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LIC.

RICARDO COUTO

TRATADO TEÓRICO-PRÁCTICO

DE LA

SUSPENSIÓN EN EL AMPARO

CON UN ESTUDIO SOBRE

LA SUSPENSIÓN CON EFECTOS DE AMPARO


PROVISIONAL

Cuarta edición

EDITORIAL PORRÚA, S. A.
AV. REPÚBLICA ARGENTINA, 15
MÉXICO, 1983
Primera edición,

Copyright © 1983

Derechos reservados por


ANGELA COUTO
Descartes 120, México 5, D. F.

Las características de esta edición son propiedad de la


EDITORIAL PORRÚA, S. A.
Av. República Argentina, 15, 06020 México, D. F.

Queda hecho el depósito que marca la ley

La tercera edición fue anotada conforme


a la legislación vigente por
JORGE TRUEBA BARRERA

ISBN 968-432-843-5

IMPRESO EN MÉXICO
PRINTED IN MEXICO

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TRATADO TEÓRICO-PRÁCTICO

DE LA

SUSPENSIÓN EN EL AMPARO

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J U I C I O C R Í T I C O

POR EL DR. MARIANO AZUELA


Ministro de la Suprema Corte de Justicia y
Profesor de “Garantías y Amparo” en la
Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional de México.

Desde hace varios años hemos venido insistiendo ante don Ricardo Couto sobre la
necesidad de publicar una segunda edición de su magnífica obra sobre la Suspensión del
Acto Reclamado.
Es Couto el teórico de la suspensión, y si los principales aspectos del juicio de
amparo hubieran sido ya objeto de estudio en la forma en que él ha abordado esta materia,
el estudiante, como el abogado y el juez, contarían con la mejor orientación.
Decía frecuentemente don Mariano Azuela, el novelista, y llegó a escribirlo, que la
pobreza de la novela en México se debe a que las gentes que saben escribir no tienen qué
contar y las gentes que tienen qué contar no saben escribir.
En materia jurídica ocurre a menudo, no sólo en México, sino en el extranjero, que
quienes viven la práctica de las instituciones mediante acción intensa y constante, quizás
porque el sentido mismo de su actividad les atribuye una disposición espiritual alejada de las
abstracciones, o porque, tan aproximados a la realidad, resienten más vivamente su
extraordinaria complejidad, pocas veces elevan los ricos datos obtenidos en su experiencia a
las cimas de la doctrina; en cambio, buen número de escritores de Derecho se han pasado la
vida en la cátedra y en la biblioteca, alejados del mundo real del Derecho, y más que escribir
sobre realidades jurídicas, emprenden obras eruditas, exponen y discuten doctrinas y
escriben libros sobre libros.
En don Ricardo Couto brillan las cualidades del teórico y del práctico, lo que explica el
valor de su obra. Desde su juventud abordó valientemente la especulación jurídica mediante

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un Tratado de Derecho Civil referido a la materia de personas, que había sido objeto de
importantes reformas a la legislación derivada de la Revolución. Después la vida lo puso en
íntimo contacto con el juicio de amparo y cuenta con la más rica experiencia acerca de
nuestra institución, porque la ha vivido y contemplado desde los más variados ángulos: como
juez de Distrito, en la trinchera, desarrollando esa acción judicial que tanto ha prestigiado en
los Estados a la Justicia Federal, con esa labor intensa y valerosa, situado entre las
autoridades locales, frecuentemente arbitrarias, y el cuerpo de litigantes, a menudo
temerarios, obligado a intervenir con acción rápida y eficaz, sin oportunidad para
meditaciones prolongadas o disquisiciones teóricas; después, en el sitial del ministro de la
Suprema Corte de Justicia, que avizora los problemas en el amplio panorama de la vida
nacional y actúa con el estimulo de la trascendencia de una misión que se proyecta en la
generalidad de la jurisprudencia; en la difícil tarea legislativa, pues hubo de formar parte, con
nosotros, de la Comisión Legislativa y de Estudios Jurídicos, creada por don José Aguilar y
Maya, que se ocupo especialmente de estudiar la reforma del juicio de amparo; muchos
años como litigante, resintiendo en carne viva las tribulaciones del que combate desde fuera,
la frialdad y la lentitud de la maquinaria judicial o la ineficacia de las instituciones. Así se
explica que su Tratado sobre la suspensión no se limite al comentario del Derecho legislado
y la jurisprudencia, sino que propone importantes reformas y lleva su noble esfuerzo hasta el
campo del proyecto legislativo.
Publicada esta segunda edición casi treinta años después de la primera, que
rápidamente se agotó, ha sido objeto de grandes ampliaciones por la necesidad de adaptarla
a las reformas que la Constitución y la Ley de Amparo han sufrido, así como a las nuevas y
variadas orientaciones de la jurisprudencia, de las que a menudo discrepa el autor.
Su libro reviste las tres cualidades ideales que los lectores exigimos de cualquier obra
científica: es breve, claro y exhaustivo. Don Ricardo escribe con una honradez intelectual
que no siempre se encuentra en el escritor mexicano de Derecho; son muchas las obras que
no se inspiran en un anhelo sincero de penetrar los secretos de la Ley, sino que propenden
al éxito fácil, a la exhibición y a la preocupación de simular una obra importante mediante
una amplitud que solo redunda en un mayor peso físico del ejemplar logrado a base de
largas y vacuas, exposiciones que desesperan al que inútilmente persigue la ilustración
sobre un problema concreto. También esa honradez intelectual y una sencillez como escritor
que armoniza con sus tonalidades espirituales, explican que Couto no haya acudido al
recurso fácil del estudio histórico o de la referencia al Derecho Comparado, que en materia
de amparo pocas veces revisten verdadera utilidad. Mucho más importante es penetrar la

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figura del acto reclamado en sus múltiples modalidades, a través de una abundante y
complicada jurisprudencia, que inquirir si la palabra amparo fue usada por primera vez hace
ciento cincuenta o cuatrocientos años o si el sistema de defensa constitucional encuentra
antecedentes en la legislación rumana o húngara; pero la primero es mucho más difícil que
lo segundo. Tampoco se ha esforzado el autor por incorporar sus ideas sobre la suspensión
a la teoría moderna del Derecho Procesal Civil, y con ello pone también de relieve su pureza
intelectual. Admiramos el extraordinario esfuerzo realizado para sistematizar los principios
del Derecho Procesal Civil, que desde el punto de vista teórico había quedado en gran
atraso en relación con las demás disciplinas jurídicas; más cabalmente porque el movimiento
de investigación se inicio apenas en el siglo pasado, mucho hay en las afirmaciones de los
tratadistas, así sean los de mayor altura, de arbitrio, de confuso o de falto de verdadero
contenido.
Veinticinco años de profesar la cátedra de amparo en la Facultad de Derecho nos
autorizan para afirmar que es más lo que los procesalistas extranjeros tienen que aprender
de nuestro juicio de amparo, para enriquecer sus doctrinas generales, que lo que nosotros
podemos obtener de las últimas teorías en orden a esclarecer y sistematizar los principios de
nuestra institución.
Decir, así, que la suspensión encaja dentro de las providencias que la moderna
doctrina designa como “cautelares”, no es sostener ninguna idea que no tuviéramos ya de la
suspensión; la similaridad entre nuestro juicio de amparo y los interdictos posesorios,
derivada del carácter real inherente a los derechos individuales públicos fue apuntada por
jurisconsultos mexicanos desde el siglo pasado, y Silvestre Moreno Cora ya evocaba el
concepto de providencia precautoria en relación con la suspensión; también sabíamos, antes
de que Chiovenda publicara su primera obra de Derecho Procesal Civil, que la suspensión
tiene caracteres de provisionalidad y que se desarrolla en dependencia íntima del juicio de
amparo como una totalidad.
Dos son las más importantes doctrinas que sustenta, a nuestro modo de ver, don
Ricardo Couto en torno a la suspensión del acto reclamado: la que requiere de vinculación
de los problemas de la suspensión con la llamada cuestión de fondo y la que valerosamente
proclama la necesidad de atribuir a la suspensión efectos de amparo provisional.
La primera tesis que citamos, había sido ya vigorosamente sustentada en la obra
original. Obedece al impulso generoso de facilitar el otorgamiento de la suspensión cuando
los datos de que dispone el juez Federal son bastantes para presumir la inconstitucionalidad
del acto reclamado, y restringirla, cuando tales datos inducen a presumir la conformidad del

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acto con la norma constitucional. La opinión de Couto adquiere especial fuerza cuando cita
numerosas ejecutorias de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que, para resolver el
difícil problema concerniente al interés social en que se lleve adelante el acto reclamado,
prejuzgan sobre la constitucionalidad de dicho acto. Couto refuerza hoy sus argumentos
invocando la reforma de que fue objeto el artículo 107 constitucional en 1950, por cuanto la
fracción X de dicho precepto establece la necesidad de tomar en cuenta la naturaleza de la
violación alegada para decidir sobre la suspensión del acto reclamado. Nosotros creemos
que la tesis de Couto es susceptible de aplicarse, dentro del régimen de la legislación
vigente, exclusivamente, por cuanto concierne a la calificación del interés social en la
ejecución del acto reclamado; pero que un principio general autorizando a los tribunales
federales para emitir un juicio provisional sobre la constitucionalidad del acto reclamado, no
encuentra apoyo firme en la legislación. Si al reformarse la Constitución hubieran querido
establecerse modificaciones de la trascendencia que Couto les atribuye, la Exposición de
Motivos de la Reforma hubiera llamado especialmente la atención sobre el particular, lo que
en el caso no ocurre; a nuestra modesta manera de apreciar las cosas, que puede derivar de
un espíritu conservador o de miopía intelectual, si la fracción X del 107 alude a la naturaleza
de la violación alegada, no lleva implícita ninguna idea sobre constitucionalidad o
inconstitucionalidad del acto, sino que más bien utiliza la expresión “violación” como
sinónima de “acto reclamado” y propende a poner de acuerdo la norma constitucional con
muchos principios de la jurisprudencia que toman en cuenta la naturaleza del acto reclamado
(ejecutado, de tracto sucesivo, positivo, negativo, prohibitivo, etc.), o su gravedad, para
normar la procedencia de la suspensión. Por otra parte, el mismo don Ricardo Couto acepta
que, para generalizar un principio en el sentido que propugna, sería preciso cambiar el
régimen de pruebas en el incidente de suspensión e imponer obligaciones más amplias a la
autoridad responsable en cuanto al contenido de su informe previo, que en el régimen legal
actual sólo versa sobre la existencia del acto reclamado. En cambio, aplaudimos la tesis
como criterio para una reforma de la ley.
La suspensión de oficio responde precisamente a la aplicación de un principio que
vincula íntimamente la procedencia de la suspensión con la cuestión de constitucionalidad,
pues si ella es decretada, es porque se trata de actos que adolecen de inconstitucionalidad
evidente, como son los prohibidos por el artículo 22 constitucional.
A este respecto ya don Antonio Díaz Soto y Gama, en estudio jurídico publicado en
1906 en el Diario de Jurisprudencia, se expresaba en estos términos:

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“Jamás nuestras leyes han establecido un sistema completo y bastante metodizado
sobre el punto de la suspensión. Han fijado reglas, más o menos amplias, para guiar el
arbitrio de los jueces de Distrito y de la Corte –arbitrio que inevitablemente tendrá que existir,
para la mayoría de los casos, en tratándose de este incidente especialísimo–; pero olvidaron
un punto de capital importancia, un grupo de casos de interés trascendental, en el que debe
abolirse por completo el arbitrio, e imponerse la suspensión a los jueces y a la Corte, como
un deber imperioso e ineludible. Fuera de los casos dudosos, de aquellos en que sería
extemporáneo y absurdo juzgar, según la primera impresión, de si el amparo es o no
fundado, y verdadera o supuesta la infracción de la ley, existen otros, muchos menos
numerosos por fortuna, en que el atentado es manifiesto, aparente, ostensible; en que la
violación de la ley reviste todos los caracteres de un atropello, en que la autoridad
responsable se ha extralimitado a tal grado que su acto no tiene ni sombra de legalidad, ni
apariencia, siquiera lejana, de justificación. Estos actos, notoriamente antijurídicos,
francamente arbitrarios, que son evidente manifestación de un abuso, deben tener un
correctivo inmediato y seguro de parte de la Justicia Federal, un correctivo que no esté
sujeto a dudas ni a interpretaciones, pues no pueden, en un régimen liberal, quedar en
ningún caso subsistente aquellos actos que contradicen las nociones más elementales que
sobre la seguridad de sus miembros admite y proclama toda sociedad medianamente culta”.
Y cita ejemplos múltiples que contribuyen a justificar y esclarecer su doctrina, como la prisión
por deudas, la demolición de un edificio por orden que no se funda en utilidad pública, el
lanzamiento de un inquilino o poseedor por acto de autoridad administrativa y, en general,
las resoluciones de autoridad administrativa dictadas con invasión de las facultades
judiciales, etc., etc. Don Ricardo Couto propugna doctrina similar, mas la enriquece
extraordinariamente la práctica del juicio constitucional en los últimos cincuenta años –Soto y
Gama escribía a principios de siglo–. Es aquí oportuno advertir que la multiplicidad y
dificultad de los problemas que se suscitan especialmente en el campo de la procedencia del
amparo y de la suspensión, derivan de la extraordinaria expansión del amparo. Si nuestra
institución asumiera la figura propia de un juicio de garantías, si funcionara exclusivamente
para defender la Constitución como Ley suprema y las garantías individuales como derechos
primordiales de la persona humana, tales problemas habrían obtenido solución satisfactoria y
el conocimiento del juicio de amparo se facilitaría, en la medida en que serían bien limitadas
y previsibles las formas posibles de arbitrariedad en relación estricta con disposición
constitucional; pero si a los actos realizados con vulneración directa de los 28 primeros
artículos de nuestra Constitución se agrega el cúmulo de los que sólo la violan

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indirectamente ─porque a través de la garantía de legalidad consagrada en el catorce y el
dieciséis se reclama desde la violación de un Código Civil hasta la de un reglamento
administrativo─, es ya imposible prever las modalidades que puede asumir la violación y
adoptar un criterio unitario para conciliar los intereses que en cada amparo aparecerán en
conflicto. Consecuentemente, el mecanismo de la prueba de la inconstitucionalidad se
tornará mucho más complejo. Por otra parte, el abuso del amparo ha determinado una
actitud de extraordinaria cautela en la legislación como en la jurisprudencia; pero como tal
abuso se realiza precisamente con el propósito de obtener la suspensión de actos
jurídicamente regulares sabiendo que la sentencia final será desfavorable, es en este
importantísimo aspecto donde mejor se exhiben las excelencias del sistema de Couto; si los
poderes del juez Federal se amplían en la forma que el autor pretende y el juicio sobre
procedencia de la suspensión se vincula con un juicio-provisional sobre la constitucionalidad
del acto reclamado, se combatirá con mucha mayor eficacia el abuso del amparo, porque
fracasarán en su intento de obtener la suspensión los que reclaman actos o procedimientos
que aparecen conformes a la Constitución mediante un primer examen fundado tan sólo en
el informe previo.
En armonía íntima con esta doctrina, en cuanto vincula la procedencia de la
suspensión con un juicio provisional sobre la constitucionalidad del acto, postula Couto la
necesidad de atribuir a la suspensión efectos de amparo provisional y critica la jurisprudencia
de la Corte que notoriamente ha exagerado el principio conforme al cual la suspensión no
puede producir los efectos restitutorios inherentes al amparo. Su palabra adquiere, a este
respecto, singular vigor para mostrar como la suerte del quejoso queda lamentablemente
expuesto a las contingencias de una iniciativa de la autoridad responsable, que se apresura
a ejecutar el acto violatorio de la Constitución con el torvo propósito de eludir los efectos de
la suspensión. Propone, así, una reforma radical de la institución mediante un precepto que
por su gran importancia queremos transcribir en su integridad: “La suspensión producirá el
efecto de que el quejoso goce, durante la tramitación del juicio constitucional, de la garantía
presuntamente violada. En consecuencia, la suspensión producirá los siguientes efectos: I.
Si el acto reclamado no se ha ejecutado, se mantendrán las cosas en el estado que guardan;
II. Si el acto reclamado se ha ejecutado, la autoridad responsable hará que las cosas
vuelvan a su estado anterior, en cuanto ello fuere posible; III. Si el acto reclamado
consistiere en una prohibición para hacer algo o en la negación de un permiso, la autoridad
responsable no pondrá obstáculo a que se haga lo que se había prohibido, o bien concederá

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provisionalmente el permiso que había negado, siempre que para una u otra cosa el quejoso
se conforme con los reglamentos y disposiciones que existan sobre el particular”.
Ya en el siglo pasado, don Fernando Vega, en su estudio publicado con el título “La
Nueva Ley de Amparo de Garantías Individuales”, se expresaba en estos contundentes
términos: “Dejar temporalmente sin efecto las resoluciones pronunciadas por una autoridad,
o las leyes promulgadas que están en vía de ejecución, en un caso particular, tal es el fin del
auto de suspensión. La suspensión se caracteriza por la cesación momentánea de los
efectos del acto reclamado, efectos tan disímbolos como pueden serlo las violaciones
cometidas por el poder. Así, por ejemplo: Si es una ley el objeto de la suspensión, queda
inaplicable por el momento. Si es una sentencia, queda sin ejecutarse, y si es una prisión, el
inculpado es excarcelado. Es un error deplorable afirmar que el auto de suspensión deja las
cosas en el mismo estado que guardaban al pronunciarse. La ley no quiere tal cosa; lo que
preceptúa, lo que manda para hacer práctico el sistema, es que cesen los efectos de la
violación, temporalmente, durante el juicio de amparo. Si no se entendiera de ese modo la
ley, se haría ridícula; si el inculpado ha de permanecer en la prisión, si el único efecto que ha
de producir la suspensión del acto por el cual está detenido, es retenerlo preso, tal y como
estaba al pedir la protección constitucional, ninguna diferencia habría entre la suspensión y
la denegación de ese trámite. Esto es absurdo y está condenado por el criterio más vulgar e
imperfecto”. Pero el principio conforme al cual la suspensión no puede producir los efectos
restitutorios ha continuado aplicándose de manera sistemática y en muchas ocasiones
irreflexiva. Nada más peligroso que la aplicación automática de un principio al que se
atribuya la intangibilidad del tabú. La única forma de reaccionar enérgicamente contra este
automatismo es adoptar la actitud de la duda cartesiana y discutir de nuevo lo que en
apariencia es indiscutible. Habría que inquirir, al respecto, si es cierto que la suspensión no
puede producir los efectos restitutorios del amparo, y penetrar la noción misma del “efecto
restitutorio”. En relación con la primera cuestión, es evidente que la eficacia de la suspensión
exige en muchos casos el efecto restitutorio; tanto es así que la Suprema Corte se ha visto
obligada a forzar su jurisprudencia en casos como el de clausura de negociaciones, cuando
se han fijado ya los sellos; aquí se pone de relieve el grosero materialismo del principio que
indiscriminadamente deniega la suspensión contra actos ejecutados; basta imaginar la
hipótesis de dos órdenes de clausura de negociaciones situadas en una misma cuadra: los
dos afectados piden amparo; si los sellos se fijaron ya en un expendio, el propietario vera
obstaculizada su libertad de comercio mientras el amparo este en trámite; en cambio, si aún
no llegaron los ejecutores para fijar los sellos en el otro expendio, la suspensión podrá

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mantenerlo en goce de la garantía; la desigualdad de las dos situaciones repugna. La Corte
ha tenido que declarar, en contradicción flagrante con su tesis genérica, que la colocación de
los sellos como medio de llevar adelante una declaración de quiebra no constituye estado
jurídico alguno –lo cual es evidentemente falso–, sino únicamente un medio para efectuar el
aseguramiento (?), por lo que la suspensión debe concederse “para el efecto de que sean
levantados los sellos que ya fueron fijados”. Desde otro punto de vista, el concepto de
“efecto restitutorio” tiene notoria similaridad con el de “efecto retroactivo”; por esto creemos
que es de indudable utilidad relacionar en este aspecto la teoría de la suspensión con la
doctrina de la retroactividad y aprovechar las importantes distinciones que se han
establecido –verbigracia, por Bonnecasse– entre “pasado jurídico” y “pasado material”.
En materia de privación de libertad, cuando la orden de aprehensión fue ya
ejecutada, la única forma de atribuir indirectamente efectos restitutorios a la suspensión
consistió en dejar al agraviado a disposición del juez Federal, sujeto a los beneficios de la
libertad caucionar; pero el problema no quedó resuelto para detenciones notoriamente
inconstitucionales, cuando la autoridad judicial atribuye al inculpado la comisión de un delito
cuya gravedad lo substrae a los privilegios de la libertad bajo caución.
La reforma que propone Couto redundaría indudablemente en la mayor eficacia de la
suspensión. Carecería de importancia que su sistema no encajara dentro de la teoría
procesal de los procedimientos cautelares, pues ello sólo significaría que la doctrina debería
ser convenientemente adaptada; pero no repugna a la naturaleza del proceso cautelar, como
lo reconoce Calamandrei, que la medida cautelar anticipe provisionalmente los beneficios de
la resolución definitiva.
Es también objeto de crítica por parte del autor, la Circular que sobre suspensión en
el caso de actos privativos de la libertad girara la Suprema Corte a los jueces de Distrito el
año próximo pasado. También con sobra de razón señala una importante laguna de las
disposiciones transitorias de la ley de Amparo: un olvido, que quizás obedeció a la
circunstancia de que los Tribunales Colegiados de Circuito, como nuevos órganos de la
Justicia Federal, sólo merecerían confianza una vez que demostraran su eficaz actuación,
determinó que no se atribuyera a los precedentes que establecieran en sus fallos fuerza de
jurisprudencia. Valga en defensa de la nueva Ley que su misma exposición de motivos
advirtió la necesidad de experimentar las reformas constitucionales en materia de amparo
para abordar las modificaciones necesarias en la Ley Orgánica; de todas suertes, la
adopción de un precepto que consagre la obligatoriedad de la jurisprudencia de los
Tribunales Colegiados y el procedimiento para decidir las contradicciones en sus tesis es ya

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urgente. Por cuanto a la Circular de la Suprema Corte, es preciso considerar que el Tribunal
Máximo se vio obligado, por razones de interés público, al precisar el alcance de una
jurisprudencia que venía siendo aplicada desvirtuando su verdadero contenido, a fin de dictar
que continuara abusándose del amparo como medio para eludir la acción de la justicia
común en casos de delitos notoriamente comprobados, abuso que amenazaba desprestigiar
el juicio constitucional y que había provocado un verdadero clamor público. La circunstancia
de haber compartido la resolución de la Corte nos veda emitir opinión amplia sobre el
particular; queremos, sin embargo, expresar, que en el Pleno en que se discutió el problema
sostuvimos que la única forma eficaz de resolverlo consistía en promover reformas a la Ley
de Amparo en el capítulo de suspensión definitiva y provisional. Precisamente las doctrinas
que Couto sustenta encontrarían aquí campo propicio de aplicación, pues el dilema consiste
en asegurar la protección inmediata de los que se ven amenazados en su libertad por
actuación arbitraria de la autoridad, así sea judicial, sin permitir que los delincuentes eludan
la acción de la justicia mediante la suspensión en el amparo; sólo el reconocimiento de una
facultad para prejuzgar sobre la constitucionalidad del acto reclamado, en el incidente de
suspensión, puede superar el dilema.
No queremos poner punto final a estas líneas sin expresar nuestro agradecimiento a
don Ricardo Couto por el alto honor que nos otorgó al solicitarnos opinión sobre su valiosa
obra.

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PREAMBULO

POR EL DR. JOSÉ CASTILLO LARRAÑAGA


Magistrado del Tribunal Superior de Justicia
del D. F. y Profesor de Derecho Procesal en la
Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional de México.

La publicación de un libro del maestro don Ricardo Couto, constituirá siempre un


acontecimiento científico de importancia para los estudiosos del Derecho en México; en esta
ocasión, ese interés se acrece por la materia que trata, dado el apasionamiento con que se
ha discutido por nuestros juristas la reciente Circular de la Suprema Corte de Justicia a los
jueces de Distrito, que establece las normas rectoras de la jurisprudencia, a que deben
sujetarse en sus decisiones, sobre suspensión contra actos restrictivos de la libertad.
Este libro del maestro Couto sobre La Suspensión en el Amparo, que es una segunda
edición del que publicó hace más de veinticinco años, viene a ser de palpitante actualidad, y
habrá de servir a jueces y legisladores, para aplicar la ley, los primeros, y para reformarla,
los segundos, con miras a la elevación del amparo.
La segunda edición supera a la anterior en vigor y lozanía, en sus aspectos científico,
polémico y de aplicación práctica, triple carácter con el que se percibe fue escrita la obra; sus
sólidas tesis, difícilmente rebatidas, altamente respetables, tanto en la crítica legislativa como
en su aportación doctrinal y de jurisprudencia, dan a este libro un carácter teórico y práctico
de inestimable valor.
Dedica el maestro Couto, como en todas sus obras, particular atención al Derecho
Positivo Mexicano, a la crítica de la jurisprudencia y a la necesidad de establecerla bajo
bases científicas. Al utilizar el autor estos criterios en forma continuada y metódica, hace que
el lector encuentre en su libro las correctas soluciones a los múltiples problemas nacidos al
contacto directo con la experiencia judicial y forense.
Así tenía que ser, pues el maestro Couto siempre ha mostrado los subidos quilates
de su valor intelectual y moral en su brillante trayectoria, desde el puesto de juez de Distrito,

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en que se destacó por su talento, valor civil y empeño, hasta el de Ministro de la Suprema
Corte, en que se distinguió por la independencia de sus opiniones, por su rectitud y por su
fervor para mantener el derecho y la justicia.
Como juez de Distrito, en función tan importante y delicada, entregó su alma, con
apartamiento de todo lo material, para dispensar “el bálsamo de todas las heridas que se
llaman justicia”. Justo es recordar que siempre demostró su plena independencia, su energía
y su valor civil para enfrentarse al despotismo de las autoridades, y esto en la época de la
persecución religiosa, en la que ningún respeto había para las garantías individuales; las
puertas de su casa particular estaban siempre abiertas a cualquier hora de la noche, para el
que acudiera en solicitud de amparo contra atentados a la vida o a la libertad, y en muchas
ocasiones abandonó el lecho a medianoche, o en la madrugada, para tramitar quejas que se
le presentaban; en alguna ocasión ordeno el cateo de los separos de la Inspección de Policía
en busca de un quejoso, cuya detención negaba la autoridad, y como juez de Distrito de
Michoacán (esto lo sabemos por vecinos de la ciudad de Morelia), estuvo en peligro de que
las autoridades locales atentaran en contra de su persona, por haber ordenado la
aprehensión del Inspector de Policía de dicha ciudad, hermano del Gobernador del Estado,
en virtud de haber desobedecido una orden de suspensión; en una palabra, fue un juez que
supo prestigiar el amparo, dándole vida palpitante y real.
La mayor virtud del amparo está en el campo modesto y sencillo en que opera para la
obtención de los más elevados fines: el respeto al derecho lastimado. A este respecto
recordamos las palabras del ilustre ministro de la Suprema Corte, Olea y Leyva, cuya
pérdida nunca dejaremos de lamentar. Decía, con su reconocida pulcritud intelectual: “El
amparo es un proceso concentrado de anulación, informado por el principio de concentración
procesal o de la unidad de los resultados del proceso, que le da su carácter de juicio sencillo,
pacífico y tranquilo, como lo quisieron sus creadores; no hace declaraciones generales de
inconstitucionalidad, sino que se refiere siempre a casos concretos, según la fórmula de don
Mariano Otero, la cual no es otra cosa sino la expresión genuinamente procesal de la
diferencia que existe entre la función de anular, del juez, y la función de derogar y abrogar,
del legislador, que en los casos abstractos corresponde al Poder Legislativo, y en los
concretos, al judicial, de cuyas funciones, respectivamente, resulta la existencia de un
derecho legislativo y un derecho procesal, que corresponde a la creación del Derecho por el
legislador y a la creación del Derecho por el juez; el primero, para generalizar los casos, y el
segundo, solamente en la actuación de la ley en el caso concreto, ya por expresa concesión
del legislador o por estar implícita en las lagunas de la ley, por incapacidad del legislador de

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poder prever todos los casos que puedan presentarse en la realidad fluente de la vida
jurídica. En consecuencia, la formula procesal que Otero acuño para encuadrar la materia
del amparo es técnicamente irreprochable, precisa y exacta a la luz del Derecho Procesal”.
Otro ilustre maestro, gran juez y eminente publicista, Mariano Azuela, escribe: “El
amparo es, con expresión vulgar, pero plena de vigoroso contenido, carne de nuestra carne
y sangre de nuestra sangre, factor de creación de nuestro México. En nuestro amor por el
amparo y por la libertad encontramos un vínculo todos los mexicanos, independientemente
de nuestros credos religiosos y políticos, y mediante este amor nos incorporamos
fraternalmente al pasado y al futuro de una humanidad que camina dolorosamente en la
persecución de un idéntico destino”.
Ciertamente que el procedimiento en el amparo está cercado de vicios procesales,
entre otros su dilatada tramitación, sus tendencias a un agudo tecnicismo, cada día más
abrumador, y su diversidad de incidentes; pero esto no le quita las excelencias inigualables
que en forma magistral y emocionante señala el ministro Azuela. El amparo, para mí, es algo
que impulsa al amor y a la necesidad de la justicia, en la mente y en el corazón de todos los
mexicanos.
Pero, como dice Couto, el amparo sin la suspensión sería ilusorio, pues es la
suspensión la que le da vida, impidiendo la consumación irreparable del acto, que haría
nugatorios los fines protectores de aquél. En este aspecto al autor estudia admirablemente la
cuestión, examinándola desde todos sus ángulos, para llegar a la conclusión de que solo
atribuyendo a la suspensión los efectos de un amparo provisional se satisfacen las nobles
finalidades que el amparo persigue. En esto consiste su doctrina, que recoge un anhelo y un
sentimiento, que vive en el corazón y en la mente de todos los mexicanos y que tiene una
sólida base jurídica en las corrientes más modernas del Derecho Procesal. En apoyo de esto
voy hacer citas de dos ilustres procesalistas, Gabriel García Rojas, mexicano y Calamandrei,
italiano.
Dice Calamandrei: “El procedimiento cautelar se basa en el principio del periculum in
mora sententiae vitandum est. Este peligro no es el genérico de un daño jurídico, sino que es
el peligro específico de un ulterior daño por el retardo de la sentencia definitiva”.
“Esta demora se considera en sí misma como posible causa de daños ulteriores. Las
medidas cautelares tienden precisamente a hacer inocua esa tardanza, porque si el daño se
consumara sólo podría repararse por el efecto restitutorio de la sentencia”.
“El procedimiento cautelar trata de evitar la consumación del daño, previniéndolo
durante la demora de la sentencia y de su ejecución. Queda, pues, claro que la función del

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procedimiento cautelar se establece o ejercita entre dos términos, que son la necesidad, por
una parte, que se resuelva el litigio eficazmente y sin tardanza, y, por otra parte, la ineptitud
del procedimiento ordinario, y aun del sumario mismo, para llegar sin tardanza a la sentencia
definitiva. La dilación indispensable para recorrer el camino procesal desde la presentación
de la demanda hasta la ejecución de la sentencia, nos coloca en el riesgo de hacer
prácticamente ineficaz la resolución definitiva, confirmándose el proloquio vulgar de que
“muchas veces lo bueno es enemigo de lo perfecto”, como la medicina que se prepara
esmeradamente para un enfermo que se murió antes de tenerla lista”.
Agrega el ilustre jurisconsulto: “El procedimiento cautelar representa una conciliación
entre exigencias frecuentemente opuestas: las de justicia, celeridad y ponderación; hacer
pronto, aunque mal, y hacerlos bien, pero tarde. Los procedimientos cautelares tienden a
hacer pronto, y el problema de lo bien o de lo malo hecho, o sea, de la justicia intrínseca del
fallo, vendrá al resolver el asunto con la necesaria ponderación de las formas del proceso
ordinario”. Tal es lo que sucede en el amparo mexicano con la suspensión.
García Rojas dice: “Carnelutti cree que el carácter distintivo del procedimiento
cautelar no se encuentra en función derivada del periculum in mora sententiae vitadum est,
sino que todo procedimiento cautelar tiene como carácter distintivo la PROVISORIDAD, en que,
según él, está la esencia en la composición provisional antes de la definitiva después de la
litis”. Este concepto de provisionalidad, dice García Rojas, indica que hay algo que dura
hasta que sobreviene lo que es definitivo, y que, por lo tanto, no dura siempre. Añade: “Sin
embargo, no creemos que éste sea el carácter distintivo del procedimientos cautelar, porque
hay una buena cantidad de procedimientos y de hechos cautelares o preservativos, que no
tienes el carácter de interinos o provisionales. Ejemplo: la fianza de los usufructuarios,
tutores, inquilinos, la vía de asentamiento contra el rebelde (art. 640 del Cód. de Proced.
Civ.)”. Cita también ejemplos tomados del Código Civil, como son los artículos 258, 282 y
1770 y la caución del heredero condicional, para que se le entregue la parte que le toca (art.
859, inciso 4°, del Cód. de Proced. Civ.).
“El artículo 432 del Código de Procedimientos Civiles enumera una infinidad de
resoluciones urgentes, que, sin embargo, no son cautelares. Las características de la
providencias cautelares son: 1ª Que no se basan en la certidumbre del derecho; 2ª Que
nacen para esperar la sentencia definitiva; 3ª Que su fin inmediato es asegurar la eficiencia
práctica de la sentencia definitiva, por lo que, con muy justa razón se ha dicho, el valor del
procedimiento cautelar es de instrumentalidad; 4ª Que si la sentencia definitiva es
instrumento para actualizar el derecho, aplicándolo a la especie, el procedimiento cautelar es

18
instrumento de instrumentos; 5ª Van encaminadas a evitar el daño que pudiera sobrevenir
por el retardo de la sentencia definitiva, por lo que no hay sólo que fijarse en la provisoridad,
como lo sostiene Carnelutti”.
Hemos hecho la anterior exposición para demostrar que la doctrina que sostiene
Couto no sólo se justifica por las convincentes razones que él da para fundarla, sino que
tiene un franco y decidido apoyo en las más modernas doctrinas del Derecho Procesal.
No vacilamos en decirlo: la doctrina que sustenta Couto y por la que viene
propugnando desde hace más de veinticinco años, es, a no dudarlo, una valiosa aportación
que hace al perfeccionamiento del amparo, aportación que, dicho sea en honor suyo, no es
la primera con que contribuye al mejoramiento del juicio constitucional, pues en las reformas
hechas en el año de 1950 al artículo 107 de la Constitución, encontramos la aceptación de
otra doctrina sustentada por él desde el año de 1929.
En efecto, Couto nunca estuvo conforme con el criterio de la Tercera Sala de la
Suprema Corte, conforme al cual las violaciones procesales cometidas durante el juicio de
carácter civil sólo podían reclamarse ante el juez de Distrito, sin esperar a que se
pronunciara sentencia definitiva en el negocio, cuando el acto que entrañaba esas
violaciones era de ejecución material. Couto, como juez, impugno constantemente en sus
sentencias ese criterio, y en el sitial que ocupó en la Suprema Corte lo siguió impugnando,
aunque sin resultado práctico, como puede verse en el informe del Presidente de la Tercera
Sala, correspondiente al año de 1931. Por los años de 1941 ó 1942 hizo un desarrollo
completo de su doctrina en una conferencia que sustento en la Academia Mexicana de
Jurisprudencias y Legislación, siendo ese estudio materia de discusión entre los ministros
que por esos años integraban la Tercera Sala de la Corte, sin que tampoco hubiera
prosperado la doctrina de aquél, y no fue sino hasta el año de 1950 que triunfó dicha
doctrina, cristalizando en el inciso c) de la fracción III del artículo 107 de la Constitución, que
estableció, valiéndose de las mismas expresiones empleadas por Couto para sintetizar su
tesis, que las violaciones procesales reclamables contra la sentencia definitivas son las que
TRANSCIENDEN AL RESULTADO DEL FALLO.

Con esto se confirma que el acto legislativo, fuente primaria del Derecho,
incesantemente está sujeto a la obra de rectificación o evolución resultante de la práctica, y
como dice un jurista norteamericano, cuando del juez hace uso del razonamiento jurídico
para alcanzar una norma concreta, a base de lo que sólo es un principio de razonamiento, o
cuando califica los hechos discutidos para determinar si corresponden a una u otra figura

19
jurídica, ejerce en realidad una función creadora que trata de encubrirse con la palabra
“interpretación”.
Para mí son estas obras las que nos hacen falta, las que apartándose del
conceptualismo inútil, tan de moda actualmente, siguen un sistema científico y práctico a la
vez, que nos estimula a estudiar y contemplar las verdaderas construcciones del Derecho
Procesal constitucional, hoy en plena exploración, a cuyo estudio aporta México el amparo
como una de las mejores formulas para defender los derechos del hombre y conseguir el
equilibrio entre la libertad y el poder.
Sin otro título, para escribir esos renglones, que el ser discípulo devoto y admirador
de don Ricardo Couto, es para mí un honor hacer presente mi gran estimación y respeto al
ilustre jurisconsulto, que se caracterizó como juez, por su honradez acrisolada, espíritu
investigador y vocación profesional.

20
INTRODUCCIÓN

NATURALEZA, OBJETO Y ALCANCES


DEL AMPARO

Siendo la suspensión parte integrante del juicio de amparo, es necesario, para darse
cuenta de su naturaleza y objeto, conocer la naturaleza y objeto del primero. Esta primera
parte de nuestro estudio estará, pues, dedicada a dar unas nociones, siquiera sean muy
generales, sobre aquel juicio.
Desde que los filósofos precursores de la Revolución Francesa proclamaron el
principio fundamental de que las instituciones están hechas para el hombre y en su
beneficio, principio que quedó estampado en los primeros artículos de la Constitución de
1791, la preocupación de los publicistas y legisladores fue la de buscar la mejor fórmula que
garantice la libertad contra los abusos del poder.
A este fin tiende el principio, ya arraigado con fuertes y sólidas raigambres en la
conciencia de las sociedades civilizadas modernas, de que el Estado es un sujeto de
Derecho, o lo que es lo mismo, que por encima del Estado, y como algo que no recibe vida
de éste y que, por lo tanto, le es superior, está el Derecho que se impone a todas las
actividades de aquél. El Estado ya no es más el árbitro de los destinos de un país; todos sus
actos están subordinados a una regla de Derecho, superior a él mismo, que lo limita y le
impone deberes.
Admitido este principio, sin el cual toda libertad es imposible, la civilización se
convierte en despotismo y barbarie, la dificultad está en encontrar la sanción de él, pues si el
Estado está limitado por el Derecho y es a la vez el detentador de la fuerza pública, sin cuya
cooperación el Derecho se traduce en impotencia, no se explica cómo esa fuerza pueda
emplearla el Estado en contra de sí mismo.
Dentro de un criterio esencialmente realista, el problema no tiene solución; es
imposible que pueda existir una sanción de carácter represivo en contra del Estado; pero si
una sanción de este género es imposible, sí pueden existir, y de hecho existen, medidas que

21
pudieran llamarse preventivas, que tienden a reducir al mínimum los ataques del Estado en
contra del Derecho.
Una sabia organización interna dada al Poder Político, es, sin duda alguna, una de
esas medidas: sabido es que el régimen parlamentario es el factor de primer orden para
proteger a los gobernados contra el arbitrio de los gobernantes; otro tanto puede decirse del
llamado sistema de la división de los poderes, entendido en el sentido en que se entiende en
la actualidad, esto es, como una separación de funciones entre los diversos órganos del
Estado, acompañada de una colaboración intima y constante de los mismos y una
independencia, lo más absolutamente posible, del Poder Judicial. (Duguit, Droit
constitutionnel.)
Pero la organización del Poder Político, por atinada y sabia que sea, no basta, por sí
sola, para la protección de las libertades públicas: es necesario, además, que los órganos
del Poder estén sujetos a determinadas reglas preexistentes; es necesario que las personas
que tienen en sus manos las fuerzas del Poder, nada puedan hacer que no esté de acuerdo
con esas reglas; es necesario que esté en la consciencia de gobernantes y gobernados, que
todo acto de aquellos que rebase los límites de sus funciones carece de todo valor; tal es el
llamado principio de la legalidad, sin el cual las libertades no son más que bellas promesas,
palabras vacías de sentido; sólo admitiendo dicho principio puede sentirse verdaderamente
protegido el individuo contra los abusos del Poder.
En virtud de tal principio, el Estado, ya sea que administre, ya sea que juzgue, nada
puede hacer que sea contario a la ley; ésta los sujeta de tal modo que todo lo que haga debe
ser porque la ley se lo permite o se lo ordena, y si hace algo contrario a la ley, sus actos
estarán viciados de nulidad.
El principio de la legalidad no sólo se refiere al Estado-administrador o al Estado-juez,
abarca también al Estado-legislador. ¿Cómo? La forma práctica de sujetarlo a la ley se ha
encontrado en el sistema de las declaraciones de derechos y en el de las leyes
constitucionales rígidas.
El sistema de las declaraciones de derechos consiste en la proclamación que una
asamblea, reunida en condiciones excepcionales, hace de ciertos principios de Derecho
superior, que se imponen a todos, al legislador constituyente, como al legislador ordinario;
ninguna ley puede violar esos principios; la ley que lo sanciona es la ley por excelencia; es la
ley que está por encima de todas las leyes; el legislador constituyente debe conformarse con
esos principios para la organización política que dé al país; el legislador ordinario debe
conformarse con ellos para todas las leyes que haga en el presente y en el futuro; son la Ley

22
Suprema de la Nación y cualquiera disposición que la contravenga no merecerá la
obediencia de nadie.
El sistema de las leyes constitucionales rígidas, que complementa el de las
declaraciones de derechos, consiste en la exposición que un legislador constituido en
condiciones determinadas, distinto del legislador ordinario, hace, conformándose con los
principios contenidos en las declaraciones de derechos, de ciertas reglas que tienden,
generalmente, a la organización política del país, o bien a su organización administrativa y
judicial, estando incluidos, muchas veces, en esas reglas, principios de Derecho de orden
general, que por su importancia se quieren substraer a la voluntad del legislador común. Las
reglas expresadas se imponen a este legislador, quien no puede abrogarlas ni derogarlas,
sino en condiciones particulares que ellas mismas establecen.
Existen, pues, una verdadera jerarquía de leyes: las declaraciones de derechos van
en primer término; vienen después las leyes constitucionales rígidas, que están
subordinadas a las declaraciones de derecho; en último término quedan las leyes ordinarias,
que deben conformarse con las leyes constitucionales rígidas y con las declaraciones de
derecho; de este modo, la acción del legislador común viene a quedar limitada y el individuo
se encuentra poderosamente protegido contra el arbitrio legislativo.
Pero todas estas medidas no llenan su objeto, sino a condición de que existan
tribunales independientes del Poder Político, poderosamente organizados y con el suficiente
prestigio para ser respetados, a quienes se encomiende la misión de rechazar la aplicación
de toda ley que viole los contenidos en las declaraciones de derechos o en la Constitución.
(Duguit, obra citada.)
Tal es la función que entre nosotros desempeñan muy principalmente los tribunales
federales. En efecto, nuestro régimen político interno descansa: en una conveniente
separación de las funciones legislativa, ejecutiva y judicial, asiéndola recaer en órganos
independientes, aunque ligados entre sí en una íntima y constante colaboración; en la
existencia de una ley constitucional rígida, a cuya cabeza figura una declaración de derechos
individuales que se impone al respeto y obediencia de todas las autoridades del país; en una
distribución sabia y adecuada de casos de competencia entre el Poder Federal y el de los
Estados, y en la existencia de una suprema jurisdicción encargada de velar por la integridad
de la ley constitucional; esta suprema jurisdicción radica en el Poder Judicial Federal,
representado, en el más alto grado de su jerarquía por la Suprema Corte de Justicia de la
Nación.

23
De este modo, el Poder Judicial Federal viene a ser el revisor de los actos de los
otros poderes; el supremo guardián de la Constitución: “su función, sintetizada en un solo
principio ─dice Rabasa─, se traduce por la de interpretar definitivamente la Constitución, y se
descompone, dentro del régimen federal, en estos otros: 1° Mantener a cada poder dentro de
sus límites constitucionales con relación a los derechos de las personas, para evitar la
arbitrariedad; 2° Mantener a cada poder dentro de sus propias funciones con respecto a los
otros dos, y 3° Mantener en su esfera de acción al Poder Federal, como al de los Estados,
para conservar la forma de gobierno”. (El Juicio Constitucional.)
Estas bases jurisdiccionales del Poder Judicial Federal se encuentran establecidas en
el artículo 103 de la Constitución, que dice textualmente:

“Los Tribunales de la Federación resolverán toda controversia que se suscite:


“I. Por leyes o actos de autoridad que violen las garantías individuales;
“II. Por leyes o actos de la autoridad federal que vulneren o restrinjan la soberanía de
los Estados, y
“III. Por leyes o actos de las autoridades de éstos que invadan la esfera de la
autoridad federal”.

Pero para que el Poder Judicial Federal obre en los casos de competencia que le
atribuye el articulo transcrito, esto es, como guardián de la Constitución, es necesario que el
ultraje que se le haga a ésta se traduzca en un ultraje al individuo; de otro modo, es
necesario que exista un derecho personal violado para que la justicia federal se ponga en
acción, resultando de ahí que todas las violaciones a la Constitución, que no repercuten en
un daño para los particulares, no encuentran remedio en el juicio de amparo. El autor antes
citado ve en esto una deficiencia de aquella institución; pero, como él mismo lo confiesa,
esta deficiencia dimana de las propias virtudes del remedio, y para aprovechar las virtudes,
hay que aceptar la deficiencia.
En afecto, es en esta pretendida deficiencia en donde se creyó encontrar el éxito de
la institución que venimos estudiando, pues si el Poder Judicial Federal pudiera intervenir,
para mantener la integridad de Constitución, en condiciones distintas de las indicadas, esto
es, sin haber de por medio un agravio a un particular, se convertiría en un órgano
esencialmente político, en un poder superior a los demás poderes, a los que por razón
natural, tendría que absorber, y de este modo se rompería la armonía que debe existir en
todos los órganos del Poder, base de la protección de las libertades; el mecanismo

24
gubernamental se haría punto menos que imposible y se producirían choques entre los
diversos poderes entre sí, provocándose a cada momento conflictos que comprometerían la
paz pública.
Nada de esto es posible en la forma en que el Poder Judicial obra en el sistema
mexicano, de acuerdo con las ideas de nuestros antiguos legisladores. La acción de dicho
Poder se desarrolla dentro de un procedimiento en el que, admitida la queja del agraviado,
se oye a la autoridad contra la que la queja va enderezada, así como al Ministerios Público,
se reciben las pruebas y las alegaciones de las partes y se pronuncia la sentencia que
corresponda; de este modo, las más arduas cuestiones políticas, invasiones de soberanía
entre la Federación y los Estados, usurpación de funciones de los poderes, se reducen a las
proporciones de intereses puramente privados, que vienen a decidirse dentro de la frialdad
de un juicio, sin escándalos ni vehemencias que comprometan la seriedad y el prestigio del
Estado.
Esta fue la forma en que el constituyente de 57, imbuido en temores nacidos de una
cruel experiencia por los resultados producidos por regímenes constitucionales anteriores,
quiso garantizar la estabilidad de la Constitución, siendo consecuencia de tal sistema la
deficiencia de protección que hace notar don Emilio Rabasa, al decir que la función de
equilibrio de poderes a que se refiere las fracciones II y III del artículo, que hoy es el 103 de
la Constitución, sólo está garantizada cuando la invasión de soberanías repercute en la
violación de una garantía individual, quedando fuera del cuadro de protección de la ley,
dichas invasiones, cuando no concurre aquella circunstancia.
La deficiencia señalada ha dejado de existir por virtud del artículo 11, fracción II, de la
Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación de 30 de diciembre 1935, que dispuso que
corresponde a la Suprema Corte, en pleno, conocer de las controversias que se susciten por
leyes o actos de la autoridad federal que vulneren o restrinjan la soberanía de los Estados o
por leyes o actos de las autoridades de éstos que invadan la esfera de la autoridad federal,
cuando sean promovidas por la autoridad afectada o por la Federación, en su caso, en
defensa de su soberanía o de los derechos y atribuciones que les confiera la Constitución.
No obstante lo dicho en párrafos anteriores, la función del Poder Judicial en el
amparo (el caso del precepto de la Ley Orgánica citado está al margen del amparo) no es
una función propiamente judicial; en efecto, la función judicial se caracteriza por la disputa
que surge entre partes, respecto de un derecho, y en el amparo, lo que es materia del juicio
es la autoridad del Poder para hacer algo; lo que el amparo persigue es impedir que un
poder se salga del cuadro de sus atribuciones constitucionales, conservar incólume la

25
soberanía de la Federación y los Estados, mantener, en una palabra, la integridad de la Ley
Suprema, y esto constituye una función netamente política. Como ha dicho un escritor
francés, refiriéndose a la Constitución de los Estados Unidos, el Poder Judicial, colocándose
entre las leyes ordinarias y la Constitución, tienen el derecho de decir: esta ley es contra la
Constitución y no puede ser obedecida; la Constitución es tu ley y la mía; ni tú ni yo podemos
violarla; es la ley de las leyes.
Pero de que el amparo sea un juicio de carácter político, no hay que inferir que pueda
prosperar contra actos políticos; los actos políticos son aquellos que se relacionan con la
estabilidad del Estado, con su seguridad, con sus actividades y desarrollo; ahora bien, la
función política está encomendada por las leyes de los Poderes Legislativo y Ejecutivo, y la
intromisión del Poder Judicial en esos actos significaría una invasión en las facultades de
aquellos poderes, que traería para el Estado consecuencias desastrosas.
Si el amparo, por los altos fines que persigue, es un juicio de carácter político, por la
manera como obra, en poco se diferencia de los juicios ordinarios; en efecto, en éstos, la
actividad judicial no se pone en movimiento sino a instancia de parte; lo mismo sucede en el
amparo: el juez federal nunca puede proceder de oficio, tiene que hacerlo siempre a petición
de parte agraviada; en el juicio ordinario hay una contienda entre partes; igual cosa pasa en
el amparo, con la única diferencia, ya notada, de que en éste, la contienda es contra un
poder; finalmente, en el amparo, como en el juicio ordinario, hay pruebas, alegatos y
sentencia; el proceso se desarrolla bajo las formas tutelares de un procedimiento netamente
judicial. La sentencia de amparo difiere, sin embargo, mucho de la pronunciada en un juicio
común; en éste, la sentencia que se dicta es directa, universal, positiva, comprende todo el
circulo de los derechos discutidos; en el amparo no es así; la sentencia es indirecta,
particular, negativa, no hace declaraciones generales… no ataca de frente a la autoridad de
que emanó la ley o el acto que dio motivo al juicio. (Exposición de Motivos del Proyecto de la
Constitución de 1857.)
Conviene insistir en los anteriores conceptos, porque en ellos está encerrado todo el
mecanismo del amparo.
La sentencia que en el amparo se pronuncia es indirecta, porque al conceder a un
individuo la protección de la justicia federal contra determinada ley o determinado acto, no
condena directamente a la autoridad de que esa ley o acto emanó, no la ataca de frente; el
efecto del amparo será, sin duda alguna, que quede sin efecto la ley o acto reclamado en el
caso especial de la queja; pero este efecto no lo establece la sentencia misma, sino que es
una consecuencia de ella; de otro modo, como se dice en la Exposición de Motivos, el

26
amparo deja sin efecto la ley apelada, sin ultrajar ni deprimir el Poder Soberano de que
emanó, sino obligándolo, por medios indirectos, a revocarla por el ejercicio de su propia
autoridad. “Se quiere ─decía el diputado Arriaga en la discusión de los artículos 101 y 102 de
la Constitución de 57, que corresponden a los 103 y 107, fracciones I y II de la actual─ que
las leyes absurdas, que las leyes atentatorias, sucumban parcialmente, paulatinamente, ante
fallos de los tribunales, y no con estrépito ni con escándalo en un palenque abierto a luchas
funestas entre la soberanía de los Estados y la soberanía de la Federación.”
La sentencia es negativa, porque no condena hacer nada; se limita a sujetar la ley o
el acto reclamado al examen constitucional, y admitiendo que no se conforma con los
postulados de Ley Fundamental, declara la supremacía de ésta y pone al agraviado bajo la
protección de la justicia federal.
La sentencia es particular, porque se circunscribe al estudio de la ley o el acto
reclamados en relación con el precepto constitucional violado; no comprende, como la que
se pronuncia en los juicios ordinarios, todo el circulo de los derechos discutidos, sino tan sólo
el punto en que la ley o el acto, materia de la queja, son violatorios de la Constitución.
Es también partículas, en el sentido de que sus efectos quedan circunscritos al
quejoso; de manera que si la ley o el acto, objeto de la reclamación, afecta a otros miembros
de la sociedad, no podrían considerarse protegidos por la sentencia que, considerando
inconstitucionales aquéllos, concedió el amparo a quien a él hubiere ocurrido; la sentencia
no nulifica de un modo absoluto la ley o el acto reclamados, éstos quedan subsistentes, y
aunque todos los afectados hubieren ocurrido al amparo y obtenido la protección
constitucional, la ley o el acto permanecerán en vigor; prácticamente, se dice, sucederá que
la ley quedará en desuso por virtud de la acción judicial, ya que las autoridades dejaran de
aplicarla, seguras de la inutilidad de su aplicación, y aun en muchos casos acontecerá
también, y de ello hay precedentes en nuestro Derecho, que el legislador mismo derogará la
ley violatoria; pero esto no es efecto directo de la sentencia de amparo, es tan sólo la forma
práctica como el amparo obra en la derogación de las leyes inconstitucionales.
La individualización del amparo, tratándose de leyes, tiene el inconveniente de que
hacer perder a la ley, respecto de la cual se ha concedido el amparo, su carácter de
generalidad, convirtiéndola en una ley privativa, contra lo que dispone el artículo 13 de la
Constitución, ya que esa ley no será aplicable para las personas que hayan acudido al juicio
constitucional y obtenido sentencia favorable, pero lo seguirá siendo para quienes no la
hayan reclamado; y de esta manera, el amparo, cuya finalidad es mantener la supremacía de
la Constitución sobre las leyes secundarias, dará lugar, por la forma en que opera, al

27
nacimiento de una violación de la propia Constitución; esto sin contar con la anormalidad de
que una ley declarada inconstitucional, por la autoridad que tiene facultad de hacerlo,
continúe en vigor y aun pueda llegar a ser inatacable, por haber transcurrido el tiempo para
reclamarla.
1
El legislador, en las últimas reformas hechas a la Ley Orgánica del Amparo, ha
palpado, en parte, estos inconvenientes, al haber dispuesto, en al artículo 76 de dicha ley,
que se puede suplir la deficiencia de la queja cuando el acto reclamado se funde en leyes
declaradas inconstitucionales por la jurisprudencia de la Suprema Corte; y se ha dicho que
esta disposición sólo tiene el inconveniente de ser discrecional, cuando debía ser obligatoria.
En nuestra opinión, el precepto de que se trata, aún haciéndolo de aplicación
obligatoria, no impide los inconvenientes que hemos señalado, como tampoco los
impedirían, como lo propone el señor licenciado Héctor Fix Zamudio, en su interesante
Monografía sobre “La garantía Jurisdiccional de la Constitución Mexicana”, el extender la
obligatoriedad de la jurisprudencia de la Suprema Corte a las autoridades administrativas.
Para nosotros, la solución del problema estaría en hacer una excepción de los
principios tradicionales, en lo que respecta al amparo contra leyes declaradas
inconstitucionales, dándole a la sentencia una amplitud de efectos que impidiera los
inconvenientes anotados, esto es, disponiendo que cuando una ley haya sido declarada
inconstitucional por una jurisprudencia definida de la Suprema Corte, debe ser derogada por
la autoridad que la haya expedido.
Una triste experiencia nos ha enseñado cuán fuera de la realidad han estado las
previsiones de nuestros constituyentes, al haber pensado que era bastante la concesión del
amparo, repetida en una serie de sentencias, contra una ley inconstitucional, para que ésta
cayera en desuso y aun fuera derogada; así podrá haber sucedido en algunos casos, pero
no es lo común, y ante la imperiosa necesidad de mantener la supremacía de nuestro
Código Fundamental, se requiere un sistema de protección más eficaz que aquel con que
soñaron nuestros antiguos legisladores.

1
NOTA: Las reformas a las que refiere este párrafo fueron publicadas en el Diario Oficial de la Federación de 19 de febrero
de1951. Con posterioridad a esta fecha, la Ley de Amparo ha sufrido tres reformas: en 1957, 1963 y 1968. En la reforma
publicada en el Diario Oficial de 4 de febrero de 1963, se adicionó con un párrafo final el artículo 76 de dicha ley.

28
Otra característica de la sentencia de amparo, dentro de los principios tradicionales,
es que no hace declaraciones generales sobre la ley o el acto reclamados; esta es una
consecuencia de manera indirecta como opera el amparo y de la particularidad de las
sentencias del mismo; el Poder Judicial Federal no tiene la facultad de declarar que una ley
es mala, ni de hacerle observaciones; tal facultad sería peligrosa; significaría una intromisión
de dicho Poder en los actos del Legislativo; pero si aquél no puede declarar que una ley es
mala, sí puede hacer comparaciones entre esa ley y la suprema del país, y encontrando que
aquélla no se conforma con ésta, proteger al individuo contra la aplicación de la ley violatoria;
al obrar así, el Poder Judicial no invade las facultades del Legislativo; la Constitución es la
Ley Suprema que se impone a todos los órganos del Poder, al Legislativo mismo; de manera
que cuando la justicia federal protege a alguien contra la aplicación de una ley
inconstitucional, no hace otra cosa que declarar la supremacía de aquella ley.
Las anteriores características del juicio de amparo están condensadas en el artículo
107 de la Constitución, fracciones I y II, al establecer que: “Todas las controversias de que
habla el artículo 103 se sujetaran a los procedimientos y formas del orden jurídico que
determine la ley, de acuerdo con las bases siguientes: I. El juicio de amparo se seguirá
siempre a instancia de parte agraviada; II. La sentencia será siempre tal que sólo se ocupe
de individuos particulares, limitándose a ampararlos y protegerlos en el caso especial sobre
el que verse la queja, sin hacer una declaración general respecto de la ley o acto que la
motivare.” 2
Cuestión muy debatida era, en la Constitución de 1857, la de saber si el amparo
cabía contra resoluciones judiciales dictadas en los juicios civiles; no pretendemos hacer un
análisis de las razones dadas por nuestros más distinguidos constitucionalistas en pro y en
contra de dicha tesis, porque no es nuestro propósito hacer un estudio completo del amparo,
ya que este modesto libro está dedicado hacer conocer sólo un incidente de dicho juicio;
pero vamos a permitirnos exponer nuestra desautorizada opinión sobre tan interesante
materia.

2
NOTA: La actual fracción II del artículo 107, textualmente expresa: "II. La sentencia será siempre tal, que sólo se ocupe de
individuos particulares, limitándose a ampararlos y protegerlos en el caso especial sobre el cuál verse la queja, sin hacer una
declaración general respecto de la ley o acto que la motivare.
Podrá suplirse la deficiencia de la queja, cuando el acto reclamado se funde en leyes declaradas inconstitucionales por la
jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia.

29
Para los que, como nosotros, han visto y palpado las deficiencias de los tribunales de los
Estados; para los que, como nosotros, se han dado cuenta que en los Estados, en alguno de
ellos al menos, existe una absoluta falta de independencia del Poder Judicial, ya que los
tribunales obran siempre, aun en negocios insignificantes, obedeciendo las consignas de los
Gobernadores o influenciados por los allegados de éstos, es una verdadera necesidad que el
amparo prospere en negocios judiciales civiles. Se dice que esto desnaturaliza el juicio de
amparo, en la forma en que lo concibieron los constituyentes de 57, convirtiéndolo en una
casación federal; se dice que esto centraliza la función judicial, ¿y qué importa todo aquello?
El supremo anhelo de un pueblo, la mayor aspiración del hombre, es realizar el principio de
justicia, hacer que el Derecho impere en todas las actividades humanas; ahora bien, si el
amparo es el más eficaz remedio que existe, en nuestra organización política, para proteger
al individuo contra la opresión, si él nos acerca hacia aquel ideal ¿qué de censurable tiene
que sus efectos bienhechores se extiendan a todo caso en que un derecho herido clama por
una justa reparación? Vivimos en una época esencialmente realista; el Derecho ya no se
encuentra encerrado en los viejos moldes que nos legaron nuestros abuelos ya no es el
lenguaje de las fórmulas, sino la expresión de la realidad: el realismo todo lo invade y es con
criterio realista con el que debemos juzgar de la bondad de las instituciones, sin
preocuparnos de viejas tradiciones y principios caducos; ¿El amparo, extendido a los actos
judiciales del orden civil, nos acerca más al ideal de justicia al que aspiran todos los pueblos
como una condición de su existencia misma?; ¿El amparo, extendido a aquellos actos, es,
dentro de la deficiencia de las instituciones humanas, el mejor medio para la realización del
Derecho, en todas sus manifestaciones? Esto es todo lo que debemos preguntarnos, y si la
respuesta es afirmativa como no puede menos de serlo, entonces no debemos vacilar sobre
la convivencia de darle aquella extensión.

______________
Podrá también suplirse la deficiencia de la queja de materia penal y la de la parte obrera en materia de trabajo,
cuando se encuentre que ha habido en contra del agraviado, una violación manifiesta de la ley que lo ha dejado
sin defensa, y en materia penal además, cuando se le haya juzgado por una ley que no es exactamente aplicable
al caso.
En los juicios de amparo en que se reclamen actos que tengan o puedan tener como consecuencia privar de la
propiedad o de la posesión y disfrute de sus tierras, aguas, pastos, y montes a los ejidos y a los núcleos de
población que de hecho o por derecho guarden el estado comunal, o a los ejidatarios o comuneros, deberá
suplirse la deficiencia de la queja de acuerdo con lo que disponga la Ley Reglamentaria de los artículos 103 y 107
de esta Constitución, y no procederán, en ningún caso, la caducidad de la instancia ni el sobreseimiento por
inactividad procesal. Tampoco será procedente el desistimiento cuando se afecten derechos de los ejidos o
núcleos de población comunal.”

30
Por otra parte, como muchas veces se ha dicho no se invade menos la soberanía de
los Estados por el hecho de excluir del amparo los negocios judiciales civiles, cuando se
admite su procedencia respeto de otra clase de negocios; en todo caso se trata solo de una
mayor invasión de soberanía, y esto nada debe significar para los principios, máxime cuando
tales resultados se traducen en beneficio para la sociedad.
Además, si sagrado es el derecho a la libertad individual, no lo es menos el derecho a
la propiedad, y si la Constitución garantiza por igual uno y otro derecho, no se ve razón para
que el remedio constitucional del amparo se restrinja en el sentido que se pretende.
Sea lo que fuere, el constituyente de 1917, haciéndose eco del sentir general,
aceptando un estado de cosas que ya había adquirido carta de naturaleza entre nosotros,
hiso extensivo, de un modo expreso el amparo a los negocios judiciales civiles, aunque
restringiéndolo dentro de los justos límites.
Así pues, podemos decir que el amparo, en términos generales, procede contra toda
clase de actos de autoridades; basta que exista un derecho conculcado, por cualquier
autoridad que sea, para que el individuo agraviado pueda busca la reparación del agravio en
el juicio constitucional.
Sin embargo, y refiriéndonos solamente al amparo fundado en la fracción I del
artículo 103, no todas las violaciones de derecho dan lugar al juicio de amparo; éste no es un
remedio contra todas las ilegalidades, sino tan sólo contra aquellas que importen una
violación a los derechos consignados en los primeros veintinueve artículos de la
Constitución. La fracción citada es terminante a este respecto: Los tribunales federales, dice,
resolverán toda controversia que se suscite por leyes o actos de la autoridad que violen las
garantías individuales, y como el Legislador llama así a los derechos que reconoce en los
veintinueve artículos, sólo que se trate de la violación de uno de esos derechos podrá abrirse
el juicio constitucional.
Se ha visto en esta nueva restricción del amparo una deficiencia del mismo, pues se
dice que en la Constitución hay establecidos muchos derechos que no forman parte de los
consignados en sus primeros veintinueve artículos y que, no obstante que el constituyente, al
consignarlos en aquel Código, demostró su intención de sustraerlos a la voluntad del
legislador ordinario, su violación no encuentra remedio en el amparo.
Para salvar esta deficiencia, que no nos atrevemos a negar, se ha ocurrido al medio
de relacionar los preceptos violados con los no violados consignados en los primeros
veintinueve artículos de la Constitución, y que podrían llamarse, para distinguirlos de los
otros, derechos-garantías. Tal modo de proceder es vicioso; el constituyente reconoce a

31
favor del individuo diversos derechos; pero no los considera a todos por igual, los clasifica,
haciendo de algunos de ellos garantías individuales y dejando a los otros fuera de esa
clasificación; ahora bien, si el remedio del amparo lo estableció sólo para la violación de los
derechos-garantías, se tuerce su voluntad haciendo extensivo ese remedio a otros derechos
distintos de aquellos para los que se estableció.
No obstante ser ésta nuestra opinión aplaudimos la jurisprudencia de la Suprema
Corte, que se ha orientado en el sentido de ampliar la protección constitucional a aquellos
derechos que, aunque no están comprendidos explícitamente en los primeros veintinueve
artículos de nuestro Código Supremo, sí se encuentran consignados en el cuerpo de dicho
Código, pues no puede uno ver, sino con buenos ojos, todo lo que signifique un proceso
evolutivo a favor de la protección del individuo.
Para que el amparo prospere no basta que exista una violación de la ley; es preciso,
además, que esa violación se traduzca en un perjuicio real y positivo para el individuo, ya
sea en su persona, ya sea en sus intereses; es una consecuencia de la naturaleza del
amparo, que tiene finalidades esencialmente practicas; en él no se discuten cuestiones
abstractas del Derecho; su objeto no es precisamente conservar la pureza de la ley, materia
propia de la casación, sino proteger al individuo de un modo practico y eficaz contra los
abusos del Poder, cuando estos traen como consecuencia una lesión a sus derechos; por lo
mismo, si la violación a la ley no produce perjuicio para el individuo, el amparo será
improcedente; esto, por otra parte, es característico de toda acción judicial; para que una
acción prospere es necesario que exista un interés; donde no hay interés no puede haber
acción, y no puede considerarse que exista interés cuando el individuo que ocurre al amparo
no sufre con el acto que reclama un perjuicio en su persona o en sus bienes.
Consecuencia de este carácter práctico del amparo en su improcedencia cuando los
efectos del acto reclamado han cesado o cuando el acto se ha consumado de un modo
irreparable; en el primer caso, el amparo deja de tener objeto, porque la violación
constitucional quedó reparada; en el segundo, tampoco lo tiene, por la imposibilidad de hacer
volver las cosas al estado que antes tenían; en uno y otro caso podrá haber
responsabilidades civiles y penales en contra de la autoridad que ejecutó el acto, materia de
la queja; pero esas responsabilidades deben discutirse en otro juicio y no en el de amparo,
cuyo objeto es exclusivamente reparar el derecho lesionado.
Hemos fijado hasta aquí la naturaleza, objeto y alcances del amparo; vamos ahora a
referirnos al efecto práctico que produce toda sentencia que conceda la protección
constitucional.

32
El efecto de las sentencias de amparo es reponer al individuo en el goce de la
garantía constitucional violada, restituyendo las cosas al estado que guardaban antes de la
violación, cuando el acto reclamado sea positivo, u obligando a la autoridad responsable a
que obre en el sentido de respetar la garantía de que se trate y a cumplir lo que esa garantía
exija, si el acto reclamado fuere de carácter negativo, por parte de la autoridad de que
emanó.
La nulidad del acto reclamado con relación al quejoso, es el efecto lógico de la
sentencia de amparo; la consecuencia práctica es restituir las cosas al estado que tenían
antes de la violación; este efecto de las sentencias de amparo se relaciona con la situación
jurídica que guardaba el quejoso antes de que el acto violatorio hubiere tenido lugar; de otro
modo, la situación jurídica que existía antes de la violación, y que se modificó por el acto
violatorio, renace por virtud de la sentencia de amparo; así, si a un individuo se le ha privado
de su libertad, si se le ha coartado su derecho para hacer algo, si se le ha despojado de sus
bienes, el efecto de la sentencia que le conceda el amparo será hacerlo gozar de su libertad
perdida, remover los obstáculos que hubiere para que pueda hacer aquello que se le
impedía, ponerlo en el goce de los bienes de que se le despojó; en este sentido debe
entenderse el principio según el cual el amparo debe producir el efecto de hacer volver las
cosas al estado que guardaban antes de la violación; pero si, por ejemplo, el acto reclamado
hubiere consistido en un despojo de bienes y éstos hubieren sufrido transformaciones que
los hayan hecho disminuir de valor, si, refiriéndonos a un caso concreto, el despojo recayó
en un terreno sembrado y las siembras hubieren desaparecido, el efecto de la sentencia no
podrá ser el que la autoridad responsable devuelva con siembras el terreno, objeto del
despojo, ni el de que pague la indemnización correspondiente.

33
34
CAPÍTULO PRIMERO

NATURALEZA, OBJETO Y ALCANCES


DE LA SUSPENSIÓN

La suspensión del acto reclamado tiene por objeto primordial mantener viva la
materia del amparo, impidiendo que el acto que lo motiva, al consumarse irreparablemente,
haga ilusoria para el agraviado la protección de la justicia federal; por virtud de la
suspensión, el acto que se reclama queda en suspenso, mientras se decide si es violatorio
de la Constitución; es un medio más de protección que, dentro del procedimiento del
amparo, concede la ley a los particulares: el juez ante quien se presenta la demanda, antes
de estudiar a fondo el caso que se lleva a su consideración, antes de recibir prueba alguna,
antes de saber de un modo cierto si existe una violación constitucional, suspende la
ejecución del acto, mediante, un procedimiento sumarísimo, que se reduce a una audiencia
en que se oye al quejoso, a la autoridad responsable y al Ministerio Público, pronunciando en
el mismo acto la resolución correspondiente; tratándose de ciertos actos, ni siquiera este
procedimiento sumarísimo tiene lugar, pues la suspensión se concede al presentarse la
demanda.
Bastan estas ligerísimas nociones sobre la suspensión para darse cuenta de la
importancia y trascendencia que tiene en el juicio de amparo; en atención a ella, un acto
reclamado contra cualquiera de las autoridades de la República, así sean las más altas en
jerarquía, queda sin ejecución mediante la orden de un juez de Distrito, o aun de un simple
juez de paz, un alcalde o un conciliador, cuando actúan en auxilio de la justicia federal, y de
este modo, las autoridades más ínfimas dentro de la jerarquía judicial imponen sus
mandatos, en nombre del respeto a la Ley Fundamental del país, muchas veces sin
procedimiento formal alguno, a las más altas autoridades de la República.
La suspensión es una parte esencial del juicio de amparo; es, en muchos casos, una
necesidad del mismo: en efecto, actuando el amparo mediante determinados procedimientos
judiciales que no, por ser sumarísimos, dejan de ser dilatados, la sentencia que en él se

35
pronuncie no llenaría su objeto, si no fuera por la suspensión, ya que al pronunciarse el fallo,
el acto reclamado podría haber sido ejecutado y las cosas no podrían volver al estado que
tenían antes de la violación; esta necesidad de la suspensión se patentiza tratándose de
amparos contra actos como la pena de muerte, la mutilación y otros; sin aquella, tales actos
podrían consumarse de un modo irreparable y la sentencia que en el juicio se pronunciara
vendría a ser ilusoria.
En este sentido, cabe decir que la suspensión mantiene viva la materia del ampro;
peri si éste es su objeto principal, no es el único; en la extensión que se ha dado a la
suspensión en las diversas Leyes Reglamentarias del Amparo que se han expedido, aquélla
se propone también evitar al agraviado, durante la tramitación del juicio constitucional, los
perjuicios que la ejecución del acto que reclama pudiera ocasionarle, de aquí que existan
dos géneros de suspensiones: la que tiene por objeto impedir que el acto reclamado se
consume irreparablemente, dejando sin materia el amparo, y la que se propone evitar
perjuicios al agraviado; la primera es conocida en la ley con el nombre de suspensión de
oficio; a la segunda se le llama suspensión ordinaria o a petición de parte.
La suspensión obra sobre la ejecución del acto reclamado; afecta a las medidas que
tienden a ponerlo en ejecución; el acto, en sí mismo, es extraño a los efectos de aquélla; de
donde resulta que cuando el acto reclamado no es susceptible de ejecución, como los actos
simplemente declarativos, la suspensión es improcedente, por falta de materia en qué
recaer.
También resulta de lo anterior que la suspensión produce efectos más restringidos
que los del amparo, pues en tanto que éste obra sobre el acto mismo, nulificándolo en sí y
en sus consecuencias, aquélla sólo opera con relación a éstas. Sin embargo, el individuo se
encuentra bajo la protección de la ley desde que obtiene la suspensión, ya que, por virtud de
ella, sigue gozando de la garantía que pretendía arrebatarle el acto violatorio, y la sentencia
que en el amparo se pronuncie, viene sólo a consolidar tal protección; en este sentido puede
decirse que la suspensión anticipa los efectos protectores del amparo.
Sin embargo, es principio generalmente sustentado el de que la suspensión nunca
puede producir los efectos del amparo; el principio es cierto en cuanto a que aquélla no
puede nulificar el acto reclamado, lo que es propio de la sentencia que en el juicio se
pronuncie; pero en lo que tiene de práctico el amparo, impedir la ejecución del acto violatorio
en perjuicio del agraviado, la suspensión sí produce los efectos del amparo, con la diferencia
de que, en tanto que éste los produce de un modo definitivo, aquélla los produce
temporalmente, por el tiempo sólo que dure el juicio de garantías; pero la protección que el

36
quejoso recibe es, desde el punto de vista práctico, igual por virtud de la suspensión que por
virtud del amparo; los hechos demuestran la verdad de esta aseveración: desde que el
quejoso obtiene la suspensión, se encuentra protegido por la ley; su situación jurídica
continúa siendo la que era antes de que el acto violatorio hubiera tenido lugar; cierto que
este acto sigue subsistiendo, porque sólo el amparo puede nulificarlo; pero como su
ejecución es detenida por la suspensión, el quejoso está gozando de sus garantías desde
que ésta le es concedida, y la sentencia de amparo no viene a producir otro resultado
práctico a su favor que el de convertir en definitiva la protección de que ya disfrutaba por
virtud de la suspensión; en efecto, el perjuicio que un individuo recibe con motivo de un acto
violatorio de la Constitución, lo recibo, no tanto por el acto mismo como por su ejecución, y si
la suspensión obra sobre ésta, deteniéndola, aquél, desde ese momento, goza de los efectos
protectores del amparo, precisamente en lo que tienen de reales y efectivos; la suspensión
viene, pues, a equivaler a un amparo provisional.
La falsedad del principio según el cual la suspensión nunca puede producir los
efectos del amparo, se patentiza examinando las consecuencias que de él se derivan;
fundándose en ese principio, se ha considerado que no procede la suspensión cuando, por
la naturaleza del acto reclamado, la concesión de aquella equivalga a la concesión del
amparo, pues al obtener el quejoso con la suspensión lo que solo debería obtener con el
amparo, el juicio quedaría sin materia. La especie que se ha presentado es la siguiente: un
conocido empresario de espectáculos públicos se quejó contra la disposición del gobernador
del Estado de México, que le prohibía dar una corrida de toros anunciada para una fecha
muy inmediata a la de la presentación de la demanda. La Suprema Corte de Justicia, al
conocer de la revisión del auto de suspensión, negó ésta, fundándose, entre otras razones,
en la que de si se concediera, el quejoso obtendría de antemano el objeto que perseguía con
el amparo, quedando, por lo tanto, éste sin materia. La ejecutoria relativa puede verse en el
tomo II, página 1201, del Semanario Judicial de la Federación, Época Quinta.
Otro caso que se ha presentado es el siguiente: un individuo procesado, a quien se le
había negado el beneficio de la libertad caucional, ocurrió al amparo, invocando la violación
del artículo 20 de la Constitución, fracción I, que previene que el acusado en todo juicio
criminal tendrá la garantía de que, inmediatamente que lo solicite, sea puesto en libertad
bajo caución hasta de diez mil pesos, siempre que el delito que se le impute no merezca una
pena mayor de cinco años de prisión. Solicitó la suspensión del acto para el efecto,
seguramente, de que una vez que quedara a disposición del juez de Distrito, éste pudiera
concederle su libertad caucional. La Suprema Corte decidió que la suspensión era

37
improcedente, porque siendo consecuencia de ella que el agraviado pudiera concedérsele
dicho beneficio constitucional, obtendría con la suspensión lo que sólo debería obtener por
virtud de la sentencia que le concediera el amparo. Puede verse esta ejecutoria a fojas 326
del tomo XVIII del Semanario Judicial de la Federación.
Otro caso que no se ha presentado, pero que puede fácilmente presentarse y que
conviene a nuestro propósito traer a cuento, es el siguiente; un agricultor pide amparo contra
la orden arbitraria de un presidente municipal que le impide levantar la cosecha que
actualmente tiene en determinado terreno de su propiedad. Si tal caso se presentara a la
consideración de la Corte, decidiría, conforme al criterio sustentado en las dos ejecutorias
anteriores, en el sentido de negar la suspensión, porque si se concediera, el efecto de ella
sería que el quejoso pudiera levantar, desde luego, su cosecha, obteniendo con aquélla lo
que sólo debería obtener con la concesión del amparo.
Vamos a analizar estos casos para demostrar la falsedad del principio que funda la
negativa de la suspensión. Está fundada en los dos primeros casos propuestos, y se
fundaría en el tercero, en que no pudiendo la suspensión producir los efectos del amparo,
cuando por la naturaleza del acto reclamado tiene que producir esos efectos haciendo
obtener al quejoso lo que perseguía con el amparo, y dejando, en consecuencia, sin materia
éste, aquélla es improcedente.
No negamos que en los casos propuestos, concediéndose la suspensión, el amparo
queda prácticamente sin materia, porque el quejoso obtiene con aquella lo que buscaba por
medio del amparo; pero no es menos cierto que negándola, el amparo también queda sin
materia; vamos a demostrarlo, comenzando por referirnos al primer caso, al amparo
solicitado contra la orden que le impedía al quejoso dar la corrida de toros anunciada para
una fecha inmediata a la de la presentación de su demanda; el objeto perseguido con el
amparo era el de poder dar la corrida de toros en la fecha en que estaba anunciada; negada
la suspensión, como la sentencia definitiva en el amparo, por la fuerza misma de las cosas,
no podría pronunciarse inmediatamente, cuando fuere la oportunidad de hacerlo, ya la fecha
señalada para dar la corrida habría pasado; de manera que el acto reclamado se habría
consumado irreparablemente y el amparo habría quedado sin materia; en el segundo caso
es lo mismo: negada la suspensión contra el auto que no concedió al quejoso su libertad
caucional, cuando después de meses, o aun de años, hubiere de pronunciarse sentencia
definitiva, el proceso en que al quejoso se le negó aquel beneficio ya habría terminado,
resultando de ahí la consumación irreparable del acto reclamado, y por lo mismo, la falta de
materia para el amparo; igual sucedería en el tercer caso propuesto, porque al venir la

38
sentencia de amparo, las cosechas que se prohibió al quejoso levantar se habrían perdido,
por el transcurso del tiempo, y como en los casos anteriores, el acto reclamado habría
quedado consumado irreparablemente.
Como se ve, el principio de que la suspensión no puede producir los efectos del
amparo, tanto funda la improcedencia de aquélla como su procedencia, toda vez que
concediéndola o negándola se llega al mismo resultado, esto es, a dejar sin materia el juicio
de garantías; ahora bien, un principio que lo mismo sirve para sostener una tesis como para
apoyar la tesis contraria, es un principio sin valor científico; un principio falso, que debe
rechazarse.
Dicho principio es tanto más falso cuanto que teniendo por objeto la suspensión
mantener viva la materia del amparo, por virtud de la aplicación de él, se hace nugatoria la
protección constitucional; los casos propuestos, pero, sobre todo, el relativo a la negativa de
la suspensión, tratándose del amparo contra el auto denegatorio de la libertad caucional, son
la mejor prueba de esto y a la vez el mejor argumento contra la tesis que combatimos;
negada la suspensión, como la sentencia que pudiera conceder al quejoso el amparo no
podrá venir, por las dilaciones ordinarias del recurso, antes de que el proceso en que se
negó la libertad caucional al agraviado hubiera terminado, éste se habrá visto privado, de
hecho, de la garantía que el artículo 20 de la Constitución, en su fracción I, le otorga; el
amparo habrá sido incapaz de llenar sus fines, y ello habrá tenido lugar, no por deficiencia
del recurso, como podría pretenderse, sino por falta de una noción racional de la suspensión.
Una de dos: o se acepta que la suspensión puede producir los efectos del amparo o
se admite que tratándose de casos en que aquélla, por la fuerza de las cosas, produce
efectos prácticamente definitivos, el amparo es incapaz de llenar sus fines, y como esto es la
negación del amparo como un recurso serio, como esto supone la existencia de violaciones
de garantías que no tienen remedio en el amparo, como esto, en fin, contraría los fines
primordiales de la suspensión, que son mantener viva la materia de aquel, hay que aceptar
lo primero.
Se objetará que los resultados que hemos anotado con consecuencia de la
deficiencia de la organización de los tribunales encargados de la tramitación del juicio
constitucional. Ciertamente que si esos tribunales funcionara en tal forma que la sentencia
definitiva en el juicio pudiera obtenerse en brevísimo plazo, aquellos resultados no se
producirían o se producirían en menor escala; pero si el legislador, previendo la imposibilidad
de que la sentencia de amparo pueda ser inmediata a la petición del mismo, ha instituido la
suspensión para impedir que el acto se consume de un modo irreparable o para evitar al

39
quejoso, durante la tramitación del juicio, los perjuicios que la ejecución del acto violatorio
puede ocasionarle, se falta a los fines de la ley, cuando por atender a determinados
principios, que no tienen más autoridad que la de una práctica quizás no lo suficientemente
meditada, se restringen los efectos de la suspensión hasta el grado de hacer nugatorias, en
muchos casos, las garantías que la Constitución otorga.
Se objetará también que nosotros, para apoyar nuestra tesis y combatir la contraria,
nos colocamos en el terreno de los hechos, sirviéndonos para argumentar de las dificultades
que éstos presentan; la objeción no nos parece seria: el amparo es un medio esencialmente
práctico, creado por el legislador para reparar al individuo en el goce real y positivo de sus
derechos; no persigue fines teóricos, de aquí que todo lo que a él se refiera debe verse
desde el punto de vista de los hechos; no se puede prescindir de éstos para el estudio de
dicha institución; hacerlo es colocarse en un plano falso, que a nada conduce; es hacer del
amparo un recurso de escaparate, que sólo pueda servir para satisfacer nuestro orgullo
nacional; son los hechos, tales como se presentan, en todo su aspecto de realidad, los que
deben tomarse en cuenta, si se quiere hacer del amparo lo que en verdad es: un medio
práctico para reparar un agravio causado por actos por actos de una autoridad; en
consecuencia, toda teoría sobre el amparo, o sobre la suspensión, que prescinda de la
realidad, es una teoría falsa y debe rechazarse; si, pues, la suspensión, conforme a los
hechos, no llena sus fines, restringiéndola en el sentido que se pretende hacerlo; si lejos de
llenarlos, hace que el amparo tampoco los llene, tales restricciones son ilógicas. La finalidad
del amparo es proteger al individuo contra los abusos del Poder; la de la suspensión es
protegerlo mientras dure el juicio constitucional; en consecuencia, una teoría sobre la
suspensión no sería jurídica, sino cuando ambas finalidades queden satisfechas. Que la
protección que otorga la suspensión sea, en algunos casos, provisional, y que, en otros, por
la naturaleza de los actos reclamados, sea prácticamente definitiva, esto poco importa; lo
esencial es que las instituciones llenen sus fines, y si la suspensión sólo llena los suyos
produciendo los efectos del amparo, debe admitirse que puede y debe producir esos efectos.
Naturalmente en el terreno en que nos hemos colocado es preciso admitir, para no
hacer de la suspensión un abuso, que los jueces tienen una facultad amplísima (nos
referimos a la suspensión a petición de parte) para decidir sobre la procedencia de la
suspensión, sin más restricciones para ello que las que la ley les impone, suponiendo tal
facultad, la de juzgar, aunque sea muy superficialmente, de la constitucionalidad del acto
cuya suspensión se solicite.

