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PRIMERA PARTE
TRATADO DE DIOS UNO Y TRINO Y CREADOR
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CREO EN UN SOLO DIOS PADRE TODOPODEROSO
EXISTENCIA DE DIOS
"Con estas palabras comienza el Símbolo de Nicea-Constantinopla. La
confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raiz en la Revelación Divina en la
Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios" (CIC, 200).
El mismo cuidado que ha tenido santo Tomás en escribir en su Suma Teológica
que la existencia de Dios no es evidente, lo ha tenido en afirmar que no por eso es
incognoscible, sino que es demostrable, por las conocidas cinco vías, del movimiento,
la causalidad, el ser contingente y necesario, los grados de perfección y el gobierno del
mundo. Por estos caminos concluye que Dios existe, como existe el arquero que
dispara y dirige la flecha inteligentemente. Así se expresa el Vaticano II: "Confiesa el
Santo Concilio "que Dios, Principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con
seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas" (cf. Rm 1,
20); pero enseña que hay que atribuir a su revelación "el que todo lo divino que por su
naturaleza no sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer todos fácilmente,
con certeza y sin error alguno, incluso en la condición presente del género humano"
(DV, 6).
A través de los tiempos han sido muchos los errores que han negado esa
existencia, y el fenómeno del ateismo ha llegado hasta nuestros días, originado por
diversas causas. En él tienen su parte de responsabilidad, según la Gaudium et Spes,
19, los propios creyentes: El descuido de la educación religiosa, la inadecuada
exposición de la doctrina católica y los defectos de la vida religiosa, moral y social de
los creyentes, que han velado más que revelado el genuino rostro de Dios, ha
originado el agnosticismo, el positivismo, el criticismo de Kant, y otros errores que,
aunque hoy se presentan como modernos, tienen una larga historia.
Además de esta fuente de conocimiento de la existencia de Dios racional y
natural, está la Divina Revelación. Dios se ha manifestado a Sí mismo, se nos ha
revelado: "Yo soy el que Soy". Y se ha revelado también particularmente a algunos
hombres.
Una de esas criaturas privilegiadas ha sido Santa Teresa. Ella ha
experimentado la existencia de Dios. Ha vivido con Dios de una manera excepcional
que la constituye en testigo calificado de Dios Vivo. De un Dios que existe y vive en
todas partes pero de manera más preeminente "en lo muy interior de su alma". Como a
Moisés, que lo vió en la zarza ardiendo y se le manifestó el misterio con certeza, y a
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Jacob en la escalera que llegaba hasta el cielo, se le ha hecho visible a Teresa vivo y
palpitante, amigo, padre, rey y hermano, esposo de sangre, fiel y premio. Sin Dios no
se comprende la vida de Teresa. Dios es la razón de ser y existir y trabajar hasta la
muerte de Teresa.
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ATRIBUTOS DIVINOS
Por la Escritura conocemos que Dios es espíritu, "Dios es espíritu, y los que le
adoran han de adorarle en espíritu y verdad" (Jn 4, 24). Los Padres y el Magisterio
confiesan también su simplicidad, junto con la razón teológica, que excluye de El
cualquier género de composición de partes.
La perfección consiste en la ausencia de potencia, como capacidad de adquirir
alguna perfección. Como Dios es Acto purísimo sin sombra alguna de potencia,
necesariamente Dios es el Ser Perfectísimo.
Su plenitud de Ser, de Bondad, de Energía y Hermosura e infinitud, y todas las
perfecciones que podamos contar, es exclusiva de su Esencia perfectísima.
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BONDAD DE DIOS
La bondad de Dios viene probada por la misma Escritura, pues el mismo Jesús
dijo que "Nadie es bueno, sino sólo Dios" (Lc 18, 19), y la bondad es la cualidad de
bueno.
En buena Teología Dios es infinitamente y ontológicamente bueno por ser el
Bien Sumo. Si Dios es infinitamente perfecto, como hemos probado en la introducción
anterior, ha de ser también infinitamente bueno, porque como tal, tiene todas las
perfecciones y la bondad es una de las mayores. Si Dios es infinitamente perfecto, es
infinitamente bueno, y si es infinitamente bueno, es infinitamente perfecto.
Además de su bondad ontológica y esencial pertenece al Sumo y Absoluto Bien
la bondad moral, que es la santidad, de la que la Divina Revelación es pródiga en
argumentos, y también la bondad bienhechora, por la que lo ha creado todo, porque si
el bien es difusivo de sí mismo, el Sumo Bien es sumamente difusivo de sí mismo, y
esta difusión tiene su ápice y cumbre en la Redención. "Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo Unico para que el mundo se salve por El" (Jn 3, 16).
Desde la bondad sin límites, como de un inmenso surtidor en incesante
movimiento centrífugo, llega perennemente a toda la creación terrestre, sideral y
celeste, sin que se pueda agotar, el efluvio de la Bondad infinita como causa eficiente
de la bondad que encontramos en las creaturas. La infinita Bondad, como un volcán
benéfico, lanza sus llamas incandescentes e incendiarias a sus creaturas,
enriqueciéndolas y beneficiándolas.
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BELLEZA Y HERMOSURA DE DIOS.
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INFINIDAD DE DIOS
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INMENSIDAD Y UBICUIDAD DE DIOS
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INMUTABILIDAD Y ETERNIDAD
"Todo buen regalo, todo don acabado viene de arriba, del padre de los astros,
en el cual no hay cambio ni períodos de sombra" (St 1, 17). "Al principio cimentaste la
tierra y el cielo es obra de tus manos; ellos perecerán, tú permaneces, se gastarán
como ropa, serán como vestido que se muda. Tú, en cambio, eres aquél cuyos años
no acabarán" (Sal 102, 26). "El plan del Señor dura siempre, sus proyectos de edad en
edad" (Ib 32, 11).
La palabra de la Revelación, como comprobamos en los anteriores textos, nos
confirma la inmutabilidad y la eternidad, que son los atributos que excluyen en Dios
todo cambio o mutación y le atribuyen permanencia perpétua en su ser y en su obrar.
Así lo cree la Iglesia y así lo ha afirmado en varios concilios, el IV de Letrán, el II de
Lyón, el de Florencia y el Vaticano, definiendo contra los panteístas.
Santo Tomás argumenta la inmutabilidad de Dios desde la demostración de que
Dios es Acto Puro, ser simplicísimo de perfección infinita. Porque si es Acto Puro no
hay en El potencia, que es propia del ser mudable. Si es infinito debe tener todas las
perfecciones, y el ser mudable lo es, o porque adquiere una perfección nueva, o
porque la pierde, y en un caso y en otro, deja de ser infinito. Pero como Dios es infinito
es también inmutable, atributo que, por otra parte, sólo es propio de Dios.
ETERNIDAD DE DIOS. Si Dios es inmutable es también eterno, porque la
eternidad es consecuencia de la inmutabilidad. "Antes que naciesen los montes o fuera
engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre tú eres Dios" (Sal 89, 2).
"Ha establecido el poder de su sabiduría, es el único desde la eternidad, no puede
crecer ni menguar ni le hace falta un maestro" (Ecclo 42, 21). "Yo soy el Alfa y la
Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso" (Apc
1, 8). "Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, el honor y la gloria por los
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CÓMO SE PUEDE CONOCER A DIOS Y HABLAR DE EL.
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LA VERDAD
Escribe santo Tomás: "Puesto que únicamente hay ciencia de lo verdadero, tras
el estudio de la ciencia de Dios, debemos tratar de la verdad" (1, 16).
La verdad está en el entendimiento en cuanto que conoce las cosas como son.
Y está en las cosas en cuanto que pueden amoldarse al entendimiento. Estas
condiciones se encuentran en Dios en máximo grado, pues su ser se adapta a su
entendimiento y, además su ser es su mismo entender, y su ser es la medida y la
causa de todos los demás seres. Por tanto, no sólo en Dios está la verdad, sino que El
es la primera y la suprema verdad. Ha dicho Jesús: "Yo soy el camino, la verdad y la
vida".
Cada una de las verdades del mundo creado son irradiación y esplendor de la
suprema verdad. El hombre, que tiene un anhelo insaciable de verdad, por el cual
tiende hacia ella con todas sus fuerzas, no puede prescindir del alimento de la verdad,
y la busca con todas sus ansias, como lo reconoce bellamente san Agustín: "Donde he
hallado la verdad allí he hallado a mi Dios, la verdad en persona" (Conf, 24, 35).
En el impresionante capítulo 40 de Vida, Santa Teresa nos refiere que supo que
le hablaba la misma Verdad, sin que ella viera quién le revelaba "una verdad, que es
suma de todas las verdades". Y comprendió "qué cosa es andar mi alma en verdad
delante de la misma Verdad".
"En todas sus obras Dios muestra su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su
verdad. "Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad" (Sal 138, 2). El es la Verdad,
porque "Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1, 5) (CIC, 214). "Es verdad el
principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios" (Sal 119, 160). "Ahora, mi
Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad" (2 S 7, 28); por eso las promesas de
Dios se realizan siempre (cf Dt 7, 9).
Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre
se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra de Dios
en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una mentira
del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su
fidelidad".
"La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del
gobierno del mundo (cf Sb 13, 1-9). Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf Sal
115, 15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas
creadas en su relación con él (cf Sb 7, 17-21)".
Dios es también verdadero cuando se revela: la enseñanza que viene de Dios
es "una doctrina de verdad" (Ml 2, 6). Cuando Dios envíe su Hijo al mundo, será para
"dar testimonio de la Verdad" (Jn 18, 37): "Sabemos que el Hijo ha venido y nos ha
dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero" (1 Jn 5, 20) (Ib 215- 217).
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11.-DIOS ES LA VIDA
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Dios ama no porque sea buena la criatura, sino que la criatura es buena porque
Dios la ama. En este sentido dice san Pablo: "¿Quién es el que a tí te hace preferible?
¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no lo
hubieras recibido?" (1 Cor 4, 7).
Por otra parte, el amor tiene poder unitivo. Cuando uno se ama a sí mismo,
quiere el bien para sí, y busca incorporar ese bien a sí mismo poseyéndolo, con lo cual
se une el que ama con el bien que ama. Y cuando amamos y deseamos el bien para
otro, consideramos a ese otro como nuestro mismo yo, es decir, incorporamos a
aquellos para quienes queremos el bien a nuestro propio yo, porque al desearles el
bien a ellos, los consideramos como una prolongación de nuestra misma persona, por
eso el amor une. "Conglutinó el alma de Jonatán con el alma de David".
De donde si el amor de un hombre para con otro hombre fue tan fuerte que
pudo conglutinar un alma con la otra, ¿qué será la conglutinación que hará el alma con
el esposo Dios, el amor que tiene el alma al mismo Dios, especialmente siendo Dios
aquí el principal amante?" (Ib C 31, 2).
Por eso Dios no quiere de nosotros otra cosa más que amor, porque, como nos
ama y El sabe que no nos puede venir el bien más que de la unión con El, Sumo Bien,
y sólo el amor nos une con El, queriendo engrandecernos, desea nuestro amor.
"Como no hay otra cosa en que más nos pueda engrandecer que igualándonos
consigo mismo, por eso solamente se sirve de que le amemos, porque la propiedad del
amor es igualar al que ama con la cosa amada" (Ib Anotación para la Canción 28).
"A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón
para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor
gratuito. E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor, Dios no
dejó de salvarlo y de perdonarle su infidelidad y sus pecados. El amor de Dios a Israel
es comparado al amor de un padre a su hijo. Es más fuerte que el amor de una madre
a sus hijos.
Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada; vencerá incluso las
peores infidelidades; llegará hasta el don más precioso de su Hijo único. El amor de
Dios es eterno. "Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor
no se apartará de tu lado" (Is 54, 10). "Con amor eterno te he amado: por eso he
reservado gracia para tí" (Jr 31, 3). Pero S. Juan irá todavía más lejos al afirmar: "Dios
es Amor"; el ser mismo de Dios es Amor.
Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios
revela su secreto más íntimo; El mismo es una eterna comunicación de amor: Padre,
Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en El" (CIC, 218-221).
Santa Teresa, llena de gratitud dirá: "¡Oh Amor que me amas más de lo que yo
me puedo amar ni entiendo! Sin tener que amar amáis / Engrandecéis nuestra nada".
Que en Dios existe la justicia distributiva, que brilla en el admirable orden del
universo, es evidente. Dios, que ha destinado una naturaleza para cada ser y ha
entregado a cada uno una misión en orden a conseguir el fin último, que es la
manifestación de su bondad, sabiduría y belleza, ha otorgado también a cada uno las
propiedades de su naturaleza, y ha colocado a cada ser en su jerarquía, y ha repartido
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sus dones y sus gracias, ministerios y carismas, con la riqueza que corresponde a su
fin, para que todos puedan dar su nota en el universo, que ayude a componer la
armonía y la felicidad. Y todo ello, no porque Dios deba nada a las cosas creadas, sino
porque lo debe a su propia justicia que, siendo una perfección, ha de estar en Dios de
manera infinita, porque El es la perfección absoluta.
Dice San Dionisio: "Se comprueba que la justicia de Dios es verdadera viendo
que da a todos los seres lo que les corresponde según la dignidad de cada cual, y que
conserva la naturaleza de cada cosa en su propio sitio y con su propio poder".
La Revelación abunda en testimonios de la justicia de Dios: "En sus días se
salvará Judá, Israel vivirá en paz, y le darán el título "Señor, justicia nuestra" (Jr 23, 6).
"Lo que has hecho con nosotros está justificado, todas tus obras son justas, tus
caminos son rectos, tus sentencias son justas" (Dn 3, 27-28). "Porque el Señor es justo
y ama la justicia: los honrados verán su rostro" (Sal 11, 7). "A tí, Señor, me acojo, no
quede yo nunca defraudado; tú que eres justo ponmme a salvo" (Sal 31, 2). "Júzgame
tú según tu justicia; Señor, Dios mío, que no triunfen de mí" (Ib 35, 24).
"... cuando se revelará el justo juicio de Dios, que pagará a cada uno según sus
obras" (Rm 2, 5). "Padre justo, aunque el mundo no te ha reconocido, yo te
reconocí"...(Jn 17, 25). "Mia es la venganza, yo daré lo merecido" (Rm 12, 19). "Ahora
ya me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez justo, me premiará el
último día" (2 Tm 4, 8).
El Vaticano I definió que Dios es infinitamente justo.
Exclama Santa Teresa: "No es nada delicado mi Dios, no se fija en
menudencias". "No es nada minucioso para tomarnos cuentas, sino generoso; por
grande que sea la deuda, no le cuesta perdonarla. Para pagarnos es tan mirado, que
no tengáis miedo de que un alzar de ojos acordándonos de El, deje sin premio".
puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y entrando en las almas buenas de
cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas" (Sb 7, 27). "Todo lo tenías
predispuesto con peso, número y medida" (Ib 11, 20). "Fuera de tí, no hay otro Dios al
cuidado de todos, ante quien tengas que justificar tu sentencia" (Ib 12, 13). "Tañed la
cítara para nuestro Dios: que cubre el cielo de nubes, preparando la lluvia para la tierra,
que hace brotar hierba en los montes; que da su alimento al ganado y a las crias de
cuervo que graznan" (Sal 147, 8-9) "¿Quién provee al cuervo de sustento cuando
chillan sus pollitos alocados por el hambre?" (Ib 38, 41).
Esto, en cuanto a providencia universal; en cuanto a providencia especial sobre
los hombres, los siguientes textos revelados, nos garantizan la providencia singular de
Dios: "El corazón del rey es una acequia en manos de Dios: la dirige a donde quiere. Al
hombre le parece siempre recto su camino, pero es Dios quien pesa los corazones"
(Prov 21, 1-2). "A los poderosos les aguarda un control riguroso. Os lo digo a vosotros,
soberanos, a ver si aprendéis a ser sabios y no pecáis" (Ib 6, 8-9). "Como está el barro
en manos del alfarero, que lo maneja a su voluntad, así está el hombre en manos de
su Hacedor, que le asigna un puesto en su presencia" (Eclo 33, 13).
"Tú hiciste aquello, y lo de antes y lo de después. Tú proyectas el presente y el
futuro, lo que tú quieres sucede; tus proyectos se presentan y dicen: <aquí estamos>.
Pues todos tus caminos están preparados, y tus designios, previstos de antemano" (Jdt
9,5). "Porque los ojos de Dios miran las sendas del hombre y vigilan todos sus pasos;
no hay tinieblas ni sombras donde puedan esconderse los malhechores. Tritura a los
poderosos sin tener que indagar y en su lugar nombra a otros; en una noche los
trastorna y destroza, porque conoce sus acciones" (Jb, 21, 25). "La Sabiduría alcanza
con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto" (Sb 8, 1).
Y en el NT: "¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin
embargo, ni uno solo caerá al suelo, sin que lo disponga vuestro Padre. Pues de
vosotros, hasta los pelos de la cabeza están contados: Conque no tengáis miedo, que
vosotros valéis más que todos los gorriones juntos" (Mt 10, 29-30). "Fijaos en los
pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan; y, sin embargo, vuestro Padre celestial
los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellos? Y ¿quién de vosotros, a fuerza
de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? etc. (todo el capítulo 6, 21-
34).
Que Dios tiene providencia de todas las cosas es también doctrina de la Iglesia,
definida en el Vaticano I.
La razón teológica desarrollada por santo Tomás se resume en que Dios intenta
en la creación, natural y sobrenatural, conseguir el fin de su gloria, y la armonía de los
mundos dirigidos a ese mismo fin, utilizando poderosamente los medios necesarios
para ello, y la razón del orden de las cosas dirigidas a sus propios fines es la
providencia.
