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Martínez Ramos, Hugo Enrique Grupo: 1102

Alfonso el Sabio: El Lapidario

Quizá, los mitos más perjudiciales en la historia son los límites de las épocas históricas. Con los más

nobles fines didácticos y académicos, atiborramos de tantos marbetes el paso del tiempo que resulta

fácil olvidar que este no se detiene ante los lindes infranqueables de la nominación. Como sucede

constantemente, el estudio negligente de la historia a través de estos encasillamientos ocasiona el mal

entendimiento de los procesos históricos. La Edad Media ha sido vilipendiada durante mucho tiempo

por este tipo de juicios. Su nombre mismo representa el prejuicio mediante el cual se ha inferiorizado

su papel histórico en contraste con sus etapas hermanas. Es absurdo pensar que la rica herencia de los

clásícos fue olvidada de pronto y callada durante diez siglos o que el primer día del año 1492 la tierra

fue poblada de hombres cultos y humanitarios. Debe entenderse que el cambio de una época histórica a

otra no depende solamente de una simple fecha, sino de un cambio de pensamiento que se origina en el

transcurso de los años.

Alfonso X de Castilla, el Sabio, es prueba de lo anterior dicho. En pleno siglo XIII es

manifiesto en él una serie de valores atribuidos a una tradición humanista que, según una lectura

simplista, tardaría dos siglos en aparecer. Nació el día 23 de noviembre del año 1221 en una Toledo

precozmente humanista, donde desde el siglo XII fungió como centro de traducción de escritos árabes 1.

Se cree que su infancia transcurrió entre Burgos y Galicia, lo cual explica el gallego vernáculo en que

se escribieron su Cantigas. Luego de la muerte de su padre, Fernando III, ascendió al trono el 30 de

mayo de 12522 coronándose rey de Castilla, Toledo, León, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén y de

Algarve. Durante su vida -y aún durante el curso de la historia- fue acusado de débil, insuficiente y

pecador, a causa de la falta de autoridad que caracterizó a su reinado, sus múltiples aficiones científicas

y culturales, aunados al disfrute irreprochable de su humanidad.

Dotado de una gran curiosidad, se dedicó a la compilación y traducción de textos de variada


1 Alfonso el Sabio, Antología , Porrúa, México, 2015, p. XVII
2 Miguel Rodriguez Llopis (coord.), Alfonso X y su época. El siglo del rey sabio. Carroggio, España, p 6
especie. De entre las disciplinas que sus textos abordan están la astronomía, la historia, la religión, la

jurisprudencia y la literatura, así como otros textos de naturaleza recreativa.

Junto con un séquito de sabios judíos, italianos y —por supuesto— españoles, compuso una

antología que fue parteaguas de la herencia romance. Por esto, Alfonso es figura primigenia del ulterior

nacionalismo español. La tendencia al distanciamiento de las pautas establecidas por la sabiduría

clerical en el siglo XIII permitió el desarrollo escrito de la cultura en las lenguas romances. Claro

ejemplo de esto es Berceo con sus poemas clericales o el Libro de Alexandre y el Libro de Apolonio.

Sin embargo, al ser el Sabio quien tradujo en español y en gallego vernáculo los textos que resguardaba

en su corte, estableció oficialmente un romanceamiento progresivo de la cultura. Si bien en el ámbito

religioso, el uso de las "lenguas vulgares" tenía motivos propagandísticos, Alfonso introdujo el

castellano en la historiografía de España con la traducción la Primera crónica general (1270) y así,

determinó tajantemente la autosuficiencia del español vernáculo frente al latín.

De entre las obras más notables que trabajó, El Lapidario es tal vez la más curiosa; una

pormenorización casi mágica de piedras con naturaleza mística. Se cree que fue un sabio musulmán

llamado Abolays quien tradujo en arábigo esta enciclopedia escrita originalmente en lenguaje caldeo.

Luego de mucho tiempo perdida, Alfonso encontró esta obra en Toledo y, con ayuda de un ilustrado

judío llamado Yhuda Mosca, inició su traducción en el año 1250. Actualmente, sólo se conservan

cuatro quinceavas del compendio total. Como este, casi todos los textos científicos o pseudocientíficos

fueron traducidos del árabe.3

Es curioso cómo se entrelazan en un sólo texto el bagaje tradicional clásico con el sentido

científico árabe. Desde el principio del texto se advierte un intento de conciliación entre ambas culturas

cuando se parafrasea a Aristóteles, acaso con el objetivo de justificar desde el punto de vista occidental,

la influencia de los astros en las piedras que allí se refieren: "Aristotil [..], dixo que todas las cosas que

son so los velos se mueven e se enderezan por el movimiento delos cuerpos celestiales, por la vertud

3 Op. cit., Alfonso el Sabio, p. XXX


que han dellos segund lo ordenó Dios, que es la primera vertud, et donde la han todas las otras"4

Otro rasgo distinguible de la obra es la aclaración que se hace sobre el carácter funcional de la

obra. Se dirige a los posible lectores, explicando el correcto uso del texto y los requisitos necesarios

para entenderlo. Pues, más que un simple trabajo taxonómico sobre minerales, este escrito transcurre

entre las vicisitudes de la medicina, la alquimia, la magia y la astronomía.

En lo particular, El Lapidario llamó mi atención por su índole peculiar. Pensar que un rey

cristiano como lo era Alfonso X, heredó a la cultura este texto que bien podría ser considerado herético,

me parece fascinante. Sin duda, el Sabio, no es ni será recordado por sus proezas políticas o militares,

sino por su inaudita hambre de conocimiento.

Bibliografía

Alfonso el Sabio, Antología , Porrúa, México, 2015.


Miguel Rodriguez Llopis (coord.), Alfonso X y su época. El siglo del rey sabio. Carroggio, España

4 Op. cit. Miguel Rodríguez, p. 209

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