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13 Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos
les reñían.
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14 Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños
vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos
es el Reino de Dios.
15 Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no
entrará en él.»
16 Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre
ellos.
Todos los temas son de ayer, de hoy y de siempre. En todas partes vemos a
personas que, cuando hay celebraciones en las iglesias, andan apartando y
acallando a los niños. Puede ser por un celo que mueva a proteger con silencio y
quietud los momentos sagrados. Las más de las veces pareciera, no obstante, que la
causa es su impaciencia y hasta su ira contra los niños y los padres que los traen.
Por otra parte, hemos compartido lo mucho que nos impactan esas personas que se
niegan radicalmente a la posibilidad de tener hijos. ¿Egoísmo puro y duro?,
¿misantropía?, ¿miedo a la responsabilidad?, ¿comodidad extrema y brutal?
Jesús deja en claro que sabe que es propio de los niños ser ruidosos, a veces
alborotadores, pero lo que dice sin reservas ni condiciones, es que para Él, son
bienvenidos. Con rigor, advierte que el Reino de Dios es de los niños y de los que
son como niños [no en sentido pueril]. Nunca hay que impedir que los niños
vengan al Señor. Subraya lo que acaba de aclarar, abrazando a los niños e
imponiéndoles las manos [signo de invocar sobre ellos las gracias del Espíritu
Santo].
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24 Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas
Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es
entrar en el Reino de Dios!
25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que
un rico entre en el Reino de Dios.»
26 Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y
¿quién se podrá salvar?»
27 Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres, imposible;
pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.»
28 Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado
todo y te hemos seguido.»
29 Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa,
hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por
el Evangelio,
30 quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas,
hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones;
y en el mundo venidero, vida eterna.
31 Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros.»
El episodio que conocemos de los otros evangelios sinópticos como del joven rico,
acá aparece como el caso de un hombre cualquiera –lo designa como “uno” que
luego hace referencia a que ha cumplido los mandamientos “desde mi juventud” –
y, salvo en lo de la juventud, no difiere mayormente de las versiones de los otros
sinópticos.
Seguir a Jesús, necesita llegar al corazón de la persona y ser el motor de la vida de
fe. De otra forma, ese lugar central lo ocupan otras motivaciones que no son el
amor al prójimo. En este caso particular, se recalca la especial fuerza que tienen los
bienes materiales para instalarse allí y subordinar a ese amor primero, todas las
demás expresiones de la vida. Entre las advertencias de Jesús a través de lo que
guardamos de Él, son similarmente riesgosas: la apetencia de poder, el deseo de
figuración e importancia personal, el gusto por los placeres de este mundo.
No es que se pretenda que un creyente no pueda ni deba tener dinero, ocupar
puestos de autoridad, alcanzar alguna notoriedad, ni satisfacer sanamente las
apetencias de su cuerpo.
Lo que es decisivo, es que si cualquiera de esas cosas adquiere sobre mí más fuerza
y prioridad que el amor, entonces difícilmente mi vida me conducirá en dirección
al Reino de Dios. Seré uno más que se zambulle en sí mismo y se olvida que la vida
pasa y se termina. Dejaré pasar, incluso ni notaré, las veces en que debí jugarme
por algún hermano que me necesitaba a mí o a lo mío.
Es casi una certeza que el que se encierra, termina viviendo de forma incompatible
con llamarse cristiano.
Subraya la conclusión, que siempre es tiempo para corregir el rumbo e internarse
por el camino del amor.
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Tercer anuncio de la pasión y la resurrección.
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38 Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que
yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a
ser bautizado?»
39 Ellos le dijeron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «La copa que yo
voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el
bautismo conque yo voy a ser bautizado;
40 pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el
concederlo, sino que es para quienes está preparado.»
41 Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago
y Juan.
42 Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son tenidos
como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y
sus grandes las oprimen con su poder.
43 Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar
a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor,
44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de
todos,
45 que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida como rescate por muchos.»
De este párrafo, se podría desprender que los hijos de Zebedeo, eran convencidos
de que el Mesías debería responder a las expectativas terrenas y ser un nuevo y
gran Rey de Israel. Aunque suena curioso, es compatible su petición en los
términos que la formulan, con la idea que la gloria de Jesús ocurrirá ya pronto y
durante Su vida en ésta tierra. No quieren perder oportunidad y se adelantan a
pedir honores en ese contexto que imaginan.
Primero Jesús los saca de su error, en cuanto a las dificultades por las que habrán
de ocurrir, antes que el Hijo de Dios entre en Su gloria. Cuando Él habla de beber
el cáliz que deberá beber [todo el sufrimiento que les ha descrito hasta Su muerte]
y de ser bautizados con el bautismo con que va a ser Él bautizado [el martirio por
el que habrá de pasar], ellos ciertamente siguen pensando en sus propios términos,
lo que les lleva a responder que sí pueden pasar todo eso, aunque no entiendan lo
que es.
Después les dice que sí, que también pasarán por los duros castigos que pasará,
pero que los sitios de honor, ya en Su gloria, no los asignará Él, sino que ya están
asignados, lo que lleva a pensar que sólo el Padre tiene esa capacidad.
La rabia de los demás parece comprensible. No es que los hermanos invoquen
méritos propios especiales para ser destacados, sino que parece simplemente que
quieren adelantarse en pedir honores para sí mismos.
De aquí la indicación de Jesús de que deben diferenciarse de los señores de este
mundo, que usan su posición para dominar y oprimir. El que quiera ser grande
entre los creyentes y seguidores de Jesús, deberá hacerse servidor de los demás. El
que quiera ser el primero, será esclavo de todos.
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Cierra la enseñanza, con la observación que Él, siendo Hijo de Dios y con ello
acreedor a cualquier ventaja, a la tierra no ha venido para que lo sirvan sino para
ser Él servidor. Es el llamado a la humildad que viene practicando desde el
principio.