40
Los antecedentes legislativos sobre la materia parecen justificar tal tesis, al conceder
al juez un poder facultativo para resolver sobre la suspensión: el artículo 710 del Código
Federal de Procedimientos Civiles, de 26 de diciembre de 1908, establecía que, fuera de los
casos de la suspensión de oficio, la suspensión podría decretarse cuando concurrieran los
requisitos de procedencia señalados por la ley; el 713 del mismo Código también empleaba
el verbo “poder” al referirse a la facultad del juez para conceder la suspensión provisional, y
de igual fórmula se valían los artículos 717 y 719, referentes, el primero, al amparo contra
impuestos, multas u otros pagos fiscales, y el segundo, a los interpuestos contra
consignaciones al servicio militar; en la Ley de Amparo de 18 de octubre de 1919 también
encontramos que el legislador emplea el mencionado verbo al definir la facultad de los
jueces de Distrito para conceder la suspensión a petición de parte y la procedente contra
multas, impuestos u otros pagos fiscales (arts. 55 y 60); sólo la Ley de Amparo de 31 de
diciembre de 1935 se separa de estos antecedentes en su artículo 124, correspondiente al
55 de la Ley de 1919 y al 710 del Código de 1908, al establecer que la suspensión “se
decretará” cuando concurran los requisitos que el propio artículo fija; pero este cambio es
transitorio, pues en la adición que en 30 de diciembre de 1950 se hizo al artículo 107 de la
Constitución, se volvió a la fórmula antigua: “Los actos reclamados ─dice la fracción X del
citado artículo─ podrán ser objeto de suspensión en los casos y mediante las condiciones y
garantías que determine la ley…” Tenemos, pues, que ya no sólo por una ley secundaria,
sino por la Constitución misma, la concesión de la suspensión es una función facultativa del
juez, sujeta, claro está, a la realización de ciertos requisitos.
Existe, pues, una base en los antecedentes legislativos y en la propia constitución,
para que el juez tenga una amplitud de criterio para resolver sobre la suspensión, tomando
en cuenta la probable o improbable constitucionalidad del acto reclamado.
El texto íntegro de la fracción X citada refuerza esta tesis. 3
Dice dicha fracción: “Los actos reclamados podrán ser objeto de suspensión en los
casos y mediante las condiciones y garantías que determine la ley, para lo cual se tomará en
cuenta la naturaleza de la violación alegada, la dificultad de reparación de los daños y

3
NOTA: La fracción X del artículo 107 constitucional, consta de dos párrafos: el transcrito y el segundo que textualmente
dispone:
“Dicha suspensión deberá otorgarse respecto de las sentencias definitivas en materia penal al comunicarse la interposición del
amparo, y en materia civil, mediante fianza que dé el quejoso para responder de los daños y perjuicios que tal suspensión
ocasione, la cual quedará sin efecto si la otra parte da contrafianza para asegurar la reposición de las cosas al estado que
guardaban si se concediese el amparo, y a pagar los daños y perjuicios consiguientes;”

41
perjuicios que pudiera sufrir el agraviado con su ejecución, los que la suspensión origine a
terceros perjudicados y el interés público.”
Este precepto viene a cambiar radicalmente el mecanismo de la suspensión, al
introducir, para sus condiciones de procedencia, un nuevo elemento de estudio, el de la
naturaleza de la violación alegada. De acuerdo con la reglamentación anterior, el perjuicio
para el agraviado, en relación con el perjuicio para la sociedad y el Estado, era el único
elemento que debía considerarse para conceder la suspensión: si el acto reclamado
perjudicaba al quejoso y su inmediata ejecución no perjudicaba a la sociedad o al Estado,
aquélla debía concederse; si, por el contrario, la suspensión ocasionaba un perjuicio a la
sociedad o al Estado, debía negarse; la violación cometida, para nada era tomada en cuenta.
La reforma constitucional cambia el sistema: el perjuicio social y el colectivo continúan
siendo elementos de estudio para la procedencia de la suspensión; pero ya no son los
únicos, su estudio debe hacerse en relación con el de la naturaleza de la violación alegada;
no le es ya suficiente al juez, para fundar la negativa de la suspensión, decir que la sociedad
o el Estado están interesados en la inmediata ejecución del acto reclamado y que con la
suspensión se perjudicarían los intereses colectivos; tiene que estudiar también, y esto muy
fundamentalmente, la naturaleza de la violación, esto es, su carácter, su peculiaridad, su
importancia, su gravedad, su trascendencia social, para derivar de ese estudio si existe
interés de la sociedad que impida que el acto reclamado sea suspendido; el criterio del juez
debe ser el resultado de un estudio de conjunto de la violación, el perjuicio individual y el
interés social, y ese estudio, por la fuerza misma de las cosas, tiene que llevar a la
apreciación de la constitucionalidad del acto reclamado.
De este modo, si del examen que se haga de la violación resulta que no hay datos
que comprueben su existencia, la suspensión deberá negarse; si, en cambio, la violación
existe, la labor del juez consistirá en estudiar, bajo todos sus aspectos, la naturaleza de la
violación en relación con el interés social, y si de ese estudio se destaca el predominio de
este interés respecto de la violación misma, la suspensión deberá negarse.
Claro está que las normas que fija el constituyente para la reglamentación de la
suspensión, no autorizan a fundar el auto que la conceda o niegue en razones de fondo;
para ello sería necesario una reforma legislativa; pero la nueva fórmula empleada en la
fracción X transcrita, es un argumento más en pro de la necesidad que hay de asomarse al
fondo del asunto para decidir sobre la suspensión.
Conviene advertir que el texto constitucional que analizamos, al establecer el criterio
a que debe sujetarse la Ley para reglamentar la suspensión, no disecciona, por decirlo así,

42
los elementos que deben tenerse en cuenta para tal reglamentación, sino que hace de ellos
un conjunto, en el que todos deben relacionarse entre sí, para practicar algo así como un
balance, en el que determinada la importancia de cada uno de dichos elementos, sea el de
mayor entidad el que guíe el criterio del juez en la decisión que debe dictar. De esta manera,
el juez, sin hacer consideraciones concretas sobre la constitucionalidad o
inconstitucionalidad del acto reclamado, cosa que el estado que guarda la legislación todavía
no lo permite, dictará una resolución que armonizará, en lo posible, la suspensión con los
fines del amparo.
En apoyo de nuestra tesis, queremos también invocar la opinión del tratadista don
Silvestre Moreno Cora; dice en su Tratado del Juicio de Amparo: “La ley ha concedido, pues,
cierta amplitud a las facultades de los jueces de Distrito en cuanto a la suspensión del acto
reclamado, dándoles algunas reglas generales para que formen su criterio; pero sin
obligarlos a seguirlas estrictamente, si no es en el caso de pena de muerte. La razón que en
nuestro concepto ha tenido para ello, es ésta: es natural que desde que se inicia un juicio de
amparo se pueda presumir si realmente existe la violación de que el promovente se queja; y
la consideración del hecho, de las circunstancias que le han acompañado y de los resultados
probables del amparo, influirán en el ánimo del juez para resolverse a conceder o negar la
suspensión que se le pide.”
En el mismo sentido opina el maestro don Jorge Vera Estañol, en el Juicio Crítico con
que tuve el honor de encabezar la primera edición de este libro: “A mi parecer –dice-, la
doctrina conforme a la cual los jueces de Distrito, en los casos dudosos, deben prejuzgar
sobre la aptitud o ineptitud de la queja de amparo en cuanto al fondo, es de tal naturaleza
genuina y fundamental para el realismo de este recurso, que debe aplicarse lo mismo a los
casos de suspensión de oficio mencionados bajo la fracción I del artículo 54 de la Ley de
Amparo (corresponde a la fracción I del art. 123 de la ley vigente), que a los casos de
suspensión a pedimento de parte, comprendidos en el artículo 55 de la misma ley
(corresponde al art. 124 de la vigente).
No se me oculta que contra esta tesis, y acusándola de heterodoxa, se ha levantado
y se levantará la rutina y la tradición judiciarias.
Empero, bastarán algunos precedentes, consignados desde tiempo inmemorial en
nuestras leyes y practicados sin objeción alguna, para demostrar que no se trata de una
herejía jurídica y sí de ineludibles reclamos de la lógica en las controversias judiciales.
Cuando un juez del ramo penal está para decretar el auto de formal prisión, ¿qué es
lo que hace?

43
Si encuentra que no hay elementos suficientes para estimar comprobado el delito, o,
aunque el delito resulte evidente, no hay bastantes datos para imputar culpabilidad al reo,
deja a éste en libertad, a reserva de que, si en el curso de la investigación criminal que se
siga se comprueba plenamente la existencia del delito y se demuestra también la
culpabilidad del acusado, la sentencia definitiva sea condenatoria.
Si, por el contrario, las primeras diligencias del proceso prueban prima facie la
existencia del cuerpo del delito y engendran fuertes presunciones de culpabilidad en el
acusado, el juez decreta la formal prisión, a reserva de que, al terminarse el proceso y
cuanto todos los elementos de convicción estén reunidos, la sentencia sea absolutoria o
condenatoria, según se hayan confirmado o desvanecido los datos de la investigación
preliminar.
Luego, para dictar el auto de formal prisión o para no dictarlo, el juez prejuzga sobre
la existencia del delito y sobre la culpabilidad del reo, hasta donde se lo permiten los datos
acumulados durante la averiguación preliminar de los hechos.
En el orden civil ocurre cosa semejante y parece increíble que nunca se haya
detenido la atención en este precedente.
¿Qué cosa es en realidad el procedimiento ejecutivo?
Es un procedimiento prejudicial: con los documentos que el actor presenta, prima
facie probatorios, si de ellos aparece obligación a cargo del demandado, el juez despacha
auto de exequendo para requerir al reo que cumpla con la obligación que se le demanda y,
en su defecto, señale bienes en que trabar ejecución.
Ese auto de exequendo, dictado sin que el reo haya tenido oportunidad de presentar
su defensa ni aducir pruebas, sólo puede apoyarse lógicamente en la facultad de prejuzgar
concedida al juez, facultad provisional, temporal, mientras dura el procedimiento, facultad
que no empiece a decidir por la sentencia definitiva el fondo mismo de la controversia, según
los datos que las partes aduzcan.
Así al llegar a estado el juicio, ese fallo será condenatorio, si contra los documentos
presentados con la demanda no ha ofrecido el reo pruebas que los invaliden o que destruyan
sus efectos, o será absolutorio cuando el demandado haya podido demostrar en la secuela
del juicio que los documentos no son genuinos, o que no son válidos, o que su fuerza ha sido
destruida por actos posteriores.
¿Qué más? Algunos de los casos de suspensión de oficio, como son los de multa
excesiva y de confiscación de bienes, no comprendidos en la fracción I del artículo 54 de la
Ley de Amparo (corresponde a la fracción I del artículo 123 de la ley vigente), sólo explican

44
admitiendo que prima facie el acto reclamado se presume, o, lo que es lo mismo, se prejuzga
anticonstitucional, porque en ninguno de dichos casos puede aducirse, como respecto de la
pena de muerte, el tormento o los azotes, que el acto sería absolutamente irreparable, si no
se suspendiera.
Pues bien, criterio semejante debiera servir de base para el ejercicio del arbitrio
judicial en los tres géneros restantes de suspensión, a saber: la de oficio a que se refiere la
fracción II del artículo 54; la otorgable sin fianza a petición de parte, según fracción I del
artículo 55, y la que sólo procede a petición de parte y con el requisito de la fianza. 4
Ocúrreseme, para la suspensión de oficio, el caso, no por cierto teórico, de la
expulsión de un nacional fuera de territorio de un Estado, dictada por alguna de las
autoridades de éste.
Prima facie tal acto es tan anticonstitucional como el destierro de cualquier mexicano
fuera de la República.
La suspensión de oficio debería, pues, otorgarse sin más trámite que la queja.
Dentro de los casos de suspensión sin fianza, a petición de parte, debieran
comprenderse todos aquellos actos en que prima facie aparece evidente la usurpación
anticonstitucional de poderes.
Ejemplo: el Ejecutivo declara de oficio la nulidad de un título minero o la rescisión de
un contrato celebrado por la nación con algún particular.
La violación de la garantía del párrafo segundo del artículo 14 constitucional es prima
facie tan manifiesta, que la suspensión debiera otorgarse con sólo la presentación de la
demanda de amparo y la constancia de la resolución administrativa. La Suprema Corte ha
resuelto algún caso en este sentido.
Otro ejemplo: la autoridad fiscal de un Estado ejerce la facultad económico-coactiva
contra un comerciante, con objeto de hacerle efectivo un impuesto por aduanas locales, que
requiere inspección o registro de bultos, o exige documentos que acompañen la mercancía;
o bien, dicta una orden contra ese mismo comerciante impidiendo el tránsito de sus
mercancías por el territorio del mismo Estado.
El comerciante comprueba uno u otro hecho con documentos de la autoridad
responsable, o la prueba resulta del informe previo que debe rendir dicha autoridad.
¿No es éste un caso en que la violación constitucional es tan evidente prima facie
que sea imperativo otorgar la suspensión sin fianza, ni otro requisito semejante?

4
NOTA: Los preceptos citados corresponden respectivamente a los artículos 123 y 124 de la Ley vigente.

45
Otro ejemplo: sé de un causante del impuesto de aguas que, previa calificación del
monto del impuesto por la Secretaría de Agricultura y Fomento, estuvo pagándolo con toda
regularidad a la Hacienda Pública Federal por varios años.
Movidos resortes ocultos para dañar a este causante, inopinadamente la Secretaría
de Agricultura, sin audiencia del interesado, revisó sus calificaciones anteriores, aumentó
exageradamente el monto del impuesto hasta hacerlo monstruoso, comunicó el aumento a la
Secretaría de Hacienda, y éste, por conducto de la oficina exactora, requirió al causante el
pago de la nueva liquidación, no ya por el año fiscal en curso, sino por todos los años
anteriores.
En vano fue que el causante exhibiera las calificaciones previas de la Secretaría de
Agricultura y Fomento y los recibos que acreditaban el pago correspondiente a esas
calificaciones: tuvo necesidad de exhibir en efectivo varios cientos de miles de pesos a que
alcanzaba la liquidación, para no verse expuesto al embargo de todas sus propiedades.
Dentro de cualquier sistema realmente justiciero, ese causante habría debido
obtener, en la vía de amparo, la suspensión de los procedimientos exactivos con sólo la
presentación de los documentos auténticos que acreditaran que estaba al corriente en sus
pagos anteriores y que éstos se habían hecho conforme a las calificaciones de la propia
autoridad responsable
Por consiguiente, si el amparo ha de ser un remedio real y no simplemente un
idealismo lírico, hay que introducir en la concesión o denegación de las suspensiones la
facultad de prejuzgar sobre la aptitud o ineptitud de la queja con presencia de los
documentos que a ésta acompañen o con el informe previo, a reserva de reconsiderar la
materia de fondo en la sentencia definitiva, para conceder o negar el amparo
No negamos que haya casos en los que sea difícil, y aun imposible, formarse un
criterio sobre la constitucionalidad del acto reclamado con la sola presentación de la
demanda y lo que exponga la autoridad responsable en su informe; pero no lo es en la
mayoría de los que a diario se presentan, en que basta la lectura de aquélla para formarse
un juicio, más o menos exacto, sobre la violación reclamada, ya sea atendiendo al acto en sí
mismo, a las circunstancias en que tuvo lugar o a la autoridad de que procede. La práctica
en la judicatura es, a este respecto, la mejor guía que pueden tener los encargados de
administrar justicia: un juez de Distrito, con algunos años de experiencia, difícilmente se
equivocará sobre la seriedad de la reclamación desde que se le presente ésta.
Desgraciadamente, la costumbre de nuestros tribunales se ha establecido en el
sentido de que no es facultativo para los jueces conceder la suspensión, en los casos en que

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ningún obstáculo hay para ello, y de ahí ha provenido el abuso que de aquélla se ha hecho y,
como consecuencia, el desprestigio de la misma y aun del amparo. 5
Por lo demás, la jurisprudencia de la Suprema Corte no es contraria a la tesis
expuesta, pues aunque en términos categóricos ha decidido que en el incidente de
suspensión no pueden tomarse en cuenta cuestiones de fondo, en infinidad de casos,
contrariando este principio, ha concedido suspensiones, fundándose en la constitucionalidad
del acto reclamado. Al final de este libro pueden verse extractos de las numerosas
ejecutorias dictadas por la Corte en el sentido indicado.
Por otra parte, la necesidad de juzgar, aunque sea muy someramente, de la
constitucionalidad del acto reclamado, resulta de los mismos requisitos a que la ley sujeta la
suspensión, si la palabra “perjuicio” se interpreta en un sentido netamente jurídico, esto es,
relacionado el perjuicio con el derecho de quien lo resiente, sea el individuo, sea la sociedad
o el Estado. En efecto, para que un acto, refiriéndonos al perjuicio individual, perjudique a
alguien, no basta que quien se diga agraviado sufra determinado menoscabo en su
patrimonio o en su libertad; ese menoscabo sólo será aparente, si el quejoso no tiene el
derecho que pretende que se trata de arrebatarle; si no goza de ese derecho, si se le priva
de algo que no le pertenece, si se le restringe una libertad que la sociedad no le reconoce,
ningún prejuicio podrá resentir con el acto que reclama; un acto legal no puede perjudicar a
nadie; el perjuicio sólo existe cuando hay un derecho lesionado; una y otra cosa son
correlativas; de aquí que para poder decidir si la ejecución del acto reclamado causa
perjuicios al quejoso, es preciso examinar si aquél tiene derecho a que tal acto no se ejecute
en su contra; de otro modo, es preciso atender a la constitucionalidad de dicho acto; lo
mismo cabe decir respecto del perjuicio colectivo: el supremo anhelo de un pueblo radica en
la realización del Derecho, de la que el respeto a las garantías consagradas por la
Constitución es el medio más eficaz; el interés de la sociedad y del Estado está en el respeto
a esas garantías; todo acto que atente contra ellas constituye un mal social, es un perjuicio
para la sociedad; ésta nunca puede sentirse perjudicada por un acto violatorio de la ley,
porque su interés está precisamente en el respeto a ésta; luego para formarse un criterio
sobre si la suspensión de determinado acto es perjudicial para la sociedad o para el Estado,
es preciso atender la constitucionalidad de dicho acto.
Unos ejemplos harán palpable la justificación de nuestra tesis: se declara la quiebra
de un comerciante y contra el auto respectivo se pide el amparo y la suspensión; si el

5
Véase en el Apéndice de este libro nuestro estudio sobre la “Suspensión con efectos de amparo provisional”.

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comerciante agraviado se encuentra realmente en estado de quiebra, es indudable que la
suspensión acarrearía prejuicios a la sociedad, que está interesada, para seguridad de las
operaciones mercantiles, en que se definan cuáles han sido los motivos por los que un
comerciante ha faltado al pago de sus compromisos; pero si el auto declarativo de quiebra
no está justificada, si, por error o mala fe, se ha declarado en quiebra a quien no debía
encontrarse en este caso, lejos de tener interés la sociedad en que se mantenga ese estado
de cosas, lo tendrá en que no subsista, y perjudicaría si subsistiera, ya que ello traería como
consecuencia la paralización en las actividades del comerciante lesionado, la cesación de los
pagos, el quebrantamiento del crédito personal y otra serie de calamidades que, en último
extremo, viene a traducirse en una disminución de riqueza. Lo mismo habría que pensar en
el caso de que el acto reclamado consistiera en la expulsión de un extranjero, por la
aplicación del artículo 33 constitucional; si efectivamente se trata de un extranjero pernicioso,
la sociedad se perjudicaría con la suspensión por estar interesada en no tener en su seno
gentes nocivas; pero si se tratare de un extranjero que ha dedicado y que dedica todas sus
actividades al fomento de nuestra riqueza, el interés social habrá de estar, por el contrario,
en que la expulsión se suspenda, entre otros motivos, porque la ejecución de un acto así
injusto haría nacer la desconfianza en los demás extranjeros radicados en el país y cerraría
las puertas a la inmigración del capital y de personas, con notorio perjuicio para el
desenvolvimiento de la riqueza nacional.
Estos ejemplos demuestran que el perjuicio social no es algo absoluto: la suspensión
que en determinadas circunstancias pueden ser perjudicial a la sociedad, en otra puede serle
favorable, aunque se trate de los mismos hechos; todo depende de la justificación del acto
que se trate, y ello viene a convencer de que el único criterio científico para resolver sobre
aquélla, es el que se deriva del examen que se haga de la constitucionalidad del acto
reclamado.
La Suprema Corte no ha sido ajena a la anterior tesis, pues en la ejecutoria que obra
publicada a fojas 1768 del tomo XIV del Semanario Judicial, declaró que la suspensión es
procedente contra los actos que se dicten en contra del texto expreso de la ley, “porque de la
falta de la observancia de ésta tienen que seguirse perjuicios a la sociedad y al Estado”, y
más explícita aún, en otras ejecutorias ha declarado que “el mayor interés de la sociedad y
del Estado radican en el respeto de las garantías constitucionales”. 6

6
Veánse las ejecutorias que obran publicadas en los tomos XVI, página 683; XV, página 320, y XIX, página 9, del Semanario
Judicial de la Federación y los extractos de ejecutorias insertos en el Apéndice de este libro.

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Por lo demás, en muchos casos la necesidad de hacer un estudio de fondo para
resolver sobre la suspensión de acto es tan imperiosa, que ni queriéndolo se puede
prescindir de este estudio; vamos a presentar unos ejemplos: un individuo reclama contra
actos del Presidente de la República, porque haciendo uso de la facultad que le concede el
artículo 33 de la Constitución, pretende expulsarlo del país como extranjero pernicioso; el
agraviado asegura que ha adquirido la nacionalidad mexicana, ¿cómo podría resolver el juez
sobre la suspensión, dada la jurisprudencia que existe sobre la improcedencia de ésta
tratándose de la aplicación del artículo 33, sin entrar a estudiar si, efectivamente, se trata de
un mexicano naturalizado o de un extranjero y si, por lo mismo, el Presidente de la República
hizo una correcta aplicación del citado artículo 33? La autoridad responsable impone una
multa, que el agraviado considera que por ser excesiva, es violatoria del artículo 22 de la
Constitución, por lo que pretende que se le conceda la suspensión de oficio, ¿podría el juez
de Distrito resolver si era procedente dicha suspensión sin estudiar si, efectivamente, se trata
de una multa excesiva, con lo que, al resolver tal cosa, dejaría resuelta la cuestión de fondo?
Se pide un amparo contra un aseguramiento de bienes, como objeto de delito ¿no estará
obligado el juez para resolver sobre la suspensión, a examinar si los bienes asegurados son
objeto de delito, y al considerar que no lo son, no resuelve a la vez sobre la mala aplicación
que de la ley hubiera hecho la autoridad responsable, en el acto que contra ella se reclama?
Estos, y otros muchos casos que podríamos presentar, y que ha llevado a la Suprema Corte,
a pesar de los principios que sustenta en materia de suspensión, a juzgar en ésta de la
constitucionalidad de acto reclamado, viene a dar un argumento más en contra de esos
principios y a favor de la exactitud de la tesis que sostenemos.
La suspensión, como la misma palabra lo indica, tiene por objeto suspender los
efectos del acto reclamado, esto es, impedir que ese acto se ejecute, mientras se decide, por
sentencia definitiva, si es o no violatorio de la Constitución; de aquí la improcedencia de
aquélla cuando al solicitarse el amparo el acto reclamado ha sido ya ejecutado.
¿Cuándo debe considerarse el acto como ejecutado? La ejecución presenta aspectos
bien distintos: Hay actos cuya ejecución produce la irreparabilidad de agravio; son los
consumados de un modo irreparable, de que habla la fracción IX del artículo 73 de la Ley de
de Amparo: un caso típico es la ejecución de la pena de muerte, hay actos cuya ejecución
produce sus efectos todos desde el momento en que tienen lugar, pero que, a diferencia de
los anteriores, pueden repararse, como el remate de bienes, el lanzamiento de un individuo
de la casa que ocupa, y los hay, finalmente, en que la ejecución tiene lugar de día en día, de
momento en momento, sin que pueda precisarse cuándo queda definitivamente ejecutado

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acto; tales son la clausura de una casa comercial, depósito de objetos embargados, la
desposesión de bienes en general, etc., etc. Los primeros no presentan dificultad ninguna en
lo que se refiere a la suspensión: consumado irreparablemente el acto, la suspensión es
improcedente, como lo es el amparo mismo. Respecto de los segundos cabe decir lo mismo:
ejecutado el acto, no hay nada que suspender; pero tratándose de los terceros, los que se
ejecutan de día en día, de momento en momento, no es lo mismo: cuando se clausura un
comercio con el objeto de que no esté abierto al público; cuando, por virtud de un embargo
de muebles, se nombra un depositario que cuide de la cosa embargada; cuando se despoja
a alguien de lo que estaba poseyendo, no se está en presencia de actos ejecutados, pues la
ejecución trasciende a futuro; se verifica de momento a momento; tiene lugar, en los
ejemplos propuestos, por todo el tiempo en que esté clausurado el establecimiento comercial
o privado el quejoso de la tenencia material de sus bienes; durante todo ese tiempo, el acto
está en vías de ejecución, está ejecutándose; no puede, pues, decirse que no haya nada que
suspender; la suspensión puede afectar a la ejecución del acto, en cuanto a la continuidad
de esa ejecución, y no hay razón para que no sea así, supuesto que el objeto de aquélla es
evitar perjuicios al quejoso, mientras dure el juicio de garantías, protegerlo provisionalmente
mientras se decide si el acto que reclama es violatorio de la Constitución, y tal objeto sólo se
llena suspendiendo la continuación de acto violatorio.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación es contraria a esta tesis, pues dice que la
suspensión no puede tener efecto restitutorios que son propios de la sentencia que se
pronuncie en cuanto al fondo; es una consecuencia de la teoría relativa a que la suspensión
nunca puede producir los efectos del amparo, teoría fundada en una errónea noción de la
suspensión y cuya falsedad creemos haber demostrado en párrafos anteriores.
En realidad, cuando en actos como los expresados, clausura de un establecimiento
comercial, desposesión de bienes, etc., se suspende la continuación de esos actos, no se le
dan a la suspensión efectos restitutorios, propios de la sentencia de amparo; el efecto de
ésta, como lo dijimos en su lugar, es restituir al individuo en el goce de la garantía que se la
arrebató; ahora bien cuando se concede la suspensión para que un acto que no ha
producido todos sus efectos a través del tiempo, no los continúe produciendo, no se restituye
al individuo en el goce de su garantía violada, supuesto que el acto violatorio sigue
existiendo; lo que se hace es mantener, mientras dure el juicio, la situación jurídica que
existía antes de que tuviera lugar el acto reclamado, pero sin nulificarlo; dejándolo por el
contrario, subsistente, a fin de que sea la sentencia de amparo la que, al nulificarlo, restituya
al agraviado en el goce de sus garantías.

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La misma Corte lo ha considerado así, cuando, tratándose de un amparo contra un
auto de quiebra, iniciado con posteridad a la postura de sellos, ha concedido la suspensión,
haciéndola producir el efecto de levantar los sellos puestos, sin haber considerado, en tal
caso, que se daban efectos restitutorios a la suspensión. Tesis jurisprudencial número 993.
La anterior solución es perfectamente jurídica, pues si el auto declaratorio de quiebra
no había comenzado a producir ni siquiera sus primeros efectos, como son los relativos a la
entrega de los bienes concursados al síndico, no podía decirse que estaba ejecutado, por lo
que se imponía conceder la suspensión, sin hacer distingos entre lo que ya se había
ejecutado y lo que todavía no se ejecutaba, pues hacerlo, concediendo la suspensión
respecto de lo segundo, o sea, la entrega de bienes al síndico, y negándola respecto de lo
primero, o sea, el aseguramiento de bienes por medio de los sellos puestos, era un
contrasentido jurídico; de manera que la Corte obró con toda justificación al conceder la
suspensión en la forma en que lo hizo; sólo que al proceder así, demostró con ello mismo la
inconsistencia y falsedad de su teoría sobre la incapacidad de aquélla para producir efectos
restitutorios, en el sentido en que ella los entienda, toda vez que dar a su ejecutoria al
alcance de desasegurar los bienes que estaban ya asegurados, le hizo producir a su
resolución de suspensión dichos efectos.
Para no ponerse la Corte en contradicción con sus principios, dice que la postura de
sello en las quiebras no constituye estado jurídico por sí, siendo sólo un medio para llevar a
cabo el aseguramiento, por lo que no puede alegarse que mandando levantar los sellos se
dé a la suspensión efectos restitutorios. La afirmación de que la postura de sellos no
constituye estado jurídico está en desacuerdo con la realidad, pues por virtud de los sellos
puestos, los bienes del quebrado quedan asegurados; pero aun que así no fuera, lo cierto es
que puestos los sellos se está en presencia de un acto ejecutado, y al hacer producir a la
suspensión el efecto de que esos sellos se levanten, se le dan los efectos restitutorios que la
Corte no admite que pueda tener.
La inconsistencia y falsedad del mismo principio se demuestra también con la
excepción que admite la Suprema Corte a su teoría sobre la improcedencia de la suspensión
respecto de los actos ejecutados, cuando se trata de los actos continuos, llamados también
“de tracto sucesivo”, que son aquellos cuya ejecución se verifica de día en día; los casos en
que ha aplicado tal excepción son aquellos en que el acto reclamado ha consistido en un
embargo en forma de intervención; la Suprema Corte ha concedido la suspensión para el
efecto de que el interventor nombrado no siga percibiendo, a partir de la concesión de la
suspensión, los frutos del bien intervenido. Esta excepción destruye, por su propia base, la

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teoría de la Corte sobre actos ejecutados, pues basada en que la suspensión no puede tener
efectos restitutorios, al concederla, tratándose de un embargo en forma de intervención,
respeto de la percepción de frutos para el futuro, lo que se suspende no es tanto esa
percepción como al intervención misma, dado que el interventor ya no podrá llenar sus
funciones, con lo que resulta que se le dan a la suspensión efectos restitutorios,
contrariándose así el principio de que aquélla no pueda producir tales efectos.
Por otra parte, la tesis de Corte conduce a verdaderos dislates jurídicos; el caso a
que nos vamos a referir es la mejor prueba de ello: el acto reclamado consistió en el
embargo de un establecimiento comercial, denominado “La Perla”, y en el remate del mismo,
para hacer efectivo un adeudo de contribuciones; la autoridad responsable informó
previamente, manifestando que en uso de la facultad económico-coactiva había embargado
las ventas diarias del mencionado comercio, la Corte, al conocer de la revisión del auto de
suspensión dictado por el juez de Distrito, negó la suspensión respecto del embargo, por ser
éste un acto ejecutado, y la concedió respecto del remate y la intervención, por tener ésta el
carácter de acto de tracto sucesivo, “ya que de día en día, dice la ejecutoria relativa, se está
realizando la intervención de las ventas del mencionado establecimiento”. Negar la
suspensión respecto del embargo y concederla respecto de la intervención, es algo
jurídicamente inexplicable, ya que si la intervención de las ventas del giro comercial
embargadas cesa, cesa por esto mismo el embargo de dichas ventas. La ejecutoria a que
me he referido se puede consultar en la página 470 del tomo XVIII del Semanario Judicial.
A este mismo dislate conduce la teoría de la Corte en el caso siguiente, que tomamos
del mismo Semanario, tomo XVIII, página 417: se solicitó el amparo contra un embargo de
bienes muebles, antes de que los bienes embargados hubieran sido entregados al
depositario nombrado; la Corte estimó, en el considerando relativo de su ejecutoria, que
debería negarse la suspensión respecto del embargo, por ser éste un acto ejecutado, y
concederse respecto de la entrega de los muebles embargados al depositario, por no estar
aún ejecutado este acto; ahora bien, como el embargo de bienes muebles no se entiende
perfeccionado sino hasta que la cosa embargada queda constituida en depósito en poder del
depositario nombrado (véase ejecutoria publicada en el tomo XIX, pág. 550, del Semanario
Judicial), la resolución de la Corte implica un contrasentido, supuesto que al haber concedido
la suspensión respecto de la entrega al depositario del mueble embargado, en realidad la
concedió contra el embargo mismo, no obstante haber considerado que debería negarse con
relación a éste, por tratarse de un acto ejecutado y por no poder tener aquélla efectos
restitutorios. Un ejemplo más: solicitado el amparo contra el auto de quiebra, cuando el

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síndico nombrado ha recibido una parte de los bienes del concurso, conforme al criterio de la
Corte, habría que negar la suspensión respecto de la entrega de bienes hecha, por ser acto
ejecutado y no poder tener aquélla efectos restitutorios, y concederla respecto de la entrega
de bienes aun no verificada, con lo que resultaría que parte de los bienes del concurso
quedarían en poder del quebrado, rompiéndose, de este modo, la unidad de la quiebra y
provocándose conflictos de imposible solución legal. Una teoría que conduce a estas
consecuencias, por sí sola se condena.
Por lo demás, la misma Corte ha sido llevada, por la fuerza de los hechos, a
desconocer su teoría, cuando ha resuelto que aun tratándose de hechos consumados,
procede la suspensión para los efectos que de aquéllos se derivan, cuando de no concederla
de dejaría sin materia el juicio de garantías. (Ejecutoria a fojas 1098 del tomo XVIII del
Semanario Judicial de la Federación.)
Consecuencia del principio según el cual la suspensión obra sobre los efectos del
acto reclamado, es la improcedencia de aquélla respecto de los actos negativos, toda vez
que en una negación es incapaz de producir efecto alguno.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación sentó jurisprudencia en el sentido
indicado, fundándola, no en la sencilla razón antes expuesta, sino en el falso principio de que
la suspensión no puede tener efectos restitutorios, que son propios de la sentencia que se
pronuncie en cuanto el fondo, y ese fundamento llevó a aquel Alto Tribunal a hacer una
lamentable confusión entre los actos negativos y los prohibitivos.
La negación implica la ausencia de acto; es una omisión de la autoridad; como lo
establecía el artículo 798 del derogado Código Federal de Procedimientos Civiles de 1897,
es acto negativo aquel en que la autoridad se niega a hacer alguna cosa; ahora bien, cuando
se prohíbe algo, esa prohibición es un acto esencialmente positivo, supuesto que implica la
existencia de una orden y esa orden es real, es positiva, y no puede decirse, por lo mismo,
que falte materia para la suspensión, como sucede tratándose de los actos negativos. Un
ejemplo de acto de esta naturaleza lo da el hecho de que una autoridad, violando el artículo
octavo de la Constitución, se niegue a resolver algo respecto de una petición que se le
hubiere formulado.
Aunque el punto que estudiamos es fácil y sencillo, conviene insistir sobre él, para
demostrar cómo la aceptación de un principio falso da lugar a soluciones contradictorias y a
rectificaciones que comprometen la seriedad de las instituciones; ya hemos visto cómo esto
es verdad, tratándose de la teoría de los actos ejecutados; vamos a ver ahora cómo también
lo es, tratándose de la de los actos negativos.

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El fundamento de la improcedencia de la suspensión, por lo que respecta a esos
actos, se ha buscado, no en lo que en sí mismos son, sino en el principio de que aquélla no
pueda producir efectos restitutorios, que sólo son propios de la sentencia que concede el
amparo, y como este fundamento, tan aplicable es a los actos propiamente negativos como a
los prohibitivos, se han confundido ambos actos, sujetándolos a un mismo cartabón; pero la
Corte, retrocediendo, en casos concretos que se le han presentado, ante las consecuencias
de aquel principio, se ha visto en la necesidad de rectificar su tesis, estableciendo la
excepción de que cuando el acto reclamado, aunque aparentemente negativo, tiene efectos
positivos, la suspensión es procedente, y como siempre sucede que las prohibiciones, por
implicar restricciones a la libertad, tomada esta palabra en su sentido más lato, se traducen
en hechos positivos, la excepción creada por la Corte viene a echar por tierra su tesis sobre
la improcedencia de la suspensión respecto de los actos prohibitivos y a demostrar la
falsedad del principio en que tal tesis se funda, ya que, suspendida la prohibición, el
agraviado queda en aptitud de hacer lo que era materia de aquélla, y obtiene así lo que,
según la Corte, no puede ni debe obtener, sino como consecuencia de la sentencia que le
conceda el amparo.
La suspensión no procede respecto de los actos probables y los futuros; la razón es
que esos actos no tienen existencia todavía, y no teniéndola, no puede haber materia para
aquélla.
Con relación a los actos probables no puede presentarse ninguna dificultad; pero sí
con relación a los futuros, ya que si se atiene uno al significado literal de las palabras,
deberían considerarse como futuros todos los actos aún no ejecutados, y la suspensión
nunca sería procedente. La calidad futura del acto no debe analizarse en relación con el
tiempo que medie para su ejecución, sino tomando en cuenta la inminencia de ésta, y así,
deberá considerarse que el acto es futuro cuando, por las circunstancias en que se
verifiquen, no haya razón para temer una ejecución inminente de él; es una cuestión de
hecho que debe estudiarse en cada caso que se presente. Vamos a transcribir el
considerando que funda la resolución que pronunció la Corte, con motivo del amparo
promovido por el señor don José Pliego Ballesteros, contra la prohibición para que usara
unas aguas, consideradas de propiedad de la Nación, porque las razones que en él se
exponen dan un criterio bastante neto sobre la materia que estudiamos. El acto reclamado
consistió en la prohibición al quejoso del uso de determinadas aguas, apercibiéndolo de que
si, dentro de determinado plazo, no obtenía la confirmación de sus derechos y a falta de
ésta, la concesión respectiva, se le suspendería el uso de estas aguas; el ciudadano juez

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tercero supernumerario de Distrito del Distrito Federal concedió la suspensión, y llevado el
asunto a la Suprema Corte, por la revisión que interpusieron las autoridades responsables y
el Ministerio Público, aquel Alto Tribunal confirmó la resolución recurrida, estimando que no
se trataba de un acto futuro, como lo pretendían los recurrentes. Dice así el considerando
relativo. “Previamente debe verse si, como lo pretenden las autoridades responsables y el
Ministerio Público, se trata, en efecto, de actos futuros. A este respecto hay que tener en
cuenta que el quejoso no sólo se le señala un plazo para que haga lo que se le previene,
sino que a la vez, se le conmina con suspenderle el uso de las aguas a que se refiere, si no
cumple con lo prevenido, por lo que, en el presente caso, lógicamente se infiere que, siendo
tal apercibimiento una consecuencia inmediata de lo primero, es indudable que tendría que
llevarse a cabo, toda vez que el abreviado, lejos de manifestarse dispuesto a cumplir con
dicha prevención, con la que no está conforme, ha ocurrido a la vía de amparo, precisamente
para evitar que se realice aquel hecho con que se le apercibe y el cual es parte del acto
reclamado como violatorio. Así pues, el apercibimiento de referencia, en relación con las
condiciones en que se halla colocado el quejoso, en concepto del suscrito, constituye un
principio de ejecución y, por tanto, no es de considerarse un hecho futuro, simplemente
porque se le analice en cuanto al tiempo que medie para su realización, pues, conforme al
sentido de la interpretación que legalmente debe darse, sólo puede atribuirse dicho carácter
a aquellos casos en que sea remota la ejecución de los hechos que se prevén, pues, de otro
modo, la lógica menos exigente conduciría a estimar sólo como no futuros los que ya se han
ejecutados. Así, por ejemplo, la orden de aprehensión dictada por una autoridad y que ha de
ejecutar otra, sería un acto futuro que no podría dar origen al amparo y a la suspensión hasta
que no se ejecutara; el señalamiento de un día determinado para el remate de bienes, ya en
el orden judicial, ya en el orden administrativo, tampoco daría lugar el amparo y a la
suspensión, sino hasta que se hubiere realizado el remate; la prevención de un juez a
determinada persona para que entregue muebles secuestrados, bajo el apercibimiento de
alguno de los medios de apremio que autoriza la ley y que ese medio fuera el arresto,
tampoco podría dar margen al amparo y a la suspensión, en tanto no se hiciera efectivo el
arresto, si se aceptara el criterio propuesto por la autoridad responsable para determinar la
naturaleza de los actos futuros, que sólo pueden serlo los inciertos, los vagos, los
indeterminados, los que no reconozcan más origen que los temores del quejoso, como en el
caso de que se pidiera amparo porque el recurrente manifestara que sabía que tal autoridad
iba a decretar su detención, o tal otra pretendía privarlo de sus derechos; pero no cuando ya
existe una determinación que pueda ejecutarse desde luego o mediante determinadas

55
condiciones. Conforme a este criterio, no es de aceptarse que en el presente caso se trate
de actos futuros.” (Semanario Judicial, tomo XVII, pág. 290.)
La suspensión es improcedente cuando el amparo lo es; la razón está en que
teniendo por fin aquélla mantener viva la materia del amparo o evitar perjuicios al quejoso,
mientras dura el juicio constitucional, no tiene objeto, ni una ni otra cosa, cuando la queja es
improcedente; conceder la suspensión en tales circunstancias es antijurídico, porque si, por
la improcedencia del amparo, es imposible que el quejoso pueda obtener la protección de la
justicia federal, ilógico resulta que se le conceda la protección provisional que otorga la
suspensión. Consecuencia de lo anterior es la improcedencia de esta respecto de actos
consentidos y los derivados de los mismos respecto de aquellos que admiten recursos en las
leyes ordinarias respecto de los actos insubsistentes y respecto de los que tengan lugar en
otro juicio de amparo o que sean consecuencia de ellos. Numerosas ejecutorias de la Corte
sancionan las tesis anteriores.
El principio según el cual la suspensión es improcedente cuando el amparo lo es si
bien es impecable conforme a los principios, da lugar a una seria objeción, pues al
considerase en el incidente de suspensión que el amparo es improcedente, se prejuzga del
resultado final del juicio; la gravedad de este inconveniente no es tan grande sin embargo, si
se tiene en cuenta, como lo ha resuelto la Suprema Corte, que en nada obliga al juez de
Distrito, la resolución que dicte en el incidente de suspensión, para lo que haya de sentenciar
en lo principal. Por lo demás, ese mismo inconveniente existe cuando la autoridad
responsable niega el acto reclamado y, fundándose el juez de Distrito en la inexistencia de
dicho acto, no concede la suspensión. Si en tal caso el quejoso rindiere con posterioridad
pruebas que demostraren la falsedad de la afirmación de la autoridad, lo considerado en el
incidente de suspensión no sería obstáculo para que, al pronunciarse sentencia definitiva, se
estimara existente aquel acto, y lo mismo podrá acontecer cuando el fundamento de la
negativa de la suspensión sea la improcedencia del amparo. Si nuevos elementos de
convicción demostraren que la causa de improcedencia en que se fundó la resolución
dictada en el incidente no existe, el juez podrá estimar procedente el amparo y entrar al
estudio de fondo.
Teniendo por objeto la suspensión proteger al individuo contra la ejecución del acto
que reclama, mientras se pronuncia sentencia definitiva que decida sobre su
inconstitucionalidad no puede comprender actos distintos de los que dieron origen al amparo;
de aquí que no sea debido, al conceder aquélla, imponer al quejoso restricciones en el goce
de sus derechos a menos que hayan sido materia de la queja. La anterior tesis fue sostenida

56
por la Corte con motivo de un amparo que solicitó ante el juez de Distrito de Nuevo León,
contra la orden que el alcalde primero de Monterrey le dio al quejoso para que destruyera
una cerca; el juez concedió la suspensión para los efectos de que la autoridad responsable
se abstuviera de continuar la destrucción de la cerca, y el quejoso, por su parte, de continuar
construyendo. La Corte modificó dicho acto, concediendo la suspensión, solo para el efecto
que no se llevara a cabo la orden de destrucción de la cerca, pero sin imponer al quejoso la
obligación de no seguir construyendo. (Semanario Judicial, tomo XII, página 516.)
La resolución que concede o niega la suspensión no causa estado; lo que quiere
decir, antes de pronunciarse sentencia definitiva en el juicio, puede modificarse, sea
concediendo la que en un principio se hubiese negado, sea negando la que se hubiese
concedido. Cuando nos ocupemos en capítulo separado, de la revocación de la suspensión,
veremos en qué condiciones puede tener lugar aquélla.
Dada la importancia y trascendencia que tiene la suspensión, la ley concede contra el
auto que la otorga, niega o revoca, el recurso de revisión que pueden interponer todas las
parte que intervienen en el juicio, debiendo hacerlo forzosamente el Ministerio Público,
cuando la resolución dictada perjudique a la sociedad o al Fisco. (Art. 65 de la Ley de
Amparo.) 7
Como veremos en su oportunidad, la interposición del recurso no suspende los
efectos del auto recurrido, ni la jurisdicción del juez para hacerlo cumplir.
Expuestas las anteriores nociones, vamos a estudiar, en capítulos distintos, las
siguientes materias:
I. Competencia para conocer de la suspensión.
II. La suspensión de oficio.
III. La suspensión ordinaria.
IV. Suspensión en los amparos directos.
V. Suspensión respecto de los pagos fiscales.
VI. Suspensión contra ataques a la libertad personal.
VII. Suspensión provisional.
VIII. Revocación de la suspensión.
IX. Procedimiento.
X. Jurisprudencia.

7
NOTA: Corresponde el artículo citado a la fracción II del artículo 83 de la Ley vigente.

57
58
CAPÍTULO SEGUNDO

COMPETENCIA PARA CONOCER DE LA SUSPENSIÓN

De acuerdo con las reformas constitucionales de 30 de diciembre de 1950, las


autoridades con jurisdicción para conocer del amparo, son: la Suprema Corte de Justicia, los
Tribunales Colegiados de Circuito, los jueces de Distrito y los Tribunales Superiores de los
Estados, del Distrito y Territorios Federales, en los casos de la fracción XII del artículo 107
de la Constitución.
Siendo la suspensión una incidencia del juicio de amparo, deberían ser únicamente
las autoridades enumeradas las encargadas de conocer de aquélla. Sin embargo, por
razones de distinta índole, que en su oportunidad estudiaremos, el legislador ha atribuido
competencia para conocer de la suspensión a otras autoridades, además de aquéllas, y que
son: las responsables contra las que se pida amparo, cuando éste va enderezado contra una
sentencia definitiva civil o penal o contra un laudo, en los casos de que deban conocer, en
única instancia, la Suprema Corte de Justicia o los Tribunales Colegiados de Circuito; los
jueces de Primera Instancia o, en su defecto, cualquiera otra autoridad que tenga ejecución
en lugares en donde no radica el juez de Distrito.
En suma, las autoridades con jurisdicción para conocer de la suspensión, son las
siguientes:
I. La Suprema Corte de Justicia de la Nación.
II. Los Tribunales Colegiados de Circuito.
III. Los jueces de Distrito.
IV. Los Tribunales Superiores de los Estados y del Distrito y Territorios Federales, en
los casos de la fracción XII del artículo 107 constitucional, esto es, cuando se trate de la
violación del artículo 16 en materia penal o de los artículos 19 y 20 de la Constitución,
siempre que la violación haya sido cometida por un inferior de aquéllos Tribunales.
V. Los Tribunales Unitarios de Circuito, respecto de las sentencias definitivas que
pronuncien en asuntos civiles o penales.

59
VI. Los Tribunales Superiores de los Estados y del Distrito y Territorios Federales,
respecto de las sentencias definitivas que pronuncien en asuntos civiles o penales.
VII. Los jueces de Primera Instancia de los Estados y del Distrito y Territorios
Federales, respecto de las sentencias definitivas que pronuncien, que no admitan el recurso
de apelación, ni ningún otro recurso.
VIII. Los Presidentes de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, sean federales o
locales, respecto de los laudos que pronuncien dichas juntas.
IX. Los jueces de Primera Instancia dentro de cuya jurisdicción radique la
autoridad que ejecute o trate de ejecutar el acto reclamado, si en el lugar no reside el juez de
Distrito y si se trata, además, de actos que importen peligro de privación de la vida, ataques
a la libertad personal fuera de procedimiento judicial, deportación o destierro o alguno de los
prohibidos por el artículo 22 de la Constitución.
X. Cualesquiera otras autoridades judiciales dentro de cuya jurisdicción radique
la autoridad que ejecute o trate de ejecutar el acto reclamado, cuando, reuniéndose las
condiciones mencionadas en el párrafo anterior, la autoridad responsable sea el juez de
Primera Instancia y no haya en el lugar otro de la misma categoría, o bien, cuando
reclamándose contra otras autoridades, no resida en el lugar juez de Primera Instancia o no
pueda ser encontrado.
De estas autoridades, las enumeradas en primero, segundo y tercer términos obran
con jurisdicción propia federal; las otras obran como auxiliares de la Justicia Federal.
Todas ellas no intervienen en la suspensión en el mismo grado y en la misma
extensión; por razón de orden, estudiaremos en secciones separadas cada una de éstas
competencias.

60
I

Competencia de la Suprema Corte

La Suprema Corte de Justicia conoce de los amparo, como tribunal de única instancia
y como tribunal revisor.
Conoce como tribunal de única instancia:
A) Cuando el amparo se pide contra sentencias definitivas dictadas en juicios
civiles o penales, siempre que se trate de sentencias dictadas en segundo grado, por
violaciones cometidas en ellas (arts. 24, fracción III, y 26, fracción III, de la Ley Orgánica del
Poder Judicial de la Federación). 8

8
NOTA: Por decreto publicado en el Diario Oficial de 30 de abril de 1968, se reformó sustancialmente la Ley de Amparo en
cuanto al régimen competencial para conocer del amparo directo, ya que del mismo conocen La Suprema Corte de Justicia o
los Tribunales Colegiados de Circuito, independientemente de la naturaleza de las violaciones que se aleguen en la demanda, o
sea, en la actualidad tanto la Suprema Corte de Justicia como los Tribunales Colegiados de Circuito conocen de violaciones que
se cometan durante la secuela del procedimiento, como de las violaciones de fondo, existiendo criterios distintos para distribuir
la competencia entre una y otros.
Con objeto de actualizar el presente capítulo, se reproducen a continuación las diversas disposiciones legales en
vigor, que precisan los casos en que la Suprema Corte de Justicia conoce del juicio de amparo en única instancia, así como
aquéllos en que conoce como tribunal revisor.
La fracción V del artículo 107 constitucional dispone, respecto a la competencia de la Suprema Corte, para conocer
del amparo directo o de única instancia lo siguiente:
“V. El amparo contra sentencias definitivas o laudos, sea que la violación se cometa durante el procedimiento o
en la sentencia misma, se promoverá directamente ante la suprema Corte de Justicia.
a) En materia penal, contra resoluciones definitivas dictadas por Tribunales Judiciales del Fuero Federal
incluso los castrenses; tratándose de autoridades judiciales del orden común, cuando las sentencias que motiven la
interposición de la demanda de amparo impongan la pena de muerte o comprendan una sanción privativa de la libertad que
exceda del término que para el otorgamiento de la libertad caucional señala la fracción I del artículo 20 de ésta Constitución.
b) En materia administrativa, cuando se reclamen por particulares sentencias definitivas dictadas por
Tribunales Federales, Administrativos o Judiciales, no reparables por algún recurso, juicio o medio ordinario de defensa legal,
con las limitaciones que en materia de competencia establezca la ley secundaria.
c) En materia civil, cuando se reclamen sentencias definitivas dictadas en juicios del orden federal o en juicios
mercantiles, sea federal o local la autoridad que dicte el fallo, o en juicios del orden común, con las limitaciones que en materia
de competencia establezca la ley secundaria. Sólo la Suprema Corte conocerá de amparos contra sentencias dictadas en
controversias sobre acciones del estado civil o que afecten al orden y a la estabilidad de la familia.
En los juicios civiles del orden federal, las sentencias podrán ser reclamadas en amparo por cualquiera de las partes
incluso por la federación en defensa de sus intereses patrimoniales, y
d) En materia laboral, cuando se reclamen laudos dictados por Juntas Centrales de Conciliación y Arbitraje de
las Entidades Federativas, en conflictos de carácter colectivo; por autoridades federales de Conciliación y Arbitraje de los
Trabajadores al Servicio de Estado.”

La Ley de Amparo vigente en relación al juicio de amparo directo establece:


“Art. 158. El juicio de amparo directo se promoverá en única instancia ante la Suprema Corte de Justicia o ante los
Tribunales Colegiados de Circuito, según el caso, en los términos establecidos por las fracciones V y VI del artículo 107
Constitucional y las disposiciones relativas de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, y procede contra sentencias
definitivas dictadas por tribunales judiciales o administrativos, o contra laudos pronunciados por tribunales del trabajo, por
violaciones a las leyes del procedimiento cometidas durante la secuela del mismo, siempre que afecten a las defensas del
quejoso trascendiendo el resultado del fallo y por violaciones de garantías cometidas en las propias sentencias o laudos.
Para los efectos de éste artículo, solo será procedente el juicio de amparo directo contra sentencias definitivas de
tribunales civiles o administrativos, o contra laudos de tribunales del trabajo, cuando sean contrarios a la letra de la ley aplicable

61
al caso, a su interpretación jurídica o a los principios generales del Derecho a falta de ley aplicable, cuando comprendan
personas, acciones excepciones o cosas que no hayan sido objeto del juicio, o cuando no las comprendan todas, por omisión o
negativa expresa”.

Por su parte la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación preceptúa, en relación a la competencia de la
Suprema Corte de Justicia para conocer de los juicios de amparo en única instancia, lo siguiente:
“Art. 24. Corresponde conocer a la Primera Sala:
I. .......................
II. .......................
III. De los juicios de amparo de única instancia, en materia penal, contra sentencias definitivas por violaciones
cometidas en ellas o durante la secuela del procedimiento, cuando se trate:
a) De sentencias dictadas por autoridades judiciales del orden común, cuando en dicha sentencia se
comprenda la pena de muerte o una sanción privativa de libertad que exceda del término que para el otorgamiento de la libertad
caucional señala la fracción I del artículo 120 Constitucional y aunque dicha pena no sea impuesta al quejoso sino a otro
sentenciado en el mismo proceso.
b) De sentencias dictadas por tribunales federales o militares, cualesquiera que sean las penas impuestas, y
c) De sentencias dictadas en incidentes de reparación del daño exigible a personas distintas de los inculpados
o en los de responsabilidad civil pronunciadas por los mismos tribunales que conozcan o hayan conocido de los procesos
respectivos, o por tribunales diversos, en los juicios de responsabilidad civil, cuando la acción se funde en la comisión del delito
de que se trate, si se satisfacen las condiciones previstas en los incisos anteriores;
IV. ……………………….
“Art. 25. Corresponde conocer a la Segunda Sala:
I. ..................................
II. ..................................
III. De los amparos de única instancia, en materia administrativa, contra sentencias definitivas, por violaciones
cometidas en ellas o durante la secuela del procedimiento, dictadas por tribunales federales, administrativos o judiciales, en
juicios de cuantía determinada, cuando el interés del negocio exceda de quinientos mil pesos, o en juicios que en opinión de la
sala sean de importancia trascendente para los intereses de la nación, cualquiera que sea la cuantía de ellos.
IV. ...................................
“Art. 26. Corresponde conocer a la Tercera Sala:
I. ...................................
II. ...................................
III. De los juicios de amparo de única instancia, en materia civil o mercantil contra sentencias dictadas en apelación,
por violaciones cometidas en ellas o durante la secuela del procedimiento:
a) En controversias sobre acciones del estado civil;
b) En juicios del orden común o federal cuya cuantía sea indeterminada, y
c) En juicios del orden común o federal de cuantía determinada, cuando el interés del negocio exceda de cien
mil pesos.
IV.........................................
“Art. 27. Corresponde conocer a la Cuarta Sala:
I. .............................
II. .............................
III. De los juicios de amparo de única instancia contra laudos de los tribunales del trabajo, por violaciones
cometidas en ellos o durante la secuela del procedimiento, cuando se trate:
a) De Laudos dictados por Juntas Locales de Conciliación y Arbitraje, en conflictos de carácter colectivo;
b) De laudos dictados por autoridades federales de conciliación y arbitraje en cualquier conflicto, y
c) De laudos dictados por el Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje de los Trabajadores al Servicio del
Estado.
IV. ..............................

La Suprema Corte de Justicia de la Nación, como tribunal revisor, de acuerdo con lo dispuesto con la ley de Amparo,
tiene competencia para conocer:
“Art. 84. Es competente la Suprema Corte de Justicia para conocer del recurso de revisión, en los casos siguientes:
I. Contra las sentencias pronunciadas en la audiencia constitucional por los jueces de Distrito, cuando:
a) Se impugne una ley por estimarla inconstitucional. En éste caso conocerá del recurso el pleno de la
Suprema Corte de Justicia. Establecida jurisprudencia, las revisiones pasarán por turno al conocimiento de las salas, las que
fundarán su resolución en dicha jurisprudencia. No obstante, si dichas salas estiman que en una revisión en trámite hay razones
graves para dejar de sustentar la jurisprudencia, las darán a conocer al pleno para que éste resuelva el caso, ratificando o no
esa jurisprudencia.
b) Se trate de los casos comprendidos en las fracciones II y III del artículo 103 Constitucional. De la revisión
conocerán también el pleno de la Suprema Corte de Justicia;
c) Se reclamen del Presidente de la República, por estimarlos inconstitucionales, reglamentos en materia
federal expedidos de acuerdo con el artículo 89, fracción I, de la Constitución, cualquiera que sea la cuantía o la importancia del
caso; así como de aquellos en que se reclame un acuerdo de extradición dictado por el Poder Ejecutivo, a petición de un
gobierno extranjero;
d) Se reclamen, en materia agraria, actos de cualquiera autoridad que afecten a núcleos ejidales o comunales
en sus derechos colectivos, o a la pequeña propiedad;

62
e) La autoridad responsable en amparo administrativo, sea federal, si se trata de asuntos cuya cuantía exceda
de quinientos mil pesos o de asuntos que revistan, a juicio de la Suprema Corte de Justicia, importancia trascendente para el
interés nacional, cualquiera que sea su cuantía; y
f) Se reclame, en materia penal, solamente la violación del artículo 22 Constitucional.
II. Contra las resoluciones que en materia de amparo directo pronuncien los Tribunales Colegiados de Circuito,
siempre que se esté en el caso de la fracción V del artículo 83.”

“Art. 99. En los casos de las fracciones I, VI, y VII del artículo 95, el recurso de queja se interpondrá por escrito,
directamente ante el Tribunal Colegiado de Circuito que corresponda, acompañando una copia para cada una de las
autoridades contra quienes se promueva.
En los casos de las fracciones V, VIII y IX del mismo artículo 95, el recurso de queja se interpondrá por escrito,
directamente ante la Suprema Corte de Justicia o ante el Tribunal colegiado de Circuito, según que el conocimiento del amparo
o de la revisión haya correspondido a éste o a aquélla, acompañando una copia para cada una de las autoridades contra
quienes se promueva y para cada una de las partes en el juicio de amparo.
La tramitación y resolución de la queja se sujetará a lo dispuesto en el párrafo segundo del artículo anterior, con la
sola salvedad del término para que la sala respectiva o el Tribunal Colegiado de Circuito dicten la resolución que corresponda,
que será de diez días.
Tanto en los casos de éste artículo como en los del anterior, si no se exhibieren las copias necesarias del escrito de
queja, se procederá en los términos del artículo 88, párrafo último.”

“Art. 103. El recurso de reclamación es procedente contra los acuerdos de trámite dictados por el Presidente de la
Suprema Corte de Justicia o por el Presidente de cualquiera de las Salas, en materia de amparo, conforme a la ley orgánica del
poder Judicial de la Federación, y se interpondrá, tramitará y resolverá en los términos prevenidos por la misma ley.”

La Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación respecto a la competencia de la Suprema Corte, para conocer
como Tribunal revisor, en materia de amparo establece lo siguiente:
“Art. 11. Corresponde a la Suprema Corte de Justicia conocer en pleno:
I. …………………
IV Bis Del recurso de revisión contra sentencias pronunciadas en la audiencia constitucional por los jueces de Distrito:
a) Cuando se impugne una ley por estimarla inconstitucional, salvo en los casos en que, por existir
jurisprudencia del pleno, la resolución corresponda a las salas en los términos de la fracción I, inciso a), del artículo 84 de la Ley
de amparo. En estos casos, las revisiones se distribuirán, entre las diversas Salas según el turno que lleve la Presidencia de la
Suprema Corte conforme al artículo 13, fracción VIII, de ésta Ley, y
b) Cuando se trate de los casos comprendidos en las fracciones II y III del artículo 103 Constitucional.
V. Del recurso de revisión contra sentencias que en amparo directo pronuncien los Tribunales Colegiados de Circuito,
cuando decidan sobre la constitucionalidad de una ley, siempre que no se funden en la jurisprudencia establecida por la
Suprema Corte de Justicia;
VI. Del Recurso de queja interpuesto en los casos a que se refiere la fracción V del artículo 95 de la Ley de ampro
Reglamentaria de los artículos 103 y 107 Constitucionales, siempre que el conocimiento de la revisión en el amparo en la queja
se haga valer, le haya correspondido al pleno de la Suprema Corte, en los términos del artículo 99, párrafo segundo, de la
misma ley;
VII............................

“Art. 24. Corresponde conocer a la Primera Sala:


I. Del recurso de revisión en amparo, contra sentencias pronunciadas en la audiencia constitucional por los
jueces de Distrito:
a) Cuando se impugne una ley cuya constitucionalidad o inconstitucionalidad haya sido definida por la
jurisprudencia del Pleno de la Suprema Corte, de acuerdo con lo prevenido en el inciso a) de la fracción I del artículo 84 de la
Ley Orgánica de los artículos 103 y 107 de la Constitución, conforme al turno a que se refiere la fracción IV bis, inciso a), del
artículo 11 de ésta ley;
b) Cuando se reclamen del Presidente de la República, por estimarlos inconstitucionales, reglamentos
federales en materia penal expedidos de acuerdo con el artículo 89, fracción I, de la Constitución, así como de aquéllas en que
se reclame un acuerdo de extradición dictado por el Poder Ejecutivo a petición de un gobierno extranjero;
c) Cuando se reclame, en materia penal, solamente la violación del artículo 22 Constitucional;
II. Del recurso de revisión contra sentencias que en amparo directo en materia penal pronuncien los tribunales
colegiados de Circuito, cuando establezcan la interpretación directa de un precepto de la Constitución, siempre que nos e
funden en la jurisprudencia sustentada por la Suprema Corte de Justicia;
III. ........................
IV. Del recurso de queja interpuesto en los casos a que se refieren las fracciones V, VIII y IX del artículo 95 de
la Ley de Ampro, siempre que a la sala le haya correspondido el conocimiento, directamente o en revisión, del amparo en que la
queja se haga valer, en términos del artículo 99, párrafo segundo de la misma ley;
V. Del recurso de reclamación contra los acuerdos de trámite dictados por el Presidente de la Suprema Corte o
por el Presidente de la Sala, en los asuntos de la competencia de ésta;
VI. .........................
“Art. 25. Corresponde conocer a la Segunda Sala:
I. Del recurso de revisión en amparo contra sentencias pronunciadas en la audiencia constitucional por los
jueces de Distrito:

63
B) Cuando el amparo se pida contra las sentencia definitivas dictadas por las
autoridades judiciales en las controversias que se susciten con motivo de aplicación de leyes
federales, que deban decidir de la legalidad o subsistencia de un acto de autoridad o de un

a) Cuando se impugne una ley cuya constitucionalidad o inconstitucionalidad haya sido definida por la
jurisprudencia del pleno de la Suprema Corte, de acuerdo con lo prevenido en el inciso a) de la fracción I del artículo 84 de la
ley de amparo, conforme al turno a que se refiere la fracción IV bis, inciso a) del artículo 11 de la presente ley;
b) Cuando se reclamen del Presidente de la República, por estimarlos inconstitucionales, reglamentos
federales en materia administrativa expedidos de acuerdo con el artículo 89, fracción I, de la Constitución;
c) Cuando se reclamen en materia agraria, actos de cualquier autoridad que afecten a núcleos ejidales o
comunales en sus derechos colectivos, o a la pequeña propiedad, y
d) Cuando la autoridad responsable en amparo administrativo sea federal y no sea de las instituidas conforme
a la fracción VI, base primera o segunda, del artículo 73 de la Constitución, si se trata de asuntos cuya cuantía exceda de
quinientos mil pesos, o de asuntos que se consideren a juicio de la Sala de importancia trascendente para los intereses de la
nación, cualquiera que sea su cuantía.
II. Del recurso de revisión contra sentencias que en amparo administrativo directo pronuncien los tribunales
colegiados de Circuito, cuando establezcan la interpretación directa de un precepto de la Constitución, siempre que no se
funden en la jurisprudencia sustentada por la Suprema Corte de Justicia;
III. ......................
IV. Del recurso de queja interpuesto en los casos a que se refieren las fracciones V, VIII y IX del artículo 95 de
la Ley de Amparo, siempre que a la Sala le haya correspondido el conocimiento, directamente o en revisión, del amparo en que
la queja se haga valer, en los términos del artículo 99, párrafo segundo, de la misma ley;
V. Del recurso de reclamación contra los acuerdos de trámite dictados por el Presidente de la Suprema Corte o
por el Presidente de la Sala, en los asuntos de la competencia de ésta;
VI. ………………

“Art. 26. Corresponde conocer a la tercera sala:


I. Del recurso de revisión en amparo, contra sentencias pronunciadas en la audiencia constitucional por los
jueces de distrito:
a) Cuando se impugne una ley cuya constitucionalidad o inconstitucionalidad haya sido definida por la
jurisprudencia del pleno de la Suprema Corte, de acuerdo con lo prevenido con el inciso a) de la fracción I del artículo 84 de la
Ley de Ampro, conforme al turna a que se refiere la fracción IV bis, inciso a), del artículo 11 de la presente ley, y
b) Cuando se reclamen del Presidente de la República, por estimarlos inconstitucionales, reglamentos
federales en materia civil expedidos de acuerdo con el artículo 89, fracción I, de la Constitución;
II. Del recurso de revisión contra sentencias que en amparo directo en materia civil pronuncien los Tribunales
Colegiados de Circuito, cuando establezcan la interpretación directa de un precepto de la Constitución, siempre que no se
funden en la jurisprudencia sustentada por la Suprema Corte de Justicia;
III. .........................
IV. Del recurso de queja interpuesto en los casos a que se refieren las fracciones V, VIII y IX del artículo 95 de
la Ley de Amparo, Reglamentaria de los artículos 103 y 107 Constitucionales, siempre que a la Sala le haya correspondido el
conocimiento, directamente o en revisión, del amparo en que la queja se haga valer, en términos del artículo 99, párrafo
segundo, de la misma ley;
V. Del recurso de reclamación contra los acuerdos de trámite dictados por el Presidente de la Suprema Corte o
por el Presidente de la Sala, en los asuntos de la competencia de ésta;
VI. ..........................

“Art. 27. Corresponde conocer a la Cuarta Sala:


I. Del recurso de revisión en amparo contra sentencias pronunciadas en la audiencia constitucional por los
jueces de Distrito:
a) Cuando se impugne una ley cuya constitucionalidad o inconstitucionalidad haya sido definida por el pleno de
la Suprema Corte, de acuerdo con lo prevenido en el inciso a) de la fracción I del artículo 84 de la Ley de ampro, conforme al
turno a que se refiere la fracción IV bis, inciso a), del artículo 11 de la presente ley, y
b) Cuando se reclamen del Presidente de la República, por estimarlos inconstitucionales, reglamentos
federales en materia del trabajo expedidos de acuerdo con el artículo 89, fracción I, de la Constitución;
II. Del recurso de revisión contra sentencias que en amparo directo en materia laboral pronuncien los
Tribunales Colegiados de Circuito, cuando establezcan la interpretación directa de un precepto de la Constitución, siempre que
no se funden en la jurisprudencia sustentada por la Suprema Corte de Justicia;
III. ............................
IV. Del recurso de queja interpuesto en los casos a que se refieren las fracciones V, VIII y IX del artículo 95 de
la Ley de Amparo, siempre que a la Sala le haya correspondido el conocimiento, directamente o en revisión, del amparo en que
la queja se haga valer, en los términos del artículo 99, párrafo segundo, de la misma ley;
V. Del recurso de reclamación contra los acuerdos de trámite dictados por el Presidente de la Suprema Corte o
por el Presidente de la Sala, en los asuntos de la competencia de ésta;
VI. ............................

