tos, después, en la administración de las instancias gubernamentales de la
sociedad y, finalmente, en las estructuras burocráticas del Estado. Más allá
de las variaciones históricas, este proceso se produjo al compás de la pro-
fesionalización de la política, es decir, de la tendencia consolidada –a partir
del siglo pasado– por medio de la cual se configuró la especialización de los
individuos dedicados exclusivamente a la actividad política, que supuso la
constitución de intereses profesionales específicos y la conformación de for-
mas de organización política particulares –sobre la base de la interacción es-
tablecida en el interior de los partidos– entre los dirigentes gubernamentales
seleccionados, los funcionarios burocráticos –ambos dedicados en tiempo
completo a la actividad política y/o partidaria y con tareas remuneradas– y
los militantes, conformados por aficionados o seguidores –que no son renta-
dos ni se abocan el tiempo completo a la política, pero que desarrollan un
activismo permanente en el partido y desempeñan un papel central en su
institucionalización–.
Como lo señaló Maurice Duverger, estas interacciones dieron lugar a dos
modalidades diferentes de estructura organizativa y de legitimación social de
los partidos políticos, es decir, a dos tipos de partidos:

(i) los “partidos de cuadros”, que son las organizaciones políticas surgidas de
agrupamientos de personalidades y notables influyentes elegidos median-
te el sufragio calificado, y que surgieron durante el siglo pasado como

123
Universidad Virtual de Quilmes

adaptación organizativa de los sectores dominantes a los parámetros del


sufragio universal. Su estructura no era más que una asociación de pocas
personas con afinidades y objetivos políticos comunes, generalmente deri-
vados de su posición social dominante, que contaba con importantes re-
cursos financieros e institucionales y con escasas vinculaciones sociales
fuera del círculo de influencia directa de sus dirigentes y miembros;
(ii) los “partidos de masas” –o, diríamos hoy, “de militantes”–, que, bajo la égi-
da del socialismo, aparecieron a partir del sufragio universal como moda-
lidad organizativa de los sectores populares para educar políticamente a
la clase obrera, intervenir en la competencia electoral y formar una elite
dirigente capaz de gobernar la sociedad. Su estructura estaba asentada
en la militancia permanente de los afiliados al partido, quienes financian
la institución y participan activamente en su organización y funcionamien-
to, y que configuran lo que Duverger denominó “el elemento fundamental
del partido, la materia prima de su acción”.

Esta distinción nos permite apreciar que el origen y el desarrollo histórico


de los partidos políticos modernos estuvo determinado, en primer término,
por la ampliación del sufragio –o la institucionalización del sufragio univer-
sal–, que dio lugar a la ampliación numérica de la ciudadanía y permitió la
configuración de un amplio mercado electoral, y, en segundo lugar, por el de-
sarrollo de las instituciones democrático-representativas y, en particular, de
los parlamentos. Frente a semejantes desafíos, en dicho proceso jugó un pa-
pel relevante la capacidad de las organizaciones políticas para procurar re-
cursos financieros que les permitieran desplegar una importante estructura
organizativa acorde con la necesidad política de intervenir en el proceso elec-
toral y eventualmente ejercer el gobierno de la sociedad.

“La distinción entre partidos de cuadros y de masas se halla relaciona-


da con una diferencia en la estructura social y política. Coincidió, en un
principio, con la sustitución del sufragio limitado por el sufragio univer-
sal. En los regímenes electorales censatarios, que fueron la regla general
durante el siglo XIX, los partidos adoptaron, obviamente, la forma de par-
tidos de cuadros; el alistamiento de masas era impensable, ya que éstas ca-
recían en aquel tiempo de influencia política. Por añadidura, el financia-
miento capitalista de las elecciones parecía algo natural. Sobrevivió, por
lo demás, al sufragio censatario. En realidad, el advenimiento del sufragio
universal no provocó inmediatamente el nacimiento de verdaderos parti-
dos de masas. Los partidos de cuadros trataron simplemente de flexibili-
zar su estructura, simulando abrirse a las masas […]. Las bases política y
financiera de los partidos de masas faltaban: en modo alguno se pretendía
liberar a las candidaturas y campañas electorales de las garras de la finan-
ciación capitalista; tampoco se buscaba la educación política de las masas
ni su intervención directa en la vida política. Se trataba más bien de utili-
zar la capacidad política y financiera de las masas como fuerza auxiliar. Se
había dado un primer paso, pero nada más […] La introducción del sufra-
gio universal suscitó en casi todas partes […] el desarrollo de partidos so-
cialistas […]. Sin embargo, hacia la guerra de 1914-19, los partidos socia-
listas europeos formaban ya grandes comunidades humanas, profunda-
mente diferentes de los anteriores partidos de cuadros […]. Fue la concep-
ción marxista del partido de clase la que condujo a estas estructuras masi-
vas: el partido expresión política de la clase debe tratar de encuadrarla en
su totalidad, formarla políticamente y escoger de ella una elite capacitada

124
Elementos de Ciencia Política

para las tareas de dirección y administración. Este esfuerzo organizativo


permitió al mismo tiempo liberar a la clase obrera de la tutela de los par-
tidos de la clase media; para presentar candidatos obreros independientes
en las elecciones era necesario prescindir del financiamiento capitalista
[…], lo que no era posible más que con financiamiento colectivo. Para
oponer a una prensa política burguesa una prensa política obrera, había
que reunir capitales y organizar la distribución del periódico. Sólo un par-
tido de masas estaba en condiciones de realizar estos objetivos. “
Duverger, Maurice, Los partidos políticos, Fondo de Cultura Econó-
mica, México, 1982, pp. 65 y 66.

En lo atinente al funcionamiento de los partidos políticos es relevante su


estructuración interna y, en particular, la división de los mismos en diferen-
tes sectores, corrientes o fracciones internas. En efecto, según Lagroye, los
partidos políticos constituyen una “asociación compleja de agrupamientos
parciales en interacción”. Cada uno de estos agrupamientos parciales confi-
guran una asociación de miembros del partido –se trate de dirigentes, fun-
cionarios y/o militantes– que presentan ciertas características comunes sur-
gidas a partir de orientaciones político-ideológicas o perspectivas programáti-
cas comunes, de posicionamientos o proyecciones de poder meramente ins-
trumentales o de representaciones territoriales locales o regionales.
Bartolini identifica a las “fracciones” como “unidades subpartidarias per-
manentes y relativamente cohesionadas, altamente organizadas, presentes
en todos los procesos partidistas, incluidos los nombramientos externos, y
en las que las finalidades de poder y de distribución de los escaños prevale-
cen con respecto a las político-ideológicas que han dado origen a la frac-
ción”. Diferencia a las “fracciones ideológicas”, caracterizadas por “una
orientación política programática y de defensa de ciertas políticas e intere-
ses de grupos externos al partido”, de las “fracciones de poder”, orientadas
a “la búsqueda del poder por los líderes y de los cargos para sus seguido-
res”. A su vez, también reconoce la existencia de “tendencias” que se con-
forman con un “conjunto estable de actitudes políticas e ideológicas con fre-
cuencia enraizada en la tradición histórica del partido”, es decir, “una serie
de predisposiciones políticas en una cierta dirección, permanentes en el
tiempo y que conciernen a un amplio abanico de políticas que si bien encuen-
tra una expresión concreta en algunos momentos de la vida del partido, no
tiene una fuerte cohesión y organización”.
Lagroye, por su parte, indica que, en general, las tendencias, fracciones y
corrientes de los partidos no se estructuran exclusivamente en función de
objetivos instrumentales limitados a la obtención de cargos gubernamenta-
les o partidarios o al sostenimiento de ciertas políticas o ejes programáticos;
sino que, de alguna manera, dichos agrupamientos siempre reflejan una vi-
sión de la política y de la sociedad en cuyo marco validan una “comunidad
de prácticas y concepciones” que tienden a imponer al conjunto.

“[...] las tendencias, corrientes, clanes y fracciones introducen en la in-


teracción interna del partido las oposiciones y divergencias características
del conjunto de las relaciones sociales y culturales de una sociedad. Des-
de ese punto de vista son portadoras de objetivos que no se reducen a la
conquista de puestos políticos: cada agrupamiento parcial tiende a imponer
sus propias pautas de conducta, prácticas, normas como modelo legítimo

125
Universidad Virtual de Quilmes

para la organización en su conjunto. O por lo menos lucha por conservar


la legitimidad de sus conductas distintivas y la existencia de su modelo
dentro del partido; modelo que sólo adquiere su plena significación en re-
lación con los múltiples procesos sociales de los que deriva: modalidades
particulares de socialización, posiciones sociales análogas, concepciones
contrastada de las actividades sociales, etc. [...]. Por consiguiente, los fuer-
tes lazos de solidaridad que suelen unir a los miembros de un agrupamien-
to parcial no derivan solamente de los intereses comunes ni de la adhesión
a un líder, por fuerte que sea esta inversión afectiva. Su comunidad de
prácticas y concepciones no es el mero resultado de juego de las relacio-
nes que los unen y su participación en un mismo equipo de postulantes a
puestos políticos. En cierta forma, su unidad está determinada por proce-
sos sociales ‘externos’ a la actividad partidista, procesos de donde provie-
nen sus prácticas, valores, maneras de ser. En otras palabras, sus hábitus
particulares, no limitados a los efectos de sus posiciones socioeconómicas,
pueden afirmarse en su adhesión a tal o cual agrupamiento parcial dentro
de una organización política.
Lagroye, Jacques, Sociología..., op.cit., pp. 291 y 292

Las diferentes secciones y federaciones regionales y locales también pro-


tagonizan las interacciones, convergencias y conflictos desarrollados en el in-
terior de los partidos e inciden en su estructuración interna y externa. Tales
agrupamientos se conforman en función de procesos sociales, económicos,
políticos y culturales de carácter regional o local –provincia, departamento,
municipio o ciudad–. Ellos configuran sistemas de interacción locales que sir-
ven de escenarios regionales de las relaciones de poder articuladas en el
plano local dentro del partido, sección o federación y con otros partidos, sec-
ciones o federaciones partidarias y grupos sociales también locales. Al mis-
mo tiempo, todo ello interactúa activamente con la estructura y los actores
partidarios nacionales:

“Tendencias, corrientes y fracciones se enfrentan en los organis-


mos nacionales y locales; formas locales de organización se co-
rresponden con las modalidades parciales de agrupamientos;
agrupamientos parciales son de alguna manera portadores de
distintos ‘modelos’ de conductas, relaciones y prácticas. Cada gru-
po debe afirmar su identidad en la interacción dentro del partido;
no sólo porque la competencia entre dirigentes reactiva periódica-
mente la solidaridad que los constituye, sino también porque sus
miembros se identifican con ellos, a veces más que con el parti-
do mismo. Es en este marco que se deben comprender los ritos
de adhesión, las estrategias de demarcación, incluso los especta-
culares fenómenos de demarcación que suelen afectarlos. Por
consiguiente, la cohesión de los partidos no es un hecho; es pro-
ducto del trabajo constante de los militantes y dirigentes; es con-
secuencia de múltiples procesos sociales que contribuyen a obje-
tivar la organización política.”
(Lagroye, 1991)

Así, las relaciones de poder, las alianzas, convergencias y los conflictos


protagonizados por este conjunto de grupos en el interior de los partidos con-
dicionan ciertamente su vida política interna y su proyección política y social

126
Elementos de Ciencia Política

externa. La compleja interacción de todos estos agrupamientos hace a la “vi-


da” del partido, la que, en verdad, no es más, que una “sucesión de alian-
zas, enfrentamientos, acuerdos y conflictos en torno de la imposición de un
modelo de prácticas y conductas”, según Lagroye.
De todos modos, como ya se dijo, la especialización de sus actividades,
la relativa cohesión de sus miembros en torno de ciertos principios ideológi-
cos, programáticos y/o instrumentales, la relativa unicidad entre los distin-
tos sectores internos de cara a la competencia o confrontación con otros par-
tidos o grupos sociales, los mecanismos institucionales que regulan la orga-
nización y el funcionamiento del partido, etc., garantizan la permanencia y la
actuación político-social del partido como un actor coherente y unitario. En
este sentido, Lagroye sostiene que “el partido existe en tanto entidad activa
en la conciencia de sus militantes y la de sus adversarios; se le atribuyen
globalmente los efectos de las actividades de sus miembros”.

“La diversidad de agrupamientos asociados en un partido no impide


considerar a éste una entidad social relativamente coherente [...]. Es la ins-
titucionalización de los partidos, que corresponde a la creación de organis-
mos jerarquizados de decisión y consulta, la elaboración de reglas codifi-
cadas uniformes que rigen las relaciones entre los miembros, la profesiona-
lización de un plantel de ‘militantes de tiempo completo’ y asalariados... Es
la existencia de intereses comunes a todos los afiliados, de los cuales el pri-
mero es la persistencia de una organización capaz de administrar el conjun-
to de los recursos –materiales, relacionales, simbólicos– que aprovechan
todos los miembros, cualquiera sea la extrema variedad de sus expectativas
y sus inversiones individuales... Es el reconocimiento del partido como
agente colectivo autorizado a participar en la competencia política organi-
zada; reconocimiento que emana tanto de otros partidos como de organiza-
ciones consideradas ‘no políticas’, del trabajo de los comentaristas, de las
prácticas de los electores, de los organismos de gobierno y de clasifica-
ción... Por último, el trabajo de los dirigentes tiende a afirmar las particu-
laridades de los agrupamientos asociados en el partido (trabajo de conser-
vación y diferenciación de equipos rivales), a la vez que ‘hacer existir’ la
organización común como bien colectivo, referencia suprema, entidad so-
cial constituida para representar un grupo o conjunto de grupos.”
(Lagroye, 1991)

Es decir, los mismos mecanismos de interacción establecidos entre los


diferentes agrupamientos internos contribuyen a construir al partido como
una entidad unificada, como un actor político, dado que dichos mecanismos
configuran un medio a través del cual se producen y reproducen las reglas y
prácticas que regulan efectivamente la vida interna y la proyección externa
del partido, y que constituyen su propia identidad. Ahora bien, el funcio-
namiento de los partidos también está vinculado al contexto social e institu-
cional en el cual se organizan y desarrollan sus actividades, en particular, al
tipo de régimen político, entendiendo a éste como al conjunto de disposicio-
nes institucionales, reglas codificadas y prácticas sociales habituales –pro-
ducidas y reproducidas por los actores a través de sus interacciones– que re-
gulan la estructura orgánico-funcional del gobierno de una sociedad, así co-
mo también la selección de los gobernantes y el ejercicio regular del go-
bierno de esa sociedad. Los partidos forman parte de un régimen político

127
Universidad Virtual de Quilmes

determinado y, en su marco, de un sistema de partido, es decir, de un con-


junto de reglas y modalidades –institucionales y prácticas– que regulan las
relaciones y la competencia entablada entre partidos por la selección de di-
rigentes y la ocupación de los cargos gubernamentales.
Así, los partidos políticos diseñan sus estrategias y llevan a cabo sus ac-
ciones colectivas conforme al régimen político, al sistema de partidos y a las
interacciones establecidas entre los grupos y sectores que lo componen.

“Considerar a los partidos políticos como organizaciones especializa-


das en la selección (y eventualmente la formación) de candidatos que pue-
den aspirar a un puesto dirigente con alguna posibilidad de éxito significa
en definitiva interesarse principalmente por las relaciones entre organiza-
ciones competidoras dentro de un mismo sistema de interacción, así como
entre los equipos (fracciones, tendencias, corrientes, etc.)que se enfrentan
en el seno de cada una de ellas. En este sentido se puede visualizar cada
partido como un sistema de interacción. El número y la importancia de los
puestos a ocupar, las reglas aplicadas para la selección de los dirigentes,
los mecanismos objetivados de la interacción, incluso las modalidades de
legitimación de los partidos y sus miembros varía de una sociedad a otra;
por ello conviene estudiar las diversas condiciones de interacción. Entre
esas condiciones, la forma del régimen (es decir, de las relaciones entre las
instancias políticas especializadas) y el conjunto de las prescripciones co-
dificadas relativas a las reglas legítimas de la competencia política mere-
cen una atención especial. Estas reglas constituyen una verdadera coac-
ción para los agentes en la medida que han experimentado sus efectos, las
tiene en cuenta en sus previsiones, las aceptan e interiorizan hasta el pun-
to de considerar su transgresión un acto estratégico y moralmente costoso.
Por consiguiente, la capacidad de cada agente de triunfar sobre sus rivales
depende de su aptitud para actuar según las reglas, o al menos para apa-
rentar que las respeta y domina su uso en beneficio propio. También de-
pende de su capacidad para emplear en la competencia los recursos (polí-
ticos, sociales, financieros) derivados de su posición social. De ahí se
plantea el problema de la inserción social de las organizaciones políticas.”
(Lagroye, 1991)

En efecto, la dimensión externa de la estructuración socio-política de los


partidos, es decir, su inserción social y la trama de interacciones que estable-
ce con otros actores sociales, configura también otro aspecto relevante de su
funcionamiento. Los partidos políticos son entidades colectivas u organizacio-
nes que interactúan, convergen, compiten y hasta confrontan con otros parti-
dos y agrupaciones sociales no-políticas. Son parte de un “sistema de acción”
social general conformado por el “conjunto de grupos, organizaciones y asocia-
ciones que contribuyen, cada uno a su manera y según su propia lógica de fun-
cionamiento, a la construcción de un grupo de referencia”, esto es, de un “gru-
po de individuos que tienen actitudes comunes hacia un conjunto de proble-
mas fundamentales que conciernen a toda la sociedad” y que son objeto e ins-
tancia de referencia de la acción política de los dirigentes y/o militantes de los
partidos. Estos grupos –como, por ejemplo, la clase obrera, el movimiento eco-
logista alemán, el “movimiento de los sin tierra” del Brasil, etc.– se conforman
a partir de afinidades creadas por modos de vida, oficios, creencias, costum-
bres, educación, etc. y se estructuran en torno de “oposiciones sociales que
los individuos experimentan en su vida y les permite definirse: soy esto y no

128
Elementos de Ciencia Política

aquello, me siento próximo a estos hombres y alejados de aquéllos”. Agrega


Lagroye:

“La existencia de un sistema de acción no significa que esas aso-


ciaciones y organizaciones estén vinculadas por un contrato explí-
cito, es decir, que constituya una red manifiesta; pueden estar li-
gadas entre sí tan sólo por una trama de relaciones individuales
entre sus miembros, escasamente formalizadas y visibles sólo ba-
jo un análisis cuidadosos. Pero es bastante común que esas rela-
ciones reciban una forma oficial, e incluso que sean reivindicadas,
sobre todo por los dirigentes de los partidos políticos. La selección
de los dirigentes políticos, candidatos y diputados, en la medida
que se realiza con distintos resultados de un partido a otros, re-
sulta en particular de los sistemas de acción rivales; todo sucede
como si la organización política en un sistema de acción determi-
nara parcialmente la elección de los elegibles y dirigentes de
aquélla.”

La incidencia de este conjunto de vínculos e interacciones establecidas


entre los partidos y los grupos no-políticos es importante, particularmente en
lo atinente a la selección de los dirigentes y candidatos partidarios, así co-
mo también en la formulación de lineamientos estratégicos y orientaciones
programáticas del partido.

Dimensión política externa (i) Régimen político


(ii) Sistema de partido
Estructuración
socio-política Dimensión política interna (iii) Interacción entre
de los fracciones y tendencias
partidos políticos
Dimensión social externa (iv) Interacción con
actores sociales

• Aborde y desarrolle el desempeño de los grupos de in-


terés dentro del campo político y ejemplifíquelo tendien-
do en cuenta la coyuntura política actual.
• Defina el desempeño de los partidos políticos dentro
del campo político, sus funciones y sus diferentes tipos,
y, como en el caso anterior, ejemplifíquelo tendiendo en
cuenta la coyuntura política actual.
• Seleccione y describa algunas noticias que reflejen
las diferencias o semejanzas que existen entre grupos
de interés y partido políticos.

4.2. Acciones colectivas: movilizaciones, articulación de intereses


y participación política

Las prácticas políticas suponen un conjunto de actividades y acciones em-


prendidas en la esfera política de la sociedad, es decir, actividades y acciones

129
Universidad Virtual de Quilmes

relacionadas, referidas y/o referenciadas en el proceso de reproducción de la


dominación y, más precisamente, en la reproducción de las estructuras de go-
bierno de la sociedad. El conjunto de actividades y acciones a través de las
cuales las personas efectivizan este conjunto de prácticas se denomina par-
ticipación política. Con este sentido general, Revilla Blanco indica que la par-
ticipación política abarca “el conjunto de acciones de los ciudadanos dirigidas
a lograr su intervención en la producción de lo político” y Samuel Huntington,
del mismo modo, sostiene que constituye “la actividad de los ciudadanos
orientada a influir en la formación de decisiones gubernamentales”, sea “in-
dividual o colectiva, organizada o espontánea, continuada o esporádica, pací-
fica o violenta, legal o ilegal, efectiva o inefectiva”.

“[La participación política es] la actividad que tiene por objetivo afec-
tar la formación de decisiones del gobierno. Tal actividad se centra en las
autoridades públicas, a quienes generalmente se les reconoce poder deci-
dir legítima y definitivamente acerca de la distribución autoritativa de va-
lores dentro de la sociedad. Mucho de lo que usualmente se denomina po-
lítica y gran parte de la distribución de recursos entre los diferentes gru-
pos sociales puede tener lugar sin la intervención del gobierno. Así, una
huelga destinada a influir sobre la gerencia de una compañía privada para
lograr un aumento de salarios, no es participación política según esta de-
finición; una huelga destinada a influir en el gobierno para que eleve el to-
pe de los salarios es participación política. Y de igual manera, también es
participación política una huelga de obreros municipales realizada con el
fin de inducir al municipio a pagar sueldos más altos. De este modo, la
cantidad de participación política de una sociedad está en función, de al-
guna manera, del alcance de la actividad del gobierno en la sociedad. Los
esfuerzos realizados para influir en la formación de decisiones del gobier-
no pueden involucrar la persuasión o la presión sobre las autoridades exis-
tentes, para actuar (o para frenar la acción) de determinada manera. O los
participantes pueden intentar reemplazar a los actuales hombres con poder
de decisión por otros que esperan sean más receptivos con respecto a sus
preferencias y necesidades. Menos frecuentemente, la participación polí-
tica puede buscar el cambio de ciertos aspectos del sistema político en sí
mismo, o la alteración fundamental de la estructura de todo el sistema, con
el propósito de lograr un gobierno más acorde con los deseos de los parti-
cipantes. En resumen, la participación política puede estar dirigida a cam-
biar las decisiones de las autoridades vigentes, a reemplazar o retener a
esas autoridades, o a cambiar o defender la organización existente del sis-
tema político y las reglas del juego político. Todos son medios para influir
sobre las decisiones y acciones del gobierno.”
Huntington, Samuel, No es fácil elegir, Editorial Persona a persona,
Buenos Aires, 1978, pág. 17.

Sobre la base de estas consideraciones, Huntington indica que la partici-


pación política puede expresarse y efectivizarse a través de diversas moda-
lidades de acción o tipos de conductas, tales como:
(i) la actividad electoral, que abarca tanto la intervención en votaciones me-
diante las cuales se seleccionan las personas encargadas de ocupar los
cargos gubernamentales, como también la participación en las campañas
electorales, en el acto electoral o en cualquier otro tipo de actividad de-
sarrollada en el marco del proceso electoral;

130
Elementos de Ciencia Política

(ii) la actividad de presión, que incluye las actividades de individuos o grupos


orientadas a establecer vínculos con funcionarios gubernamentales y diri-
gentes políticos e influir en sus decisiones con relación a temas de la vi-
da social que afectan a esos individuos o grupos;
(iii)la actividad de organizaciones, que involucra al conjunto de actividades de-
sarrolladas por personas o grupos en el interior de determinadas organi-
zaciones sociales o políticas que se propone influir de alguna manera so-
bre el proceso gubernamental;
(iv)los contactos, que abarcan las acciones individuales dirigidas a influir en
el proceso gubernamental, generalmente en beneficio de ciertos indivi-
duos o grupos acotados de personas; y
(v) la violencia, que comprende el conjunto de acciones destinadas a influir
sobre las autoridades gubernamentales a través de acciones que supo-
nen el daño físico sobre personas o propiedades, y con el objetivo último
de cambiar las autoridades gubernamentales (golpe de Estado, asesina-
to), afectar las políticas públicas (motines, rebeliones) o cambiar el régi-
men político (revolución).

Este autor además destaca que, por fuera de la violencia, que así consi-
derada es siempre ilegal –aunque sus objetivos bien pueden ser perseguidos
dentro de la ley–, estas diferentes modalidades de participación política pue-
den adoptar formas legales o ilegales y pueden orientarse a un conjunto de
objetivos de diversos caracteres:

“La actividad electoral, la presión, la actividad de organización y


los contactos pueden adoptar formas legales o ilegales. El sobor-
no, la intimación y la falsificación de los resultados electorales,
mientras sean realizados por ciudadanos particulares ante que
por profesionales, son formas evidentes de participación política
como lo son el voto, concurrir a reuniones partidarias o pegar afi-
ches de propaganda. Las actividades de presión tales como las
huelgas pacíficas, manifestaciones y piquetes de vigilancia son le-
gales en algunos países mientras que en otros están prohibidos.
De manera similar, los contactos privados pueden ser legales o ile-
gales en sí mismo y pueden o no estar acompañados de sobornos
o de otros aspectos ilegales. Cruzar el límite entre las actividades
legales y las ilegales involucra un riesgo mayor y, por lo tanto, una
iniciativa mayor por parte del participante. […] Muchas clases de
participación política ilegal son simplemente la extensión de es-
fuerzos legales para influir sobre los que toman decisiones en el
gobierno. Además, la línea divisoria entre la actividad legal y la ile-
gal varía de un país a otros y puede cambiar dentro de un mismo
país a través del tiempo.”
(Huntington, 1978)

Ahora bien, sobre la base de estas consideraciones, es posible distinguir


dos grandes modalidades diferentes de participación política, a saber, (i)
aquélla mediante la cual se procura ejercer algún tipo de influencia sobre el
proceso gubernamental a través de las movilizaciones y la articulación políti-
ca llevada a cabo por ciertos grupos de interés y/o movimientos sociales o

131
Universidad Virtual de Quilmes

(ii) aquélla mediante la que se busca intervenir en el proceso de constitución


del gobierno de la sociedad a través de la selección de los gobernantes y del
ejercicio –indirecto– del proceso gubernamental. El primer tipo de participa-
ción abarca las movilizaciones colectivas políticamente orientadas y las articu-
laciones de interés ante las instancias gubernamentales, las que, en ciertas
ocasiones, pueden canalizarse a través de diferentes modalidades de movi-
lización. El segundo tipo de participación configura lo que llamo participación
política convencional propiamente dicha.

“El ejercicio habitual de las actividades políticas, es decir, definidas y


reconocidas como tales, concierne a los agentes especializados que las
profesan o que, al menos, están interesados en su cumplimiento: diputa-
dos, gobernantes, funcionarios, militantes y afiliados a partidos, incluso
periodistas y comentaristas políticos. De ello no deriva que los demás in-
dividuos y los grupos a los que pertenecen estén totalmente marginados de
las actividades políticas. Algunos reivindican con mayor éxito el derecho
de participar en actividades de las que se encuentran oficialmente exclui-
dos [...]. Otros pretenden que sus intereses y actividades queden incluidos
entre las ‘prioridades’ políticas y rechazan el monopolio que beneficia a
otros grupos u organizaciones considerados legítimos [...].”
(Lagroye, 1991)

a) influencia Movilizaciones y/o


sobre el gobierno articulación de intereses
Participación
política
b) constitución Participación política
del gobierno convencional

Una movilización de individuos o grupos de individuos constituye una ac-


ción colectiva desenvuelta en función del planteamiento de un reclamo o po-
sicionamiento común y que tiene ciertas particularidades que la distingue
de las modalidades de articulación de intereses protagonizada por grupos
de interés. Dichos individuos o grupos constituyen “un conjunto que actúa
en función de intereses comunes, a partir de motivaciones idénticas y en
pos de un objetivo compartido”, pero cuya particularidad está dada por el
hecho de que dicha actuación se canaliza por fuera de las vías instituciona-
les típicas de la participación política electoral, partidaria o directamente gu-
bernamental, como, por ejemplo, las movilizaciones callejeras, las huelgas,
los paros, las sentadas, las tomas de establecimientos, las recolecciones
de firmas, las publicaciones de solicitadas, las manifestaciones, las suble-
vaciones esporádicas o permanentes originadas en antagonismos sociales,
las formas de agitación, etc. En razón de ello, algunos autores denominan
a las movilizaciones como “participación política no convencional”. (Revilla
Blanco, 1995)
En este sentido, al decir de Lagroye, una movilización “no es política de
por sí”. No obstante, “es el significado que le dan los propios autores o
los intérpretes autorizados lo que eventualmente permite calificarla de ‘po-
lítica’”. En numerosas ocasiones, dichas acciones son estimuladas o

132
Elementos de Ciencia Política

apuntaladas por los partidos políticos, por asociaciones políticas o direc-


tamente por los gobiernos, con el fin de obtener el apoyo o la aprobación
de ciertos actores colectivos. Aún tratándose de una forma de participa-
ción esporádica, acotada, parcial y hasta controlada, constituye un accio-
nar político en la medida que, sin configurar una actividad propiamente po-
lítica, se orienta a ejercer algún tipo de influencia sobre el gobierno. En ese
sentido, las movilizaciones suponen prácticas no-políticas pero políticamen-
te significativas.

“[...] El proceso de politización, definido como el mantenimiento o de-


sarrollo de actividades dotadas de significación políticas, se debe a la ac-
ción constante de esos agentes (dirigentes, partidos, periodistas, comuni-
cadores). Desfilar por las calles para reclamar colectivamente un aumento
de salario no es en sí una acción política, pero adquiere ese carácter a par-
tir de que los agentes especializados logran que los manifestantes, los es-
pectadores, el gobierno y la prensa crean en la significación política de esa
acción colectiva: es decir, crean que la ‘intención de los manifestantes’ es
fustigar a gobernantes incapaces de definir una política social justa. Así, la
politización de los individuos y los grupos se puede definir en un primer
sentido como el conjunto de prácticas y razonamientos tienden a investir
a las acciones y conductas de significación política, a despertar un interés
práctico por la participación episódica en actividades consideradas políti-
cas y a difundir la creencia en la necesidad y la dignidad suprema de la or-
ganización política de las sociedades.”
(Lagroye, 1991)

En general, la mayoría de las movilizaciones constituyen acciones política-


mente relevantes, dado que toda movilización se articula en torno del recla-
mo o posicionamiento acerca de un bien colectivo cuya regulación o distribu-
ción social depende de alguna manera del gobierno. Lagroye, inclusive, aña-
de que la significación política de una movilización está dada por el carácter
de “ruptura” que lleva consigo, de ruptura “con las variadas motivaciones
que provocaron la participación de los individuos, con las prácticas anterio-
res o con el sentido atribuido inicialmente a la acción colectiva”. Sea que los
actores de las movilizaciones le atribuyan un significado manifiestamente po-
lítico a sus acciones o no, toda movilización supone de alguna manera una
forma de politización a través de la cual el agente de la misma produce una
“nueva representación de su situación, una nueva clave de interpretación de
su situación social, sus problemas e intereses”, que bien puede dar lugar a
la profundización del proceso de politización y al consecuente incremento de
la participación política, ya sea por vía convencional o no convencional. Ello
puede ocurrir aún en situaciones en las que el grueso de los individuos par-
ticipantes no tengan una clara conciencia de la significación y los efectos po-
líticos de sus acciones. Pueden sustentar una noción difusa y genérica del
orden político, pero, independientemente de ello, sus actos pueden generar
consecuencias tendientes a perturbar el orden social o a conservarlo, a pro-
ducir cambios y rupturas o a garantizar continuidades y reproducciones.
El grado de politización de los individuos y grupos deriva del contexto y de
las particularidades conflictuales en torno de las cuales se inicia y desarrolla
una movilización. Si, como señala Pasquino, los individuos y grupos no se in-
teresan, aún en forma difusa y esporádica, por la vida política o por el proce-
so gubernamental o si, interesándose por ello, no existen canales o recursos

133
Universidad Virtual de Quilmes

que permitan efectivizar el accionar colectivo o el vínculo con los actores po-
lítico es episódico o apenas incipiente, la movilización no se produce y, en con-
secuencia, la extensión e importancia de la politización social y de la partici-
pación política es acotada o directamente inexistente. Al contrario de ello, un
contexto social signado por una alta politización de las demandas sociales y,
en ciertos casos, por el recurrente éxito del grueso de esas demandas, confi-
gura un escenario habilitante para el incremento y la ampliación de dicha po-
litización y de la participación política no convencional.

