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medio ambiente
y cultura
Aportaciones a la antropología de la muerte
ISBN 970-32-4180-8
INTRODUCCIÓN .................................................................................................................................. 9
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Esperamos que la presente obra sirva para estimular el desarrollo de estas líneas de
investigación que prometen proporcionar en los próximos años no sólo mejores datos
sobre la biología y la cultura de las poblaciones humanas del pasado, sino nuevas
propuestas teóricas que enriquezcan el campo de la antropología de la muerte con una
visión integral que cada día demuestra ser la mejor vía para el conocimiento de la
diversidad histórica del ser humano.
La muerte orgánica constituye un fenómeno biológico que forma parte del proceso vital
de todos los seres vivos; como tal, ocurre de maneras concretas y claramente
determinadas por las propiedades físicas y químicas de cada especie. Además, las
condiciones de vida de cada ser y el entorno específico en el que se da la suspensión de
los procesos fisiológicos condiciona de manera importante la forma particular en la que
el proceso de degradación corporal ha de suceder.
En el caso de los seres humanos, el acontecimiento biológico de la muerte ocurre
dentro de un ámbito marcado por la percepción consciente del proceso, tanto por parte
del sujeto en agonía como por otros seres humanos con los que se encuentra asociado
por una compleja red de relaciones sociales. Esta percepción consciente ocasiona que
este fenómeno impacte ampliamente en las formas culturales de todos los grupos
humanos, así como en la naturaleza fundamental de las estructuras sociales que
componen cualquier sociedad concreta.
Sin embargo, la universalidad del impacto de la muerte contrasta con la enorme
diversidad de respuestas que este fenómeno puede provocar en cada sociedad en
particular; esta diversidad ha llamado siempre la atención de los antropólogos que se
interrogan acerca de las causas de las distintas reacciones, buscando motivaciones
particulares y creando, de paso, uno de los campos más amplios de la investigación
cultural que ha llegado a conocerse como antropología de la muerte.
Si bien el fenómeno de la finitud de la vida provoca reacciones emocionales y
conductuales en todos los seres humanos esto puede atribuirse al hecho innegable de la
unidad psíquica de la especie, necesitamos profundizar mucho más en los procesos bio-
sociales y sus componentes para entender con claridad las causas que condicionan la
infinitud de reacciones individuales, culturales y sociales que suelen ser producidas por
las sociedades a lo largo del tiempo y el espacio.1 1
1 La mayoría de los trabajos que consideran que las prácticas mortuorias son un reflejo de la vida social omiten
el problema de contrastar esta hipótesis inicial y suelen presentar modelos demasiado simplificados de lo
que es la organización social.
Por lo pronto, esta diversidad nos obliga a abandonar los modelos psicologi- zantes
de muchos antropólogos de la muerte, puesto que los mismos pretenden reducir la gran
variabilidad de respuestas a una cuantas estructuras mentales que, o bien no explican
nada, como las que recurren a una supuesta “naturaleza humana” que puede ser definida
de cualquier forma (o de ninguna) sin explicar claramente el sustento material de
semejante entidad, o bien se apoyan en modelos derivados de la teoría freudiana en los
que el tema central del Complejo de Edipo se explica por la ocurrencia real de una
supuesta rivalidad intergeneracional, como en el caso de las explicaciones sobre el
canibalismo, en las que el hambre de otros seres humanos refleja el conflicto por la
negativa al acceso de las mujeres para los hombres jóvenes. Así, el consumo de carne
humana expresa la complejidad de las relaciones amor-odio entre componentes por
género y edad de los grupos sociales.
Estos modelos fallan precisamente porque no son capaces de explicar por qué
razones encontramos tantas respuestas psicológicas contradictorias respecto al
fenómeno estudiado. Así, cada grupo social ha creado una estructura simbólica en
relación con el canibalismo cuya apreciación o rechazo del mismo es inexplicable desde
el modelo básico del Complejo de Edipo, puesto que las causas parecen descansar más en
meros acontecimientos históricos e incluso en el azar; además, dentro de cada sociedad
los individuos también reaccionan de maneras distintas, sin que esto dependa de la
naturaleza de las relaciones madre-padre-hijo que se establezcan. Los modelos
freaudianos fallan precisamente porque no existen estas estructuras inconscientes
universales que conformen el pensamiento humano.
El hecho de que se rechacen las explicaciones psicologizantes de la percepción de
la muerte no significa que se rechacen los componentes psicológicos de estas respuestas.
Sin duda, existe una reacción emocional y una racionalización de la muerte por parte de
los individuos, y estas reacciones influyen definitivamente sobre las construcciones
sociales y culturales que manejan la muerte como parte básica de su funcionamiento. Se
han realizado importantes acercamientos al estudio del impacto de las reacciones
psicológicas ante la muerte en la conformación de los sistemas culturales, como el caso
de la obra de Pegy Reeves Sanday (1987) sobre las diferentes interpretaciones del
canibalismo en la construcción de sistemas culturales en todo el mundo. Esta autora
establece que los distintos componentes del complejo simbólico del sacrificio-muerte-
canibalismo constituyen útiles metáforas que los sistemas sociales utilizan para
comunicar acerca de lo que es propio y ajeno, la otredad y la mismisidad, y las distintas
clases de relaciones que se pueden establecer entre estas categorías. La concepción de la
muerte y el canibalismo no es central en ninguna sociedad, pero todas la usan de manera
directa para ordenar el mundo en entidades asimilables, “domesticar lo desconocido” en
categorías que permiten integrar lo propio y lo ajeno, cuando es posible, y rechazarlo en
tanto se pone en peligro la integridad del sistema social. Las concepciones de la muerte
no emergen de los estados psíquicos, sino que se aprovechan de los mismos para
construir comunicaciones subsecuentes y mantener el funcionamiento de los sistemas
sociales.
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Por otra parte, se han realizado importantes trabajos que pretenden explicar la
actualidad de distintas prácticas y concepciones ante la muerte con base en el desarrollo
de las sociedades en medios ambientes característicos, estableciendo un determinismo
ambiental tan parcial como el de las teorías psicologizantes. La idea es que diferentes
condiciones ambientales pueden motivar distintos tipos de creencias, como el modelo
tradicional que proponía que las religiones monoteístas serían un resultado de la vida en
ambientes desérticos, al igual que la concepción del santo como ermitaño del desierto y
el más allá como lugar de abundancia y humedad. Aunque estos modelos han sido
ampliamente desprestigiados (cfr. Le Goff 1999: 25), todavía es común encontrar gente
que piensa que las principales religiones monoteístas (judaismo, cristianismo e
islamismo) son el producto de una vida difícil y esforzada en el desierto, mientras que
las religiones politeístas y basadas en la idea de la reencarnación son el producto de una
vida cómoda y pasiva en las fértiles zonas tropicales. Además de la inexactitud histórica
de esta clase de explicaciones, es evidente el desconocimiento de los ecosistemas
mundiales por la gente que propone estos modelos, los cuales han sido ampliamente
usados para justificar ideológicamente la intervención “misionera” (unida a la política,
económica y militar) de los países donde se practica el monoteísmo sobre otras áreas del
mundo.
Existen otros enfoques en los que la interacción con el medio ambiente puede
orientar e incluso determinar la concepción de la muerte de una sociedad; en ellos, la
forma de organización de la subsistencia puede servir como modelo para interpretar el
más allá. Así, la dependencia de los pueblos agricultores de Mesoa- mérica de la
regularidad del ciclo anual sirvió a la gente del altiplano para establecer la metáfora del
alma humana como una semilla que debía volver a la tierra para que la vida social
pudiera continuar; la existencia del ciclo siembra-crecimiento- cosecha sería el origen
de la idea de que las almas se encuentran en el inframundo, florecen en esta vida y a la
muerte deben volver bajo la tierra para esperar un nuevo ciclo vital (López Austin
1996:9-12). Parece, en todo caso, que es más adecuado entender la concepción del
cuerpo, la vida y la muerte del pensamiento mesoamericano como un producto del
desarrollo económico ligado a la agricultura como forma básica de subsistencia,
independientemente de las condiciones ambientales en que esta tecno-economía se
desarrolle.
Sin duda, estas aproximaciones nos dan una gran fuente de información sobre la
relación de las creencias sobre la muerte y las formas de subsistencia de los grupos
humanos, aunque todavía debemos explorar muchos otros ámbitos de la vida social y su
impacto en la estructuración de la escatología de las distintas culturas; además, debemos
acercarnos a otras implicaciones sociales de la muerte que han sido ampliamente
descuidadas, como más adelante se intentará desarrollar.
La explotación del ambiente como fuente de explicaciones sobre distintas
concepciones ante la muerte también ha sido utilizada por autores materialistas,
principalmente en el caso del antropólogo norteamericano Marvin Harris, quien
propone que los principales cambios en la organización económica y política de
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las sociedades humanas se pueden explicar por la tendencia de cada modo de producción
a sobre explotar el medio ambiente (Harris 2000); la prácticas mortuorias evolucionan
de acuerdo con los cambios que se produzcan en la organización social. En el modelo de
Harris, la concepción de la muerte en batalla o en el sacrificio humano como la única
forma digna de morir del hombre, propia del pensamiento azteca, es un producto de la
violencia generada por la escasez de recursos; mientras que el aprecio por el consumo de
carne humana por las elites y el pueblo se justificaría por la carencia crónica de proteínas
animales en la dieta mesoamericana, debida, a su vez, a que los primeros cazadores-
recolectores del continente americano habrían provocado una extinción masiva de los
grandes mamíferos, dejando a sus descendientes con un territorio depauperado. De este
modo, aunque el canibalismo no sería la solución para la carencia de proteínas del
pueblo, la promesa de un festín de nutritiva carne humana serviría como estímulo para
que los guerreros se esforzaran más en la batalla.
El modelo de Harris falla puesto que las investigaciones arqueológicas han
demostrado que la fauna mesoamericana siguió siendo abundante y con la capacidad de
proveer proteínas y grasas a la población humana; cuando se observan problemas
alimenticios en las colecciones esqueléticas de Mesoamérica, la explicación suele ser la
desigualdad en la distribución de los recursos o la formación de crisis ambientales
episódicas. Por otra parte, en Teotihuacan, donde se han encontrado buenas evidencias
de canibalismo, éste se observa en una población bien alimentada, los restos humanos se
acompañan de abundante y variada fauna, y la práctica caníbal se observa en pequeña
escala en un barrio de artesanos (La Ven tilla),2 no de militares, en un contexto en que
difícilmente podría considerarse un estímulo alimenticio importante. Por otro lado, todo
parece indicar que, efectivamente, las concepciones sobre la muerte en batalla y en el
sacrificio en las culturas mesoamericanas fueron usadas como argumentos ideológicos
por los estados para mantener el control sobre amplios sectores de la población. La
explicación del desarrollo del pensamiento sobre la muerte en Mesoamérica gira,
entonces, en torno al desarrollo de las clases sociales y los Estados y no en torno a
problemas ambientales o fisiológicos.
La anterior discusión nos remite al hecho de que es necesario entender el desarrollo
de las creencias sobre la vida y la muerte en cualquier pueblo como parte de sistemas
biológicos, psíquicos y sociales más amplios que responden al desarrollo histórico de
organizaciones bio-sociales concretas (Terrazas 1992; 2001: 78); se trata del hecho de
que las creencias sobre la muerte y su expresión en las prácticas mortuorias concretas
son el producto del acoplamiento estructural de los componentes biológicos, psíquicos
y sociales en una profunda co-evolución entre ellas y con su entorno, de acuerdo con la
manera concreta como se han producido las particularidades de su propia historia. Sólo
así puede integrarse cualquier modelo en antropología de la muerte con otros aspectos,
tanto biológicos como sociales, como las influencias de otros grupos humanos, las
motivaciones psicológicas o el impacto del ambiente.
2 Terrazas, en preparación.
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A partir de estas reflexiones se ha elaborado una propuesta para caracterizar los
procesos que se expresan a través de las llamadas prácticas mortuorias, como un primer
paso hacia un estudio integral de la antropología de la muerte a través de los datos
generados por la arqueología y la antropología física.
Sin duda, una de las fuentes más ricas e importantes de que disponemos para conocer las
estructuras sociales ligadas al pensamiento sobre la muerte lo constituye el estudio de los
enterramientos humanos que suelen encontrarse en los sitios arqueológicos. En la
mayoría de los casos, se trata de hallazgos realizados durante la liberación de estructuras
arqueológicas, pero también es muy común que se lleven al cabo excavaciones
sistemáticas con el objetivo central de obtener colecciones representativas de
enterramientos, que incluyen los restos físicos de los antiguos habitantes de los sitios
estudiados, los objetos que se encuentran asociados con los mismos y los datos que pueda
proporcionar el contexto. Este tipo de trabajos suelen considerarse bajo el término de
“arqueología de la muerte” y en general se han desarrollado varias propuestas teóricas y
metodológicas que tratan de abordar los problemas concretos de generación de la
información y de su interpretación, que la hacen distinta de otros aspectos de la
arqueología, como la excavación de espacios arquitectónicos y talleres.
A continuación presento una revisión de los principales factores teóricos y
metodológicos que deben considerarse mínimamente para el estudio de las prácticas
mortuorias en contextos arqueológicos. Estas reflexiones parten de un enfoque basado
en el estudio de los procesos tafonómicos presentes en los contextos mortuorios, así como
de la consideración de la diversidad de las prácticas culturales que pueden incidir en las
condiciones de deposición final de los restos humanos.
Clima y ambiente
Factores bióticos
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truir rápidamente al cadáver. Cuando estos comportamientos son observados por los
grupos humanos, suelen hacerlos reaccionar tratando de influir en el proceso, en algunos
casos retiran del alcance de los carroñeros el cuerpo, como en nuestra propia sociedad,
o bien facilitan el acceso al cadáver, como en algunos grupos tradicionales del Tíbet o
del desierto de Kalahari.
Todos los factores arriba descritos constituyen procesos tafonómicos que pueden
ser observados, por sus efectos en el cadáver,3 por cada organización bio-social,
motivando el desarrollo de prácticas mortuorias que influyen en el destino final del
cuerpo. Aunque casi siempre se hace hincapié en los aspectos rituales de las prácticas
mortuorias, la motivación para estas reacciones puede ser de tipo profiláctico, socio-
económico o simbólico-religioso.
Condiciones biológicas
3 En general, estos factores pueden ser conocidos por medio de análisis tafonómicos que ayudan en la
reconstrucción del medio en que ocurrió la deposición del cuerpo (p. ej. Lymann 1994; Behrensmeyer
y Dechant 1988; Schiffer 1990, 1991a y 1991b).
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embargo, es muy posible que estos enterramientos correspondan a periodos de
crecimiento poblacional. Si en una población de 100 habitantes la mortandad anual
promedio es del 10%, se producirán solo diez enterramientos por año; pero cuando
crezca a 1 000 habitantes, el mismo promedio de mortandad producirá 100
enterramientos; si este proceso ocurre rápidamente, dará la impresión, en el contexto
arqueológico, de que repentinamente aparece una gran cantidad de muertes, fuera de lo
“normal”. Esta es la conocida “paradoja osteológica”, que ha sido bien documentada,
aunque muchos arqueólogos y antropólogos físicos no se han enterado.
• Estructura de la población. Se combina con su tamaño, haciendo más complejo el
problema de la determinación de sus distintos componentes. Así, la forma de la pirámide
demográfica puede darnos una idea de la valoración que una organización bio-social
tendrá de cada individuo de acuerdo con su pertenencia a un grupo de edad y género
determinados.
Cuando algún acontecimiento concreto provoca una constricción en algún punto
de la pirámide de población suele suponerse una reacción en la valoración de ese grupo
en particular. Por ejemplo, en una población numerosa, en pleno crecimiento
demográfico, con una base amplia y simétrica en su pirámide, puede esperarse que la
organización bio-social soporte con relativa facilidad una tasa elevada de mortandad
infantil; mientras que en el caso de una pirámide estrechada en su base se puede suponer
una alta sensibilidad a la mortandad infantil, sobre todo si se produce muy rápidamente,
en lo que podría denominarse un “síndrome de flautista de Elamelin”.
• Tasa de natalidad. En relación con el último ejemplo, la tasa de natalidad tiene un
gran peso en la percepción que una organización bio-social pueda desarrollar sobre la
muerte, debido al peso que esta variable tiene en la capacidad de renovación de la fuerza
de trabajo y de reproducción de la organización familiar.
Otro motivo de la relevancia de la tasa de natalidad es que la misma se relaciona
con la capacidad de los individuos y de la sociedad de invertir suficiente energía en el
proceso de gestación y mantenimiento de los infantes. En general, parece que se lamenta
más la muerte de un niño o niña en sociedades con mayor desarrollo económico, que
favorece la expectativa de vida al nacer porque se realiza una gran inversión energética
e institucional en cada crío; mientras que en sociedades con grandes problemas
económicos y/o sociales la muerte de perinatales apenas implica una gran pérdida en
vista de que la inversión energética habría sido todavía la mínima permisible, al tiempo
que la muerte de niños o niñas mayores implica un gran fracaso debido a que la inversión
realizada en su crianza ha sido mayor, además de la frustración de la expectativa de
obtener una ayuda pronta en la producción, mediante la incorporación de los infantes
en el proceso de trabajo doméstico o laboral.
• Tasa de mortandad. Éste es el factor que posiblemente influya más directamente
en la conformación de diferentes prácticas mortuorias en una organización bio-social.
Los distintos componentes de la pirámide demográfica suelen verse
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alterados por las frecuencias particulares de mortandad por edad y sexo; es común que
exista una elevada mortandad en los segmentos bajos de la pirámide demográfica, la
muerte perinatal e infantil es relativamente común en poblaciones en alto crecimiento
demográfico. La expectativa de vida de los sujetos suele aumentar con el paso de los años.
Este fenómeno ayuda a que se desarrollen creencias y prácticas mortuorias específicas de
los infantiles y los adultos.
Por otra parte, la expectativa de vida puede variar ampliamente de una población a
otra, desde un promedio de edad al morir de unos cuarenta años hasta las esperanzas de
vida de más de 70 años; esta condición estimula diferentes respuestas ante la valoración
de los ancianos en distintas organizaciones bio-sociales; en grupos pequeños con bajas
expectativas de una vida larga, los ancianos son pocos y su estatus como guardianes de la
experiencia del grupo es importante para su supervivencia, además de la ayuda que
prestan en el cuidado de la descendencia una vez concluido su propio ciclo de actividad
reproductiva (cfr. Diamond 1993: 122- 136). Por otro lado, en las sociedades donde los
cuidados médicos y sociales han permitido que mucha más gente alcance edades
avanzadas, en condiciones de crecimiento demográfico y hacinamiento urbano, los
ancianos son poco valorados y es común que pasen en el abandono los últimos años de
su vida. Estas diferencias extremas se pueden manifestar en la forma en que una
organización bio-social concreta dispone de sus muertos en términos de la energía
dedicada a cada uno, dependiendo de su posición en la pirámide demográfica al
momento del deceso.
• Tasa de morbilidad. Está íntimamente relacionada con la variable anterior y se
refiere a las principales causas de muerte probable dentro de una organización bio-social.
Los procesos de salud-enfermedad propios de un grupo humano determinado influyen
grandemente en la forma de disponer de sus muertos, así como en Ta valoración que se
hace de la persona en el momento del deceso.
En parte, los tratamientos mortuorios tienen una finalidad profiláctica, se trata de
evitar que el cadáver perjudique a los vivos, ya sea por la transmisión de enfermedades
o por alguna otra interpretación del “contagio de la muerte” (cfr. Barley 2000: 19, 44,
232); los muertos de la peste son enterrados sumariamente en fosas comunes con cal viva
o fuego, el muerto por brujería debe recibir un tratamiento muy especial para que no
regrese a hacer daño.
Es sabido que los aztecas clasificaban las formas de morir de acuerdo con un sistema
de valores en el que el guerrero y la mujer muerta en el parto recibían los mayores
honores, puesto que iban a residir a la morada del sol; mientras que los muertos por
causas “húmedas” llegaban al Tolla, el paraíso de Tláloc, relacionado con la fertilidad de
la tierra. Los muertos comunes acababan en el Mictlán, una casa sin puertas ni ventanas.
Esta clasificación basada en la forma de morir, que incluye la violencia y el sacrificio,
tanto como las enfermedades y los accidentes, tenía serias implicaciones en la forma de
disponer del cuerpo; los muertos de Tláloc eran enterrados, en tanto que lo deseable era
que el guerrero y el muerto “común” fueran incinerados en una hoguera. Se trata de
diferencias que en principio serían observables en el registro arqueológico (López Austin
1996).
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• Procesos de mestizaje y migraciones. Los grandes desplazamientos de gente de una
población a otra por diversos territorios puede modificar de manera notable los patrones
de las costumbres mortuorias en general de dos maneras distintas. Por una parte, los
cambios bruscos en la pirámide demográfica pueden modificar la valoración de los
distintos grupos de edad y género; el aumento o disminución acelerado de la población
suelen generar procesos de violencia endémica. Por otra parte, la gente viaja junto con
sus sistemas de creencias e instituciones propias; la llegada de gente extraña a una región
puede implicar el desarrollo de sus prácticas ancestrales en el seno de la organización
bio-social receptora, y con el tiempo las costumbres se entremezclan y las prácticas
mortuorias se combinan de maneras originales. Este puede ser el caso del famoso barrio
de los comerciantes en la ciudad de Teotihuacan (cfir Spence 1994).
Condiciones sociales
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fetos, infantes y niños; (b) el cuidado y tratamiento de las niñas y mujeres (y en cierta
medida en niños y hombres); (c) frecuencia de la lactancia y la crianza y (d) frecuencia
del coito (Harris y Rose 1987: 5 y ss).
A pesar de la utilidad de las consideraciones de estos autores, hemos decidido
caracterizar los componentes del modo de reproducción de una manera algo distinta,
que pueda permitir establecer relaciones más claras con otros aspectos constitutivos de
las organizaciones bio-sociales, principalmente con el modo de producción económica.
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ducción, creando un conflicto real entre las prácticas ligadas a la producción y aquellas
relacionadas con la reproducción biológica.
Una de las formas de expresión más evidentes del mantenimiento de lazos de
acoplamiento y filiación, en cualquier organización bio-social, son las que se observan
en el desarrollo de las prácticas funerarias. El tratamiento dado a un muerto por los
miembros de su grupo social es una expresión del afecto concedido a la persona, pero se
trata también de la materialización de las relaciones sociales en que se integró el
individuo, en cuanto al grupo doméstico, el linaje, la clase social o cualquier otra forma
de organización concreta de un grupo determinado.
En relación con el modo de reproducción, las prácticas mortuorias ayudan a
comprender aspectos importantes de la composición de las unidades reproductivas y
domésticas, la tendencia a la endo o a la exogamia, a la mono o poligamia, a los patrones
de residencia de formación de parejas reproductivas. No se trata sólo del estudio de las
ofrendas que revelan la posición social del sujeto, sino de la comprensión de la realidad
biológica del individuo; la correlación entre diversidad y complejidad del tratamiento
funerario se complementa con el análisis de las condiciones generales de vida del sujeto.
Las relaciones biológicas se entienden por los rasgos biológicos compartidos o no con
otros sujetos, la apreciación social del género se relaciona directamente con el sexo
biológico del difunto y la posición de los individuos que murieron antes de alcanzar la
edad reproductiva (así como los ancianos que fallecieron después de finalizar su vida
fértil) nos habla de la organización amplia de la población, por encima del nivel del
demef en las relaciones entre todos los componentes de la población biológica y el
ecosistema. Por ejemplo, los niños pueden competir por una mayor atención nutricia
por parte de los padres, o se puede enseñar (obligar) a los hijos mayores a cuidar de los
menores, a cambio de la ración alimenticia suficiente. Los ancianos suelen ayudar en el
mantenimiento de la economía doméstica, aun cuando ya no participen directamente de
las relaciones sociales de producción también pueden cuidar de los nietos, ayudando a
garantizar el volumen de la fuerza de trabajo de la próximas generaciones.
En principio, estas características del modo de producción pueden ser inferidas a
partir del estudio cuidadoso de la diversidad interna y externa de las costumbres y
creencias funerarias de una organización bio-social concreta.
4 El concepto de deme se refiere sólo al total de individuos de diferentes sexos que pueden reproducirse
biológicamente en un momento determinado, lo cual excluye a los inmaduros, los ancianos, los infértiles
y aquellos sujetos que por otras causas se vean incapacitados para la reproducción; mientras que el
concepto de población sí incluye a todos. El concepto de deme se relaciona con la viabilidad genética del
grupo, en tanto que la población es más importante al estudiar el total de las relaciones que el grupo
humano establece con el ecosistema (Elderdge 1997).
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nacidos y a lo largo de su infancia. En la especie humana es común que ocurra la muerte
intrauterina del feto de manera espontánea hasta en un 25% de los embarazos, según
Harris y Rose (1987: 5); pero sin duda tanto estas muertes, generalmente consideradas
involuntarias o “naturales”, como los abortos y partos inducidos ocurren en un entorno
biológico y social que los determina, como el mantenimiento de niveles de pobreza
crónica, crisis ambientales, procesos de acelerado cambio social y otros.
Todos estos factores han hecho que las sociedades humanas busquen ejercer un
control sobre su tasa de natalidad y mortalidad, en ocasiones mediante el
establecimiento de políticas oficiales y en otros casos en contra de los preceptos
religiosos y civiles de los grupos en el poder. En la obra de Devereux (1967) se encuentra
una impresionante recopilación de casos etnográficos de todo el mundo en que se
documentan el aborto, parto inducido e infanticidio; también se intenta una explicación
de los estados anímicos y psicológicos que se relacionan con estas prácticas.
En general, se considera que la supervivencia de los individuos de mayor edad de
una población se relaciona con su utilidad y la percepción que el grupo tenga sobre su
valor; estas valoraciones se relacionan con las condiciones de vida, la posibilidad del
grupo de sostener a individuos que han agotado su vida productiva, posiblemente a
cambio de su experiencia y de la esperanza de los adultos jóvenes de que a su vez los
descendientes se encarguen de ellos durante su vejez, y posiblemente de la posibilidad
de que los ancianos ayuden en la crianza de los nietos. Este último criterio incluso se ha
considerado la causa más probable de la existencia de la vejez, mediante una selección
del parentesco en un modelo conocido como la “hipótesis de la abuela” (Diamond 1993:
122-136). Es interesante este aspecto puesto que plantea un posible ejemplo de selección
cultural sobre el acervo genético de los seres humanos.
Es sabido que cada organización bio-social desarrolla una valoración diferencial acerca
del género de los hijos. Estas preferencias también se relacionan con la cantidad de
vástagos que se considera deseable para una unidad doméstica, en términos de la
capacidad de manutención por parte de los adultos, así como de las expectativas en
cuanto a que en un futuro estos hijos e hijas ayuden a asegurar la continuidad del grupo,
además de la manutención de los padres al llegar a ancianos. Del mismo modo, el orden
de nacimiento de ios niños y niñas influye en sus posibilidades de supervivencia: en los
grupos donde la pertenencia al linaje se transmite por vía paterna y la propiedad de los
bienes personales y de producción no se hereda por primogenitura suele suceder que el
primer hijo varón recibe muchas atenciones, al igual que las hijas, quienes son previstas
como fuente de alianzas matrimoniales; mientras que otros hijos varones reciben menos
atenciones, debido a que al crecer se corre el riesgo de desmembrar la propiedad con el
reparto de la herencia.
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Estas valoraciones se reflejan en la clase de cuidado mortuorio que reciben los hijos
al morir jóvenes, de acuerdo con su género, según sea entendido por cada sociedad, así
como su posición de nacimiento en el grupo doméstico.
Organización de la producción
2:
el mantenimiento de sus prácticas mortuorias, así como los porcentajes de esta energía y
de los bienes materiales que se han de canalizar a cada grupo social en específico.
Por otra parte, la división social del trabajo se deriva del hecho de que para la
producción de un bien determinado es necesario aplicar, de manera armoniosa,
diferentes técnicas en una cadena de producción bien determinada; para esto se necesita
que diferentes personas se organicen en un proceso productivo concreto. El resultado es
la especialización de sectores de la sociedad en la producción de bienes determinados, el
desarrollo de grupos de especialistas que, si bien se dedican de tiempo completo a la
generación de satisfacrores específicos, no necesariamente son los dueños del producto
de su trabajo; esto depende de la organización de la propiedad de cada sociedad concreta.
La división social del trabajo condice a la organización social de la producción, que
se refiere a “la naturaleza del conjunto de relaciones sociales que conforman la
integración de las unidades básicas de producción en cada sociedad (v. gr. Unidades
domésticas, comunidades, minifundios, latifundios, feudos, fábricas, empresas, etcétera)”
(Bate 1996: 50).
Es común que al interior de diferentes grupos organizados para la realización de su
trabajo productivo se desarrollen prácticas mortuorias particulares, como la costumbre
de enterrar al difunto con sus herramientas de trabajo; no se trata sólo de que el muerto
necesite estas herramientas en el otro mundo, también implica el mantenimiento de un
sentimiento de identidad entre los sobrevivientes del grupo social. En principio es
posible identificar estas particularidades de “gremio” a través del estudio de la diverdidad
de las prácticas mortuorias en diferentes grupos sociales que componen una sociedad
concreta.
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mientos de las sociedades estatales se pueden explicar en términos de la existencia de las
clases sociales; sin embargo, es importante tener mucho cuidado al establecer estas
distinciones en casos concretos, porque una parte muy importante de la diversidad de
los patrones mortuorios se debe a causas muy diferentes, como el caso de los grandes
sacrificios humanos, donde lo que se está expresando es el poder del Estado a través de
su presentación como mediador con las fuerzas sobrenaturales; mientras que en el
entierro de un noble o un sacerdote de alto rango lo que se expresa es la posición del
individuo dentro de la escala social.
Asimismo, al interior de una misma clase social existe una gran diversidad de
prácticas funerarias que se dedican a diferentes individuos, dependiendo de su lugar
dentro de la. jerarquizadon interna de ese grupo o clase social; se trata de factores como
la edad, el género y los cargos ocupados por el sujeto en vida.
De este modo, antes de hablar de la existencia de clases sociales u otra forma de
organización de la propiedad, debemos asegurarnos de que no estamos observando otros
procesos sociales. Es el estudio de esta real complejidad de los sistemas sociales lo que
hace tan interesante a los estudios de prácticas mortuorias, a pesar de la aplicación de
modelos simplistas e ingenuos como los propuestos por Binford o Saxe, en su momento
{vide infra).
Además de la producción, en cada sociedad se desarrollan otros procesos sobre el
flujo de los bienes producidos, la distribución, el intercambio y el consumo; las
particularidades de cada sociedad con respecto a estos procesos también pueden
manifestarse en las características de sus prácticas mortuorias.
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Grado de institucionalización de la religión
Las creencias religiosas constituyen sistemas simbólicos que pretenden mediar las
relaciones entre los seres humanos y otras fuerzas de carácter sobrenatural; una parte
muy importante de estos sistemas se refiere a las características del destino de los seres
humanos después de la muerte, así como las acciones que ayudarán en la realización de
este tránsito y los comportamientos que pueden ayudar a garantizar una buena posición
en el más allá.
