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EVOLUCIONISMO EN
AMÉRICA Y EUROPA
Antropología, Biología,
Política y Educación
al apoyo
Gracias al apoyo del
delproyecto
«proyecto dede investigaciónPensamiento
investigación «Pensamiento evolucionista
evolucionista en
en Ecuador
el el Ecuador» IP760,
IP760, y ely proyecto
el proyecto VE234
VE234 VIVI«Coloquio
Coloquio Internacional
Internacional sobre
sobre
Darwinismo
Darwinismo en en Europa
Europa yy América,
América»,patrocinados
patrocinadosporporFLACSO
FLACSOEcuador»,
Ecuador, yy
del proyecto de investigación patrocinado por el Ministerio
Ministerio de
de Economía
Economía yy
Imagen de cubierta: George Wick, Julia Pastrana. Library, London.
Competitividad
Competitividad
Imagen
deEspaña
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de contracubierta:
(MEC)
(MEC)
Cartel.
con referencia
con referencia
Julia Pastrana,
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HAR2013-48065-C2-2-P
la mujer mono de México.
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España
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A Thomas F. Glick,
pionero y maestro del estudio de la
recepción comparada del darwinismo
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ÍNDICE
PRESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Dos Revoluciones: Copérnico y Darwin ................................................................. 17
Francisco J. Ayala
Encuestas sobre las «razas humanas» e instrucciones antropológicas de la British
Association for the Advancement of Science . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
Consuelo Naranjo Orovio y Miguel Ángel Puig-Samper
Estudios evolucionistas en las Islas Canarias en el contexto de la expansión
colonial alemana en África . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
Marcos Sarmiento Pérez
Más allá de Darwin. La búsqueda del «hombre-mono» y las propuestas de
hibridación entre humanos y antropomorfos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
Francisco Pelayo
El mono desciende del hombre: Westenhöfer contra Darwin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
Marcelo Sánchez y Francisco Pelayo
Agustín Stahl y Los indios borinqueños. Un estudio etnográfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
María Teresa Cortés Zavala
El hombre prehistórico en la literatura mexicana del siglo XIX .............................. 111
José Alfredo Uribe Salas
Reflexiones sobre el impacto del darwinismo en las ciencias naturales y
humanas, en el México del siglo XIX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129
Eduardo Corona-M. y Arturo Argueta Villamar
Humano o Animal. Notas para una historia cultural de la hipertricosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
Carmen Ortiz García
Eugenesia, cultura científica y cultura política. Apuntes para repensar una relación
incómoda. Argentina (1900-1939) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
Gustavo Vallejo
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PRESENTACIÓN
La reflexión y debate sobre el origen y evolución de las especies, y sus implicaciones filo-
sóficas, teológicas y científicas, han ejercido una fascinación entre los seres humanos por
lo menos desde el siglo XIX, especialmente a partir de la publicación de la obra de Charles
Darwin, El origen de las especies, en 1859. Los debates suscitados por el mecanismo de la
selección natural primero, y en torno al origen de la especie humana casi de inmediato,
trascendieron los ámbitos de la historia natural y la biología, permeando otras esferas de
la investigación, el pensamiento y la cultura. La revolución darwiniana suscitó apasionados
y en ocasiones ideologizados debates en la sociología, la antropología, la medicina, el colo-
nialismo, la educación, la política, la ética, el arte. La teoría de la evolución se convirtió
en un elemento a veces más central, a veces marginal, de las discusiones sobre las «razas»
humanas y sus relaciones de poder, los proyectos eugenésicos, los determinismos geográ-
ficos, entre otros. Y con el tiempo también se fue tornando en objeto de análisis histórico,
de las complejas formas mediante las cuales las ideas evolucionistas han circulado en el
mundo. Precisamente la reflexión sobre ese tema ha sido el objetivo de la Red de Estudios
de Historia de la Biología y la Evolución, cuyo VI Coloquio Internacional sobre Darwi-
nismo en Europa y América fue celebrado en Puerto Ayora (isla Santa Cruz, Galápagos,
Ecuador), entre el 20 y 23 de mayo de 2015, y cuyas memorias componen este libro.
Galápagos pareció una sede adecuada para reunir a la Red de Estudios de Historia de
la Biología y la Evolución, por ser uno de los territorios paradigmáticos en la vida de Char-
les Darwin y en su teoría de la evolución por selección natural. La historia de la evolución
cruza recurrentemente el archipiélago hasta nuestros días; por su aislamiento y alto ende-
mismo las islas continúan siendo un sitio privilegiado para investigar la transformación de
las especies.
La reunión en Galápagos tuvo el propósito de permitirnos reflexionar sobre el papel
de esas islas en la teoría de la evolución, pero también sobre las tensiones, continuidades,
fracturas y polémicas que se produjeron y continúan dándose durante la circulación del
darwinismo como cultura en diferentes contextos americanos y europeos. La invitación fue
realizada por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO sede Ecuador), la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Consejo Superior de Investigacio-
nes Científicas de España (CSIC), el Parque Nacional Galápagos y la Fundación Charles
Darwin. Este libro, editado por tres de esas instituciones, con el apoyo de Ediciones Doce
Calles y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), contiene muchos de los tra-
bajos presentados por cerca de 50 investigadores provenientes sobre todo de España y
México, pero también de Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Estados Unidos e Italia. En el
evento ocurrieron discusiones sobre las imbricaciones del darwinismo con la ética, la
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Los Editores
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INTRODUCCIÓN
Existe una versión de la historia de las ideas que establece un paralelismo entre las
revoluciones copernicana y darwiniana. Según esta versión, la Revolución Coperni-
cana consistió en desplazar a la Tierra de su lugar anteriormente aceptado como cen-
tro del universo, situándola en un lugar subordinado como un planeta más que gira
alrededor del Sol. De manera congruente, se considera que la Revolución Darwiniana
consistió en el desplazamiento de la especie humana de su eminente posición como
centro de la vida sobre la Tierra, con todas las demás especies creadas al servicio de
la humanidad y convirtiéndola en una especie más, entre miles y miles de ellas. Según
esta versión de la historia intelectual, Copérnico había llevado a cabo su revolución
con la teoría heliocéntrica del sistema solar. La contribución de Darwin se debe a su
teoría de la evolución orgánica.1
1
Sigmund Freud (1856–1939) interpreta las dos revoluciones en el sentido tradicional: la Revolución
Copernicana había removido la Tierra como centro del Universo y la Revolución Darwiniana había
removido a la especie humana del centro de la vida. Freud añade que las dos revoluciones constituyen
insultos contra la imagen que la humanidad tenía de sí misma: «Humanity in the course of time had to
endure from the hands of science two great outrages upon its naïve self-love. The first was when it realized
that our earth was not the centre of the universe, but only a tiny speck in a world-system of a magnitude
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Esta versión de las dos revoluciones es inadecuada: lo que dice es cierto, pero pasa
por alto lo que es más importante respecto a estas dos revoluciones intelectuales, es
decir, que iniciaron el comienzo de la ciencia en el sentido moderno de la palabra.
Estas dos revoluciones deben verse conjuntamente como una única revolución cien-
tífica, con dos etapas, la copernicana y la darwiniana.
La llamada Revolución Copernicana dio comienzo propiamente con la publicación
en 1543, el año de la muerte de Nicolás Copérnico, de su De revolutionibus orbium
celestium («Sobre las revoluciones de las esferas celestiales»), y culminó con la publi-
cación en 1687 de la Philosophiae naturalis principia mathematica («Los principios
matemáticos de filosofía natural») de Isaac Newton. Los descubrimientos de Copér-
nico, Kepler, Galileo, Newton, y otros, en los siglos XVI y XVII, habían avanzado gra-
dualmente una concepción del universo como materia en movimiento gobernada por
leyes naturales. Se demostró que la Tierra no es el centro del universo, sino un peque-
ño planeta que gira alrededor de una estrella mediana; que el universo es inmenso en
espacio y en tiempo; y que los movimientos de los planetas en torno al Sol se pueden
explicar por las mismas leyes sencillas que explican el movimiento de los objetos físi-
cos en nuestro planeta. Leyes como f = m x a (fuerza = masa x aceleración); o la ley
de atracción f = g (m1.m2)/r² (la fuerza de atracción entre dos cuerpos es directamente
proporcional al producto de sus masas, pero inversamente relacionada al cuadrado
de la distancia que los separa).
Estos y otros descubrimientos expandieron enormemente el conocimiento huma-
no. La revolución conceptual que trajeron consigo fue aún más fundamental: un com-
promiso con el postulado de que el universo obedece leyes inmanentes que explican
los fenómenos naturales. Los funcionamientos del universo fueron llevados al dominio
de la ciencia: explicación a través de leyes naturales. Los fenómenos físicos podrían
ser explicados cuando las causas se conociesen adecuadamente.
Los avances de la ciencia física llevados a cabo por la Revolución Copernicana
habían llevado la concepción que la humanidad tiene del universo a un estado de
cosas esquizofrénico, que persistió hasta bien mediado el siglo XIX. Las
explicaciones científicas, derivadas de las leyes naturales, dominaban el mundo de
la materia inanimada, así en la Tierra como en el cielo. Las explicaciones
sobrenaturales dependientes de las insondables acciones del Creador, explicaban el
origen y la configuración de las criaturas vivas: las realidades más diversas,
complejas e interesantes del universo. Así, por ejemplo, el teólogo inglés William
Paley (1743-1805) en su Natural Theology («Teología Natural») de 1802 argüía que
«No puede haber diseño sin diseñador; invención sin inventor; orden, sin elección;
hardly conceivable; this is associated in our minds with the name of Copernicus, although Alexandrian
doctrines taught something very similar. The second was when biological research robbed man of his
peculiar privilege of having been specially created, and relegated him to a descent from the animal world,
implying an ineradicable animal nature in him: this transvaluation has been accomplished in our own time
upon the instigation of Charles Darwin, Wallace, and their predecessors, and not without the most violent
opposition from their contemporaries» (Freud, 1993: 562). Freud añade, dándose importancia a sí mismo,
que «el tercero y más severo de los ataques contra la imagen grandiosa que los humanos tenían de sí
mismos» tuvo lugar en el siglo XX, llevado a cabo por el psicoanálisis, que muestra que el «ego humano no
está mi siquiera a cargo en su propia casa.»
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notables sus picos distintivos, adaptados para hábitos alimentarios dispares: cascar
nueces, sondear en busca de insectos, atrapar gusanos.
Además de El origen de las especies, su libro mejor conocido, Darwin publicó
muchos más, en especial The Descent of Man and Selection in Relation to Sex [La des-
cendencia humana y la selección relacionada con el sexo] (1871), que extiende la teoría
de la selección natural a la evolución humana.
Darwin es justamente reconocido como el autor original de la teoría de la evolu-
ción. En El origen de las especies, publicado en 1859, acumuló pruebas que demostra-
ban la evolución de los organismos. Pero Darwin logró algo mucho más importante
para la historia intelectual que demostrar la evolución. De hecho, acumular pruebas
de la descendencia común con diversificación fue un objetivo subsidiario de la obra
maestra de Darwin. El origen de las especies es, primero y ante todo, un esfuerzo sos-
tenido por resolver el problema de explicar de manera científica el diseño de los orga-
nismos. Darwin trata de explicar las adaptaciones de los organismos, su complejidad,
diversidad y maravillosos ingenios como resultado de procesos naturales. La evidencia
de la evolución surge porque la evolución es una consecuencia necesaria de la teoría
del diseño de Darwin.
LA REVOLUCIÓN DARWINIANA
Darwin aceptaba que los organismos están «diseñados» para ciertos cometidos,
es decir, están organizados desde un punto de vista funcional. Los organismos están
adaptados a ciertas formas de vida y sus partes están adaptadas para realizar ciertas
funciones. Los peces están adaptados para vivir en el agua, los riñones están diseñados
para regular la composición de la sangre, la mano humana está hecha para manejar
objetos. Pero Darwin pasó a proporcionar una explicación natural del diseño. Los
aspectos aparentemente diseñados de los seres vivos ahora se podían explicar, al igual
que los fenómenos del mundo inanimado, por medio de los métodos de la ciencia,
como el resultado de leyes naturales manifestadas en los procesos naturales.
Darwin consideraba el descubrimiento de la selección natural (y no su demostra-
ción de la evolución) como su principal descubrimiento y lo designó como «mi teo-
ría,» una designación que nunca usaba cuando se refería a la evolución de los
organismos. El descubrimiento de la selección natural; la conciencia de Darwin de
que se trataba de un descubrimiento de enorme importancia porque era la respuesta
de la ciencia al argumento a partir del diseño; y la designación que Darwin hacía de
la selección natural como «mi teoría» se pueden rastrear en sus cuadernos de notas,
Red and Transmutation Notebooks B to E, comenzados en marzo de 1837, no mucho
después de su regreso el 2 de octubre de 1836 de su viaje de cinco años alrededor del
mundo en el HMS Beagle, y completados a finales de 1839.
La evolución de los organismos era un hecho comúnmente aceptado por los natu-
ralistas en las décadas centrales del siglo XIX. La distribución de especies exóticas por
Suramérica, en Galápagos y en otras partes, y el descubrimiento de restos de animales
extinguidos hace mucho tiempo, confirmaron la realidad de la evolución en la mente
de Darwin. El desafío intelectual era descubrir la explicación que daría cuenta del
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origen de las especies, cómo nuevos organismos habían llegado a adaptarse a su medio
ambiente.
Al comienzo de sus Notebooks de 1837 a 1839, Darwin registra su descubrimiento
de la selección natural y se refiere ya a él como «mi teoría.» A partir de entonces y
hasta su muerte en 1882, su vida estaría dedicada a sustanciar la selección natural y
sus postulados acompañantes, principalmente la difusión de la variación hereditaria
y la enorme fertilidad de los organismos, que sobrepasan con mucho la capacidad de
los recursos disponibles. La selección natural se convirtió para Darwin en «una teoría
por la cual trabajar.» De forma incesante prosiguió sus observaciones y realizó expe-
rimentos para poner a prueba la teoría y resolver posibles objeciones.
la selección natural, excluía a Dios de la explicación del diseño obvio de los organis-
mos. La oposición de la Iglesia Católica Romana a Galileo en el siglo XVII ya había
sido motivada, de manera similar, no sólo por la aparente contradicción entre la teoría
heliocéntrica y la interpretación literal de la Biblia, sino también por el intento inde-
coroso de comprender el funcionamiento del universo, la «mente de Dios». Desde
entonces, la configuración del universo ya no fue percibida como el resultado del dise-
ño divino, sino simplemente como el resultado de procesos inmanentes y ciegos.
Sin embargo, hubo muchos teólogos, filósofos y científicos que no vieron ninguna
contradicción, ni entonces ni ahora, entre la evolución de las especies y la fe cristiana.
Algunos ven la evolución como el «método de la divina inteligencia», en palabras del
teólogo del siglo XIX, A. H. Strong. Otros, como el contemporáneo norteamericano
de Darwin, Henry Ward Beecher (1818-1887), hicieron de la evolución la piedra angu-
lar de su teología. Estas tradiciones han persistido hasta el presente. El Papa Juan
Pablo II dijo en octubre de 1996: «la teoría de la evolución ya no es una mera hipótesis.
Está [...] aceptada por los investigadores, tras una serie de descubrimientos en diver-
sos campos del conocimiento».
El argumento de selección natural de Darwin trata de explicar el carácter adapta-
tivo de los organismos. Darwin sostiene que las variaciones adaptativas («variaciones
útiles en algún sentido a cada ser») aparecen ocasionalmente y que éstas probable-
mente incrementarán las posibilidades reproductivas de sus portadores. Las variacio-
nes favorables serán preservadas a través de las generaciones mientras que las
perjudiciales serán eliminadas. Darwin añade: «No alcanzo a ver un límite para este
poder [la selección natural] que adapta lenta y hermosamente cada forma a las más
complejas relaciones de la vida». La selección natural fue propuesta por Darwin en
primer lugar para explicar la organización adaptativa, o «diseño», de los seres vivos;
es un proceso que promueve o mantiene la adaptación. El cambio evolutivo a lo largo
del tiempo y la diversificación evolutiva (multiplicación de las especies) no están pro-
movidos directamente por la selección natural (y así se da la llamada «estasis evoluti-
va», los numerosos ejemplos de organismos con una morfología que ha cambiado
poco, si es que ha cambiado, durante millones de años). Pero el cambio y la diversi-
ficación a menudo surgen como subproductos de la selección natural impulsando la
adaptación.
SELECCIÓN NATURAL
mayor frecuencia. La selección natural actúa de ese modo, pero es mucho más que
un proceso puramente negativo, pues es capaz de generar novedad incrementando la
probabilidad de combinaciones genéticas que de otro modo serían altamente impro-
bables. En un sentido la selección natural es creativa. No «crea» las entidades sobre
las que actúa, sino que produce combinaciones genéticas adaptativas que de otro
modo no hubiesen existido.
El papel creativo de la selección natural no se debe entender en el sentido de la
creación «absoluta» que la teología cristiana tradicional predica del acto divino por
el cual el universo fue creado ex nihilo. La selección natural puede más bien ser com-
parada con un pintor que crea un cuadro mezclando y distribuyendo los pigmentos
sobre el lienzo de diversas maneras. El lienzo y los pigmentos no son creados por el
artista, el cuadro sí. Es concebible que una combinación azarosa de pigmentos o pie-
dras pudiese dar como resultado un todo ordenado como lo son una obra de arte o
un edificio. Pero la probabilidad de que la Mona Lisa de Leonardo da Vinci o el Guer-
nica de Pablo Picasso hayan resultado de la asociación al azar de pigmentos de múl-
tiples colores es infinitamente pequeña. Del mismo modo, la combinación de unidades
genéticas que portan la información hereditaria responsable de la formación de un
ojo de vertebrado no se habría podido producir jamás simplemente por un proceso
al azar como el de las mutaciones genéticas—ni siquiera si consideramos los más de
tres mil millones de años de existencia de la vida en la Tierra. La complicada anatomía
del ojo, lo mismo que el funcionamiento exacto del riñón, es el resultado de un pro-
ceso que no es al azar: la selección natural.
DE MONOS Y PINTORES
A veces los críticos han alegado, como argumento en contra de la teoría de la evo-
lución de Darwin, ejemplos que muestran que los procesos al azar no pueden dar
lugar a resultados organizados, con sentido. Así se señala que un grupo de monos
mecanografiando al azar jamás escribiría El origen de las especies, ni siquiera si deja-
mos que muchas generaciones de monos, durante millones de años, se sienten ante
unas máquinas de escribir.
La crítica sería válida si la evolución dependiese únicamente de procesos al azar.
Pero la selección natural no es un proceso al azar, sino que promueve la adaptación
seleccionando combinaciones que «tienen sentido», o sea, combinaciones que son
útiles para los organismos. La analogía de los monos sería más apropiada si existiese
un proceso por el cual, primero las palabras con sentido se eligieran cada vez que apa-
reciesen en la máquina de escribir; y después también tuviésemos máquinas de escribir
con teclas con las palabras previamente seleccionadas en lugar de simples letras y que,
de nuevo, hubiese un proceso de selección de las frases con sentido cada vez que apa-
reciesen en este segundo tipo de máquina de escribir. Si cada vez que palabras como
«el», «origen», «especies», y así sucesivamente, apareciesen en el primer tipo de
máquina, se convirtiesen en teclas del segundo tipo de máquina, ocasionalmente éstas
producirían algunas frases con sentido. Si tales frases se incorporasen a las teclas de
un tercer tipo de máquina, en la que se seleccionara un párrafo con sentido cada vez
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que apareciese, está claro que al final se podrían producir páginas e, incluso, capítulos
«con sentido».
No necesitamos llevar la analogía tan lejos, puesto que no es satisfactoria ni mucho
menos, pero la cuestión está clara. La evolución no es el resultado de procesos pura-
mente al azar, sino más bien es un proceso «selectivo», que escoge las combinaciones
adaptativas porque éstas se reproducen más efectivamente y, por tanto, acaban por
establecerse en las poblaciones. Estas combinaciones adaptativas constituyen, a su
vez, nuevos niveles de organización sobre los que actúan de nuevo las mutaciones
genéticas (al azar) y la selección (direccional y no al azar).
La analogía entre un pintor o un arquitecto y la selección natural es deficiente en
un sentido importante. Normalmente un pintor o arquitecto parte de una preconcep-
ción de lo que quiere pintar o construir y modificará la pintura para que represente
la imagen que quiere o construirá el edificio intencionado. La selección natural no
tiene previsión, ni opera de acuerdo con ningún plan preconcebido. Más bien es un
proceso puramente natural que resulta de las propiedades de las entidades fisicoquí-
micas y biológicas que interaccionan entre sí. La selección natural es simplemente una
consecuencia de la multiplicación diferencial de los seres vivos. De alguna manera
puede parecer que tiene un propósito porque está condicionada por el ambiente: qué
organismos se pueden reproducir de manera más efectiva depende de qué variaciones
posean que sean útiles en el ambiente en el que viven. Pero la selección natural no
anticipa los ambientes del futuro; los cambios ambientales drásticos pueden ser insu-
perables para los organismos que antes tenían éxito.
El equipo de monos mecanógrafos también es una mala analogía de la evolución
por selección natural, porque asume que hay «alguien» que selecciona las combina-
ciones de letras y de palabras que tienen sentido. En la evolución no hay nadie que
seleccione las combinaciones adaptativas. Éstas se seleccionan a sí mismas porque se
multiplican más efectivamente que las menos adaptativas.
La analogía de los monos mecanógrafos es mejor que la del artista en un sentido,
al menos si aceptamos que no se tienen que obtener de los esfuerzos mecanográficos
de los monos frases concretas, sino simplemente cualquier frase o párrafo con sentido.
La selección natural no trata de obtener tipos de organismos predeterminados, sino
sólo organismos que están adaptados a sus ambientes presentes. Qué características
se seleccionarán depende de qué variaciones ocurran en un momento y sitio dados.
A su vez esto depende del proceso de mutación al azar, así como de la historia previa
de los organismos (en otras palabras, del perfil genético que tienen como consecuencia
de su evolución previa). La selección natural es un proceso «oportunista». Las varia-
bles que determinan en qué dirección irá son el ambiente, la constitución preexistente
de los organismos y las mutaciones que emergen al azar.
OPORTUNISMO Y DIVERSIDAD
sequedad, que implica el riesgo de desecación. Durante la mayor parte del año, a veces
durante varios años seguidos, no llueve. Las plantas han satisfecho la urgente necesi-
dad de ahorrar agua de diferentes maneras. Los cactus han transformado sus hojas en
espinas, convirtiendo sus tallos en barriles que contienen una reserva de agua; la foto-
síntesis se efectúa en la superficie del tallo en lugar de en las hojas. Otras plantas no
tienen hojas durante la estación seca, pero tras las lluvias les brotan hojas y flores y
producen semillas. Las plantas efímeras germinan a partir de semillas, crecen, florecen
y producen semillas, todo en el espacio de pocas semanas mientras es disponible el
agua de lluvia; el resto del año las semillas permanecen quiescentes en el suelo.
El proceso de selección natural puede explicar la diversidad y evolución de los
organismos como consecuencia de su adaptación a las múltiples y siempre cambiantes
condiciones de vida. El registro fósil muestra que la vida ha evolucionado de una
manera azarosa. Las radiaciones, las expansiones, las sustituciones de una forma por
otra, las tendencias ocasionales pero irregulares a cambiar en cierta dirección y las
omnipresentes extinciones, se explican mejor por la selección natural de los organis-
mos sometidos a los caprichos de las mutaciones genéticas y de los desafíos ambien-
tales. La explicación científica de estos eventos no necesita recurrir a un plan
organizado de antemano, sea impreso desde fuera por un diseñador omnisciente y
todopoderoso, sea resultado de alguna fuerza inmanente que impulsa el proceso hacia
metas definidas. La evolución biológica difiere de un cuadro o de un monumento en
que no es el resultado de un diseño preconcebido por un artista o arquitecto. La selec-
ción natural da cuenta del diseño de los organismos, porque las variaciones adaptati-
vas tienden a incrementar la probabilidad de supervivencia y reproducción de sus
portadores a expensas de aquéllas que son poco o nada adaptativas.
AZAR Y NECESIDAD
No obstante, el azar es una parte integral del proceso evolutivo. Las mutaciones
que dan lugar a variaciones hereditarias disponibles para la selección natural se ori-
ginan al azar, independientemente de si son beneficiosas o perjudiciales para sus por-
tadores. Pero este proceso al azar (así como otros que participan en el gran drama de
la vida) está contrarrestado por la selección natural, que preserva aquello que es útil
y elimina lo perjudicial. Sin mutación, la evolución no ocurriría porque no habría
variaciones que pudiesen ser transmitidas de manera diferencial de una generación a
otra. Pero sin selección natural, el proceso de mutación daría lugar a la desorganiza-
ción y la extinción porque la mayoría de las mutaciones son desventajosas. La muta-
ción y la selección han impulsado conjuntamente el maravilloso proceso que, iniciado
en los organismos microscópicos, ha generado orquídeas, aves y humanos.
La teoría de la evolución muestra al azar y la necesidad entretejidos en el meollo
de la vida; azar y determinismo están entrelazados en un proceso natural que ha dado
lugar a las entidades más complejas, diversas y bellas del universo: los organismos que
pueblan la Tierra, incluyendo los humanos que piensan y aman, están dotados de libre
albedrío y poderes creativos, y son capaces de analizar el mismo proceso evolutivo
que les ha otorgado la existencia. Éste es el descubrimiento fundamental de Darwin:
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que hay un proceso que es creativo aunque no sea consciente. Y ésta es la revolución
conceptual que Darwin completó: que todo en la naturaleza, incluyendo el origen de
los organismos vivos, puede explicarse como el resultado de procesos naturales gober-
nados por leyes naturales. Esto no es sino una visión fundamental que ha cambiado
para siempre la forma en que los humanos nos percibimos a nosotros mismos y nues-
tro lugar en el universo.
UN PROCESO CREATIVO
COLOFÓN
Darwin aceptaba que los organismos están «diseñados» para ciertos propósitos,
es decir, que están organizados desde un punto de vista funcional. Los organismos
están adaptados a ciertas formas de vida y sus partes adaptadas para realizar ciertas
funciones. Los peces están adaptados para vivir en el agua, los riñones están diseñados
para regular la composición de la sangre, la mano humana está hecha para manejar
objetos. Pero Darwin pasó a proporcionar una explicación natural de ese diseño. Los
aspectos aparentemente diseñados de los seres vivos ahora se podían explicar, al igual
que los fenómenos del mundo inanimado, por medio de los métodos de la ciencia,
como resultado de leyes naturales manifestadas en los procesos naturales.
Hay historiadores de la ciencia que citan a Darwin como el científico más impor-
tante y con más influencia de la historia. Otros dan ese honor a Newton o Einstein.
No se trata de discutir sobre quién es el mejor de los científicos, sino de reconocer el
significado de los descubrimientos de cada uno en particular. A este respecto, lo que
sí debemos reconocer es que lo más trascendente de la contribución de Darwin a la
ciencia no es que acumulara pruebas contundentes sobre el hecho de la evolución de
los organismos, aunque contribuyó de esa manera al avance de la ciencia. Lo más tras-
cendente de Darwin es que con su teoría de la selección natural completó la Revolu-
ción Copernicana, haciendo posible explicar el diseño funcional de los organismos,
las entidades más complejas y diversas del universo, como resultado de procesos natu-
rales. Hasta ese momento histórico, el diseño de los organismos se explicaba como el
resultado de una actividad intencional, como se explica el diseño de un cuadro, un
reloj o un automóvil. Parecía obvio que no había otra manera de explicarlo. El argu-
mento repetido era siempre el mismo: donde hay diseño hay diseñador. Darwin hizo
posible explicar científicamente la complejidad adaptativa y la diversidad de los orga-
nismos. Con ello, Darwin completó la Revolución Copernicana y la humanidad alcan-
zó su primer estadio de madurez científica.
La teoría de la evolución manifiesta la casualidad y la necesidad entrelazadas en
el meollo de la vida; el azar y el determinismo enzarzados en un proceso natural que
ha producido las más complejas, diversas y hermosas entidades del universo: los orga-
nismos que habitan la Tierra, entre ellos los seres humanos que piensan y aman, dota-
dos de libre albedrío y de poder creativo, y capaces de analizar el proceso mismo de
la evolución que les dio existencia. Este es el descubrimiento fundamental de Darwin,
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que hay un proceso que es creativo, aunque no sea consciente. Y esta es la revolución
conceptual que Darwin llevo a cabo: que el diseño de los organismos se puede explicar
cómo el resultado de procesos naturales gobernados por leyes naturales. Esta no es
sino una visión fundamental que ha transformado para siempre la manera como la
humanidad se percibe a sí misma y su lugar en el universo.
BIBLIOGRAFÍA
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El hecho de que Gran Bretaña fuera un imperio y a lo largo de los siglos hubiera
adquirido numerosas colonias y posesiones ultramarinas influyó decisivamente en el
interés que, a lo largo del siglo XIX, fueron cobrando los estudios de antropología y
etnología, la fundación de sociedades científicas dedicadas al estudio de los pueblos
nativos y, sobre todo, el respaldo que tuvieron distintas iniciativas para estudiar los
pueblos aborígenes que se presentaron en el Parlamento inglés. Los intereses políti-
co-estratégicos –la expansión colonia– y económicos –el desarrollo industrial en Euro-
pa y la explotación de nuevos territorios–, así como ciertos principios ideológicos,
religiosos y morales fueron acicates que impulsaron estudios que contribuyeron al
avance de la ciencia, en concreto al de la biología, la antropología y la etnología. Ello
se debió, en palabras de Harris, a un intento de racionalización del imperio que, por
otra parte, eximía de «culpa» al hombre blanco del colonialismo y sus resultados
(Harris, 1979). El interés suscitado ante la diversidad de pueblos y tribus que iban
descubriendo las expediciones científicas enviadas por las principales potencias euro-
peas, como Gran Bretaña, Francia, Alemania o Bélgica, a distintas partes del mundo,
1
Este trabajo se ha realizado en el contexto del proyecto de investigación patrocinado por el Ministerio
de Economía y Competitividad de España (MEC) con referencia HAR2013-48065-C2-2-P. También forma
parte de los resultados de la Red de excelencia de estudios sobre esclavitud y raza en Iberoamérica y el
Caribe, financiada por el MEC. Ref.: HAR2015-69172-REDT, cuya investigadora principal es Consuelo
Naranjo Orovio.
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razas en la década de 1860 (Barnes, 1960). Según Janet Browne, uno de los aspectos
de la obra de Prichard que más llamó la atención de Darwin fue lo relacionado con
el exterminio de unos pueblos por otros. Esta idea le resultó interesante ya que, en
cierta manera, guardaba relación con su teoría sobre la existencia de un origen común
del hombre, el cual habría sobrevivido por la resistencia a algún tipo de enfermedad
o parásito (Browne, 2008). Influido por William Charles Wells, Prichard desde la orto-
doxia monogenista introdujo la idea de que el primer ser humano había sido negro.
Defendió la idea de la permanencia de variedades en el hombre y en los animales infe-
riores y examinó algunos de los factores que las podrían haber causado. Siguiendo la
teoría de la perfectibilidad, Prichard consideraba que la civilización era el factor que
había producido las variedades blancas de la especie humana: «el progreso de la espe-
cie humana es la trasmutación de los caracteres del negro en los del europeo, o la evo-
lución de variedades blancas de razas negras» (Prichard, 1813). Pensaba que el
progreso y la civilización podían contribuir a que las poblaciones fueran convirtién-
dose en blancas, y, aunque admitía la desigualdad entre los pueblos en términos de
superioridad innata del hombre blanco e inferioridad del resto las poblaciones, se
mostró contrario a la esclavitud. Hay que señalar que la crítica o la defensa de la escla-
vitud de los científicos del siglo XIX no guardaba relación con sus planteamientos teó-
ricos pudiendo justificarse desde posiciones monogenistas como fue el caso de John
Bachman, o bien criticarla, aún admitiendo la inferioridad de las poblaciones no blan-
cas, a partir de planteamientos humanitarios y cristianos como fue el caso de Sir
William Lawrence.
En el terreno social, Prichard pensaba que la pirámide social se correspondía con
el color de la piel, y al igual que los bárbaros y los salvajes eran más oscuros que los
grupos civilizados, también lo eran las clases bajas de las sociedades civilizadas. Dicho
planteamiento también ayudaba a responder y justificar la existencia de desigualdades
y jerarquías sociales. Para explicar el blanqueamiento de los grupos, aplicó un prin-
cipio parecido al de la selección sexual que luego desarrolló Darwin: la naturaleza
habría implantado en la especie humana una idea de belleza por la que los aparea-
mientos tendían a favorecer a los tipos menos pigmentados. A medida que la civiliza-
ción actuaba sobre los salvajes, la percepción del ideal iba cuajando y ellos mismos
iban haciéndose cada vez más claros. De esta manera, con el tiempo las razas se irían
pareciendo ya que el poder de la civilización actuaría sobre las razas inferiores. En
este punto faltaba saber por qué algunas razas progresarían en ese sentido, que es lo
que Darwin explicó a través de la teoría de la lucha por la vida (Hodgkin, 1850; Gre-
ene, 1959). Esta idea de la civilización y el progreso de James Cowles Prichard fue
cediendo paso a las tesis de quienes pensaban que las razas inferiores desaparecerían
por imposición de las superiores y que la extinción de los no europeos era un hecho.
Para muchos, su inferioridad explicaba su desaparición y justificaba su extinción «los
pueblos exterminados pertenecían todos a las razas de color [...] formaba parte de la
evolución natural del mundo» (Curtin, 1964). En su análisis de la especie humana,
Prichard la estudió como un todo. Sus investigaciones le llevaron a estudiar las lenguas
y a realizar estudios etnológicos. El método que siguió fue comparar las doctrinas
mitológicas y filosóficas y las instituciones civiles del antiguo Egipto con otras que se
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Por otra parte, la encuesta indicaba la manera en la que debía recogerse la infor-
mación, teniendo cuidado en reunir meticulosamente no solo las respuestas a las pre-
guntas, sino aquellas particularidades que resultaran de interés y que no estuvieran
recogidas en la encuesta. La recolección de los datos ayudaría a tener bocetos de espe-
címenes típicos y a comprender otras descripciones.
Aunque existía una mayor dificultad de describir los órganos internos y los vasos
sanguíneos, se señalaba la utilidad de observarlos ya que las variedades podían pre-
valecer a nivel local en relación con la raza. La trasmisión de los caracteres físicos que
prevalecían en las generaciones más jóvenes se completaba con la observación de otros
rasgos relacionados con los matrimonios mixtos relativos a la salud, la longevidad, el
carácter físico o intelectual.
En el apartado del lenguaje se indicaba que se señalara si el idioma era conocido
por los filólogos, y se observara si era un dialecto, así como que se recogiera el mayor
vocabulario posible. Las preguntas debían hacerse a varios individuos a la vez que las
entrevistas deberían ser realizadas por distintas personas para evitar errores producto
de la expresión o audición. La recogida de frases, expresiones o cualquier pieza de
prosa serviría para conocer el alcance y difusión de esa lengua. También merecía aten-
ción la existencia de uno o varios idiomas, si poblaciones con características físicas
similares hablaban el mismo idioma o tenían idiomas diferentes. En este caso, tendría
que determinarse el número y las circunstancias geográficas y políticas que pueden
explicar estas diferencias.
El apartado de vida individual y familiar contenía preguntas relativas a las etapas
de la vida de un individuo: desde las ceremonias que rodeaban el nacimiento de un
niño y su educación, hasta los rituales que marcaban el paso a la pubertad, el matri-
monio y el divorcio. Su descripción debía indicar las diferencias de las ceremonias
cuando un niño nacía en función del sexo, en caso de existir, la presencia de infanti-
cidio y sus causas, la manera de vestir y modificar la forma de la cabeza u otras partes
del cuerpo de los recién nacidos y su educación. Asimismo, este apartado incluía
temas relacionados con determinados aspectos de la vida cotidiana y creencias sobre
la muerte y la inmortalidad tales como la alimentación, las enfermedades, la existencia
de algún parásito y su tipo, los juegos, las enfermedades y su tratamiento, o las formas
de enterramiento y la idea de la muerte.
Respecto a los edificios y monumentos, las preguntas se centraban en los tipos de
vivienda y su disposición, así como los monumentos dedicados al culto en el pasado
o en la actualidad. La tradición oral sería de especial importancia para reconstruir
parte del imaginario y las tradiciones de estos pueblos en el caso de que los monu-
mentos hubieran dejado de tener funcionalidad. Asimismo, se recordaba el interés
por recoger los esqueletos de personas y animales para su estudio y comparación con
los que aún existían.
El apartado de obras de arte tenía como fin recoger las obras realizadas en metal,
hueso u otro material para compararlas con los instrumentos que seguían siendo
utilizados tanto en ese como en otros lugares. Los materiales de estas obras contri-
buirían a conocer otros datos del pueblo más allá de los meramente artísticos, ya que
el origen y localización de los materiales utilizados arrojarían datos sobre el origen de
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los individuos y sus relaciones comerciales. Cerraba este pequeño apartado una con-
clusión sobre la necesidad de preservar los pueblos nativos: «Cuando se contempla
la colonización, los hechos contenidos en las respuestas a estas preguntas señalan las
ventajas mutuas que pueden obtenerse mediante la preservación en lugar de la ani-
quilación de la población aborigen».
Sobre los animales domésticos la única pregunta contenía varias sobre el uso de
estos animales, las especies y variedades, su posible degeneración o modificación, y
el uso que tenían en la comunidad.
El apartado de gobierno y leyes contenía aspectos relacionados a la forma de
gobierno y estructura de la sociedad como división de castas o clanes, privilegios y
formas de mantener dichos privilegios. En esta última pregunta también era impor-
tante saber si los privilegios tenían algún efecto sobre el carácter físico y moral de los
individuos. La encuesta continuaba con cuestiones sobre la formación de las leyes y
a quien compete, así como su cumplimiento, delitos, delincuencia, justicia y jueces.
La sección de geografía y estadística estaba orientada a delimitar y describir el
espacio habitado por la comunidad estudiada. Cuestiones a tener en cuenta eran el
número de habitantes señalando la proporción de adultos y niños, mujeres y hombres.
Para proceder a este recuento se daban algunas pistas tales como el número de vivien-
das que podía ser utilizado para calcular el tamaño medio de una familia; en el caso
en que vivieran a la orilla de ríos, el número y tamaño de las embarcaciones también
podría servir para este fin. Las indagaciones sobre la variación del número de habi-
tantes, los momentos y sus causas también eran datos de interés, al igual que observar
si existían nuevas costumbres en la población como resultado del contacto con otras
tribus. En este caso, si se trataba de pueblos no civilizados que hubieran estado en
contacto con poblaciones civilizadas, era preciso indicar de qué pueblo se trataba y
qué influencia habían producido, indicando tanto los aspectos positivos del contacto
como los negativos: enfermedades, guerras, falta de independencia, vicios, etc. Final-
mente, prestaba atención a si existía o no mezcla de razas, en qué medida se había
producido y cómo se manifestaba.
Las relaciones con otros pueblos, civilizados o no, merecían un apartado propio
titulado «relaciones sociales». La existencia de convenios, el tipo de relación y las for-
mas de llevarse a cabo, por tierra o por mar, la presencia de intérpretes y la posibilidad
de que la tribu comprendiera algún idioma europeo cerraban la primera pregunta de
este apartado. Las otras cuestiones estaban relacionadas con el carácter pacífico o beli-
coso del pueblo, las formas de guerra, los modos de conmemorar o expresar las vic-
torias sobre los enemigos mediante monumentos o poemas que estén recogidos en
sus tradiciones y que hagan mención de sus orígenes. El contacto con los europeos
podía haber alterado las formas de hacer la guerra al introducir armas de fuego, por
lo que, en tal caso, debería recogerse los datos relacionados con este hecho. También
era importante indicar si existían misiones y el grado de éxito así como las causas del
mismo o, también, la falta de éxito. Los especialistas indicaban que todas las particu-
laridades respecto al origen e historia del pueblo deberían observarse y recogerse.
Cerraba la encuesta el apartado relativo a la religión y supersticiones. Se trataba
de averiguar si los miembros de la tribu tenían prácticas religiosas, y si eran monoteístas
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o politeístas. En el caso de ser politeístas era importante anotar los nombres y atribu-
tos de las deidades, leyendas relacionadas con ellas, las formas de representación y la
existencia de sacrificios. Otros datos importantes de recoger eran la existencia de días
y periodos sagrados y su relación con las estaciones, el tipo de ceremonias, la existen-
cia de sacerdotes, su origen y forma de elección y/o transmisión del cargo, las simili-
tudes de esa religión con otras de cualquier pueblo tanto vecino como lejano, y qué
opinión tenían de las religiones y deidades de tribus vecinas. Asimismo, los especia-
listas recogieron en la encuesta otras preguntas relativas a la creencia en otros seres
como fantasmas, hadas, duendes y trasgos y su descripción, además de la presencia
de creencias relacionadas con la magia y la brujería. Este apartado también recolectaba
el conocimiento que la tribu tenía sobre el universo, sobre las estrellas y constelacio-
nes, los nombres que les concedieron y sus significados. Terminaba el apartado con
algunas preguntas relacionadas con su noción del tiempo, tales como formas de dividir
el año y si éstas estaban relacionadas con las observaciones de los cuerpos celestes o
con otros hechos, así como las ceremonias que marcaban el paso del tiempo.
La última recomendación que se hacía al viajero o a la persona que realizara la
encuesta y que pudiera haber hablado con los nativos es que hiciera una evaluación
de determinados rasgos psicológicos que sólo pueden tenerse en cuenta a través de la
observación directa, tales como su inteligencia, mentalidad respecto a las relaciones
sociales, la libertad, la independencia, el servilismo, su aceptación de las obligaciones
morales y, específicamente, una estimación de cómo se puede contribuir a desarrollar
y mejorar su condición.
De los trabajos de la comisión salieron varios textos: Races of Man, en 1841; Ques-
tions on Human Race, 1842; Varieties of Human Races, de 1844. Por otra parte, se uti-
lizaron los servicios militares de las colonias para hacer encuestas etnológicas. Entre
los resultados cabe citar: Ethnological Enquiries, 1851, y Ethnological Queries, de 1853,
que se enviaron a misiones de todo el mundo. La obra final fue publicada en 1874,
Notes and Queries on Anthropology for the use of Travellers and Residentes in Uncivi-
lized Lands, que contó con seis ediciones (1892, 1899, 1912, 1929 y 1951). En ella par-
ticiparon destacados etnólogos y antropólogos como Pitt Rivers, Edward Burnett
Tylor, John Beddoe, John Lubbock, y Francis Galton. Esta guía se elaboró para ser
utilizada como manual de consulta para los residentes coloniales correspondientes de
la Academia y después para los antropólogos. Llegó a ser un manual de investigación
etnográfica (Prichard, 1847).
La importancia que para Prichard y Hodgkin tenían los estudios etnológicos les
impulsaron a plantear en la British Association la formación de una sección de Etno-
logía fuera de la sección de zoología y botánica. En opinión de Prichard, la etnología
tenía más puntos de unión con la arqueología y la geología que con la zoología. Aun-
que el intento no prosperó, finalmente, en 1851 se creó una sección de Geografía y
Etnología. En 1884 se formó una nueva sección de Antropología, denominada Sec-
ción H, en cuyo establecimiento influyó la fundación de una sección de Antropo-
logía en la American Association for the Advancement of Science, en 1882. Esta
nueva sección fue presidida por E. B. Tylor. En la asociación británica, la antropo-
logía física tuvo siempre un peso importante y al menos hasta la II Guerra Mundial,
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INTRODUCCIÓN
1
Esta idea entroncaba con la influencia sobre la arqueología de conceptos derivados de la evolución
biológica, considerándose que «las sociedades primitivas modernas podían arrojar luz sobre el comporta-
miento de los seres humanos prehistóricos» (Farrujia, 2014: 324).
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ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS
Siglo XIX
Cronológicamente fue el historiador y archivero alemán Franz von Löher (1818-
1892), que visitó las Islas en 1873 por encargo del rey Luis II de Baviera, quien inició
el debate sobre la idea de la presencia germana en el archipiélago canario al proponer
su poblamiento por los vándalos en el siglo V. Basándose en los paralelismos etnoló-
gicos que encontraba entre las etnias canarias y las descripciones sobre los germanos
escritas por el historiador latino Tácito, estableció que la raza de color claro y pelo
rubio existente en el archipiélago atlántico emparentaba a las poblaciones norteafri-
canas con otras de origen europeo. Luego, aunque sin criterios científicamente sólidos
(Löher, 1990: VIII),2 vinculó la lengua de los canarios prehispánicos con la germana:
2
Löher, que había estudiado Medicina y Derecho, fue miembro de la Academia de las Ciencias de
Baviera y director del Archivo Imperial Bávaro. Pese a la inconsistencia argumental en su vinculación de
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los canarios prehispánicos con los vándalos, es muy meritoria su aportación bibliográfica: dos monografías
(Nach den Glücklichen Inseln. Canarische Reisetage, 1876, y Das Kanarierbuch. Geschichte und Gesittung
der Germanen auf den Kanarsichen Inslen, 1895) y varios artículos. En general, el contenido de su obra solo
se conoce por el librito Los Germanos en las Islas Canarias (Löher, 1990), traducción realizada en 1900 de
parte de sus artículos, en los que trataba de fundamentar la procedencia germana de los antiguos canarios.
3
Aunque originalmente guanches eran los prehispánicos de Tenerife, en el siglo XIX se generalizó esta
denominación para los de todo el archipiélago.
4
Szombathy trabajó entre 1878 y 1918 en el museo vienés, y la colección fue una de las punteras en
Europa. En 1908 descubrió la Venus de Willendorf cerca de la localidad austriaca del mismo nombre, a
orillas del Danubio.
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conexión con Haeckel a través de su conocido trabajo sobre las láminas de embriones
de varios vertebrados, las denominadas láminas de normas (Normentafeln), con las
que, entre otras cuestiones, refuta la ley biogenética.5
Una década después, en 1896, el antropólogo, etnólogo y explorador austriaco
Felix von Luschan (1854-1924),6 que entonces dirigía el Museo Etnográfico de Berlín,
midió y analizó 45 cráneos que el geógrafo, explorador y editor Hans Meyer (1858-
1929)7 le había llevado desde Tenerife en 1894, pidiéndole que los describiera. Como
resultado de su estudio, publicado como anexo a la monografía de Meyer (1896b; Lus-
chan, 1896a) sobre su estancia en las Canarias.8 Luschan, aparte de señalar el paren-
tesco con la raza Cro-Magnon, apuntó a la vinculación de los antiguos canarios con
el tipo armenoide: «Entretanto encontramos, pues, también en las Canarias vástagos
realmente claros e inequívocos de mis armenoides del suroeste asiático. Estos peque-
ños trigueños pueden observarse por toda Europa y hasta la costa occidental de Áfri-
ca» (Luschan, 1896a: 310). Este tipo armenoide, sinónimo de una presencia
indogermana (aria) en las Canarias, justificaba y legitimaba la anexión del Archipié-
lago al imperio alemán (Farrujia, 2014: 410).9 Cabe señalar que si bien Hans Meyer no
pasó más allá de reunir los cráneos de canarios prehispánicos en Tenerife y hacerlos
llegar a Berlín, se adhiere a las conclusiones de Luschan, coincidentes con las de Chil,
Millares y Verneau (Meyer, 1896a: 67-68), apartándose manifiestamente de las fanta-
siosas propuestas de Löher (Meyer, 1895: 574-575).
5
Keibel propugnó la vuelta al estudio monográfico de las especies abordando el embrión en todas las
etapas y utilizando las láminas comparativas de Haeckel, de His y las tablas de Albert Opel. Para ello impul-
só y coordinó el monumental proyecto Normentafeln zur Entwicklungsgeschichte der Wirbeltiere (16 tomos),
que ciertamente no condujo a una síntesis teórica, pero las láminas fueron la base de la primera sociedad
embriológica e importantes herramientas de laboratorio. Hopwood (2007) ofrece un interesante estudio
sobre las Normentafeln.
6
Nacido en Hollabrunn (Baja Austria), estudió en Viena y París –con Paul Broca. En una de sus exca-
vaciones descubrió en 1883 los restos de Sendschirli, capital del reino arameo. Durante algún tiempo ocupó
la cátedra de Antropología en la Universidad de Berlín (Deutsche Biographische Enzyklopädie, 1998: 532).
Cabe recordar que el antropólogo español Luis de Hoyos Sáinz (1868-1951), que estudió en Berlín en
1912/13, asistió a dos cursos impartidos por Luschan en el Museo Etnográfico (Ortiz García, 1987: 77-78).
7
Hijo del editor Hermann Julius Meyer, estudió geografía, historia y ciencias políticas. Realizó varios
viajes: India, Filipinas, Estados Unidos, África –donde fue el primer europeo, junto con Purtscheller, en
escalar el Kilimanjaro, en 1889– y Ecuador, donde efectuó investigaciones vulcanológicas en 1903. En la
última fase de su vida enseño geografía y política colonial en Leipzig. Su obra Das Deutsche Kolonialreich
(1909/10) ofrece una visión global de la política colonial alemana. En 1894 asumió la dirección del Biblio-
graphisches Institut (Deutsche Biographische Enzyklopädie, 1998: 103).
8
Se analizan 52 cráneos guanches, procedentes de «cuevas de riscos»: los 45 de Meyer (que, por otro
lado, se había reservado 27 para su colección privada) y otros siete. Luschan (1896a: 285) señala que el
Museo poseía también una momia completa de Tenerife. Según Rodríguez-Martín (2012: 542), este trabajo
de Luschan, que describe ejemplos sobre trepanación, cauterización y otras formas de traumas craneales,
constituye el primer estudio que empleó métodos estadísticos en el Archipiélago. Posteriormente, Luschan
observó otros 158 cráneos de Tenerife: 153, en el Völker-Museum de Leipzig y cinco en Braunschweig (Lus-
chan, 1896b: 64).
9
Para una interpretación más amplia sobre la visión de Luschan véase Farrujia (2014: 405-413).x Como
señala este historiador, los estudios de Meyer y Luschan coincidieron en el tiempo «con la irrupción de
Alemania en Egipto y Mesopotamia, pues en vísperas de la Primera Guerra Mundial, el imperio otomano
se había convertido en un escenario político y económico de primer orden» (Farrujia, 2014: 408).
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Siglo XX
Ya avanzado el primer cuarto del siglo pasado, el etnólogo austriaco Fritz Paudler
(1882-1945) trató de probar que el rubio germánico era el resultado de la herencia de
la raza Cro-Magnon, que se había dispersado ampliamente por Europa y el norte de
África, incluyendo a las Canarias (Paudler, 1924). Según Paudler, esta raza sobrevivía
aún en Suecia central, en parte de Bohemia, en Turingia, en Hesse, en Westfalia y otras
partes de Alemania (Mederos Martín y Escribano Cobo, 2011: 33). Rubia y de ojos
azules, o al menos de cabellos y ojos claros como rasgos más característicos de los cro-
mañones, se constituía como el prototipo de la raza aria (Jiménez González, 2004: 19-
20; Farrujia y Arco Aguilar, 2004: 20).
Partiendo de que Paudler había enfocado la atención de la Antropología hacia el
problema de la supervivencia de la raza Cro-Magnon, el antropólogo alemán Eugen
Fischer (1874-1967), buscando los ascendientes raciales del mundo ario, trató de iden-
tificar la raza Cro-Magnon en grupos de individuos vivos en las Canarias y determinar
la pervivencia de fisonomía propiamente aria en la población isleña de su época. Para
ello –con el apoyo estratégico del cónsul de Alemania en Tenerife, Jakob Ahlers, y de
las autoridades militares españolas– realizó mediciones y estudios con un centenar de
soldados isleños destinados a aportar la prueba de que los mismos tipos de cráneos
prehispánicos se encontraban en los que aún vivían. Entre sus conclusiones expone
que «si yo encuentro en las Islas Canarias las mismas caras y colores y formas corpo-
rales que las que han visto Kern, Paudler y otros muchos en Hesse, en Baja Sajonia,
en Suecia e Inglaterra, el resultado ha de ser sin duda impecable» (Fischer 1931: 272).
Finalmente, impulsado por las ideas de Fischer, el etnógrafo y lingüista austriaco
Domink Josef Wölfel (1888-1963), tras rastrear exhaustivamente en la literatura exis-
tente y analizar sus propios hallazgos documentales (fundamentalmente en los archi-
vos de Indias, del Vaticano, de Simancas, de Coimbra y los de las Canarias), consideró
10
Behr, que también aborda determinadas patologías observables a través de los cráneos, fue, según
Rodríguez-Martín (2012: 543), el primero en describir la pobre salud dental de los canarios prehispánicos.
11
El erudito escocés John Patrick Stwart, Marquis of Bute, había visitado Tenerife en 1891 y publicado
una obra sobre la lengua de sus aborígenes, On the Ancient Language of the Natives of Tenerife.
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haber reunido «una aplastante cantidad de pruebas de que los indígenas canarios no
están extinguidos y que, por el contrario, en el siglo XVI y probablemente también en
el XVII el elemento indígena predominó» (Wölfel 1993: 37). Por otro lado señalaba
que los problemas de los aborígenes canarios, su raza, lengua y cultura antes de la
conquista no eran solo de importancia local, sino que incumbían a la prehistoria, lin-
güística y antropología de toda Europa y del Norte de África (en Díaz Alayón y Cas-
tillo, 2008: 13). Hacia 1932 señalaba que en las Canarias, la raza Cro-Magnon se había
cruzado exclusivamente con elementos de razas morenas como la mediterranoide y
la armenia, y que la población de las Islas en el tiempo de la conquista era, en mayor
o menor grado, mayormente rubia, por lo que acaba preguntándose de qué otra fuen-
te, sino de la raza Cro-Magnon, podrían venir aquellos colores claros de cabello y ojos
(en Mederos Martín y Escribano Cobo, 2011: 33).
No obstante, Wölfel afrontó los problemas raciales de las Islas con una visión hete-
rogénea e interdisciplinar: desde una perspectiva histórica, abordó el aspecto étnico
paralelamente al cultural, en el que, a su vez, se incluía la arqueología, cuyo plantea-
miento iría por último estrechamente ligado a la clarificación de la cuestión lingüística
(Wölfel, 1996: 30).12 En efecto, la lingüística era otro aspecto que interesaba a Fischer,
pues pensaba que «si se comprueban estrechas relaciones entre el canario y el beréber,
lingüísticas y etnologías antiguas, el antropólogo tiene que conjeturar también rela-
ciones raciales». Y Wölfel, por su parte, consideraba que «en las islas encontramos al
tiempo de la conquista [...] las lenguas aún casi puras» (Mederos Martín y Escribano
Cobo, 2011: 50).
En resumen: Wölfel sostuvo que los indígenas canarios eran un reducto supervi-
viente de la raza Cro-Magnon europea, a la que emparentaba con el prototipo de la
raza aria, pero también que al archipiélago había llegado un tipo mediterranoide que
a finales del siglo XIX ya había sido relacionado con la raza denominada indogermana
o indoeuropea. Este panorama racial mixto explicaría, a su vez, el dualismo lingüístico
que igualmente proponía en las Canarias prehispánicas: la lengua bereber y una pre-
bereber megalítica con la que establecía comparaciones entre la bereber y las lenguas
indogermánicas y buscaba el sustrato común entre ambas (Jiménez González, 2004:
20-21). Con respecto a la concepción de Wölfel, parece oportuno cerrar este epígrafe
con las palabras del historiador y arqueólogo canario Julio Cuenca en su prólogo a la
obra del insigne lingüista austriaco:
12
Este aspecto quedó recogido en su obra magna Monumenta Linguae Canariae, donde, como era de
esperar, Wölfel se refiere (1996: 43) a August Schleicher (1821-1868), padre de la lingüística comparada y
del darwinismo en la lingüística (baste recordar aquí uno de sus trabajos, Die Darwinsche Theorie und die
Sprachwissenschaft, 1863, dedicado a su amigo Haeckel).
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No entramos a valorar aquí la deriva que tomaron las conocidas ideas de Fischer,
defensor de la eugenesia y de las teorías racistas, durante el periodo del nacionalso-
cialismo alemán, limitándonos a indicar el excelente resumen que ofrecen Mederos
Martín y Escribano Cobo (2011: 32-45). Los trabajos de Fischer en las Islas, con un
estudio sobre series antropológicas canarias, los continuó de forma más directa en la
década de los cincuenta la antropóloga alemana Ilse Schwidetzky.
ESTUDIOS PRIMATOLÓGICOS
13
El texto de la conferencia de Rothmann, publicado aquel mismo año en la revista Berliner Klinische
Wochenschrift, lo reproducen, traducido al castellano, Mas García y Hernández González (2005: 67-88).
Cabe señalar que el antropólogo español Luis de Hoyos Sáinz asistió en 1913 a cursos sobre Fisiología del
sistema nervioso impartidos por Rothmann en el Psychologisches Institut (Ortiz García, 1987: 77-78).
14
Recordemos que Romanes realizó estudios con un mono que había adquirido, y que también examinó
la aparente capacidad aritmética exhibida por un chimpancé del zoo londinense (Mas García y Hernández
González, 2005: 38).
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:01 Página 50
y la Fisiología cerebral para dilucidar problemas físicos como, por ejemplo, la afasia
(trastorno del lenguaje por lesión o daño cerebral) y la apraxia (incapacidad total o
parcial de realizar movimientos voluntarios) (Mas García y Hernández González,
2005: 40-41). En este sentido, Rothmann y Teuber (1915: 20) consideraban que solo la
investigación psicológica comparada de las diferentes familias de antropoides permi-
tiría abordar la cuestión de si el género humano en sus diferentes razas guarda relación
con dichas familias, por lo que «será necesario comparar sus hábitos, mímica y gestos
expresivos con los de los pueblos primitivos y ver si se constatan diferencias sustan-
ciales».
En la idea de elegir Tenerife para establecer la estación pesaron, además de los
aspectos mencionados más arriba, la facilidad de comunicación con Europa y la inten-
ción de vincular la investigación a un gran proyecto hotelero alemán, que, no obstante,
no se llegó a realizar. Ya en 1912, Max Rothmann viajó a la isla con el apoyo económico
de las fundaciones Emil-Selenka-Stifung y Plaut-Stifung; y con la grata acogida del
Gobierno colonial15 y la implicación decisiva de la fundación Albert-Samson-Stiftung
desde el seno de la Academia Prusiana de las Ciencias se consiguió la infraestructura
en La Orotava.
Aquel mismo año llegaron a Tenerife siete chimpancés –seis muy jóvenes (5-6 años)
y una hembra adulta–, uno procedente del sur de Nigeria y el resto del Camerún,
todos recién cazados y sin influencia humana. Entre ellos, el llamado Sultán era, con
diferencia, el más inteligente. Los cuidados que les prestó inicialmente Richard Hert-
wig, a la sazón profesor de Zoología en Munich y que casualmente se encontraba
pasando algún tiempo en aquella localidad del norte de Tenerife, lograron que los pri-
mates rebasaran los primeros meses en la isla pese a su alojamiento en estrechas jaulas
(Rothmann y Teuber, 1915: 4).16
La estación se creó, por fin, en 1913 en una finca –La Costa (que luego se empezó
a llamar popularmente La Casa Amarilla, por el color de sus paredes). Aunque en
principio se había pensado comprar un terreno y construir la estación, debido a dife-
rentes complicaciones se acabó alquilando La Costa por un periodo de siete años. En
su interior se instalaron, entre otros, medios técnicos para fotografiar y filmar y un
fonógrafo Edison, y, en su exterior, rodeado de una alambrada, los animales gozaban
de sensación de libertad (Mas García y Hernández González, 2005: 45; Teuber, 1994:
555-558). De la atención sanitaria y cuidado de los chimpancés se ocupó inicialmente
un médico local, el doctor Jorge Pérez. Posteriormente, un tal Manuel González, que,
aunque analfabeto, mostró especial habilidad con los monos, se encargó de cuidarlos.17
15
Una primera solicitud, presentada por Rothmann a la Academia Prusiana de las Ciencias en 1910,
había sido desestimada (Mas García y Hernández González, 2005: 42).
16
Recordemos que los hermanos Richard y Oskar Hertwig fueron, junto con Carl Gegenbauer, los dis-
cípulos más apreciados de Haeckel en Jena, y aunque luego no compartieron todos sus planteamientos filo-
sóficos, dieron una orientación positiva a sus ideas. Oskar acabó rompiendo la relación de amistad con el
maestro, pero Richard la mantuvo siempre.
17
Al parecer, el médico aceptó cuidar de los monos a cambio de una cantidad anual que le pagaría la
fundación Samson para su hospital, pero sus exigencias de mayor salario y la pérdida de confianza por
parte de Teuber provocaron que este prescindiera de él y contratara los servicios de Manuel González, a
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:01 Página 51
En cuanto a los objetivos generales, desde un primer momento se acordó que los
experimentos en Psicología cerebral pasarían a un segundo plano, priorizándose las
observaciones y experimentos psicológicos sobre el comportamiento de los monos,
tan próximos al hombre, y que, además corrían el peligro de extinguirse con el avance
de la civilización. Los investigadores rotarían anualmente, enviando a la Academia
Prusiana de las Ciencias sus informes periódicos sobre los experimentos realizados
(Teuber, 1994: 552).
Eugen Teuber
El primer director, propuesto por Max Rothmann, fue el joven Eugen Teuber
(1889-1958), que llegó a Tenerife con su esposa el 8 de enero de 1913. Educado en el
Colegio francés fundado por los hugonotes en Berlín, hablaba francés fluidamente y
muy pronto aprendió también español. Había estudiado Psicología en Leipzig, donde
fue discípulo del psicólogo experimental Wilhelm Wundt, y en Berlín. A la estación
de Tenerife venía contratado por un año, con la condición de remitir cada seis semanas
un informe sobre sus observaciones a la Academia Prusiana de las Ciencias (Teuber,
1994: 555).
Entre sus primeras tareas con los chimpancés, Teuber entrevistó al personal del
barco que los había transportado a Tenerife para asegurarse de que venían directamente
de un entorno salvaje, que no habían tenido entrenamiento previo ni contacto con la
civilización, ni padecían ninguna enfermedad. A diferencia de lo que luego hizo Köhler
–que, como veremos, desarrolló situaciones experimentales específicamente destina-
das a provocar la ingenuidad y el comportamiento inteligente de los chimpancés–,
Teuber se ocupó de la adaptación de los animales a su nuevo entorno, estudió su esta-
do físico (edad, dentición, historia previa, etc.) y observó y grabó sus comportamientos
espontáneos e inherentes (Teuber, 1994: 558, 561). Por otro lado centró sus estudios
en la observación de conductas espontáneas (juegos, interacciones sociales, etc.) y
fenómenos de comunicación, y de lenguaje (danzas como forma de comunicación,
vocalizaciones como expresiones de afecto, expresiones faciales y lenguaje de gestos);
asimismo, hizo planes para estudiar la comunicación mediante lenguaje visual de sig-
nos (Mas García y Hernández González, 2005: 46-47).18
Las cuestiones de comunicación y lenguaje, entre las que entraban danzas rítmicas
como medio de comunicación, estaban muy en consonancia con los planteamientos
de Wundt. En cuanto a las manifestaciones orales de los chimpancés como expresión
de afecto, Teuber señaló que los sonidos emitidos no eran aún lenguaje, sino un pro-
tolenguaje emocional. Por otro lado, aparte de grabar sonidos, tomó notas y fotografió
expresiones faciales y gestos de los chimpancés, pues pensaba que su lenguaje gestual
estaba particularmente desarrollado, por lo que predecía que sería más útil enseñarles
el lenguaje de signos (con las manos) que el verbal. Un informe que Teuber pensaba
quien los vecinos acabaron llamando «Manuel el de los machangos» (Teuber, 1994: 558). Machango es una
acepción de mono en las Canarias (Morera, 2001: 546).
18
Los resultados de aquellos primeros estudios fueron publicados en 1915 (Rothmann y Teuber, 1915).
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:01 Página 52
Wolfang Köhler
En diciembre de aquel primer año, 1913, se incorporó a la estación Wolfang Köhler
(1887-1967), que en ese momento era profesor asociado en el Instituto de Psicología
de la Universidad de Frankfurt, y que ya en 1911 había iniciado los primeros experi-
mentos sobre la teoría de la Gestalt (Teuber, 1994: 567). La rotación anual de los inves-
tigadores se truncó con el estallido de la Guerra en agosto de 1914 y Köhler quedó
retenido en la isla por no encontrar barcos neutrales que lo sacasen de allí sin pasar
el control de la flota inglesa. En la primavera de 1915, la Academia Prusiana de las
Ciencias ratificó su continuidad en la estación. No obstante, en 1918 hubo de trasla-
darse a otra finca, El Ciprés, con condiciones menos favorables, debido especialmente
a las presiones de los británicos residentes en la isla, que afirmaban que en la La Costa
se realizaban actividades de espionaje,19 y que aquel mismo año fue adquirida por la
naviera Yeoward Brothers de Liverpool, pese a que el alquiler se había acordado para
siete años.
La forzada permanencia en Tenerife afectó negativamente a Köhler, que en algunas
de sus cartas sacó a relucir su cansancio con los chimpancés, con los que inicialmente
esperaba estar solo hasta 1915: «Tras dos años seguidos día tras día con monos uno se
vuelve chimpansoide, y –lo que desde el punto de vista científico resulta penoso–,
empieza a perder el interés por los animales» (Ingensiep, 2013: 189).