“Mientras que los individuos y los grupos consideren irrelevante para


sus propios destinos personales y colectivos la actividad de los que toman
las decisiones, mientras que ningún empresario político se preocupe de or-
ganizar el consenso, o mejor el disenso, respecto de las decisiones toma-
das o por tomar, mientras sea imposible construir y utilizar canales de ac-
ceso a la esfera política, no politizarán sus propias demandas y por lo tan-
to la tasa de participación será baja o nula. Cuando, en cambio, crezca el
conocimiento de que otros individuos y grupos influyen y a veces confor-
man destinos personales y colectivos, se asignan recursos, se apropian
oportunidades, cuando surjan empresarios políticos (en partidos y sindica-
tos), cuando, gracias a sus esfuerzos y empeños, vean preparados los ca-
nales de acceso y de influencia política, las demandas se politizarán y en
consecuencia la tasa de participación crecerá.”
Pasquino, Gianfranco, “Participación política, grupos y movimien-
tos”, en: Pasquino, Gianfranco y otros, Manual de ciencia política,
Alianza Editorial, Madrid, 1995, p. 184.

Pues bien, la calificación de una movilización como política se debe a sus


efectos sociales y, en particular, a sus efectos sobre la politización de sus
agentes y de los problemas y demandas en torno de los cuales se articuló,
cualesquiera sean los contenidos de las significaciones sustentadas por
esos agentes o de las valoraciones morales que puedan hacer de ello.

“Las movilizaciones dan lugar a una amplia difusión de creencias e


ideologías relativas a la organización política de la sociedad, de las épocas
en que los enfrentamientos sociales aparecen como conflictos sobre las fi-
nalidades de la lucha política. Permiten que las creencias acordes con las
posiciones sociales de los agentes interesados revistan un significado po-
lítico global: entonces las representaciones derivadas de la posición en el
sistema de producción y la sociedad adquieren el status de ‘modelos’ para
una mejor organización social y lo conservan en ciertos grupos.”
(Lagroye, 1991)

Pero, además de ello, las movilizaciones, casi siempre estructuradas a


partir de una dinámica conflictual y como modalidades de ejercicio de la in-
fluencia a través de la protesta, generan las condiciones que posibilitan la
conformación de modalidades de asociación de individuos que, pese a que
pueden sustentar orientaciones y perspectivas estratégicas divergentes, po-
seen intereses comunes directamente vinculados a esa movilización. Pe-
ro esas modalidades de asociación son generalmente objeto de cambios

134
Elementos de Ciencia Política

significativos conforme el conjunto de transformaciones que van sufriendo


los agentes en cuanto a sus percepciones, orientaciones y significaciones y
de acuerdo a la evolución que va sufriendo el sistema de interacción articu-
lado en la movilización y el conflicto que la originó. La compleja interacción
estructurada en las movilizaciones entre los individuos, grupos y organizacio-
nes que intervienen en ella o la protagonizan marca la evolución de la mis-
ma. Vale decir que las movilizaciones configuran conjuntos complejos de ac-
ciones individuales cuya convergencia, dada por los intereses comunes, una
conducción común y la utilización de ciertos recursos comunes, la convierten
en “actos colectivos de participación política”.
Por su parte, la articulación de intereses, como se dijo, es aquella moda-
lidad de participación política orientada a ejercer influencia sobre el gobier-
no o el proceso gubernamental y basada centralmente en el planteo de de-
mandas de parte de los grupos de interés. Tal articulación puede canalizar-
se a través de diversos actos de protesta o movilizaciones, o bien mediante
otro tipo de acciones tanto públicas como reservadas. Almond y Powell dife-
rencian distintos canales y medios de articulación de intereses a través de
los cuales los grupos de interés tienen acceso al proceso gubernamental e
intentan influir sobre el mismo:

(i) las demostraciones físicas y la violencia, modalidades éstas que son ca-
racterísticas –aunque no exclusivas– de los grupos de interés anómicos y
que pueden derivar de demostraciones espontáneas y reactivas o delibe-
radas y planeadas;
(ii) la conexión personal a través de la utilización como instancias de interme-
diación de la familia, la escuela, los lazos locales y sociales;
(iii)la representación de elite a través de ciertos dirigentes, parlamentarios o
funcionarios que expresan ante el gobierno los intereses de un grupo;
(iv)los canales formales e institucionales que forman parte de todo sistema
políticos moderno, tales como los partidos políticos, el “lobby”, las legis-
laturas, burocracia y gabinetes, los medios de comunicación masivos, etc.

Ahora bien, la participación política convencional está centrada en la inter-


vención en el proceso de constitución del gobierno de la sociedad a través de
la selección de los gobernantes y del ejercicio del proceso gubernamental.
Su principal expresión está dada por la participación en el proceso electoral
y su principal agente –aunque no el único– es el partido político, es decir, es
el agente a través del cual se canaliza dicha modalidad de participación.
La participación electoral constituye una forma más de participación polí-
tica y, como señala Pasquino, “quizás ni siquiera la más importante, aunque
probablemente la más difundida y la más universal (o lo que es lo mismo, la
que se practica más en sistemas políticos diferentes entre sí)”. Además, en
general, la participación electoral constituye tanto el “momento culminante”
de otras formas de participación política como el “momento inicial” de las
mismas, es decir, “una condición previa de posteriores actividades de parti-
cipación política”. No obstante, esta modalidad, claramente enmarcada en el
proceso de democratización de los regímenes políticos occidentales, resultó
de luchas derivadas de la ampliación de los derechos ciudadanos, fundamen-
talmente los derechos políticos, y se fue estructurando al compás de la crea-
ción y desarrollo de las instituciones típicas de aquélla forma de régimen.

135
Universidad Virtual de Quilmes

“El voto es un acto relativamente simple. Esta afirmación no debe sin


embargo hacer olvidar que la extensión del sufragio ha sido en la mayoría
de los casos el resultado de importantes luchas entre los detentadores del
poder político y los desafiantes, dentro de la clase dominante y fuera de
ella, que diferentes ritmos y tasas han acompañado al proceso de democra-
tización electoral (y de creación de las estructuras de partidos e institucio-
nales adecuadas para sostener el peso de la participación electoral) y que,
por supuesto, en muchísimos países el derecho de voto nunca se ha con-
cedido ni está asegurado de una vez por todas, sino que con frecuencia era
revocado, su ejercicio sometido a abusos y a engaños, su traducción some-
tida a maniobras y fraudes. Y, por supuesto, donde la participación electo-
ral no está eficientemente tutelada, todas las demás formas de participa-
ción política institucionalizada, pacífica, legal, resultan un tanto difíciles
y precarias.”
(Pasquino, 1995)

La participación electoral puede ser considerada como la forma mínima de


participación pero, en el marco de un régimen democrático-liberal, es la que
compromete a la mayor cantidad de personas dentro de un sistema político.
En numerosas ocasiones, se indicó que el voto y las elecciones no eran más
que una forma de expresión de la “voluntad política colectiva”, una modalidad
de manifestación de la “opinión del pueblo”. Sin embargo, aunque la partici-
pación electoral esté formalmente garantizada y exista un régimen democráti-
co institucionalmente consolidado, el grado de compromiso y de intervención
individual y grupal de las personas respecto del proceso electoral y, en gene-
ral, de la vida política de la sociedad es variable y está, de alguna manera, so-
cialmente condicionado. Lagroye sostiene que la participación política y, en su
marco, la participación electoral está “distribuida desigualmente” entre los
grupos sociales, y que son los grupos más desposeídos los que cuentan con
menos interés y con menos condiciones culturales, económicas, instituciona-
les y políticas para intervenir activamente en la vida política:

“[…] La participación electoral, como todas las demás formas de


participación, está distribuida desigualmente según los grupos so-
ciales. Los que no votan o lo hacen en contadas ocasiones (los
abstencionistas ‘habituales’) son más numerosos en las catego-
rías más desposeídas de la población […]; son los mismos que de-
muestran menor interés por la política, que no poseen criterios de
evaluación requeridos para comprender lo que está en juego en la
competencia electoral, que tienen la relación más distante (o nin-
guna relación apreciable) con las actividades políticas cualesquie-
ra que sean; así, la marginación social y cultural de estos indivi-
duos se expresa en la no participación electoral y en la incapaci-
dad para dominar esquemas y categorías de juicio propiamente
políticos, es decir, conformes con la definición predominante de
este orden de actividades.”

Existe un conjunto de factores que parecen incidir sobre el comporta-


miento electoral de las personas y sobre sus preferencias políticas. Esos

136
Elementos de Ciencia Política

factores, variados y diversos, pueden ser individuales o colectivos. En las


sociedades contemporáneas no es menor la inestabilidad o volatilidad de
las preferencias electorales de los individuos, ya sea que ella se origine en
un pronunciado desinterés por la política, en la errónea comprensión del
proceso o de las ofertas electorales o por la escasa identificación con un
partido, un programa electoral o determinados candidatos. Tampoco es in-
frecuente que en la decisión electoral pesen factores coyunturales como
“humores pasajeros, influencias momentáneas, impresiones superficiales
recibidas al paso de los candidatos por la televisión, etc.”. O que, frente a
una marcada indecisión a favor de algún candidato, se opte por uno para
cumplir con la mera obligación del acto electoral. Del mismo modo, pueden
incidir cuestiones o procesos sociales de mayor relieve como, por ejemplo,
la ruptura episódica de identificaciones políticas, la adaptación del electo-
rado a las transformaciones de la oferta electoral, la popularidad del candi-
dato, el grado de aceptación del programa electoral o de los temas agenda-
dos en dicho proceso, la incidencia de los medios de comunicación masi-
vos, el tipo de receptividad de los votantes del mensaje brindado por los
partidos, candidatos o por los medios, etc. En suma, todo ello indica que el
comportamiento electoral no responde necesariamente a una decisión vo-
luntaria y racional de las personas.
A su vez, la pertenencia a un determinado sector social y, consecuente-
mente, a un determinado vínculo con el sistema laboral, con el lugar de resi-
dencia, con el nivel de ingresos, con el grado de instrucción recibida, así co-
mo también la transmisión de creencias y actitudes adquiridas en un medio
anterior, la coherencia sociocultural del grupo de pertenencia –mantenida por
las condiciones de vida particulares y por las organizaciones en cuyo marco
se estructura el grupo– y el grado de identificación de los individuos con di-
cho grupo configuran factores determinantes de la participación y de las pre-
ferencias electorales, sin perder de vista que en una sociedad existen una
enorme variedad de “situaciones concretas de pertenencia” y que nunca el
grado de determinación de estas situaciones sobre la participación política
de una persona es inmediata o mecánica. No obstante, la pertenencia a una
clase o sector social juega un papel determinante del comportamiento elec-
toral de sus miembros en la medida que, a partir de esa pertenencia, se es-
tructura un “sistema simbólico” que funciona para ellos como “un sistema
de percepción de las relaciones políticas, la jerarquía de las posiciones so-
ciales, los actos legítimos o ilegítimos, incluso las conductas adaptadas a
los problemas que pueden enfrentar en la vida cotidiana”. Es decir, esos sis-
temas simbólicos generan ciertas formas de interpretación y de legitimación
de determinados aspectos de la vida social y política, y validan, de ese mo-
do, prácticas sociales y políticas; estructuran, así, determinadas percepcio-
nes, valoraciones, convicciones, conductas y opiniones sociales, pero que
tienen una inmediata significación política y que pueden dar lugar a determi-
nado tipo de comportamiento electoral. A ello, por cierto, se suma la acción
de asociaciones y organizaciones que, de alguna manera, mantienen y difun-
den un específico sistema simbólico, lo cual, en consecuencia, contribuye a
reforzar la cohesión de esas clases o grupos sociales.
En este contexto, las posibilidades y la competencia –capacidad o apti-
tud– a través de las cuales los grupos sociales se constituyen como actores
políticos varía sustancialmente y ello genera una marcada desigualdad en las
prácticas de la participación política. El acceso diferencial a los recursos

137
Universidad Virtual de Quilmes

–culturales, económicos e institucionales–, así como la desigualdad en la


competencia para el uso de los mismos y en la capacidad de interpretación
contextual, da lugar a la constitución de grupos políticamente dominantes y
grupos políticamente dominados. Los niveles de participación política se tra-
ducen en la diferenciación entre personas políticamente activas y una gran
mayoría de individuos cuya posición social tiende a excluirlos de las activida-
des políticas cercenando sus posibilidades de participación. Por cierto, ello
no resulta de la decisión racional o de la voluntad manifiesta de los indivi-
duos, sino que deriva de las condiciones sociales y políticas de una socie-
dad y, en particular, de la acción de los grupos políticamente activos que in-
tentan reproducir aquellas condiciones de exclusión sociopolítica de las que
se benefician en tanto los convierte en grupos políticamente dominantes. Es
decir, tal diferenciación hace que, en toda sociedad, exista una elite política-
mente activa y una mayoría de ciudadanos políticamente pasivos o directa-
mente excluidos de todo tipo de participación política regular. Además, las
reglas de juego –institucionales y culturales– del sistema político las deter-
mina la porción políticamente activa de la población, o sea, los grupos polí-
ticamente dominantes.

“[…] La no participación es indisociable de los procesos sociales de


exclusión de lo político que afectan a la mayoría de los ciudadanos. Ex-
presa su impotencia social para intervenir en la decisión política, introdu-
cir en el debate asuntos considerados ‘ilegítimos’ y, más aún, dominar los
valores y las reglas que prevalecen entre las elites y les asegura un mo-
nopolio del juego político institucionalizado. Esta impotencia no es con-
secuencia solamente de posiciones dependientes o de una indiferencia
motivada frente a lo político; es producto de las prácticas de grupos mi-
noritarios, socialmente diversificados pero cuyo interés común es limitar
y controlar las concepciones de lo que es legítimo, de los que se puede
hacer y tratar en política, en última instancia, de los que es concebible en
términos políticos. El censo oculto que limita la participación no sólo es
consecuencia directa de las desigualdades sociales, sino fruto de la cons-
trucción del orden político por aquéllos a quienes beneficia; construcción
aceptada e interiorizada por una mayoría de individuos excluidos o mar-
ginados.”
(Lagroye, 1991)

En las sociedades modernas, el “orden político” se construye sobre la


base de estos mecanismos de exclusión y marginación política, los que re-
sulta, en verdad, “de las características sociales de los individuos y de las
reglas propias del campo político”. El carácter de dominante o dominado
tiene que ver con la posesión o con la desposesión del capital cultural,
económico e institucional. Los grupos socialmente dominados son aqué-
llos que están desprovistos de este capital y, en consecuencia, se halla ex-
cluidos del conjunto de relaciones y prácticas a partir de las cuales se es-
tablecen las reglas del juego político, esto es, se hallan en una situación
de marginalidad respecto de las modalidades de participación estructura-
das y permitidas por los grupos políticamente dominantes. Ser competen-
tes políticamente significa detentar la aptitud para entender adecuadamen-
te la vida política y el conjunto de reglas y prácticas que la determinan en
un momento histórico determinado. Ello permite adecuar los comporta-
mientos políticos a las condiciones sociales y políticas existentes y, de ese

138
Elementos de Ciencia Política

modo, maximizar exitosamente sus intereses en desmedro, quizás, de


aquellos grupos que sustentan percepciones erróneas de tal contexto y por
ende los efectos de sus accionar político, casi siempre acotado y despro-
visto de recursos, más que producir cambios a favor de sus intereses, ge-
nera una suerte de legitimación del orden existente y un reconocimiento de
la legitimidad del dominio de los otros. Todo ello puede apreciarse clara-
mente en el juego político electoral.

“Los agentes capaces de participar en actividades políticas, de ‘hacerse


una opinión’, de expresar en términos adecuados el significado que atribu-
yen a sus prácticas (votar, afiliarse, militar) deben su competencia a su po-
sición social y a los recursos correspondientes. Por competencia se entien-
de la aptitud, más o menos mensurable, de los individuos para reconocer
las diferencias entre las posiciones de los políticos y los candidatos de las
distintas tendencias o entre los partidos, para expresar y justificar su prefe-
rencia por tal o cual posición, así como su convicción sobre la importancia
de los debates y actos de arbitraje entre los ‘programas’ políticos. Desde es-
te punto de vista, el interés por ‘la política’, es decir, por los problemas de-
finidos como tales y por las reglas de gobierno de las sociedades, supone
que se conciba a este orden de actividades como capaz de modificar las po-
siciones y los recursos de los grupos –y no como un juego extraño y ajeno
en el que participan ‘políticos’ cómplices– y se dominen los esquemas de
comprensión correspondientes. Si bien es cierto que sólo los profesionales
de lo político manejan plenamente ‘los instrumentos materiales y cultura-
les necesarios para la participación activa, es decir, sobre todo el tiempo li-
bre y el capital cultural’ [Pierre Bourdieu], todos los miembros de los gru-
pos dominantes, en virtud de sus cualidades sociales y su conocimiento de
los efectos de la acción política sobre su propia posición, se interesan di-
rectamente por la participación en las actividades ‘cívicas’. A la inversa, los
miembros de los grupos socialmente dominados son incapaces de aprehen-
der los temas y las reglas de los debates políticos, así como el lenguaje es-
pecializado y abstracto que los caracteriza. La no participación es una de
las manifestaciones del ‘despojo’, pero no la única. En efecto, estos indivi-
duos pueden participar en actividades políticas al depositar una confianza
ciega en aquéllos a quienes consideran competentes, capaces de expresar
una opinión acorde con sus intereses tal como ellos confusamente ellos los
perciben. Tal es así, que la participación no es producto de una ‘opinión
personal’, sino más bien una entrega de sí mismo, una delegación incondi-
cional en individuos u organizaciones […].”
(Lagroye, 1991)

Por su parte, Lagroye destaca que el hecho de votar significa que quien
vota acepta en la práctica una regla de juego político y, con ello, contribuye
a instaurar y legitimar un cierto ordenamiento político. Cuando la democracia
alcanza determinado grado de institucionalización y, por ende, las elecciones
para la selección de los gobernantes son regulares, la participación electo-
ral, aun desigual, diversificada y hasta acotada, constituye la forma de parti-
cipación objetivada como más importante y relevante. Las elecciones se con-
vierten así en la actividad ciudadana más relevante y esto produce efectos
legitimantes significativos. Este autor indica que la participación electoral im-
pone al ciudadano una “doble obligación”, a saber, la de expresar sus prefe-
rencias políticas casi exclusivamente a través del voto o de cualquier otra for-
ma de participación electoral –afiliarse a un partido, intervenir en las campa-
ñas electorales– y la de verse obligado a elegir entre los candidatos ofertados

139
Universidad Virtual de Quilmes

por los partidos –en tanto, organizaciones especializadas–. Vale decir, la par-
ticipación electoral regular no sólo no iguala las desigualdades que generan
la exclusión política de ciertos grupos sociales ni le permite a los grupos po-
líticamente dominados revertir su condición de dominado; sino que, además,
funciona como una instancia legitimante del orden político y, en particular, de
sus reglas de juego, especialmente para los sectores políticamente domina-
dos. Este carácter legitimante es el que convierte a la participación electoral
en una actividad central en la vida política de la sociedad contemporánea y
es el que, por lo tanto, convoca la atención ponderada de los partidos y de
los dirigentes políticos profesionales.

“[…] Al definir lo que es legítimo –es decir, acorde con el interés colec-
tivo según su concepción vigente– y también lo que no lo es, las actividades
políticas provocadas o alentadas diseñan la forma ideal del orden político.
Mantiene un sistema de normas y valores en el cual se reconoce una ‘cultu-
ra política’ concreta: participar en él es aceptar esa cultura. Así se compren-
de que tantos agentes tengan interés en alentar esa participación y se dedi-
quen a ello. Estas actividades acreditan la creencia en la utilidad de la acción
política, en la importancia de un orden especializado de las relaciones polí-
ticas, en la necesidad de una relación institucionalizada entre gobernantes y
gobernados. Por consiguiente, constituyen el fundamento de la aceptación
práctica de la política como dimensión mayor de toda la vida social; parti-
cipar en ellas es manifestar la pertenencia a la comunidad. En última instan-
cia, la participación política adquiere el carácter de una obligación moral por
más que, concretamente, la mayoría de los ciudadanos esté marginada de
ella por decisión propia o ajena. Estas actividades suponen –a la vez que fa-
vorecen– la aceptación de un conjunto de reglas inviolables y, por consi-
guiente, la interiorización de normas, la aceptación de creencias y el apren-
dizaje de prácticas que mantiene la interacción reglamentada entre grupos y
entre individuos. En este sentido, la conservación de relaciones sociales pre-
visibles es producto del estímulo constante de actividades específicas, car-
gadas de sentido, relacionadas explícitamente con un ideal colectivo. Parti-
cipar es suscribir ese ideal y conocer las obligaciones que derivan de él.”
(Lagroye, 1991)

De este modo, la participación política configura un fenómeno social sig-


nado por la desigualdad y la exclusión, aún en sociedades políticamente de-
mocrática. Y sirve como instancia reificante y legitimante de un orden políti-
co, que, en verdad, no es más que la expresión de aquellas desigualdades y
de las relaciones de poder que se estructuran a partir de ellas.

• Ejemplifique las diferentes modalidades a través de


las cuales puede expresarse y efectivizarse la acción
política, según Huntington.
• Distinga las dos grandes modalidades de partidos
políticos.
• Desarrolle y relaciones los conceptos de movilización
y proceso de politización.
• Analice e interprete la siguiente frase:
"la participación política configura un fenómeno social
signado por la desigualdad y la exclusión, aún en
sociedades políticamente democrática".

140
Elementos de Ciencia Política

4.3. Valores, cultura y legitimidad política

El tipo de vínculo que las personas establecen con la actividad política


y, en particular, con las estructuras de gobierno de la sociedad, así como
también el interés que guardan hacia esas instancias y las acciones que
emprenden, se sustenta, al decir de Benedicto, sobre la base de “un con-
junto de creencias, normas, valores y percepciones de los individuos hacia
la política”, esto es, de “un conjunto interrelacionado de disposiciones bá-
sicas que constituye la matriz fundamental a partir de la cual los sujetos
perciben y reaccionan ante los estímulos políticos, construyen sus preferen-
cias políticas y eventualmente se implican en actividades políticas”. Dicha
matriz constituye el soporte simbólico en cuyo contexto y a partir del cual los
sujetos interpretan y valoran, es decir, le atribuyen algún sentido a los he-
chos y circunstancias de la vida política. Su configuración es histórica y de-
riva del conjunto de interacciones que los individuos mantienen con otros
individuos, grupos y con el contexto social y político en el que transcurre su
vida. Tal proceso se denomina socialización política:

“[…] La construcción de estas matrices básicas con que los in-


dividuos se enfrentan al mundo de la política tiene lugar median-
te una serie de procesos sociales de carácter colectivo en los
que los individuos participan necesariamente como consecuen-
cia de sus pertenencias sociales y de las pautas de interacción
social que mantienen con otros individuos y con el entorno que
les rodea. A través del proceso de socialización, la adquisición
de una determinada cultura política o la inserción en el espacio
de la comunicación política y la opinión pública, el individuo va
conformando sus creencias básicas sobre la sociedad y la polí-
tica […].”
(Benedicto, 1995)

La conformación de las creencias políticas de los sujetos no es impues-


ta por el contexto social ni resulta de una decisión racional de los mismos,
sino que es la expresión de la compleja –y no siempre voluntaria o conscien-
te– construcción de valores e interpretaciones producida en el marco de las
interacciones sociales situadas históricamente y por ellos protagonizadas.
Tal construcción, iniciada en la niñez y desarrollada durante toda la vida de
un individuo, supone, de un lado, el aprendizaje de ciertas pautas culturales,
valores y esquemas simbólicos en el marco de la interacción que se mantie-
ne con otros sujetos y con su entorno y, del otro lado, la configuración de su
propio sistema de interpretación y validación de lo social y lo político, esto
es, de su propia identidad sociopolítica. Se trata de un doble proceso de
transmisión y adquisición dinámico, multifacético y permanentemente ex-
puesto a producciones y reproducciones, en cuyo marco los valores y las
creencias de los sujetos pueden ser reforzados, reformulados y abandona-
dos al mismo tiempo que nuevos valores y creencias se pueden ir configu-
rando, todo ello al amparo de la confluencia de múltiples situaciones e inte-
racciones no siempre exentas de conflictos y contraposiciones. En gran me-
dida, la transmisión de valores y creencias, perpetrada por la familia, la
escuela, los medios de comunicación y/o otras asociaciones o grupos, es

141
Universidad Virtual de Quilmes

informal, difusa y latente por lo que tal proceso no puede interpretarse como
una mera acumulación de conocimientos y información.

“[…] La socialización se apoya en los procesos fundamentales: la


transmisión y la adquisición. La transmisión es la herencia de un cierto ca-
pital, siendo característica del medio familiar y, en cierta medida, del es-
colar, y aparece como particularmente eficaz con normas y valores ideo-
lógicos, propiciando la continuidad. La adquisición, en cambio, ‘se apoya
en la acumulación y la estructuración de hechos observados, experimenta-
dos o aprehendidos’ y es una fuente de innovación, con la reelaboración
subjetiva de las experiencias y conocimientos. Los mecanismos en los que
se apoyan tales procesos son la familiarización y la inculcación. La fami-
liarización se define como ‘una imposición dulce’ de pautas culturales a
partir de la repetición cotidiana de comportamientos y conversaciones en
la familia y otros ambientes, mientras que la inculcación se funda en dis-
cursos deliberados y aleccionadores [A. Percheron].”
Magré Ferrán, Jaume y Martínez Herrera, Enric, “La cultura políti-
ca”, en: Caminal Badia, Miquel (coord.), Manual de ciencia política,
Tecnos, Madrid, 1996, p. 270.

Según Benedicto, la importancia de la socialización política para la vida po-


lítica de una sociedad reside básicamente en que el contenido de la construc-
ción de los “universos políticos de los ciudadanos” se expresa en tres dimen-
siones, a saber, la identificación con el sistema político, la formación de las pre-
ferencias político-ideológicas y las percepciones sobre la actividad política. En
primer término, el proceso de socialización política implica para los sujetos la
progresiva adquisición de conocimientos, valores y creencias acerca de las
normas, las instituciones y las reglas de juego características del sistema po-
lítico. Ello, por cierto, está determinado, de alguna manera, por el tipo de cul-
tura política predominante, las características del régimen político, la historia
y las tradiciones culturales, en cuyo marco se produce esa transmisión y se
van configurando las diferentes modalidades de identificación políticas de los
sujetos. En segundo término, en el marco de las identidades construidas, los
aspectos generales del sistema político se van configurando en las personas,
éstas manifiestan y sustentan determinadas preferencias, actitudes y opinio-
nes surgidas y constituidas a partir de ciertos valores ideológicos y de la ex-
periencia cotidiana. Y finalmente, el proceso de socialización brinda a los su-
jetos un conjunto de esquemas y elementos conceptuales y teóricos en cuyo
contexto los asuntos del sistema político son percibidos e interpretados. En
suma, ese conjunto de universos políticos no es una traducción conceptual de
las relaciones de poder estructuradas en la vida política ni –necesariamente–
refleja lo que efectivamente ocurre en esa vida política; sino que es lo que las
personas piensan, sienten y creen acerca de la vida política y de lo que debe-
ría ocurrir en ésta. En su conjunto, esa matriz de universos políticos configu-
ran la cultura política de los individuos, de los grupos y de las sociedades.
No obstante, como se indicó, estos procesos y sus efectos sobre la vida
social se desenvuelven en el marco del conjunto de interacciones mediante
las cuales se estructura la sociedad y la vida política. Vale decir, la cultura
política o la trama de interpretaciones, valores y creencias políticas, que pre-
valece en el conjunto de las relaciones sociales y de poder de una sociedad,
resulta de la compleja interacción que se articula entre los grupos sociales

142
Elementos de Ciencia Política

a lo largo de un período histórico. Solamente teniendo en cuenta esas múl-


tiples interacciones históricas es posible hablar de una cultura política nacio-
nal. Como lo señala Lagroye:

“La cultura política, y las conductas derivadas de ella, son “ajustes, in-
dividuales y colectivos, entre los sistemas de creencias y actitudes de
cada grupo y el sistema común al conjunto de grupos que resulta de
una interacción a lo largo de un período prolongado. (...) Lo que el in-
dividuo adquiere por medio de la socialización en cuanto a creencias
y actitudes sobre la vida social y política es el producto siempre ame-
nazado y sujeto a revisión –pero muy poderoso– de una memoria so-
cial construida en el tiempo, reactivada por ciertos grupos y propues-
ta a todos como referencia común; la cultura política, considerada el
resultado de una historia común de enfrentamientos y conflictos, pe-
ro también de negociaciones y concesiones, ‘forja la identidad colec-
tiva que, a su vez, pone la impronta en todos los sistemas de actitu-
des individuales por medio de la socialización o aculturación’.”

En los individuos, no sólo incide la cultura política de sus eventuales gru-


pos de pertenencia en la vida social y política, sino que también están ex-
puestos a la cultura nacional, así como a otros trazos culturales de mayor en-
vergadura o de carácter globales.
De todos modos, esa cultura nacional no constituye una realidad uniforme
frente a la trama de interacciones sociales y políticas en cuyo contexto se pro-
duce y reproduce regularmente. No todos los grupos sociales intervienen de
la misma manera y con el mismo grado de incidencia en su producción o re-
producción, ni todos los grupos sociales participan de ella o tienen acceso a
ella de la misma forma. Existen competencias sociales diferenciales en cuan-
to a la capacidad de producir, interpretar, difundir y validar determinados es-
quemas culturales, y dicha desigualdad deriva básicamente de la posición so-
cial y política de los individuos y grupos intervinientes. La capacidad de los
grupos dominantes para estructurar una cierta cultura política es considera-
blemente mayor que la de los grupos dominados, aunque ello no significa que
los dominados no intervengan de ninguna manera en la configuración de una
cultura política nacional ni que los sectores dominantes mantengan y difun-
dan una cultura política homogénea. En ciertos contextos políticos, el valor de
la cultura política de los grupos dominados y, en particular, muchas de sus ac-
titudes y demandas, son clave para la proyección política de ciertas elites o
grupos dirigenciales. En todo caso, la cultura política nacional es una expre-
sión de las correlaciones de poder estructuradas en el seno de una sociedad.