Se trata del elemento superestructural que de manera más evidente influye en las
creencias y las prácticas mortuorias; a través de la religión los seres humanos pretenden
relacionarse con poderes sobrenaturales, mediante el sacrificio y la oblación, así como
con las prácticas funerarias. Es importante comprender en qué forma estas prácticas
mortuorias son dirigidas por las instituciones religiosas, grupos corporativos que
pretenden normar estas supuestas relaciones ejerciendo un control directo sobre el
comportamiento religioso de la población. El grado de institucionalización de la religión
se refiere a la capacidad de estos grupos de control (iglesias, sectas, etcétera) para manejar
al grueso de la sociedad.
En algunos casos, el Estado mismo se erige como centro de las instituciones
religiosas, usando sus preceptos como elemento ideológico de legitimación de su
autoridad; en otros casos se desarrollan Estados laicos que suelen entrar en franca
contradicción con las instituciones religiosas. Lo importante es que estas organizaciones
religiosas pueden ejercer un control directo sobre las prácticas mortuorias que dejará un
registro importante en el contexto arqueológico.
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Nivel y características del intercambio cultural y económico
Si bien todas las organizaciones bio-sociales están constituidas por los elementos
estructurales y súper estructurales arriba descritos, gran parte de sus particularidades se
deben a acontecimientos singulares, momentos históricos que pueden cambiar
5
Recordemos siempre que las relaciones entre sociedades no son siempre de carácter pacífico, en muchos casos
se trata de relaciones de conflicto que se han manifestado en los contextos mortuorios en forma de altares
y ofrendas de carácter sacrificial, en los que las víctimas del sacrificio humano son prisioneros de guerra
de los grupos rivales; estas formas de contacto antagónico, entonces, también se reflejan directamente en
los contextos mortuorios.
31
de alguna manera imprevisible ciertos aspectos de su composición. Nadie hubiera podido
prever el curso que tomarían las sociedades americanas después del siglo xv a partir tan
solo de sus condiciones internas; la conquista de los europeos es un acontecimiento
inmenso que sólo puede ser percibido por las organizaciones bio-sociales americanas en
términos de contingencia.
Aquí usamos el concepto de contingencia en el sentido materialista de fenómenos
sujetos a las leyes de la causalidad, pero “carentes de fundamento”, y en tanto que no
forman parte directa de las causas del fenómeno estudiado sino que lo afectan de manera
secundaria o externa (Rosental y Straks 1960). La contingencia en la organización social
se debe a la enorme complejidad, tanto interna como externa que tienen que enfrentar:
el mundo siempre será más complejo que cualquier sistema, complejidad que debe ser
manejada de algún modo por el sistema para que éste pueda continuar existiendo.
Los sistemas resuelven el problema de varias maneras al influir en la complejidad
del mundo, generalmente reduciéndola, aumentando su propia complejidad interna (lo
cual implica el nuevo problema de que cada subsistema tiene que enfrentar la
complejidad de los otros subsistemas también) y también puede tolerar la gran
complejidad de la realidad desarrollando una mayor selectividad (en el sentido de
Luhman 1991: 47, 72, 76, 122, 285; 1996: 233 y ss), creando mecanismos de contacto sólo
con ciertos aspectos del mundo e ignorando otros que no son inmediatamente necesarios
(en el sentido materialista) a través de un proceso de evolución. El resultado es que
existe, para cualquier organización bio-social, una cantidad de posibles acontecimientos
para los que no ha producido mecanismos de percepción y control; estos
acontecimientos son percibidos como contingencia desde el punto de vista del
funcionamiento interno de la organización bio-social, al igual que la perspectiva de
cualquier observador externo.
Aquí sólo podemos mencionar algunos aspectos que pueden modificar el curso de
las creencias y las práctica religiosas.
• Pensamiento, filosofía. Si bien es cierto que la concepción que del mundo tiene
cada sociedad está condicionada por las características estructurales de su desarrollo
estructural, siempre existe la posibilidad de que individuos o grupos sociales particulares
desarrollen e impongan formas de pensamiento muy particulares. Si las condiciones
sociales son adecuadas, algunas formas de pensamiento se impondrán sobre otras; estos
cambios pueden reflejarse en las prácticas mortuorias.
• Guerras, invasiones, migraciones. No es fácil determinar la importancia que estos
factores pueden tener a largo plazo (aunque sin duda pueden tenerlo, influyendo en el
desarrollo de las ideas sobre la muerte y en los tratamientos prácticos que debe darse a
los cadáveres); en el corto plazo, se manifiestan como cambios bruscos en algunos
patrones funerarios y mortuorios en general, debido a que la situación crítica impone un
trato particular de los cuerpos; los invasores pueden usar a los muertos del otro bando
para aterrorizar a los nativos (y viceversa), en las guerras los muertos pueden quedar
insepultos, los migrantes viajan con sus propias costumbres mortuorias, que aparecen en
el registro arqueológico de modo más o menos repentino e inesperado.
• Crisis ambientales y de organización de la producción. Estos procesos de crisis
pueden ser causados por la misma actividad humana, como el caso de la sobre
explotación de los recursos, o de manera natural por cambios ambientales bruscos e
imprevistos. En última instancia, la organización bio-social ha sido incapaz de reaccionar
a esas condiciones; es común que estos fenómenos ocasionen el surgimiento de sectas
milenaristas y otras expresiones de pesimismo o desánimo que pueden incluir un
conjunto inesperado de prácticas mortuorias, como sacrificios humanos, etcétera. El
canibalismo será una respuesta a los episodios de hambruna (aunque también pueden
existir muchas otras motivaciones).
La incapacidad de las instituciones para reaccionar ante las crisis ambientales puede
conducir al desarrollo de tratamientos expeditivos de los muertos; cuando son
demasiados para disponer de ellos como dicta la tradición (el caso de las pestes y
epidemias) incluso pueden surgir revueltas y motines que modifiquen definitivamente
la conformación política y social. Son procesos de corta duración pero que también
pueden tener repercusiones a largo plazo en la evolución de la organización bio-social;
por ello es importante registrar estos fenómenos históricos concretos; el registro
mortuorio ayuda a definir y detectar momentos de posible crisis, aportando datos que
complementen otros estudios ambientales y sociales.
Después de tomar en consideración los posibles aspectos ambientales, biológicos y
sociales que conforman la organización bio-social e influyen de un modo u otro en el
desarrollo de las prácticas mortuorias, podemos dedicarnos a definir en qué consisten las
mismas, cómo se pueden dividir para su estudio y cómo pueden ser identificadas en el
registro arqueológico y antropológico. La última parte del trabajo se dedicará a utilizar
estas consideraciones teóricas y metodológicas para obtener alguna información sobre el
caso concreto de la organización bio-social teotihuacana a finales del periodo clásico en
Mesoamérica.
33
reconoce su identidad. En este sentido, Binford y Saxe han propuesto que las
características del enterramiento son un reflejo del rol que la persona ha desempeñado
en su entorno social. De acuerdo con la teoría de roles, desarrollada por Linton y
Goodenough, el rol social sería la puesta en acción de la totalidad de los componentes
del estatus ocupado por la persona en vida (Binford 1971; Saxe 1970).
En efecto, la propuesta de Saxe-Binford sobre el estudio de las prácticas sociales se
ha constituido en el modelo a seguir para la mayoría de los estudiosos de los procesos
sociales ligados a las prácticas mortuorias (Saxe 1970; Binford 1971), a pesar de que ha
recibido numerosas críticas y reformulaciones (cfr. Brown 1995). También se han
desarrollado otros enfoques que se preocupan por la interpretación de los contextos
mortuorios con el fin de obtener otro tipo de información, como los patrones de
residencia (Lane y Sublett 1972), o de parentesco (Allen y Richardson III 1971); también
se han hecho propuestas más ambiciosas que han ampliado la perspectiva
representacionista del modelo Saxe-Binford, como la postulación de modelos de escala
regional (Brown 1995), o la idea de incorporar las variables biológicas y demográficas de
la población a los marcadores culturales de significado social (p. ej. O'Shea 1984). En esta
línea de investigación puede inscribirse toda la tendencia de integración de la
arqueología y la antropología física conocida como bioarqueología-, aunque no se trata
de una posición teórica concreta y no ha desarrollado postulados teóricos propios, sino
que cada autor ha echado mano de componentes teóricos procedentes de campos como
la teoría neodar- winiana, la ecología de poblaciones, el procesualismo o el
funcionalismo (Tiesler 1997: 14- 22).
La mayoría de las propuestas anteriormente citadas hacen algunas aseveraciones
acerca de la naturaleza del registro arqueológico y de los procesos sociales que lo han
generado, los cuales constituyen simplificaciones extremas sobre el comportamiento
social de los grupos humanos; también se caracterizan porque mencionan la existencia
de componentes mentales y biológicos que influyen en la formación de los patrones
mortuorios, pero rara vez han intentado estructurar una teoría que dé cuenta de la
relación concreta entre biología, psicología y sociedad de las organizaciones biosociales
que han conformado los contextos arqueológicos (Terrazas 1998, 1997).
Por otra parte, se han generado importantes propuestas teóricas sobre las relaciones
entre los procesos biológicos y sociales, que se suelen agrupar bajo la denominación de
teorías de coevolución de genes-cultura6 (Lumsden y Wilson 1981; Durham 1991; Cavalli-
Sforza y Cavalli-Sforza 1994: 220- 2679); pero estos trabajos teóricos y empíricos resultan
sumamente controvertidos y en todo caso han tenido muy poco impacto en el ámbito de
la antropología física.
En este trabajo se presenta una propuesta analítica que pretende considerar la
complejidad real de los fenómenos bio-sociales que caracterizan a cada grupo humano,
así como la gran diversidad de comportamientos que pueden producir con
6 Puede encontrarse una breve revisión crítica de esta clase de trabajos en Terrazas 2001: 66 y ss.
34
textos arqueológicos en los que están involucrados restos humanos, con el fin de poder
avanzar hipótesis y explicaciones realistas sobre la conformación de las sociedades que
han existido en el pasado.
A diferencia de la mayoría de los trabajos y enfoques anteriormente citados, en este
ensayo se pretende dar un mayor contenido y amplitud al concepto de prácticas
mortuorias; no se ha de entender en adelante como un sinónimo de las costumbres
funerarias, se trata de una categoría con la que se intenta señalar la amplia diversidad de
comportamientos y prácticas de carácter social y cultural.
Por práctica mortuoria nos hemos de referir a todas las actividades socialmente
determinadas y expresadas en la particularidad cultural de cada sociedad, que involucran,
de un modo u otro, los restos físicos de seres humanos, ya sea sobre el cadáver o el
esqueleto. Dentro de estas prácticas mortuorias podemos identificar, provisionalmente,
cinco clases diferentes por su funcionalidad, que no son excluyen- tes y pudieron ocurrir
en asociación temporal y espacial, pero en cada una de ellas se logra distinguir una
intencionalidad principal.
Usos pragmáticos. En estos casos, la intención de la manipulación del cuerpo
humano consiste en la obtención de bienes de consumo a partir de los componentes del
cuerpo, ya sea para la alimentación, la fabricación de herramientas o de objetos de valor
suntuario. Es posible que la manufactura de estos artículos se realice en torno a ciertos
rituales y ceremonias propiciatorias, pero el objetivo final es la obtención de satisfactores
de necesidades bien determinadas. Por otra parte, también pueden considerarse dentro
de esta categoría ciertas formas de canibalismo de subsistencia, cuando éste se realiza
para satisfacer una necesidad de índole alimenticia. La característica de estos usos
consiste en que el cadáver es “deshumanizado”, es considerado como una mera fuente de
materias primas.
Prácticas funerarias. Se refiere a la disposición del cuerpo humano, realizando las
costumbres que se refieren a su tratamiento adecuado, de acuerdo con su condición
social, las creencias sobre el otro mundo e incluso con las disposiciones de prevención e
higiene practicadas por el grupo social. Puede tratarse del entierro primario del difunto
en fosas, bultos mortuorios, vasijas de barro, a la incineración y cremación del cuerpo, su
reubicación en entierros secundarios u osarios, el abandono a la intemperie o cualquier
práctica socialmente aceptada por el grupo de pertenencia. La característica central de
este tipo de práctica es que todas las acciones realizadas están dedicadas al muerto, y éste
es el objeto central de las actividades y rituales asociados.
Prácticas rituales o sacrificiales. En éstas el cuerpo forma parte de un ritual que no
está dirigido a él, sino a la consagración de algún edificio, monumento o altar, la
conmemoración de algún acontecimiento, la honra de alguna divinidad, etcétera. El ser
humano forma parte de la oblación dirigida a una divinidad, antepasado o fenómeno
natural, y todas las actividades y rituales realizados giran en torno a la entidad honrada
y no al individuo ofrendado. Estas prácticas incluyen la realización de sacrificios
humanos, la reutilización de restos de entierros funerarios en ofrendas, la presentación
de muertos de guerra en altares, la disposición de “acompañantes” en el más allá para
personajes importantes, etcetera.
35
Prácticas jurídicas y punitivas. Éstas son, hasta el momento, las más difíciles de
documentar en el registro arqueológico, aunque contamos con la ayuda de testimonios
en las fuentes escritas que nos permiten asegurar que en el mundo mesoa- mericano,
como en cualquier sociedad humana, se llevaron a cabo prácticas que pretendían regular
el comportamiento de los individuos en comunidad. Las prácticas jurídicas implican los
beneficios otorgados a los que obedecían las leyes, pero principalmente los castigos que
recibían aquellos que las desobedecían; éstos pueden incluir la mutilación y la muerte
violenta, que suelen quedar registradas en el esqueleto, por lo que se hacen de interés
para el antropólogo físico.
Las prácticas punitivas se refieren a los castigos violentos que logra realizar un grupo
dominante sobre otro dominado cuando éste desobedece sus imposiciones, por ejemplo,
con el incumplimiento de los tributos, etc. Se trata de actos de violencia colectiva que
pueden conformar un contexto característico.
Prácticas terapéuticas. A pesar de que las prácticas terapéuticas se han desarrollado
precisamente con la intención de impedir el deceso del sujeto, puede ocurrir que una
mala aplicación del tratamiento, o el desarrollo de prácticas terapéuticas basadas en
concepciones erróneas del proceso salud-enfermedad contribuyan a acelerar la muerte
del individuo.
Un ejemplo muy evidente es el de las llamadas “sangrías” que se realizaban en
Europa durante la Edad Media y que en muchos casos prescribían la extracción de sangre
del enfermo en cantidades que rebasan con mucho la que puede regenerar de manera
natural un ser humano. Algunas prácticas terapéuticas dejan marcas evidentes en el
esqueleto, por lo que son, en principio, susceptibles de ser identificadas en el análisis
antropofísico. Ejemplo de estas prácticas que al desarrollarse indebidamente pueden
acelerar la muerte del sujeto son la amputación de extremidades y la realización de
trepanaciones en el cráneo.
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39
CONTEXTOS FUNERARIOS: ALGUNOS ASPECTOS
METODOLÓGICOS PARA SU ESTUDIO1
Hamlet —¿No tendrá ese hombre conciencia de su oficio, que canta mientras abre una fosa?
Horacio —La costumbre le ha familiarizado con la tarea.
Acto V, Escena I
No deja de ser interesante la paradoja de que los seres humanos representemos nuestra
muerte, es decir nuestra impermanencia, con la parte más permanente de nosotros: los
huesos. Ningún otro componente de nuestro cuerpo es más duradero que el esqueleto;
no obstante, éste representa la fungibilidad del resto. La durabilidad de los huesos queda
fuera de nuestra percepción al ser éstos ocultados junto con el cuerpo que ha llegado a
su fin, y sólo se pone de manifiesto cuando todo lo demás ha desaparecido. De hecho,
como apunta Louis-VincentThomas: “Cuando se quiere evocar o pintar la muerte, es más
fácil que se piense en el esqueleto que en el cadáver” (1993: 297).
Gracias a las características de la estructura ósea ha sido posible el desarrollo de
técnicas mediante las cuales es posible determinar el sexo, la edad, la estatura, la raza,
las patologías, el tiempo transcurrido desde el deceso e incluso la identidad de individuos
de quienes no se posee otra información que la que está escrita en los huesos {cfr. Comas
1983; Ubelaker 1991). No obstante, si el individuo no se encuentra aislado porque haya
muerto desnudo, de causas naturales y lejos de cualquier contacto con la sociedad,
siempre habrá elementos que, no siendo propios de la
1 El presente estudio ha sido posible gracias al apoyo brindado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
(coNACyT) al proyecto interdisciplinario “La muerte entre los esclavos negros y sus descendientes en el
ingenio de San Nicolás de Ayoda, Oaxaca”. Una versión preliminar del mismo fue presentada por el autor
en el vil Simposio de Antropología Física “Luis Montané” realizado en La Habana, Cuba, del 26 de febrero
al 2 de marzo del 2001, con el título: “San Nicolás de Ayoda, Oaxaca: arqueología y bioantropología en
un contexto funerario”.
naturaleza humana, proporcionen mayor información acerca de él y su contexto, y no
sólo de su naturaleza biológica:
En general, los restos óseos se encuentran en dos tipos de contexto: ese en el que
los restos fueron depositados intencionalmente y aquel en el que no lo fueron. Ambos
casos constituyen fuentes de información útil para el conocimiento biológico y cultural
de los individuos implicados y de los grupos humanos a los que pertenecieron. En este
trabajo se tratará únicamente el primer tipo de contexto.
La excavación de un contexto funerario utilizando “técnicas arqueológicas” o
“técnicas bioantropológicas” suele resultar, como en la fábula de los ciegos y el elefante,
en interpretaciones distintas de un mismo hecho: no tanto por la información que se
recupera sino por la que se pierde.
Tanto la antropología física como la arqueología utilizan técnicas particulares para
obtener datos que respondan a preguntas tal vez distintas; sin embargo, ambos conjuntos
de procedimientos específicos no son excluyentes y tienen cabida, como partes
complementarias, en una metodología común: la metodología de excavación.
La excavación empieza con la prospección y termina con el relleno del pozo. Entre
estos dos extremos se encuentra toda una gama de técnicas de exploración, registro y
análisis que rara vez se aplican en su totalidad, ya sea por escasez de recursos o porque
el contexto mismo no lo requiere; no obstante, nada exime de su conocimiento.
Es necesario aclarar, de inicio, que la presencia de restos humanos, individuales o
múltiples, no indica necesariamente la existencia de un cementerio, ni siquiera la de un
contexto funerario, y puede estar asociada además con diferentes áreas de actividad:
casa-habitación, taller, plaza, etcétera, aunque no obligatoriamente. Por ello es
importante definir lo funerario para poder delimitar su contexto.
Funerario (del latín funerarium) es un adjetivo que se aplica a todo aquello relativo
con el entierro de un difunto o con sus exequias; sin embargo, para los fines
metodológicos de este trabajo esta definición resulta insuficiente. La mera presencia de
material óseo sobre el terreno, o debajo de éste, no constituye prueba suficiente de que
allí tuvo lugar un acto que pueda calificarse como funeral; por lo tanto, sólo puede
definirse como un contexto fúnebre mas no como un contexto funerario. La diferencia
estriba en que lo fúnebre hace referencia única y exclusivamente a los difuntos, y lo
funerario, como ya se dijo, al entierro y/o exequias de los mismos. En el contexto
funerario va implícita una intención, muchas veces solemne, reconocible en el acto
mismo del enterramiento, cualidad ésta que no se deriva del difunto en sí sino de su
contexto; es por esto que la mera presencia de restos cadavéricos, sean humanos o no, es
insuficiente para determinar su carácter mortuorio.
Henri Duday apunta que para poder afirmar que un depósito de restos humanos
tiene un carácter funerario2 es necesario demostrar su “intencionalidad” (cfr.. Duday
1997), para lo cual propone la identificación y el estudio detallados de lo que ha llamado
los “gestos funerales”,3 que no son otra cosa que la pragmática del proceso funerario:
2 El autor utiliza el término “sepulcral”; sin embargo, la acepción arquitectónica del mismo invalida la
precisión que se requiere para la definición que se busca aquí.
3 “Gestos funerarios” en el original; sin embargo, la repetición de términos induce a la confusión y dado
que funeral y funerario son sinónimos he decidido, en aras de la claridad, asignar el adjetivo “funeral”
a los aspectos parciales y pragmáticos del proceso y “funerario” a los aspectos generales como el proceso,
el conjunto y el contexto en sí.
43
puesto que el individuo puede ser depositado intencionalmente, con independencia de
su condición material, prácticamente en cualquier parte y otorgándole al contexto la
mitad de su carácter funerario. Además, el lugar de depósito requiere de una preparación
para recibir los restos que habrá de guardar; dicha preparación le otorga al contexto la
otra mitad de su carácter funerario mediante la práctica de una amplia gama de actos que
van desde cavar una fosa hasta realizar una ceremonia preparatoria. A este respecto,
Louis-Vincent Thomas opina que: “Los ritos funerarios, comportamientos variados que
reflejan los afectos más profundos y supuestamente guían al difunto en su destino post
mortem, tienen como objetivo fundamental superar la angustia de muerte de los
sobrevivientes” (1999: 115).
Sin embargo, los ritos funerarios cumplen una función que trasciende al muerto y
a la angustia de los vivos: “The burial ritual must maintain a minimal consistency with
other rituals and material symbols and reinforce their message” (McGuire 1988: 440).
La segunda fase del proceso funerario o fase sepultural (del latín sepulturam), por
ser aquella donde se lleva a efecto el acto de sepultar el cadáver, implica una serie de
prácticas relativas tanto al individuo motivo del sepultamiento como al lugar del mismo.
Desde la condición del depósito, es decir su estado físico, hasta la posición y
complejidad del mismo, todos los aspectos que lo caracterizan son producto tanto de los
procesos sociales en que se desenvolvió el individuo como de su historia personal. Es
difícil determinar qué tan lejos se está de la realidad al proponer una interpretación del
contexto funerario a partir de los datos residuales del proceso sepultural, aun cuando ésta
se desarrolle al día siguiente del evento, ya que la mayor parte del proceso es intangible
e impermanente.
La tercera fase del proceso funerario, o fase postsepultural, implica ya no sólo las
prácticas humanas que puedan alterar el contexto sino también los procesos tafo-
nómicos que determinan, muchas veces, la conservación o destrucción del mismo. Así,
a la reapertura y reutilización de fosas, a la reducción de cuerpos y a la reinhumación se
suman los factores ambientales, la perturbación biótica e incluso, como se verá más
adelante, la gravedad terrestre.
Para poder identificar con cierta precisión las etapas que componen cada una de las
fases del proceso funerario y reconstruir con menor ambigüedad la historia del contexto
se proponen los siguientes niveles de análisis.
Los cementerios, las tumbas, los entierros, los individuos y los procesos tafonómicos son
los cinco ámbitos generales dentro de los que puede registrarse la mayor parte de la
información concerniente a los contextos funerarios, y a partir de los cuales es posible
cimentar el análisis contextual y una interpretación más coherente del fenómeno
mortuorio.
44
LOS CEMENTERIOS
Son aquellos lugares destinados para el depósito de difuntos. Y son más que eso: la
expresión material de la ideología dominante del periodo y el lugar al que pertenecen.
En palabras de Randall H. McGuire:“The cemetery has been an active participant in the
creation, maintenance, and recreation of these ideologies through the percep- tions of
the living” (McGuire 1988: 457). La cotidianeidad, el imaginario colectivo y los signos
figurativos de ciertos aspectos de la sociedad tienen su punto de fuga en el cementerio y
en sus componentes: “...la necrópolis es vista como mucho más que un simple lugar de
sepulturas” (Thomas, op cit).
Pero también es generador y depositario de otros aspectos cualitativos:
4 Para ahondar en la problemática en torno a los cementerios y la urbanización véanse: McGuire 1988;
Thomas 1993: 424-429.
46
sociedad; esto no implica que el cementerio no pueda estar sectarizado espacial y
temporalmente, sino únicamente que no es de uso restringido, por lo cual es susceptible
de una amplia gama de depósitos y de variables de alteración por el mero hecho de estar
más expuesto que otro de carácter exclusivo. Exclusivo es aquel cementerio que se
restringe a ciertos grupos por características como la posición social, la religión, la raza,
la etnia, etcétera.
A) Seccionado o indiviso. Un cementerio puede estar seccionado de manera
tangible por divisiones físicas como calles internas, muros, cercas, etcétera, y de manera
intangible por sectarización debida al uso exclusivo de ciertas áreas. El secciona- miento
acentúa la afectación diferencial del depósito al grado de que con el tiempo pueden
desaparecer sectores enteros del mismo quedando, para la investigación, una muestra no
representativa del universo original.
Por otro lado, el hecho de que no exista división alguna homogeniza al menos la
susceptibilidad del depósito de verse afectado por los mismos factores tafonó- micos,
aunque de ninguna manera determina que esto ocurra ya que resulta evidente que son
muchas las variables de afectación. El proceso a tomar en cuenta en estas dos categorías
es la afectación diferencial del depósito, que puede llegar a potenciarse según el grado
de seccionamiento del contexto.
B) Superficial o subterráneo. Superficial es aquel cementerio que se encuentra
sobre el terreno, es decir a nivel del asentamiento. La mayoría de los cementerios
corresponden a esta categoría. Subterráneo es aquel que se encuentra bajo el nivel de la
superficie. Las catacumbas y las criptas son un ejemplo claro de esta categoría.
Cabe aclarar que aquí se trata de cementerios y no de tumbas. Puede parecer
paradójico caracterizar un cementerio como superficial ya que la mayoría de las tumbas
son, por tradición, subterráneas; y por la misma razón puede parecer tautológico
caracterizarlo como subterráneo. Sin embargo, el cementerio tomado como conjunto es
lo que se categoriza, independientemente de si las tumbas que contiene son superficiales
o subterráneas.
C) Abandonado, en uso o mixto. Abandonado es aquel cementerio que no sólo no
continúa en funciones sino que ha sido completamente excluido de los procesos sociales
que lo rodean. Los cementerios prehispánicos son un buen ejemplo de este tipo. En uso
es aquel cementerio que se mantiene vigente como punto focal de los aspectos
funerarios; esto es, continúa funcionando como depositario de la cultura funeraria de la
sociedad.
Mixto es aquel cementerio en el cual se combinan de distintas formas ambas
categorías. Puede ser de dos tipos:
1) el que se utiliza para funciones distintas de las originales, por ejemplo, como
parque o centro de visitas; y
2) el que mantiene alguna de sus áreas en uso mientras otras se encuentran en el
abandono, tal es el caso de aquellos lugares donde coexisten los cementerios “viejos” con
los “nuevos”.
LAS TUMBAS5
Pueden ser vistas como un artilugio para ocultar el cadáver, como una obra
representativa de la sociedad de la que es producto, o como ambas cosas. “La tumba más
sencilla es la que consiste en un hoyo en el suelo que luego se cubre y no queda de ella
rastro alguno...”; es común a muchas culturas este tipo de sepulcro, sobre todo en
ambientes domésticos donde el muerto sigue conviviendo con sus familiares y mientras
la tanatomorfosis no implica problemas de salud ni el emplazamiento funerario
problemas de espacio; “Pero pronto se hizo que el difunto habitara aparte y su lugar
quedó marcado de alguna forma, casi siempre con un amontonamiento de piedras o de
tierra” (Saber Ver 1998: 32-33).
A) Tipo arquitectónico. Los tipos arquitectónicos son prácticamente innumerables
debido a las variantes de los mismos tipos base. Los más comunes suelen ser el ataúd, el
arcosolio, el cenotafio, el catafalco, la cista, el mausoleo, los mounds, el túmulo y la urna.
El registro detallado de los mismos, su número y disposición proveen al investigador una
importante fuente de información acerca de aspectos como las costumbres funerarias
imperantes, la fdiación étnica, racial y/o religiosa, la economía del grupo, la ideología
representada, la importancia social del inhumado y sus datos particulares, entre otras
cosas; aunque no siempre el cadáver se encuentre presente, como en el caso de los
cenotafios y los catafalcos.
B) Número. La cuantificación resulta útil, en primer lugar, para tener
conocimiento del universo de la investigación; después, tanto si el cementerio se
encuentra sectorizado como si no, permite reconocer el predominio en la distribución y
representación de los distintos tipos de tumbas; además, constituye un elemento
importante en el espinoso asunto de la demografía.5 6
C) Dimensiones. El tamaño de una tumba no es determinante del estatus social ni
del número de individuos, pero es un atributo arquitectónico importante y un rasgo
susceptible de comparación.
D) Materiales de construcción. Además de compartir la importancia del aspecto
dimensional, los materiales de construcción son una variable a tomar en cuenta en
5
De la idea de amontonamiento proviene el vocablo “'tumba”, tomado del griego tymbé y que nos ha
llegado a través del latín. A pesar de ser palabra griega, tymbé está emparentada con la palabra latina
tuméscere que significa “hincharse”, de donde proviene también el término “tumor” y otro vocablo
referido a las tumbas, “túmulo” (Saber Ver 1998:33).
6
“La tarea fundamental y, lamentablemente, más difícil del análisis paleodemográfico es la recuperación
de una adecuada muestra de restos que constituyan una población.)...) Deberá ser demostrable que los
individuos cuyos restos se examinan vivieron cercanos unos de otros en la cultura, política, organización
social, geografía y en el tiempo, como para justificar su inclusión en una sola unidad de análisis
demográfico” (Hester 1988: 193).
las consideraciones de índole tafonómica, ya que muchas veces son determinantes en los
procesos de conservación-alteración del contexto.
E) Grado de conservación. El estado de conservación de los elementos no sólo
permite delimitar la confiabilidad de los datos, sino que además ayuda a reconstruir la
historia del contexto a través de los efectos y de sus posibles causas.
F) Orientación. Esta se determina sobre un eje imaginario que corre de los pies
hacia la cabecera. Es importante su registro para la caracterización cultural del contexto.
G) Distribución espacial. La distribución espacial de las tumbas puede aportar
información acerca de procesos sincrónicos de sectorización o diacrónicos de ocupación
gradual; además, permite ubicar cada tumba con mayor especificidad en relación con los
procesos tafonómicos.
H) Epitafios. Toda inscripción sobre una tumba stricto sensu es un epitafio (del
griego: epi “sobre” y taphos “tumba”). El registro de esta fuente documental es de gran
importancia no sólo por la evidente razón de la información que proporciona, sino
además para contrastarla con los datos que se obtengan del registro directo de los otros
elementos del contexto. Siempre es interesante descubrir que una tumba no guarda
exactamente lo que reza su epitafio. Sin embargo, es poco frecuente contar con esta
ayuda documental porque no todas las tumbas tienen inscripciones y porque el tiempo
y la erosión hacen bien su trabajo. No obstante, siempre que sea posible hay que incluir
esta información en el análisis para lograr una interpretación más rigurosa. Los datos que
más comúnmente pueden encontrarse en una inscripción son: fechas, nombre, edad,
sexo, parentescos, clase social, filiación étnica, filiación racial, filiación religiosa y algún
mensaje; aunque prácticamente nunca se encuentran todos juntos.
EL ENTIERRO
La importancia del estudio del “entierro” como unidad de análisis suele pasarse por alto
cuando, ante el hallazgo, es desarticulado para el estudio especializado de sus
componentes sin que exista posteriormente la preocupación de reunir la información de
todas las piezas del rompecabezas para encontrarle un sentido de conjunto. Los patrones
que pudieran detectarse mediante un estudio detallado “...reflejan las ideas, conducta
social y conducta cultural del pueblo que se estudia, ya que se derivan de éstas y les son
atribuibles” (Hester 1988: 190).