Una vez finalizada la Guerra, Köhler regresó a Berlín en mayo de 1920; en octubre
se cerró definitivamente la estación y los chimpancés fueron enviados al zoo de Berlín
(Mas García y Hernández González, 2005: 48-49).20 De vuelta en Alemania, Köhler
asumió, primero, la dirección del Instituto de Psicología en la Universidad de Berlín
y, poco después, en abril de 1922, la cátedra de Filosofía y Psicología en aquella Uni-
versidad (Teuber, 1994: 573).21
19
Ya en julio de 1914 escribía Köhler a uno de sus profesores del Instituto de Bachillerato (Gymnasium)
de la localidad alemana de Wolfenbüttel: «No un español, sino un inglés se las ha ingeniado para difundir
el rumor de que los monos son solo un pretexto para ocuparnos del espionaje. ¡Como si un zepelín pudiera
aterrizar aquí!» (en Teuber, 1994: 573). La sospecha de espionaje dio a Ronald Ley incluso para la mono-
grafía A Whisper of Espionage. Wolfgang Köhler and the Apes of Tenerife (1990), publicada en español con
el título Rumores de Espionaje. Wolfgang Köhler y los monos de Tenerife (1995).
20
Allí solía visitarlos Eugen Teuber con su hijo Lukas, de cuatro años. Aunque habían transcurrido
más de siete años desde que Teuber los dejara en Tenerife, en cuanto lo divisaban entre la multitud, lo salu-
daban agitando la valla vigorosamente y profiriendo el staccato o, o, o, de alegría (Teuber, 1994: 574).
21
Cabe recordar que allí estudió con Köhler Psicología y Filosofía la pedagoga española Juana Moreno
de Sosa (1895-1971), como pensionada de la JAE, en los cursos 1926-1927 y 1927-1928 (Gimber, Pérez-
Villanueva Tovar y López-Ríos, 2010: 207). Por su parte, Köhler estuvo en Barcelona 1927, en el Institut
d’Orientació Profesional, y en Madrid, en la Residencia de Estudiantes. En ambos centros dictó la
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:01 Página 53
Lejos de centrarse en el ámbito del lenguaje, como había hecho Teuber, Köhler puso
el acento en experimentos conductuales que demostrasen inteligencia o pensamiento.
Sus objetivos se dirigieron a la resolución de problemas por parte de los primates, con-
sistentes principalmente en la obtención de comida a través de diversos medios: borde-
ando vallas, apoyándose en pértigas, apilando cajas, moviendo puertas, construyendo
instrumentos, etc. Luego, a los dos años y medio de saludable estancia de los antropoi-
des en la estación, y tras haber observado sus comportamientos, analizó la aparición de
nuevos hábitos, los cambios en la constitución física –particularmente en la configura-
ción del cráneo–, el desarrollo de las funciones sexuales y las consiguientes alteraciones
del carácter; asimismo, estudió los chimpancés en relación con sus funciones sensoriales
y sus logros en inteligencia, y realizó investigaciones científicas más detalladas.
Las principales conclusiones del trabajo de Köhler fueron, por un lado, que los
chimpancés exhiben una conducta inteligente cualitativamente del mismo tipo que la
del hombre, pero cuantitativamente inferior; y, por otro, que estos primates sobresalen
no solo con todo tipo de momentos morfológicos y psicológicos en el sentido más
estricto del restante sistema animal y próximo a la raza humana, sino que también
muestran aquella forma de comportamiento considerada específicamente humana.
En este sentido, las observaciones concuerdan con los requisitos de las teorías de la
evolución, confirmándose, especialmente, la correlación entre inteligencia y desarrollo
cerebral. En cuanto a las diferencias entre el chimpancé y el hombre, las principales
radican en la carencia del instrumento inapreciable del lenguaje articulado, en la estre-
chez del marco temporal en el que vive el chimpancé y en su limitada capacidad de
«representaciones» (Mas García y Hernández González, 2005: 48). Por otro lado, con
sus experimentos sin lenguaje, Köhler probó cómo animales y humanos (niños peque-
ños y, potencialmente aquellos que padecen afasia, parálisis cerebral, etc.) pueden
desarrollar su inteligencia espontáneamente, sin entrenamiento, condicionamiento o
uso del lenguaje (Teuber, 1994: 571).
Entre otros objetivos planteados también para un segundo momento en la estación
de Tenerife figuraba la extrapolación de los estudios comparados con los chimpancés
a las conductas vitales y gestos expresivos de chimpancés de lugares diferentes al Came-
rún (Guineas francesa y española, etc.), pero igualmente de orangutanes y gorilas:
conferencia El problema de la psicología de la forma y proyectó la filmación de los ensayos realizados con
los chimpancés en Tenerife (Mas García y Hernández González, 2005: 53).
22
En su conferencia de 1912, Rothmann aludía también a la cuestión dirimida por algunos autores
sobre la posibilidad de fecundación dentro del grupo hombre-antropomorfos (Mas García y Hernández
González, 2005: 74).
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CONSIDERACIONES FINALES
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INTRODUCCIÓN
Durante el primer tercio del siglo XX, tras un período de eclipse del darwinismo,
irían surgiendo lentamente los fundamentos que conducirían a la síntesis moderna de
la evolución. Al mismo tiempo, en estos años, comenzaría a plantearse la discusión
sobre el árbol filogenético humano, gracias al hallazgo de nuevos fósiles de homínidos,
como neandertales y los restos fósiles fraudulentos de Piltdown en Europa, el Austra-
lopithecus en África, el Sinanthropus y nuevos restos de Pithecanthropus en Asia, etc.
(Pelayo, 2007: 138-141). Ambos procesos, que llevaron a la teoría sintética y a que se
configurara la Paleoantropología, nueva disciplina interesada en la evolución humana,
se desarrollaron en un marco de controversia entre ciencia y creencia. Así, por ejem-
plo, en 1904 tuvo lugar el famoso Congreso Internacional de Librepensadores cele-
brado en Roma, donde Ernst Haeckel (1834-1919), ante más de dos mil participantes,
sería proclamado «antipapa» y difundiría sus 36 tesis para la organización del monis-
mo (Haeckel, 1904).
Pues bien, sería en este contexto histórico-científico donde varios autores, el
holandés Herman Bernelot Moens, el ruso Ilia Ivanov, el alemán Hermann Rohleder
y el mexicano Alfonso L. Herrera, plantearon la posibilidad de crear híbridos de
1
Trabajo realizado en el marco del Proyecto de Investigación HAR2013-48065-C2-2-P del Ministerio
de Economía y Competitividad y en la Red, HAR2015-69172-REDT.
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ser posible, primero, dada la estrecha afinidad entre humanos y antropoides, estable-
cida por los trabajos, entre otros de Friedenthal y Uhlenhuth, y segundo, porque se
podía suponer que existía una estrecha relación sexual con los primates, lo que per-
mitía la hibridación. Además, se habían obtenido híbridos de especies pertenecientes
a distintos géneros que incluso no estaban tan estrechamente relacionados como los
humanos con gorilas y chimpancés. Teniendo en cuenta todos estos factores la expe-
rimentación podía ser concluyente (de Rooy, 2015: 20).
Con el objetivo de dar a conocer a la comunidad científica su proyecto, Bernelot
Moens publicó un folleto en cuatro idiomas (holandés, inglés, francés y alemán), titu-
lado Verdad. Investigaciones experimentales sobre el origen del hombre. En este trabajo
apelaba a la necesidad de realizar la prueba experimental que demostrara que el géne-
ro humano era el representante de un desarrollo superior de una forma animal, en
concreto de los monos antropoides. Como los primates que llegaban a Europa gene-
ralmente morían sin llegar al estado adulto a causa de enfermedades, era necesario
organizar una expedición al Congo para capturar los ejemplares que permitirían llevar
a buen puerto sus experimentaciones. En este sentido había conseguido recomenda-
ciones del gobierno de Francia y del Instituto Pasteur de París para el gobernador
general del Congo francés, a fin de que cuando llegara a África se le dieran facilidades
para emprender su proyecto de hibridación (Bernelot Moens, 1908: 6-7).
En sus trabajos experimentales Bernelot pretendía abarcar tres aspectos: primero,
la fecundación artificial de hembras púberes de monos antropomorfos (gorilas y chim-
pancés) con esperma humano (negros); segundo, el cruce de distintos géneros de
antropomorfos por fecundación natural o artificial y, tercero, el estudio experimental
de enfermedades humanas, como la sífilis, inoculadas a los monos antropomorfos
(Bernelot Moens, 1908: 8).
La propuesta de Bernelot se apoyaba en dos argumentos: el estrecho parentesco
entre monos antropomorfos y humanos, especialmente con los que él consideraba de
raza inferior, como los negros; y en los resultados favorables que había obtenido
mediante la fecundación artificial de mamíferos. Así, respecto al primer argumento,
se había probado científicamente que todas las partes corporales de los humanos se
encontraban también entre los antropoides. Por ejemplo, los esqueletos de humanos
y monos se componían del mismo número de huesos y los movimientos eran ejecuta-
dos por igual número de músculos, la dentición se correspondía en el número de dien-
tes, todos ellos colocados en idénticos lugares, en ambos homínidos se encontraban
los mismos elementos del sistema nervioso central, los órganos genitales coincidían
en sus formas anatómicas y en su funcionamiento. Bernelot comentaba que las hem-
bras antropoides púberes expulsaban periódicamente un flujo sanguíneo análogo a
la menstruación de la mujer y también coincidían en la secreción de leche y la lactancia
materna. Asimismo, ofrecían gran analogía los embriones de humanos y de monos
antropoides. Pero el argumento fundamental en que se basaba su proyecto era que
las investigaciones recientes probaban que en ambos circulaba por los vasos sanguí-
neos el mismo tipo de sangre y ninguna otra especie poseía una sangre parecida. El
suero sanguíneo humano, aseguraba, destruía los glóbulos rojos de todos los animales
excepto el de los monos antropoides. Como los animales estrechamente emparentados
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desde el punto de vista sanguíneo, como caballos y asnos, tenían descendientes bas-
tardos o híbridos, sus trabajos en el Congo pretendían demostrar la posibilidad de
obtener experimentalmente, por fecundación artificial, formas intermedias de huma-
nos monos y antropoides, ya que ambos tenían el mismo tipo de sangre (Bernelot
Moens, 1908: 9-13).
Para Bernelot, si estas formas intermedias hubieran existido anteriormente se
debería poder encontrar sus restos fósiles. Era complicado, decía, el hallazgo de dichas
reliquias, dado que se debían de dar condiciones excepcionales para su conservación,
por lo que a la hora de encontrarlas jugaba un papel importante el azar. A pesar de
esto, se habían descubierto tres cráneos fósiles, cuyas morfologías permitía discutir si
habían pertenecido a seres intermedios entre antropomorfos y humanos. Acerca de
dos de ellos, el de Neandertal y el de Spy, Bernelot pensaba que habían pertenecido
a especies humanas inferiores a los humanos actuales. El tercero, más importante, era
el del Pithecanthropus erectus, considerado como un híbrido de antropoide y humano
o como una forma de transición entre los dos. Pero fuera lo que fuese, era un hecho
que los restos fósiles del Pithecanthropus eran la prueba de que en el pasado habían
existido seres intermedios entre los monos antropoides y los hombres (Bernelot
Moens, 1908: 14-15).
Lo que él proponía era intentar fecundar artificialmente hembras de antropoides
con esperma humano. Comentaba que para esto no era necesaria la copulación.
Mediante la inseminación artificial realizada en mamíferos como ardillas, conejos y
perros, él había conseguido un híbrido de liebre y conejo. De aquí que le pareciera
posible aplicar la fecundación artificial a animales de la misma especie o de especies
emparentadas, como eran los antropoides y los humanos. Pero para ello era impres-
cindible conocer bien la anatomía y las funciones fisiológicas del aparato genital de
los antropoides y tener los conocimientos precisos para aplicar la técnica adecuada
(Bernelot Moens, 1908: 17-18).
También sugería Bernelot cruzar los distintos géneros de antropoides para obtener
híbridos de gorila y chimpancé, gorila y orangután, gorila y gibón, chimpancé y oran-
gután, chimpancé y gibón y orangután y gibón. En el caso de que no se acoplaran físi-
camente entre ellos, recurriría a la inseminación artificial (Bernelot Moens, 1908: 19).
Por último, su asistente el doctor Hubert M. J. Boshouwers, médico establecido
en Haarlem, realizaría un estudio experimental de enfermedades humanas, como la
sífilis, que se inocularían a los antropoides (Bernelot Moens, 1908: 20-21). También
colaboraría en este apartado, el doctor Nazario Soriano, médico egresado de la Uni-
versidad de San Salvador.
una supuesta mujer-mono cubierta de un espeso vello, como el de los simios, desde
el pecho hasta las rodillas.
Bernelot Moens citaba a François Ouzillau, médico militar destinado en África cen-
tral, quien en la revista La dépêche coloniale Illustré (15 de noviembre de 1908) había
apoyado su plan de fecundar una hembra de un gran simio. Comentaba que aunque
esto no estaba exento de dificultad, era posible, ya que corrían rumores que los chim-
pancés machos en Haute-Sangha no eran insensibles a los encantos de las mujeres indí-
genas, con las que intentaban tener relaciones sexuales (Bernelot Moens, 1909: 15).
Entre los científicos que avalaron su plan, Bernelot citaba a Elie Metchnikoff
(1845-1916), del Instituto Pasteur y a Léonce Manouvrier (1850-1927), profesor de l’É-
cole d’Anthropologie de Paris. Metchnikoff, microbiólogo ucraniano especialista en
sífilis, había inoculado la bacteria que provocaba esta enfermedad en monos. En su
Études sur la nature humaine de 1903 planteó el parentesco de los monos antropomor-
fos con los humanos y el origen simio de éstos. Partidario de la hipótesis mutacionista
de Hugo de Vries para explicar la transmutación brusca de las especies, comentó que
probablemente un fenómeno semejante podía ser la explicación del origen del género
humano: un paso brusco y súbito de un mono antropomorfo que había engendrado
crías provistas de propiedades nuevas (Metchnikoff, 1903: 71).
Bernelot Moens comentaba que Metchnikoff le había escrito el 17 de agosto de
1906, diciendo que su proyecto de fecundación artificial de monos antropomorfos era
muy importante para el progreso de la ciencia y de gran interés para la humanidad.
Por su parte Manouvrier, en su carta del 5 de agosto de 1906, le comentaría que sus
investigaciones en el Congo para conseguir híbridos de monos y hombres eran de gran
importancia para la ciencia. No le parecía imposible superar las dificultades de tamaña
empresa científica y que, dado el carácter beneficioso de sus experimentos, no podían
considerarse ofensivos para la moral (Bernelot Moens, 1909: 27-28).
El proyecto de Bernelot también atrajo la atención de Pierre-Georges Mahoudeau
(1852-1915), profesor de Antropología zoológica de l’École d’Anthropologie. En los
cursos que impartía en esta institución científica dedicó una lección a discutir si el
estudio del origen del hombre podía ser objeto de investigaciones experimentales. Se
preguntaba por la cuestión que había planteado Bernelot Moens, es decir, si el intento
de crear seres intermedios entre los humanos y los antropoides, podía conducir a
reconstituir formas ancestrales, demostrando así las relaciones filogenéticas de ambos
(Mahoudeau, 1909: 145).
Mahoudeau tras explicar y comentar el plan de Bernelot, que consideró muy
ambicioso, pensaba que la cosa era más difícil de lo que planteaba el holandés.
Conseguir un híbrido de antropoide y hombre, una forma intermedia, no significaba
recuperar un ser desaparecido en el pasado. Desde un punto de vista morfológico, el
que la calota del Pithecanthropus, que determinaba como perteneciente a un gran
antropoide fósil del Extremo Oriente asiático, y los restos craneales de Neandertal,
Spy Le Moustier, la Chapelle-aux-Saints, poseyeran caracteres semejantes a los de
antropoides, no significaba que fueran intermedios entre los humanos y monos, es
decir, que fueran un híbrido producto del cruzamiento entre tipos homínidos y
antropoides. En el Cuaternario, decía Mahoudeau, estos caracteres calificados de
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los simios que al hombre, al ser los antropomorfos eran ramas unilaterales de la línea
troncal de antepasados que conducían al género humano (Rohleder, 1918: 212).
Abordaba después la importancia científica de los experimentos de fertilización,
la crianza de los híbridos y la posición del investigador científico frente al problema
de la hibridación entre el hombre y el mono. Ante la pregunta si este tipo de práctica
iba contra la religión, él respondía que no se planteaba este dilema, ya que la creencia
estricta en la creación y la teoría de la evolución mantenían diferencias irreconciliables.
También discutía si la hibridación era antinatural y si iba en contra de la moralidad
tanto el investigador como el donante del esperma (Rohleder, 1918: 212-222).
Uno de los principales problemas para Rohleder provenía de la situación jurídica
de la inseminación artificial en general y de la obtención de hombres-mono con esperma
humano, en particular. Con relación a la primera cuestión, nadie cuestionaba la insemi-
nación artificial de animales, en ganado caballar o en prácticas de piscicultura, por ejem-
plo, ni en países católicos, ni en los protestantes, ni tampoco entre los ortodoxos
(Rohleder, 1918: 223). Otro tema era cuando se refería al género humano. Así que Roh-
leder resolvía esta cuestión manteniendo que el investigador científico tenía derecho a
realizar experimentos de hibridación artificial entre simios y humanos sólo cuando le
movía el propósito de llevar a cabo una estricta investigación científica. Aclaraba ante
las posibles críticas que tal hibridación no era absolutamente necesaria para demostrar
la teoría de la evolución, ni para apoyar el darwinismo, porque esta doctrina estaba sufi-
cientemente apoyada en fundamentos científicos sólidos (Rohleder, 1918: 232).
También discutía si el experimento estaba sometido a las leyes contra la bestiali-
dad. No podía considerarse que fuera una práctica de zoofilia, ya que ningún ser
humano tendría contacto directo con los animales, por lo que tampoco estaría invo-
lucrado ningún sentimiento de lujuria. Otro problema era a quién correspondía la
responsabilidad legal en la creación del eslabón perdido. Rohleder pensaba que lo
mejor era que la responsabilidad de la paternidad recayera en una sociedad para la
prevención de la crueldad contra los animales. En cuanto a las objeciones morales y
ante el posible rechazo de la oposición pública, el experimento debía ser ejecutado
por un equipo de científicos designados por la Academia Prusiana de Ciencias. Roh-
leder aseguraba que los naturalistas y médicos gozaban de buena prensa por parte de
la sociedad, y que el público esperaba de ellos que sus prácticas científicas las llevaran
a cabo dentro de los límites de la moralidad (de Rooy, 1995: 200).
La guerra mundial de 1914-1918 y el consiguiente agravamiento de la situación eco-
nómica de la Casa Amarilla, que llevaría a que la Academia de Ciencias prusiana cerra-
ra en 1920 de la estación primatológica, impidió que se pudiera llevar a la práctica los
experimentos de inseminación artificial propuestos por Rohleder.
haber tenido una amplia repercusión y extensión en Internet, donde no faltan no fal-
tan comentarios delirantes sobre los intentos de creación por parte de Stalin de un
ejército de hombres-mono y abundan las críticas antievolucionistas de los fundamen-
talistas cristianos a los experimentos de hibridación entre humanos y simios. El artí-
culo de Kirill Rossiianov, fundamentado en la consulta de fuentes de archivo rusas,
es el trabajo de obligada referencia sobre las propuestas experimentales de Ilia Ivanov,
un experto cualificado en la fecundación artificial en la Rusia zarista que intentó des-
arrollar su programa de hibridación en la Unión Soviética (Rossiianov, 2002: 315).
Fisiólogo de formación, Ivanov completó estudios de Bacteriología en el Instituto
Pasteur. Sus líneas de investigación abarcaron la Embriología y la Biología reproduc-
tiva, centrándose en el estudio de los componentes del esperma y del proceso de fer-
tilización, llegando a conseguir una reputación internacional en las técnicas de
inseminación artificial (Rossiianov, 2002).
Fue importante para su futura labor científica entrar en 1905 en contacto con el
terrateniente Friedrich Falz-Fein, cuya finca privada, Askania-Nova (Ucrania), se con-
vertiría en la mayor reserva natural y centro de aclimatación del país. Allí Ivanov esta-
bleció una estación experimental y emprendió prácticas científicas encaminadas a la
obtención de híbridos, entre ellos de cebra y caballo (Rossiianov, 2002: 284).
La primera referencia de Ivanov acerca de la posibilidad de obtener mediante la
inseminación artificial híbridos de humanos y antropoides fue en 1910, en el marco
del Congreso Internacional de Zoología en Graz. En esta reunión científica presen-
taría una ponencia sobre la importancia científica y la práctica del método de fecun-
dación artificial en los mamíferos y expondría que en un marco experimental, los
intentos de la intersección del hombre con los monos antropoides perdían su carácter
repugnante y se podían llevar a cabo en el laboratorio, sin que fueran una violación
de la moral y de la religión (Ivanov, 1910: 626).
Tras la guerra civil, que devastaría Askania-Nova, la Revolución Rusa y la Guerra
Mundial, Ivanov comenzaría a trabajar en 1922, junto con el antropólogo Mikhail Nes-
turk (1895-1979), en problemas de antropogénesis y biología de los primates. Estable-
cería correspondencia científica con el biólogo norteamericano Raymond Pearl
(1879-1940), con el que intercambiaría información sobre experimentos con simios y
la posibilidad de hibridación entre humanos y chimpancés. Este proyecto comenzaría
a fraguarse en 1924. Ese año Emile Roux (1853-1933) y Albert Calmette (1863-1933)
del Instituto Pasteur de Paris, cofundador de la institución el primero y director asis-
tente el segundo, ofrecieron a Ivanov la posibilidad de llevar a cabo sus experimentos
en las instalaciones de Kindia (Guinea), donde había un laboratorio de microbiología
y patología, para experimentar con enfermedades humanas inoculadas a gorilas y
chimpancés (Calmette, 1924). Le ofrecieron a Ivanov el acceso gratuito a los ejempla-
res de la estación, pero no financiar los gastos del proyecto ni el viaje a Guinea (Ros-
siianov, 2002: 286).
Ivanov en octubre de ese año intentó conseguir financiación del Ministerio de
Educación soviético, enviando su propuesta a Anatoly Lunacharsky (1875-1933),
Comisario de Instrucción. Esta solicitud, enviada por Ivanov desde Berlín, fue
apoyada por los representantes soviéticos de Educación y Agricultura en la capital
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alemana, quienes alegaron que el plan de hibridación de Ivanov era importante para
el materialismo y podía suponer un golpe decisivo contra las enseñanzas religiosas.
Aunque Lunacharsky no mostró interés en la propuesta, al año siguiente Ivanov, a
través de la mediación de Nikolay Gorbunov (1892-1938), secretario de Lenin y del
Consejo de Comisarios de Pueblos de la URSS, consiguió el apoyo político y
económico necesario de la Academia de Ciencias de la URSS, para emprender sus
trabajos de hibridación de simios antropoides en África. En la presentación de su
propuesta Ivanov comentaría que los experimentos de hibridación que pretendía
realizar podían proporcionar evidencias para comprender el problema del origen del
hombre y otro tipo de cuestiones relacionadas con la herencia, la embriología y con
aspectos patológicos y de psicología comparada (Rossiianov, 2002: 286-289).
En febrero de 1926 Ivanov partiría hacia París, y de la capital francesa al mes
siguiente viajaría a Conakry, donde entraría en contacto con Paul Poiret, el goberna-
dor de la Guinea francesa. En Kindia, establecimiento situado a 150 kilómetros de
Conakry, no pudo obtener espermatozoides de los testículos de los antropoides
machos, ya que los chimpancés eran prepúberes. Regresaría entonces a París, donde
colaboraría con Serge Voronoff (1866-1951), cirujano que aplicaba una técnica con
fines terapéuticos que consistía en el trasplante de testículos de monos a pacientes
humanos (Rossiianov, 2002: 294).
Unos meses más tarde, en noviembre de 1926, Ivanov volvería a desplazarse a
Conakry, esta vez a los jardines botánicos de Camayenne. Iba acompañado de su hijo
que le ayudaría en sus investigaciones. Previamente había conseguido un permiso que
le permitía cazar, comprar y transportar a Europa ejemplares de chimpancés. Los
experimentos que ejecutó allí con los monos que pudieron capturar en la región mon-
tañosa de Futa Yallon, resultaron fallidos. En su diario de trabajo se encuentran ano-
taciones sobre tratamientos agresivos y apresurados que fueron realizados en secreto
y que él y su hijo llevaban un arma en sus bolsillos, por si las circunstancias se ponían
difíciles. Al fallar la utilización de esperma humano en hembras de chimpancés, Iva-
nov pidió inseminar con esperma de chimpancés a mujeres nativas, lo que le fue dene-
gado por las autoridades. Finalmente, en julio de 1927 Ivanov abandonó Conakry con
destino a la URSS, con trece ejemplares, de los cuales tres eran hembras que habían
sido inseminadas artificialmente y que murieron sin haber concebido (Rossianov, 2002:
295– 301).
Tras volver a la Unión Soviética, Ivanov, gracias a sus apoyos políticos y los de la
Sociedad de Biólogos materialistas, consiguió que le aprobasen la ejecución de expe-
rimentos de hibridación en Sujumi (Georgia/Abjasia). Las investigaciones tenían que
mantenerse en secreto y las mujeres voluntarias que serían inseminadas con esperma
de monos antropomorfos, debían vivir, junto con una ginecóloga encargada de seguir
el proceso, en un aislamiento estricto. Pero el programa de trabajo no pudo llevarse
a efecto. En 1930 la reorganización política de la URSS afectaría a sus contactos polí-
ticos. Ivanov sería objeto de críticas y terminaría siendo arrestado. Moriría en 1932,
en el exilio en Alma Ata (Kazajistán) (Rossianov, 2002: 301-308).
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:01 Página 70
Estados Unidos e impartir una serie de conferencias para recaudar fondos, England
disuadió de ello al científico ruso, argumentando que sus exposiciones podrían pro-
vocar una tormenta en la prensa fundamentalista cristiana que le podría terminar aca-
rreando la deportación del país (Rossiianov, 2002: 295).
England sugirió que a fin de recaudar fondos se estableciera la Fundación Edward
D. Cope de Antropología Experimental, en memoria del paleontólogo que tanto había
contribuido a establecer la doctrina de la evolución biológica (England, 1928). Su dis-
curso pronunciado en Atlantic City, en la reunión de diciembre de 1932 de la American
Association for the Advancement of Science, despertaría gran interés y tendría una
amplia repercusión, llegando a los medios radiofónicos. En su exposición «Experimen-
tos que se proyectan en hibridación», England plantearía un programa de cruzamiento
de los diferentes géneros de monos antropomorfos, el orangután, gorila, chimpancé,
con las diversas razas de hombres. Podrían obtenerse cuatro tipos de híbridos, que si
fueran fecundos, podía dar lugar a nuevos cruces, de manera que se podría establecer
una serie que fuera desde el antropoide hasta el humano (Herrera, 1933: 27-28).
A comienzos de los años treinta, el científico mexicano Alfonso L. Herrera (1868-
1942), apoyándose en los trabajos de Ivanov (1907, 1912) donde se detallaban los pro-
cedimientos de impregnación artificial, planteó que la obtención de un híbrido de
hombre y de mono demostraría la naturaleza animal de los humanos, opuesta a la con-
cepción creacionista y antropocéntrica del Universo. En su folleto El híbrido del hom-
bre y el mono (1933), representaba, combinando y superponiendo fotografías y dibujos
de humanos negros y de chimpancés, una serie de imágenes que mostraban como sería
con toda probabilidad el hombre mono, basándose en las leyes del atavismo. Herrera
pensaba que híbrido no podría hablar y que emitiría sólo sonidos guturales. Su inte-
ligencia sería superior a la del mono y probablemente no muy inferior a los velludos
habitantes de Australia y las islas Hébridas. Como las características salvajes predo-
minarían a causa de las leyes del atavismo, lo más probable fuera que dicha bestia
resultara más intratable que cualquiera de sus ascendientes. Tendría una gran forta-
leza, su temperamento sería enérgico y más inteligente que el más listo de los monos.
Su nariz sería «semihumana», con un pulgar deficiente en la mano y pulgar en el pie
en dirección diagonal, con habilidad mental para manejar una maza o tirar una piedra
(Herrera, 1933: 24).
Herrera introducía más adelante en su trabajo un alegato titulado «Lamentable y
criminal influencia de la Iglesia», en donde decía que esta institución se oponía a la
teoría de Darwin, a la plasmogenia, al cruce del hombre y el mono, a los medios anti-
conceptivos y en general, a todo el progreso de la ciencia que fuera benéfico para la
humanidad a la vez que contrario al dogma bíblico (Herrera, 1933: 31).
Dedicaba un apartado a la manera en que debía procederse para obtener el híbri-
do. Decía que los directores de los parques zoológicos, los biólogos, los viajeros y
todos los interesados en estos experimentos, debían ser prudentes y no debía filtrarse
nada de las prácticas científicas hasta que no se consiguieran los resultados buscados.
Una vez logrado el éxito, debía difundirse ampliamente a través de la prensa, tomando
fotografías y radiografías y haciendo un estudio completo del los híbridos. Respecto
a sus progenitores, habría que estudiarlos desde antes de la impregnación y de que se
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EPÍLOGO
las pruebas. Era un ejemplo de los intentos de producir híbridos entre seres humanos
y simios, con el objeto de ganar la primacía científica en la creación experimental de
un hombre-mono (Armagnac, 1937: 28-29).
La posibilidad de obtener un híbrido de antropomorfo y humano siguió siendo
objeto de discusión entre los científicos, lo que ha sido reflejado por los medios de
comunicación. En 1967, en el periódico británico The Observer, se publicó que cien-
tíficos chinos habían intentado obtener un ser vivo mediante la inseminación de una
mona de chimpancé con esperma humano. El intento fracasó ya que los guardias rojos
se apoderaron del laboratorio donde se desarrollaba el experimento y la mona, emba-
razada de tres meses, murió por falta de cuidados (Anón, 1981). Veinte años después
el catedrático de Antropología de la Universidad de Florencia, Brunetto Chiarelli,
denunció que no sólo era posible realizar un cruce entre humano y chimpancé, sino
que esto ya se había experimentado en Estados Unidos. La noticia publicada en el
semanario L’Espresso en mayo de 1987, tuvo eco un en la prensa italiana, causando
un enorme revuelo en el mundo científico (Arias, 1987).
Hace pocos años, en 2009, el relevante y mediático biólogo darwinista Richard
Dawkins mencionó que no podía descartarse como imposible, aunque llegara a ser
muy sorprendente, la creación con éxito de un híbrido entre humano y chimpancé.
Aunque el híbrido sería tan estéril como una mula, para algunos biólogos este expe-
rimento era inmoral. Pero lo cierto, afirmaba Dawkins, era que este experimento lo
cambiaría todo y enviaría un mensaje muy saludable a la sociedad (Randerson, 2009).
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Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:01 Página 77
INTRODUCCIÓN
1
Trabajo realizado en el marco del Proyecto de Investigación HAR2013-48065-C2-2-P del Ministerio
de Economía y Competitividad.
2
En Chile el apellido del médico alemán fue escrito de diferentes maneras: Westenhofer, Westenhöffer,
Westenhöfer, Westenhoefer, Westanafer, Westenaefer, entre otras. Nosotros hemos optado por Westenhö-
fer, que es la variante reconocida en el archivo del Instituto Iberoamericano de Berlín. Cuando se trate de
citas en que el nombre del autor figura en el catálogo o en la obra con una variante, se optará por la variante
para asegurar el acceso a las fuentes.
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español, especialmente en la obra del embriólogo Jaime Pujiula, el filósofo José Ortega
y Gasset y el antropólogo Telésforo Aranzadi.
Max Westenhöfer nació en Baviera el año 1871 y comenzó sus estudios de medi-
cina en la Academia Real Médico Quirúrgica Emperador Federico Guillermo en el
año 1890. Su tesis doctoral trató sobre la destrucción cerebral producida por la sífilis
y, terminada su formación universitaria, pasó a ocupar el puesto de ayudante de la
cátedra del célebre Rudolf Virchow en el Hospital La Charité de Berlín (Sievers, 1958:
40). En La Charité, Westenhöfer profundizó sus conocimientos de anatomía patoló-
gica y del protocolo de autopsias más avanzado de la medicina de aquel momento. Ya
desde sus tiempos de ayudante de Virchow, Westenhöfer entabló amistad con algunos
médicos chilenos que estaban becados o comisionados por el gobierno del país sud-
americano en Berlín.3 Estas relaciones habrían pesado en su ánimo para aceptar el
ofrecimiento que el gobierno chileno le hizo en 1907 para que asumiera la cátedra de
Anatomía Patológica y tomara a su cargo la profesionalización del servicio de autop-
sias en los Hospitales de la Junta de Beneficencia.4 Así, en 1908, con 37 años de edad
llegó Max Westenhöfer a Chile, país en el que fue inmediatamente recibido por Pedro
Montt, Presidente de la República. La disertación inicial de su cátedra de Anatomía
Patológica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile la realizó el 31 de
marzo de 1908 y se tituló «Desarrollo histórico de la anatomía patológica y de sus
métodos de enseñanza» (Westenhoeffer, 1908). Mientras desarrollaba las tareas espe-
cíficas para las que se le había contratado, Westenhöfer desplegó una importante acti-
vidad como promotor de las buenas relaciones entre Chile y Alemania, el ejercicio de
la medicina legal y los intereses arqueológicos y antropológicos, entre otras facetas de
su incesante actividad en el país en este periodo.
En el ejercicio de sus funciones en relación a la profesionalización del servicio de
autopsias de los hospitales de la Junta de Beneficencia, Westenhöfer aplicó un criterio
básico, pero muy firme, para resolver la pertenencia racial de los cadáveres; cuestión
a la que daba máxima importancia como elemento distintivo de los patrones de mor-
bilidad y mortalidad en el país. Como informó Westenhöfer en un medio alemán, en
su práctica de autopsias en Chile:
3
En un recorte de prensa contenido en el Legado Westenhöfer, datado en forma manuscrita por el
mismo Westenhöfer como publicado el 29 de enero de 1908, se señala que tales amistades fueron los doc-
tores Federico Philippi, Germán Greve, Alejandro Del Río, entre otros (Westenhöfer, 1908-1911).
4
La Junta de Beneficencia fue una corporación privada que recibía tanto aportes de caridad privados
como fondos del estado chileno para la gestión de los principales hospitales del país. Se mantuvo como un
agente activo de la sanidad pública chilena hasta 1952, año en que sus activos y funciones fueron absorbidos
por el Ministerio de Salud.
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Para la buena realización del proyecto, el rector solicitó también «una carta cir-
cular dirigida a los Intendentes i Gobernadores para que le den las facilidades del
caso i sobre todo para que le permitan practicar autopsias en los hospitales que visite»
(Letelier, 1909).
Premunido de los viáticos y autorizaciones solicitadas, Westenhöfer partió hacia
el sur de Chile en enero de 1910, con un equipo integrado por su ayudante en la escue-
la de medicina, Ernesto Prado Tagle, y el fotógrafo en funciones en el Instituto Peda-
gógico de la Universidad de Chile, el Sr. R. Sebek. En este viaje el equipo logró
practicar autopsias en la localidad de Contulmo, al cuerpo de Isabel Trarupil, fallecida
de un año y medio de edad, y a otro infante mapuche de la localidad de Cañete, cuyo
nombre no fue consignado en los informes. Ante la imposibilidad de realizar otras
autopsias, Westenhöfer organizó una red de médicos locales debidamente remunera-
dos por cada autopsia realizada, que debían extraer órganos de los cadáveres mapu-
ches y enviarlos a Santiago. Los médicos comprometidos en esta red de extracción y
tráfico de órganos fueron los doctores Villegas, Cid Baeza, Günther, Burdach y Brunc-
ke; de las ciudades de Cañete, Temuco, Valdivia, Puerto Montt y Osorno respectiva-
mente (Westenhoeffer, 1910: 631). En el informe sobre el viaje, Westenhöfer proyectó
la realización de expediciones similares hasta el extremo austral y las regiones del
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norte del país, para lograr el «estudio de las diferentes tribus de la América Occiden-
tal» (Westenhoeffer, 1910: 631).
Una segunda expedición se realizó a inicios de 1911, integrada por Westenhöfer,
los médicos chilenos Ernesto Prado Tagle y Arturo Mardones, y dos aficionados a la
etnografía, que fueron invitados en los roles de secretario y fotógrafo, los alemanes
Juan Wickenhagen y Pablo Goepfert. En este viaje se realizó apenas una autopsia en
Temuco, pero Westenhöfer fue un poco más allá en el fortalecimiento de una red de
tráfico de órganos, involucrando en ella a los médicos legistas, intendentes, jueces y
gobernadores de las ciudades de Temuco, Villarrica, Valdivia y Osorno (Westenhöfer,
1911). Ya que las dos excursiones antropológicas realizadas por Westenhöfer a la zona
mapuche tuvieron como consecuencia el establecimiento de una red de extracción y
traslado de órganos desde los cadáveres de los indígenas hacia la Universidad de Chile
en la capital del país, resulta lógico suponer que las siguientes excursiones, que se rea-
lizarían para completar el panorama de todos los indígenas de la América Occidental,
culminarían en una red similar. Pero el proyecto no pudo realizarse en toda la ampli-
tud deseada por Westenhöfer, ya que a mediados de 1911 el conflicto entre el médico
alemán y una mayoría de los médicos de la Escuela de Medicina de la Universidad de
Chile alcanzó un punto crítico, tras conocerse el duro diagnóstico sobre la realidad
sanitaria del país, que el alemán había publicado en una revista de Berlín; lo que fue
usado para exigirle la renuncia a sus cátedras (Leyton y Sánchez, 2014). Tras una serie
de homenajes de desagravio de algunos sectores de obreros y estudiantes que lo res-
paldaban en su crítica al estado sanitario del país, y de la comunidad alemana resi-
dente, Westenhöfer volvió a Alemania.
La discusión sobre las tesis de Westenhöfer en España puede servir como ejemplo
de la repercusión internacional de la obra del científico alemán. Así, en España, entre
la reacción antidarwinista de las primeras décadas del siglo XX, hay que incluir la de
los apologetas católicos que combatieron al materialismo y al evolucionismo. En este
apartado hay que destacar la del núcleo de jesuitas vinculado al Instituto Biológico
de Sarriá (Barcelona). A través de la revista Ibérica: el progreso de las ciencias y de sus
aplicaciones, los jesuitas dispusieron de un vehículo de expresión en el que pudieron
divulgar su doctrina basada en la armonía entre ciencia y religión (Pelayo, 2002; Catalá
Gorgues, 2013). Este grupo se constituyó en torno a Jaume Pujiula ( 1869-1958), un
especialista en embriología y declarado antidarwinista, cuya formación científica la
había completado en Alemania y en distintas instituciones científicas centroeuropeas
(Dufort, 1995; Teixidó Gómez, 2010; Velasco Morgado, 2014).
dicho y defendido entre las masas populares desde tiempos de Darwin, los seres
humanos no eran los descendientes ni directos, ni indirectos, ni tampoco colateral de
los simios, sino más bien un ascendiente de ellos: «el hombre sería el mamífero más
antiguo» (Pujiula, 1926: 185).
Un resumen del pensamiento de Westenhöfer sobre la gran antigüedad del género
humano, anotaba Pujiula, podía encontrarse en el artículo titulado «Der Mensch das
älteste Säugetier», publicado en el diario vienés Neue Freie Presse, del 14 de septiem-
bre de 1926 (Pujiula, 1926: 185). Esta afirmación había causado gran impacto en la
asamblea de Salzburgo, originando calurosas disputas, tanto que el propio Westen-
höfer la propuso como tema de debate para el próximo congreso de la Sociedad.
Las pruebas en que se basaban tal afirmación, decía Pujiula, provenían del domi-
nio de la Patología. Westenhöfer había observado en el hombre ciertos caracteres
primitivos, que llamaba «progonismos», que no se encontraban ni en simios ni pro-
simios, sino en mamíferos como los cetáceos, considerados inferiores en la escala
zoológica. Uno de estos caracteres era el riñón lobulado que alguna vez había podi-
do observar en seres humanos. Otro era la presencia de senos en el bazo e incluso
la de bazos accesorios. Si se invertía el eje de la evolución, a Westenhöfer le parecía
que era más fácil explicar el peculiar desarrollo de ciertos caracteres en simios y en
humanos. Ponía como ejemplo el que los antropomorfos jóvenes fuesen más pare-
cidos a los humanos que los adultos, algo que siempre se había esgrimido como un
argumento contra la descendencia simia del género humano, pero que según la ley
biogenética de Haeckel era un argumento en favor del origen humano de los simios
(Pujiula, 1926: 186-187).
Pujiula confesaba que le había sorprendido, agradablemente, la teoría de Westen-
höfer, ya que era una prueba palparia de lo desorientados que estaban los evolucio-
nistas y la bancarrota de su teoría. En su opinión, los hechos presentados por
Westenhöfer podían prestarse a diversas interpretaciones. Pero todos, decía, estaban
equivocados, tanto los partidarios de la descendencia simia o presimia de los huma-
nos, como lo postulado por el científico alemán de que el hombre era el mamífero
más antiguo y la evolución actuaba destruyendo su obra y degenerando hacia la pro-
ducción de formas tan bestiales como los simios (Pujiula, 1926: 187-188).
Reconocía Pujiula que los transformistas podían responder a Westenhöfer que
sus argumentos no probaban nada, ya que los datos que presentaba podían inter-
pretarse como relativos a la ontogenia sin tener que ver con la filogenia. Al buscar
Westenhöfer caracteres o hechos patológicos o anormales, no podía probar ley bio-
lógica alguna, limitándose a moverse en el campo de la Teratología. Así, por ejem-
plo, Pujiula sostenía que la presencia de órganos accesorios o duplicados o de un
riñón lobulado eran perturbaciones ontogénicas sin relación con la filogénesis, que
podían ser explicados fácilmente por los embriólogos. Y de esta forma podría ir
rebatiendo todos los argumentos presentados por Westenhöfer y demostrar que nin-
guno probaba nada a favor de la evolución filogenética del hombre y de la teoría de
la descendencia aplicada al género humano. Para Pujiula, la teoría de la evolución
estaba en bancarrota y las ideas de Westenhöfer eran la prueba más palmaria de ello
(Pujiula, 1926: 188-189).
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primitivo Homo primigenius, con el de los simios actuales, se demostraba que repre-
sentaban formas divergentes de la evolución (Ortega, 1927: 3).
En la ciencia, aseguraba Ortega, al igual que en la política, siempre había una teoría,
o un partido, que ocupaba el poder. Esto era lo que se llamaba teoría canónica, que
dominaba sobre las mentes menos inquietas y creadoras. Era la opinión más seria, o
sea, la menos genial e inteligente. Así, en la descendencia del hombre, quien ejercía en
ese momento la magistratura de la teoría canónica, era la que consideraba al hombre
pariente próximo del chimpancé. De manera que las semejanzas entre nuestra especie
y las diferentes clases de simios se habían visto reducidas a estudios estadísticos, como
el realizado por Gustav Schwalbe sobre la tesis pitecoide, que asignaba al chimpancé
el honroso título de pariente más cercano de los humanos (Ortega, 1927: 3).
Por otro lado, la tesis de Westenhöfer sobre la gran antigüedad filogenética de la
especie humana para Ortega no era novedosa, ya que había sido previamente plante-
ada por paleoantropólogos alemanes, como Otto Schoetensack, Johannes Ranke o
Julius Kollmann y especialmente Hermann Klaatsch, de quien citaba una serie de tra-
bajos donde éste exponía su teoría (Ortega, 1927: 3).
Según los partidarios de esta tesis, la situación de una especie en la escala genea-
lógica dependía como toda cuestión cronológica, de que hubiera un antes y un des-
pués. Así, la dentadura humana, que situaba a la especie humana en un tiempo
posterior a la aparición de los peces, le hacía más antiguo que los demás mamíferos.
Lo mismo pasaba con las extremidades. Ponía como ejemplo la huella del Cheirothe-
rium, traza fósil del Triásico que constaba de cinco dedos que coincidían con las
manos de simios y de humanos. Por lo que, lejos de ser la mano una adquisición de
última hora, era uno de los órganos más antiguos, como lo probaba el que se hallara
en uno de los más primitivos vertebrados terrestres. La mano, en combinación con el
cerebro, había hecho que el hombre fuera, como había dicho Benjamin Franklin, el
animal instrumentificum o A-tool animal making, el Homo faber, la bestia industriosa
que fabricaba instrumentos. Pero según lo anterior, lo maravilloso no era la existencia
de la mano, sino la conservación de semejante antigualla zoológica (Ortega, 1927: 3).
De manera que la teoría de la gran antigüedad del género humano llegaba a situar
al ser humano junto a los primeros vertebrados terrestres, que eran cuadrumanos,
siendo la cuadrupedia una evolución y especialización posterior a la mano, la cual era
un retraso biológico, un aparato poco adaptado. Según esta teoría, el mono era un
animal que somáticamente había progresado más que el hombre, por tanto procedía
de él. El ser humano conservaba más la cola de saurio que los simios antropoides, al
poseer cuatro o cinco residuos vertebrales del apéndice caudal, por sólo tres el oran-
gután. Asimismo, había diferencias en la colocación de los ojos. En el proceso de la
aproximación de los ojos para colocarse en un mismo plano, el antropoide había ido
más lejos que el hombre. En resumen, la filiación de la especie humana no era un
triunfo de la lucha por la existencia, sino al revés, era una casta que había sobrevivido
a su inadaptación y retraso biológico, una raza arcaica, tenaz y somáticamente con-
servadora. Así, del Pithecanthropus, como de un tronco común, habrían partido dos
líneas divergentes entre sí. Una había sido la humana, que insistía con los caracteres
antiguos. La otra era la simiesca, con caracteres más avanzados y cuanto más avanzaba
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erección activa del cuerpo, la inmediata y completa liberación de las manos, la adqui-
sición del lenguaje y la conservación de una forma de cerebro infantil. Así, aunque en
una mesa de disecciones apenas podía distinguirse a un ser humano de cualquier otro
mamífero, lo que diferenciaba al hombre era que pudiera hablar, pensar, utilizar uten-
silios elaborados, en suma crear cultura, por lo que Westenhöfer establecía con él una
clase aparte separándole de los primates y lo consideraba en cierto modo como alfa
y omega de los mamíferos (Aranzadi, 1936: 49-50).
Para Westenhöfer era inútil buscar seres intermedios entre hombres y monos, ya
que tales criaturas nunca habían existido en la historia del mundo orgánico. Para él,
todos los grandes grupos de organismos habían aparecido súbitamente en la historia
de la Tierra y se habían expandido de modo explosivo en sus diferentes morfologías.
Además, no se podía demostrar el tránsito de una especie a otra y sólo dentro de las
especies se daban las condiciones para que surgieran distintas variaciones que se irra-
diaban en diferentes direcciones. En este sentido, el género humano tenía una línea
propia que conducía al tipo del mamífero primitivo y que Westenhöfer retrotraía, no
a una forma conocida determinada, sino al tipo de los urodelos y de los peces carti-
laginosos (Aranzadi, 1936: 50).
Según Aranzadi, Westenhöfer consideraba que el descubrimiento del Homo
sapiens en el período terciario, que él había predicho en el Congreso de Salzburgo,
reforzaba su teoría. Aportaba para ello los hallazgos de fósiles humanos realizados
en 1913 por Hans Reck en la Garganta de Olduvai (Tanzania), y por Charles Dawson
y Arthur Smith Woodward en Piltdown (Inglaterra); los descubiertos en 1932 por
Louis Leakey en Kanam y Kanjera (Kenia), y el estudio realizado en 1926 por Char-
les Depéret, Lucien Mayet y Henri Chossegros, del tipo humano fósil encontrado
en la Denise, Francia, en 1844. Presuponía que la antigüedad de estos fósiles huma-
nos debía ser igual a la del grupo neandertal y del Pithecanthropus, incluso era pro-
bable que los restos de Kanam y Kanjera fuesen más antiguos. De aquí lo infundado
que era para él la línea paleoantropológica que, partiendo del chimpancé o de un
tipo «chimpanzoide», conducía al Pithecanthropus-Neanderthal-Homo sapiens. Para
Westenhöfer los neandertales formaban una rama bestializada del árbol humano y
por eso había preconizado, según Aranzadi, que más que un árbol filogénico habría
que hablar de un matorral, cuyas raíces representaba el tipo mamífero primitivo y
con unos brotes que al principio eran parecidos, sin unión ni intermedios, y todos
monofiléticos, o de una raíz común. En este esquema, los monos habrían sido pare-
cidos a los humanos en las proximidades de la raíz (Aranzadi, 1936:50).
Aranzadi terminaba señalando que en el Congreso de Antropología de Salzburgo,
Otto Aichel había puesto objeciones a varias cuestiones de la tesis de Westenhöfer,
como la supuesta mano del Cheirotherium, la forma del apéndice ileocecal, los lóbulos
del riñón y escotadura del bazo, etc., intentando explicar las singularidades y anoma-
lías esgrimidas por su colega para fundamentar su teoría de que el mono descendía
del hombre (Aranzadi, 1936:50).
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Con el correr del fin de la década de los años veinte, Westenhöfer se jubiló en
forma anticipada para dedicarse completamente al desarrollo de su teoría evolutiva.
Sin embargo, entre los años 1929 y 1932, volvió a Chile comisionado para crear el Ins-
tituto de Anatomía Patológica en el Hospital El Salvador y formar allí a un selecto
grupo de patólogos que atenderían las necesidades de los hospitales de la Junta de
Beneficencia a lo largo del país. En 1932, sin apoyo por los acontecimientos de la polí-
tica interna chilena, Westenhöfer volvió a Alemania. Con la llegada del nacionalso-
cialismo al poder, el Dr. Westenhöfer fue un activo colaborador del Instituto
Iberoamericano de Berlín, una institución dirigida entre 1934-1936 y 1938-1945 por
Wilhelm Faupel (Farías, 2000: 28). El Instituto Iberoamericano de Berlín estaba espe-
cialmente abocado en aquellos años a difundir entre la elite profesional iberoameri-
cana los ideales nacionalsocialistas (Reggiani, 2005). Como embajador cultural del
Tercer Reich, Max Westenhöfer realizó una extensa gira sudamericana en el año 1938,
la que incluyó una serie de conferencias sobre evolución y materias médicas en las
ciudades de Santiago y Concepción, en Chile. Por el estatuto con el que llegó al país,
los homenajes y despedidas apoteósicas se sucedieron uno tras otro. Sin embargo, no
sería la última vez en que el sabio alemán resultaría acogido por la amistad de sus dis-
cípulos chilenos.
En 1942, con motivo de la celebración de los 70 años del Dr. Westenhöfer, la comu-
nidad médica berlinesa realizó una serie de homenajes en su honor, entre los que se
incluyó la publicación de una obra dedicada completamente a la teoría de la evolución
por parte del médico alemán, la que tuvo por título Der Eingenweg des Menschen (El
camino propio del hombre) (Westenhöfer, 1942). La obra fue elogiosamente comen-
tada por el ambiente científico alemán que se encontraba ciertamente sincronizado
con el pensamiento nacionalsocialista en ese momento. Tras el fin de la Segunda Gue-
rra Mundial y la derrota del nazismo, la casa del Dr. Westenhöfer en Bondensee, Ber-
lín, fue ocupada por las fuerzas aliadas y se le obligó a vivir precariamente, reducido
a un cuarto, sin acceso a su jubilación de la Universidad de Berlín y dependiendo para
su alimentación de una tarjeta de racionamiento. Los discípulos chilenos, especial-
mente el grupo de anatomopatólogos formados entre 1930 y 1932, se organizaron para
enviarle encomiendas con alimentos y dinero, hasta que gracias a las buenas relaciones
del Dr. Ernesto Prado Tagle con las autoridades de la embajada de Francia en Chile,
se logró remover los obstáculos que impedían su salida de Alemania para que ocupara
el cargo, más bien honorífico, que sus discípulos ya le habían conseguido en Chile
(Sievers, 1958: 53). Aunque Sievers presenta a Westenhöfer como un opositor pasivo
a Hitler, el compromiso activo del médico alemán con el Instituto Iberoamericano de
Berlín y los homenajes de 1942 avalan la idea de su papel activo y fiel dentro del nazis-
mo. Además, la correspondencia personal que se encuentra resguardada en el legado
Westenhöfer en el Instituto Iberoamericano de Berlín da cuenta del nazismo belige-
rante que algunos de sus discípulos chilenos desplegaban en la correspondencia pri-
vada con el maestro. Finalmente, llama la atención el hecho de que el ejército aliado
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haya ocupado su vivienda y que sólo las relaciones personales de un discípulo chileno
con la embajada de Francia en el país sudamericano permitieran remover la clara
intención de las autoridades vencedoras de retenerlo en Alemania. Con estos antece-
dentes es legítimo preguntarse si el profesor Westenhöfer no estaba involucrado tam-
bién en las acciones más radicales del nazismo.
Con el maestro instalado en forma segura en Chile, los discípulos se embarcaron
en un homenaje intelectual, para el que contaron con el apoyo de la Universidad de
Chile. Así, en 1951, se publicó El camino propio evolutivo y el origen del hombre, edi-
ción ampliada del libro que Westenhöfer había publicado en Alemania en 1942 (Wes-
tenhöfer, 1951). Acogido por sus discípulos, Max Westenhöfer falleció en Santiago de
Chile el 25 de septiembre de 1957.
CONCLUSIÓN
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1
Este trabajo forma parte de los resultados de investigación del proyecto «Las Estaciones agronómicas
y la agricultura tropical en Puerto Rico, 1888-1942», que como parte del año sabático realicé en el CSIC y
la Universidad de Puerto Rico recinto de Río Piedras con apoyo del CONACyT. También forma parte de
del proyecto «Marcadores del tiempo: continuidades y discontinuidades en las sociedades hispanoantilla-
nas, siglos XIX y XX», dirigido por Consuelo Naranjo Orovio y apoyado por el Ministerio de Economía y
Competitividad de España (HAR2012-37455-C03-01), en el que colaboro.
2
Curazao junto con San Thomás era uno de los centros mercantiles que más relación tenían con los
principales puertos de Puerto Rico, como Guayama, Ponce y Mayagüez.
3
La posición económica de su padre era la que podía tener un artesano con conocimientos útiles apre-
ciados en aquella época, sin embargo al contraer matrimonio con una criolla puertorriqueña, refrendaba
sus vínculos de residencia.
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4
Agustín Stahl fue apadrinado por un alemán llamado Volkers y su padre por un comerciante del
mismo origen cuyo nombre era Carlos Reichard.
5
En Bayamón se casó con Carolina Izquierdo. De esa unión tuvo ocho hijos.
6
Cónsul norteamericano en Puerto Rico, comerciante y banquero que participaba activamente en los
negocios del azúcar y quien llegó a formar por accidente una colección arqueológica importante que más
tarde donó a la Smithsonian en Whasingthon.
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ofrecían las ciencias naturales de su época. Sin embargo y hasta donde hemos avan-
zado en el conocimiento de su obra, consideramos que a lo largo de su vida no tuvo
suficiente tiempo para procesar la cantidad de información reunida y que ésta le per-
mitiera formular una propuesta teórica.
Fue un hombre de su tiempo preocupado por la situación económica por la que
atravesaba Puerto Rico en su condición colonial. A su regreso de Europa Central el
ambiente que encontró en las reuniones de salón y espacios de la vida pública era de
entusiasmo, ante la posibilidad de que se realizaran reformas económico-administra-
tivas para Cuba y Puerto Rico, lo que culminó con la formación de la Junta de Infor-
mación, que para analizar las condiciones por las que atravesaban los territorios
ultramarinos se reunió en Madrid y concluyó con un rotundo fracaso en 1867, al no
poder conciliar acuerdos entre peninsulares y las elites locales. Son los años en que
Stahl, por coincidencia de ideas y posiciones ideológico-políticas, se relacionó con los
liberales reformistas y con los proyectos económicos y socioculturales por ellos enca-
bezados (Gutiérrez del Arroyo, 1976: 16-18; Vélez Adorno, 1997: 25).7 Su compromiso
social e impulsos patrióticos seguramente estuvieron determinados por las experien-
cias que vivió en Praga durante el ascenso del nacionalismo checo. De allí su simpatía
hacia el partido liberal reformista y su definida militancia en el autonomismo.
Como hombre práctico comprometido con su tiempo, fue en la década de 1870
que participa activamente en la búsqueda de soluciones útiles a los problemas agrí-
colas e industriales de la isla. Desde su posición de médico se transformó en hombre
público al colaborar en diversos proyectos educativos y culturales que se desarrollaron
en la década. Fue profesor del Instituto Civil de Segunda Enseñanza en San Juan, en
donde obtuvo por oposición la cátedra de Historia natural (Gutiérrez del Arroyo,
1976: 16; Gaceta de Puerto Rico, 1882). A partir de 1876, que se instaura el Ateneo Puer-
torriqueño, fue un miembro activo de esa corporación y profesor de las cátedras de
Zoología, Botánica, Mineralogía, al mismo tiempo que impartía un curso de alemán
(Gutiérrez del Arroyo, 1976: 16). En ese centro de la cultura y la enseñanza impartió
una serie de conferencias, dio a conocer y compartió con un público letrado los pri-
meros resultados de sus hallazgos de investigación.
Como era común en la época, Agustín Stahl escribió en revistas y periódicos, en
donde desarrolló una asidua labor de difusión de sus hallazgos.8 Los principales voce-
ros en que colaboró fueron Anales de la Sociedad española de Historia Natural, que se
editaba en Madrid; Revista de Agricultura, Industria y Comercio; Revista Puertorrique-
ña y El Boletín Mercantil, que se imprimían en San Juan y circulaban en toda la isla.
Desde la década de 1870, Stahl fue un miembro incansable de las Juntas califica-
doras de concursos y exposiciones agrícolas, que por tradición se celebraban en Puer-
to Rico desde 1854. En esos años las haciendas azucareras de la costa oeste de la isla
7
Se dice que en su casa en Bayamón organizaba tertulias a donde asistían Virgilio y José Antonio Dávila,
y Braulio Dueño Colón.
8
Como periodista escribió en la Revista de Agricultura, Industria y Comercio, que dirigía Federico Asen-
jo, y en la Revista Puertorriqueña de Manuel Fernández Juncos, además de colaborar en El Boletín Mercantil
y otros impresos.
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vieron afectados sus cañaverales por una plaga que consumía la raíz de la gramínea.
La Diputación Provincial, preocupada por la crisis económica que la enfermedad
representaba en el campo, nombró una comisión de expertos para que realizara un
estudio y encontrara el origen de la plaga. La comisión quedó integrada por el licen-
ciado en Física José Julián Acosta y los médicos Agustín Stahl y Carlos Grivot (Colón,
1930: 121). El resultado de esa tarea fue el informe que en 1878 se publicó bajo el título
Informe dado a la Excelentísima Diputación Provincial sobre la enfermedad de la caña
de azúcar en el cuarto departamento de la isla de Puerto Rico (Grivot Grant-Court et
al., 1878). El expresado documento, además de contener un tratado sobre el origen
de la caña de azúcar y su introducción en la isla, se componía de un estudio sobre la
enfermedad. Después de un análisis de los diferentes tipos de caña utilizados en Puer-
to Rico, los comisionados identificaron cuáles de las variedades eran las más adecua-
das y resistentes al clima y las condiciones del suelo.
Es importante señalar que el texto del informe pertenece a una literatura agrícola
que se escribió y circuló en la isla entre 1872 y 1898, que aún no ha sido reunida y ana-
lizada en su conjunto para saber el grado de desarrollo del conocimiento y la cultura
agrícola en la isla, así como el impacto y la circulación de información que contribuyó
al establecimiento de una cultura científica en los procesos productivos de innovación
y aplicación de diversos métodos, para el beneficio de las principales fincas rurales de
la época (Ojeda, 1872; Dupuy de Lome, 1875; Soleta y Jiménez, 1879; Reynoso, 1888;
Rivas, 1888; Ultramar, 1872-1892).9 Se sabe que para apoyar los argumentos del estudio
sobre la caña de azúcar, el Dr. Stahl ensayó con veintitrés diferentes tipos de variedades
de la gramínea en una finca modelo en Bayamón (Gutiérrez del Arroyo, 1976: 21). Su
propósito era encontrar la especie más resistente a contraer enfermedades. De esa expe-
riencia agrobiológica data la relación comercial que mantuvo con la Junta local de Agri-
cultura y algunos hacendados de la región en la década de 1880, a quienes ofrecía
semillas por él manipuladas (Tribunal de cuentas, 1880: R 8).
Desde su regreso de Europa y a lo largo de su vida, al mismo tiempo que atendía
a sus pacientes como médico rural, con regularidad se internaba en la espesura de los
bosques tropicales de la región oeste para recolectar ejemplares de la flora y la fauna;
exploraba cavernas mientras emprendía la búsqueda minuciosa de restos fósiles terres-
tres y marinos. Gracias a esa labor y hasta 1917, año de su muerte, reúne una rica colec-
ción de especímenes que le permite documentar su trabajo de investigación e indagar
en lo que consideramos sus principales inquietudes y preguntas científicas. Aun cuan-
do Stahl a lo largo de su obra no hace mención directa a un posicionamiento darwi-
nista, en varios momentos de la misma, cómo veremos a continuación, sustenta los
criterios de las teorías de la evolución. Una de las interrogantes que aparece a lo largo
de su amplio trabajo es la del origen de la vida en la isla de Puerto Rico, junto a la
edad del hombre prehistórico. Estas dos variables iluminan su pensamiento y nutren
de un sentido amplio el conjunto de su diversa obra, la cual transita de la clasificación
botánica y zoológica al examen arqueológico, etnohistórico y antropológico, con el
9
Nos referimos a textos editados y difundidos por el Ministerio de Fomento en Madrid y por lo tanto
leídos en esos años.
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10
La Real Sociedad Española de Historia Natural se fundó el 15 de marzo de 1871 con los aires reno-
vadores de científicos españoles como Ignacio Bolívar, Miguel Colmeiro, Joaquín González Hidalgo, Pedro
González de Velasco, Marcos Jiménez de la Espada, Rafael Martínez Molina, Francisco de Paula Martínez
Sáez, Patricio María de Paz y Membiela, Sandalio de Pereda y Martínez, Laureano Pérez Arcas, José Solano
y Eulate, Serafín de Uhagón, Juan Vilanova y Piera y Bernardina Zapater. Su objetivo era «el cultivo y ade-
lantamiento de esta ciencia, principalmente por medio del estudio de las producciones naturales de España
y sus provincias ultramarinas, y de la publicación de cuanto á dichas producciones se refiera», en Anales
de la Sociedad Española de Historia Natural, tomo primero, Madrid, Imprenta de T. Fortanet, 1872, pp. VII
y VIII.
11
En ese ensayo destaca mitos indígenas centroamericanos similares a los taínos que reflejan visiones
monistas entre el cuerpo y el alma, en donde las enfermedades podían ser producto del secuestro del alma
por seres sobrenaturales.
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forma de artículo y como libro en 1903 (Stahl, 1903b: 34-35, 49-51); Estadística de mor-
talidad y nacimientos en Bayamón y pueblos limítrofes, 1895; La fundación de Aguadilla;
La fundación de Bayamón; y su ensayo Menos cárceles, manicomios y casas de corrección,
publicado en 1908.
En su labor de médico-cirujano, en 1890 practicó una ovariotomía en Manatí. En
esa experiencia contó con la cooperación de los médicos Goenaga, José Manuel Sal-
daña y Ventura Rubert y Cerdá. Aun cuando el resultado de la cirugía no tuvo éxito
–de acuerdo con lo investigado por Quevedo Báez–, la intervención se realizó con las
precauciones y métodos que por entonces determinaba la cirugía (Quevedo Báez,
1946: 378-379).
Por más de diez años continuos, Agustín Stahl recorrió el país en busca de espe-
címenes que le hablaran de la constitución geológica de la isla de Puerto Rico y del
origen del hombre prehistórico. Su labor de exploración, recolección, clasificación y
descripción morfológica de la flora, la fauna y las muestras de fósiles terrestres y mari-
nos fue continua, y como él mismo señala en la introducción de su estudio sobre la
flora de Puerto Rico, sus fines al iniciar la obra eran de carácter didáctico. Su propó-
sito era conformar un gabinete de historia natural que diera principio en la isla al esta-
blecimiento de un museo de Historia Natural como los que tuvo oportunidad de
disfrutar en Praga o en otras ciudades europeas. A lo largo de su obra hay un claro
empeño en concretar una visión articulada de la naturaleza de Puerto Rico, en cuyas
explicaciones se planteó la del origen de los taínos, que expone en su texto Los indios
borinqueños. Estudios etnográficos (Stahl, 1889).
La historiografía que sobre la figura y la obra de Stahl se ha escrito hasta el
momento se distingue por la diversidad de enfoques y disciplinas que caracterizan su
trabajo. Existen estudios realizados por botánicos, historiadores, arqueólogos, y en
los últimos años las interpretaciones de sus acuarelas han dado pie a la creatividad
gráfica de artistas contemporáneos como Rafael Trelles que, con su obra, actualizan
una noción de la naturaleza puertorriqueña (Trelles, 2015). Todas y cada una de esas
contribuciones han ayudado a estructurar un panorama mucho más amplio de la
intensa labor emprendida en solitario por un hombre de ciencia. Hace falta, sin
embargo, una mirada abarcadora que ubique a Agustín Stahl en las discusiones de las
ciencias naturales y las explicaciones que sobre el hombre prehistórico se estaban sus-
tentando en las últimas décadas del siglo XIX en Europa, como parte de un amplio
debate, como se intenta hacer en este ensayo.
