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Universidad de Chile

Vicerrectoría de Asuntos Académicos


Programa Académico de Bachillerato
___________________________________________________________________________

‘‘El homo sacer y el hombre


moderno’’

Ensayo Monográfico

Realizado por: Fernanda Castañeda Zúñiga


Profesor guía: Cristóbal Holzapfel

Santiago, Octubre de 2007


 Índice

Resumen 1

Presentación del Tema 2

Había una vez, dos hombres y un Monstruo… 3

El hombre arcaico 3

El hombre moderno 4

Progreso: la Ciudad (sociedad) del Riesgo 5

La rutina… 6

Cuando el Otro me succiona 7

¿Cuál es el sentido de todo esto? 9

Déjate seducir… 11

Maslow y la pirámide de las necesidades 13

Conclusiones 14

Bibliografía 15
 Resumen

El presente ensayo monográfico intentará dar una mirada respecto del hombre
moderno, que permita ir develando los miedos que lo han llevado a hacer de su vida, una vida
monótona y poco reflexiva. Al mismo tiempo, no obstante, dará a conocer, a partir del libro
“Crítica de la razón lúdica” (2003) de Cristóbal Holzapfel, la existencia de ciertas
experiencias que podrían ser fuente o mecanismo de liberación de esos miedos. En esa misma
línea es que más tarde se presentará, como ejemplo de una de estas experiencias, el amor-
pasión, concepto desarrollado en “El Tratado de la pasión” (1979) por Eugenio Trías.
Así también, en el transcurso de este ensayo se revisarán temas como: el de nuestra
sociedad actual, y se la caracterizará como una “Sociedad del Riesgo” como define el
sociólogo alemán Ulrich Beck; la rutina en el día a día del hombre moderno; y la búsqueda de
sentido, que trae consigo, a su vez, un ansia de conocimiento.
Finalmente, y a propósito de la pirámide de necesidades del psicólogo Abraham
Maslow, nos encontraremos, sin embargo, con una lamentable situación y que es la de
observarnos como hombres cada vez más enfocados a satisfacer necesidades de orden
material, cuestión que va poniendo más trabas al proceso tanto de autoconocimiento como de
conocimiento o, más bien, re-conocimiento de nuestro entorno.

1
 Presentación del Tema

Generalmente, se cree que reflexionar sobre el sentido de las cosas es una pérdida de
tiempo. Y cómo pensar distinto si vivimos en un mundo en el que estamos constantemente
siendo atropellados, porque todos corren de aquí para allá y las máximas que rigen son: “el
tiempo es oro” o “el que pestañea, pierde”.Y es que, convergen hasta este punto de la historia
del hombre moderno: la Razón como eje fundamental hacia la construcción de una nueva
forma de relacionarnos con la realidad; una desacralización creciente, a propósito de lo
anterior; la competencia cada vez más salvaje con el surgimiento del sistema capitalista; y,
finalmente, lo anterior que decanta en mayor segregación social.
Por otro lado, hemos asimilado, como hombres modernos, una noción de tiempo
racionalmente orientada hacia el Progreso. Pero ¿de qué progreso se trata? Es aquí dónde se
vuelve relevante ponernos a pensar sobre el sentido de nuestro andar por el mundo. Es aquí
donde se torna práctico el ejercicio de reflexionar. Práctico, porque sólo cuando logremos
responder a esa pregunta, es que estaremos viviendo realmente, viviendo con sentido. Si
decidimos que el sentido está, por ejemplo, en conformar una linda familia, o en ser una
“buena persona”, o, si resolvemos que el sentido, está en un Otro, o dentro de nosotros
mismos, o en un servir a los demás, etcétera, sólo en ese momento para cada uno de nosotros,
la vida significará. Yen tanto se torne significativa es que, al mismo tiempo, podremos
planificar y proyectarnos como queremos. Mientras no hallemos respuestas, no obstante,
pareciera no nos queda más alternativa que seguir dentro del huracán de la modernidad, que
nos empuja a seguir su camino a la fuerza. Pero, ¡ojo!, a veces la fuente de Sentido deja caer,
de entre algunas grietas, un poco de su sustancia, la invitación es, pues, a estar atentos y
descubrir en qué momentos lo hace.

