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COMPENDIO DE TEOLOGIA TOMISTA

PRIMERA PARTE
TRATADO DE DIOS UNO Y TRINO Y CREADOR

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CREO EN UN SOLO DIOS PADRE TODOPODEROSO
EXISTENCIA DE DIOS
"Con estas palabras comienza el Símbolo de Nicea-Constantinopla. La
confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raiz en la Revelación Divina en la
Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios" (CIC, 200).
El mismo cuidado que ha tenido santo Tomás en escribir en su Suma Teológica
que la existencia de Dios no es evidente, lo ha tenido en afirmar que no por eso es
incognoscible, sino que es demostrable, por las conocidas cinco vías, del movimiento,
la causalidad, el ser contingente y necesario, los grados de perfección y el gobierno del
mundo. Por estos caminos concluye que Dios existe, como existe el arquero que
dispara y dirige la flecha inteligentemente. Así se expresa el Vaticano II: "Confiesa el
Santo Concilio "que Dios, Principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con
seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas" (cf. Rm 1,
20); pero enseña que hay que atribuir a su revelación "el que todo lo divino que por su
naturaleza no sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer todos fácilmente,
con certeza y sin error alguno, incluso en la condición presente del género humano"
(DV, 6).
A través de los tiempos han sido muchos los errores que han negado esa
existencia, y el fenómeno del ateismo ha llegado hasta nuestros días, originado por
diversas causas. En él tienen su parte de responsabilidad, según la Gaudium et Spes,
19, los propios creyentes: El descuido de la educación religiosa, la inadecuada
exposición de la doctrina católica y los defectos de la vida religiosa, moral y social de
los creyentes, que han velado más que revelado el genuino rostro de Dios, ha
originado el agnosticismo, el positivismo, el criticismo de Kant, y otros errores que,
aunque hoy se presentan como modernos, tienen una larga historia.
Además de esta fuente de conocimiento de la existencia de Dios racional y
natural, está la Divina Revelación. Dios se ha manifestado a Sí mismo, se nos ha
revelado: "Yo soy el que Soy". Y se ha revelado también particularmente a algunos
hombres.
Una de esas criaturas privilegiadas ha sido Santa Teresa. Ella ha
experimentado la existencia de Dios. Ha vivido con Dios de una manera excepcional
que la constituye en testigo calificado de Dios Vivo. De un Dios que existe y vive en
todas partes pero de manera más preeminente "en lo muy interior de su alma". Como a
Moisés, que lo vió en la zarza ardiendo y se le manifestó el misterio con certeza, y a
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Jacob en la escalera que llegaba hasta el cielo, se le ha hecho visible a Teresa vivo y
palpitante, amigo, padre, rey y hermano, esposo de sangre, fiel y premio. Sin Dios no
se comprende la vida de Teresa. Dios es la razón de ser y existir y trabajar hasta la
muerte de Teresa.

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ATRIBUTOS DIVINOS

El Angélico después de haber probado la existencia de Dios, estudia su


naturaleza removiendo imperfecciones y atribuyendo a Dios de modo eminente e
infinito todas las perfecciones de las creaturas. Argumenta y se vale para ello de la
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razón y de la fe. Santa Teresa siembra a voleo en sus obras la fe y la experiencia,


que fruitivamente ha gozado, de los distintos atributos de Dios. Como ante Moisés en el
monte Horeb, ha pasado ante Teresa "el Señor proclamando: el Señor, el Señor, el
Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel" (Ex 34, 6).
Con la diferencia de que ante Moisés no pasa Cristo, porque no han llegado los
tiempos a su plenitud, en cambio Dios en Teresa se representa en Cristo, "en quien
habita la plenitud total de la divinidad" (Col 2, ) y por eso todas las gracias y hermosura
de Dios las contempla en El.
Es muy difícil sistematizar el pensamiento de la mistagoga en este punto, pero a
pesar de ello, aventuro este muestreo buceando en su opulenta policromía.

SIMPLICIDAD Y PERFECCION ABSOLUTA DE DIOS

Por la Escritura conocemos que Dios es espíritu, "Dios es espíritu, y los que le
adoran han de adorarle en espíritu y verdad" (Jn 4, 24). Los Padres y el Magisterio
confiesan también su simplicidad, junto con la razón teológica, que excluye de El
cualquier género de composición de partes.
La perfección consiste en la ausencia de potencia, como capacidad de adquirir
alguna perfección. Como Dios es Acto purísimo sin sombra alguna de potencia,
necesariamente Dios es el Ser Perfectísimo.
Su plenitud de Ser, de Bondad, de Energía y Hermosura e infinitud, y todas las
perfecciones que podamos contar, es exclusiva de su Esencia perfectísima.

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BONDAD DE DIOS

La bondad de Dios viene probada por la misma Escritura, pues el mismo Jesús
dijo que "Nadie es bueno, sino sólo Dios" (Lc 18, 19), y la bondad es la cualidad de
bueno.
En buena Teología Dios es infinitamente y ontológicamente bueno por ser el
Bien Sumo. Si Dios es infinitamente perfecto, como hemos probado en la introducción
anterior, ha de ser también infinitamente bueno, porque como tal, tiene todas las
perfecciones y la bondad es una de las mayores. Si Dios es infinitamente perfecto, es
infinitamente bueno, y si es infinitamente bueno, es infinitamente perfecto.
Además de su bondad ontológica y esencial pertenece al Sumo y Absoluto Bien
la bondad moral, que es la santidad, de la que la Divina Revelación es pródiga en
argumentos, y también la bondad bienhechora, por la que lo ha creado todo, porque si
el bien es difusivo de sí mismo, el Sumo Bien es sumamente difusivo de sí mismo, y
esta difusión tiene su ápice y cumbre en la Redención. "Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo Unico para que el mundo se salve por El" (Jn 3, 16).
Desde la bondad sin límites, como de un inmenso surtidor en incesante
movimiento centrífugo, llega perennemente a toda la creación terrestre, sideral y
celeste, sin que se pueda agotar, el efluvio de la Bondad infinita como causa eficiente
de la bondad que encontramos en las creaturas. La infinita Bondad, como un volcán
benéfico, lanza sus llamas incandescentes e incendiarias a sus creaturas,
enriqueciéndolas y beneficiándolas.
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BELLEZA Y HERMOSURA DE DIOS.

El tercer trascendental, la belleza y hermosura, equivale a la bondad y su raiz


está en la forma. Así pues lo bueno es bello y lo bello y hermoso es bueno. Una
diferencia hay, y es que lo bueno es deseado por el apetito, sensitivo o espiritual:
"Como la cierva va sedienta a la corriente de las aguas, mi alma tiene sed del Dios
vivo" (Sal 41, 2). Es el hambre y la sed de la justicia.
Porque, como dice Aristóteles, "bueno es lo que todos desean", y lo bello es lo
que el conocimiento y la vista reconocen como tal, por la calidad de su integridad,
armonía, proporción y claridad. Así consideramos hermoso y bello lo que agrada a los
sentidos que, de alguna manera, conocen y son también entendimiento.
Ocurre, sin embargo, que deslumbrados por las migajas de la belleza de las
criaturas, los hombres podemos idolatrarlas, olvidando la hermosura del Creador, de la
que procede toda la belleza intramundana y celestial. "Seducidos por su hermosura, los
consideraron dioses, en vez de conocer al Autor de la belleza que hizo todas las cosas"
(Sb 13, 3).
Cuando, como Teresa, alguien ha visto algo de la hermosura de Dios (ella nos
dice ingénuamente que cuando vió por primera vez una sola mano gloriosa de Cristo
quedó desatinada), ya no ha podido detenerse en hermosuras creadas que, pálidas y
pobres, han quedado eclipsadas por la Suprema Hermosura del Creador y, como San
Juan de la Cruz, deseará "Vámonos a ver en tu hermosura, al monte y al collado, do
mana el agua pura, entremos más adentro en la espesura" (Cántico espiritual, c 36).
Y pedirá: "que de tal manera esté yo transformado en tu hermosura, que, siendo
semejante en hermosura, nos veamos los dos en tu hermosura, teniendo yo ya tu
misma hermosura; de manera que, mirando el uno al otro, vea cada uno en el otro su
hermosura sola, absorto yo en tu hermosura; y así te veré en tu hermosura, y tu te
verás en mí en tu hermosura; y así parezca yo en tu hermosura, y parezcas tú yo en tu
hermosura; y mi hermosura sea tu hermosura, y tu hermosura, mi hermosura; y así nos
veremos el uno al otro en tu hermosura" (Ib 5).
Claro que la hermosura de Dios es espiritual.

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INFINIDAD DE DIOS

En ningún texto de la Escritura encontramos afirmada explícitamente la infinidad


de Dios, pero implícitamente consta en muchos, todos aquellos que se refieren a que
es incomprensible su poder y su sabiduría, su poder y grandeza... "Grande es el Señor
y muy famoso, es incalculable su grandeza... su inmensa bondad"... (Sl 144, 3, 7);
Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida" (Ib 146, 7).
Yahvé revela a Moisés: "Yo soy el que Soy", es decir, es el ser que existe por sí
mismo, sin que le venga el ser de otro, el Ser Subsistente. El infinito.
El infinito es el ser que no tiene fin, que carece de límites. Si Dios es la
perfección absoluta, es porque es Acto Puro, que porque siempre está en acto, nunca
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pasa de potencia a acto.


Según el Magisterio de la Iglesia "Dios es inmenso, incomprensible, infinito en
su entendimiento y en su voluntad y en toda perfección" (Vaticano I, D 1782).
Hablando y escribiendo vulgarmente se atribuye lo infinito a los actos de las
criaturas, seres no subsistentes, que son obra del Creador, por eso su nombre de
criaturas.
Un delineante, por ejemplo, podrá diseñar una línea que puede ser prolongada
infinitamente, pero esa línea en el momento en que ha sido trazada, no es infinita,
aunque no tenga término en el tiempo y en el espacio su prolongación. Estoy hablando
del infinito relativo, que se designa con otro nombre, indefinido. El indefinido no
tiene límites en potencia, pero los tiene en acto. No es éste el concepto de infinito que
atribuímos a Dios, sino el infinito ahora y siempre, es decir, infinito en acto, infinito
actual absoluto, porque es Ser Subsistente con perfección absoluta.
Para expresarlo más claramente. Un pintor genial tiene infinitas posibilidades,
potencias, de expresar su talento, potencias que son infinitas mientras actúa en su
obra, pero que, cuando la acaba, todas sus posibilidades indefinidas, o relativamente
infinitas, han llegado a su fin.
El Acto Puro en cambio, actúa simultáneamente todas sus posibilidades, que
son infinitas, y de él nace todo lo grande y todo lo bello y todo lo perfecto que ha sido,
es y será o podría ser, sin límite, ni condición. Sólo El es. "Soy el que soy".
"Al revelar su nombre misterioso de YHWH,...Dios dice quién es y cómo se debe
llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un
Nombre revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por eso mismo
expresa mejor a Dios como lo que El es, infinitamente por encima de todo lo que
podemos comprender o decir: es el "Dios escondido" (Is 45, 15), su nombre es inefable
(cf 13, 18), y es el Dios que se acerca a los hombres" (CIC 206).
"Dios trasciende el mundo y la historia. El es quien ha hecho el cielo y la tierra:
"Ellos perecen, mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan... pero tú
siempre eres el mismo, no tienen fin tus años" (Sal 102, 27-28). En él "no hay cambios
ni sombras de mutaciones" (St 1, 17). El es "El que es", desde siempre y para siempre
y por eso permanece fiel a sí mismo y a sus promesas".
"Por tanto, la revelación del Nombre inefable "Yo soy el que soy", contiene la
verdad que sólo Dios ES...: Dios es la plenitud del Ser y de toda perfección, sin origen y
sin fin. Mientras todas las criaturas han recibido de El todo su ser y su poseer. El solo
es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es" (Lc 212-214).

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INMENSIDAD Y UBICUIDAD DE DIOS

Ha escrito el Doctor Angélico en la Suma Teológica: "Dios está en todas partes


por potencia en cuanto que todos están sometidos a su poder. Está por presencia en
cuanto que todo está patente y como desnudo a sus ojos. Y está por esencia en cuanto
está en todos como causa de su ser" (I, 8, 4).
Si Dios es infinito, lo llena todo, por tanto con perfecta lógica estudia santo
Tomás la inmensidad u omnipresencia de Dios y su ubicuidad, después de haber
probado su infinidad.
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Inmensidad y ubicuidad son dos conceptos distintos, aunque se usan


indistintamente. La inmensidad es la aptitud que tiene Dios, aun antes de la creación,
para existir en todas las criaturas y en todos los lugares. La ubicuidad es posterior a la
existencia de las criaturas.
Santa Teresa, que creía en la sola presencia de Dios por gracia, se encontró
desorientada cuando por via mística experimentó la presencia de inmensidad, . Lo
preguntó a un letrado, que lo ignoraba tanto como ella, y le dijo que era así, que sólo
estaba presente por gracia.
La verdadera doctrina es que Dios está presente en todas sus criaturas por
presencia, visión o conocimiento, porque las ve todas. Por potencia porque influye y
ejerce su poder en todas. Y por esencia porque las está creando y conservando, por lo
que la conservación es una creación continuada.
En resumen: Dios nos ve a todos y todo. Dios actúa en todos y en todo. Dios
nos sostiene a todos y a todo. Si el retirara su mano todo volvería a la nada: "les retiras
el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo" (Sal 103).
Además de esta presencia de inmensidad se dan en Dios otras presencias de
gracia: La inhabitación por la gracia en el alma, en la que está como Padre y como
Amigo, la presencia personal o hipostática, que sólo se da en Cristo y la presencia
eucarística.
Así lo cree la Iglesia fundada en la Revelación de Dios.

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INMUTABILIDAD Y ETERNIDAD

"Todo buen regalo, todo don acabado viene de arriba, del padre de los astros,
en el cual no hay cambio ni períodos de sombra" (St 1, 17). "Al principio cimentaste la
tierra y el cielo es obra de tus manos; ellos perecerán, tú permaneces, se gastarán
como ropa, serán como vestido que se muda. Tú, en cambio, eres aquél cuyos años
no acabarán" (Sal 102, 26). "El plan del Señor dura siempre, sus proyectos de edad en
edad" (Ib 32, 11).
La palabra de la Revelación, como comprobamos en los anteriores textos, nos
confirma la inmutabilidad y la eternidad, que son los atributos que excluyen en Dios
todo cambio o mutación y le atribuyen permanencia perpétua en su ser y en su obrar.
Así lo cree la Iglesia y así lo ha afirmado en varios concilios, el IV de Letrán, el II de
Lyón, el de Florencia y el Vaticano, definiendo contra los panteístas.
Santo Tomás argumenta la inmutabilidad de Dios desde la demostración de que
Dios es Acto Puro, ser simplicísimo de perfección infinita. Porque si es Acto Puro no
hay en El potencia, que es propia del ser mudable. Si es infinito debe tener todas las
perfecciones, y el ser mudable lo es, o porque adquiere una perfección nueva, o
porque la pierde, y en un caso y en otro, deja de ser infinito. Pero como Dios es infinito
es también inmutable, atributo que, por otra parte, sólo es propio de Dios.
ETERNIDAD DE DIOS. Si Dios es inmutable es también eterno, porque la
eternidad es consecuencia de la inmutabilidad. "Antes que naciesen los montes o fuera
engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre tú eres Dios" (Sal 89, 2).
"Ha establecido el poder de su sabiduría, es el único desde la eternidad, no puede
crecer ni menguar ni le hace falta un maestro" (Ecclo 42, 21). "Yo soy el Alfa y la
Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso" (Apc
1, 8). "Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, el honor y la gloria por los
1

siglos de los siglos. Amén"(1 Tim 1, 17).


Dice Santo Tomás: "El concepto de eternidad se deriva del de inmutabilidad y
como Dios es absolutamente inmutable es ser eterno, y no solamente es eterno, sino
que es su misma eternidad".
En consonancia con esta doctrina nos dice Teresa: "Dios no se muda". "Bendito
seais Vos, Dios y Señor mío, que sois inmutable por siempre jamás, amén; quien os
sirviere hasta el fin, vivirá sin fin en vuestra eternidad".

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CÓMO SE PUEDE CONOCER A DIOS Y HABLAR DE EL.

Después de estudiar santo Tomás la naturaleza de Dios en sí mismo, que


trasciende a todas las criaturas, viene a considerar cómo se le puede conocer y cómo
se puede decir en nuestro lenguaje humano su grandeza.
Tres son los modos de conocer a Dios, el inmediato y facial o intuitivo; el
discursivo y racional; y el obscuro de la fe. El primero, la visión inmediata y directa, no
impedida por obstáculos internos o externos, que se hace posible por la presencia
directa ante la persona que contemplamos, sólo la gozan los bienaventurados en el
cielo; el segundo o racional, es el que poseen los teólogos e incluso los filósofos
antiguos con la luz de la razón; el tercero es propio de los creyentes, por la obediencia
de la fe a la revelación de Dios. Por el primero y el tercero se conoce a Dios de modo
sobrenatural. Por el conocimiento racional, se conoce a Dios de manera puramente
natural.
Queda dicho que el conocimiento inmediato es propio de los bienaventurados,
como lo afirma la Escritura: "Le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2). "Entonces veremos
cara a cara. Ahora conozco sólo en parte, entonces conoceré como soy conocido" (1
Cor 13, 12).
Testigo el Magisterio de la Iglesia: "Los bienaventurados ven la esencia divina"
(Benedicto XII). Y el Concilio de Florencia: "Contemplarán claramente al mismo Dios
uno y trino, como es en sí mismo". Y esto mediante la luz de la gloria.
Dios puede ser conocido por la razón natural: "De la grandeza y hermosura de
las criaturas, por razonamiento, se llega a conocer a su Creador" (Sab 13, 6). Y la
Iglesia ha dicho que "el discurso natural puede demostrar con certeza la existencia de
Dios y la infinidad de sus perfecciones".
Finalmente, Dios puede ser conocido por la fe, que es la luz superior de la
revelación: "Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otros tiempos a
nuestros padres por ministerio de los profetas, últimamente en nuestros días nos ha
hablado por su Hijo" (Hb 1, 1).
Dice santo Tomás que la revelación oscura de la fe es la antorcha que guía al
hombre que peregrina en esta vida; la revelación clara de Dios es el sol esplendoroso
que ilumina la celestial Jerusalén.
"Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia
expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con
todos los hombres. Esta convicción está en la base de su diálogo con las otras
religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los no creyentes y los ateos.
Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo
es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro
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modo humano limitado de conocer y de pensar" (CIC, 39-40).


Como todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, las
perfecciones de éstas reflejan la perfección infinita de Dios. Pero es necesario purificar
nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión en imágenes, para no
confundir al Dios "inefable, incomprensible, inalcanzable" (san Juan Crisóstomo), con
nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre
más acá del misterio de Dios. Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa de
modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, aunque no pueda expresarlo en su
infinita simplicidad. Pues "entre el Creador y la criatura no se puede señalar una
semejanza tal que la diferencia entre ellos no sea mayor todavía" (C. Letrán IV).
Nosotros no podemos captar de Dios lo que El es, sino solamente lo que no es, y el
modo como los demás seres se sitúan con relación a El" (S. Tomás, Suma contra gent.
1, 30) (Ib 41-43).
Santa Teresa recibió en su vida experiencia real y personal de Dios y de sus
misterios. De ésto nos da testimonio en sus escritos en los que nos descubre, como
puede, porque no puede decir todo lo que ha visto y ha gozado, ni nos puede llegar a
hablar y decir y "encarecer" con palabras humanas, todo lo que se le ha "descubierto
de Dios", que a ella la ha inflamado más y más en amor y en deseos de verle tanto
más "cuanto más se le ha descubierto lo que merece ser amado este gran Bien y
Señor". 9
LA CIENCIA DE DIOS

Después de reflexionar y estudiar sobre la naturaleza divina, reflexionamos


sobre sus obras, porque el obrar sigue al ser, o sea, el ser, primero es, después obra.
En Dios hay dos géneros de operaciones, unas inmanentes y otras transeuntes. Las
inmanentes permanecen en el mismo Dios y son: entender, y a ésta sigue la operación
de querer, pues sólo puede ser querido un bien previamente conocido. Las
operaciones transeuntes producen un efecto exterior y extrínseco al mismo Dios, como
el poder de Dios sobre toda la creación.
Lo que Dios conoce origina su ciencia, tomada aquí en su más amplio sentido,
como conocimiento cierto y evidente de las cosas. Por tanto cuando hablamos de
ciencia de Dios, estamos hablando de conocimiento de Dios.
Es de fe que Dios es infinitamente inteligente y que su ciencia o conocimiento o
sabiduría son infinitas. Lo dice en diversos lugares la Sagrada Escritura: "El Señor es
un Dios que sabe, él es quien pesa las acciones" (1 Sm 2, 3); "En El están la sabiduría
y el poder; suyo es el consejo, suya la prudencia" (Jb 12, 13); "El hizo sabiamente los
cielos" (Sal 135, 5); "¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y ciencia de Dios!
¡Cuán insondables son sus juicios y cuán inescrutables sus caminos!" (Rm 11, 33).
El Concilio Vaticano I define que Dios es infinito en su entendimiento, en su
voluntad y en todas las perfecciones... y que todo está desnudo y patente a sus ojos.
Santo Tomás razona que cuanto más inmaterial es un ser más conocimiento
tiene. Las plantas no conocen, porque son puramente materiales. Y el entendimiento
humano conoce mejor que los sentidos, porque está más alejado de la materia. Pero
Dios es espíritu purísimo, luego es infinitamente inteligente y lo conoce todo con infinita
perfección.
Santa Teresa adopta la palabra sabiduría casi siempre para designar la ciencia
y el conocimiento de Dios. "Ante la Sabiduría infinita, vale más un poco de estudio de
humildad y un acto deella, que toda la ciencia del mundo".
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LA VERDAD

Escribe santo Tomás: "Puesto que únicamente hay ciencia de lo verdadero, tras
el estudio de la ciencia de Dios, debemos tratar de la verdad" (1, 16).
La verdad está en el entendimiento en cuanto que conoce las cosas como son.
Y está en las cosas en cuanto que pueden amoldarse al entendimiento. Estas
condiciones se encuentran en Dios en máximo grado, pues su ser se adapta a su
entendimiento y, además su ser es su mismo entender, y su ser es la medida y la
causa de todos los demás seres. Por tanto, no sólo en Dios está la verdad, sino que El
es la primera y la suprema verdad. Ha dicho Jesús: "Yo soy el camino, la verdad y la
vida".
Cada una de las verdades del mundo creado son irradiación y esplendor de la
suprema verdad. El hombre, que tiene un anhelo insaciable de verdad, por el cual
tiende hacia ella con todas sus fuerzas, no puede prescindir del alimento de la verdad,
y la busca con todas sus ansias, como lo reconoce bellamente san Agustín: "Donde he
hallado la verdad allí he hallado a mi Dios, la verdad en persona" (Conf, 24, 35).
En el impresionante capítulo 40 de Vida, Santa Teresa nos refiere que supo que
le hablaba la misma Verdad, sin que ella viera quién le revelaba "una verdad, que es
suma de todas las verdades". Y comprendió "qué cosa es andar mi alma en verdad
delante de la misma Verdad".
"En todas sus obras Dios muestra su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su
verdad. "Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad" (Sal 138, 2). El es la Verdad,
porque "Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna" (1 Jn 1, 5) (CIC, 214). "Es verdad el
principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios" (Sal 119, 160). "Ahora, mi
Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad" (2 S 7, 28); por eso las promesas de
Dios se realizan siempre (cf Dt 7, 9).
Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre
se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra de Dios
en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una mentira
del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su
fidelidad".
"La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del
gobierno del mundo (cf Sb 13, 1-9). Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf Sal
115, 15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas
creadas en su relación con él (cf Sb 7, 17-21)".
Dios es también verdadero cuando se revela: la enseñanza que viene de Dios
es "una doctrina de verdad" (Ml 2, 6). Cuando Dios envíe su Hijo al mundo, será para
"dar testimonio de la Verdad" (Jn 18, 37): "Sabemos que el Hijo ha venido y nos ha
dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero" (1 Jn 5, 20) (Ib 215- 217).
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11.-DIOS ES LA VIDA
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La ciencia de Dios procede de su entendimiento, y entender es propio de los


seres vivientes, luego Dios es un ser Vivo. Es más, Dios es la Vida. "Mi corazón y mi
carne retozan por el Dios vivo", (Sal 83, 3. Entendemos por seres vivientes a los que se
mueven por sí mismos, o sea, que tienen un movimiento inmanente, local, o intelectual,
como entender y amar.
Por analogía llamamos agua viva, al agua que brota de manantial, en
contraposición al agua estancada, o muerta. También a la llama que flamea la
designamos como llama viva, en contraposición al fuego del carbón encendido, que no
se mueve. Es evidente que hay diversos grados de vida y la vida de Dios es el
supremo grado de Vida, de la que nacen todas las vidas, porque El, no sólo tiene vida,
sino que es la misma Vida: "Yo soy la Vida" (Jn 14, 6).
"Dios llama a Moisés desde una zarza que arde sin consumirse y dice a Moisés:
"Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob"
(Ex 3, 6). El que había llamado y guiado a los patriarcas en sus peregrinaciones. Es el
Dios fiel y compasivo que se acuerda de ellos y de sus promesas; que viene para librar
a sus descendientes de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y del tiempo
lo puede y lo quiere, y que pondrá en obra toda su Omnipotencia para conseguir su
designio" (CIC, 205).
Y es hermoso seguir leyendo palabras de la Escritura, como argumento infalible
de la misma vida de Dios: "Yo doy la vida, yo doy la muerte..., yo alzo al cielo mi mano
y juro por mi eterna vida" (Dt 32, 39); "mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?" (Sal 42, 3); "mi corazón y mi carne retozan
por el Dios vivo" (Sal 83, 3); "te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios" (Mt 26, 63); "En El estaba la vida y la vida era la luz de los
hombres" (Jn 1, 4); "pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dió también
al Hijo tener vida en sí mismo" (Jn 5, 26);"...al que está sentado en el trono, que vive
por los siglos de los siglos" (Ap 4, 9).
Vida de Dios que coincide con su mismo ser y, por consiguiente hace que sea la
misma vida infinita y por esencia, y que sea causa eficiente y ejemplar de todos las
vidas creadas. Santa Teresa dirá con ternura: "Sí, que no matáis a nadie, vida de
todas las vidas"; "¡Oh, Vida que la dais a todos!".

12.-LA VOLUNTAD DE DIOS

En el tema 9, al hablar de la ciencia de Dios, hemos probado que Dios es


infinitamente inteligente. Como la voluntad es consecuencia de la inteligencia, la
voluntad de Dios es infinita.
Así dice santo Tomás: "Puesto que en Dios hay entendimiento, hay voluntad, y
por lo mismo que su entender es su ser, también lo es su querer".
Leemos en el libro del Génesis 1, 3: "Dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz
existió"; y en el salmo 134, 6: "El Señor todo lo que quiere lo hace, en el cielo y en la
tierra, en los mares y en los océanos".
"Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt 6, 10). "No todo el que
dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de
mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21). "Para ser vosotros capaces de distinguir lo
que es voluntad de Dios, lo bueno, conveniente y acabado" (Rm 12, 2). Podríamos
aducir múltiples textos más.
El Magisterio de la Iglesia ha definido expresamente: "La santa, católica,
1

apostólica, romana Iglesia cree y confiesa la existencia de un solo Dios verdadero y


vivo, infinito en su entendimiento y voluntad y en toda perfección" (Vaticano I).
En Dios pues, hay voluntad, cuyo objeto formal y primario es su Bondad infinita,
y secundario, todas las cosas creadas, en las que se refleja la Bondad infinita, pues "el
Señor lo ha hecho todo para sus fines".
Distinguen los teólogos la Voluntad de Dios en voluntad de beneplácito y de
signo, absoluta y condicionada, antecedente y consiguiente, simple y ordenada,
necesaria y libre, eficaz e ineficaz.
En la antología de Teresa encontraremos, no elucubración, sino afirmación de
que la Voluntad de Dios sabe lo que hace y nos conviene, mejor que nosotros mismos.
Cree en la voluntad de beneplácito que aún no se ha manifestado al exterior, pero
acepta la voluntad de signo, que ya es conocida por manifestada mediante las obras,
preceptos, consejos, prohibiciones y permisiones de Dios.
Sabe que "el corazón del rey es como una acequia en manos de Dios" (Prv 21,
1). Por eso "aunque la higuera no eche yemas y las viñas no tengan fruto, aunque el
olivo olvide su aceituna y los campos no den cosechas, aunque se acaben las ovejas
del redil y no queden vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en
Dios, mi salvador" (Ha 3, 13).
Por eso cantará: "Si queréis, dadme oración, - si no, dadme sequedad, si
abundancia o devoción, - y si no esterilidad - sea viña fructuosa - o estéril, si cumple
así".
Santa Teresa hace mucho más que afirmar y probar que en Dios hay Voluntad.
La cumple y cifra su teología en hacer que nuestra voluntad se una con la de Dios. Su
enseñanza estriba en que nuestra decisión ha de ser cumplir la Voluntad de Dios,
como ella la ha cumplido: "Vuestra soy para Vos nací - ¿qué mandáis hacer de mí?".

13.-EL AMOR DE DIOS

El amor es el acto más característico y propio de la voluntad. Por eso, cuando


deseamos el bien, que es el objeto de la voluntad, lo deseamos porque lo amamos
pues el bien siempre es deseable y apetecible. Todos los seres dotados de voluntad
aman, pero su amor es limitado porque lo es su voluntad. Siendo infinita la voluntad de
Dios, su amor es también infinito.
El mismo Dios en la Revelación, se ha llamado Amor: "Dios es Amor" (1 Jn 4,
16), lo que significa no sólo que ama, sino que El es el amor mismo, viviente y
sustancial.
Pero ¿qué es lo que Dios ama, para seguir siendo Dios? Porque si Dios ama
algo que no sea El mismo, deja de ser infinito, que, por serlo no le falta ninguna
perfección.
Lo que Dios ama es El mismo en razón de Bien sumo y, naciendo de su mismo
bien y bondad el deseo de participar su mismo bien, por razón de la difusividad del
bien, ama el bien suyo que hay en cada criatura.
"Dios así como no ama ninguna cosa fuera de sí, así no ama a ninguna cosa
más bajamente que a sí porque todo lo ama por sí mismo... Amar Dios al alma es
meterla en cierta manera en sí mismo, igualándola consigo, con el mismo amor con
que El se ama" (San Juan de la Cruz C 32, 6).
15

Dios ama no porque sea buena la criatura, sino que la criatura es buena porque
Dios la ama. En este sentido dice san Pablo: "¿Quién es el que a tí te hace preferible?
¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no lo
hubieras recibido?" (1 Cor 4, 7).
Por otra parte, el amor tiene poder unitivo. Cuando uno se ama a sí mismo,
quiere el bien para sí, y busca incorporar ese bien a sí mismo poseyéndolo, con lo cual
se une el que ama con el bien que ama. Y cuando amamos y deseamos el bien para
otro, consideramos a ese otro como nuestro mismo yo, es decir, incorporamos a
aquellos para quienes queremos el bien a nuestro propio yo, porque al desearles el
bien a ellos, los consideramos como una prolongación de nuestra misma persona, por
eso el amor une. "Conglutinó el alma de Jonatán con el alma de David".
De donde si el amor de un hombre para con otro hombre fue tan fuerte que
pudo conglutinar un alma con la otra, ¿qué será la conglutinación que hará el alma con
el esposo Dios, el amor que tiene el alma al mismo Dios, especialmente siendo Dios
aquí el principal amante?" (Ib C 31, 2).
Por eso Dios no quiere de nosotros otra cosa más que amor, porque, como nos
ama y El sabe que no nos puede venir el bien más que de la unión con El, Sumo Bien,
y sólo el amor nos une con El, queriendo engrandecernos, desea nuestro amor.
"Como no hay otra cosa en que más nos pueda engrandecer que igualándonos
consigo mismo, por eso solamente se sirve de que le amemos, porque la propiedad del
amor es igualar al que ama con la cosa amada" (Ib Anotación para la Canción 28).

"A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón
para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor
gratuito. E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor, Dios no
dejó de salvarlo y de perdonarle su infidelidad y sus pecados. El amor de Dios a Israel
es comparado al amor de un padre a su hijo. Es más fuerte que el amor de una madre
a sus hijos.
Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada; vencerá incluso las
peores infidelidades; llegará hasta el don más precioso de su Hijo único. El amor de
Dios es eterno. "Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor
no se apartará de tu lado" (Is 54, 10). "Con amor eterno te he amado: por eso he
reservado gracia para tí" (Jr 31, 3). Pero S. Juan irá todavía más lejos al afirmar: "Dios
es Amor"; el ser mismo de Dios es Amor.
Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios
revela su secreto más íntimo; El mismo es una eterna comunicación de amor: Padre,
Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en El" (CIC, 218-221).
Santa Teresa, llena de gratitud dirá: "¡Oh Amor que me amas más de lo que yo
me puedo amar ni entiendo! Sin tener que amar amáis / Engrandecéis nuestra nada".

14.-LA JUSTICIA DE DIOS

Que en Dios existe la justicia distributiva, que brilla en el admirable orden del
universo, es evidente. Dios, que ha destinado una naturaleza para cada ser y ha
entregado a cada uno una misión en orden a conseguir el fin último, que es la
manifestación de su bondad, sabiduría y belleza, ha otorgado también a cada uno las
propiedades de su naturaleza, y ha colocado a cada ser en su jerarquía, y ha repartido
15

sus dones y sus gracias, ministerios y carismas, con la riqueza que corresponde a su
fin, para que todos puedan dar su nota en el universo, que ayude a componer la
armonía y la felicidad. Y todo ello, no porque Dios deba nada a las cosas creadas, sino
porque lo debe a su propia justicia que, siendo una perfección, ha de estar en Dios de
manera infinita, porque El es la perfección absoluta.
Dice San Dionisio: "Se comprueba que la justicia de Dios es verdadera viendo
que da a todos los seres lo que les corresponde según la dignidad de cada cual, y que
conserva la naturaleza de cada cosa en su propio sitio y con su propio poder".
La Revelación abunda en testimonios de la justicia de Dios: "En sus días se
salvará Judá, Israel vivirá en paz, y le darán el título "Señor, justicia nuestra" (Jr 23, 6).
"Lo que has hecho con nosotros está justificado, todas tus obras son justas, tus
caminos son rectos, tus sentencias son justas" (Dn 3, 27-28). "Porque el Señor es justo
y ama la justicia: los honrados verán su rostro" (Sal 11, 7). "A tí, Señor, me acojo, no
quede yo nunca defraudado; tú que eres justo ponmme a salvo" (Sal 31, 2). "Júzgame
tú según tu justicia; Señor, Dios mío, que no triunfen de mí" (Ib 35, 24).
"... cuando se revelará el justo juicio de Dios, que pagará a cada uno según sus
obras" (Rm 2, 5). "Padre justo, aunque el mundo no te ha reconocido, yo te
reconocí"...(Jn 17, 25). "Mia es la venganza, yo daré lo merecido" (Rm 12, 19). "Ahora
ya me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez justo, me premiará el
último día" (2 Tm 4, 8).
El Vaticano I definió que Dios es infinitamente justo.
Exclama Santa Teresa: "No es nada delicado mi Dios, no se fija en
menudencias". "No es nada minucioso para tomarnos cuentas, sino generoso; por
grande que sea la deuda, no le cuesta perdonarla. Para pagarnos es tan mirado, que
no tengáis miedo de que un alzar de ojos acordándonos de El, deje sin premio".

15.-LA MISERICORDIA DE DIOS

"El Señor es compasivo y misericordioso" (Sal 110, 4).


El que es misericordioso, "miserum cor", tiene el corazón lleno de miserias, y las
miserias producen sufrimiento y llanto, y si es Dios quien tiene en su corazón las
miserias, podemos estar seguros de que él remediará esas miserias como si fueran
propias. Porque su poder lo puede todo, y su corazón se compadece de todo. Por eso
Dios remediará todos los defectos de sus criaturas, proporcionándoles los bienes y las
perfecciones opuestos a las miserias.
Cuando Dios concede a Santa Teresa tantos carismas místicos está acudiendo
a sanar y a restañar sus limitaciones para que pueda cumplir el ministerio a que la ha
destinado. Ella lo comprende y lo reconoce, tanto que al libro de su Vida lo llamará "de
las misericordias del Señor".
La bondad de Dios comunica los bienes a sus criaturas; la justicia de Dios
concede los bienes en proporción a lo que corresponde a cada ser. Conceder los
bienes y perfecciones para remediar las miserias y defectos de las criaturas, sobre todo
en el hombre, es obra de su misericordia.
Llena está la Divina Revelación de testimonios que pregonan la divina
misericordia: "Pero tú, Dios del perdón, clemente y compasivo, paciente y
misericordioso, no los abandonaste" (Nh 9 17). "Aunque se retiren los montes y vacilen
las colinas, no se retirará de tí mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará, dice el
Señor que te quiere" (Is 54, 10). "¿Qué Dios como tú perdona el pecado y absuelve la
15

culpa al resto de su heredad? No mantendrá siempre la ira, pues ama la misericordia;


volverá a compadecerse, destruirá nuestras culpas, arrojará al fondo del mar todos
nuestros pecados" (Mq 7, 18).
"Rasgad vuestros corazones, no vuestras vestiduras, y convertíos al Señor,
vuestro Dios, que es clemente y misericordioso, tardo a la ira, grande en misericordias,
y se arrepiente de castigar" (Jl 2, 13). "Sabía que tú eres Dios clemente y piadoso,
lento a la ira, de gran misericordia, y que se arrepiente del mal" (Jo 4, 2). "Tú eres,
Señor, indulgente y piadoso, y de gran misericordia para los que te invocan" (Sal 85, 5).
"El Señor es compasivo y clemente, paciente y misericordioso; no está siempre
acusando ni guarda rencor perpétuo. No nos trata como merecen nuestros pecados ni
nos paga según nuestras culpas; como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su
misericordia sobre sus fieles" (Sal 102, 8-11). "Porque el Señor es clemente y
misericordioso" (Eclo 2, 11). "Como es su grandeza, así es su misericordia" (Eclo 2,
18). "¡Qué grande es la misericordia del Señor para los que vuelven a El!" (Eclo 17,
29). "Su misericordia llega a sus fieles generación tras generación" (Lc 1, 49). "Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36). "Dios, que es rico en
misericordia, por el gran amor con que nos amó, cuando estábamos muertos por las
culpas, nos dio vida con el Mesías" (Ef 2, 4).
A veces se quiere oponer la misericordia a la justicia, y es todo lo contrario,
porque están plenamente hermanadas, y se encuentran en toda obra divina, porque
todas las cosas han sido ordenadas por Dios al último fin de la creación, por pura
bondad y misericordia.
Y aún más. La misericordia de Dios colma y rebasa la justicia, dando siempre
más de lo que exige la estricta justicia. Por eso se puede comprobar que, cuando Dios
elige a una persona para una concreta misión, no sólo le da la gracia justa, sino que
rebasa la medida dándole otras muchas gracias, que su misericordia le inspira. Por eso
dice santo Tomás que la misericordia es la plenitud de su justicia.
El misterio del dolor que a tantos escandaliza, es utilizado por Dios como una
gran misericordia. El sufrimiento no es el látigo de la ira de Dios, sino la caricia de un
Padre amoroso que nos aprieta a su Corazón, coronado de espinas. Y afirma santo
Tomás que incluso la misericordia de Dios brilla en el infierno suavizando los rigores de
su justicia, castigando a los condenados menos de lo que merecen sus pecados.
Termina santa Teresa en esta antología: "Sea su nombre bendito que en todo
tiempo usa de misericordia con todas sus criaturas".

16.-LA PROVIDENCIA DE DIOS

Santo Tomás ha estudiado en Dios el amor, la justicia, la misericordia, virtudes


que conducen al fin de su gloria. Después las que conducen a los medios para
conseguir ese fin, que se resumen en la prudencia, cuya parte principal es la
providencia, que tiene por objeto la disposición, la ordenación y la eficacia de los
medios para conseguir el fin, ya sea el natural o el sobrenatural.
La palabra providencia equivale a tener cuidado de las cosas. El cuidado o
providencia de Dios sobre las cosas es ejercido por El con esmero singular y
delicadeza especial, cuando se trata de los hombres.
Deleita leer en la Sagrada Escritura: "La sabiduría siendo una sola, todo lo
15

puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y entrando en las almas buenas de
cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas" (Sb 7, 27). "Todo lo tenías
predispuesto con peso, número y medida" (Ib 11, 20). "Fuera de tí, no hay otro Dios al
cuidado de todos, ante quien tengas que justificar tu sentencia" (Ib 12, 13). "Tañed la
cítara para nuestro Dios: que cubre el cielo de nubes, preparando la lluvia para la tierra,
que hace brotar hierba en los montes; que da su alimento al ganado y a las crias de
cuervo que graznan" (Sal 147, 8-9) "¿Quién provee al cuervo de sustento cuando
chillan sus pollitos alocados por el hambre?" (Ib 38, 41).
Esto, en cuanto a providencia universal; en cuanto a providencia especial sobre
los hombres, los siguientes textos revelados, nos garantizan la providencia singular de
Dios: "El corazón del rey es una acequia en manos de Dios: la dirige a donde quiere. Al
hombre le parece siempre recto su camino, pero es Dios quien pesa los corazones"
(Prov 21, 1-2). "A los poderosos les aguarda un control riguroso. Os lo digo a vosotros,
soberanos, a ver si aprendéis a ser sabios y no pecáis" (Ib 6, 8-9). "Como está el barro
en manos del alfarero, que lo maneja a su voluntad, así está el hombre en manos de
su Hacedor, que le asigna un puesto en su presencia" (Eclo 33, 13).
"Tú hiciste aquello, y lo de antes y lo de después. Tú proyectas el presente y el
futuro, lo que tú quieres sucede; tus proyectos se presentan y dicen: <aquí estamos>.
Pues todos tus caminos están preparados, y tus designios, previstos de antemano" (Jdt
9,5). "Porque los ojos de Dios miran las sendas del hombre y vigilan todos sus pasos;
no hay tinieblas ni sombras donde puedan esconderse los malhechores. Tritura a los
poderosos sin tener que indagar y en su lugar nombra a otros; en una noche los
trastorna y destroza, porque conoce sus acciones" (Jb, 21, 25). "La Sabiduría alcanza
con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto" (Sb 8, 1).
Y en el NT: "¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin
embargo, ni uno solo caerá al suelo, sin que lo disponga vuestro Padre. Pues de
vosotros, hasta los pelos de la cabeza están contados: Conque no tengáis miedo, que
vosotros valéis más que todos los gorriones juntos" (Mt 10, 29-30). "Fijaos en los
pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan; y, sin embargo, vuestro Padre celestial
los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellos? Y ¿quién de vosotros, a fuerza
de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? etc. (todo el capítulo 6, 21-
34).
Que Dios tiene providencia de todas las cosas es también doctrina de la Iglesia,
definida en el Vaticano I.
La razón teológica desarrollada por santo Tomás se resume en que Dios intenta
en la creación, natural y sobrenatural, conseguir el fin de su gloria, y la armonía de los
mundos dirigidos a ese mismo fin, utilizando poderosamente los medios necesarios
para ello, y la razón del orden de las cosas dirigidas a sus propios fines es la
providencia.
Se llama prudente a un hombre, cuando sabe ordenar sus actos al fin de su
propia vida, o al de la comunidad, si está constituido para gobernarla, como el siervo
prudente a quien el Señor constituyó sobre su familia (cf Mt 24, 25).
La providencia de Dios es la razón del orden de las cosas a sus fines. Y por esto
dice Boecio que "providencia es la misma razón divina asentada en el príncipe
supremo de todas las cosas, que todo lo dispone".
Concluimos: Dios tiene cuidado y providencia de todas las cosas creadas,
incluso de las más pequeñas, pues, como nos dirá santa Teresa, "Su Majestad tiene
cuidado de proveer de alimento hasta al más mínimo animalico".
15

17.- LA OMNIPOTENCIA DE DIOS

Por la "lex orandi" la Iglesia, en su Liturgia, dirige su oración repetidamente a


Dios, Padre Todopoderoso. Santo Tomás, después de haber estudiado la Providencia
de Dios, previsora de los medios necesarios para conseguir el fin ordenado por la
Sabiduría divina, contempla el poder divino, que es el que ha de realizar lo previsto por
la providencia.
Dios es Omnipotente. Porque es el primer motor que mueve a todos los demás
motores; la primera causa de la que reciben su actividad todas las causas creadas; el
ser necesario que comunica a los otros seres su existencia; el ser subsistente, que
origina la bondad y la perfección que tienen los otros seres; el primer ordenador, que
dirige y gobierna a todos los seres creados a sus fines respectivos. Todas estas
razones piden su omnipotencia. Como, además, la esencia de Dios es Acto puro, Dios
es el máximo Ser activo que no puede tener ninguna potencia pasiva que supondría
imperfección en El.
La máxima unidad de Dios exige que en él sean una misma cosa esencia,
potencia y acción, por tanto el poder divino no es, como en nosotros, principio de la
acción y del efecto, sino sólo principio del efecto. En nosotros la potencia ejecutiva se
distingue del entendimiento y de la voluntad, pero en Dios las tres potencias, son una
misma unidad. La ciencia de Dios y su voluntad, en cuanto se consideran como
principio efectivo de las cosas, se denominan potencia activa o ejecutiva del mismo
Dios.
Es ley universal en metafísica que entre la potencia activa y la substancia en
que radica debe existir proporción. Como la substancia divina con la que se identifica la
potencia de Dios, es el mismo Ser subsistente e ilimitado, la potencia de Dios es
ilimitada e infinita.
Insistentemente nos ha revelado Dios su Poder infinito u Omnipotencia: "Pero el
Señor dijo a Abraham: -¿Por qué se ha reido Sara, diciendo: <Cómo que voy a tener
un hijo a mis años>? Hay algo difícil para Dios?" (Gn 18, 13) "Yo soy Dios
Todopoderoso" (Gn 35, 11). "Jacob dijo a José: Dios Todopoderoso, el que se me
apareció en Almendral, en tierra de Canaán, me bendijo y me dijo..." (Ib 48, 3). Es
llamado "el Poderoso de Jacob" (Gn 49, 24; Is 1, 24, "el Señor de los ejércitos", "el
Fuerte, el Valeroso" (Sal 24, 8-10. Si Dios es Todopoderoso en el cielo y en la tierra
(Sal 135, 6) es porque El los ha hecho. Por tanto, nada le es imposible y dispone de
su obra a voluntad; es el Señor del universo, cuyo orden ha establecido, y le
permanece enteramente sometido y disponible; es el Señor de la historia: gobierna los
corazones y los acontecimientos según su voluntad (cf Est 4, 17; Prv 21, 1; Tb 13, 2):
"El actuar con inmenso poder siempre está en tu mano. ¿Quién podrá resistir la fuerza
de tu brazo? (Sb 11, 21) (CIC 270).
"A lo mejor el Señor nos da la victoria; no le cuesta salvar con muchos o con
pocos" (1 Sm 14, 6). "Señor, no hay diferencia para tí entre socorrer al que tiene
muchas fuerzas o al que tiene pocas" (2 Cro 14, 11). "Mirad, el Señor llega con poder,
y su brazo manda" (Is 40, 10). "De antemano yo anuncio el futuro; por adelantado, lo
que aún no ha sucedido. Digo: <Mi designio se cumplirá, mi voluntad la realizo>. Llamo
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al buitre de oriente, de tierra lejana al hombre de mi designio. Lo he dicho y haré que


suceda, lo he dispuesto y lo realizaré" (Is 46, 10-11).
"Tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, con brazo extendido, nada es
imposible para tí...-Yo soy el Señor, Dios de todos los humanos: ¿hay algo imposible
para mí?" (Jr 32, 17, 27). "Así dice el Señor de los ejércitos: Si entonces el resto de
este pueblo juzga algo imposible; ¿tendré que juzgarlo yo también imposible?" (Zc 8,
6). "Job respondió al Señor: Reconozco que lo puedes todo y ningún plan es
irrealizable para tí" (Jb 42, 2). 1
"Para los hombres esto es imposible, mas para Dios todo es posible" (Mt 19,
26). "Abba, Padre, todo te es posible..." (Mc 14, 36). "Isabel ha concebido un hijo...
porque para Dios nada hay imposible" (Lc 1, 37). Abraán no vaciló ante la promesa de
Dios..., convencido de que Dios era poderoso para cumplir lo que había prometido"
(Rm 4, 20).
El Concilio Vaticano I define que Dios ha creado todas las cosas con su "fuerza
omnipotente".
"De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el
Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos que esa
potencia es universal, porque Dios, que ha creado todo, rige todo y lo puede todo; es
amorosa, porque Dios es nuestro Padre; es misteriosa, porque sólo la fe puede
descubrirla cuando "se manifiesta en la debilidad" (CIC 268).
"Dios es el Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen
mútuamente..." (Ib 270).
"La omnipotencia divina no es arbitraria: "En Dios el poder y la esencia, la
voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia, son una sola cosa, de suerte que
nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o
en su sabia inteligencia" (S. Tomás 1, 25, 5 ad 1) (Ib 271).
"La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la
experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz
de impedir el mal. Pero Dios ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa
en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha
vencido el mal. Así, Cristo crucificado es "poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la
necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres" (1 Cor 2, 24).
En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre "desplegó el
vigor de su fuerza" y manifestó "la soberana grandeza de su poder para con nosotros,
los creyentes" (Ef 1, 19)".
Sólo la fe puede adherirse a las vias misteriosas de la omnipotencia de Dios.
Esa fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo. De
esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que "nada es imposible para
Dios y pudo proclamar las grandezas del Señor: "el Poderoso ha hecho en mi favor
maravillas, Santo es su nombre" (Lc 1, 49).
Nada pues es más propio para afianzar nuestra fe y esperanza que la
convicción profundamente arraigada en nuestras almas de que nada es imposible para
Dios. Porque todo lo que el Credo propondrá a nuestra fe, las cosas más grandes, más
incomprensibles, así como las más elevadas por encima de las leyes ordinarias de la
naturaleza, en la medida en que nuestra razón tenga la idea de la omnipotencia divina,
las admitirá fácilmente y sin vacilación alguna" (Cate R 1, 2, 13) (CIC 272-274).
Así es como ha podido escribir Santa Teresa: "Cuanto menos iban por camino
natural los misterios, más firme era mi fe: en ser todopoderoso hallaban explicación
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para mí todas las grandezas que podáis hacer".

