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Construir edificios

1. El edificio
1.1. Funciones esperadas de un edificio
1.2. Construcción de un edificio
1.3. Problemas de construcción de edificios
2. Objetivos de construir edificios
2.1. Cuestiones a resolver
2.2. Fases de la construcción
3. Constructividad
3.1. Conocimiento de constructividad
3.2. Integración del conocimiento de constructividad en el diseño
3.3. Principios de la constructividad
4. Secciones de un edificio

1. El edificio

El refugio, como concepto, no es una invención humana; es algo que buscamos


instintivamente al igual que los animales, en un mundo que pocas veces armoniza
exactamente con nuestras necesidades fisiológicas y sociales. Inicialmente, en las
sociedades agrarias comienza con un empleo inteligente del paisaje natural: la
gente elige los lugares altos por sus calidades de refugio, ya sean la orientación,
topografía, vegetación y fuente de agua.

Los refugios artificiales empiezan por plantar un árbol para que de sombra o
arbustos para atenuar el viento. Una simple pared de piedras que se soporte sola
puede generar una zona fresca sombreada en verano o expuesta al sol y
protegida del viento en invierno. Un piso de piedra o madera brindará una
condición seca al usuario, y una cubierta inclinada protegerá de la lluvia o nieve.
Un fuego a la entrada durante la noche calentará a los ocupantes, tanto en forma
directa como acumulando en los muros aún después que el mismo se apague.
Podemos imaginar las mejoras sucesivas: una estructura o pieles para cerrar los
lados abiertos en la noche o días nublados, trasladar el fuego al interior con una
chimenea, etc.

Por supuesto que los edificios modernos son mucho más complicados; cada
mejora que se incorporaba como novedad en un determinado momento, se
convertía luego en una práctica normalizada, pasando a ser un mínimo aceptable
ante posteriores innovaciones. De este modo, un refugio considerado el colmo
de la comodidad y practicidad para una generación puede estar bajo la norma
para la siguiente. En la actualidad le exigimos otras funciones que ya no son
estrictamente la de refugio, como el suministro de agua, la eliminación de
residuos, el aprovisionamiento de energía para su uso en instrumentos
mecánicos; en definitiva, nuestros edificios se van convirtiendo en mecanismos
abarcativos de apoyo a la vida.
Funciones que antes se esperaban de algunos muebles, como depósitos para
artículos caseros, ahora son componentes del edificio, así como han pasado a ser
fijos lavatorios, bañeras, hornos y piletas; la iluminación de los espacios es
proporcionada por instalaciones que forman parte de este y que transmiten
directamente a ellas la energía eléctrica.

El origen etimológico de edificio (del latín aedificĭum) está relacionado con “hacer
fuego”, ya que las primeras construcciones tenían como objetivo la protección
del mismo para evitar que fuera apagado por el viento o la lluvia; actualmente
refiere a una construcción fija utilizada ya sea como vivienda humana o para la
realización de distintas actividades. Nuestro concepto abarca más que la
definición que da el diccionario: es, fundamentalmente, lo que esperamos de él.

1.1. Funciones esperadas de un edificio

1. Necesidades inmediatas del metabolismo humano:


aire limpio
agua limpia (beber/ cocinar/ aseo/ lavado)
facilidades para preparar y consumir comida
expulsión de desechos
2. Condiciones necesarias para la comodidad térmica:
control del medio de irradiar temperatura
control de la temperatura del aire
control de las características de las superficies en contacto directo con el cuerpo
humano
control de la humedad del aire y vapor de agua
control del ingreso de precipitaciones y otras aguas
3. Condiciones necesarias para la comodidad sensorial, eficacia y
aislamiento:
condiciones óptimas para la vista
aislamiento visual
condiciones acústicas óptimas
aislamiento acústico
4. Control de ingreso de elementos vivos
(desde virus a seres humanos)
5. Distribución de energía hasta los puntos de uso
(instrumentos y aparatos)
6. Medios de conexión y comunicación con el mundo exterior
(ventanas/ buzones/ conectividad)
7. Facilitar la comodidad/ seguridad/ actividad productiva
(pisos/ paredes/ escaleras/ escalones/ bancos)
8. Estructura estable
(peso personas y pertenencias/ acciones sísmicas y viento)
9. Protección de estructuras/ superficies/ sistemas de la humedad
(precipitaciones y otras aguas)
10. Adaptación a sus propios movimientos
11. Razonable protección contra el fuego
12. Construcción sin dificultades y gastos excesivos
13. Manejo/ mantenimiento/ cambio de manera útil y económica

Comenzamos con demandas propias del hombre rodeado de un medio hostil,


pero luego incorporamos otras creadas por el propio edificio que se relacionan
de manera secundaria con las necesidades humanas.

El curso entonces abordará como un edificio responde a estas expectativas


funcionales. Como se ve, las demandas son complejas y encuentran maneras
también complejas de resolución; un ingeniero adecuadamente informado
intentará darles respuesta, inclusive en edificios muy grandes, con planteos tan
sencillos y directos como el refugio natural del que comenzamos hablando.

1.2. Construcción de un edificio

Un edificio se inicia como un concepto vago de necesidad en la mente de alguien; si


dicha necesidad es simple y la persona hábil, las etapas necesarias para la realización
de aquel concepto son sencillas y directas. Tradicionalmente, se realiza el trazado en
el suelo de un círculo o un rectángulo del tamaño apropiado y se utilizan materiales
de los alrededores —barro, piedras, troncos— para formar un edificio en el lugar; el
diseño y los detalles se resuelven aplicando procedimientos sancionados por la
experiencia.

Para los proyectos de edificios más grandes se requieren arreglos más complicados.
Participarán un gran número de individuos y organizaciones: no solamente el
propietario y el inspector de obras, sino que también el profesional, especialistas en
diseño (en campos como las estructuras, fundaciones, calefacción, instalaciones,
acústica), un contratista principal, varios subcontratistas y proveedores de
materiales, además de quienes financian las obras, aseguradoras y abogados.

Con tantos individuos involucrados, tanto dinero que circula entre ellos, y los
constantes riesgos de accidentes, vandalismo, cuestiones climáticas, problemas
laborales, inflación y faltantes de materiales, es necesario establecer una empresa y
acuerdos por escrito entre varios de los individuos detallando quién es responsable
de qué, sobre todo en el caso de que algo no funcione bien; como base de estos
acuerdos se debe definir, con precisión, qué se va a construir y cómo: estos son los
objetivos de las especificaciones, cómputos y pliegos de condiciones. Estos
documentos son el medio exclusivo para trasladar la idea de diseño del propietario
y el profesional a un edificio real. En base a éstos se concede el financiamiento de la
obra, se tramitan los permisos legales, se contratan los seguros, se realizan las
estimaciones y ofertas de precio, así como los contratos y subcontratos y compras
de materiales.
1.3. Problemas de construcción de edificios

La construcción de un edificio genera mucha desorganización y alteración en sus


proximidades. Se obstruyen veredas, se obstaculizan los drenajes naturales y los
vehículos pesados suelen romper las calles; también se generan ruidos, suciedad y
humos en torno de la obra. Hay riesgos de lesiones, caídas de herramientas o
materiales; incluso el edificio sin terminar está expuesto a robos o vandalismo
haciéndolo más vulnerable a incendios o accidentes. Esto lleva a que el propio
proceso de construcción requiere mucha atención en el diseño a fin de minimizar su
peligro y molestias, elevando al máximo su eficacia y economía.

Durante la ejecución de los trabajos se requieren servicios temporales: agua,


electricidad, comunicaciones, sanitarios y retiros de escombros. Habrá que
proporcionar un sistema de drenaje temporal para conservar las excavaciones sin
agua, acceso para los camiones que entregan material y una zona de descarga
próxima a áreas secas y seguras para su almacenamiento. Se debe contar con
aparatos para levantar y transportar la carga de los camiones, a la vez de elevar los
materiales y trabajadores hasta los diversos niveles del edificio. También habrá que
ejecutar cercos y barreras para proteger al público de los peligros de la obra, y a ésta
de los intrusos.

