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AFORISMOS

La sabiduría es un descubrimiento emocional (un emocionalismo, un mero sentimentalismo, si se


quiere), de ahí que a menudo los mismos genios no encuentren en ellos sino descripciones aproximadas
de ella, y que le discriminen, pues no implica sino “conformidad” ante la inteligencia-.

Los ladrones no son, regularmente, visionarios: contemplan más el medio que el fin.

Debes tener el valor (ambivalencia: valentía-axiología) de dar belleza.

Quiero creer que la extraordinariedad puede volverse un hábito.

Un corazón superior siempre da más de cuanto recibe; a menudo cuanto recibe rememora en él lo que
ya había dado. De ahí que el intento de dar a la medida de un corazón superior es osado, pues es tanto
como un intento de dar blancura a la amarilla estrella.

Nos vimos seducidos por un ideal y fuimos capaces de dar, en pos de él, nuestras mejores palabras, pues
no lo habíamos alcanzado; no habíamos tenido “necesidad” de crearnos ideales nuevos puesto que no
habíamos realizado anteriores ideales: lo natural y seductor comporta la dificultad del reconocimiento
de su estadio inferior.

A menudo la profundidad es señal de un dolor continuado y casi indeleble.

Por una “purificación” bárbara -un refinamiento de nuestro pensamiento ante nuestra bestia- se ha
idealizado el dolor: donde hay caracteres sumisos es legible, frecuentemente, una voluntad de “deber”
que hace pensar en una “ética superior”: pero ello no es más que una VOLUNTAD DOLORIDA del
deber; y no una suma placer-deber que llevaría a los linderos emoción-acción-razón con mayor
probabilidad.

La locura de la felicidad implica ser capaz de inventarse las variaciones circunstanciales que harían o
hubiesen hecho de un suceso algo irrepetible y bello.

Quizá los críticos no han sido lo suficientemente sagaces de corazón (y sí denodadamente hirientes -¿o
envidiosos?-) para reconocer, debajo de catacumbas de lenguaje, bestialidad y arbitrariedad creativa,
bosquejos de grandeza.

Quien no sabe de grandeza en la acción desconoce fácilmente la sutileza de la discreción en un carácter


diáfano, un tono explicativo y mesurado, o una sonrisa lenta; ahí es preciso, para cualquier idiocia,
andarse con gestos del tamaño de las acciones (con amplificaciones burdas que permitan el derroche de
fuerzas).

Todo mundo antitético es contrario a mi voluntad del color (Wille zür Farbe).

La mayoría de las “grandes cabezas de academia” no cometen sino “pecados” de repetición, y


frecuentemente son de tal simplicidad en cualquier otra cosa distinta al academicismo, que uno, vanal y
ligero, corruptor y engañoso, irónico y retráctil de triunfalismos, acaba por acometer con ellos con una
gran sonrisa (¿de compasión?). Tal vez en ellos la rememoración del dolor (fuerza desorientada) ha
acumulado su carácter erótico hasta la fuga y conformidad.

El espíritu del “confort”, der silfism that I veo cada día, en mujeres y hombres, en tanto adelgaza los
límites y lleva al “ámame” antes que al YO AMO y reduce al hombre a una “actitud” (un histrionismo
del momento y la ocasión: un egoísmo limitado, al fin, como todo egoísmo), me confronta a la mayor
de las aberraciones contra natura humana más íntima (puesto que no se ha proyectado a suficiencia): la
incapacidad de amar por “amor” al momento, por “amor” al instante y colorido fugitivos, por amor a
asuntos parciales y triviales -del cual el sexo no podría definirse como tan “parcial”, ni menos como
“trivial”-, ha generado un tiempo no nihilista, sino depresor; una cercanía más a la “voluntad de la
nada” de que hablaba Nietzsche.

No digo sí o no a Dios por ti, sino que te pregunto cuánto valor tiene para tu vida y tu práctica y prédica
el que tú creas en Dios.

Cierta comodidad lleva a los espíritus leves a comprarse las mercancías dolorosas que les permitan
exigir (sin expresar) más ternura: quien mucho desea difícilmente será capaz de hacer desear.
Hallo en la bulimia y anorexia la “bella” cualidad sumatoria de dos dolores: el del cuerpo raquítico que
recuerda a Cristo en la cruz, y el de la “compra o adquisición” del mismo (que involucra demasiada
ingenuidad y ocio para el hallazgo de que, antes bien, la propia voluntad ha sido “adquirida” por un
“vicio de élite”). -¿No se halla en esto una necesidad de “consecución de “pureza” a través de una
“estética” -de la DEBILIDAD-?

No más amor, sino “mejor” (desciframiento de lo que para otro es amor, vía cuestionamientos, interés y
búsqueda “sin fin”) amor, sino un amor orientado por el conocimiento de lo que cada uno ama y quiere
lograr en su amor.

Acabamos por comprar una estética conformista del conocimiento; no una salvaje belleza o desolación
necesaria para el mayor conocimiento.

Cuando se sabe demasiado no es preciso anunciarse, ni mostrarse, sino, tal vez, ocultarse de la
necesidad de gesto ajena.

No hay gran corazón que no tenga un dejo de infantilismo.

Un semblante de justicia -mesura en la palabra, lentitud de mímica, mirada directa, aumento de tono en
la negación del otro- es leído frecuentemente como “razón”. Pero la prédica de la razón es distinta de la
razón, puesto que muchas ocasiones se predica el anhelo y lo conveniente debido a que el mismo
organismo reconoce su alejamiento de una mejor realidad.

Tal vez sea más fácil llegar a las estrellas si se es luz -motivación para la similitud con lo amado-.