18
LA BIENAVENTURANZA DE DIOS

Como la bienaventuranza es el fruto de las virtudes, santo Tomás, después de


exponer las virtudes de Dios, sabiduría, amor, justicia, misericordia, providencia y
poder, trata de la bienaventuranza de Dios.
Por la Divina Revelación conocemos la infinita felicidad de Dios. Así escribe San
Pablo, el arrebatado al cielo: "Según el evangelio de la gloria de Dios bienaventurado,
que me han confiado" (1 Tim 1, 11). "A su debido tiempo lo manifestará Dios
bienaventurado y único soberano, rey de reyes y señor de señores, único que posee la
inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver. A
él honor y dominio eterno, amén" (Ib 6, 15-16).
El Concilio Vaticano enseña "que Dios es en sí mismo y por sí mismo beatísimo"
(Dz 1782).
Santo Tomás nos ofrece el argumento teólogico: Bienaventuranza es la
perfección completa y última de la naturaleza racional, conocida por ella, condiciones
que se hallan en Dios por ser el Sumo Bien que se conoce y se ama a sí mismo. Luego
Dios es bienaventurado y feliz. En efecto, siendo perfectísimo nada le falta, y El lo
sabe. El conocimiento de su belleza es esencial para la felicidad. Y así no se puede
decir que el sol, que es bello y fecundo, sea feliz, porque no sabe que lo es.
Dios es felicísimo porque se contempla incesantemente a sí mismo, y se ama
con amor infinito, y se reconoce lleno de infinita majestad, belleza y santidad. Su
excelsa divinidad es atravesada y penetrada por insondables e inmensos torrentes de
gozo, que culminan en la beatitud contemplativa y activa que constituye su infinita
bienaventuranza.
La felicidad que proporciona la vida contemplativa la encuentra Dios
eminentemente contenida en la contemplación clara y contínua de su ser divino y de
todas las criaturas en El. La felicidad de la vida activa la encuentra en el gobierno de
todo el universo.
Según Boecio, la felicidad terrena consiste en placeres, riquezas, poder, riqueza
y fama. En Dios, el goce que proporcionan los placeres terrenos se encuentra
eminentemente compensado por el gozo inmenso que siente de sí mismo y de todos
los santos; la riqueza, por su suprema saciedad y abundancia; el poder, por su
omnipotencia; la dignidad, por el gobierno de toda la creación; y la fama por la
admiración y alabanza de toda la creación.
Si la contemplación y el amor de sí mismo llena las infinitas profundidades de su
entendimiento y de su voluntad, mucho más llenará las débiles y limitades capacidades
de las criaturas humanas.
Santa Teresa contempla la felicidad infinita de Dios rebosante en nuestro ser
creatural, como "un deleite soberano que contenta y satisface el alma, sostenida en
aquellos divinos brazos y sustentada por aquella leche divina". La leche del que es
bienaventurado porque se conoce y ama y goza de sí mismo.
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19.-UNIDAD Y TRINIDAD DE DIOS

Los autores anteriores a santo Tomás han comenzado la exposición de la


teología por el tratado de la Santísima Trinidad, omitiendo el tratado de Dios Uno, o
estudiando sólo algunas cuestiones del mismo.
Santo Tomás reorganiza el estudio de la teología comenzando por el tratado de
Dios Uno, porque este conocimiento es más asequible a nuestra razón, y
metodológicamente debe procederse de lo más conocido a lo menos conocido, y del
estudio de un ser absoluto a lo relativo de ese ser, que son las relaciones de Dios, que
dan origen a las Personas. Así, de la unidad de esencia en Dios, se pasa al
establecimiento de la distinción de personas por medio de las procesiones divinas,
originadas por las operaciones de conocimiento y de amor.
Este tratado es el más teológico de todos, pues busca el conocimiento posible
de la vida íntima de Dios. También el más fundamental, y como el corazón de la fe y,
siendo el más trascedente, es también el más inmanente a nuestra vida cristiana, que
es la participación por la gracia de la vida de Dios, que presencializa real y
substancialmente en nuestras almas, como en un templo, a la Santa Trinidad. La vida y
la acción de Santa Teresa de Jesús no se comprenderían sin la experiencia y
actuación de la Trinidad en su alma.
El dogma de la Santa Trinidad consiste en la afirmación de la unidad de Dios en
la Trinidad de Personas. El IV Concilio de Letrán lo confiesa con estas palabras:
"Firmemente creemos y absolutamente confesamos que existe un solo Dios verdadero,
eterno, inmenso e inmutable, incomprensible, omnipotente e inefable, Padre, Hijo y
Espíritu Santo: tres personas distintas en una sola esencia, substancia o naturaleza
absolutamente simple. El Padre no procede de ninguna persona, el Hijo procede sólo
del Padre, y el Espíritu Santo igual de los dos: sin principio, siempre y sin fin: el Padre
engendrando, el Hijo naciendo y el Espíritu Santo procediendo; consubstanciales, y
coiguales, y coomnipotentes, y coeternos; un solo principio de todas las cosas".
La simple razón natural no puede por sí misma conocer la existencia de la
Trinidad de personas en Dios: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el
Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 17).
Pero una vez revelado el misterio puede la razón, iluminada por la fe, explicar
aunque imperfectamente, la trinidad de personas en Dios. Y éste, la explicación de la
fe, es el objeto de la teología.
En el Antiguo Testamento ya se daban algunos indicios que hacían presentir el
misterio trinitario: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1, 26).
También aparece la sabiduría junto al Señor y engendrada por El. Y habla del espíritu
de Dios incubando sobre las aguas (Gn 1,2).
Sólo en el Nuevo Testamento se revela claramente el misterio de la Trinidad:
"Bautizado Jesús y orando, se abrió el cielo y descendió el Espíritu Santo en forma
corporal, como una paloma, sobre El, y se escuchó una voz: "Tú eres mi hijo amado,
en tí me complazco" (Lc 3, 21). Y explícitamente Jesús en el envío de los Apóstoles: "Id
y bautizad en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 29, 19).
Santa Teresa nos dice: "se me reveló con tanta claridad la naturaleza de
Dios en Tres Personas, que quedé espantada y muy consolada".
15

20
2. LAS DIVINAS PERSONAS

Escribe Boecio que la persona es la substancia individual de naturaleza racional.


"Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología
propia con ayuda de nociones de origen filosófico: substancia, persona o hipóstasis,
relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba
un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en
adelante un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir
según la medida humana" (Pablo VI) (CIC, 251).
El concepto naturaleza o esencia es totalmente distinto del concepto persona.
La fe católica nos enseña que en Dios hay tres personas completamente distintas:
Padre, Hijo y Espíritu Santo, que tienen una sola naturaleza o esencia divina.
La naturaleza es la esencia de un ser considerado como sujeto de operaciones
y responde a la pregunta ¿qué es esto? -Una flor, un pájaro, un hombre. La persona
expresa el sujeto que realiza operaciones por medio de su naturaleza racional. Dice
Santo Tomás: "Persona significa lo más perfecto que hay en toda la naturaleza, o sea,
el ser subsistente en la naturaleza racional". Responde a la pregunta ¿quién es éste?
Estas nociones elementales son fundamentales e imprescindibles para entender el
dogma de la Trinidad.
En Dios hay tres personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Aunque
la razón no puede demostrar el misterio trinitario, iluminada por la fe, puede rastrear su
admirable verosimilitud.
Resumiendo al Angélico: La pluralidad de personas es equivalente a la
pluralidad de relaciones subsistentes, realmente distintas entre sí. Y la distinción real
entre las relaciones divinas proviene de su oposición relativa. Como la paternidad y la
filiación son relaciones opuestas, pertenecen a dos personas. La paternidad
subsistente es la persona del Padre, y la filiación subsistente es la persona del Hijo. La
espiración activa del Padre y del Hijo es opuesta a la espiración pasiva, o procesión del
Espíritu Santo. Hay pues, tres Personas en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
"Lo que hace que la primera persona sea el Padre es su relación con el Hijo; lo
que hace que la segunda persona sea el Hijo es su relación con el Padre. El Padre es
Padre porque engendra y contempla a su Hijo. El Hijo es Hijo porque nace de su Padre
y le mira. Así que las divinas Personas son la eterna y necesaria antítesis del egoismo.
El Padre no existe sino para engendrar al Hijo infinitamente perfecto y para amarle y
con El, dar origen al Espíritu Santo. El Hijo no vive sino para su Padre y para el Espíritu
Santo" (Sauvé).
"La fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad
en la unidad... Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es el Espíritu Santo; y, sin
embargo no son tres dioses, sino un solo Dios" (Símbolo "Quicumque").
El Evangelio de manera clara y explícita por boca de Jesús, nos revela la
Trinidad: "Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19).
Santa Teresa, que ha vivido experiencialmente el misterio, nos da su testimonio
de lo que ha visto y ha oído. Ha oído hablar a dos Personas. Una nunca le ha hablado,
pero ella no indaga el por qué. "La Persona del Padre me acercaba a sí y me decía
palabras muy agradables: "Yo te dí a mi Hijo y al Espíritu Santo...¿qué me puedes dar
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tú a Mí?".

21
CREO EN DIOS PADRE TODOPODEROSO CREADOR DEL CIELO Y DE LA
TIERRA
ORIGEN DIVINO DE LAS CRIATURAS
No conoceríamos del todo a Dios, ni siquiera del modo imperfectísimo con que
le podemos conocer en la tierra, si después de haberle estudiado en sí mismo, no
intentáramos conocerle también en sus operaciones "ad extra", en sus criaturas. Por
eso siguiendo el orden que nos hemos trazado en este libro con la guía de Santo
Tomás, dirigiremos una rápida mirada a Dios Creador, antes de que Santa Teresa nos
edifique con su meditación contemplativa de la creación.
El mundo universo fue creado de la nada por Dios. "Al principio creó Dios el
cielo y la tierra" (Gn 1, 1).
Esta es la profesión de fe del Símbolo Niceno- Constantinopolitano: "Creemos
en un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas
visibles e invisibles"
Santo Tomás prueba la creación del mundo por Dios con el argumento de las
cinco vías por las que se demuestra la existencia de Dios.
"Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque
la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene
una sola y misma operación (C. Constantinopla). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (C. Florencia). Sin
embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal.
Así la Iglesia confiesa, siguiendo el Nuevo Testamento: "Uno es Dios y Padre de
quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las
cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas" (C Constantinopla II) (CIC
258).
"La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los
fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe
cristiana a la pregunta básica que todos los hombres de todos los tiempos se han
formulado: "De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Cuál es nuestro origen? ¿Cuál es
nuestro fin? ¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe? (Ib 282).
"Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría. Este no es un producto
de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de
la voluntad libre de Dios que ha querido participar a las criaturas su ser, su sabiduría y
su bondad: "Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía fue
creado" (Ap 4, 11) "¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas las has hecho con
sabiduría" (Sal 104, 24). "Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas
sus obras" (Sal 145, 9).
Dios crea un mundo ordenado y bueno de la nada y El, que trasciende toda la
creación, está también presente en ella. "Realizada la creación, Dios no abandona su
criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada
instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia
completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de
confianza" (Ib 296-301).
Santa Teresa nos invitará a alabar al Señor, porque "Quiere este gran Dios de
Israel ser alabado en sus criaturas.
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22
LOS ANGELES

Santo Tomás da a la doctrina sobre los Angeles una cohesión y estabilidad,


unidad y método que nunca nadie dio, ni nunca después nadie mejoró. Este tratado es
uno de los más hermosos y sistematizados de la Suma, tanto que por él ha merecido el
título de Angélico.
Aunque la razón teológica no puede demostrar las verdades reveladas, puede
exponer argumentos de conveniencia. En este sentido escribe santo Tomás: "Para la
perfección del universo se requiere cierta graduación en las criaturas que se vaya
acercando a la perfección infinita de Dios, su Creador. Hay criaturas que se parecen a
Dios solamente en el existir, como las piedras; otras, como las plantas y los animales,
en el vivir; otras, en el entender imperfectamente, como el hombre. Parece pues
natural, que existan otras criaturas puramente espirituales y perfectamente intelectivas,
que se parezcan a Dios de la manera más perfecta en que se le pueden parecer las
criaturas. Escribió San Agustín que los Angeles no lo son por ser espíritus, sino por
ser enviados. Si preguntas por el nombre de su naturaleza, son espíritus; si preguntas
por su oficio, son Angeles.
Según la Revelación no se puede dudar de la existencia de los Angeles: Un
Angel guarda el paraíso después de la caida de Adán y Eva (Gn 3, 24); un Angel
detiene el brazo de Abrahán, (Ib 22, 11); un Angel protege a los jóvenes en el horno
(Dn 3, 49); un Angel acompaña a Tobías (Tb 5, 4), y un Angel anuncia la Encarnación
(Lc 1, 26).
La existencia de los Angeles es verdad de fe definida en el concilio IV de Letrán,
y en el Vaticano I.
"Cristo con todos sus ángeles": "De la Encarnación a la Ascensión, la vida del
Verbo Encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles"... "Los
ángeles en la vida de la Iglesia": "Toda la vida de la Iglesia de la ayuda misteriosa y
poderosa de los ángeles"... En la Liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al
Dios tres veces santo"... "Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada
de la custodia de los ángeles y de su intercesión. "Cada fiel tiene a su lado un ángel
como protector y pastor para conducirlo a la vida" (San Basilio). Desde esta tierra, la
vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los
hombres unidos en Dios" (CIC 333- 336).
La Madre Teresa ha visto ángeles en repetidas ocasiones. En seguida lo vamos
a leer.

23
LOS DEMONIOS

Dios creó en estado de gracia santificante a todos los ángeles, en el cual


15

pudieron merecer la bienaventuranza, y gozar de la visión beatífica, que una vez


alcanzada, no se pierde jamás, y por tanto los ángeles bienaventurados ya no pueden
pecar. Pero todos, antes de ser confirmados en gracia, pudieron pecar y de hecho,
muchos ángeles creados buenos por Dios, pecaron y se convirtieron en demonios: "El
diablo no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él" (Jn 8, 44).
"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus
ángeles" (Mt 25, 41). "Dios no perdonó a los ángeles que pecaron; al contrario, los
precipitó en las lóbregas mazmorras del infierno, guardándolos para el juicio" (2 Pe 2,
4). "A los ángeles que no se mantuvieron en su rango y abandonaron su propia
morada, los tiene guardados para el juicio del gran día, atados en las tinieblas con
cadenas perpétuas" (Jds 1, 6). "El que comete pecado ese es del diablo, porque el
diablo peca desde el principio" (1 Jn 3, 8).
El Magisterio de la Iglesia, en el Concilio de Braga y en el IV de Letrán, definió
que el diablo y demás demonios fueron creados buenos por Dios, y ellos se hicieron
malos.
Santo Tomás prueba que el pecado que convirtió en demonios a los ángeles fué
la soberbia y, por via de consecuencia, la envidia. La soberbia consistió en no
someterse a la regla del superior en lo debido. La envidia en querer ser semejantes a
Dios por su propia naturaleza. Por la envidia apetecieron una excelencia singular que
quedaba eclipsada por la excelencia de Dios y se duelen del bien del hombre, por
cuanto Dios se sirve del hombre para su gloria en contra de la voluntad del demonio.
El magisterio ordinario de la Iglesia alcanzó resonancia mundial con la alocución
de Pablo VI, ampliamente difundida: "El mal que existe en el mundo es el resultado de
la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el
demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y
pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa.
Se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehusa
reconocerla como inexistente; e igualmente se aparta quien la considera como un
principio autónomo, algo que no tiene origen en Dios como toda creatura; o bien quien
la explica como una pseudorrealidad, como una personificación conceptual y fantástica
de las causas desconocidas de nuestras desgracias.
El demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos
que este ser obscuro y perturbador existe realmente y sigue actuando; es el que insidia
sofísticamente el equilibrio moral del hombre, el pérfido encantandor que sabe
insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia,
de la lógica utópica, o de las confusas relaciones sociales, para introducir en nosotros
la desviación. El tema del demonio y la influencia que puede ejercer sería un capítulo
muy importante de reflexión para la doctrina católica, pero actualmente es poco
estudiado" (Pablo VI, alocución del 15 de noviembre de 1972).
Estas palabras del Papa remarcaban las que había pronunciado el 29 de junio
del mismo año, que habían levantado murmullos de protesta. Refiriéndose el Papa a la
situación de la Iglesia, dijo: "Tengo la sensación de que por algún resquicio ha entrado
el humo de Satanás en el templo de Dios". Y añadió que "si en el evangelio, en los
labios de Cristo, se menciona tantas veces a este enemigo de los hombres", también
en nuestro tiempo él, Pablo VI, "creía en algo preternatural que había venido al mundo
para perturbar, para sofocar los frutos del concilio ecuménico y para impedir que la
Iglesia prorrumpa en el himno de júbilo, sembrando la duda, la incertidumbre, la
inquietud y la insatisfacción" (Pablo VI, 29 de junio de 1972).
15

"Las afirmaciones sobre el diablo son asertos indiscutidos de la conciencia


cristiana; si bien la existencia de Satanás y de los demonios no ha sido nunca objeto de
una declaración dogmática, es porque parecía superflua, ya que resultaba obvia para la
fe constante y universal de la Iglesia, basada sobre su fuente principal, la enseñanza
de Cristo, y sobre la Liturgia, expresión concreta de la fe vivida, que ha insistido
siempre en la existencia de los demonios y en la amenaza que éstos constituyen"
(CDF, junio, 1975).
El Vaticano II y el Sínodo de los Obispos sobre el Concilio han profesado la
existencia del poderoso enemigo: El Concilio la repite insistentemente, mencionando a
Satanás, demonio,, maligno, antigua serpiente, poder de las tinieblas, hasta diecisiete
veces. Y la GS, 37, dice: "A través de toda la historia humana existe una dura batalla
contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como
dice el Señor, hasta el día final". El Sínodo: "No negamos que existen en la sociedad
fuerzas que operan y que gozan de gran influjo, las cuales actúan con ánimo hostil
hacia la Iglesia. Todas estas cosas muestran que "El príncipe de este mundo" y el
"misterio de la iniquidad" operan también en nuestros tiempos" (I, 4).
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "La Escritura habla de un pecado de los
ángeles. Esta caída consiste en la elección libre de estos espíritus creados, que
rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de
esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como
dioses". Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita
misericordia divina, lo que hace que su pecado no pueda ser perdonado. "No hay
arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrpentimiento para los
hombres después de la muerte" (San Juan Damasceno).
"Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura,
poderosa por ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación
del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio a Dios y su Reino en
Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e
indirectamente incluso de naturaleza física- en cada hombre y en la sociedad, esta
acción es permitida por la providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del
hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio,
pero "nosotros sabemos que en todas las cosa interviene Dios para bien de los que le
aman" (392-393, 395).
Santa Teresa ha tenido una experiencia excepcional de la acción diabólica y
"tenía tan entendido lo poco que pueden los demonios si estaba unida a Dios, que casí
ningún miedo les tiene".
Hoy el diablo ha conseguido persuadir al mundo de la mayor mentira suya: "no
existe el diablo".

24
EL MUNDO VISIBLE. EL HOMBRE. GOBIERNO Y
CONSERVACION DE DIOS
Después del estudio de las criaturas espirituales, los ángeles, estudia santo
Tomás el mundo material, y terminará su tratado con el estudio del hombre.
"Dios mismo es quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su
diversidad y su orden. La Escritura presenta la obra del Creador como una secuencia
de seis días "de trabajo divino" que terminan en el reposo del día séptimo. El texto
15

sagrado enseña, a propósito de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra
salvación, que permiten "conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y
su ordenación a la alabanza divina" (LG 36) (CIC 337).
"Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó
cuando fue sacado de la nada por la palabra de Dios; todos los seres existentes, toda
la naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este acontecimiento
primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido, y el tiempo ha
comenzado". Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para cada una
de las obras de los seis días se dice: "Y vió Dios que era bueno". Cada criatura refleja
un rayo de la sabiduría y de la bondad y belleza de Dios.
Entre las criaturas existe interdependencia y todas se complementan; también
hay jerarquía entre ellas. El hombre es la cumbre de la perfección. El relato inspirado lo
expresa distinguiendo claramente la creación del hombre y la de las otras criaturas.
"Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los
creó" (Gn 1, 27). Pero esta imagen no es unívoca y perfecta, sino analógica e
imperfecta que, sin embargo eleva al hombre a una excelsa dignidad, por encima de
toda la creación corpórea y animal.
Escribió santo Tomás: En el hombre hay una semejanza de Dios, puesto que
procede de El como ejemplar; pero no es una semejanza de igualdad, ya que el
ejemplar es infinitamente superior a lo ejemplado: Hay, pues en el hombre, una imagen
de Dios imperfecta. Es lo que da a entender la Escritura cuando dice que el hombre
está creado a imagen, porque la preposición "a" indica acercamiento, que sólo es
posible entre cosas distantes. Pero, precisamente por esa semejanza, sólo, entre las
criaturas visibles, es el hombre "capaz de conocer y amar a su Creador (GS 12, 3); él
es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24, 3); sólo
él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este
fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad. Por haber sido hecho
a imagen de Dios tiene dignidad de persona; no es algo, sino alguien. Es capaz de
conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras
personas; y es llamado por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una
respuesta de fe y de amor (cf CIC 339-357).
Santa Teresa, espantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como su alma,
oyó a Cristo que le dijo: "No es baja, hija, pues está hecha a mi imagen". Por eso Dios
lo creó todo para el hombre para que él, a su vez, le ofrezca toda la creación. Pero su
misterio, sólo se esclarece en el Verbo encarnado (GS 22, 1). Y todo el género humano
forma una unidad (Hch 17, 26), que es la base de la humana fraternidad (cf CIC 359).
Todo lo que Dios ha creado lo conserva y lo gobierna con su providencia que
llega poderosamente de un confín a otro confín y lo dispone todo suavemente. Su
gobierno llega a todos los seres y a todos los acontecimientos del mundo, por
pequeños que sean. El hace el bien y permite el mal para sacar un bien mayor.
"¿Quién mandó que sucediera si no fue el Señor?" (Lm 3, 37). "El Señor es mi pastor,
nada me falta" (Sal 22).
Dios conserva todas las creaturas del mundo, aunque sean pequeñas e
insignificantes: "Amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho.
¿Cómo podría existir nada si tú no quisieras, o cómo podría conservarse sin tí? (Sb 11,
25). "Con su mano poderosa sostiene todas las cosas" (Hb 1, 3). Conservación de
Dios que es incesante, hasta el punto de que si Dios la interrumpiera, la creación sería
aniquilada. "Si el poder de Dios cesara de regir las cosas por El creadas, cesaría la
15

vida de las mismas, pues perecería toda la naturaleza. Como el aire se ilumina con la
presencia de la luz, así es iluminado el hombre cuando Dios está presente en él; pero
se oscurece, cuando Dios se ausenta" (San Agustín).
Santa Teresa se lamenta de que "no nos acordamos de que Dios lo ordena
todo, para dejarlo todo en sus manos".

SEGUNDA PARTE
CREO EN JESUCRISTO HIJO UNICO DE DIOS

1
EL VERBO ENCARNADO

Santo Tomás comienza la tercera parte de la Suma con el tratado del Verbo
encarnado y estudia la conveniencia, la necesidad y el motivo de la encarnación. El
misterio de la Encarnación consiste en la unión de la naturaleza humana con la divina
en la persona del Verbo de Dios. Dios formó una concreta naturaleza humana en las
entrañas de la Virgen María y la hizo subsistir en la persona divina del Verbo. Por esta
unión hipostática de la persona divina del Verbo con la naturaleza humana, Cristo, que
es verdadero Dios, es también verdadero hombre.
La Encarnación del Verbo fue convenientísima, porque siendo Dios el Bien
sumo es propio de El difundirse en grado sumo, lo que consigue asumiendo una
naturaleza creada y humana y elevándola a la unión personal con El.
Encarnándose Dios, quedaba patente su bondad infinita, que no despreció la
humana naturaleza; su misericordia, que remediaba nuestra miseria; su justicia, que
exigió la sangre de Cristo para redimir a la humanidad pecadora; su sabiduría, que
supo unir la misericordia con la justicia; su poder infinito, porque es imposible realizar
gesta mayor que la encarnación del Verbo, al juntar en ella lo finito con lo infinito. Dios,
Juez Supremo, pudo haber perdonado el pecado gratuitamente, o pudo haber exigido
una reparación cóngrua, con lo cual, según Santo Tomás, no hubiera obrado contra la
justicia porque El no tiene superior, y cuando obra con misericordia, hace algo que está
por encima de la justicia.
La Encarnación del Verbo no fue absolutamente necesaria para reparar el
pecado de la humanidad. Pero sí fue absolutamente necesaria la Encarnación del
Verbo, o de cualquiera de las tres personas divinas, para reparar el pecado con
satisfacción condigna, es decir, con estricta justicia, porque la humanidad no podía
pagar la deuda infinita del pecado, pues los actos de un ser finito no son infinitos y, por
tanto no hay igualdad entre lo que se paga y lo que se debe. Sólo Dios podía pagar
una deuda infinita, con satisfacción vicaria, siendo a la vez hombre. Además, con la
Encarnación del Verbo, se acrecentaba nuestra fe, esperanza y caridad, a la vez que
nos impulsaba a obrar rectamente ejemplarizados por sus virtudes: "El Verbo se
encarnó, dice el Catecismo de la IC, 459, para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí..." (Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la
Transiguración, ordena: "Escuchadle". El es, en efecto, el modelo de las
bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os
he amado". (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí
mismo (cf Mc 8, 34).
15

Dios nos ha hecho partícipes de la divinidad por la gracia santificante. "Dios se


hizo hombre para hacer al hombre Dios", dice San Agustín. Y, por la Encarnación del
Verbo es vencido el diablo, es dignificada la humana naturaleza, "reconoce, ¡oh
cristiano!, tu dignidad, y, hecho partícipe de la divina naturaleza, no quieras volver a la
vileza de tu antigua condición" (san León Magno); nos libra de la presunción y de la
soberbia al ver a Cristo anonadado y nos borra el pecado con su sacrificio. "El se
manifestó para quitar los pecados. El Padre lo envió como propiciación por los
pecados" (Jn 4, 10).

CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPIRITU SANTO,


NACIO DE SANTA MARIA VIRGEN
2
LA MADRE DE CRISTO

Santo Tomás después de exponer la Teología del Verbo encarnado, a partir de


la cuestión 27 se dedica a estudiar a Jesucristo, comenzando por tratar la santificación
de su Madre. Siguiendo al P. Lagrange que afirma que según algunos santos padres,
la principal misión del Redentor en sus largos años de Nazaret, fué la de santificar a su
Madre y a su Padre custodio San José, incluiré en esta segunda parte los textos de
santa Teresa sobre san José.
María, la Madre de Cristo, fué concebida, por privilegio singularísimo de Dios
Omnipotente, en atención a los méritos previstos del Redentor, inmune de toda
mancha de culpa original en el primer instante de su concepción. Este es el texto de la
Bula definitoria del dogma, del papa Pio IX. La base de la Escritura la hallamos en Gn
3, 15, "El linaje de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente"; y en Lc 1, 28: con
el saludo del ángel: "Dios te salve, llena de gracia".
Santo Tomás con otros teólogos, no supieron ver la razón del dogma de la
Inmaculada y, por eso, no pudieron armonizarlo con el de la Redención universal de
Cristo. Sólo Duns Escoto, acertó con el célebre argumento "potuit, decuit, ergo fecit".
Más tarde, santo Tomás, en su comentario al Ave María, afirmará que "la Virgen María
fue purísima en cuanto a la culpa, porque no incurrió ni en el pecado original, ni en el
mortal, ni en el venial".
La Madre de Cristo concibió milagrosamente a Jesús por obra y gracia del
Espíritu Santo, conservando intacta su perfecta virginidad. "Estando desposada María,
su madre, con José, antes de que conviviesen, resultó que esperaba un hijo por obra
del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). "La anunciación a María inaugura la plenitud de los
tiempos, es decir, el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es
invitada a concebir a aquél en quien habitará corporalmente la plenitud de la divinidad.
A su pregunta: "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?", respondió el ángel que
por el poder del Espíritu: "El Espíritu Santo vendrá sobre tí".
Dios, para formar un cuerpo a su Hijo, quiso la libre cooperación de una criatura.
Para eso escogió para Madre de su HIjo, a una hija de Israel, una joven judía de
Nazaret en Galilea. A lo largo de la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada
por la de algunas santas mujeres: Eva, Sara, Ana, la madre de Samuel, y muchas
otras. "María sobresale entre los humildes y los pobres de Yahve, que esperan de El
con confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con ella, excelsa hija de Sión,
después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo
15

plan de salvación" (LG 55) (CIC 488-489).


"¡Si los letrados aprendiesen algo de la humildad de la Virgen Santísima!",
nos dice santa Teresa.

3
EL CUSTODIO DEL REDENTOR

En la cuestión 29 de la 3ª parte de la Suma Teológica trata santo Tomás de San


José y afirma, siguiendo a San Agustín y a san Ambrosio, que entre María y José hubo
verdadero matrimonio, También oye al Crisóstomo y a san Jerónimo. La doctrina más
reciente sobre San José es la de Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica
"Redemptoris Custos", de 15 de agosto 1989.
Hace derivar el Papa toda la grandeza de san José del evangelio de Mt 1,20:
"José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado
en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados". En estas palabras se halla el núcleo
central de la verdad bíblica sobre san José.
José es esposo de María y padre virginal de Jesús. La intimidad de José con
María y con Jesús, es causa de que José viva envuelto en sacramento permanente de
Dios; si pues vive con el autor de la gracia y con la llena de gracia, ¿hasta dónde
alcanzará la gracia, al que, habiendo sido elegido para esposo y padre de las dos
criaturas más amadas del Padre celeste, debe también haber recibido los dones que
eran requeridos por esa misión delicada y excelsa?
Los teólogos han tardado muchos siglos en caer en la cuenta de la figura
ingente de san José. Absorbidos y preocupados por sus estudios trinitarios,
cristológicos y mariológicos, apenas repararon en el papel excepcional del humilde
carpintero de Nazaret. Escribe Marceliano Llamera en el prólogo a la "Teología de san
José" de su hermano Bonifacio: "Nunca las intuiciones cordiales han llevado tanta
delantera a la teología como en el caso de san José. La especulación católica,
entretenida con Jesús y María, tardó mucho en reparar en el humilde Patriarca. Era ya
el siglo XVI, y en los conventitos teresianos se sabía más de san José que en las aulas
de Salamanca y de Alcalá. Santa Teresa sabía más de san José que Báñez. Pero, al
fin, ha de ser Báñez quien dé la razón a santa Teresa para que se reconozca que la
tiene. Una vez pregunté a una viejecita excepcionalmente devota del santo Patriarca
por qué lo era tanto, y me contestó: ¿No ve usted que lleva al Niño en sus brazos?".
San José cooperó a la constitución del orden hipostático de modo verdadero y
singular, aunque extrínseco, moral y mediato; y su cooperación a la conservación de la
unión hipostática, fue directa, inmediata y necesaria. Y pertenece al orden de la unión
hipostática no físicamente como la Madre de Dios, pero sí moral y jurídicamente,
afirma Bover.
Graciosa y plásticamente, el fecundo autor de las alegorías, san Francisco de
Sales, comenta: Si una paloma deja caer un dátil en el jardín de san José, y nace una
palmera, ¿acaso ésta no pertenece a san José, cuyo es el jardín? El Redentor es
realmente de su padre virginal por derecho de accesión.
Es una lástima que el Catecismo de la IC no dedique ni un solo párrafo a san
15

José, habiendo sido tan ensalzado por Juan Pablo II en la Exhortación ya citada,
dedicada al Santo Patriarca en el centenario de la Encíclica de León XIII "Quamquam
pluries" de 15 agosto 1889.
Es doctrina del Angélico que cuanto más una cosa se aproxima a la causa que
la ha producido, más participa de su influencia. Ninguna criatura, excepto Jesús y
María, se ha aproximado más a Dios que San José, por su predestinación a esposo de
María y Padre virginal de Jesús. Consiguientemente, la santidad de san José excede a
la de todas las criaturas humanas y angélicas. Admirables debieron de ser las virtudes
escondidas del padre de Jesús, la humildad y la obediencia: "José, hijo de David, no
temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo que ella ha concebido es obra del
Espíritu Santo" (Mt 1,20). Y "José hizo lo que el ángel le había mandado y tomó
consigo a su mujer" (Ib 24). La tomó con todo el misterio de su maternidad; la tomó
junto con el Hijo, que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo. Admirable
disponibilidad, y entrega absoluta al designio divino, que pide el servicio de su
paternidad, para que, como en el principio de la humanidad, exista, ante la humanidad
nueva, también una pareja, que constituya el vértice desde el cual se difunda la
santidad a toda la tierra.
"Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor
correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, "de quien toma nombre
toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef 3,15) (RC 8).
Indescriptible nos resulta a los humanos la manifestación del amor y la ternura,
la atención y la constante solicitud afectuosa de José con aquellas criaturas
inefablemente amadas. Misterios de la Circuncisión, con José cumpliendo su derecho y
su deber de padre, "le pondrás por nombre Jesús"; de la presentación en el templo:
"Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de El" (Lc 2,30); de la
huida a Egipto: "Toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto"; de Jesús en el templo:
"Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2,48). En realidad así se
pensaba: "Jesús era, según se creía, hijo de José" Lc 3,23). Y el misterio de la vida
oculta de Nazaret, donde José ve crecer al Niño en edad, en sabiduría y en gracia. El
misterio del cuidado de Jesús, criarle, alimentarle, trabajar para él, vestirle y educarle.
Y viendo cómo ese niño, que es su hijo, que es su Dios, y cómo su esposa, más santa
que él, le obedecen a él y se le confían, y oran juntos, y juntos van a la sinagoga, y
juntos pasean y se distraen y juntos trabajan. Y juntos aman, y juntos viven y juntos
redimen al mundo. ¡Qué maravilla y cuánto amor!
Juan Pablo II, en la "Redemptoris Custos", al señalar el clima de profunda
contemplación en que vivía San José, dice: "Esto explica por qué Santa Teresa de
Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la
renovación del culto a San José en la cristiandad occidental"(25).

4
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
EL NACIMIENTO DE CRISTO

Santo Tomás dedica dos cuestiones al nacimiento de Cristo y a su


15

manifestación a los pastores y a los magos. En la cuestión 35, 1, ad 3, dice santo


Tomás: "La naturaleza no empieza a existir; es más bien la persona la que existe en
alguna naturaleza. Porque la naturaleza se define por lo que un ser existe, y la persona
por lo que tiene una subsistencia... En Cristo hay dos nacimientos: uno eterno, en que
nace del Padre, y otro temporal, en que nace de la Madre".
María miraba y remiraba al Niño. Lo abrazaba casi con miedo de romperlo,
cantaba, reía, rezaba, se le llenaban los ojos de lágrimas."Ha aparecido la bondad de
Dios y su Amor al hombre" (Ti 3, 4). Dios es amor y el amor es bondad. Dios es bueno,
y la bondad ama. Dios es bondad y amor y nos lo manifiesta en un Niño. "Dios ha
derramado copiosamente el Espíritu Santo sobre nosotros por medio de Jesucristo,
nuestro Salvador". Ha sido una lluvia torrencial de amor y de misericordia para
limpiarnos de nuestros pecados. "Ya somos herederos de la vida eterna en
esperanza". "El nos pastoreará con el poder de Yave". Hemos sido buscados por Dios
por medio de un Niño.
Manifestación a los pastores. Anunció el ángel a los pastores: "Gloria a Dios
en el cielo y en la tierra paz a los hombres a quienes Dios ama" (Lc 2, 14). Salieron
corriendo los pastores después de oir al ángel que les había anunciado la gran alegría
que sería también para todo el pueblo: "Os ha nacido un salvador, que es Cristo Señor,
en la ciudad de David. Encontraréis un niño envuelto en pañales reclinado en un
pesebre" (Lc 2, 11).
Corrían los pastores transfigurados, con una alegría interior que no habían
experimentado nunca. "Y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un
pesebre".(Ib 16) En la gruta apenas había luz. Dios se abajó hasta el polvo y el
estiércol. Es el Camino, y no puede andar. Es la Verdad, y no puede hablar. Es la Vida,
y si no mama a los pechos de su madre, se muere. Los pastores con sus regalos,
miraban con la boca abierta, no queriendo perderse ni un solo detalle. María descubrió
los pañales y apareció la carita rosada. Todos querían tocarle. No entendían, pero se
sentían felices. Y les contaron lo que los ángeles les habían dicho del Niño, y María se
alegraba y sonreía escuchándoles. "Y pensaba y pensaba estas cosas guardándolas
en su corazón"(Ib 19). Dios nos ha amado tanto que se ha hecho tan pequeño. Dios se
ha eclipsado en un bebé. Ya no es la zarza que arde...ni el Sinaí llameante. Es como si
el sol se habiera encerrado en una bombillita chiquita. "Se eclipsó en el Niño, Dios".
"Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer". María
pensaba. María es una mujer contemplativa, como se deduce de las palabras del
Evangelio. Escuchaba a los pastores y ahora medita en su corazón. María sabe leer
los signos de los tiempos y los signos de Dios. La contemplación no es un discurso
teológico con premisas, conclusiones, exégesis. Cuando decimos que María meditaba
estas cosas, no queremos decir que María daba vueltas en su mente a las imágenes
de los pastores: si jóvenes, si viejos, si rudos, si muchos, si pocos, si altos, si bajos, si
de pelo negro, o de ojos grandes, o pequeños. María se pierde en Dios. María cumple
la misión del hombre señalada por el Concilio: "Dios ha llamado y llama al hombre a
adherirse a El con la total plenitud de su ser en la perpétua comunión de la incorruptible
vida divina" (GS 18). La contemplación es intuitiva, integradora, afectiva, unificante.
Cuando María contempla, admira, se asombra, alaba, se enternece, glorifica, da
gracias, se ofrece, se entrega. Sale de sí misma. Esto es el éxtasis. "¡Oh profundidad
de la riqueza, de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus
pensamientos, qué indescifrables sus caminos" (Rm 11, 33). Es el Exodo de sí misma
que la vuelve llena de madurez y de grandeza. Mientras el que piensa, piensa y habla
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mucho, el contemplativo guarda silencio. En su interior no hay diálogo, pero hay una
corriente viva y palpitante: En María se cumple la maravillosa estrofa de san Juan de la
Cruz: "Quedéme y olvidéme-el rostro recliné sobre el Amado- cesó todo y dejéme-
dejando mi cuidado-entre las azucenas olvidado". María tiene clavada en Dios la
mirada y el corazón.
La manifestación a los Magos. Con el Cántico de gloria entonado por Isaías
en el capítulo 60, 1 ss a la futura Jerusalén de los tiempos mesiánicos, sencillo, lírico y
metafórico a la vez, llegamos probablemente a una de las más altas cimas de la poesía
hebrea, e incluso universal. Más que pintar la futura Jerusalén nos describe la
transparente presencia de Yahve en medio de su pueblo. Vuelven a la ciudad luminosa
los desterrados. Pero vienen también hoy, los reyes, los pueblos todos, todas las
gentes. "Los tesoros del mar" de la Profecía, son los habitantes del Mediterráneo.
Madián y Efa son el actual Golfo de Akaba y del Yemen (Sabá), con sus ricas
producciones de oro e incienso. Todos son hijos de Abraham por la fe. Los
Evangelistas vieron el cumplimiento de esta profecía en el nacimiento del Sol de
Justicia. "Reyes que buscáis estrellas, No busquéis estrellas ya, porque donde el Sol
está, no tienen luz las estrellas". Pero el Sol ha nacido para iluminar a todo hombre de
esta tierra y quemar los pecados.
Los Magos, son paradigma del recorrido del camino de la fe. Vieron una estrella
en el cielo y este hecho los sacó de su país. Los Magos consultan a los especialistas
de la Palabra de Dios "interrogan por el lugar de su nacimiento, creen y buscan, como
para significar a los que caminan en la fe y desean la visión", dice citando a San
Agustín, Santo Tomás. En la palabra de Dios encuentra sentido la vida. Estos,
interpretando las Escrituras, dicen que hay que ir a Belén. Como Abraham. Han
encontrado la perla preciosa. "Los judíos fueron semejantes a los obreros del arca de
Noé, que procuraron medios de salvación a otros y ellos perecieron en el diluvio; como
las piedras miliarias, que señalan el camino y no se mueven, así fueron los doctores".
Pero ahí están la noche y el mundo del mal, que acechan y rodean. Se
acentúan los peligros y las tentaciones. Herodes, nuevo Faraón, quiere hacer esclavos
suyos a los hombres. Los Magos avisados en lo más profundo de su ser, desbaratan
las trampas, aceptan la Palabra que les ofrecen. Cuando se llega a Belén se
experimenta e invade la alegría interior. En Belén se adora a Cristo. Y se le ofrecen
dones. La historia de Jesús entre los hombres acaba de empezar.
"Y se marcharon a su tierra por otro camino". No se puede vivir como antes de ir
a Belén. El que ha ido a Belén ha de tomar otro camino. El camino del amor y de la
fidelidad.
La Circuncisión. Al imponerle al Niño el Nombre, al ser circuncidado, José
ejerció el derecho y el deber de padre. Así se lo había mandado el ángel: "Dará a luz
un hijo, y tú le pondrás el nombre de Jesús" (Mt 1, 21). "Al cumplirse los ocho días,
cuando tocaba circuncidar al Niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había
llamado el ángel antes de su concepción" (Lc 2, 21). Jesús significa Dios que salva de
todo mal. A todos los hombres, de todos los males, que en el fondo, son privación de la
plenitud de la vida verdadera, corporal, espiritual, moral. El dolor y el error y la
ignorancia. Ahora ha comenzado el mundo nuevo, la etapa salvífica de Dios Amor
Misericordioso, la sangre redentora de la circuncisión ya es inicio del sangriento
calvario, en el que ha de ser bautizado por el bien de sus hermanos, el hermanito más
pequeño, aunque es el mayor y el primogénito.
El bautismo de Jesús en el Jordán. "Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi
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elegido, a quien prefiero. Sobre El he puesto mi espíritu"."Apenas se bautizó Jesús,


salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y
se posaba sobre El. Y vino una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi
predilecto". Son dos textos luminosamente coincidentes: Dice Isaías: Sobre El he
puesto mi Espíritu. Dicen los sinópticos: "El Espíritu bajaba como una paloma y se
posaba sobre El". Dice Isaías: "Este es mi elegido, a quien prefiero. Y los sinópticos:
Este es el amado, mi predilecto" (Mt).
Entre Isaías y los sinópticos hay una diferencia: Isaías dice: "Mi siervo". Los
evangelios dicen: éste es "mi Hijo". Hay pues un progreso de Revelación en el
Evangelio: El Padre revela al Hijo, que viene a revelar al Padre. El Siervo de Yahve
viene a realizar una misión trascendental: Renovar la alianza de Dios con Israel. Para
ello el autor sagrado se sirve de la terminología propia de la creación: "Yo te he
formado y te he hecho", como al primer hombre. Ahora comienza un Mundo Nuevo,
una creación Nueva, un Orden Nuevo de cosas a través de la alianza Nueva con su
pueblo, que culminará con el Bautismo de sangre de la Cruz, que anuncia ya el
Bautismo en el Jordán. Desde ahora todo será nuevo. Y así como en la Creación el
espíritu se cernía sobre las aguas (Gn, 1,2), en la nueva creación que comienza hoy, el
Espíritu se posa sobre Jesús.
Como Sacerdote, Profeta y Rey, su actuación será muy distinta de las de los de
su tiempo. No actuará con procedimientos militares, ni con gritos en las plazas, ni con
legalismo humano. Implantará el derecho y la justicia, no como los entendemos hoy
impregnados de legalismo y sociología, sino con una actividad salvífica a todos los
niveles, según los designios de Dios. Es decir, transformando la interioridad de los
hombres, uno a uno, reavivando la mecha a punto de extinguirse, haciendo la
revolución verdadera querida por Dios con las armas de la paz, por la acción dinámica
del Espíritu que le anima, en mansedumbre y humildad.
A Juan que le dice a Jesús: "Soy yo el que necesito que Tú me bautices",
responde Jesús: "Debemos cumplir lo que Dios quiere". La obsesión de Jesús es hacer
la voluntad del Padre. Y ese debe ser el programa de todo cristiano. El Bautismo de
Jesús culmina con una teofanía. Se abre el cielo, desciende el Espíritu sobre Jesús, y
el Padre proclama la filiación de Jesús y su Amor por El. Está allí la Familia Trinitaria
presente y actuante. Es un momento imponente y trascendente. El Padre y el Espíritu
presentan las credenciales de Jesús ante Israel y ante el mundo.
"El bautismo de Jesús es la inauguración de su misión de Siervo Doliente. Se
deja contar entre los pecadores; es ya el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo; anticipa ya el bautismo de su muerte sangrienta; por amor acepta el bautismo
de muerte para la remisión de los pecados. Así es como manará de El el Espíritu para
toda la humanidad. En su bautismo se abren los cielos, que el pecado de Adán había
cerrado. Y la aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como
preludio de la nueva creación. Por el bautismo el cristiano se asimila sacramentalmente
a Cristo que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección. Debemos entrar en
este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con
Jesús para subir con El, renacer del agua y del Espíritu en hijos amados del Padre y
vivir una vida nueva" (CIC 536).
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VIDA, PASION Y MUERTE DE CRISTO.
JESUS MURIO CRUCIFICADO.

