Vous êtes sur la page 1sur 4

Informe de lectura 1

Nombre: Lucas G. Fernández Arancibia


Curso: Biopolítica en América Latina y Chile (Magíster)
Profesora: María Elisa Fernández
Fecha: 30/08/2016

Las perspectivas presentadas por J. Tosh, M. J. Galgano, C. Arndt y R. Hyser, contribuyen a


delimitar un conjunto de problemas que se presentan frente a estudiantes y experimentados
profesionales en la disciplina histórica, al momento de sumergirse en la investigación y escritura del
recorrido que ha conducido a reflexiones y conclusiones consideradas válidas al interior de los
marcos epistemológicos de la disciplina.

Para comenzar, es necesario señalar las dificultades para establecer líneas argumentativas o
propuestas al interior de dos textos que poseen la naturaleza de un manual. Hallar la “verdadera
voz” de las/os autoras/es en libros tipo How to…? no es una tarea simple, pues diferenciar la
referencialidad a distintas obras con los “pasos” a seguir con tal de lograr un resultado aceptable en
términos metodológicos, implica distinguir niveles propositivos que se mezclan con aspectos “de
consenso” o “sentido común” entre las/os practicantes de la disciplina histórica. Intentaré, por lo
tanto, resumir y evaluar sintéticamente las afirmaciones que me parecieron más significativas en
cuanto propuestas, más que referirme a aquellos elementos más reconocidos por buena parte de la
“comunidad” de historiadoras/es.

El texto de J. Tosh, The pursuit of History, puede considerarse como un útil y actualizado resumen
general del estado de la cuestión sobre el status disciplinar de la Historia. Los capítulos aquí
comentados intentan, respectivamente, esclarecer las características del trabajo con las fuentes
históricas y los límites del conocimiento histórico. Con respecto al primer tema, Tosh exhibe una
mirada contemporánea y flexible, apuntando a las fortalezas y debilidades del método histórico en
el pasado y el presente. En este sentido, el autor enfatiza que el trabajo de las/os historiadoras/es
consiste en “constructing interpretations of the past from its surviving remains” (p 98). Para el logro
de esta tarea, se han desarrollado dos aproximaciones: 1) El contenido de las fuentes es lo que debe
guiar a las/os historiadoras/es, y su valor es lo que determina la naturaleza de la investigación; 2) La
investigación se orienta a partir de la formulación de preguntas y problemáticas que pretenden
resolverse mediante la obtención de información específica de fuentes idóneas para ese fin. Estas
perspectivas, según señala Tosh, no son mutuamente excluyentes, y su equilibrio constituye el
“secreto” para la obtención de buenos resultados. Lo recomendable, para todo propósito, es
interrogar de manera precisa a las fuentes, manteniendo una posición lo suficientemente flexible
como para modificar el rumbo de las preguntas y la investigación a partir de los contenidos y la
naturaleza de la evidencia disponible. El ejemplo de E. Le Roy Ladurie y su Mountalliou es
elocuente en esta materia: el historiador de Annales modificó el rumbo de su investigación sobre
una pequeña sociedad en el Languedoc bajomedieval, a partir del contenido y las características de
las fuentes que logró trabajar.

