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Salvo algunas excepciones: las papas de pigmentación roja y azul (cacho de toro,
huayro macho, putis, entre otras especies). Así, productores locales apoyados por la
ONG francesa Veterinaires Sans Frontieres – Centre International de Cooperation pour
le Developpement Agricole (AVSF-CICDA) desenterraron dichos tubérculos de colores
para convertirlos en chips, a fin de que el continente europeo pruebe su sabor.
EL EFECTO JUSTO
Les pagan S/.2 por kilo, en vez de 50, 60 o hasta 70 céntimos. Distribuir su producción
a través de este mercado solidario les ha permitido ganar un margen extra de dinero y
desajustar el cinturón de pobreza extrema que los aprieta.
Dicho ingreso les sirve, sobre todo, para mejorar su calidad de vida y la educación de
sus hijos. Pero aún conservan otros sueños por cumplir. “Una camioneta 4×4 para
transportar las papitas”, señala Espírita Guerrero (53). “Un terrenito en la ciudad”,
propone Élmer Chávez (34). Sin embargo, quienes llegamos a Pazos pensamos, más
bien, en la urgencia de reemplazar aquellas trochas de acceso por vías asfaltadas, o en
la renovación de ese centro de salud precario, con más medicinas y mejor equipamiento.
Dos maneras de devolverle su lugar a una localidad que parece perdida entre las
montañas.
“Para mí, trabajar con comercio justo ha significado un cambio muy importante. Antes
nunca me hubiera imaginado alcanzar los mercados europeos”, sostiene Rolando.
Aparte del gorgojo (plaga que enferma al tubérculo), tanto la competencia como las
trabas generadas por el propio mercado constituyen un trago amargo para estos
pequeños agricultores. Habitar en uno de los departamentos más pobres del Perú los
hace reflexionar. “Los programas sociales no funcionan. Nosotros queremos proyectos
como estos, que involucren una transformación”, afirma Rolando muy seguro de sí.