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NIVEL BÁSICO

MONOGRAFÍA 13

OPUS PHILOSOPHICAE INITIATIONIS


OPUS PHILOSOPHICAE INITIATIONIS
www.initiationis.org

NIVEL INFORMATIVO
Materia: Sabiduría Antigua

Monografía 13
MONOGRAFÍA 13

LA INICIACIÓN
Contenido
* La Iniciación y los Misterios

Bibliografía recomendada
Besant, Annie: “Cristianismo esotérico” (Lectura de avance)
Eckartshausen, Karl von: “La nube sobre el santuario”, carta V
(Lectura de profundización)
Guénon, René: “El simbolismo de la cruz” (Lectura de
profundización)
La Iniciación y los Misterios
Frater Phileas

“Condúceme de la irrealidad a la realidad. Condúceme de la oscuridad


a la luz. Condúceme de la muerte a la inmortalidad”
(Brihadaranyaka Upanishad)

La Iniciación

Con la presente monografía iniciamos el Nivel Básico de Opus Philo-


sophicae Initiationis. Este primer trabajo es muy importante para los
estudiantes pues resume la concepción general de OPI sobre el Sen-
dero de la Iniciación, las pruebas simbólicas de los cuatro elementos
y algunas ideas y alegorías que utilizaremos de ahora en adelante
para avanzar en este camino. No es nuestra intención agotar estos
temas en esta monografía sino exponer la riqueza simbólica del Sen-
dero, demostrando la coherencia interna de todas las tradiciones ini-
ciáticas.

Como podrán apreciar, nuestra visión sobre el camino iniciático no


es sectaria y se puede llevar a cabo en el seno de OPI, así como en
otras organizaciones esotéricas, iglesias reconocidas y aún sin per-
tenecer a un grupo en par ticular.

Muchos se preguntarán por qué OPI contiene en su nombre la pala-


bra “initiationis”, dando la idea de una organización iniciática cuan-
do no es una Orden o Fraternidad Esotérica. Pues bien, realmente la
“Iniciación” es un concepto muy impor tante para nosotros porque
-aún sin rituales ni jerarquías- la nuestra es una asociación de tipo
iniciático o, mejor dicho, pro-iniciática.

Ya hemos insistido (y lo seguiremos haciendo) que la verdadera Ini-


ciación no tiene nada que ver con ceremonias ni ritos externos sino
que está relacionada con una vivencia interior, con un estado de con-
ciencia que se logra a través de un proceso evolutivo que en ocasio-
nes imaginamos como un “viaje iniciático”.

Esta peregrinación sagrada nos lleva desde la periferia al centro,


donde encontraremos el árbol de la vida, aquel que por medio de su
fruto nos une con el Cristo, según veremos más adelante.

Siendo así, este viaje iniciático dura toda la vida, y lo hollaremos di-
ligentemente mediante la superación de los escollos físicos, vitales,
mentales y emocionales que se nos presentan en la cotidianeidad.
Estos obstáculos no son otra cosa que las “pruebas de los cuatro
elementos”, a las que muchas veces se hace referencia en las ceremo-
nias místicas de las fraternidades y órdenes.

Los Maestros de la tradición nos han enseñado que el sendero que


lleva a la iluminación es angosto y que es fácil tropezar una y otra
vez. Por eso, en los Upanishads se le llama el “camino del filo de la
navaja”, nombre que ha sido adoptado por algunos discípulos espi-
rituales que se han llamado a sí mismos “caminantes del filo de la
navaja”.

“¡Levántate y despier ta! Ahora que has obtenido tus deseos ¡com-
préndelos! Tan difícil como pasar por el afilado filo de una navaja así
de duro es este camino (hacia el ser)”
(Katha Upanishad (1 A. 3 V.: v 4)

Tradicionalmente se habla de “Misterios Menores” relacionados con


nuestra personalidad, es decir con los vehículos de nuestro “Cuater-
nario Inferior”. Estos Misterios son un paso previo para llegar a la
puerta de entrada de los “Misterios Mayores”, donde nos aguarda el
alegórico “Morador del Umbral”.

Para progresar en el sendero de los Misterios Menores debemos su-


perar cuatro tipo de pruebas iniciáticas que están relacionadas con
los Cuatro Elementos de la antigüedad (Tierra-Agua-Aire-Fuego) y
que en la Francmasonería se presentan alegóricamente en forma de
“viajes”:

Elemento Vehículo Palo Trabajo Materia Virtud


Tierra Étero-físico Oros Purificación Sangre Fortaleza
Agua Pránico Copas Armonización Prana o Chi Templanza
Aire Emocional Espadas Transmutación Emociones Prudencia
Fuego Mental inf. Bastos Concentración Pensamientos Justicia

Siendo así, las pruebas físicas están enmarcadas en el cuidado y la


purificación de nuestro cuerpo etero-físico, con una alimentación
sana, una respiración correcta, al igual que otras cosas que pueden
parecer más triviales como el aseo personal, el orden y la discipli-
na.

Las pruebas vitales se superan a través del trabajo armónico con el


prana, los nadis y la alineación de los chakras.

Las pruebas emocionales están muy ligadas a nuestra relación con


los demás: nuestra familia, pareja, amigos, compañeros de trabajo y
Hermanos del sendero. En estas pruebas debemos transmutar nues-
tros deseos y evitar el apego, pudiendo distinguir a éste del verda-
dero amor. De este modo hollaremos el sendero con alegría y una
pasión bien entendida que no ata: libera.