A medida que el edificio crece en altura, se requieren andamios y escaleras para


acceder a las diversas superficies. Muchos elementos de la estructura necesitan
soportes temporales: puntales y encofrados que luego se irán retirando a medida
que ésta se sostenga a sí misma. Se deben colocar barandas de seguridad en bordes
y aberturas, así como contar con oficinas de obra, vestuarios y comedores.

El rubro de la construcción registra la mayor cantidad de accidentes laborales, por lo


que se requieren muchos artefactos de protección para las diversas tareas: casco
rígido, zapatos de seguridad con puntas reforzadas y suelas antideslizantes, anteojos
protectores de astillas y polvo, guantes, cinturones y cuerdas de seguridad. A su vez,
muchas herramientas eléctricas se construyen con detalles de seguridad, como
protecciones de hojas de corte o interruptores que cortan automáticamente en caso
de caída accidental. Se debe contar con botiquines y extintores adecuados, contando
los trabajadores con un seguro sanitario, todo bajo la supervisión de un encargado
de la seguridad.

Los obreros suelen contar con sus propios pequeños instrumentos de construcción,
perteneciendo el resto de las herramientas al contratista general o a los
subcontratistas; puede que, para no disponer de un gran inventario de equipos,
dicho contratista alquile los que son muy grandes o altamente especializados a
empresas dedicadas a tal fin. Cada partida de material que ingresa en la obra debe
ser verificada para comprobar que se corresponda con las especificaciones
correspondientes. Las chapas de madera o el acero vienen con una identificación
que certifica lo referente a su composición y calidad, así como otros materiales de
construcción que vienen estampados y certificados de fábrica, indicando origen y
calidad.
Los materiales como el H° o el mortero, que se colocan húmedos, no pueden tener
su calidad comprobada al momento de su colocación, ya que no hay ningún modo
seguro de saber cuál será su robustez después de endurecido. Usualmente se
proyectan pequeñas muestras de material en cada lote en moldes especiales; se los
ubica junto a los emplazamientos del edificio y se dejan un período normal de
endurecimiento. En ese momento se los lleva al laboratorio donde se ensayan y se
verifica si su resistencia está por encima de la especificada; de no ser así, habrá que
rehacer el trabajo hecho con este material.

Si bien con los instrumentos de medición actuales los edificios se construyen con un
alto grado de precisión, hay que dar por sentado que aún los mejores elementos —
a causa de su gran tamaño— pueden haber sufrido (ya sea durante la entrega, a
causa del agua absorbida o por cambios de temperatura) variaciones que hagan que
dejen de ser alineados, aplomados o exactos en el momento de su instalación en el
edificio. A su vez, un obrero puede que no mida o coloque siempre exactamente una
pieza como tendría que serlo, especialmente el trabajo con H° y el encofrado de
madera. Para el acero existe una norma que especifica los máximos de
deformaciones e inexactitudes de manera acotada, pero para muchos elementos es
esperable una tolerancia mucho mayor, a veces de centímetros. Las aberturas en
espera de puertas y ventanas deberán ser más grandes que éstas, nivelando y
colocando cuñas en su perímetro cubriendo con elementos específicos la diferencia
existente.

Se deberá tener en cuenta que los materiales que deban presentar una buena
apariencia se instalen lo más tarde posible dentro del proceso y protegidos de todo
daño hasta que el último obrero haya dejado el edificio. También se deberá
determinar con cuidado qué se dejará expuesto, ya que los materiales de
construcción presentan, además de sus propias imperfecciones, las marcas del
proceso constructivo; de pretenderlo, se requerirán otros que serán seleccionados
—y más costosos— y mano de obra de calidad superior y un mayor tiempo de
colocación. Normalmente es más barato seguir el camino corriente dejar a los
gremios su tarea habitual y luego terminar con sucesivas capas de revoques y
pintura.

Examinando cualquiera de los modos tradicionales de levantar edificios en nuestro


medio, se advierte enseguida que existe un principio seguido en la sucesión de la
construcción, de modo que cada uno de quienes intervienen en la obra tapa y allana
el trabajo de los anteriores. Un equipo se encarga de grandes superficies de material
plano (losas, muros, contrapisos); el siguiente, tapa y alisa (revoques, carpetas,
cielorrasos), escondiendo lo más grueso de orificios y canaletas de los materiales
planos; luego se colocan los pisos, revestimientos y molduras; y –por último- los
pintores tapan todas aquellas capas con un fino revestimiento que preserva y
embellece, realizan la última limpieza, finalizando con la inspección final hasta la
entrega de las llaves al propietario. Así, luego de un largo y complicado período de
gestación, ha nacido el edificio.
2. Objetivos de construir edificios

La finalidad básica de construir edificios es facilitar las actividades humanas que se


desarrollan en espacios organizados y dotados de un ambiente controlable; es decir,
que el artefacto contenedor de espacios ambientados facilite y potencie estas
actividades permite calificarlo de útil.

A su vez, su presencia en el entorno existencial de las personas los somete a


exigencias estéticas, significativas, simbólicas y comunicativas inherentes a la
naturaleza humana. El construir debe satisfacer las razones prácticas y a su vez las
trascendentes propias del arte para considerarse como bien ejecutado.

Simultáneamente, los enormes recursos utilizados nos marcan varios


condicionantes de tipo económico: primero, la eficiencia en la materialización del
edificio, es decir, sacar el máximo provecho de los recursos utilizados; segundo, el
carácter limitado de esos recursos, sumado a la economía de los medios energéticos
que comporta su uso, introduce un criterio de compromiso medioambiental; y
tercero, el edificio ha de ser resistente al paso del tiempo, permaneciendo íntegro
en un período dilatado e, inclusive, garantizando la seguridad de los usuarios frente
a eventos catastróficos como incendios o terremotos.

Resumiendo, un edificio —para estar bien construido— debe cumplir con los
siguientes objetivos:

x adecuación de sus espacios a los usos previstos


x adecuación del ambiente de esos espacios a los usos previstos
x conveniencia pública y privada de sus cualidades estéticas y comunicativas
x integridad a largo plazo de sí mismos y de sus ocupantes
x eficiencia directa y medioambiental de sus procesos de materialización

Los puntos primero y tercero se estudiaron en la materia Edificios I; los tres restantes
los analizaremos a lo largo de este curso.

Estos objetivos se traducen en numerosas cualidades —requisitos— que dependen


de una o más variables. La satisfacción de estos requisitos, medidos según sus
variables, exige de los edificios, sus partes y sus elementos, unos modos de
comportamiento genéricos, llamados exigencias.

Para saber si una solución constructiva es la adecuada para esas exigencias,


debemos conocer las prestaciones que aporta, que deberán ser iguales o superiores
a las exigencias.

Dichas prestaciones son consecuencia de las características de las formas y


materiales que constituyen los elementos constructivos, que a su vez dependen de
los procesos de producción que las hacen posibles.
Por ejemplo, el objetivo general de la adecuación del ambiente se concreta en cinco
requisitos: protección del agua, comodidad térmica, control de iluminación y
protección contra la contaminación y el ruido. Tomando este último, e.g., la
comodidad acústica depende —entre otras cosas— de la variable intensidad del
nivel sonoro, que de día no debe superar los 40 dB(A). Para que esto ocurra, además
de otras cuestiones, se deberá exigir a las paredes que nos separan de los vecinos
un aislamiento de 50 dB(A) (ésta es la exigencia que afecta al elemento
constructivo); se puede conseguir mediante una pared de hormigón que aísla 54
dB(A) —la prestación— de 16 cm de espesor —la forma— y realizada con un Hº Aº
de 2500 kg/m³ —el material— siendo estas dos características consecuencias de los
procesos de producción de los materiales y su puesta en obra.