2
 Había una vez, dos hombres y un Monstruo…

El hombre moderno, a menudo, siente una carencia enorme respecto a las relaciones
que establece con la mayoría de los elementos que conforman y rodean su existencia. De ahí
que cada vez más sienta un vacío, un sin-sentido en su propia experiencia de vida, que lo lleva
a estar permanentemente replanteándose el por qué de sí. Pero también, más comúnmente
aún, este hombre frustrado y decepcionado por no encontrar respuestas a sus preguntas,
prefiere abandonar este camino de reflexión que ha emprendido, para no quedarse atrás de ese
inmenso monstruo, que es el mundo, que siente avanzar tan rápidamente, que no espera a
nada ni a nadie, y que muy pocas veces se sabe con certeza hacia dónde se dirige. Algunos
dicen que es a un paraíso. Y que tiene por nombre: Progreso.
Pero el hombre sacro1, o en adelante arcaico, no avanzó persiguiendo a este monstruo
tal como lo hace, hoy, el hombre moderno. Porque, tal parece que, en aquellos tiempos ese
monstruo no buscaba Progreso. El hombre arcaico y el monstruo se dedicaban a otra cosa. Su
tarea diaria era buscar bajo cada piedra, un algo que los devolviera a la Tierra de los
Orígenes. Es de esta forma, que el hombre arcaico y el moderno siguieron distinto rumbo,
vivieron de distinta forma, pues se encontraron con el monstruo cuando éste se dirigía hacia
distintos lugares…

 El hombre arcaico

Mircea Eliade en “El mito del Eterno Retorno” (1972/1994), nos cuenta que para el
hombre arcaico no existía actividad profana, a todo evento, a toda acción en su diario vivir (la
caza, la pesca, la agricultura, el acto sexual y la guerra), él, le atribuía un sentido, un valor de
carácter sagrado. Hacía a todas sus actividades participar/ser-parte de una realidad que lo
trascendía, en tanto estos actos estaban determinados por una “acción primordial”, un acto
hecho en el origen (ab origine) por un Dios, un antepasado o un héroe. El hombre debía
renovar, reactualizar estos actos, mediante la repetición y la imitación, y sólo en la medida
que lo hiciera participaba de la realidad. Su vida era “la repetición ininterrumpida de gestos
inaugurados por otros.” (p.15)
El hombre arcaico, por tanto, se entregaba en cada actividad de su cotidiano a una
experiencia trascendente. Y esta experiencia era una experiencia de mutua entrega. Por una

1
Del latín sacer.

3
parte, él mismo se hacía objeto desde donde se traía de vuelta, se re-vivía un acto primordial
y, por otra parte, en esa entrega él mismo se sentía ser. Mircea Eliade, sin embargo, pone una
objeción a esto. Dice que el hombre arcaico se siente ser cuando precisamente deja de ser él
mismo. Mas, a pesar de que esto sea bastante cierto, lo que se busca destacar, en este ensayo,
es que a través de este acto, el hombre arcaico, se deja “succionar por el Otro”, se deja
seducir, participa de una relación pasional, que le da un sentido a su vida.

 El hombre moderno

Si miramos la gente en su desplazamiento por las calles, entrando o saliendo de


sus casas, de almacenes, de edificios, a pie, o viajando en automóviles, en la
locomoción colectiva, en el metro, en los aeropuertos, despegando en aviones o
aterrizando, si luego las miramos en el interior de sus casas, de sus oficinas,
trabajando, desayunando, almorzando, en todo ello llama la atención cómo cada
cual se desplaza por esos espacios y organiza su tiempo de acuerdo a
finalidades, expectativas, metas, en la mayoría de los casos siguiendo ciertas
rutinas, reiterando cada día lo que han venido haciendo durante meses y años,
y, al mismo tiempo, sin detenerse a pensar, salvo en contadas ocasiones, en
algún café o en la alcoba, acerca del sentido de todo aquello. (Holzapfel, 2003,
p.57) [Cursivas y negritas añadidas]

Decía al principio de este ensayo, que el hombre moderno se dedicaba a correr detrás de
ese inmenso monstruo que era el mundo. Que corría en búsqueda de la ciudad prometida:
Progreso. Y parece cierto, el hombre de hoy sigue enceguecidamente al monstruo, pareciera,
sin detenerse a pensar por qué lo sigue. Sin detenerse a pensar si realmente existirá o no,
aquel lugar. Pasa, a veces, que este hombre, tropieza, entonces es cuando se pregunta si
seguirá el camino correcto, pero basta que advierta que ya se ha quedado un poco atrás, del
monstruo, para que se levante rápidamente y continúe. Le causa terror perderse. Desde ahora,
para nunca equivocarse o tropezar, irá racionalmente construyendo su camino, y se rodeará
de infinidad de razones suficientes, que justificarán cada paso que dará en el más próximo
segundo. Todo lo planeará, todo tendrá una razón de ser. El hombre moderno no puede darse
el lujo de despreciar la herramienta que encontró en el camino: la Razón. Le parece muy útil.
Con ella se protege, con ella gana terreno, con ella, siente, se libera.