La fealdad sólo es recreada por una enorme belleza -una superación del gesto y del EGO hasta los
terrotorios de la sensibilidad del otro-.

El “egoísmo” es, hasta ahora, la mejor vía de justificación que tienen muchos para estar en discordia
con su sentimiento personal de mediocridad.

Resulta que a menudo las personas más felices no pueden expresar de la mejor manera su sentimiento
vital: puesto que la felicidad es más acción que pensamiento.

La sazón del dolor-pasión, del “amor imposible” ,expresada en un deseo amoroso, en una necesidad
amatoria, en un anhelo, podría ser medida como algo “grande” en tanto que somos poseedores de más
sentimientos (aunque los hayamos asimilado como opuestos).

No se es lo suficientemente “grande” cuando se muestran los deseos, sino cuando se muestra que
hemos realizado lo deseado.

El parámetro “ser descomunal” es ocasión de la mayor intranquilidad humana (así sea en el amor): pero
a menudo la naturaleza crea a través de lo descomunal y lo salvaje, lo novedoso y sutil, aún en lo
terrible.

La negación del placer erótico y sexual ha llevado a una negligencia en la suma de bienes que harían
del concepto amor (directamente implicado en el amor que somos capaces de expresar y dar; de recrear,
en fin, como los caballeros provenzales), algo más extenso.

El ser humano es tan débil aún (tan poco cognoscente aún) que a menudo sus representaciones superan
a su expresión más auténtica.

La variabilidad de opciones que tenemos frente a un problema AJENO va en rezago en cuanto la


cuestión es propia: puesto que aquí la emoción supera al conocimiento e imaginación, y el querer se
colapsa.

Concibo la franqueza como un valor que debe ir más allá: cuando uno llega a la exultación dolorida
debido a haberse sentido escupido ante la crítica ajena, descubre después, con mayor meditación,
cuánto había de VALENTÍA en el enfrentamiento del otro a nuestro error (aunque no sea tal). Pero el
mayor valor de la emoción y la inteligencia, sugiere más de lo que critica.
Querer separar cuerpo de alma es una necedad, precisamente cuando lo mejor entre lo humano lo
concebimos y observamos como algo más dotado en todos los sentidos.

La ventaja del amor dadivoso es que, al no obtener correspondencia inmediata, sí genera culpabilidad
en un alma inclinada al deber.

Amar también es estar dispuesto a estrellarse y transfigurar el efecto pasivo de la desdicha en


imaginación (incluso hasta la vehemencia). Tal vez sería aconsejable estar dispuesto a hallar las
emociones de lo terrible o dificultoso, para comprender mayormente la expansividad amorosa y la
indiferencia que nos podemos crear ante lo que nos hace temer aún.

El dolor nace casi siempre del temor, y el temor casi siempre es irracional: acometer, no en contra, sino
utilizando el temor para fines superiores, es ya embellecer el valor de la vida.

El ideal nace de la patencia del contraideal.

La pretensión de relegar lo grande es un atrevimiento del que sólo es capaz la envidia: segregar de
nuestra “grandeza”, de nuestra “sociedad”, de nuestros “placeres”, a lo enorme, sólo podría
engrandecerlo, pues los gigantes no se limitan, ya que su voluntad y su instinto así se los señala.
Únicamente nosotros podríamos aparecer como miopes ante la grandeza (así, finalmente, como
víctimas de nuestro orgullo, vileza y sentidos comunes).

Lo que de dificultoso tiene todo “sistema moral” es que un conjunto de ideas frecuentemente desconoce
cuanto significa el hombre: que todo hombre tiene abismos y regiones de moho, pues está limitado a
una acción y no a un conjunto de acciones múltiples (PREJUICIO NO DEMOSTRADO -DESEO DE
DEMOSTRACIÓN PERSONAL-); que en todo hombre hay un animal que halla su origen más estólido
y risible en el pretérito (su ascendencia); que cualquier conjunto de pensamientos y sentimientos en X
tiempo remite al hombre a un “no pude hacer más y cuán limitado fui” en Y tiempo (LINELIDAD DE
LA CONSCIENCIA EN RELACIÓN AL TIEMPO: ¿PREJUICIO?); que, en suma, estamos
constituidos por tantas cavernas y fuentes, por tantas galerías y catedrales y nubes y tormentas, que no
queda sino inventarse morales de conjuntos (dentro de un conjunto de morales) orientadas a las
características psicológicas más preeminentes en una serie de inviduos, por ellas, semejantes; y, en
algunos casos, acaso, alguna moralidad nueva.

Las preguntas de las nociones de las cosas absolutas sólo pueden emocionar y tener un sentido en la
mayor subjetividad.

¿Quién podría dejar de decir “pero hubo algo enorme” aún en el mayor crimen cometido por hombres o
mujeres bellos? La ligereza de juicio hace su aparición en el placer y la necesidad.

Reinventa el valor de lo negro con el valor de lo bello: ¿no se ha querido pecar contra lo “oscuro” por
temor?

A veces una pasión nace de un aburrimiento de la costumbre del temor ante algo, del cansancio de éste,
y de nuestra necesidad de cambios.

No se quiere la belleza, sino las “muestras” de la misma. La belleza nace del concocimiento y
generalización de lo atractivo; pues las propiedades atribuidas a lo màs abstracto frecuentemente tienen
el origen de los sentidos.

Ha sido un verdadero pecado la falta de reconocimiento que se ha dado a lo sensible y bello por
considerarle un “pecado”: la multiplicidad de juicio ante lo bello, pasando desde lo prosaico hasta la
hecatombe de lo incomunicable, es una estética más conforme a la mía.