Los estoicos conocían bien esta idea cuando hablaban de la “ata-


raxia” que no es apatía ni desinterés sino un equilibrio emocional, al
que se llega por medio de la Vir tud.

En OPI solemos usar una oración inspirada en Tomás Moro que dice:

“Tengamos valor para cambiar lo que pueda cambiarse


Serenidad para aceptar lo que no pueda cambiarse, y
Sabiduría para diferenciar lo uno de lo otro”.
Esta es una de las claves del trabajo con las emociones, y uno de los
más famosos filósofos estoicos (Epicteto), lo señaló con estas pala-
bras:

“La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un


principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Sólo
tras haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido a
distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles
la tranquilidad interior y la eficacia exterior.

Bajo control están las opiniones, las aspiraciones, los deseos y las co-
sas que nos repelen. Estas áreas constituyen con bastante exactitud
nuestra preocupación, porque están directamente sujetas a nuestra
influencia. Siempre tenemos la posibilidad de elegir los contenidos y
el carácter de nuestra vida interior.

Fuera de control, sin embargo, hay cosas como el tipo de cuerpo que
tenemos, el haber nacido en la riqueza o el tener que hacernos ricos,
la forma en que nos ven los demás y nuestra posición en la sociedad.
Debemos recordar que estas cosas son externas y por ende no cons-
tituyen nuestra preocupación. Intentar controlar o cambiar lo que no
podemos tiene como único resultado el tormento.

Recordemos: las cosas sobre las que tenemos poder están natural-
mente a nuestra disposición, libres de toda restricción o impedimen-
to; pero las cosas que nuestro poder no alcanza son debilidades,
dependencias, o vienen determinadas por el capricho y las acciones
de los demás.

Recordemos, también, que si pensamos que podemos llevar las rien-


das de cosas que por naturaleza escapan a nuestro control, o si inten-
tamos adoptar los asuntos de otros como propios, nuestros esfuerzos
se verán desbaratados y nos convertiremos en personas frustradas,
ansiosas y criticonas”. (1)

Finalmente, las pruebas mentales son un gran escollo para el discí-


pulo porque la mente de deseos (kama-manas) es como un mono que
salta de una rama a otra sin dejarse atrapar. El control de los pensa-
mientos es el punto central de esta dura prueba y se logra a través de
la concentración, que es la base para una correcta meditación.

“La Mente es el gran destructor de lo Real. Destruya el discípulo al


Destructor” (“La Voz del Silencio”)

Trabajando en el “aquí y ahora”

En el comienzo de este segundo nivel estudiaremos el Tarot y presta-


remos especial atención al primer arcano: el Mago, que será nuestro
guía para comprender esta idea de la travesía iniciática en el “aquí
y ahora”.

El mago trabaja activamente en el “aquí y ahora” con los cuatro


elementos que se presentan en una mesa cuadrada en forma de
los cuatro palos del Tarot (oros=tierra, copas=agua, espadas=aire,
bastos=fuego). Esta hermosa carta alegórica resume el proceso
iniciático de los Misterios Menores, que es el trabajo esencial que
deben realizar aquellos que deseen avanzar en el sendero iniciático
para lograr la autorrealización.

Trabajar con el Cuaternario en el “aquí y ahora” no significa descui-


dar a nuestra Tríada Superior o “quintaesencia” (el quinto elemento),
que generalmente se simboliza con un punto dentro de la estrella de
seis puntas. (Ver diagrama)

En realidad, el quinto elemento también debe ser encontrado día tras


día a través de la sacralización de lo cotidiano: mediante una exis-
tencia más luminosa, reflexionando y meditando sobre los conceptos
divinos, orando, incluso conociendo las biografías de los principales
maestros espirituales, y leyendo textos sagrados que nos irán im-
pregnando de conceptos espirituales acercándonos a Dios y a la vida
trascendente.
Arriba: Tierra, Aire, Fuego, Agua y la Quintaesencia.
Abajo: Los cuatro elementos en un grabado alquímico.
Diagrama del “árbol de la Pansophia” de Theophilius Schweighart,
que liga al macrocosmos y al microcosmos: “Omnia ab uno” (Todo
viene del Uno) y “Omnia ad unum” (Todo tiende al Uno).
No obstante, debemos ser claros: la mera lectura de textos espiri-
tuales no garantiza progresos. Es más: la afición desmedida por la
lectura puede conver tirse en un escollo si se convierte en un simple
saber libresco. Ramakrishna se refiere a esta “intelectualidad seudo-
espiritual” de este modo:

“¿Puede adquirirse el amor a Dios por la lectura de libros sagrados?


El almanaque hindú predice que tal o cual día caerán veinte adas
(medida de capacidad) de lluvia. Pero, ¡si se exprime el almanaque,
no se sacará una sola gota! Asimismo, los libros sagrados contienen
muchas palabras sabias, pero el sólo leerlas no hace a uno espiritual.
Hay que practicar las virtudes que se nos indica en tales libros, a fin
de lograr el amor a Dios”. (2)

Cuento espiritual: El erudito

Mulla Nasrudin consiguió trabajo de barquero. Cierto día, transpor-


tando a un erudito, el hombre le pregunta:
-¿Conoce usted la gramática?
-No, en absoluto- responde Nasrudin.
- Bueno permítame decirle que ha perdido usted la mitad de su vida-
replica con desdén el erudito.
Poco después, el viento comienza a soplar y la barca esta a punto de
ser tragada por las olas. Justo antes de irse a pique, el Mulla pregunta
a su pasajero:
- ¿Sabe usted nadar?
- ¡No!- contesta, aterrorizado, el erudito.
- Bueno, ¡permítame decirle que ha perdido usted toda su vida!