Se llama prudente a un hombre, cuando sabe ordenar sus actos al fin de su
propia vida, o al de la comunidad, si está constituido para gobernarla, como el siervo
prudente a quien el Señor constituyó sobre su familia (cf Mt 24, 25).
La providencia de Dios es la razón del orden de las cosas a sus fines. Y por esto
dice Boecio que "providencia es la misma razón divina asentada en el príncipe
supremo de todas las cosas, que todo lo dispone".
Concluimos: Dios tiene cuidado y providencia de todas las cosas creadas,
incluso de las más pequeñas, pues, como nos dirá santa Teresa, "Su Majestad tiene
cuidado de proveer de alimento hasta al más mínimo animalico".
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LA BIENAVENTURANZA DE DIOS
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2. LAS DIVINAS PERSONAS
tú a Mí?".
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CREO EN DIOS PADRE TODOPODEROSO CREADOR DEL CIELO Y DE LA
TIERRA
ORIGEN DIVINO DE LAS CRIATURAS
No conoceríamos del todo a Dios, ni siquiera del modo imperfectísimo con que
le podemos conocer en la tierra, si después de haberle estudiado en sí mismo, no
intentáramos conocerle también en sus operaciones "ad extra", en sus criaturas. Por
eso siguiendo el orden que nos hemos trazado en este libro con la guía de Santo
Tomás, dirigiremos una rápida mirada a Dios Creador, antes de que Santa Teresa nos
edifique con su meditación contemplativa de la creación.
El mundo universo fue creado de la nada por Dios. "Al principio creó Dios el
cielo y la tierra" (Gn 1, 1).
Esta es la profesión de fe del Símbolo Niceno- Constantinopolitano: "Creemos
en un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas
visibles e invisibles"
Santo Tomás prueba la creación del mundo por Dios con el argumento de las
cinco vías por las que se demuestra la existencia de Dios.
"Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque
la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene
una sola y misma operación (C. Constantinopla). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (C. Florencia). Sin
embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal.
Así la Iglesia confiesa, siguiendo el Nuevo Testamento: "Uno es Dios y Padre de
quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las
cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas" (C Constantinopla II) (CIC
258).
"La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los
fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe
cristiana a la pregunta básica que todos los hombres de todos los tiempos se han
formulado: "De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Cuál es nuestro origen? ¿Cuál es
nuestro fin? ¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe? (Ib 282).
"Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría. Este no es un producto
de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de
la voluntad libre de Dios que ha querido participar a las criaturas su ser, su sabiduría y
su bondad: "Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía fue
creado" (Ap 4, 11) "¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas las has hecho con
sabiduría" (Sal 104, 24). "Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas
sus obras" (Sal 145, 9).
Dios crea un mundo ordenado y bueno de la nada y El, que trasciende toda la
creación, está también presente en ella. "Realizada la creación, Dios no abandona su
criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada
instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia
completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de
confianza" (Ib 296-301).
Santa Teresa nos invitará a alabar al Señor, porque "Quiere este gran Dios de
Israel ser alabado en sus criaturas.
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LOS ANGELES
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LOS DEMONIOS
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EL MUNDO VISIBLE. EL HOMBRE. GOBIERNO Y
CONSERVACION DE DIOS
Después del estudio de las criaturas espirituales, los ángeles, estudia santo
Tomás el mundo material, y terminará su tratado con el estudio del hombre.
"Dios mismo es quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su
diversidad y su orden. La Escritura presenta la obra del Creador como una secuencia
de seis días "de trabajo divino" que terminan en el reposo del día séptimo. El texto
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sagrado enseña, a propósito de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra
salvación, que permiten "conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y
su ordenación a la alabanza divina" (LG 36) (CIC 337).
"Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó
cuando fue sacado de la nada por la palabra de Dios; todos los seres existentes, toda
la naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este acontecimiento
primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido, y el tiempo ha
comenzado". Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para cada una
de las obras de los seis días se dice: "Y vió Dios que era bueno". Cada criatura refleja
un rayo de la sabiduría y de la bondad y belleza de Dios.
Entre las criaturas existe interdependencia y todas se complementan; también
hay jerarquía entre ellas. El hombre es la cumbre de la perfección. El relato inspirado lo
expresa distinguiendo claramente la creación del hombre y la de las otras criaturas.
"Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los
creó" (Gn 1, 27). Pero esta imagen no es unívoca y perfecta, sino analógica e
imperfecta que, sin embargo eleva al hombre a una excelsa dignidad, por encima de
toda la creación corpórea y animal.
Escribió santo Tomás: En el hombre hay una semejanza de Dios, puesto que
procede de El como ejemplar; pero no es una semejanza de igualdad, ya que el
ejemplar es infinitamente superior a lo ejemplado: Hay, pues en el hombre, una imagen
de Dios imperfecta. Es lo que da a entender la Escritura cuando dice que el hombre
está creado a imagen, porque la preposición "a" indica acercamiento, que sólo es
posible entre cosas distantes. Pero, precisamente por esa semejanza, sólo, entre las
criaturas visibles, es el hombre "capaz de conocer y amar a su Creador (GS 12, 3); él
es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24, 3); sólo
él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este
fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad. Por haber sido hecho
a imagen de Dios tiene dignidad de persona; no es algo, sino alguien. Es capaz de
conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras
personas; y es llamado por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una
respuesta de fe y de amor (cf CIC 339-357).
Santa Teresa, espantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como su alma,
oyó a Cristo que le dijo: "No es baja, hija, pues está hecha a mi imagen". Por eso Dios
lo creó todo para el hombre para que él, a su vez, le ofrezca toda la creación. Pero su
misterio, sólo se esclarece en el Verbo encarnado (GS 22, 1). Y todo el género humano
forma una unidad (Hch 17, 26), que es la base de la humana fraternidad (cf CIC 359).
Todo lo que Dios ha creado lo conserva y lo gobierna con su providencia que
llega poderosamente de un confín a otro confín y lo dispone todo suavemente. Su
gobierno llega a todos los seres y a todos los acontecimientos del mundo, por
pequeños que sean. El hace el bien y permite el mal para sacar un bien mayor.
"¿Quién mandó que sucediera si no fue el Señor?" (Lm 3, 37). "El Señor es mi pastor,
nada me falta" (Sal 22).
Dios conserva todas las creaturas del mundo, aunque sean pequeñas e
insignificantes: "Amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho.
¿Cómo podría existir nada si tú no quisieras, o cómo podría conservarse sin tí? (Sb 11,
25). "Con su mano poderosa sostiene todas las cosas" (Hb 1, 3). Conservación de
Dios que es incesante, hasta el punto de que si Dios la interrumpiera, la creación sería
aniquilada. "Si el poder de Dios cesara de regir las cosas por El creadas, cesaría la
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vida de las mismas, pues perecería toda la naturaleza. Como el aire se ilumina con la
presencia de la luz, así es iluminado el hombre cuando Dios está presente en él; pero
se oscurece, cuando Dios se ausenta" (San Agustín).
Santa Teresa se lamenta de que "no nos acordamos de que Dios lo ordena
todo, para dejarlo todo en sus manos".
SEGUNDA PARTE
CREO EN JESUCRISTO HIJO UNICO DE DIOS
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EL VERBO ENCARNADO
Santo Tomás comienza la tercera parte de la Suma con el tratado del Verbo
encarnado y estudia la conveniencia, la necesidad y el motivo de la encarnación. El
misterio de la Encarnación consiste en la unión de la naturaleza humana con la divina
en la persona del Verbo de Dios. Dios formó una concreta naturaleza humana en las
entrañas de la Virgen María y la hizo subsistir en la persona divina del Verbo. Por esta
unión hipostática de la persona divina del Verbo con la naturaleza humana, Cristo, que
es verdadero Dios, es también verdadero hombre.
La Encarnación del Verbo fue convenientísima, porque siendo Dios el Bien
sumo es propio de El difundirse en grado sumo, lo que consigue asumiendo una
naturaleza creada y humana y elevándola a la unión personal con El.
Encarnándose Dios, quedaba patente su bondad infinita, que no despreció la
humana naturaleza; su misericordia, que remediaba nuestra miseria; su justicia, que
exigió la sangre de Cristo para redimir a la humanidad pecadora; su sabiduría, que
supo unir la misericordia con la justicia; su poder infinito, porque es imposible realizar
gesta mayor que la encarnación del Verbo, al juntar en ella lo finito con lo infinito. Dios,
Juez Supremo, pudo haber perdonado el pecado gratuitamente, o pudo haber exigido
una reparación cóngrua, con lo cual, según Santo Tomás, no hubiera obrado contra la
justicia porque El no tiene superior, y cuando obra con misericordia, hace algo que está
por encima de la justicia.
La Encarnación del Verbo no fue absolutamente necesaria para reparar el
pecado de la humanidad. Pero sí fue absolutamente necesaria la Encarnación del
Verbo, o de cualquiera de las tres personas divinas, para reparar el pecado con
satisfacción condigna, es decir, con estricta justicia, porque la humanidad no podía
pagar la deuda infinita del pecado, pues los actos de un ser finito no son infinitos y, por
tanto no hay igualdad entre lo que se paga y lo que se debe. Sólo Dios podía pagar
una deuda infinita, con satisfacción vicaria, siendo a la vez hombre. Además, con la
Encarnación del Verbo, se acrecentaba nuestra fe, esperanza y caridad, a la vez que
nos impulsaba a obrar rectamente ejemplarizados por sus virtudes: "El Verbo se
encarnó, dice el Catecismo de la IC, 459, para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí..." (Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la
Transiguración, ordena: "Escuchadle". El es, en efecto, el modelo de las
bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os
he amado". (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí
mismo (cf Mc 8, 34).
15
3
EL CUSTODIO DEL REDENTOR
José, habiendo sido tan ensalzado por Juan Pablo II en la Exhortación ya citada,
dedicada al Santo Patriarca en el centenario de la Encíclica de León XIII "Quamquam
pluries" de 15 agosto 1889.
Es doctrina del Angélico que cuanto más una cosa se aproxima a la causa que
la ha producido, más participa de su influencia. Ninguna criatura, excepto Jesús y
María, se ha aproximado más a Dios que San José, por su predestinación a esposo de
María y Padre virginal de Jesús. Consiguientemente, la santidad de san José excede a
la de todas las criaturas humanas y angélicas. Admirables debieron de ser las virtudes
escondidas del padre de Jesús, la humildad y la obediencia: "José, hijo de David, no
temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo que ella ha concebido es obra del
Espíritu Santo" (Mt 1,20). Y "José hizo lo que el ángel le había mandado y tomó
consigo a su mujer" (Ib 24). La tomó con todo el misterio de su maternidad; la tomó
junto con el Hijo, que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo. Admirable
disponibilidad, y entrega absoluta al designio divino, que pide el servicio de su
paternidad, para que, como en el principio de la humanidad, exista, ante la humanidad
nueva, también una pareja, que constituya el vértice desde el cual se difunda la
santidad a toda la tierra.
"Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor
correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, "de quien toma nombre
toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef 3,15) (RC 8).
Indescriptible nos resulta a los humanos la manifestación del amor y la ternura,
la atención y la constante solicitud afectuosa de José con aquellas criaturas
inefablemente amadas. Misterios de la Circuncisión, con José cumpliendo su derecho y
su deber de padre, "le pondrás por nombre Jesús"; de la presentación en el templo:
"Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de El" (Lc 2,30); de la
huida a Egipto: "Toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto"; de Jesús en el templo:
"Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2,48). En realidad así se
pensaba: "Jesús era, según se creía, hijo de José" Lc 3,23). Y el misterio de la vida
oculta de Nazaret, donde José ve crecer al Niño en edad, en sabiduría y en gracia. El
misterio del cuidado de Jesús, criarle, alimentarle, trabajar para él, vestirle y educarle.
Y viendo cómo ese niño, que es su hijo, que es su Dios, y cómo su esposa, más santa
que él, le obedecen a él y se le confían, y oran juntos, y juntos van a la sinagoga, y
juntos pasean y se distraen y juntos trabajan. Y juntos aman, y juntos viven y juntos
redimen al mundo. ¡Qué maravilla y cuánto amor!
Juan Pablo II, en la "Redemptoris Custos", al señalar el clima de profunda
contemplación en que vivía San José, dice: "Esto explica por qué Santa Teresa de
Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la
renovación del culto a San José en la cristiandad occidental"(25).
4
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
EL NACIMIENTO DE CRISTO
mucho, el contemplativo guarda silencio. En su interior no hay diálogo, pero hay una
corriente viva y palpitante: En María se cumple la maravillosa estrofa de san Juan de la
Cruz: "Quedéme y olvidéme-el rostro recliné sobre el Amado- cesó todo y dejéme-
dejando mi cuidado-entre las azucenas olvidado". María tiene clavada en Dios la
mirada y el corazón.
La manifestación a los Magos. Con el Cántico de gloria entonado por Isaías
en el capítulo 60, 1 ss a la futura Jerusalén de los tiempos mesiánicos, sencillo, lírico y
metafórico a la vez, llegamos probablemente a una de las más altas cimas de la poesía
hebrea, e incluso universal. Más que pintar la futura Jerusalén nos describe la
transparente presencia de Yahve en medio de su pueblo. Vuelven a la ciudad luminosa
los desterrados. Pero vienen también hoy, los reyes, los pueblos todos, todas las
gentes. "Los tesoros del mar" de la Profecía, son los habitantes del Mediterráneo.
Madián y Efa son el actual Golfo de Akaba y del Yemen (Sabá), con sus ricas
producciones de oro e incienso. Todos son hijos de Abraham por la fe. Los
Evangelistas vieron el cumplimiento de esta profecía en el nacimiento del Sol de
Justicia. "Reyes que buscáis estrellas, No busquéis estrellas ya, porque donde el Sol
está, no tienen luz las estrellas". Pero el Sol ha nacido para iluminar a todo hombre de
esta tierra y quemar los pecados.
Los Magos, son paradigma del recorrido del camino de la fe. Vieron una estrella
en el cielo y este hecho los sacó de su país. Los Magos consultan a los especialistas
de la Palabra de Dios "interrogan por el lugar de su nacimiento, creen y buscan, como
para significar a los que caminan en la fe y desean la visión", dice citando a San
Agustín, Santo Tomás. En la palabra de Dios encuentra sentido la vida. Estos,
interpretando las Escrituras, dicen que hay que ir a Belén. Como Abraham. Han
encontrado la perla preciosa. "Los judíos fueron semejantes a los obreros del arca de
Noé, que procuraron medios de salvación a otros y ellos perecieron en el diluvio; como
las piedras miliarias, que señalan el camino y no se mueven, así fueron los doctores".
Pero ahí están la noche y el mundo del mal, que acechan y rodean. Se
acentúan los peligros y las tentaciones. Herodes, nuevo Faraón, quiere hacer esclavos
suyos a los hombres. Los Magos avisados en lo más profundo de su ser, desbaratan
las trampas, aceptan la Palabra que les ofrecen. Cuando se llega a Belén se
experimenta e invade la alegría interior. En Belén se adora a Cristo. Y se le ofrecen
dones. La historia de Jesús entre los hombres acaba de empezar.
"Y se marcharon a su tierra por otro camino". No se puede vivir como antes de ir
a Belén. El que ha ido a Belén ha de tomar otro camino. El camino del amor y de la
fidelidad.
La Circuncisión. Al imponerle al Niño el Nombre, al ser circuncidado, José
ejerció el derecho y el deber de padre. Así se lo había mandado el ángel: "Dará a luz
un hijo, y tú le pondrás el nombre de Jesús" (Mt 1, 21). "Al cumplirse los ocho días,
cuando tocaba circuncidar al Niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había
llamado el ángel antes de su concepción" (Lc 2, 21). Jesús significa Dios que salva de
todo mal. A todos los hombres, de todos los males, que en el fondo, son privación de la
plenitud de la vida verdadera, corporal, espiritual, moral. El dolor y el error y la
ignorancia. Ahora ha comenzado el mundo nuevo, la etapa salvífica de Dios Amor
Misericordioso, la sangre redentora de la circuncisión ya es inicio del sangriento
calvario, en el que ha de ser bautizado por el bien de sus hermanos, el hermanito más
pequeño, aunque es el mayor y el primogénito.
El bautismo de Jesús en el Jordán. "Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi
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5
VIDA, PASION Y MUERTE DE CRISTO.
JESUS MURIO CRUCIFICADO.
Jesús engendra a un Pedro nuevo, que comienza a intuir, entre lágrimas, que Dios se
revela en Cristo abofeteado, insultado, negado por él, y que va a morir por él, cuando
era él el que queria morir por Jesús. Así es como Pedro entra, por medio de esta
laceración y humillación, en el conocimiento del misterio de Dios a través de la
ignominia de la cruz.
Hay que aceptar la debilidad de Dios y la Pasión como manifestación del amor
de Dios, como la obra de Dios por excelencia. Hay que meditar la Pasión y la Muerte
del Hijo de Dios en toda su terribilidad.
Contemplando la Pasión en su dimensión trinitaria, aparece la revelación
definitiva de Dios. Hasta la Pasión, la revelación del misterio de Dios era incompleta. El
Dios de A. T. es verdad, pero no toda la verdad aún. La verdad plena de Dios es ver a
Dios que se hace débil, Dios vida que entra en la muerte. El Padre que entrega al Hijo
y el Hijo entregado, traicionado por los hombres y entregado por el Padre a los
hombres.