Después que santo Tomás ha meditado y reflexionado sobre la vida oculta de


Cristo, su nacimiento, manifestación a los pastores y a los magos y circuncisión en las
cuestiones 36 y 37 de la tercera parte, y en la 38, 39 entra a razonar la vida pública con
el Precursor del Señor y con su Bautismo, y desde la 40, profundiza en la vida del
Salvador, en las tentaciones de Cristo, en sus enseñanzas y milagros, en la
transfiguración, en la pasión, y en la muerte de cruz y sepultura del Señor.
Cuando en el Jordán, tras el forcejeo verbal con Juan, es bautizado Jesús,
desciende sobre El el Espíritu Santo en forma de paloma, y la voz del cielo proclama
que él es "mi Hijo amado" (Mt 3, 13). Esta es la manifestación de Jesús como Mesías
de Israel e Hijo de Dios, y aparece entre los pecadores, como el Siervo Paciente (Is 53,
12), y como "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Con ella anticipa el
"bautismo" de su muerte sangrienta y se somete, por amor, al designio del Padre.
Para prepararse a la vida pública, Jesús, impulsado por el Espíritu, va al
desierto, donde es tentado por el diablo, para poner a prueba su fidelidad a Dios. Jesús
rechaza las tentaciones, que resumen las de Adán en el paraíso y las de Israel en el
desierto, y construyen, con su victoria ante el tentador, la fidelidad en tercera instancia,
y anticipan la definitiva victoria en la cruz, del hombre nuevo.
Cristo manifiesta cómo va redimir al mundo por la obediencia al Padre, y no con
gestos espectaculares, como después enseñará a sus discípulos que, con Pedro, se
escandalizarán de la cruz. Los milagros de Jesús, por los que libera a algunos
hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, de las enfermedades y de
la muerte, son signos mesiánicos, que profetizaban la liberación de la esclavitud del
pecado.
Jesús eligió discípulos, a quienes formó y amó y transmitió sus poderes. Confió
a Pedro el poder de las llaves del Reino de los cielos y la misión de apacentar las
ovejas, como signo del Buen Pastor. Cuando, después de la confesión de Pedro: "Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo", "comenzó a decirles a los discípulos que él debía
subir a Jerusalén, y ser desechado y sufrir y ser condenado a muerte y ejecutado y
resucitar al tercer día", Pedro se resistió (Mt 16 22). Y, para animar a sus discípulos
que, ni entendían ni querían entender, porque tenían mentalidades mesianistas, y
porque amaban a Jesús y también, por lo que a ellos les podía tocar, Jesús se
transfigura ante Pedro, Juan y Santiago. El Padre le avala, le proclama su Hijo, su
elegido, y les manda que le escuchen. Durante un instante, Jesús ha manifestado su
divinidad y ha probado que, para entrar en su gloria, es necesario pasar por la cruz, en
Jerusalén.
El Doctor Angélico, que reflexiona detenidadamente en la Suma los Misterios, al
llegar a este punto, citando a san Lucas 24, 26, "Era preciso que Cristo padeciese todo
esto para entrar en su gloria", termina diciendo con san Beda: "Piadosamente proveyó
que, mediante la breve contemplación del gozo eterno, se animasen a tolerar las
adversidades". "Era necesario que el Mesías padeciera".
Los hombres hemos desobedecido a Dios, Cristo contrarrestará con su
obediencia nuestra desobediencia: "Como por la desobediencia de un solo hombre,
todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos
serán constituidos justos" (Rm 5, 19). El amor de Jesús hasta el extremo confiere su
15

valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción, a su propio


sacrificio.
Ningún hombre era capaz de tomar sobre sí los pecados de todos y de
ofrecerse en sacrificio por todos. Unicamente Cristo, Persona divina y por tanto con
valor infinito en sus actos, porque estos se atribuyen a la persona, siendo también
perfecto y verdadero hombre, y Cabeza de todos los hombres, ha podido ofrecer su
sacrificio, como Redentor del hombre.
Von Balthasar, uno de los pocos que han tratado a fondo la "kenosis" de Dios,
pues desde 1500 no se ha profundizado teológicamente este misterio, cita a Isaías 24,
17, 23, al evocar la muerte de Dios. Si Dios muere, todo muere; si la palabra de Dios
calla, todo el mundo calla (Mysterium Salutis III, II).
¿Para qué se derramó tanta sangre?, pregunta san Gregorio Nazianceno. Sin el
pecado, Jesús no hubiera muerto. Y si la muerte de Jesús es la finalidad de la
manifestación de Dios, entonces el pecado es necesario para esta manifestación. El
misterio de la Pasión es la revelación de Dios que se anonada. Cuando Dios sirve,
cuando lava los pies a sus criaturas, revela su íntimo ser.
Pedro se rebela frente a la humillación de Cristo, porque no comprende, y tuvo
que ser especialmente formado por Jesús, para poder llegar a conocer a Dios y a sí
mismo, pues había de ser pastor. Pedro se ve deslumbrado por el hecho inconcebible
de la Pasión. Veámoslo. Cuando Jesús caminaba sobre las aguas, Pedro le dijo:
"Señor, mándame ir a tí sobre las aguas. "Ven", le dijo Cristo (Mt 14, 28). Caminar
sobre las aguas, es una acción propia de Yahvé. Pedro pudo pensar: ¿Acaso no nos
ha comunicado Cristo sus poderes para expulsar demonios y curar enfermos? Pedro
querría participar de la potencia de Jesús, pero no sabe que eso significa participar en
sus pruebas, es decir, soportar el viento y el furor de las olas. Le pareció fácil caminar
sobre el agua. Pero cuando arreció el viento, gritó, y se hundía. Presumía porque no se
conocía, y se consideraba capaz de participar de la debilidad de Dios.
Cuando Jesús se dirige con los discípulos al huerto de los Olivos: "Heriré al
Pastor y se dispersarán las ovejas"(Mt 26, 31), le dice Pedro: "Aunque tuviera que
morir contigo, no te negaré" (Ib 35).
La idea que los discípulos tenían de Dios era totalmente veterotestamentaria.
Porque nadie tiene la idea verdadera de Dios, hasta que no ha conocido al Crucificado.
Pedro habla de morir, pero lo entiende de una manera heróica, la muerte del mártir con
la espada en la mano, como los Macabeos, pero no entiende morir humillado, en
silencio, en el escarnio público. Pedro y los demás se duermen. Aunque Dios se les
está revelando, no están maduros para aceptar su revelación: Sienten miedo ante
Jesús que se asusta. Tienen los ojos cargados. Jesús tiene que orar solo. Le ven la
cara tan asustada, angustiada, y aparece la duda ¿pero éste es el Mesías? ¿Cómo
puede Dios manifestarse en un hombre tan pobre? Este Jesús que se humilla, que
parece un guiñapo, que camina con inseguridad, los desconcierta cada vez más,
derrumba su esquema mental, su idea de cómo Dios debe manifestarse y debe salvar
a un hombre que le ha sido fiel, que es su Cristo. Este titubear de Pedro se viene abajo
cuando llega Judas y besa a Jesús. Pedro hizo el último intento de morir como un
héroe: sacó la espada. Y Jesús le desautorizó. ¿Por qué no vienen ahora esas
legiones de ángeles? ¡Jesús no reacciona! Y Mt 26, 56 dice: "todos le abandonaron".
Pedro lo seguía de lejos. Pedro negó. Cantó el gallo (Ib 70). "Jesús se volvió, miró a
Pedro y Pedro se acordó de la palabra del Señor y lloró amargamente" (Lc 22, 61).
Reflexionaría Pedro: Jesús lo sabía todo. Luego ese es el plan de Dios. La mirada de
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Jesús engendra a un Pedro nuevo, que comienza a intuir, entre lágrimas, que Dios se
revela en Cristo abofeteado, insultado, negado por él, y que va a morir por él, cuando
era él el que queria morir por Jesús. Así es como Pedro entra, por medio de esta
laceración y humillación, en el conocimiento del misterio de Dios a través de la
ignominia de la cruz.
Hay que aceptar la debilidad de Dios y la Pasión como manifestación del amor
de Dios, como la obra de Dios por excelencia. Hay que meditar la Pasión y la Muerte
del Hijo de Dios en toda su terribilidad.
Contemplando la Pasión en su dimensión trinitaria, aparece la revelación
definitiva de Dios. Hasta la Pasión, la revelación del misterio de Dios era incompleta. El
Dios de A. T. es verdad, pero no toda la verdad aún. La verdad plena de Dios es ver a
Dios que se hace débil, Dios vida que entra en la muerte. El Padre que entrega al Hijo
y el Hijo entregado, traicionado por los hombres y entregado por el Padre a los
hombres.
Es el misterio del abandono, de los hombres y del Padre y toda la desolación
interior, que los hombres que aman a Dios sufren a veces larga y amargamente. San
Juan de la Cruz, lo vive y lo describe como "Noche oscura". Isaac de Nínive habla de
un infierno mental, de gustar el infierno, de situación de abandono: "Un hombre en esa
situación cree que no puede cambiar ya su vida, ni que algún día pueda encontrar la
paz. La esperanza en Dios y el consuelo de la fe desaparecen completamente de su
alma, y se encuentra contínuamente llena de duda y angustia".
Místicos de Occidente, desde San Bernardo, "con el abandono de la esposa",
comentando el Cantar de los Cantares, hasta Angela de Foligno y Rosa de Lima, quien
a diario se veía visitada por terribles tinieblas del espíritu y del sentimiento, que la
angustiaban hasta el extremo de que no sabía si estaba en la tierra o en el infierno.
Sollozaba bajo el tremendo peso de las tinieblas; la voluntad tiraba hacia el amor, pero
se quedaba quieta y paralizada como el hielo. Su memoria se esforzaba por recordar
sus anteriores consuelos, pero en vano. Se adueñaban de ella terror y angustia, y
gritaba, Dios mío... ¿por qué me has abandonado? Pero nadie respondía... Y lo peor
es que parecía que sus males iban a durar eternamente, que no se vislumbraba el final
de sus miserias y que un muro de bronce le imposibilitaba salir del laberinto. Ignacio en
Manresa, sufrió la tentación de tirarse al pozo por el horror de la desolación, y analiza
este estado, en sus EE, 317. Santa Teresa en las moradas sextas roza vivencias de
infierno. Teresita se ve en el túnel... De Raïsa escribe Maritain: "Durante todo ese
tiempo fue implacablemente destruida, como a hachazos, por ese Dios que la amaba a
su manera terrible y cuyo amor sólo es dulce a los ojos de los santos o de los que no
saben lo que dicen".
A través de estas experiencias, se puede intuir algo del misterio del abandono
de Cristo. Esta noche oscura suele proceder de una ofrenda generosa. Ofrenda de
Teresita al Amor. En el A. T. existen las experiencias de abandono de Dios que
encontramos en muchos salmos. Pero sólo quien ha experimentado al Dios de la
Alianza, sabe lo que significa sentirse abandonado por El. No se puede expresar con
palabras, pero algo intuímos siguiendo la vía trinitaria en la contemplación de la Pasión.
Pueden estas intuiciones convertirse en realidad muy dramática en la oración
personal y comprendemos que muchos estados de ánimo de los que no lográbamos
darnos cuenta, son en el fondo experiencias de abandono, a través de los cuales Jesús
nos pide que entremos en un conocimiento más vivo de su Pasión.
Desde el Génesis y el Exodo, Dios es un Dios fuerte, que hace lo que quiere,
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para quien nada es imposible, capaz de exterminar a los Egipcios, devorar con el fuego
a los pecadores, que arranca los cedros del Líbano, que hace temblar las montañas
como cabritos que saltan en los prados. El AT educa según una fuerza irrestible de
Yavé. ¿Quién podrá resistir ante El? Del AT se desprende que esta fuerza es
característica de Dios, Dios no puede renunciar a ella sin renunciar a ser Dios, porque
es el fuerte, el poderoso, lo es por su naturaleza.
En el AT se manifiesta la ira de Dios. Dios odia y destruye el mal. Su fuerza ante
el mal se convierte en la ira de Dios.
Ante estas verdades del AT aparece Jesús, tan difícil de asimilar por los
Apóstoles, el Hijo amadísimo, el predilecto, es pobre y débil, se retira ante los fariseos,
deja que crezca su odio contra El. Jesús no se hace propaganda. Sus hermanos le
decían: "Muéstrate al mundo". El no sabe hacerse de valer. Esto hacía vacilar a sus
discípulos. Por eso en la pasión ellos están pensando que este hombre no es fuerte,
que les obliga a ceder, a alejarse. Les ha dicho que quiere hablar al mundo, pero no
emplea los medios. Isaías había escrito: "No gritará, no levantará la voz, no disputará,
ni gritará, ni se oirá su voz en las plazas". No usará los medios para impresionar a las
multitudes. Es manso, no es prepotente, sino tímido. He aquí la paradoja de la fuerza
de Dios, que se manifiesta débil, que viene para destruir el mal, pero parece tener una
voz tan débil que puede ser sofocada por el mal. Por tanto, Dios se revela en él. Pero
el misterio sigue: Dios tiene poder para destruir el mal, sin embargo aquí tenemos a un
hombre, Jesús, que no es capaz de hacerse valer, que no quiere imponerse, que tolera
a sus enemigos y que no los derrota; que no combate la injusticia aplastándola, al
contrario, se retira y permite que prevalezca la injusticia, y que sea ella la que alce la
voz. "No romperá la caña cascada", pero él sí será roto, por esta debilidad suya; "no
apagará la mecha humeante", pero otros le apagarán a él por no haberse impuesto.
Este Dios que se manifiesta aquí, deja que le insulten, le escupan, se burlen de
El y que le desafíen: "Si eres el Hijo de Dios, sálvate a tí mismo" (Mt 27, 40). Aquí
entramos en la paradoja misteriosa, en la que vivimos en este mundo: triunfa el injusto,
y el justo es oprimido, vejado, humillado, postergado y escarnecido. Nosotros mismos
vivimos el misterio de la debilidad de Dios. La debilidad de Dios manifestada en la
parábola de la viña Mt 21, 33. El amor y el deseo de promover a los labradores, pierde
al amo de la viña. El Padre entrega a su Hijo a los labradores, porque quiere darles
confianza hasta el fondo.
Pero el dueño no es débil: Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con
aquellos viñadores? Les impondrá dura muerte. La cruz pues no es sólo poder de Dios,
es también juicio terrible, pero puede serlo precisamente porque es la prueba de que
Dios quiere libres a los hombres y de que quiere darles la posibilidad de expresar su
propia libertad en su servicio. Al darles esa libertad, les da también la posibilidad de
rebelarse.
Cuando se lee el sermón de la montaña, resulta casi inconcebible tener que
entregarse inermes al enemigo. ¿Cómo puede llegarse a eso? He ahí al Padre que
entrega a su Hijo al enemigo, no como enemigo, sino esperando que comprendan,
"respetarán a mi Hijo".
Santa Teresa, que había leído y meditado la vida y la pasión y muerte de Cristo,
al tiempo de escribir sus obras, la resume toda en el amor que el Padre nos tiene para
entregarnos a su Hijo, que culmina en la Pasión y en la muerte, y su magisterio de
oración lo resume en ir siguiendo paso a paso los misterios de la Redención, lo que el
Señor pasó por nosotros, su gran anonadamiento e ignominia, su tortura y su amor:
15

"Pensando en la sagrada pasión, pensamos muchas más cosas de fatigas y tormentos


que allí debía de padecer el Señor de las que los evangelistas escriben". "¡Oh, Jesús
mío! Cuán grande es el amor que tenéis a los hombres... pues con tanta sangre vemos
demostrado el amor tan grande que tenéis a los hijos de Adán". Lo leeremos después
en el texto teresiano. Y este amor es la causa de la debilidad de Dios que muere por
los hombres y quiere encarnarse en los pequeños y en los débiles, en la Iglesia, en la
comunidad y en la historia.

6
LA CRUZ.
LA OBEDIENCIA DE CRISTO AL PADRE CAUSA Y MODELO DE LA DEL
CRISTIANO
"Cristo se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz" (Flp 2, 8). Dispuso
Dios que la expiación de los pecados de la humanidad entera fuera consumada por el
que había sido constituído como Cabeza de la misma, como nuevo Adán, y por
razones que no nos son conocidas, pero brotadas de su infinita misericordia, exigió que
sufriera en proporción a los pecados que expiaba, que eran incomensurables, y en
ellos, como afirma santo Tomás, estaba representada la humanidad entera. Todos
hemos sido causa de su muerte.
Los sufrimientos de Cristo, intensos de suyo, fueron más crueles por su
exquisita sensibilidad, formada por el Espíritu Santo para sufrir, porque estaba
destinado al sacrificio.
La muerte de Cristo en la cruz fué un sacrificio auténtico: "Cristo nos amó y se
entregó por nosotros, ofreciéndose a Dios como sacrificio fragante" (Ef 5, 2). Santo
Tomás, en la cuestión 43, 3, afirma categóricamente, citando a San Agustín, que con
este sacrificio nos redimió.
Así lo define el concilio de Trento, portador de toda la tradición cristiana.
A esta generosidad divina debe el hombre responder de manera adecuada. Si
Cristo se ha ofrecido por nuestra salvación a obedecer al Padre hasta la muerte, sus
discípulos deben unirse a El, como miembros de su cuerpo en ese mismo sacrificio,
que les alcanza perdón, gracias y fortaleza, a la par que les es modelo y ejemplar.
Como la obediencia de Cristo en el Calvario al Padre, rectificó la rebeldía de Adán, la
obediencia de los cristianos a su Redentor, se une a esa rectificación por sus propios
pecados y por los del mundo. Los que hemos sido bautizados hemos sido incorporados
a la muerte de Cristo.
La concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la
vida arrastran a los hombres a seguir el ejemplo de los primeros padres en la
satisfacción de las propios instintos. Para obedecer es necesario crucificar la carne con
sus concupiscencias: "El hombre que éramos antes, fue crucificado con El para que se
destruyese el indivíduo pecador y así no seamos más esclavos del pecado" (Rm 6, 6).
Santo Tomás enseña que los sufrimientos de Cristo ayudan al hombre a
beneficiarse de los méritos que le alcanzan esos sufimientos, y a recordar lo que le
debe por la gravedad del pecado perdonado, y la deuda que por él tiene con Dios. Y su
ejemplo es estímulo para que se entregue a la lucha incesante contra el mal, a la vez
que su heroísmo le anima a vencer las concupiscencias para vivir una vida nueva.
15

6
RESURRECCION Y ASCENSION DE CRISTO
AL TERCER DÍA RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS,
SUBIO A LOS CIELOS.
Cinco cuestiones de la Suma, de la 53 a la 57, dedica el Angélico a la
Resurrección y Ascensión de Cristo al cielo. Los datos de la revelación son numerosos.
Dice el Catecismo de la IC: "Os anunciamos la Buena Nueva de que la promesa hecha
a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús" (Hch 13,
32). La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y
vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como
fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento,
predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:
Cristo resucitó de entre los muertos. Con su muerte venció a la muerte. A los muertos
ha dado la vida (Liturgia bizantina) (638). Santo Tomás ve necesaria la Resurrección
para manifestar la justicia divina que debe ensalzar a los que se han humillado; para
confirmar nuestra fe en la divinidad de Cristo: "Si Cristo no ha resucitado, es inútil
nuestra predicación y vana vuestra fe" (1 Cor 15, 14); para alentar nuestra esperanza
en nuestra propia resurrección; para ejemplo de nuestra resurrección espiritual, a fin de
que, muertos al pecado, resucitemos con Cristo a una vida nueva (Rm 6, 14); para
completar el misterio de nuestra redención, promoviéndonos al bien con su
resurrección, después de habernos librado del mal con su pasión.

Nos dice Juan: "Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro; vio y creyó"(20, 8). Es la única ocasión en que en el NT se afirma
que alguien cree al ver el sepulcro vacío. El evangelista piensa en una mayoría de
lectores a quienes no se les ha aparecido Cristo Resucitado. Con lo cual está diciendo
que esa prueba no es necesaria, ya que él, Juan, ha creido viendo el sepulcro vacío.
Cosa que era para él nueva: "No había aún entendido la Escritura que dice que El
había de resucitar de entre los muertos" (Jn 20, 9). Se van los Apóstoles. Y María se
queda. Y le dice Jesús: "María". "Suéltame que aún no he subido al Padre; ve a mis
hermanos y diles que subo al Padre mío y vuestro" (Jn 20, 16-17). El encuentro con
Jesús engendra el envío para dar la Buena Noticia.
En el Cenáculo había dicho Jesús: "Me voy a la Casa de mi Padre a prepararos
vuestro sitio". Hablaba de su muerte. Pero volveré. Hablaba de su Resurrección. La
primera palabra de Jesús en el evangelio de Juan es ésta: "¿qué buscáis?". Le
respondieron: "¿dónde vives?": "Venid y lo veréis". Ahora dice que se va al Padre, a la
Casa de su Padre. Tomás, ya era así antes de su incredulidad, no entiende y quiere
que les concrete. No sabemos ni a dónde vas, ni conocemos el camino, ¿cómo
podemos ir? En metáfora Jesús dice: "Yo soy el Camino". No es un camino geográfico.
El camino siempre es un medio para llegar a la meta, a un destino, a una ciudad. Pues
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"yo soy el Camino", dice Jesús. Haciendo lo que yo he hecho y estoy haciendo y voy a
hacer, viviendo como yo, y amando como yo, y sufriendo como yo, llegáis a la Casa del
Padre. Si no es así, de ninguna manera podéis llegar. La Casa del Padre es la meta del
hombre. Cristo es el Camino.
Pero el camino es largo y duro y monótono, y humillante y doloroso, cuando
estemos sin fuerzas vitales, ¿qué haremos? "Yo soy la Vida". Yo os daré vida, os la
daré en mis sacramentos, que son mi presencia viva, en mi palabra, que es palabra de
vida, y cuando os asalte la duda y os invada la angustia, "Yo soy la Verdad". No
temáis. El que cree en Mi hará obras mayores que las que Yo hago. El multiplicó los
panes, y la Iglesia, multiplica su palabra y el pan eucarístico para la vida del mundo,
hasta el fin de los siglos. El curó a los enfermos y leprosos, la iglesia cura y resucita a
los pecadores, en el sacramento de la penitencia y reconciliación. El caminó sobre las
aguas y sus discípulos han caminado y caminan sobre las olas de las persecuciones y
de las tribulaciones para anunciar el Evangelio. El número de los discípulos crecía. La
acción del Espíritu se hacía patente en el crecimiento de la comunidad. Y comienzan,
como en toda comunidad siempre, las diferencias, las disensiones. Los de lengua
griega y los de lengua hebrea. Hay preferencias. La multiplicidad de lenguas y de razas
es una riqueza, pero engendra peligro de división.
Los Apóstoles, inspirados, están en su sitio. Si ellos se dedican a administrar las
limosnas, eso les robará el tiempo de la oración, de la penetración de la Palabra por el
estudio y por la contemplación. La palabra no se debe distribuir en frio, sino caldeada
en el estudio y la oración. "Al pueblo se le pueden distribuir piedras en vez de panes.
Los cristianos se dan cuenta enseguida de si las palabras del predicador provienen de
su profunda oración personal o si, por el contrario, son ligeras y superficiales como
artículo de periódico", ha escrito Von Balthasar. Los Apóstoles pues se dedicarán a la
oración y al ministerio, al servicio de la palabra, porque ese es su servicio primordial a
la comunidad. Insustituible.
Santa Teresa ha visto a Cristo Resucitado repetidas veces con grandísima
majestad y gloria. Sigue a continuación su testimonio.

TERCERA PARTE
CREO EN LA SANTA IGLESIA CATOLICA.

1 IGLESIA PEREGRINA

"La Iglesia es a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles,


entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo,
peregrina...(SC 2).
"Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos los ángeles y, destruida la
muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya
difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando "claramente a
Dios mismo, uno y trino, tal cual es" (LG 49).
Después del tratado de La Santísima Trinidad y el de la Creación visible e
invisible y el del Verbo Encarnado, vamos a penetrar en el misterio de la Iglesia, que
15

tiene su origen en la Trinidad y fué instituída por Cristo.


Así como hemos pasado de la primera parte de la Suma, De Dios Uno y Trino y
Creador, y hemos saltado a la tercera, del Verbo Encarnado, abrimos ahora esta
Tercera parte de esta "Suma Antológica Teresiana" con el tratado de "Iglesia de
Cristo", que Santo Tomás no trata singularmente, pues sólo, al final de la segunda
parte, estudia determinados estados dentro de la Iglesia. En realidad, el tratado
de Iglesia se ha desarrollado en los últimos tiempos, y ha culminado, hasta el presente,
en el Vaticano II, con su Constitución Dogmática "Lumen Gentium" y el Decreto
"Apostolicam actuositatem", junto con otros documentos, que han extendido su
concepto y han universalizado su misión, como la Exhortación Apostólica "Christifideles
laici", de Juan Pablo II, que ya es fruto del Concilio.
La Iglesia nace en el corazón de la Trinidad, que "dispuso convocar a los
creyentes en Cristo en la Santa Iglesia". Ya los antiguos decían que el mundo fue
creado en orden a la Iglesia: "Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama
mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia", dice
Clemente Alejandrino.
Aunque la Iglesia venía siendo preparada ya en la Antigua Alianza, el plan de
salvación del Padre lo instaura en la plenitud de los tiempos, Cristo que, para eso ha
sido enviado. Aunque sus palabras y sus obras la iniciaron, "la Iglesia ha nacido
principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución
de la Eucaristía y realizado en la cruz. "El agua y la sangre que brotan del costado
abierto de Jesús crucificado son signo de este comienzo y crecimiento" (LG). "Pues del
costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la
Iglesia"(SC) (CIC 766). La Iglesia vive en la historia, pero al mismo tiempo la
trasciende. La iglesia es el Pueblo de Dios, cuya identidad es la dignidad y la libertad
de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo;
cuya ley es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó; cuya misión
es ser la sal de la tierra y la luz del mundo; cuyo destino es el Reino de Dios, que ha de
ser extendido hasta que Cristo lo lleve a su perfección.
Socialmente, en la economia de la encarnación, la Iglesia es parte del mundo y
tiene una misión secular, pero no se identifica sin más con el mundo ya que es
presencia y signo del Reino de Dios, y debe ir creciendo en la unidad, y sólo
conseguirá ser totalmente una cuando sea totalmente Iglesia.
Tres son las connotaciones esenciales de la Iglesia mientras va de camino:
secularidad, tensión hacia la llegada del Reino y unidad. Estas tres características dan
origen al laicado, la vida religiosa y el ministerio jerárquico. Contemplada la Iglesia
como comunión, los tres estados constitutivos de la Iglesia se complementan en el
perfeccionamiento de la comunidad.
La reforma de santa Teresa tiene como fin: ayudar a la Iglesia. Su dolor es ver
por tierra a la Esposa de Cristo. El medio de su ayuda será la oración y el sacrificio,
pues las cosas crecen por lo que nacen. Y al fin de su vida declara que "muere hija de
la Iglesia".
En su tiempo la concepción de la Iglesia estaba basada en la teología de los
poderes. Unos celebran, enseñan y gobiernan, otros aprenden, asisten y obedecen.
Según el Vaticano II, la Iglesia es una sociedad visible y estructurada orgánicamente
en la que todos los miembros participan el Espíritu de Cristo; la eclesiología del
Concilio es una eclesiologia de comunión en el misterio.
En la comunidad cristiana nadie es más que nadie, todos tienen la misma
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dignidad de hijos de Dios y cada uno aporta sus carismas al bien de todos. Considerar
la vida consagrada por lo que hace más que por lo que es, ser signo del Reino, llamada
a fijar los ojos en Dios, en el siglo futuro, en la patria, es salir del espíritu y de la letra
del Concilio y no entender la genuina misión de la vida consagrada.

2
PROFECIAS Y MILAGROS

De todas las gracias "gratis datas" estudiadas en la Suma por Santo Tomás en
la 2-2, sólo catalogo aquí la profecía y el don de milagros. El Angélico estudia también
el rapto místico, pero no me parece trasladable su doctrina a los numerosos éxtasis,
vuelos del espíritu, raptos de Santa Teresa pues, aunque a las cabezas de las
fundaciones Dios infunde por su función social de la difusión del Espíritu en sus obras y
en sus hijos, abundantísimamente su espíritu, me parece que estos carismas están
más en la esfera de las gracias "gratum facientes", que de las "gratis datae", y
entonces se encuadrarían mejor en la doctrina de las Moradas sexta y séptima. Por
esta razón traslado el tema de "Rapto Místico" de que trata en la Suma Santo Tomás,
al tratado de "Oración" de esta Suma Antológica Teresiana.
Las profecías y el don de milagros son signos exteriores de la autenticidad de la
Revelación, con una función ministerial y social al servicio de la Iglesia, más que a la
propia santificación.
Según santo Tomás,"para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la
razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan
acompañados de las pruebas exteriores de su revelación. Los milagros de Cristo y de
los santos, las profecías..., son signos ciertos de la revelación, adaptados a la
inteligencia de todos, motivos de credibilidad que demuestran que el asentimiento de la
fe no es un movimiento ciego del espíritu" (Vaticano I) (CIC 156).
El Angélico, después de haber expuesto la materia de las virtudes y los vicios
que atañen a todos los hombres, trata lo que pertenece a algunas categorías de
personas. La profecía es una gracia de las de mayor importancia entre las "gratis
datae". Santo Tomás propone ámpliamente su doctrina, de una manera clara, como
acostumbra. Y afirma que la profecía es un milagro intelectual que implica un
conocimiento sobrenatural y su manifestación, y que es infundido por Dios en el
entendimiento, y no en la voluntad, para el servicio de los hermanos y no para la
santificación propia, como corresponde a la noción de gracia "gratis data", diferente
esencialmente de la gracia "gratum faciens", que santifica de suyo a la persona que la
recibe.
La profecía es infundida por la sola voluntad de Dios. El demonio no puede
causar profecías, porque el conocimiento de los futuros contingentes trasciende y
rebasa las fuerzas del entendimiento del ángel y es propio y exclusivo de Dios. Con la
luz profética pueden verse realidades divinas y humanas, pero al área de la profecía
propiamente pertenece la revelación de los futuros contingentes.
Santa Teresa ha conocido proféticamente muchas realidades: conoció que
había de morir san Pedro de Alcántara; también supo la muerte repentina de su
15

hermana cuatro o cinco años antes. Conoce que en la iglesia de san José de Avila se
harán muchos milagros. Y ha visto cumplidos todos los acontecimientos que le han
sido revelados. Pero, como no es crédula, da acertados consejos para discernir las
profecías verdaderas de las falsas.
EL DON DE MILAGROS. Razona el Angélico: Dios quiere que se crea a los
ministros de su palabra racionalmente. Pero como las verdades de la fe no pueden
demostrarse con argumentos racionales, a veces ofrece los argumentos de los
milagros, para autorizar a los que son ministros de su palabra o de sus obras. El
milagro auténtico sólo puede ser obrado por Dios.
Dice el Señor a Teresa que la fundación de Medina ha sido un milagro, y ella
también nos dice que ha dejado de narrar muchas cosas que eran milagrosas.

3 DE LA VIDA ACTIVA Y CONTEMPLATIVA

Aristóteles es el autor de la división de la vida en activa y contemplativa. A la


primera llama negocio, guerra y humana. A la segunda, ocio, paz y divina.
Santo Tomás sigue con la misma división de vida activa y contemplativa, las dos
al servicio de la Iglesia: "entregada a la acción y dada a la contemplación" (SC 2). Es
propio de la vida activa: hacer, conducir, guiar, dirigir, ordenar. De la contemplativa:
mirar atentamente desde la altura, con tranquilidad de espíritu, abarcando un extenso
panorama. La vida humana y cristiana del hombre en la Iglesia puede ser activa y
contemplativa, porque la gracia no destruye la naturaleza, y esta división de vidas que
se da en cada hombre, se da también en el hombre cristiano.
Todas las variadas empresas de la actividad humana ordenadas a las
necesidades de la vida presente, pertenecen a la vida activa. Las que se dedican a la
contemplación de la verdad, pertenecen a la vida contemplativa.
En esta vida intramundana sobrenatural todos vivimos a medias la vida activa y
contemplativa, por lo que las dos son partes integrantes de la vida cristiana completa.
En la otra vida, sólo permanecerá la contemplativa (Lc 10, 42), y se habrá desvanecido
la activa, que es de orden temporal.
El objeto de la vida contemplativa son las cosas divinas y eternas. El de la vida
activa, las cosas humanas y temporales o contingentes. El principio de la vida
contemplativa son las virtudes y los dones del Espíritu Santo correspondientes,
referidos a las cosas eternas y divinas. El principio de la vida activa son las virtudes
morales con sus dones respectivos, que tratan de las cosas humanas, temporales y
contingentes.
La vida del miembro de la Iglesia debe ser la imitación de la vida de Dios y de la
de Cristo, cuya vida es activa y contemplativa: "Sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto (Mt 5, 48); "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo" (1 Cor
4, 16). Dice San Gregorio: "El Redentor hacía milagros durante el día y se dedicaba por
la noche a la oración; para enseñar a los predicadores a no abandonar la vida activa
por el amor de la contemplación, ni a despreciar la oración por el afán excesivo de las
obras exteriores, sino que aprendan a beber en la callada y tranquila contemplación, lo
que han de comunicar a los demás por la palabra". La contemplación es ciencia o
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noticia amorosa, en expresión de san Juan de la Cruz. Conocimiento de Dios que


espira amor, como en el seno de la divinidad el Verbo de Dios espira el Amor, que es el
Espíritu Santo, dice santo Tomás.
La contemplación es hermosísima, porque la belleza es una propiedad
trascendental que siempre acompaña a la verdad y al bien, y porque el objeto de la
contemplación es la hermosura increada, y por eso se dice de la contemplación: "Me
hice amante de su hermosura".
La contemplación sólo se da con perfección cuando la naturaleza está
sosegada, purificada y ordenada, dice santo Tomás. San Juan de la Cruz, lo expresa
con su conocido verso: "estando ya mi casa sosegada". Esta es la razón de que los
contemplativos suelen aparecer durante la contemplación, llenos de belleza y
esplendor, como Moisés en su contemplación de Dios en el Sinaí. La contemplación
además es deliciosa.
Para santo Tomás la vida más perfecta es la conjunción de las dos,
contemplativa y activa: "Contemplari et contemplata aliis tradere" (2-2, 188, a. 6). "Es
más perfecto iluminar que ver la luz solamente, y comunicar a los demás lo que se ha
contemplado, que sólo contemplar".
Después de esta vida no perdurará la vida activa, porque en la bienaventuranza
no habrá miserias que socorrer. Las obras exteriores de los unos a los otros estarán
ordenadas al fin de la contemplación. Pero en la vida presente la Iglesia está dedicada
a "la acción y a la contemplación".
La "Perfectae caritatis", del Vaticano II, proclama la necesidad de la vida
contemplativa: "Los Institutos puramente contemplativos..., por mucho que urja la
necesidad del apostolado activo, ocupan siempre una parte preeminente en el cuerpo
místico de Cristo, en que todos los miembros no tienen la misma función (Rm 12,
4)...Enriquecen al pueblo de Dios con frutos espléndidos de santidad, arrastran con su
ejemplo y dilatan las obras apostólicas con una fecundidad misteriosa... Son el honor
de la Iglesia y torrente de gracias celestiales" (7).
Y el Decreto "Ad gentes",: "Los Institutos de vida contemplativa tienen una
importancia singular en la conversión de las almas con sus oraciones, obras de
penitencia y tribulaciones, porque es Dios quien, por la oración, envía operarios a su
mies, abre las almas de los no cristianos para escuchar el evangelio y fecunda la
palabra de salvación en sus corazones" (40).
La proclamación por Pio XI de santa Teresa del Niño Jesús Patrona de las
Misiones, el 14 de diciembre de 1927, fué un gesto, comentado por Sor Genoveva de
la Santa Faz, hermana de la Santa, a su hermana Leonia, que significó "la glorificación
de la vida contemplativa". Esta santa y Carlos de Foucauld, son las dos almas
proféticas que más han influido en nuestro siglo XX, aunque éste, por su humildad,
creía que no había hecho nada. Murió sin un solo compañero, y sin haber conseguido
ni una sola conversión.
Los Monasterios teresianos son universidades de vida puramente
contemplativa, pero esto no garantiza que todos sus miembros sean contemplativos
con oración mística, pues Dios no lleva a todos por los mismos caminos. Dicho de otra
manera: las monjas de Santa Teresa todas son monjas contemplativas, aunque su
oración sea ascética y difícil: "No porque en esta casa todas hagan oración, han de ser
todas contemplativas". Van por el mismo camino y se encuentran en dos tramos
distintos, el ascético y el místico, ordenados ambos a la contemplación. La ascética
será vida contemplativa incoada o incipiente, y la mística, perfecta y consumada.
15

En un mundo consumista en el que predomina la ideología de la superficialidad


y del hedonismo, es absolutamente necesaria la dimensión contemplativa de la vida,
que no comporte tan sólo huir del ruido y de los conflictos del mundo, sino encuentro
con Dios en el corazón del mundo, como medio para ser testigos del único Dios y
Señor.

4
ESTADO EPÌSCOPAL

Siendo el estado una condición de vida estable, constatamos en la Iglesia


diversos estados de vida, cuya existencia, necesidad, utilidad y conveniencia, prueba
santo Tomás con razones varias. Como causa de su perfección, para atender mejor a
sus diveras necesidades y para proporcinarle mayor belleza. Así como en el orden
natural la perfección de Dios reflejada en las criaturas se consigue de manera múltiple
y variada, así también la plenitud de la gracia de Cristo Cabeza, se reparte
diversamente en sus miembros para que el cuerpo de la Iglesia sea perfecto: "El
constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a éstos evangelistas, a aquéllos pastores
y doctores, para la perfección consumada de los santos" (Ef 4, 11). "Igual que en un
solo cuerpo tenemos muchos miembros y no todos tienen la misma función, así
nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo" (Rm 12, 4). Los diferentes
estados en la Iglesia son origen también en ella de orden y de belleza: "La reina de
Saba, al ver la sabiduría de Salomón, las habitaciones de sus servidores y el orden de
sus oficios, quedó fuera de sí" (3 Re 10, 4). "En una casa grande no hay sólo vasos de
oro y plata, sino también de madera y de barro" (2 Tim 2, 20). Así la jerarquia de
estados y de posibilidad de situaciones permanentes manifiesta la hermosura de la
Esposa de Cristo, a la que el desea "sin mancha ni arruga" (Ef 5, 27).
De todos los estados, el más excelente es el episcopal, porque los obispos
tienen la misión de perfeccionar a los demás. Los obispos han de ejercitar la perfección
ya adquirida, por eso son "artífices de virtudes", como canta la Liturgia. Deben amar a
los enemigos, estar dispuestos al sacrificio de su vida, y comunicar los más sublimes
dones de Dios. Pero el Angélico advierte que sería pecado de ambición apetecer el
episcopado, y sería desordenado desearlo, como lo sería también, rechazarlo con
obstinación.
Encomendó Francisco de Soto a la Madre Teresa que preguntara a Dios, si era
servicio suyo que aceptara un obispado, y el Señor le contestó: "Cuando entendiere
con toda verdad que el verdadero señorío es no poseer nada, entonces lo podrá
aceptar".
Para extender, profundizar y embellecer con las virtudes a la Iglesia, han sido
elegidos los obispos para que, con los presbíteros, como dice san Pedro: "A los
presbíteros que hay entre vosotros, yo, presbítero como ellos", prediquen el evangelio,
santifiquen con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los
15

sacramentos, a la grey de Cristo (1 Ped 5, 1).


Esto dice el Concilio: "Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle
progresar siempre, instituyó en la Iglesia diversos ministerios que están ordenados al
bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que poseen la sagrada potestad están
al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del Pueblo de
Dios... lleguen a la salvación" (LG 18).
"El Buen Pastor será el modelo de la misión pastoral del obispo quien,
"consciente de sus propias debilidades, puede disculpar a los ignorantes y extraviados,
no debe negarse nunca a escuchar a sus súbditos, a los que debe cuidar como
verdaderos hijos" (CIC 896).

5
DE LA VIDA CONSAGRADA
El esfuerzo principal de Santa Teresa en su vida estuvo dedicado a la vida
consagrada en la Iglesia: ser ella consagrada lo mejor que pudiere y reformar, inflamar,
suscitar y acrecentar los quilates y el fervor de la consagración en muchas almas,
promocionando a la mujer religiosa y humanamente lo más que estuvo a su alcance en
su tiempo de marginación de la mujer e infravaloración de su esfuerzo y personalidad.
Por esto, cuando nos hable de la vida consagrada, o religiosa según su lenguaje, sus
palabras van a tener un peso singular de experiencia y de realismo.
Pero recordemos sumariamente lo que el príncipe de los teólogos enseña sobre
la vida religiosa a cuyo estudio dedica cuatro cuestiones en la 2-2. Dos son los estados
de perfección: el estado episcopal, que es estado de perfección ya adquirida y el
estado religioso, cuya finalidad es adquirir la perfección de la caridad, o con categoría
de "perfectionis accquirendae".
El estado religioso constituye un estado de perfección en el que los religiosos se
ofrecen a Dios como en holocausto, "un largo martirio", dice nuestra Doctora Mística.
Tendentes a conseguir la perfección de la caridad, se consagran a Dios con los tres
votos canónicos de pobreza, castidad y obediencia, el mayor de todos es la obediencia,
porque inmola la libertad de la voluntad en manos del superior, signo del Señor.
Ninguno de los tres votos tiene por objeto la caridad, pues no se ofrece el voto,
es decir, no se puede consagrar a Dios algo que no se tiene, y no se tiene lo que es
don de Dios, como la caridad que es don infuso. Lo que se consagra a Dios es lo que
se tiene: los bienes terrenos, para sofocar la concupiscencia de los ojos, por la virtud
de la pobreza; la sexualidad, para mortificar la concupiscencia de la carne, por la
castidad; y la libertad, para sacrificar la soberbia de la vida (1 Jn 2, 16), por la
obediencia. Y se ofrece esto porque es lo que puede esclavizar a la persona y sofocar
el desarrollo de la caridad. Por tanto, el fin de los votos es hacer estallar el sepulcro del
corazón humano; liberar y dejar abierta el alma para que el Espíritu pueda encender la
caridad de Dios hasta llegar a su consumación y perfección, a la medida de Cristo. "Si
mortificáis las obras de la carne por el Espíritu, viviréis" (Rm 8, 13).
El estado de vida consagrada hoy tiene tres modalidades: la vida religiosa, los
institutos seculares y las sociedades de vida apostólica, las tres con la finalidad de
conseguir la perfección de la caridad, o sea, con categoría de estados de "perfectionis
accquirendae". La forma más original de vida consagrada la ofrecen los Institutos
15

seculares, que fueron institucinalizados por Pio XII en su Constitución Apostólica


"Provida Mater Ecclesia", en 1947.
El último brote de vida consagrada en la Iglesia lo constituyen las sociedades de
vida apostólica que, sin votos religiosos, abrazan los consejos evangélicos. Todos
desean por el crecimiento y la consumación del amor, ser luz y fermento en la masa
de la humanidad para entregarla a Cristo, el Señor.
Así es como "el estado religioso aparece como una de las maneras de vivir una
consagración más íntima que tiene su raiz en el bautismo y se dedica totalmente a
Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del
Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de
todo y, persiguiendo la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la
Iglesia la gloria del mundo futuro" (CIC 916).