El Morador del Umbral

Cuando hayamos purificado nuestros vehículos inferiores a través


de los cuatro elementos llegaremos a la orilla del simbólico río que
nos separa de la Iniciación. En ese momento debemos ser “pontífi-
ces”, es decir “constructores de puentes” para finalmente atravesar
el abismo que separa el Cuaternario Inferior de la Tríada Superior.
En algunas concepciones orientales este puente imaginario entre la
mente inferior (kama-manas) y la mente superior (manas) recibe el
nombre de Antakharana y ya nos hemos referido a él anteriormen-
te.
En la entrada del por tal alegórico de la Iniciación nos espera el “Mo-
rador del Umbral” (al que se refirió el novelista Bulwer-Lytton en su
novela rosacruz “Zanoni”) , un vigilante que se asegura que ningún
profano traspase el pórtico, pues el mero trabajo con los vehículos
inferiores no es suficiente para alcanzar la trascendencia. Debemos
hacer “florecer la rosa en la cruz” como dicen los rosacruces, o que
el Cristo interno nazca en nuestro corazón. De este modo, con Cristo
como “camino” llegaremos a la meta.

Federico González comenta esta idea afirmando que “existimos or-


dinariamente en un estado infrahumano, y debemos actualizar, me-
diante un intenso trabajo, nuestras potencialidades latentes o dormi-
das, hasta llegar al estado edénico, virginal o primordial [donde] se
daría entonces la posibilidad del nacimiento del Cristo interno”. (3)

Este proceso de regreso al estado edénico o de reintegración al es-


tado primordial se basa en una simbología muy rica de “retorno al
centro”, el cual pasaremos a desarrollar.

Viaje al centro

“Un pensamiento puro, una sincera devoción, una razón sana y un


servicio desinteresado ponen en manos del hombre todas las llaves
del Reino Interno para que pueda volver al Edén de la Unidad, de una
manera consciente”. (Jorge Adoum)

Al estudiar el arcano de los enamorados en un próxima monografía


de Tarot descubriremos que en el Paraíso bíblico había dos árboles: el
del bien y del mal y el árbol de la vida, que estaba en el centro mismo
del edénico paraje.

Presentaremos ahora una representación arcaica del proceso iniciáti-


co y del retorno al centro que será otra de las enseñanzas recurrentes
de nuestro Programa.

Comenzamos con el Círculo, que simboliza la divinidad pura o el


Absoluto, la perfección representada con la circunferencia. En este
círculo no hay mácula ni movimiento, simplemente “es”.

En este círculo inmaculado aparece la manifestación, que se plas-


ma en un punto central que simboliza la creación divina, unida a
la propia divinidad: “En el principio Dios creo los cielos y la tierra”
(Génesis 1:1).

El punto del centro representa la Unidad, el principio, el estado pri-


mordial y –como veremos a continuación- el lugar del comienzo y el
fin, el “Alfa y el Omega”. Como bien dice San Juan: “En el principio
era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. (Juan
1:1)

Según René Guénon “el Principio o «centro» existe antes que toda
distinción, incluida la que hay entre «Cielo» (Tien), y «Tierra» (Ti),
que representa la primera dualidad, siendo estos dos términos equi-
valentes, respectivamente, a Purusha y Prakriti”. (4)

Posteriormente, el proceso de manifestación continúa avanzando y


aparecen dos líneas que se cruzan en el centro de la circunferencia
formando el símbolo de la cruz. La línea recta vertical representa el
eterno masculino (Yang), mientras que la línea horizontal encarna el
eterno femenino (Yin). La ver ticalidad masculina y la horizontalidad
femenina se evidencia en la adoración al Padre Sol (elevando la vista
al cielo, en forma vertical) y a la Madre Tierra (en forma horizontal,
en 360 grados hasta el horizonte).

La desaparición del Círculo representa la “caída en la materia”, la


cual se representa bíblicamente con la expulsión de Adán y Eva del
Paraíso, luego de comer el fruto del árbol del bien y del mal.
La cruz simboliza la generación, los dos polos que generan un tercero
(el punto central). El “Kybalión” explica el Principio de Generación
diciendo que “la generación existe por doquier; todo tiene su princi-
pio masculino y femenino; la generación se manifiesta en todos los
planos”, a lo cual explican los Tres Iniciados: “Este principio encierra
la verdad de que la generación se manifiesta en todo, estando siem-
pre en acción los principios masculino y femenino. Esto es verdad, no
solamente en el plano físico, sino también en el mental y en el espiri-
tual. En el mundo físico este principio se manifiesta como «sexo», y
en los planos superiores toma formas más elevadas, pero el principio
subsiste siempre el mismo.

