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El Pacífico 8 de Junio de 1922

Descriptores:
(Discurso) Del Capellán de la Armada, Presbítero don Julio Ramírez.

Señor Intendente de la Provincia, Señor Gobernador, Señores:


Celebra hoy la nación chilena un homenaje sencillo y apropiado a la grandeza y al
heroísmo del que se sacrificó en aras de la patria muriendo por ella.
Es por eso la hora del recuerdo y de la plegaria.
Hace cuarenta años ejércitos contra ejércitos, soldados contra soldados, ciudadanos
contra ciudadanos, se lanzaron en esta misma tierra a defender el patrio pabellón. ¿Qué
impulso gigante los anima?
¿Qué secreta fuerza los empuja a unos, a escalar como titanes las cimas escarpadas
para tomar una fortaleza, destruir un baluarte, luchar cuerpo a cuerpo en homérica
lucha?
¿Qué fuego sagrado sostiene a los otros para aguardar allí mismo la muerte con la
serenidad altiva de los héroes espartanos?
Sabían todos pelear y morir como valientes por la patria. La Patria! He aquí el nombre
misterioso que ha obrado el proligio transformando al tranquilo ciudadanos de un país
libre y altivo, en guerrero de otras edades, pundoroso y ardiente como esos caballeros
de la Cruzada que iban a lejanas tierras a trazar con la espada refulgentes hazañas
dignas más que de la historia, de la leyenda heróica de los pueblos.
Todos defienden a la patria, ese pedazo de tierra bendito que los alberga en su seno con
la ternura de una madre al hijo de sus entrañas, defienden el hogar, el techo paterno que
los cubrió como un ala en esos días floridos de la infancia y donde han dejado los
amores más grandes y más nobles que abriga el corazón humano.
¿Qué importan, señores, sus nombres? Héroes anónimos y oscuros del deber, se
levantaron sobre las pequeñeces humanas, sobre el egoísmo que hiela el corazón, sobre
las mezquinas pasiones que tiranizan a los que ha nacido para arrastrarse por el polvo;
y sobrepujando la fragilidad de una vida perecedera, se elevaren hasta los cielos
iluminando con resplandor de eternidad el horizonte de la patria.
Son héroes y este nombre lo dice todo. ¿No escucháis todavía resonar en vuestros oídos
esa frase lacónica del jefe, frase digna de esculpirse en el frontis del Monumento que la
Patria erijia en memoria de los que sucumbieron? ¡Muchacho, al Morro!”.
Sí. Hay que apoderarse del Morro. ¿Cómo? No se disente, que la discusión, la duda, el
sobresalto, quede para otros pechos no habituados a la disciplina acerada de nuestras
instituciones militares. Aguarda la muerte en cada hondonada, en cada repliegue de la
loma; acecha la muerte como fiera traidora dispuesta a arrancar cada una de esas vidas
preciosas que valen millares de vida. “No importa” ¡¡Adelante!!
Corren como un torrente hecho de hierro y de corazón, el metal fortísimo y la entraña
directora que rige, más que la mente, el ser del guerrero chileno; por eso no es admiréis
si en un espacio de tiempo que la historia recuerda con asombro, el tricolor de la patria
flameó soberbio en la cúspide del Morro.
Son héroes y ese nombre lo dice todo; mas, señores, no quiero empequeñecer la
grandeza de la hazaña ni el póstumo elogio de los que sucumbieron con alguna palabra
de menosprecio; todos los que cayeron merecen la gloria y la gratitud de la posteridad.
San Martín, Bolognesi junto con los soldados que derramaron su sangre por la patria,
supieron escribir la página más gloriosa de la Epopeya americana.
Son héroes y como tales, en sus almas nobilísimas, forjadas para la inmortalidad,
reunían en maravilloso consorcio, las virtudes más excelsas del guerrero y del hombre,
virtudes que dignifican al ser humano colocándolo en un trono como Rey de la
Creación.
Así como el acero toledano de la espada manifiesta su temple cuando es manejada por
diestra mano; así como la grandeza y la serenidad del alma del marino se muestra en la
fiera y desencadenada tormenta en medio de los mares oscurecidos tal señores,
mostraron el temple del espíritu los héroes cuya gloria hoy celebramos: Con arrojo
indomable, arrebatados por el soplo candente del amor patrio, que sacudió sus almas
hasta la última fibra, treparon a la cumbre del Morro y, al empapar con su sangre estas
mismas arenas, publicaron a la faz del mundo con qué materiales estaban hechas sus
almas, cómo el corazón que movía el músculo y la sangre que hervía impetuosa en las
arterias provenían de una raza escogida siempre vencedora, jamás vencida…
Más, señores, ha pasado la hora roja de la guerra. Nuestros diplomáticos, interpretando
el anhelo nacional, han cambiado los aceros, por la oliva de la paz, para tenderla
generosos, el antiguo enemigo, en el seno de una gran nación.
En el homenaje espiritual que os pido para los héroes, cuyas almas han de vagar en esta
misma mañana primaveral por estos lugares santificados con su recuerdo y ungidos con
la gloria que conquistaron, unid estrechamente en vuestra plegaria, a los altivos
guerreros del 4° y el 3° de línea, el comandante San Martín que rindió su vida en este
mismo sitio, y también a los otros, los defensores abnegados de Bolognesi y Moore, y
confiad en el señor de los Ejércitos, que es también príncipe de la Paz, porque ha de
lucir sobre los pueblos hermanos, talez en no dejado dia, una aurora radiante de
fraternidad americana.

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