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Ana Natalucci (editora)

La comunicación como riesgo:

Sujetos, movimientos y memorias.


Relatos del pasado y modos de confrontación
contemporáneos

Federico Aringoli - Karina Bidaseca- Daniel Cefaï - Ana Natalucci -


Claudia Ortiz - Germán Pérez - Julián Rebón - Rodrigo Salgado - Laura Tottino -
Aurélie Tavernier - Danny Trom

Ediciones Al Margen
AGRADECIMIENTOS

Este libro es parte del trabajo colectivo de un equipo de investigación inscripto


inicialmente en la Universidad Nacional de Córdoba, preocupado por los cambios culturales y
políticos de fin de siglo.
Nuestro agradecimiento a la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UNC, que apoyó
esta iniciativa con un subsidio, permitiendo parcialmente su publicación. También nuestro
enorme reconocimiento a Louis Quéré, Director de Investigación de CNRS, del Centre d´Etude
des Mouvements Sociaux y a Jean-Baptiste Boyer, responsable de las Ediciones de L´Ecole
des Hautes Etudes en Sciences Sociales, que generosamente nos cedieron los derechos para
la publicación de la traducción de dos artículos.
Agradecemos a nuestro editor Raúl Ordenavía, que apoyó nuestra propuesta desde su
inicio. Esperó largos meses por el material y luego trabajó con detalle y responsabilidad en su
corrección.
Un reconocimiento especial a Norma Giarracca autora del prólogo. Su trayectoria
académica y compromiso con los movimientos sociales ha marcado un camino intelectual y
político.
A Vanina Papalini y Georgina Remondino miembros fundamentales del grupo de
trabajo; su creatividad, tenacidad y decisión hicieron posible esta publicación. Un
agradecimiento especial a los autores, que con diferentes pertenencias institucionales,
trayectorias y enfoques aceptaron el desafío propuesto: dialogar. Daniel Cefaï, Danny Trom y
Aurélie Tavernier desde Francia aceptaron generosamente nuestra propuesta. A los
investigadores del Instituto de Investigaciones Gino Germani, de la Universidad de Buenos
Aires, Germán Pérez, Karina Bidaseca, Julián Rebón, Rodrigo Salgado, Laura Tottino y Ana
Natalucci. A Claudia Ortiz de la Universidad Nacional de Córdoba y a Federico Aringoli de la
Universidad Nacional del Comahue. A ellos nuestro gratitud y reconocimiento intelectual; sin su
disposición este emprendimiento no hubiese sido posible. También agradecemos a los referis,
que evaluaron los capítulos. Por último, nos falta mencionar y agradecer el laborioso trabajo de
traducción realizado por Vanina Papalini, Georgina Remondino y José Cornejo.

Ana Natalucci
INDICE

Agradecimientos
Prólogo
Introducción

I. LOS MODOS INTERSUBJETIVOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA TRAMA SOCIAL


Capítulo 1: Gramática de la movilización y vocabularios de motivos
Danny Trom
Capítulo 2: Los marcos de la acción colectiva. Definiciones y problemas
Daniel Cefaï
Capítulo 3: Estudios sobre movilización y acción colectiva: interés, identidad y sujetos
políticos en las nuevas formas de conflictividad social
Germán Pérez y Ana Natalucci
Capítulo 4: Del conocimiento sociológico a la 'expertise' política y mediática:
institucionalización, difusión y fragmentación de los saberes
Aurélie Tavernier

II. ACTORES COLECTIVOS, SUBJETIVIDADES Y RELATOS DEL PASADO POLÍTICO


Capítulo 5: El poder de la comunidad y la trama simbólica del pasado. Reflexiones en
torno a las prácticas sedimentadas de las Ligas Agrarias en el repertorio de acciones de
la/os colona/os en el fin de siglo
Karina Bidaseca
Capítulo 6: Pasado y presente. Transformaciones emergentes del proceso de
recuperación de empresas por sus trabajadores
Julián Rebón, Rodrigo Salgado y Laura Tottino
Capítulo 7: La subjetividad inmigrante: trayectorias individuales, exclusión y demandas
de ciudadanía. Una mirada desde las organizaciones de la colectividad boliviana en
Córdoba
Claudia Ortiz
Capítulo 8: Universidad y juventud en los 90’: nuevas y viejas prácticas. Las tomas de
facultades en la Universidad Nacional del Comahue

Federico Aringoli

Bibliografía

Sobre los autores


PRÓLOGO

Estamos frente a un libro cuyo eje problemático está puesto en los Movimientos
Sociales y en muchas de las temáticas que rodean a estos fenómenos contemporáneos.
Estamos frente a procesos e interpretaciones que, como podemos observar en estas páginas,
llegan a resignificar memorias y pasados.

Frente a situaciones como éstas, que contribuyen al conocimiento de los procesos


sociales y políticos contemporáneos desde esta perspectiva teórica y metodológica, insisto en
recordar las ideas que nos han brindado Buechler y Cylke en la introducción a esa importante
antología temática que se llama Social Movements. Perspectives and Issues, publicada en
1997. Dicen los autores que la perspectiva analítica de los Movimientos Sociales adquiere
especial significación porque reconoce la autoría de los sujetos en la construcción de lo “social”
que de otro modo aparece como instituido, sedimentado, externalizado de toda creación
humana. Lo político, como un modo de expresión de lo social, tiene que ver con el sujeto. Sin
embargo, en la mayor parte de las distintas variantes de perspectivas estructuralistas, el sujeto
queda invisibilizado junto con la potencia de la acción colectiva y el estudioso, voluntaria o
involuntariamente, contribuye a producir ese “olvido” funcional a la generación de órdenes
exteriores que regulan y controlan nuestras vidas. Dicen Buchler y Cylke “…el precio del olvido
de la autoría humana del mundo es una negación de la habilidad para cambiarlo y una pérdida
del control potencial sobre nuestras propias vidas. De todas las formas de acción estudiadas
por los sociólogos, los movimientos sociales son las formas más dramáticas en la que los seres
humanos periódicamente rompen con las imágenes, alienadas y deificadas del mundo, para
reclamar su autoría y su poder de configurarlo acorde a sus propias aspiraciones“ (1997: 575-
576, traducción propia).

Para quienes dedicamos nuestra vida intelectual a la búsqueda de “esta autoría” y a


revertir “ese olvido”, celebramos la aparición de un nuevo libro que reflexiona acerca de los
diversos aspectos de estas perspectivas analíticas y que nos ofrece, además, muchos
aspectos teóricos y metodológicos que necesitan reflexión o adecuación a nuestras realidades.
Y en tal sentido, este trabajo muestra la fertilidad que resulta de la interacción entre
investigadores de distintas regiones y de distintos orígenes disciplinarios.

Durante 1992, comencé el seminario de “Protestas y Movimientos Sociales” en la


Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. En aquellos tiempos era muy escaso
el material de discusión que se conseguía en el país -aún internet estaba fuera de nuestro
alcance- mientras que, muy pocas disciplinas le daban espacio a estas perspectivas, a
excepción de la filosofía social. Los conflictos sociales todavía eran abordados por los
sociólogos, antropólogos, historiadores, etc. desde las perspectivas estructurales donde la
clase era un elemento central y los que emanaban de allí eran tomados como determinantes y
sistémicos. Estos nuevos fenómenos de protestas donde se mezclaban trabajadores
sindicalizados con desocupados, indígenas, campesinos, artistas y estudiantes, emergieron
lejos de las miradas de quienes seguían las huelgas obreras (que, por otra parte, estaban en
franco retroceso en la Argentina neoliberal) o los sindicatos tradicionales. En el tenaz intento de
mantener las viejas ideas teóricas-políticas se comenzaron a ampliar (y a veces forzar)
categorías (de modo tal que) los “desocupados” fueron conceptualizados como “obreros” y todo
lo que ocurría (no hacía otra cosa que) “ampliar la lucha sindical”.

La década de 1990 estuvo preñada de conflictos que se resistían a los análisis


tradicionales y fueron los jóvenes investigadores -dentro de unos pocos equipos de
investigación ubicados en distintos puntos del país, con la facilidad brindada, además, por los
programas internos de becas- los más entusiastas para abordarlos de formas innovadoras y
audaces. Pasado el límite del siglo, no sólo aquellas teorizaciones -como las de Tarrow, Tilly,
Melucci- pasaron a formar parte del acervo teórico de casi todos los investigadores interesados
en el presente sino que nuevas teorizaciones comenzaron a emerger de las propias
experiencias de la América Latina. Las diversas formas de resistencias, protestas, modos más
permantes de resistencia y alternativas autonómicas como Chiapas, Oaxaca o los nuevos
fenómenos políticos institucionales como la práctica de asambleas constituyentes en Bolivia y
Ecuador, condujeron a un pensamiento latinoamericano que está en plena construcción y que
dialoga con aportes de europeos y norteamericanos. En EEUU además, varios investigadores
de origen latinoamericano radicados allá pero con fuertes conexiones con sus países de origen,
contribuyen a la generación de estos nuevos modos de pensar y abordar los problemas de
nuestra época. Estos nuevos aportes ofrecen novedosas maneras de generar los
conocimientos. Conceptos tales como “colonialidad del saber” -y del poder-, “ecología de
saberes” y “conocimiento desde el sur”, reconocen en todos estos grupos de latinoamericanos
o latinos en EEUU, así como en varios intelectuales europeos, sus principales fuentes. Ya no
es primordial el lugar geográfico o social donde se producen los conocimientos sino la
epistemología desde donde miramos lo que ocurre en América Latina. Es lo que Boaventura de
Sousa Santos (2006) denominó “conocimiento desde el Sur”: su propia producción, así como la
de Emmanuel Wallerstein o varios de los autores de la revista Contrahistoria publicada en
Chiapas, México, son excelentes ejemplos de esta posición.

Otra particularidad de los estudios de los Movimientos Sociales en “nuestra América”


es el compromiso del investigador como aspecto explícito en el análisis y las posibilidades de
generación de “investigadores nativos” de los propios movimientos sociales. En estos últimos
tiempos aparecen prácticas y discursos múltiples acerca de estas variadas intervenciones de
los investigadores e intelectuales en estos movimientos sociales. Desde posiciones que se
sustentan en el inevitable abandono de las instituciones oficiales académicas para realizar
estos compromisos -al estilo del mexicano Gustavo Esteva quien se presenta como “intelectual
desprofesionalizado”- hasta la idea de “intelectual anfibio” que se adapta tanto a las lógicas de
los mundos académicos como de los Movimientos Sociales de Maristella Svampa. Muchos
otros se sitúan en “varios medios” entre las dos posturas: proponen no dejar los espacios
académicos institucionalizados pero tampoco adaptarse a sus lógicas y modos de
reconocimiento e intentan otras prácticas y valoraciones que permitan acercar de muchas
formas los Movimientos Sociales a la universidad; quebrar los límites entre lógicas de
conocimientos “científicos” y “no científico y acercar las universidades oficiales a las populares.
En todos los casos se dan fuertes batallas de sentidos con la academia tradicional. Es probable
que quienes sigan en estos senderos vayan y vuelvan de una a otra forma. Es interesante
observar que los Movimientos Sociales acompañan sin enjuiciar ninguna de estas
modalidades, a diferencia de lo que ocurría décadas atrás en otros espacios y con otros
actores en resistencia que sospechaban del intelectual y pretendían una inserción directa en
sus organizaciones políticas y la desafiliación de los espacios académicos.

En esta variedad de modos de articulación y compromisos encontramos cientos de


forma de presentación de resultados de estos trabajos: desde el paper académico hasta los
trabajos “colgados” en las propias páginas de internet de los movimientos. La riqueza que todo
esto genera no es aún lo suficientemente valorada por quienes pretenden conocer el presente
tanto desde la academia como desde los medios de comunicación tradicionales.

En este libro encontramos un grupo que a través de la coordinación de trabajos


intercambia ideas, pone en cuestión viejos conceptos, resignifica situaciones y, sobre todo,
genera una “comunidad académica” no tradicional. Cualquiera sea el “lugar” -dentro de los
enunciados en los párrafos anteriores- desde donde se produjeron los trabajos de este libro y
en el que se ubican las coordinadoras del mismo, sus páginas nos muestran con creces la
inscripción en esta corriente que apuesta a una comprensión del presente desde las
perspectivas de sujetos capaces de modificar “el estado de las cosas”, reflexionar sobre sus
propias prácticas en una trama social que es ineludible. Por último, resta decir que en su
travesía el lector podrá percibir múltiples compromisos y que estos materiales seguramente,
generarán diálogos con otros grupos y posiciones -y esto es importante resaltarlo- con los
propios movimientos sociales aludidos.

Norma Giarracca, enero de 2008

Bibliografía citada

Buchler S. y Cylke F. (1997) Social Movements. Perspectives and Issues, California, Mayfield
Publishing Company
Santos, Boaventura de Sousa (2006) Conocer desde el Sur. Para una cultura política
emancipatoria, Lima, Fondo Editorial de la FCS de la Universidad Nacional de San Marcos.
INTRODUCCION

La relación con el otro, intrínseca de cualquier trama social, no transcurre de modo


unívoco ni de modo unilateral. Más bien, implica conflictos, tensiones y dislocamientos,
marchas y contramarchas. Puede ser leída en una clave subjetiva -tal fue el propósito del
primer volumen de esta colección- o en relación a las acciones colectivas. Si en el primer caso
la relación con el otro era pensada a partir de su condición más elemental, el cuerpo, ahora
resulta imprescindible considerarla en el entramado plural que los constituye.
La clave de este volumen es, pues, social. La apuesta de este libro se juega en la
consideración de la relación con el otro tomando el conjunto como unidad: se trata de analizar
la constitución de los sujetos colectivos que exponen en un espacio público sus experiencias y
horizontes de expectativas. Es ese mismo espacio compartido el que ofrece la posibilidad de
configuración de los sujetos como un colectivo.
La intervención de los sujetos colectivos en la trama social no es inocente: por el
contrario, tiene un sentido profundamente político que se revela en la decisión de reafirmar o
subvertir su ordenamiento. Los sujetos disputan bienes, valores simbólicos o materiales; luchan
por anclar el sentido de los relatos sobre el pasado reciente o sobre los desafíos futuros. En
estas pugnas y negociaciones se establecen los fundamentos y presupuestos de lo social.
La trama social tiene un carácter dialógico, genera las posibilidades de acción al tiempo
que es modificada por ellas. Es intersubjetiva, los sujetos no están aislados unos de otros, sino
que interactúan, acuerdan puntos de articulación y construyen los modos de permanecer juntos
y de conocerse.
Desde esta perspectiva, la trama social no es el marco o escenario de la acción, sino
por su carácter dialogal e intersubjetivo forma parte de ella. El lenguaje es la condición de
posibilidad que permite dar sentido a la acción así como permite acceder al otro y
comprenderlo. Por último, la trama social no sólo habilita la posibilidad de acción, sino que
también la limita a un tiempo y espacio que promueven modos legítimos.
Los diversos capítulos apuntan a profundizar distintas facetas de esta relación con el
otro entendida en clave social. Los tres primeros escrutan las distintas concepciones tejidas en
torno a los movimientos sociales, sujetos colectivos predilectos de la sociología que, abstraídos
de toda dimensión temporal y espacial, han cobrado por momentos un estatus inmanentista,
una identidad esencial. Danny Tromm en su capítulo “Gramática de la movilización y
vocabularios de motivos” a partir de la premisa que la concepción del contexto cultural como
estimulación de la actividad de encuadre ha resultado tautológica para la teoría de la acción
colectiva y los movimientos sociales, se propone por un lado tomar distancia de la concepción
instrumental de la acción. Por otro, repensar el estatuto de los motivos en los estudios de la
acción colectiva y los movimientos sociales “rompiendo con la connotación subjetiva y causal
del término que los promotores de la frame perspectiva mantuvieron”. La propuesta teórica del
capítulo es indagar en la relación entre los motivos entendidos como “pretensiones de validez
normativa consustanciales con los compromisos en la acción” y las gramáticas de la
movilización. En “Los marcos de la acción colectiva. Definiciones y problema” Daniel Cefaï
discute con las perspectivas de la teoría de Movilización de Recursos que conciben a las
organizaciones como un recurso más de la movilización, ignorando los procesos de
enmarcamiento. El autor crítica el doble sesgo intrínseco a ambas teorías: utilitarista y
psicologista. Cefaï centra su análisis en lo cultural como la dimensión constitutiva de los
sentidos que activan, movilizan y favorecen la intervención política, procesos asociados a las
gramáticas de la vida pública. “Estudios sobre movilización y acción colectiva: interés, identidad
y sujetos políticos en las nuevas formas de conflictividad social” de Germán Pérez y Ana
Natalucci ponen en cuestión los principios organizadores de la teoría de Movilización de
Recursos y de los Nuevos Movimientos Sociales y su vinculación con el dispositivo de
soberanía, donde la identidad y el interés se constituyeron como explanans privilegiados. Su
propósito es comprender la construcción de sujetos colectivos y de formas de confrontación
política, desde otra lógica que tome como núcleo la noción de sujetos políticos a partir de la
posibilidad de creación de una nueva gubernamentalidad. Aurélie Tavernier en
“Del conocimiento sociológico a la 'expertise' política y mediática: institucionalización, difusión y
fragmentación de los saberes” se ocupa de la interdependencia entre las esferas del
conocimiento, la política y los medios, de las dinámicas de configuración de los espacios de
producción y circulación de saberes así como los procesos intersubjetivos de validación y
legitimación de los discursos y actores colectivos en vinculación con la generación de un
espacio público entendido como una forma particular de institución de lo común.
Los capítulos de la segunda parte tienen una mirada que vincula las problemáticas
teóricas con el anclaje que ofrecen los casos concretos. El capítulo de Karina Bidaseca “El
poder de la comunidad y la trama simbólica del pasado. Reflexiones en torno a las prácticas
sedimentadas de las Ligas Agrarias en el repertorio de acciones de la/os colona/os en el fin de
siglo” recupera una experiencia del pasado, el caso de las Ligas Agrarias de Argentina. La
autora se propone un doble objetivo: reflexionar sobre la vinculación entre la trama
intersubjetiva y el poder de la comunidad en la emergencia y consolidación de los movimientos
sociales y pensar la memoria histórica a la luz de las prácticas sedimentadas. A su entender,
los movimientos sociales como fuentes de cambio social son indisociables de las emociones
inscriptas en la trama intersubjetiva de un grupo- comunidad. Julián Rebón, Rodrigo Salgado y
Laura Tottino en su capítulo “Pasado y presente. Transformaciones emergentes del proceso de
recuperación de empresas por sus trabajadores” se proponen comprender el fenómeno de la
recuperación de empresas por sus trabajadores. Una vez pasada la crisis económica y
momento fundacional de la experiencia, los autores se preguntan por la posibilidad de sostener
la recuperación de empresas como forma de organización de los asalariados y en el caso de
las empresas ya recuperadas por el sostenimiento de su producción y de las alianzas sociales
que favorecieron sus procesos. El capítulo de Claudia Ortiz “La subjetividad inmigrante:
trayectorias individuales, exclusión y demandas de ciudadanía. Una mirada desde las
organizaciones de la colectividad boliviana en Córdoba” aborda la problemática de la relación
de dos colectividades -boliviana y peruana- en la ciudad de Córdoba. Su análisis se detiene en
los procesos culturales e identitarios que tienen a partir de la interacción de las dos
comunidades, local e inmigrante. La autora remarca las discusiones alrededor de un discurso
político que aparentaba ser monolítico frente al fenómeno de la inmigración, el del crisol de
razas. Por último, “Universidad y juventud en los 90’: nuevas y viejas prácticas. Las tomas de
facultades en la Universidad Nacional del Comahue” de Federico Aringoli discute con las
teorías dominantes sobre la juventud a partir del estudio sobre las formas de organización y
participación del movimiento estudiantil. Un caso concreto, como el de los estudiantes
universitarios de Comahue, le permite al autor analizar de modo minucioso los rasgos que
adoptaron la organización y la participación devenidas un fenómeno residual inscripto en un
proceso mayor caracterizado por los estudios dominantes como apático y consumista.
Aún con diferentes perspectivas, enfoques y alcances, es posible reconstruir a lo largo
del libro un discurso sobre la trama intersubjetiva de lo social y el modo en que la relación entre
sujetos colectivos define, moviliza y posibilita las condiciones de la acción y la intervención
política. Los movimientos sociales han sido significativos en la medida que han generado
oportunidades para cambiar el curso de lo instituido. En un momento donde aparecen voces
reclamando “normalidad”, creemos que es fundamental abrir este tipo de diálogo que sostenga
un lugar de crítica y de apoyo a los movimientos sociales.
PARTE I:

LOS MODOS INTERSUBJETIVOS DE LA


CONSTRUCCIÓN DE LA TRAMA SOCIAL
Capítulo 1: Gramática de la movilización y vocabularios de motivos1

Danny Trom

Traducción Vanina Papalini y Georgina Remondino

Introducción
La renovación que marcó las teorías de la acción colectiva desde hace una decena de
años bajo la etiqueta frame perspective contribuyó a poner en evidencia la importancia de los
2
procesos cognitivos y normativos en las dinámicas de la movilización . Las dimensiones
llamadas “ideales” son desde allí entendidas como producto de las interacciones y, a ese título,
asequibles mediante una observación empírica. Esta inflexión acontece al mismo tiempo que la
sociología francesa manifiesta su preocupación por desarrollar una aprehensión más procesual
o emergentista de las entidades colectivas que son los movimientos sociales así como una
3
captación más comprensiva de los acontecimientos públicos (Quéré, 1994; 1995; 1996) . Se
actualizó igualmente el interés por el sentido de la injusticia (Gamson, 1992) y, más en general,
por las competencias morales de los actores (Jasper, 1997) y la construcción de bienes
comunes en las interacciones (Williams, 1995; Çapek, 1993), paralelamente al agotamiento
sufrido por la sociología de la crítica en Francia. Esto último se liga a la exploración de las
competencias ordinarias de los actores (Boltanski y Thévenot, 1991). Sensible a las dinámicas
de pasaje a la política, ésta igualmente se propone dar cuenta de tanto de regímenes de acción
diferenciados como de su articulación (Boltanski, 1990; Thévenot 1990; 1998). La reflexión
sobre el estatuto del motivo en el dominio de la acción colectiva y los movimientos sociales
(ACMS) se basa en la convergencia de estas dos opciones: la “aproximación cultural” de la
sociología de la ACMS, y la sociología pragmática tal como se desarrolla desde hace más de
diez años en Francia.
Los límites y las debilidades de los trabajos que se proponen situar las nociones de
vocabulario o de gramática de los motivos en el centro de una teoría de la ACMS, heredados
de K. Burke (169a y 1969b) y de Wright Mills (1940a), han sido revisados en otro trabajo. Los
“marcos motivacionales” generalmente se conciben como fabricados por las personas
comprometidas en la acción y, a veces simultáneamente, como situados en un contexto o en
un clima cultural que los pone a disposición para la acción (Show y Benford, 1992; Gamson,
1988). Sin embargo, la instancia de la situación, tan central para Goffman y para Mills, es

1
Publicado en CEFAÏ Daniel y TROM Danny (2001): Les formes de l’action collective. Mobilisations dans des arènes
publiques, (París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales). En el original Grammaire de la mobilisation et
vocabulaires de motifs.
2
Este artículo resulta de un documento de trabajo que se benefició de los comentarios de Liora Israël, Daniel Cefaï y
Jean-Philippe Heurtin. Agradezco a Pascal Laborier, Claudette Lafaye, Daniel Cefaï y Louis Quéré por sus críticas y
sugerencias que han mejorado mucho la calidad de este artículo. El texto se ha nutrido en gran medida de las múltiples
discusiones mantenidas con Daniel Cefaï quien encontrará aquí, más allá de nuestras opciones respectivas,
elementos de nuestro proyecto común.
3
Para un tratamiento de la naturaleza de las entidades colectivas que son los movimientos sociales y una denuncia de
la ilusión nomológica, ver también Eder (1991) y Melucci (1989). Sobre el carácter procesual de los acontecimientos
públicos remitimos a Sewell (1996).
desatendida. El concepto de “resonancia” articula estos dos planos sin que se disponga de una
especificación de los mecanismos susceptibles de iluminar sus vínculos. La faz explicativa de
la frame perspective se enreda, entonces, en un razonamiento tautológico. La aproximación
aparece, in fine como una tentativa de dar cuenta de la acción colectiva en términos de
movilización de recursos cognitivos y normativos. La reevaluación de los motivos viene así a
trastocar la jerarquía de recursos movilizables sin jamás dar cuenta de la teoría de movilización
de recursos (TMR) desde sus fundamentos. Los promotores no pudieron escapar a estas
aporías (Benford, 1997; Silver, 1997; Williams y Benford, 2000) y la teoría tampoco fue
corregida de manera convincente. Estipulando, por ejemplo, que la exactitud de un frame
depende de una “fidelidad narrativa” (Benford y Snow, 2000), esta noción ancla el trabajo
cognitivo en un sentido común que permanece aún indeterminado. Al concebir el contexto
cultural como una estimulación de la actividad de encuadre, la teoría resulta tautológica. Una
verdadera ruptura en la circularidad del pensamiento supondría, en efecto, tomar una distancia
más neta con la concepción instrumental de la acción, especificar el estatuto acordado a la
“cultura” (Williams 1995; Polletta, 1997; Jasper, 1997; Kubal, 1998; Williams y Kubal, 1999),
tomar en cuenta la estructuración normativa del espacio público.
La vía alternativa que será esbozada aquí consiste en repensar el estatuto de los
motivos en el dominio llamado clásicamente ACMS, rompiendo con la connotación subjetiva y
causal del término que los promotores de la frame perspective mantuvieron a pesar de las
referencias firmes de Burke y Mills. Así, los motivos serán considerados como pretensiones de
validez normativa consustanciales con los compromisos en la acción. El gesto inaugurado por
el giro cultural en el que se inscribe la frame perspective merece así ser profundizado y
prolongado, incluso radicalizado a pesar de sus lagunas. El motivo, en un sentido que
permanece aquí todavía demasiado vago, aparece como la instancia donde se juega la
especificidad de los fenómenos que nos interesa abordar, designados pero no aclarados por la
expresión ACMS.
El recorrido propuesto en este artículo comporta dos etapas. La primera será
consagrada a explorar la especificidad de un cierto género de actuación que se desprende,
sobre el fondo de una distinción entre lo plural y lo colectivo, de la categoría demasiado global
4
de “acciones colectivas” . El motivo, entendido como razón de la acción, aparecerá articulado
sobre una gramática específica que confiere un estatuto particular a las actuaciones llamadas
“movilizaciones”. En este contexto, la pragmática de la acción de Mills ofrece un marco de
análisis particularmente fecundo dado que apunta a aprehender la acción en tanto ella está
siempre situacionalmente constreñida por un vocabulario de motivos disponibles. La segunda
parte del artículo explorará las vías de un ajuste de la pragmática millsiana a una aprehensión
de las actuaciones tal como fueron definidas en la primera parte. Tal ajuste supone tomar a
contrapelo las lecturas de Mills prevalecientes en la sociología contemporánea de la ACMS, en
particular se trata de entender los motivos como entidades más amplias, que no sean ni

4
N. de las T.: Traducimos el término performance como “actuación” y action como “acción”.
intersubjetivamente negociadas, ni causales, pero sí impersonales y contextualmente forzadas
por el juego de reglas de los actores implicados en una arena pública.

Motivos, movilización y actuación

La acción colectiva y la cuestión de los motivos


Si se quiere establecer el estatuto central del motivo, conviene previamente romper con
los hábitos de pensamiento y las rutinas académicas que nos conducen demasiado a menudo
a aceptar, sin más examen, la coherencia del dominio ACMS. En efecto, ninguna acción
colectiva escapa a este dominio. Es necesario, entonces, interrogarse sobre las especificidad
de los fenómenos que forman parte de él. Si la acción colectiva, en un sentido amplio, es
susceptible de ser retomada desde enfoques diversos, las entradas por a) la coordinación, b) la
intención y c) la semántica, deberían permitirnos circunscribir el dominio que queremos abordar
haciendo surgir la propiedad normativa del género de la actividad aquí considerada:
a) Todas las “acciones entre muchos” (Livet, 1994), como las acciones individuales
coordinadas por el mercado o las acciones “distribuidas” pero “homogéneas” (Ware, 1988) -las
de un grupo de cazadores en tren de cazar, por ejemplo- no se encuentran incluidas. El
dominio de investigación parece sobre todo cubrir las acciones “estructuradas”, reenviando a
las situaciones en las cuales cada uno contribuye de manera diferente a un mismo fin,
sometiéndose a una misma regla en interacción, coordinándose y adoptando una perspectiva
de reciprocidad. Estas acciones estructuradas comprenden las “acciones de un colectivo” en
las que la acción se atribuye a un colectivo aunque, a menudo, sólo algunos participen. Para
que una acción pueda ser asignada a un colectivo -en tanto que acción de ese colectivo-, debe
haber una regla compartida por los agentes y un fin común. Expresado de otra manera, el
género de acción colectiva que concierne al dominio ACMS es el de la “acción común” (Livet y
Thévenot, 1994) que pasa por una forma específica de coordinación e implica una voluntad de
corrección intersubjetiva de los efectos interpretativos con otro. Esta voluntad supone que una
regla de acción sea manifestada por otro que garantiza su orientación en relación a un bien
común. De cualquier manera, no todas las acciones comunes atañen al dominio ACMS: las de
un equipo de fútbol responden perfectamente al criterio mencionado pero caen claramente
fuera de nuestras preocupaciones. En la especificación misma del bien común se juega la
última delimitación de nuestro dominio de investigación. Esta especificación supone que la
acción puede estar motivada o justificada.
b) Que una entidad colectiva como una clase social pueda ser construida como un colectivo
actuante condujo en ocasiones a retraducir la acción de ese colectivo en términos de una
intención compartida por los miembros de esta clase (Elster, 1989). Los trabajos que abordan
la cuestión de la acción colectiva por el lado de la intención común tienen precisamente como
efecto hacer de la intención, la instancia de articulación de la acción. Se desarrollaron dos
versiones opuestas: una, individualista; la otra sobre todo holista. Para que una acción pueda
ser descripta como colectiva, se considera como condición necesaria la existencia previa de
una intención colectiva. Así, Tuomela (1985) introduce la idea de que la existencia de tal
intención requiere dos condiciones lógicas: que la intención compartida por el colectivo sea
efectiva y que las personas que lo componen crean que esta intención es compartida. La
estructura lógica de “group-intentions” (Tuomela, 1991) impone así que “la intención-en-
nosotros” (We-intention) se posea individualmente, después se adicione, luego se distribuya en
el grupo, de tal manera que la atribución de una intención al grupo mismo adquiera un carácter
metafórico. Congruente con una cierta lectura de Weber, esta postura descarta que se pueda
hablar de “personalidades colectivas actuantes” stricto sensu. Weber, de cualquier manera, no
niega la existencia de estas entidades, pero reserva la capacidad de actuar a las personas y
limita las personalidades morales actuantes al registro propio de la ficción jurídica (Weber,
1984). Si para Weber, como también para Mises (1985), los “ensambles colectivos” tienen una
efectividad tal que los actores se orientan en relación a ellos, una acción concreta, sin
embargo, no es imputable más que a los individuos.
Contra esta perspectiva individualista, Searle (1991) sostiene que el comportamiento
colectivo es irreductible a una suma de comportamientos individuales y que la intención
colectiva es irreductible a una simple conjunción de intenciones individuales. Siendo que las
acciones en común son precisamente formas de conductas en las que las “intenciones-en-yo”
derivan de una “intención-en-nosotros”, existen intenciones de la forma “nosotros tenemos la
intención de cumplir x”. Una intención de este tipo puede ser compartida por agentes
individuales actuando en tanto que partes de un colectivo que posee en limpio una “intención-
en-nosotros”. En el caso de personas que, actuando individualmente como parte de un
colectivo, comparten un propósito común. La intencionalidad colectiva es entonces un
fenómeno primero. Así, el colectivo, en tanto que entidad actuante, es un hecho institucional,
es decir un fenómeno ontológicamente subjetivo -depende de actividades intencionales-, pero
epistemológicamente objetivo: impone a todo, un cada uno (Searle, 1998). Esta postura se
inscribe igualmente en una filiación weberiana: los “colectivos sociales” tipificados, para
retomar la expresión de Shütz (1974: 281), son “metáforas antropomórficas” que nuestro
lenguajes corriente admite por comodidad; ellas pueblan así nuestro mundo social cotidiano,
ese que certifica su efectividad y su eficacia. En ese sentido, las entidades colectivas actuantes
están imbricadas en nuestras prácticas.
Aunque la intencionalidad sea colectiva o común, derivada u original, la entrada por la
intención supone se esté en condiciones de definir el género y, en consecuencia, se indique el
tipo de individuo colectivo específico que es susceptible de recibir un predicado de acción, si se
pretende identificar el tipo de colectivos actuantes que surgen de nuestro dominio de
investigación.
c) En cuanto a la semántica de la acción, pone entre paréntesis las cuestiones de agregación,
coordinación y composición de la acción, ya que no considera otra cosa que las condiciones de
posibilidad para la identificación de un sujeto práctico. Si se sigue sobre este punto a Ricœur
(1977; 1990), esta identificación supone, en un primer movimiento, partir de la acción para
remontarse al agente, sea éste individual o colectivo. Esta es una operación de atribución que
consiste en asignar una acción a un agente, respondiendo a la pregunta “¿quién ha actuado?”
La búsqueda del autor, que se clausura generalmente al designar sin ambigüedades al agente
de la acción, deviene de compleja, desde el momento en que es imputada a un colectivo, a un
“cuasi-personaje”. A menudo, las operaciones de auto y hetero- adscripción son objeto de
controversia y conflictos.
La identificación de un sujeto práctico requiere, en una segunda instancia, partir del
agente susceptible de recibir un predicado de acción y de convertirse en el sujeto de una
acción intencional (Ricœur, 1990). Esta operación consiste en atribuir motivos al agente y a su
acción. Respondiendo a la pregunta “¿por qué?”, la búsqueda del motivo es verdaderamente
interminable; se enfoca en las razones probables, plausibles o suficientes en la práctica (Pharo,
1990). Esta perspectiva desemboca en una aproximación sociológica que se interesa por las
operaciones que tienen lugar en el discurso vernáculo, en particular aquellas que califican un
curso de acción categorizándolo o tipificándolo. La investigación se fija entonces en la manera
en la que estos cuasi-personajes que son los colectivos son consumados y reconducidos en las
actividades prácticas (Coulter, 1982; Quéré, 1994). La acción en tanto que atribuida a un
colectivo, y el colectivo, en tanto que objeto de predicación, adquieren el estatuto de “objetos
semióticos”, “constituidos en el orden de los signos”, distintos de los encadenamientos de
acciones tales como se producen in situ (Quéré, 1996). Se plantea, entonces, la cuestión de
saber qué género de objeto semiótico está implicado en el análisis cuando intentamos delimitar
el dominio específico de la ACMS. Aquí, igualmente, el motivo, en tanto que inevitablemente
imbricado en la acción, debe ser ubicado en el centro del análisis.
Estas tres entradas -por la coordinación, por la intención y por la semántica-
constituyen otras tantas formas de renovar la cuestión de la acción colectiva con nuevas
miradas. En cierta forma, la renovación contemporánea de las teorías de la ACMS interroga
igualmente a la coordinación, pero esta exploración se limita a la captación del acto conjunto,
un poco como H. Blumer (1969; 1971) en su teoría de la “colective behaviour”. Preconizando
una lectura dramatúrgica de los fenómenos de acción colectiva, estas nuevas teorías
permanecen indiferentes a las categorías de la intención así como a la semántica de la acción
y se focalizan sobre el mantenimiento de la identidad y sobre la gestión pública de las
impresiones, eventualmente bajo una perspectiva retórica (Gusfield, 1981).
Al plantearse ontologías de los hechos sociales radicalmente diferentes, las entradas
por la coordinación, la intención o la semántica sugieren, cada una a partir de su particular
lógica, una vía propia para despejar un criterio que permita especificar las acciones comunes
comprendidas en el campo disciplinario denominado “sociología de la ACMS”. La entrada por la
coordinación diseña una aproximación pragmático-interaccionista de la acción común. Subraya
que, desde un plano morfológico, el colectivo se conforma en la acción y que su naturaleza
está estrechamente correlacionada a un tipo de bien común elaborado en el proceso mismo de
su producción. El criterio investigado, pues, será el género de bien común, orientando la
coordinación por la regla. La entrada por la intención, ya sea en la versión radicalmente
individualista o en la versión holista, muestra que, desde un plano lógico, la intención colectiva
es una condición de la constitución de un colectivo actuante. El criterio abordado será el género
de intención común que autoriza el surgimiento de un colectivo actuante. La entrada por la red
conceptual de la acción indica que, en un plano semántico, los cuasi-personajes o los sujetos
prácticos que son los colectivos están imbricados en nuestra forma de vida. El criterio indagado
será el género de motivo susceptible de ser atribuido a tales cuasi-personajes, así como el
juego del lenguaje propiamente político que delimita el dominio en cuestión.

La movilización como actuación


Estas tres entradas van a determinar cada una un género de investigación empírica. Si
la acción de un colectivo -o el colectivo en tanto que entidad actuante- es considerado como un
objeto semiótico, el sociólogo va a focalizar su atención sobre la inscripción de las entidades
colectivas en nuestras actividades prácticas. Así, éstas van a ser concebidas como fruto de una
actividad local de descripción o de narración, o como productos de operaciones de
categorización, puestas de manifiesto en una infinidad de prácticas discursivas locales. La
investigación va a referirse a secuencias breves de acción en ocasión de las cuales el colectivo
actuante adquiere una consistencia propia y aparece como parte de nuestra realidad
5
compartida . Este abordaje podrá llevar a considerar también, si se es especialmente sensible
a la identidad diacrónica de las entidades colectivas, aspectos tales como las manifestaciones
concomitantes, dispersas, recurrentes, continuas, de las actividades rutinarias de su
6
producción .
Una sociología que aprehenda las entidades colectivas como objetos que emergen y
desaparecen, como órdenes de realidad que perduran y se transforman, clasificará esta
dinámica en una actividad que le será necesario especificar. La identidad diacrónica de
entidades complejas será entonces concebida como continuamente garantizada (o contrariada)
por la actividad de constitución de colectivos llamada “movilización”. Tal posición, que concibe
a los colectivos como emergentes de actividades públicamente descriptibles o susceptibles de
adquierir una forma adecuada, una “buena forma” (Boltanski, 1982), supone más o menos
retomar la tradición sociológica que, con Weber o Mises dispuso al análisis de la “vida” de los
colectivos como una tarea mayor de la sociología. Esto no conduce sin embargo a desagregar
las entidades colectivas en virtud de su carácter ficcional supuesto, sino sobre todo a tratarlas
empíricamente como realidades construidas en la acción (Dodier, 1993).
Considerar a los colectivos como procedentes de un trabajo de movilización y,
recíprocamente, el trabajo de movilización como demandante de la composición de un
colectivo nos conduce a buscar una unidad de observación intermediaria entre el individuo
entendido como una mónada y la entidad colectiva considerada como un cuasi-personaje
constituido. La actuación, el cumplimiento de una acción compleja en contexto, suponiendo un
saber hacer y un dominio de reglas, constituye esta “unidad práctica de segundo orden”

5
Sobre las diferentes maneras de aprehender las entidades colectivas bajo una perspectiva gramatical referimos a
Culter (1982, 1996); Kaufman y Quéré (2001).
6
Para una tentativa de esta naturaleza véase Collins (1981, 1988); Tilly (1986).
(Ricœur 1990: 182) particularmente bien ajustada al dominio aquí considerado. La elección de
tal unidad de observación bloquea toda tentación de regresión atomista hacia las acciones
elementales, puesto que esas últimas son ya recogidas, encadenadas en las unidades de
7
rango superiores que son las actuaciones . Ellas cobran sentido en un vasto medio de
prácticas e instituciones compartidas fuera del cual no serían ni siquiera identificables como
acciones de un cierto tipo (Wright, 1971; Quéré, 1994). En particular, su identificación supone
la existencia previa de un lenguaje institucional. De suerte, los enunciados que les conciernen
son irreductibles a una conjunción de enunciados psicológicos referidos a acciones de
individuos (Mandelbaum, 1973). Necesitamos explorar más en detalle, precisamente, este
lenguaje específico, esta gramática política ligada a ciertas actuaciones. De cualquier manera
este lenguaje no se deja aprehender fuera de contexto: la actuación aparece precisamente
como el momento en el que cobra forma, se compone. Cuando intentamos determinar aquello
que comprende el dominio de la “movilización”, aparecen inmediatamente cierto tipo de
configuraciones que brindan buenos ejemplos. Espontáneamente, subsumimos en esta
categoría ciertos fenómenos sin que sintamos la necesidad de definirla con rigor. La
identificación de formas de la acción de protesta contenidas en el repertorio moderno descrito
clásicamente por Tilly (1986) constituye una tentativa de cartografiar las maneras de hacer,
normadas y regulares, de las formas de exponer la protesta en el espacio público:
manifestaciones, reuniones, sit-ins, desfiles, carteles, peticiones, son algunas de las formas
susceptibles de ser actualizadas, reconocidas y comprendidas. Tienen una significación propia
que se incorpora en el proceso de su producción y de su recepción. Se dejan aprehender
empíricamente como formas culturalmente sancionadas y, por lo tanto socialmente
compartidas. Pero la actualización de estas formas supone una serie de actuaciones
adecuadas a las situaciones, así como la observación de reglas de interacción determinadas,
haciendo que un orden adecuado sea construido colectivamente y mantenido durante un lapso
determinado. Las configuraciones que de ello resultan son entidades efímeras (Cardon y
Heurtin, 1990).
En un plano morfológico, las configuraciones contenidas en el repertorio construido por
Tilly impresionan por su heterogeneidad. Muchas de ellas, tales como las manifestaciones y
otras formas de concentración, son susceptibles de ser objeto de una aproximación ecológica,
puesto que siempre suponen una acción en conjunto y una presencia corporal de un gran
número. La ecología de las situaciones permite entonces actualizar las competencias de orden
ecológico, en particular las vinculadas con el agrupamiento (Gamson, 1988) que las
actuaciones situadas suponen. Una entidad colectiva actuante -un “movimiento social” por
ejemplo-, es susceptible de ser abordado como un encadenamiento o una concatenación
espacio-temporal de actuaciones empíricamente observables (Tilly, 1993). Nuestro juegos de
lenguaje nos llevan a atribuir estas actuaciones a un ser colectivo. Esta manera de pensar a las

7
La definición weberiana de la acción social como una actividad dotada de un sentido que trasciende siempre la
acción, fue construida contra esta tentación. Con el mismo espíritu, J. Habermas (1987) descarta las “acciones de
base” de Danto (1968) con el argumento de que los movimientos corporales co-efectúan una acción social que no se
manifiesta como tal más que en una red de significaciones socialmente disponibles.
entidades colectivas actuantes en tanto emergentes de procesos de conexión espacio-temporal
de micro-situaciones recurrentes, abre una vía a la exploración de fenómenos de más amplia
8
envergadura . Estos procesos no pueden ser concebidos como exteriores a las actuaciones en
sí mismas puesto que exhiben, en el curso mismo de su desenvolvimiento, la identidad
diacrónica de un agente, la continuidad y permanencia de un colectivo (Somers, 1992, 1994).
Sin embargo, son también exteriores y posteriores a la acción: son productos de macro-
acontecimientos (como la Revolución) atribuidos a actores colectivos (el Pueblo, por ejemplo)
(Sewell, 1996).
Otras configuraciones responden a lógicas diferentes, en tanto ellas suponen e ilustran,
en grados diversos, la legitimidad de una disociación analítica entre lo plural y lo colectivo. Las
9
forma “affaire” (Claverie, 1994) que implica una denuncia sonora de una situación escandalosa
realizada por una persona de goza de notoriedad, constituye tal vez el ejemplo más
contundente de esta disociación. Pero hay otros. Así, la petición autoriza una reunión de
personas en una lista y la inscripción de su presencia por medio de la firma, jugando, en grados
variables en torno a una composición de efectos a partir del nombre y de la reputación. En
cuanto a la huelga de hambre, se apoya en un compromiso corporal singular de aquel cuyo
nombre no tiene notoriedad (Siméant, 1998).
Si la actuación constituye la unidad de análisis pertinente -pues permite evitar el doble
escollo del nominalismo y de la reducción individualista de las entidades colectivas-, permite
igualmente trazar una frontera entre la acción común y esta subclase de acciones colectivas
10
que es la movilización, evitando la confusión clásica entre lo colectivo y lo plural .
Así, podemos adelantar que una actuación pertenece al género “movilización” cuando
comporta un trabajo de formación política de un colectivo y no solamente la coordinación de
muchas personas. En este preciso sentido, las formas de acción surgidas de la movilización se
distinguen de otras formas de acción común: producidas en el horizonte de una política,
suponen la construcción de colectivos con miras a acciones transformadoras (Pitkin, 1972). La
noción de actuación subraya también que las acciones pueden triunfar o fracasar. Se abre así
un espacio analítico al interior del cual el dominio considerado puede ser repensado como un
conjunto de actuaciones que se caracterizan por la actualización de una gramática política
compartida (Boltanski, 1990) que trasciende los rasgos propiamente ecológicos de las
configuraciones que ellas actualizan.

Actuación y bien común


Las actuaciones constitutivas de la “movilización” se estructuran en torno a una
dinámica específica, definida a minima como una tematización de la articulación de un “yo” y de

8
Sobre el abordaje de entidades macrosociales como encadenado espacio-temporal de una multiplicidad de
interacciones rituales tangibles, ver Collins (1981) y Tilly (1986).
9
N. de las T.: Mantenemos el término francés original ya que la traducción (asunto o caso) es menos aplicada en el
lenguaje corriente. Tanto en inglés como en español es usual la denominación francesa.
10
Las grandes síntesis programáticas de la sociología de la ACMS reducen sistemáticamente la movilización a las
formas de actuar en conjunto. Cf., por ejemplo, McAdam, Tarrow y Tilly (1996).
un “nosotros” -necesario para la composición de un colectivo- y del pasaje de lo “privado” a lo
“público” -que supone el establecimiento de un patrón de justicia (Ptikim, 1972)-. Esta dinámica
de colectivización y de publicitación comporta la actualización de formas de conexión con los
otros y la apelación a estándares públicos relativos a las cuestiones de justicia. Decir que las
actuaciones son “producidas en el horizonte de una política” significa, por lo tanto, que
requieren la constitución mutua del “nosotros” y de “lo justo” (Pitkin, 1981) en el momento
mismo de su realización. Ellas son regidas por una gramática que permite articular un interés
(inter-esse), entendido como eso que, en un mismo movimiento, separa y religa a las personas
y proporcionan un zócalo normativo al colectivo. En ese sentido, la pretensión (claim) misma de
hablar en nombre de un colectivo confiere al lenguaje un carácter intrínsecamente político
11
(Cavell, 1996) .
Esta definición nos invita a explorar el conjunto de actuaciones que se articulan con la
ayuda de un lenguaje específico: junto con un repertorio clásico de la acción colectiva se perfila
entonces toda una gama de actos de queja, reclamo, protesta o reivindicación, que configura
una gramática política con el fin de acceder a la visibilidad y a la legitimidad pública. Dinámicas,
sometidas a grados de publicidad diferenciados, estas actuaciones aseguran el pasaje a lo
público. En esta exploración, debe otorgársele una atención particular a la actividad de hacer
pública una voz (Quéré, 1990), así como a la reversibilidad entre situaciones públicas y no
públicas (Cardon, Heurtin y Lemieux, 1995; Gamson, 1992). Esta reversibilidad puede ser
captada en el pasaje de los “bastidores” a la “escena” (Eliasoph, 1990; Kubal, 1998), en el
viraje de una relación no problemática con el entorno a un compromiso que necesita una
argumentación reflexiva (Thévenot, 1990; 1998; 2000) o hasta en los momentos en que surge
una “perturbación” (Bréviglieri, Stavo-Debauge y Trom, 2000).
Esta perspectiva permite discernir mejor lo que se llama más allá del atlántico
“contentious politics” (Mc Adam, Tarrow, Tilly, 1996) que comprende desde actos individuales
de demanda o reclamo hasta fenómenos tales como la huelga general. Estas diferentes
actuaciones tienen como denominador común el trabajo siempre incierto, a tientas,
problemático, de conexión de la acción en un colectivo. La distinción propuesta entre lo plural y
12
lo colectivo sugiere, entre otras, un desdoblamiento interno del sujeto de la acción . Las
acepciones del concepto de representación distinguidas por Pitkin (1967) permiten precisar lo
que implica este desdoblamiento y retomar en un nuevo sentido la problemática de las
“acciones secundarias” (Ware, 1988): se trata de los casos en los que sólo algunos actúan
mientras que la acción se atribuye a un colectivo más extenso. Un primer caso es aquel en el
que un número restringido de personas que forman parte de un colectivo, lo representan en la
acción. La representación del colectivo puede igualmente corresponder, por delegación, tanto a
una sola persona como a un número restringido de personas. En ese caso, la persona
autorizada o el vocero representan al colectivo en el sentido de que actúan para él (acting for) o

11
Como lo nota S. Laugier (1998), el “yo” como el “nosotros” deben ser considerados como climes [N. de las T: en
inglés demanda].
12
N de las T: Aquí respetamos el término “plural” utilizado por el autor que sugiere un agrupamiento de individuos sin
que esto implique la conformación de un movimiento o grupo cohesionado.
en su nombre. La representación es aquí una verdadera actividad, según Ptikin, en tanto el
representante es en algún sentido un instrumento que actúa en lugar del colectivo, que es el
13
“verdadero” sujeto de la acción . En fin, una sola persona, o un número restringido de
personas, representa a un colectivo en tanto actúa “en lugar de” (standing for) un colectivo,
cuando su acción simboliza alguna cosa que no está presente en la situación. Esta figura está
estrechamente ligada a la encarnación, subraya Pitkin: la representación es aquí un modo de
existir, la acción consiste en “hacer visible”, encarnando un colectivo que no está a la vista.
El agenciamiento de estas diversas figuras de la representación, a menudo implicadas
unas en otras, permite circunscribir la gramática política de las actuaciones consideradas. En
efecto, éstas articulan a un colectivo a través de una acción, explicitando los estándares de lo
justo que reclaman, en un lenguaje que autoriza la expresión de un “tercero común” (Heurtin,
1999). La validez y la eficacia de las actuaciones son, por lo tanto, limitadas por las críticas
susceptibles de deshacer los lazos todavía provisorios entre “acción” y “colectivo”. La
movilización sostiene al colectivo a través de un trabajo continuo de representación, que
supone formas de calificación y de equiparación de personas (Boltansky y Thevenot, 1991), al
mismo tiempo que lo expone al público. Las acusaciones de incompletud, de ilegitimidad, de
pérdida de representatividad o de ausencia de tipicidad fragilizan o escinden continuamente los
lazos más o menos sólidos y durables entre acción y colectivo, amenazando de anamorfosis,
en virtud de las pruebas sucesivas, a las entidades colectivas estabilizadas.
En la medida en que ellas “representan” o “encarnan” un colectivo, las actuaciones
consideradas se apartan decididamente de la modalidad que adquieren las acciones realizadas
“entre muchos”. La cuestión de la coordinación no se plantea en ese caso, puesto que las
acciones “presentifican” al colectivo ausente y exhiben su actividad de representación al juicio
del otro. Se conforman como una gramática comúnmente compartida, hacen aparecer su
zócalo propiamente político. Precisamente sobre el fondo de una gramática tal el motivo
aparece como un aspecto central en el análisis de las movilizaciones. La dimensión normativa
de las actuaciones viene a alojarse en los motivos.

Una aproximación gramatical de los motivos


El tratamiento que las teorías de la acción colectiva hacen en relación con los motivos
es escasamente satisfactorio. El propuesto por la frame perspective tampoco es superador: en
efecto, esta teoría reduce la actividad de “encuadre motivacional” a un simple parámetro de la
eficacia de la movilización. Sus promotores se refieren a la pragmática de la acción de Wright
Mills (1940a) expuesta en su texto pionero, pero proponiendo una lectura sesgada, bajo
influencia de Blumer, en la que retoman largamente la teoría de la acción. Considerar el motivo
como producido en las interacciones, como emergente de una negociación o de una
confrontación entre perspectivas subjetivas, o como confeccionado estratégicamente con vistas

13
Esta figura de la representación-delegación, que sostiene un actuar “según los intereses de” o “en beneficio de”,
supone cambio la acción de rendir cuentas (accountability): el delegado tiene que responder al colectivo delegatario
(Manin, 1996).
a maximizar los efectos de la acción, parece contradecir frontalmente el texto programático de
Mills en el cual el motivo no es ni subjetivo ni causal sino consustancial a la acción situada.
La concepción de Mills ha penetrado poco el dominio de ACMS. Ha sido sobre todo
retomada por la sociología de la desviación (Berard, 1998). No obstante, el motivo es
demasiado a menudo confundido con el móvil. Así, las excusas y las justificaciones aparecen
como técnicas de calificación y de recalificación ex post de cursos de acción fracasados, en
situaciones en las que las personas son sometidas a una acusación de infracción a las leyes
penales o a las prescripciones reglamentarias (Sculy y Marolla, 1984; Ray y Simona, 1987;
Kalab, 1987). El vocabulario de los motivos es la instancia que ordena a grandes rasgos los
dispositivos de atenuación de la responsabilidad, mantiene una identidad normal y asegura así
la reorientación de un orden normativo.
Si uno desea volver fecunda la perspectiva de Wright Mills en el estudio del dominio de
la movilización, conviene romper con esta interpretación demasiado restrictiva. Las actuaciones
no son exclusivamente cursos de acción seguidos, sino compromisos en la acción
reivindicativa. El motivo no vuelve únicamente sobre las actuaciones ya cumplidas sino que
describe también las condiciones de posibilidad del compromiso en la acción de protesta. La
dimensión normativa de la acción se deja así aprehender bajo la forma de la acción motivada,
es decir, de la acción que se capta públicamente junto con sus razones. La acción motivada se
consuma tanto configurando el contexto apropiado para su aprehensión como tematizando, en
un mismo movimiento, el estatuto del agente. En tanto que tal, no es separable de su
efectuación, puesto que ella asegura su dimensión intencional y teleológica (Taylor, 1970). La
teoría millsiana, que sitúa la motivación en el centro de la articulación entre el presente de la
acción y la situación, merece entonces una reevaluación.