64
procedimiento seguido por autoridades administrativas, siempre que se trate de sentencias
dictadas en segundo grado por violaciones cometidas en la propia sentencia (art. 25, fracción
II, de la citada ley).
C) Cuando el amparo se pida contra laudos de las Juntas de Conciliación y
Arbitraje, sean federales o locales, por violaciones cometidas en ellos (art. 27, fracción I, de
la misma ley).
D) Cuando el amparo se promueva contra sentencias definitivas dictadas en
incidentes de reparación del daño exigible a personas distintas de los inculpados, o en los de
responsabilidad civil pronunciados por los mismos tribunales que conozcan o hayan
conocido de los procesos respectivos, o por tribunales diversos, en los juicios de
responsabilidad civil, cuando la acción se funde en la comisión del delito de que se trate,
siempre que la sentencia contra la que se pide el amparo sea de segundo grado y las
violaciones alegadas se hayan cometido en la propia sentencia (art. 24, fracción IV, de la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación).
Conoce como tribunal revisor:
I. De los recursos que la ley conceda ante el propio tribunal contra las
resoluciones dictadas por los jueces de Distrito, en materia penal, en que se impugne una ley
por su inconstitucionalidad o se trate de los casos comprendidos en las fracciones I y II del
artículo 103 de la Constitución, o se reclame, en materia penal, solamente la violación de
artículo 22 de la propia Constitución (art. 24, fracción I, de la Ley Orgánica antes
mencionada).
II. De los recursos que la ley conceda ante el mismo tribunal, contra las
resoluciones dictadas por los jueces de Distrito en los juicios de amparo en materia
administrativa, en que se impugne una ley por su inconstitucionalidad o se trate de los casos
comprendidos en los fracciones II y III del artículo 103 de la Constitución, o cuando la
autoridad en amparo administrativo sea federal (art. 25, fracción I, de la citada Ley).
III. De los recursos que la ley conceda ante el mismo tribunal, por las
resoluciones pronunciadas por los jueces de Distrito en los juicios de amparo en materia civil,
en que se impugne una ley por su inconstitucionalidad o se trate de los casos comprendidos
en los fracciones II y III del artículo 103 de la Constitución (art. 26, fracción I, de la misma
Ley).
IV. De los recursos que la ley conceda ante el mismo tribunal, contra las
resoluciones dictadas por los jueces de Distrito en los juicios de amparo en materia del
trabajo, en que se impugne una ley por su inconstitucionalidad o se trate de los casos

65
comprendidos en los fracciones II y III del artículo 103 de la Constitución, o que se promueva
contra disposiciones de observancia general relativas a trabajo y previsión social (art. 27,
fracción II, de la propia Ley).
V. De los recursos que la ley conceda contra resoluciones que en amparo
directo, en materia penal, civil o del trabajo, pronuncien, respectivamente, los Tribunales
Colegiados de Circuito, siempre que decidan sobre la constitucionalidad de una ley penal,
civil o del trabajo, o establezcan la interpretación directa de un precepto de la constitución
federal, cuando esa decisión o interpretación no estén fundadas en la jurisprudencias
establecida por la Suprema Corte (arts. 24, fracción II; 26, fracción II; 27, fracción II, de la
Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, y 83, fracción V, de la Ley de Amparo).
En los casos A, B y D, en que la Corte conoce del amparo como tribunal de única
instancia, no procede el recurso de revisión contra el auto de suspensión dictado por la
autoridad responsable, en razón de que, por mandato expreso de la Constitución (fracción X,
párrafo segundo del art. 107), es obligación de aquélla autoridad suspender la ejecución de
la sentencia tan pronto como tenga conocimiento de la interposición del amparo.
No obstante ser tan terminante el precepto constitucional citado, la Ley de amparo, en
su artículo 173, prescribe que en asuntos penales y civiles de la competencia directa, en
amparo, de la Suprema Corte (se olvidó el legislador de los Tribunales Colegiados), la
suspensión se decretará a instancia del agraviado, si concurren los requisitos que establece
el artículo 124, esto es, que no se siga perjuicio al interés social ni se contravengan
disposiciones de orden público, y que sean de difícil reparación los daños y perjuicios que se
sigan al quejoso con la ejecución del acto reclamado.
En nuestra opinión, las sentencias definitivas dictadas en materia civil y penal,
deberían estar sujetas, para su suspensión, a los mismos requisitos que rigen para la
suspensión ordinaria, pues en muchos casos hay interés social para que éstas sentencias se
ejecuten desde luego, como lo es, en general, tratándose de cuestiones del estado civil, de
alimentos, etc., etc.; pero ante los términos categóricos de la Constitución, que quiere que
ésas sentencias sean suspendidas, imponiendo a la autoridad responsable el deber de
hacerlo, no podemos menos de rechazar, por inconstitucional, la aplicabilidad del artículo
173.
La recurribilidad del auto de suspensión de una sentencia definitiva sólo existe, en
forma de recurso de queja, contra la demora en el otorgamiento de la suspensión, contra la
no admisión de las fianzas o contrafianzas ofrecidas, o contra la admisión de aquéllas que no
reúnen los requisitos legales o que puedan resultar insuficientes o ilusorias; y contra el auto

66
que niegue la libertad caucional al quejoso, tratándose de amparos contra sentencias
dictadas en lo penal.
El caso es distinto tratándose de laudos dictados por las Juntas de Conciliación y
Arbitraje, de cuyo amparo debe conocer en única instancia la Suprema Corte, cuando la
violación se haya cometido en el mismo laudo, pues con relación a ellos no hay disposición
en el artículo 107 Constitucional que ordene que la suspensión debe concederse por la
autoridad responsable; por lo que toca a ésos laudos, no hay ningún reparo de carácter
constitucional para la aplicabilidad del artículo 173 de la Ley de Amparo, y menos aún para la
del artículo 175, que establece que cuando la ejecución, o la inejecución, del acto reclamado
pueda ocasionar perjuicios al interés general, la suspensión se concederá, o negará,
atendiendo a no causar esos perjuicios; en consecuencia, el auto de suspensión dictado por
la autoridad responsable en los amparos promovidos contra ellos, sí es recurrible, sólo que lo
es, no por el recurso de revisión, como debería ser, sino por el de queja, y ello sólo en virtud
de que la fracción VIII del artículo 95 de la Ley de amparo, referente a amparos de la
competencia directa de la suprema corte de justicia o de los Tribunales Colegiados de
Circuito, hace extensivo el recurso de queja a las concesiones o negaciones de la
suspensión.
Pero, como antes dijimos, la queja no es el recurso apropiado, ni por su naturaleza ni
por la forma en que se tramita, para examinar si una suspensión estuvo bien o mal,
concedida.
En efecto, la legalidad de una resolución judicial debe estudiarse a través de recursos
que tengan por finalidad confirmar o revocar la resolución recurrida; la queja está muy lejos
de ser un recurso, entendiendo ésta palabra en un sentido netamente jurídico; la queja es
una reclamación que se hace contra una autoridad que se niega a hacer algo que la ley le
impone; que así es, lo demuestra la enumeración, en su gran mayoría, de los casos de queja
que hace el artículo 95 de la Ley de Amparo; admisión de demandas notoriamente
improcedentes; inejecución indebida de un auto de suspensión o desobediencia a la orden
de suspensión; incumplimiento del auto que haya concedido la libertad caucional al quejoso;
indebido cumplimiento de una sentencia que haya concedido el amparo o incumplimiento
absoluto de dicha sentencia; demora en conceder la suspensión de una sentencia definitiva;
admisión de fianzas o contrafianzas que no reúnen los requisitos legales, etc., etc. En todos
estos casos, lo que se estudia es la conducta de la autoridad contra la que se enderezca la
queja; no hay propiamente estudio de violaciones legales cometidas en una resolución; no se
confirma, ni se revoca nada, al declararse procedente la queja; lo que se hace es ordenar

67
que se haga algo que se ha dejado de hacer, o que lo que se hizo mal, se haga
debidamente. Ahora bien, cuando se reclama contra un auto de suspensión, porque ésta se
ha concedido sin atender al interés general o porque se ha negado, con un criterio erróneo
de ése interés, no es la conducta de la autoridad la que se examina, sino la legalidad de la
resolución que ha dictado, y para obtener su revocación, repetimos, no es la queja el recurso
apropiado.
Lo anterior se confirma si se tiene en cuenta la forma en que se tramita la queja, que
consiste en la presentación del escrito respectivo, acompañando copias de él para la
autoridad contra la que aquélla va dirigida y para la parte contraria, y en el informe que rinda
dicha autoridad; desde luego se comprende que con éstos deficientes elementos es
imposible hacer un estudio de legalidad, que requiere el conocimiento del caso en todos sus
aspectos, el de las pruebas que se hayan rendido y el de los fundamentos de la resolución
que se recurre. Menos aún se comprende que un estudio de ésa naturaleza puede hacerse
aún faltando el informe, ya que el artículo 100 de la Ley de amparo, previendo la falta de
aquél, manda que se presuman ciertos los hechos respectivos.
Como hemos visto, en los amparo de la competencia de la Suprema Corte en única
instancia, la suspensión es acordada por la autoridad responsable, si se trata de sentencias
en lo civil o en lo penal, no procediendo ningún recurso en lo que respecta a la resolución
que, por mandato expreso de la Constitución, debe ser en el sentido de conceder la
suspensión; pero tratándose de laudos en materia del trabajo, sí es recurrible el auto que
dicte la autoridad responsable, concediendo o negando la suspensión.
El recurso procedente es el de queja, según también hemos dicho, y de ése recurso
debe conocer también la Suprema Corte, cuando sea de su competencia el conocimiento del
amparo.
Igualmente hemos dicho que las autoridades responsables, al conceder la
suspensión, debe hacerlo, mediante la condición de que se otorgue una caución que
responda de los daños y perjuicios que pueda resentir la parte favorecida por la sentencia,
pudiendo quedar sin efecto la suspensión acordada, si se otorga contra caución; todo esto
con relación a las sentencias dictadas en materia civil. La admisión o no admisión de las
garantías y contragarantías es facultad de las autoridades responsables, y como al hacer
uso de ésa facultad pudieran causar perjuicios a los interesados, la ley establece el recurso
de queja contra las disposiciones que dicten sobre el particular, así como contra la demora
en conceder la suspensión. De éste recurso debe conocer la Suprema Corte, en los amparos
de su competencia.

68
Tratándose de sentencias en materia penal, la ley concede el recurso de queja contra
la negativa de la autoridad responsable de poner al quejoso en libertad caucional, siendo de
la competencia de la Suprema Corte su conocimiento, cuando, como en el caso anterior, sea
competente para conocer del amparo.
Finalmente el Presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje, al conceder la
suspensión contra un laudo dictado por la junta, debe proveer sobre las garantías o
contragarantías que se ofrezcan, o bien, decidir que la suspensión procede, sin necesidad de
otorgar garantía alguna. Contra éstas decisiones procede el recurso de queja, y de él debe
conocer la Suprema Corte, cuando el amparo sea de su competencia.
El fundamento de la competencia de la Suprema Corte para conocer de la queja en
los casos a que nos hemos referido, no está, como debiera ser, en la Ley Orgánica del Poder
Judicial de la Federación, sino que se encuentra establecida en el segundo párrafo del
artículo 99 de la Ley de Amparo, en relación con el 95, fracción VIII, de la misma Ley; de
desearse sería que se corrigiera esta irregularidad, poniendo cada cosa en el lugar en que
debe estar, para hacer más fácil la consulta de las disposiciones legislativas, pues si en la
primera de las leyes citadas, se enumeran los casos de competencia de cada una de las
Salas de la Suprema Corte, ahí debería estar comprendidos todos éstos casos.
Tal irregularidad reviste cierta gravedad en lo que respecta al recurso de queja, pues
si bien es cierto que el artículo 99, párrafo segundo, de la Ley de Amparo, reconoce la
competencia de la Suprema corte para conocer de él en los casos señalados, no se sabe
cuál de las alas de dicho Alto Tribunal debe conocer, ya que en la enumeración limitativa de
competencias que hace la Ley Orgánica del Poder Judicial no está comprendido dicho caso
de competencia, y aunque el tercer párrafo del citado artículo habla de “las Salas
respectivas”, solo mediante razonamientos podrá hacerse la distribución de competencias;
los razonamientos están bien para fijar el alcance de una ley, pero no para determinar
competencias.
Hasta aquí hemos visto cuál es la intervención de la Suprema Corte en la suspensión
respecto de los amparos, en que funge como tribunal de única instancia.
Cuando funciona como Tribunal revisor, ninguna Ley le da competencia para conocer
del recurso de revisión contra los autos de suspensión dictados por los jueces de Distrito o
por el superior del Tribunal que haya cometido la violación, y ello, ni aún en el caso que tiene
competencia para revisar la sentencia de fondo, como es cuando se impugna ante el juez de
Distrito una ley por su inconstitucionalidad, o cuando el amparo es por razones de
violaciones de soberanía, o bien cuando la autoridad responsable en amparo administrativo

69
es federal, o cuando se reclama en materia penal, la violación del artículo 22 de la
Constitución (art. 84, fracción I, de la Ley de amparo). Más adelante haremos ver la
irregularidad que esto representa y los inconvenientes que tiene.

II

Competencia de los Tribunales Colegiados de Circuito

De acuerdo con las reformas constitucionales que crearon los Tribunales Colegiados
de Circuito, muchos casos de competencia, que estaban atribuidos a la Suprema Corte,
pasaron a ser del conocimiento de aquéllos tribunales, cuya creación se debió
fundamentalmente a la necesidad de aliviar el trabajo del Tribunal Máximo, para hacer pronta
y expedita la administración de Justicia, propósito éste que, desgraciadamente, no se ha
logrado, sino en parte. 9

9
NOTA: Según se ha expresado en la nota anterior, por decreto de 26 de diciembre de 1967, publicado en el Diario Oficial de
la Federación de 30 de abril de 1968, se reformó la Ley de Amparo en relación al Régimen competencial para conocer del
amparo directo, en concordancia con la reforma del artículo 107 de la Constitución de la República publicada en el Diario Oficial
de la Federación de 25 de octubre de 1967. En efecto, en la actualidad la competencia de los Tribunales Colegiados de Circuito
para conocer del amparo directo de única instancia, se señala en la fracción VI del artículo 107 constitucional, que a la letra
dice:
“VI. Fuera de los casos previstos en la fracción anterior, el amparo contra sentencias definitivas o laudos, sea que la violación
se cometa durante el procedimiento o en la sentencia misma, se promoverá directamente ante el Tribunal Colegiado de Circuito
dentro de cuya jurisdicción resida la autoridad que pronuncie la sentencia o el laudo.
En los casos a que se refiere ésta fracción y la anterior, la Ley Reglamentaria del Juicio de Amparo señalará el trámite y los
términos a que deberán someterse tanto la Suprema Corte de Justicia como los Tribunales Colegiados de Circuito para conocer
del amparo directo, en la forma siguiente:
“Art. 7º bis, Son competentes los tribunales colegiados de Circuito para conocer:
I. De los juicios de amparo directo contra sentencias definitivas o de laudos, por violaciones cometidas
en ellas o durante la secuela del procedimiento, cuando se trate:
a) En materia penal, de sentencias dictadas por autoridades judiciales del orden común en los casos no
previstos en la fracción III inciso a) del artículo 24 de ésta Ley; o de sentencias dictadas en incidentes de reparación del daño
exigible a personas distintas a los inculpados, o en los de responsabilidad civil pronunciadas por los mismos tribunales que
conozcan o hayan conocido de los procesos respectivos, o por tribunales diversos, en los juicios de responsabilidad civil,
cuando la acción se funde en la comisión del delito de que se trate, si se satisfacen las condiciones señaladas en la primera
parte de éste inciso;
b) En materia administrativa, de sentencias dictadas por tribunales administrativos o judiciales, en todos los
casos, si son locales, y, tratándose de federales, siempre que el interés del negocio no exceda de quinientos mil pesos, o sea
de cuantía indeterminada, salvo lo dispuesto en el artículo 25, fracción III, de ésta Ley. En éste caso, el tribunal a instancia
fundada de cualquiera de las partes o de oficio remitirá el expediente a la segunda sala de la Suprema Corte de Justicia;
c) En materia civil o mercantil, de sentencias respecto de las que no proceda el recurso de apelación, de
acuerdo con las leyes que las rigen, o de sentencias dictadas en apelación siempre que no se trate de controversias sobre
acciones del estado civil, ni de juicios del orden común o federal cuya cuantía sea indeterminada o exceda de cien mil pesos;
d) En materia laboral, de laudos dictados por Juntas Locales de conciliación y arbitraje, siempre que no sean
de la competencia de la Suprema Corte de Justicia;
e) En los casos en que el recurso se interponga en juicios de amparo en materia administrativa, siempre que
el interés del negocio no exceda de quinientos mil pesos o sea de cuantía indeterminada, salvo lo dispuesto en el artículo 25,
fracción III, de ésta Ley. En éste caso, el tribunal a instancia fundada de cualquiera de las partes o de oficio remitirá el
expediente a la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia;”
La Ley de Amparo, respecto a la competencia de los Tribunales Colegiados de Circuito, como tribunales revisores, dispone:

70
La competencia de los Tribunales Colegiados de Circuito en lo que respecta al
Amparo, quedó definida en la siguiente forma:
Dichos tribunales tienen competencia para conocer:
I. De los amparos contra sentencias definitivas, en materia civil o penal,
contra las que no proceda el recurso de apelación, cualesquiera que sean las violaciones
cometidas en la sentencia o de las sustanciales cometidas durante la secuela del
procedimiento (art. 7º. Bis, fracción I de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación).

“Art. 85. Son competentes los Tribunales Colegiados de Circuito, dentro de los límites señalados por la Ley Orgánica del Poder
Judicial de la Federación, para conocer del recurso de revisión en los casos siguientes:
I. Contra los autos y resoluciones que pronuncien los jueces de Distrito o el superior del tribunal
responsable, en los casos de las fracciones I, II y III del artículo 83, y
II. Contra las sentencias pronunciadas en la audiencia constitucional por los jueces de Distrito o por el
superior del Tribunal Responsable, siempre que no se trate de los casos previstos en la fracción I del artículo 84.
III. Contra las sentencias dictadas en amparos promovidos contra actos de las autoridades instituidas
conforme a la fracción VI, bases primera y segunda, del artículo 73 de la Constitución General de la República.
Las sentencias que pronuncien los Tribunales Colegiados de Circuito al conocer de la revisión, no admitirán recurso
alguno."
"Art. 98. En los casos a que se refieren las fracciones II, III y IV del artículo 95, la queja deberá interponerse ante
el juez de Distrito o autoridad que conozca o haya conocido del juicio de amparo en los tér minos del artículo 37, o ante
el Tribunal Colegiado de Circuito si se trata del caso de la fracción IX del artículo 107 de la Constitución Federal,
precisamente por escrito, acompañando una copia para cada una de las autoridades responsables contra quienes se
promueve y para cada una de las partes en el mismo juicio de am paro.
Dada entrada al recurso, se requerirá a la autoridad contra la que se haya interpuesto para que rinda informe con justificación
sobre la materia de la queja, dentro del término de tres días. Transcurrido éste, con in forme o sin él, se dará vista al
Ministerio Público por igual término, y dentro de los tres días siguientes se dictará la resolución que proceda."
"Art., 99. En los casos de las fracciones I, VI y VII del artículo 95, el recurso de queja se interpondrá por escrito,
directamente ante el Tribunal Colegiado de Circuito que corresponda, acompañando una copia para cada una de las
autoridades contra quienes se promueva.
En los casos de las fracciones V, VIII y IX del mismo artículo 95, el recurso de queja se interpondrá por escrito,
directamente ante la Suprema Corte de Justicia o ante el Tribunal Colegiado de Circuito, según que el conocimiento del
amparo o de la revisión haya correspondido a éste o a aquélla, acompañando una copia para. Cada una de las
autoridades contra quienes se promueva y para cada una de las partes en el juicio de amparo.
La tramitación y resolución de la queja se sujetará a lo dispuesto en el párrafo segundo del artículo anterior, con la sola
salvedad del término para que la Sala respectiva o el Tribunal Colegiado de Circu ito dicten la resolución que
corresponda, que será de diez días.
Tanto en los casos de este artículo como en los del anterior, si no se exhibieren las dos copias necesarias del
escrito de queja, se procederá en los términos del artículo 88, párrafo ultimo. ”
La competencia de los tribunales colegiados de circuito, como tribunales colegiados de circuito, como tribunales
revisores, se especifican en la ley orgánica del poder judicial de la federación en los términos siguiente:
Art.7º.Bis son competentes los tribunales colegiados de circuito para conocer:
I…….
II. De los recursos que procedan contra los autos y resoluciones que pronuncien los jueces de distrito o el superior
del tribunal responsable, en los casos de las fracciones I, II y III. Del artículo 83 de la ley de amparo.
III. de los recursos que procedan contra sentencias pronunciadas en la audiencia constitucional por los jueces de
distrito o por el superior tribunal responsable, los siguientes términos.
a) en los casos previstos por la fracción II del artículo 85 de la ley de amparo, con las limitaciones que la misma lo
establece.
b) En los casos a que se refiere la fracción III del propio artículo 85 de la Ley de Amparo;
IV. Del recurso de queja en los casos de las fracciones V, VIII y IX del artículo 95 en relación con el 99 de la
Ley de Amparo;
V.
VII. De los recursos de reclamación previstos en el artículo 9o. bis de esta ley; y
VIII
"Art. 9o. bis. Los presidentes de los Tribunales Colegiad os de Circuito tramitarán todos los asuntos de la competencia de
los mismos, hasta ponerlos en estado de resolución. Las providencias y acuerdos del presidente de cada Tribunal Colegiado de
Circuito pueden ser reclamados ante los propios Tribunales, siempre que la reclamarían se presente por alguna de las
partes por escrito, con motivo fundado y dentro del término de tres días. La resolución se tomará por mayoría de votos
de los magistrados integrantes del propio Tribunal Colegiado de Circuito."

71
II. De los amparos contra laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje,
cuando la demanda se funde en violaciones sustanciales cometidas durante la secuela del
procedimiento (art. 7º bis, fracción I, de la misma Ley).
III. De los amparos contra sentencias definitivas, civiles o penales, dictadas
en segunda instancia, cuando la demanda se funde en violaciones sustanciales cometidas
durante la secuela del procedimiento.
En los casos en que en la demanda de amparo contra sentencias definitivas civiles o
penales, dictadas en segunda instancia, o de laudos, se aleguen a la vez violaciones
sustanciales cometidas durante la secuela del procedimiento y violaciones cometidas en la
propia sentencia, los Tribunales Colegiados solamente podrán conocer de las primeras, ya
que el conocimiento de las segundas es de la competencia de la Suprema corte; de manera
que si el Tribunal Colegiado, al resolver sobre las violaciones procesales cometidas durante
la secuela del juicio, declare que no existen, deberá remitir el expediente a la Suprema corte
para que decida sobre las violaciones cometidas en la propia sentencia (art. 7 bis, fracción I,
de la citada Ley).
IV. De los recursos que procedan contra los autos y resoluciones que
pronuncien los jueces de Distrito o el superior del tribunal responsable, en los casos de las
fracciones I, II y III del artículo 83 de la Ley de Amparo (art. 7º bis, fracción II, de la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación).
V. De los recursos que procedan contra las sentencias pronunciadas en la
audiencia constitucional por los jueces de Distrito o por el superior del tribunal responsable,
siempre que no se trate de los casos previstos en la fracción I del artículo 84 de la Ley de
Amparo (art. 7º bis, fracción III, de la citada Ley).
VI. Del recurso de queja en los casos de las fracciones V, VIII y IX del artículo
95, en relación con el 99 de la Ley de Amparo (art. 7º bis, fracción IV, de la misma Ley
Orgánica del Poder Judicial).
Como se ve, los Tribunales Colegiados de Circuito, al igual que la Suprema Corte,
conocen del amparo como tribunal de única instancia y como tribunal revisor.
Cuando el Tribunal Colegiado conoce como Tribunal de única instancia, la
suspensión, tratándose de sentencias definitivas en materia civil o penal, debe ser concedida
por la autoridad que haya pronunciado la sentencia contra la que se reclama, y el Tribunal
Colegiado solo podrá conocer del recurso de queja, por no proveerse sobra la suspensión
dentro del término legal, por la no admisión de fianzas y contrafianzas, por la admisión de las
que no reúnan los requisitos legales o que puedan resultar ilusorias o insuficientes, por

72
negarse al quejoso la libertad caucional o cuando las resoluciones que sobre dichas materias
se dicten, causen daños y perjuicios notorios a alguno de los interesados (art. 95, fracción
VIII, de la Ley de Amparo, en relación con el 99, párrafo segundo, de la misma Ley).
Si se trata de amparo contra un laudo en materia del trabajo, el Presidente de la
Junta que lo haya pronunciado es el competente para resolver sobre la suspensión y puede
concederla o negarla, atendiendo a los perjuicios generales que la ejecución o inejecución
del laudo pueda ocasionar (arts. 174 y 175 de la Ley de Amparo). En éste caso, el Tribunal
Colegiado de Circuito tiene competencia para conocer del recurso de queja que procede
contra la resolución del Presidente de la Junta que haya concedido o negado la suspensión,
atento a lo dispuesto por la fracción VIII de artículo 95 de la Ley de Amparo, en relación con
el párrafo segundo del artículo 99 de la misma ley, teniendo también competencia para
conocer en queja de las providencias que se dicten en relación con la fianza y contrafianza.
Repetimos lo que antes dijimos sobre los inconvenientes que tiene el recurso de queja para
conocer de la legalidad de un auto que conceda o niegue la suspensión.
Como tribunal revisor, e Colegiado de Circuito es competente para conocer de la
revisión de los autos de suspensión que dicten los jueces de Distrito o el superior del
Tribunal que haya cometido la violación, en los casos del artículo 37 de la Ley de Amparo,
siendo extensiva esa competencia a las resoluciones que modifiquen o revoquen el auto que
haya concedido la suspensión y a las en que se niegue la revocación solicitada (arts. 7º bis,
fracción III, de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, y 83, fracción II, de la Ley
de Amparo).
Los citados artículos surten la competencia de los Tribunales Colegiados de Circuito
para conocer de la suspensión en los casos de la fracción I del artículo 84 de la Ley de
Amparo, esto es: cuando se impugne una ley por su inconstitucionalidad; cuando se
interponga contra leyes o actos de la autoridad federal que invadan la soberanía de los
Estados, o por leyes o actos de éstos que invadan la esfera de la autoridad federal; cuando
la autoridad responsable en amparo administrativo sea federal y cuando, en materia penal,
se reclame solamente la violación del artículo 22 de la Constitución.
Toca también conocer a los Tribunales Colegiados de Circuito, en los amparos y
revisiones que sean de su competencia, del recurso de queja contra las resoluciones que en
vía de queja dicten los jueces de Distrito o el superior del Tribunal que haya cometido la
violación, por exceso o defecto en la ejecución del auto de suspensión por parte de las
autoridades responsables (art. 7º bis, fracción IV, de la Ley Orgánica del Poder Judicial, en
relación con las fracciones II y V del art. 95 de la Ley de Amparo y del párrafo segundo del

73
art. 99 de la misma Ley). Así lo ha resuelto la Suprema Corte, según tesis jurisprudencial
número 862.
Las anteriores disposiciones reguladoras de la competencia de los tribunales
Colegiados de Circuito dan lugar a diversos comentarios.
En el sistema de las reformas constitucionales de 1950, la distribución de
competencias entre la Suprema Corte de Justicia y los Tribunales Colegiados de Circuito
está basada, por un lado, en la naturaleza del acto que se reclame en amparo y de la
violación que se alegue, y, por otro, en la materia del asunto o en la naturaleza procesal de
la sentencia contra la que se pida amparo.
Por razón de la naturaleza del acto que se reclama o de la violación que se alegue,
se atribuyó competencia a la Suprema Corte para conocer en amparo, de las cuestiones
siguientes: inconstitucionalidad de las leyes; invasiones de soberanía de la federación
respecto de los Estados o de éstos respecto de aquélla, por leyes o actos que se traduzcan
en perjuicio para el individuo, y violación del artículo 22 de la Constitución Federal, cuando
en la demanda de amparo se alegue solamente dicha violación.
Por razón de la materia del asunto, se atribuyó competencia a dicho Alto Tribunal
para conocer, en cuanto al fondo, de los laudos en materia del trabajo y de las sentencias
dictadas por autoridades federales en materia administrativa; y por razón de la naturaleza
procesal de la sentencia contra la que se pida el amparo, se le atribuyó competencia para
conocer de las sentencias definitivas dictadas en segundo grado, respecto de las violaciones
cometidas en las mismas sentencias.
Con relación a la competencia atribuida a la Suprema Corte por razón de la
naturaleza del acto o de la violación que se alegue, cabe hacer observar que, siendo la
suspensión una incidencia del amparo, la competencia para conocer de la revisión de los
autos de suspensión que dicten los jueces de Distrito o superior del Tribunal que cometa la
violación, en los casos de que se trata, debería lógicamente corresponder a aquél Alto
Tribunal, con tanta mayor razón cuanto que en el estudio que deba hacerse para decidir
sobre la suspensión, puedan estar involucradas cuestiones de fondo que, por la naturaleza
del asunto, serán de carácter netamente constitucional; amén de que, por tratarse de
asuntos de invasión de soberanías, la importancia de ello, aún por lo que respecta a la
suspensión, ameritará la intervención de la Suprema Corte para juzgar de la legalidad del
auto de suspensión.
Sin embargo, no es así: los artículos 24, 25, 26 y 27 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial de la Federación, en sus fracciones I, los tres primeros artículos, y en su fracción II,

74
e último de ellos, dan competencia a las respectivas Salas de la Suprema Corte para
conocer de los recursos que la ley conceda ante ella, contra las resoluciones pronunciadas
por los jueces de Distrito, en los casos del artículo 84, fracción I, de la Ley de Amparo, que
son precisamente los casos de impugnación de leyes por su inconstitucionalidad, de
invasiones de soberanías, de violaciones por autoridades federales en amparos
administrativos y de alegación a la violación del artículo 22 de la Constitución. Pero ése
citado artículo 84 da competencia a la Suprema Corte para conocer del recurso de revisión
en los casos que enumera, solo contra las sentencias pronunciadas por los jueces de Distrito
en la audiencia constitucional, y como los artículos 24, 25, 26 y 27 de la Ley Orgánica del
Poder Judicial se refieren a recursos que la Ley conceda ante la Suprema Corte de Justicia,
resulta de la concordancia entre dichos textos, que la Suprema Corte no tiene competencia
para conocer de la revisión contra el auto de suspensión, correspondiendo tal competencia a
los Tribunales Colegiados de Circuito, por aplicación del artículo 7º bis, fracción II, de la Ley
Orgánica del Poder Judicial, en relación con el artículo 83 de la Ley de Amparo. Esto acusa
una falta de unidad de criterio que, en nuestro concepto, carece de justificación.
Dijimos antes que los tribunales colegiados de circuito, cuando obran como tribunales
de única instancia, tienen competencia para conocer del recurso de queja en contra de la
autoridad que haya dictado la sentencia reclamada, cuando no provea sobre la suspensión
dentro del término legal, no admita las fianzas o contrafianzas ofrecidas, admita las que no
reúnan los requisitos legales o que pueden ser insuficientes o ilusorias, o no conceda al
quejoso la libertad caucional, si se trata de sentencias dictadas en lo penal.
El caso no presente dificultad ninguna en lo que respecta a la competencia de la
queja, cuando se trata de una sentencia que no admite el recurso de apelación o cuando,
tratándose de una que sí lo admite, se alegan en el amparo solamente violaciones
sustanciales procesales; pero cuando contra la sentencia dictada en segunda instancia, se
alegan a la vez violaciones cometidas en ella y violaciones sustanciales procesales, como en
el sistema de las reformas constitucionales, de tal sentencia conocen a la vez, en el amparo,
la Suprema Corte de Justicia y el Tribunal Colegiado, la primera, para estudiar las
violaciones cometidas en la sentencia, y el segundo, para conocer de las violaciones
procesales, ocurre la duda de cuál de esos dos Tribunales debe conocer de la queja.
No encontramos, ni en la Ley. Orgánica del Poder Judicial de la Federación ni en la
de Amparo, ningún texto que resuelva esta dificultad, y ante la imperiosa necesidad que hay
de resolverla, creemos que tiene aplicación el principio conforme al cual, cuando dos
tribunales son igualmente competentes para conocer de un negocio, la primacía en el

75
conocimiento es la que determina la competencia; y como, conforme a la ley, es el Tribunal
Colegiado el que primero debe conocer del amparo para resolver sobre las violaciones
procesales, ese propio Tribunal será el que deba conocer de la queja.
Nos queda por estudiar, en relación con la competencia en materia de suspensión y
respecto de los amparos de que deben conocer la Suprema Corte y los Tribunales
Colegiados de Circuito, en única instancia, lo que debe entenderse por sentencia definitiva y
por violaciones sustanciales cometidas durante la secuela del procedimiento.
El artículo 46 de la Ley de Amparo define lo que es una sentencia definitiva, diciendo
que tienen ese carácter aquellas respecto de las cuales las leyes comunes no conceden
ningún recurso ordinario por virtud del cual puedan ser modificadas o revocadas.
En la legislación anterior a la vigente, se discutía si podía considerarse como
definitiva una sentencia dictada en lo civil cuando, por convenio de los interesados, se ha
pactado que la sentencia de primera instancia debe causar desde luego ejecutoria,
renunciando las partes al derecho de atacarla por medio del recurso procedente. La
jurisprudencia de la Suprema Corte se inclinó en el sentido de considerar que tales
sentencias no eran definitivas.
El segundo párrafo del artículo 46 citado cierra las puertas a la discusión,
estableciendo que son también sentencias definitivas las dictadas en primera instancia en
asuntos judiciales del orden civil, cuando los interesados hubieren renunciado expresamente
a la interposición de los recursos ordinarios que procedan, si las leyes comunes, agrega el
texto, permiten la renuncia de referencia.
Cuando la ley común expresamente permite o prohíbe la renuncia, no hay ninguna
dificultad; pero cuando no dice nada, surge la duda de á tal renuncia es válida, ya que las
disposiciones procesales son de orden público.
En la primera edición de este libro sostuvimos qué tan definitiva era la sentencia
contra la que la ley no concedía ningún recurso, como aquella en que, por pacto expreso, se
hubiese renunciado a la interposición de aquél; pero meditando bien en el asunto, creemos
que al opinar así no estuvimos en lo justo, en razón de que las disposiciones procesales, por
ser de orden público, no pueden ser materia de convenios; de acuerdo con esto, somos de
parecer que una sentencia de primera instancia, que conforme a la ley admita el recurso de
apelación u otro cualquiera, sólo podrá considerarse como definitiva cuando, habiéndose
renunciado a la interposición del recurso, la ley común autorice esta renuncia.
Así pues, si la autoridad que haya dictado sentencia de primera instancia ordena la
suspensión de ella al tener conocimiento de la interposición del amparo, su determinación

76
quedara sin efecto cuando se declare la incompetencia del tribunal colegiado de circuito para
conocer de ese amparo, en razón de considerarse que no se trata de una sentencia
definitiva.
Las violencias cometidas durante la secuela del procedimiento, que motiva la
competencia de los tribunales colegiados de circuito para conocer de ellas en amparo
directo, las define el inciso a) de la fracción III del artículo 107 constitucional, diciendo que son
aquellas que afectan a las defensa del quejoso, trascendiendo al resultado del fallo.
Este precepto es una de las reformas que en el año de 1950 se la hicieron a la
constitución; antes de esta reforma no había en dicho código ninguna fórmula precisa que
definiera las violaciones cometidas durante la secuela del procedimiento, que debieran
reclamarse en amparo directo. La fracción II del artículo 107, solo habla refiriéndose al
amparo contra las sentencias definitivas, de las violaciones cometidas en las propias
sentencias durante las cometidas en las secuelas del procedimiento, y la fracción III del
mismo artículo, queriendo precisar de qué violaciones se trataba, decía que era las que
afectaban a las partes sustanciales del procedimiento cuando las infracciones de las leyes
dejaran sin defensa al quejoso, viniendo hacer más confuso el precepto, el párrafo segundo
del inciso IV al referir los amparos contra resoluciones no definitivas a lo establecido al inciso
III.
Esta vaguedad y confusión en la ley dio lugar a interminables discusiones en el seno
de la Tercera Sala de la Suprema Corte, en busca de una fórmula para distinguir cuáles eran
las violaciones dentro del juicio que deberían reclamarse en amparo directo contra la
sentencia definitiva, y cuáles eran las que podían reclamarse, desde luego, ante los jueces
de Distrito.
Fue en el año de 1931, según puede verse en el Informe del Presidente de la Tercera
Sala correspondiente a ese año, cuando se presentó a la consideración de dicha Sala una
doctrina que tendía a la solución del problema; en dicha doctrina se sostenía que en todo
juicio civil hay dos clases de actuaciones: unas que tienden a asegurar el derecho que se
discute, a hacer que la verdad se abra camino para que el fallo que se dicte sea, hasta
donde pueda ser posible, la expresión de la justicia; tales actuaciones están íntimamente
relacionadas con la sentencia que haya de pronunciarse, de tal manera que las violaciones
cometidas en aquéllas repercuten en la sentencia misma; esas actuaciones forman la
¡««tarín del juicio, y las violaciones cometidas en ellas, al trascender al fallo, se traducen en
el desconocimiento del derecho discutido; las violaciones froten, indiscutiblemente, desde
antes que se pronuncie la sentencia, pero no adquieren cuerpo sino cuando la sentencia se

77
pronuncia; es entonces cuando la parte, por la violación procesal cometida, por ejemplo la
falta de admisión de una prueba, ve en realidad conculcado su derecho, y es perfectamente
lógico que esa conculcación la reclame cuando se pronuncie la sentencia, porque es ésta
propiamente la que le causa el agravio; pero al lado de estas actuaciones hay otras, dentro
del juicio, que no tienen relación con la sentencia, que no afectan a las garantías procesales
que la ley otorga a los litigantes para el esclarecimiento de sus derechos; las violaciones que
se cometan en esas actuaciones no producen estado de indefensión dentro del juicio; no
atañen al derecho que se discute; ninguna relación tienen con la sentencia que ha de
pronunciarse y, por lo mismo, no tiene caso esperar a que se pronuncie el fallo para
reclamarlas; pueden reclamarse, desde luego, si reúnen las condiciones de que hablaremos
al referirnos a la. Competencia en amparo de los jueces de Distrito.
Hemos transcrito la anterior doctrina porque creemos que en ella está inspirada la
fórmula contenida en la reforma constitucional de 1950, al decir que las violaciones
cometidas durante la secuela del juicio, que deben reclamarse en d amparo que se
promueva contra la sentencia definitiva, son aquellas que afectan "a las defensas del
quejoso trascendiendo al resultado del fallo". En consecuencia, dicha doctrina podrá servir
de orientación para determinar en qué otros casos, además de los enumerados en el artículo
159 de la Ley de Amparo, deben considerarse violadas las leyes del procedimiento en forma
de afectar las defensas del quejoso. 10
Lo dicho tiene aplicación a los casos de amparos contra sentencias definitivas en
materia penal, en que se aleguen violaciones cometidas durante el proceso.

III

Competencia de los Juzgados de Distrito

La competencia de los jueces de Distrito para conocer del amparo, es en todos los
casos en que no tienen esa competencia en única instancia la Suprema Corte de Justicia y
los Tribunales Colegiados de Circuito.

10
En el Apéndice de este libro, puede leerse el estudio que contiene el desarrollo completo de la doctrina de que se trata.

78
Para la distribución de las autoridades que deben conocer del amparo, la ley ha
11
dividido el territorio de la República en cinco Circuitos, de manera que en cada uno de
ellos haya un Tribunal Colegiado y los Juzgados de Distrito necesarios, atendiendo a la
extensión del Circuito y a la importancia de cada una de las Entidades Federativas.
12
De acuerdo con este criterio, en el Primer Circuito, que abarca el Distrito Federal,
existen en la actualidad dos Tribunales Colegiados y siete Juzgados de Distrito, unos y otros
con residencia en la ciudad de México; en los demás Circuitos existe un Tribunal Colegiado y
los Juzgados de Distrito que la ley enumera, siendo la regla general que para cada Entidad
Federativa exista un juez de Distrito; en algunas de esas Entidades hay hasta dos y tres
jueces.
Cada Tribunal Colegiado de Circuito tiene determinada su área de jurisdicción, y
dentro de esa área, cada juez de Distrito tiene fijada la suya; existe, pues, una competencia
de carácter territorial; pero al lado de esta competencia existe otra por razón de la materia,
respecto de los jueces de Distrito que residen en la ciudad de México y de los lugares en que
residan dos jueces de Distrito.
En la ciudad de México 13 hay tres jueces de Distrito que conocen de la materia penal,
dos que conocen de lo administrativo y dos que conocen de lo civil.
En los Estados y Distritos Judiciales en que existan dos Juzgados de Distrito
residentes en el mismo lugar, el Juzgado Primero conoce de la materia penal, y el Segundo,
de la civil y de la administrativa. 14
Fuera de estos casos, los jueces de Distrito tienen competencia para conocer del
amparo en las tres materias señaladas.

11
NOTA: En la actualidad existen diez circuitos en materia de am paro, según se establece en el artículo 72 bis de la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación.
12
NOTA: Conforme a la vigente Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, en el Primer Circuito en Materia de Amparo
existen siete Tribuna]es Colegiados de Circuito: uno en materia penal, otro en materia de trabajo, dos en materia civil y tres en
materia administrativa, todos con residencia en la ciudad de México, D. F.
13
NOTA: De acuerdo con los artículos 40 y 72 bis de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, en el Primer Circuito
de Amparo, con residencia en la Ciudad de México, existen ocho Juzgados de Distrito: tres en materia penal, eres en materia
administrativa y dos en materia civil.
14
NOTA: Conforme a lo dispuesto en el artículo 46 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, en relación
con el párrafo segundo del artículo 40, los Juzgados de Distrito en los Estados y Terri torios Federales, así como en los
distritos judiciales que señale la Ley, Conocen indistintamente de la materia penal, administrativa y civil pero observándose
lo dispuesto en el artículo 44 que a la letra dice:
"Cuando se establezcan, en un mismo lugar, varios juzgados de Distrito, tendrán una oficina de correspondencia común
que recibirá las promociones y formará y registrará los expedientes relativos, por orden numérico riguroso, para turnarlos desde
luego al juzgado que corresponda. Si hubiere dos juzgados de Distrito que no tengan jurisdicción especial, o dos
juzgados de Distrito que deban conocer de una misma materia, la oficina común remitirá a un juzgado los expedientes que
concluyan con número impar, y al otro los demás expedientes. Si Hubiere más de dos juzgados de Distrito, cada uno de
ellos estará de turno durante una semana, y la oficina común entregará diariamente al que corresponda los expedientes
relativos, en cuanto los vaya formando. Los empleados de esa oficina serán designados por los jueces respectivos por turno."

79
Además de la competencia por razón del territorio en que el juez ejerce su jurisdicción
y por razón de la materia, existe la competencia por razón del lugar en que se ejecuta o trata
de ejecutarse el acto reclamado o del lugar en que reside la autoridad que hubiese ordenado
dicho acto, cuando éste no requiera ejecución material o cuando, ameritándola, la resolución
contra la que se reclame, por su solo dictado, viole alguna garantía individual, siempre que la
reclamación se haga antes de que haya comenzado a ejecutarse.
También hay la competencia a favor del juez que previene en el conocimiento del
amparo, cuando éste se ha promovido ante dos jueces igualmente competentes.
La primacía en el conocimiento del amparo también surte la competencia del juez,
cuando el acto reclamado comienza a ejecutarse en un Distrito y sigue ejecutándose en otro.
Tratándose de amparo promovido contra un juez de Distrito, lo que sólo puede tener
lugar cuando dicho juez no obra como juez de amparo, es competente para conocer del
juicio otro de la misma, categoría dentro del mismo Distrito, y si no lo hubiere, el más
inmediato, dentro de la jurisdicción del Tribunal Colegiado de Circuito a que pertenezca
aquel juez.
En los amparos contra actos del magistrado unitario de Circuito, la competencia se
surte a favor del juez de Distrito más cercano, que no pertenezca a la jurisdicción del
Tribunal Unitario.
Finalmente, cuando hay impedimento de un juez de Distrito, de los que radican en el
Distrito Federal, para conocer de un amparo, deberá conocer de él, el otro que ejerza
jurisdicción en el mismo ramo y, en su defecto, los demás jueces de Distrito en el orden que
establece el artículo 40 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación. Si el
impedimento es de un juez de Distrito en las Entidades Federativas en que no hay más que
uno, conocerá del juicio el más inmediato dentro de la jurisdicción del Tercer Circuito.
Como se ve, aunque la competencia jurisdiccional de los jueces de Distrito está
circunscrita a determinado territorio, esta regla no es absoluta, pues hay casos en que un
juez de Distrito conoce de amparos por actos que tienen lugar fuera de su jurisdicción; aun
en los casos de competencia por razón de la materia, un juez de un ramo puede conocer de
amparos de la competencia de un juez de ramo distinto, como sucede tratándose de
impedimento, en lo que respecta a los jueces de Distrito del Distrito Federal.
Expuestos estos principios generales, vamos a estudiar los casos de competencia de
los jueces de Distrito, cuando obran como jueces de amparo.
Los jueces de Distrito en materia penal, del Distrito Federal,
Conocen:

80
I. De los juicios de amparo que se promuevan contra resoluciones Judiciales del
orden penal, que no sean de la competencia Directa de la Suprema Corte o de los Tribunales
Colegiales de Circuito (Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación,
Artículo 41, fracción III).
II. Del amparo contra actos de cualquiera autoridad que afecten la libertad personal,
salvo que se trate de correcciones disciplinarias o de medios de apremio impuestos fuera de
procedimiento penal (la misma fracción).
III. De actos que importen peligro de privación de la vida, deportación, destierro o
alguno de los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución (la misma fracción).
IV. De los juicios de amparo que se promuevan conforme al artículo 107, fracción VII,
de la Constitución (amparo contra actos en juicio, fuera de juicio o después de concluido,. o
que afecten a personas extrañas al juicio), en los casos en que sea procedente contra
resoluciones dictadas en los incidentes de reparación del daño exigible a personas distintas
de los inculpados o en los de responsabilidad civil, por los mismos tribunales que conozcan o
hayan conocido de los procesos respectivos, o por tribunales diversos, en los juicios de
responsabilidad civil, cuando la acción se funde en la comisión de un delito (el mismo
artículo, fracción IV).
Dentro de la competencia señalada está la de conocer de la inconstitucionalidad de
una ley, cuando ésta se alegue con motivo de un acto concreto que afecte a la libertad del
quejoso o, en general, se trate de actos de la competencia de dichos jueces. También está
comprendido en dicha competencia el conocimiento de los casos a que se refieren las
fracciones II y III del artículo 103 de la Constitución, esto es, de las leyes y actos de la
autoridad federal que vulneren o restrinjan la soberanía de los Estados o de los de las
autoridades de éstos que invadan la esfera de la autoridad federal, cuando ello se traduzca
en la violación de una garantía de la naturaleza de las indicadas.
El caso de competencia comprendido en el inciso IV anterior, da lugar a algún
comentario. Conforme al artículo 532 del Código de Procedimientos Penales del Distrito
Federal, la reparación del daño es exigible ante los jueces penales que conocen del delito,
cuando se promueve antes de que esté cerrada la instrucción; cuando se promueve ya
fallado el proceso, son los jueces del orden civil los competentes para conocer del juicio, de
acuerdo con lo que dispone el artículo 539 del mismo Código. Ahora bien, como el artículo
41, inciso IV, de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, no distingue entre la
reclamación hecha antes de cerrarse la instrucción y la que se haga después de concluido el
proceso en primera instancia, resulta que el juez de Distrito en el ramo penal, tiene

81
competencia para conocer de violaciones cometidas en un juicio de la competencia de un
juez civil, y como el artículo 43 de la Ley Orgánica mencionada, en su fracción VI, atribuye
competencia a los jueces de Distrito en materia civil, para conocer de los casos a que se
refiere la fracción VII del artículo 107 constitucional, surge de ahí un conflicto de
competencias, que, en nuestra opinión, deberá resolverse a favor del juez de Distrito en
materia civil, cuando la reclamación de la responsabilidad civil sea de su propia competencia,
esto es, cuando se haya promovido después de haberse cerrado la instrucción en el proceso
penal.
Los jueces de Distrito del Distrito Federal en materia administrativa conocen:
I. De los juicios de amparo que se promuevan conforme a la fracción VII del artículo
107 de la Constitución, contra actos de la autoridad judicial, en las controversias que se
susciten con motivo de la aplicación de leyes federales o locales, cuando deba decidirse
sobre la legalidad o subsistencia de un acto de autoridad administrativa o de un
procedimiento seguido por autoridades del mismo orden (art 42, fracción II, de la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación). Se entiende que la competencia está
excluida, mando se trate de amparos de que deban conocer la Suprema Corte o los
Tribunales Colegiados de Circuito.
II. De los juicios de amparo que se promuevan contra leyes y demás disposiciones de
observancia general, en los términos de la Ley Orgánica del Juicio de Garantías (el mismo
artículo, fracción III).
III. De los juicios de amparo que se promuevan contra actos de autoridades distintas
de la judicial, salvo los casos a que se refieren las fracciones II y III, en lo conducente, del
artículo anterior, y la fracción I del artículo 27 de esta ley (el mismo artículo, fracción IV). 15
El primer caso de competencia es suficientemente claro y no necesita comentario
alguno.
El segundo si requiere explicaciones: por los términos en que está concebido el
precepto, parece que solamente los jueces en materia administrativa pueden juzgar de la
constitucionalidad de una ley o de una disposición de observancia general No pensamos
nosotros que sea así; en nuestra opinión, el precepto no excluye la competencia de los
jueces de Distrito, en lo penal y en lo civil, para juzgar de la constitucionalidad de una ley o

15
N OTA : Además de los casos señalados anteriormente, en los términos de la fracción V del artículo 42 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación, los jueces de Distrito del Distrito Federal en Materia Administrativa,
conocerán:
"De los amparos que se promuevan contra actos de tribunales administrativos o del trabajo ejecutados en el juicio, fuera
de él o después de concluido, o que afecten a personas extrañas al juicio."

82
de una disposición de observancia general, cuando esa inconstitucionalidad se alega como
concepto de violación del acto que ante dichos jueces se reclama. El campo de aplicación
del precepto que comentamos, es cuando directamente se ataca una ley o una disposición
de observancia general que, por su sola expedición, cause perjuicio al quejoso, sin que se
necesite un acto posterior de autoridad para que se origine. Pero si esto sucede, la
competencia para conocer de la constitucionalidad estará determinada por la naturaleza
penal, administrativa o civil del acto.
En el tercer caso de competencia señalado, se excluye de la de los Juzgados de
Distrito en materia administrativa, los casos de amparos contra extradiciones, los
procedentes de autoridades distintas de la judicial y los de esta misma que afecten a la
libertad personal del individuo y los que prohíbe el artículo 22 de la Constitución, pues todos
ellos son de la competencia de los jueces de Distrito en materia penal También están
excluidos de la competencia de los jueces de Distrito en materia administrativa, los amparos
a que se refiere la fracción I del artículo 27 de la Ley, o sean, los que sé promueven ante la
Suprema Corte de Justicia en única instancia, contra laudos de las Juntas de Conciliación y
Arbitraje, por violaciones cometidas en ellos. El legislador se olvidó de hablar de los amparos
contra esos laudos, de la competencia en única instancia, de los Tribunales Colegiados de
Circuito.
Los jueces de Distrito del Distrito Federal en materia civil, conocen:
I. De los juicios de amparo que se promuevan contra resoluciones judiciales del orden
civil, en los casos a que se refiere el artículo 107, fracción VII, de la Constitución (art 43,
fracción VT, de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación), 16 y
II. De todos los demás asuntos de la competencia de los Juzgados de Distrito,
conforme a la ley, y que no estén enumerados en los artículos 41 y 42 de la Ley Orgánica de
que se trata (art 43, fracción VII, de la "misma ley). 17
Los actos a que se refiere la fracción VII del artículo 107 de la Constitución, que
ameritan la competencia de los Juzgados de Distrito en materia civil, son los actos en juicio,
fuera de juicio y después de concluido, y aquellos que afecten a personas extrañas al juicio.
Al tratar de la competencia de los Tribunales Colegiados de Circuito dijimos que en el
juicio hay dos clases de actos: unos que tienen como finalidad garantizar los derechos

16
NOTA: La fracción VI que se menciona de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, corresponde a la fracción VII
del precepto vigente.
17
NOTA: La fracción VII de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación que se cita, corresponde a la fracción VIII de la
Ley vigente.

83
procesales de los contendientes en el juicio, con miras a la sentencia que en él ha de
pronunciarse; son actos sustanciales del procedimiento, que afectan a las defensas de las
partes, de tal manera que las violaciones cometidas en ellos trascienden a la sentencia, y
otros que no conciernen a las garantías procesales de las partes para el esclarecimiento de
los derechos que se discuten; cualquiera que sea la violación cometida en ellos, no producirá
un estado de indefensión que pueda traducirse en la conculcación en la sentencia de un
derecho sustantivo. Son estos actos, cuando son violatorios de la ley, los que pueden
reclamarse ante el juez de Distrito y a los que, por lo mismo, se refiere al caso de
competencia señalado en primer término.
Pero para que el acto dentro del juicio pueda reclamarse ante el juez de Distrito, es
preciso que ese acto reúna las condiciones que la ley establece; debe ser un acto cuya
ejecución sea de imposible reparación (inciso b) de la fracción III del artículo 107 de la
Constitución). ¿Qué debe entenderse por un acto cuya ejecución sea de imposible
reparación? Si nos atenemos a los términos literales del precepto, éste no tiene sentido,
porque fuera de los actos a que se refiere el artículo 22 de la Constitución, en todo acto hay
una posibilidad de reparación; tampoco podemos considerar la posibilidad de la reparación
en relación con los recursos legales que procedan contra el acto, porque el inciso citado
hace del agotamiento de los recursos procedentes un segundo requisito para la procedencia
del amparo; entonces ¿qué debemos entender por actos dentro del juicio, cuya ejecución
sea de imposible reparación? En nuestra opinión, dicho concepto debe entender
relacionando los actos de que se trata con los actos cuya violación trasciende a la sentencia;
como dijimos, al exponer someramente nuestra doctrina, la violación que trasciende a la
sentencia es la que propiamente toma cuerpo en la sentencia misma; en cierto modo, no es
una violación definitiva; en cambio, la violación cometida en el juicio que no tiene relación
con la sentencia, sí tiene ese carácter; en consecuencia, creemos que para que tenga
sentido el requisito que estudiamos, debemos entender que son actos de imposible
reparación aquellos en que la violación cometida, por ser ajena a las garantías procesales de
las partes, existe por sí misma, sin que sea necesario para que se traduzca en un perjuicio
para el litigante, que se pronuncie la sentencia. Es, en este sentido, una violación definitiva.
Será, además, necesario, para la procedencia del amparo que se trate de una violación que
cause un perjuicio serio al quejoso, ya que el elemento "perjuicio" es básico para dicha
procedencia. 18

18
Véase en el apéndice, la exposición completa de nuestra doctrina.

84
Tratándose de actos anteriores al juicio o después de concluido, deberán observarse,
en lo conducente y en términos generales, los mismos requisitos.
Por lo que respecta a la competencia de los jueces de Distrito para conocer de los
amparos contra actos judiciales que afecten a personas extrañas al juicio, basta con que
esto tenga lugar para que la competencia quede surtida.
La fracción V del artículo 114 de la Ley de Amparo establece que el amparo se pedirá
ante el juez de Distrito contra actos que afecten a personas extrañas al juicio, cuando la ley
no establezca a favor del afectado algún recurso ordinario o medio de defensa que pueda
tener por efecto modificarlos, siempre que no se trate del juicio de tercería. El Código de
Procedimientos Civiles del Distrito Federal y Territorios, en su artículo 689, concede el
recurso de apelación a todos los interesados a quienes perjudique la resolución judicial
¿Deberá considerarse, por aplicación de la fracción V citada, que el extraño a quien afecta
una resolución judicial no puede reclamarla ante el juez de Distrito sin haber interpuesto
antes el recurso de apelación que le otorga el artículo 689? Seguramente que no, por dos
razones: primera, porque el inciso c) de la fracción III del artículo 107 de la Constitución no
exige aquel requisito, y segunda, porque á hubiera interpuesto la apelación, ya no sería un
extraño al juicio.
El legislador de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, como en una
tabla de salvación para todos los olvidos y descuidos en que pudiera haber incurrido en la
19
redacción de la ley, en la fracción VII del artículo 43 hace de la competencia de los jueces
de Distrito en materia civil, todos los casos que no estén comprendidos en la enumeración de
competencias de los jueces de Distrito en materias penal y administrativa. Salen sobrando
los comentarios.
En la enumeración de competencias de los jueces de Distrito en materias
administrativa y civil, no hay ninguna disposición explícita referente a la competencia para
conocer de las violaciones procesales cometidas en los juicios seguidos ante las Juntas de
Conciliación y Arbitraje, que no son de la competencia de los Tribunales Colegiados de
Circuito, y esto, atendiendo a las reformas constitucionales que se hicieron referentes a la
situación de aquellas Juntas enfrente del amparo, hace surgir la duda sobre á el
conocimiento de las expresadas violaciones compete a los jueces de Distrito en materia
20
administrativa o a los jueces de Distrito en materia civil.

19
N OTA: La fracción señalada corresponde en los términos de la Ley vigente, a la fracción VIII del mismo precepto.
20
NOTA: En la actualidad, de acuerdo a lo dispuesto por la fracción V del artículo 42 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de
la Federación, se establece que los jueces, de Distrito del Distrito Federal en Materia Administrativa, conocerán:

85
En la Exposición de Motivos de la Ley de Amparo vigente, se equiparan los laudos de
las Juntas de Conciliación y Arbitraje a las sentencias definitivas "emitidas en materia civil
por las autoridades judiciales", admitiéndose el doble aspecto de autoridades administrativas
y judiciales que tienen las Juntas de Conciliación y Arbitraje, se dice que "domina
fuertemente este último, ya que el primero se debe sólo a su composición, y el segundo, a un
fenómeno fundamental, y de mucha mayor entidad, constituido por su función misma".
Cristalizando estas ideas en la Constitución, los laudos de las Juntas están sujetos,
en cuanto al amparo, al mismo régimen a que lo están las sentencias definitivas dictadas en
materia civil, pues tanto respecto de aquéllos como de éstas, conoce en amparo directo la
Suprema Corte de Justicia, si se traía de violaciones cometidas en el fallo, y los Tribunales
Colegiados de Circuito, si se trata de violaciones cometidas durante el procedimiento que
trascienden al fallo.
En estas condiciones surge la duda sobre si la competencia para conocer de las
violaciones que no trascienden al fallo son reclamables en amparo ante los jueces de Distrito
en lo civil, encajando en la tabla de salvación de la fracción VII del artículo 43 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial de la Federación, o si lo son ante los jueces de Distrito en lo
administrativo conforme a la fracción IV del artículo 42 de la misma ley.
La cuestión habrá que resolverla atendiendo a la naturaleza de aquellas Juntas, y
dada su composición, no puede uno menos de pensar que, a pesar de la función que
ejercen, son autoridades administrativas. Además, por lo que respecta a las Juntas de
Conciliación y Arbitraje de carácter federal, la Constitución, en su artículo 94, no las incluye
entre las autoridades que forman parte del Poder Judicial de la Federación, y por lo que
respecta a las Juntas locales del Distrito Federal, tampoco están comprendidas entre las
autoridades que forman parte del Poder Judicial de dicha Entidad Federativa.
En consecuencia, las violaciones de que se trata son de la competencia, en amparo,
de los jueces de Distrito en materia administrativa.
Esta especialización de competencias que rige en el Distrito Federal, también la hay
en los Estados en que existen dos Juzgados de Distrito, con residencia en la misma ciudad
con la diferencia de que, por tratarse solamente de dos jueces, uno de ellos tiene
competencia para conocer de los asuntos de que conocen en el Distrito Federal los jueces

"V. De los amparos que se promuevan contra actos de tribunales administrativos o del trabajo ejecutados en el juicio, fuera de él
o después de concluido, o que afecten a personas extrañas al juicio."

86
de Distrito en lo penal, y el otro, de los que conocen los jueces de Distrito en lo administrativo
y en lo civil. 21
Por lo que respecta a los demás jueces de Distrito de los Estados, su competencia es
para conocer indistintamente de todos los asuntos atribuidos por la ley a la competencia de
los jueces de Distrito del Distrito Federal.
Hemos hecho este estudio de la competencia de los jueces de Distrito para conocer
del amparo, porque las disposiciones que la rigen norman la competencia de los mismos
jueces para conocer de la suspensión. De otro modo dicho, la competencia para conocer del
amparo surte la competencia para conocer de la suspensión.
Pero esta regla no es absoluta, pues hay casos en que, no obstante la incompetencia
del juez para conocer del amparo, debe resolver sobre la suspensión.
En la Ley de Amparo de 18 de octubre de 1919, ésta era la regla general. El
legislador, teniendo en cuenta la importancia de la suspensión, considerando los perjuicios,
algunas veces hasta irreparables, que pudiera resentir el quejoso por la falta de una
protección inmediata, estableció en forma imperativa y categórica, en la fracción V del
artículo 35 de dicha ley, que, salvo el caso de la fracción II (amparo de la competencia
directa de la Suprema Corte), ningún juez de Distrito podría declararse incompetente para
conocer de un juicio de amparo antes de resolver el incidente de suspensión.
Pero esto daba lugar a innumerables abusos de parte de los litigantes, que, para
obtener la suspensión, sobre todo en casos dudosos, ocurrían a diversos jueces de Distrito
de la República, hasta que encontraban a alguno complaciente que les otorgara la
suspensión que otro u otros les habían negado.
Para corregir este abuso, la nueva" ley reglamentó la materia, en forma de admitir
sólo en casos excepcionales, que jueces incompetentes para conocer del amparo puedan
conocer de la suspensión.
De acuerdo con este criterio, el párrafo segundo del artículo 54 de la ley establece
que en los casos de notoria incompetencia del juez de Distrito ante quien se presente la
demanda, salvo lo previsto en el artículo 50, el juez se limitará a proveer sobre la suspensión
21
NOTA: La Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación vigente, dispone al respecto en el artículo 44 que:
"Cuando se establezcan, en un mismo lugar, varios juzgados de Distrito, tendrán una oficina de correspondencia común que
recibirá las promociones y formará y registrará los expedientes relativos, por orden numérico riguroso, para turnarlos desde
luego al juzgado que corresponda. Si hubiere dos juzgados de Distrito que no tengan jurisdicción especial, o dos juzgados de
Distrito que deban conocer de una misma materia, la oficina común remitirá a un juzgado los expedientes que concluyan con
número impar, y al otro los demás expedientes. Si Hubiere más de dos juzgados de Distrito, cada uno de ellos estará de turno
durante una semana, y la oficina común entregará diariamente al que corresponda los expedientes relativos, en cuanto los vaya
formando. Los empleados de esa oficina serán designados por los jueces respectivos por turno."

87
provisional o de oficio, cuando se trate de actos de los mencionados en el artículo 17, y que
fuera de estos casos, recibida la demanda, el juez, sin proveer sobre su admisión y sin
sustanciar incidente de suspensión, la remitirá, con sus anexos, al juez de Distrito que
corresponda. Los actos mencionados en el artículo 17 son los que importan peligro de
privación de la vida, ataques a la libertad personal fuera de procedimiento judicial,
deportación y destierro, o alguno de los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución. Si se
trata de los actos que comprende el artículo 22 citado, el juez concederá la suspensión de
oficio; si se trata de ataques a la libertad fuera de procedimiento judicial, sólo podrá conceder
la suspensión provisional.
Cuando se presenta una demanda ante un juez de Distrito, de la que deba conocer,
en única instancia, la Suprema Corte de Justicia o un Tribunal Colegiado, o cuando ante un
juez de Distrito del Distrito Federal se presente una demanda, cuyo conocimiento, por razón
de la materia, corresponda a otro de dichos jueces, los artículos 49 y 50 de la Ley de Amparo
ordenan que el juez ante quien se presente la demanda nada resuelva sobre la suspensión.
¿Estos ordenamientos pueden ser inconvenientes para la aplicación del artículo 54, párrafo
segundo, cuando se trate de actos que importen peligro de privación de la vida, destierro o
algún otro de los enumerados por el artículo 22 de la Constitución? Dada la gravedad que
estos actos revisten, creemos que lo ordenado por el artículo 54 está por encima de lo que
ordenan los artículos 49 y 50.
El artículo 54 se refiere a los casos de notoria incompetencia del juez de Distrito ante
quien se presenta la demanda, lo que ocurre tratándose de amparos de la competencia
directa de la Suprema Corte o de los Tribunales Colegiados de Circuito, o de aquellos en que
la competencia se surte por el lugar en que el acto tiene ejecución o en que reside la
autoridad que lo ordena, o bien, de aquéllos en que la competencia depende de la materia
del asunto. Pero hay casos en que la competencia es dudosa; así sucede cuando el amparo
se pide contra el Tribunal Unitario de Circuito o en contra de un juez de Distrito; en el primer
caso, el juez de Distrito para conocer del amparo será el más inmediato a la residencia del
Tribunal Unitario, que no pertenezca a la jurisdicción de dicho Tribunal; en el segundo, será
el más inmediato dentro de la jurisdicción del Tribunal Colegiado de Circuito a que
pertenezca dicho juez, a menos de que haya dos o más jueces de Distrito de la misma
categoría dentro del mismo Distrito (art. 42 de la Ley de Amparo).
Como no es siempre fácil hacer el cálculo de las distancias, la competencia es
dudosa, requiriendo la resolución de ella trámites más o menos dilatados; el juez de Distrito
ante quien se presenta la demanda, si cree que no es el competente para conocer de ella,

88
debe dirigir oficio al que considere competente, acompañándole una copia de la demanda; el
juez requerido, dentro de cuarenta y ocho horas, debe resolver si acepta o no el
conocimiento del negocio, comunicando su resolución al requirente, y si ésta es en sentido
negativo y el juez requirente insiste en declinar su competencia, el asunto pasa a la Suprema
Corte, si se trata de dos jueces que no pertenecen a la jurisdicción de un mismo Circuito o al
Tribunal Colegiado correspondiente, para que se decida cuál de los dos jueces es el
competente para conocer del amparo.
Esta larga tramitación requiere, dada la importancia y urgencia de la suspensión, que
no se espere a resolver sobre ella hasta que esté decidida la competencia para conocer del
22
amparo; así lo establece el artículo 53 de la Ley Orgánica, al decir que, luego que se
suscite una competencia, los jueces contendientes suspenderán todo procedimiento, a
excepción del incidente de suspensión, que se continuará tramitando hasta su resolución y
debida ejecución.
Claro está que para que pueda tener aplicación el precepto transcrito, será necesario
que el juez de Distrito ante el que se presenta la demanda, en los casos dudosos a que nos
hemos referido, resuelva sobre la suspensión, sin perjuicio de la tramitación de la
competencia.
Lo mismo se observará en el caso del artículo 51 de la Ley de Amparo, esto es,
cuando un juez de Distrito, ante quien se haya promovido un juicio de amparo, tenga
conocimiento de que otro juez esté conociendo de otro amparo promovido por el mismo
quejoso y por el mismo acto reclamado, aunque los conceptos de violación sean diversos.
Las razones expuestas justifican también la disposición contenida en el artículo 72 de
la Ley de Amparo, que obliga al juez que se declare impedido para conocer de un negocio,
que dicte y ejecute el auto de suspensión, no teniendo otra excepción este precepto que la
de tener el juez interés personal en el negocio.
La Ley de Amparo vigente, llenando un vacío de la Ley de Amparo de 18 de octubre
de 1919, establece y reglamenta la acumulación de los juicios de amparo, en los casos en
que es procedente. Como en el caso de la tramitación de competencias entre dos jueces de
Distrito, la ley manda que se suspenda todo procedimiento mientras la acumulación se
tramita, hecha excepción de los incidentes de suspensión; y en el artículo 63, párrafo

22
NOTA: El artículo citado corresponde a la Ley de Amparo, Reglamentaria de los Artículos 103 y 107 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos.

89
segundo, establece que los autos dictados en los incidentes de suspensión relativos a los
juicios acumulados, se mantendrán en vigor hasta que se resuelva lo principal en definitiva.
Esta disposición puede dar lugar a serias dificultades en la práctica, cuando las
resoluciones dictadas en los incidentes de suspensión sean contradictorias. No sabemos
cómo podría resolverse este intrincado "problema, si llegara a presentarse. Lo racional
hubiera sido establecer que quedará en vigor el auto que se hubiere dictado primero.

IV

Competencia del Superior del Tribunal que haya cometido la violación.

El constituyente de 17, con el muy loable propósito de dar facilidades a los


particulares para reclamar la violación de sus garantías, introdujo en la Constitución la
novedad de dar competencia concurrente con la de los jueces de Distrito, al superior del
tribunal que hubiere cometido la violación, tratándose de determinadas violaciones.
Entendemos que en la práctica, poco uso se ha hecho de tales facilidades; nosotros,
por lo menos, no conocemos de ningún caso; pero aunque hubiere algunos, la escasez de
ellos revela el poco eco que en las prácticas judiciarias ha tenido la disposición de que se
trata, lo que quizá se haya debido a la mayor confianza que se ha tenido en los jueces de
amparo, por considerarlos más especializados en la materia.
Los casos de competencia de los superiores de los tribunales que hubieren cometido
la violación, son restringidos, pues conciernen a la de las garantías de los artículos 16, en
materia penal, 19 y 20 de la Constitución.
Tales casos son:
I. Ordenes de aprehensión o detención dictadas por la autoridad judicial, que no
reúnan los requisitos que establece el artículo 16 de la Constitución;
II. Órdenes de cateo dictadas por la misma autoridad, que no satisfagan los
requisitos que fija el mismo precepto constitucional;
III. Autos de formal prisión, que no se avengan a lo determinado por el artículo 19, y
IV. Violación de las garantías que en el proceso penal tiene el acusado.

90
Es de advertirse que el artículo 37 de la Ley de Amparo in-debidamente limita la
competencia de que se trata, refiriéndola, por lo que respecta al artículo 20 constitucional, a
las fracciones I, VIII y X, párrafos primero y segundo, de dicho artículo.
La competencia para conocer del amparo, del superior del tribunal que hubiere
cometido la violación, surte la competencia de la misma autoridad para conocer de la
suspensión.
Las resoluciones que sobre suspensión dicte el superior del tribunal que hubiere
cometido la violación, son revisables por el Tribunal Colegiado de Circuito que corresponda.

Competencia de las autoridades responsables

Esta competencia se refiere a los Tribunales Unitarios de Circuito, a los Tribunales


Superiores del Distrito Federal y Territorios y de las demás Entidades Federativas, a los
jueces de Primera instancia de toda la República y a los Presidentes de las Juntas de
Conciliación y Arbitraje, sean federales o locales.
La competencia de los Tribunales Unitarios de Circuito y de los Tribunales Superiores
de Justicia, es para suspender la ejecución de las sentencias definitivas que pronuncien en
lo civil o en lo penal, y para admitir las cauciones y contra cauciones que se ofrezcan,
respectivamente, para hacer efectiva la suspensión o para dejarla sin efecto, si se trata de
sentencias definitivas en lo civil; o para conceder al quejoso su libertad cauciona, si se trata
de sentencias penales.
La competencia de los jueces de Primera Instancia civiles y penales es,
respectivamente, para los mismos efectos indicados, respecto de las sentencias definitivas
que pronuncien, que, conforme a la ley, no admitan el recurso de apelación.
La competencia de los Presidente de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, federales
o locales, es para resolver sobre la procedencia de la suspensión del laudo; para decidir si
procede la suspensión sin necesidad de otorgar caución y para admitir las que se ofrezcan
para la suspensión y las que se propongan, para dejarla sin efecto.

91
VI

Competencia de los jueces de Primera


Instancia y de otras autoridades
judiciales del orden común

En la Ley de Amparo de 18 de octubre de 1919, los jueces de Primera Instancia de


los Estados y Territorios en los lugares en donde no residía el juez de Distrito, tenían
competencia para recibir la demanda de amparo y para suspender el acto reclamado
provisional y definitivamente, cualquiera que fuera la naturaleza de dicho acto. Los jueces de
Paz, alcaldes y conciliadores, en los lugares en donde no residía el juez de Distrito, tenían
competencia para resolver el incidente de suspensión, en los amparos que se promovieran
contra el juez de Primera Instancia. Las mismas autoridades tenían competencia para
conocer de la suspensión, en los amparos que se promovieran contra jueces o magistrados
federales, y tratándose de los actos prohibidos por el artículo 22 de la Constitución, o los
jueces de Paz o los que administran justicia, en los lugares en donde no residían jueces de
primera Instancia, tenían facultad para conceder la suspensión; de oficio contra actos de
cualquiera autoridad.
Las resoluciones tan absurdas que en muchos casos dictaban las expresadas
autoridades sobre la suspensión, dieron lugar a la expedición de circulares de la Suprema
Corte para que dichas resoluciones fueran revisadas por los jueces de Distrito, cuando el
amparo llegara a su conocimiento, y de este modo transformaron a dichos jueces,
indebidamente, en tribunales de revisión.
La vigente Ley de Amparo ha cambiado radicalmente el sistema; conforme a esta ley,
los jueces de Primera instancia, en los lugares en donde no reside el juez de Distrito, y los
jueces le inferior categoría, cuando en el lugar no exista juez de Primera Instancia o no se le
encuentre, tienen competencia respecto de los actos que se ejecuten o traten de ejecutarse
dentro de su jurisdicción, para suspender provisionalmente el acto reclamado, si éste
consiste en un ataque a la libertad personal fuera de procedimiento judicial, y para conceder
la suspensión de oficio contra actos que importen peligro de privación de la vida, deportación
o destierro, o alguno de los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución.

92
Así lo establecen los artículos 38, 39 y 40 de la Ley de Amparo, siendo de advertir
que el 39 peca de mala redacción cuando habla de suspender provisionalmente el acto
reclamado respecto de los actos prohibidos por el artículo 22 de la Constitución, pues, con
relación a dichos actos, lo procedente es la suspensión de oficio y no la provisional.
Así pues, la competencia de los jueces de Primera Instancia para conocer de la
suspensión, se surte cuando la autoridad que ejecuta o trata de ejecutar el acto reclamado
radica dentro de la jurisdicción del juez de Primera Instancia y cuando en dicho lugar no
reside el juez de Distrito, estando limitada la competencia de aquellos jueces a conceder la
suspensión provisional, si se reclama contra ataques a la libertad personal fuera de
procedimiento judicial, y a conceder la de oficio, si se trata de los actos prohibidos por el
artículo 22 de la Constitución.
En cuanto a las demás autoridades judiciales del orden común, su competencia se
surte, no habiendo en .el lugar juez de Distrito, cuando el amparo se promueve contra el juez
de Primera Instancia y no hay otro de la misma categoría, y cuando faltando el juez de
Primera Instancia, el amparo se pida contra otras autoridades que residan en el lugar en que
aquéllas ejercen jurisdicción, estando limitada la competencia de las propias autoridades en
los mismos términos en que lo está la de los jueces de Primera Instancia.
La suspensión provisional que procede, tratándose de los actos contra ataques a la
libertad fuera de procedimiento judicial, debe ser por el término de setenta y dos horas, que
se deberá ampliar en lo que sea necesario, atenta la distancia que haya a la residencia del
juez de Distrito.

93
94
CAPÍTULO TERCERO

DE LA SUSPENSION DE OFICIO

Procede la suspensión de oficio dice el artículo 123 de la ley de Amparo:


I. Cuando se trate de actos que importen peligro de privación de la vida, deportación
o destierro, o alguno de los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución Federal.
II. Cuando se trate de algún acto que, si llegare a consumarse, haría físicamente
imposible restituir al quejoso en el goce de la garantía reclamada. 23
La suspensión a que se refiere este artículo se decretará de plano, en el mismo auto
en el que el juez admita la demanda, comunicándose sin demora a la autoridad responsable
para su inmediato cumplimiento, y haciendo uso de la vía telegráfica, en los términos del
párrafo tercero del artículo 23 de esta ley.
La primera fracción determina los casos concretos en que procede la suspensión de
oficio, que, de acurdo con la enumeración que hace el artículo 22 de la Constitución, son las
penas de mutilación y de infamia, la marca, los azotes, los palos, el tormento de cualquiera
especie, la multa excesiva, la confiscación de bienes y cualesquiera otras penas inusitadas o
trascendentales. Estos actos, así como la pena de muerte y el destierro, son lo que ameritan
la aplicación de la fracción I del artículo 123 transcrito.
Es de hacerse observar que, entre los casos enumerados, unos, como la pena de
muerte, de mutilación e infamia, la marca, los azotes, los palos y el tormento, son de tal
naturaleza que, si llegan a consumarse, hacen físicamente imposible poner al quejoso en el
goce de la garantía individual violada, y otros, como el destierro, la multa excesiva y la
confiscación de bienes, que, aunque se consumen, hacen posible la reparación del agravio.
Esta distinta naturaleza de unos y otros actos, nos lleva a pensar que el propósito del

23
NOTA: Por decreto de 3 de enero de 1963, publicado en el Diario Oficial de la Federación de 4 de febrero del mismo año, se
adicionó el precepto transcrito con la fracción III, que textualmente dice:
“Cuando los actos tengan o puedan tener por consecuencia la privación total o parcial, temporal o definitiva de los bienes
agrarios del núcleo de población quejoso o su substracción del régimen jurídico ejidal”.

95
legislador, al ordenar la suspensión de oficio tratándose de ellos, no fue sólo el de impedir su
consumación, por ser irreparable, sino también el de evitar que puedan tener lugar ni por un
solo momento, por la gravedad que revisten.
Como acabamos de decirlo, la fracción I se refiere a casos concretos en que la
suspensión de oficio procede: pero previendo el legislador que pudieran existir otros, en que
la ejecución del acto haría físicamente imposible reponer al quejoso en el goce de la garantía
individual violada, establece en la fracción II una regla general para la procedencia de dicha
suspensión.
¿Cuál es el criterio que debe seguirse para saber cuáles son los casos de aplicación
de la mencionada fracción II? Entre las innumerables ejecutorias publicadas en el Seminario
Judicial, hemos encontrado dos que se refieren a la aplicación de la fracción II del artículo 54
24
de la Ley de Amparo; pero en ellas, lo único que se hace es excluir de la aplicación de
25
dicha fracción los casos que se estudian, sin definir criterio alguno sobre la materia. Estos
casos nos servirán, sin embargo, de guía para estudiar tan importante asunto.
En nuestro concepto, la fracción II del artículo 123 estatuye una regla general, en la
general, en la que quepan los casos que el legislador no pudo prever en la fracción I del
mismo artículo; en esa virtud, creemos que la fracción II debe interpretarse en relación con lo
prescrito en la fracción I, con lo que queremos decir que los casos de aplicación de aquélla,
deben ser semejantes, a los de qué habla la fracción I, esto es, debe tratarse de un hecho de
tal modo inherente a la persona, que su ejecución implique imposibilidad física de que el
agraviado pueda ser repuesto en el goce de su garantía, y a la vez, esa garantía debe ser
tan neta, tan precisa, tan indiscutible, como netos, precisos e indiscutibles son los derechos
que a favor del individuo reconoce el artículo 22 de la Constitución.
De acuerdo con este criterio, deben excluirse de la aplicación de la fracción II que
venimos estudiando, todos aquellos casos afecten al patrimonio del individuo; poco importa
que, por virtud de la ejecución del acto, el amparo quede sin materia, como sucedería si lo
que se reclamara fuera la orden de una autoridad fiscal para la exhibición de libros de un
comerciante o para la práctica de una visita domiciliaria; aunque por la ejecución de estos
actos, el amparo dejaría de tener materia sobre qué recaer, no por esto procedería la
suspensión de oficio, porque además de no tratarse de una garantía inherente a la persona,
no podría sostener el quejoso que tenía el derecho indiscutible para no exhibir sus libros o
para que no se le practicara una visita domiciliaria; de acuerdo con el mismo criterio habría

24
NOTA: La disposición legal a que se alude, corresponde a la fracción II del artículo 123 de la ley vigente.
25
Tomo II, pág. 43 y X, pág. 1001 del Seminario Judicial.