La historiadora Isabel Gutiérrez del Arroyo, en un artículo escrito en 1976, seña-
la que el biógrafo más completo de Stahl es Carlos Eugenio Chardón, quien en un
estudio introductorio al libro Estudio sobre la flora puertorriqueña sondea a profun-
didad la vida del científico. No obstante, en el año de 1936 en que Chardón publicó
ese ensayo después de haber encontrado una parte de las acuarelas de la flora de
Puerto Rico dibujadas por Stahl en su casa de Bayamón, se desconocía aún la vas-
tedad de su obra.
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Gutiérrez del Arroyo, en su exposición sobre Stahl, sostiene que los resultados de
los estudios botánicos del científico corresponden a la etapa de la descripción de las
estructuras morfológicas anteriores a la visión darwinista, y que por ello no hace men-
ción a la evolución. Sus hallazgos botánicos y zoológicos –refiere la historiadora– per-
tenecen al método descriptivo y no pasó a la argumentación teórica. Sin embargo, en
su análisis Gutiérrez del Arroyo únicamente se detiene en el examen de sus estudios
botánicos: Apuntes de la flora de Puerto Rico, que más tarde se transforma en Estudios
sobre la flora de Puerto Rico, publicado entre 1883 y 1888 en seis fascículos, en los cua-
les Stahl cubre el análisis de todas las dicotiledóneas de la isla. La obra comprende la
descripción de 709 especies conocidas. Incluye 184 especies que él desconoce (en total
893 especies incluidas) que toma de otros autores, 10 que puntualmente indica
mediante asterisco. En esa obra, Agustín Stahl advierte cuándo incorpora la descrip-
ción de otros autores, lo que raras veces ocurre (Stahl, 1884: 39; Gutiérrez del Arroyo,
1976: 34). Pero Estudios sobre la flora de Puerto Rico es una obra que no fue terminada
y publicada completa. Al texto lo acompaña una colección de 720 acuarelas prepara-
das por el autor, las cuales, gracias a la labor de Pedro Acevedo-Rodríguez, se sabe
que se encuentran dispersas en diversas colecciones de Europa, Estados Unidos y la
isla de Puerto Rico (Acevedo-Rodríguez, 2007: 190-194).12
Sobre los recorridos emprendidos por Stahl para reunir sus colecciones, el propio
autor comenta:
El trabajo de recolección hecho por Stahl constituye uno de los primeros registros
de muchas de las plantas nativas de Puerto Rico, de las cuales hacen mención Domingo
Bello y Espinosa y Juan Cristóbal Gundlach en los estudios que al respecto publicaron
en los Anales de la Sociedad Española de Historia Natural. En diversos momentos de
12
El primer conjunto de sus colecciones fue a Berlín (Krug y Urban herbario) y fue destruido durante
la Segunda guerra mundial. Duplicados de sus colecciones se sabe que existen en varios herbarios de la
siguiente manera: el Jardín Botánico y Museo de Berlín-Dahlem, Berlín, Alemania; Jardín Botánico Nacio-
nal de Bélgica; Museo Botánico, Universidad de Copenhague, Dinamarca; Conservatorio y Jardín Botánico
de Ville de Genève, Suiza; Universidad de Harvard, Cambridge, MA, Estados Unidos; Systematisch-Geo-
botanisches Institut, Göttingen, Alemania; Rijksherbarium, Leiden, Países Bajos; Botanische Staatssamm-
lung, Munich, Alemania; Jardín Botánico de Nueva York, Bronx, Nueva York, Estados Unidos; Museo
Sueco de Historia Natural de Estocolmo, Suecia, Dipartimento de Biologia Vegetale, Torino, Italia; y Her-
bario Nacional, Washington, DC, Estados Unidos.
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Algo semejante sucede con la Helix (Thelidomus) squamosus, que según Gundlach:
En otra parte del texto, al describir los moluscos marinos Gundlach evidencia las
redes de intercambio y recepción de conocimiento en las que participa Stahl, al señalar:
Del trabajo como botánico en Estudios sobre la flora de Puerto Rico, Pedro Ace-
vedo-Rodríguez señala que Stahl logró fundamentar alrededor de 1330 especímenes,
que con algunos duplicados formaban parte de su colección. Esas muestras datan de
los años de 1882 a 1889 en que realizó sus principales recorridos de campo, junto con
la elaboración de sus acuarelas (Acevedo-Rodríguez y Strong, 2005: 8-9; Acevedo
Rodríguez, 2011). Sobre las acuarelas su hija llegó a expresar:
Mi padre colocaba las plantas o las flores que iba a estudiar y trasladar al papel
en un gran vaso que tenía en el gabinete. Luego pacientemente, procedía a colorear
13
En 1880 Domingo Bello y Espinosa publicó Apuntes para la flora de Puerto-Rico para la sección de
septiembre de la revista Anales de la Sociedad Española de Historia Natural editada en Madrid.
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el cuerpo de la flor, pigmentando después las hojas y los tallos posteriores, cuidan-
do siempre de que los colores respondieran con exactitud a los que se manifestaba
en la naturaleza (Acevedo-Rodríguez, 2007: 189-192 y 2011).14
Al tiempo que escribía La flora en Puerto Rico, Agustín Stahl editó en 1882 su Catálogo
del gabinete zoológico (Stahl, 1882). En ese libro expone abiertamente su interés por for-
mar un Museo de Historia Natural en Puerto Rico, en el cual estuvieran representadas
todas las ciencias naturales, física, química, mineralogía, antropología, arqueología y otras
ciencias afines (Gutiérrez del Arroyo, 1976: 19; Vélez Adorno, 1997: 25). Isabel Gutiérrez
del Arroyo sostiene que Stahl llegó a clasificar 2.300 especies de animales, de las que 1.837
pertenecen a Puerto Rico (Gutiérrez del Arroyo, 1976: 21; Vélez Adorno, 1997: 25). De
ese trabajo, el Dr. Chardón consideraba valiosa la serie ornitológica. La colección general
incluía también fósiles («perfectos») huevos, fenómenos y otros objetos de interés cien-
tífico, en total 2.773 ejemplares. Por Carlos Chardón se sabe que Stahl practicaba la taxi-
dermia y él mismo disecaba sus ejemplares. Las muestras y colecciones que el doctor
Stahl llegó a reunir en su casa de Bayamón con el paso del tiempo se han disipado por
distintos países y museos, o perdido entre las inclemencias del tiempo y la incomprensión
de las autoridades municipales o del estado (Chardón, 1936: 21-22). Esos registros de
plantas y animales nativos, así como los testimonios del pasado arqueológico, sirvieron
a Stahl para esbozar las primeras explicaciones del hombre prehistórico en la menor de
las Antillas en su libro Los indios borinqueños. Estudio etnográfico.
En su libro Los indios borinqueños. Estudio etnográfico,15 Stahl comenta que: «se
propone despertar el recuerdo de los indios borinqueños en la memoria de los hom-
bres de estudio y de los borincanos» (Stahl, 1889: V). De allí que el texto remita a un
propósito patriótico deliberado por esclarecer el pasado indígena de la isla de Borin-
quen antes de la llegada de los españoles, con lo que se complementaría el esfuerzo
14
Las acuarelas de Stahl permanecieron desconocidas hasta 1922-23, cuando fueron encontradas por
los doctores Carlos E. Chardón y N. L. Britton en el Colegio Santa Rosa en Bayamón (Chardón, 1936: 11-
12); éstas se encuentran depositadas en las siguientes instituciones: 583 en la Universidad de Puerto Rico,
Recinto de Mayagüez, en la Sala Manuel María Sama y Auger-Colección Puertorriqueña de la Biblioteca
General; 137 en el Archivo General del Instituto de Cultura Puertorriqueña en San Juan; y aproximada-
mente 10 en el Oficina de Parques Nacionales, en San Juan. (Dr. Juan Rivero, comentarios personales).
15
En la Revista Puertorriqueña, que en 1887 fundó el escritor y periodista Manuel Fernández Juncos,
dio a conocer por entregas y en forma de fascículos las primeras versiones de su estudio Los indios borin-
queños. Estudio Etnológico, que en forma de libro publicó en la imprenta de J. Julián Acosta dos años des-
pués. En los tomos I, II, III y IV de la revista, en las secciones «Ciencias naturales», «Ciencias morales» y
«Filología» editó las primeras versiones de los capítulos: «Origen de los indios borinqueños»; «Estudios
etnológicos de los indios borinqueños, Industrias»; «Los indios borinqueños ante la ciencia etnológica»;
«Antropología de los indios borinqueños»; «La religión de los indios borinqueños»; «Condiciones intelec-
tuales y morales»; y «Lenguaje de los indios borinqueños». La composición de esos ensayos sufrió modi-
ficaciones en la primera edición del libro. Los cambios incorporados de alguna forma indican que el autor
se encontraba en proceso de reflexión y continuaba reelaborando sus tesis y esquema de trabajo. Revista
Puertorriqueña, años 1 y 2, tomos I al IV, Puerto Rico, 1887-1889.
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realizado en 1854 por la Sociedad Recolectora de Documentos. Sus fuentes son varia-
das e implican la utilización de diversos métodos de análisis. El autor señala que para
fundamentar su libro utilizó a los cronistas y los «monumentos» que aquellos indios
han dejado como recuerdo, además de piezas arqueológicas, recuerdo de su primitiva
civilización (Stahl, 1889: 7-18), para ello se inspira en las doctrinas etnográficas que
habían establecido edades para clarificar el desarrollo de los pueblos.
Su punto de partida es la ubicación física del territorio, que precede a la aparición del
hombre prehistórico. Desde la teoría plutoniana Stahl explica la formación geológica de
la isla, la cual considera que es reciente y que se debe a una irrupción volcánica marítima.
Esas fuerzas volcánicas internas, de acuerdo con Stahl, provocaron una nueva
irrupción que explica las transformaciones y los cambios en la corteza terrestre más
antigua del centro de la isla. De esa filtración es que, explica, surge la elevada montaña
del Yunque y su continuación en dirección sur y sur oeste (Stahl, 1889: 26-27).
El último acontecimiento geológico lo ubica fuera del océano, el cual, ante la impo-
sibilidad de precisar su fecha, se aventura a determinar que posiblemente coincidió
con el pronunciamiento volcánico de las islas de Barlovento, St. Thomas y Grenada.
«Es decir –manifiesta–, que nuestra Isla surgió primeramente fuera del Océano, á
impulsos de la fuerza central, á una altura que no excede á las montañas del centro
apróximadamente 500 metros» (Stahl, 1889: 27).
En su estudio Los indios borinqueños, reconoce las limitaciones de su trabajo para
probar su hipótesis ante la falta de argumentos contundentes cuando advierte:
Finalmente desarrolla cada una de las teorías difundidas al respecto y señala las
limitaciones de las fuentes con que cuenta para develar en el tiempo histórico preciso
ese pasado. Plantea que sus reflexiones proceden del análisis de elementos científicos,
como son «los restos de nuestros indios, especialmente sus cráneos» (Stahl, 1889: 35).
Y admite que sólo algunos cráneos constituyen los únicos testimonios capaces de ilus-
trar esta cuestión, como se pensaba en esa época, reconociendo la identidad o analogía
de caracteres que resulten de la comparación anatómica. Es decir reconoce en la pale-
ontología la ciencia con capacidad de análisis para datar la antigüedad y la proceden-
cia de los restos fósiles, mostrando una clara influencia del evolucionismo.16
16
En ese apartado del ensayo hace referencia a su conocimiento sobre diversas colecciones antropoló-
gicas y a los trabajos realizados por figuras como el médico norteamericano S. George Morton, uno de los
inspiradores de la antropología física.
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17
Rodolph Virchow (1821-1902) es el fundador de la anatomía patológica macro y microscópica.
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Este tipo de conclusiones las pudo hacer gracias a la variedad y riqueza de objetos
recolectados (cerca de 800 ejemplares), de los más valiosos del siglo XIX. Esos objetos,
junto a sus colecciones de plantas, animales, fósiles marinos y terrestres, le guiaron a través
del intrincado laberinto de ese pasado y fueron los instrumentos que le permitieron emitir
juicios de valor sobre el carácter, la organización, las costumbres y las condiciones de vida
alcanzadas por esos pueblos del archipiélago (Schmidt Novara, 2001: 13). En este sentido,
se considera que dicho autor trabajó desde el paradigma evolutivo, al momento de ana-
lizar que las condiciones físicas de un pueblo, dependen de la naturaleza física en que vive
y del influjo de esa naturaleza dependen las aptitudes morales e intelectuales que deter-
minan el grado de cultura y civilización. De allí que aún cuando no hace mención a Dar-
win, en sus explicaciones encontramos una clara influencia de las teorías de la evolución.
En el caso de los indios de Borinquen, Stahl se refiere al clima, junto con una ali-
mentación insuficiente, como elementos que determinan el cuadro de enfermedades
recurrentes que aquejan a los borinqueños: la anemia, la atonía del aparato digestivo,
la hepatitis, la obliteración de la vena aorta, la hidropesía y el paludismo; mientras
que al sistema óseo lo considera endeble y mal nutrido. Desde la teoría de la adapta-
ción afirmaba: «la estatura mediana y pequeña del indio eran una forma resultante de
la ley de adaptación que parecía regir sobre todo el reino animal y sobre toda la natu-
raleza» (Stahl, 1889: 104). Y continúa diciendo:
los descendientes de los europeos, los mestizos, los criollos que habitan estos
campos son de estatura mediana y pequeña, inferior á la de sus progenitores; hasta
en los animales domésticos importados de la Península y de las Canarias resulta
claramente esta variación; el buey, el caballo, el cerdo, el perro, el gato y todos los
animales útiles introducidos en esta isla han degenerado, adaptando una estatura
inferior á la de sus progenitores; últimamente, en ninguna clase del reino animal,
de las que habitan en tierra, obsérvase especie alguna de gran tamaño. El guara-
guao es el ave terrestre más grande, y la iguana lo es entre los reptiles. Y termina
diciendo: En oposición á estas formas, ostenta el reino vegetal una lozanía exube-
rante y variedad de especies gigantes que compiten con los más notables de la zona
subcontinental (Stahl, 1889: 104-105).
18
Stahl estuvo en contacto e intercambio ideas, animales y objetos arqueológicos con Felipe Poey, quien
era miembor de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y fundador de
la Sociedad Antropológica de Cuba. Poey era profesor de Carlos de la Torre y Huerta, que a su vez se des-
empeñó como catedráticos en el Instituto de Segunda Enseñanza en San Juan Puerto Rico. Por el propio
Felipe Poey se sabe que Stahl gestinó y pagó la remesa de los peces de Puerto Rico que llegaron a Cuba
para ser estudiados allí por él y que pudiera escribir sus estudios ictiológicos que sobre el tema publicó
para la revista Anales de la Sociedad Española de Historia Natural. González López, Rosa María (1999).
Ensayo introductorio y notas. En Felipe Poey y Aloy, Felipe Poey y Aloy. Obras, La Habana: 425. Cfr. Poey
y Aloy, Felipe (2000). Ictiología cubana. La Habana: t. II, 242-581.
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de estos sitios han sido investigados como parte de hallazgos ocasionales o fortuitos
(Romano, 1974: 29-81; Acosta Ochoa, 2007: 2).
Los primeros recuentos sobre los restos fósiles se realizaron al término el siglo XIX,
con la finalidad de contar con información sistematizada de su naturaleza, origen y
características. El paleontólogo norteamericano Edward Drinker Cope ( 1840-1897)
realizó uno de los primeros análisis de las colecciones contenidas en el Museo Nacio-
nal de México en los años anteriores a 1884, y dejo su testimonio:
1
Ese dilema dio origen en Europa a las teorías Neptunista de Abraham Werner (1749-1817) y Pluto-
nista de James Hutton (1726-1797). La discusión convocó a distintos individuos y grupos del mundo occi-
dental interesados en la edad de la Tierra. Durante mucho tiempo y hasta el siglo XVIII el conocimiento
común acerca de este tema estaba fuertemente influido por creencias religiosas. James Hutton, al publicar
su libro Theory of the Earth en 1785, propone el principio uniformista que sostenía que los procesos geo-
lógicos llevaban largo tiempo y se desarrollaban gradualmente. Esa afirmación fue ampliamente discutida
y rechazada a lo largo de un siglo y sólo hasta el siglo XIX los geólogos asumieron como comunidad que
determinados fósiles evidenciaban que la tierra era verdaderamente vieja, anterior a la tesis bíblica.
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2
Algunos de los jóvenes colaboradores, como el ingeniero de minas Antonio del Castillo, tendrían un
papel decisivo en la segunda mitad del siglo, en promover entre sus colegas la búsqueda de restos fósiles
que aseguraran una explicación racional sobre la naturaleza y origen del hombre americano.
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Esa memoria literaria fue inhibida en el último cuarto del siglo XIX por el sistema
discursivo dominante que inauguraran, en las décadas de 1850-1860, Francia e Ingla-
terra sobre la prehistoria, es decir, sobre la antigüedad humana y el desarrollo de las
distintas civilizaciones a través de los restos de la cultura material, más allá de la memo-
ria escrita. Algo así como la definición de su identidad ante los «otros», para postular
al hombre europeo como el heredero legítimo del linaje adámico, culminación y destino
de la evolución cósmica (Ramírez Galicia, 2014: 16-18, 55),3 y que en algunos casos,
documentados por la geología y la paleontología, las evidencias fósiles se perdían en
la profundidad del tiempo geológico (Ramírez y Cuatáparo, 1875: 354-362).
El discurso hegemónico sobre la antigüedad humana, que descansaba sobre los
logros de la civilización europea-industrial y sus promesas de progreso ilimitado, se
caracterizaría por el estudio de la historia humana sobre la base de una tradición de
marcado sesgo clasista y anticuarista-nacionalista, que ubicaría a los pobladores de Amé-
rica en una escala ínfima de la evolución humana, como resultado de su atraso material,
que los ubicaba en la edad de la piedra o de bronce. En otras palabras, no podían formar
parte de la prehistoria de la humanidad, pues ésta –la occidental europea— ya había
transitado de la edad de piedra a la edad del hierro, y la mesoamericana se encontraba
en una etapa anterior (Uribe Salas, 2013a; Ramírez Galicia, 2014: 18-19, 54).
Ese discurso dominante se dejaría ver en un debate en el marco del Congreso
Internacional de Americanistas, celebrado el año de 1877 en Luxemburgo, cuando se
desató una acalorada polémica sobre si los pueblos precolombinos mesoamericanos
conocían o no los elementos básicos de la ciencia metalúrgica, o bien, si se encontra-
ban en una etapa anterior al uso de los metales. El barón Federico de Hallwald, repre-
sentante de Austria-Hungría, rebatió la tesis de un ponente latinoamericano que
sostenía que los pueblos prehispánicos conocían, extraían y beneficiaban el mineral
mucho antes del arribo de los europeos al nuevo continente. Señaló Hallwald, a modo
de conclusión, que «no existe en México ninguna señal de la explotación de las minas
3
«Y es que el descubrimiento de la prehistoria contenía serias implicaciones perturbadoras de las cer-
tezas antropocéntricas y religiosas de la cosmovisión occidental decimonónica. A saber, primero, que la
antigüedad de la humanidad se extendía más allá de cualquier memoria escrita hasta perderse en la increíble
duración del tiempo geológico, segundo, que la historia humana, así extendida, evidenciaba la misma ten-
dencia espontánea y progresiva que exhibía el registro paleontológico de la historia de la vida, y que, por
tanto, esta historia humana no era más que el producto más reciente del funcionamiento de los mecanismos
y leyes naturales que habían dirigido hasta entonces la historia de la vida en el planeta» (Ramírez Galicia,
2014: 16-18).
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4
Se sabe que las primeras colecciones de documentos reunidas por Juan de Torquemada, Carlos de
Sigüenza y Góngora y Agustín de Betancourt, fueron las que alentaron la curiosidad de Lorenzo de Botu-
rini, viajero italiano que entre 1736 y 1743 residió en Nueva España y emprendió una búsqueda persistente
de códices y testimonios escritos que en siete años lo convirtieron en poseedor de la colección más rica de
documentos sobre México antiguo que se habían reunido en Nueva España. Cuando Boturini tomó la ini-
ciativa de promover la coronación de la Virgen de Guadalupe sin obtener antes el consentimiento y apoyo
de las autoridades, cayó en desgracia y perdió la valiosa colección de documentos que había formado. Por
mandato del virrey esta colección fue enviada a España y depositada en la Real Academia de la Historia,
donde permanece. Los escritos de Boturini Bernaducci fueron publicados en 1746 y por Manuel Ballesteros
Gaibrois en 1948 (Madrid, Colección Documentos Inéditos para la Historia de España) y 1992 (México,
UNAM). Copias de estas Colecciones quedaron en custodia de la Secretaría del Archivo del Virreinato.
Consumada la independencia en 1821, el gobierno de Agustín de Iturbide ordenó que el Archivo Histórico
resguardado en la antigua Secretaría del Virreinato se trasladara al Ministerio de Estado y del Despacho
de Relaciones Interiores y Exteriores, y se creara un Museo. Es decir, todos los documentos históricos sobre
el virreinato, y las colecciones formadas por Boturini volvieron a integrarse a un solo fondo. En 1877 el
nuevo museo estaba integrado por tres departamentos: Historia Natural, Arqueología e Historia; ese mismo
año se crearon las secciones de Antropología y Etnografía. Años después, Gumersindo Mendoza y Jesús
Sánchez publicaron el primer «Catálogo de las colecciones histórica y arqueológica del Museo Nacional
de México», Anales del Museo Nacional, México, 1882, pp. 445-486.
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5
Alex Hrdli ka publicó varios trabajos sobre antropometría, el hombre temprano, la evolución humana
y su investigación sobre las migraciones de Siberia a Alaska: «Antropología físisca» (1919), «Antropome-
tría» (1920), «Viajes americanos» (1925) y el «Diario de Alaska» (1926).
6
A principios de la década de 1890, el padre Plancarte emprendió varias excavaciones en los alrede-
dores de Jacona, especialmente en el predio conocido como Los Gatos. En estos trabajos fue auxiliado por
su amigo Agustín Hunt, fundador de la Academia Náhuatl de Texcoco. Los hallazgos, resultado de la explo-
ración de algunas tumbas en las que se rescataron cráneos, esqueletos, esculturas de piedra y barro; un
notable espejo de obsidiana, vasijas de cerámica con vistosas decoraciones, collares de concha; anzuelos
de cobre y objetos de oro laminado, fueron descritos en un informe titulado Exploraciones arqueológicas
en Michoacán. Obra que se publicó con una nota de presentación de W. H. Holmes en la revista nortea-
mericana American Anthropologist, en su número correspondiente a enero de 1893. En el informe se des-
cribe en forma detallada el sitio estudiado, el proceso de excavación y el inventario de los materiales
encontrados en lo que, se suponía, era una tumba de tiro y bóveda de poca profundidad.
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de Moneda, en donde permaneció hasta 1895, con una nueva organización, coleccio-
nes y presupuesto. En apego al modelo francés, se establecieron los departamentos
de Historia Natural, Arqueología, Historia y Biblioteca (Sánchez, 1877b: 1-2). Pero
sólo y después del restablecimiento de las instituciones republicanas, se iniciaría con
mayor sistema el trabajo de investigación en el que los naturalistas mexicanos del siglo
XIX buscarían encontrar explicaciones fundadas en la razón y al margen de las creen-
cias religiosas. Paulatinamente «las explicaciones geológicas y los orígenes de los fósi-
les se fundamentaron en la teoría evolucionista vinculada a la paleontología» (Pi-Suñer
Llorens, 2001: 14), aunque su institucionalización y profesionalización sólo se alcan-
zaría en el siglo XX (Morelos Rodríguez, 2012: 203-204; Uribe Salas, 2013a).
El ingeniero de minas Antonio del Castillo (1820-1895), reconocido por el imperio
como «el primer geólogo mexicano» y por haber participado de manera activa en la
Comisión Científica Mexicana, se incorporaría como profesor de Mineralogía y Pale-
ontología al Museo Nacional. En 1868 asumiría el cargo de presidente de la Sociedad
Mexicana de Historia Natural, y más tarde el de director de la Escuela Nacional de
Ingenieros. El grupo que lideró Del Castillo estaba integrado por profesionales de
botánica, mineralogía, paleontología y geología que participaron en diversas institu-
ciones de educación, asociaciones, comisiones, academias y proyectos gubernamen-
tales (Uribe Salas y Cortés Zavala, 2006; Azuela Bernal, 2005: 53-160; Morelos
Rodríguez, 2012: 33-252). Sus estudios y pesquisas agregarían una preocupación antro-
pológica sobre el origen del «hombre», a partir de los hallazgos de restos humanos
prehistóricos en el Valle de México, cuyo análisis inauguraría el debate sobre la pre-
historia en México (Aguilera y Ordoñez, 1894; Guevara Fefer, 2002; Pérez-Malváez y
Ruiz, 2003; Uribe Salas y Cortés Zavala, 2006).7
Pero los resultados de investigación no serían suficientemente sólidos y conclu-
yentes, por múltiples circunstancias de orden material e intelectual. Ellos mismos reco-
nocieron, en diferentes momentos, las dificultades y limitaciones para poder hacer las
descripciones y análisis de los restos fósiles humanos por la falta de colecciones, estu-
dios propios, o por la escasez de la literatura que llegaba de Europa y Estados Unidos
(Moreno de los Arcos, 1984). Uno de ellos, Mariano Bárcena, describe los problemas
a lo que se enfrentaron en el camino de la apropiación de estos saberes. Señala en 1877
que una de las mayores dificultades se debía el reducido número de estudios descrip-
tivos y la dispersión de los escritos realizados por viajeros ilustrados y colectores cien-
tíficos europeos en el recorrido por el territorio novohispano/mexicano.
7
En el grupo estaban Antonio Peñafiel (1839-1922), Manuel Urbina y Altamirano (1844-1906), Manuel
Ma. Villada (1841-1824), Alfonso Herrera (1838-1901), Gumersindo Mendoza (1829-1886), Jesús Sánchez
(1842-1911), José Ramírez (1852-1904), Mariano Bárcena (1842-1899), Gabriel Alcoce (1864-1916), José
María Velasco (1840-1912), Jesús Galindo y Villa (1867-1937), Santiago Ramírez (1836-1922), Pedro López
Monroy, Vicente Fernández, José C. Haro, Severo Navia, Ezequiel Ordóñez (1867-1950), Guillermo B.
Puga, Manuel Río de la Loza, José Guadalupe Aguilera (1857-1941), entre otros. Para una discusión más
amplia sobre la transición generacional, véase Uribe Salas y Cortés Zavala (2006).
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un solo libro que pudiera servir de consulta; y al examinar un resto fósil no es posi-
ble resolver con seguridad si está o no determinado.
Muchos de los fósiles que se encuentran en el territorio mexicano, deben
hallarse en las faunas paleontológicas de otros países, y es también muy difícil tener
todas sus descripciones á la vista, tanto más, cuanto que en nuestras Bibliotecas
son poco comunes las obras de Paleontología (Bárcena, 1877: 85-86).
Por otra parte, los hallazgos de restos fósiles humanos no fueron tan comunes
como los fósiles de conchas, peces, crustáceos e insectos, mamíferos, como el gran
carapacho Glyoptodon exhumado de Tequixquiac, que se integraron a las colecciones
del Museo Nacional, porque en realidad se desconocían no sólo los principios básicos
sobre los que se fundamentaban los estudios sobre la prehistoria de la humanidad,
sino también de evidencias y colecciones óseas humanas; pero los primeros hallazgos
abrieron esa nueva línea de investigación que sólo después de la Revolución mexicana
adquiriría cierto grado de desarrollo y se consolidaría después del año de 1938, tras
la creación de la empresa Petróleos Mexicanos (Pemex) (Rutsch, 2007).
Los trabajos que se llevaron a cabo en el Valle de México, a propósito de las grandes
obras para el desagüe de la capital en el tajo de Tequisquiac, arrojaron las primeras evi-
dencias de fósiles humanos compartiendo el espacio y el hábitat con fósiles de fauna y
flora. En 1884, en el Peñón de los Baños se descubrieron los restos humanos más anti-
guos de la Cuenca de México, lo que dio inicio a los estudios sobre el poblamiento
temprano en el país, y colocó a este lugar como uno de los sitios prehistóricos más
importantes de la Cuenca de México.
Ese año el ingeniero Adolfo M. de Obregón, al frente de los trabajos para el desagüe
de la ciudad de México, informó al Ministro de Fomento, Carlos Pacheco, que en las
excavaciones por medio de dinamita para arrancar rocas de construcción en la base del
cerro Peñón de los Baños, a cuatro kilómetros Este de la ciudad de México, se habían
encontrado unos huesos humanos fosilizados. Los entregaba a las autoridades «para
que si lo juzgaba de interés fuesen estudiados por alguna comisión científica» (Castillo y
Bárcena, 1884: 257).
A decir de Mariano Bárcena
El Sr. Ministro entregó dichos trozos de roca al primero de los que suscriben
(Bárcena), quien le manifestó desde luego que aquellos restos eran de humanos y
que su hallazgo tenía grande importancia para el estudio del hombre prehistórico
en México: añadió también que examinaría cuidadosamente la localidad donde
los restos habían sido encontrados, para presentarle opinión escrita sobre el par-
ticular. Poco días después invitó al segundo de los suscritos (Castillo), para aso-
ciarse en este estudio de tan gran interés científico (Castillo y Bárcena, 1884: 257).
En diciembre de ese mismo año, Bárcena y del Castillo, acompañados por Jesús
Sánchez, director del Museo, localizaron in situ diferentes partes del cuerpo humano
incrustados en las rocas pertenecientes a un individuo de edad adulta. En la explora-
ción también encontraron «numerosos restos de cerámica antigua». Con base en las
evidencias localizadas, el primer asunto fue el asignar la época geológica de pertenen-
cia. Mariano Bárcena y Antonio del Castillo procedieron, conforme a los parámetros
del conocimiento y su práctica científica, al estudio correspondiente:
El juicio más acertado en esta clase de cuestiones se hace, sin duda, atendiendo
a los fósiles característicos que acompañan, en igualdad de circunstancias, a los
restos cuya cronología se va a determinar: viene después el recurso de los horizon-
tes geológicos bien determinados que sirven de relación para clasificar las capas
de que se trate; en fin, la naturaleza de las rocas, su modo de formación y acciden-
tes que presentan son también datos que sirven para separar las épocas de forma-
ción de las rocas que se estudian y que pueden dar idea de la duración relativa de
los tiempos transcurridos entre unos y otros fenómenos geológicos. El aspecto que
presentan los restos que se trata de clasificar, ayuda también en algunos casos en
las determinaciones paleontológicas (Castillo y Bárcena, 1884: 261).
Antonio del Castillo y Mariano Bárcena emprendieron otras exploraciones; esta vez
en el Pedregal de San Ángel, en el que también descubrieron restos humanos fosili-
zados debajo de la formación lávica, lo que aseguraba la presencia del hombre pre-
histórico en el lugar (Bárcena, 1877).
El debate sobre el origen del hombre prehistórico en el Valle de México, lo ini-
ciarían Antonio del Castillo, Mariano Bárcena, Jesús Sánchez y Manuel María Villada,
entre otros, con diferentes perspectivas y conclusiones (Bárcena, 1885-1886a,b; Castillo
y Bárcena, 1885-1886: 257-264; Sánchez, 1897; Villada, 1903: 455-456).
Bárcena y del Castillo apelaron a la presencia en el cerro del Peñón de rocas com-
puestas de material silíceo y calcáreo que hacían presumir «que en tiempos remotos
hubo en aquel sitio y en dos o más épocas, poderosos fenómenos volcánicos que remo-
vieron las rocas y que fueron acompañadas de grandes emisiones de aguas minerales»
(Castillo y Bárcena, 1885-1886: 262). Sus conclusiones, fueron las siguientes:
1. La caliza silicífera del Peñón, que contiene los restos humanos, es diferente de las
formaciones actuales, por su aspecto, por los movimientos que la han afectado y
por no contener ningún objeto de industria moderna: la línea de separación entre
esa caliza y los depósitos recientes se halla bien demarcada.
2. En la región mencionada se observan señales de fenómenos geológicos, especial-
mente volcánicos, de los cuales no se hace mención en la historia moderna ni en
las tradiciones y jeroglificos de las razas antiguas del Anáhuac.
3. El nivel de las aguas en el tiempo de la formación de esa caliza silicífera tuvo una
altura de más de tres metros sobre la superficie actual de la laguna de Texcoco, lo
que se deduce por señales que en varios puntos del Valle ha dejado aquella roca.
4. Los caractéres osteológicos citados demuestran que el hombre del Peñón perte-
nece a la raza indígena pura de Anáhuac.
Sin apoyarnos, pues, sobre caractéres paleontológicos acompañantes que aún no
se encuentran, y sólo por las conclusiones anteriores, podemos creer que el hombre
del Peñón es prehistórico, es decir, muy anterior a las noticias que sobre la raza
indígena presenta la tradición y la historia, y por tanto, la antigüedad menor que
puede asignársele es de más de 800 años. En cuanto al periodo geológico del depó-
sito de esos restos, aunque es difícil asignarlo por la falta de datos paleontológicos,
nos inclinamos a creer que sea de la división superior del cuaternario, a juzgar por
los caracteres estratigráficos y litológicos examinados, o a lo menos a una época
muy remota de la presente edad geológica (Castillo y Bárcena, 1885-1886: 264).
cerro del Peñón, en 1884, para ampliar la información sobre el hallazgo de los restos
humanos fosilizados. Pero su opinión distaba mucho de la que sostenían del Castillo
y Bárcena. Para Sánchez las pruebas presentada por del Castillo no garantizaban la
antigüedad prehistórica del hombre en el Valle de México ni la acción volcánica del
Ajusco o del Nevado de Toluca como elemento explicativo del tiempo geológico
(Morelos Rodríguez, 2012: 205-210). Para Antonio del Castillo, en cambio, las huellas
y restos fósiles humanos localizados hasta entonces, eran la evidencia de la presencia
del hombre prehistórico: «de suerte que la raza humana –dice— vivió antes de que
se formara este enorme acantilado, cuya época de formación debe ser contemporánea
de la actividad de la región volcánica del Nevado de Toluca» (Sánchez, 1897, citado
en Morelos Rodríguez, 2012: 205-210).
Las preguntas y los problemas que los naturalistas del siglo XIX se habían plante-
ado respecto de la antigüedad del hombre precolombino (Villada, 1903: 452-454),
entrarían en una etapa de verificación científica sólo hacia mediados del siglo XX,
cuando los estudios geológicos y paleontológicos modernos lograron datar la actividad
volcánica del Nevado de Toluca en 50.000 años antes de nuestra Era (Macías, 2005),
y en febrero de 1947, el hallazgo de restos óseos conocidos como el Hombre de Tepex-
pan y diversos descubrimientos de fauna pleistocénica, en los alrededores de la loca-
lidad del mismo nombre, en el actual municipio de Acolman, Estado de México.
El hallazgo del Hombre de Tepexpan tuvo una gran relevancia por tratarse de los
restos humanos más antiguos hasta entonces encontrados. Los encargados del estudio
fueron el antropólogo físico Javier Romero, el ingeniero Alberto Arellano y el geólogo
Helmut De Terra, quienes demostraron que los restos de Tepexpan correspondían a
un Homo sapiens contemporáneo, a fósiles de mamuts y artefactos de piedra utilizados
en la época del Pleistoceno (Terra et al., 1949; Olmo Calzada y Montes Villalpando,
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INTRODUCCIÓN
Desde épocas tempranas del llamado período Colonial, la influencia de los explo-
radores hispanos en la Nueva España y su contacto con los círculos científicos locales
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Por otro lado el descubrimiento en 1885 de unos restos humanos también en sedi-
mentos pleistocénicos, a los que se dio en llamar el Hombre del Peñón, vino a sumar
evidencias del poblamiento temprano de la Cuenca de México, pero a su vez genera-
ron un intenso debate sobre la verdadera antigüedad de los restos, polémica donde
intervinieron inicialmente Bárcena, del Castillo y Newberry, mismo que a lo largo de
casi diez años sumó voces y publicaciones diversas (Bárcena, 1882, 1885; Bárcena y del
Castillo, 1886; Newberry, 1886).
En ese contexto debe destacarse que los primeros autores que revisaron el impacto
de las ideas darwinistas entre los naturalistas mexicanos habían señalado, con matices
diversos, que en su mayoría estos no fueron partidarios del darwinismo (Moreno de
los Arcos, 1984; Ruiz, 1987) con lo cual en principio se coincide. Sin embargo, creemos
que es necesario profundizar aún más en el contexto en que se dieron tales rechazos
o aceptaciones.
Como hemos señalado antes, se puede observar que la comunidad de naturalistas
se encontraba muy activa y actualizada. Por tanto, y como se infiere de sus escritos,
conocían plenamente las obras de Georges Cuvier, Jean Baptiste Lamarck y Charles
Darwin, quienes proponían explicaciones evolucionistas y de transformación de los
organismos en el tiempo. Pero también debe recordarse que después de postulada, la
teoría de Darwin no pasó por sus mejores momentos, por lo que a ese período Julian
Huxley lo denominó «el eclipse del darwinismo».
Por tanto, un tema en la agenda de estudio es determinar los parámetros teóricos
con los que se desarrollaba esta comunidad científica. Responder a ello, por ahora,
no es sencillo, se podrían colocar etiquetas simplistas que no ayudan al análisis, auna-
do a ello no hay prácticamente trabajos donde se plasme una síntesis de su pensamien-
to, tal vez con la excepción de las ideas elaboradas principalmente por Antonio del
Castillo y Alfredo Dugès. Aun cuando hacemos notar que hace falta un estudio más
detallado de estos personajes, sí podemos advertir algunos elementos centrales.
El primero se relaciona con un rechazo generalizado a las explicaciones giganto-
lógicas y diluvistas (Cabrera, 1853), por lo que los hallazgos de fauna fósil y los pre-
históricos se ubican en un escenario con una historia de la vida más compleja y donde
la escala de tiempo se hacía más profunda. Así, el registro fósil, al ser analizado en
regiones geográficas o para grupos animales determinados, mostraba ciertas discon-
tinuidades manifestadas por organismos extintos. Antonio del Castillo formulaba así
una visión que seguramente fue la predominante en la Sociedad Mexicana de Historia
Natural:
La fauna fósil nos dará a conocer aquellas especies, géneros y familias que han
desaparecido de nuestras regiones, y las que se han perdido completamente para
el globo terrestre por la sucesiva renovación de los seres orgánicos que en cada época
geológica o edad del mundo ha acontecido» (Del Castillo, 1869, cursivas nuestras).
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Es por tales opiniones que a Alfredo Dugès podemos caracterizarlo como un cien-
tífico «de la transición» (Argueta, 2009: 237), asumiendo una actitud de gran tensión
y desconcierto y que posteriormente cambió hacia una tímida aceptación, que nunca
lo llevó a la actitud de un «converso» o un «heterodoxo», en la terminología darwi-
niana (Darwin, 1859, en Burkhardt, 1999: 220) y que Dugès también utilizó (Argueta,
2009: 237).
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Roberto Moreno (1984: 32) señaló que en un país como México, con una inmensa
población indígena, el impacto del darwinismo debería haber sido mayor en la antro-
pología que en la biología.
Efectivamente, la mayoría de los intelectuales que acusaron la recepción temprana
del darwinismo en el siglo XIX, lo utilizaron para debatir sobre asuntos sociales más
que sobre temas biológicos, y para hacerlo esgrimieron argumentos del spencerismo
social o socialdarwinismo, más que del darwinismo. Los principales debates en Méxi-
co se dieron alrededor de tres temas: el progreso social, la superioridad o inferioridad
de las razas americanas y el origen del hombre americano.
En los años pre y posrevolucionarios en México, muchos de los autores que figu-
raron como receptores-divulgadores y como receptores-opositores, argumentaron
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SOCIALDARWINISTAS PRO-INDÍGENAS
Vicente Riva Palacio y José Ramírez son dos personajes que comparten el afán de
demostrar la superioridad de la raza indígena presentándola como la más evolucio-
nada y se afilian a la tendencia de los que en el hemisferio occidental afirmaron la ori-
ginalidad del hombre americano, como Ameghino en Argentina y Villamil de Rada
en Bolivia.
Dice Riva Palacio que la raza indígena juzgada conforme a los principios de la escue-
la evolucionista, «es indudable que está en un periodo de perfección y progreso corporal
superior al de todas las otras razas conocidas, aun cuando la cultura y civilización que
alcanzaban al verificarse la conquista fuera inferior al de las naciones civilizadas de Euro-
pa» (Riva Palacio, 1884, citado en Moreno, 1984: 247). Manifiesta que hasta esa fecha
los juicios anti-indígenas se han elaborado basándose en el aspecto exterior y por las
manifestaciones de su inteligencia, pero que están por emprenderse un nuevo tipo de
estudios antropológicos, que revelarán grandes diferencias respecto a las razas conocidas
y que, «con base en el aceptado principio de las correlaciones en los organismos anima-
les», hacen de ella una raza verdaderamente excepcional (Riva Palacio, 1884, citado en
Moreno, 1984: 247). Los tres elementos que Riva Palacio esgrime, apoyado en la antro-
pología física, son la carencia de vello en todo el cuerpo, la modificación del colmillo
por un molar y la no afloración del quinto molar o muela del juicio. Se remite a Darwin
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en El origen del hombre, citando una traducción francesa, para argumentar que todos
los naturalistas consideran inútil y perjudicial el largo vello que cubre el cuerpo. Dice
que los indígenas carecen del mismo, por lo que son más avanzados y advierte que no
carecen de vello porque hayan recurrido a la práctica reiterada de la depilación, debido
a lo que dicha carencia «haya podido convertirse en un carácter transmitido por la
herencia» (Riva Palacio, 1884, citado en Moreno, 1984: 248).
Respecto al colmillo, indica que por el mismo principio de correlación supuso que
había alguna anomalía en la dentadura, lo que le hizo encontrar los dos elementos seña-
lados, además del funcionamiento diferente de los maxilares, la forma de los cóndilos y
las fosas correspondientes y, adicionalmente, argumenta sobre la existencia de un músculo
supernumerario presente en las piernas de los indígenas y ausente en la raza blanca.
Explica que en los indios de raza pura el colmillo está sustituido por un molar y se
remite a los datos provenientes de sus propias observaciones y las observaciones de
algunos de colegas y amigos, realizadas entre los mexicanos, los otomíes y los tarascos.
Basándose en Darwin, Haeckel y Vogt, argumenta que el colmillo es propio de
animales ofensivos, que algunos animales domésticos (cita al Darwin de Variación de
plantas y animales en la domesticación) suelen carecer de ese diente y que en el hombre
civilizado actual se le encuentra ya en forma rudimentaria y en realidad haciéndose
cada vez más apropiado para la masticación. Respecto al quinto molar dice que tam-
bién tienden a convertirse en rudimentarios en las razas humanas más civilizadas y
son más pequeños que los otros molares, por lo que lo presenta como «otro carácter
del perfeccionamiento de la raza pura mexicana», así como entre la raza de los taras-
cos. De tales evidencias, Riva Palacio concluye que en los individuos indígenas, para
ser de pura sangre, deben concurrir los siguientes caracteres: ausencia de apéndices
dérmicos en el cuerpo, sustitución del canino por un molar y no afloramiento de la
muela del juicio, entre otros.
De ahí nos conduce al muy reciente descubrimiento de restos humanos prehistó-
ricos en México y a la observación de que los cráneos del Hombre del Peñón1, encon-
trados en las montañas que limitan con el Valle de Chalco, no tienen colmillo y les
falta el molar posterior, «lo que prueba también que se había verificado en ellas una
evolución progresiva superior a la de las razas europeas y africanas» (Riva Palacio,
1884, citado en Moreno, 1984: 250).
Basándose en los datos que atribuye al Hombre del Peñón, argumenta sobre la
autoctonía de las razas que poblaron el continente americano, porque atribuye los
caracteres observados en sus restos a que, o fueron propios de esas razas desde sus
primeros abuelos, o los adquirieron en fuerza de la selección natural por evoluciones
progresivas. Afirma que:
por poca antigüedad que quiera suponérsele al hombre fósil de México, acusa
siempre un número de años tal, que excede con mucho, no sólo a los periodos
1
Los hallazgos del Hombre del Peñón fueron realizados en 1884 y dados a conocer por Mariano Bár-
cena y Antonio del Castillo en La Naturaleza (ver sección anterior). El artículo de Riva Palacio se imprimió
precisamente en el mismo año de 1884.
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históricos, sino a la época de los cráneos humanos más antiguos que se han
encontrado, y fundadamente puede decirse que es el monumento más precioso
para probar la antigüedad del hombre en América y la pureza de las razas que han
habitado la parte que corresponde a México (Riva Palacio, 1884, citado en
Moreno, 1984: 256).
Las conclusiones de Riva Palacio sobre el tema, así como otros muchos asuntos,
fueron vertidas en su gran obra de historiador, denominada México a través de los
siglos, escrita episódicamente por él y muchos colaboradores, liberales y progresistas,
entre la cárcel (en donde estuvo varias veces a causa de la represión de los gobiernos
conservadores) y la vida pública. La obra fue posteriormente editada en España, mien-
tras Riva Palacio desarrollaba labores como embajador en ese país. Frente a sus tesis,
reaccionaron críticamente Justo Sierra, Nicolás León y un Anónimo, publicado el
mismo año de la muerte de Riva Palacio, coincidiendo todos en refutar sus afirmacio-
nes (Moreno, 1984: 207).
Respecto a José Ramírez es muy interesante su participación en la polémica sobre
el origen local del hombre americano. Su apretado trabajo, presentado como ponencia
en el Congreso de Americanistas de 1895, celebrado en la ciudad de México, es una
exposición de su convicción poligenista. Señala que el monogenismo es defendido
por los historiadores y los anticuarios, basados en los datos que les proporcionan la
semejanza de las tradiciones, los mitos, los edificios y la indumentaria, mientras que
el poligenismo, preconizado por los antropólogos y los biólogos, se apoya en los datos
de la antropología física y la paleontología.2
Afirma que, sin ningún lugar a dudas, la polémica está saldada a favor del polige-
nismo, pero que se ocupa del debate porque hay nuevas aportaciones que quiere pro-
porcionar, a partir de tres resultados que arrojan conjuntamente la botánica y la
zoología y que son los siguientes: el reino vegetal en América ha alcanzado un des-
arrollo tan perfecto como en el antiguo mundo; el reino animal se encuentra en el
mismo caso; y, no se han encontrado huellas de las plantas cultivadas y los animales
domésticos del antiguo mundo.
Similar a la argumentación de Riva Palacio, sobre la mayor evolución de las razas
indígenas americanas respecto a las razas europeas y africanas, Ramírez subraya que
los mamíferos de América:
han alcanzado todo su desarrollo en sus formas más perfectas. Los paleontólogos
nos han demostrado que grupos que en Europa o en el Asia todavía sufren su evo-
lución, en América ya desaparecieron, dejando sus despojos petrificados, como
una página de su antiquísima historia; tal como sucede con el caballo, el toro y el
elefante (Ramírez, 1895).
2
Recordemos que los monogenistas aceptaban el origen común de todos los hombres, procreados por
una sola pareja inicial, con lo que conciliaron a la historia natural con la Biblia y fueron sus representantes
Blumenbach en Alemania y Buffón en Francia. Los poligenistas, por su parte, señalaban que los distintos pue-
blos y razas descendían de diferentes parejas pre-adánicas, es decir, el origen era múltiple, en este campo se
adscribieron Hume, Voltaire y posteriormente Luis Agassiz. Harris (1979: 80) nos recuerda que la polémica
monogenismo-poligenismo fue especialmente fuerte entre 1800 y 1859 en Europa y los Estados Unidos.
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Pero no se queda ahí. Afirma que los cuadrumanos, precursores del hombre, están
representados por múltiples formas que nos demuestran que el medio ha sido favo-
rable a su variación y el hombre está representado por múltiples razas, con muy pro-
fundas diferencias entre ellas. Se pregunta, ¿qué han tenido de común en sus
caracteres anatómicos etnográficos para que pudiera establecerse entre ellos alguna
relación?, ¿qué rasgos fundamentales los acercan a las razas del antiguo mundo?, y se
contesta: «Absolutamente ninguna y dados esos hechos por qué asumir que la evolu-
ción del reino animal se detuvo en el grupo de los cuadrumanos, por qué el hombre
no se pudo desarrollar espontáneamente en América» (Ramírez, 1985).
Flores y Ochoterena (1991) dicen que la argumentación de Riva Palacio es de corte
antropológico, la de Ignacio Ramírez (padre de José, a quien éste cita en su artículo)
es de tipo político y nacionalista, mientras que la de José Ramírez es más científica
que política o social, caracterización con la que coincidimos. Sin embargo, creemos
pertinente agregar que estaban equivocadas, al igual que las de sus contemporáneos:
Florentino Ameghino, argentino y Emeterio Villamil de Rada, boliviano.
Para Aragón, al lado del debate sobre el núcleo central del evolucionismo, en el
cual se declara partidario de la influencia del medio y la herencia de los caracteres
adquiridos, por afiliación intelectual spenceriana, se introduce de lleno en un tema que
sigue teniendo gran vigencia en México: el de los pueblos indígenas, donde los parti-
darios del darwinismo señalan que estos tienden a desaparecer, mientras que él afirma
lo contrario, no están próximos a extinguirse, por lo que han persistido y persistirán.
A nuestro autor no le gustan las consecuencias sociales que se derivan de la hipó-
tesis darwiniana, como la desaparición y exterminio de los más débiles, pues hay en
ella ferocidad y crueldad. Dice que los positivistas, cuando observan que hay leyes
naturales que son fatales para la existencia del hombre, ponen toda su actividad para
modificarlas en beneficio de la especie, mientras que el darwinista se cruza de brazos
y dice: la ley del progreso es fatal, los no aptos que perezcan. Alumno de Porfirio Parra
y por lo tanto heredero del pensamiento positivista de Gabino Barreda y de la línea
comtiana, estructura un pensamiento antidarwinista a partir de sus lecturas e ideas
spencerianas, pero al mismo tiempo, refuta el socialdarwinismo y es un decidido mili-
tante antisocialdarwinista. Curiosa y compleja mezcla, inconcebible en los países de
origen de «los positivismos», como ha señalado Glick, pero frecuente en México y en
América, en general (Argueta, 2009: 281).
En este grupo podemos ubicar a Justo Sierra y Emilio Rabasa quienes, en opinión
de Ruiz utilizan las teorías biológicas, en especial la de la evolución, para explicar la
naturalidad de las leyes sociales y con ello justificar la estratificación de la sociedad por-
firiana (Ruiz, 1987: 148). Conceptos tales como el de selección natural y supervivencia
del más apto, esgrimidos por los ideólogos del porfiriato, parecen demostrar esa natu-
ralidad y con ello la justeza de dicha sociedad, es por ello que aquí se agrupan también
personajes como Francisco Flores, Jesús Sánchez y Francisco Pimentel, pero incluso
encontramos a personajes críticos del porfirismo, como Andrés Molina Enríquez.
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cargas de trabajo, sino por su inferioridad racial. Todos ellos, desde sus espacios en
la antropología, la medicina o la historia, emitieron diagnósticos sobre la pronta o
lenta desaparición de las razas indígenas de México, frente a lo cual hay que decir que
también se equivocaron.
Por otra parte, diversos personajes que hicieron estudios sobre los pueblos indí-
genas, produjeron opiniones similares. Por ejemplo, en la obra de Francisco Pimentel
se dice que:
hemos fijado como primera causa de la degradación de los indios los defectos de su
antigua civilización; como segunda, el maltratamiento que les dieron los españoles;
como tercera, la falta de una religión ilustrada; ahora podemos agregar otra causa,
los defectos del Código de Indias. Restamos únicamente hablar de la última causa
que en nuestro concepto abatió a la raza indígena: el desprecio con que ha sido vista,
desprecio que naturalmente la ha humillado y batido (Pimentel, 1864: 183).3
Varios años después, una cita del texto de Pimentel abrió el Catálogo de Antro-
pología del Museo Nacional, preparado por nuestros conocidos Alfonso L. Herrera
y Ricardo E. Cicero, señalando que «los indios actualmente están degenerados: nada
conservan de sus pasadas grandezas y apenas sí se parecen a aquellos hombres con-
temporáneos de Moctezuma» (Gorbach, 2001: 61).
En un tono propio, Andrés Molina Enríquez, aunque un tanto ecléctico, dice que
es necesario determinar una agremiación más estrecha, una integración más completa
y firme de todas las unidades, a fin de derivar de la mayor unificación así producida,
una más perfecta diferenciación y un paso más activo de lo homogéneo a lo hetero-
géneo. No sólo se necesita conservar —añade— las fuerzas de cohesión social para
mantener el gremio patrio en su natal estado, sino hay también que desarrollar esas
fuerzas para que la incorporación de elementos se organice y desenvuelva en una evo-
lución progresiva. Esta evolución pues, requiere formar una organización más o
menos integral. La evolución, para Molina, es el resultado de la selección, pero según
sean las formas de la selección, serán las formas de la evolución resultante.
Molina distingue dos tipos de selección, la individual y la colectiva. Define la pri-
mera como la selección efectuada en un grupo social para asegurar la supervivencia
de los individuos más aptos y la segunda como aquella que se hace entre varios grupos
sociales también para asegurar la supervivencia de uno de los grupos.
La selección individual lleva a un perfeccionamiento animal progresivo, la selec-
ción colectiva se traduce en el progreso social y, debido a esto, a una mayor libertad
individual corresponde un menor progreso, pero a medida que el progreso avanza y
que la civilización florece, la libertad individual se restringe; sin embargo a pesar de
coartar la libertad individual, la selección colectiva favorece la vida social y genera
tipos de raza de muy altas condiciones de evolución supraorgánica.
3
Esta obra de Pimentel probablemente sirvió a Maximiliano para dictar medidas respecto a los pueblos
indígenas (Argueta, 2009)
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Molina sostiene que hay dos modelos de países resultantes: donde ha predominado
la selección individual se constituyen sociedades muy atrasadas pero formadas por
individuos muy fuertes o con excelente adaptación al medio físico y poseedores de
máxima facilidad de acomodamiento ante cualquier otro, tal es el caso de los pueblos
asiáticos y americanos. En cambio, cuando domina la pugna entre los grupos, es decir,
la selección colectiva, se producen los tipos supremos de perfección humana en el
nivel social, pero débiles y escasos, y cita como ejemplo a los países europeos, en espe-
cial a Francia (Argueta, 2009: 285).
Por ello concluye que las razas más adelantadas en evolución tienen más acción y
las razas de más avanzada selección, presentan mayor resistencia, por lo que:
las razas blancas podrían considerarse como superiores á las indígenas por la
mayor eficacia de su acción, consecuencia lógica de su más adelantada evolución,
y […] las razas indígenas podrían considerarse como superiores a las blancas, por
la mayor eficacia de su resistencia, consecuencia lógica de su más adelantada selec-
ción (Molina, 1910, citado en Ruiz, 1987: 346).
CONCLUSIONES
De acuerdo con lo expuesto, hemos mostrado cómo entre los círculos intelectuales
de México a fines del siglo XIX y principios del XX, que comprende tanto a los natu-
ralistas como a los filósofos y políticos más destacados, se observa una importante
influencia de las ideas evolucionistas, y aun cuando se puede detectar un conocimiento
de la teoría darwinista, lo cierto es que esta última no gozaba de mayor influencia,
toda vez que se consideraba muy especulativa.
Por otro lado se encuentra la influencia y el contacto estrecho que guardaban
con diversos círculos académicos de Estados Unidos de América, Reino Unido, Ale-
mania y Francia, que les permitía un intercambio fluido de conocimientos. En par-
ticular se puede notar influencias diversas que van desde Jean Baptiste Lamarck y
llegan hasta Ernst Haeckel, uno de los principales divulgadores de las ideas evolu-
cionistas de la época, aun cuando tenía algunas versiones muy particulares de la teo-
ría de Darwin.
Entre los personajes mencionados destaca Alfonso L. Herrera por ser el hombre
de la ruptura y la introducción del darwinismo en México, y el de las reflexiones más
elaboradas, sobre la aplicación del darwinismo a problemas biológicos como la adap-
tación y la distribución de los organismos. Su intercambio epistolar con Dugès fue un
diálogo respetuoso, entre un no-darwinista y un darwinista. En los términos de Dar-
win, de un «converso» tentando a un antidarwinista, en un diálogo epistolar similar
al que mantuvieron el propio Darwin y Lyell, en el cual los personajes argumentan en
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1
Este trabajo se ha realizado dentro del Proyecto, «Ciencia y espectáculo de la naturaleza. Viajes cien-
tíficos y museos de historia natural» (HAR2013-48065-C2-2-P). Plan Nacional de Investigación del Minis-
terio de Innovación y Economía de España y en la Red, HAR2015-69172-REDT.
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2
La asociación de la hipertricosis con el hombre lobo tiene su correlato en otras enfermedades con-
génitas de la piel que se han querido ver asimismo como la explicación «científica» del mito, por ejemplo,
la porfiria.
3
Estos cuadros de gran tamaño, que representan a Pedro González, su esposa Catherine y sus dos
hijos, Madeleine y Henri, de autor anónimo y pintados sobre 1580, se conservan actualmente en el Kuns-
thistoriches Museum Wien, Gemäldegalerie, en Viena.
4
La historia de la familia González ha sido exhaustivamente reconstruida, con documentación histórica
muy precisa, por Roberto Zapperi (2006), de cuyo libro proceden los datos utilizados en este trabajo.
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5
Animalia Rationalia et Insecta (Ignis), 1583. Plates I y II. Las miniaturas se conservan actualmente en
la National Gallery of Art, Washington.
6
El retrato de Antonietta actualmente se conserva en el Musée des Beaux-arts del Castillo de Blois.
7
«Arrigo peludo, Pietro loco y Amon enano». El cuadro actualmente en el Museo Nazionale di Capo-
dimonte en Nápoles. Sobre los retratos de Antonietta y Arrigo (Harent y Guédron, 2009: 150-153).
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mente uno de los elementos más utilizados para marcar la «otredad» dentro de la espe-
cie humana. Así, aparte del asunto de los velludos, las mujeres barbudas o con hirsu-
tismo, y las mujeres (y los hombres) de piel clara y pelo crespo (es decir, característico
de las poblaciones negroides), se apreciaban como ejemplos demostrativos de ciertas
posibilidades de mezcla e hibridación genética (incluyendo el cruce con animales
cubiertos de pelo como los osos o los grandes simios), cuando no de atavismos de fases
anteriores de evolución o también como símbolos de distinción espiritual (como en el
caso de las santas peludas y barbudas, María Egipciaca, María Magdalena o Santa Wil-
gefortis) (Pedraza, 2009: 24-28). En suma, el carácter del cabello y del vello corporal ha
servido históricamente y en la actualidad como criterio para distinguir la normalidad
o su ausencia en los individuos, en su clasificación tanto de género como de raza.
Pedro González y sus hijos «pelosos» formaban parte de los gabinetes de curiosi-
dades naturales y monstruos extraordinarios conformados por muchos aristócratas y
monarcas europeos y convivirán con sus nobles amos para configurar una imagen con-
trastada de la cultura versus la naturaleza (o la humanidad frente a la animalidad). De
hecho en Parma, y a pesar del título de gentilhombre que el padre ostentaba, la familia
González vivía en la residencia de verano de los Farnesio, un jardín en donde se cui-
daba también a los animales de caza y salvajes que atesoraba el duque (Zapperi, 2006:
88-89). En la historia de González aparecen elementos fundamentales que configuran
las ideas del momento acerca de los llamados «salvajes europeos» (homo sylvaticus o
sylvestris) (Bartra, 1996). Las representaciones de este hombre salvaje, que tiene su
origen en mitos clásicos y medievales sobre hombres-animales y hombres viviendo en
los bosques del occidente europeo, en contacto muy estrecho con la naturaleza animal,
alejados de cualquier ley, lenguaje y costumbre que los humanice, coinciden en que
su cuerpo está completamente cubierto de pelo, excepto las rodillas, los pechos de
las mujeres, las manos y los pies. Las narraciones se refieren a ellos frecuentemente
como hombres-mono, hombres-perro, hombres-oso, hombres-lobo, aludiendo a su
origen como una mezcla de humano y animal. Son vistos como una especie de «otro
interior» (Bartra, 2008: 38-45), creado por los europeos civilizados –inventado preci-
samente para entenderse a sí mismos y a su propio mundo–, diferente y contrapuesto,
pero al que se concede carácter humano.
Así pues, la destacada presencia de los González, originarios de una isla en los
confines de Europa, con apariencia animal, pero capaces de aprendizaje y de las con-
ductas sociales más refinadas, nos habla de la imagen del «buen salvaje» que se defi-
nirá, a partir del homo sylvestris y del conocimiento etnográfico de algunas
poblaciones extraeuropeas, como un elemento fundamental de la filosofía social de
la Ilustración del siglo XVIII.
Tampoco el caso de González fue único. Se tiene constancia de la existencia de una
mujer conocida como Barbara Urselin, nacida en Alemania en 1629, que fue exhibida
como la «mujer con la cara cubierta de pelo» y cuyo nombre hace alusión a su aspecto
barbado y al parentesco con un oso (Le Double y Houssay, marzo 1910: 52-54; Johnston,
2007: 24; Guerrini, 2010: 113-114). De ella se conservan un par de grabados y
descripciones contemporáneas precisas, en las que se pueden reconocer caracteres ya
vistos en los González (su aspecto animal, su cultura refinada, su matrimonio arreglado,
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otros elementos morfológicos que les daban una apariencia simiesca. Las ideas tradicionales
para explicar el aspecto animalesco se inclinaban por un origen en la relación sexual
fértil entre un humano (generalmente una mujer) y un animal (generalmente un oso,
mono, orangután o gorila); es decir, los individuos eran interpretados como híbridos.
Incluso, el interés científico por experimentar la hibridación humano-simio fue rela-
tivamente intenso durante las primeras décadas del siglo XX (Snigurowicz, 1999: 78-
80; Pelayo, 2016).
Por un lado, el folklore y la legendaria popular están llenos de supuestos casos de
híbridos humano-animal, concretamente protagonizados por los grandes simios. La
creencia en su enorme apetito sexual por las mujeres (Barbour, 2008: 40-43; Pedraza,
2009: 46), en la que los antropomorfos eran asimilados a los negros, llenaba a las clases
ilustradas de aprensión ante la mera posibilidad de tales uniones (Snigurowicz, 1999:
67; Pelayo, 2013). Por otra parte, el pensamiento tradicional proveía de varias causas
concretas para el caso del hirsutismo y la hipertricosis, como que la mujer durante la
concepción o el embarazo hubiera estado sometida a una fuerte sugestión o sido asus-
tada por un animal peludo (Le Double y Houssay, septiembre 1910: 229-236; Flores
de la Flor, 2010: 76-83). Así, durante la presentación de Julia Pastrana en Londres y
en Leipzig, algunos médicos advirtieron de la peligrosidad del espectáculo, aduciendo
que la visión de la mujer-mono por embarazadas podía causar daño a sus hijos no
nacidos (Browne y Messenger, 2003: 156-157; Craton 2009: 1-2).
La creación de una teratología moderna de la mano de los experimentos de Geof-
froy Saint-Hilaire y de Camille Dareste, y su desarrollo biológico posterior con la
introducción de la genética y la embriología por Étienne Wolff en 1932 (Courtine,
2002: 13-15), supusieron un cambio radical en la apreciación de las malformaciones
congénitas y sus causas (Martin, 2002: 189-209), entre las cuales, no obstante, se siguió
considerando que el cruce entre especies era un factor fundamental (Snigurowicz,
1999: 67). Se ha señalado igualmente el interés de los primeros evolucionistas, incluido
el propio Darwin, por las aberraciones y variaciones embrionarias (Browne y Messen-
ger, 2003: 156). Sin embargo, ha habido que esperar mucho más tiempo para que la
embriología haya podido establecer el origen exacto de muchas malformaciones tera-
tológicas. En el caso de la hipertricosis, solo en el siglo XX se ha podido diagnosticar
como una enfermedad congénita. En este contexto, no debe extrañar que la aparición
en el espacio público, en la mitad del siglo XIX, de algunas de estas «maravillas» fuera
apreciada seriamente como la posibilidad de comprobar en vivo y en directo deter-
minados aspectos de la formación del mundo natural (Goodall, 2002: 48; Garland-
Thomson, 2003: 133-134).
Ya en 1846, Barnum había programado en el Egyptian Hall de Londres un espec-
táculo titulado «What is It?» en el que presentaba un ejemplar vivo de hibridación
(falsa) entre humano y animal: Hervey Leech (Hervio Nano), capaz de ejecutar las
acrobacias de un mono y a la vez las refinadas fórmulas de conducta social (Goodall,
2002: 53-55). Posteriormente, en América, Barnum aprovechará el éxito de la publi-
cación de El origen de las especies para resucitar su espectáculo con un nuevo prota-
gonista, un joven afroamericano microcéfalo, William Henry Johnson, al que se
llamará «Zip» y que se publicitará como «What is It?», «The Monkey-Man» y «The
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locales, desde la primera vez que la presenta en Londres en 1882. Allí, como en París
en 1886 y en Nueva York, donde fue expuesta posteriormente, se dieron cita nume-
rosos hombres de ciencia que dictaminaban a favor o en contra de la relación de la
mujer con el orangután.