Motivación y situación en Wright Mills


En su artículo titulado “Situated actions and the vocabularies of motive”, Wright Mills se
propone despejar una pragmática de la acción ubicando la pregunta del motivo en el centro de
su análisis. El motivo asegura el pasaje de una teoría del lenguaje a una pragmática de la
acción puesto que, de un lado, la acción es situada, ocasionada o contextualizada; del otro,
acción y situación son concebidas como aquellas que existen en una relación de determinación
recíproca. Esta problemática se inspira en el pragmatismo, así como también en la obra de
Burke. Desde el punto de vista del pragmatismo, las personas se comprometen activamente en
situaciones sociales variadas y se ajustan a ellas realizando un tipo de averiguación. Los
motivos son observables en tanto que son invocados e imputados por las personas en
situación. A través de los motivos, las conductas de las personas son calificadas y se vuelven
inteligibles. La imputación de motivos o su evitación proporcionan una respuesta a la pregunta
“¿por qué?” que interrumpe el curso de una acción y que no surge más que en situaciones
confusas. La demanda de motivos está entonces estrechamente ligada a un género de
situación e imbricada en la gramática práctica de los agentes (Peters, 1960).
De Burke (1984: 243-244), Wright Mills retiene que la forma recurrente de una fórmula
lingüística toma su sentido en un espacio de interlocución. Para Burke, en efecto, las palabras
no son signos sino nombres atribuidos a los objetos, a los fenómenos, a las personas, a los
grupos. Estos nombres determinan no solamente la manera en la cual son comprendidos, sino
también la manera en la cual se actúa respecto de ellos y alguien se orienta en relación a
14
ellos . Wright Mills sociologiza la teoría de Burke, leyéndola sobre el fondo de los trabajos de
C.-H Cooley y de W. I. Thomas, para quienes el proceso de definición de la situación está en el
15
corazón mismo de la investigación sociológica . Así para Burke, como para Wright Mills, el
lenguaje posee una estructura simbólica (Duncan, 1969) y pone a disposición de las personas
un repertorio de respuestas posibles a los interrogantes que emergen en una situación. Los
motivos forman parte de este repertorio; ellos proporcionan esquemas para interpretar las
actividades en las cuales las personas se comprometen. Tienen entonces, de entrada, un
carácter público. Están disponibles con miras a la acción y ahí mismo con miras a la definición
de la situación en tanto que aquella implica un compromiso. El proyecto de Burke (1984),
apuntando a explorar de manera sistemática las “estructuras del actuar comunicacional”
(Duncan, 1969: 253-261) es retomado y sistematizado por Mills para construir una perspectiva
global sobre el orden social.
El motivo, pues, no tiene estatuto causal ni en Burke ni en Wright Mills: es una etiqueta
dada a una acción. La situación es conceptualizada como lugar de cumplimiento de la
actuación simbólica, Wright Mills propone aprehender el vocabulario estable de los motivos
como la instancia que liga acción y situación. A través de este vocabulario opera el control y es
reorientado el orden social. El vocabulario de los motivos y la situación están, pues, ligados de
manera institucional. Un tipo de motivo se asocia a un tipo de situación y el motivo funciona
como un dispositivo de enganche y de justificación para las actividades normativas en esa
situación. Wright Mills concibe la formulación de un motivo como un acto en sí, un acto nuevo,
distinto de la acción en la cual es producido, dirigido hacia los otros, sometido a su acuerdo.
Así, la atribución de motivos aparece a menudo en su artículo como un acto ex post facto y el
motivo se define como una razón dada que re-especifica la acción y la hace ver como
perteneciente a un cierto tipo. En este acto de calificación y justificación, la acción emerge
como acción individualizada. Al contar con el acuerdo de los otros, los motivos proporcionan
“los fundamentos comunes a las conductas mediatizadas” (common gounds for mediated
behaviours). Según Wright Mills, tienen una función “integradora”. Un motivo invocado en la
justificación o en la crítica de una acción liga esta última a la situación, ensamblando las

14
Wright Mills no puede conocer el modelo “dramático” de Burke, que será desarrollado plenamente recién con la
publicación respectivamente en 1945 y 1950 de A grammar of Motives (Burke, 1969a) y A Rhetoric of motives (Burke,
1969b). Probablemente Goffman (1973) y Gusfield (1981, 1989) hicieron el uso más fecundo de estas ideas, en
particular a través de la noción de staging. El modelo de las relaciones humanas que Burke llama “framatism” es
bosquejado a partir de la identificación de formas elementales de pensamiento que, de acuerdo con la naturaleza del
mundo, tal como todo hombre la experimenta, son ejemplificados en la atribución de motivos.
15
La aproximación dramatúrgica a los movimientos sociales (Benford y Hunt, 1992) que merece un examen aparte,
utiliza la metáfora teatral para dar cuenta de la interacción humana. Los actores, en un contexto sociohistórico dado,
actúan para otorgar sentido y nombrar sus fines. A través de un proceso de comunicación a una audiencia, un universo
simbólico se objetiva (Gusfield, 1981). La influencia de Mead y de Burke, especialmente a través de los trabajos de
Gusfield, es aquí determinante. La pragmática de Wright Mills no es sin embargo simbólica/teatral sino gramatical.
acciones unas con otras y “alineando la conducta sobre las normas” (lign up conduct with
normes).
Esta lectura intrínsecamente social del motivo como una instancia que autoriza la coordinación
de la acción en situación y asegura el mantenimiento y la reconducción del orden social
reconoce su deuda con Weber. Mills define, en efecto, el motivo, siguiendo a Weber (1984),
como un complejo de significaciones que aparece, tanto para el actor mismo como para sus
socios o para un observador eventual, como el fundamento adecuado de su conducta. Estas
significaciones no son personales: ellas están circunscritas por un vocabulario de motivos
aceptables respecto a la situación. Wright Mills llama “vocabulario típico de motivos” a una
configuración estables de razones de la acción. Los motivos son producidos y recibidos como
otras tantas razones satisfactorias y su aceptación, que implica un juicio sobre su validez, es
una condición de la comprensión de la acción en situación. Pero mientras que Weber
permanece atado a desprender el sentido de la acción a partir de lo enunciado por el agente
sobre su propio motivo, Wright Mills se libera totalmente de la problemática weberiana de la
captación objetiva del sentido subjetivo aludido. Ciertamente Weber, haciendo pesar sobre la
acción una fuerte presunción de racionalidad, abre la posibilidad para que otro capte el sentido
probable (Abel, 1979); pero se debe resignar a recomendar al observador “una suerte de
sagacidad empírica”, a fin de superar su escepticismo en cuanto a la posibilidad de identificar el
sentido intrínseco del actuar social (Pharo, 1993). Wright Mills propone al sociólogo explorar la
gramática de las actividades sociales llamando la atención sobre las coacciones cognitivas y
normativas que la situación hace pesar sobre la conducta de aquel que se involucra en ella, y
que le confiere a cambio sus determinaciones. La tarea del sociólogo consiste entonces en
explorar la formación de la acción en tanto ella es constreñida por un cuadro de motivos
16
pertenecientes a una situación social típica .
La acción surge entonces en el espacio delimitado por los motivos que especifican su
sentido. El carácter ordenado de la situación deriva de una forma de interiorización de
expectativas que Mills, siguiendo a Mead, concibe bajo la categoría del “otro generalizado”. En
el curso de nuestra socialización aprendemos las reglas y las normas de la acción apropiadas
para diversas situaciones de la vida social, al mismo tiempo que los vocabularios de motivos
que se ajustan a ellas. Sin embargo, contrariamente a Blumer (1969), Wright Mills insiste poco
sobre la fluidez del mundo común y no se interesa demasiado por la cuestión de la emergencia
procesual de las identidades sociales y de su perpetua renegociación. Lejos de una idea de
plasticidad infinita del orden social, Wright Mills intenta ligar sólidamente la situación y el
vocabulario de motivos de suerte tal que la acción aparece como un ajuste siempre
problemático, pero fuertemente impuesto a una configuración social que ella contribuye a hacer
emerger.

Estrategia y normatividad de las actuaciones

16
“…the research task is the locating of particular types of action within typical frames of normative action and socially
situated clusters of motives” (Mills, 1940a: 913).
El estatuto de los motivos se encuentra así radicalmente especificado en la teoría
miliciana de la acción situada (Quéré, 1993: 67 y sgtes). Los motivos no son causantes de la
acción, son cumplimientos normativos que ligan acción y situación. Actualizados en una
situación, ellos co-cumplen la acción. La conexión entre motivo y acción se establece a través
de un estándar social de pertinencia, de inteligibilidad y de aceptabilidad que se aplica en la
situación (Wright Mills, 1971). Apropiados por los individuos en tanto están públicamente
disponibles y son asibles por un sujeto práctico, los motivos no son, pues, subjetivos. La
producción de razones de la acción no es el señalamiento de algo que sería propio del
individuo sino la aplicación de un vocabulario típico de motivos a una acción situada.
Reducido al estado programático, largamente desconectado de los trabajos posteriores
del millsismo, el artículo de 1940 conoció una cierta posterioridad a través de la lectura que
propusieran de él las corrientes etnometodológicas. La epistemología post-wittgensteiniana
17
preparó el terreno para el desarrollo de esta lectura . La interpretación propuesta por Winch
(1958) de la teoría weberiana de la acción social es reveladora al respecto. Dar razones
satisfactorias de la acción depende de un lenguaje social e históricamente constituido, de
suerte que la libertad de proponer un sentido está siempre limitada por este lenguaje y supone
la matriz de sus reglas. Las razones invocadas no remiten, pues, a disposiciones particulares
del actor, sino a maneras habituales de actuar características de una forma de vida. Los
18
etnometodólogos han propuestos argumentos similares . Ellos son voluntarios reconocidos en
la problemática de los motivos de Wright Mills que se enrolaron al servicio de una teoría anti-
mentalista y anti-causalista de la acción. Pero sus interpretaciones, a las que adherimos
globalmente, suscitaron vivas reacciones (Bruce y Wallis, 1983, 1985; Wallis y Bruce, 1983;
Campbell, 1991; 1996). Implícitamente, el uso de Wright Mills propuesto por la frame
perspective en el dominio de la ACMS es congruente con estas reacciones: permanece en
efecto cargada de una aprehensión mentalista, intersubjetiva, y más o menos causal del motivo
19
(cf. supra) . La recepción etnometodológica de Wright Mills plantea sin embargo problemas,
sobre todo si se quiere aplicar la aproximación millisiana de los motivos al análisis de los
fenómenos de movilización. Se le pueden hacer dos reproches: por un lado, atribuir al motivo
un estatuto estrictamente instrumental y estratégico; por otro hacer de la producción de motivos
un procedimiento.
El artículo pionero de M. Scott y S. Lyman (1968), parcialmente atribuible a Wright
Mills, esboza una aproximación formal de los motivos entendidos como resúmenes aceptables
de la acción (accounts). El motive talk es definido como un dispositivo (device) puesto en
marcha cada vez que una acción es sometida a una evaluación. Los motivos son
estandarizados e incorporados en la cultura, de manera tal que, una vez consolidados, pueden

17
Cf. en particular Peters (1960); Melden (1961); Austin (1970) y Winch (1958).
18
No obstante, la etnometodología, tal como es definida por Garfinkel, es indirectamente heredera de este movimiento.
La cuestión nodal para Garfinkel, discípulo de Parsons, es en efecto la del orden social, mientras que enfoque
epistemológico y metodológico es más atribuible a Shutz y, por lo tanto a Husserl, de tal manera que la referencia al
segundo Wittgentsein no está ausente (Heritage, 1984). La aproximación formal a los motivos parece más directamente
informada por Mills (1940 a) pero también por Burke, por el Goffman de La presentación de la persona en la vida
cotidiana y por el segundo Wittgenstein vía los trabajos de Austin (1970) o de Melden (1961).
19
La obra posterior de Mills (cf. Gerth & Mills, 1954) puede dar lugar a una interpretación de los motivos como
esencialmente ligados a un ethos en el sentido weberiano del término (ver, por ejemplo, Campbell, 1991).
ser invocados y atendidos de manera rutinaria por los miembros de una sociedad. La
aceptabilidad de los motivos, ya se trate de excusas o de justificaciones, depende en última
instancia de las expectativas en segundo plano que caracterizan a una “comunidad discursiva”
(Gumperz, 1989).
En 1971, Blum y McHugh prolongan la reflexión de Scott y Lyman (1968) proponiendo
una descripción analítica de la organización social de la imputación de motivos, en tanto curso
de acción observable. Según ellos, los motivos ligan las actividades concretas a las reglas
sociales disponibles en toda generalidad. La atribución de motivos es una práctica de sentido
común, que hace
aparecer la acción como cumplimiento de una regla subyacente conocida por los miembros
culturalmente competentes de la sociedad, que saben ligar correctamente un fenómeno del
mundo a un corpus disponible de designaciones posibles, lo que supone un “saber-hacer”
20
compartido . La investigación sociológica apunta, entonces, a evidenciar las reglas de
imputación que sostienen la organización de los cursos de acción de la vida cotidiana.
Esta aproximación formal recusa no solamente al motivo como causa de la acción, sino
también como fuente de propósitos o como justificación de la acción. El actor no es un
informante para el observador. El carácter sociológico del motivo no se sitúa en la razón
sustancial, concreta, del actor sino en las condiciones, organizadas y sancionadas socialmente,
que producen de manera regular y estable, las razones dadas por un “miembro” competente. El
motivo es, pues, un procedimiento; no es algo que el actor “posea”, ni algo que el sociólogo le
atribuya, sino un método del “miembro” para decidir lo que es para otro. La investigación
sociológica se encuentra radicalmente reespecificada: ella se obliga a restituir la disponibilidad
y la pertinencia de una regla de imputación de motivos más que a descubrir los motivos
efectivos.
Esta postura teórica induce un escepticismo sobre la realidad de las razones de la
acción, por una doble vía. En primer término, al quedar el motivo reducido a un simple método
para producir acciones coherentes e inteligibles, el análisis no deja lugar para considerar la
validez normativa de las razones de la acción. En segundo lugar, el motivo es generalmente
concebido como una técnica de especificación a posteriori de una acción consumada. Su
alcance permanece desde entonces estrechamente ligado a lo local, su pertinencia es
circunscrita al momento de su invocación fijada sobre una temporalidad que es la del presente
de su desarrollo. La invocación retrospectiva del motivo parece así superar a un simple cálculo.
Pero un motivo no es necesariamente retrospectivo.
Ciertamente, en la medida en la que el motivo invocado, seleccionado dentro de la
serie limitada de motivos disponibles, depende de las caracterizaciones (ellas mismas, de un
número limitado) susceptibles de ser hechas en relación a la acción consumada, la atribución
de motivos tiene lugar con frecuencia pero no principalmente ex post (Sharrock y Watson,
1984; 1986). Pero un motivo puede también ser prospectivo, a la vez en su realización y en sus
efectos. Así, en el dominio de la movilización, los motivos producidos en apoyo de las

20
Wieder (1974) muestra cómo el esquema motivacional es un recurso que los miembros utilizan para hacer aparecer
el carácter regulado de las situaciones en las que están comprometidos.
actuaciones toman en cuenta las consecuencias anticipadas de las conductas proyectadas
(Hewitt y Halls, 1973). Ellos revisten entonces la forma de justificaciones para programas de
acción o para actos presentes, pasados o futuros. En particular, los agentes anticipan las
interpretaciones posibles de su acción, sobre todo en cuanto presuponen que esta va a generar
21
una situación problemática. Esto es lo que muestra el dispositivo del “disclaimer” (Hewitt y
Stokes, 1975) que tiende a desarticular por adelantado las dudas posibles o los juicios
negativos probables que pesan sobre una conducta intencional. Los agentes desbaratan así,
en un espacio limitado por la anticipación de lo aceptable, las reacciones potenciales a su
conducta.
Esta actividad de alineación de una conducta problemática sobre las coacciones
normativas perpetúa un orden, produciendo por anticipado un distanciamiento entre la
22
conducta anticipada y las interpretaciones que serán probablemente hechas . Al mostrar que
la acción proyectada no coincidirá con las expectativas culturales de lo que es situacionalmente
apropiado, mantiene (sustain) la conexión entre acción y “cultura”. La cultura se ofrece
entonces como un esquema no problemático sobre el fondo del cual se recortan los objetos y
los acontecimientos problemáticos emergentes de la acción conjunta.
La consideración de la producción prospectiva de motivos, informada por una recepción
incierta y plural de la acción, conduce a aprehender la cuestión de los motivos bajo la forma de
una actividad reflexiva de alineación sobre un orden moral del que la sustancia es exhibida. El
orden normativo permanece entonces externo, localizado en la situación a la cual la persona se
va a ajustar (Goffman, 1973). La “cultura” se presenta así como exterior. Los dispositivos de la
justificación o los de disclaimer constituyen precisamente los medios por los cuales los actores
toman en cuanta la cultura. Las personas preservan así su identidad, vuelven manifiestas las
situaciones y tematizan explícitamente la relación entre una conducta susceptible de ser puesta
23
en cuestión y las normas compartidas o los usos convenidos .
La cuestión de saber si el motivo, sea retrospectivo o prospectivo, cubre las
“verdaderas” razones de la acción pierde entonces toda pertinencia. Wright Mills recusaba la
metafísica según la cual habría de un lado verdaderos motivos o motivos profundos, y del otro
simples racionalizaciones. Para él, el lenguaje no es un fenómeno de superficie. Por debajo de
un motivo invocado, no puede haber más que otro motivo, es decir, otro acto de lenguaje, en
una regresión que aparece en seguida como infinita. Decir de un motivo que es una
justificación ex post no implica en modo alguno que se niegue su eficacia, puesto que
precisamente la anticipación de la justificación aceptable, limita la conducta (Winch, 1958). Tal
perspectiva no se ata a una evaluación exterior sobre la sinceridad de las personas ni a
considerar que el compartir que existe entre ellas pueda ser del orden, del cálculo de la

21
N de las t.: Descargo.
22
La expresión “alineación” (aligning action, Stokes y Hewitt, 1975), tomada en préstamo de Blumer (1971), designa
pues la manera en la que las acciones individuales confluyen en un acto social conjunto (un joint social act).
23
La perspectiva diseñada por Stokes y Hewitt se inscribe muy fielmente en el espíritu del artículo programático de
Wright Mills. Transformando el motive talk en aligning action enfatizan el carácter negociado del orden social. Atentos a
los constreñimientos normativos situacionales ellos estrechan de cualquier modo su programa en torno a una
aproximación más estructural considerando a la “cultura” como “a set of cognitive constraints (objects) to which people
must relate as they form lines of conducts” (Stokes y Hewitt, 1975: 847).
estrategia, o si corresponde auténticamente a la perspectiva de un sujeto. Este enfoque
pretende sobre todo sondear el espacio de los motivos invocados correlacionándolos a las
actividades prácticas (Pharo, 1985). Esto no implica en absoluto descartar aspectos tales como
la intención de comunicar algo, de transmitir un sentido, de exhibir un “querer-decir” sustancial.

Un vocabulario de motivos
Ahora bien, eso que hacen ciertos etnometodólogos cuando radicalizan la teoría
milsiana de la acción en el sentido de una procedimentalización del motivo es, pues ocultar el
24
carácter sustancial de la actividad de los “miembros” . Así, para Garfinkel (1972: 315) la
comprensión común consiste, en tanto que “producto”, en un acuerdo compartido a propósito
de asuntos sustanciales (subsative maters) y, en tanto que proceso, en métodos variados para
hacer de eso que una persona dice o hace algo reconocible en relación a una regla. El aspecto
25
que cuenta aquí, es el del proceso . Adhiriendo a una posición antimentalista la distinción
weberiana entre la verstehen y la begreifen conduce así a revatir la comprensión sobre el
segundo término. Mientras que la verstehen supone un estado mental preexistente o un saber
en segundo plano, siempre ya allí, la begreifen remite a la realización procesual, a la dinámica
de la comprensión en su efectuación. La tarea de la investigación será desde entonces la de
identificar las regularidades o las invariantes de los métodos o de los procedimientos de la
26
comprensión común . El contenido que está ligado al sentido, a la intención, a la biografía, a
eso que es entonces lo más eminentemente indexical, es eliminada o relegada en la pura
contingencia de una realización cualquiera. La actualización de las invariantes metodológicas
tiene entonces como precio el descarte de la indexicalidad de las accounts. El “a propósito de”
de eso que es dicho se encuentra irremediablemente relegado al estatuto de fenómeno
superficial. Este confinamiento aparece cada vez más contra-intuitivo a medida que se pasa de
la observación de situaciones más o menos rutinarias a situaciones muy complejas en las que
las personas hacen gala de un sentido crítico, como sucede siempre en el caso de una
actividad de reclamo, de protesta o de reivindicación.
La remisión al orden del día de un interés para el carácter sustancial de las prácticas
interpretativas supone entonces romper con este procesualismo radical acumulando sus
experiencias. No es cuestión de abandonar la pregunta “¿cómo?” para regresar a la pregunta
“¿por qué?” sino sobre todo retomar la pregunta del cómo agregándole la pregunta “¿qué?”
(Wath? como lo llaman Garfinkel o Sacks mismos). Bajo esta perspectiva, los motivos no son

24
Este gesto es correlativo a una dificultad mayor que debe afrontar el análisis de los motivos como tecnología de
mantenimiento y reconducción de situaciones. Los partidarios de la aproximación post wittgensteniana deben en efecto
especificar el vínculo entre las reglas, que existen en toda generalización, y su aplicación, que es siempre local, situada
(Wolf, 1976). Si se considera que las corrientes etnometodológicas, por muchos de sus aspectos, son una variante de
esta postura teórica (Coulter, 1989) se les plantea una pregunta similar: ¿cómo pasar de las accounts a los métodos
que presiden su producción?
25
Esto por dos razones que han sido claramente analizadas Attewell (1974). En principio, el modelo procesual
constituye una muralla contra todas las formas de reificación de las categorías. Seguidamente, la teoría de la identidad
entre forma y contenido del account permite relegar el contenido a un rango subalterno ya que se manifiesta un
acuerdo momentáneo, efímero, presa del flujo d ela producción metódica de aquello que es dicho en el marco de un
curso de acción (Garfinkel, 1967: 25-30).
26
El análisis conversacional de Sacks manifiesta claramente esta orientación. Eso que la gente dice (“Wath people are
saing”) no interesa al sociólogo que se concentra en el cómo: cómo habla la gente (“How people are talking?”).
solamente un componente de una arsenal de métodos sutiles sino que comportan también un
contenido que no conviene rechazar en los limbos de la indexicalidad. No se trata solamente de
la identificación de procedimientos formales sino categorías que tienen una sustancia, un
contenido que se expresa, un sentido que se comunica. La noción de “cultura” resurge aquí, no
en el sentido formal de un conjunto de procedimientos que los miembros siguen sino en el
sentido sustancial de un segundo plano que determina lo que es aceptable y admisible. Esta
rehabilitación del contenido de los motivos requiere que sea plenamente tomada en cuenta no
solamente la reflexivilidad de las accounts sino también las de las acciones en tanto que
producidas por agentes poseedores de competencias reflexivas más amplias (Czyzewski,
1994).
El proyecto de Wright Mills no era excluir la dimensión sustancial de los motivos. El
buscaba sobre todo influir e la sociología alemana del conocimiento (Manngein, Speier) tal
como se estaba desarrollando en los años treinta, imprimiéndole una torsión pragmática (Mills,
1939, 1940b). Su lectura de la Lógica de Dewey (1993) le permitía considerar las categorías
jugadas en la acción y disponibles en las situaciones. Las categorías están imbricadas en el
saber práctico de los individuos de la sociedad. Y es en la textura del lenguaje que se anclan la
percepción, la lógica y el pensamiento así como también las instituciones. La significación que
encarna la acción motivada que la situación manifiesta está siempre ya planteada; ella
recupera una forma de creación colectiva que obliga y autoriza el actuar (Wright Mills, 1940a).
Aquello que la sociología del conocimiento concebía como universos normativos, incorporados
a las personas en función de sus coordenadas sociales, Wright Mills lo tematiza en términos de
motivos imbricados en los agenciamientos situacionales.
El alegato por una sustancialización de los motivos pretende subrayar que la acción es
intencional: además de poder ser explicada por razones, ella anticipa, en su realización misma,
como acción justificada, las descripciones posteriores que suscitará (Pharo, 1990). La
actuación es configurada de tal manera que en el momento de su realización actualiza
anticipadamente las pruebas a las que será sometida. El motivo es entonces proporcionado por
el lenguaje que permite a la vez consumar y describir la acción.
Esta aproximación vale también para las actuaciones llamadas movilizaciones. Estas
suponen, en efecto, que se actualice un cierto tipo de motivo: las razones producidas en apoyo
de la acción contestataria deben ser reconocibles y aceptables en el espacio público. En
general, hacen referencia al bien común y son articuladas en términos de justicia (Bolstanski y
Thévenot, 1991). El motivo apunta así hacia una obligación de justificación susceptible de
ejercerse en grados diversos sobre las personas. Incitando explícitamente a otro sobre el modo
plural de la representación, el tipo de acción correspondiente a la movilización fabrica el
colectivo y se configura en relación a un estándar de lo justo. Requiere, de parte de los
agentes, un sentido crítico así como una capacidad de actuar con miras a un bien común. De
todas formas, este sentido crítico se apoya sobre maneras establecidas de aprehender y de
interpretar las experiencias cotidianas que se presentan como problemáticas. Se ejerce
también en referencia a un repertorio de problemas públicos disponible que estructura el
lenguaje institucional a través del cual se articula toda queja o reivindicación y permite ligar un
fenómeno del mundo a un corpus de designaciones posibles (Wright Mills, 1940a; Blum y
McHugh, 1971).
Las actuaciones subsumidas bajo el vocablo “movilización” son así limitadas por una
panoplia de problemas sociales conocidos y reconocidos disponibles con miras a tematizar las
27
situaciones problemáticas . En contrapartida, estas situaciones se dejan aprehender en tanto
ilustran, ejemplifican un problema, lo revelan, lo evidencian. Aquí, el motivo relaciona una
situación problemática y un problema público, en una dinámica siempre provisoria e incierta, en
concordancia con el despliegue temporal de las controversias y de los conflictos (Cefaï, 1996;
Trom, 1999). Consideremos a título ilustrativo las movilizaciones locales contra los proyectos
de infraestructura que amenazan modificar la relación de los residentes con su entorno familiar.
Desocupación, desertificación de los campos, estética del territorio, salud pública, medios de
transporte, derecho de propiedad, democracia local constituyen algunos de los temas en torno
a los cuales las situaciones son problematizadas; las reivindicaciones, definidas; los programas
de acción, diseñados. Estos temas delinean oportunidades que la dinámica situacional del
conflicto o de la controversia vendrá a depurar por el juego reglado de juicios y evaluaciones en
el que las partes en conflicto quedan implicadas.
Los problemas públicos más o menos consolidados sirven así de apoyo al compromiso
en la acción proporcionando un marco de interpretación pertinente. Trazan también una línea
móvil, siempre provisoria (Weintraub, 1997), entre lo que corresponde a lo privado, que
pertenece a la esfera de la intimidad y de la proximidad, y aquello que es publicable, imputable
a un tercero. Esta tensión trabaja las actuaciones, así como a las situaciones que ellas
engendran, desde el interior. A este título, constituye un momento de observación de la
dinámica histórica de la producción de lo político.

Una estructura de oportunidad cognitiva y normativa


Esta aproximación de la acción, que renuncia a buscar el acceso a los motivos “reales”
de las personas, no socava los fundamentos de la sociología, como algunos pretendieron
Bruce y Wallis, 1983). En adelante, la sociología focaliza su atención sobre la manera en la que
las personas manifiestan sus actividades y las fundan en razones. En principio, el motivo no
está indexado sobre el agente: pertenecen a la dinámica situacional que lo solicita y que él
contribuye a modelar. La investigación sociológica versa entonces sobre el juego reglado que
preside a la construcción de arreglos situacionales empíricamente observables. Focalizándose
sobre las actuaciones a fin de restituirles la consistencia y la eficacia, esta postura permite
superar la antinomia entre idealismo de valores y realismo de interese (Thévenot, 1996).

27
Los problemas sociales son definidos, siguiendo a Blumer (1971), no sólo como el resultado de una disfunción social
endógena sino como el resultado de un trabajo definicional a través del cual algo emerge como un problema. Un
problema social es entonces concebido como el producto de una actividad colectiva llanada claims-making activities
(Spector y Kitsuse, 1987: 73-96).
Este movimiento de externalización o de desubjetivización de los motivos hace de Mills, como
lo ha subrayado Quéré (1993: 69), el precursor de un análisis “gramatical” de la acción: con los
motivos “tiene menos que ver con los estados de las personas, los acontecimientos subjetivos
o los procesos de formación interna de la acción, que con una gramática para construir
intersubjetivamente la individualidad y la socialidad de las acciones y de sus agentes”. Los
motivos no están más en “la cabeza de las gentes”, sino depositadas en una gramática
públicamente disponible.
La lectura propuesta por Wright Mills de Weber contrasta así con la de Parsons y
Schütz de la misma época. En efecto, Parsons (1937) ubica el mecanismo de interiorización de
las normas en el centro de su teoría de la acción. Los motivos son objetivados en términos de
valores o de normas y localizados en el contexto general, tanto englobante como
indeterminado, del “sistema social” o de la “cultura”. En un segundo momento, ellos son
interiorizados por los individuos a través del proceso de socialización. Las normas
interiorizadas son entonces concebidas como las causas, entre otras causas de la acción,
28
mientras que la cuestión de la acción como cumplimiento desaparece del horizonte . Si él
concibe sobre todo el orden social como algo que emerge de la interacción entre las personas,
Schütz por su lado se queda atado al análisis del sentido subjetivo otorgado por los actores, a
la manera de Weber. Más allá de la perspectiva egológica heredad de Husserl, él concibe, sin
embargo, la racionalidad del actor, siguiendo a Weber, como correlativa a la posibilidad de
comprender las acciones del otro, con la ayuda de idealizaciones típicas. En este sentido, el
motivo hace pública la acción, mientras que la pertinencia motivacional viene en algún sentido
a encuadrar su expresión y a ligarla a la situación (Cefaï, 1998). Wright Mills radicaliza la
ruptura con la perspectiva subjetivista: Los motivos no son ya propiedades de la gente
individual sino propiedades del actuar. La acción es considerada como regida por usos públicos
e impersonales. Ésta “impersonalidad genérica” de las propiedades intencionales confiere a los
motivos un estatuto intrínsecamente social (Kaufmann, 1999). Esto no supone en modo alguno
que el agente sea desposeído de sus motivos: al contrario, los hace suyos, de los apropia, los
invoca, los acepta, los rechaza, pone en duda la sinceridad de los motivos invocados por otros.
De pronto, las preguntas del sociólogo que versan sobre los motivos verdaderos y falsos, sobre
las malas y las buenas razones, sobre los pretextos y las “simples” justificaciones, no son ya
pertinentes. La evaluación que ellas comportan es, a partir de allí, incorporada a la actividad
práctica de los agentes y a este título, integrada en el juego de la auto y de la etero-atribución
de motivos. La relación del agente con sus motivos no deviene sin embargo una relación
instrumental: de la misma manera que, para Goffman, los actores son “locatarios de sus
convicciones” (Joseph, 1998: 55), para Wright Mills son “locatarios” de sus motivos.
Pero esta exteriorización del motivo no es una negación de su carácter sustancial. El
motivo posee una sustancia. Su contenido no es secundario. Prueba de esto es que tiene un
carácter normativo y que está sometido a juicios de pertinencia y de aceptabilidad. Wright Mills
mismo ha estado atento a este aspecto. Los ejemplos, dispersos en su texto, proporcionan

28
Parsons resuelve así el problema del orden social ignorando el carácter procesual y configurativo de la acción.
Garfinkel le reprocha precisamente concebir las normas como fuerzas causales (Heritage, 1984).
algunos indicios: entorno al beneficio, que se arraiga en la economía clásica, se perfila el
vocabulario típico de los motivos ligados a situaciones de la actividad económica; el capitalismo
monopolístico con la aparición de los “burócratas- empresarios” modifica su vocabulario; el
Rotary club introduce, por su lado, un “vocabulario cívico” que viene a complejizar las formas
de la acción y los arreglos situacionales sobre los cuales éstas se adosan. Wright Mills entreve
igualmente cuánto la complejización de los marcos de motivos es consustancial a nuestras
sociedades críticas: él evoca así el caso del sindicalista que es acusado de hacer carrera,
mientras que éste afirma actuar a favor del interés colectivo de los obreros. Bajo el enfoque del
análisis de la acción colectiva, el texto de Wright Mills puede así ser leído como una invitación a
explorar sistemáticamente el orden normativo sustancial que, en un mismo movimiento,
autoriza y limita los conflictos políticos.
Esta exteriorización del motivo es también una historización. Mills subraya así que un
vocabulario típico de motivos sólo adquiere pertinencia en un marco sociohistórico
determinado: debe ser reinscrito en prácticas englobantes que remiten, no sólo a la historia
interna del agente, sino a la historia externa de los usos establecidos y de las significaciones
(Quéré, 1994; Kaufmann, 1999). El vocabulario de motivos no surge, pues de una producción
creadora de los actores. Disponibles, los motivos invocan formas de compromiso típicas en
situaciones típicas (y viceversa). Ellos constituyen marcos que, en un mismo movimiento,
autorizan y limitan la acción. Ellos estructuran las situaciones y se presentan, para la acción,
como un haz de obligaciones y oportunidades. Las lecturas interaccionistas de Wright Mills
pusieron el acento sobre la potencia creadora de los actores, en particular en materia de
configuración de situaciones y de negociación del orden social. También adoptaron una
concepción psicosociológica que social de los motivos. Estas lecturas sirven de referencia en la
literatura contemporánea sobre la ACMS, la aproximación dramatúrgica en particular que
concibe las arenas públicas como espacios articulados en los que los lugares y las posiciones
29
son cada vez investidas de manera singular . La recuperación de la cuestión del motivo en
ciertos trabajos recientes de la sociología de la ACMS, que se apoyan sobre los trabajos de H.
Blumer, confirma esta torsión psicosociológica: concebidos como un objeto negociado en un
“movimiento social”, sometido a procesos de agregación y de distribución estrechamente
imbricados en la gestión identitaria de los militantes, el motivo provee una armadura simbólica
fabricada en atención a los públicos. Ciertamente, al focalizar la atención sobre el carácter
negociado de la reivindicación, poniendo el trabajo definicional de los actores en el corazón
mismo de las dinámicas conflictuales, estos trabajos rompen con las explicaciones
globalizantes de los fenómenos de movilización, pero regresan a una concepción del motivo
que el artículo de Wright Mills había buscado disolver.
La sociología de Wright Mills está más próxima de la de Goffman que de la de los
interaccionistas simbólicos. Tanto una como la otra no conciben las situaciones como únicas,
contingentes, inéditas, sino sobre todo como ordenadas, estructuradas, organizadas. Sus

29
Los trabajos en el dominio de la ACMS que tomaron en serio a Goffman versaron generalmente sobre la gestión y el
mantenimiento de la identidad en una perspectiva de la “interacción estratégica”. Por ejemplo Hunt, Benford y Show
(1994); Hunt y Benford (1994).
sociologías son en este sentido formales, clasificadoras, sistemáticas. Priman las reglas, que
gobiernan los tipos de actividad. Los vocabularios de motivos forman parte de las estructuras
de estos últimos. Ellos son, pues, estables y su operatividad está pensada por analogía con las
estructuras sintácticas del lenguaje. Los arreglos -las situaciones-, estables y de número
limitado, son investidos por las personas y no creados en cada ocasión por los participantes de
la interacción. Los vocabularios de motivos autorizan el ajuste (fit) de los agentes a estas
situaciones.
La relación entre vocabulario de motivo y situación constituye, pues, el punto nodal de
un análisis de la acción (situada). Motivos, acción y situación son considerados como
emergentes de un proceso de co-determinación. La disponibilidad de los vocabularios de
motivos es una condición de orientación de la acción. De allí que la acción aparece en Wright
Mills como surgida de una relación de un vocabulario de motivos socialmente disponible y de
una situación que este vocabulario permite configurar: la acción implica la configuración
(motivacional) de una situación, mientras que la historicidad de la situación nombra una acción
típica (especificada por un vocabulario típico) que le confiere a cambio sus determinaciones.

Conclusión
El proyecto de Wright Mills se inscribe resueltamente en un movimiento de tipo
estructural que atraviesa a las ciencias sociales, como las corrientes de inspiración
etnometodológicas, que se interesa en los procedimientos originarios por los que un orden
instaura o aun los análisis de Tilly, que tienden a formaliza, en términos de repertorios de la
protestas colectiva, nuestras maneras convencionales de actuar entre muchos. Distanciadas de
su inspiración y de sus intenciones, estas dos últimas aproximaciones tienen como punto en
común la reconstitución de las formas de coordinación, sea para situaciones más o menos
rutinarias, sea para situaciones inmediatamente públicas. Pero, contrariamente a las de Wright
Mills, ambas permanecen indiferentes al orden normativo sustancial, central en la aprehensión
del género de la actuación cuyos contornos hemos tratado de acotar.
El artículo pionero de Wright Mills nos invita a tomar como objeto de investigación no
sólo las condiciones que conducen a una persona o a un grupo a formular un reclamo sino
cómo este reclamo se organiza, cómo se actualiza en una actuación. Toda actuación debe
responder a estándares de corrección ya que es expuesta al juicio del público y a la crítica. Las
ideas de “desingularización” de causas (Boltanski, 1990), de “aumento en generalidad”
(Bolstanski y Thévenot, 1991), de encadenamiento actancial (Bostanski, 1993) constituyen
otros tantos útiles analíticos particularmente adecuados a la exploración de estos estándares.
Permiten poner en evidencia las vueltas habituales de nuestros compromisos políticos.
La sociología de los problemas sociales ha forzado una vía a similar en las
investigaciones que estudian el pasaje de una “enfermedad moral” a su articulación pública
(Schneider, 1984), las puestas a prueba en las situaciones de la vida cotidiana de un problema
público cristalizado (Loseke, 1987) o el tratamiento vernáculo de problemas situacionales
(Hewitt y may 1973; Emerson y Messenger, 1977; Linch, 1983) las desontologización de los
polos de lo público y de lo privado conduce igualmente a focalizar la atención sobre las
modalidades situacionales del pasaje a lo público, a arraigar las situaciones problemáticas en
las experiencias ordinarias, llevando la atención sobre la manera en la que las entidades
llamadas “problemas sociales” son articuladas, ajustadas, reformuladas, “trabajadas” (Holstein
y Millar, 1997) de manera tal que ellas aparecen como un haz de obligaciones y de
oportunidades para la tematización de la experiencia y el compromiso en las circunstancias de
la vida cotidiana.
En fin, la perspectiva traza por Wright Mills nos invita a explorar más allá las
controversias públicas y los conflictos tolerables. Abre la vía a una sistematización de las
competencias y de los compromisos políticos posibles, que hasta el momento permanecía en
estado programático. Su transposición al dominio de estudio de la ACMS permite considerar
las actuaciones (de las cuales hemos tratado de esbozar la gramática) en su relación con las
situaciones en las que se inserta y a las que contribuye a definir. A efectos de sondear de
manera sistemática la estructura cognitiva y normativa de oportunidades que autoriza y
circunscribe toda movilización.
Capítulo 2: Los Marcos de la Acción Colectiva. Definiciones y Problemas30

Daniel Cefaï

Traducción José Cornejo y Ana Natalucci

Introducción

El análisis del marco -frame analysis- ocupó un lugar importante en la investigación sobre
la acción colectiva, en continuación con los paradigmas del Comportamiento Colectivo y de los
Nuevos Movimientos Sociales, en contrapunto con la Teoría de la Movilización de Recursos
(TMR) y de la Teoría de los Procesos y de las Oportunidades Políticas. Si bien, la génesis de
los conceptos del “marco” y de “enmarcamiento” le corresponde a Erving Goffman, la utilización
que hizo la sociología de la acción colectiva se alejó del autor de Frame Análisis (1974). Estos
conceptos fueron puestos al servicio de la reintroducción del parámetro de la cultura, en
particular de la cultura política; sin embargo esta fue realizada en un lenguaje utilitarista y
psicologicista. Utilitarista: las exigencias de la publicidad que regulan los procesos de
enmarcamiento son subestimados en provecho de una concepción estratégica de la acción. Los
marcos son tratados como recursos simbólicos para alcanzar objetivos, unificar organizaciones
y vencer adversarios; y la “resonancia entre marcos” como el efecto de una estrategia exitosa
de comunicación hacia los públicos. Psicologicista: las razones o los motivos del actuar tienen
el estatus de dones mentales o de móviles íntimos o, en el mejor de los casos, de
representación colectiva. Los fenómenos de compromiso, de convicción y de creencias son
pensados como estados de conciencia, antes que relacionados a regímenes de acción y
repertorios de justificación.

Nosotros criticaremos este doble sesgo. Intentaremos mostrar que la defensa de las
causas o la reivindicación de los derechos y la movilización de las redes de activistas y de
simpatizantes -fenómeno bien estudiado por los sociólogos de la Acción Colectiva- deben
plegarse a las gramáticas de la vida pública.

La publicidad de la acción colectiva tiene, en efecto, una dimensión dramatúrgica y


retórica, sensible dentro de la definición de las identidades colectivas. La idea compartida por
Burke (1989), Klapp (1962, 1964) y E. Goffman (1959, 1963) de que el mundo social es un
escenario público va más allá de la descripción de las técnicas de gestión de las impresiones o
de la manipulación de las emociones por los “emprendedores de los movimientos sociales”.
Esta última descripción aborda una dimensión de la configuración pública de la acción colectiva,
reducida a sus artificios estratégicos. En cambio, la dramaturgia y la retórica de las identidades

30
Publicado en CEFAÏ Daniel y TROM Danny (2001): Les formes de l’action collective. Mobilisations dans des arènes
publiques, (París: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales). En el original Les cadres de l’action collective.
Définitions et problèmes.
colectivas subrayan el problema ontológico de la existencia de lo colectivo y el problema de la
representación en un sentido teatral y político del término. Puesto en escena, en relatos y en
argumentos este concepto no incluye sólo a los líderes de las organizaciones de los
movimientos sociales (OMS) para la realización de objetivos estratégicos, es también para
inscribir en una arena pública acciones cuya vocación es expresiva o simbólica (Burke, 1966;
Taylor: 1985). Englobar la perspectiva de la (inter) acción estratégica en la concepción de la
arena pública permite superar la incapacidad de la TMR para concebir otra cosa más que una
ontología liberal o interaccionista de actores individuales y una Realpolitk de grupos de interés o
de presión.

Los marcos de organización de la experiencia

La noción de marco fue desarrollada por Goffman en su obra Frame Analysis. Allí se
refiere a la Teoría del juego y del fantasma de Bateson (1977) y a los conceptos de sub-
universo de James (1890), de orden de existencia de Gurwitsch (1958) y de provincia de
31 32
sentido de Schütz (1962) . Las operaciones de enmarcamiento consisten en poner en escena
“esquemas de interpretación” para “localizar, percibir, identificar y etiquetar” eventos y
situaciones, en vista a organizar la experiencia y orientar la acción. El sustantivo inglés frame
es de una mayor polisemia que el término francés cadre (marco). Frame significa estado o
disposición de espíritu; osamenta, armazón o carcaza, cuadro, marco, chasis y trama. Sistema
de referencias o de coordenadas. En cuanto al verbo to frame puede ser definido como: ajustar
algo, redactar un texto, proyectar un diseño, un dibujo, concebir una idea, armar un complot,
además de enmarcar en el sentido artesanal de “poner un marco”, encuadrar en el sentido
cinematográfico de “poner en el lugar” y “poner en escena”.

La noción de frame analysis fue retomada en la sociología de la Acción Colectiva por


Snow y su equipo, dando lugar a una verdadera industria editorial y siendo aplicada a todo tipo
de investigación. Los marcos dominantes -master frames- (Snow y Benford, 1992) -tienen una
difusión extendida durante un ciclo de protestas y proveen los lenguajes comunes a un gran
número de movimientos- se inscriben en un repertorio de “marcos de justicia y de injusticia”
(Gamson et al., 1982; Ryan,1991), los “marcos de derechos cívicos” (Mc Adam, 1996) como los
marcos del retorno a la democracia (Noonan, 1995), de la elección educativa (Davies, 1999),
del pluralismo cultural (Berbier, 1998), de la justicia ecológica (Capek 1993), de la igualdad de
posibilidades (Williams y Williams, 1995), de la oposición de la hegemonía (Blum, Kulka y
Liebes, 1993). Entre los marcos específicos de lugares, de asuntos o de apuestas
determinadas mencionamos:

31
Nota del traductor. En el original province de sens.
32
Goffman cita también, desordenadamente, el Teatro del Absurdo de Pirandello; la Teoría de las Interacciones
estratégicas de Glaser y Strauss (1954); la Pragmática de la Percepción de Austin (1971) y de su alumno Schwayder
(1965).
a) Algunas constelaciones retóricas en uso en el movimiento obrero estadounidense a
fines del Siglo XIX (Babb, 1996), en el “derecho religioso contra el aborto” (Blanchard, 1994), en
la lucha por la abolición de la pena de muerte (Haines, 1996) y en la movilización contra la
violencia hacia los homosexuales (Jenness, 1995);

b) Los esquemas de organización de la experiencia y de la justificación de la acción


inventados por los anti-esclavistas en el siglo XVIII (D’Anjou y Van Male, 1998), por los
movimientos fundamentalistas de los granjeros estadounidenses (Griffin, 1992a; 1992b; Money
y Hunt, 1994), por la oposición antifranquista en Cataluña (Johnston, 1991), por el movimiento
litúrgico en la iglesia después del Concilio Vaticano II (Mc Callion y Maines, 1992) o por el
movimiento pro democracia en China (Zuo y Benford, 1991; Calhoun, 1994);

c) Los repertorios de promoción de la desobediencia civil y la no violencia (Johnson,


1997), de reivindicación de los derechos para las asociaciones de defensa de los Sin Techo
(Snow, Cress et. al., 1998) o de legitimación de las transformaciones del movimiento pacifista
(Marullo, Pagnucco y Smith, 1996).

La literatura sobre los procesos de enmarcamiento por los medios masivos de


comunicación es la más antigua: los estudios fundadores de Tuchman (1978), de Gitlin (1977;
1980; Neveu, 1991) y de Gamson (1975; 1992 y 1996), Estos teóricos tuvieron como estudios
aplicados las investigaciones sobre los riesgos vinculados al poder nuclear (Gamson y
Modigliani, 1989; Jasper, 1990 y 1992), sobre el activismo de “prime time” (Ryan, 1991), sobre
el movimiento anti-nuclear (Entman y Rojecki, 1993), sobre la seguridad en las rutas y la salud
pública (Mc Carthy, 1994) o sobre el Intifada contra el ejército israelí en los territorios ocupados
(Cohen y Wolsfeld, 1993).

La estrategia teórica del análisis de los marcos apunta ante todo a un “retorno de la
cultura” (bringing the culture back in) en el campo de la investigación sobre la Acción Colectiva.
Esta exigencia resuena como eco de una doble consigna de moda a partir del comienzo de los
años ochenta: traer a la sociedad de regreso (bringing the society back in) (Friedland y Alford,
1991), que lleva a tomar en cuenta el rol de las organizaciones y de las redes en la defensa de
una causa pública y traer al Estado de regreso (bringing the state back in) (Evans, 1985), que
dio lugar al surgimiento del modelo de oportunidades políticas (Political Process), (McAdam,
1982). ¿Por qué esta estrategia recurre al término “marcos”? Para Snow, se trata de retomar
los “imaginarios”, las “representaciones”, los “sentimientos”, las “dinámicas identitarias” y los
“simbolismos políticos” de la Teoría del Comportamiento Colectivo (Collective Behavior), que
asociada a la escuela de Chicago pretende minimizar los excesos de la TMR (Snow y Davis,
1995).

La Teoría de los Marcos abandona de la herencia de Chicago el dispositivo teórico


inspirado de la Psicología de las Masas, pero retiene 2 elementos. Uno, la dinámica
interaccionista de alineamiento entre actores. Dos, la mediación cultural de experiencias y de
acciones, aspectos ocultados por una TMR obnubilada por los medios, las estrategias y las
33
organizaciones . La noción de “marco” ha sido distorsionada a tal punto que poco parece a la
original de Goffman.

El “marco” está asociado a un conjunto de nociones conexas: significaciones


compartidas (shared meanings), condicionamientos ideológicos (ideological packages)
(Gamson y Modigliani, 1989), identidades colectivas (Cohen, et. al, 1985; Snow y McAdam,
2000; Polletta y Jasper, 2001) y “resonancia del marco” (Snow y Benford, 1988). La
problemática de marcos pretende subvertir la manera en la que el concepto de cultura cívica es
aprehendida por las ciencias políticas. Para estas últimas, la definición canónica del término es
tomado de Parsons (Almond y Verba, 1963): un “sistema de creencias y de representaciones,
de normas y de valores, de actitudes y de opinión”. Dicha noción ha sido operacionalizada a
partir de las encuestas de tipo “Revisión e Investigación” (Survey Research).

El análisis de marcos renuncia al dispositivo metodológico que la reduce a un conjunto


de variables dependientes de procesos estructurales y la mensura combinando cuestionarios
cerrados y cálculo estadístico. Más bien, intenta acceder a lo empírico a través de encuestas
cualitativas, que a su vez retoman observaciones etnográficas, conversaciones, relatos de vida,
grupos focales, análisis documental y participación repetida de organizaciones en encuentros o
campañas. Por lo tanto, Snow, retomando a Turner y Killian (1957), recurre también a una
definición en términos de valores y creencias (Snow et. al., 1986: 469).

Los valores serían “modos de comportamiento” o “estados de existencia”, percibidos


como algo que “valdría la pena ser protegido o promovido”. Los valores de igualdad, libertad,
justicia o derecho como aquellos de familia, etnicidad, propiedad o vecindad deben ser
idealizados, reafirmados, contra su anquilosamiento o su vanalización, su denegación o su
represión de manera de convencer, movilizar y reclutar. En cuanto a las creencias, serían
“relaciones presumidas” entre diferentes entidades, como las afirmaciones “Dios está muerto”,
“Los capitalistas son los explotadores”, “Negro es hermoso” (Black is beatiful). Snow distingue
cinco tipos de creencias: la evaluación de la seriedad de un problema, de una queja o de un
conflicto; la atribución de relaciones de causalidad o de responsabilidad; la calificación de
objetivos protagonistas y antagonistas; el juicio de probabilidad sobre la eficacia de una acción
colectiva; la apreciación sobre la necesidad o la oportunidad de tomar partido (stand up) (Snow,
Rochford, et. al., 1986: 470). El regreso a estos valores y creencias es modulable “temporal y
contextualmente”, en relación a las operaciones de micro movilización de actores. Pero, debe
interrogarse sobre el interés de conservar este lenguaje heredado de la ciencia política

33
De todas formas no se deberia mistificar la Escuela de Chicago a propósito de sus investigaciones sobre el
Comportamiento Colectivo. Las variables son numerosas, las teorizaciones de Park y Blumer, los trabajos sobre la
moda (Davis, 1992), los rumores (Shibutani) o las catástrofes (Quarantellli), y los trabajos de K. y G. Lang (1961; 1968),
sobre los líderes simbólicos y la identidad colectiva (Klapp, 1964 y 1969 respectivamente), sobre las cruzadas de la
Liga Anti-Alchólicos (Gusfield, 1963), sobre la dinámica de masas y de públicos (Turner y Killian, 1957), y un doctorado
de Janowitz en Ann Habort, Michigan, que continua en Chicago (Zald y Denton, 1962 ; Zald, 1967 respectivamente).
Zald es uno de los pilares de la TMR: sus contemporáneos en Chicago no fueron para nada refractarios a este tipo de
discurso. En la lectura se puede observar que una oposición tajante entre análisis cultural y análisis racionalista es un
absurdo desde el punto de vista histórico.
34
parsoniana y notar su total incompatibilidad con aquel del frame analysis de Goffman.

Por su parte, Gamson (1988: 220; Gamson y Wolfsfeld, 1993), otro pionero del uso del
concepto de marco en su momento fundacional, puso en marcha un modelo de valores
agregados (value-added model) para resaltar “temas culturales” (Ideologías, valores, creencias
y Weltanschauunge). Entendiendo por tales amplias visiones del mundo que enmarcan eventos
o problemas particulares “empaquetándolos” o “embalándolos” (packaging). Gamson, distingue
entre “marcos de agregado” -identifican problemas sociales- de los “marcos de consenso” -
llaman a su resolución diseñando los contornos de un colectivo capaz de hacerlo- y los “marcos
de acción colectiva”. Estos últimos incluyen “marcos de injusticia” -apuntan a culpables y lo
transforman en el blanco de las quejas- y “marcos de identidad” -establecen una relación
conflictiva entre Ellos y Nosotros-.

Las funciones de las operaciones de enmarcamiento son definir una situación como
problemática e imaginar los medios de resolverla, movilizar los actores en un colectivo y
justificar su oposición a un adversario. Gamson en Talking Politics (1992) realiza un inventario
de los modos de percepción, de juzgamiento y de protesta de las políticas de acción afirmativa,
de los trastornos de la actividad industrial, de los riesgos del poder nuclear y del conflicto israelí
- palestino. El analista clasifica las características de edad, de generación, de género, de etnia
de los encuestados y muestra las variaciones de su posición según los criterios de proximidad o
lejanía, de familiaridad o extranjería con respecto a los temas debatidos. No obstante, en la
resultante su método no se aleja de un análisis de contenido clásico. El topos de “la industria en
crisis” por ejemplo es codificado a través de 4 “marcos”: asociación, huida de capitales,
invasiones extranjeras y libre empresa, con 2 variantes antisindical y antiestatal (Gamson,
1992). Gamson demuestra la capacidad de los ciudadanos de elaborar informaciones y
argumentos que provienen de su experiencia personal, del sentido común (popular wisdom) y
de los medios de comunicación. También insiste sobre la presencia en los intercambios
interpersonales entre los encuestados de la dinámica de contradicción que anima los discursos
públicos de los movimientos y contra-movimientos. Pero esto, no es suficiente para remediar
una descripción muy estática de los marcos; estos están desconectados de las actividades que
los originan, de sus usos y de sus consecuencias pragmáticas sobre las acciones y eventos.

El análisis de los marcos es más productivo en términos analíticos cuando pone en


acción presupuestos interaccionistas. Describe entonces, el trabajo de coproducción de
marcos, mientras son preotorgados en un cúmulo de experiencias y son movilizados según las
exigencias prácticas de la situación. El análisis muestra cómo se transforman en series de
actividades conjuntas (joint actions) y cómo ese “trabajo de enmarcamiento” (Tilly, 1986) o esta

34
Los trabajos más recientes sobre la cultura política (Cefaï, 2001) en clave de experiencia, de afectividades y de
sensibilidades, de territorios y memorias y aún de rituales (Kertzer, 1988) y de protocolos (Deloye, Haroche y Ihl, 1996)
enriquecen esta perspectiva.
“praxis cognitiva” (Eyerman y Jameson, 1991) pueden dar lugar a una “política identitaria”
(Cohen, 1985) o a una “liberación cognitiva” (McAdam, 1982). Más que rechazar las
operaciones de enmarcamiento sobre los espacios estructurales de las posiciones sociales, el
análisis de marco muestra la relación circular con respecto a la arquitectura móvil de la
perspectiva de los actores. Estos, se orientan los unos con respecto a los otros para definir y
dominar situaciones problemáticas, emitir sus diagnósticos y sus pronósticos, proyectar y
justificar las acciones venideras. Así constituyen redes de circulación de información, se
reagrupan en organizaciones que llevan sus causas al público y toman posición en mercados y
jerarquías de relaciones sociales. Estos procesos de alineamiento (Blumer, 1946), requeridos
por el compromiso en relaciones de cooperación y de competición, son mediatizados por
operaciones de enmarcamiento, que fijan denominadores comunes y prefiguran desafíos
compartidos, articulan esquemas de interacción y delimitan el campo de las interpretaciones y
las perfomances posibles.

Cuanto menos institucionalizada es la situación donde confrontan los movimientos de


acción colectiva, sus operaciones de enmarcamiento más se alejan del modelo de Durkheim o
de Halbwachs de las “formas sociales de categorización y de clasificación” y más flexibles se
muestran respecto de la manera en que los actores las efectúan. Los procesos de alineamiento
deben unir las circunstancias de la situación problemática acompañando el proceso de
bricolage de sentidos y de emergencia de normas (Turner y Killian, 1984). Un acercamiento de
este tipo implica una doble ruptura. Por un lado, respecto de una concepción sobre- socializada
de los actores, que los trata como vectores de fuerzas sociales. Por otro, rompe con una
concepción sub- socializada que ha hecho semi-dioses capaces de improvisar ad hoc las
soluciones apropiadas a cada circunstancia.

Alineamiento de los marcos y de los motivos: un lenguaje psicologicista y utilitarista

¿Cómo se forma una organización (OMS)? ¿Se da un programa, propone eslóganes o


proyectos que aglutinan a sus miembros, que les permiten coordinar y justificar sus acciones,
de reclutar y de movilizar a sus adherentes y militantes? Snow concibe los alineamientos de
marcos (Blumer, 1946) como una actividad estratégica, calculada y consciente de los
emprendedores de una OMS para asegurarse el apoyo de los públicos, adherentes o afiliados a
una línea ideológica o a un programa político o para crear y sellar alianzas con otras OMS. En
principio, estamos en el horizonte de un mercado donde los actores estratégicos entran en
competencia para acaparar recursos y disputar clientelas.

La perspectiva sin embargo no está desprovista de pertinencia. Las OMS, como


cualquier partido o asociación, tienden a percibirse y a presentarse como grupos de interés o de
presión, con un funcionamiento regido por una lógica de empresa, que aumentan en tamaño, se
profesionalizan, se racionalizan y se mediatizan. La TMR es uno de los juegos del lenguaje, que
trata sobre el bien común y el bien público, más difundidos en los Estados Unidos (Thévenot y
Lamont, 2000); en paralelo por ejemplo al modelo comunidad de convenio (covenant
community) -que mantiene una relación privilegiada con Dios y se desea la erradicación de los
“pecados nacionales”- al modelo de Locke del contrato liberal entre ciudadanos y gobierno, o al
modelo de obligaciones biocéntricas de la comunidad (Williams, 1995). La TMR es adoptada
como un lenguaje propio para los líderes del movimiento de acción colectiva a partir de los años
35
sesenta y de los sociólogos coincidentes con su trayectoria . La adopción sin tomar distancia
de este lenguaje de la vida pública tiene por efecto deshacer la pregunta por el sentido de las
causas públicas llevadas por acciones colectivas en las estrategias de comunicación de los
dirigentes de OMS.