El odio no está cerca del amor si no por la bestilidad de lo voluptuoso, en donde el arrebato salvaje, la
posesión, el dominio y un cierto grado de destrucción, acompañan al encanto de los sexos.

Hay un amor que siempre desea elevar y elevarse, y uno que siempre ver o verse hundir y destrozar.

Una profundidad en la mujer es una aberración de las más jóvenes o un ocaso hormonal de las adultas:
la mujer agrada por su belleza al hombre y para ello le ha sido precisa la reconcentración en su cuerpo:
una “sabiduría somática” dicho poética, sutil y, acaso, sardónicamente. ¿Qué haría la mujer si el
hombre hiciera manifiesta una “indiferencia” del agrado de su sexo, de su ficción de “mejor mujer” a
través de cualquier ornamento (maquillaje, joyas, viajes, normas morales, vestidos, zapatos);
seguramente , con su curiosidad ilimitada para las cosas fugaces, con su estética del momento -que
hace, incluso, del momento, un “carácter”: una voluntad de eternizar los instantes dolorosos o
placenteros en que identifica el “bien” con un “me da lo que deseo” y “mal” con ironía (dificultad en el
señalamiento de su necesidad de ser poseída) o una oposición al “bien” ya señalado -, se vería más
arrastrada al “misterio” de la indiferencia aún en el hombre más salvajemente astuto.

Se ha querido dividir el alma del cuerpo: por eso se ha hallado más atracción en que la mayor creación
de belleza implique, incluso, dolor físico. La voluntad antitética ha hecho de esto un “heroísmo”; pero
acaso sería más heroico-natural hallar una voluntad de indiferencia, u olvido frecuente, o falta de
consideración del tema, del dolor, en reconocimiento a nuestra grandeza y en consideración a nuestro
futuro: esto mientras no formarmos cuerpos más a la medida de nuestras aspiraciones.

Para mí, los estados de dispersión son superables por los estados de memorización.

El instinto -y no sólo un instinto sexual, sino una flecha que ha sido temida, como lo es el amor- ha
hecho que el hombre haya llevado la Belleza hasta el Amor: un diálogo que sólo puede elucubrar quien
no desee oponer, sino sumar imperios de voluptuosidad.

El mejor sexo es una expresión ultraista del amor y la belleza. (NO CONOZCO, DEL TODO, EL
SIGNIFICADO DEL ULTRAÍSMO).

Una defensa de juicios, una “argumentación” es tomada como paliativo, frecuentemente, contra el dolor
vivido o interpretado por nosotros.

Reconozco que los momentos más felices de mi vida (cuando me sentía más cercano a la mujer, pues
comprendía en mis sentimientos lo que varias mujeres llevan casi exclusivamente dentro de sí y que
sólo es legible en su adorno, aunque yo lo externaba sin mayores disimulos, como cualquier hombre,
con la vista y los tonos, con la fuerza y el ritmo mímico) han sido todos aquellos en que mi cercanía
natural al logro de mis deseos más íntimos y simples y naturales han parecido más reales -esto toda vez
que no lo han sido-. Ahí, mi memoria era superior, como lo es la de la mujer; ahí, mi esgrima verbal era
más extenso y creativo-reactivo ante todo “ataque” y toda visualización: pero en sacrificio de tal
afeminación, en pos del juicio prudente que conlleva el puntillismo de la abstracción y el número, tuve
que “descender” a niveles más melancólicos, pues la especie humana requiere más nutrición de sus
potencialidades todavía (en defensa de un “averío” legible por un cualquiera. ¿Qué lerían los “no cualquiera”?)

El daño que puede sentir un hombre sólo es comparable a su capacidad de necesitar y exigir amor.

Tal vez, sin mucha conciencia, consideremos que podemos adquirir alguna inteligencia al pretender
“arrebatarle” a ésta, hecha hombre, sus deseos: la envidia es el único monstruo imaginable por algo
inferior por lo cual éste aspira a la magnificencia.

Toda necesidad de carácter, de símbolo, de muestra de los demás, es tal en tanto así se reconoce nuestra
inseguridad y miedo.

Lo que exige toda pasión es disciplinarse para así, transformarse y recrearse, mientras se enorgullece.

La falta de afabilidad en la ambición del dinero es lo que me hace remitirla a un conjunto de acciones
que me parecen aún, no más que simples, en tanto CUALQUIERA desea tal dinero.

Cuando se critica, aunque se posea extraordinareidad intelectual, la emoción es bastante común.

Es peor la impavidez inactiva que el horror en toda acción.

Los elefantes no temen a las ratas, sino que éstas les dan asco y miramiento en la prudencia de
alejárseles, porque les recuerdan la vileza en la sordidez del mundo.
El afán de dominio que necesita la mujer común identifica la prudencia del hombre con retardo y
estupidez:
el amor al momento de la mujer ama el encantamiento, aun cuando signifique engaño y yugo.

Lo que el hombre quiere tomar para sí, la mujer está dispuesta a arrebatarlo para sí y la transmutación
de su incompletud. EXPRESIÓN DOLOROSA.

Las mujeres con un acentuado sentimiento de inferioridad expresan su “satisfacción de sí mismas”, su


“felicidad”, y se reconocen en una histeria ante cualquier tocamiento.

Tanto el hombre, como la mujer, cuando conocen a alguien cuya sagacidad e inteligencia de lo humano
es elevada, armónica y unificadora, hasta el límite del amor, son prontos de sospechas y de destrucción:
Dios “debe” estar en el cielo y NO tener sus asuntos a través de “cualquier” corazón humano (indica la
envidia o temor de la posibilidad de encontrarse frente a algo grande); menos si éste no es como el
suyo.