Ninguna creación física, mental o espiritual, es posible sin este prin-


cipio. La comprensión del mismo ilumina muchos de los problemas
que tanto han confundido la mente de los hombres”. (5)

“El centro de la cruz es, por lo tanto, el punto en el que se concilian


y resuelven todas las oposiciones; en este punto se establece la sín-
tesis de todos los términos contrarios que, a decir verdad, sólo son
contrarios según los puntos de vista exteriores y particulares del co-
nocimiento en modo distintivo” (René Guénon)

La caída en la materia se acentúa, lo cual se representa con una es-


vástica levógira que se mueve en sentido anti-horario y que es cen-
trífuga (o sea que nos aleja del centro). Esta esvástica representa la
de-generación y la diversidad, el olvido de la unidad, el alejamiento
de nuestra identidad espiritual. Curiosamente los nazis utilizaron
esta esvástica y su movimiento político representó justamente eso:
la diversidad (el “diferente” es segregado, no integrado), mientras
que suponían que su propia raza había logrado la máxima pureza y
alcanzado el pináculo de la evolución, lo cual desde una perspectiva
esotérica es una verdadera herejía.

Aunque el hombre siga hundiéndose más y más en la materia, puede


-sin embargo- re-generarse, es decir que puede invertir la simbólica
rotación de la esvástica, poniendo freno a la de-generación y avan-
zando a la re-generación, en busca de la re-unión. La esvástica que
gira en forma horaria (dextrógira) simboliza esta idea.

Este movimiento de expansión y contracción nos recuerda a la teoría


científica del “Big Bang” y del “Big Crunch” donde el Universo se
expande, llega a su máxima manifestación, para luego contraerse.
Esta idea que fue tan novedosa en el siglo XX tiene su símil en la
antigüedad, ya que los antiguos indos hablaban de la respiración de
Brahma que al exhalar causaba la manifestación del universo (día
de Brahma o manvantara) y al inhalar causaba su desintegración y
reposo (noche de Brahma o pralaya).

Según el Bhagavad Gita: “Al comienzo del día de Brahma, todas las
entidades vivientes se manifiestan del estado no manifiesto, y luego,
cuando cae la noche, se funden de nuevo en lo no manifiesto”. (Gita
8:17)

“Como la araña produce su hilo con su propia boca, juega con él


y luego lo absorbe de nuevo en sí misma, así el eterno e inmutable
Señor, sin forma y sin atributos, conocimiento absoluto y absoluta
bienaventuranza, despliega todo el universo sacándolo de Sí mismo,
juega con él, y de nuevo lo recoge en él” (Srimad Bhagavatam, XI,
III)

Finalmente, y siguiendo este esquema simbólico, el ser humano tras-


ciende la materia, supera las pruebas de los “cuatro elementos” para
llegar hasta el centro, donde regresa a su estado primordial.

En este centro está el simbólico “árbol de la vida”, aquel que nos


brinda la vida eterna cuando comemos de su exquisito fruto, que nos
lleva a la liberación.

Para reforzar el simbolismo de la salvación a través de este árbol,


algunos escritores cristianos del medioevo afirmaron que la cruci-
fixión de Cristo fue realizada en el mismo lugar donde se emplazaba
antiguamente el árbol de la vida.
Según esta idea, comer el fruto del árbol de la vida representaría
alimentarnos de Cristo, nutriéndonos de su carne y su sangre, y al-
canzando de este modo la comunión (común unión).
En este sentido, el árbol de la vida edénico y el árbol de la muerte
(la cruz de Cristo) se funden en uno solo, e incluso el escritor René
Guénon revela que “según una «leyenda de la Cruz» que circulaba en
la Edad Media, la cruz se habría hecho de madera del «Árbol de la
Ciencia», de tal forma que éste después de haber sido el instrumento
de la «caída» también se convertiría en el instrumento de la «reden-
ción». Aquí vemos expresarse la conexión que hay entre las ideas de
«caída» y «redención», que en cierta forma son inversas una a otra,
lo que podría entenderse como una alusión al restablecimiento del
orden primordial”. (6)

El iniciado rosacruz Karl von Eckartshausen concuerda con todo lo


expuesto y expresa lo siguiente: “Jesucristo es el Ungido de la Luz,
el esplendor de Dios, la Sabiduría salida de Dios, el hijo de Dios, el
Verbo real por el que todo ha sido hecho y que era en el principio.

Cristo como el quinto elemento


Jesucristo, la Sabiduría de Dios que opera en todas las cosas, era
como el centro del Paraíso, del mundo de la Luz; era el único órgano
real por el que la fuerza divina podía comunicarse; y este órgano es
la naturaleza inmortal y pura, la sustancia indestructible que lo vivi-
fica todo y lo conduce a la más alta perfección y felicidad.

Esta sustancia indestructible es el elemento puro en el que vivía el


hombre espiritual. De este elemento puro en el que sólo Dios habita-
ba y de cuya sustancia fue creado el primer hombre, éste se separó
por la caída. Por el goce del fruto del árbol de la mezcla del principio
bueno o incorruptible y del principio malo o corruptible, se envenenó
de tal suerte, que su ser inmortal se retiró a su interior y el mortal
lo recubrió. Así desapareció la inmortalidad, la felicidad y la vida;
la mortalidad, la desgracia y la muerte fueron las consecuencias de
este cambio”. (7)

El viaje iniciático

“Todo viaje supone una peregrinación, una búsqueda, un ansia de


satisfacer una necesidad interior” (Diego Rodríguez Mariño)

El retorno al centro espiritual muchas veces es simbolizado como


un viaje o una peregrinación en la que un héroe supera una serie de
obstáculos para llegar hasta un objeto o lugar místico y luego regre-
sar a casa purificado.