4
 Progreso: la Ciudad (sociedad) del Riesgo

Kant es, tal vez, el representante más fiel del ethos moderno y de los ideales
modernistas. Él hace un fuerte llamado: “¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!” (Kant,
1784/1994, p.25), viendo en esto la posibilidad de la emancipación del hombre de su estado
de pupilo.
Pero ¿de qué emancipación hablamos? Cristóbal Holzapfel nos dice, en su “Crítica de la
razón lúdica” (2003), que la razón es tan compleja que invade cada espacio, lo individual y lo
que compartimos con otros (lo político, lo jurídico, lo económico). Se inmiscuye en cada acto
de nuestra vida, se inmiscuye, como diría Kant, en el uso público y privado que hacemos de
nuestra razón.
Todo ámbito de nuestro cotidiano fue invadido de razón, razón que nació, justamente,
en oposición a los antiguos prejuicios, como quiso Descartes. ¿Por qué este permanente
llamado a la razón? ¿Por qué el rodearnos de razones suficientes?
Por seguridad. El hombre, se nos dice en “Crítica de la Razón Lúdica”, siguiendo una
reflexión de Heidegger, siente un fuerte temor, que lo hace estar permanentemente
asegurándose de su estado y situación presente a modo de prevención ante el futuro.
El hombre arcaico no tenía este problema, su temor por el futuro, lo evitaba,
simplemente, ignorándolo. Recordemos que todo lo que hacía y poseía tenía carácter sagrado
y participaba así, en una realidad que lo trascendía, a través de los ritos que repetían la acción
primordial. El rito proyectaba el tiempo concreto en el tiempo mítico, haciendo que el
momento en que se realizaba aquel, fuese el mismo momento en que se había efectuado el
acto primero. Era así que el hombre arcaico vivía en un tiempo que volvía constantemente al
origen. Un tiempo cíclico. Y no lineal como el nuestro.
Y cómo el hombre moderno no iba a sentir miedo. Si el monstruo avanza cada vez más
rápido hacia ninguna parte. ¡Parece confundido!
¿Qué pasó con la razón? ¿Qué hizo con el monstruo? ¿Qué hizo con…el mundo? Se
trata acaso de ¿un arma de doble filo?.
Podríamos definir nuestra sociedad actual, tal como lo hace el sociólogo alemán Ulrich
Beck, como una Sociedad del Riesgo, una sociedad en la que, a la vez que avanza la
modernidad (o, sería más preciso hablar de modernización, como “(…) un conjunto de
procesos sociales que dan origen a esta vorágine (…)” (Berman, 1940, p. 2) [cursivas
añadidas]), la tecnología y la industrialización, la distribución de peligros se hace cada vez
más patente.

5
Sin detenernos a examinar todo el pensamiento modernista y cosmopolita, que
representa Ulrich Beck, de su adhesión al proyecto Ilustrado y a sus esperanzas de construir
un Estado transnacional, de fuertes valores de cooperación y cohesión; podemos rescatar esta
contradicción con la que se encuentra, cuando define esta Sociedad del Riesgo. Por una parte,
él se da cuenta que existe una retórica especial, que habla de seguridad, prevención, control,
pero, también se da cuenta, que en la práctica nos encontramos con noticias que nos hablan de
guerras, de terrorismo, de catástrofes, de crisis y de enfermedad.
¿Qué pasó con el Progreso, la ciudad prometida?
Déjenme contarles que, después de mucho buscar, el monstruo encontró la ciudad. Pero,
para su mala ventura no era un paraíso.
Sucedió algo extraño. El hombre se maravilló con lo que encontró, pues pasó su vida
buscando, y nunca había encontrado nada, más que la razón. Se sintió dichoso. El monstruo,
al menos satisfecho por haber llegado a la meta. Resolvieron quedarse, dudaron ser capaces
de poder encontrar un lugar mejor. Sin embargo, desde ese momento decidieron separarse e
iniciar una vida independiente del otro, pero siempre dentro de aquella ciudad. Desde
entonces, se les ve caminar cada uno por su lado.

