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Ediciones Al Margen
AGRADECIMIENTOS
Ana Natalucci
INDICE
Agradecimientos
Prólogo
Introducción
Federico Aringoli
Bibliografía
Estamos frente a un libro cuyo eje problemático está puesto en los Movimientos
Sociales y en muchas de las temáticas que rodean a estos fenómenos contemporáneos.
Estamos frente a procesos e interpretaciones que, como podemos observar en estas páginas,
llegan a resignificar memorias y pasados.
Bibliografía citada
Buchler S. y Cylke F. (1997) Social Movements. Perspectives and Issues, California, Mayfield
Publishing Company
Santos, Boaventura de Sousa (2006) Conocer desde el Sur. Para una cultura política
emancipatoria, Lima, Fondo Editorial de la FCS de la Universidad Nacional de San Marcos.
INTRODUCCION
Danny Trom
Introducción
La renovación que marcó las teorías de la acción colectiva desde hace una decena de
años bajo la etiqueta frame perspective contribuyó a poner en evidencia la importancia de los
2
procesos cognitivos y normativos en las dinámicas de la movilización . Las dimensiones
llamadas “ideales” son desde allí entendidas como producto de las interacciones y, a ese título,
asequibles mediante una observación empírica. Esta inflexión acontece al mismo tiempo que la
sociología francesa manifiesta su preocupación por desarrollar una aprehensión más procesual
o emergentista de las entidades colectivas que son los movimientos sociales así como una
3
captación más comprensiva de los acontecimientos públicos (Quéré, 1994; 1995; 1996) . Se
actualizó igualmente el interés por el sentido de la injusticia (Gamson, 1992) y, más en general,
por las competencias morales de los actores (Jasper, 1997) y la construcción de bienes
comunes en las interacciones (Williams, 1995; Çapek, 1993), paralelamente al agotamiento
sufrido por la sociología de la crítica en Francia. Esto último se liga a la exploración de las
competencias ordinarias de los actores (Boltanski y Thévenot, 1991). Sensible a las dinámicas
de pasaje a la política, ésta igualmente se propone dar cuenta de tanto de regímenes de acción
diferenciados como de su articulación (Boltanski, 1990; Thévenot 1990; 1998). La reflexión
sobre el estatuto del motivo en el dominio de la acción colectiva y los movimientos sociales
(ACMS) se basa en la convergencia de estas dos opciones: la “aproximación cultural” de la
sociología de la ACMS, y la sociología pragmática tal como se desarrolla desde hace más de
diez años en Francia.
Los límites y las debilidades de los trabajos que se proponen situar las nociones de
vocabulario o de gramática de los motivos en el centro de una teoría de la ACMS, heredados
de K. Burke (169a y 1969b) y de Wright Mills (1940a), han sido revisados en otro trabajo. Los
“marcos motivacionales” generalmente se conciben como fabricados por las personas
comprometidas en la acción y, a veces simultáneamente, como situados en un contexto o en
un clima cultural que los pone a disposición para la acción (Show y Benford, 1992; Gamson,
1988). Sin embargo, la instancia de la situación, tan central para Goffman y para Mills, es
1
Publicado en CEFAÏ Daniel y TROM Danny (2001): Les formes de l’action collective. Mobilisations dans des arènes
publiques, (París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales). En el original Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs.
2
Este artículo resulta de un documento de trabajo que se benefició de los comentarios de Liora Israël, Daniel Cefaï y
Jean-Philippe Heurtin. Agradezco a Pascal Laborier, Claudette Lafaye, Daniel Cefaï y Louis Quéré por sus críticas y
sugerencias que han mejorado mucho la calidad de este artículo. El texto se ha nutrido en gran medida de las múltiples
discusiones mantenidas con Daniel Cefaï quien encontrará aquí, más allá de nuestras opciones respectivas,
elementos de nuestro proyecto común.
3
Para un tratamiento de la naturaleza de las entidades colectivas que son los movimientos sociales y una denuncia de
la ilusión nomológica, ver también Eder (1991) y Melucci (1989). Sobre el carácter procesual de los acontecimientos
públicos remitimos a Sewell (1996).
desatendida. El concepto de “resonancia” articula estos dos planos sin que se disponga de una
especificación de los mecanismos susceptibles de iluminar sus vínculos. La faz explicativa de
la frame perspective se enreda, entonces, en un razonamiento tautológico. La aproximación
aparece, in fine como una tentativa de dar cuenta de la acción colectiva en términos de
movilización de recursos cognitivos y normativos. La reevaluación de los motivos viene así a
trastocar la jerarquía de recursos movilizables sin jamás dar cuenta de la teoría de movilización
de recursos (TMR) desde sus fundamentos. Los promotores no pudieron escapar a estas
aporías (Benford, 1997; Silver, 1997; Williams y Benford, 2000) y la teoría tampoco fue
corregida de manera convincente. Estipulando, por ejemplo, que la exactitud de un frame
depende de una “fidelidad narrativa” (Benford y Snow, 2000), esta noción ancla el trabajo
cognitivo en un sentido común que permanece aún indeterminado. Al concebir el contexto
cultural como una estimulación de la actividad de encuadre, la teoría resulta tautológica. Una
verdadera ruptura en la circularidad del pensamiento supondría, en efecto, tomar una distancia
más neta con la concepción instrumental de la acción, especificar el estatuto acordado a la
“cultura” (Williams 1995; Polletta, 1997; Jasper, 1997; Kubal, 1998; Williams y Kubal, 1999),
tomar en cuenta la estructuración normativa del espacio público.
La vía alternativa que será esbozada aquí consiste en repensar el estatuto de los
motivos en el dominio llamado clásicamente ACMS, rompiendo con la connotación subjetiva y
causal del término que los promotores de la frame perspective mantuvieron a pesar de las
referencias firmes de Burke y Mills. Así, los motivos serán considerados como pretensiones de
validez normativa consustanciales con los compromisos en la acción. El gesto inaugurado por
el giro cultural en el que se inscribe la frame perspective merece así ser profundizado y
prolongado, incluso radicalizado a pesar de sus lagunas. El motivo, en un sentido que
permanece aquí todavía demasiado vago, aparece como la instancia donde se juega la
especificidad de los fenómenos que nos interesa abordar, designados pero no aclarados por la
expresión ACMS.
El recorrido propuesto en este artículo comporta dos etapas. La primera será
consagrada a explorar la especificidad de un cierto género de actuación que se desprende,
sobre el fondo de una distinción entre lo plural y lo colectivo, de la categoría demasiado global
4
de “acciones colectivas” . El motivo, entendido como razón de la acción, aparecerá articulado
sobre una gramática específica que confiere un estatuto particular a las actuaciones llamadas
“movilizaciones”. En este contexto, la pragmática de la acción de Mills ofrece un marco de
análisis particularmente fecundo dado que apunta a aprehender la acción en tanto ella está
siempre situacionalmente constreñida por un vocabulario de motivos disponibles. La segunda
parte del artículo explorará las vías de un ajuste de la pragmática millsiana a una aprehensión
de las actuaciones tal como fueron definidas en la primera parte. Tal ajuste supone tomar a
contrapelo las lecturas de Mills prevalecientes en la sociología contemporánea de la ACMS, en
particular se trata de entender los motivos como entidades más amplias, que no sean ni
4
N. de las T.: Traducimos el término performance como “actuación” y action como “acción”.
intersubjetivamente negociadas, ni causales, pero sí impersonales y contextualmente forzadas
por el juego de reglas de los actores implicados en una arena pública.
5
Sobre las diferentes maneras de aprehender las entidades colectivas bajo una perspectiva gramatical referimos a
Culter (1982, 1996); Kaufman y Quéré (2001).
6
Para una tentativa de esta naturaleza véase Collins (1981, 1988); Tilly (1986).
(Ricœur 1990: 182) particularmente bien ajustada al dominio aquí considerado. La elección de
tal unidad de observación bloquea toda tentación de regresión atomista hacia las acciones
elementales, puesto que esas últimas son ya recogidas, encadenadas en las unidades de
7
rango superiores que son las actuaciones . Ellas cobran sentido en un vasto medio de
prácticas e instituciones compartidas fuera del cual no serían ni siquiera identificables como
acciones de un cierto tipo (Wright, 1971; Quéré, 1994). En particular, su identificación supone
la existencia previa de un lenguaje institucional. De suerte, los enunciados que les conciernen
son irreductibles a una conjunción de enunciados psicológicos referidos a acciones de
individuos (Mandelbaum, 1973). Necesitamos explorar más en detalle, precisamente, este
lenguaje específico, esta gramática política ligada a ciertas actuaciones. De cualquier manera
este lenguaje no se deja aprehender fuera de contexto: la actuación aparece precisamente
como el momento en el que cobra forma, se compone. Cuando intentamos determinar aquello
que comprende el dominio de la “movilización”, aparecen inmediatamente cierto tipo de
configuraciones que brindan buenos ejemplos. Espontáneamente, subsumimos en esta
categoría ciertos fenómenos sin que sintamos la necesidad de definirla con rigor. La
identificación de formas de la acción de protesta contenidas en el repertorio moderno descrito
clásicamente por Tilly (1986) constituye una tentativa de cartografiar las maneras de hacer,
normadas y regulares, de las formas de exponer la protesta en el espacio público:
manifestaciones, reuniones, sit-ins, desfiles, carteles, peticiones, son algunas de las formas
susceptibles de ser actualizadas, reconocidas y comprendidas. Tienen una significación propia
que se incorpora en el proceso de su producción y de su recepción. Se dejan aprehender
empíricamente como formas culturalmente sancionadas y, por lo tanto socialmente
compartidas. Pero la actualización de estas formas supone una serie de actuaciones
adecuadas a las situaciones, así como la observación de reglas de interacción determinadas,
haciendo que un orden adecuado sea construido colectivamente y mantenido durante un lapso
determinado. Las configuraciones que de ello resultan son entidades efímeras (Cardon y
Heurtin, 1990).
En un plano morfológico, las configuraciones contenidas en el repertorio construido por
Tilly impresionan por su heterogeneidad. Muchas de ellas, tales como las manifestaciones y
otras formas de concentración, son susceptibles de ser objeto de una aproximación ecológica,
puesto que siempre suponen una acción en conjunto y una presencia corporal de un gran
número. La ecología de las situaciones permite entonces actualizar las competencias de orden
ecológico, en particular las vinculadas con el agrupamiento (Gamson, 1988) que las
actuaciones situadas suponen. Una entidad colectiva actuante -un “movimiento social” por
ejemplo-, es susceptible de ser abordado como un encadenamiento o una concatenación
espacio-temporal de actuaciones empíricamente observables (Tilly, 1993). Nuestro juegos de
lenguaje nos llevan a atribuir estas actuaciones a un ser colectivo. Esta manera de pensar a las
7
La definición weberiana de la acción social como una actividad dotada de un sentido que trasciende siempre la
acción, fue construida contra esta tentación. Con el mismo espíritu, J. Habermas (1987) descarta las “acciones de
base” de Danto (1968) con el argumento de que los movimientos corporales co-efectúan una acción social que no se
manifiesta como tal más que en una red de significaciones socialmente disponibles.
entidades colectivas actuantes en tanto emergentes de procesos de conexión espacio-temporal
de micro-situaciones recurrentes, abre una vía a la exploración de fenómenos de más amplia
8
envergadura . Estos procesos no pueden ser concebidos como exteriores a las actuaciones en
sí mismas puesto que exhiben, en el curso mismo de su desenvolvimiento, la identidad
diacrónica de un agente, la continuidad y permanencia de un colectivo (Somers, 1992, 1994).
Sin embargo, son también exteriores y posteriores a la acción: son productos de macro-
acontecimientos (como la Revolución) atribuidos a actores colectivos (el Pueblo, por ejemplo)
(Sewell, 1996).
Otras configuraciones responden a lógicas diferentes, en tanto ellas suponen e ilustran,
en grados diversos, la legitimidad de una disociación analítica entre lo plural y lo colectivo. Las
9
forma “affaire” (Claverie, 1994) que implica una denuncia sonora de una situación escandalosa
realizada por una persona de goza de notoriedad, constituye tal vez el ejemplo más
contundente de esta disociación. Pero hay otros. Así, la petición autoriza una reunión de
personas en una lista y la inscripción de su presencia por medio de la firma, jugando, en grados
variables en torno a una composición de efectos a partir del nombre y de la reputación. En
cuanto a la huelga de hambre, se apoya en un compromiso corporal singular de aquel cuyo
nombre no tiene notoriedad (Siméant, 1998).
Si la actuación constituye la unidad de análisis pertinente -pues permite evitar el doble
escollo del nominalismo y de la reducción individualista de las entidades colectivas-, permite
igualmente trazar una frontera entre la acción común y esta subclase de acciones colectivas
10
que es la movilización, evitando la confusión clásica entre lo colectivo y lo plural .
Así, podemos adelantar que una actuación pertenece al género “movilización” cuando
comporta un trabajo de formación política de un colectivo y no solamente la coordinación de
muchas personas. En este preciso sentido, las formas de acción surgidas de la movilización se
distinguen de otras formas de acción común: producidas en el horizonte de una política,
suponen la construcción de colectivos con miras a acciones transformadoras (Pitkin, 1972). La
noción de actuación subraya también que las acciones pueden triunfar o fracasar. Se abre así
un espacio analítico al interior del cual el dominio considerado puede ser repensado como un
conjunto de actuaciones que se caracterizan por la actualización de una gramática política
compartida (Boltanski, 1990) que trasciende los rasgos propiamente ecológicos de las
configuraciones que ellas actualizan.
8
Sobre el abordaje de entidades macrosociales como encadenado espacio-temporal de una multiplicidad de
interacciones rituales tangibles, ver Collins (1981) y Tilly (1986).
9
N. de las T.: Mantenemos el término francés original ya que la traducción (asunto o caso) es menos aplicada en el
lenguaje corriente. Tanto en inglés como en español es usual la denominación francesa.
10
Las grandes síntesis programáticas de la sociología de la ACMS reducen sistemáticamente la movilización a las
formas de actuar en conjunto. Cf., por ejemplo, McAdam, Tarrow y Tilly (1996).
un “nosotros” -necesario para la composición de un colectivo- y del pasaje de lo “privado” a lo
“público” -que supone el establecimiento de un patrón de justicia (Ptikim, 1972)-. Esta dinámica
de colectivización y de publicitación comporta la actualización de formas de conexión con los
otros y la apelación a estándares públicos relativos a las cuestiones de justicia. Decir que las
actuaciones son “producidas en el horizonte de una política” significa, por lo tanto, que
requieren la constitución mutua del “nosotros” y de “lo justo” (Pitkin, 1981) en el momento
mismo de su realización. Ellas son regidas por una gramática que permite articular un interés
(inter-esse), entendido como eso que, en un mismo movimiento, separa y religa a las personas
y proporcionan un zócalo normativo al colectivo. En ese sentido, la pretensión (claim) misma de
hablar en nombre de un colectivo confiere al lenguaje un carácter intrínsecamente político
11
(Cavell, 1996) .
Esta definición nos invita a explorar el conjunto de actuaciones que se articulan con la
ayuda de un lenguaje específico: junto con un repertorio clásico de la acción colectiva se perfila
entonces toda una gama de actos de queja, reclamo, protesta o reivindicación, que configura
una gramática política con el fin de acceder a la visibilidad y a la legitimidad pública. Dinámicas,
sometidas a grados de publicidad diferenciados, estas actuaciones aseguran el pasaje a lo
público. En esta exploración, debe otorgársele una atención particular a la actividad de hacer
pública una voz (Quéré, 1990), así como a la reversibilidad entre situaciones públicas y no
públicas (Cardon, Heurtin y Lemieux, 1995; Gamson, 1992). Esta reversibilidad puede ser
captada en el pasaje de los “bastidores” a la “escena” (Eliasoph, 1990; Kubal, 1998), en el
viraje de una relación no problemática con el entorno a un compromiso que necesita una
argumentación reflexiva (Thévenot, 1990; 1998; 2000) o hasta en los momentos en que surge
una “perturbación” (Bréviglieri, Stavo-Debauge y Trom, 2000).
Esta perspectiva permite discernir mejor lo que se llama más allá del atlántico
“contentious politics” (Mc Adam, Tarrow, Tilly, 1996) que comprende desde actos individuales
de demanda o reclamo hasta fenómenos tales como la huelga general. Estas diferentes
actuaciones tienen como denominador común el trabajo siempre incierto, a tientas,
problemático, de conexión de la acción en un colectivo. La distinción propuesta entre lo plural y
12
lo colectivo sugiere, entre otras, un desdoblamiento interno del sujeto de la acción . Las
acepciones del concepto de representación distinguidas por Pitkin (1967) permiten precisar lo
que implica este desdoblamiento y retomar en un nuevo sentido la problemática de las
“acciones secundarias” (Ware, 1988): se trata de los casos en los que sólo algunos actúan
mientras que la acción se atribuye a un colectivo más extenso. Un primer caso es aquel en el
que un número restringido de personas que forman parte de un colectivo, lo representan en la
acción. La representación del colectivo puede igualmente corresponder, por delegación, tanto a
una sola persona como a un número restringido de personas. En ese caso, la persona
autorizada o el vocero representan al colectivo en el sentido de que actúan para él (acting for) o
11
Como lo nota S. Laugier (1998), el “yo” como el “nosotros” deben ser considerados como climes [N. de las T: en
inglés demanda].
12
N de las T: Aquí respetamos el término “plural” utilizado por el autor que sugiere un agrupamiento de individuos sin
que esto implique la conformación de un movimiento o grupo cohesionado.
en su nombre. La representación es aquí una verdadera actividad, según Ptikin, en tanto el
representante es en algún sentido un instrumento que actúa en lugar del colectivo, que es el
13
“verdadero” sujeto de la acción . En fin, una sola persona, o un número restringido de
personas, representa a un colectivo en tanto actúa “en lugar de” (standing for) un colectivo,
cuando su acción simboliza alguna cosa que no está presente en la situación. Esta figura está
estrechamente ligada a la encarnación, subraya Pitkin: la representación es aquí un modo de
existir, la acción consiste en “hacer visible”, encarnando un colectivo que no está a la vista.
El agenciamiento de estas diversas figuras de la representación, a menudo implicadas
unas en otras, permite circunscribir la gramática política de las actuaciones consideradas. En
efecto, éstas articulan a un colectivo a través de una acción, explicitando los estándares de lo
justo que reclaman, en un lenguaje que autoriza la expresión de un “tercero común” (Heurtin,
1999). La validez y la eficacia de las actuaciones son, por lo tanto, limitadas por las críticas
susceptibles de deshacer los lazos todavía provisorios entre “acción” y “colectivo”. La
movilización sostiene al colectivo a través de un trabajo continuo de representación, que
supone formas de calificación y de equiparación de personas (Boltansky y Thevenot, 1991), al
mismo tiempo que lo expone al público. Las acusaciones de incompletud, de ilegitimidad, de
pérdida de representatividad o de ausencia de tipicidad fragilizan o escinden continuamente los
lazos más o menos sólidos y durables entre acción y colectivo, amenazando de anamorfosis,
en virtud de las pruebas sucesivas, a las entidades colectivas estabilizadas.
En la medida en que ellas “representan” o “encarnan” un colectivo, las actuaciones
consideradas se apartan decididamente de la modalidad que adquieren las acciones realizadas
“entre muchos”. La cuestión de la coordinación no se plantea en ese caso, puesto que las
acciones “presentifican” al colectivo ausente y exhiben su actividad de representación al juicio
del otro. Se conforman como una gramática comúnmente compartida, hacen aparecer su
zócalo propiamente político. Precisamente sobre el fondo de una gramática tal el motivo
aparece como un aspecto central en el análisis de las movilizaciones. La dimensión normativa
de las actuaciones viene a alojarse en los motivos.
13
Esta figura de la representación-delegación, que sostiene un actuar “según los intereses de” o “en beneficio de”,
supone cambio la acción de rendir cuentas (accountability): el delegado tiene que responder al colectivo delegatario
(Manin, 1996).
a maximizar los efectos de la acción, parece contradecir frontalmente el texto programático de
Mills en el cual el motivo no es ni subjetivo ni causal sino consustancial a la acción situada.
La concepción de Mills ha penetrado poco el dominio de ACMS. Ha sido sobre todo
retomada por la sociología de la desviación (Berard, 1998). No obstante, el motivo es
demasiado a menudo confundido con el móvil. Así, las excusas y las justificaciones aparecen
como técnicas de calificación y de recalificación ex post de cursos de acción fracasados, en
situaciones en las que las personas son sometidas a una acusación de infracción a las leyes
penales o a las prescripciones reglamentarias (Sculy y Marolla, 1984; Ray y Simona, 1987;
Kalab, 1987). El vocabulario de los motivos es la instancia que ordena a grandes rasgos los
dispositivos de atenuación de la responsabilidad, mantiene una identidad normal y asegura así
la reorientación de un orden normativo.
Si uno desea volver fecunda la perspectiva de Wright Mills en el estudio del dominio de
la movilización, conviene romper con esta interpretación demasiado restrictiva. Las actuaciones
no son exclusivamente cursos de acción seguidos, sino compromisos en la acción
reivindicativa. El motivo no vuelve únicamente sobre las actuaciones ya cumplidas sino que
describe también las condiciones de posibilidad del compromiso en la acción de protesta. La
dimensión normativa de la acción se deja así aprehender bajo la forma de la acción motivada,
es decir, de la acción que se capta públicamente junto con sus razones. La acción motivada se
consuma tanto configurando el contexto apropiado para su aprehensión como tematizando, en
un mismo movimiento, el estatuto del agente. En tanto que tal, no es separable de su
efectuación, puesto que ella asegura su dimensión intencional y teleológica (Taylor, 1970). La
teoría millsiana, que sitúa la motivación en el centro de la articulación entre el presente de la
acción y la situación, merece entonces una reevaluación.
14
Wright Mills no puede conocer el modelo “dramático” de Burke, que será desarrollado plenamente recién con la
publicación respectivamente en 1945 y 1950 de A grammar of Motives (Burke, 1969a) y A Rhetoric of motives (Burke,
1969b). Probablemente Goffman (1973) y Gusfield (1981, 1989) hicieron el uso más fecundo de estas ideas, en
particular a través de la noción de staging. El modelo de las relaciones humanas que Burke llama “framatism” es
bosquejado a partir de la identificación de formas elementales de pensamiento que, de acuerdo con la naturaleza del
mundo, tal como todo hombre la experimenta, son ejemplificados en la atribución de motivos.
15
La aproximación dramatúrgica a los movimientos sociales (Benford y Hunt, 1992) que merece un examen aparte,
utiliza la metáfora teatral para dar cuenta de la interacción humana. Los actores, en un contexto sociohistórico dado,
actúan para otorgar sentido y nombrar sus fines. A través de un proceso de comunicación a una audiencia, un universo
simbólico se objetiva (Gusfield, 1981). La influencia de Mead y de Burke, especialmente a través de los trabajos de
Gusfield, es aquí determinante. La pragmática de Wright Mills no es sin embargo simbólica/teatral sino gramatical.
acciones unas con otras y “alineando la conducta sobre las normas” (lign up conduct with
normes).
Esta lectura intrínsecamente social del motivo como una instancia que autoriza la coordinación
de la acción en situación y asegura el mantenimiento y la reconducción del orden social
reconoce su deuda con Weber. Mills define, en efecto, el motivo, siguiendo a Weber (1984),
como un complejo de significaciones que aparece, tanto para el actor mismo como para sus
socios o para un observador eventual, como el fundamento adecuado de su conducta. Estas
significaciones no son personales: ellas están circunscritas por un vocabulario de motivos
aceptables respecto a la situación. Wright Mills llama “vocabulario típico de motivos” a una
configuración estables de razones de la acción. Los motivos son producidos y recibidos como
otras tantas razones satisfactorias y su aceptación, que implica un juicio sobre su validez, es
una condición de la comprensión de la acción en situación. Pero mientras que Weber
permanece atado a desprender el sentido de la acción a partir de lo enunciado por el agente
sobre su propio motivo, Wright Mills se libera totalmente de la problemática weberiana de la
captación objetiva del sentido subjetivo aludido. Ciertamente Weber, haciendo pesar sobre la
acción una fuerte presunción de racionalidad, abre la posibilidad para que otro capte el sentido
probable (Abel, 1979); pero se debe resignar a recomendar al observador “una suerte de
sagacidad empírica”, a fin de superar su escepticismo en cuanto a la posibilidad de identificar el
sentido intrínseco del actuar social (Pharo, 1993). Wright Mills propone al sociólogo explorar la
gramática de las actividades sociales llamando la atención sobre las coacciones cognitivas y
normativas que la situación hace pesar sobre la conducta de aquel que se involucra en ella, y
que le confiere a cambio sus determinaciones. La tarea del sociólogo consiste entonces en
explorar la formación de la acción en tanto ella es constreñida por un cuadro de motivos
16
pertenecientes a una situación social típica .
La acción surge entonces en el espacio delimitado por los motivos que especifican su
sentido. El carácter ordenado de la situación deriva de una forma de interiorización de
expectativas que Mills, siguiendo a Mead, concibe bajo la categoría del “otro generalizado”. En
el curso de nuestra socialización aprendemos las reglas y las normas de la acción apropiadas
para diversas situaciones de la vida social, al mismo tiempo que los vocabularios de motivos
que se ajustan a ellas. Sin embargo, contrariamente a Blumer (1969), Wright Mills insiste poco
sobre la fluidez del mundo común y no se interesa demasiado por la cuestión de la emergencia
procesual de las identidades sociales y de su perpetua renegociación. Lejos de una idea de
plasticidad infinita del orden social, Wright Mills intenta ligar sólidamente la situación y el
vocabulario de motivos de suerte tal que la acción aparece como un ajuste siempre
problemático, pero fuertemente impuesto a una configuración social que ella contribuye a hacer
emerger.
16
“…the research task is the locating of particular types of action within typical frames of normative action and socially
situated clusters of motives” (Mills, 1940a: 913).
El estatuto de los motivos se encuentra así radicalmente especificado en la teoría
miliciana de la acción situada (Quéré, 1993: 67 y sgtes). Los motivos no son causantes de la
acción, son cumplimientos normativos que ligan acción y situación. Actualizados en una
situación, ellos co-cumplen la acción. La conexión entre motivo y acción se establece a través
de un estándar social de pertinencia, de inteligibilidad y de aceptabilidad que se aplica en la
situación (Wright Mills, 1971). Apropiados por los individuos en tanto están públicamente
disponibles y son asibles por un sujeto práctico, los motivos no son, pues, subjetivos. La
producción de razones de la acción no es el señalamiento de algo que sería propio del
individuo sino la aplicación de un vocabulario típico de motivos a una acción situada.
Reducido al estado programático, largamente desconectado de los trabajos posteriores
del millsismo, el artículo de 1940 conoció una cierta posterioridad a través de la lectura que
propusieran de él las corrientes etnometodológicas. La epistemología post-wittgensteiniana
17
preparó el terreno para el desarrollo de esta lectura . La interpretación propuesta por Winch
(1958) de la teoría weberiana de la acción social es reveladora al respecto. Dar razones
satisfactorias de la acción depende de un lenguaje social e históricamente constituido, de
suerte que la libertad de proponer un sentido está siempre limitada por este lenguaje y supone
la matriz de sus reglas. Las razones invocadas no remiten, pues, a disposiciones particulares
del actor, sino a maneras habituales de actuar características de una forma de vida. Los
18
etnometodólogos han propuestos argumentos similares . Ellos son voluntarios reconocidos en
la problemática de los motivos de Wright Mills que se enrolaron al servicio de una teoría anti-
mentalista y anti-causalista de la acción. Pero sus interpretaciones, a las que adherimos
globalmente, suscitaron vivas reacciones (Bruce y Wallis, 1983, 1985; Wallis y Bruce, 1983;
Campbell, 1991; 1996). Implícitamente, el uso de Wright Mills propuesto por la frame
perspective en el dominio de la ACMS es congruente con estas reacciones: permanece en
efecto cargada de una aprehensión mentalista, intersubjetiva, y más o menos causal del motivo
19
(cf. supra) . La recepción etnometodológica de Wright Mills plantea sin embargo problemas,
sobre todo si se quiere aplicar la aproximación millisiana de los motivos al análisis de los
fenómenos de movilización. Se le pueden hacer dos reproches: por un lado, atribuir al motivo
un estatuto estrictamente instrumental y estratégico; por otro hacer de la producción de motivos
un procedimiento.
El artículo pionero de M. Scott y S. Lyman (1968), parcialmente atribuible a Wright
Mills, esboza una aproximación formal de los motivos entendidos como resúmenes aceptables
de la acción (accounts). El motive talk es definido como un dispositivo (device) puesto en
marcha cada vez que una acción es sometida a una evaluación. Los motivos son
estandarizados e incorporados en la cultura, de manera tal que, una vez consolidados, pueden
17
Cf. en particular Peters (1960); Melden (1961); Austin (1970) y Winch (1958).
18
No obstante, la etnometodología, tal como es definida por Garfinkel, es indirectamente heredera de este movimiento.
La cuestión nodal para Garfinkel, discípulo de Parsons, es en efecto la del orden social, mientras que enfoque
epistemológico y metodológico es más atribuible a Shutz y, por lo tanto a Husserl, de tal manera que la referencia al
segundo Wittgentsein no está ausente (Heritage, 1984). La aproximación formal a los motivos parece más directamente
informada por Mills (1940 a) pero también por Burke, por el Goffman de La presentación de la persona en la vida
cotidiana y por el segundo Wittgenstein vía los trabajos de Austin (1970) o de Melden (1961).
19
La obra posterior de Mills (cf. Gerth & Mills, 1954) puede dar lugar a una interpretación de los motivos como
esencialmente ligados a un ethos en el sentido weberiano del término (ver, por ejemplo, Campbell, 1991).
ser invocados y atendidos de manera rutinaria por los miembros de una sociedad. La
aceptabilidad de los motivos, ya se trate de excusas o de justificaciones, depende en última
instancia de las expectativas en segundo plano que caracterizan a una “comunidad discursiva”
(Gumperz, 1989).
En 1971, Blum y McHugh prolongan la reflexión de Scott y Lyman (1968) proponiendo
una descripción analítica de la organización social de la imputación de motivos, en tanto curso
de acción observable. Según ellos, los motivos ligan las actividades concretas a las reglas
sociales disponibles en toda generalidad. La atribución de motivos es una práctica de sentido
común, que hace
aparecer la acción como cumplimiento de una regla subyacente conocida por los miembros
culturalmente competentes de la sociedad, que saben ligar correctamente un fenómeno del
mundo a un corpus disponible de designaciones posibles, lo que supone un “saber-hacer”
20
compartido . La investigación sociológica apunta, entonces, a evidenciar las reglas de
imputación que sostienen la organización de los cursos de acción de la vida cotidiana.
Esta aproximación formal recusa no solamente al motivo como causa de la acción, sino
también como fuente de propósitos o como justificación de la acción. El actor no es un
informante para el observador. El carácter sociológico del motivo no se sitúa en la razón
sustancial, concreta, del actor sino en las condiciones, organizadas y sancionadas socialmente,
que producen de manera regular y estable, las razones dadas por un “miembro” competente. El
motivo es, pues, un procedimiento; no es algo que el actor “posea”, ni algo que el sociólogo le
atribuya, sino un método del “miembro” para decidir lo que es para otro. La investigación
sociológica se encuentra radicalmente reespecificada: ella se obliga a restituir la disponibilidad
y la pertinencia de una regla de imputación de motivos más que a descubrir los motivos
efectivos.
Esta postura teórica induce un escepticismo sobre la realidad de las razones de la
acción, por una doble vía. En primer término, al quedar el motivo reducido a un simple método
para producir acciones coherentes e inteligibles, el análisis no deja lugar para considerar la
validez normativa de las razones de la acción. En segundo lugar, el motivo es generalmente
concebido como una técnica de especificación a posteriori de una acción consumada. Su
alcance permanece desde entonces estrechamente ligado a lo local, su pertinencia es
circunscrita al momento de su invocación fijada sobre una temporalidad que es la del presente
de su desarrollo. La invocación retrospectiva del motivo parece así superar a un simple cálculo.
Pero un motivo no es necesariamente retrospectivo.
Ciertamente, en la medida en la que el motivo invocado, seleccionado dentro de la
serie limitada de motivos disponibles, depende de las caracterizaciones (ellas mismas, de un
número limitado) susceptibles de ser hechas en relación a la acción consumada, la atribución
de motivos tiene lugar con frecuencia pero no principalmente ex post (Sharrock y Watson,
1984; 1986). Pero un motivo puede también ser prospectivo, a la vez en su realización y en sus
efectos. Así, en el dominio de la movilización, los motivos producidos en apoyo de las
20
Wieder (1974) muestra cómo el esquema motivacional es un recurso que los miembros utilizan para hacer aparecer
el carácter regulado de las situaciones en las que están comprometidos.
actuaciones toman en cuenta las consecuencias anticipadas de las conductas proyectadas
(Hewitt y Halls, 1973). Ellos revisten entonces la forma de justificaciones para programas de
acción o para actos presentes, pasados o futuros. En particular, los agentes anticipan las
interpretaciones posibles de su acción, sobre todo en cuanto presuponen que esta va a generar
21
una situación problemática. Esto es lo que muestra el dispositivo del “disclaimer” (Hewitt y
Stokes, 1975) que tiende a desarticular por adelantado las dudas posibles o los juicios
negativos probables que pesan sobre una conducta intencional. Los agentes desbaratan así,
en un espacio limitado por la anticipación de lo aceptable, las reacciones potenciales a su
conducta.
