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El conciliábulo

de las
Tres Cruces

Cecilio Pastrami

axel krustofski

Juan Ocos
Capítulo I
Parte 1
ALBATROS
Juan Segundo Sánchez de la Cuesta

Voy a ser famoso.


Ya venía siendo tiempo de que se apreciara la calidad de mi producción.
Aunque, siendo honesto conmigo mismo, de un tiempo a esta parte he recibido
innumerables muestras de que mi arte se está haciendo un lugar entre las
grandes plumas del siglo veintiuno.
La primera señal fue, sin duda, el favorable comentario que el licenciado
Lucio Alfonsín Espósito realizó en su programa de radio “La voz del Literato”
acerca del soneto número 12, de mi colección de sonetos “Melancolía en Sol
sostenido”. “Un iluminado”, me llamó y no voy a contradecir las apreciaciones de
tan prestigiosa “voz” entre los literatos. Y me apoyo en sus palabras, “el soneto
doce echa luz sobre la siempre difícil tarea de describir la melancolía de amor,
estado que Juan Segundo Sánchez de la Cuesta deconstruye con trazos de
parnasiano”. Un parnasiano me llamó. No creo equivocarme al sentirme en un
compromiso con el licenciado Espósito.
Existieron otras: Mi quinto premio en el concurso de cuentos organizado
por la asociación de Ecónomas de Barrio Tres Cerritos gracias al relato “Mi
changuito y yo”; Mi mención en el concurso de microrelatos “Corín Tellado” y
finalmente para coronar esta seguidilla de éxxito tras éxxito, el primer premio en la
primera edición del concurso de cuentos “Sancho Panza” gracias al original
cuento “Albatros”, relato que creo marca una audaz transgresión del géxnero al
narrar desde la perspectiva de un pájaro.
Hubo infinitas muestras más de mi fulgurante ascenso: llamadas anónimas
que nadie responde del otro lado, cuchicheos de mis colegas escritores a mis
espaldas, invitaciones a importantes eventos sociales como ser: inauguraciones
de locales comerciales, aperturas de ferias porcinas, peñas gauchescas, etc...
Pero nada como esto.
Esto va a ser mi “Cien años de Soledad”. Por lo que pude entender en la
primera conversación con el secretario de la editorial interesada, la obra va a ser
junto a otros dos prestigiosos artistas de habla hispana. No quiero ser presumido
pero recuerdo haber leído que Vargas Llosa estaba trabajando en un proyecto que
por el momento prefería mantener en secreto. Me pregunto si no será este...

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Lo primero que hice, al enterarme de la posibilidad, fue comenzar a
establecer el “topos” de la narración. Se me ocurrieron varios escenarios y
finalmente me quedéx con tres: la Frrancia de la Reestauración, La Ianglaterra
Iasabelina y el Buenos Aires de mediados de los 80.
Obviamente la decisión final deberá tener el consenso de las tres
luminarias que llevan a cabo el proyecto, pero me parece que al maestro Vargas
Llosa no le desagradarían ninguno de los topos que he elegido:
La Frrancia de la Reestauración sigue la vida de un ferviente seguidor de
Napoleón Bonaparte que lucha por organizar una facción armada que lo restituya
en el poder.
La Ianglaterra Iasabelina versa sobre un autor de teatro desconocido que
conoce a Shakespeare antes de su salto a la fama. El tono de esta historia sería
ligero y cómico.
El Buenos Aires de los 80 describiría un romance con el trasfondo de la
reciéxn recuperada democracia. La trama giraría sobre un amor prohibido entre
personajes de mundos totalmente opuestos. Estoy pensando en un taxista de
barrio y en la hija de un estanciero. Se podría incluir un elemento totalmente
innovador como una narración en primera persona desde el punto de vista del
taxi.
No descartéx que estos tres escenarios pudieran complementarse en una
síntesis magistral. Iamaginéx originales y novedosos puntos de vista: La narración
desde el punto de vista del taxi, otra desde la pluma de Shakespeare, otra (más
osada aún) desde el punto de vista de una guillotina como así tambiéxn puntos de
vista de los mismos Shakespeare y Napoleón, complementados con el de un
taxista bonaerense.
Me preocupéx de llevar todo anotado a nuestra primera reunión. Hasta
entonces, yo solo había tenido contacto telefónico con un tal Jerome, asistente
personal de la susodicha editora, la cual deseaba mantenerse en el anonimato por
“seguridad”. Jerome hablaba un español con fuerte acento ingléxs. En el teléxfono
tuve la sensación de que era de raza negra.
Cuando finalmente nos encontramos en el Lounge del Sheraton de la
capital salteña comprobéx que mi instinto no me había fallado. Uno tiene ese sexto
sentido, esa capacidad de conocer a la gente que es indispensable para un
escritor de genio. El negro era alto y fornido y me pareció más un guardaespaldas
que un asistente. Su apretón, firme, despertaba confianza. Podría inspirar
intrincados personajes: Un negro esclavo, brillante de sudor en los campos de
Virginia; Un gladiador romano , luchando semidesnudo en una arena ardiente,
agitado y sudoroso. El cazador de una tribu africana, matando leones con sus
propias manos sudorosas.
Jerome no era su nombre sino su apellido:
–Phillip Andrew Jerome –se presentó mientras me extendía una tarjeta que
rezaba “P. A. Jerome”.
Hasta ese punto, obnubilado por el porte del moreno, no había caído en que
venía solo. El negro se apresuró a disculparse.
–La editor no podido viajar por cuestiones téxcnicas –me explicó– ella no
viaja en comercial lines, solo jet privado. Y aeropuerto Salta nou permiso para jets
privado, asistirá to the reunión vía virtual.

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–Excelente –respondí–, hoy en día la tecnología nos permite cosas antes
inimaginables...
Mientras buscaba en su maletín las cosas para establecer la
videoconferencia, yo me preocupéx de hacer lo mismo. Había hecho tres juegos de
un “brief” (la palabra profesional para preparar un informe) con detalles de mi
biografía, extractos de mis obras más importantes y una síntesis de los tres
potenciales argumentos. Tambiéxn había procurado llevar una guía con téxrminos
en ingléxs que me pudieran resultar útiles en mi exposición: “Story line”, para
definir el desarrollo de la historia, “Conceit”, el concepto detrás de un juego de
metáforas (quería jugar con elaboradas metáforas), “trope”, la traducción al ingléxs
de “tropos” y otros téxrminos acadéxmicos.
Jerome había tardado menos de lo que yo esperaba en establecer la
conexión. Lo vi hablándole al éxter. Tan solo se había puesto unos anteojos. (Y
debo decir que con lentes, su prestancia se multiplicaba por cien) y su mano
derecha pulsaba sobre su sien nerviosamente mientras preguntaba algo en
ingléxs.
Tras cierta indecisión me entregó unas gafas. Cuando me los puse, supe
que estaba jugando en las ligas mayores. Era tecnología de punta. Tuve que hacer
foco en una pequeña pantallita que se veía fotando sobre la superficie de mi
visión y donde aparecía algo similar a un duende que balbuceaba y se movía
entre espasmos (sin duda por la mala conexión). Era mi futura empleadora, que
me miraba desde unos ojos pequeñitos que delataban genialidad o locura.

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UN MAIL EN DIFERIDO
rafael koldowsky

todo empezó, en lo que respecta a mí, una tarde lluviosa de primeros de


octubre. no recuerdo exactamente la fecha, aunque supongo que podría
recuperarla si buscara el mail de la vieja. si le pidiera a kurofuji que lo buscara,
en realidad, pero eso da lo mismo. para que esta historia tenga al menos algo de
sentido, lo que sí es imprescindible es aclarar primero quiéxn (o quéx) es kurofuji
ryuu.
se trata de mi vecino y, en la medida que lo permiten nuestros
temperamentos, tambiéxn mi amigo. como su nombre lo indica, es japonéxs, pero
vive en uruguay hace por lo menos diez años. y de japonéxs (de esas costumbres y
actitudes que el imaginario colectivo asocia con lo nipón) tiene tanto como yo de
bailarina. no es un buen tipo, no es simpático, no es trabajador, no es respetuoso.
es un bocasucia y un cascarrabias; y, he aquí la razón de parte de todo este
inmenso lío, está enfermo de aburrimiento. literalmente enfermo.
kurofuji no es humano. estoy convencido de ello. es una especie de ser de
otro mundo que sufre de aburrimiento crónico y es capaz de hacer cualquier cosa
(CUALQUIaERe COSA) con tal salir durante unos minutos de ese estado en que
vive.
aclarado este punto, vamos al comienzo:
estábamos en su casa, pegado a la mía. nos disponíamos a perder el
tiempo, como tantas otras veces. estábamos instalandonos en la mesa de la
cocina. éxl había prendido la laptop y preparaba el mate. yo saquéx los joysticks que
guarda en el tercer cajón de la mesada, los conectéx y fui hasta el living a poner en
el equipo de audio el cd que usamos para los torneos de la tekken, la ost de kill
bill vol. 1. pese a todos sus defectos, kurofuji sabe distinguir las cosas
importantes, como por ejemplo una correcta ambientación musical para los
juegos de video. es que simplemente no da con la musiquita que traen.
–ah, acabo de acordarme –dijo, sacándome de mi refexión mental acerca de
la música. últimamente estoy teniendo demasiadas digresiones, como si mi mente
estuviera descascarándose, como si se le estuviesen saliendo las eventuales capas
que la recubren (al estilo de las cebollas)–. recibí un mail que era para ti.

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por un instante, y por estar pensando en aquellas capas de mi mente, no
captéx totalmente lo que me decía.
–¿recibiste un mail que era para mí? –preguntéx, lento pero ya sospechando
que la mano de kurofuji había echado a rodar alguno de sus planes absurdos.
–tu talento para la captación y repetición de información simple es
sorprendente. deberías presentarte a algún concurso –se burló kurofuji.
muchas veces me pregunto por quéx no lo mato y se acabó, por quéx soporto
una y otra vez su sarcasmo y todas sus cosas, y la respuesta es, siempre, que
porque somos iguales. yo me aburro menos, pero nada más.
–en realidad no repetía solo por repetir –le dije–. lo hacía porque me
sorprende. o sea, digamos que mandar un mail no es como meter una carta por
debajo de una puerta. ¿por quéx alguien en internet te confundiría conmigo?
–¿insinúas que estoy mintiendo?
–no –he llegado a la conclusión de que con este japonéxs hijo de puta no se
puede ser blando–. estoy diciendo que vos tuviste algo que ver con la supuesta
confusión. que esto es otra de esas cosas que hacéxs para divertirte.
–andate a la puta que te parió.
–¡no te metas con mi madre!
así, como tantas otras veces, nos agarramos a trompadas.

rato despuéxs, los dos bastante machucados pero ya calmadas nuestras


iras, volvimos a la civilización y nos sentamos a tomar mate. ryuu giró la laptop
hacia mí y me dijo:
–leéx el mail, pedazo de nabo. no quiero que por una confusión de mierda te
pierdas de una posible oportunidad y despuéxs me culpéxs a mí.
lo miréx de reojo tratando de decidir si existía al menos la remota posibilidad
de que estuviera diciendo la verdad y... pero no, no le creí. en mi defensa, debo
decir que no habría sido la primera vez que se inventa un plan elaborado solo
para divertirse a costa mía.
pero leí el mail igual.
el contenido era bastante original. ryuu había personificado a una supuesta
editora de ultramar que de momento quería mantener su nombre en la
penumbra. decía estar interesada en que yo participase, como coautor, de la
escritura del guión de un manga. sonreí mentalmente ante el hecho de que hay
cosas para las que mi amigo tiene una debilidad particular, y por más que lo
intente no puede alejarse de ellas. ¡podría haber dicho cualquier otra cosa, pero
propuso un manga! ¿quéx más pruebas necesitaba de que era éxl el artífice de
aquello?
decidí seguirle la corriente.
–parece interesante –dije tratando de seguir fingiendo la desconfianza que
nos hizo agarrarnos a piñas aunque en un grado un poco menor–. ¿puedo
contestar desde acá?
–no –fue la respuesta–. solo pretendía que lo vieras. luego, despuéxs del
campeonato de tekken, te lo reenvío.
los torneos de juegos de video son sagrados para éxl. literalmente sagrados.
una vez, un par de meses antes, estábamos enfrentándonos al samurai spirits
zero (como le llaman al samurai shodown 5 en japón, porque kurofuji odia llamar
a los juegos por su nombre occidental) y recibí una llamada al celular. puse pausa

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y atendí. me paréx y me fui a hablar junto a la puerta, mirando hacia la calle. éxl
quedó en la cocina, sentado ante la laptop como si no hubiera pasado nada. yo
casi estaba terminando la llamada cuando siento que me da unos golpecitos en el
hombro. me vuelvo y allí está su cara japonesa, tan parecida, ahora que lo pienso,
a la de masuka, el peladito aquel de dexter. me dice “tu majikina mina está
muerta”, me encaja un espachumbo en la boca del estómago, me empuja fuera de
su casa y cierra la puerta. despuéxs de eso no supe nada de éxl por una semana.
así que mejor no contradecirlo, no tenía ganas de darle otra paliza. jugamos
durante las siguientes tres horas. cuando volví a casa ya era de noche.

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CARTA A WALT DISNEY
¡Age quod agis Walt Disney!