Lo que más me extraña es que mujeres de “baja reputación” tengan el temeroso “pudor” de la
masturbación de los otros en sus cuerpos: ya deberían haber reivindicado su ars corporea.

Lo que la naturaleza parece querer en la humanidad es explotar, procrear, regenerar, y expandir su


palabra favorita (Vida) hasta en el territorio del dolor (una apropiación de más cosas: lo cual hasta
ahora tal vez se ha “bien logrado”, por ejemplo, en el sarcasmo). “No quiero tener límites” (no
precisamente “no tengo límites”) es la frase que expresa la voluntad pseudo-azarosa de la naturaleza,
inclusive en lo humano. El hecho de que tengamos pensamiento (por no decir razón, puesto que esta
palabra me parece de mayor jerarquía, por comenzar por su música: su sufijo indicativo de grandeza en
volumen) no puede “luchar contra” eso sino vanamente; y en tanto lucha, capitula a las más estúpidas
pasiones. Lo superior: la organicidad de las pasiones, la factibilidad de la rapidez de transimisión de las
mismas, también dice Vida, y es lo único que podrá reorientar o transmutar el valor que ya tiene el
dolor ante la Naturaleza.

Quien advierte la distancia entre gesto e inteligencia, entre apariencia y realidad, es más agudo y digno
de suspicacia que cualquier otro.

El chose-choisir es parte de las mujeres (las estrellas, el refinamiento, la delicadeza, el agrado, la


diversión, las joyas, el lenguaje musical, los bailes, el trato): de allí que lo peor entre los hombres (lo
idiota entre lo masculino) se halle en esa necesidad de “gestos” que implica tal cosa.

*La ironía es un gusto que exige educación e instinto elevado: una “buena” ironía sólo puede darse con
alguna quietud, sin demasiada hipérbole mímica y con alguna indicación de duda. Es frecuente que,
quienes no reconocen el valor caústico, supongan a otro como un estólido de amor hacia sí mismo;
aunque sería congruente decir que “se ha nacido del intestino grueso de un dios” e insultar a los demás
-sutilmente- aseverando su creencia en un “sello de Espíritu Santo”.

*Lo que Dios ha hecho en el genio es transigir. Todo gran “desarrollo” humano (no habría por qué
defenderlo así en los límites de la razón) es resultado de una brutalidad intelectual natural formada en el
genio. Lo que impulsa a éste no es, sino muy raramente, gracias a alguna extrañeza más, la nobleza y su
didáctica.

El valor de los instintos, de la seducción, de los aromas y la creacción, sólo son posibles gracias a un
refinamiento de los sentidos, a un acrecimiento en la voluntad y en el sentimiento. Se es rico en
expresiones y se barrunta mímica, pues se teme al amor, que frecuente y sencillamente, dice mil en dos
palabras; se es humillador pues se teme ante el menor “desperfecto” del otro, ante la amenaza de que el
otro “llegue a ser superior” y nos aplaste. Pero un mejoramiento sólo es posible si se concatenan los
tejidos y lo biológico a los sentimientos humanamente deseables; si se forma un ghetto de lo no
deseable, tal vez, a través de la indiferencia, antes bien, que del odio y la discriminación: ESO SE
LLAMA SENTIMIENTO SUPREMO DE VALORACIÓN DE SÍ, aunque puede llevar al odio
“supremo” de la venganza.

¡Pegále, asesina a tu monstruo interior! Él no tiene consideración contigo: así que debes luchar contra
él, y, si es preciso, ser como él.
Quien ve más allá adivina que hoy debe ser destrozado lo que destroza, para que no se propague. La
visión más íntima del hombre señala que hay una enorme necesidad de decir amor, pues se grita lo
contrario.

Aire, cielo claro, quietud: no hay como ellos para trasmutar la ira y el rencor; la tensión y el disgusto.

La verdadera amistad es un conocimiento emocional superior.

La superioridad pierde su tiempo, en lo humano, al sentirse.

Lo que hace que casi toda mujer sea “difícilmente comprensible”, “ininteligible”, “ideal”, “perfecta”,
“representante ideal del arte” es su elevada sofisticación en la indecisión a través de la inconformidad,
del “buen gusto” (el gusto de las bolsas, de las pieles y joyas, de los paseos de “mundo”, los viajes; no
el gusto de las flores, del desvelo, de la lectura filosófica), etc.: casi ninguna mujer posee la disciplina y
profundidad necesarias para acceder a un sentimiento o conocimiento duradero, en la delicadeza o el
dolor.

Cualquier pensamiento convencional induciría a considerar misógino a un probable mitómano, o a un


poeta o mentiroso: el interés por la memoria emocional ajena es escaso (¿y a qué mujer habrá
encontrado alguien que comprenda, con sus emociones, esto último?).

Estado sexual superior: risa y tiempo (bestialidad riente).

A aquél que no es dueño de sí mismo le es más fácil adueñarse de alguien más.

Ser “dueño de sí mismo” es una cualidad del sentimiento que solo puede lograrse con un pensamiento
en que se ha logrado un olvido continuo y diario de esa persona llamada “yo”.

Por mil razones de dolor se complace a un suicida, por mil sinrazones de muerte se desprecia a quien
busca complacer.

La humanidad es tan o más brutal que antes: todos los actos de amor para con alguien no pueden causar
sino aburrimiento, y los de odio, más odio.