Los repertorios simbólicos restringen la puesta en escena y el relato de una acción


colectiva (Benford y Hunt, 1992) ya sea en clave de coproducción por los ciudadanos de las
convenciones de sus cooperaciones y conflictos (Thévenot y Livet, 1994) o en clave de
democracia deliberativa alrededor de desafíos de moral, de ética o de derecho (Habermas,
1997). Los marcos no son más que instrumentos de movilización, reclutamiento o propaganda,
orientados a la optimización de posibilidades de realización de objetivos (Polletta, 1997). La
pregunta por el proceso de la publicidad de acciones o de eventos (Quéré, 1995) y la
generalización de los problemas públicos (Boltanski y Thévenot, 1991) está en cortocircuito.

A pesar de sus limitaciones, la cuestión de los alineamientos de marcos a la que se


refieren Snow y Benford (2000) permite la reaparición de las dimensiones pertinentes de la
dinámica de un movimiento social. a) El movimiento asume los problemas que eran hasta allí
muy diferentes unos de otros y los articula en una plataforma programática, unificando los
marcos de interpretación y de movilización (frame bridging). Se realizan acercamientos y
elaboran compromisos entre perspectivas divergentes, negociaciones de interés y
enfrentamientos de opiniones, llegan a formas de consenso precarias e inestables, se logra y
se lo muestra públicamente. b) El movimiento aclara y amplía los marcos disponibles,
introduciendo valores potencialmente compartibles, pero no formulados o reclasificando causas
y designando a los responsables de una situación considerada nefasta o negativa (frame
amplification). Se trata por ejemplo de reatribuir responsabilidades en caso de daños y
reformular objetivos de acción colectiva y desculpabilizar a los desocupados mostrando los
mecanismos de estigmatización de los cuales son víctimas y denunciar la falta de adecuación
de las estrategias de lucha contra la desocupación concentrando las acusaciones sobre las
agencias gubernamentales. c) El movimiento busca extender su base de apoyo y ámbito de
intervención integrando nuevos temas en su discurso y vinculándolos a sus temas habituales de
reivindicación (frame extension). Los ecologistas, antinucleares pueden hacer una extrapolación
del registro de la protección del medio ambiente al de la defensa de los presupuestos de

35
Los trabajos de Hirschmann (1980; 1991 y 1995) sobre las pasiones y los intereses, sobre la génesis de la retórica
reaccionaria o sobre las modalidades de compromiso público ayudaron al desarrollo de una crítica sociológica de la
ideológica liberal en las ciencias sociales. En Francia, las estrategias han sido diversas: “movimiento anti- utilitarista” de
la Revue Du Mauss; la expansión de una “economía general” de los intereses sociales y de las empresas políticas
(Gaxie, 1977; Offerlé, 1994; Neveu, 1999) o la reducción de la RMT a uno de los regimenes de acción y justificación en
el marco de una “Economía de la grandeza” (Boltanski y Thévenot, 1991).
educación y salud y al rechazo de la carrera armamentista, involucrando a auditorios sensibles
a los argumentos pedagógicos o pacifistas. d) El movimiento busca fundar, difundir y justificar
nuevas prácticas o modificar los juicios de valor contra los prejuicios y opiniones en vigencia
(frame transformation). Las batallas de Act Up contra las formas de discriminación sufridas por
los enfermos de Sida y por una toma a cargo coherente de sus cuidados y curaciones, se
agregan a la lucha por el reconocimiento de la normalidad de la homosexualidad (Fillieule,
1993).

El análisis de los marcos adoptó una forma estática retomando esquemas ideológicos,
cuyos marcos no toman en cuenta su transformación en el mediano o corto plazo. Un antídoto,
análogo al principio simétrico implementado por la antropología de las ciencias y de las
técnicas, sería estudiar en paralelo a los movimientos que han tenido “éxito” en la obtención de
una buena cobertura mediática o en provocar cambios políticos y jurídicos, los casos donde el
proceso de enmarcamiento fue un fracaso (Benford, 1997: 412). Benford (1993) explica cómo
las organizaciones a favor del desarme acentúan la gravedad y urgencia del problema, insisten
sobre la eficiencia de la acción colectiva como influencia a los gobiernos y apelan a la
responsabilidad de los simpatizantes por ellos mismos y por las futuras generaciones. El punto
de equilibrio es difícil de encontrar entre esos “vocabularios de motivos”, que pueden suscitar
inferencias y conductas fatalistas, o al contrario, de modo contraproducente, conducir a formas
de involucramiento excesivo; como el caso de ese militante que fue condenado a veinte años
de prisión por haber sacado los durmientes del ferrocarril que llevaba a una fábrica de
producción de ojivas nucleares (Benford, 1993: 208). Aquí se ve cómo ciertas operaciones de
enmarcamiento “no funcionan”. Otro antídoto sería el de restituir los procesos de tensión, de
negociación y de compromisos y las operaciones concernientes al re-enmarcamiento y contra-
enmarcamiento (Benford y Hunt, 1992) cuyo resultado es un cierto tipo de articulación de la
acción colectiva, de definición de los desafíos y de las motivaciones de los actores. La “política
de la significación” es por esencia conflictiva, por los opositores dentro de la misma
organización, y desde el exterior por las OMS rivales. Aquella está siempre atenta a los eventos
que provocan el cuestionamiento de creencias o de lealtades, confirman o desacreditan los
marcos establecidos anteriormente (Ellingson, 1995).

El análisis de los marcos deja de focalizarse en una sola organización, toma en cuenta
los componentes de una arena multi-organizacional y multi-institucional (Meyer, 1995; McAdam,
1996), adquiere la dinámica temporal de la interacción entre estos múltiples componentes y
cesa su influencia sobre la cultura pública, puesta en juego por las OMS, los medios de
comunicación o las agencias gubernamentales. Meyer y Staggenborg (1996) estudiaron los
repertorios de marcos de los conflictos entre movimientos y contra-movimientos; por ejemplo
pro-life y pro-choice, favorables u opuestos a la legalización del aborto por la Corte Suprema en
1973. Según los autores, dinámicas análogas se reencuentran a propósito de los derechos
homosexuales, de la acción afirmativa, del consumo de tabaco y de marihuana, de la violencia,
de la pornografía en la televisión, de las políticas de las minorías lingüísticas o de la libertad de
exportación de armas de fuego. El potencial de convicción y de movilización de un movimiento
depende de sus estrategias de agregación y de consenso, de sus tácticas de innovación, de
delimitación y de enfrentamiento y también de la capacidad de los poderes públicos de traducir
sus reivindicaciones en dispositivos legales o institucionalizarlas en políticas públicas, o aún del
equilibrio entre los argumentos opuestos y su visibilidad para los medios masivos.

Esta propuesta tiene consecuencias metodológicas. Los materiales utilizados para el


análisis de los marcos se limitan muy frecuentemente a los artículos de prensa, a las
declaraciones de los líderes o a las entrevistas de los militantes. Falta en general una
aproximación a las acciones de las organizaciones o de los contextos de recepción de los
públicos con incidencia en las operaciones de enmarcamiento. El inventario de los marcos
debería ser indisociable de la observación del trabajo de configuración práctica en la que son
tomadas las situaciones de crisis, de conflictos y de controversia que ellos problematizan. Por
eso el investigador debe elegir los lugares y los momentos donde emerge la evidencia natural
de los juegos de estatus y de rol, de las series de conceptos y de reglas (Snow, Cress et. al,
1998), para observar dinámicas de configuración y de estabilización de eventos, de imbricación
de acciones y de pasiones en constitución, de enfrentamientos de opiniones y de realizaciones
de compromisos provisorios e inestables.

Un primer abordaje de las operaciones de enmarcamiento puede desplegarse en


situaciones problemáticas. Cuando un asunto se potencia e influencia a la opinión pública,
cuando una causa busca y encuentra un lenguaje, abogados y detractores, cuando un
problema público emerge, los resultados no están predeterminados. Los actores deben plantear
descripciones e interpretaciones de la situación, formular causas y principios, a señalar víctimas
y culpables, proponer soluciones realizables, imaginar escenarios de intervención, evaluar
recursos, encontrar aliados y proyectar objetivos. Solo a partir de un estudio riguroso de estas
dinámicas de crisis las operaciones de enmarcamiento pueden aparecen.

El concepto de “marco” tiende a abarcar, sin distinción, figuras retóricas, intrigas


narrativas y dramas escenográficos. Algunos autores son más restrictivos en sus definiciones
analíticas de la noción, al distinguir claramente metáforas (Jasper, 1997), relatos (Polletta,
1998) de las ideologías (Oliver y Johnston, 2000). Jasper (1997) desarrolló la perspectiva
retórica de Perelman (1987) o de Billing (1991), ya aplicada por Burke (1989) a las
motivaciones de acción o por Gusfield (1981) a los problemas públicos. Los procedimientos de
enmarcamiento son tratados en términos de argumentación que apuntan a convencer a
públicos y a solicitar acciones. Este enfoque sobre la argumentación es pertinente al estudio de
las controversias alrededor de la definición de la realidad, de la calificación de los actores, de la
veracidad de las explicaciones e interpretaciones, de la exactitud de la evaluación de los
pronósticos y de la justicia de las acciones comprometidas (Jasper, 1990 y Nelkin, 1992). Las
batallas retóricas implican reagrupamientos y oposiciones alrededor de líneas argumentativas.
Buscan reagrupar actores con fuerte poder simbólico o visibilidad mediática, de manera de
pesar sobre los poderes públicos, de acercar sus análisis y proposiciones a los representantes
políticos e influenciar la acción de las agencias administrativas. Hirchsman (1991) dio un
ejemplo de análisis de argumentos de la retórica reaccionaria que buscaba desalentar las
acciones y desmotivar los actores. Esta aproximación retórica también fue aplicada en el caso
de niños desaparecidos (Best, 1988) o en las publicidades Nimby (Gordon y Jaspen, 1996;
Trom, 1999).

Un segundo abordaje de las operaciones de enmarcamiento es la dramaturgia (Burke,


1966; Gusfileld, 1981; Edelman, 1998), cuyo estudio se basa sobre las acciones colectivas
como dramas públicos sobre escenarios teatrales. Las intrigas se anudan alrededor de
personajes culpables y víctimas, testigos y héroes, jueces y ladrones (Klapp, 1962). Los
resortes del arte dramático con sus modos trágicos o cómicos, sus cambios de situación,
simulaciones y disimulos, sus juegos dobles y sus golpes de teatro se reencuentran en las
puestas en escena de las acciones colectivas. En esta perspectiva, fueron realizados varios
36 37
estudios sobre las reuniones de pacifistas de tipo Die-ins y Sit-ins (Lofland, 1982; 1985 y
1996), las ceremonias antinucleares y antiglobalización, las conmemoraciones de victoria
(Snow, Zurcher y Peters, 1981) y la manipulación de emociones en un mitin (Zurcher, 1982;
Benford y Hunt, 1992).

El tercer abordaje sobre las operaciones de enmarcamiento es por un acercamiento


narrativo. Ha sido recientemente relanzado por Polletta (1998a; 1988b) después de dos
décadas de debate sobre el relato histórico (Danto, 1985; Certeau, 1980 y Ricoeur, 1983). Los
relatos tienen un poder de configuración de las acciones y de las situaciones. Puede tratarse de
historias de vida, donde las secuencias de una experiencia militante son puestas en forma de
acuerdo a una intención retrospectiva y prospectiva, poniendo en evidencia ciertos momentos y
puntos de inflexión. Puede tratarse de eventos públicos que son relatados como series
ordenadas de peripecias, devenidas coherentes en el transcurso de la aventura, donde la
libertad y el destino entran en escena; o también conflictos entre organizaciones, investidas de
personalidad colectiva que se enfrentan en escenarios de alianzas y traiciones, de corrupción y
resistencia que encarnan principios de moralidad o de civismo. Lo propio de los argumentos,
dramas y relatos es que se dirigen a públicos que tienen el poder de reconfigurar, apropiar y
aplicar vectores de sentido de los cuales se apoderan (cf. la “triple mimesis” de Ricoeur, 1983).
El análisis de los marcos no debería limitarse a las producciones de imágenes y textos por
ideólogos, periodistas, políticos o líderes de movimientos: también debería dirigirse hacia los
contextos de preconfiguración de la acción colectiva (los actores enmarcan aquello que hacen
recurriendo a sus propias “redes conceptuales” y “tramas narrativas”) y hacia sus contextos de
reconfiguración (los discursos de especialistas son apropiados por su público al punto de
convertirse en sus marcos de acción).

Otro modelo no muy seguido fue el de Goffman en Forms of Talk (1981). Una excepción

36
N. d. T. Die-ins proviene del verbo inglés die, cuya traducción al español es morir. Es una forma de protesta donde
los participantes se arrojan sobre el suelo simulando su muerte. Como modo de otorgar realismo a la acción, se tiran
encima líquido rojo para simular sangre. Es un formato usado por grupos pacifistas que se oponen a las guerras y la
violencia.
37
N. d. T. Sit-in or sit-down proviene del verbo inglés sit, su traducción al español es sentarse. Es una acción directa de
pacifistas donde un grupo de personas se concentra en un área, para promover cambios económicos, políticos y
sociales.
fueron Hunt y Benford (1992) que estudiaron las conversaciones identitarias (identity talks) en
una organización pacifista, en términos de rendimientos con diversos efectos: reconocimiento
entre militantes de larga data, reclutamiento y vinculación de nuevos adherentes, identificación
y apego de sus miembros al colectivo; demarcación entre un Nosotros y los competidores o
adversarios, justificación ética y afectiva de la causa defendida. Esta vía prácticamente no ha
sido abordada con exhaustividad.

Técnicas de análisis del discurso, más perfeccionadas que las de Snow o Gamson, ha
comenzado a desarrollarse de la mano de Tannen (1993), Franzosi (1998), Steinberg (1998) y
Polletta (1998). Johnston (1995) propone un micro análisis de los marcos centrado sobre los
textos en contexto, implementado durante su búsqueda sobre el antifranquismo en Cataluña.
También es posible aplicarlos a los “manifiestos, grabaciones de debates en mitin, acciones de
manifestantes políticos, artículos de diarios, eslóganes, discursos, afiches, impresos satíricos,
estatus de asociaciones, panfletos” (Sewell, 1980), como a las charlas con militantes de una
organización o a sus conversaciones informales (Hunt y Benford, 1992). Este microanálisis
exige respetar la integridad del texto tomado en su totalidad, identificar su género, su tipo, sus
condiciones de producción y recepción (discursos a la tribuna, diario íntimo o intercambio
epistolar). Se apoya sobre toda suerte de datos sobre la biografía de los protagonistas, sobre la
definición de su situación discursiva y sobre la duplicación de su dicho por un hecho. El texto no
es simplemente objeto de una hermenéutica literaria, sino que se concibe como una
performance que apunta a efectos pragmáticos. Este microanálisis concentra su atención en los
pequeños procedimientos discursivos que acarrean información verbal y no verbal (modos de
hacer tácito o acentuado el sentido; tono, tempo y ritmo, pausas y reinicios). Este tipo de
análisis indica la forma y el sentido de aquello que se dice en las operaciones de atribución y
conmutación de roles entre locutores en situación. “En una misma conversación, el entrevistado
puede por turnos ponerse en la posición de funcionario socialista, inmigrante, proletario y padre
de familia” (Johnston, 1991: 179). Las subculturas nacionales o militantes de Cataluña son
examinadas bajo la lupa de este micro análisis.

Las situaciones discursivas son igualmente especificadas por el alcance de su publicidad:


simples habladurías cara a cara; discusiones en sitios semi-públicos entre militantes de base o
líderes; tomas de palabra en encuentros orientados, destinados a auditorios numerosos
internos o externos a la organización (disputas entre facciones que compiten delante de
asambleas generales; informes o declaraciones sin mediación a los poderes públicos; guerras
mediáticas entre movimientos y contra- movimientos); y anuncios dirigidos a públicos
generales, seguidos por el canal de los medios masivos (Aún si el destinatario privilegiado
permanece durante las instancias politico-administrativas, con los miembros adherentes y
potenciales del movimiento o sus opositores) (Johnston, 1995: 225). Tal método permite
describir de un modo riguroso los repertorios de argumentación, razonamiento y motivación de
los actores. El método aplica el programa empírico de una sociología comprehensiva, que toma
en cuenta el sentido que los actores unen a sus propias acciones, sin disolverlo en el contexto
de las situaciones discursivas, sin fijarlo en sistemas simbólicos en la dirección estructuralista.
El método libera universos de significaciones que trascienden el aquí y ahora de su
actualización, sin por ello renunciar a alcanzar su raigambre pragmática en esto que hacen los
actores, evitando de esta manera la trampa del endiosamiento de la cultura.

La posición de Johnston (1995) tiene otra cualidad, la de concebir los marcos como
públicamente disponibles y semánticamente restringidos, y avanzar en una alternativa al
lenguaje de la psicología social como es el caso de autores clásicos como Tilly, Tarrow,
38
Gamson o Snow . Si bien, Gamson en su libro The Strategy of Social Protests (1975) había
estigmatizado la teoría del Comportamiento Colectivo como “camisa de fuerza”, pero veinte
años más tarde rehabilitó la psicología social (Gamson, 1992).

Klandermans ha sido uno de los primeros en desarrollar la TMR en relación a los


39
“factores ideales”, en paralelo de los factores organizacionales o políticos . El propósito ha sido
la síntesis entre los cálculos de costos y beneficios que se erigen sobre “intereses objetivos” y
procesos de formación de conciencia, solidaridad e identidad que señalan “intereses de grupo
experimentados subjetivamente”. Esta “perspectiva psicofuncional” tal como se la presenta en
la teoría de la “Convergencia” (Marx Ferree y Miller, 1986) o en la teoría de “Corazones y
Espíritu” (Leites y Wolf, 1970) no tiene mucha vinculación con el análisis de Goffman. Aquella
perspectiva yuxtapone “condiciones estructurales” -descuidando el hecho que la distribución de
los recursos y las estructuras de oportunidad son formateadas por las operaciones de
enmarcamiento de los actores- y “condiciones psicológicas” -análogo del factor subjetivo de la
conciencia de clase de los marxistas de antaño-.

Sin embargo, ciertas formulaciones son más satisfactorias. El concepto de marco puede
ser dejado de lado de los esquemas de la psicología cognitiva (Donati, 1992 y Tannen, 1993).
Entonces, es pensado como un conjunto de principios de cartografía y navegación que permite
sin pausa improvisar y rectificar bosquejos de mapas. Las metáforas de la caja de herramientas
(toolkit) (Hannerz, 1969; 1992) y del repertorio de saberes (Swidler, 1985; 1995) reintroducen la
dimensión de la elección de los actores apropiada en un contexto y negociada con compañeros,
y aquella de la invención de soluciones de problemas dentro de espacios de restricciones y
oportunidades. Este abordaje sostiene también la idea de códigos semióticos (Swidler, 1995:
28), accesibles públicamente en un ambiente concreto y periódicamente impuestos por
40
dispositivos institucionales que ejercen un control sobre las prácticas individuales y colectivas ,
sin por ello determinarlas.

En el peor de los casos, el concepto de marco ha sido confundido con la vaga noción de
“recursos simbólicos”, situados “en la cabeza de los actores”. Entonces, aquello que hace a la
riqueza de una perspectiva gramatical (Winch, 1958) o pragmatista (Dewey, 1957) está perdido.

38
Los investigadores más jóvenes como Jasper, Polletta o Goodwin produjeron una ruptura con el instrumentalismo del
frame analysis reconduciendo al psicologismo a sus problemáticas del Self, de la biografía y del relato, de la creatividad
y de la emoción.
39
Sobre la puesta en escena del acercamiento entre los paradigmas TMR y Cultura e Identidad, que será también
aquella entre Europa y los Estados Unidos, se sugiere la consulta de Klandermans y Tarrow, 1988.
40
Aquí dejamos de lado la discusión dirigida por Donati (1994) o Fisher (1997) sobre las estructuras de superficie
(códigos, hiper códigos y elementos de asignatura) y las estructuras de profundidad (intrigas narrativas e ideologías).
De una cierta manera, el análisis de marco tal como ha sido desarrollado desde mediados de
los ochenta es una herencia del interaccionismo simbólico de Blumer transplantado en la teoría
de la Acción Racional de Olson: aquí falta un capítulo sobre los recursos identitarios y culturales
para hacer el contrapunto a los recursos materiales y organizacionales (Klandermans, 1984;
1997). En resumen, el análisis de marco entendido de esta manera ha asignado a estos
recursos simbólicos un lugar psíquico, en vez de pensarlos como actividades públicas de
producción, de circulación y recepción de sentido, implicando el uso de sistemas simbólicos
(Geertz, 1973; 1983).

Marcos, redes de sociabilidad y movilización de consensos

Las OMS, que se apoyan sobre redes y ámbitos de sociabilidad y se inscriben dentro
de campos multi-organizacionales, fueron tratadas en las versiones anteriores de la TMR como
“infraestructuras organizacionales”. Esto significaba olvidar que estos campos, estos ámbitos y
esas redes sólo se constituyen a través de las actividades de enmarcamiento de los actores.
Ocurre lo mismo para los espacios de limitaciones y oportunidades (ecológicos y económicos,
sociales e informativas) que se aparecen a los actores a través de la mediación de los marcos
identitarios y culturales. Las estructuras de oportunidad política no existen fuera de la
percepción, de la representación y del juicio de los actores. El sentido de lo posible está
vinculado directamente a maneras de ver y decir las cosas. Desde ese punto de vista, la
identificación de “condiciones objetivas” por afuera de la “conciencia subjetiva” de los actores es
insatisfactoria. El sociólogo no tiene ningún acceso “por afuera”; sólo puede restituir la
multiplicidad articulada de perspectivas tomadas por los actores en una situación de crisis y
analizar cómo rinden cuenta de las “ventanas de oportunidad” que se abren a su sentido. “La
oportunidad hace al ladrón”, pero esta se le otorga a quien sabe alcanzar la “oportunidad que
se ofrece” y sabe “vislumbrar el buen momento”. De la misma manera, la pertenencia a redes o
ámbitos no se da forzosamente con antelación: ella es inducida por el trabajo de alineamiento
de marcos y va en par con una reconfiguración de las coordenadas de los colectivos
preexistentes. Las OMS extraerán de los yacimientos de sociabilidad, donde anticipan que la
rentabilidad de las actividades de reclutamiento y de movilización será más elevada (Snow,
Zurcher y Eckland-Johnson, 1980; McAdam, 1988; Gould, 1991). Las OMS utilizan
41
estratégicamente el anclaje en territorios de vecindad y lugares de trabajo, iglesias y colegios ,
42
grupos de afinidad, redes de amistad y ámbitos comunitarios . También producen la
emergencia de lazos de simpatía, de connivencia, de cooperación, de solidaridad que reposan
sobre la adhesión a las mismas convicciones o sobre el compromiso en los mismos ámbitos de
creencia.

41
Sobre el movimiento de derechos cívicos se sugiere la lectura de Mc Adam, 1982; 1988 y Morris, 1981; 1984.
42
Sobre la Nueva Izquierda y el movimiento feminista veáse Evans, 1979; Rosenthal, et. al. 1985; Taylor y Whittier,
1992; 1995.
Las perspectivas configuradas por las OMS son denominadas “entrar en resonancia” en
sintonía con los públicos. El sentido de los marcos es construido en conformidad con regímenes
de acción, de interpretación y de justificación en vigencia de los ámbitos sociales de los actores
involucrados. Estos marcos no son explícitos para los ciudadanos. No se trata de ajustes
automáticos de una oferta por productores y de una demanda por consumidores, ni de
imposición simbólica de una ideología por dominantes a dominados. La determinación de
opiniones de públicos según su posición en una estructura social es limitada, como lo son su
maleabilidad y su permeabilidad a los discursos del que son objetivo. Los actores no son
agentes pasivos, manipulables a voluntad, marionetas a la merced de sus voceros y de los
medios masivos; disponen de un margen de maniobra en sus actos de recepción. El análisis de
marcos trató de descubrir cómo discursos de denuncia o de reivindicación se propagan en
ámbitos de interconocimiento, donde se establece una lectura compartida de los eventos y en
redes de organizaciones conectadas por fax o Internet que ponen en común sus bagajes de
competencia y sus agendas de direcciones en situaciones de movilización. Correlativamente a
ese proceso de difusión, se modifica la arquitectura de esos ámbitos y de esas redes, de esos
grupos de referencia y de pertenencia. El trabajo de comunicación pública, de transmisión, de
recepción y de aplicación de formas de organización de la experiencia y de justificación de la
acción, se refuerza con la configuración de las acciones colectivas.

Por ejemplo, la exaltación de “Culturas de solidaridad” (Fantasía, 1988), de la


fraternidad y de la asociación en el movimiento obrero, tuvo efectos muy directos sobre la
institución de la organización del trabajo, mutuales y sindicatos en el siglo XIX. El surgimiento
de sociedades de socorro mutuo y cooperativas de producción y de consumo, de los partidos
socialistas y de la Internacional, tienen por contexto una relación entre el Estado y la sociedad
civil, la ausencia de dispositivos de seguridad social, una interacción estratégica entre
organizaciones que representan a los proletarios o los propietarios, una dinámica del
capitalismo nacional e internacional tendiente a la concentración y a la cartelización, la apertura
de ventanas de oportunidades en función del tipo de régimen político -imperial o republicano,
autoritario o liberal- y de las relaciones de fuerza entre facciones o partidos en las Cámaras
Legislativas. Estos elementos de la historia económica, política y social no explican todo: los
lenguajes cívicos y políticos tienen su propia lógica, ritmo y eficacia sobre las formas de
sociabilidad y de asociación (Agulhon, 1968; 1970; Sewell, 1983; Huard, 1996). Las culturas
públicas tienen una potencia de institución: recrean prácticas, contribuyen a configurar y
especificar el sentido. Las “estructuras de oportunidad discursiva” (EODs), (Gamson y Meyer,
1996) son una manera de explicar ese fenómeno. Los contextos de sentido de los actores son
articulados por operaciones de enmarcamiento que dirigen su percepción de las estructuras de
oportunidad política o su adhesión a estructuras de movilización social (Polletta, 1997; Berezin,
1997).

¿Cómo se comprometen los individuos a favor de una causa y a agregarse con ella?
Desde el momento en que la tesis de los intereses colectivos no funciona, como en las viejas
épocas del marxismo o del parsonismo, hay que mostrar cómo se constituyen esas
organizaciones de relaciones densas y sólidas, que son los movimientos de acción colectiva.
Los procedimientos de enmarcamiento tienen una fuerza de movilización del consenso y de
movilización de la acción (Klandermans, 1984; Klandermans y Tarrow, 1988). Las elites de los
OMS promueven estrategias de organización y legitimación, que les permiten, manipulando los
eslóganes simbólicos, crear simpatía y aleación, suscitar solidaridad y combatividad, reclutar y
movilizar.

La acción simbólica está pensada en términos de comunicación pública o de gestión de


las impresiones en el sentido que el interaccionismo estratégico (Goffman, 1969; Lofland, 1966)
da a la expresión. Sin embargo esta perspectiva tiene límites. Primero porque sería ilusorio
concentrarse en las OMS y olvidar las otras agencias, lugares y momentos de micro-
movilización: círculos sociales, líderes comunitarios, organizaciones de apoyo, asociaciones de
auto-ayuda y grupos de opinión (Kriesi, 1996). La atracción e incentivo al público es un desafío
que no se obtiene fácilmente, sobre todo porque el destinatario no es tanto el segmento de un
mercado de consumidores, sino un público informal de ciudadanos. Allí reside el problema de la
“resonancia” y del “consenso” que presuponen una teoría del público. Nosotros no investigamos
una multitud apática o exaltada, ni con masas atomizadas y serializadas, para las cuales las
elites de OMS producirían discursos de manipulación. No se trata solo de clientes potenciales
de bienes y servicios a la demanda de los cuales la oferta debería ajustarse o suscitarse.
Investigamos públicos; que se auto-constituyen a través de sus interacciones, están expuestos
a dispositivos de producción de testimonios y de administración de pruebas, de incitación al
entusiasmo y a la solidaridad (Cardon, Heurtin et. al., 1998), de llamado a la vigilancia y a la
indignación de discusiones de datos objetivos y de argumentos racionales. La noción de marco
no cubre la gama entera de procedimientos a través de los cuales las sensibilidades se tocan,
las simpatías se adquieren, las convicciones se sostienen, los compromisos se ganan. La
noción de marco desnuda el hecho que los miembros oscilan entre dos posturas de compasión
e ironía, rebelión y resignación, creencia y distancia, ilusión y crítica, inversión y retroceso, que
son los riesgos de la recepción colectiva. Los grados de adhesión son variables, entre el
militante convencido sin restricciones, cuyo mundo está remodelado a fondo en consonancia
con un discurso, y el profesional de la organización, para quien predomina el uso estratégico,
calculado e interesado. Aquellos cubren un espectro que va desde la conversión, (cambiar la
clave de lectura del mundo y entrar en una dinámica de culto, militantismo y proselitismo)
(Snow y Machalek, 1984), estudiada en grupúsculos políticos, partidos nacionalistas y sectas
místicas (Lofland, 1966) o terapias alternativas (Balch y Taylor, 1979) hasta la instrumentación
(recurrir a un esquema de lectura del mundo en tanto que es una herramienta cómoda o un
arma eficaz) que activa los medios sin formular siempre interrogantes respecto de sus fines. La
mayoría de los ciudadanos tienen posturas que se sitúan entre los dos polos del espectro y que
cambian según el contexto.

¿Qué es lo que determina que ciertos procedimientos de enmarcamiento “caminen” y


otros no? Algunos aciertan, canalizan las inversiones, catalizan las energías, entusiasman;
otros se caen, suscitan la desconfianza o la indiferencia, fracasan en promover la acción
conjunta. El análisis de marcos oscila entre una posición estructuralista, según la cual una
situación de crisis engendra una comunidad de percepción y una vinculación de intereses entre
individuos; y otra racionalista, según la cual las incitaciones selectivas (selective incentive) son
necesarias para que los individuos se pongan de acuerdo y luchen por un bien público, no
divisible y no exclusivo. Pero estas dos aproximaciones no se interrogan todavía sobre las
condiciones de éxito para recurrir a repertorios de denuncia, reivindicación y justificación, más
aún la caja de herramientas de los marcos narrativos, dramatúrgicos y retóricos. Las estrategias
de “movilización de consenso” son operantes sólo si son percibidas como portadoras de
sentido, y este sentido no es una creación ex nihilo de los actores. Las estrategias de
movilización de consenso pueden recurrir a imágenes fuertes removiendo emociones, a
estereotipos relevantes que provienen de lugares comunes o de la sabiduría popular y también
a categorías del sentido común. Las razones de intentar y los motivos de protestar deben estar
en conformidad con reglas gramaticales, que los miembros de las OMS y los públicos tienen
competencia de comprender y que rigen los casting de los buenos personajes a admirar, y de
los malos para denunciar o los escenarios de la catástrofe y de la salvación, del complot o de la
conspiración. Un público no puede constituirse como tal excepto que disponga de referenciales
de experiencia y de acción propia a la vida pública; de la misma manera no podrá constituirse si
se encuentra poco motivado y se rinde rápidamente o si sus miembros eligen la traición más
que la lealtad o la lucha (Hirschman, 1995).

Quizás es lo que Snow y Benford (1992) insinuaron con la noción de marcos cardinales
(master frames). Los autores dan como ejemplo el movimiento de Derechos Cívicos que
produjo una nuevo conjunto de herramientas de marcos, en particular el “marco de los
derechos” y el de “la igualdad de oportunidad” (Williams y Williams, 1995). Más tarde, estos
conceptos fueron retomados en las luchas por los derechos de los estudiantes, mujeres,
negros, homosexuales e incluso de los animales. Pero Snow y Benford tienden a insistir más
sobre la función estratégica que sobre el valor semántico y jurídico. Sin embargo, la
generalización de derechos elementales de opinión, religión, expresión, circulación, extendidos
a los derechos civiles, políticos y sociales al voto, a la seguridad, a la educación o a la salud
tienen una larga historia, desde las revoluciones inglesa, francesa y estadounidense. El
“derecho a tener derechos” (Arendt, 1972) no pudo transformarse en una consigna de lenguajes
de resistencia y de reivindicación de los años sesenta que adoptan esos legados extendiéndolo
a nuevos objetos. La elección de estos “algoritmos” (Snow y Benford, 1992) es sin duda un
asunto de estrategia de comunicación política, pero no tiene más sentido, incluso en las
variaciones e innovaciones que introduce, que en razón de su conformidad a gramáticas de la
vida pública ya instituidas. La invención de nuevas formas narrativas debe aplicar reglas
prácticas de la “impertinencia semántica” (Ricoeur, 1975; 1983) que hacen eficaces a las
metáforas o los relatos sorprendentes. Acá también todo depende de la apreciación de los
límites que no hay que franquear para no caer en lo ininteligible o en lo insoportable. Los
Restos du coeur (restoranes del corazón) que apelan tanto a la compasión, a la solidaridad con
los más desposeídos o Greenpeace, que creó un contexto de video guerra alrededor de la isla
de Mururoa y desafía a la Marina Francesa, como David a Goliat, concentran numerosos
activistas. Contrariamente, los militantes del Act Up, que eligen como línea de conducta la
provocación a los oficiales en un estudio de televisión, en el Sidathón de 1998, son percibidos
como agresivos y en consecuencia resultan chocantes al público. Los alarmistas y alertadores
43
(sopladores de silbatos) (Bernstein y Jasper, 1998; Chateauraynaud y Torny, 1999), los físicos
para la responsabilidad social, notificando a la opinión las consecuencias de una guerra
nuclear, tienen por efecto aterrorizar a sus públicos y sofocar su movilización (Snow y Benford,
1988: 203-204).

Además ocurre que el diagnóstico de la situación problemática, el pronóstico sobre los


efectos de soluciones alternativas y la justificación (racional) que da el “ímpetu motivacional a la
participación” (Wilson, 1973) no estén en la misma frecuencia. Entonces el consenso que se
forma alrededor del marco explicativo por la atribución de causalidades y la imputación de
responsabilidades, puede estar disociada del consenso alrededor del marco proyectivo, que
define las acciones a realizar y anticipa las consecuencias esperadas; no engendra
automáticamente consenso alrededor del marco motivacional, que es el motor de la
movilización colectiva. Por ejemplo, el diagnóstico sobre los peligros de la carrera armamentista
puede ser dividido y discutido pero no suscita ningún deseo colectivo de invertir esfuerzos por
esta causa. La única solución creíble consiste en someterse a los expertos y a sustraer el
problema del debate público. Al final, la acción colectiva puede parecer argumentada y
justificada, pero la apreciación de sus resultados puede ser tan pesimista o los centros de
decisión parecer tan inaccesibles que la movilización no tendrá lugar (Klandermans, 1984).

Los líderes de las OMS no sólo deben ser creíbles en tanto que voceros de una causa,
según su estatus profesional, ético o político puede contribuir pero sus análisis, críticas y
proposiciones deben también tener una congruencia semántica con la vida cotidiana o el
universo político de sus destinatarios. Snow y Benford (1988) hablan de “conmensurabilidad de
experiencia” e invocan una “fidelidad narrativa” necesaria para que las operaciones de
enmarcamiento den sus frutos. Se trata de admitir que las restricciones de pertinencia pesan
sobre la acción o sobre la interacción estratégica. Inversamente, la “resonancia” de las
operaciones de enmarcamiento no tiene lugar en el vacío y depende de la circunstancia de su
puesta en marcha. En un artículo sobre el éxito de las Ligas del Norte en Italia, Diani (1996)
replantea la pregunta de Tarrow (1994) sobre el acoplamiento de dinámicas de movilización de
marcos y de estructuras de oportunidad política. Las Ligas disponen de pocos recursos
materiales, sus líderes de poca experiencia política y de oportunidades de acceso a los medios
masivos y sin embargo han conocido un creciente éxito electoral entre 1990 y 1993. Este
fenómeno se explica por muchas razones. La crisis de alineamientos de activistas y la fragilidad
de la representación política abren un campo a la acción autónoma de organizaciones
alternativas. El contexto era favorable para que se desarrollen los challengers, como Aleanza
Nazionale, la Rete o los Verdes, y al momento de la implosión del sistema de partidos existente

43
N. de T. : en el original “les tireus d´alarme ou lanceurs d´alert (whistleblowers)”.
desde 1947, para que emerja un nuevo partido-empresa, Forza Italia, que aglutinó a su
alrededor segmentos del electorado de la difunta Democracia Cristiana. El uso expresivo o
simbólico de las operaciones de enmarcamiento es comprensible en razón de la receptividad de
los públicos a los temas de anti-centralismo y el anti-fiscalismo y sus exposiciones mediáticas;
pero también se explica en términos de ecología política. Diani distingue cuatro tipos: los
“marcos de realineamientos” que sirven para construir nuevas identidades políticas de
movimientos y organizaciones sobre el tablero político; los “marcos de inclusión” que permiten
el reconocimiento de la legitimidad de estas entidades sin que sea remitido como causa el
orden constitucional o institucional; los “marco de revitalización” donde las organizaciones
políticas ya existentes se renuevan modificando en parte sus objetivos, ideologías y miembros;
y los “marco anti-sistema” por medio del cual los políticos atacan frontalmente aquello que
estigmatizan como la corrupción de la antigua “partidocracia” y que proyectan una
transformación o refundación radical.

Dramaturgia y retórica de identidades colectivas

Un tema clave del estudio de los movimientos sociales que ha sido explorado por el
análisis de marcos, es el de las identidades colectivas. Esta cuestión es muy antigua. Durante
mucho tiempo se intentó amarrar las identidades a sustratos naturales, en particular de género
y de etnia. La reproducción biológica de los niños y las mujeres o las disposiciones psico-
fisiológicas de los negros, supuestamente, explicaban los movimientos feministas o étnicos.

En los años cincuenta, se impuso la teoría de las Tensiones debido a las


transformaciones de estructuras psicosociales. Klapp (1969a; 1969b) se apoya sobre las
teorías de la Sociedad de Masas para situar la razón de la búsqueda de identidades colectivas
en el sentimiento de alineación de individuos masificados. Las disonancias cognitivas y los
desajustes de estatus, ligados a la desorganización de la sociedad y a la disolución de la
tradición, conduciría a un desarraigo, a una frustración y a una desorientación de los individuos.
Entonces, las construcciones de identidad son consideradas como efectos o como síntomas de
estructuras sociales y psíquicas subyacentes. En los años setenta, en particular en Europa, otra
teoría toma la relación de los nuevos movimientos sociales (NMS) (Social Research, 1985). Los
cambios macro sociales se deben al advenimiento de una “sociedad postindustrial” (Touraine,
1969), categoría que cubre toda la desaparición de la clase obrera, como actor central y la
emergencia de “nuevas clases medias”, la fragmentación de las culturas populares e
identidades de clase, con el aumento de la complejidad de la organización del trabajo, de la
generalización del consumo de masas y de la penetración de los medios de comunicación.

Inglehart (1977) diagnostica la constitución de “valores post materialistas” de la


“revolución silenciosa”, vinculada a consignas concernientes a la juventud y la paz, el género o
la etnia, el consumo o el medio ambiente, más que aquellas del confort material y de la
seguridad nacional. Los grandes cambios de la estructura macro social y las modificaciones
generacionales provocan redefiniciones de identidades colectivas.

Al acercarse a estos enfoques, el primero es tributario de una sociología parsoniana y


mertoniana y el segundo abraza fuertemente las formas de resistencia de los años sesenta. Los
herederos de Chicago se refieren a una coproducción negociada de definiciones de la realidad
y la identidad; Turner y Killian (1987) son los principales representantes, siguiendo a Blumer
(1946), Quarantelli (1953) y Shibutani (1966). Súbitamente, el análisis se vuelve más fino: los
procesos de movilización de repertorios de identidad, de alineamiento sobre colectivos y de
presentación de sí son presentados como logros continuos (Snow y Machalek, 1984,). El
problema reside en quebrantar las formas de sustancialización o de cosificación de las
identidades personales y colectivas y de mostrar las operaciones de enmarcamiento que
resultan de esto. Los marcos identitarios (identity frames) aparentemente surgen de procesos
de interacción entre protagonistas y antagonistas, entre actores y auditores, entre
emprendedores y beneficiarios; deben ser descriptos y analizados cuidadosamente en el
movimiento de su temporalización en contexto. Algunos ejemplos de marcos identitarios son:
personificación de colectivos, grupos u organizaciones constituyendo sujetos colectivos;
atribución o reivindicación de categorías elogiosas o peyorativas, como aquellas de héroe,
victima e insultado (Klapp, 1962; Drabek y Quarantelli, 1967); imputación de cierto
temperamento a personajes ficticios o biográficos. La analogía con la novela o el drama juega a
pleno, se trata de narrar trayectorias o montar escenas teatrales donde aparecen actores
colectivos. Las fronteras del Nosotros, del Ustedes, del Ellos se delimitan a través de
operaciones de tipificación de los miembros que se perciben como amigos o enemigos, como
similares o como distintos, esas operaciones duplican en la práctica todo tipo de maniobras de
alianza y de conflicto, de inclusión y de exclusión, de estigmatización y acercamiento, de
secesión y fusión. Hunt, Benford y Snow, (1994) señalan los “campos de identidades” (identity
fields) articulados alrededor del conflicto entre protagonistas y su confrontación a los públicos
(Snow y Benford, 2000).

Esta perspectiva interaccionista se diferencia de aquellas que plantean analogías entre


las disposiciones de los actores y la de sus líderes, como lo dice la tesis de los tipos de
personalidad autoritaria (Adorno et. al, 1950) o que se apoyan sobre isomorfismos entre
trayectorias de clase o generación, género o etnia para fundar identidades sociales. Los
estudios empíricos muestran que los grados de afiliación y conversión son extremadamente
variables, como los niveles de involucramiento o compromiso, los motivos de participación o
adhesión. Es más, los bricolages de identidad pesan en los repertorios de personajes en
relación a circunstancias cambiantes y no avanzan sin contradicciones y paradojas,
sincretismos y ambivalencias. La complejidad y la movilidad del juego de composición y de
conmutación de los compromisos según las pertinencias situacionales van al encuentro de
perspectivas estructurales y disposicionales (Snow y Mc Adam, 1988). También se ven los
límites de la teoría de Elección Racional cuando se aplica sin discernimiento a todas las
situaciones de protesta y movilización. Las razones de participar no se explican por
mecanismos psicológicos constantes en el espacio y en el tiempo, transportando un diagnóstico
sobre las utilidades subjetiva de las acciones. La TMR pierde de vista la danza dubitativa de
implicaciones y retiradas, adhesiones y desilusiones, conversiones y desautorizaciones y el
trabajo incesante de reconducir la evaluación y la justificación de los modos de involucramiento
y de compromiso. Algunas investigaciones sobre la afectividad han progresado en ese sentido
(Goodwin, Jasper y Polletta, 2001). Los “choques morales” (Jasper y Poulsen, 1995; Jasper,
1997) producen una toma de conciencia brutal de los problemas y conducen a comprometerse
por una causa. La ruptura de pequeñas rutinas de la vida cotidiana, hecha de micro
procedimientos de consentimiento al mundo visualizado como orden moral (Garfinkel, 1967)
engendra un sentimiento de vértigo y de derrota y un rechazo de lo que es percibido como
inmoral. La expresión de una revuelta contra la fuente del peligro, de injusticia u opresión tiene
su punto de desarrollo en el estremecimiento de los predicados naturales de una situación,
antes de ser problematizado en los repertorios de la reivindicación y la denuncia pública. Los
choques morales conducen, a veces, a reformular de fondo los universos de convicciones y
creencias y a transferir sus lealtades hacia nuevos soportes institucionales u organizacionales
hacia nuevos voceros, símbolos y rituales (Lofland, 1966, Balch y Taylor, 1979, Snow y
Macharek, 1984). La conversión no es un simple reenmarcamiento, en el sentido de
desplazamiento de referencias cognitivas de un tema. Implica un vuelco en la trama de
involucramientos afectivos y juzgamientos éticos, morales y políticos de los individuos (Jasper,
1997). Provoca una remodelación de regímenes de afectividad y sensibilidad y un reformateo
del ethos del militante y su mundo vivido; la conversión va a la par con la adopción de nuevos
repertorios de argumentación y motivación y en el largo plazo de nuevos lenguajes y jergas -
como aquel en vigor en los micro cohortes generacionales de las feministas- (Whittier, 1995);
conduce a la ruptura de trayectorias biográficas, a compromisos en nuevas redes de
sociabilidad, a vinculación con nuevos grupos de referencia; la figura extrema son las sectas
religiosas o los grupúsculos terroristas.

En esta perspectiva, la investigación se concentra sobre las formas de producción y de


estabilización, de transformación y de reivindicación de identidades personales y colectivas.
Este trabajo identitario (identity work) se pliega a las restricciones gramaticales que rigen la
definición de los problemas públicos y la confección de causas públicas (Schwalbe y Mason-
Schrock, 1996). Conduce a la fabricación de personajes dramáticos y de las historias en las
cuales son a la vez agentes y pacientes. Este trabajo identitario es igualmente indisociable de
los servicios rendidos e intercambios logrados, se apoya en afinidades maduras de larga
duración y en relaciones de interconocimiento, e implica redes de promesas y juramentos. El
trabajo identitario es inherente a los procesos de transacción y de compromiso entre actores
que forman una arena pública y son comprometidos en un proceso de identificación mutua, de
montaje de apariencias para los públicos y de atribución de tratos de reconocimiento. Es aquí
que se temporaliza el conjunto de preguntas: “¿Quiénes somos?” “¿Qué queremos?”,
“¿Quiénes son nuestros aliados?”, “¿Quiénes son nuestros adversarios?”, “¿Cuáles son
nuestros objetivos intermedios?”, “¿Cuáles son nuestras estrategias y tácticas?”, “¿Por qué y
para qué actuamos?”, “¿Con qué medios y de qué manera vamos a actuar?”. El enmarcamiento
de un Nosotros, de un Ustedes, de un Ellos, en la constelación de una geometría variable de
simpatías, alianzas y compromisos que sostienen un movimiento o una organización, es
inherente a las operaciones de diagnóstico y pronóstico, de racionalización y legitimación.
Recurrir a esquemas psicológicos y estratégicos para dar cuenta de enmarcamientos
identitarios hace perder la dimensión pública y dramatúrgica.

Snow, Zurcher y Peters (1981), Benford y Hunt (1992), que no pierden de vista la
teatralidad de la acción colectiva, tienden a precipitar el análisis de marcos en el sentido de un
análisis estratégico, percibido a través de los anteojos de la psicología social. Esta regresión
desdibuja la publicidad, la exterioridad y la objetividad de los procesos de enmarcamiento. Los
operadores de identificación de un colectivo -su nombre, sus logros y eslogan, los voceros que
hablan en su nombre, las intrigas de las memorias colectivas de los militantes, eventualmente
su estilo de vestimenta y de peinado- son tantos como los elementos del drama público. Las
identidades de los actores colectivos son los atributos de sujetos activos o pasivos, que ocupan
un lugar en los dispositivos retóricos y narrativos en las figuras que emergen en las historias
relatadas.

El mundo social es una escena pública. Los actores arriesgan golpes tácticos y montan
planes estratégicos, plegándose a reglas de juego comparables a aquellas de la representación
teatral. Benford y Hunt (1992) describieron algunas operaciones necesarias para realizar una
acción colectiva: elaborar un argumento (scripting), poner en escena, (staging), actuar la obra
(performing) e interpretarla (interpreting). Antes, es necesario describir la decoración, disponer
de equipos, elegir una distribución y narrar una historia. La definición de roles configura
personajes dramáticos (dramatis personae). Las categorizaciones los hacen aparecer loables o
maléficos, aliados o enemigos, víctimas o culpables, heroicos o demoníacos. Este casting no es
una operación secundaria: dibuja un mapa del espacio de las acciones posibles y anticipables y
expone las injusticias sufridas y apela a la reparación de errores, designando en todo los
responsables a perseguir y provocando la réplica del auditorio. Sin esta dramatización, el
lanzamiento de la movilización colectiva es improbable. Así, la apuesta en escena y la
introducción del asunto en un relato designan a las víctimas que deben ser salvadas o
protegidas (Best, 1998; Jenness, 1995; White, 1999) y que serán los beneficiarios de
eventuales reparaciones -niños, perjudicados, desabrigados, mujeres, minoridad-. Los activistas
se sitúan en voceros, oráculos y abogados de poblaciones siniestradas, generaciones futuras,
menores humillados o la mayoría silenciosa (Hunt, Benford y Snow, 1994). Denuncian al “gran
capital”, las “elites tecnocráticas”, los “grupos de interés multinacionales”, los “racistas” y los
“fascistas”, los “patrones”, y más generalmente, los culpables y sus cómplices. Construyen
chivos expiatorios, los señalan a la vindicta popular. Algunos de los activistas, sobre todo si son
fundadores de la organización, convierten los chivos expiatorios en “símbolos vivos”, dándoles
cuerpo, visión y voz. Se dirigen a públicos de espectadores o auditorios invitándolos a salir de
su neutralidad, indignarse y rebelarse. Buscan hacer entrar en escena actores privilegiados,
jóvenes, patriotas, inmigrantes, cristianos, intelectuales, periodistas, políticos o sindicalistas.
El enmarcamiento de los mensajes es indisociable de los auditorios, este puede ser
orientado muy claramente hacia una población unida a un territorio, una historia o una
ideología; pero a veces el enmarcamiento debe mantenerse impreciso para evitar que el
auditorio tome demasiado partido, es decir dejando un margen de maniobra en el
direccionamiento de los mensajes. Los públicos jamás pueden ser totalmente discriminados, y
será conveniente evitar las distorsiones debidas a las superposiciones de mensajes
incompatibles o contradictorios. El enmarcamiento no puede limitarse a una descripción
serializada de casos particulares, bajo la pena de ser sospechada de localismos o
corporativismo. La gramática de la arena pública requiere la inscripción de los problemas
sociales bajo el signo del interés general, del bien común o de la utilidad pública. Entonces, los
problemas son convertidos en problemas públicos, recurriendo a repertorios retóricos y
dramatúrgicos constitutivos de la “cultura de los problemas públicos” (Gusfield, 1981). Benford y
Hunt toman el punto de vista del emprendedor o madrugador en causas públicas. Más allá de
los problemas de la gestión de los recursos materiales, el madrugador debe desplegar
“estrategias de manipulación de símbolos” (Zurcher, 1985), actuar sobre la tesitura de los
climas emocionales y sentimientos éticos, lograr u obtener acciones simbólicas buscando
efectos preformativos (Burke, 1966). Asimismo, debe delimitar aquello que es “políticamente
correcto”, incitar y atraer a los auditorios, diferenciar las performances según la variedad de
expectativas del público, demarcar la frontera entre el proscenio y el segundo plano, las
tribunas y los coliseos, tirar las cuerdas de la atención y el relajamiento, de la indignación y el
entusiasmo, de lo cómico y lo trágico. Al momento de pasar al acto (performing), los
protagonistas deben ser quienes testimonien sus cualidades dramatúrgicas, que son la lealtad a
un equipo, la disciplina y la circunspección (Goffman, 1963). Los manifestantes producen un
“efecto de masas” presentándose en la calle y dando cuerpo al icono del pueblo ocupando el
espacio público; los campesinos montan sus acciones de guerrilla urbana contra las prefecturas
y utilizan mesuradamente la violencia como recurso estratégico; los militantes contra el aborto o
aquellos del “act up” se han convertido en expertos para expresar su furia frente a las cámaras;
las feministas enviaron testículos de puerco a un juez de Ohio que declaró inocente al violador
de una pequeña niña (Taylor y Whittier, 1995). Como en el teatro, la calidad de una
performance no es tanto el contenido cognitivo de su mensaje sino la habilidad de la puesta en
escena y la capacidad de acceder a las emociones del espectador. En fin, el momento de la
interpretación para el auditorio es crucial tanto que toda la maquinaria teatral tiene como
finalidad engendrar procesos de reenmarcamiento hacia los miembros del público, de
movilización a favor de una causa y de reclutamiento en la organización que se construyó como
vocera. Este momento tiene efectos retroactivos: los actores modifican su relato y puesta en
escena, eligen nuevos auditorios a conquistar, y toman en cuenta la devolución que captan
luego de efectuar sus acciones. Especialmente, en función del tipo de recepción que tiene
reservado donde el éxito de un mitin o de una manifestación, la cobertura por los medios
masivos, los sondeos de opinión de institutos especializados y la toma de decisión de los
poderes públicos son también testimonios. Sin dudas, este momento de recepción es el más
difícil de alcanzar empíricamente por los dispositivos de investigación (Cardon y Heurtin, 1999).
Sin embargo sin aquel, recurrir a un paradigma dramatúrgico y retórico pierde mucho de su
interés.

Repertorios de marcos, vocabularios de motivos: gramática de la vida pública

¿Es posible sustraer el análisis de marcos al “mentalismo” o al “representacionismo”?


¿Cómo formular las restricciones semánticas que pesan en la conformación de motivos, la
organización de experiencias y la justificación de acciones y que impiden reducir la cultura
pública a un utensilio o a un parámetro dentro de los cálculos estratégicos? ¿Cómo reunir a la
herencia naturalista y pragmatista de Mead o de Dewey, en la aproximación al vocabulario de
motivos de Mills o a la dramatúrgica y retórica de Burke? Una solución consiste en modelar la
noción de acción colectiva en conexión con aquella de las gramáticas de la vida pública, y en
proponer un concepto de arena pública distinto de aquel de campo o de mercado de la
44
protesta .

En una línea pragmatista ya no se investiga las “representaciones mentales”, que


desfilarían con espíritu de actores y sostendrían su convicción íntima de procedimientos de
organización de la experiencia y la actividad de descripción, interpretación, explicación y
argumentación disponible al público. Las motivaciones ya no son más los “móviles psico-
sociológicos”, recursos psíquicos imputados a los sujetos en la constitución de su Ser, ni a
modelos abstractos de actitudes, opiniones y valores construidos por observadores. Nosotros
estamos más allá de la oposición entre sentido subjetivo y el sentido objetivo donde se ha
45
encerrado la sociología comprehensivista . La explicación y la interpretación de la acción
están regidas por una gramática que trata de elucidar. Aquella conduce modos públicos de
elaboración de causas, de imputación de motivos, de formulaciones de denuncias, de
evaluación de daños, de atribución de responsabilidades, de localización de intereses, de
denominación de colectivos. La identificación de causas y motivos está reglamentada por
restricciones semánticas que pesan sobre el proceso de publicidad de las acciones colectivas.
Según Ricoeur (1977; 1983) rendir cuenta de estas requiere desnudar los procedimientos de
construcción de intriga que se apoyan sobre una red conceptual que permite responder a las
preguntas “¿Quién?”, “¿qué?”, “¿por qué?”, “¿cómo?”, “¿con quién?”, “¿contra quien?”,
“¿cuándo?”, “¿dónde?”.

De parte de la trama narrativa, se trata de develar los procedimientos de


enmarcamiento realizados por actores para comprender en la práctica aquello que está por
pasar en una situación. En este proceso aquellos que se erigen como voceros, comentadores o

44
Tal dimensión política del público fue presentada en las investigaciones iniciales de Park (Park y Burgess, 1921),
quien fue el primero en tematizar el comportamiento colectivo. Aquella dimensión ha sido olvidada por los estudios
actuales.
45
Esta relectura sociológica de la noción de motivo y de intención fue dirigida en Francia por Quéré, Pharo y otros, en
las Formas de la Acción (1990) o por Petit (1991). Ver también el artículo de síntesis sobre Mills (Trom, 1999).
críticos, son quienes activan el teatro de la acción colectiva y tienen un lugar privilegiado -aún
cuando no se trata de oponer a los madrugadores activos contra auditorios pasivos-. Los
activistas organizan el campo de la experiencia y el horizonte de expectativas de los
protagonistas y antagonistas, de los militantes y los públicos, asignándoles un lugar y un rol.
Narran los eventos que les ocurren y las performances que llevan a cabo, inscribiéndolos en
diagnósticos y pronósticos. Proponen esquemas interpretativos y motivacionales por medio de
los cuales se puede racionalizar y justificar el compromiso con una acción colectiva. De
repente, los activistas, voceros, se involucran en un proceso de comunicación pública donde se
expone el trabajo de autoidentificación, de autoorganización y de autolegitimación.

