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Psicoanálisis y feminismo.
Pensamientos fragmentarios
EDICIONES CÁTEDRA
UNIVERSITAT DE VALENCIA
INSTITUTO DE LA MUJER
Feminismos
Consejo asesor:
La conversación
Algo pasa
Sobre la escritura en un estado de transición
A mbivalencia necesaria
12 Ibíd., pág. 7.
momentos de tensión o confusión13. Así que los filósofos
necesitamos encontrar medios de mejorar nuestra conscien
cia y desarrollar perspectivas críticas sobre nuestras ideas
más grandiosas y engañosas. Sin embargo, el posmodernis
mo por sí solo no es un antídoto suficiente para los delirios
filosóficos. El feminismo y el psicoanálisis ofrecen mode
los alternativos de aprendizaje y medios de hallar sentido a
la experiencia. Hablan de mundos ajenos a los textos, la li
teratura y el lenguaje. Las feministas y los psicoanalistas
también nos muestran que el pensamiento no es la única
fuente de conocimiento, ni siquiera necesariamente la me
jor. El establecimiento de conversaciones entre feministas,
psicoanalistas y posmodemos revelará lo estrechos que son
los límites y constrictivas las fronteras de las narrativas pos-
modernas como alternativas a las prácticas filosóficas tradi
cionales.
nafysis, Nueva York, W. W. Norton, 1973 [trad. esp.: Los cuatro concep
tosfundamentales del psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1987]; Écrits: A
Selection, Nueva York, W. W. Norton, 1977; y Feminine Sexuality, ed. de
Juliet Mitchell y Jacqueline Rose, Nueva York, W. W. Norton, 1985. En
tre los teóricos de las relaciones de objeto se incluyen D. W. Winnicott,
The Maturational Processes and the Facilitating Ermronment, Nueva
York, International Universities Press, 1965; y Michael Balint, The Ba
sic Fault, Nueva York, Brunnel/Mazel, 1979 [trad. esp.: Lafalta básica:
Aspectos terapéuticos de la regresión, Barcelona, Paidós, 1993].
aparece como una persona compleja por derecho propio,
con sus propios procesos que no son sólo isomórficos a los
del niño. Además, no resulta tan acorde con el surgimiento
del niño como objeto que busca, la desaparición en esta teo
ría de muchas formas de deseo, sexualidad y encamación,
tanto en la madre como en el niño.
En su obra clínica, Freud se enfrenta a la necesidad de
conceptos sobre la subjetividad que puedan hacer justicia a
un yo que de forma simultánea está encamado, es social, de
sea, es autónomo y está interrelacionado con los otros. Sin
embargo, ni él ni los teóricos del psicoanálisis que le han se
guido han sido capaces de desarrollarlos. El psicoanálisis
contemporáneo nos presenta objetos sin deseos o deseos sin
objetos relacionados. Estos fracasos continuados dentro de
la teoría psicoanalítica radican en parte en sus desviaciones
y ceguera en cuanto al género. Igualmente importante, de
las confusiones persistentes en el psicoanálisis acerca de los
criterios sobre el conocimiento y la posición que ocupa o las
pretensiones de verdad producidas en —y mediante— la si
tuación analítica, surgen barreras que impiden que las teo
rías sobre la subjetividad resulten adecuadas. La influencia
continua de las filosofías del conocimiento ilustradas
—como el empirismo— ha hecho difícil que los psicoana
listas generen epistemologías más apropiadas para el ejerci
cio de su profesión. Los efectos oscurecedores del empiris
mo y el género han dificultado que entendieran o usaran
plenamente la riqueza del material clínico y las complejida
des de la relación entre paciente y analista. Las percepcio
nes de las teorías feminista y posmodema puede contribuir
a un análisis mejor de estos impedimentos.
V irginia W oolf,
Una habitación propia
La teoría feminista se está desarrollando con rapidez. En
realidad, no es siquiera una disciplina, si ésta se define
como un ámbito delimitado de discurso intelectual en el que
existe un consenso general entre quienes lo ejercen en cuan
to al tema que la ocupa, la metodología apropiada y los re
sultados deseables. Existe una viva controversia entre las
personas que se identifican como teóricas feministas sobre
cada uno de estos componentes4.
4 Una muestra representativa de las teorías feministas recientes in
cluirían Barbara Smith (ed.), Home Girls: A Black Feminist Anthology,
Nueva York, Women of Color Press, 1983; Cherrie Moraga y Gloria
Anzaldua (eds.), This Bridge Called My Back, Watertown, Mass., Per-
sephone Press, 1981; Elizabeth Able, Manarme Hirsch y Elizabeth
Langland, The Voyage In: Fictions o f Female Development, Hannover,
N. H. y Londres, University Press of New England, 1983; Zillah R. Ei-
senstein (ed.), Capitalist Patriarchy and the Case for Socialist Femi
nism, Nueva York, Monthly Review Press, 1979; Hunter College Wo-
men’s Studies Collective, Women ’s Realities, Women ’s Choices, Nueva
York, Oxford University Press, 1983; Sherry B. Ortner y Harriet Whi-
tehead (eds.), Sexual Meanings: The Cultural Construction o f Gender
and Sexuality, Nueva York, Cambridge University Press, 1981; Nancy
C. M. Hartsock, Money, Sex and Power, Nueva York, Longman, 1983;
Ann Snitow, Christine Stansell y Sharon Thompson (eds.), The Powers
o f Desire: The Politics o f Sexuality, Nueva York, Monthly Review
Pressm 1983; Sandra Harding y Merill B. Hintikka (eds.), Discovering
Reality: Feminist Perspectives on Epistemiology, Metaphysics, Metho-
Sin embargo, es posible identificar metas y propósitos
subyacentes y objetivos conformadores en la teorización fe
minista. Una meta fundamental es analizar el género: cómo
se constituye y experimenta y qué pensamos o —igualmen
te importante— no pensamos de él. Su estudio incluye
—pero no se limita a— lo que a menudo se consideran te
mas feministas característicos: la situación de las mujeres y
el análisis del dominio masculino (o patriarcado). La sensi
bilidad feminista hacia los efectos del género ha comenzado
a transformar de modo radical los planteamientos acerca del
yo, el conocimiento y el poder. Debido a que en las socieda
des occidentales contemporáneas las relaciones de género
han sido de dominio, las teorías feministas presentan aspec
tos compensatorios y críticos. Sus teóricas recobran y ex
ploran los aspectos de las sociedades que han sido suprimi
dos, no expresados o negados dentro de los puntos de vista
masculinos dominantes. Las historias de las mujeres y nues
tras actividades tienen que escribirse dentro de las explica
ciones y la autocomprensión de culturas enteras.