Esta alegoría la podemos apreciar en muchos relatos tradicionales


como el viaje de Jasón y los Argonautas, las leyendas artúricas en
busca del Santo Grial, etc.

El vellocino de oro -por ejemplo- combina la pureza del cordero y del


oro. Stanislas Klossowski de Rola dice que: “El vellocino de oro es,
por supuesto, la piedra filosofal, conseguida tras muchas dificultades
y luchas”. (8)

Para llegar hasta el mítico vellocino de oro, el héroe Jasón construyó


la nave Argos, confeccionada bajo la super visión de la diosa de la sa-
biduría, Atenea. Luego de seleccionar a una tripulación con algunos
de los mejores héroes de la antigüedad, entre los que se contaban
Hércules, Orfeo, Cástor y Pólux, los argonautas viajaron a tierras
lejanas y se enfrentaron al dragón que custodiaba al vellocino de oro.
Con la ayuda de un brebaje mágico, Jasón durmió al monstruo y, tras
matarlo, le robó el tesoro.

La misma idea podemos verla en el trabajo alquímico en busca de


la piedra filosofal, en la peregrinación a Santiago de Compostela,
incluso en las exploraciones que recorrían tierras americanas en la
infatigable búsqueda de El Dorado y en las tradiciones griálicas de
los caballeros de la mesa redonda, que analizaremos brevemente a
continuación.

La búsqueda del Santo Grial

El símbolo del Grial ha fascinado a los hombres desde que comenzó a


difundirse su leyenda en el medioevo europeo. No obstante, no existe
una imagen única y concreta del Santo Grial, ya que las innumerables
tradiciones hablan de una copa, un plato, una piedra o una joya.

Sea como sea, todos están de acuerdo en el Santo Grial es un objeto


místico y misterioso, que posee vir tudes fantásticas, razón por la
cual muchos aventureros y caballeros han dedicado su vida a encon-
trarlo, aún sabiendo que las posibilidades de fracaso son muy altas.

La versión más conocida del relato místico del Santo Grial comienza
con José de Arimatea, un rico hebreo que se hizo cargo del cuerpo
de Cristo para enterrarlo y que, según se creía, se quedó también en
posesión del cáliz utilizado por Jesús en la Última Cena. Mientras es-
taba lavando el cuerpo, preparándolo para la sepultura, José recogió
en el cáliz la sangre que manaba de las heridas del Salvador.

Alrededor del año 70, José de Arimatea marchó al exilio junto a un


pequeño grupo de seguidores y construyó una mesa, conocida como
la “Segunda Mesa del Grial”, que representa la mesa de la Última
Cena (que es la “Primera Mesa del Grial”) y en la que se sentaban
doce personas (que simbolizaban los apóstoles) que formaron una
cofradía fraternal en la que iniciaría la tradición de los “guardianes
del Santo Grial”.

Muchos años más tarde, en los tiempos del rey Arturo, la pista del
Grial se había perdido. En la cor te del célebre monarca, Merlín cons-
tituyó la “Tercera Mesa del Grial”, en la que se reunía la Orden de
los Caballeros de la Mesa Redonda, una fraternidad iniciática con
doce hombres dignos: Estos eran: Galahad, Bors, Calogrenant, Ga-
reth, Gawain, Iwayn, Kay, Lancelot, Tristán, Perceval, Pelleas y Tor,
junto al rey Arturo.

Mientras Merlín acompañó a Ar turo en su corte, la mesa estuvo com-


pleta, ya que ambos se complementaban (uno simbolizaba el “arte
real” y otro el “arte sacerdotal”) pero cuando el mago abandonó Ca-
melot, los caballeros se vieron en la necesidad de encontrar el Santo
Grial para que la Orden pudiera conver tirse en una “escuela de los
Misterios Mayores”, una auténtica puerta de acceso a la Iniciación.
De este modo los caballeros “terrestres” podrían beber de la mística
copa y así conver tirse en “caballeros celestes”, logrando la comu-
nión con Cristo. De este modo, el propio Arturo se transformaría
en un “sacerdote-rey”, al mismo nivel que Melquisedec y el propio
Jesucristo.

En ese momento comenzaron las famosas aventuras de los caballeros


del rey Arturo en su búsqueda por llegar ante el templo del Grial.

Hay varias historias sobre los caballeros que tuvieron éxito en su em-
presa y llegaron hasta el Grial. Las principales versiones se refieren
a Galahad, Perceval y Bors como los tres hombres que superaron las
pruebas iniciáticas. Cada uno de ellos representa del triunfo desde
una perspectiva diferente:

a) Galahad, el más puro de los caballeros de la mesa redonda, que


tras llegar hasta el Grial y beber un sorbo de su contenido ascendió
a los cielos.

b) Perceval, el leal, que llega hasta la copa y se convierte en el custo-


dio del castillo del Grial. Según la leyenda, Perceval era descendien-
te directo de José de Arimatea, o sea que al llegar hasta el templo
místico está cumpliendo su propósito vital, su misión en la vida o
“dharma”.

c) Bors, un padre de familia, que llega hasta al Grial y regresa a Ca-


melot para relatar lo sucedido. Este caballero representa la trascen-
dencia a través de la vida familiar.