“[…] La ‘cultura política’ de una sociedad es, ante todo, la de los agen-
tes sociales que la dirigen; sólo éstos atribuyen un valor predominante a
las ideas y creencias que legitiman la organización política; el discurso
que elaboran o del cual son los defensores más firmes, invalida constante-
mente otras concepciones, hasta el punto de que se tiende a considerarlas
una señal de incapacidad para hacerse una imagen coherente de lo políti-
co. De ello no se desprende que las creencias y actitudes de los ‘profanos’
–o los incompetentes– carezcan de interés o significación. Tampoco se

143
Universidad Virtual de Quilmes

desprende que no afecten las representaciones resultantes de la interacción


entre la ‘cultura de las elites’ y la(s) cultura(s) de los dominados […].”
(Lagroye, 1991)

Es en este contexto que se estructura la legitimidad de un sistema políti-


co o, más precisamente, de su régimen, de sus relaciones de poder, de su
gobierno, de sus políticas públicas, de sus dirigentes, de sus partidos, de
sus candidatos, es decir, de todos y cada uno de sus componentes. Según
Weber, toda forma de dominación se construye y se proyecta en la medida
en que es capaz de articular una creencia continua y socialmente amplia en
su legitimidad. “Ninguna dominación se contenta voluntariamente con tener
como probabilidad de su persistencia motivos puramente materiales, afecti-
vos o racionales con arreglo a valores” puesto que “todas procuran desper-
tar y fomentar la creencia en su ‘legitimidad’”. Un cierto orden político es le-
gítimo en la medida en que es considerado válido por los partícipes del mis-
mo, cualquiera sea la causa de dicha consideración. En este sentido, validez
no es lo mismo que consentimiento, ya que éste bien puede darse como for-
ma de resignación ante la inevitabilidad aparente de dicho orden o como con-
secuencia del uso de la fuerza o, finalmente, como medio para la obtención
de algún tipo de ventaja material o simbólica. La validez sobre la que se es-
tructura la legitimidad política y a partir de la cual se acepta cierto orden o
se obedece a un determinado mandato es más que ello.

“[…] La legitimidad de una forma de poder corresponde a las creen-


cias compartidas con un gran número de personas: ‘Para obedecer una or-
den o una regla que se podría desobedecer con impunidad, es necesario
creer en su legitimidad y compartir esa creencia con el conjunto de la co-
munidad política a la que se pertenece’ [Jean-Williem Lapierre]. Es un ras-
go común de los dirigentes confiar en que podrán reforzar esas creencias
por medio de procedimientos variados, destinados precisamente a generar
el consenso y desarrollar el apoyo de los miembros de la comunidad polí-
tica; así se puede analizar la legitimación del poder como producto de un
conjunto de actos y razonamientos de los cuales los dirigentes esperan
acrecentar su legitimidad.”
(Lagroye, 1991)

Ahora bien, dicha legitimidad –su intensidad, amplitud y contenido– se


configura en el contexto general de la(s) cultura(s) política(s) de una socie-
dad. Las interacciones y prácticas que contribuyen a la configuración de la
legitimidad política son indisociables de la constitución de esa(s) cultura(s)
política(s). “La representación del poder político que se hacen los miembros
del grupo es inseparable de sus creencias sobre la sociedad”, dice Lagroye.
Ello es así porque, como destacan Berger y Luckmann, a través de la legiti-
midad las personas le atribuyen validez moral y cognoscitiva al orden institu-
cional. Mediante el proceso de legitimación, los individuos y grupos ofrecen
–consciente o inconscientemente– explicaciones y justificaciones, en este ca-
so, referidas al poder y a las instituciones políticas:

“La legitimación ‘explica’ el orden institucional atribuyendo validez


normativa a sus significados objetivados. La legitimación justifica

144
Elementos de Ciencia Política

el orden institucional adjudicando dignidad normativa a sus impe-


rativos prácticos. Es importante comprender que la legitimación
tiene un elemento tanto cognoscitivo como normativo. En otras
palabras, la legitimación no sólo cuestión de «valores»: siempre im-
plica también ‘conocimiento’ […]. La legitimación no sólo indica al
individuo por qué debe realizar una acción y no otra; también le
indica por qué las cosas son lo que son. En otras palabras, el ‘co-
nocimiento’ precede a los ‘valores’ en la legitimación de las insti-
tuciones.”
(Berger y Luckmann, 1990)

A su vez, la legitimidad de un sistema político o de algún aspecto de és-


te supone la existencia de valores y creencias convergentes entre gobernan-
tes y gobernados, convergencia que en numerosas ocasiones resulta de la
actuación de los grupos dirigenciales en favor de apuntalar y ampliar dicho
basamento de legitimidad, apuntando con ello a reforzar su poder político.
De todos modos, no es menos significativo el hecho de que generalmen-
te una parte considerable de la población –se trate de individuos o grupos–
acepta pasivamente el poder político, las reglas del juego político y/o la ac-
tuación gubernamental, y lo hacen sin ningún tipo de compromiso o interés
por la vida política de la sociedad. No toda persona o grupo social acepta y
avala consciente y activamente determinada forma de dominación, gobierno
o régimen. Es decir, la legitimidad política expresa y supone “disposiciones
diferentes y de intensidad desigual” con relación al poder político, dando lu-
gar a actitudes, creencias y modalidades de vinculación con el mundo de la
política que van desde una validación y conformidad activa y militante hasta
una validación y apoyo difuso y pasivo. En este sentido afirma Lagroye:

“La legitimidad del poder político aparece entonces como el pro-


ducto de actitudes y creencias de intensidad desigual, dotadas de
distintas significaciones según los grupos sociales; le aporta a un
régimen y sus dirigentes variadas formas de apoyo, que van des-
de la docilidad consentida hasta la movilización de grupos en de-
fensa del poder amenazado. Garantiza una aceptación de la do-
minación política por parte de los agentes sociales sobre los cua-
les se ejerce, aunque no son siempre los mismos y a veces, por
sus acciones colectivas o la actividad de sus ‘representantes’, es-
peran obtener beneficios siquiera parciales de esa relación desi-
gual. Es la base moral y legal que permite a los dirigentes conser-
var su posición. Si bien asume una representación conflictiva de
la sociedad, supone en definitiva que es posible un acuerdo en
torno a valores comunes y metas objetivas que el gobierno perse-
guirá en bien de todos.”

En este sentido, en general, la legitimación, y los contenidos de ésta, ad-


quiere las formas de ideologías del poder, elaboradas y difundidas por agen-
tes especializados con el objetivo de justificar el poder antes los individuos
y grupos, y buscar la validación y el consentimiento político del régimen, del
gobierno y de sus políticas. Todo gobierno pretende contar y mantener una

145
Universidad Virtual de Quilmes

legitimación duradera de sus mandatos y de los parámetros institucionales


básicos del sistema político, de manera tal que dichos mandatos e institu-
ciones no sólo puedan aparecer como el resultado de las relaciones de po-
der y fuerza, sino además como elementos legitimados del orden político.
La contracara de ello se produce, justamente, durante los períodos de cri-
sis política signados por un abarcativo cuestionamiento al poder político y
por la recurrente pérdida de apoyo al régimen, al gobierno y/o a algunas de
sus acciones o mandatos. En cualquier caso y en referencia a algunas de es-
tas instancias, tal crisis es, ante todo, una crisis de legitimidad política tradu-
cida habitualmente en la pérdida de la legitimidad.

• Con todo lo expuesto con anterioridad, trate de for-


mular una hipótesis tomando como referencia la admi-
nistración gubernamental actual con relación al con-
cepto de legitimidad.
• Intentaremos realizar algunos análisis de nuestra
realidad político-social a partir de la aplicación de dife-
rentes conceptos estudiados en este módulo, desarro-
llando las siguientes actividades.
1) A partir de la situación política de su provincia (to-
maremos a la Ciudad de Buenos Aires) analice la com-
posición del sistema de partido teniendo en cuenta a
aquellos partidos políticos que tienen representación
en la legislatura local. Establezca la cantidad de parti-
dos, la cantidad de escaños parlamentarios (tenga en
cuenta si la legislatura es mono o bicameral), el parti-
do del Poder Ejecutivo y clasifique a los partidos de
acuerdo a la tipología de Duverger.
2) Teniendo en cuenta el ejemplo anterior, realice un
seguimiento histórico del sistema de partidos en cues-
tión durante las últimas dos elecciones a diputados
provinciales. Especifique la cantidad de partidos y los
cambios en el sistema de partidos, los escaños y sus
variaciones, la evolución histórica de cada fuerza polí-
tica, y clasifique a los partidos de acuerdo a la tipolo-
gía de Duverger.
3) Ahora centraremos nuestra análisis en el nivel mu-
nicipal (en el caso de los habitantes de la Ciudad de
Buenos Aires, pueden referirse a algún otro municipio
que sea de su conocimiento). Agrupe los diferentes
grupos de interés y movimientos sociales y, a partir de
la selección realizada, complete el siguiente cuadro:

Grupo o Interés principal Tipo de Tipo de


Movimiento que los agrupa organización/ demanda
institucionalización
1.

2.

3.

n.

4) Clasifique a los grupos a partir de la tipología de gru-


pos de interés propuesta por Almond y Powell.
5) Clasifique a los grupos estudiados de acuerdo a tipos
de modalidades de acción estudiados por Huntington y

146
Elementos de Ciencia Política

a los tipos de canales y medios de participación analiza-


dos por Almond y Powell.

Benedicto, Jorge, “La construcción de los universos


políticos de los ciudadanos”, en: Benedicto, Jorge y
Morán María Luz (eds.), Sociedad y política. Temas de
sociología política, Alianza Editorial, Madrid, 1995.

Jordana, Jacint, “La acción colectiva y las asociaciones


de intereses”, en: Caminal Badia, Miguel (coord.), Ma-
nual de ciencia política, Tecnos, Madrid, 1996.

Lagroye, Jacques, Sociología política, Fondo de Cultura


Económica, Buenos Aires, 1991, caps. 5, 6 y 7.

Offe, Claus, Partidos políticos y nuevos movimientos so-


ciales, Editorial Sistema, Madrid, 1992, cap.VII.

147
5

Teorías de la democracia y de la democratización

5.1. Visiones de la democracia

5.1.1. Los modelos tradicionales

El origen del término democracia es griego. Democracia deriva de démo-


kratia, cuyas raíces etimológicas son demo (pueblo) y kratos (gobierno). Así,
democracia significa una forma de gobierno ejercido por el pueblo, a diferen-
cia de la monarquía o la aristocracia que se trata del gobierno de uno y del
gobierno de algunos, respectivamente. Ahora bien, gobierno del pueblo es un
concepto ambiguo, pero, aunque la historia de la idea de democracia haya si-
do sinuosa, extensa y compleja y que dicha historia haya estado marcada por
concepciones contrapuestas, lo que nunca estuvo en tela de juicio es la con-
sideración de que en la democracia el sujeto y objeto del poder político es
siempre el pueblo, entendido este último genéricamente como “el conjunto Lectura
de ciudadanos a los que toca en última instancia el derecho de tomar las de- recomendada
Bobbio, Norberto, Libera-
cisiones colectivas”. lismo y democracia, Fondo
No obstante, pese a esta definición descriptiva, el desacuerdo reside en de Cultura Económica,
Buenos Aires, 1992, cap. VI
el significado y la extensión del concepto de pueblo:

“La historia del intento de restringir el significado de ‘el pueblo’ a


cierto grupos es larga y significativa. Entre estos grupos destacan
entre otros: los propietarios, los hombres blancos, los hombres
educados, los varones, aquéllos con determinadas capacidades u
ocupaciones, o los adultos. La historia de las distintas concepcio-
nes y debates acerca de qué se debe considerar como ‘gobierno’
del pueblo es también interesante. El abanico de posiciones posi-
bles incluye, tal como resumió útilmente un comentarista: 1) To-
dos deberían gobernar, en el sentido de que todos deberían parti-
cipar en la promulgación de las leyes, la toma de decisiones res-
pecto a la política general, la aplicación de las leyes y la adminis-
tración gubernamental. 2) Todos deberían participar personalmen-
te en la toma de decisiones cruciales, es decir, en las decisiones
acerca de las leyes generales y las cuestiones de política general.
3) Los gobernantes deberían ser responsables ante los goberna-
dos; en otras palabras, deberían estar obligados a justificar sus
acciones ante los gobernados y poder ser destituidos por los go-
bernados. 4) Los gobernantes deberían ser responsables ante los
representantes de los gobernados. 5) Los gobernantes deberían
ser elegidos por los gobernados. 6) Los gobernantes deberían ser
elegidos por los representantes de los gobernados. 7) Los gober-
nantes deberían actuar en interés de los gobernados.”
(Held, 1993)

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Universidad Virtual de Quilmes

Tales diferencias resultan, en verdad, de las diferentes maneras de inter-


pretar y justificar la democracia, pero que, en su conjunto y en términos ge-
nerales, se remite a dos posiciones básicas a saber, aquélla que identifica a
la democracia como una modalidad de “poder popular”, es decir, como “una
forma de vida en la que los ciudadanos participan en el auto-gobierno y la
auto-regulación”, y aquella otra en la que la democracia se limita a una mo-
dalidad de “toma de decisiones” o “un medio de legitimar las decisiones de
los elegidos por votación de vez en cuando –los representantes– para ejercer
el poder”, al decir de Held. Se trata, en un caso, de la democracia directa en
la cual el pueblo participa de manera continua en el ejercicio directo del po-
der, y, en el otro, de la democracia representativa en la que el pueblo ejerce
el poder en forma indirecta a través de sus representantes. A lo largo del
pensamiento político occidental, ambas posiciones parecen haber marcado
los límites del andarivel en cuyo marco transitó la filosofía y teoría política
sobre la democracia. Esas visiones no siempre fueron convergentes y en nu-
merosas ocasiones fueron más bien contrapuestas.
Pues bien, el desarrollo de la democracia en la antigua Grecia constituyó
una fuente fundamental para el pensamiento político moderno. Sus paráme-
tros teóricos y filosóficos giraron en torno de los ideales de igualdad y de li-
bertad de los ciudadanos, el respeto a la ley y a la justicia, etc., y su influjo
sobre el pensamiento político occidental fue decisivo durante siglos. En es-
te modelo de democracia, el poder soberano era ejercido por la asamblea de
ciudadanos a través de su participación directa en las funciones administra-
tivas y legislativas de la polis en referencia a todos los asuntos comunes de
la ciudad. Los puestos o cargos públicos eran ejercidos por ciertos ciudada-
nos seleccionados mediante diversos métodos (elección directa, rotación,
sorteo) y, en ningún caso, ello generaba privilegios particulares. Los ciudada-
nos disfrutaban de una igualdad política que les permitía gobernar y ser go-
bernados en forma libre. Y la ciudadanía era ejercida por un grupo relativa-
mente pequeño de personas constituido por los hombres mayores de edad,
los que, dada la economía de esclavitud existente en la época y la carga del
trabajo doméstico que pesaba sobre las mujeres, se hallaban libres en tiem-
po y recursos para estar abocados a sus tareas de gobierno. Éste, en suma,
era el modelo imperante en el mundo clásico, incluso en la Roma republica-
na, aunque en este último caso el sistema de organización política del go-
bierno guardaba algunos trazos esencialmente oligárquicos.
De todos modos, el gran cambio se produjo al compás de las transforma-
ciones sociales, políticas y culturales operadas durante el Renacimiento y,
muy particularmente, a partir de la emergencia de los Estado absolutistas.
En este marco, entre los siglos XVII y XIX, surgió y se desarrolló la filosofía y
teoría política liberal que, a través del aporte de pensadores como John Loc-
ke, Montesquieu, Emmanuel Kant, Wilhelm von Humboldt, Jeremy Bentham y
James Mill, entre otros, le infringió un nuevo giro a la tradición del pensa-
miento político democrático. Cuestionando los poderes absolutos de las mo-
narquías despóticas y sus pretensiones de legitimación divina, el liberalismo
reivindicó al individuo como sujeto racional y libre de escoger y seguir sus
propias preferencias políticas, culturales, religiosas y económicas. El orden
político, y cualquier forma de régimen de gobierno, nunca sería considerada
legítima si no se estructuraba sobre la garantía de esta condición. Por ello,
el Estado debía ser mínimo y estar limitado por un conjunto de mecanismos
y normas, de manera tal que nunca pudiera desarrollarse a expensas de la

150
Elementos de Ciencia Política

libertad individual sino, más bien, como instancia protectora de dicha liber-
tad, es decir, como instancia protectora de los derechos individuales.

“El problema central al que se enfrentaba la teoría política liberal era


reconciliar el concepto de estado, como estructura de poder impersonal
circunscrita legalmente, con una nueva concepción de los derechos, obli-
gaciones y deberes de los súbditos. La cuestión era cómo relacionar al ‘es-
tado soberano’ con el ‘pueblo soberano’, reconocido como fuente legítima
del poder del estado. La mayor parte de la teoría liberal y liberal democrá-
tica se ha enfrentado al dilema de encontrar un equilibrio entre la fuerza y
el derecho, el poder y la ley, los deberes y los derechos. Puesto que, si bien
el estado debe tener el monopolio del poder de coerción para proporcionar
unas bases seguras sobre las que el ‘libre intercambio’, los negocios y la
vida familiar puedan prosperar, su capacidad coercitiva y reguladora debe
ser contenida de tal forma que sus representantes no interfieran en la liber-
tad política y social de los ciudadanos individuales, ni en la persecución,
en competencias unos con otros, de sus intereses particulares.”

Así, como señala Bobbio, en lo político, el liberalismo es una doctrina del


“Estado limitado tanto con respecto a sus poderes como a sus funciones”.
Con relación a los poderes del Estado, postula el “estado de derecho”, esto
es, “un Estado en el que los poderes públicos son regulados por normas ge-
nerales (las leyes fundamentales o constitucionales) y deben ser ejercidos
en el ámbito de las leyes que los regulan, salvo el derecho del ciudadano de
recurrir a un juez independiente para hacer reconocer y rechazar el abuso o
exceso de poder”. Ello implica, por un lado, la “constitucionalización de los
derechos naturales” de los individuos y su consecuente positivización como
derechos jurídicamente proclamados y protegidos y, por el otro, la institucio-
nalización de la “división de poderes” como mecanismos constitucionales
tendientes a impedir u obstaculizar el ejercicio arbitrario, ilegítimo, abusivo
y/o ilegal del poder estatal. Y con relación a las funciones del Estado reivin-
dica al “Estado mínimo”, es decir, un Estado “con funciones limitadas en el
mantenimiento del orden público interno e internacional” frente al individuo,
y principalmente en todo lo referido a su esfera religiosa y económica. El Es-
tado constituye un “mal necesario” y, como tal, debe entremeterse lo menos
posible en la esfera de acción de los individuos.
Held define a este modelo como de “democracia protectora” dado que se
asienta en el principio básico de protección de los individuos frente a los go-
bernantes o poderes estatales y frente a sus semejantes, asegurándose que
esos gobernantes lleven a cabo políticas o medidas tendientes a la protec-
ción y al desarrollo individual. Y, debido a que la soberanía reside en el pue-
blo pero las funciones del Estado son legítimamente ejercidas por sus repre-
sentantes, este modelo democrático-liberal configura la más clara expresión
de la democracia indirecta o representativa. En él, esos representantes son
seleccionados a través de elecciones regulares asentadas en el voto secre-
to y en la libre competencia entre líderes o partidos. El gobierno es ejercido
por los beneficiarios de la mayoría de los votos ciudadanos.
Ahora bien, simultáneamente a este modelo, surgió en la tradición demo-
crático-liberal una postura alternativa a la impronta representativista del mo-
delo de la democracia protectora y que se asentó en una nueva postulación

151
Universidad Virtual de Quilmes

del principio de autodeterminación individual y de democracia radical. Jean-


Jaques Rousseau fue la más importante expresión de este nuevo modelo, al
que Held denominó de “democracia desarrollista”. En su marco, Rousseau
rechazó la posibilidad de que la “voluntad general”, que era la voluntad del
pueblo, fuese enajenada o dividida, afirmando que “la soberanía no puede
ser representada” y que “toda ley que el pueblo en persona no haya ratifica-
do es nula, no es una ley”. Los individuos debían participar directamente a
través de reuniones públicas en el diseño y sanción de las leyes que regula-
rían sus vidas, haciendo del autogobierno un fin en sí mismo. El pueblo só-
lo es soberano si participa activamente en los asuntos públicos conforman-
do la “voluntad general” y hallándose limitada por ésta. El principio de la ma-
yoría debía primar cuando el pueblo no llegara a un consenso en los asun-
tos tratados. Así, mientras el pueblo debía encargarse de la función legisla-
tiva de la sociedad, el gobierno, conformado por magistrados y administrado-
res seleccionados por elección directa o sorteo, debía cumplir la función eje-
cutiva en el marco de los parámetros legales establecidos soberanamente
por el pueblo. Sólo en este contexto es posible garantizar la libertad indivi-
dual y, por ende, la igualdad. El “contrato social” que dio origen al Estado es-
tablece como principio básico la igualdad de todos los ciudadanos en el dis-
frute de los mismos derechos, sean privados o políticos.
La otra expresión del modelo desarrollista estuvo sintetizada en el pensa-
miento de John Stuart Mill, quien, al igual que Rousseau, consideraba la par-
ticipación política de los ciudadanos como la actividad fundamental para ga-
rantizar el pleno desarrollo social del hombre. Pero, a diferencia de éste, con-
sideraba que la soberanía popular se expresaba a través del “sufragio uni-
versal”. Mediante éste, cristalizado en elecciones periódicas y en el voto se-
creto, se debía llevar a cabo la selección de los gobernantes, o sea, del “go-
bierno representativo”. Asimismo, los ciudadanos debían participar en las di-
ferentes ramas del gobierno local y la administración de justicia, pero siem-
pre mediante el voto y a través del criterio básico de representatividad. No
obstante, retomando los principios del pensamiento liberal, sostenía que di-
cho gobierno debía organizarse en el marco de la división de poderes y del
estado de derecho, no sólo en función de garantizar y proteger los derechos
individuales, especialmente los relacionados con la libertad de pensamien-
to, sentimientos, discusión, manifestación, publicación, gustos, etc., sino
también en función de promover el desarrollo individual. Ello suponía una ciu-
dadanía activa, informada y comprometida con la vida social y política.
Llegado este siglo, quien introdujo una incisiva crítica a esta noción de
representatividad fue Joseph Schumpeter ya que, en su opinión, en la de-
mocracia no es el pueblo quien gobierna realmente, sino la elite política en-
cargada de administrar las estructuras gubernamentales. “Democracia sig-
nifica que el pueblo tienen la oportunidad de aceptar o rechazar a las per-
sonas que pueden gobernarles”, sostuvo, a lo que agregó que “la democra-
cia es el gobierno del político”. En efecto, para Schumpeter, la democracia
es el “sistema institucional, para llegar a las decisiones políticas, en el que
los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de com-
petencia por el voto del pueblo”. Así, la democracia es entendida como un
método de selección de las elites rivales que compiten entre sí y cuyo re-
sultado hará que una de ellas triunfe y quede encargada de ejercer el go-
bierno de la sociedad. Según este autor, esta visión, a la que Held califica
de “democracia elitista competitiva”, es realista ya que permite establecer

152
Elementos de Ciencia Política

una analogía entre la competencia por el liderazgo y la competencia econó-


mica; refleja la relación entre democracia y libertad individual porque la
competencia presupone la libertad de expresión y de prensa; establece un
criterio de distinción entre los gobiernos democráticos y los que no lo son;
evita igualar la voluntad del pueblo con la voluntad de la mayoría; y recono-
ce en el electorado la función de creación y finalización de un gobierno a tra-
vés del retiro del apoyo electoral.
A su vez, para Schumpeter, el éxito de la democracia está dado por la ca-
pacidad constante de reproducción que dicho régimen posee, lo que depende
de la competencia con que es posible enfrentar los problemas corrientes, de
forma tal que se considere aceptable por todos los grupos que cuentan polí-
ticamente y sin que se creen situaciones que los obliguen a recurrir a méto-
dos no democráticos. Y ello, no sólo depende de la existencia de un relativo
grado de libertad individual –particularmente, de libertad de discusión y de
prensa–, sino también de ciertas condiciones políticas tales como que (i) los
gobernantes, funcionarios y representantes políticos deben estar dotados de
una “calidad suficientemente elevada” para hacer frente a los asuntos de Es-
tado; (ii) el “dominio efectivo de la decisión política”, es decir, de la esfera en
que se decide sobre el fondo y sobre la forma de las cuestiones que deben
ser afrontadas por los gobiernos y que no deben ser demasiado dilatadas en
el tiempo; (iii) la existencia de una burocracia “bien capacitada, que goce de
buena reputación y se apoye en una sólida tradición, dotada de un fuerte sen-
tido del deber y de un spirit de corps no menos fuerte”; y (iv) una fuerte dosis
de “autodisciplina democrática” mediante la cual se den formas negociadas
de resolución de conflictos y no existan obstrucciones constantes al gobierno
democrático, en el marco de un “alto grado de tolerancia para las diferencias
de opinión”. De este modo, para Schumpeter la democracia requiere tanto de
un gobierno altamente competente y capacitado para hacer frente a los asun-
tos públicos –y que procese dichos asuntos con celeridad, eficiencia y eficien-
cia–, como de un sistema político que funcione sobre la base de pautas lega-
Schumpeter, Joseph,
les y culturales convergentes en la resolución de conflictos y en los vínculos Capitalismo, socia-
políticos estructurados entre sus principales actores. lismo y democracia, Folio,
Barcelona, 1996, tomo II.
Simultáneamente a la visión elitista de la democracia elaborada por
Schumpeter, se desenvolvió la denominada visión pluralista de la democra-
cia, cuyo mayor exponente fue Robert Dahl. Para este autor, el escenario po-
lítico está constituido por numerosos grupos de poder –grupos de interés o
partidos– que representan diferentes intereses y entre los que se establecen
dinámicas relaciones de intercambio y fuerza. El poder no es acumulativo y
está efectivamente disperso entre los numerosos grupos existentes en la so-
ciedad. “Hay múltiples centros de poder, ninguno de los cuales es completa-
mente soberano”, sostuvo Dahl. En este marco, la política es entendida co-
mo la conformación fluida y cambiante de coaliciones de grupos e intereses
que tienden a influir en la política pública.
Ahora bien, para Dahl, la democracia supone el proceso por medio del
cual “los ciudadanos comunes ejercen un grado relativo de control sobre los
dirigentes”. Asimismo, sostiene que dicho control puede efectivizarse y man-
tenerse si existen y se desenvuelven dos mecanismos básicos, a saber, las
elecciones regulares para la selección de gobernantes y la competencia po-
lítica entre partidos, grupos e individuos. En este sentido, este autor indica
que la salvaguarda de la democracia está dada por lo que él denomina “po-
liarquía”. Ésta no es más que el conjunto de principios y mecanismos

153
Universidad Virtual de Quilmes

institucionales destinados a regular la competencia entre grupos por el con-


trol y el ejercicio del gobierno, tales como (i) el control de las decisiones gu-
bernamentales de políticas públicas corresponde constitucionalmente a fun-
cionarios electos; (ii) la práctica regular de elecciones libres, limpias, impar-
ciales y sin coacciones para la designación de los funcionarios gubernamen-
tales; (iii) la existencia de sufragio inclusivo mediante el cual prácticamente
todos los adultos tienen el derecho a votar en las elecciones de funcionarios
públicos; (iv) el derecho a que prácticamente todos los adultos puedan par-
ticipar como candidatos a los puestos de elección en el gobierno; (v) la liber-
tad mediante la cual los ciudadanos pueden expresarse sobre cuestiones po-
líticas –incluida la crítica a los funcionarios públicos, al gobierno, al régimen,
al sistema socioeconómico y a la ideología predominante–, sin sufrir casti-
gos severos; (vi) la variedad de fuentes de información protegidas por ley,
mediante las cuales los ciudadanos tienen el derecho de buscar fuentes al-
ternativas de información; (vii) el derecho de los ciudadanos de constituir
asociaciones u organizaciones sociales y políticas en forma libre e indepen-
diente. (Dahl, 1991)
Pues bien, para las expresiones contemporáneas del pensamiento demo-
crático-liberal, la poliarquía marca la base normativa y procesal fundamental
sin la cual no puede desenvolverse un régimen político democrático, dado
que dicha base constituye, en definitiva, el sistema institucional mediante el
cual los gobiernos son democráticamente electos y establecen y regulan los
mecanismos colectivos de toma de decisiones. No obstante, los mecanis-
mos de la poliarquía sólo pueden funcionar como canal institucional del pro-
ceso democrático si tienen vigencia efectiva el conjunto de reglas y derechos
que permitan la más amplia y segura participación de los ciudadanos, en for-
ma directa o indirecta, en las decisiones políticas de interés colectivo. Nor-
berto Bobbio es quizás el pensador contemporáneo que con mayor claridad
sintetiza estas consideraciones cuando indica que, pese a las numerosas in-
terpretaciones que se han hecho y que se pueden hacer de la democracia,
existe actualmente un significado predominante de ésta:

“[...] Se entiende por «democracia» un conjunto de reglas (las lla-


madas «reglas del juego») que permiten la más amplia y más se-
gura participación de la mayor parte de los ciudadanos, sea de
forma directa, sea de forma indirecta, en las decisiones políticas,
en las decisiones de interés de toda la colectividad. Las reglas son
más o menos las siguientes: a) todos los ciudadanos que hayan
alcanzado la mayoría de edad, sin distinción de raza, religión, con-
dición económica, sexo, etc., deben gozar de los derechos políti-
cos, esto es, del derecho de expresar con el voto la propia opinión
y/o elegir quien la exprese por él; b) el voto de todos los ciudada-
nos debe tener igual peso, esto es, debe valer por uno; c) todos
los ciudadanos que gozan de los derechos políticos deben ser li-
bres de votar según su propia opinión, formada lo más libremen-
te posible, esto es, en una libre competencia entre grupos políti-
cos organizados que compiten entre sí para unir demandas y
transformarlas en deliberaciones colectivas; d) deben ser libres,
también, en el sentido de que deben ser colocados en condicio-
nes de tener alternativas reales, esto es, de poder escoger en-
tre varias soluciones; e) tanto para las deliberaciones colectivas

154
Elementos de Ciencia Política

como para las elecciones de representantes, vale el principio de


mayoría numérica, mismo que puedan establecerse diversas for-
mas de la mayoría numérica (relativa, absoluta, calificada) en de-
terminadas circunstancias previamente establecidas; f) ninguna
decisión tomada por la mayoría debe limitar los derechos de la mi-
noría, en particular el derecho de tornarse, en igualdad de condi-
ciones, en mayoría.”
(Bobbio, 1991)

El propio Bobbio indica que esta “definición predominante” puede ser res-
trictiva pero, por cierto, constituye el basamento conceptual e institucional
básico sin el cual no podría abordarse la compleja problemática democráti-
ca actual.