Esta actividad de alineación de una conducta problemática sobre las coacciones
normativas perpetúa un orden, produciendo por anticipado un distanciamiento entre la
22
conducta anticipada y las interpretaciones que serán probablemente hechas . Al mostrar que
la acción proyectada no coincidirá con las expectativas culturales de lo que es situacionalmente
apropiado, mantiene (sustain) la conexión entre acción y “cultura”. La cultura se ofrece
entonces como un esquema no problemático sobre el fondo del cual se recortan los objetos y
los acontecimientos problemáticos emergentes de la acción conjunta.
La consideración de la producción prospectiva de motivos, informada por una recepción
incierta y plural de la acción, conduce a aprehender la cuestión de los motivos bajo la forma de
una actividad reflexiva de alineación sobre un orden moral del que la sustancia es exhibida. El
orden normativo permanece entonces externo, localizado en la situación a la cual la persona se
va a ajustar (Goffman, 1973). La “cultura” se presenta así como exterior. Los dispositivos de la
justificación o los de disclaimer constituyen precisamente los medios por los cuales los actores
toman en cuanta la cultura. Las personas preservan así su identidad, vuelven manifiestas las
situaciones y tematizan explícitamente la relación entre una conducta susceptible de ser puesta
23
en cuestión y las normas compartidas o los usos convenidos .
La cuestión de saber si el motivo, sea retrospectivo o prospectivo, cubre las
“verdaderas” razones de la acción pierde entonces toda pertinencia. Wright Mills recusaba la
metafísica según la cual habría de un lado verdaderos motivos o motivos profundos, y del otro
simples racionalizaciones. Para él, el lenguaje no es un fenómeno de superficie. Por debajo de
un motivo invocado, no puede haber más que otro motivo, es decir, otro acto de lenguaje, en
una regresión que aparece en seguida como infinita. Decir de un motivo que es una
justificación ex post no implica en modo alguno que se niegue su eficacia, puesto que
precisamente la anticipación de la justificación aceptable, limita la conducta (Winch, 1958). Tal
perspectiva no se ata a una evaluación exterior sobre la sinceridad de las personas ni a
considerar que el compartir que existe entre ellas pueda ser del orden, del cálculo de la
21
N de las t.: Descargo.
22
La expresión “alineación” (aligning action, Stokes y Hewitt, 1975), tomada en préstamo de Blumer (1971), designa
pues la manera en la que las acciones individuales confluyen en un acto social conjunto (un joint social act).
23
La perspectiva diseñada por Stokes y Hewitt se inscribe muy fielmente en el espíritu del artículo programático de
Wright Mills. Transformando el motive talk en aligning action enfatizan el carácter negociado del orden social. Atentos a
los constreñimientos normativos situacionales ellos estrechan de cualquier modo su programa en torno a una
aproximación más estructural considerando a la “cultura” como “a set of cognitive constraints (objects) to which people
must relate as they form lines of conducts” (Stokes y Hewitt, 1975: 847).
estrategia, o si corresponde auténticamente a la perspectiva de un sujeto. Este enfoque
pretende sobre todo sondear el espacio de los motivos invocados correlacionándolos a las
actividades prácticas (Pharo, 1985). Esto no implica en absoluto descartar aspectos tales como
la intención de comunicar algo, de transmitir un sentido, de exhibir un “querer-decir” sustancial.
Un vocabulario de motivos
Ahora bien, eso que hacen ciertos etnometodólogos cuando radicalizan la teoría
milsiana de la acción en el sentido de una procedimentalización del motivo es, pues ocultar el
24
carácter sustancial de la actividad de los “miembros” . Así, para Garfinkel (1972: 315) la
comprensión común consiste, en tanto que “producto”, en un acuerdo compartido a propósito
de asuntos sustanciales (subsative maters) y, en tanto que proceso, en métodos variados para
hacer de eso que una persona dice o hace algo reconocible en relación a una regla. El aspecto
25
que cuenta aquí, es el del proceso . Adhiriendo a una posición antimentalista la distinción
weberiana entre la verstehen y la begreifen conduce así a revatir la comprensión sobre el
segundo término. Mientras que la verstehen supone un estado mental preexistente o un saber
en segundo plano, siempre ya allí, la begreifen remite a la realización procesual, a la dinámica
de la comprensión en su efectuación. La tarea de la investigación será desde entonces la de
identificar las regularidades o las invariantes de los métodos o de los procedimientos de la
26
comprensión común . El contenido que está ligado al sentido, a la intención, a la biografía, a
eso que es entonces lo más eminentemente indexical, es eliminada o relegada en la pura
contingencia de una realización cualquiera. La actualización de las invariantes metodológicas
tiene entonces como precio el descarte de la indexicalidad de las accounts. El “a propósito de”
de eso que es dicho se encuentra irremediablemente relegado al estatuto de fenómeno
superficial. Este confinamiento aparece cada vez más contra-intuitivo a medida que se pasa de
la observación de situaciones más o menos rutinarias a situaciones muy complejas en las que
las personas hacen gala de un sentido crítico, como sucede siempre en el caso de una
actividad de reclamo, de protesta o de reivindicación.
La remisión al orden del día de un interés para el carácter sustancial de las prácticas
interpretativas supone entonces romper con este procesualismo radical acumulando sus
experiencias. No es cuestión de abandonar la pregunta “¿cómo?” para regresar a la pregunta
“¿por qué?” sino sobre todo retomar la pregunta del cómo agregándole la pregunta “¿qué?”
(Wath? como lo llaman Garfinkel o Sacks mismos). Bajo esta perspectiva, los motivos no son
24
Este gesto es correlativo a una dificultad mayor que debe afrontar el análisis de los motivos como tecnología de
mantenimiento y reconducción de situaciones. Los partidarios de la aproximación post wittgensteniana deben en efecto
especificar el vínculo entre las reglas, que existen en toda generalización, y su aplicación, que es siempre local, situada
(Wolf, 1976). Si se considera que las corrientes etnometodológicas, por muchos de sus aspectos, son una variante de
esta postura teórica (Coulter, 1989) se les plantea una pregunta similar: ¿cómo pasar de las accounts a los métodos
que presiden su producción?
25
Esto por dos razones que han sido claramente analizadas Attewell (1974). En principio, el modelo procesual
constituye una muralla contra todas las formas de reificación de las categorías. Seguidamente, la teoría de la identidad
entre forma y contenido del account permite relegar el contenido a un rango subalterno ya que se manifiesta un
acuerdo momentáneo, efímero, presa del flujo d ela producción metódica de aquello que es dicho en el marco de un
curso de acción (Garfinkel, 1967: 25-30).
26
El análisis conversacional de Sacks manifiesta claramente esta orientación. Eso que la gente dice (“Wath people are
saing”) no interesa al sociólogo que se concentra en el cómo: cómo habla la gente (“How people are talking?”).
solamente un componente de una arsenal de métodos sutiles sino que comportan también un
contenido que no conviene rechazar en los limbos de la indexicalidad. No se trata solamente de
la identificación de procedimientos formales sino categorías que tienen una sustancia, un
contenido que se expresa, un sentido que se comunica. La noción de “cultura” resurge aquí, no
en el sentido formal de un conjunto de procedimientos que los miembros siguen sino en el
sentido sustancial de un segundo plano que determina lo que es aceptable y admisible. Esta
rehabilitación del contenido de los motivos requiere que sea plenamente tomada en cuenta no
solamente la reflexivilidad de las accounts sino también las de las acciones en tanto que
producidas por agentes poseedores de competencias reflexivas más amplias (Czyzewski,
1994).
El proyecto de Wright Mills no era excluir la dimensión sustancial de los motivos. El
buscaba sobre todo influir e la sociología alemana del conocimiento (Manngein, Speier) tal
como se estaba desarrollando en los años treinta, imprimiéndole una torsión pragmática (Mills,
1939, 1940b). Su lectura de la Lógica de Dewey (1993) le permitía considerar las categorías
jugadas en la acción y disponibles en las situaciones. Las categorías están imbricadas en el
saber práctico de los individuos de la sociedad. Y es en la textura del lenguaje que se anclan la
percepción, la lógica y el pensamiento así como también las instituciones. La significación que
encarna la acción motivada que la situación manifiesta está siempre ya planteada; ella
recupera una forma de creación colectiva que obliga y autoriza el actuar (Wright Mills, 1940a).
Aquello que la sociología del conocimiento concebía como universos normativos, incorporados
a las personas en función de sus coordenadas sociales, Wright Mills lo tematiza en términos de
motivos imbricados en los agenciamientos situacionales.
El alegato por una sustancialización de los motivos pretende subrayar que la acción es
intencional: además de poder ser explicada por razones, ella anticipa, en su realización misma,
como acción justificada, las descripciones posteriores que suscitará (Pharo, 1990). La
actuación es configurada de tal manera que en el momento de su realización actualiza
anticipadamente las pruebas a las que será sometida. El motivo es entonces proporcionado por
el lenguaje que permite a la vez consumar y describir la acción.
Esta aproximación vale también para las actuaciones llamadas movilizaciones. Estas
suponen, en efecto, que se actualice un cierto tipo de motivo: las razones producidas en apoyo
de la acción contestataria deben ser reconocibles y aceptables en el espacio público. En
general, hacen referencia al bien común y son articuladas en términos de justicia (Bolstanski y
Thévenot, 1991). El motivo apunta así hacia una obligación de justificación susceptible de
ejercerse en grados diversos sobre las personas. Incitando explícitamente a otro sobre el modo
plural de la representación, el tipo de acción correspondiente a la movilización fabrica el
colectivo y se configura en relación a un estándar de lo justo. Requiere, de parte de los
agentes, un sentido crítico así como una capacidad de actuar con miras a un bien común. De
todas formas, este sentido crítico se apoya sobre maneras establecidas de aprehender y de
interpretar las experiencias cotidianas que se presentan como problemáticas. Se ejerce
también en referencia a un repertorio de problemas públicos disponible que estructura el
lenguaje institucional a través del cual se articula toda queja o reivindicación y permite ligar un
fenómeno del mundo a un corpus de designaciones posibles (Wright Mills, 1940a; Blum y
McHugh, 1971).
Las actuaciones subsumidas bajo el vocablo “movilización” son así limitadas por una
panoplia de problemas sociales conocidos y reconocidos disponibles con miras a tematizar las
27
situaciones problemáticas . En contrapartida, estas situaciones se dejan aprehender en tanto
ilustran, ejemplifican un problema, lo revelan, lo evidencian. Aquí, el motivo relaciona una
situación problemática y un problema público, en una dinámica siempre provisoria e incierta, en
concordancia con el despliegue temporal de las controversias y de los conflictos (Cefaï, 1996;
Trom, 1999). Consideremos a título ilustrativo las movilizaciones locales contra los proyectos
de infraestructura que amenazan modificar la relación de los residentes con su entorno familiar.
Desocupación, desertificación de los campos, estética del territorio, salud pública, medios de
transporte, derecho de propiedad, democracia local constituyen algunos de los temas en torno
a los cuales las situaciones son problematizadas; las reivindicaciones, definidas; los programas
de acción, diseñados. Estos temas delinean oportunidades que la dinámica situacional del
conflicto o de la controversia vendrá a depurar por el juego reglado de juicios y evaluaciones en
el que las partes en conflicto quedan implicadas.
Los problemas públicos más o menos consolidados sirven así de apoyo al compromiso
en la acción proporcionando un marco de interpretación pertinente. Trazan también una línea
móvil, siempre provisoria (Weintraub, 1997), entre lo que corresponde a lo privado, que
pertenece a la esfera de la intimidad y de la proximidad, y aquello que es publicable, imputable
a un tercero. Esta tensión trabaja las actuaciones, así como a las situaciones que ellas
engendran, desde el interior. A este título, constituye un momento de observación de la
dinámica histórica de la producción de lo político.
27
Los problemas sociales son definidos, siguiendo a Blumer (1971), no sólo como el resultado de una disfunción social
endógena sino como el resultado de un trabajo definicional a través del cual algo emerge como un problema. Un
problema social es entonces concebido como el producto de una actividad colectiva llanada claims-making activities
(Spector y Kitsuse, 1987: 73-96).
Este movimiento de externalización o de desubjetivización de los motivos hace de Mills, como
lo ha subrayado Quéré (1993: 69), el precursor de un análisis “gramatical” de la acción: con los
motivos “tiene menos que ver con los estados de las personas, los acontecimientos subjetivos
o los procesos de formación interna de la acción, que con una gramática para construir
intersubjetivamente la individualidad y la socialidad de las acciones y de sus agentes”. Los
motivos no están más en “la cabeza de las gentes”, sino depositadas en una gramática
públicamente disponible.
La lectura propuesta por Wright Mills de Weber contrasta así con la de Parsons y
Schütz de la misma época. En efecto, Parsons (1937) ubica el mecanismo de interiorización de
las normas en el centro de su teoría de la acción. Los motivos son objetivados en términos de
valores o de normas y localizados en el contexto general, tanto englobante como
indeterminado, del “sistema social” o de la “cultura”. En un segundo momento, ellos son
interiorizados por los individuos a través del proceso de socialización. Las normas
interiorizadas son entonces concebidas como las causas, entre otras causas de la acción,
28
mientras que la cuestión de la acción como cumplimiento desaparece del horizonte . Si él
concibe sobre todo el orden social como algo que emerge de la interacción entre las personas,
Schütz por su lado se queda atado al análisis del sentido subjetivo otorgado por los actores, a
la manera de Weber. Más allá de la perspectiva egológica heredad de Husserl, él concibe, sin
embargo, la racionalidad del actor, siguiendo a Weber, como correlativa a la posibilidad de
comprender las acciones del otro, con la ayuda de idealizaciones típicas. En este sentido, el
motivo hace pública la acción, mientras que la pertinencia motivacional viene en algún sentido
a encuadrar su expresión y a ligarla a la situación (Cefaï, 1998). Wright Mills radicaliza la
ruptura con la perspectiva subjetivista: Los motivos no son ya propiedades de la gente
individual sino propiedades del actuar. La acción es considerada como regida por usos públicos
e impersonales. Ésta “impersonalidad genérica” de las propiedades intencionales confiere a los
motivos un estatuto intrínsecamente social (Kaufmann, 1999). Esto no supone en modo alguno
que el agente sea desposeído de sus motivos: al contrario, los hace suyos, de los apropia, los
invoca, los acepta, los rechaza, pone en duda la sinceridad de los motivos invocados por otros.
De pronto, las preguntas del sociólogo que versan sobre los motivos verdaderos y falsos, sobre
las malas y las buenas razones, sobre los pretextos y las “simples” justificaciones, no son ya
pertinentes. La evaluación que ellas comportan es, a partir de allí, incorporada a la actividad
práctica de los agentes y a este título, integrada en el juego de la auto y de la etero-atribución
de motivos. La relación del agente con sus motivos no deviene sin embargo una relación
instrumental: de la misma manera que, para Goffman, los actores son “locatarios de sus
convicciones” (Joseph, 1998: 55), para Wright Mills son “locatarios” de sus motivos.
Pero esta exteriorización del motivo no es una negación de su carácter sustancial. El
motivo posee una sustancia. Su contenido no es secundario. Prueba de esto es que tiene un
carácter normativo y que está sometido a juicios de pertinencia y de aceptabilidad. Wright Mills
mismo ha estado atento a este aspecto. Los ejemplos, dispersos en su texto, proporcionan
28
Parsons resuelve así el problema del orden social ignorando el carácter procesual y configurativo de la acción.
Garfinkel le reprocha precisamente concebir las normas como fuerzas causales (Heritage, 1984).
algunos indicios: entorno al beneficio, que se arraiga en la economía clásica, se perfila el
vocabulario típico de los motivos ligados a situaciones de la actividad económica; el capitalismo
monopolístico con la aparición de los “burócratas- empresarios” modifica su vocabulario; el
Rotary club introduce, por su lado, un “vocabulario cívico” que viene a complejizar las formas
de la acción y los arreglos situacionales sobre los cuales éstas se adosan. Wright Mills entreve
igualmente cuánto la complejización de los marcos de motivos es consustancial a nuestras
sociedades críticas: él evoca así el caso del sindicalista que es acusado de hacer carrera,
mientras que éste afirma actuar a favor del interés colectivo de los obreros. Bajo el enfoque del
análisis de la acción colectiva, el texto de Wright Mills puede así ser leído como una invitación a
explorar sistemáticamente el orden normativo sustancial que, en un mismo movimiento,
autoriza y limita los conflictos políticos.
Esta exteriorización del motivo es también una historización. Mills subraya así que un
vocabulario típico de motivos sólo adquiere pertinencia en un marco sociohistórico
determinado: debe ser reinscrito en prácticas englobantes que remiten, no sólo a la historia
interna del agente, sino a la historia externa de los usos establecidos y de las significaciones
(Quéré, 1994; Kaufmann, 1999). El vocabulario de motivos no surge, pues de una producción
creadora de los actores. Disponibles, los motivos invocan formas de compromiso típicas en
situaciones típicas (y viceversa). Ellos constituyen marcos que, en un mismo movimiento,
autorizan y limitan la acción. Ellos estructuran las situaciones y se presentan, para la acción,
como un haz de obligaciones y oportunidades. Las lecturas interaccionistas de Wright Mills
pusieron el acento sobre la potencia creadora de los actores, en particular en materia de
configuración de situaciones y de negociación del orden social. También adoptaron una
concepción psicosociológica que social de los motivos. Estas lecturas sirven de referencia en la
literatura contemporánea sobre la ACMS, la aproximación dramatúrgica en particular que
concibe las arenas públicas como espacios articulados en los que los lugares y las posiciones
29
son cada vez investidas de manera singular . La recuperación de la cuestión del motivo en
ciertos trabajos recientes de la sociología de la ACMS, que se apoyan sobre los trabajos de H.
Blumer, confirma esta torsión psicosociológica: concebidos como un objeto negociado en un
“movimiento social”, sometido a procesos de agregación y de distribución estrechamente
imbricados en la gestión identitaria de los militantes, el motivo provee una armadura simbólica
fabricada en atención a los públicos. Ciertamente, al focalizar la atención sobre el carácter
negociado de la reivindicación, poniendo el trabajo definicional de los actores en el corazón
mismo de las dinámicas conflictuales, estos trabajos rompen con las explicaciones
globalizantes de los fenómenos de movilización, pero regresan a una concepción del motivo
que el artículo de Wright Mills había buscado disolver.
La sociología de Wright Mills está más próxima de la de Goffman que de la de los
interaccionistas simbólicos. Tanto una como la otra no conciben las situaciones como únicas,
contingentes, inéditas, sino sobre todo como ordenadas, estructuradas, organizadas. Sus
29
Los trabajos en el dominio de la ACMS que tomaron en serio a Goffman versaron generalmente sobre la gestión y el
mantenimiento de la identidad en una perspectiva de la “interacción estratégica”. Por ejemplo Hunt, Benford y Show
(1994); Hunt y Benford (1994).
sociologías son en este sentido formales, clasificadoras, sistemáticas. Priman las reglas, que
gobiernan los tipos de actividad. Los vocabularios de motivos forman parte de las estructuras
de estos últimos. Ellos son, pues, estables y su operatividad está pensada por analogía con las
estructuras sintácticas del lenguaje. Los arreglos -las situaciones-, estables y de número
limitado, son investidos por las personas y no creados en cada ocasión por los participantes de
la interacción. Los vocabularios de motivos autorizan el ajuste (fit) de los agentes a estas
situaciones.
La relación entre vocabulario de motivo y situación constituye, pues, el punto nodal de
un análisis de la acción (situada). Motivos, acción y situación son considerados como
emergentes de un proceso de co-determinación. La disponibilidad de los vocabularios de
motivos es una condición de orientación de la acción. De allí que la acción aparece en Wright
Mills como surgida de una relación de un vocabulario de motivos socialmente disponible y de
una situación que este vocabulario permite configurar: la acción implica la configuración
(motivacional) de una situación, mientras que la historicidad de la situación nombra una acción
típica (especificada por un vocabulario típico) que le confiere a cambio sus determinaciones.
Conclusión
El proyecto de Wright Mills se inscribe resueltamente en un movimiento de tipo
estructural que atraviesa a las ciencias sociales, como las corrientes de inspiración
etnometodológicas, que se interesa en los procedimientos originarios por los que un orden
instaura o aun los análisis de Tilly, que tienden a formaliza, en términos de repertorios de la
protestas colectiva, nuestras maneras convencionales de actuar entre muchos. Distanciadas de
su inspiración y de sus intenciones, estas dos últimas aproximaciones tienen como punto en
común la reconstitución de las formas de coordinación, sea para situaciones más o menos
rutinarias, sea para situaciones inmediatamente públicas. Pero, contrariamente a las de Wright
Mills, ambas permanecen indiferentes al orden normativo sustancial, central en la aprehensión
del género de la actuación cuyos contornos hemos tratado de acotar.
El artículo pionero de Wright Mills nos invita a tomar como objeto de investigación no
sólo las condiciones que conducen a una persona o a un grupo a formular un reclamo sino
cómo este reclamo se organiza, cómo se actualiza en una actuación. Toda actuación debe
responder a estándares de corrección ya que es expuesta al juicio del público y a la crítica. Las
ideas de “desingularización” de causas (Boltanski, 1990), de “aumento en generalidad”
(Bolstanski y Thévenot, 1991), de encadenamiento actancial (Bostanski, 1993) constituyen
otros tantos útiles analíticos particularmente adecuados a la exploración de estos estándares.
Permiten poner en evidencia las vueltas habituales de nuestros compromisos políticos.
La sociología de los problemas sociales ha forzado una vía a similar en las
investigaciones que estudian el pasaje de una “enfermedad moral” a su articulación pública
(Schneider, 1984), las puestas a prueba en las situaciones de la vida cotidiana de un problema
público cristalizado (Loseke, 1987) o el tratamiento vernáculo de problemas situacionales
(Hewitt y may 1973; Emerson y Messenger, 1977; Linch, 1983) las desontologización de los
polos de lo público y de lo privado conduce igualmente a focalizar la atención sobre las
modalidades situacionales del pasaje a lo público, a arraigar las situaciones problemáticas en
las experiencias ordinarias, llevando la atención sobre la manera en la que las entidades
llamadas “problemas sociales” son articuladas, ajustadas, reformuladas, “trabajadas” (Holstein
y Millar, 1997) de manera tal que ellas aparecen como un haz de obligaciones y de
oportunidades para la tematización de la experiencia y el compromiso en las circunstancias de
la vida cotidiana.
En fin, la perspectiva traza por Wright Mills nos invita a explorar más allá las
controversias públicas y los conflictos tolerables. Abre la vía a una sistematización de las
competencias y de los compromisos políticos posibles, que hasta el momento permanecía en
estado programático. Su transposición al dominio de estudio de la ACMS permite considerar
las actuaciones (de las cuales hemos tratado de esbozar la gramática) en su relación con las
situaciones en las que se inserta y a las que contribuye a definir. A efectos de sondear de
manera sistemática la estructura cognitiva y normativa de oportunidades que autoriza y
circunscribe toda movilización.
Capítulo 2: Los Marcos de la Acción Colectiva. Definiciones y Problemas30
Daniel Cefaï
Introducción
El análisis del marco -frame analysis- ocupó un lugar importante en la investigación sobre
la acción colectiva, en continuación con los paradigmas del Comportamiento Colectivo y de los
Nuevos Movimientos Sociales, en contrapunto con la Teoría de la Movilización de Recursos
(TMR) y de la Teoría de los Procesos y de las Oportunidades Políticas. Si bien, la génesis de
los conceptos del “marco” y de “enmarcamiento” le corresponde a Erving Goffman, la utilización
que hizo la sociología de la acción colectiva se alejó del autor de Frame Análisis (1974). Estos
conceptos fueron puestos al servicio de la reintroducción del parámetro de la cultura, en
particular de la cultura política; sin embargo esta fue realizada en un lenguaje utilitarista y
psicologicista. Utilitarista: las exigencias de la publicidad que regulan los procesos de
enmarcamiento son subestimados en provecho de una concepción estratégica de la acción. Los
marcos son tratados como recursos simbólicos para alcanzar objetivos, unificar organizaciones
y vencer adversarios; y la “resonancia entre marcos” como el efecto de una estrategia exitosa
de comunicación hacia los públicos. Psicologicista: las razones o los motivos del actuar tienen
el estatus de dones mentales o de móviles íntimos o, en el mejor de los casos, de
representación colectiva. Los fenómenos de compromiso, de convicción y de creencias son
pensados como estados de conciencia, antes que relacionados a regímenes de acción y
repertorios de justificación.
Nosotros criticaremos este doble sesgo. Intentaremos mostrar que la defensa de las
causas o la reivindicación de los derechos y la movilización de las redes de activistas y de
simpatizantes -fenómeno bien estudiado por los sociólogos de la Acción Colectiva- deben
plegarse a las gramáticas de la vida pública.
30
Publicado en CEFAÏ Daniel y TROM Danny (2001): Les formes de l’action collective. Mobilisations dans des arènes
publiques, (París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales). En el original Les cadres de l’action collective.
Définitions et problèmes.
colectivas subrayan el problema ontológico de la existencia de lo colectivo y el problema de la
representación en un sentido teatral y político del término. Puesto en escena, en relatos y en
argumentos este concepto no incluye sólo a los líderes de las organizaciones de los
movimientos sociales (OMS) para la realización de objetivos estratégicos, es también para
inscribir en una arena pública acciones cuya vocación es expresiva o simbólica (Burke, 1966;
Taylor: 1985). Englobar la perspectiva de la (inter) acción estratégica en la concepción de la
arena pública permite superar la incapacidad de la TMR para concebir otra cosa más que una
ontología liberal o interaccionista de actores individuales y una Realpolitk de grupos de interés o
de presión.
La noción de marco fue desarrollada por Goffman en su obra Frame Analysis. Allí se
refiere a la Teoría del juego y del fantasma de Bateson (1977) y a los conceptos de sub-
universo de James (1890), de orden de existencia de Gurwitsch (1958) y de provincia de
31 32
sentido de Schütz (1962) . Las operaciones de enmarcamiento consisten en poner en escena
“esquemas de interpretación” para “localizar, percibir, identificar y etiquetar” eventos y
situaciones, en vista a organizar la experiencia y orientar la acción. El sustantivo inglés frame
es de una mayor polisemia que el término francés cadre (marco). Frame significa estado o
disposición de espíritu; osamenta, armazón o carcaza, cuadro, marco, chasis y trama. Sistema
de referencias o de coordenadas. En cuanto al verbo to frame puede ser definido como: ajustar
algo, redactar un texto, proyectar un diseño, un dibujo, concebir una idea, armar un complot,
además de enmarcar en el sentido artesanal de “poner un marco”, encuadrar en el sentido
cinematográfico de “poner en el lugar” y “poner en escena”.
31
Nota del traductor. En el original province de sens.
32
Goffman cita también, desordenadamente, el Teatro del Absurdo de Pirandello; la Teoría de las Interacciones
estratégicas de Glaser y Strauss (1954); la Pragmática de la Percepción de Austin (1971) y de su alumno Schwayder
(1965).
a) Algunas constelaciones retóricas en uso en el movimiento obrero estadounidense a
fines del Siglo XIX (Babb, 1996), en el “derecho religioso contra el aborto” (Blanchard, 1994), en
la lucha por la abolición de la pena de muerte (Haines, 1996) y en la movilización contra la
violencia hacia los homosexuales (Jenness, 1995);
La estrategia teórica del análisis de los marcos apunta ante todo a un “retorno de la
cultura” (bringing the culture back in) en el campo de la investigación sobre la Acción Colectiva.
Esta exigencia resuena como eco de una doble consigna de moda a partir del comienzo de los
años ochenta: traer a la sociedad de regreso (bringing the society back in) (Friedland y Alford,
1991), que lleva a tomar en cuenta el rol de las organizaciones y de las redes en la defensa de
una causa pública y traer al Estado de regreso (bringing the state back in) (Evans, 1985), que
dio lugar al surgimiento del modelo de oportunidades políticas (Political Process), (McAdam,
1982). ¿Por qué esta estrategia recurre al término “marcos”? Para Snow, se trata de retomar
los “imaginarios”, las “representaciones”, los “sentimientos”, las “dinámicas identitarias” y los
“simbolismos políticos” de la Teoría del Comportamiento Colectivo (Collective Behavior), que
asociada a la escuela de Chicago pretende minimizar los excesos de la TMR (Snow y Davis,
1995).
33
De todas formas no se deberia mistificar la Escuela de Chicago a propósito de sus investigaciones sobre el
Comportamiento Colectivo. Las variables son numerosas, las teorizaciones de Park y Blumer, los trabajos sobre la
moda (Davis, 1992), los rumores (Shibutani) o las catástrofes (Quarantellli), y los trabajos de K. y G. Lang (1961; 1968),
sobre los líderes simbólicos y la identidad colectiva (Klapp, 1964 y 1969 respectivamente), sobre las cruzadas de la
Liga Anti-Alchólicos (Gusfield, 1963), sobre la dinámica de masas y de públicos (Turner y Killian, 1957), y un doctorado
de Janowitz en Ann Habort, Michigan, que continua en Chicago (Zald y Denton, 1962 ; Zald, 1967 respectivamente).
Zald es uno de los pilares de la TMR: sus contemporáneos en Chicago no fueron para nada refractarios a este tipo de
discurso. En la lectura se puede observar que una oposición tajante entre análisis cultural y análisis racionalista es un
absurdo desde el punto de vista histórico.
34
parsoniana y notar su total incompatibilidad con aquel del frame analysis de Goffman.
Por su parte, Gamson (1988: 220; Gamson y Wolfsfeld, 1993), otro pionero del uso del
concepto de marco en su momento fundacional, puso en marcha un modelo de valores
agregados (value-added model) para resaltar “temas culturales” (Ideologías, valores, creencias
y Weltanschauunge). Entendiendo por tales amplias visiones del mundo que enmarcan eventos
o problemas particulares “empaquetándolos” o “embalándolos” (packaging). Gamson, distingue
entre “marcos de agregado” -identifican problemas sociales- de los “marcos de consenso” -
llaman a su resolución diseñando los contornos de un colectivo capaz de hacerlo- y los “marcos
de acción colectiva”. Estos últimos incluyen “marcos de injusticia” -apuntan a culpables y lo
transforman en el blanco de las quejas- y “marcos de identidad” -establecen una relación
conflictiva entre Ellos y Nosotros-.
Las funciones de las operaciones de enmarcamiento son definir una situación como
problemática e imaginar los medios de resolverla, movilizar los actores en un colectivo y
justificar su oposición a un adversario. Gamson en Talking Politics (1992) realiza un inventario
de los modos de percepción, de juzgamiento y de protesta de las políticas de acción afirmativa,
de los trastornos de la actividad industrial, de los riesgos del poder nuclear y del conflicto israelí
- palestino. El analista clasifica las características de edad, de generación, de género, de etnia
de los encuestados y muestra las variaciones de su posición según los criterios de proximidad o
lejanía, de familiaridad o extranjería con respecto a los temas debatidos. No obstante, en la
resultante su método no se aleja de un análisis de contenido clásico. El topos de “la industria en
crisis” por ejemplo es codificado a través de 4 “marcos”: asociación, huida de capitales,
invasiones extranjeras y libre empresa, con 2 variantes antisindical y antiestatal (Gamson,
1992). Gamson demuestra la capacidad de los ciudadanos de elaborar informaciones y
argumentos que provienen de su experiencia personal, del sentido común (popular wisdom) y
de los medios de comunicación. También insiste sobre la presencia en los intercambios
interpersonales entre los encuestados de la dinámica de contradicción que anima los discursos
públicos de los movimientos y contra-movimientos. Pero esto, no es suficiente para remediar
una descripción muy estática de los marcos; estos están desconectados de las actividades que
los originan, de sus usos y de sus consecuencias pragmáticas sobre las acciones y eventos.
34
Los trabajos más recientes sobre la cultura política (Cefaï, 2001) en clave de experiencia, de afectividades y de
sensibilidades, de territorios y memorias y aún de rituales (Kertzer, 1988) y de protocolos (Deloye, Haroche y Ihl, 1996)
enriquecen esta perspectiva.