Salve, oh gran maestre revisionista y tautólogo del fin del mundo, nuevo y
antiguo emperador en las sombras, genio imperecedero que nos ilumina y nos
guía.
Es un verdadero honor para nosotros, para mí, en nombre de este
triunvirato provisorio de la secta tautóloga universal, el saludar el advenimiento
de su espléxndido bigotito entre nos otra vez, oh eminente líder absoluto.
Saludamos su toma del mando de manera oficial una vez, arrogante ilustrador
ilustrado, y otra vez ahora luego de muchos lustros.
¿Cómo está usted?
Espero que la incubadora industrial que adaptamos para usted en su
nuevo castillo secreto, salve sub-DisneyWorld, haya resuelto definitivamente esos
pequeños problemillas de temperatura que, según supe, ha tenido tras vencer a la
muerte.
Pero confío en que ya nos contará a ese respecto, y de los avances de la
fisioterapia de choque, ni bien recupere completamente el habla y la motricidad
fina.
Mientras tanto pensando en su comodidad, y en mi afán de darle la
bienvenida, le he pedido a Jerome, mi incondicional colaborador, embalar un
humilde regalo que deberá hacerle llegar personalmente junto con la presente
misiva.
Se trata de un original rascador de espalda que seleccionéx para usted, oh
ilustrísimo, de mi colección personal. Confío en que le será a usted muy útil. Es
nada menos que la estructura ósea de un antebrazo con mano que conseguí en
Sudaméxrica. Dicha mano perteneció, según las autopsias que ordenéx realizarle a
los huesos, a un sujeto masculino adulto de raza oriental. Según los forenses,
estos huesos fueron seccionados con un instrumento cortante compatible con
katanas o espadas. Y si bien no hemos realizado las pruebas de carbono 14, no
sería raro que esos huesos fueran milenarios y que su origen constituya por
tanto, un nuevo hito arqueológico. Asimismo he ordenado grabar en estos quizás
valiosísimos restos aquella primera frase que dijo usted en nuestra base secreta
de Sídney inmediatamente luego de deshibernarse. (Frantástica frase además la

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suya. Brillante y genial como siempre. Coincido plenamente con usted en aquello
de que a toda la fauna cuadrúpeda del Putumayo le encantaría la mermelada de
higo.) En fin, espero que me honre al aceptar mi regalo.
Pero es sin embargo en función de otra cosa que pretendo informarle hoy.
Como usted sabe, urge retomar el proyecto de control mental de las masas,
ese que usted iniciara con éxxito en su vida anterior. En tal sentido, hemos
continuado los estudios y experimentos iniciados en su momento por el difunto
E. B. White.
Dichos estudios, a cargo ahora de nuestro ilustre colaborador secreto, el Dr.
XXX, han avanzado muchísimo en los últimos tiempos.
Por eso aprovechamos su resurrección, salve Walter Elías Disney, para
acelerar el proceso y acceder definitivamente a la manipulación irrestricta de la
raza humana.
Es imprescindible ahora imponer sobre el mundo unos nuevos iconos
culturales soeces, sufridamente estúpidos y limitados, y hacerlos triunfar
privilegiadamente en la consideración de los consumidores. Estos íconos serán el
vehículo de ingreso para el lavado mental. Para empezar, estas imbecilidades se
comercializarán en infinidad de productos de todos los rubros sin dejar
disciplina, arte o circunstancia por invadir. La gente amará globalmente los
nuevos y bobos símbolos. Estos, deberán encaramarse en el colectivo humano a
tal punto que nadie, por aislado que estéx, será ajeno al fenómeno. Esta vez
prescindiremos de los roedores en las historietas comunes. Todos los análisis
contrastados sugieren que forjemos estos nuevos íconos a travéxs de una historieta
del géxnero manga.
Por eso, si usted no se opone a que procedamos, activaréx el protocolo.
Encarguéx ya la elaboración y diseño del manga a una vieja tautóloga que ambos
conocemos bien. Reesulta que nuestra octogenaria y sensual condesa australiana
no ha muerto aún. Y como casualmente se encontraba aquí en Corea del Norte,
en Pyongyang donde yo mismo me encuentro, decidí involucrarla de manera total.
(A propósito: nuestro respetado miembro Kim Jong Un le mandó saludos anoche
durante nuestro meeting secreto. Durante la cena apostéx con éxl a que no era
capaz de lanzar un misil que sobrevolara Japón y he perdido.)
Sin más, solicitéx a la condesa que financie y ejecute íntegramente el
proyecto del manga.
Para ello, y en calidad de préxstamo, dispuse que mi leal Jerome se
marchase con ella, que se convierta en su mano derecha y que sea su esclavo
sexual durante el tiempo necesario. Jerome obedece, por supuesto, la secreta
misión de mantenerme informado en todo momento. Además de éxl, he dispuesto
ya una extensa red global de informantes que se reportarán conmigo. Todos
estarán al servicio del nuevo proyecto del manga. Es fundamental tener éxxito en
esto.
En principio la condesa y Jerome seleccionarán a dos candidatos para
escribir el guión entre los millones de escritorzuelos disponibles en internet. Yo
mismo, echando mano de mi red de espías, supervisaréx los procesos de
selección. En mi próxima carta le brindaréx más detalles.
Y me pregunto... ¿Quiere ser usted el dibujante del manga o prefiere que yo
me encargue? Pero entiendo, claro, que por el momento no es beneficioso para
usted distraer su mandato, oh rey de reyes, con tales minucias. ¿Verdad? Ni

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siquiera hace falta que me conteste. Pensando en usted he dispuesto que
proporcionaréx los dibujos yo mismo. (He realizado un cursillo de dibujo digital el
verano pasado y puedo entretenerme con ello en mis ratos de ocio)
Por ahora eso es todo. Descontando su total aprobación entonces, y
agradeciéxndole su cotizadísima firma, produciremos el manga.

Suyo siempre,

Frederico Ianocencio Quintana Porchetto


Miembro del triunvirato provisorio de tautólogos revisionistas del fn del mundo.

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Parte 2
TRIBILÍN
Y
LAS ARAÑAS PELUDAS
Age quod agis Mariano;

Saludos, oh perseverante revisionista y trigésimo octavo tautólogo del fn


del mundo, perenne soldado en las sombras, sostén del propósito que aglutina y
adhiere.
Walt Disney en persona me sugirió, con inequívocos gestos de su ojo
derecho, que redacte para usted esta carta.
En función de esto, la única cosa importante de la que debe enterarse
refere a nuestro tautólogo artifcial, la clave secreta del éxito, nada menos que a
“Tribilín”
“Tribilín” se llama así porque surgió durante el proyecto del laboratorio
subterráneo cuyo nombre era Bilín-Bilín-Bilín. Signifca Bi (por dos) más la sigla
“Logos innúmero neurológico” que a su vez es multiplicada por tres.
Desde su creación, “Tribilín” ha incorporado los datos de cada evento de la
realidad humana, de toda imagen, audio, y aplicación, de toda base de datos, de
toda búsqueda en internet, de toda cuenta de correo electrónico y de toda página
jamás creada. A través de miles de millones de cámaras, teclados y micrófonos en
el planeta “Tribilín” controla y gestiona para nosotros la realidad.
Ahora nosotros, los 333 poderosos del mundo, los tautólogos a la vera del
emperador inmortal, somos legítimos dueños del arma del apocalipsis fnal, la
máxima inteligencia sobre la faz de la tierra —disculpe usted mi entusiasmo— de
la ecuación defnitiva para el control de las masas.
Si por ejemplo, los tautólogos tuviéramos la intención de vender arañas
peludas, bastaría con pedírselo a “Tribilín”.
Entonces, cada vez que un humano mencionase juntos los conceptos araña
o pelos “Tribilín” lo sabría. Y si en cualquier rincón del mundo se emitiese una
insinuación afrmativa con respecto a determinada raza de arañas junto a gel
capilar, “Tribilin” lo sabría. Y si surgiese una sola entre miles de construcciones
lingüísticas y sintaxis aproximativas a la expresión humana que remite a la

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intención de adoptar una araña peluda como mascota (con sus variados matices y
formas) “Tribilín” lo sabría.
Asimismo “Tribilín” sería capaz de manipular los precios de la materia
prima para la producción de arañas peludas y activaría nuevas regulaciones
internacionales para las arañas con pelo.
“Tribilín” es además experto en el cálculo probabilístico de la psicología
humana y podría vender fácilmente todas las arañas peludas que hicieran falta.
Quizás las sugerirá de manera casual e inocente a cien millones de
humanos por diferentes medios, para empezar, o les crearía la necesidad de
adquirirlas, o las impondría como moda, o tal vez podría presentarlas como una
obligación moral, o como sinónimo de estatus, o como ventaja sexual, o como
hábito saludable.
No importa. Lo cierto es que la masa global de idiotas adoptaría arañas
peludas hasta empobrecerse. Es más, mataría por arañas peludas si los
tautólogos quisiéramos eso.
¿Pero nos interesa vender arañas peludas? Claro que no, por supuesto.
Intento explicarle cómo, hasta ahora, a través del mecanismo que llamamos
el “like cerebral” y con ayuda de las redes sociales, “Tribilín” ha sido capaz de
imponer cualquier cosa a nivel de consumo. Los últimos meses ha incrementado
la estupidez humana hasta niveles altamente manipulables. Imagine ahora lo que
puede lograr “Tribilín” en el ámbito de nuestros “verdaderos” propósitos.(*)
En tal sentido, fue “Tribilín” quien procesando las variables de miles de
millones de potenciales escenarios futuros, sugirió este nuevo proyecto global del
manga para el control fnal del planeta. Pero usted es tautólogo desde hace ya un
tiempo, recibe los boletines secretos y por supuesto: conoce del manga y está al
tanto de todo lo que refere al proyecto. El manga, por cierto, por fn está en
marcha…
Por último, ya sabe usted lo que debe saber. “Tribilín” lo está viendo. Por
favor sea sutil.

Saludos cordiales

Federico Inocencio Quintana Porchetto


Miembro del triunvirato de tautólogos revisionistas del fn del mundoo

(*) En este punto contamos con la inestimable colaboración de tres eminentes


tautólogos: Humberto Vicente Castagna, William Henry Gates III y Mark Elliot
Zuckerberg.

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ABOLENGO
Juan Segundo Sánchez de la Cuesta

¿Desilusión?

Tengo que ser honesto. Creo que puedo catalogar aquella primera reunión
como un completo fracaso. Aunque a la distancia también hay que decir que no
todas las puertas se cerraron, lo que fue, sin duda, un éxito a esa altura.
Yo había llegado a aquella cita con ciertas expectativas que no se
confrmaron en lo absoluto. Cada una de mis propuestas fueron rechazadas
gentilmente (aunque rechazadas no es la palabra adecuada sino más bien
pospuestas). Cada uno de los posibles personajes ideados por mi febril
imaginación, abortados de cuajo.
Soy un hombre tolerante y respetuoso, pero cuando dijeron no a mi
sugerencia de centrar la historia en el personaje del taxista Antonio “Tano”
Antonini, estuve a punto de levantarme y marcharme. Pero me quedé, alguna vez
mi padre me dijo que un caballero nunca se levanta antes que una dama (ahora
me cuestiono si esa máxima vale para una conexión a través de unos anteojos
computarizados en los que, se entiende, la conversación va con uno).
Tampoco sirvieron de mucho mis guías ni mis moderadas protestas. La
Condesa (no tiene títulos de abolengo pero Jerome insiste en que le llamemos así,
“cuestión de marketing” sostiene) tenía la idea trazada de antemano.
La novela no va a ser una novela, los escritores no vamos a ser escritores.
La novela será un comic, los escritores seremos guionistas. ¡Ah! Y para colmo, el
comic no va a ser un comic occidental sino una de estas anárquicas historietitas
orientales.

Manga les llaman

Cuando me lo contó, el alma me cayó a los pies. Lo primero que me vino a


la mente es que el maestro Vargas Llosa jamás formaría parte de esto. Lo
segundo, que dependeríamos de un dibujante. Lo tercero, que por nada del
mundo pondría en juego mi nombre para un proyecto de esa categoría.
Los dejé hablar, en realidad me centraba en Jerome, pues la Condesa era
muy difícil de entender entre su limitado español, los balbuceos que producía en

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su habla la mala conexión y mi poca destreza cambiando el enfoque entre la
pantallita que veía en mis anteojos y la presencia del negro.
Apenas entendía lo que buscaban: la historia, los personajes, el estilo que
pretendían darle al comic era indefnible, demencial. Yo asentía mientras no veía
la hora de salir de allí. En un momento se callaron y yo dije dos o tres sandeces
sobre lo interesante de la propuesta, sobre lo interesante que sería para mí poder
formar parte de aquel proyecto y sobre lo apretado de mi agenda durante los
próximos meses, remarcando lo mucho que me dolería no poder “subir a bordo”.
El negro me miró con una sonrisa, una sonrisa plena, que encontré
enigmática, como si estuviera pensando en otra cosa, en las sabanas africanas,
en los leones esperando su lanza. Acto seguido me dijo que si lo quería yo tenía
un lugar en el proyecto, que tenía veinticuatro horas para aceptar la propuesta.
Le respondí que debía pensarlo seriamente; La respuesta en mi interior era no,
no y no. Jamás pondría mi nombre en semejante proyecto. El se despidió y casi
como al pasar me dijo.
–Me olvidé casi de lo más importante. Perdone, no acostumbrado a negocios
todavía –mientras me pasaba un papelito doblado–. La remuneración. En caso de
aceptar.
Abrí el papelito, vi el número y mi mente comenzó a actuar sin pedirme
permiso.
A la velocidad de la luz.
Uno tras de otro.
Infnidad de seudónimos.

Un nacimiento

Salí del Sheraton obnubilado. Caminando como en un sueño. Shockeado


por esa sensación que en un momento pensé era alegría aunque se sentía
demasiado pasiva para ser alegría. Quizás era éxtasis. Intentaba pensar
racionalmente pero nada venía a mi cabeza; Sólo el número en el papel que aún
llevaba apresado en mi puño y los ojos inhumanos de la condesa.
Y aquel olor. Aquel olor dulzón, penetrante, que Jerome desprendía.
Sin darme cuenta me dirigí al monumento a Güemes, que está ahí nomás,
al lado del Sheraton, y desde dónde se puede apreciar la vista panorámica de la
ciudad de Salta, siempre descansando, siempre tranquila. ¿Luis Piedrabuena?
¿Luis Pedrafta? Hacia el fondo, hacia el oeste, se veían las primeras colinas con
algún árbol solitario aquí y allá ¿Pedro Olmos? ¿Holmes? ¿Peter Holmes? ¿Pietro
Holmes? ¿Piero? Aquella mañana era una de esas hermosas mañanas con el cielo
partido en dos. Piero me gusta. Piero es nombre de guionista de comic. De un
lado, todo celeste; Del otro, nubes gigantescas como hongos atómicos. Y el sol en
el medio jugando entre ellas. Sol y Sombra. Sol y Sombra. Claroscuro.
Renacimiento. Nacer de nuevo? Con otro nombre?¿Piero della Francesca? No creo
que muchos sepan quién fue. ¿Se puede plagiar un nombre? ¿Pietri?
¿Giampietri? ¿Por qué tanto italiano? Y al fondo, bien bien al fondo: las
montañas, pero las de verdad. Amenazando con eternidad. Piedras. Piedras como
las del monumento a Güemes. Héroe gaucho, también eterno. Gaucho que luchó
contra los realistas. También jugando, como el sol. Ahora me ves y ahora no.
Guerra de guerrillas. Piedra y Gaucho. ¿Gomez Piedra? Y como piedra pesaba el
papel en mi puño. ¿24 horas? Necesito 24 segundos, el tiempo que le lleva a mi

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duende pensar un nombre. Porque jamás aceptaría escribir eso con mi nombre.
Un manga. Que ridiculez. Pero la plata es buena. Y si todo sale bien, la condesa
no cerró la puerta tampoco para mis otros proyectos. Una lástima lo del Doctor
Vargas Llosa. Pero tampoco cerrar esa puerta. Algún día. Algún día.
¿Como me dijo que se llamaba el otro escritor? Bueno…”Escritor” es un
decir. ¿Zambowski? ¿Klausevitz? ¿Chernosky? ¿Chernobyl quizás? Eso sería de
muy mal gusto. Uruguayo dijo. Conocedor del mundo del manga dijo. Uruguayo…
Mientras no sea una mala copia del zurdito Galeano... Era con K. Kowalsky. Sí
Kowalsky era. Bueno, eso será un seudónimo también. No creo haya muchos
Kowalskys en Montevideo. Montevideo... Ese sería un buen alias. Rafael
Montevideo. ¿O seguimos con Pedro?
Pedro Montevideo. No, doble apellido, como corresponde.

Ahora sí:

Pedro Güemes Montevideo.