En este proceso, sin embargo, nuestra autocomprensión
cambia. Las teóricas feministas demandan una nueva cali
bración de los valores, un replanteamiento de nuestras ideas
sobre lo que es justo, excelente, digno de elogio, moral, y así
sucesivamente. Como vivimos en sociedades en las que los
hombres tienen más poder que las mujeres, tiene sentido
asumir que se consideren más dignas de alabanza las cuali
dades asociadas a ellos y que el «elogio» al estereotipo fe
menino se utilice en realidad como un medio para mantener
a las mujeres en sus lugares separados y desiguales. Por
Condiciones sociales
El surgimiento de las teorías feministas fue posible al
menos en parte por la reaparición de los movimientos femi
nistas a finales de los años sesenta, que se originaron por
—y contribuyeron a— la aparición de culturas de transición
en Estados Unidos y otros lugares. En estas culturas ha ha
bido transformaciones radicales en la experiencia social, de
tal modo que han dejado de funcionar las categorías de sig
nificado social y explicación que antes se compartían am
pliamente. Desde la perspectiva de una feminista norteame
ricana, las transformaciones importantes incluyen cambios
en la estructura de la economía, la familia, el lugar de Esta
dos Unidos en el sistema mundial, la intensificación de la
«crisis de legitimación» (la autoridad en declive de las insti
tuciones sociales antes poderosas) y el surgimiento de gru
pos políticos con ideas y demandas cada vez más divergen
tes acerca de la justicia, la igualdad, la legislación social y
los papeles propios del estado. En un universo «descentra
do» e inestable como ése, parece aceptable cuestionarse
hasta las facetas aparentemente más naturales de la existen
cia humana, como el género. Este mismo cuestionamiento
produce más conflicto debido a que la inestabilidad cultural
también hace más atractivos los antiguos modos de relacio
nes sociales. La nueva derecha y los políticos conservadores
como Ronald Reagan invocan y reflejan un deseo de volver
atrás a un tiempo en el que la gente de color, las mujeres y
los países estaban en el lugar «apropiado». Las relaciones
de género pueden convertirse en un foro en el que la gente
intente defenderse contra la angustia de vivir en culturas de
transición.
Dominio masculino
La misma existencia del dominio masculino ha oscure
cido la naturaleza problemática de las relaciones de género.
Los hombres, como grupo relativamente privilegiado, aun
que con diferencias internas, tienen menos que ganar al
cuestionar la arbitrariedad y los aspectos injustos de las re
laciones de género. Se benefician de estas desigualdades de
muchos modos. En la cultura occidental, como en muchas
otras, el género es una división diferenciada y asimétrica, y
una atribución de rasgos y capacidades humanas. Mediante
las relaciones de género se crean dos tipos de personas:
masculinas y femeninas, cada una situada como una catego
ría excluyente. Sólo se puede ser un género, raramente el
otro o ambos. El contenido real de ser masculino o femeni
na y la rigidez de las categorías son muy variables a lo largo
de culturas y del tiempo. También existen diferencias muy
importantes en una sociedad determinada entre las mujeres
(y entre los hombres). No obstante, hasta donde hemos sido
capaces de comprender las relaciones de género, han sido
(más o menos) de dominio. Es decir, la organización de los
sistemas de género ha sido (más) definida y controlada (de
forma imperfecta) por una de sus partes interrelacionadas:
la masculina. Por ello, las feministas insisten en que el con
cepto de poder puede extenderse para incluir y explicar las
relaciones de género asimétricas.
El dominio masculino existe en todo sistema en que los
hombres como grupo oprimen a las mujeres como grupo,
aunque pueda haber jerarquías entre ellos (y las mujeres).
Resulta típico en las sociedades de dominio masculino que
los hombres tengan más acceso y controlen los recursos y
las actividades sociales más valoradas y estimadas (por
ejemplo, en una sociedad religiosa, los hombres serán los
sacerdotes y las mujeres serán excluidas de las funciones re
ligiosas más importantes o consideradas contaminadas para
ellas). El dominio masculino tiene bases materiales en la
violencia de los hombres contra las mujeres (por ejemplo, la
violación) y en su control de la fuerza laboral, la sexualidad
y la capacidad reproductora femeninas. También tiene una
base psicodinámica como defensa contra la madre infantil y,
el miedo de los hombres hacia las mujeres. El dominio mas
culino ha asumido muchas formas diferentes durante la his
toria; se ha ejercido (y sigue ejerciéndose) contra mujeres
diferentes de modos variados, pero continúa siendo una
fuerza dinámica en la actualidad. Ninguna explicación de
una sociedad puede ser adecuada si carece de un análisis su
til y particularizado de las relaciones de género.
Esta relación de dominio y la existencia del género
como un sistema construido socialmente se ha ocultado de
muchos modos, entre los que se incluye definir a las muje
res como un «interrogante» o el «sexo» o el «otro» y a los
hombres como el universal o al menos «el ser de la especie»
sin género. En una amplia variedad de culturas y discursos,
los hombres tienden a ser considerados libres de género o
no determinados por él. En el mundo académico contempo
ráneo, por ejemplo, los investigadores masculinos no se
preocupan acerca de que el hecho de ser un hombre o estu
diar a los hombres pueda conllevar una parcialidad de géne
ro, pero se da por sentado de las teorías feministas, por su
misma asociación con las mujeres, que son políticas (no
eruditas) o triviales (no algo en lo que se tenga que trabajar
para comprender por qué la gente tiene ese género preciso).
Muy rara vez ha habido investigadores masculinos que estu
diaran de forma consciente la «psicología de los hombres»
o la historia de los «hombres», o que hayan considerado la
posibilidad de que lo que sienten los hombres sobre las mu
jeres y su propia identidad de género pueda afectar cual
quier aspecto de su pensamiento y actuación en el mundo.
Esta negación de hallarse en sistemas de género y la deter
minación que conlleva tiene también consecuencias prácti
cas. Los investigadores masculinos tienden a no leer teorías
feministas ni a pensar en las posibles implicaciones para su
propio trabajo. Se deja a las mujeres la responsabilidad de
pensar sobre el género, pero, porque lo hacemos, ese traba
jo se devalúa o segrega de la «corriente principal» de la vida
intelectual. Esa devaluación y segregación están presentes
en los discursos psicoanalíticos y posmodemos.
Confusiones de categorías
Otra barrera para nuestra comprensión de las relaciones
de género ha sido su equiparación con «sexo». En este con
texto, sexo significa las diferencias anatómicas entre mascu
lino y femenino. Estas diferencias anatómicas parecen per
tenecer a la clase de «hechos naturales» o a la «biología».
A su vez, la biología se equipara con lo presocial, no social
o natural. Entonces, el género parece estar constituido por
dos términos contrarios o tipos diferentes de seres: masculi
no y femenino. Puesto que parecen ser tipos de seres opues
tos o diferentes en lo fundamental, tendemos a no pensar
que el género sea una relación social. Atribuimos «diferen
cia» a la posesión individual de cualidades distintas. Se con
sidera el género como un atributo «natural» del «yo». No lo
vemos como una consecuencia y un síntoma de culturas
particulares, históricas y construidas por la sociedad. Ade
más, sacamos conclusiones morales y políticas de esta dis
tribución de propiedades naturales. Si el género forma parte
tan natural e intrínseca de nosotros como los genitales con
que nacemos, sería necio o incluso peligroso intentar cam
biar las convenciones al respecto o no tenerlas en cuenta
como límites prefijados a las actividades humanas.
¿O no sería tan necio? Después de todo, ¿qué es lo natu
ral en el contexto del mundo humano? Podríamos conside
rar muchos aspectos de nuestra encamación o biología
como límites prefijados a la acción humana, pero la medici
na y la ciencia occidentales no dudan en desafiarlos. Por
ejemplo, pocos occidentales se negarían a ser vacunados
contra enfermedades a las que nuestros cuerpos son sensi
bles por naturaleza, aunque en algunas culturas tales accio
nes se considerarían violaciones del orden natural.