96
que decidir, como se decidió en la ejecutoria que obra publicada en el tomo II, página 43, del
Semanario Judicial, que carece de aplicación la fracción II mencionada, cuando el acto
reclamado consiste en obligar a un individuo, por la fuerza pública, a comparecer ante una
autoridad; claro está que si se ejecuta el acto, el amparo queda sin materia; pero no por esto
procedería la suspensión de oficio, aunque en el caso se trate de un hecho inherente a la
persona, porque nadie tiene el derecho de resistirse a comparecer ante las autoridades
cuando es citado; con el mismo criterio habría que declarar improcedente la suspensión de
oficio contra una orden de cateo, no obstante que, verificado éste, el amparo quedaría sin
materia.
Estos casos demuestran dos cosas: que la suspensión de oficio nada tiene que ver
con la improcedencia del amparo, a que se refiere la fracción IX del artículo 73 de la Ley
Orgánica respectiva, y que los propósitos del legislador al ordenar que se concediera dicha
suspensión, tratándose de ciertos actos, están inspirados, más que en la irreparabilidad del
agravio, en su naturaleza, sin significar esto que aquella circunstancia no se haya también
tenido en consideración.
De los anteriores principios es consecuencia que tratándose, por ejemplo, de una
multa excesiva ya cobrada, de una confiscación de bienes ejecutada o de un destierro, en
que el individuo, víctima de él, hubiera sido ya puesto fuera de las fronteras mexicanas, la
suspensión procedería, para el efecto de que desde luego cesara tal estado de cosas. Con
respecto al destierro, tal solución no ofrecería dificultad alguna, ni aun dentro de la doctrina
de la Suprema Corte, sobre los actos ejecutados, cuya crítica hemos hecho en el capitulo
primero de este libro, porque el destierro es un acto continuo, que tiene lugar por todo el
tiempo en que el agraviado esté impedido de regresar a la República, sin que nada
signifique, con relación a la ejecución de ese acto, el hecho material de poner al individuo
fuera de las fronteras nacionales, porque éste no es más que un medio de ejecutar aquella
pena. Con relación a la multa excesiva y a la confiscación de bienes, la procedencia de la
suspensión, estando esos actos ejecutados, podría ser dudosa, en aquella doctrina, en
atención al aspecto de actos ejecutados que, conforme a la misma, habría que dar al cobro
de la multa y a la confiscación; sin embargo, si se tiene en consideración el propósito que
anima el precepto contenido en el artículo 123, creemos que, aun admitiendo tal criterio
habría que aceptar la procedencia de la suspensión de oficio para el efecto de que no
quedará defraudado aquel propósito, con lo que vendría a quedar, una vez más, demostrada
la falsedad del principio según el cual, la suspensión no puede tener efectos restitutorios, en
relación con la materialidad de la ejecución del acto.

97
Los mismos fundamentos de la suspensión de oficio llevan a admitir que cuando deba
concederse, tratándose de una confiscación de bienes o el cobro de una multa excesiva, su
concesión debe ser sin el previo requisito del depósito, de que habla el artículo 135 de la Ley
de Amparo, o de cualquiera otra garantía. Así lo tiene resuelto la Suprema Corte, según
ejecutorias que pueden consultarse en los tomos IX, pág. 685: X. pág. 1001, y XI, pág. 595,
del Seminario Judicial de la Federación.
Cuando el amparo se pide contra la pena de muerte, la mutilación, la infamia, los
palos, los azotes o el tormento, basta la aseveración del promovente del amparo sobre que
tales actos pretenden ejecutarse, para que el juez decrete de plano su suspensión; pero
tratándose del destierro, la multa excesiva, la confiscación de bienes, como estos actos
tienen un carácter dudoso, no basta la afirmación del quejoso sobre la existencia de ellos,
para que la suspensión de oficio deba concederse, sino que es necesario que el juez estudie
si el acto que se reclama constituye, en realidad, uno de los expresados; así lo tiene decidido
la Suprema Corte de Justicia de la Nación, según puede verse en la ejecutoria que obra
publicada en el tomo XVI, pág. 1269, del Semanario Judicial .
Con fundamento en este criterio, creemos que debe negarse la suspensión de oficio
cuando se reclama con el nombre de destierro, la orden dada por una autoridad local a un
particular, expulsándolo del territorio sujeto a su jurisdicción, pues por destierro debe
entenderse, en los términos del artículo 22 de la Constitución, teniendo en cuenta los
antecedentes históricos de dicha pena, la expulsión de un individuo de su patria.
También creemos que debe decidirse que la deportación de criminales a una colonia
penal no constituye destierro, por lo que tal hecho no ameritaría la concesión de la
suspensión de oficio.
Tenemos entendido que así lo tiene decidido la jurisprudencia.
Preocupado el legislador por los resultados que pudiera tener cualquier dilación en la
tramitación de la suspensión de oficio, en los casos en que la suspensión del acto hiciera
físicamente imposible reponer al quejoso en el goce de la garantía constitucional violada,
dispone, en el precepto transcrito, que la suspensión a que se refiere se decretará de plano
en el mismo auto en que el juez admita la demanda, comunicándose sin demora a la
autoridad responsable para su inmediato cumplimiento, haciendo uso de la vía telegráfica, en
los términos del párrafo tercero del artículo 23, el cual dispone que los jefes y encargados
de las oficinas de correos y telégrafos estarán obligados a recibir y transmitir, sin costo
alguno para los interesados ni para el gobierno, los mensajes en que se demande amparo en
los casos que se trate, así como los mensajes y oficios que expidan las autoridades que

98
conozcan de la suspensión, aun fuera de las horas de despacho y aun cuando existan
disposiciones en contrario de las autoridades administrativas, siendo la infracción de este
precepto un delito que deberá castigarse con arreglo al artículo 178 del Código Penal.
Por otra parte, para la interposición y tramitación de los amparos en general,
establece el artículo 23 de la Ley respectiva cuáles son los días hábiles del año para ese
efecto, excluyendo los que no lo son, y en casos urgentes permite el mismo artículo, en su
párrafo último, que cuando sean notorios los perjuicios que el quejoso resienta con la
ejecución del acto, el juez de Distrito o la autoridad que conozca del amparo, puede habilitar
los días
Y las horas inhábiles para la admisión de la demanda y la tramitación de la
suspensión.
Pero tratándose de los actos prohibidos por el artículo 22 de la Constitución y de la
incorporación forzosa al servicio del ejército o armada nacionales, tal habilitación no es
necesaria, pues para promover el amparo contra dichos actos las horas del día o de la noche
son hábiles.
Es de lamentarse que en los casos de que se trata, la ley no autorice y reglamente el
uso de la vía telefónica, tanto para la promoción de la demanda de amparo como para la
notificación a las autoridades responsables, de la suspensión ordenada; no obstante ello
creemos que si entre los lugares de residencia del juez de Distrito y de la autoridad
responsable, no hubiere comunicado telegráfica, la suspensión podrá comunicarse a la
autoridad responsable por la vía telefónica, confirmándosela por medio del oficio respectivo.
Para terminar este capítulo, debemos decir que, conforme al artículo de la Ley de
Amparo, la autoridad que conozca del juicio o del incidente de suspensión, que no suspenda
el acto reclamado, cuando se trate de peligro de privación de la vida o de alguno de los actos
prohibidos por el artículo 22 de la Constitución, si se llevare a efecto la ejecución de aquél,
será castigada como reo del delito de abuso de autoridad, conforme a los artículos 213 y 214
del Código penal; pero si la ejecución no se llevare a efecto por causas ajenas a la
intervención de la Justicia Federal, se le impondrá la sanción que señala el artículo 225 del
Código Penal.
En el primer caso, la pena que le corresponde al juez es de seis meses a seis años
de prisión, multa de veinticinco a mil pesos y destitución de empleo; en el segundo caso, la
pena es de un mes a un año y destitución o multa de cincuenta a quinientos pesos.
No encontramos justificado que por el hecho de no llevarse a efecto la ejecución del
acto, la pena que se le imponga al juez que no haya concedido la suspensión, en los casos

99
en que se trata, sea tan benigna. La omisión del juez que, en presencia de un acto tan grave
como la privación de la vida o alguno de los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución,
no concede la suspensión, es, por sí sola, de tal trascendencia que amerita todo el rigor de la
pena; así lo comprendió el legislador de la Ley de Amparo de 1919, cuando en el artículo
152 de dicha Ley ordenó que al Juez que no suspendiera el acto reclamado en los casos en
cuestión, se le impusiera una pena de destitución y de prisión de uno a seis años, y este
rigor nos parece perfectamente justificado, si se tiene en cuenta que la falta de concesión de
la suspensión puede dar por resultado la privación de la vida de un individuo o la
consumación de cualquiera de los actos que prohíbe el artículo 22 constitucional.

100
CAPÍTULO CUARTO

DE LA SUSPENSIÓN ORDINARIA

La suspensión de oficio que estudiamos en el capitulo anterior, tiene como


fundamento, por una parte, la necesidad de mantener viva la materia del amparo, impidiendo
que el acto que lo motiva se consume en una forma irreparable, y por otra, poner un
inmediato remedio a ciertas violaciones por el grave carácter que revisten. Estos
fundamentos explican el interés de la sociedad en dicha suspensión, del que es
consecuencia el ineludible deber que tienen los jueces de concederla, aunque el interesado
no lo solicite y aunque manifieste una voluntad en contrario.
En la suspensión que va a ser objeto de nuestro estudio en el presente capitulo, no
es así; el propósito que se persigue con ella es el evitar perjuicios al agravio con la inmediata
ejecución del acto reclamado, y como esto interesa principalmente a aquél, y como nadie
mejor que él puede estimar hasta qué punto le perjudica dicha ejecución, la ley supedita, en
cierto modo, la concesión de dicho beneficio, a la voluntad del interesado, haciendo de la
solicitud una condición de procedencia. Por eso, dicha suspensión se conoce también, en la
práctica, con el nombre de suspensión a petición de parte.
En el primitivo texto de la Constitución de 1917 sólo se hablaba de la suspensión
contra las sentencias definitivas, civiles o penales, que las autoridades responsables deben
conceder contra la ejecución, y de la suspensión provisional que, en los casos y términos
que la ley estableciera, podría dictar un juez del orden común, cuando no hubiere juez de
Distrito en el lugar de residencia de la autoridad responsable. Había una laguna en el texto
constitucional. Que la Ley de Amparo de 1919 llenó, reglamentando la suspensión en todos
sus aspectos.
En las reformas constitucionales de 30 de diciembre de 1950, la fracción X del
artículo 107 determinó los lineamientos a que debería sujetarse la ley reglamentaria
respectiva.

101
Dice dicha fracción: “los actos reclamados podrán ser objeto de suspensión en los
casos y mediante las condiciones y garantías que determine la ley, para lo cual, se tomara
en cuenta la naturaleza de la violación alegada, la dificultad de reparación de los daños y
perjuicios que pueda sufrir el agraviado con su ejecución, los que la suspensión origine a
terceros perjudicados y el interés público”. 26
Como lo dijimos en el capítulo que trata de la naturaleza, objeto y alcances de la
suspensión, del texto de la fracción X del artículo 107 constitucional, se destacan estos
elementos normativos de la ley que debe reglamentar la suspensión: la potestad para
concederla o negarla y la aceptación de un criterio, en el que se relacionen la naturaleza de
la violación con el perjuicio al agraviado y a los terceros, y con el interés social.
El primer elemento implica la necesidad de un otorgamiento de facultades a las
autoridades que deben de la suspensión, para concederla o negarla; el segundo elemento
fija el criterio que debe normar el ejercicio de dicha facultad.
Con relación al primer elemento, podría decirse que la potestad de que habla la
fracción X transcrita, se refiere al legislador y no al juez, y desde un punto de vista
gramatical, es innegable que así es: pero si se tiene en cuenta la segunda parte del texto,
que, también desde un punto de vista gramatical, hace un todo de los diversos hechos que
deben considerarse para conceder o negar la suspensión; si se tiene en cuenta la necesidad
que hay de relacionar entre sí esos hechos, atendiendo, a la vez, a la naturaleza de la
violación, al perjuicio al quejoso y a los terceros y al interés social, no puede uno menos de
pensar que la reforma constitucional quiso que la ley otorgara al juez, que debe conocer del
asunto, la facultad de decidir, concediendo o negando, ya que la necesidad de relacionar
aquellos hechos impone el ejercicio de tal facultad. En otros términos, si para la procedencia
de la suspensión hay que tomar en cuenta la naturaleza de la violación, el perjuicio al
agraviado y al tercero y el interés público, la decisión que se dicte debe depender del estudio
comparativo que se haga de dichos elementos, para ver cuál de ellos es el predominante, y
ese estudio y las conclusiones a que llegue, presuponen la facultad de decidir en tal o cual
sentido.
“Dicha suspensión deberá otorgarse respecto de las sentencias definitivas en materia penal
al comunicarse la interposición del amparo, y en materia civil, mediante fianza que de él
quejoso para responder de los daños y perjuicios que tal suspensión ocasione, la cual
quedará sin efecto si la otra parte da contrafianza para asegurar la reposición de las cosas al

26
NOTA: La fracción x del artículo 107 constitucional, consta de dos párrafos: el transcrito y el segundo que textualmente dice:

102
estado que guardaban si se concediese el amparo, y a pagar los daños y perjuicios
consiguientes;”
Esta tesis se robustece tomando en consideración que, en los casos en que la
constitución quiere que se conceda la suspensión, emplea el verbo “deber” y no el verbo
“poder”, como es tratándose de la suspensión en los amparos contra sentencias definitivas,
en lo civil o en lo penal.
Expuesto lo anterior, veamos si el artículo 124 de la Ley de Amparo, que reglamenta
la fracción X párrafo primero, del artículo 107 constitucional, corresponde a los propósitos del
Constituyente.
Dice dicho artículo:
“Fuera de los casos a que se refiere el artículo anterior (los de la suspensión de
oficio), la suspensión se decretará cuando concurran los requisitos siguientes:
I. Que lo solicite el agraviado;
II. Que no se siga perjuicio al interés social, ni se contravengan disposiciones del
orden público.
Se considerará entre otros casos, que sí se siguen esos perjuicios o se realizan esas
contravenciones cuando, de concederse la suspensión, se continúe el funcionamiento de
centros de vicio, de lenocinio, la producción y el comercio de drogas enervantes; se permita
la consumación o continuación de delitos o de sus efectos, o el alza de precios con relación
a artículos de primera necesidad o bien de consumo necesario; se impida la ejecución de
medidas para combatir epidemias de carácter grave, el peligro de invasión de enfermedades
exóticas en el país, o la campaña contra el alcoholismo y la venta de sustancias que
envenenen al individuo o degeneren la raza;
III. Que sean de difícil reparación los daños y perjuicios que se causen al agraviado
con la ejecución del acto.
El juez de Distrito, al conocer la suspensión, procurará fijar la situación en que habrán
de quedar las cosas, y tomará las medidas pertinentes para conservar la materia del amparo
hasta la terminación del juicio.”
Este precepto no está de acuerdo con el primer párrafo de la fracción X del artículo
107 constitucional, por varios motivos:
Primeramente, porque hace de la concesión de la suspensión un deber, cuando se
reúnen los requisitos del artículo, y porque impone al juez la obligación de negar aquélla en
los casos que enumera.

103
En segundo lugar, porque no relaciona entre sí los diversos elementos que deben
concurrir para la determinación del criterio judicial, sino que toma esos elementos
aisladamente, haciendo depender la procedencia de la suspensión, fundamentalmente, de
que con ella no se siga perjuicio al interés social, ni se contravengan disposiciones de orden
público; de manera que si se sigue este perjuicio, la suspensión debe negarse, aunque la
ejecución del acto reclamado cause al agraviado daños y perjuicios de difícil reparación;
solamente en el caso de que no exista interés social en la ejecución del acto, podrá
estudiarse si los daños y perjuicios al quejoso son de difícil reparación, y si se estima que no
lo son, también habrá que negarse la suspensión.
En tercer lugar, porque el precepto que estudiamos, para nada toma en cuenta la
naturaleza de la violación alegada, que es, si se quiere, el elemento fundamental que,
conforme a la fracción X del artículo 107 constitucional, debe considerarse para la concesión
o negación de la suspensión; ese elemento no lo toma en cuenta la ley reglamentaria, pues
los casos que enumera en el segundo párrafo de la fracción II, no son casos de violación,
sino casos de actos reclamados. Sobre lo que debe entenderse por la naturaleza de la
violación, remitimos al lector a lo que expusimos en el capítulo primero de este TRATADO.
Podemos decir que el legislador de la Ley Reglamentaria del Amparo no hizo sino
reproducir, con ligeras variantes, el sistema de la Ley de Amparo anterior, ignorado que la
Constitución cambió radicalmente dicho sistema al introducir un nuevo para la procedencia
de la suspensión, o sea, la naturaleza de la violación alegada.
El requisito básico para la procedencia de la suspensión, es que con ella no se siga
perjuicio al interés general, ni se contravengan disposiciones de orden público. Su
fundamento está en el principio según el cual el interés colectivo está por encima del
individual; la ley atiende al interés del quejoso, para que no se ejecute el acto reclamado;
pero cuando ese interés está en conflicto con el de la sociedad o el Estado, lo sacrifica a
este último.
En nuestro criterio, la base para estimar si hay perjuicio al interés general para que se
conceda la suspensión, debe estar fundamentalmente en el estudio prejudicial que en el
incidente relativo se haga sobre la violación reclamada, pues si de ese estudio aparece que
la violación existe, no habrá perjuicio al interés social, concediendo la suspensión, ya que el
más alto interés de la sociedad y del Estado está en el respeto de las garantías individuales,
que, con la división de poderes y el sistema federativo, es la base de nuestra organización
política.

104
Pero este criterio no es el que predomina en la práctica en la aplicación de los
principios sobre la suspensión. El interés social y el interés estatal se consideran
independientemente de la violación constitucional, y de este modo, por inconstitucional que
sea un acto, se niega la suspensión si se estima que hay interés público en el que el acto se
ejecute desde luego; ¡como si el interés público pudiera estar interesado en las violaciones
del Código Supremo del País!
Dentro de dicho criterio, los casos en que procede la suspensión son muy limitados,
pues, en términos generales, todos los actos de las autoridades, y una buena parte de las
leyes y disposiciones de carácter general, tienen como fundamento el interés social; pero en
la práctica no se sigue el rigor de estos principios, pues tratándose de leyes y reglamentos,
se dice que, aunque se dictan para satisfacer necesidades sociales o para procurar la
conservación y desarrollo del Estado, el orden público no se interesa por igual en todas esas
disposiciones, sucediendo lo propio con los actos de las autoridades; hay casos, se dice, y
es la verdad, en que disposiciones legales y los actos de las autoridades afectan al interés
público sólo en una forma indirecta, y con respecto a ellos se admite la procedencia de la
suspensión; en términos generales puede sostenerse, como lo ha dicho la Suprema Corte,
que interesan al Estado las leyes o decretos que arreglan su patrimonio o que atañen al
ejercicio de las funciones esenciales que debe despeñar y que interesan a la sociedad, las
leyes, decretos o las actos que en cumplimiento de ellas se ejecutan, que tocan a su
organización, conforme a las bases fundamentales establecidas por la Constitución, o que
afectan de un modo directo a toda la comunidad.
La afectación directa o indirecta del interés social es, como se comprende, algo muy
elástico; lo que para un juez afecta directamente al interés social, para otro no lo afectará
sino indirectamente, y de este modo, el otorgamiento, de la suspensión viene a quedar
supeditado al criterio, más o menos exigente, del juez que decide.
Este inconveniente ha querido evitarlo, en parte la Ley de Amparo, al hacer una
enumeración de casos de leyes, disposiciones y actos en que debe estimarse que se siguen
perjuicios al interés social y en que se contravienen disposiciones de orden público.
Esta enumeración, como aparece de la misma lectura del precepto, no es limitativa,
siendo su objeto dar una pauta al juez para normar su criterio; en este sentido parece limitar
los casos en que debe estimarse que hay perjuicio al interés social o que hay contravención
de disposiciones de orden público, ya que esos casos no podrán ser más que los
enumerados y los que guardan semejanza con ellos. Esta interpretación rigorista de la ley es
inconveniente, porque indudablemente que existen muchos casos, sin semejanza alguna con

105
los enumerados, en que con la suspensión se siga perjuicio al interés social o se
contravengan disposiciones de orden público.
No creemos que la ley deba interpretarse con ese rigorismo.
La interpretación correcta debe ser que, en los casos enumerados, el juez carece de
la facultad de juzgar sobre la procedencia de la suspensión, estando obligado a negarla,
pero conservando tal facultad respecto de aquellos que no sean objeto de la enumeración.
Huelga decir que la disposición de que se trata, al imponer al juez la obligación de negar la
suspensión en los casos enumerados, no se aviene con la fracción X del artículo 107
constitucional, que quiere que el otorgamiento de aquélla sea facultativo para la autoridad
que debe resolver.
Por otra parte, la aplicación del párrafo segundo del inciso II del artículo 124 de la Ley
de Amparo requiere, de parte del juez, un estudio respecto de la disposición o acto de que se
trate, para constatar si dicha disposición o acto tiene, efectivamente, las características a que
la disposición, se refiere; puede suceder que la disposición contra la que se reclame
considere como centro de vicio un establecimiento que, en realidad, no tenga ese carácter;
que estime como artículo de primera necesidad o de con sumo necesario, lo que no lo sea,
que, por un exceso de protección a la raza, prohíba la venta de ciertas sustancias que sólo
remotamente puedan contribuir a su degeneración; en tales casos, el juez, haciendo un
estudio del asunto, deberá concederse la suspensión, sin que para ellos sea obstáculo el
imperativo de la ley.
Acabamos de ver que para la procedencia de la suspensión es condición que con ella
no se siga perjuicio al interés social, ni se contravengan disposiciones de orden público; al
lado de este requisito existe el de que la ejecución del acto reclamado cause al agraviado
daños y perjuicios de difícil reparación.
La dificultad en la reparación de los daños y perjuicios es una cuestión de hecho que
debe estudiarse tomando en consideración las circunstancias que en cada caso concurran;
la vaguedad de dicho concepto hace imposible fundar un criterio preciso que pudiera servir
de norma para resolver las innumerables y complejas situaciones que en la práctica se
presentan; habrá casos en que la dificultad en la reparación de los daños y perjuicios sea
fácil de apreciar, en razón de la naturaleza misma del acto que se trata de ejecutar; pero no
siempre es así, y en tales circunstancias es sólo el prudente arbitrio judicial el que, en cada
situación particular, podrá decidir si la inmediata ejecución del acto reclamado es capaz de
producir al quejoso aquellos daños; en términos generales puede decirse que todo acto

106
violatorio de garantías causa un perjuicio al agraviado; pero esto no basta para la
procedencia de la suspensión; debe tratarse de un perjuicio serio y de difícil reparación.
En la anterior exposición hemos considerado el perjuicio al agraviado con el criterio
de la Ley de Amparo, esto es, en sí mismo y no en relación con la violación de la garantía
que reclama; en nuestro modo de pensar, la ejecución de un acto causa perjuicios al quejoso
si implica la violación de una garantía, pues no puede jurídicamente perjudicar lo que se
ordena de acuerdo con una ley justa.
En la aplicación de la Ley de Amparo de la Ley de Amparo de 1919 se estimaba que
el perjuicio a que se refería la ley era solamente el estimable en dinero; el perjuicio moral no
era de tomarse en cuenta, de acuerdo con numerosas ejecutorias de la Suprema Corte.
Conforme a la ley vigente, aun los perjuicios no estimables en dinero deben considerarse
para la procedencia de la suspensión, atento a lo dispuesto por el artículo 125.
El último párrafo del artículo 124 establece que el juez de Distrito al conceder la
suspensión, procurará fijar la situación en que habrán de quedar las cosas y tomará las
medidas pertinentes para conservar la materia de amparo hasta la terminación del juicio.
La primera parte del precepto no presenta ninguna dificultad; el legislador quiere que
el juez no se limite a conceder la suspensión, sino que fije sus alcances, la manera como
debe ser cumplida; pero no podemos decir lo mismo respecto de la segunda parte del
precepto; habla de medidas para conservar la materia del amparo, y esto, a primera vista,
hace pensar en los actos que enumera el articulo 123; pero claro está que no es a estos
actos a los que se refiere, ya que el precepto está incluidos en la reglamentación de la
suspensión a petición de parte; los actos cuya ejecución deja sin materia el amparo, son a
los que se refiere la fracción IX del artículo 73 de la Ley, esto es, los que se consuman de un
modo irreparable; por ejemplo, la extradición de un reo solicitada por un país extranjero; este
es un acto que, de ejecutarse, dejaría sin materia el amparo, porque trasladado el reo al país
que lo solicita, no podría el juez de Distrito, al otorgar el amparo, restituir al quejoso en el
goce de su garantía; puede, pues, ser necesario, al concederse la suspensión, tomar
medidas para que la extradición no se verifique, medidas que podrían consistir, entre otras,
en girar órdenes a las autoridades fronterizas para impedir la salida del quejoso del territorio
nacional; en suma, creemos que se trata de medidas previsoras que debe tomar el juez en
presencia de caos de la naturaleza de los indicados, cuando las circunstancias así lo exijan.
Satisfechos los requisitos que la ley establece para la procedencia de la suspensión,
puede concederse ésta; pero si hay un tercero interesado en la ejecución del acto
reclamado, la suspensión habrá de concederse mediante garantía que el quejoso otorgue

107
para reparar el daño e indemnizar los perjuicios que con aquélla se causaren el tercero, si no
obtuviere sentencia favorable en el amparo.
Esta disposición está ampliamente justificada; la ley, colocándose en un justo medio,
tomando en cuenta los derechos del quejoso y del tercero, uno, interesado en que el acto
reclamado no subsista monto debe ser fijado por el juez de Distrito, y que puede consistir en
fianza, hipoteca, prenda o depósito.
La fijación del monto de la garantía no deja de presentar dificultades, pues a menudo
el juez de Distrito carecerá de datos para hacerla; quizás por este, en la Ley de Amparo de
1919 no existía ningún precepto, como el artículo 128 de la Ley vigente que obligara al juez a
determinar el monto de la garantía, siendo la práctica de exigir una ilimitada, que conforme a
dicha ley, debía consistir en fianza, precisamente por la ilimitación que ésta puede tener. Al
haberse modificada la ley, debió haberse pensado en la conveniencia de una procedimiento
en el que las partes pudieran aportar pruebas con relación al monto posible o probable de los
daños y perjuicios que la suspensión pudiera ocasionar al tercero.
Cuando los derechos del tercero afectados por la suspensión no sean estimables en
dinero, la ley autoriza al juez que conoce del amparo para fijar discrecionalmente el monto de
la garantía.
Concedida la suspensión con garantía del pago de los perjuicios, no surte efectos
hasta que aquélla quede otorgada. El otorgamiento requiere un plazo más o menos largo,
sobre todo si se pretende garantizar por medio de hipoteca, y hay el peligro de que mientras
se hace el otorgamiento el acto se ejecute y resulte ilusoria la suspensión concedida. El
artículo 139 de la Ley de Amparo provee a este inconveniente, concediendo al quejoso un
plazo de cinco días, a contar de la fecha de la notificación, para otorgar la garantía
apareciendo, de los términos del citado precepto, que vencido dicho plazo, se pierde el
derecho concedido por la suspensión. Sin embargo, no es así, la Suprema Corte de Justicia,
en ejecutorias que forman jurisprudencia, ha interpretado el mencionado artículo en el
sentido de que el plazo de cinco días a que se refiere es para que, dentro de él, la autoridad
responsable se abstenga de ejecutar el acto reclamado, sin significar esto que el quejoso no
pueda, aún después de vencido dicho plazo, si la ejecución no ha tenido lugar, otorgar la
caución correspondiente. Tesis jurisprudencial número 500.
Los terceros perjudicados a favor de los cuales debe otorgarse la garantía, son,
según el artículo 5 de la ley, los siguientes:

108
“a) La contraparte del agraviado cuando el acto reclamado emana de un juicio o
controversia que no sea del orden penal, o cualquiera de las partes en el mismo juicio,
cuando el amparo sea promovido por persona extraña al procedimiento;
b) El ofendido o las personas que, conforme a la ley, tengan derecho a la reparación
del daño o a exigir la responsabilidad civil proveniente de la comisión de un delito, en su
caso, en los juicios de amparo promovidos contra actos judiciales del orden penal, siempre
que éstos afecten dicha reparación o responsabilidad;
c) La persona o personas que hayan gestionado en su favor el acto contra el que se
pide amparo, cuando se trate de providencias dictadas por autoridades distintas de la judicial
o del trabajo.”
Otorgada la caución por el quejoso, queda suspendida la ejecución del acto
reclamado; pero considerando la ley que los derechos de aquél y de los terceros son
correlativos, como ya dijimos, permite la ejecución del acto, o mejor dicho, deja sin efecto la
suspensión, si el tercero da a su vez caución bastante para restituir las cosas al estado que
guardaban antes de la violación de garantías y paga los daños y perjuicios que sobrevengan
al quejoso, en caso de que se le conceda el amparo, debiendo, debiendo además, cubrir
previamente a aquél los gastos que hubiere erogado en el otorgamiento de la caución,
gastos que comprenden las primas pagadas a la empresa afianzadora que hubiere prestado
la fianza, el importe de las estampillas causadas en certificados de libertad de gravámenes y
de valor fiscal de la propiedad, que se hubieren recabado para la comprobación de la
solvencia del fiador, cuando éste sea un particular, los de la retribución pagada al fiador por
el servicio prestado, los de la escritura respectiva, su registro y cancelación, cuando la
garantía hubiere consistido en hipoteca, y los legales que acreditare el quejoso haber hecho
para constituir el depósito, si la caución se hubiere dado en forma de depósito. (Art. 126 de la
Ley de Amparo.)
El sistema de la ley en este particular está basado en un profundo respeto a los
derechos del quejoso y del tercero perjudicado; la ley supone un conflicto de intereses entre
uno y otro, y colocando a ambos en un pie de igualdad, les concede el derecho de
suspender o ejecutar el acto reclamado, mediante el otorgamiento, respectivamente, de
cauciones, para que, asegurados así los derechos de los dos contendientes, ninguno de
ellos se perjudique.
La caución que dé el tercero perjudicado para dejar sin efecto la suspensión
acordada, debe ser, en los términos del artículo 126 de la Ley de Amparo, bastante para
restituir las cosas al estado que guardaban antes de la violación de garantías, en el caso de

109
que se conceda al quejoso el amparo. ¿Quiere esto decir que el fiador contrae la obligación
de hacer dicha restitución? Una antigua ejecutoria de la Corte, publicada en el tomo XVII,
página 1347, del Seminario Judicial de la Federación, parece así darlo a entender, al decir
que “si se ha admitido la confianza para ejecutar el acto que se reclama, la ejecución de la
sentencia de amparo no puede hacerse mandando que se reponga las cosas al estado que
guardaban antes de ejecutar el fallo contra el que se concede la protección constitucional,
sino dejando expeditos los derechos del quejoso, para ocurrir, en el incidente de suspensión,
a exigir del contrafiador todas las prestaciones que reclaman, como consecuencia de la
ejecutoria de amparo, y de las cuales se hace responsable dicho contrafiador.”
Esta tesis no nos parece jurídica, pues si la consecuencia natural de toda sentencia
que conceda el amparo es volver las cosas al estado que guardaban antes de efectuarse el
acto reclamado, esa consecuencia debe producirse, como resultado de la ejecución de la
sentencia de amparo, por la misma autoridad señalada como responsable, y no por virtud de
una acción privada que ejercite el quejoso contra el fiador, lo cual, por otro lado, no podría
conducir a aquel resultado, porque no estaría en las posibilidades de aquél cambiar la
situación de hecho que se formó por la ejecución del acto reclamado, haciendo nacer una
situación distinta; esto supone actos de autoridad que el fiador nunca podría realizar.
La tesis de la Suprema Corte peca también del defecto de hacer una distinción en la
manera de ejecutar las sentencias de amparo, según que el acto reclamado haya sido
ejecutado previo el otorgamiento de contra caución, o que lo haya sido por haberse negado
la suspensión; en este segundo caso, la ejecución de la sentencia que conceda el amparo
tendrá que consistir en la reposición de las cosas a su estado anterior, porque éste es el
efecto natural y lógico de toda sentencia que ampara; pero si la ejecución del acto ha sido
por haberse otorgado contrafianza, por parte del tercero perjudicado, el quejoso no tendrá
más derecho que el de reclamar daños y perjuicios, mas no el de obtener que las cosas
vuelvan a su estado anterior; en un caso habrá propiamente ejecución de la sentencia de
amparo; en el otro, no. Esto es inadmisible; la concesión del amparo produce el efecto de
hacer volver las cosas a su estado anterior, y este efecto no puede dejar de producirse por el
hecho de que la ejecución del acto haya tenido lugar por haberse dejado sin cumplimiento la
suspensión, en razón del otorgamiento de una contragarantía.
Los anteriores argumentos prueban que el concepto “caución bastante para restituir
las cosas al estado que guardaban antes de la violación de garantías”, que expresa el
artículo 126 de la Ley de Amparo, no puede interpretarse en el sentido de que el contrafiador
se obliga a dicha restitución; pero entonces ¿cómo deben entenderse? Se ha pretendido que

110
la restitución sólo implica para el fiador la obligación de pagar al quejoso la indemnización
que corresponda por haberse ejecutado el acto; así se dice en las ejecutorias publicadas en
los tomos X y XI, páginas 1001 y 265, respectivamente, del Semanario Judicial de la
Federación; pero la indemnización no constituye sino una obligación de pagar daños y
perjuicios, y si éste fuera el sentido de aquellos términos, el artículo 126 sería redundante,
pues para la admisión de la contragarantía exige, por un lado, que la que se ofrezca sea
bastante para restituir las cosas a su estado anterior, y, por otro lado, que lo sea también
para el pago de los daños y perjuicios que sobrevengan al quejoso en el caso de que se le
conceda el amparo. Si la suficiencia de la contragarantía para la restitución significa
obligación de pagar daños y perjuicios, no había para qué hablar de éstos.
Tampoco puede significar la mencionada expresión que el fiador garantiza el
cumplimiento de la sentencia de amparo, porque la garantía de ese cumplimiento está en la
fuerza ejecutoria de la sentencia misma; es la ley la que la da, y sería absurdo admitir que el
legislador hubiera querido establecer una garantía de carácter privado, para la ejecución de
la sentencia.
En nuestro concepto, la ley, al establecer que la contragarantía debe ser bastante
para restituir las cosas al estado que guardaban antes de la violación, previó un caso
especial, muy frecuente, tratándose de ejecución de sentencias dictadas en juicios de
carácter civil, que son para los que la Constitución de 1917, en la fracción VI de su artículo
107, que corresponde a la fracción X, párrafo segundo, del mismo artículo107 de la vigente,
ideó el sistema del otorgamiento de la contrafianza para dejar sin efecto la suspensión; en
términos generales, dichas sentencias condenan al pago de una prestación. Comúnmente de
dinero; por virtud de la ejecución, sale del patrimonio del deudor la cosa o prestación que fue
condenado a pagar; la restitución, en caso de que se le conceda el amparo, consistirá en
que vuelva a su patrimonio lo que salió de él, y la contragarantía otorgada será apta para
asegurar esa restitución, aun en el supuesto de insolvencia del que obtuvo en el juicio civil;
de este modo, la sentencia de amparo cumple su finalidad en la única forma en que puede
cumplirla, tratándose de un fallo que condena al pago de una prestación; aplicada a estos
casos la expresión “caución bastante para restituir las cosas al estado que guardaban antes
de la violación de garantías”, resulta perfectamente razonable; pero al trasplantarse el
precepto constitucional, tal como está redactado, a la Ley de Amparo, y al hacer de él una
disposición general aplicable a todos los actos que se reclamen, en que se haya obtenido la
suspensión con fianza, su aplicación da lugar a dudas y confusiones.

111
Atento lo expuesto y haciendo a un lado los casos de sentencias civiles que
condenan al pago de una prestación, podemos decir, en términos generales, que el
otorgamiento de la contrafianza no afecta al cumplimiento de la sentencia de amparo, sino a
las relaciones privadas del quejoso y del tercero perjudicado, nacidas de la ejecución del
acto reclamado.
Siempre que se conceda la suspensión mediante garantía ¿procederá el
otorgamiento de contragarantía para dejar aquella sin efecto? El artículo 127 de la Ley de
Amparo señala dos casos de excepción: cuando, de ejecutarse el acto reclamado, quede sin
materia el amparo, y cuando con la suspensión puedan afectarse derechos de tercero
perjudicando que no sean estimables en dinero.
El segundo caso no presenta dificultad, porque se refiere a una situación fácilmente
apreciable, la de si se trata de derechos estimables en dinero, como son, por ejemplo, los
que conciernen al estado civil de una persona, sin relación alguna con el patrimonio. Es de
observarse, sin embargo, que tratándose derechos no estimables en dinero, no hay razón
para que la suspensión se conceda mediante el otorgamiento de una garantía, y si se ha
concedido en tales condiciones, por esto sólo no podrá dejarse sin afecto aquélla.
El otro caso de excepción es menos sencillo; conforme al precepto citado, la
contragarantía no procede para que quede sin efecto la suspensión, cuando la ejecución del
acto deja sin materia el amparo. Una ejecución deja sin materia el amparo cuando, por virtud
de ella, debe sobreseerse en el juicio, y entonces la resolución del problema hay que
buscarla en la interpretación de la fracción IX del artículo 73 de la Ley de Amparo, conforme
a la cual procede el sobreseimiento contra actos consumados de un modo irreparable. En
ejecutoria publicada en la página 557 del tomo XXXI del Semanario Judicial de la
Federación, se establece que las disposiciones legales que se refieren a actos consumados
de un modo irreparable, aluden a aquellos en que sea físicamente imposible volver las cosas
al estado que tenían antes de la violación, y en la publicada en el tomo XXIX, página 737,
del mismo Semanario, se dice que por actos irreparablemente consumados deben
entenderse aquellos cuyos efectos no es posible legalmente hacer desaparecer, volviendo
las cosas a su estado anterior. De estas tesis, que son jurisprudenciales, es consecuencia
que cuando se reclame un acto de la naturaleza de los indicados, el juez debe conceder la
suspensión sin necesidad de hacer depender sus efectos de la condición de que se otorgue
caución, ya que, conforme al párrafo segundo de la fracción III del artículo 124 de la Ley de
Amparo, el juez tiene la obligación de actuar en forma de conservar la materia del amparo;

112
se trata, pues, de casos en que la suspensión debe concederse sin garantía alguna; y donde
no hay garantía, no puede haber contragarantía.
La Suprema Corte ha estudiado el anterior problema en amparos en que el acto
reclamado se ha hecho consistir en el remate de viene y lo ha resuelto en sentido
contradictorios, pues en tanto que algunas ejecutorias han decidido que no procede la
contragarantía para ejecutar un remate de bienes, porque el inmueble remate no podría
reivindicarse del rematante haciéndose de este modo imposible volver las cosa a su estado
anterior, en otras ha resuelto que las dificultades que pudiera haber para dicho resultado, no
deben de tomarse en consideración para negar al tercero perjudicado el derecho que la ley
le da, para dejar sin efecto la suspensión, previó el otorgamiento de la caución
correspondiente. (Tesis de jurisprudencia 897.)
El criterio sustentado por esta jurisprudencia nos parece correcto, toda vez que la ley,
al establecer el sistema de las cauciones y contra cauciones, para suspender o para ejecutar
el acto reclamado, se refiere a actos en que estén de por medio intereses patrimoniales, ya
que tratándose de ellos, siempre es posible restituir las cosas a su estado anterior,
entendiéndose por esto, no una restitución material, en el patrimonio del individuo, que se
realiza por la efectividad de la contragarantía. Nos parece pertinente, a este respecto,
transcribir el considerando relativo de la ejecutoria que pronunció la Suprema Corte con
motivo de la queja instaurada por la “Huasteca Petroleum Company”, en contra del
ciudadano juez tercero supernumerario de Distrito del Distrito Federal, por que los conceptos
que en él se expresan dan mucha luz sobre el problema que se estudia. La “Huasteca
Petroleum Company” obtuvo, previa fianza que otorgó, la suspensión del permiso para
perforar un pozo petrolero, dado por la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, a la
“Mexican Sinclair Petroleum Corporation”. Esta compañía solicitó que se dejara sin efecto la
suspensión, ofreciendo otorgar contrafianza, y habiéndose acordado de conformidad a la
solicitud, la Huasteca se quejó en contra del juez del conocimiento, sosteniendo, entre otras
cosas, que la contrafianza era inadmisible, porque llegado el caso de que se tuvieran que
restituir las cosas al estado en que se encontraban antes de la violación de garantías, habría
imposibilidad física y legal para hacer esa restitución.
La Suprema Corte, para declarar infundada la queja, razonó del modo siguiente: “Si
hubiera imposibilidad física para restituir las cosas al estado que guardaban antes de la
violación, el caso se hallaría comprendido en la fracción II del artículo 54 de la ley ya citada
(corresponde a la fracción II del artículo 123 de la ley vigente), cosa enteramente diversa de
la establecida y considerada en la fracción II del articulo 55 (corresponde al art. 124). En la

113
primera de las disposiciones que se acababan de mencionar, la suspensión debe dictarse de
oficio, bajo la más estricta responsabilidad del juez; no es necesario que alguien la pida; no
debe esperarse que persona alguna solicite. La ley es imperativa: procede la suspensión de
oficio. No hay tampoco fianza; luego no es el caso de contrafianza, por no haber tercero
perjudicado. En el segundo caso, el de la fracción II del artículo 55 (art. 124 de la ley
vigente), es indispensable que la suspensión la pida el agraviado; es necesario que el que la
solicite otorgue fianza; es necesario que haya un tercero que pueda resentir algún perjuicio;
pero entonces éste puede obtener que el acto se ejecute, es decir, dejar sin efecto la
suspensión, si, a su vez, otorga fianza bastante para restituir las cosas al estado que
guardaban antes de la violación de garantías. Se ve, pues, que las dos disposiciones antes
citadas son enteramente incompatibles, y en consecuencia, no se puede pretender llegar a
una sola y común conclusión, aplicando ambas al mismo tiempo. El hecho significativo de
que la ley, en la fracción II del referido artículo 55 (art. 124 de la ley vigente), establezca la
contrafianza, precisamente para garantizar la restitución de las coas al estado que
guardaban antes de la violación, nos autoriza para creer que los intérpretes de la ley no
están facultados para poner en duda, siquiera, si la restitución en los términos indicados es o
no posible, en el caso a que la misma ley se refiere, es decir, cuando hay suspensión pedida
por la parte agraviada, cuando hay fianza, porque hay tercero perjudicado, y cuando éste
reclama su derecho a la contrafianza y la otorga. Esto se explica sin esfuerzo alguno,
tomando en cuenta que en este caso se trata de bienes patrimoniales en juego, intereses
que se resuelven siempre en indemnización pecuniaria. La compañía quejosa da a la
expresión “restituir las cosas al estado que guardaban antes de la violación” una significación
que no tiene. A este respecto dice: “La perforación que lleve a cabo la “Mexican Sinclair
Petroleum Corporation”, cambia las condiciones geológicas del predio, y cambiadas, no
pueden volver a su estado anterior; y trae consigo alteraciones que no pueden ser
reparadas con posterioridad, toda vez que la perforación del terreno y la extracción del
petróleo, en su caso, trae aparejado un cortejo de hechos tan diversos y tan variados, que
hace imposible la restitución en los términos de la fracción II del artículo 55 (art. 124 de la ley
vigente), si se obtuviere en el juicio de amparo.” Interpretada así la ley, siempre sería
improcedente la contrafianza, pues teniendo ésta por objeto la ejecución del acto reclamado,
hay que convenir en que ese acto se verifique, y naturalmente, su ejecución tiende a variar el
estado de las cosas, a transformarlas constantemente, para realizar el fin propuesto. La
alteración de las cosas es, pues, inevitable, si se otorga la contrafianza. Si la “Huasteca
Petroleum Company” obtiene el amparo, no debe pretender que le entreguen sus terrenos

114
sin perforar y con el petróleo que allí pudiera existir; pero sí se le volverá al goce de su
garantía mediante el pago, haciendo efectiva la contrafianza, de todo aquello que constituya
su derecho. El reo que pide amparo, porque se ha violado la garantía de su libertad, si lo
obtiene, no se le restituye la libertad perdida, por ser esto imposible; pero sí se le vuelve al
goce de la garantía individual violada. Este es el sentido de la expresión de restituir las cosas
al estado que guardaban antes de la violación, que usa la fracción II del articulo 55
mencionado (art. 124 de la ley vigente).” (Ejecutoria publicada en la pág. 101 del tomo X del
Semanario Judicial de la Federación.)
De las doctrinas hasta aquí expuestas son consecuencia los siguientes principios:
I. La suspensión debe otorgarse con el requisito de la caución, cuando se trate
de intereses patrimoniales.
II. En presencia de esos mismos intereses, el tercero perjudicado tiene el
derecho de otorgar contra caución para dejar sin efecto la suspensión concedida con
garantía.
III. No obsta para la aplicación de la regla anterior el artículo 127 de la Ley de
Amparo, porque este precepto debe interpretar se a través de la causa de improcedencia
que establece la fracción IX del artículo 73 de la misma ley, y por lo mismo no puede
referirse más que a los casos que ameritan el sobreseimiento por razón de haberse
consumado de un modo irreparable el acto reclamado, casos en que la suspensión no
amerita el otorgamiento de garantía; de donde se infiere que el artículo 127 solamente podrá
tener aplicación cuando indebidamente se haya concedido con garantía una suspensión que
debía haberse concedido sin necesidad de tal requisito.
IV. La dificultad física o jurídica para la reposición de las cosas al estado que
guardaban antes de la violación de garantías, no es obstáculo para la admisión de la
contragarantía.
V. Tratándose de actos de carácter patrimonial, dicha restitución se traduce en el
pago de daños y perjuicios.
La Suprema Corte de Justicia ha hecho una mala aplicación del artículo 127 de la Ley
de Amparo, en relación con el párrafo segundo del artículo 125, al referido a los casos de
lanzamiento. La jurisprudencia de dicho Alto Tribunal había sido constante en el sentido de
que el lanzamiento no era un acto de imposible reparación; pero, por ejecutoria que obra
publicada en la página 661 del tomo CII del Semanario Judicial de la Federación, abandonó
dicha jurisprudencia, sustituyéndola por la contraria, que apoyó en los citados textos legales,
sosteniendo, por aplicación de ellos, que no procede la contrafianza para dejar sin efecto la

115
suspensión concedida contra una orden de lanzamiento, porque la ejecución de éste deja sin
materia el amparo y porque los derechos del lanzado no son solamente patrimoniales, sino
también morales, ya que dicho acto acarrea al inquilino, que es lanzado del local que ocupa,
vejaciones y descredito, que no serían reparables, aunque obtuviere sentencia favorable en
el amparo. La falta de materia para el amparo se hace consistir, en dicha jurisprudencia, en
que el local del que es lanzado el quejoso puede ser arrendado a otro inquilino, y “resultaría
inicuo y antijurídico cometer una violación a tercera persona, en el caso de que la finca
hubiere sido arrendada a ésta, de donde se deduce ─dice la ejecutoria─ que el lanzamiento
causa en realidad un agravio irreparable en la sentencia definitiva…”
Consideramos errónea la anterior tesis. No es exacto que la ejecución del
lanzamiento, por virtud de la admisión de la contrafianza, deje sin materia el amparo, pues si
bien es cierto que puede haber dificultades para que el lanzado sea repuesto en la finca que
tenía, cuando ha sido arrendada a una tercera persona, no hay imposibilidad para que ello
tenga lugar; estas dificultades se presentan en todos los casos en que se verifica un cambio
de situación jurídica de los bienes que una ejecutoria de amparo puede afectar, y ello nunca
ha sido obstáculo para que la ejecutoria se cumpla, aun en perjuicio manifiesto de personas
que han sido extrañas al juicio constitucional. De casos como éstos está plagado el
Semanario Judicial de la Federación.
“La ejecución de las sentencias de amparo debe llevarse a efecto ─se lee en la tesis
número 402─, contra cualquier poseedor de la cosa detentada, aun cuando alegue derechos
que puedan ser incuestionables, pero que no fueron tenidos en cuenta al dictar la ejecutoria.”
“Tratándose del cumplimiento de un fallo que concede la protección constitucional ─se lee en
la tesis 403─, ni aun los terceros que hayan adquirido de buena fe derechos que se lesionan
con la ejecución del fallo protector, pueden entorpecer la ejecución del mismo.”
De acuerdo con las anteriores tesis jurisprudenciales, el daño que resiente un tercero
extraño al juicio constitucional, la lesión de sus derechos, no son obstáculo para que la
ejecutoria de amparo se cumpla en sus términos, esto es, haciendo volver las cosas a su
estado anterior. ¿Por qué no ha de ser lo mismo tratándose de una ejecutoria que ha
concedido el amparo contra un lanzamiento ejecutado? ¿O es que los derechos del inquilino
son distintos de los que ha adquirido una persona sobre determinado bien afectado por la
ejecutoria de amparo?
Por otra parte, decir que los derechos del inquilino no son solamente de carácter
económico, sino de orden moral, y que el lanzamiento le acarreé vejaciones y descréditos,
decir eso es pura literatura. No puede haber vejación ni descrédito en un acto jurídico

116
ordenado por una autoridad competente, revestido de todas las garantías de la legalidad y
que tiende a hacer respetar el derecho de una de las partes en el contrato, desconocido por
la otra parte.
El otorgamiento de la contrafianza no produce otro efecto que el de dejar expedita la
acción de la autoridad responsable para ejecutar el acto reclamado; pero si por cualquier
motivo no lo ejecutare, no tendrá derecho el tercero perjudicado de ocurrir en queja al juez
federal, para que obligue a aquella autoridad a la ejecución, toda vez que la admisión de la
contrafianza no implica orden alguna tendiente a dicha ejecución. Como lo ha dicho la
Suprema Corte de Justicia, “la admisión de la contrafianza remueve los obstáculos que, por
virtud de la suspensión concedida, había para que se ejecutara el acto reclamado; la
autoridad responsable queda en las mismas condiciones en que se encontraba antes de
haberse decretado la suspensión; readquiere, por lo mismo, su capacidad para dictar las
medidas tendientes a la ejecución del acto, y si no lo ejecuta, el remedio está en las
defensas del orden común y no en la queja ante el juez de Distrito, quien, si pretendiera que
se llevara a efecto aquella ejecución, invadiría las facultades de la autoridad responsable”.
(Semanario Judicial, tomo XVIII, página 1283.)
¿Siempre que haya tercero en el amparo, la suspensión debe concederse mediante
el otorgamiento de una garantía? Conforme a los principios, la cuestión debe recibir una
respuesta negativa, pues si la garantía es para responder de perjuicios patrimoniales que el
tercero pueda restituir con la suspensión, no tendría objeto su otorgamiento cuando, por la
naturaleza del acto reclamado, el tercero no puede recibir ningún perjuicio. Tal es, en
términos generales, el caso de actos referentes al estado civil, si en ellos no va involucrada
cuestión alguna de carácter patrimonial.
No es obstáculo para la aplicación de esta doctrina el párrafo segundo del artículo
125 de la Ley Amparo, porque este precepto supone la posibilidad de perjuicios para el
tercero; pero si, como antes dijimos, esos perjuicios no pueden causarse; a nada conduciría
exigir al quejoso el otorgamiento de una garantía.
La Suprema Corte parece ser contraria a esta doctrina, pues en la tesis
jurisprudencial número 1067 sostiene que, cuando no hay tercero perjudicado, la suspensión
debe otorgarse sin fianza, dando a entender que sólo en este caso debe así concederse.
Sin embargo, en la tesis número 683 sostiene que “contra la resolución que pretenda
privar a quien ejerce la patria potestad, de la custodia del menor, procede conceder la
suspensión sin fianza, para que las cosas se mantengan en el estado en que se encuentran,
entretanto se falla el fondo del amparo”.

117
En otra ejecutoria que obra publicada en la página 3595 del tomo XLVI del Semanario
Judicial, se dice que “la suspensión debe concederse sin requisito alguno contra la
resolución que disminuya una pensión alimenticia y levante el embargo de sueldos…”
Debemos decir que esta ejecutoria no tiene gran importancia, porque existen muchas en
sentido contrario.
En los casos en que es procedente la suspensión con el otorgamiento de garantía,
¿deberá exigirse está cuando el tercero, debidamente notificado de la promoción del
amparo, no se haya presentado al juicio? La ley no hace distingos a este respecto; así es
que, aunque el tercero no se presente al juicio y demuestre con ello su falta de interés, la
suspensión habrá de concederse, si procede, mediante el otorgamiento de la garantía
correspondiente; otro caso será cuando el tercero manifieste expresamente su conformidad
en el no otorgamiento de la garantía, pues establecida ésta en su interés, nada impide que
pueda renunciar al derecho que tiene al otorgamiento.
Por virtud de la contrafianza otorgada, la suspensión queda sin efecto; pero no por
esto debe cancelarse la garantía que se haya constituido, porque debe responder de los
daños y perjuicios que pudiera haber resentido el tercero perjudicado, durante el tiempo en
que la suspensión estuvo operando. (Tesis jurisprudencial núm. 496.)
Con relación a la misma cuestión de cancelación de las garantías otorgadas en el
incidente de suspensión, la Suprema Corte ha sentado jurisprudencia en el sentido de que la
cancelación no procede mientras no prescriba la acción del tercer perjudicado o se haya
extinguido la fianza, de acuerdo con las disposiciones del Código Civil sobre la materia.
(Tesis jurisprudencial núm. 495.)
La misma Suprema Corte ha establecido que cuando en un juicio haya bienes
secuestrados que alcancen a cubrir la suerte principal en el negocio, la fianza que se fije al
otorgar la suspensión sólo debe responder de los perjuicios que ésta pueda causar, los que
deben calcularse por los intereses respectivos al tipo legal, durante el tiempo que se estime
probable para la conclusión del amparo. De esta tesis se infiere que cuando no hay
secuestro de bienes, la garantía para obtener la suspensión debe abarcar el monto de la
suerte principal, más el de los intereses que se calculen, y así se decide explícitamente en
varias ejecutorias, que forman jurisprudencia. (Tesis núm. 498.)
Este criterio no nos parece correcto, porque convierte a la suspensión en un embargo
precautorio, sin las exigencias que las leyes comunes establecen para su procedencia. En el
resumen de la tesis citada se trata de justificar ésta, diciéndose que el agraviado en el
amparo puede, por virtud de la suspensión, no solamente detener la ejecución de la

118
sentencia, sino, además ejecutar actos lesivos para el tercero perjudicado; pero está sola
posibilidad, este simple temor, no es bastante para exigir al agraviado el aseguramiento del
monto total a que fue condenado; las leyes comunes prevén el peligro de que se cometan
por un deudor actos lesivos para el acreedor, tendientes a frustrar sus derechos, y da el
remedio para evitar tal peligro, pero a base de que se demuestre la existencia del propio
peligro. Resulta, por tanto, indebido que por la suspensión, que tiene un carácter
esencialmente protector, se conceda un derecho al colitigante del quejoso, que las leyes
comunes sólo conceden mediante la comprobación de hechos justificativos.
Para concluir este capítulo debemos referirnos al artículo 138 de la Ley de Amparo,
que manda que en los casos en que la suspensión proceda, se concederá en forma tal que
no impida la continuación del procedimiento en el asunto que haya motivado el acto
reclamado, hasta dictarse resolución firme en él; a no ser que la continuación de dicho
procedimiento deje irreparablemente consumado el daño o perjuicio que pueda ocasionarse
al quejoso.
La razón de este precepto está en el interés social que hay de que no se entorpezca
la acción de la justicia; pero este interés cede ante la posibilidad de que la continuación del
procedimiento deje irreparablemente consumado el daño o perjuicio que pueda ocasionarse
al quejoso, porque ello es para el legislador de más entidad que la no continuación del
procedimiento.
Consecuencia de la regla general contenida en el precepto transcrito, es que, si la
suspensión impide la continuación del procedimiento, debe negarse.

119
120
CAPÍTULO QUINTO

DE LA SUSPENSIÓN EN LOS AMPAROS DIRECTOS

Vimos antes que, de acuerdo con las reformas constitucionales de 1950, el amparo
contra las sentencias definitivas civiles y penales y contra los laudos de las Juntas de
Conciliación y Arbitraje, federales o locales, es de la competencia directa de la Suprema
Corte de Justicia y de los Tribunales Colegiados de Circuito, correspondiendo a la primera el
conocimiento de dichas sentencias y laudos, cuando aquellas son de segunda instancia, y
respecto de las violaciones cometidas en las propias sentencias o en el laudo, y a los
segundos, el conocimiento de las mismas sentencias y laudos, pero solo para conocer de las
violaciones que se hubiere cometido durante el procedimiento; también les corresponde
conocer, en toda su integridad, de las sentencias definitivas civiles y penales que, conforme
a la ley, no admitan el recurso de apelación u otro semejante. 27
La suspensión de la ejecución es de la competencia, como también hemos visto, del
tribunal que haya dictado la sentencia o del presidente de la Junta de Conciliación y
Arbitraje, si se trata de laudos.
Por lo que respecta a las sentencias civiles o penales, es ineludible deber de las
autoridades responsables conceder la suspensión, porque así lo ordena la Constitución, en
el párrafo segundo de la fracción X de su artículo 107. Se recordara que al tratar sobre este
punto hicimos ver que la Ley de Amparo, en su artículo 173, es contraria a la Constitución,
porque supedita la concesión de la suspensión a los mismos requisitos de procedencia de la

27
NOTA: por virtud del decreto de reformas de 26 de diciembre de 1967, publicado en el Diario oficial de 30 de abril de 1968,
la competencia para conocer del juicio de amparo contra sentencias definitivas civiles y penales, y laudos dictados por los
tribunales del trabajo, cambio radicalmente; hoy en día conocen de esta clase de amparo, denominado directo o uninstancial, la
Suprema Corte de Justicia o los Tribunales Colegiados de Circuito, independientemente de la naturaleza de la o de las
violaciones que se aleguen por el quejoso en su demanda de garantías, es decir, la violaciones de fondo o de violaciones
cometidas durante la secuela del procedimiento. En efecto, para determinar la competencia en el amparo directo entre la
Suprema Corte de Justicia y los Tribunales Colegiados de Circuito, se atiende a distintos elementos, según se trate de amparos
en materia penal, civil, administrativa o del trabajo. En las notas al capítulo segundo de esta obra, pueden consultarse los
criterios que la Ley de Amparo vigente establece para determinar en qué casos es competente para conocer del amparo directo
la Suprema Corte y en cuales los Tribunales Colegiados de Circuito.

121
suspensión ordinaria, esto es, solicitud del agraviado, perjuicios de difícil reparación para el
quejoso y que no se siga perjuicio al interés social ni se contravengan disposiciones del
orden público.
Tratándose de los laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, no es lo mismo,
porque la Constitución, al imponer a las autoridades responsables del deber de conceder la
suspensión contra las sentencias definitivas, solamente se refirió a estas sentencias, por lo
que el mandato de la ley no abarca a los laudos.
En cuanto a éstos, la Ley de Amparo deja al Presidente de la Junta que hubiere
dictado el laudo, la facultad de conceder o negar la suspensión reglamentando el ejercicio de
esa facultad en los artículos 174 y 175.
Dicen dichos artículos:
“Art. 174. Tratándose de laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, la
suspensión se concederá en los casos en que, a juicio del presidente de la Junta respectiva,
no se ponga a la parte que obtuvo, si es la obrera, en peligro de no poder subsistir mientras
se resuelve el juicio de amparo, en los cuales solo se suspenderá la ejecución la ejecución
en cuanto exceda de lo necesario para asegurar tal subsistencia”.
“La suspensión surtía efectos si se otorga caución en los mismos términos del artículo
anterior, a menos que se constituya contrafianza por el tercero perjudicado”.
“Art. 175. Cuando la ejecución o la inejecución del acto reclamado pueda ocasionar
perjuicios al interés general, la suspensión se concederá, o negara, atendiendo a no causar
esos perjuicios”.
“En estos casos la suspensión surtirá sus efectos sin necesidad de que se otorgue
fianza.”
Las disposiciones transcritas acusan un cambio radical del sistema seguido por el
Constituyente en lo que respecta a la suspensión contra sentencias definitivas, a las que
equipara el legislador los laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje.
La exposición de Motivos de la Ley de Amparo justifica dicho cambio, diciendo que si
se adoptara aquel sistema, “ello resultaría antitético con el carácter que distingue el llamado
derecho industrial, cuya materia no es en modo alguno estrictamente privada y patrimonial,
sino que afecta cuestiones que tienen el más alto interés para la colectividad, y por ello la
ejecución de las resoluciones dadas a los conflictos o diferencias de trabajo no pueden
quedar sujetas a las mismas reglas, por lo demás, también diferentes entre sí, que norman la
ejecución de las sentencias de carácter penal o civil, en materia de suspensión del acto
reclamado”.

122
“Por eso ─sigue diciendo la exposición─ la reglamentación de la suspensión fue
motivo, en el Proyecto de Ley de Amparo, de un cuidadoso estudio, efectuando con el
propósito de constituir un sistema que evitara, por una parte, los graves perjuicios que la
suspensión podrían ocasionar a la familia obrera, poniéndola en trance de no poder subsistir
mientras el juicio de amparo fuese en definitiva resuelto y, por la otra parte, las
repercusiones que en perjuicio del interés de la colectividad pudiera engendrar tal situación,
aparte de los perjuicios que directamente le ocasionare el hecho de concederse o negarse la
suspensión, aun cuando con ello no se causaran perjuicios graves a los trabajadores o a sus
dependientes económicos…”
De acuerdo con lo anterior exposición y los preceptos legales en que cristalizaron las
ideas del legislador, en el sistema adoptado se conciliaron los intereses del obrero con los
del patrón y la colectividad, haciendo predominar estos últimos, por considerarse que en la
resolución de los conflictos del trabajo hay siempre un interés colectivo.
Lo que primero se destaca de la lectura de los preceptos transcritos, es que la
concesión o negación de la suspensión está sujeta al juicio del Presidente de la Junta que
hubiere dictado el laudo. Pero la facultad que a este respecto concede la ley al Presidente de
la Junta, no es absoluta, ni en cuanto a su ejercicio en sí misma, ni en cuanto a las
condiciones que debe tener la resolución que se dicte.
En efecto, la concesión de la suspensión de un lado que favorece al obrero, depende
de que no se ponga en peligro a éste de no poder subsistir mientras se resuelve el amparo;
de manera que si existe ese peligro, la suspensión debe negarse pero solo en cuanto se
considere necesario para evitar aquél; en lo excedente habrá de concederse la suspensión,
pero sujeta a la condición de que la parte contraria al obrero otorgue le garantía
correspondiente, a menos que el obrero otorgue contragarantía.
Esto, por lo que toca a los conflictos que pudiéramos llamar privados entre el obrero y
el patrón, que es a los que parece contemplar el articulo 174 transcrito. En cuanto a los
conflictos de carácter colectivo, a que se refiere el artículo 175, la suspensión debe
concederse, o negarse, atendiendo a no causar perjuicios al interés general, esto es, la
suspensión debe concederse solo en el caso de que el interés público no exija la inmediata
ejecución del laudo, y su concesión de ser sin necesidad del otorgamiento de garantía,
porque tratándose de aquellos conflictos, el interés de los patrones y de los obreros no están
en causa, sino en forma muy indirecta.
De la necesidad de que el Presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje se sujete
para dictar su resolución a las normas expresadas, se deduce que esas resoluciones pueden

123
ser recurridas por medio del recurso de queja ante el Tribunal competente, que será la
Suprema Corte de Justicia, si se trata de laudos, en que la violación alegada se haya
cometido en el mismo laudo, el Tribunal Colegiado de Circuito, cuando la violación se haya
cometido dentro del procedimiento, o bien, cuando se aleguen en el amparo unas y otras
violaciones. 28
La suspensión contra sentencias definitivas civiles debe concederse mediante el
otorgamiento de garantía, pudiendo quedar sin efecto si la contraparte del agraviado otorga
contragarantía. Reproducimos lo que sobre esta materia de garantías y contragarantías
expusimos en el capitulo anterior.
En cuanto a la suspensión contra sentencias penales, cabe decir que su único efecto
es que el quejoso quede a disposición de la autoridad que conoce del amparo (Suprema
Corte de Justicia o Tribunal Colegiado de Circuito), por mediación de la autoridad que haya
concedido la suspensión, la que puede ponerlo en libertad bajo caución, si procediere.
La libertad bajo caución es la que definen tanto el artículo 20 de la constitución, en su
fracción I, como el 556 del Código de procedimientos Penales. Conforme a estos textos
legales, es un beneficio establecido a favor de los acusados, que se justifica por dos motivos:
porque mientras el individuo no es sentenciado, no hay seguridad de que sea delincuente, y
porque gozando de libertad durante el proceso, tiene facilidades para preparar sus defensas.
En estas condiciones, una libertad bajo caución, concedida cuando ya se dictó
sentencia, no encuadra en el concepto que de dicha libertad da la ley, y, por lo mismo,
carece de justificación. El legislador se excede en la protección del quejoso, cuando,
existiendo una sentencia definitiva que declara que éste es un delincuente, permite que se le
otorgue la libertad caucional. Conforme a la ley, el único efecto que produce la suspensión
de una sentencia definitiva penal es que el agraviado quede a disposición de la autoridad
que conoce del amparo; por lo mismo, en nada afecta a la situación jurídica en que la
sentencia pronunciada colocó a aquel; su calidad de delincuente subsiste y concederle la
libertad caucional es desnaturalizar el efecto de la suspensión y aplicar una ley fuera de los
términos de su aplicación.

28
NOTA: En virtud de las Ultimas reformas que sufrió la Ley de Amparo y que entraron en vigor en el año 1968, las
resoluciones dictadas por las autoridades responsables o por el Presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje en materia de
suspensión en amparo directo, pueden ser recurridas a través del recurso de queja que se interponga ante la Suprema Corte de
Justicia o ante los Tribunales Colegiados de Circuito, según que el conocimiento del amparo sea de la competencia de una u
otros, por lo que en la actualidad el criterio que se sigue para determinar la competencia para conocer del recurso de queja ha
variado radicalmente, pues ya no se atiende, para determinar la competencia, al tipo de violación alegada (de fondo o
procedimental), sino a otros elementos, según se trate de amparos en materia laboral, civil, penal, o administrativa.
Los criterios establecidos en la Ley de Amparo Vigente, en materia de competencia entre la Suprema Corte de Justicia y los
Tribunales Colegiados de Circuito para conocer del amparo indirecto y, en consecuencia, del recurso de queja, pueden
consultarse en las notas que aparecen en el capitulo segundo de esta obra.

124
Y no se diga que confundimos la libertad bajo caución con la medidas de
aseguramiento; no incurrimos en tal confusión, pero no aceptamos que cuando la ley habla
de libertad bajo caución, catalogue ese beneficio entre las medidas de aseguramiento a que
se refiere el artículo 136 de la Ley de Amparo y que, por lo mismo, dicha libertad pueda
concederse, saliéndose de los términos de la ley, que la define y fija las condiciones en que
puede concederse, Al tratar de la suspensión contra ataques a la libertad personal,
desarrollaremos nuestras ideas sobre este asunto que, en los últimos días, tanto ha
apasionado a nuestros juristas.
De acuerdo con lo expuesto, y haciendo a un lado nuestra critica a la parte final del
artículo 172 de la Ley de Amparo, estimamos que si la pena impuesta por la sentencia al
agraviado en el amparo excede de los limites que “las leyes federales o locales aplicables al
caso” (párrafo cuarto del art. 136 de la Ley de Amparo) hayan fijado para el otorgamiento del
beneficio, no podrá concederse la libertad caución. Dicho limite no pueden las leyes
secundarias fijarlo en menos de cinco años; pero si puede exceder de dicho termino, de
acuerdo con una correcta interpretación del artículo 20, fracción I, de la Constitución, En la
Ejecutoria que obra publicada en el tomo XCIX, pagina 1906, del Semanario Judicial de la
Federación, se establece que la libertad caucional no procede, tratándose de amparos contra
sentencia definitiva, cuando la pena impuesta al reo exceda de cinco años; lo mismo se
establece en la ejecutoria publicada en la página 2093 del mismo tomo. Este criterio rige
tratándose de sentencias de segunda instancia o de primera, que no admitan el recurso de
apelación.
En la ejecutoria ultima se dice que si el reo ha estado gozando de libertad caucional,
no se le puede revocar si la sentencia de segunda instancia le impone una pena que exceda
de cinco años; en otros términos, esta ejecutoria, y otras muchas que forman jurisprudencia,
sostiene que si al reo se le ha concedido el beneficio de libertad caucional por haberse
considerado que la pena probable no excedía, de cinco años, debe seguir gozando de ese
beneficio, aun cuando se le condene por una pena mayor.
No nos parece aceptable esta jurisprudencia, porque si la libertad caucional se
concedió con motivo de la suspensión otorgada contra el auto de formal prisión, la sentencia
definitiva que se dicte condenando al reo al cumplimiento de una pena restrictiva de la
libertad, cambia la situación jurídica del agraviado, surtiéndose la causa de improcedencia
que establece la fracción X, del artículo 73 de la Ley de Amparo, que amerita el
sobreseimiento del juicio en que se decreto aquella libertad, por aplicación de la fracción III
del artículo 74 de la misma ley ( tesis jurisprudencial núm. 662), y sobreseído aquel juicio, no

125
puede subsistir la suspensión, de donde emano la concesión de la libertad caucional. Sin
embargo, mientras no se haya sobreseído en el juicio por sentencia firme, subsistirá la
suspensión dictada y, con ella, la libertad caucional concedida.

126
CAPÍTULO SEXTO

DE LA SUSPENSIÓN RESPECTO DE PAGOS FISCALES.

“Cuando el amparo se pida –dice el artículo 135 de la Ley de Amparo─ contra el


cobro de impuestos, multas u otros pagos fiscales, podrá concederse discrecionalmente la
suspensión del acto reclamado, la que surtirá efecto, previo depósito de la cantidad que se
cobra, en el Banco de México, o, en defecto de éste, en la institución de crédito que el juez
señale dentro de su jurisdicción o ante la autoridad exactora, salvo que de antemano se
hubiese constituido ante esta última.
“El depósito no se exigirá cuando se trate del cobro de sumas que excedan de la
posibilidad del quejoso, según apreciación de juez, o cuando se trate de persona distinta del
causante obligado directamente al pago; pero entonces se asegurará el interés fiscal en
cualquiera otra forma aceptada en esta ley.” 29
De acuerdo con el texto transcrito, la regla general es que, tratándose del cobro de
impuestos, multas y pagos fiscales, la suspensión se conceda, previo depósito de la cantidad
que el fisco cobre. Esta regla, que es un rezago de la idea tradicional de que el fisco, por la
naturaleza privilegiada que se le atribuye, no debe litigar despojado, no es absoluta, como
resulta del mismo texto legal.
Las excepciones son dos: una, cuando se trate del cobro de sumas que excedan las
posibilidades del quejoso, según apreciación del juez, y la otra, cuando se trate de persona
distinta del causante directamente obligado al pago; pero aun tratándose de estas
excepciones el legislador se preocupa de proteger el interés fiscal, mandando que se
asegure por algunos de los medios que permite la ley.
Los impuestos son la fuente de recursos de que dispone el estado para asegurar la
marcha normal de las funciones públicas. La constitución de depósito de la suma que se
cobre, no puede asegurar dicho funcionamiento, porque, por la misma naturaleza de la
29
NOTA: Este artículo 135 de la Ley de Amparo fue adicionado por decreto de 3 de enero de 1963, publicado en el Diario
Oficial el 4 de febrero del mismo año, con un párrafo último que textualmente dice: “en materia agraria no se exigirá la garantía
para que surta efectos la suspensión que se conceda.”

127
garantía, el fisco no puede disponer de dicho depósito, ni aun en el caso de que se haya
hecho ante la misma autoridad exactora; mucho menos si se ha hecho en el Banco de
México o, en su defecto, en otra institución de crédito que el juez haya señalado; en estas
condiciones puede suceder que la falta de cobro de un determinado impuesto, contra cuyo
pago hayan solicitado amparo con suspensión, todos, o la mayoría de los causantes del
mismo, compromete la marcha de las funciones públicas, siendo este uno de los casos en
que el juez, haciendo uso de la facultad discrecional que le otorga la ley, debe negar la
suspensión. Naturalmente, dentro de nuestra doctrina, el juez deberá proceder así, en el
caso de que considere que no hay elementos para prejuzgar que el impuesto contra cuyo
cobro se reclama es inconstitucional.
La obligación de hacer el depósito para conceder la suspensión no es obligatoria,
cuando se trate de cobro de sumas que exceden las posibilidades del quejoso, según lo
dispone el artículo transcrito. Este precepto parece referirse al cobro de multas, pues si se
trata de impuestos ordinarios que se causan en razón de las utilidades del causante, no
puede decirse que la suma que se cobre sea excesiva para las posibilidades de éste. Por lo
que toca a las multas, si puede haber una desproporción grande entre la que se cobre y la
riqueza o capacidad económica del que debe pagarla, y se explica que el legislador,
procediendo con un espíritu de benevolencia, exima al quejoso de la obligación de sustituir el
depósito con otra garantía. Es este caso también opera la facultad discrecional del juez, para
juzgar de la cuantía del cobro en relación con las posibilidades del agraviado.
Tampoco debe exigirse la constitución del depósito cuando el cobro se haga a
persona distinta del obligado directamente al pago, lo que tendrá lugar, por ejemplo, cuando
la facultad económica–coactiva se ejerza en contra del fiador del causante.
Puede suceder, y ello es frecuente, que cuando el quejoso ocurre al amparo, los
intereses del fisco estén asegurados por virtud de un embargo recaído en los bienes del
causante o por medio de una fianza aceptada por el propio fisco en el procedimiento
administrativo correspondiente. En tal caso ¿será necesario para la concesión de la
suspensión que el agraviado constituya depósito de la cantidad que se le cobra o que, por lo
menos, otorgue fianza?
En la tesis jurisprudencial número 545, de dice que: “se se ha trabado embargo en los
bienes del quejoso, procede conceder la suspensión contra los impuestos, multas y pagos
fiscales, sin fianza ni depósito, por encontrase asegurado el interés fiscal”.
Pero en la ejecutoria que obra publicada en la página 2103, tomo XL, del Semanario
Judicial de la Federación, se sostiene que, aunque se ha sustentado la tesis de que cuando

128
los intereses del fisco están asegurados con embargo o fianza , procede la suspensión sin
garantía adicional, se estima conveniente rectificar y dar una orientación determinada y fija a
dicha jurisprudencia, y en apoyo a este criterio se dice: “si se advierte que la fianza es una
garantía personal, que únicamente tiene el valor de crédito que conoce a quien la otorga el
funcionario o particular que la admite; que las fianzas otorgadas ante las autoridades
hacendarias, solo garantizan los intereses fiscales dentro de los procedimientos económicos
coactivos, en tanto se resuelve la revisión en la vía administrativa, y si se atiende a que la
constitución general y la ley reglamentaria del amparo encomiendan a los jueces de distrito,
bajo su más estricta responsabilidad, la calificación de toda fianza, sin que de esta facultad
puedan prescindir, como sucedería si, para suspender el acto reclamado, aceptaran la fianza
calificada por autoridades diversas, es inconcuso que aquella que ha sido otorgada en el
procedimiento administrativo, no puede sustituir a la fianza especialmente establecida para la
suspensión, y, por tanto, si se reclama el cobro de un adeudo fiscal que está garantizado con
fianza, la suspensión debe concederse mediante depósito en el Banco de México, S. A.”
Las razones que se dan en la ejecutoria transcrita carecen en lo absoluto de
consistencia, porque si por el propósito de la ley es que la suspensión no se otorgue si no a
condición de que estén asegurados los intereses fiscales, tal propósito está satisfecho si,
cuando se ocurre al amparo, el fisco ha embargado los bienes del causante o aceptado una
fianza que responda del adeudo, y como se dice en otra ejecutoria, que obra publicada en la
página 1288 del tomo LXXI del Semanario Judicial, si el interés fiscal está asegurado, no hay
razón para exigir una doble garantía.
En el apéndice al semanario judicial, que comprende la jurisprudencia de la suprema
corte hasta el año de 1954, encontramos varios casos en que se admite que la suspensión
contra el cobro de impuestos, multas y otros pagos fiscales, pueda concederse sin depósito.
“Si la cantidad que se cobra por multa fuere crecida, la suspensión debe concederse
previa fianza, por lo que a la multa se refiere.” (Ejecutoria publicada en el tomo XVII, pág.
1088)
“Impuestos. Si los que se cobran por los ayuntamientos no son de los contenidos en
los presupuestos respectivos, sino creados por el cuerpo edilicio, contra su exacción procede
conceder la suspensión, mediante fianza” (ejecutoria publicada en la página 995 del tomo
XVI.)
Hemos visto que el criterio de la ley es que la suspensión no se conceda contra el
cobro de impuestos, multas y pagos fiscales, más que en el caso de que los intereses del
fisco se aseguren o que estén asegurados; pero indudablemente que hay casos en que, sin

129
estar satisfecha aquella condición, debe otorgarse la suspensión; así debe ser cuando se
cobre un impuesto que ya está pagado, si el causante acredita el pago hecho con el recibo
correspondiente; lo mismo tendrá lugar cuando el impuesto se pretenda hacer efectivo en
contra de la persona distinta del causante; exigir garantía en casos como los mencionados,
sería indebido, porque el objeto de aquella es evitar perjuicios al fisco, y ningún perjuicio se
le puede ocasionar suspendiendo el pago de un impuesto que no tiene derecho a cobrar.
El artículo 135 se refiere al cobro de impuestos, multas y otros pagos fiscales; de
manera que cuando el acto reclamado no se refiera a esta clase de cobros, el citado
precepto no deberá recibir aplicación, habiendo de regirse el caso por la regla general del
artículo 124.
De acuerdo con este criterio, la Suprema Corte de Justicia ha decidido que los pagos
de cantidades que no tienen el carácter de impuesto, sino que nacen de un contrato privado
celebrado por las autoridades, pueden suspenderse mediante fianza y no mediante depósito.
(Ejecutoria que obra publicada a págs. 134, tomo XXI, del semanario judicial de la
federación.)
De conformidad con el mismo criterio, ha decidido la corte que tratándose de
contratos administrativos, en que la autoridad no intervenga como órgano político, sino como
entidad jurídica contratante, contra el cobro que haga, obrando como autoridad y por virtud
de las estipulaciones del contrato, procede conceder la suspensión con fianza. (Ejecutoria
publicada en la pág. 239 del tomo XVIII del semanario judicial).