Su presentación como «el eslabón perdido de Darwin» indica que el espectáculo
se dirigía a un tipo de público interesado por el significado científico del cuerpo dife-
rente (Craton, 2009: 28-29), en una Inglaterra que, aunque muy circunspecta, aceptó
antes que Francia el transformismo y sus consecuencias. De hecho, la exhibición venía
avalada por varios informes de expertos, como Kaulitz-Jarlow, de la Sociedad Etno-
gráfica, que hacía hincapié en el predominio de los caracteres simiescos:
possède une chevelure épaisse d’un noir trés foncé qui forme une véritable
crinière. Les yeux sont abrités par des larges sourcils soyeux et brillants, sous
lesquels on voit des pupilles largement ouvertes, d’un noir intense. Comme chez
le gorille, l’iris ne se distingue pas. Cette enfant présente d’ailleurs plus d’un trait
de resemblance avec cet animal: Son nez est plat, avec de larges narines. Elle
présente des bajoues larges bien pendantes, dans lesquelles à l’exemple de ses
cousins de l’espèce simiesque, elle emmagasine des provisions de bouche. Le
système pileux est développé sur la nuque comme chez les Anthropoïdes. Elle
semble intelligente et l’expression de son sourire contraste avec la mimique des
Singes auxquels elle ressemble par tant de caractères extérieurs (Kaulitz-Jarlow
en Le Double y Houssay, marzo 1910: 56).
Las opiniones de los científicos no eran unánimes y así un informe publicado por
J. G. Garson en el British Medical Journal, el 6 de enero de 1883, argumentaba que
ninguna de las características esgrimidas para considerar a la niña el eslabón perdido
constituía una prueba científica y que la única peculiaridad de la criatura era su pelo
(Pedraza, 2009: 48). A pesar de ello, tanto en los folletos publicitarios como en la pre-
sentación pública, se insiste en el aspecto simiesco de Krao, en el carácter prensil y
las proporcioness no humanas de sus brazos y piernas, el número de vértebras de su
espalda, su pelo y su prognatismo. Para que el efecto sea mayor, sus exhibidores inven-
tan unos orígenes coherentes en una tribu selvática de hombres-monos, con unas for-
mas de vida extremadamente primitivas.
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Je dois même ajouter que la petite Krao a les articulations des doigts et du poignet
tellement souples que l’extension peut être portée artificiellement au point de faire
toucher le dos de la main à l’avantbras, et que les doigts se fléchissent aussi complè-
tement du côté dorsal que du côté palmaire. C’est un exercice dont elle se montre
fière, comme du reste, toutes les femmes distinguées du Laos et même du Siam […
] Je pensé qu’il s’agit donc bien là d’une jeune Laotienne (Fauvelle, 1886: 441).
En base a la descripción del pelo de Krao, el diagnóstico del doctor es que se trata
de un caso de desarrollo anormal del sistema piloso, del mismo origen que el obser-
vado en otras ocasiones (cita a la familia de Shwe-Maong, Adrian y Fedor Jeftichejev,
Julia Pastrana y Teresa Gambardella) y que no se parece en cambio al de ninguna clase
de primates, por lo que en absoluto puede explicarse como un ejemplo de reversión:
Ce serait donc en vain que l’on y chercherait un signe de réversion qui rappelat,
en quoi que ce soit, le pelage fáciel de quelque anthropoïde ou autre primate et
encore moins d’un autre ordre de mammifères […]. Ce qui me paraît surtout
devoir faire écarter toute idée de réversion au sujet du pilosisme que j’ai observé
chez cette jeune Laotienne, c’est que la disposition et la longueur des poils n’a rien
qui soit en rapport avec les fonctions des organes de la face, comme on l’observe
chez tous les mamifères […]. J’ai parcouru les galeries zoologiques du Muséum
sans rencontrer aucun mammifère qui présentât une disposition analogue. Je le
répète, ces poils ont subi les mêmes transformations que les cheveux et ne sont
que le développement anormal des poils follets naturels à notre espèce. Quant à
l’hérédité momentanée de cette anomalie, elle est incontestable et je ne l’ai point
contestée (Fauvelle, 1886: 442, 445).
La vida de Krao como monstruo de feria no fue tan desgraciada como la de otros
compañeros. No se casó y llevó una vida más o menos independiente como estrella
de varios circos en Nueva York, donde murió en 1926.
No tuvo tanta suerte Julia Pastrana, nacida en el Estado mexicano de Sinaloa hacia
1834 y que apareció por primera vez en 1854 en el circuito norteamericano de exhibición
de fenómenos. Allí ya fue presentada como de una «especie distinta» y posteriormente,
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Her face is peculiar: the alae of the nose are remarkably flattened and expanded,
and so soft as to seem to be destitute of cartilages; the mouth is large and the lips
everted –by an extraordinary thickening of the alveolar border of the upper jaw in
front– below, by a warty hard growth arising from the gum (Laurence, 1857: 48).
8
Aunque con diferencia cronológica, un precedente de exhibición ante y post mortem de una mujer
con rasgos fenotípicos particulares fue el de Sara Baartman, publicitada como la «Venus Hotentote»
(Qureshi, 2004).
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Junto al pelo, fue la boca de Pastrana lo que más trascendencia tuvo en los exá-
menes técnicos que se le practicaron (Browne y Messenger, 2003: 158). Es lo que apa-
rece destacado, por ejemplo, en la descripción que se publica en 1897 en la popular
recopilación de los doctores americanos George M. Gould y Walter L. Pyle, Anoma-
lies and Curiosities of Medicine (Garland-Thomson, 2003: 136). Más importante fue la
realización en 1859 de los moldes de las mandíbulas de Julia Pastrana para el Museo
del Colegio de Dentistas de Londres que todavía se conservan (Miles, 1974: 8). Estos
moldes son el origen de la mención que hace Darwin en el segundo volumen de The
Variation of Animals and Plants under Domestication. Darwin, que no conoció a Pas-
trana, supo, a través de su amigo Alfred Rusell Wallace, que el conservador del Museo,
Dr. Theodosius Purland, había hecho moldes de sus mandíbulas. Sin embargo, no los
debió ver directamente, o se fio de otras informaciones que le llevaron a una afirma-
ción falsa que luego ha sido repetida múltiples veces:
Julia Pastrana, a Spanish dancer, was a remarkably fine woman, but she had a
thick masculine beard and a hairy forehead; she was photographed, and her
stuffed skin was exhibited as a show; but what concerns us is, that she had in both
the upper and lower jaw an irregular double set of teeth, one row being placed
within the other, of which Dr. Purland took a cast. From the redundancy of the
teeth her mouth projected, and her face had a gorilla-like appearance (Darwin,
1868: 328).
Un error considerable el dotar a Julia de una doble fila de dientes, cuando la rea-
lidad era que, como consecuencia de su hipertricosis, tenía una dentición muy escasa.
Posteriores investigadores que examinaron las mandíbulas, concluyeron que en la
inferior faltaba el canino izquierdo y la superior solo tenía dos incisivos (Duhousset,
1909: 121). El error provenía de una hipertrofia de las encías, que formaba un gran
resalte globuloso que semejaba otra hilera de dientes y exageraba la proyección de la
boca y el prognatismo del perfil (Le Double y Houssay, mayo 1910: 102). La desacer-
tada descripción y su frase final pudo deberse a que Darwin escribiera sobre la base
de una famosa fotografía de Julia Pastrana ya embalsamada (stuffed skin), vestida con
su habitual traje de bailarina, pero en la cual la posición forzada y la mirada fiera pre-
sentan un aspecto muy diferente al de la mujer viva. Con todo, el propio Buckland –
que recordemos que había visto y tenía una fotografía de Julia viva– certificaba con
admiración el convincente aspecto obtenido (Miles, 1974: 163).
La referencia a Pastrana se produce en los capítulos dedicados por Darwin a las
variaciones correlativas de rasgos hereditarios y concretamente a las que tienen que
ver con anomalías dentarias y en el pelo y la piel. De hecho, justo en los párrafos ante-
riores al dedicado a Pastrana es donde Darwin describe más pormenorizadamente el
síndrome de anomalías dentarias (en este caso falta de piezas) en relación con presen-
cia de un vello fino que se extiende por todo el cuerpo y que se hereda durante al
menos tres generaciones en varios miembros de una familia mantenida en la corte real
de Birmania; un grupo que también formaría parte de los espectáculos pseudocientí-
ficos, publicitado como la «Sagrada Familia Peluda de Birmania» (Sacred Hairy Family
of Burma):
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Mr. Crawfurd saw at the Burmese Court a man, thirty years old, with his whole
body, except the hands and feet, covered with straight silky hair, which on the
shoulders and spine was five inches in length. At birth the ears alone were covered.
He did not arrive at puberty, or shed his milk teeth, until twenty years old; and at
this period he acquired five teeth in the upper jaw, namely four incisors and one
canine, and four incisor teeth in the lower jaw; all the teeth were small. This man
had a daughter, who was born with hair within her ears; and the hair soon exten-
ded over her body. When Captain Yule visited the Court, he found this girl grown
up; and she presented a strange appearance with even her nose densely covered
with soft hair. Like her father, she was furnished with incisor teeth alone. The Kind
had with difficulty bribed a man to marry her, and of her two children, one, a boy
fourteen months old, had hair growing out of his ears, with a beard and mousta-
che. This strange peculiarity had, therefore, been inherited for three generations,
with the molar teeth deficient in the grandfather and mother; whether these teeth
would likewise fail in the infant could not be told (Darwin, 1868: 327-328).
sus retratos y que las descripciones que se conservan insistan en el contraste entre su
aspecto animal (como hombres y mujeres perro o mono) y su carácter personal y social
educado, pacífico y, en suma, civilizado. Por otro lado, la familia de Shwe-Maong era
–hasta la reciente aparición de una familia mexicana y otra china (Figuera et al., 1995;
Zhu et al., 2011) con datos sobre cinco generaciones– la única en que la HCG aparece
con un modo autosómico dominante de herencia constatable durante cuatro genera-
ciones y, por tanto, aunque haya sido sobre todo en base a sus fotografías, un caso de
estudio interesante para médicos y biólogos.
De hecho, la relación entre falta de dientes y mantenimiento en todo el cuerpo de
un pelo fino y de color claro (muy diferente al de los simios), parecido al lanugo que
cubre a veces las orejas y el rostro de los recién nacidos, era lo que interesaba a Dar-
win. En El origen del hombre alude a los problemas para encontrar un marido a la
peluda Maphoon, pero no expresa en ningún caso que la pilosidad sea un rasgo de
atavismo. Lo que le interesa de estos casos es la relación entre ausencia de dientes y
presencia de lanugo en adultos, como muestra de una mutación que haría que estos
caracteres se mantuvieran en los adultos en su estado fetal. Una idea apoyada en la
transmisión genética de los rasgos observada en las cuatro generaciones de la familia
de Shwe-Maong y que se basa además en la evidencia de la estrecha relación genética
entre la piel, los dientes, las glándulas sudoríparas y los pechos, a pesar de sus funcio-
nes diferentes (Leroi, 2003: 283).
Al final, las controversias en torno a las personas con HCG que fueron exhibidas
no facilitaron ninguna clase de evidencia para las preguntas que sobre ellas se hacían
los científicos. Ni sobre las posibilidades reales de encontrar un (único) eslabón per-
dido vivo de la evolución del mono al hombre; ni para considerar posible la hibrida-
ción de orangután y humano, resultó el aspecto de los afectados por hipertricosis una
prueba concluyente. Sin embargo, la teoría de la evolución y sus consecuencias filo-
sóficas y sociales sí estuvieron en la base y crearon la posibilidad para la exhibición
de estos cuerpos, que pasaron así de ser considerados como monstruos a especímenes
científicos (Garland-Thomson, 2003: 136-137; Craton, 2009: 28). La exhibición de los
cuerpos con fines científicos no era algo solamente propio de los shows y las ferias.
En los anfiteatros anatómicos y en los hospitales psiquiátricos y los asilos, este mismo
espectáculo se ofrecía a un público más selecto. De hecho, algunos estudiosos defien-
den que en la época victoriana no se puede separar una cultura popular y otra profe-
sional en la exhibición de cuerpos (Durbach, 2012).
Por otro lado, las publicaciones científicas y los propios investigadores eran utili-
zados, de un modo ambiguo y mediante referencias vagas, como un medio de legiti-
mación de los espectáculos populares. Un hecho habitual, si se tiene en cuenta que
durante el siglo XIX muchos naturalistas se sentían atraídos y formaban sus propias
colecciones de curiosidades médicas o naturales (Durbach, 2012: 54-60). Por su parte,
a muchos de los científicos e intelectuales que acudían a examinar a los fenómenos
de feria con el objetivo de aclarar las causas de las malformaciones exhibidas o des-
enmascarar las supercherías, no se les escapaba el aspecto inhumano, no de los carac-
teres de las personas que eran objeto de un comercio morboso, sino del trato que estas
recibían por parte de sus managers y explotadores. Así, Frederick Treves, famoso
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1
Este artículo se enmarca en los proyectos PIP-CONICET 114-201101-00379 («Eugenesia y fascismo:
Argentina y la influencia italiana en el cruce de la cultura científica y la cultura política (1922-1945)» diri-
gido por Gustavo Vallejo; y HAR 2013-48065-C02-1-P («Ciencia en un mundo global. Historia Natural,
Antropología y Biología entre el viaje científico y la ciudad») acreditado por el Ministerio de Economía y
Competitividad de España.
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2
El precursor trabajo de Stepan (1991) sobre la eugenesia en Latinoamérica, focalizando su estudio
en México, Brasil y Argentina, tuvo numerosas relecturas que, en muchas oportunidades, limitaron de una
manera muy reductiva ese aporte a los pares oposicionales señalados.
3
Para un balance historiográfico de la eugenesia en las últimas décadas, véase Miranda (2014a).
4
Una obra referencial fue Nettlau (1933). Para indagar programas eugénicos de educación alternativa
y liberación sexual que impulsó el anarquismo con impacto en la Argentina de comienzos de siglo XX,
véase Ledesma Prietto (2014), Jiménez Lucena y Molero Mesa (2014).
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5
La «eugenesia liberal» cobró impulso en torno al último cambio de siglo como expresión que buscó
desligar de la carga disvalorativa atribuida a esa disciplina por su relación con el Estado. La marca distintiva
de la nueva eugenesia liberal es, entonces, la neutralidad del Estado (Agar, 1998). Un elemento central que
se situó en el debate fue el ataque a las libertades reproductivas que entrañó el nazismo. Estando aquellas
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nosotros, supone encarar un abordaje histórico que difiere, por ejemplo, del propósito
que se persiguió recurriendo a ese concepto para poner en discusión las terapias genó-
micas (y las ventajas de la libertad ganada a expensas de la retracción del Estado).
Porque al emprender esa tarea se nos advirtió acerca de la posible reaparición en el
futuro de algo que está vinculado al pasado, recalcando que la novedad está en lo
inefable: vamos camino «¿Hacia una eugenesia liberal?», señala el título de una influ-
yente obra de Habermas. La pregunta retórica marca lo paradójico de la asociación
de los términos preanunciando la catástrofe que se avecina si ambas nociones llegaran
a confluir (Habermas, 2002). Sin embargo, y sin desconocer la enorme importancia
de las críticas sistémicas a la nueva genética, vale la pena señalar que, con diferencias
en la modulación del discurso, impacto, exposición incluso del propio término, exis-
ten distintos registros de una continuidad histórica que expone la naturalidad con la
que esa relación entre la eugenesia y el liberalismo se expresó y podemos analizar. No
ya como una advertencia para contener la proyección a un futuro incierto, sino como
reflexiones acerca de las certezas que el pasado nos proporciona, donde aún queda
mucho por indagar si sorteamos la tendencia a reproducir la presunción de que esa
conexión entre eugenesia y liberalismo encierra una paradoja.
Como sucede con la utopía, la eugenesia es un término cuyo origen puede ser cla-
ramente establecido a partir de un neologismo basado en la conjunción de vocablos
griegos. En un caso lo creó Tomás Moro en 1516 aunando u-topos, literalmente no
lugar, y en otro Francis Galton en 1883, reuniendo eu-genes, buen origen. Y los dos
términos tienen en común otra particularidad que es la de desafiar el sentido de la eti-
mología cuando ella nos indica que en el origen de una palabra existe un dato sustan-
cial acerca del inicio de una práctica. Como ha analizado La Vergata (2013), eugenesia
y utopía suscitaron desde su aparición formas de pensar y actuar sobre la realidad,
pero también connotaron ideas y acciones que se remontan a los orígenes mismos de
la civilización occidental. De ahí que pueda aludirse recurrentemente a Platón como
el primer utopista, mucho antes aún que Moro creara la palabra utopía; y, que fueran
los espartanos verdaderos precursores de aquello que con Galton recién tendría su
denominación varios siglos más tarde.
Eugenesia y utopía encierran así nociones de larguísima duración, de donde
devienen formas de conceptualizar la sociedad que conllevan también una voluntad
de acción, orientando su desarrollo. Interpelan al tiempo y espacio (como lo revelan
términos ligados al origen y al lugar), a partir de un diálogo permanente entre idea-
lizadas caracterizaciones del pasado y del futuro, sujetas a permanentes intercambios
garantizadas por el derecho constitucional de los Estados Unidos, no habría riesgos de que una nueva euge-
nesia provocara los mismos errores que en el pasado (Buchanan et al., 2001). Si con el fin de la Guerra Fría
fue posible imaginar la universalización de esos principios, nada más contrastante a ello resultaron ser las
prácticas desarrolladas en Perú, entre 1996 y 2000, cuando el gobierno de Fujimori llevó a cabo la esteri-
lización compulsiva de unos 200.000 indígenas a través de un programa financiado por organismos inter-
nacionales merced a la intervención de los Estados Unidos.
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6
Era ese el segundo Congreso internacional de Eugenesia, celebrado en Nueva York.
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Spencer, había sido el anarquista Émile Gautier, quien acuñó el término darwinismo
social en un ciclo de conferencias pronunciadas en París en 1879.7
La eugenesia entonces venía a controlar el azar de la evolución darwiniana (Vallejo
y Miranda, 2014), donde el hecho de desconocer de antemano quien detentaría la apti-
tud para sobrevivir en la struggle for life abría grandes interrogantes. Francis Galton,
nunca ocultó su propósito de crear una ciencia que diera respuesta a aquello que más
inquietaba, como era la angustia que generaba en las clases acomodadas el azar, que
en ese juego de correlaciones, equivalía a introducir en la sociedad la movilidad social.
Galton entonces generó desde la eugenesia un mecanismo anticipador de los resulta-
dos de la lucha por la vida, evitando los costos sociales que conllevaba sostener esa
lucha en el plano social y los costos económicos de atender a todos por igual a la espe-
ra de la resolución de esa lucha. Residía aquí un principio básico de cómo la matriz
liberal entiende la gobernabilidad y que tiene que ver con la máxima eficiencia en el
control de los recursos. Algo que a su vez no hacía sino reinstalar las advertencias de
Robert Malthus en relación a la insustentabilidad en el tiempo que expresaban las
curvas de crecimiento poblacional a un ritmo que no era seguido por las curvas de
crecimiento de los alimentos que se producían. Ante la ecuación clara que indicaba
que existía superabundancia de gente y faltante de alimentos, la respuesta responsable
del hombre de gobierno era saber trazar esa línea que delimitaba cuáles eran vidas
dignas de ser vividas, y por ende alimentadas, y cuáles no. La eugenesia, entonces, era
el punto culminante de la instrumentación del liberalismo, no su antítesis.
El liberalismo también halló en la eugenesia a un aliado para contrarrestar a la
izquierda cuando ésta vinculó el azar darwiniano con la posibilidad de ascenso social.
Galton entonces se empeñó en distinguir el fit, individuo «apto o adaptado» al medio
social, que triunfaría la lucha por la vida; del unfit, el «inepto o inadaptado» (Álvarez
Peláez, 1985: 97; Carlson, 2001),8 vale decir el perdedor, el que fracasaría en esa lucha.
Gastar dinero en asistir a este último sería dilapidar los recursos públicos. Dejarlo
perecer era una ley de la naturaleza que no podía ser desafiada.
Por un lado allí se expresa la capacidad predictiva de una ciencia social, que, a la
vez que nos está diciendo cuál es la mejor forma de ejercer el poder gobernando
poblaciones, se muestra como poseedora del saber para determinar de antemano
cómo detectar cuáles son las vidas más valorables. Es una utopía futurista. Otra vez
eugenesia y utopía se cruzan, ahora a través de un desplazamiento de la sola
invocación aristocrática al pasado, hacia la preponderancia que asume la ciencia
exhibiendo una matriz tecnocrática que condensa un plan a futuro. Por otro lado, la
desigualdad no es entendida como un problema social, sino como una condición
biológica, producto de un designio casi inmodificable de la naturaleza. Sólo quedaban
7
Luego de que esta disputa de sentidos atribuidos al concepto de darwinismo social, decantara a favor
del sostenido por Spencer, sobrevino la respuesta del sociólogo ruso radicado en Francia, Novicow (1910).
8
La adaptación para Galton tenía un sentido distinto del que le había dado Darwin, como la capacidad
de sobrevivir y engendrar descendencia fértil. Para Galton había una eficacia en la adaptación expresada
al sobresalir en la sociedad, como lo hacían miembros de las clases superiores. El problema de la adaptación,
entonces, quedó reducido a la inquietud por el hecho de que las clases superiores se reprodujeran menos
que las inferiores.
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los resquicios en el ambiente, de los que Galton también se ocupó fundando en 1908
la Eugenics Education Society de Londres.
9
Ingenieros fue médico psiquiatra, criminólogo y filósofo. Nació en Italia, en 1877 y se radicó en
Argentina desde muy joven. En el cambio del siglo XIX al XX se convirtió en una figura central de la cultura
científica argentina. Murió en 1925, en Buenos Aires. Véase Huertas (1991).
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El texto tenía una función que era mucho más orientativa que informativa. Porque
bajo similares coordenadas podía elaborarse una estrategia eugénica en común desde
Argentina, dirigida a los dos ejes que allí se señalaban: el control de la inmigración y
el establecimiento de impedimentos matrimoniales.
El Museo Social Argentino ya había dado pasos importantes en esa dirección, rea-
lizando encuestas sobre la «inmigración deseable», con el propósito de incidir con
ellas en las decisiones de gobierno. A su vez, el campo médico argentino, desde una
visión que poco tenía de optimista, fue acrecentando el abordaje de los «venenos
sociales»: la sífilis, la tuberculosis y el alcoholismo.
En 1921, Alfredo Fernández Verano, un discípulo del prestigioso higienista Emilio
Coni, creó la Liga de Profilaxis Social con el propósito de combatir enfáticamente los
«venenos sociales» a través de consultas que aspiraban a sentar las bases de un sistema
de certificación de la aptitud eugénica para todos los interesados en contraer nupcias
(Miranda, 2011). En el orden legal, en un breve lapso se sucedieron normas que esta-
blecieron la introducción de contenidos eugénicos en la educación, y por la misma
motivación de tipo eugénico, la lucha por la «defensa de la raza» (1925) y el impedi-
mento matrimonial a enfermos de lepra (1926).
Todas estas acciones acompañaban los vastos alcances que iba alcanzando el pro-
grama eugénico en la Argentina, como respuesta a un miedo indeterminable que aque-
jaba a las élites. Sin embargo, aún bajo ese extendido consenso alcanzado dentro del
campo político y científico, la eugenesia también dio lugar a explícitos rechazos
formulados por quienes podían ver allí un constructo condensador de ideas y prácti-
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cas que entrañaban un riesgo cierto para el conjunto de la sociedad. Vale decir, esa
arrolladora expresión epocal, que muchos creyeron incontrastable antes de conocerse
los más terribles resultados de su aplicación, fue, efectivamente, atacada en su esencia
desde la literatura, cuando en 1927, José Gabriel10 publicó Farsa Eugenesia (1927). Era
ésta una obra de teatro que ponía en escena la eugenesia para exhibir descarnadamen-
te lo que en verdad entrañaba: no un instrumento para combatir los «venenos socia-
les» de la sociedad burguesa sino la máxima expresión de sus males. En la obra, la
eugenesia canalizaba los prejuicios socioculturales, los elitismos académicos, el cien-
tificismo positivista decadente y una manía biologizadora fundada en profundas hipo-
cresías. El personaje central, un médico ignorante, necio y vanidoso, era el Presidente
de la Sociedad Eugenésica para la Regeneración Universal, y en ese carácter promovía
toda la batería de acciones que al mismo tiempo se discutían en Argentina. Sus hijos,
que obtuvieron más de diez premios de belleza infantil nacieron en Indiana, el Estado
en el que comenzaron a llevarse a cabo las esterilizaciones compulsivas por una ley de
1907. Y será un hijo despreciado, por carecer de los premios de sus hermanos, el pro-
tagonista de un aleccionador final. La familia eugénica era un cúmulo de miserias que
se develan para que la verdad premie al despreciado y castigue al médico que envolvió
su vida con la falsedad de la eugenesia (Vallejo, 2014).
Así, en Farsa Eugenesia, la pretendida utopía de la sociedad sin conflictos que
podía ser alcanzada por efecto de la ciencia, era una máscara desplegada por las élites
para ocultar la hipocresía y la doble moral del liberalismo argentino.
10
José Gabriel (sus apellidos que nunca utilizaba eran López Buisán) era español. Arribó a Buenos
Aires con su familia en 1905. Nació en 1896. Fue un hombre de letras que abrazó el periodismo y cultivó
la filosofía desde la cátedra universitaria, tras formarse en torno a las ideas de los españoles Ortega, D Ors
y Taborga. Publicó unos 20 libros y numerosos artículos en diversos medios de Argentina, Uruguay, Perú
y España. Murió en Buenos Aires en 1957 (Vallejo, 2014).
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el hecho de exhibirse desde una clara matriz tecnocrática sin abandonar un ciego aca-
tamiento a cada precepto emanado del Vaticano. Buscaba el sostenimiento de los valo-
res burgueses, donde se enunciaba la defensa de los derechos civiles, a la vez que se
encarga de legitimar biológicamente el totalitarismo político.
Ahora bien, recordemos que toda eugenesia se sustenta en el control ejercido
sobre la reproducción. El nazismo y distintos estados norteamericanos lo promovieron
esterilizando forzosamente a grupos sociales identificados como «indeseables»: locos,
pobres, negros, judíos, gitanos, homosexuales, etc. La eugenesia en Argentina puso
su mayor énfasis en custodiar el acceso al matrimonio, desde la certeza de que sólo
era sujeto de derecho quien procreaba dentro de la norma. Para ello logró que el Esta-
do en 1937 instituyera el certificado médico prenupcial obligatorio, que evaluaba la
aptitud de engendrar prole sana.
Se trató entonces de una eugenesia que desplazó su eje por fuera de la esteriliza-
ción,11 para situarlo en los impedimentos matrimoniales, que llegaron a comprender
la restricción de derechos a homosexuales «aptos» por no cumplir su deber social de
procrear, y, como contracara ejemplar, campañas para favorecer las familias numerosas
luego de quedar demostrada su «aptitud» eugénica (Miranda, 2012). Y hubo una retí-
cula interminable de esferas del estado alcanzadas por estas distintas derivaciones de
ese programa de control de la población. En este sentido, en la preferencia hacia la
alternativa ambiental por sobre la geneticista, también existió un balance de la función
social del eugenista. Si su rol se reducía sólo a una acción quirúrgica, el papel en la
sociedad quedaba restringido a los límites del quirófano y del saber que se aplicaba
por una única vez en ese espacio. Si, en cambio, podía ocuparse de «corregir» moral-
mente los desvíos de las personas, su reconocimiento tendría menos limitaciones,
pudiendo avanzar desde la medicina individual hacia otros campos como la medicina
social y del trabajo, la educación, el derecho, la tutela de los menores en asilos, la cri-
monología (ayudando a fuerzas represivas a determinar peligrosidades predelictuales).
Puede decirse así que esta eugenesia, más que una alternativa ética, representó un
mecanismo eficaz para ampliar el campo de acción y reconocimiento social. Antes que
una posición de confrontación con las vertientes «duras», constituyó una orientación
que posibilitaba entablar mayores diálogos con el poder. Está claro que por un lado
proseguían los interrogantes en relación a las leyes de la herencia y, por otro, el impul-
so de la Iglesia a una eugenesia no esterilizadora, eran factores que restringían el espa-
cio para promover acciones de dudosas consecuencias. El tema en cuestión era cómo
instrumentar la eugenesia, no su autoritarismo o grado de coerción, cuya aceptación
ya estaba fuera de discusión.
La eugenesia también quedó inmersa en una perspectiva que interpeló la demo-
cracia desde pretendidas razones biológicas que anteponían, a criterios igualitarios,
la preponderancia de una organización fundada en razas superiores e inferiores con
su consecuente reflejo en clases sociales dirigentes o dirigidas.
11
El protagonismo de esta eugenesia estaba en el control ejercido a través de la moralización del
ambiente. Aun así, la esterilización no era absolutamente ajena. Véase Eraso (2013).
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Dentro de un orden político signado por los acuerdos entre liberales y católicos,
el organicismo social y la biología política confluyeron en los lineamientos seguidos
en el ejercicio del poder. Un ejemplo particularmente representativo, podemos hallar-
lo en la labor de Carlos Saavedra Lamas, una figura paradigmática del pensamiento
liberal que, entre 1932 y 1938, tuvo a su cargo el manejo de las relaciones exteriores
de la Argentina.12
Bajo ideas impregnadas de un fuerte criterio organicista, cuestionaba la democra-
cia desde la biología, expresándose dentro de una sintonía bastante cercana a la de
Pende. Para Saavedra Lamas, la civilización se debatía en la necesidad de conciliar
una composición democrática y otra científica, integrar «el riguroso espíritu igualitario
con los postulados científicos impuestos por la sociología naturista asentadas en el
darwinismo social, en la antroposociología, en la teoría orgánica» (Saavedra Lamas,
1937: 25).
una acción preparatoria de la sociedad, en que inciden las razas y se depositan los
gérmenes de la selección futura, tan grave y delicada para el desarrollo de las con-
diciones ulteriores de una nación [...] Necesitamos acentuar una profilaxis étnica
y moral, intensa y activa. Necesitamos leyes preventivas y represivas que la consa-
gren. Necesitamos el contralor racial, que es un problema moderno, cada día más
grave, unido al contralor moral. La posición del Estado a este respecto, no puede
encontrarse en los primeros economistas, que la dejaron con la pasividad propia
del laissez faire de la época [...] No puede permanecer indiferente ante la altera-
ción que pueda producirse en su composición étnica, ni puede cerrar los ojos ante
fenómenos directos e inmediatos de degeneración moral y racial, que la transfusión
de sangre produce en el organismo de las sociedades humanas. No puede admitir
las masas analfabetas contaminadas por ideas subversivas, ajenas a las condiciones
del nuevo ambiente y hasta peligrosas para participar en la vida política local [...]
El factor fundamental de nuestro progreso está en la incorporación de grupos
12
Saavedra Lamas nació en 1878 y murió en 1959. Fue Ministro de Relaciones Exteriores de la Argen-
tina y en 1936 obtuvo el Premio Nobel de la Paz por su intervención que ayudó a poner fin a la Guerra del
Chaco. Luego fue rector de la Universidad de Buenos Aires.
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EUGENESIA Y AMBIENTE
Pasa que los cronopios no quieren tener hijos, porque lo primero que hace un
cronopio recién nacido es insultar groseramente a su padre, en quien oscuramente
ve la acumulación de desdichas que un día serán las suyas.
Dadas estas razones, los cronopios acuden a los famas para que fecunden a sus
mujeres, cosa que los famas están siempre dispuestos a hacer por tratarse de seres
libidinosos.
Creen además que en esta forma irán minando la superioridad moral de los cro-
nopios, pero se equivocan torpemente pues los cronopios educan a sus hijos a su
manera, y en pocas semanas les quitan toda semejanza con los famas (Cortázar, 2008).
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Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:01 Página 183
1
Este trabajo se enmarca en los proyectos PIP-CONICET 114-201101-00046 (Argentina) dirigido por
Marisa Miranda; y HAR 2013-48065-C02-1-P dirigido por Álvaro Girón Sierra (Ministerio de Economía y
Competitividad de España).
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2
Sobre la cuestión, puede verse Jackson (2000), en particular el capítulo 7, titulado «The Eclipse of
Liberty».
3
Los artículos de los Anales serán trabajados más adelante.
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otro tanto ocurre con la escasa porción de raza amarilla allí fijada. Los norteame-
ricanos han seguido desde el principio una política de inmigración y de asimila-
ción, sabia y constante, mientras que nosotros, en eso, como en casi todo por
desgracia, hemos obrado precipitadamente, sin previsión y sin estudio suficiente
(Aráoz Alfaro, 1932: 516) (cursivas en el original).
ros» (Escobar Sáenz, 1932: 536). Y, entendía que sólo luego de la instrumentación de
programas eugénicos
se llegará a obtener la verdadera libertad individual, porque libres son todos los
hombres que no estén encadenados por instintos y organismos enfermizos; y en
esta forma, también, sí que se podrán tener Estados perfectamente organizados,
porque como lo he repetido, sin habitantes integralmente sanos no pueden existir
instituciones firmes (Escobar Sáenz, 1932: 536).
Ahora bien, y pese a que los planteos vinculados a la raza no eran nuevos en el
país, debemos reconocer que en el período entreguerras es cuando la cuestión adquie-
re otros matices, en el marco de lo que podríamos llamar la «pérdida de la inocencia»
de toda propuesta racista a partir del conocimiento de las políticas de Mussolini y
Hitler. Sin embargo, la reconocida revista jurídica argentina La Ley, obra de consulta
obligada en el ámbito profesional de la abogacía, recogió de manera acrítica en sus
páginas el texto del Real Decreto-ley del 17 de noviembre de 1938 mediante el cual el
gobierno italiano consolidó su persecución a los judíos iniciada con el Manifiesto de
la Raza de julio del mismo año, con protagónica presencia del endocrinólogo fascista
Nicola Pende, alma mater de la ortodoxia eugénica argentina (Finlandia, 1937; Italia,
1939).
A su vez, desde Jurisprudencia Argentina, se recordaba que en cumplimiento del
concepto del bien común, el Estado alemán esterilizaba «gente enferma», quienes,
hipotéticamente, se multiplicaban «en forma excesiva». De esta manera, la publica-
ción sostenía la legitimidad del procedimiento esterilizador, considerándolo un «sim-
ple acto de higiene pública» y entendiendo, a la vez, que ésta se desarrollaba con el
fin de «asegurar la vida del individuo y velar por la salud física y moral del pueblo»
(Ley de esterilización, 1933).
Parecía ser, pues, que la resolución del problema de la cuestión racial requería
soluciones concretas, dentro de las cuales, ya años antes había sido contemplada en
el país la esterilización de los seres disgénicos (Suárez, 1928: 11).
A partir del dictado de las leyes racistas alemanas de 1933 el debate adquirió otros
matices; y, en este sentido, cabe destacar el emblemático número de los Anales publi-
cado el 15 de octubre de 1934. En él, bajo el título «La legislación racista del Tercer
Reich», se transcribe el discurso del Ministro del Interior del régimen nazi, Dr. Frick,
conforme lo enviara el presidente de la sección alemana de la Asociación Argentina
de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social, Dr. Justus Brinckmann, considerándolo
un «documento de actualidad» (Brinckmann, 1934).
De poco sirve para el presente análisis que la publicación argentina refiera que
dicha transcripción lo era «sin comprometer opinión al respecto», ya que, precisa-
mente, la omisión de emitirla implica, claro está, una expresión de ella. «Alemania
para los alemanes bajo una dirección alemana» es el lema que figura en el segundo
párrafo del artículo en cuestión; destacándose más abajo que «la idea motriz de la
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revolución nacionalsocialista era el anhelo del pueblo alemán de volver a ser señor de
su propia casa en todos los aspectos de su vida nacional» (Brinckmann, 1934: 12). Así
las cosas, se declamaba el sentimiento de paz del gobierno nacionalsocialista, afirmán-
dose que los judíos constituían una «raza extraña» al pueblo alemán (Brinckmann,
1934: 12) (cursivas en el original). En cuanto a las medidas eugénicas nazis, el mismo
Frick refería,de novios. Sobre este sustrato, la aplicación simultánea de medidas que,
la historiografía actual, ha denominado «negativas» y «positivas». En este sentido,
afirmaba que «la legislación racista de Alemania, no puede reducirse a la liberación
de influencias étnicas extrañas en el organismo nacional alemán. Tiene que aspirar a
más, a la multiplicación, a la depuración y al estímulo del pueblo en su peculiariedad
racial» (Brinckmann, 1934: 13). De esta manera, y en paralelo a la higiene racial geno-
cida, se planteaba la necesidad de fomentar los matrimonios y la prolificidad de las
familias «sanas», instrumentados a partir de políticas impositivas y salariales (Brinck-
mann, 1934: 13).
La proclama nacionalsocialista legitimaba, desde ahí, el sacrificio individual en
pos de la permanencia de la pureza del «manantial de donde miles, millones, un pue-
blo entero, extraen salud, vida y futuro» (Brinckmann, 1934: 15).
A su vez, la iconografía que acompaña al texto en cuestión resulta, asimismo, por
demás significativa. Bajo el acápite: «Aquí se ve un servicio de selección para elegir el
prototipo del ariano, de acuerdo con el plan de saneamiento de la raza alemana», se
aprecia a un hombre –en apariencia profesional de la medicina– observando con dete-
nimiento a distintos rostros de seres humanos los que, a su vez, habían sido fotogra-
fiados desde diversos ángulos (Brinckmann, 1934: 12). En la página siguiente, otra
fotografía grafica esa tácita toma de posición de la publicación argentina sobre la cues-
tión. Así, el epígrafe reza:
Sus planteos, hoy podría decirse ingenuos, lo condujeron a afirmar que esa des-
virtuación de la eugenesia que destacaba en el nazismo recién encontraría solución
cuando sus prácticas quedaran en manos de médicos, cuya única misión fuera velar
por «la ciencia y el alto beneficio de la humanidad, y no el capricho o el arbitrio de
la autoridad». La experiencia alemana enseñaba, así, que no se podía «confiar a las
dictaduras el hecho eugenético» (Lazarte, 1936: 123).
De esta manera, y asociando las arbitrariedades de la política de esterilización del
Tercer Reich a una cuestión de clase –«la eugenesia sólo la irán a hacer con los pobres»–
Lazarte enfatizaba con un desgarrador ejemplo lo sucedido en una ciudad alemana
donde se esterilizaban niños. En la ocasión relatada, una madre que se negaba a que
operaran a su hijo gritaba entre las manos de tres agentes que la arrastraban: ‘Nuestros
hijos no son tarados. Ellos tienen hambre’. Lazarte concluía: «efectivamente, aún hay
4
Sobre este autor, véase Ledesma Prietto (2014).
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gentes para quienes todos los hambrientos son tarados, y ¡pobre de la eugenesia y de
la ciencia en general cuando se cae en dichas manos!...» (Lazarte, 1936: 123-124).
Sin embargo, sí cabe ver en las ideas de Lazarte una perspectiva «democrática»
de la eugenesia (Carol, 1995: 188).5 Lo cierto es que esa orientación fue perdiendo pre-
sencia en el contexto local, conjuntamente con la neutralización de las corrientes de
pensamiento alternativo operada en la Argentina desde principios de siglo XX.6 En la
práctica, y en una línea de continuidad con los programas poblacionistas selectivos
italiano y español del período, la combinación entre incremento cuantitativo y mejora
«cualitativa» de la población impuso que sólo debían engendrar descendencia legítima
–y, más aún, se los instaba a ello– quienes, según se preveía, procrearían a los «mejores
ejemplares de la raza». Argentina contaría para ello con la pre-selección hecha a partir
de la sanción legislativa de los impedimentos matrimoniales de orden eugénico y del
afianzamiento de un discurso que propiciaba al consejo prenupcial orientado a la elec-
ción de novios. Sobre este sustrato proliferaron diversas estrategias organizadas, en
general, a partir de un sistema de premios y castigos que exhumaremos más adelante.
Premios, es decir, incentivos dirigidos a los «aptos» para promover que procreen entre
sí, y castigos, o sea sanciones a quienes –siendo «aptos», claro está– no tenían descen-
dencia, o no la tenían en el número recomendado desde el poder. Los incentivos fue-
ron instrumentados mediante préstamos para matrimonios jóvenes –prefiriendo a
aquellos dedicados a tareas rurales–, asignaciones familiares, seguro contra la desocu-
pación e invalidez por embarazo y disminuciones impositivas. Las sanciones, si bien
orientadas prioritariamente a los solteros de ambos géneros –recordemos el caso del
impuesto al celibato–, llegaban hasta a proponer se impidiera a la mujer en edad fértil
el acceso o continuación de su trabajo. La indisponibilidad del cuerpo femenino que-
daba conformada, además, merced a la pretensa instauración del registro obligatorio de
embarazos y a la prohibición del birth control; todo ello, claro está, presidido por una
metáfora virginal que exaltaba su figura como esposa y madre (Miranda, 2011: 133).
Asimismo, la influencia ideológica recibida en Argentina por la tesis del psiquiatra
franquista español Antonio Vallejo Nágera, cuyas intertextualidades sobrepasan, cla-
ramente, a sus citaciones específicas, era recuperada de manera explícita por José Bel-
bey, profesor de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La
Plata en el primer tomo de los Anales de esta casa de estudios, publicado en 1937 (Bel-
bey, 1937). Retomando las reflexiones del ultracatólico hispano respecto a la eventua-
lidad de sanción de un proyecto de esterilización similar al promulgado por Hitler,
Belbey aseguraba que «nuestro pueblo, joven como es, no tiene largas tradiciones que
cuidar; la xenofobia está limitada a círculos sin importancia, puesto que no poseemos
ni verdadera elite ni problemas raciales firmes» (Belbey, 1937: 283). En este artículo,
luego de examinar con cierto detenimiento la ley alemana, Belbey afirma que el gran
5
Esta autora distingue tres tipos de eugenesia: la aristocrática, donde sólo una élite se beneficia; la tec-
nocrática, donde se busca una sociedad basada en grupos especializados y complementarios por efecto de
la ciencia; y la democrática, que trata de obtener una sociedad donde todos los hombres vean sus cualidades
físicas y/o intelectuales mejoradas.
6
Sobre anarquismo y cultura científica resultan de consulta obligada las obras de Barrancos (1990,
1996).
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como una sanción por el delito cometido y como un medio de prevención de nue-
vos delitos prevención individualizada respecto de la persona del delincuente y
con miras a evitar su descendencia. En este último caso, y para justificar la medida,
se afirma que la esterilización evitará que un delincuente llegue a tener una des-
cendencia de delincuentes (Actas del Congreso de Criminología, 1941: 281).
7
Atento a la dinámica del Congreso reflejada en la publicación respectiva, resulta imposible detectar
quién era el participante que estaba exponiendo, razón por la cual, es probable que toda la exposición haya
sido realizada por Uribe Cualla y las conclusiones tomadas en grupo, luego de la discusión con los demás
participantes.
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de las investigaciones biológicas, está muy lejos de haber sido demostrado». Dicha
fatalidad, que para él pertenecía al «mundo de las hipótesis», era contrarrestada por
la generalizada aceptación de que la fuerza de la herencia era «susceptible de ser des-
viada en uno u otro sentido por los factores ambientales y, sobre todo, por la educa-
ción» (Actas del Congreso de Criminología, 1941: 282). Y la conclusión a la que llega
este jurista es que «la esterilización, por su condición de irreparable, no puede ser
incluida ni como sanción ni como medida de prevención, en el Código Penal de los
países civilizados» (Actas del Congreso de Criminología, 1941: 282).
Por otra parte, el jurisconsulto local Ricardo Levene, hijo homónimo del recono-
cido historiador, también le dedicaría a la esterilización de delincuentes un detenido
estudio, realizado en co-autoría con el chileno Raúl Marante Cardozo. En este sentido,
la publicación refiere que habría sido presentada en el mencionado Congreso Lati-
no-Americano (Marante Cardozo y Levene, 1941); y, en ella, los autores definen a la
esterilización como «la supresión deliberada de la concepción natural en la mujer, y
en el hombre, la capacidad de procrear» (Marante Cardozo y Levene, 1941: 7); soste-
niendo que,
conservando las glándulas sexuales con sus secreciones internas, la ciencia médica
ha demostrado que no hay modificación en la psiquis; todo lo contrario ocurre en
algunas mujeres esterilizadas donde se pudo constatar la desaparición de inquie-
tudes con evoluciones mórbidas, provocadas al eventualismo de una gravidez y
una mejoría en la nerviosidad y en la ansiedad. La castración produce en ciertos
sujetos un procedimiento capaz de modificar su tendencia al impulso agresivo del
orden sexual (Marante Cardozo y Levene, 1941: 8).
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INTRODUCCIÓN
1
Félix Palavicini fue diputado constituyente en 1917, ministro de Instrucción Pública, director y fun-
dador, en 1914 del periódico El Universal, quien reseñó el Congreso Mexicano del Niño de 1921; en 1916
funda los diarios El Globo y El Día; fue un constante promotor de la eugenesia en México, financió en
numerosas ocasiones, la publicación de la Revista de la SEM.
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EUGENESIA Y SELECCIÓN
Dos leyes esenciales dirigen esta función excelsa de la vida: una netamente con-
servadora del tipo ancestral tan bien estudiada por Weismann [...] cuya base fun-
damental es la continuidad del plasma germinativo a través de las generaciones;
otra eminentemente evolutiva debida al genio de Juan Lamarck, basada en las
modificaciones de los seres por sus adaptaciones al medio. Complementada pos-
teriormente por los trascendentales estudios de Darwin acerca de la selección
natural y la supervivencia de los más aptos (Alonso, 1921: 33).
La india bonita María Bibiana Uribe, de Necaxa, Puebla, llamada la indita de los ojos
de obsidiana (Pérez, 1994: 353-354)
Una concepción muy frecuente en los discursos de los eugenistas mexicanos, era
fomentar la cruza entre razas afines, cercanas, incluso destacan la importancia de limi-
tar las mezclas distales (distantes), para realmente incidir en el mejoramiento racial;
el Doctor Adrián Correa, afirmaba dos años después de la fundación de la SEM:
Por ello, sostiene que el interés fundamental de la SEM, se orienta hacia la futura
constitución racial de nuestra nacionalidad, a través de una mezcla adecuada que le
permita desarrollarse en mejores condiciones, homogeneizándola y libre de herencias
defectuosas que, para él, determinan que sea presa fácil de enfermedades, de choques
psicológicos insanos y perversiones de la conducta sexual. Coincidente con muchos
médicos, antropólogos y juristas mexicanos destacados de la época, consideraba fun-
damental tener un conocimiento preciso de la composición etnográfica de la población,
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HERENCIA Y EUGENESIA
Los que sí son variables en sus cualidades son los individuos, producto de cada
situación; pero cada grupo, aparte de ser susceptible de mejoramiento y adaptación,
es capaz de producir individuos dotados convenientemente en lo moral y en lo
físico. Acontece que se ha descuidado el cultivo etnológico de cada pueblo, pero
en lográndose este desideratum, por selección y adecuados mestizajes, tiene que
surgir el hombre apto y normal, producto de la técnica biológica aplicada a la
superación de cada pueblo; porque todos tienen en latencia, características huma-
nas de elevación moral y de superación física, de la misma manera que todos los
grupos guardan factores cacogénicos indeseables que hay que segregar a través de
la herencia seleccionadora regida por la eugenesia (Saavedra, 1942: 1).
¿qué se hará con la amplísima porción indígena que es factor ineludible de nuestra
raza, y por lo demás aprovechable a causa de las virtudes con que cuenta; en su
mayoría pobres grupos de hombres disgenésicos, débiles mentales, pero dignos por
fuerza de colocarse más adentro de la Humanidad? [...] La instrucción higiénica [...]
el certificado médico prenupcial; el control de la concepción, el mestizaje rápido
sobre los indios, dirigido, serán sus armas predilectas (Ruiz-Escalona, 1942: 12).
Desde que se empezó a pensar en México en el mestizaje como la raza del futu-
ro […] surgió la teoría de que nuestra raza mestiza destinada a absorber tanto a
los blancos como a los indígenas, se iría emblanqueciendo paulatinamente, hasta
que al término de su evolución, se confundiría prácticamente con la raza blanca.
De esta teoría, que pronto adquirió los falsos caracteres de un axioma, fueron
partidarios varios de nuestros más destacados pensadores sociales del siglo XIX y
del presente siglo (XX): el Dr Mora, Francisco Pimentel, Riva Palacio, (Justo) Sierra
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Méndez, Molina Enríquez, el Lic Emilio Rabasa, etc. Sin embargo, según todas
las apariencias, dicha teoría es absolutamente errónea (Echánove, 1951: 30-31).
Echánove destaca los estudios serológicos del médico ucraniano Siegfried Aski-
nasy realizados en los años treinta, publicados en su obra México Indígena quien afir-
ma que «la tendencia demográfica dominante en México, consiste en la acentuación
de los caracteres indios de su población». Por ello, Echánove sostiene: «Un espectador
centenario podría observar cómo, en el seno de las familias mestizas, aumentan con los
años los brotes morenos» (Echánove, 1951:31).
El principal promotor de la eugenesia en México, Alfredo M. Saavedra, en la Con-
vención para estudiar los problemas de la madre y el niño, celebrada en la Ciudad de
México en mayo de 1941, aborda los aspectos vinculados con la salud hereditaria de los
futuros progenitores, que para él directamente inciden en la economía de la población:
Sería por demás curioso que a la fecha el criterio de política sanitaria no hiciera
un esfuerzo para interesarse en resolver una cuestión que está íntima y fundamen-
talmente ligada a la salud racial […] para lograr el mejoramiento humano preven-
tivamente, dos son las acciones que deben estimarse, la restricción para evitar que
los indeseables lacrados sigan multiplicándose y el fomento para la reproducción de
los bien dotados (Saavedra, 1941: 12).
es más práctico señalar a los individuos inadecuados […] desde el punto de vista
sanitario, ya que […] lo que se persigue no es constituir el grupo de los superdo-
tados, que desde luego no son el ideal eugénico, sino evitar a los deficientes bio-
lógicos que constituyen el problema básico […] y procurar facilidades para la
reproducción de los individuos normales, dentro de todos los biotipos (Saavedra,
1941: 13).
Uno de los mayores logros del doctor Alfredo Saavedra, para impulsar los princi-
pios eugenésicos, fue la creación del Primer Consultorio de Salud Reproductiva para
la atención de los trabajadores de Salubridad y Asistencia, en 1951 y las Clínicas de la
Herencia que surgieron a iniciativa de la SEM a partir de 1954, siguiendo los métodos
galtonianos de las historias familiares, con la finalidad de brindar consejo genético a
los futuros padres.
Los nuevos conocimientos de la genética relacionados con ciertas enfermedades,
revelaban la promesa de limitar las patologías, con una profilaxis adecuada de los futu-
ros progenitores. La medicina moderna mexicana asumió la tradición sajona de la pre-
vención, así como el ambientalismo francés, para orientar la función social de los
eugenistas en favor del mejoramiento de la población y consecuentemente de la eco-
nomía del país. «[El] médico tiene en sus manos la dirección de la vida de la especie;
tócale a él en primer lugar hacer una obra de cultura educacional; destruir errores,
desvanecer supersticiones, acallar el grito del escándalo» (Saavedra, 1934: 121).
Las pautas dominantes para impulsar la eugenesia en la segunda mitad del siglo XX
fueron el consejo matrimonial, el estudio genealógico de cada uno de los consortes,
de las posibles patologías hereditarias a través de historias familiares y de las recientes
enfermedades de ambos –toxicomanías e infecciones– con la permanente recomen-
dación del empleo del certificado médico prenupcial, existente en México desde 1928,
el uso de fichas biotipológicas, medidas de difusión a través de propaganda impresa
y programas radiofónicos que trataban las diferentes enfermedades que se consideraba
repercutían en la herencia de diversas patologías y la orientación educativa, para la
toma de conciencia sobre la responsabilidad hacia la descendencia.
En la exposición de motivos presentada en agosto de 1951 por el Doctor Alfonso
Segura Albiter, presidente de la SEM y consejero de la Clínica para trabajadores de
Salubridad y Asistencia, ante el Consejo Técnico de esa dependencia con la finalidad
de que se fundara y funcionara el Primer Consultorio de Salud hereditaria, señala que:
particular los médicos que nos interesamos por estas cosas. Y no basta saberlas,
es necesario aplicarlas.
Cuántos de nuestros padres, que han tenido un hijo con alguna deformidad
grave de su cuerpo o de su espíritu o de su conducta, hubieran deseado que
alguien les dijera, a su debido tiempo, que la unión entre ellos, tendría que dar
probable o fatalmente un hijo o hijos enfermos […] ¿Y cuándo es oportuno?
Enseñárselo a los jóvenes de ambos sexos cuando todavía no se enamoran, cuando
el interés de uno por el otro, no es de tal naturaleza que sólo hablan los instintos,
o el amor respaldado en los instintos […] es decir, cuando la luz de la razón puede
aún actuar.
Entonces podemos decirles, educarlos y convencerlos que hay factores que ya
constituyeron una herencia patológica, como la epilepsia grave; y también les
podemos indicar que hay otros factores, como el alcohol, las drogas, la sífilis, que
pueden ofender, lesionar gravemente las formidables pero delicadas celdillas de
la generación.
[Si] Se rompen hoy compromisos matrimoniales por cuestiones fútiles y se
hacen divorcios por motivos secundarios. Con cuánta más razón deben romperse
cuando del porvenir de los hijos se trata.
Como el fin del matrimonio son los hijos, es mejor o que no haya matrimonio,
o que éste se haga con una pareja estéril. (Segura 1951:9)
1. A los jóvenes de ambos sexos que tengan relaciones de noviazgo que piensen
en procrear hijos […] esos hijos deseados van a ser sanos física, mental y moral-
mente […] antes que la pasión o el amor ciego los arrastre […] porque entonces
nuestro consejo no será escuchado. Necesitamos que los jóvenes vengan con toda
confianza a investigar si arrastran una herencia, que unida a la herencia de su pare-
ja, pueda traer hijos enfermos […] la mala herencia de uno la puede corregir la
buena del otro.
2. Ofrecemos a los matrimonios que hayan tenido una experiencia dolorosa de
un hijo enfermo en lo físico o mental, darle los consejos para que ya no sigan
engendrando […] sin lastimar en lo más mínimo sus convicciones morales que
respetamos» ( Segura, 1951: 7-9).
1. Que su fin es lograr una actitud humana, que tienda al mejoramiento de la especie,
que conduzca a ésta, a una evolución de superación integral.
2. Que la primera obligación del hombre, es la de cuidar su salud.
3. Que propugnará porque los Estados sostengan como una de sus obligaciones pri-
mordiales, enseñar a sus habitantes a conservar su salud integral y a darles los ele-
mentos para hacerlo.
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A MANERA DE REFLEXIÓN
2
El psiquiatra Euardo Urzaiz (1976-1955), nacido en Cuba y residente de Yucatán a sus 14 años, fue
uno de los defensores y practicantes de la cesárea, primer rector de la Universidad Autónoma de Yucatán
y promotor de la eugenesia en el sureste mexicano.
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1
Su Darwinism To-Day (Kellogg, 1907) es una de las mejores reseñas de los problemas y de las teorías
de la evolución nunca escritas, y todavía una fuente de gran valor para los historiadores.
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(Kellogg, 1912: 6-8). El instinto del combate (fighting instinct) va extinguiéndose, y las
comunidades humanas se vuelven más parecidas a las de los insectos sociales que a
las de los lobos.
Esto vale para las «razas rubias o caucásicas»:2 como otros en su época, Kellogg
opina que, en los escalones inferiores de la civilización, en las «naciones bárbaras», la
fuerza de los instintos permanece más o menos intacta, y la lucha se combate todavía
de manera primordial, apareciendo incluso el canibalismo.3 Pero esta consideración
no le impide de ser optimista:
Porque no es que creemos que combatir y la guerra hayan sido siempre inne-
cesarios, un mal monstruoso, sino que los creemos así ahora, entre los pueblos
avanzados de nuestra época y fase de evolución humana. Por cierto, combatir fue
una necesidad para el hombre primitivo. Además, fue esa misma necesidad de
combatir a engendrar a la lucha. [Pero] el hombre es un incidente en la evolución
orgánica, y […] su cuerpo y su naturaleza son un producto del Genio de la Vida.
Y como la evolución ha hecho de él, según necesidad, un combatiente, y le ha ense-
ñado la guerra, así ahora, en ausencia de esa necesidad, la razón y el altruismo sus-
tituirán al instinto y al egoísmo, la evolución hará de él un hombre de paz y
benevolencia, y le liberará de la guerra (Kellogg, 1912: 139-141).
2
El término «caucásico» no le gusta a Kellogg, pero lo emplea por utilizarse desde hace mucho tiempo.
El autor critica también el criterio de la dolicocefalia. La distinción fundamental, según él, es entre «rubios»
y «morenos». Todas las otras diferencias raciales, así físicas como «morales» ya se produjeron en el Neolí-
tico, como consecuencia de la diversidad ambiental.
3
Como la gran mayoría de sus contemporáneos, Kellogg estaba convencido de que los caracteres del
Homo priscus podían ser deducidos de los de las «razas inferiores» (por ejemplo el prognatismo de los indí-
genas australianos, de los Accas de la Africal central o de los Vedas de Ceylán); Hotentotes, Bosquimanos
y Papuas eran otros «eslabones vivientes» entre Homo priscus y Homo sapiens.
4
The Strenuous Life es el título de un célebre discurso de Theodore Roosevelt en 1899 (véase Roosevelt,
1900), por aquel entonces gobernador del Estado de Nueva York y partidario de una política exterior impe-
rialista y agresiva durante la guerra hispano-americana. Kellogg no menciona su nombre, pero la alusión
era clara para todo lector.
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5
Entre otros, Novicow (1893, 1894, 1897, 1910). Sobre Novicow y sus cambios de opinión, ver
Clark (1984).
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LA SELECCIÓN MILITAR
Antes de continuar, tenemos que dar un paso hacia atrás. El jurista alemán Hein-
rich Fick (1822-1895), profesor en Zurich, en su artículo «Über den Einfluss der
Naturwissenschaft auf das Recht» (1872), afirmó que los métodos de alistamiento mili-
tar practicados por la mayoría de los países europeos amenazaban la salud y el vigor
de la nación: el ejército se lleva lo más apto, fresco y vigoroso de cada generación
joven, dejando la noble función de perpetuar la raza a los débiles y contrahechos, que
fueron dispensados de ser soldados, y a los que regresaron del servicio en estado
deplorable. De esta manera, a los menos aptos se les ofrece la posibilidad de evitar la
muerte y las enfermedades, así como la de casarse y reproducirse antes, o en lugar, de
los demás. La nación que primero hiciera frente a este peligro tendría ventaja sobre
las otras en la competencia internacional. Fick envió su texto a Darwin, quien se decla-
ró de acuerdo e incluyó las siguientes palabras en la edición del año 1872 de The
6
Es decir, partidario de la inocencia de Alfred Dreyfus, oficial del Estado Mayor del ejército francés,
de origen judío, acusado de espionaje en favor de Alemania. Condenado en 1894 a la deportación perpetua
en la Isla del Diablo, fue rehabilitado definitivamente en 1906 y decorado con la Légion d’honneur. El caso
Dreyfus desgarró a la opinión pública francesa, contraponiendo la derecha nacionalista, antisemita y clerical
a la izquierda radical y socialista.
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Descent of Man, en las páginas donde trataba de los «factores que obstaculizan la
selección natural en las naciones civilizadas»:
En todos los países que tienen grandes ejércitos permanentes, van los jóvenes
más apuestos al servicio militar, exponiéndose a que la muerte les sorprenda pre-
maturamente en las guerras, a caer en miles de vicios y a no poder contraer matri-
monio en los primeros y mejores años de su vida. Los individuos de menor talla,
los más entecos y de constitución más pobre se quedan en sus casas, hacen mejores
casamientos y propagan irremisiblemente su complexión (their kind) (Darwin,
2004: 135-136).7
Antes de Fick y del propio Darwin, Ernst Haeckel (1868), el más encarnizado y
ruidoso darwinista alemán, había añadido la «selección militar» al catálogo de las
selecciones negativas: «selección legal o jurídica», regulando las leyes patrimoniales;
«selección religiosa», imponiendo el celibato eclesiástico y la intolerancia; «selección
caritativa», con asistencia a los desamparados. Practicando una selección parecida a
la de los espartanos (eliminación de los recién nacidos mal formados o débiles) ¡hasta
los salvajes americanos se habrían conservado vigorosos y capaces de oponerse, por
mucho tiempo, al avance de las superiores razas blancas!
EUGENESIA Y ANTIMILITARISMO
7
En el Reino Unido no hubo reclutamiento obligatorio hasta 1916, para hacer frente a la prolongación
del conflicto mundial.
8
Para Vacher de Lapouge, la raza no coincidía con la totalidad de la nación: los individuos inferiores
(braquicéfalos y morenos) tenían un origen diferente al de los individuos superiores (dolicocéfalos y rubios).
Los mediterráneos pertenecían al Homo contractus, resultado irregular de la mezcla de los otros dos. Lapou-
ge acuñó el término ethnie para indicar el «agrupamiento, al mismo tiempo natural y artificial», compuesto
por «elementos de razas distintas reunidos desde siglos en el mismo Estado, o al menos sometidos a las
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mismas instituciones, a costumbres e ideas uniformes […] a las mismas influencias ambientales (mésologi-
ques), a las mismas causas de selección […] “Pueblo”, “nación”, “nacionalidad” son todos términos inade-
cuados» (Vacher de Lapouge, 1896: 9-10). Los judíos no eran una raza zoológica, sino «etnográfica», es
decir «artificial» (factice), unificada por la cultura, no por la natura (Vacher de Lapouge, 1899: VI, 466-
467). Sin embargo, Lapouge era antisemita y acusaba al catolicismo, así como al gobierno republicano fran-
cés, por no estar en guardia contra al peligro judaico.
9
Después de The Blood of Nations (1906) [1902], Jordan publicó una gran cantidad de artículos y
ensayos reciclando los mismos materiales, páginas y también capítulos enteros (ver por ejemplo Jordan
1907, 1913, 1915). Sobre su pacifismo eugenésico véanse Crook (1994) y La Vergata (2015b).
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ANTIMILITARISMO Y ESTADÍSTICAS
Como lo mismo vale para las tropas, tenemos que concluir que la guerra es «un
factor brutal y cruel pero eugenésico y purificador de la raza»;10 no hay duda de que
los efectos de una «guerra breve y victoriosa» sean positivos. No es la guerra en sí
misma la que produce efectos negativos, sino la guerra «larga y destructiva» (Kellogg,
1916: 186-187, 198). Las estadísticas demuestran que el conflicto franco-prusiano, aun-
que duro, no tuvo consecuencias negativas para las dos naciones, mientras las inter-
minables guerras napoleónicas causaron en la población francesa un grave «deterioro
racial». Negativo es el militarismo «prolongado» y «excesivo»11 Su aspecto disgénico
se debe al tipo de selección que acontece antes de la guerra, con el alistamiento. Con-
siste no tanto en la muerte en combate de los mejores de la raza, como, sobre todo,
en las consecuencias de las enfermedades infecciosas. Estas son la causa principal de
mortalidad tanto en la población civil como en el ejército, pero en este actúan sobre
una parte ya seleccionada y de «valor racial especial»: los jóvenes «vigorosos, com-
pletamente desarrollados, de sangre limpia». Y particularmente las enfermedades
venéreas «encuentran en los ejércitos un verdadero terreno de reproducción», mucho
más que en la población civil. No matan, pero son «altamente disgénicas» (Kellogg,
1916: 196-197). ¿Son hereditarias? De hecho, se transmiten como si fuesen hereditarias:
por lo que atañe a la salud de la raza, no hay mucha diferencia entre las consecuen-
cias de una tara en la concepción y las de una tara en el nacimiento, entre las conse-
cuencias de una «adquisición repetida» y las de la «reproducción selectiva» (Kellogg
1913b: 222-223; 1916: 169). Es verdad que los soldados que sobreviven a los combates
y a las enfermedades y regresan a la vida civil forman un grupo «superseleccionado»
(extra-selected) –y esto es lo mejor que pueda esperarse para las generaciones siguien-
tes–, pero la ventaja está más que compensada por la reducción numérica de este
grupo superior, y el relativo aumento de los inferiores.
Estas no eran las conclusiones de un pacifista integral e intransigente. Puede ser
que el deseo de mantenerse objetivo refrenase a Kellogg. De cualquier modo, sus
10
Como la mayoría de sus contemporáneos, Kellogg no utiliza el término race siempre en el sentido
‘racista’, sino a menudo de manera algo genérica, como equivalente de nation o population, y también de
kind y stock. Así acontece que encontramos stock, race, kind y population en el espacio de dos líneas
(Kellogg, 1916: 169).
11
En Kellogg (1913a,b), el término militarism no indica una ideología o una política. Significa, en un
sentido más amplio y neutro, «vida militar», «organización o sistema militar». Esto atrajo muchas críticas
(ver por ejemplo Fisher, 1916-1917: 264-265).