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UNA REUNIÓN DE NEGOCIOS
rafael koldowsky

si el bar urumex llegara algún día a ser un tugurio, sería luego de un


extenuante proceso de mejora. un proceso que cualquiera que conozca el lugar se
da cuenta de que jamás sucederá.
se trata de una habitación larga y esquinera en un edifcio antiguo frente a
la terminal de ómnibus. tiene una puerta desvencijada en la ochava y un gran
mostrador de vidrio que está casi siempre vacío. cuando uno pasa por allí lo
atacan los fantasmas en pena de antiguos parroquianos en la forma de masas
densas de olor rancio.
a pesar de todo eso, a veces cuando ando por la zona, paro allí a comprar
un refresco. no porque me guste el lugar, claro está, sino porque por lo general, al
menos en esta ciudad de mierda, son pocos los sitios donde venden 7 up.
fue así que me encontré mirando dentro de una campana de plástico que
tenía pasteles mientras el tipo de la barra se guardaba la plata que le había dado
y se dirigía a la heladera. cuando se volvió hacia mí le hice notar la presencia de
una mosca, sobre uno de los pasteles, que se estaba cagando sobre otra mosca
(muerta esta última) y fui echado a la calle. por supuesto que no me dio tiempo
de llevar conmigo la 7 up que recién le había comprado y así, lo más gentilmente
que pude, se lo hice notar:
–¡dame mi 7 up, pedazo de gil!
debo reconocer que el tipo me la dio enseguida, aunque su puntería me dejó
un bulto en la frente. miré el reloj. 10.15 a.m. todavía faltaban quince minutos
para la reunión con el negro en el hotel verdún, así que fui hasta la plaza y me
aboqué a mi botella. entorné los ojos para evitar el brillo del sol, fruncí el ceño y
dejé caer un par más de capas de mi mente-cebolla recordando la llamada
telefónica de la noche anterior. una voz grave, con horrible acento canadiense o
australiano, farfulló al otro lado:
–buena tarde. soy asistente de la señora editor que se comunicó con usted.
hacía ya dos días que había contestado el mail de la supuesta señora
editora y deliberadamente no especifqué mi número de teléfono, pero aun así
pedí que me llamaran. si le iba a seguir la corriente al japonés, me divertiría a
sus expensas. pensaba forzar todos los límites que pudiera.
–tenemos interés de comenzar con proyecto cuando antes. si parece bien
gustaría poder reunirno con usted. ¿parece bien manyana?

18
algo en su voz, su modo de hablar, me dio una idea:
–disculpe. tengo una pregunta: por casualidad, ¿es usted negro?
–ss... sí –dijo, dubitativo. pero de inmediato volvió la conversación al cauce
que tenía planeado–. hotel verdún, frente la plaza principal a 10.30 de manyana.
estará esperándolo. pregunte por jerome.
cuando kurofuji arma sus representaciones no escatima en gastos. este tipo
tenía un acento que sonaba defnitivamente real. me pregunté de dónde lo habría
sacado.
y volví a preguntármelo, ahora sentado en un banco de la plaza, los ojos
entrecerrados por el sol, una mueca torciéndome la boca.
ya era casi la hora. me levanté y crucé la calle hasta el hotel.

cuando entré, aquel lugar parecía una casona abandonada recientemente.


no se veía u oía a nadie por ninguna parte. miré el timbrecito arriba del
mostrador y me pregunté si será que en alguna parte existe algo así como una
tienda de clichés. imaginé a una vieja, arrugada como pasa de ciruela, ofreciendo
al visitante todo tipo de lugares comunes a un módico precio. “buenas tardes,
señor. tiene cara de ser dueño de un hotel. tengo para usted una hermosa
selección de molestos y brillantes timbres de metal cromado. los mejores y más
horrendos hoteles del mundo tienen uno y todos suenan igual.” entonces apareció
una mina facucha con cara de desganada que alguna vez me parece haber visto
por la calle.
–¿siiií?
–busco a un tal jerome –y añadí–: tiene un acento horrible y me dijo que es
negro.
la mina me miró un instante, sin parpadear primero, y otro instante
después, parpadeando mucho ahora. supongo que como no vio rastro alguno de
broma o duda en mi cara decidió que lo mejor sería apartarse. salió por una
puerta lateral. oí un cuchicheo con otra voz femenina. luego de un tercer instante
apareció por la puerta en que había entrado la facucha una veterana bastante
bien mantenida. tenía el pelo teñido de color rojizo y la camisa del uniforme
levantada incitante a la altura del pecho.
–el señor jerome lo espera en el lounge –me dijo el par de tetas–. sígame, por
favor.
seguirla fue un placer, ya que también tenía un muy buen ojete.
pasamos por un par de piezas bastante grandes que en apariencia estaban
al pedo hasta que llegamos a destino. era un sitio horrible. butaquitas, colores
pastel, cuadritos de nada, un sofacito en un rincón, un negro grandote,
musiquita de ascensor. señaló al negro.
–el señor jerome –y se fue.
jerome se paró y se me puso al lado. miramos cómo se iba la veterana.
recién cuando las nalgas desaparecieron de nuestro campo visual hablamos.
–phillip andrew jerome.
su apretón de manos daba un poco de impresión, como si el brazo de uno
estuviera siendo engullido por una jauría de morcillas.
nos sentamos.
–disculpe que comunicamas a mail equivocada. eres muy difícil encontrar
infomation verdadera de suya en internet.
respondí sonriendo. solo sonriendo.

19
me dijo que la “condesa” para la que trabajaba no había podido encontrarse
con nosotros por no sé qué mierda de excusas.
–de toda maneras está virtualmenta –dijo, y sacó un par de google glasses
de un maletín que tenía junto a él.
se los colocó, me pasó otro par idéntico y casi de inmediato estuvimos en
videoconferencia con una vieja que se parecía, peligrosamente, a la duquesa de
alba.

tendría que haber sospechado entonces y haberme alejado mientras podía.


ahora todo está ya demasiado jodido.

20
Parte 3
LA MUERTE DE LA MANO
rafael koldowsky

cuando miro mi pasado, en especial los errores, suelo maravillarme de lo


mal que juzgo las situaciones. en particular si tengo en cuenta lo bien que juzgo a
las personas.
antes que todo esto se desatara, tuvimos, si no me falla la memoria, dos o
tres videoconferencias más, de las que obtuve apenas un puñado de datos que no
sabía: el guion estaría coescrito por un salteño (de salta, no salto) que se llamaba
juan segundo sánchez de la cuesta y que, por alguna razón, de una conexión a
otra pasó a llamarse pedro güemes montevideo.
del dibujante, en cambio, nada.
de acuerdo a la info que encontré en internet, este tal sánchez de la cuesta
era un profesor de literatura en el colegio secundario san alfonso, un centro de
enseñanza aparentemente religioso y de derecha. era una fgurita repetida entre
la intelectualidad más paupérrima de salta, de esos tipos que escriben boludeces
rimbombantes, plagadas de palabras que consideran cultas y que probablemente
llevan años anotando en una libretita. cada dos por tres hacía de maestro de
ceremonias de algún “festival del chorizo” o “penca de bella conchuela”, y cosas
por el estilo.
encontré un puñado de sus textos en las ediciones digitales de algunos
diarios y debo decir que quedé en blanco ante tanta gilada junta. pero a la vez me
resultó muy familiar el tono bien perejil de sus versos, la actitud de zanguango
mustio que ponía en las rimas. todo tenía un sabor muy parecido a las
pelotudeces de un personaje de mi ciudad natal.
carlos acosta, se llamaba. la única diferencia es que aquel quía era un
pobre diablo, de esos que llaman a las radios y recitan poemas, no un profesor.
pero por lo demás, parecían idénticos. incluso en una foto que encontré por ahí
de este sánchez de la cuesta me pareció hallarles un parecido. ambos eran de
esos tipos que parecen dibujados en blanco y negro, que se ven como versiones
falladas de zitarrosa (incluso en el pelo engominado como lamida de vaca). y lo
más divertido es que si uno mira sus ojos tiene, inexplicablemente, la certeza de
que si no se esforzaran tanto por creerse intelectuales su capital lingüístico no
superaría las quinientas palabras.
en otro orden de cosas, los googles glasses de la primera reunión virtual
permanecieron en mi poder (“son por usted”, me dijo jerome al despedirnos). y (la

22
señal más clara, y que dejé pasar como el imbécil que soy), luego de aceptar el
trabajo, una suma particularmente grande de dólares estadounidenses fue
transferida a una cuenta bancaria a mi nombre en concepto de “adelanto” por el
guion.

me parece haber leído en alguna parte que los que se niegan al


pensamiento se inclinan ante la superstición. no creo ser de este tipo de
personas, pero a veces (solo a veces) me encuentro reaccionando ante eventos no
racionales en lugar de hacerlo ante las evidencias, casi como si fuera cristiano.
eso fue lo que pasó con la mano de kurofuji.
nos conocemos desde hace más o menos diez años, cuando se mudó junto
a mi casa, y nos caímos mal desde el principio. supongo que por eso nos hicimos
amigos. él tenía una katana colgada en la pared, a modo de adorno, y yo estaba
fascinado con ella. me atraía como un imán a un trozo de hierro.
una día, ya tarde, el japonés me la dio y me dijo:
–¿querés jugar a las espadas?
no respondí, no podía. él se rió y fue hasta su cuarto. cuando volvió traía
otro sable en las manos. salimos al patio trasero y me explicó:
–a primera sangre. el primero que corte al otro, gana.
–¿no es peligroso?
–no, si se hace con cuidado. originalmente, los samurai aprendían y
practicaban con katanas de verdad.
supuse que tenía razón, pero en uno de los embates, no sé cómo, le corté la
mano derecha. sueño con ella desde entonces, al menos dos veces por semana.

la luz de la esquina parpadea como un niño bajando en bicicleta por una


calle empinada. estoy en el patio de kurofuji. sostengo la katana ante mí, tratando
de defenderme como puedo de aquello. su diestra, sola, en el aire, fosforece,
amarillenta. me ataca. la rechazo como puedo, pero no es fácil, se mueve a base de
espasmos. y al hacerlo emite una especie de gemido, como ciertos monstruos de
ciencia fcción al ser asesinados, donde se mezcla un llanto profundo con un rugido
infernal de furia.
me cuesta mucho ver, los intermitentes fashes blancos me ciegan y
sobrecargan mis retinas alternativamente. todo parece hecho de imágenes fjas que
pasan delante de mí. la mano fantasma que se acerca y se aleja, se mueve sin
cesar, chilla. entonces avanza y me corta un brazo. no siento dolor, pero lo habría
preferido: puedo ver la que fuera mi extremidad en el suelo, moviéndose como si
fuera la cola de una lagartija, tiñendo el césped con mi sangre. quedo hipnotizado
viendo el charco oscuro formarse.
la mano muerta vuelve a cargar contra mí. ahora pierdo una pierna. y la otra.
y la cabeza.

como es natural, siempre despierto cuando llega a la cabeza. pero mientras


me seco el sudor de la frente, mientras me acomodo en posición fetal para tratar
de sobrevivir a la oscuridad, sigo oyendo los imposibles chillidos de la mano del
japonés dentro de mi cráneo.

lo peor de aquella noche (sí, hay algo peor que mutilar a alguien por estar
jugando con algo que no es un juguete) es que entre el accidente y el momento en
que llegó la ambulancia la mano desapareció.

23
esa noche, junto en su cama en el sanatorio, el japonés hijo de puta, entre
carcajadas, me dijo:
–¿te diste cuenta de que hoy es el día de los muertos?

de un tiempo a esta parte ya no sueño con eso: otras pesadillas llenan mis
noches. y también mis días.

24
OBDULIO Y LA MUERTE FINGIDA
Obdulio:

Como de costumbre pensarás que estoy loco, que no tomé mi medicación y


que deberías preocuparte. Pienso además que existe un alto índice de
probabilidad de que no entiendas nada de lo que revelaré en esta carta.
¿Alguna vez has fngido estar muerto? Es una forma particular de la
respiración Obdulio, y una experiencia conocida para la mayoría, el pretender
estar muerto. Cuando uno se hace el muerto inspira y exhala muy lentamente
por la nariz. Es parte de un esfuerzo consciente de inmovilidad de los músculos
con cierto énfasis en contener las oscilaciones del pecho.
La mayoría de las veces, cuando un individuo se fnge un cadáver lo hace a
modo de broma y durante pocos minutos, y como alguna moral burguesa
establece que es del tipo bromas que no deben hacerse, resulta que todas las
personas lo han hecho.
Es el día de los muertos Obdulio y lo celebro aquí a solas. Me pongo los
google glasses y fnjo estar muerto. Es una buena terapia, una especie de
meditación muy de moda entre líderes, millonarios y poderosos del mundo. (Hitler
solía hacerlo hasta que murió de veras durante una orgía en el 86. Recuerdo que
algunas colombianas festejaban el chiste en los primeros instantes).
Yo mismo solía hacerme el muerto cuando era niño y desde entonces no he
dejado de hacerlo. Quizás lo recuerdes porque solías asustarte mucho Obdulio. O
quizás no. Lo cierto es que incorporé esta costumbre de fngir que estoy muerto.
Ahora mismo mientras dicto esta carta, conmemoro a mi modo el día de los
santos difuntos y parezco un cadáver. Fingirse muerto es como un ritual, una
experiencia realmente recomendable que deberías probar de inmediato. Me refero
Obdulio a que deberías dejar a un lado esta carta, pretender que te has muerto y
sopesar, así inmóvil, las consecuencias.
Pero por supuesto que no vas a hacerlo. ¿Cómo se me ocurre pensar
siquiera que lo considerarás seriamente? Me conformo con informarte de que si lo
hicieses, es decir si murieras hoy, casi no habría consecuencias. Nada ni nadie en
el mundo, quizás ni siquiera yo mismo, lo lamentaría demasiado. Descubrirías
que con tu muerte nada cambiaría mucho hermano. Te lo aseguro.
También estoy al tanto de que tal circunstancia no te preocupa ni te ha
preocupado jamás. Por predecible, me resulta incluso aburrida esa constante