5.1.2. Las visiones contemporáneas críticas

Pues bien, tanto Schumpeter como Dahl, así como numerosas visiones
contemporáneas ubicadas en el pensamiento liberal, tales como las teorías
económicas de la democracia de Anthony Downs, Arrow, Buchanan y otros o
las teorías neoliberales de la democracia de Hayek y Nozick, dieron lugar a un
tipo de conceptualización procedimental y formalista de la democracia, que,
por cierto, fue objeto de sustantivas críticas en el marco de la teoría política
contemporánea. Recientemente, Cornelius Castoriadis marcó con contun-
dencia las limitaciones de una interpretación de democracia asentada exclu-
sivamente en la idea de libertad negativa, en particular porque dicha pers-
pectiva se basa en una disyunción infranqueable, por un lado, entre el Esta-
do y el gobierno y, por el otro lado, entre el hombre y la sociedad:

“No hay duda de que el despliegue y la realización de esa libertad


[libertad negativa] presupone disposiciones institucionales muy
precisas, incluyendo ciertamente disposiciones ‘formales’ y ‘de
procedimientos’: los derechos individuales [...], las garantías judi-
ciales [...], la separación de poderes, etcétera. Pero las libertades
que resultan son estrictamente defensivas. Todas esas disposicio-
nes presuponen –es el postulado tácito más o menos general en
lo que se conoce como filosofía política moderna– que enfrente
hay un poder extraño a la colectividad, que no se puede despla- Castoriadis, Corne-
zar ni mermar, por esencia hostil y peligroso, cuya fuerza se trata lius, “La democracia
como procedimiento y co-
de limitar en lo posible.” mo régimen”, en: revista
Leviatán, Madrid, nro. 62,
1995.

A ello, Castoriadis añade que en la democracia los sujetos constituyen y


producen el sistema político en medio de un contexto en el que la libertad y
la igualdad se corresponden y determinan mutuamente:

“Libertad al amparo de la ley –autonomía– significa participación


en la posición de la ley. Es una tautología decir que esta participa-
ción sólo realiza su libertad si es posible para todos por igual, no
en la letra de la ley, sino en la efectividad social. Resulta entonces
de inmediato la absurda oposición entre igualdad y libertad, con

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Universidad Virtual de Quilmes

la que nos machacan los oídos desde hace décadas. A menos que
se tomen como acepciones totalmente aparentes, ambas nocio-
nes se implican recíprocamente. La posibilidad efectiva y equitati-
va de participar exige la concesión efectiva para todos de las con-
diciones de cualquier orden de esta participación. Las implicacio-
nes de esto son a todas luces inmensas; abarcan una parte con-
siderable de la institución global de la sociedad [...]. No es posible
entonces realizar aún una ‘democracia de procedimientos’ que no
sea un fraude, a menos que se intervenga profundamente en la
organización sustantiva de la vida social.”

En este mismo sentido, para Alain Touraine, cuando la democracia es re-


ducida a normas y procedimientos institucionales se está desvirtuando su
significado fundamental y, en el fondo, se la está negando. Para este pensa-
dor, la democracia denota, antes que nada, un conjunto de mediaciones en-
tre el Estado y los actores sociales. Mediaciones que son institucionalmen-
te reguladas por los mecanismos de la poliarquía, pero que, en tanto prácti-
cas sociales protagonizadas por sujetos productores de lo social y no ape-
nas por individuos, se ubican en el plano de la reproducción social y de la
constitución del sujeto como agente histórico:

“La democracia es en primer lugar el régimen político que permi-


te a los actores sociales formarse y obrar libremente. Los princi-
pios constitutivos de la democracia son los que rigen la existencia
de los actores sociales mismos. Sólo hay actores sociales si se
combinan la conciencia interiorizada de derechos personales y co-
lectivos, el reconocimiento de la pluralidad de los intereses y las
ideas, especialmente de los conflictos entre dominadores y domi-
nados y, finalmente, la responsabilidad de cada uno respecto de
orientaciones culturales comunes. Esto se traduce, en el orden de
las instituciones políticas en tres principios: el reconocimiento de
los derechos fundamentales, que el poder debe respetar, la repre-
Touraine, Alain, Crí- sentatividad social de los dirigentes y de su política y, por último,
tica de la moderni- la conciencia de la ciudadanía, de pertenecer a una colectividad
dad, Fondo de Cultura Eco- fundada en el derecho.”
nómica, Buenos Aires,
1994.

Este autor, si bien reconoce la imposibilidad de que la democracia se es-


tablezca y se desarrolle sin las limitaciones institucionales típicas del esta-
do de derecho –esto es, sin la libertad negativa–, también afirma la insufi-
ciencia de esa condición para el desenvolvimiento y consolidación integral
del proceso democrático. Según él, tanto el ejercicio pleno de la ciudadanía,
mediante la práctica regular del sufragio universal y de la participación po-
lítica permanente, como la representatividad de los gobernantes y represen-
tatividad de los intereses y opiniones de los distintos sectores políticos y
sociales configuran dos dimensiones y elementos constitutivos básicos de
la democracia. Es necesario para el proceso democrático que los derechos
y libertades del individuo estén institucionalmente garantizados, pero aún lo
es más el ejercicio integral de la ciudadanía y de la participación política en
la construcción de la vida colectiva. Dicho de otro modo, para Touraine, la

156
Elementos de Ciencia Política

democracia se constituye como tal sólo a partir de la interdependencia de


la libertad negativa, la ciudadanía y la representatividad. La libertad negati-
va no incluye ni supone el ejercicio de la ciudadanía ni la condición de re-
presentatividad, sino que garantiza apenas la protección de los derechos ci-
viles y políticos de los ciudadanos frente a las eventuales coacciones del
Estado. La democracia, más bien, contiene y, al mismo tiempo, supera es-
ta condición.

“Es en el momento en que se reconoce y se garantiza a través de insti-


tuciones políticas y por la ley la distancia que separa al Estado de la vida
privada cuando existe democracia. Ésta no se reduce a procedimientos,
porque representa un conjunto de mediaciones entre la unidad del Estado
y la multiplicidad de los actores sociales. Es preciso que sean garantiza-
dos los derechos fundamentales de los individuos; es preciso, también, que
éstos se sientan ciudadanos y participen en la construcción de la vida co-
lectiva. Es necesario, por lo tanto, que los dos mundos –el Estado y la so-
ciedad civil–, que deben mantenerse separados, estén igualmente ligados
uno al otro por la representatividad de los dirigentes políticos.”
Touraine, Alain, ¿Qué es la democracia?, Fondo de Cultura Econó-
mica, Buenos Aires, 1995.

Por su parte, así entendida, la democracia implica como condición de fun-


cionamiento la “autonomía de la pluralidad de actores sociales” que la pro-
ducen y reproducen cotidianamente a través de su participación política:

“La pluralidad de los actores políticos es inseparable de la auto-


nomía y del papel determinante de las relaciones sociales. Una so-
ciedad política que no reconoce esta pluralidad de las relaciones
y los actores sociales no puede ser democrática, aún si [...] el go-
bierno o el partido en el poder insisten en la mayoría que los apo-
ya y, por lo tanto, sobre su sentido del interés general.”

He aquí la diferencia teórico-conceptual básica de esta perspectiva con re-


lación a la visión procedimental de democracia. La democracia liberal-proce-
dimental ubica su eje de gravitación en la institucionalidad estatal como ga-
rantía de preservación de la esfera privada y autónoma del ciudadano. Sólo
en el interior de ese ámbito –cuyos límites y dinámica no son más que aqué-
llos que análogamente configuran el mercado– el individuo puede proyectar-
se como tal y lo puede hacer en la medida en que es objeto de la libertad
negativa. En cambio, en el planteo desarrollado por Touraine, ese eje fundan-
te se traslada a la relación articulada entre los actores sociales y el Estado,
al mismo tiempo que el individuo se convierte en agente histórico a través
del ejercicio pleno de la ciudadanía y de la representatividad de sus gober-
nantes y de sus intereses. Ello conlleva, pues, una modalidad de ciudadanía
que no tiene un carácter pasivo ni se limita apenas al universo exclusivo de
los derechos civiles y políticos otorgados por el Estado al comprador-oferen-
te y al votante, sino que supone un conjunto de prácticas sociales y de me-
diaciones políticas protagonizadas, definidas y sustentadas autónomamente
por una pluralidad de actores sociales.

157
Universidad Virtual de Quilmes

Así, dentro de esta perspectiva, a través del concepto de democracia es


posible apropiarse de la dimensión social de los escenarios históricos en los
que se estructura y, con ello, es posible conformar una perspectiva supera-
dora de aquella marcada por la impronta deontológica y formalista que signó
la doctrina liberal decimonónica y actual. Por lo tanto, en la perspectiva críti-
ca, la democracia deja de ser únicamente una instancia procedimental o una
mera derivación de las normas legales mínimas y necesarias para su repro-
ducción como régimen de gobierno. También deja de configurar el resultado
de las tradiciones político-culturales de una sociedad o una consecuencia del
derecho natural o divino. A diferencia de todo ello y considerando que el po-
der y sus expresiones político-institucionales son una creación humana, es-
to es, resultan de la producción y reproducción de la sociedad, la democra-
cia pasa a ser entendida como un orden regularmente producido por los ac-
tores sociales a través de su participación política, quienes, en razón de ello,
se constituyen en sujetos de ese proceso de creación y recreación. El indivi-
duo se proyecta como actor responsable de las decisiones públicas y el or-
den político se constituye en medio y resultado de esa proyección.
Uno de los principales exponentes de esta perspectiva es David Held,
quien asienta su interpretación de la democracia sobre la base del “principio
de autonomía” por el cual “los individuos deben ser libres e iguales en la de-
terminación de las condiciones de sus propias vidas”, lo que sólo es posible
si ello resulta de un proceso de “doble democratización”, que suponga la
“transformación interdependiente” del Estado y de la sociedad civil. Del lado
del Estado es necesario que el sistema de poder se halle circunscripto y re-
gulado por un conjunto específico de reglas y controles que se imponen a go-
bernantes y gobernados por igual. Y, del lado de la sociedad, debe regir el
principio de “autodeterminación”, es decir, “los miembros de una comunidad
política –los ciudadanos– deben poder elegir libremente las condiciones de su
propia asociación, y[…] sus elecciones debe constituir la legitimación básica
de la forma y la dirección de la colectividad política”. Ahora bien, según este
autor, la posibilidad real de que los actores se desarrollen autónomamente
como “libres e iguales”, no sólo supone la protección institucional frente al
uso arbitrario del poder coactivo del Estado y la participación de los ciudada-
nos en la determinación de las condiciones de su asociación, sino también
un conjunto de condiciones económicas, sociales y culturales que no obstru-
yan o impidan aquella participación.

“Si bien los teóricos políticos de la democracia liberal a menudo diver-


gieron en varios énfasis, sus perspectivas –moderadas y radicales– siem-
pre han tenido ciertos elementos en común […]. Éstos incluyen: 1. La pro-
tección del uso arbitrario de la autoridad política y el poder coercitivo (lo
cual supone el respeto de la privacidad en todos los asuntos que no impli-
quen un ‘daño’ potencial y demostrable contra los demás). 2. La participa-
ción de los ciudadanos en la determinación de las condiciones de su aso-
ciación por medio de la expresión de su consentimiento respecto del man-
tenimiento y la legitimidad de las instituciones regulativas (lo cual supo-
ne el respeto de la autenticidad y la razonabilidad de los juicios de los in-
dividuos). 3. La creación de las mejores circunstancias para que los ciuda-
danos puedan desarrollar su naturaleza y expresar sus diversas cualidades
(lo cual supone el respeto de las capacidades de los individuos, su aptitud
para aprender y explotar sus potencialidades). 4. La expansión de las

158
Elementos de Ciencia Política

oportunidades económicas con el propósito de maximizar la responsabili-


dad de recursos (lo cual supone que cuando los individuos se liberen de
las cargas impuestas por las necesidades físicas no satisfechas son más ca-
paces de realizar sus fines).”
Held, David, La democracia y el orden global. Del estado moderno
al gobierno cosmopolita, Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 186 y 187.

He aquí un aspecto central de la cuestión democrática tal como es abor-


dada e interpretada por estos pensadores y, particularmente, por Held: el
proceso democrático supone ciertas condiciones políticas, sociales, econó-
micas y culturales mínimas para que la democracia pueda ser producida y re-
producida como tal mediante la participación autónoma de los ciudadanos
en la vida pública. La representatividad de los gobernantes y sus políticas y
el ejercicio pleno de la ciudadanía implican una sociedad conformada por
una pluralidad de actores con autonomía organizacional y de conciencia, con
alto nivel de intervención y activa participación política en un marco de inte-
gración y desarrollo material, institucional y cultural en torno a la idea de per-
tenencia a un mismo sistema político y a una comunidad con una historia co-
lectiva común.
Para Held, la democracia únicamente puede ser concepualizada y aborda-
da a partir de la consideración de las condiciones históricas que inciden y/o
determinan de alguna manera su funcionamiento concreto debido a que “el
significado pleno de un principio no puede especificarse independientemente
de las condiciones de su aplicación”, lo que hace, en su opinión, que la teo-
ría de la democracia deba “ocuparse de aspectos teóricos y prácticos, de cues-
tiones tanto filosóficas como organizativas e institucionales”. En razón de ello,
Held plantea la necesidad de comprender la democracia equiparando los de-
rechos formales con las condiciones político-sociales reales. “Si se pretende
que las personas sean libres e iguales en la determinación de las condiciones
de su propia vida, y que disfruten de los mismos derechos y obligaciones en la
especificación de un marco que genera y limita las oportunidades a su dispo-
sición, deben estar en posición de disfrutar de un conjunto de derechos no só-
lo en principio, sino también en la práctica”, indica con precisión.
Estos aspectos no formaron parte de las preocupaciones centrales de las
concepciones minimalistas y liberales de la democracia. Tal como lo resalta
Held, la absolutización de las normas y procedimientos efectuada por estos
enfoques excluyeron del análisis las condiciones sociales, económicas y cul-
turales de la participación política y del ejercicio del gobierno. La principal
preocupación de los demócratas liberales se centró en el establecimiento de
las reglas, los principios y procedimientos adecuados para impedir la abso-
lutización del poder, pero, como dice Held, “ninguno de los modelos de la de-
mocracia liberal es capaz de especificar adecuadamente las condiciones que
posibilitan la participación política de todos los ciudadanos, por un lado, y el
conjunto de instituciones gubernamentales capaces de regular las fuerzas que
modelan realmente la vida diaria, por otro”. En su opinión, estas deficiencias
conducen, de alguna manera, a la configuración de una visión restringida y
parcial de democracia:

“Un enfoque que se concentra en el «gobierno» tiende a dejar de


lado la evaluación de la relación entre los derechos formales y los
derechos reales; entre el compromiso de tratar a los ciudadanos

159
Universidad Virtual de Quilmes

como personas libres e iguales y las prácticas que lo quebrantan


sistemáticamente; entre el concepto de Estado como una autori-
dad en principio independiente y la intervención estatal en la re-
producción de las desigualdades de la vida cotidiana; entre las no-
ciones de liderazgo político y partido político como estructuras
concebidas para transponer la brecha entre el Estado y la socie-
dad, y las constelaciones de centros de poder que esas estructu-
ras no pueden penetrar. Ignorar estas cuestiones es asumir el
riesgo de instalar una «democracia» en el contexto de una red de
circunstancias políticas, económicas y sociales –desde los siste-
mas de poder de los grupos sociales más vigorosos hasta las or-
ganizaciones internacionales del sistema de Estados y los flujos
globales de los mercados de capitales– que desafía el control y el
alcance de cualquier modelo tradicional de gobierno ciudadano. Y
es asumir el riesgo de crear, con la mejor de las suertes, una for-
ma muy parcial de política democrática –una forma en que la in-
clusión de unos pocos está directamente relacionada con la par-
ticipación limitada, o la exclusión, de los demás.”

Así, al contrario de la tradición liberal, pensar la democracia a partir de


sus “condiciones de aplicación” nos lleva a considerar que, si bien no hay de-
mocracia sin actores sociales, tampoco la hay si dichos actores no están en
condiciones reales de proyectarse en forma activa y autónomamente en la vi-
da política de la sociedad, es decir, de hacer uso efectivo del conjunto de de-
rechos civiles, políticos y sociales modernos. La democracia, por cierto, no
configura una forma de sociedad ni existe un conjunto determinado y espe-
cífico de condiciones socioeconómicas que puedan ser tomadas e interpre-
tadas como prerrequisitos lógicos o históricos necesarios para su desarrollo
y persistencia. Sin embargo, la democracia no puede institucionalizarse ple-
namente en escenarios sociales cruzados por procesos que obstruyan o di-
rectamente impidan el ejercicio pleno de la ciudadanía y la constitución de
los individuos como sujetos históricos y protagonistas centrales del juego po-
lítico a través de su participación directa en él.
En este marco, es posible conceptualizar a la democracia a partir de sus
atributos constitutivos y de sus condiciones de aplicación. La democracia se
constituye como tal sobre la base de la aplicación concreta del principio de
la soberanía popular y del ejercicio autónomo de la ciudadanía, lo que indica
que sus atributos constitutivos suponen con igual peso e importancia:

(i) la vigencia y regularización institucional de elecciones populares y libres


basadas en el sufragio universal, como medio específico para la selección
y designación de las autoridades gubernamentales; y
(ii) la práctica recurrente de la ciudadanía con relación a los derechos y liber-
tades civiles, políticas y sociales modernos, y asentada sobre la base de
la participación político-social autónoma de los ciudadanos en el proceso
de gobierno y en los asuntos colectivos.
Por su parte, la concreción de estos atributos implica el desarrollo de cier-
tas condiciones político-sociales de aplicación, tales como:
(i) la existencia de un Estado eficiente con capacidad para garantizar la ac-
tualización permanente de los referidos derechos y libertades civiles,

160
Elementos de Ciencia Política

políticas y sociales a lo largo de todo su territorio y de toda la sociedad,


y, al mismo tiempo, organizado institucionalmente sobre la base de la
división de poderes y susceptible de ser institucional y socialmente con-
trolado –“accountability”– por parte de ciertas agencias específicas del
mismo Estado –control administrativo, legislativo y judicial– y de la mis-
ma ciudadanía; y
(ii) la vigencia de condiciones sociales, económicas y culturales que, de algu-
na manera, no obstruyan o imposibiliten y/o permitan o sean convergen-
tes con la efectivización concreta de la poliarquía, de libertad negativa, de
la ciudadanía y de participación política autónoma de las personas.

• Desarrolle un concepto de democracia abarcando las


diferentes perspectivas observadas: tradicional y con-
temporánea.

5.2. La teoría política ante la democratización en Latinoamérica

5.2.1. La primera generación de “la teoría de la transición”


Según Mario Stoppi-
Los estudios acerca de la democracia y la democratización en América La- no, los regímenes
tina surgieron a partir de los análisis y teorías elaboradas sobre los regíme- autoritarios son aquéllos
que “privilegian el aspecto
nes autoritarios que signaron la vida política de nuestros países durante las del mando y menosprecian
décadas de los años ’70 y ’80. de un modo más o menos
Durante estas décadas, la principal preocupación temática de la ciencia radical el del consenso,
concentrando el poder polí-
política de la región estuvo dada por el análisis de los orígenes y naturaleza tico en un solo hombre o en
de las nuevas experiencias o regímenes autoritarios. un solo órgano y restando
valor a las instituciones re-
presentativas: de ahí la re-
ducción a la mínima expre-
Lecturas recomendadas sión de la oposición y de la
autonomía de los subsiste-
mas políticos y la anulación
Para un estudio de la emergencia, consolidación y crisis de este tipo de o sustancial eliminación de
regímenes en nuestra región, véase: O’Donnell, Guillermo, Moderniza- contenido de los procedi-
ción y autoritarismo, Paidós, Buenos Aires, 1972; O’Donnell, Guillermo, mientos y de las institucio-
“Reflexiones sobre las tendencias generales de cambio en el estado buro- nes destinadas a trasmitir
la autoridad política desde
crático-autoritario”, en: Revista Mexicana de Sociología, México, nro.1, la base hasta lo alto” (en:
enero/marzo de 1977; O’Donnell, Guillermo, “Notas para el estudio de Stoppino, Mario, “Autorita-
procesos de democratización política a partir del estado burocrático-auto- rismo”, en Bobbio, Norber-
ritario”, en: revista Desarrollo Económico, Buenos Aires, nro.86, julio- to, Matteucci, Nicola y Pas-
/septiembre de 1982; Collier, David (comp.), Los nuevos autoritarismos quino, Gianfranco, Diccio-
nario de política, Siglo
en América Latina, Fondo de Cultura Económica, México, 1982; Garre- Veintiuno Editores, Méxi-
tón, Manuel, “Proyecto, trayectoria y fracaso en las dictaduras del Cono co, 1993, tomo I, p. 125).
Sur. Un balance”, en: Cheresky, I. y Chonchol, J. (comps.), Crisis y trans-
formación de los regímenes autoritarios, EUDEBA, Buenos Aires, 1985;
entre otros.

No obstante, la crisis de estas formas de dominación y los procesos de


democratización abiertos a partir de ello corrieron el eje de aquellas preo-
cupaciones. La problemática de la democracia y los procesos transicionales
hacia los regímenes democráticos y las condiciones para la consolidación

161
Universidad Virtual de Quilmes

democrática en nuestros países se convirtieron entonces en los principales


temas de los estudios de la ciencia política latinoamericana. En este mar-
co, surgió la denominada primera generación de la teoría de la transición.
Para este enfoque, la transición constituye “el intervalo que se extiende en-
tre un régimen político y otro”, dicen O’Donnell y Schmitter. En el caso de los
procesos transicionales abiertos en América Latina durante las mencionadas
décadas, se trató de transiciones delimitadas, de un lado, por “el inicio del
proceso de disolución del régimen autoritario” y, del otro, por “el estableci-
miento de alguna forma de democracia”. En el mismo sentido, Leonardo Mor-
lino destaca la complejidad y el dinamismo de todo proceso de transición:

[Por transición] “se entiende, en sentido estricto, el período ambi-


guo e intermedio en el que el régimen ha abandonado algunas de
las características determinantes del anterior ordenamiento insti-
tucional sin haber adquirido todas las características del nuevo ré-
gimen que se instaurará. Se configura así un período de fluidez
institucional en el que aún se enfrentan las diferentes soluciones
políticas apoyadas por los actores presentes en la liza. Como en
numerosos casos posteriores a la primera democratización, el ré-
gimen ‘de partida’ es un régimen autoritario, la transición se inicia
cuando empiezan a reconocerse los derechos civiles y políticos
Morlino, Leonardo, que están en la base de todo ordenamiento democrático. Puede
“Las democracias”, considerarse concluida cuando resulta evidente la dirección de-
en: Pasquino, Gianfranco y
otros, Manual de ciencia po- mocrática tomada por la transición, cuando surge claramente la
lítica, Alianza Editorial, Ma- posibilidad concreta de instaurar una democracia. En realidad se
drid, 1995, pp. 104 y 105.
consagra con las primeras elecciones libres, competitivas y lim-
pias que se celebren en el país, pero a veces ya antes de esas
elecciones puede ser evidente el giro democrático.”

El proceso transicional consta de dos etapas. La primer etapa está dada


por la liberalización del régimen autoritario, que consiste en la efectivización
–aún en forma irregular y/o gradual– de ciertos derechos y garantías que pro-
tegen a los individuos y grupos sociales ante actos arbitrarios o ilegales co-
metidos por el gobierno autoritario o por terceros vinculados a éste. Esos de-
rechos engloban el hábeas corpus, la inviolabilidad de la vida privada, la de-
fensa en el debido proceso de acuerdo con las leyes procesales, la libertad
de palabra, de movimiento, de demanda y de petición ante las autoridades,
la libertad de protesta colectiva y movilización sin recibir reprimendas o cas-
tigos, la ausencia de censura y la libertad de asociación. Esta etapa, por cier-
to, depende de la capacidad y/o voluntad arbitraria del gobierno autoritario
para regular o dirigir el proceso transicional. En razón de ello, Morlino seña-
la que la liberalización supone un “proceso de concesión desde arriba de ma-
yores derechos políticos y civiles, más amplios y completos, pero de tal guisa
que permiten la organización controlada de la sociedad civil”. Por su parte, la
segunda etapa consiste en la democratización que implica la ampliación de
un conjunto de normas y derechos civiles y políticos típicos de la ciudadanía
moderna a favor de un conjunto de individuos y grupos que antes estaban ex-
cluidos de la misma y el consecuente establecimiento inicial de las institu-
ciones características del régimen democrático. Así, la democratización con-
lleva “una ampliación completa y un reconocimiento real de los derechos civi-

162
Elementos de Ciencia Política

les y políticos; donde sea necesaria, la completa civilización de la sociedad; la


aparición de más partidos y de un sistema de partidos, pero también de orga-
nizaciones colectiva de intereses, como sindicatos y otros grupos; la elabora-
ción o, en cualquier caso, la adopción de los principales procedimientos e ins-
tituciones democráticas que caracterizan a ese régimen, como la ley electoral
o la fijación de las relaciones ejecutivo-legislativo, u otros aspectos importan-
tes para el funcionamiento del régimen”.
Pues bien, siguiendo con Morlino, éste indica que la democracia –o toda de-
mocratización– puede atravesar en su desarrollo por cuatro procesos posibles:

1) la instauración, que consiste en el establecimiento y funcionamiento de


las principales instituciones del régimen democrático. En su fase inicial,
la instauración se superpone con la transición y se completa cuando “ter-
mina la construcción de las principales estructuras del régimen”, aunque
puede ocurrir que no se complete y por ende no dé lugar a la democrati-
zación plena, se intente detenerla durante la liberalización o bien se sigan
salidas de carácter autoritarias;
2) la consolidación, que es el proceso complejo por cual se cristalizan y co-
mienzan a funcionar efectivamente las estructuras y normas del régimen
democrático perdurando en el tiempo, o sea, es “el proceso de reforza-
miento, afirmación, robustecimiento del sistema democrático, encaminado
a aumentar su estabilidad, su capacidad de persistencia y a contrarrestar
y prevenir posibles crisis”, dice Morlino. La institucionalización y legitima-
ción del régimen está en la base de la consolidación dado que ella, de al-
gún modo, genera y valida el conjunto de prácticas que conducen al refor-
zamiento y persistencia del régimen. Las condiciones y rasgos recurren-
tes de una situación de consolidación democrática se limitan al manteni-
miento del compromiso democrático entre los principales actores políti-
cos y sociales; el respeto a la legalidad democrática de parte del gobier-
no y los actores; la neutralidad o neutralización de los militares y sus alia-
dos, que habían encabezado el régimen autoritario; el hecho de que los
grupos empresariales privados vean plenamente garantizados sus intere-
ses bajo el nuevo régimen; la activa intervención de los partidos políticos
y del sistema de partidos en su conjunto en el respaldo y apuntalamien-
to de la democracia; entre otras condiciones. Pues bien, “la consolidación
es uno de los posibles ‘resultados’ de la instauración”, es decir, la instau-
ración puede desembocar en la consolidación del régimen democrático o
en una nueva crisis del sistema político. Del mismo modo, la consolida-
ción puede dar lugar a la persistencia y estabilidad del régimen o bien
puede desembocar en una crisis o en situaciones de inestabilidad institu-
cional;
3) la persistencia hace referencia a la capacidad de duración del régimen de-
mocrático. Dicha persistencia puede ser estable o inestable. En una si-
tuación de persistencia estable existen condiciones favorables para la
institucionalización y legitimación durable del régimen. En cambio, cuan-
do la persistencia es inestable puede dar lugar a situaciones de crisis;
4) la crisis de un régimen democrático, que se da cuando se produce “la al-
teración en el funcionamiento de los mecanismos típicos de un régimen de-
finido como tal” y, más precisamente, cuando “aparecen límites y condicio-
namientos a las anteriores expresiones de los derechos políticos y civiles o
bien cuando se tienen limitaciones de la competencia política o potencial

163
Universidad Virtual de Quilmes

participación, en cuanto que se ha resquebrajado y/o roto el compromiso


democrático que está en la base”. Esta situación de crisis democrática
puede dar lugar al hundimiento, caída y cambio del régimen, dando lugar
a la emergencia de un nuevo régimen democrático o de otro de carácter
autoritario u totalitario. Pero no toda crisis democrática conlleva la caída
del régimen, es decir, puede haber “crisis sin caída”. Del mismo modo,
puede abrirse una etapa de crisis en la democracia que se cristalice en
el bloqueo del funcionamiento o mal funcionamiento de las instituciones
o del desempeño de los actores del régimen pero sin suponer la altera-
ción de los parámetros institucionales y legales de éste.

En suma, dentro de estos parámetros conceptuales, la teoría de la tran-


sición dio lugar a un nuevo enfoque teórico y analítico centrado en la dicoto-
mía autoritarismo/democracia, que privilegió el estudio de los regímenes po-
líticos y de las condiciones político-institucionales de los procesos de transi-
ción y consolidación democrática. Para este enfoque, fue casi unánime la
adopción de la definición mínima de democracia sobre la base del concepto
de poliarquía desarrollado por Robert Dahl, reduciendo aquélla a un conjun-
to de principios y mecanismos institucionales destinados a regular la compe-
tencia política entre grupos o elites por el acceso al gobierno de la sociedad.
Evidentemente, cierta conceptualización mínima de democracia resultaba
necesaria para el análisis de los problemas y las perspectivas de los proce-
sos transicionales en marcha. Con ello se trataba de dar cuenta, al menos
en un sentido general y abarcativo, de un conjunto de referencias institucio-
nales empíricas que denotaran las reglas de procedimientos que efectiva-
mente caracterizaban al régimen político en cuestión y que, en consecuen-
cia, permitiera discriminar un régimen democrático de otro no democrático
estableciendo “un umbral mínimo por debajo del cual un régimen no pudiera
considerarse democrático”.
Por su parte, hubo otros aportes convergentes con las primeras exposi-
ciones de la teoría de la transición, pero ya no solamente alrededor de una
definición mínima de democracia sino en torno de un conjunto de considera-
ciones teóricas acerca de las condiciones para la consolidación de la demo-
cracia en América Latina. Albert Hirschman fue quien con más énfasis exal-
tó la necesidad de que, tanto en el plano analítico como en el terreno propia-
mente político, la democratización sea pensada sobre la base de una sepa-
ración –“disyunción”– entre las condiciones económicas y las políticas. En es-
te marco, afirmó que una modalidad “singularmente perniciosa” de concebir
al proceso de construcción democrática era hacerlo sobre la base del esta-
blecimiento de ciertas condiciones sociales necesarias para su éxito, tales
como el crecimiento dinámico de la economía, el mejoramiento de la distri-
bución del ingreso, la reafirmación de la autonomía nacional, el aumento del
espíritu de colaboración entre los partidos, la responsabilidad de la prensa,
etc. Además, sostuvo que la dimensión política configuraba el ámbito exclu-
sivo en cuyo marco debían desenvolverse los procesos que condujeran a la
consolidación de la democracia.