130
CAPÍTULO SÉPTIMO

DE LA SUSPENSIÓN TRATÁNDOSE DE ACTOS QUE


AFECTAN LA LIBERTAD PERSONAL

Dos intereses entran en juego, como hemos tenido oportunidad de verlo, en el


sistema adoptado por la ley para regular la suspensión en general: el interés del individuo y
el interés social; se busca que el agraviado no resienta perjuicios mientras se tramita el juicio
constitucional; pero, considerándose que el interés público está por encima del interés
individual, se subordina el otorgamiento de la suspensión a la condición de que el interés
público no se vea lesionado por la falta de inmediata ejecución del acto reclamado.
El mismo sistema se sigue tratándose de actos restrictivos de la libertad: la ley
atiende, por un lado, al interés del quejoso, que exige una protección provisional, mientras se
decide sobre la constitucionalidad del acto atentatorio de su libertad, y por otro lado, al
interés social, que reclama la persecución de los delitos y el castigo de los delincuentes.
¿En qué forma provee la ley a la satisfacción de ambos intereses? Esto es lo que va
a ser objeto de nuestro estudio en el presente capítulo.
Para proceder con método, clasificaremos en dos grupos los actos restrictivos de la
libertad: los que emanan de órdenes dictadas por la autoridad judicial y los que procedan de
autoridades distintas de la judicial, y dentro de ésta clasificación, consideraremos dos
situaciones distintas: la de privación de la libertad en vías de ejecución y la de privación
consumada.
En ambos casos y situaciones hay una cosa en común: que el agraviado queda, por
virtud de la suspensión, a disposición de la autoridad que conoce del amparo; pero fuera de
éste elemento común, la diversidad de casos y situaciones da lugar a la aplicación de
principios distintos.
Comenzaremos por estudiar los actos restrictivos de la libertad, que tienen su origen
en una orden de autoridad judicial, y en relación con ellos, vamos a examinar la situación del
agraviado, como la orden de detención aun no ha sido ejecutada, para saber cuáles son las

131
disposiciones de la Ley de Amparo que rigen en dicho caso. A este respecto, la primera
pregunta que debe formularse es la de si es aplicable a esta situación el artículo 136 de la
mencionada ley.
Dice dicho artículo: “Si el acto reclamado afecta la libertad personal, la suspensión
sólo producirá el efecto de que el quejoso quede a disposición del juez de Distrito,
únicamente en lo que se refiere a su libertad personal, quedando a disposición de la
autoridad, que deba juzgarlo cuando el acto emane de un procedimiento del orden penal, por
lo que hace a la continuación de éste.”
¿Este precepto tiene aplicación, en cuanto a la limitación de efectos de la suspensión,
en los casos de restricción de la libertad, cuando la orden de aprehensión no se ha
ejecutado?
La Suprema Corte de Justicia así lo admite; en la tesis que lleva el número 661, y que
aparece publicada en el Apéndice al Semanario Judicial de la Federación, que comprende la
jurisprudencia en los fallos pronunciados hasta el año de 1956, se lee: “LIBERTAD
PERSONAL, RESTRICCIÓN DE LA.– Conforme al artículo 136 de la Ley de Amparo, en
todos los casos en que se reclama un acto restrictivo de la libertad personal, procede la
suspensión para tal efecto de que el interesado quede a disposición del juez de Distrito, bajo
su amparo y protección, independientemente de la naturaleza del hecho delictuoso que se le
atribuye y de la gravedad de la pena que pudiera corresponderle, ya que el precepto citado
no distingue, sino que previene de manera clara, que la suspensión procede en éstos casos
para que el quejoso quede a disposición del juez de Distrito, en lo que se refiere a su libertad
personal, y a disposición del juez del proceso penal, para la continuación del procedimiento.”
Después de exponerse esta tesis, se citan las ejecutorias de donde está tomada, y en
una Nota se dice: que de esas ejecutorias “la primera y la tercera establecen que la
suspensión no implica que se ponga en libertad al quejoso, agregando aquélla que tampoco
impide su aprehensión; y la cuarta y la quinta expresan que se puede internar el quejoso en
prisión, como medida de aseguramiento”, y que “las cinco ejecutorias coinciden en que la
suspensión procede contra todo acto restrictivo de la libertad”.
Efectivamente, en las ejecutorias Sánchez Elena y Lemoine de Blanco Virginia, que
obran publicadas, respectivamente, en los tomos LXIX, página 977, y LXX, página 2864, del
Semanario Judicial de la Federación, se dice que “no debe entenderse que la suspensión se
decreta para poner en libertad, desde luego, al quejoso, o para impedir su aprehensión,
porque el efecto de la medida es que el interesado quede a disposición del juez de Distrito,
para que éste lo proteja en la forma que crea conveniente hacerlo......” “y que –se lee en la

132
segunda de las ejecutorias citadas– cuando se trate de una orden de aprehensión que se
reclame, tampoco la suspensión debe entenderse que se concede para que no se
aprehenda al presunto responsable, sino únicamente para que se quede bajo la jurisdicción y
amparo del juez de Distrito......”
El fundamento básico de esta jurisprudencia se encuentra claramente establecido en
la ejecutoria Sánchez Elena y en la Marroquín Francisco y coagraviados, publicada en la
página 5992 del tomo LXXVI del Semanario. En la primera se lee que “si es verdad que uno
de los fines que se persigue a través de la suspensión, es el de que no se prive al quejoso
de su libertad, no es el único, sino uno más elevado, que consiste en la salvaguardia de su
persona para evitar todos los atentados que pudiere traer consigo la restricción de su
libertad, por parte de las autoridades responsables”. En la segunda de dichas ejecutorias se
dice: “......la suspensión procede para que los quejosos queden bajo la salvaguarda y
amparo de la Justicia Federal, como una medida esencial protectora de la libertad e
integridad física del acusado......”
Se ve, pues, que la tesis de la Suprema Corte es que, tratándose de actos restrictivos
de la libertad no ejecutados, la suspensión no produce el efecto de impedir la ejecución, en
virtud de que la finalidad de aquella es evitar que se atente a la integridad física del
agraviado, efecto que se satisface con que éste quede a disposición del juez que conoce del
amparo.
Esta jurisprudencia de la Suprema Corte es manifiestamente errónea; el punto de
apoyo en que descansa es, a todas luces, falso; la suspensión, ya se trae de órdenes de
aprehensión, ya se trate de detenciones ejecutadas, no tiene por finalidad salvaguardar la
integridad física del quejoso; para salvaguardar esta integridad está el artículo 123 de la Ley
de Amparo, que comprende los casos en que procede la suspensión de oficio, entre los
cuales están los ataques a la integridad física del individuo; la tesis de que se trata incurre en
confusión al hacer comprender en la suspensión a petición de parte, como la que procede
contra actos restrictivos de la libertad, un caso que es materia de la suspensión de oficio;
más aun, incurre en una notoria incongruencia, con detrimento de la ley, al considerar que la
suspensión solicitada por el quejoso para ciertos fines se concede para otros que no son
materia de la solicitud. El requisito de procedencia de la suspensión, comprendido en la
fracción I del artículo 124 de la Ley de Amparo, requiere una exacta correspondencia entre lo
que se pide y lo que se concede o se niega, y se olvida dicho elemento básico de
procedencia, cuando se concede lo que no ha sido solicitado. Es, además, poco serio dar a
la suspensión efectos para salvaguardar peligros imaginarios: el agraviado solicita la

133
suspensión contra la orden de aprehensión decretada en su contra, para que no se le prive
de su libertad; no para que se le proteja contra atentados a su integridad física, que no siente
amenazada, y que, de sentirlo, recurriría, no a la suspensión a petición de parte, sino a la de
oficio.
El falso concepto que de la suspensión se ha formado la Suprema Corte de Justicia,
la ha llevado a la admisión de consecuencias que no solo desarmonizan con los fines del
amparo, sino que contribuyen al desprestigio de la institución. Véase a éste respecto nuestro
estudio sobre La Suspensión con Efectos de Amparo Provisional.
En efecto, partiendo aquel Alto Tribunal de la base de que la suspensión, tratándose
de actos restrictivos de la libertad, ejecutados o sin ejecutar, tiene “el elevado fin” de proteger
al quejoso contra los atentados a su integridad física que pudieran cometer las autoridades
responsables, admite que aquélla debe concederse, independientemente del hechos
delictuoso y de la gravedad de la pena, y, lo que es peor, que su concesión no impide que
aquellas autoridades lleven a cabo la aprehensión. Estas consecuencias son lógicas dentro
del concepto que tiene la Corte de la suspensión, pues si ésta tiene como fin salvaguardar al
quejoso contra atentados a su integridad física, y no impedir su aprehensión, nada debe
significar, para su procedencia, la naturaleza del delito ni la gravedad de la pena, ni debe
producir el efecto de impedir la aprehensión. Pero estas consecuencias, lógicas dentro del
concepto que se atribuye a la suspensión, demuestran, por su inaceptabilidad, la falsedad de
dicho concepto.
Efectivamente, admitir que la suspensión debe concederse sin consideración a la
naturaleza del delito y a la gravedad de la pena, es, tratándose de reos detenidos, acabar
con la prisión preventiva que, cualesquiera que sean las críticas que se le hagan, formar
todavía parte de nuestras instituciones penales; y tratándose de individuos contra los que
existe una orden de aprehensión aun no ejecutada, es permitir que aquellos gocen de un
beneficio que, bien o mal, no conceden nuestras leyes sino en forma restringida. Cierto que
la jurisprudencia pretende aminorar estos inconvenientes, admitiendo que la orden de
aprehensión puede ser ejecutada por la autoridad responsable, lo que, como en seguida
veremos, tampoco es aceptable, o bien, que entre las medidas de seguridad que puede
tomar el juez de amparo, está la de mandar aprehender al quejoso, lo que desnaturaliza los
fines del amparo, como veremos al estudiar las facultades del juez de Distrito en relación con
aquellas medidas; pero ni lo uno, ni lo otro responde a nuestras objeciones de orden jurídico,
ni evita los inconvenientes que hemos señalado, pues tanto la aprehensión que pueda
ordenar la autoridad responsable como la que pueda dictar el juez de amparo, como medida

134
de seguridad, son actos facultativos que, dicho sea de paso, en nuestro medio judiciario dan
lugar a los abusos, contra los que viene clamando la sociedad, haciendo injustamente
responsable de ellos, a la institución del amparo.
Si inadmisible es que la suspensión, en presencia de actos restrictivos de la libertad,
debe siempre concederse, sin tomar en cuenta la naturaleza del delito y la gravedad de la
pena, mayormente lo es que aquella no sea obstáculo para que la autoridad responsable
pueda ejecutar su orden de aprehensión. El sentido jurídico se opone a la aceptación de esta
doctrina, pues si, por virtud de la suspensión, el quejoso queda, en lo que respecta a su
persona, bajo la jurisdicción del juez de Distrito, esto implica la ausencia de facultades del
juez responsable para disponer de aquél. Lo característico de la jurisdicción es que excluye
otras jurisdicciones, y éste básico principio procesal se desconoce en la doctrina de que se
trata. En nuestro estudio sobre La Suspensión con Efectos de Amparo Provisional
desarrollamos con más amplitud estos conceptos, por lo que, para no incurrir en
repeticiones, remitimos al lector a lo que ahí exponemos.
Por otra parte, la jurisprudencia de la Suprema Corte es contraria al texto de la ley, en
cuanto establece que la suspensión contra una orden de detención aun no consumada, no
tiene otro efecto que el de que el quejoso quede a disposición del juez que conoce del
amparo. La lectura de los textos legales lo lleva a uno a una conclusión contraria, como
vamos a demostrarlo.
El artículo 123 de la Ley de Amparo se refiere a los casos en que procede la
suspensión de oficio, y a continuación, el 124 dice que: “Fuera de los casos a que se refiere
al artículo anterior, la suspensión se decretará cuando concurran los requisitos siguientes.....”
Este artículo no hace distinciones entre actos restrictivos de la libertad y otra clase de
actos; comprende todos con excepción de aquellos de que habla el artículo 123; de manera
que, para excluir de la aplicación del citado artículo 124 los actos restrictivos de la libertad,
sería necesario, o que esos actos estuvieran comprendidos en el 123, o que lo estuvieran en
alguna otra disposición legal, como sucede cuando el amparo se endereza contra una
sentencia definitiva, en que la Constitución manda, imperativamente, que debe ser
suspendida.
Se pretende hacer comprender el caso de excepción en al artículo 136 de la Ley de
Amparo, pero este precepto no estatuye sobre la procedencia de la suspensión, sino sobre
los efectos que debe producir, y, como más adelante lo veremos, se refiere a los casos de
detenciones ejecutadas.

135
Nuestra tesis de que los actos restrictivos de la libertad están comprendidos en el
artículo 124 de la Ley de Amparo, se corrobora con la lectura de otros preceptos de la misma
Ley.
El artículo 130 se refiere a toda clase de actos que no sean los comprendidos entre
los que enumera la ley como materia de la suspensión de oficio; al final de su primer párrafo,
habla expresamente de actos referentes a la garantía de la libertad personal, y al principio
del propio párrafo, dice: “En los casos en que proceda la suspensión conforme al artículo 124
de esta ley......” Si el artículo habla concretamente de los actos restrictivos de la libertad, y en
su encabezado se refiere a las condiciones de procedencia que conforme al artículo 124
deben satisfacerse para lo que estatuye más adelante, es incuestionable que esas
condiciones rigen a los actos restrictivos de libertad.
Podría argumentarse que el artículo concierne a la suspensión provisional; esto es
cierto; pero no lo es menos que, para el otorgamiento de esta suspensión, exige que se
satisfagan los requisitos de procedencia para la suspensión en general; de manera que al
referirse en su encabezado a requisitos para la procedencia de la suspensión conforme al
artículo 124, no quiso referirse a otra cosa sino a la suspensión reglamentada por este
precepto.
El artículo 130, por otra parte, distingue en sus párrafos primero y segundo, los actos
restrictivos de la libertad aun no ejecutados y los ya ejecutados, al establecer que las cosas
se mantengan en el estado que guardan, esto es, sin ejecutarse la orden de aprehensión, el
juez dite las medidas del aseguramiento que fueren, en el segundo párrafo hablan de que el
quejoso quede a disposición de la autoridad que haya concedido la suspensión, bajo la
responsabilidad de que la autoridad ejecutora y sin perjuicio que la concesión de la libertad
caucional.
Si en el primer párrafo se habla de medidas de aseguramiento, en el segundo de
autoridad ejecutora y de la posibilidad de que se conceda la libertad caucional, es evidente la
distinción a que nos hemos referido, y evidente es también que la suspensión, tratándose de
libertad aun no restringida no produce el solo efecto de que el quejoso quede a disposición
del juez que conoce del amparo.
A estos argumentos no puede, además, hacerse la objeción de que el artículo 130 de
la Ley de Amparo se refiere a la suspensión provisional porque conforme a una
jurisprudencia definida de la Suprema Corte, las condiciones de procedencia de la
suspensión provisional son las mismas que la de la suspensión definitiva. Esto, aun sin
haberlo dicho la Suprema Corte resulta de la misma lectura del artículo 130 citado. Por otra

136
parte, es ilógico que si ambas suspensiones están regidas por los mismos principios, y
tienen la misma finalidad, los efectos que produzcan una de ellas sean distintos de los que
produzca la otra.
Los honorables ministros que formaron la comisión investigadora de la Jurisprudencia
de la Suprema Corte es la materia de que se trata, para salir al paso a los anteriores
argumentos, dicen que la orden para que se mantengan las cosas en el estado en que se
guardan debe entenderse “como una garantía de la disponibilidad que se reserva al juez
sobre la persona del quejoso”. Me parece que se invierten los términos porque para el juez
de Distrito pueda dar órdenes en el sentido indicado, es necesario, lógicamente, que primero
quede el quejoso a su disposición; por lo menos, ambas cosas son simultáneas. Por lo
demás, el sentido gramatical de la palabra “mantener las cosas en el estado que guardan”,
es tan claro y revela en forma tan neta lo que el legislador quiso, que buscarle
interpretaciones que se salgan del significado gramatical de los términos empleados, resulta
forzado.
El artículo 136 de la Ley de Amparo ofrece un argumento más en contra de la
Jurisprudencia de la Suprema Corte, pues en sus párrafos segundo y cuarto distinguen entre
órdenes de aprehensión y detenciones, sujetando ambas situaciones a regímenes distintos:
tratándose de las primeras, establece que la suspensión deberá concederse mientras las
medidas de aseguramiento que se consideren necesarias a efecto que el quejoso pueda ser
devuelto a la autoridad responsable en caso de que se le niegue el amparo y tratándose de
detenciones, faculta al Juez del Amparo para conceder al detenido su libertad caucional. Las
medidas de aseguramiento se explican si el quejoso va a seguir gozando de libertad, esto
es, si la suspensión produce el efecto de que no se ejecute la orden de aprehensión; en
cambio, si el quejoso está detenido no tiene caso las medidas de aseguramiento, y lo único
que puede hacer el juez del amparo es ponerlo, si procede, en libertad caucional. Es de
advertirse que tanto el párrafo cuarto como el segundo, en su ultima parte, se refiere a
detenciones u órdenes de aprehensión procedentes de autoridad judicial: el cuarto lo dice
expresamente, y el segundo, aunque no lo dice, así debe entenderse, por que tratándose de
autoridades que no sean judiciales, el régimen de la suspensión está sujeto a normas
especiales.
La exposición hecha nos lleva a las siguientes conclusiones:
Primera. El párrafo primero del artículo 136 de la Ley de Amparo no determina los
requisitos de procedencia de la suspensión, tratándose de actos restrictivos de la libertad.

137
Segunda. Dicho párrafo determina los efectos que debe producir la suspensión y se
refiere solamente al caso de detenciones ejecutadas en procedimientos del orden penal.
Tercera. Los requisitos para la procedencia para la suspensión en los casos de
ataques a la libertad personal, ya se trate, de órdenes de aprehensión o detenciones
ejecutadas, están determinados por el artículo 124 de la Ley de Amparo.
Cuarta. Tratándose de órdenes de aprehensión emanadas de la autoridad judicial, el
efecto de la concesión de la suspensión es impedir la ejecución de dichas órdenes.
Quinta. La ejecución de una orden de aprehensión por parte de la autoridad
responsable, después de que la suspensión ha sido concedida, hace incurrir en
responsabilidades a dicha autoridad.
Siendo el artículo 124 citado, el que determina las condiciones de procedencia de la
suspensión respecto de actos consistentes en ataques a la libertad personal emanados de la
autoridad judicial, la suspensión no habrá siempre de concederse, ya que su concesión
depende de que se satisfagan los requisitos a que aquel precepto se refiere.
Esos requisitos son, además de la solicitud del agraviado, que no se siga perjuicio al
interés social ni se contravengan disposiciones de orden público, y que sean de difícil
reparación los daños y perjuicios que se causen al quejoso con la ejecución del acto.
Este último requisito no presenta dificultad tratándose de la privación de la libertad,
porque indiscutiblemente ella causa daños y perjuicios de difícil reparación, y en el rigor de
los principios, irreparables, porque la libertad perdida, se pierde tan definitivamente, que
nada ni nadie puede restituirla; pero éste no es el sentido de la Ley de Amparo tiene la
privación de la libertad; en el tecnicismo de dicha ley, los actos irreparablemente
consumados son los que dan lugar a la suspensión de oficio, y no estando comprendida en
la enumeración de dichos actos la privación de la libertad, no puede considerarse que tenga
tal carácter, y, por lo tanto, no tiene base en la ley la pretensión de los que quieren que la
suspensión contra la clase de actos que examinamos deba indefectiblemente concederse.
Ciertamente que el amparo no llena ampliamente sus fines restitutorios, tratándose
de la libertad personal, cuando la suspensión se niega; pero además de que no hay
institución jurídica perfecta, el defecto que se atribuye al amparo es una consecuencia de la
necesidad de armonizar e interés del quejoso con el interés social; ambos intereses están en
juego, y el legislador se pone en el justo medio al organizar la suspensión en forma de que,
balanceándose ambos intereses, se haga predominar el de mayor entidad. Naturalmente,
este balance se acercará más al ideal de justicia cuando se haga a través de un estudio,
siquiera sea superficial, de la constitucionalidad del acto conculcatorio.

138
El segundo requisito para la procedencia de la suspensión es que con ella no se siga
perjuicio al interés social, ni se contravengan disposiciones de orden público.
Cuestión muy debatida en la actualidad es la de saber si debe concederse la
suspensión contra una orden de aprehensión cuando el delito por el que se dictó esa orden
amerita una pena que exceda del término que las leyes federales o locales tengan
establecido para la procedencia de la libertad caucional, término que en el Distrito Federal es
de cinco años, pero que en otras legislaciones de los Estados puede ser superior, a lo que
no se opone el artículo 20 constitucional, supuesto que la garantía que establece es para
que, por lo menos, cuando la pena que corresponda al delito no sea mayor de cinco años, el
procesado goce de aquel beneficio.
Los que opinan por la afirmativa dicen que una cosa es la libertad bajo caución y otra,
muy distinta, son las medidas de aseguramiento, y que, por lo mismo, tratándose de la orden
de aprehensión, en que la suspensión se otorga mediante medidas de aseguramiento, son
inaplicables las restricciones que la ley impone para la concesión de la libertad caucional.
Estamos de acuerdo en que las medidas de aseguramiento son cosa distinta de la
libertad caucional; pero se desvía el problema de su verdadero punto de vista cuando, con
fundamento sólo en esa diferencia, se pretender fundar la tesis de que la suspensión contra
una orden de aprehensión, procede, aunque la pena que pueda corresponder al agraviado
excede de los límites que las leyes federales o locales fijen, para la concesión del beneficio
de la libertad caucional.
El problema debe verse desde otro ángulo. La ley local, vamos a referirnos a la del
Distrito Federal, otorga el beneficio de la libertad caucional cuando la pena que pueda
corresponder al procesado no sea mayor de cinco años, porque considera que es perjudicial
para la sociedad que gocen de tal beneficio los procesados a quienes, por razón de la
gravedad del delito que se les atribuye, pueda corresponder una pena mayor; el escándalo
social de que un individuo procesado por un delito grave goce de libertad durante el proceso,
o consideraciones de otra índole, pero toda ellas con miras al interés social, justifica, a los
ojos del legislador, la restricción del beneficio de la libertad caucional; buena o mala, justa o
injusta, la prisión preventiva, en el estado que guarda nuestra legislación penal, forma parte
de las instituciones protectoras contra la delincuencia, y sólo tratándose de delitos que
ameriten de una pena que no exceda de cinco años, el legislador estima que no se lesiona el
interés social, eximiendo al procesado de la prisión preventiva. De ello resulta que las
restricciones al beneficio de la libertad caucional, dictadas para regular la concesión de ese

139
beneficio, forman parte, junto con la prisión preventiva, de un sistema que en el concepto del
legislador, aun del Constituyente, es protector del bienestar público.
En estas condiciones, si para el otorgamiento de la suspensión es requisito que con
ella no se originen perjuicios al interés social, ni se contravengan disposiciones de orden
público, debe negarse contra una orden de aprehensión dictada por autoridad judicial,
cuando el delito que se persigue amerita una pena que exceda de los límites que las leyes
federales o locales hayan fijado para la concesión de la libertad caucional.
Otro caso de improcedencia de la suspensión puede resultar de la aplicación del
párrafo segundo del inciso II del artículo 124 de la Ley de Amparo. Este precepto enumera
actos que en el concepto del legislador lesionan el interés social o contravienen
disposiciones de orden público. En esa enumeración puede encajar una orden de
aprehensión que, de suspenderse, pudiera dar lugar a la continuación de los actos
delictuosos a que la enumeración se refiere; así puede suceder tratándose de una
aprehensión ordenada contra un traficante clandestino de drogas enervantes, sobre todo si
se comprueba que hace del tráfico de dichas drogas un comercio continuo y permanente. La
campaña contra el vicio exige que un traficante de esta naturaleza cese, desde luego, en su
ilícito comercio, y de concederse la suspensión contra la orden de aprehensión dictada en su
contra, se frustraría el deseo del legislador, pues ni aún con medidas de aseguramiento,
consistentes en la vigilancia de la policía, se podría evitar aquel tráfico, precisamente por
aspecto clandestino.
Por razón también de interés social debe negarse la suspensión cuando el quejoso se
encuentre en lugar distinto del en que reside la autoridad que lo procesa y la aprehensión
sea para trasladarlo a dicho lugar, pues la sociedad tiene interés en que los procesos se
trasmiten sin entorpecimiento alguno, lo que no sucedería si las diligencias correspondientes
tuvieran que verificarse por medio de exhortos. Tal fue el criterio, sustentado por la Suprema
Corte en ejecutorias publicadas en los tomos XVI, página 18, y XVII, página 287, del
Semanario Judicial de la Federación. Pero dicho criterio fue modificado posteriormente por
aquel Alto Tribunal, y en la actualidad, la jurisprudencia, de acuerdo con la tesis 1104, es en
el sentido de admitir la suspensión.
Las razones que fundan esta jurisprudencia consisten en que si se negara la
suspensión, el amparo quedaría sin materia, por consumación irreparable del acto
reclamado, sin ser obstáculo para la concesión de la suspensión las argumentaciones que se
dan, de que no trasladándose al reo al lugar de la residencia del juez que lo juzga, se
entorpece el procedimiento judicial, porque dicho juez puede practicar las diligencias que

140
sean necesarias por medio de exhortos, entre tanto se falla el juicio en lo principal.
(Ejecutoria publicada en la pág. 404 del tomo XXX del Semanario Judicial.)
Estas razones no son convenientes. El amparo queda sin materia, conforme al
tecnicismo de la Ley de Amparo, cuando, por virtud de la ejecución del acto, es imposible
volver las cosas a su estado anterior, en el sentido en que debe entenderse este concepto, y
ello no sucede en el caso de que se trata, porque concedido el amparo, queda el quejoso en
libertad de volver al lugar de donde fue trasladado, y de este modo se repara la garantía que
se había violado; cierto que no habrá una reparación absoluta; porque el daño recibido con
motivo de su traslación injustificada a otro lugar, no es susceptible de reparación; pero tal
cosa sucede siempre que se trata de la privación de la libertad; el daño que el agraviado
resiente es en realidad irreparable, y el único efecto que puede producir la sentencia que
conceda el amparo es hacer recuperar al quejoso la libertad perdida, siendo ésta la única
forma de reparación posible que puede derivarse de dicha sentencia. Por otra parte,
concediendo la suspensión en el caso de que se trata, es evidente el entorpecimiento que,
con notorio perjuicio de la sociedad, sufre el proceso que se instruya al quejoso, pues las
diligencias practicadas por medio de exhortos, por un juez distinto del que conoce del
proceso y en lugar distinto también de aquel en que se cometió el delito, tienen que adolecer,
por la fuerza misma de las cosas, de enormes deficiencias, sin perjuicio de la dilación que
ello significaría para la tramitación de la causa; pero hay aún más: en muchas ocasiones, ni
siquiera sería posible dar fin al proceso, como sucedería tratándose de delitos de que debe
conocer un jurado, ya que el juicio por jurados requiere la presencia del procesado. Lo
anterior no es, sin embargo, obstáculo, dado al criterio que sustentamos en el capítulo
Primero de este libro, para que, en casos de que el juez de Distrito estime que el acto
reclamado es inconstitucional, por carecer el exhorto de los requisitos legales o por ser
violatoria de la ley la detención del agraviado, deba concederse la suspensión. En esta
materia, como en todas, se palpa la necesidad que hay de que un examen previo de la
constitucionalidad del acto reclamado no sea ajeno al criterio que debe normar la
procedencia de la suspensión.
También se ha juzgado que es improcedente la suspensión contra la orden de
aprehensión que se dicte, no porque se inicie un proceso, sino en cumplimiento de una
sentencia ejecutoriada, en virtud de que la sociedad está interesada en el cumplimiento de
las resoluciones judiciales. (Ejecutoria publicada en la pág. 78 del tomo XIV del Semanario
Judicial de la Federación.)

141
Tratándose de la extradición de reos a solicitud de un Estado extranjero, la
jurisprudencia de la Suprema Corte parece no estar definida respecto de la procedencia de
la suspensión, existiendo ejecutorias en ambos sentidos; en las publicadas en las páginas
751 y 853, respectivamente, de los tomos XVII y XIX del Semanario Judicial de la
Federación, se dice que la suspensión debe negarse, porque la sociedad está interesada en
el cumplimiento de los tratados internacionales; pero en la que obra publicada en la página 9
del tomo XIX, se establece que aunque la sociedad tenga interés en el cumplimiento de
dichos tratados, también lo tienen el respeto de las garantías individuales, y que la
suspensión debe concederse cuando su negativa implique el dejar sin materia el juicio de
amparo.
Esta última decisión nos parece la correcta, porque, indiscutiblemente, si se ejecuta la
extradición el amparo quedará sin materia, por haber salido el reo extraditado de la
jurisdicción del juez que conoce del amparo, ya que, concediendo éste, no estaría en sus
manos poder hacer volver las cosas a su estado anterior
Respecto de la suspensión contra las órdenes de expulsión de extranjeros
perniciosos que el Presidente de la República tiene autoridad para decretar, por facultades
expresas que la Constitución le confiere, existe jurisprudencia definida de la Suprema Corte,
bajo la tesis número 473, en el sentido de la improcedencia. El fundamento de esa tesis es el
mismo artículo 33 de la Constitución que confiere dicha facultad.
Como en el caso de la extradición de reos, por virtud de un tratado internacional, la
expulsión de un extranjero pernicioso deja sin efecto el amparo, por lo tanto, creemos que la
suspensión debe concederse. El Presidente de la República tiene facultades constitucionales
para expulsar del país, inmediatamente y sin juicio previo, a los extranjeros cuya
permanencia en México sea inconveniente; pero conforme al mismo artículo 33, que confiere
tal facultad, los extranjeros gozan de las garantías que la Constitución reconoce a favor de
los mexicanos, y, por lo mismo, tienen el derecho de hacerlos valer por medio del juicio
constitucional, y prácticamente se les desconoce ese derecho, cuando, al presentar su
queja, se les niega la suspensión, supuesto que, negada ésta, el amparo queda
indiscutiblemente sin materia. El hecho de que se trate de una facultad exclusiva del
Presidente de la República y de que esta facultad emane de la Constitución, no es un
argumento en contra de nuestra tesis porque en nuestro régimen constitucional las
facultades de todas las autoridades del país provienen de la Constitución, y dada la división
de poderes, domina en ellas el carácter de exclusividad. Admitir, por otra parte, que la
facultad del Presidente de la República para expulsar a los extranjeros perniciosos es un

142
poder dictatorial, en claudicar del sistema constitucional que nos rige bien está que sea el
Presidente de la República el que tenga aquella facultad; pero no hay razón para que el
ejercicio de ella no pase por el tamiz de la Justicia Federal a través del juicio de amparo.
El párrafo segundo del artículo 136 de la Ley reglamentaria del juicio constitucional,
dispone en su último párrafo, que: “Si se concediere la suspensión en los casos de órdenes
de aprehensión, el juez de Distrito dictará las medidas que estime necesarias para el
aseguramiento del quejoso, a efecto de que pueda ser devuelto a la autoridad responsable si
no se le concediere el amparo”.
Ya antes dijimos que este precepto se refiere a órdenes de aprehensión procedentes
de la autoridad judicial, porque las que emanan de otra clase de autoridades son materia de
disposiciones especiales de la ley.
Las medidas de aseguramiento que debe tomar el juez quedan a su prudente arbitrio
como lo tiene decidido la Suprema Corte; pero tales medidas ni deben ser excesivas, con
relación al caso, ni deben ser ilusorias, procediendo el recurso correspondiente cuando
pequen de uno u otro defecto. Así está decidido por la Suprema Corte en las ejecutorias
publicadas en los tomos XI, pagina 906, y XII, pagina 603, del Semanario Judicial de la
Federación. Dichas medidas pueden consistir en una caución, en forma de fianza o deposito,
pudiendo ser la caución de cualquier cuantía, en tanto que no resulte excesiva o ilusoria,
según las condiciones personales del interesado; pueden consistir también en la vigilancia
de la policía, en imponer al quejoso la obligación de presentarse al Juzgado diariamente o en
determinados días de la semana, etc., etc. Pero lo que no es admisible es que, como medida
de aseguramiento, se le ponga en prisión. Esto, no solamente desnaturaliza los fines de la
suspensión, sino los del mismo amparo, haciendo de él una institución odiosa. Véase, a este
respecto, nuestro estudio sobre la Suspensión con Efectos de Amparo provisional.
En la ejecutoria publicada en el tomo II, página 613, del Semanario Judicial, se
sostiene el anterior criterio; y en forma más explícita, en la ejecutoria publicada en el tomo
CIV, página 782, del mismo Semanario, se dice: “Ya concedida la suspensión, el juez de
Distrito comete un grave error al meter a la cárcel al quejoso, que anda en libertad, como
medida de aseguramiento; es decir, deja sin materia el fondo del amparo, puesto que,
pidiéndosele la suspensión de una orden de captura, el juez de Distrito la lleva a cabo como
medida de aseguramiento, lo que no está de acuerdo ni con el espíritu ni con la letra del
artículo 136 de la Ley de Amparo”.
Esta ejecutoria, de fecha reciente, no es obstáculo para que en las que se citan como
base de la jurisprudencia definida, bajo la tesis número 661, se admita que entre las medidas

143
de aseguramiento, que puede tomar el juez de Distrito, está la de poner en prisión al
agraviado.
La suspensión de órdenes de captura debe concederse, como hemos visto, mediante
las medidas de aseguramiento necesarias para que el quejoso pueda ser devuelto a la
autoridad que lo juzga, en caso de negarse el amparo; de donde resulta que aquélla debe
negarse cuando dichas medidas no puedan tomarse. Por aplicación de este principio, una
antigua jurisprudencia de la Suprema Corte decidía que la suspensión era improcedente
cuando el quejoso estuviere sustraído a la acción de la justicia (tomo XX, Sección de
Jurisprudencia); esta tesis no es del todo fundada, porque quien ocurre al amparo,
demuestra con ello su voluntad de someterse a la autoridad del juez de Distrito, y nada
impide que éste conceda la suspensión de la orden de captura en forma condicional, esto es,
haciéndola depender de determinadas medidas de seguridad, que, de no observarse,
dejarían sin efecto la suspensión concedida. En este sentido puede consultarse la ejecutoria
que obra publicada en la página 1732 del tomo XIV del Semanario Judicial de la Federación.
Hasta ahora nos hemos ocupado de la suspensión contra actos restrictivos de la
libertad, de procedencia de autoridad judicial, cuando aun no se ha ejecutado la detención.
Vamos ahora a ocuparnos de esos mismos actos, cuando la situación de quejoso es la de
detenido.
Esta suspensión, en cuanto a sus condiciones de procedencia, está sujeta a los
mismos requisitos de la suspensión contra órdenes de captura, siendo, por lo tanto,
aplicables las doctrinas que expusimos al tratar dichas órdenes.
La diferencia radical que separa las dos situaciones en que se encuentra el quejoso
(detención aun no ejecutada y detención ejecutada) está en los efectos que la suspensión
produce; en la primera, la suspensión produce sus efectos naturales: impedir la ejecución del
acto reclamado; en la segunda, el efecto de aquella es solamente que el quejoso quede a
disposición del juez de Distrito, en lo que se refiere a su libertad personal, y a disposición del
juez responsable, por lo que toca a la continuación del proceso.
Este efecto de la suspensión es materia de crítica, pues se dice que una suspensión
a tal grado teórica, que en nada mejora la condición del quejoso, es una verdadera ironía, sin
que nada abone en su favor el hecho de que, pasando el quejoso a la disposición del juez de
Distrito, pueda obtener su libertad caucional, porque este beneficio puede obtenerlo
igualmente estando a disposición del juez que lo procesa, ya que es una garantía
constitucional que todo acusado sea puesto en libertad bajo caución, inmediatamente que lo

144
solicite y sin otra condición que la de que la pena que corresponda al delito que se le imputa
no exceda de cinco años.
Nosotros estamos de acuerdo con dicha crítica, pues si la suspensión es un medio de
protección, en nada se protege al agraviado cuando se le mantiene en la situación en que
estaba, sin que valga decir como lo ha dicho la Suprema Corte que al ponerse al quejoso
bajo la salvaguarda del juez que conoce del amparo se le protege contra posibles atentados
a su integridad física, porque, según hemos visto, no es éste el objeto de la suspensión,
tratándose de ataques a la libertad personal.
Reconocemos, sin embargo, que este efecto que la ley le da a la suspensión, cuando
de detenciones ejecutadas se trata, no es sino consecuencia del sistema seguido por la ley
en aquella materia; a nuestro modo de ver, el remedio a aquella anormalidad estaría en el
cambio de sistema; hacer depender la procedencia de la suspensión del examen prejudicial
que el juez de Distrito hiciera la constitucionalidad del acto reclamado, si de este examen
apareciere que hay datos para admitir provisionalmente que dicho acto es violatorio de
garantías, procederá la suspensión para el efecto de que el quejoso quede en libertad
provisional, mediante las medidas de aseguramiento que se estimaran pertinentes; con ésta,
el agraviado recibiría una protección efectiva en su persona y la sociedad no resentiría
perjuicio alguno, porque las medidas de aseguramiento serían una garantía para que aquel
no se sustrajera a la acción de la justicia. Este sistema es más lógico que el de hacer
consistir la protección de la ley en la concesión de una libertad caucional que, además de
que el interesado la puede obtener sin necesidad de ponerse bajo la jurisdicción del juez de
Distrito, se otorga atendiendo solamente al cómputo de la pena. Pero de no seguirse este
sistema, sería más razonable, en nuestra humilde opinión, suprimir la suspensión en los
amparos contra las detenciones ejecutadas a virtud de una resolución dictada en un proceso
de carácter penal, por lo menos, se evitarían las fundadas críticas que se hacen a la ley que
indiscutiblemente le restan seriedad a la institución del amparo, ya que no es serio conceder
una suspensión para que la situación del agraviado continúe siendo prácticamente la misma.
¿Qué carácter tiene la libertad caucional que, a virtud de la suspensión otorgada,
puede conceder el juez que conoce del amparo? En el primer estudio que publicamos sobre
la materia de la suspensión, sostuvimos que era una medida de seguridad. Nuevas
meditaciones sobre este particular nos han hecho pensar que estábamos en un error. Como
lo ha dicho la Suprema Corte, las medidas de seguridad, por su naturaleza misma y por sus
efectos, son independientes de la libertad caucional, más aún, pensamos que ésta no es una
protección propia y peculiar de la suspensión del amparo a diferencia de las medidas de

145
seguridad que si lo son; la libertad caucional no tiene en el amparo carácter distinto del que
tiene en cualquier proceso penal; es una garantía constitucional que si, en el amparo es el
juez de Distrito el que la otorga, ello es debido a la circunstancia de que por virtud de la
suspensión concedida, el procedo queda en cuanto a su libertad personal, bajo la jurisdicción
de dicho juez.
De lo anterior derivan dos consecuencias: que cuando el juez de Distrito fija medidas
de seguridad, no tiene que sujetarse a las limitaciones propias de la libertad caucional, y que
cuando concede ésta, debe atenerse estrictamente a los términos en que la ley admite la
procedencia de dicha libertad. Para no incurrir en confusiones respecto de la primera
consecuencia apuntada, debemos recordar lo que antes dijimos de la improcedencia de la
suspensión contra una orden de captura, cuando el delito por el que se decretó la
aprehensión amerita una pena mayor de los límites en que procede el beneficio de la libertad
caucional; esto es, que en tal caso, la suspensión debe negarse, no precisamente por
aplicación de los principios que norman la libertad caucional, sino porque existe un interés
social para que no estén eximidos de la prisión preventiva los individuos a quienes se
atribuyan un delito cuya pena exceda de determinados límites.
En un estudio de dos renombrados juristas de nuestro Foro, don Víctor Velázquez y
don Guillebaldo Murillo se sostienen que el juez de distrito, actuando como juez de amparo,
puede conceder a un detenido su libertad caucional, aunque el delito por el que se haya
decretado la formal prisión amerite una pena que exceda de los cinco años a que se refiere
el artículo 20 Constitucional y la razón que se da, entre otras, para fundar esta doctrina, es la
de que la fracción I del artículo citado se refiere, única y exclusivamente a los jueces que
conocen de los procesos, y de ninguna manera a los jueces de Distrito cuando conocen de
los amparos a que se refiere el artículo 136 de la Ley de Amparo.
Creemos que se hace una incorrecta interpretación del artículo 20 constitucional, la
garantía, única garantía que éste consagra, es la de que todo acusado debe ser puesto en
30
libertad bajo caución, hasta de diez mil pesos, según sus circunstancias personales y la
gravedad del delito que se le impute, siempre que dicho delito no merezca ser castigado con
una pena mayor de cinco años de prisión, y esta garantía debe ser respetada por toda
autoridad judicial bajo cuya jurisdicción se encuentre el interesado; de manera que si, por
virtud del sistema de la ley, la suspensión produce el efecto de que el quejoso quede a
disposición del juez de Distrito, en lo que respecta a su libertad personal, dicho juez está
30
NOTA: El párrafo segundo del artículo 20 constitucional, actualmente establece en relación a la fianza o caución para tener
derecho a la libertad, que:

146
obligado al respecto de la garantía de que se trata; pero fuera del establecimiento de esta
garantía, el precepto constitucional nada prohíbe, y como se dice en otra parte del estudio de
aquellos juristas, no es contrario al artículo 20 que una ley federal local permita el ejercicio
de la libertad caucional, ampliando el término de la pena, disminuyendo el monto de la
garantía y aun suprimiendo en forma absoluta la prisión preventiva; de manera que, en ese
caso, ni el juez de Distrito, conociendo del amparo, ni el del orden común, violarían el artículo
20 constitucional, concediendo una libertad caucional cuando la pena que pueda
corresponder al delito que se imputa al acusado exceda de cinco años.
Pero el articulo 20 está fuera de causa de la resolución del problema; no es ese
artículo, si no la ley federal o local, que reglamenta la libertad caucional, la que establece
restricciones, fuera de las establecidas por el artículo 20, a la conducta del juez que conoce
del amparo y a la del juez común, y es a la luz de estas leyes, y no del artículo citado, que
debe plantearse y resolverse el caso.
La fracción X del artículo 107 de la Constitución remite a la Ley de Amparo para que,
dentro de determinadas bases, reglamente la suspensión, fijando las condiciones y garantías
en que debe concederse. El párrafo cuarto del artículo 136 de la Ley prescribe que,
tratándose de detenciones por mandamiento de autoridad judicial del orden penal, o del auto
de prisión preventiva, el quejoso podrá ser puesto en libertad bajo caución, conforme a las
leyes federales o locales aplicables al caso. De manera que si estas leyes fijan en cinco, en
31
siete o en más años el límite de la pena probable para la procedencia de la libertad
caucional, el juez de Distrito, en acatamiento de dicha ley, no podrá conceder aquel beneficio
si la pena excede de los límites fijados.
En el estudio a que nos venimos refiriendo se dice que, siendo una de las bases para
la procedencia de la suspensión que el quejoso resista perjuicio de difícil reparación, esta
condición se surte ampliamente tratándose de un individuo privado de su libertad; no lo
negamos; pero en el sistema de la ley no es la base única; otra es que, con la ejecución del
acto, no se sigan perjuicios al iteres social ni se contravengan disposiciones de orden
público, y, como antes dijimos, las disposiciones que al reglamentar la libertad caucional no
conceden ese beneficio a los acusados por el delito que merezca una pena mayor de la
fijada en la reglamentación, están fundadas en consideraciones de orden público.

31
Art. 20.....................................
En ningún caso las fianzas o caución será mayor de 250,000.00, a no ser que se trate de un delito que represente para su
autor un beneficio económico o cauce a la victima un daño patrimonial, pues en estos casos la garantía será, cuando menos,
tres veces mayor al beneficio obtenido o al daño ocasionado.”

147
Abundamos en las ideas de los comentaristas del estudio que, a nuestra vez,
comentamos, sobre la injusticia que se comete al no conceder la libertad caucional a los
quejosos que reclaman contra un auto de formal prisión, decretado por un delito cuya pena
excede de ciertos límites; como ellos, pensamos que la protección que se les quiere dar,
concediéndoles la suspensión, es un verdadero sarcasmo que le resta seriedad al amparo;
son precisamente estas consideraciones las que nos han alentado para propugnar por un
cambio de sistema en la institución de la suspensión, que, por lo menos, la acerque a la
realización del ideal de la justicia que es la meta del Derecho; no pretendemos la perfección,
por que en todas las instituciones sociales hay deficiencias; pero, por lo menos, acortemos el
camino para llegar a dicha perfección; por lo menos, hagamos que la justicia sea menos
injusta.
Consecuencia del imperativo de la ley, de que el juez de Distrito debe conceder la
libertad caucional conforme a las leyes federales o locales aplicables al caso, es que no
pueda imponer una caución de más de diez mil pesos, en el caso de que el límite de la pena
para la concesión de la libertad caucional sea de cinco años, como lo es en el Distrito
Federal y Territorios. Lo contrario se sostiene en la ejecutoria que obra publicada en el tomo
XXIII, pagina 731, del Semanario Judicial de la Federación, en la que se dice, conforme al
extracto respectivo, que el juez debe atenerse a las leyes federales o locales, pero sólo por
lo que toca a la procedencia de la libertad caucional, pues para fijar el monto de la caución,
no debe atender más que a su criterio, y no a las disposiciones de la legislación local. El
extracto puede verse en la página 1167 del tomo IV del Apéndice que comprende la
jurisprudencia hasta el año de 1954.
La tesis contenida en la mencionada ejecutoria no es correcta, porque al mandar la
ley que para concederse la libertad caucional se haga conforme a las leyes federales o
locales respectivas, no hace distinciones entre las condiciones de procedencia de aquélla y
la fijación del monto de la caución; además tratándose de una ley que se ciñe al artículo 20
de la Constitución para fijar el término de la pena, es inconstitucional exigir una caución que
32
la que exige el artículo 20, pues el monto máximo de diez mil pesos que establece forma
parte de la garantía, como lo es también el conceder la libertad sin más requisitos que el
otorgamiento de la caución; por lo que nos parece también que es una práctica indebida la
de conceder la libertad caucional con otras restricciones.

32
NOTA: En obvio de repeticiones véase, al respecto la nota que aparece en la página 174 de esta misma obra.

148
También es práctica indebida permitir al quejoso que goza de libertad caucional que
se ausente del lugar en que se le sigue el proceso, dado que es condición para la concesión
de la suspensión, que no se entorpezca el procedimiento judicial.
¿Procede la libertad caucional cuando el amparo se ha pedido contra una resolución
que la ha negado? La jurisprudencia de la Corte es en el sentido de que no procede, porque
concederla equivaldría a resolver en el incidente de suspensión, el fondo del negocio. Es
cierto, pero de no concederse, si procede, se violaría el artículo 20 de la Constitución, y esto,
indiscutiblemente, es de mayor entidad que aquello, que sólo tiene una importancia de
carácter procesal.
La libertad caucional bebe concederse de conformidad con las leyes federales o
locales; esto es, se aplicará la ley federal cuando se trate de un delito federal, y la local,
cuando se trate de un delito de orden común, debiendo aplicarse la ley que rija en la entidad
federativa en donde radica el proceso.
¿A qué criterio debe sujetarse el juez del amparo para decidir si procede la libertad
caucional por razón de la cuantía de la pena?
La jurisprudencia de la Suprema Corte es de que el juez Federal debe atender al
delito señalado en el auto de formal prisión, o el que señala la resolución contra la que se
pida el amparo, sin que le sea dado hacer nueva clasificación del delito ni calificar los hechos
imputados para establecer que no constituyen la comisión de un delito, ni fijar el grado de
responsabilidad del procesado, ni tomar en consideración, finalmente, las circunstancias
atenuantes o agravantes que en el caso puedan concurrir. Esta tesis que la Suprema Corte
ha establecido en diversas ejecutorias, se encuentra ampliamente desarrollada en la que
pronuncio con motivo de la queja que el juez cuarto de lo penal de esta capital y el Ministerio
Público hicieron valer en contra del juez tercero supernumerario de Distrito del Distrito
Federal, porque en el amparo pedido por Eugenio Reynaud y coacusados, contra el auto de
formal prisión que, por el delito de estafa a la “Mexican Petroleum Company”, dictó el primero
de los expresados empresarios funcionarios, concedió a los acusados la libertad bajo
caución. Por considerarlo de interés trascribimos integro el considerando relativo a dicha
ejecutoria; dice así: “La primera cuestión que hay que resolver es la de fijar hasta qué punto
el juez de Distrito tiene facultad, al resolver sobre la libertad caucional, de examinar el acto
33
reclamado en el Amparo, o, en otros términos, si la facultad consignada en el artículo 61
de la Ley Reglamentaria, respecto a que el juez de Distrito puede poner en libertad bajo

33
Corresponde al 136 de la Ley vigente.

149
caución al acusado, conforme a las leyes federales o locales aplicables al caso, implica
potestad en este para apreciar las circunstancias atenuantes, agravantes o calificativas para
hacer la graduación del delito, o hasta para establecer su calificación. La fracción primera del
artículo 20 constitucional, consagra como garantía del acusado la de ser puesto en libertad
bajo caución tan pronto como lo solicite, siempre que el delito que se le impute no merezca
ser castigado con una pena mayor de cinco años de prisión. De aquí se sigue que la libertad
bajo fianza depende de la pena que corresponde al delito que se imputa al acusado, y ese
delito que se imputa al acusado es, según el estado que guarde la averiguación cuando se
solicita el amparo, el designado por el Ministerio Público en su acusación, y por el juez, en la
orden de aprehensión, cuando contra ésta sea enderezado la demanda constitucional, o el
establecido en el auto de formal prisión, si contra él se reclama. La tesis de que el juez de
Distrito, al resolver sobre la libertad caucional, debe atender al delito que se imputa al
acusado en la resolución contra la que pide amparo, es la que más se conforma con los
naturales términos de la fracción I del artículo 20 constitucional en relación con el artículo 61
(hoy el 136), de la Ley Reglamentaria del Amparo, y es la que ha sostenido esta Corte en la
reciente ejecutoria del 22 de junio del corriente año, dictada en la queja que propuso el
Agente del Ministerio Público adscrito al Juzgado 2º Supernumerario de Distrito, contra el
auto de este funcionario, que concedió a Miguel Tomassini su libertad bajo caución, en el
amparo interpuesto por él contra el auto de formal prisión que le dicto el Juez 1º de lo Penal,
por el delito de estafa. Por otra parte, y siguiendo otros procedimientos, a efecto de dilucidar,
la esfera de acción del Juez Federal para examinar el delito señalado en el auto de formal
prisión, conviene tener en cuenta que si la Suprema Corte de Justicia de la Nación, al
conocer del amparo enderezado contra el auto de prisión formal, por el delito de estafa,
únicamente podría examinar si estaban comprobados los elementos constitutivos de ese
delito, para conceder la protección Constitucional, si tal comparación no existiera,
independientemente de si el delito se encontraba en la categoría de frustrado o consumado,
es notorio que al resolver un incidente de queja, como el presente, no debe tener más
facultades de las que le corresponde al resolver el fondo del negocio, esto es, no debe hacer
nueva graduación del delito, como tampoco debió de haberla hecho el juez de Distrito,
graduación que conviene advertir, que fue establecida con claridad en el auto de prisión
formal. Por otra parte, si los jueces comunes deben gozar de cierta libertad de acción,
apreciando las pruebas cuando dictan el auto de prisión preventiva, ya que tal apreciación
constituye un acto psicológico del Juez; si, por consecuencia, la Corte, en los amparos
contra resoluciones de esta especie, debe concretarse a otorgar la protección constitucional

150
cuando encuentre flagrante violación de la ley, no resulta lógico que el juez de Distrito, al
resolver sobre la libertad caucional, haga un examen, todavía más minucioso de lo que fuere
necesario, para entrar al fondo del amparo, a fin de graduar el delito señalado en el auto de
prisión formal, porque ello constituye una verdadera invasión a las funciones del juez común,
en cuyo lugar se sustituyó el de Distrito. Pero hay más todavía: aun buscando otra
interpretación al artículo 61 de la Ley Reglamentaria del Amparo, en la parte que dice: “o
bien podrá ponerlo en libertad bajo caución conforme a las leyes federales o locales
aplicables al caso”, y admitiendo al juez de Distrito amplitud de acción para descender a los
detalles que lo lleven a determinar si conforme a esas leyes es procedente la libertad
caucional no es jurídico, que haga el examen con elementos distintos de los tomados en
cuenta por el auto de formal prisión, y más cuando el de Distrito no puede tener a la vista
copia de todo el proceso, para un análisis tan minucioso como el efectuado por el Juez de la
causa”. (Tomo XVII, página 737, del Semanario Judicial de la Federación.)
Este criterio rigorista de la ejecutoria que hemos trascrito en su parte fundamental,
tiene que conducir en muchos casos al desconocimiento, en perjuicio del quejoso, de la
protección que le otorga el artículo 136 de la Ley de Amparo y a la negación de la garantía
que le concede el artículo 20 constitucional.
Este precepto quiere que el acusado sea puesto en libertad bajo caución, cuando la
pena que le corresponda al delito que se le atribuye no pase de cinco años, y para computar
este término con un espíritu de justicia, es necesario examinar todas las circunstancias en
que el delito se cometió y el grado probable de responsabilidad del interesado; de otro modo,
resultará, sobre todo tratándose de delitos en que la pena fluctúa entre un margen muy
pequeño y otro muy grande, que se tratará con el mismo rasero, para los efectos de la
concesión del beneficio constitucional, al que está cerca del límite inferior de la pena y al que
está más próximo al límite superior, y esto es manifiestamente injusto. Bien está que el juez
del amparo no pueda hacer una nueva calificación del delito atribuido al quejoso; pero dentro
de esa calificación, debe tener facultades para estudiar el grado de responsabilidad de aquél
y las circunstancias que concurrieron en la comisión del acto delictuoso, para determinar el
monto probable de la pena.
No obstante que el criterio de la Suprema Corte es de que el juez de Distrito, para
conceder la libertad caucional, debe atender solamente a la pena que corresponda al delito
imputado, sin poder fijar el grado de responsabilidad del presunto delincuente, ni salirse de lo
que sobre el particular esté establecido en el auto de formal prisión, (tesis 653 y 655), en

151
otras ejecutorias admite, refiriéndose a la libertad caucional, un campo de acción más amplio
para estimar el probable monto de la pena.
En la tesis 657, se lee que “al resolverse sobre la concesión de la libertad caucional,
deben tenerse en cuenta las circunstancias modificativas de la naturaleza del hecho y la
responsabilidad penal que éste produce para el acusado”.
De conformidad con este criterio, en la ejecutoria publicada en el tomo LXXVI, página
29, del Semanario, se dice que: “Si hay elementos bastantes para admitir como probado que
el solicitante de la libertad caucional tiene en su favor circunstancias atenuantes que le
favorezcan, aún cuando sea sólo transitoriamente, como pasa, por ejemplo, en el caso de
que, tratándose de una riña, aparezcan en favor del reo elementos bastantes para admitir
que tuvo el carácter de agredido, aun cuando en el proceso pudiera probarse después que el
reo fue el agresor, debe concederse la libertad caucional por el tiempo en que subsistan
aquellas condiciones, porque no se desvirtúen los datos relativos, ya que, de otra suerte,
sería nugatorio el beneficio constitucional aludido.”
En la ejecutoria publicada en el tomo LIII, página 3272, del mismo Semanario, se
establece que: “Para el otorgamiento de la libertad caucional, no se puede, por el simple
hecho de la eventualidad de esa determinación, aceptar lo más perjudicial al reo,
contrariando con ello al principio de que debe estarse a lo más favorable para el acusado;
principio que es de aplicación, no sólo en la sentencia definitiva, sino en otras situaciones
propias de la instrucción, que pueden implicar un perjuicio grave para el acusado, tal cual es
la relativa a la libertad caucional; por tanto, si se trata del delito de homicidio en riña y no
consta que el acusado fue agresor o agredido, debe considerarse que tuvo el segundo
carácter, para los efectos de la concesión de la libertad caucional.”
En las ejecutorias publicadas en los tomos LV y LXXV, páginas 3195 y 3384,
respectivamente, se dice que: “Cuando el auto de prisión preventiva sólo expresa el delito en
su denominación genérica, sin referirlo a un precepto determinado de la Ley Penal, es lícito,
y aun necesario atender a las circunstancias procesales para precisar las modalidades de la
infracción cometida y conocer la pena que corresponde, a fin de sentar la base que servirá
para decidir sobre la procedencia o improcedencia de la libertad caucional, ya que, de obrar
de otra manera, en innumerables casos se privaría a los inculpados de la garantía
correspondiente, con violación de la fracción I del artículo 20 constitucional; por otra parte, la
jurisprudencia de la Suprema Corte, que se refiere a que no se tomen en cuenta las
circunstancias atenuantes o agravantes para fijar el monto de la pena correspondiente al
delito, cuando se trata de resolver acerca de la libertad caucional, no quiere decir que no se

152
atienda a las circunstancias modificativas o calificativas del delito, que son, respecto del
homicidio, las que determinan si fue cometido por culpa, en riña, fuera de ella, o con
premeditación, alevosía, o ventaja, pues en cada una de esas modalidades la penalidad que
corresponde es diferente, y en alguna de ellas no pasa de cinco años de prisión; por tanto,
deben examinarse las constancias procesales, con objeto de dejar establecido, aunque sea
en forma provisional, salvo los nuevos elementos probatorios que aporte la instrucción del
proceso, en qué forma se llevó a cabo el homicidio.”
En la ejecutoria publicada en el tomo LXXVII, página 3598, del propio Semanario, se
repiten los conceptos anteriores, agregándose que si es dudoso que deba imponerse una
pena mayor de cinco años de prisión, es improcedente negar la libertad caucional, por la sola
circunstancia de que, partiendo de simples presunciones, se considere que el delito merece
una pena mayor. Pues esto conduce a dos consecuencias absurdas: o se niega el beneficio,
sin un verdadero motivo, o se espera a que por sentencia se defina la gravedad del delito
que se imputa al acusado, lo que haría nugatorio el beneficio a que se alude.
Estas ejecutorias, rebosantes de sentido jurídico, ponen de relieve la absoluta falta el
justificación de la tesis jurisprudencial, de que el juez de Distrito, al conceder la libertad
caucional en el incidente de suspensión, debe atenerse a los términos del auto de formal
prisión, para estimar el monto de la pena que puede corresponderle al agraviado, sin poder
tomar en consideración el grado del delito, las circunstancias en que se verificó, las
atenuantes que concurran, etc., etc., pues si aquel juez debe conceder la libertad caucional
conforme a las leyes federales o locales, es claro que debe hacerlo en el sentido en que
dichas leyes se aplican. Además siendo el juez Federal que conoce del amparo el que debe
hacer efectiva al quejoso la garantía del artículo 20 constitucional, por ser él quien tiene
jurisdicción sobre la libertad personal de aquél, a virtud de la suspensión concedida, es
absurdo estimar que para dicho efecto no tenga la amplitud de facultades que tiene el juez
de proceso.
Los ataques a la libertad personal por autoridades distintas de la judicial están
regulados por disposiciones especiales de la Ley de Amparo, en la primera parte del párrafo
segundo del artículo 136 y en el tercer párrafo del mismo artículo.
“Cuando el acto reclamado consista en la detención del quejoso, efectuada por
autoridades administrativas o por la Policía Judicial, como responsable de algún delito, la
suspensión se concederá, si procediere, sin perjuicio de que se haga la consignación que
corresponde”, dice la primera parte del segundo párrafo.

153
“Cuando el acto reclamado consiste en la detención del quejoso por orden de
autoridades administrativas, podrá ser puesto en libertad provisional, mediante las medidas
de aseguramiento y para los efectos que expresa el párrafo anterior”, dice el segundo
párrafo.
Los dos párrafos se refieren a detenciones efectuadas: el primero concierne a la
suspensión en sí misma y al efecto que debe producir, aclarando que ello no es obstáculo
para que se haga la consignación correspondiente; el segundo concierne las facultades del
juez del amparo para poner en libertad provisional al quejoso, mediante medidas de
aseguramiento, para que, en caso de que se niegue el amparo, pueda ser devuelto a la
autoridad responsable.
Se trata de detenciones efectuadas si intervención de la autoridad judicial, esto es, de
detenciones violatorias del artículo 16 de la Constitución, que manda que nadie puede ser
privado de su libertad sin orden de autoridad judicial, salvos dos casos de excepción: el de
flagrante delito y el de delitos que se persigan de oficio, cuando no haya en el lugar ninguna
autoridad judicial y el caso sea de urgencia, permitiéndose entonces que la autoridad
administrativa pueda, bajo su más estrecha responsabilidad, ordenar la detención. En estos
dos casos de excepción, el Constituyente quiso que, verificada la detención, el detenido
fuera puesto sin demora a disposición de la autoridad judicial. Fuera de estas excepciones,
la garantía que el mencionado artículo 16 consagra es absoluta, y de una claridad tan
meridiana, que no admite distingos ni interpretaciones de ningún género. En tales
circunstancias, ¿no es absurdo que la suspensión que se solicite en el amparo que se
proponga contra una detención así, produzca el efecto de que el agraviado quede a
disposición del juez de amparo y que, para gozar de una libertad provisional que puede
concedérsele, haya necesidad de que se tomen medidas de seguridad? ¿No es ilógico que
se tomen dichas medidas para asegurar la devolución del quejoso a la autoridad
responsable, esto es, para que esta autoridad siga violando el artículo 16 de la Constitución?
Bien está que el legislador sea consecuente con el sistema que implanta para regir
determinada institución; pero la lógica no debe llegar hasta la admisión de absurdos de la
magnitud de los indiciados, y menos cuando estos se traducen en el desconocimiento, a
sabiendas, de la más importante de las garantías constitucionales, la de la libertad personal.
Pero no es esto solamente lo censurable en los dos preceptos transcritos. El artículo
124 de la ley no deja al arbitrio del juez que conoce del amparo la concesión de la
suspensión, sino que se expresa en términos imperativos; en cambio, tratándose de la
libertad personal, cuando ha sido conculcada en forma manifiesta, emplea expresiones

154
condicionales, pues en la primera parte del párrafo segundo del artículo 136 se dice que la
suspensión contra una detención efectuada por autoridades administrativas se concederá “si
procediere”, y en el párrafo tercero del mismo artículo se dice que el agraviado “podrá” ser
puesto en libertad provisional, lo que implica una facultad concedida al juez para otorgar o
negar la libertad provisional.
Si no se quiere reconocer que el sistema adoptado por el legislador en materia de
suspensión es malo, por lo menos en casos como el apuntado, debería separarse de dicho
sistema, estableciendo que la suspensión debe producir el efecto de poner al quejoso
inmediatamente en libertad, y en ello sin medida alguna de seguridad.
Los preceptos que hemos estudiado se refieren a detenciones efectuadas por
autoridades distintas de las judiciales; cuando el amparo se pida contra la amenaza de
detención, la suspensión deberá concederse para el efecto de que no se lleve a cabo, sin
tomar medida alguna de aseguramiento, porque no podrá llegar el caso de tenerse que
devolver al quejoso a la autoridad que, violando la Constitución, ha ordenado la captura de
aquél.

155
156
CAPÍTULO OCTAVO

DE LA SUSPENSION PROVISIONAL

Como veremos en el capítulo relativo a procedimiento, la suspensión del acto


reclamado no puede otorgarse en forma definitiva, sino después de solicitar de la autoridad,
o de las autoridades responsables, su informe previo, para lo cual tienen un plazo de
veinticuatro horas, a contar de aquella en que se les pida el informe. Transcurrido dicho
término, debe celebrarse una audiencia dentro de las cuarenta y ocho horas siguientes, para
recibir las pruebas que ofrezcan las partes, oír sus alegatos y pronunciar resolución,
concediendo o negando, la suspensión solicitada. Resulta que existe un plazo, por lo menos,
de setenta y dos horas, en la práctica es mucho mayor, para que el juez decida, y mientras
tanto, el quejoso está sin protección alguna, en cuanto a la ejecución del acto que reclama, y
como ello pudiera ocasionarle graves perjuicios, la ley, previniendo esto, dispone en su
artículo 130 que: “En los casos en que proceda la suspensión conforme al artículo 124 de
esta ley, si hubiere peligro inminente de que se ejecute el acto reclamado, con notorios
perjuicios para el quejoso, el juez de Distrito, con la sola presentación de la demanda de
amparo, podrá ordenar que las cosas se mantengan en el estado que guardan hasta que se
le notifique a la autoridad responsable la resolución que se dicte sobre la suspensión
definitiva, tomando las medidas que se estimen convenientes para que no se defrauden
derechos de tercero y se eviten perjuicios a los interesados, hasta donde sea posible, o bien,
las que fueren procedentes para el aseguramiento del quejoso, si se tratare de la garantía de
libertad personal”.
“En este último caso, la suspensión provisional surtirá los efectos de que el quejoso
queda a disposición de la autoridad que la haya concedido, bajo la responsabilidad de la
autoridad ejecutora y sin perjuicio de que pueda ser puesto en libertad caucional, si
procediese, bajo la más estricta responsabilidad del juez de Distrito, quien tomará, además,
en todo caso, las medidas de aseguramiento que estime pertinentes.”

157
“El juez de Distrito siempre concederá la suspensión provisional, cuando se trate de
la restricción de la libertad personal, fuera de procedimiento judicial, tomando las medidas a
que alude el párrafo anterior.”
De la lectura de este precepto, lo primero que se desprende es que la suspensión
provisional está sujeta a las mismas condiciones de procedencia que la definitiva, y es lógico
que así sea, pues su objeto es completar la protección que el legislador ha querido dar al
quejoso, durante la tramitación del juicio constitucional, ya sea para conservar la materia del
amparo o para evitar a aquél perjuicios. En este sentido puede decirse que la suspensión
provisional es a la definitiva, lo mismo que ésta es al amparo: la suspensión definitiva es
para conservar la materia del juicio y evitar perjuicios al agraviado; la provisional es para
conservar la materia de la suspensión.
Estando sujeta la suspensión provisional a los mismos requisitos que la definitiva,
habrá que estudiar, para concederla, si con ella no se sigue perjuicio al interés social, ni se
contravienen disposiciones de orden público.
En lo que respecta al requisito consistente en el perjuicio al quejoso con la ejecución
del acto, la ley es más estricta, pues para conceder la suspensión provisional exige que haya
peligro inminente de que se ejecute el acto reclamado, con notorios perjuicios para el
quejoso. Se explica ésta exigencia de la ley por la forma anormal en que se concede dicha
suspensión, ya que se otorga sin audiencia de las partes interesadas en el juicio.
La inminencia del peligro de que se ejecute el acto reclamado con notorios perjuicios
para el quejoso, es una cuestión de hecho que queda al prudente arbitrio judicial. Es práctica
común en los jueces de Distrito conceder la suspensión provisional, en la mayor parte de los
casos que se les presentan; creemos que tal práctica no está justificada, pues tratándose de
una providencia excepcional, sobre todo por la forma en que se concede, los jueces deben
ser parcos al decretar dicha providencia, sobre todo en los casos en que reclame una orden
de aprehensión, emanada de autoridad judicial. Cierto que en la mayor parte de las
ocasiones no se podrá saber por el contexto de la demanda de amparo, si la aprehensión se
ha decretado por un delito que amerite la negación de la suspensión, pues aun en el caso de
ser así, el quejoso tendrá buen cuidado de ocultarlo y el juez no podrá hacer otra cosa que
conceder aquella suspensión; este inconveniente podría en parte evitarse, si la ley autorizara
al juez Federal a solicitar datos o informes por la vía telefónica; estimamos que una
reglamentación apropiada sobre el particular, tanto para el caso de la suspensión provisional
como para el de la definitiva, presentaría grandes ventajas. Una fuerte sanción para la

158
autoridad responsable que rindiera un informe falso, sería una garantía de la eficacia del
sistema.
La suspensión provisional debe concederse, cuando proceda, tomando el juez las
medidas que estime convenientes para que no se defrauden derechos de tercero y se eviten
perjuicios a los interesados, y se tratare de la libertad personal, dictándose las medidas
procedentes para el aseguramiento del quejoso.
La situación en que se encuentra el juez de Distrito o la autoridad que conozca el
amparo, para resolver sobre la procedencia de la suspensión provisional, es bastante difícil,
pues no cuenta con más datos que los que le proporciona el quejoso en la demanda de
amparo; por esto, la ley autoriza ampliamente para tomar las medidas a que nos hemos
referido, y estimamos que dentro de dicha autorización está la de que el juez pueda
conceder aquella suspensión en forma condicional, esto es, supeditándola a que sean
ciertos los hechos que se asientan en la demanda de amparo; por ejemplo, si en ésta se dice
que no hay tercero perjudicado, la suspensión la concederá para que surta efectos si
efectivamente no hay tercero; si el quejoso dice en su demanda que la orden de aprehensión
decretada en su contra procede de autoridad que no es judicial, caso a que alude el párrafo
tercero del artículo 130, la suspensión la concederá para que surta efectos si efectivamente
la orden de aprehensión no procede de autoridad judicial. Todo esto, naturalmente, sin
perjuicio de tomar otras medidas, ya que para hacerlo tiene amplitud de facultades.
Tratándose de órdenes de aprehensión, las medidas de seguridad pueden consistir
en fianza, depósito, vigilancia de la policía, etcétera, etc.
Si se tratare de una detención efectuada, caso para el que estatuye el párrafo
segundo del artículo 130, la suspensión provisional producirá el efecto de que el quejoso
quede a disposición del juez de Distrito o de la autoridad que conozca del amparo, bajo la
responsabilidad de la autoridad ejecutora, pudiendo aquel ser puesto en libertad bajo
caución, si procediere, bajo la más estricta responsabilidad del juez de Distrito, quien,
además, deberá tomar otras medidas de aseguramiento.
Es de observarse que para este caso, no basta para excarcelar al quejoso el
otorgamiento de una caución, sino que, además, el juez debe tomar las medidas de
aseguramiento que crea pertinentes.
Conforme a la Ley de Amparo de 1919, la suspensión provisional no producía más
efecto que el de conservar las cosas en el estado en que se encontraban; de aquí que se
estimara, tratándose de una suspensión de esa naturaleza, contra una detención efectuada,
que el juez del amparo no podía poner en libertad al quejoso, porque hasta el momento de

159
concederse la suspensión definitiva, aquel quedaba bajo la jurisdicción del juez Federal.
(Ejecutoria publicada en la pág. 697 del tomo XXII del Semanario Judicial de la Federación.)
la Ley de Amparo vigente hace producir a la suspensión provisional el efecto de que el
quejoso quede a disposición del juez de Distrito, por virtud de la suspensión concedida, y de
ahí que el artículo 130 otorgue al juez la facultad de poner al agraviado en libertad caucional.
Esto no nos parece mal; pero sí creemos que es indebido que esa libertad se conceda con
mayores requisitos de los que establece el artículo 20 constitucional.
Para la concesión de la suspensión provisional, el juez que conoce del amparo tiene
facultades discrecionales; pero cuando se trate de la restricción de la libertad fuera del
procedimiento judicial, tiene el deber de conceder aquélla, tomando las medidas de
aseguramiento pertinentes. Las críticas que hicimos al párrafo tercero del artículo 136 son
aplicables a la disposición contenida en el párrafo tercero del artículo 130, pues si se trata de
una detención netamente inconstitucional, no hay razón para conceder la suspensión con
medidas de aseguramiento.
Al estudiar la competencia de las autoridades judiciales del orden común que, en
auxilio de la Justicia Federal, pueden intervenir en el amparo (casos previstos por los arts.
38, 39 y 40 de la Ley de Amparo), vimos que aquéllas tienen facultad para conceder la
suspensión provisional cuando se trate de actos que importen peligro de la privación de la
vida, ataques a la libertad personal fuera de procedimiento judicial, deportación o destierro, o
alguno de los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución.
De esos actos, el único que no amerita la suspensión de oficio es el consistente en
ataques a la libertad personal fuera de procedimiento judicial. Ahora bien, si por lo que
respecta a los actos a que se refiere el artículo 22 constitucional, precede la suspensión de
oficio, no nos explicamos por qué la ley cataloga tales actos entre los que pueden dar
materia a la suspensión provisional. Menos aún nos explicamos que, con respecto a dichos
actos, el artículo 38 diga que se podrá ordenar que se mantengan las cosas en el estado que
guardan por el término de setenta y dos horas, que se ampliarán en lo que sea necesario
atenta la distancia que haya a la residencia del juez de Distrito. Este descuido del legislador
en la redacción de la ley no deja de tener una grave trascendencia, si se tiene en
consideración que las autoridades encargadas de resolver pueden ser aun las de más ínfima
categoría en la jerarquía judicial.
Con relación a los actos consistentes en ataques a la libertad personal, fuera de
procedimiento judicial, únicos que pueden dar lugar a la suspensión provisional, pueden
presentarse dos situaciones: la de ataque consumado y la de ataque no consumado.

160
Si el ataque aun no se consuma, el juez del orden común que obra en auxilio de la
Justicia Federal, debe conceder la suspensión provisional, mediante medidas de
aseguramiento que, ya dijimos, no tienen razón de ser.
Si se trata de una detención efectuada, ¿pueden las autoridades a que no venimos
refiriendo otorgar la libertad caucional? Seguramente no, porque su competencia está
limitada a recibir la demanda, solicitar de las autoridades responsables sus informes previos
y ordenar que las cosas se mantengan en el estado que guardan; hecho lo cual, y después
de cumplir con lo dispuesto por el artículo 144, deben remitir el expediente al juez de Distrito
que corresponda.
Otro es el caso de los amparos que se promueven ante el superior del Tribunal que
comete la violación, a que se refiere la fracción XII del artículo 107 de la Constitución; en
este caso, la jurisdicción de aquél es igual a la de un juez de Distrito; por lo que todo lo que
hemos dicho de la suspensión provisional, cuando del amparo conoce dicho juez, es
aplicable a los amparos que se promueven en el caso de la fracción XII citada.
Para terminar este capítulo debemos decir que el auto que concede la suspensión
provisional, o que la niega, no es recurrible. La razón es obvia: la duración de los efectos de
ese auto es tan limitada, que no da tiempo para la tramitación del recurso.

161
162
CAPÍTULO NOVENO

DE LOS RECURSOS Y DE LA REVOCACIÓN


POR CAUSA SUPERVENIENTE

Los recursos que la ley admite con relación a la suspensión, son la revisión y la
queja.
La revisión es para un fin único determinado en la Ley: conocer de la legalidad de los
autos de suspensión definitiva, dictados por los jueces de Distrito o por el superior del
tribunal que haya cometido la violación, así como de la modificación y revocación de dichos
autos.
La queja es un recurso que tiene muchas finalidades disímbolas: procede contra las
resoluciones dictadas en el incidente de suspensión que no admitan la revisión y que, por su
naturaleza trascendental y grave, puedan causar a las partes un perjuicio no reparable en la
sentencia definitiva; a veces sustituye a la revisión, como es en el caso del auto de
suspensión contra un laudo de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, cuando el conocimiento
del amparo es de la competencia de la Suprema Corte o de los Tribunales Colegiados de
Circuito; se usa también para reclamar, en contra de las autoridades responsables, el
indebido cumplimiento o la falta de cumplimiento del auto de suspensión, y, finalmente, sirve
para recurrir las resoluciones dictadas por los jueces de Distrito, al conocer de la queja, con
motivo de incumplimiento de la resolución de suspensión; entonces es un recurso de queja
contra otro recurso de queja.
Francamente, nuestro idioma no es tan pobre para que el legislador no hubiera
podido encontrar palabras para diferencias cada una de las distintas situaciones; ningún
inconveniente habría habido en llamar apelación a lo que en la ley es materia de la revisión;
revocación, a las resoluciones que no estuvieran comprendidas en la apelación; incidente de
queja a las reclamaciones contra el incumplimiento, por parte de las autoridades
responsables, de los mandatos de la autoridad federal, y revisión, al recurso que se
interpusiera contra los autos que se dictaran en dicho incidente.