Este ejemplo partía de una exigencia que se concreta en variables fácilmente


cuantificables; pero en muchos otros casos son cuestiones cualitativas, como una
determinada forma geométrica o una apariencia concreta, difícilmente convertibles
en números.

Los valores de las exigencias generalmente los fijan las normativas de cumplimento
obligatorio en cada país. En casos específicos, como el aislamiento acústico de aulas
de un conservatorio de música, deberemos acudir a libros de la especialidad o a la
experiencia de casos similares que nos orienten sobre los valores a aplicar.

Una de las mayores dificultades de construir bien es que no existe una respuesta
única a cada exigencia sino múltiples posibilidades y que, además, cada elemento
constructivo tiene que dar respuesta simultánea a varias exigencias, muchas veces
contradictorias entre sí. Las soluciones concretas normalmente dan satisfacción sólo
a unas exigencias y a otras no. En el ejemplo anterior, ampliamente se satisface la
exigencia con paredes de ladrillo común o tabiques dobles de placas de yeso; pero
mientras el ladrillo o el hormigón pueden ser portantes, no lo serán dichos tabiques,
que sin embargo podrán ser movibles y pesan mucho menos.

En definitiva, construir bien es encontrar la solución constructiva óptima, que será la


que tenga un buen cumplimiento de todas las exigencias aunque no la mejor en cada
una de ellas por separado. El ingeniero se encuentra muchas veces ante la disyuntiva
de satisfacer unas exigencias en detrimento de otras; se trata de encontrar el
equilibrio entre todas ellas.

2.1. Cuestiones a resolver

Vimos entonces que tenemos dos grandes grupos de cuestiones:

x los diferentes modos mediante los cuales se concreta la cadena objetivos/


requisitos/ exigencias, en cada parte y elemento en que se puede
descomponer el edificio;
x las diferentes maneras según las cuales las soluciones de partes y
elementos, aportadas por nuestra actual tecnología edificatoria,
concretan la cadena inversa: producción/ características de los materiales
y formas/ prestaciones que satisfagan las exigencias anteriores.

El ingeniero ocupado en el proceso de proyecto de un edificio deberá adaptar a


su caso concreto la cadena que —cumpliendo con los objetivos— define las
exigencias de elementos y sistemas, las que constituyen los problemas a resolver;
y evaluar las prestaciones de las soluciones genéricas de los distintos elementos
y sistemas constructivos para elegir y adaptar la más adecuada a dicho caso
concreto.

Como no hay dos edificios iguales, las soluciones son genéricas y es necesario
adaptarlas a cada edificio; pero el éxito final sólo se alcanza si, además de
adaptarlas con acierto en la fase de proyecto, luego se materializan
correctamente en la fase de obra.

2.2. Fases de la construcción

El proceso de construir una obra pasa necesariamente por una fase previa donde
el profesional (o grupo de ellos) imagina y plasma su idea en documentos gráficos
y escritos —el proyecto— para que luego pueda ser materializado por un
conjunto numeroso de personas; esta fase de denomina proceso de diseño.
Para concretar dicha idea se precisa del concurso de materiales, herramientas y
operarios hábiles que hagan realidad lo imaginado previamente. Para cumplir los
objetivos, los materiales finales deberán ser los adecuados y las formas
elaboradas coincidir con exactitud con las propuestas. Los diferentes conjuntos
de transformaciones, agregaciones, etc., de los materiales de la naturaleza que
permiten el paso de lo imaginado a lo real, se denominan proceso de producción.

El éxito de la construcción depende del correcto desarrollo de ambas fases, es


decir:

x que lo imaginado sea potencialmente útil en su uso del espacio y del


ambiente previsible, que asegure la integridad del edificio y de sus
ocupantes, que sea estéticamente conveniente, además de ser susceptible
de ser materializado económicamente con los procesos de producción
disponibles;

x que el proceso de producción consiga las propiedades especificadas para


los materiales y configure las formas dibujadas para los elementos y el
conjunto del edificio, de manera que aquellas potencialidades se
materialicen definitivamente.

3. Constructividad

Los primeros documentos históricos en los que se registra el oficio propio de la


construcción son los del antiguo Egipto, donde un alto funcionario de la corte era
quién simultáneamente diseñaba, dirigía las obras y rendía cuentas directamente
al Faraón, que le encomendaba erigir templos, palacios y hasta ciudades
completas; se ha conservado el nombre de la figura divinizada de Imhotep. En la
Antigua Grecia, los constructores del Partenón fueron ejemplo de cómo una
multiplicidad de funciones teóricas —diseño matemático y artístico— y prácticas
—coordinación y ejecución— eran responsabilidad de un mismo personaje o
equipo en el que las funciones de arquitecto y constructor no estaban separadas,
añadiéndose las de escultor en el caso de Fidias. En el imperio bizantino se dio la
dualidad de oficios entre el mechanikoi (proyectista) y el architekton
(constructor).

Desde la Edad Media, lo que en latín se denominaba magister latomus, magister


caementariorum, magister operis o magister lapidum (maestro albañil, maestro
de los constructores, maestro de obras o maestro de las piedras), en francés
maître d’œuvre (maestro de obra) y en alemán Baumeister, Dombaumeister,
Münsterbaumeister o Zwingerbaumeister (maestro de obras, maestro
constructor, maestro de obras de la catedral o maestro de obras de las murallas)
era tanto el autor de un proyecto arquitectónico como quien ejercía la dirección
de la construcción. El maestro de obra de la época era a la vez albañil, cantero,
escultor, diseñador y calculista, formándose en todas estas habilidades en las
obras de las catedrales. En la ciudad medieval europea las construcciones solían
carecer de proyectos previos, surgiendo de un conjunto de artes escultóricas,
arquitectónicas y constructivas de un modo manual; generalmente en las obras
intervenían pocas personas, a excepción de las cuadrillas de artesanos
especializados (canteros, carpinteros, etc.) y la extensión de las mismas se
producía de forma espontánea, impulsada más por un tema práctico que por un
sentido arquitectónico o artístico. A partir de la baja Edad Media fue cada vez
más frecuente la planificación consciente de los edificios y la profesionalización
cada vez mayor de los oficios de la construcción, regulados por gremios.

El reconocimiento social de los maestros de obras fue incrementándose,


llegándose incluso a concederse excepcionalmente algún título de "Doctor en
cantería", de forma equivalente a los títulos universitarios. Se les concedía firmar
sus obras y enterrarse en ellas, representándoseles en efigie con los instrumentos
propios de su oficio (regla, escuadra, compás o maqueta). El gremio de los
constructores, albañiles o masones, caracterizado como todos los otros por la
solidaridad interna, los ritos de iniciación y la conservación de secretos de oficio,
fue utilizado como precedente para la creación de la masonería moderna a partir
del siglo XVIII.

El primer gran cambio ocurrió en el Renacimiento, cuando por primera vez se


separaron las tareas de diseñar y construir; la segunda transformación ocurrió
a partir de la Revolución Industrial con el surgimiento de la ingeniería moderna
y una definitiva separación de actividades. En la actualidad, las tareas de
diseñar, calcular, construir e incluso coordinar se encuentran totalmente
separadas, y la tendencia aparente es una progresiva, creciente y mayor
especialización.

Dicha especialización de actividades que caracteriza a la industria de la


construcción actual ocasiona dos tipos de problemas: los objetivos de las
distintas especialidades son esencialmente diferentes y semicompetitivos entre
sí, y además los límites de acción y alcance de las distintas especialidades no
están complemente definidos.

Los métodos contractuales habituales en la construcción conllevan diversas


implicancias, ya que al no estar integrados (e.g., por licitación o subcontratación)
impiden al diseñador conocer e incorporar las características propias del trabajo
del constructor; a su vez, la inspección técnica externa (tradicionalmente
responsabilidad del proyectista) desliga parcialmente a los diseñadores del
aprendizaje en obra. Adicionalmente, la presión por los plazos acotados implica
que el tiempo que se destina a estudio y desarrollo se reduce al mínimo y que
las obras se comienzan a construir antes que el diseño esté terminado.