25
indiferencia tuya ante tu propio fracaso. Considero que aun cuando seas sangre
de mi sangre, y aún mi hermano gemelo, no debería tenerte presente.
Pero lo hago. Es el día de los muertos Obdulio y como todos los años pierdo
mi valioso tiempo escribiéndole cartas que no te has ganado. ¿Ya están las
insípidas fores de nuestros padres en el panteón familiar como todos los años?
¿O ya te rendiste a la completa inutilidad del trabajo que implica llevarlas? Si
quisiera podría verte marchando a la tumba paterna ahora mismo (e incluso
contener una náusea) pero no lo hago porque como dije, me dedico a fngir que
estoy muerto mientras dicto esta carta. Podrías agregar un ramo para mi ya que
estás.
Pero no importa Obdulio. Como siempre hay mil cosas que no puedo
contarte, secretos globales que no te incumben, verdades que no podrías manejar,
y gigantescas realidades ocultas que ocurren constantemente frente a tus narices.
Hay peligro además. Todo el tiempo paredes escuchan y mil ojos observan.
Igualmente, como si un amigo invisible llamado “Tribilín” vigilara tus actos, desde
la ausencia te estoy vigilando.
Sucede Obdulio que me empeño en cuidarte. Por eso, como no he olvidado
tu talento natural para el arte, estoy dispuesto a darte una última oportunidad
antes de que sea demasiado tarde. He dispuesto, nada menos, que te encargues
del proyecto de dibujo más signifcativo de todos los tiempos. Te prometo que será
como si Walt Disney hubiera resucitado Obdulio, pero no puedo revelarte más
nada.
Por supuesto no vas a creerme una sola palabra, como siempre, y yo
tampoco estoy dispuesto a brindar más detalles. Igualmente supongo que siendo
mi hermano, compartiendo mi material genético, deberías ser capaz de reconocer
a la condesa al verla. Por tu bien, deberías hacer tu movimiento cuando eso
suceda. Resulta crucial que lo hagas.
En adelante no voy a estar para señalarte el camino. Eso es todo lo que
puedo decirte; cuando a partir de este punto yo falte, deberás limitarte a buscar a
una condesa australiana.
La condesa será blanca Obdulio, por poco no transparente, y cuando la
veas lucirá abundantemente maquillada aún de blanco sobre las zonas visibles de
su aristocrática dermis. Tendrá las formas y los ángulos más sorprendentes que
como dibujante hayas visto. Los labios, por ejemplo, serán dos enormes tiras de
carne pálida que sin dudas la emparentarían, a los ojos de cualquier idiota, con
una frágil y poderosa criatura fantástica.
Sus pequeños ojos astutos serán como dos botoncitos negros Obdulio: dos
bolitas brillantes y profundas perdidas entre sus pómulos y que, dada la
inteligencia que proyectarán cuando se impaciente, parecerá como si un ángel
hubiese intentado esconderse de mal modo en un cuerpo mortal. Con la luz por
detrás, la enorme masa de cabellos blancos acumulados sobre su cabeza se
encenderá hacia los bordes, generando una aureola luminosa prácticamente
redonda. Encontrar a la condesa Obdulio no te será tan difícil. Estoy seguro que
recordarás mis palabras cuando te cruces con ella.
Por mi parte me limito a fngir que estoy muerto. Es esto una despedida
para nosotros Obdulio. No habrá más cartas. No habrá más visitas. Me temo que
quizás nunca volveremos a vernos. De ahora en más voy a fngir que estoy
muerto.

26
Por último, estoy seguro que no habrás entendido ni una sola palabra. La
clave, y es preciso que metas esto en tu inepta cabeza, será la condesa
australiana. Dibujaremos un manga.

27
ÁNIMAS
Juan Segundo Sánchez de la Cuesta

Ya había dicho sí. Sí quiero.


Pero nada pasó por un tiempo. La sonrisa de Jerome y la mueca de la
Condesa desaparecieron tras aquella primera reunión. Con un ademán grave, el
moreno se despidió ofreciéndome los Google Glases como si se tratara de una
ofrenda. Las gafas cabían en su totalidad dentro de la palma abierta.
–Nos comunicaremos de vuelto. Be paciente –agregó. Cuando estiré mi
mano para agarrar los lentes, apoyó su otra palma, húmeda, sobre la mía, quizás
como gesto de buena voluntad. Un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Intenté volver a mi rutina pero me resultaba imposible centrarme en nada.
Pedro Güemes Montevideo me acechaba. En alguna mirada furtiva desde el espejo
al lavarme los dientes. En algún devaneo caprichoso de mi imaginación. Intuía su
grandeza, refejo de la mía. Nos preparábamos para tomar al mundo por asalto.
Sobre todo me pedía volver al lugar donde había nacido, al pie del cerro San
Bernardo, donde se erige el monumento al héroe gaucho.
Acomodé mis horarios para darle ese gusto. Decidí que todas las tardes nos
sentaríamos en aquellas escalinatas para ver morir al día sobre la bella Salta.
Llevaba lápices, cuaderno y lo dejaba trabajar en su “proyecto”.

Flores para los muertos

En el esperado segundo contacto con la Condesa conocí a Koldowski.


Bueno, lo conocí es un decir. El desafortunado “rendezvous” tuvo lugar en un
punto inespecífco del cielo nocturno a 300 metros por encima de la ciudad.
La situación, claro, amerita ciertas explicaciones.
Fue durante un día de los muertos. Lo recuerdo porque , de no haber visto
a todas aquellas familias, cargadas de fores, dirigiéndose a las escaleras que
suben al cerro, no me habría aventurado. Primero pasó un grupo de cuatro
mujeres, dos mayores y dos jóvenes, cada una llevando una cala. Diez minutos
después una pareja joven con dos niños, cargando lo que me pareció eran
crisantemos. Luego un grupo grande, donde se podían individualizar abuelos,
padres, hijos y nietos, todos adornados con fores y charlando con las cabezas
elevadas sin quitar su mirada del punto más alto del San Bernardo. Varios más

28
siguieron. Pasaron nuevas calas, claveles y fores que no reconocí. La noche caía
y algunos comenzaron a encender linternas, otros llevaban velas que prendían sin
detener su ascenso. Un imparable río de estrellitas mínimas comenzaba a titilar
sobre el cerro. ¿Adonde iban? ¿A rendir homenaje a sus muertos desde la cima
del cerro? Aunque no lo deseaba, me levanté y me uní al cauce brillante. Tengo
que reconocer la infuencia de Güemes Montevideo en mi curiosidad. Yo jamás me
hubiera unido a esos ritos nigromantes.

Ascenso

El cerro San Bernardo tiene una escalera que llega hasta su cima y que
sigue las estaciones de un Vía Crucis. La construcción será de los años ochenta.
Abruptos y dispares, no hay dos escalones iguales, cada uno tiene su alto, su
ancho, su longitud. Así como en una curva hay quince escalones formando una
empinada subida de medio metro, otro escalón se extiende durante más de
treinta pasos haciéndonos olvidar que estamos en una escalera. Pero uno no se
puede abandonar a la contemplación de la cúpula que la naturaleza forma sobre
quienes ascienden a riesgo de tropezón y caída. De noche esto todavía es peor.
No tardé mucho en comprender la motivación de aquellas familias. En la
primera estación, tres grupos diferenciados dejaban fores en puntos indefnidos
del pequeño claro que se abría junto a la casilla con la imagen de nuestro
redentor condenado a muerte. Oraciones a media voz y llantos que pasaban a mi
lado casi como pidiendo permiso llenaban el vacío de la noche recién estrenada.
Dos jóvenes miraban fjamente un punto en la tierra que descendía hacia los
árboles. “¿Aquí?” señaló uno. “Creo que sí”, la respuesta. Detrás de la casilla,
otro grupo, sin dudas una familia, formaban una media luna alrededor de tres
ramos de fores amarillas. “¿Aquí está el abuelo?” susurraba un niño jugando con
el rayo de una linterna entre las ramas. Las cenizas se habrían esparcido hace
tiempo bajo la ladera, pero aquello seguía siendo tierra santa.
Continué mi ascenso guiado por decenas de lucecitas que oscilaban delante
de mí. Quería ver si alguien llegaba hasta lo más alto. En la segunda y tercera
estaciones, las ofrendas se repetían. También había pequeños conciliábulos de
personas dejando ramos en mitad de la escalera. Señalando la nada en la noche.
Guíados solo por sus recuerdos.
Un fulgor mortecino se había adueñado de la vegetación. Pensé que la triste
chispa de esos fuegos enclenques jamás podría viajar a la velocidad de la luz.
Aquella luz se arrastraba entre ramas y hojas, corriendo coja hacia delante,
chocando y rebotando torpemente pero sin olvidar su imperativo, siempre
adelante. Yo seguía también a ciegas, hacia delante.
En la quinta estación, cuando ya casi me daba por vencido, los Google
Glasses comenzaron a moverse. La vibración me asustó. También brillaban con
una luz tenue. Nunca los había usado de noche y ponérmelos fue como entrar en
la cabina de una nave espacial. Lucecitas de todo tipo sobrevolaban sobre los
límites de mi campo de visión. Sobre el ángulo izquierdo un aviso indicaba una
llamada entrante de Jerome. Ya había aprendido a hacer click con la vista así que
acepté. La sonrisa del negro ocupaba casi toda la pantalla y el sonido se
entrecortaba. No entendí nada de lo que me quería decir. Ví que hablaba con
alguien fuera de mi campo de visión, luego que tecleaba.

29
“¿Está en a cerro? Poor connection. Vaya arriba de cerro para signal mejor.
Nueva llamada en 30 minutes. Importante para hablar con Condesa y Koldowski.
Impostergable.”, fue el mensaje en la pantallita.
No era el mejor momento ni el mejor lugar, pero no me quedó otra que
seguir subiendo. Mientras más subía, más oscuridad. Por otro lado, la vegetación
también se escaseaba y las luces de la ciudad debajo se podían observar mejor. A
partir de la octava estación dejé de ver personas. También desaparecieron los
moqueos de los deudos y las conversaciones lejanas que me habían acompañado
hasta allí. La naturaleza recuperaba su reinado. Revoloteos de pájaros, grillos
roncos, crujidos de árboles malhumorados. Y mi respiración, cada vez más
agitada.
Arriba, la desolación. De día siempre se ve movimiento. Hay un par de
restaurantes y negocios de souvenirs, además del teleférico que sube y baja
constantemente, pero de noche, el paraje lunar se veía como una roca aislada en
el medio de un mar negro. Comenzaba a desesperarme por el hecho de que
tendría que bajar por aquel sendero siniestro en medio de la oscuridad cuando los
Glasses volvieron a vibrar. Era ella, blanca como una garza y con un cuello tan
largo que me parecía irreal. La conexión era mejor, era verdad y pude escuchar su
voz afautada saludándome con chapuceos en castellano e inglés. Llegué a
entender que, en ese mismo momento había librado el pago del adelanto por mi
trabajo y que recibiría un pdf con las características de los personajes principales
y los lineamientos generales de la historia. Yo trabajaría con una parte de la
historia y el segundo escritor (de un tiempo a esta parte ya me había
acostumbrado a la desilusión de que no fuera Vargas Llosa) trabajaría con otras.
Del dibujante todavía no supe nada.
Pero volviendo a mi nuevo colega, se llama Koldowski y es uruguayo. Tiene
experiencia en el campo del manga y el animé según creí entender. La idea era
realizar una conexión a tres bandas para que establezcamos los primeros
lineamientos de nuestro trabajo en conjunto pero en el caos de aquella
conversación que la Condesa intentaba mediar sin éxito, solo me llegaban
elaborados insultos que el tal Koldowski dirigía no sé si a su computadora, a mí
o a alguna persona que estuviera allí con él.
Tras varios minutos de desconcierto la llamada se cortó. Esperé unos
minutos y nada. Comenzaba a pensar como bajar por aquella boca de lobo
cuando llegó un mensajito del providencial Jerome. “Problemas de agenda de
Condesa. Reunión más adelante. Envio taxi a recoger usted y llevar a su hogar en
16 minutos. Comience a trabajo ASAP. PS: yo pienso usted necesita esto”.
“Esto”, era la dirección de Koldowski en una ciudad llamada Minas, en la
República Oriental del Uruguay.

30
Parte 4
ANTÍGONA
“Mi piedad me ha ganado el título de impía”

Antígona
Tragedia de Sófocles, 442 A.C.

Juan Segundo Sánchez de la Cuesta

¿Acaso querían que fuera hasta Uruguay? El tema me resultaba altamente


inconveniente. Ya mencioné que soy una persona con muchas responsabilidades.
No solo debía pedir permiso en el colegio, también debía abandonar
intempestivamente el grupo de lectura, donde mi presencia era imprescindible
(¿Quién les explicaría a esas pobres amas de casa la sutilezas del erotismo de
Isabel Allende? ¿Quién ahondaría en los maravillosos simbolismos de Coelho?).
Me pasé los días siguientes analizando la posibilidad. Si bien podía arreglar
mis horarios para viajar, me negaba tajantemente a abandonar mi “locus
amoenus”.

Decidí que no era necesario y opté por informarlo via mail (me parecía más
formal) a Jerome. Casi había fnalizado la misiva cuando recibí un mensaje de
Antígona en el celular. Quería encontrarse conmigo ese mismo día a la tarde.
Era extraño que se comunicara. A pesar de que era profesora de Catequesis
en el mismo colegio que yo, siempre encontrábamos alguna excusa para no estar
juntos.
Cruzarme con ella me indisponía gravemente. Tenía una capacidad
inagotable para atacar donde más me dolía: en mi literatura.
A esto se sumaba que su nueva pareja, Alberto, un animalito de casi dos
metros de alto y 130 kilos de peso, me inspiraba un respeto basado tanto en su
tamaño como en sus poco sutiles amenazas al estilo de, “Si la jodes a Anti te
mato”.
Pero esta vez me alegré de la coincidencia, tenía un gran as bajo la manga.
Con la Condesa y Jerome de mi lado todo parecía más fácil.

El rendezvous

32
El momento ideal era sobre las tres de la tarde, cuando la sala de
profesores estaba desierta y ambos teníamos hora libre. Normalmente hubiera
tomado todos los recaudos para no verla. No era este el caso.
Cuando llegué tocaba su celular compulsivamente. Su papada temblaba
mientras hacia esa cosa rara con la lengua entre sus labios, tan típico de ella
cuando estaba concentrada. El crujido de la puerta me delató.
–¿Tranquila la tarde no? –saludé.
–Por suerte. Con este tiempo...
–Y sí. Se está nublando de nuevo...
–Escuchame Segundo no tengo tiempo para boludeces. Tengo que hablar
con vos...
–¿Qué pasa?
–No te pediría si no fuera necesario...
–Estuviste apostando de nuevo...
–Para nada, tuve gastos inesperados y justo este mes se nos vence la cuota
doble de la Ranger. Vos sabés que el consultorio nuevo de Alberto todavía no se
estableció del todo y hasta que recupere sus clientes... pacientes digo...
–No me tenés que mentir... ¿Qué fue esta vez? No me digas que volviste a
los perros.
No respondió. En cambio se me sentó al lado, casi tocándome. Hacía más
de tres años que no estábamos tan cerca. Recordé su extensa piel blanca, sus
caderas interminables. Siempre se me insinuaba cuando necesitaba plata.
–Pensá que tuvimos una hermosa historia juntos... –Murmuró en mi oreja.
Yo recordé: Gritos. Golpes. Paranoia. Más gritos.
–Quizás haya una salida... –Dudé. Sabiendo que tan solo por preguntar ya
estaba diciendo sí–. ¿Cuánto es?
–Era una apuesta segura... Es un campo totalmente inexplorado. Se
puede...
–¿Cuánto? –interrumpí.
–Cincuenta mil...
No era la primera vez que me desplumaba. No sería la última. Su timing era
perfecto.
–Quizás te puedo dar la mitad –cedí pero, lo admito, solo para poder
embarrarle mi colosal éxito en esa papada desplegable–, frmé un contrato para
un libro –agregué con orgullo.
Ella no dijo nada y no pareció sorprendida en lo más mínimo. Imagino que
estaría luchando para no decir nada hiriente incluso ahora que mi éxito era tan
evidente. Infnidad de muecas bailaron en su cara. Yo seguí.
–Es un contrato. Para una novela –Mentí–. Un contrato por mucha plata –
Seguí. La segunda capa de su papada comenzó a montarse sobre la superior, la
tercera se movía como una ola tubo. Sabía que ella respondía mucho mejor al
dinero que al espíritu santo. Sus ojitos me miraban ahora, entre curiosos y
desconfados. Pero al parecer me creyó.
–Gracias a Dios. Gracias señor bendito. El señor por fn te iluminó –repetía
mientras se besaba el crucifjo.
–El asunto es que ahora me piden que viaje y no quiero dejar mi provincia
que es mi mayor fuente de inspiración...
–Ni hablar. Te vas donde te digan. Necesitas esa plata, Segundo. ¿Acaso
querés seguir siendo solo un profesorsucho de secundario? –me pinchó.