6
LA IGLESIA QUE SE PURIFICA

Santo Tomás comenzó la tercera parte de la Suma y no la pudo acabar. Se


quedó en la cuestión 90. Fray Reginaldo de Piperno, que la complementó con el
"Suplemento" en el que trata los sacramentos de Penitencia, Unción de los enfermos,
Orden y Matrimonio y los Novísimos, utilizó para ello el comentario del Angélico a los
cuatro libros de las "Sentencias" de Pedro Lombardo, escrito en su juventud, cuando
enseñaba en París. En el Suplemento pues, se encuentra el tratado del Purgatorio.
Es de fe que existe el purgatorio, donde las almas de los fieles que murieron en
gracia satisfacen, más que purgan, el reato de pena, y no el de culpa. "Si es verdad
que la contrición borra los pecados, no quita del todo el reato de pena; ni tampoco se
perdonan siempre los pecados veniales, aunque desaparezcan los mortales. Ahora
bien: la justicia de Dios exige que una pena proporcionada restablezca el orden
perturbado por el pecado. Luego todo el que muera contrito y absuelto de sus pecados,
pero sin haber satisfecho por ellos a la divina justicia, debe ser castigado en la otra
vida. Negar el purgatorio es pues blasfemar contra la justicia divina. Es un error contra
la fe. Por eso san Gregorio Niseno añade: "Nosotros afirmamos y creemos en la
existencia del purgatorio como una verdad dogmática". Y la misma Iglesia universal
manifiesta su fe en él por las oraciones que hace por sus difuntos "a fin de que sean
liberados de sus pecados".
La perfección moral de estas almas es superior a la que puede alcanzar el
cristiano en este mundo, porque la gracia de que gozan es superior a la que ningún
justo de la tierra goza, gracia que hace desaparecer todo pecado y que les hace
impecables.
Santo Tomás escribe que no es la pena la que remite la culpa, sino la caridad.
"Parece probable que quien vive en caridad y se da cuenta de que se le acerca la
muerte, mueva su afecto por la caridad contra los pecados, incluso veniales, y hacia
Dios. Con ello se le remitirán los pecados veniales en lo que tienen de culpa, y quizá
también en lo que tienen de pena, si la caridad es intensa".
Las almas del purgatorio son santas, aunque todavía no ven a Dios cara a cara.
Y entre la Iglesia de los que peregrinan y la de los bienaventurados existen relaciones y
mútua comunicación, como corresponde a los miembros de un mismo cuerpo místico,
15

y los fieles que se purifican pueden ser ayudados por los fieles peregrinantes con sus
sufragios.
"La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el
Cuerpo místico, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el
recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones "pues es una idea santa
y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados" (2 M 12,
45)" (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también
hacer eficaz su intercesión en nuestro favor" (CIC 958).

7
IGLESIA CELESTIAL
"Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y destruida la
muerte lo tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya
difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando claramente a
Dios mismo uno y trino tal cual es. Todos sin embargo, aunque en grado y modo
diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos el mismo
himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo que tienen su
Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos en El. Por el hecho de que los del
cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la
Iglesia en la santidad... no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan
por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que
adquirieron en la tierra...Su solicitud fraterna ayuda pues mucho a nuestra debilidad"
(LG 49) (CIC 955-956).
Como decía santo Domingo moribundo a sus hermanos que lloraban, que les
ayudaría más después de su muerte que en su vida, y como también santa Teresa del
Niño Jesús que quería pasar su cielo haciendo el bien sobre la tierra, santa Teresa dice
que san Pedro de Alcántara le ha ayudado más después de muerto que cuando vivía,
que no fue poco lo que le ayudó, sólo con convencer al Obispo de Avila que la dejase
fundar el monasterio de San José, aparte de otros favores que le hizo; ella le ha visto
glorificado en el cielo.
No en balde, por su gran fe esclarecida por los dones del Espíritu Santo, le
hacen más compañía los que están en el cielo, que los que viven en la tierra junto a
ella. La razón es lógica. Es de Santo Tomás: La felicidad total que gozan los santos
exige la satisfacción de todos los deseos naturales que razonablemente experimenten,
sobre todo los relacionados con sus razones de amistad o lazos de parentesco, o
misión que desempeñaron en la tierra. Así, una madre de familia conocerá en la misma
visión beatífica lo que concierne a sus hijos y a su familia; los amigos lo que afecta a
sus amigos, los maestros y padres espirituales, los problemas y dificultades de sus
hijos y discípulos, los fundadores lo que pertenece al crecimiento y desarrollo de su
obra. Este es el objeto secundario de la visión beatífica de los santos, cuya gloria
accidental puede aumentar, aunque la gloria esencial sea eternamente la misma que
cuando entraron en el cielo. Pero advierte Santo Tomás, que consistiendo la
bienaventuranza esencial en la posesión y goce fruitivo del Bien absoluto e infinito,
cualquier complemento accidental, no significa nada.
La sociedad celeste, "las guirnaldas de hermosas y blancas flores de las
15

vírgenes, de las resplandecientes flores de los santos doctores, de los encarnados


claveles de los mártires" en expresión bella de San Juan de la Cruz, puede ser gozada
por los peregrinos camino hacia la patria celeste porque ya es actual en nuestras vidas
presentes su acompañamiento y protección. Ellos caminan con nosotros, ellos
interceden por nosotros, y por eso pueden enjugar nuestras lágrimas, alentarnos en las
tribulaciones, participar en nuestras alegrías, mitigar nuestra soledad en este destierro
peregrinante, y reforzar nuestra unión con ellos y con toda la Iglesia en su triple estado
por el amor fraterno que nos une en el Cuerpo Místico, y que nunca pasará. En un
jardín, en una rosaleda grandiosa, hay rosas blancas, amarillas, rosas, rojas, burdeos,
granates, carmesíes. Bajamos al jardín. Nosotros vemos las rosas, su colorido y
hermosura, percibimos su olor y perfume. Ellas no nos ven. Así los moradores de la
ciudad celeste, ellos nos ven a nosotros, aunque nosotros no les vemos a ellos porque
estamos en la nube oscura. Son invisibles, pero no ausentes. No están en la sombras.
Somos nosotros los que vivimos en la sombra. Ellos están ahora más presentes que
antes. Nos ven, nos aman, ruegan por nosotros, con ojos bellos y resplandecientes
llenos de gloria nos reconocen. Felices, transfigurados, no han perdido su delicadeza,
su amor por nosotros. Porque los que eran cristianos corrientes, ahora son perfectos,
los que sólo eran hermosos, ahora son buenos; lo que eran buenos ahora son
perfectos.

CUARTA PARTE
TRATADO DE LOS SACRAMENTOS
1
LOS SACRAMENTOS EN GENERAL

"Adheridos a la doctrina de las santas Escrituras, a las tradiciones apostólicas y


al sentimiento unánime de los Padres", profesamos que "los sacramentos de la nueva
Ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo" (DS 1600-1601). (CIC 1114).
Tanto las palabras como las acciones de Jesús durante su vida oculta y su
ministerio público eran salvíficas y anticipaban la fuerza de su misterio pascual.
Anunciaban y preparaban lo que El daría a la Iglesia cuando todo tuviese su
cumplimiento.
Los misterios de la vida de Cristo eran los fundamentos de lo que en adelante,
Cristo dispensaría a través de los sacramentos, por los ministros de su Iglesia, porque
"lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios" (San León Magno).
Los sacramentos, como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y
vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la
Iglesia, son las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza (conf CIC 1115-
1116).
La Iglesia es el cuerpo de Cristo cimentado en su sangre. En ella pervive el
espíritu del Señor a través de la corriente sacramental. La Iglesia es la prolongación de
Cristo, el pléroma de su Cuerpo, la plenitud mística. Toda la vida personal y social del
cristiano está permeabilizada por los Sacramentos, desde el Bautismo hasta la Unción
de los enfermos.
Sin sacramentos no puede haber vida cristiana ni santidad. Ellos son los
15

canales por los que Cristo entrega a la humanidad su vida para que la tengan en
abundancia, que éste es el fin de la Redención, redimirnos del pecado y darnos la
plenitud de la vida divina (Jn 10, 10).
Los sacramentos dimanan de la vida del Señor como manantial de agua viva y
virgen, que nutre y cura a los que los reciben. Cristo, después de habernos amado en
cada instante de su vida con una cadena de méritos cada uno de ellos con valor
infinito, nos amó hasta la muerte, que culminó tan cruelmente la obra de su amor. Pero,
como dice San Gregorio: el amor no se contenta con ver o hacer las cosas una sola
vez; la fuerza del amor intensifica los actos de amor. Por eso el amor mueve a Cristo a
entregarse y a darnos su vida constante. "Jesús tomó pan..., cogió el cáliz, se lo dió y
todos bebieron, y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por
todos" Marcos 14, 12. Con esta sangre adora, expía, propicia, purifica, nos hermana.
Desde entonces, la alianza es alabanza, Shalom, Redención, Rescate, Perdón,
Misericordia. Si estábamos enemistados, nos reconcilia. Ciertamente no es una alianza
entre iguales, porque Dios es mayor. El perdona y auxilia. La Nueva Alianza en la
sangre de Cristo es el sello de la reconciliación entre Dios y su pueblo.
Se nos presenta la Eucaristía como manjar, porque se contiene bajo las
especies de pan y vino; y como víctima, porque se hace presente por una
consagración inmolaticia. El efecto del manjar eucarístico es la gracia cibativa. Los
efectos de la víctima eucarística son el sacrificio, con sus valores: latréutico,
propiciatorio, eucarístico e impetratorio. Todos los hombres deben rendir culto a Dios
por ser quien es y porque dependen de El; y lo consiguen mediante el valor latréutico
del sacrificio. Le deben gratitud por lo que han recibido de Dios, que es todo: Acción de
gracias que se tributa con el valor eucarístico. El deber del hombre de tener propicio a
Dios por sus pecados, es cumplido por el valor propiciatorio. Todo hombre necesita
para alcanzar su fin pedir lo necesario, a esto se ordena el valor impetratorio del
sacrificio. Pero la eucaristía no es sólo alimento destinado a los hombres, no es sólo
sacramento. La cena del Señor, la fracción del pan, que ya celebraban los primeros
cristianos, no era sólo un banquete, sino sacrificio también y, como tal, tiene a Dios
como destinatario. 7. El sacrificio eucarístico aparece ya en la Revelación relacionado
con el sacrificio de la cruz: "Cuantas veces coméis este pan y bebéis este cáliz,
anunciáis la muerte del Señor"1. El rito eucarístico es memorial de lo acaecido en el
Calvario, que fué un verdadero sacrificio. Memorial no es un simple recuerdo, sino un
rito en el que se contiene lo mismo que se contenía en la cruz: la misma víctima y el
mismo sacerdote. Sólo es distinto el modo de la victimación; el de la cruz fue cruento,
el de la eucaristía incruento.
"La Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana, nada es más grato ni más
honroso para Dios que este augustísimo misterio en lo que tiene de sacrificio". "La
presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este
sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, que
se apoya en la autoridad de Dios. Bien lo expresó él en su himno: "Te adoro
devotamente, oculta divinidad - Que bajo estas sagradas especies te ocultas
verdaderamente... - La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces, - sólo con el oído se
llega a tener fe segura; - Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; - nada más

1
(1 Cor 11, 26).
15

verdadero que esta palabra de verdad"2.


"Aquesta eterna fonte está escondida - en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas, - y de esta agua se hartan,
aunque a oscuras, porque es de noche. Aquesta viva fonte, que deseo, - en este pan
de vida yo la veo, aunque es de noche (San Juan de la Cruz).
Como el pacto del Sinaí hizo de las tribus de Israel un solo pueblo con una
tarea a realizar en la historia, así también la alianza sellada con la sangre de Jesús,
borra las fronteras entre todos los hombres y entre los distintos grupos que forman el
género humano. La cena pascual es una cena de hermandad. Comemos a Dios y
bebemos su sangre para vivir su amor que se entrega, lava los pies, se humilla, sirve y
comparte. ¿Cómo vamos a comulgar y seguir viviendo en nuestro egoísmo y en
nuestra propia comodidad, ignorando, pasando, de los demás?. Si bebemos su misma
sangre, cómo no hemos de tener su mismo amor?. mente por los sacramentos, que
son de la Iglesia, como esposa, porque ella es el sacramento de la acción de Cristo
que actua en ella gracias a la misión del Espíritu Santo.
Los sacramentos son de la Iglesia en el doble sentido de que existen por ella y
para ella. Según san Agustín y santo Tomás, son para la Iglesia porque ellos la
constituyen y ella, formando con Cristo-Cabeza como una única persona mística (Pio
XII, "Mistici Corporis"), actuando por ellos como una comunidad sacerdotal, comunica a
los hombres, sobre todo en la Eucaristía, el misterio de la Comunión del Dios Amor
para la santificación de los fieles y la edificación del Cuerpo de Cristo; da a Dios el culto
debido; y a través de ellos por su calidad de signos que significan y confieren la gracia,
educa al pueblo de Dios.
Toda la humanidad está llamada por Dios a recibir y beneficiarse de los
sacramentos. Los que se alejan de ellos pierden y desperdician la vida que nos
comunican y que nos elevan, cristificándonos, al nivel de Dios en Cristo. Dice el concilio
de Trento: "Los sacramentos son los medios por los que comienza toda verdadera
justicia, por los que se aumenta la ya poseida, y se recupera la justicia perdida".
Nacemos por los sacramentos, crecemos por los sacramentos y somos curados
de nuestras heridas por los sacramentos. "En los sacramentos de Cristo, la Iglesia
recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque aguardando la
feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro
Jesucristo "Por eso, dice santo Tomás, el sacramento es un signo que rememora lo
que sucedió, es decir, la pasión de Cristo; es un signo que demuestra lo que sucedió
entre nosotros, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia
la gloria futura" (conf CIC 1130).

2
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO

Aunque Dios no ha limitado su fuerza salvífica infinita a la acción sacramental, y


puede santificar al pecador por los caminos que a El le plazca, ha determinado por
Jesucristo el camino ordinario de regeneración por el sacramento del Bautismo, que

2
(CIC 1381).
15

viene a ser a la vida cristiana lo que el nacimiento a la vida humana, la puerta de la


vida, y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. "Por el Bautismo somos
liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de
Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión. (Conc de
Florencia, CIC 204, 1) O, como dice el Catecismo Romano: "El Bautismo es el
sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra". Santo Tomás, siguiendo a
San Agustín, afirma que el Bautismo fue instituido por Cristo cuando entró en el Jordán
para ser bautizado por San Juan.
El Bautismo fue promulgado por Cristo en la misión de los Apostóles: "Id y
haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo". En el Jordán Jesús se anonadó y llevó consigo a toda la
humanidad pecadora, haciéndose El mismo pecado, para engendrarla para Dios, y el
Espíritu, que en la creación primera se cernía sobre las aguas, descendió también
sobre Cristo, origen de la nueva creación.
La materia del Bautismo es la ablución en la que el hombre participa en la
muerte de Cristo, con El es sepultado y con él resucita. "Cuantos fuimos bautizados en
Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte, sepultados junto con él por el bautismo
en la muerte, para que resucitando de entre los muertos como Cristo por medio de la
gloria del Padre, vivamos una vida nueva" (Rm 6).
"El Bautismo es el más bello de los dones de Dios: don, gracia, unción,
iluminación, vestido de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más
precioso que hay. Don, porque se confiere a los que no aportan nada; gracia, porque
se da incluso a los culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua;
unción, porque los ungidos son sagrados y regios; iluminación, porque es luz
resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello,
porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios" (San Gregorio Nacianceno)
(CIC 1216).
El Bautismo es el primer sacramento que imprime carácter, indeleble sello que
permanecerá eternamente para gloria o para ignominia de los que se condenen. Igual
que por el hecho de haber sido engendrados y haber nacido de nuestros padres,
llevamos y llevaremos siempre la naturaleza humana que ellos nos han transmitido, por
haber sido bautizados, permaneceremos perpétuamente hijos de Dios.
En Santa Teresa hemos encontrado escasas referencias al bautismo, pero aún
afirma que todas las almas por el bautismo son esposas de Cristo.
La comunidad humana no es un contrato libre de individuos dueños de sí
mismos, como quiere Rousseau, sino que está enraizada en la naturaleza social del
hombre y su búsqueda adecuada es para el hombre simultáneamente una
búsqueda de su propia realización personal. Esto condujo ya en los pueblos
primitivos a los ritos de iniciación, que insertan a los individuos en la comunidad
tribal, y a los adolescentes en la de los adultos por los ritos de pubertad o ritos
tribales, cuya esencia consiste en sacar al niño de la familia y unido a los demás
bajo la dirección de los adultos, realizar en solitario duras pruebas de confirmación,
que en los pueblos primitivos adolecen de algunas aberraciones, como luchas,
seccionamiento de venas, mutilaciones, etc. A estos ritos van unidas alteraciones
simbólicas, como la circuncisión, el corte del cabello, el cambio de vestido o del
nombre, etc. Sigue después un período prolongado de prueba y de confirmación o
catecumenado. Finalmente es acogido en la tribu como ciudadano de pleno derecho
y el retorno a la familia no ya como niño, sino como miembro de la estirpe con
15

igualdad de derechos.

RECHAZO Y ACEPTACION
Aún cuando la Iglesia rechazó las diversas desviaciones y corrupciones de la cultura
pagana, sin embargo ya desde el principio aceptó varios elementos de los ritos de
iniciación en el desarrollo de la liturgia del bautismo. La Constitución sobre la liturgia
del Concilio Vaticano II, (65) subraya que en los países de misión, además de los
elementos de la iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse
también los que se encuentren en uso en cada pueblo, en tanto que puedan
acomodarse al rito cristiano. Como precedentes del bautismo fuera de la religión
revelada entran en consideración sobre todo las abluciones rituales y los ritos de
iniciación en los misterios.

PRECEDENTE DEL BAUTISMO CRISTIANO


Las abluciones del culto judío fueron adquiriendo progresivamente el sentido de
acciones cultuales, como rito de iniciación que designa y produce la pertenencia al
pueblo elegido de Dios y la participación en la benevolencia de Yahvé, que entregó
a Abraham la circuncisión. “Ésta es mi alianza, que habréis guardar, entre mi y
vosotros, y tu posteridad después de ti: todo varón de entre vosotros será
circuncidado. Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio, y será ésta la señal de
alianza entre mí y vosotros. A los ocho días de nacido, todo varón de entre vosotros
será circuncidado a lo largo de vuestras generaciones tanto el nacido en casa como
el comprado con dinero” (Gen 17,10. Después del exilio se subraya el sentido moral
y religioso de este rito como circuncisión del corazón y los oídos (Lev 26,41). La
circuncisión es para Pablo el modelo del bautismo y así escribe: “En Cristo fuisteis
circuncidados por la circuncisión; sepultados juntamente con él en el bautismo (Col
2,11).

EL BAUTISMO DE JUAN, ANTICIPO DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO


El bautismo de Juan era un rito de iniciación con formas nuevas, según el modelo
de los ritos bautismales de los esenios y de la secta del Qumrán, que acogía por
este bautismo a los nuevos miembros en su alianza religiosa, determinada por la
idea escatológica. El bautismo de Juan es bautismo de penitencia en orden al
perdón de los pecados y por ello exige frutos dignos de penitencia (Mt 3,8). Es
preparación para el futuro reino de Dios y a la vez una referencia al bautismo por «el
Espíritu y el fuego», que Cristo nos proporcionará (Lc 3,16). El bautismo es
conferido a los judíos ya circuncidados sólo una vez. Tertuliano considera el
bautismo de penitencia de Juan como la acción anticipada del bautismo y
santificación auténticas en Cristo. Pero el Concilio de Trento tiene buen cuidado de
distinguir ambos bautismos y sanciona: “el que diga que el bautismo de Juan tiene
el mismo efecto de gracia que el bautismo de Cristo, sea anatema” (D 857).

EL BAUTISMO DE JESÚS.
Jesús se hace bautizar por Juan (Mc 3,13) para que se cumpla toda justicia (Mt
3,15), porque Cristo ha tomado sobre sí (Jn 1,29) los pecados del mundo como
Cordero de Dios (Ib Jn 19,36). Al mismo tiempo Juan recibirá por la revelación en el
bautismo de Jesús la claridad prometida sobre el Mesías (Jn 1,31). El bautismo
cristiano está configurado y preparado en el bautismo de Cristo. Si el bautismo en
15

el Jordán ha de con siderarse como base del bautismo cristiano instituido por él
después de la muerte y resurrección, esta revelación de Dios con motivo del
bautismo de Jesús, es de gran importancia para entender el sentido del bautismo
cristiano.

INAUGURACION DE LA MISION DE JESUS


Jesús se despidió de su madre, que ya había notado que su corazón no estaba en
la casa. Y desde Galilea se fue al Jordán para que Juan lo bautizara. Entra en el río
sin pecado personal y cargado con los pecados del mundo. Es el Cordero que
comienza a purificar a la humanidad, su esposa, para dejarla limpia con su sangre.
“Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre El he puesto
mi espíritu” (Is 42,1). "Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio
que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre El. Y vino una
voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto” Mateo 3,13. Son
dos textos luminosamente paralelos y coincidentes: 1: “Sobre El he puesto mi
Espíritu”, dice Isaías. 2: "El Espíritu bajaba como una paloma y se posaba sobre El",
nos relata el evangelio. Para Isaías Jesús es: "Mi elegido, a quien prefiero". Para el
evangelio: “mi Hijo amado, mi predilecto”. Entre Isaías y el evangelio hay otra
diferencia: Isaías dice: "Mi siervo". El Evangelio dice: Éste es "mi Hijo". Se da pues
un progreso de Revelación en el Evangelio: El Padre REVELA AL HIJO, que viene a
revelar al Padre.

MISION DEL SIERVO DE JAHVÉ


El Siervo de Yahvé viene a realizar la misión trascendental de renovar la alianza de
Dios con Israel, repatriar a los exiliados y establecer el espíritu de la verdad en
medio de todas las naciones paganas. Para expresarlo Isaías se sirve de la
terminología propia de la creación: "Yo te he formado y te he hecho", dice el Señor
del Siervo de Yahvé, según la lectura de Isaías. En el Génesis, en efecto, cuando
Dios se dispone a crear al hombre, dice: "Hagamos al hombre" (Gen 1,26). Estamos
pues ante la creación del hombre nuevo, réplica del primer hombre. Por tanto, si es
creado un hombre nuevo, ahora comienza un Mundo Nuevo, una creación Nueva,
un Orden Nuevo, una alianza nueva, sellada con la Sangre derramada en la Cruz,
Bautismo de sangre, que el Bautismo en el Jordán está anunciando. Y así como en
la primera Creación el Espíritu se cernía sobre las aguas (Gén 1,2), en la nueva
creación que comienza hoy, el Espíritu se posa sobre Jesús. Todo será nuevo
desde ahora. Los ciegos abrirán sus ojos a la luz de la revelación del Padre, que les
irá descubriendo Jesús. El amado Hijo, nos revelará a sus hermanos que somos
hijos del Padre por adopción, amados en El y herederos por El.

SACERDOTE, PROFETA Y REY


Como Rey, en contraste con los de su tiempo, implantará el derecho y la justicia,
según Dios y no según los hombres, por encima de los mismos conceptos
modernos impregnados de legalismo, ni con las normas y principios sociológicos,
sino a través de una actividad salvífica a todos los niveles. No actuará con modos
militares; ni gritará en medio de las plazas. Como Sacerdote, debe exponer lo
mismo que el rey debe implantar. Como Profeta debe ser el altavoz del Padre ante
todos los pueblos. Por eso Juan confiesa que: "Yo os bautizo con agua. El os
bautizará con Espíritu Santo y fuego", que es juicio destructor y transformante. El
15

fuego purificador, que quema el pecado y transforma en Dios.

TRANSFORMACION INTERIOR
Viene a transformar a los hombres desde dentro, a partir de su interioridad. Va a
salvar a cada hombre, reavivando la mecha que está a punto de extinguirse,
haciendo la revolución verdadera querida por Dios, por la acción dinámica del
Espíritu que le anima, con mansedumbre y humildad, transformando a las personas,
una a una, llegando a lo más íntimo de su ser, haciéndolos hijos cada vez más
plenos del Padre. Esa es la revolución que Jesús va a comenzar con el Espíritu, la
revolución de la santidad, que comienza por sacar a los presos de la cárcel de sus
pecados para crear hombres interiores, adoradores de Dios en espíritu y verdad (Jn
4,24). Creando una caña nueva allí donde hay una resquebrajada, no aplastando,
sino sanando y curando. Así actuará Dios por Jesús, por sus sacramentos, por la
Iglesia como comunidad salvífica e intercesora y mediadora universal. Ese es el
sentido del bautismo de la Iglesia, que nos hace hijos de Dios; y para que lo seamos
y porque lo somos, comeremos el Pan de la vida. Por eso pudo decir Pedro:
"Cuando Juan predicaba el bautismo, Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la
fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien" Hechos 10,34. "Todo lo ha hecho
bien" (Mc 7,37). "Soy yo el que necesito que Tú me bautices" confiesa Juan. -
"Debemos cumplir lo que Dios quiere", responde Jesús. Su obsesión es hacer la
voluntad del Padre. Y ese debe ser el programa de todo cristiano.

JESUS, SIERVO DE YAHVÉ PERSONALIZA A TODO EL PUEBLO DE DIOS


Jesús entró en el Jordán como el Siervo de Yahvé que personaliza a todo el pueblo
de Dios. Igual que el pueblo de Israel entró en el Jordán y lo atravesó para entrar en
la tierra prometida, entra Jesús en el Jordán a la cabeza de su pueblo nuevo, para
llevarlo a la tierra nueva que mana leche y miel. Jesús entró en el río. Y porque se
sumergió en el río nuestro de nuestra vida, el Padre dijo que le amaba, porque
cumplía su voluntad. Jesús entró en el río para hacer un río nuevo en un mundo
nuevo con hombres nuevos, nacidos de las aguas del bautismo. "Apenas se bautizó
Jesús, se abrió el cielo, descendió el Espíritu sobre Jesús, como una paloma y se
posó sobre él. Y el Padre proclamó que es su Hijo Amado". El Bautismo de Jesús
culmina con una teofanía, en un momento imponente y trascendente en el que se
manifiesta la Familia Trinitaria presente y actuante. El Padre y el Espíritu Santo
presentan las credenciales de Jesús ante Israel y ante el mundo para ampliar la
Familia. "El bautismo de Jesús inaugura su misión de Siervo Doliente. Se deja
contar entre los pecadores; es ya el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo; por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de los pecados. Así
mana de El el Espíritu para toda la humanidad, envejecida. Por el agua restaura
nuestra naturaleza corrompida y nos viste con su incorruptibilidad. Se abren los
cielos, que el pecado de Adán había cerrado. El cristiano se incorpora
sacramentalmente a Cristo por el bautismo, que anticipa su muerte y su
resurrección. Debemos entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de
arrepentimiento, descender al agua con Jesús para subir con El, renacer del agua y
del Espíritu en hijos amados del Padre y vivir una vida nueva" (CEC). Vida nueva
que el mismo Cristo alimenta y robustece con su Pan y Vino, sacramento para la
vida del mundo. "La voz del Señor que se oye sobre las aguas torrenciales, es
potente y magnífica y descorteza las selvas" Salmo 28, destruye las cortezas de las
15

selvas de nuestros pecados.

EL CAMINO DEL NUEVO NACIMIENTO


Aunque Dios no ha limitado su fuerza salvífica infinita a la acción sacramental, y
puede santificar al pecador por los caminos que a El le plazca, ha determinado por
Jesucristo el camino ordinario de regeneración por el sacramento del Bautismo, que
viene a ser a la vida cristiana lo que el nacimiento a la vida humana, la puerta de la
vida, y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. "Por el Bautismo
somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser
miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su
misión. (Concilio de Florencia, CIC 204, 1) O, como dice el Catecismo Romano: "El
Bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra". Santo
Tomás, siguiendo a San Agustín, afirma que el Bautismo fue instituido por Cristo
cuando entró en el Jordán para ser bautizado por Juan. El Bautismo fue promulgado
por Cristo en la misión de los Apóstoles: "Id y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". En el Jordán
Jesús se anonadó y llevó consigo a toda la humanidad pecadora, haciéndose El
mismo pecado, para engendrarla para Dios, y el Espíritu, que en la creación primera
se cernía sobre las aguas, descendió también sobre Cristo, origen de la nueva
creación. La materia del Bautismo es la ablución en la que el hombre participa en la
muerte de Cristo, con El es sepultado y con él resucita. "Cuantos fuimos bautizados
en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte, sepultados junto con él por el
bautismo en la muerte, para que resucitando de entre los muertos como Cristo por
medio de la gloria del Padre, vivamos una vida nueva" (Rm 6).

EL DON MAS BELLO QUE IMPRIME CARACTER


"El Bautismo es el más bello de los dones de Dios: don, gracia, unción, iluminación,
vestido de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que
hay. Don, porque se confiere a los que no aportan nada; gracia, porque se da
incluso a los culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción,
porque los ungidos son sagrados y regios; iluminación, porque es luz
resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava;
sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios" dice San Gregorio
Nacianceno (CIC 1216). El Bautismo es el primer sacramento que imprime carácter
indeleble, sello que permanecerá eternamente para gloria o para ignominia de los
que se condenen. Igual que por el hecho de haber sido engendrados y haber nacido
de nuestros padres, llevamos y llevaremos siempre la naturaleza humana que ellos
nos han transmitido, por haber sido bautizados, permaneceremos perpetuamente
hijos de Dios. Santa Teresa dice que las almas por el bautismo son esposas de
Cristo.

LA IGLESIA TIENE SU RITO COMO EL ANTIGUO PUEBLO DE DIOS


La Iglesia es el cumplimiento del antiguo pueblo de Dios y, como aquél, tiene
también su propio rito de iniciación, que consiste en el bautismo ordenado e
instituido por Cristo, como resulta del primer sermón de san Pedro en la fiesta de
Pentecostés, donde a la pregunta del pueblo, “¿hermanos, qué hemos de hacer?”,
responde: “Convertíos, y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de
Jesucristo para remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo”
15

(Hch 2,38). La comunidad primitiva confirió el bautismo desde el comienzo, y sin


excepción y en forma obligatoria, como lo muestra la narración de los Hechos de los
Apóstoles (2,41), en la fiesta de Pentecostés, (8,12); Felipe en Samaría, (8.36); el
etíope, (9,18); Pablo, (10,47); Cornelio por medio de Pedro (19,5); los discípulos de
Juan en Éfeso. Y esto ya desde el siglo III, según consta por las Catequesis
mistagógica de San Cirilo de Jerusalén.

EL BAUTISMO FUE INSTITUIDO POR JESUCRISTO


Ésta es la doctrina de la revelación, subrayado en Trento (D 844 - DS 1601) y en el
decreto “Lamentabili” de1907. La predicación de Jesús en los sinópticos menciona
como condiciones para la entrada en el reino de Dios únicamente la conversión y la
fe. Sólo del resucitado se narra (Mt 28,19) que en su mandato misional, que es la
base de su fundación de la Iglesia, ordenó bautizar en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo. Juan nos informa acerca de la conversación nocturna del
fariseo Nicodemo con Cristo, en la que éste explica como condición para la entrada
en el reino de Dios: “Quien no nace de agua y de espíritu, no puede entrar en el
reino de Dios” (Jn 3,3). En la siguiente narración sobre el bautismo que Jesús
ordenó administrar a los apóstoles, por lo que éstos disputaron con los discípulos de
Juan (Jn 3.22), muestra que con este renacimiento se hace alusión al hecho del
bautismo.
San Pablo en su carta a Tit 3,5 llama al bautismo “baño regenerador del Espíritu
Santo” y explica el bautismo, sobre la base de su mística de Cristo, en el sentido
teológico-mistérico (Gal 3,27, en 1Cor 12,13 y en Rom 6,2). El bautismo cristiano,
prefigurado ya en el bautismo de Juan, fue anunciado por los profetas. Así habla Ez
36,25: “Os rociaré con agua limpia, quedaréis limpios... Os daré un corazón nuevo y
pondré en vuestro interior un espíritu nuevo; quitaré de vuestro cuerpo el corazón de
piedra y os daré un corazón de carne. Pondré mi espíritu en vuestro interior y haré
que procedáis según mis leyes... Residiréis en el país que di a vuestros padres y
seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios”. De forma similar dice Zac 13,1: “En aquel
día habrá una fuente abierta para los habitantes de Jerusalén contra el pecado y la
inmundicia”. En la época de Jesús era convicción general que el bautismo del
perdón de los pecados debería ser proporcionado por el Mesías, por lo que los
enviados de los fariseos preguntan a Juan el Bautista (Jn 1,25): “Entonces ¿por qué
bautizas, si tú no eres el Mesías...?” El carácter de iniciación y el efecto de remisión
de los del bautismo resulta visible en la tipología Adán = Mesías conocida ya por el
judaísmo en tiempos de Jesús: “el primer Adán terreno es figura del segundo Adán
celestial, Cristo (1 Cor 15,45). Como el primer Adán condujo a la humanidad al
pecado, así el segundo Adán ha proporcionado la salvación a todos (Rom 5,12).
Cristo trae por ello la nueva creación (2 Cor 5,17), él es el primogénito de toda la
creación (Col 1,15), y cada uno de los hombres debe despojarse del hombre viejo
(Adán) y vestir el hombre nuevo (Cristo) (Col 3,9). Aquí resulta con claridad el
sentido histórico -salvífico del bautismo como rito de iniciación cristiana.

CUÁNDO INSTITUYO JESUS EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO


En la Edad Media surgió una controversia sobre cuándo y cómo instituyó Cristo el
sacramento del bautismo, y hay diversas opiniones: Según San Bernardo de
Claraval, Estius y algunos otros en la conversación con Nicodemo (Jn 3.1). Según
San Gregorio Magno, San Agustín, el seudo-Dionisio Areopagita, Pedro Lombardo,
15

Santo Tomás de Aquino y el Catecismo romano, Jesús instituyó el bautismo en su


propio Bautismo. Aquí, según la doctrina de estos teólogos, Cristo santificó el agua,
aquí se manifestó la Trinidad, en cuyo nombre se confiere el bautismo. La mayor
parte de los teólogos ven la institución del bautismo en el mandato a los Apóstoles
de bautizar dentro del envío misional después de la resurrección del Señor (Mt
28,19). Así lo afirma Tertuliano: “Nuestra muerte sólo pudo borrarse por la pasión
del Señor, nuestra vida no se ha podido restaurar sin su resurrección” Lo mismo
enseñan Juan Crisóstomo, San León Magno y Alejandro de Hales. Hay que
preguntarse si el mandato del bautismo no supone la institución del bautismo como
fundación de Cristo y hasta qué punto la formulación del mandato misional no es ya
teología de la comunidad. San Buenaventura compendia inteligentemente los
diferentes momentos: Cristo instituyó el bautismo materialmente en su propio
bautismo por Juan. Formalmente en el mandato de bautizar, efectivamente por su
muerte y por la misión del Espíritu Santo, y finalmente en la conversación de
Nicodemo, donde muestra su necesidad. Cristo primero insinuó el bautismo (Mt
3,13); después lo instituyó (Jn 3,22 y finalmente lo ordenó (Jn 19.34). Son las tres
etapas de desarrollo que siguió en la institución de la eucaristía y en el primado de
Pedro.

LA FORMACIÓN DE LA IGLESIA COMO EFECTO DEL BAUTISMO. EL


CARÁCTER SACRAMENTAL
El Bautismo no es sólo la puerta de acceso al reino invisible de la gracia, sino que
primariamente es rito de iniciación de la Iglesia, comunidad visible de Cristo en este
mundo. Por ello surgen algunos problemas respecto de la irrepetibilidad del
bautismo. El acceso al reino invisible de la gracia por medio de la penitencia y la
conversión, del perdón de los pecados y de la concesión de la gracia es posible
constantemente para el hombre mientras vive. En la Iglesia, como corporación de
derecho civil en su dimensión mundana, existe una salida y una nueva aceptación.
La Iglesia que habla la doctrina de la fe, tiene en cuanto realidad natural y
sobrenatural, visible e invisible, una estructura sacramental, a la que sólo por medio
del sacramento del bautismo puede el hombre ser acogido; y esto en forma tan
definitiva que quien fue acogido una vez por el sacramento del bautismo, ya no
puede separarse efectivamente de ella, no puede dejar de ser cristiano ante Dios. El
sacramento del bautismo como rito de iniciación es eficaz e incorpora a la Iglesia
incluso en el caso de que la persona adulta recibiera el bautismo sin disposición
interna, sin voluntad de penitencia y conversión, por razones meramente externas,
sociales o incluso totalmente económicas, de manera que el sacramento no pudiera
desarrollar su efecto de gracia justificante. Sería un bautismo informe. La Iglesia ha
desarrollado en este sentido la doctrina bíblica del sello en la doctrina teológica
acerca del carácter indeleble y sello inextinguible. Así como una marca grabada a
fuego en la piel una vez permanece siempre, el bautismo sella al neófito como
marca del Señor, señal de Cristo, que en cuanto hecho histórico no se puede borrar
ya de la historia de esa persona. Santo Tomás basa esta unicidad del bautismo q
66, a 9 en la referencia a la irrepetibilidad del renacer, pues el nacimiento es
irrepetible (Jn 3,4s); a la unicidad de la muerte de Cristo y de su resurrección, con
las que une el bautismo (Rom 6,2); a la unicidad del pecado original que se borra
sobre todo por el bautismo (Rom 5,18); y a la unicidad del carácter sobrenatural.
15

3
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACION
Santo Tomás estudia el Sacramento de la Confirmación en toda la q72,a.1,y
comienza por proponerse él mismo una dificultad sobre la respuesta ambigua
del Papa Melquíades a los obispos españoles, sobre la distinción de los
sacramentos del bautismo y de la confirmación: "De lo que pediais mi
parecer, sobre cuál es mayor sacramento, si el bautismo o la imposición de
manos del obispo, os respondo que ambos son sacramentos importantes. A la
pregunta propuesta y a su respuesta inconcreta, responde Santo Tomás en el
artículo a1 de la cuestión 72. Los sacramentos de nueva ley confieren
especiales efectos de la gracia, de tal forma que a cada efecto distinto de
la gracia corresponde un sacramento especial. Y, puesto que lo sensible
y material sirve de semejanza para lo espiritual e inteligible, el proceso de la
vida corporal nos puede indicar los distintos modos de la vida espiritual. Es
evidente que en la vida corporal hay una perfección especial cuando el
hombre llega al pleno desarrollo y realiza las acciones perfectas del
hombre, por lo que dice Apóstol: "Cuando llegué a ser hombre, abandoné
las cosas de niño”, así, además del proceso generativo que da la vida
corporal, hay otro proceso de aumento que acaba en plenitud del
desarrollo. En la vida espipiritual, el bautismo es el que da la regeneración
espiritual. En la confirmación llega el hombre al pleno desarrollo de esta vida
espiritual. Por eso dice el papa Melquíades: "El Espíritu Santo, que bajó a
hacer saludables las aguas del bautismo, en la pila da la plenitud de la
inocencia y en la confirmación, el aumento de la gracia. En el bautismo
somos engendrados a una nueva vida; después del bautismo somos
fortalecidos". De donde se evidencia que la cofirmación es un sacramento
especial.

LA INSTITUCION DEL SACRAMENTO


Hay tres opiniones sobre la institución de este sacramento. Unos dicen que no
se debe ni a Cristo ni a los apóstoles sino a un concilio celebrado en tiempo
posterior. Otros afirman que la instituyeron los apóstoles, lo cual no es
cierto, ya que sólo Cristo puede instituir un nuevo sacramento, por razón de
su potestad de excelencia. Hay que responder, por tanto, que Jesucristo no
instituyó este sacramento administrándolo El, sino prometiéndolo, pues
leemos: "Si yo no me fuera, el Espíritu Santo no vendrá a vosotros; pero, si
me voy os lo enviaré". Y ello porque en este sacramento se recibe la plenitud
del Espíritu Santo, que no debía conferirse hasta después de la resurrección
y ascensión de Cristo, según el texto: "Aún no había sido glorificado el
Espíritu, porque Jesús aún no había sido glorificado". La confirmación es el
sacramento de la plenitud de gracia, por ello no tenía ningún paralelo en el
Antiguo Testamento, pues, como dice el Apóstol, "la ley no llevó nada a la
perfección". Todos los sacramentos son de algún modo necesarlos para la
salvación. Unos son medios imprescindibles, otros cooperan a conseguirla
más perfectamente. De este segundo modo es como la confirmación resulta
necesaria para la salvación, la cual, sin embargo, puede obtenerse sin ella,
con tal que no deje de recibirse por desprecio del sacramento. Al recibir la
15

confirmación, sacramento de la plenitud de la gracia, nos configuramos a


Cristo, el cual fue "lleno de gracia y de verdad" desde el primer instante de su
concepción. Esta plenitud se manifiestó en el bautismo, cuando "el Espíritu
Santo descendió en forma corporal sobre El". Y por eso dice la Escritura
que, "lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán”.

RELACION ENTRE AMBOS SACRAMENTOS


El bautismo y la confirmación guardan una profunda relación interna entre sí, como
lo muestra sobre todo el hecho de que estos dos sacramentos se administran
juntos en el Oriente, y en los tiempos del cristianismo primitivo resulta difícil
separar los dos sacramentos en el rito. El Decreto de Graciano cita un texto del
Pseudo-Melquíades, que para subrayar la dignidad episcopal declara la
confirmación como el sacramento mayor, pero resalta a continuación que estos
dos sacramentos están unidos. La relación interna y la diferencia fundamental de
los dos sacramentos resulta clara. El bautismo y la confirmación proporcionan a
los cristianos la misión del Espíritu Santo concedida a la Iglesia en la Pascua y en
Pentecostés,. Si el bautismo confiere ya la participación de la vida del Dios trino al
sumergirle en la naturaleza de Dios trino, en la confirmación hay que hablar en
forma completamente nueva del «don del Espíritu Santo» (He 2,38). Ya en su
bautismo, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma sobre Jesús, el «siervo
de Dios, en el que el Padre tiene se complace» (Mc 1,11). Se distingue el «envío
del Espíritu Santo» en el día de pentecostés (He 2,1), ya que éste es señalado por
el mismo Cristo como enviado por él y por el Padre (Jn 14,26).

SON DOS SACRAMENTOS DISTINTOS


La distinción entre la confirmación y el bautismo, aparece clara en el hecho de que
el Señor resucitado antes de su Ascensión al cielo exhorta a los apóstoles a «que
no se vayan de Jerusalén, sino que esperen la promesa del Padre (Lc 24,48),
pues sólo él los capacitará para cumplir su misión apostólica de testigos. Cuando
Pedro y Juan fueron enviados a los recién bautizados de Samaría, el libro de los
Hechos dice: «Descendieron y oraron sobre ellos, para que recibieran el Espíritu
Santo; porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, porque sólo
habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús» (He 8,15). Por el contrario
el Espíritu Santo descendió sobre la familia de Cornelio durante el sermón de
Pedro, de manera que el apóstol pudo decir: ¿Acaso puede alguien excluir del
agua de modo que no sean batizados a éstos, que han recibido el Espíritu Santo
como nosotros?» (He 10,47); y los hizo bautizar, pero no los confirmó. Aun cuando el
hombre en el bautismo cristiano participa del Dios Trino y aun cuando Pablo dice
que los acontecimientos de la vida del cristiano suceden tanto «en Cristo» como en
el Espíritu» “justificados en Cristo” (Gal 2,17), en (1ª Cor 6,11); santificados en
Cristo (1ª Cor 1,2), en el Espíritu (Rom 15,16), sellados en Cristo (Ef 1,13), en el
Espíritu (Ef 4,30) y cuando diga: «El Señor es el Espíritu» (2 Cor 3,17), hay que
afirmar que «en el Espíritu Santo» se completa la relación con el Padre y el Hijo.
En el Espíritu Santo podemos decir: «Abba, Padre» (Rom 8,15; Gal 4,6). «Los que
se dejan guiar por el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, éstos son hijos suyos»
(Rom 8,14). Pero precisamente Cristo «ha derramado» sobre nosotros en medida
abundante «este Espíritu, que concede la renovación» (Tit 3,5). El «don del
15

espíritu» significa «unción» (krisma), que nos hace semejantes al «ungido», a


Cristo, al Señor. «Dios, quien a nosotros, junto con vosotros, nos asegura en
Cristo y nos ungió, y también nos marcó con su sello y puso en nuestros
corazones las arras del Espíritu» (2 Cor 1,21). Además, el don del Espíritu se nos
comunica con un rito propio, en la «imposición de manos» (Act 8,17).

POR ANALOGIA
Como nuestras palabras sobre lo sobrenatural son siempre «palabras analógicas»,
nos ayudará a entender la relación y la diferencia del bautismo y la confirmación,
una imagen análoga procedente de la vida natural. La carta del seudo Melquiades,
siguiendo el pensamiento caballeresco de la Edad Media, compara el bautismo y
la confirmación describiendo el efecto de ambos sacramentos: «Por el bautismo
nacemos a una vida nueva y somos purificados; por la confirmación nos for-
talecemos para la lucha, somos robustecidos; la confirmación nos arma y equipa
para las guerras de la vida terrena; y así lo afirma el Decreto de Graciano: la
confirmación nos arma y nos instruye para las luchas con el mundo». Mejor
todavía, el bautismo confiere la vida divina, para que podamos vivir en ella; la
confirmación proporciona «la madurez de esta vida divina» para poder dar el
testimonio del apostolado. Madurez, la edad perfecta, dice santo Santo Tomás en
la vida natural es la que, por su propio desarrollo biológico, es capaz de procrear;
la vida moral se hace madura mediante el ejercicio humano de la facultad moral,
cuyo resultado es la «virtud»; la vida sobrenatural de la gracia sólo puede llegar a
su «madurez» mediante un don divino, precisamente el Espíritu Santo, que con-
suma y lleva a la madurez todo lo que ha hecho Dios, creador y redentor. Quizá
esta analogía pueda contribuir también a entender de forma más profunda la
relación de pascua y pentecostés.