De acuerdo con Peebles: “A human burial contains more anthropological
information per cubic meter of deposit than any other type of archaeological feature”
(Peebles 1977: 124); sin embargo, no es menos cierto que el cuerpo humano puede
49
ser “...a natural object that carries many powerful symbols (...) and wich, after death,
becomes a cultural product commonly used in various ways in mortuary contexts”
(Harrington & Blakely 1995: 105). Ambos aspectos contribuyen a crear la “personalidad”
propia de cada depósito, es decir el conjunto de su singularidad. El registro detallado de
estos elementos naturales manipulados culturalmente puede aportar valiosa información
tanto acerca del individuo como de la sociedad a la que perteneció o en la que se
encontraba inmerso cuando falleció. Las siguientes categorías pretenden constituir una
lista mínima de características a ser tomadas en cuenta durante una excavación, con el
fin de conocer no sólo la personalidad biológica del individuo sino también la cultural.
50
D) Directo o indirecto. Directo es cuando se ha depositado al individuo sin que
medie ningún elemento entre éste y la matriz que lo recibe. Indirecto, cuando entre el
individuo y la matriz media algún recipiente o contenedor. El tipo más común de
entierro directo es aquel que se efectúa depositando el cadáver en la tierra misma; el más
común de los indirectos es aquel en el que media un ataúd entre el cadáver y la tierra.
E) Superficial o profundo. Superficial es el depósito funerario que se efectúa
exponiendo el cadáver, aunque después sea sepultado por agentes naturales. Aquel
depósito que se cubre intencionalmente para que no quede expuesto puede encontrarse
a múltiples niveles de profundidad, aunque también puede ser descubierto
posteriormente por agentes naturales. Lo importante es determinar con precisión su
estado inicial. El grado de superficialidad o profundidad es determinante en el momento
de identificar las alteraciones tafonómicas ocurridas en la historia del contexto.
F) Individual o múltiple. El entierro individual es aquel que, como lo indica su
nombre, contiene los restos de un solo individuo; sin embargo, a pesar de lo simple que
pueda parecer este concepto, es necesario aclarar que el hecho de encontrar un solo
individuo no indica que se haya depositado aislado desde el principio: un solo individuo
puede ser lo que resta de un entierro múltiple o el único que se encuentra en una
excavación restringida. La consideración de estos hechos debe estar presente en todo
momento para evitar, en lo posible, registros equívocos.
El entierro múltiple es aquel que contiene más de un individuo y puede tener
explicación en dos hechos distintos, aunque no excluyentes: el depósito sincrónico o el
depósito diacrònico de cadáveres; el primero suele tener su origen en epidemias, guerras,
sacrificios colectivos u otras causas de muerte masiva; el segundo, en que los cadáveres
se iban depositando en la medida en que morían los individuos a través del tiempo y por
múltiples causas.
G) Austero o con elementos asociados. La presencia o ausencia de elementos
asociados con el muerto caracteriza, de entrada, al entierro. En el caso de presencia de
elementos asociados su análisis representa una rica fuente de datos que pueden ayudar a
comprender en mayor o menor medida el contexto funerario.
Los elementos pueden estar asociados directamente con el cuerpo, tal es el caso del
vestido o de algunos objetos ornamentales como joyería o pintura; o pueden formar parte
del ajuar funerario que se instala en torno al difunto.
H) Relacionado con una tumba suprayacente o no. La relación de un entierro con
una tumba suprayacente implica, en el caso de que la haya, una mayor información
acerca del entierro mismo, y, en el caso de que no la haya, información acerca de los
procesos de alteración del contexto.
51
LOS INDIVIDUOS
B) Sexo. La determinación del género también trasciende los límites del individuo
cuando, al igual que la edad, puede ligarse a otros elementos del contexto y proporcionar
información acerca de divisiones laborales, acceso diferencial a recursos, propensión
genérica a enfermedades, etcétera.
52
C) Posición. Aunque éste es un aspecto que debe ser registrado desde el nivel
anterior, o sea desde las consideraciones acerca del “entierro”, es conveniente asociar la
posición individual de cada esqueleto para determinar si existe alguna relación entre ésta
y las características físicas del mismo. La posición individual debe relacionarse, en caso
de multiplicidad en el entierro, con la de los demás individuos para no perder de vista
alguna posible significación.
53
TAFONOMÍA
54
croambientes favorables para la conservación —al evitar hundimientos, por ejemplo—
y facilitar, en algunos casos, los trabajos de excavación.
2) Abióticos. Incluyen, para el material óseo, la gravedad, la temperatura, la
exposición al agua y al sol, el grado de acidez o alcalinidad del suelo y la profundidad del
entierro; sin embargo, también deben tomarse en cuenta aquellos factores que inciden
sobre el conjunto funerario en sí y que pueden afectar la disposición original de su
contexto.
El agua contribuye particularmente a alterar física, espacial y molecularmente los
huesos, tanto por acción directa como por evaporación, sobre todo si ésta ocurre
rápidamente.
Los cambios de temperatura pueden crear fracturas que semejen patologías o huellas
culturales o que dificulten el estudio de las mismas; además, la exposición al sol deviene
no sólo en coloraciones diferenciales sino en la aceleración de los procesos erosivos.
La presión del suelo puede torcer, distorsionar e incluso fracturar los huesos y su
disposición original, alteraciones que se acentúan cuando las condiciones de acidez del
suelo desmineralizan el hueso volviéndolo más frágil.
La gravedad terrestre es, como dice Duday, “el más universal de todos los agentes
tafonómicos” e incide sobre los conjuntos funerarios de numerosas maneras: ejerciendo
su acción directa sobre todos los elementos o de forma indirecta creando diversas
condiciones de alteración. En particular, el autor supone la afectación de lo que
denomina el “volumen global del espacio funerario” y el “volumen original del cuerpo”.
El volumen global del espacio funerario hace referencia al conjunto funerario como
unidad básica compuesta por todos los elementos relacionados con el carácter “sepulcral”
del depósito. Estos resultan afectados directamente por la fuerza de gravedad y sus
efectos colaterales: la posición original de todo aquello, incluido el esqueleto y por ende
la posición de las articulaciones, que se encuentre depositado sobre una base de material
perecedero se ve alterada cuando éste desaparece, ya que aquello cae, se rompe y/o
desarticula. Otro tipo de desplazamientos se debe al colapso del techo y de las paredes
de la tumba.
El volumen original del cuerpo se refiere a la masa corporal como unidad elemental
con sus propios procesos de cambio. Durante la desaparición de la materia blanda se van
creando espacios vacíos hacia los cuales pueden desplazarse los componentes óseos del
cuerpo. Estos desplazamientos varían en función de la posición original del cadáver.
Algunas de las modalidades más comunes son el hundimiento de la caja torácica, la
dislocación parcial de la columna vertebral y la dislocación de la pelvis; aunque huelga
decir que este proceso afecta a todos los componentes del esqueleto {cfr. Duday 1997).
Cuando la materia blanda se vio remplazada por un sedimento intersticial ocurre
que el volumen original del cuerpo se ha visto afectado por rellenamiento, mismo que
puede ser diferido o progresivo. Diferido es cuando los huesos se desplazan, debido a la
existencia de espacios vacíos, previamente al rellenamiento; esto
55
puede ser indicador de un entierro indirecto. Progresivo es cuando los elementos
perecederos del cadáver han sido sustituidos por el sedimento adyacente al tiempo que
iban desapareciendo, razón por la cual los huesos con mayor propensión al
desplazamiento por desequilibrio se mantienen en su posición original; esto puede ser
indicador de un entierro directo.
Cabe aclarar que el rellenamiento se produce por otros factores además de la
gravitación: la expansión de la tierra por humedad o la acción de agentes bióticos.
B) Factores individuales. Son aquellos que los propios individuos poseen en el momento
de su muerte, como la masa corporal, la edad, el sexo, la talla, las patologías, etc. Las
variaciones en la descomposición de los huesos pueden apreciarse tanto en el interior de
un individuo como entre varios. Diferentes huesos del cuerpo y distintas áreas del mismo
hueso presentan variaciones en la cantidad y distribución de tejido compacto y/o
esponjoso, y en la exposición de sus superficies internas y externas.
Las enfermedades y los traumas afectan con frecuencia la preservación del
esqueleto, lo mismo que la talla corporal, la edad y el sexo.
Resulta de gran importancia el reconocimiento de este tipo de factores tanto en el
campo como en el laboratorio, ya que no sólo están relacionados con la susceptibilidad
del entierro a sufrir cierto tipo de alteraciones internas, sino que también son una
variable que entra en juego con el contexto y condiciona, hasta cierto punto, la
afectación de las variables externas.
C) Factores culturales. Estos incluyen, en principio, todo lo que está relacionado con el
proceso funerario, que de una u otra forma es “intencional”: el modo de enterramiento,
la ceremonia, el lugar, el tiempo, el ajuar, la ofrenda, etc.; en fin, todo lo que derivado
de una tradición cultural incida favorable o desfavorablemente sobre el contexto
funerario.
Las actividades humanas posteriores al entierro también producen efectos de
alteración, principalmente el reenterramiento y la reutilización de fosas. La excavación,
por más científica que pueda ser, no debe subestimarse como factor tafo- nómico, así
como tampoco el embalaje, transporte y limpieza de cualquiera de los elementos del
conjunto funerario, incluidos, por supuesto, los huesos.
UN PALIMPSESTO
Un contexto funerario es un nudo de significaciones dentro del cual los restos humanos
no deben ser tomados como los únicos vestigios materiales de una persona determinada,
sino como un componente de la manifestación memorial de los espacios y procesos en
los que dicho individuo se vio envuelto en vida y en los que, una vez muerto, participa
todavía de manera pasiva, aunque no por ello menos importante.
El cadáver no es la única razón de ser de los procesos, conjuntos y contextos
mortuorios; alrededor de él se hacen visibles numerosos aspectos de la ideología
56
social, como si la muerte iluminara con su presencia momentánea la urdimbre y la trama
del tejido que la sociedad va elaborando alrededor de sus individuos. Pero como es
prácticamente imposible estar presentes en el momento de la muerte de cada ser
humano, sólo podemos acercarnos a su contexto a través de los elementos que se ha
considerado oportuno asociarle.
El estudioso de lo funerario debe estar siempre consciente de que cada vez que
investiga un cementerio, una tumba o un entierro se enfrenta con remanentes sociales,
con los residuos materiales de una ideología cuyos aspectos más importantes son por
definición inmateriales: “All human societies process their dead. It might be through
primary inhumation, cremation, or secondary burial. It becomes obvious, then, that the
human body -both before and after death- carries with it many symbols, and is
considered important enough not to be discarded thoughtlessly” (Harrington & Blakely
1995: 116).
¿Cuál es la representatividad de los residuos? ¿Cuál es su capacidad explicativa?
¿Cuál es el papel del cadáver y de los elementos presentes en la representación ideológica
de la sociedad? ¿Están los elementos asociados con el cadáver o viceversa? Más allá del
conocimiento cualitativo que pueda lograrse de los restos humanos y de los demás
componentes del contexto funerario, debe intentarse una interpretación del conjunto,
una valoración del papel que desempeña cada pieza y del lugar que ocupó el conjunto
dentro del proceso que le dio forma y del cual es producto. El texto funerario debe ser
leído como un palimpsesto.
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58
METHODS FOR STUDYING BONE MODIFICATION
INTRODUCTION
Studying alterations to bone surfaces (bone modification) has great potential for
revealing the behaviors of past peoples. As with any study, obtaining reliable results
requires using proper methods. This chapter reviews the methods used in studying bone
modification and illustrates their application to several skeletal samples.
The primary goal of studying bone modification is typically to address questions
about past behaviors, cultures, and ecologies. Details such as database design,
incandescent versus fluorescent lighting, statistical tests for multiple pairwise
comparisons, and aperture settings may seem far removed from inferences about
cannibalism, ritual sacrifice, and faunal exploitation. But mistakes in such
methodological details will lead to inaccurate conclusions about the past. To obtain the
most accurate inferences about the past, substantial effort must be invested in
developing, refining, testing, and implementing good methods.
In this chapter we will discuss the methods for acquiring, analyzing, documenting,
and presenting bone modification data (figure 1). We use the term “bone modification”
broadly, to refer to any alteration to skeletal remains that occurred around the time of
death (perimortem) or after the death (postmortem) of the organism (human or non-
human). For data acquisition, the investigator must decide what types of bone
modifications to consider, how to evaluate their presence, and how to record the
resulting data. Such data must then be analyzed, which can require the use of statistics.
Finally, the bone modifications must be documented for presentation by using
photographic, microscopic, and/or digital imaging techniques. In addition, the
investigator must consider the practical matter of the order in which these different
steps are carried out. For example, should the photography be done during the data
collection, or separately at the end?
While there are general methodological points that apply to all studies of bone
modification, there is no one single best method that is applicable in all circumstances.
The optimal method depends on the specifics of the research project, particularly the
hypotheses being tested, the nature of the skeletal sample, and the time and resources
available. In addition to considering the general methods of studying bone modification,
we therefore also present four case studies to illustrate how these general principles can
be adapted to different research projects. We draw heavily on studies of cannibalism as
examples of bone modification investigations, only because the study of prehistoric
cannibalism has been a particular focus of our research. However, these methods are
generally applicable to all types of bone modification studies.
The methods we present are laboratory-based, and assume that the remains under
study have already been recovered and curated. The recovery and documentation of
remains in the field (excavation), along with their curation, is absolutely critical, as
choices (and mistakes) in these aspects limit all subsequent study. Even so, the discussion
of field and excavation practices is beyond the scope of this chapter, and readers are
referred to White (2000, especially chapter 14) for guidelines relevant to field recovery
of osteological remains. Figure 1 is a flow-diagram that illustrates the relationships
between approaches discussed below.
Figure 1. Information collection, analysis, and publication. A): Extraction. B): Analysis, photography, and
data entry, C): Core project computer(s). Raw data in the form of databases and images ara stored on
the computers of the direct project participants (coauthors). D): Institutional network.
When assembled and organized, data and images can be freely transferred between trusted
colleagues on a local network. E): Internet. Selected information may be shared with and com-
mented on by colleagues around the world. F): Publication. The efficiency with which these steps
can proceed using digital tools significantly speeds and improves the quality of publications.
DATA ACQUISITION
Acquiring bone modification data requires answering four questions: what bones to
examine, what modifications to look for, how to look for those modifications, and how
to record those modifications. Here we consider the possible answers to those questions
and some generally applicable principles. The actual approach taken will depend on the
specifics of the particular research project, especially the hypotheses being tested, as is
illustrated by the case studies (see Case Studies, below).
The question of which bones to study can be considered in three ways: which taxa to
examine, which spatial context to consider, and which temporal context to consider. The
best approach in theory is to examine all bones from all contexts being considered.
Analyzing only a portion of the remains precludes comparisons across taxa and/or
contexts that are often highly informative about past behaviors. However, it is not
always practical or advisable to study all modifications in all bones from a site. The scope
of any study depends on the hypotheses being tested and the amount of available
resources (e.g., time) relative to the amount of material needing study. In some cases, a
carefully considered sampling strategy is advantageous. For example, the skeletal sample
from the site of Navatu in Fiji contains thousands of fish bones (DeGusta 1999). Since
the hypothesis being tested centered on food processing (butchery/cannibalism), the
examination of thousands of fish bones would have added very little relevant data
relative to the time and effort expended. Therefore, a randomly selected sample of
several hundred fish bones was examined, along with all non-fish remains (DeGusta
1999). An alternative approach is to take less data for certain categories of remains. Here
again, the specifics will depend on the hypotheses being tested.
A common mistake, though, is to study only the human remains and to ignore the
non-human fauna. For bone modification studies, results obtained on human remains
are almost always enhanced if comparative data are available for non-human remains
{e.g., Defleur et al. 1999; DeGusta 1999; White 1992).
A wide range of data can be gathered for any specimen in an osteological assemblage.
See White (1992) and Lyman (1994) for reviews of osteological analysis involved with
bone modification. Basic biological identification of a bone is a fundamental step in bone
modification studies. In any analysis of bone modification, there are two primary
identifications to be performed for any specimen (a “specimen” is a singular, isolated,
non-conjoined whole or partial bone or tooth; each specimen must have a unique
identifying label). Both identifications involve assessment of the bone’s size and shape.
The first major identification involves specifying exactly
61
what skeletal element the individual specimen represents (the term “element” refers to
the intact bone as it occurs in the adult skeleton). It is important to determine exactly
which bone is represented, whether the bone is from the right or left side, and what
portion of the bone is available for analysis. Furthermore, because bone shape and size
change during an individual’s growth, comparisons with immature skeletal remains
become vital parts of determining the individual’s biological age.
The second basic identification is broadly taxonomic, and involves identifying the
species to which the specimen belonged. Taxonomic identification, like element
identification, is based on the bone’s shape, and is therefore ultimately based on the
comparative anatomy. The analyst’s skill and experience level will determine how fast
and accurate these identifications are (skilled and experienced analysts require less
direct comparison with comparative skeletal remains in making the determinations).
Once the element and portion has been determined for each specimen in the
assemblage (the “assemblage” is the set of bones under study), analysis can turn to a
consideration of representation. The representation of different elements, different
element portions, and different individuals of varying ages are all important in
documenting and understanding the composition of the assemblage.
Determining the minimum number of individuals (MNI) for any species present in
the bone assemblage is an important step (outlined in White, 1992, 2000). Other
measures of representation such as determining the number of identifiable specimens
(NISP) in an assemblage can be important in providing a basis for comparisons among
different assemblages.
The analysis of single specimens is a second major consideration in bone
modification studies. Assessment of the specimens and individuals in a bone assemblage
often involves the recording of skeletal biological data such as paleopathologies.
However, in studies restricted to the analysis of bone modification, various
modifications are observed and documented. Important perimortem modifications
include cutmarks, polish, abrasion, weathering, burning, fracture, crushing, peeling,
adhering flakes, percussion pits/striae/scars/adhering flakes, chopmarks, toothmarks,
various types of excavation damage, and others. These modifications are most often
recorded on a specimen-by-specimen basis. The various types of modifications and
recording strategies are discussed at length in White (1992) and further presented in
Appendix B.
The analysis of an osteological assemblage often involves the refitting of specimens
(“refitting” is putting fragments of elements back together) and the association of
different elements from single individuals from the occurrence. When spatial data have
been recorded for each specimen, such refitting, or conjoining, studies can yield
important insights about the behaviors that patterned the assemblage, allowing
reconstruction of butchery techniques, discard strategies, and assemblage history. When
information about the modifications to each bone is combined with knowledge of soft-
tissue anatomy (skin, tendon, muscular, joint capsule) for any given species, precise
behavioral reconstruction is possible (White 1992). Refitting of fragments
62
is an arduous, time-consuming practice, but the potential payoffs in understanding past
behavior sometimes make the investment worthwhile. However, it is essential that all
refits be made on a temporary basis (with masking tape to be removed within a month
of application). Do not glue separate specimens together across ancient fractures because
this will greatly confuse future studies of the assemblage.
The conditions under which any osteological assemblage is studied are critically
important to the accuracy of the analytical results. White (2000) outlines basic
laboratory methods. The most basic steps in the analysis of bone modification are the
cleaning and curation of the specimens themselves. If the bone surfaces are variably
cleaned, bone modifications can be hidden from the analyst. If the bone specimens are
not properly organized and labeled, analytical efficiency is degraded and important
information on provenience can be lost.
Analysis should only proceed when a proper laboratory setting has been
established. Critical to the operation is a strong source of directional light. Incandescent
lights or flashlights can be very useful because strong light oblique to the modified
surface is very important in creating the shadows required to observe modifications.
Mounted and hand-held magnifying lenses are useful additions, and a good zoom
binocular microscope with a directional light source is essential.
Osteological remains from archaeological sites are often very fragile. Care should
be taken to prevent further damage. When multiple investigators analyze the same
assemblage, it is critically important that they are consistent in what is recorded, how it
is recorded, and the conditions under which it is recorded. The optimum situation, with
consistency of identification being directly related to accuracy of identification, is for a
single investigator to record the same data for all specimens in an assemblage.
The recording of osteological data is best accomplished with a recording format and
routine individually tailored to the research program and research questions being
addressed. The recording of biological identifications and bone modifications is best
facilitated by pairs of investigators working together. This increases efficiency and
accuracy of data acquisition and entry. The person making direct observations on the
specimen can make the identifications, while the co-worker enters these identifications
directly into the computer or the paper form.
Data storage
The data gathered on bone modification must be recorded and stored. A computer
database is the ideal storage system for such data, as it provides flexibility and
organization, and is easily shared. However, the benefits of using a computer database
can only be realized if the database is properly designed. A poorly designed database is
worse than no database at all. The specific database program to use
63
depends on the available computer resources. We recommend FileMaker Pro (Claris/
Apple, www.filemaker.com), which is available for both Apple Macintosh and PC
computers. However, most modern database programs can handle the fairly modest
requirements of most bone modification databases, so it is probably best to use
whichever program is supported in the facilities where the research is undertaken,
rather than purchasing a new and unfamiliar program. Microsoft Excel™, or other
spreadsheet applications, however, are generally not adequate for anything beyond a
very simple bone modification study.
The key issue in database design is what will constitute a single record in the
database-a bone specimen? a skeleton? a burial lot? This decision will depend on the
nature of the skeletal material and the hypotheses being addressed. In general, a record
in the database should correspond to the unit of analysis of the study. If, for example,
the study focuses on skeletal individuals, then each database record should correspond
to one skeletal individual. For most studies of bone modification, though, the unit of
analysis (and thus each database record) should be the separate pieces of bone
(specimens). If in doubt, it is better to make the database records more specific (i.e.,
specimens) rather than more general (i.e., skeletons). This is because database records
(e.g., specimens) can always be coded such that the larger group they form {e.g., a
skeleton) is clear, whereas the reverse is generally not possible. If a site has multiple
distinct contexts (for example both formal burials and trash materials), multiple
databases might be an option (e.g., one for the formal burials and one for the trash
materials). Generally, though, multiple databases should only be considered if different
units of analysis are used for different materials or contexts.
Once the nature of the records in the database is determined, the next step is to
determine the fields to be included in the database (that will be present for each record).
In general, all the information available on the material should be integrated into the
database, including context, modifications, and curation. This provides a central archival
repository for the information, and allows quick determinations to be made regarding
the context of each specimen. The organization of the information into specific fields
should be given careful consideration prior to finalizing the database design. In general,
more fields are better than fewer. For example, if the stratigraphic information is given
as a range for each specimen (e.g, 3cm-6cm deep), it would be wise to split this into two
fields: Minimum Depth (e.g, 3cm) and Maximum Depth (e.g., 6cm). Using two fields
would allow an easy search for all specimens below a particular depth (e.g., search
Minimum Depth for all values less than 7cm), whereas such a search would not be
possible if the information was combined in a single field.
Any bone modification database should have at least one field for each type of
modification evaluated (see above). The coding for the various states of each field should
be specified in a separate database key so that it is clear what each field and entry mean.
This will ensure consistency in coding, which is vital for analysis. For example, if in the
field “Toothmarks”, some specimens with rodent gnawing are
64
coded “RG” while others are coded “Y”, this will cause serious problems in the analysis.
Furthermore, while the definition of fields and the coding of entries may seem obvious
at the time the project is done, it may be virtually undecipherable years later. The only
way to avoid these problems is to prepare, and keep current, an explicit key/legend for
the database. In devising a coding scheme for each field, it is crucial to distinguish
between specimens that do not have the particular modification, and specimens which
cannot be evaluated for that modification (e.g., due to erosion of the surface of a bone,
it might not be possible to say whether it was cutmar- ked or not). Failure to distinguish
between these categories will produce inaccurate frequencies of the modification.
In addition to fields describing the context of the specimen, it is also useful to
include fields relating to their curation and analysis. For example, a field labeled “More
Preparation Needed” could flag specimens that require more cleaning. To speed the
documentation phase, those specimens that are identified as candidates for imaging
could be flagged using another field (e.g., “Image Needed?”), which would then allow a
list of specimens for photography to be generated easily. Here again, advance planning
is key-in the case of specimens to image, for example, it would be advisable to include
yet another field, this one describing why the specimen merits imaging (e.g., excellent
cutmark, strange burning, etc.), to avoid wasting time later trying to remember why the
specimen was flagged for imaging.
As with any method, it is wise to experiment with the details of the approach before
implementing it on the entire collection at hand. Once a prototype database and data
sheet are designed, test them on a small portion of the collection. Based on the results of
this test, the database can be refined and improved before being used for the entire
collection. In our experience, such pilot studies invariably result in improvements, and
often major changes, in the design of the database.
The database(s) that result from such a study constitute valuable primary data. As
such, multiple backup copies of the computer file(s) should be maintained in different
locations. In making such copies, though, care must be taken to insure that changes are
only entered to the master database copy in order to avoid the disaster of different
changes ending up in different versions of the database. Upon publication of the results
of the study, the database (and the database key) should be made generally available in
as permanent a form as possible (see Reporting, below). One easy method for this is to
post the database on the world-wide web. Given the volatility of the internet, though,
this cannot be considered a permanent archive (see Reporting, below).
DATA ANALYSIS
In order to test hypotheses about past behavior, bone modification data must be analyzed
appropriately. As mentioned earlier, the particular analytical methods used will depend
on the hypotheses being tested. Most bone modification studies, though,
65
involve comparisons between different groups or categories of remains, whether
between human and non-human fauna, or between human remains from different
contexts. While the mere presence or absence of particular modifications ( e.g.,
cutmarks) is often of interest, establishing this requires nothing more than looking at
the data. Making comparisons between groups, however, requires a more considered
and statistical approach, and so will be the focus of our discussion here.
The fundamental question being addressed in comparisons between groups is
whether they are the “same” in terms of particular modification(s). This requires first
establishing the frequency of the particular modification in the various groups and then
making a statistical comparison to see if this differs across groups. Establishing the
frequency of a modification is usually simple: the database can be searched to find the
number of specimens with the modification versus the number without. However,
specimens that could not be evaluated for the modification (e.g., due to damage or
surface erosion) must not be included in this calculation. Attention must also be given
the effects of bone breakage, either pre-recovery or post-recovery. Post-recovery
breakage must be repaired or accounted for prior to obtaining the data (see Data
Acquistion, above). Pre-recovery breakage, though, can also bias an analysis. For
example, imagine a sample of 500 human bone fragments, of which 50 are burned, and
a sample of 1000 non-human bones, of which 100 are burned. Both samples have the
same frequency of burned specimens (10%). However, if all 50 burned human specimens
are fragments of one tibia, whereas the 100 burned non-human specimens are all from
different individuals, then clearly heat exposure was much more common for the non-
human remains, even though the frequency of burned specimens is the same in both
samples. Numbers and statistics are no replacement for intelligent and careful
consideration of the actual bones.
The identification of modifications is also another source of bias, though one that
is frequently overlooked. Different investigators will produce different levels of
identification for the same skeletal sample depending on their background and expertise
(White 1992). The differential competence of one investigator in dealing with bones of
different taxa can also prevent meaningful comparisons. For example, consider the
evaluation of the degree of breakage in an assemblage, where specimens representing
less than 50% of the intact element are scored as “fragmentary” (White 1992). This
modification can generally only be scored for specimens that can be identified to
element (White 1992). As such, a human osteologist evaluating an assemblage including
both human and non-human remains will almost always find a higher frequency of
“fragmentary” specimens for humans compared to nonhumans. This is because human
osteologists (virtually by definition) are better at identifying fragmentary human
remains to element (which will then be “fragmentary”) than they are for fragmentary
non-human remains (which would then be indeterminate for this modification
category). While it is generally not possible to quantitatively account for these types of
biases, they must be identified and considered before frequency differences can be
reliably attributed to differences in past behaviors.
66
Care must be taken to ensure that modification frequencies between different
categories of remains are really comparable, as detailed above. If they are considered to
be truly comparable, care must also be taken in how they are compared. For example,
the frequency of cutmarks may differ some between two pig skeletons butchered by the
same person in the same way on the same day, merely due to chance. On the other hand,
it is possible that two human femora might, by chance, be broken into the same number
of pieces, though one was shattered by a hammers- tone while the other was crushed
by a truck. So the similarity or difference between modification frequencies alone is of
limited interpretive value. In order to make reliable interpretations, it must be
established what the odds are of the observed similarities and differences being due to
chance, rather than real differences in behavior. Fortunately, there are a number of
statistical methods available for quantitatively addressing this question.
Statistical methods
Statistical methods for comparing frequencies between groups are designed to estimate
the probability of the observed difference being due to chance alone. They estimate the
chance that the two groups are really “one” group-that is, more formally, whether the
samples being considered could be drawn from the same underlying population.
For example, imagine two vending machines that dispense candy of different
colors, 10 pieces at a time. From one machine, call it machine A, you obtain 2 red candies
and 8 blue candies. From another machine, call it machine B, you obtain 4 red candies
and 6 blue candies. So the frequency of red candies differs between machines A (20%
red) and B (40% red). But is this due to chance? What are the odds that both machines
contain the identical proportions of red and blue candies, and that the difference
observed is due to the fact that only a sample of the candies was considered? This is the
question that statistical methods are designed to answer. The usual form of the answer
is an estimate of the likelihood (in percentage) of the observed difference being due to
chance. This estimate is called the p-value, and is generally presented in decimal form.
For the above example, the Fisher’s exact chi-squared test (see below) yields p = 0.63,
which means that there is 63% chance that the observed difference in the frequency of
red candies is due to chance.
While this simple example of vending machines may seem unrelated to studies of
bone modification, the statistical considerations are the same for a skeletal assemblage
where 2 out of 10 human specimens have cutmarks (20%), while 4 out of 10 non-human
specimens do (40%). There is a 63% chance of the difference in cut- marks being due to
chance. Clearly, then, we cannot rule out the hypothesis that there is no significant
difference in cutmark frequency between the human and nonhuman fauna.
The level of “significance”, also known a a a a ns for a particular skeletal sample:
cutmark frequency in the human remains versus cutmark frequency in the pig
67
remains, and percussion pit frequency in the human remains versus percussion pit
frequency in the pig remains. Imagine that, using a statistical test ( e.g., Fisher’s exact
chi-squared) the significance of those two comparisons are p = 0.049 and p = 0.051. If
the level of significance (a = a = a = a = a = results of these two comparisons differently.
However, in reality, the statistical significance of these two comparisons are virtually
identical (p = 0.049 versus p = 0.051). The difference in percussion pits (p = 0.051) is only
0.2% more likely to be due to chance than the difference in cutmark frequency (p =
0.049). As such, it would clearly be foolish to interpret those two results differently,
even though, formally, one is “significant” while the other is not.
There are thousands of described statistical tests, but applying an inappropriate
statistical test to the data (or misapplying an appropriate test) will produce invalid
results. As with any method, the proper use of statistics depends on the data and
hypotheses being considered. Luckily, most types of comparisons necessary in dealing
with bone modification data can be handled by only a few fairly straightforward
statistical tests. Even so, those unfamiliar with statistics are urged to refer to one of the
many textbooks on this subject or, better, to a statistical consultant, because a full
treatment of statistical issues is beyond the scope of this chapter.
The most common statistical question in bone modification studies is whether two
frequencies are significantly different. This question is usually best answered via the chi-
squared test. The chi-squared test evaluates the hypothesis that two samples differ in the
frequency of a certain feature. The raw data must be in the form of “presence/absence”
of the feature, and the two samples must be independent of each other, and not
overlapping. For example, consider the question of whether the frequency of cutmarks
in a sample of human bones is significantly different (i.e., beyond what is expected by
chance) from the frequency of cutmarks in a corresponding sample of pig bones. To
investigate this question with the chi-square test, four data points are needed: the
number of human bones with cutmarks, the number of human bones without cutmarks,
the number of pig bones with cutmarks, and the number of pig bones without cutmarks.