La creciente complejidad técnica de las tecnologías de construcción impide al


proyectista conocerlas en su totalidad, por lo que debe concentrarse en aquel
conocimiento que efectivamente impactará en el diseño; mientras que la
industria exige a éste cada vez mayor calidad y productividad tanto en el
producto final como en el proceso de construcción, el que debe ser rápido, fácil,
económico y seguro.

Como consecuencia de lo señalado precedentemente, se iniciaron hace unas tres


décadas en Inglaterra una serie de estudios que resaltaron la fragmentación de
la industria y la falta de conocimiento constructivo de los diseñadores como
causas de pérdida de productividad en la construcción.

Así apareció el concepto de constructividad, entendido como la manera en la


cual el diseño de un edificio facilita su construcción; el acento estaba colocado
en el diseño y el trabajo de quienes lo desarrollaban. Posteriormente, en EE. UU.
se acuñó el término constructabilidad, similar pero con un enfoque abarcativo
de todas las etapas de proyecto y un mayor énfasis en la gestión, procurando
cumplir los objetivos propuestos con los menores recursos posibles. A partir de
entonces diversos investigadores han estudiado el tema, intercambiando ambos
conceptos siempre dentro del campo de la ingeniería.

En definitiva, la constructividad se define como el grado en el cual un diseño


permite una mayor facilidad y eficiencia de construcción, sujeto a todos los
requerimientos del cliente y del proyecto.

Debemos distinguir entre constructividad y factibilidad de construcción, ya que


esta última es un concepto binario (es factible o no) y la primera es un concepto
gradual: un proyecto no factible tiene constructividad nula; el grado de
constructividad es un indicador de calidad.

Entendemos por proyecto de construcción a una empresa altamente compleja


que involucra una serie extensa pero limitada de procesos y actividades
coordinadas, que se desarrollan en forma paralela o secuencial, cada uno con
sus propias tecnologías, participantes y recursos productivos necesarios, con el
fin último y principal de realizar materialmente un edificio concreto.

La importancia de la constructividad —como atributo del diseño— puede


analizarse desde distintos aspectos:

a. desde el punto de vista del proyecto


• cuanto más temprano se tome una decisión de proyecto, mayor impacto
tiene y menor costo implica;
• diseños con mayor constructividad generan obras de mejor calidad,
permiten disminuir el tiempo de construcción, y optimizan el tiempo del
diseñador;
• tienen mayor costo inicial pero menor costo total, disminuyendo
además los costos post-construcción, generando obras con menor riesgo.
b. desde el punto de vista de la industria
• diseños con mayor constructividad están correlacionados con mayor
productividad en obra, mayor rentabilidad en la empresa, que se traducen
en mayor competitividad de la industria y beneficio social por mayor
eficiencia.

c. desde el punto de vista del ingeniero


• beneficios económicos por un trabajo con mayor valor agregado y
ahorro de costos, y no económicos por satisfacción y orgullo profesional.
• es una obligación ética profesional.

3.1. Integración de la constructividad en el diseño

Analizando las características del conocimiento de constructividad, se observa


que mayormente es de naturaleza tácita, es decir, que principalmente reside en
las mentes de los expertos, estando asociado a experiencias, habilidades,
visiones o intuiciones técnicas y generales; siendo un porcentaje menor explícito,
en forma de documentos escritos y/o gráficos. Ello implica que en general es de
difícil articulación y transferencia, siendo principalmente procedimental (saber
hacer algo) e instrumental (como herramienta que respalda el proceso de
diseñar). Nos sirve para analizar y entender el problema de diseño, proveer
alternativas de solución, comparar opciones y seleccionar la más conveniente.

Relaciona variables de proceso (construcción) con variables de producto


(edificio), y es dependiente de su contexto físico y temporal: una solución
particular que otorga más constructividad a un diseño en un cierto contexto de
proyecto puede restarla en otro. Sin embargo, las variables y relaciones son las
mismas en todos los contextos de diseño, aun cuando se modifiquen los valores
específicos en cada situación.

La constructividad es un saber de especificidad graduable, ya que puede ser


general (asociado a conceptos que son aplicables a la mayoría de los proyectos)
o específico (asociado a aspectos puntuales de cada situación en particular); el
conocimiento general es prioritario durante las primeras etapas del diseño y el
específico es necesario para las etapas de desarrollo. A su vez, es altamente
fragmentado y disperso, dado que no existe conocimiento que sea integral y
completo, ni siquiera sobre un punto específico, y porque reside en las mentes
de los expertos, que se encuentran distribuidos espacial y temporalmente.

El principal método para la creación de conocimiento de constructividad es una


combinación entre experiencia (en la propia acción), reflexión (sobre los
resultados de los propios diseños) y crítica (de pares o de retroalimentación
desde la obra). El proceso de diseño se define como una serie de opciones y
decisiones que tienen por propósito equilibrar distintos objetivos de proyecto,
semicompetitivos entre sí, a fin de proveer una solución efectiva a un conjunto
particular de necesidades del cliente, usuario y del propio proyecto.
El proceso de diseño sigue una organización lineal, secuencial de etapas
crecientes en especificidad y detalle: la segmentación clásica del proceso de
diseño divide linealmente un proyecto en etapas consecutivas, diferentes en
naturaleza y objetivos, crecientes en complejidad y nivel de detalle y que supone
el cumplimiento satisfactorio de una etapa antes de pasar a la siguiente. En
nuestro medio, las etapas son: croquis, anteproyecto, planos generales, planos
de detalles y de construcción y especificaciones técnicas.

Creativamente, el proceso de diseño divide progresivamente un proyecto en una


serie indefinida de iteraciones o ciclos de un mismo mecanismo básico de
análisis-propuesta, creciente en complejidad. Los resultados de cada ciclo no son
independientes, sino que se revisan y reprocesan en el ciclo posterior. Las etapas
básicas del ciclo son: definir objetivos, detectar restricciones, integrar variables,
evaluar posibilidades y hacer elecciones.

3.2. Principios de constructividad

Se entienden por principios de constructividad a los criterios básicos que orientan


las decisiones de diseño, señalando la tendencia generalmente adecuada,
resultando prescriptivos en su nivel más general, a modo de estrategia.

Son aplicables a la mayoría de los problemas de diseño en contextos


tradicionales, y resultan útiles en las etapas medias de diseño cuando las
principales decisiones ya están parcialmente tomadas y comienzan a definirse los
primeros detalles. Los cuatro principios fundamentales son:

a. Principio de simplificación de tareas de construcción


b. Principio de reducción de tareas de construcción
c. Principio de reducción de variabilidad de tareas de construcción
d. Principio de flexibilidad de elección de tareas de construcción

A continuación se desarrolla cada uno de estos conceptos.

a. Principio de simplificación de tareas de construcción

El principio de simplicidad es el más básico y natural de todos: proyectos que


requieran tareas de construcción más sencillas de realizar determinan menor
dificultad total de construcción. La especificación de diseños de geometrías
sencillas y fáciles de comprender y trasladar al sitio, que requieran de un menor
grado de habilidad de la mano de obra, que necesiten herramientas y equipos de
uso habitual, que permitan mayores tolerancias, que utilicen sistemas de montaje
simples, que utilicen materiales conocidos y fáciles de manipular, entre muchos
otros ejemplos, son aproximaciones intuitivas al principio de simplificación de
tareas de construcción.
Por ejemplo, el diseño de un edificio pequeño que por condiciones de carga y
resistencia de terreno requiera de fundaciones profundas, anchas y próximas
unas a otras, define tareas de construcción de alta dificultad unitaria. Los
remanentes de terreno angostos o inestables implican la ejecución de
sostenimientos transitorios y entibaciones, o sea una mayor cantidad de acciones
de construcción. Debido al mayor perímetro lineal de excavación, una mayor
superficie de terreno queda inutilizada para traslado de materiales y personal,
disminuyendo la accesibilidad interior. Los obreros deben ser más prolijos en una
excavación de diseño complejo y probablemente no pueda ser realizada a
máquina debido a la proximidad entre una zanja y la siguiente. El retiro de
material se hace más difícil, debido al menor espacio de circulación y a la falta de
lugar para montar rampas para carretillas; aumenta el tiempo de excavación, al
igual que los riesgos de seguridad. En este escenario es muy probable que, en
obra, el constructor decida cambiar ligeramente el diseño y realizar una
excavación total hasta el mínimo nivel especificado, eliminando todas estas
dificultades adicionales, para rellenar los espacios intermedios (contemplados
como terreno natural en el diseño original) con material de aporte compactado
luego de hormigonar las fundaciones. Esto, si bien incluye nuevas tareas con otras
dificultades unitarias —acumulación de material de aporte, compactación, etc.—
es, a fin de cuentas, más simple de construir que el diseño original.