“praxis cognitiva” (Eyerman y Jameson, 1991) pueden dar lugar a una “política identitaria”
(Cohen, 1985) o a una “liberación cognitiva” (McAdam, 1982). Más que rechazar las
operaciones de enmarcamiento sobre los espacios estructurales de las posiciones sociales, el
análisis de marco muestra la relación circular con respecto a la arquitectura móvil de la
perspectiva de los actores. Estos, se orientan los unos con respecto a los otros para definir y
dominar situaciones problemáticas, emitir sus diagnósticos y sus pronósticos, proyectar y
justificar las acciones venideras. Así constituyen redes de circulación de información, se
reagrupan en organizaciones que llevan sus causas al público y toman posición en mercados y
jerarquías de relaciones sociales. Estos procesos de alineamiento (Blumer, 1946), requeridos
por el compromiso en relaciones de cooperación y de competición, son mediatizados por
operaciones de enmarcamiento, que fijan denominadores comunes y prefiguran desafíos
compartidos, articulan esquemas de interacción y delimitan el campo de las interpretaciones y
las perfomances posibles.
35
Los trabajos de Hirschmann (1980; 1991 y 1995) sobre las pasiones y los intereses, sobre la génesis de la retórica
reaccionaria o sobre las modalidades de compromiso público ayudaron al desarrollo de una crítica sociológica de la
ideológica liberal en las ciencias sociales. En Francia, las estrategias han sido diversas: “movimiento anti- utilitarista” de
la Revue Du Mauss; la expansión de una “economía general” de los intereses sociales y de las empresas políticas
(Gaxie, 1977; Offerlé, 1994; Neveu, 1999) o la reducción de la RMT a uno de los regimenes de acción y justificación en
el marco de una “Economía de la grandeza” (Boltanski y Thévenot, 1991).
educación y salud y al rechazo de la carrera armamentista, involucrando a auditorios sensibles
a los argumentos pedagógicos o pacifistas. d) El movimiento busca fundar, difundir y justificar
nuevas prácticas o modificar los juicios de valor contra los prejuicios y opiniones en vigencia
(frame transformation). Las batallas de Act Up contra las formas de discriminación sufridas por
los enfermos de Sida y por una toma a cargo coherente de sus cuidados y curaciones, se
agregan a la lucha por el reconocimiento de la normalidad de la homosexualidad (Fillieule,
1993).
El análisis de los marcos adoptó una forma estática retomando esquemas ideológicos,
cuyos marcos no toman en cuenta su transformación en el mediano o corto plazo. Un antídoto,
análogo al principio simétrico implementado por la antropología de las ciencias y de las
técnicas, sería estudiar en paralelo a los movimientos que han tenido “éxito” en la obtención de
una buena cobertura mediática o en provocar cambios políticos y jurídicos, los casos donde el
proceso de enmarcamiento fue un fracaso (Benford, 1997: 412). Benford (1993) explica cómo
las organizaciones a favor del desarme acentúan la gravedad y urgencia del problema, insisten
sobre la eficiencia de la acción colectiva como influencia a los gobiernos y apelan a la
responsabilidad de los simpatizantes por ellos mismos y por las futuras generaciones. El punto
de equilibrio es difícil de encontrar entre esos “vocabularios de motivos”, que pueden suscitar
inferencias y conductas fatalistas, o al contrario, de modo contraproducente, conducir a formas
de involucramiento excesivo; como el caso de ese militante que fue condenado a veinte años
de prisión por haber sacado los durmientes del ferrocarril que llevaba a una fábrica de
producción de ojivas nucleares (Benford, 1993: 208). Aquí se ve cómo ciertas operaciones de
enmarcamiento “no funcionan”. Otro antídoto sería el de restituir los procesos de tensión, de
negociación y de compromisos y las operaciones concernientes al re-enmarcamiento y contra-
enmarcamiento (Benford y Hunt, 1992) cuyo resultado es un cierto tipo de articulación de la
acción colectiva, de definición de los desafíos y de las motivaciones de los actores. La “política
de la significación” es por esencia conflictiva, por los opositores dentro de la misma
organización, y desde el exterior por las OMS rivales. Aquella está siempre atenta a los eventos
que provocan el cuestionamiento de creencias o de lealtades, confirman o desacreditan los
marcos establecidos anteriormente (Ellingson, 1995).
El análisis de los marcos deja de focalizarse en una sola organización, toma en cuenta
los componentes de una arena multi-organizacional y multi-institucional (Meyer, 1995; McAdam,
1996), adquiere la dinámica temporal de la interacción entre estos múltiples componentes y
cesa su influencia sobre la cultura pública, puesta en juego por las OMS, los medios de
comunicación o las agencias gubernamentales. Meyer y Staggenborg (1996) estudiaron los
repertorios de marcos de los conflictos entre movimientos y contra-movimientos; por ejemplo
pro-life y pro-choice, favorables u opuestos a la legalización del aborto por la Corte Suprema en
1973. Según los autores, dinámicas análogas se reencuentran a propósito de los derechos
homosexuales, de la acción afirmativa, del consumo de tabaco y de marihuana, de la violencia,
de la pornografía en la televisión, de las políticas de las minorías lingüísticas o de la libertad de
exportación de armas de fuego. El potencial de convicción y de movilización de un movimiento
depende de sus estrategias de agregación y de consenso, de sus tácticas de innovación, de
delimitación y de enfrentamiento y también de la capacidad de los poderes públicos de traducir
sus reivindicaciones en dispositivos legales o institucionalizarlas en políticas públicas, o aún del
equilibrio entre los argumentos opuestos y su visibilidad para los medios masivos.
Otro modelo no muy seguido fue el de Goffman en Forms of Talk (1981). Una excepción
36
N. d. T. Die-ins proviene del verbo inglés die, cuya traducción al español es morir. Es una forma de protesta donde
los participantes se arrojan sobre el suelo simulando su muerte. Como modo de otorgar realismo a la acción, se tiran
encima líquido rojo para simular sangre. Es un formato usado por grupos pacifistas que se oponen a las guerras y la
violencia.
37
N. d. T. Sit-in or sit-down proviene del verbo inglés sit, su traducción al español es sentarse. Es una acción directa de
pacifistas donde un grupo de personas se concentra en un área, para promover cambios económicos, políticos y
sociales.
fueron Hunt y Benford (1992) que estudiaron las conversaciones identitarias (identity talks) en
una organización pacifista, en términos de rendimientos con diversos efectos: reconocimiento
entre militantes de larga data, reclutamiento y vinculación de nuevos adherentes, identificación
y apego de sus miembros al colectivo; demarcación entre un Nosotros y los competidores o
adversarios, justificación ética y afectiva de la causa defendida. Esta vía prácticamente no ha
sido abordada con exhaustividad.
Técnicas de análisis del discurso, más perfeccionadas que las de Snow o Gamson, ha
comenzado a desarrollarse de la mano de Tannen (1993), Franzosi (1998), Steinberg (1998) y
Polletta (1998). Johnston (1995) propone un micro análisis de los marcos centrado sobre los
textos en contexto, implementado durante su búsqueda sobre el antifranquismo en Cataluña.
También es posible aplicarlos a los “manifiestos, grabaciones de debates en mitin, acciones de
manifestantes políticos, artículos de diarios, eslóganes, discursos, afiches, impresos satíricos,
estatus de asociaciones, panfletos” (Sewell, 1980), como a las charlas con militantes de una
organización o a sus conversaciones informales (Hunt y Benford, 1992). Este microanálisis
exige respetar la integridad del texto tomado en su totalidad, identificar su género, su tipo, sus
condiciones de producción y recepción (discursos a la tribuna, diario íntimo o intercambio
epistolar). Se apoya sobre toda suerte de datos sobre la biografía de los protagonistas, sobre la
definición de su situación discursiva y sobre la duplicación de su dicho por un hecho. El texto no
es simplemente objeto de una hermenéutica literaria, sino que se concibe como una
performance que apunta a efectos pragmáticos. Este microanálisis concentra su atención en los
pequeños procedimientos discursivos que acarrean información verbal y no verbal (modos de
hacer tácito o acentuado el sentido; tono, tempo y ritmo, pausas y reinicios). Este tipo de
análisis indica la forma y el sentido de aquello que se dice en las operaciones de atribución y
conmutación de roles entre locutores en situación. “En una misma conversación, el entrevistado
puede por turnos ponerse en la posición de funcionario socialista, inmigrante, proletario y padre
de familia” (Johnston, 1991: 179). Las subculturas nacionales o militantes de Cataluña son
examinadas bajo la lupa de este micro análisis.
La posición de Johnston (1995) tiene otra cualidad, la de concebir los marcos como
públicamente disponibles y semánticamente restringidos, y avanzar en una alternativa al
lenguaje de la psicología social como es el caso de autores clásicos como Tilly, Tarrow,
38
Gamson o Snow . Si bien, Gamson en su libro The Strategy of Social Protests (1975) había
estigmatizado la teoría del Comportamiento Colectivo como “camisa de fuerza”, pero veinte
años más tarde rehabilitó la psicología social (Gamson, 1992).
Sin embargo, ciertas formulaciones son más satisfactorias. El concepto de marco puede
ser dejado de lado de los esquemas de la psicología cognitiva (Donati, 1992 y Tannen, 1993).
Entonces, es pensado como un conjunto de principios de cartografía y navegación que permite
sin pausa improvisar y rectificar bosquejos de mapas. Las metáforas de la caja de herramientas
(toolkit) (Hannerz, 1969; 1992) y del repertorio de saberes (Swidler, 1985; 1995) reintroducen la
dimensión de la elección de los actores apropiada en un contexto y negociada con compañeros,
y aquella de la invención de soluciones de problemas dentro de espacios de restricciones y
oportunidades. Este abordaje sostiene también la idea de códigos semióticos (Swidler, 1995:
28), accesibles públicamente en un ambiente concreto y periódicamente impuestos por
40
dispositivos institucionales que ejercen un control sobre las prácticas individuales y colectivas ,
sin por ello determinarlas.
En el peor de los casos, el concepto de marco ha sido confundido con la vaga noción de
“recursos simbólicos”, situados “en la cabeza de los actores”. Entonces, aquello que hace a la
riqueza de una perspectiva gramatical (Winch, 1958) o pragmatista (Dewey, 1957) está perdido.
38
Los investigadores más jóvenes como Jasper, Polletta o Goodwin produjeron una ruptura con el instrumentalismo del
frame analysis reconduciendo al psicologismo a sus problemáticas del Self, de la biografía y del relato, de la creatividad
y de la emoción.
39
Sobre la puesta en escena del acercamiento entre los paradigmas TMR y Cultura e Identidad, que será también
aquella entre Europa y los Estados Unidos, se sugiere la consulta de Klandermans y Tarrow, 1988.
40
Aquí dejamos de lado la discusión dirigida por Donati (1994) o Fisher (1997) sobre las estructuras de superficie
(códigos, hiper códigos y elementos de asignatura) y las estructuras de profundidad (intrigas narrativas e ideologías).
De una cierta manera, el análisis de marco tal como ha sido desarrollado desde mediados de
los ochenta es una herencia del interaccionismo simbólico de Blumer transplantado en la teoría
de la Acción Racional de Olson: aquí falta un capítulo sobre los recursos identitarios y culturales
para hacer el contrapunto a los recursos materiales y organizacionales (Klandermans, 1984;
1997). En resumen, el análisis de marco entendido de esta manera ha asignado a estos
recursos simbólicos un lugar psíquico, en vez de pensarlos como actividades públicas de
producción, de circulación y recepción de sentido, implicando el uso de sistemas simbólicos
(Geertz, 1973; 1983).
Las OMS, que se apoyan sobre redes y ámbitos de sociabilidad y se inscriben dentro
de campos multi-organizacionales, fueron tratadas en las versiones anteriores de la TMR como
“infraestructuras organizacionales”. Esto significaba olvidar que estos campos, estos ámbitos y
esas redes sólo se constituyen a través de las actividades de enmarcamiento de los actores.
Ocurre lo mismo para los espacios de limitaciones y oportunidades (ecológicos y económicos,
sociales e informativas) que se aparecen a los actores a través de la mediación de los marcos
identitarios y culturales. Las estructuras de oportunidad política no existen fuera de la
percepción, de la representación y del juicio de los actores. El sentido de lo posible está
vinculado directamente a maneras de ver y decir las cosas. Desde ese punto de vista, la
identificación de “condiciones objetivas” por afuera de la “conciencia subjetiva” de los actores es
insatisfactoria. El sociólogo no tiene ningún acceso “por afuera”; sólo puede restituir la
multiplicidad articulada de perspectivas tomadas por los actores en una situación de crisis y
analizar cómo rinden cuenta de las “ventanas de oportunidad” que se abren a su sentido. “La
oportunidad hace al ladrón”, pero esta se le otorga a quien sabe alcanzar la “oportunidad que
se ofrece” y sabe “vislumbrar el buen momento”. De la misma manera, la pertenencia a redes o
ámbitos no se da forzosamente con antelación: ella es inducida por el trabajo de alineamiento
de marcos y va en par con una reconfiguración de las coordenadas de los colectivos
preexistentes. Las OMS extraerán de los yacimientos de sociabilidad, donde anticipan que la
rentabilidad de las actividades de reclutamiento y de movilización será más elevada (Snow,
Zurcher y Eckland-Johnson, 1980; McAdam, 1988; Gould, 1991). Las OMS utilizan
41
estratégicamente el anclaje en territorios de vecindad y lugares de trabajo, iglesias y colegios ,
42
grupos de afinidad, redes de amistad y ámbitos comunitarios . También producen la
emergencia de lazos de simpatía, de connivencia, de cooperación, de solidaridad que reposan
sobre la adhesión a las mismas convicciones o sobre el compromiso en los mismos ámbitos de
creencia.
41
Sobre el movimiento de derechos cívicos se sugiere la lectura de Mc Adam, 1982; 1988 y Morris, 1981; 1984.
42
Sobre la Nueva Izquierda y el movimiento feminista veáse Evans, 1979; Rosenthal, et. al. 1985; Taylor y Whittier,
1992; 1995.
Las perspectivas configuradas por las OMS son denominadas “entrar en resonancia” en
sintonía con los públicos. El sentido de los marcos es construido en conformidad con regímenes
de acción, de interpretación y de justificación en vigencia de los ámbitos sociales de los actores
involucrados. Estos marcos no son explícitos para los ciudadanos. No se trata de ajustes
automáticos de una oferta por productores y de una demanda por consumidores, ni de
imposición simbólica de una ideología por dominantes a dominados. La determinación de
opiniones de públicos según su posición en una estructura social es limitada, como lo son su
maleabilidad y su permeabilidad a los discursos del que son objetivo. Los actores no son
agentes pasivos, manipulables a voluntad, marionetas a la merced de sus voceros y de los
medios masivos; disponen de un margen de maniobra en sus actos de recepción. El análisis de
marcos trató de descubrir cómo discursos de denuncia o de reivindicación se propagan en
ámbitos de interconocimiento, donde se establece una lectura compartida de los eventos y en
redes de organizaciones conectadas por fax o Internet que ponen en común sus bagajes de
competencia y sus agendas de direcciones en situaciones de movilización. Correlativamente a
ese proceso de difusión, se modifica la arquitectura de esos ámbitos y de esas redes, de esos
grupos de referencia y de pertenencia. El trabajo de comunicación pública, de transmisión, de
recepción y de aplicación de formas de organización de la experiencia y de justificación de la
acción, se refuerza con la configuración de las acciones colectivas.
¿Cómo se comprometen los individuos a favor de una causa y a agregarse con ella?
Desde el momento en que la tesis de los intereses colectivos no funciona, como en las viejas
épocas del marxismo o del parsonismo, hay que mostrar cómo se constituyen esas
organizaciones de relaciones densas y sólidas, que son los movimientos de acción colectiva.
Los procedimientos de enmarcamiento tienen una fuerza de movilización del consenso y de
movilización de la acción (Klandermans, 1984; Klandermans y Tarrow, 1988). Las elites de los
OMS promueven estrategias de organización y legitimación, que les permiten, manipulando los
eslóganes simbólicos, crear simpatía y aleación, suscitar solidaridad y combatividad, reclutar y
movilizar.
Quizás es lo que Snow y Benford (1992) insinuaron con la noción de marcos cardinales
(master frames). Los autores dan como ejemplo el movimiento de Derechos Cívicos que
produjo una nuevo conjunto de herramientas de marcos, en particular el “marco de los
derechos” y el de “la igualdad de oportunidad” (Williams y Williams, 1995). Más tarde, estos
conceptos fueron retomados en las luchas por los derechos de los estudiantes, mujeres,
negros, homosexuales e incluso de los animales. Pero Snow y Benford tienden a insistir más
sobre la función estratégica que sobre el valor semántico y jurídico. Sin embargo, la
generalización de derechos elementales de opinión, religión, expresión, circulación, extendidos
a los derechos civiles, políticos y sociales al voto, a la seguridad, a la educación o a la salud
tienen una larga historia, desde las revoluciones inglesa, francesa y estadounidense. El
“derecho a tener derechos” (Arendt, 1972) no pudo transformarse en una consigna de lenguajes
de resistencia y de reivindicación de los años sesenta que adoptan esos legados extendiéndolo
a nuevos objetos. La elección de estos “algoritmos” (Snow y Benford, 1992) es sin duda un
asunto de estrategia de comunicación política, pero no tiene más sentido, incluso en las
variaciones e innovaciones que introduce, que en razón de su conformidad a gramáticas de la
vida pública ya instituidas. La invención de nuevas formas narrativas debe aplicar reglas
prácticas de la “impertinencia semántica” (Ricoeur, 1975; 1983) que hacen eficaces a las
metáforas o los relatos sorprendentes. Acá también todo depende de la apreciación de los
límites que no hay que franquear para no caer en lo ininteligible o en lo insoportable. Los
Restos du coeur (restoranes del corazón) que apelan tanto a la compasión, a la solidaridad con
los más desposeídos o Greenpeace, que creó un contexto de video guerra alrededor de la isla
de Mururoa y desafía a la Marina Francesa, como David a Goliat, concentran numerosos
activistas. Contrariamente, los militantes del Act Up, que eligen como línea de conducta la
provocación a los oficiales en un estudio de televisión, en el Sidathón de 1998, son percibidos
como agresivos y en consecuencia resultan chocantes al público. Los alarmistas y alertadores
43
(sopladores de silbatos) (Bernstein y Jasper, 1998; Chateauraynaud y Torny, 1999), los físicos
para la responsabilidad social, notificando a la opinión las consecuencias de una guerra
nuclear, tienen por efecto aterrorizar a sus públicos y sofocar su movilización (Snow y Benford,
1988: 203-204).
Los líderes de las OMS no sólo deben ser creíbles en tanto que voceros de una causa,
según su estatus profesional, ético o político puede contribuir pero sus análisis, críticas y
proposiciones deben también tener una congruencia semántica con la vida cotidiana o el
universo político de sus destinatarios. Snow y Benford (1988) hablan de “conmensurabilidad de
experiencia” e invocan una “fidelidad narrativa” necesaria para que las operaciones de
enmarcamiento den sus frutos. Se trata de admitir que las restricciones de pertinencia pesan
sobre la acción o sobre la interacción estratégica. Inversamente, la “resonancia” de las
operaciones de enmarcamiento no tiene lugar en el vacío y depende de la circunstancia de su
puesta en marcha. En un artículo sobre el éxito de las Ligas del Norte en Italia, Diani (1996)
replantea la pregunta de Tarrow (1994) sobre el acoplamiento de dinámicas de movilización de
marcos y de estructuras de oportunidad política. Las Ligas disponen de pocos recursos
materiales, sus líderes de poca experiencia política y de oportunidades de acceso a los medios
masivos y sin embargo han conocido un creciente éxito electoral entre 1990 y 1993. Este
fenómeno se explica por muchas razones. La crisis de alineamientos de activistas y la fragilidad
de la representación política abren un campo a la acción autónoma de organizaciones
alternativas. El contexto era favorable para que se desarrollen los challengers, como Aleanza
Nazionale, la Rete o los Verdes, y al momento de la implosión del sistema de partidos existente
43
N. de T. : en el original “les tireus d´alarme ou lanceurs d´alert (whistleblowers)”.
desde 1947, para que emerja un nuevo partido-empresa, Forza Italia, que aglutinó a su
alrededor segmentos del electorado de la difunta Democracia Cristiana. El uso expresivo o
simbólico de las operaciones de enmarcamiento es comprensible en razón de la receptividad de
los públicos a los temas de anti-centralismo y el anti-fiscalismo y sus exposiciones mediáticas;
pero también se explica en términos de ecología política. Diani distingue cuatro tipos: los
“marcos de realineamientos” que sirven para construir nuevas identidades políticas de
movimientos y organizaciones sobre el tablero político; los “marcos de inclusión” que permiten
el reconocimiento de la legitimidad de estas entidades sin que sea remitido como causa el
orden constitucional o institucional; los “marco de revitalización” donde las organizaciones
políticas ya existentes se renuevan modificando en parte sus objetivos, ideologías y miembros;
y los “marco anti-sistema” por medio del cual los políticos atacan frontalmente aquello que
estigmatizan como la corrupción de la antigua “partidocracia” y que proyectan una
transformación o refundación radical.
Un tema clave del estudio de los movimientos sociales que ha sido explorado por el
análisis de marcos, es el de las identidades colectivas. Esta cuestión es muy antigua. Durante
mucho tiempo se intentó amarrar las identidades a sustratos naturales, en particular de género
y de etnia. La reproducción biológica de los niños y las mujeres o las disposiciones psico-
fisiológicas de los negros, supuestamente, explicaban los movimientos feministas o étnicos.
Snow, Zurcher y Peters (1981), Benford y Hunt (1992), que no pierden de vista la
teatralidad de la acción colectiva, tienden a precipitar el análisis de marcos en el sentido de un
análisis estratégico, percibido a través de los anteojos de la psicología social. Esta regresión
desdibuja la publicidad, la exterioridad y la objetividad de los procesos de enmarcamiento. Los
operadores de identificación de un colectivo -su nombre, sus logros y eslogan, los voceros que
hablan en su nombre, las intrigas de las memorias colectivas de los militantes, eventualmente
su estilo de vestimenta y de peinado- son tantos como los elementos del drama público. Las
identidades de los actores colectivos son los atributos de sujetos activos o pasivos, que ocupan
un lugar en los dispositivos retóricos y narrativos en las figuras que emergen en las historias
relatadas.
El mundo social es una escena pública. Los actores arriesgan golpes tácticos y montan
planes estratégicos, plegándose a reglas de juego comparables a aquellas de la representación
teatral. Benford y Hunt (1992) describieron algunas operaciones necesarias para realizar una
acción colectiva: elaborar un argumento (scripting), poner en escena, (staging), actuar la obra
(performing) e interpretarla (interpreting). Antes, es necesario describir la decoración, disponer
de equipos, elegir una distribución y narrar una historia. La definición de roles configura
personajes dramáticos (dramatis personae). Las categorizaciones los hacen aparecer loables o
maléficos, aliados o enemigos, víctimas o culpables, heroicos o demoníacos. Este casting no es
una operación secundaria: dibuja un mapa del espacio de las acciones posibles y anticipables y
expone las injusticias sufridas y apela a la reparación de errores, designando en todo los
responsables a perseguir y provocando la réplica del auditorio. Sin esta dramatización, el
lanzamiento de la movilización colectiva es improbable. Así, la apuesta en escena y la
introducción del asunto en un relato designan a las víctimas que deben ser salvadas o
protegidas (Best, 1998; Jenness, 1995; White, 1999) y que serán los beneficiarios de
eventuales reparaciones -niños, perjudicados, desabrigados, mujeres, minoridad-. Los activistas
se sitúan en voceros, oráculos y abogados de poblaciones siniestradas, generaciones futuras,
menores humillados o la mayoría silenciosa (Hunt, Benford y Snow, 1994). Denuncian al “gran
capital”, las “elites tecnocráticas”, los “grupos de interés multinacionales”, los “racistas” y los
“fascistas”, los “patrones”, y más generalmente, los culpables y sus cómplices. Construyen
chivos expiatorios, los señalan a la vindicta popular. Algunos de los activistas, sobre todo si son
fundadores de la organización, convierten los chivos expiatorios en “símbolos vivos”, dándoles
cuerpo, visión y voz. Se dirigen a públicos de espectadores o auditorios invitándolos a salir de
su neutralidad, indignarse y rebelarse. Buscan hacer entrar en escena actores privilegiados,
jóvenes, patriotas, inmigrantes, cristianos, intelectuales, periodistas, políticos o sindicalistas.
El enmarcamiento de los mensajes es indisociable de los auditorios, este puede ser
orientado muy claramente hacia una población unida a un territorio, una historia o una
ideología; pero a veces el enmarcamiento debe mantenerse impreciso para evitar que el
auditorio tome demasiado partido, es decir dejando un margen de maniobra en el
direccionamiento de los mensajes. Los públicos jamás pueden ser totalmente discriminados, y
será conveniente evitar las distorsiones debidas a las superposiciones de mensajes
incompatibles o contradictorios. El enmarcamiento no puede limitarse a una descripción
serializada de casos particulares, bajo la pena de ser sospechada de localismos o
corporativismo. La gramática de la arena pública requiere la inscripción de los problemas
sociales bajo el signo del interés general, del bien común o de la utilidad pública. Entonces, los
problemas son convertidos en problemas públicos, recurriendo a repertorios retóricos y
dramatúrgicos constitutivos de la “cultura de los problemas públicos” (Gusfield, 1981). Benford y
Hunt toman el punto de vista del emprendedor o madrugador en causas públicas. Más allá de
los problemas de la gestión de los recursos materiales, el madrugador debe desplegar
“estrategias de manipulación de símbolos” (Zurcher, 1985), actuar sobre la tesitura de los
climas emocionales y sentimientos éticos, lograr u obtener acciones simbólicas buscando
efectos preformativos (Burke, 1966). Asimismo, debe delimitar aquello que es “políticamente
correcto”, incitar y atraer a los auditorios, diferenciar las performances según la variedad de
expectativas del público, demarcar la frontera entre el proscenio y el segundo plano, las
tribunas y los coliseos, tirar las cuerdas de la atención y el relajamiento, de la indignación y el
entusiasmo, de lo cómico y lo trágico. Al momento de pasar al acto (performing), los
protagonistas deben ser quienes testimonien sus cualidades dramatúrgicas, que son la lealtad a
un equipo, la disciplina y la circunspección (Goffman, 1963). Los manifestantes producen un
“efecto de masas” presentándose en la calle y dando cuerpo al icono del pueblo ocupando el
espacio público; los campesinos montan sus acciones de guerrilla urbana contra las prefecturas
y utilizan mesuradamente la violencia como recurso estratégico; los militantes contra el aborto o
aquellos del “act up” se han convertido en expertos para expresar su furia frente a las cámaras;
las feministas enviaron testículos de puerco a un juez de Ohio que declaró inocente al violador
de una pequeña niña (Taylor y Whittier, 1995). Como en el teatro, la calidad de una
performance no es tanto el contenido cognitivo de su mensaje sino la habilidad de la puesta en
escena y la capacidad de acceder a las emociones del espectador. En fin, el momento de la
interpretación para el auditorio es crucial tanto que toda la maquinaria teatral tiene como
finalidad engendrar procesos de reenmarcamiento hacia los miembros del público, de
movilización a favor de una causa y de reclutamiento en la organización que se construyó como
vocera. Este momento tiene efectos retroactivos: los actores modifican su relato y puesta en
escena, eligen nuevos auditorios a conquistar, y toman en cuenta la devolución que captan
luego de efectuar sus acciones. Especialmente, en función del tipo de recepción que tiene
reservado donde el éxito de un mitin o de una manifestación, la cobertura por los medios
masivos, los sondeos de opinión de institutos especializados y la toma de decisión de los
poderes públicos son también testimonios. Sin dudas, este momento de recepción es el más
difícil de alcanzar empíricamente por los dispositivos de investigación (Cardon y Heurtin, 1999).
Sin embargo sin aquel, recurrir a un paradigma dramatúrgico y retórico pierde mucho de su
interés.
44
Tal dimensión política del público fue presentada en las investigaciones iniciales de Park (Park y Burgess, 1921),
quien fue el primero en tematizar el comportamiento colectivo. Aquella dimensión ha sido olvidada por los estudios
actuales.
45
Esta relectura sociológica de la noción de motivo y de intención fue dirigida en Francia por Quéré, Pharo y otros, en
las Formas de la Acción (1990) o por Petit (1991). Ver también el artículo de síntesis sobre Mills (Trom, 1999).
críticos, son quienes activan el teatro de la acción colectiva y tienen un lugar privilegiado -aún
cuando no se trata de oponer a los madrugadores activos contra auditorios pasivos-. Los
activistas organizan el campo de la experiencia y el horizonte de expectativas de los
protagonistas y antagonistas, de los militantes y los públicos, asignándoles un lugar y un rol.
Narran los eventos que les ocurren y las performances que llevan a cabo, inscribiéndolos en
diagnósticos y pronósticos. Proponen esquemas interpretativos y motivacionales por medio de
los cuales se puede racionalizar y justificar el compromiso con una acción colectiva. De
repente, los activistas, voceros, se involucran en un proceso de comunicación pública donde se
expone el trabajo de autoidentificación, de autoorganización y de autolegitimación.
46
N. d. T. En el original “Not In My Backyard”. La traducción al español es “No en mi patio trasero”.
47
Los procedimientos de enmarcamiento no son los sistemas de categorización y clasificación con fuerza coercitiva de
los durkhenianos ni las estructuras mentales de la psicología política conceptualizadas por Lasswell, Parsons o Almond
y Verba. Ya no son más reductibles a agregados estadísticos, como es el caso de los sondeos de actitud y opinión. Los
procedimientos de enmarcamiento desbordan su estatuto de medios de imposición o resistencia a una violencia
simbólica, tal como lo entiende la sociología crítica.
ellos y con sus organizaciones en oposición a sus adversarios, pero introduciendo estas
interacciones estratégicas en conformidad con las gramáticas de la vida pública.
Más que postular inicialmente que “personal is political”, es mejor comprender como las
fronteras de lo personal y de lo político, de lo privado y lo público, de lo subjetivo y lo
intersubjetivo, de lo individual y lo colectivo, se desplazan gradualmente al enmarcamiento de
los problemas públicos y de las acciones colectivas. Por medio de las pruebas de las formas de
relación con el prójimo (de las más íntimas a las más impersonales) y de las formas de
relacionarse consigo mismo (como actor público o privado) los modos de subjetivación son
correlativos a una dinámica del manejo de categorías, de atribución de motivos y de
comprensión de causas, de imputación de responsabilidades y de percepción de injusticias,
defensa de opiniones y promoción de intereses. Esta experiencia del mundo, de sí mismo y del
otro está formateada por las gramáticas de la vida pública. Inversamente, la emergencia de
causas públicas tiene siempre un anclaje en las experiencias vividas. Los compromisos pueden
sostenerse sobre objetos, territorios o colectivos distantes, pero la gestión de información
disponible, la articulación de argumentos, y la formulación de motivos también se apoyan sobre
datos de experiencia personal, sobre reservas de saberes locales y sobre redes de relaciones
cercanas. La defensa de causas públicas debe ser ilustrada por testimonios de orden personal.
La defensa de consumidores, la promoción de estilos de vida alternativos, la crítica a la
explotación de mujeres en la esfera doméstica y en el trabajo y la denuncia de la
estigmatización a las minorías sexuales han contribuido a politizar algunas dimensiones de la
vida privada y a exponer sobre el escenario mediático aquello que antes pertenecía a la
intimidad.
Conclusión
Introducción
Los estudios sobre la movilización social tienen una larga trayectoria. A fines del siglo
XIX Gustave Le Bon (1911) desarrolló uno de los primeros trabajos sistemáticos sobre el
protagonismo que adquirió un nuevo actor político de gran influencia y rostro difuso: las masas.
Retomada por el propio Freud (1986) en sus textos de carácter social, la presencia disruptiva
de este actor incierto no dejó de inquietar al pensamiento social en el momento de su
institucionalización científica. En clave de sociología de masas, los enfoques funcionalistas y
marxistas reflexionaron sobre las posibilidades de manipulación de un actor colectivo definido
negativamente por su disponibilidad en el contexto de un orden político dominado por la razón
instrumental y los procedimientos burocráticos. En nuestro país cabe destacar los importantes
esfuerzos realizados por Gino Germani (1971; 2003) para explicar el enigma del populismo
como una forma anómala de incorporación de las masas movilizadas al régimen político
nacional.
A partir de medidos del siglo pasado comienza a cuestionarse la concepción de la
movilización social como fenómeno heterónomo y anómalo. Una doble cuestión impulsa este
desplazamiento: por un lado, la emergencia de formas contenciosas novedosas y, por otro, el
impacto que el surgimiento de estos actores produce en el debate de las ciencias sociales.
Entre los ´50 y ´60 emergieron en Europa y EEUU organizaciones por derechos cívicos,
antirraciales, de mujeres, pacifistas y ecologistas con demandas específicas, repertorios de
acción innovadores y formas de organización complejas pero no integradas a los mecanismos
de mediación formales del sistema político. En el mundo anglosajón, se atendió al reemplazo
de organizaciones informales y comunitarias por otras profesionalizadas, reorientando las
preguntas de investigación hacia la caracterización de los recursos que facilitaban la
movilización. En este marco, se consolidó la teoría de la Movilización de Recursos (TMR) cuya
preocupación giraba en torno a la relación entre el interés y los recursos disponibles, bajo el
supuesto de la racionalidad de los actores.
