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Sin embargo, el “signo” es más basto en cuanto lo que se puede predicar de él.
El signo encierra una relación necesaria entre el significante y el significado. Es
una correspondencia entre la creencia y la visión que se pueda tener de ese
signo. Esta relación está establecida por las comunidades arbitrariamente, es
decir por convencionalidad. No hay una regla universal para definir los signos y
mucho menos su significado. Los signos, pues, están delimitados por un
contexto, que les da la garantía de significar lo que significan. Así pues un
signo como “la palabra” tiene diversos significados en diversos contextos y así
mismo tiene una representación con un objetivo claro.
Los signos requieren por lo tanto ser aceptados, creídos. Si no hay una
creencia en ellos, es poco probable alcanzar una visión de la totalidad.
Independientemente de desconocer el signo, se hace necesario creer en él;
esta disposición se adopta para poder buscar el significado del signo
desconocido. Y precisamente esa creencia está en la base de la comunidad, de
la cultura, como pasa con los chamanes del yuruparí. Sin embargo esa
creencia en los signos no puede ser de cualquier manera, no se puede caer en
un “fideísmo” (3) repentino. La creencia debe estar regulada por la razón. El
signo es la cosa material donde se revela la verdad, por ello es fruto de la
experiencia que es regulada por la razón.
Los signos pues tienen la intención de unir lo material con lo inmaterial.
Pareciera ser que el signo (lo material) es el puente entre la cultura (hombre) y
lo inmaterial (dios).
Los signos son, además, un estímulo que excita la memoria para recordar lo
que ha estado en nosotros de manera innata. Pero no sólo es cuestión del
significado inherente el que encontramos impreso en el alma; se trata de
reconocer esa “primera realidad” que, para San Agustín, es Dios en nosotros,
que a través del signo podemos llegar a conocerle (sí, pero no describe la
relación entre los signos y esa primera realidad). Esa primera realidad que se
revela en el pensamiento y a la cual nosotros podemos acceder mediante una
respuesta. La respuesta no es más que la aprehensión del signo revelado. Ese
signo y esos signos que representan “La primera realidad” que me hacen como
soy y me permiten ser como soy.
Lejos de hacer una exégesis bíblica y decir que la “Palabra” tomada en sentido
estricto es Cristo, sólo deseo hacer notar cóomo en este texto, hay esquema
conceptual, a través del signo, para conocer a Dios. La Palabra existía desde el
principio no. es necesario seguir la distinción de verbum, presente en el libro
XV del De Trinitate (signo), quien cree
(hombre) en este signo de palabra
revelada (significado), entiende que todo
se hizo por ella y lo que no existe es
también por ella; que es la palabra
producto de la vida y la vida es luz de los
hombres.
Y ese brillo en las tinieblas no es más
que la oscuridad que nos aleja de él
(Dios) cuando no creemos en ese signo
llamado palabra. Es una especie de
configuración con el ser trascendental.
Es una emanación y un retorno que se logra mediante la idea del signo que es
producto de nuestra cultura, nuestra experiencia y del previo conocimiento de
las cosas, gracias a la “primera realidad”. En Agustín no hay emanación.
Ojo: se salió de Agustín. Elaboró una teoría del signo por fuera de sus
parámetros conceptuales. Por lo mismo, no alcanzó un desarrollo satisfactorio
de la pregunta planteada.
2.8
Bibliografía
AGUSTÍN, S. (1956). TRATADO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. En S. AGUSTÍN, TRATADO DE LA
SANTÍSIMA TRINIDAD (pág. 917). MADRID: LA EDITORIAL CATOLICA S.A.