HISTORIA DEL SACRAMENTO


La historia de la confirmación refleja sobre todo un problema del cristianismo
primitivo, con el que nos encontramos por ejemplo en la comparación de karis y
karisma, de la gracia personal y de la gracia para los demás, y por tanto en la
tensión existente entre la perspectiva teocéntrica y antropocéntrica de la existencia
cristiana, entre la perspectiva eclesial e individual, religiosa y ética, de la existencia
cristiana. Ya la imagen del pneuma o del espíritu en la Sagrada Escritura muestra
estos diferentes aspectos. En el Antiguo Testamento el pneuma aparece como
«fuerza de Dios», no persona, que proporciona a los enviados fuerza de Dios, por
ejemplo, a Sansón: (Jue 15,14); a los profetas, a Samuel, (1 Sam 19,20; Os 9,7), a
Moisés y a sus ancianos (Núm 11,17), el don de la profecía; la capacidad para
cumplir sus oficios, a los artistas (Ex 31,2); la inspiración artística en la edificación
de la tienda de la alianza; llena con su plenitud al Mesías futuro. Los apócrifos
hablan casi siempre del «Espíritu Santo». Como «Espíritu de Cristo» resulta de una
importancia nueva para todos los que quieren ser cristianos, que ya no viven de la
carne, sino del Espíritu (Rom 8; Gal 4). En sus discursos de despedida, el Señor
prometió expresamente este «Espíritu de verdad» como «consolador» de los
suyos (Jn 14,16.26; 15,26) y en Lucas el resucitado pide a sus discípulos antes
subir al cielo que esperen la «fuerza de lo alto», antes de ejercer su misión
apostólica como testigos en Judea y Samaría y hasta el fin del mundo (Lc 24,48;
15

He 1,8). Para Pablo el mismo Señor glorificado es el Espíritu (2 Cor 3,17), en el


que se nos dan dones del Espíritu Santo (1 Cor 12,8), y el vivir cristiano amor y
gozo, paz y magnanimidad, fidelidad y autodominio, diligencia, bondad y piedad
son el fruto del Espíritu de Cristo nosotros (Gal 5,22; Ef 5,9). Aspecto decisivo es
que este Espíritu sólo pueda estar en el hombre como «don», que se da y se
recibe (He 2,38; 8,17; 10,45; 11,17) y que se da, no para el indivíduo, sino para el
servicio del pueblo de Dios.

NEXO
Por eso mismo la edad media lo ha llamado nexus, unión de amor, y la nueva
teologia (H. Mühlen) habla de él como del «nosotros» intratinitario y eclesial. En
este «don del Espíritu» se expresan y actuan tanto la inmanencia como la
trascendencia de Dios. Estas tensiones del concepto espíritu se presentan en la
historia de la confirmación en los siguientes puntos: Si en los Hechos de los
apóstoles se distingue claramente entre el bautismo y la confirmación como
sacramentos para adultos como «bautismo de agua» y «don del Espíritu con la
imposición de manos», sin embargo los dos están unidos entre sí en la Iglesia
primitiva, como parte de una iniciación cristiana en la medida en que se impone la
práctica del bautismo de niños; y en la Iglesia oriental unidos entre sí en la forma
estrecha hasta el día de hoy. En Occidente desde el siglo XII no se confiere la
confirmación a los niños muy pequeños junto con el bautismo, sino a los jóvenes,
entre 7 y 12 años. Asía se va separando con más claridad la confirmación del
bautismo, aunque ya no se presente de forma tan clara su relación interna con la
iniciación cristiana. Esta diferenciación entre bautismo y confirmación en la iglesia
occidental contribuye a que también aquí el obispo sea el ministro de la
confirmación, mientras que en Oriente el sacerdote del bautismo es también el
ministro de la confirmación. Resulta clara la evolución histórica de la idea del
sacramento en el signo externo. El rito de la imposición de manos por el obispo,
mencionado en los Hechos sigue siendo normativo exclusivamente en Occidente.
Declara Nicolás Kabasilas que la unción y la imposición de manos -la primera para
los reyes, la última para los sacerdotes- producen la gracia del Pneuma. En
Occidente esta unción sólo se inició bajo Inocencio I, junto a la imposición de
manos. En el siglo XII desaparece también en Occidente la imposición individual
de las manos. En el rito subsistió la extensión general de manos y la plegaria del
obispo pidiendo el Espíritu Santo al comienzo de la confirmación, como lo
atestiguan el pontifical de Guillermo de Durando y el ritual romano de Clemente
XIV de 1774. Sin embargo este rito no fue considerado por la gran teología como
un signo externo importante en relación con el sacramento, de manera que de
hecho desde la antigua escolástica, en Santo Tomás y en San Buenaventura, en
los concilios de Florencia y Trento y en la teología de Belarmino, hasta el siglo XX,
sólo se considera como materia y signo de este sacramento la unción del crisma y
no la imposición de manos. Sólo el ritual romano de Pío XI de 1925, trae en las
rúbricas una referencia a la imposición de manos individual en la confirmación. En la
constitución apostólica Divinae consortium naturae escribe el papa Pablo VI: «En
la administración de la confirmación en Oriente y Occidente, la unción del crisma,
que representa la imposición de manos apostólica, ha ocupado el primer lugar.
Pero como la unción del crisma expresa de forma adecuada la unción con el
15

Espíritu Santo, que se comunica a los fieles, quisiéramos que se conservara su


existencia y significado.» En la unción con el crisma no se menciona ya la
imposición de la mano. En lugar de la anterior extensión de las manos con la
invocación del Espíritu al comienzo de la confirmación, el nuevo rito conoce una
imposición de manos por el obispo y por los sacerdotes que le auxilian,
comparable al rito en la ordenación sacerdotal. Este nuevo rito de la confirmación
no tiene nada que ver con la imposición de manos procedente del relato bíblico de
la confirmación.

INSTITUIDO POR CRISTO


Santo Tomás reconoce la institución de este sacramento por Cristo, sólo
prometiendo, pero no mostrándolo. No tenemos ningún relato bíblico en el que se
narre la institución real de este sacramento por Cristo. Sin embargo lo sugieren
tres hechos: 1.°, Cristo no quiso consumar su obra por sí mismo, sino mediante el
Espíritu enviado por él y por el Padre, como lo demuestran claramente las
promesas del Espíritu (Jn 16,13;15,26) en sus discursos de despedida, así como
la exhortación del resucitado de que esperaran la fuerza de arriba (Lc 24,48; He
1,8). Los apóstoles no emprendieron nada antes de pentecostés anticipando el
reino de Cristo; la elección de Matías (He 1,15) parece haber sido superada por el
mismo Señor glorificado con la elección de Saulo (He 9,4.15). El acontecimiento de
Pentecostés es el inicio de la consumación de la obra de Cristo y la hora del
nacimiento de su Iglesia. 2.° Los apóstoles y con ellos la Iglesia primitiva
entendieron la novedad de la misión del Espíritu en pentecostés (He 2,2) como
don y misión de naturaleza tan decisiva, que predicaron este «don del Espíritu»
junto al perdón de los pecados en el baño de agua del bautismo, (He 2,38) y
comunicaron este «don del Espíritu» mediante la «imposición de manos» (He
8,17;19,6). 3.° Esta acción de los apóstoles, debido a la clara idea que los
apóstoles tenían de sí mismos como «servidores de Cristo y administradores de
los misterios de Dios» (1 Cor 4,1) no debe entenderse como una novedad
introducida por los ellos consciente y reflejamente, sino como una acción por la
que trataron de cumplir un encargo de Cristo, sea cual fuere el modo como este
encargo llegó a los apóstoles y cómo éstos lo conocieron.

EFECTO DE LA CONFIRMACIÓN. EL TESTIMONIO DE LOS LAICOS


Dice el Vaticano II «El apostolado de los laicos es participación en la misma misión
salvífica de la Iglesia, a cuyo apostolado todos están llamados por el mismo Señor
en razón del bautismo y de la confirmación» (LG. 33). En el Decreto sobre el
apostolado de los seglares (art. 3) se dice: «Los seglares obtienen el derecho y la
obligación del apostolado por su unión con Cristo, cabeza. Ya que, insertos por el
bautismo en el cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la confirmación en la
fuerza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el Señor. Se
consagran como sacerdocio real y gente santa (Pe 2,4), para ofrecer hostias
espirituales por medio de sus obras y para dar testimonio de Cristo en todas las
partes del mundo. La caridad, que es como el alma de todo apostolado, se
comunica y mantiene con los sacramentos, sobre todo en la eucaristía.» En la
confirmación Dios consuma por el don del Espíritu la obra que inició en nosotros
con el bautismo como sacramento de la regeneración. El efecto de este
15

sacramento debe entenderse como una consumación, tal como la ofrece el


acontecimiento de Pentecostés, frente al hecho de la pascua de Cristo respecto
de la obra de Cristo. Desde este punto de vista histórico-salvífico resulta claro que,
al igual que pascua y pentecostés, el bautismo y la confirmación tienen su sentido
más profundo en la «Iglesia», aun cuando el objetivo de esta acción salvífica de
Dios es el «individuo como miembro de la Iglesia» pues lo supremo y definitivo ante
Dios es el individuo en cuanto persona. El efecto especial que produjo en los
apóstoles el acontecimiento de Pentecostés comparado con el acontecer de la
pascua fue sobre todo que gracias a la «fuerza de arriba» pudieron ejercer el
apostolado al que los llamó el Señor mientras vivió en la tierra y después de ser
glorificado. Gracias al «don del Espíritu» fueron capaces de actuar como
«testigos» del reino de Cristo. Así, parece que el primer sentido y el efecto más
importante de la confirmación es comunicar eficazmente la capacidad del apostolado
por el don del Espíritu Santo. Esto significa que la «plenitud» que proporciona este
sacramento de la confirmación presenta, respecto del bautismo, una doble
dirección: La que resulta más visible, apunta a la Iglesia como Iglesia misionera,
que vive en este mundo del testimonio de sus fieles y va creciendo a partir de este
testimonio. Este testimonio de fe, que es tarea de todo cristiano, este apostolado,
que caracteriza a todo verdadero cristiano, es un don de la gracia de Dios, del
mismo modo que el apostolado en su plenitud, el ministerio apostólico del obispo o
del sacerdote es gracia como vocación y como seguimiento. Como, sin embargo, la
gracia apremia al hombre en su libertad, como es don del amor personal de Dios,
que exige por ello la correspondencia del amor, la plenitud que confiere la
confirmación en relación con el bautismo debe afectar al hombre, que ha de ser
testigo del reino de Dios, en su propia persona. El efecto de la confirmación, que
consiste primariamente en el testimonio apostólico, debe cambiar al hombre
mismo en el orden sobrenatural, convirtiéndolo en testigo y apóstol, para que sea
capaz de dar este testimonio. De acuerdo con la frase de Agustín: «El que te ha
creado sin ti, no te recreará sin ti», se puede decir también: «El que te ha
convertido en miembro de su Iglesia sin ti en el bautismo, no te convertirá en
apóstol de su Iglesia sin ti», testimonia el cardenal Ratzinger. Esto significa que el
efecto sobrenatural de la confirmación exige para recibir esta gracia una
disposición más existencial que la que requiere el efecto del bautismo. Pero la
disposición interna del apóstol, igual que su vocación al apostolado, no pueden
lograrse por su propio esfuerzo moral; ambas cosas se le confieren al hombre
como don sobrenatural de Dios.

La palabra confirmación viene de firmare, que quiere decir consolidar, confortar,


afirmar, confirmar. La confirmación quiere confortar a la persona joven en su ser
de cristiano, conferirle capacidad de aguante por medio del Espíritu Santo, para
que aprenda a ser fiel a sí mismo, a encontrar su lugar en el mundo, muchas
veces falto de espíritu para poder vivir de la fuerza del Espíritu Santo. En el
bautismo nacemos de nuevo por el agua del Espíritu Santo. En la confirmación
somos confortados, confirmados en nuestra existencia para que no nos dejemos
guiar por el espíritu del mundo sino por el Espíritu de Dios. Contamos con la fuerza
del Espíritu, y no permitiremos que el mundo tenga poder sobre nosotros;
trabajaremos por un mundo según la voluntad de Dios.
15

ACEPTAR RESPONSABILIDAD
La confirmación se puede interpretar como la transformación del adolescente en
persona adulta. La persona joven ya no se debe considerar únicamente como hijo o
hija de sus padres. Por el nuevo nacimiento según el Espíritu debe encontrar su
propia identidad y aceptar su responsabilidad ante sí mismo y su propia vida. Hoy se
considera moderna la actitud de negar la responsabilidad por la propia vida. Si el
joven siente falta de confianza en sí mismo, si no tiene todas las capacidades
deseadas, si no acaba de saberse desenvolver en la vida, la culpa es de los padres.
Pascal Bruckner, un filósofo francés, destaca dos actitudes de nuestra época: el
«infantilismo» y el «victimismo». Muchas personas se quedan estancadas en la
niñez, que sólo tiene exigencias de cara a los demás: a la madre, a la sociedad, a la
Iglesia. Son seres infantiles: quisieran ser cuidadas como niños, rehusan cualquier
responsabilidad ante los otros. Todos los demás tendrían que estar pendientes de
ellas. Esta actitud se alia con el «victimismo». Uno se siente víctima. La culpa de mi
miseria la tienen los otros. Si soy depresivo y no sé afrontar mi vida, la culpa es de
mis padres. Si yo no sé desarrollar mis capacidades, la culpa es de mis maestros.
La Iglesia tiene la culpa de que yo no sienta ningún gusto por la fe. La sociedad
tiene la culpa de que yo no pueda seguir la carrera de mis sueños. Si permanezco
en esta actitud de víctima, me niego a responsabilizarme de mi vida. Como muchos
hoy no quieren asumir la responsabilidad de sí mismos, tampoco están dispuestos a
responsabilizarse de los otros, tanto en la Iglesia como en la sociedad. Para ser
adulto tengo que llegar a hacerme responsable de mi propia vida. No es decisivo
cómo me he desarrollado, qué soy, cuáles han sido las influencias de mis padres y
mis maestros en mi educación, sino qué es lo que yo hago con todo ello. Tengo que
aceptar que soy como soy y luego tengo que aceptar la responsabilidad de mi vida.
Si no logro esto, me quedo permanentemente en el lugar del acusador señalando a
los culpables. O bien, me quedo como mero espectador, contemplando cómo pasa
la vida ante mí, sin intervenir para nada. De manera que sería importante, en la
preparación a la confirmación, ayudar a ejercitarse en la toma de responsabilidades.
La primera responsabilidad es la que se refiere a mí mismo. Soy responsable de mi
desarrollo personal, de mi aspecto exterior, de mi estado de ánimo. Soy responsable
de lo que me pasa por dentro, si me decido por ser infeliz o si me decido por la vida.
Soy responsable de los pensamientos que me ocupan, del orden en mi habitación y
de cómo empleo mi tiempo. Sería positivo que los padres aprovecharan la ocasión
de la confirmación como punto de partida para hablar con sus hijos e hijas sobre la
responsabilidad de todos en la convivencia familiar, sobre lo que cada uno entiende
por ser adulto y mayor de edad. El nuevo nacimiento por el Espíritu Santo implica el
desarrollo de nuevas capacidades morales y espirituales. En el evangelio de Lucas
se nos refiere una y otra vez cómo Jesús caminaba por la fuerza del Espíritu Santo
y cumplía su misión gracias a ella. Lucas interpreta el bautismo de Jesús como el
don del Espíritu Santo. Por el Espíritu, Jesús es conducido al desierto para ser
15

tentado por el diablo. Ahí vivió su iniciación al ministerio del Mesías. Después de la
tentación, se nos dice: «Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a Galilea» (Le
4,14). En la sinagoga de Nazaret lee la cita del profeta Isaías: «El espíritu del Señor
está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me
ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar
a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,18).
En el sacramento de la confirmación, la persona joven recibe el Espíritu Santo para
que pueda cumplir su misión en el mundo y en la Iglesia. El Espíritu capacita al
confirmando para ejercitarse en una actitud nueva y para desarrollar aptitudes
nuevas. Por esto la preparación a la confirmación implica la exigencia de que los
jóvenes lleguen a desarrollar con autonomía ideas nuevas para poder dar sentido a
su vida y percatarse de su propia responsabilidad frente a ella. Los jóvenes tendrían
que descubrir su propio carisma; ¿Qué es lo que yo sé hacer? ¿Qué cualidades
tengo? ¿Qué es lo que siento como mi vocación personal? ¿Cuál es mi misión? La
confirmación quiere desviar la preocupación constante por la satisfacción de las
propias necesidades: ¿qué es lo que me aporta esto o aquello?, sino: ¿qué es lo
que yo puedo aportar? ¿Adónde me envían? ¿Cuál es mi tarea? Este cambio de
perspectiva conviene a la gente joven. Los libera de dar vueltas sobre sí mismos y
los desafía para que desplieguen sus fuerzas y se comprometan en una tarea que
los fascine.
La introducción a una ascesis saludable es asimismo otro aspecto de la
confirmación, entendida como «confirmación» en la vida cristiana. Lo que significa
esto para los jóvenes comienza por saber organizar bien el tiempo de cada día,
saber ordenar su habitación.

4
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTIA

En los relatos de la institución de la Eucaristía de Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 22, 14


y 1 Cor 11, 23, aparece clara la verdad de la presencia real del Señor. Lo que el Señor
da de comer es su cuerpo y lo que da de beber es su sangre. Pero esta realidad
objetiva del cuerpo y de la sangre del Señor tiene un doble destinatario: el hombre que
come y bebe; y Dios a quien se ofrece por nosotros. Este destino doble marca el doble
carácter de la Eucaristía: es sacramento y es sacrificio.
Es sacramento porque es un rito sensible ordenado a la colación de la gracia a
los hombres. Es también sacrificio porque en él hay una víctima que se ofrece a Dios
en holocausto. Estos tres dogmas principales, de la presencia real, del sacramento y
del sacrificio, eran creídos por la Iglesia desde siempre, pero fueron reafirmados por el
Concilio de Trento, con ocasión de los errores protestantes.
Todo lo que Santo Tomás ha escrito en este tratado del sacramento de la
Eucaristía se refiere a estas verdades. Se nos presenta la Eucaristía como manjar,
porque se contiene bajo las especies de pan y vino; y como víctima, porque se hace
presente por una consagración inmolaticia. El efecto del manjar eucarístico es la gracia
cibativa. Los efectos de la víctima eucarística son el sacrificio, con sus valores
15

latréutico, propiciatorio, eucarístico e impetratorio.


Según santo Tomás hay sacrificio cuando las cosas ofrecidas a Dios son
sometidas a una acción, como matar los animales, partir el pan, comerlo o bendecirlo,
o quemar el incienso, por cuya acción, algo se hace sagrado.
Cuando no se actua sobre lo ofrecido, no hay sacrificio sino oblación, de pan,
incienso, flores o dinero, porque no hay acción sacrificial sobre lo ofrecido.
Cuatro aspectos o valores del sacrificio eucarístico: Todos los hombres
deben rendir culto a Dios por ser quien es y porque dependen de El; esto lo consiguen
mediante el valor latréutico del sacrificio. Le deben gratitud por lo que han recibido de
Dios, que es todo. Esto se tributa con el valor eucarístico que hay en el acto sacrificial.
El deber de tener propicio a Dios el hombre por sus pecados, recibe su cumplimiento
por el valor propiciatorio. A la petición de lo que todo hombre necesita para alcanzar su
fin, se ordena el valor impetratorio del sacrificio. Estos valores, aunque no son
exclusivos del sacrificio y pueden darse y se dan en otros actos de culto, tienen su
expresión más perfecta en el sacrificio.
La eucaristía no es sólo alimento destinado a los hombres, no es sólo
sacramento. La cena del Señor, la fracción del pan que celebraban los primeros
cristianos no era sólo un banquete, es sacrificio también y, como tal, tiene a Dios como
destinatario. Y el sacrificio eucarístico aparece en la Revelación relacionado con el
sacrificio de la cruz.: "Cuantas veces coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la
muerte del Señor" (1 Cor 11, 26). El rito eucarístico es memorial de lo acaecido en el
Calvario, que fué un verdadero sacrificio. Pero ese memorial no es un simple recuerdo,
sino un rito en el que se contiene lo mismo que se contenía en la cruz: la misma
víctima y el mismo scerdote. Sólo es distinto el modo de la victimación; el de la cruz fue
cruento, el de la eucaristía incruento. León XIII, en la Encíclica "Mirae caritatis", recoge
la doctrina de la Suma cuando dice que "la Eucaristía es el centro de toda la vida
cristiana, nada es más grato ni más honroso para Dios que este augustísimo misterio
en lo que tiene de sacrificio".
"La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de
Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo
por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Bien lo expresó en su himno el
Santo Doctor Angélico: "Te adoro devotamente, oculta divinidad - Que bajo estas
sagradas especies te ocultas verdaderamente... - La vista, el tacto, el gusto, son aquí
falaces, - sólo con el oído se llega a tener fe segura; - Creo todo lo que ha dicho el Hijo
de Dios; - nada más verdadero que esta palabra de verdad" (CIC 1381).
La teología de santa Teresa es sumamente eucarística. Los carismas mayores
los ha recibido en el santo sacrificio o en el momento de la comunión, como el
matrimonio espiritual, cuando le administraba el sacramento san Juan de la Cruz. La
presencia real del Señor, "debajo de aquel pan está tratable", la necesidad de su
alimento, la profanación y supresión de los sagrarios por los herejes, y el sacrificio de la
cruz, están patentes en su antología: "En la Eucaristía se realiza ahora la Pasión
verdaderamente".

5
15

LOS SACRAMENTOS DE CURACION: EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y


DE LA RECONCILIACION

Estaba Santo Tomás escribiendo el tratado de la penitencia y de repente


interrumpió la Suma Teológica. Después de aquella misa del 6 de diciembre de 1273,
ya no pudo escribir más. Se le habían revelado tantos secretos divinos, que todo lo que
había escrito le parecía paja. Y en la cuestión 90 sobre este sacramento, dejó de dictar.
El resto de la Suma será considerado como "Suplemento". Era un extracto del Libro de
las Sentencias, obra de Tomás joven.
Ya en las primeras páginas de la sagrada Escritura se manifiestan los designios
salvíficos de Dios. Dios no abandonó al hombre al poder del pecado y de la muerte,
sino que quiso liberarlo por la sangre de su hijo Jesús, aplicada por los canales de los
sacramentos. El sacramento de la penitencia es el sacramento de la misericordia del
Padre. Jesús derramó el Espíritu Santo sobre sus discípulos confiándoles su mismo
poder de perdonar los pecados: "A quienes perdonéis los pecados, les quedarán
perdonados". Así es como la Iglesia resulta la prolongación de la obra Redentora de
Jesús.
Como todos los sacramentos, el de la penitencia consta de materia y forma. La
materia remota son los pecados del penitente y la próxima los actos buenos del mismo
que se arrepiente de haber ofendido a Dios y a la Iglesia, detesta su pecado y hace
propósito de enmienda. La forma está constituída por la absolución del sacerdote, que
es una sentencia judicial.
Después que el pecador, como reo, él mismo es el acusador de sus pecados, el
juez, que es el ministro consagrado, pondera la gravedad de los mismos, dicta la
sentencia e impone la penitencia, que no es vindicativa como en los juicios humanos,
sino satisfactoria y medicinal. El sacerdote es, a un mismo tiempo juez, médico,
maestro y padre.
Porque el corazón del hombre es rudo y endurecido, es preciso que Dios haga
en él un trasplante de corazón. Y lo hace infundiendo en el cristiano convertido y
arrepentido, un corazón nuevo. Esta es la obra de la misericordia y magnanimidad de
Dios. La conversión es la tarea incesante de la Iglesia, que siendo "santa al mismo
tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la
renovación" (LG 8). Para que el corazón del pecador se vuelva a Dios y corresponda a
su amor misericordioso, ha de ser atraido y movido por la gracia.
"Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia
de Dios el perdón de los pecados cometidos contra él y, al mismo tiempo, se
reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a
conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11) (CIC 1422).

EL SACRAMENTO DE LA UNCION DE LOS ENFERMOS

El sacramento de la Unción de los enfermos es el último de los que se refieren a


los cristianos individualmente considerados. Así como la confirmación seguía al
bautismo al que completaba, al sacramento de la penitencia sigue el sacramento de la
santa unción, estimado por los Padres de Trento, como consumativo no sólo de la
15

penitencia, sino también de toda la vida cristiana, que debe ser perpetua penitencia.
Santo Tomás no pudo terminar el tratado de la Penitencia, del que escribió
hasta el artículo cuarto de la cuestión 90. Consiguientemente, según su plan trazado,
no alcanzó a escribir el tratado de la Unción de los enfermos, que está integrado en el
Suplemento.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica adoptando palabras de la LG, 11: "Con
la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia
entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y
los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo, y
contribuir así al bien del pueblo de Dios"(1499).
Cristo invita a sus discípulos a seguirle con su cruz y los quiere asociar a su
pasión. Es urgente transmitir esta visión de fe a todos los enfermos, para que aprecien
su colaboración al misterio de la redención. Con ello cobran fuerzas y trascienden la
enfermedad y el dolor y se hacen corredentores con el Señor, de cuya debilidad y
pobreza participan. El curó enfermos para manifestar que era Dios salvador, y confirió
el poder de curar a sus discípulos, pero ni El curó a todos, ni tampoco quienes
recibieron el carisma de curar. Pero sí oró por todos, y le ha dejado el encargo a su
Iglesia de orar y de imponer las manos a los enfermos.
La Iglesia, fiel al mandato de su Señor, ora por los enfermos con firme fe en la
presencia vivificadora de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos y actuante a
través de las acciones sacramentales. El sacramento de la Unción de los enfermos
tiene como fin especial confortar a los atribulados por la enfermedad. De este
sacramento afirma el Concilio de Trento: "Esta sagrada unción de los enfermos ha sido
instituída por Cristo como un verdadero y propio sacramento del nuevo testamento,
insinuado ciertamente en Marcos y recomendado y promulgado a los fieles por
Santiago Apóstol y hermano del Señor. ¿Está -dice- alguno enfermo entre vosotros?
Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el
nombre del Señor; y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará, y los
pecados que hubiere cometido le serán perdonados (St 5, 14-15). En cuyas palabras,
como lo ha aprendido la Iglesia de una tradición apostólica transmitida de mano en
mano, enseña la materia, la forma, el propio ministro y el efecto de este saludable
sacramento".
Algunos teólogos anteriores a Trento afirmaban que Cristo encargó a los
Apóstoles instituir este sacramento. La doctrina de Santo Tomás, que siempre estuvo
en contra de esa corriente, fue proclamada por Trento, como hemos visto, 6.1
NOCION

La unción de los enfermos es el sacramento que "tiene por fin conferir una gracia
especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de
enfermedad y vejez" (Catecismo, n. 1527).

Tal como deseaba el Concilio Vaticano II (cfr. Sacrosanctum concilium, n. 73), en


lugar del nombre de Extremaunción se usa ahora el de unción de los enfermos,
intentando hacer patente que no es sólo un sacramento para quienes se encuentran
en el último momento de su vida, sino para aquellos cristianos que empiezan a estar
en peligro de muerte, por enfermedad o vejez.
Se llama ‘unción’ porque al sujeto se le unge con óleo sagrado.
15

6.2 LA UNCION DE LOS ENFERMOS COMO SACRAMENTO DE LA NUEVA LEY


La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento
especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la
Unción de los enfermos:

Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un
sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por
Marcos (cfr. Mc. 6, 13), y recomendado a los fieles y promulgado por Santiago,
apóstol y hermano del Señor (Catecismo, n. 1511).
El Texto de Mc. 6, 13 es:
"Saliendo a predicar, exhortaban a que hiciesen penitencia, y lanzaban a muchos
demonios, y ungían a muchos enfermos con óleo y los sanaban. En este texto se
encontraría una insinuación o una preparación para la futura institución del
sacramento" (Catecismo Romano, p. 2, cap. 6, n. 8).
El segundo texto -Sant. 5, 14-15- es citado por el Concilio como el momento de la
promulgación del sacramento: "¿Alguno de vosotros enferma? Haga llamar a los
presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del
Señor, y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le aliviará, y los pecados
que hubiere cometido le serán perdonados".
Varios datos del texto merecen consideración. Primeramente se trata de una
enfermedad de relativa importancia, que impide al enfermo salir de casa, pues hace
llamar a los presbíteros. Los presbíteros acuden, oran sobre el enfermo (tal vez con
una imposición de manos sugerida por la preposición ‘sobre’) y lo ungen en nombre
del Señor. Esa oración y esa unción tienen como efectos un alivio del enfermo y un
perdón de sus pecados. Nos hallamos claramente con todas las características de
un sacramento: signo sensible (materia: unción; forma: oración) y efectos
espirituales (perdón de los pecados) sin que se desdeñen en ese caso los
corporales (alivio).
Con estas palabras, Santiago pone de relieve la eficacia sacramental del rito: el
perdón de los pecados y la salud corporal son producidos por un acto que en sí
mismo no tendría eficacia ni para una ni para otra cosa, si Dios no se la hubiera
dado. 6.3

EL SIGNO EXTERNO DE LA UNCION DE LOS ENFERMOS


La unción de los enfermos, "con la que la Iglesia encomienda a los fieles
gravemente enfermos al Señor doliente y glorificado, para que los alivie y salve, se
administra ungiéndolos con óleo, y diciendo las palabras prescritas en los libros
litúrgicos" (CIC, c. 998).

El Código, con palabras de la Const. Lumen gentium (n. 11), indica la finalidad del
sacramento, a la vez que precisa la materia y la forma, reguladas definitivamente
por Paulo VI en la Const. Sacram Unctionem Infirmorum del 30-XI-1972.
6.3.1 La materia
La materia remota es el aceite de oliva bendecido por el obispo en la Misa Crismal
del Jueves Santo (cfr. CIC, c. 1000).

En caso necesario, es materia apta cualquier otro aceite vegetal, sobre todo porque
en algunas regiones falta o es difícil de conseguir el aceite de oliva.
15

Aunque el obispo es quien habitualmente bendice el óleo que se emplea en la


unción, pueden también hacerlo los que jurídicamente se equiparan a él, o en caso
de necesidad cualquier presbítero, pero dentro de la celebración del Sacramento
(cfr. CIC, c. 999 & 1).

La materia próxima es la unción con el óleo santo.


Están previstas por las normas litúrgicas unciones en la frente y en las manos, y por
tanto, estas unciones son las exigidas para la licitud.
En caso de necesidad, para la validez basta una sola unción en la frente o en otra
parte del cuerpo.

El Catecismo Romano señala razones de conveniencia sobre el uso del aceite en


este sacramento:

"así como el aceite sirve mucho para aplacar los dolores del cuerpo, así también la
virtud de este sacramento disminuye la tristeza y el dolor del alma. El aceite además
restituye la salud, causa dulce sensación y sirve como de alimento a la luz; y, por
otra parte, es muy a propósito para reparar las fuerzas del cuerpo fatigado. Todo lo
cual da a entender los efectos que se producen en el enfermo por virtud divina
cuando se administra este sacramento" (p. 2, cap. 6, n. 5).
6.3.2 La forma
La forma del sacramento son las siguientes palabras, prescritas por el ritual y
pronunciadas por el sacerdote: "Por esta santa unción y por su bondadosa
misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus
pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad" (cfr. Catecismo, n.
1513).

Estas palabras determinan el sentido de lo que se hace para que, junto con la
unción, se expresa el significado del rito, se realice el signo sacramental y se
produzca la gracia.
6.4

EFECTOS DEL SACRAMENTO


Enseña Santo Tomás de Aquino que la unción de los enfermos es "como una
inmediata preparación para la entrada en la gloria" (S. Th., III, q. 65, a. 1, ad. 4).

El enfermo, abandonado a sus solas fuerzas, estaría tentado a desesperar; pero, en


ese momento supremo, viene Cristo, El mismo, a reconfortar a sus fieles con su
omnipotencia redentora y con la proximidad de su presencia. El ha instituido, para la
hora de los últimos combates, un sacramento especial para acabar en nosotros su
obra de purificación, para sostener a los ‘suyos’ hasta el fin, para arrancarlos de la
influencia invisible del demonio e introducirlos sin tardanza en la casa del Padre. La
unción es el sacramento de la partida. Allí está el sacerdote, in persona Christi, a la
cabecera del enfermo para perdonarle sus faltas y conducir su alma al paraíso.
Los efectos que produce este sacramento son: aumento de gracia santificante;
gracia sacramental específica; la salud corporal, cuando conviene a la salvación del
alma; el perdón de los pecados veniales y la desaparición de las reliquias del
15

pecado. Secundariamente, puede producir el efecto de remitir los pecados mortales.


6.4.1 Aumento de gracia santificante. Como todo sacramento de vivos, la unción de
enfermos produce un incremento de la gracia santificante en el alma del que lo
recibe. Como veremos después (cfr. 6.4.5), secundariamente o per accidens, puede
causar la infusión de la gracia al alma en pecado mortal.
6.4.2 Concesión de la gracia sacramental. La gracia sacramental específica de la
unción de los enfermos es una gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer
las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la
vejez.

Esta gracia es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y
fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente la tentación de
desaliento y de angustia ante la muerte (Catecismo, n. 1520).
6.4.3 La salud corporal, cuando conviene a la salvación del alma
La gracia sacramental propia de la unción tiene como efecto la curación, si ésta
conviene a la salud del cuerpo. "Esta asistencia del Señor por la fuerza de su
Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del
cuerpo, si tal es la voluntad de Dios" (Catecismo, n. 1520).

La unción de los enfermos no produce la salud corporal en virtud de las propiedades


naturales de su materia, sino por el poder de Dios, que actúa de modo razonable; y
como un agente dotado de inteligencia nunca induce un efecto secundario sino en
cuanto ordenado al efecto principal, de ahí que no siempre se consiga la salud del
cuerpo, sino sólo cuando conviene para la salud espiritual (S. Th., Supp., q. 30, a.
2). También por este motivo no se debe esperar el último momento para administrar
este sacramento, porque equivaldría a poner un óbice a este aspecto de su eficacia,
ya que los sacramentos no existen para causar milagros.
6.4.4 El perdón de los pecados veniales y la remisión de las penas del purgatorio
Ambas cosas son obstáculos para la inmediata entrada del alma en el cielo; aunque
este efecto depende de la debida disposición, es decir, del sincero dolor por los
pecados veniales. La indulgencia plenaria, que suele acompañar al sacramento,
perdona la pena temporal (cfr. 5.9). 6.4.5 Indirectamente puede perdonar los
pecados mortales. La unción de los enfermos es un sacramento de vivos y, por
tanto, no ha sido instituido para devolver al alma la gracia perdida. Su finalidad no
es, pues, perdonar los pecados mortales, para lo que ya está el sacramento de la
penitencia. Sin embargo, si no es posible recibir la confesión y la persona está
arrepentida, aunque sólo sea con contrición imperfecta, la unción también perdona
los pecados mortales: así lo enseña el Magisterio de la Iglesia (cfr. Concilio de
Trento, Dz. 909); así lo insinúan la Sagrada Escritura (cfr. el texto ya citado de Sant.
5, 16, donde la expresión griega amartía traducido como pecados, se usa
habitualmente en la Escritura para designar los pecados graves) y la Tradición,
atestiguada por diversos textos de los Padres. Se puede, por tanto, decir que la
unción es primariamente un sacramento de vivos, pero que consecuentemente, por
su específica razón de ser, es también un sacramento de muertos.
Si más adelante se supera la imposibilidad de acudir a la confesión, el enfermo está
obligado a confesar íntegramente los pecados.6.5

NECESIDAD DE RECIBIR ESTE SACRAMENTO


15

Este sacramento no es necesario por sí mismo para la salvación del alma, pero a
nadie le es lícito desdeñar su recepción, y por tanto ha de procurarse con esmero y
diligencia que los enfermos lo reciban cuando están en plenitud de sus facultades
mentales.

Esta obligación se considera leve ya que no hay ninguna indicación en contrario en


la Sagrada Escritura, en la Tradición o en el derecho de la Iglesia; sin embargo, si
se rechazara con peligro de escándalo o con desprecio se puede llegar a cometer
un pecado grave. Es obligación de todo cristiano prepararse del mejor modo para la
muerte, y los que rodean a un enfermo tienen el deber -que es grave- de darle a
conocer su situación peligrosa y de sugerirle la conveniencia de recibir el
sacramento. Ha de administrarse en un momento prudente: ni demasiado pronto, ni
demasiado tarde, obrando con sentido común y caridad cristiana.
El temor a asustar, que puede proceder de una visión poco cristiana de la muerte,
se demuestra además infundado, porque la experiencia hace ver que los únicos que
se asustan son los que rodean al enfermo, el cual recibe con gran serenidad la
noticia y que con el auxilio del sacramento, obtiene una mayor paz.
El cristiano debe recordar, y hacer ver a los demás, que "en la unción de los
enfermos. . . asistimos a una amorosa preparación para el viaje, que terminar en la
casa del Padre" (Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 80).

De lo anterior se sigue que no debe aguardarse al último momento para recibir la


unción:
1) Porque en la inminencia de la muerte las facultades están debilitadas, y no se
obtiene el mismo fruto, pues faltan las disposiciones ex opere operantis que
aumentan la eficacia del sacramento: el Ordo Unctionis Infirmorum insiste que no se
retrase para que el enfermo con plena fe y devoción de espíritu pueda robustecerse
con la fuerza del sacramento en plena lucidez (n. 13; cfr. n. 27).
2) Porque la curación corporal no se hace por milagro, sino que el fortalecimiento
del espíritu estimula el proceso corporal de curación o Dios favorece tal proceso
mediante una ayuda especial. Por tanto, el estado del enfermo ha de ser tal que aún
sea posible la curación naturalmente (SCHMAUS, M., Teología dogmática, VI, p.
655). El Catecismo Mayor de San Pío X dice que no ha de aguardarse a que el
enfermo está desahuciado (n. 812).

Por último, "a los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción
de los enfermos, la Eucaristía como viático. Recibida en este momento del paso
hacia el Padre, la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene una significación
y una importancia particulares".

Es semilla de vida eterna y poder de resurrección, según las palabras del Señor: ‘El
que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitar‚ el último
día’ (Jn. 6, 54). Puesto que es sacramento de Cristo muerto y resucitado, la
Eucaristía es aquí sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al
Padre (Catecismo, n. 1524).
6.5.1 Reiteración del sacramento
La unción de los enfermos no imprime carácter, y por lo tanto puede repetirse,
15

teniendo en cuenta lo siguiente

Si un enfermo que recibió la unción recupera la salud, puede, en caso de una nueva
enfermedad grave, recibir de nuevo este sacramento. En el curso de la misma
enfermedad, el sacramento puede ser reiterado si la enfermedad se agrava
(Catecismo, n. 1515).

6.6 MINISTRO DEL SACRAMENTO DE LA UNCION DE LOS ENFERMOS


"Todo sacerdote, y sólo él, administra válidamente la unción de los enfermos" (CIC,
c. 1003). Consta así tanto por las palabras de la Epístola de Santiago, como por las
definiciones que citan e interpretan este texto de los Concilios de Florencia (Dz. 700)
y de Trento (Dz. 910 y 919). Ordinariamente son los sacerdotes con cura de almas
quienes tienen la obligación y el derecho de administrarlo a los fieles que tienen
encomendados. Sin embargo, por una causa razonable cualquier otro sacerdote
puede dar la unción, con el consentimiento al menos presunto del sacerdote que
tiene la cura de esa alma. Para facilitar la administración del sacramento, todo
sacerdote puede llevar consigo el óleo bendito.

6.7 SUJETO DEL SACRAMENTO DE LA UNCION DE LOS ENFERMOS

"Se puede administrar la unción de los enfermos al fiel que, habiendo llegado al uso
de razón, comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez" (CIC, c. 1004 & 1;
Catecismo, n. 1514). Ha habido una cierta evolución en la praxis de este
sacramento, porque ahora basta que un fiel comience a estar en peligro, no que
está a punto de morir. La Constitución Sacram Unctionem Infirmorum del 30-XII-
1972 dice que este sacramento "se confiere a los que sufren una enfermedad
peligrosa".
Para juzgar la gravedad de la enfermedad, basta con tener un dictamen prudente y
probable de peligro de muerte, aunque no sea necesariamente inminente el
desenlace. Las condiciones que ha de reunir el sujeto son: a) estar bautizado, b)
haber llegado al uso de razón, c) tener intención de recibirlo, y d) peligro de muerte
por enfermedad o vejez. a) Quien vaya a recibir el sacramento, como en el caso de
todos los demás, debe estar bautizado. Si se hubiera bautizado en aquel momento,
podría recibir inmediatamente la unción pues de esa manera se recibe un aumento
de gracia que es muy necesaria para resistir a las posibles tentaciones.
b) También es necesario que el sujeto tenga uso de razón y, por eso, capacidad de
cometer pecado personal. No se ha de administrar a los niños menores de 7 años,
pues este sacramento se ordena a robustecer al enfermo frente a las tentaciones de
desesperanza por los pecados pasados, haciendo desaparecer las reliquias de
ellos. Al infante, el bautismo le es suficiente para que alcance la vida eterna.
En la duda sobre si el enfermo ha alcanzado el uso de razón, se le debe administrar
el sacramento (cfr. CIC, c. 1005). c) Para recibirlo válidamente, es necesario en el
sujeto la intención. Si se trata de un enfermo que carece ya del uso de razón, se le
debe administrar si, cuando estaba en posesión de sus facultades, lo pidió al menos
de manera implícita (cfr. CIC, c. 1006). Aunque ordinariamente es necesaria la
intención habitual, es decir, la que se ha tenido una vez y no ha sido retractada, en
estos casos basta la intención habitual implícita, es decir, la que se incluye en la
práctica de la vida cristiana; por tanto, esta intención debe siempre presumirse en
15

cualquier bautizado católico, mientras no se demuestre lo contrario.


En cambio, no se le debe administrar el sacramento a quienes persisten
obstinadamente en un pecado grave manifiesto, o a quienes rechazaron
explícitamente el sacramento antes de perder la conciencia (cfr. CIC, c. 1007). Si
alguno de estos elementos es dudoso, debe administrársele sub conditione.
d) No hace falta, como ya dijimos, que el peligro de muerte sea grave y cierto, basta
que comience. En cambio sí hace falta que ese peligro se deba a enfermedad o
vejez. Podemos precisar un poco más esta idea: puede darse la santa unción a un
enfermo que va a ser operado, con tal de que una enfermedad grave sea la causa
de la intervención quirúrgica; también a los ancianos, cuyas fuerzas se debilitan
seriamente, aunque no padezcan una enfermedad grave; e igualmente a los niños,
a condición de que comprendan el significado del sacramento. No es sujeto del
sacramento el hombre sano, aunque esté en inminente peligro de muerte por causa
externa, por ejemplo, el soldado antes de entrar en batalla.
La razón de lo anterior la clarifica Santo Tomás de Aquino: Aunque haya quien esté
en peligro de muerte sin enfermedad, este sacramento sólo se ha de administrar al
enfermo, puesto que se administra como una medicina corporal, la cual corresponde
únicamente a quien está corporalmente enfermo, pues es conveniente observar la
significación del sacramento (C.G., 4, q. 73). Vale la pena recordar aquí que la
‘significación’ de cada sacramento es de institución divina, y como tal, inalterable
(ver 1.1.1.B). Si se duda que el enfermo aún viva, o ha sido muy reciente su
fallecimiento, se le debe administrar de cualquier modo la unción.
En estos casos se conferir ‘bajo condición’, que se expresar en los términos ‘Si
vives. . .’ Es praxis comúnmente admitida conferir este sacramento hasta dos horas
después de la muerte aparentemente sobrevenida.

EL SACRAMENTO DEL ORDEN

"El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus
apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es pues, el
sacramento del ministerio apostólico" (CIC 1536).
Sabemos ya que el tratado del sacramento del Orden va incluído en el
Suplemento de la Suma que, carece del genio maduro del Angélico. A pesar de esto, la
doctrina actual, aunque más desarrollada, tiene sus raices en la Suma.
San Pio X, Pio XI, Pio XII, Pablo VI, el Vaticano II, el Código de Derecho
Canónico, y el Catecismo de la Iglesia Católica, desde la raiz de aquella, han
enriquecido la misma doctrina. A todos estos Lugares Teológicos remito al lector,
aunque resumiré para enmarcar el tratadito de Santa Teresa, la doctrina de Santo
Tomás.
Entre los sacramentos, unos tienen carácter individual, y están ordenados a
perfeccionar a la persona, librándola de las manchas individuales, como el bautismo, la
confirmación, la eucaristía, la penitencia y la unción de los enfermos. Otros, como el
Orden, a procurar el bien común de la Comunidad pues, aunque confiera gracias
personales, éstas repercuten en la comunidad, porque el modo más eficaz de procurar
el bien de la Iglesia es el mayor grado de gracia, que permita que el hombre pueda
vencer el egoismo para entregarse a la Comunidad, prescindiendo de sus intereses
15

personales, búsqueda de sí mismo, orgullo, vanidad, y todos los defectos enraizados


en la naturaleza humana, viciada por el pecado original.
Por el sacramento del Orden el hombre recibe el poder de realizar dos acciones,
una sobre el cuerpo real de Cristo, hacer y administrar los sacramentos; otra, sobre el
cuerpo místico de Cristo, que se ejerce por el pastoreo, la cura de almas.
Influenciado Pio XII sobremanera por Santo Tomás, escribe en la "Mystici
corporis": "Por el Orden se entregan y consagran a Dios los que han de inmolar la
Hostia eucarística, los que sustenten al pueblo fiel con el Pan de los ángeles y con el
alimento de la doctrina, los que lo gobiernen conforme a los preceptos y consejos de
Dios, los que los fortalezcan con los demás dones celestiales".
Jesucristo, en la última cena, oró al Padre por aquellos discípulos que habían
vivido con El, y les transmitió sus poderes: "Como el Padre me envió, así os envio yo a
vosotros" (Jn 20, 21). Y porque ellos tienen la misma misión que Cristo, y los mismos
poderes: "Quien a vosotros oye a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me
desprecia. Y quien me desprecia a mí, desprecia también a Aquel que me ha enviado"
(Lc 10, 16).
Trento ha definido que cuando Cristo mandó a los apóstoles renovar su
sacrificio incruento, les confirió el sacramento del Orden. Y después de la
Resurrección, les confirió el poder de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonareis los pecados, les quedan perdonados; a los que se los
retuviereis, les serán retenidos" (Jn 20, 23.
El sacerdote tiene los poderes de Cristo. El se los ha dado. Ha dicho el
Cardenal Lustiger: "El poder del obispo es el poder de perdonar los pecados, de
administrar los sacramentos de la salvación, y de este modo constituir la Iglesia; el
poder y el deber de dar testimonio de la palabra de Dios; el poder de dar los
sacramentos de la resurrección y de reunir a los hijos de Dios dispersos. Son los
poderes espirituales de Cristo, de Aquel que es el Pastor, y la autoridad propia del
obispo se sitúa en este dominio sacramental del servicio de la caridad divina. Tengo el
deber de recordar, en medio del vaivén de las opiniones, las verdades primeras e
inalienables de la fe, no tanto tirando de las orejas a los se desvíen, como ocupándome
yo mismo con la mayor frecuencia a expresar públicamente la verdad que he recibido
para transmitirla... Los que tienen una percepción muy aguda pueden darse cuenta de
cómo este magisterio se ha ejercido a veces con estrechez de miras, otras, con una
mayor inteligencia. En algunos momentos la autoridad puede ser abusivamente
restrictiva y caer en defectos de rigidez o de estrechez de juicio...Para que una
reflexión, a veces crítica, sea útil, es preciso, que aquél a quien se hace, viva la fe
dentro de un buen equilibrio espiritual, si no, ya se puede pasar el tiempo corrigiendo la
copia, que no cambiará en absoluto. Le pregunta el periodista sobre su nombramiento
de Arzobispo de París: Sabe que su nombramiento era el resultado de la oración del
Papa. "Por tanto, a pesar de mis debilidades personales, en la medida en que Dios me
exponía, me protegería. Así como ninguna persona razonable y responsable envía a
alguien a la guerra sin darle los medios para sobrevivir, igualmente, estaba seguro de
ello, yo recibiría lo necesario para desempeñar lo menos mal posible la misión que se
me encomendaba". Es una aplicación práctica de la doctrina de Santo Tomás. "Solo
Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos".
"En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está
presente en su Iglesia como Cabeza de su Cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo
sacerdote del sacrificio redentor, maestro de la Verdad. Actua en persona de Cristo
15

Cabeza" (CIC 1548).