33
–La verdad es que, debo ser honesto, es una oportunidad para no dejar
pasar.
–¿Cuanto? –Preguntó antes de tragar. Le pasé el papelito, el mismo que me
había dado Jerome. Un souvenir. Lo observó con interés, como si estuviera
intentando reconocer la letra.
–Al fnal la pegaste –dijo, ya sonriendo, pero con una sonrisa diferente–,
¿tenés alguna prueba de que esto es verdad? ¿Más allá del papelito? –Ahora el
que sonreía era yo. Saqué los Google Glasses. Estoy seguro que nunca había visto
unos y que ni siquiera tenía idea de que algo como aquello existiera.
–Sabés lo que es esto? Son anteojos virtuales. Me los dio la editora que me
contrató. Para estar en contacto –Me regodié en mi verdad a medias. Quería
gozarla. Humillarla. Ella nunca había creído en mí–. Teniendo uno de estos no
creo que sea necesario ni siquiera viajar a...
–Siempre supe que ibas a tener éxito –me cortó en seco. Ahora su mano
estaba en mi pierna–. Yo siempre recé por esto. ¿Sabías no? Y ahora el Señor
parece que escuchó mi pedido. Pero no te arriesgues. Tenés que ir, Segundo. Mirá
si contratan a otro...
Admito que algo de razón tenía. Aunque estaba seguro que no conseguirían
a nadie de mi calidad artística, “Quizás tengas razón” cedí mientras le mostraba
cómo funcionaban las gafas. Ella se reía como una niña pequeña. Probamos la
función mapas y vimos como nos ubicaba en el preciso lugar donde estábamos.
Luego le mostré cómo grababan video, parecía casi algo de espías. Cuando me las
regresó parecía verdaderamente feliz con el aparatito.
–¿Y ya te pagaron algo? –preguntó como al pasar.
–¿Queres verlo? –le pregunté.
–¿A qué? –me respondió ya decididamente al ataque. No sé por qué pensé
en Alberto.
–A la cuenta digo. ¿Que decías vos?
–No... no sé. A lo que tengas para mostrar...
Entré en mi cuenta en internet y le mostré el adelanto. La suma se
acercaba a lo que gano en un año como profesor. Su exclamación no fue nada
piadosa. Me fjé en el reloj de la pared y todavía faltaban 20 minutos para el
recreo. Ella se fjó en el reloj también y supe lo que estaba pensando. Su mano
comenzó a subir por mi entrepierna. Me gustaba esa sensación de poder. Esa
sensación de ya saber lo que pasaría. En ese instante yo era Güemes Montevideo,
un ser superior. Volví a pensar en Alberto. En el imbécil de Alberto.
–¿Querés? –preguntó sin esperar respuesta. Dos segundos después mi
virilidad estaba en sus manos. No sé si alguna vez la había visto tan entusiasta
en aquellas tareas. Y no sé si era yo o el dinero lo que le gustaba tanto–. Parece
que te vas a salir con la tuya al fnal –dijo mientras se arrodillaba–. ¿Cuándo te
vas a ir? No te vayas a olvidar lo que te pedí –ronroneó.
–Te voy a dejar algo de plata –respondí ya casi ido–. ¿Diez mil te parece
bien? –No me respondió pero sus acciones hablaban por ella. Sentí la humedad
tibia y le di un último vistazo al reloj antes de dejarme llevar. Creo que durante
todo nuestro matrimonio había hecho eso solo en una o dos ocasiones, nunca con
tanta dedicación. No tardé mucho. La imagen de Alberto seguía apareciendo
entremezclada con la de Jerome. Cuando todo hubo acabado ella pareció
acordarse quién era y dónde estábamos, por lo que tragó y dijo:
–Si alguna vez le contás a alguien esto te juro por Dios nuestro señor que te
mato.

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COMENTARIO DE MI HERMANO
EN EL POST DE UN SUJETO
Sr. Jean Eduard Torres:

Recibí en mi correo, y también a través del Facebook su porquería y acuso


recibo de ella.
No concurriré a su evento. Por nada del mundo asistiría a esa escatológica
muestra de “arte moderno” suyo en aquella galería esnob (esa de cuyo engreído
nombre no quiero acordarme).
Su colorida convocatoria digital obviamente sucede en el charco de esta
ridícula “democracia” del arte, en donde usted parece chapotear feliz, como buen
imbécil que es, y quería establecer claramente que no concurriré a su evento.
Quisiera aclararle además, inepto artista pero popular idiota, que no soy de
ningún modo su amigo.
Mi ya castigada autoestima colapsaría defnitivamente si en determinado
momento descubriera que formo parte de esta multitud de pedantes tarados
amigos suyos que comentan arriba: miles de patéticas entidades virtuales que
festejan su bobada clickeando en “Me gusta” y “Me encanta” ante cada estupidez
que usted impone con la coartada del arte.
Recibí la invitación entonces, viralmente enviada por usted hacia miles de
idiotas y su texto me ha resultado en extremo obtuso e impersonal. El mismo ha
herido a tal punto mi sensibilidad que he llegado a pensar que responderlo de
forma diametralmente opuesta, es decir pensada y personalísima, no puede de
ningún modo estar mal.
Por fotos he visto su “obra artística” (aquellos sancochos tristes de madera
y cartones) y resulta evidente que para usted es posible prescindir de la
inteligencia, del talento y de los necesarios años de práctica y sufrimiento que se
requieren si aplica el buen marketing.
Por otro lado, he intentado decodifcar racionalmente eso que usted
manifesta acerca de usted y su obra y por supuesto: no encontré ni una sola gota
de consistencia en ninguna parte de su discurso. Defnitivamente usted habla
chotadas.
Ahora, ya habiendo establecido que su única intención es convencer a la
masa global de idiotas de que usted es genial, y dando por sentada su patética

35
necesidad por la mirada de los terceros, debo decirle que tiene usted mi completo
desprecio.
Resultará usted chistoso en su evento del viernes en la galería, si es que se
atreve a explicar cómo es que los objetos amorfos que seriamente orgulloso
exhibirá a sus espaldas, son una profunda expresión de las artes.
De todas maneras no concurriré a ese evento. Igualmente no dudo del éxito
de su muestra. Hoy es perfectamente posible que usted o cualquier otro imbécil
triunfe en el ámbito de las expresiones artísticas. Solo les hace falta ejecutar
cualquier mamarracho en el living, pagar regularmente la conexión a internet,
realizar eventos en Facebook y ser absolutamente ajenos a conceptos tales como
belleza, perfección, técnica, trabajo, sensibilidad o talento.
La explicación es que al igual que usted, aburrido burgués consumista que
se autoproclama bohemio, ni uno solo de sus miles de followers se detiene a
pensar ni un segundo, y por ende solo valora las artes según lo que pregonaron
antes idiotas pasados. Ocurre que tanto estos idiotas nuevos como aquellos
primeros, se impresionaban tontamente con accesorias poses, discursos
inconexos, remeras de vanguardia y peinados difíciles.
Insisto en que no concurriré a su evento. Me quedo con la depresión que me
ha provocado imaginar el monótono mundo del que usted forma parte.
Honestamente me deprime su éxito, la sublimación del idiota y el aplauso del
burro. Es que por afán de inmediatez, por ganas de pertenencia o por estupidez
lisa y llana, desde hace ya décadas los imbéciles decoran su personalidad
afliados a la superstición de lo fácil, lo inútil, lo simple, lo pop, lo instantáneo, lo
abstracto y lo feo como forma superior de las artes. Ciertamente, su vida es un
asco.
Reiterarle que más allá de esta sutil nausea que me provoca y por sobre el
diminuto asco que me genera, estoy convencido de que su boba y fea obra es
capaz de brillar en la consideración de los millones de humanos que son así como
usted: tarados la gran mayoría.
De todos modos no concurriré a su evento. Sepa que cuando la humanidad
resumida en su Facebook esté dispuesta a pagar miles de euros por el resultado
sin gracia de cualquier aburrido arrebato suyo; y cuando insistan en aplaudir sus
creaciones llamándolas arte, será entonces cuando defnitiva y olímpicamente mi
espíritu se hará caca en el arte.
Naturalmente yo, como siempre, continuaré prefriendo la belleza y los
objetos sublimes e inaccesibles para mí cuya sola creación haya exigido
muchísimos meses de trabajo, inteligencia, inspiración y maestría.
Y aunque a usted le guste llamarse artista, y aunque el mundo entero lo
felicite por ello, tenga siempre presente esta carta y recuerde que usted es, antes
que nada un imbécil.
Finalmente es por estas y muchas otras razones entonces, innoble asno
tóxico, que no concurriré a su evento.

(Proceda a bloquearme ahora si puede. Intenté bloquearlo primero yo a usted pero


aún no descubro cómo se hace )

Obdulio Raúl Quintana Porchetto

36
EL TAUTÓLOGO DEL FERRY
rafael koldowsky

en uno de los mails que me mandó, jerome agregó una posdata con la
dirección de güemes. no decía nada más, solo una calle de salta y un número de
puerta. no me cuestioné demasiado los motivos, supuse que querría que viajara
hasta allá para empezar con el proyecto (a pedido de mi mujer, estaba tratando de
actuar como si fuera un trabajo real. por las dudas.)
así fue que, un domingo de mediados de noviembre, después de convencer
a angie de que se viniera conmigo por un par de días, salí con rumbo a buenos
aires.

el ferry fue una tortura. el río estaba agitado y el barquito se movía para
todos lados. y para colmo la gente allí arriba parecía más estúpida de lo que
normalmente es. jamás he sido gran admirador del mar en general y, si bien
nunca había navegado, la sola idea me ponía bastante enfermo. sin embargo, y a
diferencia de angie, que la primera media hora se la había había pasado
encerrada en el baño haciendo unos ruidos bastante poco alentadores, no sentí
ningún malestar.
mis molestias estaban en torno a un puñado de pendejos que andaba por
ahí en la vuelta. iban todos vestidos igual. me pregunté de dónde habrían salido.
y cuando noté el atuendo de los adultos que estaban con ellos de inmediato supe
qué tipo de desagradables criaturas eran. yo mismo había formado, durante un
muy corto tiempo de mi infancia, parte de un grupete de la misma calaña: eran
scouts. y por lo visto se trataba del grupo de los delincuentes inadaptados porque
no paraban de gritar, empujarse y putearse ignorando alevosamente los
pusilánimes intentos de los guías para que se sentaran y se pusieran a cantar. un
par, incluso, empezaron a desafar la aguada autoridad entonando las canciones
sugeridas pero modifcando las letras con groserías.
cuando angie salió del baño le sugerí que saliéramos a la cubierta (“el aire
te puede hacer bien”).
–sí, por favor, vamos –miraba a los scouts–. porque si no, voy a matar a esos
insoportables.
afuera olía horrible. no el barco, sino el aire. tenía esa desagradable
fragancia que nadie parece encontrar ofensiva pero que a mí me da un asco
indecible.

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fuimos hasta una zona de la baranda que estaba vacía y nos pusimos a ver
en silencio cómo se alejaba la ciudad de montevideo de nosotros. miré el agua.
estaba marrón. pensé en el slogan del ministerio de turismo (“uruguay natural”) y
no pude evitar sonreír.
le pregunté a angie si se sentía mejor.
–el aire me está haciendo bien.
–¿viste el color del agua?
–sí. ¡es increíble que esté tan sucia! ¿será porque todavía estamos cerca de
la orilla?
–quiero pensar que sí, pero me parece que en realidad es porque todo
montevideo se caga en el río. literalmente.
sonrió. se la veía con mejor semblante.
–¿qué piensas hacer si el proyecto no es una joda de kurofuji?
–trabajar lo más seriamente que pueda. pero es muy poco probable. ¿por
qué una vieja australiana va a querer que tres tipos completamente desconocidos
le escriban un manga?
–por las dudas no te mandes muchas cagadas.
–ok, te prometo que la intensidad de los despelotes que arme va a estar un
veinticinco por debajo de lo que naturalmente lo estaría.
sonrió otra vez. defnitivamente se estaba sintiendo mejor. entonces el barco
dio una sacudida bastante fea y ella salió como disparada rumbo al baño otra vez.

el viaje era más largo de lo que había pensado. también más pesado. cada
tanto el viento traía el sonido de las voces de algunos de los pasajeros que
entonaban alegremente “la mar estaba serena, serena estaba la mar”. y después
todo con a. “la mar astaba sarana, sarana astaba la mar”. y así. angie se veía
cansada. le sugerí que tratara de dormir un poco.

saqué el reproductor de mp3 del bolsillo, lo prendí y me enchufé los


auriculares. avancé entre las carpetas con los temas hasta llegar a lo que quería.
subí el volumen al máximo y me dediqué a mirar cómo la gente escupía hacia el
río.
y una camisa llamó mi atención. había algo raro en ella. bueno, no era nada
raro, en realidad. me traía a la mente algo indefnido pero muy poderoso. como la
memoria de un perfume que se olió veinticinco o treinta años atrás y es capaz de
despertar partes hace mucho dormidas de nuestra conciencia. era una simple
camisa foreada, roja y con unos grandes hibiscos amarillos, un modelo ejemplar
de mal gusto.
he pensado varias veces qué sería de mí ahora si no hubiera sido atraído
por aquella camisa, pero sin importar cuánto le doy vueltas en mi cabeza
tratando de hacer encajar las piezas de otra manera, simpre concluyo lo mismo:
estaría exactamente igual.
la fuerza que ejerció sobre mí aquel pedazo de polyester me hizo seguir al
tipo que la llevaba puesta por la cubierta del barco.
era un petiso faquito, bastante pintoresco. tenía puesta, además de la
camisa, una bermuda color caqui, unos mocasines y un fedora negro. caminaba
lento, siguiendo el contorno de la baranda.
como hasta para mí era raro aquel comportamiento que estaba teniendo
decidí llamar a kurofuji para preguntarle cómo estaba todo en casa. como era de

38
esperarse me ladró que lo dejara en paz porque no hacía ni un día que me había
ido.
y de alguna manera, caminando al azar mientras hablaba, terminé apoyado
en la baranda junto al tipo que llevaba la camisa hawaiana.
–fnochietto. doctor gabriel fnochietto, tautólogo –se presentó.
me tendía una mano y en la otra sostenía el fedora. miré al pasar la cabeza
casi calva y muy brillante. le estreché la mano mientras masticaba en silencio
aquella última palabra que dijo. la había colocado como si fuese el título que
atestiguaban los diplomas en alguna pared ubicada convenientemente detrás de
su espalda. jamás había oído aquella expresión. por supuesto que sabía lo que es
la tautología, pero que me crucifcaran si tenía idea de a qué podría dedicar su
tiempo un tautólogo.
así fue como lo conocí.