 La rutina…

(…) el temor también nos limita y nos induce a quedar apegados a lo ya


conocido, probado, conquistado, a un mismo camino, una misma rutina y unos
mismos códigos, a pesar de que haya habido cambios y transformaciones en
nosotros mismos y en el mundo, que nos negamos a aceptar y asumir.
(Holzapfel, 2003, p. 60) [Cursivas añadidas]

Simplemente, parece ser parte de nuestra naturaleza como hombres modernos.


Aprendimos de las máquinas a mecanizarlo todo de manera que pudiésemos simplificarnos la
vida. De manera que pudiésemos hacer mil y un cosas en el día, sin cansarnos mil y una
veces. Y es que la sociedad moderna luego de habernos transformado en consumidores, nos
convirtió en el producto mismo, que se reproduce en serie.
Sin quererlo, sin notarlo, estamos siempre tendiendo a la rutina. Basta reflexionar un
poco acerca de lo que hicimos el día de hoy, y compararlo con el día de ayer, y el día antes de
ayer, y el día antes del día antes de ayer…para ver cómo muchas cosas se repiten, y se hacen
de manera casi involuntaria e inconsciente. Sabemos que, de una u otra forma, estamos

6
siendo obligados a correr tras el monstruo, porque si no lo hacemos, sentimos, corremos
mayor peligro. Mientras nosotros caemos, es posible que, el monstruo, en tanto busca, no nos
vea en el suelo y nos aplaste. Hemos elegido vivir preocupados por cosas que no llenan ese
vacío que, a veces, sentimos. Que no sanan esas heridas, luego de la caída, porque, de otra
forma, nos parece imposible sostener nuestra existencia. Sin embargo, la rutina en sí, tal vez,
no constituya un problema. Sólo aparece como una consecuencia de esta elección. Nos
muestra, nos permite visualizar nuestra vida: monótona y con pocos o nulos espacios para la
reflexión. Y la no reflexión, nos podría estar conduciendo a establecer relaciones con nuestro
entorno, cada vez más mecánicas. Es posible que esta situación, en algunos, cause un
sentimiento de insatisfacción, en otros, no obstante, podría serles indiferente2.
Igualmente, podríamos estar de acuerdo que vivir de esta forma, “rutinizada”, nos ayuda
a ganar tiempo y orden. Y si nos interesara, verdaderamente, reflexionar acerca del sentido de
nuestra vida y quisiéramos ser más optimistas incluso, podríamos encontrar en la rutina la
oportunidad de no tener que preocuparnos de cosas que consideramos de poca importancia,
para sí ocuparnos de cosas “profundas”. Porque, tal vez, una de las cosas más humanas, sea el
que estemos permanentemente buscando un sentido a nuestra vida3, una trascendencia. Esa
trascendencia con la que se encontró el hombre arcaico y no el moderno. Algunos la siguen
buscando, a veces, en algún café o tirados en la alcoba, como dice Cristóbal Holzapfel, a
pesar de que nos hayamos conformado y nos hayamos quedado habitando la ciudad
prometida, como digo yo. Porque no somos autómatas. Todavía no.

 Cuando el Otro me succiona

En “Crítica de la razón lúdica”, se nos invita a reflexionar sobre tres estadios


relacionados con el Principio de Razón Suficiente de Leibniz4: el ontológico, el
epistemológico y el existencial. Muy básicamente se trata, el primero, de un estadio del ser,
en que las cosas son, porque son, porque de antemano existe una razón suficiente para que
sean. El Principio de Razón Suficiente está siempre presente, dándole razón o fundamento a
todas las cosas, actúa, verdaderamente, como principio. Todo tiene una razón suficiente para
ser lo que es y comportarse como se comporta.