Como han señalado Weber y otros, la ciencia occidental
tiende a «desencantar» el mundo natural5. De forma cre
ciente, lo natural deja de existir como opuesto a lo «cultu
ral» o social. La naturaleza se convierte en el objeto y pro
ducto de la acción humana; pierde su existencia indepen
diente para nosotros. Resulta irónico que cuanto más se
extiende ese desencantamiento, más seres humanos parecen
necesitar algo que quede fiiera de sus poderes de transfor
mación. Hasta logros recientes en la medicina como las
operaciones de «cambio de sexo», uno de esos ámbitos pa
recían ser las diferencias anatómicas entre hombres y muje
res. Así, con el fin de «salvar» a la naturaleza de nosotros
mismos, equiparamos sexo, biología, naturaleza y género, y
los contraponemos a lo cultural, social y humano.
Entonces los conceptos de género se convierten en una
metáfora compleja de la ambivalencia de la acción humana
en el mundo natural y como parte de él. Pero, a su vez, el
uso del género como una metáfora para esa ambivalencia
S in conclusiones
Sexualidad e inconsciente
Por supuesto, el concepto freudiano de los humanos
como criaturas de deseo está entrelazado con teorías sobre
la sexualidad y el inconsciente, en las cuales se basa. Los
«componentes de la estructura teórica del psicoanálisis» in
cluyen las teorías del inconsciente, «el significado etiológi-
co de la vida sexual y de la importancia de las experiencias
infantiles», así como las teorías de la resistencia y la repre
sión18. Sin embargo, aunque estas teorías se encuentran en
tre los aspectos más convincentes e inquietantes de su obra,
son algo contradictorias y ambiguas. Sus ideas apoyan tan
to conceptos radicales como «normalizadores» o regulado
res de la sexualidad. Por una parte, conceptúa la sexualidad
como el despliegue de estadios innatos, preestablecidos y
psicosexuales (oral, anal, fálico y genital). «No sólo las des
viaciones de la vida sexual, sino su forma normal están de
terminadas también por las manifestaciones infantiles de la
sexualidad»19. La satisfacción libidinal es una necesidad hu
mana básica. «Zonas» diferentes del cuerpo se convierten
en los focos principales de esa satisfacción en puntos pre-
programados del desarrollo psíquico. En «lo que se conoce
como la vida sexual normal del adulto [...] la búsqueda de
placer se pone bajo el dominio de la función reproductiva».
18 Sigmund Freud, An Autobiographical Study, trad. de James Stra-
chey, Nueva York, Basic Books, 1952, pág. 74 [trad. esp.: Autobiografía:
historia del movimiento psicoanalítico, Madrid, Alianza, 1993].
19 Three Essays on the Theory o f Sexuality, tad. de James Strachey,
Nueva York, Basic Books, 1962, págs. 63-66, 68 [trad. esp.: Tres ensa
yos sobre teoría sexual, Madrid, Alianza, 1993]; Freud, «TTie Passing of
Oedipus», en CP, 2, pág. 270.
Los distintos impulsos de la infancia se combinan «en una
unidad, una impulsión con un solo propósito»: el intercam
bio heterosexual, de orientación genital20.
Freud es algo ambiguo acerca de si «normalidad» se uti
liza de modo descriptivo o prescriptivo. Describe «detener
se en» zonas o estadios anteriores (no genitales) como «fi
jaciones inmaduras» y afirma que «todo desorden patológi
co de la vida sexual debe considerarse con toda razón como
una inhibición en el desarrollo». Durante toda su vida, insis
tió en que la neurosis es causada por «fuerzas sexuales ins
tintivas»21. De este modo, toda desviación de la heterose-
xualidad genital madura sería considerada como una prueba
prima facie de enfermedad mental o «anormalidad».
No obstante, al mismo tiempo dice que incluso en casos
de la más perversa conducta sexual, como en la relación con
cuerpos muertos, «no debemos apresuramos a asumir» que
esa gente está gravemente enferma. La gente puede estar
«enferma» «sólo en la esfera de la vida sexual» y ser «nor
mal» en otros aspectos. Las desviaciones de la heterosexua-
lidad tampoco son necesariamente pruebas prima facie de
enfermedad. Los homosexuales no deben separarse «del
resto de la humanidad como grupo de un carácter especial».
Todas las personas «son capaces de elegir un objeto homo
sexual y, sin duda, en su inconsciente lo han hecho». Sólo
hay una forma de sexualidad. El estado «natural» del niño
es la «perversidad polimorfa», no la heterosexualidad o la
genitalidad. Así, «el exclusivo interés sexual sentido por los
hombres hacia las mujeres es también un problema que ne
cesita aclaración y no un hecho por sí evidente»22.
También es ambiguo acerca de lo opuestas o disyunti
vas que resultan la sexualidad «natural» y la «civilizada».
Por un lado, declara que la psicosexualidad no varía con la
historia. El modo de expresar la sexualidad puede ser y
siempre es modificado por la cultura, pero ésta no crea los
L a ( s) estructura ( s ) de la mente
y el problema del conocimiento
La mentefragmentadora
Como sostienen los posmodemos, la estructura cada vez
más compleja de las teorías freudianas socava los conceptos
de la mente en los que se apoyan los del conocimiento ilus
trados. Freud construye teorías poderosas y complejas sobre
la mente, que contradicen y desafían muchas epistemolo
gías contemporáneas. A diferencia de muchos filósofos,
conceptúa la mente como plenamente encamada, conflicti
va por naturaleza, dinámica, no unitaria y constituida me
diante procesos que son diferentes por naturaleza y no pue
den ser sintetizados u ordenados en una organización per
manente y jerárquica de funciones o control. Tanto la fe
racionalista en los poderes de la razón como la creencia em-
pirista en la fiabilidad del sentido de percepción y observa
ción se basan y dependen de la capacidad de la mente para
ser determinada, al menos de forma parcial, por los efectos
del cuerpo, las pasiones y la autoridad o convención social.
Sin embargo, las teorías de Freud sobre la mente hacen que
tales creencias se vuelvan muy problemáticas. Sus últimas
teorías incorporan las cualidades que prefieren los posmo
demos: heterogeneidad, fluidez y alteridad. La distinción
entre determinantes internos y extemos de la experiencia
deja de funcionar. La estructura y los procesos mentales se
vuelven más fragmentados, fluidos y sometidos a alteracio
nes complejas y a menudo inconscientes. Se hace insosteni
ble la ecuación mente y pensamiento consciente o razón, o
lo físico y lo consciente.
Cada aspecto de la mente —ego, ello y superego— se
describe y constituye ahora en y mediante las experiencias
internas y externas. Cada una es a la vez física, somática, re
lacionada con objetos e histórica-cultural. El ello es el «re-
servorio» de la libido y por ello es a la vez psíquico y somá
tico. También contiene «catexis del objeto» y en cierto sen
tido también es interpersonal. Es histórico y social porque
contiene importantes «adquisiciones filogenéticas»: cada
individuo hereda todo el desarrollo cultural de la especie y
su sistema de reglas, en especial el tabú sobre el incesto. Las
«estructuras del ego de las generaciones anteriores» dejan
tras de sí sus «precipitados en el ello de su progenie»28.