Santa Teresa se fija más en el ministerio de la confesión y del magisterio
espiritual de los confesores, cuyo deseo de que sean letrados, cuanto más mejor, es
proverbial.

7
EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

Para conocer el pensamiento de Santo Tomás, además del tratado del


compilador del Suplemento, contamos hoy con la "Summa contra gentes", los
"comentarios a las Epístolas de San Pablo" y la exposición a los "Eticos" de Aristóteles.
Enseña Santo Tomás que el matrimonio es de derecho natural y de derecho
divino positivo: "Creó Dios al hombre a imagen suya, hombre y mujer los creó, los
bendijo y les dijo: ´Creced y multiplicaos y llenad la tierra´ (Gn 1, 27).
La exclamación de Adán, ante Eva recién creada: ´¡Esta sí que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne! Su nombre será Hembra, porque la han sacado del
Hombre. Por eso un hombre abandona padre y madre, se junta con su mujer y se
hacen una sola carne´", nació en el primer hombre movido por inspiración del Espíritu
Santo y con ella declaró que el vínculo matrimonial es indisoluble, como enseña el
Concilio de Trento. "Que esto significa una unión indefectible de sus vidas, el Señor
mismo lo demuestra recordando cuál fue ´en el principio´, el plan del Creador: ´De
manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19, 6) (CIC 1605).
Afirma santo Tomás: "Se dice en la carta a los Efesios: Este sacramento es
grande"; luego es sacramento". Y aunque el matrimonio no se asemeje a la pasión de
Cristo en cuanto al sufrimiento, se le parece en la caridad, que es la que impulsó a
Cristo a padecer por la Iglesia. La unión de Cristo con la Iglesia no es la cosa contenida
en este sacramento, sino la cosa significada".
El matrimonio pues, en la Nueva Ley es sacramento, por tanto confiere la gracia
santificante y el derecho permanente de recibir las gracias actuales que ayuden a los
cónyuges a cumplir los fines del matrimonio.
Se distanció Santo Tomás de Melchor Cano en la determinación de la forma del
sacramento del matrimonio: "las palabras, dice, con que se manifiesta el
consentimineto matrimonial, son la forma del sacramento; no es la bendición del
sacerdote, que sólo constituye un sacramental". Por tanto los ministros son los propios
contrayentes.
Entre bautizados no puede haber contrato matrimonial válido, que no sea
sacramento. Pío XI en la Encíclica Casti connubii, dice: "Los fieles al prestar el
consentimiento matrimonial se abren al tesoro de la gracia sacramental, de donde
sacarán energías sobrenaturales para cumplir sus oficios y deberes fiel, santa y
constantemente mientras vivan".
En cuanto que el matrimonio simboliza la unión perpétua de Cristo con la
Iglesia, y es ordenado al bien de los hijos, le compete la indisolubilidad. En una
sociedad en la que una encuesta del Centro de Investigaciones Científicas, revela el
dato de que la mayoría está por la ambición del dinero y posponen el valor del
matrimonio y de la familia; que prefieren el placer inmediato, con lo que se desgajan de
la ley natural, impresa en el corazón de los hombres por el Creador, y por tanto
15

responde a las aspiraciones más hondas del hombre y está al servicio de su persona y
de su felicidad, hay que proclamar la indisolubilidad del matrimonio como querida por
Dios, y el divorcio, como tolerado por Moisés "por la terquedad de vuestro corazón". Si
Moisés toleró el acta de repudio, fue porque el hombre estaba aún desposeido de la
gracia de Jesús que, con ella ha venido a perfeccionar la Ley y a posibilitar su
cumplimiento. Cuando hoy se busca el divorcio, no se admite la riqueza de la
gracia de Cristo y se cae en la pobreza de lo antiguo, con pretexto de modernidad.
Cuando la autoridad, aunque sea legítima, legisla contra la ley natural, deja de ser
legítima, porque el legislador no puede suplantar la ley natural: "Serán los dos una sola
carne" en comunidad de amor, para continuar la creación y propagar la fe desde la
verdadera iglesia doméstica".
Cuando la Iglesia disuelve el matrimonio ratificado y no consumado, lo que no
sería matrimonio no sólo fisiológicamente, sino en toda su plenitud psicológica, por
causa de patología humana, no separa, sino declara que no había matrimonio.

LOS SACRAMENTALES
EL AGUA BENDITA

La devoción, el cariño y la estima que tiene santa Teresa por el agua bendita, no
es un capricho ni una manía. Está cimentada en la doctrina católica. Así explica santo
Tomás en la tercera parte, cuestión 65 de la Suma: "El agua bendita y demás cosas
consagradas no son sacramentos, porque no alcanzan el efecto de éstos, que es
conseguir la gracia. Sin embargo disponen para los sacramentos, bien sea quitando un
obstáculo, como el agua, que está ordenada contra las asechanzas del demonio y
contra los pecados veniales" (a 1, 6). "El pecado venial se borra por ciertos
sacramentales, como el agua bendita" (8).
"Los sacramentales no confieren la gracia a la manera de los sacramentos, pero
por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con la gracia
divina que emana del misterio pascual de Cristo, de quien reciben su poder todos los
sacramentos y sacramentales" (Catecismo de la IC, 1670).
El agua es un elemento que gozó siempre en la Iglesia de gran veneración, y
bendecida ritualmente evoca el recuerdo de Cristo, que representa la culminación de
las bendiciones divinas. El se llamó a sí mismo "agua viva" e instituyó el sacramento
del agua, el bautismo, para regenerar a los hombres e injertarlos en El.
El agua bendecida nos recuerda nuestro bautismo, en el cual nacimos de nuevo
del agua y del Espíritu Santo, regeneración que Cristo nos mereció con su muerte y
resurrección."Siempre que seamos rociados con agua bendita o que nos santigüemos
con ella, damos gracias a Dios por su don inexplicable, y debemos pedir su ayuda para
vivir siempre de acuerdo con las exigencias del bautismo, sacramento de la fe, que un
día recibimos" (Bendicional).

QUINTA PARTE

TRATADO DE LAS VIRTUDES Y DE LOS VICIOS


1
15

VIRTUDES EN GENERAL

Después de tratar santo Tomás los hábitos en general en la primera parte de la


segunda, estudia los hábitos buenos. Primero los buenos, pues lo positivo es anterior a
lo negativo y a la privación, y es el medio por el que se conoce lo negativo, pues "por lo
recto se conoce lo oblícuo o torcido". A continuación tratará los vicios y pecados.
El tema de la virtud en general había sido muy estudiado y meditado en las
filosofías antiguas, y Aristóles había elaborado su doctrina, sobre la que trabajará el
Angélico. La definición de la virtud pasa de la fuerza física, a la fuerza y energía
espiritual, o perfección de las potencias en orden a la actividad más humana, la del
orden moral. Santo Tomás quiso y consiguió integrar el concepto de virtud de san
Agustín con el de Aristóteles, con esta definición: "Virtud es una buena cualidad de la
mente por la que se vive con rectitud, de la cual nadie hace mal uso, y que Dios obra
en nosotros sin nosotros".
Esta última expresión en la que Dios figura como la causa eficiente de la virtud,
evidentemente sólo es válida para la virtud infusa. Pero, prescindiendo de ella, expresa
una misma esencia que vale también para las virtudes adquiridas. Y aunque pone a
Dios como causa, no excluye toda la cooperación del hombre, que se requiere como
causa dispositiva para recibir la infusión de las virtudes por Dios.
La virtud es la disposición ordenada a obrar el bien. No es un acto bueno fugaz,
sino una cualidad permanente, que imprime en las potencias una mayor determinación
a realizar sus actos. Es un hábito, y el hábito es algo permanente, estable, que inclina a
realizar los mismos actos buenos y los facilita.
Si las potencias son principios de actuación, las virtudes informando las
potencias, son principios buenos de actuación. La virtud hace bueno al que la tiene, y
le dispone para obrar bien. No es sólo una cualidad buena, sino que hace buena la
acción. La virtud siempre es principio de rectitud.
Santo Tomás se separa de Escoto, que enseñaba que el hábito virtuoso igual
puede inclinar al bien que al mal. Para él la indefectibilidad de la virtud al objeto bueno
es esencial a la misma. Así la fe será infalible en el asentimiento a la verdad revelada,
la esperanza estará segura en su inclinación a conseguir la vida eterna. Y toda virtud,
como la vida de Dios, sigue la expresión revelada: "Quien ha nacido de Dios y lo vive,
no comete pecado, porque lleva dentro la semilla de Dios; es más, como ha nacido de
Dios y lo vive, le resulta imposible pecar" (1 Jn 3, 9).
Con esto no se afirma que el hombre virtuoso no puede pecar; pero sí que si
peca, lo hace prescindiendo del hábito de la virtud que le inclina al bien. Como un bulbo
de narciso, mientras sea tal y siga su proceso natural, está llamado a producir la flor del
narciso. La virtud puede ser motivo de vanidad, pero esa vanidad o cualquier vicio, no
nacen de la virtud como principio de acción. Y esta es la rectitud moral, aplicable a
todas las virtudes, tanto a las morales, como a las teológicas o infusas. La virtud la
produce Dios en nosotros sin nosotros, pero sin oponernos nosotros.
Las virtudes se relacionan mútuamente, y en esa mútua relación se pone de
relieve la unidad de la vida moral. Esta conexión de las virtudes implica de tal manera
la dependencia de una virtud respecto de las otras, que en una misma persona no
puede darse una sin las otras.
El genio de Aristóteles y de Santo Tomás se manifiestan en esta cuestión
resplandecientes y muy profundos. Cayetano no duda en afirmar, por este motivo, en
15

concreto sobre Santo Tomás, el admirable y divino ingenio del maestro, por su
luminosidad radiante.
Platón y Aristóles vieron con agudeza la unificación de las virtudes con la
prudencia: las virtudes no solamente son hábitos según la recta razón, sino que están
unidos inseparablemente con la recta razón. San Agustín, entre los titubeos de los
padres latinos, es el pionero que formula la conexión de las virtudes con la caridad en
una unión tan íntima, que parece que las identifica con el amor. Son inseparables de
ella porque cuando llega una virtud a la persona entra con ella la caridad, que expulsa
todos los vicios. Esto es claro para las virtudes infusas, que son introducidas todas por
estar enraizadas con la caridad. Pero no ocurre así con las virtudes adquiridas, que se
forman por la repetición de actos.
Sin embargo, santo Tomás encuentra, siguiendo a Aristóteles, un punto de
conexión: la prudencia. Y así formula su sentencia: Las virtudes morales adquiridas,
cuando son perfectas, tienen conexión y mútua dependencia, de tal modo que no
puede existir una sin las otras. Se unen en la prudencia y por la prudencia. Siempre
que esta prudencia sea prudencia total.
Las materias de las virtudes morales están íntimamente entrelazadas entre sí y
existe redundancia de unas a otras. Por eso a cada virtud le pueden surgir dificultades,
no sólo de la pasiones contrarias a la misma virtud, sino también de las contrarias a las
otras virtudes. Una mujer puede tener la virtud de la castidad, por amor de la misma.
Pero, si por el afán del dinero, lujo, vanidad, o por miedo a la infamia, o por el despecho
de los celos, sucumbe a la tentación, pierde la castidad, ¿qué clase de virtud de
castidad era la suya? Era una virtud de castidad simple, sin complicaciones, pero no
total. Se regía por una prudencia parcial, en lo referente a la exclusiva virtud de la
castidad, pero no por prudencia total que mira y atiende al fin de vivir esa virtud en
todos los riesgos y trances árduos y difíciles.
Así, el que practica muchos actos de beneficencia o caridad, pero no domina la
ira, el orgullo, la vanidad, no posee la prudencia total. Y nadie tendrá virtud verdadera,
si no ha adquirido la prudencia total, y no está dispuesto a ejercitar ese bien virtuoso en
todas las circunstancias de su vida, y contra todas las dificultades.
Ya hemos apuntado que hay virtudes adquiridas y virtudes infusas. Las
adquiridas son hábitos operativos buenos, que la persona humana puede adquir con el
ejercicio de sus solas fuerzas naturales. Y están situadas en el medio entre dos
extremos, viciosos ambos, por defecto o por exceso.
Las virtudes infusas sólo pueden ser poseídas gratuitamente por donación
gratuita de Dios. Y son hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma
para disponerlas a obrar sobrenaturalmente según la razón iluminada por la fe. En
efecto, la gracia es una semilla de Dios, no operativa, como en el orden humano
tampoco lo es el alma. Y así como ésta para actuar precisa las potencias, igualmente la
gracia nuecesita las virtudes, que se adaptan a las potencias, por las que la vida de
Dios trasplantada por la gracia se puede desarrollar y evolucionar.
Las virtudes infusas son, a su vez, teologales y morales, que se subdividen en
cardinales y derivadas en perfecta analogía y paralelismo con las adquiridas
correspondientes.
Santa Teresa nos va a decir profusamente que en sus padres y en sus
hermanos, no vió más que virtudes. Ella misma en su niñez se veía muy inclinada a la
virtud, después se desvió, pero rectificó a tiempo, con la fuerza y la luz de Dios. Ya de
monja, mientras no tuvo virtudes, de sus consejos sólo dos o tres personas se
15

aprovecharon; cuando ya las tuvo, en poco tiempo se aprovecharon muchos. Ya la


gente ha atisbado el perfume de las flores de las virtudes y la buscan para su
provecho, sin que ella lo pretenda ni se de cuenta: "Se dan cuenta de que tiene
virtudes y ven que la fruta es apetecible. Querrían compartirla con ella".

2
DE LOS VICIOS Y PECADOS

En la segunda parte de la Suma, Santo Tomás trata de Dios considerado como


fin último del hombre, el cual es alcanzado por los actos personales del mismo,
individuales y concretos. A esta posición del Angélico actual y personal, se oponen,
como asegura Juan Pablo II, cuando dice que "algunos autores proponen una revisión
mucho más radical de la relación entre persona y actos. Hablan de una ´libertad
fundamental´, sin cuya consideración no se podrían comprender ni valorar
correctamente los actos humanos. Según estos autores, la función clave en la vida
moral habría que atribuirla a una ´opción fundamental´, en forma ´trascendental y
atemática´. Los actos particulares derivados de esta opción constituirían solamente
unas tentativas parciales y nunca resolutivas para expresarla, serían solamente
´signos´ o ´síntomas´ de la opción fundamental" (Veritatis splendor, 65). Estos
actos parciales y concretos no aceptan ni rechazan el Bien último y absoluto, sólo van
dirigidos a los bienes concretos y parciales, que no tienen capacidad para determinar la
opción de la persona humana en su totalidad. Con ello el hombre puede adherirse a
bienes aparentes y limitados con libertad, mientras no excluya su opción fundamental
por el Bien Absoluto. Se toma en esta opción fundamental "la libertad como pretexto
para la carne" (Gal 5, 1).
"Separar la opción fundamental de los comportamientos concretos significa
contradecir la integridad sustancial o la unidad personal del agente moral en su cuerpo
y en su alma. En virtud de una opción fundamental el hombre -según estas corrientes-
podría mantenerse moralmente bueno, perseverar en la gracia de Dios, alcanzar la
propia salvación, a pesar de que algunos de sus comportamientos concretos sean
contrarios deliberada y gravemente a los mandamientos de Dios... Pero el hombre no
va a la perdición sólo por la infidelidad a la opción fundamental, según la cual se ha
entregado "entera y libremente a Dios".
Con cualquier pecado mortal cometido deliberadamente, el hombre ofende a
Dios que ha dado la ley y, por tanto se hace culpable ante toda la ley (Sant 2, 8); a
pesar de conservar la fe, pierde la gracia santificante, la caridad y la bienaventuranza
eterna. "La gracia de la justificación -enseña el Concilio de Trento- no sólo se pierde
por la infidelidad, por la cual se pierde incluso la fe, sino por cualquier otro pecado
mortal". "Se comete, en efecto un pecado mortal, cuando el hombre, sabiéndolo y
queriéndolo, elige por el motivo que sea, algo gravemente desordenado. Esta elección
incluye un desprecio del precepto divino, un rechazo del amor de Dios hacia la
humanidad y hacia toda la creación: el hombre se aleja de Dios y pierde la caridad. La
orientación fundamental puede, pues, ser radicalmente modificada por actos
particulares...
La disociación entre opción fundamental y decisiones deliberadas de
comportamientos determinados, desordenados en sí mismos o por las circunstancias,
comporta el desconocimiento de la doctrina católica sobre el pecado mortal: "Siguiendo
la tradición de la Iglesia, llamamos pecado mortal al acto, mediante el cual el hombre,
15

con libertad y conocimiento rechaza a Dios, su ley, la alianza de amor que Dios le
propone, prefiriendo volverse a sí mismo, a alguna realidad creada y finita, a algo
contrario a la voluntad divina ("conversio ad creaturam") Esto puede ocurrir de modo
directo y formal, como en los pecados de idolatría, apostasía y ateísmo; o de modo
equivalente, como en todos los actos de desobediencia a los mandamientos de Dios en
materia grave" (VS 65 ss).
El hombre debe, como el ángel, ganar el cielo por sus actos. El ángel lo ganó en
un instante con un solo acto. El hombre a través de una larga peregrinación. Santo
Tomás en la primera parte de la segunda, trata de los actos y hábitos buenos, de las
virtudes, que anteriormente hemos estudiado, y de los actos y hábitos malos, que
estamos estudiando. Los actos y hábitos buenos facilitan nuestro movimiento hacia
Dios. Los malos lo desvían. Así como la virtud es una disposición conforme a la
naturaleza, el vicio es una tendencia e inclinación contra la naturaleza racional del
hombre.
La diferencia entre pecado y vicio estriba en que el pecado es un acto
transitorio, mientras que el vicio es un hábito permanente, origen de nuevos pecados y
desórdenes. En este sentido los pecados capitales son más propiamente vicios, según
santo Tomás, porque son el origen y la fuente de la que nacen otros pecados
innumerables, por eso son capitales o cabezas.
"El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición
de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y
corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a
reproducirse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raiz. Los vicios pueden
ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o a los pecados capitales que la
experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a San Juan Casiano y a San Gregorio
Magno. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la lujuria, la gula, la pereza" (CIC 1865-
1867).
Sólo Dios conoce el misterio de iniquidad que encierra el pecado. Y sólo los
santos se han aproximado más a tal conocimiento iluminados por Dios. No nos hemos
de extrañar de que Santa Teresa hable del pecado a cada paso, ya que su luz nacida
de su experiencia tiene valor testimonial. Ha visto el sol deslumbrante en las moradas
del alma, y la negra tiniebla del pecado en el corazón. Introduce además una expresión
nueva para designar el pecado, como "guerra campal" del hombre contra Dios. Los que
dicen que no tienen fuerzas para romper con el pecado, las tienen en cambio, para
atacar a Dios y obran como los que le llenaron de golpes y heridas y al fin le dieron
muerte. Y siente tanto el dolor de los pecados, que clama a los buenos cristianos que
ayuden a llorar a Dios no sólo por la muerte de Lázaro, sino por los que no había de
querer resucitar, para que el poder de las lágrimas consiga la resurrección de los
pecadores.

3
VIRTUDES TEOLOGALES
LA VIRTUD DE LA FE

"Así que esto queda: fe, esperanza, amor, estas tres" (1 Cor 13, 13). Las
virtudes teologales, que son principios operativos por los que la persona humana se
15

ordena directa e inmediatamente a Dios como fin sobrenatural, son tres, fe, esperanza
y caridad, como hemos visto afirmado por la Revelación en la carta a los Corintios, y
como definió expresamente Trento. Por la fe el hombre se une con Dios Primera
Verdad, por la esperanza lo desea como Sumo Bien, y por la caridad se une a El con
amor de amistad, como infinitamente bueno en sí mismo.
Dice el Vaticano I que "la fe es una virtud sobrenatural por la que, con la
inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos que es verdadero lo que El nos ha
revelado, no por la íntrinseca verdad de las cosas percibida por la razón, sino por la
autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos". Se
divide la fe, en fe pública o católica, constituída por las verdades reveladas por Dios a
todos los hombres y que constan en la Escritura y en la Tradición; y en fe privada o
particular, constituída por verdades reveladas a una persona determinada, como en el
caso, Santa Teresa. Las verdades de la Revelación oficial y las transmitidas por la
Tradición, propuestas como divinamente reveladas, por la Iglesia por definición
solemne o por el magisterio ordinario y universal, deben ser creídas con fe divina y
católica.
La revelación privada sólo obliga a la persona que la ha recibido directamente
de Dios. Los Profetas y los Apóstoles, que recibieron de Dios directamente la
revelación, la aceptaron con un acto de fe, fiados en la autoridad del mismo Dios,
conocida infaliblemente por ellos mediante la luz profética.
Los creyentes que no reciben de Dios la revelación sobrenatural, han de apoyar
su fe en la autoridad de Dios que revela, conocida con certeza por la proposición de la
Iglesia, cuya autoridad infalible consta por los motivos de credibilidad, que son los
milagros, las profecías y la Iglesia por sí misma. Así lo dijo el Concilio Vaticano: "Para
que el obsequio de nuestra fe fuera conforme a la razón, quiso Dios que a los auxilios
internos del Espíritu Santo se juntaran argumentos externos de su revelación, a saber,
hechos divinos y ante todo, los milagros y las profecías que, manifestando
luminosamente la omnipotencia y ciencia infinita de Dios, son signos certísimos de la
divina revelación y acomodados a la inteligencia de todos. Por eso, Moisés y los
Profetas y, sobre todo Cristo, hicieron y pronunciaron muchos y clarísimos milagros y
profecías; y de los Apóstoles leemos: "Y ellos marcharon y predicaron por todas partes,
cooperando el Señor y confirmando su palabra con los signos que se seguían" (Mc 16,
20).
Además, la Iglesia por sí misma, por su admirable propagación, santidad y
estabilidad, es un grande y perpétuo motivo de credibilidad y testimonio irrefragable de
su divina legación".
Dice santo Tomás: "Mucho más cierto puede estar el hombre de lo que le dice
Dios, que no puede equivocarse, que de lo que ve con su propia razón, que puede caer
en el error" (II-II, 4, 8 ad 3) .
Por la fe la persona humana puede ver las realidades tal como las ve Dios. Así
vemos los misterios de la gracia y de la gloria, sin verlos, porque la fe es de "non visis".
La fe es también la base de toda nuestra justificación y el fundamento y raiz de
todas las demás virtudes. Por eso Jesús pide a sus discípulos que se conviertan en
tierra buena para producir mucho fruto: "Los de la tierra buena son los que escuchan,
guardan el mensaje con un corazón bueno y generoso y dan fruto con su
perseverancia"(Lc 8, 15).
Es tan importante la fe que Jesús ha rogado por Pedro para que no la pierda (Lc
22, 32). Santa Teresa, como llamada a dar testimonio, no la ha perdido nunca, ni ha
15

tenido jamás una duda de fe. Pero ella sabe que su fe no es obra de su psicología, sino
de Dios. Ella sabe que la fe no es sólo la aceptación de un determinado número de
verdades, sino la adhesión a la Verdad Subsistente. No es un primer paso que el
hombre da, sino la respuesta a la iniciativa de Dios.

3
LA VIRTUD DE LA ESPERANZA

El segundo lugar entre las virtudes teologales pertenece a la esperanza, que es


virtud infusa y capacita al cristiano para confiar conseguir la vida eterna y los medios,
tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para este fin, apoyado en el auxilio
omnipotente de Dios. Aunque el motivo propio y formal de la esperanza es Dios, por
voluntad del mismo Dios, también se puede poner, y es conveniente que se ponga en
la Humanidad de Cristo, en la Virgen, esperanza nuestra, Corredentora y Mediadora de
todas las gracias, que no abandona a los hermanos de su Hijo, que peregrinan en la
tierra y en los santos, que nos ayudan con su intercesión.
Calvino, Bayo, los jansenistas y otros, dijeron que practicar el bien con la
esperanza del premio de la bienaventuranza, era inmoral y egoísta. Su doctrina fue
expresamente condenada en el Concilio de Trento. Contra ellos San Pablo dice que:
"el atleta se impone en todo una disciplina para ganar una corona que se marchita;
nosotros, una que no se marchita" (1 Cor 9, 25). Y que "Nuestras penalidades
momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna" (2 Cor 4, 17).
El fondo de la dificultad de los opositores a esta virtud, es que consideran que
esperamos a Dios como un medio para el fin, con lo cual le utilizamos. Pero no es así,
pues por la esperanza esperamos a Dios porque no podemos ser perfectos sin Dios.
Por la esperanza el cristiano se ordena y se subordina a Dios, no El a ellos.
Pero como los cristianos pueden poner obstáculos a la ayuda de Dios mediante
su gracia, Santo Tomás relaciona la esperanza con el don de temor. Según él, el temor
puede ser mundano; que para evitar un mal temporal no duda en ofender a Dios; servil,
que obedece a Dios por temor de que le castigue, con castigos temporales o castigo
eterno; y filial que no quiere ofender a Dios porque le ama y teme su separación. Este
temor filial es el relacionado con el Don de temor.
A la esperanza se opone por defecto la desesperación y por exceso la
presunción, como los pelagianos, que esperan conseguir la bienaventuranza por las
propias fuerzas naturales humanas. Lutero espera salvarse por la fe sin las buenas
obras. Calvino la espera por la predestinación absoluta de Dios, con buenas obras o a
pesar de las malas.
Sin llegar a estos extremos heréticos, es pecado de presunción contra la
esperanza esperar con temeridad la bienaventuranza por medios no ordenados por
Dios. El que espera o pide la ayuda de Dios para pecar, peca gravísimamente. Pecar
por esperar en la misericordia de Dios, es abusar gravemente de la misma; si se peca
por fragilidad, confiando en la misericordia de Dios, no hay presunción, porque el
motivo del pecado es la pasión y la debilidad humana; no la esperanza de la
misericordia y del perdón. Es un pecado grave contra la caridad para sí mismo, al
exponerse el hombre a la condenación eterna. Esta es la doctrina de Santo Tomás (II-
15

II, 21, 2) y de san Alfonso de Ligorio.


También, y este es muy corriente, es pecado esperar la ayuda de Dios, cuando
se ruega a Dios sin dar con el mazo. El que no se prepara esperando que el Espíritu
Santo le ayude, espera temerariamente, porque Dios no auxilia la pereza, y así,
sucesivamente.
Santa Teresa escribe que "tenga esperanza el que haya practicado grandes
virtudes". Y aconseja "esperar en la misericordia de Dios, que nunca falta a los que
en El esperan". Y San Juan de la Cruz: "Esperanza de cielo tanto alcanza cuanto
espera".

4
LA VIRTUD DE LA CARIDAD

En la 2-2 y en las cuestiones 23-46, estudia el Angélico la virtud de la caridad,


tratado que es un filón de oro, comparado con el filón de plata de las demás virtudes.
Es el mayor tratado de teología moral del mayor de los teólogos, que con el vigor de su
genio filosófico, aporta a la Iglesia y al servicio de la fe la sabiduría más excelsa de la
inteligencia humana.
Conoció santo Tomás exhaustivamente todo lo que habían escrito los teólogos
anteriores, y asimilado todo, transmitió la sabiduría de ellos, enriquecida con su genial
visión.
Solamente en este tratado, cita explícitamente a San Agustín, San Ambrosio,
Aristóteles, san Basilio, san Bernardo, el Crisóstomo, Cipriano, el Damasceno, Dionisio,
san Gregorio, San Gregorio Niseno, Horacio, Cicerón, san Isidoro, san Jerónimo, san
León Magno, Pedro Lombardo, Orígenes, Rábano Mauro, Salustio y el papa Urbano.
La caridad, la mayor de las virtudes teologales, (1 Cor 13, 13), es un amor
infuso de amistad que une al hombre con Dios y le connaturaliza y le transforma en El.
Al ser principio de unión con Dios, es también el origen en el hombre de la vida divina,
que crece con la caridad. Todas las virtudes ayudan al hombre a conseguir su plenitud,
pero en tanto en cuanto la caridad las utilice para ordenar o elevar a Dios, Bien
absoluto, la entera vida humana. Y en este sentido es vínculo de perfección (Col 3, 14).
El mérito de la vida sobrenatural consiste principalmente en la caridad, como
principio ordenador de nuestra actividad a Dios, y las demás virtudes sólo son
meritorias cuando están vivificadas por la caridad. Por tanto el valor moral del hombre
no está en las obras sino en el amor, que es la primera de las obras y el motor y el
valorizador de las mismas. Dice san Juan de la Cruz, y lo repetirá santa Teresa del
Niño Jesús, que "Dios no necesita nuestras obras, sino nuestro amor". Por eso la
caridad es la principal ley cristiana, cuyo primer mandato es amar a Dios y el segundo y
semejante, amar al prójimo. "El que ame a Dios ame también a su hermano" (1 Jn 4,
21). "En estos dos mandamientos se encierra la Ley y los Profetas" (Mt 22, 40). Y "la
plenitud de la ley es el amor" (Rm 13, 10). Y san Francisco de Sales: "En la Iglesia todo
es amor; todo vive en el amor, para el amor y del amor".
La caridad es la virtud elevante de los actos buenos humanos, porque, dice
santo Tomás, "la obra de una virtud más noble es mejor y es más meritoria. Por eso el
acto de una virtud inferior es mejor y más meritorio si es imperado por una virtud
superior, que se lo apropia por su imperio" y así un acto de humildad, de castidad, de
paciencia, hecho por obediencia, tiene un valor superior al de su propia entidad. Y
15

sobre todo, queda supremamente revalorizado cuando se hace por caridad.


La fe y la esperanza preparan al hombre para recibir la caridad, que es la que
establece la comunicación máxima del hombre con Dios y lo transforma en Dios. La
caridad es la culminación de la vida de Dios en el hombre. La acción de las otras
virtudes es iluminada por el faro de la caridad que, introduce el corazón humano en el
corazón de Dios.
La caridad consiste en una amistad del hombre con Dios, sobre el fundamento
de la bienaventuranza divina. Y así en la Revelación se nos muestra la caridad como
el amor entre el hombre, hijo de Dios por la gracia, con su Padre Dios. Dios mismo,
amado como amigo por su bondad infinita y beatificante, es el objeto de la caridad.
Caridad, amor, amistad, amor benevolente y no concupiscente, que ama al amigo por
sí mismo, y no en beneficio o deleite o interés propio. Hablamos hoy de utilizar a las
personas en este sentido, cuando las personas se convierten en objeto que se utiliza, y
se retira cuando ya no sirve. "Al amor le tienen usurpado el nombre", dice santa
Teresa. La amistad exige reciprocidad de amor; no se establece cuando es uno
solo el que ama, sino cuando el amor es correspondido: "Tratar de amistad con quien
sabemos nos ama", dice santa Teresa que es la oración, "el camino del amor". La
amistad, el amor o se cultiva o se desertiza: "Deudo y amigo se pierden por la falta de
trato". Los caminos del amor que no se andan, se llenan de abrojos y espinas. El
ejercicio y la comunicación, aumentan el amor que, en principio ha sido derramado en
nuestro corazón por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

5
CARIDAD PARA CON EL PROJIMO

"He aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío".
"El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras". En el
evangelio de san Mateo, 25, 31 aparecen tan ateos los que se salvan como los que se
pierden, con la diferencia de que unos amaron a los crucificados, y otros no. ¿Cuándo
te vimos?...es la pregunta que unos y otros hacen al Rey, a quien no han sabido
reconocer en el prójimo, a quien Dios nos manda amar con amor de caridad
sobrenatural externo e interno.
Enseña santo Tomás que la misma caridad divina que se refiere a Dios como a
su objeto primario, se extiende también al prójimo como objeto secundario. Por la
caridad amamos la bondad de Dios. Como esa bondad es también participada por los
hombres, hemos de amar a los hombres por lo que tienen en sí de bondad de Dios.
Existe un amor puramente natural por el que se ama a los demás por sus
cualidades naturales, belleza, fortuna, ciencia, talento, arte..., pero este amor no es
caridad, consiguientemente tampoco es meritorio. Y hay otro amor sobrenatural por el
que se ama al prójimo por Dios y para Dios, en cuanto hijo de Dios, hermano de Cristo,
templo del Espíritu Santo. Este es el amor cristiano, la caridad: "Este mandamiento nos
ha dado Dios, que el que ama a Dios ame a su hermano" (Jn 4, 21). "En estos dos
mandamientos se funda toda la ley y los profetas" (22, 40). Por eso dice san Pablo
"Quien ama al prójimo ha cumplido la ley. Pues no adulterarás, no matarás y cualquier
otro precepto se resume en esto: Amarás al prójimo como a tí mismo" (Rm 13, 8).
15

Amar es querer el bien para los demás, que pueden compartir con nosotros el
bien de la caridad, que es la bienaventuranza divina. Con la misma caridad con que
amamos a Dios, como objeto primario, debemos amar a los hermanos como objeto
secundario. O lo que es lo mismo, nuestro amor de amistad con Dios, debe extenderse
a todos los que comparten el bien divino que participan, y ésto por la común
bienventuranza trascendente; por la filiación divina, por la que amamos a Dios como
Padre y a sus hijos, los hombres, como El los ama; y por su incorporación a Cristo.
La caridad ama al hombre por Dios, y le procura, ante todo, sus bienes divinos.
Es distinta de la filantropía, que ama al hombre por el hombre y quiere y procura sólo
sus bienes humanos y temporales.
En consecuencia, para que los amores naturales legítimos sean meritorios,
deben ser elevados por la caridad. Una madre debe amar a sus hijos, no sólo como
hijos de ella, sino primeramente como hijos de Dios, si quiere que su amor sea
meritorio.
Incluso en el hombre menos valorizado hay un valor divino que le hace acreedor
al amor de los demás hombres. Dice Santo Tomás: "La razón del amor al prójimo es
Dios; pues lo que hemos de amar en él es que esté en Dios. Y por eso el acto con que
amamos a Dios es el mismo que el acto con el que amamos al prójimo" (2-2, 24, a 1).
"Ningún pecador como tal, es digno de amor, pero todo hombre en cuanto hombre es
amable por Dios", dice san Agustín.
El amor a los enemigos obliga a romper el odio y el deseo de venganza. Por
eso pecan gravemente los personas que dejan de saludarse o hablarse durante mucho
tiempo, y hay obligación de reconciliarse cuanto antes. La caridad produce estos
efectos: la misericordia, que es la primera y más importante de las virtudes con el
prójimo, cuyas obras corporales y espirituales, son conocidas: Enseñar, dar buen
consejo, corregir, perdonar, consolar, sufrir, rogar, visitar, dar de comer y de beber,
vestir, dar posada, redimir, enterrar.
La beneficencia, es hacer a los demás algún bien, como signo de la
benevolencia interior. A veces se relaciona con la justicia, cuando lo que se da, se
debe; o con la liberalidad, cuando se da gratuitamente.
Por caridad y por derecho natural y divino tenemos obligación de practicar la
limosna: El capítulo 25 de san Mateo, no da otra razón de la bienaventuranza y de la
condenación.
Los pecados contra la caridad son el odio, que desea el mal al prójimo, o
se entristece por sus bienes; la envidia, tristeza del bien ajeno, que se considera como
mal propio, porque parece que rebaja la propia gloria y excelencia. Es uno de los
pecados más viles, señal de un alma ruín, totalmente contraria al evangelio. Nace de la
soberbia, y engendra el odio, la murmuración, la difamación, la alegría del mal y la
tristeza en la prosperidad; son también pecados contra la caridad, la discordia, la riña,
el escándalo, la cooperación al mal. La sentencia será tan terrible para unos: "Apartaos
de mí, malditos, al fuego eterno"; "irán al castigo eterno", como consoladora para los
que practicaron la caridad: "Venid, benditos, heredad el Reino"...
15

6
DE LAS VIRTUDES CARDINALES

LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA

Santo Tomás en la Secunda Secundae, trata la moral especial que se reduce al


tratado de las virtudes, que son de dos géneros, teologales y cardinales. Estudiadas ya
las teologales, se dirige nuestra atención a las cardinales, la primera de las cuales es la
prudencia, de capital importancia, ya que es el alma, la madre, la maestra, la
moderadora y directora de todas las virtudes. Aristóteles la define como la recta razón
en el obrar. Sin prudencia no hay virtudes: "Quita la prudencia y las virtudes se
convertirán en vicios", dice San Bernardo.
Fray Luís de Granada, recogiendo la enseñanza de toda la tradición filosófica,
patrística y teológica, nos ha legado la siguiente definición sabia: "En la vida cristiana la
prudencia es lo que los ojos en el cuerpo, lo que el piloto en el navío, lo que el rey en el
reino y lo que el gobernador en el carro, que tiene por oficio llevar las riendas en la
mano y guiarlo por donde ha de caminar. Sin esta virtud, la vida espiritual sería toda
ciega, desproveída, desconcertada y llena de confusión" (Guía de pecadores 2, 15).
Podemos espigar en la sagrada Escritura un haz copioso de textos laudatorios
de la prudencia: "La sensatez es tronco inconmovible" (Sb 3, 15). David aparece
conmo un hombre coronado por el éxito en sus empresas, porque el Señor le dirige
con la prudencia. Es la ciencia de los santos, y hay que pedirla, como hizo Salomón,
para gobernar. "La prudencia del hombre le hace ser paciente" (Prv 19, 11). "El hombre
prudente sigue derecho su camino" (Ib 15, 21). "Los frutos de la sabiduría son las
virtudes, porque ella enseña la templanza, la prudencia..., que son las virtudes más
provechosas para la vida del hombre" (Sab 8, 7).
Jesús, que aún niño resplandeció por su prudencia y sus respuestas ante los
doctores en el templo, recomendará incesantemente la prudencia en el evangelio, "sed
prudentes"... Y san Pablo pedirá la prudencia para todos, sobre todo para los obispos:
"que sean prudentes..." (1 Tim 3, 2 y Tit 2, 1).
Todos los santos han sido prudentes, y nadie puede ser canonizado, si no
supera el examen de la prudencia heroica. La prudencia en cuanto natural, como todo
hábito, se engendra por la repetición de actos. En cuanto infusa, es infundida por Dios
con la gracia santificante, por eso se pierde por un pecado grave, que priva de la gracia
y de la caridad.
Como virtud sobrenatural es infundida por Dios en el entendimiento práctico,
para el recto gobierno de nuestros actos en orden al fin sobrenatural. La prudencia
tiene tres funciones: el consejo; por él se consulta y se informa antes de obrar; el juicio
o conclusión de las consultas e investigaciones, y la decisión correspondiente; el
imperio, que ordena ejecutar la acción y es el acto principal de la prudencia.
Hay prudencia falsa, o de la carne, que consiste en una especial astucia y
sagacidad para el mal. Y hay prudencia de la buena: natural y adquirida por el ejercicio;
sobrenatural o infusa por la que el hombre se conduce por la luz de la razón, iluminada
por la fe; mística, por inspiración directa del Espíritu Santo, mediante el don de consejo.
La prudencia consta de varias partes que la integran: memoria de lo pasado: la
experiencia es madre de la ciencia; inteligencia de lo presente para discernir; docilidad
para pedir consejo de los sabios y prudentes; sagacidad, o rapidez para resolver los
casos urgentes; razón, para reflexionar; providencia para ver de lejos y prever las
15

consecuencias; circunspección, que atiende a todos los datos y circunstancias; cautela


o precaución para sortear los obstáculos e inconvenientes que pueden comprometer la
empresa.
Y hay varias especies de prudencia: la personal, y la social, que a su vez se
subdivide en gubernativa, política, familiar y militar. Hay partes derivadas: la "eubulia" o
buen consejo, que inclina al hombre a encontrar los medios más eficaces y aptos para
conseguir el fin; la sensatez o "synesis", que se identifica con el sentido común; y el
juicio equitativo o "gnome", que es el mismo sentido común en los casos excepcionales
no previstos por la ley, y que se relaciona con la "epiqueya", cuyo acto dirige con
rectitud.
Santa Teresa pone la discreción como la constante en todas sus empresas, y
en la selección de vocaciones, en el discernimiento de los talentos y en el trato con las
gentes. Afirma que "la prudencia es gran cosa para el gobierno". "Gran cosa es la
discreción". Discreción y suavidad es el leitmotiv de la actuación de la gran Madre. Y no
contemporiza con los que por prudencia de la carne, "van componiendo sus sermones
para no descontentar a las gentes y, sobre todo, a los grandes".

7
LA IMPRUDENCIA E INCONSTANCIA

Con san Agustín, el Angélico, se fija en los vicios opuestos a la prudencia con
sus dos especies distintas: unos contrarían la prudencia; otros, se le parecen, pero en
realidad son radicalmente opuestos. Aquellos son la imprudencia con sus partes
potenciales, opuestas a las mismas correspondientes integrantes de la prudencia:
precipitación, opuesta a la solicitud del consejo; irreflexión, que se opone al juicio, y
descuida la atención a los datos necesarios para formar un dictamen equilibrado y
justo; la inconstancia, que es la ligereza en adoptar cambios en las decisiones
adoptadas; y la negligencia, que consiste en la falta de diligencia en ordenar
eficazmente y disponer lo que se debe realizar.
Hay vicios que se parecen a la prudencia, pero no lo son: la prudencia de la
carne, así conocida tradicionalmente por Santo Tomás y toda la tradición. Podríamos
brindar varias voces nuevas: prudencia del mundo, o prudencia mundana, que es fruto
del materialismo y del hedonismo, que no tiene más fin que el material, el poder, el
dinero y el placer. Es propio de este vicio la habilidad casi diabólica para satisfacer los
vicios. También se asemejan a la prudencia la astucia, el dolo, el fraude y la
preocupación y solicitud exagerada por la vida terrena, con la subversión de los
valores cristianos y desconfianza de la Providencia que ello supone. La raiz de estos
vicios es la avaricia.

8
DE LA VIRTUD DE LA JUSTICIA
15

Después de la prudencia, la justicia es la más excelente de las virtudes


cardinales y es grandísima su importancia y de necesidad absoluta para la paz
individual, familiar, social, mundial. Establece el orden de los hombres con Dios y con
los demás hombres; prohibe el fraude y la mentira; ordena la sencillez, la veracidad y la
gratitud; pone orden entre la sociedad y los ciudadanos. Da a cada uno lo suyo, lo que
estrictamente le corresponde. Y la sociedad y la autoridad, por la justicia distributiva, lo
suyo a los indivíduos. Y aunque, según santo Tomás, la paz es fruto de la caridad,
como la justicia pone orden entre, los hombres, y la paz, según san Agustín, es la
tranquilidad del orden, prepara, por la remoción de los obstáculos, el reinado de la paz
y del bienestar.
Hay varias especies de justicia: La legal, que es la que tributa el indivíduo a la
sociedad. La distributiva, que es la que ofrece la comunidad a cada persona. Y entre
las personas que se dan mútuamente lo que a cada una corresponde, la conmutativa.
De la justicia se derivan otras virtudes: la religión, respecto a Dios; la piedad, a
los padres; el respeto y la obediencia, a los superiores; la gratitud, que recompensa
los beneficios recibidos; la "vindicta", o el castigo justo, por las injurias recibidas; la
veracidad, en orden a la verdad; la fidelidad a las promesas; y la simplicidad, en las
palabras y en los actos.
Y en el trato con los prójimos, la afabilidad; en la moderación en el amor a las
riquezas, liberalidad; y para apartarse de la letra de la ley, siguiendo su espíritu, la
epiqueya.
La justicia social coincide con la legal, aunque con influjo de la distributiva. Y la
justicia internacional, que rige el derecho entre los pueblos y se basa en el derecho
de gentes, se rige por la justicia legal, la distributiva y la conmutativa, y por las
tansacciones comerciales y contratos entre las naciones.
La justicia vindicativa, es propia de la conmutativa, que regula las penas que
se deben imponer a los que transgreden las leyes, si la ejerce la autoridad pública; y si
la ejercen los indíviduos, la vindicta o castigo justo.
Santa Teresa nos da testimonio leve de lo mucho que ama obrar en justicia, ella
y sus corresponsales.

9
LA INJUSTICIA

Santo Tomás, siguiendo el orden de Aristóteles, trata de la injusticia, después


de haber estudiado la justicia. Consiste la injusticia en la violación de la virtud cardinal
de la justicia, habitualmente, o de manera actual. La injusticia es interna, cuando se
comete en el ámbito interno de la conciencia, como el jucio temerario; o externa, como
la calumnia o la difamación; es también mental, verbal o real; positiva, como robar; o
negativa, como no restituir; puede ser injuriosa sin causar daño externo, como el juicio
temerario, en cuyo caso es simple; y perjudicial, si causa daño a la persona injuriada.
En Ex 20, 13, nos ha conminado la palabra de Dios la prohibición de las
principales injusticias contra el prójimo, cuyos mandamientos son de cumplimiento
necesario para alcanzar la salvación. "Los injustos no alcanzarán el reino de Dios (1
Cor 6, 9).
15

Es necesario comenzar la vida cristiana con buenos cimientos, no sea que


buscando lo más perfecto equivocadamente, pierdan eficacia los principios de la razón,
de la justicia y del derecho natural. Hay que cumplir esto sin omitir aquello, pero
comenzando por esto, que es lo ordenado por Dios para todos los hombres.
Al prójimo se le puede perjudicar en el alma y en el cuerpo; también en sus
personas a él vinculadas; se le puede perjudicar en sus bienes externos, por el robo o
la retención injusta; en su fama y honor, bien cuando está ausente, por la
murmuración, y por la calumnia; o cuando está presente, con burlas, injurias y
contumelias. "No juzguéis y no seréis juzgados; porque con el juicio con que juzguéis
seréis juzgados, y con la medida con que midiereis se os medirá. ¿Cómo ves la paja
en el ojo de tu hermano, y no ves la viga en el tuyo?" (Mt 7, 1).
También es pecado contra la justicia la sospecha temeraria, Santo Tomás,
siguiendo a Cicerón, da razón de los orígenes de la sospecha temeraria, que se funda
en ligeros indicios: 1º) porque uno es malo y por eso piensa mal, como dice la
Escritura: "El necio..., a todos juzga necios" (Ecle 10, 3). 2º) Porque quiere mal al otro,
pues cuando alguien desprecia, odia, se irrita o envidia a otro, piensa mal de él con
indicios ligeros. 3º) Por la larga experiencia del mal, porque dice Aristóteles, que los
ancianos son muy suspicaces, porque han experimentado muchos defectos de otros
(2-2, 60, 3).
Santa Teresa tiene experiencia larga y deja constancia de las injusticias que
sufrió, como leeremos a continuación y de las injusticias de que ella, su obra y algunos
de sus miembros, han sido objeto. Y ha hecho llegar hasta Felipe II su petición de
justicia en el encarcelamiento de san Juan de la Cruz.