Estos procedimientos permiten a los actores sentir sobre su terreno de experiencia y de


intervención y, confrontados a las singularidades y contingencias de una configuración de
objetos y personas, aplicar las reglas de la correcta crítica o controversia y encontrar los modos
apropiados de presentación de las finalidades de su colectivo. La invocación de causas y
motivos para volver inteligible y aceptable una acción colectiva articula el sentido retrospectivo y
prospectivo. Los procedimientos de enmarcamiento son parte indisociable del trabajo de
configuración y alineamiento de la acción colectiva. Dichos procedimientos están anclados en
circunstancias que los actores encuentran y comprenden enmarcándolas y realizan un proceso
de “globalización retórica” (Billig, 1987; 1991; Jasper, 1990; 1992; 1995 y 1999) metiendo un
caso particular en una perspectiva de generalización. Para parafrasear a Garfinkel y Geertz, los
actores ya no son más “idiotas culturales”, “idiotas políticos”: están dotados de competencia.
Estas disposiciones no son tomadas en una dialéctica de interiorización y exteriorización: son
capacidades de producir acciones prácticas y formular enunciados lingüísticos coherentes y
pertinentes, y sobre el fundamento de restricciones de publicidad, de improvisar, de orientarse e
intervenir en los asuntos públicos. Estas restricciones no son optativas para los actores, sino
impuestas. Los actores se someten a ellas bajo el modo de proyecto o de creencia, voluntaria o
involuntariamente, en una suerte de orden de sentido por fuera del cual aquello que dicen o
hacen no será comprendido. Los actores introducen palabras sobre su experiencia de
humillación, injusticia y revuelta; moderan la recepción de su mensaje para audiencias social y
étnicamente variables (Mc Adam, 1988); recuperan repertorios disponibles de moral, teología y
política; sobre este trasfondo común y público inventan un nuevo lenguaje militante. Esto da
cuenta del potencial de convicción, de alianza y compromiso del discurso por ejemplo de Martin
Luther King: su virtuosidad retórica y su carga emocional no revelan el cálculo de eficacia
estratégica, que no fueron inspirados a los auditorios por los misterios de la gracia divina o
ajustados por la “analogía estructural” de las disposiciones del orador (Jaswin, 1999; Polletta,
1999).

Actualmente estamos lejos de las teorías de G. y K. Lang (1961), de Kornhauser


(1959) o Smelser (1963) sobre las explosiones debidas a la frustración o a la privación de
personas y sobre las crisis de desajuste o disfunción de la organización social; lejos también de
las teorías neomarxistas sobre los informes de explotación y dominación y sobre la formación
de intereses sociales que conducen, como causas objetivas, las revueltas subjetivas (Hindess,
1986). Los argumentos del tipo “resolución de tensiones” o “expresión de intereses” son modos
de atribución de causas y razones relevantes para una semántica de la acción más que para un
46
“análisis de los factores objetivos”. Igualmente, los argumentos del tipo Nimby son analizables
como marcos destinados a arrojar la sospecha o el descrédito sobre un adversario, rebajado a
la defensa de sus intereses privados por un enunciador que reivindica para sí las virtudes del
interés general (Gordon y Jasper, 1996; Trom, 1999). En otro registro estamos lejos de las
teorías de Movilización de Recursos (Obershall, 1973; 1993; Zald y Mc Carthy, 1987)
focalizadas sobre los capitales materiales y simbólicos y sobre las estrategias organizacionales
e ideológicas comprometidas para producir una acción colectiva. En efecto, capitales y
estrategias son indisociables de la “praxis cognitiva” que los inserta en un proyecto de sentido:
co-emergen en el proceso mismo de definición y de domino colectivo de los problemas
públicos. Desde nuestra perspectiva, la pregunta debe ser desplazada desde el “por qué”
causalista y el “cómo” utilitarista -esto no invalida su pertinencia para los actores y para los
observadores pero los pone en perspectiva- hacia el proceso de enmarcamiento que hace
aparecer públicamente el “por qué” y el “cómo” de la acción colectiva.

En el lugar de los valores, actitudes y opiniones -la parafernalia conceptual de los


politólogos- y en el lugar de la representación y creencias ideológicas -el arsenal de la teoría
crítica- tenemos las configuraciones públicas del discurso y de prácticas que introducen al
47
orden público en la escena y en el relato. Las operaciones de enmarcamiento se conforman
en las gramáticas de la vida pública, suficientemente flexibles para admitir toda suerte de
acomodamientos a circunstancias cambiantes. Son las maneras de “ver como…” y de “hacer
como…”, maneras de señalar y resolver problemas, explicitar motivos o atribuir
responsabilidades. Aquellas operaciones restringen la apariencia racional y razonable de las
acciones situadas y provoca que sean percibidas como cognitivamente inteligibles y
normativamente justas. Este desplazamiento señala el abandono de una concepción mentalista
o representacionista del lenguaje de la acción colectiva (Winch, 1958; Taylor, 1985; Quéré,
1990). El investigador no busca más desentrañar intenciones escondidas, motivaciones íntimas,
creencias privadas, visiones subjetivas en el fuero interior de los sectores. Estas figuras no
preceden a la acción como su “fuerza motriz” o su “causa espiritual”: tienen el estatus de
declaraciones de intención, anunciadas públicamente antes del desarrollo de la acción, o de
asunción de intención reivindicados públicamente luego del desarrollo de la acción. Los
procedimientos de enmarcamiento, observados sobre el terreno, o restituidos por conversación,
no denotan más estado de conciencia que estados de facto. Estas son maneras de “rendir
cuenta” y de “rendir las cuentas” (account) a los públicos (Garfinkel, 1967; Scott y Lyman,
1968); estas son también maneras de producir lo colectivo, de formular causas públicas y de
activar problemas públicos. Dichos procesos profundizan los alineamientos de actores entre

46
N. d. T. En el original “Not In My Backyard”. La traducción al español es “No en mi patio trasero”.
47
Los procedimientos de enmarcamiento no son los sistemas de categorización y clasificación con fuerza coercitiva de
los durkhenianos ni las estructuras mentales de la psicología política conceptualizadas por Lasswell, Parsons o Almond
y Verba. Ya no son más reductibles a agregados estadísticos, como es el caso de los sondeos de actitud y opinión. Los
procedimientos de enmarcamiento desbordan su estatuto de medios de imposición o resistencia a una violencia
simbólica, tal como lo entiende la sociología crítica.
ellos y con sus organizaciones en oposición a sus adversarios, pero introduciendo estas
interacciones estratégicas en conformidad con las gramáticas de la vida pública.

Las prácticas de recepción (Rezeption) y de aplicación (Anwendung), en un sentido


hermenéutico, para públicos de auditorios militantes (rank and file) o reclutas potenciales
pueden ser repensadas en esta perspectiva. Hoy el interés se desarrolla por los efectos de los
movimientos sociales. ¿How social movements matter? (Giugni, Mc Adam y Tilly, 1999). Más
allá del análisis de conversaciones con líderes activistas o documentos producidos por las
OMS, son las transformaciones de las formas de la experiencia privada y pública o de las
dimensiones del mundo de la vida cotidiana las que son tomadas en cuenta (Melucci, 1989;
1996a; 1996b; Aronowitz, 1992; Giugni, 1998). La manufactura de las causas públicas y la
movilización de actores colectivos tienen consecuencias pragmáticas sobre la emergencia,
estabilización o implosión de las arenas públicas. Estas consecuencias conducen a la invención
de nuevas identidades, prácticas y representaciones colectivas y a la transformación de
relaciones de poder y dominación, de estigmatización y discriminación. Este doble proceso
permite identificar las consecuencias indeseables de un evento, de una decisión o de una
acción por una colectividad (Dewey, 1927), inscribiéndolos en un horizonte de diagnóstico y
pronóstico, de justificación y denuncia, de reivindicación y de protesta; describe paisajes de
referencias interpretativas y prácticas donde los actores van a situarse y orientarse rememorar
y proyectarse. Además, provoca reajustes en las relaciones entre OMS, partidos y sindicatos,
agencias administrativas y poderes ejecutivo, legislativo y judicial. También da forma a las
configuraciones de grupos de referencia y pertenencia, de redes de sociabilidad, y medios de
interconocimiento; hace emerger voceros, representantes y mediadores de intereses,
productores y receptores de opinión.

Más que postular inicialmente que “personal is political”, es mejor comprender como las
fronteras de lo personal y de lo político, de lo privado y lo público, de lo subjetivo y lo
intersubjetivo, de lo individual y lo colectivo, se desplazan gradualmente al enmarcamiento de
los problemas públicos y de las acciones colectivas. Por medio de las pruebas de las formas de
relación con el prójimo (de las más íntimas a las más impersonales) y de las formas de
relacionarse consigo mismo (como actor público o privado) los modos de subjetivación son
correlativos a una dinámica del manejo de categorías, de atribución de motivos y de
comprensión de causas, de imputación de responsabilidades y de percepción de injusticias,
defensa de opiniones y promoción de intereses. Esta experiencia del mundo, de sí mismo y del
otro está formateada por las gramáticas de la vida pública. Inversamente, la emergencia de
causas públicas tiene siempre un anclaje en las experiencias vividas. Los compromisos pueden
sostenerse sobre objetos, territorios o colectivos distantes, pero la gestión de información
disponible, la articulación de argumentos, y la formulación de motivos también se apoyan sobre
datos de experiencia personal, sobre reservas de saberes locales y sobre redes de relaciones
cercanas. La defensa de causas públicas debe ser ilustrada por testimonios de orden personal.
La defensa de consumidores, la promoción de estilos de vida alternativos, la crítica a la
explotación de mujeres en la esfera doméstica y en el trabajo y la denuncia de la
estigmatización a las minorías sexuales han contribuido a politizar algunas dimensiones de la
vida privada y a exponer sobre el escenario mediático aquello que antes pertenecía a la
intimidad.

Conclusión

El análisis de marcos permitió avanzar de un paso las investigaciones sobre la acción


colectiva en los años ochenta. Al poner el acento sobre la dimensión cultural de las estrategias
de organización y reivindicación de los movimientos sociales y al renovar el estudio de las
culturas públicas, el análisis de marco descubrió un punto ciego de las teorías de la
Movilización de Recursos y de los Procesos Políticos. No obstante, este análisis avanzó
tomando distancia de la inspiración inicial de Goffman, al precio de una doble reducción.
Clausuró el proceso de configuración de causas públicas y de identidades colectivas sobre la
prioridad de acciones estratégicas y trató de aprehender ese proceso dentro de los términos de
la psicología social. Comprometió todo en una exploración de formas retóricas y dramatúrgicas,
de vocabularios de motivos y de repertorios de marcos. Ignoró la dimensión política que está en
juego en la puesta de representación. A la postre, terminaría sumando más si tomara tomar en
cuenta las gramáticas de la vida pública a las cuales las denuncias, las reivindicaciones y las
justificaciones de los actores se conforman para darle sentido. En efecto, el testimonio de los
ciudadanos, el alegato de los abogados de una organización, la investigación realizada por
expertos, el trabajo de información de los medios o el debate entre representantes políticos no
son simples acciones estratégicas sobre un mercado de bienes políticos. Estos abren mundos
de principios y valores, donde están en juego diferentes formas de realidad, de derecho y de
justicia, en el cual los actores cooperan o se enfrentan, pero a los que apuntan como ciudades
donde desearían vivir. Y toman lugares sobre escenas públicas, regidas por dispositivos de
acción y de políticas públicas, articulados por reglas jurídicas y judiciales, cubiertas por
actividades mediáticas. Igualmente, las actividades discursivas de los movimientos de acción
colectiva apuntan a efectos estratégicos, como “hacer presión sobre el legislador”, “sellar
alianzas” o “concernir e influenciar a la opinión”. Pero tienen también una tarea expresiva o
simbólica. Contribuyen a la implementación de una publicidad cívica y política, indexada sobre
gramáticas de la vida pública cuya trasgresión vuelve sensible; trabajan para la transformación
de formas de experiencia de actores y para la configuración de sus mundos privados y públicos.
Así, el análisis de los marcos debería ser indisociable de una sociología de las arenas públicas.
Capítulo 3: Estudios sobre movilización y acción colectiva: interés, identidad y
sujetos políticos en las nuevas formas de conflictividad social

Germán Pérez y Ana Natalucci

Introducción
Los estudios sobre la movilización social tienen una larga trayectoria. A fines del siglo
XIX Gustave Le Bon (1911) desarrolló uno de los primeros trabajos sistemáticos sobre el
protagonismo que adquirió un nuevo actor político de gran influencia y rostro difuso: las masas.
Retomada por el propio Freud (1986) en sus textos de carácter social, la presencia disruptiva
de este actor incierto no dejó de inquietar al pensamiento social en el momento de su
institucionalización científica. En clave de sociología de masas, los enfoques funcionalistas y
marxistas reflexionaron sobre las posibilidades de manipulación de un actor colectivo definido
negativamente por su disponibilidad en el contexto de un orden político dominado por la razón
instrumental y los procedimientos burocráticos. En nuestro país cabe destacar los importantes
esfuerzos realizados por Gino Germani (1971; 2003) para explicar el enigma del populismo
como una forma anómala de incorporación de las masas movilizadas al régimen político
nacional.
A partir de medidos del siglo pasado comienza a cuestionarse la concepción de la
movilización social como fenómeno heterónomo y anómalo. Una doble cuestión impulsa este
desplazamiento: por un lado, la emergencia de formas contenciosas novedosas y, por otro, el
impacto que el surgimiento de estos actores produce en el debate de las ciencias sociales.
Entre los ´50 y ´60 emergieron en Europa y EEUU organizaciones por derechos cívicos,
antirraciales, de mujeres, pacifistas y ecologistas con demandas específicas, repertorios de
acción innovadores y formas de organización complejas pero no integradas a los mecanismos
de mediación formales del sistema político. En el mundo anglosajón, se atendió al reemplazo
de organizaciones informales y comunitarias por otras profesionalizadas, reorientando las
preguntas de investigación hacia la caracterización de los recursos que facilitaban la
movilización. En este marco, se consolidó la teoría de la Movilización de Recursos (TMR) cuya
preocupación giraba en torno a la relación entre el interés y los recursos disponibles, bajo el
supuesto de la racionalidad de los actores.
En Europa -principalmente Francia, Italia y Alemania- la emergencia de experiencias
contenciosas desvinculadas de las problemáticas clásicas del capitalismo puso en cuestión la
productividad analítica de la noción de clase. Con la constitución de la teoría de Nuevos
Movimientos Sociales (TNMS) nuevas categorías ocuparon la centralidad en el análisis;
principalmente la de identidad. Una nueva conflictividad, desanclada de la tradición proletaria,
irrumpía en sociedades con altos niveles de integración social convocando a las ciencias
sociales a desarrollar herramientas analíticas capaces de dar cuenta del potencial
transformador de actores no clasistas pero suficientemente organizados y con capacidad de
multiplicar sus demandas.
La propuesta de este capítulo consiste en elaborar una nueva conceptualización para el
estudio de las formas de confrontación política, que tome como núcleo explicativo la noción de
sujetos políticos. El primer paso será repasar los ejes de la TMR y a la TNMS -en especial sus
concepciones de política y de poder- y las principales críticas que se les formularon. En
segunda instancia se describirán, siguiendo los desarrollos del último Foucault, los dispositivos
de poder -soberanía, disciplina y seguridad- que estabilizan y normalizan a los sujetos
colectivos. Desde un enfoque genealógico, se revisarán las categorías de interés e identidad a
la luz de una nueva perspectiva definida por Foucault a través de la introducción del concepto
de gubernamentalidad. Por último, analizaremos el debate actual acerca de la fisonomía de los
sujetos políticos de resistencia a las nuevas formas de dominación capitalista.

Interés
La teoría de Movilización de Recursos surgió cuestionando las perspectivas que
caracterizaban a los episodios de movilización como anormales, en el sentido de no-
institucionalizados, en una dinámica que debía tender a encontrar el equilibrio del sistema
social. Desde un punto de vista epistemológico, la TMR es deudora de la teoría de la Acción
Colectiva de Mancur Olson (1968) y los posteriores desarrollos de la teoría de la Elección
Racional de Jon Elster (1990) y, en consecuencia, de la discusión respecto de la racionalidad y
los incentivos de la participación en la movilización. Oberschall (1973), Mc Carthy y Zald (1973;
1977) y Jenkins (1981), reconocidos referentes, pusieron el eje en “las continuidades entre el
movimiento y las actuaciones institucionales, en la racionalidad de los actores de los
movimientos, en los problemas estratégicos que afrontaban y en el papel de los movimientos
como agentes de cambio social” (Jenkins, 1994: 7). En palabras de Jenkins, el acento está
puesto en “actores colectivos que luchan por el poder en un determinado contexto institucional”
(1994: 9). El movimiento social es considerado una “prolongación de actuaciones
institucionalizadas” cuyo propósito es alterar la estructura social. De cada movimiento pueden
participar varias organizaciones.
Los fundamentos sociopolíticos sobre los que se asientan estas formulaciones remiten
a las teorías del Pluralismo Competitivo de Robert Dahl (1989). Estas perspectivas conciben a
la política según el modelo económico de la competencia por recursos e influencia, llevada
adelante por grupos de interés constituidos en el marco institucional estable del gobierno
representativo.
Desde el enfoque de la TMR lo que habilita la participación de un actor en un episodio
colectivo o en una organización es compartir intereses con otros. En otras palabras, cada
individuo realiza el cálculo entre costos y beneficios al momento de definir su participación; los
intereses son determinantes al momento de definir los propósitos y objetivos del movimiento.
Las posibilidades de movilizarse dependen de los recursos, de la organización del grupo y de
sus oportunidades.
Muchas críticas se formularon a este enfoque. Desde la misma TMR se criticó la
consideración de las organizaciones de movimientos sociales como profesionales y la lógica
economicista- utilitarista que ha regido las explicaciones en torno a la participación de los
individuos. Sin embargo, las propuestas elaboradas como superaciones no cuestionaron los
fundamentos de esta perspectiva (entre otros ejemplos se encuentra el modelo multifactorial de
Jenkins, 1994 o el modelo de interacción con actores múltiples de Tilly, 1990).
En primer lugar, se deja por sentado que el hecho de compartir intereses permitiría que
actores individuales se movilicen juntos. En esta lógica se presenta un primer problema. Se
supone que los intereses son anteriores a la acción contenciosa y se ignora su proceso de
formación. Así, se da por entendido que cada individuo tiene intereses propios y plenamente
constituidos, y que por medio de su agregación se alcanzaría la movilización. No se profundiza
respecto de los vínculos intersubjetivos de los protagonistas de modo de generar identificación
entre ellos, más bien se produce una correlación mecánica entre grupos con intereses afines y
actores políticos. Partir del supuesto que cada individuo define sus intereses y decide en que
medida le conviene participar del colectivo tiende a afirmar el componente de la identidad y
desconoce los procesos que tienen lugar en la interacción, repercutiendo en el modo en que
los actores justifican su accionar y se representan sus intereses.
Acerca del problema de la identidad, Pizzorno discutió sobre el criterio de evaluación a
partir del que se comparan los costos y beneficios de la participación. Al respecto afirmó que
“para que un individuo pueda apreciar la utilidad de costes actuales a cambio de beneficios
futuros (o viceversa) es necesario que éste esté seguro de ser, en el futuro, el mismo individuo
48
(esto es, de tener los mismos criterios de valoración)” (1994: 136) . Es en la interacción donde
se constituyen las identidades, se fortalecen lazos, acuerdos, modos de acción y confrontación,
se formulan y legitiman demandas que después cobran visibilidad en la instancia contenciosa.
En resumen, no es suficiente que varios individuos compartan intereses en un sentido
acumulativo para definir la movilización, por ejemplo respecto del incremento de sus salarios o
perciban una situación como injusta, para que tomen conciencia y produzcan episodios
confrontativos.
En segundo lugar, desde esta teoría no se problematiza suficientemente la relación
entre lo individual y lo colectivo. Es decir, compartir los mismos intereses no es una condición
suficiente para constituirse como un colectivo, de modo tal que activen procesos
49
contenciosos . Es en la tensión entre lo individual y lo colectivo donde se define, constriñe,

48
Pizzorno menciona otro problema; en sus palabras, “los presupuestos de tipo utilitarista sólo son válidos en
condiciones de información perfecta. La incertidumbre del cálculo individual es superada (parcialmente) por la
seguridad de que el mercado social en el que los beneficios sociales (prestigio, honor, afecto; el reconocimiento, en
una palabra) pueden ser consumidos permanecerá inalterado” (1994: 136). Para el sociólogo italiano el criterio de
evaluación que necesita cualquier individuo para comparar los costos con los beneficios de su participación es la propia
identidad colectiva.
49
Pizzorno (1994) por su lado, afirma que lo que define que el colectivo participe es que en su momento de formación
tendría como principal objetivo ser reconocido por otros, ya que esto habilita que sus intereses sean incluidos en el
sistema representativo. Ahora bien, luego del proceso de constitución, el colectivo optaría, en caso de tener la
posibilidad, por la negociación, lo que produciría un descenso de la participación.
delimita o potencian los procesos de movilización. De pretenderse un análisis no determinista,
no hay razones para considerar la existencia de intereses y/o decisiones que ocurran por fuera
del mismo proceso contencioso, no habría tal anterioridad y externalidad. En muchos casos, los
móviles de la acción así como sus fundamentos emergen o se recrean en el curso de
constitución/ consolidación del grupo.
Por último, la acción colectiva está pensada en términos de maximización de
beneficios, por lo general en vistas al control de bienes y servicios. En todo caso, la acción
colectiva debe cumplir con el rol de satisfactor de beneficios al tiempo que se trata de la
cooperación libre de los individuos (Elster, 1990). Esta línea analítica prescinde de la discusión
acerca de qué beneficios ganarían los actores en cada confrontación. Por otra parte, se
establece una traducción entre el actor individual y el colectivo sin mediación alguna. En
definitiva, la acción colectiva no es la resultante de la relación entre “participación individual,
costes y beneficios” (Elster, 1990: 49), sino una compleja trama donde la politización de actores
colectivos no puede deducirse de la acumulación de intereses personales y expectativas
respecto de supuestos beneficios.
Tilly señala una dificultad extra que presentan las teorías de la Acción Colectiva en
clave de elección racional: su carácter estático respecto de su carencia de “especificaciones de
los medios por los que cambia la acción y produce resultados” (1990: 177). En este sentido,
aún si se concede la definición del grupo como agregación de intereses individuales, la
explicación de la acción colectiva y las modalidades que adquiera no pueden reducirse a los
intereses que comparta un grupo. Los episodios contenciosos tienen un carácter múltiple y no
monocausal; son resultado de negociaciones y evaluaciones por parte del colectivo de la fuerza
con la que cuenta así como las posibilidades de generalizar su reclamo. Por otro lado, se
presenta el problema de la representación de intereses y de la relación entre el grupo y la
población- base (Tilly, 1990), esto es, que un grupo comparta los mismos intereses y se haya
constituido en un colectivo no agota la población que pueda identificarse y compartir aquellos.
Acerca de nuestra inquietud por las premisas de la política y del poder que esta
perspectiva supone hay que considerar varios puntos. Podríamos anticipar que esta
perspectiva se inscribe en una clave más bien institucionalista. En primer término, aspira a
establecer comparaciones entre gobiernos y/o regímenes liberal-democráticos y las
posibilidades de acceder a la política, eventualmente pretende establecer generalizaciones a
regímenes de tipo autoritario o de partido único. La política es pensada como la posibilidad de
acceso a instituciones -la opinión pública, coaliciones electorales o gobierno, la administración
pública- y no como una práctica social más amplia y con posibilidades de transformar los
propios marcos institucionales y/o sistémicos. En todo caso, como veremos más adelante, este
tipo de análisis sobre la movilización social se sustenta en una concepción de la política bajo el
dispositivo de la soberanía, a partir del cual postula una separación entre sociedad civil, estado
y gobierno que permite pensar sus relaciones como un vínculo biunívoco y transparente -
representable- entre las figuras del ciudadano, el trabajador y el aparato del estado.
Por otra parte, los movimientos objeto de interés son aquellos que se proponen una
lucha por el poder; entendiéndolo de modo centralizado y restringido al ámbito de las
instituciones. La unidad de análisis suele ser grupos u organizaciones, con intereses y
demandas políticas, pero cuyas relaciones y tensiones con las estructuras formales del sistema
político -sindicatos y partidos políticos- no aparecen suficientemente tematizadas. En este
marco, muchos estudios se inclinan hacia los procesos de institucionalización de los
movimientos sociales, sea por medio de la cooptación o al ser parte de una coalición de
50
gobierno . Si el sistema político se concibe como estructura institucional de mediación y
gestión de intereses preconstituidos de manera autoevidente en la trama social, el análisis de
los actores sociales, entre ellos los movimientos, enfocará su integración normativa e
instrumental al dispositivo institucional o a su irremediable fracaso.

Identidad
La perspectiva conocida como Nuevos Movimientos Sociales tiene origen europeo,
principalmente en Francia (Alain Toraine, 1987; 1991), Italia (Alberto Melucci, 1980; 1994 y
Alessandro Pizzorno, 1989; 1994) y Alemania (Claus Offe, 1988). Esta teoría surgió a propósito
de la aparición de experiencias de organización cuyo protagonista ya no era la clase obrera
sino luchas “encaminadas a la extensión de la ciudadanía” (Melucci, 1994: 155) en una nueva
coyuntura denominada posindustrial, posmaterialista o de la información. La atención se centró
en las cuestiones relativas a la constitución de identidades, dejando por sentado el supuesto de
la existencia de una organización. La discusión alrededor de esta perspectiva tuvo dos puntos
claves. Uno, acerca del carácter de la novedad de los movimientos sociales. Al respecto
Melucci (1994) advirtió que lo novedoso al ser un concepto relativo es insuficiente para
identificar las singularidades de los fenómenos colectivos.
El segundo punto es sobre el concepto de movimiento social: ¿cuál es su estatuto
teórico y cuáles las dimensiones empíricas que los vuelven inteligibles? Tomemos las
siguientes definiciones:
“Estructuras segmentadas, reticulares, policefálicas. El movimiento se
compone de distintas unidades autónomas que emplean una importante
parte de sus recursos en solidaridad interna. Una red de comunicaciones e
intercambio mantiene las células en contacto entre si; información, personas
y modelos de conducta circulan en la red, moviéndose de una unidad a otra
y promoviendo así cierta homogeneidad a toda la estructura. El liderazgo no
está concentrado sino que es difuso; se limita a objetivos específicos y
diferentes personas pueden asumir papeles de liderazgo, dependiendo de
las funciones que haya que satisfacer” (Melucci en Tilly, 1990: 184).

50
Incluso este comentario cabe también para perspectivas que se han interesado en la identidad, un caso es el de
Pizzorno. Su concepción de la política y del poder político se define respecto de la disposición de cada grupo en
relación con los demás y las reglas del juego que deberían ordenar la competencia -el acceso a los recursos- de modo
tal de concretar cierto equilibrio político.
“Actor colectivo movilizador que, con cierta continuidad y sobre las bases de
una alta integración simbólica y una escasa especificación de su papel,
persigue una meta consistente en llevar a cabo, evitar o anular cambios
sociales fundamentales, utilizando para ellos formas organizativas y de
acción variables” (Raschke, 1994: 124).

Hay varios supuestos que es necesario explicitar. Primero, el movimiento no se trataría


de un medio en un sentido instrumental, más bien es un actor que interviene en el devenir de
los acontecimientos. Segundo, la idea de actores refiere, por un lado, a la multiplicidad de
identidades y organizaciones y, por otro, a la estructura del grupo social que lo constituye. Por
último, sus metas apelan al cambio de una estructura relevante de la sociedad, sin por esto
tener un carácter revolucionario, entendiendo por tal una intención subversiva de transformar el
sistema social en su conjunto (Raschke, 1994).
Un señalamiento formulado por Tilly (1990) se refiere precisamente a la confusión que
se produce entre acciones y actores; esto es, qué dimensión define lo que puede ser
considerado un movimiento: ¿la red de acciones dentro de la cual se constituye la identidad, y
por lo tanto un movimiento, o el actor entendido como una posición estructural que habilita
nuevas demandas y repertorios?
Al respecto, Melucci (1994) propone abordar la cuestión de los fenómenos colectivos
desde el análisis de las redes de interacción que posibilitan la constitución de un actor. Su
argumento es que no habría que dar por sentada su existencia, sino profundizar en su proceso
de constitución. Esta noción de actor trae aparejada otra: identidad colectiva, entendida como
el proceso de “construcción de un sistema de acción” (Melucci, 1994: 172), a partir de la cual
tendría lugar tanto la evaluación de costos y beneficios como la formulación de expectativas.
Sin embargo, los requisitos imprescindibles para el proceso de constitución identitaria -
formulación de las estructuras cognoscitivas, activación de las relaciones entre los actores y
realización de inversiones emocionales que habiliten el reconocimiento intersubjetivo (Melucci,
1994)- suponen que el colectivo goce de una continuidad y consistencia que el locus conflictivo
donde se conforma el sistema de acción no necesariamente garantiza. Según esta
caracterización del “proceso” de formación de un actor colectivo, Melucci optaría claramente
por la primera alternativa del interrogante planteado con anticipación: el movimiento social seria
el resultado contingente de las dimensiones de análisis que constituyen las redes de acción.
Sin embargo, cuando se trata de caracterizar a las bases sociales de los movimientos, el autor
italiano recurre a un argumento sistémico, según el cual aquellos resultan de un proceso de
diferenciación del conflicto en la sociedad de la información. De esta forma, la insistencia en la
contingencia de las redes de acción como espacio de constitución de las identidades colectivas
queda sobredeterminada por las transformaciones estructurales que liberan “el potencial de
protesta” de la nueva clase media o la clase de capital humano, que no son otra cosa que
macro actores sociales definidos por su posición y función en las transformaciones del sistema.
Otro problema relativo al actor colectivo es la relación entre la organización y el
movimiento. En palabras de Raschke (1994) la organización proporciona ideas de continuidad,
coordinación e iniciativa, pero no se justifica qué tipos y modos de relaciones se establecen
entre esta y los movimientos. Por otro lado, la pretensión de una estabilidad simbólica se
presenta más como una dificultad en el abordaje de experiencias recientes en el tiempo. Otra
cuestión a considerar, que habíamos identificado también en la TMR, es la relación entre la
base de la sociedad que el movimiento dice representar y el propio movimiento. En muchos
estudios, hay un traslado mecánico y directo entre la posición en la estructura social del grupo
y su constitución como actor político. Este tipo de reduccionismos neutraliza, o directamente
suprime, la instancia del “sistema de acción” que media la relación entre posición estructural y
acción colectiva. No obstante, es precisamente esa mediación la que constituye la dimensión
identitaria que priorizan las TNMS.
En el plano de la acción, la movilización es contrapuesta a cualquier idea de
51
institucionalización e integración en el sistema político; los movimientos sociales son
diferenciados de los partidos políticos y de los sindicatos. No hay dimensiones que atiendan a
la dinámica del movimiento en una tensión permanente con el régimen político. En sus formas
de organización interna se establecen diferencias, mientras que los sindicatos o partidos
políticos guardarían una estructuración fuerte, los movimientos sociales modernos tendrían una
de tipo débil. En segundo lugar, una casi prescripción respecto a la meta de los movimientos
sociales (que solo pretende modificar parcialmente al sistema social), no considera que en el
curso de la acción los fines pueden ser generalizados y formular críticas holísticas. Tales
constreñimientos conceptuales desestiman los emergentes de los procesos de movilización y
de aquellas experiencias que no manifiestan una fuerte pertenencia simbólica o continuidad
temporal.
Estos comentarios no significan que haya que descartar a priori y de conjunto los
aportes conceptuales de esta perspectiva, sino más bien reconocer que su rigidez analítica va
en detrimento de captar lo novedoso, lo que es posible recrear y la diversidad que se inscribe
en los procesos contenciosos.

Acerca de nuestra inquietud por las premisas de la política y del poder que esta
perspectiva supone hay que considerar que sostiene una dicotomía entre las instituciones y los
colectivos. El nacimiento de un movimiento responde a la “incapacidad del sistema institucional
establecido para encontrar respuestas a los problemas articulados en los movimientos
sociales” (Raschke, 1994: 126) mientras que su fin está asociado a la posibilidad de introducir
cambios en las instituciones. En primer lugar, sobre el nacimiento ¿pensar los movimientos
como respuesta a un problema institucional no sostiene de alguna manera los postulados de la
teoría del Comportamiento Colectivo, que fundamentada en la teoría funcionalista estudiaba

51
Raschke incluso inscribe a la institucionalización -junto a la transformación del movimiento en un sucesor y su
disolución- como una posibilidad del fin de un movimiento social. Al respecto el sociólogo alemán afirma lo siguiente: la
institucionalización no supone que el movimiento cree organizaciones sino tan sólo que se agote su actividad en la
acción de la organización (1994: 128-9).
los fenómenos contenciosos como anormales? Tal vez una diferencia sea que la propuesta
funcionalista -en especial de Talcott Parsons- se basaba en la necesidad de darle racionalidad
a la movilización, dimensión no contemplada por la TNMS. Para Raschke (1994), la diferencia
entre ambas remite a la duración de los acontecimientos en cuestión: los episodios colectivos
tendrían una extensión corta, mientras los movimientos sociales gozarían de una prolongación
mayor. Además estos últimos contarían con una estabilidad respecto de sus modelos internos y
en su estructuración.
En segundo lugar, respecto del fin del movimiento, asociarlo principalmente a la
introducción de modificaciones en el sistema institucional, donde la política en este caso
cumpliría un rol de intermediaria, es desconocer los procesos de producción de sentido que sin
tener una cristalización en una formación social determinada contribuyen a pensar las
concepciones de una época habilitando su transformación.
Por último, Melucci tal vez sea el analista que más hincapié ha hecho respecto del
proceso de constitución de un movimiento social y las posibilidades de “creación de modelos
culturales y retos simbólicos” (1994: 166). Sin embargo, esta dimensión es claramente
diferenciada del nivel político, asociado a la autoridad y al desafío que se entabla con ella.

A pesar de las diferentes inscripciones epistemológicas sobre las que se fundamentan


y sus claves analíticas, tanto la TMR como la TNMS comparten algunos supuestos a partir de
los cuales discuten; por ejemplo intereses, recursos, vinculación entre organizaciones y
movimientos; etc. Respecto de su concepción de lo político y del poder ambas perspectivas
comparten varias ideas. La primera referida a que los movimientos emergen a partir de cierta
disconformidad, falencia del sistema institucional o inclusión de intereses en el sistema
representativo. Sin atender a las diferentes denominaciones, podríamos decir que las dos
perspectivas acuerdan que el objetivo de los movimientos sociales consistiría en operar en el
sistema representativo o institucional; siendo su rol social la reparación de una falla sistémica
y/o institucional, que tiende a buscar el equilibrio.
Lo segundo, es que la política se muestra cristalizada en instituciones, y son estas las
que se comparan entre si, de modo tal de identificar demandas e intereses de los grupos
dentro de un marco institucional determinado y poder introducir cambios parciales (Jenkins,
1990) o en las reglas de juego (Pizzorno, 1994); pero difícilmente se trate transformaciones
holísticas. El Estado es abordado en tanto sistema que regula el mercado distributivo
(Pizzorno, 1994); y en este sentido no tiene un carácter cerrado sino que está inscripto en una
interrelación con otros Estados. Esta tendencia dirige su atención sobre el sistema político y de
acumulación/ distribución económica, así como de las instituciones que representan dichos
intereses.
Una tercera cuestión es relativa a la concepción sobre la disputa política como un juego
con reglas donde las relaciones de poder marcan las posibilidades de acceso y negociación de
recursos; en definitiva del sistema de distribución general de recursos. La capacidad de poder
se justifica en términos de quienes acuerdan o no con aquellas reglas de juego; es decir
quienes presenten desacuerdos a estas reglas “quedan privados de poder” (Pizzorno, 1994:
143). Para Pizzorno la transformación del sistema se relaciona con cuestionar, y hasta
pretender controlar y modificar, el mecanismo de distribución de recursos. De alguna manera,
Pizzorno mantiene como clave de su lógica la problemática que presentara el movimiento
obrero en el momento expansivo del estado bienestarista.
A continuación nos proponemos revisar las nociones centrales de interés e identidad
dentro de un contexto conceptual que, sugerimos, abre la posibilidad de pensar las formas de
confrontación política y social que venimos analizando desde una nueva perspectiva.

Dispositivos: soberanía, disciplina, seguridad


Más arriba deslizábamos una crítica a la TMR afirmando que su lectura institucionalista
de la función de los NMS responde a una concepción de la política dominada por el dispositivo
de la soberanía. Comenzaremos esta sección delimitando el alcance de este concepto que
consideramos fundamental para introducir nuestra propuesta de pensar a los NMS como
sujetos políticos. Propondremos que concebir estos fenómenos de movilización bajo la noción
de sujetos políticos permite superar, en buena medida, las aporías descriptas, resultantes de
los análisis cuyos núcleos explicativos son los conceptos de interés o identidad.
Luego de llevar al paroxismo el análisis de las tecnologías de poder y dominación en
Vigilar y castigar (1975) y La voluntad de saber (1976), primer tomo de Historia de la
sexualidad, Foucault no publicará otro libro hasta 1984. Pocos meses antes de su muerte, se
editan los siguientes dos tomos del proyecto iniciado en 1976: El uso de los placeres y La
inquietud de sí, que sorprenden a los lectores menos avisados con una minuciosa reflexión
sobre la ética del cuidado de sí en la Grecia clásica y los primeros siglos de la cultura romana
respectivamente. En los ocho años transcurridos entre ambas publicaciones un nutrido corpus
de cursos, conferencias, artículos y entrevistas muestran un trabajo de revisión crítica de la
concepción del poder bajo el modelo de la guerra -la famosa “inversión de Clausewitz”- que
había conducido la reflexión a un panorama sombrío y asfixiante donde un poder ciego y
omnímodo bloqueaba y absorbía toda posibilidad de resistencia. Podríamos decir que la
pregunta de Foucault durante todo este recorrido revisionista resulta de raíz netamente
weberiana, aunque nuestro autor lo admita más bien poco debido a que, como alguna vez
respondió cuando se le preguntó por sus referencias a Marx: a los autores clásicos se los usa,
no se los cita. La pregunta en cuestión es la siguiente: ¿puede existir un poder sin resistencia o
la resistencia es inherente a la relación de poder en tanto relación estratégica? La respuesta
parece evidente: sin la posibilidad de la resistencia el poder dejaría de ser una relación de
fuerza, una tensión, incitación, provocación -los predicados habituales de Foucault para
designar la función productiva del poder cuestionando lo que denomina la “hipótesis represiva”-
para convertirse en mera violencia.
Ahora bien, ¿dónde ubicar esa posibilidad en el universo agobiante de las disciplinas?
Ni los saberes, ni las instituciones, ni las estructuras sociales tienen la respuesta puesto que ya
forman parte del dispositivo, esto es, regulan la distribución de lo enunciable y lo visible en el
universo de las disciplinas, operan como las “grillas de inteligibilidad” de los cuerpos, los
objetos y las representaciones que por allí circulan. Pragmáticamente, Foucault desarrollará
(en la misma dirección que la definición de dominación de Weber) la idea de que la resistencia
es inherente e inmanente a la acción misma en la medida en que su significado es relacional,
contextual y reflexivo. En este marco, la anterior representación de las relaciones de poder
como “escenario de las fuerzas” es reemplazada por la problematización de un tema central
para nuestros propósitos: la cuestión del gobierno:
“Básicamente, el poder es menos una confrontación entre dos adversarios, o
el vínculo de uno respecto del otro, que una cuestión de gobierno. Esta
palabra debe ser comprendida en el muy amplio significado que tenía en el
siglo XVI. El ‘gobierno’ no se refiere sólo a las estructuras políticas o a la
dirección de los estados; más bien designa la forma en que podría dirigirse
la conducta de los individuos o de los grupos: el gobierno de los niños, de
las almas, de las comunidades, de las familias, de los enfermos. No sólo
cubría las formas legítimamente constituidas de la sujeción política o
económica, sino también modos de acción, más o menos considerados o
calculados, que se destinaban a actuar sobre las posibilidades de acción de
otras personas. Gobernar, en este sentido, es estructurar un campo posible
de acción de los otros” (Foucault, 2001).

De esta manera, se desvincula al poder del antiguo modelo de la guerra como de la


representación jurídica del consenso y la obediencia voluntaria:
“Las relaciones propias del poder, por eso mismo, no podrían ponerse en un
sitio de violencia o de lucha, ni en uno de vínculos voluntarios (todos los
cuales pueden ser, en el mejor de los casos, sólo instrumentos de poder)
sino más bien en el área de acción singular, ni belicoso ni jurídico, que es el
gobierno” (Foucault, 2001).

El carácter reflexivo que adquiere la acción será un punto determinante en la propuesta


de la nueva conceptualización. Si el poder es una cuestión de gobierno y no de mera
imposición, entonces un nuevo espacio se abre a la reflexión genealógica: la dimensión ético-
política en tanto gobierno de sí. Aquí, obviamente, este aspecto reflexivo -el pliegue, según lo
denomina Deleuze (1987) en su fenomenal reconstrucción de la obra de Foucault- no resulta
52
de una conciencia soberana que se piensa a sí misma por fuera de la trama estratégica , sino
del desarrollo y la experimentación con “tecnologías del yo” que trabajan la relación entre el
gobierno de sí y el gobierno de y por los otros. Ese espacio de autonomía fue denominado por

52
Aquí la noción de “trama estratégica” refiere a la interacción estructurada según reglas y a la disputa por sus
significados y usos, más que a la concepción instrumental de un sujeto racional autocentrado persiguiendo metas
egoístas. Es en el primer sentido de estrategia que Foucault (2001) propone pensar el poder como un campo
estratégico sin sujeto.
los griegos ethos: una práctica de sí que vinculaba al sujeto con la verdad de su vida en tanto
obra que requería coherencia y disciplina en su permanente construcción. El agonismo del
ethos griego invita a pensar una modulación específica de la noción de autonomía según la
cual esta última no podrá concebirse nunca en términos absolutos, dado que la propia
posibilidad de la libertad sólo es realizable en un contexto relacional del cual el poder no puede
ser abolido.
La genealogía del sujeto que Foucault se propone como círculo complementario de sus
indagaciones sobre el saber y el poder, encontrará un nuevo umbral de transformación de las
tecnologías del yo con el cristianismo y el advenimiento del “poder pastoral”. El espacio de
autonomía que implicaba la construcción del ethos griego quedará eclipsado por una nueva
relación entre sujeto y verdad, dominada por la heteronomía de las tecnologías de la confesión
y la prescripción del autoconocimiento mediado por el pastor. La “paradoja del pastor”
configurará el antecedente confesional de la tecnología propia de la razón de estado: velar por
todas y cada una de las ovejas desplegando a un tiempo un poder individualizante y
colectivizante, tanto sobre el individuo como sobre la población.
Según estas definiciones, el agonismo de Foucault cambia su foco. Ya no se trata de la
batalla entre magnitudes de fuerzas desatadas en la historia y estructuradas según la
aleatoriedad del acontecimiento, sino, más específica y pragmáticamente, de una trama de
acciones sobre acciones que organizan y estabilizan campos estratégicos de posibilidad e
inteligibilidad -dispositivos- al interior de los cuales se constituyen saberes, objetos,
identidades y subjetivaciones. La tarea genealógica consistirá en identificar y describir con
minuciosidad y exhaustividad los “umbrales” -como el caso del “poder pastoral” que
mencionamos más arriba- en que tales relaciones estratégicas se subvierten abriendo otros
espacios de gubernamentalidad, esto es, otra estructuración de un campo de acciones
posibles. El procedimiento genealógico no se ajusta a la reflexión sobre el origen, ambición
fundacional de la metafísica que reenvía todo conflicto y alteridad a la identidad
resplandeciente de un comienzo, sino a la provocación de la procedencia que solicita y
remueve los dispositivos institucionalizados, es decir, estabilizados y regulados. Es así que la
tarea genealógica, la indagación de las tecnologías de gobierno en sus discontinuidades y
fracturas, sólo se concibe como “historia del presente”, la historia de lo que hemos llegado a
ser. En otras palabras, la inteligibilidad del pasado se revela en las formas actuales de
dominación y resistencia. La crítica genealógica se sabe emplazada en un dispositivo y busca
generar un efecto de extrañamiento y des-identificación a partir del cual se abran nuevas
posibilidades de subjetivación, nuevos dispositivos de gubernamentalidad. He ahí la apuesta
ético-política que Foucault realiza a través de la revisión del ethos griego y su confrontación
con el modelo pastoral. Allí se perciben las mutaciones genealógicas que nos han convertido
en lo que somos así como se insinúan modelos de subjetivación alternativos.
Y esa deriva genealógica enfocará persistentemente el problema de la
gubernamentalidad que no es otro que la indagación de la compleja confluencia entre las
técnicas de dominación ejercida sobre y por los otros y las técnicas de sí mismo. Foucault
demuestra como todo sujeto individual y/o colectivo está al mismo tiempo interpelado y
plegado, identificado y subjetivado, normalizado y subvertido. Y cómo, además, en la
modernidad occidental esa relación se vuelve inteligible en tres sucesivos y superpuestos
dispositivos de poder que estabilizan, formalizan, normalizan, en definitiva, institucionalizan,
este orden de relaciones a los cuales denomina: soberanía, disciplina y seguridad.
El dispositivo de soberanía, surgido en la Edad Media y predominante hasta los
Estados Absolutistas, construye al territorio como objeto de gobierno intentando ordenar,
recortar y distribuir la circulación de los ciudadanos, productores y consumidores. La tecnología
que dispone consiste en una partición binaria entre lo permitido y lo prohibido que opera el
acoplamiento entre un tipo de acción prohibida y un tipo de castigo determinado y estipulado a
través de un código. La figura que lo legítima es la ley entendida como contrato que supone la
sesión de la voluntad de los súbditos.
El dispositivo disciplinario, por su parte, consiste en una tecnología de gobierno que
define como objeto al cuerpo productivo; se trata de una “anatomopolítica”. Este dispositivo,
surgido en el siglo XVIII y dominante desde la revolución industrial hasta mediados del siglo XX
con el advenimiento de los Estados de Bienestar y la hegemonía del modelo de producción
fordista, se apoya en la proliferación de reglamentos que establecen lo normal y lo patológico.
La tecnología de la normalización, a diferencia de la figura de la ley en el dispositivo de
soberanía, no penaliza una infracción al código sino que corrige, reforma y controla la virtual
desviación de un comportamiento. De esta suerte, no opera sobre el territorio sino que se
concentra en las instituciones -fábrica, hospital, escuela- multiplicando el modelo panóptico de
la arquitectura carcelaria.
El dispositivo de seguridad, por último, construye a la población como su objeto de
gobierno y su medio de intervención. Para Foucault constituye una nueva forma de
gubernamentalidad, cuya procedencia se remonta hasta los fisiócratas del siglo XVIII, pero que
adquiere preponderancia con el arte liberal de gobernar como crítica del Estado de Bienestar
en el siglo XX.
“Y el medio aparece por último como un campo de intervención donde, en
vez de afectar a los individuos como un conjunto de sujetos de derecho
capaces de acciones voluntarias -así sucedía con la soberanía-, en vez de
afectarlos como una multiplicidad de organismos, de cuerpos susceptibles
de prestaciones, y de prestaciones exigidas como en la disciplina, se tratará
de afectar, precisamente, a una población. Me refiero a una multiplicidad de
individuos que están y sólo existen profunda, esencial, biológicamente
ligados a la materialidad dentro de la cual existen. A través de ese medio se
intentará alcanzar el punto donde, justamente, una serie de acontecimientos
producidos por esos individuos, poblaciones y grupos interfiere con
acontecimientos de tipo casi natural que suceden a su alrededor” (Foucault,
2006: 41-42).
La población se constituye simultáneamente como sujeto del gobierno, en la medida en
que el propósito principal de este consiste en incrementar indefinidamente su bienestar,
educación, salud, y en objeto de su intervención en tanto medio o superficie a ser calculada y
regulada.
Si el dispositivo de soberanía asume el problema de representar y organizar el espacio,
las tecnologías disciplinarias se enfocan en reglamentar y corregir los cuerpos, la
gubernamentalidad biopolítica enfrenta el desafío de modular y calcular las correlaciones entre
series de acontecimientos masivos siempre abiertas y aleatorias: nacimientos, enfermedades,
morbilidad, aglomeraciones, viviendas, desocupación, pobreza, indigencia, climas, delitos, etc.
Su tecnología fundamental será la ciencia del estado: la estadística.
Tanto la ley como la disciplina operan sobre el presupuesto de un desorden constitutivo
que debe ser neutralizado sea vía prohibición o reglamentación. La seguridad, en cambio,
trabaja en el plano de la “realidad efectiva” bajo el supuesto de un orden inmanente a los
procesos biológicos y económicos. Por lo tanto, no prohíbe ni reglamenta sino que modula y
regula la circulación de magnitudes y flujos en la superficie de la población. Foucault recupera
la metáfora de la mano invisible de Adam Smith para mostrar como esa condición de
invisibilidad no remite solamente a su dinámica inmanente y espontánea sino, principalmente, a
su carácter inefable que habilita al gobierno a una intervención tan permanente como
autocontrolada sobre los flujos poblacionales, siempre expuestos al riesgo ominoso de la
catástrofe.
La población se diferencia como objeto específico de gobierno en la medida que se
diferencia el poder del soberano (poder político) del poder del estado (poder administrativo). El
gobierno administrativo funciona más como un arte de gobernar que como un principio de
soberanía: se concentra en los medios para lograr la intensificación de los procesos que dirige.
La ley se justifica por la necesidad administrativa de incrementar el poder del estado más que
por su legitimidad fundada en el bien común. Será, finalmente, la economía política el dominio
de saber que delimitará a la población con sus funciones y correlaciones como espacio
autónomo de intervención del gobierno.
Para Foucault, la economía política surge como dominio de saber propio de una
revolucionaria tecnología de poder enfocada en el problema de la racionalización del gobierno:
el liberalismo. A diferencia del socialismo, que permanece en el orden del dogma o el programa
político, el liberalismo se piensa desde su emergencia como una tecnología de gobierno que se
monta sobre el principio paradojal y productivo de la autolimitación del gobierno. Una
autolimitación que no será de tipo jurídico sino que resultará del conocimiento del medio sobre
el cual opera: la naturaleza de la sociedad y el mercado, en definitiva, la población. Un
desplazamiento fundamental separará el desarrollo de la economía política del pensamiento
liberal iusnaturalista. Este último, máxima expresión moderna del dispositivo de soberanía, se
organiza alrededor del problema del abuso de la soberanía, esto es, la cuestión de la
legitimidad del gobierno para intervenir sobre la libertad fundamental de los ciudadanos. La
economía política, en cambio, se plantea el problema del exceso de gobierno no respecto del
individuo portador de derechos sino respecto del homo oeconomicus, sujeto definido por un
interés generador de un egoísmo multiplicador inmanente al nuevo campo de veredicción del
gobierno: la sociedad civil.
Se pregunta Foucault:
“¿Qué es la sociedad civil? Pues bien, me parece que la noción de sociedad
civil, todo ese conjunto de objetos o elementos que se pusieron de
manifiesto en el marco de esa noción, es en síntesis un intento de responder
al interrogante que acabo de mencionar: ¿cómo gobernar, de acuerdo con
reglas de derecho, un espacio de soberanía que tiene la desventura o la
desventaja, según se prefiera, de estar poblado por sujetos económicos?
¿Cómo encontrar una razón, cómo encontrar un principio racional para
limitar de una manera que no apele al derecho, que no apele a la
dominación de una ciencia económica, una práctica gubernamental que
debe asumir la heterogeneidad de lo económico y lo jurídico? La sociedad
civil no es, por lo tanto, una idea filosófica. La sociedad civil es, creo, un
concepto de tecnología gubernamental, o mejor, el correlato de una
tecnología de gobierno cuya medida racional debe ajustarse jurídicamente a
una economía entendida como proceso de producción e intercambio. La
economía jurídica de una gubernamentalidad ajustada a la economía
económica: ese es el problema de la sociedad civil…” (2007: 335-336).

La sociedad civil, entonces, como el dominio donde las tecnologías de gobierno regulan
la mecánica de los intereses inherentes, inmanentes, del homo oeconomicus al cual más que
garantizarle hay que provocarle su libertad para que multiplique y propague su energía
económica. Ninguna trascendencia de la voluntad, ningún vínculo frágil y permanentemente
amenazado con el soberano, el gobierno del interés se restringe a la lógica de su propio
incremento en la búsqueda de no interferir su síntesis espontánea. Sensualista, empirista,
utilitarista, la gubernamentalidad liberal se enfrenta al doble desafío de autolimitarse respecto
del despliegue de la dinámica de los intereses, por un lado, y provocar la libertad y el deseo
necesarios para que se multiplique, por el otro. A diferencia del iusnaturalismo, el liberalismo no
funda, administra.
Hasta ese ámbito de ejercicio privilegiado del poder del individuo soberano que
constituye lo público se ajusta a la matriz de la sociedad civil. Más que la libertad del individuo
frente al poder soberano, nuestro autor ve allí una de las primeras manifestaciones de la
población considerada desde el punto de vista de sus opiniones y exigencias en tanto objeto de
políticas públicas: “la población, en consecuencia, es todo lo que va a extenderse desde el
arraigo biológico expresado en la especie humana hasta la superficie de agarre presentada por
lo público” (2007: 102). En este sentido, el auge actual de las ciencias de la opinión denota otra
de las formas de gobierno de la población en la medida en que la representa como una
superficie medible y cuantificable en la transparencia de sus opiniones.
Conclusión: sujetos políticos
Respondiendo a las críticas respecto de la imposibilidad de la microfísica del poder
para pensar las macroestructuras sociales, la lección metodológica de Foucault parece poder
resumirse de la siguiente manera: lo importante no es tanto la estatización de la sociedad sino
la gubernamentalización del estado, no tanto cómo el “monstruo frío” penetra todo vínculo
social sino cómo los dispositivos de control social tienden a confluir en el estado. Dice Foucault:
“el estado es sólo una peripecia del gobierno y este no es un instrumento de aquel” (2007:
291). En definitiva, estudiar al estado desde el enfoque de los dispositivos para liberar a las
relaciones de poder de toda perspectiva funcionalista o institucionalista.
Y son precisamente esas perspectivas las que encontramos obstaculizando una
reflexión crítica acerca de esos fenómenos políticos novedosos que llamamos movimientos
sociales. Los enfoques en términos de oportunidades políticas, que se proponen de matriz
estratégica, adolecen de una limitación evidente: el juego estratégico se desarrolla en un marco
institucional que, en sí mismo, resulta de tipo paramétrico. Es decir, la inteligibilidad del análisis
depende de considerar a las instituciones políticas del gobierno representativo -la poliarquía en
términos de Dahl (1989)- como un marco estable y externo a la propia interacción estratégica,
que asegura la reproducción del juego no formando parte de su propia dinámica. Se percibe
aquí la persistencia de una concepción del gobierno en términos de soberanía, para la cual el
poder resulta el lugar de la representación institucional que asegura la transparencia del
vínculo entre las figuras del ciudadano y el trabajador, de un lado, y el aparato del estado, del
otro. En última instancia, para los enfoques institucionalistas la política se convierte en una
pura función, el mecanismo privilegiado de la representación que debe perfeccionarse para
lograr la transparencia y el equilibrio siempre anunciados y pospuestos.
La propia noción de interés, presentada como naturaleza autoevidente del individuo y,
por lo tanto, motor privilegiado de la participación en movimientos sociales, se revela con un
nuevo significado si se la trabaja con el tamiz genealógico. La correlación mecánica entre los
grupos entendidos como agregación de intereses y su constitución como movimientos sociales
obstruye la reflexión acerca del tipo de gubernamentalidad que tal concepción del interés
habilita. La sociedad civil, como muestra Foucault, no es un concepto filosófico liberal que, bajo
el modelo de la soberanía, da cuenta del espacio autónomo de libre elección de los individuos
soberanos, sino una refinada tecnología de gobierno que racionaliza la intervención estatal
sobre el medio privilegiado que vincula a los individuos en tanto especie con su entorno en la
forma de un nuevo sujeto y objeto de gobierno: la población.
Respecto a la caracterización de los movimientos bajo el modelo del actor social
también caben algunas reservas. En este punto resulta interesante retomar la pregunta de
Charles Tilly: ¿qué dimensión define lo que puede ser considerado un movimiento?: ¿la red de
acciones dentro de la cual se constituye la identidad, y por lo tanto un movimiento, o el actor
entendido como una posición estructural que habilita nuevas demandas y repertorios? Si
seguimos nuestro recorrido conceptual la respuesta parece ser claramente la primera opción;
un movimiento debe analizarse en la lógica estratégica de la gubernamentalidad, atendiendo a
la forma en que sus acciones intervienen en la estructuración de las posibilidades de acción de
sí mismo y de los otros. Sin embargo, en la tradición europea de estudio de los NMS el núcleo
del análisis enfoca a los movimientos como nuevos actores definidos por posiciones sistémicas
alternativas a las que definieron a la clase obrera como sujeto colectivo. No hemos avanzado
mucho si seguimos pensando a los actores como posiciones sistémicamente definidas aunque
ya no sea la clase el soporte de su constitución.
En ambos casos, si se parte de la noción de interés o de actor-identidad, el problema
del análisis radica en la ausencia de una concepción pragmática y estratégica del poder y la
política que podríamos definir mediante otra referencia foucaultiana:
“el gobierno de los hombres es una práctica que no es impuesta por quienes
gobiernan a quienes son gobernados, sino una práctica que fija la definición
y la posición respectiva de los gobernados y los gobernantes entre sí y con
referencia a los otros” (2006: 28-29).