163
Hecha esta disgresión, vamos a continuar nuestro estudio.
Hay dos clases de suspensiones: la definitiva y la provisional.
Contra ésta no cabe el recurso de revisión, según hemos visto; por lo tanto, no nos
ocuparemos de ella.
La suspensión definitiva puede ser de oficio y a petición de parte; en la primera hay
que distinguir entre la que es materia del artículo 123 de la Ley de Amparo, que se llama
también suspensión de plano, por la forma en que debe concederse, y la que las autoridades
responsables decretan contra la ejecución de las sentencias definitivas que pronuncian en
los casos en que el amparo contra esas sentencias es de la competencia directa de la
Suprema Corte de Justicia o de los Tribunales Colegiados de Circuito. Ambas suspensiones
son de oficio, en cuanto deben concederse sin necesidad de petición de la parte agraviada;
pero en cuanto a su naturaleza y sus efectos, son radicalmente diferentes. En el lenguaje
jurídico sólo se conoce con el nombre de suspensión de oficio, aquella a que se refiere el
artículo 123 de la Ley de Amparo; la otra es comúnmente llamada suspensión en amparo
directo.
La suspensión a petición de parte, llamada así porque para obtenerla es requisito
indispensable solicitarla, es la de que trata el artículo 124 de la mencionada ley.
El artículo 83 enumera los casos en que procede el recurso de revisión, y por lo que
respecta a la suspensión, se refiere exclusivamente a las resoluciones de un juez de Distrito
o del superior del Tribunal responsable que conceda o niegue la suspensión definitiva, o que
modifique o revoque el auto en que la hayan concedido o negado, y las en que se niegue la
revocación solicitada. En tal enumeración no está comprendido el caso de la suspensión de
oficio, de que trata el artículo 123, como debería estar; sin embargo, el párrafo tercero del
artículo 89, al establecer, el trámite del recurso de revisión contra el auto que haya admitido
o negado la suspensión de plano, implícitamente admite la procedencia del expresado
recurso, del que, como dijimos al tratar de las competencias, debe conocer el Tribunal
Colegiado de Circuito.
Tratándose de la suspensión decretada por las autoridades responsables, en los
amparos directos contra las sentencias, en lo civil o en lo penal, que pronuncien, no procede
el recurso de revisión; pero como la suspensión pudiera no dictarse oportunamente y como,
por otra parte si se trata de sentencias civiles, la suspensión debe otorgarse mediante
garantía, pudiendo quedar sin efecto si se otorga contragarantía, y tratándose de sentencias
en lo penal, la autoridad responsable tiene la facultad de poner en libertad al quejoso, la ley
concede el recurso de queja contra las determinaciones que, a los respectos indicados, dicte

164
dicha autoridad. Recordamos que la competencia para conocer del recurso es la Suprema
Corte, o el Tribunal Colegiado de Circuito, según que las violaciones que se aleguen hayan
sido cometidas en la sentencia, o que se trate de violaciones sustanciales cometidas en el
procedimiento. 34
En la suspensión a petición de parte, ya se trate de amparos promovidos ante el juez
de Distrito o ante el superior del tribunal responsable, el auto en que se conceda o niegue la
suspensión o en que se modifique o revoque la concedida o en que se niegue la revocación,
es recurrible por medio del recurso de revisión, del que debe conocer el Tribunal Colegiado
de Circuito.
Finalmente, en los amparos contra laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje,
federales o locales, de que deben conocer, en única instancia, la Suprema Corte de Justicia
o el Tribunal Colegiado de Circuito, el auto que dicte el Presidente de la Junta, concediendo
o negando la suspensión, es recurrible por medio del recurso de queja, del que deberán
conocer la Suprema Corte de Justicia o el Tribunal Colegiado, según que el amparo sea de
la competencia de una u otro. En otra parte de este libro hicimos ver los inconvenientes que
tiene el que la legalidad del auto de suspensión, en el caso de amparo contra laudos, sea
examinada en el recurso de queja. Esto sin contar con la inconsecuencia de que una misma
situación jurídica sea recurrible en unos casos por medio de la revisión, y en otros, por medio
de la queja, pues es ilógico que se apliquen recursos distintos a situaciones idénticas.
Acabamos de decir que en los casos de suspensión a petición de parte, en el recurso
de revisión el que procede contra el auto que concede o niega la suspensión, la modifica o la
revoca o niega la revocación, pero si admitida la suspensión, previo otorgamiento de
caución, se desecha la garantía propuesta, o bien no se admite la contragarantía que ofrece
el tercero perjudicado, para dejar sin efecto la suspensión, el recurso procedente contra tales
determinaciones es el de queja, cuyo conocimiento compete al Tribunal Colegiado de
Circuito. Lo mismo es tratándose de la libertad caucional; el auto que la niega o el que la
concede en condiciones indebidas, es recurrible en queja.
La diferencia entre el recurso de revisión y el de queja, por lo que toca al punto
concreto que estudiamos, está en que la primera debe interponerse en tiempo y forma
(después veremos en qué consiste ésta), bastando esto para que sea admisible, en tanto

NOTA: Hemos expresado en diversas notas, especialmente las contenidas en el capítulo segundo de esta obra, que la
34

reforma de 1968 modificó esencialmente la competencia para conocer del amparo directo, por lo que tratándose de la
resolución suspensional pronunciada por las autoridades responsables en los amparos directos, contra la que procede el
recurso de queja, será competente para conocer del citado recurso la Suprema Corte de Justicia o el Tribunal Colegiado de
Circuito, atendiendo fundamentalmente a lo dispuesto por los artículos 24, fracción IV, 25, fracción IV, 26, fracción IV, 27,
fracción IV, y 7 bis, fracción IV, de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la federación. Estos preceptos pueden consultarse en
las notas que aparecen a pie de página en el citado capítulo segundo de esta misma obra.

165
que para la admisión de la queja es necesario, no sólo que se haya interpuesto en tiempo y
forma, sino que se examine si el acto contra el que se interpone el recurso es de naturaleza
trascendental y grave, que no puede repararse en la sentencia definitiva (art. 95, fracción VI,
de la Ley de Amparo).
Todos los que son parte en el juicio de amparo tienen derecho de interponer el
recurso de revisión; en consecuencia, pueden interponerlo el quejoso, el tercero perjudicado,
la autoridad responsable y el Ministerio Público.
Se ha discutido si el Ministerio Público que interviene en el amparo tiene el derecho
de interponer dicho recurso, cuando el amparo concierne a intereses puramente particulares.
El criterio de la Suprema Corte no es firme en la decisión en este punto; en algunas
ejecutorias se dice que interviniendo el Ministerio Público, como parte reguladora en el
amparo, no se justifica que tenga derecho a recurrir resoluciones que afectan
exclusivamente al quejoso y al tercero perjudicado; en otras se sostiene la tesis contraria,
acatándose lo dispuesto en los artículos 24, fracción III, 86 y 87 de la Ley de Amparo.
Nosotros nos inclinamos por esta última opinión, en razón de la naturaleza que tiene
el juicio de amparo; las controversias que en él se ventilan no son propiamente de intereses
privados; el objeto del amparo es más elevado; lo que el amparo persigue, lo que justifica su
existencia, es la necesidad de mantener la integridad del régimen constitucional, y así, no
puede nunca decirse que resuelva cuestiones de intereses meramente privados.
Mayor motivo de discusión nos parece que hay en la cuestión de saber si las
autoridades responsables cuando resuelven una controversia de carácter civil, tienen el
derecho de interponer revisión contra las resoluciones que se dicten en el amparo que se
promueva contra sus decisiones. En la tesis jurisprudencial núm. 938, se dice que: “Debe
desecharse el recurso de revisión interpuesto por un grupo de la Junta de Conciliación y
Arbitraje, porque ya se ha establecido que, cuando las autoridades responsables actúan
resolviendo una controversia y su resolución es atacada en amparo, carecen del derecho de
interponer revisión, por falta de interés necesario para la continuación del juicio de garantías,
del que sólo son titulares el quejoso y el tercer perjudicado”.
Tratándose de las autoridades responsables, cuando actúan, resolviendo conflictos
de carácter privado, no tiene valor el argumento que expusimos respecto de la intervención
del Ministerio Público en el amparo, pues aquéllas intervienen en el juicio constitucional
como parte a quien se atribuye la violación de una garantía, y choca al sentido común que
interpongan recursos, convirtiéndose, por decirlo así, en defensoras de los intereses de una
de las partes, a quienes prácticamente afecta la resolución recurrida. Pero no obstante estas

166
razones, opinamos que, ante las terminantes disposiciones de la ley, no se les puede privar
del derecho de interponer aquellos recursos.
El principio de que sólo las partes en el juicio de amparo pueden interponer el recurso
de revisión, no rige para el recurso de queja, pues, por disposición expresa de la ley, pueden
hacerlo valer personas que no tienen aquel carácter. Así, cuando se trate de exceso o
defecto en la ejecución del auto de suspensión, el artículo 96 concede el derecho de
interponer queja a cualquier persona que justifique legalmente que le agravia el cumplimiento
o ejecución de dicho auto. Otro caso de excepción, consignado en la parte final del artículo
citado, ocurre en la tramitación del incidente de reclamación de daños y perjuicios, en el que
pueden proponer la queja, no solamente las partes interesadas en el incidente, sino también
la que haya propuesto la fianza o contrafianza. A este respecto, la Suprema Corte ha
sentado la tesis, bajo el número 487, con relación al fiador en el amparo, de que “si bien es
cierto que no se le puede estimar como parte en el juicio de amparo, sí es interesado en el
incidente de libertad caucional; y por tanto, es procedente oírlo en queja, cuando las
resoluciones que se dicten le afecten en su carácter de fiador.”
El término para la interposición del recurso de revisión es el de cinco días, contados
desde el siguiente al en que surta efectos la notificación de la resolución recurrida.
Para la interposición de la queja, el término es también de cinco días, si lo que se
recurre es una resolución o determinación del juez que conoce del amparo; pero si lo que se
reclama es el exceso o defecto en la ejecución del auto de suspensión, por parte de la
autoridad responsable, o la falta de cumplimiento del auto que haya concedido la libertad
caucional, el recurso puede interponerse en cualquier tiempo, mientras no se haya
pronunciado sentencia firme en el amparo.
La revisión debe interponerse por escrito, expresándose los agravios que la
resolución recurrida le cause al recurrente, y el escrito correspondiente puede presentarse
ante la autoridad que haya dictado el auto recurrido, o ante la autoridad revisora; en el primer
caso, deberá acompañarse una copia del escrito de agravios para el expediente, y las que
sean necesarias para las partes que intervienen en el juicio; en el segundo caso, el
recurrente deberá dar aviso, bajo protesta de decir verdad, a la autoridad que haya dictado la
resolución, de la interposición del recurso, acompañando las copias correspondientes.
Al tener conocimiento de la interposición del recurso, la autoridad que haya dictado el
auto recurrido debe mandar el expediente relativo al incidente de suspensión al Tribunal
Colegiado de Circuito, conservando una copia de él para los efectos legales.

167
Admitido el recurso, y después de dar al Ministerio Público y a las partes la
oportunidad de alegar, debe dictarse la resolución correspondiente, atendiéndose a los
agravios expresados. Tratándose del auto que haya concedido o negado la suspensión de
oficio, debe remitirse al tribunal revisor copia certificada de la demanda, del auto recurrido,
de su notificación y del escrito en que se haya interpuesto el recurso, con expresión de la
fecha y hora de su presentación.
La tramitación de la queja es la siguiente: si el objeto de ella es reclamar contra
exceso o defecto en la ejecución del auto de suspensión, o el incumplimiento del auto que
concedió la libertad caucional, debe interponerse ante el juez que conozca del amparo,
acompañando las copias necesarias para las autoridades contra quienes la queja se dirija y
para las partes que intervengan en el juicio. Admitida la queja, se pedirá informe a dichas
autoridades y recibido o no, se dictara la resolución correspondiente.
Tratándose de la queja que se interponga contra el juez que conozca del amparo o
contra las autoridades responsables, respecto de las resoluciones que en materia de
suspensión hayan dictado en los amparos directos, deberá presentarse ante la autoridad que
debe conocer de ella, acompañando las copias de que hablamos en el párrafo anterior.
Admitida la queja, se pedirá a la autoridad contra la que va dirigida, el informe
correspondiente, y recibido o transcurrido el término en que debe rendirlo, se dictará la
resolución que corresponda.
Tanto en este caso como el anterior, debe oírse al Ministerio Publico.
En la tramitación de la queja existe una manifiesta deficiencia en la ley, pues
versando en muchas ocasiones sobre cuestiones de hecho, como son la no aceptación de
una garantía, la insuficiencia de la aceptada, etc., etc., debería haber un término para que las
partes tuvieran oportunidad de rendir las pruebas que fueren del caso.
La interposición del recurso de revisión no produce efecto ninguno respecto del auto
recurrido, el que, si hubiere sido en el sentido de conceder la suspensión, deberá ejecutarse
desde luego; en el caso contrario, la autoridad responsable quedará facultada, no obstante la
interposición de aquél, para llevar adelante el acto reclamado.
La mencionada interposición, por otra parte, en nada afecta la jurisdicción del juez de
Distrito, quien queda capacitado para dictar todas las medidas que crea pertinentes para
hacer cumplir la suspensión que hubiere decretado.
La revocación del auto de suspensión, por virtud de la revisión interpuesta, produce
consecuencias distintas, según que haya concedido la suspensión o la haya negado. En el

168
35
primer caso, revocada por la Corte la suspensión, se remueve el obstáculo que la
autoridad responsable tenía para ejecutar el acto reclamado; lo cual no significa que quede
obligada a esa ejecución, pues la ejecutoria de la Corte no puede producir más efecto que el
de dejar expeditas las facultades de aquella autoridad, que por virtud de la suspensión
concedida, habían estado restringidas.
36
Si la suspensión ha sido negada y la Corte, revocando el auto de su inferior, la
concede, el efecto de la revocación será el de volver las cosas al estado que tenían en la
fecha del auto revocado; de otro modo, la ejecutoria de la Corte retrotraerá sus efectos a la
fecha en que se pronunció el auto del juez de Distrito que negó la suspensión.
Naturalmente, este efecto de la revisión se producirá siempre que la naturaleza del
acto lo permita, como lo dice el artículo 139 de la ley.
La revocación de la suspensión a virtud del recurso interpuesto, tiene como
fundamento la ilegalidad del auto que la concedió. Ahora vamos a ocuparnos de la
revocación que puede hacer el mismo juez de Distrito, en virtud de la facultad que le
concede el artículo 140 de la Ley de Amparo, facultad que comprende no sólo la de revocar,
sino también la de modificar el auto primitivo y conceder una suspensión que antes hubiere
negado.
El citado artículo 140 establece que: "Mientras no se pronuncie sentencia ejecutoria
en el Juicio de amparo, el juez de Distrito puede modificar el auto en que haya concedido o
negado la suspensión, cuando ocurra un hacho superveniente que le sirva de fundamento."
La justificación de este precepto está en la misma naturaleza de la suspensión y de la
finalidad que persigue; siendo su objeto, fundamentalmente, conservar viva la materia del
amparo, es necesario que tal situación se conserve durante todo el tiempo que dure el juicio
constitucional y de ahí la facultad del juez de Distrito para introducir modificaciones al auto
que sobre el particular hubiere dictado, de manera de esté siempre en condiciones de
satisfacer aquella necesidad.
La ley subordina la facultad del juez para introducir modificaciones al auto de
suspensión, a condición de que ocurra un hecho superveniente que sirva de fundamento al
ejercicio de esa facultad.

35
NOTA: Conforme a lo dispuesto por la fracción I del artículo 85 de la Ley de Amparo, es competencia exclusiva de los
Tribunales Colegiados de Circuito conocer del recurso de revisión que se interponga contra las resoluciones dictadas por los
jueces de Distrito en que concedan o nieguen la suspensión definitiva, o en que modifiquen o revoquen el auto en que la hayan
concedido o negado, y las en que se niegue la revocación solicitada. Por tanto, la Suprema Corte de Justicia carece de
competencia para conocer del recurso de revisión, en los casos anteriormente señalados.
36
Idem.

169
¿Qué debe entenderse por hecho superveniente? ¿Lo será solamente el que
materialmente se produzca después de dictado el auto, o bien, podrá serlo el que habiendo
ocurrido antes, no hubiere sido del conocimiento del juez?
La jurisprudencia de la Suprema Corte es en el sentido de que por hecho
superveniente debe entenderse la verificación, con posterioridad al auto de suspensión, de
un hecho que cambie el estado jurídico en que las cosas estaban colocadas al resolverse el
incidente, y de tal manera, que ese cambio lleve consigo, como consecuencia natural y
jurídica, la revocación fundada y motivada de la suspensión. Así se establece en la ejecutoria
publicada en la página 1418 del tomo XXVIII del Semanario Judicial de la Federación, y en
las publicadas en las páginas 4956 y 5224, del tomo LXXII, que, ampliando dicha tesis, dicen
que el hecho de que no se hayan rendido pruebas al resolverse primeramente sobre la
suspensión y que después se rindan, no es motivo para estimar que hay un hecho
superveniente que amerite conceder la suspensión que antes se hubiere negado.
No obstante lo expuesto en las anteriores ejecutorias y en otras que forman
jurisprudencia, bajo la tesis numero 1062, en la publicada página 4634 del tomo LXXIV, se
establece que: "Por hecho superveniente debe tenerse, no sólo el que cronológicamente
acontece con posterioridad al tiempo en que el juez de Distrito conoce de la suspensión, sino
que era desconocido por el juez Federal en el momento de otorgarse; no el que sucede ante
la autoridad responsable, sino el que conoce el juez de Distrito en forma distinta a como lo
conoció cuando resolvió el incidente por primera vez, pues el efecto de la suspensión es
mantener viva la materia del amparo, y está obligado el juez a tener en cuenta, muy
especialmente, las circunstancias reales del hecho, tal cual existe."
En esta ejecutoria, aunque haciéndose una salvedad sobre la forma en que el juez
tenga conocimiento del hecho que puede motivar la modificación del auto de suspensión, se
admite que, aun tratándose de hachos que no sean cronológicamente posteriores al tiempo
en que el juez conoce de la suspensión, puede tener aplicación el artículo 140 transcrito.
Nosotros estamos de acuerdo con la doctrina sustentada en esta ejecutoria, en
cuanto admite que no es indispensable que el hecho que motive la modificación del auto de
suspensión sea posterior a la fecha en que fue dictado, y las razones que nos asisten para
ello son las siguientes:
La suspensión tiene por objeto, fundamentalmente, mantener viva la materia del
amparo, y además, otorgar al quejoso una protección provisional en su persona y en sus
intereses, mientras se tramita el juicio constitucional; se justifica, si llena estas finalidades; de
manera que si, por un erróneo conocimiento de los hechos, se concedió una suspensión

170
que debió negarse, o se negó la que debió concederse, el juez debe atender a la realidad, tal
cual existe para que satisfagan los fines de la ley; poco importa que el hecho sea anterior o
posterior al tiempo en que el juez dictó su primera determinación, poco importa la forma en
que el juez adquiera conocimiento de la realidad, basta que ésta exista para que el juez
tenga el deber, si negó la suspensión, de concederla, para conservar la materia del amparo,
de modificar el auto en que la concedió, si en la forma en que lo hizo no se satisface aquella
finalidad, o de negarla, si no hay elementos que la justifiquen.
Dentro del perentorio término en que el Juez debe resolver sobre la suspensión, no
cuenta con más elementos que la afirmaciones del quejoso y las que, en su informe, haga la
autoridad responsable, sin que en la mayor parte de los casos puedan rendirse pruebas
sobre hechos o circunstancias que pueden influir en la decisión judicial; si, pues, más tarde,
el juez conoce esos hechos o circunstancias, es lógico y razonable que modifique su
primitiva determinación.
Un ejemplo, escogido entre los más vulgares, justifica nuestra tesis. La autoridad
responsable niega la existencia del acto reclamado o rinde informes falsos, respecto de su
ejecución o de otras circunstancias, que puedan influir en la decisión judicial, y, lo que no es
cosa rara, presenta su informe a última hora; el quejoso, que conoce el informe a la hora de
la audiencia, o momentos antes, no tiene oportunidad de rendir pruebas en contra de lo que
aquél asegura; el juez de Distrito niega la suspensión, atendiendo a lo manifestado en el
informe, ¿estaría justificado que al tener el juez conocimiento de la realidad, no modificara su
determinación?
Atentas las anteriores razones, creemos que el artículo 140 de la Ley de Amparo
debe interpretarse en el sentido de que cualquier hecho que llegue a conocimiento del juez
de Distrito, que implique la necesidad de modificar su primitivo auto de suspensión, debe
fundar la facultad de aquél para proceder en los términos del precepto citado. Ello nos
parece tanto más razonable, cuanto que en todo procedimiento judicial lo existente es lo que
está probado; de manera que si posteriormente se demuestra la existencia mediante la
prueba que se rinde de ellos, y, desde este punto de vista, son hechos supervenientes.
¿Pueden hacer uso de la facultad que concede el artículo 140 a los jueces de Distrito,
el superior del tribunal que comete la violación, en los casos del artículo 107, fracción XII, de
la Constitución y el presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje, cuando tiene
competencia para resolver sobre la suspensión del laudo dictado?

171
La Suprema Corte, refiriéndose a los presidentes de las Juntas, ha decidido que
éstos no tienen tal facultad, porque la disposición del artículo 140 tiene el carácter de
excepcional (Ejecutoria publicada en la pág. 815 del tomo LXVIII del Semanario Judicial.)
Atendiendo a las razones que justifican el artículo 140, y que no son otras que las que
resultan de la necesidad de conservar durante toda la tramitación del Juicio constitucional la
materia del amparo, y considerando que esas razones son las mismas, en los casos en que
de la suspensión conoce el presidente de la Junta, que en los que conoce el juez de Distrito,
somos de opinión de que no se trata de una disposición propiamente excepcional y por lo
mismo, tanto el presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje, como el superior del
Tribunal responsable, gozan de la facultad que el artículo 140 concede a los jueces de
Distrito.
Es de advertir que la mencionada facultad no puede llegar al grado de admitir que
pueda revocarse el auto de suspensión, por error en las consideraciones propiamente
legales que le hubieren servido de fundamento, pues para corregir esa clase de errores está
el recurso de revisión.
Conforme a la Jurisprudencia establecida por la Suprema Corte, tesis núm. 1061, la
revocación debe hacerse sustanciando el incidente correspondiente, con audiencia de las
partes.
¿Puede el juez de Distrito revocar su auto de suspensión cuando esté pendiente de
revisión ante la Corte? Por la negativa se alega que, revocando el juez aquel auto, invade la
jurisdicción de la Corte y deja sin materia la revisión; pero este argumento, en nuestro
37
concepto, sólo tiene una fuerza aparente, pues la jurisdicción de la Corte, al conocer de la
revisión, es para estimar las consideraciones legales que sirvieron de fundamento al auto
recurrido, y al proceder así, no toma para nada en consideración los motivos sobrevinientes
que pudieran ameritar su revocación; en consecuencia, el juez de Distrito, al considerar esos
motivos, obra dentro de su propia jurisdicción, sin invadir en lo más mínimo la de la Corte.
Lo mismo habrá que decidir si, confirmado por la Corte el auto de suspensión que se
hubiere dictado, ocurriere un motivo sobreviniente que ameritare su revocación; la ejecutoria
de la Corte no será obstáculo para que el juez de Distrito haga uso de la facultad que le
concede el artículo 140, ya que, procediendo así, no desobedece en lo absoluto aquella
ejecutoria.

37
NOTA: Ver en relación a la competencia para conocer el recurso de revisión la nota que aparece en la página 198 de esta
misma obra.

172
CAPÍTULO DÉCIMO

PROCEDIMIENTO

Los procedimientos en la suspensión son distintos, según se trate de la de oficio, la


que es a petición de parte, también, llamada suspensión ordinaria, y la que se concede por
las autoridades responsables, en los amparos de competencia en única instancia, de la
Suprema Corte Justicia y de los Tribunales Colegiados de Circuito.
PROCEDIMIENTO EN LA SUSPENSIÓN DE OFICIO.- Dada la gravedad que tiene
los actos contra los que procede la suspensión de oficio, la facilidad en la reclamación y la
rapidez de trámite son las características del procedimiento. No es necesario que la
reclamación la haga el mismo agraviado; puede hacerla cualquiera en su nombre, aunque
sea menor de edad o mujer casada; tampoco es necesario que la petición se haga por
escrito; puede hacerse por comparecencia ante el juez que debe conocer del amparo y aun
por la vía telegráfica; para este efecto, el párrafo tercero del artículo 23 de la Ley
Reglamentaria dispone que los jefes y encargados de las oficinas de Correo y Telégrafos
están obligados a recibir y trasmitir, sin costo alguno para los interesados, los mensajes en
que se demande amparo contra alguno de los actos prohibidos por el artículo 22 de la
Constitución, contra los ataques a la liberta personal y contra los consistentes en
incorporación forzosa al ejercito o armada nacionales. Dicha obligación la tienen los jefes y
encargados de las oficinas de Correo y Telégrafos, aun fuera de las horas de despacho y
aunque existen disposiciones en contrario de las autoridades administrativas; para hacer
más rígido el cumplimiento de tal obligación, de la ley prescribe que se infracción se castigue
con arreglo al artículo 178 del Código Penal.
Por otra parte, la demanda no necesita llenar ningún requisito; basta que se exprese
el nombre del agraviado, el acto que se reclama y la autoridad responsable, para que el juez,
sin demora alguna, ordene la suspensión, comunicado su resolución por la vía más rápida, a
la autoridad que se señala como responsable y aun a otras que pudieran tener intervención

173
en la ejecución del acto. 38 Además, a cualquier hora del día o de la noche que se haga la
petición, debe el juez tramitarla hasta dejar resuelta la suspensión, no debiendo terminar ahí
la labor del juez, pues tiene que vigilar que sus órdenes se cumplan, dictando todas las
medidas que para ello sea necesario. Casos se han presentado en la práctica en que el juez
de Distrito se ha presentado personalmente en el lugar de los hechos y ha impuesto su
autoridad, para impedir la consumación del acto violatorio.
PROCEDIMIENTO EN LA SUSPENSIÓN A PETICIÓN DE PARTE.- La petición
puede hacerse en el mismo escrito de demanda, o con posterioridad a la presentación de él.
El artículo 141 de la Ley de amparo autoriza a promover el incidente de suspensión en
cualquier tiempo, mientras no se haya pronunciado sentencia definitiva en el juicio.
En uno y otro caso, la petición debe hacerse por escrito; sin embargo en casos
urgentes y cuando el peticionario encuentre algún inconveniente en presentar su demanda
ante la justicia local (casos a que se refieren los artículos 38, 39, y 40), la petición puede
hacerse por la vía telegráfica debiendo ser ratificada por escrito, dentro de los tres días
siguientes a la fecha en que se hizo la petición por telégrafos, bajo la sanción de no tenerse
por presentada la demanda y la imposición de una multa al interesado, a su abogado o
representante, o a ambos, que varía entre diez y cien pesos. En tal caso se dejarán sin
efecto las providencias decretadas, menos cuando se trate de la de la suspensión de oficio
(art. 118 de la Ley).
Cuando la petición de la suspensión se haga en la misma demanda de amparo, se
acompañarán, además de las copias que la ley requiera para las autoridades responsables y
para los terceros, otras dos para formar el incidente de suspensión y el duplicado de él que
debe llevarse, conforme al artículo 142.
Para resolver sobre la suspensión definitiva, se comenzará por solicitar de la
autoridad, o de las autoridades responsables, su informe previo, acompañándoles una copia
de la demanda, y previéndoles que deben rendirlo dentro de veinticuatro horas, que podrán
ampliarse respecto de las autoridades foráneas, atendiendo a la facilidad o dificultad de las
comunicaciones, sin que la ampliación pueda exceder de un día por cada cuarenta
kilómetros (art. 24, fracción IV, de la Ley).

38
NOTA: Lo anterior solamente tiene aplicación, tratándose de demandas de amparo en que se reclamen actos que importen
peligro de privación de la vida, ataques a la libertad personal fuera de procedimiento judicial, deportación, destierro o alguno de
los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución Federal, de acuerdo a lo dispuesto por el artículo 117 de la Ley de Amparo;
asimismo, cuando se reclamen actos que tengan o puedan tener como consecuencia privar de la propiedad o de la posesión y
disfrute de sus tierras, aguas pastos y montes a los núcleos de población ejidal o comunal, ejidatarios o comuneros, el artículo
116 bis de la Ley de Amparo vigente, señala los requisitos mínimos que deben reunir las demandas de amparo que contra
dichos actos se interpongan.

174
El informe debe pedirse por oficio; pero, en casos urgentes, puede solicitarse por la
vía telegráfica y aun ordenarse que se rinda por esta vía. Aun fuera de estos casos, se
pedirá telegráficamente y se ordenara que se rinda en la misma forma, si el quejoso asegura
los gastos del telégrafo.
Al dictarse al auto inicial del incidente de suspensión, se señalará día y hora para la
audiencia respectiva, de manera que su celebración tenga lugar dentro de las cuarenta y
ocho horas siguientes al término en que las autoridades que residen en el lugar deben rendir
su informe previo; el hecho de que haya autoridades responsables foráneas que, por razón
de la distancia, no puede rendir oportunamente su informe, por no habérseles pedido por la
vía telegráfica, no debe impedir el que se celebre, desde luego, la audiencia respecto de las
que residen en el lugar, a reserva de celebrar otra audiencia para resolver respecto de las
autoridades foráneas. En tales circunstancias, la ley permite la revocación o modificación del
auto dictado en la primera audiencia, si los nuevos informes lo ameritan.
El tercero perjudicado, si lo hay, debe ser notificado oportunamente del día y hora
señalada para la audiencia, y lo mismo debe serlo el Ministerio Público.
Los términos en el incidente de suspensión se cuentan de momento a momento, sin
excluir los días inhábiles. Esto deben entenderse respecto del término de veinticuatro horas
que se dé a la autoridad responsable para que rinda su informe, y respecto del de cuarenta y
ocho horas, a contar de la expiración de aquel, en que debe celebrarse la audiencia y
resolverse sobre la suspensión solicitada; pero tratándose de los demás términos, debe
estarse a las reglas generales.
Conforme a estas reglas, la promoción de la suspensión y la sustanciación del
incidente respectivo, salvo los casos de excepción que ya hemos examinado, debe hacerse
en horas y en días hábiles, entendiéndose por hábiles todos los del año, con excepción de
los domingos, el 1° de enero, el 5 febrero, el 1° y 5 de mayo, los días 14 y 16 de septiembre,
el 12 de octubre y el 20 de noviembre (art. 23 de la Lay de Amparo).
Las horas hábiles son las de labor del Juzgado.
Sin embargo, en casos urgentes y de notorios perjuicios para el quejoso, el juez
puede habilitar los días y las horas inhábiles, para la admisión de la demanda y la tramitación
del incidente de suspensión (art. 23, párrafo cuarto).
El día y hora señalado para la audiencia, debe celebrarse esta, aunque no se haya
recibido el informe previo de la autoridad responsable, lo que da lugar a que se presuman
ciertos los actos reclamados. En la audiencia se ofrecerán y recibirán las pruebas, se oirán
los alegatos de las partes y se pronunciará la resolución correspondiente. Llenando la ley un

175
vacio de la Ley de 1919, concede a las autoridades responsables el derecho de nombrar un
delegado para que asista a la audiencia, para él solo efecto de rendir pruebas y hacer
promociones en la propia audiencia (art. 19).
Las únicas pruebas admisibles en la audiencia son la documental y la de inspección
judicial; la razón de esta restricción está en el hecho de que, debiendo resolverse sobre la
suspensión en un término perentorio, no resulta compatible con esto recibir pruebas que
ameritan una preparación previa; sin embargo tratándose de los actos a que se refiere el
artículo 17 de la Ley, ésta, por vía de excepción, admite la prueba testimonial, siempre que el
quejoso sea el que la ofrezca. La ley no regula la manera de rendirla, por lo que, en rigor,
deben tener aplicación los preceptos que sobre el particular, establece el Código Federal de
Procedimientos Civiles, atento lo que dispone el artículo 2° de la Ley de Amparo.
Si las pruebas que ofrecen el quejoso en el incidente consisten en documentos que
acompaño a su demanda, es necesario, para que se tomen en cuenta, que se haga la
compulsa correspondiente. Así lo tiene decidido la Suprema Corte en numerosas ejecutorias.
(Tesis 1065).
La suspensión que concede el superior del tribunal responsable, en los casos de la
fracción XII del artículo 107 constitucional, está sujeta a laos mismos trámites.
PROCEDIMIENTO EN LA SUSPENSIÓN QUE CONCEDEN LAS AUTORIDADES
RESPONSABLES EN LOS AMPAROS QUE SON DE LA EXCLUSIVA COMPETENCIA DE
LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA Y DE LOS TRIBUNALES COLEGIADOS DE
CIRCUITO.- El quejoso debe comenzar por solicitar de la autoridad responsable copia
certificada de la sentencia o laudo contra que reclame, y de las constancias que estimen
39
pertinentes, que se administran con las que señale la parte contraria. La copia deberá
expedirse con toda oportunidad para acompañarla a la demanda de amparo; por ello no es
obstáculo para la presentación de ésta, que podrá presentarse, manifestándose que la copia
aun no ha sido entregada y pidiéndose que se la fije un plazo a la autoridad responsable
para que la expida.

39
NOTA: De acuerdo con las últimas reformas que sufrió en el año 1968 de Ley de Amparo, actualmente no se requiere que
previamente se solicite la autoridad responsable copia certificada de la sentencia o laudo, sino que la autoridad responsable
está obligada a remitir los autos originales, dejando testimonio de las constancias indispensables para la ejecución de la
sentencia, a menos que exista inconveniente legal para su envió. En efecto, el artículo 163 de dicha Ley, dispone
categóricamente:
“Promovida la demanda de amparo, la autoridad responsable remitirá la Suprema Corte de Justicia a al Tribunal Colegiado de
Circuito, en su caso, las autos originales, dejándose testimonio de las constancias indispensables para la ejecución de la
sentencia, a menos que exista inconveniente legal para su envió; en este caso el agraviado, dentro de los quince días
siguientes a la notificación del auto que niegue la remisión, solicitará copia certificada de las constancias que considere
necesarias, la que se adicionará con las que señalen la parte contraria y dicha autoridad.”

176
La demanda puede representarse ente la autorización responsable o directamente
40
ante la Suprema Corte o ante el Tribunal Código de Circuito, según que el caso sea de la
competencia de una u otro. Si se presenta ante la responsable, deberá acompañarse una
copia para el expediente y las que sean necesarias para las partes que figuran el juicio; si se
presenta directamente ante el tribunal revisor, deberá darse aviso, bajo protesta de decir la
verdad, a aquella autoridad, acompañándole las copias correspondientes.
En uno y en otro caso, si se trata de sentencia dictada en juicio civil o penal, la
autoridad responsable debe suspender de plano, la ejecución de la sentencia, siendo
requerido para que surta efectos la suspensión, si el asunto es civil, que el quejoso otorgue
la garantía que fije la expresada autoridad. Si la contraparte del quejoso pretende ejecutar la
sentencia, la propia autoridad fijara el monto de la contragarantía que debe otorgar.
La fijación de la garantía y la contragarantía, y la aceptación de las que se
propongan, son actos que la autoridad responsable hace de plano, y esto no deja de ser un
inconveniente, pues no siempre estará en condiciones dicha autoridad para estimular los
daños y perjuicios que puede ocasionar la suspensión y en su caso, la ejecución de la
sentencia. Deberá abrirse un incidente, en el que las partes pudieran ser oídas y rendir
pruebas en relación con los daños y perjuicios que la suspensión o ejecución de la sentencia
pudiera ocasionarles.
Tratándose de sentencias definitivas dictadas en juicios de carácter penal, la
suspensión se concede sin requisito alguno, siendo su efecto, como ya lo hemos dicho, que
el quejoso quede a disposición de la Suprema Corte de Justicia o del Tribunal Colegiado de
Circuito, en su caso, bajo la responsabilidad de la autoridad responsable.
Los inconvenientes que antes señalamos respecto de la forma en que actúan las
autoridades responsables en la suspensión contra las sentencias definitivas en materia civil,
son más graves, tratándose de la suspensión de los laudos dictados por las Juntas de
Conciliación y Arbitraje, ya que en ésta, el presiente de la Junta tiene que resolver, no
solamente sobre la admisión de cauciones y contra cauciones, sino de la procedencia de la
misma suspensión, no se aviene con los principios que campean en el amparo, que
cuestiones de esta trascendencia se decidan sin oír a las partes interesadas.

40
NOTA: La demanda de ampara directo también se puede presentar ante el juez d Distrito dentro de cuyo territorio
jurisdiccional se encuentre la autoridad responsable, para el efecto de que aquella ramita a la Suprema Corte de Justicia o al
Tribunal Colegiado de Circuito competente, de acuerdo con lo dispuesto por el artículo 167 de la Ley de Amparo.

177
Está por demás decir que si la Suspensión Corte, o, en su caso, el Tribunal Colegiado
de Circuito, no admiten la demanda de amparo, quedan sin efectos la determinaciones sobre
suspensión dictadas por las autoridades responsables.
EJECUCION DEL AUTO DE SUSPENSIÓN.- El auto de suspensión debe ser
estrictamente cumplido por las autoridades responsables y aun por aquellas que, sin serlo,
tienen intervención en la ejecución del acto reclamado; de aquí que las medidas que tome el
juez que haya acordado la suspensión, para hacerla respectar, deben entenderse con todas
esas autoridades.
Contra el incumplimiento o el indebido cumplimiento del auto de suspensión, procede
lo que la ley llama recurso de queja, que es más bien incidente de queja promovido ante el
juez que decretó la suspensión. Al conocer el juez que su determinación no ha sido
cumplida, ya sea que este conocimiento lo tenga por queja de interesado, o por cualquier
otro conducto, debe librar oficio, sin tener que pedir informe alguno, al inmediato superior de
la autoridad responsable, para que ordene que, sin demora, se dé cumplimiento a la
resolución dictada, y si aquella autoridad no tiene superior jerárquico, el requerimiento se le
hará a ella misma, ordenándole que dé inmediato aviso de que el auto fue cumplido o de que
está en vías de serlo, cuando la naturaleza de acto no permita un inmediato cumplimiento.
Cuando el superior inmediato de la autoridad no atendiere el requerimiento y tuviere, a su
vez superior jerárquico, también a éste se le hará el requerimiento (artículo 143, en relación
con el 105, párrafo primero, de la Ley de Amparo).
Como después veremos, la ley confiere facultades al juez federal para hacer cumplir
por si mismo sus determinaciones; pero el hecho de que la autoridad responsable o su
superior jerárquico haga burla de los requerimientos que se les haya hecho para cumplir la
determinación judicial que ha ordenado la suspensión ¿no tiene alguna sanción en la ley? El
segundo párrafo al artículo 105, refiriéndose a la desobediencia de ejecutorias de amparo,
establece que, si después de hechos los requerimientos de que hemos hablado, la autoridad
responsable insiste en desobedecer, se debe remitir el expediente original a la Suprema
Corte, para los efectos del artículo 107, fracción XVI, de la Constitución. Esta fracción manda
que si, concedido el amparo, la autoridad responsable insistiere en la repetición del acto
reclamado o tratare de eludir la sentencia de la autoridad federal, sea inmediatamente
separada de su cargo y consignada al juez de Distrito que corresponda. Pero esta sanción,
consistente en la inmediata separación del cargo, no procede cuando la autoridad
responsable se niegue a cumplir el auto de suspensión, pues el artículo 143 de la Ley de

178
Amparo excluye, para el cumplimiento y ejecución de dicho auto, el párrafo segundo del
artículo 105.
No comprendemos por que la desobediencia a un auto de suspensión no se castiga
de la misma manera que la desobediencia a una ejecutoria de amparo, siendo así que, en
ambos casos, existe una misma falta de respecto a la autoridad federal. La sanción de que
trata tiene, entre otras objetos, el de rodear de garantías el cumplimiento de las
determinaciones que dicten en materia de amparo, dado el papel que este representa en
nuestra organización política, y extraña que estas garantías se mermen tratándose del
cumplimiento del auto de suspensión.
Si hechos los requerimientos de que hemos hablado, la autoridad responsable no
diere cumplimiento al auto de suspensión, el juez federal debe dictar las órdenes necesarias
para que se le obedezca; si esas órdenes no fueren obedecidas, deberán comisionar al
secretario o actuario de su dependencia para que dé cumplimiento a su determinación, si la
naturaleza del acto lo permite y aun puede el mismo juez federal constituirse en el lugar de
ejecución, para impedir ésta; si agotados todos estos medios, el auto quedare incumplido, se
puede solicitar el auxilio de la fuerza pública (art. 143, en relación con el 111, de la Ley de
Amparo).
Como se ve, la ley establece un orden de medidas para que el auto de suspensión
quede cumplido, y ya se comprende todo el tiempo que habrá que pasar (semanas y aun
meses) para llegar hasta la medida verdaderamente eficaz para aquel efecto, que es el
empleo de la fuerza pública. Esto no se aviene con la naturaleza de la suspensión, que
requiere un cumplimiento inmediato, dado al fin que persigue. En nuestro concepto, el juez
federal deberá tener mayor amplitud de acción para hacer respetar sus determinaciones.
Tratándose de la libertad personal, la ley está en lo justo al disponer que si se
desobedece el auto que manda poner en libertad al quejoso, puede el juez de Distrito
ordenar directamente esa libertad al encargado de la prisión en que aquel se encuentre.
Contra la decisión que el juez federal dicte en el que hemos llamado incidente de
queja, procede el recurso de queja ante el Tribunal Colegiado de Circuito, de acuerdo con el
trámite que tiene este recurso.

179
180
CAPÍTULO DECIMOPRIMERO

JURISPRUDENCIA.

Se define de diversos modos la jurisprudencia. Justiniano la definía diciendo que era


el conocimiento de las cosas divinas y humanas, la ciencia de lo justo y de lo injusto. Según
otra definición, la jurisprudencia es el hábito práctico de interpretar rectamente las leyes y de
aplicarlas a los casos que se presentan. Se llama también jurisprudencia a los principios que
en cada país, o en cada tribunal, se aplican en materia de Derecho, esto es, la costumbre
adquirida de juzgar de manera determinada en cada negocio y la serie de sentencias que
forman un criterio sobre un punto determinado de Derecho.
Es en este sentido en el que se emplea comúnmente dicha palabra, entendiéndose
que existe jurisprudencia sobre determinado punto de interpretación cuando ha habido una
serie de sentencias uniformes sobre la manera de aplicar la ley. El número de ejecutorias
que se requieren para que exista una jurisprudencia definida, depende de lo que sobre el
particular disponga la ley de cada país.
La jurisprudencia definida es obra de un Tribunal Supremo, que entre nosotros, y por
lo que respecta a la interpretación de la Constitución y de las leyes federales, es la Suprema
Corte de Justicia. 41
El objeto de la jurisprudencia es uniformar el criterio de los tribunales inferiores en la
aplicación de leyes, que se prestan a interpretaciones dudosas, a fin de evitar la anarquía en
las decisiones judiciales; pero ni éste es su único objeto, ni es el más importante.

41
NOTA: Conforme al decreto d 26 de diciembre de 1967, publicado en el Diario Oficial de 30 de abril de 1968, se estableció
en el artículo 193 bis que los Tribunales Colegiados de Circuito tienen también facultad para establecer jurisprudencia. En
efecto, dicho precepto textualmente dice:
“La jurisprudencia que establezcan los Tribunales Colegiados de Circuito en materia de su competencia exclusiva, es obligatoria
para los mismos Tribunales, así como para los Juzgados de Distrito, Tribunales Judiciales el fuero común, Tribunales
Administrativos y del Trabajo que funciones dentro de su jurisdicción territorial.
“Las ejecutorias de los Tribunales Colegiados de Circuito constituyen jurisprudencia, siempre que lo resuelto en ellas se
sustente en cinco ejecutorias no interrumpidas por otra en contrario y que hayan sido aprobadas por unanimidad de votos de los
magistrados que los integran.”

181
Las leyes, por sabias que sean, no pueden prevenir todas las situaciones que la vida
ordinaria presenta; el legislador no puede sino fijar principios generales de Derecho, sin
descender a detalles que pueden surgir en cada caso concreto. “Las necesidades de la
sociedad son tan varías ─decía Portalis─, el comercio entre los hombres es tan activo, sus
relaciones tan extensas, que es imposible al legislador preverlo todo”. Por otra parte, en el
rodar de la vida, nuevas exigencias económicas surgen, cambios sociales se operan,
sistemas que se desconocían se imponen con la fuerza que tiene lo que debe ser, las
costumbres cambian y, con ella, los conceptos normales, y en esta continua trasformación
de los acontecimientos, la aplicación de una determinada norma positiva, que no puedo
haber previsto todas esas trasformaciones, puede dar lugar a decisiones notoriamente
injustas. La jurisprudencia viene entonces en auxilio de la ley, para llenar sus lagunas, para
armonizarla con las trasformaciones que se han operado en el seno de la sociedad, para
interpretarla, en fin, de manera que llene su misión. En este sentido, la jurisprudencia
coopera en la creación del Derecho, y es en esta función creadora en donde radica su capital
importancia.
Esta importancia de la jurisprudencia, como fuerza creadora del Derecho, no ha sido
puesta de relieve sino en los últimos tiempos. Los doctrinistas de la Escuela Exegética
rechazaban la idea de que la función judicial pudiera influir en la formación del Derecho;
imbuidos en las doctrinas de Montesquieu sobre la diversión de poderes, consideraban que
solamente al legislador correspondía la formación del Derecho y que el Poder Judicial no
tenía otra función que la de aplicar mecánicamente la ley. Para Prouhdon, Domolombe,
Aubry, Laurent, Mourlon y, en general, para todos los juristas de fines del siglo XVIII y
principios y mediados del XIX, todo el Derecho estaba refundido en los Códigos; no había
para ellos más que un Derecho, el Derecho Positivo, y la misión del jurista no era otra que la
de interpretar la ley, tanto en su espíritu, como en su letra, admitiéndose, a lo sumo, que tal
interpretación se hiciera con una extensa aplicación de sus principios y el más completo
desenvolvimiento de sus consecuencias, pero ello solo atendiendo a la ley misma; el
interprete, decían, no tiene por misión hacer el Derecho, porque este ya está hecho y aquel
solo debe aplicarlo. Para los juristas de aquella Escuela, la aplicación de la ley no venía a ser
otra cosa que un silogismo, en el que determinada la norma positiva adecuada y concretado
el hecho, el fallo no debía ser más que la consecuencia del razonamiento silogístico.
Pensaban los representantes de dicha Escuela que para cada controversia había una regla
fija y cierta que el juez debía aplicar casi automáticamente, y de acuerdo con estas ideas,
sostenían que la labor del Poder Judicial se limitaba, aun en los casos difíciles, a descubrir la

182
ley aplicable; la iniciativa judicial para buscar la flexibilización de la ley, para adaptarla a
nuevas corrientes innovadoras, estaba absolutamente prohibido. La ley y sólo la ley,
clamaban aquellos juristas.
El pensamiento jurídico contemporáneo está en pugna con estas doctrinas; muy
pocos son ya los tratadistas que piensan que la función juridicial consista solamente en la
relación de un proceso deductivo; la insuficiencia de la ley para resolver todos los casos que
en la práctica se presentan, esta universalmente reconocida, y ante la imperiosa necesidad
que hay de administrar justicia, se admite que sea la función judicial la que llene las lagunas
de la ley; se piensa que la ley es un regalo abstracta, a la que el juez le da vida, al aplicarla a
un caso concreto, realizando de esta manera una función complementaria en la formación
del Derecho; en una palabra, se reconoce que el Poder Judicial, al llenar las lagunas de la
ley, al aplicarla en forma que satisfaga las exigencias sociales, coopera con el Poder
Legislativo en la formación del Derecho, y de que ello es verdad, tenemos ejemplos en
nuestra propia legislación. Para no referirnos más que al Derecho Constitucional Mexicano,
vamos a presentar dos casos: el de la fracción II del artículo 11 de la Ley Orgánica del Poder
42
Judicial de la Federación, y la reforma introducida al artículo 107 constitucional, que,
equiparando los laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje a las sentencias dictadas en
los juicios civiles, sometió aquellos al mismo tratamiento que estas, en lo que respecta a
procedencia del amparo y a la competencia para conocer de él.
Estas recientes innovaciones legislativas 43 tienen su origen en precedentes judiciales
establecidos en ejecutorias de la Suprema Corte de Justicia. Se recordará que, cuando nos
ocupamos de la naturaleza, objeto y alcances del amparo, nos referimos a la deficiencia
señalada por el constitucionalista don Emilio Rabasa, en el sistema adoptado por la
Constitución, respecto de la falta de remedio para mantener el equilibrio de los Poderes a
que se refieren las fracciones II y III del artículo 103, ya que, por exigencia de dicho sistema,
ese equilibrio sólo estaba garantizado cuando la invasión de la soberanía de la Federación
por los Estados, o de éstos por aquella, se traducía en la violación de una garantía individual,
quedando fuera del cuadro de protección de la ley tales invasiones, cuando no concurría
aquella circunstancia.
En el año de 1932 se presento a la consideración del Pleno de la Suprema Corte un
caso de invasión de soberanías propuesto por la entidad federativa afectada. El Gobierno del
Estado de Oaxaca expidió, en 13 de febrero de 1932, una ley sobre dominio y jurisdicción de

42
NOTA: Se hace referencia a la reforma publicada en el Diario Oficial de la Federación de fecha 19 de febrero de 1951.
43
NOTA: Las innovaciones legislativas a que se alude, corresponden a las introducidas a la Ley de Amparo en el año 1951.

183
monumentos arqueológicos que existan en el territorio de dicho Estado. La Federación,
considerando que esa ley invadía su soberanía, demando su nulidad, y la Suprema Corte
admitió su competencia para conocer del asunto, dictado sentencia favorable a la
Federación. En rigor, la Corte no tenía esa competencia dentro de la aplicación estricta de
los textos constitucionales; pero al admitirla, sentó un precedente que le sirvió al legislador
para formular la fracción II del artículo 11 de la Ley Orgánica del Poder Judicial de la
Federación, y de esta manera contribuyo a hacer desaparecer la deficiencia antes indicada.
En cuanto a la reforma constitucional referente a la equiparación entre los laudos de
las Juntas de Conciliación y Arbitraje y las sentencias dictadas en lo civil, por los Tribunales,
el legislador tuvo en cuenta la jurisprudencia constante de la Suprema Corte, sobre su
competencia para conocer de conflictos entre aquellas juntas y los tribunales del orden
común, ya que esta competencia tenía como base el considerar que las Juntas de
Conciliación y Arbitraje no eran autoridades propiamente administrativas.
Podríamos multiplicar los casos; pero basta con los expuestos, para hacer resaltar la
importancia que en nuestro régimen jurídico tiene la jurisprudencia como creadora del
Derecho, importancia que se destaca con la lectura de la fracción XIII del artículo 107 de la
44
Constitución que encomienda a la ley reglamentaria respectiva, la determinación de los
casos en que debe considerarse obligatoria la jurisprudencia de la Suprema Corte en materia
de amparo.
La jurisprudencia, al cooperar en la formación del Derecho, obra lentamente, a base
de continuas rectificaciones que la depuran y perfeccionan; en este sentido tiene, si se
quiere, más importancia que la labor propiamente legislativa.
Por otra parte, la ley persigue, entre otros propósitos, el de dar seguridad y certeza a
las relaciones sociales; pero al lado de este propósito existe el afán de cambio progresivo, de
mejoramiento y adelanto; la ley, por su situación estática, difícilmente puede realizar ambos

44
NOTA: La fracción XII del artículo 107 de la constitución, fue reformada por decreto de 19 de junio de 1967, publicado en el
Diario Oficial de la Federación de 25 e octubre del mismo año, en los términos siguientes:
“Cuando los Tribunales Colegiados de Circuito sustenten tesis contradictorias en los juicios de amparo de su competencia, los
mismos de la Suprema Corte de Justicia, el Procurador General de la República, los mencionados tribunales o las pates que
intervinieron en los juicios en que dicha tesis fueron sustentadas, podrán denunciar la contradicción ante la Sala que
corresponda, a fin de que decida cual tesis debe prevalece.
“Cuando las Salas de la Suprema Corte de Justica sustenten tesis contradictorias en los juicios de amparo materia d su
competencia, cualquiera de esas Salas, el Procurador General de la República o las partes que intervinieron en los juicios en
que tales tesis hubieran sido sustentadas, podrán denunciar la contradicción ente la Suprema Corte de Justicia, que
funcionando en pleno decidirá cual tesis debe prevalecer.
“La resolución que pronuncien las Salas o el Pleno de la Suprema Corte en los casos a que se refieren los dos párrafo
anteriores, solo tendrá el efecto de fijar la jurisprudencia y no afectara las situaciones jurídicas concretas derivadas de las
sentencias dictadas en los juicios en que hubiese ocurrido la contracción, y”

184
propósitos; la función judicial, en su continuo contacto con las transformaciones que la vida
social impone, viene en ayuda de la ley, interpretando en la forma de hacerla accesible a
esas trasformaciones y abriendo nuevo horizontes, quizás no sospechados por el legislador;
pero para que la jurisprudencia llene su misión, es necesario que sea los suficientemente
maleable, lo suficientemente flexible, para que dentro de ella puede caber el mayor número
de casos posibles. 45
De acuerdo con estos postulados, la reglamentación de la jurisprudencia debe
armonizar, hasta donde sea posible, el propósito de certeza y seguridad con el afán de
mejoría y perfeccionamiento.
Vamos a ver si nuestra legislación sobre el particular corresponde a dichos
propósitos.
La reglamentación de la jurisprudencia está formulada en el Capitulo Único, Título
Cuartó, de la Ley de Amparo, d acuerdo con los siguientes principios: 46

45
Recasens Siches. “Nueva filosofía de la interpretación del Derecho”
46
NOTA: El Capitulo Único del Título Cuarenta de la Ley de Amparo, fue reformado y adicionado sustancialmente por decreto
publicado en el Diario Oficia de la Federación de 30 de abril de 1968, habiéndose introduciendo principios distintos a los de la
Ley anterior. por tal motivo, se reproducen a continuación los preceptos correspondientes a la jurisprudencia en materia de
amparo:
Art. 192. La jurisprudencia que establece la Suprema Corte de Justicia funcionando en pleno sobre interpretación de la
Constitución, leyes reglamentos federales o locales y tratados internacionalmente celebrados por el Estado mexicano, es
obligatorio tanto para ella como para las salas que la componen, los Tribunales Unitarios y Colegiados de Circuito, Juzgados de
Distrito, Tribunales Militares y Judiciales del Orden común de los Estados y Territorios Federales y Tribunales Administrativos y
del Trabajo, locales o federales.
Las ejecutorias de la Suprema Corte de Justicia funcionado en pleno constituyen jurisprudencia, siempre que lo resuelto en
ellas se sustente en cinco ejecutorias no interrumpidas por otra en contrario y que haya sido aprobadas por lo menos por
catorce mimitos.
Art. 193. La jurisprudencia que establezca las salas de la Suprema Corte de Justicia sobre interpretación de la Constitución,
leyes federales o locales y tratados internacionales celebrados por el Estado mexicano, es obligatorio para las mismas salas y
para los Tribunales Unitarios y Colegiados de Circuito; Juzgados de Distrito; Tribunales Militares y Judiciales del orden común
de los Estados, Distrito y Territorios Federales y Tribunales Administrativos y del Trabajo, locales o federales.
Las ejecutorias de las salas de la Suprema Corte de Justicia constituye jurisprudencia, siempre que lo resuelto en ellas se
sustente en cinco ejecutorias no interrumpidas por otra en contrario y que hayan sido aprobadas por lo menos por cuatro
ministros.
Art. 193 Bis. La jurisprudencia que establece los Tribunales Colegiados de Circuito en materia de su competencia exclusiva, es
obligatoria para los mismos Tribunales, así como para los Juzgados de Distrito, Tribunales Judiciales del fuero común,
Tribunales Administrativos y del Trabajo que funcionen dentro de su jurisdicción territorial.
Las ejecutorias de los Tribunales Colegiados de Circuito constituyen jurisprudencia, siempre que lo resuelto en ellas se sustente
en cinco ejecutorias no interrumpidas por otra en contrario y que haya sido aprobadas por unanimidad de votos de los
magistrados que los integran.
Art. 194. La jurisprudencia se interrumpe dejando de tener carácter obligatorio, siempre que se pronuncie ejecutoria en contrario
por catorce ministros, si se trata de la sustentada por el pleno; por cuatro, si es de una sala, y por unanimidad de votos
tratándose de la de un Tribunal Colegiado de Circuito.
En todo saso, en la ejecutoria respectiva deberán expresarse las razones en que se apoye la interrupción, las cuales se referían
a las que se tuvieron en consideración para establecer la jurisprudencia relativa.
Para la modificación de la jurisprudencia se observarán los mismos regalas establecidas por esta ley, para su formación.
Art. 195. Cundo las salas de la Suprema Corte de Justicia sustenten tesis contradictorias en los juicios de amparo matera de su
competencia, cualquiera de las esas salas, el Procurador General de la República o las partes que antevinieron en los juicios en
que tales tesis hubieran sido sustentadas, podrán denunciar la contradicción ante la misma Suprema Corte de Justicia, la que
decidirá funcionando en pleno, qué tesis debe observarse. Cuando la denuncia no haya sido hecha por el Procurador General
de la República, deberá siempre ofrecer a ésta, para que exponga su parecer, por sí o por conducto del agente que al efecto
designara.
La resolución que se dicte no afectará las situaciones jurasicas concretas derivadas de las sentencias contradictorias en el juicio
en que fueran pronunciadas.

185
I. El órgano supremo para establecer la jurisprudencia es la Suprema Corte de
Justica, ya sea funcionando en Pleno, ya lo sea en Salas.
II. Sólo puede ser materia de jurisprudencia las interpretaciones de la
Constitución, de las leyes federales y de los tratados celebrados con las potencias
extranjeras.
III. La jurisprudencia que establezca la Suprema Corte, funcionando en Pleno, es
obligatoria para ella, para las Salas que la componen para los Tribunales Colegiados y
Unitarios de Circuito, para los jueces de Distrito, para los Tribunales de los Estados, Distrito y
Territorios Federales, y para las Juntas de Conciliación y Arbitraje.
IV. La jurisprudencia que establecen las Salas de la Suprema Corte es obligatoria
para ellas mismas y para todas las autoridades mencionadas en el párrafo anterior, con
excepción de la Suprema Corte cuando funciona en Pleno.
V. Para que haya jurisprudencia en las ejecutorias pronunciadas por el Pleno de
la Suprema Corte, son necesarias cinco ejecutorias en determinado sentido, no
interrumpidas por otra en contrario, y que hayan sido aprobadas, por lo menos, por catorce
ministros.
VI. Para que haya jurisprudencia en las ejecutorias de las Salas, son necesarias
cinco ejecutorias en determinado sentido, no interrumpidas por otra en contrario, que hayan
sido aprobadas, por lo menos, por cuatro ministros.
VII. La facultad del Pleno de la Suprema Corte para establecer jurisprudencia es,
primordialmente, para los asuntos de su competencia; pero tiene también esa facultad en
relación con asuntos de la competencia de las Salas, cuando haya contradicción en las tesis
de éstas.
VIII. Respecto de las Salas, es lo mismo; tiene la facultad de establecer
jurisprudencia primordialmente, en asuntos de su competencia; pero cuando los Tribunales
Colegiados de Circuito sustenten tesis contradictorias, la Sala que corresponde tiene la
facultad de establecer jurisprudencia en negocios que son de la competencia de los
Colegiados.

Art. 195 Bis. Cuando los Tribunales Colegiados de Circuito sustenten tesis contradictorias en los juicios de amparo materia de u
competencia, los ministros de la Suprema Corte de Justica, el Procurador General de la República, los mencionados Tribunales,
o las partes que intervinieron en los juicios en que tales hubieran sido sustentadas, podrán denunciar la contracción ente la sal
correspondiente de la Suprema Corte de Justica, la que decidirá que tesis debe prevalecer. Cuando la denuncia no haya sido
hecha por el Procurador General de la República, deberá siempre oírse a éste, para que exponga su parecer, por si o por
conducto del agente que el efecto designara. Sin embargo, cuando algún Tribunal Colegiado de Circuito estime, con vista de un
caso concreto, que hay rezones graves para dejar de sustentar las tesis, las dará a conocer a las salas que haya decidido las
contradicciones y establecido las tesis, para que las ratifiquen o no.

186
IX. La jurisprudencia establecida puede siempre interrumpirse o modificarse; se
interrumpe cuando se pronuncia una ejecutoria en sentido contrario, por catorce ministros, si
se trata del Pleno, o de cuatro ministros, si se trata de alguna de las Salas.
X. Es necesario, para que la modificación surta efectos, que se expresen las
razones que se tienen para variar la jurisprudencia establecida, en relación con las que se
tuvieron presentes para establecerla.
XI. Cuando las Salas de la Suprema Corte sustenten tesis contradictorias,
aquéllas o el Procurador General de la República, puede denunciar la contradicción al Pleno,
para que éste decida la tesis que debe prevalecer; esa tesis es susceptible de modificarse
por el propio Pleno.
XII. Cuando la contradicción sufra de resoluciones dictadas por los Tribunales
Colegiados de Circuito, cualquier ministro de la Suprema Corte, los propios Tribunales o el
Procurador General de la República, puede denunciar la contradicción a la Sala
correspondiente, para que decida cuál de la tesis es la que debe subsistir. Tal tesis será
susceptible de modificarse por la propia Sala.
XIII. La jurisprudencia establecida, o la que se modifique, debe hacerse del
conocimiento del público, por medio del Semanario Judicial de la Federación.
Esta reglamentación adolece de defectos, inconsecuencias y deficiencias que vamos
a señalar.
Excluye a las autoridades administrativas de la obligación de respetar la
jurisprudencia; para ellas, la jurisprudencia es letra muerta, no tiene la obligación de
obedecerla; si se pregunta qué razón hay para ello, no se podrá encontrar ninguna
satisfactoria; por el contrario, las hay en abundancia para sostener que, en nuestro medio,
son principalmente las autoridades administrativas las que necesitan un mayor control en sus
actuaciones; además, si es el Poder Judicial Federal, representado en su más alta jerarquía
por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el supremo interprete de la Constitución y de
las leyes federales, si es el órgano que está encargado de velar por la conservación del
régimen constitucional, no hay razón ninguna para que sus decisiones, reiteradas por una
serie de ejecutorias que forman jurisprudencia, no sea obligatorias para todos los Poderes.
La exclusión solo puede explicarse como un deseo de dejar manos libres en sus actuaciones
a los Poderes Legislativo y Ejecutivo; pero al hacerse así, se le resta respetabilidad al Poder
Judicial y se desconoce la función que tiene en nuestro régimen constitucional, de ser el
órgano regulador de los demás poderes.

187
El muy loable deseo de uniformar la jurisprudencia rompe, en el sistema establecido
por la ley, los principios sobre competencia, pues, para satisfacer aquel propósito, atribuye al
Pleno competencia para conocer de casos que son del conocimiento de las Salas, y a éstas
para conocer de los que son de la competencia de los Tribunales Colegiados de Circuito.
Cierto que la ley establece que la resolución que se dicte será solamente para fijar la tesis-
jurisprudencial que deba prevalecer, sin que pueda afectar las situaciones jurídicas creadas
por las sentencias contradictorias en el juicio en que se hubieren pronunciado; pero esto no
le quite fuerza a nuestra objeción, ni evita los inconvenientes del sistema, pues si la
jurisprudencia es el resultado del análisis de diversas situaciones jurídicas concretas; si se
forma a través de la experiencia que proporciona el examen de esas situaciones no es ni
jurídico, ni conveniente que en casos contradictorios la fije con fuerza de obligatoriedad un
Tribunal que no está en condiciones de conocer y valorar todas esas situaciones, por razón
del campo de acción en que opera.
El sistema de la ley, por otra parte, hace perder a la jurisprudencia su principal virtud,
que es la de la modificabilidad para adaptar a nuevas situaciones o para rectificar errores, en
busca de su perfeccionamiento; en otras palabras, el sistema produce el efecto de congelar
la jurisprudencia, pues adquiriendo fuerza de obligatoriedad la tesis que debe prevalecer
entre dos contradictorias, no habrá manera de modificar aquella tesis, pues resuelta la
contradicción en determinado sentido, las Salas de la Corte o, en su caso, los Tribunales
Colegiados de Circuito, tendrán que obedecer la tesis escogida y no podrá, normalmente,
presentarse la oportunidad de que ésta se modifique; de manera que, aunque la ley
establezca que el Pleno o, en su caso, la Sala correspondiente, están facultados para
reformar la jurisprudencia que hayan establecido al resolver entre dos jurisprudencias
contradictorias, ello no podrá nunca ser, a menos de que se empleen subterfugios para
provocar una nueva intervención de aquellas autoridades, con miras a buscar una
modificación de la jurisprudencia establecida.
El propio sistema da lugar, además a esta interrogación: ¿Qué sucederá si el Pleno
de la Suprema Corte, o la Sala correspondiente de la misma, al revisar dos tesis
contradictorias, no acepta ninguna de ellas? ¿Deberá establecer otra tesis distinta e
imponerla con fuerza obligatoria? El caso puede presentarse y no adivinamos la solución
que debe recibir.
Muy loable es que se busque la certeza y seguridad en la jurisprudencia pero si por
llegar a este resultado se producen los inconvenientes que hemos señalado, preferible es
que subsistan las tesis contradictorias, en espera de que la meditación, en presencia de

188
nuevos casos concretos, la doctrina de los juristas y el razonamiento bien dirigido, hagan
cambiar el criterio que preside a la tesis errónea.
Pero además de los inconvenientes señalados, existe otro en la reglamentación de la
jurisprudencia, que entraña un verdadero problema en lo que respecta principalmente a la
suspensión, que es la materia de este trabajo.
Ese problema es el siguiente: existe en el Semanario Judicial de la Federación una
copiosa jurisprudencia en materia de suspensión, que se ha formado en los cuarenta y
47
tantos años que tiene de vigencia la Constitución de 1917; en el sistema de competencias
establecido por las reformas constitucionales, la facultad para conocer de la revisión de los
autos de suspensión dictados por los jueces de Distrito, dejó de pertenecer a la Suprema
Corte, para ser del conocimiento de los Tribunales Colegiados de Circuito, y éstos, conforme
a la ley, tienen la obligación de obedecer la jurisprudencia de la Suprema Corte; en esas
condiciones resulta, ateniéndonos a la estricta aplicación de las reformas hechas, que la
jurisprudencia en materia de suspensión tiene un carácter estático; es una jurisprudencia
congelada, por falta de órgano jurisdiccional que la pueda modificar, y esto es tanto más
grave, cuando que es precisamente en aquella materia en donde precisa mas hacer una
rectificación de los criterios establecidos en beneficio, principalmente, del prestigio del
amparo.
Lo lógico hubiera sido que, al haber pasado a los Tribunales Colegiados de Circuito
asuntos que eran de la competencia de la Suprema Corte, se hubiera revestido a aquellos de
las mismas facultades que esta tenia, y que, de conformidad con ello, en las normas
reguladoras de la jurisprudencia se hubiera reconocido a los expresados Tribunales la
facultad de establecer la suya; pero no fue así, y ante el problema que la deficiencia de la ley
presenta, precisa buscar una solución.
Esta solución debe buscarse en el concepto, jurídico de la jurisprudencia, en las
condiciones en que opera, en sus características, de acuerdo con los textos legales que la
reglamentaran, y si de este examen resulta que, por virtud de las reformas constituciones

47
NOTA: Según se desprende de la nota anterior, la ley vigente le otorga facultades a los Tribunales Colegiados de Circuito
para establecer jurisprudencia en materia de su competencia exclusiva, en los términos del artículo 193 bis.
La resolución que se dicte, no afectará las situaciones jurídicas concretas derivadas de las sentencias pronunciadas en los
juicios en que hubiere ocurrido la contradicción.
Art. 196. Cuando las partes invoquen en el juicio de amparo la jurisprudencia de la Suprema Corte o de los Tribunales
Colegiados de Circuito, lo harán por escrito, expresando el sentido de aquella y designando con precisión las ejecutorias que la
sustenten.
Art. 197. Las ejecutorias de amparo y los votos particulares de los ministros y de los magistrados de los Tribunales Colegiados
de Circuito, que con ellas se relacionen, se publicaran en el Semanario Judicial de la Federación siempre que se trate de las
necesarias para constituir jurisprudencia o para contrariarla, así como aquellas que la corte funcionado en pleno, las salas o los
citados tribunales, acuerden expresamente.

189
hechas, las tesis consideradas hasta ahora como jurisprudenciales, no reúnen aquellas
características, ni satisfacen los propósitos del legislador, no podrán ya estimarse como
formando jurisprudencia y, por lo tanto, carecerán de obligatoriedad.
De acuerdo con los principios regulados de la jurisprudencia que antes expusimos,
dos son las condiciones que aquella debe tener para considerarse como tal y para tener
fuerza obligatoria: ser el resultado de cinco ejecutorias no interrumpidas, dictadas por un
mínimo de ministros, y ser modificable; la primera condición es más bien de forma; la
segunda es de fondo, porque es la que la diferencia de la ley; si la jurisprudencia tuviera el
carácter estático que tiene la ley (entendiéndose este calificativo en términos hábiles), se
confundiría con ésta, produciéndose un rompimiento en el principio de división de Poderes
en que descansa nuestro régimen constitucional; esto independientemente de que aquélla
no llenaría su función; una jurisprudencia estática, inmodificable, no es propiamente
jurisprudencia. Pues bien, al haber desaparecido, por virtud de los cambios introducidos en
el régimen de competencias, el órgano que podía modificar la jurisprudencia establecida, y al
no haber sido sustituido por otro órgano, aquélla dejo de tener el carácter de jurisprudencia,
y por lo tanto, perdió su fuerza obligatoria. Admitir lo contrario sería otorgar a la
jurisprudencia sobre suspensión, que es la materia de nuestro estudio, un estaticismo que ni
siquiera la ley tiene, pues ésta puede ser derogada, en tanto que aquella tendría un carácter
de invariabilidad absoluta, por falta de órgano que la pudiera modificar.
Consecuencia de lo anterior es que los jueces de Distrito, en los casos de
suspensión, no estarán sujetos a regla ninguna jurisprudencial para dictar sus resoluciones,
debiendo dictarlas de acuerdo con su propio criterio; en las mismas condiciones estarán los
Tribunales Colegiados de Circuito, al revisar las decisiones de aquellos, siendo esos propios
Tribunales los que deberán formar una nueva jurisprudencia, que tendrá un simple valor
doctrinal y que sólo podrá ser obligatoria cuando, surgiendo una contradicción en las tesis
sustentadas por dos o más Tribunales Colegiados de Circuito, se provoque la intervención
de la Suprema Corte para decidir cuál es la tesis que debe prevalecer.
Esta nos parece ser la única solución legal; pero confesamos que no es la más
conveniente pues significa la anulación de todo un trabajo de más de cuarenta años en la
formación de una jurisprudencia que, aunque errónea en nuestro concepto, en muchos
puntos no deja de ser respetable; además, la solución que proponemos introduciría la
anarquía en la aplicación de la Ley. Lo razonable sería mantener la jurisprudencia existente,
atribuyendo a los Tribunales Colegiados de Circuito, como sucesores de la Suprema Corte,
en los casos de que esta ha dejado de conocer, la facultad de modificar aquélla; pero en

190
presencia de los textos de la ley, esta solución no tendría ningún apoyo jurídico, en virtud de
que los Tribunales Colegiados de Circuito carecen de competencia para establecer una
jurisprudencia obligatoria, además de que están ligados por el principio de obediencia a la
jurisprudencia de la Suprema Corte.
Urge, en nuestro concepto la intervención del legislador para resolver este arduo
problema. 48

48
NOTA: Conforme se ha expresando, en el año 1968 el legislador modifico sustancialmente el capítulo relativo a la
jurisprudencia, habiendo establecido, como se ha dicho en notas anteriores, la facultad de los Tribunales Colegiados de Circuito
para sentar jurisprudencia en aquellos asuntos que sean materia de su competencia exclusiva.

191
192
APÉNDICE

193
194
I

DE LA SUSPENSIÓN CON EFECTOS


DE AMPARO PROVISIONAL

Estudio leído por su autor la noche del 14 de Noviembre de


1956, en la primera sesión del ciclo de conferencias
organizado por el Instituto Nacional del Amparo.