“Puede ser útil contemplar la posibilidad de una disyunción entre con-


diciones políticas y económicas que solían pensarse como indisolublemen-
te ligadas [...]. Se debe también contemplar la posibilidad de avanzar en un

164
Elementos de Ciencia Política

estilo que he llamado “navegar contra el viento”. Dados dos objetivos alta-
mente deseables, como ser un respeto puntilloso hacia las instituciones de-
mocráticas y una economía más próspera con una riqueza más igualitaria-
mente repartida, es concebible que determinada sociedad pueda, en cierto
momento, moverse en una de las direcciones sólo a costa de perder algo de
terreno en la otra. A condición de que en su momento el movimiento sea
revertido, se puede avanzar al fin en ambas direcciones, aunque en cada
momento particular uno se esté alejando de una de las dos metas.”
Hirschman, Albert, “Acerca de la democracia en América Latina”,
en: revista La Ciudad Futura, Buenos Aires, nro. 1, agosto de 1986.

Dentro de esta perspectiva, la democratización se resumía en una tarea


de carácter exclusivamente político, pero entendiendo a la política como un
campo independiente respecto de sus condicionantes situacionales de ca-
rácter socioeconómico.
A su vez, otras importantes contribuciones apuntalaron esta concepción
a través de la noción de pacto democrático, al que consideraron como condi-
ción necesaria para la instauración y consolidación democrática, tal como,
por ejemplo, fue sostenido por autores como Juan Carlos Portantiero y Emi-
lio de Ipola:

“La única metáfora fundadora de un orden político democrático a


la altura de la diversidad de los proyectos que en su estallido
constituyen la crisis, es la clásica: la del pacto. En esta dirección,
De Ipola, Emilio y
la democracia se coloca, rigurosamente, como una utopía. Pero no Portantiero, Juan Car-
como una utopía de sociedad perfecta, trasparente, sino como los, “Crisis social y pacto de-
una utopía de conflictos, de tensiones y reglas para procesarlos. mocrático”, en: revista Punto
de vista, Buenos Aires, nro.
En eso consiste el orden democrático, como esfera autónoma, 21, agosto de 1984, p. 15.
irreductible a la esfera económico-social, aunque pueda predicar-
se una mayor afinidad entre ciertos órdenes económico-sociales y
la democracia. Pero la relación no es necesaria sino contingente.”

Es decir, mientras se rechazaba toda forma de determinismo basado en


la afirmación de que la democracia contaba con prerrequisitos socioeconó-
micos para su funcionamiento, se consideraba al pacto democrático como
condición necesaria para su institucionalización, lo que, así formuladas, no
dejaba de constituir una modalidad análoga de determinismo.
Dentro de esta orientación, uno de los autores muy difundidos fue Adam
Przeworski, quien definió a la democracia como un “sistema de procesamien-
to y resolución de conflictos intergrupales”, o sea, “una forma de instituciona-
lización de conflictos permanentes” en la que “la capacidad de los grupos par-
ticulares para satisfacer sus intereses está determinada por los arreglos insti- Lectura
tucionales específicos de cada sistema” conforme las “reglas especificadas a recomendada
Przeworski, Adam, “Algu-
priori”, aunque “los resultados de los conflictos no están determinados unívo- nos problemas en el estudio
camente ni por los arreglos institucionales, ni por el lugar que ocupan los par- de la transición hacia la de-
ticipantes dentro del sistema de producción”. Tales resultados pueden ser mocracia”, en: O’Donnell,
Guillermo, Schmitter, Phi-
“improbables, indeterminados e inciertos”. lippe y Whitehead, Lauran-
Al igual que muchos otros exponentes de la teoría de la transición, este ce (comps.), Transiciones
desde un gobierno autorita-
autor fundó su perspectiva acerca de la democracia y la democratización so- rio, 3-Perspectivas compa-
bre la base de los principales parámetros conceptuales de la teoría de los jue- radas, Paidós, Buenos Ai-
gos y de la teoría de la elección racional, colocando a las opciones, acciones res, 1988, pp. 92-96.

165
Universidad Virtual de Quilmes

y estrategias individuales de los actores relevantes como el eje constitutivo


del proceso político. Concretamente, para Przeworski, el establecimiento y
consolidación de la democracia deriva y depende de la intención de los acto-
res políticos por acatar el conjunto de reglas de juego que la constituyen y,
en ese marco, de su interés por institucionalizar, a través de acuerdos y com-
promisos instrumentales –y no “sustantivos”–, la “incertidumbre” producida
por la indeterminación de los resultados del conflicto político.

“La democracia está consolidada cuando, unas condiciones políticas y


económicas dadas, un sistema concreto de instituciones se convierte en el
único concebible y nadie se plantea la posibilidad de actuar al margen de
las instituciones democráticas, cuando los perdedores sólo quieren volver
a probar suerte en el marco de las mismas instituciones en cuyo contexto
acaban de perder. La democracia está consolidada cuando se impone por
sí sola, esto es, cuando todas las fuerzas políticas significativas consideran
preferible continuar supeditando sus intereses y valores a los resultados in-
ciertos de la interacción de las instituciones. Acatar los resultados de cada
momento, aunque supongan una derrota, y encauzar todas sus acciones a
través del marco institucional, resulta preferible para las fuerzas democrá-
ticas a intentar subvertir la democracia. Expresado en términos más técni-
cos, la democracia está consolidada cuando el acatamiento –la actuación
en el marco institucional– constituye el punto de equilibrio de las estrate-
gias descentralizadas de todas las fuerzas políticas involucradas.”
Przeworski, Adam, Democracia y mercado. Reformas políticas y eco-
nómicas en la Europa del Este y América Latina, Cambridge University
Press, Cambridge, 1995. Pp. 34 y 35.

Así, dentro de esta perspectiva, la democracia no es más que el resulta-


do casi exclusivo de las acciones, intereses y proyecciones estratégicas lle-
vadas a cabo por los actores políticos relevantes en vista de resolver el con-
flicto producido por la existencia de intereses antagónicos y de satisfacer, en
un marco de incertidumbre, sus intereses específicos de grupo, todo lo cual
no deriva ni depende de la estructura económico-social ni de la posición de
los actores en esa estructura. Así, Przeworski, pese a que reconoció que, en
ciertas circunstancias, las condiciones situacionales pueden limitar las ac-
ciones de los actores, en su lectura teórica global rechazó toda perspectiva
que interpretara a la democracia como el resultado exclusivamente determi-
nado de las condiciones histórico-estructurales de la sociedad y propuso un
abordaje “micro” de la democratización entendiendo a ésta como un proce-
so de “situaciones estratégicas” –o “coyunturas”– en el que “el cambio de una
coyuntura para otra ocurre como resultado de las acciones adoptadas por los
actores” (Przeworski, 1989).
Otro conocido exponente de este enfoque fue Giuseppe Di Palma, quien,
luego de negar la existencia de factores “necesarios” para la emergencia y
consolidación de la democracia, tales como la prosperidad económica, la
igualdad, modernización y diversificación social y la existencia de una cultu-
ra política democrática, sostuvo que los regímenes democráticos instaura-
dos en América Latina en los años setenta y ochenta resultaron de la “deci-
sión de los actores políticos” en favor de establecer dicho régimen, a partir de
las oportunidades surgidas por la “difusión de las ventajas” que el mismo
aportaba en un contexto signado por resultados fortuitos, indeterminados e

166
Elementos de Ciencia Política

inciertos (Di Palma, 1991). De este modo, la democracia no era más que una
instancia “inventada” por los actores, cuyo nivel de institucionalización deri-
vaba de la elección de éstos acerca de la “calidad de las reglas e institucio-
nes adoptadas”, de la “preferencia por pactos y negociaciones –por encima de
acciones unilaterales– en el proceso de elección de las reglas e instituciones”,
de las “alianzas y coaliciones” por ellos desarrolladas y del “ritmo de las con-
versaciones” que enmarcaban los acuerdos. Su éxito obedecía a la capaci-
dad contractual de los actores relevantes para establecer eficientemente los
parámetros normativos e institucionales del régimen en cuestión, lo que no
dependía ni estaba condicionado por los factores sociales, económicos y cul-
turales del contexto histórico, sino, más bien, por las preferencias y la volun-
tad de los actores orientadas a “institucionalizar la incertidumbre típica del
conflicto político y social”.
En un sentido diferente, pero dentro del mismo universo teórico, otros tra-
bajos privilegiaron el abordaje de la capacidad y las orientaciones de los ac-
tores políticos relevantes en la tarea de construcción democrática, pero lo hi-
cieron remarcando una relativa secundarización de los factores económicos,
sociales y políticos situacionales frente al rol estratégico de las interaccio-
nes políticas establecidas entre los actores y líderes democráticos durante
esos procesos. Dentro de esta orientación pueden ubicarse Guillermo O’Don-
nell y Philippe Schmitter, dos de los más destacados estudiosos de los pro-
cesos transicionales.

“Al estudiar un régimen político arraigado es posible basarse en cate-


gorías económicas, sociales, culturales y partidarias comparativamente es-
tables, a fin de identificar, analizar y evaluar las identidades y estrategias
de quienes defienden el status quo y quienes luchan para reformarlo o
transformarlo. Entendemos que esta “metodología de la ciencia normal”
es inapropiada para abordar situaciones de rápido cambio, donde esos mis-
mos parámetros de acción política se encuentran en transformación per-
manente. Y esto incluye los procesos de transición desde la dominación
autoritaria [...]. No implica negar que los factores macroestructurales si-
guen “allí” presentes [...]. En ciertas etapas de la transición, en relación
con ciertas cuestiones y actores, esas amplias estructuras se interponen en
la conducta de los grupos e individuos; pero aún esas mediaciones son más
vagas y su repercusión es más indefinible que en circunstancias normales.
Los cálculos políticos inmediatos, en los que aquí pondremos el acento, no
pueden “deducirse” de tales estructuras ni pueden ‘imputarse’ a ellas –sal-
vo quizá como un acto de fe equivocado.”
O’Donnell, Guillermo y Schmitter, Philippe, Transiciones desde un
gobierno autoritario, 4-Conclusiones tentativas sobre las democracias
inciertas, Paidós, Buenos Aires, 1991, pp. 17 y18.

Éstos, en suma, fueron los principales parámetros teóricos y conceptuales


que signaron el enfoque básico a través del cual se abordaron los procesos tran-
sicionales llevados a cabo durante las últimas décadas en nuestros países.

• Encuentre y tome una declaración pública de algún


dirigente político que haga referencia a los temas abor-
dados en la teoría de la transición, analícelo e inter-
prételo.

167
Universidad Virtual de Quilmes

5.2.2. Deficiencias de la primera generación de “la teoría de la transición”

En verdad, las nuevas democracias en América Latina se desarrollaron en


escenarios políticos y sociales cruzados por un conjunto de condiciones y ca-
racterísticas que no siempre han sido correctamente analizadas por la cien-
cia política de la región. En efecto, al respecto, la perspectiva analítica pre-
dominante en el análisis de los procesos transicionales configuró un enfo-
que que, además de parcial, estuvo signado por un perfil marcadamente for-
malista y coyunturalista. Parcial porque no se trató de una perspectiva que
hayan abarcado al conjunto de los factores sociales y políticos que gravitan
desde entonces en los escenarios políticos y sociales de nuestros países y
que, de alguna manera, han incidido fuertemente sobre la evolución de los
procesos de democratización; formalista en tanto que privilegió aspectos le-
gales e institucionales del régimen político en detrimento de la consideración
de las dimensiones culturales, sociales y económicas presentes en esos pro-
cesos; y coyunturalista porque ponderó el estudio de factores de corto plazo
y de escenarios espacio-temporales acotados, cercenando de antemano la
importante influencia de los factores y condicionantes de largo plazo sobre
las democratizaciones en marcha.
En definitiva, se trató de una perspectiva marcadamente institucionalista.
Esta impronta derivó de una doble característica, a saber, (i) por un lado, la
teoría de la transición se centró en lo que se denominó una definición “míni-
ma” de democracia, considerando a ésta apenas como un tipo de régimen
político compuesto por un conjunto de reglas y mecanismos institucionales
de selección de autoridades y de ejercicio del poder, sin contemplar, la ma-
yoría de las veces, aquellos factores sociopolíticos que condicionaban dicha
institucionalidad y que iban moldeando el escenario social en el que se de-
sarrollaban las democratizaciones en cuestión; y (ii) por otro lado, no distin-
guió claramente la noción de democracia entendida como régimen político de
la de democratización comprendida como proceso político, social, económi-
co, cultural e institucional orientado hacia la construcción de un cierto orden
político, al mismo tiempo que identificó a la democratización con el estable-
cimiento de un régimen formalmente democrático y con la instauración de un
gobierno democráticamente electo.
Una de las principales deficiencias de este enfoque estuvo dada por el tipo
de abordaje que se emprendió del concepto de democracia, adoptado unáni-
memente por la teoría de la transición. Como se dijo, este concepto fue elabo-
rado a partir de los aportes brindados por autores como Dahl y Schumpeter.
Sin embargo, hubo un seguimiento parcial y minimalista de estos autores.
Para Dahl, la democracia no se agota en el conjunto de principios, reglas y
procedimientos de la poliarquía, sino que supone también la convergencia de
un conjunto de condiciones sociales, culturales, económicas y políticas que no
se restringen a esos mecanismos formales. Además, pese a haber sostenido
que la democracia resulta de las acciones y comportamientos motorizados por
los actores políticos capaces de innovar y superar los límites marcados por la
estructura social y por las formas de conciencia vigentes en determinado mo-
mento histórico, Dahl siempre reconoció que el proceso democrático está con-
dicionado de diferentes modos por las circunstancias históricas que caracteri-
zan el contexto social en el que dicho proceso se desarrolla:
“El proceso democrático no puede existir, ni ha existido nunca, como entidad
etérea, ajena a las condiciones históricas y a los seres humanos condicionales

168
Elementos de Ciencia Política

históricamente. Sus posibilidades y sus límites dependen en gran medida de las


estructuras sociales y de la conciencia social existentes o en formación.”
En uno de sus más conocido trabajos, este autor afirmó que las opinio-
nes y creencias de los activistas y dirigentes políticos influyen de algún mo-
do en los acontecimientos políticos y en la estabilidad del régimen institucio-
nal de gobierno. En ese marco, sostuvo que cuanto mayor es la creencia en
la legitimidad de las instituciones poliárquicas mayores son las oportunida-
des para que dicho régimen se instaure y se perpetúe en el tiempo. Pero tam-
bién indicó que, tanto el tipo de organización y el nivel de desarrollo socioe-
conómico, así como el grado de igualdad –o desigualdad– socioeconómica y
política, y de integración y pluralidad cultural de una sociedad, gravitan sobre
las posibilidades de institucionalización de todo régimen democrático. Más
precisamente, señaló que cuanto más alto es el nivel de desarrollo socioe-
conómico, el grado de igualdad en la distribución de recursos socioeconómi-
cos y políticos y el nivel de integración y pluralismo cultural de un país, ma-
yor es la posibilidad de consolidación de la poliarquía.
Algo análogo planteó Schumpeter. Como se vio, este autor consideró a la
democracia como un sistema de competencia de elites por el gobierno. No
obstante, este sistema no agota la problemática democrática. Según él indi-
có: “La democracia en el sentido de nuestra teoría del caudillaje de competen-
cia ha presidido el proceso de transformación política e institucional mediante
la cual la burguesía reconfiguró la estructura social y política que precedió a
su elevación y la racionalizó desde su propio punto de vista, siendo el método
democrático el instrumento político utilizado para esa reconstrucción”. Es de-
cir, para este pensador, “la democracia moderna es un producto del proceso
capitalista” y, en consecuencia, ella puede desarrollarse plenamente en si-
tuaciones en las que se desenvuelve un conjunto de condiciones sociales
que, si bien no son unívocamente determinantes para el proceso democráti-
co ni poseen el carácter de universales, su convergencia facilitan el éxito de
la misma. “El método democrático no funciona nunca del modo más favorable
cuando las naciones están muy divididas por los problemas fundamentales de
estructura social”, sintetizó Schumpeter. De esta forma, la definición schum-
peteriana de democracia considera a ésta como un procedimiento de com-
petencia para la conformación de gobiernos, pero cuya viabilidad ciertamen-
te supone una serie de condiciones políticas y sociales sin las cuales su re-
producción en el tiempo resultaría dificultosa.
Ahora bien, las referencias habituales que los teóricos de la transición
hicieron del concepto de democracia brindado por estos autores no respe-
taron, en general, esta impronta integral. En consecuencia, el bosquejo ana-
lítico resultante de esta operación conceptual tuvo una marcada impronta
institucionalista, en cuyo marco se dio lugar a una concepción formalista y
procedimental de democracia que identificó a ésta con un conjunto de re-
glas institucionales de selección de gobiernos y de procedimientos guber-
namentales.
No fueron irrelevantes los llamados de atención sobre estas deficiencias.
En un destacado trabajo, José Nun señaló las insuficiencias analíticas que
generaba tal perspectiva.

“En una primera aproximación, hay coincidencia en sostener que un régi-


men democrático representativo es un conjunto de reglas de procedimiento

169
Universidad Virtual de Quilmes

para la formación de las decisiones colectivas [...]. Pero no es sino una prime-
ra aproximación dado que su carácter formal resulta, a la vez, indispensable e
insuficiente. Es indispensable porque no hay estado de derecho –democrático
representativo o no– sin un sistema codificado de reglas que controle y que re-
gule la arbitrariedad del poder [...]. Pero es insuficiente para comprender el
proceso político porque ningún conjunto de reglas alcanza para definir social-
mente prácticas concretas, esto es, las actividades mediante las cuales actores
específicos interpretan, negocian y aplican esas mismas reglas.”
Nun, José, “Algunas exploraciones teóricas en torno a las transicio-
nes democráticas”, en: Nun, José, La rebelión del coro. Estudios sobre la
racionalidad política y el sentido común, Ediciones Nueva Visión, Bue-
nos Aires, 1989, pp. 104 y 105.

Bajo esta misma orientación y afirmando que toda teoría de la democra-


cia requiere de una teoría de la sociedad, Francisco Weffort también formuló
una incisiva crítica acerca del carácter limitativo de las definiciones procedi-
mentales de democracia.

“Esa definición mínima exige, sin embargo, una discusión teórica. No


se trata de proponer cambios a la definición como tal, pero sí acrecentar
por lo menos un punto de cierto alcance interpretativo: el funcionamiento
de las reglas mínimas de procedimiento de una democracia política impli-
ca la existencia de ciertas condiciones mínimas [...]. Pero este aspecto, de-
cisivo para comprender el drama de las nuevas democracias, fue olvidado
por muchos cientistas sociales que estudiaron las nuevas democracias en
los años ochenta. Muchos de ellos aceptaron la definición mínima de de-
mocracia como si las ‘reglas de juego’ fuesen apenas formas vacías, des-
provistas de cualquier contenido social.”
Weffort, Francisco, “Novas democracias. Quais democracias?”, en:
Weffort, Francisco, Qual democracia?, Companhia das Letras, São Paulo,
1994, pp. 98 y 99.

Pues bien, considerando los cambios ocurridos en los países de la región


durante los últimos años, podría sostenerse que el concepto de democracia
no se agota apenas en los soportes normativos, procedimentales e institu-
cionales de un régimen político poliárquico, del mismo modo que la noción
de democratización tampoco se restringe a las variadas formas de reforma
institucional y reformulación cultural ciertamente supuestas en todo proceso
de construcción (o reconstrucción) democrática. Ambos términos denotan
mucho más que estos aspectos. La evolución y particularidades generales
de las intrincadas democracias emergentes y de las condiciones económi-
cas, sociales, culturales y también institucionales en medio de las cuales se
fueron desenvolviendo y articulando, han permitido observar que todo proce-
so de democratización engloba profundos cambios en la relación entre el Es-
tado y la sociedad. Toda democratización indica un horizonte no limitado a la
instauración de un conjunto de reglas de procedimientos, sino que supone
principalmente un proceso de construcción histórica de carácter colectivo en
el que los actores que lo protagonizan establecen una compleja red de inte-
racciones condicionadas por las tendencias y características situacionales
de índole política, social, económica, cultural e institucional. Estos factores
conforman los escenarios espacio-temporales en los que dichas interaccio-

170
Elementos de Ciencia Política

nes se articulan. Es decir, si la noción de democracia se halla vinculada a la


de democratización (proceso del que la transición es apenas una de sus eta-
pas), una conceptualización integral de ambos términos debería abarcar, en
consecuencia, tanto los aspectos formales de las reglas de procedimiento y
las prácticas e interacciones articuladas entre los actores relevantes, así co-
mo los factores situacionales que, bajo diferentes modalidades históricas y
con distinta intensidad, influyen sobre el funcionamiento institucional y las
interacciones políticas allí desenvueltas. Ésta no fue, sin embargo, la orien-
tación teórico-conceptual predominante entre los primeros estudios que con-
formaron la teoría de la transición.
Esta teoría significó, por cierto, un cambio de visión acerca de las demo-
cratizaciones. Se abandonó aquel enfoque que ubicaba en la estructura eco-
nómico-social a los factores y las condiciones necesarias y suficientes para
la consolidación democrática en América Latina, y se pasó a una perspecti-
va en la que la democracia fue entendida como un ordenamiento político re-
sultante de las acciones y los acuerdos efectuados entre los actores estra-
tégicos del sistema político.
El derrumbe de los regímenes autoritarios y las posteriores instauracio-
nes democráticas constituyeron procesos cuya dinámica histórica puso
apropiadamente en tela de juicio los viejos esquemas de análisis en los
que se consideraban a los actores políticos como sujetos pasivos constre-
ñidos por determinaciones estructurales derivadas de las condiciones so-
cioeconómicas. Es decir, las experiencias transicionales de la mayoría de
los países de la región durante la década de los ‘80 evidenciaron la inca-
pacidad heurística de las teorías desarrollista, dependentista y de otras
asentadas alrededor de visiones estructuralistas o de impronta objetivis-
tas, que indicaban que la posibilidad de consolidación democrática depen-
día exclusivamente del conjunto de condiciones sociales que guardaban el
carácter de necesarias. Se trataba de teorías imbuidas por una huella de-
terminista en la que la estructura socioeconómica constituía la instancia
definitoria del proceso político y en la que consecuentemente no había po-
sibilidad de cotejar la importancia y la incidencia del comportamiento de
los actores sociales y políticos en la estructuración del juego y de la insti-
tucionalidad democrática.
En este contexto, las teorías de la transición, guiadas por el objetivo de
revisar ese trazo determinista, contribuyeron decisivamente en llenar este va-
cío al colocar como eje de sus análisis al comportamiento de los actores po-
líticos, sus potencialidades políticas y su capacidad de producción y repro-
ducción político-social. Esto no dejó de configurar un aporte positivo y supe-
rador que, desde el punto de vista analítico y teórico, las variadas expresio-
nes del estructuralismo objetivista no estaban en condiciones de emprender.
Por su parte, concentrar la atención en la red de “interacciones estratégicas”
establecidas por los actores que protagonizaban los procesos de transición,
también significaba, de algún modo, superar ciertas configuraciones forma-
listas que centraban el análisis apenas en las condiciones procedimentales
y legales de la transición.
No obstante, y tal como se vio, los diferentes trabajos inscritos en esta
nueva perspectiva exaltaron con énfasis que la evolución y orientación del
proceso de transición se hallaba primordialmente motorizadas por las accio-
nes y comportamientos de los actores, y que sus resultados (esto es, la po-
sibilidad de consolidación o no del régimen democrático) dependían –en gran

171
Universidad Virtual de Quilmes

medida– de la trama de interacciones establecida entre esos actores y de


sus capacidades para traducir institucionalmente dicha trama en una opción
democrática viable. Se colocaba, así, a la voluntad y capacidad política de
los actores centrales como condición de producción de la democracia y co-
mo instancia determinante de la evolución y éxito de las democratizaciones
en marcha.
De este modo, el carácter positivo de aquel impulso crítico de la teoría de
la transición se desvaneció cuando a cambio del abandono de las teorías tra-
dicionales de carácter objetivista, se adoptó un enfoque en el que no se in-
tentó abordar cómo y cuánto las condiciones socioeconómico, culturales e
institucionales de largo plazo condicionan y/o determinan históricamente
tanto las preferencias, visiones e intereses de los actores como sus compor-
tamientos y, en particular, sus posibilidades fácticas de acción y de proyec-
ción política. Aún reconociendo la posibilidad de que la democratización, en
su desarrollo y resultado, dependiese de las proyecciones de los actores y
grupos políticos relevantes, resultaría casi ingenuo considerar que tales pro-
yecciones se pudiesen desarrollar en el “vacío”, o, más bien, que sólo estu-
viesen limitadas o condicionadas por la incertidumbre que deriva de una si-
tuación en permanente transformación. En el nivel de un análisis de coyun-
tura que denote un distanciamiento espacio-temporal acotado (ubicado en un
plano inferior al del régimen político), el potencial de control, reformulación,
cambio o transformación de los actores individuales o grupales es amplio y
diversificado. Pero ese margen de autonomía relativa no es análogo al que
los actores guardan en escenarios en donde el distanciamiento espacio-tem-
poral es mayor y en los que también es considerablemente más amplia y pro-
funda la incidencia de las condiciones sociopolíticas de largo plazo sobre las
prácticas de esos actores. En este último nivel se ubican los procesos de de-
mocratización, y por esta razón, pretender abordarlos a partir exclusivamen-
te –o predominantemente– de los comportamientos e interacciones políticas
sin considerar los condicionantes situacionales, supuso caer en otro “acto de
fe” opuesto al denunciado por O’Donnell y Schmitter, posición que no dejó de
ser tan limitativa –analíticamente hablando– como la desarrollada en las dé-
cadas anteriores.
Algunos trabajos más recientes han dado cuenta de estas carencias y,
justamente, lo hicieron en el marco del análisis de las profundas transfor-
maciones producidas en el nivel de las tendencias político-sociales de lar-
go plazo durante la década de los años ‘90. Estos nuevos aportes notaron
la existencia de una transformación histórica que no se redujo apenas a un
proceso de cambio de régimen político, sino que denotó una profunda refor-
mulación en la relación entre el Estado y la sociedad, en el contexto de una
abarcativa transformación de la matriz sociopolítica. A esta reestructuración
histórica, García Delgado, por ejemplo, la definió como un “cambio estructu-
ral” que fue más allá de la “modificación del régimen político” y que impac-
tó “tanto el nivel macro de las políticas públicas, la relación del estado con di-
versos actores, su inserción internacional y en la misma vida cotidiana de los
individuos” (García Delgado, 1994). Estos estudios, tal como se verá en la
próxima unidad, al mostrar de qué manera y con qué intensidad las profun-
das transformaciones señaladas condicionaron a los procesos de democra-
tización en curso, han puesto al descubierto las limitaciones de aquel enfo-
que inicial.

172
Elementos de Ciencia Política

5.2.3. La segunda generación de “la teoría de la transición”

Ahora bien, hacia los años ‘90 aparecieron trabajos que, asumiendo las
limitaciones de los aportes originales de la teoría de la transición y contan-
do con la ventaja de haber podido observar la evolución de las democratiza-
ciones iniciadas en la década anterior, han desarrollado enfoques más abar-
cativos acerca de las transiciones, instauraciones y posibilidades de conso-
lidación democrática. Se trata, pues, de una segunda generación de estudios
de la transición.
Una de esas perspectivas fue presentada por la politóloga Terry Karl,
quien –al igual que muchos autores de la primera generación– considera ana-
líticamente “inútil” el establecimiento de condiciones socioeconómicas pre-
vias y necesarias para la democracia, tales como cierto grado de riqueza o
nivel de desarrollo económico, un sistema de creencias y valores políticos
funcionales con la democracia, ciertas configuraciones histórico-sociales o
determinado tipo de inserción de las economías de éstos países en el esce-
nario económico internacional. “[...] Puede no haber un requisito único nece-
sario para el surgimiento de una forma de gobierno democrático, y con certe-
za no hay una condición previa que por sí misma sea suficiente para generar
ese resultado”, dice, y agrega que “buscar causas económicas, sociales, psico-
lógicas, culturales, o internacionales no ha resultado en una ley general de de-
mocratización, y es poco probable que esto suceda en el futuro cercano, a pe- Karl, Terry, “Dile-
sar de la proliferación de nuevos casos”. mas de la democrati-
Karl entiende a la transición como un proceso caracterizado por la ausen- zación en América Latina”,
en: Barba Solano, Carlos,
cia de reglas de juego predecibles y en el que, por ende, el grado de incerti- Barros Horcasitas, José
dumbre es elevado, situación cuya evolución pasa a depender, de ese modo, Luis y Hurtado, Javier
(comps.), Transiciones a la
de la capacidad de los actores políticos relevantes para establecer las con- democracia en Europa y
diciones del juego político mediante el pacto democrático: América Latina, Universi-
“La dinámica de la transición gira en torno a interacciones estratégicas y dad de Guadalajara-Grupo
Editorial Miguel Ángel Po-
acuerdos tentativos entre los actores cuyos recursos de poder son inciertos, rrúa-FLACSO, México,
con el fin de definir quién estará legítimamente autorizado para seguir el jue- 1991, p. 417.
go político, cuáles serán los criterios para determinar vencedores y vencidos y
cuáles serán los límites de la contienda. Desde este punto de vista, la consoli-
dación de un régimen ocurre cuando las clases sociales y grupos políticos con-
tendientes aceptan una serie de reglas formales o acuerdos informales que de-
terminan el ‘quién se queda con qué, dónde, cuándo y cómo’ de la política.”
Así, la autora sostiene que los resultados del proceso político “dependen me-
nos de las condiciones objetivas que de las reglas subjetivas en torno a las opcio-
nes posibles”, aunque, a diferencia de algunos autores de la primera generación,
reconoce el peso y la incidencia que tienen las condiciones histórico-sociales so-
bre la proyección de los actores políticos. En este marco, analiza las democrati-
zaciones aceptando la centralidad del accionar y de las interacciones de los ac-
tores políticos, pero sosteniendo que ello sólo puede ser integralmente aborda-
do si se tienen en cuenta los factores estructurales que, creando un conjunto
históricamente determinado de opciones contingentes disponibles, condicionan
dichos comportamientos e interacciones, las perspectivas e intereses de esos
actores y sus posibilidades de construcción político-social.

“Aun en medio de la tremenda incertidumbre generada por una transición


de régimen, durante la cual las restricciones parecen estar más relajadas y

173
Universidad Virtual de Quilmes

donde aparentemente existe un amplio rango de resultados posibles, las de-


cisiones tomadas por varios de los actores responden a, y están condiciona-
das por, los tipos de estructuras socioeconómicas y de instituciones políticas
ya existentes. Éstas pueden ser decisivas en la medida en que podrían restrin-
gir o ampliar las opciones disponibles para los diferentes actores políticos en
su intento por construir una democracia.”

Vale decir que, en su opinión, las condiciones histórico-estructurales no


sólo limitan a los actores políticos y sociales, sino que también, al mismo
tiempo, les confiere un conjunto de oportunidades y opciones contingentes
de acción política. Por consiguiente, no puede entenderse a la democracia li-
mitadamente como el resultado unívoco de los compromisos institucionales
pactados por los actores relevantes o como producto de interacciones estra-
tégicas, independientemente de las condiciones contextuales de índole so-
cioeconómica y política:

“No se pretende sostener que las decisiones individuales tomadas


en ciertos momentos, o que todos los resultados políticos obser-
vables, se pueden ligar específica y nítidamente a estructuras
preexistentes; pero sí afirmar que las estructuras históricamente
creadas, aunque no determinan cuál de una serie limitada de po-
sibilidades políticas será la elegida por los actores, son “condicio-
nes limitantes” que restringen o en algunos casos amplían las op-
ciones disponibles. En otras palabras, las restricciones estructura-
les e institucionales determinan el rango de opciones disponibles
a quienes toman decisiones, e incluso pueden predisponerlos a la
selección de una alternativa en particular.”