El ego es una «diferenciación de superficie» del ello; es
«esa parte del ello que ha sido modificada por la influencia
directa del mundo exterior». Sin embargo, «el ego no está
separado del ello de forma abrupta; su parte inferior conflu
ye con él». El ego «se deriva finalmente de las sensaciones
corporales [y] puede así ser considerado como una proyec
ción mental de la superficie del cuerpo». También es inter
personal debido a que «está formado en gran medida me
diante identificaciones que ocupan el lugar de catexis aban
donadas por el ello». El ego también es social e histórico.
Debido a que está estrechamente conectado al superego, lle
va a cabo «represiones a su servicio y a instancias suyas»29.
Toda la estructura del ego puede ser modificada de forma
radical, e incluso conducida a la muerte, por las energías
destructoras del poderoso superego.
Éste tiene «íntimas relaciones» con el ello y acceso di
recto a sus energías catéxicas (cargadas), en especial a la
agresión, que puede utilizar para sus propios objetivos, in
dependientes del ego o contra éste. El superego es interper
sonal debido a que es una derivación y un resultado del
complejo de Edipo. Esta derivación le pone en «relación
con las adquisiciones filogenéticas del ello». Como «here
dero del complejo de Edipo», se deriva de las vinculaciones
Sueño de ciencia
De este modo, la obra de Freud se anticipa y apoya las
críticas de las teorías tradicionales sobre la mente expresa
das en la actualidad por los filósofos posmodemos. La
mente pierde su posición privilegiada como un espacio in
terior privado. No puede ser ni la pizarra en blanco lockea-
na, como requiere el empirismo neobaconiano, ni una
variedad de mónada, como imaginan, por ejemplo, Descar
tes o Sartre. También se hace insostenible el individualis
mo radical, al igual que las epistemologías que se basan en
la posibilidad de una autoobservación precisa y un acceso
y control directo y fiable a la mente y sus actividades31.
Aunque sus conceptos sobre la mente y el inconsciente
socavan las divisiones entre mente y cuerpo y razón y sinra
zón de las que dependen las teorías racionalistas y empiris-
tas sobre el conocimiento, Freud nunca abandona una no
ción positivista de la ciencia y el deseo de que el psicoanáli
sis se conceptúe y acepte como tal. «Siempre sintió como
una injusticia supina que la gente rehusara tratar el psicoaná
lisis como cualquier otra ciencia»32. El curso posterior del
psicoanálisis, en especial en Estados Unidos, se ha visto pro
fundamente influido por los aspectos positivistas del pensa
miento freudiano. Por esta razón, así como para comprender
sus textos de forma más adecuada, debemos explorar lo que
entendemos por «ciencia». Sus sueños de ciencia, como mu
chos sueños, ocultan deseos inconscientes y operaciones de
fensivas que analizo más adelante en este capítulo.
Aunque le preocupaba la adecuación de las teorías, la for
mación y los ejercicios (en especial el de la medicina) cientí
ficos existentes como modelos para el psicoanálisis, Freud
estaba muy influido por el cientifismo de su época. El psi
coanálisis no va a ser una «poética narrativa», «ficción narra
tiva» o una explicación filosófica más del relato de la vida
humana. La filosofía y el psicoanálisis representan formula
ciones irreconciliables y antagónicas de la representación de
la verdad. Sólo la ciencia puede proporcionar conocimiento
31 Por ejemplo, la fenomenología transcendental de Husserl. Cfr. Ed-
mund Husserl, The Crisis ofEuropean Sciences and Transcendental Phe-
nomenology, Evanston, 111.,Northwestern University Press, 1970, en espe
cial la parte 3B, parágrafo 69 [trad. esp.: La crisis de las ciencias europeas
y la fenomenología transcendental, Barcelona, Crítica, 1991]. René Des
cartes, Discourse on Method and Other Writings, Baltimore, Penguin,
1968, en especial las meditaciones segunda y tercera [trad. esp.: Discurso
del método. Meditaciones metafísicas, Madrid, Espasa-Calpe, 1989];
Jean-Paul Sartre, Being and Nothingness, trad. de Hazel Bames, Nueva
"Ybrk, Washington Square Press, 1966, en especial la parte 2, cap. 1 [trad.
esp.: El ser y la nada, Madrid, Alianza, 1989]. Thomas Hobbes, Levia-
than, Baltimore, Penguin, 1987, parte 1 [trad. esp.: Leviatán: la materia,
forma y poder de un Estado eclesiástico y civil, Madrid, Alianza, 1993].
32 Freud, An Autobiographical Study, pág. 111.
que «corresponda» a la realidad. De aquí que sólo a través de
medios científicos se pueda obtener información veraz sobre
«lo que más preocupa a los seres humanos: su propia natura
leza». El psicoanálisis se merece nuestro interés no sólo
como método de tratamiento, sino sobre todo «habida cuen
ta de la verdad que contiene» sobre temas tan esenciales33.
Freud se sintió obligado a frenar su inclinación a la «es
peculación» y en vez de ello se dedicó al estudio de la me
dicina. Su «propósito original» no era ser médico, sino sa
tisfacer «una necesidad embriagadora de entender algunos
de los enigmas del mundo en el que vivimos y quizás hasta
colaborar algo en su solución»34. Sólo fundando una nueva
ciencia podía hacer tal contribución. «Hablando estricta
mente, sólo hay dos ciencias: la psicología, pura y aplicada,
y la ciencia natural»: el psicoanálisis es una «ciencia espe
cializada, una rama de la psicología»35.
El concepto freudiano de método científico contiene
una curiosa mezcla de principios racionalistas, especial
mente neokantianos, y empiristas. Sólo hay un método
científico y el «intelecto y la mente son objetos de inves
tigación científica iusto del mismo modo que todas las co
sas no humanas»36. Toda ciencia se «basa en observacio
nes y experiencias llegadas por medio de nuestro aparato
físico». Sin embargo, el sentido de la percepción primario
no puede aportar información directa sobre la realidad.
Aunque «la realidad siempre permanecerá “incognosci
ble”, el científico puede obtener “percepciones” de las co
nexiones y relaciones dependientes que se hallan [real
mente] presentes en el mundo externo». «De algún
modo», estas relaciones que existen en realidad de forma
independiente pueden «reproducirse o reflejarse con fia
33 Sigmund Freud, «Explanations, Applications and Orientations»,
en Sigmund Freud, New Introductory Lectores on Psychoanalysis, trad.
de James Strachey, Nueva York, W. W. Norton, 1965, págs. 156 y 157.
34 Freud, An Autobiographical Study, pág. 109.
35 Sigmund Freud, «The Question of a Weltanschauung», en Freud,
New Introductory Lectures, págs. 158 y 179.
36 Ibid., pág. 159.
bilidad en el mundo interno de nuestro pensamiento»37.
El psicoanalista, como el físico, descubre «métodos téc
nicos para llenar huecos en los fenómenos de nuestra cons
ciencia»38. El analista infiere o interpola procesos que son
incognoscibles pero de los que se asume la existencia real
habida cuenta de los fenómenos observados de forma direc
ta. Por ejemplo, si un paciente comete un lapsus linguae
(sustituye con una palabra inapropiada la correcta), el ana
lista infiere que está ocurriendo un proceso inconsciente
que puede explicar tanto éste como su contenido particular.