195
196
Debo comenzar por expresar mis agradecimientos a la Directiva del Instituto Nacional
de Amparo por el honor inmerecido que me ha hecho de invitarme para formar parte del
grupo de ilustres conferencistas que llenan este ciclo de conferencias.
Consciente de mis escasos méritos para tan alto honor, no he vacilado, sin embargo,
en aceptar la invitación, dado los altos, nobles y patrióticos fines que se persiguen.
Como ha dicho un eminente constitucionalista, don Mariano Azuela, el Amparo nos
une a todos los mexicanos en el pasado, en el presente y en el futuro; evoca las cruentas
luchas que en aras de la libertad han ensangrentado en más de una ocasión el suelo patrio,
la tragedia que ha vivido la familia mexicana, y al recuerdo de todo este pasado, triste pero
fructífero en enseñanzas, nos sentimos unidos por un mexicanismo que vibra en lo más
profundo de nuestro ser.
El amparo no es para nosotros solamente una institución jurídica, es mucho más que
eso; al influjo de esa palabra mágica sentimos que no somos miserables celdillas del
conglomerado social, sino hombres con todos los atributos de la dignidad humana; es el
Amparo el que nos recuerda lo que somos y no lo que quieren que seamos; por eso lo
amamos, por eso lo sentimos como formando parte de nuestro propio ser; como con frase
vigorosa a dicho Azuela, el Amparo es sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne.
Decir Amparo es decir libertad, igualdad, respeto a la dignidad humana, en una
palabra, es decir México, porque a pesar de las vicisitudes que hemos pasado, a pesar de
las ideas innovadoras que han hecho vacilar los cimientos en que descansan los principios
que nos legaron nuestros antepasados, todavía conservamos aquella venerada institución, al
abrigo de la cual sentimos que aún somos hombres libres, que aún late en nuestra
conciencia el sentimiento de nuestra propia dignidad. ¡Desgraciado México el día que se
sustituya en nuestra Constitución el Capítulo de garantías individuales por el de garantías
sociales! ¡Desgraciado México el día que el Amparo se transforme en un recurso para
proteger los llamados derechos de la sociedad!
Para evitar que esto nunca suceda, es preciso laborar en pro de la fortificación del
Amparo; escudriñar sus lacras para aplicarles el bálsamo de la virtud; exponer con valentía
las deficiencias de que adolece y buscar las formulas precias para hacer de esa Institución

197
un baluarte contra los ataques a la dignidad humana. Todo ello es hacer obra patriótica, a la
que todos los mexicanos estamos obligados, y esto, y solamente esto, lo que justifica mi
presencia en esta tribuna.
Con miras a dichos propósitos va encaminado el presente estudio, que someto a la
consideración de los doctos juristas que integran el Instituto del Amparo y, en general, a todo
el Foro de México, como una humilde cooperación en pro de la dignificación de nuestro
Juicio Constitucional.
Desde que elaboré, hace años, un modesto trabajo sobre la Suspensión –del que
ahora está en prensa una segunda edición adaptada a la legislación vigente–, advertí la
necesidad de imprimir nuevas orientaciones al criterio aplicado por la jurisprudencia de la
Suprema Corte sobre tan importante materia, por estimar que, lejos de armonizar con los
fines del amparo, suscitaba incoherencias, contradicciones y absurdos que mermaban la
dignidad del juicio constitucional, ya facilitando a los particulares su explotación, como
recurso para eludir temporalmente la aplicación de la ley, ya estimulando a las autoridades
para consumar rápidamente la violación de garantías constitucionales, con frustración de los
efectos del amparo.
En aquel estudio, como en el que pronto saldrá a la luz, me esfuerzo por poner de
relieve la falsedad del principio en que pretende sustentarse dicho criterio, a saber: el de que
la suspensión no puede ni debe producir los efectos del amparo; si tal criterio es justificado
en cuanto impide a la suspensión nulificar el acto reclamado, porque esto es efecto exclusivo
de la sentencia que se pronuncie en el juicio, pierde toda justificación si se aplica como un
obstáculo para mantener al quejoso en el goce de la garantía violada, mientras el amparo
esté en curso de tramitación; claro que la suspensión no opera sobre el acto en sí mismo,
más sí sobre sus consecuencias, que son en rigor las que perjudican al quejoso. Si el
amparo persigue finalidades eminentemente prácticas, el quejoso debe recibir sus
beneficios, por obra de la suspensión, que en cierto sentido debe anticipar la protección que
requiere el que interpone el juicio constitucional. La violación de una garantía implica
desquiciamiento social por ruptura del orden constitucional, y el amparo, instituido para
mantener ese orden, debe prever a un inmediato remedio; pierde la suspensión su sentido si
mediante ella se aplaza el cumplimiento de actos constitucionales o no logra impedir la
ejecución de actos inconstitucionales; si el fin del amparo es restablecer el equilibrio
constitucional, amenazado por la ejecución de un acto violatorio de la Suprema Ley del país,
la suspensión debe coordinarse a tal propósito; en una palabra, debe producir efectos de
amparo provisional. Las certera intuición popular, que califica las cosas con visión realista de

198
los hechos, despojada de prejuicios jurídicos y de tecnicismos bizantinos, ha entendido mejor
que nuestros juristas la verdadera naturaleza de la suspensión, al considerar que la persona
que la ha obtenido está ya “amparada” por la ley.
La no aceptación del principio de que la suspensión obra a modo de amparo
provisional ha llevado a nuestros legistas a reglamentar aquélla, sujetando su procedencia a
reglas que no se avienen a los fines del amparo. En efecto, fuera de los casos de la
suspensión de oficio, en los que ésta sí llena sus fines, la procedencia de la suspensión se
subordina a estos tres requisitos: petición del agraviado; perjuicios de difícil reparación para
éste, y falta de perjuicio al interés social o de contravención a disposiciones de orden
público; satisfaciéndose estos tres requisitos, ya que por sí son de aplicación muy elástica, y
que, por serlo, dan lugar a las más contradictorias resoluciones, de las que está plagado el
Semanario Judicial de la Federación, la suspensión debe concederse respecto de actos que
tengan toda la apariencia de constitucionalidad; si esos requisitos no se reúnen, la
suspensión debe negarse, aunque se trate de un acto manifiestamente inconstitucional; en
un caso, se paralizan con perjuicio del interés social (mismo que se trata de salvaguardar por
el legislador en la fracción II del artículo 124 de la Ley de Amparo) los benéficos efectos de
una ley, de una disposición gubernativa, o de un acto de la autoridad, dándose, además,
ocasiona a los particulares para que el amparo le sirva de pretexto para ponerse al margen,
aunque sea provisionalmente de la autoridad estatal, con lo que, naturalmente, se
quebrantan los principios de orden y respeto, que son la base de una sociedad bien
organizada; en el segundo caso, se prolonga por todo el tiempo que dura el juicio de
reclamación, la existencia de un acto conculcatorio de las garantías del quejoso; en uno y en
otro caso, el amparo deja de llenar sus fines.
A la sombra del principio de que la suspensión no tiene efectos restitutorios, por ser
éstos propios del amparo mismo, la jurisprudencia a formado una clasificación de actos
violatorios (actos ejecutados, no ejecutados, parcialmente ejecutados, actos de tracto
sucesivo, actos positivos y negativos, imperativos y prohibitivos), con lo que no ha hecho
sino embrollar la materia, dando lugar a decisiones contradictorias y contribuyendo con ello a
desnaturalizar el amparo, retándole seriedad, y más aún, haciendo de él un medio para que
las autoridades abusen del poder y para que los particulares se burlen de las disposiciones
gubernamentales.
En efecto, una jurisprudencia que se llama definida y que de tal no tiene más que el
nombre, porque está sujeta a innumerables excepciones, establece que contra los actos
ejecutados no procede la suspensión; consecuencia de esta jurisprudencia es que el

199
individuo a quien se le viola una garantía tiene que soportar durante el tiempo que dilata el
juicio, que puede ser de meses o años, la conculcación de sus derechos, pudiendo suceder,
lo que es frecuente, que cuando se le otorgue la protección de la Justicia Federal, ningún
interés tenga ya en ella; con lo que resultará que, por la falta de protección inmediata, el
amparo habrá dejado de llenar sus fines, y en esto aún en el caso de que el amparo
concedido todavía tenga interés para el quejoso, pues evidentemente no puede considerarse
protegido quien por meses o años ha tenido que sufrir la violación de sus derechos.
Pero aún hay más: sabiendo la autoridad responsable que la ejecución pondrá el acto
reclamado al margen de la protección constitucional, por lo menos temporalmente, se
apresurará a ejecutar su violatoria determinación antes de que el agraviado pueda ocurrir al
amparo, dándose lugar a casos bochornosos, que nos son producto de la fantasía, sino
realidades que todos hemos visto: derrumbes de bardas de un jardín privado durante la
noche, para la apertura de una calle, sin procedimiento legal alguno, ejecuciones de órdenes
judiciales al caer de la tarde, para despojar a una madre de sus pequeños hijos; ejecuciones
de órdenes de cateo en las mismas condiciones; secuestros llevados a cabo en Sábados
después de mediodía, esto es, después de que han terminado las labores de los Juzgados
de Distrito, para impedir la intromisión de éstos, principalmente cuando el secuestro requiere
tiempo para su completa ejecución. Todos estos actos, verdaderamente vergonzosos, se
ejecutan al amparo del principio de que la suspensión no puede tener efectos restitutorios, y
de este modo, dicho falso principio proporciona a las autoridades, y a los particulares en
connivencia con ellas, el modo de hacer nugatoria la protección de la suspensión.
En los casos en que la ejecución del acto violatorio se lleva a cabo en condiciones de
que el agraviado tenga la posibilidad de ocurrir oportunamente a un juez de Distrito, el
principio de que se trata provocará una competencia de carreras entre aquél y la autoridad, y
en esa competencia triunfará quien sepa desplegar mayor actividad. Esto, que ya de por sí le
resta seriedad al Juicio Constitucional, ofrecerá, dada la corrupción que predomina en el
ambiente burocrático, un campo propicio para el soborno y el cohecho, pues tanto el
presunto agraviado, como el tercero a quien favorezca el acto violatorio, emplearan toda
clase de medios ilícitos, el primero, para retardar la ejecución del acto; el segundo, para
apresurarla.
Por otra parte, el mencionado falso principio será un incentivo para que las
autoridades, sabiendo que la ejecución por sorpresa del acto violatorio priva al agraviado de
la protección inmediata, no se preocupen de las exigencias constitucionales, confiando, para
la subsistencia definitiva de la violación, en la fuerza que tienen los hechos consumados; de

200
este modo, el amparo no solamente no llena sus fines, sino ni siquiera llega a ser un medio
para ir educando a las autoridades en respeto a la ley, función ésta altamente cívica que,
como se ha dicho, bastaría por sí sola, para dar a aquél todo el prestigio que se merece.
La clasificación de los actos en positivos y negativos para considerar que solamente
los primeros puedan motivar la suspensión, se presta a iguales o parecidos comentarios.
Una persona, fundándose en el artículo 4° constitucional que consagra el principio de libertad
del trabajo, solicita permiso para abrir un comercio de los considerados lícitos, la autoridad
administrativa se lo niega, basándose en razones carentes de apoyo legal o fundándose en
reglamentos o leyes inconstitucionales, de las que hay buen número en nuestra legislación;
si esta persona pide amparo con la suspensión del acto, se le negará ésta con apoyo en la
regla de que la suspensión no tiene efectos restitutorios, que sólo pueden ser materia de la
sentencia de fondo; aquella persona, por todo el tiempo que dure el Juicio Constitucional, no
podrá abrir su comercio; no podrá dedicarse, como es su derecho, “al trabajo, oficio o
comercio que le acomode”, y viviendo dentro de un régimen constitucional, para él será letra
muerta la garantía que le otorga el artículo 4°, y cuando después de meses o de años se le
conceda el amparo, lo probable es que ya ningún interés tenga en la apertura del comercio
que solicitó, con lo que para él habrá sido definitivamente nugatoria aquella garantía; de esa
manera, el falso criterio de que la suspensión no puede tener efectos del amparo, dará el
resultado de producir la anulación de una garantía constitucional.
Pero si esto es así para el individuo que, respetuoso de las leyes y de las
autoridades, acude en solicitud de permiso para abrir un comercio, no lo es para el que,
burlándose de unas y otras, lo abre “de motu proprio”, pues cuando la autoridad le ordene
que lo cierre, si es bastante activo para solicitar oportunamente el amparo contra la orden de
clausura, no podrá negársele la suspensión con el pretexto de que ésta no tiene efectos
restitutorios, supuesto que la orden de clausura no constituye un acto negativo. En esta
forma, el amparo no tendrá su plena eficacia para el hombre honrado que quiere apegar sus
actos a las normas legales, extendiendo, en cambio, sus alas protectoras al que, sin
escrúpulos, hace burla de la ley y de las autoridades. Resulta de aquí que para gozar de una
garantía constitucional, hay que comenzar por violar la ley, por colocarse al margen del
respeto que se debe a las autoridades, y sólo a base de estos ardides se podrá esperar del
amparo la plena protección contra el derecho conculcado.
La majestad del amparo sufre en sus más hondos cimientos, cuando, para gozar de
su plena protección, es necesario recurrir a triquiñuelas de la naturaleza de las que hemos
apuntado, y se explica y justifica la inquietud de nuestros juristas para investigar la causa del

201
mal y aplicar el remedio adecuado, a fin de que el amparo sea lo que sus ilustres
inspiradores quisieron que fuera: el baluarte de los derechos del hombre contra los abusos
del Poder, la palanca que mantiene el equilibrio de nuestro sistema constitucional, la
institución de la que, con justa razón, debemos enorgullecernos, porque, siendo
genuinamente mexicana, hace de nuestro sistema constitucional uno de los más avanzados
del mundo.
Se nos objetará que los inconvenientes señalados son propios de todas las
instituciones procesales, ya que es imposible que quien acude a los tribunales en demanda
de justicia pueda obtener ésta desde luego. Si la suspensión no fuera parte del amparo, nos
conformaríamos con la objeción; pero si es un complemento del amparo, si su objeto es
precisamente evitar aquellos inconvenientes, no hay razón para no estructurarla en forma de
que cumpla la función para la que fue creada.
Continuando con nuestro plan de presentar las consecuencias que ha producido la
aplicación de los principios de la suspensión en su falta de armonía con los fines del amparo,
vamos a ocuparnos de esta materia en relación de los actos restrictivos de la libertad,
debiendo reconocer que en este punto es en donde se han patentizado mas las causas de
desprestigio de aquél.
Estas causas han sido, en gran parte, las antes anotadas: el otorgamiento o
concesión de la suspensión o su denegación, sin previo estudio de la probable o improbable
constitucionalidad del acto reclamado; pero no han contribuido menos a este desprestigio, la
facilidad con que los jueces de Distrito han concedido suspensiones contra las ordenes de
aprehensión y la adopción de una errónea jurisprudencia sobre la materia. Pero cualesquiera
que sean estas causas, es innegable que este aspecto de la suspensión el que ha ofrecido
un campo más propicio para la censura, y no sin razón, pues ha habido casos que han
producido un verdadero clamor contra la Justicia Federal. La Prensa ha dado noticias de
vulgares delincuentes a quienes se ha encontrado en el bolsillo, en el momento de
perpetrarse el delito, un pliego conteniendo una orden de suspensión; de ser esto cierto, la
alarma de la sociedad se encuentra plenamente justificada, haciendo necesario buscar un
pronto remedio antes de que el amparo, la más bella de nuestras instituciones jurídicas,
caiga en el mayor de los desprestigios.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación así lo ha comprendido, y en su afán de
poner a salvo el decoro del amparo, nombró una Comisión para investigar el estado de la
jurisprudencia sobre el particular, y esta Comisión, formada por doctos y honorables
ministros, formuló, a guisa de investigación, reglas destacadas de esa jurisprudencia, que

202
sirvan de norma a los jueces de Distrito para la resolución de los casos que se les presenten.
Este trabajo de la Comisión Investigadora, cualesquiera que sean las críticas que se le
hayan dirigido, es muy loable, porque loable y digno de encomio es todo esfuerzo que se
haga para evitar el desprestigio del amparo; pero, naturalmente, este trabajo, hecho dentro
de los limites de una labor de simple investigación y sujeto al cartabón de determinados
principios legales, no ha podido, ni con mucho, satisfacer el propósito que se persiguió, ya
que el mal está en el sistema adoptado por el legislador y en la formación de una
jurisprudencia poco meditada, que no ha hecho más que abultar las imperfecciones de aquel
sistema.
Hacemos a un lado para nuestro estudio los casos de la suspensión de oficio y
aquellos en que la restricción de la libertad tiene su origen en una sentencia judicial, casos
en que no hay objeción seria que hacer a las disposiciones que lo rigen.
Fuera de estos casos, ni la ley, ni mucho menos las normas destacadas de la
jurisprudencia, responden a los fines del amparo.
El artículo 136 de la Ley Orgánica de los artículos 103 y 107 de la Constitución,
establece que si el acto reclamado afecta a la libertad personal, la suspensión sólo producirá
el efecto de que el quejoso quede a disposición del juez de Distrito únicamente en lo que se
refiere a su libertad personal, quedando a disposición de la autoridad que debe juzgarlo,
cuando el acto emana de un procedimiento del orden penal, por lo que hace a la
continuación de éste.
La protección que este precepto otorga al detenido por virtud de un auto emanado de
un procedimiento penal, es más teórica que práctica, pues en nada mejora la situación del
quejoso con el hecho de que quede detenido a disposición del juez de Distrito, en lugar de
estarlo a disposición de su propio juez; en rigor lo que el precepto transcrito establece es una
denegación de suspensión, y si puede ser justificada ésta tratándose de detenidos sujetos a
proceso, preferible hubiera sido que así se hubiera establecido en la ley, con lo que se
habría evitado el inconveniente que tiene para la buena marcha de la averiguación penal la
desintegración de la autoridad del juez del proceso.
La justificación que la Suprema Corte pretende dar al mencionado precepto, diciendo
que lo que la suspensión protege es la integridad física del individuo contra los abusos de la
autoridad responsable, no es en manera alguna satisfactoria, porque no está en causa en el
amparo que se pide contra la detención, la integridad física del detenido, ni es la suspensión
a petición de parte el medio adecuado y eficaz para proteger dicha integridad, ya que para
ello está la suspensión de oficio.

203
Se dice que estando el quejoso a disposición del juez de Distrito, éste puede
concederle la libertad caucional; pero este beneficio, es en caso de proceder, puede
obtenerlo igualmente del juez del proceso y, además, su concesión no es consecuencia del
amparo, ni constituye una protección dimanada de la situación en que se coloca al quejoso al
ocurrir al juicio constitucional; es el reconocimiento al respeto de la garantía que tiene todo
procesado de ser puesto en libertad bajo caución, si el delito que se le imputa no amerita una
pena mayor de cinco años de prisión, garantía que debe hacer efectiva el juez de Distrito, si
el quejoso está a su disposición. Es pues, desde todos puntos de vista, injustificado que se le
dé a la suspensión un efecto que, además de crear confusiones, no responde a las
finalidades prácticas del amparo.
Hemos hecho el anterior comentario interpretando el primer párrafo del artículo 136
en el sentido de que se refiere solamente a los casos de privación consumada de la libertad
dentro de un procedimiento del orden penal; pero ésta no es la interpretación que la
Suprema Corte le ha dado al precepto de que se trata; para dicho Alto Tribunal, la primera
parte de artículo 136 comprende toda clase de actos restrictivos de la libertad; la
jurisprudencia vigente sostiene como principio básico, según se desprende de los estudios
hechos por la Comisión Investigadora, que la suspensión sólo y exclusivamente produce el
efecto de que el quejoso quede a disposición del juez de Distrito, debiendo entenderse que
se concede –dice una de las ejecutorias que se citan– no para que no se aprehenda al
presunto responsable, sino únicamente para que quede bajo el amparo y jurisdicción del juez
federal; no tiene como finalidad impedir la privación de la libertad del quejoso, sino un fin
más elevado, “que consiste en la salvaguarda de su persona para evitar todos los atentados
que pudiera traer consigo la restricción de su libertad por parte de las autoridades
responsables”. En otra de las ejecutorias que se citan, se dice que la suspensión pone al
quejoso bajo la salvaguarda y el amparo de la Justicia Federal “como una medida esencial
protectora de la libertad e integridad física del acusado”.
Esta tesis es manifiestamente errónea; desde luego cabe observar que la finalidad
que se le quiere atribuir a la suspensión a petición de parte, de ser solamente una medida
esencial protectora de la libertad e integridad física del individuo, no tiene en su apoyo
ningún texto legal; la ley proporciona más bien argumentos para rechazarla, pues si la
integridad física está protegida por la suspensión de oficio, que el legislador ha rodeado de
garantías excepcionales en virtud de la gravedad del atentado, no es admisible que haya
hecho de tal atentado un caso de suspensión ordinaria, y mucho menos que haya pretendido
atribuir a la suspensión a petición de parte una finalidad que no se amolda a las condiciones

204
de ésta. Incurre la Suprema Corte en una manifiesta confusión entre la suspensión de oficio
y la que es a petición de parte, al colocar en el cuadro de la segunda una violación que es
materia de la primera.
Por otra parte, la tesis de la Suprema Corte, al atribuir a la suspensión la finalidad
única de proteger la integridad física del presunto responsable contra los abusos de la
autoridad, es contraria al texto literal del artículo 136, pues éste se refiere a actos restrictivos
de la libertad y no a actos atentatorios de la integridad física del individuo, resultando
antijurídico atribuir al precepto una finalidad distinta de aquella para que fue dictado.
No tiene, además, sentido alguno que si lo que el quejoso reclama es un atentado
contra su libertad, la suspensión lo proteja, no contra ese atentado que reclama, sino contra
otro que ni reclama ni existe.
Pero si todos estos argumentos no fueran bastantes para rechazar la falsa
jurisprudencia de la Suprema Corte, que quiere que la suspensión, aun tratándose de
órdenes de aprehensión, sólo produzca el académico efecto de que el quejoso quede a
disposición del juez de Distrito, y no el de impedir su aprehensión, ahí está la parte final del
párrafo segundo de artículo 136, que, al referirse a aquellas órdenes, atribuye a la
suspensión el efecto práctico de impedir su ejecución, mediante determinadas condiciones
que no afectan a la esencia de aquélla ni a sus finalidades de protección, sino que son
medidas previsoras que el legislador quiere que se tomen en beneficio de la sociedad. En
otros términos, la ley ha querido evitar al quejoso los perjuicios consiguientes a la privación
de su libertad que pudiera no estar justificada, sin olvidar el interés social, que exige que
aquél no quede sustraído de la acción de la justicia, para el caso de que se le niegue el
amparo; de ahí la necesidad de conocer la suspensión mediante medidas de aseguramiento;
es la aplicación del sistema adoptado por el legislador en materia de suspensión, lo mismo
se trate de la privación de la libertad que de cualquier otro acto: procedencia de ella cuando
exista para el quejoso un perjuicio de difícil reparación y no haya perjuicio social.
El artículo 130 de la Ley de Amparo, que se refiere a la suspensión provisional, la
cual se equipara a la definitiva en cuanto a sus finalidades y condiciones de procedencia,
ofrece un argumento más en contra de la tesis jurisprudencial, que niega a la suspensión el
efecto de paralizar la ejecución de órdenes privativas de la libertad. Este artículo, usando
palabras que no dejan lugar a dudas, dice que si hubiere peligro inminente de que se ejecute
el acto reclamado con notorios perjuicios para el quejoso, el juez, con la sola presentación de
la demanda, “podrá ordenar que se mantengan las cosas en el estado que guardan…
tomando las medidas que fueren procedentes para el aseguramiento del quejoso, si se

205
tratare de la garantía de la libertad personal”. Mayor claridad de expresión no puede pedirse,
porque mantener las cosas en el estado que guardan es suspender la ejecución de la orden
de aprehensión; ahora bien, sería ilógico que estando ambas suspensiones, la provisional y
la definitiva, sujetas a las mismas condiciones de procedencia que establece el artículo 124,
como resulta del encabezado del 130, el legislador le hubiera querido dar a la primera un
efecto práctico y que, tratándose de la segunda, ese efecto hubiera quedado reducido al
meramente teórico de poner al quejoso a la disposición del juez del amparo.
No obsta a nuestro argumento el segundo párrafo del artículo 130, porque al
establecerse en él que la suspensión provisional surtirá los efectos de que el quejoso quede
a disposición de la autoridad que la haya concedido “bajo la responsabilidad de la autoridad
ejecutora y sin perjuicio de que pueda ser puesto en libertad caucional”, se refiere
manifiestamente a detenciones existentes en el momento de presentarse la demanda de
amparo; en este caso, el mantenimiento de las cosas en el estado que guardan se traduce
en la persistencia de la detención, con el efecto de que el detenido quede a disposición de la
autoridad que haya concedido la suspensión.
El citado artículo distingue claramente entre las órdenes de aprehensión y las
detenciones ejecutadas, estableciendo en el primer párrafo, respecto de las primeras, que el
efecto de la suspensión es mantener las cosas en el estado que guardan, esto es, que
impide que se ejecute la aprehensión, y en el segundo, referente a las detenciones
ejecutadas, que ese efecto es que el quejoso quede a disposición de la autoridad que
concedió aquélla.
La explicación que la Comisión Investigadora de la jurisprudencia de la Suprema
Corte da para sostener la tesis de que la suspensión, en todos los casos, sólo produce el
efecto de que el quejoso quede a disposición del juez de amparo, desvirtúa el sentido
gramatical de las palabras y no puede interpretarse sino como un esfuerzo para mantener
dicha tesis, ya que la orden de que se mantengan las cosas en el estado que guardan no
puede tener otra significación que la que las mismas palabras expresan y no la que, forzando
la gramática, quiere atribuirles aquella Comisión, al decir que esa orden debe entenderse
“como una garantía de la disponibilidad que se reserva (el juez) sobre la persona del
quejoso”.
Hemos insistido tanto en demostrar la falsedad del principio consagrado por la
jurisprudencia, de que la suspensión, en todos los ataques a la libertad personal, sólo
produce el efecto de que el quejoso quede a disposición del juez de Distrito, porque ese

206
principio es la base en que descasa todo el edificio construido por la Suprema Corte en la
materia de la suspensión contra actos restrictivos de la libertad.
Dicho principio ha llevado a la aceptación de tesis jurisprudenciales que no solamente
pugnan con los fines del amparo, que no solamente lo desnaturalizan, sino que ponen en
tela de juicio el prestigio de la institución.
Una de esas tesis es la de que, tratándose de ataques a la libertad personal, la
suspensión debe siempre concederse, cualquiera que sea la naturaleza o gravedad del delito
que se impute al acusado.
Ningún texto hay en el capítulo que reglamenta la suspensión, que establezca que
ésta deba siempre concederse cuando el acto reclamado implique una restricción de la
libertad personal; sólo tratándose de los casos que enumera el artículo 123 de la Ley de
Amparo (los de la suspensión de oficio, en los que no está comprendida la simple restricción
de la libertad) existe el deber de conceder la suspensión, y el hecho de que para estos casos
haya un precepto concreto en el sentido indicado, demuestra, dentro de una sana lógica, que
para los que no están comprendidos en el mencionado precepto, la concesión de la
suspensión no es obligatoria.
La regla general que norma la procedencia de la suspensión está contenida en el
artículo 124, que dice: “fuera de los casos a que se refiere el artículo anterior (los de la
suspensión de oficio), la suspensión se decretará cuando concurran los requisitos
siguientes…” El precepto no distingue entre actos que afectan la libertad personal y otra
clase de actos; comprende todos, con excepción de aquellos que por el precepto mismo
están fuera de su alcance; en consecuencia, la procedencia de la suspensión, tratándose de
ataques a la libertad personal, debe decidirse a la luz del propio precepto.
La antigua jurisprudencia de la Suprema Corte estaba en lo justo, cuando, por
aplicación del artículo 55 de la Ley de Amparo de 1919, correspondiente al 124 de la vigente,
sostenía que era improcedente conceder la suspensión contra una orden de aprehensión, si
el delito por el que se había decretado era de tal gravedad que impedía el beneficio de la
libertad caucional.
Las razones que se dieron para modificar esta jurisprudencia no tiene consistencia;
se dijo en la ejecutoria Daza Ramón, cuyo sumario se transcribe en el estudio de la Comisión
Investigadora, que el artículo 61 de la Ley de Amparo, de 1919, correspondiente al 135 de la
vigente, “no establece distinción alguna respecto de que la suspensión deba o no
concederse, según sea leve o grave el delito que se impute al agraviado”, y que no es cierto

207
que la sociedad esté interesada solamente en la persecución de los delitos graves, pues lo
está en la de todos los delitos.
Las dos razones que se dan carecen de fuerza: la primera, porque no es el artículo
61 de la Ley de Amparo de 1919, correspondiente al 135 de la vigente, el que determina las
condiciones de procedencia de la suspensión, pues dicho texto no hace otra cosa que
determinar el efecto que la suspensión debe producir cuando se trata de detenciones
emanadas de un procedimiento penal; la segunda, porque si bien es cierto que la sociedad
está interesada en la persecución de todos los delitos, sin atender a su gravedad, no es de
esto de lo que se trata cuando se estudia la procedencia de la suspensión contra una orden
de aprehensión, sino de saber si el interés social se lastima cuando se hace gozar de la
libertad, durante la secuela de un proceso penal, a un individuo que ha cometido un delito
cuya pena es mayor de cinco años de prisión, siendo indudable que, en tal caso, ese interés
se lastima, porque, por razones de orden público, la ley común no permite que un presunto
delincuente en las condiciones indicadas goce de dicho beneficio.
Como argumento decisivo contra la tesis jurisprudencial que quiere que la suspensión
deba siempre concederse contra actos que ataquen la libertad personal, está el artículo 130
de la Ley de Amparo, que, como ya dijimos, sujeta la procedencia de aquélla a los requisitos
que establece el artículo 124, comprendiendo expresamente en su contexto los actos
restrictivos de la libertad. “En los casos –dice dicho artículo– que proceda la suspensión
conforme al artículo 124 de esta Ley, el juez de Distrito, con la sola presentación de la
demanda de amparo, podrá ordenar que se mantengan las cosas en el estado que
guardan… tomando las medidas que estime convenientes para que no se defrauden
derechos de terceros… o bien, las que fueren procedentes para el aseguramiento del
quejoso, si se tratare de la garantía de la libertad personal.” No debilita la fuerza de este
argumento el hecho de que el artículo 130 se refiere a la suspensión provisional, porque no
hay ninguna razón para que los requisitos de procedencia de ésta y sus efectos sean
distintos de los de la suspensión a petición de parte, supuesto que el objeto de ambas es el
mismo: proteger al quejoso durante la secuela del juicio constitucional.
Consecuencia de la tesis de que la suspensión en materia de ataques a la libertad
personal sólo produce el efecto de que el quejoso quede a disposición del juez de Distrito,
para la protección de su integridad física, es que la suspensión concedida no impide la
ejecución de la orden de aprehensión; así expresamente se establece en las ejecutorias
Sánchez Elena y Lemoine de Sánchez Virginia, que se citan en el estudio de la Comisión
investigadora de la Jurisprudencia de la Suprema Corte; en la primera se dice que “la

208
suspensión no impide que el quejoso pueda ser aprehendido”, y en la segunda se expresa:
“…tampoco la suspensión debe entenderse que se concede para que no se aprehenda al
presunto responsable”.
Conforme a esta doctrina, estando el quejoso por virtud de la suspensión concedida
“bajo la jurisdicción y amparo del juez de Distrito”, como se dice en la segunda de las
ejecutorias citadas, o “a disposición del juez de Distrito para que éste lo proteja en la forma
que crea conveniente hacerlo”, como se dice en la primera, la responsable puede,
pisoteando la autoridad del juez de amparo, proceder a la aprehensión de aquél. ¡En qué
condición tan despreciable se coloca a los señores jueces de Distrito! ¡Qué concepto tan
miserable se forma uno de su autoridad, al considerar que la protección que otorgan al
quejoso, concediéndole la suspensión, vale menos que el papel que la consigna! El juez de
Distrito pone al quejoso bajo su amparo y protección, otorgándole una protección y un
amparo que sólo serán motivo de burla para la autoridad responsable y un cruel sarcasmo
para quien tuvo la ingenuidad de acogerse al manto protector de la Justicia Federal. ¡Qué
triste idea da una institución que se dice protectora de las garantías individuales y que ni
siquiera reconoce respetabilidad en los funcionarios encargados de otorgarla!
Choca al sentido jurídico, y aun al sentido común, que estando el quejoso, por virtud
de la suspensión, bajo la jurisdicción del juez de Distrito, en lo que respecta a su libertad
personal, como lo establece el artículo 130 de la Ley de Amparo, pueda la autoridad
responsable pasar por encima de esa protección para llevar a cabo la detención que aquél
estima conculcatoria. Jurisdicción significa poder o autoridad sobre algo, siendo su principal
atributo la exclusividad, y se desconoce el sentido de esa palabra al admitir que, estando el
agraviado bajo la jurisdicción de un juez, en lo que respecta a su libertad personal, pueda
otro juez restringirle esa libertad.
La tesis de la Suprema Corte es un mentís a los fines protectores de la suspensión,
sin que valga decir que lo que ésta protege es la integridad física del individuo, porque
además de que esto es falso, como ya lo demostramos con abundancia de razones, es falto
de seriedad dar una protección, no para impedir el atentado para el que se solicita, sino para
un atentado imaginario.
Pero si antijurídica es la tesis que examinamos, en mayor grado lo es la que sanciona
el principio de que le juez de Distrito puede, cuando se le pide la suspensión de una orden
de aprehensión, decretar ésta a titulo de medida de seguridad. En una antigua ejecutoria se
decía que entre las medidas de seguridad que podía tomar el juez de Distrito debía
proscribirse la de asegurar al quejoso, poniéndolo en prisión, porque esto hacia nugatorios

209
los benéficos fines de la suspensión. Nosotros diríamos algo más: que admitir que el juez
Federal –ante quien se ocurre en demanda de amparo– tiene la facultad de privar al quejoso
se su libertad a título de medida de seguridad, desnaturaliza a tal grado la institución del
amparo, que la convierte no solamente en inútil, sino en odiosa. Es el más cruel de los
sarcasmos de quien acude a un juez de Distrito en demanda de protección, encuentre en él,
no un protector, sino un carcelero; por lo demás, una protección contra la privación de la
libertad que, para otorgarse, hay que comenzar por privar de esa libertad, es algo que no
tiene sentido, ¡Cuánto mejor para el quejoso abstenerse de solicitar la suspensión del acto
conculcatorio que reclama! ¡Por lo menos no empeorará su situación, añadiendo una
amenaza más a la privación de su libertad!
Pero aun haciendo punto omiso de esta jurisprudencia equivocada, aún volviendo a la
aplicación de los antiguos principios, la suspensión contra la orden de aprehensión,
concedida sin tomar en cuenta la probable inconstitucionalidad del acto reclamado,
continuará siendo motivo de abuso, sin que de ello haya que culpar a los jueces de Distrito,
pues el mal está en la forma en que aquélla está estructurada. No nos cansaremos de
repetirlo: si el objeto del amparo es proteger al individuo contra los abusos del Poder, no hay
razón para que la suspensión se conceda sin examinar, aunque sea someramente, si tales
abusos existen.
Hemos presentado a grandes rasgos los inconvenientes que tiene la suspensión, al
sujetar su procedencia a requisitos que no se armonizan con los fines del amparo; hemos
puesto de relieve los abusos que, dentro del sistema que prevalece, origina aquélla, unas
veces en perjuicio de la sociedad, al paralizar la inmediata acción de leyes y actos
constitucionales, y otras, en perjuicio del individuo, al no paralizar la acción de leyes y actos
violatorios de garantías; hemos visto cómo la aplicación del sistema ha dado lugar a
doctrinas contradictorias, en algunos casos absurdas, que ponen en tela de juicio la seriedad
del amparo, mermándole respetabilidad y prestigio; creemos, en fin, haber demostrado que
la suspensión, tal como está reglamentada en la ley, es, si no el único, sí uno de los
principales motivos del desprestigio del amparo, y si queremos, como debemos quererlo por
tratarse de una institución genuinamente mexicana, salvarlo de la bancarrota definitiva, es
preciso abordar con valentía la gravedad del problema para buscar la solución adecuada.
En nuestro concepto, esa solución no es otra que la ya apuntada: fundar la
procedencia de la suspensión, no en la concurrencia del daño grave para el quejoso y la falta
de daño para la sociedad o el Estado, sino en el PREJUICIO de la inconstitucionalidad del

210
acto reclamado, formando a través de los informes que rindan las autoridades responsables
y de los datos que aporten las otras partes en el juicio.
EL PREJUICIO, como norma de conducta para dictar una resolución judicial, no es
una novedad en nuestras prácticas jurisdiccionales: la constitucionalidad del auto de formal
prisión tiene como base un prejuicio, pues qué otra cosa sino prejuicio es el requisito que
establece el artículo 19 de la Constitución, como fundamento de la legalidad de dicho auto,
de que existan datos que hagan PROBABLE la responsabilidad del acusado; la procedencia
legal de una orden de aprehensión también se basa en PREJUICIOS, pues este carácter
tienen los requisitos que el artículo 16 establece para la legalidad de dicha orden: denuncia,
acusación o querella de un hecho que la ley castigue con pena corporal, apoyadas POR
DECLARACIÓN BAJO PROTESTA DE PERSONA DIGNA DE FE o por otros datos que
HAGAN PROBABLE la responsabilidad del acusado; en lo civil, el auto de “exequendo” tiene
como base el PREJUICIO de que el documento presentado constituye prueba de la obligación
a cargo del demandado, y con fundamento en tal PREJUICIO, el juez despacha la ejecución a
reserva de estudiar en la sentencia definitiva y en atención a las pruebas y defensas
presentadas por el demandado si aquella ejecución fue correcta.
Como se ve, a base de PREJUICIOS –y en lo que respecta a la libertad, autorizados
por el mismo Constituyente– se aprisiona a un individuo o se le priva temporalmente de sus
bienes, ¿puede haber racionalmente inconveniente alguno en que un PREJUICIO sirva de
fundamento para que un individuo que asegura se le han conculcado sus derechos continúe
en el goce de éstos, mientras se decide sobre la legalidad de su queja? Nosotros no sólo no
encontramos inconveniente en ello, sino que estimamos que es una inconsecuencia que,
para privar a un individuo de la libertad o de un bien, el PREJUICIO pueda ser fundamento de
la privación y que no lo sea para que aquél continúe temporalmente en el goce de sus
garantías.
No se trata, pues, de introducir en el sistema de la suspensión nada que tenga el
carácter de exótico; el PREJUICIO es norma de conducta aun dentro de nuestro régimen
constitucional, para fundar resoluciones judiciales de notoria trascendencia, y a mayor
abundamiento, la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia está pletórica de sentencias
en las que, a base del PREJUICIO sobre la inconstitucionalidad del acto reclamado, ha
concedido la suspensión. De la larga lista de ellas que aparecen en nuestro libro sobre la
suspensión, vamos a seleccionar algunas de las más caracterizadas. La publicada en el
tomo XIX, página 307, del Semanario Judicial de la Federación, dice que si una ampliación
de ejidos se lleva a cabo sin las formalidades legales, “tal acto –palabras de la ejecutoria–

211
importa una violación de garantías, contra el cual cabe la suspensión”; la publicada en el
tomo VIII, página 540, establece que la dotación o restitución de tierras apartándose de lo
mandado por la resolución presidencial respectiva “constituye una violación de garantías, por
lo que en tal caso debe concederse la suspensión”; en la que obra publicada el tomo XV,
página 320, se lee: que la incautación de bienes que las autoridades militares lleven a cabo
sin orden de autoridad judicial, debe suspenderse “por estar interesada la sociedad en el
respeto a las garantías individuales”; finalmente, en la ejecutoria publicada a páginas 1768
del tomo XV, se establece que la suspensión es procedente contra los actos que se dicten
contra el texto expreso de la ley.
Este criterio, con base en antecedentes legales y jurisprudenciales muy dignos de
tomarse en cuenta, parece encontrar en la actualidad otro apoyo en las reformas que se
hicieron, por Decreto de 30 de diciembre de 1950, al artículo 107 de la Constitución. La
fracción X del artículo citado estableció que: “Los actos reclamados PODRAN ser objeto de
suspensión en los casos y mediante las condiciones y garantías que determine la ley, para lo
cual se tomarán en cuenta LA NATURALEZA DE LA VIOLACIÓN ALEGADA, la dificultad de
reparación de los daños y perjuicios que pueda sufrir el agraviado con su ejecución, los que
la suspensión origine a terceros perjudicados y el interés público”.
Lo primero que la lectura de esta reforma constitucional sugiere es que el legislador
quiso sujetar a nuevas bases la procedencia de la suspensión; hasta antes de la reforma; de
acuerdo con las leyes de 18 de diciembre de 1919 y 30 de diciembre de 1935, que derogó
aquella, los requisitos de procedencia de la suspensión ordinaria eran éstos: solicitud del
agraviado; perjuicios de difícil reparación para éste y falta de perjuicio social o de
contravención a disposiciones de orden público; en este sistema, la violación reclamada es
ajena a las condiciones de procedencia de la suspensión; el juez que conoce del incidente
sólo debe de estudiar si concurren aquellos requisitos, y si en su concepto, están
satisfechos, es un imperativo para él conceder la suspensión, aunque el acto reclamado sea
perfectamente constitucional; si, por el contrario, aquellos requisitos no existen, debe negar
la suspensión, aunque el acto revista todos los aspectos de inconstitucionalidad.
La fracción X del artículo 107 introduce una reforma radical al sistema; ya no es el
perjuicio, en relación con el quejoso y con la sociedad, el único elemento que debe normar el
criterio del juez para decidir sobre la suspensión; un nuevo elemento debe estudiar: LA
NATURALEZA DE LA VIOLACIÓN ALEGADA y atenta la redacción del texto, es a este
elemento al que se subordinan los demás requisitos que el propio texto establece para la
procedencia; no es, pues, ya el perjuicio social un factor decisivo para resolver si la

212
suspensión debe concederse o negarse; aquel interés deberá tomarse en consideración,
pero subordinándolo al estudio de la naturaleza de la violación alegada.
Es de advertirse que la fracción X no habla de la naturaleza del acto reclamado, sino
de la naturaleza de la violación alegada y esto es muy significativo en lo que concierne a la
prueba de la violación, pues si el estudio de la naturaleza de ésta se hace en abstracto,
resultará que en la necesidad de relacionar, para decidir sobre la suspensión, la naturaleza
de la violación con el perjuicio al agraviado y al interés social, habría que partir del supuesto
de que la violación existe, y ello sería tan antijurídico como relacionar el acto reclamado con
el perjuicio social, sin tener la certeza de que el acto existe. En efecto, cuando, como en el
sistema anterior a las reformas, se estudia el elemento “perjuicio” para decidir si la
suspensión es procedente, se parte de una base cierta: la existencia del acto reclamado;
pero cuando ese perjuicio, en el nuevo sistema de la ley, tiene que relacionarse, no
exclusivamente con el acto, sino con la violación alegada, sino existe ninguna prueba de
ésta, el razonamiento que se hiciera para fundar la procedencia de la suspensión en un
determinado caso concreto, descansaría en meras abstracciones. En otros términos, para la
procedencia de la suspensión hay que comprobar dos cosas: que el acto que se le atribuye a
la autoridad existe y que existe también una violación; comprobados estos dos hechos,
deberá hacerse una especie de balance entre el perjuicio individual y el perjuicio social, para
decidir cuál de ellos es el que predomina, y en atención a este predominio, conceder o negar
la suspensión.
Claro que este sistema no es del todo satisfactorio, pues si hay datos para admitir
que exista la posibilidad de una violación, no hay razón para que la suspensión se niegue;
sin embargo, este sistema tiene sobre el anterior la ventaja de que no se podrá conceder una
suspensión respecto de actos que no tienen el aspecto de inconstitucionales.
Con el temor de estar equivocados, creemos que esta es la interpretación que debe
darse a la fracción X del artículo 107; esta interpretación, aunque no satisface en forma
absoluta los fines del amparo, es un paso que la aproxima a dichos fines.
Corrobora nuestro criterio el hecho de que la fracción X citada, al decir que los actos
reclamados PODRAN ser objeto de suspensión, confiere una potestad al juez para conceder
o para negar aquel beneficio, y como esa potestad, para no ser arbitrio, debe ser el resultado
de un proceso de investigación, es lógico que ésta recaiga primordialmente sobre la
existencia de la violación.
Hemos hecho todas estas argumentaciones con el fin de llevar al ánimo de los
juristas mexicanos la convicción de que hay elementos, no sólo en los precedentes

213
jurisdiccionales, sino en la ley misma, a favor de la tesis que sostenemos; pero no es
precisamente este trabajo un estudio de investigación jurídica, pues más bien su propósito
es buscar una reforma legislativa, por virtud de la cual la suspensión quede estructurada en
forma de producir los efectos de un amparo provisional. Ni para que decir qué el camino se
acortaría, si la jurisprudencia comenzara a orientarse en el sentido indicado, en aquellos
casos en que la presunción de la violación constitucional surgiera del mismo informe de la
autoridad responsable y de las pruebas que se rindieran en el incidente relativo.
Preciso es convenir que el sistema por el que propugnamos es sólo de racional
aplicación en los casos en que, dentro de los límites de tiempo en que debe resolverse el
incidente de suspensión, se puedan hacer investigaciones sobre la probable existencia de la
violación constitucional reclamada, que, dicho sea en favor del sistema, son los más
comunes y los que más requieren un amplia protección constitucional; los casos más
complejos, como las sentencias dictadas en lo civil o en lo penal, los laudos de las Juntas de
Conciliación y Arbitraje y las resoluciones Administrativas emanadas de un procedimiento
que revista las características de un proceso civil, quedan fuera del sistema, como también lo
deberán quedar, por razón de la gravedad del atentado, los actos concernientes a la
suspensión de oficio.
En síntesis, nuestra doctrina es la siguiente: fuera de los casos de la suspensión de
oficio, de los de sentencias definitivas civiles o penales y de laudos de las Juntas de
Conciliación y Arbitraje, reclamables en amparo directo ante la Suprema Corte de Justicia o
los Tribunales Colegiados de Circuito, y de los de resoluciones administrativas dictadas en
un procedimiento que reúna las formalidades propias de un procedimiento judicial, la
suspensión deberá concederse, si de los informes que rindan las autoridades responsables y
de las pruebas que aporten las partes en el juicio, así como de las investigaciones que de
oficio pueda hacer el juez de Distrito, resulten datos que hagan presumir la
inconstitucionalidad del acto reclamado; si dichos datos no arrojan luz sobre la violación o si,
por tratarse de un caso complejo y difícil, el juez no pudiere formarse un juicio provisional
sobre la violación reclamada, concederá o negará la suspensión, haciendo, por así decirlo,
un balance entre el perjuicio que la ejecución del acto le cause al quejoso y el que la
sociedad resienta con la suspensión; si el interés social exige una inmediata ejecución y el
quejoso no resiente graves perjuicios, negará aquélla; si el interés social es de menor
entidad, que permita el aplazamiento de la ejecución, la suspensión deberá concederla.
Por otra parte, establecido en los casos que no son de excepción, que hay datos para
presumir la inconstitucionalidad, y que la ejecución del acto causa serios perjuicios al

214
quejoso en su persona o en sus bienes, el juez, al conceder la suspensión, tomará en cuenta
el interés social para el efecto de revestir aquélla de modalidades que hagan posible la
ejecución del acto reclamado para el caso de que se niegue el amparo, procurando, además,
que los intereses del tercer perjudicado queden debidamente garantizados. En una palabra,
el juez debe gozar de un amplio criterio para subordinar la suspensión que conceda a
condiciones que tiendan a armonizar los intereses del quejoso, del tercero y de la sociedad;
pero todo ello bajo el PREJUICIO de la inconstitucionalidad del acto reclamado.
El sistema, en lo que respecta a actos restrictivos de la libertad personal, se
desarrollará bajo las normas siguientes:
a) Tratándose de órdenes de aprehensión dictadas en un procedimiento judicial,
se concederá la suspensión mediante medidas de aseguramiento, cualquiera que sea el
delito que se impute al acusado, si de las pruebas que se rindan en el incidente apareciere
que no están satisfechos los requisitos constitucionales.
La suspensión se revocará a petición de la autoridad responsable o del Ministerio
Público, si con posterioridad se comprobare que aquellos requisitos se han satisfecho, y se
hará entrega del quejoso a aquella autoridad, sin perjuicio de que ésta, por su parte, una vez
revocada la suspensión, ordene la aprehensión.
b) Cuando la orden de aprehensión preceda de autoridad administrativa, la
suspensión se concederá sin requisito alguno.
c) Cuando se trate de una detención efectuada por autoridad administrativa con
base en la comisión de un delito que la ley castigue con pena corporal, se concederá la
suspensión para el efecto de que el detenido sea inmediatamente consignado a la autoridad
que debe juzgarlo, debiendo dictar el juez de Distrito todas las órdenes que sean necesarias
para el estricto cumplimiento de su determinación. Verificada la consignación, se sobreseerá
en el juicio.
d) En los casos de detención por mandamiento de autoridad judicial del orden
penal, o de auto de prisión preventiva, se concederá la suspensión para el efecto de que el
quejoso quede en libertad provisional, mediante medidas de aseguramiento, cualquiera que
sea el delito que a aquél se le impute, si hay datos bastantes para estimar inconstitucional la
privación de la libertad. Si tales datos no existen, la suspensión se negará. La suspensión
concedida se revocará, a petición de la autoridad responsable o del Ministerio Público, si se
probare que han desaparecido los datos de inconstitucionalidad que sirvieron de base para
la concesión de aquélla; en tal caso se hará entrega del quejoso a la autoridad responsable,
sin perjuicio de que ésta pueda, a su vez, ordenar la reaprehensión.

215
e) Las medidas de aseguramiento que pueda tomar el juez de Distrito para
garantizar la entrega del agraviado a la autoridad responsable para el caso de que en
definitiva se niegue el amparo, nunca pueden consistir en la privación de la libertad.
f) La suspensión concedida no impide la continuación del proceso penal
correspondiente.
Mientras surta efectos la suspensión, el quejoso quedará a disposición del juez de
Distrito, en lo que respecta solamente a su libertad personal, y a disposición del juez que lo
juzga, por lo que toca a la continuación del procedimiento.
h) Cuando el acto reclamado consista en la denegación de la libertad caucional,
la suspensión producirá el efecto de hacer gozar de esa libertad al quejoso, mediante las
medidas de aseguramiento que se tomen, si hay datos para presumir inconstitucional el acto
reclamado.
i) Cuando lo que se reclame sea una detención por más de setenta y dos horas
sin haberse dictado el auto de formal prisión, la suspensión se concederá para el efecto de
que el agraviado sea desde luego puesto en libertad, sin necesidad de medida de
aseguramiento alguna.
j) Las resoluciones dictadas en el incidente de suspensión no causan estado; el
juez de Distrito puede en cualquier tiempo revocarlas, sin nuevos datos que llegaren a su
conocimiento así lo ameritare.
Por lo que toca a la suspensión provisional respecto de actos restrictivos de la
libertad, al tratar más delante de este punto diremos cuales son las condiciones para
concederla.
Dentro del sistema que preconizamos, aún en los casos en que se niegue la
suspensión debe tener el juez de Distrito amplitud de acción para procurar, de ser ello
posible, que la ejecución del acto reclamado se lleve a cabo en condiciones de causar al
quejoso los menores perjuicios posibles, en previsión de que se le conceda el amparo.
Consecuencia del mismo sistema es que, como regla general, quede establecido que
el auto que conceda o niegue la suspensión no cause estado, y que en caso de concesión,
ésta se otorgue en forma tal que no entorpezca los procedimientos en el asunto que haya
motivado la queja.
La suspensión provisional no podrá estar sujeta al mismo régimen, en virtud de la
imposibilidad que hay, en términos generales, de que el juez de Distrito pueda formarse un
criterio, ni siquiera muy superficial, sobre la constitucionalidad del acto reclamado, ya que su
resolución tiene que dictarla con sólo los datos que ofrece la demanda de amparo.

216
En estas condiciones, creemos que tratándose de actos que no afecten a la libertad
personal, solamente en forma excepcional deberá concederse la suspensión, cuando la
ejecución del acto cause notorios perjuicios al quejoso, rodeándose de garantías dicha
concesión para no defraudar los derechos de los terceros.
En cuanto a los actos que afecten la libertad personal, la suspensión provisional
deberá sujetarse a las siguientes reglas:
a) Si el acto reclamado consistiere en una orden de aprehensión procedente de
autoridad administrativa, la suspensión provisional se concederá, estableciéndose en el auto
respectivo que no deberá ser cumplida si la orden emana de una autoridad judicial del orden
penal.
b) Si se reclama la orden de aprehensión dictada por un juez penal, la suspensión
provisional se concederá mediante eficaces medidas de aseguramiento, pero sujeta a la
condición de que aquella orden no tenga por causa la comisión de un delito que, conforme a
las leyes federales o locales, no permita el beneficio de la libertad caucional.
c) Si se tratare de una detención efectuada por autoridad administrativa, la
suspensión surtirá el efecto de que el quejoso sea puesto en libertad, mediante las medidas
de aseguramiento que se fijen, haciéndole saber a la autoridad responsable que no deberá
dar cumplimiento el auto respectivo si la aprehensión ha sido ordenada por una juez penal, o
bien, si se está en los casos de excepción que establece el artículo 16 de la Constitución,
ordenándose, si así fuere, que se consigne inmediatamente al presunto responsable a la
autoridad competente.
d) Cuando el acto reclamado consista en la detención efectuada por un juez del orden
penal, la suspensión provisional no producirá más efecto que el de mantener las cosas en el
estado que guarden, esto es, impedir que la responsable ejecute actos en perjuicio del
quejoso que dificulten la concesión de la suspensión definitiva, debiendo entenderse que no
será así cuando el juez responsable continué sus procedimientos.
e) La suspensión provisional nunca podrá tener una duración de más de setenta y
dos horas.
Este es el sistema por el que propugnamos; naturalmente, para que sea viable en la
práctica se requiera una reglamentación procesal adecuada.
Así por ejemplo, la autoridad responsable, al rendir su informe previo, no deberá
limitarse a hacer afirmaciones sobre la existencia o no existencia del acto reclamado, sino
que deberá expresar sus fundamentos y acompañar las constancias que lo justifiquen.
Deberá otorgarse a las partes una amplia libertad para rendir las pruebas documental,

217
testimonial y de inspección judicial, sin que la rendición de ellas esté sujeta a formalidad
alguna, y habrá de concederse, en la ley, al juez que conozca del amparo una amplísima
facultad de investigación para cerciorarse de la existencia de la violación alegada, pudiendo,
para ese efecto, aun hacer uso de la vía telefónica.
Finalmente, como garantía de acierto en la resolución que se dicte, la ley deberá
establecer fuertes sanciones para las autoridades que rindan informes falsos y aun para el
juez de Distrito, sobre todo tratándose de actos que afecten la libertad, que conceda o
niegue una suspensión con notoria contradicción de las constancias de autos. Un
procedimiento especial para la inmediata aplicación de esas sanciones sería también muy
aconsejable.
Esta es nuestra doctrina; puede haber en ella errores fundamentales,
inconsecuencias derivadas de la diversidad de situaciones que ofrece la suspensión; puede
adolecer de simples deficiencias; pero, con todos sus errores e inconsecuencias, es el
resultado de un esfuerzo en busca de un mejoramiento en la más bella de nuestras
instituciones jurídicas, y creo que vale la pena que juristas mejor preparados que yo, lo
estudien y discutan.

218
II

PROYECTO DE LEY

219
DE LA SUSPENSION

ART. 1. En los amparos de la competencia de los jueces de Distrito y de las autoridades a


que se refiere el artículo 107, fracción XII, de la Constitución, en su caso, la suspensión del
acto reclamado se detectará de oficio, o a petición de la parte agraviada, con agravio a las
disposiciones de esta Ley.
ART. 2. Procede la suspensión de oficio:
I. Cuando se trate de actos que importe peligro de privación de la vida, deportación o
destierro, o alguno de los prohibidos por el artículo 22 de la Constitución.
II. Cuando se trate de algún acto similar de los anteriores, que si llegare a consumarse
haría físicamente imposible restituir al quejoso en el goce de la garantía individual
reclamada.
La suspensión a que se refiere este artículo se decretará de plano, en el mismo momento en
que el juez admita la demanda, y se comunicará sin demora a la autoridad responsable y a
todas las que pudieran tener intervención, directa o indirecta, en la ejecución del acto
violatorio, para su inmediato cumplimiento, haciendo uso de la vía telegráfica, en los
términos del párrafo 23 49 de este Código, sin perjuicio de emplear también la comunicación
telefónica.
El juez dictará todas las medidas necesarias para que se ejecuten sus órdenes, pudiendo
aún hacer uso de la fuerza pública, para sustraer al quejoso delo dominio de la autoridad que
lo tenga en su poder.
ART. 3. Fuera de los casos a que se refiere el artículo anterior y de los restrictivos de la
libertad personal, la suspensión podrá decretarse, a petición de la parte agraviada, si del
estudio provisional que se haga del acto reclamado aparecieren datos bastantes para
presumir su inconstitucionalidad y si, además, la ejecución del acto le causa al quejoso un
perjuicio serio, en su persona o en sus bienes.
Las consideraciones sobre constitucionalidad o inconstitucionalidad del acto reclamado, que
se hagan en el auto que se dicte en el incidente de suspensión, no prejuzgan en la sentencia
que se dicte en el fondo del amparo.
ART. 4. Si por la complejidad del caso no fuere posible fundar una presunción de
constitucionalidad o inconstitucionalidad del acto reclamado, se podrá conceder la
suspensión si la ejecución de aquél le causa al quejoso perjuicios de difícil reparación, en su
persona o en sus bienes, siempre que no exista un interés social en la inmediata ejecución,
entendiéndose que ese interés existe respecto de disposiciones que se proponen de un
modo directo el bienestar colectivo.
ART. 5. La suspensión deberá solicitarse al presentarse la demanda de amparo; sólo en el
caso de que al acto reclamado no se haya ejecutado, podrá presentarse la solicitud
posteriormente, si no se ha pronunciado sentencia definitiva en el juicio.
ART. 6. En los casos en que es procedente la suspensión, si ésta puede ocasionar daño o
perjuicio a tercero, se hará efectiva sólo que el quejoso otorgue garantía bastante, para
reparar el daño e indemnizar los perjuicios que con aquélla se causaren, en el caso de que
no obtenga sentencia favorable en el amparo.
El juez fijará provisionalmente el monto de la garantía, a reserva de modificarlo, a petición
del tercero perjudicado, en vista de las pruebas que éste rinda y de las alegaciones que
formule. La petición no será obstáculo para el inmediato cumplimiento del auto de
suspensión, mediante el otorgamiento de la garantía provisionalmente fijada.

49
Se refiere al art. 23 de la Ley de Amparo vigente.

220
Cuando no exista tercero perjudicado o cuando no se trate de intereses patrimoniales, la
suspensión, si procede, se concederá sin garantía alguna.
ART. 7. La suspensión concedida quedará sin efecto, si el tercero perjudicado da, a su vez,
caución bastante para cubrir los gastos que demande la reposición de las cosas al estado
que guardaban antes de la violación de garantías y para pagar los daños y perjuicios que
sobrevengan al quejoso en el caso de que se le conceda el amparo.
El monto de la caución que debe dar el tercero será fijado provisionalmente por el juez, a
reserva de modificarlo a petición del quejoso, en vista de las pruebas que rinda y de las
alegaciones que formule.
ART. 8. Los derechos que los dos artículos anteriores conceden, respectivamente, el tercero
perjudicado y al quejoso, deberán ejercitarlos en un plazo de tres días, a contar de la fecha
de notificación del auto correspondiente; transcurrido este plazo, la garantía o la
contragarantía provisionalmente fijados, quedarán definitivas.
ART. 9. Las reclamaciones que hagan al quejoso o, en su caso, el tercero perjudicado,
contra las determinaciones del juez que hayan fijado provisionalmente al monto de la caución
o de la contra caución, se resolverán en una audiencia, en la que se oirá a los interesados y
se recibirán las pruebas que presenten, dictándose en la misma audiencia la resolución que
corresponda.
Las únicas pruebas admisibles serán la documental y la de inspección ocular, siempre que
ésta pueda desahogarse en el mismo lugar en que reside el juez que conoce del amparo.
ART. 10. El quejoso deberá otorgar la caución que se fije, para que surta efectos de la
suspensión, en un plazo de cinco días, y caso de que se hubiere modificado la que
provisionalmente se le fijó. Transcurridos dichos plazos sin haberse hecho el otorgamiento
de la garantía, se revocará definitivamente la suspensión concedida.
ART. 11. El derecho del tercero perjudicado para solicitar la ejecución del acto reclamado,
mediante el otorgamiento de contra caución, deberá ser ejercitado dentro de los cinco días a
la notificación del auto que concedió la suspensión, y de ese mismo plazo dispondrá para
otorgar la garantía que provisionalmente se fije o la que en definitiva se determine, en el
caso de haber habido reclamación del quejoso. El transcurso de cualquiera de dichos plazos
sin haberse ejercitado los derechos correspondientes, producirá la extinción de esos
derechos.
ART. 12. Para que surta efectos la caución que ofrezca el tercero, deberá cubrir, en el
momento de otorgar aquélla, los siguientes gastos:
I. Los que, conforme a la ley, haya pagado el quejoso a la empresa afianzadora
legalmente autorizada, que haya otorgado la garantía.
II. El importe de las estampillas causadas en los certificados de libertad de gravámenes
y de valor fiscal de la propiedad, cuando hayan sido expresamente recabados para el caso,
con los que un fiador particular haya justificado su solvencia, más la retribución dada al
mismo, que no excederá, en ningún caso, del cincuenta por ciento de lo que cobraría una
empresa de fianzas legalmente autorizada.
III. Los gastos legales de la escritura respectiva y su registro, cuando el quejoso hubiere
otorgado garantía hipotecaria.
IV. Los gastos legales que el quejoso hubiere hecho para constituir el depósito, si la
garantía hubiere consistido en éste.
V. Los gastos que hubiere hecho el quejoso para volver las cosas a su estado anterior,
si la suspensión se hubiere concedido respecto de actos ejecutados.
ART. 13. Las determinaciones sobre suspensión, fijación de garantías y contragarantías y
admisión de las ofrecidas, se ejecutarán desde luego, aunque contra ellas se interponga
algún recurso.
ART. 14. La suspensión producirá el efecto de que el quejoso goce del derecho que reclama
en el amparo durante la tramitación del juicio constitucional; en consecuencia:

221
I. Si el acto reclamado no se ha ejecutado, se mantendrán las cosas en el estado que
guardan.
II. Si el acto reclamado no se ha ejecutado, la autoridad responsable hará que las cosas
vuelvan a su estado anterior, en cuanto ello fuere posible.
III. Si el acto reclamado consistiere en una prohibición para hacer algo o en la negación
de un permiso, la autoridad responsable no pondrá obstáculo para que el quejoso haga lo
que se le habían prohibido, o bien, concederá provisionalmente el permiso que había
negado, siempre que para una u otra cosa, el agraviado cumpla con los reglamentos y
disposiciones que existan sobre el particular.
ART. 15. El auto que conceda la suspensión, fijará la situación en que habrán de quedar las
cosas y las modalidades a que aquélla debe estar sujeta, procurando hasta donde sea
posible, sin afectar sustancialmente los derechos del quejoso, que la autoridad responsable
no tenga obstáculos físicos o jurídicos para ejecutar el acto reclamado, en casi de que se
niegue el amparo.
ART. 16. Si la suspensión fuere negada, o si quedare sin efecto, por virtud de la caución
otorgada por el tercero perjudicado, podrá el juez de Distrito, cuando el caso lo permita,
establecer las condiciones en que debe ejecutarse el acto reclamado, en forma tal que, sin
afectar sustancialmente la ejecución, ésta se lleve a cabo, causando los menores perjuicios
al quejoso y en condiciones de que, si se concede el amparo, no se presenten dificultades
insuperables para restituir a aquél en el goce de la garantía constitucional violada.
ART. 17. Siempre se concederá la suspensión, en forma que no impida la continuación del
procedimiento, en el asunto que haya motivado el acto reclamado, hasta dictarse en él la
resolución firme.
ART. 18. En casos graves, puede el juez de Distrito, con la sola presentación de la demanda
y la petición del agraviado, ordenar que se mantengan las cosas en el estado que guardan,
hasta que se notifique a la autoridad responsable la resolución que se dicte sobre la
suspensión definitiva, tomando las medidas que estime convenientes para que no se
defrauden derechos de terceros y se eviten perjuicios a los interesados, hasta donde sea
posible.
ART. 19. El auto en que se niegue la suspensión deja expedita la jurisdicción de la autoridad
responsable para ejecutar el acto reclamado; pero si este auto fue revocado, los efectos de
la suspensión que se conceda serás los que establece el artículo 14.
ART. 20. Cuando se trate de hacer efectiva la responsabilidad proveniente de las garantías y
contragarantías que se hayan otorgado con motivo de la suspensión, se tramitará ante la
autoridad que conozca de ella, un incidente en los términos prevenidos por el Código Federal
de Procedimientos Civiles. Este incidente deberá promoverse dentro de los treinta días
siguientes al en que sea exigible la obligación, en la inteligencia de que, no presentándose la
reclamación dentro de este término, sólo podrá exigirse dicha responsabilidad ante las
autoridades del orden común.
ART. 21. Cuando el amparo se pida contra el cobro de impuestos, multas u otros pagos
fiscales, la suspensión podrá concederse observando lo dispuesto por los artículos 3 y 4 de
esta Ley.
Si la suspensión se concede en virtud de existir datos para estimar presuntuosamente
inconstitucional el cobro que se hace, o el procedimiento que se sigue para efectuar dicho
cobro, la suspensión sustituirá efectos si el quejoso otorga caución bastante para asegurar el
interés fiscal.
Si, por la complejidad del caso, no fuere posible fundar una presunción de constitucionalidad
o inconstitucionalidad del acto reclamado, será necesario, para que la suspensión surta
efectos, que se deposite la cantidad que se cobra en el Banco de México o, en defecto de
éste, en la institución de crédito que el juez señale, o ante la autoridad exactora, salvo que
de antemano se hubiere constituido antes ésta.

222
El depósito no se exigirá cuando se trate del cobro de sumas que excedan de las
posibilidades del quejoso, según apreciación del juez, o cuando se trate de persona distinta
del obligado directamente al pago; pero entonces se asegurará el interés fiscal en cualquier
otra forma aceptada en esta ley.
En ninguno de los dos casos señalados se exigirá garantía alguna, cuando el cobro se haga
a alguna persona absolutamente ajena al acto reclamado, o cuando el interés fiscal esté
asegurado ante la autoridad extractora.
ART. 22. Mientras no se pronuncie sentencia definitiva en el juicio de amparo, el juez de
Distrito puede modificar o revocar el auto en que haya concedido la suspensión, o conceder
la que hubiere negado, salvo lo dispuesto en el artículo 5°, cuando ocurra un hecho
superveniente que le sirva de fundamento, entendiéndose por hecho superveniente el que,
material o jurídicamente, tenga lugar después de dictado aquél auto. Para los efectos de este
artículo, no se considerará hecho superviviente la sentencia de fondo que se dicte en
primera instancia.
Si el auto dictado en el incidente de suspensión hubiere sido recurrido, el juez de Distrito, al
revocarlo o modificarlo, dará inmediatamente aviso de ellos al Tribunal que conoce del
recurso.
ART. 23. Cuando el amparo se pida contra actos restrictivos de la libertad personal, la
suspensión se sujetará a las reglas siguientes:
I. Podrá concederse, a petición de parte, si existen datos bastantes para presumir la
inconstitucionalidad del acto reclamado. Las consideraciones que se hagan en el auto que
conceda la suspensión, sobre la presunta inconstitucionalidad del acto, no prejuzgan en la
sentencia que se dicte en el amparo.
II. Salvo lo que se dispone en los artículos 24 y 26, el juez de Distrito, al conceder la
suspensión, dictará todas las medidas de aseguramiento que estime necesarias, para que el
quejoso no se sustraiga a la acción de la justicia, con excepción de la de encarcelamiento del
propio quejoso.
III. La suspensión producirá el efecto de que el quejoso no sea aprehendido o de que
recobre su libertad, si el amparo se pide contra la detención.
IV. Concedida la suspensión el agraviado quedará a disposición del juez de Distrito, en lo
que respecta a su libertad personal, y a disposición de la autoridad que deba juzgarlo que lo
esté juzgando, en lo que respecta a la secuela del proceso penal.
V. La suspensión se concederá en forma de que no se entorpezca la averiguación
penal.
ART. 24. Cuando el acto reclamado consista en la detención del quejoso, como responsable
de algún delito, por autoridades administrativas o por la Policía Judicial, la suspensión sólo
producirá el efecto de que aquél sea inmediatamente consignado a la autoridad judicial
competente.
El juez de Distrito dictará las medidas necesarias para que su determinación sea cumplida
sin demora, y requerirá a la autoridad responsable para que le informe sobre el día y la hora
en que se hubiere hecho la consignación y sobre la autoridad judicial a que se hubiere
hecho.
Con la prueba de que la consignación quedó hecha, se sobreseerá en el juicio.
ART. 25. Si la detención efectuada por la autoridad administrativa no tuviere como base la
comisión de algún delito, la suspensión producirá el efecto de que el quejoso sea puesto
inmediatamente en libertad, sin que para ello sea necesario dictar medidas de
aseguramiento.
La suspensión que se conceda estará condicionada al hecho de que sea cierto que la
detención no amerita la consignación del quejoso a la autoridad judicial, así deberá
establecerse en el auto respectivo, ordenándose a la autoridad responsable que, de no ser
así, deberá proceder conforme al artículo anterior.

223
ART. 26. Cuando el amparo se pida contra orden de aprehensión dictada por autoridad
administrativa, la suspensión se concederá sin medidas de aseguramiento; pero sus
defectos estarán condicionados al hecho de que no exista orden judicial que haya ordenado
la aprehensión, y así se comunicará a la autoridad responsable, requiriéndola para que
desde luego informe sobre el particular.
ART. 27. Cuando el amparo se pida contra la denegación de la libertad caucional, la
suspensión se concederá, observándose lo dispuesto por el artículo 23.
ART. 28. Las resoluciones que dicte el juez de Distrito, concediendo o negando la
suspensión, no causan estado; en consecuencia, podrá revocar la suspensión concedida si
aparecieren datos que demuestren que la concedió bajo falsos supuestos, y en las mismas
condiciones podrá conceder la que hubiera negado. También podrá modificar las medidas de
aseguramiento que hubiere dictado al conceder la libertad provisional. En estos casos, si sus
determinaciones estuvieren pendientes de recurso, dará aviso inmediato al Tribunal
correspondiente.
ART. 29. Siempre será revocada la suspensión concedida si el quejoso no cumple las
condiciones que se le hubieren impuesto, y en tal caso, no podrá otorgarse una nueva
suspensión. También deberá revocarse la suspensión cuando haya temor fundado de que él
quejoso trata de eludir la acción de la justicia.
ART. 30. Tratándose de órdenes de aprehensión, cualquiera que sea la autoridad de que
emanen, el juez de Distrito podrá, con la sola petición del quejoso, contenida en la demanda
de amparo, ordenar que se mantengan las cosas en el estado que guardan, mediante
medidas de aseguramiento de la persona de aquél. La suspensión concedida no podrá durar
más de setenta y dos horas.
ART. 31. La caución que se le fije al quejoso para la suspensión de la orden de aprehensión,
deberá otorgarla en el término de veinticuatro horas; pasado este término, la autoridad
responsable tendrá expedita su jurisdicción para verificar la aprehensión; pero sin
posterioridad se otorgare la caución, a partir de ese momento el quejoso gozará de la
libertad provisional.
ART. 32. Las resoluciones que dicte el juez de Distrito se ejecutarán desde luego, aunque
contra ellas se interponga el recurso de revisión.
ART. 33. Si al revisare el auto que concedió o negó la suspensión, se observare que el juez
de Distrito procedió con notoria violación a la ley, el tribunal colegiado de Circuito que
conozca del recurso consignará los hechos al Pleno de la Suprema Corte de Justicia, para
que decida lo procedente.
ART. 34. Sólo por causas plenamente justificadas podrá autorizar el juez de Distrito que el
quejoso se ausente del lugar que se le sigue el proceso, y para ello deberá tomar el parecer
de la autoridad responsable y del Ministerio Público, y dictar las medidas pertinentes para
que aquél no eluda la acción de la justicia.
ART. 35. Si ordenada la libertad provisional del quejoso, la autoridad responsable no diere
de inmediato cumplimiento a la orden, podrá el juez de Distrito hacer cumplir por sí mismo su
determinación, exigiendo la entrega de aquél al jefe de la prisión en que se encuentre. Si el
quejoso fuere ocultado, podrá el juez de Distrito ordenar la práctica de cateos en las
prisiones o lugares en donde se suponga que está oculto, todo ello sin perjuicio de la
observancia de lo dispuesto por los artículos 104, 105, 107 y 111 de la Ley, en lo que no se
oponga a la urgencia con que deben dictarse las medidas que este artículo prescribe. 50
ART. 36. Las facultades que los anteriores preceptos conceden a los jueces de Distrito, las
tendrán las demás autoridades a las que la ley encomienda el conocimiento de la
suspensión, en los casos de su competencia y en cuanto fueren procedentes.

50
Los artículos citados son los de la Ley de Amparo vigente.

224
ART. 37. La suspensión, ya que se trate de los casos a que se refiere el artículo 3° o de los
concernientes a la libertad personal, se tramitará en un incidente que se llevará por
duplicado, observándose las reglas a que se refieren los artículos siguientes.
ART. 38. Promovida la suspensión, el juez de distrito pedirá informe previo a la autoridad
responsable, que deberá rendirlo en el término de veinticuatro horas, y desde el auto inicial,
se señalará día y hora para la audiencia, procurando que el señalamiento sea dentro de las
cuarenta horas siguientes a la expiración del tiempo fijado a la autoridad responsable para
que rinda su informe. En el día y hora señalados, y aunque no se haya recibido el informe, se
celebrará la audiencia, en la que las partes podrán rendir las pruebas documental,
testimonial y de inspección ocular, las que se desahogarán desde luego, sin sujeción a
formalidad alguna, y oyéndose el parecer del Ministerio Público y las alegaciones de las
partes, se dictará, en la misma audiencia, la resolución correspondiente.
ART.39. La prueba testimonial se recibirá si quien la ofreciere presentare a los testigos, los
que podrán ser interrogados por todos los interesados y por el juez.
ART.40. Si se promoviere la prueba de inspección ocular, el juez, en persona, practicará
dicha prueba o encomendará la práctica de ella a alguno de sus secretarios; mientras tanto,
se suspenderá la audiencia, para continuarla luego que la prueba esté concluida, no
pudiendo aplazarse aquélla más de un día.
ART. 41. La autoridad responsable podrá hacerse representar en la audiencia por medio de
un delegado, que tendrá facultades para rendir pruebas y alegar lo que estime conveniente.
ART. 42. Los alegatos que se formulen serán verbales y cada parte no podrá hablar más de
diez minutos.
ART. 43. El juez tendrá amplias facultades en la investigación de los hechos y de las
violaciones alegadas, pudiendo hacer uso de la vía telefónica para pedir informes supletorios
a las autoridades responsables, las que estarán obligadas a proporcionarlos. Podrá el juez
solicitar, con carácter devolutivo, el expediente en que se haya dictado el acto reclamado, o
Bien, delegar sus funciones en uno de sus secretarios, para revisar dicho expediente y para
hacer las investigaciones que sean del caso, en las mismas oficinas de la autoridad
responsable, la que estará obligada a proporcionar todos los datos que se le pidan.
ART. 44. El informe previo de la autoridad responsable se referirá concretamente a la
violación que se le atribuye y será lo suficientemente amplio para que el juez de Distrito
pueda formarse criterio de la violación que se reclama en el amparo, para cuyo efecto, la
autoridad responsable acompañará a su informe copia de las constancias que, en su
concepto, sean justificativas de sus actos, sin perjuicio de que en la audiencia pueda
presentar nuevas constancias.
ART. 45. La falta de informe hace nacer la presunción de ser cierta la violación reclamada,
para él solo efecto de la suspensión; pero tratándose de actos restrictivos de la libertad, el
juez de Distrito, no obstante dicha presunción, deberá hacer las investigaciones que sean
procedentes.
ART. 46. Si la autoridad responsable no rinde su informe dentro del término que para el
efecto se le hubiere señalado, o si en el que rinda, proporciona datos que resulten falsos, o si
se negare a proporcionar los que se le pidan, de acuerdo con el artículo 43, el juez de
Distrito le impondrá una multa de $300.00 a $1,000.00, sin perjuicio de la consignación por el
delito de falsedad, a que se refiere el artículo 247, fracción V, del Código Penal para el
Distrito y Territorios Federales. Esta consignación deberá hacerla el juez de Distrito, aunque
ninguna de las partes en el amparo la solicite, siendo caso de responsabilidad para aquél el
no hacerla.
En el oficio en que se le pida a la autoridad responsable su informe previo, se le hará saber
la sanción en que incurre, si no rinde dicho informe o si son falsos los datos que proporcione
o si se niega a suministrar los que se le pidan.

225
ART. 47. En casos urgentes, podrá ordenar el juez de Distrito a la autoridad responsable que
rinda su informe por la vía telegráfica. En todo caso lo hará, si el quejoso asegura los gastos
de comunicación telegráfica.
ART. 48. Cuando alguna o algunas de las autoridades responsables funcionen fuera del
lugar de la residencia del juez de Distrito y no sea posible que rindan su informe con la
debida oportunidad, por no haberse hecho uso de la vía telegráfica, se ampliará el término
que se les dé para rendir aquél, de acuerdo con lo que dispone la fracción IV del artículo 24
de la Ley (no se trata dl art. 24 del Proyecto de Ley, sino del que corresponde a la Ley de
Amparo). Ello no obstará para celebrar la audiencia respecto de las autoridades residentes
en el lugar, a reserva de celebrarla que corresponda respecto de las autoridades foráneas,
pudiendo modificarse la resolución dictada en la primera audiencia, en vista de los nuevos
informes.
ART. 49. Cuando, al celebrarse la audiencia señalada en el incidente de suspensión,
apareciere debidamente probado que ya se resolvió sobre la suspensión definitiva en otro
juicio de amparo promovido por el mismo quejoso, o por otra persona en su nombre o
representación, ante otro juez de Distrito, contra el mismo acto reclamado y contra las
propias autoridades, se declarará sin materia el incidente de suspensión.
ART. 50. Cuando se interponga revisión contra la resolución dictada en el incidente, el juez
de Distrito remitirá el expediente original al Tribunal que conozca del recurso, conservando el
duplicado.
ART. 51. Para la ejecución y cumplimiento del auto de suspensión, se observarán las
disposiciones de los artículos 104, 105, 107 y 111 de la Ley, sin perjuicio de lo que dispone
el artículo 35 en los casos a que se refiere. 51
ART. 52. Las autoridades judiciales comunes, autorizadas para recibir la demanda de
amparo y suspender provisionalmente el acto reclamado, deberán formar por separado un
expediente, en el que se consigne un extracto de la demanda, la resolución en que se
ordene la suspensión provisional del acto reclamado, copias de los oficios o mensajes que
hubieren girado para el efecto, y constancias de entrega, así como de las determinaciones
que dicten para hacer cumplir su resolución, cuya eficacia deben vigilar, en tanto el juez de
Distrito les acuse recibo de la demanda y documentos que le hubiesen remitido.

DE LA SUSPENSION EN EL AMPARO DIRECTO

ART. 53. En los juicios de amparo de la competencia en única instancia, de la Suprema corte
de Justicia o de los Tribunales Colegiados de Circuito, en asuntos civiles, la autoridad
responsable, a petición del quejoso, suspenderá la ejecución de la sentencia, si el negocio
versa sobre intereses patrimoniales.
ART. 54. Para que la suspensión surta efectos, deberá el quejoso otorgar una caución que
responda de os daños y perjuicios que la suspensión pueda ocasionar a la contraparte del
quejoso.
ART. 55. El monto de la caución será fijado por la autoridad responsable, oyendo al tercero
perjudicado en una audiencia que para el efecto señale. Fijada la caución, se dará al quejoso
un plazo de cinco días para que la otorgue, y transcurrido dicho plazo sin haberse hecho el
otorgamiento, podrá ejecutarse la sentencia, a solicitud de la parte contraria.
ART. 56. La suspensión concedida quedará sin efecto si el tercero perjudicado solicita la
ejecución de la sentencia, mediante el otorgamiento de caución que garantice los daños y
perjuicios que la ejecución pueda ocasionar al quejoso, en caso de que obtenga el amparo.

51
Los arts. 104, 105, 107 y 111 son los de la Ley de Amparo vigente.

226
ART. 57. El monto de la caución será fijado por la autoridad responsable, observándose lo
dispuesto por el artículo 54.
Para que la caución surta efectos, deberá hacer el tercero los pagos a que se refiere el
artículo 12.
ART. 58. En las audiencias que se señalen para fijar el monto de la caución que deben dar el
quejoso y, en su caso, el tercero perjudicado, podrán las partes rendir las pruebas
documental y de inspección ocular, las que recibirán sin formalidad alguna.
ART. 59. Cuando la sentencia pronunciada en lo civil no verse sobre intereses patrimoniales,
podrá concederse la suspensión, si con la ejecución se causan perjuicios al quejoso y si no
se siguen perjuicios al interés social, ni se contravienen disposiciones de orden público.
Procediendo la suspensión, se concederá sin necesidad de que se otorgue garantía alguna.
ART. 60. Para resolver sobre la suspensión en el caso del artículo anterior, se celebrará una
audiencia, en la que se oirá a las partes y se recibirán las pruebas que presenten, dictándose
en la misma audiencia la resolución correspondiente.
ART. 61. Contra la resolución que se dicte, procederá el recurso de revisión, del que
conocerá la Suprema Corte de Justicia o el Tribunal Colegiado de Circuito, según que el
amparo sea de la competencia de una u otro.
ART. 62. Cuando la sentencia reclamada imponga la pena de privación de la libertad, la
suspensión surtirá el efecto de mantener las cosas en el estado que guardan, quedando el
quejoso a disposición de la Suprema Corte o del Tribunal Colegiado de Circuito, por
mediación de la autoridad que haya suspendido la ejecución. La suspensión se concederá
de plano y el quejoso podrá ser puesto en libertad provisional, mediante medidas de
aseguramiento, siempre que la pena que se le haya impuesto en la sentencia no exceda del
límite que las leyes federales o locales aplicables determinen para la procedencia de la
libertad caucional.
Tendrán aplicación en el caso las disposiciones contenidas en los artículos 28, 29, 32 y 33
de esta Ley, en lo que sean conducentes.
ART. 63. Tratándose de laudos de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, la suspensión de
concederá en los casos en que, a juicio del Presidente de la Junta respectiva, no se ponga a
la parte que obtuvo, si es la obrera, en peligro de no poder subsistir mientras se resuelve el
juicio de amparo, en los cuales sólo se suspenderá la ejecución en cuanto exceda de lo
necesario para asegurar tal subsistencia.
La suspensión surtirá efectos si se otorga caución bastante para responder de los daños y
perjuicios que puedan ocasionarse al tercero perjudicado, a menos de que éste otorgue
contra caución para la ejecución del acto.
ART. 64. Cuando la ejecución o inejecución del acto reclamado pueda ocasionar perjuicios al
interés general, la suspensión se concederá, o negará, atendiendo a no causar esos
perjuicios.
En estos casos, la suspensión surtirá sus efectos sin necesidad de que se otorgue garantía.
ART. 65. La resolución sobre la suspensión y, en su caso, sobre la fijación del monto de las
cauciones ofrecidas, se dictará en una audiencia, en lo que las partes podrán rendir las
pruebas documental, testimonial y de inspección ocular y alegrar lo que a sus derechos
convenga. Las pruebas se recibirán sin formalidad alguna.
ART. 66. El auto que conceda la suspensión, o que la niegue, será recurrible por medio del
recurso de revisión, del que conocerá la Suprema Corte de Justicia o el Tribunal Colegiado
de Circuito, según que el amparo sea de la competencia de una u otro.
ART. 67. Las cauciones a que se refieren los artículos 53 y 62 se harán efectivas ante la
misma autoridad responsable, en un incidente que se tramitará en los términos del artículo
20.

227
228
III

PROCEDENCIA DEL AMPARO POR VIOLACIONES


COMETIDAS DENTRO DE LOS JUICIOS
DE CARÁCTER CIVIL

Estudio leído por su autor el año de 1942, en la


Academia Mexicana de Jurisprudencia y
Legislación correspondiente de la España.