From those four data points, the chi-square test calculates the probability of the observed
frequency difference being due to chance. This result is reported in the form of a p-value
(described above).
There are a variety of computer programs that will automatically calculate the chi-
squared test, and the use of whichever program is locally supported is recommended.
But the use of a computer program does not guarantee that the appropriate test will be
used, the user must specify the test and often the particular settings. For example, the
standard chi-squared test is not reliable if any of the expected values are less than 5. So
if we had used it in the above example of candy, the p-values generated by the computer
program would not have been accurate. However, a variant of the chi-square test,
known as Fisher’s exact chi-squared test, can be used in cases where numbers are less
than 5. While it is calculated somewhat differently, the interpretation of this statistic is
the same. Another option with both tests is to use the Yate’s correction factor. This
makes the statistic more con
68
servative, in that the estimated odds of a difference being due to chance are generally
higher {i.e., rhe p-values are somewhat larger). Use of this correction factor is generally
standard, but this should be reported in any presentation of statistical results.
One of the most common statistical mistakes, often seen in bioarchaeologi- cal
studies {e.g., Cook and Dougherty, 2001), is to conduct a variety of statistical tests, which
may individually be appropriate, without considering the overall effect of multiple tests.
The fundamental point to keep in mind is that the p-value represents the odds of the
observed difference being due to chance. So if we set our level of significance at 5% (a =
a =a = a = chance). Therefore, if we conduct 100 chi-squared tests, we would expect to
obtain p < 0.05 for 5 of those tests by chance alone! This is known as the issue of multiple
pairwise comparisons, which becomes a clear problem if more than 20 comparisons are
made (since, with alpha = 0.05 and 20 comparisons, one comparison is expected to be
significant by chance). If, for example, the frequency of 25 different modification types
is compared with the chi-squared rest between two taxonomic groups {e.g., humans and
pigs), then a single “significant” difference (p < 0.05) is actually expected by chance, and
such a difference cannot be considered truly significant. A simple w\ amber of
comparisons being made {e.g., for 100 comparisons, only p-values less than 0.005 would
be considered significant), though this is only recommended if a large number of
comparisons are being made. There are several other ways to correct for this issue
statistically, depending on the particular nature of rhe data and hypotheses, and
consultation with a statistician is recommended for cases involving large numbers of
comparisons.
DOCUMENTATION
A key part of any scientific study is the documentation of the primary data for archival
purposes, for future study, and for eventual presentation in lectures and/or publications.
In a molecular genetic study, the documentation of primary data might take the form of
a DNA sequence printout and an accompanying lab notebook. For bone modification
studies, the primary data are in the form of objects and their contexts, and these must
be documented.
There are two general considerations that apply to documenting bone modification.
First, the documentation process must be carefully considered as part of the overall
research strategy-improper or insufficient documentation of primary data is rightly
regarded as a fundamental breach of the scientific method. Second, the documentation
must be well-executed to be of value-photographs should be in focus, properly lighted,
and show the necessary detail; casts should be free of bubbles and deformation. The best
strategy for documentation will fail if it is not executed with care. Overall, the
documentation of the material generally takes a great deal more thought and effort than
is commonly recognized.
69
The documentation of bone modification has two components: the choice of which
materials to document, and the choice of how to document them. The choice of which
materials to document depends on the nature of the research project, but some general
guidelines will be provided here. The materials selected can be documented by imaging
and/or replication. The different methods of imaging (traditional photography, scanning
electron microscopy, and digital photography) and replication (molding and casting) are
introduced here. However, each of these topics is itself a complete field of study, with
numerous books devoted to, for example, various aspects of scientific photography. A
full description and consideration of these methods is beyond the scope of this chapter.
Instead, we will introduce them, discuss their relative merits for use in studies of bone
modification, and consider aspects of these methods that are particular to studies of bone
modification.
The short and simple answer to the question of which materials to document is “all of
them”. This is generally not practical, either in the lab or in the field. In the field, though,
striving to document as many materials as thoroughly as possible is necessary, as there
is no second chance for gathering contextual data (White, 2000).
In the lab, the selection of materials to document will depend on several factors,
such as the nature of the research project, the size of the collection, the storage facilities
for the materials, and the resources (time/money) available for documentation. This
selection can be guided by two considerations. First, which specimens are the most
important to archive? If the collection were somehow lost, which bones would you most
want photographs of? Second, when the research is reported (in lectures and/or
publications) which specimens are likely to be presented as examples? Beyond just the
choice of specimens, it is also necessary to consider which aspects of those specimens
need to be documented {i.e., the entire bone, or just the cutmarks on one end, or both).
For publications and lectures, it is often useful to have composite images of multiple
specimens. The possible presentation types of research report (see Reporting, below) will
influence the choice of materials to document.
Setting up high quality still-life photographs can be thought of as painting with light,
and thinking this way is extremely important when imaging bone modifications.
Diagnostic features of bone modification, for example internal striae, shoulder effects
and percussion striae, become visible only when properly illuminated. For this reason,
careful attention must be given to the system for lighting and mounting the specimen
for photography.
For lighting, at least two lights are generally used: a high intensity spotlight
(focused beam) to provide a direct, low angle beam oblique to the modification; and a
more diffuse light to fill in the rest of the specimen. It is generally not neces-
'0
sary to purchase expensive lights designed for professional photographers. Microscope
illuminators or small mirrors work very well as spotlights, and regular incandescent
lights work well for floods. The only requirement is that the position of these lights be
very adjustable (in three dimensions), so that they can be maneuvered to light the
specimen as needed. More lights provide more flexibility. For example, when the mo-
dification being photographed has a great deal of three-dimensional topography, it is
frequently impossible to illuminate all of the modification with only one spotlight. In
such cases, two or three spotlights or mirrors from different angles might provide the
best coverage. Experimentation is key. The difference between a good shot of a bone
modification, that shows a great deal of diagnostic morphology, and a poor one —that
does not- usually comes down to how much thought has gone into the lighting.
Care must also be taken to protect the bone during photography. Specimens are at
high risk for being damaged while being photographed: cameras can tip over, lights can
fall, and even prolonged exposure to hot lights can damage a fragile specimen. Most
importantly, the attention of the photographer is naturally focused on obtaining a good
image and, in the heat of the moment, it is easy to forget the necessity of exercising
proper caution in handling the bones. Beyond simply being careful, having an organized
area for photography lessens the risk of damage to specimens. If multiple specimens are
being photographed, it is a good idea to keep the bones not currently being imaged a
little ways apart from the actual photography setup (where equipment is being
manipulated), perhaps on a separate table.
Scanning electron microscopes (SEMs) have been used for over two decades to
photograph bone modifications (e.g., Shipman, 1981). SEMs have two advantages over
traditional light microscope photography. First, they produce highly magnified images
of three-dimensional objects with great depth of field (no loss of focus). Second, they
provide good images of bone surfaces without the confounding effects of color. There
are some drawbacks to SEMs, however. SEM machines are very expensive to purchase
(> $100,000 US dollars), maintain, and operate. Original objects cannot, in general, be
imaged directly in most SEM machines. Instead, special casts must be made and coated
with an extremely thin reflective, metallic coating. This process is time consuming and
expensive. In practice, this typically limits the number of specimens that can be imaged
with an SEM. Also, SEM machines are generally designed for extremely high
magnifications (> 5,000x). Bone modifications, however, are generally best visualized at
circa lOx - 5 Ox, which is at (or beyond) the lower limit of many SEMs.
If an SEM and personnel skilled in its operation are available, then it may make
sense to use it to image a few key specimens from an assemblage. The SEM operators
should be consulted on the specifics of producing casts for SEM use, as different machines
have different requirements. If, as is often the case, an SEM is not accessible,
then we recommend either careful light photography (macro or through a light
microscope, see above) or, better yet, digital imaging (see below).
Digital cameras provide images directly in digital form on a computer, rather than on
analog photographic fdm. Digital cameras can compete with SEMs because, like SEMs,
they can produce magnified images with high depth-of-field and good surface detail
rendering. Such images are crucial in studies of bone modification, and digital imaging
is an effective way to produce such images (Gilbert and Richards 2000). While the
resolution of digital cameras are only beginning to technically exceed the capabilities of
traditional film cameras, the control gained by using a digital camera is substantial
enough that they can be used for applications where conventional cameras fall short.
Specifically, the ability to instantly view a captured image allows a photographer using
a digital camera to optimize the lighting and settings. Traditionally, photographers
relied on light meters or other implements for a guide, bracketed the shot with various
apertures and shutter speeds, and waited for the film to be developed before making any
adjustments. When working with a digital camera it is not uncommon to shoot 100
images -making slight adjustments to camera settings and lighting arrangement after
seeing each image- before the final image is settled on. This process would take days or
weeks with a standard film camera, but takes only hours (or less) with a digital camera.
The drawback of digital cameras is currently cost: a high resolution digital imaging
setup, including the necessary computer and software, can cost between $5,000 and
$10,000 US dollars. Lower priced equipment can produce decent images. For all cameras,
prices are falling while quality is increasing, so this cost barrier is rapidly diminishing.
Cost considerations aside, digital imaging is increasingly becoming the documentation
method of choice for labs with expertise using computers, or those faced with the need
to document large numbers of specimens. For groups dealing with smaller collections,
or those less proficient in computers, traditional imaging can still produce excellent
documentation.
A digital camera to be used for imaging bone modifications should satisfy three
basic criteria: it should have a high resolution (preferably over three megapixels), it
should have an iris adjustable to at least fl 6, and it should allow for quick viewing of
the captured image. Attention must also be paid to whether the lens (built-in or
available) is capable of macro (close-up) photography. There are many consumer- grade
digital cameras currently available that have over 3 megapixels of resolution, but it is
more difficult to find one with an iris capable of fine adjustments and the ability to
instantly view the resulting image. For this reason, a professional digital camera with a
fully adjustable iris, different lens options, and a computer interface is preferable. The
Nikon Dlx and Dlh (www.nikon.com) are examples (albeit top-of-the-line examples) of
this type of camera, and are ideally suited to imaging bone modification, but others are
also available. Given the fast pace of change in
72
the digital marketplace, it is crucial to obtain current information before purchasing a
digital camera.
The lens used, though, is as important as the camera. The lens should be a key factor
in purchasing a digital camera. A high quality macro lens, for example a Nikon AF
105/2.8D Micro or Nikon AF 60/2.8D Micro (or equivalent for non-Nikon cameras), is
necessary to image most bone modifications. Extension tubes used in conjunction with
such lenses allow for even greater magnification, though typically at the cost of some
“sharpness” of the image.
Since digital cameras store images on a computer, a computer is necessary to work
in tandem with the digital camera. The specific requirements of the particular camera to
be used should be checked, but the internal memory and hard drive storage capacity of
the computer should be as large as feasible. Downloading and manipulating digital
images requires substantial internal memory, and the large file size of the images (often
circa 8 mb per image) means that storing multiple images requires a large hard drive. A
backup system should be used for stored images (e.g., two hard drives), otherwise one
computer problem can destroy all the images.
Thought must also be given to how the digital images will be communicated. While
such images are ideally suited for digital transfer (via compact discs, websites, or e-mail),
either a high-quality printer or a slide-making device is necessary if “hard” (analog)
copies are desired.
Bones can be imaged with a digital camera directly, but superior images are
generally obtained if taken from casts of the modified area because recent bone is
somewhat translucent and fossils are rarely uniform in color. To circumvent these
lighting difficulties a high-resolution epoxy replica can be made (see Appendix A:
Making a “Peel” Mold and Cast) with a surface coating that reflects light evenly. The
potential for improved imagery using casts should be weighed against the extra time,
effort, cost, potential damage to the specimen, and potential distortion incurred by
molding and casting them. Such molds and casts are also “one-sided”, and of limited area,
and so restrict the image accordingly.
As with traditional film photography, digital imaging requires balancing good
lighting and exposure to obtain acceptable results. All the considerations of proper
lighting and exposure crucial in traditional photography (see above) apply to the digital
medium. An advantage of digital imaging is that the results of the particular lighting,
exposure, etc. can be viewed instantly, and the conditions adjusted to produce better
images. Thus digital imaging is an iterative process. First the camera is adjusted, then a
shot is taken. Upon viewing the image captured on the computer monitor, lighting and
camera setting are adjusted, and another shot is made. This process is typically repeated
several times before an image of sufficient quality is obtained. Once the desired image is
obtained, it can be further enhanced digitally (using image editing programs such as
Adobe Photoshop™, www.adobe.com), although such manipulation raises ethical issues
(Gilbert and Richards 2000).
Methods of documentation: Molding and casting
For specimens that are rare or of great significance, the recording of a three-dimensional
replica of the specimen or the specific modification observed on it is recommended. This
replication involves molding and casting of the specimen. White (2000) provides useful
information in this regard, but it is necessary to take great care in molding fragile
specimens. Many important fossils have been damaged by efforts to mold them, and
much important data on bone modification has been lost in the process. FFowever, if
the specimen has the integrity to withstand molding, the production of a cast is the most
effective way to reproduce and document its modifications. Appendix A provides some
advice on how to replicate surface damage to osteological specimens; the replicas can be
used for photography or microscopic examination, and shared with colleagues in distant
laboratories without jeopardizing the originals.
REPORTING
Effective science relies on communication. Data gathered but never disseminated are
not useful. The methods of reporting bone modification data and analysis influence the
value of the Work done. A well-done project that is incompletely reported will not
advance understanding as much as the same project properly reported. Attention must
be paid not only to the gathering and analysis of bone modification data, but to its
presentation as well.
The crucial issue in the presentation of the data is that it be reported in such a manner
that other investigators can use it for c omparison. For example, frequencies reported
only in terms of percentages (e.g., 20% of bone is burned) cannot be used in statistical
comparisons (see Data Analysis, above), as those require the actual numbers of
specimens (e.g., 40 out of 200 bones are burned). In general, the raw data should be
reported as completely as possible. Given that space in books and journals is limited, this
may require negotiation with editors. Often, published raw data can be reported in an
appendix, set in smaller type. The computer database containing all the data can also be
made available on the world-wide web. FFowever, given the limited life of most
websites, and the eventual obsolescence of most program formats, material on a website
is not as permanent as material in a scientific publication. Therefore, as much raw data
as possible should be included in the actual publication.
Data should be reported separately for all potential categories of remains. Even if,
for example, the non-human fauna were considered as a unit, separately reporting the
frequencies for the specific taxa (e.g., turtles, dogs, etc.) is very helpful as it
74
permits more specific comparisons in the future. The same is true for different spatial
and temporal contexts-lumping is to be avoided in the reporting, even if categories are
combined analytically.
The raw modification data, however, are only useful if proper information is given
about how such data were generated. The specific criteria used to recognize each
modification must be provided, either directly or by reference to other publications. The
details of how, for example, refitting and curation of the material were carried out
should be provided, as these will influence the resulting data. In general, all
methodological information necessary to properly interpret the data must be provided,
and erring on the side of providing more, rather than less information, is advisable.
Naturally, the context of the remains should be specified as well, either directly or by
references.
Images
But modification data are, in a sense, secondary. They are derivatives of the actual bones
and context, which are the primary objects of study. Even the best written description
of a bone presents only a limited view of that bone compared to the actual tissue. A
photograph of that bone helps bridge the gap between a written description and the real
thing. Thus, most reports of bone modification studies include images (usually
photographs) of the bones and context. Published images are generally the first thing a
reader sees, and so they form a visual abstract of the report. They provide visual support
for statements made in the text of the report, allowing for the verification of
interpretations. Images can also present visual data that may not have been discussed in
the text per se (e.g., exactly how a cutmark looks, rather than just a written description
of certain aspects of its appearance).
The choice of which images to include is of crucial importance. The “right” images
can greatly enhance the information content of a report; indeed, in some circumstances,
the images may be more important than the text. The “wrong” images, however, will
add nothing to the information content. What follows are some guidelines for what
kinds of images to include in publications and presentations (of course, for any image to
be informative, it must be of sufficient quality; see Documentation, above).
In general, the choice of which imagery to present should be guided by two
questions. First, what are the most important claims made in the report? These claims
should be supported, to the extent possible, with imagery. For example, a report of
cutmarks on 2.5 million year-old faunal remains should ideally include several
photographs of the alleged cutmarks, including close-up shots, as well as an image(s)
showing the stratigraphic context of the bones in situ.
Second, what aspects of the report are the most difficult to understand from the
text alone? These aspects should be clarified with imagery. For example, a burial found
in an odd arrangement (with, say, the long bones forming a circle) is much better
presented with photographs than with words alone.
The specific choice of images to present will depend on the nature of the project
and the presentation. Beyond the general considerations given above, the specific choice
of images should be made by keeping in mind their three main functions: providing
visual context, providing independent support for claims made in the text, and providing
additional data beyond what can be provided in words.
In terms of context, a map indicating the site’s relationship to a larger geographic
region and then to the rest of the world is generally very effective in the introductory
parts of a presentation. A site map and a stratigraphic section are of central importance,
and should be included in most reports. Depending on the size and nature of the sample,
imagery relating to the context of specific specimens (e.g., a photo of a skeleton in situ)
may be appropriate.
In terms of providing independent support, it is useful to consider what the most
important or controversial points will be, and then to select specimens that exemplify or
support these points. Scale the image so that the key features cited in the text are clearly
visible. For example, if the controversial point is the presence of stone tool cutmarks on
a human femur, it is not useful to include just one image of the entire femur at a scale
where the cutmarks are barely visible. More useful in this case would be a closeup
image(s) of the cutmark(s), with an accompanying diagram or photo (at a smaller scale)
of the whole bone to show the location(s) of those marks on the bone.
In terms of providing useful data, images should focus on the important aspects of
the report that are difficult to describe in words. For example, the arrangement of
numerous overlapping modifications on the same specimen might not be des- cribable
in words.
To be of value, every image presented must be accompanied by description, usually
in the form of a caption. Careful attention should be paid to the labeling and captioning,
as they can substantially increase (or decrease) the value of the image. While the image
presented is likely to be very familiar to the author, it will be unfamiliar to readers. As
such, the full set of identifying information should be presented along with each image.
For photographs of specimens, this will typically include the element, side, taxonomic
identification, specimen number, and orientation. All photographs should contain a scale
bar, either labeled on the bar itself or with the dimension given in the caption {e.g.,
“scale bar is 5 cm long”).
There are usually limits to the number of images that can be included in any
presentation. The key limitation in lectures is time and the fact that only the largest
features of a projected image are typically visible to most of the audience. The key
limitation in publications is space -the number of images the publisher is willing to
include. For lectures, it is advisable to be conservative in the number of images presented
to avoid overloading the audience. Publications, however, represent the permanent
record of the project, and so all vital images should be included if at all possible. This
will require careful use of images, as often several points can be made with one well-
composed graphic, thus saving space. This also requires the proper choice of
76
publication venue: a report that is best presented with 300 images is better suited for a
monograph than a journal report.
Each venue of publication has different space constraints which influence the
choice and function of images. Journal articles are the most restrictive, and there is
generally only space for some contextual images and the most important specimens. The
first consideration when choosing a small number of specimens as representatives of a
larger assemblage is, of course, which ones best exemplify the salient points of the text
and which give the most accurate impression of the complete assemblage. With journal
articles it is especially important to view all of the final images as a unit. Ideally the
reader should be able to grasp the important concept from the graphics alone, and it is
also useful if the text abstract and the imagery compliment each other. Books are
typically less restrictive than shorter publications, and more images can generally be
included. However, the larger number of images typically presented in a book presents
more of an organizational challenge, in terms of how to arrange and group images in
relation to the text. Here again, there is no one best solution for the tremendous variety
of publications on bone modification, but the key point is that the organization of the
images (and their presentation in general) requires careful thought.
For any type of publication, it is important to check carefully the proof versions of
images and captions. Images can be printed improperly (e.g., at the wrong scale or
resolution); captions are often overlooked in the proofreading process; images can be
placed at the wrong place in the text; and images and captions can be shuffled. Another
common source of error is for the text to refer to the wrong image number (e.g., text
reads “see figure 6” when the reference should really be to figure 5). This should be
checked carefully both prior to submission and in the proof stage.
CASE STUDIES
There is no single methodological “recipe” that will guarantee good results for all bone
modification studies. Instead, the general principles outlined above should be adapted to
the particular specifics of the project at hand. The characteristics of the skeletal samples,
the hypotheses to be tested, the time available for the project, the background and
interests of the researcher(s), and the facilities and equipment available for use will all
influence the methods used. Here we present a selection of case studies to illustrate how
the general methodological considerations discussed above were applied in particular
circumstances. The range of possible projects is infinite, so these case studies should be
seen as illustrative, rather than comprehensive. Three of the four case studies discussed
involve hypotheses of cannibalism, only because that is a particular focus of our work.
In presenting the case studies, we focus on the methods used, rather than the actual
results and conclusions, for which the cited references can be consulted.
77
Mancos, Colorado
White (1992) provides a full discussion and description of what these attributes are
and how they might be recorded in other zooarchaeological assemblages. When the data
recording on the Mancos project as completed, many of the bone modifications were
recorded via film photography and SEM imaging. These data were then published in book
form (White 1992).
Navatu, Fiji
The bone modifications in a prehistoric skeletal sample from the site of Navatu, Fiji, were
evaluated to test a hypothesis of cannibalism (DeGusta 1999). Multiple taxa were
represented in the large (circa 2,000 specimens) and very fragmentary sample. Human
remains were only one component of the fauna, representing about 25% of the remains.
Only a randomly selected portion of the circa 1,000 fish specimens were analyzed, to
maximize the return of data relevant to the hypothesis relative to the time invested (as
discussed above). It was crucial, however, to check the taxonomic identifications for all
remains labeled as “fish”, since a number of mammalian specimens, including a complete
human distal phalanx, were recovered from the “fish” fauna. In general, the taxonomic
sort between human and non-human should be given careful attention, especially in
fragmentary assemblages.
The fragmentary and multi-species nature of the assemblage indicated that taking
data on the full “Mancos” set of bone modification categories would likely
79
be inefficient. The Mancos data sheet, as discussed above, was developed for an
effectively “human-only” assemblage, which was substantially more intact than the Fiji
sample, where the focus was on cross-taxa comparisons. As such, a reduced set of
modification types was derived from the Mancos set. This is presented in Appendix C.
Even so, the direction of error was toward inclusion: better to include a category of
modification which is not actually encountered, than to exclude potentially informative
modifications.
The data were originally recorded on paper data sheets and then entered into a
FileMaker Pro™ database. This was due, in part, to the lack of an appropriate computer
in the facility where the bones were and the investigator’s lack of a portable computer.
However, experimentation also showed that it was much faster to record the data on
paper, since this could be done easily with one hand (while the other held the bone). In
addition, it requires a key press to move between the fields of a computer database,
which would have been cumbersome in this case, since only a few fields typically
merited entry for any given specimen. On the other hand, the paper records had to be
entered into a database for subsequent analysis, which required time. The best method,
as usual, depends on the circumstances, and the choice made here is discussed only to
illustrate some of the options and considerations.
The Fijian sample came from two distinct contexts. Most of the sample was from a
“midden”, or prehistoric trash heap. This was the fragmentary multi-species material,
including human remains thought to have been cannibalized. The rest of the sample
was from spatially distinct formal human burials. These were relatively intact human
skeletons. The hypothesis of cannibalism required comparing the modification data for
the midden human remains with those for the formal human burials (to evaluate the
possibility of a non-cannibalistic mortuary practice being responsible for the
modifications). As such, the unit of analysis for all the remains was the specimen, or
individual piece of bone. This is not the typical approach to relatively intact skeletons,
where the individual is often the unit of analysis (e.g., in paleopathological studies). But
the specifics of the sample and hypothesis to be tested indicated that this was the
necessary approach. As it turns out, the evaluation of the burials on a “piece by piece”
basis made for easy comparisons with the midden material, so it was clearly the right
choice under the circumstances.
The cutmarks seen in this Fijian sample are typically shallow, though diagnostically
clearly cutmarks. This is perhaps due to the use of shell and/or bamboo knives, rather
than stone tools (DeGusta 1999). However, this trend only became apparent as data was
being gathered on the collection. As such, the scoring of cutmarks (and percussion pits)
was done differently than other modification types. Namely, all specimens that might
potentially have that modification were set aside. Then, in a single round of analysis, a
final determination was made as to which of those specimens bore cutmarks. This
helped insure that the determination was made consistently throughout the entire
collection, since the relevant specimens could be directly compared. Given the size of
the collection, it took months to gather
the data for all the remains. This raises the possibility that recognition criteria for various
modifications may “evolve” over time, as the investigator’s familiarity with the materials
increases. For most modifications, the existence of written standards (and frequent
reference to them) solved this problem. But the special nature of the cutmarks required
a similar modification to the “standard” approach in this case.
Other methodological considerations specific to this sample were the access
constraints: the “midden” material was on loan from the holding museum, while the
“burial” material was still held in the museum, and thus access to the “burial” material
was much more difficult. This emphasizes the need, if at all possible, to have all the
materials to be analyzed (preferably, all the bones from the site) in a single place. The
common practice of taxonomic segregation and dispersal (e.g., the fish remains to the
fish specialist, the bone tools to the archaeologist, etc.) hinders studies of bone
modification, and makes it difficult to check the initial taxonomic identifications (which
are bound to be in error in at least some cases).
Moula-Guercy, France
The cave site of Moula-Guercy in the Ardeche region of France has yielded strong
evidence for cannibalism among Neanderthals (Defleur et al. 1999). The bones from this
cave derive from an on-going excavation of a very rich site. This raised the question of
when to conduct the analysis. If analysis were only undertaken when the site was
completely excavated, this would delay the presentation of the research findings by
more than a decade. In addition, the continued funding of excavations is usually
contingent on such fieldwork producing results, in the form of publications. In this case,
once a large sample of both Neanderthal (about 80 specimens) and macro-mammalian
fauna (about 1,500 specimens) were obtained, it was deemed an appropriate time to
analyze the modifications to these remains to test the cannibalism hypothesis. There is
no general rule to guide such decisions, and we mention the issue only to illustrate that
it needs to be considered.
We initially used traditional analog photography and SEM analysis of selected
specimens to document the modifications to the Moula-Guercy remains prior to their
publication in the journal Science (Defleur et al. 1999). Subsequent to the initial imaging
of the Moula remains, they were photographed with a digital camera to illustrate the
advances made possible by digital imaging technology (Gilbert and Richards 2000). The
close-up digital images cover a larger field of vision than the SEM images, with improved
contrast.
During a Mancos-style analysis of a sample of skeletal remains from the prehistoric (circa
AD 1025) Native American site of Sky Aerie, Colorado, a mandible with an unusual
conical pit in the worn occlusal surface of the right canine (White et al.
81
1997) was examined. The morphology of the pit, particularly the internal striations,
suggested that it was human-induced. To assess this possibility, we carried out an
experimental replication experiment. We manufactured an obsidian drill and drilled a
hole in a modern human canine with similar occlusal wear. We then compared the
morphology of the prehistoric pit with the experimental pit, used both microscopic
observation and SEM imaging (though, subsequent to the initial analysis, improved
images were obtained via digital imaging, as discussed in Gilbert and Richards 2000).
Based on those comparisons, and other considerations, we concluded that the pit was
human-induced, most likely in a dental operation to treat an associated abscess and/or
caries (White et al. 1997). The methodological approach used in this case differs
dramatically from those of the other case studies mentioned here. This is to illustrate
that the methods used must, in every case, be driven by the hypotheses being tested. In
addition, it emphasizes the important role of modern actualistic research (whether
experimental or ethnoarchaeological) in understanding prehistoric skeletal assemblages.
CONCLUSION
REFERENCES
DEFLEUR, A., WHITE T., VALENSI P., SLIMAK L., AND CREGUT-BONNOURE E.
1999 “Neanderthal cannibalism at Moula-Guercy, Ardèche, France”, Science 286: 128-131.
DEGUSTA, D.
1999 “Fijian cannibalism: Osteological evidence from Navatu”, American Journal of Physical
Anthropology 110: 215-241.
82
GILBERT, W. H. AND RICHARDS G. D.
2000 “Digital imaging ofbone and tooth modification”, The New Anatomist 26\: 237-246.
LYMAN, R. L.
I994 Vertebrate Taphonomy, Cambridge University Press, Cambridge.
SHIPMAN, P.
1981 “Applications of scanning electron microscope to taphonomic problems”, Annals of the
New York Academy of Sciences 376: 357-385.
WHITE, T. D.
1992 Prehistoric Cannibalism atMancos 5MTUMR-2346, Princeton University,
Princeton, Nueva Jersey.
2000 Human Osteology, Second Edition, Academic Press, San Diego, California.
83
APPENDIX A
How TO MAKE A “PEEL” MOLD AND CAST
The molds typically used to replicate bone modifications are called “peels”. They are
generally flat (approximately two-dimensional) and produce casts with one impression
side and one blank side. Most bone modifications are small enough that large, two part
molds are not necessary. The molding agent we use is President Jet Plus Molding
compound, made by Coltene of Switzerland, though other molding products are
available. The first step in molding is to prepare the surface of the specimen. It must be
cleaned of dirt and other debris, but thought should be given as to whether original
matrix should be removed, as such matrix cover over modifications can provide
information about the timing of the modification (for example, constituting proof that
the modification is ancient rather than recent).
Specimens with fragile surfaces should not be molded. Apply the molding
compound to the area of the specimen to be molded and let it set. Peel off the mold and
build a wall around its edge to contain the epoxy that will be used for making casts. It is
a good idea to make two molds if time permits. Experimenting with a few “test” molds
(and casts) is also recommended prior to making replicas of important specimens.
Casting is more difficult than molding, with keeping bubbles out of the epoxy being
the biggest challenge. For this step many things are necessary: Epoxy (Four to One, Tap
Plastics), a vibrating platform, plastic syringes, mixing cups, a vacuum pump and
chamber, and small flat sheets of wood or another rigid substance. Although the
working time of epoxy is greater than with plaster, it is very difficult to remove all of
the bubbles. This means that, just as with plaster, care must be taken to avoid premature
setting (onset of catalysis). The high surface tension of epoxy bubbles makes them
resistant to bursting even when vibrated vigorously. Care should be taken at every step
to avoid introduction of bubbles, especially when stirring.
Attach a few molds to each small wooden sheet with a drop of President Jet. Make
sure that there is enough of a levee built up on each of the peels so that the epoxy will
cover the entire specimen surface without running out the sides; even a small hole will
cause problems. The pieces of wood make the molds rigid, allowing them to be
manipulated more easily throughout the procedure. Designate four work areas: a
vacuum chamber area, a pigment and epoxy mixing area, a vibrator area, and a curing
area. Place a table-protective covering under each area and prepare each for operation
before mixing epoxy.
