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APRENDER 2016: MI VOTO ES NO POSITIVO

Dos hechos recientes generaron polémica en el ámbito educativo: la definición de


Bullrich respecto de que el sistema “no sirve más” y el operativo de evaluación
Aprender. Hay un hilo conductor en ellos, una visión común sobre el trabajo en las
escuelas. Aquí, dos especialistas desmenuzan sus significados.

Por Emilio Tenti Fanfani *

No me convencen los argumentos ofrecidos por las autoridades para justificar este operativo. Estas
son mis principales razones.

Si bien creo que es una obviedad decir que, tanto en el ámbito público como privado, es necesario
contar con información confiable al momento de tomar decisiones, no considero que el Ministerio
de Educación no cuente con información sobre la distribución de los aprendizajes en las
instituciones educativas argentinas. Es más, considero que tanto las evaluaciones de rendimiento
escolar nacionales (Operativos Nacionales de Evaluación), como los internacionales (PISA, Unesco y
otros) han producido una gran cantidad de datos y que estos que están subutilizados. Como me
dijo una vez un reconocido experto en estadística, siempre hay más información disponible que
capacidad para hacer un uso productivo y creativo de la misma. Por lo tanto hay datos acerca de
quiénes aprenden más y quienes menos, dónde (en qué instituciones, territorios, temas) son más
frecuentes los fracasos, etc. como para desarrollar políticas de formación docente inicial y continua,
orientar recursos en el territorio y definir reglas adecuadas para regular el sistema educativo
nacional.

El gobierno afirma que la información producida durante los últimos años por los ONE (Operativos
Nacionales de Evaluación) no es técnicamente confiable. Pero esta no es más que una opinión de
funcionarios políticos, que por supuesto se opone a la opinión de los funcionarios políticos del
gobierno anterior. Si se considera que hay dudas al respecto, hubiera sido oportuno convocar a una
comisión de expertos reconocidos en estadísticas y evaluación educativa para que revisara los datos
y pronunciara un dictamen fundamentado acerca de su validez y confiabilidad. Esto es lo que se
debería haber hecho y no se hizo.

Por otro lado, si se quiere tener un diagnóstico acerca del estado de los aprendizajes en el país no
es necesario hacer operativos censales. Simplemente porque se puede lograr ese objetivo de un
modo mucho más ágil y barato mediante una muestra. Se alega que el censo permitirá “devolver”
la información a los docentes para que puedan reorientar sus prácticas en función de los problemas
detectados. Pero cuando el docente reciba la información sus alumnos ya han terminado la primaria
o la secundaria. Es útil reiterar que no se puede considerar a los docentes como simples usuarios
de evaluaciones hechas por otros. Evaluar está en su ADN como profesional de la educación. No
hay promedio de rendimiento que provea mejor información que la que puede tener un buen
maestro acerca de sus alumnos. El promedio de rendimiento en una prueba es como una fotografía
lavada y en blanco y negro acerca de lo que un alumno sabe, de sus dificultades y progresos en el
aprendizaje, etc. El buen docente evalúa sistemáticamente a sus alumnos. Decir que “se le
devolverá” a cada uno de ellos el resultado que obtuvieron sus alumnos en la evaluación nacional
es minimizar y despreciar el conocimiento que él tiene de los alumnos con quienes convive en
forma intensa y cotidiana durante todo un año escolar. En síntesis, las evaluaciones nacionales
deberían tener como usuario privilegiado no a los docentes sino a quienes tienen que tomar
decisiones de política educativa a nivel nacional y provincial y a todos aquellos que están
interesados en conocer cómo se distribuyen los promedios de rendimientos según el territorio, el
tipo de establecimiento o las características socioculturales de los alumnos.

Tampoco tiene sentido realizar evaluaciones con una frecuencia anual. Los promedios de
rendimiento escolar varían en el tiempo largo y no son como los índices de precios o de inflación
que lo hacen en el tiempo corto de una semana o un mes. Es más, hasta sería sospechoso que lo
hicieran de un año a otro porque dependen de un conjunto complejo de factores que actúan a lo
largo de toda una trayectoria escolar y sobre los cuales se puede actuar si se dispone de un tiempo
largo, que se pude medir en períodos de por los menos 3 o 5 años.

Por último, la evaluación del aprendizaje (al igual que la evaluación en general) es un instrumento
que puede tener usos virtuosos (conocer los problemas para resolverlos mejor) o perversos, como
por ejemplo, institucionalizar jerarquías entre establecimientos, docentes, territorios y formalizar
diferencias, etiquetar, controlar, premiar y castigar, fomentar la competencia, etc. Para evitar
suspicacias es preciso generar confianza. Nadie se deja tomar la fiebre por alguien en quien no
confía o que usa un termómetro inadecuado. Más allá de la creencia en las buenas intenciones de
los gobiernos, hubiera sido deseable poner en funcionamiento el Consejo Nacional de Calidad de la
Educación instituido por el artículo 98 de la Ley Nacional de Educación vigente. Cabe recordar que
el mismo está conformado por “miembros de la comunidad académica y científica de reconocida
trayectoria en la materia, representantes de dicho Ministerio, del Consejo Federal de Educación, del
Congreso Nacional, de las organizaciones del trabajo y la producción, y de las organizaciones
gremiales docentes con personería nacional” (destacado por mí). La experiencia indica que las
políticas públicas son más legítimas y por lo tanto más eficaces cuando han sido elaboradas
reconociendo y escuchando la diversidad de puntos de vista que existen en las sociedades
complejas que deciden recorrer el camino de la democracia social y participativa.

* Consultor de la OEI en la Universidad Pedagógica de la provincia de Buenos Aires.

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