Todo suicidio, tiene, finalmente, una condición de irresponsabilidad: tanto si la carga de dolor es tanta
que ya no puede soportarse, y, al fin, hay que “librarse” a través de la muerte, para acceder a algo
mejor, como si lo que se quisiera fuera el mayor sufrimiento posible, nada lleva a favor o contra de él
EN LOS MÁS ALTOS RASGOS. Si se trata de quitar carga, se puede hacer esperar a la vida, e intentar
reconquistar o conseguir algo nuevo en esta vida; si lo que importa es el dolor, nada es tan cruel como
someterse a un dolor continuo y de hastío a lo largo de toda la vida, antes que a un dolor cuyo fin
podría ser anularse.

Mein Visace: bosquejo de un credo absolutamente personal


1) A toda severidad en una prohibición corresponde, si la naturaleza humana se opone, un
gusto y una vanidad de la cosa prohibida.

1.2) Es fácil convertirse en lo opuesto (en actidud, en idea, en miras y etcétera): la mera
inconformidad es para caracteres prodigos de idiocia.

1.1) Reivindicación de lo sagrado en el sexo y del supremo amor; valoración de lo bello en la


naturaleza.

2) Lo que de hermoso y absoluto tiene el mundo sólo tiene sentido subjetivamente.

3) Contrariedad con la trivial voluntad de símbolo y mímica: manejo de la misma.

4) Planteamiento de estratagemas de las pasiones más personales.

5) Lo que me acerca a Dios es mi falta de identificación con lo idiota, con lo débil, con lo “naco”,
con lo “fresa” (en estos dos está lo plurivalente, lo cual me impediría alguna autenticidad, es el
principio rector). Él, como yo, estamos hechos de polvo y aire, de infantilismos, nada y fuego...;
así, todas nuestras indiferencias son estéticas.

6) Dios fue sutil y sublime al crearme: no me dio la “presentación” (forma) de un titán, ni la


motricidad de un reptil. Me dio alas tan enormes que sólo un corazón superior podría
comprenderlas. Frecuentemente encuentro sapos que orquestan alguna contrariedad con ello,
pero no tocan mayor tema, en ello, que motivos egoístas (ese ornamento que solo le es
necesario A QUIEN NO ES CAPAZ DE ADSCRIBIRSE UN AMOR SILENTEMENTE
SUPERIOR).

7) La mujer es superior para el momento, para el gesto, para la representación y la crítica


estética; por ello, a mí, las graciosas sílfides “dignas” (así lo quería en cada momento: no tenía
porque tener una “razón de amor”) de mi amor-pasión, me han sido tan terribles y dolientes:
lejos de hacércelas comprensibles mi visión pasado-futuro, las ha hecho valer tanto lo sublime
como lo más digno de odio.

8) Yo soy un místico; así, un pseudopoeta y un símil de ingeniero.

9) Odio la falta de determinación en el amor, la falta de grandeza y reconocimiento de la misma


en él: el estólido amor presente está sujeto a voluntades y sujeciones efímeras (es decir, el
término amor se ha vuelto más liviano, y, por tanto, débil y poco reconocible ante lo común de
los demás). Lo que polula hoy en día es esa idiocia del corazón en que el ideal (la cercanía del
mismo ha hecho “determinar” una vaga, subsocial, escala entre los “hombres”) es el sexo y no
el sexo-amor en el que “el eterno femenino nos acerca hacia Dios”.

10) Hay una voluntad en el sentir en la que no se ha elucubrado bien aún: parece, de
comienzo, personal, pero sus raíces más hondas son algo menos personales: el amor proviene
de allí.

11) Lo que nadie podría perdonarme es mi exceso de sinceridad: mi superioridad como niño
entre los hombres. Fui capaz de establecer el no frente a la mera negación de la otredad; fui
capaz de aventurarme a la vitalización de variedades posibles acerca de cualquier suceso
personal ajeno con SUPREMA MAJESTAD DE COLOR. Nadie me ha podido perdonar, hasta
ahora, que yo sepa, esta perseverancia.

12) Respecto a la perseverancia sólo sé algo: en el supremo amor la “perseverancia” es, para
cualquier estólido de amor, una “necedad” y una “obsesión”. Pero yo digo que sin los
obsesionados de arte, sin los extralimitados respecto a la realización de sus sueños-impulsos,
nada hubiese sido creado. Y ninguna creación es más íntima y más expansiva que el amor-
pasión.

13) Si no sólo deseas mirar las estrellas, sino en el interior de ellas, debes llegar a generar luz.

14) Allí donde la realidad es insuficiente, la imaginación debe presentar sus diez vertientes
contrarias: una nueva imaginación lleva a un nuevo deseo, y muchos nuevos deseos a muchos
nuevos motivos de acción.

15) Una mujer que sólo toca nuestro corazón, lee y guarda nuestra poesía, no hace sino
putecer todas estas cosas.

16) Sagacidad y exigencia de alma, de amor.

17) Las verdaderas “putas” no son quienes prodigan su sexualidad, sino quienes la reprimen.

INSTINTATA

Cuando vayas caminando sola, yo, furtivamente,


placeré tu piel de seminal rocío,
y mis manos tomarán las palomas de tu vientre húmedo,
hasta que, en un dinamitado segundo, te penetre de fuego serio.

Y tú creerás en mí porque seremos como un cuerpo.


Y yo crearé de ti un mundo y universo de fatal belleza.
Entonces sonreiremos después de uno y mil golpes de sexo,
de la violencia-cielo que me da inquirir en tu entrepierna,
tan lejos de los pensamientos que me vaya más a este mundo.

Rocío de la vejiga,
río de luz cristalina,
toca la vida en mierdaluces,
en la dermaflexia de las putas
que restringen su sexo
haciendo desdén de naturaleza.

¡Mata el aire, mata y hiere!


que al fin suenan a chingamores
los cantos, los amores, las pasiones,
y las sentencias de Amor supremo.