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afirmaciones causaron mucha perplejidad. ¿Cuán larga y desastrosa tenía que ser una
guerra para ser disgenésica? Los daños del militarismo, dijo alguien, eran mucho
menores que los de una derrota. Si el problema era el de las enfermedades infeccio-
sas, sólo se trataba de mejorar las condiciones sanitarias de los ejércitos para trans-
formarlos en instituciones eugenésicas, y estadísticas contrarias a las de Kellog
demostraban progresos en este sentido en las naciones más civilizadas: a la diferencia
de una gran parte de la población civil, los soldados eran sometidos a visitas médicas,
sus enfermedades cuidadas (y sobre todo diagnosticadas), la alimentación controlada
y adecuada (y sobre todo garantizada), la vida activa al aire libre más sana que el tra-
bajo en las industrias. Hubo hasta quien dijo que «el adiestramiento para la guerra
es una cosa buena para los jóvenes, con tal que no combatan nunca»12 Por fin, había
el viejo y recurrente argumento de que el adiestramiento y la disciplina militar, la
educación en la obediencia, el sacrificio y la muerte en nombre de un principio ideal
no pueden no tener efectos positivos-eugenésicos, si, como creían muchos, los carac-
teres adquiridos eran hereditarios. El propio Kellogg, que rechazaba la doctrina
‘lamarckiana’ de la herencia, había caído en contradicción en perjuicio propio dicien-
do que los reclutas eran caracterizados no sólo por «una particular aptitud (fitness),
sino también por intrepidez y lealtad fuera de lo corriente» (Kellogg, 1916: 198). ¿Los
reclutas de leva o los voluntarios?, le inquiría a Kellogg el matemático, estadístico y
eugenista convencido (y seguidamente padre de la genética de las poblaciones)
Ronald Fisher (1916-1917: 264): los dos casos eran muy diferentes desde el punto de
vista de las consecuencias para la calidad de la población.
La Gran Guerra desencadenó un debate, tan vivo como intrincado, sobre las con-
secuencias biológicas del conflicto: un verdadero diluvio de artículos y libros, espe-
cialmente en inglés (Crook, 1987, 1989, 1990, 1994; Stepan, 1987; Cerro, 2015). Pero la
obra más ponderosa contra la guerra fue escrita por un alemán, Friedrich Nicolai
(1874-1964), profesor de fisiología en Berlín y pacifista, el cual publicó, sin éxito, un
«Llamamiento a los europeos», suscrito por su amigo Einstein, en oposición al Aufruf
an die Kulturvölker (4 octubre 1914) con el que 93 intelectuales sustentaban el derecho
de Alemania a luchar por su Kultur frente a la «agresión» internacional. Por ello,
Nicolai fue encarcelado, pero consiguió evadirse y refugiarse en Dinamarca. Su Bio-
logie des Krieges (1917) contiene afirmaciones tan impresionantes como las de Lapou-
ge y Richet sobre la «inutilidad biológica» de los «desechos del género humano» que
la selección militar y la guerra favorecen (por ejemplo, Nicolai, 1917: 80). El debate
se complicó ulteriormente por la falta de unanimidad alrededor de las teorías de la
herencia, y por la tendencia a biologizar (es decir, a considerar heredables) incluso
cualidades como el coraje, la prudencia, el patriotismo… Por ejemplo, durante toda
su vida Richet creyó, como Haeckel y Lapouge, en la herencia de los caracteres adqui-
ridos, mientras otros pacifistas eugenistas, como Jordan y Kellogg, no.
12
Intervención del coronel C.H. Melville, del Royal Army Medical Corps , en el debate que siguió a la
ponencia de Kellogg en el congreso de Londres (Report of Proceedings, 1912: 47, 50).
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En 1914 Kellogg fue a Europa como miembro del comité americano de socorro
de Bélgica, organizado por su amigo Herbert Hoover, futuro presidente de los Estados
Unidos. El contacto continuo con las autoridades militares alemanas le convirtió en
intervencionista. El librito donde relata su experiencia, Headquarters Nights (Kellogg,
1917, con un prefacio tan breve como agresivo de Theodore Roosevelt),13 contribuyó,
más que ningún otro, a instalar en la opinión pública americana la imagen de una élite
alemana intelectualmente borracha, intoxicada por una mezcla de darwinismo malen-
tendido, exaltación de la fuerza bruta y nacionalismo fanático.14
13
Roosevelt en Kellogg (1917: 13): «One of the most graphic pictures of the German attitude, the atti-
tude which has rendered this war inevitable, is contained in Vernon Kellogg’s ‘Headquarters Nights’. It is
a convincing, and an evidently truthful, exposition of the shocking, the unspeakably dreadful moral and
intellectual perversion of character which makes Germany at present a menace to the whole civilized world.
The man who reads Kellogg’s sketch and yet fails to see why we are at war, and why we must accept no
peace save that of overwhelming victory, is neither a good American nor a true lover of mankind».
14
Libros como Deutschland und der nächste Krieg, del general Friedrich von Bernhardi (1912), tradu-
cido a muchas lenguas, habían consolidado en la opinión pública europea el estereotipo de la alianza, típi-
camente alemana, entre militarismo y darwinismo.
15
Kellogg había estudiado también en Alemania.
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CONCLUSIÓN
Nos hemos encontrado con un hecho que puede parecer paradójico: a las apologías
de la guerra en nombre de la moral y del espíritu (la guerra como escuela de virtud) se
contraponían las condenas de la guerra en nombre de la raza y del determinismo bio-
lógico. El determinismo biológico no fue monopolio de una única ideología; y lo mismo
puede decirse de la eugenesia, como han demostrado muchos trabajos recientes.18 Sus
defensores la presentaban como una fuerza humanitaria de mejora y progreso.
16
Ver Apéndice al final. El libro inspiró dos películas, en 1921 y 1962: la primera (dirigida por Rex
Ingram) consagró a Rodolfo Valentino como estrella internacional, bailando un tango en traje de gaucho;
en la segunda, de Vincente Minnelli con Glenn Ford, el guión trasladó la acción al tiempo de la Segunda
Guerra Mundial.
17
Sobre todo, en Francia y en los Estados Unidos. En los Estados Unidos provocó la hostilidad de muchos
biólogos contra la biología alemana, incluso la teoría celular (Mitman, 1992, 1995; Mitchell, 1995), y, natural-
mente, reavivó la oposición moral y religiosa a la doctrina de la descendencia del hombre desde el mono. El polí-
tico democrático y pacifista William Jennings Bryan, protagonista (negativo) del famoso «proceso del mono»
(1925) contra un enseñante que, infringiendo la ley del estado del Tennessee, había expuesto en aula la teoría
de Darwin, estaba sinceramente convencido de que el evolucionismo era peligroso no solo por anticristiano,
sino también por antidemocrático y antiamericano: la experiencia del germanismo agresivo demostraba que «la
ciencia que produjo los gases asfixiantes es la misma que predica que el hombre tiene un origen animal y que
quiere eliminar lo milagroso y lo sobrenatural de la Biblia» (citado por Numbers, 1992: 41; ver Larson, 1997).
18
La literatura sobre la eugenesia ha aumentado enormemente durante los últimos decenios. La obra
seminal es Kevles (1985).
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APÉNDICE
Trozos seleccionados de: Vicente Blasco Ibáñez (1916). Los cuatro jinetes del Apo-
calipsis, cuarta edición. Valencia: Prometeo, pp. 104, 107-8, 111, 113, 117-118, 137. Se
ha mantenido la grafía original.
Esta «germanización telúrica» resultaría de inmensos beneficios para los hombres […]
La guerra, como decía nuestro gran Treitschke, es la más alta forma del progreso […]
Como dice nuestro [general] Bernhardi, el pueblo inglés es un pueblo de rentistas
y de sportsmans [sic]. Su ejército está formado con los detritus de la nación.19 El país
carece de espíritu militar. Nosotros somos un pueblo de guerreros, y nos será fácil
vencer á los ingleses, debilitados por una falsa concepción de la vida […]
Los antimilitaristas claman, creyendo que está en manos de su gobierno el evitar
el choque… ¡País degenerado por la democracia y por la inferioridad de su celtismo
triunfante, deseoso de todas las libertades!... Nosotros somos el único pueblo libre
de la tierra, porque sabemos obedecer […] ¡La libertad política!... Unicamente los
pueblos decadentes é ingobernables, las razas inferiores, ansiosas de igualdad y con-
fusión democrática, hablan de libertad política. Los alemanes no la necesitamos.
Somos un pueblo de amos, que reconoce las jerarquías y desea ser mandado por los
que nacieron superiores. Nosotros tenemos el genio de la organización […]20
El determinismo, la desigualdad, la selección, la lucha por la vida… Los alemanes,
tan orgullosos de su valer, construyen sobre terreno ajeno sus monumentos intelec-
tuales, piden prestado al extranjero el material de cimentación cuando hacen obra
nueva. Un francés y un inglés, Gobineau y Chamberlain, les han dado los argumentos
para defender la superioridad de su raza. Con cascote sobrante de Darwin y de Spen-
cer, su anciano Haeckel ha fabricado el «monismo», doctrina que, aplicada a la polí-
tica, consagra científicamente el orgullo alemán y reconoce su derecho á dominar el
mundo, por ser el más fuerte.
BIBLIOGRAFÍA
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Haeckel, Ernst (1868). Natürliche Schöpfungsgeschichte. Berlín: Reimer.
19
¡Exactamente lo contrario de lo que afirmaban los eugenistas antimilitaristas!
20
A la diferencia de las palabras precedentes, las que siguen son pronunciadas por un crítico del ger-
manismo.
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Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:01 Página 230
INTRODUCCIÓN
Las ideas y corrientes científicas han estado presentes en la literatura y otras mani-
festaciones artísticas desde la antigüedad, pero es evidente que a partir de la segunda
mitad del Siglo de las Luces es que adquiere relevancia sin precedentes. Tres de esas
corrientes, nacidas en esa centuria, que llegarán hasta el veinte en especial en la prensa
y la literatura, fueron significativas de modo especial: la fisiognomía de Caspar Lavater,
el magnetismo animal creado por Anton Mesmer y la frenología de Franz Gall y
Johann Caspar Spürzheim.
La frenología aparece en esa centuria en libros de medicina y ciencias naturales,
y en la prensa periódica seria, tanto de divulgación general, como en los artículos cien-
tíficos que trataron múltiples revistas y periódicos, en las conferencias impartidas en
sociedades, ateneos, e instituciones de diverso tipo, y en los debates que tenían que
ver con las facultades mentales e intelectuales, morales, filosóficas, religiosas, que se
abordaban no solo desde el campo de las ciencias sino además desde el derecho, la
política, la pedagogía, la filosofía y las artes.
Es sabido que la frenología se ocupó del estudio de los cráneos de personas con
rasgos particulares y sobresalientes como grandes hombres y criminales, pero también
de manera tangencial de cráneos anormales de microcéfalos, hidrocéfalos y heridos
en el cráneo para defender sus presupuestos de las áreas u órganos especializados en
1
Este trabajo se ha realizado en el contexto de la Red de Excelencia, HAR2015-69172-REDT.
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determinadas funciones. Del mismo modo tuvo que aludir a la locura, la histeria y
otros trastornos mentales (si bien lo abordó bastante la homeopatía, basándose en la
división orgánica y fisiológica planteada por la frenología, que incluía lo relativo al
carácter y a los temperamentos). En menor escala algunos cráneos aborígenes sirvie-
ron para explicar la supuesta carencia o desarrollo de determinadas facultades en estos
pobladores primitivos de América, con su carga discriminatoria inserta, siguiendo la
línea trazada por el antropólogo norteamericano Samuel George Morton y varios de
sus continuadores (García González, 2013).
Si bien no parece que la frenología fuese precursora directa del evolucionismo, es
evidente que rozaba algunos de sus presupuestos en todas o en algunas de estas cues-
tiones, por más que los frenólogos, salvo algunas excepciones, se defendieran de con-
tinuo –desde Gall hasta el español Cubí– de la acusación de materialistas, que vino
no solo de profanos sino también de científicos con creencias religiosas.
Son evidentes algunos intentos de la frenología de tratar de manera científica el
origen de los instintos y las facultades mentales del hombre mediante el desarrollo de
órganos o áreas cerebrales. El propio Darwin refiere en su Viaje de un naturalista alre-
dedor del mundo ese intento de frenología de explicar los instintos en relación con los
hábitos del cuclillo de poner sus huevos en los nidos de otras aves (Darwin, 1978: 98).
También hay que subrayar la división de las facultades mentales propias de ani-
males, del hombre y de ambos en común, propalada por la frenología. Los científicos
teístas les acusaron por ello de indicar de manera indirecta su posible origen a partir
de los animales, o por lo menos su similitud, excluyendo el alma y el libre albedrío, y
por tanto el hecho de ser una doctrina materialista.
En el mismo año de 1871, en que el poeta y dramaturgo inglés sir Edward George
Lytton, primer barón de Lytton (Londres, 1803-Torquay, Devonshire, 1873), publicaba
su famosa obra La Raza futura, aparecía la no menos famosa de Charles Darwin, El
origen del hombre; si bien el manuscrito de la novela de Lytton databa del año anterior.
La de Lytton ofrece una utópica visión de una población subterránea –de la que se
sugiere tenía antecesores semejantes a batracios– mucho más desarrollada desde el
punto de vista técnico y científico que la sociedad inglesa de la época que podía ame-
nazar con la extinción de la población que vivía sobre la Tierra; la obra de Darwin
ofrecía una explicación científica del origen del hombre a partir de un antecesor
común entre éste y los monos antropomorfos, conllevaba la extinción de razas y el
triunfo de las superiores mediante la selección natural y sexual, la lucha por la vida y
la supervivencia del más apto. Ya el célebre Darwin había entregado a la prensa, ade-
más de su muy reeditado Viaje de un naturalista alrededor del mundo (1839) dos de
sus mayores trabajos: El origen de las especies (1859) y La variación de los animales y
las plantas bajo domesticación (1868), donde se explicaban estas materias, que le habían
consagrado como uno de los más grandes naturalistas de entonces. Los debates que
habían hecho correr ríos de tinta y múltiples intervenciones en cenáculos como aca-
demias, sociedades y liceos, habían dado lugar a ingentes cantidades de artículos, folle-
tos y libros que trataban los temas darwinianos más controvertibles desde diversos
ámbitos filosóficos y científicos, en que como muy bien se sabe las oposiciones reli-
giosas desempeñaron papel destacado.
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La idea de la gradación física e intelectual que iba desde el mono hasta el hombre
había sido anterior a Darwin, como se observa en la representaciones gráficas hechaspor
la frenología, y por Peter Camper con su famoso ángulo, que intentaba explicarpor la
conformación del cráneo y la cara, la supuesta diferencia existente en cuanto a la inte-
ligencia de las distintas razas; lo cual conllevaba cierta carga racista, pues colocaba la
figura del negro (con exagerado prognatismo para asemejarlo más al simio) más cerca
de este, seguido de la del mongoloide y por último la del hombre blanco –con el este-
reotipo del Apolo de Belvedere– como la más perfecta e inteligente de todas.
Los estudios sobre la anatomía y fisiología del cerebro iniciados por Gall y Spürz-
heim que habían dado lugar a la frenología, los había concebido como un órgano múl-
tiple, constituido por «órganos» o áreas especializadas, expresando que el desarrollo
de las facultades intelectuales, morales, instintos y demás actividades mentales depen-
dían del desarrollo de esos órganos o áreas. Añadían además que se podía detectar el
desarrollo de los mismos por las protuberancias exteriores del cráneo, y que la edu-
cación podía atenuar la acción de unos órganos pero no erradicar las tendencias o
funciones determinadas por ellos; lo que produjo numerosos debates y escritos acu-
sando a la frenología de atentatoria del libre albedrío, al sujetar el alma a la materia,
es decir al órgano, y promover con ello el materialismo.
La frenología, aliada al mesmerismo o magnetismo animal, comenzó a derivar por
un lado a los estudios antropológicos y craneométricos, y a la hipnosis por otro; y
hubo un periodo, incluso hasta la segunda mitad de esa centuria en que frenología,
antropología, craneología y fisiología del cerebro marcharon unidas, imbricadas y en
muchas ocasiones confundidas a la hora de referir sus campos y acciones, no solo
en relación con el uso de esos términos de manera indistinta como si fueran sinónimos,
sino también a los caracteres físicos antropológicos, las facultades mentales e intelec-
tuales e incluso a las enfermedades de la mente. Una situación presente no solo en las
obras científicas sino también en las literarias y artísticas en general, como se puede
observar en este caso en la novela de Lytton. Este autor lo había empleado bastante
en otra novela suya, Zanoni, publicada por primera vez en 1842, donde como en La
raza futura parece hacer distinción entre el charlatanismo y lo que él consideraba ver-
dadera ciencia, mezclada sin embargo con las ciencias ocultistas.
La trama de esta obra de Lytton trata de una civilización subterránea, los Vril-ya
o Ana (plural de An, hombre), a la que accede el personaje central de la novela, un
norteamericano de ascendencia inglesa, tras perder en la bajada a las profundidades
de la tierra al amigo que le revela la existencia de lo que parecen ser edificios y otras
muestras de vida humana allí. En esta obra ni la vegetación, que se describe con
mucha brevedad, ni los animales tienen homología alguna con los que el personaje
dice haber visto sobre la tierra. Aunque a veces comete algún lapsus como cuando
alude a un trabajo científico realizado por su anfitriona Zee, sobre un insecto que vivía
en las garras del tigre. Las plantas por ejemplo no son verdes sino que tienen un matiz
rojo dorado pálido. Los animales feroces pueden y son exterminados, una actitud
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ecológica muy criticable hoy, y más cuando se les deja esa actividad a los niños y jóve-
nes. Sin embargo protegen y hasta dedican parte del tesoro público a los animales lla-
mados inferiores, enviándolos incluso a otras comunidades o tribus cuando se hacen
numerosos. Un asunto que Lytton resuelve de manera ingenua cuando a renglón segui-
do asegura que parece existir allí una ley de la naturaleza que hace que los animales
no útiles al hombre disminuyan en los dominios que este ocupa y hasta lleguen a extin-
guirse. También los humanos son de una raza distinta a la humana si bien altos y su
color más parecido a la variedad roja, que Lytton describe como hermosa, pero al
mismo tiempo imponente, cuya serenidad y expresión le producen sin embargo terror.
Muestran mayor desarrollo tecnológico, pues poseen entre otras cosas autómatas
para realizar distintas funciones domésticas y sociales, embarcaciones aéreas –obliga-
dos por las condiciones naturales en que viven–, y otros vehículos; los edificios alum-
brados con luz artificial (un fluido luminoso o vapor que Lytton llama de manera
curiosa gasolina) y hechos con metales preciosos y minerales, adornos de plantas, flo-
res, perfumes en pebeteros de oro y pájaros enjaulados acompañados de música para
realzar la naturaleza emocional y espiritual de esa raza, que menosprecia bastante la
poesía y otras artes en aras de la ciencia y sus aplicaciones técnicas. Así las obras con-
sideradas más interesantes son los relatos de exploraciones y viajes escritos por jóvenes
emigrantes, y los escasos periódicos que hay están dedicados a las ciencias mecánicas
y noticias de índole comercial, mientras que son algunos niños y algunas muchachas
solteras las que en ocasiones expresan sus emociones en un poema de amor; e incluso
hubo alguno que al negarse a trabajar en cosas prácticas y ciencias no se había dado
cuenta que estaba loco y escribía versos. El incentivo de la fama y la necesidad de
comer que impulsa a los poetas en la faz de la tierra no existe allí, pues no hay pobres
ni se preocupan por aquella. La música es la única que aceptan, como la coral, auxi-
liada con instrumentos mecánicos, el ruido del agua, etc. Estiman que el amor a la
verdad es el móvil de la ciencia y hasta que quienes se dedican a esta son más inge-
niosos y viven más.
Su mayor avance en ese sentido se debe en gran medida a que han descubierto
una fuerza o energía a la que llaman Vril, que es el tema central de la novela, pues
quien la domine dominará la naturaleza exterior del mismo modo que la interior. El
Vril sirve para mover plataformas en lugar de escaleras, impulsar las citadas embar-
caciones aéreas, o volar a los individuos de manera independiente mediante alas mecá-
nicas con especies de vejigas de aire que mueven gracias a esa fuerza. Con esta pueden
mover pesados objetos, destruir y matar mediante una varilla que portan, acondicio-
nada a la edad y estado (si es niño, adulto, madre), curar enfermedades (el Vril tiene
propiedades medicinales y vigorizantes), relajar, dormir, olvidar conocimientos, apren-
der lenguas... En efecto, con su uso, la familia que lo hospeda en su hogar y protege
aprende el idioma del personaje, en especial una joven llamada Zee, que es su guía y
protectora, hija de Aph-Lin que es uno de los hombres más ricos e influyentes de la
comunidad, y tiene entre sus obligaciones recibir en su casa a los visitantes o foráneos.
A esta energía, que el personaje llama electricidad o a veces electrobiología, la consi-
dera como una reunión de fuerzas de la naturaleza o energías naturales como el mes-
merismo, la fuerza ódica (es decir la que se obtenía mediante ciertos metales y
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minerales), entre otras, que eran defendidas también por la frenología, el magnetismo
y la homeopatía.
Aquella gente creía que en el Vril habían alcanzado la unidad de las energías
naturales, conjeturada por muchos de nuestros filósofos y de la que Faraday habla,
bajo el más cauteloso término de correlación […] Estos filósofos subterráneos afir-
man que, mediante una operación del Vril, al que Faraday quizás llamaría ‘mag-
netismo atmosférico’, pueden ellos influenciar las variaciones de temperatura; en
otras palabras, el clima; que, con otras operaciones, por el estilo de las atribuidas
al mesmerismo, fuerzas electro-biológicas, fuerza ódica, etc., pero aplicadas cien-
tíficamente mediante conductores de Vril, pueden influenciar nuestras mentes y
los cuerpos animales y vegetales, a un grado no sobrepujado por los relatos de
nuestros místicos. A la combinación de todos estos agentes se le da el nombre de
Vril (Lytton, 2014: 20).
del siglo dieciocho desde los trabajos de Robert Malthus, lo resuelve Lytton de manera
bastante simple e ingenua al indicar que no es necesaria la selección de los emigrantes
puesto que la migración es libre y siempre hay voluntarios en número suficiente dis-
puestos a partir.
El personaje central de su novela adopta una postura de reserva ante esa clase de
energía volitiva, pues dice que independiente de que los efectos de lo que él llama
electrobiología sean genuinos o falsos, ningún profesor de tan dudoso arte había sido
capaz de influir en sus pensamientos o movimientos como lo hizo Täe –joven que
encontró al personaje central al principio de la novela y lo condujo hasta su familia,
que es la más poderosa de esa civilización– cuando lo deja paralizado con el Vril para
que le sirva de cebo y atraer al reptil que había devorado al amigo del norteamericano
al bajar por primera vez a la mina o gruta profunda de la tierra (Lytton, 2014: 59).
En varias partes de la obra se destaca la idea de que las cualidades temperamen-
tales, morales, afectos y costumbres o hábitos (incluso la cultura) podían ser transmi-
tidos por herencia, tanto en lo relativo a cuestiones positivas como esta del Vril, o
negativas, tal como defendía la frenología antropológica. Una transmisión de carac-
teres adquiridos que tenía su origen en los trabajos de Jean Baptiste Lamarck y aun
defendían muchos naturalistas, incluido el propio Darwin.
volcánicos, contentándose con vivir casi a oscuras como muchos seres que se arrastran,
gatean y hasta vuelan» (Lytton, 2014: 18). Unas tribus que eran miradas con desprecio
por la comunidad a la que pertenece la familia que hospeda al personaje, y conside-
radas como «uno de los más crudos e ignorantes experimentos de la ciencia política»
(Lytton, 2014: 24). Estas tribus bárbaras (que están en un estado de desarrollo atrasado
al que llaman Koom-Posh) se hallan en conflicto perpetuo y cambio constante, pele-
ando con sus vecinos cuando no entre ellos mismos, divididos en secciones donde se
roban y asesinan unos a otros, un estado de ignorancia y barbarie que ya habían pasado
los Ana o Vril-ya. Aun cuando se dicen iguales y luchan por serlo hay disparidades por-
que han perdido los «afectos y vinculaciones hereditarias entre los muchos que no tie-
nen nada y los pocos que lo tienen todo», le dice su anfitrión Aph-Lin quien condena
la competencia que genera esa clase de arrogancia y crueldad (Lytton, 2014: 54-55).
Al parecer Lytton se inclina –o al menos su personaje– a sostener las ideas liberales,
pues antes de este diálogo, había tenido otro con su interlocutora Zee, en que había
defendido el sistema democrático de los Estados Unidos, y en particular de Nueva
York, destacándole como promotor del sistema de bienestar de la comunidad, que
elige a «los ciudadanos más probos, de mayor cultura y buen carácter», y de cuanto
se espera de la doctrina Monroe; no es posible descartar el sentido irónico que parece
desplegar Lytton al relacionarlo con el manejo de las armas de los norteamericanos.
Fue justo el conocimiento del poder del Vril capaz de destruirlos a todos el que
hizo que cesaran las guerras entre las diversas tribus. No se puede menos que extra-
polar en esta visión utópica de Lytton de un mundo sin guerras ni ejércitos, haciéndola
depender del poder destructivo de las armas a lo que esgrimieron al respecto algunos
ideólogos modernos de que una vez alcanzado idéntico poder armamentístico no
habría guerras. Pero el escritor inglés parece criticar al sistema de fuerza aplicado por
las metrópolis a las colonias, cuando dice: «Solo por la fuerza se pueden mantener
unidas vastas comunidades dispersas en grandes extensiones del espacio; pero con tal
agente ya no existía la necesidad de luchar por la propia conservación; ni había nece-
sidad de engrandecerse para que un estado pudiese predominar sobre otro».
Del mismo modo el sistema político alcanzado por los más civilizadas de estas
poblaciones –las llamadas Vril-ya, con el Supremo Magistrado o Tur a la cabeza– es
el de una bondadosa y protectora autocracia, con la que parece simpatizar el propio
Lytton o al menos el personaje de su novela, al expresar que «hasta los escritores repu-
blicanos coinciden en que una benevolente autocracia, aseguraría la administración»
(Lytton, 2014: 24). Es también utópica su concepción de que ese supremo magistrado
no retiene el cargo aunque puede ser vitalicio, que nadie lo ambiciona, pues no con-
lleva honores ni distinciones, ni se distingue de los demás en residencia ni emolumen-
tos. Así como que no hay ejército ni policía ni crímenes, ni abogados profesionales;
pues el poder del Vril los hacía inútiles, siendo dirimidos los asuntos mediante un
Consejo de Sabios. No obstante son obedientes a las leyes por una cuestión que se ha
hecho ya instintiva.
La concepción político social no llega a eliminar la propiedad privada, y así Lytton
dice que no hay pobreza en esa sociedad aunque hay individuos más ricos que otros
al extender sus propiedades a la selvas linderas; y si llegase a haber algún pobre podía
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emigrar o contar con la ayuda de los ricos siempre dispuestos a ofrecérsela, por con-
siderarse todos como una inmensa familia.
Toda la admiración que siente el personaje central de la novela por los adelantos
tecnológicos, comerciales y agrícolas de esta población de los Vril-ya no es óbice para
que sienta horror y miedo de lo que puedan hacer con su poder destructivo; y así
cuando Aph-Lin critica las actuaciones de las demás tribus salvajes –que suman treinta
millones– por pretender establecer sus métodos financieros (llamados Glek-Nas) y
ciertos principios de comercio a los que llaman ley de la civilización a los Vril-ya que
solo son cincuenta mil, el personaje exclama que son un peligro contra estos, por su
cantidad; aquel le responde que media docena de muchachos podrían destruirlos a
todos mediante el uso del Vril, con lo que el norteamericano cree sentirse más cercano
de las tribus bárbaras que de la de los Vril-ya.
Es la misma concepción que prevalece en la mentalidad de estos últimos, que tie-
nen un sistema agrícola e industrial establecido en forma de comunidades de cuatro
mil familias, y que para aliviar la presión de población envía a sus emigrantes jóvenes
a poblar otros lugares –preparar las tierras, embalsar las aguas y otras acciones para
recibir luego a los emigrantes– que no estén ocupadas por otras comunidades suyas;
pero si encuentran algunas que son molestas o peleadoras y se hallan bajo los sistemas
de gobierno de Koom-Posh o del Glek-Nas, las destruyen pues no hay manera, dice
el joven Täe, de establecer arreglos de paz con una raza tan idiota que cambia de
gobierno de manera continua.
Existe una mezcla de ensalzamiento y reducción del papel de la mujer en esta civi-
lización, no exento de diversos tópicos. Por ejemplo atribuye a las mujeres estudiar
cosas más superfluas como ciertas disciplinas (historia antigua, algunas ciencias natu-
rales), ser más aptas para los estudios abstractos y místicos mientras que los hombres lo
son para las ocupaciones prácticas. Esto no siempre es así porque son mujeres, por
lo regular viudas sin hijos, las que se dedican a curar e incluso actúan como cirujanos.
Aunque Lytton dice que en esta civilización los hombres (Ana) y las mujeres (Gi-yei)
tienen los mismos derechos de igualdad, se traslucen los mencionados tópicos, como
que las mujeres son más dúctiles y menos manejables. Que las niñas son más implaca-
bles «por naturaleza bajo la influencia del miedo o del rencor» que los niños a la hora
de destruir los animales dañinos. Que sienten más necesidad del amor que los hombres
y por eso deben ser las que cortejen a estos, como se hace en esta utópica sociedad, y
otros; si bien todo ello mueve a Lytton a criticar la tiranía que han ejercido los hombres
en ese sentido y hasta el celibato en la superficie de la tierra. Y pese a que en esta civi-
lización la mujer es por así decirlo el sexo fuerte (tanto en lo físico como en mentalidad
o inteligencia), y son las que enamoran y cortejan a los hombres, hay también en todo
esto una simbología, con rezagos machistas, como cuando se dice que las mujeres en
cuanto se casan abandonan las alas, se vuelven más dóciles y se complacen en obedecer
los mandatos y deseos de sus maridos, e incluso llegan a ocultar que dominan una pro-
fesión mejor que estos, para no herir sus sentimientos.
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La moral que concibe Lytton, pese a ese gran desarrollo tecnológico que tienen,
parece ser la suya o al menos la de la sociedad en que vive pues aclara que casi no hay
falta contra la moral antes de casarse los jóvenes, que los divorcios y la poligamia son
muy raros, y que entre ellos es imposible toda relación ilícita (Lytton, 2014: 26-28, 85).
Para explicar la superioridad física de las mujeres en esta raza, Lytton acude a las
ciencias naturales –no sin cierto humor– exponiendo que en la naturaleza las hembras
son mayores que los machos (de modo que muchas veces se los meriendan), un prin-
cipio que se observa en los insectos y en las más antiguas familias de peces y vertebra-
dos. También tienen un dominio más pronto y concentrado fluido destructivo del
Vril, pero no abusan de él (narra que en cierta ocasión una mujer así lo hizo y los hom-
bres huyeron, casándose con mujeres de otra tribu, lo que fue una enseñanza), y de
ahí que no volvieran a hacerlo, perdiendo por desuso hereditario (recuérdese el con-
cepto lamarckiano) la superioridad ofensiva y defensiva que tenían sobre los hombres;
de manera similar a como algunos animales de la superficie de la tierra habían perdido
varias de sus peculiaridades de su forma primitiva, con que la naturaleza los había
dotado para su protección, y que han desaparecido o se mantienen atrofiadas bajo las
nuevas circunstancias. En todo lo cual parece seguir los criterios del naturalista Louis
Agassiz, autor que el personaje central de la novela comenta acaba de leer, y cuyas
citas le sirven para explicar asimismo la existencia del Supremo (Lytton, 2014: 37), así
como la presencia de un principio inmaterial (llámese sentido, razón o instinto), que
en la escala de los seres organizados presenta una serie de fenómenos enlazados de
modo íntimo.
Ese mismo principio que esgrime Agassiz es el que utiliza el personaje de Lytton
que pone al hombre muy por encima de los animales, dándole dotes superiores, no
solo «en las manifestaciones más elevadas de la mente, sino la misma permanencia de
las diferencias específicas que caracterizan a todo el organismo». Siendo una lamen-
table pérdida que se privase al ser humano de esa gran fuente de felicidad y de mejo-
ramiento intelectual y moral de este (Lytton, 2014: 17)2; evidente oposición a lo que
decía Darwin de que solo era una cuestión de grado lo que diferenciaba el desarrollo
mental del hombre del de los animales. Pero en consonancia con lo que se derivaba de
manera indirecta de la teoría de éste –fuese o no su intención– sobre al fatalismo
de la destrucción de unas razas por otras y de la supervivencia del más apto sin freno
moral alguno. Lo que se verá implícito de manera más evidente en los capítulos que
Lytton dedica al origen de los Vril-ya, sus cruzamientos y relaciones primitivas con las
demás comunidades subterráneas.
Para explicar la conformación del cráneo de los Vril-ya, Lytton acude a Charles
Lyell y a la frenología. Al respecto arguye que dicha conformación presenta diferencias
sustancias con las de las razas que hay sobre la tierra. Su desarrollo debió requerir,
2
Aquí cita de manera textual el Ensayo sobre la clasificación de Agassiz, sec. XVII, pp. 97-99.
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nos dice, incontables edades, del tipo braquicéfalo de la Edad de Piedra, que describía
Lyell en sus Elementos de Geología, comparado con el dolicocéfalo de la Edad de Hie-
rro, que correspondía con el actual tipo celta. Teniendo el mismo volumen de la frente,
idéntica redondez uniforme de los órganos frontales, pero mucho más elevado y
mucho menos pronunciado el hemisferio craneal posterior, donde los frenólogos situa-
ban los órganos animales.
El personaje dice que va a expresarse como frenólogo, y emplea la terminología
que estos usaban para explicar las facultades mentales. Así arguye que los Vril-ya
tienen los órganos de peso, número, tono, orden, casualidad muy desarrollados, y
el de la construcción es mucho más pronunciado que el de la idealidad. Sobresa-
lientes en extremo los órganos llamados morales, como la conciencia y la benevo-
lencia; mientras que los amatorios y belicosos son muy pequeños; son grandes los
de adhesión, e inmenso el de la destrucción –la de determinada eliminación de obs-
táculos interpuestos–, pero menos que el de la benevolencia; y la filogenitura, más
que amor animal, es la expresión y ternura hacia quienes precisan ayuda y compren-
sión (Lytton, 2014: 41). Destaca así mismo que no haya contrahechos o deformados
entre ellos, la belleza de su cutis, dulzura y majestad, al tener ausencia de terror físi-
co o moral, que contrasta con las contiendas que ha tenido que sostener el personaje
central con las pasiones de la humanidad. No dice la razón sin embargo por la que
no ha visto contrahechos, seres que sería natural que existieran, con lo que no queda
claro si los destruyen, o lo que parece más coherente suponer: que concebía que tal
perfección física y moral de los Vril-ya no podía originar por herencia más que seres
casi perfectos como ellos. Una concepción que entroncaría con los supuestos
lamarckianos de que los caracteres adquiridos pueden heredarse o perderse por des-
uso, como ya se ha señalado.
Aunque Lytton había descrito al principio a esta raza de color más cercano al rojo,
aclara después que había algunos mucho más rubios y con ojos azules, «cabello de
oro y cutis de color más subido que los individuos del norte de Europa», habiéndosele
dicho que ello se debía a los cruzamientos con tribus más distantes de los Vril-ya, que
por cuestiones climáticas o distinciones primitivas de la raza eran más rubios que los
de esta comunidad. Estos cruzamientos se habían producido con otras familias dis-
tintas, pero de la misma procedencia; cruzamiento que recomendaban solo con otras
naciones de Vril-ya; considerando a las naciones que no tenían sus costumbres e ins-
tituciones con mayor desdén que el que sentían los norteamericanos por los negros.
Crítica aparte de Lytton hacia el racismo norteamericano de entonces, no se espe-
cifica si comparte esa clase de mal llamado cruzamiento, pues no es posible aplicarlo
a las razas humanas, sino a individuos de diversas especies como ya habían dejado
sentado Darwin y otros naturalistas. Pero el término se seguía empleando tanto en la
literatura general como científica. Y aunque Lytton dice que los Vril-ya no sentían
orgullo por la piel rojo oscura más antigua, es evidente que tenían sentimientos dis-
criminatorios con otras razas primitivas a las que llaman bárbaras. Es lógico pensar
que si los Vril-ya y otras tribus se formaron a partir de poblaciones reducidas que esca-
paron de los cataclismos ocurridos en tiempos antiguos sobre la faz de la tierra, fueran
de varias razas. Pero la idea de Lytton sobre la superioridad de la raza blanca es clara
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cuando refiere la posible descendencia de los Vril-ya de una población europea, y por
consiguiente blanca, y al final de la novela acaba por expresar que está convencido
que estas poblaciones «son descendientes de los mismos antepasados de la gran fami-
lia aria de la que en corrientes diversificadas se desarrolló la civilización dominante».
Todo lo cual explica en parte que algunos considerasen después a Lytton como uno
de los precursores de la teorías sobre la supremacía aria.
La superioridad de los Vril-ya se debía, según se explica en la novela, a las intensas
luchas que había que sostener desde tiempos primitivos contra los obstáculos de la
naturaleza en los lugares en que se establecieron, y a la competencia que en la lucha
por la vida se lleva a cabo en la historia de la civilización, donde sobreviven los más
aptos y perece gran número de individuos. Argumentos que ya estaban presentes en
Malthus y Herbert Spencer, así como en Darwin, y que refleja que Lytton debió leer
antes a estos autores, o al menos sus presupuestos esenciales que estaban muy difun-
didos por entonces.
Una prueba de que debió leer a aquellos incluso antes que a Darwin se halla en
otra de sus novelas, la ya citada Zanoni, de 1842, donde el personaje de este nombre
en su primer diálogo con la que será su amada Viola Pisani, compara las fuerzas y
debilidades de la mujer que debe ser con la de un árbol que crece en su jardín, que
lucha por la existencia de continuo en busca de la luz; lucha que considera una nece-
sidad y el principio de la vida del árbol, y que enseña a los fuertes y hace felices a los
débiles (Lytton, 2015).
La formación y perfeccionamiento de los Vril-ya también pasó por medio de
luchas terribles de sus antepasados, que aquí se cuenta como una leyenda antigua que
predice que al completarse ese desarrollo estaban destinados a volver al mundo supe-
rior donde debía suplantar a las razas inferiores que hoy lo poblaban. Leyenda que le
cuentan Aph-Lin y Zee, y que deja aterrado al personaje central al saber que podían
ser exterminadas esas razas terrestres por los Vril-ya debido a sus condiciones políticas
y sociales que, aun cuando fueran las de las naciones más civilizadas, son comparadas
con las peores razas subterráneas «a las que ellos consideraban sumidas sin remedio
en la barbarie y condenadas a gradual, pero cierta extinción» (Lytton, 2014: 42). Pese
al cuadro positivo que el norteamericano les presenta y la compasión de sus amigos
que intentaban desechar la idea de aniquilar a tantos millones de seres sobre la super-
ficie de la tierra, el cuadro les resulta, entristecedor.
De modo que la defensa que hace el personaje central de los grandes poetas, filó-
sofos, oradores y generales de sobre la faz de la tierra, no hace más que hacer realzar
ante sus amigos la indicación más clara y fatal de que eran una raza salvaje de manera
incorregible, pues la primera condición para la felicidad humana consistía en la eli-
minación de la lucha y la competencia entre los individuos, pues independiente del
gobierno que adopten representa el triunfo de la minoría sobre la mayoría, destru-
yendo así la verdadera libertad del individuo, impidiendo su tranquilidad y la felicidad
mental o corporal que pudiera alcanzar. Una felicidad que los Vril-ya conciben y pro-
curan más cercana a los espíritus y a la condición divina y espiritual, que carece de
pasiones como la avaricia y la ambición, de venganza, cada uno ocupándose de las
actividades que más le agrada, con una vida alegre por «el intercambio sin trabas de
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afectos gentiles, donde el ambiente moral ahoga todo sentimiento de odio y de ven-
ganza, lucha y rivalidad» (Lytton, 2014: 42).
Así Zee destaca la superioridad de los Vril-ya que han alcanzado el máximo de sabi-
duría política, contraponiéndola a otras poblaciones subterráneas que debían imitarlos,
pero que eran ignorantes en su mayoría, como los Koom-Posh, que fundaban su bien-
estar en la emulación de unos con otros, de modo que las malas pasiones por el poder,
la riqueza y el predominio nunca descansaban, mostrando rivalidades horribles, entre
vituperios, calumnias que se lanzaban aun los más nobles sin remordimiento ni pudor.
Alusiones en que no es posible dejar de sospechar la crítica que parece hacer
Lytton a la sociedad en que vive, y que es reforzada por Aph-Lin que confirma que
había visitado este pueblo de los Koom-Posh que se caracterizaba por su miseria y
degradación al jactarse sin cesar de su felicidad y grandeza en comparación con el
resto de su especie, y que se parece al del personaje central, que en lugar de mejorar
sus ideas tienden a mayor descomposición. Que desean ensanchar cada vez más sus
dominios, sin tener en cuenta que más allá de ciertos límites no es posible asegurar la
felicidad de la comunidad y de la familia bien ordenada; y mientras más perfeccionan
su sistema con el predominio de unos cuantos ricos y poderosos sobre millones de
pobres, más alaban su sistema con algunas excepciones. A lo que Zee remata diciendo
que nada más opuesto a la igualdad de los inmortales que «un sistema que aspira a
llevar a extremo las desigualdades y turbulencias de los mortales» (Lytton, 2014: 43),
y más contrario a la ciencia religiosa.
funciones de criados. El personaje se niega a discutir con alguien tan poderoso como
Zee sobre las cuestiones filosóficas que se traslucen en «la superficialidad de su filo-
sofía en cuanto a la extensión del poder y causas del Vril».
En ese museo del Colegio de Sabios la zona que más llamó su atención fue la dedi-
cada a la arqueología, pues allí pudo contemplar una colección de retratos de los ante-
pasados de los Vril-ya o Ana, en especial tres de ellos, de tamaño natural,
pertenecientes a la época prehistórica en relación con un misterioso personaje sabio
y héroe a la vez del que se remontaba el origen de las principales comunidades de los
Vril-ya. Correspondían a ese filósofo, a su abuelo y su bisabuelo. El primero estaba
vestido con un traje suelto cubierto de escamas tomadas quizás de algún pez o reptil,
tenía los dedos de las manos muy largos y palmeados; el cuello casi inexistente y la
frente baja y achatada, en modo alguno la frente ideal del sabio (debe recordarse que
se concebía según la frenología bastante amplia), los ojos brillantes, pardos y saltones,
la boca muy ancha, los pómulos salientes y el cutis barroso. El retrato de su abuelo
tenía los mismos rasgos si bien más exagerados; no llevaba vestido y tenía el pecho y
el estómago amarillos, los hombros y las piernas de un matiz bronceado mate; mien-
tras que el bisabuelo era un modelo magnífico del género batraciano: «una rana gigan-
te, pura y simple» (Lytton, 2014: 47).
Aph-Lin quien le relata la tradición al personaje central mientras observan los
retratos de los batracios, le cita incluso sentencias de ese sabio en que les recomienda
humillarse por ser el origen de esa raza un humilde renacuajo. A lo que el norteame-
ricano le pregunta si se está burlando de él, pues estima que, aunque fueran esos retra-
tos meras caricaturas, es imposible que cualquiera de la raza Vril-ya pueda creer que
«el biznieto de una rana pueda llegar a ser un sentencioso filósofo» y que ni siquiera
«las más degradadas razas humanas puede tener su origen en un renacuajo».
Debe recordarse las palabras de Huxley y otros naturalistas que veían mejor y más
honroso provenir de los monos que de algunos humanos ignorantes, y al propio tiem-
po pudiera ser una alusión indirecta a la teoría de Darwin ante la que muchos natu-
ralistas, religiosos o no, rehusaban provenir de alguna clase de antropoide. Y hace
suponer que, en efecto, Lytton había leído la obra de su compatriota, y se burlaba de
su teoría aquí. Esto también parece evidenciarse en la explicación que le da Aph-Lin
de que hacía unos siete mil años existió un naturalista muy distinguido que demostró
a sus discípulos las analogías anatómicas que existían entre la estructura de un An y
una rana, la presencia de una vejiga natatoria como la que posee esta, en los Ana en
estado vestigial, que indica con claridad su descendencia, y las enfermedades comu-
nes; ni siquiera el tamaño es una objeción, añade, porque existieron ranas en la anti-
güedad y aun las había que poseían el tamaño de los Ana.
Lo que provoca la burla del personaje central que dice que no le extraña eso por-
que algunos distinguidos geólogos de la superficie de la tierra hablaban de ranas
gigantescas (que quizás vieron en sueños) que existieron antes del Diluvio y que podí-
an ser las que se habían perpetuado en lagos y marismas en las regiones subterráneas
de los Ana. La burla de Lytton prosigue en la explicación que con carácter serio le
explica Aph-Lin de que en el pasado se había producido un debate entre los sabios:
unos opinando que los Ana descendían de la rana y otros que decían que era esta un
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desenvolvimiento mejorado del An. Esta última escuela filosófica defendía que la
forma de la rana era más simétrica que la del An. En cambio conformación y miem-
bros, francos y hombros de este eran casi deformes y mal proporcionados. La rana
tenía el privilegio de vivir en la tierra y el agua de que carecía el An, y la atrofia de la
vejiga natatoria en este mostraba que había degenerado «de su desenvolvimiento más
elevado de las especies».
Ha de tenerse en cuenta en todo esto las semejanzas que habían destacado Darwin
y otros evolucionistas entre el hombre y los monos antropomorfos, así como el debate
en torno a la evolución de si el hombre era resultado de un mono evolucionado o de
un Adán degenerado. Que las referencias en torno a estas cuestiones aluden de mane-
ra casi directa al evolucionismo darwiniano no cabe duda, pues a renglón seguido
Aph-Lin le dice al norteamericano –al que llama de forma cariñosa Tish, lo mismo
que este se autodenomina, es decir procedente de una raza atrasada, pues significa
«pequeño bárbaro» o de manera literal: ranita– que las razas primitivas de los Ana
estaban cubiertas de pelo, con barbas hirsutas que deformaban sus rostros como los
que poseía el norteamericano. Pero durante incontables generaciones los Ana se
empeñaron en eliminar mediante selección sexual esas excrecencias capilares. No hay
que olvidar que había sido Darwin quien había subrayado el papel de la selección
sexual en El origen de las especies (1859) y La variación de los animales y las plantas
bajo domesticación si bien le dedicó mayor espacio en El origen del hombre.
Además de que las mujeres preferían al hombre de rostro terso y suave, Aph-Lin
continúa diciendo que los defensores de esta corriente, destacaban que la rana carecía
por completo de pelo hasta en la cabeza, perfección que no había logrado alcanzar ni
el más bello An pese a incontables edades de cultura. Del mismo modo, la maravillosa
complicación y delicadeza del sistema nervioso y de circulación arterial de la rana, les
aportaba un grado de sensibilidad al gozo mucho mayor que el de la estructura física
inferior de los Ana. Sátira que, junto con la crítica social, se incrementa cuando añade
que el examen de la mano de la rana explica la mayor susceptibilidad de ésta al amor
y a la vida social en general, siendo las ranas mucho más amables y afectuosas que los
Ana y estos lo son bastante. Ante el debate de si el An era el tipo perfeccionado de la
rana, o esta, el desenvolvimiento más elevado del An, la mayoría de los moralistas se
decantó por dar preferencia a la rana, dada la vasta superioridad de esta en conducta
moral, «es decir, la adherencia a las reglas mejor adaptadas a la salud y el bienestar
del individuo y de la comunidad» (Lytton, 2014: 48). La historia entera ponía de mani-
fiesto la inmoralidad de la raza humana, el desprecio que demostraban, aun los más
poderosos, por las leyes esenciales de la felicidad y el bienestar general, mientras que
la rana no evidenciaba la más ligera desviación de la moral aceptada por todos.
La sátira social de Lytton extrapolada al supuesto pasado de esta raza es diáfana
cuando Aph-Lin dice que por causas imposibles de conjeturar los descendientes direc-
tos de la rana no conservaron su posición original en la escala de la naturaleza, mien-
tras que los Ana a pesar de su organización inferior lograron aventajarlos, en razón
de sus vicios, ferocidad y marrullería, como sucede en la raza humana en que tribus
bárbaras por dichos vicios se han impuesto a tribus insignificantes de mayores dotes
intelectuales y de cultura más avanzada.
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La novela La raza futura de Lytton es sin duda una utopía en cuanto a una posible
civilización –en este caso subterránea– con alto grado de desarrollo agrícola e
industrial, pero es también una crítica social a determinados esquemas sociales,
políticos y económicos de su tiempo, que alertaba de los peligros que ella podría
representar para las poblaciones menos desarrolladas de la tierra. ¿Es una parábola
sobre el desarrollo que estaba alcanzando en esos momentos los Estados Unidos de
América con su doctrina Monroe, que se menciona en la novela, y por lo que elige
justo un personaje norteamericano? No es posible descartarlo, como tampoco que
ciertas críticas y situaciones o expresiones satiricen la sociedad inglesa de su tiempo
además de la norteamericana, como es posible verlo al hablar del desarrollo agrícola
industrial, del feminismo, las relaciones de pareja y otros aspectos de esta supuesta
civilización subterránea.
Es bastante posible que los debates que se produjeron respecto al origen del hom-
bre, desencadenados por las obras de Darwin –y ampliados de nuevo con la aparición
de El origen del hombre, dada a la prensa el mismo año que la obra de Lytton– estu-
vieran presentes en la mente de este último al explicar el origen de esa población utó-
pica a partir de antecesores batracianos, sin duda una sátira para la que empleó
algunos ejemplos tomados de la antropología frenológica en cuanto a la forma del crá-
neo y la terminología que esta utilizó en relación con las facultades mentales, morales
y temperamentales, pero también con el magnetismo animal (luego hipnosis) que aquí
es parte de una fuerza electrobiológica que engloba connotaciones religiosas.
De ahí que pese al supuesto origen de los Vril-ya de una rana –abordado como
una sátira– estos individuos conservan creencias religiosas monoteístas, de un dios
que actúa a través de esa fuerza o energía llamada Vril, que lo une a los pobladores
subterráneos mediante conexiones con la naturaleza. Una energía universal de gran
poder de sanación, pero también de destrucción. Lyell y Agassiz son tal vez por eso
las figuras científicas utilizadas por Lytton para tocar el tema evolutivo, los dos con
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BIBLIOGRAFÍA
DARWIN, Charles (1978). Viaje de un naturalista alrededor del mundo, vol. 1. La Habana:
Editorial Gente Nueva.
DARWIN, Charles (2008), La variación de los animales y las plantas bajo domesticación,
Madrid: Catarata, CSIC, UNAM y AMC.
DARWIN, Charles (2009), El Origen de las especies por medio de la selección natural, Madrid:
Catarata, CSIC, UNAM y AMC.
GARCÍA GONZÁLEZ, Armando (2013). Descubridores de la mente. La frenología en Cuba y
España en la primera mitad del siglo XIX. Sevilla: Universidad de Sevilla, Diputación
de Sevilla y CSIC.
LYTTON, Edward Bulwer (2014). Vril el poder de la raza futura. Madrid: Librería Argentina.
LYTTON, Edward Bulwer (2015). Zanoni, Disponible en: https://nosce.files.wordpress.
com/2015/10/edward-bulwer-lytton-zanoni.pdf
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Este artículo analiza las apropiaciones del darwinismo por parte de protagonistas
de la política ecuatoriana entre el fin del Garcianismo1 (1875) y la Revolución Liberal
(1895). En este periodo se intensifican las luchas ideológicas entre liberales y conser-
vadores, donde la alta jerarquía eclesiástica participa activamente contra las posiciones
liberales, principalmente las más radicales. Nos centraremos en el debate entre con-
servadores y liberales en el Ecuador en relación a los problemas del hombre, la polí-
tica, la ciencia y el progreso. Esta discusión está enmarcada en lo que se ha
denominado «Guerras Culturales», tanto en Europa como América, donde las discu-
siones sobre el papel de la religión, la Iglesia, la ciencia y el Estado están omnipresen-
tes en el debate político (Clark y Kaiser, 2009; Kaiser, 2009; Espinosa y Aljovín, 2015).
También, este trabajo se inscribe en el debate sobre laicidad y secularización, donde
el discurso científico juega un papel importante en la reconstrucción del catolicismo
y su debate con el liberalismo y los nacientes socialismos y comunismos (Hale, 2002;
Bastian, 2004; Di Stefano, 2011). Uno de los puntos importantes, como veremos, es la
discusión sobre la autoridad religiosa en ciertos temas donde la ciencia la disputa
1
Gabriel García Moreno dominó la política ecuatoriana desde 1859 hasta 1875, este periodo ha sido
denominado como «Garcianismo», «modernidad católica» (Maiguashca 1994, 2005) o «formación con-
servadora del Estado» (Henderson, 2008).
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(Chaves, 2001). Es así que estos debates se dan en un contexto local como es Ecuador,
pero en diálogo con lo que sucedía y se publicaba en otros lugares del continente y
de Europa.
Nos interesa entender cómo el darwinismo se utiliza como arma para desacreditar
a los miembros del bando contrario. La teoría de la evolución aparece en los argumen-
tos de la prensa radical en defensa de los principios liberales de soberanía popular y
contra la Iglesia, mientras que el mismo darwinismo es utilizado por los obispos en sus
pastorales y publicaciones para pintar un enemigo liberal, masón, irracional e impío.
Tomaremos dos momentos significativos: los conflictivos años después del asesinato
del Presidente de la República Gabriel García Moreno en 1875; y los años previos a la
Revolución Liberal de 1895. Específicamente, nos interesan los debates entre el perió-
dico liberal El Popular de Guayaquil y el obispo Lizarzaburu2 en 1876, las discusiones
alrededor del panfleto La Carta a los obispos de Manuel Cornejo donde participan
todos los obispos, incluido el arzobispo Checa, así como por los sacerdotes González
Suárez y Juan de Dios Campuzano durante el intento de gobierno liberal del general
Veintimilla en 1877, y finalmente las disputas entre Felicísimo López (1847-1917) y la
prensa liberal que llegaba del extranjero versus el obispo de Portoviejo Pedro Schu-
macher (1839-1900) y su vicario general Luis Gómez de la Torre en 1889.
Las preguntas en torno a las que trabajaremos se relacionan con las implicaciones
de la teoría de la evolución en relación con el hombre, su moral y gobierno: ¿Cuál es
el punto de discusión entre liberales y conservadores alrededor del darwinismo y la
evolución del ser humano y sus características particulares? ¿Cuál es la visión de los
liberales sobre la relación entre ciencia y religión? ¿Qué implicaciones tuvo el darwi-
nismo para abordar las ideas de libertad, política, progreso y moral?
En 1860, treinta años después de su independencia, el Ecuador pasó por una pro-
funda crisis que amenazó con desintegrar su organización en tanto Estado indepen-
diente luego de la amenaza de invasión por parte del Perú y la ruptura del país en
cuatro gobiernos regionales. El mediador de la crisis, Gabriel García Moreno (1821-
1875) fue nombrado presidente e instauró un ambicioso proyecto político que buscaría
consolidar el incipiente Estado-Nación ecuatoriano. Su visión se basó en la imple-
mentación de una serie de reformas fiscales, la reestructuración del sistema educativo,
un importante programa de obras públicas y la renovación religiosa. El presidente
consideró que la religión y la conectividad por medio de carreteras que incentiven la
movilidad y el comercio interno podían servir como un fuerte medio de consolidación
y aglutinación de un país desarticulado; esta es la idea de «modernidad católica»
(Démélas y Saint-Géours, 1988; Maiguaschca, 1994, 2005; Williams, 2007). La represión
y el autoritarismo fueron característicos en este periodo. García Moreno fue capaz,
2
El apellido de José Antonio Lizarzaburu y Borja es escrito a veces Lizarzaburu y otras veces Lizarza-
buro. Adoptamos la primera ortografía siguiendo las publicaciones de sus cartas pastorales.
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3
Este es una traducción del artículo del periódico conservador jesuita de Roma La Civittá Católica, del
1 de abril de 1876. Así, vemos la dimensión internacional del debate sobre La Internacional desde los sec-
tores ultramontanos.
4
No hemos encontrado un ejemplar de este periódico en los archivos y bibliotecas de Quito, segura-
mente la pronta y masiva censura eclesiástica hace que no sobrevivan, sino quizás en Guayaquil.
5
Todas las citas textuales han sido adecuadas a la ortografía actual.
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dicho, sociales. Es en este contexto que Cornejo hace una alusión al transformismo y
su inconmensurabilidad con la Biblia:
Así, el canónigo agrupa a Cornejo con otros célebres enemigos de la Iglesia como
son Voltaire y Renan, tildándolos de necios y absurdos. Finalmente, González Suárez
(1877: 35) contradijo la «Carta a los obispos» defendiendo el carácter racional y cien-
tífico de la teología, poniendo como ejemplo «la Suma teológica de Santo Tomás de
Aquino, ese milagro de la demostración científica». Sin embargo, no entró a discutir
sobre la teoría de la evolución.
En este ambiente de tensión entre el gobierno liberal del general Veintimilla y el
clero, es envenenado dramáticamente el arzobispo Checa en la ceremonia de Viernes
Santo, en marzo 1877. En el juicio que siguió, fueron acusados desde Manuel Cornejo
y otros liberales hasta el vicario Andrade (Fernández, 1998).
Pocos meses después del asesinato, otra gran tragedia conmovió a los ecuatorianos:
la erupción del volcán Cotopaxi. Este evento fue interpretado por la población como
un castigo divino por el asesinato del arzobispo y por las políticas liberales de Vein-
timilla (Fitzell, 1996; Espinosa y Aljovín, 2015). Fitzell (1996) ha analizado cómo en
este episodio geológico se mezclaron los discursos científicos y religiosos tanto por
los liberales como por los conservadores. Incluso los jesuitas politécnicos traídos
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por García Moreno, Luis Sodiro y el disidente Theodor Wolf fueron quienes emitie-
ron informes científicos sobre la erupción (Fitzell, 1996). El darwinismo entra en esce-
na a través de estos combates ideológicos.
Luego de la muerte del arzobispo, el obispo de Guayaquil José Antonio Lizarza-
buru, en su carta pastoral del 11 de abril de 1877, exclama que
contra la masonería, a lo que López responde una vez más, defendiéndose y defen-
diendo la masonería (Pérez Pimentel, 1987; López, 1909).
Otro punto de divergencia entre López y Schumacher en relación al mundo físico
tiene que ver con la manera en que comienzan sus textos. El obispo de Portoviejo hace
mención a los temblores que se han sentido en la provincia y declara que la fe es lo
único que puede consolar el miedo que provocan dichos eventos, pues «ante estas ocul-
tas y misteriosas fuerzas de la naturaleza, la ciencia y el poder humanos se confiesan
impotentes para conjurar el peligro que amenaza nuestra frágil existencia» (Schuma-
cher, 1889a: 1-2). En cambio, el periodista liberal cita las explicaciones científicas del
geólogo Teodoro Wolf6 como la fuente única de su tranquilidad frente a estos temibles
acontecimientos (López, 1889: 4). De nuevo encontramos esa visión distinta sobre la
ciencia y la religión entre los sectores liberales y conservadores en el Ecuador.
Ahora volvamos al darwinismo y su uso en los argumentos de esta disputa. En su
«Novena pastoral», Pedro Schumacher está preocupado principalmente por el pro-
grama de El Pueblo que incluye el «impulso y protección decididos a la instrucción
superior, basada en los rígidos principios de la filosofía experimental, para oponerla
como un baluarte insuperable a la propaganda ultramontana» (El Pueblo, 1889). Ade-
más, el periódico liberal guayaquileño declara que «los grandes inventos de las cien-
cias y de las artes, los progresos de la civilización y el respeto sagrado por los Derechos
del Hombre, han sido el fruto de la libertad» en un artículo donde se opone a todo
tipo de opresión. En cambio, Schumacher defiende la autoridad de la Iglesia Católica
y su obligación de educar según el Evangelio y la civilización cristiana. Así, utiliza la
teoría de la evolución aplicada al ser humano como una burla de la ciencia liberal
experimental:
Schumacher (1889a: 10) argumenta que además de ser irracional esta teoría, «el
materialismo degrada al hombre en todo su ser, dándonos el principio, la vida y el fin
del bruto, mientras que el Cristianismo lo conduce hasta la participación de la vida
divina». Para el obispo de Portoviejo, citando a san León Magno, la dignidad del
cristiano proviene de «ser partícipe de la naturaleza de Dios!» Los argumentos no
6
Teodoro Wolf fue el primer divulgador de las ideas de Darwin al Ecuador y profesor de Felicísimo
López en la Escuela Politécnica de Quito (Pérez, 1921; Cuvi et al., 2014; Cuvi, Sevilla y Sevilla, 2015).
López adaptó su geografía a un catecismo para escuelas en 1907 (Pérez, 1987).
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Casi os ha hecho reír el pobre mono, que los sabios de todos los tiempos nos
lo dan como progenitor. Quizás vuestro alto carácter jerárquico no se aviene con
un origen tan humilde; y quizás también preferís venir de ángel caído y degenerado,
que no del animal regenerado y perfectible (López, 1889: 17).
Luego, el médico defiende una versión teísta del evolucionismo rescatando a Aris-
tóteles, Schaaffhausen y Huxley. El hecho de que Aristóteles se anticipó a la idea del
tránsito gradual de los seres vivos e inertes, argumenta López, es una prueba más de
la veracidad científica de la teoría de Darwin. En cambio, para responder el alegato
de Schumacher de que la teoría de la evolución degrada al hombre, Felicísimo López
recurre a Schaaffhausen diciendo que «No es envilecer en lo más mínimo al hombre
–dice Schaaffhausen– el atribuir su creación a una evolución de la naturaleza, no con
esto se coloca al mismo nivel el espíritu humano y el alma animal». Sus argumentos
giran en torno a «admitir la posibilidad de que ese espíritu humano haya llegado desde
un estado de grosera animalidad, a la más alta cultura intelectual». Los argumentos
de Felicísimo López apuntan nuevamente a que Dios es más grande cuando se con-
sidera la evolución de las especies, un mecanismo tan sutil de creación de la diversidad
biológica:
¿Por qué no pudieron los elementos fundamentales del mundo moral humano,
hallarse en los primeros sentimientos de un alma animal!? Si los cuerpos organi-
zados van tendiendo siempre a una perfección mayor ¿por qué ha de ser imposible
un desenvolvimiento gradual de las fuerzas intelectuales? Considerar a la natura-
leza como un todo cuyas distintas partes están unidas por la evolución, es tener
una idea más elevada y digna del plan de la creación, que atribuir al Creador la
destrucción repetida de sus obras para reemplazar con otras (López, 1889: 17).
a Huxley para mostrar que la teoría de la evolución humana tiene implicaciones posi-
tivas para el futuro de nuestra especie:
El profesor Huxley es todavía más explícito: «Una vez libres del ciego influjo
de las preocupaciones tradicionales –dice– los hombres pensadores hallaron en el
origen humilde de que ha salido del hombre (los monos antropoides), la mejor
prueba del esplendor de sus facultades, y en su lento progreso a través del pasado,
un razonable apoyo para creer en la realización de un porvenir más noble aún
(López, 1889: 17-18).
Quizás nuestros amigos extrañen de que con el carácter que revestimos, nos
ocupemos de escribir una sátira con el cuento del hombre-mono; pues por más que
los racionalistas lo propongan con toda su gravedad de catedráticos universitarios,
bien difícil es reproducirlo, sin escribir una sátira (Gómez de la Torre, 1892: 11).
De esta manera, Luis Gómez de la Torre se burla de lo absurdo que parecen los
conceptos de la ciencia evolutiva como la «generación espontánea», la «selección
natural», «el desenvolvimiento de las especies, de la lucha por la existencia y de la teo-
ría de descendencia o ascendencia», al igual que se presentan como irracionales las
instituciones liberales como la república democrática. En esta sátira, los «batibios»
eligieron a sus representantes a través de carreras en vez de elecciones pues «no sola-
mente se ahorraría mucho dinero que hoy se gasta en comprar votos, en pagar perio-
distas y lo demás, sino que los elegidos del pueblo tendrían un mérito indiscutible»
(Gómez de la Torre, 1892:16).
Aquí se hace alusión al árbol guayabo como la meta que definiría al ganador como
Presidente y Alcalde. Browne demuestra en su análisis de las caricaturas de darwinis-
mo, que las dos imágenes que más circularon difundiendo el evolucionismo son Dar-
win como mono y el árbol evolutivo. En la parodia de Gómez de la Torre el árbol es
el parlamento de los liberales, donde todos los «batibios» que llegan se transforman
en monos al salirles colas por «atrapar a sus delanteros para retardarlos» en la carrera.
Los ultra-liberales son los monos de los bosques pues decidieron quedarse, «gozando
de toda su libertad primitiva; son verdaderos comunistas y anarquistas, tomando su
bien donde lo hallan»; siguiendo a Rousseau, dice Gómez de la Torre (1892: 21), «son
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el modelo del hombre veraderamente libre». Para los liberales que viven en sociedad,
Gómez de la Torre explica así su evolución:
aún no es científicamente probada. Por último, los obispos ecuatorianos asocian el caos,
el desacato a la autoridad y el consecuente desorden con las ideas promovidas por el
comunismo, anarquismo, socialismo y liberalismo; incluido el darwinismo.
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1
Este escrito es un extracto de las ideas que se desarrollaron en la tesis La cultura científica en México:
imágenes del pensamiento evolutivo en el periodo porfiriano (Esparza, 2014).
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INTRODUCCIÓN
En México, a finales del siglo XIX, y en la primera década del siglo XX, el lenguaje
de las ciencias en general, con mayor énfasis el de las ciencias naturales y, en particular,
el del pensamiento evolutivo, fueron parte de los marcos referenciales para conocer,
pensar, imaginar, interpretar y representar el mundo natural y social, es decir, parte
de la estructura cultural.