En Europa -principalmente Francia, Italia y Alemania- la emergencia de experiencias
contenciosas desvinculadas de las problemáticas clásicas del capitalismo puso en cuestión la
productividad analítica de la noción de clase. Con la constitución de la teoría de Nuevos
Movimientos Sociales (TNMS) nuevas categorías ocuparon la centralidad en el análisis;
principalmente la de identidad. Una nueva conflictividad, desanclada de la tradición proletaria,
irrumpía en sociedades con altos niveles de integración social convocando a las ciencias
sociales a desarrollar herramientas analíticas capaces de dar cuenta del potencial
transformador de actores no clasistas pero suficientemente organizados y con capacidad de
multiplicar sus demandas.
La propuesta de este capítulo consiste en elaborar una nueva conceptualización para el
estudio de las formas de confrontación política, que tome como núcleo explicativo la noción de
sujetos políticos. El primer paso será repasar los ejes de la TMR y a la TNMS -en especial sus
concepciones de política y de poder- y las principales críticas que se les formularon. En
segunda instancia se describirán, siguiendo los desarrollos del último Foucault, los dispositivos
de poder -soberanía, disciplina y seguridad- que estabilizan y normalizan a los sujetos
colectivos. Desde un enfoque genealógico, se revisarán las categorías de interés e identidad a
la luz de una nueva perspectiva definida por Foucault a través de la introducción del concepto
de gubernamentalidad. Por último, analizaremos el debate actual acerca de la fisonomía de los
sujetos políticos de resistencia a las nuevas formas de dominación capitalista.
Interés
La teoría de Movilización de Recursos surgió cuestionando las perspectivas que
caracterizaban a los episodios de movilización como anormales, en el sentido de no-
institucionalizados, en una dinámica que debía tender a encontrar el equilibrio del sistema
social. Desde un punto de vista epistemológico, la TMR es deudora de la teoría de la Acción
Colectiva de Mancur Olson (1968) y los posteriores desarrollos de la teoría de la Elección
Racional de Jon Elster (1990) y, en consecuencia, de la discusión respecto de la racionalidad y
los incentivos de la participación en la movilización. Oberschall (1973), Mc Carthy y Zald (1973;
1977) y Jenkins (1981), reconocidos referentes, pusieron el eje en “las continuidades entre el
movimiento y las actuaciones institucionales, en la racionalidad de los actores de los
movimientos, en los problemas estratégicos que afrontaban y en el papel de los movimientos
como agentes de cambio social” (Jenkins, 1994: 7). En palabras de Jenkins, el acento está
puesto en “actores colectivos que luchan por el poder en un determinado contexto institucional”
(1994: 9). El movimiento social es considerado una “prolongación de actuaciones
institucionalizadas” cuyo propósito es alterar la estructura social. De cada movimiento pueden
participar varias organizaciones.
Los fundamentos sociopolíticos sobre los que se asientan estas formulaciones remiten
a las teorías del Pluralismo Competitivo de Robert Dahl (1989). Estas perspectivas conciben a
la política según el modelo económico de la competencia por recursos e influencia, llevada
adelante por grupos de interés constituidos en el marco institucional estable del gobierno
representativo.
Desde el enfoque de la TMR lo que habilita la participación de un actor en un episodio
colectivo o en una organización es compartir intereses con otros. En otras palabras, cada
individuo realiza el cálculo entre costos y beneficios al momento de definir su participación; los
intereses son determinantes al momento de definir los propósitos y objetivos del movimiento.
Las posibilidades de movilizarse dependen de los recursos, de la organización del grupo y de
sus oportunidades.
Muchas críticas se formularon a este enfoque. Desde la misma TMR se criticó la
consideración de las organizaciones de movimientos sociales como profesionales y la lógica
economicista- utilitarista que ha regido las explicaciones en torno a la participación de los
individuos. Sin embargo, las propuestas elaboradas como superaciones no cuestionaron los
fundamentos de esta perspectiva (entre otros ejemplos se encuentra el modelo multifactorial de
Jenkins, 1994 o el modelo de interacción con actores múltiples de Tilly, 1990).
En primer lugar, se deja por sentado que el hecho de compartir intereses permitiría que
actores individuales se movilicen juntos. En esta lógica se presenta un primer problema. Se
supone que los intereses son anteriores a la acción contenciosa y se ignora su proceso de
formación. Así, se da por entendido que cada individuo tiene intereses propios y plenamente
constituidos, y que por medio de su agregación se alcanzaría la movilización. No se profundiza
respecto de los vínculos intersubjetivos de los protagonistas de modo de generar identificación
entre ellos, más bien se produce una correlación mecánica entre grupos con intereses afines y
actores políticos. Partir del supuesto que cada individuo define sus intereses y decide en que
medida le conviene participar del colectivo tiende a afirmar el componente de la identidad y
desconoce los procesos que tienen lugar en la interacción, repercutiendo en el modo en que
los actores justifican su accionar y se representan sus intereses.
Acerca del problema de la identidad, Pizzorno discutió sobre el criterio de evaluación a
partir del que se comparan los costos y beneficios de la participación. Al respecto afirmó que
“para que un individuo pueda apreciar la utilidad de costes actuales a cambio de beneficios
futuros (o viceversa) es necesario que éste esté seguro de ser, en el futuro, el mismo individuo
48
(esto es, de tener los mismos criterios de valoración)” (1994: 136) . Es en la interacción donde
se constituyen las identidades, se fortalecen lazos, acuerdos, modos de acción y confrontación,
se formulan y legitiman demandas que después cobran visibilidad en la instancia contenciosa.
En resumen, no es suficiente que varios individuos compartan intereses en un sentido
acumulativo para definir la movilización, por ejemplo respecto del incremento de sus salarios o
perciban una situación como injusta, para que tomen conciencia y produzcan episodios
confrontativos.
En segundo lugar, desde esta teoría no se problematiza suficientemente la relación
entre lo individual y lo colectivo. Es decir, compartir los mismos intereses no es una condición
suficiente para constituirse como un colectivo, de modo tal que activen procesos
49
contenciosos . Es en la tensión entre lo individual y lo colectivo donde se define, constriñe,
48
Pizzorno menciona otro problema; en sus palabras, “los presupuestos de tipo utilitarista sólo son válidos en
condiciones de información perfecta. La incertidumbre del cálculo individual es superada (parcialmente) por la
seguridad de que el mercado social en el que los beneficios sociales (prestigio, honor, afecto; el reconocimiento, en
una palabra) pueden ser consumidos permanecerá inalterado” (1994: 136). Para el sociólogo italiano el criterio de
evaluación que necesita cualquier individuo para comparar los costos con los beneficios de su participación es la propia
identidad colectiva.
49
Pizzorno (1994) por su lado, afirma que lo que define que el colectivo participe es que en su momento de formación
tendría como principal objetivo ser reconocido por otros, ya que esto habilita que sus intereses sean incluidos en el
sistema representativo. Ahora bien, luego del proceso de constitución, el colectivo optaría, en caso de tener la
posibilidad, por la negociación, lo que produciría un descenso de la participación.
delimita o potencian los procesos de movilización. De pretenderse un análisis no determinista,
no hay razones para considerar la existencia de intereses y/o decisiones que ocurran por fuera
del mismo proceso contencioso, no habría tal anterioridad y externalidad. En muchos casos, los
móviles de la acción así como sus fundamentos emergen o se recrean en el curso de
constitución/ consolidación del grupo.
Por último, la acción colectiva está pensada en términos de maximización de
beneficios, por lo general en vistas al control de bienes y servicios. En todo caso, la acción
colectiva debe cumplir con el rol de satisfactor de beneficios al tiempo que se trata de la
cooperación libre de los individuos (Elster, 1990). Esta línea analítica prescinde de la discusión
acerca de qué beneficios ganarían los actores en cada confrontación. Por otra parte, se
establece una traducción entre el actor individual y el colectivo sin mediación alguna. En
definitiva, la acción colectiva no es la resultante de la relación entre “participación individual,
costes y beneficios” (Elster, 1990: 49), sino una compleja trama donde la politización de actores
colectivos no puede deducirse de la acumulación de intereses personales y expectativas
respecto de supuestos beneficios.
Tilly señala una dificultad extra que presentan las teorías de la Acción Colectiva en
clave de elección racional: su carácter estático respecto de su carencia de “especificaciones de
los medios por los que cambia la acción y produce resultados” (1990: 177). En este sentido,
aún si se concede la definición del grupo como agregación de intereses individuales, la
explicación de la acción colectiva y las modalidades que adquiera no pueden reducirse a los
intereses que comparta un grupo. Los episodios contenciosos tienen un carácter múltiple y no
monocausal; son resultado de negociaciones y evaluaciones por parte del colectivo de la fuerza
con la que cuenta así como las posibilidades de generalizar su reclamo. Por otro lado, se
presenta el problema de la representación de intereses y de la relación entre el grupo y la
población- base (Tilly, 1990), esto es, que un grupo comparta los mismos intereses y se haya
constituido en un colectivo no agota la población que pueda identificarse y compartir aquellos.
Acerca de nuestra inquietud por las premisas de la política y del poder que esta
perspectiva supone hay que considerar varios puntos. Podríamos anticipar que esta
perspectiva se inscribe en una clave más bien institucionalista. En primer término, aspira a
establecer comparaciones entre gobiernos y/o regímenes liberal-democráticos y las
posibilidades de acceder a la política, eventualmente pretende establecer generalizaciones a
regímenes de tipo autoritario o de partido único. La política es pensada como la posibilidad de
acceso a instituciones -la opinión pública, coaliciones electorales o gobierno, la administración
pública- y no como una práctica social más amplia y con posibilidades de transformar los
propios marcos institucionales y/o sistémicos. En todo caso, como veremos más adelante, este
tipo de análisis sobre la movilización social se sustenta en una concepción de la política bajo el
dispositivo de la soberanía, a partir del cual postula una separación entre sociedad civil, estado
y gobierno que permite pensar sus relaciones como un vínculo biunívoco y transparente -
representable- entre las figuras del ciudadano, el trabajador y el aparato del estado.
Por otra parte, los movimientos objeto de interés son aquellos que se proponen una
lucha por el poder; entendiéndolo de modo centralizado y restringido al ámbito de las
instituciones. La unidad de análisis suele ser grupos u organizaciones, con intereses y
demandas políticas, pero cuyas relaciones y tensiones con las estructuras formales del sistema
político -sindicatos y partidos políticos- no aparecen suficientemente tematizadas. En este
marco, muchos estudios se inclinan hacia los procesos de institucionalización de los
movimientos sociales, sea por medio de la cooptación o al ser parte de una coalición de
50
gobierno . Si el sistema político se concibe como estructura institucional de mediación y
gestión de intereses preconstituidos de manera autoevidente en la trama social, el análisis de
los actores sociales, entre ellos los movimientos, enfocará su integración normativa e
instrumental al dispositivo institucional o a su irremediable fracaso.
Identidad
La perspectiva conocida como Nuevos Movimientos Sociales tiene origen europeo,
principalmente en Francia (Alain Toraine, 1987; 1991), Italia (Alberto Melucci, 1980; 1994 y
Alessandro Pizzorno, 1989; 1994) y Alemania (Claus Offe, 1988). Esta teoría surgió a propósito
de la aparición de experiencias de organización cuyo protagonista ya no era la clase obrera
sino luchas “encaminadas a la extensión de la ciudadanía” (Melucci, 1994: 155) en una nueva
coyuntura denominada posindustrial, posmaterialista o de la información. La atención se centró
en las cuestiones relativas a la constitución de identidades, dejando por sentado el supuesto de
la existencia de una organización. La discusión alrededor de esta perspectiva tuvo dos puntos
claves. Uno, acerca del carácter de la novedad de los movimientos sociales. Al respecto
Melucci (1994) advirtió que lo novedoso al ser un concepto relativo es insuficiente para
identificar las singularidades de los fenómenos colectivos.
El segundo punto es sobre el concepto de movimiento social: ¿cuál es su estatuto
teórico y cuáles las dimensiones empíricas que los vuelven inteligibles? Tomemos las
siguientes definiciones:
“Estructuras segmentadas, reticulares, policefálicas. El movimiento se
compone de distintas unidades autónomas que emplean una importante
parte de sus recursos en solidaridad interna. Una red de comunicaciones e
intercambio mantiene las células en contacto entre si; información, personas
y modelos de conducta circulan en la red, moviéndose de una unidad a otra
y promoviendo así cierta homogeneidad a toda la estructura. El liderazgo no
está concentrado sino que es difuso; se limita a objetivos específicos y
diferentes personas pueden asumir papeles de liderazgo, dependiendo de
las funciones que haya que satisfacer” (Melucci en Tilly, 1990: 184).
50
Incluso este comentario cabe también para perspectivas que se han interesado en la identidad, un caso es el de
Pizzorno. Su concepción de la política y del poder político se define respecto de la disposición de cada grupo en
relación con los demás y las reglas del juego que deberían ordenar la competencia -el acceso a los recursos- de modo
tal de concretar cierto equilibrio político.
“Actor colectivo movilizador que, con cierta continuidad y sobre las bases de
una alta integración simbólica y una escasa especificación de su papel,
persigue una meta consistente en llevar a cabo, evitar o anular cambios
sociales fundamentales, utilizando para ellos formas organizativas y de
acción variables” (Raschke, 1994: 124).
Acerca de nuestra inquietud por las premisas de la política y del poder que esta
perspectiva supone hay que considerar que sostiene una dicotomía entre las instituciones y los
colectivos. El nacimiento de un movimiento responde a la “incapacidad del sistema institucional
establecido para encontrar respuestas a los problemas articulados en los movimientos
sociales” (Raschke, 1994: 126) mientras que su fin está asociado a la posibilidad de introducir
cambios en las instituciones. En primer lugar, sobre el nacimiento ¿pensar los movimientos
como respuesta a un problema institucional no sostiene de alguna manera los postulados de la
teoría del Comportamiento Colectivo, que fundamentada en la teoría funcionalista estudiaba
51
Raschke incluso inscribe a la institucionalización -junto a la transformación del movimiento en un sucesor y su
disolución- como una posibilidad del fin de un movimiento social. Al respecto el sociólogo alemán afirma lo siguiente: la
institucionalización no supone que el movimiento cree organizaciones sino tan sólo que se agote su actividad en la
acción de la organización (1994: 128-9).
los fenómenos contenciosos como anormales? Tal vez una diferencia sea que la propuesta
funcionalista -en especial de Talcott Parsons- se basaba en la necesidad de darle racionalidad
a la movilización, dimensión no contemplada por la TNMS. Para Raschke (1994), la diferencia
entre ambas remite a la duración de los acontecimientos en cuestión: los episodios colectivos
tendrían una extensión corta, mientras los movimientos sociales gozarían de una prolongación
mayor. Además estos últimos contarían con una estabilidad respecto de sus modelos internos y
en su estructuración.
En segundo lugar, respecto del fin del movimiento, asociarlo principalmente a la
introducción de modificaciones en el sistema institucional, donde la política en este caso
cumpliría un rol de intermediaria, es desconocer los procesos de producción de sentido que sin
tener una cristalización en una formación social determinada contribuyen a pensar las
concepciones de una época habilitando su transformación.
Por último, Melucci tal vez sea el analista que más hincapié ha hecho respecto del
proceso de constitución de un movimiento social y las posibilidades de “creación de modelos
culturales y retos simbólicos” (1994: 166). Sin embargo, esta dimensión es claramente
diferenciada del nivel político, asociado a la autoridad y al desafío que se entabla con ella.
52
Aquí la noción de “trama estratégica” refiere a la interacción estructurada según reglas y a la disputa por sus
significados y usos, más que a la concepción instrumental de un sujeto racional autocentrado persiguiendo metas
egoístas. Es en el primer sentido de estrategia que Foucault (2001) propone pensar el poder como un campo
estratégico sin sujeto.
los griegos ethos: una práctica de sí que vinculaba al sujeto con la verdad de su vida en tanto
obra que requería coherencia y disciplina en su permanente construcción. El agonismo del
ethos griego invita a pensar una modulación específica de la noción de autonomía según la
cual esta última no podrá concebirse nunca en términos absolutos, dado que la propia
posibilidad de la libertad sólo es realizable en un contexto relacional del cual el poder no puede
ser abolido.
La genealogía del sujeto que Foucault se propone como círculo complementario de sus
indagaciones sobre el saber y el poder, encontrará un nuevo umbral de transformación de las
tecnologías del yo con el cristianismo y el advenimiento del “poder pastoral”. El espacio de
autonomía que implicaba la construcción del ethos griego quedará eclipsado por una nueva
relación entre sujeto y verdad, dominada por la heteronomía de las tecnologías de la confesión
y la prescripción del autoconocimiento mediado por el pastor. La “paradoja del pastor”
configurará el antecedente confesional de la tecnología propia de la razón de estado: velar por
todas y cada una de las ovejas desplegando a un tiempo un poder individualizante y
colectivizante, tanto sobre el individuo como sobre la población.
Según estas definiciones, el agonismo de Foucault cambia su foco. Ya no se trata de la
batalla entre magnitudes de fuerzas desatadas en la historia y estructuradas según la
aleatoriedad del acontecimiento, sino, más específica y pragmáticamente, de una trama de
acciones sobre acciones que organizan y estabilizan campos estratégicos de posibilidad e
inteligibilidad -dispositivos- al interior de los cuales se constituyen saberes, objetos,
identidades y subjetivaciones. La tarea genealógica consistirá en identificar y describir con
minuciosidad y exhaustividad los “umbrales” -como el caso del “poder pastoral” que
mencionamos más arriba- en que tales relaciones estratégicas se subvierten abriendo otros
espacios de gubernamentalidad, esto es, otra estructuración de un campo de acciones
posibles. El procedimiento genealógico no se ajusta a la reflexión sobre el origen, ambición
fundacional de la metafísica que reenvía todo conflicto y alteridad a la identidad
resplandeciente de un comienzo, sino a la provocación de la procedencia que solicita y
remueve los dispositivos institucionalizados, es decir, estabilizados y regulados. Es así que la
tarea genealógica, la indagación de las tecnologías de gobierno en sus discontinuidades y
fracturas, sólo se concibe como “historia del presente”, la historia de lo que hemos llegado a
ser. En otras palabras, la inteligibilidad del pasado se revela en las formas actuales de
dominación y resistencia. La crítica genealógica se sabe emplazada en un dispositivo y busca
generar un efecto de extrañamiento y des-identificación a partir del cual se abran nuevas
posibilidades de subjetivación, nuevos dispositivos de gubernamentalidad. He ahí la apuesta
ético-política que Foucault realiza a través de la revisión del ethos griego y su confrontación
con el modelo pastoral. Allí se perciben las mutaciones genealógicas que nos han convertido
en lo que somos así como se insinúan modelos de subjetivación alternativos.
Y esa deriva genealógica enfocará persistentemente el problema de la
gubernamentalidad que no es otro que la indagación de la compleja confluencia entre las
técnicas de dominación ejercida sobre y por los otros y las técnicas de sí mismo. Foucault
demuestra como todo sujeto individual y/o colectivo está al mismo tiempo interpelado y
plegado, identificado y subjetivado, normalizado y subvertido. Y cómo, además, en la
modernidad occidental esa relación se vuelve inteligible en tres sucesivos y superpuestos
dispositivos de poder que estabilizan, formalizan, normalizan, en definitiva, institucionalizan,
este orden de relaciones a los cuales denomina: soberanía, disciplina y seguridad.
El dispositivo de soberanía, surgido en la Edad Media y predominante hasta los
Estados Absolutistas, construye al territorio como objeto de gobierno intentando ordenar,
recortar y distribuir la circulación de los ciudadanos, productores y consumidores. La tecnología
que dispone consiste en una partición binaria entre lo permitido y lo prohibido que opera el
acoplamiento entre un tipo de acción prohibida y un tipo de castigo determinado y estipulado a
través de un código. La figura que lo legítima es la ley entendida como contrato que supone la
sesión de la voluntad de los súbditos.
El dispositivo disciplinario, por su parte, consiste en una tecnología de gobierno que
define como objeto al cuerpo productivo; se trata de una “anatomopolítica”. Este dispositivo,
surgido en el siglo XVIII y dominante desde la revolución industrial hasta mediados del siglo XX
con el advenimiento de los Estados de Bienestar y la hegemonía del modelo de producción
fordista, se apoya en la proliferación de reglamentos que establecen lo normal y lo patológico.
La tecnología de la normalización, a diferencia de la figura de la ley en el dispositivo de
soberanía, no penaliza una infracción al código sino que corrige, reforma y controla la virtual
desviación de un comportamiento. De esta suerte, no opera sobre el territorio sino que se
concentra en las instituciones -fábrica, hospital, escuela- multiplicando el modelo panóptico de
la arquitectura carcelaria.
El dispositivo de seguridad, por último, construye a la población como su objeto de
gobierno y su medio de intervención. Para Foucault constituye una nueva forma de
gubernamentalidad, cuya procedencia se remonta hasta los fisiócratas del siglo XVIII, pero que
adquiere preponderancia con el arte liberal de gobernar como crítica del Estado de Bienestar
en el siglo XX.
“Y el medio aparece por último como un campo de intervención donde, en
vez de afectar a los individuos como un conjunto de sujetos de derecho
capaces de acciones voluntarias -así sucedía con la soberanía-, en vez de
afectarlos como una multiplicidad de organismos, de cuerpos susceptibles
de prestaciones, y de prestaciones exigidas como en la disciplina, se tratará
de afectar, precisamente, a una población. Me refiero a una multiplicidad de
individuos que están y sólo existen profunda, esencial, biológicamente
ligados a la materialidad dentro de la cual existen. A través de ese medio se
intentará alcanzar el punto donde, justamente, una serie de acontecimientos
producidos por esos individuos, poblaciones y grupos interfiere con
acontecimientos de tipo casi natural que suceden a su alrededor” (Foucault,
2006: 41-42).
La población se constituye simultáneamente como sujeto del gobierno, en la medida en
que el propósito principal de este consiste en incrementar indefinidamente su bienestar,
educación, salud, y en objeto de su intervención en tanto medio o superficie a ser calculada y
regulada.
Si el dispositivo de soberanía asume el problema de representar y organizar el espacio,
las tecnologías disciplinarias se enfocan en reglamentar y corregir los cuerpos, la
gubernamentalidad biopolítica enfrenta el desafío de modular y calcular las correlaciones entre
series de acontecimientos masivos siempre abiertas y aleatorias: nacimientos, enfermedades,
morbilidad, aglomeraciones, viviendas, desocupación, pobreza, indigencia, climas, delitos, etc.
Su tecnología fundamental será la ciencia del estado: la estadística.
Tanto la ley como la disciplina operan sobre el presupuesto de un desorden constitutivo
que debe ser neutralizado sea vía prohibición o reglamentación. La seguridad, en cambio,
trabaja en el plano de la “realidad efectiva” bajo el supuesto de un orden inmanente a los
procesos biológicos y económicos. Por lo tanto, no prohíbe ni reglamenta sino que modula y
regula la circulación de magnitudes y flujos en la superficie de la población. Foucault recupera
la metáfora de la mano invisible de Adam Smith para mostrar como esa condición de
invisibilidad no remite solamente a su dinámica inmanente y espontánea sino, principalmente, a
su carácter inefable que habilita al gobierno a una intervención tan permanente como
autocontrolada sobre los flujos poblacionales, siempre expuestos al riesgo ominoso de la
catástrofe.
La población se diferencia como objeto específico de gobierno en la medida que se
diferencia el poder del soberano (poder político) del poder del estado (poder administrativo). El
gobierno administrativo funciona más como un arte de gobernar que como un principio de
soberanía: se concentra en los medios para lograr la intensificación de los procesos que dirige.
La ley se justifica por la necesidad administrativa de incrementar el poder del estado más que
por su legitimidad fundada en el bien común. Será, finalmente, la economía política el dominio
de saber que delimitará a la población con sus funciones y correlaciones como espacio
autónomo de intervención del gobierno.
Para Foucault, la economía política surge como dominio de saber propio de una
revolucionaria tecnología de poder enfocada en el problema de la racionalización del gobierno:
el liberalismo. A diferencia del socialismo, que permanece en el orden del dogma o el programa
político, el liberalismo se piensa desde su emergencia como una tecnología de gobierno que se
monta sobre el principio paradojal y productivo de la autolimitación del gobierno. Una
autolimitación que no será de tipo jurídico sino que resultará del conocimiento del medio sobre
el cual opera: la naturaleza de la sociedad y el mercado, en definitiva, la población. Un
desplazamiento fundamental separará el desarrollo de la economía política del pensamiento
liberal iusnaturalista. Este último, máxima expresión moderna del dispositivo de soberanía, se
organiza alrededor del problema del abuso de la soberanía, esto es, la cuestión de la
legitimidad del gobierno para intervenir sobre la libertad fundamental de los ciudadanos. La
economía política, en cambio, se plantea el problema del exceso de gobierno no respecto del
individuo portador de derechos sino respecto del homo oeconomicus, sujeto definido por un
interés generador de un egoísmo multiplicador inmanente al nuevo campo de veredicción del
gobierno: la sociedad civil.
Se pregunta Foucault:
“¿Qué es la sociedad civil? Pues bien, me parece que la noción de sociedad
civil, todo ese conjunto de objetos o elementos que se pusieron de
manifiesto en el marco de esa noción, es en síntesis un intento de responder
al interrogante que acabo de mencionar: ¿cómo gobernar, de acuerdo con
reglas de derecho, un espacio de soberanía que tiene la desventura o la
desventaja, según se prefiera, de estar poblado por sujetos económicos?
¿Cómo encontrar una razón, cómo encontrar un principio racional para
limitar de una manera que no apele al derecho, que no apele a la
dominación de una ciencia económica, una práctica gubernamental que
debe asumir la heterogeneidad de lo económico y lo jurídico? La sociedad
civil no es, por lo tanto, una idea filosófica. La sociedad civil es, creo, un
concepto de tecnología gubernamental, o mejor, el correlato de una
tecnología de gobierno cuya medida racional debe ajustarse jurídicamente a
una economía entendida como proceso de producción e intercambio. La
economía jurídica de una gubernamentalidad ajustada a la economía
económica: ese es el problema de la sociedad civil…” (2007: 335-336).
La sociedad civil, entonces, como el dominio donde las tecnologías de gobierno regulan
la mecánica de los intereses inherentes, inmanentes, del homo oeconomicus al cual más que
garantizarle hay que provocarle su libertad para que multiplique y propague su energía
económica. Ninguna trascendencia de la voluntad, ningún vínculo frágil y permanentemente
amenazado con el soberano, el gobierno del interés se restringe a la lógica de su propio
incremento en la búsqueda de no interferir su síntesis espontánea. Sensualista, empirista,
utilitarista, la gubernamentalidad liberal se enfrenta al doble desafío de autolimitarse respecto
del despliegue de la dinámica de los intereses, por un lado, y provocar la libertad y el deseo
necesarios para que se multiplique, por el otro. A diferencia del iusnaturalismo, el liberalismo no
funda, administra.
Hasta ese ámbito de ejercicio privilegiado del poder del individuo soberano que
constituye lo público se ajusta a la matriz de la sociedad civil. Más que la libertad del individuo
frente al poder soberano, nuestro autor ve allí una de las primeras manifestaciones de la
población considerada desde el punto de vista de sus opiniones y exigencias en tanto objeto de
políticas públicas: “la población, en consecuencia, es todo lo que va a extenderse desde el
arraigo biológico expresado en la especie humana hasta la superficie de agarre presentada por
lo público” (2007: 102). En este sentido, el auge actual de las ciencias de la opinión denota otra
de las formas de gobierno de la población en la medida en que la representa como una
superficie medible y cuantificable en la transparencia de sus opiniones.
Conclusión: sujetos políticos
Respondiendo a las críticas respecto de la imposibilidad de la microfísica del poder
para pensar las macroestructuras sociales, la lección metodológica de Foucault parece poder
resumirse de la siguiente manera: lo importante no es tanto la estatización de la sociedad sino
la gubernamentalización del estado, no tanto cómo el “monstruo frío” penetra todo vínculo
social sino cómo los dispositivos de control social tienden a confluir en el estado. Dice Foucault:
“el estado es sólo una peripecia del gobierno y este no es un instrumento de aquel” (2007:
291). En definitiva, estudiar al estado desde el enfoque de los dispositivos para liberar a las
relaciones de poder de toda perspectiva funcionalista o institucionalista.
Y son precisamente esas perspectivas las que encontramos obstaculizando una
reflexión crítica acerca de esos fenómenos políticos novedosos que llamamos movimientos
sociales. Los enfoques en términos de oportunidades políticas, que se proponen de matriz
estratégica, adolecen de una limitación evidente: el juego estratégico se desarrolla en un marco
institucional que, en sí mismo, resulta de tipo paramétrico. Es decir, la inteligibilidad del análisis
depende de considerar a las instituciones políticas del gobierno representativo -la poliarquía en
términos de Dahl (1989)- como un marco estable y externo a la propia interacción estratégica,
que asegura la reproducción del juego no formando parte de su propia dinámica. Se percibe
aquí la persistencia de una concepción del gobierno en términos de soberanía, para la cual el
poder resulta el lugar de la representación institucional que asegura la transparencia del
vínculo entre las figuras del ciudadano y el trabajador, de un lado, y el aparato del estado, del
otro. En última instancia, para los enfoques institucionalistas la política se convierte en una
pura función, el mecanismo privilegiado de la representación que debe perfeccionarse para
lograr la transparencia y el equilibrio siempre anunciados y pospuestos.
La propia noción de interés, presentada como naturaleza autoevidente del individuo y,
por lo tanto, motor privilegiado de la participación en movimientos sociales, se revela con un
nuevo significado si se la trabaja con el tamiz genealógico. La correlación mecánica entre los
grupos entendidos como agregación de intereses y su constitución como movimientos sociales
obstruye la reflexión acerca del tipo de gubernamentalidad que tal concepción del interés
habilita. La sociedad civil, como muestra Foucault, no es un concepto filosófico liberal que, bajo
el modelo de la soberanía, da cuenta del espacio autónomo de libre elección de los individuos
soberanos, sino una refinada tecnología de gobierno que racionaliza la intervención estatal
sobre el medio privilegiado que vincula a los individuos en tanto especie con su entorno en la
forma de un nuevo sujeto y objeto de gobierno: la población.
Respecto a la caracterización de los movimientos bajo el modelo del actor social
también caben algunas reservas. En este punto resulta interesante retomar la pregunta de
Charles Tilly: ¿qué dimensión define lo que puede ser considerado un movimiento?: ¿la red de
acciones dentro de la cual se constituye la identidad, y por lo tanto un movimiento, o el actor
entendido como una posición estructural que habilita nuevas demandas y repertorios? Si
seguimos nuestro recorrido conceptual la respuesta parece ser claramente la primera opción;
un movimiento debe analizarse en la lógica estratégica de la gubernamentalidad, atendiendo a
la forma en que sus acciones intervienen en la estructuración de las posibilidades de acción de
sí mismo y de los otros. Sin embargo, en la tradición europea de estudio de los NMS el núcleo
del análisis enfoca a los movimientos como nuevos actores definidos por posiciones sistémicas
alternativas a las que definieron a la clase obrera como sujeto colectivo. No hemos avanzado
mucho si seguimos pensando a los actores como posiciones sistémicamente definidas aunque
ya no sea la clase el soporte de su constitución.
En ambos casos, si se parte de la noción de interés o de actor-identidad, el problema
del análisis radica en la ausencia de una concepción pragmática y estratégica del poder y la
política que podríamos definir mediante otra referencia foucaultiana:
“el gobierno de los hombres es una práctica que no es impuesta por quienes
gobiernan a quienes son gobernados, sino una práctica que fija la definición
y la posición respectiva de los gobernados y los gobernantes entre sí y con
referencia a los otros” (2006: 28-29).
Esta dificultad se manifiesta en las limitaciones que ambas perspectivas expresan para
pensar la relación entre movimientos e instituciones. Para la TMR, si los movimientos no se
institucionalizan de algún modo fracasan en la medida en que el cambio político sólo se
concibe dentro de un contexto normativo e institucional de tipo paramétrico. Para la TNMS, a la
inversa, si se institucionalizan de cualquier modo fracasan dado que son capturados por las
estructuras sistémicas -partidos, sindicatos, estado- que originalmente vienen a impugnar. En
última instancia, los abordajes institucionalistas o sistémicos suponen una concepción atomista
del régimen político donde los recursos de autoridad y asignación están definidos previamente
a la intervención de los sujetos de acción colectiva. Si se trata de un juego realmente
estratégico, como venimos proponiendo siguiendo el concepto de gubermentalidad, es el
significado de los recursos lo que está en juego en la acción colectiva y no solo los medios de
acceso y distribución de recursos predefinidos sea en clave institucionalista o sistémica.