229
230
El constituyente de 1917, terminando con viejas discusiones, admitió el amparo contra
resoluciones de carácter civil, haciéndolo extensivo aun a las violaciones procesales; pero
estableciendo, con relación a las que pueden reclamarse desde luego, mediante la
intervención del juez de Distrito, y aquellas que sólo lo pueden ser en amparo directo, ante la
Suprema Corte, cuando se ha pronunciado sentencia definitiva en el juicio.
La distinción entre unas y otras violaciones ha sido materia de continuas discusiones
en los Tribunales Federales, por falta de una doctrina precisa para distinguir cuándo la
violación puede reclamarse ante el Juez de Distrito y cuándo hay que esperar para
reclamarla a que se pronuncie en el negocio sentencia definitiva.
No fue sino hasta el año de 1929 cuando la Tercera Sala de la Suprema Corte,
creyendo llenar el vacío de la jurisprudencia, formuló una doctrina sobre el particular, que
hizo consistir en que, para que una violación cometida dentro del juicio pueda reclamarse en
amparo ante el juez de Distrito, es necesario que el acto que se reclame tenga una ejecución
material sobre la persona o sobre las cosas y que sea de imposible reparación; pero fue tan
escaso el éxito de esta doctrina, que después de formulada se continuaron las discusiones y
aun, en muchos casos, sus propios autores la desconocieron, estableciendo excepciones o
desviaciones e introduciendo en su aplicación nuevos elementos.
La nueva Ley de Amparo, promulgada el 30 de diciembre del año de 1935, con la idea
de poner fin a toda discusión sobre el particular, cristalizó dicha doctrina en la fracción IV de
su artículo 114; pero con ello nada se adelantó, pues las discusiones han seguido y se han
hecho más acentuadas, desde que la Tercera Sala de la Suprema Corte quedó integrada
con sus actuales componentes, que, por no haber servido nunca en la Judicatura Federal
llegaron a dicho Alto Tribunal sin prejuicios que ofuscaran su criterio.
Dichos señores ministros se han dado cuenta de la falsedad de esa doctrina, y si no
todos ellos han decidido a repudiarla, es porque han considerado que al haber cristalizado
en un precepto de ley han desaparecido sus vicios, ya que ha sido el propio legislador el que
ha venido a hacer una interpretación auténtica de los textos constitucionales. Tal fue la
opinión emitida por uno de los señores ministros de la Tercera Sala en la sesión verificada el
21 de junio de este año, con motivo de la revisión de un auto de improcedencia, registrada
con el número 560 de este mismo año. El señor ministro a que aludo dijo textualmente en

231
esa sesión que la jurisprudencia actual era censurable y no del todo satisfactoria, y que aun
cuando estaba persuadido de las deficiencias de que adolecía, no podía enfrentarse con ella
en razón de que la fracción IV del artículo 114 de la actual Ley de Amparo en que había
cristalizado, constituía una interpretación auténtica del texto contenido en la fracción IX del
52
artículo 107 de la Constitución. En la sesión a que me refiero, después de una amplia
discusión del caso, la mayoría de la Sala resolvió el punto IV del artículo 114 de la Ley de
Amparo que la consagra.
Entendemos que en casos parecidos que se han sometido a la consideración de la
Sala, ha ocurrido lo mismo; pero no ha llegado a nuestro conocimiento que al repudiarse la
doctrina sustentada por la jurisprudencia se haya sustituido por otra, que pueda servir a
jueces y litigantes para normar sus actos en el futuro, y ello es necesario hacerlo, para evitar
el caos y la anarquía en la materia de que se trata.
Atendiendo a esta necesidad, me propongo hacer un estudio de tan interesante
problema, no con la pretensión de que se adopten mis puntos de vista, que quizás puedan
ser erróneos, sino con la idea de que sirvan de punto de partida para una discusión, de la
que pueda surgir una doctrina verdaderamente científica. Que sea base de orientación para
la correcta aplicación de las fracciones II, III y IX del artículo 107 constitucional.
Mi estudio comprenderá: un examen crítico de la doctrina que desde el año 29 viene
sustentándose sobre procedencia del amparo por violaciones procesales durante el juicio
civil, y un análisis de los textos constitucionales, para derivar de ellos una nueva doctrina que
pueda sustituir a aquélla.
Pero antes de hacer el examen crítico de la jurisprudencia, debe estudiarse si, como lo
dijo uno de los señores ministros de la Tercera Sala, la fracción IV del artículo 114 de la
vigente Ley de Amparo es un obstáculo a ese examen, por constituir dicho precepto legal
una interpretación auténtica de los textos constitucionales.
Interpretación auténtica es la que se hace por vía de autoridad, lo que quiere decir que
se impone a los juzgadores, privándolos de la facultad de examinar si el sentido que se ha
dado a la ley interpretada es correcto o no; siendo éste el efecto que produce la
interpretación auténtica, es claro que, en principio, sólo puede hacerla el legislador, que al
haber tenido la facultad de formular la ley, tiene, indudablemente, la de interpretarla; pero en
nuestro sistema constitucional existen dos categorías de leyes: las comunes, que son
hechas por el legislador común, funcionando en la condiciones que determina la Constitución

52
Las citas de los textos se refieren a la Constitución, antes de las reformas que sufrió en 1950.

232
y que puede, en términos generales, modificarlas en cualquier momento, y las
constitucionales, que son las formuladas por un Congreso que funcione en determinadas
condiciones que, en nuestra Constitución, fija el artículo 135, al decir que las adiciones o
reformas a aquélla deben ser hechas por el Congreso de la Unión mediante el voto de las
dos terceras partes de los individuos presentes y con la aprobación de la mayoría de las
Legislaturas de los Estados. Estas leyes constitucionales, llamadas leyes constitucionales
rígidas, no pueden, en manera alguna, ser modificadas por el legislador común; son la Ley
Suprema de la Unión Mexicana y sólo un Congreso, funcionando en la forma que establece
el artículo 135, puede modificarlas; más aun, siendo dichas leyes una garantía del orden
constitucional, el legislador común no puede dar ninguna ley que las contraríe.
Siendo así, es claro que la interpretación auténtica de una ley constitucional, con el
efecto que esa interpretación produce, de imponerse por vía de autoridad a los jueces, no
puede darse más que por un Congreso que funcione en las condiciones del artículo 135; el
legislador común no puede interpretar esas leyes, y si no lo hace, se sale de sus funciones, y
su interpretación carece de todo valor. Tanto menos puede hacerlo en nuestro Derecho,
cuanto que el artículo 73 de la Constitución que determina las atribuciones del Congreso, no
le da a éste, en ninguno de sus incisos, la facultad, ya no digo de interpretar las leyes
constitucionales, ni siquiera la de interpretar las leyes comunes.
El artículo 16 de la Constitución faculta al Congreso para reglamentar el artículo 107, y
este último artículo establece que una ley determinará los procedimientos y formas del orden
jurídico para la resolución de las controversias de que habla el artículo 103, ajustándose a
las bases que el mismo artículo 107 establece; pero la facultad de reglamentar no implica la
de interpretación; ésta no tiene valor como tal interpretación y deja expedita la acción de los
tribunales para examinar si esa ley interpretativa traduce, o no, el verdadero pensamiento del
Constituyente.
En nuestro sistema constitucional, la facultad de interpretar la Suprema Ley del País
sólo corresponde al Poder Judicial Federal, del que es órgano máximo la Suprema Corte de
Justicia de la Nación; solamente dicho Poder puede interpretar las leyes constitucionales, y
esto, dentro de los límites de la interpretación judicial. La interpretación auténtica únicamente
podría hacerla un Congreso que funcionara en las condiciones del artículo 135.
Ahora bien, la Ley de Amparo, en la que figura la fracción IV de su artículo 114, fue
formulada por el legislador común; no pudo haber interpretado auténticamente la
Constitución; de manera que sus preceptos no obligan al Poder Judicial, sino en tanto que se
amoldan a la propia Constitución; la facultad de examen está, pues, siempre expedita a

233
cualquier autoridad del País y con mayor razón, a la Suprema Corte de Justicia, para no
aplicar los preceptos de dicha ley, si en alguna forma contrarían los textos constitucionales.
Descartado, como creemos haberlo demostrado, todo obstáculo para discutir la
constitucionalidad de la jurisprudencia de que se trata y, por ende, la de la fracción IV del
artículo 114 de la vigente Ley de Amparo, que la cristaliza, vamos a abordar esa discusión
desde un punto de vista meramente jurídico, prescindiendo, por lo mismo, de razones de
convivencia que pudieran servir, y que de hecho quizás han servido, primero, para crear esa
jurisprudencia, y después, para mantenerla; nos referimos a la necesidad de restringir el
amparo en materia civil, en razón de la incapacidad de la Corte, por la forma en que está
constituida, para resolver los numerosos amparos que se promueven en la República; si se
trata de discutir esta cuestión, expresaríamos nuestro sentir personal contrario a la
restricción del amparo, ya que, dentro de nuestra realidad mexicana, es la única garantía
contra los abusos y las injusticias que por presión de políticos de alta y baja categoría, y por
otros motivos más indignos, propios del ambiente en que desde hace tiempo se viene
moviendo la Justicia, cometen jueces y tribunales; si nosotros habláramos como
legisladores, no restringiríamos el amparo, aunque se abusara de él, sino que
organizaríamos el Poder Judicial en forma de que pudiera dar inmediata y eficaz satisfacción
a todas las reclamaciones que se formularan; pero esta cuestión es del resorte del Poder
Legislativo, y es antijurídico que el Poder Judicial, saliéndose de la órbita de sus facultades,
pretenda, a pretexto de interpretación de la Ley, a buscar restricciones al amparo, en razón
de deficiencias de organización que lo incapacitan para dar satisfacción inmediata al ejercicio
de un derecho.
La doctrina sustentada por la Tercera Sala de la Suprema Corte del año 29, es, como
antes dijimos la siguiente: la regla general es que las violaciones cometidas durante el juicio
sólo son reclamables el interponerse el amparo contra la sentencia definitiva; por excepción,
la fracción IX del artículo 107 admite, respecto de tales violaciones, el amparo ante el juez de
Distrito, cuando se trata de actos cuya ejecución es de imposible reparación, debiendo
entenderse que la hablar la ley de ejecución se refiere a una ejecución material, física, sobre
las personas o sobre las cosas; de manera que para que el amparo proceda desde luego, sin
tener que esperar a que se dicte sentencia definitiva, es necesario que concurran estos dos
requisitos: que el acto reclamado tenga ejecución material sobre las personas o sobre las
cosas y que sea de imposible reparación; la fracción IV del artículo 114 de la vigente Ley de
Amparo tradujo la misma idea en parecidos términos.

234
La fracción de IX del artículo 107 constitucional, que pretende interpretar la
jurisprudencia de la Tercera Sala en los términos indicados, dice que: cuando se trate de
“actos en el juicio cuya ejecución sea de imposible reparación”, el amparo se pedirá ante el
juez de Distrito; dicho precepto no dice que la ejecución debe ser material o física sobre las
personas o sobre las cosas; de manera que al agregarle a la palabra ejecución el calificativo
de material o física, se restringe la connotación de aquella palabra; se varía el concepto del
legislador y, por lo mismo, no se interpreta debidamente; se dice que en la palabra ejecución
va imbíbita la idea de materialidad; ello no es exacto: “ejecutar” viene del latín “excequetus”,
participio pasivo del verbo: “excequi”, que significa “consumir”, “cumplir”, “poner en obra una
cosa”, “realizar algo”.
Nada hay que nos indique que la palabra “ejecutar” envuelve forzosamente la idea de
materialidad. Si se me ordena que guarde yo un secreto, ejecuto la orden que se me da,
guardando el secreto que se me ha confiado, y al proceder así, no realizo ningún acto
material.
Tratándose de resoluciones judiciales, éstas se ejecutan cuando se cumplen, cuando
se obedecen, cuando se procede en forma de respetarlas; así el auto que ordena un
emplazamiento, se ejecuta cuando se ha hecho saber al emplazado que tiene tantos días
para evacuar el traslado; es un acto ejecutable; el auto que da por cerrado el término
probatorio, se ejecuta al no permitirse que se rindan más pruebas, y se deja de ejecutar si el
juez las admite; en tal caso le decimos al juez: no has ejecutado tu propia resolución, y nadie
podría censurar tal forma de expresarse; del mismo modo, la resolución que desecha un
incidente se ejecuta haciendo punto omiso del incidente promovido.
En cuanto a la frase “de imposible reparación”, si admitimos, como lo hacen la
jurisprudencia y la fracción IV del artículo 114, que la ejecución debe ser material, física,
sobre las personas o sobre las cosas, aquella frase tiene que envolver forzosamente la idea
de una imposibilidad física de reparación, y entonces la procedencia del amparo, por
aplicación de la fracción IX del artículo 107, estaría restringida a unos cuantos casos que,
por absurdos, no puede uno concebir que el Constituyente hubiera legislado para ellos: un
auto que ordenara un daño físico al litigante; una resolución que ordenara la destrucción de
la casa, materia del litigio. ¿Es posible pensar que el Constituyente se hubiera preocupado
de legislar para casos tan inverosímiles?
Si hojea uno el Semanario Judicial, no encuentra uno, en los doce años que lleva de
estar en vigor aquella jurisprudencia, una resolución que se haya fundado en la
interpretación dada por esa jurisprudencia al artículo 107, para declarar procedente un

235
amparo, y cuando los autores de la propia jurisprudencia han querido poner, por vía de
ejemplo, un caso de acto material sobre los bienes de imposible reparación, han tenido que
recurrir a algo que, por inverosímil, no se puede verificar nunca: un remate de bienes en el
curso del juicio, esto es, antes de haberse pronunciado sentencia (ejecutoria publicada en la
pág. 165 del tomo XXVIII del Semanario Judicial de la Federación); semejante atropello no
se le puede ocurrir ni al más atrabiliario de los jueces; en cuanto a “actos de ejecución
material sobre las personas”, no sabemos de ningún caso que hayan presentado los
defensores de la jurisprudencia que examinamos, ni por vía de ejemplo.
En cambio, nos encontramos en el Semanario Judicial buen número de resoluciones
en las que se ha considerado procedente el amparo ante los jueces de Distrito, por
violaciones dentro del juicio, no obstante no implicar esas violaciones actos de ejecución
material y menos de imposible reparación: en la página 570 del tomo XXXIII, se lee en una
ejecutoria, que el amparo es procedente contra el auto que manda levantar en parte un
embargo, por ser un acto de imposible reparación dentro del juicio, ya que la sentencia nada
podrá resolver respecto de la reducción del secuestro; en la ejecutoria publicada en la página
366 del tomo XXXVIII, se declara que el amparo es procedente contra la resolución que
desconoce la personalidad del demandante (hay que tener en cuenta que, conforme al
criterio de la Corte ─tomo XXXII, página 988─, el juicio comienza, para los fines del amparo,
desde que se presenta la demanda, por lo que no podría decirse que el caso presentado no
constituye un desconocimiento de la doctrina sustentada por la jurisprudencia, en razón de
tratarse de un acto anterior al juicio); en la ejecutoria publicada en la página 2347 del tomo
XXXVIII, se declara que la falta de emplazamiento hace proceder desde luego el amparo,
cuando la reclamación abarca todos los procedimientos tramitados sin tal emplazamiento; en
la página 3973 del tomo XL se encuentra una ejecutoria que declara procedente el amparo
contra una sentencia interlocutoria, que resuelve sobre una excepción dilatoria; en la
publicada en la página 1373 del mismo tomo XL, se admite la procedencia del amparo contra
un embargo de sueldos; en la página 3553 del tomo XLI, encontramos una ejecutoria que
admite la procedencia del amparo contra una resolución que desecha un incidente de
nulidad; en la página 363 del tomo XLIII obra una ejecutoria que admite la procedencia del
amparo contra la resolución que le da forma al juicio (como ésta existen otras muchas
ejecutorias, las que formalmente declaran la existencia de un cambio de jurisprudencia sobre
el particular); en la página 3043 del tomo XLV se encuentra otra ejecutoria que considera
que el amparo es procedente contra la resolución que revoca un auto de exequendo dictado
en la vía ejecutiva, PORQUE OCACIONA LA NULIFICACIÓN DEL JUICIO Y POR ELLO

236
CAUSA PERJUICIO IRREPARABLE, en ejecutoria publicada en la página 4478 del mismo
tomo XLV, se declara que el amparo es procedente contra la resolución que admite en la
segunda instancia una excepción de litispendencia, con efecto de acumulación; sería
interminable esta lista si siguiéramos citando las ejecutorias de la Corte en que se declara
procedente el amparo contra resoluciones que tienen el carácter de meramente declarativas;
pero para nuestro propósito basta con las anotadas.
En presencia de las citadas ejecutorias y atendiendo a lo que antes dijimos, nosotros
preguntamos: ¿qué seriedad, qué prestigio puede tener una doctrina cuando en doce años
de estar vigente no se ha presentado un solo caso en el que, con fundamento en ella, se
haya declarado, procedente un amparo; cuando, teniendo que ocurrir a casos hipotéticos de
aplicación, ha tenido que presentarse un caso absurdo, como es el de un remate ordenado
antes de haberse pronunciado sentencia; cuando los autores de esa doctrina han declarado
procedente el amparo ante los jueces de Distrito en casos que manifiestamente no cuadran
en dicha doctrina?
Una doctrina que conduce a tales resultados, no valdría ni siquiera la pena de ser
discutida; sin embargo, ha servido durante largos doce años para dejar sin defensa inauditas
violaciones y todavía se invoca para cometer nuevas injusticias.
Pero continuemos en nuestro trabajo de investigación; cuando el Constituyente habla
de “actos de imposibles reparación” hay que admitir que habla en lenguaje de jurista, y en
ese lenguaje, “reparar” es obtener la enmienda de un yerro judicial; la reparación se entiende
que es dentro del procedimiento judicial, y así lo ha establecido la Corte, aunque
contrariando sus propias doctrinas, en algunas de ejecutorias que hemos citado. En el curso
de un juicio se pueden cometer ilegalidades, y el agravio que éstas causen es algunas veces
reparable, otras no; en términos generales, un agravio es irreparable cuando la ley no da
medios para que se enmiende o cuando se han agotado los que da, sin haberse conseguido
la reparación; pero tal interpretación, que sería la correcta, no podemos adoptarla para fijar
los alcances de la fracción IX del artículo 107, porque, conforme al mismo artículo, hay
violaciones procesales, recurribles o no recurribles, que no se pueden reclamar sino
dirigiendo la reclamación contra la sentencia definitiva que se dicte en el juicio en que se
cometen, y si admitiéramos aquella interpretación, acabaríamos con la distinción hecha por
el Constituyente entre violaciones reclamadas desde luego, y las que sólo pueden invocarse
a la terminación del juicio.
¿Cuándo el agravio es irreparable? Para dar respuesta a esta pregunta debemos
entrar de lleno a la exposición de nuestra doctrina; la Constitución distingue entre violaciones

237
procesales reclamables al pedirse amparo contra la sentencia definitiva que se dicte en el
juicio, y aquellas que se pueden reclamar desde que se comenten; la razón de ser de esta
distinción, derivada de la naturaleza y de los efectos que pueden producir en el juicio la
violación cometida, debe ser la base de un criterio científico para la interpretación de los
textos constitucionales.
¿Por qué –debemos preguntarnos– ha querido el Constituyente que cierta categoría
de violaciones procesales sean reclamables en amparo desde que se cometen, y que otras
no lo puedan ser sino al haberse pronunciando sentencia en el juicio? Lo primero que ocurre
pensar es en que si ciertas violaciones son reclamables desde luego, es porque ninguna
relación puede haber entre ellas y la sentencia, y que si otras deben ser reclamadas hasta
pronunciarse sentencia, es por existir alguna relación entre esa categoría de violaciones y la
propia sentencia.
Nos convence de que así es, el hecho de que la Constitución, tratándose de esa
categoría de violaciones, haya establecido el amparo, no propiamente contra las violaciones
cometidas, sino contra la sentencia definitiva dictada en el juicio en que la violación procesal
se cometió.
En efecto, la fracción II del artículo 107 de la Constitución, al referirse a la
procedencia del amparo en los juicios civiles o penales, dice que éste procederá contra las
sentencias definitivas, siempre que la violación se cometa en ellas o que se haya cometido
durante la secuela del procedimiento; de manera que lo que el Constituyente considera
violatorio de garantías es la sentencia misma, y si el amparo es sólo procedente contra ella,
aun en el caso de que la violación no se haya cometido en la propia sentencia, sino en el
curso del juicio, es porque tal violación debe tener alguna relación con la sentencia; de otro
modo no se explicaría que el amparo fuera dirigido contra la sentencia; sería absurdo
considerar que la sentencia es violatoria de garantías en virtud de una violación procesal que
no tuviera ningún vinculo con aquélla. Si se tratara solamente de un aplazamiento para la
promoción del amparo contra la violación procesal, la redacción de la fracción II del artículo
107 habría sido otra; se habría dicho: el amparo procederá contra el acto violatorio cometido
durante sentencia; pero la mencionada fracción no se expresa así, sino que establece la
procedencia del amparo contra la sentencia, por violaciones cometidas durante la secuela
del procedimiento, por lo que forzosamente indica la existencia de cierta relación de cierta
relación entre la sentencia y la violación procesal.
Se patentiza más esa relación, leyendo la última parte fracción II citada, en la que se
establece que, para que pueda proceder el amparo contra la sentencia por violaciones

238
cometidas durante el juicio, es necesario que cuando la violación haya tenido lugar en
primera instancia, se haya alegado en la segunda, por vía de agravio.
Si se tiene en cuenta que la apelación de una sentencia tiene por objeto reparar los
agravios que aquélla le causa al apelante, se comprenderá que si la Constitución exigió,
como requisito para la procedencia del amparo, el antes indicado, ello fue porque tuvo en
cuenta la persecución que en la sentencia puede tener la violación procesal cometida.
La doctrina a que antes aludimos no es nueva; está esbozada en el informe que al
finalizar el año de 1931 rindió el Presidente de la Tercera Sala de la Suprema Corte: según
esa doctrina, deben distinguirse en todo juicio dos clases de actuaciones: unas que tienen
por objeto garantizar el esclarecimiento de los derechos discutidos en el juicio, hacer que la
sentencia sea, dentro de la relatividad de los juicios humanos, la expresión de la justicia; la
necesidad del emplazamiento, las leyes reguladoras de la prueba, las que determinan la
competencia de los jueces, las que establecen recursos, las que garantizan el derecho de
defensa del demandado, todas estas reglas y otras muchas, que forman la estructura del
procedimiento judicial, no tienen otra finalidad que la antes apuntada; dicho de otro modo,
esas actuaciones son la preparación del material lógico de la sentencia y, por lo mismo,
están con ella de tal modo relacionadas, que verdaderamente no se puede decir que una
violación de ley cometida con motivo de ellas, cause por sí sola un daño al interesado; si a
una de las partes en el juicio se le niega, por ejemplo, la recepción de una prueba, sin duda
alguna que se comete una violación legal, si la prueba ofrecida es de olas que deben
admitirse y si se ha ofrecido en tiempo; pero hasta ahí no existe ningún perjuicio para el
interesado; el perjuicio existirá cuando la sentencia, por la falta de la prueba rechazada,
desconozca el derecho de la parte que la ofreció; siendo las actuaciones de que nos
ocupamos la preparación de la sentencia, la violación que se cometa en ellas adquiere
cuerpo solamente al pronunciarse aquélla, y así no puede decirse que la violación sea
definitiva, sino cuando la sentencia se dicte; entre tanto, sólo habrá, por así decirlo, un
conato de agravio, que podrá consumarse en la sentencia; si el juez ha negado una prueba,
si no ha emplazado debidamente a una de las partes, si le ha negado el derecho a un
recurso, claro está que no habrá preparado debidamente la materia lógica de la sentencia
que habrá de pronunciar; pero no por esto habrá ocasionado al interesado un perjuicio, ya
que, para las partes, la regularidad del proceso no es propiamente un fin, sino un medio para
obtener el reconocimiento de sus derechos; de aquí que el perjuicio no lo resientan, sino
cuando con motivo de la violación procesal cometida, se les desconozca su derecho.

239
Pero al lado de estas actuaciones hay otras que son ajenas al proceso, en cuanto
éste cumpla su función lógico-teórica encaminada a determinar en cada caso lo que sea
justo; esas actuaciones en nada afectan a la garantía que la ley otorga a las partes para el
esclarecimiento del derecho que se discute en el juicio; la sentencia no podría apoyarse en
ellas para definir el punto controvertido; destacadas esas actuaciones del proceso, cuando
con motivo de ellas se viole la ley, el agravio que la violación ocasiona es definitivo, y no hay
razón para que no pueda reclamarse en amparo desde luego, y menos la hay para que la
reclamación pueda hacerse dirigiendo el amparo contra la sentencia definitiva, pues ésta no
podrá tener apoyo alguno en esa actuación viciada y, por lo mismo, resultaría absurdo
considerar ilegal la sentencia por una violación procesal a la que es absolutamente ajena.
Cuando yo digo: la sentencia que desconoce mi derecho me agravia, porque se dictó
sin habérseme recibido tal prueba que ofrecí, o porque se dicto sin habérseme emplazado
correctamente o sin haberme dado oportunidad para alegar, mi reclamación contra la
sentencia es perfectamente lógica, por más que la violación haya tenido lugar antes del fallo;
pero cuando digo que la sentencia me agravia, porque durante el procedimiento se hizo un
embargo precautorio de mis bienes, porque el embargo que en la vía ejecutiva se despacho
en mi contra, se hizo en forma de secuestro, en vez de haberse hecho en forma de
intervención, mi reclamación resulta absurda, porque la sentencia no puede agraviarme por
dichos motivos, que no forman la materia propia del proceso en que tiene su punto de apoyo
la sentencia.
Por lo demás, pretender la reparación del agravio, en casos como los indicados,
cuando el juicio está terminado, es algo ilusorio, pues dictada, la sentencia, pasará una de
dos cosas: o que es absolutoria, y en esa caso, el embargo se levantará, o que es
condenatoria, y entonces habrá que sacar a remate el bien embargado, y en uno y otro
caso, la violación cometida con motivo del embargo mismo o de la forma que se en que se
verificó, quedará con el carácter de absolutamente irreparable. No tenemos conocimiento de
ningún caso en que en amparo directo se haya reclamado una violación de la naturaleza de
las indicadas: haberse dado a un embargo en forma de secuestro, y no la de intervención,
como suponemos que era la procedente; pero de presentarse ese caso, estamos seguros de
que, bajo la aplicación de la jurisprudencia, la Corte se vería en un aprieto para resolverlo,
pues siendo el acto reclamado la sentencia definitiva pronunciada, con la que nada tiene que
ver la violación procesal de que nos ocupamos, al conceder el amparo por dicha violación, la
concesión produciría el efecto de nulificar dicha sentencia y todo el procedimiento que le
sirve de apoyo, hasta el momento en que se cometió la violación, siendo así que tal

240
procedimiento carece de todo vicio y que, por lo mismo, no lo tiene el fallo dictado con base
en ese procedimiento.
Es verdad que el efecto de la concesión del amparo directo, cuando se alegan
violaciones procesales, es el de reponer el procedimiento desde el punto en que se cometió
la violación; pero este efecto es perfectamente lógico, tratándose de violaciones procesales
que hacen que la sentencia no esté debidamente preparada; cuando, por ejemplo, se ha
negado la recepción de una prueba, que, de haberse recibido, podría haber cambiado el
sentido del fallo; cuando éste se ha dado sin oír a alguna de las partes; perfectamente
razonable es que en tal caso quede nulificada la sentencia, por descansar en una base
ilegal; pero cuando la violación alegada se destaca del procedimiento en que debe apoyarse
la sentencia, no vemos razón ninguna para que tal procedimiento, carente de vicios, se
nulifique.
Aun tratándose de violaciones procesales relacionadas con la sentencia y, por lo
tanto, reclamables en amparo directo, la Suprema Corte, admitiendo la existencia de esas
violaciones, ha negado el amparo, cuando ha considerado que, aun sin la violación, el
sentido de la sentencia habría sido el mismo; una aplicación de esta tesis la encontramos en
la ejecutoria publicada en la página 3233 del tomo XL, del Semanario Judicial. Esta tesis,
que es correcta, y que, dicho sea de paso, confirma nuestra doctrina, con mayor razón debe
aplicarse cuando esté en presencia de una violación destacada del procedimiento en que la
sentencia se basa.
Insistimos: si la ejecutoria de amparo, en el que se han reclamado violaciones
procesales, produce el efecto de reponer el procedimiento, es porque la sentencia definitiva,
contra la que se ha enderezado la queja, no fue debidamente preparada y hay necesidad de
aquella reposición, para que la propia sentencia descanse en una base legal; esto demuestra
que es verdaderamente en la sentencia en la que adquiere cuerpo el agravio, y explica el por
qué de la procedencia del amparo y explica el porqué de la procedencia del amparo en
contra de la propia sentencia; si esta es la razón lógica de las fracciones II y III del artículo
107, y nosotros no encontramos otra, evidente es que esas fracciones no podrán recibir
aplicación cuando se trate de violaciones cometidas dentro del juicio que, por su carácter, no
puedan servir de punto de apoyo al fallo que tenga que dictarse.
Aplicando la jurisprudencia de la Corte, según la cual, todas las violaciones
procesales, con excepción de aquellas que se traducen en actos materiales de ejecución
sobre las personas o las cosas, de imposible reparación, son reclamables en amparo directo,
se llega al absurdo, que ya hemos patentizado, de que un procedimiento carente de vicios, y

241
la sentencia misma, basada en ese procedimiento intachable, queden nulificados. El sentido
común reside a admitir que el constituyente haya querido sancionar tamaño absurdo.
En los casos que hemos presentado de violaciones procesales, destacadas del
proceso que debe servir de apoyo a la sentencia, hay la posibilidad de que ésta se dicte, lo
que no impide que esas violaciones sean definitivas y, como tales, irreparables dentro del
procedimiento; pero hay otras que, al consumarse, hacen imposible la sentencia: en esta
categoría entran las que se cometen en una interlocutoria que declara improcedente la vía
elegida por el actos, en un auto que desconoce la personalidad del demandante o su falta de
capacidad para comparecer en juicio, en una sentencia sobre dilatorias que declara que no
se ha cumplido el plazo o la condición a que está sujeta la acción intentada; estas
violaciones son también definitivas y, por lo mismo, de imposible reparación dentro del
procedimiento, ya que hacen imposible su continuación.
Finalmente, existen otras violaciones que, aun haciendo posible el que se pronuncie
la sentencia, de hecho paralizan la continuación del juicio; ejemplo de ellas: un auto que
manda suspender el procedimiento, la negativa de un juez a dictar sentencia; estas
violaciones también son definitivas y, por ende, irreparables.
Como se ve, todas estas violaciones no trascienden a la sentencia definitiva que en el
juicio se pronuncie, unas, porque las actuaciones en que tienen lugar no sirven para definir la
existencia del derecho que se discute, que es el objeto primordial del proceso, y otras,
porque hacen imposible el desarrollo del procedimiento en que el fallo ha de fundarse.
Las anteriores explicaciones nos permiten ya dar una definición de lo que la fracción
IX del artículo 107 entiende por “actos en el juicio de imposible reparación”. Son aquellos
actos que causan un agravio que, por no tener ninguna relación con la sentencia, por no
poder trascender a ella, se consuman en el mismo momento en que tienen lugar, y, por lo
mismo, la violación de que adolecen es definitiva e irreparable dentro del juicio en que se
comete.
En concreto, nuestra doctrina es la siguiente: si la violación afecta a lo que constituye
el material lógico en que debe basarse la sentencia y, por lo mismo se consuma propiamente
en ésta, tal violación debe alegarse en amparo directo contra la sentencia misma;
naturalmente, para que proceda el amparo, cuya consecuencia tiene que ser la reposición
del procedimiento, es necesario, como requisito fundamental, que la violación afecte a las
partes sustanciales del procedimiento y que haya dejado sin defensa al quejoso, y como
requisito formal, que se haya protestado contra ella por negarse su reparación, y que si se
cometió en primera instancia, se haya alegado en la segunda, por vía de agravio.

242
Si la violación procesal ninguna relación tiene con la sentencia, si no afecta el
material lógico en que ésta debe descansar, si, por consiguiente, el fallo que se dicte no
puede estar influido, ni de una manera indirecta, por la violación cometida, o bien, si la
violación, aunque siendo en principio; de naturaleza de afectar a la sentencia, no puede
afectarla, producir el efecto de paralizar el juicio, haciendo imposible que el fallo se dicte, el
amparo procederá desde luego contra la actuación violatoria. Naturalmente, para que el
amparo proceda será necesario, por una parte, que se hayan agotado los recursos que las
leyes comunes concedan para la reparación del agravio, y por otra parte, que la actuación
violatoria ocasiones un perjuicio serio al interesado, ya que, de acuerdo con la naturaleza del
amparo, el perjuicio es básico para la procedencia del mismo. (Ejecutoria publicada en la
pág. 48 del tomo XLIII del Semanario Judicial de la Federación.)
Para aclarar nuestra doctrina, vamos a referirnos a algunos casos concretos, de los
que con más frecuencia se presentan en los tribunales:
Resolución admitiendo o desechando una demanda a la que no se acompañó el título
que la funda, en los casos en que se requiere para la validez de los contratos que se
otorguen en escritura pública o privada. –Suponemos la aplicación del artículo 8º del Código
de Procedimientos Civiles de 1884, que prohibía la admisión de una demanda cuando no se
acompaña el título a que antes nos referimos.
Si la resolución es desechando la demanda, como la violación no puede trascender a
la sentencia, porque impide que ésta se dicte, el amparo será procedente desde luego.
Si, por el contrario, la demanda se admite, el demandado tendrá que reclamar la
violación en amparo directo contra la sentencia, ya que ésta, al serle adversa, reposará en
un procedimiento viciado desde su origen.
Desconocimiento de capacidad para comparecer en juicio o de la personalidad de
quien comparece, por no reconocérsele su carácter de apoderado de otro, de síndico de una
quiebra, de albacea de una sucesión o de representante de una compañía. –Si se trata del
demandante, puede ocurrir que el desconocimiento tenga lugar desde la presentación de la
demanda o que sea consecuencia de una interlocutoria dictada en un incidente de
excepciones dilatorias; en uno y en otro caso, la resolución dictada impide el curso de la
acción, y al hacer imposible que se dicte sentencia definitiva en el juicio, la violación que
implique el desconocimiento de la capacidad o de la personalidad, claro está que no puede
trascender a esa sentencia; en consecuencia, el amparo procederá desde luego.
Si la personalidad que se desconoce es la de un apoderado del demandado, a quién
se notificó la demanda, el desconocimiento no impide el curso del juicio en rebeldía del

243
propio demandado, y como la violación afecta al derecho de defensa de éste y, por lo mismo,
trasciende a la sentencia, habrá que alegarla en amparo directo.
Pero esta solución es exacta cuando la personalidad desconocida es la de un
apoderado; si se desconoce la de un albacea, de un tutor, de un síndico de una quiebra, de
un representante de una entidad moral, y ese desconocimiento implica la paralización del
juicio, procederá el amparo contra la violación por la razón indicada; si se hace del
conocimiento, ordenándose la continuación del juicio en rebeldía del demandado, también
procederá el amparo inmediato, en razón de que, descartada del juicio la única persona que
puede representar al demandado, no se podría cumplir con el requisito indispensable para la
procedencia del amparo, de alegar en segunda instancia, por vía de agravio, la violación
cometida, y que la parte representada, la sucesión, el incapaz, la quiebra, la compañía, no
podrá hacerlo, porque sólo puede comparecer en juicio por medio de su representante, y el
albacea, el tutor, el síndico, el gerent6e de la compañía, tampoco podrán apelar de la
sentencia por estar descartados del juicio; no estarán ni siquiera en la posibilidad de conocer
el fallo de primera instancia; en estas condiciones, creemos que en los caso de que se trata,
la violación constituye un acto de imposible reparación dentro del juicio, haciendo procedente
el amparo contra la resolución que cometió la violación.
Resolución en materia de competencia. – Nos referimos solamente a la competencia
jurisdiccional, descartando todos los casos de competencia constitucional. Pueden
presentarse varas situaciones: el juez ante quien se presenta la demanda la rechaza,
declarándose incompetente, y es confirmado su auto por el tribunal de apelación; en este
caso, como la resolución dictada tiende a paralizar el ejercicio del derecho del demandante
para continuar su acción ante el juez que él considera competente, el amparo procederá
desde luego.
Si opuesta una excepción de incompetencia, se rechaza en definitiva, como el
agravio que con tal motivo pueda resentir el demandado se cristaliza en la sentencia que se
dicte en el juicio, por poder resultar esa sentencia dictada por un juez incompetente, el
amparo no podrá interponerse sino hasta haberse dictado dicha sentencia.
Igual solución habrá que adoptar en los casos en que la resolución sobre
competencia sea dictada a virtud de un conflicto de competencias entre dos jueces.
Resolución sobre la procedencia de la vía. –Si es en el sentido de declarar
procedente la vía intentada, el amparo procederá hasta deberse pronunciado sentencia
definitiva en el juicio, por tratarse de una resolución que afecta a los derechos de defensa del

244
demandado y que, por lo mismo, el agravio que ocasiona se consuma en la sentencia
definitiva que en el juicio se pronuncie.
Si la resolución es desechando la vía propuesta, el amparo procederá directamente
contra tal resolución, porque al impedir el curso del juicio, la violación no puede trascender a
la sentencia.
Resolución dictada en un incidente de oscuridad o defecto legal en la forma de
proponer la demanda. –Si la resolución es en el sentido de que la demanda no es oscura, ni
tiene algún defecto legal en la forma en que se propuso, el amparo procederá hasta haberse
pronunciado sentencia definitiva en el juicio, razón de que el vicio que puede tener la
resolución dictada afecta a los derechos de defensa del demandado y, por lo mismo,
trasciende a la sentencia.
Pero si la resolución es en el sentido contrario, esto es, si declara que la demanda es
oscura o que tiene algún defecto legal, como con esta resolución se afecta el ejercicio de la
acción del demandante, haciendo imposible que se dicte sentencia tomando como base la
demanda declarada defectuosa, el agravio que se le causa a aquél es definitivo y, por lo
mismo, podrá desde luego promover el amparo.
Resolución sobre admisión o denegación de pruebas.- La violación que con motivo de
una resolución en este sentido se puede cometer, no se consuma sino hasta el momento en
que se pronuncia la sentencia; en consecuencia, hasta entonces podrá ser reclamada en
amparo. Sin embargo, si se ordena la admisión de una prueba contra derecho o contra la
moral, como el agravio que se causa es definitivo, el amparo procederá desde luego.
Resolución mandando suspender la tramitación de un juicio.- La violación que con tal
motivo se puede cometer no repercute en la sentencia; es definitiva y, por lo tanto, el amparo
procederá sin haber necesidad de esperar a que la sentencia se dicte. Naturalmente, si la
suspensión del procedimiento, por su corta duración, no puede considerarse que cause un
perjuicio serio, el amparo será improcedente, ya que el perjuicio es básico de la procedencia
del amparo.
Resolución que admite o que rechaza un recurso.- Como los recursos afectan al
derecho de defensa que tienen las partes dentro del Juicio, el amparo no procederá sino
hasta haberse pronunciado sentencia definitiva en el negocio, a menos de que se rechace el
de apelación contra la sentencia de primera instancia, pues entonces procederá desde luego
el amparo.
Resolución dictada con motivo de una dilatoria de falta de cumplimiento de plazo o de
la condición a que está sujeta la acción intentada.- Si es en el sentido de declarar procedente

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la excepción, como tiende a paralizar el ejercicio del derecho del demandante, el amparo
procederá desde luego; si, por el contrario, la interlocutoria es en el sentido de desechar la
excepción, el amparo procederá hasta haberse dictado sentencia definitiva en el juicio.
Resolución sobre impedimentos o excusas.- Como el impedimento y la excusa
afectan a las garantías que quiere la ley que tengan las partes en el juicio, el amparo habrá
que interponerlo hasta haberse dictado sentencia definitiva.
Resolución sobre litispendencia.- Para saber si el amparo es procedente, dentro de la
doctrina que sustentamos, contra la interlocutoria que admite o desecha la excepción de
litispendencia, debemos investigar cuál es la situación procesal que, con motivo de la
admisión y no admisión de esa excepción, se produce en el pleito, y para ello debemos
precisar la naturaleza y objeto de ese medio de defensa.
La presentación de una demanda produce, entre otros efectos procesales, el de ligar
al actor a su propia demanda, de tal manera que no pueda variar los fundamentos de su
acción ni introducir ninguna modificación a ésta; por consiguiente, no puede presentar una
nueva demanda mientras esté en pie la anterior, y si lo hace, da lugar a la excepción de
litispendencia que, como su nombre lo indica, consiste en la denuncia de un pleito pendiente
sobre lo mismo que es objeto de aquel en que se hace valer la excepción. “Así como un
litigio no puede ser decidido más de una sola vez –dice Chiovenda-, tampoco puede estar
simultáneamente pendiente más de una relación procesal entre las mismas personas acerca
del mismo objeto. El demandado, por lo tanto, puede excepcionar que el mismo pleito está
ya pendiente ante el mismo o diferente juez, para que el segundo sea objeto de una sola
decisión por parte del juez primeramente aludido”. (Derecho Procesal Civil, tomo II, pág. 51.)
Dos son los fundamentos de la excepción de litispendencia: evitar una duplicación
inútil de la actividad pública y hacer imposible que se pronuncien dos fallos contradictorios.
Para evitar dichos efectos, el segundo pleito es remitido al Juzgado que primeramente haya
conocido del negocio, cuando ambos jueces se encuentran dentro de la jurisdicción del
mismo tribunal de apelación, y se dará por concluido el procedimiento si el primer juicio se
tramita en Juzgado que no pertenezca a la misma jurisdicción de apelación (art. 38 del Cód.
de Proc. Civ.).
Como se ve por la lectura del citado artículo, la procedencia de la excepción de
litispendencia da lugar, en algunos casos, a la terminación del procedimiento, y en otros, a la
remisión de los autos del segundo juicio al juez que conoce del primero. Ahora bien, en uno y
en otro caso, la declaración de procedencia de la litispendencia deja sin sentencia el
segundo pleito promovido: en el primero, por disposición expresa de la ley; en el segundo,

246
porque al remitirse los autos del segundo juicio al juez que está conociendo del primer pleito,
aquél pierde su autonomía; propiamente desaparece, al absorberse en el primero; de no ser
así, no llenaría su objeto la excepción de litispendencia, que es, además del de haber
imposible que se pronuncien dos fallos contradictorios, impedir que existan simultáneamente
dos relaciones procesales entre las mismas partes acerca del mismo objeto. La
litispendencia, dice Goldschmidt, “excluye cualquier proceso simultáneo sobre el mismo
objeto”. (Derecho Procesal Civil, pág. 338).
Generalmente se sostiene que por virtud de la procedencia de la excepción de
litispendencia se produce la “acumulación” de los pleitos, y al emplearse esta palabra, que,
como haremos observar después, no emplea nuestro Código de Procedimientos al hablar de
litispendencia, se confunden los efectos de la conexidad, que sí da lugar a la acumulación,
con los efectos de la litispendencia, siendo así que se trata de dos figuras jurídicas distintas.
En efecto, la litispendencia supone la identidad absoluta en los dos pleitos: identidad
de sujetos, identidad de objetos, identidad de causa. “La diferencia de un solo elemento
produce diferencia de acción”, dice Chiovenda (tomo I, pág. 325); es preciso, para que haya
litispendencia, que la segunda demanda esté contenida en la primera, dice el mismo autor,
en el tomo II de su obra, página 53. En cambio, para la conexión no se requiere tal identidad;
basta para que proceda, que entre las dos demandas haya una relación tan estrecha, que
exista el peligro de que juzgando de ellas separadamente se puedan dar resoluciones
inconciliables (Garconnet, Tratado Teórico y Práctico de Procedimientos, tomo I, pág. 756,
ed. París, 1882). Tan será el caso en que ante un tribunal se esté reclamando el
cumplimiento de un contrato, y en otro tribunal, la parte obligada esté demandando la nulidad
de este contrato.
Dadas las situaciones a que mira la conexidad, se comprende que, por virtud de la
acumulación de las acciones conexas, ninguna de ellas absorbe a la otra; cada una conserva
su propia autonomía, y tan es cierto ello, que el artículo 42 del Código de Procedimientos
Civiles permite que ambas acciones se tramiten por cuerda separada, siendo el efecto de la
acumulación que se pronuncie una sola sentencia.
Es el caso de la litispendencia, la remisión de la segunda demanda al juez que
conoce del primer juicio, no produce ese efecto; por virtud de la remisión, el segundo juicio
deja de tramitarse; es absorbido por el primero; desaparece desde el punto de vista procesal;
no hay, por lo mismo una verdadera acumulación, con los efectos que ésta tiene, tratándose
de la conexidad; el legislador del Código de Procedimientos supo ver esta diferencia, cuando
en el artículo 42, al hablar en su primer párrafo de las excepciones de litispendencia y

247
conexidad, en el segundo párrafo se refiere a la acumulación, sólo por lo que concierne a la
última de dichas excepciones.
De todo lo expuesto resulta que la declaratoria de procedencia de la excepción de
litispendencia deja sin tramitación el juicio en que tal excepción se opuso; en consecuencia,
constituye, dentro de la doctrina que sustentamos, un acto de imposible reparación, que cae
bajo la regla de la fracción IX del artículo 107 constitucional.
En el caso de que se deseche la excepción de litispendencia, podría sostenerse,
argumentando con nuestra doctrina, que tal resolución constituye un vicio de procedimiento
que trasciende a la sentencia, ya que ésta tendrá por base un procedimiento que no debió
haberse seguido, por lo que la violación habrá que alegarla en amparo directo contra la
sentencia. Sin embargo, no es así: el efecto que produce la litispendencia no está
circunscrito al juicio en que se propone; tiene relación con el primer juicio promovido, y de
ahí que si se esperara para proponer el amparo a que se hubiese dictado sentencia definitiva
en el juicio en que la excepción se hizo valer, ya no podría producir efecto alguno en relación
con el primer juicio, por estar éste terminado; en consecuencia, la resolución que desecha la
litispendencia causa también un perjuicio de naturaleza irreparable, que da lugar al amparo
inmediato.
Resolución sobre conexidad.- Como la conexidad trae consigo la acumulación de los
juicios, ningún perjuicio resiente el interesado cuando aquélla se declara procedente; por lo
tanto, el amparo carece de base.
Cuando la conexidad se desecha, el caso resulta igual a aquel en que se desecha la
litispendencia, pues produciendo aquella resolución el efecto de que continúe su curso el
juicio, al pronunciarse en él sentencia no será ya oportuno reclamar la violación procesal,
supuesto que, dentro de lo normal, habrá ya terminado el juicio al que se debía acumular
aquel en que la excepción se hizo valer, y en estas condiciones, el agravio resentido por el
quejoso con la interlocutoria que desecha la excepción de conexidad, con las graves
consecuencias que esto puede tener, de producirse fallos contradictorios, resulta irreparable.
Resolución sobre nulidad de actuaciones.- Si se declara que las actuaciones
tachadas de nulas no lo son, la violación que esto pueda ocasionar habrá que reclamarla en
amparo directo contra la sentencia definitiva, porque ésta será en realidad la que cause
agravio, al fundarse en actuaciones nulas.
El caso es distinto cuando la resolución es en el sentido de declarar nulo lo actuado,
pues teniendo que descansar la sentencia en el procedimiento repuesto, que en sí mismo,
carece de vicios, no podría razonablemente reclamarse en contra de esa sentencia por vicios

248
del procedimiento en que se apoya, y así, la resolución que declaró la nulidad vendrá a
constituir un acto de imposible reparación dentro del juicio.
Lo anterior se patentiza más cuando la nulidad afecta a todo el procedimiento judicial,
como, por ejemplo, cuando se nulifica el procedimiento desde la contestación de la demanda
hasta el auto de citación para sentencia definitiva, pues en tal caso, el procedimiento
nulificado queda propiamente sin sentencia, teniendo su apoyo la que se dicte en un
procedimiento completamente distinto.
Resolución sobre acumulación.- En general, la acumulación no ocasiona perjuicios
serios que puedan dar lugar al amparo; sin embargo, cuando tienen lugar con motivo del
estado de quiebra del demandado, como, por virtud de la acumulación, queda sin sentencia
el juicio promovido contra el quebrado, el amparo es desde luego procedente, porque la
violación que puede ocasionarse carece de defensa dentro del procedimiento en que se
verifica; es definitiva y, por lo tanto, irreparable.
Resolución que desecha una excepción perentoria.- Esta resolución, como todas las
que afectan a la formación de la “litis”, forma parte del material lógico que sirve para preparar
la sentencia; en consecuencia, la violación que se cometa en una resolución de ese género
es reclamable en amparo directo.
Resolución en que se niega la citación para sentencia.- Como esta resolución tiende
a hacer imposible la terminación del juicio, el agravio que ocasiona es definitivo, por lo que
procedería desde luego el amparo contra la violación.
Otro tanto habría que decir en el caso de que se reclamara contra la actitud de un
tribunal de segunda instancia, que habiendo citado para sentencia, no pronunciara ésta.
Como se ve, la doctrina que hemos expuesto da un criterio perfectamente definido
para resolver todos los casos que puedan presentarse; lo que no sucede en la doctrina
sostenida por la jurisprudencia, en la que es necesario admitir, como de hecho se han
admitido, desviaciones a esa doctrina, o bien, dejar sin reparación posible en el amparo un
gran número de violaciones procesales.
Vamos a demostrar nuestra afirmación refiriéndonos a algunos de los casos
presentados:
Un juez desecha una demanda por no acompañarse a ella el documento que él
considera base de la acción, o bien, después de admitirla, resuelve, en un incidente de
dilatorias, que la demanda es oscura o adolece de defecto legal; no hay duda de que se trata
de un acto dentro del juicio, porque, según criterio de la Corte, el juicio, para los fines del
amparo, comienza desde la presentación de la demanda (la jurisprudencia es uniforme en

249
ese sentido); tampoco hay duda sobre que no es un acto de ejecución material sobre las
personas o las cosas; en consecuencia, conforme a la doctrina que combatimos, el amparo
no procedería desde luego; pero tampoco podría promoverse hasta haberse dictado
sentencia en el juicio, porque la resolución violatoria de que se trata hace imposible que se
dicte esa sentencia, y entonces, una de dos cosas: o hay que admitir una desviación a la
doctrina de la jurisprudencia para considerar desde luego procedente el amparo, no obstante
que ella implica una denegación de justicia, supuesto que impide la tramitación del juicio.
Podría decirse que al resolver el juez que la demanda es oscura o adolece de algún
defecto en la forma de proponerse, el interesado puede corregir su demanda en el sentido de
arreglarla a los deseos del juzgador; pero esto no es una solución jurídica; además, si esto
es posible en el caso de demanda oscura o que adolece de defecto legal, no lo es cuando el
juzgador ha rechazado la demanda por no haberse acompañado a ella determinado
documento, que, en su modo de pensar, es básico para el ejercicio de la acción y que tal
documento no existe.
En el caso de una resolución que declare la improcedencia de la vía intentada,
ocurrirá lo mismo: o habrá que admitir el amparo, haciendo una desviación a la doctrina
sustentada por la jurisprudencia, supuesto que no se trata de actos materiales sobre la
persona o sobre las cosas, o habrá que declarar que el derecho que una persona tiene para
ejercitar su acción en determinada vía no es reclamable en amparo y que, por lo mismo,
aunque tal derecho haya sido violado, la víctima de la violación debe presentar su demanda
en la vía que el juez le designe. Esta tesis última fue sostenida por la Corte durante muchos
años; pero al fin rectificó su criterio, como puede verse en la ejecutoria publicada a fojas 363
del tomo XLIII del Semanario Judicial.
En el caso de una resolución incidental que declara procedente la dilatoria de falta de
cumplimiento del plazo o de la condición a que está sujeta la acción intentada, ocurre lo
mismo que en los casos anteriores: o se le abre una brecha a la jurisprudencia sustentada,
para admitir la demanda, o hay que considerar que una violación de este género que dilata o
paraliza quizás en una forma indefinida (así puede ocurrir en el caso de falta de
cumplimiento de determinada condición) el ejercicio del derecho del demandante, no puede
remediarse por medio del amparo. En la ejecutoria que obra publicada a fojas 1373 del tomo
XL del Semanario Judicial de la Federación, la Suprema Corte optó por lo primero.
Otro tanto puede suceder tratándose del auto en que se niega la citación para
sentencia o de la omisión del tribunal de segunda instancia para sentenciar; si el amparo no

250
procede desde luego, el agravio no tiene reparación posible y la denegación de justicia que
entraña el hecho de no sentenciar resulta irremediable.
Como es de verse por los casos presentados, la doctrina sustentada por la
jurisprudencia deja sin remedio en el amparo, violaciones que se traducen en una verdadera
denegación de justicia, contra la garantía constitucional que establece que los tribunales
estarán expedidos para administrarla, o bien, para no caer en tal defecto, tiene que admitir
excepciones a la regla que sustenta, con lo que esa misma jurisprudencia se encarga de
patentizar su fracaso.
No queremos terminar nuestro estudio sin referirnos a las críticas que se han hecho a
la doctrina que sustentamos, que se encuentran resumidas en el informe rendido por el
Presidente de la Tercera Sala de la Suprema Corte, del año 1931.
En ese informe se dice en primer lugar, que la palabra “ejecución”, que emplea la
fracción IX del artículo 107 constitucional, no tiene la connotación de “cumplimiento”, pues
dicha palabra, según el Diccionario de Jurisprudencia, se refiere a actos materiales, y para
reforzar tal interpretación, se dice que en un proyecto de Código Federal de Procedimientos
Civiles, que se publicó en el Semanario Judicial de la Federación el año de 1887, el que fue
muy elogiado por los autores del Código de 1897, se establecía que en materia civil, el
amparo sólo procedería contra las sentencias definitivas y contra algunas otras
determinaciones que “debieran ejecutarse desde luego en la persona o bienes del quejoso”,
constituyendo esto un precedente para interpretar la fracción IX del actual artículo 107
constitucional en el sentido indicado.
Ya antes hemos dicho y demostrado que no es exacto que la palabra ejecución tenga
la connotación restringida que quiere atribuírsele; en cuanto al precedente que se invoca,
nos parece que más bien es un argumento en contra de la tesis que se sostiene, pues si lo
establecido sobre procedencia del amparo en materia civil, en el proyecto del Código tan
elogiado, que se publicó en 1887, no se repitió en los Códigos que con posterioridad se
formularon, ello significa que los legisladores no quisieron acepar el sistema que
recomendaba dicho proyecto.
Se dice también en el informe, que el criterio que hemos expuesto está basado en
distinciones y apreciaciones de carácter muy subjetivo que no encuentran apoyo en los
textos legales.
No está justificada esta objeción; nuestra doctrina está basada: por una parte, en la
explicación de la distinción, que hace el Constituyente, entre violaciones procesales que
pueden reclamarse desde que se cometen y aquellas que sólo pueden serlo al interponerse

251
el amparo contra la sentencia definitiva; por otra parte, en el hecho de que el propio
Constituyente estableció la procedencia dl amparo contra la sentencia definitiva por
violaciones cometidas durante el juicio, entendiendo con esto que es en la sentencia en
donde se refleja la violación procesal, y finalmente, en que el mismo Constituyente exigió
como requisito para la procedencia del amparo contra la sentencia, por violaciones en el
procedimiento, que éstas se alegaran en la segunda instancia por vía de agravio, con lo que
se confirma que el legislador tuvo en su mente la relación que existe entre la violación y la
sentencia. Podrá sostenerse que nuestras indiferencias no son lógicas, pero no puede
decirse que son apreciaciones meramente subjetivas, sin apoyo alguno en la ley.
La tercera objeción que se hace a nuestra doctrina consiste en que el criterio que
sustenta es de dificilísima aplicación en la práctica, porque, en términos generales, todas las
resoluciones pueden tener influencia en la decisión final, por lo que su adopción no haría
sino inducir a errores.
Ya hemos demostrado con numerosos ejemplos que hay muchos actos en el
procedimiento judicial que ninguna relación tienen con la sentencia y que por lo mismo, por
violatorios que sean, no pueden constituir un vicio de la propia sentencia.
Se dice también que la doctrina de que se trata echa por tierra el principio
fundamente, consistente en que todas las violaciones civiles son recurribles por la vía de
amparo.
Posiblemente hay buen número de violaciones civiles que no son recurribles por la
vía de amparo; nosotros desde luego aceptamos que cuando la violación no causa un
perjuicio serio, el amparo es improcedente, en razón de que el perjuicio es básico para
procedencia del juicio constitucional; pero lo que está a discusión en la doctrina que
combatimos y en la que exponemos, no es si el amparo n es un remedio para corregir toda
clase de violaciones, sino qué clase de violaciones, de las que son recurribles en amparo, lo
pueden ser desde luego y cuáles al pronunciarse sentencia en el juicio en que se cometen
Como quinta objeción se hace la de que, de admitirse que la reparabilidad de un
agravio pudiera depender de la simple eventualidad de que la sentencia definitiva fuera
favorable al agraviado, no habrá razón para que unas violaciones se reclamaran hasta
después de ser pronunciada la sentencia y otras inmediatamente, siendo así que todas las
violaciones cometidas en el curso del procedimiento están sujetas a esa eventualidad.
Como se habrá visto por el desarrollo que hemos hecho de nuestra doctrina, ésta no
consiste en hacer depender la procedencia del amparo, bien ante los jueces de distrito, bien
ante la Suprema Corte, de la eventualidad de que la sentencia definitiva fuere favorable o

252
perjudicial al agraviado, sino en la relación que existe entre esa violación y la sentencia,
independientemente del resultado de ésta; de manera que la objeción que se hace carece en
lo absoluto de fundamento.
Finalmente, se dice que la nueva doctrina no haría sino fomentar el abuso del amparo
y dar lugar a la constante interrupción de los juicios.
El primer motivo de la objeción no es más que una –petición de principio; habría que
comenzar por demostrar que el ejercicio del derecho de amparo, por aplicación de la fracción
IX del artículo 107, en los casos que encajan en nuestra doctrina, no es legítimo, y sólo
después de probar esto, cabría hablar de abuso de aquel derecho.
En cuanto al segundo motivo de la objeción, es manifiestamente inexacto, pues la
simple interposición de un amparo contra una violación procesal civil no suspende, ni
interrumpe, la marcha del juicio.
Con lo anterior damos por concluido nuestro trabajo, repitiendo lo que ya dijimos, esto
es, que no hemos tenido otro propósito, al hacer este estudio, que el de exponer puntos de
vista que sirvan de base a una discusión de la que pueda resultar una doctrina que acabe,
de una vez por todas, con el caos y la anarquía que existe en la materia de que se trata. 53

53
El inciso a) de la fracción III del artículo 107 de la Constitución, reformada por decreto de 30 de diciembre de 1950, al haber
establecido que el amparo procede contra la sentencia definitiva por violaciones cometidas durante la secuela del
procedimiento, cuando “afecten las defensas del quejoso trascendiendo al resultado del fallo”, parece, al fin, habernos dado la
razón.

253
254
IV

EXTRACTO DE EJECUTORIAS DE LA SUPREMA


CORTE, EN LAS QUE EL FUNDAMENTO
DE LA SUSPENSION SON CONSIDERACIONES
RELATIVAS A LA CONSTITUCIONALIDAD
DEL ACTO RECLAMADO

255
256
Aunque la, dotación de aguas a los pueblos debe considerarse de interés general,
como la dotación de tierras, si la que se haga de aquellas, está sujeta a determinadas
taxativas, es procedente conceder la suspensión que mande expropiar esas aguas, sin
sujetarse a esas restricciones. (S.J., de la F., tomo XVI, pág. 487.)
Los pagos de cantidades que no tienen el carácter de impuestos, sino que nacen de
un contrato privado celebrado por las autoridades, no pueden exigirse por medio de la
facultad económico-coactiva, y la suspensión contra tales procedimientos, en esos casos,
debe concederse, sin necesidad de que se constituya depósito o fianza. (S .J. de la F., tomo
VIII, pág. 489.)
Todas las solicitudes relacionadas con las ampliaciones de ejidos, deben ser
elevadas, por conducto de la Comisión Nacional Agraria, al Ciudadano Presidente de la
República, porque las Comisiones Locales Agrarias y los Gobernadores de los Estados
carecen de facultades constitucionales para modificar las resoluciones en materia de ejidos,
y si se procede en otra forma, tal acto importa una violación de garantías, contra la cual cabe
la suspensión, tanto por los perjuicios que la ampliación pudiera ocasionar a la parte
agraviada, como porque habiéndose llenado la finalidad que persigue la Ley Agraria, con la
dotación de tierras que primeramente se acordó, es de presumirse que en el caso no existe
el interés social que concurre cuando se trata de dotar a los pueblos con tierras para
satisfacer necesidades agrícolas. (S. J. de la F., tomo XIX, pág. 307.)
Si el aseguramiento de bienes no tiene por objeto la base del procedimiento penal
respectivo, ni la averiguación de los delitos, y la posesión de esos bienes no la tiene el
presunto delincuente, sino un tercero, y por lo tanto, la suspensión que contra él se conceda
no puede traer como consecuencia la paralización del procedimiento penal, puesto que los
bienes que se manda asegurar no constituyen los elementos del delito, procede conceder la
suspensión contra dicho aseguramiento, sin fianza. (S. J. de la F., tomo XVII, pág. 933.)
Los ayuntamientos están obligados a llevar a cabo el aseo de las calles, pues las
contribuciones que recaudan no tienen más destino que cubrir los servicios públicos; por
tanto, procede conceder la suspensión contra la orden de que se dé para que los vecinos
lleven a cabo ese aseo, pues tal suspensión no irroga perjuicios a la sociedad y la orden sí

257
los causa a los quejosos, quienes, en su carácter de particulares, se verían obligados a
prestar un servicio público. (S. J. de la F., tomo XVIII, pág. 981.)
Las autoridades administrativas deben expresar las disposiciones legales en que
apoyan sus actos, y si no lo hacen, contra la ejecución de los mismos es procedente
conceder la suspensión. (S. J. de la R., tomo XVIII, pág. 1230.)
Contra las resoluciones que manden dotar los ejidos a los barrios de las ciudades,
procede conceder la suspensión, porque careciendo esos barrios de capacidad jurídica para
adquirir tierras, no existe el interés social que hay generalmente en los casos de dotación de
ejidos, acordados a favor de los pueblos, de conformidad con la Ley Agraria. (S. J. de la F.,
tomo XVII, pág. 1530.)
Contra la declaración administrativa que se haga, de que determinados bienes, cuya
posesión tiene un particular, son de propiedad nacional, procede conceder la suspensión,
porque con ello no se lesionan los intereses del Estado, desde el momento en que no es
poseedor, tanto más cuanto que el respeto a la posesión es de interés social, en todos
casos. (S. J. de la F., tomo XVIII, pág. 747.)
La sociedad está interesada en que se respete la vigencia de los contratos celebrados
por el Poder Público, mientras la autoridad competente no declare la nulidad de ellos. (S. J.
de la F., tomo XVII, pág. 186.)
Si bien es cierto que el Estado está interesado en hacer efectivos los impuestos,
también lo es que el procedimiento para el cobro debe seguirse contra los causantes, y de
ninguna manera contra terceras personas, por lo cual procede conceder la suspensión,
cuando dicho procedimiento se dirija contra quienes no están afectados al pago. Lo
suspensión, en tal caso, debe concederse previa fianza. (S. J. de la F., tomo XVIII, pág.
1304.)
El cambio de depositario no afecta los derechos del embargado, por lo cual es
improcedente la suspensión que solicite contra dicho cambio. (S. J. de la F., tomo XX, pág.
362.)
Si bien es cierto que la sociedad está interesada en que se observe el descanso
semanario, también lo es que ese descanso debe ser estatuido por una ley, y no por una
disposición de orden administrativo; en esa virtud, debe concederse la suspensión. (S. J. de
la F., tomo XVI, pág. 759.)
La desocupación que se ordena en vía de ejecución de sentencia, no puede ser
suspendida porque afecte a personas que no comprueben tener el carácter de arrendatarias,

258
puesto que, faltándoles tal carácter, ningún agravio legal puede originárseles con la
ejecución de la sentencia. (S. J. de la F., tomo XII, pág. 252.)
La dotación o restitución de tierras que se haga apartándose de lo mandado por la
resolución presidencial respectiva, constituye una violación de garantías; por lo que, en tal
caso, debe concederse la suspensión. (S. J. de la F. tomo VIII, pág. 540.)
Si bien es cierto que la sociedad y el estado tienen intereses en la averiguación de los
delitos y en el castigo de los que resulten culpables, también lo es que los mismos tienen
interés en que, ante todo, se respeten los mandamientos de la constitución federal que
prohíben que sean detenidos los individuos que gocen de fuero constitucional, sin que
previamente se obtenga su desafuero. (S. J. de la F. tomo XVI, pág. 683.)
Si bien es verdad que el Estado tiene interés en que se respeten los tratados
internacionales y se depure la conducta de los extranjeros residentes en el país, también lo
es que al mismo Estado importa que se respeten las garantías individuales; y que la
suspensión debe concederse cuando su negativa implicaría que se dejara sin materia el
juicio de amparo, por lo que debe concederse dicha suspensión, contra la resolución
administrativa que acuerde la extradición de los extranjeros, para el efecto de que, mientras
se falle el amparo en lo principal, el quejoso quede a disposición de los jueces federales. (S.
J. de la F. tomo XIX, pág. 9.)
Es improcedente aplicar la facultad económico-coactiva para el cobro de cantidades
no provenientes de impuestos, aun cuando los deudores hayan convenido sujetarse a ese
procedimiento. Procede conceder la suspensión bajo fianza y no previo depósito, cuando el
acto reclamado es el cobro por las autoridades, de sumas que se le adeuden, no con el
carácter de impuestos y que, por lo tanto, al exigirlas, no obran como autoridades. (S. J. de
la F., tomo XI, pág. 124.)
Conforme al artículo 33 constitucional, el Presidente de la República tiene la facultad
exclusiva de hacer abandonar el país, inmediatamente y sin necesidad de juicio previo, a
todo extranjero cuya permanencia juzgue inconveniente; y contra el ejercicio de esa facultad,
es improcedente conceder la suspensión, porque se trata del incumplimiento de un precepto
constitucional, del que puede hacer uso discrecionalmente el Ejecutivo, siendo la detención,
en tal caso, sólo una medida para cumplimentar las órdenes dadas en virtud de esa facultad.
(S. J. de la F., tomo XX, sección de jurisprudencia.)
Para que se pueda dotar de ejidos a las villas y ciudades, es preciso el acuerdo previo
de la Comisión Nacional Agraria a que se refiere el artículo segundo del Reglamento vigente
de la Ley Agraria. De la falta de observancia de ese requisito, tienen que seguirse perjuicios

259
a la sociedad y al Estad, por lo cual sí es procedente la suspensión, pues es de interés
público el exacto cumplimiento de las leyes. (S. J. de la F., tomo XIV, pág. 1768.)
Aun cuando es cierto que la sociedad y el Estado tienen interés en que se resuelva el
problema agrario, también lo es que mayor lo tienen en que esta resolución se ajuste
estrictamente a los preceptos legales relativos. (S. J. de la F., tomo XVIII, página 1211.)
Si bien es cierto que la sociedad y el Estado tienen interés en que se resuelva el
problema agrario, también es verdad que lo tiene mayor en que se respeten las ejecutorias
dictadas sobre materia agraria, cuando han pasado a ser verdad legal. (S. J. de la F., tomo
XVII, pág. 653.)
Las autoridades militares carecen de facultades para ordenar y ejecutar la
intervención de bienes, a pesar de la existencia del decreto que ordena la incautación de los
que pertenezcan a los rebeldes, pues al Ministerio Público compete exclusivamente el
ejercicio de las acciones respectivas, para obtener de la autoridad judicial, el correspondiente
aseguramiento; por lo que la incautación que las autoridades militares lleven a cabo, sin
orden de la judicial, debe ser suspendida, por estar interesada la sociedad en que se preste
toda clase de garantías a los individuos, para que sean respetados en sus propiedades y
posesiones. (S. J. de la F., tomo XV, pág. 320.)
Mientras no se demuestre la legitimidad del acto por el cual se perturba a alguien en la
posesión, debe mantenérsele en ella, aunque las autoridades se propongan obtener
beneficios a favor de la colectividad. (S. J. de la F., tomo XIX, pág. 963.)
La fracción XIX del artículo 123 constitucional consigna que los paros serán lícitos,
únicamente cuando el exceso de producción haga necesario suspender el trabajo para
mantener los precios en el límite costeable, previa aprobación de la Junta de Conciliación y
Arbitraje; y cuando haciendo uso del derecho que concede la fracción XVII del citado
artículo, se declara el paro, no hay obligación alguna, por parte de los patronos, de
indemnización a los obreros; por lo que contra el laudo que ordena esa indemnización
procede conceder la suspensión, porque la sociedad está interesada, no en que se observen
los laudos de las Juntas de Conciliación, sino en que se respeten las leyes, debiendo
concederse la suspensión mediante fianza, por los perjuicios que pudieran irrogarse a
terceros. (S. J. de la F., tomo XVIII, pág. 37.)
Contra la pena de destierro que pretenda imponerse a los mexicanos por
naturalización, aplicando equivocadamente el artículo 33 constitucional, procede conceder la
suspensión de oficio. (S. J. de la F., tomo XVI, pág. 232.)

260
Aun cuando se trate de la aplicación de disposiciones de interés general, si las
autoridades responsables no justifican sus actos procede conceder la suspensión y otorgarla
sin fianza, cuando no haya tercero perjudicado. (S. J. de la F., tomo XIX, página 780.)
Es improcedente conceder la suspensión cuando quien la pide no justifica los
derechos que le asisten para impetrarla, porque no existiendo éstos, ningunos daños o
perjuicios se le pueden seguir con que se ejecute el acto que se reclama. (S. J. de la F.,
tomo XIV, pág. 1455.)
Es procedente la suspensión contra los actos que se dicten en contra del texto
expreso de la ley, porque de la falta de observancia de ésta tienen que perseguirse perjuicios
a la sociedad y el Estado. (S. J. de la F., tomo XIV, pág. 1768.)
Contra el acuerdo administrativo que manda expropiar terrenos de la zona federal,
indebidamente poseídos por particulares, es improcedente conceder la suspensión. (S. J. de
la F., tomo XVIII, pág. 682.)
Si al fijar la zona federal, se priva de sus posesiones a los particulares, contra ello
procede la suspensión sin fianza, puesto que no reciben perjuicios la sociedad y el Estado.
(S. J. de la F., tomo XX, pág. 30.)
No basta para decretar la suspensión de oficio que el quejoso afirme que se trata de
un caso prohibido por el artículo 22 de la Constitución, sino que es preciso examinar si
efectivamente el caso está comprendido, o no, en dicho precepto constitucional. (S. J. de la
F., tomo XX, Sección de Jurisprudencia.)
Si la declaración que se haga de que determinadas tierras son ociosas, no está
justificada, por existir en contra informes oficiales que la desvirtúen, contra tal declaración
procede conceder la suspensión mediante fianza. (S. J. de la F., tomo XVII, pág. 580.)
Contra el acuerdo administrativo que mande que vuelvan el dominio de la Nación los
terrenos nacionales, procede conceder la suspensión mediante fianza, ya que con ello no
sufren perjuicio alguno la sociedad o el Estado, porque el interés de éste queda a salvo, si se
cubren con puntualidad los impuestos relativos a esos terrenos, y las demás cargas fiscales
que por su explotación corresponde percibir el Erario Federal, y porque la sociedad tiene
interés en que, con las formas tutelares del procedimiento, la propiedad quede bien definida
para que no se causen perjuicios injustificados, debiendo otorgar fianza, para garantizar los
daños que a alguno pudiera causarse con la suspensión. (S. J. de la F., tomo XIX, pág. 205.)
Para que se puedan aplicar las disposiciones sanitarias que mandan desocupar una
habitación, porque no llene los requisitos que previene el Código Sanitario, es preciso que se
especifiquen las deficiencias de que adolece dicha habitación, para que pueda saber si el

261
caso está, o no, comprendido dentro de las disposiciones pertinentes, y si tal cosa no se
hace, es procedente conceder la suspensión, contra la orden por el perjuicio que pudiera
seguirse a tercero. (S. J. de la F., tomo XV, pág. 1066.)
Las resoluciones agrarias que dicte el Presidente de la República tienen el carácter de
irrevocables y deben acatarse por las autoridades inferiores; por lo cual procede a conceder
la suspensión que tienda a conservar el estado jurídico creado por dichas resoluciones. (S. J.
de la F.; tomo XX, pág. 660.)
Es causa para presumir la improcedencia de la suspensión la circunstancia de que en
el amparo relativo, haya sobreseído el juez “a quo”. (S. J. de la F.; tomo VIII, pág. 574.)
Como el procedimiento es de orden público, sólo puede suspenderse en la forma y en
los casos que la ley señala; por tanto, si indebidamente se manda suspender el
procedimiento, la sociedad sufre con ello perjuicios, y contra tal mandamiento procede
conceder la suspensión sin fianza, por no haber tercero perjudicado. (S. J. de la F., tomo
XVII, pág. 938.)
Corresponde a la autoridad administrativa velar por el ornato, salubridad e higiene de
los mercados y contra las órdenes que tiendan a mantenerlos, no procede conceder la
suspensión. (S. J. de la F., tomo XI, pág. 111.)
Aunque, por regla general, tratándose del cumplimiento de las leyes agrarias, no cabe
la suspensión, por excepción puede concederse cuando el quejoso ha sido amparado en
primera instancia y los perjuicios que se le irroguen con el acto reclamado son de difícil
reparación, y reparables mediante fianza, los que se originen a los favorecidos por las
resoluciones administrativas, en materia agraria, con la suspensión del auto. (S. J. de la F.,
tomo V, pág. 629.)
Aun cuando la aplicación de las disposiciones de la Ley Agraria ha sido considerada,
en general, como de interés público, procede concederla suspensión contra la aplicación de
esa ley, cuando los interesados tienen a su favor un fallo del Presidente de la República, que
declare no haber lugar a la restitución que se solicite; pues con ello no se causa perjuicio a la
sociedad que está interesada en que se respeten los fallos presidenciales en materia agraria;
y así, en tales casos, debe concederse la suspensión mediante fianza, para garantizar los
perjuicios que pudieran causarse a tercero. (S. J. de la F., tomo XIII, pág. 643.)
Si bien ha sido jurisprudencia constante de la Corte negar la suspensión respecto de
las posesiones provisionales decretadas a favor de los pueblos, como el interés público
también exige que se respeten las resoluciones presidenciales en materia agraria, procede

262
conceder la suspensión cuando ya exista algún fallo presidencial negando la dotación de
ejidos. (S. J. de la F.; tomo XV, pág. 397.)
En los casos de dotación de ejido, procede conceder la suspensión respecto de las
tierras sembradas con henequén, a efecto de que se acaten las disposiciones de los
artículos 18 y 20 del Reglamento Agrario; pero mediante fianza, para garantizar los perjuicios
que pudieran ocasionarse a un tercero. (S. J. de la F., tomo XX, Sección de Jurisprudencia.)
Si bien es cierto que la suspensión es improcedente contra la aplicación de la Ley
Agraria, también lo es que deben respetarse las fuentes de riqueza que constituyen una
unidad agrícola industrial en explotación, de acuerdo con lo dispuesto por la fracción IV del
artículo 14 del Reglamento Agrario, por lo que, contra las dotaciones que afecten a tales
unidades, procede la suspensión mediante fianza, para garantizar los perjuicios que pueda
ocasionarse a terceros. (S. J. de la F., tomo XII, pág. 48.)
Si bien la Suprema Corte ha establecido que es improcedente conceder la suspensión
de las dotaciones de ejidos que se apoyan en el artículo 27 constitucional y en la Ley
Agraria, también lo es que, conforme a los mismos preceptos, debe respetarse la pequeña
propiedad, debiendo concederse la suspensión cuando sea afectada por dichas dotaciones,
ya que el interés público radica en que la pequeña propiedad quede excluida de aquéllas. (S.
J. de la F., tomo XX, Sección de Jurisprudencia.)
El hecho de que las autoridades fiscales pongan un interventor que no llene los
requisitos legales relativos, en un giro mercantil, causa perjuicio al dueño del giro intervenido,
por lo que procede concederle la suspensión, pero mediante fianza que garantice los
intereses que pueda tener el fisco. (S. J. de la F., tomo XVII, pág. 513.)
Es manifiesto el interés social para que todos aquellos funcionarios o individuos que
han sido electos para desempeñar determinados cargos públicos, no sean separados de sus
funciones, por el solo hecho de una imputación o acusación; por lo que contra la orden que
manda suspenderlos en el ejercicio de esas funciones, debe concederse la suspensión,
entretanto no se determina, de modo preciso, si son o no responsables de los hechos que se
les imputan. (S. J. de la F., tomo XV, pág. 468.)

263
264
ÍNDICE

......Págs.

JUICIO CRÍTICO...………………………………….……...………………………………........5

PREÁMBULO...……………………………………….……...……………………………….....15

INTRODUCCIÓN. Naturaleza, objeto y alcances del


amparo………………..…………………………………..........................................................21

CAPÍTULO PRIMERO

Naturaleza, objeto y alcances de la suspensión………..……………………………….........35

CAPÍTULO SEGUNDO

Competencia para conocer la suspensión…………..…..……………………………….........59

CAPÍTULO TERCERO

De la suspensión de oficio………………………..……..………………………………...........95

CAPÍTULO CUARTO

De la suspensión ordinaria……………………..……..…………………………………..........101

CAPITULO QUINTO

De la suspensión en los amparos directos………..………………………………….............121

CAPITULO SEXTO

De la suspensión respecto de pagos fiscales.……..………………………………..….........127

CAPITULO SÉPTIMO

De la suspensión tratándose de actos que afectan la libertad personal……….……..........131

CAPITULO OCTAVO

De la suspensión provisional………..……………………………………………………..........157

CAPITULO NOVENO

De los recursos y de la revocación por causa superveniente………..……...………...........163

265
CAPITULO DÉCIMO

Procedimiento………..………………………………………………………………….............173

CAPITULO DÉCIMOPRIMERO

Jurisprudencia…………………………………...……..…………………………………..........181

APÉNDICE

I. De la suspensión con efecto de amparo provisional …………………………........195

II. Proyecto de ley ……………………………………………...……………………........219

III. Procedencia del amparo por violaciones cometidas dentro de los juicios de carácter
civil……………………………………………...………………....................................229

IV. Extractos de ejecutorias de la Suprema Corte, en las que el fundamente de la


suspensión son consideraciones relativas a la constitución del acto
reclamado………………...……………….................................................................255

Índice.................................................................................................................................265

266
267
SE ACABO DE IMPRIMIR ESTA OBRA
EL DÍA 20 DE JULIO DE 1983, EN LOS TALLERES DE
OFFSET UNIVERSAL, S. A.
Av. Año de Juárez, 177, Granjas San Antonio
México 13, D. F.
LA EDICION CONSTA DE 3,000 EJEMPLARES
MÁS SOBRANTES PARA REPOSICIÓN.

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