El objetivo de este escrito es comprender cómo, cuándo y de qué forma se metaforizó
el pensamiento evolutivo en la cultura científica mexicana del Porfiriato; para ello, se
establece el pensamiento evolutivo2 como unidad de análisis, y se define como una cate-
goría epistémica3 que contiene un lenguaje históricamente situado, portadora de diferen-
tes perspectivas teóricas, prácticas y metodológicas. Esta categoría, ha funcionado como
una metáfora absoluta4 que ha itinerado por diversos contextos teóricos y sociales, con-
formando un sistema plástico, con historicidad, que ha aprehendido las multiplicidades
de las diversas prácticas culturales; en este sentido, actúa como una esfera catalizadora
en donde los elementos epistémicos se difractan, se impactan unos con otros, se identi-
fican y se coligan dando lugar a propiedades emergentes en las diversas prácticas cultu-
rales para explicar y entender el origen, el cambio, la continuidad, el desarrollo, las
interacciones y la diversidad de las formas orgánicas e inorgánicas, biológicas y sociales.
2
El pensamiento evolutivo como categoría epistémica ha sido un problema inexistente en la historia
del darwinismo. La discusión historiográfica ha incluido los enfoques de introducción, recepción, difusión
y universalización, así como al diálogo que se puede establecer entre diferentes espacios y hasta el matiz
cultural con la propuesta de lo local (ver Conry, 1974; Glick, 1988; Ruiz, 1991; Ruiz y Ayala, 1992; Glick
et al., 1999; Puig-Samper et al., 2002; Bertol et al., 2009; Argueta, 2009; Restrepo, 2009; Ruse et al., 2013).
En esta historiografía, pensar el mundo material, orgánico e inorgánico en movimiento y cambio antes de
Darwin y Wallace, es casi imposible. La historia del darwinismo en particular y la del pensamiento evolutivo
en general requieren volver la mirada hacia las discusiones de los estudios sociales de la ciencia y la tecno-
logía y de la historia cultural; para el caso de la historia del pensamiento evolutivo se precisa entender un
marco teórico más amplio que dé cuenta de las diferentes discusiones y niveles en los que se genera cono-
cimiento, y que enmarque la idea de cambio y las formas de explicar este fenómeno en la naturaleza y en
las sociedades (ver Esparza, 2014).
3
En esta reflexión, ‘epistémico’ refiere a los contextos teóricos, históricos o socioculturales, a partir
de los cuales se desarrolla un estilo determinado de pensamiento. El espacio epistémico se forma por ins-
trumentos, construidos a partir de conceptos, aproximaciones, categorías, modelos, entre otros, que en
interacción producen conocimiento. En los espacios epistémicos, se atribuyen propiedades a los objetos
observados. La determinación de las creencias y los sistemas a través de los cuales se explican el mundo y
sus fenómenos, es decir, la designación de las premisas básicas, son definidas por los marcos teóricos de
las diferentes disciplinas (ver Villoro, 2006: 19-24; Durga, 2004).
4
En una ‘metáfora absoluta’, según H. Blumenberg, se trama una relación entre conceptos, historia y
significado y significantes, entenderla entonces es intentar «acercarse a la subestructura del pensamiento,
al subsuelo, al caldo de cultivo de las cristalizaciones sistemáticas, pero también es intentar hacer compren-
sible con qué ‘coraje’ se adelanta el espíritu en sus imágenes a sí mismo y cómo diseña su historia en el
coraje de conjeturar» (Blumenberg, 2003: 47).
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5
«la raíz principal ha abortado o se ha destruido en su extremidad; en ella viene a injertarse una mul-
tiplicidad inmediata y cualesquiera de raíces secundarias que adquieren un gran desarrollo. La realidad
natural aparece ahora en el aborto de la raíz principal, pero su unidad sigue subsistiendo como pasado o
futuro, como posible. Cabe preguntarse si la realidad espiritual y razonable no compensa este estado de
cosas al manifestar a su vez la exigencia de una unidad secreta todavía más comprensiva o de una totalidad
más extensiva» (Deleuze y Guattari, 2004: 9-32).
6
Esta categoría epistémica es un fenómeno histórico que, en la historia moderna de la ciencia, ha sido
estructurante y ha trazado discusiones transversales en la historia cultural del conocimiento; articulando
filosofía, historia, teoría y metodología para explicar el origen, el cambio, la continuidad, las interacciones
y la diversificación de las formas orgánicas e inorgánicas, biológicas o sociales. Este sistema conceptual de
representación histórico se expresa en fenómenos culturales particulares, puede significar o caracterizar
una época o un modelo teórico, no son excluyentes. Y son estos fenómenos a los que tenemos acceso a tra-
vés del registro histórico.
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se establece entre las ciencias y las sociedades. Se parte de la premisa de entender las
prácticas científicas como prácticas socioculturales, considerando no sólo la actividad
en el seno de su propia dinámica académica (las comunidades epistémicas pertinentes
y los recintos académicos correspondientes), sino atendiendo, también, a cómo es que
esta dinámica se articula con el sistema de creencias de un contexto social determinado,
desde las redes que las comunican con otras prácticas socioculturales. Bajo esta pers-
pectiva se pone de relieve el caso de la historia del pensamiento evolutivo en México
durante el Porfiriato (1876-1910),7 para articular estos espacios en la historia de la cien-
cia en México, como una posibilidad para entender, tanto el ámbito científico, como
el desarrollo de la sociedad y de la Nación mexicana moderna.
A partir de lo establecido, para explicar el discurso8 porfirista, y entender cómo
el pensamiento evolutivo difractó los sistemas de creencias y representación del perio-
do, se toman como base las reflexiones de la cultura política que se encuentran en la
memoria escrita de ese periodo.9 A través del análisis del discurso, se caracterizan los
diversos aspectos y niveles en los que permeó el pensamiento evolutivo; se muestra
cómo adquirió significado en lo científico y cómo se reordenó en discursos sociales
de distintos ámbitos de la cultura, en los cuales, se otorgó un nuevo significado a la
naciente idea de libertad.
7
El Porfiriato ha sido dividido historiográficamente en tres etapas. Moisés González Navarro llama a
la primera etapa de pacificación, comprendiendo dos periodos presidenciales: el primero de Porfirio Díaz
(23 de noviembre de 1876 al 30 de noviembre de 1880) más el interinato de Juan N. Méndez; y el de Manuel
González (1 de diciembre de 1880 al 30 de noviembre de 1884). La segunda etapa se nombra como el apo-
geo y se marca de 1885 hasta 1905, caracterizada por la estabilidad y el control de las rebeliones. La huelga
de Cananea en 1906 señala el comienzo de la decadencia. Por último, el proyecto de nación que Díaz y sus
aliados alguna vez soñaron se vio opacado con la miopía del empoderamiento; así se caracterizó la tercera
etapa a principios del siglo XX, y fue evidente el descontento social que desembocó en la Revolución Mexi-
cana (González Navarro, 1994: 87). Luis González y González designa a los años transcurridos entre 1877
y 1892 como la plenitud del mando, y el periodo posterior lo llama la postrera edad (González y González,
1997: 15-21).
8
Discurso en términos de M. Foucault, precisa explicar el tema a partir del cual se entiende un sistema
conceptual; que, para el caso de «la ciencia de los seres vivos» y, en particular, el pensamiento evolutivo,
es un tema (el cambio), pero que se articula por lo menos desde dos discursos diferentes: el del cambio
biológico y el del cambio social, ambos desde un materialismo filosófico (Foucault, 2002: 34-116).
9
En la investigación sólo se utilizaron documentos que expresaran el pensamiento de Justo Sierra y
Andrés Molina Enríquez, como dos ejemplos representativos de los debates intelectuales y políticos que se
gestaron y vivieron durante el Porfiriato. En la investigación que contiene a la breve exposición que aquí se
presenta, se abunda en fuentes primarias, sobre todo de periódicos y revistas de la época (ver Esparza, 2014).
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10
José Aguilar (2010) les nombra liberales ‘puros’ o ‘doctrinarios’ y ‘conservadores’ o ‘nuevos’ (Aguilar,
2010: 53).
11
La primera etapa de la ENP, comandada por Barreda, mantuvo una filosofía positivista, pero con las
precisiones del contexto mexicano, para lo cual Barreda reivindicó los ideales liberales. El autor de la Ora-
ción cívica resalta la importancia de los documentos de la Nación, producto de las luchas liberales, entre
ellos la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma; así como el triunfo contra la intervención francesa. El
símbolo del positivismo de Barreda fue: la libertad como medio, el orden como base y el progreso como
fin (ver Beller, Méndez y Ramírez, 1973: 34-35).
12
La idea de orden social tiene sus orígenes en el pensamiento naturalista, que de forma análoga buscó
el orden natural de los objetos. Los filósofos de la naturaleza proponían entender la estructura del mundo
natural a través de un orden, y no podían mantener este orden sino a través de las diversas relaciones de
las cosas y el mundo.
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13
En 1895, se hizo el primer censo en la República Mexicana. Según éste, había un total de 12.6 millo-
nes de habitantes, de los cuales 6 millones, mayores de 15 años, no sabían leer ni escribir (INEGI, 2009).
Según el censo de 2010, México contaba hasta entonces con 112.3 millones de habitantes, de los cuales 5.4
millones, mayores de 15 años, no sabían leer ni escribir (INEGI, 2010). A ello habría que sumar los 3.4
millones de personas que sólo cursaron los dos primeros años de la educación básica. (Un análisis del tema
se puede consultar en: Narro y Moctezuma, 2012).
14
Luis González y González explica algunos de los otros adjetivos y apelativos que se le han dado a
este grupo; por ejemplo cientísicos, forma peyorativa que hacía referencia al número de hombres que com-
pusieron al grupo y «tísicos», para dar a entender que fueron la tisis del antiguo régimen. También se les
ha llamado «generación ilustrada de 1875» (González y González, 1997: 15-21).
15
Los personajes que dieron vida a esta orquesta se diversificaron, ocupando diferentes ámbitos de la
cultura mexicana, entre los que destaca la cultura escrita en los periódicos de la época. Por mencionar sólo
algunos de los personajes más influyentes: en las artes José María Velasco (1840-1912) y Félix Parra (1845-
1919); en la cultura literaria Alberto Bianchi (1859-1904), Justo Sierra, Rafael de Zayas (1848-1932) y Emilio
Rabasa (1856-1930); en la cultura jurídica, Pablo y Miguel Macedo (1851-1929); literatura periódica (artí-
culos y libros), Telésforo García (1844-1918), Francisco G. Cosmes (1850-1907) y Porfirio Parra (1854-
1912); en el periodismo, Filomeno Mata (1845-1911), y en la ciencia Mariano Bárcena (1842-1899), Manuel
Villada (1841-1924) y Santiago Ramírez (1850-1880). Estos hombres se esforzaron por difundir la necesidad
de una sociedad instruida entre sus compatriotas mediante la cultura, el derecho, las artes y las ciencias.
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Díaz. El manifiesto también afirma que: «La paz definitiva sólo se alcanzará por
medio de la libertad política, la cual requiere a su vez de la libertad de prensa. Es
necesario […] modificar la legislación penal en delitos de imprenta» (Sierra, 1892,
en Sáez, 2011: 120).
La Unión Liberal fracasó en su objetivo de formar un nuevo partido, pero tuvo
otras consecuencias, una de ellas, dice José Yves Limantour (1854-1935), fue la forma-
ción de «una agrupación singular, sin forma ni organización alguna, y sin más lazos
de unión que los ideales de aquel centro político y el propósito de irlos realizando
dentro de los límites que les fijara su firme adhesión al Gobierno del general Díaz»
(Yves, 1965: 21). Así, se formó el círculo porfirista de los científicos (1893), partiendo
del linaje de la Unión Liberal; los integrantes de este grupo se comprometieron a
defender las reformas constitucionales que Sierra había propuesto en el manifiesto.
Este grupo de intelectuales porfiristas fue parte de la élite que tuvo acceso a dife-
rentes publicaciones periódicas: acceso a construirlas, leerlas y discutirlas. El cuerpo
intelectual se estructuró a través de discursos cientificistas: naturalistas y adeptos posi-
tivistas, que se cohesionaron para explicar la evolución, el orden y el progreso social.
Por su parte, J. Sierra se distinguió como uno de los personajes más importantes: arti-
culista, escritor, historiador, político; un liberal cercano al régimen que exaltó la
importancia de los documentos que la nación había consagrado para consolidar un
estado libre.
Sierra señaló, en 1875, las discrepancias que mantenía con el maestro positivista
Barreda y habló de las vicisitudes de la ortodoxia comteana para transitar hacia el evo-
lucionismo. Con estos principios hizo la defensa del Opúsculo sobre la instrucción pri-
maria; en 1876, fundó el periódico El Bien Público y el 5 de enero de 1878, inició el
diario La Libertad. Algunos de los esfuerzos dieron resultados favorables, pequeños
pasos para formar los cimientos de un país ilustrado.
En 1881, se logró (con una fuerte participación J. Sierra) que la Cámara de Dipu-
tados aprobara el establecimiento de la instrucción primaria gratuita y obligatoria,
y que el título oficial de las profesiones fuera un requisito para ejercer. En 1883, Sie-
rra reclamó la creación de un Ministerio de Instrucción; también abogó por la crea-
ción de la Escuela Normal, pidiendo que la instrucción fuera obligatoria en el
Distrito Federal, incluso para los indígenas, cuya transformación en «clase progre-
siva» consideró condición sine qua non de la conservación y la personalidad social.
Un año más tarde, el presidente lo nombró director interino de la ENP, cargo al que
renunció tiempo después para dedicarse a escribir y publicar los Elementos de his-
toria general para las escuelas primarias (1888). En 1889, fundó la Revista Nacional
de Letras y Ciencias, al lado de Francisco Sosa (1848-1925), Manuel Gutiérrez Nájera
(1859-1895), Jesús E. Valenzuela (1856-1911) y Manuel Puga y Acal (1860-1930). A
través de su trayectoria intelectual, paulatinamente estableció relaciones con la élite
mexicana, con éstas afianzó las actividades de su interés, y fue considerado «líder
de opinión» del público de estratos medio y alto, que leía asiduamente diferentes
publicaciones periódicas; fue, también, un punto de cohesión y un reflejo de los
intereses del grupo de los científicos.
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Los años habían calmado las aguas; parecía que, efectivamente, el liberalismo
había triunfado. Para entonces ya existía una serie de documentos que justificaban
las luchas y la sangre derramada: garantías individuales, Constitución, soberanía popu-
lar, educación gratuita y laica.16 Ésta fue la lucha y se consiguió la libertad en papel,
ahora había que lograr que estos acuerdos llegaran a la sociedad en la práctica; para
ello era necesario un diálogo ideológico que permitiera la articulación y la unidad, sin
fragmentar más a la sociedad mexicana.
Al respecto de estos documentos, en 1878, Justo Sierra escribió en el diario emble-
mático de los liberales, La Libertad, que la Constitución de 1857 no debía entenderse
como un artículo de fe ni como una obra perfecta, sino como: «una generosa utopía
liberal, pero destinada, por la prodigiosa dosis de lirismo político que encierra, a no
poderse realizar sino lenta u dolorosamente» (Sierra, 23 de febrero de 1878, en Hale,
1997: 53). Según Sierra, todas las leyes hechas para transformar las costumbres, inclui-
da la Constitución, terminan por ser transformadas también; en un proceso en el que
«van penetrando por entre las masas sociales provocando conflictos y luchas incesan-
tes, y unas veces sufre la sociedad, otras veces se menoscaba la ley, hasta que, cuando
el trabajo definitivo de amalgamación se ha verificado, resultan, transformadas ya, la
sociedad y la Constitución» (Sierra, 23 de febrero de 1878, en Hale, 1997: 53).
Con este discurso, Sierra, como representante de una parte de la clase intelectual,
marcaba el inicio de una nueva lucha, los principios no requerían la fuerza, sino la
unión; la transformación gradual y progresiva hasta la adaptación del contexto y
la sociedad. Algo más complejo que la imposición y más alentador que el destino.
A este proceso gradual de adaptación a los cambios que implicaban una nueva ley,
y a las repercusiones que tenía tanto para las leyes sociales como para los ciudadanos,
Sierra lo define como la evolución social, y es ese fenómeno el que tratará de explicar
a través de una quimera liberal.
16
Entre 1854 y 1861, a la par de los movimientos armados, surgieron una serie de símbolos que deli-
nearon la idea de libertad: 1854, el Himno Nacional, escrito de Francisco González Bocanegra y música
de Jaime Nunó; 1855, «Ley Juárez»; 1856, con el presidente Ignacio Comonfort, se establece la «Ley
Lerdo» o «Ley de desamortización de las fincas rústicas y urbanas de las corporaciones civiles y religiosas
de México»; 1857, el presidente Comonfort promulga la Constitución de 1857, en la cual se establecen las
garantías individuales, el mismo año, se redacta y se pone en marcha el «Plan de Tacubaya»; entre 1857-
1861, la Guerra de Reforma, en la que triunfan los liberales.
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leyes: en este proceso, tanto la Constitución como las sociedad se trasformarían, influ-
yendo uno en el proceso del otro. Escribió Sierra, en un artículo que publicó en el
diario El Bien Público: «Los pueblos no saben vivir, no pueden vivir sin libertad. La
libertad es la esencia de nuestra vida, el alma mater de nuestro progreso. Esperemos.
Las sombras del despotismo nos envuelven por el momento; muy pronto la luz de los
cañones alumbrará nuestra entrada en el campo fecundo de la Constitución» (Sierra,
12 de octubre de 1876, en Hale, 1997: 33).
La dictadura fue otro puente que utilizaron estos liberales, pues consideraron que
podía ayudar a arar el camino hacia el orden, tan necesario para el progreso social.
Pues las evidencias comunicaban que las revoluciones conducían al caos, al atraso, e
inevitablemente, constituían un factor que suspendía el proceso de evolución natural
del organismo social. Así lo deja ver la redacción del diario La Libertad cuando esti-
pula los principios con los cuales se debían entender las reflexiones del grupo de libe-
rales que escribieron en este periódico, entre los que se encontraba J. Sierra.
Para este grupo de liberales, defensores de las leyes, pero flexibles para adaptarlas
a las nuevas circunstancias, el cambio era fundamental, pero debía ser ordenado y dis-
cutido desde las trincheras del intelecto, no a través de las armas y la lucha encarni-
zada. Para estos liberales, en México, con las enseñas de democracia, progreso y
libertad, se persiguieron revoluciones que no resultaron en bienes positivos, ni en
indios menos esclavos, tampoco en criollos más libres, y ninguno de los dos grupos
sociales obtuvo más riquezas (Redacción, 12 de diciembre de 1878). Por el contrario,
el camino hacia estos ideales es el desarrollo en paz:
Para este grupo, el progreso era parte de sus ideales, pero de ninguna manera
debía entenderse por las vías de la violencia; las revoluciones, según su interpretación,
no eran las causantes de los adelantos de las sociedades, sino una enfermedad de éstas.
El verdadero camino hacia el progreso, el sendero sano que debían recorrer, era la
evolución social, pasos lentos y graduales, pero confiables para que el organismo social
y las partes que lo componen se trasformaran positivamente:
En síntesis, para Sierra: «la sociedad [es] un organismo superior sometido a rigu-
rosas leyes que no es dado al hombre cambiar»; en este sentido la Constitución sólo
contiene «los resultados más generales de la observación»; de manera que las revolu-
ciones no son la solución y las asambleas populares no son infalibles, pues «cada
pueblo vive como puede vivir». Por lo tanto, «el progreso consiste en facilitar ese
desarrollo, rompiendo las trabas materiales por medio de las mejoras, y las trabas
morales por medio de la instrucción». Para Sierra, «los que hasta hoy se han llamado
principios, son fines, están en lo futuro»; por tal motivo «[el] deber primero es darnos
cuenta exacta de las condiciones de nuestra vida actual, y proceder, una vez perfec-
tamente conocidos esos datos, en el sentido de suprimir los obstáculos a nuestro
desarrollo social» (Sierra, 2 de julio de 1878, en Hale, 2002: 60).
Los revolucionarios, por el contrario, consideraban la lucha como parte de la evo-
lución social, un cambio brusco, pero al fin, un cambio que simplemente llevaría a las
sociedades más rápido a adoptar las nuevas necesidades. Algunos de los ideólogos de
la Revolución Mexicana hicieron uso de las «verdades científicas» para demostrar la
necesidad y la naturalidad de la revolución (Córdova, 1975: 508).
Los principios revolucionarios, según Andrés Molina Enríquez (1865-1940), fueron
castigados por la perfidia del general Díaz, quien, según Molina «ha castigado a los
mestizos salientes, a los vigorosos, a los héroes de nuestras revoluciones, con la muer-
te», también a «los mestizos menos, con la cárcel, o con el abandono, que para muchos
ha sido el hambre» y a los «mestizos pequeños, con la ley fuga» (Molina, 1978: 146).
El castigo llegó también a los criollos: a los conservadores les negó protección; a los
moderados, con la destitución y la indiferencia; a la clase superior de la Iglesia, con
el desprecio de sus dignidades y con el ataque a sus dogmas; a los reaccionarios,
con el olvido; a los nuevos, con el disfavor y con la ruina. Luego los azotes tocaron a
los indígenas: a clase inferior del clero, con la rigidez de las Reformas; a los indígenas
soldados con los palos de la ordenanza; a los indígenas propietarios, con el arrasamiento
de sus poblaciones, finalmente, a los indígenas jornaleros, con el contingente (Molina,
1978: 146). En resumen, en cuanto a castigo, el general Díaz ha sido implacable, dice
Molina: «En sus manos ha tenido la muerte todas sus formas, la cárcel todas sus cruel-
dades, el castigo material todos sus horrores, y el castigo moral, ya sea persecución,
destitución, abandono, severidad, indiferencia u olvido, ha tenido todos los matices»
(Molina, 1978: 146) .
La caracterización que hace Molina, para referir los embates del general y para
estipular su ideal revolucionario, tiene de fondo los mismo elementos teóricos. Hace
una serie de señalamiento en los Apuntes científicos sobre las leyes que rigen las agru-
paciones sociales en los que refiere y vincula algunas ideas de Haeckel y Darwin para
definir la cohesión social que, según Molina, se determina por las «fuerzas sociales de
origen plenamente orgánico […] que establecen las afinidades y atracciones mutuas»
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:01 Página 275
(Molina, 1978: 102-104). Para establecer lo anterior, Molina extrae de Haeckel la idea
de fuerza formatriz, y lo interpreta de la siguiente manera:
Para Molina, esta reflexión, llevada al caso de la especie humana produce, dentro
de una misma zona una relativa igualdad de condiciones que, en los seres orgánicos,
produce uniformidad en la acción que «en cada uno de ellos desarrolla la fuerza for-
matriz interna, y cierta uniformidad en las fuerzas ambientales: lo natural es que en
esa zona haya como hay, la uniformidad de seres orgánicos que constituyen en con-
junto lo que se llama una especie» (Molina, 1978: 102).
Con ello, Molina quiere apelar a que en igualdad de condiciones todos los grupos
humanos pueden tener condiciones similares de vida, pero también es un argumento
para justificar las diferencias raciales y, en un territorio particular como México, la
división de la población en clases. Para el autor: «la igualdad de condiciones de vida,
tienen que producir formas y tipos determinados con funciones determinadas tam-
bién, y que la desigualdad de condiciones, tiene que producir formas y tipos diversos
con diversas funciones» (Molina, 1978: 102). Sin que estas condiciones de existencia
sean destino para los diferentes grupos. De tal manera que:
Las uniformidades y diversidades que por esa razón se forman, dividen la espe-
cie en los grandes grupos que se llaman razas; pero los caracteres raciales, como
siempre consecuencia de las circunstancias de la adaptación de los grupos huma-
nos a la zona territorial en que viven, no pueden tener una fijeza absoluta, ni por
sí mismos representan otra cosa que una mayor o menor continuidad en la igual-
dad relativa de las condiciones del medio, y un mayor o menor grado de adelanto
de un grupo humano, en el trabajo de adaptación a esas condiciones (Molina, 1978:
102-103).
De tal modo que «una raza no es, en suma, más que un conjunto de hombres que
por haber vivido largo tiempo en condiciones iguales de medio, han llegado a adquirir
cierta uniformidad de organización, señalada por cierta uniformidad de tipo» (Molina,
1978: 103).
Para Molina, sólo en este sentido se puede entender el progreso social, es decir:
«el progreso sólo conducirá a producir individuos cada vez mejor adaptados al medio,
sin que su conjunto fuera ofreciendo en lo general, a paso y medida de la multiplica-
ción de sus unidades, otras circunstancias apreciables que una densidad progresiva
mayor» (Molina, 1978: 103). En este sentido, para Molina, la selección perfecciona a
todos los organismos, tal como lo demostró Darwin (El origen de las especies). En la
interpretación de Molina: «las unidades de un grupo van saliendo de su zona propia,
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:01 Página 276
y en luchas porfiadas con sus vecinas las ocupantes de otra zona, acaban muchas veces
por vencerlas y por dilatar su dominio en el territorio de las últimas, no sin sufrir en
sí mismas profundas modificaciones (Molina, 1978: 103).
El poder de las condiciones de vida y la selección, según Molina, hacen que las
unidades de vida adquieran poderosas condiciones orgánicas que les es redituable
«hacer el esfuerzo de traspasar los límites naturales de esa zona, para invadir las zonas
adyacentes» (Molina, 1978: 103).
En términos sociales existen, para Molina, dos sistemas de fuerzas latentes: por
un lado están «las que convergen a producir la reincorporación de las razas»; y, por
otro lado, «las que convergen a mantener y perpetuar los nuevos compuestos» (Moli-
na, 1978: 103); por lo tanto, los nuevos compuestos, «formados por los intereses naci-
dos y desarrollados por la existencia armónica de elementos de raza distintos, están
«unidos por la acción y la presión mutua de todos los pueblos» (Molina, 1978: 103).
En este sentido, para Molina la unión de las razas es la que puede generar el pro-
greso, y sostiene su argumento refiriendo a Darwin (1859), dice Molina que este último
«acepta, para definir progreso como Baer, la extensión de la diferencia de las partes de
un mismo ser y la especialización de estas partes para diferentes funciones» (Molina,
1978: 340). Estas condiciones, según Molina: «se cumplen en las diversas modificacio-
nes que en la estructura y funcionalismo de las razas indígenas se notan, para estable-
cer la distinción entre ellas y las demás razas del mundo y prueban que esas variaciones
y modificaciones constituyen una verdadera superioridad en su evolución progresiva»
(Molina, 1978: 341).17
El discurso de Molina, trata de poner de relieve que lo social es determinante sobre
lo biológico, pero que, debidamente equilibrado, se compensan. Lo que Molina espe-
ra de los indios y de los mestizos es que siendo grupos con rasgos orgánicos que, en
sus términos, representan mayor grado de progreso evolutivo, puedan, en condiciones
favorables, superar al resto de grupos (Ruiz, 1991: 164).
Como podemos ver, tanto para Sierra como para Molina, a la idea de progreso le
acogía un fin más profundo, la organización y la consideración biológica, coincidiendo
con Alfonso Luis Herrera (1868-1942)18 y con otros científicos de la época, en que la
sociología y la antropología debían entender a la sociedad como un organismo. De
manera que las mismas fuerzas que guiaban los fenómenos de la naturaleza podían,
también, explicar los fenómenos de la sociedad. Así, progreso, organización y deter-
minismo fueron elementos articuladores del discurso político.
Las ideas de progreso, organización y determinismo en el discurso porfiriano se
explican a través de la causalidad natural; esta filosofía asegura que los fenómenos están
sometidos a regularidades invariables o leyes. Ello implica la idea de que cualquier
17
Molina cita, además de El origen de las especies, también De la variation des animaux et des plantes
(capítulo XXI) y La descendence de l’homme.
18
En Nociones de Biología, obra que se gesta durante los últimos años del siglo XIX y que sale a la luz
en 1904. Alfonso Luis Herrera precisa que la nueva ciencia que explica debe referirse a los problemas de
la humanidad como un todo articulado, viendo a los grupos como organismos coherentes. De manera que,
tanto la sociología como la antropología, debían tener como principio no al individuo, sino al organismo
articulado (Herrera, 1992: 18-19).
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fenómeno tiene una causa y una vez que ha sido determinada, se puede comprender
el fenómeno, sin que haya posibilidad de cambio o variación. Como define Claude
Bernard (1813-1878) como parte de los principios del determinismo fisiológico: por
un lado, «Existen unas condiciones materiales determinadas que regulan la aparición
de los fenómenos de la vida» (Bernard, 1878-79, en Barona, 1989: 150); y, por otro lado,
«Existen unas leyes preestablecidas que regulan el orden y la forma de aquéllas» (Ber-
nard, 1878-79, en Barona, 1989: 150). Por lo tanto, «El determinismo no es […] más
que la afirmación de la ley, en todo tiempo y en todo lugar» (Bernard, 1878-79, en
Barona, 1989: 150). Así, para Bernard, el determinismo fisiológico como un hecho físi-
co: «Consiste en el principio de que cada fenómeno vital, al igual que cada fenómeno
físico, se encuentra invariablemente determinado por condiciones físico-químicas que
al permitir o impedir su aparición, se convierten en las condiciones o en las causas mate-
riales inmediatas o próximas (Bernard, 1878-79, en Barona, 1989: 146).
Este determinismo científico buscaba obtener resultados repetibles y acumulati-
vos, informar los hechos de la naturaleza y organizarlos, así como entender las causas
que los generaban: las mismas causas siguen siempre los mismos efectos. Bajo esta
filosofía, la idea de progreso se entiende como fuerzas organizativas que dirigen el
orden. Sin embargo, el progreso como fuerza o ley organizativa no responde a causas
naturales, sino a fines individuales o de grupos reducidos. Trasladar el determinismo
científico a lo cultural es, entonces, determinar un sistema de normas de lo que se
«debe» hacer, definir: costumbres, leyes jurídicas e institucionales, entre otros sistemas
de creencias que limitan los márgenes de acción en una sociedad.
El problema que subyace es que la cultura es una propiedad emergente de las
sociedades, y se define desde y con el contexto espacio temporal. Ajustar un discurso
científico como argumento para generar y articular leyes que cohesionaran y llevaran
a la sociedad hacia el progreso, llevó implícita la negación de libertad y diversidad.
Lo que determina a una cultura son las características particulares que la conforman,
no hay regularidad de ley, sino particularidades.
Los intelectuales mexicanos del último cuarto del siglo XIX, no lograron entender
que buscar el progreso a través de estos ideales, significaba negar la libertad que tanto
profesaban. Este doble discurso se encuentra muy temprano en la reflexiones de Justo
Sierra, al intentar argumentar a través de las garantías constitucionales la libertad,
entendiendo que de las leyes subyace el orden (factor principal del progreso) y, del
orden, la libertad. Escribió Sierra:
tierra no sólo por nuestro amor a la libertad, que es, en último análisis, la dignidad
humana, sino por nuestro amor al orden, factor principal del progreso, hemos de
sostener que es preciso colocar a la Constitución sobre todo lo demás. Será una
ley mala, pero es una ley; reformémosla mañana; obedezcámosla siempre (Sierra,
23 de febrero de 1878, en Hale, 1997: 54-55).
Nosotros pedimos toda nuestra fuerza […] a la ciencia, a la verdad relativa en pro-
gresión perpetua. Para nosotros, el progreso tendrá un límite insuperable, pero será
cuando disminuyan y mueran las condiciones de vida de la Tierra. Hasta ese momento,
perdido en el fondo del porvenir, el progreso se verificará, y las formas religiosas y
sociales desaparecerán para hacer lugar a otras; sólo la ciencia, fórmula de la verdad
incognoscible; sólo la sociedad, síntesis y coronamiento de toda vida orgánica, vivirán
más intensamente cada día (Sierra, 02 de julio de 1878, en Hale, 1997: 59).
Para determinar las causas, se requería de un método, y éste sería el que, de forma
racional, aportando pruebas y evidencias y bajo un razonamiento lógico, se acercaría
con mayor precisión a la verdad. Este método fue el científico.
El método de las ciencias prometía un acercamiento a la verdad, pero no por mero
dogmatismo o argumento de autoridad, sino porque su estrategia para aproximarse
a ésta era a través de un proceso que garantizaba objetividad. Así, la acumulación de
conocimiento objetivo se traduce en progreso, no sólo de la disciplina que utiliza el
método, sino de forma práctica a través de los beneficios que se pueden generar para
la sociedad: el orden significó progreso.
Resguardar el orden a través de las leyes de la Nación permitiría que la sociedad
pudiera evolucionar, organizarse y progresar. Esto se entendió como lo natural: paz y
orden, libertad y progreso. Fue uno de los principios que proclama Sierra:
Los siguientes principios reconocían los derechos de los individuos, pero sólo pen-
sados dentro de una sociedad. Estos derechos, en primera instancia, facilitaban el des-
arrollo de progreso como sociedad.
3º La función del Estado consiste en proteger esos derechos, esto es, lo que lla-
mamos la justicia social. Pero como el Estado es, sea cual fuere su forma o apa-
riencia legal, un producto de los sentimientos que preponderan en una sociedad,
a medida que estos sentimientos son más antisociales, digámoslo así, el Estado
tiene que ser más conservador; la autoridad más vigorosa, para impedir la disolu-
ción del grupo nacional, en cuyo caso el derecho individual tiene que ceder, y ha
cedido y cederá siempre para no perecer » (Sierra, 6 de septiembre de 1878, en
Hale, 1997: 64).
19
En 1889, J. Sierra bosquejó parte de las reflexiones históricas sobre la evolución de la sociedad mexi-
cana (Sierra, J., 1889: 13, 170, 213, 328, 371), estas notas constituyen la última sección «Era actual». Un
año después, el mismo Sierra, congregó a un grupo más amplió de intelectuales, algunos de los conocidos
científicos como P. Parra y los hermanos Macedo, para escribir la obra colectiva México: su evolución social;
libro que fue reflejo de la sociedad porfiriana y que, finalmente, en el siglo XX, se consolidó en la práctica
social con el establecimiento de la Universidad Nacional de México (1910); así lo dijo Sierra: «La Univer-
sidad mexicana que nace hoy no tiene árbol genealógico; tiene raíces, sí, las tiene en una imperiosa tenden-
cia a organizarse que revela en todas sus manifestaciones la mentalidad nacional, y por eso apenas brota el
vástago […]» (Sierra, 1910, en Lara, 2013). En esta obra se engarza historia, tiempo y progreso a través de
los hilos del pensamiento evolutivo.
En México: su evolución social, Sierra incorporó los escritos «México social y político. Apuntes para
un libro», de 1889; añadió, además, en el tomo I «Historia política» y en el tomo II «Era actual» (Sierra,
J. et al., 1899-1902). Los tres escritos fueron editados en 1940, por la Casa de España en México (hoy el
Colegio de México), con el título Evolución política del pueblo mexicano (Sierra, J., 1985).
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REFLEXIONES FINALES
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1
Investigación realizada en el marco del Proyecto HAR2013-42536-P «La ciencia útil: investigación
básica y aplicada en Farmacia y Ciencias de la Vida durante el franquismo», financiado por el Ministerio
de Economía y Competitividad de España.
2
Era cuñado de Carmen Polo, la esposa de Francisco Franco.
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de la Ley. A la semana siguiente, el mismo Ministerio del Interior aprobó la Orden sdel
29 de abril de 1938 sobre edición y venta de publicaciones no periódicas (BOE, 30-
IV-1938), es decir de libros y folletos. La regulación afectaba tanto a las publicadas en
España, como a las que se trataba de importar del extranjero. La Orden establecía un
sistema de censura previa, atribuyendo al Servicio Nacional de Propaganda la facultad
de autorizar la publicación y circulación de todo tipo de libros. A partir de ese
momento, cualquier editor, librero o concesionario que quisiera llevar a cabo la edi-
ción o importación de un libro debían solicitar la oportuna autorización al Servicio
Nacional de Propaganda y remitir dos ejemplares a la previa censura. Éste podía dene-
gar la autorización no sólo por razones de índole doctrinal, sino también cuando se
tratara de obras que «sin estimarse necesarias ni insustituibles, puedan contribuir en
las actuales circunstancias de la industria del papel a entorpecer la publicación de
otros impresos que respondan a atenciones preferentes» (Orden, 1938: artículo 3º).
La Orden establecía, también, un plazo de treinta días para que las obras que en ese
momento se vendieran, circularan o hubieran tenido entrada en el territorio nacional
después del 17 de julio de 1936 solicitaran la autorización.
Una vez que se daba entrada a la solicitud de autorización, se iniciaba el expedien-
te correspondiente, en cuya resolución jugaban un papel determinante el informe del
lector –eufemismo de censor– o lectores a los que se asignaba la revisión de la obra y
a los que se entregaba un impreso con una batería de preguntas: ¿Ataca al dogma?
¿A la moral? ¿A la Iglesia? ¿A sus Ministros? ¿Al Régimen y a sus instituciones? ¿A
las personas que colaboran o han colaborado con el Régimen? En muchas ocasiones,
el censor no se detenía en cada uno de ellas y tan sólo redactaba su parecer en el apar-
tado final, que en algunos momentos se denominó «Resultando» y en otros «Informe
y comentarios».
Los Ministerios del Interior y de Orden Público se fusionaron el 24 de diciembre
de 1938 para dar lugar al Ministerio de Gobernación, recayendo en el citado Ramón
Serrano Suñer la dirección del mismo. A partir de ese momento, la censura dependió
de este Ministerio hasta 1941; desde 1941 a 1945 de la Delegación Nacional de Propa-
ganda, Sección de Censura, integrada en la Vicesecretaría de Educación Popular de
la Falange; de 1945 a 1951 del Ministerio de Educación Nacional y desde 1951 de la
Sección de Inspección de Libros del, en esos momentos creado, Ministerio de Infor-
mación y Turismo. El 18 de marzo de 1966, estando al frente de este último Ministerio
Manuel Fraga Iribarne se promulgó una nueva Ley de Prensa e Imprenta (BOE, 19-
III-1966), cuyo cambio más significativo fue la desaparición de la censura obligatoria
previa. En su lugar se establecía la «consulta voluntaria» y el «depósito» de ejemplares
antes de ponerlos en circulación (Lázaro, 2004: 24-28).
3
En el Expediente que se formó en 1948, cuando Ediciones Ibéricas quiere poner a la venta ejemplares
de El origen de las especies, se señala que la edición que pretendía editar Espasa-Calpe en 1938 había sido
suspendida con fecha 4 de junio de 1938 (Origen, 1948).
4
En la segunda mitad de los ochenta colaboraba con Espasa-Calpe en la redacción de algunas voces
para sus diccionarios enciclopédicos. Fue, entonces, cuando la editorial decidió renovar la Colección Austral,
iniciando una nueva serie (Austral Nueva), con nueva numeración que iba precedida de una «A». Uno de
los editores, de la misma, Mario Fernández González, me pidió consejo sobre qué libro de ciencias publicar.
No dudé. El origen de la especies, máxime cuando la traducción de Antonio de Zulueta seguía siendo óptima
y era, precisamente, la que pertenecía a la editorial. Me encargó que buscase la persona que pudiera hacer
el estudio introductorio y no dudé, Jaume Josa i Llorca. Era quien mejor podía hacerlo e hizo.
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de esta edición. El asalto, unos meses más tarde, del almacén que Bergua tenía en Geta-
fe, de donde fueron extraídos y quemados muchos ejemplares, pudo poner fin a parte
de la edición (Gomis y Josa 2007: 136-137; 2009: 142-143). Juan Bautista Bergua que fue
detenido allí mismo, tras ser liberado por intermediación del General Mola, hubo de
exiliarse. Recordemos que había editado literatura revolucionaria y promovido la fun-
dación del Partido Comunista Libre. Su hermano José pasó, entonces, a dirigir la edi-
torial y acabada la contienda cambió el nombre maldito de Librería-Editorial Bergua
por el de Ediciones Ibéricas, más propio de los aires que corrían.
Y es por ello que es José Bergua Olavarrieta quien, con fecha 4 de febrero de 1948,
en instancia dirigida al Director General de Propaganda, solicita permiso de circula-
ción y venta para un resto de la edición de El origen de las especies. Dos días más tarde
la solicitud es denegada. Transcurridos dos años, concretamente el día 2 de marzo
1950, José Bergua pide que se rectifique la propuesta de la Sección correspondiente
y sea concedido el oportuno permiso de circulación y venta al entender que la obra
«por su carácter exclusivamente científico y compatibilidad con el dogma católico
merece ser consultada y estudiada» (Origen, 1948). La obra va a ser, ahora, informada
favorablemente por el lector que emite el juicio sobre el contenido de la obra. Así, el
10 de abril de 1950, el Censor Eclesiástico Rvdo. P. D. Andrés de Lucas Casla deja
consignado:
A la vista del mismo, la resolución definitiva, por la que se autoriza la obra modi-
ficando la resolución anterior, está fechada el día 13 de ese mismo mes. Cuando los
ejemplares de Ediciones Ibéricas se ponen en circulación, resulta evidente que corres-
ponden a los que había impreso Librería-Editorial Bergua en 1936. Sobre la portada
de aquella, donde figuraba el sello impreso de Bergua, se ha pegado una banda de
papel con la marca de Ediciones Ibéricas y un apartado de correos y, en los que exis-
tían encuadernados en tela, se añade una sobrecubierta de papel que no permitía ver
la marca anterior, en tanto no se retirase dicha sobrecubierta (Darwin, 1950).
Por lo general, una vez que un título era aprobado, lo eran también las siguientes
solicitudes que se presentaban por esa misma editorial, o por otras, para ese mismo
título, aunque ello no les eximía de solicitar la necesaria autorización, máxime si incor-
poraban algún elemento, como podía ser el prólogo, una introducción, etc. Tal encon-
tramos en el expediente que se incoa ante la solicitud que Gerardo Fossati Demichelis,
en nombre de la editorial EDAF, eleva ante el Director General de Información el 10
de noviembre de 1964, para publicar El origen de las especies (Origen, 1964). A pesar
de que el texto con la traducción que acompaña a la solicitud está obtenido mediante
hojas de calco mecanografiadas, y muchos pasajes resultan completamente ilegibles,
el lector 27 [P. Santos] señala el día 13 de ese mes, que: «La clásica obra de Darwin
está ya autorizada en el nº de Exp. 6440/63. No hay nada que añadir. AUTORIZABLE»
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y agosto de 1876, lo que conformó el relato principal de 121 páginas. Durante sus últi-
mos seis años de vida, amplió el texto en otras 67 páginas. Francis Darwin, obede-
ciendo las indicaciones de su madre, introdujo algunas correcciones y eliminó
bastantes párrafos, sobre todo los que hacían referencia a las ideas religiosas de su
padre. Las ediciones posteriores mantuvieron esta estructura hasta que, siete décadas
después, en la edición de la Autobiografía hecha por Nora Barlow (1885-1989), nieta
de Chales Darwin, se recuperaron los pasajes omitidos (Gomis, 2009: 32-33). Fue
Javier Morata, fundador de Ediciones Morata, el primero en presentar ante la Direc-
ción General de Propaganda solicitud de importar la Autobiografía, concretamente
con fecha 17 de julio de 1946 cumplimenta el oportuno impreso en tal sentido. Detalla
que solicita la importación de 25 ejemplares de los editados en Buenos Aires por la
Editorial Nova (Autobiografía, 1946). Sobre la instancia de solicitud cruzan dos ano-
taciones a trazo grueso, «Tolerada. 23-VII-46» dice la primera, «Suspendida, 14 sep-
tiembre» la segunda. No tenemos constancia de que mediara informe de lector en un
sentido o en otro, pero lo cierto es que con fecha 16 de septiembre se resuelve sus-
pender su importación, lo cual no deja de sorprender porque para esa fecha, como se
señala en el párrafo siguiente, ya se había aprobado la importación de una obra de
contenido semejante. Como hemos anticipado, la solicitud presentada por Eduardo
Figueroa el 3 de agosto de ese mismo año corrió mejor suerte. La obra llevaba el título
de Memorias y epistolario íntimo y había sido impresa por la también editorial argen-
tina Importación (Memorias, 1946). La solicitud de importación de 100 ejemplares,
de 271 páginas, con un precio de venta de 25 pesetas el ejemplar, fue autorizada el 14
de agosto de 1946. Como es lógico, la importación de El viaje de un naturalista, que
ya contaba con autorización para su edición por la Editorial Espasa-Calpe desde 1939,
no encontró ningún tropiezo. En tal sentido, se autoriza el 19 de junio de 1946 la impor-
tación de 100 ejemplares impresos por la editorial Ateneo, domiciliada en Buenos Aires,
en solicitud formulada por José de Oteyza y García pocos días antes (Viaje, 1946).
5
Las ilustraciones presentes en Brehms Tierleben (Vida de Animales de Brehm), del zoólogo alemán Alfred
Brehm (1829-1884), marcaron un hito en la iconografía zoológica y fueron reproducidas en multitud de obras.
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Obra que está como es notorio rebasada hace muchos años, y que hoy presen-
ta, digámoslo así, un carácter arqueológico. En ella se defiende la evolución, animal
o materialista del hombre, teoría de la evolución que la Iglesia mantiene con tem-
planza, defendida en esa evolución la espiritualidad del hombre, don de Dios.
PUEDE EDITARSE
Durante los primeros años del franquismo las editoriales españolas se mostraron
remisas a publicar obras sobre la vida y obra de Charles Darwin, o al menos nosotros
no hemos localizados expedientes en tal sentido. En cambio, no faltaron intentos de
importar biografías sobre el naturalista inglés, ni tampoco de importar obras que se
interesaban por diferentes aspectos de su actividad científica y de su pensamiento. En
la línea apuntada, Joaquín de Oteyza, del que ya hemos señalado varios intentos por
introducir obras de Darwin en España, solicita el 31 de julio de 1945 autorización para
importar doscientos ejemplares de la obra El pensamiento vivo de Darwin de Julián
Huxley, que había publicado la editorial argentina Losada, con traducción de F. Jiménez
6
El Padre Francisco Aguirre Cuervo, que firma como «F. Aguirre» fue una figura destacada entre los
censores de su época, tanto que para Abellán representó uno de los pocos de los años sesenta que, por
nivel cultural y «currículum académico», podían competir con los de los primeros decenios de la censura
franquista (ver Bresadola, 2014: 269).
7
Dichas «partes desconocidas» van reunidas en un apéndice y corresponden a: «Nota suplementaria
acerca de la selección sexual con relación a los monos» de Darwin (cfr. tomo II, págs. 404-414) y «Nota
acerca de las semejanzas y diferencias en la estructura y desarrollo del cerebro del hombre y de los monos»
de T. H. Huxley (ver tomo II, págs. 415-426).
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Ese mismo día se autoriza la obra, cuya edición pone en circulación Ediciones Fax
a los pocos meses. La traducción al castellano la había realizado Bermudo Meléndez
que era el catedrático de Paleontología de la Universidad de Madrid y consta, en la
misma, el nihil obstat de D. Antonio García del Cueto, 2 de agosto de 1961, y el imprí-
mase de José Mª Obispo Auxiliar y Vicario General (Leonardi, 1961).9 No era la pri-
mera obra de Piero Leonardi que la editorial Fax había sometido a la censura. Cinco
8
La primera edición en esta colección se había publicado en 1939.
9
En el colofón, situado al final del volumen, se aclara que la obra se había acabado de imprimir en
Madrid, en los Talleres gráficos Bolaños y Aguilar el día 27 de noviembre de 1961.
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años antes había obtenido autorización para publicar La evolución biológica (Leonar-
di, 1957), tras el informe favorable del lector, en ese caso el padre Francisco Aguirre
Cuervo, que dejó consignado en el expediente lo siguiente (Evolución, 1956): «Obra
científica escrita con criterio católico creo que se puede permitir su publicación».
No le resultó tan sencillo a la editorial barcelonesa Seix y Barral obtener autori-
zación para publicar la obra Darwin y la mujer desnuda, del médico, escritor, anar-
quista y pacifista británico Alex Comfort (1920-2000), y eso que la primera solicitud,
para conseguirla, se presentó ya en el año 1962. De ahí que le dediquemos un apartado
propio.
Sobre el expediente hay una anotación que dice: «Se ruega emita su opinión sobre
este informe el Sr. Asesor Relig. L. 8». Este no era otro que el filósofo agustino Satur-
nino Álvarez Turienzo,10 que el 11 de junio deja consignado, sobre el mismo, lo
siguiente:
10
Saturnino Álvarez Turienzo (La Mata de Monteagudo, León, 1920) religioso agustino español, que
fue profesor de filosofía de la Universidad Pontificia de Salamanca desde 1966 hasta 1990, donde ocupó
la cátedra de Ética. Colaboró con el Servicio de Inspección de Libros, al menos, entre 1958 y 1969.
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Así pues, con los dos informes claramente contrarios a la autorización, el Jefe de
Servicio firma al día siguiente, 12 de junio, que la obra a que se refiere el expediente
puede ser denegada. No se conformó la editorial con la denegación y «con el mayor
respeto y debida consideración solicita que dicho libro sea examinado de nuevo por
el Servicio de Inspección de Libros y se le conceda autorización para publicarlo en
España» el día 28 de noviembre de 1962 (Darwin, 1962).
Vuelve a pasar la obra a juicio del padre Saturnino Álvarez Turienzo, que el día 12
de diciembre firma un informe en sentido contrario al emitido medio año antes:
Una vez visto el informe emitido por el Lector Especialista, se propuso la autori-
zación con fecha 15 de diciembre de 1962, si bien la fecha definitiva en la que se auto-
riza la publicación de la obra Darwin y la mujer desnuda fue la del 5 de marzo de 1963
(Darwin, 1962). No obstante, la obra no fue publicada por la editorial Seix y Barral
hasta 1965 (Comfort, 1965).
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
Fuentes primarias
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Darwin y la mujer desnuda (1962), Alex Comfort, Seix Barral. Expediente 2563-62. Caja 3
(50) 21/13931. Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares.
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Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares.
Expresión de las emociones, La (1949). Intermundo. Expediente 412-49. Caja 3 (50)
21/08610. Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares.
Evolución biológica, La (1956). Piero Leonardi, Fax. Expediente 6137-56. Caja 3 (50)
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diente 119-39. Caja (3) 50 21/07062. Archivo General de la Administración, Alcalá de
Henares.
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Origen del hombre, El (1963) AGA. Edaf Ediciones. Expediente 6351-63. Caja 3 (50)
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1
Artículo adscrito al Proyecto de Investigación: «Ciencia y espectáculo de la naturaleza, viajes cientí-
ficos y museos de historia natural». IH-CSIC: HAR2013-48065-C2-2-P
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Sociedad Española de Historia Natural, que al menos desde las páginas de los Anales2
polemizaron sobre Darwin, aunque algunos con posiciones muy personales. Es el caso
de Juan Vilanova que intentó armonizar las ideas de Darwin con las creencias bíblicas;
otros como Salvador Calderón limitaron el problema a un campo restringido: o se
aceptaba alguna clase de teoría a cerca de la extinción, o se reconocía el proceso
evolutivo.
En gran parte de Europa, mientras tanto, se estaba produciendo el intenso debate
sobre evolucionismo, provocado por la aparición de The origin of Species, de Darwin,
lo que no ocurrió en España con el vigor que el cambio de paradigma significaba y
que por tanto permite decir que los científicos e intelectuales españoles no estaban
en contacto con las ideas y controversias que se estaban produciendo en Europa.
Antes de Darwin, sólo había un patrón que los naturalistas usaban para explicar las
analogías y diferencias de las especies, modelo, la «Escala de la Naturaleza» que no
servía para resolver el problema de la biodiversidad.3 Efectivamente esta Escala de la
Naturaleza no le servía a Darwin porque aunque era generalmente aceptada por el
peso de la tradición, se basaba en suposiciones, sin que existiera evidencia alguna que
apoyara el modelo y no relacionaba los grupos de especies similares que él había
observado durante su viaje en el Beagle, ya que sugería una cualidad permanente y
lineal de la evolución, lo que no podía explicar la explosiva variedad de adaptaciones
que Darwin encontró en las Islas Galápagos (Darwin, 1985).4
El movimiento de oposición al evolucionismo estuvo dirigido por el aparato polí-
tico surgido de la Restauración donde las relaciones Iglesia-Estado implicaron censura
y represión política (Pelayo, 1988)5. La teoría darwinista encierra motivos más que
suficientes para irritar y exasperar a la mentalidad religiosa tradicional. Marcando un
hito importante en la línea de pensamiento secularizado de la modernidad, el darwi-
nismo ofrecía una explicación de la vida natural y humana que chocaba de frente con
los esquemas filosóficos escolásticos y con la interpretación literal de la Biblia, cosas
ambas a las que andaba firmemente aferrada la Iglesia española.
Y no sólo a los naturalistas interesaba esta problemática, sino que intelectuales
más o menos conservadores combatieron estas ideas y fueron objeto de estudio
2
La revista Anales de la Sociedad Española de Historia Natural alcanzó un gran prestigio internacional
en el último tercio del siglo XIX, como órgano de una de las principales asociaciones científicas nacida bajo
la égida del liberalismo más avanzado en España, junto a la Revista Contemporánea (1875-1907) que sobre
todo en su primera época fue la principal fuente que informó de las corrientes filosóficas, científicas y cul-
turales europeas y se convirtió en el gran vehículo expresivo del pensamiento europeo moderno.
3
La vida se organizaba como una escalera, con formas «inferiores» situadas debajo de las formas «supe-
riores», en donde por supuesto los humanos estaban en las superiores, característica de la creación divina,
que acentuaba nuestra superioridad. Esta idea se remonta a períodos tan lejanos como el de Aristóteles,
hace más de 2.000 años, y se popularizó a lo largo del siglo XVIII.
4
Entre esas adaptaciones a Darwin le llamaron particularmente las que observó entre las trece especies
de pinzones existentes en las Islas, pájaros fringílidos, acostumbrados a comer alimentos diferentes, con
picos especializados para comer semillas, hojas, insectos o néctar.
5
El poder de la Iglesia en España, tanto económico como doctrinal, no tuvo para los naturalistas espa-
ñoles una alternativa epistemológica diferente de la conservadora al considerar la historia de la Tierra y de
la vida dentro de los relatos bíblicos de la creación y el catastrofismo del diluvio y la armonía de la natura-
leza, conceptos fieles a lo expuesto por el Génesis.
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6
Traducción de Eduardo Ovejero y Maury, Madrid, Daniel Jorro Editor.
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7
Tradicionalmente en el mundo hispánico se han venido realizando trabajos descriptivos en taxonomía
botánica y en fitogeografía, sin admitir el evolucionismo como referencia ideológica, a pesar de que esta
idea de cambio se encuentra presente en los sistemas clasificatorios utilizados por nuestros botánicos, en
especial el de las familias naturales que interrelacionaba las especies vegetales en el transcurso del tiempo
por lazos de parentesco. Temática en la que se aportan algunos datos sobre la actividad científica de los
botánicos Mariano Lagasca y Simón de Rojas Clemente dentro del campo clasificatorio y sistemático, ante
las teorías evolucionistas predarwinistas. Se analizaron los motivos que influyeron en sus trabajos sin refe-
rencias explicitas a la evolución de los vegetales y sin apenas polémicas en defensa de estas concepciones
transformistas al estar inmersos en la realidad ideológico-política del período absolutista
8
Y la de otros insignes científicos cómo Julian Huxley, nieto de T.H. Huxley, considerado uno de los
primeros artífices de La Teoría Sintética de la evolución y de hecho el primero en acuñar el término «síntesis
evolucionista», se mostró partidario de la republica española durante la Guerra Civil, lo mismo que J.H.
Haldane, militante del partido comunista inglés, otro de los primeros promotores de la misma teoría que
entre otras ideas del nuevo darwinismo afirmaba la prevalecía del azar y la evolución de los seres vivos fuera
de todo diseño teleológico, fueron calumniados y apartados de todos ámbitos universitarios por marxistas
y anticristianos.
9
Editada en Reus (Tarragona) entre mayo y noviembre de 1901, núm. 8, 22 de junio.
10
Para adentrarse en este tipo de planteamientos puede consultarse los dos artículos que se indican.
En ambos se puede vislumbrar el lastre que supone la Iglesia católica para la restringida práctica investi-
gadora del pequeño grupo de científicos existente en España y que en el plano social llevará años más tarde
a la guerra civil, al igual que permite comprobar los contrastes ideológicos entre las posturas finalistas,
fieles a la idea de unidad de plan de lo creado y la explicación teleológica de orden y armonía de lo viviente
y por el contrario, las innovadoras, con el modelo de la escuela fisiológica de Leipzig, que defendió en Ale-
mania un materialismo ligado a la experimentación físico-química (Helmholtz, Loeb) y abrió la posibilidad
de institucionalizar nuevos programas de investigación tendentes a generalizar los fenómenos de la adap-
tación de los organismos al medio ambiente.
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11
En el caso español y al margen de las contribuciones de Faustino Cordón, uno de los pioneros en
centrarse en esta problemática fue Diego Núñez, con el que se inició una nueva corriente de investigación
que comenzó a plasmarse con las contribuciones hechas al II Congreso de la Sociedad Española de Historia
de las Ciencias (Zaragoza, 1982) y con el sugerente libro de Thomas Glick de 1982 para continuar con
estudios sobre la recepción práctica en la biología como son los de José Sala y del mismo Glick.
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12
Anticipo que gran parte de los datos y argumentos que se exponen en este trabajo, en cuanto a la
vida, obra y sugerente teoría de Faustino Cordón, los hemos obtenido, al margen de los testimonios apor-
tados por otros autores, de nuestras conversaciones y encuentros mantenidos en los últimos años de su
vida, dada la relación personal y de colaboración que mantuvimos en la Fundación para la Investigación
en Biología Evolucionista (FIBE).
13
Además de las dos primeras ediciones de 1980, otras tres se publicaron en 1881, 1982 y 1988.
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de Fernando Calvet, con los que amplió su formación en química orgánica.14 En esos
laboratorios se intentaba producir vitaminas, ungüentos, pomadas, etc. a partir del
pescado, lo que le permitió adentrarse en el campo de la bioquímica y descubrir la
insulinasa, enzima represora de la insulina, que le sirvió para obtener el doctorado en
Farmacia en la UCM y obtener por oposición una beca del Ministerio de Asuntos
Exteriores para trasladarse a EE.UU., pero el veto de las autoridades del Ministerio
de Educación de nuevo le impidió poder disfrutar de la misma. Una vez finalizada la
Segunda Guerra Mundial, regresó a Madrid para trabajar en los laboratorios del Ins-
tituto de Biología y Sueroterapia (IBYS), donde desde 1948 sus estudios se habían ale-
jado de la enzimología para centrarse más a los de inmunología y biología.
En cuanto a la obra publicada por Cordón cabe decir que sus textos no tratan de
un especto concreto definitivo de su teoría sino que son un reflejo de ésta en cada
etapa de su vida, por lo que sus libros van rectificando progresivamente algunos
conceptos básicos y modificando sus términos hasta definirlos con exactitud en sus
últimas obras.
Claro ejemplo de ello fue su justificación en Inmunidad y auto multiplicación pro-
teica (Cordón, 1954), texto en el que examinó y criticó las teorías genéticas y las expli-
caciones neo-darwinistas sobre el origen de la mutación y su carácter aleatorio,
estudios que afianzaron su pensamiento en biología evolucionista en concordancia
con los datos surgidos de actividad experimental, revisando el darwinismo y el surgi-
miento de las nuevas especies, lo que supone llenar el vacío que Darwin no afrontó.
En 1956 escribió «Inmunología» en el tratado de Bioquímica de Calvet y dos años más
tarde «Una nueva teoría biológica. I.Introducción al estudio biológico de la inmuni-
dad» (Cordón, 1958), junto a la traducción, tres años antes, de la obra de Theodosius
Dobzhansky, Genética y el origen de las especies y otras relevantes de grandes autores
contemporáneos, a la vez de prólogos e introducciones de textos de enorme impor-
tancia para el saber científico (Dobzhansky, 1955). Bajo esta perspectiva, la teoría de
la Evolución orgánica de Darwin se terminó imponiendo como la única forma
de explicación de la estructura y funcionamiento de los seres vivos, la morfología,
fisiología, inventario, clasificación y geografía de la fauna y la flora. Vigencia que
obviamente se reforzó en el siglo XX frente a los nuevos paradigmas científicos que la
cuestionan especialmente en los últimos años y que como hecho incontrovertible nece-
sita reformularse con la adaptación de las últimas investigaciones de todos los campos
de la Biología (Parker, 1993; Moreno, 2008),15 lo que a todas luces tiene en Cordón un
destacado representante con la consiguiente inquietud que estos planteamientos le
provocaron y por cuyos derroteros deambuló toda su vida.
14
El primero de estos científicos, al igual que Enrique Molés y Faustino Cordón fueron víctimas de la
represión no menos dramática del llamado exilio interior y tanto a Catalán como a Calvet también se les
apartó de sus respectivas cátedras de las Universidades de Madrid y de Santiago de Compostela.
15
Reformulación, que necesita con urgencia en los días que vivimos una crítica severa y sin la pusilánime
dejadez e indolencia de los científicos e intelectuales institucionales, más aún si tenemos en cuenta las últi-
mas controversias entre ciencia y religión, planteadas recientemente por el movimiento creacionista que
tienen su caldo de cultivo en los EE.UU.
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16
Neologismo acuñado por Cordón, que definió como: individuo protoplásmico o ser vivo básico del
primer nivel de integración, el directamente intracelular, dotado de un modo de acción y experiencia propio
de su nivel y de una estructura netamente supramolecular (la propia de las proteínas globulares).
17
Del primero y en ese año Los anticuerpos, 1ªParte. El complemento. Los antígenos y Los anticuerpos,
2ª Parte; en 1954 La anafilaxia. 1ª y 2ª Partes y La alergia; en 1953 y de los dos autores Habituación a venenos
no antígenos y del segundo de ellos en 1964 Patología general.
18
Las primeras publicadas entre 1956 y 1960, una en cada uno de esos años, otra en 1963 y las dos últi-
mas en 1964.
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19
Sabemos que Lamarck se anticipó a Darwin en la concepción de la evolución de los seres vivos, pero
no consiguió hacer prevalecer sus teorías sobre las de Cuvier, que en este sentido jugó un papel negativo
en la historia de la ciencia, y su pensamiento evolucionista no se difundió entre sus contemporáneos y per-
maneció casi desconocida hasta su muerte en 1829. Para enjuiciar el inicio y el progreso que supone la obra
de Lamarck, con el orden y problemas con que se enfrentó la ciencia en su época y observar la importancia
de las ideas fundamentales que contiene la teoría lamarckista, entre las que resalta la existencia de una
fuerza que dirige el proceso evolutivo hacia un aumento de la complejidad que se manifiesta en su visión
del conjunto de los organismos situados en una serie y la evidencia de un enorme período del tiempo de
la vida en el que poder observar las modificaciones producidas, puede verse, ya en tiempos recientes, el
artículo del mismo Faustino Cordón de 1996, en el que volvió a insistir sobre estos aspectos y la controversia
entre los dos científicos franceses.
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de Samuel Barnett, en ese mismo año de 1966, los dos tomos, «I. La evolución» y «II.
El origen del hombre» de Un siglo después de Darwin (Barnett, 1966)20.
Durante 1968 y 1969 se dedicó a la investigación cómo profesor invitado en la Uni-
versidad de Puerto Rico y publicó el segundo de esos años en la revista de la misma
Universidad, «La experiencia como carácter esencial de los seres vivos» (Cordón,
1969). Tras esa estancia en la isla caribeña, en 1970 fundó y a partir de entonces dirigió
durante diez años el Instituto de Biología Aplicada de Madrid (IBA) hasta su jubila-
ción, bajo el mecenazgo del empresario Juan Huarte. En 1979 emprendió la creación
de la Fundación para la Investigación en Biología Evolucionista (FIBE), donde pro-
siguió con su labor teórica hasta su fallecimiento en 1999.
como todas las formas orgánicas vivientes son los descendientes directos de las que
vivieron mucho tiempo antes de la época cámbrica, podemos estar seguros de que
jamás se ha interrumpido ni una sola vez la sucesión ordinaria por generación, y de
que ningún cataclismo ha desolado al mundo entero. Por tanto, podemos contar
con alguna confianza con un porvenir seguro de gran duración. Y como la selección
natural obra solamente por y para el bien de cada ser, todos los dones corporales e
intelectuales tenderán a progresar hacia la perfección (Darwin, 1968: 479).
20
De este libro se publicaron varias ediciones, en 1969, 1971 y 1979.
21
Las pruebas a favor de la evolución son concluyentes. Las cuatro ramas de la biología en las que se
basó Darwin –Biogeografía, Paleontología, Embriología y Morfología– engloban actualmente un cuerpo
creciente de datos confirmatorios. Además de esas categorías, hoy existen otras: Genética de las Poblacio-
nes, Bioquímica, Biología Molecular y, recientemente, la Genómica. Estas nuevas formas de conocimiento
se superponen unas a otras sin fisuras, y conectan a su vez con las anteriores, reforzando el conjunto del
andamiaje y confirmando que Darwin estaba en lo cierto. Estaba en lo cierto en lo referente a la evolución.