Es el misterio del abandono, de los hombres y del Padre y toda la desolación
interior, que los hombres que aman a Dios sufren a veces larga y amargamente. San
Juan de la Cruz, lo vive y lo describe como "Noche oscura". Isaac de Nínive habla de
un infierno mental, de gustar el infierno, de situación de abandono: "Un hombre en esa
situación cree que no puede cambiar ya su vida, ni que algún día pueda encontrar la
paz. La esperanza en Dios y el consuelo de la fe desaparecen completamente de su
alma, y se encuentra contínuamente llena de duda y angustia".
Místicos de Occidente, desde San Bernardo, "con el abandono de la esposa",
comentando el Cantar de los Cantares, hasta Angela de Foligno y Rosa de Lima, quien
a diario se veía visitada por terribles tinieblas del espíritu y del sentimiento, que la
angustiaban hasta el extremo de que no sabía si estaba en la tierra o en el infierno.
Sollozaba bajo el tremendo peso de las tinieblas; la voluntad tiraba hacia el amor, pero
se quedaba quieta y paralizada como el hielo. Su memoria se esforzaba por recordar
sus anteriores consuelos, pero en vano. Se adueñaban de ella terror y angustia, y
gritaba, Dios mío... ¿por qué me has abandonado? Pero nadie respondía... Y lo peor
es que parecía que sus males iban a durar eternamente, que no se vislumbraba el final
de sus miserias y que un muro de bronce le imposibilitaba salir del laberinto. Ignacio en
Manresa, sufrió la tentación de tirarse al pozo por el horror de la desolación, y analiza
este estado, en sus EE, 317. Santa Teresa en las moradas sextas roza vivencias de
infierno. Teresita se ve en el túnel... De Raïsa escribe Maritain: "Durante todo ese
tiempo fue implacablemente destruida, como a hachazos, por ese Dios que la amaba a
su manera terrible y cuyo amor sólo es dulce a los ojos de los santos o de los que no
saben lo que dicen".
A través de estas experiencias, se puede intuir algo del misterio del abandono
de Cristo. Esta noche oscura suele proceder de una ofrenda generosa. Ofrenda de
Teresita al Amor. En el A. T. existen las experiencias de abandono de Dios que
encontramos en muchos salmos. Pero sólo quien ha experimentado al Dios de la
Alianza, sabe lo que significa sentirse abandonado por El. No se puede expresar con
palabras, pero algo intuímos siguiendo la vía trinitaria en la contemplación de la Pasión.
Pueden estas intuiciones convertirse en realidad muy dramática en la oración
personal y comprendemos que muchos estados de ánimo de los que no lográbamos
darnos cuenta, son en el fondo experiencias de abandono, a través de los cuales Jesús
nos pide que entremos en un conocimiento más vivo de su Pasión.
Desde el Génesis y el Exodo, Dios es un Dios fuerte, que hace lo que quiere,
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para quien nada es imposible, capaz de exterminar a los Egipcios, devorar con el fuego
a los pecadores, que arranca los cedros del Líbano, que hace temblar las montañas
como cabritos que saltan en los prados. El AT educa según una fuerza irrestible de
Yavé. ¿Quién podrá resistir ante El? Del AT se desprende que esta fuerza es
característica de Dios, Dios no puede renunciar a ella sin renunciar a ser Dios, porque
es el fuerte, el poderoso, lo es por su naturaleza.
En el AT se manifiesta la ira de Dios. Dios odia y destruye el mal. Su fuerza ante
el mal se convierte en la ira de Dios.
Ante estas verdades del AT aparece Jesús, tan difícil de asimilar por los
Apóstoles, el Hijo amadísimo, el predilecto, es pobre y débil, se retira ante los fariseos,
deja que crezca su odio contra El. Jesús no se hace propaganda. Sus hermanos le
decían: "Muéstrate al mundo". El no sabe hacerse de valer. Esto hacía vacilar a sus
discípulos. Por eso en la pasión ellos están pensando que este hombre no es fuerte,
que les obliga a ceder, a alejarse. Les ha dicho que quiere hablar al mundo, pero no
emplea los medios. Isaías había escrito: "No gritará, no levantará la voz, no disputará,
ni gritará, ni se oirá su voz en las plazas". No usará los medios para impresionar a las
multitudes. Es manso, no es prepotente, sino tímido. He aquí la paradoja de la fuerza
de Dios, que se manifiesta débil, que viene para destruir el mal, pero parece tener una
voz tan débil que puede ser sofocada por el mal. Por tanto, Dios se revela en él. Pero
el misterio sigue: Dios tiene poder para destruir el mal, sin embargo aquí tenemos a un
hombre, Jesús, que no es capaz de hacerse valer, que no quiere imponerse, que tolera
a sus enemigos y que no los derrota; que no combate la injusticia aplastándola, al
contrario, se retira y permite que prevalezca la injusticia, y que sea ella la que alce la
voz. "No romperá la caña cascada", pero él sí será roto, por esta debilidad suya; "no
apagará la mecha humeante", pero otros le apagarán a él por no haberse impuesto.
Este Dios que se manifiesta aquí, deja que le insulten, le escupan, se burlen de
El y que le desafíen: "Si eres el Hijo de Dios, sálvate a tí mismo" (Mt 27, 40). Aquí
entramos en la paradoja misteriosa, en la que vivimos en este mundo: triunfa el injusto,
y el justo es oprimido, vejado, humillado, postergado y escarnecido. Nosotros mismos
vivimos el misterio de la debilidad de Dios. La debilidad de Dios manifestada en la
parábola de la viña Mt 21, 33. El amor y el deseo de promover a los labradores, pierde
al amo de la viña. El Padre entrega a su Hijo a los labradores, porque quiere darles
confianza hasta el fondo.
Pero el dueño no es débil: Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con
aquellos viñadores? Les impondrá dura muerte. La cruz pues no es sólo poder de Dios,
es también juicio terrible, pero puede serlo precisamente porque es la prueba de que
Dios quiere libres a los hombres y de que quiere darles la posibilidad de expresar su
propia libertad en su servicio. Al darles esa libertad, les da también la posibilidad de
rebelarse.
Cuando se lee el sermón de la montaña, resulta casi inconcebible tener que
entregarse inermes al enemigo. ¿Cómo puede llegarse a eso? He ahí al Padre que
entrega a su Hijo al enemigo, no como enemigo, sino esperando que comprendan,
"respetarán a mi Hijo".
Santa Teresa, que había leído y meditado la vida y la pasión y muerte de Cristo,
al tiempo de escribir sus obras, la resume toda en el amor que el Padre nos tiene para
entregarnos a su Hijo, que culmina en la Pasión y en la muerte, y su magisterio de
oración lo resume en ir siguiendo paso a paso los misterios de la Redención, lo que el
Señor pasó por nosotros, su gran anonadamiento e ignominia, su tortura y su amor:
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6
LA CRUZ.
LA OBEDIENCIA DE CRISTO AL PADRE CAUSA Y MODELO DE LA DEL
CRISTIANO
"Cristo se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz" (Flp 2, 8). Dispuso
Dios que la expiación de los pecados de la humanidad entera fuera consumada por el
que había sido constituído como Cabeza de la misma, como nuevo Adán, y por
razones que no nos son conocidas, pero brotadas de su infinita misericordia, exigió que
sufriera en proporción a los pecados que expiaba, que eran incomensurables, y en
ellos, como afirma santo Tomás, estaba representada la humanidad entera. Todos
hemos sido causa de su muerte.
Los sufrimientos de Cristo, intensos de suyo, fueron más crueles por su
exquisita sensibilidad, formada por el Espíritu Santo para sufrir, porque estaba
destinado al sacrificio.
La muerte de Cristo en la cruz fué un sacrificio auténtico: "Cristo nos amó y se
entregó por nosotros, ofreciéndose a Dios como sacrificio fragante" (Ef 5, 2). Santo
Tomás, en la cuestión 43, 3, afirma categóricamente, citando a San Agustín, que con
este sacrificio nos redimió.
Así lo define el concilio de Trento, portador de toda la tradición cristiana.
A esta generosidad divina debe el hombre responder de manera adecuada. Si
Cristo se ha ofrecido por nuestra salvación a obedecer al Padre hasta la muerte, sus
discípulos deben unirse a El, como miembros de su cuerpo en ese mismo sacrificio,
que les alcanza perdón, gracias y fortaleza, a la par que les es modelo y ejemplar.
Como la obediencia de Cristo en el Calvario al Padre, rectificó la rebeldía de Adán, la
obediencia de los cristianos a su Redentor, se une a esa rectificación por sus propios
pecados y por los del mundo. Los que hemos sido bautizados hemos sido incorporados
a la muerte de Cristo.
La concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la
vida arrastran a los hombres a seguir el ejemplo de los primeros padres en la
satisfacción de las propios instintos. Para obedecer es necesario crucificar la carne con
sus concupiscencias: "El hombre que éramos antes, fue crucificado con El para que se
destruyese el indivíduo pecador y así no seamos más esclavos del pecado" (Rm 6, 6).
Santo Tomás enseña que los sufrimientos de Cristo ayudan al hombre a
beneficiarse de los méritos que le alcanzan esos sufimientos, y a recordar lo que le
debe por la gravedad del pecado perdonado, y la deuda que por él tiene con Dios. Y su
ejemplo es estímulo para que se entregue a la lucha incesante contra el mal, a la vez
que su heroísmo le anima a vencer las concupiscencias para vivir una vida nueva.
15
6
RESURRECCION Y ASCENSION DE CRISTO
AL TERCER DÍA RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS,
SUBIO A LOS CIELOS.
Cinco cuestiones de la Suma, de la 53 a la 57, dedica el Angélico a la
Resurrección y Ascensión de Cristo al cielo. Los datos de la revelación son numerosos.
Dice el Catecismo de la IC: "Os anunciamos la Buena Nueva de que la promesa hecha
a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús" (Hch 13,
32). La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y
vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como
fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento,
predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:
Cristo resucitó de entre los muertos. Con su muerte venció a la muerte. A los muertos
ha dado la vida (Liturgia bizantina) (638). Santo Tomás ve necesaria la Resurrección
para manifestar la justicia divina que debe ensalzar a los que se han humillado; para
confirmar nuestra fe en la divinidad de Cristo: "Si Cristo no ha resucitado, es inútil
nuestra predicación y vana vuestra fe" (1 Cor 15, 14); para alentar nuestra esperanza
en nuestra propia resurrección; para ejemplo de nuestra resurrección espiritual, a fin de
que, muertos al pecado, resucitemos con Cristo a una vida nueva (Rm 6, 14); para
completar el misterio de nuestra redención, promoviéndonos al bien con su
resurrección, después de habernos librado del mal con su pasión.
Nos dice Juan: "Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro; vio y creyó"(20, 8). Es la única ocasión en que en el NT se afirma
que alguien cree al ver el sepulcro vacío. El evangelista piensa en una mayoría de
lectores a quienes no se les ha aparecido Cristo Resucitado. Con lo cual está diciendo
que esa prueba no es necesaria, ya que él, Juan, ha creido viendo el sepulcro vacío.
Cosa que era para él nueva: "No había aún entendido la Escritura que dice que El
había de resucitar de entre los muertos" (Jn 20, 9). Se van los Apóstoles. Y María se
queda. Y le dice Jesús: "María". "Suéltame que aún no he subido al Padre; ve a mis
hermanos y diles que subo al Padre mío y vuestro" (Jn 20, 16-17). El encuentro con
Jesús engendra el envío para dar la Buena Noticia.
En el Cenáculo había dicho Jesús: "Me voy a la Casa de mi Padre a prepararos
vuestro sitio". Hablaba de su muerte. Pero volveré. Hablaba de su Resurrección. La
primera palabra de Jesús en el evangelio de Juan es ésta: "¿qué buscáis?". Le
respondieron: "¿dónde vives?": "Venid y lo veréis". Ahora dice que se va al Padre, a la
Casa de su Padre. Tomás, ya era así antes de su incredulidad, no entiende y quiere
que les concrete. No sabemos ni a dónde vas, ni conocemos el camino, ¿cómo
podemos ir? En metáfora Jesús dice: "Yo soy el Camino". No es un camino geográfico.
El camino siempre es un medio para llegar a la meta, a un destino, a una ciudad. Pues
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"yo soy el Camino", dice Jesús. Haciendo lo que yo he hecho y estoy haciendo y voy a
hacer, viviendo como yo, y amando como yo, y sufriendo como yo, llegáis a la Casa del
Padre. Si no es así, de ninguna manera podéis llegar. La Casa del Padre es la meta del
hombre. Cristo es el Camino.
Pero el camino es largo y duro y monótono, y humillante y doloroso, cuando
estemos sin fuerzas vitales, ¿qué haremos? "Yo soy la Vida". Yo os daré vida, os la
daré en mis sacramentos, que son mi presencia viva, en mi palabra, que es palabra de
vida, y cuando os asalte la duda y os invada la angustia, "Yo soy la Verdad". No
temáis. El que cree en Mi hará obras mayores que las que Yo hago. El multiplicó los
panes, y la Iglesia, multiplica su palabra y el pan eucarístico para la vida del mundo,
hasta el fin de los siglos. El curó a los enfermos y leprosos, la iglesia cura y resucita a
los pecadores, en el sacramento de la penitencia y reconciliación. El caminó sobre las
aguas y sus discípulos han caminado y caminan sobre las olas de las persecuciones y
de las tribulaciones para anunciar el Evangelio. El número de los discípulos crecía. La
acción del Espíritu se hacía patente en el crecimiento de la comunidad. Y comienzan,
como en toda comunidad siempre, las diferencias, las disensiones. Los de lengua
griega y los de lengua hebrea. Hay preferencias. La multiplicidad de lenguas y de razas
es una riqueza, pero engendra peligro de división.
Los Apóstoles, inspirados, están en su sitio. Si ellos se dedican a administrar las
limosnas, eso les robará el tiempo de la oración, de la penetración de la Palabra por el
estudio y por la contemplación. La palabra no se debe distribuir en frio, sino caldeada
en el estudio y la oración. "Al pueblo se le pueden distribuir piedras en vez de panes.
Los cristianos se dan cuenta enseguida de si las palabras del predicador provienen de
su profunda oración personal o si, por el contrario, son ligeras y superficiales como
artículo de periódico", ha escrito Von Balthasar. Los Apóstoles pues se dedicarán a la
oración y al ministerio, al servicio de la palabra, porque ese es su servicio primordial a
la comunidad. Insustituible.
Santa Teresa ha visto a Cristo Resucitado repetidas veces con grandísima
majestad y gloria. Sigue a continuación su testimonio.
TERCERA PARTE
CREO EN LA SANTA IGLESIA CATOLICA.
1 IGLESIA PEREGRINA
dignidad de hijos de Dios y cada uno aporta sus carismas al bien de todos. Considerar
la vida consagrada por lo que hace más que por lo que es, ser signo del Reino, llamada
a fijar los ojos en Dios, en el siglo futuro, en la patria, es salir del espíritu y de la letra
del Concilio y no entender la genuina misión de la vida consagrada.
2
PROFECIAS Y MILAGROS
De todas las gracias "gratis datas" estudiadas en la Suma por Santo Tomás en
la 2-2, sólo catalogo aquí la profecía y el don de milagros. El Angélico estudia también
el rapto místico, pero no me parece trasladable su doctrina a los numerosos éxtasis,
vuelos del espíritu, raptos de Santa Teresa pues, aunque a las cabezas de las
fundaciones Dios infunde por su función social de la difusión del Espíritu en sus obras y
en sus hijos, abundantísimamente su espíritu, me parece que estos carismas están
más en la esfera de las gracias "gratum facientes", que de las "gratis datae", y
entonces se encuadrarían mejor en la doctrina de las Moradas sexta y séptima. Por
esta razón traslado el tema de "Rapto Místico" de que trata en la Suma Santo Tomás,
al tratado de "Oración" de esta Suma Antológica Teresiana.
Las profecías y el don de milagros son signos exteriores de la autenticidad de la
Revelación, con una función ministerial y social al servicio de la Iglesia, más que a la
propia santificación.
Según santo Tomás,"para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la
razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan
acompañados de las pruebas exteriores de su revelación. Los milagros de Cristo y de
los santos, las profecías..., son signos ciertos de la revelación, adaptados a la
inteligencia de todos, motivos de credibilidad que demuestran que el asentimiento de la
fe no es un movimiento ciego del espíritu" (Vaticano I) (CIC 156).
El Angélico, después de haber expuesto la materia de las virtudes y los vicios
que atañen a todos los hombres, trata lo que pertenece a algunas categorías de
personas. La profecía es una gracia de las de mayor importancia entre las "gratis
datae". Santo Tomás propone ámpliamente su doctrina, de una manera clara, como
acostumbra. Y afirma que la profecía es un milagro intelectual que implica un
conocimiento sobrenatural y su manifestación, y que es infundido por Dios en el
entendimiento, y no en la voluntad, para el servicio de los hermanos y no para la
santificación propia, como corresponde a la noción de gracia "gratis data", diferente
esencialmente de la gracia "gratum faciens", que santifica de suyo a la persona que la
recibe.
La profecía es infundida por la sola voluntad de Dios. El demonio no puede
causar profecías, porque el conocimiento de los futuros contingentes trasciende y
rebasa las fuerzas del entendimiento del ángel y es propio y exclusivo de Dios. Con la
luz profética pueden verse realidades divinas y humanas, pero al área de la profecía
propiamente pertenece la revelación de los futuros contingentes.
Santa Teresa ha conocido proféticamente muchas realidades: conoció que
había de morir san Pedro de Alcántara; también supo la muerte repentina de su
15
hermana cuatro o cinco años antes. Conoce que en la iglesia de san José de Avila se
harán muchos milagros. Y ha visto cumplidos todos los acontecimientos que le han
sido revelados. Pero, como no es crédula, da acertados consejos para discernir las
profecías verdaderas de las falsas.