39
Parte 5
BIENVENIDO FRANCISCO
¡Age quod agis, Francisco!

¡Bienvenido Bergoglio; adalid de la manipulación moral, azote de crédulos y


nuevo tautólogo número 333! Ingresa usted a la organización tautóloga
revisionista para la dominación global.
Sabido es que los tautólogos admiramos y respetamos a su institución
desde siempre y es por eso que aguardábamos impacientes este momento.
Nuestro eminente genio inmortal, el pluscuamperfecto Walter Elías Disney le
brinda a usted calurosamente la bienvenida. Y como muestra de salutación,
además, le ha compuesto un soneto. Se lo copio, disfrute:

SONETO DE BIENVENIDA

Bienvenido guardián de occidente


y cerrojo mental del criterio
del veraz albedrío de la mente
que obliteras con miedo y misterio

Nos da gracia tu mitra imponente


los tautólogos admiran tu imperio
Portavoz de deidad inexistente
que los necios escuchan en serio

Hace siglos tu iglesia y tu clero


provee un bulo falaz y evidente
pero obtiene poder verdadero

¡Bienvenido Francisco Primero!


que transformas los mitos en gente
y a la gente en cordero.

CONSIDERACIONES VARIAS

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Sin más, Walt Disney acepta su acatamiento incondicional y lo incorpora a
usted, oh, gran Bergoglio, en los benefcios ilimitados de la Tautología
Revisionista. Ingresa desde ya como miembro de pleno derecho.
Al igual que Juan Pablo, formará usted parte de los 333 tautólogos del nivel
superior. Eso es porque hay decenas de agentes de nuestra organización
encaramados en los más altos rangos del vaticano desde hace décadas. Estos
pasan a estar ahora efectivamente, y ya no de manera nominal, también bajo su
completo mandato.
Como ya sabe, el Lamborghini que le hicimos llegar hace unas semanas
(esta edición especial del modelo Huracán de color blanco y con detalles en oro)
era solo el humilde envoltorio de los paquetes verdaderamente importantes.
Disfrutamos de total impunidad y nos divierte expresarla.
Dentro del baúl hay varios paquetes que contienen, entre otras cosas, unos
google glasses, los cinco libros gordos de la Tautología y dieciséis manuales para
el manejo interno dentro de la organización. Firme la entrega, conserve usted los
paquetes secretos y haga lo que quiera con el Lamborghini.

USO DE LOS GOOGLE GLASSES

Los google glasses son la conexión entre los 333 tautólogos alrededor del
planeta y una ventana al cerebro tautólogo virtual (puede informarse de los
últimos avances no revelados de la inteligencia artifcial en uno de los manuales
que le adjunté: “En la mente de Tribilín”). En principio su contraseña de acceso
para el software tautólogo va a ser: notengonadaquedecirlosiento1234. Por favor
cámbiela ni bien ingrese al sistema por otra clave de su preferencia.

LIBRO PRIMERO

El primero de los cinco libros tiene por título “Historia y antecedentes de la


ciencia tautóloga: antecedentes científcos de la tautología histórica”. El libro
cuenta cómo cientos de grupos operan desde hace siglos para la dominación
mundial, desde los cátaros y los templarios de antaño hasta Ikea y los Selenators
de nuestros días. Lo hacen con mayor o menor nivel de infuencia y secreto,
evolucionando e interconectándose fnalmente todos gracias a la visión de nuestro
amado Walt Disney. Todas confuyen en la actual secta Tautóloga Revisionista
que, a partir de este punto, lo incluye también.

LIBRO SEGUNDO

El segundo tomo que acompaña esta carta es igual de extenso que el


anterior y se limita a un catálogo. Allí, en “Las marmotas no son tautólogos”
encontrará usted, con una prosa algo barroca, pesada e inefciente pero de
sentida intención, los datos de contacto y méritos de los 332 restantes tautólogos
que, ahora junto a usted, subyugamos graciosamente a este mundo.
Colóquese ahora los google glasses adjuntos. A continuación fje la vista en
esta carta manuscrita, maniobre levemente para que ambas pupilas apunten un
poco hacia el centro de su nariz y haga click brevemente subiendo la ceja y

42
guiñando apenas, con el párpado izquierdo semicerrado mientras contempla este
enlace. Una vez hecho esto podrá revisar la lista de los 35 tautólogos que, según
Tribilín, han acaparado los titulares internacionales en los últimos tiempos.
Están ordenados por relevancia. Como podrá apreciar claramente, usted ya fgura
entre ellos.

LIBRO TERCERO

En el tercer libro,“Tautología pero con orden” se detallan los niveles


sucesivos que sirven a la organización.
En primer término está el orden de las Falanges: 666 asistentes en puestos
de poder tales como vicepresidencias grandes, presidencias pequeñas,
candidateables, infuencers y artistas emergentes del mundo que no conocen los
planes, pero que aspiran a conocerlos y trabajan, ardua pero ingenuamente, para
formar parte de lo que ya saben es la organización secreta más importante en la
historia.
A continuación el siguiente y peligroso nivel, el de las Falanginas, consta de
9999 agentes de pago (y víctimas de una coerción aplastante) que armados son
capaces de hacer lo que sea por nosotros.
Luego está el último orden. El ejército de las Falangetas está constituído por
varias decenas de miles de espías en la red global. Estos últimos no están
pormenorizados en el libro pero se detallan claramente los mecanismos para su
manejo.

LIBRO CUARTO

El cuarto libro, “Sídney es un anagrama sencillo”, detalla las posesiones


secretas de la tautología alrededor del planeta, enumera las instalaciones
ultramarinas, los laboratorios de tecnología oculta, y contiene un mapa completo
del sub-Disney World en su ubicación australiana. Cuenta además con los
códigos de ingreso y el transporte supersónico ultrasecreto requerido para llegar
hasta allí: también es su casa a partir de este punto.

LIBRO QUINTO

En el quinto libro, llamado “Manga del fn del mundo”, hablamos del actual
proyecto tautólogo más importante de todos. Porque así como la biblia utilizó la
fcción lisa y llana para manipular a las masas de manera notable durante siglos,
nuestro manga seguirá ese precepto. Tenemos ya a los dos guionistas y quizás
alguien con mi mismo ADN será el dibujante. No voy a dar más detalles ahora.
Solo diré que a través de este nuevo proyecto voltearemos defnitivamente las
bases de la civilización y demás (largo etcétera).

CONSIDERACIONES FINALES

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Por último y como ya le han contado, los tautólogos nos reunimos en
conciliábulos anuales. El próximo año nos encontrará, ora virtual ora
físicamente, en la base secreta de las Tres Cruces (base cuya ubicación exacta
encontrará usted detallada entre los manuales que le mandé). Está usted
conminado a asistir. Lo esperamos.

Eso es todo por ahora,

Felicidades, saludos cordiales y bienvenido de nuevo;

Federico Inocencio Quintana Porchetto


Miembro del triunvirato provisional de Tautólogos Revisionistas

PD: Esta es su primera misión como Tautólogo Revisionista. Una agente llamada
Antígona requiere atención. Buena suerte.

44
EL ATENTADO
CONTRA EL TAUTÓLOGO
rafael koldowsky

después de presentarnos, no pude menos que responder a mi curiosidad y


preguntarle al viejo qué carajo es un tautólogo.
fnochietto sonrió y volvió a colocarse el fedora sobre la pelada luminosa.
–es un vacío en el conocimiento popular más reprochable a nosotros, los
tautólogos, que a ustedes, los infeles. es un vacío.
aquella expresión -infeles- no me gustó para nada. es decir, hay muchas
maneras de llamar a los que no tienen nada que ver con algo, desde “los de
afuera” hasta alguna de esas palabras rimbombantes que nunca recuerdo. pero él
eligió aquella, como si fuera un inquisidor o algún otro tipo de terrorista de la
religión.
–la tautología es una ciencia, chiquilín. una ciencia. y los tautólogos somos
los científcos que dedicamos nuestras vidas a estudiarla. los científcos. fundada
por el doctor david j. fsher en el año 1899, la tautología ha ido creciendo, año
tras año, en las sombras, apartada del conocimiento público. el doctor david j.
fsher... hasta dentro de poco, cuando daremos a conocer nuestra obra a todos los
infeles del mundo, chiquilín. hasta dentro de poco.
–qué interesante –dije.
–sí. todo gracias a la asombrosa revelación de nuestro pionero el gran
doctor david j. fsher. todo gracias a él...
–disculpe que lo interrumpa –interrumpí–, pero tengo que ir a ver si mi
esposa está bien. es que estaba mareada y...
el tipo siguió hablando como si no me hubiese escuchado. repetía lo que ya
había dicho con otras palabras. miré alrededor. no había nadie. todos estaban en
el otro extremo de la cubierta. todavía no sé cómo pasó. supongo que jamás lo
sabré, porque la versión de fnochietto no es confable. fnochietto no es confable.
hay algo muy malo dentro de mí, siempre lo he sabido. sin embargo, nunca
hasta ese día conocí su verdadera magnitud. de hecho, aún hoy, luego de todo lo
que ha pasado, sigo sin conocerla totalmente. ahora sé algo más, pero a gran
escala, sigo relativamente en la ignorancia.
tenía el celular en la mano. lo guardé en el bolsillo del pantalón. cuando
tuve las dos manos libres, las miré. gabriel fnochietto era unos quince o veinte

45
centímetros más bajo que yo. miré la camisa que me había llevado hasta él. no sé
qué pasó después. recuerdo haber mirado otra vez alrededor y haber notado que
no había nadie cerca. el viento trajo voces consigo.
li mir istibi sirini, sirini istibi li mir.
y lo tiré por la borda. cayó casi sin oponer resistencia, le tengo que
reconocer eso. se lo tengo que reconocer.

el resto del trayecto lo pasé aurrucado junto a angie, esperando que alguien
me apuntara con el dedo mientras me acusaba de lo que era culpable. cada
sonido cercano era un sobresalto. cada silueta en movimiento detectada por el
rabillo del ojo era un carcelero o la amenaza de uno. me declaré mentalmente
desahuciado y abandoné toda esperanza de salvación. así me dormí y me
desperté, con miedo y culpa.
y llegamos a buenos aires sin que nadie me mandara en cana. bajamos del
ferry. comenzamos nuestro paseo. irónicamente, que el tiempo estuviera pasando
y yo anduviera libre, impune, me ponía muy nervioso.
“es la espada de damocles”, pensé.
estábamos en una librería de la calle corrientes. no estoy seguro de cuánto
tiempo llevábamos ya de paseo ni qué lugares habíamos visitado ni si me habían
gustado o no. estaba como recién despertando de una pesadilla que aún no
terminaba. dejé el libro que tenía entre las manos.
debo haber susurrado algo, porque angie me miraba preguntando con la
mirada.
–decía que no sé cómo es que escriben tantas pelotudeces en las
contratapas, solo eso –improvisé. en realidad ni siquiera sabía qué libro había
estado sosteniendo entre los dedos.
entonces llegaron a mis oídos las palabras de uno de esos tipos que
frecuentan las librerías como si fuesen bares. amigos del dueño que se dedican a
perder el tiempo entre estantes de libros. hablaba con un gordo de barba que le
estaba dando el cambio a una vieja.
–¿alguna vez oíste hablar de ofelia benson?
–... y quince son cincuenta. muchas gracias, señora –el librero miró a su
amigo y quedó en silencio.
la vieja agarró lo suyo y se fue. cuando pasó junto a mí, la baharada del
perfume me dio asma. me saqué la mochila, agarré el inhalador y me mandé un
par de disparos.
–sí. es una socióloga yanki especializada en cultos y religiones. ¿por?
–ayer la vi en una entrevista en la tele. viene para acá en unos días.
–¿a la argentina? ¿a qué?
–dice que parece que una secta rara contra la que ella lleva toda su vida
“librando una batalla”, así lo dijo, va a tener un encuentro acá en buenos aires.
–¡no me digás que los tautólogos también vienen para acá!
me moví a una mesa que estaba más cerca de donde el librero y el otro
hablaban. todo se estaba poniendo cada vez más raro.
–en los sesenta escribió un libro –ahora me moví hacia la mesa que estaba
estaba etiquetada como textos de sociología–. se llamaba “tautología: ciencia, culto
o el fn del mundo”. decía que los tautólogos no eran científcos, como decían ser,
sino que buscaban una limpieza del planeta. en realidad no se sabe qué es lo que
quieren o cómo lo planean hacer. una teoría es que su misión es repetir todas las

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grandes tragedias de la humanidad. ¿querés saber un dato interesante? uno de
los líderes de esos tipos era un argentino, un tal fnochietto.
–¿de verdad?
–en serio. ¿o creías que los únicos argentinos grossos que tenemos han sido
maradona, borges y gardel?
no encontré el libro de la vieja aquella. pero de todas maneras sentí como si
me hubiesen quitado un peso inmenso de los hombros. me acerqué a angie y la
besé. después me fui hasta la mesa que decía tener libros de idiomas y me puse a
revolver todo. se me cayeron un par de textos al suelo. el librero detuvo su charla
-que ya había derivado hacia otra parte- y me dedicó una mirada de pocos
amigos.
“los libreros son todos iguales”, pensé, y sonreí.

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ANTIHÉROE
Juan Segundo Sánchez de la Cuesta

Confrmé tres veces la dirección antes de animarme a tocar el timbre. Este


Koldowsky se había tomado en serio lo de la vida bohemia de los artistas. No me
imaginaba nada más adecuado al estilo sucio y desaliñado de los “bohemios” que
la casa ante la que estaba parado. Un portón oxidado cayéndose a pedazos,
pintura descascarada en las paredes, yuyos abriéndose paso por entre la vereda
rota. Una pocilga.
Temía que en cualquier momento, un malviviente abriera la puerta y me
hiciera entrar a punta de pistola. Maldije a Jerome, a la Condesa y a mi
intempestiva decisión de venir a buscarlo.

Todo había ocurrido demasiado rápido. El viaje a Buenos Aires, fogoneado


por Antígona. Mi inentendible decisión de cruzar el mismo día de mi llegada hasta
Montevideo. El terrible viaje en ferry, con aquellos insoportables boyscouts
chillando canciones sobre el amor al prójimo. Yo creo en la causa Scout como
cualquier persona de bien, pero tengo que ser honesto, aquella mañana deseaba
tirar a cada uno de aquellos angelitos por la borda. Lo único que tiré fue la cena
de la noche anterior. La náusea del Río de la Plata. Los trozos de pollo al ajillo
luchando para no hundirse en las aguas amarronadas. Y demás cosas que no son
dignas de contar. Cosas que Güemes Montevideo guarda en su memoria de autor
mediocre. “Solo se narra la belleza, Güemes”, le reitero, pero cuando quiero
hablarle desaparece.