Pero, ¿qué representa el Santo Grial? Dejando de lado las teorías


de la “sangre real” (sangreal) y de la supuesta descendencia de Je-
sucristo y María Magdalena, podemos señalar que, en primer lugar,
el Grial simboliza la “tradición primordial” que nos liga con el linaje
crístico, ya que como “continente” habría sido usado en la última
cena y desempeñado un papel capital en la transmisión iniciática
de los Misterios Cristianos. En segundo lugar, el Grial también re-
presenta el “estado primordial” ya que su “contenido” (la sangre de
Cristo) al ser bebido nos llevaría a la “comunión” con Cristo.
Guénon señala con cer teza que “el Santo Grial contiene la preciosa
sangre de Cristo, y que incluso la contiene dos veces, ya que sirvió
primero para la Cena y después José de Arimatea recogió en él la
sangre y el agua que manaba de la herida abierta por la lanza del
centurión en el costado del Redentor. Esa copa sustituye, pues, en
cierto modo, al Corazón de Cristo como receptáculo de Su sangre,
toma, por así decirlo, el lugar de aquél y se convierte en un equiva-
lente simbólico”. (9)

Por esta razón, también se relaciona al Santo Grial con el Sagrado


Corazón de Jesús.

Anteriormente hablamos de las “tres mesas” del Grial, que son las
siguientes:

a) La primera mesa, construida simbólicamente con madera del Ár-


bol del Bien y del Mal y que presidió el Cristo, usando el Grial con
vino. En dicha mesa había un traidor que era Judas Iscariote.

b) La segunda mesa, construida alegóricamente con madera de la


Cruz del Gólgota, y que presidió José de Arimatea, usando el Grial
con sangre de Cristo. El sitio del traidor fue reemplazado por un
“asiento peligroso”, en el que solamente podía sentarse un caballero
puro de corazón.

c) La tercera mesa, construida por Merlín con madera de roble (un


árbol sagrado para los druidas) y presidida por el rey Arturo, donde
estaba ausente el Grial. El asiento peligroso fue ocupado por Gala-
had, el caballero más puro del reino, aunque en la mesa había otro
traidor: Sir Lancelot.

¿Podemos hablar de una “cuarta mesa”? Claro que sí, pero esta
mesa debe ser construida con esfuerzo y dedicación por todos los
discípulos sinceros que deseen formar par te de esta nueva cofradía
de elegidos.

Esta “nueva cofradía” no es sectaria y está abierta a todos aquellos


que deseen emprender el viaje para hallar el Santo Grial sin distin-
ción de raza, clase social, casta o religión. Esta cofradía no está
integrada por 12 personas sino por 144.000, que es una cifra que
aparece en el Nuevo Testamento:

“Y oí el número de los señalados: ciento cuarenta y cuatro mil seña-


lados de todas las tribus de los hijos de Israel”. (Apocalipsis 7:4)

Obviamente, el número 144.000 es altamente simbólico y nos remite


a las 12 tribus de Israel (por extensión al “pueblo de Dios”, la huma-
nidad toda). 144.000 significa 12x12 (144) x 1.000.

El 12 significa “plenitud” y al ser multiplicado por 1.000 (símbolo de


cantidad, o sea de “multitud”) llegamos al 144.000 que es una cifra
alegórica.

Volveremos a tocar este punto cuando analicemos con más detalles


el simbolismo de la Orden de los Caballeros de la Mesa Redonda y la
búsqueda del Santo Grial.

El Reino de Dios

En las escrituras cristianas encontramos muchas referencias al “Rei-


no”, “El Reino de Dios” o “El Reino de los Cielos”, que es una alusión
a la Reintegración y a la senda iniciática que finaliza en el centro
espiritual.

El Reino de los Cielos no es un lugar sino UN ESTADO en el que nos


encontramos con Cristo, que no es un personaje externo sino nuestro
Cristo Interno.
Entendamos este concepto con la ayuda de algunas citas bíblicas:

* “El reino de Dios está en vosotros”. (Lucas 17:21) [Es decir, no


es un lugar al que debemos ir o un hipotético reino futuro, sino un
estado de conciencia “aquí y ahora”.]

* “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no


entraréis en el reino de los cielos”. (Mateo 18:3) [Solamente los pu-
ros de corazón podrán abrir la puerta de la Iniciación y superarán la
prueba del Morador del Umbral.]

* “Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los


cielos; mas a ellos no les es dado”. (Mateo 13:11) [Cristo se refiere
al contenido esotérico de su mensaje, ya que enseñaba por medio de
parábolas.]

* “El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un


campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo, y por
la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo
aquel”. (Mateo 13:44) [El hombre ha encontrado el camino que lleva
a la Iniciación, pero aún es impuro y debe purificarse primero, de-
dicando todas sus energías para adquirir ese campo, es decir para
alcanzar la Iniciación.]

* “También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que


anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran
valor, va, vende todo lo que tiene y la compra”. (Mateo 13:46) [La
parábola es similar a la anterior, pues se trata de un buscador espi-
ritual que deja de buscar porque encontró su Camino e invierte toda
su energía en el mismo porque sabe que lo llevará a la meta En este
ejemplo y el anterior queda claro que hay que pagar un precio para
acceder a la Iniciación, pero realmente no se trata de dinero sino de
perseverancia y sacrificio.]

* “El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mu-
jer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo”.
(Lucas 13:20) [En este ejemplo nosotros somos la harina que nece-
sita de un elemento que lo vivifique, representado por la levadura,
que es un principio orgánico vivo. Cuando nuestra vida cotidiana
comience a “fermentar”, es decir que nuestra conciencia empiece
a desper tar, toda nuestra existencia comienza a purificarse hasta
alcanzar la perfección”.]