Esta dificultad se manifiesta en las limitaciones que ambas perspectivas expresan para
pensar la relación entre movimientos e instituciones. Para la TMR, si los movimientos no se
institucionalizan de algún modo fracasan en la medida en que el cambio político sólo se
concibe dentro de un contexto normativo e institucional de tipo paramétrico. Para la TNMS, a la
inversa, si se institucionalizan de cualquier modo fracasan dado que son capturados por las
estructuras sistémicas -partidos, sindicatos, estado- que originalmente vienen a impugnar. En
última instancia, los abordajes institucionalistas o sistémicos suponen una concepción atomista
del régimen político donde los recursos de autoridad y asignación están definidos previamente
a la intervención de los sujetos de acción colectiva. Si se trata de un juego realmente
estratégico, como venimos proponiendo siguiendo el concepto de gubermentalidad, es el
significado de los recursos lo que está en juego en la acción colectiva y no solo los medios de
acceso y distribución de recursos predefinidos sea en clave institucionalista o sistémica.
Por otro lado, algo muy interesante sucede con lo que podríamos llamar la paradoja de
la identidad. Como señaló Paul Ricoeur (1999) el concepto de identidad resulta equívoco en la
medida en que su productividad semántica contamina dos significados. Por un lado, la
identidad como reconocimiento que requiere de la intervención del otro como diferencia
constitutiva; identidad ipse la denomina Ricoeur definiendo este aspecto como lo propio en
relación con otro. Por el otro, la identidad como sedimentación, es decir, la experiencia de la
continuidad de un si mismo, aspecto al que Ricoeur denomina identidad idem. Proponemos
vincular esta última dimensión de la identidad con la noción de ethos que, como vimos en la
elaboración de Foucault, partiendo del carácter reflexivo de toda relación de poder, no implica
la persistencia de una esencia o sustancia sino el espacio de un trabajo, una tecnología del sí
mismo. Es en este nivel donde encontramos la posibilidad de trascender la paradoja de la
identidad abriendo la oportunidad del juego entre los conceptos de identidad y de sujeto. El
sujeto político será aquel colectivo capaz de trabajar sus propios relatos y tradiciones
solicitando, conmoviendo, subvirtiendo un dispositivo. Decíamos más arriba, todo sujeto
individual y/o colectivo está al mismo tiempo interpelado y plegado, identificado y subjetivado,
normalizado y subvertido. Es en el espacio tensado del ethos donde ese juego se produce
como resultado del carácter abierto y reflexivo del poder.
Frente a los análisis neoestructuralistas de la identidad que priorizan el momento de la
interpelación (Laclau, 1993), nuestro enfoque genealógico opone la dimensión reflexiva del
ethos como espacio de reelaboración del sí mismo y, eventualmente, de impugnación del modo
en que determinado sujeto ha sido sujetado, normalizado, institucionalizado. En la línea de
Arendt y Benjamín, frente al dispositivo de interpelaciones que fijan una identidad,
reivindicamos el poder subversivo de las tradiciones. La tradición en tanto relato es la superficie
discursiva sobre la cual se inscriben las marcas del trabajo del sujeto distorsionando la
identidad. En el punto de cruce entre el trabajo ético- político de la tradición y la solicitación
constante de las modalidades de interpelación se juega la constitución de los sujetos políticos.

Coda: ¿Pueblo o multitudes?


En los debates generados alrededor de la interpretación y ampliación de las tesis del
último Foucault sobre la biopolítica se ha propuesto el surgimiento de un nuevo sujeto político
de resistencia: la multitud. El diagnóstico parte de la caracterización de las tecnologías
biopolíticas del capitalismo postfordista como aquellas que operan la incorporación de las
facultades y competencias biológicas, lingüísticas y afectivas de lo humano al proceso
productivo, derribando la frontera entre tiempo de trabajo y tiempo de producción. En la medida
en que el trabajo deviene inmaterial el productor se emancipa de la disciplina fabril movilizando
dentro del proceso productivo las destrezas básicas adquiridas en las formas más elementales
de cooperación social: halar, sentir, crear.
Entre los análisis más difundidos y debatidos acerca de las nuevas formas de
resistencia frente a esta mutación del capitalismo se encuentra el realizado por Michael Hardt y
Antonio Negri (2002). Allí los autores proponen a la multitud como el sujeto político inmanente a
las formas de dominación propias de las nuevas modalidades de reproducción del capital,
caracterizadas en la noción de Imperio. La multitud constituye, desde esta perspectiva, el
sujeto político que emerge en el contexto de la crisis del dispositivo moderno de la soberanía,
definido por la captura de las potencialidades democráticas de las fuerzas productivas en la
forma estado, a través del procedimiento de la representación política. En este sentido, la
multitud se opone al pueblo, sujeto paradigmático del dispositivo de soberanía, en la medida en
que el concepto de voluntad general opera la reducción de lo múltiple a lo Uno, sellando la
imbricación entre contrato de asociación y contrato de dominación-sujeción. La multitud, por el
contrario, emerge en el marco de la crisis de la soberanía estatal y de su sujeto privilegiado,
manteniéndose y encontrando su potencialidad en el orden de lo diverso; la multitud se
presenta -nunca se re-presenta- como una “constelación de singularidades”. Su potencia
disruptiva se efectúa de forma inmanente a la lógica de reproducción del orden imperial: si el
Imperio funciona mediante la lógica de la desterritorialización y mediatización del espacio
público y la producción -el medio que constituye la población en el léxico foucaultiano-, la
multitud operará desestabilizando los flujos que el Imperio impulsa y controla por su capacidad
espontánea de subvertir la circulación a través del éxodo y la deserción como condiciones
antropológicas. Según esta caracterización, lo que las luchas pierden en posibilidades de
articulación horizontal lo ganan en la intensidad de sus intervenciones. El Imperio constituye
una victoria paradójica del proletariado industrial ya que su internacionalismo se realiza en un
sistema fluido e inestable y, consecuentemente, expuesto a que diversas luchas singulares
afecten directamente el nervio central del poder imperial. En definitiva, si el desafío del pueblo
como sujeto político consistía en su articulación orientada hacia la unidad de acción
estableciendo un enemigo definido, el capitalismo postfordista promueve un nuevo tipo de
conflictividad cuyo sujeto encuentra su poder subversivo en la intensidad de sus intervenciones
singulares, resistiendo toda forma de representación y/o articulación que se presentan como
las dos principales modalidades de captura de su poder transformador.
Ahora bien, asumiendo la mutación social que supone el advenimiento de lo que
Foucault denomina sociedades de seguridad y Hardt y Negri, siguiendo a Deleuze, sociedades
de control, cabe preguntarse por la definición de la multitud como sujeto político privilegiado
que realizan los autores. Principalmente, resulta cuestionable el carácter espontáneo e
inmanente al despliegue del capitalismo postindustrial que marca la explicación de la
emergencia de la multitud. Jacques Rancière (2002) coloca este análisis en la larga tradición
marxista a la que denomina “metapolítica”: considerar al despliegue de las fuerzas productivas
como dotado de una teleología inmanente que conduce a la realización de lo que Marx
denomina la “humanidad socializada”. Efectivamente, para Hardt y Negri, las sociedades de
control al movilizar productivamente la comunicación y el afecto producen una expansión
espontánea de la conflictividad social que se realiza en el surgimiento de la multitud; sujeto
político múltiple y con una potencia subversiva que supera a la del proletariado industrial,
sometido a la disciplina de la fábrica y la dominación del estado nación.
Sin embargo, argumenta Rancière, este tipo de teoría política suprime la instancia
específicamente política de la distorsión, aquella dónde un nombre de sujeto impugna la
representación de las partes de la comunidad como un todo constituido en positividad social. El
antagonismo político, el modo de enunciación específico de un sujeto que, como hemos
propuesto, no sólo impugna la distribución de los recursos sino las propias reglas que la
habilitan y la legitiman, queda en la lectura metapolítica reabsorbido en el despliegue
teleológico de la sociedad. Según el autor francés, frente al imaginario metapolítico del
despliegue inmanente de las fuerzas productivas el pensamiento de los sujetos político debe
recuperar la fuerza disruptiva del desacuerdo democrático:
“Los sujetos políticos no se identifican con ‘hombres’ o agrupamientos de
poblaciones, ni con identidades definidas por textos constitucionales. Se
diferencian siempre por un intervalo entre identidades, sea que estén
determinadas por las relaciones sociales o por las categorías jurídicas. […]
Sujetos políticos existen en el intervalo entre diferentes nombres de sujeto.
Hombre y ciudadano son nombres de este tipo, nombres de lo común cuya
extensión y comprensión son igualmente litigiosas y que por esta razón se
prestan a una suplementación política, a un ejercicio que verifica a qué
sujetos se aplican esos nombres y de qué poder son portadores” (2006: 85-
86).

Lo que implica el proceso democrático es la acción de sujetos que, trabajando sobre el


intervalo entre identidades, reconfiguran las distribuciones de lo privado y lo público, lo
particular y lo universal, el interés y el derecho, el estado y la sociedad, en definitiva, indagan
nuevas formas de gubernamentalidad. Recuperamos aquí la máxima foucaultiana según la cual
el gobierno de los hombres no es del orden de la imposición de los gobernantes a los
gobernados, sino una práctica que fija la definición y la posición respectiva de los gobernados y
los gobernantes entre sí y con referencia a los otros. Pero esta concepción del litigio y los
sujetos políticos no puede pensarse en el orden de la inmanencia de lo social como esencia
autopoiética, sino que requiere un pensamiento de la especificidad de lo político democrático.
Al respecto, Paolo Virno (2003), otro autor italiano preocupado por el análisis de la
multitud, sugiere que el desarrollo hipertrófico en el capitalismo postfordista del “intelecto
general” -la movilización de las capacidades comunicativas y afectivas básicas de la especie
como fuerzas productivas- conduce al peor de los escenarios sin la conformación simultánea
de una “esfera pública no estatal”. Sin esta eventualidad, lejos de quedar abolida, la soberanía
estatal se refuerza como aparato técnico-administrativo y represivo destinado a capturar y
funcionalizar el excedente intelectual y comunicativo que generan las nuevas formas de
producción; en tal caso estamos, advierte Virno, en el reino de “lo siniestro”. Nos parece
fundamental la intervención de Virno en la medida en que ofrece una alternativa, que
podríamos llamar republicana, frente al optimismo espontaneísta en el desarrollo de las fuerzas
productivas, reponiendo el problema de las mutaciones del estado en el actual contexto de
transformación del capitalismo. Esa “esfera pública no estatal” configura los espacios de
construcción de una voluntad política autónoma donde los sujetos políticos democráticos
pueden surgir y proliferar. El “intervalo entre identidades” que supone la emergencia de
cualquier sujeto político requiere de un espacio de aparición que reúna las dos características
fundamentales que Hannah Arendt (1993) le atribuye a la acción humana: pluralidad -
diversidad de puntos de vista en una estructura deliberativa- y natalidad -apertura al
surgimiento de lo radicalmente nuevo-.
Compartimos que ninguna concepción sustancialista de la soberanía popular puede
resultar la base de un sujeto político emancipatorio en una realidad política desterritorializada,
mediatizada y múltiple. Sin embargo, tampoco creemos que la propia dinámica inmanente del
capital engendre espontáneamente el tipo de sujetos que conduzcan a su transformación
democrática. Curiosamente, los propios Hardt y Negri sugieren un camino interesante para la
constitución de nuevos sujetos políticos al momento de ofrecer un escueto programa de acción
para la multitud postfordista. Hablan allí de tres exigencias fundamentales: el reclamo de una
ciudadanía global, el derecho al goce de un salario social y el derecho a la reapropiación social
de los medios de producción. Lo curioso, obviamente, reside en que autores que niegan toda
especificidad y autonomía a lo político, considerándola como una forma de alienación de la
potencia de la multitud en el dispositivo de soberanía, recurran para formular sus reclamos a
una retórica de derechos. Creemos, más cerca de los textos de Foucault que de la
interpretación de Hardt y Negri, que las formas de gubernamentalidad no se suceden según un
curso teleológico sino que se solapan e imbrican alternando su predominio. Si esto es así, cabe
preguntarse por el estatuto de los derechos en el ocaso de la soberanía estatal. Y es
precisamente en una “política de los derechos” (Lefort, 1990) donde encontramos una
herramienta productiva para la apertura de ese espacio público no estatal indispensable para la
realización democrática de la potencia de la multitud. Un derecho que apele a la universalidad
de la justicia distorsionando la representación cerrada de la comunidad política como
emanación del poder estatal y obligue a todo poder político a justificar las fuentes de su
legitimidad. En ese espacio irrenunciable que la política de los derechos abre entre el poder y
su justificación esperamos escuchar la palabra plena de los sujetos por venir.
Capítulo 4: Del conocimiento sociologico a la 'expertise' politica y mediatica:
institucionalizacion, difusion y fragmentacion de los saberes53

Aurélie Tavernier

Traducción Vanina A. Papalini

“La sociología difiere de otras ciencias por lo menos en un punto: se exige de ella una
accesibilidad que no se le demanda a la física, ni tampoco a la semiología y a la filosofía. (...)
En todo caso, no es sin duda el dominio donde el ‘poder de los expertos’ y el monopolio de la
‘competencia’ sean más peligrosos y más intolerables. Y la sociología no valdría ni una hora de
esfuerzo si fuera un saber experto reservado a los expertos” (Pierre Bourdieu,
1980: 6)

Introducción
El “affaire Dreyfus” que estalló a fines del siglo XIX en Francia puede resultar revelador
para comprender el nexo entre el científico y el político en el espacio público. El nacimiento del
intelectual crítico, figura emblemática del debate público mediatizado tal como se configura en
el momento del “affaire”, pone en escena y obliga a redefinir los términos de la relación entre la
práctica científica y la conciencia ciudadana: el compromiso del entendido en el debate político
se instala entonces como colectivo y público; opone a la institución política, la ética científica;
descansa de manera inédita sobre la reivindicación del conocimiento científico como
fundamento de la legitimidad democrática (Duclert, 1994).

La contribución de los saberes en el espacio público político debe ser igualmente


reubicada dentro del proceso más amplio de construcción del Estado burocrático: desde 1880 y
54
hasta 1960 , se instala un modelo positivista de organización de la administración que
corresponde a un vasto movimiento de racionalización de los saberes de las ciencias humanas
y sociales. El surgimiento de la “experticia” como un instrumento de acción política cobra
sentido en este contexto: las ciencias, y en particular las ciencias morales, políticas y sociales,
devienen medios para conocer los fundamentos de la organización social y permiten la
racionalización de la acción pública. El recurso a los cuerpos de especialistas es entonces
pensado como un medio orientado hacia los fines de la acción pública racional.

53
Título original en francés: « Du savoir sociologique a l’expertise politique et médiatique: Institutionnalisation, diffusion
et fragmentation des savoirs ». Escrito especialmente para este volumen.
54
Müller distingue con mayor precisión tres grandes fases del proceso de modernización de la gestión pública,
caracterizadas por un sistema administrativo propio: cada una de estas fases ilustra los procesos progresivos de la
racionalización de la acción pública, con el desarrollo de herramientas que colaboran con la gestión y la decisión
públicas apropiadas. Un primer período, que se extiende desde 1800 a 1880, se caracteriza por el reinado del poder
público y la sumisión jerárquica de la acción administrativa a la política: el lenguaje administrativo es el del derecho y el
principio de la acción pública, el del respeto de la norma jurídica como fundamento de la decisión. A partir de 1880 y
hasta 1960, domina el criterio de “servicio público”; las nuevas administraciones son construidas sobre un modelo de
organización positivista. Finalmente, un tercer período consagra la crisis actual del límite entre el sector privado y el
sector público, que se traduce en la multiplicación de entidades jurídicas mixtas, el conflicto de los expertos por la
multiplicación de “contra-experticias” y el debate en torno a la descentralización del poder estatal (Müller, 1994: 13-15).
Nos proponemos situar en este doble contexto, el del “affaire Dreyfus” y el de la
construcción del Estado burocrático, los procesos de institucionalización, de publicidad* y de
legitimación del saber, en espacios públicos plurales: político, mediático y científico.
Observaremos, más precisamente, los desafíos estructurales y simbólicos que gravitan sobre la
producción y difusión de los saberes sociológicos: si las disciplinas científicas son
desigualmente sensibles y adaptables a su reapropiación y a la circulación de sus conceptos
en el mundo social y político, la sociología lo es, quizá, muy especialmente. En efecto, el
nacimiento de la disciplina reposa sobre una paradoja: por un lado, para constituirse como
disciplina científica, la sociología debió reivindicar un territorio singular y una capacidad de
explicar el mundo social superior a las investigaciones ordinarias, dotándose de herramientas
teóricas y metodológicas y de lugares académicos que debían asegurar su institucionalización
y su autonomía; pero al mismo tiempo, el desarrollo material, institucional y simbólico de la
disciplina sociológica depende fundamentalmente de su difusión y de su utilidad social y
política.

En el marco de este artículo, la atención será enfocada principalmente sobre dos


aspectos: en primer lugar, las dinámicas de configuración de los espacios de producción y
circulación de saberes; en segundo lugar, los procesos de normalización de lo real que allí se
juegan.

En primera instancia, nos proponemos volver sobre las lógicas de interdependencia


que condicionan el acceso de los saberes de las ciencias sociales al espacio público, político y
mediático. La emergencia de la sociología como disciplina científica, que tomamos como caso
de estudio, no es separable -al menos en Francia- del desarrollo de las “ciencias de gobierno”:
la sociología se presenta como una fuente de saberes disponibles no solamente para la
construcción de esquemas de interpretación e instrumentos de apoyo para las decisiones y la
elaboración de políticas públicas, sino también para los procedimientos periodísticos de
tratamiento de la actualidad. Consideramos estas dimensiones en términos de “configuración”,
es decir, como un sistema social donde los individuos están ligados unos a otros por un
conjunto de dependencias recíprocas, según un equilibrio de tensiones más o menos estables
(Elías, 1991). Abordaremos así la cuestión de la interdependencia que existe entre los
procesos de institucionalización y de autonomización de los espacios científico, político y
mediático.

Paralelamente a esta formalización, plantearemos los desafíos de la publicidad de los


saberes desde el punto de vista de su participación en la construcción de normas colectivas, a
partir de una concepción del espacio público como lugar de representación y puesta en común
de los fundamentos normativos de una sociedad. En esta perspectiva (que se puede encontrar
55
transversalmente en las proposiciones de Arendt, 1993 y Habermas, 1992; 1993) , el carácter
público puede ser definido como una forma particular de institución de lo común, que supone la

55
Para una aproximación a las prolongaciones teóricas a las que invitan Arendt y Habermas consultar Neveu, 1995.
identificación y la tipificación de los actores y de los discursos llevados al conocimiento
colectivo. De esta manera, se someten a exigencias precisas de validez y a procesos
intersubjetivos de validación. El espacio público designa, a la vez, un lugar abstracto e
inmaterial de discusión contradictoria de los “grandes problemas del momento, espacio
simbólico hoy poblado por los actores y las instituciones de los medios” (Chanial, 1992) y, al
mismo tiempo, una realidad topológica concreta, donde se juega la adquisición de legitimidad
de los discursos que se han vuelto públicos. Regresamos a través del ejemplo de la sociología,
a las condiciones estructurales en las que los saberes de las ciencias sociales pueden, por un
lado, acceder a la visibilidad que otorga el espacio público mediático, en virtud de los principios
de validez y racionalidad que le son atribuidos. Por otro lado, participar en el proceso cognitivo
de normalización de lo real, o sea, en la definición de las normas de aprehensión y
56
categorización de lo real sobre las que se asienta el discurso público .

Dinámicas cruzadas en la emergencia de las figuras del especialista y el periodista: el


affaire Dreyfus como momento de cristalización de una configuración

La elección de partir del affaire Dreyfus para examinar los procesos de


institucionalización e interdependencia que gravitan sobre las condiciones de producción y
difusión de la sociología en el espacio público está ligada a la dimensión fundacional que ubica
el affaire dentro de las dinámicas de intelectualización de la vida política -y a la inversa. Es
necesario subrayar que la sociología está en el «affaire»: ciencia de lo social y lo político,
forma parte del compromiso intelectual que se organiza a favor de la revisión del proceso en el
marco de la Nueva Sorbona, junto a las disciplinas históricas, filológicas, psicológicas que
conocieron, en ese fin de siglo XIX, un profundo movimiento de reestructuración. La sociología
está directamente representada en el espacio público mediático por su fundador, Émile
Durkheim, que se compromete personalmente a favor de la rehabilitación del capitán Dreyfus
en un texto publicado el 1º de julio de 1893 en la Revue politique et littéraire, llamada “Revista
azul” (Durkheim, 1987).
57
Si la “cuestión de los intelectuales” amerita ser planteada ante el affaire Dreyfus , los
términos en los cuales es reformulada en el espacio del debate público se encuentran sin
embargo considerablemente modificados. En principio, porque el vasto movimiento peticionario
por el cual el affaire cobra estado público toma verdaderamente cuerpo y partido en la prensa
(Ponty-Lavieuville, 1974), desde la acusación de alta traición al capitán Dreyfus en 1894 hasta
la campaña que se organiza a favor o en contra de la revisión de su proceso y la culminación

56
La normalización designa el “establecimiento y la aplicación de un conjunto de reglas y de especificaciones (normas)
que tienen por objeto unificar, simplificar y racionalizar” el objeto al que se aplica, según la definición propuesta por el
Dictionnaire Encyclopédique Larousse, París, edición 2003. Aquí utilizamos el término con una acepción cercana a los
conceptos de normativización, de Habermas, y de publicidad, de Arendt.
57
Sobre este tema, puede leerse también el análisis de otro affaire: Walter, 1981.
58
con la proclamación de su inocencia en 1906 : la palabra especializada deja de ser individual y
privada para devenir el objeto de un compromiso público y de una responsabilidad colectiva. En
segundo lugar, lo que está en juego concierne efectivamente el estatuto y el papel social y
político de los especialistas, los universitarios, los artistas, que se comprometen en el espacio
público contra la autoridad del Estado y en defensa de un ideal de justicia escarnecido por sus
instituciones. Puesto que lo nuevo en la figura del “intelectual democrático” que emerge en el
corazón del affaire (Duclert, 1999), es tanto la posibilidad que se abre para una elite
universitaria y científica, de constituirse en colectivo de acción y de juzgamiento sobre los
asuntos de la ciudad, como las modalidades por las cuales se realiza este involucramiento en
el espacio público democrático. Dicho de otro modo, la pregunta que plantean los intelectuales
es la de la legitimidad del título bajo el cual se realiza su compromiso: el título como signo de
pertenencia consignado al pie de los petitorios y el título como motivo de acción, de una
59
legitimidad a construir en el debate público sobre la credibilidad que otorga esa identidad .

Profesión: especialista. La competencia como título de legitimidad y condición del compromiso


democrático.

¿Quiénes son estos intelectuales? De entrada pensamos en los hombres de letras,


Émile Zola, Anatole France, Charles Péguy, Marcel Proust, que defienden públicamente, contra
los intereses del Estado Mayor, los valores universales de verdad y justicia. La línea divisoria
que separa los campos de los partidarios de Dreyfus y de sus detractores no debería ser
reducida a una partición entre una derecha antisemita y una izquierda pro-judía. La distinción
se establece sobre todo en relación a los intereses superiores que son invocados de una parte
y de la otra en nombre del bien común: el de la Nación y las instituciones garantes del interés
colectivo por un lado; el de los derechos del individuo resguardados por una ética de la moral,
por otro.

El “nacimiento de los intelectuales” (Charle, 1990) es, pues, el de una tradición de


compromiso público crítico. Pero es al mismo tiempo un compromiso en nombre del saber
científico: el vasto movimiento de reclamo que se desencadena es sin duda la acción de
especialistas, entendidos en las ciencias del conocimiento y de la vida, cuyas redes se
estructuran en toda Europa occidental de fin del siglo XIX a favor del ideal del progreso y de las
corrientes del pensamiento modernista. Podemos verdaderamente hablar de una “profesión de
especialista” desarrollada en los lugares de formación específicos (facultades de letras,
derecho, medicina, así como las Grandes Escuelas nacidas de la revolución y reforzadas bajo
el Imperio liberal), estructuradas por instancias de producción científica (instituciones de

58
Reconocimiento público de las instituciones jurídicas y políticas, y actualmente militares: en ocasión de la celebración
del centenario de la rehabilitación del capitán Dreyfus, el 11 de julio de 2006, el presidente de Francia, Jacques Chirac,
pronunció simbólicamente su discurso de homenaje en la corte de honor de la Escuela Militar, la misma donde el oficial
judío alsaciano había sido degradado.
59
Sobre la importancia del título en nombre del cual se plantea el discurso hecho público como dispositivo de
legitimidad y proceso de legitimación, véase Habermas (1987); Angenot (1982) y Fraenkel (1992).
60
investigación, diplomas, publicaciones) , portadoras de una dimensión identitaria colectiva
cuyo fundamento trasciende el factor disciplinario.

Ahora bien, son estos saberes expertos, en tanto portadores de micro-saberes


específicos, los que van a trabajar para demostrar la inocencia del capitán y para producir la
prueba ante la justicia y proclamarla en el espacio público ampliado: es la experticia científica la
que permite comparar la escritura de Dreyfus con el formulario que lo acusa, y es sobre la fe de
este conocimiento experto que los hombres de ciencias se comprometen públicamente; en
principio, en las revistas especializadas, luego, ante la justicia que los escuchará durante la
61
revisión del proceso. Pensamos aquí en el trabajo de investigación de Gabriel Monod , en el
62
cual la competencia de historiador es puesta al servicio de una verdadera contra-experticia ,
del formulario incriminante, o también a Émile Duclax, quien escribió, en Le Siècle del 10 de
enero de 1898, en su calidad de director del Instituto Pasteur que pensaba,

“como especialista, del acta de acusación del capitán Dreyfus (...) Yo pienso
simplemente que, si en las cuestiones científicas que tenemos que resolver,
condujéramos nuestra búsqueda como parece haber sido realizada en este
caso, sería por azar que llegaríamos a la verdad (...)” (Duclert, 1994: 75).

Dicho de otro modo, el espíritu científico es reivindicado como el carácter, en sentido


63
retórico , que funda el compromiso en el espacio público y determina quién tiene derecho de
hablar sobre qué: el especialista partidario de Dreyfus es el experto capaz de denunciar las
imposturas gracias al ejercicio de su ciencia. El intelectual democrático se define pues por el
pasaje del compromiso individual y privado al compromiso público y colectivo, en nombre de
una verdad en la cual la defensa remite al interés universal y al bien común, pero que se
establece en función de conocimientos específicos y particulares, en un proceso de extensión
de los criterios de la cientificidad al uso de la razón: hacia el ejercicio de una forma de
“competencia moral” (Memmi, 1992: 104).

Si el affaire Dreyfus cristaliza en el espacio público la figura del intelectual democrático,


igualmente informa sobre el proceso de configuración respectiva y recíproca de las profesiones
del experto y del periodista y sobre las modalidades de sus respectivas participaciones en el
espacio público político: la emergencia, a fin del siglo XIX de una frontera más y más marcada
64
entre esos “dos mundos” , el de los medios y el del conocimiento, gana terreno en sus

60
El número de revistas científicas pasa así de 750 en el año 1800, a alrededor de 5000 en 1885, 8000 en 1895, y
cerca de 25000 en 1919 (Rapoport, 2002: 547).
61
Historiador, fundador de la escuela llamada “metódica” y de la Revue Historique en 1876. Ver Bourdé y Hervé, 1983:
181.
62
En el sentido propuesto por Trépos (1996) para caracterizar los conflictos de legitimidad que operan entre soluciones
rivales en la regulación de las crisis políticas.
63
“Se persuade por el carácter, cuando el discurso es de naturaleza tal que vuelve al orador digno de fe, puesto que
las gentes honestas nos inspiran una confianza mayor y más rápido (…). Pero es necesario que esta confianza sea el
efecto del discurso, no una prevención sobre el carácter del orador. (...) Es el carácter lo que, puede decirse, constituye
casi la más eficaz de las pruebas” (Aristóteles, 1969: 22-23).
64
En referencia a la revista del mismo nombre (ver sobre este punto la obra de Loué, 1998), pero también en el sentido
en que Boltanski y Thévenot utilizan el término «mundos»: designan los universos institucionales y simbólicos a los que
dinámicas de autonomización y profesionalización progresivas. “Ahora bien, si el medio de los
periodistas y el de los intelectuales no se confunden; a partir del affaire Dreyfus, que vio el
nacimiento de los “intelectuales”, se acercan y se interpenetran: son justamente los más
célebres de los intelectuales, colaboradores habituales de la prensa, quienes han precisamente
conducido la batalla en los dos campos y engendrado -de un lado o del otro- a los verdaderos
profesionales del periodismo” (Marc, 1997: 11).

Estas dimensiones han sido objeto de numerosos análisis, por un lado, atentos a los
procesos socio-históricos de la emergencia cruzada de las figuras del intelectual y del
periodista (Ruellan, 1993; Férenczi, 1993; Delporte, 1995; Bourdon, 1992; Mathien y Rieffel,
1995). Y por otro, a “la cuestión de los intelectuales” como objeto histórico (Sirinelli, 1990;
Winock, 1997; Charle, 1990; Lettieri, 2002). No es tal el propósito de este artículo, para el cual
se retendrán sobre todo, entre las conclusiones a las que llegan estos trabajos, el peso de la
autonomización de la esfera universitaria e intelectual sobre las prácticas profesionales de los
periodistas: el desdoblamiento del archi-discurso del periódico o su anonimización (Bastin,
2001), gracias al recurso de alternar con “dichos” externos dotados de la calificación que otorga
la autoridad y la experticia, es para nosotros una dinámica esencial (Tavernier, 2004).

Profesión: periodista. El recurso a la palabra externa como consecuencia del proceso de


profesionalización

Una de las tendencias mayores en la evolución de la prensa francesa, desde el siglo


XVIII y hasta el advenimiento de la prensa moderna en la segunda mitad del siglo XIX, se
vincula a la desaparición del periódico de opinión en beneficio de la mediatización de las
opiniones. A medida que fue evolucionando, el periódico tiende a presentarse menos como una
fuente propia de discurso que como un discurso construido a partir de otros discursos: si en la
época del periodismo naciente el periódico hacía escuchar su voz, ésta se reconstituye
progresivamente en torno y a partir de la puesta en escena de actores exteriores a la
redacción. Polifónico, el discurso de la información integra la palabra referida como un
dispositivo mayor de su elaboración: “bajo la escritura del periodista, hay aún escritura; bajo su
discurso, otros discursos” (Moullaud y Tétu, 1989: 130).

Para comprenderlo, es preciso recordar que la relación entre la palabra del periódico y
las palabras exteriores evolucionaron con la estructuración del espacio público democrático y la
función social y política que ejerció la prensa de masas. En el primer período de su emergencia
y hasta mediados del siglo XX, una parte importante de la prensa escrita francesa estaba en
efecto constituida como una prensa de opinión, encargada de construir el espacio del debate

se refieren los individuos para constituir regímenes de acción y modos de compromiso apropiados a las situaciones de
interacción y a los repertorios de intervención esperados (Boltanski y Thévenot, 1991).
de confrontación (Rieffel, 1984; Martin, 1991): el periódico se presenta entonces como la
tribuna ofrecida a los juicios políticos e ideológicos; la firma personal (auctor) se confunde con
la de la autoridad (auctoritas) en el espacio de lo que se hace público (Frankel, 1992). El
período de la inmediata postguerra marca la declinación de la prensa comprometida: si las
grandes firmas, de Jean-Paul Sartre a Raymond Aron, de Boris Vian a Emmanuel Mournier,
encarnan aún el ideal de una prensa que intenta defender opiniones comprometidas, fundadas
sobre los valores de un grupo político o social, y a la vez, construir y hacer resurgir la opinión
65
pública esclarecida; la prensa de Combate no cesa de declinar . Progresivamente, el periódico
cesa de ser militante y orgánico para devenir el espejo de enunciaciones polifónicas, es decir,
el eco de voces que no integra más como suyas propias.

El recurso a las palabras externas se presenta entonces como un componente esencial


de las retóricas periodísticas que acompañan este proceso, ligadas a la profesionalización
progresiva del periodismo, su diversificación y su especialización. Las retóricas designan las
estrategias desarrolladas a través de modos normados de escritura y de procedimientos
normados de interacción entre actores sociales: participantes externos, lectores y periodistas.
Las maneras recurrentes de tratar la actualidad son así asociadas a las “rutinas” profesionales,
que remiten a la vez a la interiorización, a la formalización y al reconocimiento de modos
canónicos de representación de lo real: estas “reglas de escritura” pretenden atestiguar la
validez del discurso periodístico (Padioleau, 1976).

El recurso a la “palabra de los expertos” constituye una de las retóricas del periodismo de
información. La construcción del discurso periodístico “por concesión”, es decir, a través de
espacios concedidos a firmas no periodísticas -yuxtaponiendo dichos atribuidos a autoridades
cuya palabra es externa-, permite a los periodistas, en efecto, satisfacer algunos criterios o
66
“pretensiones” ligadas al ejercicio del periodismo profesionalizado .

- Pretensión de objetividad, en respuesta a la anonimato que reclama la descripción


fáctica como norma del periodismo profesional:
La objetividad como criterio de excelencia periodística descansa sobre lo que se podría
designar como un mito que adquiere carácter fundador (Delforce, 1996: 19): si la objetividad
no tenía sentido en la prensa del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, cuando estaba
enteramente consagrada a la expresión de la opinión y al debate de las ideas, en cambio
adquiere relevancia con la expansión de la gran prensa y el desarrollo de la información que,
para ser validada, debe presentarse como el equivalente de la realidad.

“La gran prensa se vio obligada a observar una neutralidad acorde a sus
ambiciones mercantiles. ¿Cómo hacer para disgustar al menor número de

65
El periódico homónimo, emblemático de la prensa comprometida de principios del siglo XX, ve caer notablemente su
difusión: de 180.000 ejemplares distribuidos en 1945, baja a 60.000 en 1959 (de los cuales el 30% quedaban sin
vender), antes de desaparecer totalmente en 1974.
66
En el sentido definido por Boltanski y Thévenot, la pretensión es lo que permite a los individuos justificar sus
acciones intersubjetivamente, adosándolas a un cierto número de principios que regulan su actividad social y
organizando los valores simbólicos (1991: 168).
lectores potenciales, a falta de poder gustarle a todos? Tal es pues,
formulada en términos de mercado, la apuesta de la objetividad periodística”
(Cornu, 1994).

- Pretensión de compromiso democrático, por delegación del juicio que impone la


necesidad, consecuencia de la objetividad, de distinguir el hecho del comentario y de la
opinión.
La separación topográfica del espacio de las opiniones exteriores parece así esencial en la
exhibición del contrato de lectura ritual asociado a la publicación de “tribunas”, espacios
dedicados a la polémica. Este metadiscurso del periódico Le Monde, publicado en ocasión del
lanzamiento de un nuevo diseño del diario, lo ejemplifica claramente:

“La distinción entre informaciones y comentarios ha hecho decir más de una


vez en el pasado que Le Monde es el más anglosajón de los diarios
franceses. Esta preocupación de no mezclar las géneros fue acentuada por
la reforma de 1995, con la creación de las páginas ‘Horizontes’ y las
diferenciaciones gráficas para cada tipo de artículo (...) Fuera de estos
espacios, las opiniones son desterradas. Un punto de vista no puede
deslizarse entre dos frases de un artículo de información, como de
contrabando. El contrato de confianza entre el lector y la redacción
descansa en gran parte sobre la disociación escrupulosa entre información
67
y comentario (...)” (Solé, 1999) .

- Pretensión de tratamiento de la complejidad por la intermediación de palabras dotadas


de la calidad de “expertas” y de principio de autoridad.
Su incrustación en la escritura periodística realiza, por procuración, la tarea de
explicación y puesta en perspectiva de los hechos; pues es sobre la recolección de los hechos
que el periodista funda ahora su identidad profesional. El recurso a las palabras externas
permite además paliar los ritmos de producción de la actualidad progresivamente erigidos en
norma:

“Tenemos necesidad de una palabra autorizada y además con frecuencia ellos


conocen mejor la cuestión que nosotros. Nos servimos de ellos para hacer inteligente y
no solamente reactivo nuestro trabajo. (...) Se espera de un experto que nos aporte la
información que no tenemos. Él debe conocer cuáles son las necesidades que
nosotros los periodistas, sea porque no lo hemos visto, sea porque uno lo ha visto pero
se dice a sí mismo: no nos corresponde a nosotros decirlo porque no somos expertos
en nada, no podemos con nuestra sola firma asegurar tal o cual cosa. De cualquier
manera, el experto es quien legítimamente dice lo que nosotros sabemos, o lo que

67
Sobre las estrategias de objetivación del discurso del diario Le Monde ver Padioleau, 1985.
creemos saber, pero que no podemos decir: estamos allí para plasmar la información,
no para hacer el editorial”. (Blandine Grosjean, periodista del diario Libération.
Entrevista, mayo 2003).

Pero el recurso a la palabra externa resulta igualmente de la heterogeneidad


constitutiva de la profesión de periodista y de la diferenciación creciente de los asuntos del
periodismo: el florecimiento de la profesión se traduce en la fragmentación extendida de las
especialidades del periodismo, entraña notablemente la segmentación en aumento de las
rutinas profesionales y de los procedimientos de interacción entre los periodistas y sus
interlocutores. Se puede así hablar, con Dominique Marchetti (2002), de “sub-campos
especializados del periodismo”, al interior de los cuales es necesario aún diferenciar jerarquías
(¿qué hay de común entre un editorialista y un colaborador ocasional?), procedimientos (entre
el “trabajo en terreno” y el “trabajo de escritorio”), sectores (entre la producción de la actualidad
de la prensa cotidiana general y las revistas especializadas) y hasta especializaciones internas
de las redacciones, distinguiendo por ejemplo, dentro de un mismo rubro como “Sociedad”,
entre los periodistas a cargo de la educación, de los especialistas encargados del tratamiento
68
de la familia o incluso del empleo .

“Usted sabe, en Le Monde, estamos muy “parcelados”, somos especialistas


-lo cual es una ventaja y un inconveniente: de todas maneras es necesario
que conozcamos bien nuestros dominios, pero esto nos encierra, en cierto
modo”. (Beatrice Guerrey, periodista de Le Monde. Entrevista, mayo 2003).

“Es siempre el problema: trato de abrir un poco la agenda de direcciones a


gente nueva, porque la facilidad o sobre todo la seguridad, cuando se
conoce bien a alguien, lo que hace, la manera en que trabaja, sobre qué
trabaja, hace más fácil acudir a él...”. (Blandine Grosjean, periodista del
69
diario Libération. Entrevista, mayo 2003) .

Estos usos rutinizados y segmentados de los saberes, identificados por los periodistas
como disponibles para alimentar las retóricas del tratamiento de la actualidad, conducen
entonces a reproducir la misma segmentación en el espacio del periódico. Podemos entonces
hablar de una construcción del sentido por fragmentación: de los acontecimientos, de los
dispositivos que los ponen en escena, de las representaciones que se proponen de ellos;
repertorios y escenas del discurso se perfilan, en el seno de las arenas públicas tematizadas

68
Para un análisis de los efectos de estas estructuraciones aplicadas al periodismo económico ver Duval, 2004.
69
Las entrevistas, de las cuales se extrajeron los extractos reproducidos en este artículo, se publicaron in extenso e los
anexos del trabajo de tesis citado precedentemente.
(Bastien y Neveu, 1999), cuyo acceso es reglamentado por un cierto número de normas de
70
presentación y de criterios de validación .

Para comprender las implicancias de estas dinámicas sobre la configuración del


espacio público mediatizado, podemos aquí apoyarnos en la Teoría de la acción comunicativa:
Jürgen Habermas (1987) propone allí sustituir la representación de un espacio público unitario,
por la imagen de una red de espacios públicos plurales, en los cuales se actualiza el sentido de
las producciones discursivas y de la identidad de las personas públicas. Son entonces las
expectativas normativas de los actores que participan en una situación de comunicación las
que definen el carácter legítimo y racional del uso de la palabra: la validez del discurso público
emerge en la interdependencia entre las pretensiones y los criterios de juicio. Desde entonces,
la aprobación que suscita una opinión o un juicio es del orden de la persuasión y la adecuación
de las normas del discurso a los horizontes de expectativas de los actores. De esta manera,
Habermas vislumbra otra vía para la emergencia de un sentido común en la discusión pública:
la validez de la opinión no es solamente la del saber cognitivo, racionalmente susceptible de
verdad, sino aquella a la que acceden los juicios a partir del momento en el que corresponden
a los parámetros de una situación dada.

Más que de la argumentación racional, el espacio público nace de la confrontación de


los discursos y los registros de validez, como la “fenomenalización” de un mundo común
(Quéré: 1992: 82). El uso de la palabra pública constituye tanto una operación por la cual los
actores se apropian del mundo social y son a la vez autorizados a representarlo, en nombre de
un derecho a hablar específico que es también la condición de su acceso legítimo a la esfera
pública: nos proponemos ahora examinar los principios de adquisición de autoridad y las
condiciones de validez de la palabra pública en nombre del conocimiento sociológico.

La institucionalización paradojal de la sociología, entre la construcción científica y la


información política

Antes de ser una disciplina autónoma, fundada sobre métodos y principios singulares
de construcción de sus objetos y de elaboración de sus conceptos, la sociología es también un
discurso sobre el mundo social que, en un espacio público caracterizado por la polifonía de
pretensiones y repertorios de validez, entra en competencia con otros discursos, por la
representación legítima de lo real. La problemática que rodea la producción y la difusión de
saberes de la sociología es entonces doble: se trata para sus representantes, no solamente de
conseguir imponerla entre las formulaciones corrientes sino también de preservar la autonomía
de la disciplina respecto de las demandas sociales, políticas e ideológicas.

70
Una tipología de los criterios vigentes en la prensa cotidiana francesa de referencia se presenta es los capítulos 3 y 4
de la tesis antes citada. Para un análisis minucioso de las condiciones de acceso y legitimidad de los autores de
columnas en la prensa francesa e italiana ver Lettieri, 2002.
Esta doble dificultad debe ser situada en la ambivalencia constitutiva de la disciplina: un
rápido recorrido por las condiciones de institucionalización y desarrollo de la sociología en
Francia nos permitirá presentar al sociólogo experto como una figura paradojal, y considerar la
difusión de los saberes sociológicos en el espacio público desde el ángulo de la normalización
que ofrecen a los procesos democráticos, administrados por la esfera política y exhibidos en el
espacio mediático.

La sociología, una ciencia moral, política y científica

El análisis sociohistórico de la constitución de la disciplina sociológica en Francia


muestra que su institucionalización académica se efectuó en un doble movimiento (Revel y
Wechtel, 1996; Lautman, 1981). Al principio y durante un tiempo, la sociología se desarrolla en
ausencia de las instituciones universitarias, bajo el sesgo de las investigaciones empíricas
efectuadas en los años ’50. Después, en un segundo movimiento inverso, por la apertura de los
saberes producidos en el crisol de la universidad hacia el exterior y el mundo del trabajo
(Chenu, 2002).
Retomando la terminología de Bourdieu, se puede considerar al Estado como un
campo institucional de dominación, cuya voluntad de unificación nacional y de racionalización
pasa por la concentración de un cierto capital de información (Bourdieu, 1994: 114): en el
contexto de la racionalización de la acción pública apoyada sobre el desarrollo de la burocracia
71
como forma de organización (Weber, 1995: 226) , puede comprenderse la emergencia de la
expertise de las ciencias sociales como “ciencias de gobierno” (Delmas, 2002). En Francia, la
convocatoria de investigadores en ciencias sociales a ocupar funciones dentro de la experticia
gubernamental ha aumentado particularmente en el curso de los años ’80, visiblemente bajo
los efectos de la adjudicación de puestos en el seno de los ministerios del gobierno socialista
(Tanguy, 1995; Gaxie, 1980). Si bien esta demanda descansa sobre una convergencia de
intereses entre los especialistas de las ciencias sociales y la racionalización administrativa del
Estado, reposa también sobre el desarrollo de lugares de encuentro entre los altos funcionarios
y los agentes administrativos del Estado, la dirigencia económica y el mundo de la
72
investigación universitaria .
Ciencia de gobierno y de la sociedad, la sociología es también una ciencia moral,
como lo testimonia, por un lado, su autonomización progresiva en relación a las ciencias
73
económicas y su emancipación respecto de la filosofía por otro . Así, para Bourdieu, no es por

71
Según la definición de Weber, la burocracia es “una forma social fundada sobre la organización racional de los
medios en función de los fines” (1995: 226).
72
Verrier (2002) ha analizado notablemente el ejemplo del CERES (Centro de Estudios, Investigación y Educación
Socialistas) como lugar de convergencia entre la producción de conocimientos científicos y el reclutamiento político. La
fundación Saint-Simon puede ser citada igualmente como ejemplo de institucionalización de esta convergencia: sobre
este caso específico ver Defaud, 1980.
73
En 1966, la reforma llamada “Fouchet” establece por primera vez una mención de sociología en los cursos
universitarios de estudios generales, rompiendo el lazo hasta entonces orgánico con las ciencias económicas: la
economía deviene una materia opcional del curso de sociología, mientras que era un componente obligatorio de la
licencia de sociología instaurada en 1958. Después, con la creación en 1969 de una sección de sociología en el seno
del Comité Consultivo de universidades, la sociología se emancipa de la sección de filosofía en la cual revistaban hasta
entonces los profesores de sociología (Chenu, 2002: 48-49).
azar si uno de los primeros objetos estudiados por la sociología, y por los discípulos de
Durkheim en particular, fue la religión, es decir, el instrumento por excelencia de la
construcción de un pensamiento del mundo social: se trataba también, para estos sociólogos,
de sustituir con un razonamiento científico, las prerrogativas de la filosofía en esta materia, es
decir, de “transformar los problemas metafísicos en problemas susceptibles de ser tratados
científicamente, y por lo tanto, políticamente” (Bourdieu, 1980: 49). El advenimiento de la
sociología en tanto que ciencia social es pues producto de una herencia compleja, “entre
ciencia y literatura” (Wolf, 1990), entre teorización práctica de lo social y discurso sobre los
valores. El reconocimiento de la sociología en tanto que disciplina científica requirió que ella se
despoje de los juicios de valor reservados a las ciencias morales dotándose de un aparato
conceptual propio y de métodos científicos: así, progresivamente, la sociología conquistó su
autonomía en la esfera universitaria, en el seno de un juego competitivo con las disciplinas
vecinas. Las relaciones que ligan a los sociólogos a las estructuras del Estado han favorecido
igualmente esta autonomización disciplinaria: el juego de intercambios con la industria y la
esfera económica actúa también en el proceso mismo de constitución de la disciplina,
interviniendo en sus modos de organización y sus formas de financiamiento (Pollack, 1976;
Grosseti, 2000).
Ahora bien, esta ciencia del conocimiento del mundo social es también una teoría
política, en la medida en estudia las percepciones del mundo social que ella contribuye al
mismo tiempo a organizar, porque proporciona de hecho un esquema de interpretación que
comprende de lo social a lo político. De suerte que el discurso del conocimiento es casi por
esencia preformativo: el discurso sociológico, aún cuando se esfuerce por ser demostrativo,
parece siempre también propender a prescribir, más que una definición del mundo social, una
normalización en cuanto a lo que debería o podría ser. La alternativa parece irreductible: o la
sociología es una ciencia pura, capaz de analizar objetivamente los datos del mundo social con
la ayuda de protocolos rigurosos, o es una ciencia política, implicada en la organización de lo
74
político y del orden social . “Dicho de otro modo, la sociología es, desde su origen, en su
origen mismo, una ciencia ambigua, doble, enmascarada; que ha debido hacerse olvidar,
negarse, renegarse como ciencia política para ser aceptada como ciencia universitaria”
(Bourdieu, 1980: 48).

La paradoja del sociólogo: entre el compromiso y la distanciamiento, la construcción del


referente de la acción pública

Para mostrar los desafíos que encubren estas cuestiones tanto en el plano
epistemológico como ideológico, podemos detenernos sobre la figura del sociólogo experto y
considerar su ambivalencia constitutiva, entre la neutralidad científica y el compromiso político

74
Al respecto, el trabajo de Durkheim (1983) puede leerse como un intento de racionalización científica de la
sociología: toma prestados sus presupuestos de las ciencias naturales; multiplica los signos de ruptura con las
propuestas funcionalistas y en primer lugar políticas; funda la neutralidad de los protocolos sociológicos sobre la
exigencia de una “definición previa”.
o social. La entronización del sociólogo en experto por encargo estatal constituye en efecto un
lugar de observación privilegiado de esta ambivalencia. Si la condición del éxito de la experticia
reposa sobre el encuentro entre, de un lado, los intereses defendidos en los ámbitos sociales y
políticos y del otro, un domino de actividad y producción científica (Trépos, 1996), el
investigador requerido para producir un saber experto es presa de una doble conminación: la
que se desprende de su actividad científica cotidiana de análisis y problematización de un
problema social y la que nace de la situación de experto y que le exige producir un esquema de
interpretación, estimar las transformaciones deseables y proporcionar un cierto número de
recomendaciones a la política. Ahora bien, la actividad científica propiamente dicha no aspira (a
75
priori) a la acción (Schütz, 1987) . En una situación de experticia, el sociólogo se encuentra
pues obligado a asumir una doble función: el conocimiento del mundo social y la información
que ayude a la toma de decisiones políticas. Querríamos plantear aquí algunos de los efectos
de esta ambivalencia del sociólogo en el espacio público científico, político y mediático.

Uno de los primeros efectos de esta estructuración del campo de las ciencias sociales
en relación con las estructuras estatales se vincula al crecimiento de la especialización de los
conocimientos sociológicos en el espacio público: los investigadores son menos solicitados
para proveer de esquemas generales necesarios para la regulación social que por sus
competencias específicas, en tanto que son identificados a partir de sus saberes
especializados sobre un dominio circunscrito de la realidad social. En consecuencia, el mismo
orden universitario queda modificado por la dominación estructural y social del “intelectual
específico” sobre la figura del “entendido”: el intelectual específico es “perseguido por el poder
político, ya no en función del discurso general que sostiene, sino a causa del saber que
detenta. (...) El intelectual universal deriva del jurista-notable y encuentra su expresión plena en
el escritor, portador de significaciones y valores en los que todos pueden reconocerse. El
intelectual específico deriva de otra figura, no del jurista-notable, sino del científico-experto”
(Foucault, 1994: 155). De esta manera se abre un mercado en que tanto los investigadores
como los políticos, comparten intereses y beneficios y en el cual el investigador se encuentra
obligado a afrontar una tensión entre dos tipos de legitimidad igualmente necesarias para el
reconocimiento de su trabajo: la legitimidad científica y la legitimidad social.

Un segundo efecto de la extensión de las demandas de experticia hechas al sociólogo


se debe a una inversión de los protocolos científicos en el marco de la demanda: es, pues,
posible, establecer un paralelo de la figura ambivalente del sociólogo experto en el espacio
político y en el espacio mediático. En estas dos esferas de solicitación, el sociólogo requerido,

75
Esta proposición merecería ser discutida, especialmente en vistas de la posición comprometida que, al contrario,
defienden ciertos sociólogos en su postura de investigación. Por ejemplo, a través de la “intervención sociológica”,
defendida por Touraine en los años ‘70; o el compromiso de sociólogos como Bourdieu en los conflictos sociales a fines
de los ‘90; o también el alegato por una “neutralidad comprometida” elaborado por Heinich. Elias estudió este conflicto
de legitimidades desarrollando la oposición entre el “compromiso” y la “distanciación” como los dos polos de la postura
del investigador: el ideal científico, o la neutralidad axiológica, puede ser respetada, según Elias, con la condición de
que el investigador efectúe por sí mismo un doble movimiento reflexivo en relación al objeto que estudia y del cual él es
parte “comprometida”, por el hecho de pertenecer al mundo social, al mismo tiempo que se aparta de él a través del
plan epistémico, objetivando los métodos y los conceptos que aplica al mundo social. Lo que acostumbramos a definir,
después de Durkheim, como una “ruptura epistemológica”, es así planteada como necesaria para la producción de una
ciencia de la sociedad conciente de sus responsabilidades y de su poder de imposición sobre lo social (Elias, 1993).
en un caso, para la elaboración de una política pública y en el otro, para el tratamiento
mediático de la actualidad, responde al pedido de problematización de un asunto del cual
acepta definir los contornos normativos con una mirada analítico-descriptiva sustentada por los
intereses de la institución que lo convoca. De este modo, se puede producir un conflicto de
intereses entre la perspectiva científica de objetivación de lo social fundante de la actividad
sociológica, y los propósitos prescriptivos del demandante. Así, en la institución política, la
misión de experticia debe producir una visión sintética de un problema público de algún modo
“pre-estructurado” por la actividad gubernamental, ya que el vínculo experto interviene
generalmente avalando la identificación y formulación de un campo de política pública (Guy y
76
Bedin, 2002) . De la misma manera, en el espacio mediático, la experticia del sociólogo se
integra en un marco de tratamiento y de rutinas mediáticas previas de los periodistas que se
ejercen a través de procedimientos y dispositivos que actúan como modalidades de pre-
estructuración de lo real mediatizado.
De la misma manera, en los dos casos los tiempos largos de la investigación científica
77
se oponen al tiempo corto de la misión experta ; en consecuencia, los modos de
administración de la evidencia son ampliamente modificados. Los referentes teóricos,
primordialmente en el marco de la investigación científica, son así separados de la producción
experta, puesto que ésta debe convencer a un público de decisores o de lectores,
desigualmente informados de los conocimientos producidos sobre un dominio especializado y,
en todos los casos, relativamente poco familiarizados con la retórica científica. Es así mismo el
acceso al terreno y al objeto de estudio que pueden transformarse: en el marco de una misión
gubernamental, las características de la investigación se encuentran ampliamente modificadas
por la presentación del investigador como “mandado” por la institución; sus interlocutores se
encuentran, en gran medida, “moralmente obligados” de responder a sus demandas (Tanguy,
1995: 462). En el caso de la solicitud mediática, el sociólogo encargado de interpretar un caso
como la manifestación más amplia de un fenómeno social tiene un acceso indirecto al terreno,
incluso un acceso de segunda mano, por ejemplo cuando su saber es requerido sobre la fe de
un material (despacho de agencia, reportaje, sondeo) previamente recogido y constituido. De
este modo, la transferencia del punto de vista científico en la situación de experticia opera una
suerte de inversión del protocolo de la investigación: allí donde la formulación de hipótesis
precede, según el enfoque científico, la problematización del objeto y el establecimiento de una
metodología de investigación, la experticia establece como previa la delimitación del objeto y el
campo de observación de las prácticas. De este modo, la experticia es necesariamente parcial
y parcializada, en el sentido en que se ejerce a partir de una posición tomada, un punto de vista
sobre la realidad que es simultáneamente objeto de análisis científico y objeto de experticia
pública.