En este contexto, Karl indica que el estudio de las “decisiones colectivas


e interacciones políticas” de los actores relevantes debe tener en cuenta las
“restricciones histórico-estructurales” existentes en el escenario en cuyo mar-
co dichas interacciones se actualizan y desenvuelven. En función de ello, pro-
pone un enfoque para analizar las democratizaciones centrado en el aborda-
je de “los vínculos entre estructuras, instituciones y opciones contingentes”, es
decir, basado en el análisis, por un lado, de las condiciones y los cambios
estructurales que “moldean” los procesos transicionales y las instauraciones
democráticas y, por el otro, de las preferencias y capacidades de los indivi-
duos y las posibilidades de acción que se abren en el escenario histórico en
el que se sitúa dicho proceso:

“Debiera ser posible demostrar cómo en un momento dado, el


rango de opciones disponibles para quienes toman las decisiones
es una función de estructuras creadas en un período anterior, y,
al mismo tiempo, de qué manera esas decisiones están condicio-
nadas por instituciones establecidas en el pasado. Las ventajas
de este método son evidentes si se las compara con el enfoque
estructural, que conduce a conclusiones excesivamente determi-
nistas sobre los orígenes y perspectivas de la democracia, o a un
simple enfoque de contingencia, que produce interpretaciones de-
masiado voluntariosas.”

174
Elementos de Ciencia Política

Por su parte, Samuel Huntington brindó recientemente otro importante


aporte al estudio de las democratizaciones, siguiendo ciertos parámetros afi-
nes a los expuestos por Karl pero con mayor desarrollo y despliegue históri-
co-conceptual. Para este autor, la democracia debe ser conceptualizada so-
bre la base de sus atributos institucionales, en razón de lo cual adhiere a la
definición schumpeteriana, esto es, a “una definición basada en procedimien-
tos”. De ese modo, conceptualiza a la democracia como un sistema basado
en “la selección de líderes” mediante “elecciones competitivas por parte de las
personas gobernadas por ellos”, para lo que deben existir condiciones civiles
y políticas que permitan la “competencia y participación” de los ciudadanos
en los asuntos políticos. Se trata, en su opinión, de una definición mínima
indispensable que, en cuanto tal, sólo se refiere al carácter institucional del
régimen pero no a sus condiciones de estabilidad, durabilidad, eficiencia en
la resolución de problemas básicos ni a su amplitud.
También considera –al igual que Karl– que el papel del liderazgo político y
de la capacidad de la dirigencia política es central para la institucionalización
de la democracia, importancia que se extiende desde la etapa transicional
hasta el período posterior a la misma. Pero, de igual forma, sostiene que el
comportamiento y proyección del liderazgo político durante las democratiza-
ciones se halla condicionado por los “factores contextuales” de carácter so-
cial, económico, cultural y político que conforman los escenarios históricos
de esos procesos:

“Myron Weiner llega a la conclusión de que, para explicar la demo-


cratización, se deberían observar ‘las estrategias disponibles para
aquéllos que aspiran a una revolución democrática’. Esta adver-
tencia ilumina adecuadamente el papel crucial del liderazgo polí-
tico y de la capacidad política en la obtención de la democracia.
Sin embargo, no debería conducir a dejar de lado totalmente los
factores generales, contextuales, sociales, económicos y cultura-
les al explicar el desarrollo de la democracia. Existe una cadena
de causas o un embudo (elija su metáfora), y operan todos los fac-
tores (internacionales, sociales, económicos, culturales), principal-
mente los políticos, a menudo de manera conflictiva, y otras veces
para facilitar la creación de la democracia o sostener el autorita-
rismo.”
(Huntington, 1994)

Así, la experiencia democrática previa, el éxito o fracaso del gobierno auto-


ritario anterior, el tipo de transición desarrollada –consensuada o por ruptu-
ra–, el contexto internacional, la naturaleza de las instituciones y de la legali-
dad democrática establecida y la eficacia de los nuevos gobiernos democráti-
cos en la resolución de problemas importantes, configuran factores políticos
que, según Huntington, operan decisivamente sobre la emergencia y consoli-
dación de la democracia. Sin embargo, también entiende como decisivas pa-
ra las democratizaciones las consecuencias y los condicionamientos que de-
rivan tanto de los valores y creencias culturales, de las actitudes y modelos
de conducta como del nivel de desarrollo económico y social de los países en
cuestión. He aquí, pues, un punto central del planteo analizado. En su inter-
pretación, la capacidad de la dirigencia política democrática y las condiciones

175
Universidad Virtual de Quilmes

contextuales constituyen las instancias determinantes y condicionantes res-


pectivamente de la emergencia y desarrollo de la democracia:

“La aparición de condiciones sociales, económicas y externas fa-


vorables a la democracia nunca es suficiente para poder producir-
la. Cualesquiera que sean los motivos, algunos políticos tienen
que querer que suceda, o tener ganas de dar los pasos necesa-
rios para conseguirla, como una liberalización parcial. Los líderes
políticos no pueden mediante el deseo y la voluntad crear una de-
mocracia si las condiciones están ausentes.”

Es decir, la existencia de condiciones contextuales favorables contribuyen


y apuntalan positivamente tanto la emergencia e instauración de la democra-
cia como su consolidación, pero solamente la mediación y articulación de la
clase política constituye, en medio de las circunstancias delineadas por
aquellas condiciones, la instancia de producción de la democracia:

“Son muchos los factores que podrían tener influencia en la con-


solidación de la democracia en los países de la tercera ola, y su
importancia relativa no está del todo clara. Sin embargo, parece
muy probable que el hecho de que la democracia se tambalee o
se mantenga dependerá principalmente de hasta qué punto los lí-
deres políticos quieran mantenerla, y estén dispuestos a pagar los
costos de esta actitud en vez de dar prioridad a otros objetivos.”

Si bien la significación y la incidencia que Huntington le adjudica al lide-


razgo de la clase política en la construcción de la democracia es mayor que
el que le atribuye a las condiciones situacionales, el peso de uno y otro de
estos factores sobre la democratización es central y su magnitud depende
de las circunstancias políticas y sociales en la que esos procesos se desen-
vuelven históricamente. Vale decir que, en un sentido general y según las cir-
cunstancias históricas, las posibilidades para que la democracia pueda de-
sarrollarse plenamente resultan tanto del desarrollo económico, por un lado,
como del liderazgo político, por el otro. El papel del liderazgo político cierta-
mente configura el factor determinante sin el cual no hay democracia, pero
este elemento no deriva apenas y exclusivamente de la capacidad y habili-
dad de dicho liderazgo o de la racionalidad de los actores políticos relevan-
tes, como han sostenido algunos de los más importantes exponentes de la
primera generación de estudios de la transición, sino que, además de ello,
se halla históricamente condicionado por los factores situacionales de tipo
político, social, económico y cultural:

“El desarrollo económico hace posible la democracia; el liderazgo


político, la hace real. Para que las democracias lleguen a serlo, las
elites políticas del futuro tendrán que creer mínimamente que la
democracia es al menos la forma de gobierno menos mala para
sus sociedades y para ellos mismos [...]. La democracia se difun-
dirá en el mundo en la medida en que los que detentan el poder
en cada país quieran que se difundan [...]. La historia [...] no se

176
Elementos de Ciencia Política

mueve en línea recta, pero cuando líderes hábiles y decididos la


empujan, siempre se mueven.”

En suma, ambos autores parecen indicar que, en la medida en que el


proceso democrático es el resultado de una combinación de circunstancias
y causas que varían de caso en caso y de etapa en etapa histórica, desde
el punto de vista teórico y analítico, no resulta suficiente la consideración y
el abordaje de un sólo factor para explicar el desarrollo de dicho proceso
–ya sea en varios países o en un solo país–, sino que se precisa de un en-
foque más global y abarcativo. Tanto Karl como Huntington parten de defi-
niciones procedimentales de la democracia y reconocen la centralidad del
liderazgo político y de las interacciones políticas de los actores relevantes
en la instauración y consolidación democrática. Pero, a diferencia de los pri-
meros aportes de la teoría de la transición, desarrollan una reformulación
teórica y analítica asentada en la consideración de que en los procesos de
democratización, la proyección y acciones de los actores están condiciona-
das –de algún modo y en determinado grado– por los factores situaciona-
les. En consecuencia, los márgenes de proyección de los actores políticos
y las condiciones sociales, económicas y culturales son abordados por es-
tos autores como instancias interrelacionadas y mutuamente condiciona-
das, estableciendo, así, un enfoque más integral que aquél en el que la de-
mocracia y el proceso democrático eran comprendidos y explicados casi ex-
clusivamente a partir de las normas procedimentales y/o del comporta-
miento de los actores relevantes, lo que supone, en definitiva, un esfuerzo
positivo en favor de superar la impronta institucionalista que caracterizó a
aquellas perspectivas.

• A partir de las diferentes conceptualizaciones sobre


la democracia y los procesos de democratización inten-
taremos realizar una serie de análisis sobre la realidad
político-social argentina. Para ello haremos las si-
guientes actividades:
1) Realice un cuadro sinóptico con las principales ca-
racterísticas de los modelos históricos de democracia.
2) A partir del cuadro anterior, clasifique el tipo de ré-
gimen político existente en la Argentina a partir de
1983. Justifique su clasificación.
3) Tomando las conceptualizaciones de Held, Castoria-
dis y Touraine sobre la democracia: ¿Cómo clasificaría
a la democracia argentina? ¿Qué atributos señalados
por estos autores están presentes y cuáles no?
4) Clasifique tres democracias del mundo teniendo en
cuenta los atributos de los estudios de la primera ge-
neración. Vuelva a clasificar estos regímenes a partir
de los atributos de los estudios de segunda generación.
¿Dónde encuentra la diferencia? ¿De qué manera es-
tán incluidos factores sociales en uno y otro modelo?
5) Analice la democracia argentina teniendo en cuenta
tanto los atributos constitutivos y las condiciones de
aplicación de la misma. ¿Qué relación se da entre los
mismos? Justifique y ejemplifique su respuesta.

177
Universidad Virtual de Quilmes

Held, David, La democracia y el orden global. Del esta-


do moderno al gobierno cosmopolita, Paidós, Buenos
Aires, 1998, parte III.

Held, David, Modelos de democracia, Alianza Editorial,


Madrid, 1993, parte I.

Morlino, Leonardo, “Las democracias”, en: Pasquino,


Gianfranco y otros, Manual de ciencia política, Alianza
Editorial, Madrid, 1995.

Touraine, Alain, ¿Qué es la democracia?, Fondo de


Cultura Económica, Buenos Aires, 1995, parte I.

178
6

Sociedad y política en las nuevas democracias


latinoamericanas

Tal como vimos en la unidad anterior, durante la década pasada, en el me-


dio académico predominó una interpretación del fenómeno democrático en
cuyo marco se asimiló la democracia a un gobierno poliárquicamente electo
y se interpretó a la democratización como un proceso de instauración y redi-
seño institucional de un régimen formalmente democrático. Asimismo, este
clima interpretativo y conceptual estuvo acompañado de un optimismo moral
que se tradujo en la ingenuidad analítica y política de creer que la mera im-
plantación de un régimen formalmente democrático era la antesala necesa-
ria y suficiente para garantizar formas abarcativas de estabilidad institucio-
nal, desarrollo económico e integración social.
A contramarcha de esos románticos augurios, en la Argentina y en otros
países de la región, las nuevas democracias se fueron afianzando institucio-
nalmente en contextos caracterizados por extensos desajustes económicos,
acuciantes procesos de desintegración y exclusión social, marcadas tenden-
cias de fragmentación cultural y profundas crisis de legitimidad y representa-
ción política. Quedó, así, evidenciado que, como lo señala Elizabeth Jelin, “la
democratización política no produce automáticamente un fortalecimiento de la
sociedad civil, una cultura de la ciudadanía y un sentido de responsabilidad so-
cial”. Es decir, la instauración de estas democracias no tuvo como resultado
inmediato el crecimiento económico, la distribución equitativa de riquezas, el
establecimiento de formas más amplias de participación política o de bienes-
tar general desde el punto de vista social, pese a lo cual han conseguido per-
petuarse institucionalmente.
Estas condiciones, además de poner en evidencia las limitaciones heurís-
ticas e interpretativas de aquellas visiones, permitieron apreciar que las nor-
mas y procedimientos de la democracia, aún teniendo plena vigencia y sien-
do aceptadas colectivamente, no generan por sí mismas las condiciones po-
líticas, sociales, económicas y culturales apropiadas para la consolidación in-
tegral de la democracia. Según ya se observó, ésta no se restringe exclusi-
vamente a la vigencia y regularización institucional de elecciones libres ba-
sadas en el sufragio universal como medio específico para la designación de
las autoridades gubernamentales, sino que también supone, con igual peso,
el ejercicio pleno de la ciudadanía con relación a los derechos y libertades
civiles, políticas y sociales modernos, vale decir, una ciudadanía asentada
sobre la base de la participación político-social autónoma de los ciudadanos
en el proceso de gobierno y en los asuntos colectivos. Ahora bien, la efecti-
vización de estos atributos implica el desarrollo de ciertas condiciones polí-
tico-sociales de aplicación, tales como la existencia de un Estado con capa-
cidad para garantizar los derechos y libertades civiles, políticas y sociales a
lo largo de todo su territorio y de toda la sociedad, así como la vigencia de
condiciones sociales, económicas y culturales que, de alguna manera, no

179
Universidad Virtual de Quilmes

obstruyan y/o permitan la concreción de la democracia política, del ejercicio


de la ciudadanía y de la participación política autónoma.
De este modo, toda democratización constituye un proceso de construc-
ción social y de institucionalización política perfilado hacia un horizonte que
implica mucho más que la instauración y/o rediseño de un conjunto de re-
glas de procedimientos. Si bien es incierto –sino imposible– el funcionamien-
to pleno de la democracia sin las regulaciones institucionales típicas del Es-
tado liberal de derecho, también es cierto que dicha condición institucional
configura una instancia insuficiente para el desarrollo integral del proceso
democrático. El eje fundante del sistema democrático pasa, en verdad, por
la relación articulada entre los actores sociales y el Estado, al mismo tiem-
po que el individuo se convierte en agente histórico a través del ejercicio ple-
no de la ciudadanía y de la intervención permanente en la vida comunitaria.

“Una cosa es la democracia como sistema normativo de organización


y legitimación del poder político, y otra cosa el abigarrado campo de las
dinámicas, interacciones y constricciones en que se deciden (o no se deci-
den) las políticas democráticas. La política democrática tiene que ver no
sólo con quien y cómo se decide, sino igualmente con la forma en que es-
tá organizada determinada sociedad y la forma con que concebimos y per-
cibimos la intervención política en la vida social. Es decir, no podemos
analizar los problemas y desafíos de una política democrática en nuestros
países sin tener en cuenta las condiciones sociales e históricas en las cua-
les tiene lugar.”
Lechner, Norbert, “¿Porqué la política ya no es lo que fue?”, en: re-
vista Leviatán, Madrid, nro.63, primavera de 1996, pp. 63 y 64.

Ahora bien, ¿Cuáles son las “condiciones de aplicación” de las nuevas de-
mocracias en América Latina?; ¿Qué tipo de democracia se está configuran-
do en el marco de un contexto signado por la vigencia formal de un conjun-
to de derechos civiles, políticos y sociales y la ausencia de las condiciones
políticas y sociales necesarias para efectivizar dichos derechos?. O, más pre-
cisamente, y tal como se interroga Sergio Zermeño: “¿Cómo se mantiene un
orden basado en una democracia política cuando la creciente desigualdad nos
aleja de la democracia social?”.( Zermeño, 1996)

6.1. La situación social en América Latina

La profunda crisis económica latinoamericana y sus consecuencias socia-


les han dado lugar, a lo largo de las dos últimas décadas, a una dinámica de
“desorden social”. Dicha dinámica ha derivado de una serie de procesos ge-
nerales, como la desarticulación de la estructura productiva –particularmen-
te, de la estructura industrial–, la recurrente salida de capitales y la fuga de
inversores extranjeros, la brusca caída de la inversión productiva, la maciza
transferencia de capitales hacia los bancos acreedores vía pago de la deuda
externa y los permanentes procesos de inflación e hiperinflación, entre otros
factores. En un plano macrosocial, se trató de una marcada desagregación y
fragmentación socioeconómica resultante, por un lado, del agotamiento y
fractura del antiguo régimen social de acumulación industrialista-sustitutivo

180
Elementos de Ciencia Política

y Estado-centrista y, por el otro, de los impactos sociales provocados por las


políticas económicas de ajuste implementadas casi unánimemente en la re-
gión durante estos años.
En la edición del informe Panorama Social de América Latina correspon-
diente al año 1997, la CEPAL sostiene que “uno de los objetivos perseguidos
mediante la apertura comercial, las privatizaciones y la desregulación de los
mercados ha sido modificar la asignación de los recursos productivos, median-
te un uso más eficiente” y que se esperaba que dichas reformas “impulsarían
a corto y mediano plazo fuertes aumentos de la productividad, que dinamiza-
rían la economía en su conjunto”. En ese marco, “los sectores más beneficia-
dos por las reformas generarían un dinamismo suficiente como para absorber,
directa o indirectamente, el desempleo inicial”. Seguidamente, el informe in-
dica que “tales expectativas sólo se han cumplido muy parcialmente”. En efec-
to, durante el trienio 1995-97, las tasas de crecimiento económico de estos
países oscilaron apenas entre el 3% y 3,5%, lo que significó un notable des-
censo, si se tiene en cuenta que en el bienio 1994-95 dicha tasa había au-
mentado a un ritmo del 5%, y más aún según los casos. A su vez, durante
aquel período, se ha producido un vertiginoso aumento del desempleo abier-
to y del subempleo, así como también una acentuada disminución de los in-
gresos medios y del salario real, tanto de las capas medias como de los sec-
tores populares ocupados, y un paulatino deterioro de las condiciones labo-
rales como consecuencia del crecimiento del trabajo en negro, de los secto-
res informales y de la precariedad e inestabilidad en el trabajo.
Según Bustelo y Minujín, el optimismo que acompañó la relativa reactiva-
ción económica producida a comienzo de los ‘90 en algunos países latinoa-
mericanos se fue diluyendo rápidamente cuando se observó que dicha reac-
tivación tuvo un efecto nulo y hasta negativo en la generación de empleo y
en la redistribución del ingreso. Las tendencias en el empleo, desenvueltas
desde comienzos de los ’80, se fueron profundizando al compás de las polí-
ticas de ajuste implementadas durante la última década. Dichas tendencias
han supuesto (i) la profundización de la diferenciación del sector de empleo
de alta productividad, compuesto por asalariados con calificación profesional
y técnica, con relación al resto de los asalariados no calificados; (ii) la am-
pliación de la brecha salarial entre estos sectores y la agudización de la con-
centración de ingresos entre los sectores orientados al sector externo o in-
sertados en algún nicho de alta productividad, respecto de otros sectores de
la economía; (iii) la disminución del empleo público y de los salarios reales
en este sector, respecto del empleo correspondiente al sector privado; (iv) la
expansión del empleo de baja productividad e y del empleo informal; y (v) el
incremento del desempleo, en particular el de los jóvenes y jefes de hogar
(Bustelo, 1997).
Pues bien, en el informe de la CEPAL se sostiene que la Argentina es el
país que mejor ilustra los efectos sociales –particularmente, en lo relativo a
las condiciones laborales– que generaron las reformas macroeconómicas e
institucionales recientemente implementadas en la región. Hasta el año
1992, la Argentina había mantenido una tasa de desocupación urbana del
6% al 7% de la población económicamente activa. Entre mediados de 1992
y fines de 1994, pese al marcado crecimiento económico que experimentó
el país como resultado del programa de estabilización implementado desde
1991, el desempleo se duplicó, llegando al 12% de la población económica-
mente activa. Ello fue consecuencia de la reducción de la tasa de empleo, ya

181
Universidad Virtual de Quilmes

que la proporción de ocupados respecto de la población en general cayó, du-


rante ese período, del 37,4% al 35, 8%. Luego de la crisis financiera de
1995, la tasa de empleo se redujo más aún, llegando al 34%, al mismo tiem-
po que la tasa de actividad económica siguió creciendo, lo que provocó el in-
cremento de los niveles de desocupación, alcanzando el 18%. Desde enton-
ces, la atenuada recuperación económica observada a lo largo de 1996 y
1997 favoreció la creación de nuevos puestos de trabajo y ello supuso una
relativo descenso de desempleo, que llegó al 16%.
Debe destacarse, a su vez, que, al igual que en el resto de los países de
la región, en la Argentina, durante el trienio 1995-97, el subempleo y el por-
centaje de empleo asalariado no registrado aumentó sustantivamente, pa-
sando del 31% en 1994 al 38%. Asimismo, estos cambios en la estructura
de empleo son notorios cuando se advierte que, entre 1991 y 1997, el nivel
de ocupación de la población económicamente activa con enseñanza prima-
ria incompleta del Gran Buenos Aires ha disminuido en cerca del 30%, y con
primaria completa y secundaria incompleta, más del 6%. Como contrapunto
de ello, la ocupación de la población económicamente activa con secundaria
completa o universitaria incompleta aumentó en alrededor del 20%, mientras
que la que tiene educación superior o universitaria completa, dicho incremen-
to aumentó en un 30%, durante el mismo período. Ello indica que la crisis
económica afectó exclusivamente a la población con menor nivel educacio-
nal, lo que, además, se aprecia en el hecho de que el promedio general de
desempleo en 1997 era del 17%, mientras que para los grupos con menor
nivel de educación dicha proporción llegó al 20% y tan solo al 7% para los
que cuentan con educación universitaria.
Siguiendo con el informe de la CEPAL, éste indica que “la distribución de
ingresos predominante en los países latinoamericanos determina que la re-
gión sea considerada, en el ámbito mundial, como una de las más rezagadas
en términos de equidad”. Durante los años ‘90, en la región se ha mante-
nido o acentuado la alta concentración de la distribución de ingresos, lo
que coincide con una también alta concentración del capital educativo y del
patrimonio físico y financiero, así como con un marcado contraste entre ho-
gares pobres de gran tamaño y con baja proporción de miembros ocupados
y hogares de altos ingresos, tamaño reducido y con alta proporción de ocu-
pados. Esto indica que la relativa recuperación económica de los últimos
tiempos y, en muchos casos, las mejoras de los niveles de ocupación no
ha redundado en una distribución más equitativa del ingreso, proceso en
el que inciden una serie de “factores estructurales” de carácter educativo,
patrimonial, demográfico y ocupacional. En la mayoría de los países de la
región, entre el 30% y el 45% de los hogares configuran “hogares vulnera-
bles a la pobreza”. Dichos hogares están constituidos por cuatro miembros
o más y el número de años de estudio de su jefe y los ingresos provenien-
tes del patrimonio son iguales o inferiores a los respectivos valores prome-
dios del conjunto de hogares. En más del 95% de estos hogares, el ingre-
so per cápita es menor que el promedio y, en ellos, más del 80% de los jó-
venes entre 16 y 20 años de edad presenta rezago escolar o ha abando-
nado los estudios. A su vez, si sólo uno de sus miembros está ocupado,
la probabilidad de que el hogar se encuentre en situación de pobreza es
del 80%. Como contraste, el 10% del conjunto de los hogares concentran
el grueso del capital económico y educativo. Estos hogares están confor-
mados por cuatro miembros o menos, y el jefe es empleador, profesional o

182
Elementos de Ciencia Política

técnico con un nivel educacional que supera el promedio en dos años co-
mo mínimo y que cuentan con una proporción significativa de ingresos de-
rivados del patrimonio. En más del 70% de estos hogares, el ingreso per
cápita es superior al promedio y de los jóvenes entre 16 y 20 años de
edad, solamente menos del 40% presenta rezago escolar o ha abandona-
do los estudios. Dos tercios de estos hogares concentran los más altos in-
gresos de la región.
Pues bien, este cuadro enmarcó un sustantivo incremento de la pobreza
y un abarcativo proceso de empobrecimiento de vastos sectores populares y
medios de los países de la región. La magnitud de la pobreza y de la paupe-
rización social en América Latina puede apreciarse observando que, en
1980, el 35% de los hogares latinoamericanos se encontraban bajo la línea
de pobreza. En 1986, dicho promedio era del 37%; en 1990, del 41%; y en
1994, del 39%. Análogamente, en 1980, un promedio del 15% de los hoga-
res latinoamericanos se encontraba bajo la línea de indigencia, mientras que
en 1986, dicho promedio pasó al 17%; en 1990, al 18%; y en 1994, volvió
al 17%. En 1994, el 10,2% de los hogares de zonas urbanas de la Argentina
eran indigentes y el 43,1% eran pobres. En 1993, el 38,7% de ese mismo ti-
po de hogar en el Brasil era indigente y el 39,4% era pobre. En 1994, esos
porcentajes equivalían para el México el 29% y el 47% respectivamente; pa-
ra Honduras, el 69,6% y el 24,7%; y para Venezuela, el 40,9% y el 44,7%.
Por cierto, en cada uno de los países de la región, las tendencias señala-
das se fueron desarrollando según diferentes grados de magnitud y exten-
sión y con características distinguibles acorde a las particularidades nacio-
nales o regionales. Sin embargo, un rasgo común estuvo dado por el hecho
de haber alcanzando con particular intensidad tanto a los sectores pertene-
cientes a las capas bajas como a los estratos medios de la sociedad. Es de-
cir, tal tendencia no se limitó apenas a la profundización del empobrecimien-
to de los sectores populares, sino que se trató de un proceso más abarcati-
vo que también comprendió la pauperización de los sectores medios y que
supuso el surgimiento de nuevas formas de pobreza y de exclusión social cu-
yas características y consecuencias son diferentes de aquéllas que se co-
rrespondían con el modelo sustitutivo precedente.
Para Bustelo y Minujín, como consecuencia de estos procesos, la estruc-
tura social se ha “complejizado y heterogeneizado”. El significativo aumento
de la concentración económica entre los estratos más altos de la sociedad
ha generado que haya “ricos más ricos”, aunque, al mismo tiempo, una im-
portante porción de sectores medios se ha empobrecido, conformando am-
plias camadas de “nuevos pobres” que se sumaron a los “pobres históricos”.
Asimismo, una sustantiva parte de los sectores pobres y medios –conforma-
dos, particularmente, por trabajadores semicalificados y no calificados y tra-
bajadores del sector público– se encuentran en “situación de vulnerabilidad”,
esto es, “en situación de poca estabilidad y con tendencia a caer en la zona
de exclusión”, mientras que una significativa porción de los sectores trabaja-
dores pobres –generalmente, trabajadores no calificados vinculados a em-
presas de baja productividad o trabajadores “cuentapropistas no calificados”–
se encuentran en “situación de exclusión”, es decir, con ingresos escasos y
excluidos de todo tipo de cobertura de salud, educación y seguridad social.
En definitiva, esta descripción general nos permite apreciar que los paí-
ses de la región han atravesado por profundos cambios económicos y socia-
les. Ellos han implicado la configuración de nuevas tendencias demográficas

183
Universidad Virtual de Quilmes

y ocupacionales, en cuyo marco se han mantenido o han aumentado los ni-


veles de desocupación y subocupación, se ha precarizado el empleo, se ha
ampliado la brecha educativa, patrimonial y de ingresos existente entre ricos
y pobres y, en suma, se ha incrementado el nivel general de pobreza. No de-
be perderse de vista que estos procesos han sido el corolario de dos déca-
das continuadas de profunda recesión económica y deterioro de la situación
social, redundando todo ello en un crecimiento sustantivo de la exclusión y
de la marginalidad social, pero también política de gran parte de la población
de nuestros países y el consecuente deterioro de la democracia instaurada
algunos años antes.

“La pobreza está relacionada con la negación de derechos funda-


mentales, en tanto los pobres están marginado y no tienen la capacidad
de luchas por sí mismos. A diferencia de los trabajadores en Occidente,
que pudieron conquistar sus derechos básicos mediante la lucha y la or-
ganización, en la coyuntura actual de recesión e injusticia, los que vi-
ven en los márgenes del sistema carecen de poder y no tienen capaci-
dad de hacerse escuchar [...]. En resumen, el crecimiento económico es
imperativo para la estabilización de las nuevas democracias. Sin embar-
go, el crecimiento solo no alcanza. Se debe prestar más atención a la
distribución de los recursos y del crecimiento económico, y a la necesi-
dad de producir cambios profundos en la estructura socioeconómica y
en el sistema político. Sin un esfuerzo sostenido del Estado y de todos
los sectores de la población para eliminar las peores formas de miseria
humana, el fin del autoritarismo y la existencia de instituciones demo-
cráticas no podrán por sí mismos garantizar los derechos económicos y
sociales de los pobres.”
Pinheiro, Paulo Sergio, Poppovik, Malak y Kahn, Tulio, Poverty, margina-
lization, violence and the realization of de human rigths, São Paulo, mimeo,
1993 (citado en Jelin, Elizabeth, “¿Ciudadanía emergente...”, op.cit., p.92).

Vayamos al análisis de estos importantes aspectos de la vida social y po-


lítica de los países de la región.
Uno de los rasgos más llamativo del escenario político-social latinoameri-
cano de los ’90 lo constituye el abarcativo proceso de desintegración social
producido en vastos sectores de las respectivas comunidades nacionales,
proceso que ha englobado y expresado diferentes modalidades de disolución
de la cohesión social, de ruptura y fragmentación cultural, de desarticulación
Lectura
recomendada de las identidades e instituciones intermedias, de segmentación organizacio-
Zermeño, Sergio, “El regre- nal, de repliegue a la esfera individual o a grupos primarios, de violencia de-
so del líder: crisis, neolibe-
ralismo y desorden”, en:
sorganizada, de protestas acotadas, de adecuación individualista y de ano-
Revista Mexicana de Socio- mia defensiva.
logía, México, nro.4, octu- Ello produjo una creciente diferenciación social a partir de una dualidad
bre-diciembre de 1989; Ti-
roni, Eugenio, “Para una enmarcada por la marginación de aquellos grupos y sectores socialmente ex-
sociología de la decaden- cluidos y no organizados. A diferencia de la dinámica social que se estructu-
cia”, en: revista Proposicio-
nes, Santiago de Chile,
ró en torno de la relación clasista entre capitalistas y asalariados típica del
nro.12, 1986; Tironi, Euge- modo de producción y del régimen social basados en la industrialización, en
nio, “Crisis, desintegración estos nuevos escenarios sociales los llamados excluidos, lejos de proyectar-
y modernización”, en: re-
vista Proposiciones, Santia- se colectivamente en sentido ofensivo o rupturista contra el orden imperan-
go de Chile, nro.18, 1990. te, han comenzado a reclamar participación en él dentro del marco de lo que
se denominó un “anhelo de integración”.

184
Elementos de Ciencia Política

“Ya no se trata de la contradicción sociedad tradicional-sociedad mo-


derna, capital-proletariado, o liberación o dependencia, sino la de inclui-
dos-excluidos. Un conflicto que más que expresarse en acción colectiva
ofensiva contra el sistema pasa a constituirse en la búsqueda de inclusión
en éste. Un conflicto que no permite constituir áreas de solidaridad auto-
máticas entre todos los afectados y que se compone de una serie de gru-
pos relativamente pequeños y de categorías rápidamente cambiantes.”
García Delgado, Daniel, Estado & Sociedad. La nueva relación a
partir del cambio estructural, Buenos Aires, FLACSO-Tesis Grupo Edi-
torial Norma, 1994, p. 186.