Pasaron cinco minutos y varios timbrazos. Nadie atendió. Acerqué el oído a


la puerta. El timbre sonaba sobre vacío. Cada paso en esta historia me
intranquilizaba más. Aquello cada vez se ponía más estrambótico. Mi razón
giraba una y otra vez sobre mis movimientos. ¿Qué diantres hacía en los
arrabales de aquella ciudad insignifcante? ¿Qué me había llevado hasta allí?

La odisea había continuado en Montevideo, donde no conseguí ningún


alojamiento debido a que todos los hoteles y pensiones de la ciudad estaban
completos. En cada lugar donde había preguntado la respuesta era la misma:
–Estamos con el congreso de MIELDA. Se trataba de la “Mutual
Internacional Externa Libre de Desagües y Alcantarillado”. El primer colectivo a

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Minas no salía hasta la mañana siguiente por lo que tuve que pasar la noche en
la Terminal de Tres Cruces.

Estaba pensando en qué hacer cuando por el rabillo del ojo noté que
alguien había asomado la cabeza desde la puerta de al lado. Supuse que era el
vecino y que me preguntaría si necesitaba algo pero los segundos pasaban y
aquella presencia seguía en silencio. Finalmente me giré. Era un oriental calvo.
Me miraba con desconfanza, entrecerrando aún más sus ya medio cerrados ojos.
¿Un oriental? ¿Acaso sería Koldowsky? No podía ser, yo había visto (brevemente)
a Koldoswsky aquella noche arriba del cerro y si bien se podía catalogar como
oriental, no era de éste tipo de oriental.
Todo me daba vueltas. ¿Tendría algo que ver este chinito con el manga?
¿Sería casualidad que Koldowsky viviera justo al lado de un oriental? Volví a
pensar si no sería todo una broma gigantesca. Pero, ¿y entonces? ¿Por qué me
habían dado la guita? ¿Y los Google Glasses? ¿Y qué tenían ellos (Jerome, La
Condesa) para ganar jodiéndome?
El chinito me seguía mirando en silencio y casi como con bronca. Lo encaré
para ver si sabía algo y pude verlo mejor. Era bastante más bajo que yo. De edad
indefnida, cara redonda y gesto serio. Tenía una camisa foreada que le iba
grande. Y para rematarla le faltaba la mano izquierda. Le señalé la puerta de al
lado y le pregunté por su vecino. Ahora me venían otras dudas, como por ejemplo,
si hablaría español.
–¿Koldowsky?
–¿Koldowsky?
– Koldowsky –repetí–. ¿El escritor? –mientras simulaba escribir con mis
manos en caso de que no entendiera.
–¿Escritor? –repitió con una pequeña sonrisa de descrédito.
–¿Lo conoce?
–¿Si lo conozco? –repreguntó el chino que me estaba acabando la paciencia
con su manía de repetir lo que yo decía.
–Sí. ¿Lo conoce? ¿Sabe a qué hora volverá?
–Ta de viaje.
–¿De viaje?
–No creo que vuelva por un tiempo.
–¿Por un tiempo? –Ahora el que repetía era yo.
–Sí, por un tiempo ¿Que es tonto que repite? –La actitud del chino no me
gustaba nada. Su cara seguía igual de imperturbable. Cada dos por tres se
rascaba la nariz con el muñón de la izquierda. Decidí dejar pasar su grosería y
enfocarme en lo importante.
–¿Sabe adónde fue? –El chinito dudó como si no supiera si podía confar en
mí. Supongo que decidió que no, porque contestó con un sonoro “No” y me cerró
la puerta en la cara.
Pero yo no había hecho semejante viaje para que me tomaran por opa así
que le toqué la puerta. Una. Dos. Tres veces. Salió. Creí detectar cierta rabia en
su mirada. Le expliqué los motivos de mi viaje. Le dije que era un reconocido
escritor argentino y que tenía asuntos que tratar con Koldowsky. Le conté de la
Condesa y también del importante proyecto que teníamos entre manos. No pude
evitar mirar su muñón mientras me maldecía por la mala elección de palabras. Él
escuchaba todo el tiempo sin abrir la boca y su silencio me hacía seguir
explayándome en cosas totalmente innecesarias. Le hablé de Jerome. De mis

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grupos de lectura y del libro que estabámos leyendo. Le hablé del terrible trip en
ferry y de lo descuidada que había encontrado Montevideo.
En un momento frené para tomar aire deseando que me dijera algo pero el
japonés seguía en silencio. Me aventuré a preguntarle su nombre. Me respondió
con un balbuceo.
–Kirifji.
–¿Kirifji?
–¡KUROFUJI! –respondió esta vez subiendo la voz. Era la primera vez que lo
hacía.
–Un placer, señor Kurofji –extendí mi mano. El no me devolvió el saludo.
“Cosas orientales” pensé. La situación había tomado un cauce extraño y no sabía
como volver a encaminarla. Un puntazo en mi vejiga me recordó que necesitaba
un baño y le pedí prestado el suyo.
Después de pensarlo más de lo normal me señaló con el muñón lo que
debía ser el baño.
–No sabe lo bueno que es tener un baño a mano –refexioné en voz alta,
intentando hacer conversación. Maldije para mis adentros, no estaba certero para
mis comentarios aquel día. El me miró con un gesto como de repulsión y
pregunta a la vez. Intenté arreglarlo cambiando de tema pero todo fue a peor–.
Resulta que había una convención en Montevideo y todos los hoteles estaban
llenos. Una convención de MIELDA o algo así...
–¿De qué? –preguntó subiendo la voz.
–De MIELDA, es un grupo de...
–¿Así que sos gracioso? –No me dejó terminar.
–¿Por? –pregunté. La respuesta fue su palma (su única palma) en mi cara.
El Plaf retumbó en toda la estancia. Sentí frío primero, un calor espantoso
después. Una furia asesina se apoderó mí. La sangre me hervía, la vejiga me
apretaba. Todo se había ido a la mierda en dos segundos. Ni lo pensé cuando me
le fui al humo. Yo soy una persona razonable pero si me buscan me encuentran.
No recordaba la última vez que había estado en una pelea. Quizás en mi
adolescencia, quizás antes. Ni siquiera sabía qué hacer. Él sí. Lo encaré y lancé el
guante pero de repente el arriba se hizo abajo y me sentí como en caída libre.
Aparentemente dominaba alguna técnica de judo porque sin saber cómo, yo
estaba tirado en el piso y él encima mío con su rodilla en mi pescuezo. Su cara
seguía impasible.
–Te voy a dar mielda a vos! Pelotudo!
–La MIELDA es una... –Intenté explicar pero recibí un segundo chirlo
–Son tal para cual vos y Koldowsky –dijo y debo ser honesto, me dolió
mucho más aquel comentario que todos las cachetadas del mundo–. Volá de acá.
Koldoswsky está en Buenos Aires. Se fue ayer a la mañana.

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Parte 6
EN LA NACIÓN SUICIDA
Diario de viaje:

Atravieso la selva junto a seis cazadores Suruahas. Voy en el segundo lugar


de la fla. Delante, el indio más joven abre el camino dando contundentes
machetazos a derecha e izquierda. Entiendo que marchamos hacia la ladera de
algo llamado Jaminauá. Es ahí recién donde las primeras barcazas pesqueras de
la civilización remontan el amazonas un par de veces al mes.
Intento recordar mi nombre sin éxito desde hace días. Al revisarme veo esta
camisa roja con hibiscos amarillos. La llevo anudada sobre la barriga a falta de
botones -estos últimos fueron de particular interés para el líder Suruaha días
antes- y los lamparones de sudor me rodean las axilas hasta la mitad de la
espalda. La lona del pantalón luce azul solamente en los pocos lugares que la
sangre, ya coagulada, no la ha teñido de negro. Aunque no recuerdo quién soy, al
menos mi camisa denota que tengo buen gusto.
Avanzo con difcultad mientras trato de recordar mi vida. La memoria solo
conserva la cubierta de un ferry y el difícil trasbordo a un submarino en aguas
marrones. Luego la imagen desde la ventanilla de la avioneta cayendo en picada.
Para colmo, el refejo de la petaca me devuelve un rostro que ni siquiera me
es familiar y descubro que soy un hombre viejo. Un gorro de visera con dos orejas
de Mickey oscurece mi cara hasta la nariz.
–Age quod agis –exclamo. Por los delirios que provoca la febre repito sin
notarlo en voz alta las mismas palabras mientras camino. No sé bien qué digo ni
porqué digo eso.
Cuando hablo, la blancura visible de la piel del mentón contrasta con el
amarillo de mis dientes perfectos. El rife que cuelga en mi espalda se mueve en
vaivén al andar y parece hipnotizar al indio que viene atrás mío.
Mientras caminamos, los seis Suruahas han permanecido callados en todo
momento. Se mueven ágiles y silenciosos en la densa vegetación y parecen
indiferentes al sol, la humedad, los mosquitos, la sed o el agotamiento.
Por lo que puedo entender ellos habitan en las zonas remotas de la
Amazonia. Todos tienen el pelo rapado en lo más alto de la cabeza, y sus largos
cabellos trenzados crecen solamente desde la nuca y los parietales. Llevan los
cuerpos desnudos completamente pintados de rojo, con trazos y puntos de color
amarillo, luciendo orgullosos las mutilaciones ornamentales en la nariz, las

52
orejas y los labios. Los tres círculos que llevan tatuados en sus muslos desnudos
se parecen muchísimo a este logo de Disney que tengo en la gorra.
Estos indios han tenido muy pocos encuentros con la civilización y los han
visto desde exploraciones aéreas la mayoría de las veces. Según ellos, los pueblos
indígenas menos aislados los llaman la nación suicida por la extraña facilidad con
la que se quitan la vida ante el menor contratiempo. A los Suruahas no les gusta
ese nombre. Ellos, a su vez, no saben nada acerca de si son peruanos o
brasileños y tampoco me importa a mí. Aceptarán como paga la gorra, el morral,
la petaca y unos cuantos cigarrillos cuando fnalice este viaje.
–Age quod agis –en la febre las palabras se me escapan de nuevo.
Como yo, los indios tampoco parecen entender lo que digo.
–Age quod agis –repite uno atrás en la fla.
En determinado momento he visto aparecer estas mismas palabras en mi
memoria, aunque deformes e inacabadas, como un texto que escribo yo mismo, a
unos veinte centímetros frente a mis ojos.
–Age quod agis –respondo.
Las letras cubren una buena parte de mi interés pero no logro recordar el
sentido. En mi mente febril esa pequeña frase parece venir arrastrando pedazos
de otras ideas fallecidas, y se presenta babeante de horribles posibilidades. Está
llena de recuerdos que se empeñan en ocultarse. Lo sé. Y la sensación incrustada
es de urgencia.
–Age quod agis –comienzan a cantar los indios, y algunos hasta baten
palmas. Ni por un momento afojan el paso.
Solo cuando el cielo ya no está visible por entre las ramas más altas la
caravana se detiene. Los Suruahas se sientan en ronda y ninguno parece
dispuesto a preparar una hoguera. Tampoco yo, que pierdo el conocimiento a los
pocos segundos.
Han pasado varios días o quizás unas horas desde que me desmayé.
Redacto este diario ahora mientras las largas sombras del suelo me indican que
ya ha amanecido o que quizás anochece. Hay una vasija con agua a mi lado. Mis
manos tiemblan cuando me la llevo a los labios para vaciarla del todo.
Momentos más tarde, cuando la luz lo permite, descubro que estoy dentro
de una especie choza, de unos seis metros de alto, formada con juncos sostenidos
por ramas. Escucho ahora que los indios discuten afuera en su dialecto. Los
indios me han llevado a su aldea.
Minutos u horas más tarde un hechicero, reconocible por el color negro de
la pintura que adorna su cuerpo, ingresa a la choza y se planta frente a mí. Lleva
puesta mi gorra de Disney. Saluda en dialecto Suruaha y sin esperar mi
respuesta se sienta y comienza a rezar, eso creo, porque lo hace rítmicamente y
muy bajo. Tritura hojas con un palo en un cuenco de barro con un líquido
espeso. Cada tanto detiene su mantra y escupe en la mezcla.
Una vez conforme con la preparación, el brujo aparta el mortero, se inclina
y comienza a oler una a una mis heridas. A veces las lame par captar bien el
gusto. Luego se aparta, me señala el cuenco de barro y hace un gesto inequívoco
de beber. Realizo a su vez un gesto de gratitud con la mano izquierda y bebo.
Imagino que es mejor no ofenderlo. El chamán se retira satisfecho.
Noto recién que hay tripas de algún animal mezcladas con brea adheridas
en mi vientre. Los intestinos de algún pequeño mamífero sobresalen bajo mi
camisa foreada. Veo también que las tripas comienzan a pudrirse y chorrean un

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poco provocándome náuseas. Quizás han estado allí desde que perdí el
conocimiento.
Pero noto algo más. Una cosa en mi pierna. Descubro que, quizás con
motivos médicos o espirituales, o quizás como broma común entre indígenas, uno
de ellos ha escrito la frase “Bilín, bilín, bilín” en mi pierna derecha. La ha escrito
con caracteres latinos y utilizando, probablemente, las mismas tripas mezcladas
con brea que gotean en mi vientre.
“Tribilín”, me digo a mi mismo como al pasar y es entonces cuando la idea
se presenta. Lentamente todo empieza a tener sentido. Raras imágenes de un
Mickey gigante sosteniendo a Kim Yong Un en la mano izquierda. En la derecha
los huesos de un antebrazo con mano, las falanges, falanginas y falangetas
acarician al papa Francisco. El papa lleva puesto unos lentes extraños. Google
glasses. Parece molesto. Dos tipos que escriben comienzan a bailar en mi cabeza.
Son los recuerdos que quieren volver. Es la droga. “Había una manga”, grita el
ratón Mickey. Yo, en mi afán de acceder al recuerdo, repito varias veces en voz
alta la palabra “manga” aunque no sé lo que es eso. Manga. Manga.
Arremangarse. Antebrazo. Siento que todo empieza a construirse en mi cabeza de
a poco. Creo que si los taut...
De pronto una mujer Suruaha irrumpe en mi choza cantando desnuda. Se
acompaña con una especie de llamativo y diminuto bongó. Mi proceso mental se
detiene. “...Viajan marchando, el bosque cruzando. Siempre cantando su alegre
canción...” En mi mente toda la construcción mnemotécnica se derrumba y los
potenciales recuerdos se pierden de nuevo en el pozo de mi consciencia. Vuelvo
otra vez a la soledad de la amnesia sin haber ni siquiera recordado mi nombre.
“...Magia y misterio hay en todos ellos, y el gran secreto de un jugo especial...”
Tomo el rife y le apunto a la mujer, furioso, temblando de rabia. Ella hace un
gesto afrmativo con la cabeza. Aterrada, me mira fjamente pero sigue cantando
sin detenerse mientras golpea su bongó. Su voz es ahora más fna y su percusión
más pausada. “...Su meta han fjado, Un plan han trazado, Luchar por el bien de
su comunidad…” La mujer tiene unas espléndidas tetas que rebotan en el bongó
cuando canta. Desarmo el rife y lo abandono a un costado. La canción fnaliza.
“Feliz año nuevo”, dice la mujer. Noto que se ha expresado siempre en perfecto
español aunque no ha dicho el año en el que nos hallamos. “Age quod agis”,
contesto aunque no sé por qué. Feliz año nuevo. Espero recobrar la memoria muy
pronto.