76
Para los autores, las conclusiones de un informe son mejor retenidas cuando este último adopta una estructura
adaptada a las prácticas políticas que lo encomendaron.
77
A propósito de la diferencia entre el ritmo de la investigación en ciencias sociales y el de su difusión en el espacio
social, puede leerse Charon, 1996.
En consecuencia y por todas estas razones, el sociólogo que enfrenta la experticia se
presenta como una figura híbrida, en la frontera entre el saber científico y la información de lo
político y lo social mediatizado:

“Una buena parte de quienes se designan como sociólogos o economistas


son ingenieros sociales que tienen por función proporcionar recetas a los
dirigentes de empresas privadas y a las administraciones. Ellos ofrecen una
racionalización del conocimiento práctico o semi-científico que los miembros
de la clase dominante tienen del mundo social. Los gobernantes tienen hoy
necesidad de una ciencia capaz de racionalizar, en el doble sentido del
término, la dominación, capaz a la vez de reforzar los mecanismos que la
aseguran y la legitiman. [...] Ejemplos de esta ‘ciencia’ parcial, la sociología
de las organizaciones o la ‘ciencia política’, tales como se enseñan en el
Instituto Augusto Comte o en ‘Sciences Po’, con sus instrumentos
predilectos, como la encuesta” (Bourdieu, 1980: 27).

Conclusión: La experticia sociológica como referente público

Una última manera de mirar la cuestión de la interdependencia entre las esferas del
conocimiento, la política y los medios consiste entonces en relacionar el acto de producción de
saber con los procesos de su representación. Se puede así considerar los procedimientos de
movilización de la experticia como un instrumento de legitimación de la acción pública:
retomando por su cuenta los discursos expertos, los actores legitiman su acción al mismo
tiempo que contribuyen a validar las fuentes y los términos de la experticia en el espacio
78
público (Boistard, 2000) .
De esta manera, en el espacio político, la participación del experto científico en el
proceso de elaboración de la decisión implica la puesta en escena de los procesos de
deliberación y construcción del debate democrático: de allí que los procesos de la experticia
79
mismos, y no solamente su resultado, deben ser hechos públicos . De la misma manera, en el
espacio mediático, el recurso a los especialistas se presenta como una caución de legitimidad y
como una prueba de competencia en la articulación del discurso mediático. El sociólogo, pues,
puede ser visto como un “empresario” político y mediático (Padioleau: 1982), en el sentido de
que participa en la edición del referente de las proposiciones que son discutidas en las arenas
públicas política y mediática. El referente designa “el conjunto de normas prescriptas que dan
un sentido a un programa político definiendo criterios de selección y modos de designación de
objetivos” (Müller, 1994: 43-44). En referencia a esta imagen cognitiva los colectivos de actores
pueden organizar sus percepciones, confrontar sus soluciones y definir cursos de acción

78
"Los sociólogos analizan lo social y los actores retoman esos análisis por su cuenta. Este proceso legitima sus
acciones y tiene además como consecuencia la validación de las teorías sociológicas. Puesto que ellas mismas
contribuyen a construir la realidad del medio en el cual los actores viven" (Giddens, 1987: 142).
79
Estas dimensiones fueron estudiadas detalladamente por Memmi, 1989.
susceptibles de adecuarse al marco normativo propuesto: el referente así estabilizado designa
el proceso de normalización de un problema público, en el que la función es volver inteligible lo
real, limitando su complejidad.

La convocatoria y la publicidad de una experticia en el espacio público, político y


mediático permiten entonces la edición de un referente, es decir, de un marco de definición y
delimitación de las representaciones. Esto actúa como un prisma que ilumina y traza las
fronteras, aquí, del perímetro de la acción política; allá, de los marcos del tratamiento
periodístico de los hechos. En el espacio público mediatizado, la autoridad del saber científico
juega como un derecho de acceso a la visibilidad y a la validación del discurso que se le
reclama: se pone en marcha un trabajo social de normalización que relaciona objetos
concretos, representaciones simbólicas y maneras legítimas de decir lo real en una
configuración dada. De este modo, cuando una palabra experta se hace pública, un referente -
que se presenta como una propuesta ofrecida para la representación de lo real- es construido.
Lo que caracteriza a esta solución proporcionada y que la hace a la vez legítima e inteligible
para otros sujetos, es que propone un marco interpretativo susceptible de operar un “consenso”
en cuanto a la definición de los problemas y la legitimidad de la instancia que los prescribe.

“Se obtiene entonces una suerte de modus vivendi interaccional. Todos los
participantes contribuyen juntos a una misma definición global de la
situación: el establecimiento de esta definición no implica tanto que un
acuerdo sobre lo real que sobre la cuestión del saber y el derecho que
alguien tiene de hablar sobre algo” (Goffman, 1973: 18-19).

De allí que analizar los saberes mediatizados como portadores de referentes sea
acceder a la manera en la que una sociedad se representa a ella misma, en un momento
determinado de su historia:

“La legitimidad proviene del hecho de estar en las sociedades que Weber
describió perfectamente: pasamos de un registro de autoridad moral a un
registro de autoridad del conocimiento. Antes se confiaba en la gente
porque tenía una autoridad moral; hoy se confiere a alguien una autoridad
moral porque se lo supone sabedor de lo que habla (…) Hoy es la ciencia la
que juega ese papel. Y como ya no vivimos en sociedades que tengan
representaciones fuertemente estables de sí mismas, hay un aumento de
sociólogos, para que, al menos reconstruyan el sentido.” (François Dubet,
sociólogo, Entrevista, abril 2003).
PARTE II:

SUJETOS COLECTIVOS, MOVIMIENTOS SOCIALES


Y RELATOS DEL PASADO POLÍTICO
Capítulo 5: El poder de la comunidad y la trama simbólica del pasado.
Reflexiones en torno a las prácticas sedimentadas de las Ligas Agrarias en el
repertorio de acciones de la/os colona/os en el fin de siglo80

Karina Bidaseca

El pasado existe a medida que es incluido, que entra en la sincrónica red del significante
–es decir, a medida que es simbolizado en el tejido de la memoria histórica-
y por eso estamos todo el tiempo `reescribiendo´ historia,
dando retroactivamente a los elementos su peso simbólico incluyéndolos en nuevos tejidos;
es esta elaboración la que decide retroactivamente los que `habrán sido´” (Zizek, 1992: 88-89).

Introducción
“Monte Madre” es el nombre de un libro que acaba de presentarse públicamente
auspiciando el regreso a la escena política de ese gran movimiento de masas que fueron las
Ligas Agrarias (1970-1975), paridas durante los tiempos de las utopías cargadas de “realismo
imposible” propias de los años de 1960. Esta novela histórica está basada en la historia real de
una pareja, ambos hija/os de colona/os y militantes de la Unión de Ligas Agrarias de Santa Fe.
Narra sobre las condiciones imperiosas de la vida durante cuatro años en la espesura del
monte chaqueño en el espacio de terror instalado por la dictadura militar, cobijados,
alimentados y escondidos por la naturaleza y asistidos por campesinas/os cuando bajaban al
poblado. En el curso de la persecución aprendieron a escuchar los ruidos del silencio, a
discernir cuándo pertenecían a animales o a sus acechadores; a desempolvar ese patrimonio
cognoscitivo que durante milenios hiciera del hombre un cazador; a observar las huellas en el
fango; a convivir con lugares habitados por fantasmas; a saber esperar; a experimentar otro
tiempo; otros sonidos; otro mundo. Sus vidas amenazadas experimentaron la dualidad de la
existencia y la muerte, parir en medio de la hostilidad, la violencia y el aislamiento deparado por
la repentina expiración del movimiento rural, tránsito de una forma material y simbólica de
expresión y organización política de la/os colona/os.
Su autor, Jorge Miceli, ha dicho que el libro “surgió de la imperiosa necesidad de que
esa historia no desaparezca, no muera, rescatar la memoria”. Sin embargo, como sugiere Jelin
hay otro nivel en que pueden ser estudiadas las memorias del pasado, que no reside “tanto en
la intencionalidad de los actores, sino en el registro de los aprendizajes y restos, prácticas y
orientaciones que `están allí´, cuyos orígenes pueden rastrearse de manera más confusa pero
no menos significativa en los períodos de represión y transiciones recientes” (2000: 13).

80
Este artículo forma parte de mi Tesis Doctoral en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2006, que lleva por
título “Colonos insurgentes. Discursos heréticos y acción colectiva por el derecho a la tierra. Argentina, 1900-2000”.
Deseo agradecer los relatos tan íntimos y dolorosos de la/os ex dirigentes de las Ligas Agrarias de Santa Fe -
especialmente a Irmina y Remo, Orestes, Cecilia y Carlos-, y a las Mujeres Agropecuarias en Lucha, a Eva.
Al respecto, Hilda Sábato explica que “la memoria se vincula explícitamente con la
construcción de identidad, o mejor, de formas identitarias que, aunque cambiantes y
heterogéneas, dan cohesión a grupos humanos, a comunidades culturales e incluso, a
naciones” (2000: 15).
Así, en algunos de los movimientos rurales que surgieron al borde del fin de siglo es
posible hallar marcas de la intervención del liguismo. “Las experiencias se superponen, se
impregnan unas de otras” (Koselleck, 1993: 41); se articulan en horizontes de memoria en el
punto en que se cruzan los “espacios de experiencias pasadas” con los “horizontes de
expectativas futuras”. La “experiencia es un pasado presente, cuyos acontecimientos han sido
incorporados y pueden ser recordados (…)” (1993: 38).
En efecto, la acción colectiva no se consume en el acto de puesta en escena del
desacuerdo o el litigio (Rancière, 1996), momento en el cual el colectivo coloca su cuerpo en el
lugar no indicado, subvirtiendo aquél que el orden le asignara para él. El pasado y el futuro
presionan construyendo la trama simbólica, determinando el instante de su irrupción y el estado
permanente de construcción de la memoria colectiva, entendida como “lo que queda del
pasado en lo vivido por los grupos, o bien lo que estos grupos hacen del pasado” (Nora, citado
por Le Goff, 1991).
La acción colectiva de resistencia es impensable separada de las emociones que
componen una trama intersubjetiva que se teje con las prácticas del grupo-comunidad a
espaldas de las clases dominantes (Scott, 1985). Ella posee una temporalidad propia que
péndula entre momentos de latencia y visibilidad, entre silencios y gritos, entre marcos de larga
duración y cambios de reciente aparición.
Desde el pasado, las identidades colectivas previas dejan sus vestigios que se
sedimentan en la experiencia subjetiva, la memoria simbólico-histórica de las acciones que
emprendieron nuestros predecesores, su legado que se constituye cuando la acción deja de
ser puro acontecimiento y reconfigura su sentido, y el cuerpo, la memoria corporizada. Desde
el futuro, la experiencia del grupo-comunidad deja “marcas” (como irreversibilidad) en la
subjetividad que permanecen, aunque resignificadas. Los horizontes de sentido construidos en
base a la utopía como proyecto del sujeto colectivo, depósito de sus deseos, como posibilidad
de soportar la desoladora contingencia de la acción (Arendt, 1998), la incertidumbre de saber
qué habremos hecho con lo que hicimos, y la imposibilidad de deshacer la obra humana.
Este artículo comparte un doble propósito: por un lado, busca reflexionar sobre la
vinculación entre la trama intersubjetiva y el poder de la comunidad en la emergencia y
consolidación de los movimientos sociales, y por el otro, desea contribuir a pensar la potencia
de las prácticas sedimentadas en la construcción social de la memoria histórica en esas
fuentes de cambio social que son, a mi entender, los movimientos sociales.
Para ello me remito a la reflexión sobre la fundación, consolidación y des-enlace de las
Ligas Agrarias en Argentina (1970-1976) como momento pleno de construcción de una
narrativa colectiva -que puede reconocer sus resonancias en el primer grito de rebeldía de
1912, el Grito de Alcorta-. Su nacimiento ocurre en torno a la disputa con la entidad gremial
81
tradicional, la Federación Agraria Argentina (FAA) , por la representación de esa memoria
colectiva hasta ser abruptamente interrumpidas por la imposición de la dictadura militar (1976-
1983).
82
Los fundamentos de construcción y su des-enlace final con el declive de una
comunidad política (Arendt, 1998) consolidada en base a los ideales de justicia e igualdad, son
interpretados desde el abordaje culturalista e histórico, como uno de esos casos
paradigmáticos que produjeron profundas rupturas culturales y políticas en los procesos de
construcción de la memoria de luchas de la/os colona/s. Creemos en la necesidad de un
enfoque que intercale simultáneamente múltiples marcos temporales (Stern, 1987): lapsos
relativamente cortos o “episódicos” con fases de larga duración, pues son éstas las que nos
van a ayudar a comprender las injusticias, las prácticas, los olvidos, las voces silenciadas de la
historia (Guha, 2002), así como los gritos insurgentes de fin de siglo.

Las Ligas Agrarias: Ni hombres sin tierras ni tierras sin hombres…

“El humanismo está en suspenso y el gobierno es terror”


Merleau-Ponty (1956)

83
Las Ligas Agrarias cargan con la impronta de un proceso de violencia política que, si
bien caracteriza la escena de la política nacional a partir de 1930, fue especialmente ominoso
durante los años del terror de Estado desde mediados de 1970.
Finalizando los años de 1960 el escenario público pudo apreciar la “aparición” (Arendt,
1998) de un movimiento autónomo de la entidad sindical tradicional -la FAA- con la que disputó
el monopolio de la representación de la/os colona/os y la legitimidad sostenida en la
pertenencia a un pasado reconocido colectivamente.
En un movimiento que traza su experiencia en sentido inverso a los acontecimientos de
1912, el movimiento liguista, fundado como gremio, se transforma en un proyecto político
universal que logra inscribir en el espacio público consignas universalizadoras, un poder
fundado en la comunidad política y consolidado por la participación de miles de colona/os y
campesina/os, y un liderazgo desarrollado por sus hijas/os que ha mostrado particularmente,
84
las potencialidades del discurso herético .

81
Creada el 25 de agosto de 1912 como cristalización del Grito de Alcorta.
82
Con la apertura democrática de 1983 se reconstituye el Movimiento Agrario de Misiones y en el borde del siglo, el
Movimiento Agrario de Formosa. Recientemente asistimos a la refundación de las Ligas Agrarias en la provincia de
Chaco.
83
Las fuentes disponibles para comprender el surgimiento y desarrollo del movimiento liguista son de varios tipos:
estudios realizados por otro/as investigadora/es (Ferrara, 1973; Bartolomé, 1982; Archetti, 1975; Lasa, 1984; Rozé,
1992; Golsberg, 1999; Borsatti, 2005); secundarias (Documentos de las Ligas “El campesino”, “Amanecer Agrario”;
periódicos nacionales y provinciales; archivo documental de la Federación Agraria Argentina, cartas enviadas desde las
delegaciones regionales al Presidente de la FAA, y su periódico La Tierra), y fuentes primarias (entrevistas a ex-
dirigentes de la Unión de Ligas Agrarias de Santa Fe).
84
Bourdieu (1985, 1997) refiere a los discursos dirigidos a la acción política que proponen nuevos significados capaces
de ejercer un efecto político de desmentido del orden establecido, en términos de “heréticos”.
Las Ligas Agrarias nacieron el 14 de noviembre de 1970 en el Primer Cabildo Abierto
85
del Agro Chaqueño en el contexto de una estructura de oportunidades de movilización
86
“cerrada” desde arriba pero desobedecida desde abajo por agentes sociales de diversas
orientaciones (estudiantes; obreros; profesionales urbanos, y actores/actrices rurales). No es
posible, sin embargo, comprender el movimiento liguista desconociendo las características
históricas, sociales, culturales (heterogeneidad étnica y cultural de la/os agricultora/es
87 88
campesina/os o colona/os ), políticas, y de género de cada lugar donde se desarrollaron .
Su relato fundante se construyó a partir de una acción concreta que, al definir
tempranamente al antagonista, posibilitó la constitución de una identidad colectiva: las
89
consecuencias que provocaría la implementación del Plan Agrex-PAL que implicaría el
desalojo de las familias campesinas ocupantes. Consecuente con ello es el decisivo control
que ejercían los monopolios sobre la comercialización del algodón -72% frente al 28% que
administraban las cooperativas- (Ferrara, 1973: 122). Los monopolios, caracterizados como
“traidores a la patria”, se erigen como los primeros antagonistas del movimiento. Pero no fueron
los únicos que aquél definió a lo largo de su existencia. En ese lugar también se erigieron, los
industriales, el Estado, y los sucesivos gobiernos militares. En efecto, el orden cerrado de las
dictaduras sirvió para cohesionar al movimiento, enunciado en el “Que se vayan…”. (Durante la
vida democrática, las diferencias, diluidas en la consecución de la lucha contra este
antagonista, aparecen allí (¿casualmente?) cuando el gobierno militar deja el poder.)
La comunidad, penetrada por el litigio que instalaron los seres “incontados” (Rancière,
1996), comenzaba a existir como comunidad política. El nosotra/os se ligó a partir de una
profunda solidaridad e identificación en la familia rural que involucraba a la comunidad.
Construyó un poder, aquél “que mantiene la existencia de la esfera pública, el potencial
espacio de aparición entre los hombres que actúan y hablan” (Arendt, 1998: 223). En los
momentos de máximo nivel de participación, la organización regional agrupó a más de 20.000
familias y a 54.000 jóvenes (Ferrara, 1973; Rozé, 1992).

85
Parido en la provincia del Chaco, abarcó, en una primera etapa de expansión territorial, a otras cuatro provincias del
nordeste argentino -Formosa, Corrientes, Misiones, Santa Fe- para luego extenderse a Entre Ríos, Córdoba y Buenos
Aires, en las que las Ligas se conforman a partir de 1973, en el momento de apogeo del movimiento que precede a su
desenlace final.
86
Caracterizadas como “abiertas” (en regímenes democráticos) o “cerradas” (en regímenes autoritarios represivos),
dichas estructuras refieren a un continuo dentro de las democracias liberales, dependiendo del grado de porosidad de
las mismas a la influencia de las organizaciones sociales (Kitshelt, 1986, citado por Keck y Sikkink, 1998). En junio de
1966 es depuesto el gobierno constitucional de Arturo Illia, líder de la Unión Cívica Radical por un golpe militar. Se
inicia el gobierno de la Revolución Argentina que finaliza en 1973 luego de tres presidentes militares Onganía,
Levingston y Lanusse. Las “Ligas Agrarias” y las “Madres de Plaza de Mayo” durante la década de 1970 constituyen
casos paradigmáticos de emergencia de movimientos sociales en contextos sumamente represivos.
87
Al respecto no aparece en las fuentes consultadas el tipo “chacarero” como denominación emic.
88
Así, podemos diferenciar, a grosso modo, aquellas Ligas de colona/os y agricultora/es mediana/os (Chaco, Misiones
y Santa Fe) y las Ligas campesinas (Corrientes, Formosa). El conflicto por la tierra, no va a ocupar en todas las Ligas el
mismo lugar de preeminencia. Las diferencias entre unos y otros van a descansar sobre las demandas: dada la
naturaleza cíclica de las economías regionales, las Ligas en las que predominaban los “colonos”, en general, van a
apuntar en un primer momento sobre los precios de los cultivos, la comercialización, el crédito y la distribución como
principales obstáculos para lograr un proceso de acumulación, en cambio las Ligas compuestas por agricultores
campesina/os (Correntinas o Formoseñas) apuntarán directamente hacia el conflicto por la tierra exigiendo su
redistribución. Si bien esto es cierto en los comienzos, no obstante, el conjunto las ligas emprenderá un camino de
radicalización sin retorno que podemos historizar hacia fines de 1974, cuyo síntoma es la expulsión de la comunidad
política.
89
Consistía en la ocupación y cultivo de casi un millón de hectáreas en Chaco y Formosa por parte de una empresa
norteamericana representada en el país por miembros de la familia del presidente Lanusse (Pedro y Antonio Lanusse
PAL).
“En ese tiempo, como él dice que se reunía toda la familia... son treinta
años para atrás... treinta y cinco... las familiar estaban en el campo, y
familias que tenían ocho, nueve hijos... hoy eso no está... O sea, hoy el
campo despacito se fue despoblando con la política de los gobiernos”,
recuerda C. las asambleas de colonia- (Entrevista, julio 2005).

Los cadres intelectuales del movimiento fueron la/os jóvenes, tanto la/os hija/os de
la/os colona/os como algunos provenientes del Movimiento Rural Católico de las ciudades.
Algunas mujeres se destacaron por su aparición en la esfera pública provocando un cambio
cultural importante. A pesar de la impronta eminentemente masculina del lema liguista “No hay
hombres sin tierras ni tierra sin hombres”, lo cierto es que las Ligas habilitaron nuevos espacios
para la participación política de las mujeres que pudieron llegar por primera vez en la historia
política de la/os colona/os a emitir sus discursos en el espacio público colonizado por los
varones.
A mi entender, en las acciones colectivas desplegadas por campesinas/ os, colonas/ os
se constituyen nuevos sentidos sobre las ruinas de otros sedimentados.
90
Frecuentemente, cuando la/os estudiosa/os reconstruyen los “ciclos de protestas”
(Tilly, 1986; Tarrow, 1997), tanto desde los registros públicos como desde los recuerdos
privados, son evocados los tiempos más álgidos que alcanza la protesta, más que las formas
de la latencia (Melucci, 1996), las “resistencias cotidianas” (Scott, 1985) o las llamadas
mesetas, que bien pueden preceder, coexistir con tales rupturas o ser autónomas respecto de
91
estas . Será, pues, porque ellos dejan huellas indelebles que la travesía del tiempo no puede
alterar o porque surten mayor impacto político. Pero, fundamentalmente, porque constituyen
una de las espiraciones epistemológicamente más ricas para alcanzar discernimiento.

Efectivamente, esos soplos de insurgencia pueden coincidir -aunque no


necesariamente- con los “momentos de locura” (moments of mandes), llamados así por el
sociólogo Aristide Zolberg. Es decir, aquellos en donde “todo es posible”. Según escribe
Zolberg: “En tales puntos turbulentos de la historia, [...] el muro entre lo instrumental y lo
expresivo colapsa [...] La política rompe violentamente sus límites e invade todos los aspectos
de la vida y los animales políticos trascienden sus destinos [...] [Estos momentos] son
necesarios para la transformación de la sociedades pues, expresa Zolberg, ellos son la fuente

90
Este concepto refiere a la fase de intensificación de los conflictos y la confrontación en el sistema social que incluye
una rápida difusión de la acción colectiva de los sectores más movilizados a los menos movilizados; un ritmo acelerado
de innovación; marcos nuevos o transformados para la acción colectiva y unas secuencias de interacción intensificada
entre disidentes y autoridades que puede terminar en la reforma, la represión y, a veces, la revolución. Al estallar
protestas y motines entre grupos que tienen una larga historia de enfrentamientos, estimulan a otros ciudadanos que se
hallan en circunstancias similares a reflexionar sobre sus propios motivos de descontento. En estos períodos las
oportunidades creadas por los “madrugadores” incentiva la aparición de nuevos movimientos y formas de acción. Los
movimientos crean oportunidades políticas para otros (Tarrow, 1997).
91
James Scott sostiene que en los sectores dominados el pronunciamiento político se realiza en un lenguaje ambiguo y
críptico, con discursos ocultos y públicos, e indica que: “hay cierto riesgo de que el discurso oculto de los grupos
subordinados parezca significante sólo como prólogo de las confrontaciones públicas, los movimientos sociales y las
rebeliones” (2000: 239-240). Lo dicho no implica que necesariamente siempre lo oculto desencadene la explosión
social. Si bien lo “oculto” no siempre es prólogo de rebeliones y movimientos, para comprender los estallidos populares,
haya que recurrir a esos rastros o huellas infra-políticos, latentes de los grupos subordinados que rompen el silencio y
el silenciamiento
de nuevos actores, nuevas audiencias y la fuerza para quebrar el caparazón de la convención”
(1972: 89).
Al respecto, la teoría de los movimientos sociales expresa que un movimiento no puede
ampliar su marco (“frame”) si no hay resonancia en la cultura. Por consiguiente, propongo
comprender las Ligas Agrarias como una nueva síntesis que surge de marcos sedimentados, lo
que en teoría se conoce con el nombre de “resonancias de marcos” (“frame resonance”)
(Tarrow, 1992).
Los símbolos y el sistema de creencias que animaron a los líderes y las bases no
constituyen simples respuestas o expresiones mecánicas de condiciones estructurales que, por
supuesto, no podemos obviar. Como expresa Tarrow
“la llave para comprender el cambio cultural no es a través de la difusión
automática de valores o de la difusión de procesos de aprendizajes, sino de
la asimilación de nuevos marcos de significado de la acción colectiva en la
cultura política” (1992: 175; mi traducción).

“Memoria larga” y “memoria corta”: los horizontes de la memoria colectiva


En su libro sobre el papel de la memoria colectiva en el movimiento campesino-indio
contemporáneo, la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui (1986) identifica “dos
horizontes” de la memoria colectiva y pertenencia ideológica: una “memoria larga” que se
remonta a las luchas anticoloniales del siglo XVIII del pueblo aymara, y la “memoria corta”,
fundada en el poder revolucionario de los sindicatos a partir de 1952 que se halla en la raíz
cultural mestiza del movimiento campesino.
Estudiar el repertorio de las acciones colectivas de protesta desde fines del siglo XIX y
durante el siglo XX -que por razones de espacio no puede ser más que una incursión
92
superficial- , nos orienta para comprender la predisposición de la/os colona/os argentina/os a
actuar en la arena pública y a seleccionar determinados símbolos y prácticas del baúl de los
recuerdos. Es decir, tomando las palabras de Tarrow (1992), cómo la gente lucha, contra quién
lo hace y en nombre de cuáles símbolos se va conformando la tradición de la disidencia colona
y, con ella, los horizontes de la memoria: la memoria larga que abarca un siglo, y la memoria
corta que ubico a partir de la aparición de las Ligas Agrarias.

Colonos en armas: sus luchas entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX
La/os historiadora/es han encontrado que durante las décadas de 1870 a 1930, la/os
colona/os santafesina/os desarrollaron una intensa actividad política en la región cerealera.
Han destacado la movilización de los colonos extranjeros de Esperanza, San Carlos y Rafaela,
por la pérdida de la autonomía municipal (Bonaudo et al., 1990); los “colonos en armas”, que
hacia 1890 se rebelaron contra la autoridad y pedían la restitución del derecho a votar en las
elecciones municipales y la derogación de los impuestos a los cereales (Gallo, 1977); las

92
Para un estudio específico del repertorio de acciones véase Bidaseca, 2005.
acciones desarrolladas por los arrendatarios a comienzos del siglo XX en las colonias
Macachín y Trenel, en La Pampa, por los contratos de locación injustos, hasta la primera gran
rebelión protagonizada por los arrendatarios por los contratos leoninos que los vinculaban a los
dueños de las tierras, el Grito de Alcorta en 1912 (Grela, 1954). Estos acontecimientos visibles
han tejido el horizonte de la memoria larga. Del mismo modo que los pequeños actos de
resistencia cotidiana (Scott, 1985), pero que han quedado relegados de la historia por la mirada
que la/os investigadora/es imprimieron a los conflictos (Palacio, 1996).
Alcorta, el primero de los Gritos de la subalternidad del campo, fue un movimiento
político cuya potencia colectiva eran la multitud reunida, los anónimos que se representaban a
sí mismos apoyados en los pilares de la horizontalidad, la autonomía, la democracia directa y el
poder del número. Fagocitado por la simbología que imprimió el gremio, constitutito a partir de
la cristalización del momento insurgente, la acción corporativa, las estructuras verticales y
liderazgos personalistas, tan lejos del “momento de locura” (Zolberg, 1972), objetivaron la
potencia de la multitud. (Tal vez debamos reconocer la afirmación de Nietzche “toda acción
exige el olvido”.)
Más tarde o más temprano va a deshacer el camino andado por la multitud; vagó su
utopía (entendida como proyecto) por los ríos subterráneos de la historia hasta encontrar nueva
morada en las Ligas Agrarias, fragmentos de un pasado que emergía entre las ruinas.
En este particular mundo rural insurgente de los años de 1930 contra los monopolios
93
algodoneros , las colonias, diseminadas en la profundidad del campo chaqueño funcionaron
como centros de construcción de una cultura política, depósito de sedimentos de la memoria y
la experiencia colectiva. Se fue configurando la subjetividad política de los agricultores y los
marcos de significación ligados a la emergencia de sentimientos basados en valores
nacionalistas, patriotas y antiimperialistas que resuenan con el nacimiento de las Ligas Agrarias
en esa provincia.
Cada grupo elabora una narrativa histórica y una memoria propias, que anima la acción
colectiva y la conformación de movimientos sociales. Se funden en la memoria de luchas
pasadas, en las que las experiencias se sedimentan y las nuevas generaciones, a quienes
estos acontecimientos son transmitidos a través fundamentalmente del repertorio oral, hurgan
en el “baúl de los recuerdos” las acciones que protagonizaron sus abuelos, padres o parientes
o antecesores.
El Movimiento Agrario de Misiones, los hijos de Oberá, se organiza en el epicentro de
las luchas agrarias de 1930 que trágicamente se conoce con el nombre de “Masacre de
Oberá”. “Dos ucranianos le dieron impulso a una de las protestas más violentamente
reprimidas que tuvo Oberá en el año 1936.” (Golsberg, 1999: 31) Sus nombres eran Mowchan

93
“Como nos llamó la atención la aparente similitud (enfrentamiento “colonos-monopolios”, luchas por el precio del
algodón, movilizaciones) con los hechos que en la década de 1970 estaban protagonizando los colonos algodoneros
en las Ligas Agrarias Chaqueñas, decidimos conocer mejor lo que en ese momento nos pareció era su antecedente
inmediato (...) A favor de esta decisión pesaron también otros dos criterios: 1) en el Chaco las décadas de 1920-1940
eran ricas en luchas sociales de distinto tipo o carácter (movimientos de tipo milenarista, bandolerismo social, huelgas
obreras), 2) teníamos el convencimiento de la necesidad de actualizar la memoria de las luchas políticas y sociales de
ese período” (Carrera Iñigo y Podestá, 1980: I y II).
y Koval, activos dirigentes sindicales de origen urbano, militantes de filiación comunistas que
conformaron la “Unión Obrera Campesina”.
Decíamos que las Ligas se fundan como gremio, hijas legítimamente paridas por la
organización madre (FAA) que hasta sus últimos días se avergonzó de su comportamiento, se
condujo a transformarse en un proyecto político (universal). Pero, su destino fue
angustiosamente interrumpido.
La acción, luego de ser dotada de sentido, deja de ser puro acontecimiento para
convertirse en “legado” (Nardacchione, s/f). El retorno de esa energía reprimida irrumpió seis
décadas más tarde; de la mano de la generación “rebelde” de los sesenta que se apropió y
continuó el legado de sus predecesores. Pero, con una salvedad: ya no era una absurda
rebelión la de desobedecer los mandatos de un poder que uno mismo ha creado (como sí lo
había sido para los considerados “herejes” de 1912, que no llegaron a comprender el misterio
de la coartada que los separara en la constitución de la FAA). Este tensión irresoluble ofreció,
pues la oportunidad para el retorno de la multitud que, esta vez anunciaba “Queremos ser
dueños de nosotros mismos…” (Revista Política, Cultura y Sociedad en los ´70, s/f).
Esta nueva subjetividad, que surgió desde los márgenes, negando la verticalidad, la
cercanía del gremio con el poder y cuestionando su representatividad, logró esbozar una
consigna universal a partir de los marcos de la igualdad y la explotación, edificados desde los
cimientos de los principios que inscribieron sus antecesores: la horizontalidad, la autonomía
política y gremial, la democracia directa y el poder del número. Hubo una apelación a valores
universales que pudieron ser compartidos por otros sujetos, como ser, la justicia, la educación
“liberadora”, la reforma de la tierra.

La comunidad al estar dividida por el litigio que instalaron los seres “incontados”
(Rancière, 1996), rearticulaba sus lazos con la polis en un nuevo sistema de representación e
identificación que enfrentaba la combinación de Estado Benefactor y dictadura, andamiaje en el
cual se apoyaba la hegemonía de las clases dominantes. Las categorías simbólicas de
pertenencia (nación, clase, pueblo) integraban a esta nueva generación de “rebeldes” (que ya
exhortaban -a la dictadura- el “Que se vayan todos…”, expresión de la nueva subjetividad
política que surge a fines del siglo) en un proceso de inclusión progresiva de la ciudadanía en
el reconocimiento de sus derechos como ciudadanos (que ocultaba la subordinación de sus
derechos a otras categorías; léase, una idea moderna de ciudadanía que, como lo demostraron
94
las pensadoras teóricas feministas , erigió un dominio público fundado en la negación de la
participación de las mujeres reforzado por la separación de lo público/privado) y el sindicato
95
como sistema de referencia simbólica y material .

94
Véanse al respecto Carole Pateman, The Sexual Contract, Estándar, 1988; Nancy Fraser Iustitia interrupta.
Reflexiones críticas desde la posición postsocialista, Colombia, Siglo del Hombre editores, Universidad de Los Andes,
1997, entre otros.
95
De ahí que el mentado sentimiento antiimperialista y antimonopolista, no se puede interpretar como un componente
racional o instrumental; estuvo signado por una lógica sentimental que, moldeada por los valores del Estado- Nación, el
nacionalismo y el patriotismo, definió el amigo/enemigo en base a una memoria de lucha contra los monopolios ya
presente en los algodoneros de 1930.
El movimiento liguista logró construir un poder basado en la legitimidad y en la
existencia del grupo en tanto comunidad política, cuya utopía era, ni más ni menos, la de
convertirse en artífices de sus propios destinos. Anticipadamente, ensayaron la forma de
estructura territorial, opuesta a la forma sindicato, que resurge en nuestros días en los
movimientos sociales insurgentes de América Latina. En torno al territorio sostuvieron la
democracia en las colonias; las estructuras de deliberación y consulta directa; la movilización y
la presión de la multitud y las demandas.
Cuando hablo de un proyecto político “universal” me refiero a la posibilidad que el
movimiento pudiera escapar de ese corsé de la clase, el género, la religión y el anclaje etario.
El profundo cambio cultural que signó la “aparición” de la mujer rural en la esfera pública
resultó un cierto poder de subversión del orden patriarcal, una marca (a partir de allí, es posible
comprender también, como veremos, la emergencia del Movimiento de Mujeres Agropecuarias
en Lucha). Sin duda, las posiciones subjetiva de género, pero también la generacional es
fundamental para comprender la emergencia y consolidación de las Ligas así como su des-
enlace final. Fue el ingreso de una generación a la vida pública, producto de una combinación
de factores demográficos y políticos (Zolberg, 1972: 198). Una juventud que por esa condición
de “recién llegados al campo y disponer de menos capital” (Bourdieu, 1990: 137) logró construir
un discurso herético.
El deslizamiento de un movimiento gremial a un proyecto político universal supuso un
proceso de radicalización que instaló, nuevamente, conflictos y divisiones al interior del
movimiento. El proceso sin retorno que condujo a la radicalización de esa nueva subjetividad
colectiva se inicia, como antaño, con la distorsión que emerge a partir del sentido de la tierra.
La sanción de la comunidad a la radicalización de sus referentes, quienes por el hecho de
formar parte de esa comunidad debían rendir cuenta de sus acciones, de sus decisiones y
palabras, fue, nuevamente como en 1912, el ostracismo comunitario; luego, la represión más
ominosa.
“: [...] Nosotros en el ’76 ya nos fuimos a los montes y [...] después de eso
sale otra lista que yo no me acuerdo en qué diario la leí, no... todas las
organizaciones fueron proscriptas por la dictadura militar... y aparece la
famosa 20.840, la ley de prescindibilidad entonces ahí... pero yo recuerdo
que era dos páginas de un tabloide, de un tabloide así, eran de
organizaciones que fueron proscriptas [...] y estaba la Ligas Agrarias,
Federación Agraria“. (Entrevista a ex dirigentes de ULAS, julio 2005).

“Sin el acompañamiento del discurso, la acción no sólo perdería su carácter revelador,


sino también su sujeto”, nos recuerda Hannah Arendt (1998: 202). El des-enlace del
movimiento resulta precisamente de la pérdida de ese sujeto, impedido de hablar, separado de
la acción y el habla, y puesto en su lugar las armas.
En toda comunidad política se lucha por imponer el sentido del mundo y esa batalla se
perdió para los subalternos. La salida de la comunidad política fue la violencia. Nos dice Arendt
(1973) que el poder que se ha originado de un grupo, desaparece cuando éste ya no puede
mantenerse unido. El dominio de la violencia ingresó al juego porque allí (pensando
arendtianamente) se había perdido el poder. La más elevada victoria de la violencia fue el
empleo del terror para mantener la dominación.
El punto donde no hay retorno es el de una comunidad que ha perdido su condición
humana como lo enunciara Arendt (1949) en sus reflexiones en la época de post-guerra: “La
privación fundamental de los derechos humanos se manifiesta por sobre todo en la privación
de un lugar en el mundo, [un espacio político] que torna significativas las opiniones y efectivas
las acciones… El hombre, según parece, puede perder todos los así llamados Derechos del
Hombre sin perder su cualidad humana esencial, la dignidad humana. Sólo la pérdida de la
comunidad política lo expulsa de la humanidad” (citado por Young –Bruehl, 1982).

La política no puede ser en ausencia de la palabra “presente para manifestar lo útil y lo


nocivo, y en consecuencia, lo justo y lo injusto” (Aristóteles, 1253, citado por Rancière, 1996:
13). En otras palabras, se acaba la palabra se acaba la política. De ahí en más, fueron sólo
cuerpos sin logos.

De colonas desobedientes: los modos de la política a fin de siglo y la experimentación cíclica


de la insurrección

“…En cuanto a la insurrección es de más compleja


experimentación:
pero en el transcurso de una generación
(y, en todo caso, en los últimos dos siglos, cada treinta años)
se ha podido experimentar”.
(Toni Negri, 2001: 84).

Con la súbita expiración de las Ligas, murió una forma material y simbólica de
expresión y organización política de la/os colona/os. Fragilidad y futilidad inherente a la acción
humana, como expresa Arendt (1995: 72), “…es como si la ´desoladora contingencia´ de lo
particular nos hubiera alcanzado y nos persiguiera en la misma región en que generaciones
anteriores se habían refugiado para escapar de ella”. Generaron, en cambio, una marca (como
irreversibilidad) en la subjetividad que es lo que permanece.
La subjetivación política obedece a otra temporalidad respecto de las bases materiales
de la sociedad; mucho más compleja e incierta, autónoma de las mismas que puede
adelantarse a los cambios, o estar profundamente relegada respecto de estos (Grüner, 2004:
139).
En el orden de lo simbólico, “el pasado está siempre presente en forma de tradición
histórica y el significado de esas huellas no está dado; cambia constantemente con las
transformaciones de la red del significante. Cada ruptura histórica, cada advenimiento de un
nuevo significante amo, cambia retrospectivamente el significado de toda tradición; reestructura
la narración del pasado, lo hace legible de otro modo, nuevo (…)” (Zizek, 1992: 88-89).
Restos de las ruinas de un pasado que emerge, de lo nuevo que nace sin que aún lo
viejo haya perecido, se encuentran esparcidos en las acciones colectivas de fines de siglo que
vienen a inscribir nuevos sentidos en la trama simbólica del pasado, en los sueños de los
antecesores.
Las mujeres de madura edad que crearon el Movimiento de Mujeres Agropecuarias en
Lucha en 1995, contrariaron al destino patriarcal, radicalizando su rol materno, construyeron un
discurso herético que, basado en las emociones políticas (los procesos de construcción del
“nosotros” y del “antagonista” demuestran que las emociones son construcciones culturales y
sociales), subvertía las categorías de percepción. Inventaron nuevos “trayectos subjetivos”,
yendo al lugar en el que no deberían estar (acto judicial del remate), cuerpos desobedientes
que revirtieron el lugar que les estaba asignado (Rancière, 1996). La historia de lucha que
constituye, asedia políticamente y marca los cuerpos que se exponen al castigo de la
maquinaria kafkiana, físico y simbólico, cuando se atreven al renunciamiento, dejando de ser
cuerpos sometidos. Porque él, como expresa Foucault en El cuerpo de los condenados
“está también directamente inmerso en un campo político; las relaciones de
poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman,
lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas
ceremonias, exigen de él unos signos” (1987: 32).

Lejos de creer, como la/os jóvenes dirigentes liguistas, que el poder era un objeto que
podía ser tomado o apropiado sin miras a los medios que justificaran el fin pretendido, la
encarnación de los intereses del pueblo, la nueva subjetividad coloca a la desobediencia civil y
la acción no violenta como herramientas para enfrentar la amenaza de la desposesión material
y simbólica, de la injusta decisión política que condena a algunos sujetos a la desaparición.
La lógica de construcción política de los movimientos de las colonas/ os no se basa,
como antaño, en la razón del número o en la apropiación del poder-objeto. El poder de estos
movimientos descansa en el orden simbólico que estructura la realidad. Sintomáticamente no
fue en esta nueva época la generación más joven la que (literalmente) puso el cuerpo y tomó la
palabra sino la generación de los años sesenta (herederas de ese espíritu rebelde) la que
produjo un nuevo modo de intervenir en el mundo: atacó el nodo del poder, a la Justicia como
96
la razón de las insurrecciones .
En el colapso simbólico de diciembre de 2001 la exhortación tan aclamada y disputada
entre los interesados por encontrarle un sentido a un grito desesperado (Que se vayan
todos…), fue una expresión polifónica, producto de la perplejidad y desolación es, ni más ni
menos, que otra forma de conquista del poder, no incurriendo en el olvido e intentando su
sublime apropiación material y sustancial, sino olvidando el poder, desconociéndolo, “en contra

96
En este punto quisiera notar los puntos en común con Madres de Plaza de Mayo, el movimiento que se ha instalado
como referente simbólico de las luchas contemporáneas en la Argentina: la modalidad de la acción no violenta; la
Justicia como lugar político; además de la composición etarea y de género.
de los poderes que buscan imponernos qué debemos retener y qué debemos dejar de lado”
(De Ípola, 2000: 81).
El ya mítico Que se vayan todos, tres décadas atrás, ya estaba germinando con el
movimiento liguista cuando se pedía el cese del estado de sitio, aunque el objeto de la
interpelación era el gobierno de facto.
Creo no equivocarme en aseverar que fueron las mujeres las protagonistas de la nueva
política de la/os colona/os de fin de siglo. Ellas experimentaron el lapso cíclico de la
insurgencia que entre mediados de las décadas de 1970 y 1980 se refugió en el silencio,
entendido como forma de resistencia. La transmisión, el aprendizaje, la herencia y los legados,
la resignificación del acto y la palabra se confunden en este movimiento cuyo contenido más
revolucionario fue el de quebrar la convención de la maternidad al servicio del estado, la
dicotomía privado/público, y, por otra parte, reivindicar el significado de la tierra como
patrimonio. Su nueva modalidad de acción no violenta contra la ideología del neoliberalismo y
la desobediencia a las leyes injustas despeja el camino para comprender las formas
contemporáneas de pensar y enfrentar la dominación capitalista y quiénes se erigen como
sujetos de cambio social. Su poder de subversión las acerca a la política de la emancipación.
Capítulo 6: Pasado y presente. Transformaciones emergentes del proceso de
recuperación de empresas por sus trabajadores

Julián Rebón, Rodrigo Salgado y Laura Tottino

Introducción

La recuperación de empresas (RE) es la conceptualización con la cual se ha


denominado a un conjunto heterogéneo de procesos, en los cuales empresas en crisis son
puestas a producir por sus trabajadores. Desde fines de la década pasada, y con particular
intensidad a partir de 2001, miles de asalariados en todo el país se han hecho cargo de
empresas en procesos de quiebra, cierre y/o importantes incumplimientos del contrato salarial
con sus trabajadores.
Durante el apogeo de la crisis, la RE adquirió una fuerte presencia social, alcanzando
alta legitimidad y difusión en la sociedad. Desde 2003, nuestro trabajo de investigación avanzó
en la construcción de un marco hipotético-causal del proceso en el ámbito de la Ciudad de
Buenos Aires.
La hipótesis central desarrollada por nuestra investigación afirmaba que el desarrollo
de la RE es la resultante de la conformación de una embrionaria alianza social. Los
trabajadores de estas empresas logran avanzar en sus grados de unidad y construir una
alianza que se estructura en base al modo en que la crisis del orden social altera las
condiciones de reproducción de diferentes identidades sociales. Desobedeciendo al desempleo
conforma una incipiente y original fuerza social que logra la obtención de una tenencia legal
provisoria de la unidad productiva y constituye condiciones para el inicio de la producción.
Expresan y constituyen un proceso de igualación del espacio de la unidad productiva y de
autonomización frente a las heteronomías clásicas de dicho espacio. De esta manera, el
avance de estos trabajadores sobre la producción logra desarrollarse en las condiciones
sociales existentes, viabilizando la preservación de la fuente de trabajo. Sin pretenderlo, será
su lucha, y no la mera dinámica de la acumulación capitalista, las que los conforme como una
nueva personificación de la fuerza de trabajo (Rebón: 2007).
Sin embargo, el conjunto de nuestros avances investigativos acerca del proceso que
sucintamente reseñamos fueron elaborados en la etapa de expansión de la RE. Nacida al calor
de una crisis de inédita magnitud, la reversión de la misma conduce a su reflujo. En la
actualidad, el cierre, al menos provisorio, del marco de depresión económica y crisis política,
nos plantea nuevos interrogantes acerca de su desarrollo futuro.
En este nuevo período ¿podrán los trabajadores recuperar nuevas empresas? Y donde
esto ocurra, ¿cuáles serán sus factores estructurantes? Con relación a aquellas empresas
recuperadas nacidas en el momento más intenso de la crisis ¿logran avanzar de forma
sostenida sobre la producción? ¿En qué medida lo hacen prolongando la autonomización e
igualación inicial? ¿En qué medida prolongan la alianza social del momento originario?
En la respuesta a este conjunto de interrogantes estamos trabajando en nuestro
proyecto actual de investigación UBACYT denominado “Transformaciones emergentes en el
proceso de recuperación de empresas”. El trabajo aquí presentado constituye un avance
preliminar del mismo. La fuente de datos central es un nuevo relevamiento a las empresas ya
97
relevadas durante el 2003 . Durante el tercer trimestre de 2006 volvimos a visitar las unidades
productivas que habíamos relevado en 2003 a partir de entrevistas y una encuesta sobre su
historia, funcionamiento y las identidades sociales de los trabajadores. En este nuevo
relevamiento hicimos entrevistas a informantes clave y observaciones in situ para avanzar en la
respuesta a nuestros interrogantes.
El presente trabajo se divide en tres partes. La primera parte refiere a la reproducción
del proceso de recuperación de empresas. La misma es analizada en su forma simple, la
continuidad de las unidades productivas recuperadas en el período anterior, y en su forma
ampliada, la forma e intensidad con que se expande el proceso a nuevas unidades. Con
relación a la primera problemática encontramos que la gran mayoría de fábricas que han sido
recuperadas continúan como tales. En cuanto a la reproducción ampliada, nuestra hipótesis
plantea que, más allá de las transformaciones del contexto de surgimiento del proceso aunque
con menor intensidad, continúa expandiéndose. Desde nuestra perspectiva, esto se debe a la
instalación cultural de la forma social recuperación como un repertorio de acción posible. En la
segunda parte del trabajo nos enfocamos en las transformaciones emergentes en las empresas
recuperadas surgidas en la crisis. En particular, analizamos en que medida, su desarrollo
productivo ha estado asociado a una conservación y profundización de los procesos de
igualación social que registramos en sus orígenes o por el contrario estos han tendido a su
reversión. Nuestra hipótesis sugiere que en esta dimensión, al menos en lo atinente al criterio
de retribución laboral, se desarrolla un proceso de diferenciación estructurado a partir de las
formas originarias de conformación del colectivo laboral. Por último, en la tercera parte
exponemos nuestras consideraciones finales, planteando interrogantes para futuros avances
investigativos.

La reproducción

En anteriores trabajos señalamos los distintos obstáculos que enfrentaba la ampliación


del proceso a nuevas unidades ante la reversión del marco general de depresión económica y
crisis política. Dicho marco de crisis fue el elemento estructurante para la génesis del proceso,
posibilitando la conformación de la alianza social que logró avanzar sobre la tenencia de las
unidades productivas y la dirección de la producción. Nos interrogábamos en que medida el fin
de aquel marco impactaría en el desarrollo del proceso (Rebón: 2007).

97
Se trata de las cooperativas Artes Gráficas el Sol, Bauen, Brukman, Campichuelo, Chilavert, Cooperpel, Diógenes
Taborda, IMPA, Instituto Comunicaciones, La Argentina, La Nueva Esperanza, Monte Castro, Patricios, Vieytes y
Viniplast. Las empresas Clínica Salud Medrano y 26 de septiembre, también fueron entrevistadas en 2003 y han dejado
de existir para 2006.
Diversos cambios en el período más agudo de la crisis deben ser reseñados para
entender las dificultades que encuentra la reproducción ampliada del proceso. Por una parte, el
fortalecimiento de la heteronomía clásica del ámbito fabril y la reversión del proceso de
abandono capitalista de la producción por cambios en los niveles de rentabilidad contribuye a
que ante situaciones de crisis puedan aparecer nuevos capitalistas dispuestos a recuperar la
98
empresa . Desde la perspectiva de la fuerza de trabajo, la mayor facilidad para obtener otro
trabajo por parte de los asalariados, en especial los más calificados, así como el aumento de la
posibilidad de cobrar indemnizaciones atenúa la tensión social. Otro elemento es el cambio de
poder y posición de los actores sociales y políticos. Antiguos aliados como el movimiento
asambleario o el piquetero han visto disminuido su capacidad de movilización. Por otra parte,
algunos cuadros políticos y sociales que habían encontrado en la organización de los
movimientos de recuperación su estrategia de acumulación de poder social han logrado
ingresar a la institucionalidad política atenuando su participación en el proceso y/o la
radicalidad del mismo. Diversos miembros de la clase política que en el momento de la crisis
estaban dispuestos a apoyar adaptativamente a un fenómeno de alta legitimidad social que
contrastaba con su baja legitimidad, hoy ante el cambio de contexto, tienden a ser más reacios
a brindar apoyos, oponiéndose abiertamente en algunos casos.
Como podemos observar en el gráfico, la evolución del proceso asume una forma
aluvional concentrando casi la mitad de los casos en el pico de la crisis en el 2002.
Posteriormente, en paralelo a la recomposición económica y política, tiende marcadamente a
descender hasta 2004, aunque en este año se empieza a suavizar el declive. Luego se
estabiliza asumiendo una forma amesetada. Si bien la intensidad es marcadamente menor al
pico de la crisis, se mantiene constante en valores superiores a los obtenidos en los años
anteriores al 2002.

Gráfico1

98
También, la reciente recuperación del poder sindical, la otra gran heteronomía del ámbito fabril, funciona, al menos
en algunos casos, como un obstaculizador al desarrollo del proceso. Acerca del papel del sindicato en las
recuperaciones puede consultarse Rebón, 2004.
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.

¿Por qué pese a la reversión de los elementos estructurantes el proceso, aunque con
una baja intensidad, continúa expandiéndose? En nuestra hipótesis esto se debe a la
instalación cultural de la forma social “recuperación” como un repertorio de acción posible ante
determinadas situaciones. En 2004, en nuestro primer avance de investigación, advertíamos
que la recuperación se incorporaba a la “caja de herramienta” de los trabajadores como un
modo de enfrentar el cierre empresarial y la precarización laboral. Se transformaba así, no sólo
en una herramienta, sino en una configuración de acciones existente, conocida y valorada
positivamente por los trabajadores. En tanto la desaparición de empresas es una resultante de
la crisis, y ésta es un elemento estructural del capitalismo, una vez que esta alternativa se
instala socialmente -aún cuando se reviertan parte de los factores que conformaron su génesis-
su difusión puede continuar mientras no se cuestione dicho repertorio o las condiciones
políticas se vuelvan abiertamente hostiles a la experiencia. Así, génesis y desarrollo se apartan
parcialmente en sus elementos estructurantes.
Recientemente, hemos explorado con detenimiento entre distintos grupos de
trabajadores asalariados la hipótesis de la incorporación de la forma social “recuperación”
como repertorio de acción. En tal dirección hemos explorado su conocimiento por otros
conjuntos de trabajadores. Los resultados de una encuesta entre trabajadores del Subte de la
Ciudad de Buenos Aires y trabajadores no docentes de la Universidad de Buenos Aires - dos
universos con distintos niveles de movilización y experiencia organizativa- apoyan nuestra
hipótesis. La recuperación de empresas es conocida en ambos casos por alrededor del 90% de
los encuestados, entre los mismos la inmensa mayoría valora positivamente al proceso. Dicha
valoración positiva se funda centralmente en la relevancia social que le otorgan los
encuestados al hecho de recuperar una fuente laboral y productiva. Sólo para una minoría la
99
importancia del hecho radica en demostrar la posibilidad de producir sin patrón . No obstante,
es ampliamente mayoritaria la opinión de que una empresa dirigida por los trabajadores puede
funcionar. Más aún, dicha capacidad de hacer funcionar a las unidades productivas es
considerada igual o superior a la del capital. Si bien estos datos no pueden ser extrapolados al
conjunto de los trabajadores, nos están indicando la existencia de un conocimiento y valoración
positiva del proceso entre grupos diversos de trabajadores. Y al mismo tiempo nos muestra la
creencia que es posible que producir de forma autogestionada es posible, y que dicha empresa
100
puede ser tan o más eficiente que la capitalista .

Cuadro 1

Conocimiento y actitud frente a la recuperación de empresas y actitud frente a la


autogestión. Trabajadores no docentes y del subterráneo de la ciudad de Buenos Aires,
2006

Fuente: Encuesta trabadores de Subterráneos de la Ciudad de Buenos Aires y no docentes de la Universidad de


Buenos Aires. Picaso 2006.

99
Es interesante como esta fundamentación de la relevancia del proceso asume diferentes formas entre la mayoría de
los trabajadores del subte y quienes conducen su combativo cuerpo de delegados. Mientras entre el conjunto de los
trabajadores del subte el 80% destaca la recuperación en tanto preservación de una fuente laboral, el 90% de los
delegados señala la demostración que se puede trabajar sin patrón como lo más relevante socialmente.
100
También muestra cierta tendencia a un mayor conocimiento y visión positiva del proceso entre los territorios con
mayor experiencia de lucha y organización, así los valores en trabajadores del subterráneos son moderadamente
superiores que entre los no docentes. Dicha diferencia se explica por las diferentes experiencias de lucha previa y
organización de los trabajadores de ambos territorios.
En suma, el proceso sin la forma aluvional de la crisis, con una baja pero de constante
intensidad, continúa en su ampliación. Pero, ¿qué pasa con las empresas una vez que los
trabajadores se han hecho cargo de las mismas? ¿Es dicho proceso reversible? ¿Logran
sobrevivir como empresas y como recuperadas?
El cuadro 2 nos muestra la existencia o conservación de las empresas recuperadas en
la actualidad, a partir de su período de surgimiento. Las empresas nacidas en los distintos
períodos del proceso (inicial, aluvional y descendente o tardío) en su inmensa mayoría
continúan existiendo como recuperadas. El porcentaje de empresas que funcionan como
recuperadas fluctúa entre el 80 y el 86% entre los diversos períodos. Aquellas que son más
recientes y por lo tanto han estado expuestas a un menor paso del tiempo y por ende al riesgo
de desaparecer, tienen una mayor preservación. Lamentablemente, carecemos de estadísticas
de mortandad de empresas capitalistas con características similares para poder realizar un
análisis comparativo.

Cuadro 2

Conservación como recuperada según período de recuperación. Ciudad de Buenos


Aires, 2006

Períodos de recuperación
Antes de 2002 Durante 2002 Después de 2002
si 80,0 81,3 86,7
Existe como
no 20,0 18,8 13,3
recuperada
Total 100 100 100
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.

De las empresas que dejan de existir como recuperadas tres desaparecen como
empresas y tres cambian de forma social. De estas últimas, dos se transforman nuevamente en
empresas privadas capitalistas y una pasa a ser estatizada por el gobierno de la Ciudad
incorporándose a los socios de la cooperativa como asalariados de planta permanente del
Estado local.

Ahora bien, aquellas logran funcionar como recuperadas ¿Cómo lo hacen? ¿En qué
medida logran funcionar productivamente? ¿En qué medida logran innovar socialmente en
dicha tarea?