10
DE LA DETRACCION

Considerada comúnmente la detracción como pecado contra la caridad, aunque


la socaba en la raiz, es pecado directo contra la justicia. En efecto, la fama es uno de
los bienes del alma que integran el patrimonio espiritual del hombre, y que constituye
con el honor lo más valioso de la dignidad de la persona humana. La fama equivale
al buen nombre o reputación de una persona y al aprecio y común estimación de su
excelencia. Soto la define como la justa apreciación de nuestra dignidad y nuestros
méritos por los demás y es la causa del honor.
Toda persona tiene derecho natural a la fama ordinaria, derecho absoluto a la
fama verdadera y relativo a la fama estimada, mientras no sea públicamente difamada.
La fama es uno de los bienes del espíritu más nobles, el más precioso, dice santo
Tomás. Por tanto toda persona tiene estricto derecho a conservarla tanto como su
integridad física.
La conservación de la fama es también una necesidad social, porque constituiría
un gran mal para el orden y la paz públicos el hecho de que se divulgaran los pecados
ocultos, que originaría odios y discordias múltiples. Y la buena fama de la persona es
necesaria para su buena conducta, y para poder actuar con eficacia en la vida social,
profesional y familiar. El desprestigio y la infamia acarrearían males inmensos a las
personas, sobre todo a las que necesitan la limpieza para su eficacia profesional o
pastoral.
15

La detracción significa la difamación en todas sus formas, maledicencia,


calumnia, murmuración. Santo Tomás utiliza la definición de San Alberto Magno, qwue
es la de Hesiquio en su comentario al Levítico: Difamar es denigrar la fama de otro
disminuyéndola o produciendo con palabras o narraciones mala reputación de él.
Así como la buena fama esclarece el nombre de uno, la difamación denigra y
ensombrece empañando con una mancha la dignidad y el honor personal.
La palabra revelada da testimonio del valor del buen nombre: "Mas que las
riquezas vale el buen nombre" (Prv 22, 1). "Ten cuidado de tu nombre que permanece,
más que de millares de tesoros" (Eclo 41, 15). "No murmuréis unos de otros,
hermanos; el que murmura de su hermano o juzga a su hermano, murmura de la Ley,
juzga a la Ley" (Sant 4, 11). "Los chismosos, los calumniadores, aborrecidos de Dios"
(Rm 1, 29, 30).
Como la detracción roba la fama, el detractor debe en justicia restituir lo robado,
que es harto difícil y a veces, imposible, no en vano dice el refrán: "Calumnia que algo
queda".
Santa Teresa, que fue víctima de muchísimas murmuraciones, detracciones y
calumnias, fue propagadora de la no murmuración, "no hablaba mal de nadie, evitaba
toda murmuración, pues tenía muy presente que no había de querer para los demás lo
que no quería para ella, y persuadía tanto a esto que las que vivían con ella y la
trataban, se quedaron con esta costumbre". Todos sabían que con la Madre Teresa
"todos tenían las espaldas bien guardadas".

11
LA ORACION, ACTO ELICITO DE LA VIRTUD DE RELIGION

Es la especialidad de santa Teresa. La oración. De ella sabe muchísimo. Es


Maestra indiscutible. La escucharemos, pero antes, vamos a dejar razonar a Santo
Tomás, que también sabe lo que dice. Dotado de un sigular don de lágrimas, dejó de
escribir después de un éxtasis en la misa. Ya todo lo que había escrito le parecía paja.
La religión es parte potencial de la justicia, porque no alcanza a poder dar
estrictamente a Dios todo lo que la criatura racional le debe. Le da lo que puede y lo
ofrece mediante actos, entre otros, el de la oración. Dice santo Tomás: "Dijo ya
Aristóteles que la razón nos conduce al bien perfecto por medio de la súplica. En este
sentido interpreto la oración, tal como la entendía san Agustín, cuando dijo que "la
oración es una cierta petición" y san Juan Damasceno: "la oración es la petición a Dios
de lo que nos conviene"(2-2, 88, 1).
Al pedir a Dios que colme nuestras aspiraciones, confesamos su excelencia y su
poder, y ésta es la razón por la que la oración es un acto de religión. Podemos y
debemos pedir a Dios la gracia y la gloria, que sólo El nos puede dar, pero también
bienes temporales, como medios para servirle mejor, considerándolos como
añadiduras.
Hay clases de oración: Pública, la que se hace en nombre de la Iglesia; privada
la que se hace en nombre propio; vocal y mental, según se exteriorice o permanezca
en lo interior. La mental es discursiva, o intuitiva y contemplativa.
Hay oración latréutica, que reconoce la excelencia de Dios, y se le somete;
15

eucarística, que le da gracias; impetratoria, de petición; propiciatoria, que pide el


perdón de los pecados.
La oración es necesaria con necesidad de medio y de precepto. Dice san
Agustín y lo cita Trento: "Dios no manda imposibles; y al mandarnos algo nos avisa que
hagamos lo que podamos y pidamos lo que no podamos y nos ayuda para que
podamos". Y san Alfonso de Ligorio: "El que ora se salva, y el que no ora se condena".
Ha dicho Jesús: "Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá"
(Mt 7, 7). La razón teológica prueba la eficacia de la oración por la fidelidad de Dios a
sus promesas, y es infalible, cuando se piden para sí mismo, con humildad, piedad y
perseverancia, cosas necesarias para la salvación. Jesús nos ha dicho constantemente
que oremos. El evangelio no tiene sentido si se borra de él la oración. Todos recuerdan
las párabolas del amigo importuno (Lc 11, 5 ss) y de la viuda molesta (Lc 18, 1 ss).
El que ora así, obtiene siempre lo que pide, porque esa oración, como toda obra
buena, tiene a Dios por inspirador y causa primera, que nos impulsa a pedirle porque
nos lo quiere conceder. También la oración del pecador es escuchada por Dios,
cuando busca o desea un bien que conduce a la gracia y a la gloria, e incluso el
cumplimiento de sus justas aspiraciones naturales. La desertización en la Iglesia y las
hecatombes del mundo tienen su causa no menor en el abandono de la oración. Sin
oración no hay renovación ni vida. Hay que orar siempre sin desanimarse.
Dice el Concilio que "desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al
diálogo con Dios" (GS, 19). Usa las mismas palabras con que la Doctora Mística define
la oración: "Tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos
ama". No le cabe al hombre excelencia mayor que poder sostener un diálogo con Dios,
su Creador que, por la revelación de Jesús, sabemos que, además, es nuestro Padre.
Diálogo que el mismo Jesús quiere que sea incesante, como nos apunta San
Lucas: "Para explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse..." Y al final de
la parábola, dice Jesús: ¿pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos, si ellos le gritan
día y noche? (18, 1 ss). Y termina con un lamento: "pero cuando vuelva el Hijo del
Hombre, ¿va a encontrar esa fe en la tierra?"
Podemos establecer dos principios: 1) El hombre puede hablar con Dios; 2) El
hombre tiene derecho de hablar con Dios. Puede hablar con Dios como ningún otro ser
de la creación, porque ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios; el libro del
Génesis nos presenta a Adán, tras el pecado, como quien ha roto el diálogo con Dios,
avergonzado de sí mismo, como si su conciencia intranquila quisiera que Dios no
existiera, porque le tiene miedo. Esta es una de las raices inconscientes del ateísmo. El
pecado ha sido la causa de que Adán renunciara al derecho de hablar con Dios.
Pero Dios busca al hombre y le habla, le interroga, demuestra que no renuncia
al diálogo con su criatura, buscándola y tomando la iniciativa: "¿Dónde estás?... ¿Por
qué lo has hecho?" En su antropomorfismo, el autor sagrado describe a Dios antes del
pecado de los primeros padres, paseando por el jardín y, por tanto, dialogando con
ellos, pero no después de pecar, cuando "se escondieron entre los árboles del jardín
para que el Señor Dios no los viera" (3, 8 ss).
Tenemos la posibilidad de hablar con Dios. También tenemos el derecho. Pero
es que también tenemos necesidad: somos indigentes, pobres criaturas, sujetas a mil
necesidades y carencias, y sometidas a todas las pasiones humanas, y víctimas de
tantas calamidades, enfermedades, pobrezas y muerte. Somos además criaturas
atadas con Dios por el cordón umbilical, que no podemos, auque queramos, cortar.
Pero si lo cortáramos, caeríamos en el no ser, en la nada. Esto que es así física,
15

metafísica y gratuitamente por la gracia, podemos frustrarlo usando mal nuestra


libertad que anhela la independencia; que busca, locamente, ser como Dios (Gn 3, 5).
Todos los árboles del bosque de la parábola de Jorgënsen, un aciago día, decidieron
por unanimidad, prescindir del sol. Y le declararon la guerra. Sus hojas permanecerían
cerradas y las corolas de sus flores no se abrirían. Fué su sentencia de muerte. Su
suicidio.
Como los árboles rebeldes, se pueden levantar los hombres contra Dios teórica
o prácticamente. Unos, porque no aceptan al Dios que se han imaginado, hosco,
gruñón, resentido y vengador, el dios de las batallas. Lo dijo Nitche: "Si Dios ha creado
al hombre a su imagen y semejanza, le ha salido bien, porque el hombre ha creado a
Dios a imagen y semejanza suya". Ha creado un "dios menor", que casi es el título de
un película reciente. Otros, porque pasan de Dios. La ciencia les ha hinchado. La
técnica les soluciona todos los problemas. ¿Para qué necesitan a Dios?
El significado verdadero de la teología de la muerte de Dios, es que Dios ha
muerto en la mente y en el corazón del ser humano. Pero, si Dios es un ser muerto,
¿cómo y para qué dialogar con El? Por eso dijo Jesús: "Cuando venga el Hijo del
Hombre, encontrará esta fe en la tierra?".
Ese es el problema: la fe. Sin fe la oración no es nada, cae en el vacío, no sirve
para nada. Más todavía: El concepto más puro de oración no es pedir, sino dar,
ofrecer; alabar, glorificar, bendecir, santificar el Nombre de Dios; no ir a la oración a
recuperar fuerzas y salud, que se recuperan, sino a gastarse ante El, como se
consume y se agota la lámpara del santuario, y se aja y se marchita un ramo de rosas
ante el tabernáculo. ¿Cómo puede hacerse esto sin fe, sin una fe viva, sin una fe
llameante? Pero a la vez, la fe se hace imposible sin oración.
Es imposible que el pez viva fuera del ámbito de su mar o de su río. Es
imposible que los árboles crezcan, florezcan y fructifiquen, sin agua. Es imposible que
un edificio sea consistente sin cimientos. Es imposible que un organismo se mantenga
vivo y en forma, sin alimento y sin óxigeno; y ¿pretendemos que un hombre, un
cristiano, pueda vivir sin oración? Un paso más: ¿podemos esperar que ese cristiano,
laico o consagrado, pueda llevar adelante con fruto, su misión de evangelizador?
En un curso sobre Dios celebrado en El Escorial, se han deducido dos
conclusiones: 1) "El olvido de Dios ha llevado a la profunda crisis de nuestra cultura". 2)
"Nuestra época se caracteriza por un gran vacío y un acusado individualismo". Hay que
saber estar atento a lo que cursos así tienen de positivo porque, junto con el análisis
que hacen de la realidad, pueden ofrecer pistas para la reconstrucción.
Que se haya detectado "el olvido de Dios" no nos descubre ningún secreto. Lo
estamos palpando cada día. Pero el problema viene de lejos. Desde hace varios siglos,
sufre la humanidad complejo de Edipo. Hoy lo tenemos todo, la ciencia y la técnica
creen que pueden dominar todos los acontecimientos, encontrar solución para todas
las situaciones, orientar los problemas biológicos, humanos, políticos, sociales y
económicos, según los deseos del propio egoísmo, poniendo en estudio y en juego
todas las posibilidades de los poderes intramundanos, y esto hace que los hombres de
nuestra civilización autosuficiente y autocomplaciente, vean innecesario el recurso al
Autor de la Creación, Conservador de la misma y Padre Nuestro de los cielos. "El
olvido de Dios" está pues, en la raiz de la profunda crisis de nuestra cultura.
Abolido el principio que nos da la vida y que sostiene el cosmos, quedan
también anulados los preceptos que, para nuestro bien, El legisló, y de esta manera, no
hay posibilidad de que el débil sea protegido, ni de que el más fuerte deje de oprimir, y
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así, ni hay sanción, ni premio, ni justicia, ni divina ni humana. "Aunque no temo ni a


Dios ni a los hombres...", decía el juez impío de la parábola.
Esto imprime en nuestra época carácter de vacío de valores y de individualismo
e insolidaridad. Esta es la razón más profunda de la crisis de la oración en nuestra
época.
Que el ritmo frenético de la actividad y de la productividad y de la competitividad
se haya exasperado, y que los medios de comunicación nos invadan avasalladores, de
la mañana a la noche, son razones marginales, que tampoco ayudan, precisamente, a
encontrar un espacio que posibilite tener un contacto con Dios en la oración.
Esta situación la hemos de ver los cristianos como un desafío. Vivir en una
sociedad que ha olvidado a Dios, nos debe decidir a acordanos más de Dios. A hacer
su presencia en nuestras vidas más ardiente y más contínua. Nos debe llevar a la
oración.
Jesús oraba, y oraba con frecuencia, a veces pasaba noches enteras en la
oración. Los discípulos, viéndole una vez orando, pacificado y feliz, tranquilo y manso,
sintieron el impulso de orar. Pero ¿cómo hacerlo? Y le rogaron: "Maestro, enséñanos a
orar".
Nos suena hoy a una petición manida y trivial, pero la verdad es que ella
expresa el inmenso deseo y el anhelo más profundo del corazón humano. Porque,
aunque el hombre sienta tapiado por lo material y lo caduco el fondo de su corazón, su
ser todo busca algo, que no sabe lo que es, pero que le falta, y él lo sabe. Lo tengo
todo, pero algo me falta, puede decir cualquier hombre ahito y repleto de cosas. Y es
que "nos has hecho, Señor para tí, y nuestro corazón está inquieto, hasta que
descanse en tí", dijo el gran San Agustín.
Lo tenemos todo, la ciencia y la técnica lo pueden todo, pero nos falta un padre,
a quien hemos matado, y ese es el complejo de Edipo, y tenemos frío. Somos como
los niños del cuento de Kafka que murieron porque se dejaron encerrar en una caja,
cuya tapa nadie se preocupó de levantar.
Cueste lo que cueste debemos levantar esa tapa que separa a nuestra sociedad
de Dios. Hemos de poner todo nuestro esfuerzo para redescubrir la noción de padre, el
calor de un padre, pues sin ese padre, este viejo y pobre mundo nuestro, se está
enfriando más y más, día a día.
Redescubrir al Padre que Jesús nos ha revelado, es también redescubrir a los
hombres como hermanos, porque el Dios de Jesucristo es mi Dios, y mi Dios es el Dios
de mis hermanos. Redescubierto esto se acaba la insolidaridad y el individualismo, que
sólo ve en el otro un objeto, o un escalón, o un estorbo. Un objeto, y lo utiliza. Un
escalón, y lo aprovecha. Un estorbo, y lo persigue, o lo elimina, porque es una
amenaza para sus seguridades.
Cuando en los mismos ambientes cristianos se ha difundido un concepto casi
panteísta de la oración, según el cual, la oración consistiría en el compromiso
incondicional de caridad hacia los demás, ya Dios era menos que una sombra. En ese
mismo Congreso que antes he citado, ha dicho Gustavo Gutiérrez, el padre de la
Teología de la Liberación: "Si creo más en los pobres que en Dios, he creado un ídolo".
Ver a los demás como hermanos exige ver al Padre, como Padre de mis hermanos y
Padre mío, a quien nos hemos de dirigir, con quien debemos dialogar, a quien
debemos pedir.
A la petición "Enséñanos a orar ", de los Apóstoles, respondió Jesús: "Así
oraréis": "Padre Nuestro que estás en el cielo".
15

LA ORACION EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.


El hombre es el único ser de la creación que puede establecer relación de
diálogo y de comunión con Dios, por su condición de criatura hecha a su imagen y
semejanza, con capacidad de conocer y de amar; de ahí que la oración sea una
prerrogativa excelente del ser humano, a la vez que una intrínseca exigencia de su
precariedad. Por eso hasta los mismos pueblos primitivos y "todas las religiones dan
testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres" (Cf Hch 17, 27) (cf CIC, pg 557).
Todas las religiones han orado y oran, incluso aquellas, que creen en un Dios
muy diluído y oscurecido por representaciones falsas, y que no tienen clara su esencia
personal.
Por mucho que haya avanzado la civilización, el hombre se experimenta
pobre e indigente, y siente en sí mismo, problemas psicológicos y morales, familiares y
sociales; y en relación con el mundo, a menudo se ve asaltado por dificultades que le
superan. Como el paralítico de la piscina probática, "no tiene hombre" que le solucione
los problemas tan imponentes que le abruman, y se siente impotente. El hombre en "la
noche" necesita a Dios, su ayuda, su defensa, su protección. La necesidad de Dios es
innata al corazón del hombre.
Cuando Dios se revela a los padres del A.T., se hace más explícita la necesidad
de la comunión con Dios. Al instinto innato del hombre, se suma la presencia de Dios
que se manifiesta y les habla. La Biblia nos relata los encuentros de Dios con los
Patriarcas. Antes del diluvio, "dijo Dios a Noé..."; "Yahve dijo a Abraham"... "Jacob tuvo
un sueño y Yahve le dijo a Jacob"...; ante la zarza que ardía sin consumirse, Yahve
llamó a Moisés de en medio de la zarza: "Moisés, Moisés"...
Siempre es Dios el que habla primero, el que tiene la iniciativa, porque el
hombre, ante la distancia que le separa de Dios, no se atrevería a hablarle primero. La
timidez del inferior ante el superior, debe ser superada por el amor de éste. Tanto más
cuanto Dios, movido por su amor, quiere crear un pueblo para tener en quien depositar
su misericordia.
La respuesta del hombre a la Palabra de Dios es la oración. Podemos decir que
la raiz de la oración procede de Dios, que quiere, busca y entabla el diálogo. El hombre
escucha y responde a esa llamada con la obediencia. "La obediencia del corazón a
Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo" (CIC pg
558). Noé, Abraham, Jacob, Moisés, han oido a Dios y han hecho lo que Dios les ha
ido mandando, y han seguido hablando con El. Y así se ha ido formando el pueblo de
la Alianza.
Así nacerá la oración de Israel. Cuando el hombre comprueba que Dios le
habla, escucha; ante sus innumerables beneficios, le da gracias; al contemplar su
grandeza y su bondad, le alaba, le ofrece adoración; y, asombrado ante su poder y su
magnificencia, le pide y le suplica por sus necesidades; acude a El en sus peligros; y,
cuando se experimenta pecador, implora el perdón por sus pecados,
El Libro de los Salmos es el corazón de Israel en comunión con Dios. "Los
salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea" (CIC pg
562). Cantan la fecundidad del justo, porque sigue el camino del Señor; Israel grita a
Dios ante la cantidad de los enemigos que le acechan; se duerme tranquilo en medio
de la difamación, puesta su confianza en el Señor; espera que el Señor le escuchará;
confiesa ante Dios su pecado. Israel está seguro porque Dios es su refugio y su
fuerza...
Dios habla, Israel escucha: "Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, es el
15

único Dios" (Dt 6, 4)


Pero el pueblo, siempre inclinado a convertir el rezo y el canto en rutina, tiene
que ser exhortado por los Profetas a que interioricen su oración. A que no hagan como
los paganos que oran a dioses que tienen oídos y no oyen, lengua y no hablan, no
tiene voz su garganta, y les piden que su oración sea un diálogo con el Dios verdadero.
Y que su vida comunitaria y social sea coherente con su oración. Porque "el Señor
quiere misericordia y no sacrificios, amor más que holocaustos".
Cuando llegue Jesús les argüirá que han convertido la casa de Dios en
mercado. La casa de mi Padre es casa de oración y vosotros la habéis convertido en
cueva de ladrones.
El hombre tiene un instinto de superación que le induce a ser más, siempre
más. Cuando, por error identifica el ser más con tener más, desea alcanzar tener más
cosas, creyendo que es así como es más: Nace así la cultura del materialismo y el afán
de tener y poseer, que produce seres insolidarios, insensibles, egoistas, que no
piensan, ni buscan, ni desean, más que el tener, como sucedáneo del ser, de lo que
nos ha alertado el Concilio. "El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (G.
S., 35) En la escalada del ser más no excluye el ser humano ni siquiera ser Dios. La
tentación diabólica a los primeros padres presentó este señuelo: "Seréis como dioses"
(Gn 3, 5).
Todo instinto inserto en la naturaleza humana ha sido creado por Dios. Si el
hombre quiere ser Dios es porque Dios le ha sembrado en el corazón la semilla de
Dios. Y le ha llamado a que sea Dios. Esa es la suprema vocación del hombre. Pero,
no conseguida como Satanás sugirió, desobedeciendo, sino obedeciendo.
El Misterio de la Encarnación, la Vida de Cristo y el mensaje del Evangelio,
tienen la finalidad de que los hombres consigamos ser Dioses por participación en el
amor. Los hombres somos vocacionados a ser uno con la Trinidad. Así nos lo dice
Cristo: "Padre, que sean uno, como Tu y yo somos uno". Sólo en esta unión con Dios
puede el hombre satisfacer su deseo más profundo. Unión que comienza con la
amistad con Dios, con el diálogo y comunicación con El, que es como definió Santa
Teresa la oración. En ese diálogo el hombre se experimenta a sí mismo y su situación
ante Dios, y se sabe criatura necesitada de ayuda e incapaz de darse a sí mismo la
plenitud de su existencia y de lo que espera: ¡Mi vacío es tan hondo!...
Mis manos se alargan inútilmente.
Yo no puedo llegar...
Mis deseos, en cambio,
¡qué cordillera!
altísima de vértigo
inacabable, cercando los mundos...
Mis deseps...estrellas,
soles, mares, cielos...
...Y no llego...
Sólo Dios, principio y fin del hombre, es suficientemente grande para poder
llenar el ansia del corazón del hombre. En ese diálogo y en esa comunicación se
realiza la oración. Eso es la oración. Ahí es donde el hombre se encuentra con Dios, y
desde ahí le eleva Dios.
Cuando Dios habla al hombre y le dirige su Palabra revelándole el misterio más
íntimo de su amor, de su providencia, de su bondad y de su misericordia, el hombre,
más que reflexionar y pensar razonando discursos, debe dar gracias. Y eso es orar.
15

Pero esa oración sólo es eficaz cuando el hombre se entrega a Dios en espíritu y en
verdad, "con toda su mente y con todo su corazón y con todo su ser" (Deut 6, 5). Y en
eso consiste la fe.
Creer en Dios no significa tan sólo tener la certeza de que Dios existe, sino
principalmente, entregarse personalmente a Dios, Nuestro Creador, Principio y fin
último de nuestra vida, y Padre Nuestro que está en el cielo.
A esa entrega conduce la oración, y la misma oración ya es entrega, porque el
hombre inmola en la oración su ser, su tiempo, su voluntad, toda su humanidad. En
eso consiste la entrega. Por eso la oración es la manifestación primordial y esencial de
la fe en Dios, Creador y Padre. Cuando así se ora, es cuando se está viviendo la fe, fe
que responde a Dios, y fe que se vive con responsabilidad de criatura. Fe entregada
que crece con la oración; por tanto la oración más verdadera y más auténtica es la que
se enraiza en la fe. Esta es la única oración que merece el nombre de tal. Sin embargo,
ese es el "punctum dolens" del cristiano moderno.
El Maestro de oración por excelencia es Jesús. Pero para entender su
magisterio no podemos olvidar que El ha sido educado en la Teología de Israel. María,
su Madre, es la primera que le ha enseñado a El: "El Hijo de Dios hecho Hijo de la
Virgen, aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre..." (cf
CIC pg 564).
Según refiere Flavio Josefo, las primeras palabras que enseñaban a sus niños
las madres de Israel, eran las palabras del "Shema": "Escucha, Israel, amarás a Yave
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas"(Det 6, 4).
Jesús aprendió a orar con su madre y en "las palabras y en los ritmos de la
oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo" (lc pg 564), y si su
pueblo oraba con los Salmos, es lógico que Jesús también los utilizara para
comunicarse con su Padre. Un texto de San Mateo prueba esta afirmación: "Después
de haber cantado los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos" (Mt 26, 30). Se
trata de los salmos 115-118. Entre otras alabanzas a Yave, cantaría Jesús cada
Pascua: "Yave defiende a los pequeños, yo era débil y me salvó...¡Ah, Yave, yo soy tu
servidor, el hijo de tu esclava"... No está muy lejos de la respuesta de María al ángel en
la Anunciación, ni del "Magnificat", como vemos, la oración de Jesús.
Lo que predomina en la oración de Jesús es el cumplir la voluntad del Padre,
que El ha bebido en los Salmos, y que plasmará en la oración que enseñe a sus
discípulos: "Hágase tu voluntad", y que El repite en la Oración del Huerto. La carta a los
Hebreos abre y cierra la vida de Jesús con su respectiva oración: "Al entrar en este
mundo Cristo dijo: "Heme aquí, vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad". "En los días
de su vida mortal, habiendo presentado con violento clamor y lágrimas, oraciones y
súplicas al que podía salvarle de la muerte, y habiendo sido escuchado por su piedad,
aprendió, sufriendo a obedecer". A obedecer: "Pase de Mí este cáliz", repetirá en
Getsemaní."Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Son abundanates los pasajes del Nuevo Testamento en los que los
Evangelistas nos presentan a Jesús orando, teniendo en cuenta, además, que los
Evangelios no nos lo dicen todo, ya que Jesús es infinitamente más grande y
deslumbrador. Pero, al menos, nos transmiten su oración ante los acontecimientos más
trascendentales de su vida. Jesús ora cuando Juan lo bautiza (Lc 3, 21); Jesús pasó la
noche orando en la montaña antes de elegir a los Apóstoles (Ib 6, 12); mientras Jesús
oraba en el Monte, se transfiguró (9, 29); antes de enseñar a los Apóstoles el
Padrenuestro, Jesús estaba orando en cierto lugar, (11, 1). Y antes de comenzar su
15

misión ayunará y orará cuarenta días en el desierto, (Mt 4, 1). Jesús ora en el Cenáculo
al instituir la Eucaristía y el Sacerdocio. Jesús ora antes de comenzar la Pasión, en el
Huerto de los Olivos (Mc 14, 36) Y, finalmente, Jesús ora en la cruz, entregándose al
Padre y pidiendo perdón por los que no saben lo que hacen (Lc 23, 34).
Los evangelios están llenos de mandatos, exhortaciones y parábolas de Jesús
pidiendo a sus Apóstoles que oren, que vigilen para no caer en la tentación. Y a las
multitudes les enseñaba diciendo que oraran sin desfallecer, con insistencia, siempre,
asegurando que quien pide recibe, quien busca encuentra, y que al que llama se le
abre.
Y para garantizar la eficacia de la oración y persuadir a la confianza en el Padre,
refiere la parábola del hombre que consigue de su amigo unos panes a media noche,
cuando él y sus hijos están acostados, y asegura que cuánto más el Padre os dará lo
que le pidáis en mi nombre. Pues, si vosotros, que sois malos, no les daís a vuestros
hijos piedras cuando os piden un huevo, o una serpiente cuando os piden pescado,
¿cuánto más vuestro Padre dará su Espíritu Santo a quien se lo pida?
¿Quién no se sentirá estimulado a orar, y a orar unidos los hermanos,
habiéndonos prometido el Señor: "En verdad os digo que, si dos de vosotros se ponen
de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre,
que está en los cielos"?
Lo importante no es que debamos orar, lo hermoso y grande es que podamos
orar. La misión y el carisma de santa Teresa en la Iglesia es ser pregonera de la
oración, como camino de unión con Dios.

12
ORACION CON CARISMAS MISTICOS

En el tratado de la vida contemplativa hemos estudiado la naturaleza de la


misma, siguiendo los pasos del Angélico, que es la máxima autoridad científica,
declarada así por Pío XI en la encíclica "Studiorum ducem", de 1923, sexto centenario
de su canonización, en la que sigue los pasos de León XIII en la "Aeterni Patris".
Santa Teresa, exponente más elevado de la mística descriptiva y experimental,
ha analizado con acierto insuperable los fenómenos místicos; por eso, como santo
Tomás es doctor universal de toda la Iglesia, Santa Teresa es también la Doctora
Mística por antonomasia de todo el Pueblo de Dios.
Santo Tomás en la 1-2, 28, al estudiar los efectos del amor, considera las
manifestaciones extraordinarias de la unión del alma con Dios; comienza por la unión
simple, que es algo menos intensa que la inhesión entre el amante y el amado; cuando
el amor se acrecienta mucho prorrumpe en el éxtasis, se enciende en el celo, y
termina hiriendo y vulnerando el corazón del amante.
La causa del éxtasis es por tanto el amor, por cuya fuerza el amante sale de sí.
El rapto también importa salida, pero de forma vehemente: "El rapto añade algo al
éxtasis; pues el éxtasis implica salida simple de sí mismo, por la cual uno se pone fuera
de su orden, pero el rapto añade sobre esto la violencia".
Santa Teresa es la gran maestra de oración. Para ella la oración es todo. Es el
camino más rápido y seguro para alcanzar la unión con Dios. Su carisma es la oración.
Y ha expuesto sus grados como nadie. En el siguiente tratado vamos a recoger los
textos que se refieren a las sextas moradas y las séptimas, después de haber
15

seleccionado en el anterior lo que pertenece a los grados primeros hasta la oración de


unión.
En la sexta morada acontece el desposorio místico. Es este estado un
fenómeno de contemplación sobrenatural en el que se da una unión intimísima del
alma con Dios, que repercute en los sentidos exteriores, que ni ven, ni oyen ni sienten.
El extático aparece con el rostro radiante. Su expresión no es la de una persona sin
vida, ni la de la que está dormida. Cuando sobreviene el éxtasis, que puede ocurrir en
los momentos y circunstancias más insólitos e inesperados, queda la persona allí
donde está, en la actitud o actividad que realizaba, inmóvil.
Santa Teresa se quedaba a veces con la sartén en la mano, o elevada sobre el
suelo, o de rodillas, o sentada. Santo Tomás de Villanueva, de pie inmóvil, con los ojos
fijos en el cielo.
La Doctora Mística para describir el rapto y el vuelo del espíritu se vale de la
imagen del fuego y la llama, del brasero, de la saeta, del dardo y la cometa de fuego,
chispa de Dios que cae en el alma. Lo que Santa Teresa nos va a decir tiene el valor
de haberlo vivido, y de que Dios le haya concedido la efabilidad para decírnoslo y
analizárnoslo para nuestro bien. La oración del extático en cuanto "gratum faciens" y en
sus grados sumos de cristificación, tiene un inmenso valor que repercute y rebosa en
toda la Iglesia, peregrina, purgante, celeste.

13
DE LAS VIRTUDES SOCIALES

Las virtudes sociales son las relativas a las relaciones sociales entre los
hombres. Su nombre deriva de la edición bilingüe francesa de la Suma, y son la
piedad, que se refire a los padres; la observancia, a los superiores que nos gobiernan;
la gratitud, a los bienhechores; la veracidad a cada hombre, que debe manifestarse tal
como es; la afabilidad y la liberalidad, referida a los demás hombres.
Así como la virtud de la religión busca agradecer a Dios lo que le debemos
como primer principio de nuestro ser, perfección y gobierno, la piedad intenta
agradecer lo que debemos a los padres, principios subordinados de ese mismo ser. A
los padres se vincula la patria, los compatriotas, los parientes, los amigos, los
bienhechores y los maestros.

A. LA VIRTUD DE LA PIEDAD
Dice santo Tomás: "El hombre es deudor de los demás según la excelencia y
según los beneficios recibidos de ellos. En este sentido Dios es el primer acreedor, por
ser sumamente excelente y primer principio de nuestro existir y de nuestro gobierno.
Después de Dios, los padres y la patria son también principios de nuestro ser, pues de
ella y en ella hemos nacido y nos hemos criado. Y como a la religión corresponde dar
culto a Dios, así en un grado inferior, a la piedad corresponde rendir un culto a los
padres y a la patria.
En el culto a los padres se incluye el de los consanguíneos por proceder todos
de unos mismos padres" (2-2 101, a 1).
Por extensión, se consideran hermanos los que pertenecen a una misma familia
religiosa, que tienen al fundador como padre. Contra la piedad se puede pecar por
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exceso, con amor exagerado a los parientes, del que alerta santa Teresa, y por
defecto. También se puede pecar por exceso en el amor a la patria, con el
nacionalismo exagerado: Juan Pablo II acaba de condenar ante el cuerpo diplomático,
los nacionalismos exacerbados, que no se basan en el legítimo amor a la patria, sino
en un rechazo del otro para imponerse mejor sobre él. "Nos encontramos -ha dicho-
ante un nuevo paganismo, la divinización de la nación. Y ha citado la condena de Pío
XI en la "Mit brennender Sorge" de 1937 contra los nazis: "Quien toma la raza, o el
pueblo o el Estado, o la forma del Estado, o los depositarios del poder, o todo valor
fundamental de la comunidad humana, y los diviniza por medio de un culto idolátrico,
derriba y falsea el orden de las cosas creado y ordenado por Dios".
Por por defecto de piedad hacia la patria pecan los apátridas.

B. LA VIRTUD DE LA OBSERVANCIA
Define santo Tomás la observancia como la virtud por la que se ofrece culto y
honor a las personas constituídas en dignidad, que por su misma dignidad, merecen el
respeto y la veneración. Por la virtud de la observancia el súbdito debe venerar a su
superior, el joven al anciano, el discípulo a su maestro. Por su excelencia se les debe el
honor y el culto, y por el ministerio de su gobierno, obediencia y servicio. Así, a
cualquier persona excelente, se le debe honor, pero obediencia sólo al superior.

14
LA VIRTUD DE LA OBEDIENCIA

La obediencia ordena al súbdito con respecto a su superior que gobierna, y


hace pronta la voluntad para ejecutar los mandatos expresos o tácitos, del superior. El
fundamento de la obediencia es la autoridad del superior, recibida de Dios directa o
indirectamente, y así, cuando se obedece, a Dios se obedece, porque el superior
ocupa su lugar.
La vida humana discurre entre el orden providencial o divino, el orden social, y el
racional. En la actualidad y siempre, desde que hubo ángeles en el cielo y hombres en
la tierra, la obediencia ha sido piedra de escándalo, y la redención tuvo este motivo:
restablecer la desobediencia. El primer hombre desobediente fue sustituído por el
Hombre Obediente hasta la muerte, para restablecer ese triple orden, machacado por
la rebeldía. "Por la desobediencia del primer hombre entró el pecado en el mundo y
con el pecado la muerte (Rm 5, 12).
La crisis de la obediencia es hija del humanismo naturalista, racionalismo,
democratismo, totalitarismo, personalismo. En el fondo de todo está el
antropocentrismo, suplantando al teocentrismo, y el resultado es el desorden.
El racionalismo es la consecuencia primera del naturalismo humanista, y el
liberalismo, la segunda. Por él el hombre sólo acepta el magisterio de su razón, y no
reconoce más ley que su voluntad. Esto es el personalismo.
Frente a estos errores, la virtud de la obediencia somete la voluntad propia al
mandato de la autoridad. El objeto formal de las otras virtudes es el bien mandado; el
de la obediencia es el mandato.
Afirma santo Tomás que el ser racional que obedece es movido por el mandato
del superior como las cosas naturales por sus motores. Así como Dios es el primer
motor de cuanto se mueve, es también el primer motor de todas las voluntades. Y así
15

como todas las cosas naturales están sujetas a la moción divina, todas las voluntades
deben obedecer al imperio divino, con cierta necesidad de justicia.
Pero Dios no rige las vidas humanas siempre de modo inmediato, sino por
mediación de otros seres a los que en parte comunica su poder y gobierno. Esta
organización del régimen divino origina la ley providencial de la obediencia mediata a
Dios e inmediata a los hombres, constituídos superiores por la participación de la
autoridad divina.
"En el gobierno la Providencia de Dios se vale de medios, pues gobierna los
inferiores por los superiores. Y ésto no por falta de poder, sino por abundancia de
bondad, que comunica también a las criaturas la dignidad de la causalidad".
Pero el derecho que Dios tiene de dirigir la vida humana es un derecho que él
participa y por tanto es ejercido por su delegación: "Todos habéis de estar sometidos a
las autoridades superiores, pues no hay autoridad sino por Dios, y las que hay han sido
ordenadas por Dios, de suerte que quien resiste a la autoridad resiste a la disposición
de Dios, y los que la resisten se atraen sobre sí la condenación...La autoridad es
ministro de Dios para el bien. Es preciso someterse no sólo por temor sino por
conciencia" (Rm 13, 1).
La obediencia al superior humano es la mejor garantía para vivir bajo el
gobierno divino. El mandato de la autoridad es una buena garatía para el súbdito; pero
si el mandato fuera equivocado, la obediencia no lo sería si el súbdito lo acataba como
expresión de la voluntad de Dios. Así pues, el súbdito acierta, aunque el superior se
equivoque, porque la obediencia no mira a lo mandado sino al mandato, ni a éste como
expresión de la persona que lo impone, sino como signo de la voluntad de Dios.
Dice san Juan de la Cruz: "Es Dios tan amigo de que el gobierno y trato del
hombre sea por otro hombre semejante a El, y que por razón natural sea el hombre
regido y gobernado, que totalmente quiere que todas las cosas que sobrenaturalmente
nos comunica, no les demos entero crédito, ni hagan en nosotros confirmada fuerza y
segura hasta que pasen por este arcaduz de la boca del hombre" (II Sub 22, 9).
Y añade san Ignacio que en cosas y personas espirituales es más necesario
este consejo, por ser grande el peligro de la vida espiritual cuando sin freno de
discreción se corre por ella (Carta de la obediencia).
La obediencia tiene un modelo para el cristiano en Cristo. Pero en los hombres
llenos de su grandeza y adultez, no cabe la necedad de la cruz. Este misterio sólo es
revelado a los sencillos de corazón y a los pobres y pequeños.
Pueden objetarse los fallos de la autoridad, pero con ello no se anula el misterio
y la función providencial de la autoridad, y el bien de la obediencia no consiste en el
bien o el valor de lo mandado, sino en el bien o el valor del mandato. Además de que
la Providencia ayuda a que el superior acierte, puede sacar bienes de los desaciertos,
y hasta convertirlos en bienes mayores. Dios da con creces lo que se renuncia por
obedecerle.
Cuando san Pedro y san Pablo enseñaban a los cristianos a obedecer a las
autoridades y en ellas a Dios, el emperador era Nerón. Santa Teresa, como es bien
conocido, ha practicado finamente la obediencia y así la proclama piedra de toque de la
vida interior. "El gran bien y la mina y el tesoro de la preciosa virtud de la obediencia".
Quien falte en la obediencia, no sólo se cierra el paso a la vida contemplativa,
sino también a la activa. La fuerza de la obediencia facilita las cosas que parecen
imposibles. Ella tiene muy claro, porque se lo ha dicho el Señor, que la obediencia da
fuerzas. El discernimineto del espíritu es bien fácil, tomando como punto de mira la
15

obediencia. Lo vamos a leer en seguida.

15
LA DESOBEDIENCIA

Es larga la historia de la desobediencia desde la de los ángeles rebeldes, la de


Adán y Eva, la torre de Babel,los israelitas contra Moisés, los judíos contra los profetas,
Herodes contra el Niño Jesús, la elite religiosa contra Cristo, los grandes herejes y
fautores de los cismas, la Revolución francesa seguidora de las teorías de la
Ilustración, que minaron la autoridad civil y religiosa, el liberalismo, el laicismo, el
ateísmo, el marxismo, y toda esta larga historia pesando en nuestro momento con su
influjo funesto, con careta de progreso y de modernidad y ya de posmodernidad.
Con la agravante de que los factores externos encuentran un seguro aliado en
el interior de cada hombre, que se siente inclinado a proclamar el "non serviam", desde
dentro. Esos manifiestos contra la que afirman tendencia del Papa a lo conservador,
hoy más abundantes y escandalosos que nunca, ponen de manifiesto lo difícil que le
resulta a la soberbia, obedecer. Decía el Cardenal Feltín, arzobispo de París: "En
estos momentos nadie reconoce más autoridad que la que le conviene aceptar, sea
porque el que la ejerce es simpático, sea porque sus exigencias coincidan con las
propias miras personales. Pero nadie se adhiere ya fácilmente a la autoridad que
provenga de lo alto, sea quien sea el que la posea, especialmente si sus directivas nos
contrarían. Esta disposición de ánimo podría tener desdichadas consecuencias en el
orden social, y más graves aún, en el religioso. Ella es la que engendra el
neoprotestantismo en el que no se reconoce más ley que el juicio personal".
En realidad es más fácil dejarse arrastrar por la corriente de la libertad de la
carne, que someterla al espíritu. El regalo de Dios de la libertad, es mal utilizado por el
hombre, lo que no ocurre con el mundo sideral, el vegetal, y por toda la naturaleza en
general, que obedecen las leyes inmutables que les ha impuesto su Creador.
Ser libres ¿para qué? Este apóstrofo no quiere tener el sentido de la frase de
Lenín: "¿Libertad?, ¿para qué?" que era esclavizadora, sino para definir el campo de la
libertad. Libertad para buscar y conseguir el Bien, Verdad, Belleza absolutos, que son
los que plenifican al hombre y le hacen feliz. Las leyes son para esto, para establecer
unos límites, para ayudarle al hombre a no dejarse arrastrar, usando mal su libertad,
hacia su desintegración y fracaso.
La desobediencia es contraria a la obediencia y puede ser formal y material. La
formal entraña desprecio del superior y de lo mandado por él. El desprecio del superior
va contra la caridad que debemos a Dios y al prójimo. Dice santo Tomás que la
desobediencia nace de la vanagloria que considera cierta excelencia el no estar
sometido a otro. "Quien resiste a la autoridad, resiste a la disposición de Dios, y los que
la resisten se atraen hacia sí la condenación (Rm 13, 2).
15

16
LA VIRTUD DE LA GRATITUD

Como el cocodrilo, que jamás hace daño al pequeño pájaro de las India que le
limpia los dientes cuando sale del río, así es la virtud de la gratitud con el bienhechor
del que ha recibido algún beneficio, no debido. No debido, porque si fuera debido ya
entraríamos en la campo de la estricta justicia.
Lo específico de la gratitud es recompensar lo que se ha recibido generosa y
gratuitamente. Así pues, la gratitud es la virtud que nos inclina a recompensar de algún
modo al bienhechor por el beneficio gratuitamente recibido.
Según santo Tomás la gratitud sólo es virtud especial cuando los beneficios los
recibimos de algún hombre que no es superior. Porque los beneficios que recibimos de
Dios, se los agradecemos por la virtud de la religión; los de los padres, por la piedad; y
los de los superiores, por la observancia y respeto.
La gratitud está integrada por el reconocimiento del beneficio recibido, la
alabanza y acción de gracias, y por la recompensa según las posibilidades. Consiste
en el afecto, más que en el efecto; porque la gratitud tiene por motivo el beneficio
recibido gratuitamente, por afecto, por eso debe medirse más por el afecto del
bienhechor que por el beneficio recibido, que no tenía obligación de conceder.

17
LA INGRATITUD

Siguiendo como siempre a santo Tomás, sabemos que la gratitud, como toda
virtud, consiste en el medio entre dos extremos viciosos; uno es por exceso, cuando se
recompensa lo que no se debe recompensar, como puede ser el favor que se prestó
para cometer un pecado; otro es por defecto, si no se agradece lo que debe ser
agradecido, o si se hace más tarde de lo que sería conveniente. Luego la ingratitud es
una deficiencia, que puede ser negativa, simplemente porque se omite la recompensa
que exige el deber de la gratitud, no reconociendo, no alabando, o no recompensando
el beneficio recibido; o puede ser positiva, porque hace lo contrario a la gratitud,
devolviendo mal por bien, o despreciando el beneficio recibido, o considerándolo un
perjuicio.
Séneca en su carta 81 a Lucilio, aconseja cómo debe aceptarse al hombre
ingrato: "Te quejas de haber encontrado un hombre desagradecido. Si ésta es la
primera vez, da gracias a la fortuna o a tu precaución. Pero en este negocio nada
puede la precaución, sino volverte cicatero; pues si quieres evitar este riesgo, no harás
beneficio alguno; pero vale más que los beneficios no tengan correspondencia que
dejarlos de hacer: aún después de una mala cosecha hay que volver a sembrar.
Muchas veces lo que se había perdido por una pertinaz esterilidad del suelo, lo
restituyó con creces la ubérrima cosecha de un año. Vale la pena, para encontrar un
agradecido, hacer cata de muchos ingratos. Nadie tiene en los beneficios la mano tan
certera que no se engañe muchas veces; yerren enhorabuena para dar alguna vez en
el blanco. El premio de la buena obra es haberla practicado". En santa Teresa
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encontramos a una mujer agradecida que siembra la gratitud en sus discípulos.