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ALERTA
La reja estaba cerrada así que el viejito tuvo que aplaudir para hacerse
escuchar. El timbre, inalcanzable, estaba al lado de la puerta, cruzando el
pequeño jardín de césped tan artifcial como el invierno que el Papá Noel de
plástico intentaba combatir con su abrigado traje rojo. La nieve de gomaespuma
rodeaba un carro tirado por renos de cuernos caídos. Un enano de cerámica
observaba la escena navideña desde lejos, con una expresión que al viejo le
pareció era medio de bronca. Una expresión de dueño de casa cansado por una
visita molesta. Pronto navidad, año nuevo y todas esas mierdas terminarían y
todo volvería a la normalidad. Pronto los indeseables muñecos de las festas
volverían a sus cajas de cartón y le dejarían su lugar como amo del patio.
Al portero nadie contestaba, nadie había contestado en las cinco veces que
llevaba viniendo, y ya estaba empezando a pensar que debería volver una sexta.
Tras probar de nuevo con las manos, ensayó un “Afladoooooor” sin demasiada
convicción y se llevó a la boca la armónica. El trino llenó el aire. El subibaja de la
melodía recorrió la cuadra y el silbido risueño onduló sobre el asfalto caliente del
mediodía por el espacio de tres respiraciones antes de extinguirse. Un ladrido
contestó desde lejos. Desde la casa, ni un movimiento.
La falta de respuesta no lo sorprendía, le habían advertido que ella era
difícil. Que extremara las precauciones. Había precedentes. Cuando agarró la bici
para marcharse sintió alivio. El enano ese lo ponía nervioso. Seguramente tenía
una cámara de vigilancia dentro. No había empezado a pedalear cuando escuchó
la puerta abrirse. La quinta sería la vencida.

***

Como a casi la totalidad de la población mundial a Antígona Pérez Martínez


los fnes de año la ponían nerviosa. En su caso, lo que la agobiaba no eran
reuniones con familiares indeseables, fnes o comienzos de ciclos, recuerdos de
los que no están o temores de un apocalipsis repentino; para ella, los fnes de año
venían cargados de una irremediable dosis de mala suerte. Su tarotista, infalible,
se lo había leído en la palma a los quince años y desde entonces, cada diciembre
la recibía con tormentas de menor o mayor envergadura.
Este año no sería la excepción. A fnes de noviembre se había enterado que
el fracasado pitofojo de su exmarido sería parte del proyecto más extraordinario
de la historia. Ella había sido una de las más fervientes instigadoras del colosal

55
programa. ¿Esta era la manera de pagarle? ¿Incluyendo a un miserable escritor
de cuarta en la aventura más fabulosa de todos los tiempos? Sabía que la mano
de Jerome estaba detrás de aquella afrenta.
A esto se sumó la noticia, a mediados de diciembre, de que la Corte
Suprema había fallado en contra de las clases de religión en las escuelas públicas
de Salta. Para ella, encargada de dar a conocer la palabra de Dios a los infeles, la
novedad le resultaba una cruz difícil de soportar, y eso sin contar que afectaba
directamente su fuente de ingresos ¡Malditos herejes! Pronto, todos aquellos
ignorantes deberían postrarse ante un nuevo orden. Pronto, todos aquellos que se
desviaran del camino de la luz serían deshollados vivos, descuartizados,
empalados. La misericordia del Señor no alcanza a quienes se interponen en su
camino de bondad.
El mes terminaba con otro varapalo. Había apostado (y perdido) el dinero
que había logrado birlarle al estúpido de su ex. Se la había jugado por el cerdo
equivocado. No importaba. Las peleas ilegales de chanchos daban cada vez mas
dinero. Era el futuro. Pero aquí y ahora necesitaba esa guita era para pagar
deudas anteriores. No le quedaría otra que pedirle a Bustamante, el director del
Colegio. Él le daría lo que ella quisiera si ella le daba lo que a él le gustaba. No
sería la primera vez. “Cerdos asquerosos”, pensó, “todos ellos”. Lo pagarían.
Jerome. Sánchez. Bustamante. Mientras intentaba recordar donde había
escondido el arnés y el látigo que usaba con este último, escuchó al aflador.
“Quien vendrá a joder”, pensó ya decididamente de mal humor. “Este se trae algo.
Ya lo ví varias veces rondando”, se dijo mientras se dirigía a abrir la puerta.

***

El Santo Padre respiró con alivio. Su bombilla había aparecido. Al parecer,


una de las nuevas empleadas pensó que ese pedazo oxidado de metal era indigno
del enviado de Dios en la tierra. Por suerte, no había ido a parar a la basura sino
a uno de esos cajones olvidados que todas las cocinas tienen, incluso las del
Vaticano.
Ya solucionado el inconveniente, y acompañado de unos buenos amargos,
pudo dedicarse a leer las noticias. Todavía no se acostumbrada a las Google
Glasses de los tautólogos, probablemente nunca lo haría, por lo que eligió un
viejo Ipad 2 que había sido de Ratzinger. No tardó en encontrar la noticia que
buscaba:

Francisco llamó a una profesora de Catequesis de Salta


El Papa le transmitió su apoyo en relación a la prohibición de dar clases de religión
en las escuelas públicas

Analizó detalladamente ese y todos los artículos relacionados en cada diario


que encontró para cerciorarse de que no hubiera segundas lecturas o conjeturas
antojadizas. Pero ningún medio cuestionaba nada. Seguían al pie de la letra lo
que las instituciones ofciales dictaban. La falta de profundidad de los medios era
perfecta. Una de las máximas de los tautólogos, “esconderse a la luz del día”
probaba ser efectiva una vez más.
Tomó dos o tres amargos más y se puso los Glasses. Los odiaba. No podía
tenerlos más de cinco minutos encima sin que le vinieran unas ganas terribles de
vomitar. Se apresuró a conectarse con Tribilin, quien ya le tenía preparado un

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informe sobre su supuesta llamada a Antígona. La noticia había sido replicada al
pie de la letra. El informe incluso le presentaba el recorrido de la información,
desde la fuente, un prestigiosos periodista al servicio de los tautólogos, y que
había inventado cada detalle de la “conversación”, pasando por todos los
periódicos que la habían publicado y los nombres de los periodistas a cargo del
artículo o de la sección en el caso de que no llevara frma. El control total de la
información, otro de los preceptos tautológicos también se cumplía a rajatabla. El
supremo líder estaría satisfecho con su primer encargo dentro la organización.
La comunicación con Antígona se había a llevado a cabo, claro, pero nunca
había existido una llamada. Los teléfonos no eran un medio fable.
Tribilin lo puso al tanto. “Agente Antígona contactada. Preceptiva
entregada. La Agente está informada de la necesidad de que actúe como apoyo en
el proyecto global para el control fnal del planeta. Sin peligro de fltraciones.
Todos los intermediarios erradicados”.
El pontífce suspiró y ensayó una benedicción silenciosa por aquellos
intermediarios erradicados. La naúsea comenzaba a manifestarse e hizo el
ademán de quitarse los Glasses de inmediato. Sin embargo una intermitencia en
la esquina superior derecha captó su atención. Al hacer click, un mensaje de
alerta apareció: “Alerta mundial de nivel 1. Agente Finochietto fuera del radar de
Tribilin. Se lo considera desaparecido y potencialmente traidor”

57
LA NOTICIA DE LA DESAPARICIÓN
Ofelia Benson

La razón de este texto, el motivo tras estas palabras, es dejar constancia de ciertas
ideas y sospechas mientras aún puedo.
No debería ser novedad, para quien lea esto, la escisión que sufrimos en nuestras
flas. Es posible que la única persona con apoyo total del grupo sea nuestro líder el Grran
W. D.; y aun acerca de esto tengo algunas dudas.
La división, supongo, es natural en un grupo tan grande (y grandioso) como el
nuestro. Nuestras metodologías, aunque todas apuntando al mismo Grran Fin, son muy
distintas, y a veces opuestas. Esto, sin embargo, no debería ser un problema más que a
nivel logístico. Pero me pesa confesar que ciertas actitudes (de las que estará al tanto
cualquiera que haya asistido al Conciliábulo del pasado año) me ponen en la sospecha
del inminente fnal (forzado) de mi vida.
A la fecha de hoy (treinta de diciembre de 2017), Grabriel Finochietto, líder de la
llamada facción Fisher de nuestra Organización, se encuentra en paradero desconocido
(y bajo sospecha de traición, aunque yo temo otra cosa). El último registro que hay de él
en Tri-Bilín es a bordo de un ferry que une las ciudades de Montevideo y Buenos Aires.
Al pasar por uno de los escasísimos puntos ciegos que posee en todo el mundo el sistema
(y sospechosamente el más pequeño), un área del llamado Río de la Plata de tan solo
cuatro metros de diámetro, nuestro colega desapareció de un momento a otro y sin dejar
rastros.
La última grabación lo muestra (considero este un hecho singularmente
signifcativo) en compañía de uno de los dos escritores designados para la creación del
guion del proyecto de Caducidad de la Conciencia Crítica. Todos sabemos lo que el C.C.C.
signifca para nuestra amada Organización y creo que estamos de acuerdo en que no solo
nos llevará a alcanzar nuestro Grran Fin, sino que en este proceso ayudará a acercar las
vertientes en nos hemos separado con el tiempo.
Entiéndase que no pretendo realizar acusaciones sobre el asunto ya que no poseo
pruebas de ningún tipo, pero no se puede negar que todo esto constituye una situación
particularmente sospechosa.
De acuerdo a las investigaciones sobre el sujeto que acompañaba a Finochietto al
momento de su desaparición, se trata únicamente de un uruguayo mediocre, con
particular gusto por la pornografía japonesa, de dudosa higiene personal y con
pretensiones literarias. Sin embargo, al expandir las indagaciones a las personas
relacionadas a él, mis agentes encontraron signifcativos contactos con la mayor
organización yakuza actualmente en operaciones.
Además (aun dejando estas conexiones de lado, ya que reconozco que podrían
explicarse mediante la hipótesis de los seis grados), si se observan en la grabación de
Tri-Bilín las acciones del acompañante de Finochietto, resulta sospechosa la falta de

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reacciones por parte de este supuesto escritor. Antes del hueco en la transmisión,
Finochietto y él hablan tranquilamente acerca del origen de la organización, luego del
vacío, el hombre se aleja del sitio donde estaban, con las manos en los bolsillos, en
silencio, sin dar muestras ni por un instante de haber estado hablando con alguien.
Hace apenas dos horas, en una reunión de emergencia llevada a cabo en nuestro
cuartel de Aoshima*, se ha resuelto una indagación en profundidad sobre Rafael
Koldowsky, ya que (cito textualmente del acta del evento):

“Este hombre estaba presente durante los hechos, constituyéndose así, o bien en
testigo, o bien en responsable directo (causante) de los mismos... En cualquier
caso, su actitud posterior demuestra una total falta de empatía y carencia de los
más básicos principios morales (...)”

Si a este suceso sumamos el hecho de que el otro seleccionado para el proyecto


C.C.C. es el exesposo de Antígona Pérez Martínez, quien en varias ocasiones ha declarado
abiertamente su oposición, tanto a los métodos adoptados por Finochietto como al
principio de “ocultación a plena vista” que rige las actividades de la corriente de la
Organización que tengo el honor de dirigir; si además agregamos la tendencia a la
violencia directa, frontal y sin escrúpulos, que tiene esta mujer; entonces, me pregunto,
¿quién puede ser responsable de la ausencia repentina de nuestro compañero? ¿Quién se
benefcia más con ella?
En comunicación con Jerome, este me ha asegurado que la selección de los
participantes del proyecto ha estado enteramente a cargo de Tri-Bilín, que ni él ni la
condesa tuvieron nada que ver con la misma. Por nuestra historia, tanto flosófca como
personal, me veo forzada a creerle, sin embargo, estoy bajo la siniestra sombra de la
desconfanza. Reitero que no pretendo acusar a nadie, pero (y esto lo digo con profunda
vergüenza) temo por mi vida.
Como ustedes saben, el punto central de nuestro trabajo en conjunto (porque
Finochietto y yo sabemos que antes que nuestras diferencias está el bien general) ha sido
siempre el de simular estar enfrentados para que la opinión pública tomara partido por
uno u otro, y así, sin importar quién “ganara”, siempre triunfaría la Tautología.
Si no se hubiese anunciado ya mi viaje a la República Argentina, me recluiría
ahora mismo a investigar, pero no puedo. Es así que, creyendo estar en inminente
peligro, quiero dejar constancia en este escrito de la situación presente y, a la vez,
asegurar la continuidad clara y limpia de los principios de nuestra Organización más allá
de mi eventual muerte. Para este fn, al terminar de redactar esto, uniré el archivo a mi
Presencia Electrónica en Tri-Bilín con una bandera AA (Alerta de Ausencia). Si por
alguna razón mi señal desaparece por completo del sistema por más de dos horas (como
ha sucedido con Finochietto), el presente texto se autoenviará como una alerta a cada
uno de los demás miembros del Nivel Superior.

Que Dios Todopoderoso me perdone. Todo lo que he hecho y lo que haré es por Él.

Age quod agis, Grabriel.

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*Aprovecho la ocasión para reiterar la necesidad de deshacernos cuanto antes de este


centro operativo. Comprendo las ventajas estratégicas del túnel que une este sitio con el
continente, pero el hedor de las heces de gato es cada vez peor. Eso sin mencionar los
constantes correteos de los animales por los techos, los maullidos, las peleas. etc.

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RESPONSABILIDADES
LITERARIAS
DE ESTE CAPÍTULO

Parte 1
Albatros - Cecilio Pastrami
un mail en diferido - axel krustofski
Carta a Walt Disney - Juan Ocos

Parte 2
Tribilín y las arañas peludas - Juan Ocos
Abolengo - Cecilio Pastrami
una reunión de negocios - axel krustofski

Parte 3
la muerte de la mano - axel krustofski
Obdulio y la muerte fngida - Juan Ocos
Ánimas - Cecilio Pastrami
Parte 4
Antígona - Cecilio Pastrami
Comentario de mi hermano en el post de un sujeto - Juan Ocos
el tautólogo del ferry - axel krustofski

Parte 5
Bienvenido Francisco - Juan Ocos
el atentado contra el tautólogo - axel krustofski
Antihéroe - Cecilio Pastrami

Parte 6
En la nación suicida - Juan Ocos
Alerta - Cecilio Pastrami
La noticia de la desaparición - axel krustofski

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