La producción
En el avance sobre la dirección de la producción, los trabajadores enfrentan diversos
desafíos. ¿Cómo congeniar la autonomía, los grados de libertad adquiridos, con las
101
necesidades de la producción? ¿Es posible sostener y profundizar el proceso de
autonomización iniciado y con ello los grados de igualación alcanzados?
Un análisis de las trayectorias de las formas en que se efectúa la distribución de los
ingresos en las empresas puede servirnos como un indicador de las transformaciones
emergentes en el proceso de igualación. Para tal caso, compararemos las formas en que se
efectuaba dicha distribución en nuestro primer registro de 2003 con las formas que asume en la
actualidad. Si la apropiación gratuita por parte de los capitalistas del fruto del plustrabajo de los
asalariados es el núcleo estructurante del capital (Marx, 1998), en estas empresas en las
cuales el capitalista ha dejado de estar presente ¿Qué forma asume la apropiación? ¿Se ha
transformado en el transcurso de estos años?
El universo que instrumentaliza la posesión de las unidades productivas refiere a un
conjunto de individuos asociados en cooperativas de trabajo. Las unidades productivas no
asumen un carácter de “propiedad social”, sino, en forma dominante, una tenencia privada de
carácter colectivo. Se observan dos obstáculos a la propiedad privada plena. Uno es que la
102
gran mayoría de las cooperativas no son propietarias de sus unidades productivas . Dos, la
forma jurídica “cooperativas de trabajo” estipulada legalmente para trabajadores que ponen en
común su fuerza laboral con el objeto de llevar adelante una empresa, impone límites a la
103
propiedad privada plena . Pasemos a analizar las formas concretas de distribución de lo
producido al interior del colectivo laboral personificado en las cooperativas de trabajo.
En nuestro primer relevamiento encontrábamos que en una leve mayoría de las
104
empresas el tipo de retribución era igualitaria . Es decir, que en más de la mitad de las
empresas existía un criterio igualitario de distribución de los ingresos de la cooperativa entre
sus trabajadores. Este proceso de igualación posee un doble origen. Por un lado, en el
momento inicial de la empresa, cuando los recursos son escasos, mantener la diferenciación
105
preexistente se vuelve prácticamente imposible . La casi totalidad de los ingresos se dedican,
en este período, a poner a punto la maquinaria y a la compra de materia primas. Por otra

101
Las investigaciones de Piaget sugieren que una verdadera cooperación basada en la autonomía debe superar tanto
el riesgo de la anomia como el de la construcción de una nueva coacción. La cooperación, en el plano del intercambio
de acciones concretas supone la construcción de una nueva normatividad que logre poner en correspondencia las
acciones, enfrentando la anomia y a la heteronomía, y constituyendo la actividad auto-disciplinada frente a la inercia y
la actividad forzada (Piaget: 1988). En esta tensión entre la anomia y la heteronomía avanza la nueva cooperación
social en el campo de la producción, imprimiendo según sus características, un carácter determinado al orden socio-
productivo.
102
Al momento del relevamiento existían diferentes situaciones. Once de las empresas, a partir de la ley de
expropiación temporal por el Estado de la Ciudad de Buenos Aires, tenían cesiones en comodato de los bienes
muebles e intangibles y cesiones transitorias de los inmuebles. En noviembre de 2004 se sancionó una ley de
expropiación definitiva de los bienes inmuebles que alcanza a dichas empresas estableciendo la venta de dichos
bienes con facilidades a las cooperativas. Sin embargo, dicha ley no ha sido efectivizada aún. De las otras cuatros
empresas, una alquilaba a la quiebra el establecimiento, otra era propietaria de la maquinaria y alquilaba al Estado el
inmueble, otra sólo poseía una guarda judicial pero no tenía autorización para funcionar y sólo una era propietaria
plena de la unidad productiva.
103
La cooperativa como forma legal establece límites a la enajenación de la empresa y su posterior reparto entre los
asociados. Además, todos los asociados tienen, formalmente, el mismo poder de decisión independientemente del
capital suscripto por cada uno.
104
Por retribución entendemos tanto el retiro a cuenta de utilidades de los asociados como el pago a trabajadores no
socios.
105
Sin embargo, no toda situación de escasez de recursos da lugar a un proceso de igualación. Que en las condiciones
extremas fructifiquen relaciones de reciprocidad depende sobremanera de las identidades involucradas.
parte, en algunas empresas el pago con vales ya había licuado la estructura salarial marcada
por los convenios colectivos de trabajo. En estos casos, la igualación comenzó por iniciativa del
patrón y se prolongó por extensión a las nuevas empresas (Fajn, 2003, Rebón, 2004).
Ahora bien, en un reciente relevamiento observamos una reversión de los procesos de
igualación al interior de la unidad productiva con respecto a las primeras etapas de la
recuperación. En 2006, observamos que en las empresa recuperadas la relación entre
retribución igualitaria y diferenciada se ha modificado. Si antes en poco más de la mayoría de
las empresas se retiraba igualitariamente, actualmente en la amplia mayoría se retira en forma
diferenciada.

Gráfico 2

Criterio de retribución en empresas recuperadas según año de


relevamiento.

100

90
46,7
80 73,3
70

60

% 50

40
Diferenciada
30 53,3 26,7
20

10 Igualitaria
0
2003 2006
año de relevamiento

Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.

Esta modificación de las formas igualitarias de distribución nos indica, preliminarmente,


la existencia o desarrollo de procesos de diferenciación al interior de las unidades productivas.
Este proceso implica la diferenciación de empresas antes igualitarias – en más de la mitad de
las empresas que en el 2003 se retribuía igualitariamente, en la actualidad se retribuye
diferenciadamente-. Por el contrario, aquellas cooperativas que retiraban diferenciadamente en
106
el 2003 no han sufrido mayores modificaciones .

Cuadro 3

106
Sólo en un caso el criterio diferenciado de retribución muta a igualitario. La particularidad de este caso reside que en
el 2003 ya contaba con una importante antigüedad, habiendo desarrollado por entonces un proceso de diferenciación
hacia los no socios, como muchas empresas nacidas en ese período han desarrollado más recientemente. En 2006
esta tendencia se había revertido en el marco de una fuerte crisis interna que reduce drásticamente la cantidad de
trabajadores y los ingresos de la cooperativa.
Modalidad de retribución en el año 2006 según modalidad de retribución en 2003

Modalidad de retribución en
2003
Igualitario Diferenciado
Modalidad de Igualitario 43% 16%
retribución en 2006 Diferenciado 57% 84%
Total 100% 100%

Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.

Estos elementos resultan centrales a nuestro entender, ya que en resultados


investigativos anteriores producto de nuestro primer relevamiento afirmábamos que
“El complejo proceso que enfrentan los trabajadores, las experiencias de
lucha que los trabajadores comienzan a compartir, va desarrollando un
proceso de igualación de construcción de un nosotros de sujetos originales:
se estructura un esbozo de nueva identidad como producto de la
confrontación con el otro. La distribución igualitaria de los ingresos es una
forma de reafirmar esa identidad. Nos parece importante destacar esto ya
que lo consideramos un elemento central para la construcción de un
colectivo que necesita consolidarse para afrontar la lucha y se va
consolidando con esta. Esto conduce a que en aquellas empresas con más
conflictividad, la igualación se exprese en diversos ámbitos y no solo en la
modalidad de retiros, al producirse una mayor solidaridad mecánica entre
los trabajadores” (Rebón, 2005: 192).

Pero también afirmábamos que más allá de los proceso de autonomización,


innovación, igualación y democratización
“distintos procesos obstaculizan crecientemente la posibilidad del desarrollo
de las innovaciones introducidas. La autoexplotación; la burocratización; la
explotación de otros trabajadores o el sometimiento a un capitalista en el
ámbito de la circulación son algunos de los riesgos latentes y, en
ocasiones, manifiestos con los cuales se encuentra la embrionaria
cooperación constituida ¿En qué medida se tiende al desarrollo de estos
elementos? Si esto es así, ¿cuál será el carácter social del orden socio-
productivo resultante en estas empresas? (Rebón, 2005: 196)”.

Este carácter es todavía un elemento a desentrañar, sin embargo a partir del análisis
preliminar de los datos podemos sugerir algunas hipótesis o respuestas posibles a estos
interrogantes.
En primer lugar, encontramos otra transformación sustantiva en el interior de las
unidades productivas. Se produce un significativo crecimiento de la fuerza de trabajo utilizada,
alrededor de un 45%, entre ambos relevamientos. Al menos una cuarta parte de este
crecimiento de la fuerza de trabajo utilizada ha sido efectuada en base a la incorporación
107
dentro del colectivo, de trabajadores que no poseen la condición de socios plenos . En 2003,
menos de la mitad de las empresas (40%) existían trabajadores no socios-, en 2006 esta
relación se invierte y las empresas que poseen trabajadores no socios pasan a ser la mayoría
108
(66%) .
Ahora bien, ya en el anterior relevamiento, encontrábamos una relación entre la
existencia de trabajadores no socios y la modalidad de distribución de los ingresos en general.
Existía una tendencia a que la composición de la fuerza laboral sólo por asociados sea una
característica dominante en las empresas más igualitarias en cuanto a la distribución. En
cambio, la inclusión dentro del colectivo laboral de trabajadores no socios tendía a estar
asociado a diferenciadas en la modalidad de retribución. Sin embargo, esta relación inversa
entre retribución y existencia de trabajadores no asociados se profundiza en 2006 mostrando
una plena polarización como podemos apreciar en el cuadro 6.

Cuadro 4

Empresas con trabajadores no asociados según la modalidad de retribución en el año


2006

Modalidad de retribución
Igualitaria Diferenciada
Posee trabajadores No 100% 9%
No asociados Si 91%
Total % 100% 100%

Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.

¿Es entonces, la incorporación de trabajadores no socios el elemento estructurante de


la diferenciación? ¿Qué formas asume la diferenciación y qué relación tiene con la
incorporación de trabajadores sin condición de socio pleno?

Tipos de diferenciación

107
Como trabajadores no socios contemplamos sólo aquellos trabajadores que se encuentran en esferas que
consideramos internas al proceso productivo mismo (producción, comercialización, administración). Excluimos aquí a
los trabadores que realizan trabajos en la cooperativa pero a partir de servicios externos, como abogados, contadores,
auditores de seguridad e higiene, servicios de reparación de maquinarias e instrumentos de trabajo, etc.
108
La incorporación de trabajadores a la empresa como no socios parece asumir variadas formas. Las cooperativas de
trabajo legalmente sólo pueden tener asalariados por un período de tiempo. En la actualidad parece demorarse la
incorporación de trabajadores a la cooperativa como socios plenos, quedando en general en una situación permanente
de contratación irregular. Entre estas empresas el porcentaje de trabajadores no socios en relación al conjunto del
colectivo laboral es bastante heterogéneo, el rango varía entre un 9% y un 46%, mientras el promedio general es del
21%.
Como apuntábamos, el proceso de diferenciación se encuentra relacionado con la
incorporación de trabajadores que no poseen la condición de socio pleno. Sin embargo, esta no
es la única modalidad de diferenciación en cuanto a la retribución. Junto a la diferenciación
entre socios y no socios, encontramos también diferenciación entre los asociados a la
cooperativa. En rigor, se desarrollan tres formas de retribución en las cooperativas analizadas.
En primer lugar, en el 40% de las empresas la diferenciación de la retribución al interior
de la cooperativa es entre sus asociados. Estos procesos tienden a basarse en criterios que se
encuentran desarrollados en las empresas capitalistas como modalidades de retribución al
personal. Entre ellos podemos nombrar la categoría laboral como criterio de asignación de los
retiros. La centralidad de la diferenciación no se basa en un atributo de la relación laboral de la
empresa con el trabajador, sino en la tarea que efectúa el trabajador o su jerarquía
ocupacional. En este tipo la diferenciación adquiere un carácter complejo, con base en la
división singular del trabajo. La misma puede registrarse a través de diferentes dimensiones
como calificación de la tarea, complejidad instrumental, carácter de lo producido o la jerarquía
ocupacional. Sin embargo debemos recalcar, que este tipo de retribución adquiere en estas
unidades productivas una forma más atenuada que en una empresa capitalista. Esta
moderación se logra a partir de la fijación de topes o diferencias máximas entre las diversas
escalas y categorías.
En segundo lugar, en un tercio de las empresas la distribución de los retiros se realiza
de forma diferencial entre socios y no socios, es decir casos en donde el retiro es igualitario
ente los primeros pero diferencial respecto a los segundos, cuya retribución a su vez, es
109
menor . Aquí, es sólo la condición o no de ser asociado el criterio que discrimina el retiro que
se obtiene. Desde la perspectiva del retiro, no encontramos escalas, sino que el colectivo
laboral se encuentra divido en dos subgrupos, los socios y los no socios. El retiro es diferencial
sólo en base a ese criterio que atraviesa transversalmente al colectivo laboral y la estructura
organizativa. La centralidad de la diferenciación se basa en un atributo de la relación laboral del
trabajador con la empresa independientemente de la tarea que efectúa.
Por último, aquellas empresas que conservan un criterio de retribución que tiende a la
igualación. Sólo en un cuarto de las empresas el reparto tiende a ser igualitario. En algunas
empresas dicho reparto es corregido por criterios equitativos dando lugar a otras formas que
tienden a procesos de igualación como el pago por horas o la existencia de un plus por hijo.

Gráfico 3

109
Es necesario apuntar aquí que no estamos haciendo referencia a la intensidad que adquiere este tipo de
diferenciación. Esta es heterogénea y varía según cada empresa. Hacemos referencia solamente a los tipos de
diferenciación sobre la base de los criterios subyacentes.
Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.

En suma, la diferenciación predomina como criterio de retribución. Categoría laboral o


pertenencia a la cooperativa son sus formas. Ahora bien, la diferenciación por condición de
socio: ¿es el criterio en aquellas empresas en las cuales la presencia de “contratados” es
marginal, o al contrario donde esta es una división más sustantiva al interior del colectivo
laboral?

Cuadro 5

Tipo de diferenciación según proporción de trabajadores no socios de la empresa en el


año 2006
Proporción de trabajadores no
socios en la empresa
no tiene hasta 20% mas del 20%

Sin diferenciación 80%


Tipo de Por categoría
diferenciación laboral 20% 83%
Por condición de
socio 17% 100%

Total 100% 100% 100%


Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.

Encontramos tres situaciones claramente diferenciadas. Por una parte, las unidades
productivas sin trabajadores no socios expresan una situación de igualación. Por la otra,
aquellas que incorporan otras formas contractuales de fuerza de trabajo pero de forma
marginal tienden a desarrollar procesos de diferenciación endógenos a la propia cooperativa.
Por último, entre aquellas que más incorporan bajo otras formas fuerza de trabajo, se
desenvuelve una diferenciación exógena a la cooperativa. Combinan aquí la igualación y la
diferenciación, iguales entre sí pero no para con terceros. Recordemos que la condición de
socio es sustantiva en las cooperativas de trabajo. Dicha condición otorga, al menos
formalmente, a quién la posea, un poder de decisión igual al resto de los asociados,
independientemente del capital suscripto.
Esta convivencia en tensión entre igualitarismo y diferenciación parece estar
expresando un criterio corporativo: la igualación al interior de cooperativa entre un grupo de
trabajadores pero al mismo tiempo, el establecimiento de una jerarquía para con otros
trabajadores. Parece en suma, un igualitarismo de grupo que coexiste con la aceptación de la
explotación a terceros. En este caso, la tendencia al carácter privado colectivo, antes reseñada,
se contrapone al carácter social, asumiendo bajo una forma cooperativa un carácter
corporativo. Para aquellos que se incorporan a la empresa, los obstáculos al acceso a la
cooperativa entrañan también las condiciones de la diferenciación.
Ahora bien más allá de dicha diferenciación, ¿qué situaciones productivas nutren las
distintas formas de retribución?

Cuadro 6

Tipo de diferenciación según nivel de funcionamiento en el año 2006

Nivel de funcionamiento
Bajo Medio Alto

Sin
Tipo de diferenciación 75% 14%
Por categoría
Diferenciación laboral 57% 50%
Sólo por
condición de
socio 25% 29% 50%

Total 100% 100% 100%

Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.

110
Aquellas empresas con más bajos “niveles de funcionamiento” se concentran en la
ausencia de la diferenciación. En cambio aquellas intermedias se concentran en la categoría

110
El nivel de funcionamiento de las empresas fue construido en base a tres dimensiones: Estabilidad, Producción y
Remuneración. Estas dimensiones incluyen indicadores como: responsabilidad sobre las cargas sociales, jubilación,
obra social y seguro de accidentes; cantidad de horas trabajadas, cantidad de trabajadores, grado de utilización de
capacidad instalada, grado de diversificación, principales problemas productivos identificados en cada empresa; la
comparación de la remuneración de cada empresa en relación al promedio de remuneración de la rama a la que
laboral. Por último, las que poseen altos niveles se dividen entre el criterio de la categoría
laboral y de la condición por socio. Igualación y funcionamiento guardan una relación inversa.
El mal funcionamiento, donde hay poco para repartir, conserva el principio de la igualación. El
mejor funcionamiento implica a la mayor diferenciación endógena o exógena. Pero ¿cuál es el
elemento que estructura cada una de las formas de diferenciación?

Cuadro 7

Tipo de diferenciación según intensidad del conflicto


Intensidad del Conflicto
Baja Alta
Conflictividad Conflictividad
Por categoría
laboral 63% 14%
Tipo de Sólo por condición
diferenciación de socio 12% 57%

Sin diferenciación 25% 29%

Total 100% 100%

Fuente: Relevamiento del UBACYT Transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas, 2006.

Las historias sociales de los procesos tienden a ordenar su carácter social. Años atrás,
111
en el anterior relevamiento, encontramos que el nivel de conflictividad determinaba la
diferenciación. En aquel entonces los conflictos de baja conflictividad daban lugar a empresas
112
diferenciadas y aquellos más intensos a criterios igualitarios .
Analizar el proceso en este punto temporal, nos permite observar los distintos caminos
que asume la diferenciación. En aquellas empresas que se preservan igualitarias no es la
intensidad del conflicto lo que incide en el criterio de retribución, todo hace pensar más bien
que tiende a ser central su situación de funcionamiento actual. Aquellas que se diferencian por
categoría laboral siguen siendo, como ayer, empresas con historias de baja conflictividad. En
cambio, aquellas que anteriormente en situaciones de intenso conflicto conformaron altos
niveles de igualación, hoy conforman su propio camino a la diferenciación. El alto conflicto no
conforma, una vez pasada la primera etapa de lucha, resistencia y de funcionamiento precario,
un carácter social igualitario. Parece conformar una embrionaria corporación que excluye, al

pertenece, pago de aguinaldos. A partir de la ponderación sobre las combinatorias de estos elementos se construyó
una variable tricotómica con las categorías: bajo, medio y alto nivel de funcionamiento.
111
El nivel de conflictividad se construyó a partir de los registros de las distintas formas de acción empleadas por los
trabajadores para recuperar unidades productivas. Estos nos permitieron construir un agrupamiento dicotómico con el
objeto de discriminar los casos de mayor y menor conflictividad. Entre los primeros, aquellos en los cuales la forma de
lucha dominante alcanzó el estadio de la acción directa, básicamente con las modalidades de ocupación y acampe. En
los segundos, aquellos cuyas formas centrales no exceden el marco de la acción convencional, formas negociadas de
acceso a la tenencia o a la permanencia de hecho ante el abandono. Este agrupamiento resultó consistente con otros
indicadores de conflictividad.
112
Evidencia similar fue encontrada previamente en la investigación de G. Fajn (2003), aunque la conceptualización
difiere de la presente.
113.
menos temporalmente, a los nuevos Así paradójicamente la autonomización e igualación
inicial es seguida por un embrionario proceso de diferenciación y dominación hacia otros
trabajadores. La solidaridad construida al calor de la lucha, parece asumir un carácter
mecánico, fragmentando y diferenciando al colectivo laboral, configurando potenciales
antagonismos al interior de la fuerza de trabajo.

Concluyendo interrogantes
Para concluir este avance preliminar de nuestra investigación sobre las
transformaciones emergentes en el proceso de recuperación de empresas queremos plantear
algunos interrogantes que guiarán nuestros próximos avances.
Como hemos señalado, pese al cambio de su marco estructurante el proceso continúa
su desarrollo. Se desenvuelve en su forma de reproducción simple, continuando en aquellas
empresas que comenzaron años atrás su recuperación en manos de los trabajadores, como en
su forma ampliada, abarcando nuevas recuperaciones.
En este camino, aquellas empresas existentes en el momento más importante del
ciclo, tienden a desarrollar un proceso de diferenciación en el criterio de retribución. La
igualación como criterio tiende a disminuir y casi a reducirse a aquellas empresas que
encuentran mayores problemas de funcionamiento y que por tanto carecen de excedentes para
distribuir. Por el contrario, aquellas que alcanzan mejores niveles tienden a la diferenciación. La
misma asume dos formas: la diferenciación por categoría laboral y por condición de socios. La
primera expresa en origen a conflictos de baja intensidad que en su mayoría nunca lograron
desestructurar plenamente los criterios de retribución heredados de la empresa capitalista
fallida. Por el contrario, la segunda expresa aquellos conflictos que en origen tuvieron alta
intensidad, igualando a sus protagonistas, pero que en la expansión de la empresa implicó un
proceso de diferenciación hacia los trabajadores excluidos de la cooperativa ¿En qué medida
es la diferenciación la que permite su expansión? ¿Cómo se expresa este proceso en otras
dimensiones? ¿Cuál es entonces el carácter socioproductivo al que tienden las unidades
productivas?
En la primera parte, señalábamos que la reproducción ampliada del proceso en la
actualidad se nutre de su instalación en el repertorio de otros trabajadores quienes valoran
positivamente la experiencia ¿En qué medida el desarrollo futuro de la diferenciación será
compatible con dicha valoración? ¿Preservar la empresa presupondrá necesariamente la
profundización de la diferenciación? ¿Tenderá a ser la normalización capitalista de la
experiencia la alternativa para su continuidad productiva? ¿Qué otras formas sociales podrán
configurarse? El desempleo como padecimiento social sobre la fuerza de trabajo es un
elemento intrínseco al régimen del capital. De la respuesta al conjunto de preguntas esbozadas

113
En nuestra investigación precedente habíamos señalado el predominio de distintas formas del corporativismo en la
reflexión y acción de los trabajadores ¿En qué medida este criterio de distribución no redefinen y reelabora el
corporativismo obrero clásico (Marín, 1973) ante las nuevas condiciones? Creemos que aquí se abre una interesante
línea de investigación.
dependerá, en buena medida, que nuevos trabajadores recuperen en el futuro la recuperación
de empresas como una forma de enfrentar, desobedecer, este padecimiento.
Capítulo 7: La subjetividad inmigrante: trayectorias individuales, exclusión y los
límites de la “toma de la palabra”. Una mirada de peruanos y bolivianos en
Córdoba

Claudia Isabel Ortiz

Presentación
¿Por qué la inmigración ha cobrado relevancia en los debates políticos y académicos
contemporáneos?, ¿cómo es representado el inmigrante en nuestra sociedad?, ¿qué aspectos
de la vida social, política y cultural interpela su presencia?...Cada uno de estos interrogantes
nos plantean aspectos a indagar sobre un fenómeno colectivo que ha marcado a la humanidad:
la movilidad o los desplazamientos de las personas. Sin embargo, la característica polémica del
tema emerge históricamente con la conformación del Estado-nación. Su presencia reguladora
en las relaciones sociales se abre camino en todas sus dimensiones y su fuerza interpeladora
se puede constatar en el seno de los procesos de configuración de las identidades sociales.
En este sentido, no podemos soslayar el peso constitutivo de las dinámicas históricas
sobre las cuales se han asentado las bases del orden estatal y su determinación de sujetos
sociales. Pero, además, debemos observar que estos procesos no son homogéneos y
ahistóricos. Más bien, requieren de una especificación temporo-espacial. Por un lado,
podríamos hablar de los factores políticos o económicos que inciden los procesos inmigratorios
(estructurales en relación a un orden político y económico particular). Por otro lado, no
necesariamente reconoceríamos un isomorfismo en estas dinámicas. Precisamente, porque la
inmigración supone un movimiento, una transformación, una complejidad. Nos coloca ante el
desafío de indagar cómo la historicidad asume un carácter constitutivo en estos particulares
procesos. Fundamentalmente, qué subjetividades emergen en estos tránsitos y qué
experiencias compartidas permiten generar estrategias para abrir su vínculo con el nuevo
contexto y sostener sus lazos con las tradiciones, el terruño, la familia de origen.
Entonces, al referirnos a “la exclusión”, “el inmigrante”, “a la toma de la palabra”...no se trata de
una simple cadena de conceptos. La lectura toma como eje la configuración de las relaciones
interculturales en la Argentina y los procesos de definición identitaria inscriptos en tensiones
que permiten analizar el vínculo de desigualdad que se plantea entre lo dominante y lo
subalterno. No en el sentido de jerarquías inamovibles, sino como una forma particular que
asume la lucha por la hegemonía.
En el presente artículo presentaremos algunos ejes de discusión que surgen a partir de
un trabajo realizado en relación a las colectividades de bolivianos y peruanos en la ciudad de
Córdoba. El foco del análisis está puesto en la condición del inmigrante limítrofe en esta ciudad
pero a la vez, en el espacio ampliado de la sociedad argentina. Aproximadamente, desde hace
114
dos décadas, varios trabajos e investigaciones dan cuenta de transformaciones culturales
que tienen como eje polémico la constitución de identidades en nuestro país. El desarrollo de
estas líneas analíticas comenzaron a cobrar relevancia a partir de incorporar el análisis de las
migraciones de países limítrofes, a los estudios de las migraciones internacionales hacia
Argentina. La caracterización del fenómeno fue abarcando distintas dimensiones (culturales,
económicas, demográficas). Pero es importante advertir en torno a estos planteos, cómo se
articularon las polémicas que resquebrajaron el discurso político dominante fundado sobre el
ideario del “crisol de razas”.
El artículo está organizado en dos apartados. En el primero, revisaremos los aspectos
que definieron las condiciones de las relaciones interculturales en Argentina, a partir de las
distintas políticas migratorias nacionales. En el segundo, estableceremos una relación entre
estas dimensiones y las experiencias de exclusión que atraviesan los inmigrantes.
Destacaremos el papel que juega la definición de estrategias (como la formación de
organizaciones) que permiten resignificar las propias experiencias.

Estado, políticas inmigratorias y relaciones interculturales en Argentina


En nuestra presentación planteamos la emergencia del Estado-nación como un actor
necesario para comprender la relevancia que adquiere el tema inmigratorio desde la
modernidad. La transformación de las cosmovisiones medievales a las modernas, marcan la
representación de un nuevo orden social que se fue consolidando a lo largo de varios siglos.
Por un lado, se establece una forma de regulación política de la vida social y a la vez, se
conforman nuevas dinámicas económicas. En este sentido, los fenómenos inmigratorios están
asociados al desarrollo socioeconómico que se comienzan a evidenciar desde la expansión
capitalista de la economía mundial.
Así, el capitalismo mercantil emergente a partir de la modernidad generó nuevas
formas de producción que condujeron a desencajar la relación directa establecida entre trabajo
y terruño para pasar a convertir esos espacios en sistemas mercantiles ampliados. En
consecuencia, en este contexto, la conquista de América significó también, una primera forma
que adquirieron las migraciones modernas: se enviaron militares, eclesiásticos para la
ocupación de los nuevos territorios, pero también, llegaron comerciantes tratando de generar
sus propias fortunas personales. Parte de ese proceso implicó el traslado de esclavos para el
sostenimiento de la economía colonialista y la expulsión de poblaciones locales, para la
ocupación de los territorios conquistados.

A finales del siglo XIX, con la consolidación de la Revolución Industrial, el comienzo de


una etapa de expansión tecnológica, el despliegue de las comunicaciones, el desarrollo de los
sistemas de transportes, entre otros aspectos, significaron nuevas transformaciones
poblacionales. Un fenómeno que se acentúo fue el de las migraciones internas que se

114
En Argentina, dentro de los trabajos que componen una línea de investigación que aborda dimensiones socio
culturales e identitarias son (entre otros) Benencia y Karasik, 1994; Grimson1999, 2000, 2003, 2006; Archenti y Tomás,
2000; Caggiano, 2005).
producían desde el campo a la ciudad en busca de nuevos horizontes laborales. Estos
desplazamientos conformaron, asimismo, un escenario caracterizado por una creciente
pauperización y desigualdad social al no encontrar las condiciones para la inclusión de estos
grupos. A su vez, muchos de estos grupos integraron los nuevos flujos inmigratorios hacia
América (tanto del Norte como del Sur) impulsados por estas circunstancias y porque algunos
Estados, como el caso argentino, impulsaron proyectos políticos que vinculaban su legitimación
en relación a la construcción de la Nación en base al fomento de flujos inmigratorios.

En el caso de Argentina, la relación entre Estado e inmigración se ha configurado sobre


un trasfondo de tensiones más o menos explícitas en cada época. Estos aspectos se pueden
interpretar desde los modelos ideológicos-políticos que, a través de la legislación, se han
definido sobre la imagen del inmigrante deseado para la construir del ideario nacional. En
primer lugar, una de las consecuencias de este aspecto, es el papel histórico del Estado “como
forjador de alteridades y desigualdades” (Segato, 2002:107). Por ende, las políticas
inmigratorias incorporan aspectos materiales y simbólicos de la dinámica de configuración
identitaria, de los procesos visibilizados o no de la acción colectiva y la distribución de recursos
a partir de las agendas que fijan las políticas públicas sectoriales. Desde este punto de vista, si
nos preguntamos por qué “ser boliviano, peruano o paraguayo”, es remitirnos a una forma de
nombrar la alteridad en Argentina, encontramos en la conformación de las leyes migratorias
pistas para construir posibles respuestas al tema. La atención debe estar puesta, por ende, en
las estrategias que el Estado despliega para dar forma al “entrecruzamiento de voces de la
nación” (Segato, 2002: 108). Pero, a su vez, no se desliga del contexto más global en el cual se
configuran demarcaciones que generan una “diversidad jerárquica”, esta situación también
atraviesa y en gran parte determina, los flujos poblacionales de nuestra época, la construcción
de alteridad y los riegos a la cual se somete dentro de un contexto donde “lo diverso” o “lo
tolerante” es parte del discurso hegemónico nacional que lo construye en clave de exclusión.
Es decir, estos procesos remiten a las transformaciones y tensiones que se generan en torno a
“la identidad nacional”, las concepciones de ciudadanía y reconocimiento de derechos.
Si retomamos nuestro punto de partida para este apartado y nos preguntamos sobre
estos procesos de construcción identitaria en nuestro país, no podemos de dejar de remitirnos
a la matriz de un sistema clasificatorio que se fue configuró históricamente y que de alguna
manera, estableció sus bases dentro de un marco de exclusiones crecientes. Como lo indica
Quijano, “En el curso de la expansión mundial de la dominación colonial por parte de la misma
raza dominante-los blancos (o a partir del siglo XVIII en adelante, los europeos)-fue impuesto
como criterio de clasificación social a toda la población mundial a escala global.” (Quijano,
2003:205). Veremos brevemente, como podríamos analizar estos aspectos en relación al
proceso de la construcción de la Nación.
El ideario de Nación Argentina, que debía ser el sustento del orden republicano a
instaurar (posteriormente a las luchas por la independencia), abrevó de las propuestas de
célebres representantes de las elites ilustradas de aquella época. Sobre estas bases, a su vez,
se atribuían la legitimidad de su intervención política. Sin embargo, la historia de la política
argentina se ha nutrido de versiones contradictorias sobre cómo llevar adelante el proceso de
construcción de la identidad política del ciudadano ideal que pudiera participar del proyecto
republicano imaginado.
La recordada oposición “civilización-barbarie” (punto de partida de las propuestas de
Domingo F. Sarmiento), dibuja los contornos de un campo de tensiones que se extenderá y
complejizará en cada período de los procesos de construcción de la identidad nacional. En
esta línea, los proyectos políticos de la reciente Nación apuntaron a la modernización del país
y la ocupación de sus territorios. No sólo se debió avanzar sobre el desierto sino también
arrasar sobre la barbarie de sus poblaciones nativas. En tal caso el lema de la generación del
‘80, ‘gobernar es poblar’ (que representó la coronación y apogeo del proyecto de la generación
del ’37), caminó sobre las huellas de la conquista de las tierras americanas.
Otro elemento integrador de esta invención nacional, siguiendo en esta idea a Benedict
Anderson, fue el aporte de ‘buenas costumbres y hábitos’ de la población inmigrante a través
de la educación. En este marco, podemos advertir que el modelo de adscripción que se fue
consolidando fue el de adscripción étnica voluntaria (que) “implica una opción individual y de
hecho marca una ruptura con los ascendientes que no han desarrollado la misma elección”
(Juliano, 1987: 98). Entre finales del siglo XIX y principios del XX, se termina de consolidar este
modelo y, “(l)a opción asimilacionista individual entra en conflicto con la posibilidad de
organizar una relación permanente con otros grupos étnicos considerados en tanto que tales.
En este caso los microgrupos (o minorías étnicas) sufren una fuerte presión aculturadora que
los pone en la alternativa de disolverse como entidades significativas, o remarcar los signos
externos de identidad (si el proyecto es mantener la especificidad)” (Juliano, 1987: 101).

Pero este ideario se vio sometido a contradicciones. Durante 1901 y 1902 las
manifestaciones obreras habían cobrado vigor, la pelea por mejoras laborales eran el
fundamento de los conflictos. En algunos casos, la presencia de extranjeros ligados con el
anarquismo o el socialismo en la base de las organizaciones de los grupos obreros,
inmediatamente encendió un foco de atención, alerta y posterior represión por parte del
gobierno. En este marco se dictó la Ley de Residencia que habilitó al poder ejecutivo a
expulsar o impedir la entrada a todo extranjero y de esta manera, se convirtió en un
instrumento eficaz para concretar la expulsión de lo que se consideraba ‘indeseado’.

Los años 30 marcan el declive de la sociedad del progreso ilimitado, la crisis del de
1930 puso en el tapete las contradicciones del desarrollo capitalista y la necesidad de asignarle
al Estado un papel intervensionista más férreo. En Argentina a su vez, se complementó con la
crisis del orden institucional que llevó a la primera experiencia de golpe de estado. En este
marco, los flujos migratorios transoceánicos de principios de siglo declinaban, pero continuarán
inmigrando los perseguidos políticos o los que buscaran refugio producto del clima de la guerra
mundial que se comenzaba a desatar.
Hacia la década del 50, también, aumenta el número de inmigrantes limítrofes y
migraciones internas. En esta etapa el modelo de sustitución de importaciones impulsó una
movilidad interna de la población. La búsqueda de trabajo en la incipiente actividad industrial,
generó migraciones de poblaciones rurales a la ciudad. Pero también, la emergencia de un
discurso sindical apoyado desde el gobierno, generó la visibilización de un actor social que
estaba relegado: la clase obrera.

Si bien la política inmigratoria durante esta etapa no se descentra de la orientación


fijada en las leyes anteriores, es decir, de carácter restrictivo, se suman a estos aspectos, la
impronta que abre la crisis económica en materia laboral.

Por un lado, se debía dar impulso a las economías del interior del país, para lo cual se
habilitó la incorporación de mano de obra estacional, que incluyó en este esquema a los
inmigrantes limítrofes y por otro lado, la finalización de la Segunda Guerra Mundial, abrió la
posibilidad de impulsar la inmigración de agricultores europeos. Es una etapa en la que tanto
los desplazamientos internos como el incremento de inmigración limítrofe, comenzó a
configurar una nueva dimensión de la matriz expulsionista.

Por lo tanto esta matriz no sólo está referida a la población inmigrante sino hacia esa
diferencia designada como “cabecitas negras” que, daría cuenta del desprecio hacia la figura
del mestizo-pobre, característico de las poblaciones latinoamericanas, pero además, en el
contexto argentino, también marca la fractura entre 'capital-centro' y 'provincia-interior'. Es
importante que recordemos que no sólo ésta figura comprende el campo de exclusiones, en
este caso los aborígenes quedaron profundamente invisibilizados. “El proceso de
homogeneización de los miembros de la sociedad imaginada desde una perspectiva
eurocéntrica como característica y condición de los Estados-nación modernos, fue llevado a
cabo en los países del Cono Sur latinoamericano no por medio de la descolonización de las
relaciones sociales y políticas entre los diversos componentes de la población, sino por la
eliminación masiva de uno de ellos (indios, negros y mestizos). Es decir no por la
democratización fundamental de las relaciones sociales y políticas, sino por la exclusión de
una parte de la población.” (Quijano, 2003:232).

En este sentido, las políticas inmigratorias ha formado parte de los procesos de


etnicización, es decir, generando patrones clasificatorios de distintos grupos sociales. De esta
manera, las diversas regulaciones marcan el sentido de estos criterios, los valores puestos en
juego con respecto a la población deseada o no. Esta tendencia es evidente en las posteriores
115
leyes y especialmente, en la impulsada durante la dictadura militar en Argentina .

Como podemos reconocer, el Estado argentino ha incidido en las relaciones entre


nacionales y extranjeros, estableciendo criterios demarcatorios explícitos o no en la legislación
migratoria. Como lo habíamos advertido en parágrafos precedentes, buena parte de la
normativa estuvo sujeta a indefiniciones o zonas de difusas que generaron una situación de
vulnerabilidad. Pero el eje central que ha cruzado la configuración de las relaciones
interculturales en Argentina, tiene que con el desprecio generalizado por ese “otro” que

115
La ley 22.439 estuvo vigente durante el proceso democrático iniciado en 1983 en adelante. Esta ley viola distintos
aspectos constitucionales así como los tratados de derechos humanos incorporados a través de la reforma
constitucional de 1994. Esta ley fue derogada en el año 2003 y se sancionó una nueva Ley de migraciones.
amenazaba los ideales de una Nación unificada sobre las bases de una raza idealizada. En
este plano, el ‘crisol de razas’ operó como parte de una ideología europeizante con la cual se
pretendió direccionar la homogeneización cultural en nuestro país. Pero las tensiones y
contradicciones permanecieron tanto que las diversas normativas no hicieron más que
redefinirlas e inscribirlas en singulares procesos de producción de alteridad, en donde el 'otro'
queda despojado de toda posibilidad de ejercicio del 'diálogo', por su condición de extranjero.
Este aspecto permite reconocer las tensiones que ofrece el abordaje del ámbito de las
relaciones interculturales, sus límites y posibilidades en el plano de lo político. Por lo tanto, se
requiere de categorías teóricas y técnicas de investigación que habiliten la interpretación de
estas nuevas construcciones. Ellas dan cuenta de un ethos actual jaqueado por la impronta de
mundos de vida diversos y con desigual capacidad de interpelación.
Cada una de ellas, son el contenido y el continente de las transformaciones políticas,
económicas y culturales contemporáneas. Marcan centralmente profundos procesos de
distribución desigualitaria, tanto de bienes materiales como simbólicos. Pero a la par de ello,
también, surgieron en este escenario una diversidad de voces que, con desigual posibilidad de
enfrentar las asimetrías reinantes, asumieron el riesgo de existir. Así, la visibilización de las
diferencias raciales, étnicas, religiosas o sexuales forman parte de este escenario y con ello,
se profundizan los interrogantes sobre los tradicionales espacios de representación. Y más
específicamente, sobre las nuevas definiciones y tareas de la democracia necesarias para
encarar políticas de participación pluralista.
Sin embargo, ninguna de éstas dinámicas han operado apaciblemente, la emergencia
de diferencias están recortada sobre la profundización de las desigualdades. Y este vínculo no
sólo se ha proyectado sobre la escena internacional sino también, ha encontrado en cada
espacio local formas de redefinir estas dinámicas. Así, se construirían tramas culturales que
están superpuestas y en permanente transformación, pero situadas en el terreno de las luchas
por la imposición y construcción del sentido, arraigadas en las trayectorias de los conflictos
históricamente situados.

La inmigración como experiencia


En el apartado anterior, presentamos la dimensión histórico-política sobre las cuales se
orientan las posibilidades analíticas de la historicidad como dimensión constitutiva de las
relaciones interculturales en Argentina. Las bases normativas, los idearios históricos sobre la
construcción de la Nación, los horizontes imaginados del ciudadano ideal juegan en
contrapunto con las condiciones que fijan los límites o posibilidades de la experiencia de los
sujetos.
Ahora bien, ¿cómo analizamos estos aspectos en relación a la experiencia de la
inmigración? La ilegalidad o irregularidad son las expresiones con las cuales se designa un
dispositivo de dominación (en el sentido foucaultiano del término) que involucra los distintos
aspectos de la experiencia inmigrante. Por lo tanto, se delinean tensiones que entrejen una
trama de exclusiones que operan a todo nivel de la vida cotidiana de los inmigrantes.
Es en este nivel de la experiencia vivida de la inmigración que cabe, nuevamente,
indagar sobre las articulaciones en la que se funda. La figura social del inmigrante se nos
presenta como una zona inconmensurable, paradójica. No tanto por lo que en sí guarda de
desconocida sino por lo mucho que, puede devolvernos de la heterogeneidad de nuestras
propias identidades. Desde la voz de los actores reconoceremos las implicancias de lo plural y
las posibilidades políticas de este reconocimiento. Pero antes de avanzar, revisaremos algunos
de los elementos que se encuentran en tensión para comprender nuestro análisis.

Desde la posición del filósofo italiano Sandro Mezzadra la ambivalencia experiencial de


la condición migratoria surge de una paradoja que se condensa en ella: “La movilidad en sí
misma es un proceso que tenemos que indagar en su significado político, en el sentido que
siempre tiene que ver con condiciones de coacción y una búsqueda de libertad” (2005: 17).
Esta afirmación muestra los aspectos en conflicto que se actualizan en la migración. Muchas
veces se coloca al inmigrante como un problema, una víctima o asume alguna forma de
exotización para la sociedad que lo recepciona. Sin embargo, se pierde de vista que esta figura
emerge devaluada en un contexto de transformaciones políticas, económicas y culturales
trasnacionales configuradas históricamente. Y en este contexto, la noción de libertad, también,
sufre el mismo destino de devaluación no sólo para el que llega en calidad de 'extranjero', sino
para el que tiene el poder de nominarlo. Estas asignaciones sobre el lugar que debería ocupar
lo 'otro' se tiñen de metáforas atemorizadoras, criminalizadoras o victimizadoras. De esta
manera, la expulsión simbólica y material de la diferencia, vacía el sentido político que tiene lo
plural como condición de un sistema democrático. De alguna manera, las identidades tienen a
cerrarse sobre sí mismas concibiéndose como un universo homogéneo. El problema aparece
cuando, en ese empeño de clausura, se diluye la capacidad de imaginación o creatividad en los
grupos. Es tal vez, la señal que advierte que las condiciones de un presente no están siendo
evaluadas. O las identidades se recluyen en un pasado reificado o en un futuro utópico
convirtiéndolo en “programas tecnocráticos o anunciaciones mesiánicas”.

“Todo eso, ante nuestros ojos desengañados por el fin del antagonismo
reductor de los 'dos campos', por la interpenetración creciente de las
poblaciones del 'Norte' y del 'Sur', por los fracasos sangrientos del Nuevo
Orden Internacional y sus prótesis humanitaristas-en una palabra, lo que se
llama mundialización-ha acabado por esfumarse completamente. Parece, en
efecto, que la unidad por fin realizada por la especie humana en el seno de
un mismo mundo (...) se asemeja más a la 'guerra de todos contra todos'
descrita por Hobbes como un estado natural, que a un espacio cívico o civil”
(Balibar, 2004: 18).
En este sentido, advertimos a través de varios autores, entre ellos De Certeau, Balibar
o Mezzadra (en distintos momentos y contextos históricos) una recuperación positiva de la
figura del inmigrante como sujeto político, con potencial transformador de estas relaciones.
Estos autores advierten (con distintos matices) sobre las prácticas de ciudadanía de los
inmigrantes y revalorizan la dimensión simbólica de lo plural que, implica un cuestionamiento a
la definición formal de la categoría de ciudadano. Uno de estos temas es precisamente, qué
aspectos de la experiencia del inmigrante nos permitirían “reinventar la política colectiva”
(Balibar, 2004: 11). Por lo tanto, revisaremos la experiencia inmigrante a la luz de estas
consideraciones.

De la experiencia de inmigración a las prácticas de asociación:

Como ha planteado De Certeau, la figura del inmigrante se presenta como articulador


de dos mundos. Uno implicado en un tiempo y espacio configurados en un pasado que, sin
embargo, se actualiza tanto en lo que podemos reconocer como presente y el proyecto futuro
que motoriza los proyectos individuales y colectivos. Es así que, con el transito se trasladan no
sólo expectativas o esperanzas sobre la idea de un futuro. También, se incorpora el terruño, las
tradiciones y las relaciones en espera.

En cada testimonio recuperado durante el trabajo de campo realizado, nos


encontramos con “aquellas palabras ajenas” que componen la polifonía del diálogo
especificado históricamente. Por un lado, se pone en relación el pasado con el presente;
inaugura un tiempo en el cual “las voces del coro familiar” (De Certeau, 1995: 176) ayudan a
instaurar ese punto desde cual situar la historia. De esta manera podemos decir que, una
historia actualiza la densidad del tejido social. La utilización de la primera persona en algunos
tramos de las entrevistas o la tercera persona, a modo del reconocimiento de la emergencia de
un personaje, son las señales reiteradas en estas entrevistas. El juego entre ese “yo” del
presente del relato en tensión o en rememoración de las acciones del “personaje”, son algunos
de los aspectos de los tonos que adquieren las entrevistas: por momentos intimistas, de
distancia con un pasado lleno de nostalgias, o de presente que se busca juzgar, justificar,
reconocer, revertir...así se presentan cada uno de los entrevistados. Desde aquellos recuerdos
que nos permiten sondear en los motivos de la inmigración, de las anécdotas que pueblan el
camino del viaje o las que definen las respuestas a condiciones de exclusión a las que son
sometido en cada contexto.

Allí se delinean las prácticas con las cuales asumen el riesgo de existir. Y a partir de
este evento, se constituye un sentido de lo político, en tanto define una forma de relación entre
grupos. Lo que define este criterio es precisamente una escisión entre grupos antagónicos, con
la posibilidad que sus demandas se tornen políticas si se actúa en consecuencia. La
potencialidad política que conlleva este hecho, en parte, deviene de las formas que asuman o
se combatan las representaciones identitarias de los grupos. Pero además, esto supone una
'toma de la palabra' (De Certeau, 1995) a partir de la cual dirimir las prácticas y contenidos de
estas luchas.

Si bien esta 'toma de la palabra' puede resultar liberadora en el contexto de relaciones


marcadas por dinámicas opresoras, también, preanuncian las amenazas que la constriñen a
futuro (tanto por la cooptación que puede sufrir de parte de discursos hegemónicos como
convertirse en parte de discursos identitarios clausurados). Algunos de estos aspectos se
pueden recuperar en relación a la experiencia misma que lleva a los inmigrantes a formar
asociaciones.

Los procesos de construcción de pertenencias indican que hay una reapropación de


tradiciones de origen, como de nuevas representaciones sobre el espacio simbólico que
construyen como inmigrantes. Desde este punto de vista, el asociacionismo es valorado como
parte de un reconocimiento de la pluralidad de intereses y la constatación de un proceso
multicultural que se está afianzando en una determinada sociedad (Zapata Barrero, 2004). Sin
embargo, a través de las organizaciones se advierten diferentes puntos críticos. Se entrecruzan
esas experiencias individuales a modo de un diálogo en el cual tiempos y lugares personales
son parte, también, de los tiempos y espacios de la comunidad. Tanto en el caso de bolivianos
como de peruanos en la ciudad de Córdoba, estos aspectos del proceso asociacionista son
distintos. De alguna manera, nos hablan de prácticas de ciudadanía diversas pero tienen en
común que (...) “no desarrollan una petición de integración total” (Mezzadra, 2005: 32) y en tal
caso, la pregunta sería ¿a qué deberían integrarse? O mejor dicho, ¿la integración debe
suponer necesariamente la asimilación? Al respecto, De Certeau nos recuerda que

“Todo grupo vive de compromisos que inventa y de contradicciones que


maneja (hasta los umbrales más allá de los cuales ya no puede asumirlos).
Es darlo por muerto el identificarlo con un todo homogéneo y estable” (1995:
208).

Desde este punto de vista, distintos actores sociales toman parte en la dinámica social.
Tanto el Estado como organizaciones de distinto tipo, incluyendo a la de los propios
inmigrantes dan forma y contenido a las diferencias, lo cual implica que ciertos aspectos de
clase, etnia o género sean priorizados en distintas etapas de sus historias. A partir de sus
prácticas y discursos participan en la configuración de nuevos regímenes de visibilidad y
establecen las formas de 'la politización de la pertenencia' (De Certeau, 1995: 209).

Así lo refieren los relatos de una residente boliviana de Tupiza que llega a Córdoba en
el año 1957 (una de las fundadoras del Centro de Residentes Bolivianos) y que alude a una
etapa en la cual se comienza a generar la propuesta de creación de una organización (el
Centro de Residentes Bolivianos) de la colectividad:
“y el Centro se fundó por eso, con esa idea de comunicarnos entre nosotros la
situación en la que estábamos viviendo, difíciles...ayudarnos mutuamente con
los trabajos, también íbamos a migraciones, estaba la licenciada Gonzalez
que era una mujer terriblemente egoísta, mala...yo se lo decía así...con los
bolivianos y con los peruanos en ese tiempo, fijate vos Claudia, los bolivianos
que entraban no sabían hablar castellano...en su mayoría eran campesinos y
eran mineros, entonces, entran hablando quechua y aymara, cuando van a
sacar los documentos para iniciar los trámites de la radicación definitiva en el
país...¡mirá que nombre ‘radicación definitiva’ en el país!...no sabían decir
ellos de donde eran, donde habían nacido, cuántos hijos tenían...porque de
castellano nada...quien les habla...doña N. le pide a la licenciada Gonzalez
que me deje una mesita y una sillita, así en diminutivo...porque tenía que ser
chiquita...todo para no ocupar lugar porque era muchísima gente los que
estaban en esa oficina” (N.G).

La entrevistada pone el acento en la atención que se brindaba en la delegación de la


Dirección Nacional de Migraciones (antes del 2002), especialmente, en aquellas situaciones en
la cuales en que el uso de la lengua se transformaba en un impedimento para realizar los
trámites de documentación. Los relatos de inmigrantes dejan entrever que la función policial de
la DNM era la que se reforzaba a través de una serie de prácticas administrativas que se
vinculaban con el control de la documentación. Muchas de estas prácticas contribuían con la
generación de una lógica de “ilegalizaciones” que se extendían en situaciones de la vida
cotidiana. Su permanencia y continuidad se asentaban sobre la base de temores y posibles
represalias hacia el inmigrante ‘irregular’. El acceso a la documentación se transformaba en un
camino de expoliaciones de los derechos civiles, un abuso de la dignidad de las personas hasta
de su integridad física. No se trataba sólo de una cuestión administrativa o de burocracia sino
de una operación de discriminación y abuso frente a la situación de vulnerabilidad a la que es
sometido aquel que no tiene documentación. Dentro de este relato también, comienzan a
delinearse el tipo de vínculos institucionales que se generan entre la DNM y el Centro de
Residentes Bolivianos. Esta intervención personalizada de la entrevistada establece un rasgo
que adquirió con posterioridad el CRB y que en algunos casos, también generó conflictos en
relación a la misma colectividad boliviana. En este contexto, las organizaciones se constituyen
en ámbitos en los cuales se construyen ciertas definiciones de identidad, como nodos de
significaciones de relativa estabilidad que permiten, a modo de estrategia, relacionarse con la
comunidad receptora y a su vez, encauzan un proceso de selección de valores a través de los
cuales narrar su historia. Estos son rasgos que asumen las relaciones entre actores. Diríamos
para profundizar: rasgos políticos en tanto van explicitando y sobredeterminado los límites de la
'toma de la palabra', de unos y otros.
Otras situaciones comunes, se presentan entre peruanos. Esta colectividad que (al
igual que la boliviana) desde hace varias décadas reside en Córdoba, no presenta un nivel
importante de asociaciones propias. En muchos casos, las situaciones personales se viven en
silencio hasta tanto, logran reapropiarse de los medios que disponen. El siguiente relato
corresponde a una residente peruana que llega en 1994 a Córdoba, y actualmente desarrolla
distintas actividades sociales y a su vez, es mediadora entre su comunidad y el Consulado de
Perú. Especialmente, hace alusión a la extendida práctica de los falsos gestores que prometían
la documentación para la radicación o permanencia en el país. Pero además, cómo los miedos
mismos la llevan a buscar una solución y la animan a encarar otras actividades que la
involucran activamente con la situación de otros peruanos:

“en Perú tuve de todo hasta que llegué a la Argentina...conocí todo, todo la
pobreza, la discriminación (...) vine por un mes de vacaciones y conocí a mi
esposo. Pensé que iba poder hacer valer mis estudios pero nada (...) decidí
poner el pecho y refregar. Reboté en todos lados. Fui de casualidad a una
abogada (...) ahí ella me da un trabajo de ama de casa en la casa de una
amiga, que en ese entonces era una amiga de ella, S.C. con la intención en
que ese mes hacer mis trámites de documentación. Pasado dos o tres meses
yo pagué, dejando de comer un mes, le di toda la plata de mi sueldo completo
a ella para que me hiciera la documentación y no me lo hizo fui estafada. (...)
en ese entonces no se enteró mi esposo porque me daba miedo, estábamos
de novio, abandoné el trabajo (...) pero nunca se pudo hacer nada (...)si no
sabes las leyes es como te discriminan mucho más (...) se que les pasó a
muchos otros, cuando fui a hablar directamente con ella, S.C. me dijo que si
yo hacía algo en contra de ella directamente me iba a meter presa
directamente por persona ilegal” (R.A).

Nuevamente, estas situaciones nos remiten a plantearnos los aspectos que implican
estas relaciones de fuerza entre grupos. La entrevistada peruana ilustra cómo operaba el
dispositivo coercitivo y de control (en el cual aparece la relación entre la delegación de la DNM,
la policía y el papel de los consulados), a partir de anécdotas ocurridas en calles del centro de
la ciudad en la década del ’90. Las percepciones sobre el accionar de la policía nos remiten a
dos planos de análisis. Por un lado, las prácticas discriminatorias que atentan contra la libertad
individual y el reconocimiento de derechos en situaciones de detención o averiguación de
antecedentes. Por otro lado, la criminalización del inmigrante por su situación de presunta
irregularidad de papeles:

“son muchas la gente ignorante, tanto la ignorancia como el temor es el caso


mío...de repente llego al Consulado, reboto y me mandan a mi país pero yo
creo que con el tiempo eso se está perdiendo, porque todos están
concurriendo al consulado (...) quizás el Consulado a abierto sus puertas a
petición de gente como yo quizás otras también, diciendo los problemas y la
problemática que hay porque ellos como un área consular, como la palabra lo
dice, es para ayudarnos a nosotros los peruanos (enfatiza). Gracias a Dios
han comenzado a llegar ahí (...) el temor lo perdieron

-¿el miedo en que se motivaba?

En el miedo de la deportación de la persona por más que ellos son peruanos


como nosotros, nosotros teníamos miedo porque ellos son más que nosotros
acá en la Argentina porque a ellos los tomaron como en cuenta...a nosotros
no (se está refiriendo a los funcionarios consulares). Entonces era el miedo
a la deportación me acuerdo en ese entonces cuando estaban todos los
policías en la calle, en la avenida Colón en la Maipú en la Chacabuco por
nuestros rostros...'veni vos acá bueno...de nacionalidad peruana...vamos
adentro, documento no tenes, punto, adentro así nos llevaban...los vi yo.
Pasaba yo con mi esposo abrazados y yo dije 'acá me detienen' como yo no
tengo ese habla como los peruanos como mi gente no me llevaron, al
contrario me dijeron pase señorita, adelante' y lo que yo veía que estaban
parando eran de mi propia nacionalidad...yo los miraba...ellos me miraban
¿'cómo pudiste pasar vos y nosotros quedamos? (se interroga para sí
misma) Y fueron las deportaciones que en ese tiempo fueron muy muchas
(...)

¿De qué tiempo estamos hablando? ¿En qué año?

En el año ´97, fue y en el ´96 fue el tiempo más crítico que vos caminabas y
te agarraban. Vos podías estar comprando, vos salías y el patrullero te
estaba esperando afuera era muy discriminativo, era muy feo te daba mucho
pánico salir a la calle, no salías ni los sábados ni los domingo (...) creo que
tenían un poquito más de consideración con los bolivianos por ser limítrofes
porque ellos tiene un recurso amparo nosotros no... Directamente nosotros
no porque nosotros no somos fronterizos...