Por otro lado, algo muy interesante sucede con lo que podríamos llamar la paradoja de
la identidad. Como señaló Paul Ricoeur (1999) el concepto de identidad resulta equívoco en la
medida en que su productividad semántica contamina dos significados. Por un lado, la
identidad como reconocimiento que requiere de la intervención del otro como diferencia
constitutiva; identidad ipse la denomina Ricoeur definiendo este aspecto como lo propio en
relación con otro. Por el otro, la identidad como sedimentación, es decir, la experiencia de la
continuidad de un si mismo, aspecto al que Ricoeur denomina identidad idem. Proponemos
vincular esta última dimensión de la identidad con la noción de ethos que, como vimos en la
elaboración de Foucault, partiendo del carácter reflexivo de toda relación de poder, no implica
la persistencia de una esencia o sustancia sino el espacio de un trabajo, una tecnología del sí
mismo. Es en este nivel donde encontramos la posibilidad de trascender la paradoja de la
identidad abriendo la oportunidad del juego entre los conceptos de identidad y de sujeto. El
sujeto político será aquel colectivo capaz de trabajar sus propios relatos y tradiciones
solicitando, conmoviendo, subvirtiendo un dispositivo. Decíamos más arriba, todo sujeto
individual y/o colectivo está al mismo tiempo interpelado y plegado, identificado y subjetivado,
normalizado y subvertido. Es en el espacio tensado del ethos donde ese juego se produce
como resultado del carácter abierto y reflexivo del poder.
Frente a los análisis neoestructuralistas de la identidad que priorizan el momento de la
interpelación (Laclau, 1993), nuestro enfoque genealógico opone la dimensión reflexiva del
ethos como espacio de reelaboración del sí mismo y, eventualmente, de impugnación del modo
en que determinado sujeto ha sido sujetado, normalizado, institucionalizado. En la línea de
Arendt y Benjamín, frente al dispositivo de interpelaciones que fijan una identidad,
reivindicamos el poder subversivo de las tradiciones. La tradición en tanto relato es la superficie
discursiva sobre la cual se inscriben las marcas del trabajo del sujeto distorsionando la
identidad. En el punto de cruce entre el trabajo ético- político de la tradición y la solicitación
constante de las modalidades de interpelación se juega la constitución de los sujetos políticos.
Aurélie Tavernier
“La sociología difiere de otras ciencias por lo menos en un punto: se exige de ella una
accesibilidad que no se le demanda a la física, ni tampoco a la semiología y a la filosofía. (...)
En todo caso, no es sin duda el dominio donde el ‘poder de los expertos’ y el monopolio de la
‘competencia’ sean más peligrosos y más intolerables. Y la sociología no valdría ni una hora de
esfuerzo si fuera un saber experto reservado a los expertos” (Pierre Bourdieu,
1980: 6)
Introducción
El “affaire Dreyfus” que estalló a fines del siglo XIX en Francia puede resultar revelador
para comprender el nexo entre el científico y el político en el espacio público. El nacimiento del
intelectual crítico, figura emblemática del debate público mediatizado tal como se configura en
el momento del “affaire”, pone en escena y obliga a redefinir los términos de la relación entre la
práctica científica y la conciencia ciudadana: el compromiso del entendido en el debate político
se instala entonces como colectivo y público; opone a la institución política, la ética científica;
descansa de manera inédita sobre la reivindicación del conocimiento científico como
fundamento de la legitimidad democrática (Duclert, 1994).
53
Título original en francés: « Du savoir sociologique a l’expertise politique et médiatique: Institutionnalisation, diffusion
et fragmentation des savoirs ». Escrito especialmente para este volumen.
54
Müller distingue con mayor precisión tres grandes fases del proceso de modernización de la gestión pública,
caracterizadas por un sistema administrativo propio: cada una de estas fases ilustra los procesos progresivos de la
racionalización de la acción pública, con el desarrollo de herramientas que colaboran con la gestión y la decisión
públicas apropiadas. Un primer período, que se extiende desde 1800 a 1880, se caracteriza por el reinado del poder
público y la sumisión jerárquica de la acción administrativa a la política: el lenguaje administrativo es el del derecho y el
principio de la acción pública, el del respeto de la norma jurídica como fundamento de la decisión. A partir de 1880 y
hasta 1960, domina el criterio de “servicio público”; las nuevas administraciones son construidas sobre un modelo de
organización positivista. Finalmente, un tercer período consagra la crisis actual del límite entre el sector privado y el
sector público, que se traduce en la multiplicación de entidades jurídicas mixtas, el conflicto de los expertos por la
multiplicación de “contra-experticias” y el debate en torno a la descentralización del poder estatal (Müller, 1994: 13-15).
Nos proponemos situar en este doble contexto, el del “affaire Dreyfus” y el de la
construcción del Estado burocrático, los procesos de institucionalización, de publicidad* y de
legitimación del saber, en espacios públicos plurales: político, mediático y científico.
Observaremos, más precisamente, los desafíos estructurales y simbólicos que gravitan sobre la
producción y difusión de los saberes sociológicos: si las disciplinas científicas son
desigualmente sensibles y adaptables a su reapropiación y a la circulación de sus conceptos
en el mundo social y político, la sociología lo es, quizá, muy especialmente. En efecto, el
nacimiento de la disciplina reposa sobre una paradoja: por un lado, para constituirse como
disciplina científica, la sociología debió reivindicar un territorio singular y una capacidad de
explicar el mundo social superior a las investigaciones ordinarias, dotándose de herramientas
teóricas y metodológicas y de lugares académicos que debían asegurar su institucionalización
y su autonomía; pero al mismo tiempo, el desarrollo material, institucional y simbólico de la
disciplina sociológica depende fundamentalmente de su difusión y de su utilidad social y
política.
55
Para una aproximación a las prolongaciones teóricas a las que invitan Arendt y Habermas consultar Neveu, 1995.
identificación y la tipificación de los actores y de los discursos llevados al conocimiento
colectivo. De esta manera, se someten a exigencias precisas de validez y a procesos
intersubjetivos de validación. El espacio público designa, a la vez, un lugar abstracto e
inmaterial de discusión contradictoria de los “grandes problemas del momento, espacio
simbólico hoy poblado por los actores y las instituciones de los medios” (Chanial, 1992) y, al
mismo tiempo, una realidad topológica concreta, donde se juega la adquisición de legitimidad
de los discursos que se han vuelto públicos. Regresamos a través del ejemplo de la sociología,
a las condiciones estructurales en las que los saberes de las ciencias sociales pueden, por un
lado, acceder a la visibilidad que otorga el espacio público mediático, en virtud de los principios
de validez y racionalidad que le son atribuidos. Por otro lado, participar en el proceso cognitivo
de normalización de lo real, o sea, en la definición de las normas de aprehensión y
56
categorización de lo real sobre las que se asienta el discurso público .
56
La normalización designa el “establecimiento y la aplicación de un conjunto de reglas y de especificaciones (normas)
que tienen por objeto unificar, simplificar y racionalizar” el objeto al que se aplica, según la definición propuesta por el
Dictionnaire Encyclopédique Larousse, París, edición 2003. Aquí utilizamos el término con una acepción cercana a los
conceptos de normativización, de Habermas, y de publicidad, de Arendt.
57
Sobre este tema, puede leerse también el análisis de otro affaire: Walter, 1981.
58
con la proclamación de su inocencia en 1906 : la palabra especializada deja de ser individual y
privada para devenir el objeto de un compromiso público y de una responsabilidad colectiva. En
segundo lugar, lo que está en juego concierne efectivamente el estatuto y el papel social y
político de los especialistas, los universitarios, los artistas, que se comprometen en el espacio
público contra la autoridad del Estado y en defensa de un ideal de justicia escarnecido por sus
instituciones. Puesto que lo nuevo en la figura del “intelectual democrático” que emerge en el
corazón del affaire (Duclert, 1999), es tanto la posibilidad que se abre para una elite
universitaria y científica, de constituirse en colectivo de acción y de juzgamiento sobre los
asuntos de la ciudad, como las modalidades por las cuales se realiza este involucramiento en
el espacio público democrático. Dicho de otro modo, la pregunta que plantean los intelectuales
es la de la legitimidad del título bajo el cual se realiza su compromiso: el título como signo de
pertenencia consignado al pie de los petitorios y el título como motivo de acción, de una
59
legitimidad a construir en el debate público sobre la credibilidad que otorga esa identidad .
58
Reconocimiento público de las instituciones jurídicas y políticas, y actualmente militares: en ocasión de la celebración
del centenario de la rehabilitación del capitán Dreyfus, el 11 de julio de 2006, el presidente de Francia, Jacques Chirac,
pronunció simbólicamente su discurso de homenaje en la corte de honor de la Escuela Militar, la misma donde el oficial
judío alsaciano había sido degradado.
59
Sobre la importancia del título en nombre del cual se plantea el discurso hecho público como dispositivo de
legitimidad y proceso de legitimación, véase Habermas (1987); Angenot (1982) y Fraenkel (1992).
60
investigación, diplomas, publicaciones) , portadoras de una dimensión identitaria colectiva
cuyo fundamento trasciende el factor disciplinario.
“como especialista, del acta de acusación del capitán Dreyfus (...) Yo pienso
simplemente que, si en las cuestiones científicas que tenemos que resolver,
condujéramos nuestra búsqueda como parece haber sido realizada en este
caso, sería por azar que llegaríamos a la verdad (...)” (Duclert, 1994: 75).
60
El número de revistas científicas pasa así de 750 en el año 1800, a alrededor de 5000 en 1885, 8000 en 1895, y
cerca de 25000 en 1919 (Rapoport, 2002: 547).
61
Historiador, fundador de la escuela llamada “metódica” y de la Revue Historique en 1876. Ver Bourdé y Hervé, 1983:
181.
62
En el sentido propuesto por Trépos (1996) para caracterizar los conflictos de legitimidad que operan entre soluciones
rivales en la regulación de las crisis políticas.
63
“Se persuade por el carácter, cuando el discurso es de naturaleza tal que vuelve al orador digno de fe, puesto que
las gentes honestas nos inspiran una confianza mayor y más rápido (…). Pero es necesario que esta confianza sea el
efecto del discurso, no una prevención sobre el carácter del orador. (...) Es el carácter lo que, puede decirse, constituye
casi la más eficaz de las pruebas” (Aristóteles, 1969: 22-23).
64
En referencia a la revista del mismo nombre (ver sobre este punto la obra de Loué, 1998), pero también en el sentido
en que Boltanski y Thévenot utilizan el término «mundos»: designan los universos institucionales y simbólicos a los que
dinámicas de autonomización y profesionalización progresivas. “Ahora bien, si el medio de los
periodistas y el de los intelectuales no se confunden; a partir del affaire Dreyfus, que vio el
nacimiento de los “intelectuales”, se acercan y se interpenetran: son justamente los más
célebres de los intelectuales, colaboradores habituales de la prensa, quienes han precisamente
conducido la batalla en los dos campos y engendrado -de un lado o del otro- a los verdaderos
profesionales del periodismo” (Marc, 1997: 11).
Estas dimensiones han sido objeto de numerosos análisis, por un lado, atentos a los
procesos socio-históricos de la emergencia cruzada de las figuras del intelectual y del
periodista (Ruellan, 1993; Férenczi, 1993; Delporte, 1995; Bourdon, 1992; Mathien y Rieffel,
1995). Y por otro, a “la cuestión de los intelectuales” como objeto histórico (Sirinelli, 1990;
Winock, 1997; Charle, 1990; Lettieri, 2002). No es tal el propósito de este artículo, para el cual
se retendrán sobre todo, entre las conclusiones a las que llegan estos trabajos, el peso de la
autonomización de la esfera universitaria e intelectual sobre las prácticas profesionales de los
periodistas: el desdoblamiento del archi-discurso del periódico o su anonimización (Bastin,
2001), gracias al recurso de alternar con “dichos” externos dotados de la calificación que otorga
la autoridad y la experticia, es para nosotros una dinámica esencial (Tavernier, 2004).
Para comprenderlo, es preciso recordar que la relación entre la palabra del periódico y
las palabras exteriores evolucionaron con la estructuración del espacio público democrático y la
función social y política que ejerció la prensa de masas. En el primer período de su emergencia
y hasta mediados del siglo XX, una parte importante de la prensa escrita francesa estaba en
efecto constituida como una prensa de opinión, encargada de construir el espacio del debate
se refieren los individuos para constituir regímenes de acción y modos de compromiso apropiados a las situaciones de
interacción y a los repertorios de intervención esperados (Boltanski y Thévenot, 1991).
de confrontación (Rieffel, 1984; Martin, 1991): el periódico se presenta entonces como la
tribuna ofrecida a los juicios políticos e ideológicos; la firma personal (auctor) se confunde con
la de la autoridad (auctoritas) en el espacio de lo que se hace público (Frankel, 1992). El
período de la inmediata postguerra marca la declinación de la prensa comprometida: si las
grandes firmas, de Jean-Paul Sartre a Raymond Aron, de Boris Vian a Emmanuel Mournier,
encarnan aún el ideal de una prensa que intenta defender opiniones comprometidas, fundadas
sobre los valores de un grupo político o social, y a la vez, construir y hacer resurgir la opinión
65
pública esclarecida; la prensa de Combate no cesa de declinar . Progresivamente, el periódico
cesa de ser militante y orgánico para devenir el espejo de enunciaciones polifónicas, es decir,
el eco de voces que no integra más como suyas propias.
El recurso a la “palabra de los expertos” constituye una de las retóricas del periodismo de
información. La construcción del discurso periodístico “por concesión”, es decir, a través de
espacios concedidos a firmas no periodísticas -yuxtaponiendo dichos atribuidos a autoridades
cuya palabra es externa-, permite a los periodistas, en efecto, satisfacer algunos criterios o
66
“pretensiones” ligadas al ejercicio del periodismo profesionalizado .
“La gran prensa se vio obligada a observar una neutralidad acorde a sus
ambiciones mercantiles. ¿Cómo hacer para disgustar al menor número de
65
El periódico homónimo, emblemático de la prensa comprometida de principios del siglo XX, ve caer notablemente su
difusión: de 180.000 ejemplares distribuidos en 1945, baja a 60.000 en 1959 (de los cuales el 30% quedaban sin
vender), antes de desaparecer totalmente en 1974.
66
En el sentido definido por Boltanski y Thévenot, la pretensión es lo que permite a los individuos justificar sus
acciones intersubjetivamente, adosándolas a un cierto número de principios que regulan su actividad social y
organizando los valores simbólicos (1991: 168).
lectores potenciales, a falta de poder gustarle a todos? Tal es pues,
formulada en términos de mercado, la apuesta de la objetividad periodística”
(Cornu, 1994).
67
Sobre las estrategias de objetivación del discurso del diario Le Monde ver Padioleau, 1985.
creemos saber, pero que no podemos decir: estamos allí para plasmar la información,
no para hacer el editorial”. (Blandine Grosjean, periodista del diario Libération.
Entrevista, mayo 2003).
Estos usos rutinizados y segmentados de los saberes, identificados por los periodistas
como disponibles para alimentar las retóricas del tratamiento de la actualidad, conducen
entonces a reproducir la misma segmentación en el espacio del periódico. Podemos entonces
hablar de una construcción del sentido por fragmentación: de los acontecimientos, de los
dispositivos que los ponen en escena, de las representaciones que se proponen de ellos;
repertorios y escenas del discurso se perfilan, en el seno de las arenas públicas tematizadas
68
Para un análisis de los efectos de estas estructuraciones aplicadas al periodismo económico ver Duval, 2004.
69
Las entrevistas, de las cuales se extrajeron los extractos reproducidos en este artículo, se publicaron in extenso e los
anexos del trabajo de tesis citado precedentemente.
(Bastien y Neveu, 1999), cuyo acceso es reglamentado por un cierto número de normas de
70
presentación y de criterios de validación .
Antes de ser una disciplina autónoma, fundada sobre métodos y principios singulares
de construcción de sus objetos y de elaboración de sus conceptos, la sociología es también un
discurso sobre el mundo social que, en un espacio público caracterizado por la polifonía de
pretensiones y repertorios de validez, entra en competencia con otros discursos, por la
representación legítima de lo real. La problemática que rodea la producción y la difusión de
saberes de la sociología es entonces doble: se trata para sus representantes, no solamente de
conseguir imponerla entre las formulaciones corrientes sino también de preservar la autonomía
de la disciplina respecto de las demandas sociales, políticas e ideológicas.
70
Una tipología de los criterios vigentes en la prensa cotidiana francesa de referencia se presenta es los capítulos 3 y 4
de la tesis antes citada. Para un análisis minucioso de las condiciones de acceso y legitimidad de los autores de
columnas en la prensa francesa e italiana ver Lettieri, 2002.
Esta doble dificultad debe ser situada en la ambivalencia constitutiva de la disciplina: un
rápido recorrido por las condiciones de institucionalización y desarrollo de la sociología en
Francia nos permitirá presentar al sociólogo experto como una figura paradojal, y considerar la
difusión de los saberes sociológicos en el espacio público desde el ángulo de la normalización
que ofrecen a los procesos democráticos, administrados por la esfera política y exhibidos en el
espacio mediático.
71
Según la definición de Weber, la burocracia es “una forma social fundada sobre la organización racional de los
medios en función de los fines” (1995: 226).
72
Verrier (2002) ha analizado notablemente el ejemplo del CERES (Centro de Estudios, Investigación y Educación
Socialistas) como lugar de convergencia entre la producción de conocimientos científicos y el reclutamiento político. La
fundación Saint-Simon puede ser citada igualmente como ejemplo de institucionalización de esta convergencia: sobre
este caso específico ver Defaud, 1980.
73
En 1966, la reforma llamada “Fouchet” establece por primera vez una mención de sociología en los cursos
universitarios de estudios generales, rompiendo el lazo hasta entonces orgánico con las ciencias económicas: la
economía deviene una materia opcional del curso de sociología, mientras que era un componente obligatorio de la
licencia de sociología instaurada en 1958. Después, con la creación en 1969 de una sección de sociología en el seno
del Comité Consultivo de universidades, la sociología se emancipa de la sección de filosofía en la cual revistaban hasta
entonces los profesores de sociología (Chenu, 2002: 48-49).
azar si uno de los primeros objetos estudiados por la sociología, y por los discípulos de
Durkheim en particular, fue la religión, es decir, el instrumento por excelencia de la
construcción de un pensamiento del mundo social: se trataba también, para estos sociólogos,
de sustituir con un razonamiento científico, las prerrogativas de la filosofía en esta materia, es
decir, de “transformar los problemas metafísicos en problemas susceptibles de ser tratados
científicamente, y por lo tanto, políticamente” (Bourdieu, 1980: 49). El advenimiento de la
sociología en tanto que ciencia social es pues producto de una herencia compleja, “entre
ciencia y literatura” (Wolf, 1990), entre teorización práctica de lo social y discurso sobre los
valores. El reconocimiento de la sociología en tanto que disciplina científica requirió que ella se
despoje de los juicios de valor reservados a las ciencias morales dotándose de un aparato
conceptual propio y de métodos científicos: así, progresivamente, la sociología conquistó su
autonomía en la esfera universitaria, en el seno de un juego competitivo con las disciplinas
vecinas. Las relaciones que ligan a los sociólogos a las estructuras del Estado han favorecido
igualmente esta autonomización disciplinaria: el juego de intercambios con la industria y la
esfera económica actúa también en el proceso mismo de constitución de la disciplina,
interviniendo en sus modos de organización y sus formas de financiamiento (Pollack, 1976;
Grosseti, 2000).
Ahora bien, esta ciencia del conocimiento del mundo social es también una teoría
política, en la medida en estudia las percepciones del mundo social que ella contribuye al
mismo tiempo a organizar, porque proporciona de hecho un esquema de interpretación que
comprende de lo social a lo político. De suerte que el discurso del conocimiento es casi por
esencia preformativo: el discurso sociológico, aún cuando se esfuerce por ser demostrativo,
parece siempre también propender a prescribir, más que una definición del mundo social, una
normalización en cuanto a lo que debería o podría ser. La alternativa parece irreductible: o la
sociología es una ciencia pura, capaz de analizar objetivamente los datos del mundo social con
la ayuda de protocolos rigurosos, o es una ciencia política, implicada en la organización de lo
74
político y del orden social . “Dicho de otro modo, la sociología es, desde su origen, en su
origen mismo, una ciencia ambigua, doble, enmascarada; que ha debido hacerse olvidar,
negarse, renegarse como ciencia política para ser aceptada como ciencia universitaria”
(Bourdieu, 1980: 48).
Para mostrar los desafíos que encubren estas cuestiones tanto en el plano
epistemológico como ideológico, podemos detenernos sobre la figura del sociólogo experto y
considerar su ambivalencia constitutiva, entre la neutralidad científica y el compromiso político
74
Al respecto, el trabajo de Durkheim (1983) puede leerse como un intento de racionalización científica de la
sociología: toma prestados sus presupuestos de las ciencias naturales; multiplica los signos de ruptura con las
propuestas funcionalistas y en primer lugar políticas; funda la neutralidad de los protocolos sociológicos sobre la
exigencia de una “definición previa”.
o social. La entronización del sociólogo en experto por encargo estatal constituye en efecto un
lugar de observación privilegiado de esta ambivalencia. Si la condición del éxito de la experticia
reposa sobre el encuentro entre, de un lado, los intereses defendidos en los ámbitos sociales y
políticos y del otro, un domino de actividad y producción científica (Trépos, 1996), el
investigador requerido para producir un saber experto es presa de una doble conminación: la
que se desprende de su actividad científica cotidiana de análisis y problematización de un
problema social y la que nace de la situación de experto y que le exige producir un esquema de
interpretación, estimar las transformaciones deseables y proporcionar un cierto número de
recomendaciones a la política. Ahora bien, la actividad científica propiamente dicha no aspira (a
75
priori) a la acción (Schütz, 1987) . En una situación de experticia, el sociólogo se encuentra
pues obligado a asumir una doble función: el conocimiento del mundo social y la información
que ayude a la toma de decisiones políticas. Querríamos plantear aquí algunos de los efectos
de esta ambivalencia del sociólogo en el espacio público científico, político y mediático.
Uno de los primeros efectos de esta estructuración del campo de las ciencias sociales
en relación con las estructuras estatales se vincula al crecimiento de la especialización de los
conocimientos sociológicos en el espacio público: los investigadores son menos solicitados
para proveer de esquemas generales necesarios para la regulación social que por sus
competencias específicas, en tanto que son identificados a partir de sus saberes
especializados sobre un dominio circunscrito de la realidad social. En consecuencia, el mismo
orden universitario queda modificado por la dominación estructural y social del “intelectual
específico” sobre la figura del “entendido”: el intelectual específico es “perseguido por el poder
político, ya no en función del discurso general que sostiene, sino a causa del saber que
detenta. (...) El intelectual universal deriva del jurista-notable y encuentra su expresión plena en
el escritor, portador de significaciones y valores en los que todos pueden reconocerse. El
intelectual específico deriva de otra figura, no del jurista-notable, sino del científico-experto”
(Foucault, 1994: 155). De esta manera se abre un mercado en que tanto los investigadores
como los políticos, comparten intereses y beneficios y en el cual el investigador se encuentra
obligado a afrontar una tensión entre dos tipos de legitimidad igualmente necesarias para el
reconocimiento de su trabajo: la legitimidad científica y la legitimidad social.
75
Esta proposición merecería ser discutida, especialmente en vistas de la posición comprometida que, al contrario,
defienden ciertos sociólogos en su postura de investigación. Por ejemplo, a través de la “intervención sociológica”,
defendida por Touraine en los años ‘70; o el compromiso de sociólogos como Bourdieu en los conflictos sociales a fines
de los ‘90; o también el alegato por una “neutralidad comprometida” elaborado por Heinich. Elias estudió este conflicto
de legitimidades desarrollando la oposición entre el “compromiso” y la “distanciación” como los dos polos de la postura
del investigador: el ideal científico, o la neutralidad axiológica, puede ser respetada, según Elias, con la condición de
que el investigador efectúe por sí mismo un doble movimiento reflexivo en relación al objeto que estudia y del cual él es
parte “comprometida”, por el hecho de pertenecer al mundo social, al mismo tiempo que se aparta de él a través del
plan epistémico, objetivando los métodos y los conceptos que aplica al mundo social. Lo que acostumbramos a definir,
después de Durkheim, como una “ruptura epistemológica”, es así planteada como necesaria para la producción de una
ciencia de la sociedad conciente de sus responsabilidades y de su poder de imposición sobre lo social (Elias, 1993).
en un caso, para la elaboración de una política pública y en el otro, para el tratamiento
mediático de la actualidad, responde al pedido de problematización de un asunto del cual
acepta definir los contornos normativos con una mirada analítico-descriptiva sustentada por los
intereses de la institución que lo convoca. De este modo, se puede producir un conflicto de
intereses entre la perspectiva científica de objetivación de lo social fundante de la actividad
sociológica, y los propósitos prescriptivos del demandante. Así, en la institución política, la
misión de experticia debe producir una visión sintética de un problema público de algún modo
“pre-estructurado” por la actividad gubernamental, ya que el vínculo experto interviene
generalmente avalando la identificación y formulación de un campo de política pública (Guy y
76
Bedin, 2002) . De la misma manera, en el espacio mediático, la experticia del sociólogo se
integra en un marco de tratamiento y de rutinas mediáticas previas de los periodistas que se
ejercen a través de procedimientos y dispositivos que actúan como modalidades de pre-
estructuración de lo real mediatizado.
De la misma manera, en los dos casos los tiempos largos de la investigación científica
77
se oponen al tiempo corto de la misión experta ; en consecuencia, los modos de
administración de la evidencia son ampliamente modificados. Los referentes teóricos,
primordialmente en el marco de la investigación científica, son así separados de la producción
experta, puesto que ésta debe convencer a un público de decisores o de lectores,
desigualmente informados de los conocimientos producidos sobre un dominio especializado y,
en todos los casos, relativamente poco familiarizados con la retórica científica. Es así mismo el
acceso al terreno y al objeto de estudio que pueden transformarse: en el marco de una misión
gubernamental, las características de la investigación se encuentran ampliamente modificadas
por la presentación del investigador como “mandado” por la institución; sus interlocutores se
encuentran, en gran medida, “moralmente obligados” de responder a sus demandas (Tanguy,
1995: 462). En el caso de la solicitud mediática, el sociólogo encargado de interpretar un caso
como la manifestación más amplia de un fenómeno social tiene un acceso indirecto al terreno,
incluso un acceso de segunda mano, por ejemplo cuando su saber es requerido sobre la fe de
un material (despacho de agencia, reportaje, sondeo) previamente recogido y constituido. De
este modo, la transferencia del punto de vista científico en la situación de experticia opera una
suerte de inversión del protocolo de la investigación: allí donde la formulación de hipótesis
precede, según el enfoque científico, la problematización del objeto y el establecimiento de una
metodología de investigación, la experticia establece como previa la delimitación del objeto y el
campo de observación de las prácticas. De este modo, la experticia es necesariamente parcial
y parcializada, en el sentido en que se ejerce a partir de una posición tomada, un punto de vista
sobre la realidad que es simultáneamente objeto de análisis científico y objeto de experticia
pública.
76
Para los autores, las conclusiones de un informe son mejor retenidas cuando este último adopta una estructura
adaptada a las prácticas políticas que lo encomendaron.
77
A propósito de la diferencia entre el ritmo de la investigación en ciencias sociales y el de su difusión en el espacio
social, puede leerse Charon, 1996.
En consecuencia y por todas estas razones, el sociólogo que enfrenta la experticia se
presenta como una figura híbrida, en la frontera entre el saber científico y la información de lo
político y lo social mediatizado:
Una última manera de mirar la cuestión de la interdependencia entre las esferas del
conocimiento, la política y los medios consiste entonces en relacionar el acto de producción de
saber con los procesos de su representación. Se puede así considerar los procedimientos de
movilización de la experticia como un instrumento de legitimación de la acción pública:
retomando por su cuenta los discursos expertos, los actores legitiman su acción al mismo
tiempo que contribuyen a validar las fuentes y los términos de la experticia en el espacio
78
público (Boistard, 2000) .
De esta manera, en el espacio político, la participación del experto científico en el
proceso de elaboración de la decisión implica la puesta en escena de los procesos de
deliberación y construcción del debate democrático: de allí que los procesos de la experticia
79
mismos, y no solamente su resultado, deben ser hechos públicos . De la misma manera, en el
espacio mediático, el recurso a los especialistas se presenta como una caución de legitimidad y
como una prueba de competencia en la articulación del discurso mediático. El sociólogo, pues,
puede ser visto como un “empresario” político y mediático (Padioleau: 1982), en el sentido de
que participa en la edición del referente de las proposiciones que son discutidas en las arenas
públicas política y mediática. El referente designa “el conjunto de normas prescriptas que dan
un sentido a un programa político definiendo criterios de selección y modos de designación de
objetivos” (Müller, 1994: 43-44). En referencia a esta imagen cognitiva los colectivos de actores
pueden organizar sus percepciones, confrontar sus soluciones y definir cursos de acción
78
"Los sociólogos analizan lo social y los actores retoman esos análisis por su cuenta. Este proceso legitima sus
acciones y tiene además como consecuencia la validación de las teorías sociológicas. Puesto que ellas mismas
contribuyen a construir la realidad del medio en el cual los actores viven" (Giddens, 1987: 142).
79
Estas dimensiones fueron estudiadas detalladamente por Memmi, 1989.
susceptibles de adecuarse al marco normativo propuesto: el referente así estabilizado designa
el proceso de normalización de un problema público, en el que la función es volver inteligible lo
real, limitando su complejidad.
“Se obtiene entonces una suerte de modus vivendi interaccional. Todos los
participantes contribuyen juntos a una misma definición global de la
situación: el establecimiento de esta definición no implica tanto que un
acuerdo sobre lo real que sobre la cuestión del saber y el derecho que
alguien tiene de hablar sobre algo” (Goffman, 1973: 18-19).
De allí que analizar los saberes mediatizados como portadores de referentes sea
acceder a la manera en la que una sociedad se representa a ella misma, en un momento
determinado de su historia:
“La legitimidad proviene del hecho de estar en las sociedades que Weber
describió perfectamente: pasamos de un registro de autoridad moral a un
registro de autoridad del conocimiento. Antes se confiaba en la gente
porque tenía una autoridad moral; hoy se confiere a alguien una autoridad
moral porque se lo supone sabedor de lo que habla (…) Hoy es la ciencia la
que juega ese papel. Y como ya no vivimos en sociedades que tengan
representaciones fuertemente estables de sí mismas, hay un aumento de
sociólogos, para que, al menos reconstruyan el sentido.” (François Dubet,
sociólogo, Entrevista, abril 2003).
PARTE II:
Karina Bidaseca
El pasado existe a medida que es incluido, que entra en la sincrónica red del significante
–es decir, a medida que es simbolizado en el tejido de la memoria histórica-
y por eso estamos todo el tiempo `reescribiendo´ historia,
dando retroactivamente a los elementos su peso simbólico incluyéndolos en nuevos tejidos;
es esta elaboración la que decide retroactivamente los que `habrán sido´” (Zizek, 1992: 88-89).
Introducción
“Monte Madre” es el nombre de un libro que acaba de presentarse públicamente
auspiciando el regreso a la escena política de ese gran movimiento de masas que fueron las
Ligas Agrarias (1970-1975), paridas durante los tiempos de las utopías cargadas de “realismo
imposible” propias de los años de 1960. Esta novela histórica está basada en la historia real de
una pareja, ambos hija/os de colona/os y militantes de la Unión de Ligas Agrarias de Santa Fe.
Narra sobre las condiciones imperiosas de la vida durante cuatro años en la espesura del
monte chaqueño en el espacio de terror instalado por la dictadura militar, cobijados,
alimentados y escondidos por la naturaleza y asistidos por campesinas/os cuando bajaban al
poblado. En el curso de la persecución aprendieron a escuchar los ruidos del silencio, a
discernir cuándo pertenecían a animales o a sus acechadores; a desempolvar ese patrimonio
cognoscitivo que durante milenios hiciera del hombre un cazador; a observar las huellas en el
fango; a convivir con lugares habitados por fantasmas; a saber esperar; a experimentar otro
tiempo; otros sonidos; otro mundo. Sus vidas amenazadas experimentaron la dualidad de la
existencia y la muerte, parir en medio de la hostilidad, la violencia y el aislamiento deparado por
la repentina expiración del movimiento rural, tránsito de una forma material y simbólica de
expresión y organización política de la/os colona/os.
Su autor, Jorge Miceli, ha dicho que el libro “surgió de la imperiosa necesidad de que
esa historia no desaparezca, no muera, rescatar la memoria”. Sin embargo, como sugiere Jelin
hay otro nivel en que pueden ser estudiadas las memorias del pasado, que no reside “tanto en
la intencionalidad de los actores, sino en el registro de los aprendizajes y restos, prácticas y
orientaciones que `están allí´, cuyos orígenes pueden rastrearse de manera más confusa pero
no menos significativa en los períodos de represión y transiciones recientes” (2000: 13).
80
Este artículo forma parte de mi Tesis Doctoral en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2006, que lleva por
título “Colonos insurgentes. Discursos heréticos y acción colectiva por el derecho a la tierra. Argentina, 1900-2000”.
Deseo agradecer los relatos tan íntimos y dolorosos de la/os ex dirigentes de las Ligas Agrarias de Santa Fe -
especialmente a Irmina y Remo, Orestes, Cecilia y Carlos-, y a las Mujeres Agropecuarias en Lucha, a Eva.