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LA VERACIDAD Y AFABILIDAD

La veracidad es la virtud que facilita decir siempre la verdad y que el hombre se


manifieste exteriormente, en palabras y en obras, tal como es interiormente, enseña
santo Tomás, siguiendo a Aristóteles y a san Agustín. En efecto, la finalidad de la
palabra es la de comunicar a los demás el propio pensamiento y los sentimientos del
alma, y la expresión debe estar de acuerdo con lo significado, de lo contrario se
violenta el orden natural de las cosas, impuesto y ordenado por Dios, autor de la
naturaleza.
Al ser el hombre ser sociable debe a los demás lo que es necesario para la
conservación de la sociedad. Y si los hombres no se fiaran unos de otros, la vida social
se haría imposible. Por eso es un deber decir la verdad. Jesús dijo de sí mismo que era
la Verdad. Que el Espíritu Santo es el Espíritu de verdad, y la verdad os hará libres,
son todas expresiones de la Verdad. Por el contrario, el demonio es el padre de la
mentira (Jn 8, 44). Partes integrantes de la virtud de la veracidad son la fidelidad al
cumplimiento de lo prometido, y la simplicidad, contraria de la doblez, por la que el
hombre se manifiesta de modo contrario a lo que piensa o siente.
Se oponen a la veracidad por defecto la mentira, la simulación, la hipocresía y la
jactancia. Y por exceso, la violación de secretos, y las manifestaciones indiscretas e
imprudentes de verdades que deberían permanecer ocultas.
Con pretexto de veracidad se puede pecar contra otras diferentes virtudes,
manifestando espontáneamente lo que uno piensa o siente, dando rienda suelta a su
lengua, con conciencia errónea de que él es muy claro, jactándose de un vicio, que él
justifica no se cómo como virtud y cualidad buena, sin ninguna necesidad, faltando a la
prudencia, a la educación y cortesía o a otras virtudes, porque donde sobran palabras,
no faltarán pecados. Con lo cual se hace difícil la vida social y comunitaria y hasta
imposible, porque hay que ir con pies de plomo para sortear las indiscreciones y las
jactancias. Ser veraces y sinceros no es sinónimo de ser descorteses y groseros.
Tampoco se puede considerar veracidad el alabarse a sí mismo sin motivo,
aunque no se falte a la verdad, ni el publicar sus defectos como vanagloriándose de
ellos. Así dice Isaías: "Su descaro testimonia contra ellos, publican sus pecados, no los
ocultan: ¡ay de ellos que se acarrean su desgracia! (3, 9).
LA AFABILIDAD. La afabilidad como virtud inclina y hace fácil al hombre
decir y hacer todo lo que ayuda a hacer agradable la vida social y comunitaria. Dice
santo Tomás: "Del mismo modo que no es posible vivir en sociedad sin la verdad, es
necesaria la afabilidad porque, como dice Aristóteles: "nadie puede aguantar un solo
día de trato con una persona triste o desagradable" (2- 2, 114 a 2).
Amabilidad y delicadeza con propios y extraños, exige dominio y tacto para
evitar y silenciar lo que puede herir, buscando siempre las palabras más adecuadas y
agradables. Por exceso se opone a la afabilidad la adulación, que pretende conseguir
ventajas a base de lisonjas, en cuya raiz hay siempre hipocresía y egoismo. Se opone
15

por defecto a la afabilidad el espíritu de contradicción, que por sistema se sitúa siempre
contra la opinión de los demás.

19
LA VIRTUD DE LA FORTALEZA

Dice santo Tomás en la 2-2, cuestión 123, 1: "Es propio de la virtud humana que
el hombre y sus actos se sometan a la razón, lo cual sucede de tres modos: en cuanto
la misma razón es rectificada, rectificación que le viene por las virtudes intelectuales;
en cuanto que la rectitud se aplica a los asuntos humanos, labor propia de la justicia; y
en cuanto que se vencen los obstáculos que impiden la rectitud, que pueden ser
objetos deleitables, lo cual se consigue por la templanza; y en cuanto hace frente a las
dificultades, y esto es obra de la fortaleza.
Dada la psicología humana dañada, y el entorno y circunstancia en que tiene
que vivir y crecer la vida cristiana, pocas virtudes commo la fortaleza son más
necesarias. Por eso Dios en la economía de su gracia la infunde con la gracia
santificante para encender el apetito irascible y la voluntad para que no desistan de
conseguir el bien arduo o difícil, aunque se corre peligro de muerte.
Dos son los actos que constituyen la fortaleza: atacar y resistir, como el soldado
en la batalla; el más difícil es resistir.
Se oponen a la fortaleza el temor o cobardía, la impasibilidad y la audacia.
Dentro del temor se incluye el respeto humano. La impasibilidad o indiferencia que no
teme los peligros reales, sólo se explica por el desprecio de la vida, por la soberbia o
por la necedad. En este mismo orden, la audacia o temeridad se expone a los peligros
sin causa justificada.
Son virtudes derivadas de la fortaleza la magnanimidad y la magnificencia, que
emprenden obras grandes con mucho coraje y confianza, a pesar de los grandes
dispendios que van a exigir.
Las dificultades y obstáculos que se presenten producidos por la tristeza, serán
vencidos por la paciencia; y si son debidos a la larga duración de la lucha o del trabajo,
que producen sufrimiento, son sorteados por la perseverancia y por la constancia.
Santa Teresa no habría llevado a cabo su gran empresa sin una dotación
extraordinaria y heroica de fortaleza. Es la virtud necesaria imprescindiblemente a los
fundadores.

20
LA VIRTUD DE LA PACIENCIA

Según el orden tomista, la paciencia es una virtud potencial o derivada de la


fortaleza. Facilita el vencimiento de la tristeza para no decaer ante los sufrimientos ya
sean físicos, ya sean espirituales, anejos a la práctica de cualquier virtud y al
seguimiento de Cristo.
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Por la fortaleza se soportan los males y los trabajos de mayor envergadura,


incluso hasta la muerte. Por la paciencia se toleran los sufrimientos de entidad menor,
anejos a cualquier vida, máxime a la del cristiano, que producen tristeza. Cuando el
bien que se desea sufre dilación, produce tristeza; igual que el trabajo que exige
dedicación prolongada.
La virtud de la paciencia consigue que no se sienta excesivamente la tristeza
inherente a la adquisición de cualquier virtud y a sus fracasos, y a la consecución de
los planes trazados e ideales del apostolado, del ministerio o de cualquier trabajo. Y lo
consigue para que ninguna dificultad pueda impedir o detener el bien de la razón.
El bien divino, que es el objeto de las virtudes teologales, es superior al bien de
la razón; el bien de la razón está esencialmente en la prudencia, que elige según el
bien absoluto; en la justicia, que practica el bien dictado por la prudencia; en cuanto se
superan los peligros, principalmente el de perder la vida, para no perder el fin, el bien
de la razón está en la fortaleza; y en cuanto se dominan las contrariedades que nos
vienen del exterior, que producen tristeza, está la paciencia. virtud derivada de la
fortaleza.
La omnipotencia de Dios se manifestó en san Pablo, sumamente activo y
emprendedor, por la alegría con que venció la tristeza, causada por su inactividad, en
la cárcel privado de libertad: "sobrenado en gozo en toda tribulación". Fué fruto de la
paciencia, que es palabra compuesta de paz y ciencia.
"Mejor que el fuerte es el paciente, y el que sabe dominarse vale más que el
que conquista una ciudad" (Prv 16, 32). Decían los antiguos: "La fortaleza en el obrar
es propia de los romanos; la paciencia en el sufrir es propia de los cristianos".
La tristeza puede impedir el bien de la razón: "A muchos mató la tristeza y no
hay utilidad en ella" (Eclo 30, 25). Para que el hombre no deje de hacer lo razonable
oprimido por la tristeza, se le da la virtud de la paciencia, que fortalece el alma para
aceptar el dolor y no ser deprimido ni oprimido por la tristeza: "Necesitáis la paciencia
para que cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa (Heb 10, 36). "Por
vuestra paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 21, 19).
"La paciencia arranca de raiz la turbación causada por las adversidades que
quitan el sosiego al alma" (Santo Tomás, 2-2. 136, 2, ad 2). Primero resignación,
después paz, aceptación, y por fin, gozo y amor a la cruz.
En el verso tan conocido ha inmortalizado Santa Teresa la eficacia de la
paciencia: "La paciencia todo lo alcanza".

21
LA VIRTUD DE LA PERSEVERANCIA Y DE LA CONSTANCIA

Según el concilio de Trento "para perseverar durante largo tiempo en el bien se


requiere una gracia actual especial, sin la cual no se podría perseverar, pero con la
cual se puede siempre". En efecto, más difícil que comenzar es perseverar. Se
puede comenzar motivados por una alegría inicial, por un optimismo natural, por una
ilusión momentánea. Cuando arrecien las lluvias y sobrevengan los temporales, éstos
pondrán en evidencia qué cimientos tenía el edificio.
El demonio no permanece inactivo ante la obra de la santificación, ni ante las
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obras de Dios. Santa Teresa consideraba señal evidente de la calidad de la empresa,


el desencadenamiento de las dificultades y tempestades, que siempre atribuía a la
rabia del demonio.
Dice san Bernardo: "A los que comienzan se les promete el premio. A los que
terminan se les da el premio". "¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos
corren, pero uno sólo alcanza el premio? Corred, pues, de modo que lo alcancéis" ((1
Cor 9, 24). "El que echa la mano y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios"
(Lc 9, 62).
Por tanto, la perseverancia, que es la virtud que nos mantiene firmes a pesar de
las dificultades que van surgiendo en el caminar, nos es necesaria para proseguir en el
seguimiento de Cristo: "Tome su cruz y sígame".
La perseverancia va muy unida a la constancia. Aquella vence las dificultades
que emanan de la misma dilatación de la obra; ésta vence los impedimentos y
obstáculos que vienen del exterior. Se oponen a la perseverancia y a la
constancia, los vicios de la inconstancia, que desiste pronto de lo emprendido, y la
pertinacia o terquedad, que se obstina en sostener lo que no es razonable.
Santa Teresa nos dice que: "en esta perseverancia está todo nuestro bien".

22
EL TRABAJO

El trabajo no es enumerado como virtud por el Angélico, pero aunque lo estudia


en la cuestión 187 de la 2-2, lo sitúo aquí des pués de las virtudes de la paciencia,
perseverancia y constancia, que son necesarias para cumplir con este deber impuesto
a los hombres por el Creador, con lo que, realizado con fidelidad y con espíritu de
colaboración a sus mandatos, se convierte, sin ser propiamente virtud, en trabajo
virtuoso y corredentor.
Fue impuesto por Dios para asegurar la subsistencia del hombre: "Comerás el
pan con el sudor de tu frente" (Gn 3, 19). "Te alimentarás con el trabajo de tus manos"
(Sal 127, 2). El trabajo suprime la ociosidad, de la que nacen muchos males: "Envía a
tu siervo a trabajar para que no esté ocioso, pues la ociosidad enseña mucha malicia"
(Eclo 33, 28). Permite dar limosna: "El que robaba que no robe; antes bien, trabaje con
sus manos en algo de provecho para tener qué dar al necesitado" (Ef 4, 28). "El que no
trabaja, que no coma" (2 Tes 3, 10).
La naturaleza ha dotado al hombre de manos, en vez de las armas o escamas
de los animales, para que por medio de ellas se procure todo lo necesario. Y san Pablo
en el mismo lugar citado, amonesta a los que viven en una inquieta vagancia, no
haciendo nada y mezclándose en todo: "A todos estos ordenamos y rogamos que
trabajen en silencio para poder comer su pan".
El trabajo dignifica al hombre, porque cumple la voluntad de Dios; le restituye el
dominio perdido sobre la naturaleza al pecar; continúa el trabajo del Creador; redunda
en bien del hombre que trabaja y de la entera sociedad, y porque imita a Jesús,
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trabajador en Nazaret, en Cafarnaúm, en Betania y en Jerusalén.


El trabajo es forjador del carácter porque ofrece la ocasión de practicar muchas
virtudes, acrecienta la conciencia de la propia responsabilidad, exige la constancia en
el deber monótono y tantas veces oscuro, frena los instintos de la naturaleza rebelde,
aleja de las ocasiones de pecado, distrae del objeto de la concupiscencia, fatiga el
organismo, satisface lo debido por los propios pecados y por los del mundo, y santifica
las almas. "Si me mandáis trabajar - Morir quiero trabajando", escribirá Santa
Teresa, a quien el Señor "le hacía merced de ser la primera en el trabajo". "El amor
hace tener por descanso el trabajo".

23
LA VIRTUD DE LA TEMPLANZA

Vehementemente inclinados los hombres a gozar los placeres del gusto y del
apetito genésico en fuerza de realizar las operaciones necesarias para la conservación
del indivíduo y de la especie, necesitan una virtud reguladora del instinto altísimo
querido y ordenado por el Creador.
Por lo mismo que nacen espontáneamente esos impulsos de la misma
naturaleza, con gran facilidad tienden a salirse de cauce hacia lo prohibido, que es
donde la libertad humana colisiona con la ley, dado su gran empuje.
De ahí nace la necesidad de una virtud que dirija y facilite, llevando al hombre
por el camino de la mortificación de estímulos tan arraigados, moderando la inclinación
a los placeres sensibles, sobre todo del tacto y del gusto.
La templanza es la última en orden y en categoría de las virtudes cardinales,
porque modera los actos del propio indivíduo sin relación a los demás. Hay una
templanza natural, que regula esos instintos, iluminada por la luz de la razón. Hay,
además una templanza sobrenatural e infusa que tiene mayores exigencias, pues tiene
que seguir la luz de la fe.
Son partes integrantes de la templanza la vergüenza, o temor al oprobio, y la
honestidad que supone el amor al decoro. Las virtudes subjetivas que regulan el
sentido del gusto en orden a la conservación de la vida individual, son la abstinencia
que usa moderadamente los alimentos, y la sobriedad que ordena la bebida.
Santo Tomás señala los diversos modos con que se puede pecar en el vicio de
la gula: Comiendo fuera de las horas; con demasiado ardor; exigiendo manjares
exquisitos y refinados; y comiendo con exceso.
Las virtudes subjetivas que regulan el uso de los placeres de la generación, son
la castidad y la virginidad. La mansedumbre regula la ira y la clemencia el rigor del
castigo.

24
LA VIRTUD DE LA CASTIDAD
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Escribió Don Gregorio Marañón que "era una necesario decir a los jóvenes que
la castidad no sólo no es pejudicial a la salud, sino ahorro de la actividad futura; y que
la condición viril se mide por la virtud de la renunciación" (Vocación y ética). Se
concluye hoy, 6 de julio, la celebración del centenario de la muerte de santa María
Goretti, «pequeña y dulce mártir de la pureza», como la definió mi venerado
predecesor Pío XII. Su cuerpo mortal descansa en la iglesia de Nettuno, en la
diócesis de Albano, y su preciosa alma vive en la gloria de Dios. ¿Qué les dice a los
jóvenes de hoy esta muchacha frágil, pero cristianamente madura, con su vida y
sobre todo con su heroica muerte? Marietta, como era llamada familiarmente,
recuerda a la juventud del tercer milenio que la auténtica felicidad exige valentía y
espíritu de sacrificio, rechazo de todo compromiso con el mal y disponibilidad para
pagar con el propio sacrificio, incluso con la muerte, la fidelidad a Dios y a sus
mandamientos.

¡Que actual es este mensaje! Hoy se exalta con frecuencia el placer, el egoísmo, o
incluso la inmoralidad, en nombre de falsos ideales de libertad y felicidad. Es
necesario reafirmar con claridad que la pureza del corazón y del cuerpo debe ser
defendida, pues la castidad «custodia» el amor auténtico. Que Santa María Goretti
ayude a los jóvenes a experimentar la belleza y la alegría de la bienaventuranza
evangélica: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»
(Mat 5,8). La pureza de corazón, como toda virtud, exige un entrenamiento diario de
la voluntad y una disciplina constante interior. Exige, ante todo, el asiduo recurso a
Dios en la oración. Las numerosas ocupaciones y los ritmos acelerados de la vida
hacen que en ocasiones sea difícil cultivar esta importante dimensión espiritual. Las
vacaciones veraniegas, que comienzan para muchos en estos días, si no son
«quemadas» por la disipación y la simple diversión, pueden convertirse en una
ocasión propicia para volver a dar aliento a la vida interior. Deseando que sea
provechoso el descanso veraniego para crecer espiritualmente, confío la juventud a
María, radiante de belleza. Que ella, que sostuvo a María Goretti en la prueba,
ayude a todos, en especial a los adolescentes y jóvenes a descubrir el valor y la
importancia de la castidad para construir la civilización del amor.
Cuando toda la sociedad está hoy bombardeada e intoxicada de erotismo y
pansexualismo, y la juventud ha perdido la sensibilidad hacia la virtud de la castidad, es
mayor la necesidad de enaltecerla, aunque sea clamar en el desierto.
La virtud de la castidad es una parte subjetiva de la templanza, que abarca un
campo excesivamente grande. Etimológicamente viene de la palabra castigar, porque
frena y domina apetitos y pasiones, reduciéndolos a la sensatez. Como los niños a
quienes se deja libres para que den rienda suelta a sus caprichos, se convierten en
seres indómitos, el hombre que deja en libertad a las pasiones es arrastrado por sus
energías desbordadas. Por eso es necesario su castigo, que lleva a cabo la castidad,
que es una fuerza contraria a los movimientos rebeldes de las pasiones de la parte
concupiscible respecto a los placeres venéreos. La castidad equilibra y modera y frena
esos instintos para que no lleguen a alterar el orden de la razón. Según santo Tomás:
"Tiene razón de virtud en cuanto que obra conforme al dictamen de la razón; y es fruto
del Espíritu Santo, en cuanto al gozo que en dicho acto existe".
Santa Teresa por naturaleza "aborrecía las cosas deshonestas".
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DE LA PASION DE LA IRA

Santo Tomás estudia la clemencia y la mansedumbre, como moderadoras de la


ira, en la 2-2, 157 y la ira en la cuestión 158. Cuando el apetito irascible se enfrenta con
bienes difícilmente asequibles, o con males que son difícilmente superables, brota la
pasión de la ira, que es una pasión que da nombre al apetito irascible. En su esencia
íntima es un deseo y una sed de venganza, correspondiente a una injuria recibida cuya
satisfacción se consigue por la venganza.
Por principio y de suyo la ira no es mala, pues todos estamos en el justo
derecho de tomar represalia por las ofensas, según la recta razón y la ley general.
Mientras el hombre se atenga al dictamen de la razón y obre de acuerdo con las
exigencias de la naturaleza, la ira es un acto digno de alabanza; es un deber del que la
ley puede pedir cuentas. Y así, pudo decir san Juan Crisóstomo: "Quien con causa no
se aira, peca. Porque la paciencia irracional siembra vicios, fomenta la negligencia, y
no sólo a los malos sino también a los buenos lon invita al mal". Sólo cuando se excede
la medida racional, o cuando no se llegue al justo medio, la ira o la no ira, son pecado.
En consecuencia, una persona airada no da suficientes indicios para deducir
que peca, ya que su acto de ira puede responder en proporción justa, a la medida
racional que la ira por celo está reclamando de él, pues al centrarse la ira en la
venganza, si el fin de la venganza es recto, la ira es buena.
Pero si la venganza es injusta, o porque recae sobre quien no la merece, o en
grado superior al debido sobre el que la merece, la ira es desordenada. Así dice santo
Tomás: "Según el Crisóstomo "quien se irrita sin motivo es culpable; pero quien se irrita
con causa justa no es culpable. La prueba es que si no existiera venganza no
aprovecharía la doctrina, ni subsistirían los tribunales, ni serían reprimidos los
crímenes".
Citando el Angélico a san Gregorio, dice: "Hay que tener mucho cuidado no sea
que la ira, instrumento de la virtud, llegue a dominar la inteligencia. Que no se porte
como señora, sino como sierva, dispuesta a obedecer las órdenes de la razón". "La ira
por celo turba la visión intelectual; pero la ira por vicio lo ciega". En efecto, el corazón
de un hombre airado es un mar lleno de borrascas y tempestades. Por eso, como
cuando se va la luz no damos un paso hasta que vuelva, para no estrellarnos, cuando
desaparece la luz de la razón, hay que esperar a que vuelva. Y entonces, iluminado por
ella el hombre, puede dictaminar su proceder. Cuando la ira es vicio contraria a la virtud
de la mansedumbre, parte potencial de la templanza, destruye la amistad entre los
hombres, y rompe la concordia. El hombre constantemente airado se hace intolerable,
porque su trato se hace difícil, pues cualquier palabra le ofende, y cualquier broma le
molesta y le hace estallar. Los mansos poseerán la tierra. Dice el P. Granada que
ningún hombre humilde es iracundo. La virtud retarda todo lo posible las medidas de la
justicia necesarias. Santa Teresa ha visto a personas alteradas por la ira, se asombra
ante el dominio de la cólera del P. Ambrosio Mariano, y sobre todo, de no haber visto
en ningún momento alterado a san Juan de la Cruz, a pesar de que ella es la misma
ocasión. "Está tan enojada con la priora de Alba, que no quiere escribirle ni tener
cuenta con ella".
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26
LA VIRTUD DE LA HUMILDAD

El alma del hombre siente una irresistible inclinación a alcanzar un elevado


ideal, un algo superior y elevado, por eso el hombre aspira a grandezas. Para alcanzar
ese ideal existen dos caminos, el de la soberbia, que siguieron los ángeles rebeldes,
Adán, algunos filósofos paganos, y tantos y tantísimos hombres, que cayeron en un
estado miserable por dejarse arrastrar por el orgullo, comidos por la ambición de
elevarse sobre los demás; y el de la humildad, por el que el hombre, como María y
como Cristo, es ensalzado por Dios: "Porque miró la humillación de su esclava". "Dios
ensalza a los humildes y abate a los soberbios". "El que se humilla será ensalzado, el
que se ensalza, será abatido"
Santo Tomás estudia la humildad en la 2-2, 161, y dice: "La humildad significa
cierto laudable rebajamiento de sí mismo, por convencimiento interior". La humildad es
una virtud derivada de la templanza por la que el hombre tiene facilidad para moderar
el apetito desordenado de la propia excelencia, porque recibe luces para entender su
pequeñez y su miseria, principalmente con relación a Dios. Por eso para santa Teresa
"la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de
nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira".
Los fundamentos de la humildad son la verdad y la justicia. La gloria de todo lo
bueno que tiene el hombre, pertenece a Dios. Así dice San Bernardo: "Con un
conocimiento verdaderísimo de sí el hombre se desprecia a sí mismo".
Pero la humildad no viene a negar cualidades verdaderas, sino a hacer
fructificar los talentos (Mt 25, 14). Así como la fe es el fundamento positivo de la vida
cristiana porque establece el contacto inicial con Dios, la humildad remueve los
impedimentos de la vida divina en el hombre, que son la soberbia y la vanagloria que
obstaculizan la gracia, dice Santo Tomás en la 2-2 161, 5. Por eso es el fundamento
del edificio, "todo este edificio va fundamentado en humildad" nos dirá santa Teresa.

27
LA SOBERBIA

Santo Tomás estudia la soberbia en la cuestión 162, de la 2-2. Es el pecado


opuesto a la humildad y consiste en el desordenado apetito de la propia excelencia;
según santo Tomás, la soberbia atribuye los bienes que ha recibido de Dios a sí
mismo; o cree que los ha merecido; o se jacta de lo que no posee, creyendo tenerlo, o
de que lo posee en mayor grado de lo que lo tiene; contra lo cual sentencia san Pablo:
"¿Qué tienes que no hayas recibido; y si lo has recibido, por qué presumes como si no
lo hubieras recibido?" (1 Cor 4, 7).

La soberbia hace al hombre exclusivista, todo el brillo lo ambiciona para él. Con
el fin de sobresalir, ambiciona los primeros puestos, el mando, el dinero, las novedades
y las modas. Desea ser preferido y busca las alabanzas. Que nadie ose hacerle
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sombra.
Santo Tomás afirma que más que pecado capital es raiz y madre de todos los
pecados, incluso de los capitales. Fue el pecado de los ángeles y el de Adán y Eva. De
la soberbia se derivan la vanidad, que alardea delante de los demás de lo que tiene y a
veces de lo que no tiene; la presunción, el desprecio del prójimo que conduce a la
altanería, a la propensión a injuriar, a hacer a los demás objeto de burlas y de
humillaciones y vejaciones.
De la soberbia nacen también la envidia, los rencores y las venganzas; la
jactancia y la vanagloria. La soberbia en el pecado lleva la penitencia porque hace
desgraciados e infelices a los que la fomentan. Cada éxito de los demás es un suplicio
para los soberbios. Toda alabanza que se les dedica les parece pequeña. La soberbia
hace al hombre juguete del demonio. La pequeña tendencia orgullosa de hoy, se
convertirá mañana en insubordinación; y más tarde en herejía.
La soberbia, ante Dios priva al cristiano de méritos; ante los hombres cosecha el
desprecio; porque si hay compasión para el desgraciado y excusa para el pecador, no
se soporta al soberbio que resulta cada vez más antipático y se ve crecientemente más
y más aislado.
Soberbia fue el pecado de los fariseos que rechazaron a Cristo y tuvieron que
escuchar de la Verdad, las mayores diatribas salidas de la mansedumbre de su boca.
¿Y con honores mundanos pensamos imitar el desprecio que él sufrió para
que nosotros reinemos para siempre?, nos pregunta Santa Teresa. "¡Válgame Dios!
¿Por qué está aún en la tierra esta persona? ¿Qién detiene a quien tanto hace por
Dios? ¡Oh, que tiene mucho amor propio! Y lo peor que tiene es que no se quiere
dar cuenta de que lo tiene y es porque algunas veces le hace creer el demonio que
tiene obligación de tenerlo". Pues, créanme, ¡crean por amor del Señor a esta
hormiguita que el Señor quiere que hable, que si no quitan esta oruga, aunque no dañe
a todo el árbol, porque algunas virtudes quedarán, mas todas carcomidas".

SEXTA PARTE

TRATADO DE LOS NOVISIMOS O ESCATOLOGÍA

La entera Revelación y por tanto la Teología católica desembocan y tienen su


plenitud en los Novísimos o Escatología. Dios es Amor y participa su vida por amor a
los hombres y para eso los crea y los redime instituyendo la Iglesia con sus
Sacramentos, para que vivan en total plenitud esa Vida, para que puedan ser
semejantes a El en una vida inacabable, plena y eterna, y feliz como la suya.
Los misterios de la Escatología tienen por sí mismos un valor muy importante.
Pero su valor moral y social es también muy influyente, pues, aunque el vivir humano
ha de ser determinado por el amor, la repercusión de sus actos en el más allá, le ayuda
a vivir cumpliendo con sus deberes. Por eso la Escritura nos dice: "Acuérdate de tus
postrimerías en todas tus obras, y no pecarás jamás" (Ecli 7, 40).
Cuando la Revelación nos habla de estos misterios, algunos tremendos, utiliza
un lenguaje que no siempre es propio, pero aunque las analogías y las metáforas son
abundantes, envuelven grandes verdades. La Escritura y el Magisterio abundan en
15

textos y definiciones sobre la existencia del infierno y la eternidad de sus penas, pero
no es éste el lugar para aducirlos, por la brevedad que me impone esta introducción.
Sólo diré en cuanto a su eternidad que, aunque no pueda ser entendida por la
inteligencia humana, es claro que cuando Dios, suprema bondad y amor, castiga así,
está cargado de razón, aunque el hombre no lo comprenda.
Santo Tomás quiso escribir el Tratado de los Novísimos, pero la enfermedad y
la muerte se lo impidieron. Para terminar la Carta Magna de la Teología, que es la
Suma, se recurrió al comentario del Angélico a los cuatro libros de las Sentencias de
Pedro Lombardo. El tratado de los Novísimos, junto con la última parte de la
Penitencia, la extremaunción, el orden y el matrimonio, son de Santo Tomás, pero de
un Santo Tomás veinte años más joven. Les falta madurez. Hemos de completar su
doctrina con otras partes de la Suma y de otros tratados.
Al pasar por el hecho de la muerte, también misterio, cada hombre llega a su
propia escatología, aun antes de la parusía. La muerte tiene valor penal y carácter de
expiación y de reparación del triple mal del pecado: ofensa de Dios, o mal de Dios;
reato de culpa, o mal moral del hombre; y reato de pena que tiene características del
mal físico, del hombre también. Cristo murió para reparar estos tres males y su
sacrificio fue reparador y completo, y sus valores trascendentes llegan a los hombres a
través de los sacramentos y de las buenas obras, entre las cuales la definitiva, es la
muerte. Al salir de este mundo cada hombre es juzgado y merece su sanción: positiva
o negativa, cielo o infierno. Cuando el hombre se integra en la muerte de Cristo, se
incorpora a la redención y ésta unión constituye la obra de los redimidos. El hombre
que muera en Cristo entrará a ser integrado en la plenitud perfectiva de su cuerpo
místico, en el que Dios será todo en todos y gozará de la visión beatífica viendo a Dios
clara e inmediatamente tal como es. Sólo con esta visión conseguirá el hombre su
suprema felicidad: "Ahora vemos como por un espejo y oscuramente, entonces
veremos cara a cara" (1 Cor 13, 12). "Ahora somos hijos de Dios, aunque no se ha
manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando aparezca, seremos
semejantes a El porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2).

1
MUERTE

Dice el Concilio Vaticano II que "el máximo enemigo de la vida humana es la


muerte". El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo, pero su
máximo tormento es el temor de un definitivo aniquilamiento. Piensa por consiguiente
muy bien, cuando guiado por un instinto de su corazón, detesta y rechaza la hipótesis
de una ruina total y de una desaparición definitiva de su personalidad. La semilla de
eternidad que lleva en sí se subleva contra la muerte" (G et S 18).
El mundo secularizado en el que vivimos divide la vida humana en dos
realidades biológicas contrarias: la vida y la muerte. De la vida pretende extraer el
máximo rendimiento posible en éxito, poder, dinero y placer: "Todo esto te daré si
cayendo a mis pies, me adorares". Y este es el afán de los impíos: "Coronémonos de
rosas antes de que se marchiten" (Sb 2, 8). "Comamos y bebamos, que mañana
moriremos" (1 Cor, 15, 32).
Frente a la muerte que evidencia la debilidad, el dolor, la soledad, la impotencia,
15

el fracaso y la destrucción, se teme y se experimenta horror, espanto, desesperación y


angustia. E inconscientemente se adopta la actitud del avestruz, y, como si la muerte
no existiera, se la silencia.
Luís XIV, el rey Sol, se construyó el Palacio de Versalles, lejos de St. Denys en
Saint Germain, donde estaba el panteón de los Reyes, que le recordaba la muerte.
En resumen, se absolutiza la vida terrena y se repulsa a la muerte, que se ha
convertido en tabú. No se puede hablar de ella; se habla muy poco de la muerte. La
construcción de ciudades de muertos, deshumanizadas, es el síntoma de esta cultura.
Esta filosofía se limita a una visión terrena de la vida que se queda en las
fronteras de este mundo. Los cristianos hemos de tener el coraje de ir más allá y
preguntarnos por el sentido de la muerte.
La fe en la resurrección es la gran novedad del mensaje evangélico. Cristo
resucitado, convertido en primicia de los que han muerto, explica nuestra vida terrena,
nuestra muerte, y nos garantiza la certeza de nuestra resurrección. A la visión biológica
vida-muerte, naturalista y terrena, Cristo le añade, resurreccion.
Santo Tomás quiso escribir el tratado de los Novísimos, pero la enfermedad y la
muerte se lo impidieron. Para terminar la carta magna de la Teología que es la Suma,
se recurrió al comentario del Angélico a los cuatro libros de las Sentencias de Pedro
Lombardo. El tratado de los Novísimos junto con la última parte de la penitencia, la
extremaunción, el orden y el matrimonio, son de Santo Tomás, pero de un Santo
Tomás veinte años más joven. Les falta madurez. Hemos de completar su doctrina con
otras partes de la Suma y de otros tratados.
La muerte es la separación del cuerpo y el alma, creados para formar el
compuesto humano. Esta exigencia de permanecer juntos y no separarse, razona
Santa Teresa, es la que le hace pedir socorro para respirar y quejarse, cuando en
trance místico, se siente con inmensas ansias de morir por ver a Dios.
El origen de la muerte no está en el alma, sino en el cuerpo. Dice santo Tomás
en 1-2, 85,a 6: "El cuerpo está compuesto de elementos contrarios y por esto la
corruptibilidad del cuerpo es causa de que el cuerpo se disuelva. En consecuencia el
hombre muere por imposición de la materia, no de la forma". La muerte le sobreviene
al hombre por exigencias del cuerpo; las del alma más bien le conducirían a la
inmortalidad" (De malo, 5, a 5).
La muerte tiene valor de sanción o castigo, y por tanto tiene carácter penal: "No
comáis, el día que comiereis, moriréis" (Gn 2, 17). "Desaparecida la justicia original, la
naturaleza humana se hizo corruptible, por el desorden que esto produjo en el cuerpo;
por eso la substracción de la justicia primitiva, tiene razón penal", dice santo Tomás (1-
2, 85, 5).
La muerte es expiatoria y tiene carácter reparador. El hombre al pecar hizo tres
males: La ofensa de Dios, que los teólogos designan por el mal de Dios. El reato de
culpa, que es el mal moral del hombre. Y el reato de pena, que tiene características de
mal físico, también del hombre. Este mal coincide con el castigo.
Cristo murió para reparar estos tres males que el hombre cometió al pecar. El
mal de Dios fue reparado por el valor de latría del sacrificio del Redentor. Atrajo la
bendición para el hombre. El valor propiciatorio del sacrificio reparó el mal de culpa; el
valor satisfactorio, el de pena. Así quedó terminada la obra de la muerte de Cristo en
su fase primera, la obra del Redentor. Lo que ahora falta es la aplicación a cada
hombre, que cada hombre ha de aceptar; esto es la obra de los redimidos.
Por los sacramentos y las buenas obras llegan los valores de la muerte de
15

Cristo a los hombres. Entre las buenas obras se cuenta la muerte, para la que Cristo
ganó con la suya capacidad de sacrificio cultual, expiatorio y satisfactorio.
Y así, la muerte del cristiano, aceptada por amor, recibe el valor de la triple
reparación de la muerte del Redentor.
La muerte es camino hacia la plenitud de la vida, tanto biológica como de gracia.
Por el Bautismo hemos entrado y participado en la muerte de Cristo, dice
vigorosamente san Pablo, (Rm 6, 5).
Santo Tomás dice: "La satisfacción de Cristo tiene efecto en nosotros porque
nos incorpora a él como los miembros a la cabeza..., por eso configurados con el
Señor a través de nuestra pasión y nuestra muerte, somos conducidos a la gloria
inmortal" (3,49 a 3).
La muerte de Cristo es camino para la vida inmortal del cuerpo, y para la
plenitud de la vida del alma, que se obtendrá en la gloria. Como miembros vivos de
Cristo cabeza logramos que su pasión y muerte nos lleven a la vida inmortal del cuerpo
y del alma.
La muerte para el cristiano no tiene sólo carácter de término, sino de punto de
partida. Con la muerte termina la vida terrena, pero comienza la de allá. El cuerpo
muere, no para convertirse en tierra sino para resucitar. El hombre muere no para
desaparecer definitvamente, sino para aparecer de nuevo inmortal.
La muerte de Cristo que ha destruido el pecado, nos deja la semilla de la vida,
"para caminar en una vida nueva" (Rm 6, 4), a través de una continuada muerte y
resurrección: Así pudo decir el Apóstol: "Cada día muero" (1 Cor 15,31).
Así es como caen los confines entre la vida y la muerte, porque "Cristo es la
resurrección y la vida; el que crea en Mí, aunque haya muerto, vivirá". Esta realidad de
fe no elimina la sensibilidad humana ante el hecho traumático de la muerte, pero le da
un sentido.
Lloró Jesús ante el sepulcro de Lázaro, a punto de resucitarlo. Y él mismo en
Getsemaní se sintió triste hasta la muerte y pidió que pasara de El el cáliz. Hablaba su
sensibilidad humana. Nuestra resurrección seguirá el modelo de Cristo.
A nuestra mente acuden nombres de personas, rostros, palabras hermosas,
que llenan el recuerdo de los días vividos juntos, de los lugares animados por personas
queridas y amadas. La realidad de que están con nosotros; de que son invisibles, pero
no ausentes; de que nos podemos comunicar con ellos, alivia la separación real, pero
no efectiva. Están presentes con su oración, inspiraciones, por su amor que
permanece completamente purificado, o en vías de purificación.
Santa Teresa ha sentido "unas ansias grandísimas de morirse, y así con
lágrimas muy frecuentes pide a Dios que la saque de este destierro".

2
EL JUICIO PARTICULAR Y EL JUICIO FINAL

La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o
rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla del
juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda
venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata
15

después de la muerte de cada uno, como consecuencia de sus obras y de su fe. La


parábola del pobre Lázaro y la palabra de Cristo en la cruz al buen ladrón, así como
otros textos del Nuevo Testamento, hablan de un último destino del alma que puede
ser diferente para cada uno.
Cada hombre después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna
en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación,
bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo. Así se expresan los
concilios de Lyón, el de Florencia y el de Trento, junto con las definiciones de
Benedicto XII y Juan XXII.
"A la tarde te examinarán en el amor", dice san Juan de la Cruz (CIC 1021-
1022). En la oscuridad de la fe es ya una realidad que el hombre experimenta su
limitación, pobreza y pecado. En el momento de la muerte, en un parpadeo de ojos, al
encontrarse el hombre ante Dios, aun sin verlo, despojado de sus juicios erróneos e
ignorancias, e iluminado por un rayo de luz divina, se experimentará juzgado con un
juicio, que él mismo aprobará y sabrá justísimo y completo. En el desfile de todos sus
actos, de toda su vida, de todas sus circunstancias, la luminosidad clarísima de la luz
divina, le juzgará, y le situará en su sitio correspondiente: castigo, premio o purificación.
Karl Rahner, en "Sentido teólogico de la muerte" (Herder, 1965), recuerda que
aunque el hombre se convierta y emprenda un nuevo comienzo, los sedimentos, las
adherencias y los resíduos de sus pecados y de su historia anterior, no quedan del
todo anulados. Con su pecado, negligencia y errores, a la hora de la muerte, ante la luz
divina, el hombre verá que no ha sido idéntico a sí mismo, como quien no se ha
logrado, no ha llegado a ser lo que habría debido ser. Ese hombre incompleto, en los
cristianos corrientes, está exigiendo purificación para madurar, como un niño
prematuro; en los réprobos, condenación; y en los plenamente realizados, como los
santos, la bienaventuranza celeste.
Este es el juicio particular, que acontecerá inmediatamente a la separación del
alma y el cuerpo. "Después de la muerte, que es el término de nuestra vida,
compareceremos inmediatamente ante el tribunal de Dios para dar cuenta cada uno de
las cosas que hizo con su cuerpo". Esta proposición estaba preparada para ser
definida en el Vaticano I. No pudo ser definida porque fue suspendido el Concilio.
El Angélico enseña que como el hombre es una persona singular, a la vez que
un miembro del género humano, sufrirá doble juicio, el que le corresponde como
persona individual y como parte de la comunidad humana. Como el alma separada ya
no puede merecer ni pecar, es juzgada inmediatamente para recibir el premio o el
castigo que merece justamente, aunque no de una manera total y completa, ya que
sólo el alma recibirá la sanción y no el cuerpo, que permanecerá en el sepulcro hasta la
resurrección de la carne.
La sentencia le será comunicada por una clarividencia que le dará su
conocimiento exactísimo, no con sonido de voz, sino intelectualmente. De alguna
manera ya ocurre en la vida, que la acción buena o la indigna se manifiestan al hombre
que obra el bien o peca, porque el reino está en el hombre como en semilla; de
semejante manera en el juicio particular se manifestará en el hombre la floración o el
desarrollo del árbol, si bueno, si malo, con la consiguiente sanción. La conciencia que
durante la vida terrena alertaba, ahora sólo reconviene o felicita.
El juicio final, que corresponde al hombre como miembro de la humanidad, ha
sido profetizado por Cristo tal como lo transmite Mateo 25, 31. Esta será "la hora en
que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el bien
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resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28).
"Frente a Cristo, que es la verdad, será puesta al desnudo definitivamente la
verdad de la relación de cada hombre con Dios. El juicio final revelará hasta sus
últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien, o haya dejado de hacer
durante su vida terrena".
"El juicio final sucederá cuando Cristo vuelva glorioso. El Padre pronunciará por
medio de su Hijo, su palabra definitiva para toda la historia. Nosotros conoceremos el
sentido último de toda la obra de la creación y de la salvación, y los caminos
admirables por los que la Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último.
Revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus
criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte" (CIC 1039-1040).

3
EL INFIERNO

Ya sabemos que el tratado de los Novísimos, aunque es de santo Tomás, no


pertenece a la Suma, sino al Comentario al Maestro de las Sentencias de Pedro
Lombardo, obra veinte años más joven del Angélico, por tanto, desprovista de la
sobriedad y madurez del autor de la Suma.
La sagrada Escritura y el Magisterio abundan en textos y definiciones sobre la
existencia del infierno, sus penas y su eternidad. La brevedad de estas introducciones,
no me permiten una extensa relación ni un prolijo comentario que, por lo demás, es
indiscutible y mejor conocido. La doctrina de la Iglesia, actualizada, la encontraremos
en el Catecismo de la Iglesia Católica: "Salvo que elijamos libremente amarle no
podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos
gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no
ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y
sabéis que ningún asesino tiene vida permanente en él" (1 Jn 3, 15). Morir en pecado
mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa
permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este
estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienvanturados es
lo que se designa con la palabra infierno".
"Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga,
reservado a los que hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse y donde se
puede perder el alma y el cuerpo a la vez. Jesús anuncia en términos graves que
enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad... y los arrojarán
al horno encendido y que pronunciará la condenación: "Alejaos de mí, malditos, al
fuego eterno" (Mt 25, 41)".
"La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. La
pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien
únicamente el hombre puede tener la vida y la felicidad a la que ha sido creado y a las
que aspira" (1033-1035).
Dos son las penas del infierno: de daño y de sentido. Aquella es esencialmente
privativa, que supone privación, a diferencia de la carencia, que sólo dice negación. La
privación dice ausencia de lo que se debe tener: por eso es penal. No es negación para
la piedra no tener ojos, sí lo es para el hombre. La ausencia del bien divino en el
hombre destinado a la visión y posesión de Dios en la bienaventuranza, es una
15

ausencia con carácter de pena. Pena de daño, que es la pena esencial del infierno, y
corresponde al desorden de la separación de Dios.
La pena de sentido corresponde al segundo desorden, que es la entrega que
hizo el pecador de sí mismo a una criatura, es la conversión a las criaturas. Las penas
de sentido son el fuego, la llama, el lago, el crujir de dientes, el gusano roedor. Detrás
de estas palabras hay una realidad auténtica, un dolor físico, real, añadido a la
ausencia de Dios.
También es clara la eternidad del infierno, aunque no pueda ser entendido por la
inteligencia humana. Tengamos por seguro que cuando Dios, suprema bondad y amor,
castiga así, es que está cargado de razón, aunque no la alcance el hombre. Por eso la
Santa Madre Iglesia nos exhorta en la LG 48: "Como no sabemos ni el día ni la hora es
necesario según el consejo del Señor estar contínuamente en vela. Así, terminada la
única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y
ser contados entre los santos y no nos mandarán ir como siervos malos y perezosos al
fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes".
Santa Teresa es un excepcional testigo del infierno. No quiero anticipar su
testimonio. Sólo quiero puntualizar la exactitud con que distingue la pena de daño de la
de sentido.

4
GLORIA

La visión beatífica es el acto de la inteligencia por el que los bienaventurados


ven a Dios clara e inmediatamente tal como es en sí mismo. Razona santo Tomás:
Hay quien dice que ningún entendimiento humano puede ver la esencia divina, pero
esta opinión no puede ser admitida porque la felicidad suprema del hombre consiste en
la más elevada de sus operaciones, que es la del entendimiento, y si éste no pudiera
ver nunca la esencia divina, el hombre no podría jamás alcanzar su felicidad, o ésta no
estaría en Dios, lo cual es contrario a la fe, porque la felicidad última de la criatura
racional está en lo que es el principio de su ser, ya que en tanto es perfecta una cosa
en cuanto se une con su principio, como la espiga de trigo es la perfección del grano
sembrado. Además se opone a la razón, porque cuando el hombre ve un efecto
experimenta deseo natural de ver su causa y de aquí nace la admiración humana. Si el
entendimiento de la criatura no lograse alcanzar la causa primera de las cosas,
quedaría defraudado (1, 12,1).
Después de la divina revelación, por la que el hombre conoce por la fe la
existencia de Dios y de su elevación al orden sobrenatural, brota en él un deseo
connatural al estado de gracia de ver a Dios.
Es de fe divina y católica que los bienaventurados ven a Dios tal como El es. Lo
afirma san Pablo: "Ahora nuestro conocimiento es imperfecto, cuando llegue el fin
desaparecerá eso que es imperfecto. Ahora vemos por un espejo y oscuramente,
entonces veremos cara a cara. Al presente conozco en parte, entonces conoceré como
soy conocido" ( Cor 13, 9). Y san Juan: "Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque
aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando aparezca,
seremos semejantes a El porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2).
Y Benedicto XII: "Por esta Constitución por autoridad apostólica definimos que
las almas de los bienaventurados vieron y ven la divina esencia con visión intuitiva y
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facial, sin mediación de ninguna criatura, sino por manifestárseles la divina esencia de
manera inmediata y desnuda, clara y abiertamente, y gozan de la misma esencia, y por
tal visión y fruición, las almas de los que salieron de este mundo son verdaderamente
bienaventuradas y tienen vida y descanso eternos".
El Nuevo Catecismo reproduce ampliamente la anterior definición: "Los que
mueren en gracia y amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para
siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven tal cual es,
cara a cara. Definimos con autoridad apostólica que según la disposición general de
Dios, las almas de todos los santos y de todos los demás fieles muertos después de
recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar, o una vez
purificados después de la muerte aún antes de la reasunción de sus cuerpos y del
juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, estuvieron, están y estarán
en el cielo... Y después de la muerte y pasión de Cristo vieron y ven la divina esencia
con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura" (Benedicto XII)
(CIC 1023).
Igual que en el infierno, Teresa ha estado en el cielo. Oyó lo que ningún oído
humano ha podido oir y vió lo que los ojos no han podido ver. Nos refiere con sencillez
que a los primeros que vio fueron sus padres, y cosas tan maravillosas que quedó
fuera de sí. ¡Qué gloria, y qué garantía para nosotros sus lectores, que podemos
participar de su alegría!
"No perder un tantito de gozar más, y no perder bienes que son eternos", por
mucho que cuesten, es su inmenso deseo. Y de que todos gocen lo que ella. Ha
conocido a tiempo la patria verdadera. Que nos conceda a nosotros apreciarla y
desearla. No nos extrañemos de que los que de verdad le hacían compañía eran los
habitantes de aquella patria. Eran, son, los verdaderos vivientes.

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