“¿A qué se debió el cambio que vos decís que ahora no es así?
Quizás a que intervino mucho lo que es el área de los Derechos Humanos
hoy en día mucha gente fue discriminada y fueron a hacer actas sobre la
discriminación creo que un poco apoyó la discriminación a los judíos que
salieron en la televisión y justo también tocaron en el año 98 cuando salió el
tema de los judíos...es ahí que tomaron un poco más de conciencia con
todos los inmigrantes...primero se fue contra el Consulado peruano que se
pidió los derechos de nosotros solicitamos ayuda, si ellos no nos brindaban
ayuda íbamos a ir a los derechos de la persona, la gente se fue...se han ido
muchos a España ...y ellos pedían ayuda en una hoja a los Derechos
Humanos...vos podías encontrar un peruano quebrado la cabeza, ¿saliendo
de donde? De un precinto, en un precinto entrabas bien y salías mal, en un
precinto entrabas con $500 y salías sin un peso y porque eras peruano te
trataban como la peor rata...ellos te decían son la peor rata...
¿Cuándo decís que varias personas se acercaron al Consulado, lo hicieron
de forma individual o se organizaron?
Todos fuimos en forma individual pero pedimos garantías tanto nacionales
como en todos lados, teníamos miedo más allá que hay mucha gente
ignorante yo lo puedo saber...y hay gente que no sabe...nos reunimos en el
año 2005, fue el año pasado. Vimos al vice cónsul y al cónsul adscripto. Y el
año pasado ellos se acercaron para Navidad a regalar cosas como que se
acercaron a la gente peruano...comenzaron a darse cuenta que primero era
su gente y después lo otro...desde el punto de vista del punto social se puso
en campaña para ayudarnos”. (R.A)

Si revisamos nuevamente estos testimonios, volvemos a plantear algunos de los


elementos que integran los límites de 'la toma de la palabra'. Distintas experiencias de los
individuos o grupos de inmigrantes muestran, como lugar común, las zonas de degradación de
distintos derechos. Este es el punto más álgido del espacio ambivalente que ocupa el
inmigrante en tanto, es considerado un ciudadano de segunda (aunque el nuevo marco jurídico
haya introducido modificaciones referidas a cómo se representa al inmigrante en nuestro país).
A pesar de las discusiones políticas y académicas que han llevado a replantear la temática de
las migraciones internacionales, no se avanza sobre la polémica que introduce considerar al
inmigrante como sujeto político.

En parte, las representaciones sobre los inmigrantes abrevan en la imagen de la


víctima o en su debilidad. Sin embargo, los testimonios ofrecen señas de una reapropiación de
prácticas y discursos. La formación de las organizaciones es uno de estos ejemplos. Cada una
de ellas elabora ciertas representaciones de su historia o luchas, definen antagonismos y

“Ciertamente, en cada etapa, estas representaciones reciben igualmente el


estatuto de expresar un inmemorial de la identidad, pero, en realidad, las
revisiones constantes (que se refieren a menudo a los 'detalles' más
importantes que los esquemas generales) marcan en sus relatos colectivos
los nuevos usos y las creencias heterogéneas de las cuales son
sucesivamente las señales” (De Certeau, 1995: 213).

El espacio mismo de las colectividades de inmigrantes, por ende, no aparece como


apacible. Y esta imagen, es la primera a desterrar de las representaciones que poseemos
sobre los 'otros'. Los conflictos que definen sus proyectos revitalizan el carácter activo que se
opone a las representaciones del discurso dominante.

Son precisamente, estos aspectos los que deben convocarnos para no ceñirmos a una
imagen del inmigrante como un sujeto débil o en el peor de los casos, como parte de un
desastre social. Fundamentalmente, porque implica asumir la complejidad del análisis de las
relaciones socioculturales, políticas y económicas contemporáneas. Es decir, estamos
planteando un potencial transformador que no sólo opera en las sociedades de recepción sino
también, en los lugares de origen de la migración. “En consecuencia, la aceptación de los
migrantes, con sus concreciones culturales, no sólo supone un problema de inclusión o una
oportunidad para el 'enriquecimiento' intercultural, sino que plantea ante todo la
democratización de la sociedad de instalación” (Santamaría, 2002: 187). Y es tal vez, el lugar
más polémico desde cual ejercer nuestra propia 'toma de la palabra', no como una empresa
utópica sino como nos invita a pensar Balibar, como la “imaginación del presente”.

A modo de conclusión

Hemos tratado de presentar algunos aspectos que nos convocan a interrogarnos sobre
la inmigración y en particular, la experiencia inmigratoria reciente en Argentina. La mirada
analítica sobre este fenómeno intenta revisar qué significaciones se actualizan en esa
transformación que implica la inmigración.

Por un lado, el fenómeno demanda atender sus dimensiones espacio-temporales a fin


de analizar la complejidad en la que se configuran las relaciones interculturales. En este
sentido, es necesario reponer la discusión sobre el papel del Estado, no sólo como un actor
cuyas condiciones de accionar están dadas de manera objetiva. Sino, más bien, considerar su
papel en la dinámica de constitución de las identidades sociales. En este sentido, el Estado
muestra una pluralidad de facetas que son parte de su historicidad y dinamismo.

Por otro lado, revalorizar la experiencia de la inmigración no sólo atendiendo a sus


condicionamientos económicos o políticos. Su lectura implica la necesaria revisión de cada uno
de los planos de la experiencia, es decir, de lo individual a lo colectivo. Y sus articulaciones en
términos de tradiciones, creaciones y proyectos. En esta oportunidad, hemos situado el análisis
en términos de los procesos asociacionistas de bolivianos y peruanos en la ciudad de Córdoba.
Esta aproximación nos permite reconocer las potencialidades que la experiencia migratoria
propone pero que no necesariamente nos llevaría a pensar en proyectos de transformación
social. Posición que está presente en la óptica de autores como Balibar, De Certeau o
Mezzadra. Si bien hemos optado por reconocerla, es a modo de considerar al inmigrante con
capacidad para interpelar las condiciones que, en la actualidad, constriñen las posibilidades de
la toma de la palabra.

De esta manera, el gesto democrático del reconocimiento de la diferencia no debe


obturar la capacidad de la praxis creativa humana.
Capítulo 8: Universidad y juventud en los 90’: nuevas y viejas prácticas

Las tomas de facultades en la Universidad Nacional del Comahue

H. Federico Aringoli

Introducción

En la década del 90’, los argentinos asistimos a la definitiva caída del Estado de
Bienestar y a la implementación de políticas neoliberales, cuyo precedente data de la década
del 70’. El período se caracterizó por la retirada del Estado de la cuestión pública, en tanto
garante de los bienes sociales, el recorte del gasto público -incluida la protección a la industria
nacional- y la supremacía del mercado como la lógica legítima capaz de estructurar la dinámica
social. En este escenario se impulsó la privatización de las empresas de servicios públicos y se
consolidó un modelo de acumulación basado en la actividad del capital financiero, con la
desregulación de los mercados favoreciendo el accionar del capitalismo transnacional. En
simultáneo a las profundas transformaciones en la estructura económico-social del país, se
trastocaron los sistemas de significaciones del entramado cultural.

El sistema de educación pública, desde la perspectiva de la inclusión de los sujetos


como ciudadanos, no quedó exento de los vertiginosos cambios del momento. La
descentralización presupuestaria, la modificación de las currículas y los alcances de la
obligatoriedad, se plasmaron en la Ley Federal de Educación (LFE) para los ciclos iniciales. La
Ley de Educación Superior (LES), Nº 24.521, estableció nuevos parámetros para las
universidades, entrando abiertamente en conflicto con sus fundamentos: acceso y
permanencia, gratuidad, elección de autoridades, co-gobierno y autonomía.

Otro hecho significativo producido alude a la condición de ciudadano que comenzó a


resquebrajarse a partir de la reforma constitucional de 1994. El lazo social que materializaba el
Estado-Nación pierde su sustancia subjetiva anclada en el ciudadano y le otorga jerarquía
constitucional al consumidor. La modificación del apartado dogmático en la carta magna dejó al
descubierto la instalación del nuevo Estado que administra –únicamente- los derechos del
consumidor, ya que éste será su soporte subjetivo. “La estabilidad es consigna absoluta del
Estado técnico, que no gestiona la demanda de todos los hombres sino los encargos de su
soporte subjetivo: los consumidores. (Lewcowicz, 2004: 33). Los espacios abandonados por el
Estado fueron apropiados, cada vez más, por ámbitos privados, desarrollados contra un
trasfondo caracterizado por profundos cambios en las coordenadas temporales y espaciales
que, operadas mediante la instauración de un efecto de sentido consistente en la inmediatez y
la ubicuidad de la subjetividad epocal, proponen un ahora que cristaliza un “vivir el presente”
donde la vida privada se posa por sobre el interés y las certezas colectivas. Este proceso se
apoyó en la consolidación de las industrias culturales por su importancia, en la última mitad del
siglo XX, como instancias masivas de intercambio simbólico y de formación de subjetividades.
Pero evitando el riesgo de una generalización y destacando la relevancia de su contribución a
la emergencia de un sentido de la juventud y de lo juvenil, nos interesa destacar aquellas
narrativas que impusieron su dominio en el espacio social. La publicidad constituye uno de
esos relatos donde se consagró un sentido de lo juvenil que ha reforzado las interpretaciones
de la sociedad posmoderna bajo el signo de la individualización.
Existe consenso para ubicar el surgimiento de la juventud como un segmento de
relativa autonomía tras la segunda posguerra a partir de una oferta de bienes de culturales
específicos para este conjunto heterogéneo. Sin embargo, lo que definió de manera dominante
la caracterización de lo juvenil fueron los espacios tradicionales de pertenencia -como las
instituciones educativas y el mundo del trabajo-, y el resto de los dispositivos de socialización
primaria, fundamentalmente la familia. Con mayor profundidad a partir de los ´90, éstos
comenzaron a desvanecerse y en algunos casos llegaron a ser clausurados. Simultáneamente,
el desarrollo de las industrias culturales fue consolidándose como referencia simbólica central
en la definición del universo de significaciones que nutrieron el imaginario acerca de lo juvenil.
En este sentido, las formas propuestas por el mercado, como nuevo eje estructurador de la
sociedad, impusieron la lógica del consumo como práctica legítima de participación. Lo juvenil
aparece asociado fuertemente a las prácticas de consumo bajo una doble dimensión en la que
los jóvenes se convierten en objeto y sujeto. Esta discursividad del consumo los representa
como sujetos de la reproducción de las condiciones sociales predominantes, y propone una
definición de los jóvenes apoyada en una participación que acontece en el espacio de los
consumos culturales y las afinidades estéticas como posibilidad de acceso y adquisición de una
propuesta identitaria. Se trata de una forma de participación que se asocia, casi
exclusivamente, a las vivencias de los acontecimientos y desplaza los términos de la
experiencia hacia un mero intercambio simbólico en el que las formas de intervención social
presentan un carácter marcadamente individual, en desmedro de un tipo de respuesta que
décadas atrás se producía de manera colectiva.

Lo cierto es que a pesar de los discursos hegemónicos, en la dinámica social se


observa la existencia de otras prácticas. Algunas de ellas, se caracterizaron por constituir
narrativas vinculadas a la importancia de la intervención política. Estas dos formas de por un
lado constitución de la juventud como sujeto colectivo -creado por medio de la praxis política- y
por otro la subjetivación de los discursos dominantes de las industrias culturales -
plasmados principalmente en la publicidad- están en tensión.

En este capítulo nos proponemos analizar uno de los polos de esta tensión: el de las
prácticas políticas. En concreto se analiza el caso de las tomas de facultades en la Universidad
Nacional del Comahue en 1995. Hacemos referencia a las medidas de protestas adoptadas por
los estudiantes contra la sanción de la Ley de Educación Superior.
Para ello partiremos de una concepción histórica y relacional de las juventudes para
recuperar la mirada sobre una forma de participación, un tipo de práctica con una historia en la
sociedad. Nuestra hipótesis/ premisa o supuesto es que el movimiento estudiantil universitario,
como espacio de participación de los jóvenes parece no tener como eje de cohesión el
consumo; alejándose de lo que se presenta como las propuestasuna de las “nuevas” formas de
agregaciones juveniles. De este modo pretendemos indagar una forma de expresión
organizativa de la juventud que podría denominarse “tradicional”. A modo de una forma
116
residual ya que se inscribe en el presente con algunos rasgos del pasado, donde ha surgido,
y reactualiza su historia en una especie de continuidad atravesada con las marcas de la época,
pero siendo aún eficaz, o sea, que mantiene cierta actividad e interviene activamente en el
proceso cultural en el que se inscribe.

Las tomas de los edificios públicos, y en particular de universidades, no son una


innovación del movimiento estudiantil universitario de los 90. Efectivamente, estas formas de
acción tienen casi un siglo de ejercicio, solo por pensar el caso argentino. Ya en los ’60, toda
una generación eclosionó en las universidades y se puso a la cabeza de las grandes revueltas
mundiales. Los estudiantes universitarios supieron ser vanguardia de las protestas populares
desatadas a la par de las insurrecciones de la época, no solo sociales sino también en el
ámbito de la cultura. La Universidad Nacional del Comahue ha albergado, desde su creación
en 1972, un movimiento estudiantil activo por sus reivindicaciones. La creación de Centros de
Estudiantes y Federaciones fue acompañada por manifestaciones públicas del conjunto de los
estudiantes, incidiendo en conflictos políticos de la región, lo que otorgó su estatus de
Movimiento (Echenique, 1995).
117
La investigación más amplia que contiene las reflexiones expuestas en este capítulo
intenta, a través de la particularidad del caso, encontrar los primeros indicios que nos habiliten
pensar casos de ruptura, emergencias y continuidades en prácticas y representaciones, donde
se abra la posibilidad de trazar líneas de fuga de la lógica dominante. En esta primera
aproximación, nos interesa abordar de manera específica la descripción de las formas de
organización y participación del movimiento estudiantil universitario del Comahue. Para esto se
expondrán los presupuestos teóricos, la descripción del contexto regional social y político y de
la Universidad del Comahue.

Juventudes: consumos, participación y formas de agruparse

Por la perspectiva analítica histórica y relacional mantendremos una distinción que


comprende a la juventud como una condición construida, producto de los procesos históricos,

116
Extraemos el concepto de Raymond Williams (1980), quien propone la implementación de tres componentes para
analizar el proceso cultural en una formación social específica: lo dominante, lo residual y lo emergente.
117
Este capitulo tiene como referencia la investigación que vengo desarrollando en el marco del plan de trabajo como
becario de iniciación alumno en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Comahue.
anclada en el sentido por las instituciones que la definen. Es necesario atender que la edad
como criterio de distinción ha estado presente en los estudios sobre la juventud, pero que los
jóvenes, como segmento visible y nombrable, aparecen ligados al surgimiento de la familia
burguesa, con la propiedad privada y el desarrollo de las fuerzas de producción capitalista. Es
la etapa de moratoria social en la que los varones de las clases acomodadas se vinculaban a la
educación formal distanciados aún del proceso de producción. Balardini se refiere al
surgimiento de una nueva relación histórica que emerge con la sociedad preindustrial y se
consolida en la industrial:

“La juventud fue la respuesta al desarrollo productivo de la sociedad


burguesa. El individuo burgués tuvo que desarrollar sus potencialidades
individuales para encarar la vida productiva y política y para administrar sus
propios intereses en ésta vida. La juventud se desarrolló en el sistema
escolar, que se volvió el principal agente del ‘desarrollo de las
potencialidades individuales” (Ariés en Balardini, 2002: 2).

La noción de juventud aparece ligada al desarrollo de las industrias culturales tras la


segunda guerra, al configurase un mercado de bienes simbólicos y culturales para consumo
exclusivo de un sector social específico. Pujol describe la aparición de la juventud como
segmento “relativamente autónomo” en nuestro país, a partir de la irrupción de las industrias
culturales que pusieron en escena un “producto juvenil”. En este sentido, la contracultura
argentina fue inseparable de aquello contra lo que se había levantado: “la celebración
mercantilista de la juventud como nueva categoría de mercado” (2006: 308). Hasta entonces no
había existido una escisión entre el consumo cultural de los adultos y el de los jóvenes.
Las industrias culturales fueron constituyéndose cada vez más como espacio de
referencias simbólicas y construcción de lo juvenil, mientras los espacios tradicionales de
pertenencia -como las instituciones educativas y el mundo del trabajo- se deterioraban
simbólica y materialmente. Reguillo planta tres condiciones constitutivas, dispositivos sociales
de socialización, que configuran a los jóvenes en las sociedades contemporáneas: la
capacitación como fuerza de trabajo, el discurso jurídico y las industrias culturales. Sin
embargo, afirma la centralidad de esta última dimensión frente al deterioro de las otras dos:

“... mientras las instituciones sociales y los discursos que de ellas emanan
(la escuela, el gobierno en sus diferentes niveles, los partidos políticos,
etc.), tienden a cerrar el espectro de posibilidades de la categoría ‘joven’ y a
fijar en una rígida normatividad los límites de la acción de este sujeto social,
las industrias culturales han abierto y desregularizado el espacio para la
inclusión de la diversidad estética y la ética juvenil... lo cultural tiene hoy un
papel protagónico en todas las esferas de la vida [...] se ha constituido en un
espacio al que se han subordinado las demás esferas constitutivas de las
identidades juveniles…” (2000: 51- 52)

Antes de continuar es necesario incorporar la noción de juventudes y no la de juventud.


a modo de una referencia amplia que explicita el conjunto de condiciones especificas que
atraviesan a los sujetos en las instancias de apropiación de los sentidos del momento. Así
como de un tiempo a otro las condiciones de socialización son distintas, ciertamente también,
al interior de cada sociedad existen diferencias en las apropiaciones de las representaciones.
Margulis aborda a las juventudes desde una triple perspectiva: la edad, como capital
energético; la generación, como período de socialización -en tanto memoria social incorporada-
y la clase social (1996). Nosotros intentaremos pensar a los jóvenes en su constitución como
sujetos, con plena capacidad para negociar con las instituciones que definen el sentido de la
época. Si bien en muchas oportunidades se han pensado a la juventud como un conjunto
heterogéneo en tránsito, es imposible desagregarlos del contexto que los contiene:

“... los jóvenes, en tanto sujeto social, constituyen un universo social


cambiante y discontinuo, cuyas características son resultado de una
negociación –tensión entre la categoría sociocultural asignada por la
sociedad particular y la actualización subjetiva que sujetos concretos llevan
a cabo a partir de la interiorización diferenciada de los esquemas de la
cultura vigente…” (Reguillo, 2000: 50)

Al plantear la noción de juventudes y la pertinencia de la indagación sobre las formas


de organizarse de los jóvenes se abre todo un abanico de análisis que remite a distintas
maneras de entender el mundo. En el cruce de estos intereses, se habilita un espacio donde
observar nuevas formas de acción colectiva y de constitución de actores, que abandona la
clave estructural como elemento central de los proyectos histórico-políticos, y se cuestiona por
las vivencias cotidianas arraigadas en las dimensiones simbólicas y culturales. En las últimas
décadas, bajo el nombre de “culturas juveniles”, se presentó un conjunto de expresiones y
prácticas socioculturales de heterogéneas agregaciones juveniles que procesan su identidad,
con las características que el momento les imprime. . La búsqueda incesante de una
diferenciación estética, gravitada por la pérdida de historicidad, la superficialidad y el simulacro,
donde se extingue la diferenciación entre apariencia y ser, adquiere relevancia para poder
pensar las formas de grupalidades que se alejan de las tradicionales, como los movimientos
juveniles; entendiendo por tales la presencia de un conflicto y de un objeto social en disputa
que convoca a los actores juveniles al espacio público. Tiene un carácter táctico e implica la
alianza con diversos colectivos o grupos (Reguillo, 2000). Respecto de la diversificación actual
Balardini afirma lo siguiente:
“... por una parte, un ‘multiculturalismo’ juvenil que expresa una búsqueda
identitaria basada en la proliferación de las particularidades culturales,
estilísticas y de consumo y, por otra, la consolidación de discriminaciones
simbólicas jerarquizantes que tienden a generar mecanismo de exclusión
hacía los diferentes…” (2002: 7).

A esta diversificación contribuye la producción masiva de bienes culturales, que “asigna


una posición y una función estructural cada vez más fundamental a la innovación y a la
experimentación estética” (Jameson, 1995: 17). El consumo de los bienes culturales termina
por ser, no sólo soporte de las expresiones de las identidades juveniles sino parte inalienable
de éstas.
La importancia de pensar las formas de organizarse de los jóvenes, sus modos de
estar juntos y de entender el mundo radica en la posibilidad de dilucidar formas de socialización
con perspectivas hacia el futuro. Como plantea Reguillo, por más que las agregaciones
juveniles contemporáneas se acomoden a los discursos hegemónicos, “en sus prácticas y
lecturas del mundo radican pistas clave para descifrar las posibles configuraciones que asuma
la sociedad” (2000: 62). La indagación sobre las formas que ha asumido el movimiento
estudiantil universitario puede conducirnos a considerar el peso de la dimensión política en su
conformación como sujetos sociales. ¿Sus prácticas están limitadas a una reivindicación
inmediata sobre la cuestión universitaria -en un sentido semejante a reclamos de usuarios del
servicio educativo-? O ¿reclaman una filiación más antigua que establezca otro tipo de
articulaciones político-sociales?, ¿se encausan hacia un horizonte de transformaciones que
permita pensar la existencia de prácticas autónomas de la juventud que, a modo de enclaves,
constituyan espacios de resistencia contra las formas hegemónicas de significar el presente y a
las políticas de representación de lo juvenil?

Los 90’: 1 a 1, un empate con sabor a derrota

A pocas semanas de las elecciones presidenciales de 1995, se desató una de las más
amplias movilizaciones del movimiento estudiantil universitario argentino. Se trató de la
oposición al proyecto de ley de Educación Superior. Esta protesta, que incluyó a los distintos
sectores de la comunidad universitaria, enfrentó al movimiento estudiantil con el presidente de
la Nación Carlos Menem. Este enfrentamiento había comenzado en 1992 cuando el presidente,
en ocasión de una visita a Tucumán, recordó a las madres sobre “la inconveniencia de que sus
118
hijos participen en movilizaciones contra la política educativa” , mencionando explícitamente
las desapariciones en la dictadura militar. Durante los meses de mayo, junio y julio de 1995 se
agudizó la confrontación.

118
Diario Río Negro, 3 de junio de 1995.
La resistencia de los universitarios se dio un contexto de resurgimiento de conflictos
sociales en el país. Una reedición de formas de protesta de décadas anteriores donde se
combinaron las puebladas con los cortes de rutas y el surgimiento de las organizaciones
piqueteras. Estas formas de protestas anticiparon el ensayo de un tipo de democracia directa,
en asambleas, que salteaba la organización tradicional de sindicatos y gremios, y se oponía a
la dirigencia de la época.

En Neuquén, las indemnizaciones -tras la privatización de YPF- y las promesas


del gobierno provincial influenciaron en el retraso del conflicto social, que se desató durante
1996 y 1997. La privatización de la empresa significaba más que la pérdida de puestos de
empleo: comprendió la vida social de las ciudades de la región afectadas. Las empresas
estatales eran medulares para la vida de la comunidad ya que ofrecían, además de ingresos,
cobertura de salud, acceso a la vivienda, recreación y hasta espacios deportivos (Favaro e
Iuorno, 2006). Los micro-emprendimientos organizados post privatizaciones demostraron en un
lapso de cuatro años su fracaso.

En 1993, en el Alto Valle, los productores ya habían organizado los “tractorazos” -corte
de la Ruta nacional 22- apresados por las exigencias de una reconversión productiva y la falta
de créditos baratos para esos fines, y la aparición de las multinacionales en el comercio
frutihortícola. También eran frecuentes los reclamos de los docentes y empleados estatales,
que exigían el pago de salarios atrasados. Esta suma de demandas confluyó en una protesta
masiva, en 1995, que fue reprimida por gendarmería en las calles de las ciudades más
importantes de la provincia. Posteriormente se sumó un nuevo reclamo: la defensa de la Caja
de Previsión Social, pues los gremios se oponían que fuera traspasada a Nación.

El ajuste estructural que respondía a la aplicación de políticas neoliberales agudizó la


crisis. La caída real de los salarios, el desempleo -con su carga disciplinadora para los
trabajadores-, la precarización laboral y la pobreza, se conjugaron con un crecimiento
119
económico basado en la intermediación financiera . Según datos del INDEC, a través de la
Encuesta Permanente de Hogares, en mayo de 1995 había 1.199.000 desempleados más que
en el mismo mes de 1993. Las transformaciones en el aparato productivo tuvieron drásticas
consecuencias para la producción industrial, donde la paridad cambiaria hizo perder
competitividad al sector, liquidando a amplios espectros de la burguesía nacional, en particular
a la mediana y pequeña empresa.

Este mapa de conflictos sumado al propio de la comunidad educativa produjo uno de


los más agudos conflictos de los últimos años, incluyendo a amplios sectores. Después de
treinta días de conflicto con toma de colegios, se logró impedir la implementación de la Ley
Federal de Educación (LFE), junto con la obtención de otras reivindicaciones. En sintonía con
otros reclamos contemporáneos, vinculados a las consecuencias de las políticas neoliberales

4
El sector industrial generó menos valor agregado a fines de los 90’ que a principio de la década, marcando la curva
descendiente del sector y la posibilidad de generar empleo. Sólo la rama de servicios incrementó su participación en el
producto bruto (Gastiazoro, 2004).
en la zona, la protesta de los universitarios apuntaba a la defensa de la educación pública y la
preservación de los fundamentos que hasta entonces marcaron su dinámica.

La Universidad Nacional del Comahue

La Universidad Nacional del Comahue fue fundada en 1972 en parte de la jurisdicción


120
de Río Negro y Neuquén . Según el Anuario Universitario de 1996, contaba con 13 mil
estudiantes, en su mayoría procedentes de algunas de las dos provincias. Las características
de dicha población estudiantil no difieren, en rasgos generales, de la de sus pares nacionales:
el 70% de los alumnos tiene entre 17 y 28 años, el mismo porcentaje son solteros y el 87,1%
121
es egresado de colegios secundarios públicos . Un aspecto que los diferencia de la media
nacional es el nivel de instrucción educativa de los padres. La formación de los padres de los
estudiantes del Comahue está por debajo de la media nacional en todos los parámetros.

El origen es un dato interesante ya que el 69,5% no cambió de residencia por sus


estudios, solo lo hizo el 26,6%. Los estudiantes del Comahue son habitantes de las provincias
que la albergan y, por lo tanto sus actividades o las de quienes los sostienen están atadas
fuertemente a las transformaciones que atraviesan la región.

Uno de los aspectos más interesante a tener en cuenta es la fuente principal de


ingresos. Al momento del censo, este dato generó polémicas ya que los estudiantes
denunciaron que se trataba de un sondeo que sustentaría la posibilidad de arancelamiento de
los estudios de grado. La estadística recogió que sólo trabaja el 25, 9%, el 41,7 recibe aportes
de su familia, el 22,5% conjuga ambos aportes, el 1,4% sólo tiene beca de estudio y el 4,7%
122
combina este beneficio con el aporte familiar . Cerca del 50% del total tiene trabajo, el 70%,
directa o indirectamente, está en relación de dependencia de su familia.

El escenario nacional indica que casi el 20% de los habitantes del país tiene entre 15 y
24 años, cerca de la mitad está fuera del sistema educativo y el 21% no estudia ni trabaja. En
cambio la composición de la universidad argentina se establece, a grandes rangos, en tres
niveles donde “las capas sociales con menores ingresos, que constituyen el 60% de los grupos

120
La sede central donde se concentra la administración, el rectorado y cuatro de las 14 facultades y escuelas, se
encuentra en la ciudad de Neuquén capital. El resto de las unidades académicas están asentadas en un rango de mil
kilómetros que va desde la costa atlántica de Río Negro hasta la cordillera. Los asentamientos más distanciados son:
hacia el este, Viedma (en Río Negro) a 500 km; hacia el oeste, Bariloche (Río Negro)y San Martín de los Andes
(Neuquén) a más de 400 km. Los asentamientos con mayor matrícula son las facultades de Derecho (General Roca,
Rio Negro, 45 km), Ciencias de la Educación (Cipolletti, Rio Negro, 15 km) y el resto se encuentran ubicadas en la
“barda” que es la sede central.
121
Censo de estudiantes de universidades nacionales 1994. Ministerio de Cultura y Educación y Secretaría de Políticas
Universitarias, Consejo Interuniversitario Nacional e Instituto nacional de Estadísticas y Censos (INDEC).
122
Si bien los datos corresponden a 1997, pueden servir para acercarnos una idea más general. Aspirantes 13472, de
los cuales (2200 becarios). Ingreso mensual del grupo familiar (es en pesos); de 0 a 100: 6.5% (becarios 27%); de
101 a 200: 8.6% (becarios 23%); de 201 a 300: 14% (becarios 27%); de 301 a 400: 16% (becarios 14,0%) ; de 401
a 500: 15.5% (becarios 5,4%); de 501 a 600: 11.8% (becarios 1,5%); de 601 a 1200: 27,6% (becarios 0,8%).
Condición de actividad de los padres Ocupado: 70,5; Subocupado: 15,2; Desocupado: 14,3. Anuario de Estadísticas
Universitarias. Ministerio de Cultura y Educación, Secretaría de políticas universitarias. Programa Mejoramiento del
Sistema de Información Universitaria. 1997.
familiares, aportan el 38 % de los estudiantes universitarios. El resto lo aportan las capas
medias con un 22% y las capas altas con un 40%” (Scotto, 2004: 17).

La toma de las facultades

Desde el retorno de la democracia la representación estudiantil universitaria estuvo


mayoritariamente encabezada por la agrupación radical Franja Morada. La Federación
Universitaria Argentina (FUA) ha sido conducida desde entonces por la línea estudiantil de la
Unión Cívica Radical (UCR). La Universidad Nacional del Comahue desde su creación albergó
un estudiantado caracterizado por la intensidad y la frecuencia de sus reivindicaciones
plasmándose en manifestaciones públicas que incidieron de manera concreta en conflictos
regionales. En estos conflictos cobraron un rol significativo como actor social y se favoreció su
organización a través de centros de estudiantes y de la elección de una federación. A
mediados de los ´90, la mayoría de los centros de estudiantes y federaciones universitarias
regionales estaban conducidos por Franja Morada, el Comahue no era una excepción.

A diez días de las elecciones presidenciales de mayo de 1995, donde fuera reelecto
Carlos Menem, una asamblea de 500 estudiantes decidió tomar la sede central de la
Universidad. El reclamo era el retiro inmediato del proyecto de la ley de Educación Superior
123
presentado en el Congreso de la Nación . El mismo había sido presentado por el secretario
de Políticas Universitarias, el justicialista rionegrino Juan Carlos del Bello, que agregaba un
elemento particular al conflicto.
124
La ocupación de los edificios duró 14 días. Su visibilidad mediática nacional
125
respondió a que la toma se “realizó a puertas cerradas” . Asimismo fue la primera universidad
que paralizó sus actividades completamente. La FUA había alentado estas medidas en todo el
126
país, sin embargo el nivel confrontativo del caso del Comahue era inédito . Este rasgo generó
127
una serie de discusiones entre la conducción de la FUA local y la posición de la asamblea .

123
Los estudiantes objetaban la ley en general diciendo que habilitaba la inclusión de evaluadores externos, la
participación de entidades privadas en el gobierno universitario, la reducción de la participación del estudiantado en la
conducción de las universidades, el cobro de aranceles, la restricción del ingreso irrestricto y el avasallamiento de la
autonomía de las Universidades, entre otros puntos.
124
“El Ministerio (de Educación) respaldó la actitud del rector y los órganos de gobierno de la Universidad y llamó a la
reflexión a “quienes llevan adelante la medida para que con madurez asuman una actitud que permita expresar sus
propias ideas sin limitar el derecho del resto de los ciudadanos”. Diario Río Negro, miércoles 10 de mayo de 1995.
“El presidente del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), Julio Villar, calificó de ‘antidemocrática’ la toma de la UNC
que desde hace cinco días llevan a cabo los estudiantes al tiempo que acotó que “la mejor defensa de la Universidad
pública, de la autonomía y de la excelencia académica es una educación superior con las puertas abiertas”.
125
Esta frase derivó en una serie de contestaciones vía solicitadas en el matutino Río Negro, donde las partes
enfrentadas se disputaban el tipo de “universidad de puertas abiertas”.
126
Del Bello en declaraciones al Diario Río Negro critica a la conducción de la FUA y menciona que los estudiantes han
desbordado los planteos iniciales de la dirigencia. “La situación planteada obedece al oportunismo político ante la
proximidad de las elecciones y la FUA, conducida por Franja Morada, ha instigado a este tipo de medidas que ahora no
puede controlar. La FUA ha convocado a las denominadas tomas pacíficas o simbólicas de las casas de altos estudios,
pero en el Comahue hay una usurpación lisa y llana de los edificios de la Universidad”. Diario Río Negro, martes 9 de
mayo de 1995.
127
“El consejero estudiantil por Franja Morada, Fabián Ñancucheo, aclaró que acataba el mandato de la asamblea pero
calificó a la medida como un error. Señaló que el grupo que promovió la toma se aisló y no cuenta con el apoyo del
estudiante común”. Diario Río Negro, 10 de mayo de 1995.
El jueves 4 de mayo de 1995 se inician las medidas de fuerza cuando los estudiantes
de la Facultad de Humanidades, tras una asamblea, decidieron tomar la sede central de la
universidad, ocupando el rectorado, las oficinas administrativas y las aulas de este edificio. El
reclamo exigía una sesión extraordinaria para que el Consejo Superior discutiera el proyecto de
ley y la reducción de 200 puntos docentes, responsabilizando de esto último al rector Pablo
Bohoslavsky.

La medida se inició con el apoyo del gremio docente -que lanzó un paro total de
actividades para el lunes siguiente- y el acompañamiento del reclamo por parte del gremio no-
docente. Las exigencias de los sectores movilizados se sintetizaban en 1) El retiro inmediato
del Proyecto de Ley de Educación Superior del Congreso; 2) la derogación de la Ley Federal
de Educación; 3) Que el Consejo Superior de la Universidad Nacional del Comahue, en sesión
extraordinaria se expida a la brevedad sobre: a) La reincorporación del personal docente y no-
docente despedido, b) el rechazo total y categórico del arancel y el ingreso restricto de
128
estudiantes . Las autoridades de la Universidad no acompañaban las protestas, por el
contrario, amenazaron con el inicio de acciones penales en caso que los manifestantes no
129
desocuparan las instalaciones .

Al día siguiente, viernes 5, se acentuó el conflicto cuando no se dejó ingresar al rector a


su oficina y se ocuparon las restantes facultades con asentamiento en Neuquén. Las
autoridades de la universidad presentaron el caso a la justicia como “usurpación de edificio
público” y pidieron la presencia del juez federal Labate en el edificio para constatar su estado.
A partir del lunes 8 de mayo los estudiantes resuelven tomar las sedes rionegrinas: la Facultad
de Derecho y Ciencias Sociales en General Roca, la de Ciencias de la Educación en Cipolletti y
la de Ciencias Agrarias en Cinco Saltos. Mientras tanto, el rector decidió instalar sus oficinas en
la sede de la Cooperativa CALF, en Neuquén capital.

La medida de fuerza de los estudiantes rápidamente cobró espacio en los medios. Los
claustros estudiantil, docente y no-docente convocaron a una marcha que se realizó el martes
9. Participaron cerca 2.000 personas que cortaron el puente que une las provincias de Río
Negro y Neuquén. La ocupación se extendió hasta el 18 de mayo, con variaciones de
intensidad y estrategias según las distintas sedes ya que en algunos casos las tomas que
suspendían totalmente la actividad académica y administrativa duraron sólo un par de días. En
aquellas Facultades se intensificó el espacio deliberativo con la creación de una “comisión
negociadora” que entabló distintos encuentros con funcionarios del rectorado. . En los días
próximos a la resolución del conflicto en la Universidad, todas las tomas que se realizaban “a

128
Un comunicado de prensa de la Federación Universitaria Argentina firmado por su presidente, Daniel Nieto, afirmó:
“Ante la política del Gobierno y Rectores, de aplicar el Ajuste y la Restricción Presupuestaria y dado el Proyecto de Ley
de Educación Superior que culmina en la destrucción de la universidad pública. Los estudiantes de las universidad
Nacional del Comahue decidieron en asamblea general tomar en forma Activa y Pacifica las instalaciones de la misma
el día 4 de mayo del corriente.
129
En el comunicado ya citado los estudiantes declararon: REPUDIAMOS categóricamente las amenazas y las
ACCIONES PENALES, iniciadas por el Rector Pablo Bohoslavsky. Siendo esta obra, vuelta más en la persecución de
las ideas políticas de los distintos claustros de esta universidad. la cual se traduce en actitudes claramente
maccarthistas. Exigimos el inmediato levantamiento de las acciones penales y cese de la persecución política a los
integrantes de la Asamblea Permanente de Estudiantes, Docentes y no-Docentes de la Universidad Nacional del
Comahue”.
puertas cerradas” fueron flexibilizadas por decisión de asambleas ya que fue un requerimiento
de la gestión para que se pueda sesionar. Ese mismo 18, en la reunión del Consejo Superior
se rechazó por unanimidad “el proyecto de Ley de Educación Superior y se solicitó su retiro del
Congreso de la Nación”. Además, se pronunció contra el arancelamiento de las carreras de
130
grado y -por mayoría- a favor de la continuidad del ingreso irrestricto .

Aunque el conflicto no cesó en el ámbito regional, las tomas dejaron de ser la medida
de los estudiantes El conflicto se nacionalizó, algunas universidades grandes continuaron la
ocupación de las sedes. La magnitud de la protesta se expresó en las marchas federales del 7
y 21 de junio, con la participación de por lo menos 20 mil concurrentes y la adhesión de
distintos sectores y gremios.

Pese a las marchas realizadas en simultáneo al debate parlamentario, el 7 de junio,


tras los disturbios de la semana anterior frente al Congreso donde se intento no dejar ingresar
a los legisladores al recinto, la Cámara de Diputados aprobó con quórum estricto el proyecto de
ley de Educación Superior. Ese mismo día fueron arrestados frente al Congreso Nacional 16
estudiantes por enfrentamientos con la policía y en el marco de una movilización de 15 mil
estudiantes. Las actividades de protestas también se extendieron en casi todas las
universidades del país.

Finalmente el 20 de julio el proyecto obtuvo sanción completa. Entre las dos sesiones
legislativas el conflicto desatado por los estudiantes tuvo como escenario la Capital Federal
donde se conformó una “una asamblea nacional universitaria”, integrada por distintos
representantes de la comunidad universitaria y otros sectores sociales, para discutir y superar
los puntos de disenso que incluía el articulado del proyecto. Una situación que agregó mayor
desconfianza por parte de los estudiantes fue una carta, que hizo pública la conducción de la
FUA, donde un funcionario del Banco Mundial (BM) felicitaba a Del Bello por la media sanción
que obtenía la iniciativa en Diputados. “Esto viene en buen momento. Precisamente cuando yo
estaba finalizando la documentación para la presentación a la junta directiva del banco el 6 de
131
julio. Eso va a facilitar mucho la aprobación del proyecto (crédito)” . Esto confirmaba, de algún
modo, las sospechas de los estudiantes quienes denunciaban que el proyecto educativo del
gobierno nacional proponía a la educación como una mercancía sujeta a la política de los
organismos internacionales. En un clima donde las diferencias al interior del movimiento
estudiantil se evidenciaban en cada acto público, se llevó a cabo la denominada “cuarta
marcha federal” el 21 de junio de 1995 donde participaron cerca de 20 mil personas.

En el Comahue la protesta siguió las fechas del conflicto nacional acompañando el


reclamo con movilizaciones, radios abiertas, clases públicas y otras actividades. También se
expresaron a través de los medios algunos legisladores de ambas provincias. El radicalismo
rionegrino y el Movimiento Popular Neuquino (MPN) rechazaban la iniciativa oficialista, pero no

130
Diario Río Negro, 19 de mayo de 1995.
131
Extracto de la carta publicada por el diario La Nación, lunes 26 de junio de 1995.
veían con buenos ojos la metodología utilizada. En cambio el PJ de Río Negro, en palabras de
132
Miguel Pichetto y Carlos Soria, defendía el proyecto menemista .

Metodología de participación

En el caso que analizamos, la participación más concreta del conjunto de los


estudiantes se observa dentro de las unidades académicas a través de distintas comisiones de
trabajo. Las actividades tenían fines operativos para el sostenimiento de las tomas. Los
integrantes de la ocupación trazaban tareas y organizaban grupos con responsabilidades
específicas. Se rechazaba la presunción de una ocupación estéril: se conformaban grupos de
estudios, de limpieza, de cocina, se organizaban charlas informativas, se montaban estrategias
de prensa y de seguridad de las instalaciones, entre otras.

La movilización pública por las calles de las distintas ciudades del Alto Valle de Río
Negro y Neuquén fue uno de los modos más efectivos para hacer visible el reclamo en el
ámbito público. La solidaridad con otros sectores que también se expresaban en las calles
exigiendo distintas reivindicaciones permite establecer, aunque de manera aislada, algunos
paralelismos con un pasado cercano. La expresión de mayor contundencia fue una marcha
133
realizada en Neuquén capital donde participaron 2.000 personas , entre estudiantes,
docentes, no-docentes y la comunidad en general. También se registraron otras metodologías
de intervención pública como un escrache al presidente de la Nación Carlos Menem durante la
134
inauguración de un puente en Río Negro . Esta protesta tuvo eco en los funcionarios
nacionales que condenaron el accionar estudiantil. El Ministro del Interior, Carlos Corach,
135
descalificó a los estudiantes que participaron de la medida tildándolos de “inadaptados” .

El sostenimiento de una propaganda activa derivó en la elaboración diaria de


comunicados de prensa que eran firmados por la Asamblea Permanente de Estudiantes,
Docentes y No Docentes de la UNC. Los partes de prensa tenían dos intenciones claras: por
un lado, contrarrestar la cobertura que los medios regionales hacían de la protesta y, por otro,
detallar las actividades que se realizaban en cada facultad, tanto en el plano de las
negociaciones como en las actividades de sostenimiento de la Toma Los destinatarios de los
comunicados y las actividades eran los propios estudiantes y posteriormente, según
expresaban, “la comunidad en general”. La información era distribuida a través de volantes en
la vía pública y gacetillas destinadas a los medios de comunicación, donde se intentaba difundir
las medidas con el objetivo de invitar a las actividades y proponer la “defensa conjunta de la
educación pública”. También se confeccionaron carteles y afiches donde se justificaba la

132
Diario Río Negro jueves 8 de junio de 1995.
133
Los registros de las marchas de mayor contundencia en el plano nacional indican la participación de cerca de veinte
mil asistentes en Capital Federal. De este modo se ejemplifica la ampliación de la participación en el reclamo.
134
Diario Río Negro miércoles 7 de junio de 1995.
135
Diario Río Negro, jueves 8 de junio de 1995.
medida como necesaria ante la amenaza del gobierno de querer “privatizar la universidad” y
promover su restricción y arancelamiento.

En relación con el grupo de los estudiantes que no participaban o no estaban de


acuerdo con la medida, los grupos movilizados habían formulado una consigna especifica: “si
luchamos, podemos ganar”. En un sentido movilizador, con un claro llamado a la defensa de un
bien público como la Universidad, se intentaba generar las condiciones que favorecieran el
sostenimiento de la decisión. En una de las comisiones se elaboró una historieta titulada
“Espejo de la realidad argentina”, se presentaba una conversación entre una persona que
invitaba a sumarse a la toma y otra que no sabía qué estaba pasando. De esta forma se
presentaba la consigna de sumarse a la acción colectiva por el objetivo común y se denunciaba
una apatía que afectaba, de manera amplia, las relaciones sociales de la época.

La ocupación, desde el primer día, contó con la participación de artistas: desde el coro
universitario hasta bandas de rock de la zona. Este objetivo de “salir hacia la comunidad” se
materializó a través de visitas a escuelas secundarias donde se explicaba lo que sucedía
puertas adentro de la Universidad y se convocaba a participar de las actividades programadas
dentro de las instalaciones de la universidad. La necesidad de conectar las demandas de los
universitarios con los distintos sectores de la sociedad, sumado a un ensayo de solidaridad con
los reclamos en diferentes ámbitos que atravesaban aquellos años, ponen nuevamente la
participación del movimiento estudiantil universitario en la esfera de los conflictos sociales
explicitando su presencia en intervenciones públicas.

La metodología para la toma de decisiones adoptada por los estudiantes tuvo en la


modalidad asamblearia un mecanismo privilegiado. Durante la ocupación de los edificios de la
universidad, las mismas se realizaban en las facultades, y luego las propuestas de cada unidad
académica eran analizadas en una asamblea general para coordinar el conflicto de manera
general. Está descentralización de la toma de decisiones explica la ampliación de la
participación de la población estudiantil en la protesta y, además, constituye un modo de
superar las estructuras formales de representación. Las diferentes iniciativas fueron aportadas
por los propios asistentes a las asambleas. Durante las sesiones, se podía observar que si
tomaba la palabra un militante de una agrupación, su discurso era atribuido a la agrupación de
pertenencia; en cambio, si lo hacía un estudiante no identificado con una agrupación era
considerado “asambleísta”. Con esto puede hacerse evidente que había intensa actividad de la
militancia, pero ésta no se hubiese sostenido sin la amplia participación del conjunto de los
estudiantes.
El conjunto de actividades presentadas guardan cierto correlato con las formas de su
pasado inmediato, de modo tal de posibilitar su vinculación con un tipo de participación de los
jóvenes. Esta modalidad traspasa lo puramente simbólico y, como práctica política, escapa de
lo exclusivamente representativo presentándose como participativo dada la existencia de una
organización del conjunto y la intervención de modo protagónico en la toma de decisiones que
proponen una acción concreta sobre la realidad.
Conclusiones

Intentando reconstruir el escenario de nuestra indagación, con el objetivo de poner de


relieve aquellos acontecimientos que consideramos significativos para pensar las juventudes y
observar la convivencia de modos diferenciales de agregaciones juveniles, hemos podido
mencionar, a grandes rasgos, el conjunto de variables que intervienen para generar las
tensiones existentes en la producción de las representaciones que definen lo juvenil en el
periodo de referencia y, simultáneamente, pensar la existencia de una práctica particular que
no se relaciona con las propuestas predominantes.
En primera instancia mencionamos la incidencia de un discurso hegemónico que gana
centralidad ante el deterioro de las instituciones que definían la especificidad de lo juvenil y, a
la vez, propone a los jóvenes como sujetos centrales en la reproducción de la formación social
en la que se inscribe. Esta vinculación que estrecha la relación con las prácticas de consumo a
se presenta como propuesta de una doble dimensión: lo juvenil como objeto y sujeto de
consumo. Este punto de partida resultó valioso para observar las características que atraviesan
las definiciones de los jóvenes en los 90’ y la especificidad de las formas de participación y
grupalidades que se inscriben fuertemente en relación a la pertenencia estética y a las
vivencias de lo que sería un presente perpetuo.
Desde aquí que la determinación metodológica definida, al pensar a los jóvenes desde
una perspectiva relacional e histórica como una construcción negociada, nos puso en la
obligación de identificar los ejes de las condiciones especificas que caracterizan las instancias
de apropiación de sentido. La necesidad de incluir la noción de juventudes se complementa al
destacar la actividad de los jóvenes como sujetos en plena capacidad de negociación con las
instituciones que los definen y en relación a la formación social en la que se inscriben.
Puesto de manifiesto la capacidad de los jóvenes para negociar la categoría socio-
cultural asignada y la diferenciación en la apropiación de las estructuras de sentido, habilitan el
interrogante por las formas de agregaciones de los jóvenes en tanto se presenta como un
espacio privilegiado y visible para entender sus modos de comprender el mundo. La relevancia
de este interrogante que se fundamenta en la posibilidad de leer incipientes huellas en las
tendencias de desarrollo de las formas de socialización que asumirán nuestras sociedades,
posee un importante potencial crítico para el momento que se analiza.
En este sentido la práctica particular que analizamos aquí se presenta relevante, por un
lado, en tanto no se inscribe en los presupuestos de las agregaciones de la época y, por otro,
al abrir el interrogante sobre las formas de actividad de una práctica que en su contexto de
surgimiento canalizaba la idea de un proyecto de transformación y no de reproducción. El
movimiento estudiantil universitario en los 90’ soporta, a través de la descripción de una forma
de participación política de los jóvenes, la definición de ser una práctica en apariencia residual
al reinscribirse en un contexto en el que se desvanecen o se clausuran las condiciones del
proceso cultural y social que permitió su emergencia.
“Lo residual, por definición, ha sido formado efectivamente en el pasado,
pero todavía se halla en actividad dentro del proceso cultural; no sólo –y a
menudo ni eso- como un elemento del pasado, sino como un efectivo
elemento del presente. Por lo tanto, ciertas experiencias, significados y
valores que no pueden ser expresados o sustancialmente verificados en
términos de la cultura dominante, son, no obstante, vividos y practicados
sobre la base de un remanente –cultural tanto como social- de alguna
formación o institución social y cultural anterior (...) que puede presentar una
relación alternativa e incluso de oposición a la cultura dominante”.
(Willimas, 1980: 144).

Con nuestro caso ponemos de manifiesto, como líneas de análisis a futuro y para
empezar a pensar las interpretaciones de lo ocurrido, el contexto socio-económico en el que se
inserta la toma de la Universidad del Comahue remarcando, como se evidencia desde el
apartado, el grado de conflictividad que recorre las provincias en las que se asienta la casa de
estudios. Conflictos surgidos de las consecuencias económicas y sociales tras la aplicación de
las políticas neoliberales en los principales polos productivos de la región y también en la
actividad estatal. Esta descripción es necesaria para acompañar los datos estadísticos
aportados por el censo de estudiantes universitarios que indica, entre otros aspectos, que la
amplia mayoría de los estudiantes del Comahue provienen de las provincias de Río Negro y
Neuquén, por tanto la población afectada por esa crisis es la misma que aporta la gran mayoría
de los estudiantes de la Universidad del Comahue, sin desconocer que la composición
económica de los universitarios está configurada en más de un 60% por las capas sociales
medias y altas, y donde cerca del 70% de los estudiantes está sostenido directa o
indirectamente por sus familias. Tratando de no dejar al azar posibles determinaciones de tipo
estructural, nos interesa subrayar el clima de crisis social que atravesaba a la época, desde la
perspectiva que esta contextualización, sí nos permita acompañar la interpretación de una
participación política por parte de un conjunto que en ese momento parecía disociado de éste
tipo de práctica colectiva.
Como mencionamos, en el periodo que analizamos existe casi excluyentemente un
conjunto de expresiones y prácticas socioculturales heterogéneas que, atravesadas por las
coordenadas predominantes de la época –en relación al consumo-, se presentan como el
ámbito en el que las juventudes parecen procesar su identidad. Atrás queda la referencia
política que fue en décadas, como las del 60’ y 70’, un espacio de construcción identitario
colectivo atravesado por un proyecto histórico y de transformación social. Sin intentar hacer
jugar las comparaciones de dos momentos diferentes, insertamos la pregunta por una práctica
que, en tanto modo de organización surgido en otra época, se reactualiza en los 90’ y parece
entrar en tensión con las características aportadas por el ideario hegemónico.
“Desde el momento en que nos hallamos considerando permanentemente
las relaciones dentro de un proceso cultural, las definiciones de lo
emergente, tanto como de lo residual, sólo pueden producirse en relación
con un sentido cabal de lo dominante. Sin embargo, la ubicación social de lo
residual es siempre más fácil de comprender, ya que gran parte de él
(aunque no todo) se relaciona con fases y formaciones sociales anteriores
del proceso cultural en que se generaron ciertos significados y valores
reales. En la ausencia subsecuente de una fase particular dentro de una
cultura dominante se produce entonces la remisión hacia aquellos
significados y valores que fueron creados en el pasado en sociedades
reales y situaciones reales, y que todavía parecen tener significación porque
representan áreas de la experiencia, la aspiración y el logro humanos que la
cultura dominante rechaza, minusvalora, contradice, reprime o incluso es
incapaz de reconocer”. (Willimas, 1980: 146).

Por otro lado al afirmar la posibilidad de pensar la práctica política de los estudiantes
universitarios como una forma residual que, a la vez que desafía las interpretaciones
generalizadoras de un sujeto juvenil netamente individualista, abre el camino para pensar la
formación de enclaves de oposición o alternatividad a la cultura dominante, no podemos perder
de vista el riesgo latente que significa que el elemento residual, en su actividad, exceda de su
esfera de acción y termine siendo incorporado por la cultura dominante:

“Un elemento cultural residual se halla normalmente a cierta distancia de la


cultura dominante efectiva, pero una parte de él, alguna versión de él –y
especialmente si el residuo proviene de un área fundamental del pasado- en
la mayoría de los casos habrá de ser incorporada si la cultura dominante
efectiva ha de manifestar algún sentido en estas áreas”. (Willimas; 1980:
145).

Sin embargo, la importancia de poner de manifiesto la tensión que significa ésta


práctica en el contexto analizado nos permite pensar la relación entre la constitución de los
jóvenes como sujetos y el peso de la dimensión política a la luz de una práctica concreta; que
sin poder responder por las interpretaciones de qué significó para los jóvenes esta participación
política, creemos que es posible comenzar a transitar un camino que puede conducirnos, o por
lo menos proporcionar el sustento, para elaborar un supuesto crítico que nos habilite a pensar
espacios de autonomía, de ruptura o líneas de fuga a los discursos sociales hegemónicos que
buscan definir la especificidad de los jóvenes.
BIBLIOGRAFÍA

PARTE I LOS MODOS INTERSUBJETIVOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA TRAMA


SOCIAL

I. LOS MODOS INTERSUBJETIVOS DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA TRAMA SOCIAL


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II. ACTORES COLECTIVOS, SUBJETIVIDADES Y RELATOS DEL PASADO POLÍTICO

Capítulo 5: El poder de la comunidad y la trama simbólica del pasado. Reflexiones en


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Universitaria, 1997, Ministerio de Cultura y Educación, Secretaría de Políticas Universitarias,
(Buenos Aires).
SOBRE LOS AUTORES

Federico Aríngoli. Tesista de grado en la Licenciatura de Comunicación Social y becario de


investigación, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Comahue.
Miembro integrante del Proyecto de Investigación Formación de subjetividades en la cultura
argentina finisecular. Casos de ruptura, emergencias y continuidades en prácticas y
representaciones, Facultad de Humanidades, Universidad nacional del Comahue.

Karina Bidaseca. Doctora en Ciencias Sociales. Docente y Directora del Grupo de Estudios de
Ecología Política, Comunidades y Derecho, Instituto de Investigaciones Gino Germani,
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

Daniel Cefaï. Profesor en el área de sociología política de la Universidad de París 10 –


Nanterre. Investigador del Instituto Marcel Mauss, Centro de Estudios de los Movimientos
Sociales de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París. Sus trabajos
se orientan hacia la etnografía política. Actualmente lleva adelante una investigación de campo
en torno a los sistemas de ayuda social de emergencia a los "sin techo" de París.

Ana Natalucci. Licenciada en Comunicación. Becaria de Doctorado de Conicet. Becaria


Tesista del Grupo de Estudios sobre Protesta Social y Acción Colectiva (GEPSAC), Instituto de
Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

Claudia Ortiz. Docente e Investigadora de la Escuela de Ciencias de la Información,


Universidad Nacional de Córdoba

Germán Pérez. Docente de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.


Coordinador del Grupo de Estudios sobre Protesta Social y Acción Colectiva (GEPSAC),
Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de
Buenos Aires.

Julián Rebón. Doctor en Ciencias Sociales y Sociólogo. Maestro en Población (FLACSO,


México) y posgrado en la Universidad de Salamanca, España. Docente de la Facultad de
Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Investigador del CONICET Director del
proyecto Ubacyt “Transformaciones emergentes del proceso de recuperación de empresas”,
Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de
Buenos Aires.

Rodrigo Salgado. Licenciado en Sociología. Becario doctoral UbACyT. Maestrando en


Investigación en Ciencias Sociales. Docente de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad
de Buenos Aires. Instituto de investigaciones Gino Germani. UBA

Aurélie Tavernier. Profesora de Ciencias de la Información y la Comunicación, Université Paris


8. Investigadora asociada del Laboratorio “Comunicación y Política” del Centre National de la
Recherche Scientifique (CNRS)

Laura Tottino. Licenciada en Sociología. Investigadora del proyecto Ubacyt


“Transformaciones emergentes del proceso de recuperación de empresas” en el Instituto de
investigaciones Gino Germani.

Danny Trom. Sociólogo. Investigador del Centre National de la Recherche Scientifique


(CNRS). Miembro del Grupo de Sociología Política y Moral de la Ecole des Hautes Etudes en
Sciences Sociales (Paris). Sus trabajos se orientan a la sociología de las movilizaciones y los
problemas del orden público. También se ocupa de las relaciones que la sociología establece
con la teoría política y la critica.

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