Al respecto, Hilda Sábato explica que “la memoria se vincula explícitamente con la
construcción de identidad, o mejor, de formas identitarias que, aunque cambiantes y
heterogéneas, dan cohesión a grupos humanos, a comunidades culturales e incluso, a
naciones” (2000: 15).
Así, en algunos de los movimientos rurales que surgieron al borde del fin de siglo es
posible hallar marcas de la intervención del liguismo. “Las experiencias se superponen, se
impregnan unas de otras” (Koselleck, 1993: 41); se articulan en horizontes de memoria en el
punto en que se cruzan los “espacios de experiencias pasadas” con los “horizontes de
expectativas futuras”. La “experiencia es un pasado presente, cuyos acontecimientos han sido
incorporados y pueden ser recordados (…)” (1993: 38).
En efecto, la acción colectiva no se consume en el acto de puesta en escena del
desacuerdo o el litigio (Rancière, 1996), momento en el cual el colectivo coloca su cuerpo en el
lugar no indicado, subvirtiendo aquél que el orden le asignara para él. El pasado y el futuro
presionan construyendo la trama simbólica, determinando el instante de su irrupción y el estado
permanente de construcción de la memoria colectiva, entendida como “lo que queda del
pasado en lo vivido por los grupos, o bien lo que estos grupos hacen del pasado” (Nora, citado
por Le Goff, 1991).
La acción colectiva de resistencia es impensable separada de las emociones que
componen una trama intersubjetiva que se teje con las prácticas del grupo-comunidad a
espaldas de las clases dominantes (Scott, 1985). Ella posee una temporalidad propia que
péndula entre momentos de latencia y visibilidad, entre silencios y gritos, entre marcos de larga
duración y cambios de reciente aparición.
Desde el pasado, las identidades colectivas previas dejan sus vestigios que se
sedimentan en la experiencia subjetiva, la memoria simbólico-histórica de las acciones que
emprendieron nuestros predecesores, su legado que se constituye cuando la acción deja de
ser puro acontecimiento y reconfigura su sentido, y el cuerpo, la memoria corporizada. Desde
el futuro, la experiencia del grupo-comunidad deja “marcas” (como irreversibilidad) en la
subjetividad que permanecen, aunque resignificadas. Los horizontes de sentido construidos en
base a la utopía como proyecto del sujeto colectivo, depósito de sus deseos, como posibilidad
de soportar la desoladora contingencia de la acción (Arendt, 1998), la incertidumbre de saber
qué habremos hecho con lo que hicimos, y la imposibilidad de deshacer la obra humana.
Este artículo comparte un doble propósito: por un lado, busca reflexionar sobre la
vinculación entre la trama intersubjetiva y el poder de la comunidad en la emergencia y
consolidación de los movimientos sociales, y por el otro, desea contribuir a pensar la potencia
de las prácticas sedimentadas en la construcción social de la memoria histórica en esas
fuentes de cambio social que son, a mi entender, los movimientos sociales.
Para ello me remito a la reflexión sobre la fundación, consolidación y des-enlace de las
Ligas Agrarias en Argentina (1970-1976) como momento pleno de construcción de una
narrativa colectiva -que puede reconocer sus resonancias en el primer grito de rebeldía de
1912, el Grito de Alcorta-. Su nacimiento ocurre en torno a la disputa con la entidad gremial
81
tradicional, la Federación Agraria Argentina (FAA) , por la representación de esa memoria
colectiva hasta ser abruptamente interrumpidas por la imposición de la dictadura militar (1976-
1983).
82
Los fundamentos de construcción y su des-enlace final con el declive de una
comunidad política (Arendt, 1998) consolidada en base a los ideales de justicia e igualdad, son
interpretados desde el abordaje culturalista e histórico, como uno de esos casos
paradigmáticos que produjeron profundas rupturas culturales y políticas en los procesos de
construcción de la memoria de luchas de la/os colona/s. Creemos en la necesidad de un
enfoque que intercale simultáneamente múltiples marcos temporales (Stern, 1987): lapsos
relativamente cortos o “episódicos” con fases de larga duración, pues son éstas las que nos
van a ayudar a comprender las injusticias, las prácticas, los olvidos, las voces silenciadas de la
historia (Guha, 2002), así como los gritos insurgentes de fin de siglo.
83
Las Ligas Agrarias cargan con la impronta de un proceso de violencia política que, si
bien caracteriza la escena de la política nacional a partir de 1930, fue especialmente ominoso
durante los años del terror de Estado desde mediados de 1970.
Finalizando los años de 1960 el escenario público pudo apreciar la “aparición” (Arendt,
1998) de un movimiento autónomo de la entidad sindical tradicional -la FAA- con la que disputó
el monopolio de la representación de la/os colona/os y la legitimidad sostenida en la
pertenencia a un pasado reconocido colectivamente.
En un movimiento que traza su experiencia en sentido inverso a los acontecimientos de
1912, el movimiento liguista, fundado como gremio, se transforma en un proyecto político
universal que logra inscribir en el espacio público consignas universalizadoras, un poder
fundado en la comunidad política y consolidado por la participación de miles de colona/os y
campesina/os, y un liderazgo desarrollado por sus hijas/os que ha mostrado particularmente,
84
las potencialidades del discurso herético .
81
Creada el 25 de agosto de 1912 como cristalización del Grito de Alcorta.
82
Con la apertura democrática de 1983 se reconstituye el Movimiento Agrario de Misiones y en el borde del siglo, el
Movimiento Agrario de Formosa. Recientemente asistimos a la refundación de las Ligas Agrarias en la provincia de
Chaco.
83
Las fuentes disponibles para comprender el surgimiento y desarrollo del movimiento liguista son de varios tipos:
estudios realizados por otro/as investigadora/es (Ferrara, 1973; Bartolomé, 1982; Archetti, 1975; Lasa, 1984; Rozé,
1992; Golsberg, 1999; Borsatti, 2005); secundarias (Documentos de las Ligas “El campesino”, “Amanecer Agrario”;
periódicos nacionales y provinciales; archivo documental de la Federación Agraria Argentina, cartas enviadas desde las
delegaciones regionales al Presidente de la FAA, y su periódico La Tierra), y fuentes primarias (entrevistas a ex-
dirigentes de la Unión de Ligas Agrarias de Santa Fe).
84
Bourdieu (1985, 1997) refiere a los discursos dirigidos a la acción política que proponen nuevos significados capaces
de ejercer un efecto político de desmentido del orden establecido, en términos de “heréticos”.
Las Ligas Agrarias nacieron el 14 de noviembre de 1970 en el Primer Cabildo Abierto
85
del Agro Chaqueño en el contexto de una estructura de oportunidades de movilización
86
“cerrada” desde arriba pero desobedecida desde abajo por agentes sociales de diversas
orientaciones (estudiantes; obreros; profesionales urbanos, y actores/actrices rurales). No es
posible, sin embargo, comprender el movimiento liguista desconociendo las características
históricas, sociales, culturales (heterogeneidad étnica y cultural de la/os agricultora/es
87 88
campesina/os o colona/os ), políticas, y de género de cada lugar donde se desarrollaron .
Su relato fundante se construyó a partir de una acción concreta que, al definir
tempranamente al antagonista, posibilitó la constitución de una identidad colectiva: las
89
consecuencias que provocaría la implementación del Plan Agrex-PAL que implicaría el
desalojo de las familias campesinas ocupantes. Consecuente con ello es el decisivo control
que ejercían los monopolios sobre la comercialización del algodón -72% frente al 28% que
administraban las cooperativas- (Ferrara, 1973: 122). Los monopolios, caracterizados como
“traidores a la patria”, se erigen como los primeros antagonistas del movimiento. Pero no fueron
los únicos que aquél definió a lo largo de su existencia. En ese lugar también se erigieron, los
industriales, el Estado, y los sucesivos gobiernos militares. En efecto, el orden cerrado de las
dictaduras sirvió para cohesionar al movimiento, enunciado en el “Que se vayan…”. (Durante la
vida democrática, las diferencias, diluidas en la consecución de la lucha contra este
antagonista, aparecen allí (¿casualmente?) cuando el gobierno militar deja el poder.)
La comunidad, penetrada por el litigio que instalaron los seres “incontados” (Rancière,
1996), comenzaba a existir como comunidad política. El nosotra/os se ligó a partir de una
profunda solidaridad e identificación en la familia rural que involucraba a la comunidad.
Construyó un poder, aquél “que mantiene la existencia de la esfera pública, el potencial
espacio de aparición entre los hombres que actúan y hablan” (Arendt, 1998: 223). En los
momentos de máximo nivel de participación, la organización regional agrupó a más de 20.000
familias y a 54.000 jóvenes (Ferrara, 1973; Rozé, 1992).
85
Parido en la provincia del Chaco, abarcó, en una primera etapa de expansión territorial, a otras cuatro provincias del
nordeste argentino -Formosa, Corrientes, Misiones, Santa Fe- para luego extenderse a Entre Ríos, Córdoba y Buenos
Aires, en las que las Ligas se conforman a partir de 1973, en el momento de apogeo del movimiento que precede a su
desenlace final.
86
Caracterizadas como “abiertas” (en regímenes democráticos) o “cerradas” (en regímenes autoritarios represivos),
dichas estructuras refieren a un continuo dentro de las democracias liberales, dependiendo del grado de porosidad de
las mismas a la influencia de las organizaciones sociales (Kitshelt, 1986, citado por Keck y Sikkink, 1998). En junio de
1966 es depuesto el gobierno constitucional de Arturo Illia, líder de la Unión Cívica Radical por un golpe militar. Se
inicia el gobierno de la Revolución Argentina que finaliza en 1973 luego de tres presidentes militares Onganía,
Levingston y Lanusse. Las “Ligas Agrarias” y las “Madres de Plaza de Mayo” durante la década de 1970 constituyen
casos paradigmáticos de emergencia de movimientos sociales en contextos sumamente represivos.
87
Al respecto no aparece en las fuentes consultadas el tipo “chacarero” como denominación emic.
88
Así, podemos diferenciar, a grosso modo, aquellas Ligas de colona/os y agricultora/es mediana/os (Chaco, Misiones
y Santa Fe) y las Ligas campesinas (Corrientes, Formosa). El conflicto por la tierra, no va a ocupar en todas las Ligas el
mismo lugar de preeminencia. Las diferencias entre unos y otros van a descansar sobre las demandas: dada la
naturaleza cíclica de las economías regionales, las Ligas en las que predominaban los “colonos”, en general, van a
apuntar en un primer momento sobre los precios de los cultivos, la comercialización, el crédito y la distribución como
principales obstáculos para lograr un proceso de acumulación, en cambio las Ligas compuestas por agricultores
campesina/os (Correntinas o Formoseñas) apuntarán directamente hacia el conflicto por la tierra exigiendo su
redistribución. Si bien esto es cierto en los comienzos, no obstante, el conjunto las ligas emprenderá un camino de
radicalización sin retorno que podemos historizar hacia fines de 1974, cuyo síntoma es la expulsión de la comunidad
política.
89
Consistía en la ocupación y cultivo de casi un millón de hectáreas en Chaco y Formosa por parte de una empresa
norteamericana representada en el país por miembros de la familia del presidente Lanusse (Pedro y Antonio Lanusse
PAL).
“En ese tiempo, como él dice que se reunía toda la familia... son treinta
años para atrás... treinta y cinco... las familiar estaban en el campo, y
familias que tenían ocho, nueve hijos... hoy eso no está... O sea, hoy el
campo despacito se fue despoblando con la política de los gobiernos”,
recuerda C. las asambleas de colonia- (Entrevista, julio 2005).
Los cadres intelectuales del movimiento fueron la/os jóvenes, tanto la/os hija/os de
la/os colona/os como algunos provenientes del Movimiento Rural Católico de las ciudades.
Algunas mujeres se destacaron por su aparición en la esfera pública provocando un cambio
cultural importante. A pesar de la impronta eminentemente masculina del lema liguista “No hay
hombres sin tierras ni tierra sin hombres”, lo cierto es que las Ligas habilitaron nuevos espacios
para la participación política de las mujeres que pudieron llegar por primera vez en la historia
política de la/os colona/os a emitir sus discursos en el espacio público colonizado por los
varones.
A mi entender, en las acciones colectivas desplegadas por campesinas/ os, colonas/ os
se constituyen nuevos sentidos sobre las ruinas de otros sedimentados.
90
Frecuentemente, cuando la/os estudiosa/os reconstruyen los “ciclos de protestas”
(Tilly, 1986; Tarrow, 1997), tanto desde los registros públicos como desde los recuerdos
privados, son evocados los tiempos más álgidos que alcanza la protesta, más que las formas
de la latencia (Melucci, 1996), las “resistencias cotidianas” (Scott, 1985) o las llamadas
mesetas, que bien pueden preceder, coexistir con tales rupturas o ser autónomas respecto de
91
estas . Será, pues, porque ellos dejan huellas indelebles que la travesía del tiempo no puede
alterar o porque surten mayor impacto político. Pero, fundamentalmente, porque constituyen
una de las espiraciones epistemológicamente más ricas para alcanzar discernimiento.
90
Este concepto refiere a la fase de intensificación de los conflictos y la confrontación en el sistema social que incluye
una rápida difusión de la acción colectiva de los sectores más movilizados a los menos movilizados; un ritmo acelerado
de innovación; marcos nuevos o transformados para la acción colectiva y unas secuencias de interacción intensificada
entre disidentes y autoridades que puede terminar en la reforma, la represión y, a veces, la revolución. Al estallar
protestas y motines entre grupos que tienen una larga historia de enfrentamientos, estimulan a otros ciudadanos que se
hallan en circunstancias similares a reflexionar sobre sus propios motivos de descontento. En estos períodos las
oportunidades creadas por los “madrugadores” incentiva la aparición de nuevos movimientos y formas de acción. Los
movimientos crean oportunidades políticas para otros (Tarrow, 1997).
91
James Scott sostiene que en los sectores dominados el pronunciamiento político se realiza en un lenguaje ambiguo y
críptico, con discursos ocultos y públicos, e indica que: “hay cierto riesgo de que el discurso oculto de los grupos
subordinados parezca significante sólo como prólogo de las confrontaciones públicas, los movimientos sociales y las
rebeliones” (2000: 239-240). Lo dicho no implica que necesariamente siempre lo oculto desencadene la explosión
social. Si bien lo “oculto” no siempre es prólogo de rebeliones y movimientos, para comprender los estallidos populares,
haya que recurrir a esos rastros o huellas infra-políticos, latentes de los grupos subordinados que rompen el silencio y
el silenciamiento
de nuevos actores, nuevas audiencias y la fuerza para quebrar el caparazón de la convención”
(1972: 89).
Al respecto, la teoría de los movimientos sociales expresa que un movimiento no puede
ampliar su marco (“frame”) si no hay resonancia en la cultura. Por consiguiente, propongo
comprender las Ligas Agrarias como una nueva síntesis que surge de marcos sedimentados, lo
que en teoría se conoce con el nombre de “resonancias de marcos” (“frame resonance”)
(Tarrow, 1992).
Los símbolos y el sistema de creencias que animaron a los líderes y las bases no
constituyen simples respuestas o expresiones mecánicas de condiciones estructurales que, por
supuesto, no podemos obviar. Como expresa Tarrow
“la llave para comprender el cambio cultural no es a través de la difusión
automática de valores o de la difusión de procesos de aprendizajes, sino de
la asimilación de nuevos marcos de significado de la acción colectiva en la
cultura política” (1992: 175; mi traducción).
Colonos en armas: sus luchas entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX
La/os historiadora/es han encontrado que durante las décadas de 1870 a 1930, la/os
colona/os santafesina/os desarrollaron una intensa actividad política en la región cerealera.
Han destacado la movilización de los colonos extranjeros de Esperanza, San Carlos y Rafaela,
por la pérdida de la autonomía municipal (Bonaudo et al., 1990); los “colonos en armas”, que
hacia 1890 se rebelaron contra la autoridad y pedían la restitución del derecho a votar en las
elecciones municipales y la derogación de los impuestos a los cereales (Gallo, 1977); las
92
Para un estudio específico del repertorio de acciones véase Bidaseca, 2005.
acciones desarrolladas por los arrendatarios a comienzos del siglo XX en las colonias
Macachín y Trenel, en La Pampa, por los contratos de locación injustos, hasta la primera gran
rebelión protagonizada por los arrendatarios por los contratos leoninos que los vinculaban a los
dueños de las tierras, el Grito de Alcorta en 1912 (Grela, 1954). Estos acontecimientos visibles
han tejido el horizonte de la memoria larga. Del mismo modo que los pequeños actos de
resistencia cotidiana (Scott, 1985), pero que han quedado relegados de la historia por la mirada
que la/os investigadora/es imprimieron a los conflictos (Palacio, 1996).
Alcorta, el primero de los Gritos de la subalternidad del campo, fue un movimiento
político cuya potencia colectiva eran la multitud reunida, los anónimos que se representaban a
sí mismos apoyados en los pilares de la horizontalidad, la autonomía, la democracia directa y el
poder del número. Fagocitado por la simbología que imprimió el gremio, constitutito a partir de
la cristalización del momento insurgente, la acción corporativa, las estructuras verticales y
liderazgos personalistas, tan lejos del “momento de locura” (Zolberg, 1972), objetivaron la
potencia de la multitud. (Tal vez debamos reconocer la afirmación de Nietzche “toda acción
exige el olvido”.)
Más tarde o más temprano va a deshacer el camino andado por la multitud; vagó su
utopía (entendida como proyecto) por los ríos subterráneos de la historia hasta encontrar nueva
morada en las Ligas Agrarias, fragmentos de un pasado que emergía entre las ruinas.
En este particular mundo rural insurgente de los años de 1930 contra los monopolios
93
algodoneros , las colonias, diseminadas en la profundidad del campo chaqueño funcionaron
como centros de construcción de una cultura política, depósito de sedimentos de la memoria y
la experiencia colectiva. Se fue configurando la subjetividad política de los agricultores y los
marcos de significación ligados a la emergencia de sentimientos basados en valores
nacionalistas, patriotas y antiimperialistas que resuenan con el nacimiento de las Ligas Agrarias
en esa provincia.
Cada grupo elabora una narrativa histórica y una memoria propias, que anima la acción
colectiva y la conformación de movimientos sociales. Se funden en la memoria de luchas
pasadas, en las que las experiencias se sedimentan y las nuevas generaciones, a quienes
estos acontecimientos son transmitidos a través fundamentalmente del repertorio oral, hurgan
en el “baúl de los recuerdos” las acciones que protagonizaron sus abuelos, padres o parientes
o antecesores.
El Movimiento Agrario de Misiones, los hijos de Oberá, se organiza en el epicentro de
las luchas agrarias de 1930 que trágicamente se conoce con el nombre de “Masacre de
Oberá”. “Dos ucranianos le dieron impulso a una de las protestas más violentamente
reprimidas que tuvo Oberá en el año 1936.” (Golsberg, 1999: 31) Sus nombres eran Mowchan
93
“Como nos llamó la atención la aparente similitud (enfrentamiento “colonos-monopolios”, luchas por el precio del
algodón, movilizaciones) con los hechos que en la década de 1970 estaban protagonizando los colonos algodoneros
en las Ligas Agrarias Chaqueñas, decidimos conocer mejor lo que en ese momento nos pareció era su antecedente
inmediato (...) A favor de esta decisión pesaron también otros dos criterios: 1) en el Chaco las décadas de 1920-1940
eran ricas en luchas sociales de distinto tipo o carácter (movimientos de tipo milenarista, bandolerismo social, huelgas
obreras), 2) teníamos el convencimiento de la necesidad de actualizar la memoria de las luchas políticas y sociales de
ese período” (Carrera Iñigo y Podestá, 1980: I y II).
y Koval, activos dirigentes sindicales de origen urbano, militantes de filiación comunistas que
conformaron la “Unión Obrera Campesina”.
Decíamos que las Ligas se fundan como gremio, hijas legítimamente paridas por la
organización madre (FAA) que hasta sus últimos días se avergonzó de su comportamiento, se
condujo a transformarse en un proyecto político (universal). Pero, su destino fue
angustiosamente interrumpido.
La acción, luego de ser dotada de sentido, deja de ser puro acontecimiento para
convertirse en “legado” (Nardacchione, s/f). El retorno de esa energía reprimida irrumpió seis
décadas más tarde; de la mano de la generación “rebelde” de los sesenta que se apropió y
continuó el legado de sus predecesores. Pero, con una salvedad: ya no era una absurda
rebelión la de desobedecer los mandatos de un poder que uno mismo ha creado (como sí lo
había sido para los considerados “herejes” de 1912, que no llegaron a comprender el misterio
de la coartada que los separara en la constitución de la FAA). Este tensión irresoluble ofreció,
pues la oportunidad para el retorno de la multitud que, esta vez anunciaba “Queremos ser
dueños de nosotros mismos…” (Revista Política, Cultura y Sociedad en los ´70, s/f).
Esta nueva subjetividad, que surgió desde los márgenes, negando la verticalidad, la
cercanía del gremio con el poder y cuestionando su representatividad, logró esbozar una
consigna universal a partir de los marcos de la igualdad y la explotación, edificados desde los
cimientos de los principios que inscribieron sus antecesores: la horizontalidad, la autonomía
política y gremial, la democracia directa y el poder del número. Hubo una apelación a valores
universales que pudieron ser compartidos por otros sujetos, como ser, la justicia, la educación
“liberadora”, la reforma de la tierra.
La comunidad al estar dividida por el litigio que instalaron los seres “incontados”
(Rancière, 1996), rearticulaba sus lazos con la polis en un nuevo sistema de representación e
identificación que enfrentaba la combinación de Estado Benefactor y dictadura, andamiaje en el
cual se apoyaba la hegemonía de las clases dominantes. Las categorías simbólicas de
pertenencia (nación, clase, pueblo) integraban a esta nueva generación de “rebeldes” (que ya
exhortaban -a la dictadura- el “Que se vayan todos…”, expresión de la nueva subjetividad
política que surge a fines del siglo) en un proceso de inclusión progresiva de la ciudadanía en
el reconocimiento de sus derechos como ciudadanos (que ocultaba la subordinación de sus
derechos a otras categorías; léase, una idea moderna de ciudadanía que, como lo demostraron
94
las pensadoras teóricas feministas , erigió un dominio público fundado en la negación de la
participación de las mujeres reforzado por la separación de lo público/privado) y el sindicato
95
como sistema de referencia simbólica y material .
94
Véanse al respecto Carole Pateman, The Sexual Contract, Estándar, 1988; Nancy Fraser Iustitia interrupta.
Reflexiones críticas desde la posición postsocialista, Colombia, Siglo del Hombre editores, Universidad de Los Andes,
1997, entre otros.
95
De ahí que el mentado sentimiento antiimperialista y antimonopolista, no se puede interpretar como un componente
racional o instrumental; estuvo signado por una lógica sentimental que, moldeada por los valores del Estado- Nación, el
nacionalismo y el patriotismo, definió el amigo/enemigo en base a una memoria de lucha contra los monopolios ya
presente en los algodoneros de 1930.
El movimiento liguista logró construir un poder basado en la legitimidad y en la
existencia del grupo en tanto comunidad política, cuya utopía era, ni más ni menos, la de
convertirse en artífices de sus propios destinos. Anticipadamente, ensayaron la forma de
estructura territorial, opuesta a la forma sindicato, que resurge en nuestros días en los
movimientos sociales insurgentes de América Latina. En torno al territorio sostuvieron la
democracia en las colonias; las estructuras de deliberación y consulta directa; la movilización y
la presión de la multitud y las demandas.
Cuando hablo de un proyecto político “universal” me refiero a la posibilidad que el
movimiento pudiera escapar de ese corsé de la clase, el género, la religión y el anclaje etario.
El profundo cambio cultural que signó la “aparición” de la mujer rural en la esfera pública
resultó un cierto poder de subversión del orden patriarcal, una marca (a partir de allí, es posible
comprender también, como veremos, la emergencia del Movimiento de Mujeres Agropecuarias
en Lucha). Sin duda, las posiciones subjetiva de género, pero también la generacional es
fundamental para comprender la emergencia y consolidación de las Ligas así como su des-
enlace final. Fue el ingreso de una generación a la vida pública, producto de una combinación
de factores demográficos y políticos (Zolberg, 1972: 198). Una juventud que por esa condición
de “recién llegados al campo y disponer de menos capital” (Bourdieu, 1990: 137) logró construir
un discurso herético.
El deslizamiento de un movimiento gremial a un proyecto político universal supuso un
proceso de radicalización que instaló, nuevamente, conflictos y divisiones al interior del
movimiento. El proceso sin retorno que condujo a la radicalización de esa nueva subjetividad
colectiva se inicia, como antaño, con la distorsión que emerge a partir del sentido de la tierra.
La sanción de la comunidad a la radicalización de sus referentes, quienes por el hecho de
formar parte de esa comunidad debían rendir cuenta de sus acciones, de sus decisiones y
palabras, fue, nuevamente como en 1912, el ostracismo comunitario; luego, la represión más
ominosa.
“: [...] Nosotros en el ’76 ya nos fuimos a los montes y [...] después de eso
sale otra lista que yo no me acuerdo en qué diario la leí, no... todas las
organizaciones fueron proscriptas por la dictadura militar... y aparece la
famosa 20.840, la ley de prescindibilidad entonces ahí... pero yo recuerdo
que era dos páginas de un tabloide, de un tabloide así, eran de
organizaciones que fueron proscriptas [...] y estaba la Ligas Agrarias,
Federación Agraria“. (Entrevista a ex dirigentes de ULAS, julio 2005).
Con la súbita expiración de las Ligas, murió una forma material y simbólica de
expresión y organización política de la/os colona/os. Fragilidad y futilidad inherente a la acción
humana, como expresa Arendt (1995: 72), “…es como si la ´desoladora contingencia´ de lo
particular nos hubiera alcanzado y nos persiguiera en la misma región en que generaciones
anteriores se habían refugiado para escapar de ella”. Generaron, en cambio, una marca (como
irreversibilidad) en la subjetividad que es lo que permanece.
La subjetivación política obedece a otra temporalidad respecto de las bases materiales
de la sociedad; mucho más compleja e incierta, autónoma de las mismas que puede
adelantarse a los cambios, o estar profundamente relegada respecto de estos (Grüner, 2004:
139).
En el orden de lo simbólico, “el pasado está siempre presente en forma de tradición
histórica y el significado de esas huellas no está dado; cambia constantemente con las
transformaciones de la red del significante. Cada ruptura histórica, cada advenimiento de un
nuevo significante amo, cambia retrospectivamente el significado de toda tradición; reestructura
la narración del pasado, lo hace legible de otro modo, nuevo (…)” (Zizek, 1992: 88-89).
Restos de las ruinas de un pasado que emerge, de lo nuevo que nace sin que aún lo
viejo haya perecido, se encuentran esparcidos en las acciones colectivas de fines de siglo que
vienen a inscribir nuevos sentidos en la trama simbólica del pasado, en los sueños de los
antecesores.
Las mujeres de madura edad que crearon el Movimiento de Mujeres Agropecuarias en
Lucha en 1995, contrariaron al destino patriarcal, radicalizando su rol materno, construyeron un
discurso herético que, basado en las emociones políticas (los procesos de construcción del
“nosotros” y del “antagonista” demuestran que las emociones son construcciones culturales y
sociales), subvertía las categorías de percepción. Inventaron nuevos “trayectos subjetivos”,
yendo al lugar en el que no deberían estar (acto judicial del remate), cuerpos desobedientes
que revirtieron el lugar que les estaba asignado (Rancière, 1996). La historia de lucha que
constituye, asedia políticamente y marca los cuerpos que se exponen al castigo de la
maquinaria kafkiana, físico y simbólico, cuando se atreven al renunciamiento, dejando de ser
cuerpos sometidos. Porque él, como expresa Foucault en El cuerpo de los condenados
“está también directamente inmerso en un campo político; las relaciones de
poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman,
lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas
ceremonias, exigen de él unos signos” (1987: 32).
Lejos de creer, como la/os jóvenes dirigentes liguistas, que el poder era un objeto que
podía ser tomado o apropiado sin miras a los medios que justificaran el fin pretendido, la
encarnación de los intereses del pueblo, la nueva subjetividad coloca a la desobediencia civil y
la acción no violenta como herramientas para enfrentar la amenaza de la desposesión material
y simbólica, de la injusta decisión política que condena a algunos sujetos a la desaparición.
La lógica de construcción política de los movimientos de las colonas/ os no se basa,
como antaño, en la razón del número o en la apropiación del poder-objeto. El poder de estos
movimientos descansa en el orden simbólico que estructura la realidad. Sintomáticamente no
fue en esta nueva época la generación más joven la que (literalmente) puso el cuerpo y tomó la
palabra sino la generación de los años sesenta (herederas de ese espíritu rebelde) la que
produjo un nuevo modo de intervenir en el mundo: atacó el nodo del poder, a la Justicia como
96
la razón de las insurrecciones .
En el colapso simbólico de diciembre de 2001 la exhortación tan aclamada y disputada
entre los interesados por encontrarle un sentido a un grito desesperado (Que se vayan
todos…), fue una expresión polifónica, producto de la perplejidad y desolación es, ni más ni
menos, que otra forma de conquista del poder, no incurriendo en el olvido e intentando su
sublime apropiación material y sustancial, sino olvidando el poder, desconociéndolo, “en contra
96
En este punto quisiera notar los puntos en común con Madres de Plaza de Mayo, el movimiento que se ha instalado
como referente simbólico de las luchas contemporáneas en la Argentina: la modalidad de la acción no violenta; la
Justicia como lugar político; además de la composición etarea y de género.
de los poderes que buscan imponernos qué debemos retener y qué debemos dejar de lado”
(De Ípola, 2000: 81).
El ya mítico Que se vayan todos, tres décadas atrás, ya estaba germinando con el
movimiento liguista cuando se pedía el cese del estado de sitio, aunque el objeto de la
interpelación era el gobierno de facto.
Creo no equivocarme en aseverar que fueron las mujeres las protagonistas de la nueva
política de la/os colona/os de fin de siglo. Ellas experimentaron el lapso cíclico de la
insurgencia que entre mediados de las décadas de 1970 y 1980 se refugió en el silencio,
entendido como forma de resistencia. La transmisión, el aprendizaje, la herencia y los legados,
la resignificación del acto y la palabra se confunden en este movimiento cuyo contenido más
revolucionario fue el de quebrar la convención de la maternidad al servicio del estado, la
dicotomía privado/público, y, por otra parte, reivindicar el significado de la tierra como
patrimonio. Su nueva modalidad de acción no violenta contra la ideología del neoliberalismo y
la desobediencia a las leyes injustas despeja el camino para comprender las formas
contemporáneas de pensar y enfrentar la dominación capitalista y quiénes se erigen como
sujetos de cambio social. Su poder de subversión las acerca a la política de la emancipación.
Capítulo 6: Pasado y presente. Transformaciones emergentes del proceso de
recuperación de empresas por sus trabajadores
Introducción
La reproducción
97
Se trata de las cooperativas Artes Gráficas el Sol, Bauen, Brukman, Campichuelo, Chilavert, Cooperpel, Diógenes
Taborda, IMPA, Instituto Comunicaciones, La Argentina, La Nueva Esperanza, Monte Castro, Patricios, Vieytes y
Viniplast. Las empresas Clínica Salud Medrano y 26 de septiembre, también fueron entrevistadas en 2003 y han dejado
de existir para 2006.
Diversos cambios en el período más agudo de la crisis deben ser reseñados para
entender las dificultades que encuentra la reproducción ampliada del proceso. Por una parte, el
fortalecimiento de la heteronomía clásica del ámbito fabril y la reversión del proceso de
abandono capitalista de la producción por cambios en los niveles de rentabilidad contribuye a
que ante situaciones de crisis puedan aparecer nuevos capitalistas dispuestos a recuperar la
98
empresa . Desde la perspectiva de la fuerza de trabajo, la mayor facilidad para obtener otro
trabajo por parte de los asalariados, en especial los más calificados, así como el aumento de la
posibilidad de cobrar indemnizaciones atenúa la tensión social. Otro elemento es el cambio de
poder y posición de los actores sociales y políticos. Antiguos aliados como el movimiento
asambleario o el piquetero han visto disminuido su capacidad de movilización. Por otra parte,
algunos cuadros políticos y sociales que habían encontrado en la organización de los
movimientos de recuperación su estrategia de acumulación de poder social han logrado
ingresar a la institucionalidad política atenuando su participación en el proceso y/o la
radicalidad del mismo. Diversos miembros de la clase política que en el momento de la crisis
estaban dispuestos a apoyar adaptativamente a un fenómeno de alta legitimidad social que
contrastaba con su baja legitimidad, hoy ante el cambio de contexto, tienden a ser más reacios
a brindar apoyos, oponiéndose abiertamente en algunos casos.
Como podemos observar en el gráfico, la evolución del proceso asume una forma
aluvional concentrando casi la mitad de los casos en el pico de la crisis en el 2002.