Con la garganta en el glande,


solo, ebrio, vapuleado de porvenir,
absorto e inútil,
amándote, terriblemente,
¡qué importa!

¡Qué fantasía de nieblas en mí se goza


con vanidad libertaria y laberíntica?
Solo de ti, de tu entrepierna,
putamadreado ante el frágil azul del horizonte,
chingado de encanto entre lirios y rosas o arena
o entre desórdenes y supercherías “honrosas”.

Hay un dolor para cada espera,


y un ramillete de idiocias en el amor más puro.

Para 20 poemas para Lorena Garza:

Habría que reinventarse siempre una palabra para decir tus manos,
para formar en pensamientos cada instante de uno sólo de tus besos:
habría que ser -difícilmente- un genio sabio, luego de tanto corazón por tu entrecejo,
un bruto mesurado y un canto de osos y tigresas, de pumas y clamores;
como un río de sonidos que no escucha otra cosa que tu cuerpo;
un tiempo sobre el tiempo para ti;
un asunto escaldado del fragor de los dolores.

Habría que desnudarse libremente para empatar tus cielos y mi “infierno”;


mi fragancia y tus sudores; tus cardos y mis nubes; tus vellos, mi silencio.

Tendrían que recorrer los cuervos y palomas mil rutas coloreadas del deseo;
que escapar los gritos gélidos que suenan a lo contrario de su anhelo
cuando se mientan putamadres temerosas desde la aurora
hasta la rúbrica negra que nos deja el sol en luna y sueño.

Serían para besarse las rosas y la música en rosales melodiosos,


para transfigurar con-sumo-amor, en caras de alegría, a los transeuntes marchitos de los trenes.

Habría que condenar tu vida a dar más vida, Vida mía,


por crisálidas, larvas y mariposas-tú; por pasión y sufrimiento,
hasta recomprender qué de ti, sin Ti tal vez, no es mío;
y persuadir al fuego, al dolor, a la fuga sobre cada aliento,
a suicidarse en coloraciones de arroz, de trigo, de ensueño y TU SONRISA.

Para NecroPoÉtica

Tú me mataste de pasión en no sé qué lenguajes


du sensibilité infinite d’amour
comme un vin du beuté au-dessous de ton corps clair;
tú dijiste “¡silencio!” en muchas formas
with a stolen wind born from a dusk of fire and fug;
with the silent word of an “I’m off”;
tú estableciste ein “Du heist Problem”
y la ruta de mi alma se transfiguró en goleta.

PARA FRAGMENTARIO

Vivir las palabras que me viven,


hacer sonar el ruido con que sueno
y amarte, ... ¡amarte!,
hasta que, siempre,
en otro mundo, que esté sobre este mundo,
todo lo que me desea yo nos desee
será mi realidad-anhelo.

Siento la cagada futil del invierno,


estrellas galopando, canturreando acero,
quitando y desquitando en mí su tiempo,
asesinando el sol-color y un cielo-fuego.

Voy cosechando desesperanzas como el dolor cosecha,


tragandos estíos y tortas y denuedos en silencio;
me voy poblando de pálidos arbitrios y decisión sin deseo:
todo me corta el universo de las catarinas y las rosas
y tu bendito olor doliente que sin Vida no fuera.

PARA VAHO (libro de brevedad; citatorio con la prontitud del “presentismo” moderno)

Cultivo sombras al amarte,


cultivo incendios, desmiembro pueblos de palabras
y tú, tú no llegas...

Grité “¡luz, luz!”


¡y tus ojos se abrieron!
Que se toquen las cimas de nuestros dedos
y se traslapen nuestros párpados
a través del sonido del tiempo.

Qué melodía de alma tienes en las piernas,


qué viento de fuego rosa un sueño cuando toco tu antebrazo:
es todo, el universo-beso que me cae, como un velo, sobre la vida mía.

Déjame abrir con tus besos otros mundos


y con el cielo de la Tierra tocar suelo y tu cuello.

Toma las mil estrellas contra un abismo:


no contraríes el Dolor porque se haría mayor;
toma una hoja dentada y dale un beso;
y llega a tu alma y rocíala, como un mundo, a este mundo.

Habré sido por ti el verso y el naufragio


y luego un sentimiento melódico del alma.

Trasciéndeme en besos con un corazón azul


que forme estelas de quietud en mi deseo.
Tócame en los sueños, porque te amo.
Seré en tus manos más mío,
y en tu pecho, el mismo invierno.

¡Te ruego, te imploro, que me mates


de amor infinito, de jazmines, de calles
y de tus manos locas bajo un velo de aurora!

Te recuerdo como habrás sido nunca,


como la rosa que no canta bajo un cielo verde
y el multicolor del viento, y el aroma más grande
tras la ironía de las calles sórdidas y la violencia vigilante.

Anda detrás de los semáforos, de la política,


las hojas ásperas de los periódicos;
anda detrás de tu propia laxitud
hasta llegar a tus estrellas.

PARA NECROPOÉTICA

A la vida polvórica, al asesinamiento virtuoso,


a la “ingenuidad” irónica de las palabras suaves,
al comercio del cuerpo y de la sangre maldita,
al tráfico constante de la común simpleza
esparcida en vanidad de “estratos sociales”,
el canto de mi alma les barrunto.

Cuando me dejo llorar soy libre siendo cobarde,


hijo de la chingada e hijo de la estelaridad,
de vocación sexual e invocación tenebrosa:
¿qué me habría de importar tu nombre cuando me hago mencionar?