En estos espacios emergentes se dieron dos tendencias que necesaria-


mente deben tenerse en cuenta para poder apreciar algunas de las nuevas
condiciones sociales de las nuevas democracias en nuestros países. Por un
lado, se observó un proceso de desarticulación (debilitamiento y/o fragmen-
tación) de las identidades colectivas típicas de la sociedad precedente y de las
bases organizacionales de los grupos y espacios tradicionales de intermedia-
ción, fenómeno que englobó tanto el debilitamiento de los órganos e institu-
ciones tradicionales de mediación –tales como los partidos políticos y los
sindicatos– como la paulatina fragmentación y desarticulación de movimien-
tos sociales surgidos durante la década pasada –organizaciones sociales y
políticas con cierta institucionalización tales como confederaciones agrarias,
organizaciones vecinales, comunidades religiosas, organismos políticos, sec-
toriales, etc–. De este modo, se fue configurando un escenario social signa-
do por lo que Zermeño llamó “debilitamiento de lo público”:

“No son pues los movimientos y luchas sociales, los órdenes co-
munitarios o asociativos, y tampoco el sistema político en sus ma-
nifestaciones partidistas, parlamentarias, frentistas o sindicales,
las esferas de expresión sociopolítica privilegiadas en este pano-
rama desordenado: ellos son más bien los grandes perdedores.”
(Zermeño, 1994)

Por otro lado, en un marco de ruptura de los mecanismos y modos de ac-


ción colectiva que caracterizaron la sociedad anterior, se desarrolló un proce-
so de retracción y desarticulación de las formas tradicionales de acción y de
conflictividad política y social, dando lugar a modalidades parciales, inmedia-
tas y fragmentadas de acción sectorial y a una conflictividad no vinculada a
la cuestión nacional o a la dualidad clasista, sino más bien expresiva de de-
mandas sociales concretas, parciales y no agregadas. Este proceso no sólo
derivó de la imposición de nuevos patrones culturales más pragmáticos e in-
dividualistas, sino también de las carencias de medios conceptuales, institu-
cionales, materiales y sociales necesarios para la articulación de un tipo de
intervención política organizada y durable.
Ambas tendencias se han inscripto en una profunda reformulación de las
relaciones entre el Estado y la sociedad, y han reforzado, junto a otros facto-
res que luego analizaremos, el debilitamiento y la licuación de los espacios
e instancias de intermediación social y de participación política. Pero este
proceso no respondió sólo a la desordenada dinámica social derivada de los

185
Universidad Virtual de Quilmes

impactos de la crisis económica, sino que fue –más recientemente– apunta-


lado por el impacto socialmente excluyente de las políticas macroeconómi-
cas de ajuste y reconversión productiva desarrolladas en el marco de una di-
námica estatal orientada a desalentar y/o desarticular la constitución de
identidades e instancias organizativas sociopolíticas concebidas como alter-
nativas u opuestas al modelo vigente. Además, en escenarios caracterizados
por la marginación de vastos sectores sociales como los mencionados, se
han impuesto condiciones conceptuales y organizacionales que imposibilita-
ron la agregación institucional de intereses de los sectores excluidos y que
obstaculizaron su constitución como actores políticos.

“La posición de los grupos marginales en la estructura socioeconómi-


ca vuelve difícil que ellos se constituyan en actores sociales tradicionales.
Este es un segmento compuesto por una infinidad de subsegmentos con
escasa unidad interna y casi sin interrelación recíproca. De allí entonces
que no sea posible identificar intereses comunes que puedan dar lugar a
una acción colectiva y a ser representados por una organización en órga-
nos institucionalizados de participación.”
Tironi, Eugenio y Lagos, Ricardo, “Actores sociales y ajuste estructural”,
en: Revista de la CEPAL, Santiago de Chile, nro.44, agosto de 1991, p. 52.

Así, en medio de estos procesos de desintegración, los actores individua-


les y grupales han tendido a buscar contención de manera defensiva en el
interior de los grupos primarios o comunitarios –la familia, el vecindario, la
feligresía y hasta el grupo delictivo–, reforzándose más aún la atomización
que produjo su aislamiento.
Ahora bien, si la posibilidad de que los diferentes sectores o grupos so-
ciales puedan agregar y representar autónomamente sus intereses frente a
otros sectores o grupos o frente al Estado implica que puedan constituirse
como actores sociales y políticos, esto es, que puedan autosustentar un cier-
to desarrollo organizacional y un proyecto de acción colectivo asentado en la
formulación manifiesta de esos intereses, en un contexto signado por la exis-
tencia de una sociedad altamente fragmentada y sin actores colectivos, tal
intermediación resulta incierta cuando no directamente imposible. Ello ocu-
rre, pues, con los excluidos, quienes, en estas condiciones, apenas pueden
llevar a cabo acciones de presión y formulación de demandas de carácter es-
porádicas y acotadas.

“Los excluidos (absolutos y relativos) [...] carecen de los instrumentos


expresivos necesarios para trascender su existencia como una agregación
de individuos. Su presencia, por sí misma, es más una realidad estadística
que una amenaza estructural al sistema social. No son portadores de nin-
gún proyecto social superador. Cuanto más, puede expresarse en formas
más o menos violentas pero discontinuas y ejercer una suerte de poder de
veto. Puede constituirse en freno u obstáculo, difícilmente tengan capaci-
dad de propuesta y construcción social.”
Tenti Fanfani, Emilio, “Cuestiones de exclusión social y política”,
en: Minujín, Alberto (Ed.), Desigualdad y exclusión, UNICEF/Losada,
Buenos Aires, 1993, p. 265.

186
Elementos de Ciencia Política

Así, bajo estas particularidades, se fue configurando una dinámica social


proclive, por el lado de los actores, a la “apelación al líder” –religioso o polí-
tico– como alternativa de adaptación individual y, por el lado de la mediación
entre el poder político y la sociedad, a la consideración del Estado como ac-
tor determinante de la intercesión entre la política y lo social y como instan-
cia fundamental de sobrevivencia material y de referencia simbólica dentro
del conjunto social, lo que ciertamente fue apuntalado por la ausencia de
otros poderes sociales con capacidad para mediarlo, contenerlo o limitarlo.

“El aislamiento de los individuos y la segmentación de la sociedad en


grupos primarios obliga a que sea el Estado quien centralice las relaciones
sociales, en particular, concentrando en sus manos las comunicaciones y
las decisiones colectivas. En efecto, una sociedad carente de grupos secun-
darios, de asociaciones intermedias, o corporaciones, en los hechos dele-
ga su unidad a la institución estatal, a la vez que queda ésta inerme frente
a ella. En las condiciones de desintegración, en efecto, el Estado queda li-
bre para manipular a la población, pues no hay un poder social que lo li-
mite, controle o amenace. Todavía más: la lógica de la acción estatal esta-
rá dirigida a ganar mayor centralidad y autonomía, profundizando la ato-
mización y segmentación de la sociedad; y el hecho de que el Estado mul-
tiplique su intervención en la sociedad incentiva aún más el refugio de los
individuos en los grupos primarios, pues la introversión comunitaria, si
bien priva la participación, permite al individuo resistir, en parte, el impe-
rialismo estatal.”
(Tironi, 1991)

En definitiva y tal como se señaló, este escenario conllevó una transfor-


mación profunda de las modalidades tradicionales de articulación de intere-
ses y, por ende, de la relación establecida entre el Estado y la sociedad.

6.2. La transformación del escenario político

La paulatina centralidad que el Estado fue ocupando en la intermediación


entre los poderes públicos y la sociedad, fue contorneada por un proceso de
tres caras: la progresiva desarticulación de las organizaciones sindicales; la
emergencia de nuevos movimientos sociales como actores relevantes, pero
acotados y altamente descentralizados en la articulación de reclamos e inte-
reses sectoriales; y la pérdida de legitimidad de los partidos políticos y de la
política misma como instancias privilegiadas para la canalización de las prin-
cipales demandas sociopolíticas. Todo ello significó, en definitiva, una pro-
funda crisis de intermediación y representación político-social.
La desindustrialización, la drástica transferencia de ingresos desde los
asalariados hacia los sectores capitalistas y la caída de la producción en ge-
neral, configuraron factores que, sumados a los cambios producidos en las re-
laciones laborales –precarización del empleo, flexbilización laboral, nuevas for-
mas de contratación y de ocupación como el cuentapropismo, el pluriempleo,
el empleo temporal permanente, etc.– y al repliegue del Estado como instan-
cia regulatoria de esas relaciones en favor de la protección del trabajo, dieron
lugar al debilitamiento y/o desarticulación de las organizaciones sindicales. Al

187
Universidad Virtual de Quilmes

mismo tiempo, ello impuso un tipo de conflictividad laboral sustantivamente


más restringido e inmediato en cuanto a las demandas en juego, más diver-
sificado en cuanto al sustento organizacional y más limitado en cuanto a la
proyección político-sindical. Por cierto, las estrategias gubernamentales de
cooptación de dirigentes y organizaciones sindicales y las propias limitaciones
teórico-políticas de esa dirigencia –falta de perspectiva para diagnosticar los
procesos de cambio en la producción y en las relaciones de trabajo, ausencia
de contrapropuestas frente a las alternativas de reconversión antilaborales,
falta de proyección respecto a los consumidores y a los medios de comunica-
ción social, etc.–, también contribuyeron decisivamente con la crisis del sindi-
calismo.
Por su parte, como correlato de la restricción de las demandas y conflic-
tos estructurados en torno del movimiento obrero y la consecuente pérdida
de centralidad conflictual de las luchas salariales vinculadas a la relación tra-
bajo-capital típicas de la sociedad precedente, comenzó a expresarse un con-
junto de demandas sociales descentradas y no siempre ligadas a las dispu-
tas clasistas de carácter económico, proceso que enmarcó la emergencia de
los llamados nuevos movimientos sociales. Ello supuso el surgimiento de un
espacio signado por la heterogeneidad y la descentralización de lo social en
el que la expresión de una multiplicidad de organizaciones, grupos y asocia-
ciones sociopolíticas no gubernamentales y la aparición de nuevas modalida-
des de articulación de intereses y de intermediación, se produjo en un ámbi-
to que no estuvo determinado como en otrora por un centro de gravitación
conflictual predominante o básico. Se trató de un espacio atravesado por un
entrecruzamiento ilimitado de demandas descentradas y de conflictos acota-
dos y casi siempre desconectados entre sí.
Esto, sumado a la parcialización de las demandas y ejes temáticos de es-
tos nuevos movimientos, a su alto nivel de fragmentación y diversificación or-
ganizacional y cultural, a las limitaciones de su lógica agregativa y de articu-
lación política de intereses –cuando no a la proclamación de una postura ex-
plícitamente antipolítica– y a la falta de una perspectiva político-social global
frente a las otras instancias de intermediación y frente al Estado, dieron
cuenta del bajo grado de institucionalización que poseían esos movimientos
sociales como canales de mediación y articulación de demandas y que, en
consecuencia, imposibilitaron su posicionamiento y proyección como actores
centrales en el proceso de democratización.
Un rasgo particular y al mismo tiempo trascendente de este proceso lo
configuró el surgimiento de nuevos tipos de conflictos distintos de aquellos
derivados de las desigualdades en la distribución del producto social entre
las clases sociales o entre sectores o regiones económicas, y que resulta-
ron de clivages transversales estructurados alrededor de diferencias y pugnas
étnicas, raciales, religiosas, de género, de lengua, etc. Para Hirschman, mien-
tras los primeros –a los que calificó de “conflictos más-o-menos”– son divisi-
bles en términos de magnitud y, por ende, son intrínsecamente más fáciles
de resolver por la vía de la negociación, los segundos –a los que llamó “con-
flictos de carácter o/o”– configuran pugnas no-divisibles en magnitudes y, por
esa razón, son de difícil resolución por el camino de la negociación, a no ser
que uno de los grupos sea eliminado o que se imponga un acuerdo de tole-
rancia. (Hirschman, 1995)
De este modo, la complejidad de lo social se profundizó al ponerse en
evidencia la inviabilidad de los mecanismos tradicionales de resolución de

188
Elementos de Ciencia Política

conflictos negociables de tipo más-o-menos para hacer frente a los nuevos


tipos de conflictos que guardan la apariencia de mayor volatilidad, violencia
e incontinencia. Así, a la heterogeneidad y fragmentación de lo social deri-
vada de las transformaciones en curso, se sumó un mayor nivel de comple-
jidad cualitativa derivada de la emergencia de modalidades novedosas de
antagonismos mutuamente excluyentes.
A su vez, también debe tenerse en cuenta que las políticas de ajuste es-
tructural y reforma económica llevadas a cabo en nuestros países otorgaron
nuevos impulsos y reforzaron la ya creciente consolidación de los grandes gru-
pos económicos locales y transnacionales como sectores económicos y so-
cialmente dominantes. En efecto, las reformas económicas basadas en polí-
ticas de privatizaciones, desregulación y apertura de la economía, han benefi-
ciado la concentración económica –compra de firmas del mismo sector o ra-
ma económica– en favor de estos grupos, al mismo tiempo que dieron lugar
a un mayor grado de integración vertical y horizontal –compra de empresas
vinculadas a las del grupo– y a un mayor nivel de diversificación –compra de
empresas de otros rubros o actividades económicas– de los mismos. Es de-
cir, el crecimiento y fortalecimiento de esos grandes conglomerados empresa-
riales, producido a lo largo de las últimas décadas a través de la transferen-
cia de recursos públicos por vía de prebendas y subsidios otorgados por el Es-
tado –promoción industrial, aprovisionamiento de bienes y servicios al Esta-
do, capitalización de deuda externa–, fue recientemente apuntalado mediante
los procesos de privatización de las empresas estatales que tuvo a esos mis-
mos grupos –extranjeros y locales– como principales beneficiarios.
Por lo tanto, el tipo de reorganización económica y social aún en desarro-
llo, al mismo tiempo que debilitó al sindicalismo también fortaleció económi-
camente a las fracciones más concentradas del empresariado y, en conse-
cuencia, creó condiciones propicias para la proyección política de este sec-
tor sobre el núcleo decisorio del Estado. Lo destacable en cuanto a la vincu-
lación de estas fracciones empresariales con el poder público es que, a par-
tir de estos procesos, la capacidad de “penetración” del Estado por parte de
esos grupos también se reforzó y adquirió nuevas orientaciones, favorecien-
do un tipo de mediación privilegiada entre burocracia pública y sectores do-
minantes a través de lo que en otra época el Fernando Henrique Cardoso de-
nominó “anillos burocráticos”, para indicar un tipo de modalidad “privada” de
articulación de intereses por la cual los grupos abordan, presentan y nego-
cian/colocan/imponen sus requerimientos e intereses en el proceso deciso-
rio estatal, pero ubicados dentro del Estado. (Cardoso, 1993)
Por su parte, las acciones colectivas de los actores partidarios y sociales,
además de haber guardado una impronta espacial y temporalmente limitada
y fragmentada, se proyectaron en un contexto de subordinación clientelística
en favor de los aparatos estatales y de las dirigencias políticas vinculadas a
ellos, en el marco de un proceso de manipulación y cooptación, ya sea direc-
ta o soterrada. Cuando las demandas socioeconómicas y culturales conver-
gen con los actores y representantes políticos, dicha intersección es gene-
ralmente circunstancial y acotada. Ello permitió que las organizaciones polí-
ticas y partidarias, en procura de beneficios electorales inmediatos y cruza-
dos por una cultura política cortoplacista y pragmática, se distanciaran de las
demandas sociales, adquirieran amplios márgenes de autonomía respecto
de los actores y movimientos sociales y tomaran al Estado como principal re-
ferente material y simbólico.

189
Universidad Virtual de Quilmes

Todo esto, en suma, dio cuenta de un proceso dual signado –para decirlo
metafóricamente– por la desagregación de la base de la sociedad y la con-
centración de la cúspide de la misma, y, en su marco, por la paulatina desar-
ticulación de los mecanismos y formas previas de intermediación y represen-
tación política. Ya a comienzo de los ‘90, Fernando Calderón y Mario Dos
Santos advertían que ese escenario no sólo impedía desarrollar acciones co-
lectivas y estrategias perfiladas a producir cambios democratizantes, sino
que, al contrario, tendía a reproducir las condiciones de desintegración so-
cial y política.

“La creciente dificultad de los partidos para agregar las demandas y


contribuir a procesar el conflicto social (transgresión programática, extre-
mo pragmatismo de alianzas, accionar racionalizador de políticas no con-
sensuales, etc.) se suma a la pérdida de centralidad de los movimientos
sindicales en el sistema político, que les sustrae capacidad para incidir en
la regulación de los ingresos y en los distintos aspectos de la reestructura-
ción (innovación tecnológica y cambios en los procesos de trabajo). En el
caso de los movimientos sociales, su fraccionamiento y diferenciación,
profundizados a veces por las propias políticas estatales orientadas a ellos,
la acción colectiva tiende a oscilar entre el comunitarismo de base, el
clientelismo y la confrontación.”
Calderón, Fernando y Dos Santos, Mario, Hacia un nuevo orden es-
tatal en América Latina. Veinte tesis sociopolítica y un corolario, Fondo
de Cultura Económica, Santiago de Chile, 1991, p. 36.

Entretanto, este proceso se desenvolvió simultáneamente a un profundo


cambio en las expectativas e intereses colectivos, dado principalmente por
la primacía de las demandas de tipo socioeconómicas por sobre las de ca-
rácter político-institucional.

“Los cambios en las preferencias políticas se correspondieron con una


repentina pérdida de interés de la población por la consolidación institu-
cional y la democratización, urgida ahora por nuevos y alarmantes proble-
mas: todas las encuestas de la época registran que los temas político-ins-
titucionales (derechos humanos, democratización de la justicia, la educa-
ción y los sindicatos, reforma constitucional) fueron desplazados de la
atención de la opinión pública por problemas socioeconómicos (inflación,
bajos salarios, desocupación, etc.).”
Novaro, Marcos, “Crisis de representación, neopopulismo y consoli-
dación democrática”, en: revista Sociedad, Facultad de Ciencias Socia-
les, UBA, Buenos Aires, nro.6, abril de 1995, p. 99.

Pero la profundidad de la crisis económica y de las tendencias de desin-


tegración social ha dificultado –y hasta impedido– la posibilidad de satisfac-
ción de este conjunto de expectativas y demandas sociales, creando la sen-
sación de que el estancamiento y la caída de los niveles de vida era una ten-
dencia irreversible y reforzando la percepción colectiva de la ineficacia de la
dirigencia partidaria y de las instituciones políticas para hacer frente a esos
desafíos.

190
Elementos de Ciencia Política

La encuesta de opinión pública llevada a cabo en 1996 por Latino Baró-


metro –bajo el auspicio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarro-
llo– ha indicado que la cultura política emergente en los contextos de demo-
cratización analizados se asienta sobre un considerable apoyo a la democra-
cia, aunque también fue considerable la insatisfacción acerca de su funcio-
namiento. En efecto, excepto en Brasil, donde solamente el 49% de los en-
cuestados afirman que la democracia es mejor que otro tipo de régimen y só-
lo el 30,3% manifiesta estar muy y bastante satisfecho con la democracia,
en los restantes países una mayoría de la población expresa su compromi-
so con la misma. Por ejemplo, en Uruguay, el 78% de los encuestados está
comprometido con la democracia; en Bolivia, el 63%; en Perú y Venezuela, el
61%; en Colombia, el 60%; en Chile, el 54%; y en Ecuador y México, el 53%.
Asimismo, en Argentina, 34% de su población está satisfecho con la demo-
cracia, mientras que el 50% no está muy satisfecho y el 14% no está nada
satisfecho con la misma. En Bolivia, esa escala representa el 25, 58 y 17%,
respectivamente; en Brasil, el 20, 46 y 31%; en Colombia, el 16, 61 y 22%;
en Chile, el 27, 54 y 15%; en Ecuador, el 34, 54 y 16%; en México, el 11, 51
y 33%; en Perú, el 28, 53 y 12%; y en Venezuela, el 30, 41 y 27%.
Estas cifras expresan que, en la región, existe un elevado nivel de com-
promiso con la democracia entendida como el mejor tipo de régimen posible
y, al mismo tiempo, se plantea un elevado nivel de insatisfacción con el fun-
cionamiento de esa democracia. Los analistas Juan Linz, Seymour Lipset y
Amy Bunger Pool interpretan que los datos precedentes expresan que “la de-
mocracia parece haber ganado legitimidad, pero carece de eficacia”.
Si bien este panorama simbólico no supone necesariamente formas de
legitimación de un eventual colapso del sistema democrático ni implica un
aval a formas autoritarias de estructuración política, sí expresa una cierta for-
ma de descontento social hacia la política, que –juntamente con los otros fac-
tores analizados– se ha traducido inclusive en situaciones de desilusión, in-
diferencia y apatía política, cuando no de desconfianza, de descrédito y de Lectura
manifiesto rechazo hacia los partidos, las elecciones, las instituciones parla- recomendada
mentarias y la dirigencia política en general, de parte de vastos sectores de Paramio, Ludolfo, “Conso-
lidación democrática, desa-
la sociedad. fección política y neolibera-
Se trató de una crisis de la política caracterizada principalmente por la de- lismo”, en: Cuadernos del
CLAEH, Montevideo,
safección política e ideológico-cultural, la desmovilización sociopolítica y la nro.68, diciembre de 1993;
despolitización de los escenarios públicos, y que, al decir de Norbert Lech- García Delgado, Daniel,
ner, ha supuesto la pérdida de centralidad de la política cómo núcleo rector “Desilusión con la política
y crisis de representación”,
del desarrollo social. en: revista Hechos y dere-
Asimismo, en el marco de dicha crisis también se produjeron profundos chos, Buenos Aires, nro.2,
verano de 1995/96.
cambios en el contenido de la política. Como apropiadamente lo apunta el
mismo Lechner, en el marco de los procesos de desintegración y complejiza-
ción social experimentados en nuestros países, los individuos –y ciudada-
nos– viven en una situación de inseguridad recurrente y de incertidumbre per-
manente, en cuyo contexto se observó la aparición de dos tipos de deman-
das políticas predominantes, como la demanda de estabilidad y la demanda
de protección. La demanda de estabilidad responde a la necesidad de cons-
truir un clima relativamente estable y predecible:

“Cuando todo se mueve y ningún movimiento es calculable, la


creación de referentes firmes es indispensable para evitar el vér-
tigo y desarrollar conductas mínimamente predecibles. Por eso

191
Universidad Virtual de Quilmes

en países con elevada tasa de inflación o violentos vaivenes po-


líticos, el deseo de estabilidad prevalece al punto de desplazar
otras preferencias, incluyendo las mejoras económicas, a un ran-
go secundario. La misma democracia ha de justificarse sobre to-
do como un orden calculable, o sea, de conflictividad acotada.
Más que en la época anterior, la estabilidad representa un pre-
rrequisito de la acción política y, en definitiva, una condición bá-
sica de racionalidad.”
(Lechner, 1996)

A su vez, la demanda de protección deriva de la primera y se asienta en


la necesidad de generar condiciones institucionales que permitan neutralizar
las amenazas y riesgos recurrentes a la seguridad social y económica, sea
individual y/o colectiva, de los ciudadanos:

“Sea cierto o no el incremento de la criminalidad o del coste de la


vida, en todo caso crece el sentimiento de amenaza a la integri-
dad física y a la seguridad económica. Pero los riesgos no son só-
lo materiales; tras la violencia y la guerra, el sida y el desempleo,
rápidamente se sospecha de fuerzas oscuras. La percepción de
inseguridad se potencia en un clima de incertidumbre que, final-
mente, sólo se apacigua con certezas. La demanda de protección
apunta tanto a las condiciones materiales de vida como a la se-
guridad simbólica y normativa.”

De este modo, la demanda social de estabilidad y de protección, aunque


aparecen como difusas y “sin contenido ni destinatario preciso”, en verdad,
hace referencia a la competencia estatal-gubernamental para crear condicio-
nes que permitan estabilizar la situación económico-social y proteger a los
ciudadanos garantizando la plena vigencia de sus derechos políticos, civiles
y sociales, aspecto que abordaremos seguidamente.
En suma, considerando estas tendencias en su conjunto, ellas dieron
cuenta de una abarcativo proceso de dualización político-social en el que la
concentración de poder social y político en favor de los sectores dominantes
se desarrolló al compás de la profunda segmentación social, diversificación
e inmediatez cultural y fragmentación política que alcanzó a los sectores me-
dios y populares. Éstas parecen configurar las características salientes de la
estructura social que actualmente sirve de escenario a las nuevas democra-
Lectura cias de la región, y en la que las mediaciones entre los actores sociales y el
recomendada
Keane, John, “La democra-
Estado, no sólo pasaron a estar centralmente manipuladas desde la misma
cia y los medios de comuni- esfera estatal, sino que también comenzaron a estar fundamentalmente con-
cación”, en: revista dicionadas por los medios de comunicación masivos –los que no siempre su-
Leviatán, Madrid,
nro.51/52, primave- ponen un accionar favorable a la transparencia democrática–.
ra-verano de 1993. Ahora bien, estas condiciones sociales que, tal como se describió, aca-
Touraine, Alain, “Comuni-
cación política y crisis de
rrearon modificaciones también profundas en la composición y proyección de
representatividad”, en: los actores sociales y políticos, en el tipo de relaciones y conflictividades ar-
Ferry, Jean-Marc, Wolton, ticuladas entre ellos, en las formas de acción colectiva y en los mecanismos
Dominique y otros, El nue-
vo espacio público, Gedisa y modalidades de intermediación con el Estado, se correspondieron con una
Editorial, Barcelona, 1995. extendida reestructuración político-social del Estado.

192
Elementos de Ciencia Política

En efecto, los procesos de democratización se desenvolvieron en un es-


cenario enmarcado por un Estado sometido a los impactos y vaivenes deri-
vados no sólo de los cambios producidos en el interior de la sociedad sino
también de las nuevas tendencias que se fueron desarrollando en el siste-
ma internacional, lo que fue creando nuevas condiciones políticas cuya gra-
vitación para la construcción democrática resultó central. Tal como vimos, di-
chos procesos se desarrollaron en medio de un profundo cambio que englo-
bó la reestructuración de la matriz sociopolítica de nuestros países y que
conllevó, a su vez, una radical transformación social, cultural, económica e
institucional, permitiendo la aparición de una serie de nuevos dilemas que,
de una manera u otra, marcaron los nuevos límites de la acción estatal. Da-
das las condiciones imperantes en el plano mundial y en el doméstico, los
márgenes de gobernabilidad del Estado han permanecido menos sujetos a
su capacidad para enfrentar amenazas de regresión autoritaria y han pasa-
do a depender fundamentalmente de la eficacia con que esos Estados han
hecho frente a la doble tarea de integración económica, comercial y produc-
tiva con los mercados mundiales y de integración social de la comunidad na-
cional. Ambos objetivos delimitaron la problemática predominante de los Es-
tados sudamericanos y marcaron el primer desafío referido directamente a la
capacidad de éstos para contener, controlar y procesar la crisis económico-so-
cial producida por las transformaciones llevadas a cabo, capacidad que rápi-
damente pasó a estar medida en términos de destreza y eficiencia en el de-
sarrollo de las políticas de reestructuración económica y, al mismo tiempo,
de construcción de la legitimidad democrática.
Este desafío fue apuntalado, a su vez, por una fuerte demanda social de
gobernabilidad, cuya manifestación no fue más que la expresión de que en
el imaginario colectivo la democracia y el proceso de su construcción no se
limitaba apenas a la recuperación de los derechos de ciudadanía ni a la vi-
gencia formal de las normas y mecanismos del régimen poliárquico, sino que
también debía implicar la existencia de un Estado administrativamente com-
petente y políticamente eficaz a la hora procesar y regular institucionalmen-
te las diversas demandas e intereses de los diferentes actores sociales, fun-
damentalmente de cara a la crisis económico-social en ciernes.

“Las consecuencias de la apremiante situación a la que se vieron pre-


cipitados los países de la región fueron visibles, asimismo, en el plano de
las instituciones: aquí lo que comenzó a importar no fue ya sólo su carác-
ter democrático sino también su capacidad de gobierno. En efecto, a poco
de andar sobre las turbulencias de la crisis fue haciéndose cada vez más
evidente que la consolidación de las transiciones estaba requiriendo de
más gobierno y no de menos gobierno.”
Torre, Juan Carlos, América Latina, el gobierno de la democracia en
tiempos difíciles, Instituto de Estudos Avançados, Universidade de São
Paulo (USP), São Paulo, Serie Política y Economía, julio de 1991, p. 8.