Posteriormente, en paralelo a la recomposición económica y política, tiende marcadamente a
descender hasta 2004, aunque en este año se empieza a suavizar el declive. Luego se
estabiliza asumiendo una forma amesetada. Si bien la intensidad es marcadamente menor al
pico de la crisis, se mantiene constante en valores superiores a los obtenidos en los años
anteriores al 2002.
Gráfico1
98
También, la reciente recuperación del poder sindical, la otra gran heteronomía del ámbito fabril, funciona, al menos
en algunos casos, como un obstaculizador al desarrollo del proceso. Acerca del papel del sindicato en las
recuperaciones puede consultarse Rebón, 2004.
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.
¿Por qué pese a la reversión de los elementos estructurantes el proceso, aunque con
una baja intensidad, continúa expandiéndose? En nuestra hipótesis esto se debe a la
instalación cultural de la forma social “recuperación” como un repertorio de acción posible ante
determinadas situaciones. En 2004, en nuestro primer avance de investigación, advertíamos
que la recuperación se incorporaba a la “caja de herramienta” de los trabajadores como un
modo de enfrentar el cierre empresarial y la precarización laboral. Se transformaba así, no sólo
en una herramienta, sino en una configuración de acciones existente, conocida y valorada
positivamente por los trabajadores. En tanto la desaparición de empresas es una resultante de
la crisis, y ésta es un elemento estructural del capitalismo, una vez que esta alternativa se
instala socialmente -aún cuando se reviertan parte de los factores que conformaron su génesis-
su difusión puede continuar mientras no se cuestione dicho repertorio o las condiciones
políticas se vuelvan abiertamente hostiles a la experiencia. Así, génesis y desarrollo se apartan
parcialmente en sus elementos estructurantes.
Recientemente, hemos explorado con detenimiento entre distintos grupos de
trabajadores asalariados la hipótesis de la incorporación de la forma social “recuperación”
como repertorio de acción. En tal dirección hemos explorado su conocimiento por otros
conjuntos de trabajadores. Los resultados de una encuesta entre trabajadores del Subte de la
Ciudad de Buenos Aires y trabajadores no docentes de la Universidad de Buenos Aires - dos
universos con distintos niveles de movilización y experiencia organizativa- apoyan nuestra
hipótesis. La recuperación de empresas es conocida en ambos casos por alrededor del 90% de
los encuestados, entre los mismos la inmensa mayoría valora positivamente al proceso. Dicha
valoración positiva se funda centralmente en la relevancia social que le otorgan los
encuestados al hecho de recuperar una fuente laboral y productiva. Sólo para una minoría la
99
importancia del hecho radica en demostrar la posibilidad de producir sin patrón . No obstante,
es ampliamente mayoritaria la opinión de que una empresa dirigida por los trabajadores puede
funcionar. Más aún, dicha capacidad de hacer funcionar a las unidades productivas es
considerada igual o superior a la del capital. Si bien estos datos no pueden ser extrapolados al
conjunto de los trabajadores, nos están indicando la existencia de un conocimiento y valoración
positiva del proceso entre grupos diversos de trabajadores. Y al mismo tiempo nos muestra la
creencia que es posible que producir de forma autogestionada es posible, y que dicha empresa
100
puede ser tan o más eficiente que la capitalista .
Cuadro 1
99
Es interesante como esta fundamentación de la relevancia del proceso asume diferentes formas entre la mayoría de
los trabajadores del subte y quienes conducen su combativo cuerpo de delegados. Mientras entre el conjunto de los
trabajadores del subte el 80% destaca la recuperación en tanto preservación de una fuente laboral, el 90% de los
delegados señala la demostración que se puede trabajar sin patrón como lo más relevante socialmente.
100
También muestra cierta tendencia a un mayor conocimiento y visión positiva del proceso entre los territorios con
mayor experiencia de lucha y organización, así los valores en trabajadores del subterráneos son moderadamente
superiores que entre los no docentes. Dicha diferencia se explica por las diferentes experiencias de lucha previa y
organización de los trabajadores de ambos territorios.
En suma, el proceso sin la forma aluvional de la crisis, con una baja pero de constante
intensidad, continúa en su ampliación. Pero, ¿qué pasa con las empresas una vez que los
trabajadores se han hecho cargo de las mismas? ¿Es dicho proceso reversible? ¿Logran
sobrevivir como empresas y como recuperadas?
El cuadro 2 nos muestra la existencia o conservación de las empresas recuperadas en
la actualidad, a partir de su período de surgimiento. Las empresas nacidas en los distintos
períodos del proceso (inicial, aluvional y descendente o tardío) en su inmensa mayoría
continúan existiendo como recuperadas. El porcentaje de empresas que funcionan como
recuperadas fluctúa entre el 80 y el 86% entre los diversos períodos. Aquellas que son más
recientes y por lo tanto han estado expuestas a un menor paso del tiempo y por ende al riesgo
de desaparecer, tienen una mayor preservación. Lamentablemente, carecemos de estadísticas
de mortandad de empresas capitalistas con características similares para poder realizar un
análisis comparativo.
Cuadro 2
Períodos de recuperación
Antes de 2002 Durante 2002 Después de 2002
si 80,0 81,3 86,7
Existe como
no 20,0 18,8 13,3
recuperada
Total 100 100 100
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.
De las empresas que dejan de existir como recuperadas tres desaparecen como
empresas y tres cambian de forma social. De estas últimas, dos se transforman nuevamente en
empresas privadas capitalistas y una pasa a ser estatizada por el gobierno de la Ciudad
incorporándose a los socios de la cooperativa como asalariados de planta permanente del
Estado local.
Ahora bien, aquellas logran funcionar como recuperadas ¿Cómo lo hacen? ¿En qué
medida logran funcionar productivamente? ¿En qué medida logran innovar socialmente en
dicha tarea?
La producción
En el avance sobre la dirección de la producción, los trabajadores enfrentan diversos
desafíos. ¿Cómo congeniar la autonomía, los grados de libertad adquiridos, con las
101
necesidades de la producción? ¿Es posible sostener y profundizar el proceso de
autonomización iniciado y con ello los grados de igualación alcanzados?
Un análisis de las trayectorias de las formas en que se efectúa la distribución de los
ingresos en las empresas puede servirnos como un indicador de las transformaciones
emergentes en el proceso de igualación. Para tal caso, compararemos las formas en que se
efectuaba dicha distribución en nuestro primer registro de 2003 con las formas que asume en la
actualidad. Si la apropiación gratuita por parte de los capitalistas del fruto del plustrabajo de los
asalariados es el núcleo estructurante del capital (Marx, 1998), en estas empresas en las
cuales el capitalista ha dejado de estar presente ¿Qué forma asume la apropiación? ¿Se ha
transformado en el transcurso de estos años?
El universo que instrumentaliza la posesión de las unidades productivas refiere a un
conjunto de individuos asociados en cooperativas de trabajo. Las unidades productivas no
asumen un carácter de “propiedad social”, sino, en forma dominante, una tenencia privada de
carácter colectivo. Se observan dos obstáculos a la propiedad privada plena. Uno es que la
102
gran mayoría de las cooperativas no son propietarias de sus unidades productivas . Dos, la
forma jurídica “cooperativas de trabajo” estipulada legalmente para trabajadores que ponen en
común su fuerza laboral con el objeto de llevar adelante una empresa, impone límites a la
103
propiedad privada plena . Pasemos a analizar las formas concretas de distribución de lo
producido al interior del colectivo laboral personificado en las cooperativas de trabajo.
En nuestro primer relevamiento encontrábamos que en una leve mayoría de las
104
empresas el tipo de retribución era igualitaria . Es decir, que en más de la mitad de las
empresas existía un criterio igualitario de distribución de los ingresos de la cooperativa entre
sus trabajadores. Este proceso de igualación posee un doble origen. Por un lado, en el
momento inicial de la empresa, cuando los recursos son escasos, mantener la diferenciación
105
preexistente se vuelve prácticamente imposible . La casi totalidad de los ingresos se dedican,
en este período, a poner a punto la maquinaria y a la compra de materia primas. Por otra
101
Las investigaciones de Piaget sugieren que una verdadera cooperación basada en la autonomía debe superar tanto
el riesgo de la anomia como el de la construcción de una nueva coacción. La cooperación, en el plano del intercambio
de acciones concretas supone la construcción de una nueva normatividad que logre poner en correspondencia las
acciones, enfrentando la anomia y a la heteronomía, y constituyendo la actividad auto-disciplinada frente a la inercia y
la actividad forzada (Piaget: 1988). En esta tensión entre la anomia y la heteronomía avanza la nueva cooperación
social en el campo de la producción, imprimiendo según sus características, un carácter determinado al orden socio-
productivo.
102
Al momento del relevamiento existían diferentes situaciones. Once de las empresas, a partir de la ley de
expropiación temporal por el Estado de la Ciudad de Buenos Aires, tenían cesiones en comodato de los bienes
muebles e intangibles y cesiones transitorias de los inmuebles. En noviembre de 2004 se sancionó una ley de
expropiación definitiva de los bienes inmuebles que alcanza a dichas empresas estableciendo la venta de dichos
bienes con facilidades a las cooperativas. Sin embargo, dicha ley no ha sido efectivizada aún. De las otras cuatros
empresas, una alquilaba a la quiebra el establecimiento, otra era propietaria de la maquinaria y alquilaba al Estado el
inmueble, otra sólo poseía una guarda judicial pero no tenía autorización para funcionar y sólo una era propietaria
plena de la unidad productiva.
103
La cooperativa como forma legal establece límites a la enajenación de la empresa y su posterior reparto entre los
asociados. Además, todos los asociados tienen, formalmente, el mismo poder de decisión independientemente del
capital suscripto por cada uno.
104
Por retribución entendemos tanto el retiro a cuenta de utilidades de los asociados como el pago a trabajadores no
socios.
105
Sin embargo, no toda situación de escasez de recursos da lugar a un proceso de igualación. Que en las condiciones
extremas fructifiquen relaciones de reciprocidad depende sobremanera de las identidades involucradas.
parte, en algunas empresas el pago con vales ya había licuado la estructura salarial marcada
por los convenios colectivos de trabajo. En estos casos, la igualación comenzó por iniciativa del
patrón y se prolongó por extensión a las nuevas empresas (Fajn, 2003, Rebón, 2004).
Ahora bien, en un reciente relevamiento observamos una reversión de los procesos de
igualación al interior de la unidad productiva con respecto a las primeras etapas de la
recuperación. En 2006, observamos que en las empresa recuperadas la relación entre
retribución igualitaria y diferenciada se ha modificado. Si antes en poco más de la mayoría de
las empresas se retiraba igualitariamente, actualmente en la amplia mayoría se retira en forma
diferenciada.
Gráfico 2
100
90
46,7
80 73,3
70
60
% 50
40
Diferenciada
30 53,3 26,7
20
10 Igualitaria
0
2003 2006
año de relevamiento
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.
Cuadro 3
106
Sólo en un caso el criterio diferenciado de retribución muta a igualitario. La particularidad de este caso reside que en
el 2003 ya contaba con una importante antigüedad, habiendo desarrollado por entonces un proceso de diferenciación
hacia los no socios, como muchas empresas nacidas en ese período han desarrollado más recientemente. En 2006
esta tendencia se había revertido en el marco de una fuerte crisis interna que reduce drásticamente la cantidad de
trabajadores y los ingresos de la cooperativa.
Modalidad de retribución en el año 2006 según modalidad de retribución en 2003
Modalidad de retribución en
2003
Igualitario Diferenciado
Modalidad de Igualitario 43% 16%
retribución en 2006 Diferenciado 57% 84%
Total 100% 100%
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.
Este carácter es todavía un elemento a desentrañar, sin embargo a partir del análisis
preliminar de los datos podemos sugerir algunas hipótesis o respuestas posibles a estos
interrogantes.
En primer lugar, encontramos otra transformación sustantiva en el interior de las
unidades productivas. Se produce un significativo crecimiento de la fuerza de trabajo utilizada,
alrededor de un 45%, entre ambos relevamientos. Al menos una cuarta parte de este
crecimiento de la fuerza de trabajo utilizada ha sido efectuada en base a la incorporación
107
dentro del colectivo, de trabajadores que no poseen la condición de socios plenos . En 2003,
menos de la mitad de las empresas (40%) existían trabajadores no socios-, en 2006 esta
relación se invierte y las empresas que poseen trabajadores no socios pasan a ser la mayoría
108
(66%) .
Ahora bien, ya en el anterior relevamiento, encontrábamos una relación entre la
existencia de trabajadores no socios y la modalidad de distribución de los ingresos en general.
Existía una tendencia a que la composición de la fuerza laboral sólo por asociados sea una
característica dominante en las empresas más igualitarias en cuanto a la distribución. En
cambio, la inclusión dentro del colectivo laboral de trabajadores no socios tendía a estar
asociado a diferenciadas en la modalidad de retribución. Sin embargo, esta relación inversa
entre retribución y existencia de trabajadores no asociados se profundiza en 2006 mostrando
una plena polarización como podemos apreciar en el cuadro 6.
Cuadro 4
Modalidad de retribución
Igualitaria Diferenciada
Posee trabajadores No 100% 9%
No asociados Si 91%
Total % 100% 100%
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.
Tipos de diferenciación
107
Como trabajadores no socios contemplamos sólo aquellos trabajadores que se encuentran en esferas que
consideramos internas al proceso productivo mismo (producción, comercialización, administración). Excluimos aquí a
los trabadores que realizan trabajos en la cooperativa pero a partir de servicios externos, como abogados, contadores,
auditores de seguridad e higiene, servicios de reparación de maquinarias e instrumentos de trabajo, etc.
108
La incorporación de trabajadores a la empresa como no socios parece asumir variadas formas. Las cooperativas de
trabajo legalmente sólo pueden tener asalariados por un período de tiempo. En la actualidad parece demorarse la
incorporación de trabajadores a la cooperativa como socios plenos, quedando en general en una situación permanente
de contratación irregular. Entre estas empresas el porcentaje de trabajadores no socios en relación al conjunto del
colectivo laboral es bastante heterogéneo, el rango varía entre un 9% y un 46%, mientras el promedio general es del
21%.
Como apuntábamos, el proceso de diferenciación se encuentra relacionado con la
incorporación de trabajadores que no poseen la condición de socio pleno. Sin embargo, esta no
es la única modalidad de diferenciación en cuanto a la retribución. Junto a la diferenciación
entre socios y no socios, encontramos también diferenciación entre los asociados a la
cooperativa. En rigor, se desarrollan tres formas de retribución en las cooperativas analizadas.
En primer lugar, en el 40% de las empresas la diferenciación de la retribución al interior
de la cooperativa es entre sus asociados. Estos procesos tienden a basarse en criterios que se
encuentran desarrollados en las empresas capitalistas como modalidades de retribución al
personal. Entre ellos podemos nombrar la categoría laboral como criterio de asignación de los
retiros. La centralidad de la diferenciación no se basa en un atributo de la relación laboral de la
empresa con el trabajador, sino en la tarea que efectúa el trabajador o su jerarquía
ocupacional. En este tipo la diferenciación adquiere un carácter complejo, con base en la
división singular del trabajo. La misma puede registrarse a través de diferentes dimensiones
como calificación de la tarea, complejidad instrumental, carácter de lo producido o la jerarquía
ocupacional. Sin embargo debemos recalcar, que este tipo de retribución adquiere en estas
unidades productivas una forma más atenuada que en una empresa capitalista. Esta
moderación se logra a partir de la fijación de topes o diferencias máximas entre las diversas
escalas y categorías.
En segundo lugar, en un tercio de las empresas la distribución de los retiros se realiza
de forma diferencial entre socios y no socios, es decir casos en donde el retiro es igualitario
ente los primeros pero diferencial respecto a los segundos, cuya retribución a su vez, es
109
menor . Aquí, es sólo la condición o no de ser asociado el criterio que discrimina el retiro que
se obtiene. Desde la perspectiva del retiro, no encontramos escalas, sino que el colectivo
laboral se encuentra divido en dos subgrupos, los socios y los no socios. El retiro es diferencial
sólo en base a ese criterio que atraviesa transversalmente al colectivo laboral y la estructura
organizativa. La centralidad de la diferenciación se basa en un atributo de la relación laboral del
trabajador con la empresa independientemente de la tarea que efectúa.
Por último, aquellas empresas que conservan un criterio de retribución que tiende a la
igualación. Sólo en un cuarto de las empresas el reparto tiende a ser igualitario. En algunas
empresas dicho reparto es corregido por criterios equitativos dando lugar a otras formas que
tienden a procesos de igualación como el pago por horas o la existencia de un plus por hijo.
Gráfico 3
109
Es necesario apuntar aquí que no estamos haciendo referencia a la intensidad que adquiere este tipo de
diferenciación. Esta es heterogénea y varía según cada empresa. Hacemos referencia solamente a los tipos de
diferenciación sobre la base de los criterios subyacentes.
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.
Cuadro 5
Encontramos tres situaciones claramente diferenciadas. Por una parte, las unidades
productivas sin trabajadores no socios expresan una situación de igualación. Por la otra,
aquellas que incorporan otras formas contractuales de fuerza de trabajo pero de forma
marginal tienden a desarrollar procesos de diferenciación endógenos a la propia cooperativa.
Por último, entre aquellas que más incorporan bajo otras formas fuerza de trabajo, se
desenvuelve una diferenciación exógena a la cooperativa. Combinan aquí la igualación y la
diferenciación, iguales entre sí pero no para con terceros. Recordemos que la condición de
socio es sustantiva en las cooperativas de trabajo. Dicha condición otorga, al menos
formalmente, a quién la posea, un poder de decisión igual al resto de los asociados,
independientemente del capital suscripto.
Esta convivencia en tensión entre igualitarismo y diferenciación parece estar
expresando un criterio corporativo: la igualación al interior de cooperativa entre un grupo de
trabajadores pero al mismo tiempo, el establecimiento de una jerarquía para con otros
trabajadores. Parece en suma, un igualitarismo de grupo que coexiste con la aceptación de la
explotación a terceros. En este caso, la tendencia al carácter privado colectivo, antes reseñada,
se contrapone al carácter social, asumiendo bajo una forma cooperativa un carácter
corporativo. Para aquellos que se incorporan a la empresa, los obstáculos al acceso a la
cooperativa entrañan también las condiciones de la diferenciación.
Ahora bien más allá de dicha diferenciación, ¿qué situaciones productivas nutren las
distintas formas de retribución?
Cuadro 6
Nivel de funcionamiento
Bajo Medio Alto
Sin
Tipo de diferenciación 75% 14%
Por categoría
Diferenciación laboral 57% 50%
Sólo por
condición de
socio 25% 29% 50%
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.
110
Aquellas empresas con más bajos “niveles de funcionamiento” se concentran en la
ausencia de la diferenciación. En cambio aquellas intermedias se concentran en la categoría
110
El nivel de funcionamiento de las empresas fue construido en base a tres dimensiones: Estabilidad, Producción y
Remuneración. Estas dimensiones incluyen indicadores como: responsabilidad sobre las cargas sociales, jubilación,
obra social y seguro de accidentes; cantidad de horas trabajadas, cantidad de trabajadores, grado de utilización de
capacidad instalada, grado de diversificación, principales problemas productivos identificados en cada empresa; la
comparación de la remuneración de cada empresa en relación al promedio de remuneración de la rama a la que
laboral. Por último, las que poseen altos niveles se dividen entre el criterio de la categoría
laboral y de la condición por socio. Igualación y funcionamiento guardan una relación inversa.
El mal funcionamiento, donde hay poco para repartir, conserva el principio de la igualación. El
mejor funcionamiento implica a la mayor diferenciación endógena o exógena. Pero ¿cuál es el
elemento que estructura cada una de las formas de diferenciación?
Cuadro 7
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.
Las historias sociales de los procesos tienden a ordenar su carácter social. Años atrás,
111
en el anterior relevamiento, encontramos que el nivel de conflictividad determinaba la
diferenciación. En aquel entonces los conflictos de baja conflictividad daban lugar a empresas
112
diferenciadas y aquellos más intensos a criterios igualitarios .
Analizar el proceso en este punto temporal, nos permite observar los distintos caminos
que asume la diferenciación. En aquellas empresas que se preservan igualitarias no es la
intensidad del conflicto lo que incide en el criterio de retribución, todo hace pensar más bien
que tiende a ser central su situación de funcionamiento actual. Aquellas que se diferencian por
categoría laboral siguen siendo, como ayer, empresas con historias de baja conflictividad. En
cambio, aquellas que anteriormente en situaciones de intenso conflicto conformaron altos
niveles de igualación, hoy conforman su propio camino a la diferenciación. El alto conflicto no
conforma, una vez pasada la primera etapa de lucha, resistencia y de funcionamiento precario,
un carácter social igualitario. Parece conformar una embrionaria corporación que excluye, al
pertenece, pago de aguinaldos. A partir de la ponderación sobre las combinatorias de estos elementos se construyó
una variable tricotómica con las categorías: bajo, medio y alto nivel de funcionamiento.
111
El nivel de conflictividad se construyó a partir de los registros de las distintas formas de acción empleadas por los
trabajadores para recuperar unidades productivas. Estos nos permitieron construir un agrupamiento dicotómico con el
objeto de discriminar los casos de mayor y menor conflictividad. Entre los primeros, aquellos en los cuales la forma de
lucha dominante alcanzó el estadio de la acción directa, básicamente con las modalidades de ocupación y acampe. En
los segundos, aquellos cuyas formas centrales no exceden el marco de la acción convencional, formas negociadas de
acceso a la tenencia o a la permanencia de hecho ante el abandono. Este agrupamiento resultó consistente con otros
indicadores de conflictividad.
112
Evidencia similar fue encontrada previamente en la investigación de G. Fajn (2003), aunque la conceptualización
difiere de la presente.
113.
menos temporalmente, a los nuevos Así paradójicamente la autonomización e igualación
inicial es seguida por un embrionario proceso de diferenciación y dominación hacia otros
trabajadores. La solidaridad construida al calor de la lucha, parece asumir un carácter
mecánico, fragmentando y diferenciando al colectivo laboral, configurando potenciales
antagonismos al interior de la fuerza de trabajo.
Concluyendo interrogantes
Para concluir este avance preliminar de nuestra investigación sobre las
transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas queremos plantear
algunos interrogantes que guiarán nuestros próximos avances.
Como hemos señalado, pese al cambio de su marco estructurante el proceso continúa
su desarrollo. Se desenvuelve en su forma de reproducción simple, continuando en aquellas
empresas que comenzaron años atrás su recuperación en manos de los trabajadores, como en
su forma ampliada, abarcando nuevas recuperaciones.
En este camino, aquellas empresas existentes en el momento más importante del
ciclo, tienden a desarrollar un proceso de diferenciación en el criterio de retribución. La
igualación como criterio tiende a disminuir y casi a reducirse a aquellas empresas que
encuentran mayores problemas de funcionamiento y que por tanto carecen de excedentes para
distribuir. Por el contrario, aquellas que alcanzan mejores niveles tienden a la diferenciación. La
misma asume dos formas: la diferenciación por categoría laboral y por condición de socios. La
primera expresa en origen a conflictos de baja intensidad que en su mayoría nunca lograron
desestructurar plenamente los criterios de retribución heredados de la empresa capitalista
fallida. Por el contrario, la segunda expresa aquellos conflictos que en origen tuvieron alta
intensidad, igualando a sus protagonistas, pero que en la expansión de la empresa implicó un
proceso de diferenciación hacia los trabajadores excluidos de la cooperativa ¿En qué medida
es la diferenciación la que permite su expansión? ¿Cómo se expresa este proceso en otras
dimensiones? ¿Cuál es entonces el carácter socioproductivo al que tienden las unidades
productivas?
En la primera parte, señalábamos que la reproducción ampliada del proceso en la
actualidad se nutre de su instalación en el repertorio de otros trabajadores quienes valoran
positivamente la experiencia ¿En qué medida el desarrollo futuro de la diferenciación será
compatible con dicha valoración? ¿Preservar la empresa presupondrá necesariamente la
profundización de la diferenciación? ¿Tenderá a ser la normalización capitalista de la
experiencia la alternativa para su continuidad productiva? ¿Qué otras formas sociales podrán
configurarse? El desempleo como padecimiento social sobre la fuerza de trabajo es un
elemento intrínseco al régimen del capital. De la respuesta al conjunto de preguntas esbozadas
113
En nuestra investigación precedente habíamos señalado el predominio de distintas formas del corporativismo en la
reflexión y acción de los trabajadores ¿En qué medida este criterio de distribución no redefinen y reelabora el
corporativismo obrero clásico (Marín, 1973) ante las nuevas condiciones? Creemos que aquí se abre una interesante
línea de investigación.
dependerá, en buena medida, que nuevos trabajadores recuperen en el futuro la recuperación
de empresas como una forma de enfrentar, desobedecer, este padecimiento.
Capítulo 7: La subjetividad inmigrante: trayectorias individuales, exclusión y los
límites de la “toma de la palabra”. Una mirada de peruanos y bolivianos en
Córdoba
Presentación
¿Por qué la inmigración ha cobrado relevancia en los debates políticos y académicos
contemporáneos?, ¿cómo es representado el inmigrante en nuestra sociedad?, ¿qué aspectos
de la vida social, política y cultural interpela su presencia?...Cada uno de estos interrogantes
nos plantean aspectos a indagar sobre un fenómeno colectivo que ha marcado a la humanidad:
la movilidad o los desplazamientos de las personas. Sin embargo, la característica polémica del
tema emerge históricamente con la conformación del Estado-nación. Su presencia reguladora
en las relaciones sociales se abre camino en todas sus dimensiones y su fuerza interpeladora
se puede constatar en el seno de los procesos de configuración de las identidades sociales.
En este sentido, no podemos soslayar el peso constitutivo de las dinámicas históricas
sobre las cuales se han asentado las bases del orden estatal y su determinación de sujetos
sociales. Pero, además, debemos observar que estos procesos no son homogéneos y
ahistóricos. Más bien, requieren de una especificación temporo-espacial. Por un lado,
podríamos hablar de los factores políticos o económicos que inciden los procesos inmigratorios
(estructurales en relación a un orden político y económico particular). Por otro lado, no
necesariamente reconoceríamos un isomorfismo en estas dinámicas. Precisamente, porque la
inmigración supone un movimiento, una transformación, una complejidad. Nos coloca ante el
desafío de indagar cómo la historicidad asume un carácter constitutivo en estos particulares
procesos. Fundamentalmente, qué subjetividades emergen en estos tránsitos y qué
experiencias compartidas permiten generar estrategias para abrir su vínculo con el nuevo
contexto y sostener sus lazos con las tradiciones, el terruño, la familia de origen.
Entonces, al referirnos a “la exclusión”, “el inmigrante”, “a la toma de la palabra”...no se trata de
una simple cadena de conceptos. La lectura toma como eje la configuración de las relaciones
interculturales en la Argentina y los procesos de definición identitaria inscriptos en tensiones
que permiten analizar el vínculo de desigualdad que se plantea entre lo dominante y lo
subalterno. No en el sentido de jerarquías inamovibles, sino como una forma particular que
asume la lucha por la hegemonía.
En el presente artículo presentaremos algunos ejes de discusión que surgen a partir de
un trabajo realizado en relación a las colectividades de bolivianos y peruanos en la ciudad de
Córdoba. El foco del análisis está puesto en la condición del inmigrante limítrofe en esta ciudad
pero a la vez, en el espacio ampliado de la sociedad argentina. Aproximadamente, desde hace
114
dos décadas, varios trabajos e investigaciones dan cuenta de transformaciones culturales
que tienen como eje polémico la constitución de identidades en nuestro país. El desarrollo de
estas líneas analíticas comenzaron a cobrar relevancia a partir de incorporar el análisis de las
migraciones de países limítrofes, a los estudios de las migraciones internacionales hacia
Argentina. La caracterización del fenómeno fue abarcando distintas dimensiones (culturales,
económicas, demográficas). Pero es importante advertir en torno a estos planteos, cómo se
articularon las polémicas que resquebrajaron el discurso político dominante fundado sobre el
ideario del “crisol de razas”.
El artículo está organizado en dos apartados. En el primero, revisaremos los aspectos
que definieron las condiciones de las relaciones interculturales en Argentina, a partir de las
distintas políticas migratorias nacionales. En el segundo, estableceremos una relación entre
estas dimensiones y las experiencias de exclusión que atraviesan los inmigrantes.
Destacaremos el papel que juega la definición de estrategias (como la formación de
organizaciones) que permiten resignificar las propias experiencias.
114
En Argentina, dentro de los trabajos que componen una línea de investigación que aborda dimensiones socio
culturales e identitarias son (entre otros) Benencia y Karasik, 1994; Grimson1999, 2000, 2003, 2006; Archenti y Tomás,
2000; Caggiano, 2005).
producían desde el campo a la ciudad en busca de nuevos horizontes laborales. Estos
desplazamientos conformaron, asimismo, un escenario caracterizado por una creciente
pauperización y desigualdad social al no encontrar las condiciones para la inclusión de estos
grupos. A su vez, muchos de estos grupos integraron los nuevos flujos inmigratorios hacia
América (tanto del Norte como del Sur) impulsados por estas circunstancias y porque algunos
Estados, como el caso argentino, impulsaron proyectos políticos que vinculaban su legitimación
en relación a la construcción de la Nación en base al fomento de flujos inmigratorios.
Pero este ideario se vio sometido a contradicciones. Durante 1901 y 1902 las
manifestaciones obreras habían cobrado vigor, la pelea por mejoras laborales eran el
fundamento de los conflictos. En algunos casos, la presencia de extranjeros ligados con el
anarquismo o el socialismo en la base de las organizaciones de los grupos obreros,
inmediatamente encendió un foco de atención, alerta y posterior represión por parte del
gobierno. En este marco se dictó la Ley de Residencia que habilitó al poder ejecutivo a
expulsar o impedir la entrada a todo extranjero y de esta manera, se convirtió en un
instrumento eficaz para concretar la expulsión de lo que se consideraba ‘indeseado’.
Los años 30 marcan el declive de la sociedad del progreso ilimitado, la crisis del de
1930 puso en el tapete las contradicciones del desarrollo capitalista y la necesidad de asignarle
al Estado un papel intervensionista más férreo. En Argentina a su vez, se complementó con la
crisis del orden institucional que llevó a la primera experiencia de golpe de estado. En este
marco, los flujos migratorios transoceánicos de principios de siglo declinaban, pero continuarán
inmigrando los perseguidos políticos o los que buscaran refugio producto del clima de la guerra
mundial que se comenzaba a desatar.
Hacia la década del 50, también, aumenta el número de inmigrantes limítrofes y
migraciones internas. En esta etapa el modelo de sustitución de importaciones impulsó una
movilidad interna de la población. La búsqueda de trabajo en la incipiente actividad industrial,
generó migraciones de poblaciones rurales a la ciudad. Pero también, la emergencia de un
discurso sindical apoyado desde el gobierno, generó la visibilización de un actor social que
estaba relegado: la clase obrera.
Por un lado, se debía dar impulso a las economías del interior del país, para lo cual se
habilitó la incorporación de mano de obra estacional, que incluyó en este esquema a los
inmigrantes limítrofes y por otro lado, la finalización de la Segunda Guerra Mundial, abrió la
posibilidad de impulsar la inmigración de agricultores europeos. Es una etapa en la que tanto
los desplazamientos internos como el incremento de inmigración limítrofe, comenzó a
configurar una nueva dimensión de la matriz expulsionista.
Por lo tanto esta matriz no sólo está referida a la población inmigrante sino hacia esa
diferencia designada como “cabecitas negras” que, daría cuenta del desprecio hacia la figura
del mestizo-pobre, característico de las poblaciones latinoamericanas, pero además, en el
contexto argentino, también marca la fractura entre 'capital-centro' y 'provincia-interior'. Es
importante que recordemos que no sólo ésta figura comprende el campo de exclusiones, en
este caso los aborígenes quedaron profundamente invisibilizados. “El proceso de
homogeneización de los miembros de la sociedad imaginada desde una perspectiva
eurocéntrica como característica y condición de los Estados-nación modernos, fue llevado a
cabo en los países del Cono Sur latinoamericano no por medio de la descolonización de las
relaciones sociales y políticas entre los diversos componentes de la población, sino por la
eliminación masiva de uno de ellos (indios, negros y mestizos). Es decir no por la
democratización fundamental de las relaciones sociales y políticas, sino por la exclusión de
una parte de la población.” (Quijano, 2003:232).
115
La ley 22.439 estuvo vigente durante el proceso democrático iniciado en 1983 en adelante. Esta ley viola distintos
aspectos constitucionales así como los tratados de derechos humanos incorporados a través de la reforma
constitucional de 1994. Esta ley fue derogada en el año 2003 y se sancionó una nueva Ley de migraciones.
amenazaba los ideales de una Nación unificada sobre las bases de una raza idealizada. En
este plano, el ‘crisol de razas’ operó como parte de una ideología europeizante con la cual se
pretendió direccionar la homogeneización cultural en nuestro país. Pero las tensiones y
contradicciones permanecieron tanto que las diversas normativas no hicieron más que
redefinirlas e inscribirlas en singulares procesos de producción de alteridad, en donde el 'otro'
queda despojado de toda posibilidad de ejercicio del 'diálogo', por su condición de extranjero.