EL DON DE MILAGROS. Razona el Angélico: Dios quiere que se crea a los
ministros de su palabra racionalmente. Pero como las verdades de la fe no pueden
demostrarse con argumentos racionales, a veces ofrece los argumentos de los
milagros, para autorizar a los que son ministros de su palabra o de sus obras. El
milagro auténtico sólo puede ser obrado por Dios.
Dice el Señor a Teresa que la fundación de Medina ha sido un milagro, y ella
también nos dice que ha dejado de narrar muchas cosas que eran milagrosas.
4
ESTADO EPÌSCOPAL
5
DE LA VIDA CONSAGRADA
El esfuerzo principal de Santa Teresa en su vida estuvo dedicado a la vida
consagrada en la Iglesia: ser ella consagrada lo mejor que pudiere y reformar, inflamar,
suscitar y acrecentar los quilates y el fervor de la consagración en muchas almas,
promocionando a la mujer religiosa y humanamente lo más que estuvo a su alcance en
su tiempo de marginación de la mujer e infravaloración de su esfuerzo y personalidad.
Por esto, cuando nos hable de la vida consagrada, o religiosa según su lenguaje, sus
palabras van a tener un peso singular de experiencia y de realismo.
Pero recordemos sumariamente lo que el príncipe de los teólogos enseña sobre
la vida religiosa a cuyo estudio dedica cuatro cuestiones en la 2-2. Dos son los estados
de perfección: el estado episcopal, que es estado de perfección ya adquirida y el
estado religioso, cuya finalidad es adquirir la perfección de la caridad, o con categoría
de "perfectionis accquirendae".
El estado religioso constituye un estado de perfección en el que los religiosos se
ofrecen a Dios como en holocausto, "un largo martirio", dice nuestra Doctora Mística.
Tendentes a conseguir la perfección de la caridad, se consagran a Dios con los tres
votos canónicos de pobreza, castidad y obediencia, el mayor de todos es la obediencia,
porque inmola la libertad de la voluntad en manos del superior, signo del Señor.
Ninguno de los tres votos tiene por objeto la caridad, pues no se ofrece el voto,
es decir, no se puede consagrar a Dios algo que no se tiene, y no se tiene lo que es
don de Dios, como la caridad que es don infuso. Lo que se consagra a Dios es lo que
se tiene: los bienes terrenos, para sofocar la concupiscencia de los ojos, por la virtud
de la pobreza; la sexualidad, para mortificar la concupiscencia de la carne, por la
castidad; y la libertad, para sacrificar la soberbia de la vida (1 Jn 2, 16), por la
obediencia. Y se ofrece esto porque es lo que puede esclavizar a la persona y sofocar
el desarrollo de la caridad. Por tanto, el fin de los votos es hacer estallar el sepulcro del
corazón humano; liberar y dejar abierta el alma para que el Espíritu pueda encender la
caridad de Dios hasta llegar a su consumación y perfección, a la medida de Cristo. "Si
mortificáis las obras de la carne por el Espíritu, viviréis" (Rm 8, 13).
El estado de vida consagrada hoy tiene tres modalidades: la vida religiosa, los
institutos seculares y las sociedades de vida apostólica, las tres con la finalidad de
conseguir la perfección de la caridad, o sea, con categoría de estados de "perfectionis
accquirendae". La forma más original de vida consagrada la ofrecen los Institutos
15
6
LA IGLESIA QUE SE PURIFICA
y los fieles que se purifican pueden ser ayudados por los fieles peregrinantes con sus
sufragios.
"La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el
Cuerpo místico, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el
recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones "pues es una idea santa
y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados" (2 M 12,
45)" (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también
hacer eficaz su intercesión en nuestro favor" (CIC 958).
7
IGLESIA CELESTIAL
"Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y destruida la
muerte lo tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya
difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando claramente a
Dios mismo uno y trino tal cual es. Todos sin embargo, aunque en grado y modo
diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos el mismo
himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo que tienen su
Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos en El. Por el hecho de que los del
cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la
Iglesia en la santidad... no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan
por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que
adquirieron en la tierra...Su solicitud fraterna ayuda pues mucho a nuestra debilidad"
(LG 49) (CIC 955-956).
Como decía santo Domingo moribundo a sus hermanos que lloraban, que les
ayudaría más después de su muerte que en su vida, y como también santa Teresa del
Niño Jesús que quería pasar su cielo haciendo el bien sobre la tierra, santa Teresa dice
que san Pedro de Alcántara le ha ayudado más después de muerto que cuando vivía,
que no fue poco lo que le ayudó, sólo con convencer al Obispo de Avila que la dejase
fundar el monasterio de San José, aparte de otros favores que le hizo; ella le ha visto
glorificado en el cielo.
No en balde, por su gran fe esclarecida por los dones del Espíritu Santo, le
hacen más compañía los que están en el cielo, que los que viven en la tierra junto a
ella. La razón es lógica. Es de Santo Tomás: La felicidad total que gozan los santos
exige la satisfacción de todos los deseos naturales que razonablemente experimenten,
sobre todo los relacionados con sus razones de amistad o lazos de parentesco, o
misión que desempeñaron en la tierra. Así, una madre de familia conocerá en la misma
visión beatífica lo que concierne a sus hijos y a su familia; los amigos lo que afecta a
sus amigos, los maestros y padres espirituales, los problemas y dificultades de sus
hijos y discípulos, los fundadores lo que pertenece al crecimiento y desarrollo de su
obra. Este es el objeto secundario de la visión beatífica de los santos, cuya gloria
accidental puede aumentar, aunque la gloria esencial sea eternamente la misma que
cuando entraron en el cielo. Pero advierte Santo Tomás, que consistiendo la
bienaventuranza esencial en la posesión y goce fruitivo del Bien absoluto e infinito,
cualquier complemento accidental, no significa nada.
La sociedad celeste, "las guirnaldas de hermosas y blancas flores de las
15
CUARTA PARTE
TRATADO DE LOS SACRAMENTOS
1
LOS SACRAMENTOS EN GENERAL
canales por los que Cristo entrega a la humanidad su vida para que la tengan en
abundancia, que éste es el fin de la Redención, redimirnos del pecado y darnos la
plenitud de la vida divina (Jn 10, 10).
Los sacramentos dimanan de la vida del Señor como manantial de agua viva y
virgen, que nutre y cura a los que los reciben. Cristo, después de habernos amado en
cada instante de su vida con una cadena de méritos cada uno de ellos con valor
infinito, nos amó hasta la muerte, que culminó tan cruelmente la obra de su amor. Pero,
como dice San Gregorio: el amor no se contenta con ver o hacer las cosas una sola
vez; la fuerza del amor intensifica los actos de amor. Por eso el amor mueve a Cristo a
entregarse y a darnos su vida constante. "Jesús tomó pan..., cogió el cáliz, se lo dió y
todos bebieron, y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por
todos" Marcos 14, 12. Con esta sangre adora, expía, propicia, purifica, nos hermana.
Desde entonces, la alianza es alabanza, Shalom, Redención, Rescate, Perdón,
Misericordia. Si estábamos enemistados, nos reconcilia. Ciertamente no es una alianza
entre iguales, porque Dios es mayor. El perdona y auxilia. La Nueva Alianza en la
sangre de Cristo es el sello de la reconciliación entre Dios y su pueblo.
Se nos presenta la Eucaristía como manjar, porque se contiene bajo las
especies de pan y vino; y como víctima, porque se hace presente por una
consagración inmolaticia. El efecto del manjar eucarístico es la gracia cibativa. Los
efectos de la víctima eucarística son el sacrificio, con sus valores: latréutico,
propiciatorio, eucarístico e impetratorio. Todos los hombres deben rendir culto a Dios
por ser quien es y porque dependen de El; y lo consiguen mediante el valor latréutico
del sacrificio. Le deben gratitud por lo que han recibido de Dios, que es todo: Acción de
gracias que se tributa con el valor eucarístico. El deber del hombre de tener propicio a
Dios por sus pecados, es cumplido por el valor propiciatorio. Todo hombre necesita
para alcanzar su fin pedir lo necesario, a esto se ordena el valor impetratorio del
sacrificio. Pero la eucaristía no es sólo alimento destinado a los hombres, no es sólo
sacramento. La cena del Señor, la fracción del pan, que ya celebraban los primeros
cristianos, no era sólo un banquete, sino sacrificio también y, como tal, tiene a Dios
como destinatario. 7. El sacrificio eucarístico aparece ya en la Revelación relacionado
con el sacrificio de la cruz: "Cuantas veces coméis este pan y bebéis este cáliz,
anunciáis la muerte del Señor"1. El rito eucarístico es memorial de lo acaecido en el
Calvario, que fué un verdadero sacrificio. Memorial no es un simple recuerdo, sino un
rito en el que se contiene lo mismo que se contenía en la cruz: la misma víctima y el
mismo sacerdote. Sólo es distinto el modo de la victimación; el de la cruz fue cruento,
el de la eucaristía incruento.
"La Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana, nada es más grato ni más
honroso para Dios que este augustísimo misterio en lo que tiene de sacrificio". "La
presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este
sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, que
se apoya en la autoridad de Dios. Bien lo expresó él en su himno: "Te adoro
devotamente, oculta divinidad - Que bajo estas sagradas especies te ocultas
verdaderamente... - La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces, - sólo con el oído se
llega a tener fe segura; - Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; - nada más
1
(1 Cor 11, 26).
15
2
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
2
(CIC 1381).
15
igualdad de derechos.
RECHAZO Y ACEPTACION
Aún cuando la Iglesia rechazó las diversas desviaciones y corrupciones de la cultura
pagana, sin embargo ya desde el principio aceptó varios elementos de los ritos de
iniciación en el desarrollo de la liturgia del bautismo. La Constitución sobre la liturgia
del Concilio Vaticano II, (65) subraya que en los países de misión, además de los
elementos de la iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse
también los que se encuentren en uso en cada pueblo, en tanto que puedan
acomodarse al rito cristiano. Como precedentes del bautismo fuera de la religión
revelada entran en consideración sobre todo las abluciones rituales y los ritos de
iniciación en los misterios.
EL BAUTISMO DE JESÚS.
Jesús se hace bautizar por Juan (Mc 3,13) para que se cumpla toda justicia (Mt
3,15), porque Cristo ha tomado sobre sí (Jn 1,29) los pecados del mundo como
Cordero de Dios (Ib Jn 19,36). Al mismo tiempo Juan recibirá por la revelación en el
bautismo de Jesús la claridad prometida sobre el Mesías (Jn 1,31). El bautismo
cristiano está configurado y preparado en el bautismo de Cristo. Si el bautismo en
15
el Jordán ha de con siderarse como base del bautismo cristiano instituido por él
después de la muerte y resurrección, esta revelación de Dios con motivo del
bautismo de Jesús, es de gran importancia para entender el sentido del bautismo
cristiano.
TRANSFORMACION INTERIOR
Viene a transformar a los hombres desde dentro, a partir de su interioridad. Va a
salvar a cada hombre, reavivando la mecha que está a punto de extinguirse,
haciendo la revolución verdadera querida por Dios, por la acción dinámica del
Espíritu que le anima, con mansedumbre y humildad, transformando a las personas,
una a una, llegando a lo más íntimo de su ser, haciéndolos hijos cada vez más
plenos del Padre. Esa es la revolución que Jesús va a comenzar con el Espíritu, la
revolución de la santidad, que comienza por sacar a los presos de la cárcel de sus
pecados para crear hombres interiores, adoradores de Dios en espíritu y verdad (Jn
4,24). Creando una caña nueva allí donde hay una resquebrajada, no aplastando,
sino sanando y curando. Así actuará Dios por Jesús, por sus sacramentos, por la
Iglesia como comunidad salvífica e intercesora y mediadora universal. Ese es el
sentido del bautismo de la Iglesia, que nos hace hijos de Dios; y para que lo seamos
y porque lo somos, comeremos el Pan de la vida. Por eso pudo decir Pedro:
"Cuando Juan predicaba el bautismo, Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la
fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien" Hechos 10,34. "Todo lo ha hecho
bien" (Mc 7,37). "Soy yo el que necesito que Tú me bautices" confiesa Juan. -
"Debemos cumplir lo que Dios quiere", responde Jesús. Su obsesión es hacer la
voluntad del Padre. Y ese debe ser el programa de todo cristiano.
3
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACION
Santo Tomás estudia el Sacramento de la Confirmación en toda la q72,a.1,y
comienza por proponerse él mismo una dificultad sobre la respuesta ambigua
del Papa Melquíades a los obispos españoles, sobre la distinción de los
sacramentos del bautismo y de la confirmación: "De lo que pediais mi
parecer, sobre cuál es mayor sacramento, si el bautismo o la imposición de
manos del obispo, os respondo que ambos son sacramentos importantes. A la
pregunta propuesta y a su respuesta inconcreta, responde Santo Tomás en el
artículo a1 de la cuestión 72. Los sacramentos de nueva ley confieren
especiales efectos de la gracia, de tal forma que a cada efecto distinto de
la gracia corresponde un sacramento especial. Y, puesto que lo sensible
y material sirve de semejanza para lo espiritual e inteligible, el proceso de la
vida corporal nos puede indicar los distintos modos de la vida espiritual. Es
evidente que en la vida corporal hay una perfección especial cuando el
hombre llega al pleno desarrollo y realiza las acciones perfectas del
hombre, por lo que dice Apóstol: "Cuando llegué a ser hombre, abandoné
las cosas de niño”, así, además del proceso generativo que da la vida
corporal, hay otro proceso de aumento que acaba en plenitud del
desarrollo. En la vida espipiritual, el bautismo es el que da la regeneración
espiritual. En la confirmación llega el hombre al pleno desarrollo de esta vida
espiritual. Por eso dice el papa Melquíades: "El Espíritu Santo, que bajó a
hacer saludables las aguas del bautismo, en la pila da la plenitud de la
inocencia y en la confirmación, el aumento de la gracia. En el bautismo
somos engendrados a una nueva vida; después del bautismo somos
fortalecidos". De donde se evidencia que la cofirmación es un sacramento
especial.
POR ANALOGIA
Como nuestras palabras sobre lo sobrenatural son siempre «palabras analógicas»,
nos ayudará a entender la relación y la diferencia del bautismo y la confirmación,
una imagen análoga procedente de la vida natural. La carta del seudo Melquiades,
siguiendo el pensamiento caballeresco de la Edad Media, compara el bautismo y
la confirmación describiendo el efecto de ambos sacramentos: «Por el bautismo
nacemos a una vida nueva y somos purificados; por la confirmación nos for-
talecemos para la lucha, somos robustecidos; la confirmación nos arma y equipa
para las guerras de la vida terrena; y así lo afirma el Decreto de Graciano: la
confirmación nos arma y nos instruye para las luchas con el mundo». Mejor
todavía, el bautismo confiere la vida divina, para que podamos vivir en ella; la
confirmación proporciona «la madurez de esta vida divina» para poder dar el
testimonio del apostolado. Madurez, la edad perfecta, dice santo Santo Tomás en
la vida natural es la que, por su propio desarrollo biológico, es capaz de procrear;
la vida moral se hace madura mediante el ejercicio humano de la facultad moral,
cuyo resultado es la «virtud»; la vida sobrenatural de la gracia sólo puede llegar a
su «madurez» mediante un don divino, precisamente el Espíritu Santo, que con-
suma y lleva a la madurez todo lo que ha hecho Dios, creador y redentor. Quizá
esta analogía pueda contribuir también a entender de forma más profunda la
relación de pascua y pentecostés.
NEXO
Por eso mismo la edad media lo ha llamado nexus, unión de amor, y la nueva
teologia (H. Mühlen) habla de él como del «nosotros» intratinitario y eclesial. En
este «don del Espíritu» se expresan y actuan tanto la inmanencia como la
trascendencia de Dios. Estas tensiones del concepto espíritu se presentan en la
historia de la confirmación en los siguientes puntos: Si en los Hechos de los
apóstoles se distingue claramente entre el bautismo y la confirmación como
sacramentos para adultos como «bautismo de agua» y «don del Espíritu con la
imposición de manos», sin embargo los dos están unidos entre sí en la Iglesia
primitiva, como parte de una iniciación cristiana en la medida en que se impone la
práctica del bautismo de niños; y en la Iglesia oriental unidos entre sí en la forma
estrecha hasta el día de hoy. En Occidente desde el siglo XII no se confiere la
confirmación a los niños muy pequeños junto con el bautismo, sino a los jóvenes,
entre 7 y 12 años. Asía se va separando con más claridad la confirmación del
bautismo, aunque ya no se presente de forma tan clara su relación interna con la
iniciación cristiana. Esta diferenciación entre bautismo y confirmación en la iglesia
occidental contribuye a que también aquí el obispo sea el ministro de la
confirmación, mientras que en Oriente el sacerdote del bautismo es también el
ministro de la confirmación. Resulta clara la evolución histórica de la idea del
sacramento en el signo externo. El rito de la imposición de manos por el obispo,
mencionado en los Hechos sigue siendo normativo exclusivamente en Occidente.