2
Más adelante se desarrollará esta idea.
3
“El existencialismo es un humanismo” dice Jean Paul Sartre (1972)
4
“[…] principio de razón suficiente: que nunca acontece algo sin una causa o siquiera una razón determinada,
esto es, sin una cierta razón a priori, por qué existe algo y no más bien no existe y por qué existe más bien de
éste que de ningún otro modo. Este importante principio vale para todos los acontecimientos, y no se deja aducir
ninguna prueba contraria.” (Leibniz citado por Holzapfel, 2003, p.25)

7
El segundo estadio, el epistemológico, hace referencia a un “volver” a dar la razón
suficiente o fundamento a algo que de por sí lo tiene. El hombre da una vuelta (un
reddendum) al Principio de Razón Suficiente. Es lo que hacen las ciencias, por ejemplo,
otorgándole razón a todo lo que, antes de encontrarle esa razón, ya la tenía.
Y en el último, el estadio existencial, se trata de un dar la razón, no volver a darla,
sino, simplemente, dar la razón de ser, libremente. Aquí caben dos posibilidades: que el
hombre en todo lo que haga o deje de hacer se apoye en una razón suficiente ya establecida o
sea él mismo quien se la de.
Pero Holzapfel (2003) nos entrega otra posibilidad. La posibilidad de suspender la
razón, en ciertas experiencias de nuestra vida (experiencias que llama radicales), en este
último estadio. Nos cuenta, a modo de ejemplo, que Heidegger habría encontrado, ya, en el
estadio ontológico, esta posibilidad, cuando ve en Dios el fundamento sin fundamento (este
“abismo del ser”), es decir que él sea, el que fundamente, de una razón inicial, a todas las
cosas, pero él mismo no tenga un fundamento o razón suficiente, anterior, para ser. Sea la
causa, sin causa. Fundamento sin fundamento. Sea la suspensión misma de la razón. Así como
es posible, entonces, la suspensión de razón en el estadio ontológico, también, el autor nos
invita a reflexionar sobre la posibilidad de ésta, en el estadio existencial. Lo sorprendente, es
que al contrario de lo que pudiésemos pensar, esta posibilidad, que pudiera parecer tan
compleja de imaginar, cabe en experiencias tan simples (y, podríamos decir hasta, tan
“profanas”, para el hombre arcaico), como cotidianas. Nos dice:
En el juego, en la fiesta, en el arte, en la mística, pero también, como veremos,
en experiencias tan llanas y simples como el sentarnos sobre una roca en la cima
de una montaña y entregarnos a la contemplación del paisaje, vale decir en todas
aquellas experiencias en las que lo Otro –el ser, Dios, la naturaleza, o una cosa
particular como un río, la belleza de una mujer, el paisaje- se apodera de mí.
(Holzapfel, 2003, p.12) [Cursivas y negritas añadidas]
Y nos damos cuenta que experiencias como, por ejemplo, crear, jugar y amar no
tienen un por qué, ni una razón de ser, sólo son. No cabe en ellas ni la lógica ni el cálculo.
Cristóbal Holzapfel nos cuenta que Heidegger decía, a partir del aforismo 52 de Heráclito que
habla de un niño-rey que juega, y que en tanto lo hace crea al mismo tiempo al mundo: “él
juega, porque juega y el jugar es sin por qué” y si recordamos que para él el “Abismo del ser”
constituía una suspensión del Principio de Razón Suficiente en el estadio ontológico,
podríamos decir, que es, porque, para él, Dios era un jugador, por lo tanto no cabía en él ni la
razón, ni el cálculo.

8
Tal vez sea más fácil, comprender esto, si nos proponemos hacer el ejercicio de mirar
a un niño mientras juega, pero teniendo el cuidado de no pensar que lo que observemos no
pueda quedar para nosotros también. Es sólo que el niño está menos influenciado por razones
suficientes, está recién conociendo el mundo y conociéndose. Observémoslo jugar. Nos
haríamos la pregunta: ¿Por qué juega? o ¿preferiríamos, tal vez, simplemente, quedarnos en
silencio, contemplándolo? O una sonrisa. Cuando alguien nos regala una sonrisa sincera.
Ciertamente nos podríamos preguntar cuáles son las razones para que tal o cual persona nos
sonría o si, realmente, sea una sonrisa sincera, pero quisiera que, solamente, nos
concentráramos en el breve instante de la sonrisa, acaso ¿no quisiéramos que fuese eterno?
Yo siento que sí. Yo siento que desearíamos entregarnos a esa contemplación. Pero ¿Por qué?
Así como necesitamos sentirnos seguros, de la misma forma necesitamos de esas
experiencias radicales para vivir. De hecho, las inseguridades y miedos tienen siempre una
causa, una razón para ser, por tanto, al ser estas experiencias, experiencias en que la razón
queda suspendida, no hay, razón alguna, para sentir miedo y/o inseguridad.

 ¿Cuál es el sentido de todo esto?