Ahora bien, pese a la centralidad que las cuestiones sociales y económi-


cas fueron adquiriendo en los escenarios políticos de nuestros países, la im-
portancia que comenzó a tener el Estado no se limitó tan sólo al grado de
eficiencia mediante el que encaró tales cuestiones. Tal importancia también

193
Universidad Virtual de Quilmes

giró alrededor de la capacidad estatal para garantizar la plena vigencia de los


derechos civiles, políticos y sociales que determinaban el ejercicio de la ciuda-
danía y que iban más allá de la vigencia normativa de los derechos típicos
del Estado liberal.
Ambas dimensiones –esto es, la capacidad de regulación y resolución de
la crisis económico-social y la capacidad de garantizar el ejercicio de la ciuda-
danía– asentaron al tradicional concepto de gobernabilidad estatal sobre un
nuevo marco de referencia. Dicha noción, dejó de asimilarse al nivel de com-
petencia estatal para enfrentar exitosamente el conjunto de “demandas so-
ciales excesivas” –tal como lo había propuesto el paradigma conservador– y
pasó a referirse a la capacidad del Estado para afrontar de manera estable y
eficientemente el conjunto de los desafíos y amenazas que tendieron a cer-
cenar tanto la continuidad como la estabilidad de las instituciones, y que ya
no procedían de la proyección de actores sociopolíticos antidemocráticos
–amenaza que con el correr del tiempo fue diluyéndose en la mayoría de los
países de la región– sino del estallido de profundas crisis económico-sociales
y de la no menos contundente crisis institucional del Estado.
Pues bien, en relación con la capacidad de gobernabilidad sobre la crisis
económico-social, la cuestión del Estado implicó una doble tendencia. Por un
lado, en el contexto de las políticas de ajuste, apertura y desregulación eco-
nómica llevadas a cabo en los ‘90, el Estado tendió a achicarse, puesto que
fue sometido a un conjunto de reformas institucionales montadas central-
mente sobre la base de las privatizaciones de empresas públicas, la reduc-
ción del aparato administrativo-burocrático y la desarticulación de diferentes
instituciones dedicadas a la formulación e implementación de políticas so-
ciales. Todo ello provocó un “ajuste de la regulación estatal frente a la socie-
dad”, (Von Haldenwang, 1994) o, dicho de otro modo, un repliegue institucio-
nal del Estado ante las problemáticas que surgían de los impactos sociales
provocados por las mismas políticas de ajuste y reconversión productiva que
enmarcaron a esas reformas administrativas. Vale decir, este “encogimien-
to” del Estado no derivó apenas del estrangulamiento de las finanzas públi-
cas –situación que llevó a muchos países de la región a un virtual colapso
político y económico–, sino que constituyó, asimismo, el resultado de una po-
lítica de ajuste y reacomodamiento institucional cuya lógica estuvo central-
mente determinada por la búsqueda del equilibrio fiscal, visto éste como sa-
lida a la mencionada crisis y como instrumento de las transformaciones eco-
nómicas emprendidas.
Esta tendencia generó, por su parte, una drástica erosión de la goberna-
bilidad y eficacia del Estado para hacer frente a las consecuencias sociales
y políticas de la reestructuración encarada, lo que produjo, a su vez, una se-
vera restricción de su capacidad para implementar –conjuntamente con el
mercado– modalidades de desarrollo económico basadas en el fomento
productivo.
En este contexto, la autonomía del Estado respecto de la sociedad y de
los grupos políticos fue reformulada y adquirió ciertas características nove-
dosas y particulares. La eficacia con que el Estado fue capaz de mediar en-
tre estos protagonistas y de constituirse en garantía institucional de las po-
líticas decididas en su ámbito crearon condiciones favorables para el incre-
mento de ciertos márgenes de gobernabilidad estatal. O sea, mientras el Es-
tado, de un lado, se replegó y fue perdiendo eficacia regulatoria sobre impor-
tantes aspectos de la vida económico-social –sea como consecuencia de la

194
Elementos de Ciencia Política

crisis o como resultado de sus políticas–, por otro lado, amplió y dinamizó
sus funciones de orientación y coordinación económica frente a las fraccio-
nes y grupos dominantes, intensificó su capacidad de disciplinamiento social
de cara a los sectores sociales medios y populares excluidos o marginados
de la dinámica central del modelo desplegado.
Ello redundó en una relativa ampliación de la autonomía del Estado res-
pecto de la sociedad civil, inclusive con relación a los sectores económi-
cos dominantes. Frente a ellos y no pocas veces contra ellos, el Estado
consiguió incrementar y fortalecer su capacidad regulatoria emprendiendo
una drástica racionalización del gasto público y aumentando su eficiencia
en la recaudación tributaria, en la regulación financiera, en el control mo-
netario y en la reformulación del mercado cambiario y de capitales. Y fue
este incremento relativo del poder del Estado, el que facilitó la implemen-
tación de las políticas económicas en curso. Así lo indicó Álvaro Díaz, pa-
ra quien la centralidad económica de las estructuras del Estado “determi-
nó el resultado de las políticas neoliberales que, lejos de debilitar al Estado,
construyeron un camino para su refortalecimiento, vía reformas radicales
que intentaron desvincular la gestión económica de las presiones del siste-
ma político y de la sociedad civil no empresarial”. En su opinión, la orienta-
ción general neoliberal “no debilitó al Estado como fuente del orden y la he-
gemonía” sino, más bien, lo reforzó como instancia más autónoma frente
a las presiones sociales y más comprometida con el empresariado nacio-
nal o extranjero. Es decir, el Estado cumplió una función central en el pro-
ceso de ajuste estructural, aún cuando dicha transformación ha tenido co-
mo uno de sus ejes fundamentales la reformulación y refuncionalización
del propio Estado. El éxito de la estabilización y del ajuste de muchas eco- Lectura
nomías en desarrollo ha sido viabilizada merced a la capacidad administra- recomendada
Haggard, Stephan y Kauf-
tiva y técnica puesta en práctica desde el aparato estatal –en verdad, de man, Robert, “Estado y re-
sus administradores– para generar las condiciones materiales y políticas forma económica: la inicia-
propicias y necesarias para ese objetivo. ción y consolidación de las
políticas de mercado”, en:
Por otro lado, en lo relativo a la presencia funcional y territorial de las po- revista Desarrollo Econó-
líticas y de la legalidad estatal, la tendencia que se impuso en los países de mico, Buenos Aires,
nro.139, octubre-diciembre
la región supuso el repliegue y la evaporación del Estado en vastas regiones de 1995.
del territorio nacional y en gran parte de la estructura de estratificación so- Evers, Tilman, “El Estado
cial, proceso cuya gravitación sobre las democratizaciones en desarrollo como problema y como so-
lución”, en: revista Desa-
constituyó –y constituye– un obstáculo central para su profundización. rrollo Económico, Buenos
Aires, nro.140, enero-mar-
zo de 1996.

“¿Qué ocurre cuando la efectividad de la ley se extiende muy irregular-


mente (si no desaparece por completo) por el territorio y las relaciones so-
ciales (étnica, sexuales, de clase) que, según se supone, debe regular? ¿Qué
tipo de estado (y de sociedad) es éste? ¿Qué influencia ejerce sobre el tipo
de democracia que surja? [...]. En estas situaciones, estados ineficaces coe-
xisten con esferas de poder autónomas y con base territorial. Estos estados
son incapaces de asegurar la efectividad de sus leyes y sus políticas a lo lar-
go del territorio y el sistema de estratificación social. Las regiones perifé-
ricas al centro nacional (que por lo general sufren más las crisis económi-
cas y cuentan con burocracias más débiles que el centro) crean (o refuer-
zan) sistemas de poder local que tienden a alcanzar grados extremos de do-
minación personalista y violenta (patrimonial y hasta sultanista, en la ter-
minología weberiana), entregados a toda suerte de prácticas arbitrarias. En
muchas de las democracias que están surgiendo, la efectividad de un orden

195
Universidad Virtual de Quilmes

nacional encarnado en la ley y en la autoridad del estado se desvanece no


bien nos alejamos de los centros nacionales y urbanos.”
O’Donnell, Guillermo, “Acerca del Estado, la democratización...”,
op.cit., p. 169.

Así, la pronunciada crisis estatal en el plano de la imposición de la lega-


lidad sobre el conjunto de las relaciones sociales y del territorio descripta por
O’Donnell fue moldeando un escenario en el que las relaciones entre el Es-
tado y la sociedad pasaron a caracterizarse por un bajo grado de institucio-
nalización. Ello no sólo respondió a la carencia de recursos institucionales
suficientes para encausar los problemas existentes en la sociedad, sino tam-
bién a la insuficiente capacidad operacional de ese Estado para articular y
procesar dichas demandas y/o a la voluntad política de los distintos gobier-
nos de la región para sacar réditos de estas situaciones.
Pues bien, la contracara de este fenómeno fue la aniquilación y/o privati-
zación “de hecho” de la esfera formalmente pública del Estado a través de la
apropiación de sus funciones por parte de actores y estructuras de poder pri-
vados, sean de proyección local, regional o nacional, y la utilización de dichos
circuitos de poder paralelos e incompatibles con la legalidad pública en fa-
vor de sus intereses sectoriales y de actividades políticas y económicas ge-
neralmente ilegales –y, en ocasiones, directamente de carácter mafiosas– y
no democráticas.

“Estos son sistemas de poder privado (o, mejor dicho, de poder priva-
tizado, pues muchos de los principales actores ejercen cargos estatales), en
los que varios derechos y garantías de legalidad democrática no tienen
efectividad [...]. Si bien dichas regiones, neofeudalizadas, poseen organi-
zaciones estatales (nacionales, provinciales y municipales), la obliteración
de la legalidad les quita a los circuitos de poder regional, incluso a los or-
ganismos estatales, la dimensión pública, legal, sin la cual el estado nacio-
nal y el orden que éste sustenta desaparecen.”
O’Donnell, Guillermo, “Acerca del Estado, la democratización...”,
op.cit.

Vale decir, en amplias dimensiones funcionales y territoriales de la vida


política nacional, la institucionalidad y legalidad estatal pasó a formar parte
de estructuras de poder privadas, configurando lo que O’Donnell denominó
“zonas marrones” en las que, a pesar de la existencia de elecciones para ele-
gir los gobiernos, del funcionamiento de las legislaturas nacionales y provin-
ciales y de una pluralidad de partidos políticos compitiendo en el marco de
la institucionalidad poliárquica, la privatización fáctica de la esfera pública y
de los mecanismos y procedimientos del Estado que emprendieron los pode-
res locales, le otorgaron al proceso político una impronta ciertamente autori-
taria. Ello respondió –siguiendo a este autor– a la estructuración de ámbitos
en los que directamente no existe un sistema legal o, si existe, “no tienen
verdadera efectividad, o puede anularse ad hoc, o está subordinado a normas
secretas y/o al capricho de los gobernantes”.
De este modo, en determinadas esferas de la vida política de los países de
la región, los rasgos formalmente democráticos se combinaron con espacios

196
Elementos de Ciencia Política

estructurados alrededor de relaciones políticas autoritarias. Así, frente a los re-


currentes y extendidos procesos de pauperización, marginación y exclusión so-
cial, que se fueron desarrollando entre los estratos medios y bajos de las pobla-
ciones de estos países, este conjunto de situaciones y tendencias dieron cuen-
ta de una marcada desafección del Estado, que no se limitó a la indiferencia o
la falta de intervención pública, sino que se articuló en torno de proyecciones
disciplinantes basadas en diversas modalidades combinatorias de clientelismo,
cooptación y constreñimiento represivo. Esto, sumado a la mencionada limita-
ción del Estado para imponer la ley, determinaron lo que O’Donnell ha calificado
apropiadamente de ciudadanía de baja intensidad, entendiendo a ésta como la
negación de los derechos liberales típicos de todo Estado democrático, aun en
situaciones en las que existe plena vigencia de los derechos políticos constitu-
tivos de una democracia formal.
En suma, en importantes sectores de nuestras sociedades, el cercena-
miento de los derechos liberales configuró un proceso análogo y simultáneo
a los bajos o casi inexistentes niveles de democratización social y económi-
ca desarrollados en los contextos de creciente democratización política for-
mal. Estas tendencias parecieron haberse desenvuelto conjuntamente y en
forma intervinculada, aunque las mismas también estuvieron apuntaladas
por procesos globales que rebasan el marco de las relaciones locales entre
las sociedades nacionales de nuestros países y sus respectivos Estados. En
efecto, el escenario internacional actual aparece atravesado por un abarcati-
vo proceso de globalización, en cuyo contexto se están produciendo profun-
das transformaciones en el orden político, económico y social, que impactan
profundamente sobre el conjunto de las relaciones internacionales y, de al-
guna manera, sobre la situación política y social interna de todos los países
del globo. Estas transformaciones implican la intensificación y aceleramien-
to de los niveles de interacción e interconexión política, económica y cultural
entre las sociedades y los Estados que componen el escenario internacional.
Como lo indican Lash y Urry, tales transformaciones incluyen “el desarrollo de
prácticas transnacionales que sobrepasan a los Estados nacionales individua-
les con la generación de flujos inmensos de capitales, dinero, bienes, servicios,
personas, información, tecnologías, políticas, ideas, imágenes y regulaciones”
(Lash y Urry, 1998). He aquí, pues, el signo distintivo y fundamental de este
proceso. No obstante, si bien estas prácticas y flujos transnacionales son
“relativamente independientes” de los Estados nacionales individuales, en
tanto no surgen exclusivamente de determinados países y/o regiones, los
mismos generan sustantivos cambios en la política nacional e internacional.
Dichos cambios están centrados fundamentalmente en el recorte o devalua-
ción de la autonomía y soberanía de los Estados nacionales individuales y en
la consecuente necesidad de colaboración y complementación entre éstos.
En concreto, la globalización y el incremento de la interconexión mundial ha
producido una sustantiva disminución de la autoridad del Estado, traducida en
la relativa pérdida de la capacidad estatal de controlar el conjunto de prácti-
cas transnacionales que atraviesan sus fronteras y de las que la actividad
económico-financiera configura un rubro de las mismas.

“En vista de la interdependencia global tienen menos eficacia los instru-


mentos políticos con lo que los Estados pretenden regir actividades en el in-
terior de sus fronteras. El gobierno del Estado nacional sobre su territorio no

197
Universidad Virtual de Quilmes

es tan fácil, y ha tendido a reducir en espectro y en la índole de sus activi-


dades. Ocurrió un notable «vaciamiento» del Estado.”
(Lash, y Urry, 1998)

Para Anthony Giddens, los cambios políticos acarreados por la globaliza-


ción generan consecuencias como las señaladas respecto de la pérdida de
centralidad y de dominio integral del escenario local e internacional, pero
también abren nuevas posibilidades de reconversión y reestructuración, en
particular en lo referido a sus relaciones políticas, sociales y económicas. Pa-
ra este pensador, la globalización “no es sólo, ni principalmente, interdepen-
dencia económica, sino la transformación del tiempo y del espacio en nuestra
vida”, en la medida que supone “acontecimientos lejanos, económicos o no,
que nos afectan más directa e inmediatamente que nunca”, al mismo tiempo
que “las decisiones que tomamos como individuos tienen, con frecuencia, im-
plicaciones globales”. Pues bien, ello no supone la obsoletización del Estado
y el gobierno, sino, más bien, su transformación.

“La globalización «se aleja» del Estado-nación en el sentido de que al-


gunos de los poderes que las naciones poseían, incluidos los subyacentes
a la gestión económica keynesiana, se han debilitado. No obstante, la glo-
balización también «presiona» hacia abajo –crea nuevas demandas y tam-
bién nuevas posibilidades de regenerar identidades locales– [...]. La glo-
balización también presiona lateralmente, creando nuevas regiones econó-
micas y culturales que a veces traspasan las fronteras nacionales [...] El
movimiento en tres direcciones de la globalización está afectando a la po-
sición y el poder de los Estados en todo el mundo. La soberanía ya no es
una cuestión absoluta, si es que alguna vez lo fue: las fronteras se están
volviendo más borrosas [...]. Con todo, el Estado-nación no desaparece, y
el campo de acción del gobierno, tomado en su conjunto, más bien se ex-
pande que disminuye a medida que la globalización evoluciona [...]. Las
naciones mantienen, y mantendrán durante el futuro previsible, un consi-
derable poder gubernamental, económico y cultural, sobre sus ciudadanos
y en el ámbito exterior. A menudo, no obstante, sólo serán capaces de ejer-
cer tales poderes en activa colaboración mutua, con sus propias localida-
des y regiones y con grupos y asociaciones transnacionales. «Gobierno»,
por tanto, empieza a identificarse menos con «el» gobierno –el gobierno
nacional– y se convierte en algo de mayor alcance. «Gobernancia» apare-
ce como un concepto más pertinente para referirse a algunos tipos de fa-
cultades administrativas o reguladoras. Organizaciones que, o bien no son
parte de ningún Estado –organizaciones no gubernamentales–, o bien son
de carácter transnacional, contribuyen al gobierno.”
Giddens, Anthony, La tercera vía. La renovación de la socialdemo-
cracia, Taurus, Madrid, 1999, pp. 44 y 45.

Pues bien, como resultado de estos profundos cambios, el número de re-


cursos e instrumentos políticos disponibles por los gobiernos, así como la efi-
cacia de los mismos, para abordar y regular las transacciones de bienes y ser-
vicios, los flujos financieros, los factores productivos y tecnológicos, los inter-
cambios culturales y de ideas, las redes comunicacionales, el tránsito de per-
sonas, etc., ha disminuido sensiblemente. Ello cercena y restringe severamen-
te la influencia y la capacidad de gobierno de esos Estados individuales sobre

198
Elementos de Ciencia Política

sus propias sociedades y sobre sus ciudadanos, lo que, por su parte, en los
países menos desarrollados, como los de nuestra región, se ha reforzado por
los abarcativos procesos de desintegración social descriptos.

• Elija un tema o proceso de actualidad pública en el


cual se observen las caracterizaciones desarrolladas en
el presente capítulo y desarróllelo fundamentando sus
afirmaciones con los elementos teóricos desarrollados.

6.3. Democratización de la democracia

Las consideraciones generales precedentes nos indican que las nue-


vas democracias en América Latina combinan, en diferentes grados, elec-
ciones libres, ciudadanía de baja intensidad y creciente desigualdad y
marginación social. Vale decir que, en la inmensa mayoría de los casos,
nuestros países pasaron por una democratización política parcial que ape-
nas supuso la institucionalización de las elecciones para la designación
de autoridades de gobierno, pero que, como contracara, también implicó
la existencia de un Estado ineficiente para garantizar el conjunto de dere-
chos y libertades básicas de la ciudadanía, en medio de un contexto sig-
nado por condiciones sociales, económicas y culturales que cercenan o
directamente impiden la participación ciudadana en los asuntos de inte-
rés colectivo. De este modo, en estos países, democracia débil y demo-
cratización parcial marcan las características salientes del fenómeno de-
mocrático y, a su vez, indican que la democratización política no guardó
una relación necesaria con la democratización social.
Estas características dan cuenta de la configuración de un nuevo tipo
de democracia, esto es, “democracias carentes de una ciudadanía efecti-
va para amplios segmentos de la comunidad política” (Przeworski, 1998).
En ellas, las condiciones y exigencias civiles, sociales y políticas típicas
de la ciudadanía no están totalmente satisfechas, ya sea porque entre nu-
merosos gobernantes de la región se impone la orientación tendiente a
actuar concentrando atribuciones extralegales, sea porque la legalidad es-
tatal tiene vigencia efectiva de forma irregular a lo largo del territorio y en-
tre los diferentes sectores sociales, o sea porque las condiciones socia-
les básicas para ejercer la ciudadanía se distribuyen desigualmente entre
los diferentes sectores sociales. De este modo, las desigualdades socia-
les se traducen en desigualdades políticas y, por ende, el ejercicio pleno
de la ciudadanía se halla vulnerado como consecuencia de las cada vez
más profundas y tangibles desigualdades.

“Muchas nuevas democracias hacen frente simultáneamente a los múlti-


ples desafíos que acarrea el tener que asegurar una ciudadanía efectiva bajo
condiciones económicas e institucionales que obstruyen la viabilidad de las
instituciones estatales. El resultado es que los Estados son incapaces de ha-
cer cumplir uniformemente los haces de derechos y obligaciones que consti-
tuyen la ciudadanía. De modo que nos encontramos con regímenes democrá-
ticos carentes de una ciudadanía efectiva para significativos sectores sociales

199
Universidad Virtual de Quilmes

y amplias áreas geográficas. Y sin una ciudadanía efectiva, cabe dudar que
esos regímenes sean “democracias” en algún sentido de la palabra.”
(Przeworski, 1998)

Por su parte, las características y tendencias señaladas dan cuenta de un


brusco achicamiento del espacio público de la política y una pérdida de la cen-
tralidad de ésta. Como dice Lechner: “La nueva diversidad estructural pone
en jaque la función integradora de la política, que pierde fuerza como vértice
ordenador de la sociedad”. Además, el eje de gravitación de la deflacionada
actividad política se ha trasladado desde la sociedad hacia el mercado y ha-
cia el Estado, que a su vez es armónico y funcional a aquél, lo que ha signi-
ficado una forma de mercantilización y estatalización de la política. Ésta dejó
de constituir una actividad social asentada sobre la participación relativa-
mente autónoma de la sociedad civil en los asuntos de interés público y pa-
só a conformar una práctica de cuadros –gubernamentales y partidarios– an-
clada casi exclusivamente en el interior del aparato del Estado y en una fran-
ja social muy estrecha y directamente vinculada a la actividad gubernamen-
tal y estatal y a su vínculo con las relaciones mercantiles. Evidentemente, es-
te proceso se contextuó y estuvo condicionado por la acentuada despolitiza-
ción colectiva, que resultó del proceso de desintegración social, de la crisis
de intermediación y representación política y de la refuncionalización del Es-
tado llevada a cabo.
Así, tanto la despolitización de la sociedad y de sus vínculos con el poder
público como la mercantilización/estatalización de la política parecen indicar
que los cambios perfilados a profundizar y ampliar la democratización políti-
ca y social difícilmente puedan provenir desde la sociedad civil o articularse
exclusivamente a través de ella. De un lado, el grado de desagregación ma-
terial, de fragmentación ideológico-cultural y de desarticulación política de
los sectores y agrupamientos tradicionalmente más dinámicos e integrados
de la sociedad, así como las dificultades simbólicas, materiales e institucio-
nales para articular, mediar y representar las demandas e intereses de esos
actores dan cuenta de la reducida densidad y de la escasa autonomía insti-
tucional de esa sociedad y, en consecuencia, permiten apreciar que general-
mente sus grupos constitutivos, si no son objeto de cooptación y manipula-
ción política, son sujetos de acciones colectivas de escasa o relativa inciden-
cia social e institucional.
Del lado del Estado, en cambio, la eficiencia de ciertas instancias ad-
ministrativas para emprender las recientes reformas económicas e insti-
tucionales demuestran que dicho Estado, siempre que medie la voluntad
política y la pericia administrativa de sus gobiernos, cuenta con el com-
plejo institucional y la competencia funcional necesaria y suficiente como
para adecuar las instituciones políticas a un desarrollo económico y so-
cial armónico con un proceso integralmente democrático. Ralf Dahrendorf
niega apropiadamente que los gobiernos sean simplemente “guardianes
de las reglas del juego”, tal como lo desean algunos teóricos liberales. En
cualquier situación política, “como mínimo, los gobiernos determinan el to-
no de la economía y de la sociedad en general”. Ello coloca al Estado en
un primer plano. Vale decir, en contextos en los que se conjugan dramáti-
camente profundos procesos de desintegración social con gobiernos po-
liárquicos limitadamente democráticos, el rol y la capacidad de las elites

200
Elementos de Ciencia Política

gubernamentales para determinar el curso del procesos político y social


resultan centrales. Por consiguiente, en nuestros países, el percurso de
las nuevas democracias parece girar en torno de la proyección de las eli-
tes gubernamentales y de la capacidad de éstas para formular y llevar a
cabo un proyecto de desarrollo nacional a través del cual pueda rearticu-
larse un nuevo ordenamiento asentado en lo que el propio Dahrendorf de-
nomina “cuadratura del círculo”, esto es, “bienestar económico, cohesión
social y libertad política”. En este sentido, para Tironi la mentada rearticu-
lación sólo puede darse en el marco de un “proyecto modernizador”, viabi-
lizado por una elite dispuesta al cambio:

“En un estado de desintegración, la iniciativa de la sociedad está


en manos de las elites, especialmente en las de aquellas que con-
trolan el Estado. Si se trata de una elite dotada de un claro pro-
yecto modernizador, entonces ella misma irá creando las condicio-
nes para el nacimiento de un nuevo sistema de integración social.
Y en la medida que un nuevo orden se consolide, esa elite y el mis-
mo Estado en que se apoya, ocuparán un rol menos prominente,
con lo cual el autoritarismo político [o la democracia limitada] pue-
de evolucionar hacia formas democráticas.”
(Tironi, 1998)

Estos horizontes requieren, en el marco de lo señalado, de una dirigencia


política proclive a desarrollar acciones tendientes a sentar las bases políti-
cas e institucionales para producir una profunda reforma del Estado, a los
efectos de asegurar amplios márgenes de lo que Waldo Ansaldi denomina
“gobernabilidad democrática progresiva”, esto es una gobernabilidad que
apunte a “recoger, elaborar y agregar (en la acción gubernamental) la deman-
da de la sociedad civil haciéndola valer como criterio de voluntad colectiva”.

“La reforma del Estado es una necesidad para asegurar una gobernabi-
lidad democrática progresiva. El primer componente de la reforma debe
ser, justamente, tornar más democrático el propio Estado y el ejercicio del
poder político. Democratizar significa, aquí, transferir funciones estatales
a la sociedad civil, a instituciones y organizaciones creadas por ésta, capa-
ces de ejercer mediaciones democráticas, de controlar efectivamente al
Estado [...] y al propio gobierno [...]. Significa también establecer, conso-
lidar y preservar un «estilo de gestión estatal democrático»: reorganizar,
racionalizar, desburocratizar, democratizar el comportamiento y gestión
de la burocracia, mejorar el nivel y el alcance de los servicios sociales
prestados por el Estado.”
Ansaldo, Waldo, “Gobernabilidad democrática..., op.cit., pp. 119 y 120.

Esta estrategia política de reforma del Estado debe ser entendida, en de-
finitiva, como la construcción del instrumento institucional –el Estado rees-
tructurado– que permita hacer frente de manera exitosa tanto a la necesidad
de regular eficientemente los nuevos desafíos que se imponen en el plano
económico-social –activa inserción económica internacional, crecimiento pro-
ductivo, estabilidad macroeconómica, equitativa redistribución de ingresos,

201
Universidad Virtual de Quilmes

políticas sociales eficaces e integradoras, etc.– como al desafío de ampliar


las bases materiales, institucionales y simbólicas para la participación polí-
tica ciudadana y para la intervención directa e indirecta de la comunidad en
los asuntos colectivos y/o sectoriales. El Estado puede, y debe, como dice
Lechner, “ciudadanizar la política”, esto es, reformularse en función de ello
sobre la base de nuevos parámetros organizacionales y funcionales ante un
mundo y una sociedad en transformación:

“La reorganización del Estado supone una redefinición, una nueva


concepción del Estado. Ni el viejo estatismo ni el nuevo anti-esta-
tismo ofrecen una perspectiva adecuada [...] En realidad, el doble
movimiento –diferenciación de la sociedad y redimensionamiento
del sector público– plantea amenazas a la integración social, pero
también oportunidades para una profunda reorganización social.
De hecho, los procesos en marcha limitan tanto el exceso de de-
mandas dirigidas al Estado como la intervención indiscriminada
por parte del Estado. En este sentido, un papel más acotado del
Estado puede favorecer una mayor autonomía de los ciudadanos.
[...]. Dicho con prudencia, existen condiciones favorables (no sé si
necesarias y suficientes) para «ciudadanizar» la política desplazan-
do su eje del ámbito estatal al ciudadano. Existe, en buena cuen-
ta, la oportunidad de reformular las metas de una reforma y apun-
tar a un Estado concebido como la comunidad de ciudadanos.”

Se trata, en definitiva, de un proceso de reconstrucción del Estado, o me-


jor, de construcción de un nuevo sector público, y de reconstrucción social,
es decir, de un doble proceso de democratización política y social. Giddens
dice que “la crisis de la democracia viene de no ser suficientemente democrá-
tica” y, en consecuencia, ello requiere “democratizar la democracia” existen-
te redefiniendo y reestructurando la interacción articulada entre el Estado y
la sociedad. Tales consideraciones hacen referencias a los países centrales
y, particularmente, los europeos occidentales, pero bien valen para nuestras
experiencias.

“La cuestión no es más o menos gobierno, sino reconocer que el go-


bierno debe ajustarse a las nuevas circunstancias de la era global; y que la
autoridad, incluida la legitimidad del Estado, ha de ser positivamente re-
novada. En una sociedad postradicional, la autoridad ya no puede legiti-
marse mediante símbolos tradicionales o diciendo «así es como se han he-
cho siempre las cosas». El Estado debe responder estructuralmente a la
globalización. La democratización de la democracia implica antes que na-
da descentralización –pero no como proceso unidireccional–. La globali-
zación da un impulso y una lógica fuertes a la devolución de poder hacia
abajo, pero también a la atribución hacia arriba. En lugar de simplemente
debilitar la autoridad del Estado-nación, este doble movimiento –un mo-
vimiento de doble democratización– es la condición para reafirmar esa au-
toridad, ya que este movimiento puede hacer al Estado más sensible a in-
fluencias que, en otro caso, le desbordan por todas partes [...]. El Estado
debería aumentar el papel de la esfera pública, que implica una reforma
constitucional dirigida a una mayor transparencia e imparcialidad, junto a

202
Elementos de Ciencia Política

la introducción de nuevas salvaguardas contra la corrupción. No es casua-


lidad que gobiernos de todo el mundo hayan afrontado acusaciones de co-
rrupción en años recientes [...]. Supuestamente bastante abiertas, las insti-
tuciones democráticas liberales de la mayoría de los países han dependido
en la práctica de acuerdo entre bastidores, prerrogativas y prebendas. Uno
de los mayores cambios que afectan a la esfera política es que los gobier-
nos y los ciudadanos viven ahora cada vez más en un entorno único de in-
formación. Las formas existentes de hacer las cosas se someten a escruti-
nio y se amplía la gama de lo que es considerado corrupto o inaceptable
[...]. Para conservar o recobrar legitimidad, los Estados sin enemigos han
de elevar su eficiencia administrativa. Se desconfía del gobierno, a todos
los niveles, en parte porque es engorroso e ineficaz [...] La reestructura-
ción del gobierno debería seguir el principio ecológico de «obtener más de
menos», entendido no como una despedida de empleados sino como una
mejora del valor producido [...]. La presión hacia abajo de la globalización
introduce no sólo la posibilidad, sino la necesidad, de formas democráti-
cas distintas al proceso ortodoxo de votación. El gobierno puede restable-
cer un contacto más directo con los ciudadanos, y los ciudadanos con el
gobierno, mediante los «experimentos de democracia» –democracia local
directa, referendos electrónicos, jurados ciudadanos y otras posibilida-
des–. Éstos no sustituirán a los mecanismos de voto normales en el poder
local y central, pero podrían convertirse en un complemento perdurable de
ellos [...]. Los Estado sin enemigos dependen más que antes, si quieren
conservar su legitimidad, de su capacidad para la gestión del riesgo. La
gestión del riesgo [...] no concierne sólo a la provisión de seguridad [...].
Ni se refiere a riesgos económicos: otros riesgos, que provienen, por ejem-
plo, de la ciencia y la tecnología también afectan directamente al gobier-
no. Gobernar tiene que ver necesariamente con regular el cambio científi-
co y tecnológico, a la vez que con abordar las cuestiones éticas que susci-
ta. La democratización de la democracia no puede ser sólo local o nacio-
nal –el Estado debe tener una perspectiva cosmopolita, mientras que la de-
mocratización ascendente no debería detenerse en el nivel regional. La de-
mocratización ascendente supone la renovación de la sociedad civil.”
Giddens, Anthony, La tercera..., op.cit., pp. 44 y 45.

En este sentido y en este contexto, la democratización de la democracia


implica, antes que nada, la recomposición progresiva del escenario político de
nuestros países y de la trama de vínculos escasamente articulados en ellos
entre el Estado y la sociedad. Se trata, sin más, de repolitizar la sociedad ba-
jo nuevos parámetros y modalidades de expresión, y de estructurar un “me-
jor gobierno” para una sociedad “más autónoma y más emancipada”. Porque,
tal como lo señaló el ex mandatario sudafricano Nelson Mandela durante su
paso por la Argentina, “si la democracia no resuelve los problemas de la gen-
te, es una cáscara vacía”.

• Explique el significado de “democratizar la democra-


cia” y sus implicancias dentro del campo político de su
región.
• A partir de los procesos sociopolíticos estudiados en
este módulo intentaremos realizar un “rastreado” de la
situación expuesta a través de los medios de comuni-
cación gráficos. Realice las siguientes actividades:

1) Utilizando material periodístico de 2 diarios nacio-


nales busque y clasifique problemáticas expuestas que

203
Universidad Virtual de Quilmes

avalen la situación de desarticulación/exclusión so-


cial. Tomaremos un seguimiento mínimo diario de dos
semanas.
2) Analice la situación social y especialmente la pobre-
za/exclusión y el desempleo a partir de las condiciones
de aplicación de la democracia. ¿Cuáles son los límites
de los procesos de democratización en América latina?
Justifique y ejemplifique debidamente su respuesta.
Puede utilizar, además, datos de organismos oficiales
y/o de reconocida trayectoria como INDEC, Banco
Mundial, BID, Ministerio de Trabajo, Ministerio de
Economía, Ministerio de Desarrollo Social, investiga-
ciones universitarias, etc.

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