Declara Nicolás Kabasilas que la unción y la imposición de manos -la primera para
los reyes, la última para los sacerdotes- producen la gracia del Pneuma. En
Occidente esta unción sólo se inició bajo Inocencio I, junto a la imposición de
manos. En el siglo XII desaparece también en Occidente la imposición individual
de las manos. En el rito subsistió la extensión general de manos y la plegaria del
obispo pidiendo el Espíritu Santo al comienzo de la confirmación, como lo
atestiguan el pontifical de Guillermo de Durando y el ritual romano de Clemente
XIV de 1774. Sin embargo este rito no fue considerado por la gran teología como
un signo externo importante en relación con el sacramento, de manera que de
hecho desde la antigua escolástica, en Santo Tomás y en San Buenaventura, en
los concilios de Florencia y Trento y en la teología de Belarmino, hasta el siglo XX,
sólo se considera como materia y signo de este sacramento la unción del crisma y
no la imposición de manos. Sólo el ritual romano de Pío XI de 1925, trae en las
rúbricas una referencia a la imposición de manos individual en la confirmación. En la
constitución apostólica Divinae consortium naturae escribe el papa Pablo VI: «En
la administración de la confirmación en Oriente y Occidente, la unción del crisma,
que representa la imposición de manos apostólica, ha ocupado el primer lugar.
Pero como la unción del crisma expresa de forma adecuada la unción con el
15
ACEPTAR RESPONSABILIDAD
La confirmación se puede interpretar como la transformación del adolescente en
persona adulta. La persona joven ya no se debe considerar únicamente como hijo o
hija de sus padres. Por el nuevo nacimiento según el Espíritu debe encontrar su
propia identidad y aceptar su responsabilidad ante sí mismo y su propia vida. Hoy se
considera moderna la actitud de negar la responsabilidad por la propia vida. Si el
joven siente falta de confianza en sí mismo, si no tiene todas las capacidades
deseadas, si no acaba de saberse desenvolver en la vida, la culpa es de los padres.
Pascal Bruckner, un filósofo francés, destaca dos actitudes de nuestra época: el
«infantilismo» y el «victimismo». Muchas personas se quedan estancadas en la
niñez, que sólo tiene exigencias de cara a los demás: a la madre, a la sociedad, a la
Iglesia. Son seres infantiles: quisieran ser cuidadas como niños, rehusan cualquier
responsabilidad ante los otros. Todos los demás tendrían que estar pendientes de
ellas. Esta actitud se alia con el «victimismo». Uno se siente víctima. La culpa de mi
miseria la tienen los otros. Si soy depresivo y no sé afrontar mi vida, la culpa es de
mis padres. Si yo no sé desarrollar mis capacidades, la culpa es de mis maestros.
La Iglesia tiene la culpa de que yo no sienta ningún gusto por la fe. La sociedad
tiene la culpa de que yo no pueda seguir la carrera de mis sueños. Si permanezco
en esta actitud de víctima, me niego a responsabilizarme de mi vida. Como muchos
hoy no quieren asumir la responsabilidad de sí mismos, tampoco están dispuestos a
responsabilizarse de los otros, tanto en la Iglesia como en la sociedad. Para ser
adulto tengo que llegar a hacerme responsable de mi propia vida. No es decisivo
cómo me he desarrollado, qué soy, cuáles han sido las influencias de mis padres y
mis maestros en mi educación, sino qué es lo que yo hago con todo ello. Tengo que
aceptar que soy como soy y luego tengo que aceptar la responsabilidad de mi vida.
Si no logro esto, me quedo permanentemente en el lugar del acusador señalando a
los culpables. O bien, me quedo como mero espectador, contemplando cómo pasa
la vida ante mí, sin intervenir para nada. De manera que sería importante, en la
preparación a la confirmación, ayudar a ejercitarse en la toma de responsabilidades.
La primera responsabilidad es la que se refiere a mí mismo. Soy responsable de mi
desarrollo personal, de mi aspecto exterior, de mi estado de ánimo. Soy responsable
de lo que me pasa por dentro, si me decido por ser infeliz o si me decido por la vida.
Soy responsable de los pensamientos que me ocupan, del orden en mi habitación y
de cómo empleo mi tiempo. Sería positivo que los padres aprovecharan la ocasión
de la confirmación como punto de partida para hablar con sus hijos e hijas sobre la
responsabilidad de todos en la convivencia familiar, sobre lo que cada uno entiende
por ser adulto y mayor de edad. El nuevo nacimiento por el Espíritu Santo implica el
desarrollo de nuevas capacidades morales y espirituales. En el evangelio de Lucas
se nos refiere una y otra vez cómo Jesús caminaba por la fuerza del Espíritu Santo
y cumplía su misión gracias a ella. Lucas interpreta el bautismo de Jesús como el
don del Espíritu Santo. Por el Espíritu, Jesús es conducido al desierto para ser
15
tentado por el diablo. Ahí vivió su iniciación al ministerio del Mesías. Después de la
tentación, se nos dice: «Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a Galilea» (Le
4,14). En la sinagoga de Nazaret lee la cita del profeta Isaías: «El espíritu del Señor
está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me
ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar
a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,18).
En el sacramento de la confirmación, la persona joven recibe el Espíritu Santo para
que pueda cumplir su misión en el mundo y en la Iglesia. El Espíritu capacita al
confirmando para ejercitarse en una actitud nueva y para desarrollar aptitudes
nuevas. Por esto la preparación a la confirmación implica la exigencia de que los
jóvenes lleguen a desarrollar con autonomía ideas nuevas para poder dar sentido a
su vida y percatarse de su propia responsabilidad frente a ella. Los jóvenes tendrían
que descubrir su propio carisma; ¿Qué es lo que yo sé hacer? ¿Qué cualidades
tengo? ¿Qué es lo que siento como mi vocación personal? ¿Cuál es mi misión? La
confirmación quiere desviar la preocupación constante por la satisfacción de las
propias necesidades: ¿qué es lo que me aporta esto o aquello?, sino: ¿qué es lo
que yo puedo aportar? ¿Adónde me envían? ¿Cuál es mi tarea? Este cambio de
perspectiva conviene a la gente joven. Los libera de dar vueltas sobre sí mismos y
los desafía para que desplieguen sus fuerzas y se comprometan en una tarea que
los fascine.
La introducción a una ascesis saludable es asimismo otro aspecto de la
confirmación, entendida como «confirmación» en la vida cristiana. Lo que significa
esto para los jóvenes comienza por saber organizar bien el tiempo de cada día,
saber ordenar su habitación.
4
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTIA
5
15
penitencia, sino también de toda la vida cristiana, que debe ser perpetua penitencia.
Santo Tomás no pudo terminar el tratado de la Penitencia, del que escribió
hasta el artículo cuarto de la cuestión 90. Consiguientemente, según su plan trazado,
no alcanzó a escribir el tratado de la Unción de los enfermos, que está integrado en el
Suplemento.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica adoptando palabras de la LG, 11: "Con
la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia
entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y
los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo, y
contribuir así al bien del pueblo de Dios"(1499).
Cristo invita a sus discípulos a seguirle con su cruz y los quiere asociar a su
pasión. Es urgente transmitir esta visión de fe a todos los enfermos, para que aprecien
su colaboración al misterio de la redención. Con ello cobran fuerzas y trascienden la
enfermedad y el dolor y se hacen corredentores con el Señor, de cuya debilidad y
pobreza participan. El curó enfermos para manifestar que era Dios salvador, y confirió
el poder de curar a sus discípulos, pero ni El curó a todos, ni tampoco quienes
recibieron el carisma de curar. Pero sí oró por todos, y le ha dejado el encargo a su
Iglesia de orar y de imponer las manos a los enfermos.
La Iglesia, fiel al mandato de su Señor, ora por los enfermos con firme fe en la
presencia vivificadora de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos y actuante a
través de las acciones sacramentales. El sacramento de la Unción de los enfermos
tiene como fin especial confortar a los atribulados por la enfermedad. De este
sacramento afirma el Concilio de Trento: "Esta sagrada unción de los enfermos ha sido
instituída por Cristo como un verdadero y propio sacramento del nuevo testamento,
insinuado ciertamente en Marcos y recomendado y promulgado a los fieles por
Santiago Apóstol y hermano del Señor. ¿Está -dice- alguno enfermo entre vosotros?
Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el
nombre del Señor; y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará, y los
pecados que hubiere cometido le serán perdonados (St 5, 14-15). En cuyas palabras,
como lo ha aprendido la Iglesia de una tradición apostólica transmitida de mano en
mano, enseña la materia, la forma, el propio ministro y el efecto de este saludable
sacramento".
Algunos teólogos anteriores a Trento afirmaban que Cristo encargó a los
Apóstoles instituir este sacramento. La doctrina de Santo Tomás, que siempre estuvo
en contra de esa corriente, fue proclamada por Trento, como hemos visto, 6.1
NOCION
La unción de los enfermos es el sacramento que "tiene por fin conferir una gracia
especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de
enfermedad y vejez" (Catecismo, n. 1527).
Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un
sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por
Marcos (cfr. Mc. 6, 13), y recomendado a los fieles y promulgado por Santiago,
apóstol y hermano del Señor (Catecismo, n. 1511).
El Texto de Mc. 6, 13 es:
"Saliendo a predicar, exhortaban a que hiciesen penitencia, y lanzaban a muchos
demonios, y ungían a muchos enfermos con óleo y los sanaban. En este texto se
encontraría una insinuación o una preparación para la futura institución del
sacramento" (Catecismo Romano, p. 2, cap. 6, n. 8).
El segundo texto -Sant. 5, 14-15- es citado por el Concilio como el momento de la
promulgación del sacramento: "¿Alguno de vosotros enferma? Haga llamar a los
presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del
Señor, y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le aliviará, y los pecados
que hubiere cometido le serán perdonados".
Varios datos del texto merecen consideración. Primeramente se trata de una
enfermedad de relativa importancia, que impide al enfermo salir de casa, pues hace
llamar a los presbíteros. Los presbíteros acuden, oran sobre el enfermo (tal vez con
una imposición de manos sugerida por la preposición ‘sobre’) y lo ungen en nombre
del Señor. Esa oración y esa unción tienen como efectos un alivio del enfermo y un
perdón de sus pecados. Nos hallamos claramente con todas las características de
un sacramento: signo sensible (materia: unción; forma: oración) y efectos
espirituales (perdón de los pecados) sin que se desdeñen en ese caso los
corporales (alivio).
Con estas palabras, Santiago pone de relieve la eficacia sacramental del rito: el
perdón de los pecados y la salud corporal son producidos por un acto que en sí
mismo no tendría eficacia ni para una ni para otra cosa, si Dios no se la hubiera
dado. 6.3
El Código, con palabras de la Const. Lumen gentium (n. 11), indica la finalidad del
sacramento, a la vez que precisa la materia y la forma, reguladas definitivamente
por Paulo VI en la Const. Sacram Unctionem Infirmorum del 30-XI-1972.
6.3.1 La materia
La materia remota es el aceite de oliva bendecido por el obispo en la Misa Crismal
del Jueves Santo (cfr. CIC, c. 1000).
En caso necesario, es materia apta cualquier otro aceite vegetal, sobre todo porque
en algunas regiones falta o es difícil de conseguir el aceite de oliva.
15
"así como el aceite sirve mucho para aplacar los dolores del cuerpo, así también la
virtud de este sacramento disminuye la tristeza y el dolor del alma. El aceite además
restituye la salud, causa dulce sensación y sirve como de alimento a la luz; y, por
otra parte, es muy a propósito para reparar las fuerzas del cuerpo fatigado. Todo lo
cual da a entender los efectos que se producen en el enfermo por virtud divina
cuando se administra este sacramento" (p. 2, cap. 6, n. 5).
6.3.2 La forma
La forma del sacramento son las siguientes palabras, prescritas por el ritual y
pronunciadas por el sacerdote: "Por esta santa unción y por su bondadosa
misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus
pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad" (cfr. Catecismo, n.
1513).
Estas palabras determinan el sentido de lo que se hace para que, junto con la
unción, se expresa el significado del rito, se realice el signo sacramental y se
produzca la gracia.
6.4
Esta gracia es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y
fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente la tentación de
desaliento y de angustia ante la muerte (Catecismo, n. 1520).
6.4.3 La salud corporal, cuando conviene a la salvación del alma
La gracia sacramental propia de la unción tiene como efecto la curación, si ésta
conviene a la salud del cuerpo. "Esta asistencia del Señor por la fuerza de su
Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del
cuerpo, si tal es la voluntad de Dios" (Catecismo, n. 1520).
Este sacramento no es necesario por sí mismo para la salvación del alma, pero a
nadie le es lícito desdeñar su recepción, y por tanto ha de procurarse con esmero y
diligencia que los enfermos lo reciban cuando están en plenitud de sus facultades
mentales.
Por último, "a los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción
de los enfermos, la Eucaristía como viático. Recibida en este momento del paso
hacia el Padre, la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene una significación
y una importancia particulares".
Es semilla de vida eterna y poder de resurrección, según las palabras del Señor: ‘El
que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitar‚ el último
día’ (Jn. 6, 54). Puesto que es sacramento de Cristo muerto y resucitado, la
Eucaristía es aquí sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al
Padre (Catecismo, n. 1524).
6.5.1 Reiteración del sacramento
La unción de los enfermos no imprime carácter, y por lo tanto puede repetirse,
15
Si un enfermo que recibió la unción recupera la salud, puede, en caso de una nueva
enfermedad grave, recibir de nuevo este sacramento. En el curso de la misma
enfermedad, el sacramento puede ser reiterado si la enfermedad se agrava
(Catecismo, n. 1515).
"Se puede administrar la unción de los enfermos al fiel que, habiendo llegado al uso
de razón, comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez" (CIC, c. 1004 & 1;
Catecismo, n. 1514). Ha habido una cierta evolución en la praxis de este
sacramento, porque ahora basta que un fiel comience a estar en peligro, no que
está a punto de morir. La Constitución Sacram Unctionem Infirmorum del 30-XII-
1972 dice que este sacramento "se confiere a los que sufren una enfermedad
peligrosa".
Para juzgar la gravedad de la enfermedad, basta con tener un dictamen prudente y
probable de peligro de muerte, aunque no sea necesariamente inminente el
desenlace. Las condiciones que ha de reunir el sujeto son: a) estar bautizado, b)
haber llegado al uso de razón, c) tener intención de recibirlo, y d) peligro de muerte
por enfermedad o vejez. a) Quien vaya a recibir el sacramento, como en el caso de
todos los demás, debe estar bautizado. Si se hubiera bautizado en aquel momento,
podría recibir inmediatamente la unción pues de esa manera se recibe un aumento
de gracia que es muy necesaria para resistir a las posibles tentaciones.
b) También es necesario que el sujeto tenga uso de razón y, por eso, capacidad de
cometer pecado personal. No se ha de administrar a los niños menores de 7 años,
pues este sacramento se ordena a robustecer al enfermo frente a las tentaciones de
desesperanza por los pecados pasados, haciendo desaparecer las reliquias de
ellos. Al infante, el bautismo le es suficiente para que alcance la vida eterna.
En la duda sobre si el enfermo ha alcanzado el uso de razón, se le debe administrar
el sacramento (cfr. CIC, c. 1005). c) Para recibirlo válidamente, es necesario en el
sujeto la intención. Si se trata de un enfermo que carece ya del uso de razón, se le
debe administrar si, cuando estaba en posesión de sus facultades, lo pidió al menos
de manera implícita (cfr. CIC, c. 1006). Aunque ordinariamente es necesaria la
intención habitual, es decir, la que se ha tenido una vez y no ha sido retractada, en
estos casos basta la intención habitual implícita, es decir, la que se incluye en la
práctica de la vida cristiana; por tanto, esta intención debe siempre presumirse en
15
"El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus
apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es pues, el
sacramento del ministerio apostólico" (CIC 1536).
Sabemos ya que el tratado del sacramento del Orden va incluído en el
Suplemento de la Suma que, carece del genio maduro del Angélico. A pesar de esto, la
doctrina actual, aunque más desarrollada, tiene sus raices en la Suma.
San Pio X, Pio XI, Pio XII, Pablo VI, el Vaticano II, el Código de Derecho
Canónico, y el Catecismo de la Iglesia Católica, desde la raiz de aquella, han
enriquecido la misma doctrina. A todos estos Lugares Teológicos remito al lector,
aunque resumiré para enmarcar el tratadito de Santa Teresa, la doctrina de Santo
Tomás.
Entre los sacramentos, unos tienen carácter individual, y están ordenados a
perfeccionar a la persona, librándola de las manchas individuales, como el bautismo, la
confirmación, la eucaristía, la penitencia y la unción de los enfermos. Otros, como el
Orden, a procurar el bien común de la Comunidad pues, aunque confiera gracias
personales, éstas repercuten en la comunidad, porque el modo más eficaz de procurar
el bien de la Iglesia es el mayor grado de gracia, que permita que el hombre pueda
vencer el egoismo para entregarse a la Comunidad, prescindiendo de sus intereses
15
7
EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
responde a las aspiraciones más hondas del hombre y está al servicio de su persona y
de su felicidad, hay que proclamar la indisolubilidad del matrimonio como querida por
Dios, y el divorcio, como tolerado por Moisés "por la terquedad de vuestro corazón". Si
Moisés toleró el acta de repudio, fue porque el hombre estaba aún desposeido de la
gracia de Jesús que, con ella ha venido a perfeccionar la Ley y a posibilitar su
cumplimiento. Cuando hoy se busca el divorcio, no se admite la riqueza de la
gracia de Cristo y se cae en la pobreza de lo antiguo, con pretexto de modernidad.
Cuando la autoridad, aunque sea legítima, legisla contra la ley natural, deja de ser
legítima, porque el legislador no puede suplantar la ley natural: "Serán los dos una sola
carne" en comunidad de amor, para continuar la creación y propagar la fe desde la
verdadera iglesia doméstica".