La conformidad del paciente con la interpretación del ana
lista y su capacidad de utilizarla para producir más asocia
ciones se toman como prueba de su entendimiento correcto
tanto del paciente como de los procesos inconscientes. El
analista utiliza la situación analítica y los métodos técnicos
de análisis (esto es, la asociación libre) «del mismo modo
que un físico hace uso de un experimento»39.
Sin embargo, aunque los analistas, como todo científico,
se esfuerzan por comprender algo «real» sobre el «mundo ex
terior», deben reconocer que el valor de verdad de los proce
sos inferidos es siempre provisional y abierto a debate. Tales
inferencias, como en toda ciencia, son sólo hipótesis o aproxi
maciones. Freud trata estas hipótesis como «conjeturas» que
deben estar abiertas a la refutación. Sin embargo, no cree que
la observación esté siempre «cargada de teoría» o sea depen
diente. Las inferencias o construcciones teóricas son simple
mente «andamiajes intelectuales» y Freud «está deseando que
sean modificados, corregidos y determinados con mayor pre
cisión según se acumula y tamiza más experiencia»40.
La hipótesis o inferencia de la existencia de procesos
psíquicos inconscientes «permite que la psicología ocupe su
lugar como ciencia natural semejante a cualquier otra»41. Al
5 Ibíd., pág. 4.
6 Ibíd., pág. 2.
7 Ibíd., pág. 4.
8 Ibíd., págs. 5 y 6. Obviamente, Lacan recurre mucho aquí a las
ideas de Hegel, en especial a sus nociones sobre la dialéctica y la «con
ciencia desdichada». Cfr. G. W. F. Hegel, The Phenomenology ofMind,
trad. de J. B. Baillie, Nueva York, Harper & Row, 1967, parte 3B. Sin
dad con otros fuera de él. Tales relaciones deben ser im
puestas desde fuera.
Siguiendo la teoría freudiana del instinto hasta la exclu
sión de todo lo demás de su obra que la contradiga, Lacan
asume que el periodo preedípico es precultural y no social o
interactivo. Las madres existen para los bebés sólo como ex
tensiones de sus propios cuerpos, como fuentes de frustra
ción o satisfacción de sus necesidades. De acuerdo con la
premisa narcisista, Lacan presupone que los bebés quieren
respuestas totales, inmediatas y perfectamente cronometra
das a sus deseos o necesidades y experimentan toda desvia
ción de ellas como una penosa frustración.
La «demanda» es incondicional. Lo que se pide es un
estado de disposición sin esfuerzo e invisible (sin objeto).
La misma necesidad de pedir algo (esto es, toda experiencia
de «falta» o ausencia) desgarra esta unidad simbiótica sin
costuras y envía al bebé a una crisis existencial. La expe
riencia de la carencia hace mella en la ampulosidad narcisis
ta; el bebé no es autosuficiente y no puede existir en un uni
verso sin otros; la imagen del espejo no es todo. Aunque La
can atribuye esta experiencia de carencia a la intervención
del lenguaje, ocurre por primera vez antes del desarrollo de
la capacidad de hablar en el bebé. De aquí que, como en
otros aspectos de la teoría lacaniana, la madre/otro y el Otro
se confundan. Pero su jugada tiene dos ventajas: mientras
desplaza los temas de las interrelaciones al lenguaje, tam
bién reduce la herida narcisista. Un narcisista se verá más
bien dividido por el funcionamiento impersonal del lengua
je que por su dependencia de un otro real.
En el universo narcisista, todo fallo del otro de anticipar
Sujetos y sometimiento
Al «dar una forma significativa» a las necesidades, la
gente se convierte en «sujetos» y están sometidos a dos
Otros puramente exteriores: el «deseo» del otro y la misma
estructura universal del lenguaje. Aunque Lacan trata a los
dos como si fueran idénticos, no creo que el lenguaje sea la
única fuerza que opere en su relato. El otro lado de la fanta
sía de la omnipotencia infantil es un sentimiento de total im
potencia y sometimiento. La demanda se trasmuta en deseo.
22 Ibíd.
23 Ibíd.
tructuras lingüísticas/culturales que preceden al sujeto y que
de hecho «nos determinan como sujetos»24. Estas estructu
ras incluyen no sólo la lógica binaria del lenguaje, sino tam
bién su equivalente isomórfíco: las «estructuras elementales
del parentesco»25. Un determinante primario de estas es
tructuras de parentesco es el tabú de incesto, la «ley del pa
dre» que regula la circulación de las mujeres entre los hom
bres. Como Freud y Lévi-Strauss, Lacan cree que la interio
rización del tabú de incesto es el acto fundacional de la
cultura. Se requiere alguna fuerza externa para desgarrar la
poderosa, precultural y dualista relación madre/hijo. De for
ma similar, el vínculo erótico del hijo hacia la madre debe
ser roto para que se vea forzado a buscar una esposa fuera
de la familia. Las familias se convierten en aliadas inter
cambiando mujeres/esposas entre ellas y comienzan a con
fluir en grupos sociales mayores, gobernados por reglas ba
sadas en el parentesco.
Los lazos preedípicos son tan fuertes que nada «inter
no» en la madre o el hijo puede hacer que se separen (o di
vidan). La ley introducida por el padre debe intervenir des
de el «exterior». El tabú de incesto, apoyado por la amena
za de castración, fuerza al hijo a salir del mundo corporal,
sin fisuras ni palabras, de la simbiosis narcisista a una exis
tencia como sujeto cultural, universal y con un género espe
cífico. El falo significa el «Nombre del Padre». Pone su
marca en el hijo/sujeto. El lugar en el mundo, la sexualidad
y el género están determinados por el hecho de ser marca
dos por el falo y tener o no acceso a él. El Nombre/Ley del
Padre es equivalente a la misma cultura.
Todos los seres hablantes «se inscriben» en el lado
masculino, sin que importe cuáles puedan ser sus atributos
Género(s) y malestar
Feminismos
Relatos sobre el género
nistn and Materialism, Boston, Routledge & Kegan Paul, 1978; Hun-
ter College Women’s Studies Collective, Women ’s Realities, Women s’
Choices, Nueva York, Oxford University Press, 1983; Elaine Marks e
Isabelle de Courtivron (eds.), New French Feminisms, Nueva York,
Schocken Books, 1981; Joyce Trebilcot (ed.), Mothering: Essays in Fe
minist Theory, Totowa, N.J., Rowman & Allanheld, 1984; Sherry B.
Ortner y Harriet Whitehead (eds.), Sexual Meanings: The Cultural
Construction o f Gender and Sexuality, Nueva York, Cambridge Univer
sity Press, 1981; Nancy C. M. Hartsock, Money, Sex and Power, Nueva
York, Longman, 1983; Ann Snitow, Christine Stansell y Sharon
Thompson (eds.), The Powers ofDesire: The Politics o f Sexuality, Nue
va York, Monthly Review Press, 1983; Sandra Harding y Merrill B.