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células, exige una interpretación monista de la primera célula, lejos de todo mecani-
cismo. Ello nos lleva al conocimiento de la naturaleza física de la acción y la experien-
cia de seres vivos del nivel supramolecular y subcelular, que a su vez remite a procesos
del nivel molecular, o sea finalmente a lo inorgánico. Las estrellas y planetas, la topo-
grafía terrestre, los compuestos químicos del universo e incluso las partículas subató-
micas han pasado por alteraciones más o menos lentas que definen esta evolución
inorgánica. En definitiva, a partir del nivel superior de lo inorgánico, se pudo producir
el origen monofilético de los seres vivos de la Tierra, salvando la barrera entre lo inor-
gánico y lo orgánico, y como se inició y se ha desplegado la evolución biológica con
etapas, la molecular, la basibiónica, la celular y la animal. El origen del primer animal
ha tenido que ser un resultado culminante de toda una etapa previa de la evolución
biológica, la de la evolución celular, que exige entender la naturaleza de la célula por
el proceso de origen de las células.
El volumen I, correspondiente a la Parte primera de la obra, se centra pues en el
nivel inferior que integran los átomos hasta el siguiente nivel molecular, precursor del
protoplásmico que surgió del anterior y que constituye la primera parte de las cuatro
que Cordón anunció para su obra. Por tanto en este primer volumen trató del cono-
cimiento del nivel inferior biológico –el protoplásmico– que nos remite al estudio his-
tórico, dinámico e integrado del nivel de integración inmediatamente inferior (es decir
del nivel superior de lo inorgánico al molecular), todo ello con una visión distinta a
la tradicional y en la de la ciencia evolucionista se consolida y estructura como tal por
los datos experimentales que continuamente se producen. El estudio de los individuos
protoplásmicos se retrotrae al de la evolución conjunta del nivel inmediato inferior y
de este escalonadamente a la evolución conjunta de todo el universo, de modo que
trata de explicar por su origen al primer nivel de vida como resultado de la evolución
de lo inorgánico. Y esto mismo sirve para explicar el nivel celular en desacuerdo con
la visión de Virchow (Cordón, 1977: Prefacio, XXIII), al considerar los individuos pro-
toplásmicos los sustratos fundamentales de la vida, es decir auténticos seres vivos de
un rango inferior a las células y que Darwin de haber conocido este nivel celular, sin
duda como hace Cordón, lo hubiera incorporado a la teoría evolutiva general del
mundo orgánico y conseguir de esta forma un aumento en el ritmo del progreso de
la ciencia y acelerar el surgimiento del molesto tema del origen de la vida como parte
fundamental de la problemática materialista. Problemática que Cordón asumió al
rechazar la extrapolación naturalista al mundo histórico y al igual que los marxistas
clásicos no cesará en reivindicar el carácter científico de su teoría en el más puro estilo
de la historia de la formación social como base indispensable para posibilitar el trán-
sito del socialismo utópico al socialismo científico. Para ello Cordón publicó un
pequeño librito La biología evolucionista y la dialéctica, en el que analizó el progreso
conceptual del pensamiento en biología evolucionista y el aporte de la dialéctica en
un intento por superar los estrechos límites de su especialidad para asomarse al pano-
rama más amplio de una rama de la ciencia y buscar el sentido y la significación de
procesos más generales de los seres vivos (Cordón, 1982). Coincidencia en los plan-
teamientos que hacen oportuna y elocuente la alocución de Engels en relación con la
integración y complementación entre marxismo y darwinismo, con motivo del entierro
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22
Además sobre esta integración entre marxismo y darwinismo, fueron muy comentadas, debatidas y
utilizadas ideológicamente por el pensamiento liberal a finales del siglo XIX, las obras publicadas inicial-
mente en París de Enrico Ferri: Socialismo y ciencia positiva (1894), de Louis Dramard: Transformismo y
socialismo (1882), de Paul Lafargue en 1884 sobre El materialismo económico de Karl Marx, o la de Armand
Boucher; Darwinismo y socialismo (1890). Es verdad que a través de los avatares polémicos de la época, la
teoría con su especial significado socioideológico, se vio a menudo instrumentalizada, desnaturalizada o
convertida en mero pretexto en una época de tanta euforia cientista.
Con formulaciones más renovadoras en cuanto a esta vinculación marxismo-darwinismo, ya en tiempos
más actuales, puede consultarse la obra señalada de Maurice Mandelbaum de 1971.
23
La teoría organicista del autor austriaco conceptualiza a los organismos como sistemas abiertos, en
constante intercambio con otros sistemas circundantes que se opone en su generalidad a la concepción
imperante en la actualidad, mecanicista y robótica de la naturaleza, propia de los neodarwinistas..
24
Los cuatro volúmenes sucesivos previstos por su autor, de los que solamente han visto la luz, el pri-
mero, al que nos hemos referido y el segundo: «Origen, naturaleza y evolución de la célula y asociaciones
celulares», que estamos comentando e igualmente publicado, más los dos restantes que Cordón no pudo
terminar que deberían haber tratado sobre el «Origen, naturaleza y evolución del animal» y sobre el «Ori-
gen, naturaleza y evolución del hombre».
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25
Una interpretación histórica sobre el origen de la vida parte de que la Tierra se formó hace unos
4.800 millones de años. Durante los primeros 1.500 millones de años se formaron los compuestos orgánicos
a partir de componentes atmosféricos (biomoléculas primitivas, en las que se incluyen aas, purinas pirimi-
dinas, hexosas, pentosas, etc), compuestos que han sido detectados en algunos meteoritos. Una posterior
etapa de la evolución produjo estructuras más complejas a partir de las reacciones de estas biomoléculas:
así los aas formaron los polipéptidos, las bases nitrogenadas formaron polinucleótidos, etc.; más adelante
se formó una estructura aislada por una membrana con algún mecanismo de autorreplicación constituyendo
la célula. Se cree que las células más primitivas fueron heterótrofas originadas a partir de células semejantes
a bacterias que existieron hace unos 3.500 millones de años.
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celular escaseaba por su propia proliferación tuvieron que recurrir a una fuente de
materia y energía nueva, es decir sin aprovechar hasta el momento.
El Ciclo de las Pentosas parece constituir el último avance «anaerobio» del meta-
bolismo de la célula heterótrofa primitiva. Se puede deducir que este Ciclo de reac-
ciones químicas tal como es en la actualidad se habría de ir configurando, a través
inicialmente, de cadenas de reacciones lineales y que en un momento posterior se
cerraron, consiguiendo con ello un salto cualitativo importante en su primitiva fun-
ción. Hay razones para pensar que el Ciclo de las Pentosas parece ser el último o si
no, desde luego tardío avance evolutivo antes del paso al autotrofismo celular. El meta-
bolismo de este Ciclo de las Pentosas como prefiguración que sería del de Calvin, no
se pierde como proceso adquirido de acción y experiencia, ya que sería el tránsito de
la célula heterótrofa a la autótrofa puesto que esta procede de aquella, sino que es
progresivamente integrado en la secundaria función de la glucosa, hasta que se pro-
duce su culminación con la captación del CO2 atmosférico. Con todo esto se impone
que el Ciclo de las Pentosas (junto con la gluconeogénesis) sea anterior al Ciclo de
Calvin y el paso de uno a otro es absolutamente rentable desde el punto de vista ener-
gético. El Ciclo de las Pentosas consta de dos partes: una ruta de demolición de glu-
cosa al servicio de metabolitos estructurales y otra de síntesis al servicio de la anterior,
en cambio en el Ciclo de Calvin, es un proceso de síntesis de glucosa por lo que con-
siderando la premisa lógica, de que el desarrollo del metabolismo celular la demoli-
ción precede a la síntesis, convendremos que el Ciclo de Calvin es posterior al de las
Pentosas y que el heterotrofismo precede al autotrófismo, lo que se traduce en que
vivir de aminoácidos es anterior a vivir de CO2 atmosférico y a la vez el que la mito-
condria precede al cloroplasto.
Estos autótrofos proceden pues de los heterótrofos ya que se han ido adaptando
a vivir de otro alimento y que dentro de la evolución biológica pueden regresar de
nuevo, si las condiciones lo imponen a su heterotrofismo ancestral y que seguirían uti-
lizando las mismas rutas metabólicas que existían antes.
Con este planteamiento es fácil pensar que a diferencia de la biología clásica (posi-
tivista y teleológica), la propia evolución biológica provoca en los estadios iniciales
(dotados de su propia acción y experiencia) la modelación de estructuras de funcio-
namiento (nueva acción y experiencia) de manera que estas sigan actuando sobre ella.
Mediante un estudio comparativo sobre las distintas reacciones bioquímicas (rutas
metabólicas) que intervienen en los procesos vitales que se estudian detalladamente
en la actualidad sobre el «Metabolismo Intermedio», y tomando como base una con-
cepción evolucionista, un enfoque integrador e histórico, incidió en el hecho de rela-
cionar las posibilidades de los individuos emergentes con las necesidades de estos por
algo que existía previamente, perfeccionando por tanto su función (la acción celular
en el caso que nos ocupa), y a la vez considerar las ventajas selectivas que han podido
influir en el salto evolutivo de un tipo de individuo al siguiente.
Como se puede ver, el proceso es de integración de materia y energía en el interior
del soma celular y dentro de este en el de los individuos protoplásmicos que lo integran.
Esta actividad de los organismos es desde el origen de la vida el ascenso progresivo
hacia formas superiores de acción y experiencia, que de acuerdo con la filosofía natural
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INTRODUCCIÓN
1
Esta investigación no hubiera sido posible sin el apoyo de los proyectos UNAM PAPIIT IN403513,
PAPIIT IN404116 y CONACyT CB-2012/178031.
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que resultaron de las expediciones son una forma de apreciar la gran cantidad de com-
ponentes que engloba la historia natural (Heredia, 2014).
Como resultado de las expediciones, sobre todo de los siglos XVII y XVIII, el
«arte» de la clasificación –que no tuvo un nombre formal sino hasta el siglo XIX–
adquirió nuevas dimensiones. Comenzaron a proliferar ilustraciones y descripciones
y pronto se hizo imperante la necesidad de reglas y principios para evitar que la
misma planta o animal recibiera diferentes nombres. También se volvió fundamental
encontrar una clasificación que reflejara el orden natural y no los artificios de las
necesidades humanas.
Desde el año 1500 surgieron grandes esfuerzos por encontrar sistemas o métodos
de clasificación, de los cuales el más importante fue el propuesto por Carl Linneo
(1707-1778) en 1735, puesto que introdujo la nomenclatura binomial, entre los princi-
pales aspectos de la clasificación de los tres reinos de la naturaleza que se consideraban
entonces. No obstante, se tuvo que esperar hasta que Charles Darwin (1809-1882)
publicara su teoría de la evolución en 1859, para que se comprendiera que el orden
natural es un reflejo de la historia evolutiva de los organismos y que la mejor forma
de representarlo, de acuerdo con él, es mediante un diagrama ramificado o «árbol».
Un árbol porque el tronco único representa el ancestro común de todos los seres
vivos, las ramas muertas simbolizan a las especies o linajes extintos y la miríada de
ramas verdes a las especies modernas que viven en la actualidad.
Así, a partir de Darwin el «sistema natural» se volvió sinónimo de «sistema gene-
alógico» por lo que después de la publicación de El origen de las especies surgió un
fervor entre los naturalistas por hallar un método adecuado para la construcción de
árboles evolutivos, pues Darwin había establecido el qué, pero no el cómo2. De modo
que la construcción de árboles proliferó, sobre todo en Alemania (Fritz Müller, Franz
Hilgendorf, Ernst Haeckel) y en Estados Unidos (Edward Drinker Cope, Henry
Fairfield Osborn, William King Gregory), aunque también en otras partes del
mundo. Finalmente y aunque se sale del tema del presente ensayo, es importante
mencionar que el método para reconstruir árboles evolutivos o filogenias se desarro-
lló hasta la segunda mitad del siglo XX y su principal arquitecto fue el entomólogo
alemán Willi Hennig.3 En la actualidad se considera que los árboles evolutivos o filo-
genias son la representación más directa del proceso evolutivo y muchos biólogos
creen posible la reconstrucción de «El árbol de la vida» para toda la biodiversidad
presente en nuestro planeta.
2
Aunque Darwin propuso que la genealogía es esencial para la elaboración de clasificaciones naturales,
no desarrolló un método riguroso y lógico para el descubrimiento de tales genealogías de seres vivos, sólo
brindó meros consejos y esbozos de criterios para establecer el reconocimiento de hipótesis de descendencia
común entre los organismos.
3
Podría pensarse que ese fue el fin del debate sobre la visualización del orden natural y sin embargo,
la discusión continúa pues hay quienes afirman que la imposibilidad de los árboles para representar rela-
ciones reticuladas (como las propias de las bacterias que son los organismos más abundantes de nuestro
planeta), hace de las redes las metáforas o modelos más apropiados (Pennisi, 1999; Doolittle, 2009; Fran-
klin-Hall, 2010; Morrison, 2014).
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4
«Debo subrayar que no supongo que el proceso sea nunca tan regular como se representa en el dia-
grama» (Darwin, 1859: 118).
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Las instituciones zoológicas –que con mucha frecuencia contaban con colecciones
particulares que después terminaron en museos públicos– eran los lugares donde los
especímenes eran transformados en conocimiento accesible y donde las especies se
nombraban y clasificaban. Sin embargo, la realidad era que su clasificación y ordena-
miento estaban fuera de control. En aquel momento, por cada animal que Linneo
había descrito, había cien nuevos animales que necesitaban de un nombre y de un
lugar en la clasificación.
Para ganar control sobre las colecciones, los curadores de los museos y los natura-
listas contaban con dos instrumentos. Nombrar al espécimen e introducirlo en un catá-
logo, y colocarlo en complejos diagramas que representaban el sistema natural. Como
no había ningún consenso acerca de la naturaleza de las relaciones entre los organismos,
es decir, sobre cuál era el sistema natural que subyacía a las especies, se dio una gran
proliferación de diagramas durante la primera mitad del siglo XIX (Nelson y Platnick,
1981; O’Hara, 1991, 1996; Rieppel, 2010). No obstante, los diagramas para representar
las relaciones de afinidad entre seres vivos no eran nuevos ni particulares de Inglaterra.
Éstos comenzaron a surgir desde la antigüedad. Aunque ya encontramos diagramas de
relación en Aristóteles, se puede decir que fue especialmente a partir del siglo XVI que
surgió una imaginería asombrosa que refleja la profunda preocupación de los natura-
listas ante la clasificación de las especies (Barsanti, 1992).
Figura 2. La Gran Cadena del Ser de Diego Valadés. Figura 3. Cadena de los seres de Charles
En esta imagen se aprecia la noción extendida de una Bonnet, quien trata más ampliamente el
escala de seres de acuerdo con el Plan Divino. tema de la Scala Naturae en su
Fuente: Valadés (1579). Contemplation de la Nature (1764).
Fuente: Bonnet (1745).
De hecho, las metáforas acerca del orden de la naturaleza distintas a las series (sis-
temas reticulados, tales como redes, diagramas de bifurcación y figuras en forma de
árbol) resultaron del fracaso de los naturalistas por «encajar» algunos de los rasgos
de los organismos en una secuencia jerárquica y lineal dada por la idea de una cadena
del ser o por el sistema de clasificación de Linneo.
Hay varios ejemplos de la confusión de los naturalistas al tratar de colocar sus obje-
tos de estudio en un orden lineal definido. En su Della storia naturale marina dell’A-
driatico de 1750, Vitaliano Donati (1717-1762) sostiene que «cuando miro las
producciones de la naturaleza, no veo una sola, simple progresión o cadena de los
seres, sino un gran número de progresiones uniformes, perpetuas y constantes, que
se asemejan más a una red que a una cadena» (Donati, 1750). El famoso naturalista
francés Georges Cuvier (1769-1832), quien a finales del siglo XVIII y principios del XIX
se consideró como el mejor anatomista comparado del mundo y el padre de la pale-
ontología de vertebrados, abandonó la idea de que los animales podrían organizarse
en una serie, y el reconocido botánico francés Adrien de Jussieu (1797-1853) mencionó
en 1843 que «las relaciones entre los grupos deben ser definitivamente reticuladas; es
imposible formar series lineales porque al enfatizar una relación en un sentido nece-
sariamente se rompe en otro» (de Jussieu, 1843). Así, las primeras redes publicadas
aparecieron en el libro de Georges Louis Leclerc de Buffon (1707-1788) de 1755 y en
el de Antoine Nicolas Duchesne (1747-1827) de 1766, mientras que el primer mapa de
afinidades apareció en el trabajo de Linneo de 1772, revelando un cambio profundo
de su concepción inicial sobre la fijeza de las especies.
De modo que durante la segunda mitad del siglo XVIII, la antes significativa Cadena
del Ser, comenzó a ser vista más comúnmente como una descripción inadecuada del
orden en la naturaleza y cerca de 1780 había sido abandonada por los naturalistas casi
por completo (Ragan, 2009).5
Una metáfora alternativa a la serie para reflejar el orden de la naturaleza, que flo-
reció a finales del XVIII y principios del siglo XIX fue la red de afinidades, «que Linneo
5
Aquí es importante mencionar que las series para representar la evolución son muy comunes en la
actualidad principalmente en ámbitos no académicos. En 1964 Rudolph Zallinger ilustró el texto de Early
Man de Life-Time Books. Una de estas ilustraciones se convertiría en una de las imágenes más icónicas de
la evolución: la marcha del progreso, la cual ha sido copiada, modificada y parodiada incontables veces.
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Figura 4. Estos diagramas de Mac Leay (1819-1821), Berkeley (1838), Swainson (1836) y
Kaup (1854) (de izquierda a derecha), muestran la gran variedad de diagramas que
surgieron en Inglaterra en la primera mitad del siglo XIX. Todos reflejan orden y
emplean formas geométricas regulares, especialmente quinarias. Fuente: O’Hara (1991).
precedieron a Darwin fueron Augustin Augier (1801) (Figura 5), Jean Baptiste de
Lamarck (1809), Nicholas Charles Seringe (1815), Edward Hitchcock (1852), Ana
Maria Redfield (1857, 1858) y Heinrich Bronn (1858), entre otros, aunque es impor-
tante remarcar que sus clasificaciones, a diferencia de las de Darwin, estaban basadas
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6
Afinidad y genealogía son dos formas muy diferentes de apreciar las relaciones naturales que existen
entre los organismos. La afinidad se refiere a la semejanza natural (más que artificial) total que existe en
un grupo, por lo que es un concepto mucho más amplio que el de genealogía. Esta última se refiere a las
relaciones de ancestría-descendencia.
7
En su Systema naturae de 1758, el documento fundador de la nomenclatura zoológica moderna, Lin-
neo identificó sólo seis grupos animales básicos: cuatro entre los vertebrados (mamíferos, aves, reptiles y
peces) y dos para todo el reino de los invertebrados (Insectos, para los insectos y sus afines, y vermes para
casi todo lo demás).
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DARWIN Y SU DIAGRAMA
Las afinidades de todos los seres de la misma clase se han representado a veces
mediante un gran árbol. Creo que este símil es en gran parte verdad. Las ramas
verdes y florecientes pueden representar las especies existentes; y las producidas
durante años anteriores pueden representar la larga sucesión de especies hoy extin-
tas [...] Del mismo modo que los retoños dan origen, al crecer, a otros retoños, y
éstos, cuando son vigorosos, se ramifican y dominan por todos lados a las ramas
más débiles, así creo que ha sucedido, por medio de muchas generaciones, con el
gran Árbol de la Vida, que llena la corteza de la Tierra con sus ramas muertas y
rotas, y cubre la superficie con sus incesantes y hermosas ramificaciones.
(Darwin, 1859: 130).
8
El símbolo del árbol está presente en casi todas las culturas.
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Figura 9. Ejemplos de «Árboles de la Vida» al estilo de Haeckel que proliferaron en la primera mitad del
siglo XX, pero que aún se utilizan a pesar de provocar diversos malentendidos (Gould, 1997; Baum et
al., 2005; Gregory, 2008; Catley y Novick, 2008; Catley et al., 2010). Izquierda: The Ancestral Tree»,
Smallwood, Reveley y Bailey, en Elements of Biology, 1948. Derecha: Gowans Whyte’s ‘Tree of Life’, en
The Wonder World We Live In, 1921.
Haeckel, invadieron la cultura visual popular. Fueron (y aún son) empleados en libros
de texto, museos de historia natural, revistas, posters, etcétera, volviéndolo un ícono
de la teoría (Figura 9).
CONCLUSIONES
Las metáforas tanto verbales como visuales ocupan un lugar importante en la cons-
trucción del conocimiento científico y en su difusión y aceptación. No obstante, tam-
bién pueden limitar nuestra visión y comprensión del mundo.
La búsqueda del Sistema Natural, que es el arreglo que subyace a la diversidad de
seres vivos, fue durante varios siglos uno de los problemas más fundamentales de la
biología y dio como fruto al menos tres metáforas importantes para la representación
de los organismos: las series (cadenas, escaleras, etc.), las redes y los árboles.
Principalmente en el siglo XVI, los tratados zoológicos y botánicos presentaban a
los organismos en series ascendentes o descendentes siguiendo la idea de la Gran
Cadena del Ser. La serie natural más conocida de este tiempo es quizá la que publicó
Charles de Bouelles en 1512, aunque sería la Cadena de Charles Bonnet (1745) la que
se volvería más famosa.
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9
La paradoja de la continuidad morfológica entre entidades discretas comenzó a evidenciarse con fuer-
za en esta época.
10
Es importante mencionar que los «árboles’ filogenéticos que producen los biólogos evolutivos son
diagramas ramificados (líneas), que distan mucho en apariencia de aquellos con tronco, corteza y hojas.
Las series también se emplean en sistemática, pero para representar eventos de anagénesis, es decir, la evo-
lución de una especie completa en el tiempo. En este caso la población actual es distinta de la población
ancestral, de manera que ésta última puede considerarse extinta.
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Theodor Wolf (1841-1924) forma parte de la ola post darwinista de viajes científicos
a las islas Galápagos. Wolf fue un jesuita alemán, formado en la Universidad de Bonn
en Historia Natural que desarrolló sus investigaciones en Ecuador; primero como pro-
fesor de la Escuela Politécnica de Quito (1870-1875) y luego como geólogo de Estado
(1875-1892). Realizó dos expediciones a las Galápagos zarpando desde el Ecuador con-
tinental. Fruto de sus viajes, publicó seis artículos específicamente relacionados con la
historia natural y geología del archipiélago que aparecieron en revistas ecuatorianas e
inglesas (Wolf 1879a,b,c, 1887, 1895a,b). Aparte de estos artículos, dedicó un capítulo
entero de su Geografía y Geología del Ecuador a la región de Galápagos (Wolf, 1892b).
Este naturalista es clave pare entender la circulación del Darwinismo y la geología
en Ecuador (Cuvi et al., 2014; Cuvi, Sevilla y Sevilla, 2015). Wolf se enmarca dentro del
movimiento de científicos alemanes hacia América Latina y su activa participación en
el debate evolucionista, como los casos de Rodolfo A. Philippi en Chile, Hermann Bur-
meister en Argentina y Fritz Müller en Brasil (Blanco y Puig-Samper, 1995; Auza, 1997;
West, 2003). La experiencia de Wolf, quien hizo ciencia durante 22 años desde Ecuador,
también nos permite plantear preguntas sobre cómo se visibilizan los resultados de la
ciencia de manera distinta desde lugares aislados de Europa donde las comunidades
científicas son incipientes como es el caso del Ecuador de fines del siglo XIX.
1
Esta investigación se realizó con el apoyo de dos becas FDA de FLACSO Ecuador (IP 553, IP 664) y
la beca Senescyt para el proyecto «La recepción de las ideas de Darwin en el Ecuador: Teodoro Wolf».
Agradezco a Nicolás Cuvi y Elisa Sevilla por su ayuda en el desarrollo de las ideas aquí presentadas. Tam-
bién a Sylvia van der Made por traducir del alemán las cartas y artículos de Wolf.
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DARWIN Y WOLF
Esta cita es tomada de la sección sobre las Islas Galápagos de la Geografía y Geo-
logía del Ecuador escrita en 1892 por Theodor Wolf (Wolf, 1892b). Esta es una obra
voluminosa que acompañó el segundo mapa oficial del Ecuador y fue encargada por
el Estado ecuatoriano a Wolf, un científico alemán que trabajó como geólogo de Esta-
do desde 1875 (Sevilla, 2013). En este trabajo, Wolf inicia su descripción del archipié-
lago de Galápagos enunciando que en 1832, tres años antes de la visita del H.M.S
Beagle, el recientemente formado Estado ecuatoriano tomó posesión formal de las
islas (por iniciativa del General Jose María Villamil) y ha ejercido desde ese entonces
jurisdicción sobre este territorio sin interrupción ni disturbios. Villamil comenzó a
colonizar con mucho entusiasmo la isla Charles que él mismo renombró «isla Flore-
ana» en honor del Presidente ecuatoriano de turno, el general Juan José Flores. En
septiembre de 1835 Darwin vio una pequeña población de entre 200 y 300 personas
en esta isla. Sin embargo, esta colonia desapareció rápidamente probablemente debi-
do al hecho de que el gobierno ecuatoriano transformó las islas en un lugar para
deportar criminales, lo cual hizo que la subsistencia de gente honrada sea imposible.
Luego de esto, las islas fueron nuevamente objeto de especulaciones transitorias, tales
como el negocio de la orchilla y la cacería de ballenas y lobos de mar. En 1885 el Con-
greso ecuatoriano incluyó el archipiélago dentro de la provincia del Guayas y estable-
ció autoridades permanentes en la isla San Cristóbal.
En su mapa de 1892, Wolf representa las 13 islas principales que componen el
Archipiélago de Galápagos pero no incluye los numerosos islotes menores que rodean
estas islas. Dos de estos islotes, llamados antes de 1892, Culpepper y Wenman (situa-
dos a 27 millas al noroeste de la isla Pinta) fueron renombradas después de 18922 como
«Darwin» y «Wolf». Estas solitarias islas, ausentes en el mapa de Wolf, han quedado
plasmadas en la geografía como muestra silenciosa de una conexión que determinó la
vida de estos dos científicos y que hoy son celebrados juntos en la mitad del océano
Pacífico. Esta conexión tiene que ver con la fascinación por el mundo natural y la intri-
ga por entender su lógica y sus elementos. También con una disposición de hacer ciencia
2
Bucaneros ingleses del siglo XVII nombraron por primera vez las islas. Otros nombres fueron luego
determinados por capitanes navales británicos durante los siglos XVIII y XIX. Estos primeros nombres cele-
bran a reyes, hombres de estado, científicos. Como parte de una ceremonia mundial de celebración de los
400 años del descubrimiento de América, el Ecuador renombró las islas en 1892 (McEwen, 1988: 234). El
12 de octubre de 1892 el gobierno del Ecuador dictó una ley que cambiaba el nombre de las Galápagos a
Archipiélago de Colón, como conmemoración de los 400 años del descubrimiento de América (a pesar de
este cambio los antiguos nombres se mantuvieron en uso y una nueva ley de febrero de 1973 volvió a nom-
brar el archipiélago como provincia de Galápagos). La legislación de 1872 también alteró los nombres en
inglés de las 13 grandes islas del archipiélago a nombres que se consideraban más apropiados con el idioma
y la historia del país (ver Larrea, 1958 y Black, 1973).
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en lugares remotos que ofrecen perspectivas innovadoras que no serían posibles de ver
desde Europa. Por último, esta conexión explora la posibilidad de romper con las for-
mas convencionales de ver el mundo y entenderlo.
órdenes del Presidente, para recopilar información geológica y geográfica del territo-
rio que en ese entonces había sido muy poco explorado (Sevilla, 2013). Cada viaje fue
acompañado por una descripción detallada que se publicó en el periódico oficial El
Nacional y también por versiones publicadas en alemán e inglés en diversas revistas
europeas. Con el paso de los años, estas expediciones fueron mal vistas por los jesuitas
más ortodoxos quienes consideraban que Wolf invertía demasiado tiempo en hacer
ciencia y también veían con sospecha su intimidad con el gobierno (Schade, 1925).
Esta tensión explota en 1873 en relación con un debate sobre la investigación científica
de las islas Galápagos:
América Latina. ¿Cómo se financia? ¿Cuáles son sus intereses? ¿Cuál es su público?
El caso de Wolf demuestra que América Latina no es un receptor pasivo de conoci-
miento científico. Más bien, desde esta región del mundo, varios científicos participan
activamente en la construcción de una ciencia moderna más abierta que trasciende la
tradicional dicotomía entre centros y periferias (Cueto y Cañizares-Esguerra, 1999;
Quintero, 2006; Pohl y González, 2009; Fernández Prieto, 2013). Esta imagen de Amé-
rica Latina desmonta la tradicional hipótesis de George Basalla (1967) que enuncia la
difusión de conocimientos científicos desde un centro hacia la periferia. De hecho,
la antinomia centro/periferia ha sido criticada en gran medida como un punto de par-
tida productivo en la historia de la ciencia (Chambers, 1993; Lipphardt y Ludwig,
2011; Raj, 2013). Varios autores han demostrado que el conocimiento científico y sus
prácticas son locales y que se producen a través de un complejo proceso de negocia-
ción, lo cual establece una relación mucho más compleja entre centros y periferias
(Latour, 1987; Ophir y Shapin, 1991; Golinski, 1998; Livingstone 2003; Secord, 2004;
Raj, 2007; Hazareesingh y Curry-Machado, 2009; McCook, 2013).
Wolf sí consideró al Ecuador como un lugar muy periférico. Este sentimiento se
ejemplifica en una carta escrita en 1871 para sus amigos jesuitas en Alemania. Wolf
escribe que en Europa las tierras altas de Quito son generalmente consideradas como
una de las partes más extrañas de América del Sur. Él considera que esta apreciación
es correcta desde todo punto de vista, e insiste en que hay pocos países en el mundo
sobre los cuales el viejo mundo sabe tan poco (Wolf 1871).
¿Cómo logra un científico alemán, sin auspicio institucional ni gubernamental,
viajar desde Guayaquil hasta las islas Galápagos en el siglo XIX? Por lo menos necesita
un barco y un presupuesto considerable. El problema logístico se soluciona a través
de los servicios del señor José Valdizán. Un empresario español que en 1870 ganó una
licitación determinada por el gobierno de García Moreno para explotar la orchilla,
un liquen muy apreciado en tintorería, en Galápagos. Esta actividad económica, que
inició en 1860, había estado controlada por la empresa del cuencano José Cobos.3 Val-
dizán vivía en Santa Elena y era dueño del velero Venecia (Pérez Pimentel, 1988) en
el se podía viajar con regularidad cada dos o tres meses desde el puerto de Guayaquil
hacia las islas. Valdizán recogía orchilla en Galápagos con cincuenta a sesenta traba-
jadores (Wolf, 1879d: 2).
En cuanto a los recursos económicos, el viaje habría sido financiado con el dinero
recaudado después de dar «diez conferencias científicas populares, con gran aplauso
en Guayaquil» (Martínez, 1994: 270), aunque no existen fuentes primarias que com-
prueben esta información.
Para el segundo viaje (1878) la situación de Wolf era diferente. En calidad de Geó-
logo de Estado desde finales de 1875, su viaje no sólo respondió a sus intereses perso-
nales sino que buscó responder preguntas planteadas por la administración estatal. En
este sentido, afirma que su segundo viaje tenía el objeto particular de buscar el guano
de las islas, del que se hablaba tanto en aquella época. En ninguna de las islas encontró
3
Sobre la vida de José Cobos y el inicio de la explotación de la orchilla en Galápagos ver Latorre (2002).
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Pero a diferencia de estos beneficios que Wolf resalta de hacer ciencia desde un
lugar tan cercano a las islas Galápagos, uno de los grandes inconvenientes con los que
se encuentra es el problema de conservar sus colecciones botánicas y zoológicas. En
uno de sus últimos artículos, lamentó haber perdido sus especímenes por mal manejo
o descuido en la ciudad de Guayaquil:
4
Sobre la ciencia en Ecuador antes de la llegada de los Politécnicos jesuitas, ver Sevilla y Sevilla (2013).
5
Sobre el análisis de Reibisch ver Dall (1896).
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El segundo elemento que sobresale es la discusión que hace Wolf, apoyando las ideas
de Charles Darwin, sobre el «tipo americano» de la botánica y zoología de las islas
Galápagos y como esta característica da luz sobre el origen de la vida del archipiélago.
Finalmente, se destaca el debate con George Baur sobre el origen geológico de las
Galápagos como factor crucial para entender la teoría darwinista aplicada a esta
región del mundo.
Uno de los más grandes aportes a la ciencia fruto de los viajes de Wolf a Galápagos
es la descripción detallada de la que hoy en día se conoce como la corriente de Hum-
boldt (Gunther 1936). Humboldt fue el primero que estudió la temperatura baja y la
dirección de la corriente del mar que baña las costas del Perú y que se dirige hacia las
islas Galápagos. Humboldt reconoció un influjo marcado de esta corriente sobre la tem-
peratura baja del litoral. Esta corriente fría de las costas del Perú es el tema de un inter-
cambio de correspondencia entre Humboldt y Darwin (Puig-Samper y Rebok, 2010).
Wolf consideró que el naturalista berlinés no sacó las últimas consecuencias de
su descubrimiento, al no explicar que la aridez del clima de la costa americana tenía
relación directa con esta corriente (Wolf, 1975: 427). Afirmó que la influencia del mar
en el clima litoral es tan grande, que si se extendiera la corriente antártica con su
temperatura baja, hasta el golfo de Panamá, pronto se convertiría la costa del Ecua-
dor y Colombia en un desierto parecido al peruano (Wolf, 1975: 429).
El tema de «la gran corriente llamada del Perú o de Humboldt» (Wolf, 1887: 6)
es un eje importante en todos los artículos de Wolf sobre las islas Galápagos. Wolf
hace un recuento de la literatura que se conoce al respecto de esta corriente y a esta
información aumenta sus conclusiones particulares que son los «resultados princi-
pales de miles de observaciones termométricas hechas en el mar todos los días»
durante sus viajes (Wolf, 1887: 6). Establece como principio general que «el mar de
las islas Galápagos tiene la temperatura de 23 centígrados» (Wolf, 1887: 7) y anticipa
que esta temperatura baja tendrá gran influencia en el clima de las islas. Wolf saca
cuatro deducciones de sus observaciones. Identifica una bifurcación de la corriente
de Humboldt que no había sido descrita antes. Describe el espacio que se forma
entre estas dos corrientes de agua fría: «una zona ancha de mar, cuyas aguas tienen
una temperatura más elevada en 3 grados» (Wolf, 1887: 7). Demuestra que el tránsito
del agua fría al agua caliente no es repentino sino gradual. Y concluye que la tem-
peratura del agua fría es cinco y medio grados inferior al agua que corresponde a
mares bajo la línea equinoccial.
El segundo elemento que caracteriza el pensamiento de Wolf es su desarrollo de
la relación entre la flora y fauna de las islas Galápagos con aquella del continente ame-
ricano; es decir, el tipo americano de la vida del archipiélago. Esta referencia aparece
en todos los artículos de Wolf y corresponde a uno de los puntos fuertes de la teoría
de la selección natural de Darwin. De hecho, luego de los cinco primeros capítulos
introductorios de El origen de las especies que explican la teoría de la selección natural
y describen las poco comprendidas leyes de variación, sobre las cuales se construye
esta teoría, Darwin (1859) presenta una serie de capítulos donde discute las debilida-
des y más tarde las fortalezas de su hipótesis. Dentro de las debilidades, Darwin habla
de los órganos de extrema perfección (como el ojo), el hibridismo, el problema del
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Darwin (1859: 397) afirma que el hecho más importante en relación con los habi-
tantes de las islas es su afinidad con aquellos que habitan el continente más cercano,
sin ser realmente la misma especie. Darwin menciona el archipiélago de Galápagos
como ejemplo: «Entre 500 y 600 millas separan este archipiélago del continente ame-
ricano y casi todo producto del mar o de la tierra lleva la inconfundible estampa del
continente americano» (Darwin, 1859: 398).
Así, Wolf coincide con Darwin al destacar que el naturalista que observa los habi-
tantes de estas islas volcánicas en el Pacífico, que distan de varias millas del continente,
siente que está parado en tierras americanas. Esta constatación es crucial en la teoría
de la selección natural para descartar la visión creacionista como explicación de la
diversidad en el mundo. «¿Por qué sucede esto?» –se pregunta Darwin (1859: 398-
399). «¿Por qué las especies que supuestamente han sido creadas en el Archipiélago
de Galápagos, y en ningún otro lugar, llevan tan fuertemente la estampa de afinidad
a aquellas especies creadas en América?» Para contestar esta pregunta, Darwin des-
carta las condiciones de vida, la naturaleza geológica de las islas, la altura, el clima, o
las proporciones en las cuales las diferentes clases se asocian entre ellas como expli-
caciones de la similitud entre las especies insulares y las especies continentales. De
hecho, ninguno de estos factores se asemeja a las condiciones de las costas sudameri-
canas. Wolf hace la misma constatación que Darwin al atribuir características «extra-
tropicales» a las islas Galápagos.
Ahora, ¿cómo contesta Darwin la pregunta sobre la afinidad de las especies del archi-
piélago con las especies del continente o, en otras palabras, cómo explica el «tipo ame-
ricano» de la vida de las Islas Galápagos? Darwin (1859: 398-399) considera que «este
gran hecho no puede explicarse bajo la visión común de la creación independiente». Para
el naturalista inglés resulta obvio «que las Islas Galápagos probablemente recibieron
colonos ya sea mediante vías de transporte ocasionales o a través de antiguas masas
de tierra continuas [...] tales colonos serían susceptibles de modificación; el principio de
herencia traicionaría su original lugar de nacimiento». En subsiguientes publicaciones
de El origen de las especies, Darwin cambia de opinión y afirma que él no cree en la doc-
trina de las masas continuas de tierra. Este es el debate que tiene Wolf con Baur quien
justamente defiende la teoría de las masas continuas y que más adelante discutiremos.
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Las discusiones de Wolf sobre el tipo americano son un punto interesante para
analizar la doble veta intelectual que caracteriza el pensamiento del geólogo alemán,
sobre todo en los primeros artículos que escribe sobre las Galápagos. Por un lado,
realiza extensos análisis sobre la flora y fauna del Archipiélago utilizando lenguaje,
conceptos y fuentes científicas. Pero concluye su presentación con exclamaciones
ambiguas como la siguiente: «¡Estos son caprichos de la naturaleza, o digamos más
bien que son misterios de la creación!» (Wolf, 1879a: 56). En los últimos textos, sin
embargo, este tipo de expresiones son menos frecuentes y encontramos más bien un
estilo explicativo que se alinea con las teorías de Darwin. Por ejemplo, siguiendo cla-
ramente la tesis de Darwin de que el clima no cumple un rol determinante en la adap-
tabilidad de los organismos, Wolf discute sobre las especies endémicas del
archipiélago y afirma que «tienen su origen en las islas mismas». Este origen lo atri-
buye a dos posibilidades: «sea que fueron creadas especialmente para ellas, sea que
nacieron por una transformación lenta y sucesiva de otras especies y géneros análogos
inmigrados épocas inmemoriales del Continente». Finalmente concluye que «lo curio-
so es, que cada isla tiene sus especies endémicas propias, que no pasan a las otras
por más cercanas que se hallen» y que «el mismo fenómeno se observa en las aves
endémicas del Archipiélago» (Wolf, 1887: 14).
Un tercer elemento que caracteriza el pensamiento de Wolf tiene que ver con su
visión sobre el origen geológico de las islas Galápagos y la implicación directa que
esto tiene en el origen de la vida del archipiélago. Wolf se inserta en un debate con
George Baur, un científico alemán que trabajó en la Universidad de Yale para el cono-
cido paleontólogo O. C. Marsh (Larson 2001: 111). En la década de los noventa, Wolf
hace dos publicaciones relacionadas con las islas Galápagos; una en inglés y otra en
alemán.6 Lo interesante de estos últimos artículos es que se publican después del viaje
de Baur a las islas Galápagos en 1891. Las reflexiones de Baur sobre Galápagos pro-
vocan un debate con Wolf en relación al origen geológico de las islas el cual tiene inje-
rencia en la forma de interpretar la teoría darwiniana sobre distribución geográfica y
selección natural. Los artículos presentan un énfasis importante en la descripción geo-
lógica de las islas que no estaba tan desarrollada en textos anteriores.
El debate geológico en el que se enfrentan estos dos pensadores corresponde a las
diferencias entre la teoría de la subsidencia y la teoría de la elevación: es decir si las islas
Galápagos son islas continentales o islas oceánicas. Baur, partidario de la subsidencia,
sostiene que las islas son la parte superior de montañas sumergidas que pertenecen al
continente americano y que sería imposible explicar la armonía de la distribución de
seres vivos a través de la teoría de la elevación. En definitiva, la posición de Baur justifica
la diversidad a través de la idea de puentes terrestres que permitieron la migración de
animales y plantas desde el Continente. Wolf se sitúa en el otro lado del debate:
6
El artículo escrito en inglés se titula «The Galapagos Islands» y se publica en el Geographical Journal
London de la Royal Geographical Society. Este artículo se basa en una conferencia leída el 6 de Abril de
1895 en la Sociedad Geográfica de Berlin. El artículo escrito en alemán se titula «Die Galapagos Inselen»
y se publica en las Transacciones de la Sociedad para el eje de la Geografía de Berlín (Verhandlungen der
Gesellshaft für Erdkunde zu Berlin).
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En este punto no estoy de acuerdo con el señor Dr. G. Baur, último viajero
científico que en 1891 visitó el Archipiélago. El supone que las islas se formaron
por la sumersión de una parte del Continente americano, representando ahora las
montañas más altas de esta porción sumergida (Wolf, 1892: 656-657).
Wolf critica a Baur por no apoyarse «en ningún argumento geológico para su hipó-
tesis» y más bien justificar su visión por ser, a su juicio, la única manera para explicar
«el origen y la distribución de los actuales organismos en las islas según la teoría dar-
winiana, porque de otro modo (por inmigración) no sería posible explicarla» (Wolf,
1892: 656-657). Wolf afirma que desde la geología, «que el señor Baur parece haber
descuidado en su viaje», se pueden hacer varias objeciones pero no las desarrolla en
sus escritos, sólo dice que las hará «a su tiempo». Finalmente, concluye:
Además me parece que con su hipótesis (de una separación y sumersión suce-
siva de las islas) la explicación del origen y de la distribución de las especies, admi-
tiendo con él un desarrollo natural según la teoría de descensión, no se facilita, y
talvez se dificulta más la de ciertos fenómenos (Wolf, 1892: 656-657).
Wolf apoya sus críticas en la lectura de una serie artículos que Baur publica en
1892: «Esta lectura no me ha convencido de la probabilidad de su hipótesis. No encon-
tré ningún hecho nuevo, que yo mismo no hubiese observado en mis viajes» (Wolf,
1892: 656-657).
CONCLUSIÓN
En este artículo hemos analizado los viajes y publicaciones de Theodor Wolf, un cien-
tífico alemán que trabajó como geólogo de estado para el gobierno ecuatoriano entre
1875 y 1892. Wolf recibió una enorme influencia de las ideas de Charles Darwin las cuales
no solo le motivaron para viajar a las islas Galápagos en dos ocasiones, sino que también
influenciaron la actitud del gobierno local hacia la administración de las islas.
El estímulo intelectual que provoca la lectura de las obras de Darwin en Wolf es
muy importante, a tal punto que uno de los cambios más significativos de su vida (la
separación de la orden jesuita) fue en parte provocado por esta sensibilidad. Las inves-
tigaciones de Darwin también abren un espacio de oportunidad para Wolf quien tiene
la suerte de encontrarse cerca de las islas Galápagos como para hacer dos viajes cien-
tíficos. Este hecho posiciona a Wolf en un lugar privilegiado dentro de la comunidad
científica europea en la cual el debate sobre el darwinismo está en pleno auge.
Es curioso, entonces, que Wolf no haya aprovechado de estas circunstancias para
publicar una obra completa sobre las islas Galápagos. Las condiciones de inestabili-
dad social y política que encuentra al regreso de su primer viaje (fruto del asesinato
del Presidente Gabriel García Moreno) deben haber contribuido a esta dificultad de
escribir un estudio detallado. De igual manera, el tema de la pérdida de colecciones
sugiere algunas preguntas. ¿Por qué Wolf dejó que sus colecciones se estropeen en
Guayaquil? ¿Por qué no pensó en conservarlas en Ecuador en lugar de esperar para
enviarlas a Europa años más tarde?
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Me veo todos los días con mi excelente amigo Dr. Stübel y también con otros
profesores de Ciencias Naturales. Esta es la ventaja que tenemos en Europa, que
uno no está aislado con sus ideas y aspiraciones, que vive en un círculo de hombres
científicos, que respira continuamente la atmósfera de la ciencia (Martínez 1994
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INTRODUÇÃO
Desde a publicação de A Origem das Espécies (1859) por Charles Darwin, o con-
ceito de espécie modificou-se profundamente. Da ideia metafísica de espécie como
uma entidade a histórica, estática, ao conceito de espécie como uma população varia-
da, evoluindo lenta e gradualmente por seleção natural e adaptações ao meio-ambien-
te, o isolamento, seja ele geográfico, mecânico ou reprodutivo sempre foi considerado
um elemento analítico importante para a definição do conceito.
Bowler (2003: 9) afirma que foi Buffon (1707-1788) o responsável pela «ideia pio-
neira do papel da distribuição geográfica joga na explicação da história da vida», ao
reconhecer que as migrações poderiam resultar em divergência de espécies. Buffon
acreditava que a vida teria sido resultado de uma «geração espontânea», onde massas
disformes de partículas tenderiam a organizar-se em formas simples de vida, migrando
de acordo com o crescente resfriamento do globo e tornando-se mais complexas. Esta
ideia era para se contrapor, ou evitar uma ideia de criação divina, materializando a
origem das formas vidas pela «geração espontânea», muito embora, como afirma
Caponi (2011: 20), seu conceito de espécie fosse estático:
Para Buffon, en suma, tanto las espécies mayores, o nobles, como las cepas ori-
ginarias de las famílias afectadas por la degeneración constituíam tipos naturales
análogos a espécies de cristales. Ellas eram formas inmanentes, en el sentido de
Simpson, que quedaban ejemplificadas en organismos individuales cada vez que
se daban las condiciones físicas adecuadas para que las moléculas se aglomerasen
de una determinada manera; y es bajo esa óptica materialista, y no bajo una óptica
teológica, que Buffon (1765) afirma que las espécies son seres perpétuos, tan per-
manentes como la propria naturaleza.
Darwin sobre o processo de divergência entre uma espécie que levava à especiação.
Mayr (1982: 412) chama a atenção de que Darwin teria considerado o isolamento geo-
gráfico e a seleção natural como mecanismos alternados de produção de uma nova
espécie, mesmo que ele não tenha deixado afirmado claramente esta proposição. Ao
que parece, ainda de acordo com Mayr (1982), a ausência de uma afirmação clara a
este respeito teria causado uma contínua confusão sobre o entendimento do isola-
mento na literatura sobre evolução. Voltaremos a esta questão.
No entanto, mesmo com a aceitação de que a seleção natural é a força principal
no processo de especiação, os biólogos de campo não deixariam de problematizar as
particularidades que a distribuição das espécies em diferentes biogeografias pudessem
ser um fator relevante da especiação, principalmente no que se refere às formas de
classificação taxonômica de grupos e sub grupos, de suas relações filogênicas e
de como a separação destes ramos se dava nas condições adaptativas do ambiente.
Migração e adaptação a novos ambientes foi uma problemática importante no
estudo da distribuição e classificação das espécies. Nesse sentido talvez tenha sido
Alfred Russel Wallace, o naturalista de campo mais reconhecido a prospectar dife-
rentes biogeografias, desde a sua estadia no Brasil, na floresta amazônica, até quando
foi responsável pela extensa pesquisa de campo que definiu as fronteiras entre a fauna
asiática e australiana, conhecida como linha-Wallace. Juntamente com Moritz Wagner
(1813-1887), o reverendo J. G. Gulick (1811-1886) e George John Romanes (1848-1894),
Wallace foi o responsável pelo ressurgimento do debate do isolamento como uma
força auxiliar da seleção natural por volta da década de 1880. David Starr Jordan
(1851-1931) acompanharia este debate.
Wallace parecia estar convencido que o isolamento era um fator auxiliar da seleção
natural, mas só poderia ser assim considerado caso fosse acompanhado de mudanças
ambientais e físicas significativas. Para ele era claro que o isolamento «completo, como
numa ilha oceânica, sem dúvida permitirá que a seleção natural ocorra com mais rapi-
dez, e isto por várias razões» (Wallace, 2012: 140), como a ausência de competidores,
aumentando assim o número da população até os «limites da subsistência», com adap-
tações às novas condições ambientais, logo fazendo com que as adaptações mais bem
sucedidas competissem com vantagens sobre as não tão bem sucedidas ou que man-
tivessem as características anteriores, acelerando, assim o processo de seleção natural.
Discordando de Gulick ele afirmava categoricamente que:
Este período histórico foi um dos mais férteis em debates entre os biólogos sobre
a forma da divergência das espécies e de como a evolução se processava, onde surgi-
ram várias contestações, variações e alternativas da seleção natural. Marcado pelo que
foi considerado como «interface» do darwinismo (Largent, 2009), para se contrapor
a forma determinista de «eclipse» (Bowler, 2003), este período, se olharmos atenta-
mente, foi crucial para a definição da Síntese Moderna do conceito de espécie, quando
Mayr (1942) retomou o debate do período sobre o isolamento e definiu espécies como
grupos isolados uns dos outros pela incapacidade reprodutiva.1 George Romanes bus-
cava uma compreensão da seleção fisiológica, John Gulick, estudava a variação diver-
gente em grupos de uma mesma biogeografia, e Wagner insistia que o isolamento era
necessário para que houvesse o processo de especiação, com o que foi visto pelos dar-
winistas mais ortodoxos como que criando uma teoria alternativa da seleção natural.
John Lesh (1975) acompanhou o debate sobre o isolamento na literatura evolutiva
do final do século XIX e início do século XX. Diante do que Allen (1978) caracterizou
como uma revolta fisiologia contra a morfologia, da oposição em que interpretaram
o debate entre darwinistas e as teorias alternativas e concorrentes da seleção natural,
ou uma antiquada pesquisa de campo descritiva opondo-se aos estudos experimentais,
Lesh afirma que o período ainda era «terra incógnita para o historiador» (Lesh, 1975:
483). Segundo ele, esta oposição acabou dificultando reconhecer o rico debate que o
isolamento proporcionou aos estudos evolutivos neste período. Lesh designa pelo
menos três fases do debate. Uma primeira fase entre 1886 e 1887 que foi caracterizada
pela reação negativa à seleção fisiológica proposta por Romanes. Uma segunda fase
caracterizada pela recepção dos estudos de Gullick e finalmente um terceiro momen-
to, no início do século XX, quando, segunda sua análise, finalmente o tema do isola-
mento foi reconhecido como relevante entre os darwininstas.
Romanes buscava desde a década de 1880 a comprovação da chamada seleção
fisiológica. Em 1886 ele apresentou na Linnean Society um trabalho onde ele procu-
rava demonstrar, através da pesquisa experimental, as condições da seleção fisiológica,
1
Segundo Mayr, «uma espécie é uma comunidade populacional reprodutiva (reprodutivamente isolada
das outras) que ocupa um específico nicho na natureza» (Mayr, 1982: 273). Assim, Mayr definiu que o que-
sito central para o entendimento da formação da diversidade da vida era o isolamento, ou os mecanismos
de isolamento. «As palavras ‘reprodutivamente isoladas’ são a chave da definição biológica de espécies»
(Mayr, 1982: 273).
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Assim, toda nova espécie emergiria de um tipo de isolamento. Cada nova espécie
estaria isolada de um grupo original por variações que auxiliariam os taxonomistas
morfológicos a classificar e a estabelecer a hierarquia evolutiva das mesmas.
Esta forma de categorizar os organismos vivos teria se tornado hegemônica entre
os taxonomistas e os biólogos experimentais. O conhecido debate de como fazer uma
taxonomia evolutiva entre lumpers e splitters (Yoon, 2009: 91 e seguintes) evidencia
bem o caráter desta conceituação de espécies. Como aplicar o conceito a uma forma
de fazer o trabalho de campo e de classificação das espécies? Todas as pequenas alte-
rações poderiam ou não identificar novos gêneros e sub-generos? Os «generalistas»
(lumpers) procuravam relacionar as espécies, mesmo que separadas, num mesmo
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2
Big four, ou os quatro grandes, foi a expressão utilizada por Richard Rayner para designar os capita-
listas associados Leland Stanford, Mark Hopkins, Charles Crocker e Collis Huntington, que, juntos, foram
responsáveis pela integração da Califórnia à costa Leste, com a ferrovia Central Pacific e no comércio com
a Asia através de uma companhia de navegação à vapor entre São Francisco, Japão e a China. Juntos tam-
bém criaram a Wells Fargo Co., a Southern Pacific Railroad, dentre outros investimentos que colocaram
o estado na divisão internacional do trabalho. Leland Stanford foi governador da Califórnia entre 1862 e
1863 e senador entre 1885 e 1893, ano de sua morte.
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3
Não podemos no decorrer deste capítulo nos aprofundar no estudo metodológico da formação das
coleções e de sua análise, mas apenas destacar que esta perspectiva deve ser considerada no que diz respeito
ao debate empírico que marcou o debate darwinista do período, onde as provas empíricas da especiação
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Em 1894, Jordan publicou um livro didático para uso dos alunos em Stanford. The
factor of Organic Evolution – a Syllabus of a Course of Elementary Lectures Delivery in
Lelan Stanford Junior University, publicado em Boston por Ginn and Company
Publishers, que nos oferece uma boa visão de como o grupo de naturalistas acompa-
nhavam o debate em torno do darwinismo e de como enfrentavam a discussão teórica
do momento.
De uma forma geral Jordan registrava os avanços tecnológicos que permitiam a
análise dos processos mecânicos da divisão celular, como nos trabalhos de Weissman,
Haldane, Boveri, Romanes, dentre outros, e entusiasmava-se com os estudos experi-
mentais, os métodos estatísticos e o uso dos parâmetros físico-químicos para a com-
provação da hereditariedade. Por outro lado rejeitava fortemente a ideia de que a
evolução era intrínseca aos organismos (ortogênese) e que a evolução poderia se dar
a largos passos (mutação).
Jordan acreditava que uma sistemática taxonômica poderia ser feita com base nos
estudos morfológicos de espécies coletadas em campo, com especificações bionômi-
cas, que seriam na sua opinião estudo de espécies individuais compreendidas dentro
das fronteiras geográficas da distribuição da vida animal no globo, consideradas as
barreiras geográficas e geológicas, além das adaptações às variações ao ambiente.
Nesse sentido, foi considerado como precursor de uma filogenética moderna por
Wiley e Lieberman (Wiley e Lieberman, 2011), uma vez que as suas problemáticas
abriam campo para uma biologia comparada (ou seja, o estudo da sistemática entre
parceiros biológicos). Jordan pretendia uma sistemática que associava métodos não
apenas descritivos, mas incluíam os aspectos fisiológicos, e, sobretudo, o desenvolvi-
mento de uma biogeografia, aqui considerada como a comparação de espécies dentro
de uma filogenia sistemática.
Jordan recomendava aos seus alunos a leitura de Romanes, Wallace, Weismann,
Spencer e Haeckel, ao mesmo tempo em que classificava essas contribuições da
seguinte forma: para ele, Spencer era considerado um «filósofo da evolução», procu-
rando mais explicações das razões evolutivas em torno de «razões profundas» do que
propriamente na história natural e nas pesquisa zoológicas ou botânicas; Haeckel,
Romanes, Fiske e Lloyde Morgan, seriam para ele «expositores da evolução»; enquan-
to Boveri, um embriologista, Francis Gaton, preocupado apenas com a herança (inhe-
ritance) e as suas relações sociais. Weismann, era considerado o teórico da
hereditariedade e, os norte-americanos Cope, Hyatt e Osporne, neo-lamarckistas.
Vernon Kellogg, outro membro do grupo, em Darwinism To-day, publicado em
1907 para criticar as alternativas à teoria da evolução de Darwin, também destacava
o lugar do isolamento na formação de novas espécies. Considerado por Gould (2002:
353), «o autor do mais fino livro sobre as variedades das teorias evolutivas e as suas
distinções», ele distinguia com clareza o que seria alternativa à seleção natural (neo-
Lamarckismo e ortogênises) do que seria auxiliar à seleção natural (saltacionismo,
Mendelismo, mutacionismo).
foi um dos temas mais debatidos na aceitação da seleção natural. Um bom exemplo desta metodologia
pode ser encontrada em Greeley (1899), que também realizou estudos experimentais.
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e novas espécies. Esta perspectiva de metodologia científica deveria ser bem qualifi-
cada para evidenciar a força do isolamento nos processos evolutivos (Magnus, 1993:
65 e seguintes). Notável é o diálogo com Moritz Wagner, que mereceu a seguinte epí-
grafe do seu artigo: «Para mim, é a corologia dos organismos, o estudo de todos os
importantes fenômenos que envolve a geografia dos animais e plantas, seguramente
o guia para estudar as fases reais no processo de formação das espécies» (Jordan, 1905:
546). Desde o início do artigo, portanto, Jordan procura enfatizar os estudos de campo
como elementos empíricos importantes para o debate. Ele sabia que sem este aspecto
bem registrado e documentado o debate teórico ficaria debilitado.
Também em 1905, Jordan publicou outro artigo na revista Science, desta vez para
discutir especificamente com Moritz Wagner e Thomas Gulick as condições da evo-
lução divergente. Em «Ontogenetic species and other species» ele procurava respon-
der as comparações de sua ideia às de Moritz Wagner (sugeridas por Gulick). Sua
primeira constatação era que «uma barreira é [...] o que quer que seja que detém cru-
zamentos livres, mesmo que ela não ofereça nenhuma interrupção real ao movimento
de vida das espécies» (Jordan, 1905: 873). Jordan procurava deixar claro que se tratava
não apenas de um isolamento ou barreira geográfica, mas por divergências orgânicas
que impedissem, não a coexistência das espécies no mesmo ambiente, mas que as
impedissem de se reproduzir. Este isolamento reprodutivo o fazia estar de acordo com
Gulick, onde este afirmava que «gerações separadas é uma condição necessária para
a evolução divergente, mas não a única forma para a transformação de todos os sobre-
viventes de uma espécie» (apud Jordan, 1905: 873), uma vez que ela não substituiria
os processos da seleção natural. Esta clareza de que o isolamento poderia ser consi-
derado para além de barreiras geográficas foi fundamental para Jordan desenvolver
estudos taxonômicos.
Uma outra ideia de Gulick que ele concordava neste artigo era que a «separação não
implicaria necessariamente na existência de barreiras externas, ou ainda a ocupação por
um mesmo grupo de distritos separados» (Gulick, apud Jordan, 1905: 873). Ou seja, a
separação/divergência, pode ocorreria dentro do mesmo grupo, com condições ambien-
tais as mesmas, mas por questões fisiológicas (concordância com Romanes).
A tendência de estudos de espécies isoladas foram desenvolvidos por John Thomas
Gulick, em Divergence Evolution through cumulative segregation, publicado em 1887.
No Hawaii ele havia estudado a distribuição de moluscos da ordem Achatinellidae
em ilhas separadas por grandes distancias e a sua direta relação com os processos de
especiação, tal como nas observações de Darwin em Galápagos. Nesta mesma direção
ele observou a grande variedade dessa ordem em uma mesma ilha, o que o fez associar
a evolução divergente com alguma relação com o prolongado isolamento das espécies.
Jordan conclui:
Jordan e seu grupo queriam demonstrar o lugar do isolamento como fator auxiliar
da seleção natural, não propriamente uma condição da seleção natural. Nisto concor-
davam com Darwin, quando este chamava atenção que o isolamento não era uma con-
dição essencial para a especiação, e sim a seleção natural. O que Jordan tentava deixar
claro era que havia um tipo de separação que impedia os cruzamentos livres e que
geravam linhagens diferenciadas, ou seja, variações de uma espécie, mesmo que habi-
tando o mesmo ambiente (como nas pesquisas de Gulick), mas que não resultavam
propriamente de um isolamento causado por condições de isolamento geográfico, ou
geológico, como nas ilhas oceânicas. A sua interpretação do isolamento era um fator
que contribuía com a seleção natural, ou, auxiliava a mesma.
Em 1909, no centenário de nascimento de Darwin e no cinquentenário da publi-
cação de «A Origem das espécies», Jordan refletia mais uma vez sobre o lugar do iso-
lamento no processo evolutivo. No capítulo Isolamento como um fator na evolução
orgânica (Isolation as a fator in organic evolution), de um livro encomendado pela
Associação Norte-Americana para o Progresso da Ciência para celebrar a efeméride
e fazer o balanço dos esforços da pesquisa evolutiva nos Estados Unidos desde a
publicação de «A Origem», ele sintetizou a Lei da Distribuição Geográfica:
Cruzamentos livres tendem a unificar ou obliterar formas que são férteis entre
si. Isolamentos em qualquer forma tendem a verificar este processo, e, portanto,
de forma negativa trabalha para criar novas formas com base em distinções resul-
tantes através das variações naturais e mantidas pela hereditariedade. A partir
deste fato, surge a regra que formas próximas, ou relacionadas, ou espécies nas-
centes, não habitam ou a mesma área (Jordan, 1909: 73).
Para ele uma espécie fundida ou relativa não seria encontrada em uma mesma área,
mas também não em um lugar distante. Novas espécies deveriam sim, ser encontradas
em áreas próximas das que a gerou, separadas por alguma sorte de barreira.
Dado que qualquer espécies (ou tipo), em qualquer região, as espécies (ou tipo)
fundidas, ou relacionadas, não é para ser encontradas na mesma região, ou numa
região remota, mas de uma região vizinha, separada da primeira por uma barreira
de algum tipo ou, pelo menos, uma faixa, onde a largura dá o efeito de uma bar-
reira (Jordan, 1909: 73).
quando o impedimento de procriar com parte do mesmo grupo por questões espa-
ciais, por segregação fisiológica ou por barreiras ou limites sazonais ocorriam. Jordan
ilustra seu texto com exemplos do trabalho do isolamento na formação de novas espé-
cies e conclui: este é um processo natural.
No seu artigo na Science sobre a origem das espécies através do isolamento ele
deixa claro que sua posição não era a de concorrente com Darwin e a seleção natural
quando disse claramente: «isolamento é uma condição, não uma força». Ele não ade-
ria àqueles que consideravam Wagner um neo-lamarckista, ou como um opositor da
seleção natural ao insistir na forma como o isolamento e as migrações compunham
elementos formadores de espécies. Ele dizia que «reconhecer, na prática, que o isola-
mento era uma condição necessária» isto não implicaria em eliminar a seleção natural
(Jordan, 1905: 554).
Ficamos aqui com as linhas gerais da conclusão de Jordan sobre o lugar do
isolamento como fator evolutivo. Segundo ele, Darwin tinha dúvidas do lugar do iso-
lamento ou da segregação como força evolutiva. Assim, sua principal asserção era
considerar a Seleção Natural feita por descendentes modificados, muito embora ele
estivesse convencido da existência de forças naturais capazes de oferecer resultados
evolutivos. Para Jordan, Darwin acabou assim por transformar a seleção natural em
«superseleção natural, ou criação especial», uma teoria sobre fatos conhecidos que
eram explicados por causas desconhecidas, ou, nas suas palavras, «operações com-
pletamente inimagináveis se aplicadas em detalhes» (Jordan, 1909: 87). Segundo Jor-
dan, finalizando, depois de 50 anos da publicação de A origem das espécies, não
haveria mais razões para opor o trabalho da Seleção Natural ao da Criação, pois
o avanço dos estudos empíricos revelavam o quão natural era o processo da formação
de novas espécies, desde que não fossem tomadas filosoficamente Criação e Super-
seleção Natural.
CONCLUSÃO
No início do século XX, a maioria dos naturalistas de campo que lidavam com
esta questão tinham chegado a aceitar a importância do isolamento geográfico – e
lamentaram a recusa da nova geração de biólogos experiementais de mostrar algum
interesse em seus trabalhos. Eventualmente, estes estudos desempenharam um
papel importante na criação da Síntese Moderna do Darwinismo. Naturalistas
agora reconhecem uma série de mecanismos de isolamento que podem impedir
com que duas variedades se misturem, incluindo as diferenças comportamentais,
o que poderia inibir o acasalamento entre eles. Assim, duas variedades podem coe-
xistir na mesma área, embora sem nenhuma barreira genética para impeder os cru-
zamentos, mas uma fase inicial de separação geográfica é essencial para estabelecer
tais mecanismos (Bowler, 2003: 252).
Ainda concordamos com Mayr, que, para o caso do isolamento nos diz que «o
avanço conceitual mais importante foi uma formulação clara do problema» (Mayr,
1982: 562), o que só seria consenso entre os biólogos a partir do final dos anos 1930 e
início dos anos 1940. No entanto, consideramos que ao recolocar o debate do isola-
mento dentro das perspectivas históricas apontadas podemos contribuir diretamente
para um maior diálogo entre a biologia e a história, inclusive no sentido de rever os
estudos de campo, o trabalho da taxonomia e as coleções biológicas realizadas no iní-
cio do século XX como participantes de uma contribuição histórica significativa para
o debate ecológico da biologia conservacionista contemporânea.
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INTRODUCCIÓN
elementos culturales. Incluso podemos encontrar reflexiones que contrastan unas con
otras, pero en ellas hay una condición primordial: todas consideran la naturaleza bio-
lógica del ser humano como un producto evolutivo, en el que la capacidad de estruc-
turarse como un ser moral, tiene al menos un elemento (la capacidad cognitiva) con
una raíz evolutiva.
El evolucionismo proporciona una visión en la que los factores biológicos y socia-
les pueden de manera conjunta explicar el origen natural de la moralidad en el ser
humano. En el mismo sentido contribuyen los estudios comparativos, por ejemplo los
que se realizan con primates.