Una de las características decisivas del tratamiento que Tosh le da al problema de las fuentes
históricas es su notoria inclinación al estudio de fuentes escritas o de archivo. La mayor parte de los
ejemplos citados por el autor se concentran en la Europa medieval occidental, la Inglaterra moderna
y contemporánea, y algunos problemas históricos del siglo XX. Ello, claro está, respaldado por una
fuerte tradición de investigación histórica centrada en los archivos y registros de Estado oficiales,
savia de la matriz decimonónica rankeana. En lo primordial, entonces, el método histórico no ha
variado de naturaleza desde el siglo XIX, pues aún tiene su objetivo en la interacción directa entre
el/la historiador/a y los rastros (escritos, al parecer) del pasado; pues, al menos, en los capítulos
leídos, no logran apreciarse otras perspectivas de trabajo, aportadas, tal vez, por profesionales que
han investigado otras épocas u otros ámbitos de especialización. Esta “condición” de la propuesta
de Tosh se ve corroborada por los pasos que sugiere para trabajar con las fuentes, consagrados,
también, por la tradición: 1) La crítica externa, centrada en la evaluación de la autenticidad de la
fuente; 2) La crítica interna, concerniente a cómo puede interpretarse la fuente. En ambos casos, el
conocimiento del contexto de producción de la evidencia histórica es fundamental, pues ni siquiera
los archivos oficiales de Estado son completamente “neutrales”. Uno de los aspectos en los que
Tosh insiste continuamente es la propia “historicidad” de las fuentes: los valores, prejuicios,
supuestos, estilos, formas y, en definitiva, prácticas culturales del pasado en el cual la fuente se
produjo, son esencialmente distintos a los del actual contexto cultural, lo que condiciona, más que
reduce, la confiabilidad de toda fuente, particularmente en el caso de las fuentes escritas. La
percepción que tenemos de las fuentes históricas, así como la información que pueden brindarnos
sobre el aspecto del pasado que nos interesa, se encuentra condicionada no solamente por las
inquietudes del presente, sino también por la historia en sí misma, ya que tanto la fuente en sí como
nuestro interés en ella son plenamente históricos, dinámicos y cambiantes en el tiempo. Uno de los
cambios más significativos al interior del método histórico, en este sentido, fue la consideración de
aquellas condicionantes históricas de producción de las fuentes como puntos interesantes de
investigación. Pensar en el modo en el cual una fuente está escrita, archivada, o presentada, es
también un modo de pensar históricamente en el pasado. Tosh, por ejemplo, y siguiendo esta
dirección, cita el caso de los archivos oficiales que fueron abiertos en el siglo XIX, y eran el deleite
de cultores de la disciplina, como Lord Acton o O.V. Ranke: un punto ineludible en este sentido y
que, al parecer, pasó desapercibido para ambos, fue que los archivos oficiales cumplían la función
de ser instrumentos de gobierno, enfatizando aspectos de la población y los sujetos que eran
relevantes para el Estado y la institucionalidad, más no para la gran mayoría de quienes vivieron en
el pasado. En definitiva, los “sesgos” de las fuentes, más allá de ser condicionantes de “la verdad”
declarada en ellas (como el caso de la “donación de Constantino), son interesantes en sí mismos,
pues aportan información inesperada (al menos para los estándares del siglo XIX).

La información aportada por las fuentes, por lo tanto, se encuentra sujeta a un fuerte escrutinio y
constante crítica por parte del/la historiador/a. Ello puede verificarse, incluso, en aquellos datos
tomados como “verdaderos” por estar apoyados en cifras y estadísticas: la información cuantitativa,
desde el planteamiento de Tosh, no se escapa de esta mirada crítica, pues las variables de control de
una muestra, a menos que sean honestas y reveladas al comienzo de cualquier aproximación, se
encuentran ocultas, y no permiten establecer con mayor rigor el por qué se ha preferido tomar una
muestra representativa de algunos aspectos por sobre otros, como en el caso de los funcionarios
encargados de recoger información para la elaboración de censos a comienzos del siglo XX, para lo
cual se han comprobado casos en donde estos trabajadores no poseían habilidades matemáticas lo
suficientemente refinadas para ponderar y cruzar datos relevantes. Este “sesgo” de la información
cuantitativa es fácilmente apreciable en la tendenciosa confiabilidad que las instituciones actuales le
otorgan a las encuestas político-económicas, las cuales permiten formular políticas públicas para
todo el conjunto de la población. En este caso el “sesgo cuantitativo”, más allá de ser un interesante
aspecto de las fuentes históricas, representa un problema actual, con alcances biopolíticos.

Tosh cierra el capítulo dedicado al trabajo con las fuentes apuntando a un aspecto interesante, y
comúnmente “oculto”, de la labor profesional en la disciplina histórica: el método histórico, al
parecer, se compone de tanta cientificidad como de “sentido común” e “intuición” de lo que se
acepta. El “deseo” decimonónico de equiparar a la Historia con las ciencias naturales, es derribado
por el peso de la realidad en la práctica del trabajo historiográfico: la aproximación al pasado que
realizamos al interactuar con nuestras fuentes en estudio depende, en grados insospechados, de
nuestra imaginación. En un interesante diálogo que G. Duby desarrolló con G. Lardreau en 1980, el
historiador francés aseguró que el único modo de pensar históricamente correspondía a cómo
lográbamos imaginar el pasado1, posición que P. Burke también ha transparentado en una entrevista
reciente, señalando que cada generación debe volver a imaginar y escribir la Historia para hacerla
comprensible en su propio tiempo2. Esta posición epistemológica es caracterizada por Tosh como
idealista, centrada en la unicidad que cada acontecimiento histórico posee en sí mismo, razón por la
cual aproximarse a la historia significa potenciar la comprensión, la empatía y el valor de la
subjetividad de la humanidad pretérita en estudio. Aun así, más que aceptar el mandato de R.G.
Collingwood, que destinaba el objeto de la historia al estudio “de las ideas del pasado”, esta
perspectiva, más honesta, abre la puerta hacia la flexibilidad que Tosh despliega en sus propuestas
sobre la metodología y la epistemología de la disciplina histórica.