Cut the tips off of two plastic syringes. Mark two cups with the appropriate ratios
of epoxy components (4 parts resin to 1 part hardener). Lay out the pigments you will
use. Carefully pour the resin into its cup without introducing bubbles. Add the pigment
and fold the mixture slowly on the vibrating platform. Pour the hardener into the
second cup. Try to eliminate bubbles in both components by vibrating each separately
before they are mixed. Use a syringe to add the hardener to the resin/pigment mixture
without introducing bubbles. Mix the epoxy on the
vibrating platform with a stick, quickly but carefully. When the two are completely
mixed, place the cup in the vacuum chamber and vacuum for five minutes, or until the
foam of bubbles on the surface deflates, whichever is first. It is important the mixture
not cure in the vacuum chamber so do not exceed five minutes, especially if the room is
hot. Upon removing the epoxy from the vacuum chamber, immediately place it on the
vibrating platform, allowing the bubbles that surface to pop if possible. Remove the
epoxy from the vibrating platform and decrease the intensity of vibration.
Make sure the vibrating platform is set to a low speed, hold the molds (affixed to
the small sheet of wood) on the vibrating platform and slowly pour the epoxy into one
side of the mold. Be careful to not trap air anywhere in the mold, and be sure that the
whole specimen surface of the mold is covered. Keep the mold on the vibrating platform
until bubbles no longer rise to the surface. Place the poured molds in a safe place for
approximately eigth hours. Curing time will vary significantly with room temperature.
If the cast is to be used for photography, a thin coating of matte white ammonium
chloride will improve the resulting image quality. Needed for this step are the following:
a fume hood, a Bunsen burner, a glass pipette with a rubber squeeze bulb on one end,
ammonium chloride crystals, a pipette holder, and a stage that can position the specimen
at about the height of the Bunsen burner. Carefully remove the cast from its mold and
place it on the stage about 10cm from the Bunsen burner, under the fume hood. Place a
pinch of ammonium chloride crystals in the middle of the pipette, light the burner, and
heat the crystals. When the ammonium chloride vaporizes squeeze gently on the bulb
to lightly coat the specimen. Do not over apply. Once the specimen is coated do not
touch it, for the ammonium chloride will rub off easily. The ammonium chloride should
be removed from the specimen prior to archiving as it will produce trace amounts of
hydrochloric acid over decades.
85
APPENDIX B
THE “MANCOS” BONE MODIFICATION DATA SHEET
Only the data fields are listed here. For the definitions, scoring, and related methodological
considerations, see White (1992).
1. Site name
2. Burial number
3. Specimen number
4. Side (R, L, B = if midline, or I = indeterminate) _________
5. Fragmentation (W or F) ____________________________________
6. Element (T.W. code) __________________________________
7. Age (00 - 99, AD, IM, and ?? = indeterminate) __________
8. Taxon (I = indeterminate, H = H. sap.) __________________
86
37. Outer conchoidal scars (No.)
38. Inner conchoidal scars (No.)
39. True bone flake (+or-)
40. Incipient fracture cracks (No.)
41. Crushing (+ or -)
42. Percussion pits (No.)
43. Adhering flakes (No.)
44. Peeling (+ or -)
45-98: Enter (-) where not applicable, and (0) if not present
45. Proximal shaft cuts (No.)
46. Distal shaft cuts (No.)
47. Cuts on bone ends (No.)
48. Midshaft cuts (No.)
49. Cuts on nonlimb elements (No.)
50. Proximal shaft chopmarks (No.)
51. Distal shaft chopmarks (No.)
52. Chopmarks on bone ends (No.)
53. Midshaft chopmarks (No.)
54. Chopmarks on nonlimb elements (No.)
55. Proximal shaft scrapemarks (+ or -)
56. Distal shaft scrapemarks (+ or -)
57. Scrapemarks on bone ends (+ or -)
58. Midshaft scrapemarks (+ or -)
59. Scrapemarks on nonlimb elements (+ or -)
87
Enter 81-85 for evidence of thermal alteration (burning)
37. Proximal shaft discoloration
(+ or -)
38. Proximal shaft exfoliation
(+or-)
39. Proximal shaft cracking/crazing
(+ or -)
40. Distal shaft discoloration (+or-)
41. Distal shaft exfoliation
(+ or -)
42. Distal shaft cracking/crazing
(+ or -)
43. Discoloration on bone end (+or-)
44. Exfoliation on bone end (+or-)
45. Cracking/crazing on bone end
(+ or -)
46. Discoloration at midshaft (+ or -)
47. Exfoliation at midshaft
(+ or -)
48. Cracking/crazing at midshaft
(+ or -)
49. Discoloration: nonlimb elements (+ or -)
50. Exfoliation: nonlimb elements (+ or -)
51. Cracking: nonlimb elements (+ or -)
52. Shaft splinter length (in mm)
53. Shaft splinter breadth (in mm)
98.Splinter cortex thickness (max., in mm)
88
APPENDIX C
THE “FIJI” BONE MODIFICATION DATA SHEET
Only the data fields are listed here. For the definitions, scoring, and related
methodological considerations, see DeGusta (1999) and White (1992). Additional
“analytical” fields were created in the database after the data were gathered. For
example, a field “Human?” (coded either Y or N) was added to the database to permit
easy searches for the human remains.
Site
Level (should split into multiple fields for upper limit, lower limit, etc.)
Specimen Number
Conjoining Number
Taxonomic Class
Original Taxonomic Id
Taxon
Element
Side
Age
Fragmentation:
Intact Outer Cortex
Element Portion Shaft
Circumference Intact Shaft
Length Weathering
Preparation Damage
Random Striae Fracture -
Modern Fracture - Ancient
Fracture - Indeterminate
Cutmarks Burning
Internal Vault Release
External Vault Release
Sutural Release
Inner Conchoidal Scars
Outer Conchoidal Scars
Incipient Fracture Cracks
Crushing
Percussion Pits
Percussion Striae
Adhering Flakes
True Bone Flakes
Peeling
Polish
Toothmarks (should split into separate fields for rodent, carnivore, and indet)
Photograph Needed?
X-Ray Needed? (probably not necessary)
SEM Needed?
Very Important Specimen?
Comments
89
PROBLEMAS RELATIVOS AL ESTUDIO TAFONÓMICO
Gregory Pereira
Centre National de la Recherche Scientifique, Nanterre, Francia
INTRODUCCIÓN
92
Depósitos primarios
sucesivos
93
arqueología mexicana (Romano 1974: 89), nos parece importante distinguir las
remociones internas del sepulcro (como es el caso de los depósitos primarios sucesivos)
de aquellas otras que implican un traslado de los huesos. Al igual que otros autores
(Ubelaker 1974: 8; Masset 1987: 113; Duday et al. 1990: 43; Duday 1997: 118-119;
Middleton et al. 1998: 298), limitaremos el uso del término secundario a esos rituales en
los cuales el depósito definitivo se efectúa después de un proceso de des- carnamiento
parcial o total, natural (descomposición) o artificial (cremación, descar- namiento y
desarticulación por medio de instrumentos cortantes), ocurrido en otro lugar. Eso
implica un traslado de los restos óseos durante una segunda etapa y su acumulación
dentro de un osario. La formación del osario puede ser progresiva (depósitos sucesivos)
o bien deberse a un evento único (depósito simultáneo). También se pueden distinguir
los depósitos secundarios selectivos, en los cuales sólo se recogió algún hueso específico
(cráneo, fémur), de los depósitos no selectivos, donde no aparece un tratamiento
diferenciado intencional. De manera general, los depósitos secundarios se caracterizan
por la ausencia de conexiones. No obstante, el traslado de los huesos hacia la tumba
definitiva no impide la posibilidad de que ciertos segmentos anatómicos se encuentren
todavía articulados, ya que, como lo explicaremos, algunas articulaciones pueden
conservarse mientras lo demás esté dislocado. Falta señalar que los tratamientos
secundarios pueden presentar distorsiones importantes en la representación relativa del
esqueleto: los huesos de tamaño pequeño, que fácilmente se “pierden” en el transcurso
de las manipulaciones, suelen ser poco representados a comparación de los grandes
huesos del esqueleto.
4. En fin, hay que considerar que puede encontrarse también toda una variedad de
depósitos mixtos en donde los tratamientos descritos anteriormente pudieron existir en
el interior de un mismo espacio sepulcral. Estos casos son seguramente los más difíciles
de entender.
La identificación entre estas diversas formas de entierros múltiples es raramente
posible a primera vista. En la mayoría de los casos es necesario recurrir a un análisis
meticuloso de las características del entierro antes de llegar a alguna conclusión. En este
trabajo propondremos varios métodos complementarios que permiten conocer mejor los
comportamientos mortuorios. En una primera parte presentaremos los diferentes
métodos empleados. Luego expondremos los resultados que su aplicación ha permitido
lograr en los entierros múltiples de Guadalupe y Tingambato.
El análisis cuantitativo
94
de gran importancia para entender el proceso de formación del depósito funerario.
Básicamente, nos puede proporcionar información acerca de dos aspectos de los
conjuntos estudiados:
-El primero se refiere al número de individuos que fueron depositados. A partir de
la muestra ósea disponible, se calcula el número mínimo de individuos (NMI). Como lo
ha subrayado Poplin (1976), esta cifra no es más que una aproximación del número
inicial de individuos (NII)1 y del número real de individuos (NRI).2 La diferencia entre
el NMI y el NII y NRI -que suele ser proporcionalmente más importante cuanto más
aumenta el número de individuos involucrados en la muestra— se explica por dos
factores principales: a) la destrucción del material óseo en la tierra y
b) la confusión generada por la mezcla de las piezas anatómicas de diversos individuos.
Como lo indican varios autores, existen diferentes maneras de calcular el NMI (Poplin
1976; Lyman 1994). Se puede solamente tomar en cuenta las cifras proporcionadas por
el elemento esquelético mejor representado de la muestra. Por ejemplo, si el mejor
resultado es proporcionado por los húmeros derechos y es de 20, NMI = 20. Esta forma
es la más segura, pero es posible mejorarla si pensamos en criterios de edad que permiten
“individualizar” algunos sujetos. Tomando otra vez el ejemplo de los húmeros, si entre
los 20 derechos, 15 son adultos y cinco son infantiles, y si existen 18 izquierdos entre los
cuales siete son infantiles, se puede considerar que NMI = 22 ( = 1 5 húmeros adultos
derechos + 7 húmeros infantiles izquierdos). Aspectos como el sexo o la robustez
también pueden ser usados para diferenciar los sujetos. Sin embargo, por depender de
criterios más subjetivos, el uso de estos rasgos no nos parece conveniente cuando la
muestra incluye muchos sujetos (más de cinco). En cambio, puede ser útil en el caso de
los entierros que contienen pocos individuos.
-El segundo aspecto importante que se puede estudiar a través de un enfoque
cuantitativo se refiere a la representación relativa de las diferentes partes del esqueleto.
Los arqueozoólogos han desarrollado ampliamente este enfoque con el fin de inferir los
comportamientos cinegéticos y culinarios de las sociedades antiguas (Binford 1978;
Lyman 1994: 223-293). Se ha planteado por ejemplo que las diferencias de
representación podían deberse a tratamientos diferenciales en el momento del
descuartizamiento de los animales, el traslado del área de matanza al de consumo
(Binford, 1978) o el aprovechamiento culinario o económico del esqueleto (Lyman 1994:
294-353). Obviamente, se ha tratado de entender los factores tafonómicos naturales que
podían influir en la conservación diferencial (incidencia de los carnívoros,
intemperización, diagénesis). La unidad de medida que más conviene para este tipo de
estudio es el Número Mínimo de Elementos (NME) que es una estimación de número
mínimo de individuos calculada a partir de una sola parte del esqueleto (Lyman 1994:
102).
Salvo en el caso del canibalismo, en que el tratamiento de los restos humanos se
asemeja al de los animales de consumo (Villa etal. 1986; White 1992), es evidente
1 El número de sujetos que contribuyeron a la muestra arqueológica, aun si algunos ya no están representados
en el material estudiado.
2 El número de sujetos que están representados al menos en un resto de la muestra.
95
que no se pueden interpretar las variaciones en la representación de las piezas
esqueléticas según los esquemas de la arqueozoología. En el contexto funerario son
objeto de un depósito intencional que obedece a reglas sociales y culturales muy distintas
de las estrategias alimenticias y económicas mencionadas anteriormente. Sin embargo,
el estudio de la frecuencia de una u otra pieza ósea no deja de ser de gran interés para el
estudio de los comportamientos funerarios. Efectivamente, como ya lo hemos indicado
arriba, los tratamientos mortuorios son susceptibles de generar distorsiones más o menos
marcadas en la muestra ósea considerada. En los entierros primarios sería lógico
encontrar una representación relativamente pareja de las diferentes unidades óseas,
mientras que, en el caso de depósitos secundarios, ésta debería ser dispareja. En cuanto
al segundo caso, uno puede esperar que falten huesos pequeños como los de las
extremidades o de la columna vertebral que fácilmente pudieron ser “olvidados” en el
lugar del depósito primario. Estas lagunas también pueden afectar otras partes más
voluminosas del esqueleto voluntariamente excluidas del lugar de inhumación
definitivo, por razones inherentes al ritual funerario.
Evidentemente, este esquema es teórico y sería un grave error olvidar los demás
factores susceptibles de modificar la representación de las osamentas. El primero de
todos es la conservación diferencial de los huesos, cuyo origen es muy variado (Hen-
derson 1987; Van Vliet-Lanoé & Cliquet 1989). Obedece a factores intrínsecos como la
morfología y la densidad de cada pieza ósea, a los cuales se agregan factores extrínsecos
que pueden ser de tipo mecánico (de origen antrópicos y naturales), bioquímico,
climático. Antes de concluir que se trata de un tratamiento diferencial, hay que
preguntarse si algunos de estos factores pudo influir en la conservación de los huesos.
Con este fin, se debe considerar el estado de conservación general del material
analizado (fragmentación, erosión, huellas de raíces, alteraciones debidas a animales,
etc.) y averiguar si los huesos que hacen falta no son los que, por su estructura, resultan
ser los más frágiles. Por desgracia, a diferencia de lo que sucede con varias especies
animales (Lyman 1994: 235-258), son escasos los estudios sistemáticos sobre la densidad
estructural de los huesos que conforman el esqueleto humano (Galloway et al. 1997). El
trabajo de Waldron (1987) referente a la conservación diferencial en contexto
arqueológico es seguramente más útil para nosotros. Basándose en los datos
proporcionados por la excavación de un cementerio romano-británico, este autor
analizó la representación relativa en una muestra de 88 individuos adultos procedentes
de entierros primarios individuales. Los datos obtenidos permiten sacar conclusiones
ilustrativas. Primero, es interesante observar que existe una diferencia entre el NII (=88)
y el NMI (calculado con el hueso coxal), que sólo alcanza 62. Por otro lado, las diferentes
partes del esqueleto muestran notables diferencias en cuanto a su conservación (figura
2). Huesos como el cóccix, los carpianos, el esternón o las rótulas proporcionan las tasas
de conservación más bajas3 (menos de
3 En la gráfica presentada en la figura 2 hemos calculado la tasa de conservación basándonos en el NMI (62),
y no en el NII (88) como lo hace Waldron. Tomamos tal decisión porque esta fórmula es más adecuada
para comparar esta muestra con las que proceden de entierros múltiples, donde sólo podemos contar con
el NMI.
96
40%). El tarso distal y el peroné están mejor representados pero su tasa no rebasa el 50%.
Los demás huesos del esqueleto proporcionan cifras que superan el 60%, aunque
muestran diferencias notables. Por ejemplo, piezas como la clavícula o los metatarsos
sólo alcanzan el 65%, mientras que el hueso coxal, los metacarpianos, la mandíbula o el
hueso temporal superan el 90%. Estas cifras son indicativas, pero sería necesario repetir
este trabajo en otras muestras del mismo tipo para afinar los resultados. Otra limitante
de importancia es que el autor no proporciona datos precisos acerca del estado de
conservación del material óseo, de las posibles perturbaciones que pudieron sufrir los
entierros así como de los métodos empleados para su excavación. Dichos factores pueden
efectivamente tener incidencias sobre la representación relativa del esqueleto. Al
parecer, las disparidades relevantes observadas indican un estado de conservación
bastante malo del material usado para este estudio. Por cierto, si comparamos las tasas
de West Tenter Street con las de la tumba colectiva de Mournouards (figura 2), en la
cual el carácter primario de los depósitos fue claramente demostrado (Leroi-Gourhan et
al. 1963), notamos que en este último caso las diferencias no son tan marcadas.
W.T.S. Mournouards
100
e — cd i\ C O >< c cd O o
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<u “ü 3 J3
u cd6 o
Figura 2. Perfil osteológico realizado a partir de los datos procedentes de los sitios de West Tenter Street,
Grán Bretaña (según Waldron, 1987) y de Mournouards, Francia (según Leroi-Gourhan et al., 1963). Adultos
en contextos primarios. Nótese que en cuanto a las vértebras cervicales, Waldron no proporciona cifras
detalladas, razón por la cual no son representadas estas dos categorías en el histograma de W. T. S.
97
Tampoco hay que olvidar que algunos comportamientos funerarios pueden generar
distorsiones notables. Por ejemplo, las costumbres que consisten en volver a abrir el
sepulcro para extraer algunas piezas óseas, como el cráneo, la mandíbula o algún hueso
largo, pueden generar subrepresentaciones de esas partes del esqueleto, aun en contextos
primarios (Duday 1987b: 95; Acosta 2000: 65). También hay que considerar el cuidado
con el cual se recuperan y trasladan los huesos en el caso de los entierros secundarios. El
uso de tal o cual tipo de continente puede influir sobre la representación de los restos.
Para concluir esta sección es preciso poner énfasis, por un lado, en la necesidad de
cuantificar los restos óseos de forma sistemática y detallada, tomando en cuenta no
solamente los grandes huesos o las piezas completas sino también los huesos más
pequeños y los fragmentos. Por otro lado, resulta claro que la interpretación de los datos
obtenidos tiene que ser muy cautelosa y debe comprender otras características del
entierro como el estado de conservación del material estudiado y, sobre todo, la
organización in situ de los restos. Los dos puntos que vamos a desarrollar enseguida se
refieren a este último aspecto.
98
al. (1990: 31), se califican de “lábiles” las articulaciones que se destruyen rápido durante
el proceso de descomposición. Estas incluyen los huesos de las manos, los extremos
distales de los pies, las vértebras cervicales medias e inferiores (entre C3 y C7), y la unión
del omóplato con la caja torácica. Su presencia en el contexto estudiado sugiere que los
individuos a quienes corresponden fueron traídos a la tumba poco tiempo después de su
deceso. En cambio, las articulaciones “persistentes” suelen resistir mucho más tiempo a
la descomposición por encontrarse unidas por ligamentos más fuertes. Es el caso de la
unión entre el atlas y el occipital, entre la tibia y el peroné, el tobillo, la pelvis, las
vértebras lumbares.4 La presencia de estos elementos aislados no implica forzosamente
un depósito primario, puesto que el cadáver podía carecer ya de la mayoría de sus partes
blandas cuando los restos fueron depositados en el sepulcro. No es posible entonces
descartar la posibilidad de un depósito secundario. Los osarios estudiados por Ubelaker
(1974) en Nanjemoy Creek, Maryland (Estados Unidos), son un ejemplo elocuente de
este tipo de evidencia. En este caso, se encontraron fosas que contenían una gran
cantidad de restos óseos, muchos de ellos formando segmentos corporales incompletos.
El análisis cuidadoso del contexto y los datos proporcionados por las fuentes
etnohistóricas permitieron demostrar claramente que estos depósitos eran el resultado
de un ritual funerario en dos etapas: el entierro en fosa colectiva se llevaba a cabo después
de una primera etapa en la cual los cadáveres eran expuestos al aire libre, sobre
estructuras de madera. La ceremonia de entierro colectivo ocurría cada 10 o 12 años
independientemente del estado de descomposición de los difuntos, lo que explica la
presencia de segmentos corporales más o menos completos.
A la luz de los elementos que acabamos de mencionar, resulta claro que la presencia
de segmentos corporales en relación anatómica no es forzosamente el resultado de un
desmembramiento relacionado con alguna práctica sacrificial. Aun en el contexto
mesoamericano, donde este tipo de tratamientos están claramente reportados en las
fuentes etnohistóricas e iconográficas, no nos parece razonable proponer este tipo de
interpretación sin que existan evidencias directas en los huesos como huellas de corte en
zonas articulares (Pijoan y Mansilla 1997).
4
Es preciso señalar que este orden es válido en condiciones ambientales intermedias (Duday 1997: 94). En
cambio, en condiciones que permiten la momificación, se ha notado cierta inversión en el orden de
destrucción de las articulaciones (Maureille & Sellier 1996).
99
sivos, en los cuales el estado en que se presentan las osamentas en el momento de la
excavación corresponde básicamente a la última etapa de uso. Es un estado final que
seguramente esconde una historia más compleja (Leclerc & Masset 1980). Sin embargo,
ese último estado no deja de conservar las huellas de sus estados anteriores o de la forma
en que se constituyó. Nuestro objetivo es descubrir la “estructura latente” del depósito.
Este concepto, que fue elaborado por Leroi-Gourhan (Leroi-Gourhan & Brézillon 1972)
acerca del análisis de los pisos habitacionales paleolíticos, no deja de ser perfectamente
adaptado para los contextos funerarios que analizamos aquí {cfr. Gallay & Chaix 1994;
Gallay 1986: 226-230). La estructura latente de un depósito arqueológico se opone a la
“estructura evidente”. A diferencia de esta última, integra las características que no son
inmediatamente perceptibles en el momento de la excavación pero que pueden ser
evidenciadas a través del análisis de sus componentes.
El análisis espacial constituye una forma muy provechosa de acercarse a esta
dimensión desconocida de los vestigios. Este camino, inaugurado de forma espectacular
por Leroi-Gourhan en contexto tanto funerario (Leroi-Gourhan et al. 1962) como
habitacional (Leroi-Gourhan & Brézillon 1972), implica el uso de dos herramientas
analíticas que son: a) la comparación de los modos de distribución de las diferentes
categorías de vestigios, b) el estudio de los desplazamientos sufridos por estos vestigios
mediante la búsqueda de relaciones entre elementos que pertenecen a un mismo
individuo.
En el ámbito estrictamente funerario, las propiedades intrínsecas de los restos
humanos permiten enriquecer las interpretaciones al abordar su distribución desde
varias perspectivas. Por ejemplo, se puede analizar la repartición espacial de los vestigios
cruzando datos anatómicos con criterios de sexo o de edad, con el objetivo de averiguar
si estas variables biológicas tuvieron un papel significativo en la organización del
entierro. En varios casos, este enfoque ha permitido inferir tratamientos diferenciales
que no eran perceptibles a primera vista. Podemos citar el ejemplo de la cueva neolítica
de l’Aven de la Boucle, Francia, en la cual Duday notó que la distribución de los huesos
infantiles sugiere la existencia de una especialización zonal interna relacionada con
criterios de edad. Un sector específico de la cueva parece haber estado destinado a los
niños (Duday 1987b: 94). Otro caso interesante procede del sitio megalítico suizo de
Petit Chasseur (neolítico), en el cual se ha notado que la distribución de los mismos
huesos infantiles y de los ornamentos de concha era excluyente (Gallay 1986: 229-330),
lo que sugiere que este tipo de adorno estaba reservado a los adultos. Finalmente
citaremos una vez más el trabajo de Ube- laker (1974: 37-39) sobre los entierros
colectivos de Nanjemoy Creek; el análisis de distribución demuestra en él un
tratamiento diferencial que depende de la edad pero también del tipo de hueso. Mientras
que los grandes huesos del esqueleto de adultos y de niños se encontraban mezclados,
las piezas pequeñas (pies, manos, vértebras) mostraban diferencias marcadas
relacionadas con la edad, patentes por su distribución. A partir de este dato, Ubelaker
propuso una reconstrucción referente a la forma en la que se recuperaron y trasladaron
los huesos desde el lugar en que estaban originalmente expuestos los cadáveres: al
parecer, los huesos grandes fueron recolec
tados primero y juntados sin distinción, mientras que los huesos chicos fueron agrupados
por separado, tal vez en un continente de material perecedero en el cual estaba el
cadáver. Esta evidencia permite suponer que, en el lugar de depósito primario, los
cuerpos estaban colocados de forma separada.
La organización del depósito también puede ser estudiada desde la perspectiva de
las relaciones osteológicas. El objetivo de este método es reconstruir los movimientos
sufridos por los restos de un mismo individuo en el interior del entierro. El hueso
humano ofrece una amplia variedad de posibilidades al respecto (Duday 1987a: 53). Al
igual que páralos artefactos, se pueden establecer relaciones pegando pedazos de un
mismo hueso fragmentado. También se pueden establecer relaciones de simetría entre
los huesos pares del organismo, de contigüidad articular, de un mismo estado de
desarrollo óseo (especialmente para los restos infantiles), de un mismo conjunto
patológico (en el caso de las patologías articulares o de las enfermedades de sistema). La
representación planimétrica y estratigráfica de los resultados obtenidos aporta
información interesante acerca del tratamiento de los restos humanos, del grado de
homogeneidad/heterogeneidad de los conjuntos óseos, de los movimientos horizontales
y verticales que las intervenciones sucesivas del hombre han podido generar.
Evidentemente, el éxito de este tipo de análisis está condicionado por varios factores.
Primero, depende del estado de conservación de los restos óseos. Cuanto menos
incompletos y erosionados estén los huesos, más fina y confiable será la observación que
permitirá asociar una u otra pieza ósea con un mismo sujeto. Por otra parte, varios
autores (Duday 1987a: 53; Villena I Mota et al. 1996) han demostrado que algunas piezas
óseas se prestaban mejor que otras para realizar relaciones de simetría y de contigüidad
articular. Las articulaciones sacro-coxal, as- trágalo-calcáneo o inter-metatarsiana
aportan buenos resultados. En cuanto a las relaciones de simetría, los pequeños huesos
como los del tarso, los metatarsos o las rótulas proporcionan mejores resultados por ser
más fáciles de manipular por el observador y fragmentarse menos que los grandes huesos.
Finalmente, al igual que para cualquier otro análisis espacial, la utilización de las
relaciones osteológicas no es posible si no se ha realizado un registro preciso y
sistemático en el momento de la excavación. En todo caso, el registro tridimensional es,
sin lugar a dudas, el más adecuado.
101
en el área de Zacapu. Fue excavada en 1986 por las arqueólogas M.C. Arnauld y M.F.
Fauvet-Berthelot (Arnauld et al. 1993).
Estos dos contextos muestran características comunes. Para empezar, están
fechados en el Clásico tardío, que corresponde a la fase Lupe (600-850 d C) de la
secuencia cronológica definida en la cuenca de Zacapu (Michelet et al. 1989). Por otra
parte, presentan similitudes en cuanto a la arquitectura: se trata de cámaras funerarias
de planta cuadrangular con muros de piedra, techo de lajas y entrada lateral acomodada
en una de las paredes. Dicha entrada permitía acceder a la tumba por medio de unos
escalones. El contenido de estas tumbas está conformado por los restos óseos de varios
individuos asociados con objetos de cerámica, obsidiana, basalto, hueso, etc. Es
interesante destacar que este tipo de tumba es característico del Clásico tardío en el norte
de Michoacán. Para el mismo periodo se han excavado contextos similares en sitios como
Tres Cerritos, en la cuenca de Cuitzeo (A. Macías Goytia y K. Vackimes Serret 1988) y
Uricho, en la cuenca de Pátzcuaro (Pollard 1996).
Ahora bien, cada sepultura muestra también variaciones en cuanto a sus
dimensiones, técnicas constructivas y ubicación en el sitio:
—La Tumba 1 de Tingambato (T. 1) se encontró dentro de un área residencial
habitada seguramente por la elite del sitio, ya que se sitúa justo al norte del conjunto
ceremonial mayor. Consta de una cámara funeraria de planta más o menos cuadrada de
3.40 por 3.30 m, construida con lajas y techada con un sistema de falsa bóveda. El acceso
se realizaba por una entrada ubicada en la pared sur, a la cual se bajaba por medio de una
escalera de seis gradas. En el momento de la exploración, la escalera se encontraba
rellenada mientras que grandes lajas colocadas verticalmente tapaban la entrada. Por
dentro, la tumba había sufrido muy pocas infiltraciones de sedimento, de forma que el
volumen interior de la cámara había permanecido vacío. Los restos humanos y artefactos
asociados eran numerosos y yacían en la superficie del piso. El material arqueológico fue
publicado de forma completa por Piña Chan y Oi (1982). Contiene buena cantidad de
vasijas, incensarios, tapaderas, figurillas, sellos, así como varios objetos de piedra, concha
y hueso. Los restos óseos fueron estudiados y publicados por Zaid Lagunas Rodríguez
(1987). En 1997, hemos vuelto a revisar dicho material (Pereira 1997c) con el fin de
conseguir datos que permitieran comparar la tumba de este sitio con las que se habían
excavado en Guadalupe, Zacapu.5
-A diferencia de la tumba que acabamos de describir, la Estructura Funeraria 1 de
Guadalupe (E. F. 1) no se encontraba en un contexto habitacional, sino que formaba
parte de un verdadero cementerio que integra otras cámaras funerarias así como
entierros más sencillos en caja, fosa u olla (Pereira 1997a, 1997b, 1999). En
5 Quisiera agradecer a Zaid Lagunas Rodríguez su cordial ayuda. Mi reconocimiento se dirige igualmente a
Enrique Serrano, director de la Dirección de Antropología Física(DAí) del Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH) y a los investigadores de la misma institución por recibirme y permitirme
el acceso a las bodegas.
102
1998, durante una última temporada de campo llevada a cabo en el sitio, hemos podido
demostrar que estos conjuntos funerarios se organizaban alrededor de un patio
ceremonial rectangular.6 La E. E 1 se encontraba en la orilla sur del patio. Consta de una
cámara de planta subcuadrada de 2.90 por 2.75 m con acceso lateral. La entrada fue
acomodada en el lado norte y consta de un solo escalón. Los materiales empleados para
su construcción son bloques de basalto burdamente desbastados y algunas lajas colocadas
en el piso, en el centro de la cámara. Las modificaciones realizadas en la tumba justo
antes de su abandono nos impiden conocer la forma en que estaba techada. La parte
superior de la estructura fue entonces desmantelada y los muros fueron rebajados. Luego,
el espacio interior fue rellenado con tierra y tapado por un piso de lajas. Sin embargo, es
probable que la techumbre estuviese originalmente realizada con lajas, tal como se pudo
observar en otras tumbas excavadas en el sitio (Pereira 1999: 80-82). El contenido de la
E. F. 1 es muy rico también, consta de una cantidad importante de osamentas asociadas
con numerosas vasijas, artefactos de concha, piedra y hueso (Arnauld et al. 1993). El
estudio de los restos óseos fue llevado a cabo por V. Gervais (véase Arnauld etal. 1993:
141-145) y por el autor de este trabajo (Pereira 1992, 1997a, 1999).
Antes de presentar los resultados del análisis del contenido de estos dos entierros,
es preciso señalar notables diferencias en la naturaleza de los datos de campo con los que
hemos podido contar para realizar este estudio. Efectivamente y por varias razones, no
hemos podido tener una documentación igualmente detallada en los dos casos. Primero,
hay que señalar que en ninguno de ellos se contó con la participación de una persona
familiarizada con la osteología, lo que abre la posibilidad de que datos anatómicos
(relaciones anatómicas parciales en particular) no hayan sido registrados. En cuanto al
levantamiento del material óseo, éste se realizó en ambos casos por conjuntos
determinados de forma arbitraria.
—En el caso de la Estructura Funeraria 1, los restos óseos fueron levantados en
conjunto por niveles arbitrarios según la cuadrícula (cuadros de 1 m de lado). Sin
embargo, pudimos contar con el registro fotográfico completo que nos resultó útil para
analizar el contenido de la tumba. Las autoras de la excavación nos proporcionaron
también las notas de campo.