Cuando la Iglesia disuelve el matrimonio ratificado y no consumado, lo que no
sería matrimonio no sólo fisiológicamente, sino en toda su plenitud psicológica, por
causa de patología humana, no separa, sino declara que no había matrimonio.
LOS SACRAMENTALES
EL AGUA BENDITA
La devoción, el cariño y la estima que tiene santa Teresa por el agua bendita, no
es un capricho ni una manía. Está cimentada en la doctrina católica. Así explica santo
Tomás en la tercera parte, cuestión 65 de la Suma: "El agua bendita y demás cosas
consagradas no son sacramentos, porque no alcanzan el efecto de éstos, que es
conseguir la gracia. Sin embargo disponen para los sacramentos, bien sea quitando un
obstáculo, como el agua, que está ordenada contra las asechanzas del demonio y
contra los pecados veniales" (a 1, 6). "El pecado venial se borra por ciertos
sacramentales, como el agua bendita" (8).
"Los sacramentales no confieren la gracia a la manera de los sacramentos, pero
por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con la gracia
divina que emana del misterio pascual de Cristo, de quien reciben su poder todos los
sacramentos y sacramentales" (Catecismo de la IC, 1670).
El agua es un elemento que gozó siempre en la Iglesia de gran veneración, y
bendecida ritualmente evoca el recuerdo de Cristo, que representa la culminación de
las bendiciones divinas. El se llamó a sí mismo "agua viva" e instituyó el sacramento
del agua, el bautismo, para regenerar a los hombres e injertarlos en El.
El agua bendecida nos recuerda nuestro bautismo, en el cual nacimos de nuevo
del agua y del Espíritu Santo, regeneración que Cristo nos mereció con su muerte y
resurrección."Siempre que seamos rociados con agua bendita o que nos santigüemos
con ella, damos gracias a Dios por su don inexplicable, y debemos pedir su ayuda para
vivir siempre de acuerdo con las exigencias del bautismo, sacramento de la fe, que un
día recibimos" (Bendicional).
QUINTA PARTE
VIRTUDES EN GENERAL
concreto sobre Santo Tomás, el admirable y divino ingenio del maestro, por su
luminosidad radiante.
Platón y Aristóles vieron con agudeza la unificación de las virtudes con la
prudencia: las virtudes no solamente son hábitos según la recta razón, sino que están
unidos inseparablemente con la recta razón. San Agustín, entre los titubeos de los
padres latinos, es el pionero que formula la conexión de las virtudes con la caridad en
una unión tan íntima, que parece que las identifica con el amor. Son inseparables de
ella porque cuando llega una virtud a la persona entra con ella la caridad, que expulsa
todos los vicios. Esto es claro para las virtudes infusas, que son introducidas todas por
estar enraizadas con la caridad. Pero no ocurre así con las virtudes adquiridas, que se
forman por la repetición de actos.
Sin embargo, santo Tomás encuentra, siguiendo a Aristóteles, un punto de
conexión: la prudencia. Y así formula su sentencia: Las virtudes morales adquiridas,
cuando son perfectas, tienen conexión y mútua dependencia, de tal modo que no
puede existir una sin las otras. Se unen en la prudencia y por la prudencia. Siempre
que esta prudencia sea prudencia total.
Las materias de las virtudes morales están íntimamente entrelazadas entre sí y
existe redundancia de unas a otras. Por eso a cada virtud le pueden surgir dificultades,
no sólo de la pasiones contrarias a la misma virtud, sino también de las contrarias a las
otras virtudes. Una mujer puede tener la virtud de la castidad, por amor de la misma.
Pero, si por el afán del dinero, lujo, vanidad, o por miedo a la infamia, o por el despecho
de los celos, sucumbe a la tentación, pierde la castidad, ¿qué clase de virtud de
castidad era la suya? Era una virtud de castidad simple, sin complicaciones, pero no
total. Se regía por una prudencia parcial, en lo referente a la exclusiva virtud de la
castidad, pero no por prudencia total que mira y atiende al fin de vivir esa virtud en
todos los riesgos y trances árduos y difíciles.
Así, el que practica muchos actos de beneficencia o caridad, pero no domina la
ira, el orgullo, la vanidad, no posee la prudencia total. Y nadie tendrá virtud verdadera,
si no ha adquirido la prudencia total, y no está dispuesto a ejercitar ese bien virtuoso en
todas las circunstancias de su vida, y contra todas las dificultades.
Ya hemos apuntado que hay virtudes adquiridas y virtudes infusas. Las
adquiridas son hábitos operativos buenos, que la persona humana puede adquir con el
ejercicio de sus solas fuerzas naturales. Y están situadas en el medio entre dos
extremos, viciosos ambos, por defecto o por exceso.
Las virtudes infusas sólo pueden ser poseídas gratuitamente por donación
gratuita de Dios. Y son hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma
para disponerlas a obrar sobrenaturalmente según la razón iluminada por la fe. En
efecto, la gracia es una semilla de Dios, no operativa, como en el orden humano
tampoco lo es el alma. Y así como ésta para actuar precisa las potencias, igualmente la
gracia nuecesita las virtudes, que se adaptan a las potencias, por las que la vida de
Dios trasplantada por la gracia se puede desarrollar y evolucionar.
Las virtudes infusas son, a su vez, teologales y morales, que se subdividen en
cardinales y derivadas en perfecta analogía y paralelismo con las adquiridas
correspondientes.
Santa Teresa nos va a decir profusamente que en sus padres y en sus
hermanos, no vió más que virtudes. Ella misma en su niñez se veía muy inclinada a la
virtud, después se desvió, pero rectificó a tiempo, con la fuerza y la luz de Dios. Ya de
monja, mientras no tuvo virtudes, de sus consejos sólo dos o tres personas se
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2
DE LOS VICIOS Y PECADOS
con libertad y conocimiento rechaza a Dios, su ley, la alianza de amor que Dios le
propone, prefiriendo volverse a sí mismo, a alguna realidad creada y finita, a algo
contrario a la voluntad divina ("conversio ad creaturam") Esto puede ocurrir de modo
directo y formal, como en los pecados de idolatría, apostasía y ateísmo; o de modo
equivalente, como en todos los actos de desobediencia a los mandamientos de Dios en
materia grave" (VS 65 ss).
El hombre debe, como el ángel, ganar el cielo por sus actos. El ángel lo ganó en
un instante con un solo acto. El hombre a través de una larga peregrinación. Santo
Tomás en la primera parte de la segunda, trata de los actos y hábitos buenos, de las
virtudes, que anteriormente hemos estudiado, y de los actos y hábitos malos, que
estamos estudiando. Los actos y hábitos buenos facilitan nuestro movimiento hacia
Dios. Los malos lo desvían. Así como la virtud es una disposición conforme a la
naturaleza, el vicio es una tendencia e inclinación contra la naturaleza racional del
hombre.
La diferencia entre pecado y vicio estriba en que el pecado es un acto
transitorio, mientras que el vicio es un hábito permanente, origen de nuevos pecados y
desórdenes. En este sentido los pecados capitales son más propiamente vicios, según
santo Tomás, porque son el origen y la fuente de la que nacen otros pecados
innumerables, por eso son capitales o cabezas.
"El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición
de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y
corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a
reproducirse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raiz. Los vicios pueden
ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o a los pecados capitales que la
experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a San Juan Casiano y a San Gregorio
Magno. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la lujuria, la gula, la pereza" (CIC 1865-
1867).
Sólo Dios conoce el misterio de iniquidad que encierra el pecado. Y sólo los
santos se han aproximado más a tal conocimiento iluminados por Dios. No nos hemos
de extrañar de que Santa Teresa hable del pecado a cada paso, ya que su luz nacida
de su experiencia tiene valor testimonial. Ha visto el sol deslumbrante en las moradas
del alma, y la negra tiniebla del pecado en el corazón. Introduce además una expresión
nueva para designar el pecado, como "guerra campal" del hombre contra Dios. Los que
dicen que no tienen fuerzas para romper con el pecado, las tienen en cambio, para
atacar a Dios y obran como los que le llenaron de golpes y heridas y al fin le dieron
muerte. Y siente tanto el dolor de los pecados, que clama a los buenos cristianos que
ayuden a llorar a Dios no sólo por la muerte de Lázaro, sino por los que no había de
querer resucitar, para que el poder de las lágrimas consiga la resurrección de los
pecadores.
3
VIRTUDES TEOLOGALES
LA VIRTUD DE LA FE
"Así que esto queda: fe, esperanza, amor, estas tres" (1 Cor 13, 13). Las
virtudes teologales, que son principios operativos por los que la persona humana se
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ordena directa e inmediatamente a Dios como fin sobrenatural, son tres, fe, esperanza
y caridad, como hemos visto afirmado por la Revelación en la carta a los Corintios, y
como definió expresamente Trento. Por la fe el hombre se une con Dios Primera
Verdad, por la esperanza lo desea como Sumo Bien, y por la caridad se une a El con
amor de amistad, como infinitamente bueno en sí mismo.
Dice el Vaticano I que "la fe es una virtud sobrenatural por la que, con la
inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos que es verdadero lo que El nos ha
revelado, no por la íntrinseca verdad de las cosas percibida por la razón, sino por la
autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos". Se
divide la fe, en fe pública o católica, constituída por las verdades reveladas por Dios a
todos los hombres y que constan en la Escritura y en la Tradición; y en fe privada o
particular, constituída por verdades reveladas a una persona determinada, como en el
caso, Santa Teresa. Las verdades de la Revelación oficial y las transmitidas por la
Tradición, propuestas como divinamente reveladas, por la Iglesia por definición
solemne o por el magisterio ordinario y universal, deben ser creídas con fe divina y
católica.
La revelación privada sólo obliga a la persona que la ha recibido directamente
de Dios. Los Profetas y los Apóstoles, que recibieron de Dios directamente la
revelación, la aceptaron con un acto de fe, fiados en la autoridad del mismo Dios,
conocida infaliblemente por ellos mediante la luz profética.
Los creyentes que no reciben de Dios la revelación sobrenatural, han de apoyar
su fe en la autoridad de Dios que revela, conocida con certeza por la proposición de la
Iglesia, cuya autoridad infalible consta por los motivos de credibilidad, que son los
milagros, las profecías y la Iglesia por sí misma. Así lo dijo el Concilio Vaticano: "Para
que el obsequio de nuestra fe fuera conforme a la razón, quiso Dios que a los auxilios
internos del Espíritu Santo se juntaran argumentos externos de su revelación, a saber,
hechos divinos y ante todo, los milagros y las profecías que, manifestando
luminosamente la omnipotencia y ciencia infinita de Dios, son signos certísimos de la
divina revelación y acomodados a la inteligencia de todos. Por eso, Moisés y los
Profetas y, sobre todo Cristo, hicieron y pronunciaron muchos y clarísimos milagros y
profecías; y de los Apóstoles leemos: "Y ellos marcharon y predicaron por todas partes,
cooperando el Señor y confirmando su palabra con los signos que se seguían" (Mc 16,
20).
Además, la Iglesia por sí misma, por su admirable propagación, santidad y
estabilidad, es un grande y perpétuo motivo de credibilidad y testimonio irrefragable de
su divina legación".
Dice santo Tomás: "Mucho más cierto puede estar el hombre de lo que le dice
Dios, que no puede equivocarse, que de lo que ve con su propia razón, que puede caer
en el error" (II-II, 4, 8 ad 3) .
Por la fe la persona humana puede ver las realidades tal como las ve Dios. Así
vemos los misterios de la gracia y de la gloria, sin verlos, porque la fe es de "non visis".
La fe es también la base de toda nuestra justificación y el fundamento y raiz de
todas las demás virtudes. Por eso Jesús pide a sus discípulos que se conviertan en
tierra buena para producir mucho fruto: "Los de la tierra buena son los que escuchan,
guardan el mensaje con un corazón bueno y generoso y dan fruto con su
perseverancia"(Lc 8, 15).
Es tan importante la fe que Jesús ha rogado por Pedro para que no la pierda (Lc
22, 32). Santa Teresa, como llamada a dar testimonio, no la ha perdido nunca, ni ha
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tenido jamás una duda de fe. Pero ella sabe que su fe no es obra de su psicología, sino
de Dios. Ella sabe que la fe no es sólo la aceptación de un determinado número de
verdades, sino la adhesión a la Verdad Subsistente. No es un primer paso que el
hombre da, sino la respuesta a la iniciativa de Dios.
3
LA VIRTUD DE LA ESPERANZA
4
LA VIRTUD DE LA CARIDAD
5
CARIDAD PARA CON EL PROJIMO
"He aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío".
"El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras". En el
evangelio de san Mateo, 25, 31 aparecen tan ateos los que se salvan como los que se
pierden, con la diferencia de que unos amaron a los crucificados, y otros no. ¿Cuándo
te vimos?...es la pregunta que unos y otros hacen al Rey, a quien no han sabido
reconocer en el prójimo, a quien Dios nos manda amar con amor de caridad
sobrenatural externo e interno.
Enseña santo Tomás que la misma caridad divina que se refiere a Dios como a
su objeto primario, se extiende también al prójimo como objeto secundario. Por la
caridad amamos la bondad de Dios. Como esa bondad es también participada por los
hombres, hemos de amar a los hombres por lo que tienen en sí de bondad de Dios.
Existe un amor puramente natural por el que se ama a los demás por sus
cualidades naturales, belleza, fortuna, ciencia, talento, arte..., pero este amor no es
caridad, consiguientemente tampoco es meritorio. Y hay otro amor sobrenatural por el
que se ama al prójimo por Dios y para Dios, en cuanto hijo de Dios, hermano de Cristo,
templo del Espíritu Santo. Este es el amor cristiano, la caridad: "Este mandamiento nos
ha dado Dios, que el que ama a Dios ame a su hermano" (Jn 4, 21). "En estos dos
mandamientos se funda toda la ley y los profetas" (22, 40). Por eso dice san Pablo
"Quien ama al prójimo ha cumplido la ley. Pues no adulterarás, no matarás y cualquier
otro precepto se resume en esto: Amarás al prójimo como a tí mismo" (Rm 13, 8).
15
Amar es querer el bien para los demás, que pueden compartir con nosotros el
bien de la caridad, que es la bienaventuranza divina. Con la misma caridad con que
amamos a Dios, como objeto primario, debemos amar a los hermanos como objeto
secundario. O lo que es lo mismo, nuestro amor de amistad con Dios, debe extenderse
a todos los que comparten el bien divino que participan, y ésto por la común
bienventuranza trascendente; por la filiación divina, por la que amamos a Dios como
Padre y a sus hijos, los hombres, como El los ama; y por su incorporación a Cristo.
La caridad ama al hombre por Dios, y le procura, ante todo, sus bienes divinos.
Es distinta de la filantropía, que ama al hombre por el hombre y quiere y procura sólo
sus bienes humanos y temporales.
En consecuencia, para que los amores naturales legítimos sean meritorios,
deben ser elevados por la caridad. Una madre debe amar a sus hijos, no sólo como
hijos de ella, sino primeramente como hijos de Dios, si quiere que su amor sea
meritorio.
Incluso en el hombre menos valorizado hay un valor divino que le hace acreedor
al amor de los demás hombres. Dice Santo Tomás: "La razón del amor al prójimo es
Dios; pues lo que hemos de amar en él es que esté en Dios. Y por eso el acto con que
amamos a Dios es el mismo que el acto con el que amamos al prójimo" (2-2, 24, a 1).
"Ningún pecador como tal, es digno de amor, pero todo hombre en cuanto hombre es
amable por Dios", dice san Agustín.
El amor a los enemigos obliga a romper el odio y el deseo de venganza. Por
eso pecan gravemente los personas que dejan de saludarse o hablarse durante mucho
tiempo, y hay obligación de reconciliarse cuanto antes. La caridad produce estos
efectos: la misericordia, que es la primera y más importante de las virtudes con el
prójimo, cuyas obras corporales y espirituales, son conocidas: Enseñar, dar buen
consejo, corregir, perdonar, consolar, sufrir, rogar, visitar, dar de comer y de beber,
vestir, dar posada, redimir, enterrar.
La beneficencia, es hacer a los demás algún bien, como signo de la
benevolencia interior. A veces se relaciona con la justicia, cuando lo que se da, se
debe; o con la liberalidad, cuando se da gratuitamente.
Por caridad y por derecho natural y divino tenemos obligación de practicar la
limosna: El capítulo 25 de san Mateo, no da otra razón de la bienaventuranza y de la
condenación.
Los pecados contra la caridad son el odio, que desea el mal al prójimo, o
se entristece por sus bienes; la envidia, tristeza del bien ajeno, que se considera como
mal propio, porque parece que rebaja la propia gloria y excelencia. Es uno de los
pecados más viles, señal de un alma ruín, totalmente contraria al evangelio. Nace de la
soberbia, y engendra el odio, la murmuración, la difamación, la alegría del mal y la
tristeza en la prosperidad; son también pecados contra la caridad, la discordia, la riña,
el escándalo, la cooperación al mal. La sentencia será tan terrible para unos: "Apartaos
de mí, malditos, al fuego eterno"; "irán al castigo eterno", como consoladora para los
que practicaron la caridad: "Venid, benditos, heredad el Reino"...
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DE LAS VIRTUDES CARDINALES
LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA
7
LA IMPRUDENCIA E INCONSTANCIA
Con san Agustín, el Angélico, se fija en los vicios opuestos a la prudencia con
sus dos especies distintas: unos contrarían la prudencia; otros, se le parecen, pero en
realidad son radicalmente opuestos. Aquellos son la imprudencia con sus partes
potenciales, opuestas a las mismas correspondientes integrantes de la prudencia:
precipitación, opuesta a la solicitud del consejo; irreflexión, que se opone al juicio, y
descuida la atención a los datos necesarios para formar un dictamen equilibrado y
justo; la inconstancia, que es la ligereza en adoptar cambios en las decisiones
adoptadas; y la negligencia, que consiste en la falta de diligencia en ordenar
eficazmente y disponer lo que se debe realizar.