Hintikka (eds.), Discovering Reality: Feminist Perspectives on Episte-
mology, Metaphysics, Methodology and Phylosophy o f Science, Bos
ton, D. Reidel, 1983; Carol C. Gould, Beyond Domination: New Pers
pectives on Women and Philosophy, Totowa, N.J., Rowman & Allan
held, 1983; Martha Blaxall y Barbara Reagan (eds.), Women and the
Workplace, Chicago, University of Chicago Press, 1976; Isaac D. Bal-
bus, Marxism and Domination, Princeton, N.J., Princeton University
Press, 1982; Bell Hooks, Feminist Theory: From Margin to Center,
Boston, South End Press, 1984; Audre Lorde, Sister Outsider, Tru-
mansberg, N.Y., Crossing Press, 1984; Gloria T. Hull, Patricia Bell
Scott y Barbara Smith, All the Women Are White, All the Blacks are
Men, But Some ofUs Are Brave: Black Women s’ Studies, Oíd Westbury,
N.Y., Feminist Press, 1982; Sandra Harding, The Science Question in
Feminism, Ithaca, N.Y., Comell University Press, 1986; y Virginia Sa-
piro, The Political Integration o f Women, Urbana, University of Illinois
Press, 1984. Sobre la historia de la «segunda ola» del feminismo, véan
se Vicky Randall, Women and Politics: An International Perspective, 2a
ed., Chicago, University of Chicago Press, 1987; Ethel Klein, Gender
Politics, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1984; y Sara
Evans, Personal Politics, Nueva York, Vintage, 1980.
3 Helene Cixous, «The Laugh of the Medusa», en Marks y De
Courtivron, New French Feminisms.
cíente. Además, puesto que los sistemas de género parecen
suponer relaciones de dominación, quien se sienta preocu
pado por los temas del poder y la justicia debe albergar la
misma preocupación por sus operaciones. Los sistemas de
género son también un aspecto importante del contexto den
tro del que se constituye un yo. Por ello, deben ser de inte
rés para todos los que estudian los temas de individualidad,
subjetividad y conocimiento.
La identificación y el cuestionamiento de las culturas
falocéntricas se han vuelto más autoconscientes y seguros.
La cortesía se está desvaneciendo. No sin ambivalencia, an
siedad o temor, las feministas han comenzado incluso a re
clamar en lugar de repudiar «lo que la “mujer” [tenga] en
ella que es “diferente”». El estereotipo masculino ya no se
acepta como medida de excelencia, virtud o humanidad. Ya
no asumimos, como hicieron De Beauvoir y otras, que «me
diante la obtención de la misma situación que ellos [los
hombres], la [mujer] encontrará la emancipación»4. Estas
creencias parecen ahora estar impregnadas de asertos pro
blemáticos (y de género) acerca de la individualidad, la li
bertad, la creatividad, la dominación y el valor relativo de lo
diario, o tender a lo que a veces se denomina «actividad sen
sual». Estos asertos se han convertido en el tema de una in
vestigación feminista cada vez más crítica5.
Con mayor audacia, las feministas han construido nue
vos estilos: relatos sobre el género desde el punto de vista de
las mujeres. En ellos, han cambiado de forma radical las ex
pectativas sobre la trama, los personajes centrales y la mo
La organización de la producción
y la división sexual del trabajo
Las feministas socialistas han desarrollado un segundo
estilo de relatos sobre el género. Hacen hincapié en la im
portancia de las relaciones de producción para la determina
ción del poder en las sociedades. Las fuerzas económicas
tienen un carácter central en sus explicaciones de los oríge
nes y la repetición del dominio masculino. Estas teóricas
han hecho importantes contribuciones a nuestra compren
sión del sistema de géneros, pero al situar los problemas fe
ministas acerca de la producción dentro de las estructuras
marxistas obscurece muchos aspectos de los sistemas de gé
nero y la parcialidad masculinista de la misma teoría mar-
xista. Irónicamente y quizás a pesar de sus intentos, las teó
ricas feministas socialistas proporcionan en última instancia
las bases para una potente crítica del marxismo como teoría
y práctica social, centrándose en el género.
Sitúan la causa fundamental de las convenciones de gé
nero en la organización de la producción o la división sexual
del trabajo26. Como los «ortodoxos» marxistas, sostienen
que la historia tiene una naturaleza y una lógica que se desa
rrollan de forma gradual en el tiempo. La naturaleza de la
historia se entiende mejor en términos de «materialismo».
Según Marx, un examen de la actividad productiva —es de
cir, las relaciones de los propietarios con los productores, por
un lado, y las «fuerzas» de producción (tipos de maquinaria,
acumulación de capital y técnicas usadas en la producción),
por el otro— revelará los determinantes del carácter de toda
la actividad humana y los medios apropiados para transfor
mar las fuerzas opresivas de la organización social27.
En la forma más rigurosa de este planteamiento, la opre
sión de las mujeres se consideraría un derivado de las rela
ciones de clase. Esta opresión se «desvanecería» tras una re
volución socialista, junto con la explotación de una clase por
otra. En las formas menos ortodoxas del feminismo socialis
ta, se utilizan categorías fundamentales del marxismo, como
la extracción de la plusvalía y la división del trabajo, para
desarrollar explicaciones específicamente feministas acerca
de la opresión de las mujeres. La mayoría de las feministas
socialistas reconocen que estos conceptos marxistas, así
como los de trabajo y producción, no se han aplicado —y
muchas veces puede que excluyan— a muchas clases de ac
26 Véase la recopilación de ensayos en Einsenstein, Capitalist Pa-
triarchy, y Kuhn y Wolpe, Feminism and Materialism, como muestra de
algunas de las mejores obras de las feministas socialistas; véase tam
bién Lydia Saxgent (ed.), Women and Revolution, Boston, South End
Press, 1981.
27 Sobre el método de Marx, véase Karl Marx y Frederick Engels,
The Germán Ideology, Nueva York, International Publishers, 1970, en
especial la parte primera [trad. esp.: La ideología alemana, Barcelona,
Eina, 1988]. Para una aplicación y extensión de su método, véase Karl
Marx, Capital, Nueva York, International Publishers, 1967, vol. 1, espe
cialmente la primera parte [trad. esp.: El capital (O. C.), Madrid, Siglo
XXI, 1975],
tividades desempeñadas tradicionalmente por las mujeres
(entre otras, el cuidado de los niños o las tareas domésticas
sin salario). Ninguna de estas actividades, por ejemplo, pro
duce de forma directa «plusvalía». De aquí que no cuenten
como trabajo «productivo» dentro del sistema capitalista28.
Las feministas socialistas han adoptado diversas estrate
gias para superar estas omisiones en la teoría marxista. Una
de las más directas es analizar el modo de producción utili
zando las categorías marxistas clásicas, pero con una sensi
bilidad feminista hacia las relaciones de género. Por ejem
plo, han empleado el concepto de división del trabajo para
destacar que la fuerza laboral está segmentada por el géne
ro al igual que por la división entre propietarios y producto
res. Existe una «división sexual del trabajo» en la organiza
ción de la producción. Muchas mujeres están empleadas en
ocupaciones que son femeninas en un 70 por 100 o más.