—En el caso de la Tumba 1 de Tingambato, el levantamiento del material óseo se
realizó por conjuntos definidos de forma arbitraria en el momento de la excavación.
Estos suelen corresponder a concentraciones de mayor densidad que fueron registradas
y fotografiadas. Por desgracia, no hemos tenido la oportunidad de estudiar estos
documentos que parecen haberse perdido, lo cual constituyó una limitante importante
para nuestro trabajo ya que no nos fue posible ubicar los conjuntos óseos en el espacio
interior de la cámara funeraria.
6 Esta estructura es la más importante del sitio. Mide 30 m de largo por 20 m de ancho. Fue descubierta al cabo
de una prospección magnética realizada por Luis Barba, Agustín Ortiz y Karl Link (Instituto de
Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México). La excavación de
varias calas permitió determinar con mayor precisión las características del patio.
103
ANÁLISIS COMPARATIVO
Datos cuantitativos
104
son las que proporcionan normalmente las tasas de mortalidad más elevadas. Una
primera explicación a estas lagunas sería la conservación diferencial, ya que los restos
infantiles tienden a destruirse más fácilmente que los de los adultos (Masset 1973). Es
posible que este factor haya tenido cierta influencia, aunque por sí solo no puede explicar
tales desproporciones. Otra explicación igualmente probable (y de hecho compatible con
la anterior) es la de una selección de los difuntos colocados en la tumba según criterios
de edad: estas tumbas estarían reservadas a los individuos mayores y, al menos en el caso
de Guadalupe, a los niños de más de cinco años, mientras que los niños menores serían
enterrados en otro lugar. Esta hipótesis pudo ser corroborada en el caso de la E. F. 1 de
Guadalupe por el hecho de que se encontraron en otras partes del sitio zonas de
concentraciones de entierros correspondientes a individuos muertos en los primeros
años de la vida (Pereira 1999: 150).
Respecto a la representación relativa de las piezas esqueléticas, los datos obtenidos
en ambos contextos nos permitieron calcular la tasa de conservación máxima (Toussaint
1986) para cada elemento. Usamos estos valores para realizar perfiles osteológicos
relativos a los restos adultos (figura 3) e infantiles (figura 3b). Las gráficas obtenidas
muestran una disparidad evidente entre los grandes huesos y los pequeños. Si sólo
tomamos en cuenta los huesos de adultos de Guadalupe, piezas como el cráneo, la
mandíbula, el omóplato y los grandes huesos largos de los miembros muestran tasas
superiores al 60%, mientras que los pequeños huesos de las extremidades y de la columna
vertebral muestran tasas inferiores al 50%. La conservación diferencial no es un
argumento suficiente para explicar estas diferencias. Por un lado, hay que considerar que
el estado de conservación del material óseo procedente de la E. F. 1 es bueno. Por otro
lado, es notable la baja representación de piezas como el atlas y el axis, el sacro, el
astràgalo, el calcáneo o los metatarsos, que suelen proporcionar buenos resultados en
contextos primarios.7 Considerando lo anterior, es necesario pensar en los factores
antrópicos. En particular, los datos que tenemos aluden a un patrón de depósito de tipo
secundario en que los huesos menos voluminosos no hubieran sido trasladados a la
tumba. Los perfiles obtenidos sobre los adultos de Tingambato y los inmaduros de ambos
sitios llevan a la misma idea, aunque en estos casos la representación de los elementos
óseos es aún más marcada: entre los adultos de Tingambato resaltan piezas como el
cráneo, la mandíbula, el fémur y la tibia; entre los huesos infantiles sobresalen el fémur
y la tibia. En estos ejemplos es posible que la conservación diferencial haya tenido una
influencia más importante, ya que en Tingambato la conservación de los materiales no
es tan buena como en Guadalupe. El hueso manifiesta cierta erosión química mientras
que su textura es más frágil. Cabría aún otra explicación: podría tratarse de un patrón de
depósito secundario selectivo.
Para concluir esta étapa del análisis, se puede considerar que los perfiles
osteológicos indican que una porción importante de los restos encontrados en las tumbas
7
Nótese que en el estudio de Waldron (1987) estas piezas rebasan el 60%, mientras que en la tumba de
Mournouards (Leroi-Gourhan etal. 1963) el atlas y los metatarsos son las piezas que proporcionan las
tasas más elevadas.
105
Guadalupe -*■ Tingambato
100
b) inmaduros
Figura 4. Perfiles osteológicos de la E. F. 1 de Guadalupe y de la Tumba 1 de Tingambato:
a) adultos, b) inmaduros.
106
fue el resultado de un depósito secundario. No obstante, falta averiguar, a partir de los
indicios proporcionados por el contexto, si no pudieron existir también otras formas de
tratamiento.
8 Se reporta una sola relación anatómica correspondiente a dos vértebras lumbares (Arnauld et al. 1993: 144).
Al analizar este material nos dimos cuenta de que estas dos piezas no podían ser consideradas como tales,
ya que estaban soldadas ante mortem a nivel del arco posterior, formando un bloque bivertebral
patológico (Pereira 1992: 20).
107
En la cámara funeraria de Tingambato, los restos óseos estaban dispersos en toda la
superficie del piso. Los autores de la excavación (Piña Gian y Oi 1982) insisten en el hecho
de que los huesos no conservaban ningún orden. Identificaron sin embargo los restos de
un solo esqueleto casi completo cerca de la entrada. En todo caso, concluyen que el estado
en que fueron encontrados indica que los sujetos aquí representados fueron sacrificados,
desmembrados y posiblemente consumidos. Piensan también que la cámara fue usada una
sola vez. Al revisar los documentos de la excavación, Z. Lagunas (1987) corrige varios
errores de observación al notar la presencia de 14 conjuntos anatómicos parciales (figura
4). Propone entonces que la cámara fue usada en varias ocasiones; sin embargo, retoma la
interpretación de los arqueólogos y considera también el entierro como un depósito de
individuos sacrificados y desmembrados. La ausencia de argumentos relativos a huellas
de corte en el material estudiado permite cuestionar esta interpretación, ya que, como lo
señalamos arriba, la presencia de piezas óseas dispersas y de segmentos esqueléticos
articulados puede resultar de procesos —como la reutilización del sepulcro— que no
tengan nada que ver con el desmembramiento.
Con el fin de aclarar esta duda nos pareció necesario volver a revisar las osamentas
de este contexto para buscar posibles huellas de corte en el hueso. 9 Los resultados fueron
negativos salvo en el caso de un cráneo (cráneo 12, figura 5), en el cual identificamos
claras huellas de un descarnamiento realizado con una herramienta litica cortante. Esta
pieza, si bien demuestra la existencia de prácticas de desmembramiento y descarnamiento
en Tingambato, no deja de ser un caso aislado en el contexto de la tumba. Nos habla más
bien de un tratamiento excepcional reservado a un individuo particular que no puede ser
generalizado para los demás moradores del sepulcro. El hecho de que ninguna de las
mandíbulas encontradas muestre huellas semejantes indica que el cráneo fue introducido
como pieza aislada. Podemos concluir que la mayoría de los individuos presentes en la
tumba fueron objeto de depósitos primarios y secundarios que se asemejan más a un
patrón funerario que a una práctica relacionada con el sacrificio. En este contexto es
posible que el cráneo descarnado haya sido considerado como una ofrenda y no como un
destinatario del ritual funerario.
9 Un estudio semejante fue llevado a cabo en el material de Guadalupe. No se encontró ninguna evidencia de
este tipo.
108
Figura 4. Plano de la Tumba 1 deTingambato (según Pifia Chan y Oi 1982 y Lagunas 1987). Los
segmentos esqueléticos articulados aparecen en negro. Los objetos están sombreados.
109
Figura 5. Huellas de descarnamiento en el cráneo 12 de Tlngambato. a) Fotografía, b) Registro gráfico. La
presencia de huellas de corte tanto en la bóveda como en la parte facial indican que el cráneo fue
totalmente descarnado.
110
elementos encontrados durante la excavación según la cuadrícula usada para el registro
y el levantamiento. Aun cuando este sistema resultó demasiado impreciso, permitió al
menos tener una idea de la distribución general de los vestigios.
Primero, realizamos planos de distribución para cada categoría de hueso. Por otra
parte, tratamos de establecer relaciones osteológicas con el propósito de observar los
posibles desplazamientos ocurridos durante el uso de la tumba (Pereira 1992). Este
trabajo aportó buenos resultados, concretamente reveló patrones espaciales distintos
entre los huesos voluminosos y los huesos pequeños. La primera categoría de vestigios
(cráneos, grandes huesos largos de los miembros, coxales) tiene una distribución
conforme a la que hemos descrito en la sección anterior: se encuentran básicamente en
los dos montones ubicados a ambos lados del eje norte-sur de la tumba. Por otra parte,
tanto los resultados obtenidos por Y. Gervais a partir de los grandes huesos largos (véase
Arnauld et al. 1993: Fig. 50) como los que nosotros obtuvimos con los huesos de la pelvis
(figura 6) demuestran que los elementos de un mismo sujeto fueron a menudo esparcidos
entre los dos conjuntos. La distribución espacial y los movimientos ocasionados en los
huesos pequeños muestran un patrón totalmente distinto. Son escasos en los montones,
mientras se concentran más en áreas donde los huesos grandes son poco numerosos. En
particular, las concentraciones mayores se encuentran en los cuadros donde se ubican
los conjuntos de ofrendas (N7, M7, L6). En cuanto a las relaciones osteológicas que
pudieron establecerse, éstas muestran que las piezas más pequeñas del esqueleto -
especialmente las que integran las articulaciones más lábiles- sufrieron desplazamientos
limitados (figura 7). Aunque el sistema de registro empleado durante la excavación no
permita conocer precisamente la amplitud de estos movimientos, podemos decir que
éstos ocurrieron dentro de un mismo cuadro o entre cuadros contiguos.
Las diferencias observadas entre estas dos grandes categorías de osamentas permiten
proponer una hipótesis sobre el proceso de formación del contexto arqueológico. La
distribución de los huesos pequeños refuerza la posibilidad de que hayan existido
depósitos primarios asociados con el ajuar funerario. Dadas las cifras proporcionadas por
el NME de los huesos pequeños, podemos suponer que estos depósitos no
correspondieron a más de 6 o 7 sujetos. Una vez finalizada la descomposición de los
cadáveres, la mayor parte de los restos de esos individuos quizá fueron juntados en los
montones de huesos donde habrían sido mezclados con restos óseos traídos fuera de la
tumba. Podemos concluir que en la Estructura Funeraria 1 de Guadalupe se llevó a cabo
un depósito de tipo mixto (primario y secundario). Las características del tratamiento
funerario sugieren cierta diferenciación entre los individuos colocados en la tumba: unos
cuantos muertos fueron depositados poco tiempo después de la muerte y probablemente
con numerosas ofrendas, mientras que los demás fueron traídos como huesos secos. Un
tratamiento semejante pudo haber existido en Tingambato. En el plano de la tumba se
percibe una coincidencia entre las zonas donde se encontraron las ofrendas y las
relaciones anatómicas. Los elementos articulados se encuentran en la mitad sureste de la
cámara, sector donde se concentra también la mayoría del
N M L
112
N M L
• metatarso
• falange del pie c
carpo
° metacarpo 0 falange de
la mano
• vertebra cervical (C3-7) O
vasija
113
ajuar funerario. En cambio, en la mitad noroeste, donde los huesos carecen de orden
anatómico, los artefactos son escasos (figura 4).
CONCLUSIÓN
En este trabajo hemos tratado de presentar algunos enfoques que permiten reconstruir
parte de los comportamientos acerca de la muerte mediante el estudio osteológico de los
entierros múltiples. Como lo vimos, entender estos contextos exige el análisis detallado
de sus componentes óseos. Éste implica el uso de métodos complementarios que ayuden
a evidenciar ciertas facetas del tratamiento mortuorio y brinden la posibilidad de
entender las dinámicas de formación del depósito funerario. Evidentemente, los datos
proporcionados por el material óseo tienen que ser integrados con los que derivan de los
demás componentes del entierro (arquitectura y distribución de artefactos y ecofactos).
En todo caso, las posibilidades de estudio e interpretación están estrechamente
determinadas por el cuidado a la hora de registrar los datos en campo. Desde luego, el
conocimiento profundo de la osteología humana resulta ser una condición importante
para la identificación de los conjuntos anatómicos. Por otro lado, el registro
tridimensional es seguramente el más adecuado para el análisis de la estructura latente
del depósito.
Con los dos ejemplos presentados, hemos tratado de mostrar algunas de las
posibilidades de interpretación. Es interesante destacar cómo los resultados obtenidos
por los diferentes enfoques indican que, a pesar de las diferencias observadas en cuanto
al aspecto final del entierro, los tratamientos mortuorios muestran varios elementos en
común. En ambos casos se pudo evidenciar el carácter sucesivo y mixto de los depósitos
en que se encontraron tanto indicios de entierros primarios como de aportes
secundarios. En cuanto a este último tipo de tratamiento, dado que no se registró
ninguna huella en el hueso que permitiera pensar en un descarnamiento artificial, es
factible que ese proceso haya sido el resultado de una descomposición natural sucedida
en otro lugar. El caso del cráneo 12 deTingambato sería entonces una notable excepción.
En este ejemplo, el hueso fue claramente descarnado artificialmente con la ayuda de una
herramienta lítica filosa. Finalmente, tanto para Guadalupe como para Tin- gambato
podemos pensar que, a pesar de la mezcla aparente de los restos, los entierros primarios
parecen haber sido objeto de un tratamiento privilegiado. Su asociación con las ofrendas
sostiene esta idea.
114
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Anexo 1. Porciones óseas tomadas en cuenta para el cálculo del NME de los grandes
huesos del esqueleto (indicadas en negro).
119
10 20 30 40
Anexo 2. Gráfica de los resultados obtenidos al calcular al NME a partir de diferentes huesos del cráneo
procedente de la Tumba 1 de Tingambato (adultos e inmaduros). El hueso temporal proporciona los mejores
resultados (el total obtenido corresponde a temporal derecho).
120
Hueso Adulto Inmaduro NME %
mandíbula 19 7 26 74
atlas 4 0 4 11
axis 3 0 3 9
C 3-7 17 0 4 11
torácicas 61 4 7 20
lumbares 38 2 11 31
sacro 9 3 12 34
cóccix 1 0 1 3
esternón 4 0 1 3
clavícula 8 10 0 1 11 31
omóplato 15 13 1 3 18 51
húmero 15 15 8 5 22 63
radio 14 13 0 4 18 51
cubito 18 12 1 2 21 60
carpo 4 4 0 0 2 6
metacarpo 14 19 0 0 6 17
coxal 17 18 3 3 21 60
fémur 18 18 17 13 35 100
tibia 17 18 11 11 29 83
peroné 12 12 2 1 14 40
rótula 4 3 0 0 4 11
astràgalo 8 7 0 0 8 23
calcáneo 7 11 0 0 11 31
tarso distai 16 9 0 0 5 14
metatarso 14 23 0 0 6 17
121
Hueso Adulto Inmaduro NME %
atlas 7 0 7 19
axis 8 0 8 22
C 3-7 38 0 8 22
torácicas 55 1 6 17
lumbares 28 0 6 17
sacro 14 1 15 42
cóccix 0 0 0 0
esternón 1 0 1 3
clavícula 7 5 0 1 8 22
omóplato 13 11 0 0 13 36
húmero 15 12 0 0 15 42
radio 6 6 0 0 6 17
cubito 7 8 0 0 8 22
carpo 6 0 0 0 2 6
metacarpo 9 2 0 0 4 11
coxal 13 20 1 0 21 58
fémur 32 24 3 4 36 100
tibia 26 22 2 2 29 81
peroné 3 9 1 2 11 31
rótula 3 4 0 0 4 11
astràgalo 18 20 0 0 20 56
calcáneo 19 19 1!1 20 56
tarso distai 29 20 0 0 9 25
metatarso 30 32 0 2 9 25
122
ALTERACIONES TAFONÓMICAS CULTURALES OCASIONADAS
EN LOS PROCESOS POSTSACRIFICIALES DEL CUERPO HUMANO
INTRODUCCIÓN
El análisis de los procesos tafonómicos que afectan los huesos de animales, así como de
humanos, ha cobrado importancia en los últimos años en todo el mundo. Estos procesos
pueden ser bioestratinómicos o diagenéticos (Müller 19 51; cfr. Micozzi 1991). Aunque
ambos tipos son de interés para los antropólogos, lo son en particular los primeros, ya
que abarcan las transformaciones de los restos orgánicos entre la muerte y el entierro de
éstos, considerando como entierro el momento en que los restos entran en el subsuelo,
sin importar el mecanismo involucrado (Pijoan 1997). La importancia de estos procesos
radica en que entre ellos se deben considerar ocasionados por el hombre, es decir, los
culturales. Entre ellos se cuentan algunas actividades de subsistencia, como la caza y
preparación de alimentos, la guerra y la violencia, así como varias de tipo ritual, entre
las que podemos mencionar las prácticas mortuorias, sacrificiales y postsacrificiales.
Cada una de ellas ocasiona alteraciones en el hueso de manera particular, dejando marcas
específicas sobre él. A partir de los patrones de las diferentes alteraciones visibles sobre
ellos podemos inferir algunas de las actividades que se practicaban en diferentes
sociedades, así como las técnicas utilizadas para llevarlas al cabo.
Desde hace más de una década se viene realizando el análisis de materiales
esqueléticos, provenientes de diversos sitios prehispánicos, que muestran alteraciones
tafonómicas culturales. Lo anterior nos ha mostrado que el tipo de proceso que se
realizaba con el cuerpo de los sacrificados varía según los sitios y a través del tiempo. De
esta manera hemos podido integrar los patrones de alteraciones que dejan los diferentes
pasos de los diversos procesos postsacrificiales.
Materiales
124
elaboraba una gran perforación a los lados de los cráneos (González R. 1963; 1998; Pijoan
et al. 1989; Botella y Alemán, en prensa). También vemos el uso de huesos humanos para
la elaboración de artefactos de tipo ritual, como máscaras- cráneo (López L. 1993; Pijoan
etal., en prensa), instrumentos musicales (omichica- huastlis) (Pereyra y Pijoan, en
proceso) y huesos esgrafiados.
Método y técnica
Para poder integrar el registro sistemático de todas las alteraciones visibles sobre los
huesos, en los trabajos antes citados se utilizó el método propuesto por Pijoan y Mansilla
(1990b), para el cual es necesario observar en todos los huesos que conforman la muestra,
separándolos por segmentos óseos y por lado, revisando cada uno sobre sus diferentes
caras con una lupa de por lo menos diez aumentos, bajo luz artificial directa en posición
tangencial a la superficie en observación, delimitando todas las áreas con alteraciones y
registrándolas en una cédula gráfica, donde señalamos la presencia, número e
inclinación de los cortes, así como cualquier otro tipo de alteración (Pijoan y Mansilla
1990b). A partir de este registro determinamos el patrón de alteraciones presente en la
muestra, lo que nos permitió inferir las diferentes actividades que las ocasionaron. Las
diferentes alteraciones que en general se observan sobre los huesos son:
Cortes. Pueden dividirse en cortes sobre hueso y corte de hueso (Pijoan y Pas- trana
1989). Los primeros son el resultado indirecto del corte de partes blandas adyacentes al
hueso, que produce marcas sobre éste al servir de apoyo por ser de mayor dureza;
generalmente se presentan en aquellas partes óseas en que es necesario usar un filo agudo
para separar la carne del hueso, el hueso del hueso o la piel del cuerpo. Deben ser
incisiones antiguas y limpias, con secciones generalmente en “V”, discontinuas en huesos
con superficies irregulares puesto que el filo inflexible salta las depresiones menores de
la superficie ósea, marcándose sólo en las partes protuberantes. Según su localización
puede determinarse el tipo de acción que se realizó, como el desprendimiento de masas
musculares, la exposición de las articulaciones o el desollado (Pijoan 1997).
El corte de hueso es aquel utilizado para separarlo en dos partes, lo cual puede
lograrse por desgaste o percusión. El primero se logra a base de cortes lineales usando el
filo de un instrumento cortante repetidas veces sobre el mismo lugar hasta partirlo; en
ocasiones se realiza un corte en el hueso y se termina de dividirlo por medio de flexión
(Pijoan y Pastrana 1989; Pijoan 1997; Pijoan et al., en prensa). En el caso de percusión,
la separación del hueso se realiza por medio de un golpe que provoca su ruptura. Este
último caso debe incorporarse al de las fracturas intencionales.
Raspado. A veces se observa una serie de líneas de corte muy delgadas en diferentes
direcciones, y una sobre otra, las cuales son producidas al raspar la superficie del hueso
para eliminar la totalidad de la materia orgánica, incluyendo el periostio (Botella y
Alemán 1998; Botella et al. 1999). También hemos considerado como raspado una línea
múltiple, generalmente curveada, paralela al eje del hueso, que
125
es ocasionada al usar un borde cortante de arriba-abajo, a manera de un raspador (Pijoan
1997).
Fracturas intencionales. Son aquellas provocadas por el hombre de manera
deliberada y con diversos fines, como: la extracción de la médula ósea, la grasa de los
huesos o la obtención de un segmento para la fabricación de instrumentos u objetos.
Estas fracturas se realizan cuando el hueso está en estado fresco, empleando
principalmente el método por percusión con un martillo o percutor y uno o dos apoyos
que forman el yunque. El tipo de rotura que se obtiene es una fractura helicoidal,
inclinada 45° con respecto al eje, en el punto de impacto se forma un área de depresión
circular producida por el percutor, así como incipientes fracturas circulares o hueso
aplastado, se desprenden esquirlas de hueso y en la pared opuesta aparecen fisuras
negativas (Johnson 1983, 1985, 1989; Pijoan 1997). Los huesos delgados, como las
costillas, en general son rotos por torsión, es decir, se dobla el hueso hasta quebrarlo,
ocasionando una fractura en rama verde (Resnick et al. 1988).
Las fracturas del cráneo que no muestran evidencias de proliferación de la capa
osteogénica deben considerarse perimortem. Estas pueden ser producidas para dar
muerte al individuo o al romperlo, ya sea para tener acceso a la masa encefálica o para la
obtención de hueso en la fabricación de algún artefacto. Las fracturas craneales son en
forma de líneas rectas o curveadas e irradian del lugar de impacto, el cual puede ser una
fractura hundida o una fractura estrellada (Gurdjan 1973; Merbs 1989; Dastu- gue y
Gervais 1992; Berryman y Jones 1996; Roberts 1997; Botella et al. 1999). Cuando el
individuo aún se encuentra con vida en el momento del impacto se produce un fuerte
sangrado que puede infiltrarse en el hueso, ocasionando manchas cafés o rojizas
(Simonin 1973; Maples 1986).
Abrasión por percusión. Cuando un hueso es arrastrado sobre una superficie
irregular de piedra se pueden ocasionar surcos y fosillas de variadas dimensiones. De
igual manera, al golpear un hueso para fracturarlo, éste puede resbalar sobre el yunque
provocando una serie de estrías en la pared opuesta al lugar de percusión (White 1992).
Debido a que estas estrías son en general cortas y paralelas entre sí, es necesario
diferenciarlas de los cortes.
Impactos. Pijoan (1997; Pijoan y Mansilla, en prensa) señala la presencia de
impactos, muescas o machucones sobre las epífisis de los huesos largos, el cuerpo de las
vértebras y en general todas las superficies articulares. Estos impactos pueden ser por
percusión o presión y regularmente aplastan ligeramente la superficie del hueso, dejando
la huella del instrumento usado; en ocasiones tienen en el fondo restos de un betún o
pigmento negro. La autora propone que son ocasionados en el momento de realizar la
desarticulación, al golpear o introducir un instrumento puntiagudo en la cápsula
articular; dicho instrumento puede tener sobre su superficie un revestimiento de resina
caliente que seguramente ayudaba a la desarticulación (figura 1).
Exposición térmica. En un gran número de huesos es posible observar alteraciones
ocasionadas por la exposición al calor cuando se encontraban en estado fresco. Pijoan
(1997) propone los términos de exposición térmica indirecta cuando el hueso es cocido
en un ambiente húmedo (hervido, en barbacoa, etc.) y directa
126
Figura 1. Tlatelolco, D.F. Entierro no. 14. Marca de impacto por percusión
sobre cavidad glenoidea de un omóplato.
127
Figura 2. Tlatelcomila, Tetelpan, D.F. Fragmento de hueso largo que muestra modificación
de la trabecula por exposición térmica.
tarso y en ocasiones los ilíacos. Dicha actividad tiene como finalidad la obtención de
grasa y jugo de los huesos al aumentar el área de superficie de exposición de tejido
esponjoso.
Bordes pulidos. White (1992) reporta la presencia de pulido en los bordes de
algunas astillas de hueso humano. Determinó que este pulimento se ocasiona por el roce
de estas astillas contra las paredes de un recipiente burdo de cerámica, al ser hervidas
para derretir y obtener la grasa de los huesos. Esto ha sido discutido por diversos autores;
sin embargo, creemos que depende en gran medida del desgrasante utilizado en la
manufactura del recipiente. Esta alteración siempre estará asociada con la exposición
térmica indirecta. No obstante, se debe tener cuidado de diferenciarla del pulimento por
uso de los bordes de instrumentos fabricados ex profeso.
Representación de elementos óseos. Los seres humanos pueden alterar la frecuencia
de elementos óseos en un yacimiento por medio del tratamiento de los cuerpos, en
algunas costumbres funerarias como la cremación (parcial o total), la reutilización de
espacios de enterramiento, el depósito de segmentos corporales (en general como
ofrenda), así como la reducción de ellos en fragmentos para la extracción de nutrimentos
y la selección de segmentos acarreados, utilizados u ofrendados. Sin embargo, si la
frecuencia de elementos se encuentra alterada, debe verse la posibilidad de que lo sea
por acción de la diagénesis como pueden ser suelos altamente
128
ácidos, la intervención de roedores en cuyo caso generalmente queda huella en algún
otro hueso, o por el proceso de excavación.
Perforación. En ocasiones se realizaron perforaciones en algunos huesos, las cuales
quizá fueron hechas por desgaste o con un perforador. En el primer caso se desbasta el
hueso, consumiéndolo poco a poco por medio de un instrumento cortante hasta
traspasarlo y dejar un orificio lenticulado irregular; lo anterior lo hemos visto
generalmente sobre cráneo. Por otro lado, la perforación con instrumento puede ser
simple o con la mano, y se efectúa con la ayuda de un barreno o perforador de piedra que
deja sobre las paredes trabajadas un aspecto escalonado y el agujero obtenido es de forma
cónica o bicónica irregular; otra manera puede ser por medio de arco, con lo que se
obtiene un orificio cilindrico o tubular con estrías muy finas y regulares en las paredes
(Suárez 1974; Semenov 1981; Rodríguez 1985).
También debe mencionarse la elaboración de grandes orificios, generalmente en el
cráneo, los cuales se realizan por medio de percusiones continuas que dejan la huella de
una pequeña fractura y un borde festonado (Pijoan et al. 1989; Pijoan et al., en prensa).
Esgrafiado y pulido. Algunos artefactos muestran terminaciones especiales, como es
el esgrafiado de la superficie con un objeto puntiagudo y duro, formando dibujos. Lo
anterior debe realizarse cuando el hueso está fresco o húmedo; ya seco no es posible
llevar a cabo este trabajo. También pueden pulirse todas o algunas superficies, así como
los bordes de un corte de hueso para eliminar las rebabas que han quedado, para lo cual
se usa algún tipo de abrasivo fino (Ochoa et al. 2000).
En el presente trabajo, basándonos en los resultados obtenidos en los estudios antes
citados, pretendemos proponer cuáles fueron los diferentes pasos realizados en cada uno
de los tratamientos, así como el conjunto de alteraciones que deben presentarse
necesariamente para efectuarlos.
RESULTADOS
129
En ocasiones, algunos de estos tratamientos simples se presentan juntos, así como
con otras alteraciones diferentes, por lo que los consideramos tratamientos mixtos o
complejos. En estos casos vemos que el objetivo final tiene una función social, como el
canibalismo, la exposición de partes corporales o la fabricación de artefactos.
Debido a lo anterior, separamos en dos el cuadro de relaciones; por una parte el de
los tratamientos simples (cuadro 1) y, por la otra, los mixtos o complejos (cuadro 2).
De esta manera hemos observado que cuando los cuerpos fueron desarticulados se
presentan cortes lineales relativamente largos por debajo de las epífisis, dejados en el
momento de cortar todos los ligamentos inmediatos a la articulación, para quedar libre
esta región. En ocasiones también vemos cortes lineales cortos sobre los lugares de
inserción de músculos y ligamentos próximos a la articulación, lo que indica que se
descarnó esta parte. En aquellas muestras en que hemos apreciado este tipo de
tratamiento, en general, también se presenta una serie de impactos, ya sea por percusión
y/o por presión sobre las superficies articulares, que se produjeron al golpear o introducir
un instrumento puntiagudo en la cápsula para facilitar el descoyuntamiento (Pijoan y
Mansilla, en prensa). En este apartado incluimos la decapitación, puesto que en todos
aquellos cráneos considerados de decapitados, y los cuales en general conservan la
mandíbula y las tres o cuatro primeras vértebras cervicales, hemos visto que este proceso
era realizado con sumo cuidado, separando las vértebras a nivel de la cápsula
intervertebral, dejando, en ocasiones, ligeros cortes por debajo de las carillas articulares
o un impacto por presión sobre el cuerpo, en el lugar en que se introdujo un instrumento
para facilitar la desarticulación.
Debido a que la piel se encuentra separada de los huesos por toda la masa muscular,
no queda ninguna evidencia del proceso de desollado, excepto sobre el cráneo y quizá los
huesos de la muñeca, donde el tegumento se encuentra próximo al hueso. Así, hemos
podido determinar esta acción en aquellos cráneos que presentan largos cortes lineales
que, en general, van desde la glabela hasta el occipital, o por encima de la arcada
supraorbital. Sin embargo, estas alteraciones también se dan cuando se le quita el cuero
cabelludo al individuo muerto (Hamperl 1967; Ortner y Putschar 1985).
Cuando existe una serie de marcas de corte lineales cortas, perpendiculares al eje
del hueso y siguiendo la línea de inserción de músculos y tendones, hemos determinado
que fueron dejadas al desprender las masas musculares, es decir el descarnado, de la
misma manera en que procede un carnicero hoy en día. También hemos visto marcas de
raspado dejadas al efectuar la misma acción, usando el filo de la navaja o un raspador con
una dirección paralela al eje del hueso. Lo anterior ocasiona una línea múltiple,
generalmente curva.
En diversas muestras encontramos huesos, en general fragmentados, aunque en
ocasiones pueden estar completos, que muestran un cambio de coloración que va del
amarillento al rojizo, con alteración de la superficie y la trabécula del tejido esponjoso,
una apariencia vidriosa y translúcida y un endurecimiento general que
130
nos indica que estos huesos sufrieron una exposición térmica (Pijoan et al., en prensa).
Dentro de este apartado también deben considerarse los restos de cremaciones de
cuerpos o de huesos secos, los cuáles presentan un color negro o gris-blancuzco y fisuras
longitudinales.