Hay vicios que se parecen a la prudencia, pero no lo son: la prudencia de la
carne, así conocida tradicionalmente por Santo Tomás y toda la tradición. Podríamos
brindar varias voces nuevas: prudencia del mundo, o prudencia mundana, que es fruto
del materialismo y del hedonismo, que no tiene más fin que el material, el poder, el
dinero y el placer. Es propio de este vicio la habilidad casi diabólica para satisfacer los
vicios. También se asemejan a la prudencia la astucia, el dolo, el fraude y la
preocupación y solicitud exagerada por la vida terrena, con la subversión de los
valores cristianos y desconfianza de la Providencia que ello supone. La raiz de estos
vicios es la avaricia.
8
DE LA VIRTUD DE LA JUSTICIA
15
9
LA INJUSTICIA
10
DE LA DETRACCION
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LA ORACION, ACTO ELICITO DE LA VIRTUD DE RELIGION
Pero esa oración sólo es eficaz cuando el hombre se entrega a Dios en espíritu y en
verdad, "con toda su mente y con todo su corazón y con todo su ser" (Deut 6, 5). Y en
eso consiste la fe.
Creer en Dios no significa tan sólo tener la certeza de que Dios existe, sino
principalmente, entregarse personalmente a Dios, Nuestro Creador, Principio y fin
último de nuestra vida, y Padre Nuestro que está en el cielo.
A esa entrega conduce la oración, y la misma oración ya es entrega, porque el
hombre inmola en la oración su ser, su tiempo, su voluntad, toda su humanidad. En
eso consiste la entrega. Por eso la oración es la manifestación primordial y esencial de
la fe en Dios, Creador y Padre. Cuando así se ora, es cuando se está viviendo la fe, fe
que responde a Dios, y fe que se vive con responsabilidad de criatura. Fe entregada
que crece con la oración; por tanto la oración más verdadera y más auténtica es la que
se enraiza en la fe. Esta es la única oración que merece el nombre de tal. Sin embargo,
ese es el "punctum dolens" del cristiano moderno.
El Maestro de oración por excelencia es Jesús. Pero para entender su
magisterio no podemos olvidar que El ha sido educado en la Teología de Israel. María,
su Madre, es la primera que le ha enseñado a El: "El Hijo de Dios hecho Hijo de la
Virgen, aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre..." (cf
CIC pg 564).
Según refiere Flavio Josefo, las primeras palabras que enseñaban a sus niños
las madres de Israel, eran las palabras del "Shema": "Escucha, Israel, amarás a Yave
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas"(Det 6, 4).
Jesús aprendió a orar con su madre y en "las palabras y en los ritmos de la
oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo" (lc pg 564), y si su
pueblo oraba con los Salmos, es lógico que Jesús también los utilizara para
comunicarse con su Padre. Un texto de San Mateo prueba esta afirmación: "Después
de haber cantado los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos" (Mt 26, 30). Se
trata de los salmos 115-118. Entre otras alabanzas a Yave, cantaría Jesús cada
Pascua: "Yave defiende a los pequeños, yo era débil y me salvó...¡Ah, Yave, yo soy tu
servidor, el hijo de tu esclava"... No está muy lejos de la respuesta de María al ángel en
la Anunciación, ni del "Magnificat", como vemos, la oración de Jesús.
Lo que predomina en la oración de Jesús es el cumplir la voluntad del Padre,
que El ha bebido en los Salmos, y que plasmará en la oración que enseñe a sus
discípulos: "Hágase tu voluntad", y que El repite en la Oración del Huerto. La carta a los
Hebreos abre y cierra la vida de Jesús con su respectiva oración: "Al entrar en este
mundo Cristo dijo: "Heme aquí, vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad". "En los días
de su vida mortal, habiendo presentado con violento clamor y lágrimas, oraciones y
súplicas al que podía salvarle de la muerte, y habiendo sido escuchado por su piedad,
aprendió, sufriendo a obedecer". A obedecer: "Pase de Mí este cáliz", repetirá en
Getsemaní."Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Son abundanates los pasajes del Nuevo Testamento en los que los
Evangelistas nos presentan a Jesús orando, teniendo en cuenta, además, que los
Evangelios no nos lo dicen todo, ya que Jesús es infinitamente más grande y
deslumbrador. Pero, al menos, nos transmiten su oración ante los acontecimientos más
trascendentales de su vida. Jesús ora cuando Juan lo bautiza (Lc 3, 21); Jesús pasó la
noche orando en la montaña antes de elegir a los Apóstoles (Ib 6, 12); mientras Jesús
oraba en el Monte, se transfiguró (9, 29); antes de enseñar a los Apóstoles el
Padrenuestro, Jesús estaba orando en cierto lugar, (11, 1). Y antes de comenzar su
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misión ayunará y orará cuarenta días en el desierto, (Mt 4, 1). Jesús ora en el Cenáculo
al instituir la Eucaristía y el Sacerdocio. Jesús ora antes de comenzar la Pasión, en el
Huerto de los Olivos (Mc 14, 36) Y, finalmente, Jesús ora en la cruz, entregándose al
Padre y pidiendo perdón por los que no saben lo que hacen (Lc 23, 34).
Los evangelios están llenos de mandatos, exhortaciones y parábolas de Jesús
pidiendo a sus Apóstoles que oren, que vigilen para no caer en la tentación. Y a las
multitudes les enseñaba diciendo que oraran sin desfallecer, con insistencia, siempre,
asegurando que quien pide recibe, quien busca encuentra, y que al que llama se le
abre.
Y para garantizar la eficacia de la oración y persuadir a la confianza en el Padre,
refiere la parábola del hombre que consigue de su amigo unos panes a media noche,
cuando él y sus hijos están acostados, y asegura que cuánto más el Padre os dará lo
que le pidáis en mi nombre. Pues, si vosotros, que sois malos, no les daís a vuestros
hijos piedras cuando os piden un huevo, o una serpiente cuando os piden pescado,
¿cuánto más vuestro Padre dará su Espíritu Santo a quien se lo pida?
¿Quién no se sentirá estimulado a orar, y a orar unidos los hermanos,
habiéndonos prometido el Señor: "En verdad os digo que, si dos de vosotros se ponen
de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre,
que está en los cielos"?
Lo importante no es que debamos orar, lo hermoso y grande es que podamos
orar. La misión y el carisma de santa Teresa en la Iglesia es ser pregonera de la
oración, como camino de unión con Dios.
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ORACION CON CARISMAS MISTICOS
13
DE LAS VIRTUDES SOCIALES
Las virtudes sociales son las relativas a las relaciones sociales entre los
hombres. Su nombre deriva de la edición bilingüe francesa de la Suma, y son la
piedad, que se refire a los padres; la observancia, a los superiores que nos gobiernan;
la gratitud, a los bienhechores; la veracidad a cada hombre, que debe manifestarse tal
como es; la afabilidad y la liberalidad, referida a los demás hombres.
Así como la virtud de la religión busca agradecer a Dios lo que le debemos
como primer principio de nuestro ser, perfección y gobierno, la piedad intenta
agradecer lo que debemos a los padres, principios subordinados de ese mismo ser. A
los padres se vincula la patria, los compatriotas, los parientes, los amigos, los
bienhechores y los maestros.
A. LA VIRTUD DE LA PIEDAD
Dice santo Tomás: "El hombre es deudor de los demás según la excelencia y
según los beneficios recibidos de ellos. En este sentido Dios es el primer acreedor, por
ser sumamente excelente y primer principio de nuestro existir y de nuestro gobierno.
Después de Dios, los padres y la patria son también principios de nuestro ser, pues de
ella y en ella hemos nacido y nos hemos criado. Y como a la religión corresponde dar
culto a Dios, así en un grado inferior, a la piedad corresponde rendir un culto a los
padres y a la patria.
En el culto a los padres se incluye el de los consanguíneos por proceder todos
de unos mismos padres" (2-2 101, a 1).
Por extensión, se consideran hermanos los que pertenecen a una misma familia
religiosa, que tienen al fundador como padre. Contra la piedad se puede pecar por
15
exceso, con amor exagerado a los parientes, del que alerta santa Teresa, y por
defecto. También se puede pecar por exceso en el amor a la patria, con el
nacionalismo exagerado: Juan Pablo II acaba de condenar ante el cuerpo diplomático,
los nacionalismos exacerbados, que no se basan en el legítimo amor a la patria, sino
en un rechazo del otro para imponerse mejor sobre él. "Nos encontramos -ha dicho-
ante un nuevo paganismo, la divinización de la nación. Y ha citado la condena de Pío
XI en la "Mit brennender Sorge" de 1937 contra los nazis: "Quien toma la raza, o el
pueblo o el Estado, o la forma del Estado, o los depositarios del poder, o todo valor
fundamental de la comunidad humana, y los diviniza por medio de un culto idolátrico,
derriba y falsea el orden de las cosas creado y ordenado por Dios".
Por por defecto de piedad hacia la patria pecan los apátridas.
B. LA VIRTUD DE LA OBSERVANCIA
Define santo Tomás la observancia como la virtud por la que se ofrece culto y
honor a las personas constituídas en dignidad, que por su misma dignidad, merecen el
respeto y la veneración. Por la virtud de la observancia el súbdito debe venerar a su
superior, el joven al anciano, el discípulo a su maestro. Por su excelencia se les debe el
honor y el culto, y por el ministerio de su gobierno, obediencia y servicio. Así, a
cualquier persona excelente, se le debe honor, pero obediencia sólo al superior.
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LA VIRTUD DE LA OBEDIENCIA
como todas las cosas naturales están sujetas a la moción divina, todas las voluntades
deben obedecer al imperio divino, con cierta necesidad de justicia.
Pero Dios no rige las vidas humanas siempre de modo inmediato, sino por
mediación de otros seres a los que en parte comunica su poder y gobierno. Esta
organización del régimen divino origina la ley providencial de la obediencia mediata a
Dios e inmediata a los hombres, constituídos superiores por la participación de la
autoridad divina.
"En el gobierno la Providencia de Dios se vale de medios, pues gobierna los
inferiores por los superiores. Y ésto no por falta de poder, sino por abundancia de
bondad, que comunica también a las criaturas la dignidad de la causalidad".
Pero el derecho que Dios tiene de dirigir la vida humana es un derecho que él
participa y por tanto es ejercido por su delegación: "Todos habéis de estar sometidos a
las autoridades superiores, pues no hay autoridad sino por Dios, y las que hay han sido
ordenadas por Dios, de suerte que quien resiste a la autoridad resiste a la disposición
de Dios, y los que la resisten se atraen sobre sí la condenación...La autoridad es
ministro de Dios para el bien. Es preciso someterse no sólo por temor sino por
conciencia" (Rm 13, 1).
La obediencia al superior humano es la mejor garantía para vivir bajo el
gobierno divino. El mandato de la autoridad es una buena garatía para el súbdito; pero
si el mandato fuera equivocado, la obediencia no lo sería si el súbdito lo acataba como
expresión de la voluntad de Dios. Así pues, el súbdito acierta, aunque el superior se
equivoque, porque la obediencia no mira a lo mandado sino al mandato, ni a éste como
expresión de la persona que lo impone, sino como signo de la voluntad de Dios.
Dice san Juan de la Cruz: "Es Dios tan amigo de que el gobierno y trato del
hombre sea por otro hombre semejante a El, y que por razón natural sea el hombre
regido y gobernado, que totalmente quiere que todas las cosas que sobrenaturalmente
nos comunica, no les demos entero crédito, ni hagan en nosotros confirmada fuerza y
segura hasta que pasen por este arcaduz de la boca del hombre" (II Sub 22, 9).
Y añade san Ignacio que en cosas y personas espirituales es más necesario
este consejo, por ser grande el peligro de la vida espiritual cuando sin freno de
discreción se corre por ella (Carta de la obediencia).
La obediencia tiene un modelo para el cristiano en Cristo. Pero en los hombres
llenos de su grandeza y adultez, no cabe la necedad de la cruz. Este misterio sólo es
revelado a los sencillos de corazón y a los pobres y pequeños.
Pueden objetarse los fallos de la autoridad, pero con ello no se anula el misterio
y la función providencial de la autoridad, y el bien de la obediencia no consiste en el
bien o el valor de lo mandado, sino en el bien o el valor del mandato. Además de que
la Providencia ayuda a que el superior acierte, puede sacar bienes de los desaciertos,
y hasta convertirlos en bienes mayores. Dios da con creces lo que se renuncia por
obedecerle.
Cuando san Pedro y san Pablo enseñaban a los cristianos a obedecer a las
autoridades y en ellas a Dios, el emperador era Nerón. Santa Teresa, como es bien
conocido, ha practicado finamente la obediencia y así la proclama piedra de toque de la
vida interior. "El gran bien y la mina y el tesoro de la preciosa virtud de la obediencia".
Quien falte en la obediencia, no sólo se cierra el paso a la vida contemplativa,
sino también a la activa. La fuerza de la obediencia facilita las cosas que parecen
imposibles. Ella tiene muy claro, porque se lo ha dicho el Señor, que la obediencia da
fuerzas. El discernimineto del espíritu es bien fácil, tomando como punto de mira la
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15
LA DESOBEDIENCIA
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LA VIRTUD DE LA GRATITUD
Como el cocodrilo, que jamás hace daño al pequeño pájaro de las India que le
limpia los dientes cuando sale del río, así es la virtud de la gratitud con el bienhechor
del que ha recibido algún beneficio, no debido. No debido, porque si fuera debido ya
entraríamos en la campo de la estricta justicia.
Lo específico de la gratitud es recompensar lo que se ha recibido generosa y
gratuitamente. Así pues, la gratitud es la virtud que nos inclina a recompensar de algún
modo al bienhechor por el beneficio gratuitamente recibido.
Según santo Tomás la gratitud sólo es virtud especial cuando los beneficios los
recibimos de algún hombre que no es superior. Porque los beneficios que recibimos de
Dios, se los agradecemos por la virtud de la religión; los de los padres, por la piedad; y
los de los superiores, por la observancia y respeto.
La gratitud está integrada por el reconocimiento del beneficio recibido, la
alabanza y acción de gracias, y por la recompensa según las posibilidades. Consiste
en el afecto, más que en el efecto; porque la gratitud tiene por motivo el beneficio
recibido gratuitamente, por afecto, por eso debe medirse más por el afecto del
bienhechor que por el beneficio recibido, que no tenía obligación de conceder.
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LA INGRATITUD
Siguiendo como siempre a santo Tomás, sabemos que la gratitud, como toda
virtud, consiste en el medio entre dos extremos viciosos; uno es por exceso, cuando se
recompensa lo que no se debe recompensar, como puede ser el favor que se prestó
para cometer un pecado; otro es por defecto, si no se agradece lo que debe ser
agradecido, o si se hace más tarde de lo que sería conveniente. Luego la ingratitud es
una deficiencia, que puede ser negativa, simplemente porque se omite la recompensa
que exige el deber de la gratitud, no reconociendo, no alabando, o no recompensando
el beneficio recibido; o puede ser positiva, porque hace lo contrario a la gratitud,
devolviendo mal por bien, o despreciando el beneficio recibido, o considerándolo un
perjuicio.
Séneca en su carta 81 a Lucilio, aconseja cómo debe aceptarse al hombre
ingrato: "Te quejas de haber encontrado un hombre desagradecido. Si ésta es la
primera vez, da gracias a la fortuna o a tu precaución. Pero en este negocio nada
puede la precaución, sino volverte cicatero; pues si quieres evitar este riesgo, no harás
beneficio alguno; pero vale más que los beneficios no tengan correspondencia que
dejarlos de hacer: aún después de una mala cosecha hay que volver a sembrar.
Muchas veces lo que se había perdido por una pertinaz esterilidad del suelo, lo
restituyó con creces la ubérrima cosecha de un año. Vale la pena, para encontrar un
agradecido, hacer cata de muchos ingratos. Nadie tiene en los beneficios la mano tan
certera que no se engañe muchas veces; yerren enhorabuena para dar alguna vez en
el blanco. El premio de la buena obra es haberla practicado". En santa Teresa
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LA VERACIDAD Y AFABILIDAD
por defecto a la afabilidad el espíritu de contradicción, que por sistema se sitúa siempre
contra la opinión de los demás.
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LA VIRTUD DE LA FORTALEZA
Dice santo Tomás en la 2-2, cuestión 123, 1: "Es propio de la virtud humana que
el hombre y sus actos se sometan a la razón, lo cual sucede de tres modos: en cuanto
la misma razón es rectificada, rectificación que le viene por las virtudes intelectuales;
en cuanto que la rectitud se aplica a los asuntos humanos, labor propia de la justicia; y
en cuanto que se vencen los obstáculos que impiden la rectitud, que pueden ser
objetos deleitables, lo cual se consigue por la templanza; y en cuanto hace frente a las
dificultades, y esto es obra de la fortaleza.
Dada la psicología humana dañada, y el entorno y circunstancia en que tiene
que vivir y crecer la vida cristiana, pocas virtudes commo la fortaleza son más
necesarias. Por eso Dios en la economía de su gracia la infunde con la gracia
santificante para encender el apetito irascible y la voluntad para que no desistan de
conseguir el bien arduo o difícil, aunque se corre peligro de muerte.
Dos son los actos que constituyen la fortaleza: atacar y resistir, como el soldado
en la batalla; el más difícil es resistir.