Mejor es tal vez que me vuelva a ese valle,


A esa roca que me sirvió de hogar,
Y empiece a grabar de nuevo,
De atrás para adelante grabar
El mundo al revés,
Pero no: la vida no tiene sentido.
(Nicanor Parra, “Soliloquio del Individuo” en Poemas y Antipoemas)

Me he dedicado, hasta ahora, a presentar, en primer lugar, al hombre moderno, como


un hombre que ha tenido que vivir una vida muy agitada (corriendo tras el monstruo), por y
para lo cual se ha provisto de numerosas y aburridas rutinas, con la intención de establecer
cierto orden. De ahí que, algunos de estos hombres, sean hombres de pasos cortos y rápidos,
muy inseguros y, a veces, hasta apáticos. Apáticos, porque, verdaderamente, envidian al
hombre arcaico de que éste sí pueda darle un sentido a su vida. Apáticos, porque les parece
absurdo que exista, todavía, algún indicio de alguna sustancia trascendente en las
cosas/objetos que le rodean, porque por más que contemple con la mayor disposición su
computador, su auto, su microondas, su casa, su máquina de afeitar, su televisor, ninguna de

9
esas cosas, le devuelve la mirada con la profundidad que él, sí pudiera entregarles. Los
objetos, para el hombre arcaico, nos contaba Mircea Eliade (1972/1994), no tenían un
carácter autónomo, sino que participaban en una realidad sacra. Los objetos poseían una
fuerza extraña, que podía provenir de su forma o sustancia, que les confería un sentido y un
valor. Pero, a esta altura, al parecer, ya hemos des-sacralizado todo. De ahí que sintamos,
todavía, más miedo que antes de nuestro rededor y nos sintamos, incluso, amenazados y, por
lo mismo, más indefensos ante él. Quizá el siguiente extracto de un poema, o, más bien, un
antipoema de Nicanor Parra, ilustre este ánimo:

Ustedes se peinan, es cierto, ustedes andan a pie por los jardines,


Debajo de la piel ustedes tienen otra piel,
Ustedes poseen un séptimo sentido
Que les permite entrar y salir automáticamente.
Pero yo soy un niño que llama a su madre detrás de las rocas,
Soy un peregrino que hace saltar las piedras a la altura de su nariz,
Un árbol que pide a gritos se le cubra de hojas.
(Nicanor Parra, “El Peregrino” en Poemas y Antipoemas)

Pero, también, en este ensayo, he presentado la proposición de Cristóbal Holzapfel


(2003) que tiene que ver con la posibilidad de suspensión de la razón, como una suerte de vía
de escape a esta realidad des-sacralizada en la que vivimos y como conexión con un Otro, a
través de situaciones/experiencias radicales. Y… ¿Cuál es el sentido de todo esto?
Me basaré en una teoría del sentido que pertenece a Wilhem Weischedel y que se nos
presenta en “Crítica de la razón lúdica”. Fundamentalmente, sugiere la idea del sentido como
una “cadena de sentidos”, en lo que lo universal le va dando sentido a lo particular, esto es:
hago esto, porque aquello, y hago aquello porque lo de más allá, y así sucesivamente. Un
sentido se entrelaza con otros sentidos. Todo va obteniendo un sentido más allá, que nos
acerca hacia “(…) un “desde dónde” (Vonwoher) todo tendría como podría no tener sentido.”
(Holzapfel, 2003, p.18).
Este “desde dónde”, este sentido de orden mayor, podría ser ese Otro, del que hemos
venido hablando. Porque de alguna forma está ahí, detrás de nosotros, o en frente, pero
invisiblemente, seduciéndonos. Y lo sabemos, porque, precisamente, lo sentimos, de alguna
forma, en esas experiencias radicales que se presentan como “fuentes dispensadores de

10
sentido”. Y, ya que, buscamos, ansiosamente, ese sentido, entonces, Holzapfel (2003) nos
dice, que cuando lo encontramos, nos nutre.
Pero, quisiera rescatar una reflexión de Jean Paul Sartre también. Él nos dice: “La vida, a
priori, no tiene sentido. Antes de que ustedes vivan, la vida no es nada; les corresponde a
ustedes darle un sentido.” 5.
Si se quisiera hacer una síntesis de estas dos concepciones acerca del sentido, podría
decirse que, esto nos invita a pensar, que ese Otro, que buscamos, y que, de alguna forma, es
omnipresente y nos invita a encontrarnos con él, puede no ser, hasta que haya sido, efectiva y
previamente, des-cubierto por nosotros. O sea que, tal vez, seamos nosotros quienes creemos
lo Otro, el Sentido. Porque le damos vida. Y crear, es, precisamente, una de las experiencias,
que podríamos catalogar como experiencia radical.
Quiero decir con esto que, a través de una experiencia radical conseguimos conectarnos y
entregarnos al Otro, pero, al mismo tiempo, lo Otro se conecta con nosotros. Nosotros
necesitamos de lo Otro, para nutrirnos, y lo Otro necesita de nosotros, para nutrirse. Y la idea
de mutua entrega y relación pasional, se haría, entonces, también posible para el hombre
moderno. Bastante más limitada, por cierto, pero posible al fin.