Un diseño con alta constructividad y que considere esta situación podría,


siguiendo el principio de simplicidad, contemplar desde el comienzo esta
metodología más sencilla de construir e, incluso, podría aprovechar el espacio
entre fundaciones —en vez de ser rellenado— como espacio útil de diseño, tales
como espacio para instalaciones u otros elementos.

El principio de simplificación es aludido indirectamente por casi toda la literatura


existente existiendo amplio acuerdo en su importancia fundamental.
Prácticamente la totalidad de los autores reclaman una mayor simplicidad en los
diseños como el mecanismo más directo para aumentar la constructividad de los
proyectos.

Sin embargo, es también unánime la opinión que el mayor problema de aplicación


de este principio —aparentemente obvio para los constructores— es que los
equipos de diseñadores tienen dificultad para detectar qué es lo que representa
una tarea de construcción simple, siendo frecuente que los diseños más simples
sean malinterpretados como tradicionales, elementales o reduccionistas y
resultando por ende poco atractivos.

Diseños más simples son aquellos que consideran los recursos y condiciones de
construcción y que especifican características que se ajustan a ello. Por lo tanto,
no existen reglas universales para definir cuáles son: lo que es un diseño simple
en un proyecto definido, puede ser una solución de alta dificultad en otro
proyecto, debido a que la mano de obra, el terreno o las condiciones climáticas,
por ejemplo, no son las mismas.
Veamos el ejemplo de comparar la dificultad de ejecución de dos soluciones
constructivas para los tabiques divisorios interiores en un edificio de hormigón
armado, una constituida por placas de yeso y estructura de metal galvanizado y
otra de bloques de hormigón celular (asumiendo que las características de
desempeño final que responden a los requerimientos de uso y costo son
prácticamente equivalentes, para centrar el análisis estrictamente en la dificultad
de construcción de ambos diseños). Para ello, primero se procede a identificar
cuáles son las tareas de construcción necesarias requeridas para la realización de
cada una de las soluciones, tanto aquellas particulares de cada una
(dimensionado y corte de perfiles, ensamblado y fijaciones, colocación de
aislación y de revestimientos, para el caso de la tabiquería; o preparación de
mezcla adhesiva, tendido de hiladas, colocación de conectores metálicos y relleno
de espacios de encuentro con elementos estructurales para el caso del hormigón
celular) como las que son comunes a ambas soluciones (transporte y
almacenamiento de material, trazado, terminación final, colocación de
instalaciones, etc). A continuación, se debe identificar en cada tarea los
componentes básicos y determinar cuáles son los indicadores de dificultad
relevantes para cada uno. Es aquí donde las condiciones particulares de trabajo
comienzan a definir el resultado: por ejemplo, para el componente mano de obra,
es más difícil encontrar operarios especializados en albañilería de hormigón
celular que para la tabiquería de yeso; si el proyecto está en una zona de
limitación de personal, esta variable es relevante para la ponderación de
dificultad.

En relación al contexto, la albañilería es un sistema constructivo húmedo,


mientras que la tabiquería se ejecuta en seco; por ello, si el proyecto está en un
contexto de condiciones climáticas extremas, con tiempo ajustado o incluso con
limitado acceso a agua apta, será entonces esta condición la que se vuelva
determinante.

Este principio —aunque de simple comprensión— es relativamente de difícil


aplicación dado que es, por definición, integrado y ponderado. Es integrado
porque cada decisión de diseño repercute siempre sobre distintos factores, por
lo que no se puede aplicar el principio de simplicidad para un factor sin tener en
cuenta a los demás. Es ponderado, porque cada factor tiene un impacto relativo
en la dificultad de la tarea, dependiendo de las circunstancias propias del
proyecto.

Por ejemplo, la modulación —como veremos más adelante— es una técnica


común para simplificar las tareas de construcción. Cuando los diseños están
modulados de acuerdo a las dimensiones de los materiales se simplifican las
acciones en obra, entre otras cosas porque se deben hacer menos cortes, porque
las medidas de estos son constantes, porque todos los elementos son iguales y
no existe riesgo de equivocación de instalación de una pieza incorrecta, entre
otras cuestiones.
Supongamos un cielorraso suspendido en el que se tiene la opción de modular
los cortes en la estructura de madera de acuerdo a las dimensiones de las
planchas o modular los cortes de planchas de acuerdo a las dimensiones de la
madera. Asumiendo una equivalencia de desempeño para este caso, la aplicación
del principio de simplicidad obliga a analizar ambas tareas, y en forma integrada
ponderar cual tiene mayor impacto sobre la dificultad unitaria. Luego de analizar
cada uno de los componentes en ambos escenarios, se puede concluir que —en
un contexto tradicional— los cortes en las planchas de yeso, en comparación con
los cortes en madera, requieren herramientas más complejas, mayor precisión en
la acción de corte, mayor tiempo de ejecución, son de mayor fragilidad, mayor
costo por equivocación, obliga a tareas secundarias como la toma de juntas,
existen mayores riesgos de afecciones secundarias como humedad —entre otras
razones— por lo que la optimización integrada y ponderada de dificultad unitaria
es mayor.

Se concluye en esta situación supuesta que modular la estructura de madera de


acuerdo a las dimensiones de la placa de yeso genera una tarea de construcción
más simple.

b. Principio de reducción de tareas de construcción

El principio de reducción de tareas es la segunda manera intuitiva de reducir


dificultad de construcción desde el diseño. La elección de diseños prefabricados
(en todas sus posibilidades: abierta o cerrada, en terreno o en industria, etc.), que
especifiquen materiales discretos y continuos, que privilegien productos
industriales pre-terminados, que mantengan una modulación coherente, que
disminuyan la necesidad de tareas secundarias o auxiliares, que definan detalles
y soluciones de diseño más simples, entre otros muchos otros ejemplos, son
aproximaciones intuitivas al principio de simplificación de tareas de construcción.
En resumen, consiste en preferir aquellos diseños que se construyen con una
menor cantidad de tareas de construcción o —visto de otra manera— optimizar
los diseños para eliminar pasos, etapas y tareas de construcción en obra.