Se oponen a la fortaleza el temor o cobardía, la impasibilidad y la audacia.
Dentro del temor se incluye el respeto humano. La impasibilidad o indiferencia que no
teme los peligros reales, sólo se explica por el desprecio de la vida, por la soberbia o
por la necedad. En este mismo orden, la audacia o temeridad se expone a los peligros
sin causa justificada.
Son virtudes derivadas de la fortaleza la magnanimidad y la magnificencia, que
emprenden obras grandes con mucho coraje y confianza, a pesar de los grandes
dispendios que van a exigir.
Las dificultades y obstáculos que se presenten producidos por la tristeza, serán
vencidos por la paciencia; y si son debidos a la larga duración de la lucha o del trabajo,
que producen sufrimiento, son sorteados por la perseverancia y por la constancia.
Santa Teresa no habría llevado a cabo su gran empresa sin una dotación
extraordinaria y heroica de fortaleza. Es la virtud necesaria imprescindiblemente a los
fundadores.
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LA VIRTUD DE LA PACIENCIA
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LA VIRTUD DE LA PERSEVERANCIA Y DE LA CONSTANCIA
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EL TRABAJO
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LA VIRTUD DE LA TEMPLANZA
Vehementemente inclinados los hombres a gozar los placeres del gusto y del
apetito genésico en fuerza de realizar las operaciones necesarias para la conservación
del indivíduo y de la especie, necesitan una virtud reguladora del instinto altísimo
querido y ordenado por el Creador.
Por lo mismo que nacen espontáneamente esos impulsos de la misma
naturaleza, con gran facilidad tienden a salirse de cauce hacia lo prohibido, que es
donde la libertad humana colisiona con la ley, dado su gran empuje.
De ahí nace la necesidad de una virtud que dirija y facilite, llevando al hombre
por el camino de la mortificación de estímulos tan arraigados, moderando la inclinación
a los placeres sensibles, sobre todo del tacto y del gusto.
La templanza es la última en orden y en categoría de las virtudes cardinales,
porque modera los actos del propio indivíduo sin relación a los demás. Hay una
templanza natural, que regula esos instintos, iluminada por la luz de la razón. Hay,
además una templanza sobrenatural e infusa que tiene mayores exigencias, pues tiene
que seguir la luz de la fe.
Son partes integrantes de la templanza la vergüenza, o temor al oprobio, y la
honestidad que supone el amor al decoro. Las virtudes subjetivas que regulan el
sentido del gusto en orden a la conservación de la vida individual, son la abstinencia
que usa moderadamente los alimentos, y la sobriedad que ordena la bebida.
Santo Tomás señala los diversos modos con que se puede pecar en el vicio de
la gula: Comiendo fuera de las horas; con demasiado ardor; exigiendo manjares
exquisitos y refinados; y comiendo con exceso.
Las virtudes subjetivas que regulan el uso de los placeres de la generación, son
la castidad y la virginidad. La mansedumbre regula la ira y la clemencia el rigor del
castigo.
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LA VIRTUD DE LA CASTIDAD
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Escribió Don Gregorio Marañón que "era una necesario decir a los jóvenes que
la castidad no sólo no es pejudicial a la salud, sino ahorro de la actividad futura; y que
la condición viril se mide por la virtud de la renunciación" (Vocación y ética). Se
concluye hoy, 6 de julio, la celebración del centenario de la muerte de santa María
Goretti, «pequeña y dulce mártir de la pureza», como la definió mi venerado
predecesor Pío XII. Su cuerpo mortal descansa en la iglesia de Nettuno, en la
diócesis de Albano, y su preciosa alma vive en la gloria de Dios. ¿Qué les dice a los
jóvenes de hoy esta muchacha frágil, pero cristianamente madura, con su vida y
sobre todo con su heroica muerte? Marietta, como era llamada familiarmente,
recuerda a la juventud del tercer milenio que la auténtica felicidad exige valentía y
espíritu de sacrificio, rechazo de todo compromiso con el mal y disponibilidad para
pagar con el propio sacrificio, incluso con la muerte, la fidelidad a Dios y a sus
mandamientos.
¡Que actual es este mensaje! Hoy se exalta con frecuencia el placer, el egoísmo, o
incluso la inmoralidad, en nombre de falsos ideales de libertad y felicidad. Es
necesario reafirmar con claridad que la pureza del corazón y del cuerpo debe ser
defendida, pues la castidad «custodia» el amor auténtico. Que Santa María Goretti
ayude a los jóvenes a experimentar la belleza y la alegría de la bienaventuranza
evangélica: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»
(Mat 5,8). La pureza de corazón, como toda virtud, exige un entrenamiento diario de
la voluntad y una disciplina constante interior. Exige, ante todo, el asiduo recurso a
Dios en la oración. Las numerosas ocupaciones y los ritmos acelerados de la vida
hacen que en ocasiones sea difícil cultivar esta importante dimensión espiritual. Las
vacaciones veraniegas, que comienzan para muchos en estos días, si no son
«quemadas» por la disipación y la simple diversión, pueden convertirse en una
ocasión propicia para volver a dar aliento a la vida interior. Deseando que sea
provechoso el descanso veraniego para crecer espiritualmente, confío la juventud a
María, radiante de belleza. Que ella, que sostuvo a María Goretti en la prueba,
ayude a todos, en especial a los adolescentes y jóvenes a descubrir el valor y la
importancia de la castidad para construir la civilización del amor.
Cuando toda la sociedad está hoy bombardeada e intoxicada de erotismo y
pansexualismo, y la juventud ha perdido la sensibilidad hacia la virtud de la castidad, es
mayor la necesidad de enaltecerla, aunque sea clamar en el desierto.
La virtud de la castidad es una parte subjetiva de la templanza, que abarca un
campo excesivamente grande. Etimológicamente viene de la palabra castigar, porque
frena y domina apetitos y pasiones, reduciéndolos a la sensatez. Como los niños a
quienes se deja libres para que den rienda suelta a sus caprichos, se convierten en
seres indómitos, el hombre que deja en libertad a las pasiones es arrastrado por sus
energías desbordadas. Por eso es necesario su castigo, que lleva a cabo la castidad,
que es una fuerza contraria a los movimientos rebeldes de las pasiones de la parte
concupiscible respecto a los placeres venéreos. La castidad equilibra y modera y frena
esos instintos para que no lleguen a alterar el orden de la razón. Según santo Tomás:
"Tiene razón de virtud en cuanto que obra conforme al dictamen de la razón; y es fruto
del Espíritu Santo, en cuanto al gozo que en dicho acto existe".
Santa Teresa por naturaleza "aborrecía las cosas deshonestas".
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DE LA PASION DE LA IRA
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LA VIRTUD DE LA HUMILDAD
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LA SOBERBIA
La soberbia hace al hombre exclusivista, todo el brillo lo ambiciona para él. Con
el fin de sobresalir, ambiciona los primeros puestos, el mando, el dinero, las novedades
y las modas. Desea ser preferido y busca las alabanzas. Que nadie ose hacerle
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sombra.
Santo Tomás afirma que más que pecado capital es raiz y madre de todos los
pecados, incluso de los capitales. Fue el pecado de los ángeles y el de Adán y Eva. De
la soberbia se derivan la vanidad, que alardea delante de los demás de lo que tiene y a
veces de lo que no tiene; la presunción, el desprecio del prójimo que conduce a la
altanería, a la propensión a injuriar, a hacer a los demás objeto de burlas y de
humillaciones y vejaciones.
De la soberbia nacen también la envidia, los rencores y las venganzas; la
jactancia y la vanagloria. La soberbia en el pecado lleva la penitencia porque hace
desgraciados e infelices a los que la fomentan. Cada éxito de los demás es un suplicio
para los soberbios. Toda alabanza que se les dedica les parece pequeña. La soberbia
hace al hombre juguete del demonio. La pequeña tendencia orgullosa de hoy, se
convertirá mañana en insubordinación; y más tarde en herejía.
La soberbia, ante Dios priva al cristiano de méritos; ante los hombres cosecha el
desprecio; porque si hay compasión para el desgraciado y excusa para el pecador, no
se soporta al soberbio que resulta cada vez más antipático y se ve crecientemente más
y más aislado.
Soberbia fue el pecado de los fariseos que rechazaron a Cristo y tuvieron que
escuchar de la Verdad, las mayores diatribas salidas de la mansedumbre de su boca.
¿Y con honores mundanos pensamos imitar el desprecio que él sufrió para
que nosotros reinemos para siempre?, nos pregunta Santa Teresa. "¡Válgame Dios!
¿Por qué está aún en la tierra esta persona? ¿Qién detiene a quien tanto hace por
Dios? ¡Oh, que tiene mucho amor propio! Y lo peor que tiene es que no se quiere
dar cuenta de que lo tiene y es porque algunas veces le hace creer el demonio que
tiene obligación de tenerlo". Pues, créanme, ¡crean por amor del Señor a esta
hormiguita que el Señor quiere que hable, que si no quitan esta oruga, aunque no dañe
a todo el árbol, porque algunas virtudes quedarán, mas todas carcomidas".
SEXTA PARTE
textos y definiciones sobre la existencia del infierno y la eternidad de sus penas, pero
no es éste el lugar para aducirlos, por la brevedad que me impone esta introducción.
Sólo diré en cuanto a su eternidad que, aunque no pueda ser entendida por la
inteligencia humana, es claro que cuando Dios, suprema bondad y amor, castiga así,
está cargado de razón, aunque el hombre no lo comprenda.
Santo Tomás quiso escribir el Tratado de los Novísimos, pero la enfermedad y
la muerte se lo impidieron. Para terminar la Carta Magna de la Teología, que es la
Suma, se recurrió al comentario del Angélico a los cuatro libros de las Sentencias de
Pedro Lombardo. El tratado de los Novísimos, junto con la última parte de la
Penitencia, la extremaunción, el orden y el matrimonio, son de Santo Tomás, pero de
un Santo Tomás veinte años más joven. Les falta madurez. Hemos de completar su
doctrina con otras partes de la Suma y de otros tratados.
Al pasar por el hecho de la muerte, también misterio, cada hombre llega a su
propia escatología, aun antes de la parusía. La muerte tiene valor penal y carácter de
expiación y de reparación del triple mal del pecado: ofensa de Dios, o mal de Dios;
reato de culpa, o mal moral del hombre; y reato de pena que tiene características del
mal físico, del hombre también. Cristo murió para reparar estos tres males y su
sacrificio fue reparador y completo, y sus valores trascendentes llegan a los hombres a
través de los sacramentos y de las buenas obras, entre las cuales la definitiva, es la
muerte. Al salir de este mundo cada hombre es juzgado y merece su sanción: positiva
o negativa, cielo o infierno. Cuando el hombre se integra en la muerte de Cristo, se
incorpora a la redención y ésta unión constituye la obra de los redimidos. El hombre
que muera en Cristo entrará a ser integrado en la plenitud perfectiva de su cuerpo
místico, en el que Dios será todo en todos y gozará de la visión beatífica viendo a Dios
clara e inmediatamente tal como es. Sólo con esta visión conseguirá el hombre su
suprema felicidad: "Ahora vemos como por un espejo y oscuramente, entonces
veremos cara a cara" (1 Cor 13, 12). "Ahora somos hijos de Dios, aunque no se ha
manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando aparezca, seremos
semejantes a El porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2).
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MUERTE
Cristo a los hombres. Entre las buenas obras se cuenta la muerte, para la que Cristo
ganó con la suya capacidad de sacrificio cultual, expiatorio y satisfactorio.
Y así, la muerte del cristiano, aceptada por amor, recibe el valor de la triple
reparación de la muerte del Redentor.
La muerte es camino hacia la plenitud de la vida, tanto biológica como de gracia.
Por el Bautismo hemos entrado y participado en la muerte de Cristo, dice
vigorosamente san Pablo, (Rm 6, 5).
Santo Tomás dice: "La satisfacción de Cristo tiene efecto en nosotros porque
nos incorpora a él como los miembros a la cabeza..., por eso configurados con el
Señor a través de nuestra pasión y nuestra muerte, somos conducidos a la gloria
inmortal" (3,49 a 3).
La muerte de Cristo es camino para la vida inmortal del cuerpo, y para la
plenitud de la vida del alma, que se obtendrá en la gloria. Como miembros vivos de
Cristo cabeza logramos que su pasión y muerte nos lleven a la vida inmortal del cuerpo
y del alma.
La muerte para el cristiano no tiene sólo carácter de término, sino de punto de
partida. Con la muerte termina la vida terrena, pero comienza la de allá. El cuerpo
muere, no para convertirse en tierra sino para resucitar. El hombre muere no para
desaparecer definitvamente, sino para aparecer de nuevo inmortal.
La muerte de Cristo que ha destruido el pecado, nos deja la semilla de la vida,
"para caminar en una vida nueva" (Rm 6, 4), a través de una continuada muerte y
resurrección: Así pudo decir el Apóstol: "Cada día muero" (1 Cor 15,31).
Así es como caen los confines entre la vida y la muerte, porque "Cristo es la
resurrección y la vida; el que crea en Mí, aunque haya muerto, vivirá". Esta realidad de
fe no elimina la sensibilidad humana ante el hecho traumático de la muerte, pero le da
un sentido.
Lloró Jesús ante el sepulcro de Lázaro, a punto de resucitarlo. Y él mismo en
Getsemaní se sintió triste hasta la muerte y pidió que pasara de El el cáliz. Hablaba su
sensibilidad humana. Nuestra resurrección seguirá el modelo de Cristo.
A nuestra mente acuden nombres de personas, rostros, palabras hermosas,
que llenan el recuerdo de los días vividos juntos, de los lugares animados por personas
queridas y amadas. La realidad de que están con nosotros; de que son invisibles, pero
no ausentes; de que nos podemos comunicar con ellos, alivia la separación real, pero
no efectiva. Están presentes con su oración, inspiraciones, por su amor que
permanece completamente purificado, o en vías de purificación.
Santa Teresa ha sentido "unas ansias grandísimas de morirse, y así con
lágrimas muy frecuentes pide a Dios que la saque de este destierro".
2
EL JUICIO PARTICULAR Y EL JUICIO FINAL
La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o
rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla del
juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda
venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata
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resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28).
"Frente a Cristo, que es la verdad, será puesta al desnudo definitivamente la
verdad de la relación de cada hombre con Dios. El juicio final revelará hasta sus
últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien, o haya dejado de hacer
durante su vida terrena".
"El juicio final sucederá cuando Cristo vuelva glorioso. El Padre pronunciará por
medio de su Hijo, su palabra definitiva para toda la historia. Nosotros conoceremos el
sentido último de toda la obra de la creación y de la salvación, y los caminos
admirables por los que la Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último.
Revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus
criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte" (CIC 1039-1040).
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EL INFIERNO
ausencia con carácter de pena. Pena de daño, que es la pena esencial del infierno, y
corresponde al desorden de la separación de Dios.
La pena de sentido corresponde al segundo desorden, que es la entrega que
hizo el pecador de sí mismo a una criatura, es la conversión a las criaturas. Las penas
de sentido son el fuego, la llama, el lago, el crujir de dientes, el gusano roedor. Detrás
de estas palabras hay una realidad auténtica, un dolor físico, real, añadido a la
ausencia de Dios.
También es clara la eternidad del infierno, aunque no pueda ser entendido por la
inteligencia humana. Tengamos por seguro que cuando Dios, suprema bondad y amor,
castiga así, es que está cargado de razón, aunque no la alcance el hombre. Por eso la
Santa Madre Iglesia nos exhorta en la LG 48: "Como no sabemos ni el día ni la hora es
necesario según el consejo del Señor estar contínuamente en vela. Así, terminada la
única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y
ser contados entre los santos y no nos mandarán ir como siervos malos y perezosos al
fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes".
Santa Teresa es un excepcional testigo del infierno. No quiero anticipar su
testimonio. Sólo quiero puntualizar la exactitud con que distingue la pena de daño de la
de sentido.
4
GLORIA
facial, sin mediación de ninguna criatura, sino por manifestárseles la divina esencia de
manera inmediata y desnuda, clara y abiertamente, y gozan de la misma esencia, y por
tal visión y fruición, las almas de los que salieron de este mundo son verdaderamente
bienaventuradas y tienen vida y descanso eternos".
El Nuevo Catecismo reproduce ampliamente la anterior definición: "Los que
mueren en gracia y amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para
siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven tal cual es,
cara a cara. Definimos con autoridad apostólica que según la disposición general de
Dios, las almas de todos los santos y de todos los demás fieles muertos después de
recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar, o una vez
purificados después de la muerte aún antes de la reasunción de sus cuerpos y del
juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, estuvieron, están y estarán
en el cielo... Y después de la muerte y pasión de Cristo vieron y ven la divina esencia
con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura" (Benedicto XII)
(CIC 1023).
Igual que en el infierno, Teresa ha estado en el cielo. Oyó lo que ningún oído
humano ha podido oir y vió lo que los ojos no han podido ver. Nos refiere con sencillez
que a los primeros que vio fueron sus padres, y cosas tan maravillosas que quedó
fuera de sí. ¡Qué gloria, y qué garantía para nosotros sus lectores, que podemos
participar de su alegría!
"No perder un tantito de gozar más, y no perder bienes que son eternos", por
mucho que cuesten, es su inmenso deseo. Y de que todos gocen lo que ella. Ha
conocido a tiempo la patria verdadera. Que nos conceda a nosotros apreciarla y
desearla. No nos extrañemos de que los que de verdad le hacían compañía eran los
habitantes de aquella patria. Eran, son, los verdaderos vivientes.