 Déjate seducir…

Ya se ha señalado que, el sentirse aprisionado por el miedo es una característica común en


el hombre moderno. Revisaremos ahora, pues, otra faceta de este fenómeno, faceta que
conduce al hombre a la búsqueda de conocimiento.
El aforismo 355 de “La gaya ciencia” de Federico Nietzsche, tiene por título: “Sobre el
origen de nuestra noción de “conocimiento” ”. Aquí, de forma muy breve, hace una
reflexión acerca del por qué de la búsqueda de conocimiento6. Y llega a la conclusión de que
“(…) lo conocido quiere decir aquello a lo que estamos acostumbrados hasta el punto de que
ya no nos sorprende (…)” (1995, p.231) [Cursivas añadidas]. Esto es, lo conocido es aquello
que ya no nos intranquiliza, no nos asusta. Buscamos conocimiento, entonces, porque
sentimos miedo. Hay algo más. Dice, también, que distinto a lo que comúnmente se ha
pensado (“¡Error de los errores!” expresa él): “Lo conocido es lo acostumbrado y lo
acostumbrado es lo más difícil de “conocer” (…)” (p.231) [Cursivas añadidas]

5
Acevedo Guerra, Jorge. Cristóbal Holzapfel, A la búsqueda del sentido. Rev. filos. [online]. 2006.
6
Para no crear confusión, aclaro que, se habla de esta búsqueda de conocimiento por parte del hombre actual o
moderno.

11
Eugenio Trías en su “Tratado de la pasión” (1979), nos invita a encontrar en el fenómeno
amor-pasión, la fuente primera de todo conocimiento, en contraposición a la idea de que ésta
sea la Razón. Ilustra el caso del enamoramiento, dice:
(…) si el enamorado se fija en la flor, si fija su atención en la flor, es
obviamente para encontrar en ella alusiones simbólicas del ser amado. La
pregunta es si en esas condiciones se empobrece la atención, o por el contrario,
se ensancha y enriquece.(…) Pues podríamos decir con todo el derecho:
“gracias a que esa flor evoca en el alma del enamorado la imagen o idea del ser
amado puede reparar en la flor; y a posteriori, por qué no, fijarse en ella,
contemplarla, incluso diseccionarla…”(…) (p.36) [Cursivas añadidas]
El enamorado es, entonces, un sujeto que se deja dominar, apoderar, se “deja hacer” por la
totalidad de cosas que dan vida a su realidad, con la sola condición de que ésta evoque el
recuerdo del amado. Así, en este momento se produce, tanto un acto de conocimiento de ese
sujeto amado como también de conocimiento de su propia realidad, un conocimiento
introspectivo y uno externo.
Esta experiencia, que Holzapfel (2003) llamaría radical (amar), no la experimentan, sin
embargo, según Trías (1979), dos, sino tres. Esto, porque se conforma una triangulación
compleja e inconsciente:
Más allá del espejo hay, pues, la mirada del otro y la mirada implícita de Otro
que mira esa recíproca mirada, fundando una nueva serie de reciprocidades
encadenadas. Yo le veo a ella, veo que me está mirando, pero veo también a
Otro que la mira, cuya mirada ella también mira, veo, en fin, que él mira mi
mirada, su mirada (de ella) en mi mirada. (p.138)
Podríamos tomar entonces, a propósito de la reflexión que realiza Eugenio Trías, el amar
como un ejemplo de experiencia radical, que nos ofrece, al mismo tiempo que conectarnos
con un Otro trascendente, el poder conocer nuestro mundo exterior (esa realidad con la que
estamos acostumbrados a convivir y a la que muchas veces no le encontramos sentido) y a
nosotros mismos, incluso. Todo esto, siempre y cuando, no caigamos en lo que Cristóbal
Holzapfel (2003) llama miedo a la seducción, miedo a seducir y ser seducidos por el Otro.