Obviamente existen muchas historias y parábolas bíblicas que se re-


fieren a este tema,las cuales analizaremos en una monografía pos-
terior.

El laberinto

El viaje al centro sagrado está relacionado también con el símbolo


del laberinto, en el cual el peregrino debe avanzar a lo desconocido
y “perderse para finalmente encontrarse”.

El recorrido por el laberinto (que muchas veces se representa como


un mandala circular) es una peregrinación iniciática que finaliza en
el centro y que pone a prueba nuestro temple y nuestra perseveren-
cia. De este modo, el laberinto “protege” el secreto del centro de la
indiscreción de los profanos y solamente revela sus misterios a los
discípulos sinceros.

“Procul hinc, procul ite prophani” (Lejos de aquí, alejaos, profanos)


[Frase de Horacio incluida en la obra rosacruz “Las bodas químicas
de Christian Rosenkreutz”]

Como señala con lucidez Mircea Eliade: “El laberinto es la imagen


por excelencia de una Iniciación... Por otra parte, toda existencia hu-
mana está constituida por una serie de pruebas iniciáticas; el hombre
se va haciendo al hilo de una serie de iniciaciones conscientes o in-
conscientes”. (10) Y agrega: “Un laberinto es muchas veces la defen-
sa mágica de un centro, de un tesoro, de una significación. Penetrar
en él puede ser un rito iniciático, como vemos en el mito de Teseo.
Este simbolismo es el modelo de toda existencia que, a través de
El laberinto de Chartres (arriba) y el de Amiens (abajo)
numerosas pruebas, avanza hacia su propio centro, hacia sí misma,
hacia el atman, por emplear el término indio”. (11)

En algunas catedrales medievales los constructores trazaban en las


baldosas del recinto sagrado un laberinto que representaba la pere-
grinación a Tierra Santa y que muchos devotos recorrían de rodillas
mientras recitaban sus oraciones. Esta tradición laberíntica la han
tomado los arquitectos del Templo de la Buena Voluntad en Brasilia,
donde un laberinto blanco y negro guía a los visitantes hasta el cen-
tro del recinto, simbolizando la unión con la divinidad.

Fulcanelli revela que “las iglesias de Sens, de Reims, de Auxerre, de


Saint-Quentin, de Poitiers y de Bayeux han conservado sus laberin-
tos” (12), pero sin duda los laberintos eclesiásticos más conocidos
son los de Amiens y de Char tres.

El laberinto de la Catedral de Char tres, construido en 1220, tiene


trece metros de diámetro y representa un viaje simbólico, sustituyen-
do el viaje físico a Tierra Santa para aquellos que no podían viajar
a Oriente. Dicho laberinto consta de un espiral de once vueltas que
lleva directo al centro, es decir a Jerusalén.

Helena Petrovna Blavatsky nos habla del Sendero y sus dificultades,


diciendo: “Obstruida está su entrada por infinidad de plantas espi-
nosas, frutos de la negligencia y de la omisión; los disfraces de la
Verdad, que tantos siglos de existencia cuentan, entorpecen el cami-
no, oscurecido por el orgulloso desdén de la propia presunción y por
todas las verdades alteradas y desviadas de su origen.

Sólo penetrar en el umbral de este Sendero exige una incesante labor


de años, no compensada muchas veces, y cuando ha logrado fran-
quear la entrada, el abrumado peregrino ha de caminar con esfuerzo,
porque la estrecha senda conduce a las cimas de montes inviolables,
inconmensurables e ignorados, salvo de aquellos que alcanzaron ya
las nebulosas cumbres.
Así ha de ascender, paso a paso, teniendo que conquistar cada pal-
mo de terreno por sus propios esfuerzos; avanza guiado por extraños
linderos, cuya naturaleza sólo puede reconocer descifrando en su
camino las inscripciones medio borradas por los siglos, porque ¡ay
de aquél, si en vez de estudiarlas se detiene, declarando a aquéllas
indescifrables! La Doctrina del Ojo es Maya (ilusión); sólo la del Co-
razón puede hacer de aquél un elegido.
¿Ha de extrañar pues que tan pocos alcancen la meta? ¿Que sean
tantos los llamados y tan pocos los elegidos?” (13)

Misterios Mayores y Misterios Menores

Los Misterios Menores y los Misterios Mayores suelen representarse


con dos triángulos equiláteros, uno con el vértice apuntando hacia
arriba y otro apuntando hacia abajo. Al fundirse ambos triángulos
(lo mismo que sucede con el simbolismo de los cuatro elementos)
se logra una integración entre los Misterios Mayores y los Misterios
Menores.

Como ya señalamos anteriormente, los Misterios Menores implican


la peregrinación iniciática por los cuatro elementos y el trabajo cons-
tante sobre los cuatro vehículos de la personalidad, mientras que los
Misterios Mayores son la consagración del Iniciado, es decir aquel
que ha superado las pruebas y ha “muer to” y resucitado mediante el
llamado “nacimiento segundo” del que habla Cristo a Nicodemo.

Los Misterios Menores también se conocen como “arte real” mien-


tras que los Misterios Mayores se denominan “arte sacerdotal”. En
ocasiones se les llama también “ciencia real” y “ciencia sacerdo-
tal”.