El tratamiento que involucra la limpieza de huesos abarca una serie de tratamientos
simples juntos, por lo que en principio debería considerarse mixto o complejo; sin
embargo, la meta del mismo es obtener un resultado específico, por lo que se incluyó en
los simples. Esta limpieza comprende el desarticulado y descarnado, necesarios para
obtener el hueso deseado. El desprendimiento del periosteo que queda sobre la superficie
ósea se logra mediante el raspado, que deja alteraciones muy características, o por la
exposición térmica indirecta (hervido). Ya limpio, el hueso puede ser utilizado de
diversas formas.
En los tratamientos mixtos o complejos, que tienen una función social, vemos que
es necesaria una serie de actividades juntas para lograr la acción determinada. Entre éstos
podemos señalar la práctica del canibalismo, la exposición de segmentos y la fabricación
de artefactos.
La existencia del canibalismo en cualquier parte del mundo siempre ha ocasionado
grandes polémicas. Su presencia en México ha sido muy discutida, existen autores que
niegan tajantemente su existencia (Arensm 1981) y aquellos que consideran necesaria su
existencia, puesto que los grupos mexicanos, en particular los mexicas, carecían de
suficientes fuentes de proteína de origen animal (Harner 1977), postura aceptada por
Harris (1989; 1991) y repudiada por diversos investigadores (Ortiz de Montellano 1979;
Sahlins 1979; Farb y Armelagos 1980; Davies 1981).
Debido a lo controvertido del tema, ciertos autores han propuesto una serie de
constantes que debe mostrar un conjunto óseo para poder inferir la existencia del
canibalismo en dicha muestra. De esta manera, desde hace más de dos décadas, Turner
y Morris (1970) propusieron la obligatoriedad de la presencia de ciertas alteraciones para
poder determinar la existencia de esta práctica. Más tarde Flinn et al. (1976) la amplían
hasta alcanzar diez requisitos. Ultimamente, Turner y Turner (1992) la limitan a cinco
(presencia de fracturas intencionales, marcas de corte, exposición térmica, estrías por
percusión y la ausencia o aplastado de la mayoría de las vértebras), a las que
posteriormente (Turner 1993; Turner y Turner 1993) le agregaron otro (bordes pulidos).
Si bien nosotros creemos que la interpretación del patrón de las diferentes alteraciones,
en relación con el contexto arqueológico, será lo que nos permita reconstruir la actividad
social, consideramos que la conjunción de ciertas alteraciones es la que nos lleva a
plantear la existencia de esta práctica, o de otras diferentes.
De esta manera, las alteraciones que en general presentan los restos esqueléticos
que presumiblemente son producto de canibalismo son las de los siguientes tratamientos
simples: el desollado observable sobre el cráneo (con el fin de eliminar el cuero
cabelludo), el descarnado, el desarticulado, la fracturación intencional de huesos largos
y cráneos, la exposición térmica y la representación sesgada de elementos óseos. A éstos
en ocasiones se debe adicionar el hueso esponjoso aplastado y los
131
bordes pulidos. Lo anterior es lógico, puesto que el procesamiento de un cuerpo empieza
por partirlo en porciones manejables; el cuero cabelludo estorba para poder romper el
cráneo y acceder a la masa encefálica; los segmentos corporales serán descarnados,
después debe realizarse el desmembrado y la fracturación de los huesos para obtener los
nutrimentos de la médula ósea, y, debido a que se trata de aprovechar al máximo el
cuerpo, los fragmentos óseos con mayor cantidad de tejido esponjoso son aplastados para
aumentar la superficie de absorción, y junto con las astillas de huesos largos serán cocidos
en un recipiente con agua para obtener la grasa y nutrimentos, lo cual ocasionará que al
menear el contenido del recipiente las aristas de los fragmentos en el interior se pulirán
contra los bordes del mismo.
En ciertos sitios arqueológicos hemos determinado la existencia de segmentos óseos
que fueron expuestos en estructuras y templos. Así, vemos que en sitios de finales del
Clásico, en la región de Mesoamérica septentrional, fueron localizados cráneos a los que
se les realizó una perforación en vertex, después de ser descarnados, tanto en AltaVista,
Zacatecas, como en Huejuquilla, Jalisco. Al parecer, éstos estaban colgados, junto con
algunos huesos largos, de las vigas de templos y pasillos (Pijoan y Mansilla 1990). Para
épocas más tardías, en la ciudad deTlatelolco, D.E, tenemos la evidencia de cráneos con
mandíbulas y, en ocasiones, las primeras vértebras cervicales, a los que se les elaboraron
grandes perforaciones en la región de los temporales, que al parecer fueron colocados en
un tzompantli (Pijoan et al. 1989) y después de un tiempo enterrados en depósitos
especiales (González R. 1963, 1998). Estas mismas evidencias fueron determinadas en el
estudio que hicieron del tzompantli de Sultepec, Tlaxcala (Botella y Alemán, en prensa).
A partir del estudio del material antes citado, hemos podido determinar que para
realizar esta exposición de partes corporales, una función o actividad social claramente
de índole ritual, el cuerpo es desarticulado para obtener el segmento que se quiere en el
caso de cráneos, las alteraciones también incluyen el desollado de la bóveda, el segmento
es descarnado posteriormente , para lo cual en ocasiones también se utiliza la exposición
térmica indirecta (hervido), y finalmente se realizan las perforaciones en los cráneos que
permiten la colocación del mismo, ya sea colgado por medio de una cuerda o ensartado
en una vara de madera. En el caso del tzompantli deTlatelolco, la limpieza no fue
completa, puesto que estos cráneos se localizaron con su mandíbula y en ocasiones
algunas vértebras, lo que nos indica que se respetaron los ligamentos que unen los
diferentes huesos (Pijoan et al. 1989; González R. 1963, 1998).
Hemos analizado una serie de instrumentos y artefactos elaborados con huesos
humanos, en ocasiones de uso ritual y en otras de actividades cotidianas, procedentes de
diversos sitios. Así, hemos observado punzones, posiblemente mangos, pendientes,
máscaras-cráneo, mandíbulas esgrafiadas e instrumentos musicales (Ochoa et al. 2000;
Pijoan etai, en prensa). También hay fragmentos de huesos largos que, aunque no son
artefactos, presentan un corte de hueso intencional, por lo que seguramente son partes
de desecho, al obtener un tubo de hueso (blank) (Figura 3).
132
Figura 3. San Lorenzo Tenochcitlan, Ver. Cabeza de húmero que tiene la diáfisis cortada,
para la obtención de un tubo de hueso.
133
Cuadro 1
Tipos de alteraciones que se presentan en los tratamientos generales simples
{
Cortes lineales relativamente largos por debajo de las epífisis.
Escasos cortes sobre las regiones de inserciones musculares y
Desarticulado
tendinosas.
Impactos por percusión y/o por presión sobre superficies
articulares, con o sin presencia de emoliente.
{
- Largos cortes lineales sobre bóveda craneal.
- En ocasiones, raspado sobre bóveda craneal.
- Posibles cortes lineales a nivel de los huesos de la muñeca.
134
Cuadro 2
Tipos de alteraciones en tratamientos postsacrificiales complejos
- Desarticulado.
- Desollado para eliminar el cuero cabelludo.
- Descarnado.
- Fracturas intencionales de huesos
Canibalismo largos y cráneos.
- Exposición térmica indirecta y/o directa.
{
- Posible abrasión por percusión.
- En ocasiones, hueso esponjoso aplastado.
- En ocasiones, bordes pulidos.
- Representación de elementos óseos muy sesgada.
Desarticulado.
Desollado cuando se trata de cráneos.
Exposición
Descarnado.
de partes
Limpieza del hueso.
corporales
Perforaciones, principalmente si se trata de cráneos.
En ocasiones, exposición térmica.
Desarticulado.
Desollado cuando se trata de cráneos.
Descarnado.
Limpieza de hueso.
Fracturas intencionales de huesos largos.
Fabricación
Corte de hueso.
de artefactos
Perforaciones.
Pulido, tanto de los bordes de uso de un instrumento como
de un corte de hueso para eliminar rebabas.
En ocasiones, elaboración de muescas.
En ocasiones, esgrafiado.
135
CONCLUSIONES
A partir del estudio, desde hace más de una década, de las alteraciones que presentan
diferentes muestras esqueléticas prehispánicas de México, en las que se estableció el
patrón recurrente en cada una de ellas, podemos proponer los diferentes pasos necesarios
para obtener un resultado especial. Cada uno tiene características y secuencias específicas
de alteraciones. Al realizar estudios tafonómicos en muestras esqueléticas, observamos
diversas alteraciones de las cuales se pueden establecer los patrones de presencia. El
análisis de estos patrones nos permite interpretar las acciones realizadas y de éstas, las
posibles funciones sociales.
Sin embargo, hemos visto que el tratamiento de los cuerpos, así como algunas de las
técnicas utilizadas para lograrlo varían con cada muestra esquelética, lo cual implica que
en el futuro esta propuesta puede cambiar y/o ampliarse. Es patentemente necesario
acrecentar el número de estudios de muestras que presentan evidencias de tratamientos
para tener una idea más clara de los diversos tratamientos postsacrificiales del cuerpo
humano en las diferentes poblaciones prehispánicas de México.
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HUESOS CREMADOS: MATERIALES ELOCUENTES
Un horno de gas, siete u ocho cadáveres al día y dos horas para cada uno de ellos puede
ser una jornada común y corriente en un crematorio comercial hoy en día. El olor de la
grasa domina el ambiente, 1600° Fahrenheit y una máquina para pulverizar los restos
son definitivos para que los deudos reciban en una pequeña urna las cenizas de su
difunto. Es sin lugar a dudas una parte muy dura: ya no hay más cadáver, sólo cenizas;
pero a juicio de muchas personas ésta será una forma más fácil de ir asimilando la
pérdida. Y aun así, estando los restos mortales completamente pulverizados, son
susceptibles de ser analizados por los forenses (Maples y Browning 1994: 142-143). Si es
posible llegar a conclusiones a partir de sólo ceniza, los restos cremados arqueológicos
deberán ser, con mucha más razón, una gran fuente de información sobre las costumbres
funerarias de los grupos del pasado. Por supuesto, la tecnología de una pira funeraria es
completamente diferente a la de un horno moderno, ya sea de gas o de soplete, de
temperatura y tiempo controlados. A pesar de esto, con el mayor gasto de recursos y de
energía que implicaba, la cremación era un tratamiento muy común en muchas
sociedades del pasado por todas los beneficios particulares que puede implicar, en
especial los de tipo simbólico.
Cuando no se cuenta con un horno y si el objetivo es reducir lo más posible los
restos óseos, existe un procedimiento general para garantizar la eficiencia del proceso.
En primer lugar se debe elegir un lugar para elaborar la pira que permita la correcta
oxigenación, aunque con seguridad existirán mejores razones para elegir el lugar en
donde se va a construir, como la sacralidad del sitio, etcétera. El principal tipo de
combustible es la madera, aunque resinas, textiles, cabellos y la propia grasa del cadáver
son auxiliares en la combustión. En cuanto a la cantidad de madera a emplear, existe el
dato de que para las cremaciones que se llevan a cabo en la India se necesitan de dos a
tres esteras de leña para cremar un cadáver al aire libre y en público. Esta operación dura
de tres a diez horas (Louis-Vincent Thomas 1983: 319). Se
acomodan los restos mortuorios y, de ser el caso, las ofrendas, se enciende el fuego, que
puede estarse atizando constantemente; ya culminado el proceso se pueden quedar in
situ o se recolectan, manualmente si ya perdieron el calor o con ayuda de algún
recipiente si aún lo conservan. Se pueden enfriar agregando agua, lo cual los fragmentará
aún más por el cambio súbito de temperatura. El tipo de cremación tiene que ver con la
temperatura alcanzada y con el tiempo de exposición. Gómez Bellard (1994: 56-61) los
define como factores interdependientes, ya que la temperatura puede aumentar en
función del tiempo. Este último no puede calcularse.
Al llevar a cabo el análisis de un contexto funerario en el cual se tenga la presencia
de individuos cremados es muy importante analizar todas las ofrendas, la fauna asociada,
las urnas, los elementos arquitectónicos, pero sobre todo los propios restos del individuo
que fue expuesto al fuego, los cuales han sido tradicionalmente relegados, almacenados,
olvidados. Es primordial el análisis del material óseo simplemente porque el cadáver es
la razón de la existencia de la tumba y el elemento central: alrededor de éste se ordenan
las prácticas funerarias, como apunta Henry Duday (1997: 91). Tan sencillo como
afirmar que si se lleva a cabo un funeral es porque alguien murió.
144
región anatómica, como se ha podido observar en algún material del Proyecto La
Ventilla 1992-1994 (Sergio Gómez, comunicación personal, julio del 2000). En la Ciudad
de los Dioses la cremación está presente en distintos sectores de la ciudad: Tetitla
(Séjourné 1966: 219-223; Sempowski 1999: 478-490 ), La Ventilla (Serrano y Lagunas
1999: 42-43, 74; Gómez y Núñez 1999: 99-129), el occidente de la ciudad (Cid y Torres
Sanders 1999: 291-334), el centro político-religioso y la periferia (González y Salas 1999:
229, 233), así como el barrio de los comerciantes (Rattray y Civera 1999: 137), son
algunos de los ejemplos excavados en Teotihuacan. Cabrera (1999: 518-523) realiza una
revisión más amplia de esta práctica funeraria en dicha ciudad. Sin lugar a dudas la
cremación se generaliza más en el Posclásico, donde cabe destacar que es muy diferente
a la practicada por los teotihuacanos, ya que por lo regular implica la recolección de los
restos, se asocia con urnas funerarias y las temperaturas alcanzadas fueron mucho más
altas, por lo tanto los restos se suelen encontrar más fragmentados, lo que los hace más
difíciles de analizar.
En el área maya los contextos son generalmente tardíos e incluso coloniales. Alberto
Ruz (1989: 85-154) realiza una revisión de los sitios en los que fue excavado este tipo de
contextos hasta la década de los 60. Recientemente en Jilotepeque Viejo, Guatemala, se
encontraron urnas funerarias que contenían restos óseos cremados. En este caso, a
diferencia de las excavadas hace ya tantos años, los restos óseos fueron analizados de una
manera sistemática (Fauvet-Berthelot, Rodríguez y Pereira 1996: 513-535).
Para el occidente, Teresa Cabrero (1989: 49-52) revizó de algunos sitios donde han
aparecido contextos correspondientes a esta práctica funeraria. Actualmente esta
investigadora y Torres Sanders trabajan de manera conjunta el material óseo cremado
proveniente de las excavaciones realizadas en el Cañón de Bolaños (Torres Sanders,
comunicación personal, mayo de 2000). Un caso peculiar, también del occidente, son los
restos pulverizados encontrados en el sitio de Loma Alta, los cuales fueron estudiados,
empleando todas las técnicas disponibles, por Carot y Susini (1989: 112-115). Una vez
más, demostraron que hasta de las cenizas es posible obtener información si se cuenta
con una metodología y las técnicas adecuadas.
En el altiplano, si atendemos a las fuentes y a la evidencia arqueológica, parece
haber sido una práctica asociada con los funerales de los grandes señores y caciques.
Destacan las sepulturas encontradas en el Templo Mayor de Tenayuca (Noguera 1935:
163-165), en el Templo Mayor de Tenochtitlan (López Luján 1993: 220-236), en el
vecino edificio La Casa de las Aguilas (Román Berrelleza y López Luján 1999: 36-39), así
como las encontradas en las excavaciones llevadas a cabo por Alicia Bonfil en el Proyecto
Gasoducto Palomillas, Toluca, Sitio Los Toritos (Arturo Talavera, comunicación
personal, junio de 2000). Todas éstas tienen en común que los restos fueron recolectados
y depositados en urnas y las temperaturas alcanzadas fueron altas.
Otras regiones donde se ha reportado esta clase de sepulturas, aunque de manera
aislada, son la del río Balsas (Litvak 1967: 28-30) y la del Golfo (Drucker 1943: 102-106).
Las fuentes, tanto escritas como pictográficas, son por supuesto una magnífica
ayuda. Por sí mismas son materia inagotable para la elaboración de numerosos escritos,
145
pero en este caso baste decir que nos permiten ubicar la práctica funeraria de la
cremación en el norte {La Historia de la Nueva Galicia), en el occidente {La Relación
deMichoacdn), el centro del país (Durán, Sahagún, Muñoz Camargo, CódiceMaglia-
bechiano, Telleriano-Remensis, por citar unos ejemplos) y en el área maya (Landa).
Y como cualquier tipo de contexto que ha sido relegado durante mucho tiempo,
existe la necesidad de comenzar a estudiarlo de una manera sistemática, estandarizando
criterios y conceptos.
ALGUNAS PRECISIONES
Antes de adelantarnos a hablar de las prácticas funerarias, el primer paso será discernir
si el contacto con el fuego puede ser intencional (cultural) o no intencional, ya sea por
factores naturales o por entrar accidentalmente en contacto con un fuego antropogénico
(Lyman R. Lee 1994: 388).
Y específicamente al referirse a la cremación como tratamiento mortuorio, antes
que nada: ¿qué es más correcto, llamarla cremación o incineración? Algunos autores
plantean que cremación es el término adecuado cuando aún se conservan fragmentos
óseos, mientras que incineración se debe utilizar cuando los restos se han reducido a
cenizas (López Alonso 1973: 111; Romano, comunicación personal, abril de 2000). Esto
es correcto en el sentido más literal, ya que incinerar quiere decir hacer cenizas. Sin
embargo, hay que tomar en cuenta que dichas cenizas, tal y como las entregan
actualmente en los crematorios comerciales, no son producto de las altas temperaturas
ni del tiempo controlado, sino de otro proceso: la pulverización. De no llevarse a cabo,
se conservarían algunos fragmentos de hueso aún identificables, como se ha podido
observar en crematorios que utilizan hornos de gas. Para Maples y Browning (1994: 142),
la pulverización de los restos óseos cremados, en los Estados Unidos, está muy
relacionada con tratar de evitar demandas por parte de los familiares de los difuntos,
motivadas por la inclusión de fragmentos de otros individuos en la urna. Volviendo a la
cuestión de qué palabra es la que se debe emplear, existen autores que opinan que no
hay mayor problema en hacer los términos cremación e incineración equivalentes y al
revisar la literatura de Francia o de Inglaterra se puede apreciar que de hecho así se hace
(Gómez Bellard 1994: 56). No obstante, cremación parece ser el término más adecuado
para emplear y no caer en confusiones, siempre y cuando se precise el tipo de exposición
al calor que tuvieron los huesos.
Al respecto, Mayne (1997: 275) define que los diferentes tipos de afectación durante
la exposición al calor de los restos mortuorios son:
- Carbonización: cuando sobreviven órganos.
- Parcial: cuando sobreviven tejidos blandos.
- Incompleta: si aún hay piezas óseas.
- Completa: se reduce a cenizas.1
146
Antes que nada, es importante aclarar que esto evidentemente se aplica nada más a
cadáveres. Cuando se trata de hueso seco es diferente, ya que obviamente no contamos
con la presencia de tejidos y mucho menos de órganos. Los criterios (y los diferentes
autores que los proponen) para discernir si el difunto fue cremado seco o fresco se
mencionarán más adelante.
A su vez Herrmann (1977: 101) opina que la cremación completa se da entre los
700-800°, cuando se pierde la materia orgánica y los cristales minerales comienzan a
fusionarse. Los componentes orgánicos se destruyen primero por carbonización y luego
por combustión (Maples y Browning 1994:138).
Es importante precisar que en el caso de la carbonización y de la afectación parcial,
de encontrarse los restos in situ, tal y como quedaron después de extinguirse el fuego, es
mucho más probable detectar conexiones anatómicas, ya que el fuego no destruyó las
articulaciones. Si un cadáver es expuesto a bajas temperaturas o durante poco tiempo,
apenas logrará una carbonización parcial de sus tejidos (Etxeberría 1994: 112). En el caso
de la carbonización incompleta será muy difícil que sobreviva alguna conexión y en la
completa definitivamente se perderán.
En hornos crematorios modernos de gas se han podido observar los cuatro tipos de
afectación del hueso que menciona Mayne. En la primera parte del proceso se observa
una carbonización y una pérdida de los tejidos blandos. Las costillas son los primeros
huesos en quedar libres de tejido y se ha observado que se separan del esternón debido
a que la caja torácica sufre una especie de explosión, por lo que al culminar el proceso
obviamente se aprecia completamente colapsada. En la segunda mitad se van
fragmentando los huesos de tal manera que se pierden las articulaciones hasta sólo
quedar restos sin orden aparente. De encontrarse esto de manera arqueológica,
solamente con una excavación controlada, un registro muy meticuloso y la mayor
identificación in situ de restos óseos podrá detectarse la “posición anatómica”.
Dejando atrás lo que se puede observar a simple vista, en general el proceso es
resumido por Mayne (1997: 280-281) en la fase de deshidratación, de descomposición de
la materia orgánica, de pérdida de carbonatos y de fusión de cristales.
LA PIRA FUNERARIA
147
a dudas, los trabajos experimentales más importantes los ha llevado a cabo Jacque- line
McKinley (1997: 134-136), quien reprodujo esta pira utilizando fauna, obtuvo muy
buenos resultados y encontró algunas similitudes con los contextos arqueológicos. Al
final se colapsa y los restos conservan relativamente la forma original. Esto cambiaría si
son atizados, removidos y, dependiendo de la intensidad y la frecuencia, incluso puede
ser una de tantas razones para que el material presente cremación diferencial.
a) Esta pira es similar a la primera. El combustible fue puesto debajo (en una especie
de fosa) y el cuerpo arriba, pero en este caso colocado sobre una plataforma, la cual
probablemente resolvía en cierta medida los problemas en el suministro de oxígeno
causados por tratarse de una fosa, ya que recordemos que, como nos dice Gómez Bellard
(1994: 61), la oxigenación depende del espacio entre cuerpo y combustible, así como de
la ventilación. Arqueológicamente este tipo de pira es reportada por Darrell Creel (1989:
310-312) en Nuevo México. Consiste en una fosa de 1.66 m por 53 cm, con hoyos para
postes que servían para soportar una plataforma (aproximadamente a los 55 cm de
altura). El cuerpo fue puesto sobre ésta, la cual finalmente se colapso y la madera de la
que estaba fabricada se confundió con la empleada como combustible.
b) En este tercer caso el difunto se pone sobre el suelo y se coloca el combustible
encima. Este modelo fue propuesto por Wells (1960: 29) a partir de la observación de los
restos cremados: éstos no estaban tan dañados en la parte que se suponía en contacto con
el piso. Reinhard y Fink (1994: 600) apoyan está idea en el material hohokam, de acuerdo
con el daño que presentaban las vértebras. Sin embargo, una pira con estas
características, según McKinley (1997: 132-134), hubiese tenido problemas severos en el
suministro de oxígeno y la cremación no se hubiese llevado a cabo de la manera adecuada
por el mal aprovechamiento del calor. Esta clase de pira tampoco permitiría la
manipulación directa de los restos para acercarlos a la fuente de calor. El material estaría
menos quemado y menos fragmentado que una pira más eficiente como la descrita en el
primer caso.
148
figura 1. Diferentes tipos de pira funeraria (basado
en McKinley 1997: 134-136; Creel
Wells 1960:29). Dibujo de Enrique 1989: 310-313;
uez.
149
... vieron los españoles estando en esta tierra que, habiendo muerto un indio,
armaron una gran balsa de leña y que pusieron el cuerpo muerto encima de
ella, cubierto con sola una mantilla, y que luego vinieron todos los delpueblo,
hombres y mujeres; y cada uno trajo de la comida que ellos usaban, como
pinole, calabazas, frijoles, atole, maíz tostado, y todo lo pusieron sobre la balsa
de leña.
Por supuesto, la pira funeraria y la sepultura no son los únicos tipos de contexto
relacionados con la práctica de la cremación. Partiendo de la definición de Linda
Manzanilla (1986: 11) de área de actividad como “la concentración y asociación de
materias primas, instrumentos o desechos en superficies o volúmenes específicos, que
reflejen actividades particulares”, a continuación se describen las diferentes áreas de
actividad que se pueden encontrar relacionadas con la práctica de la cremación:
a) Cremación primaria y/o fuegos in situ. Apagado el fuego puede optarse por dejar
los restos en el lugar en donde ocurrió la combustión. Algunos arqueólogos llaman a este
tipo de contextos “cremaciones primarias” (Reinhard y Fink 1994: 602). En éstos se suele
percibir de alguna manera la relación anatómica y puede darse el caso de que se conserve
alguna conexión anatómica, lo cual es muy raro, como la reporta Creel (1989: 313). Se
debe ser muy cuidadoso en el empleo del término “cremación primaria”, ya que ésta hace
referencia a la exposición al fuego de individuos en posición anatómica. No se debe
perder de vista que se puede encontrar un contexto en donde se cremaron huesos secos
aislados (que provengan de un entierro secundario). En estos casos y cuando no se esté
seguro, quizá lo mejor es hablar de fuegos in situ (Pereira, comunicación personal, mayo
de 2000).
b) Lugar de la pira. Si la decisión fue recolectar los huesos para llevarlos a una
sepultura, el “lugar de la pira” será en donde se llevó a cabo la combustión y quedaron
los restos de carbón, fragmentos de algunos huesos cremados y ofrendas, que por alguna
razón, por ejemplo su tamaño, no se recogieron. Este concepto lo desa
150
rrolla McKinley (1997: 132). En este lugar sucedió la cremación, y la diferencia con
primaria//« situ es que el individuo o la mayor parte de éste fue llevado a otro lado.
c) Basurero de los desechos de la pira. Ya finalizada la cremación del difunto, los
residuos de la pira pueden ser llevados a otro lado, el cual será propiamente un basurero.
Este concepto también lo desarrolla McKinley (1997: 137), quien considera que es muy
importante poder distinguir en campo el sitio de la pira del lugar en donde fueron
depositados los desechos. Esta área de actividad de desecho puede ser parecida al lugar
de la pira, pero en este último se realizó la cremación y en el otro no, ya que es en realidad
un basurero. En éste los componentes deberán estar mezclados y sin una aparente
selección.
d) Sepultura de los restos mortuorios. Implica un primer paso: la recolección de los
restos que puede darse ayudándose con un recipiente, si los huesos aún estaban calientes,
o manual, si estos ya se encontraban fríos, ya sea porque se esperó el tiempo necesario
para que perdieran calor o porque fueron enfriados utilizando agua. Gómez Bellard
(1994: 62) clasifica los diferentes tipos de recolección en cuidadoso, medio y superficial.
Sin embargo, hay que recordar que los restos que encontramos en un depósito no son
necesariamente todo lo que se recolectó, ya que pudieron tener otro destino diferente al
que estamos encontrando, el cual nos es desconocido. Después de recolectarlos existe la
posibilidad de que se sepulten dentro de una olla, urna, canasta, plato, cista, debajo de
un cajete invertido, etc., en un edificio, en una cueva, etc. Las posibilidades son muchas.
151
Cabe aclarar que ciertos tipos de análisis no son aplicables en todos los casos; esto
dependerá de las características de cada depósito funerario.
Edad al morir. Los criterios para asignarla son exactamente los mismos que para el hueso
no cremado, pero con el problema de que las partes que generalmente son observadas
para este fin se encuentran muy fragmentadas, y en casos más extremos no sobrevivieron
al fuego; un ejemplo de esto serían los maxilares. Dependiendo del daño en el hueso, otra
posibilidad es que se intenten aplicar técnicas de tipo histológico para este propósito.
Sexo. De igual forma, los criterios empleados son básicamente los mismos que los
desarrollados para material no cremado; sin embargo, existen varios problemas al tratar
de utilizarlos. Como en el caso anterior, la fragmentación es sin lugar a dudas uno de
ellos, ya que precisamente las partes que suelen ser observadas son las que se destruyen
con más frecuencia, como serían la pelvis y el cráneo. Quizá el mayor problema para
asignar sexo es la reducción que sufre el material óseo, porque si no es tomada en cuenta
se puede estar considerando como femenino un individuo masculino que presenta
reducción. Mayne (1997: 277) reporta que los huesos correspondientes a los individuos
del sexo masculino (que tienen un porcentaje más alto de mineral en el hueso) son más
susceptibles a sufrirla. Siguiendo con esta autora, la reducción que realmente afectaría la
asignación de sexo es la que se da después de los 800°. Por tanto, si el material fue
expuesto a temperaturas más bajas, la determinación de sexo es un poco más confiable.
Una solución sería establecer un coeficiente de error para la reducción (Buikstra y
Swegle 1989: 254).
Patologías. De la comparación entre individuos cremados e inhumados Reinhard y
Fink (1994: 597-603) afirman que la cremación no necesariamente destruye la
información. A partir del análisis minucioso que realizan concluyen que la exposición al
fuego produce un efecto negativo en la observación de la criba orbitalia y de las
enfermedades dentales (sólo las pérdidas ante mortem son observadas). Las patologías
que sí fueron estudiadas son la hiperostosis porótica, la osteofitosis y un poco la
osteoartritis.
Estrés. Un estudio de este tipo, que generalmente se realiza con el fin de inferir las
actividades físicas que realizaba un individuo, dependerá del estado del material. Aquí
sí es necesario que no se encuentre excesivamente fragmentados y no esté deformado o
torcido, por lo que sólo el material expuesto a bajas temperaturas o algunos huesos
cremados en seco, servirán para esta clase de estudios.
152
Ya sean los detalles técnicos, como la temperatura alcanzada y el tipo de
combustible, o bien información que se relaciona con aspectos simbólicos, como la
elección de una sola parte del cuerpo para depositar en la sepultura, pueden ser
conocidos a partir del análisis de los restos cremados y de otros fragmentos que
generalmente los acompañan. A continuación se mencionan algunos ejemplos,
considerando que existen muchos otros y que cada caso en particular o cada sitio puede
arrojar aún más posibilidades.
Tiempo transcurrido entre la muerte y la cremación. La pregunta sobre si un hueso fue
cremado seco o fresco se refiere al tiempo transcurrido desde la muerte de un individuo
hasta que son cremados sus restos mortales. ¿Fue entregado al fuego de manera
inmediata evitando la descomposición, fue entregado mientras la padecía o cuando ya la
había sufrido? La observación de fisuras transversales (en asociación con el hueso fresco)
o longitudinales (más relacionadas con el hueso seco) es uno de los principales criterios
empleados (Buikstra y Swegle 1989: 252-254). Otras características observables a simple
vista en el hueso son las fracturas curvas de forma semilunar, así como la torsión y la
deformación (Simón González Reyna, comunicación personal, abril del 2000; Maples y
Browning 1994: 177-178), las cuales se relacionan con el hueso cremado en fresco. En
algunos casos no será tan fácil discernir el estado en el que fue cremado y cuando exista
esa duda quizá lo más conveniente sea emplear criterios de diferenciación histológicos
(Carmen Pijoan, comunicación personal, abril del 2000).
Otro ejemplo de este tipo de análisis lo proporcionan Grévin y colaboradores (1990:
77) quienes encuentran evidencia del ataque bacteriano post mortem, lo cual nos indica
que hubo descomposición y que obviamente no fue cremado de manera inmediata.
Es muy importante la recolección y la revisión de todos los elementos asociados con
los huesos, ya que se ha reportado la presencia de tejidos blandos carbonizados
(McKinley 1997: 142). En hornos crematorios se ha podido constatar la presencia de este
tipo de restos, los cuales parecen ser fundamentalmente la grasa corporal probablemente
mezclada con otros restos orgánicos (Simón González Reyna, comunicación personal,
abril de 2000).