En el capítulo destinado a resumir las perspectivas sobre los límites del conocimiento histórico, los
puntos más interesantes tratados por Tosh fueron aquellos dirigidos al problema de los criterios de
selectividad y el posmodernismo. La diferencia establecida por E.H. Carr entre “hechos del pasado”
y “hechos de la historia”, es validada por Tosh desde el supuesto –más certero que supuesto – que la
totalidad del pasado es inabarcable, por lo que todo trabajo historiográfico se inicia con la
selectividad aplicada por el/la historiador/a frente a sus materiales de trabajo. Si bien, en este
sentido, Tosh pondera las implicancias de este aspecto de la disciplina (como el, a mi juicio, ya
superado “problema” de la subjetividad), no enfatiza el punto que, en mi opinión, resulta más
relevante para el caso de la selectividad: ¿cómo las/os historiadoras/es transparentan sus criterios de
selectividad al momento de aproximarse tanto teórica como metodológicamente a las fuentes? Por
un lado, puede citarse el ejemplo de E.P. Thompson, quien siempre manifestó su “simpatía” por la
clase trabajadora inglesa (aunque su militancia en el Partido Comunista británico ya podía arrojar
“ciertas” sospechas), pero, ¿es suficiente conocer las inclinaciones ideológicas o las posiciones
políticas de las/os historiadoras/es para ya dar por sentado un criterio de selectividad? Precisamente,
el posmodernismo, a pesar de ser una especie de “anatema” para quienes aún piensan a la Historia
como “ciencia”, ha propuesto no solo que la historiografía es una construcción literaria, sino
también que la subjetividad es parte del trabajo disciplinar. Tanto H. White como K. Jenkins han
apuntado, respectivamente, que la obra historiográfica es una referencia a otras obras, y que, con
ello, la posibilidad de transparentar los criterios de selectividad aumentan y debe formar parte del

1
G. Duby y G. Lardreau, Diálogo sobre la Historia, Alianza, Madrid, 1980
2
http://revistadeletras.net/peter-burke-sin-imaginacion-no-se-puede-escribir-historia (febrero 2013)
trabajo del profesional de la Historia. Dicho de otro modo, no se trata de descartar al
posmodernismo por su renuncia a la explicación histórica –como parece sugerir Tosh – sino de
volver a pensar la Historia como una disciplina auto-reflexiva, que define su status epistemológico
en términos de transparencia y honestidad. Esta posibilidad podría otorgarle a la historiografía la
oportunidad de disputar la presunción foucaltiana del Discurso, rechazando las declaraciones con
presunciones de cientificidad propias del siglo XIX.

El texto de Galgano, Arndt y Hyser, Doing History…, puede contribuir a esta idea. En términos
generales, se trata de una guía para poner por escrito las conclusiones, reflexiones, ideas o
propuestas que las/os practicantes de las disciplinas humanistas han desarrollado en su tiempo de
estudio. Para poder escribir de forma clara y sucinta, primero es necesario “leer críticamente”: en
este punto, es sencillo vincular los pasos sugeridos por los autores con las ideas de Tosh, pues el
contexto histórico es el punto clave. El comportamiento y la posición de los sujetos del pasado,
junto con los factores históricos que los han condicionado, conforman los puntos críticos de toda
lectura del pasado, sin olvidar los peligros de las lecturas anacrónicas (“ahistóricas” o
“presentistas”). Mas, el punto interesante del texto radica en las posibilidades de escritura que
otorga, en particular el formato del ensayo corto. Esta forma textual se funda en supuestos más
analíticos que descriptivos, priorizando la síntesis y la claridad por sobre las exposiciones más
exhaustivas. A partir de las ideas señaladas ahí, los diálogos que puedan transparentar las posiciones
epistemológicas y los criterios de selectividad, junto con los puntos de referencia de toda obra,
pueden ser facilitados por una mayor interacción al interior de una “comunidad científica”. El
ejemplo de las roundtables de la American Historical Review es elocuente en este sentido ¿Cómo
construir conocimiento histórico en una época marcada por la híper-referencialidad, si no es a través
de un diálogo permanente entre sus practicantes? Es una de las interrogantes que pueden extraerse
de las lecturas aquí comentadas.

Vous aimerez peut-être aussi