Karl von Eckartshausen afirma que “la verdadera Ciencia Real y Sa-
cerdotal es la ciencia de la regeneración o la reunión del hombre
caído con Dios.

Se le llama ciencia real porque conduce al hombre al poder y al do-


minio sobre la naturaleza. Se llama ciencia Sacerdotal porque lo san-
tifica todo y lo lleva a la perfección, esparciendo por todas partes la
Gracia y la bendición.

Esta ciencia tiene su origen inmediato en la Revelación verbal de


Dios: fue siempre la ciencia de la Iglesia interior de los profetas y
de los santos, y nunca reconoció a otro Sumo Sacerdote más que a
Jesucristo, el Señor.

Esta ciencia tenía un triple fin, regenerar primero al hombre aislado,


luego a un gran número de hombres y, finalmente, a toda la huma-
nidad. Su práctica consistía en el más alto perfeccionamiento de sí
mismo y de todos los objetos de la Naturaleza.

Esta ciencia sólo fue enseñada por el Espíritu de Dios mismo y por
los que estaban en posesión de ese Espíritu, y se distinguía de las
otras ciencias en que enseñaba el conocimiento de Dios, la Natura-
leza y el hombre en una síntesis perfecta; mientras que las ciencias
exteriores no conocían en toda su pureza ni a Dios, ni a la naturaleza,
ni al hombre y su destino.

Ella enseñó al hombre a distinguir la naturaleza pura e incorruptible


de la impura y corruptible, y le enseñó los medios de separar esta
última para conquistar de nuevo la primera.

En resumen, el contenido de su enseñanza era conocer a Dios en el


hombre y la expresión divina en la Naturaleza, que constituye el sello
de Dios, y darnos los medios para abrir nuestro interior y esperar
la unión con lo divino. Así, esta reunión, esta regeneración, era el
objetivo más elevado, y de él sacó su nombre el Sacerdocio: religio,
clerus, regenerans”. (14)

Esto será estudiado en detalle más adelante pero podemos resumir


esta integración de los Misterios Mayores con los Menores con va-
rias figuras alegóricas como Jano, Melquisedec, el Preste Juan, el
propio Cristo y los “reyes magos”.
El enigmático Melquisedec bíblico que era “rey-sacerdote” reunía las
dos condiciones: era rey (gobernaba sobre los asuntos terrenales y
los cuatro elementos) y, a la vez, era sacerdote (gobernaba sobre
los asuntos divinos y la quintaesencia). La Biblia nos dice que Cris-
to había sido ordenado según la Orden de Melquisedec, lo cual es
revelador ya que para los judíos existían dos tipos de sacerdocios:
el aarónico (dedicados a cuestiones más materiales y rituales) y el
de Melquisedec (que también se ocupaba de los asuntos materiales
pero que trascendía a ellos).

Algunas iglesias cristianas modernas -como los mormones- brindan


par ticular atención a estas dos clases de sacerdocio, estableciendo
pautas claras para ordenarse en una u otra modalidad.

Eckartshausen señala que “un sacerdote según la orden de Melqui-


sedeq es aquel que sabe separar la sustancia que lo contiene y vivifi-
ca todo de la materia impura, y que la sabe emplear como verdadero
medio de reconciliación y reunión para la humanidad caída, a fin de
comunicarle la verdadera dignidad real o el poder sobre la naturaleza
y la dignidad sacerdotal o el poder de unirse por la Gracia a los mun-
dos superiores”. (15)

Los propios reyes-magos (que la Biblia nunca dice que sean “reyes”,
pero que la tradición apócrifa sí ha resaltado) también simbolizan a
estos hombres sabios que se habían autorrealizado integralmente y
que viajaron miles de kilómetros desde Oriente para asistir al naci-
miento del Cristo, el máximo arquetipo iniciático de Occidente.

La unión de los Misterios Mayores y Menores también se representa


con las dos llaves de Jano (una de plata y otra de oro), con las que
podemos abrir la puer ta de los Cuatro Elementos y el portón custo-
diado por el Morador del Umbral.

Nuestra es la decisión. Podemos responder al llamado de la aventura


y comenzar la peregrinación hacia el centro del laberinto, o seguir
nuestra vida profana barnizada de espiritualidad.
Verdaderamente, el camino espiritual está muy lejos del conformis-
mo y la pasividad, sino que realmente significa una vida llena de
aventura, misterios y desafíos a vencer.

¡Demos el primer paso!

Referencias bibliográficas

(1) Epicteto: “Manual de vida”


(2) Vijoyananda, Swami: “La sagrada enseñanza de Sri Ramakrish-
na”
(3) González, Federico: “El simbolismo de la rueda”
(4) Guénon, René: “El simbolismo de la cruz”
(5) Tres Iniciados: “El Kybalión”
(6) Guénon: Op. Cit.
(7) Eckartshausen, Karl von: “La nube sobre el santuario”
(8) Klossowski de Rola, Stanislas: “El juego áureo”
(9) Guénon, René: “Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada”
(10) Eliade, Mircea: “La prueba del laberinto”
(11) Eliade: Op. Cit.
(12) Fulcanelli: “El misterio de las catedrales”
(13) Blavatsky, Helena: “Nociones erróneas sobre la Doctrina Secre-
ta”
(14) Eckartshausen: Op. Cit.
(15) Eckartshausen: Op. Cit.
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