En la risa ante lo amable veo defensa y cobardía


y en la venganza, heridas,
como en tu beso, Vida, el aroma dolorido de la intranqulidad
y de la negación del otro, y de la reafirmación de ti,
porque en realidad te estimas tan poco.

Érase una vez un niño que todo lo que creía se convertía en realidad, excepto alguna cosa.

Su vida fue, por el comienzo, un trozo de sensibilidad en que las caricias de las mujeres le fueron más
prodigadas: tal vez por su cabello de volutas y su timidez magistral.

Y alguna tarde, llegó a la casa Llanto después de recibir la bofetada de un niña hermosa.

Érase, después, la mocedad de un flaco, irisada de platonismo en el enamoramiento de una prima no


ejemplar.

Entonces comenzaba el “florecimiento” de llevar los pensamientos a otros lados: pero lo que el
muchacho quería no se convertía en realidad, pues era amar.

Érase el mismo niño hecho adulto quien, cerca de unos ojos cafés, quiso mirar café en la mar.

Un día el adulto se disculpó con el niño, y los dos se pusieron a llorar.

Bajaban al rumor del subconsciente los dolores, y a veces parecían orgullo y vanidad.

Yo te canto, mi Muerte, porque te amo tanto:


desolado como el verano siguiente, te beso tu boca vacía,
tus afilados colmillos, tu escencia sanguínea
y la espontaneidad de tus riesgos de azar-azahar.

Estoy leyendo Dolor y digo Belleza,


¿quién, entre los “positivos”, me podría afirmar?

Para Fragmentario

Cuando digo tus manos hablo poesía,


menciono en el ruido “agonía”, pero espeto “Vida”.

Cuando lloro tus besos me llora la Vida,


mas se canta el instinto asuzando misterios.

Me mantengo despierto a pestañas y jugueterías;


soñando de realidad en realizarme el sueño de tu figura:

tu sexo es el universo mío, mi vitalidad más sumisa,


y Tú la palabra más simple para explicar Belleza.

Escritos para una Wille zür lieben:


(para Fragmentario)
Por la mañana, cuando se cae el día sobre la noche, te siento: tienes esa robliza estatura del
apasionamiento, y en tu geometría de labios, un amor polveado de universo. Nada se asemeja a ti como
el aroma-madrugada, como la detención de impulsos cuando se observa el fuego y las constelaciones
que bailan en el tiempo. (Detrás de ti siempre hay algo, alguna otra cosa, en la naturaleza, queriendo ser
como tú: queriendo reflejar pasión en pétalos magenta, disimulando estrellas detrás de tu juvenil ardor
fuera de tiempo.)

Por la tarde, mientras se toman mano y mano el leve azul del día y la majestad nocturna, en medio de
pueblos pajizos y grises, entre universidades y amontonamientos de señoras y sonoridades
instatisfechas, yo te tomo a besos tu terrestre pubis de cielo -sutilmente acomodado entre tus piernas
gloriosas, al crepúsculo de tus caderas, en que mis manos encuentran la cognición de las curvas de
fuego-, y escucho las conminaciones de las orquídeas y los abetos, de los pitidos quejosos que espetan
los conductores, con la mayor exigencia, en el invierno: hay tantas razones de envidia y egoísmo para
que yo no bese el territorio de tu cuerpo.

De noche tú escuchas la declinación de los televisores y crees que “se te ha ido el tiempo”, y hablas de
las palomas y los trabajos cumplidos con falta de esperanza y probidad y nuevos anhelos. Entonces te
digo: “Tus ojos no tienen metáfora porque tienes lo que la naturaleza amó a través de nuestra alma y
mil silencios, e intempestivos ruidos del pensamiento. No hay en la naturaleza más extensa una como
tú, para la circulación de mi aliento”.

El mundo es una lucha de arroz, maíz y sonrisas muy breves aún, que no se pronuncia capaz de
reconocer ¡Vida! cuando estamos entre tu valles abdominales y mis besos faltos de comprensión a toda
eternidad.

En tu pronunciamiento silente a favor del amor y del día que sigue, y de los grandes días con que
habremos atravesado el tiempo, hay un fulgor que murmura lo que vendrá tras el azar guerrero de todas
estas estaciones fugitivas.

Manifieste rouge des roses.

Exijo la prodigalidad de los besos en el enamoramiento; la estética del amor que trasciende la mera
vanidad fisiológica de lo honesto; la música del lenguaje que haga transigir sobre las rosas y el tiempo;
la reivindicación from every fall in love hasta el respeto sumo du elevation amoureuse que yergue hasta
las exigüas astillas accionadas por los hombres plagados de multicor envileciemiento.

Clamo de amor, clamo de besos, solitario,


huído de mí mismo hasta las rosas que callan,
hasta un infierno nublado,
hasta un cielo escarpado y humilde
y la humedad febril,
y la garganta sin canto.

Libre como un fugaz arpón de aire, como un velero olvidado,


estoy partido de gajos-amores, sonriente y silente en remansos.

Mi Tú - ¿mi señora Amor? -, mi constelación de constituciones bellas:


¿sabrás en qué nombre han doblado mis campanas?

(...LORENA GARZA CERÓN)

Enviaré a tu casa al batallón Amor:


y franqueará de topacios a los corceles de tu huída.

Prepararé con ballestas-sonrisas bombas aromavida


hasta que, guerra tras guerra, me digas sin dagas, Amar.
Acariciaré tu cabello con la inquietud silente de un pasión.
Y envolveremos en risa y ternura una aroma-canción.

Sabremos entonces que somos, desde el amor.

Cerón, comment vous, Héron.


Ma belle, ma belle,
c’est fini la vie quand tu est amoureuse.