Este principio es sumamente importante porque es el principal argumento


analítico que explica la promoción de industrialización y prefabricación como
estrategia de diseño para aumentar la constructividad. Por ejemplo, un proyecto
que deba ser construido en un terreno rural con poca accesibilidad a recursos
productivos, de difícil topografía e inestable condición de suelo, con clima agreste
y dificultades de comunicación, prácticamente todas las tareas tienen alta
dificultad unitaria. A fin de aumentar su grado de constructividad, un diseño
podría tratar de eliminar la mayor cantidad de tareas de construcción en terreno,
y sustituirlas por tareas desarrolladas en un ambiente que cuente con indicadores
más favorables en relación a los factores negativos. El proyecto podría ser
prefabricado casi en su totalidad y luego transportado al sitio, donde las tareas
se reducen exclusivamente al montaje. Menor cantidad de tareas con menor
dificultad unitaria, implica una mayor constructividad.
Prefabricación e industrialización son dos términos diferentes, pero usualmente
confundidos. La industrialización es el proceso productivo seriado que utiliza
métodos, sistemas y técnicas racionalizadas, optimizadas, con intenso uso de
tecnología y altamente controlables para la elaboración de productos
homogéneos, de calidad uniforme y de estándares de desempeño certificados. La
prefabricación, en cambio, consiste en el proceso productivo en el cual tareas
específicas de una obra de construcción son parcialmente desarrolladas fuera del
sitio definitivo.

Por ejemplo, las puertas son tradicionalmente un producto que se compra


terminado a un proveedor, de dimensiones y características de desempeños
conocidas y seriadas, que es fabricado en una planta industrial con procesos
tecnológicos racionalizados y eficientes; es por tanto un producto industrializado,
y el diseño del edificio debe adaptarse a ella. En cambio, un proyecto de
construcción de un edificio con una cúpula superior que sea fabricada en una
industria y luego trasladada y montada en la torre, representa un ejemplo de
prefabricación. En este caso, la cúpula se realiza específica y únicamente para ese
proyecto y su (pre)fabricación respeta el diseño original. Industrialización y
prefabricación representan dos aproximaciones distintas al mejoramiento de
constructividad que operan bajo la lógica del principio de reducción de tareas de
construcción. Tanto la utilización del conjunto marco/puerta, como la
prefabricación de la cúpula en un lugar distinto al tope del edificio permiten
eliminar tareas en obra.

La industrialización y prefabricación como mecanismos de mejora de


constructividad actúan tanto de manera directa como indirecta. Los proyectos
con alto número de elementos y componentes industrializados, o proyectos en
que parcial o totalmente tengan partes prefabricadas trasladan un número de
tareas necesarias fuera del sitio de construcción a uno distinto donde no los
afectan los problemas propios del terreno. Pero estas estrategias de diseño
también actúan de manera indirecta: los componentes industrializados y/o
prefabricados no sólo reducen la cantidad de tareas en obra, sino que además
aprovechan las ventajas comparativas que existen en entornos de producción
controlados, con mayores y mejores recursos productivos; es decir, se agregan
las cualidades positivas de un entorno especialmente preparado para la
producción. Por ejemplo, la construcción de ventanales compuestos, que además
del vidrio integran capas de aislación térmica y/o acústica o dispositivos de
control térmico, representan trabajos extremadamente complejos de realizar en
obra; más aún, cuando las fachadas son complejas geométricamente, con tareas
previas de baja confiabilidad como la ejecución de obra gruesa o cuando los
materiales son de naturaleza inestable como la madera, la baja constructividad
puede amenazar directamente la calidad esperada del proyecto. Soluciones de
ventanas industrializadas eliminan todas estas tareas complejas del terreno,
permitiendo además agregar otras que serían imposibles en obra, como
tratamientos químicos, sellados al vacío y control de calidad instrumental.
La eliminación de tareas de construcción debido a la prefabricación e
industrialización existe en varios niveles: se reducen tanto las primarias como las
secundarias. En obras prefabricadas menor cantidad de acciones auxiliares son
necesarias (e.g., construcción de moldes y encofrados, andamios,
almacenamiento de materiales, limpieza, instalación de dispositivos de seguridad
para el desempeño de tareas, etc.) lo que refuerza doblemente el principio de
reducción de tareas. Es más, en general una manera fácil y rápida para conocer
el grado de prefabricación de un proyecto es examinar la cantidad de residuos
generados en la obra: a mayor cantidad de escombros, menor prefabricación.

El principio de reducción de tareas no sólo se materializa en las estrategias


de utilización de componentes industrializados o prefabricación de partes. La
simplificación de detalles o de procesos constructivos por reducción de partes
también representa aplicaciones efectivas de este principio.

Por ejemplo, la utilización de paneles de madera contrachapada en los tabiques


como elemento estructural arriostrante, frente a la solución tradicional de
encofrados elimina las acciones de medición, corte, clavado y ajuste de
diagonales, reducción y encastre de pies derechos y encamisado posterior del
tabique para recibimiento de terminación. Siguiendo el mismo contexto de
diseño en madera, el uso de conectores metálicos en sustitución de ensambles y
encastres entre piezas de madera (e.g., en confección de cerchas o en la unión de
piezas en ángulo) reduce notablemente la cantidad de acciones de corte y ajuste.

c. Principio de reducción de variabilidad de tareas de construcción

El principio de reducción de variabilidad de tareas es el tercer mecanismo de


reducción de dificultad de construcción desde el diseño. La especificación de
diseños con componentes estandarizados, la repetición de un mismo detalle
constructivo o especificación de familias de detalles que compartan
características comunes, el uso de componentes similares, la modulación
geométrica y constructiva de los espacios y componentes, el uso de soluciones
de diseño que se adapten a los productos disponibles en el mercado o la
reducción de tipos de materiales, componentes y elementos dentro de la obra,
entre otros muchos otros ejemplos, son aproximaciones intuitivas al principio de
reducción de variabilidad de tareas de construcción.

En definitiva, la repetición de características de diseño idénticas o similares


disminuye la dificultad total del proyecto: en otras palabras, consiste en preferir
aquellos diseños cuyas tareas de construcción necesarias resultan similares,
repetitivas y con menor variabilidad. Si el principio de reducción de tareas
propone eliminar todas aquellas que son prescindibles y luego el principio de
simplificación de tareas propone concentrarse en aquellas con menor dificultad
unitaria, el principio de reducción de variabilidad propone repetirlas lo máximo
posible en el proyecto a fin de tener el menor número de tareas diferentes
posibles.
Por ejemplo, un proyecto de pequeño tamaño en albañilería y estructura de Hº
Aº, la elaboración de armaduras para columnas y encadenados, así como los
encofrados e incluso la preparación del hormigón probablemente serán
realizadas a pie de obra por el equipo de obreros, utilizando métodos manuales
y herramientas básicas. A fin de aumentar el nivel de constructividad del
proyecto, el diseño podría estandarizar las secciones de elementos de hormigón
armado a fin de reutilizar los moldes el máximo posible y mantener consistencia
en un tipo (dosificación) de hormigón, a fin de evitar posibles errores o
contaminación del material. Las armaduras podrían ser idénticas en todas las
vigas, encadenados y columnas respectivamente, con sólo dos dimensiones de
hierros (principales y estribos) a pesar de la ineficiencia estructural que esto
puede significar. De esta manera, los armadores, por ejemplo, pueden construir
mesas con guías para la elaboración de estribos sin temor a equivocarse, y
optimizar el tiempo realizando una tarea repetitiva.

Este principio se fundamenta en el paradigma de la curva de aprendizaje, según


la cual tanto las organizaciones como las personas mejoran crecientemente su
desempeño a medida que más tiempo invierten desarrollando la misma
actividad. Esto se da tanto a nivel individual, dado como aprendizaje propio, como
a nivel corporativo, en términos de aprendizaje organizacional y optimización de
los recursos.

Siguiendo el ejemplo anterior, los armadores mejorarán en calidad y velocidad de


desempeño progresivamente a medida que deban continuamente repetir el
mismo diseño de armaduras y, dado que las tareas se mantienen invariables,
requerirán menos supervisión durante el resto de la tarea. Las dimensiones,
diámetros, ángulos y geometrías son las mismas: no sólo el operario las aprende
sino que resulta más fácil detectar un error por simple comparación. El oficial
puede construir guías y plantillas y, dado que son tareas repetitivas, los ayudantes
pueden confeccionar armaduras con la simple supervisión de éste. Igual situación
ocurre con los encofrados, hormigonado e incluso tareas como el vibrado: los
hormigonadores al cabo de dos o tres iteraciones ya habrán descubierto cuales
son los nudos más complejos de vibrar y habrán desarrollado una técnica especial
para ellos.