Este aspecto permite reconocer las tensiones que ofrece el abordaje del ámbito de las
relaciones interculturales, sus límites y posibilidades en el plano de lo político. Por lo tanto, se
requiere de categorías teóricas y técnicas de investigación que habiliten la interpretación de
estas nuevas construcciones. Ellas dan cuenta de un ethos actual jaqueado por la impronta de
mundos de vida diversos y con desigual capacidad de interpelación.
Cada una de ellas, son el contenido y el continente de las transformaciones políticas,
económicas y culturales contemporáneas. Marcan centralmente profundos procesos de
distribución desigualitaria, tanto de bienes materiales como simbólicos. Pero a la par de ello,
también, surgieron en este escenario una diversidad de voces que, con desigual posibilidad de
enfrentar las asimetrías reinantes, asumieron el riesgo de existir. Así, la visibilización de las
diferencias raciales, étnicas, religiosas o sexuales forman parte de este escenario y con ello,
se profundizan los interrogantes sobre los tradicionales espacios de representación. Y más
específicamente, sobre las nuevas definiciones y tareas de la democracia necesarias para
encarar políticas de participación pluralista.
Sin embargo, ninguna de éstas dinámicas han operado apaciblemente, la emergencia
de diferencias están recortada sobre la profundización de las desigualdades. Y este vínculo no
sólo se ha proyectado sobre la escena internacional sino también, ha encontrado en cada
espacio local formas de redefinir estas dinámicas. Así, se construirían tramas culturales que
están superpuestas y en permanente transformación, pero situadas en el terreno de las luchas
por la imposición y construcción del sentido, arraigadas en las trayectorias de los conflictos
históricamente situados.
“Todo eso, ante nuestros ojos desengañados por el fin del antagonismo
reductor de los 'dos campos', por la interpenetración creciente de las
poblaciones del 'Norte' y del 'Sur', por los fracasos sangrientos del Nuevo
Orden Internacional y sus prótesis humanitaristas-en una palabra, lo que se
llama mundialización-ha acabado por esfumarse completamente. Parece, en
efecto, que la unidad por fin realizada por la especie humana en el seno de
un mismo mundo (...) se asemeja más a la 'guerra de todos contra todos'
descrita por Hobbes como un estado natural, que a un espacio cívico o civil”
(Balibar, 2004: 18).
En este sentido, advertimos a través de varios autores, entre ellos De Certeau, Balibar
o Mezzadra (en distintos momentos y contextos históricos) una recuperación positiva de la
figura del inmigrante como sujeto político, con potencial transformador de estas relaciones.
Estos autores advierten (con distintos matices) sobre las prácticas de ciudadanía de los
inmigrantes y revalorizan la dimensión simbólica de lo plural que, implica un cuestionamiento a
la definición formal de la categoría de ciudadano. Uno de estos temas es precisamente, qué
aspectos de la experiencia del inmigrante nos permitirían “reinventar la política colectiva”
(Balibar, 2004: 11). Por lo tanto, revisaremos la experiencia inmigrante a la luz de estas
consideraciones.
Allí se delinean las prácticas con las cuales asumen el riesgo de existir. Y a partir de
este evento, se constituye un sentido de lo político, en tanto define una forma de relación entre
grupos. Lo que define este criterio es precisamente una escisión entre grupos antagónicos, con
la posibilidad que sus demandas se tornen políticas si se actúa en consecuencia. La
potencialidad política que conlleva este hecho, en parte, deviene de las formas que asuman o
se combatan las representaciones identitarias de los grupos. Pero además, esto supone una
'toma de la palabra' (De Certeau, 1995) a partir de la cual dirimir las prácticas y contenidos de
estas luchas.
Desde este punto de vista, distintos actores sociales toman parte en la dinámica social.
Tanto el Estado como organizaciones de distinto tipo, incluyendo a la de los propios
inmigrantes dan forma y contenido a las diferencias, lo cual implica que ciertos aspectos de
clase, etnia o género sean priorizados en distintas etapas de sus historias. A partir de sus
prácticas y discursos participan en la configuración de nuevos regímenes de visibilidad y
establecen las formas de 'la politización de la pertenencia' (De Certeau, 1995: 209).
Así lo refieren los relatos de una residente boliviana de Tupiza que llega a Córdoba en
el año 1957 (una de las fundadoras del Centro de Residentes Bolivianos) y que alude a una
etapa en la cual se comienza a generar la propuesta de creación de una organización (el
Centro de Residentes Bolivianos) de la colectividad:
“y el Centro se fundó por eso, con esa idea de comunicarnos entre nosotros la
situación en la que estábamos viviendo, difíciles...ayudarnos mutuamente con
los trabajos, también íbamos a migraciones, estaba la licenciada Gonzalez
que era una mujer terriblemente egoísta, mala...yo se lo decía así...con los
bolivianos y con los peruanos en ese tiempo, fijate vos Claudia, los bolivianos
que entraban no sabían hablar castellano...en su mayoría eran campesinos y
eran mineros, entonces, entran hablando quechua y aymara, cuando van a
sacar los documentos para iniciar los trámites de la radicación definitiva en el
país...¡mirá que nombre ‘radicación definitiva’ en el país!...no sabían decir
ellos de donde eran, donde habían nacido, cuántos hijos tenían...porque de
castellano nada...quien les habla...doña N. le pide a la licenciada Gonzalez
que me deje una mesita y una sillita, así en diminutivo...porque tenía que ser
chiquita...todo para no ocupar lugar porque era muchísima gente los que
estaban en esa oficina” (N.G).
“en Perú tuve de todo hasta que llegué a la Argentina...conocí todo, todo la
pobreza, la discriminación (...) vine por un mes de vacaciones y conocí a mi
esposo. Pensé que iba poder hacer valer mis estudios pero nada (...) decidí
poner el pecho y refregar. Reboté en todos lados. Fui de casualidad a una
abogada (...) ahí ella me da un trabajo de ama de casa en la casa de una
amiga, que en ese entonces era una amiga de ella, S.C. con la intención en
que ese mes hacer mis trámites de documentación. Pasado dos o tres meses
yo pagué, dejando de comer un mes, le di toda la plata de mi sueldo completo
a ella para que me hiciera la documentación y no me lo hizo fui estafada. (...)
en ese entonces no se enteró mi esposo porque me daba miedo, estábamos
de novio, abandoné el trabajo (...) pero nunca se pudo hacer nada (...)si no
sabes las leyes es como te discriminan mucho más (...) se que les pasó a
muchos otros, cuando fui a hablar directamente con ella, S.C. me dijo que si
yo hacía algo en contra de ella directamente me iba a meter presa
directamente por persona ilegal” (R.A).
Nuevamente, estas situaciones nos remiten a plantearnos los aspectos que implican
estas relaciones de fuerza entre grupos. La entrevistada peruana ilustra cómo operaba el
dispositivo coercitivo y de control (en el cual aparece la relación entre la delegación de la DNM,
la policía y el papel de los consulados), a partir de anécdotas ocurridas en calles del centro de
la ciudad en la década del ’90. Las percepciones sobre el accionar de la policía nos remiten a
dos planos de análisis. Por un lado, las prácticas discriminatorias que atentan contra la libertad
individual y el reconocimiento de derechos en situaciones de detención o averiguación de
antecedentes. Por otro lado, la criminalización del inmigrante por su situación de presunta
irregularidad de papeles:
En el año ´97, fue y en el ´96 fue el tiempo más crítico que vos caminabas y
te agarraban. Vos podías estar comprando, vos salías y el patrullero te
estaba esperando afuera era muy discriminativo, era muy feo te daba mucho
pánico salir a la calle, no salías ni los sábados ni los domingo (...) creo que
tenían un poquito más de consideración con los bolivianos por ser limítrofes
porque ellos tiene un recurso amparo nosotros no... Directamente nosotros
no porque nosotros no somos fronterizos...
“¿A qué se debió el cambio que vos decís que ahora no es así?
Quizás a que intervino mucho lo que es el área de los Derechos Humanos
hoy en día mucha gente fue discriminada y fueron a hacer actas sobre la
discriminación creo que un poco apoyó la discriminación a los judíos que
salieron en la televisión y justo también tocaron en el año 98 cuando salió el
tema de los judíos...es ahí que tomaron un poco más de conciencia con
todos los inmigrantes...primero se fue contra el Consulado peruano que se
pidió los derechos de nosotros solicitamos ayuda, si ellos no nos brindaban
ayuda íbamos a ir a los derechos de la persona, la gente se fue...se han ido
muchos a España ...y ellos pedían ayuda en una hoja a los Derechos
Humanos...vos podías encontrar un peruano quebrado la cabeza, ¿saliendo
de donde? De un precinto, en un precinto entrabas bien y salías mal, en un
precinto entrabas con $500 y salías sin un peso y porque eras peruano te
trataban como la peor rata...ellos te decían son la peor rata...
¿Cuándo decís que varias personas se acercaron al Consulado, lo hicieron
de forma individual o se organizaron?
Todos fuimos en forma individual pero pedimos garantías tanto nacionales
como en todos lados, teníamos miedo más allá que hay mucha gente
ignorante yo lo puedo saber...y hay gente que no sabe...nos reunimos en el
año 2005, fue el año pasado. Vimos al vice cónsul y al cónsul adscripto. Y el
año pasado ellos se acercaron para Navidad a regalar cosas como que se
acercaron a la gente peruano...comenzaron a darse cuenta que primero era
su gente y después lo otro...desde el punto de vista del punto social se puso
en campaña para ayudarnos”. (R.A)
Son precisamente, estos aspectos los que deben convocarnos para no ceñirmos a una
imagen del inmigrante como un sujeto débil o en el peor de los casos, como parte de un
desastre social. Fundamentalmente, porque implica asumir la complejidad del análisis de las
relaciones socioculturales, políticas y económicas contemporáneas. Es decir, estamos
planteando un potencial transformador que no sólo opera en las sociedades de recepción sino
también, en los lugares de origen de la migración. “En consecuencia, la aceptación de los
migrantes, con sus concreciones culturales, no sólo supone un problema de inclusión o una
oportunidad para el 'enriquecimiento' intercultural, sino que plantea ante todo la
democratización de la sociedad de instalación” (Santamaría, 2002: 187). Y es tal vez, el lugar
más polémico desde cual ejercer nuestra propia 'toma de la palabra', no como una empresa
utópica sino como nos invita a pensar Balibar, como la “imaginación del presente”.
A modo de conclusión
Hemos tratado de presentar algunos aspectos que nos convocan a interrogarnos sobre
la inmigración y en particular, la experiencia inmigratoria reciente en Argentina. La mirada
analítica sobre este fenómeno intenta revisar qué significaciones se actualizan en esa
transformación que implica la inmigración.
H. Federico Aringoli
Introducción
En la década del 90’, los argentinos asistimos a la definitiva caída del Estado de
Bienestar y a la implementación de políticas neoliberales, cuyo precedente data de la década
del 70’. El período se caracterizó por la retirada del Estado de la cuestión pública, en tanto
garante de los bienes sociales, el recorte del gasto público -incluida la protección a la industria
nacional- y la supremacía del mercado como la lógica legítima capaz de estructurar la dinámica
social. En este escenario se impulsó la privatización de las empresas de servicios públicos y se
consolidó un modelo de acumulación basado en la actividad del capital financiero, con la
desregulación de los mercados favoreciendo el accionar del capitalismo transnacional. En
simultáneo a las profundas transformaciones en la estructura económico-social del país, se
trastocaron los sistemas de significaciones del entramado cultural.
En este capítulo nos proponemos analizar uno de los polos de esta tensión: el de las
prácticas políticas. En concreto se analiza el caso de las tomas de facultades en la Universidad
Nacional del Comahue en 1995. Hacemos referencia a las medidas de protestas adoptadas por
los estudiantes contra la sanción de la Ley de Educación Superior.
Para ello partiremos de una concepción histórica y relacional de las juventudes para
recuperar la mirada sobre una forma de participación, un tipo de práctica con una historia en la
sociedad. Nuestra hipótesis/ premisa o supuesto es que el movimiento estudiantil universitario,
como espacio de participación de los jóvenes parece no tener como eje de cohesión el
consumo; alejándose de lo que se presenta como las propuestasuna de las “nuevas” formas de
agregaciones juveniles. De este modo pretendemos indagar una forma de expresión
organizativa de la juventud que podría denominarse “tradicional”. A modo de una forma
116
residual ya que se inscribe en el presente con algunos rasgos del pasado, donde ha surgido,
y reactualiza su historia en una especie de continuidad atravesada con las marcas de la época,
pero siendo aún eficaz, o sea, que mantiene cierta actividad e interviene activamente en el
proceso cultural en el que se inscribe.
116
Extraemos el concepto de Raymond Williams (1980), quien propone la implementación de tres componentes para
analizar el proceso cultural en una formación social específica: lo dominante, lo residual y lo emergente.
117
Este capitulo tiene como referencia la investigación que vengo desarrollando en el marco del plan de trabajo como
becario de iniciación alumno en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Comahue.
anclada en el sentido por las instituciones que la definen. Es necesario atender que la edad
como criterio de distinción ha estado presente en los estudios sobre la juventud, pero que los
jóvenes, como segmento visible y nombrable, aparecen ligados al surgimiento de la familia
burguesa, con la propiedad privada y el desarrollo de las fuerzas de producción capitalista. Es
la etapa de moratoria social en la que los varones de las clases acomodadas se vinculaban a la
educación formal distanciados aún del proceso de producción. Balardini se refiere al
surgimiento de una nueva relación histórica que emerge con la sociedad preindustrial y se
consolida en la industrial:
“... mientras las instituciones sociales y los discursos que de ellas emanan
(la escuela, el gobierno en sus diferentes niveles, los partidos políticos,
etc.), tienden a cerrar el espectro de posibilidades de la categoría ‘joven’ y a
fijar en una rígida normatividad los límites de la acción de este sujeto social,
las industrias culturales han abierto y desregularizado el espacio para la
inclusión de la diversidad estética y la ética juvenil... lo cultural tiene hoy un
papel protagónico en todas las esferas de la vida [...] se ha constituido en un
espacio al que se han subordinado las demás esferas constitutivas de las
identidades juveniles…” (2000: 51- 52)
A pocas semanas de las elecciones presidenciales de 1995, se desató una de las más
amplias movilizaciones del movimiento estudiantil universitario argentino. Se trató de la
oposición al proyecto de ley de Educación Superior. Esta protesta, que incluyó a los distintos
sectores de la comunidad universitaria, enfrentó al movimiento estudiantil con el presidente de
la Nación Carlos Menem. Este enfrentamiento había comenzado en 1992 cuando el presidente,
en ocasión de una visita a Tucumán, recordó a las madres sobre “la inconveniencia de que sus
118
hijos participen en movilizaciones contra la política educativa” , mencionando explícitamente
las desapariciones en la dictadura militar. Durante los meses de mayo, junio y julio de 1995 se
agudizó la confrontación.
118
Diario Río Negro, 3 de junio de 1995.
La resistencia de los universitarios se dio un contexto de resurgimiento de conflictos
sociales en el país. Una reedición de formas de protesta de décadas anteriores donde se
combinaron las puebladas con los cortes de rutas y el surgimiento de las organizaciones
piqueteras. Estas formas de protestas anticiparon el ensayo de un tipo de democracia directa,
en asambleas, que salteaba la organización tradicional de sindicatos y gremios, y se oponía a
la dirigencia de la época.
En 1993, en el Alto Valle, los productores ya habían organizado los “tractorazos” -corte
de la Ruta nacional 22- apresados por las exigencias de una reconversión productiva y la falta
de créditos baratos para esos fines, y la aparición de las multinacionales en el comercio
frutihortícola. También eran frecuentes los reclamos de los docentes y empleados estatales,
que exigían el pago de salarios atrasados. Esta suma de demandas confluyó en una protesta
masiva, en 1995, que fue reprimida por gendarmería en las calles de las ciudades más
importantes de la provincia. Posteriormente se sumó un nuevo reclamo: la defensa de la Caja
de Previsión Social, pues los gremios se oponían que fuera traspasada a Nación.
4
El sector industrial generó menos valor agregado a fines de los 90’ que a principio de la década, marcando la curva
descendiente del sector y la posibilidad de generar empleo. Sólo la rama de servicios incrementó su participación en el
producto bruto (Gastiazoro, 2004).
en la zona, la protesta de los universitarios apuntaba a la defensa de la educación pública y la
preservación de los fundamentos que hasta entonces marcaron su dinámica.
El escenario nacional indica que casi el 20% de los habitantes del país tiene entre 15 y
24 años, cerca de la mitad está fuera del sistema educativo y el 21% no estudia ni trabaja. En
cambio la composición de la universidad argentina se establece, a grandes rangos, en tres
niveles donde “las capas sociales con menores ingresos, que constituyen el 60% de los grupos
120
La sede central donde se concentra la administración, el rectorado y cuatro de las 14 facultades y escuelas, se
encuentra en la ciudad de Neuquén capital. El resto de las unidades académicas están asentadas en un rango de mil
kilómetros que va desde la costa atlántica de Río Negro hasta la cordillera. Los asentamientos más distanciados son:
hacia el este, Viedma (en Río Negro) a 500 km; hacia el oeste, Bariloche (Río Negro)y San Martín de los Andes
(Neuquén) a más de 400 km. Los asentamientos con mayor matrícula son las facultades de Derecho (General Roca,
Rio Negro, 45 km), Ciencias de la Educación (Cipolletti, Rio Negro, 15 km) y el resto se encuentran ubicadas en la
“barda” que es la sede central.
121
Censo de estudiantes de universidades nacionales 1994. Ministerio de Cultura y Educación y Secretaría de Políticas
Universitarias, Consejo Interuniversitario Nacional e Instituto nacional de Estadísticas y Censos (INDEC).
122
Si bien los datos corresponden a 1997, pueden servir para acercarnos una idea más general. Aspirantes 13472, de
los cuales (2200 becarios). Ingreso mensual del grupo familiar (es en pesos); de 0 a 100: 6.5% (becarios 27%); de
101 a 200: 8.6% (becarios 23%); de 201 a 300: 14% (becarios 27%); de 301 a 400: 16% (becarios 14,0%) ; de 401
a 500: 15.5% (becarios 5,4%); de 501 a 600: 11.8% (becarios 1,5%); de 601 a 1200: 27,6% (becarios 0,8%).
Condición de actividad de los padres Ocupado: 70,5; Subocupado: 15,2; Desocupado: 14,3. Anuario de Estadísticas
Universitarias. Ministerio de Cultura y Educación, Secretaría de políticas universitarias. Programa Mejoramiento del
Sistema de Información Universitaria. 1997.
familiares, aportan el 38 % de los estudiantes universitarios. El resto lo aportan las capas
medias con un 22% y las capas altas con un 40%” (Scotto, 2004: 17).
A diez días de las elecciones presidenciales de mayo de 1995, donde fuera reelecto
Carlos Menem, una asamblea de 500 estudiantes decidió tomar la sede central de la
Universidad. El reclamo era el retiro inmediato del proyecto de la ley de Educación Superior
123
presentado en el Congreso de la Nación . El mismo había sido presentado por el secretario
de Políticas Universitarias, el justicialista rionegrino Juan Carlos del Bello, que agregaba un
elemento particular al conflicto.
124
La ocupación de los edificios duró 14 días. Su visibilidad mediática nacional
125
respondió a que la toma se “realizó a puertas cerradas” . Asimismo fue la primera universidad
que paralizó sus actividades completamente. La FUA había alentado estas medidas en todo el
126
país, sin embargo el nivel confrontativo del caso del Comahue era inédito . Este rasgo generó
127
una serie de discusiones entre la conducción de la FUA local y la posición de la asamblea .
123
Los estudiantes objetaban la ley en general diciendo que habilitaba la inclusión de evaluadores externos, la
participación de entidades privadas en el gobierno universitario, la reducción de la participación del estudiantado en la
conducción de las universidades, el cobro de aranceles, la restricción del ingreso irrestricto y el avasallamiento de la
autonomía de las Universidades, entre otros puntos.
124
“El Ministerio (de Educación) respaldó la actitud del rector y los órganos de gobierno de la Universidad y llamó a la
reflexión a “quienes llevan adelante la medida para que con madurez asuman una actitud que permita expresar sus
propias ideas sin limitar el derecho del resto de los ciudadanos”. Diario Río Negro, miércoles 10 de mayo de 1995.
“El presidente del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), Julio Villar, calificó de ‘antidemocrática’ la toma de la UNC
que desde hace cinco días llevan a cabo los estudiantes al tiempo que acotó que “la mejor defensa de la Universidad
pública, de la autonomía y de la excelencia académica es una educación superior con las puertas abiertas”.
125
Esta frase derivó en una serie de contestaciones vía solicitadas en el matutino Río Negro, donde las partes
enfrentadas se disputaban el tipo de “universidad de puertas abiertas”.
126
Del Bello en declaraciones al Diario Río Negro critica a la conducción de la FUA y menciona que los estudiantes han
desbordado los planteos iniciales de la dirigencia. “La situación planteada obedece al oportunismo político ante la
proximidad de las elecciones y la FUA, conducida por Franja Morada, ha instigado a este tipo de medidas que ahora no
puede controlar. La FUA ha convocado a las denominadas tomas pacíficas o simbólicas de las casas de altos estudios,
pero en el Comahue hay una usurpación lisa y llana de los edificios de la Universidad”. Diario Río Negro, martes 9 de
mayo de 1995.
127
“El consejero estudiantil por Franja Morada, Fabián Ñancucheo, aclaró que acataba el mandato de la asamblea pero
calificó a la medida como un error. Señaló que el grupo que promovió la toma se aisló y no cuenta con el apoyo del
estudiante común”. Diario Río Negro, 10 de mayo de 1995.
El jueves 4 de mayo de 1995 se inician las medidas de fuerza cuando los estudiantes
de la Facultad de Humanidades, tras una asamblea, decidieron tomar la sede central de la
universidad, ocupando el rectorado, las oficinas administrativas y las aulas de este edificio. El
reclamo exigía una sesión extraordinaria para que el Consejo Superior discutiera el proyecto de
ley y la reducción de 200 puntos docentes, responsabilizando de esto último al rector Pablo
Bohoslavsky.
La medida se inició con el apoyo del gremio docente -que lanzó un paro total de
actividades para el lunes siguiente- y el acompañamiento del reclamo por parte del gremio no-
docente. Las exigencias de los sectores movilizados se sintetizaban en 1) El retiro inmediato
del Proyecto de Ley de Educación Superior del Congreso; 2) la derogación de la Ley Federal
de Educación; 3) Que el Consejo Superior de la Universidad Nacional del Comahue, en sesión
extraordinaria se expida a la brevedad sobre: a) La reincorporación del personal docente y no-
docente despedido, b) el rechazo total y categórico del arancel y el ingreso restricto de
128
estudiantes . Las autoridades de la Universidad no acompañaban las protestas, por el
contrario, amenazaron con el inicio de acciones penales en caso que los manifestantes no
129
desocuparan las instalaciones .
La medida de fuerza de los estudiantes rápidamente cobró espacio en los medios. Los
claustros estudiantil, docente y no-docente convocaron a una marcha que se realizó el martes
9. Participaron cerca 2.000 personas que cortaron el puente que une las provincias de Río
Negro y Neuquén. La ocupación se extendió hasta el 18 de mayo, con variaciones de
intensidad y estrategias según las distintas sedes ya que en algunos casos las tomas que
suspendían totalmente la actividad académica y administrativa duraron sólo un par de días. En
aquellas Facultades se intensificó el espacio deliberativo con la creación de una “comisión
negociadora” que entabló distintos encuentros con funcionarios del rectorado. . En los días
próximos a la resolución del conflicto en la Universidad, todas las tomas que se realizaban “a
128
Un comunicado de prensa de la Federación Universitaria Argentina firmado por su presidente, Daniel Nieto, afirmó:
“Ante la política del Gobierno y Rectores, de aplicar el Ajuste y la Restricción Presupuestaria y dado el Proyecto de Ley
de Educación Superior que culmina en la destrucción de la universidad pública. Los estudiantes de las universidad
Nacional del Comahue decidieron en asamblea general tomar en forma Activa y Pacifica las instalaciones de la misma
el día 4 de mayo del corriente.
129
En el comunicado ya citado los estudiantes declararon: REPUDIAMOS categóricamente las amenazas y las
ACCIONES PENALES, iniciadas por el Rector Pablo Bohoslavsky. Siendo esta obra, vuelta más en la persecución de
las ideas políticas de los distintos claustros de esta universidad. la cual se traduce en actitudes claramente
maccarthistas. Exigimos el inmediato levantamiento de las acciones penales y cese de la persecución política a los
integrantes de la Asamblea Permanente de Estudiantes, Docentes y no-Docentes de la Universidad Nacional del
Comahue”.
puertas cerradas” fueron flexibilizadas por decisión de asambleas ya que fue un requerimiento
de la gestión para que se pueda sesionar. Ese mismo 18, en la reunión del Consejo Superior
se rechazó por unanimidad “el proyecto de Ley de Educación Superior y se solicitó su retiro del
Congreso de la Nación”. Además, se pronunció contra el arancelamiento de las carreras de
130
grado y -por mayoría- a favor de la continuidad del ingreso irrestricto .
Aunque el conflicto no cesó en el ámbito regional, las tomas dejaron de ser la medida
de los estudiantes El conflicto se nacionalizó, algunas universidades grandes continuaron la
ocupación de las sedes. La magnitud de la protesta se expresó en las marchas federales del 7
y 21 de junio, con la participación de por lo menos 20 mil concurrentes y la adhesión de
distintos sectores y gremios.
Finalmente el 20 de julio el proyecto obtuvo sanción completa. Entre las dos sesiones
legislativas el conflicto desatado por los estudiantes tuvo como escenario la Capital Federal
donde se conformó una “una asamblea nacional universitaria”, integrada por distintos
representantes de la comunidad universitaria y otros sectores sociales, para discutir y superar
los puntos de disenso que incluía el articulado del proyecto. Una situación que agregó mayor
desconfianza por parte de los estudiantes fue una carta, que hizo pública la conducción de la
FUA, donde un funcionario del Banco Mundial (BM) felicitaba a Del Bello por la media sanción
que obtenía la iniciativa en Diputados. “Esto viene en buen momento. Precisamente cuando yo
estaba finalizando la documentación para la presentación a la junta directiva del banco el 6 de
131
julio. Eso va a facilitar mucho la aprobación del proyecto (crédito)” . Esto confirmaba, de algún
modo, las sospechas de los estudiantes quienes denunciaban que el proyecto educativo del
gobierno nacional proponía a la educación como una mercancía sujeta a la política de los
organismos internacionales. En un clima donde las diferencias al interior del movimiento
estudiantil se evidenciaban en cada acto público, se llevó a cabo la denominada “cuarta
marcha federal” el 21 de junio de 1995 donde participaron cerca de 20 mil personas.
130
Diario Río Negro, 19 de mayo de 1995.
131
Extracto de la carta publicada por el diario La Nación, lunes 26 de junio de 1995.
veían con buenos ojos la metodología utilizada. En cambio el PJ de Río Negro, en palabras de
132
Miguel Pichetto y Carlos Soria, defendía el proyecto menemista .
Metodología de participación
La movilización pública por las calles de las distintas ciudades del Alto Valle de Río
Negro y Neuquén fue uno de los modos más efectivos para hacer visible el reclamo en el
ámbito público. La solidaridad con otros sectores que también se expresaban en las calles
exigiendo distintas reivindicaciones permite establecer, aunque de manera aislada, algunos
paralelismos con un pasado cercano. La expresión de mayor contundencia fue una marcha
133
realizada en Neuquén capital donde participaron 2.000 personas , entre estudiantes,
docentes, no-docentes y la comunidad en general. También se registraron otras metodologías
de intervención pública como un escrache al presidente de la Nación Carlos Menem durante la
134
inauguración de un puente en Río Negro . Esta protesta tuvo eco en los funcionarios
nacionales que condenaron el accionar estudiantil. El Ministro del Interior, Carlos Corach,
135
descalificó a los estudiantes que participaron de la medida tildándolos de “inadaptados” .
132
Diario Río Negro jueves 8 de junio de 1995.
133
Los registros de las marchas de mayor contundencia en el plano nacional indican la participación de cerca de veinte
mil asistentes en Capital Federal. De este modo se ejemplifica la ampliación de la participación en el reclamo.
134
Diario Río Negro miércoles 7 de junio de 1995.
135
Diario Río Negro, jueves 8 de junio de 1995.
medida como necesaria ante la amenaza del gobierno de querer “privatizar la universidad” y
promover su restricción y arancelamiento.
La ocupación, desde el primer día, contó con la participación de artistas: desde el coro
universitario hasta bandas de rock de la zona. Este objetivo de “salir hacia la comunidad” se
materializó a través de visitas a escuelas secundarias donde se explicaba lo que sucedía
puertas adentro de la Universidad y se convocaba a participar de las actividades programadas
dentro de las instalaciones de la universidad. La necesidad de conectar las demandas de los
universitarios con los distintos sectores de la sociedad, sumado a un ensayo de solidaridad con
los reclamos en diferentes ámbitos que atravesaban aquellos años, ponen nuevamente la
participación del movimiento estudiantil universitario en la esfera de los conflictos sociales
explicitando su presencia en intervenciones públicas.
Con nuestro caso ponemos de manifiesto, como líneas de análisis a futuro y para
empezar a pensar las interpretaciones de lo ocurrido, el contexto socio-económico en el que se
inserta la toma de la Universidad del Comahue remarcando, como se evidencia desde el
apartado, el grado de conflictividad que recorre las provincias en las que se asienta la casa de
estudios. Conflictos surgidos de las consecuencias económicas y sociales tras la aplicación de
las políticas neoliberales en los principales polos productivos de la región y también en la
actividad estatal. Esta descripción es necesaria para acompañar los datos estadísticos
aportados por el censo de estudiantes universitarios que indica, entre otros aspectos, que la
amplia mayoría de los estudiantes del Comahue provienen de las provincias de Río Negro y
Neuquén, por tanto la población afectada por esa crisis es la misma que aporta la gran mayoría
de los estudiantes de la Universidad del Comahue, sin desconocer que la composición
económica de los universitarios está configurada en más de un 60% por las capas sociales
medias y altas, y donde cerca del 70% de los estudiantes está sostenido directa o
indirectamente por sus familias. Tratando de no dejar al azar posibles determinaciones de tipo
estructural, nos interesa subrayar el clima de crisis social que atravesaba a la época, desde la
perspectiva que esta contextualización, sí nos permita acompañar la interpretación de una
participación política por parte de un conjunto que en ese momento parecía disociado de éste
tipo de práctica colectiva.
Como mencionamos, en el periodo que analizamos existe casi excluyentemente un
conjunto de expresiones y prácticas socioculturales heterogéneas que, atravesadas por las
coordenadas predominantes de la época –en relación al consumo-, se presentan como el
ámbito en el que las juventudes parecen procesar su identidad. Atrás queda la referencia
política que fue en décadas, como las del 60’ y 70’, un espacio de construcción identitario
colectivo atravesado por un proyecto histórico y de transformación social. Sin intentar hacer
jugar las comparaciones de dos momentos diferentes, insertamos la pregunta por una práctica
que, en tanto modo de organización surgido en otra época, se reactualiza en los 90’ y parece
entrar en tensión con las características aportadas por el ideario hegemónico.
“Desde el momento en que nos hallamos considerando permanentemente
las relaciones dentro de un proceso cultural, las definiciones de lo
emergente, tanto como de lo residual, sólo pueden producirse en relación
con un sentido cabal de lo dominante. Sin embargo, la ubicación social de lo
residual es siempre más fácil de comprender, ya que gran parte de él
(aunque no todo) se relaciona con fases y formaciones sociales anteriores
del proceso cultural en que se generaron ciertos significados y valores
reales. En la ausencia subsecuente de una fase particular dentro de una
cultura dominante se produce entonces la remisión hacia aquellos
significados y valores que fueron creados en el pasado en sociedades
reales y situaciones reales, y que todavía parecen tener significación porque
representan áreas de la experiencia, la aspiración y el logro humanos que la
cultura dominante rechaza, minusvalora, contradice, reprime o incluso es
incapaz de reconocer”. (Willimas, 1980: 146).
Por otro lado al afirmar la posibilidad de pensar la práctica política de los estudiantes
universitarios como una forma residual que, a la vez que desafía las interpretaciones
generalizadoras de un sujeto juvenil netamente individualista, abre el camino para pensar la
formación de enclaves de oposición o alternatividad a la cultura dominante, no podemos perder
de vista el riesgo latente que significa que el elemento residual, en su actividad, exceda de su
esfera de acción y termine siendo incorporado por la cultura dominante:
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SOBRE LOS AUTORES
Karina Bidaseca. Doctora en Ciencias Sociales. Docente y Directora del Grupo de Estudios de
Ecología Política, Comunidades y Derecho, Instituto de Investigaciones Gino Germani,
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.