Tú, mi poemía, mi serena:


¿estás ahí con los versos que yo te escribí?

Cantos Indeferentes

Cuando pacen los días y universos las lunas encadenadas al “tiempo”


vienen a mí, a tus manos, a todo, nadas tan aromáticas.

Quiero sentir pasión sabiendo que ya no siento


mas que el añil sin rostro de temporizaciones tapizadas de caliente y níveo.

Las horas son pero se van quemando en los sentimientos


y estos entre las rosas, y entre ideas que los subyugan a ser.

Ruedo de mis amigos hacia otros amigos, como si algo y alguien hayan sido,
pero únicamente los sé porque creo en la imagen que veo.

Entonces canto a la omisión de los besos, al retrato de las fugitivas pupilas,


al rostro que dice “lo siento” en la prolijidad de su ego.

Somos el otro que besa sin el amor de su sentimiento


con una melódica indolencia plena de monotonía bien lustrada.

¡Qué más!:

No importa más que el aroma smogénico y tenso, entre miramientos,


para el penetrante animal de fuego que escribe entre los demás su deseo.

Caricia “blasfémica”

Al Dios de tu cuerpo,
a Medusa en tus cabellos,
a Plutón en tu monte de Venus
lo quiero, cuando exploto y deseo,
y lo deseo más, al quererlo.

Estrecho a tu meretriz sagaz y sardónica


con los besos de Cronos en libelos
y las caricias posesas de

Atado al amor, antes que al hombre,


atado a tu conciencia magnífica y prudente,
te veo recorrer las ciudades, con colores absolutos,
la vida de la conquista y el desciframiento,
y la traición a ti mismo en cada conocimiento.

Antes de todo estaba tu amor por la mujer


pujante sobre la quietud de patrias y de sucesos.

El universo está en tus manos


y ellas en las mías:
yo toco las galaxias infinitas
las estrellas centrífugas
las melodías más gustadas:
y en cada minuto,
allí,
están tus manos.

Empútame el corazón con tu maldita ausencia,


con tu bestial rostro de bella en indiferencia.

Mátame de esquivez, de “has tenido problemas”:


déjate saber hasta la “quietud” que conmigo has sido buena.

Loco de manos, yerto de estupidez, solitario de humanidad,


yo te querré con vehemencia, cruelmente besado por tu fiereza.

Deja que el mundo, de mis amores vagos e ilusorios, se desentienda:


que mi estolidez platónica se vaya hasta la chingada agreste de las estrellas.

Escupe con gestos nobles la impúdica patria de madres que ves en mi querencia.
Lléga continuamente hasta mi vacío mortal, de sangre a sangre quimérica.

(Que yo esté cansado de besos del viento, de ser el rey del silencio.
Que tú no seas para mí... ¡Ah, ah..., que tú no seas!)

Me desnudo de voz para “decir” “te amo”,

Hielo de ti, hielo de nada


fuego de la estulticia,
candor agónico:
hay una sed de aire
en nuestros sucesos.

¡Qué triste soy!


Qué vano
en las centrales camioneras
y los parques cansados,
a la luz del alba,
en la noche languidecedora,
y en las fauces del alma.
¡Qué triste camino!
Qué vacuidad de llantos,
de alegrías fugitivas,
de sopores que recuerdan
la sonrisa de su “majestad Belleza”.

¡Qué ruina de todo!:


de pecho a párpados.
Pero me amo,
¡me amo!

Qué más puedes tú darme


que tus labios sin mármol,
que tus ojos cansados
de albas azules.

Qué más puedo desear


que tu vida y tus labios

Al final sólo el amor triunfa:


con sus ojos enormes,
con sus párpados de sol,
sus sonidos galácticos,
sus finalidades turbias,
sus soledades de triunfo

¿Cómo es que estás aquí


y que estuviste,
que hiciste este de mí?
¿Con qué manos y en qué minuto
fui, te amé
y te habré amado?

¡Dime, dime!:
quiero saberlo, saberlo
hasta que tú seas conmigo.

Con papelerías de corazón te amo,


con vacuidad, con llanto y canto,
eternamente tú y nada, sino un vaho.

Desde un fuego de aroma tu sonrisa crepita,


el sol de tus manos y tu cadera divina:

hay un trozo de cielo en cada manecita tuya,


un mundo en el mundo, una aventura de dicha;
y cuatro anillos de aire esperando el brillo, tal vez, por más Vida.

Como hojas de otoño, caen tus cabellos rubios sobre tu espalda infinita.
Y en una rosa de agua pienso tu desnudez de alegría.

Es la hora en que leo las palabras que no serán como tú:


que no dirán Belleza con los labios en rojo y tu nariz de estrellita,
ni llegarán a nada de ti si tu así no las dejarías.

Con un beso aspirando a tus labios me diviertiré hasta conocer tu sonrisa,


con los brazos llenos de cometas color Tú, con la canción de tus ojos claros,
y con un beso azul y la esperanza de que te digas (si quieres en mí ): ¡Qué vida!

Sobre la soledad, bajo soles y lunas,


sobre brutalidades,
mesurado, aunque móvil;
con un yo creciente hasta el “tú”,
el canto de su amistad.

Triunfa a galope prudente y viril,


solo de grandes, y amante de una mujer;
falseando el ruedo “dolor”
hasta el ensoñamiento último,
su actividad cordial.

Yo le he visto pasar
en medio de los pesares,
le he visto mirar “hacia allá”
no diciendo más que “allí”:
era mejor soñar
hasta necesitar más realidad.

Entonces he sabido no pensar,


sino amar y actuar más,
hasta que el olvido de mí
me lleve a otra nueva amistad.

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