Sostienen que no es una coincidencia que estas ocupaciones
sean también menos retribuidas que las que requieren una
educación y cualificación semejante pero en las que predo
minan los hombres29. Estas escritoras exponen la relación
lógica que existe entre los estereotipos de género y algunas
de las cualificaciones y conductas requeridas en el «trabajo
de las mujeres» —por ejemplo, cuidar a los niños (maestras
de escuelas elementales) u organizar y limpiar lo que ensu
cian los hombres (secretarias). Estos estereotipos hacen pa
recer natural que las mujeres realicen algunos tipos de tra
bajos y no otros. A su vez, la devaluación del estereotipo
femenino refuerza y contribuye a una devaluación del «tra
bajo de las mujeres» y los salarios que pueden exigir.
Las ideas marxistas sobre una división (sexual) del tra
bajo y un intercambio desigual (extracción de la plusvalía)
también se han aplicado a las relaciones familiares. Las so
cialistas feministas sostienen que existe una división sexual
F ragmentos
1 Estoy en deuda con los ensayos siguientes, que clarifican las rela
ciones entre posmodemismo, modernismo y la «crisis» de la filosofía:
Richard J. Bemstein, «Introducción» a Habermas and Modemity, ed.
de Richard J. Bemstein, Cambridge, Mass., MIT Press, 1985; Kenneth
Bayes, James Bohman y Thomas McCarthy, «General Introduction»,
en After Philosophy: End or Transformation, ed de Kenneth Baynes, Ja
mes Bohman y Thomas McCarthy, Cambridge, Mass., MIT Press,
1978; Alice A. Jardine, Gynesis: Conjigurations of Women and Moder-
nity, Ithaca, N.Y., Comell University Press, 1985; Jonathan Culler, On
Deconstruction: Theory and Criticism After Structuralism, Ithaca, N.Y.,
Comell University Press, 1982 [trad. esp.: Sobre la deconstrucción,
Madrid, Cátedra, 1984]; Andreas Huyssen, «Mapping the Postmo-
dem», en The Crisis of Modemity: Recent Critical Theories of Culture
and Society in the United States and West Germany, ed. de Gunter H.
Lenz y Kurt L. Shell, Boulder, Colo., Westview Press, 1986; Samuel
Weber, «Demarcations: Decontructions, Institutionalization and Ambi-
valence», en Lenz y Shell, Crisis of Modemity, John Rajman, Michell
Foucault: The Freedom of Philosophy, Nueva York, Columbia Univer
sity Press, 1985; Jonathan Arac, «Introduction» en Postmodemism and
Politics, ed. de Jonathan Arac, Minneapolis, University of Minnesota
Press, 1986; David Hoy, «Jacques Derrida», en The Retum of Grand
con el pensamiento posmodemo es que esa lucha, y por
consiguiente su entendimiento de la cultura occidental con
temporánea, se (re)sitúa y entiende sobre todo como si estu
viera dándose dentro de la historia de lafilosofía occidental.
El discurso posmodemo está constituido por una serie de
tentativas para cerrar las puertas o los caminos de regreso a
los modos de pensamiento o promesas de felicidad ilustra
dos. Esto es precisamente lo que encuentro más valioso y
problemático. A diferencia de la obra de otros críticos radi
cales como Habermas o Marcuse, los posmodemos cuestio
nan si es necesario y deseable completar el «proyecto de
modernidad» o hacer efectivas las promesas «emancipado
ras» de la cultura burguesa/ilustración2. Al rechazar la pers
pectiva teológica de la historia implícita en tales afirmacio
nes, los posmodemos nos animan a crear modos de pensa
miento y práctica alternativos, fuera del imperativo de este
proyecto. La ruptura de la equiparación de modernidad,
ilustración y emancipación abre un espacio para explorar el
«lado oscuro» de la razón y la modernidad con mayor pro
fundidad de lo que fueron capaces Horkheimer y Adorno3.
Los posmodemos van más allá de su crítica para poner en
16 Ibíd., págs. 227 y 230. Sobre este punto, véase también «Signa-
ture Event Context», en Margins.
17 Jacques Derrida, «From Restricted to General Economy: A He-
gelianism Without Reserve», en Writing and Difference, pági
nas 259,260,263 y 268.
para hacer que el sentido se deslice, denuncie o se desvíe
de él»18.
Escribir no puede ser la consumación o Aufhebung de
la filosofía. Más bien, al liberar las huellas poéticas que
hay en su interior, al desear al Otro y evocarlo, la escritu
ra puede deshacer la «violencia de la metafísica». «El len
guaje no violento, en el último análisis, sería un lenguaje
de pura invocación». Funcionaría sin el verbo «ser» pues
to que la «predicación es la primera violencia»19. Libera
da de la obligación de significar, de presentar al ser y su
unidad en un lenguaje transparente, la escritura efectúa la
destrucción desde dentro del discurso filosófico. «Multi
plica las palabras, las precipita una contra otra, las sumer
ge también, en una sustitución infinita e infundada cuya
única regla es la afirmación soberana del juego fuera del
significado»20.
El «surgimiento intruso» en la escena de la escritura
plantea la cuestión incontestable del «habla y el significa
do»21. Escribir es también el espacio del otro: de la disemi
nación, de una multiplicidad «irreductible y generativa, el
complemento y la turbulencia de una cierta carencia fractu
ra el límite del texto, prohibiendo su formalización exhaus
tiva y cerrada»22. Sólo dentro de ese espacio podemos espe
rar enfrentamos al Ser sin nombre, lo Real (no representa
do). Éste también es el espacio para las «estrategias» de
lecturas infinitas, no para representar lo Real en una totali
dad final encerrada. Este espacio ha de ser el des-plaza-
miento de la filosofía.
El concepto de Derrida sobre lo Real es algo contradic
torio. Por una parte, se dice que todo concepto finito y uni
tario de lo real es simplemente un efecto de un conjunto de
S in conclusiones
El género
4 Luce Irigaray, This Sex Which Is Not One, trad. de Catherine Por-
ter, Ithaca, N.Y., Comell University Press, 1985, págs. 95 y 96.
5 Ibíd., pág. 94.
mujeres que tienen dificultades para reconocer las diferen
cias dentro de las relaciones. En cada género, estas prácticas
sociales producen una disposición para tratar la experiencia
como si fuera sólo de un tipo u otro y no tolerar las diferen
cias, la ambigüedad y el conflicto. En las teorías feministas,
estas dificultades se encuentran y se reflejan en el trata
miento o falta de reconocimiento de las diferencias entre las
mujeres, así como en los escritos sobre otros temas diversos,
que incluyen: sexualidad, agresión, hijos, maternidad, en
camación, ética y las virtudes y atributos «tradicional» o
«estereotípicamente femeninos»; las relaciones apropiadas
entre los dominios «público» y «privado» y su significado;
la dominación masculina, y las formas apropiadas de la mis
ma teorización feminista.
Sus teóricas sólo han comenzado a analizar de forma
crítica cómo nuestras experiencias nos predisponen y capa
citan para pensar de ciertos modos pero no de otros. Entre
esas experiencias se encuentran convertirse en persona en
una sociedad en la que la clase, la raza y el género constitu
yen las relaciones sociales y en la que las pretensiones de
conocimiento se conectan de forma integral con el poder. La
aplicación de la teoría psicoanalítica al proceso y el conteni
do de la teorización feminista puede revelar actos femeni
nos de represión y desplazamiento. Al hacer conscientes ta
les actos, las teóricas feministas pueden comenzar a recono
cer y superar el género y otras cegueras relacionadas.