Temperatura. Para inferirla se emplean tablas colorimétricas, las cuales permiten
relacionar el color con la temperatura alcanzada. Para evitar confusiones, Barba y
Rodríguez (1990: 94-95) transformaron los colores de las colorimetrías a la tabla
Munsell. Es necesario considerar que existen otros factores que pueden hacer cambiar el
color del hueso, como la impregnación de manganeso (Shultz 1997: 215), o bien el
tratamiento con cal que, de existir la duda, microscópicamente puede establecer la
diferenciación (Etxeberría 1994: 115). Las fisuras, el color homogéneo, la torsión y la
reducción, sin lugar a dudas, nos llevarán a concluir que sí fueron expuestos al fuego.
Cuando se trata de individuos cremados en estado cadavérico, encontrados in situ,
la perfecta preservación de las articulaciones nos indicará que las temperaturas fueron
muy bajas o quizá fue poco el tiempo de exposición, de tal manera que la afectación
debió ser más en los órganos y tejidos que en el hueso mismo. Altas
153
temperaturas hubieran ocasionado retorcimiento en los huesos, fragmentación y la
pérdida de muchas de las articulaciones.
Tipo de combustible empleado. Por lo regular entre los restos óseos se suelen
encontrar pequeños fragmentos de carbón, con los cuales se podrá identificar el tipo de
madera utilizada y si hay en gran cantidad se podrá emplear para el fechamiento por
carbonol4. Ciertas maderas como el mezquite permiten alcanzar temperaturas mucho
mayores, mientras que otras como el pino y junípero, no (Reinhard y Fink 1994:
601,605). Esto implica que maderas como el mezquite dañarán más los huesos.
Número de individuos depositados en la urna. Es un error asumir a priori que una
urna corresponde a un solo individuo (McKinley 1997: 130). Por supuesto, tampoco se
debe asumir el caso contrario, ya que un solo individuo puede estar dividido en varios
continentes. Para trabajar este aspecto se debe hacer una separación e identificación del
material y así proceder a realizar un conteo mínimo. Los lincamientos para hacerlo son
los mismos que para hueso no cremado, aunque en este caso se deberá tomar en cuenta
la reducción que pueden presentar y la cremación diferencial que suele tener un mismo
individuo, ya que la temperatura en una pira no es uniforme.
Preferencia por algún segmento corporal. Para darnos cuenta si se decidió colocar
en la urna todo el individuo o hubo una selección de cierta parte del cuerpo es necesario
hacer la separación y la identificación de los huesos. Pesar los restos óseos por regiones
anatómicas puede ser también de gran ayuda para comprender mejor el tipo de depósito
al que nos enfrentamos. La selección de una parte del cuerpo en específico puede ser,
más que una simple coincidencia, resultado de las concepciones del cuerpo o quizá de
las creencias en torno a la muerte; por eso será importante detectar si se dio o no dicha
selección.
Cremación de ofrendas. Por lo regular, al cremar a un difunto se incluían objetos
con éste, ya fueran ofrendas propiamente o elementos de ornato y parte de la vestimenta.
Pequeños fragmentos suelen pasar inadvertidos y se confunden con los restos mortuorios
si éstos no son revisados con cuidado. Además de la información en cuanto al tipo de
ornato, al estatus del personaje, el simbolismo de los objetos, etc., la exposición al fuego
que presentan los objetos, su fragmentación, etc., nos ayudan a saber si fueron cremados
de manera conjunta o no. 1000° son necesarios para degradar la roca caliza (Etxeberría
1994: 115), por lo que puede emplearse como un indicador de la temperatura, a comparar
con la de los restos óseos. Incluso actualmente, aunque se deben retirar en general todos
los objetos, algunos de valor religioso o sentimental y que puedan ser consumidos
fácilmente por el fuego, son incluidos en el horno por petición de los deudos.
Cada contexto en particular presentará sus propios problemas y cada investigador
deberá aportar soluciones creativas para cada caso. Lo que sí queda claro es el potencial
de los huesos cremados, en algún tiempo almacenados, en otro tiempo olvidados.
154
Figura 2. Hueso cremado aún con tejido, (fotografía de Germán Zúñiga,
cortesía del Museo del Templo Mayor, INAH).
Agradecimientos
155
Figuras 3 y 4. Cuchillo de sílex y navajilla de obsidiana cremados junto con los restos de un individuo,
(fotografías de Germán Zúñiga, cortesía del Museo del Templo Mayor, INAH).
156
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160
LAS TRADICIONES FUNERARIAS EN EL NORTE DE CAMPECHE.
UN ENSAYO ETNOARQUEOLÓGICO 1
2 Ucko (1969) relata que entre los ashanti de África existe la costumbre de orientar la cara de los difuntos hacia
un lugar lejano de la comunidad para evitar su regreso y el daño que ello causaría a los vivos. Sin embargo,
también hay la creencia de que algunos muertos, conscientes de su posición, se voltearán a buscar sus
antiguas moradas en el pueblo. Algunas familias tratan de prevenir contra esta amenaza al engañar a su
difunto orientándolo precisamente hacia la comunidad.
163
aspecto crítico constituye la relevancia cultural de la tipología funeraria, no sólo como
costumbre pretérita, sino también como punto de partida en la reconstrucción y
explicación social. Adicionalmente, los parámetros tipológicos deben responder a las
interrogantes y problemas particulares de cada proyecto.
Revisemos brevemente algunos antecedentes en la clasificación de contextos
funerarios. En la investigación de los mayas prehispánicos se emplean varias tipologías,
basadas en diferentes parámetros clasificatorios, si bien tienen en común que dan cuenta
de las particularidades regionales de las costumbres. La investigación nacional distingue
la ubicación, asociación y marco cronológico de los contextos, aparte de la enumeración
de las ofrendas y la descripción del contenedor, cuyos criterios aparecen ampliamente
descritos en Ruz (1991). El autor distingue entre el pozo sencillo (en su variante de
protegido o no protegido), la cista, la fosa, la cámara funeraria con o sin sarcófago,
además de la vasija y los espacios naturales o culturales aprovechados como lugar de
deposición. A eso se agregan las especificaciones relativas a la disposición del cadáver y
sus partes constitutivas, los que evidencian aspectos numéricos y secuenciales en la
disposición de los restos humanos.3
Ahora bien, para resanar los inconvenientes inherentes a la interpretación del
vestigio funerario, muchos investigadores han recurrido a la información iconográfica,
las fuentes históricas y las análogas con grupos actuales para complementar la
información que proporciona el contexto arqueológico. Particularmente, la etnografía
ha resultado de utilidad al proponer nuevos planteamientos, nuevas vías en la
investigación de los tratamientos mortuorios. Mencionamos como ejemplo los aspectos
que consideran los procesos tafonómicos, la disposición inicial y secundaria del cadáver,
así como la reconstrucción de las ofrendas y los contenedores mortuorios (Ucko 1970).
Desafortunadamente, la literatura etnográfica sobre las costumbres funerarias tiende a
dirigirse a aspectos culturales que no se manifiestan directamente en artefactos.
En particular, en la etnografía del complejo mortuorio mayense, al lado de las
abundantes descripciones relativas al papel socio-ideológico de la muerte y de la vida
después (Ruz 1968; Coe 1975), no existe hasta ahora un estudio de las prácticas
mortuorias desde una perspectiva etnoarqueológica, lo cual constituye el punto de
partida y el objetivo del presente trabajo.
ANTECEDENTES REGIONALES
3 Es preciso señalar que existen algunas discrepancias, no sólo terminológicas, con la tipología empleada por
los investigadores de extracción norteamericana y francesa (en la demarcación, por ejemplo, de “entierro
directo”, y “entierro indirecto” y el uso de los términos “fosa”, “entierro sencillo”, “cripta” y “tumba”).
Retomamos el aspecto de las tipologías al final del ensayo.
164
las creencias y costumbres escatológicas locales, sus influencias y raíces, cuyas
manifestaciones materiales serán de potencial relevancia en la reconstrucción de las
costumbres funerarias pretéritas.
Revisaremos en primer lugar la literatura correspondiente al área maya
septentrional. Entre los cronistas coloniales que suministran información sobre prácticas
y creencias funerarias del norte del área maya se cuentan fray Diego de Landa (1982),
fray Bernardo de Lizana, Pedro Sánchez Aguilar y varios autores anónimos (Ruz 1968).
Landa reporta dos tipos básicos de disposición del cadáver: la cremación y la inhumación.
Mientras que la primera forma se reservaba para los señores, es decir, los círculos sociales
dominantes, la segunda se practicaba en las habitaciones familiares, donde el difunto se
enterraba bajo el piso, acompañado de objetos de uso cotidiano, algunos ídolos o una
cuenta de jade colocada en la boca. Las cenizas, producto de la cremación, comúnmente
se colocaban en una vasija de barro, aunque su tratamiento varía según cada linaje. Landa
refiere que a los guerreros, o en general a los muertos en combate, les quitaban la
mandíbula para limpiarla de carne y ponerla en el brazo del difunto.
Las prácticas funerarias expresan las creencias escatológicas de su momento.
Acompañaban el último pasaje en el curso de la vida prehispánica de la persona, una
separación social que según se pensaba iba seguida por su viaje al xibalbd o metnal. En los
términos de los rituales de transición, Welsh (1988: 199) interprétala muerte del
individuo en tres fases. La primera consiste en el cambio de su condición al morir; en la
segunda fase el ahora difunto se transforma al recibir los tratamientos funerarios y,
finalmente, se convierte en el antepasado de sus familiares.
Landa (1982: 59) es igualmente explícito sobre el aspecto de la continuidad entre la
vida y muerte cuando afirma que los mayas yucatecos proporcionaban maíz, bebida y
moneda a sus difuntos con la finalidad de que no les faltase nada en la otra vida. El lugar
del enterramiento solía ser la misma residencia, antes compartida, ahora ocupada por los
miembros familiares sobrevivientes.
Según el antiguo pensamiento, el muerto, ahora en estado incorpóreo, poseía ciertos
poderes. Su cuerpo se consideraba una reliquia, ya que constituía el punto de enlace entre
su nuevo lugar de permanencia y la tierra, entre los vivos y los muertos (Steggerda 1941;
Redfield et al. 1962; Villa Rojas 1978). El mito quiché del Popol Vuh relata como la cabeza
de Hunahpú es transformada en un jícaro. En esta forma aparece y fecunda a Xquic, hija
del señor Cuchumaquic. En otra ocasión, los huesos molidos de Hunahpú y Xbalanqué
germinan en el fondo de un río, de donde renacen los dos.
Las creencias tradicionales están relacionadas también con las ideas acerca de la
disgregación del difunto en sus componentes anímicos (De la Garza 1990, 1997; López
Austín 1989). Mercedes de la Garza (1997) habla de la dualidad que se percibe entre el
cuerpo y el espíritu. Se cree que sólo el espíritu persiste después de la muerte del hombre
y, de éste, tan sólo la parte denominada “corazón inmortal”, identificada como ol, o chu’lel
entre los mayas actuales. Únicamente esta entidad anímica del ser emprende el viaje
hacia otro sitio. Mientras, el wayjel o tonalli, es
165
decir, el destino que el hombre comparte en vida con el animal, se desvanece en el
momento de su muerte. Por todo lo expresado, podemos suponer que la muerte
individual, como éxodo y destino final en el sentido cristiano, no existía en la antigua
cosmovisión maya.
Naturalmente, los conceptos occidentales introducidos al bagaje cultural
prehispánico a lo largo del proceso de evangelización con la concepción dual de cuerpo
y alma, un destino final, así como la imposición de nuevas prácticas funerarias, han
alterado o distorsionado las antiguas creencias y costumbres. Al sintetizar los elementos
materiales y espirituales que integran el complejo funerario en el mundo maya actual,
Mario Humberto Ruz (1998) los divide en de extracción europea e indígena. Sobre la
etnografía del norte de la península de Yucatán y las costumbres funerarias de sus grupos
tradicionales se dispone de una información general (Steggerda 1941; Redfield 1942;
Redfield y Villa Rojas 1962; Ruz 1998), que se remite a Yucatán y al oriente del actual
estado de Quintana Roo. Aquí la contrastaremos con la información que presentamos en
seguida.
ESTUDIO ETNOGRÁFICO
Las comunidades bajo estudio se localizan en el norte del estado de Campeche, al este de
la sierra Puuc. Las siete comunidades estudiadas se agrupan a lo largo de la parte sur del
antiguo Camino Real, actualmente la carretera Campeche-Mérida. Históricamente están
afiliados a los canules, cuyo nombre se refiere a los grupos “guardianes”, presentes en
Mayapán durante el Posclásico tardío, aunque las ocupaciones son más antiguas, algunas
remontan al Clásico. La influencia occidental comenzó a percibirse allí en los años
cuarenta del siglo xvi, si bien los grupos locales, concentrados en Calkiní y Hecelchakán,
inicialmente se oponían a la ocupación española (Roys 1965, 1972; Williams 1998a,
1998b).
Seguidamente volveremos sobre algunas ideas escatológicas en el norte de
Campeche y los usos y costumbres que giran alrededor de la muerte individual y
colectiva. La exposición se basa en varias entrevistas efectuadas en los panteones y
domicilios particulares, que fueron grabadas y posteriormente transcritas.
Posteriormente incorporamos nuestras observaciones de los preparativos y las
actividades llevadas a cabo en ocasión del Día de Muertos.
Creencias escatológicas
Según se piensa, las almas de los difuntos reposan en el paraíso o en el infierno, o aún
esperan su destino final en el purgatorio. Doña May de Tenabo afirma: “que no va uno
directo al cielo, nos vamos al purgatorio. De ahí, con las oraciones, rosarios y misas que
te hacen te van sacando. Por eso los familiares deben rezar. En el cielo están los ángeles
con sus trompetas esperándote...”.
166
La morada final del occiso depende mayormente de su conducta en vida, y de las
circunstancias de su muerte; se piensa por ejemplo que los niños ascenderán al cielo sin
parada previa, ya que no tienen pecado ni malicia; mientras que los brujos, los malos y
suicidas irán al infierno. Muchos de los entrevistados consideraron que no hay forma
alguna de salvar a los suicidas, los ahorcados, “que se quitaron la vida que les dio Dios”.
No se reza por ellos y antiguamente se enterraban boca abajo, viendo a la tierra, para que
nunca reaparezcan. Las creencias del norte de Campeche asemejan las ideas externadas
en las comunidades de otras partes de la península (véanse, por ejemplo, Steggerda 1941;
Redfield 1942; Redfield y Villa Rojas 1962; Ruz 1998).
La muerte
Cuando el moribundo está por fallecer se recurre a los rezos, las velas y el agua bendita
para que sea acogido por Dios, para que descanse. Se piensa que inmediatamente después
de morir el alma del difunto aún se encuentra muy cerca de los vivos, igual que durante
el Día de los Difuntos, cuando regresa con sus familiares y amigos. Como espíritu sin
cuerpo, los recién fallecidos requieren del apoyo moral de los vivos para preparar su
tránsito al otro mundo, ya que sin éste sus almas quedan penando y pueden causar daño
en forma de sustos, enfermedades o accidentes. Los espíritus de los occisos se conciben
como aires invisibles que en ocasiones se manifiestan como “aluxes”, fantasmas enanos
temidos por los habitantes. Otros espíritus protegen y acompañan a los suyos. En
ocasiones, sus familiares recurren a ellos para pedirles ayuda.
Los que se sienten cercanos al difunto les dedican cantos y rezos, contribuyen con
flores y veladoras. Estas medidas son consideradas importantes, en particular cuando los
recién muertos no ha tenido el tiempo para arrepentirse de sus pecados, como es el caso
de los accidentados.4 Se procura pagar la deuda del finado porque de otra forma “quedará
en pena, llorando la deuda”. En conjunto, los esfuerzos parecen expresar el deseo de
guiar el alma del difunto para salirse del cuerpo y transitar al cielo.
Es preciso señalar que las creencias señaladas son también observadas en otras
partes de la península, como muestran las descripciones de Steggerda, Villa Rojas, Ruz o
Redfield, si bien con variaciones. En Chan Kom, por ejemplo, se corta un hueco redondo
en el techo de la habitación para facilitar la salida del espíritu. Allí se piensa que, al
revelarse al difunto su estado “incorpóreo”, su alma regresa a la tierra para permanecer
hasta el séptimo día, cuando finalmente se libera y desaparece con definitividad.
Redfield describe sobre las creencias escatológicas del oriente de Quintana Roo que sólo
al tercer día el espíritu del difunto se entera de su muerte corporal y comienza a llorar;
hasta el día siguiente no emprende su marcha al otro mundo, donde será evaluado
dependiendo de su comportamiento en vida. Aunque según las creencias de los indígenas
de Quintana Roo existen el cielo, el purgatorio
4 En ocasión del Día de los Fieles Difuntos atestiguamos, por ejemplo, que el hijo de un señor de Pomuch,
quien había sufrido un accidente fatal dos meses antes y cuyos restos reposaban en el panteón municipal,
solicitó emotivamente apoyo de los presentes en el panteón para su padre.
167
y el infierno, no todos los pecadores van al infierno, ya que los que maltrataron a sus
familiares, o los pecadores sexuales se convierten en el viento que acompaña el fuego
que quema las milpas, después se vuelven venados, para finalmente ser matados por
algún cazador (Redfield 1942).
En Tenabo y Pomuch, algunas personas juzgan importante echar un cubo de agua
en la calle al paso del ataúd el día en que el cuerpo es llevado al cementerio, para así
facilitar la salida del espíritu. Se le llama por su nombre indicándole que se vaya. Después
de echar agua se acostumbra en algunas familias colocar una cruz de cal sobre este lugar,
y encima de ésta una segunda, confeccionada de flores. Durante toda la semana siguiente
se recomienda barrer bien el hogar, acumular el polvo y la basura hasta sacar todo al
término de los novenarios. La cruz igualmente se levanta y se lleva al lugar del sepulcro
en el panteón. Se piensa que, en este momento, el espíritu ya ha dejado su hogar.
El cuerpo del recién fallecido se adelanta al alma. En las primeras 24 horas es preparado,
colocado en un ataúd de madera o metal, envuelto en una manta y velado, para ser
llevado poco tiempo después al lugar de descanso preliminar o final. Algunos finados
reposarán en pozos sencillos, otros en nichos (Calkiní), criptas o bóvedas. A unos pocos
les esperan los mausoleos familiares. Algunos terrenos son comprados, otros rentados
por tres años, tiempo previsto para la descomposición y esqueletiza- ción del cadáver, si
bien es sabido que este proceso puede prolongarse cuando el difunto tomaba mucha
medicina, y fue embalsamado para regresar de lejos con sus familiares. En estos casos
especiales se prevé una prórroga antes de sacar los restos y reutilizar el espacio.
A los que no tienen posibilidades de solventar las rentas les asignan espacios
comunales, donde pueden depositar los restos mortales en un pozo sencillo, cubierto o
no con una lápida improvisada de cemento o una cruz de madera. En una parte del
cementerio de Hecelchakán se entierran las placentas, como nos informa el
administrador encargado.
También el material del féretro influye en el proceso de descomposición cadavérica.
Se sabe que los de metal no permiten que los jugos y las grasas del cuerpo se filtren hacia
la tierra, y tampoco permiten “tirar todo el suero y la sangre, toda la carne para que los
huesos queden blancos y bonitos”.
Una modalidad alternativa consiste en la colocación en nichos de iglesias y capillas,
fuera o dentro del cementerio, tal como lo evidenciamos en Tenabo y Hecelchakán.
Parece que esta práctica se asocia con un acelerado proceso de descomposición, al final
del cual, “a los tres, cinco años, no queda más que un puño de tierrita”, para retomar las
palabras de doña May en Tenabo. Para reusar el recinto sólo se recoge este resto y se
deposita en una esquina. Cabe agregar que la gente de la comunidad comparte su rechazo
hacia la cremación, la cual no está descrita en la Biblia. “En
168
fin, casi todos irán a parar al cementerio. Allá vamos ricos y pobres, allá nadie dice, no
voy. Allá se va a quedar, en su casa”.
Tratamientos secundarios
Al cabo de tres años se emprende la exhumación de los cuerpos enterrados, por razones
de espacio o “para hacer lugar”, para unirlos con los del osario familiar o para llevarlos a
la fosa común del panteón, que suele localizarse en una de las esquinas (figuras 2, 3, 4 y
5).
Se contratan sepulteros para esta tarea, que comienzan con la apertura del recinto,
la aereación de los restos y su recuperación y limpieza. Doña May nos explica que:
“...acá hay la costumbre de sacar los restos y ponerlos en un osario, si es que aprecias tu
ser querido. Porque hay muchos que los ponen en un cartón, en una caja, y los dejan
en el cementerio...
y sigue:
“hay un sepultero que los saca, se paga ese señor, sacan los restos, se limpian muy
bien, el señor muy experto, saca hasta las uñitas, no te deja nada, espulga bien la tierra.
Hay gente que mueren y no cae el cabello. Todo se entre la caja, no se bota nada...
Cuando saqué a mí esposo, lo dejé tres días en el cementerio en una caja para que
le de el aire y el sol... después de eso entonces tu lo puedes poner en donde quieras...”
169
Figura 3. Osario individual en el panteón de Pomuch, municipio de Hecelchakán, Campeche.
170
Figura 5. Limpieza de osamenta en el panteón de Dzodzil, municipio de Hecelchakán, Campeche.
Los restos, que en ocasiones conservan aún las partes blandas, como son el cabello,
las uñas y la piel, son limpiados cuidadosamente y envueltos en una tela o colocados
dentro de una caja de madera o metal (a veces se improvisa con cajitas de galletas). En
algunas comunidades, estas cajas permanecen cerradas; en otras, como Pomuch, están
abiertas, para permitir que les llegue aire y sol a los difuntos (figuras 3 y 4).
Al parecer, no hay reglas exactas en la disposición de la osamenta, si bien se usa
colocar primero los huesos largos, luego las costillas, los huesos cortos y planos y se sitúa
el cráneo con o sin mandíbula encima de todo. El cabello, que en ocasiones se preserva,
se acomoda encima de la frente. El parámetro para la disposición ósea parece ser de
orden práctico, “para que quepan bien” (figura 5). No se debe perder ninguna parte de
los restos, ya que:
“todos los huesos son importantes, la columna aunque sean rueditas son
importantes, porque sin eso no te puedes mover, y así todos los huesos, si no, cómo
caminas, cómo trabajas. Por eso se tiene que guardar todo, ni modo que lo botes. Se sacan
los huesos blancos y bonitos”.
Con el mismo objetivo de preservar los restos se usa descuartizar los restos
momificados.
A partir de este momento, las telas de algodón, bordadas o no, visten a los difuntos.
Las decoraciones, de vistosos colores, con motivos de alebrijes, cruz y flores, identifican
la última morada del muerto, junto con su nombre y fecha de fallecimiento.
171
Si no tiene familiares, en Tenabo se recurre al presidente municipal para darle su cajita,
y el que tiene tienda le da su telita.
Cabe señalar que difieren las modalidades señaladas en las prácticas de la
comunidad de Dzibalché. Allí se usa dejar los huesos recién levantados envueltos en una
tela por varios meses, antes de introducirlos por un hueco al depósito familiar,
inmediatamente debajo. Por otra parte, parece que en Calkiní los huesos paran
directamente en un depósito sellado. Al comparar la información del norte de Campeche
con la de Chan Kom (Redfield et al. 1962), se pueden encontrar muchas similitudes; allí
los restos encuentran su lugar en nichos al margen del cementerio; sólo que la
exhumación coincide con las festividades en honor a los muertos. Antes de la deposición
final de los huesos, la familia aprovecha en Chan Kom para llevarlos a la casa y dedicarles
una ceremonia en honor y recuerdo del difunto.
Regresando a las costumbres del norte de Campeche, la construcción arquitectónica
de los osarios familiares expresa los gustos particulares, el número de restos que ha de
contener y los recursos económicos. Los familiares se encargan de la construcción o la
delegan en un auxiliar del panteón. Los recintos, a primera vista, asemejan pequeñas
casas; la disposición general de los cementerios representa comunidades amuralladas en
miniatura.
En la voz de la gente, los osarios son como “cuartitos”, como “casitas”. “Allá se mete
y depende de uno si se le pone puertita, ya sea de vidrio o de madera, pero cuando le
vaya a rezar le abres para que le dé el aire. Las casitas son para toda la familia y también
se pueden poner amigos”.
Al respecto es preciso agregar que no pudimos hallar reglas fijas, asociadas con el
parentesco, en la colocación de los restos en los osarios, al menos en Pomuch y Tenabo.
Si bien es cierto que los lazos consanguíneos desempeñan un papel más importante que
los lazos políticos en la selección del último paradero, también se vuelven importantes
los factores circunstanciales y prácticos. Al lado de la última voluntad se da asilo a los
amigos cercanos a la familia. Por otra parte, los restos de los que no tienen familia paran
en la fosa común o son abandonados en los rincones del panteón (figura 6).
El día de muertos
El tiempo alrededor del Día de Muerto, el pixan, constituye una ocasión en que se
recuerda a los difuntos de manera colectiva, cuando regresan a la tierra para reunirse
espiritualmente con los que viven. En el norte de Campeche se piensa que los difuntos
vienen de visita durante todo noviembre. En este mes, las ánimas están de regreso,
paseando hasta despedirse el 30 de noviembre para volver el próximo año o hasta su
aniversario.5
5
Algunas personas afirman que los difuntos regresan cada aniversario de muerte o cuando son recordados en
ocasión de su cumpleaños, día de santo y día de la madre.
Figura 6. Cúmulo de restos humanos abandonados en el panteón de Pomuch,
municipio de Hecelchakán, Campeche.
173
El 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, se desarrolla principalmente en el
panteón; este día es de paseo, misa y fiesta. Se lleva lo que queda del altar, las flores, las
velas y otros ingredientes indispensables para la bienvenida de los familiares. Se les pone
rosas, gladiolas, dalias, margaritas y vicalia, según las posibilidades económicas de cada
quien. Las flores de papel sólo sirven de adorno, ya que carecen de olor: “Quién no
quisiera darles a los antepasados algo bueno, pero si no se puede, se les da lo que esté a
su alcance”.
Igualmente grande es la diversidad en velas. Hay veladoras de parafina y más
accesibles de cebo, chicas y grandes, velas de color y blancas.
Doña Decolli explica que a su difunta madre no le alcanzó para el bordado, sólo
consiguió una tela. Una vecina se disculpa por no haber aportado más ofrendas. “Mira,
no te traje veladoras, pero mira cómo estoy con bastón...”.
Otros consideran que es pecado hablar con los difuntos, porque el que responde es
el diablo.
En ocasión del día 2 de noviembre limpian los restos y cambian su ropa, a cargo de
los sepulteros o de los mismos familiares, ceremonia que se repite a lo largo del día y
siempre culmina en la limpieza de las manos con alcohol. Los sepulteros de Dzodzil
afirman que es importante no separar los restos, deben limpiarlos hasta que quede la
pura tierra.
Las visitas siguen hasta la noche. Sólo los que no tienen familiares y los pobres
quedan sin atenciones, sus hogares sin mantenimiento, a la intemperie, sólo decorados
con un ramito de flores o una veladora. Igualmente solitarios quedan los recintos de los
difuntos de familias convertidas a otra religión que se niegan a seguir las tradiciones.
Cabe agregar que a los siete días se celebra nuevamente una comida en honor de
los difuntos, al igual que al final de noviembre, cuando los muertos se despiden.
Comúnmente son agasajados con un platillo de pibi-pollo, acompañado de tamales,
pollos asados, tortillas y pibinal. En esta última ocasión se prefiere servir ingredientes
secos, para que los muertos los puedan llevar consigo.
174
Las observaciones e impresiones recolectadas en las comunidades expresan directa
o metafóricamente las creencias locales que existen en torno a la muerte. Enfatizan la
noción de continuidad, entre la vida y la muerte, los vivos y los difuntos. El alma del
muerto aparece como ente casi concreto en el imaginario escatológico, mientras su
cuerpo se presenta como reliquia, como un punto de partida y de regreso para el espíritu
del difunto en su viaje a otro mundo y sus retornos a la tierra (la exhumación, el entierro
secundario). Recordemos que encontramos la misma concepción hacia la muerte en las
crónicas arriba mencionadas, con la personificación y el temor del espíritu (Landa 1982).
De igual forma, los cementerios, como paradero de los difuntos, en su apariencia
general, con su arquitectura y visitados por los familiares periódicamente, se convierten
en una especie de extensión del hogar de los difuntos, su conjunto da visualmente la
impresión de una ciudad viva aparte (figura 7). La arquitectura de los panteones que
visitamos es variada, si bien su organización sigue un patrón general. Al parecer, no hay
una orientación cardinal de preferencia. El portón principal y gran parte de los recintos
dan a la calle principal de la mayoría de las comunidades visitadas, comúnmente
ubicados en sus afueras. Otras sepulturas están alineadas a lo largo de la muralla.
Cabe agregar que cada panteón visitado guarda un estilo particular que también se
extiende a las prácticas que allí toman lugar, y que son renovadas año por año. Después
de los recorridos y de la revisión bibliográfica regional pensamos que en particular la
costumbre de la exposición de los restos óseos en las cajas, una vez pasados tres años,
aparece como elemento circunscrito al Camino Real entre Mérida y Campeche, sobre
todo su parte sur.
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El espacio en el interior del muro suele estar dividido en secciones, sus parcelas
portan números para facilitar el registro luctuoso. Allí se agrupan los osarios y depósitos
de diferentes tamaños, formas y colores, los nichos y las fosas, los pozos sencillos. El
Hecelchakán tiene 296 osarios, en tanto que el número de entierros primarios es de 120
(encargado, comunicación personal 1998).
En cuanto a la arquitectura funeraria, conviene retomar algunos de los parámetros
clasificatorios arriba mencionados. Podemos hacer una primera distinción entre los
depósitos primarios y secundarios (figuras 8 y 9).
Primario
Secundario
1. Fosa común (osario múltiple), accidental sin contenedor formal, en contacto directo
con la tierra.
2. Fosa múltiple en contenedor formal.
3. Osarios, encima del piso.
4. Osarios debajo, divididos en osario y depósito.
5. Mismo que 4, encima.
176
--4
179
En este análisis sobre las costumbres funerarias tradicionales indígenas hemos
intentado correlacionar las creencias escatológicas con las costumbres mortuorias
observables y los contextos materiales que de allí estriban. Pensamos que la integración
causal y funcional de ambos aspectos es deseable para realmente constituir un punto de
partida en el registro etnográfico que podría ser usado en la interpretación de complejos
funerarios que se encuentran en el registro arqueológico regional, en este caso del norte
de Campeche. Hemos aprendido en el transcurso de esta investigación que no existen
reglas precisas en los procedimientos de las costumbres mortuorias de las comunidades:
sus múltiples modalidades parten de la vida cotidiana que allí se vive, si bien manifiestan
un cuerpo de pensamiento unificado. Lo mismo, según pensamos, se considera para las
prácticas regionales de los antiguos mayas de Yucatán. Esta línea de pensamiento
impone, naturalmente, reflexiones profundizadas acerca de la utilidad de las
clasificaciones formales, convencionalmente empleadas en la descripción funeraria
prehispánica, su relevancia en la reconstrucción de las costumbres y creencias
escatológicas y su papel en la organización social, interrogante que formó el punto de
partida y objetivo de este ensayo.
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