Visto en términos empresariales, la administración de la obra puede utilizar


mejores herramientas y materiales, dado que su repetición amortiza el costo. Se
optimiza el uso de la capacidad instalada y la inspección técnica se hace más
eficiente, pues se puede recurrir a sistemas de control de gestión repetitivos; en
general, la obra se hace más fácil de construir.

En la literatura referente al tema se alude a este concepto —entre otras


denominaciones— como estandarización, modulación, normalización,
unificación, las que comparten este mismo principio como base, aunque con
algunas diferencias; resultan todas válidas como estrategias de mejora de la
constructividad.
La estandarización o normalización son conceptos que se refieren a lo mismo: la
definición y utilización de normas o estándares que delimiten las características
o condiciones de realización de un producto o proceso en un contexto
determinado. Estandarizar en construcción significa definir con alta precisión las
características de un cierto componente, subcomponente o proceso constructivo
y utilizarlo con intensidad en el proyecto, a fin de homogeneizar y tener un mayor
control sobre el producto final; es una estrategia de mejoramiento de
constructividad que se fundamenta en el principio de reducción de variabilidad.

A mayor cantidad de características de diseño que respeten un mismo estándar


o norma, menor variabilidad en la tarea de construcción asociada. Por ejemplo,
si en un proyecto se define un estándar general para revestimiento de muro
según programa, independientemente de las condiciones de ubicación o
geometría de cada local, en obra las tareas de terminación se reducen a una gama
conocida y las tareas específicas derivadas de las particularidades de cada recinto
se eliminan.

La modulación se refiere a la definición y repetición de una misma unidad,


denominada módulo, en la construcción o elaboración de una totalidad mayor.
En ingeniería y arquitectura, esto puede tener dos vertientes de significado: una,
el módulo representa una dimensión geométrica, que se toma como unidad de
medida y sirve de base compositiva a través de su simple repetición o
combinación con variantes proporcionales; la otra, el módulo representa un
elemento o conjunto de elementos constructivos, de carácter unitario, que se
repite y articula con otros módulos equivalentes en la construcción de un
proyecto.

En ambos sentidos, el concepto esencial es la repetición de un mismo elemento


previamente definido, sea de tipo geométrico o constructivo, que finalmente
ocasiona que las tareas de construcción en obra sean también idénticas y
repetitivas. Por ejemplo, el diseño de la partición interior de un piso para oficinas
es típicamente un ejemplo del uso de modulación geométrica como estrategia de
mejoramiento de constructividad: estos recintos requieren una gran densidad de
tabiques, puntos de iluminación, centros eléctricos, instalaciones de aire
acondicionado, tendido de redes y equipamiento, que en un diseño libre
ocasionaría innumerables colisiones, encuentros no deseados y descoordinación
de elementos que llevaría a una inusitada cantidad de acciones constructivas de
cortes, ajustes, extensiones, desviaciones y correcciones, multiplicando por
varias veces la complejidad, duración y costo de construcción, donde la falta de
coordinación resultaría la regla y no la excepción.

Respecto a la segunda estrategia de mejoramiento de constructividad —la


utilización de módulos constructivos— usualmente se da por prefabricación, es
decir, aquella que forma unidades física y funcionalmente independientes, que
se fabrican en una planta y luego se traslada al sitio de obra donde se montan y
articulan con otros módulos.
Obradores y hospitales de emergencia son ejemplos, así como ocurre en un
proyecto educacional, donde todos los salones de clase son muy similares y
perfectamente podrían normalizarse y constituirse en un módulo de diseño, con
todas sus características idénticas. En obra, los equipos tendrían que ejecutar
cierta cantidad de módulos de salas de clase in situ con todos los beneficios de la
repetición, pero sin acudir a la construcción prefabricada.

d. Principio de flexibilidad de elección de tareas de construcción

El principio de flexibilidad de elección de tareas de construcción es el menos


intuitivo de todos, resultando hasta cierto punto contrario a nuestra percepción,
especialmente en un contexto de formación de diseñadores como controladores
absolutos de todo el proceso de producción de edificios. Según este principio,
proyectos en los cuales la determinación de las tareas de construcción es flexible
para el constructor —entre una cierta gama de posibilidades que con diferentes
procesos constructivos obtienen los mismos resultados de diseño— tienen mayor
grado de constructividad. El principio de flexibilidad no significa diseñar sin definir
las tareas de construcción; significa privilegiar aquellos diseños que tienen más
de una manera de construirse.

Desde el punto de vista analítico, se parte de que la preferencia de características


de diseño que permitan al constructor mayor cantidad de posibilidades de
elección de tareas de construcción para obtener un mismo resultado final,
implican finalmente una menor dificultad de ejecución, dado que éste por
definición optimizará la opción que tenga menor dificultad unitaria, ceteris
paribus.

Este mecanismo y consecuente principio de construcción se basa en la presunción


de conocimiento experto, el que reconoce que el saber específico sobre procesos
de construcción es propio del constructor, no de los diseñadores.

A partir de esto, se asume que las decisiones específicas en estas materias son,
por definición, mejores cuando son tomadas por los constructores. Por su propia
naturaleza, los constructores privilegiarán el mejor y eficiente desarrollo de la
obra, anteponiendo estas preocupaciones por sobre otras, como por ejemplo la
calidad arquitectónica de un edificio; por supuesto, es imposible asegurar que
esto sea así en todos los casos, pero se presume que es el criterio general. Basado
en esta presunción, el principio de flexibilidad de elección privilegia aquellas
características de diseño que, salvaguardando el mismo resultado final —y esto
es clave— permiten que la elección de tareas de construcción necesarias sea
tomada por el constructor.

En otras palabras, el principio de flexibilidad de elección de tareas de


construcción reclama que los diseñadores aumenten aquellas características de
diseño que pueden ser construidas de varias maneras posibles y permitan que la
elección final sea tomada por el constructor.
Por ejemplo, en un proyecto de vivienda de paneles de madera, el lugar donde se
fabriquen los paneles es indiferente al resultado final. Entre otras opciones, se
podría (pre)fabricar los paneles en una planta industrial con ambiente altamente
controlado y trasladarlos a obra; prefabricar los paneles en el terreno, en una
planta cercana a pie de obra con ambiente semicontrolado y luego moverlos al
punto exacto de montaje; o fabricar los paneles exactamente en su posición final
a través de un procedimiento constructivo clásico. Si en todos los escenarios los
paneles son fabricados cumpliendo exactamente los requisitos de diseño y con
los mismos estándares de calidad (materiales, geometría, tolerancias, etc.) la
decisión final acerca de dónde fabricarlos depende de las condiciones y recursos
de construcción específicos del proyecto, más que del diseño mismo o del
resultado final.

Así, la opción de prefabricación industrializada permite mayor grado de control


sobre los procesos y mayor eficiencia en la producción seriada, pero requiere
infraestructura especial (espacio para la fabricación, almacenamiento de
materiales y paneles, etc.) y condiciones propicias para el traslado (buenas vías
de accesibilidad, recursos para la carga y descarga, transporte adecuado, etc.). En
el otro extremo, la opción de fabricación en su posición final evita el traslado,
reduce el espacio de almacenamiento y elimina la necesidad de infraestructura
para prefabricación, pero requiere de una mayor supervisión y control para el
aseguramiento de calidad, lo que aumenta el riesgo de demoras y retrasos. El
constructor seleccionará la opción que mejor se ajuste a su disponibilidad de
recursos y condiciones de obra: probablemente si el proyecto corresponde a una
zona de clima desfavorable donde el tiempo de construcción al aire libre debe
reducirse al mínimo, el constructor optará por la prefabricación industrial; si las
condiciones de accesibilidad al terreno para vehículos grandes son complejas
pero el terreno mismo tiene mucho espacio disponible, probablemente optará
por prefabricación a pie de obra; o si no existen instalaciones industriales
disponibles y la mano de obra calificada para supervisión es abundante, la opción
será de fabricación tradicional. La oportunidad de elegir es lo que hace que la
decisión se optimice y la dificultad de construcción disminuya. Desde el punto de
vista del diseño, la constructividad se aumenta al especificar un panel que pueda
ser fabricado en los tres escenarios y que no tenga características específicas que
obliguen a optar por una u otra opción.