12
 Maslow y la pirámide de las necesidades

El psicólogo Abraham Maslow propone en 1943 una teoría sobre motivación humana,
para la cual crea una pirámide ordenando las necesidades del hombre en cinco categorías en
orden ascendente. Así, en la base nos encontramos con las necesidades fisiológicas básicas
(beber, comer, dormir, descansar, respirar, entre otras); luego las necesidades asociadas con la
búsqueda de seguridad; en el tercer nivel, las necesidades de amor y de pertenencia; en el
cuarto de estima y necesidad de ego; y en la cúspide las necesidades del ser y autoestima.
Mientras que las cuatro primeras pueden ser absolutamente satisfechas (a excepción de vernos
enfrentados a una situación extra-ordinaria, como un accidente, etc.), la última es una fuerza
impelente continua, es decir, su necesidad es creciente e ilimitada.
La idea fundamental de esta jerarquía tiene que ver con que las necesidades altas ocuparán
nuestra atención, sólo cuando hayamos satisfecho las necesidades que están por debajo. Esto
es, si tengo sed y me siento sólo y me hacen elegir entre un vaso de agua o un amigo, tenderé
a saciar en primer lugar mi sed para poder sobrevivir.
Esto pone obstáculo a la idea de que todos podamos, en cualquier circunstancia, poner
atención a experiencias del tipo radicales (necesidad del ser) por ejemplo, porque esto supone
haber satisfecho, según Maslow, todas las necesidades anteriores, y claramente, los hombres,
no estamos en igualdad de condiciones cuando se trata de satisfacer necesidades. Recordemos
que es precisamente por el hecho de querer ir satisfaciendo cada vez más nuestras
necesidades, que competimos y buscamos Progreso, un progreso material, pero, también
espiritual, que le de un sentido a nuestra vida.
Tal vez, esta teoría pueda ser un tanto radical, pero, sin duda, pone al descubierto una idea
muy importante que es la de evidenciar que el hombre ve limitada la posibilidad de su
autorrealización y autoconocimiento, porque las sociedades en las que vivimos, son
sociedades, en términos sociológicos, de alta diferenciación social, que no permiten saciar de
forma igualitaria nuestras necesidades.
Por último, dejar a reflexión que en tanto la sociedad moderna se vaya complejizando
cada vez más, y la tecnologización y el consumo vaya aumentando sin control, nuestras
necesidades de orden material irán aumentando hasta tender al infinito, haciendo que cada vez
más tengamos menos tiempo para detenernos a pensar sobre el sentido de todo aquello.

13
 Conclusiones

El objetivo de este ensayo monográfico era poner de manifiesto las siguientes ideas:

• Que en una primera instancia el hombre moderno parece en desventaja frente al


hombre sacro o arcaico en lo que se refiere a poder darle un sentido a su existencia,
pues, a diferencia del último, el primero parece no darse el tiempo para establecer
relaciones pasionales con los elementos que rodean su existencia, dado el contexto
histórico-social en el que se encuentra inserto (una Sociedad del Riesgo, una sociedad
desacralizada).
• Que la rutina, no necesariamente deba tomar una connotación negativa, sin embargo,
es síntoma y reflejo de una sociedad que se mueve rápidamente, y que, en tanto corre,
va dejando atrás, olvida, más bien, hacia dónde se dirige.
• Que a pesar de verse, el hombre moderno, influido por un sinnúmero de razones
suficientes para cada momento de su vida, cabe la posibilidad, a propósito de una
suspensión de razón en el estadio existencial a través de una experiencia radical, de
“dejarse hacer”, de dejarse seducir por un Otro, y, de esta manera, formar parte de una
relación que puede ser un primer encuentro con un algo que le sentido a nuestra vida.
• Que esta búsqueda de sentido parece estar íntimamente relacionada con un afán, un
ansia, de conocer tanto nuestro mundo interior, como nuestra realidad más próxima y
más acostumbrada, a propósito de una característica muy común del hombre, su
miedo a lo desconocido.
• Por último, que lamentablemente, y además de vernos limitados ya por nuestra razón
que nos obliga a seguir un estilo de vida poco reflexivo y monótono, son también
nuestras condiciones y posiciones dentro de las estructuras sociales de nuestras
sociedades modernas, a final de cuentas, las que nos ponen más obstáculos para dar
inicio a este camino hacia la reflexión.

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