El conocimiento
El yo
En los tres modos de pensamiento, la concepción ilus
trada de un yo unitario o esencialmente racional está «des
centrada». La noción psicoanalítica del inconsciente socava
la creencia de que sea posible tener un acceso privilegiado,
un conocimiento preciso o un control de la propia mente.
Tanto las teorías sobre los «impulsos» de Freud como sus
posteriores planteamientos estructurales sobre la mente ero
sionan las distinciones entre razón y sinrazón, y mente y
cuerpo, esenciales para los conceptos ilustrados del yo.
No obstante, en ciertos sentidos, como afirman los pos
modemos, el pensamiento freudiano sigue dentro del pro
yecto ilustrado. Su énfasis en el poder liberador de la per
cepción racional; su concepto individualista del yo; su des
confianza en lo «irracional», incluidas «ilusiones» como la
religión o el inconsciente; y su insistencia en la importancia
para el individuo y la cultura de la defensa del ego y la ra
zón contra las demandas «irracionales» del deseo o la auto
ridad, lo colocan firmemente dentro de las «narrativas
maestras» de la Ilustración. Las jugadas de Freud y Lacan
para situar y combinar a las mujeres, lo irracional, el deseo
y la naturaleza «fuera» y contra la cultura también resultan
congruentes con la persistencia de estas narrativas a las que
contribuyen.
Las teóricas feministas también desplazan las ideas uni
tarias, esencialistas y asocíales o ahistóricas del yo al anali
zar los modos en los que el género entra en él y lo constitu
ye en parte, así como nuestras ideas sobre él. Han demostra
do que los relatos que los filósofos o psicólogos cuentan
sobre «el yo» tienden sobre todo a reflejar las experiencias,
problemas y actos de represión de un yo masculino, occi
dental y blanco estereotípico7. Las ideas sobre «el» yo de
penden de la existencia de juegos de relaciones sociales es
pecíficos, incluido el género. Por ejemplo, Kant y otros fi
lósofos distinguen nuestro yo fenoménico y encamado de
otro nouménico (superior), racional y transcendental. El yo
nouménico puede ser libre debido precisamente a que se le
quita la contingencia empírica. La posibilidad y verosimili
tud de tales distinciones se apoya en parte en la existencia
anterior de una división del trabajo basada en el género. En
ella, las mujeres se hacen responsables de los procesos cor
porales y los representan, dejando «libres» a los filósofos
(masculinos) para contemplar el mundo nouménico. A su
vez, la falta de participación consciente en estos procesos y
la existencia de toda una clase de personas que comparte ex
periencias sociales similares hace creíble la división entre lo
nouménico y lo fenoménico.
Sólo cuando entran en el discurso filosófico o lo cues
tionan personas con un juego diferente de experiencias, es
tas distinciones pierden su «verosimilitud» intuitiva. Enton
ces surgen cuestiones diferentes (por ejemplo, no cuál es la
relación entre mente y cuerpo, sino más bien por qué debe
asumirse que esa distinción es significativa o central para el
discurso filosófico o por qué lo contingente se considera
sólo como una íuente de aprisionamiento). Esta valoración
de lo contingente y el predominio de ciertas cuestiones den
tro de la filosofía refleja en parte la prevalencia de las rela
ciones de dominio en las que sólo los aprisionados se ocu
pan de nuestra existencia contingente.
Las teóricas feministas, como los psicoanalistas de las
relaciones de objeto, recalcan la importancia central de las
El poder y la justicia
Por sus propias lógicas, ni las teóricas feministas ni los
posmodemos pueden declararse neutrales o indiferentes en
cuanto a política. Los posmodemos afirman que el conoci
miento y el poder están inextricablemente entrelazados. La
obra de Foucault nos anima a volver a conceptuar el poder y
la complejidad de sus operaciones. No obstante, aunque en
cuentro convincente mucho de lo que tiene que decir sobre
los cambios de la naturaleza del poder y el estado, las mu
chas ausencias de sus discursos y los de otros posmodemos
son preocupantes.
Los discursos posmodemos contienen al menos presu
puestos tácitos sobre el potencial emancipador de liberar las
diferencias y rechazar las totalidades. Sin embargo, más allá
de esto no está claro que el posmodemismo tenga o pueda
ofrecer una visión positiva de la justicia o de una vida bue
na. Un proyecto deconstructivo debe despejar espacios en
los que puedan florecer muchas formas de vida locales o de
sordenadas. Pero, hasta ahora, los posmodemos han tenido
poco que decir sobre cómo o por qué los discursos totaliza
dores se contraerían o cesarían su expansión imperialista.
Tampoco tienen mucho que decir acerca de las prácticas y
saberes concretos que pueden reemplazar los actuales.
En cierto modo, el posmodemismo hace más difícil dis
cutir las cuestiones de justicia y poder. Estos fragmentos
perturban las narrativas maestras de Occidente y los juegos
de lenguaje en los que términos como libertad y emancipa
ción adquieren significado. Al considerar su significado,
empezamos a dudar acerca de hablar de nuestro bien o pres
cribirlo para los otros. Es difícil separar el discurso norma
tivo de los ejercicios de poder potenciales o conceptuarlo de
otro modo que no sea dominación.
Escritores como Rorty sostienen que el pragmatismo o
el pluralismo están en consonancia con los proyectos pos
modernos. Sin embargo, como sabe cualquiera que conozca
la historia del pensamiento político occidental, el pluralismo
o el pragmatismo presentan muchos problemas como teoría
o práctica10. Los posmodemos pasan por alto o no recono
cen muchas de estas importantes dificultades. Los proble
mas políticos intrínsecos tanto en el pluralismo como en el
pragmatismo incluyen de qué modo resolver el conflicto
existente entre voces que compiten; cómo asegurar que to
dos tengan oportunidad de hablar; cómo lograr que todas las
voces cuenten lo mismo; cómo afirmar si la igualdad o la
participación son necesarias en todos los casos o en cuáles
de ellos; cómo efectuar la transición desde el presente en el
que muchas voces no pueden hablar, están necesariamente
excluidas, o no son escuchadas por una más pluralista;
cómo instilar y garantizar la preferencia de la palabra sobre
el uso de la fuerza; y cómo compensar por las consecuen
cias políticas de una distribución y control de los recursos
desigual. La ausencia de discurso sobre estas cuestiones re
fuerza la sospecha de que la política deconstructiva puede
ser más atractiva para quienes están acostumbrados a —y
confían en— que sus voces se escuchen en casi todas las
conversaciones y por ello no sienten una necesidad particu
lar de preocuparse por tales «detalles».
Las teóricas feministas no comparten ni pueden com
partir esa confianza. Las narraciones feministas de la Histo
ria del Hombre se centran en las relaciones de dominación.
No recuentan primordialmente la Historia como la de la ti
ranía de la «metafísica de la presencia», sino más bien como
la persistencia de asimetrías de poder entre hombres y mu
jeres; la negación del Ser, la igualdad y la justicia a las mu
jeres por los hombres mediante relaciones sociales concre
tas; y la lucha ganada en parte de las mujeres contra estas re