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No podemos decir que la muerte de Manuel Álvarez Bravo haya sido una
sorpresa, el fotógrafo había llegado ya a la edad de 100 años; sin embargo, si
nos consternó a todos.
Álvarez Bravo fue uno de los grandes fotógrafos que ha dejado el siglo XX,
y su nombre es casi sinónimo del nacimiento de la fotografía en México.
Junto con Rivera, Orozco y otros artistas forma parte del grupo de creadores
que influenciaron de manera profunda y definitiva el arte en México en las
décadas de los años 20 y los 30..
Álvarez Bravo se inicia en la fotografía siendo apenas un adolescente,
cuando tiene la oportunidad de ver trabajar a un fotógrafo amigo de la
familia. Cuando alcanza los 21 años, ya interesado en el tema de la
fotografía, conoce a Hugo Brehme, un fotógrafo alemán, que lo inicia en las
técnicas más modernas de la fotografía europea y quien lo presenta con
Guillermo Kahlo, quien lo introdujo al mundo de los artistas e intelectuales
de la época. Su trabajo como fotógrafo pasó por etapas muy diversas y
evolucionó con los años; sin embargo hay dos factores que son
determinantes en toda su obra: la apertura y amplia visión hacia las
influencias de artistas y movimientos culturales que venían de fuera de
México y su capacidad para nunca perder de vista la realidad mexicana.
A partir de 1920, artistas como Edward Weston, Tina Modotti y Henri
CartierBresson, llegaron a México en busca de un espacio con libertad
política que les permitiera desarrollarse. El ambiente que se daba en este
país, parecía favorecer este desarrollo a través del apoyo de programas
gubernamentales como los que dirigió José Vasconcelos, entonces secretario
de Educación, quien promovió la creación de varios de los murales de
Rivera, Orozco y Siqueiros. Vasconcelos se planteó el objetivo de establecer
una identidad cultural mexicana unificada, al tiempo que la Ciudad de
México nacía como uno de los centros de intercambio cultural e intelectual
importantes en el mundo.
En 1930 Tina Modotti es deportada por razones políticas y abandona la
ciudad de México. Álvarez Bravo tomó su lugar como el fotógrafo de los
muralistas y simultáneamente comienza a trabajar en la revista Mexican
Folkways.
La oportunidad de trabajar cerca de los grandes artistas y de vivir la
experiencia del nacimiento del “arte mexicano”, le permite consolidarse
como fotógrafo y artista capaz de representar la idiosincrasia del mexicano a
través de imágenes abstractas, realistas, crudas e incluso irónicas.
Fotografías de la naturaleza, de la vida cotidiana, detalles arquitectónicos u
objetos aislados, son parte fundamental de su trabajo a través de los años. En
la década de los 30 muestra un especial interés por retratar escenas de la vida
urbana de la ciudad de México. Personajes citadinos, el revoloteo de la falda
de una muchacha, un letrero de una tlapalería, una pared pintarrajeada, un
tendedero o una azotea, son retratados con genialidad y maestría. Cualquiera
que haya recorrido las calles de esta ciudad, aún cuando ya ha pasado más de
medio siglo, encontrará en alguna esquina, en alguna calle, una escena como
las fotografiada por el mismo Álvarez Bravo.
La visión clara y oportuna del fotógrafo muestra lo bizarro que puede llegar
a ser nuestra vida cotidiana; detiene en el tiempo en un instante, lo aísla y
exagera, convierte lo ordinario en algo único y fantástico. Álvarez Bravo
comparte con CartierBresson el entusiasmo por la imaginería misteriosa.
Además de existir un lazo de amistad profundo entre ellos, juntos colaboran
en la búsqueda de una simbología urbana y un lenguaje propio.
Álvarez Bravo no se queda en el simple retrato de la realidad, su capacidad
creativa lo lleva a explorar terrenos imaginarios, creando escenas únicas
memorables. Tal es el caso de la conocida “La buena fama durmiendo” en la
que muestra a una mujer desnuda, recostada, de forma casi absurda a media
calle, sobre una manta, vendada y rodeada de espinas. Esta fotografía fue
producida por encargo de André Bretón, para formar parte de la gran
exposición de surrealista de 1941.
Realista o surrealista, Álvarez Bravo nunca dejó de manifestar una profunda
y honesta pasión por México. Hay quienes dicen que la experiencia de haber
vivido la revolución cuando era muy joven, dejó una marca profunda que se
mostrará, más tarde en su trabajo. Las escenas de muerte y violencia
mostradas con crudeza son parte fundamental de su obra. Xavier Villaurrutia
comentó sobre el trabajo de Álvarez Bravo que “…entre nosotros, sólo
ciertos poetas y pintores mexicanos contemporáneos alcanzan a transmitir en
su obra la obsesión y la angustia de la muerte, como lo hace Manuel Álvarez
Bravo. Una muerte cotidiana, presente, que no es ciertamente menos poética
ni misteriosa, por el hecho de ser visible”. Es imposible no recordar la
fotografía del obrero muerto en el suelo, ensangrentado y con los ojos a
medio cerrar, en la que de manera brutal y sin efectos nos confronta con la
muerte. Él mismo reconoce que “el concepto de muerte está explícito o
implícito en mis fotografías”.
A pesar de la consolidación y la evidente capacidad artística de Álvarez
Bravo, no fue un artista popularmente reconocido en su tiempo. En los
últimos años de su vida se manifestó más claramente su natural tendencia
por fotografiar cierto tipo de escenas urbanas y rurales de un México que se
mostraba para él cada vez más melancólico, silencioso y deshabitado.
Escenas desérticas, gente que apenas se ve, o que aparecen sólo los pies o las
manos. Sin embargo, su pasión se mantuvo hacia las escenas de la vida
cotidiana, que consideraba indudablemente, más ricas en contenido que
cualquier retrato, desnudo u objeto.
En cierto modo, Álvarez Bravo ha influido a todos los fotógrafos mexicanos,
su trabajo permanece en la memoria de imágenes y constituye una forma
particular de ver al mundo. Al mismo tiempo, nos hace conscientes, de
manera sutil, de la vida, Álvarez Bravo nos enseña en cada una de sus
imágenes que hay que atreverse a mirar para capturar lo grandioso en lo
pequeño y lo fugaz.
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1. La buena fama durmiendo, 1939
Plata sobre gelatina
9. Peluquero. 1924.
Plata sobre gelatina.