El principio de flexibilidad de elección de tareas de construcción exige a los


diseñadores la renuncia al control total del proyecto, lo que —aunque sensato—
es todavía discutido en ciertos sectores. El profesional ya no es el architekton de
la antigüedad o master maçon del Medioevo, que controlaba desde la elección
de muebles y tapices hasta la dirección de los obreros. En la industria actual, los
constructores pueden tomar mejores decisiones sobre los procesos de
construcción, y la esencia de este principio es darles aquel poder tanto como sea
posible, sin sacrificar las características del producto final. El principio de
flexibilidad reconoce que los ingenieros son los responsables del producto final y
de su desempeño, pero demanda que sean elásticos en las demás decisiones.
No debe malinterpretarse el principio de flexibilización como de falta de
compromiso con la construcción por parte del diseño. La indefinición de tareas y
traspaso de toda la responsabilidad al constructor cae en el equívoco de la
división de tareas sin integración, y significaría diseñar sin tomar en cuenta la
realidad del proceso constructivo ni considerar los factores de construcción y eso
es justamente lo que la constructividad trata de evitar. El principio de flexibilidad
exige al diseñador ser totalmente consciente y comprometido con los procesos
de construcción de sus obras, al punto de ser capaz de definir opciones y dentro
de éstas dar al constructor la posibilidad de optar por la más eficiente según su
propio criterio.

El principio de flexibilización de elección de tareas de construcción puede ser


aplicado en todas las etapas de desarrollo del proyecto con diferente énfasis y
nivel de detalle, pudiendo o no existir participación directa del equipo
constructor; en un escenario ideal, el principio se aplica en un contexto gradual y
participativo. Por ejemplo, en una primera etapa de diseño el proyecto podría
oscilar entre utilizar prefabricación o no: el constructor es requerido para decidir
que opción es más eficiente para el diseño propuesto, considerando los recursos
de construcciones disponibles. Con el desarrollo del proyecto y llegado cierto
punto de avance, nuevamente se enfrenta un planteo que permite diferentes
posibilidades de construcción; así el equipo constructor es requerido para decidir,
e.g., el largo de las vigas principales, que podrán ser más largas y unitarias
(aunque más dificultosas para el traslado) o más cortas y fáciles de mover (pero
implicando más uniones en obra). Esta dinámica de participación requiere una
interacción continua y constante entre un equipo diseñador propositivo de
muchas opciones y otro constructor analítico y resolutivo.

Sin embargo, como es obvio, no siempre es posible. En muchos casos los equipos
diseñadores deben desarrollar los proyectos en forma aislada o con muy baja
participación de profesionales de obra; es precisamente en este contexto menos
favorable, cuando el principio de flexibilidad se hace aún más crítico. La tendencia
general entre los diseñadores enfrentados a estos encargos es la definición
absoluta de todos y cada uno de los más mínimos detalles de proyecto,
incluyendo la definición de tareas de construcción. No obstante, el precio que ello
implica es la renuncia a la optimización potencial debido a la falta del
conocimiento experto de construcción.

Aplicando el principio de flexibilidad, más opciones de realización pueden


plantearse respondiendo al mismo producto final —sin implicar indefinición— lo
que permitiría al equipo constructor decidir y facilitar el desarrollo de obra.
Incluso en contextos donde tradicionalmente se exige la mayor definición posible,
por ejemplo, en proyectos cuya construcción será licitada públicamente, la
aplicación del principio de flexibilidad acarrearía mayor eficiencia. Si un proyecto
licitado planteara diferentes opciones de construcción, cada postulante podría
elegir la más conveniente según sus propios recursos, experiencia y
conocimiento, disminuir la dificultad de construcción y —consecuentemente—
los costos, resultando así una licitación más efectiva.
4. Secciones de un edificio

Para alcanzar los objetivos propuestos es necesario descomponer la unidad del


edificio genérico en secciones de estudio, dentro de las cuales se pueda hacer con
facilidad la comparación entre exigencias y prestaciones. Una primera
descomposición se realiza en las cinco partes esenciales:

x Exterior
x Estructura
x Compartimentación
x Instalaciones
x Envolvente

La estructura y las instalaciones son campos del conocimiento que cuentan con
ingenieros especialistas; en tanto, la envolvente y la compartimentación, cuya
complejidad es creciente con el desarrollo de la tecnología edificatoria, cuentan
con especialistas en una solución concreta y dependientes comercialmente de la
empresa que produce la solución, pero no existen profesionales cuya experiencia
domine de manera amplia e independiente tanto problemas como soluciones.

El objetivo final será dar criterios de elección y adaptación, entre las soluciones
existentes, de la más conveniente al problema planteado. Previamente, entonces
será menester saber plantear correctamente los problemas (es decir, en cada
caso particular, definir y cuantificar todas las exigencias derivadas de los objetivos
enunciados); y luego, en relación con las soluciones genéricas existentes
(definidas por sus formas, materiales y prestaciones) saber evaluarlas, escoger la
más adecuada y –finalmente- adaptarla a cada caso concreto.

Una manera de evaluar el peso relativo de cada una de las partes en estudio es
vincularlas con las patologías ocurridas en edificios, para lo que podemos acudir
a las cifras que nos brindan las compañías aseguradoras respecto a su origen:

x 36 % en envolvente (25 % fachadas, 11 % cubiertas)


x 26 % en estructura (15 % cimentaciones, 11 % parte aérea)
x 15 % en compartimentación
x 12 % en instalaciones
x 12 % en el conjunto del edificio

Como se observa, la envolvente es la parte más expuesta a fallas, justamente por


ser la más compleja y donde no encontramos justamente especialistas en su
campo de aplicación; además, es la de mayor peso en la faz estética y la que
requiere mayor creatividad por parte del proyectista.

No debe olvidarse que el objetivo final será la síntesis, imprescindible para


concebir algo tan complejo como un edificio; éste, para estar bien resuelto, será
más que la pura adición de sus partes dado que las interrelaciones entre éstas
son decisivas en el resultado global final.
Como se ve en las estadísticas anteriores, buena parte de los problemas de una
parte se derivan de acciones provenientes de otra: alteraciones en la fachada son
consecuencia de fallas en la estructura o en las cubiertas, o las de la
compartimentación por fallas en las instalaciones, por ejemplo. La gran dificultad
que presenta el trabajo de crear edificios satisfactorios, siguiendo los
lineamientos de los objetivos enunciados al inicio, es conseguir el equilibrio
efectivo entre tantos requerimientos potencialmente opuestos que afectan tanto
a la materia como al espacio.

Surge entonces la pregunta: ¿existe algún método que simplifique y permita


abordar lo antes expuesto con mayor facilidad? Lamentablemente, la respuesta
es negativa, si bien pudo haber sido posible hasta hace unas décadas, cuando se
trataba de la utilización razonable de unos pocos recursos limitados.

Pero tanto los intentos de prefabricación, que no han logrado sustituir a los
métodos tradicionales, como las tendencias opuestas de la arquitectura moderna
—desde las que proponen la racionalidad constructiva y funcional a las que casi
postulan la inmaterialidad de los edificios— nos brindan actualmente un
panorama confuso y que no admite respuestas simples.

En resumen, se debe tender a una formación destinada a manejar críticamente la


información cada vez más extensa, cambiante, compleja —y muchas veces
sesgada— sin pérdida de la visión de la globalidad.

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