La moralidad puede ser explicada en términos biológicos como una adaptación
más (Alexander, 1987: 1-30), sin embargo, consideramos que, se trata de una interpre-
tación incompleta que no considera los aportes de la filosofía, y minimiza el papel de
la cultura que, para algunos autores, entre los que nos incluimos, es tan fundamental
como los mecanismos biológicos (Dobzhansky, 1973; Wilson, 2015).
Considerando la cuestión anterior en torno al origen evolutivo de la moralidad los
objetivos de este ensayo son: 1) identificar cuáles han sido las tendencias sobre la expli-
cación de las raíces evolutivas de la moral (o capacidad ética) en los últimos 200 años;
2) identificar cuáles han sido los argumentos más significativos de esas explicaciones,
y 3) identificar la transición entre los momentos de la discusión teórica y la búsqueda
desde la investigación de campo y lo experimental. Para cumplir tales objetivos abor-
damos de manera breve las ideas centrales de autores sobresalientes de cada siglo,
para así tener un panorama general de cómo se ha ido construyendo una explicación
evolutiva consistente y plural sobre el origen de nuestra capacidad moral. Reconoce-
mos que, en este escrito, no es posible responder con profundidad los puntos seña-
lados, pero nos permite identificar las cuestiones que podemos considerar resueltas
o que tienen una explicación satisfactoria o consensuada dentro del terreno de la bio-
logía evolutiva e identificar al mismo tiempo qué cuestiones y preguntas siguen abier-
tas a la reflexión.
1
Incluso por nosotros mismos en un trabajo anterior (Ruiz, Noguera y Valladares, 2013).
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sobrevivir y reproducirse) era posible que ocurriera el altruismo, por lo que aceptó
que además de la competencia entre individuos, hay cooperación entre los individuos
de una misma especie. La clave para comprender el dilema entre la selección compe-
titiva y la selección cooperativa fue la diferenciación entre selección individual y selec-
ción grupal. Una valoración y reconceptualización fundamental para comprender el
origen de la capacidad moral, pues si no se acepta la selección grupal no hay altruismo.
Desde luego no todos los autores evolucionistas comparten esta explicación. Para
J.B.S. Haldane (1932, 1955), Robert Trivers (1971), y Richard Dawkins (1976), entre
otros, este aparente altruismo, no es otra cosa que egoísmo genético. Diversos autores
han intentado refutar la idea de selección grupal, sin considerar que existen diferentes
tipos de grupos, y algunos de los cuales pueden ser objetos legítimos de selección
natural.
En términos contemporáneos a Darwin, otro autor que de manera polémica buscó
explicar no solo el origen de la moralidad en términos evolutivos, sino también los
alcances de la naturaleza moral en la práctica de la ciencia, fue Alfred R. Wallace,
quien a partir de trabajos sobre evolución humana, como The Origin of Human Races
and the Antiquity of Man Deduced From the Theory of «Natural Selection» (1864) y en
el último capítulo de su libro El Archipiélago Malayo (1869), planteó la importancia
de la evolución cultural para explicar las características morales en las diferentes razas
humanas.2
Aunque resaltó la importancia de la parte biológica en la evolución del ser huma-
no, consideraba que la moral dependía directamente del estado de civilización, y por
ello, era diferente en «salvajes» y «civilizados».
Las tres posturas señaladas nos sirven para comentar dos puntos relevantes: 1) que
efectivamente las reflexiones sobre el origen evolutivo de la moralidad surgieron con
el nacimiento del pensamiento evolutivo y desde su inicio con una controversia sobre
la relevancia o la incidencia de lo biológico y/o cultural, y 2) existe un sesgo historio-
gráfico visible en torno al tema, dado que hay autores como Darwin y posteriores dar-
winistas que han sido analizados con mucho detalle, sin embargo, hay otros menos
estudiados como Lamarck y Wallace, quienes también dejaron una marcada influencia
en el desarrollo de las ideas de otros autores como Herbert Spencer y Ernst Haeckel.
Lo anterior también nos deja ver cómo en los fundadores del pensamiento evolutivo
no hay necesariamente un consenso sobre sus alcances, ya que a pesar de que los tres
autores partieron en un principio de explicaciones naturalistas y materialistas, fue
Lamarck quien llevó esa explicación hasta sus últimas consecuencias, al sugerir que
la transformación del sentido moral del ser humano debía pasar por una transforma-
ción profunda de las condiciones sociales (Lamarck, 1820: 159-161).
Los planteamientos sobre la moral de estos primeros autores tuvieron una amplia
repercusión en el siglo XIX, en particular en autores como Auguste Comte, Herbert
Spencer, Ernst Haeckel, Friedrich Nietzsche, Piotr Kropotkin, entre otros. A conti-
nuación, planteamos de manera breve las explicaciones de estos autores alrededor de
2
Actualmente se rechaza que existan razas humanas, sin embargo, en la bibliografía de la época se uti-
liza el término que conservamos por razones históricas.
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los orígenes de la moralidad, con un énfasis particular en la visión filosófica que impe-
ró a lo largo del siglo XIX.
Auguste Comte planteaba, que era a partir del conocimiento positivo que se podía
reemplazar a la teología tanto en la política como en la moralidad, debido a la función
social de esta última, idea que planteó primero en Discours sur l’esprit positif (1844a),
que posteriormente sería incorporado como prefacio en Traité philosophique d’astro-
nomie populaire (1844b):
3
En este sentido, la biología (también descrita como física orgánica) para Comte es una disciplina que
se enfoca en describir a los organismos vivos.
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estuvieron los filósofos John Locke (1690), David Hume (1739), James Mill (1829), y
John Stuart Mill (1861). Spencer concibe así el altruismo:
Lamarck [1809] Origen evolutivo (materialis- Transformación orgánica y social [La cultu-
ta) de lo físico y lo moral ra como motor de la moralidad]
Comte [1852] Altruismo (renuncia a intereses Papel del ambiente [La educación como
personales) [Influencia de Lamarck] elemento de transformación moral]
Spencer [1879-1892] Utilitarismo y sociedad Papel de los elementos sociales [La educa-
(leyes naturales) [Influencia de ción como elemento de transformación
Lamarck, Darwin] moral]
Como podemos ver en la Tabla 1, a lo largo del siglo XIX las principales explica-
ciones que buscaban dar cuenta del origen de la moralidad, desde perspectivas natu-
ralistas que incluían explicaciones evolutivas fueron propuestas desde las
explicaciones de la cada vez más visible biología, pero también desde la filosofía. Con
el avance del siglo, desde las nuevas disciplinas de la biología (como la biología mole-
cular, la etología, la primatología, entre otras) se empezaron a aportar nuevos elemen-
tos con los que sustentar esa visión naturalista y evolucionista.
DISCUSIONES EN EL SIGLO XX
A inicios del siglo XX, encontramos una de las posturas filosóficas más influyentes
dentro de las discusiones sobre la moralidad, que fue la conocida falacia naturalista,
propuesta por el filósofo británico George Edward Moore en 1903, que defendía la
imposibilidad de poder reducir lo bueno y lo malo a explicaciones en términos natu-
rales, es decir, que no porque algo tiene un origen natural es bueno. A partir de la
postura de Moore se consideraba que el utilitarismo de filósofos antes mencionados,
como Spencer y J.S. Mill no era el camino para encontrar respuestas sobre la morali-
dad (Clive Bell en Lee, 1996: 253). Con esto, Moore defendía que la moralidad tiene
su origen en el sentimiento y no en ningún hecho natural (Singer, 1993: 155).
Con el avance de los estudios evolutivos, algunas corrientes sobre la moralidad
tomaron un camino más cercano al naturalismo, y las posiciones establecidas por los
naturalistas del siglo XIX encontraron continuidad en el siglo XX, como fue la discusión
entre quienes apoyaron la evolución biológica a partir de una visión determinista y
quienes defendieron el papel fundamental de lo cultural, sin negar la importancia de
lo biológico. Un ejemplo de esto lo encontramos en los trabajos particulares de los
arquitectos de la Síntesis Evolutiva, quienes, además de sus aportaciones a diferentes
disciplinas biológicas, mantuvieron un claro interés en explicar el origen evolutivo de
la moralidad, a partir del caso concreto de la evolución humana. Theodosius Dobz-
hansky, quien defendió la igualdad entre los seres humanos, ponderaba que era la evo-
lución cultural la clave para entender el origen evolutivo de la moral, influenciado por
la visión evolutiva del sacerdote y paleoantropólogo francés Pierre Teilhard de Char-
din (Dobzhansky, 1973; Rodríguez Caso, 2016). Con esto, Dobzhansky partía de afir-
mar la importancia de la evolución biológica, pero consideraba que era la cultura la
que determinaba el desarrollo de la moralidad, todo como parte de un proceso que
tenía una dirección, y que, de hecho, trascendía a lo biológico. Julian Huxley también
defendió la evolución cultural, y aunque también tuvo una notoria influencia teilhar-
diana, lo hizo a partir del «humanismo científico», sobre todo a partir de la propuesta
del transhumanismo. Con esto, Huxley, como añade Farber (1994), afirmaba que la
evolución biológica era la que daba origen al ser humano, pero era un proceso que
iba mucho más allá de lo propiamente natural, al dejar claro el papel que debía jugar
el ambiente –entendido con esto la cultura y la educación, ideas que utilizó para
impulsar la creación de la UNESCO en 1945– en la conformación de la humanidad, y
particularmente de la moralidad, como una característica distintiva del ser humano
(Huxley, 1960). Cabe resaltar también que mucha de su discusión se basó en las ideas
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que defendiera su abuelo Thomas H. Huxley, quien hacia finales del siglo XIX impulsó
claramente la idea del origen evolutivo –natural y material– de la ética, aunque es cier-
to que tuvo dudas sobre los alcances de lo biológico, preocupación que compartió su
nieto (Farber, 1994: 58-69).
Asimismo, Farber señala que George G. Simpson partió de su trabajo como pale-
ontólogo para afirmar que el ser humano era un producto evolutivo pero que poseía
características que lo diferenciaban del resto de los animales, y una de estas era la mora-
lidad derivada de los procesos culturales, con lo que, a pesar de estar relacionado con
otros animales al ser un primate, reafirmaba su diferencia, a partir de una esencia que
lo colocaba en un lugar totalmente diferente (Farber, 1994: 141). Con esto, Simpson
reafirma la humanidad por sobre la animalidad, lo que lo lleva a coincidir con Dobz-
hansky y Huxley acerca de la importancia de la evolución cultural, sobre todo del papel
del aprendizaje y la organización social (Simpson, 1967). También es notoria en él la
influencia de Teilhard de Chardin, aunque siempre desde una visión crítica en cuanto
a los alcances de la visión evolucionista teilhardiana (Simpson, 1967: 275-276).
Por su parte, Ernst Mayr fue quien se enfocó mayormente en destacar el origen
estrictamente biológico de la ética, al considerar que se podía explicar de manera simi-
lar a como se hace con cualquier otra característica biológica. Para Mayr, debían darse
tres condiciones para hablar de ética: 1) hay modos alternativos de acción; 2) el ser
humano es capaz de juzgar esas alternativas en términos éticos; y 3) es libre de escoger
lo que él juzga ser éticamente bueno, con lo que es claro que el ser humano debe ser
capaz de prever los resultados de sus acciones para así aceptar la responsabilidad de
sus acciones. Su planteamiento partió de establecer una visión alternativa a la religión
de la ética, fundada en la propuesta de Darwin, idea con la que, entre otras cosas,
planteó la continuidad entre los animales y los seres humanos (Mayr, 1997: 248-270).
Estas discusiones fueron recuperadas por otros autores provenientes tanto de la
ciencia como de la filosofía de la ciencia quienes reforzaron el papel de la evolución
cultural (como Francisco J. Ayala), o explicaciones mucho más apegadas a lo biológico
(como Edward O. Wilson, Michael Ruse, y Richard Dawkins). Para este momento,
aunque se mantuvo una tradición filosófica que buscaba explicar la moralidad, las
ciencias biológicas ganaron terreno, como puede imaginarse a partir de mayores y más
sólidas evidencias del papel de la evolución, sobre todo en los seres humanos. Aquí
también hay que señalar cómo ese mismo avance de la biología, permitió que nuevas
visiones surgieran y tomaran fuerza, como fue la discusión sobre la continuidad de
características como la moral en los animales no humanos, una idea que se fortaleció
a partir del desarrollo de la etología con Nikolaas Tinbergen y Konrad Lorenz (Smith,
1990). Esto permite ver que el estudio de la moralidad ya no se circunscribió única-
mente a las discusiones filosóficas, sino que el estudio interdisciplinario, sobre todo
a partir de la biología, se volvió fundamental (Tabla 2).
Ideas relevantes, por el esfuerzo de hacer converger lo biológico y lo cultural, de
los autores anteriores, son las ideas de Ayala (influenciado por Dobzhansky y Mayr),
para quien el comportamiento ético, entendido como la capacidad de formular juicios
morales, emerge de la presencia de tres facultades en el ser humano que son necesarias
y, en conjunto, suficientes para que dicho comportamiento se produzca: 1) anticipar
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J. Huxley [1960] Evolución biológica y cultural Retoma ideas de Th. Huxley, para
relacionar lo biológico y lo cultural
Ayala [1987] Origen biológico de las capaci- Valores morales: Evolución cultu-
dades para el desarrollo del comporta- ral es la diferencia entre animales
miento moral y humanos
las consecuencias de las acciones (esto es, reconocer los vínculos entre medios y fines);
2) hacer juicios de valor (es decir, evaluar acciones, prefiriendo unas a otras), y; 3) ele-
gir entre líneas de acción alternativas (es decir, el libre albedrío) (Ayala, 1987, 2010).
En la línea de lo planteado por Ayala, para quien ninguna de las tres condiciones
anteriores son suficientes para que el comportamiento ético se dé en los animales no
humanos, consideramos de igual forma que los animales no pueden hacer juicios de
valor, pero al mismo tiempo afirmamos que los otros dos puntos tienen un carácter
incipiente en los primates y otros animales, y en ese sentido podríamos hablar de cierta
axiología en el ámbito animal, aunque no propiamente de la capacidad ética, que sería
el resultado, desde nuestro punto de vista, de un proceso evolutivo gradual y refor-
zado por elementos culturales, pero se trata en este caso de un atributo que solo existe
cuando las características subyacentes (las capacidades intelectuales) han alcanzado
un cierto grado avanzado de desarrollo, cuestión que acepta Ayala. Las condiciones
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Las dos secciones anteriores sirven para dar una idea de los enfoques que se han
desarrollado en el estudio evolutivo de la moralidad. Obviamente, mucho lo de lo dis-
cutido a finales del siglo XX se mantuvo y se mantiene en las primeras décadas del siglo
XXI. Aquí, queremos señalar algunos puntos que nos parecen relevantes: hasta ahora,
la enorme mayoría del trabajo que se ha hecho sobre la temática de evolución y mora-
lidad ha sido de manera predominante dentro del contexto de la ciencia anglosajona
–Reino Unido, Estados Unidos y Australia–, salvo en el pasado la relevancia de algunos
autores continentales como Lamarck, Haeckel y Nietzsche. Esto lo recalcamos para
no perder de vista que en ese contexto fue común –y sigue siendo– el abordar este tema
desde una perspectiva interdisciplinaria, ya que podemos encontrar tanto explicaciones
filosóficas de la moralidad que pueden tener una influencia evolutiva, como explica-
ciones de corte religioso en la línea de la tradición de la teología natural, pasando por
explicaciones apegadas exclusivamente a una base científica. Esta situación la podemos
ver al día de hoy en los grupos de trabajo que se dedican particularmente al tema de
la ética y la evolución, muchos de ellos están localizados en Estados Unidos, en uni-
versidades en las que se han abierto centros de estudio sobre todo en bioética, mayor-
mente en universidades con influencia religiosa como el caso del conocido Kennedy
Institute of Ethics, de la Universidad de Georgetown, de inspiración jesuita, fundado
en 1971 con intereses en la ética médica, con énfasis en la perspectiva filosófica, aunque
en los últimos años se han enfocado también en el impacto de nuevas tecnologías y jus-
ticia ambiental. Por otro lado, están los grupos que, desde la biología evolutiva y la
genética, a partir de una visión histórico-filosófica se han encargado de buscar respues-
tas en común al origen de la moralidad, como es el caso antes mencionado de Francisco
J. Ayala en la Universidad de California, Irvine. Está el caso también del primatólogo
Frans de Waal, quien a través de su grupo localizado en el Departamento de Psicología
de Emory University (Atlanta, GA) ha dado un paso más allá al estudiar la moralidad
en primates como los chimpancés, con la idea de proponer que a partir de una visión
de continuidad que proporciona la evolución, se puede pensar entonces que esa carac-
terística –como cualquier otra característica biológica– se puede encontrar a un nivel
incipiente en otros organismos (Waal, 2014). Otro ejemplo de trabajo con primates es
el de Peter Singer en la Universidad de Melbourne, aunque mucho de su discurso se
centra en estudios comparativos entre primates y seres humanos, con la idea de justi-
ficar que todos tenemos los mismos derechos –de nuevo, a partir de la idea de un origen
evolutivo común (Singer, 2011).
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CONCLUSIONES
Desde los inicios del siglo XIX se ha buscado una respuesta al origen de la capaci-
dad moral, y desde las explicaciones sobre la evolución biológica se han aportado
numerosas evidencias relevantes para las discusiones filosóficas, pero es un hecho que
no existe una respuesta definitiva. El estudio de la evolución biológica, por un lado,
y el estudio del desarrollo cultural por el otro, nos han permitido profundizar no solo
en tratar de entender el origen, sino también los alcances de la moralidad, incluso en
propuestas como la de Hans Jonas (su principio del deber) que buscan trascender
más allá de estado espacio-temporal actual del ser humano, con su idea de una ética
del presente para el futuro (Jonas, 1985). La visión evolutiva ha sido clave para poder
llevar la búsqueda de respuestas más allá de la singularidad del ser humano, a partir
de una idea de continuidad, que resulta clave en la inclusión de animales no humanos,
que nos llevan a resignificar nuestra propia comprensión de la moralidad. Así, el estu-
dio de la moralidad y de la evolución ha sido una constante desde los inicios del pen-
samiento evolutivo.
Dada la importancia de buscar explicaciones naturalistas desde la biología, no se
puede dejar de señalar que en gran medida el punto de partida de una de las primeras
reflexiones naturalistas-evolutivas sobre la moralidad, la de Lamarck, surgió a partir
de preguntas filosóficas sobre el origen de la vida, la naturaleza del ser, el origen del
ser humano y la existencia de algunas de sus características, en particular el ejercicio
de la libertad), reflejado en su convencimiento, «por el amor ardiente por la libertad
individual» (Lamarck, 1820: 212). La libertad era para Lamarck una de las seis incli-
naciones constantes y naturales del ser humano y causa de sus acciones, que lo llevaron
a reflexionar sobre el origen de nuestras capacidades morales. En el mismo sentido
no es difícil comprender cómo el convencimiento de Darwin de la autonomía natural
y de la autonomía del ser humano con respecto a un ser inmaterial, lo llevaron también
a trazar un origen natural de nuestra capacidad moral enraizada en la naturaleza del
comportamiento social. La combinación de la herencia biológica con la herencia
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cultural hace en ocasiones difícil comprender las fronteras entre una y otra y general-
mente las interpretaciones quedan sesgadas hacia un lado y hacia otro, suponemos
que los avances en estudios comparativos, de biología evolutiva, de estudios antropológicos
y de evidencia culturales del género Homo darán mejores elementos para comprender
en mejores términos el origen de la capacidad moral del ser humano y el origen de
sus códigos éticos. Una explicación mucho más consistente sobre esta cuestión huma-
na necesariamente tendrá que seguirse construyendo desde trabajos interdisciplina-
rios, a partir de los cuales se puedan integrar diferentes puntos de vista que resulten
complementarios, y que puedan permitir la construcción de conclusiones mucho más
integrales y plurales sobre el origen y la capacidad moral del ser humano.
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1
Investigación realizada en el marco del Proyecto «Pensamiento evolucionista en el Ecuador» IP760,
del Departamento de Desarrollo, Ambiente y Territorio de FLACSO Ecuador. Agradezco a la Biblioteca
de la Estación Charles Darwin, y a Rafael Quesada y Daniel Hernández, estudiantes de la Maestría en Estu-
dios Socioambientales, por la investigación de las páginas web.
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2
Entendida la evolución desde una perspectiva de síntesis moderna (Huxley, 1942), con los aportes
posteriores sobre otros mecanismos (por ejemplo Gould, 2004, entre otros).
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diferencias (Guha y Martínez Alier, 1997) y que es difícil definir con precisión al movi-
miento conservacionista, ambientalista, ecologista, u otros nombres que agrupan a
quienes se movilizan para defender territorios, agua, biodiversidad, semillas, o ante
la contaminación frente al avance de las ciudades, industrias, extractivismos, entre
otros. Joan Martínez Alier sugiere tres grandes vertientes del ecologismo: culto a lo
silvestre, evangelio (o credo) de la ecoeficiencia, y ecologismo de los pobres. Los dos
primeros «a veces duermen juntos». El culto a lo silvestre busca «preservar y mantener
lo que queda de los espacios naturales prístinos fuera del mercado [...] surge del amor
a los bellos paisajes y de valores profundos, no de intereses materiales». El evangelio
de la ecoeficiencia «dirige su atención a los impactos ambientales y los riesgos para la
salud de las actividades industriales, la urbanización y también la agricultura moderna
[...] muchas veces defiende el crecimiento económico, aunque no a cualquier coste».
El ecologismo popular se refiere a las personas que se movilizan por asuntos ambien-
tales, aunque no adjetiven así a sus movimientos (Martínez Alier, 2009). Esa clasifica-
ción no es única ni necesariamente precisa cuando es llevada a contextos regionales
o locales. Otra clasificación sugiere distinguir entre corriente conservacionista ecolo-
gista o sustentabilidad fuerte; ambientalismo moderado o sustentabilidad débil; y
corriente humanista crítica (Pierri, 2005). Y es necesario añadir las decenas de movi-
mientos que han ido emergiendo, identificados con frases como justicia ambiental,
racismo ambiental, deuda ecológica, soberanía alimentaria, biopiratería, justicia cli-
mática, justicia hídrica, desiertos verdes, acaparamiento de tierras, ogonizar/yasunizar,
derechos de la naturaleza, masa crítica, colonialismo e imperialismo tóxico, villas de
cáncer, entre otros (Martínez-Alier et al., 2015), que dan cuenta de vertientes del con-
servacionismo que en algunas de sus facetas son proclives a conservar la naturaleza,
aunque por diferentes razones y con disímiles propuestas.
La articulación entre ese movimiento conservacionista y la teoría de la evolu-
ción es más evidente cuando los actores de ese movimiento pertenecen, a su vez,
a la comunidad de especialistas en ciencias de la vida. Aún así, en esa comunidad
y en las escuelas universitarias de biología tienden a construirse asociaciones más
fuertes entre ecología y conservacionismo, y entre ecología y evolución, que entre
evolución y pensamiento ambiental. Pero biólogos y ecólogos sí parecen estar cons-
cientes de que al promover la conservación están promoviendo, administrando,
admirando la evolución, como se observa en libros y artículos especializados desde
hace décadas (Soulé y Wilcox, 1980) y en programas académicos que combinan
ambas disciplinas. Los biólogos de la conservación –bio o antropocéntricos– saben
que las poblaciones muy pequeñas tienen riesgos como depresión endogámica y
poca variación genética que impedirían su recuperación o mantenimiento. En dis-
cursos especializados, basados en criterios evolutivos, se habla de la necesidad de
contar con poblaciones de cierto tamaño, viables en el tiempo y con suficiente
capacidad adaptativa (Soulé, 1980).
Más allá de criterios estrictamente biológicos, algunos miembros de esa comuni-
dad, a su vez, han tenido interpretaciones particulares del darwinismo y la conserva-
ción, como será ilustrado más adelante en detalle. Muchos se han apropiado de las
ideas darwinianas, de su base biológica, para hablar sobre evolución cultural, un camino
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en sus múltiples formas requerirían de una suerte de biocentrismo con base darwi-
niana para apuntalarse. Parece adaptativo el conocimiento de la evolución para ideas
y praxis que sitúen al ser humano a nivel con otras especies, a considerar que la bio-
diversidad podría tener derechos, y que desde allí podríamos resignificar nuestra rela-
ción con lo no-humano. Idea que está en consonancia con Bizzo y El Hani ( 2009),
quienes entre otros aspectos explican que una razón para incluir la teoría de la evo-
lución en la enseñanza media es que sitúa al ser humano como parte del mundo de
los seres vivos (no afuera, ni encima), con consecuencias en nuestra relación con otros
organismos, con las cuestiones ambientales, con los derechos de los animales. Enten-
der y aceptar la evolución es importante para entender y aceptar las implicaciones
profundas de la biodiversidad y su conservación, especialmente las asociadas con pro-
puestas de sustentabilidad.
METODOLOGÍA
El propósito de esta sección es ilustrar dos cosas. Por un lado, la forma en que las
ideas darwinianas han sido usadas por algunos biólogos del movimiento conservacio-
nista, no para hablar de la evolución biológica en sí, sino para aludir a la evolución
cultural, una del ser humano en su relación con la naturaleza. Y por otro lado, mostrar
que inclusive en esas coincidencias de la apropiación del darwinismo se han argumen-
tado diferentes razones, a veces más, a veces menos, biocéntricas.
El estadounidense Aldo Leopold (1887-1948) es considerado uno de los precurso-
res del movimiento ambientalista/conservacionista estadounidense del siglo XX. Sus
ideas que han tenido mayor impacto son la Ética Ambiental y la Salud de la Tierra
(Leopold, 2005). Consideraba que los seres humanos compartimos el mundo con las
demás especies y comunidades y que tenemos la obligación de garantizar su bienestar
en el largo plazo (Freyfogle, 2008). En cierto modo, Leopold fue pionero, junto con
predecesores suyos como John Muir (1838-1914), de ideas que hoy conocemos como
los derechos de la naturaleza.
Los estudiosos de Leopold han debatido si el origen de su ética era utilitarista o
si consideraba el valor intrínseco de la naturaleza. Callicott (2010) asegura lo segundo,
mientras Norton (2010) considera que su ética era pragmática, no holística. Desde mi
perspectiva, algo tuvo de ambas. También hay una polémica sobre el grado de influen-
cia que tuvieron El origen de las especies y El origen del hombre en sus ideas, y si la
influencia de Darwin fue por el lado seleccionista o por el abordaje ecológico de las
interdependencias, como sostiene Millstein (2015). De cualquier modo, hay coinci-
dencia en afirmar que su pensamiento fue influenciado por las teorías darwinianas de
la evolución.
Leopold consideraba que si bien la selección natural ocasiona una lucha por la
existencia, competencia y cierto individualismo, la ética (algo más humano) invitaba
a la comunidad, a compartir el territorio y los recursos.3
Pensaba que esa ética debía ser expandida, como resultado de una evolución
social:
Esta ampliación de la ética, que hasta ahora sólo ha sido estudiada por los filó-
sofos, es en realidad un proceso de evolución ecológica. Sus secuencias se pueden
describir tanto en términos ecológicos como filosóficos. Desde el punto de vista
de la ecología, la ética es una limitación que se le impone a la libertad de acción,
en la lucha por la supervivencia. Filosóficamente, la ética es lo que permite dife-
renciar la conducta social de la antisocial. Son dos definiciones de la misma cosa
[...] Si interpreto debidamente la evidencia, la ampliación de la ética a este tercer
elemento del medio ambiente humano es una posibilidad evolutiva y una necesi-
dad ecológica (Leopold, 1996: 226, 227).
3
Sobre las relaciones entre ética y evolución véase en este mismo libro: Ruiz, Noguera y Rodríguez
Caso (2016)
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Para sostener esos argumentos recurría a una retórica de tipo darwiniana, al usar
frases como «evolución ecológica» o «lucha por la supervivencia». Entendía, sin
embargo, que la evolución no pertenecía únicamente a la esfera de lo biológico, ni
estaba solo supeditada a leyes naturales. Ocurría más allá de lo natural, en lo cultural.
Pensaba que la evolución de la Ética de la Tierra es un proceso intelectual y emocio-
nal, cuyo mecanismo de operación es «la aprobación social para las acciones correctas
y la desaprobación social para las incorrectas» (Leopold, 1996: 250). Esa evolución,
pensaba Leopold, llevaría hacia la «tendencia de individuos interdependientes o gru-
pos para evolucionar modos de cooperación» con fuerzas no puramente darwinianas,
sino éticas. De ese modo, apropiaba el evolucionismo más allá de la explicación dar-
winiana, pero apoyándose en ella. Una buena adaptación podría ser rastreada en los
usos, apropiación y gestión de la naturaleza, que ayudarían a determinar si la cultura
sobreviviría o no. La presencia de buenas prácticas conservacionistas indicaría evo-
lución. Así se pasaría a la comunidad expandida, más allá de individuos y sociedades,
incluyendo a la naturaleza bajo el paraguas de la interdependencia. En tanto parte del
movimiento conservacionista, encontró en el darwinismo (como lo hicieron a su modo
los eugenistas, o los imperialistas, o los anarquistas, entre otros) puntales para propo-
ner una idea de evolución social hacia la conservación de la naturaleza.
Ese tipo de ideas han sido reformuladas, a veces con base más biológica, a veces
más de las ciencias del comportamiento, por ejemplo por Richard Dawkins (2000) y
los memes. También para Paul T. Ehrlich (2002) la evolución cultural es algo muy
necesario, aunque poco conocido en sus mecanismos, que incluirían el liderazgo, difu-
sión social y contagio, longevidad, nuevas ideas. La literatura sobre evolución cultural
es vasta y aquí apenas se pueden mencionar algunos ejemplos.
Otra persona que ha seguido esa senda de análisis es Bryan G. Norton. Además
de analizar a Leopold, ha señalado el manejo adaptativo, uno ambientalmente ami-
gable, como camino hacia una ética ambiental explicable en términos darwinianos
(no estrictos por ser algo cultural), con ideas como selección del más apto, adaptación,
entre otras (Norton, 2013). Influenciado por la parte utilitaria de Leopold, en otras
instancias ha indicado, sin embargo, que no considera que una ética ambiental deba
negar el antropocentrismo, sino que se debe distinguir entre «antropocentrismo débil
y fuerte», diciendo que el débil sería igualmente útil para una ética ambiental (Norton,
1984). Ese argumento ha sido criticado, con lo que concuerdo, pues hablar de antro-
pocentrismo débil o fuerte presenta tantos problemas como hablar de sustentabilidad
débil o fuerte: se es sustentable o no. En ese artículo de Norton aparecería una apro-
piación de la ética expandida de Leopold, aunque situada en la década de 1980.
La postura del conservacionista y biólogo Paul R. Ehrlich (2002) también ha sido
más práctica, orientada de manera reciente hacia los servicios ecosistémicos, aunque
consciente de las posturas sobre conservar la naturaleza en sí misma. Ehrlich ha pro-
fundizado en la evolución cultural, reconociendo y cuestionando los aportes de la psi-
cología evolutiva, llamando la atención a profundizar en el entendimiento de esa
evolución para tener un ambiente mejor, menos contaminado, entre otras cosas.
Esos particulares sincretismos entre ecología, evolución y conservación construi-
dos en Estados Unidos por personajes como Leopold, Norton o Ehrlich, no aparecen
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conservaría la fauna «como relicto de lo que fue el mundo en el principio del cuater-
nario» o que la naturaleza allí «es el retrato de la vida prehumana» y que fue impor-
tante para la teoría de Darwin (Acosta Solís, 1979: 46).
Esa retórica se aprecia en la documentación, inclusive hasta nuestros días, cuando
se narra la historia de Galápagos y su relación con la evolución y la conservación sin
mencionar sobre las imbricaciones e implicaciones ontológicas y filosóficas que tal
asociación conllevaría. Se hace referencia a la importancia de las islas para los estudios
de evolución, al laboratorio natural para estudiarla, pero no se alude a la conservación
de esos procesos (Quiroga, 2009). Una vez más, esto no significa que entre especialistas
tal conciencia esté ausente, sino apenas la dificultad que se tiene de explicitarlo, inclu-
so ante públicos especializados.
Menos aún se ha tenido un enfoque biocéntrico, sino más bien utilitario, de una
naturaleza que al ser conservada se convertiría en un laboratorio para la investigación
y un espacio para el turismo.
Una retórica que destaca es la de Julian Huxley (1887-1975, nieto de Thomas H.
Huxley, 1825-1895), personaje muy asociado con los primeros años de la Estación
Científica y la Fundación Charles Darwin (y con la consolidación de la síntesis moder-
na). Huxley tenía ideas similares a Leopold y Ehrlich cuando consideraba que lo psi-
cosocial era un ámbito fundamental en el cual se debía trabajar por la conservación:
In the few thousand years since he has become biologically dominant, man has
radically changed the ecology of the world, mostly for the worse. To prevent fur-
ther deterioration and to plan for possible improvement we need to extend tradi-
tional ecology to include human and psycho-social ecology. Conservation is one
obvious aspect of this extension, land use a second; but there are many others to
be tackled, including absolute and differential population growth, and the need
for psychological and social fulfillment (Huxley, 1966: 9).
Huxley, sin embargo, no llegaba a ser biocentrista. Antes de la frase citada, argu-
mentaba por la conservación diciendo que era necesario hacer que la gente entienda
que la conservación de la vida silvestre y la belleza natural «es de gran valor e impor-
tancia para la especie humana» (Huxley, 1966: 9). La naturaleza era importante para
el ser humano, no en sí misma. Al menos no de forma explícita hasta donde las fuentes
lo han señalado.
Por último conviene destacar que Huxley aludió, a diferencia de la mayoría, a que
en Galápagos se estaba conservando un museo para el darwinismo y para la evolución
en acción:
Let us see that the Galapagos becomes a living memorial of Darwin-not only
a museum for evolution in action, but an important laboratory for the furtherance
of evolutionary ecology, ethology, genetics, and all other branches of a truly Dar-
winian biology (Huxley, 1966: 9).
Fundación Charles Darwin, que han apostado por hablar de la teoría de la evolución
y de la relación de ésta con la conservación. Entre 2009 y 2011 participé en un proyecto
para divulgar la vida de Darwin y la teoría de la evolución en escuelas y colegios de
Galápagos, mediante una novela, cómics, teatro, materiales educativos, entre otras
estrategias (Cuvi, 2010; Cuvi y Georgii, 2013; Cuvi et al., 2013). Esa institución
conservacionista quiso fortalecer el vínculo entre conservación y darwinismo,
entendiendo que uno y otro se refuerzan y complementan. Más allá de las fuentes aquí
mostradas, las informaciones apuntan a que tal asociación no ha sido la regla, más
bien la excepción.
Esas visiones más utilitarias tuvieron excepciones entre las instituciones no guber-
namentales. En un artículo publicado por The Nature Conservancy, organización que
ejecuta proyectos especialmente en relación con el agua y los bosques, y compra tie-
rras, se alude a la evolución para justificar los corredores ecológicos: «La naturaleza
no entiende de barreras legales. Su organización y distribución responde a la adapta-
ción y evolución de miles de años. Entonces, ¿por qué restringir su libre circulación
y permanencia en determinados espacios?» (Vásquez, 2015). Otra organización no
gubernamental que alude a la evolución es Acción Ecológica de Ecuador: «La Tierra
se rige por leyes físicas que producen armonía, y se rige por la fuerza biológica de la
evolución» (Acción Ecológica, 2015). También en una revista de Ecologistas en Acción
de España aparece que «Durante más de tres mil millones de años la vida ha co-evo-
lucionado con su entorno adaptándose a él» (Moreno, 2007). Hay en las instituciones
no gubernamentales, por lo tanto, fisuras en el enfoque antropocéntrico y no-asociado
con la evolución, cosa que no sucede entre las instituciones públicas. Lo antropocén-
trico y la no alusión a la evolución son centrales en el Ministerio del Ambiente del
Ecuador, el de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia, el de Medioambiente
y Agua de Bolivia, y el del Poder Popular para el Ecosocialismo, Hábitat y Vivienda
de Venezuela. Esas instituciones buscan garantizar el acceso a los recursos velando
porque no se destruyan. La conservación de la naturaleza está asociada con el bien-
estar humano, no de la naturaleza misma. En Uruguay y Paraguay es igual. En Brasil
el Ministério do Meio Ambiente procura asegurar nuestra supervivencia en el planeta
en el mediano y largo plazo (Ministério do Meio Ambiente, 2014). No se alude a las
otras especies ni a sus cambios.
Algo más diversas son las instituciones de base y/o políticas. Respecto a la evolu-
ción, el movimiento internacional Vía Campesina, al criticar los transgénicos, explica
que «son resultado de manipular a las plantas con técnicas que rompen con los pro-
cesos con los que las plantas evolucionaron a través de cientos de millones de años»
(Vía Campesina, 2014). En Guatemala, en una revista gestionada por el Organismo
Naleb, aparece un artículo en el que se menciona explícitamente la evolución, pero
para decir que «la discriminación es un hecho concreto muy propio de la evolución
de la existencia» (García, 2015), asunto que a primera vista parecería merecer un [sic],
pero en realidad requeriría una mayor elaboración sobre una apropiación de Darwin.
La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, pese a estar anclada
con pueblos indígenas, que tendrían otras ontologías, aparece tomada por la idea de
la naturaleza como fuente de servicios (CONAIE, 2014). En contraste, la Confedera-
ción de Pueblos Indígenas de Bolivia, al decir que el agua, la selva y el territorio no
son reducibles a meras mercancías o recursos explotables, y que pertenecen a distintas
formas de ver y vivir la naturaleza como una totalidad compleja, muestra un discurso
más biocentrista (CIDOB, 2014).
El Partido Verde de Brasil no alude a la evolución, pero sí tendría un enfoque bio-
céntrico cuando menciona que su lucha es por la diversidad de su pueblo y naturaleza
bendecida, en un nuevo internacionalismo que reconoce en la Tierra una patria
común de la humanidad y de otros seres vivos con los que compartimos el planeta.
El Partido Verde Ecologista de México se dice comprometido con el respeto por todas
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REFLEXIONES FINALES
Pero no se trata únicamente de la religión. Hay que considerar que algunas per-
sonas rechazan la teoría darwiniana no solo por un conflicto religioso, sino porque no
encaja con otras motivaciones personales, objetivos y creencias (Thagard y Findlay,
2009). En ese sentido, convendría indagar las relaciones entre negacionismo de la evo-
lución y negacionismo de asuntos como el cambio climático o la extinción de especies.
De acuerdo con Ehrlich (2002), la negación es una respuesta común ante amenazas
que son obvias para una parte de la población. Robert Hill ha sugerido algo que es
probable que muchos estudiosos ya hayan percibido:
Parece necesario además indagar si, al igual que algunos religiosos y científicos
han construido narrativas conciliadoras de física y metafísica, el movimiento conser-
vacionista ha construido una conciliación entre conservacionismo y antropocentrismo;
conciliación que entre otras cosas evita cuestionar asuntos culturales como modos de
vida y consumo, geopolítica de lo no-humano, entre otros. ¿Qué relaciones y capas
profundas suscita la visibilización del evolucionismo en el diverso movimiento con-
servacionista?
Siguiendo una lógica seleccionista para la evolución cultural, difundir más las
imbricaciones entre conservacionismo y evolucionismo parece crucial para una Ética
de la Tierra (y de paso la sobrevivencia utilitaria de la humanidad). Con el pensamien-
to evolucionista darwiniano mejor y más explícitamente incorporado en la educación,
comunicación, política y gestión ambiental, con públicos más enganchados a enfoques
especializados de la biología de la conservación, ecología, paisajismo, quizás las tra-
yectorias de sustentabilidad de las sociedades tendrían mayor éxito.
Sea que otorguemos un valor instrumental o intrínseco a la naturaleza (o ambos),
parece necesario comprender sus procesos, y con ello las relaciones entre ética
ambiental, conservacionismo y evolución. Un objetivo amplio del movimiento con-
servacionista en sus diversas escenificaciones es la conservación de la naturaleza. Para
alcanzarla podría ayudar una masa crítica que entienda, acepte y discuta la evolución.
«Los científicos suelen decir este epigrama: la ontogenia emula a la filogenia. Esto
quiere decir que en el desarrollo de cada individuo se repite la historia evolutiva de
su raza. La idea es válida tanto en las cosas materiales como en las mentales»; fue otra
de las apropiaciones de la teoría de la evolución de Aldo Leopold (1996: 275). La men-
cionó a propósito de las relaciones entre sus contemporáneos cazadores coleccionistas
de trofeos y los Homo que vivían en cavernas. Vista la metáfora hoy, a la luz de las
ideas sobre evolución cultural, darwinismo, conservacionismo y ética ambiental, lleva
a reflexionar que es válido investigar, enseñar y divulgar la evolución, pues construye
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filogenias más adaptativas, quizás biocentristas, desde las cuales construir nuevas ópti-
cas para hablar de conservación de la vida y admirar los múltiples procesos de la natu-
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Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:02 Página 410
formula un análisis sobre el contenido y las posturas de las autoras con relación a su
pensamiento evolutivo.1
EL HACEDOR
1
Para la comprensión de esta categoría, usamos la caracterización que hace Susana Esparza: «El pen-
samiento evolutivo […] es portador de diferentes perspectivas teóricas y se trata de un fenómeno cultural
que permite comprenderlo como un sistema con historicidad, que puede explicar y formar, a la vez, parte
de la historia cultural del conocimiento de la ciencia» (Esparza 2014: 44).
2
Dice Moreno de los Arcos (1989: 19): «Hasta donde he logrado saber fue la de los años setenta la
década de la irrupción del darwinismo. Aunque no podría asegurar que no haya menciones anteriores,
puede creerse que tal cosa se debió, por un lado, al estado de guerra en que estuvo el país hasta 1867 y, por
otro, a que El origen del hombre apareció en 1871 y esta obra sí afectó mucho a los católicos».
3
Alfonso L. Herrera (1868-1942) dirigió y fundó la Dirección de Estudios Biológicos en 1915; al desapa-
recer esta institución en 1929 continuó sus investigaciones sobre Plasmogenia fuera de institución alguna.
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:02 Página 413
4
En publicación emitida por la Dirección de Estudios Biológicos de la Secretaria de Fomento se
encuentra la «Guía para visitar el Museo Nacional de Historia Natural», dirigido por Alfonso L. Herrera,
que consta de una breve explicación para el visitante, donde se advierte que: «Una sola visita es insuficiente
para conocer las riquezas de este Museo, reorganizado en 1916, por el Sr. Ing. D. Pastor Rouaix, Subse-
cretario [sic] de Fomento, y se aconseja al público que, después de una revisión general, repita sus visitas
cuantas veces sea necesario, para enterarse de los detalles y leer todas las inscripciones. Este Museo se divide
en 4 secciones principales: Botánica, Zoología, Biología, Mineralogía y Geología». Particularmente para la
Sección de Biología se comenta lo siguiente: «Forma lo que podría llamarse Museo Nuevo y se recomienda
muy especialmente a los visitantes. Presenta la demostración objetiva de la teoría de Darwin o de la evolu-
ción (vitrina 212); formas de paso o transición entre los animales modernos y los antiguos; evolución del
caballo; anatomía del anfioxus, pececillo sin cabeza ni corazón que es el antecesor de los animales superiores;
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:02 Página 414
México. Incrementar las colecciones con base en exploraciones nacionales5 para cono-
cer flora y fauna de especies terrestres, marinas ribereñas y lacustres; publicar «Bole-
tines» de cartas biológicas; dar conferencias; colaborar con otras instituciones como
la Dirección de Antropología y la Dirección de Agricultura y formar a jóvenes natu-
ralistas para ser los futuros biólogos.
Todas estas actividades, descritas en forma pormenorizada en el artículo antes cita-
do, dan cuenta del trabajo relativo a las ciencias naturales y a la biología en particular,
que se desplegó inmediatamente después de los inicios de la Revolución Mexicana
y que, en un apretado resumen, el profesor Alfonso L. Herrera rememora:
Iniciada en épocas remotas, por 1820, con materiales acumulados sin coordi-
nación, hasta 1910, la labor biológica cuenta ya con una Dirección especial, un
gran Museo y un personal que se especializa, para conocer el territorio y sus rique-
zas en fauna y flora, preparando los biólogos del porvenir.
La Universidad y la Secretaria de Educación se hacen cargo de la enseñanza
de la Biología (Herrera, 1921: 12).
En esta idílica visión de los avances que en materia de políticas públicas y enseñanza
de la biología eran producto directo de la Revolución Mexicana, quedan plasmadas,
sin embargo, las ideas que posteriormente se verterán en las aulas de La Escuela Nor-
mal para Maestros y en La Escuela Nacional de Altos Estudios, semillero de alumnos,
futuros biólogos, que en los años veinte, en pleno periodo posrevolucionario, saldrán
preparados para ejercer la enseñanza de la biología tanto en el nivel de la escuela pri-
maria como de la escuela secundaria –incluso la preparatoria– con el título de Profe-
sores Académicos en Ciencias Naturales o Maestros en Biología, haciéndose acreedores
de la honrosa categoría de pioneros en la enseñanza de la biología en México.
vitrina de la Plasmogenia (vitrina 213), ciencia constituida en México, que estudia el origen de la vida y
cuya base es el protoplasma o savia vital. Imitaciones de formas, aspectos, estructuras, movimientos y des-
arrollo de los seres naturales; imitación del cerebro humano por medio de pastas y procedimientos mecá-
nicos; vida de los minerales y teoría inorgánica de la vida, que se supone ha emanado del mundo mineral»
(Dirección de Estudios Biológicos, 1916: 6).
5
Las exploraciones nacionales fueron una actividad importante durante la gestión de Alfonso L. Herrera
al frente de la Dirección de Estudios Biológicos. Se publicaron diversos folletos y boletines de información que
daban cuenta de los estudios realizados, tales como: Instrucciones Generales a los Exploradores Naturalistas.
6
Enrique Beltrán relata en sus Memorias su paso por la Escuela Nacional de Altos Estudios: «Como
las posibilidades que una carrera en Ciencias Naturales ofrecían como medio de vida eran por demás ale-
atorias, prácticamente nadie las seguía con dedicación exclusiva. Hasta diciembre de 1925, en que se supri-
mió el plantel –para transformarse después en Facultad de Filosofía y Letras– tengo entendido que sólo
egresaron –siempre con otra carrera– cuatro o cinco profesores de Botánica, dos o tres de Zoología, y sólo
uno –que además era el único con dedicación exclusiva– en la Especialidad completa. Por eso, cuando el
6 de diciembre de 1926, se me extendió título de Profesor Académico en Ciencias Naturales, me convertí
en el primer naturalista o biólogo profesional en México en el Siglo XX» (Beltrán, 1977: 17).
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1986) e Imelda Calderón Vargas (1898-1970), quienes desde el magisterio y con una
considerable obra escrita sobre biología, zoología y botánica, formaron e iniciaron a
niños y jóvenes adolescentes mexicanos, durante más de tres décadas, en los conoci-
mientos de estas disciplinas e introdujeron sus conceptos sobre ciencias naturales y
la evolución biológica.
Fueron mujeres que, al nacer a fines del siglo XIX y morir bien entrado el siglo XX,
heredaron una condición educativa que transitó por ambos siglos y una forma, tanto
teórica como práctica (proclive al naturalismo) de enseñar la biología, la cual incluía
los aportes de personajes como Alfonso L. Herrera e Isaac Ochoterena,7 entre otros.
Maestras pertenecientes a un distinguido grupo de profesoras de escuelas secun-
darias, nivel de enseñanza que en las primeras décadas del siglo XX, significó un fruto
de la política educativa por parte del Estado mexicano. Su obra corresponde al perio-
do pos-revolucionario y comenzó a circular desde la tercera década del siglo XX, hasta
los años setenta. Incluso en los años sesenta sus libros de texto aparecen en las listas
oficiales publicadas en el Diario Oficial de la Federación.8
Irene E. Motts, graduada como Profesora Académica en Ciencias Naturales o
Maestra en Biología, egresada en 1925 de la Escuela Nacional de Altos Estudios (ante-
cedente directo de la Facultad de Filosofía y Letras y del Instituto de Biología de la
UNAM) e Imelda Calderón, egresada de la Normal de Maestras, representan –por su
concepción acerca de la evolución biológica u orgánica–9 un ejemplo de imbricación
entre dos etapas históricas.
En el contexto cultural en el que desarrollaron su trabajo existe, como en toda la
historia cultural de la humanidad, una interpelación entre dos siglos y no una conti-
nuidad o evolución de las ideas.10 Sus conceptos biológicos estuvieron mediados por
la primera revolución social del siglo XX, y también muestran el impacto del devenir
científico y cultural de la enseñanza del pensamiento evolutivo en México; en sus
libros hay un apropiamiento de la teoría de la evolución en boga para las ciencias
7
Isaac Ochoterena (1885-1950) fue el primer Director del Instituto de Biología de la UNAM, ejerció
este cargo de 1929 a 1946 y escribió Lecciones de Biología en 1922, texto que se utilizó para los cursos que
se impartían en la Escuela Nacional Preparatoria.
8
Lista de libros aprobada por el Consejo Nacional Técnico de la Educación vigente durante el año de
1962. Para éste año se aprueban las Nociones de Biología de Motts y Calderón para el Primer y Segundo
Curso de biología; así como la Biología de Beltrán para el Primer, Segundo y Tercer Curso; y la Biología
de Leoncio Gómez también para el Primer y Segundo Curso.
9
El concepto evolución orgánica es el que aparece en el libro de texto que escribieron Motts y Calderón
para segundo año de secundaria desde 1946 y corresponde a la Séptima Unidad denominada «La Evolución
Orgánica», antecedida por la Unidad denominada «La reproducción de los organismos y la herencia». En
estos dos apartados es donde encontramos, principalmente, sus conceptos evolutivos y sobre la teoría evo-
lutiva.
10
Como plantea Johan Huizinga en relación al concepto de evolución en la ciencia histórica: «Llega-
mos, pues, a la conclusión de que el concepto de evolución no sirve más que para entorpecer la clara com-
prensión de las cosas cuando se le aplica a la historia desde un punto de vista biológico. No es un concepto
concluyente ni siquiera en cuanto a su esencia. Aunque cerrásemos completamente uno de los ojos de la
visión histórica, no podríamos asignarle más que un valor muy relativo y limitado. Y apenas si es aplicable
en su contenido metafórico completo. Comprendiendo esto, llegaremos al resultado de que, para poder
explicar cualquier fenómeno de historia, debe considerarse indispensable el conocimiento de los hechos
concretos» (Huizinga, 1992: 35).
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naturales, pero también están imbuidas del espíritu de la época relacionado con la
idea religiosa de un dios creador.
Los primeros libros de texto para escuelas primarias y secundarias en México fue-
ron escritos por maestras. Es la misma Irene Motts, quien relata que en 1931, junto
con Imelda Calderón, escribieron e ilustraron tanto las Nociones de Botánica, como
sus Academias11 y en 1941 escribieron Nociones de Zoología para el Segundo Curso de
Secundaria.
Ambas son mujeres que vivieron y desplegaron su obra entre dos siglos, educadas
en la infancia con los usos y costumbres de la clase media acomodada porfiriana y, en
su juventud, maestras ilustradas que realizaron estudios de nivel superior. Al respecto
dice Motts en sus memorias:
Sobre la vida de Motts, sabemos que pertenecía a una clase ilustrada que, de acuer-
do a su testimonio, era el resultado de tener padres nacidos y educados en Europa.13
Destaca en sus memorias la profesión de Contador del padre y su conocimiento de
varios idiomas, así como su amor por la música y las Bellas Artes:
Sobre sus vivencias relacionadas con los cambios ocurridos después de la revolu-
ción, Irene concibe a México como un país –antes de la Revolución de 1910– pacífico,
11
Se trata del libro complementario cuyo contenido se refiere a un curso experimental.
12
El año en que se fundó la Escuela Nacional de Altos Estudios es 1910.
13
Hemos encontrado que los padres de Irene E. Motts eran de origen inglés; el padre, Leslie Gustavo
Motts nacido en Norwich, Condado de Norfolk y la madre Caroline M. B. de Motts. Casados en el mismo
Distrito de Norfolk en el año de 1890. Al parecer emigraron a América por el Puerto de Southampton
hasta llegar a Nueva York y de ahí, en año desconocido, se asentaron en México (Ancestry, 2015). De hecho,
aunque Irene Elena tiene Acta de Nacimiento y de Defunción emitidas en la Ciudad de México, en una
Cédula de Cruces de Frontera en el Paso Texas, declaraba, rumbo a los Ángeles, California, el 11 de diciem-
bre de 1928, que había nacido en París, Francia, en 1896 (Ancestry, 2015).
14
Sobre la importancia de la prensa escrita en la época, Susana Esparza comenta que: «El papel de
periódicos y revistas fue determinante en la construcción de símbolos y señales que marcaron la imagen de
lo científico en México, especialmente entre lectores de clases media y alta. Desde ese escenario, la clase
intelectual construyó, argumentó y fortaleció ideas y discursos políticos que, vinculados con lo científico,
otorgaban veracidad y credibilidad a sus ideas para encaminar la evolución del pueblo mexicano hacia el
orden y el progreso social» (Esparza, 2014: 62)
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:02 Página 417
15
Fondo Escuela Nacional de Altos Estudios (ENAE) 1.10. Caja 54. Ramo Secretaría. Serie Alumnos
Calificaciones. Expediente 902-909. Año 1919-1923.
16
Blanca Novaro, especializada en ciencias físico-químicas, posteriormente apoyaría la elaboración de
sus textos. En el libro Estudio de la Naturaleza, Motts y Calderón agradecen la cooperación de Blanca Nova-
ro en la revisión y participación de la elaboración del plan general del libro de texto para el área de ciencias
físico-químicas.
17
Alfonso L. Herrera fue quien encabezó la Dirección de Estudios Biológicos y no el Instituto de Bio-
logía que fue creado posteriormente.
18
Soledad Anaya Solórzano nació en Guadalajara, Jal. en 1895, fue maestra normalista, también estudió
en la Facultad de Filosofía y Letras y se recibió como maestra de Lengua y Literatura. En 1925, junto con
un grupo selecto de maestros, fue a la Universidad de Columbia para estudiar la técnica de las escuelas
secundarias estadounidenses y con esa capacitación, en 1926, se fundaron las primeras Escuelas Secundarias
en México.
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Al finalizar sus memorias Motts hace la semblanza de los Hombres y mujeres nota-
bles en las primeras décadas del siglo XX, donde incluye a naturalistas como Roberto
Medellín Ostos, Cassiano Conzatti, Guillermo Gándara, Fernando Altamirano,
Maximino Martínez, eminente botánico de la época, y Alfonso L. Herrera, del cual
comenta: «Este gran maestro me impulsó hacia las Ciencias Biológicas en la Escuela
de Altos Estudios» (Motts, 1973: 203). Educadores como Luis Murillo, en ciencias
naturales, y la destacada maestra en Letras Soledad Anaya Solórzano, que fungió en
otro momento como Directora del Departamento de Enseñanza Secundaria en la
Secretaría de Educación Pública y miembro de la Comisión Revisora de los Libros
de Texto y del Libro Gratuito para las Escuelas Primarias. Concluye dicha semblan-
za, aludiendo a un personaje popular que, según ella misma, por su heroísmo y huma-
nidad, es quien debe cerrar la lista de notables: Jesús García, el Héroe de Nacozari
(Motts, 1973: 226).19
19
De acuerdo a lo que afirma Motts: «Deseo terminar la lista de hombres y mujeres célebres de prin-
cipios del siglo XX, mencionando a un humilde ferrocarrilero de nombre JESÚS GARCÍA que trabajaba
como maquinista en la línea entre Agua Prieta y Nacozari. El 7 de noviembre de 1907, Jesús García se
hallaba en el patio de la estación de esta última población, cuando vio que se estaba incendiando un furgón
lleno de forraje seco, que se encontraba junto a otros dos cargados con dinamita. Sin medir el peligro que
iba a correr, pero comprendiendo que podría haber una catástrofe si el fuego se comunicaba a dichos carros,
rápidamente subió a su máquina, la hizo retroceder, enganchó los carros y salió de la estación, llevando su
terrible cargamento fuera de la ciudad. Entonces se produjo una tremenda explosión que destruyó todo el
convoy, muriendo trece personas además del infortunado conductor, del que ni siquiera pudieron encon-
trarse los restos. Gracias a su heroísmo, Jesús García salvó a cinco mil personas de la muerte. En Estados
Unidos lo declararon Héroe de la Humanidad y en nuestro país se le conoce por el Héroe de Nacozari»
(Motts, 1973: 226).
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Muchos biólogos suponen que las variaciones en los seres son normales y que,
al producirse de continuo, van ocasionando cambios cada vez más profundos hasta
que llegan a transformarse las especies en otras diferentes de las anteriores [Y des-
tacan que] Se da el nombre de evolución orgánica a los cambios que se supone
han sufrido los seres desde su aparición sobre la Tierra, y se llama Teoría de la
evolución o transformismo, a la hipótesis que sostiene el principio de que las espe-
cies han evolucionado desde las épocas más remotas hasta convertirse en otras
diferentes. Se trata de una ‘descendencia con modificación’ (Motts y Calderón,
1971: 421) (aquí y en adelante, negritas en el original).
Dentro del apartado denominado Diversas teorías formuladas para explicar el ori-
gen de los seres vivientes, sostienen:
Actualmente todos los biólogos admiten la evolución de los seres; pero no están
de acuerdo en el origen de las especies.
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Por medio de las pruebas mencionadas, se obtienen datos que apoyan la teoría
de la evolución orgánica. Sin embargo, como quedan muchos puntos por investi-
gar, todavía no puede asegurarse que unos seres desciendan de otros, ya que hay
especies que aparecieron súbitamente en los tiempos remotos: los Trilobites, de
estructura complicada, no tienen antecesores, como tampoco los tienen los Gusa-
nos ni los Gasterópodos (Motts y Calderón, 1971: 441).
A continuación las autoras presentan una serie de ejemplos –tanto de plantas como
de animales– que consideran pruebas contrarias a la transformación: «hubo especies
que adquirieron gran desarrollo y que se extinguieron, y que muchas de las especies
actuales conservan, fundamentalmente, los caracteres que tenían cuando aparecieron»
(Motts y Calderón, 1971: 443)
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Este sabio es otro ejemplo de una vida consagrada a la ciencia (Motts y Calderón,
1971: 463).
DOS VISIONES
20
Relata Beltrán: «No olvidaba sin embargo mis propósitos –Sistema de Unidades y tres cursos seriados
de biología– y cuando el Seminario de Estudios Pedagógicos me invitó a sustentar una conferencia el 21
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Con modificaciones menores, los libros de texto de Beltrán –como apunta en sus
memorias– permanecieron durante los siguientes veinticinco años, conservando las
pautas de los libros de texto que escribió en 1946.
Es entonces cuando Motts y Calderón reescriben, bajo las nuevas normas oficiales,
sus textos de Nociones de Biología para los dos primeros años de enseñanza secunda-
ria, de lo cual resulta una cohabitación, durante los siguientes veintitrés años, con los
libros de texto escritos por Enrique Beltrán:
Nuestra consideración acerca de las ideas evolutivas en los libros de texto de Motts
y Calderón consiste en afirmar que las autoras expusieron el tema de la evolución bio-
lógica no porque ellas fueran defensoras de la teoría de la evolución, como lo había
sido Alfonso L. Herrera –su mentor– y lo eran, en ese momento, Isaac Ochoterena y
Enrique Beltrán.
En las últimas décadas del siglo XIX y, cuando menos, en las cuatro primeras del
siglo XX, habría existido una denodada resistencia de los sectores más conservadores,
tales como las sociedades de padres de familia y particularmente la iglesia católica,
para avalar y sostener el carácter laico de la educación en México. Tal resistencia se
materializa en la confrontación que hubo sobre un Decreto expedido para las Escuelas
Secundarias Privadas en 1926 y modificado por el secretario Bassols, en 1931 donde
hizo extensivo el carácter laico de todas las escuelas secundarias.
de septiembre de 1944, elegí como tema ‘Los maestros y los programas de ciencias biológicas’, que se publi-
có en el tomo 2 del Boletín de dicho organismo. Básicamente expresé dos conceptos: que los programas
debían estructurarse utilizando el método de Unidades que comenzaba a implantar la Secretaría; y que su
contenido no debía estar separado en tres áreas distintas, como hasta entonces se había hecho» (Beltrán,
1977: 223).
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Motts y Calderón, tanto por los relatos de sus familiares como por sus memorias,
se declaran como católicas22, pero no cabe duda que su principal objetivo, al escribir
sus libros de texto, era el de transmitir a los jóvenes estudiantes el interés por el cono-
cimiento, el respeto por la naturaleza y la curiosidad por investigar. Su labor, desarro-
llada durante más de tres décadas, se hace patente en su quehacer magisterial.
Creemos que para ellas no significó una contradicción plantear, en el contenido de
21
Comenta Jesús Sotelo: «La reforma socialista traía implícita una confusión doctrinaria: ¿Socialismo
científico? ¿Socialismo nacionalista? ¿Socialismo anticlerical como querían los políticos? A esas interpre-
taciones ideológicas se sumaban las pedagógicas» (Sotelo, 2013: 285).
22
Entrevista a la sobrina de Imelda Calderón. Hija de Sofía, hermana menor de Imelda: Ma. Cristina
Vargas Calderón, octubre 2014.
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:02 Página 424
sus libros, tanto la teoría evolutiva –de principios darwinistas– como la postura cre-
acionista del plan dirigido por un dios y la negación de la genealogía del ser humano.
Sin embargo cabe resaltar que, aún y cuando no reconocen parentesco entre los pri-
mates y el Homo sapiens y sólo lo asocian con el hombre de Cromañón.23 Su posición
frente a la cuestión racial es progresista:
Aun cuando las diferentes razas tengan caracteres físicos distintos, éstos no tie-
nen ninguna influencia en la intelectualidad y las costumbres del hombre. En efec-
to, vemos que han descollado en la ciencia, en el arte o en la religión, hombres de
raza blanca como Pasteur, Edison y Beethoven; de raza amarilla, como Confucio,
Takaki y Netzahualcóyotl; de raza negra, como la gran cantante Marion Anderson
y tantos hombres ilustres que dirigen universidades. No hay razas puras, ni supe-
riores, ni inferiores; cualquiera tiene las mismas posibilidades de triunfar esto
depende únicamente de las aptitudes que herede cada individuo y de la perseve-
rancia que tenga para alcanzar la meta en el campo que haya elegido, ya sea en
labores agrícolas, oficio, profesión, arte o industria (Motts y Calderón, 1971: 453).
Llama la atención su posición ante el tema de las «razas»24 humanas puesto que
dan a entender que pertenecer a una «raza» determinada no representa obstáculo
alguno para el desarrollo personal; muestran su interés porque los alumnos compren-
dan que biológicamente todos los seres humanos pertenecen a una misma especie.
Claramente plantean que ser de raza blanca, amarilla o negra no es impedimento para
realizar lo que una persona pretenda. La influencia del pensamiento biológico permea
en el siguiente enunciado: «No hay razas puras, ni superiores, ni inferiores; cualquiera
tiene las mismas posibilidades de triunfar; esto depende únicamente de las aptitudes
que herede cada individuo» y se observa también la influencia ideológica planteada
por el Estado mexicano sobre la educación, cuando afirman que la raza no impide:
«alcanzar la meta en el campo que [se] haya elegido, ya sea en labores agrícolas, oficio,
profesión, arte o industria» (Motts y Calderón, 1971: 453).
Prevalece, desde nuestro punto de vista, la intención pedagógica y didáctica por
transmitir el valor del conocimiento científico y el aprecio por la investigación desde
las edades tempranas. El contexto del país lo permitía, es posible que entre los libros
de Beltrán y los de Motts y Calderón –que justamente vieron la luz en el año de 1946–
los padres de familia optaran, de acuerdo a sus convicciones, e incluso los propios
planteles escolares los instaran a elegir alguno de los dos textos. Lo que es cierto y
constatable es que el tiraje de los libros de texto de Motts y Calderón fueron muy
grandes. Llegaron a imprimirse hasta 20.000 ejemplares.25
23
Motts y Calderón (1971: 450) asientan que: «Desde que apareció el hombre de Cro-Magnon [sic],
hace 40,000 años, la especie humana conserva las características de éste; por lo tanto, es probable que el
hombre moderno descienda de la raza Cro-Magnon».
24
Tema que también es tratado de forma muy similar en la Sexta Unidad: «El origen del hombre y las
razas humanas» del libro para Tercer Año de Secundaria de Enrique Beltrán.
25
En el año de 1971 tienen tirajes de entre 15,000 y 20,000 ejemplares de sus Nociones de Biología para
uso del primero y segundo curso de escuelas secundarias.
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Si la convivencia de sus textos con los textos de corte evolucionista duró poco más
de dos décadas y si los tirajes fueron tan considerables –y además publicados por una
editorial tan importante como Porrúa– podemos suponer que existió una amplia
matrícula de alumnos de secundaria que se formaron con sus obras.
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Entrevistas
Segunda Entrevista (septiembre, 2014). Entrevista al sobrino-nieto de Imelda Calderón (Luis
Javier Martínez; entrevistó Patricia Duarte). México D.F.
Primera Entrevista (octubre, 2014). Entrevista a la sobrina de Imelda Calderón. Hija de
Sofía, hermana menor de Imelda. (Ma. Cristina Vargas Calderón; entrevistó Patricia
Duarte). Irapuato, Gto, México.
Primera Entrevista (diciembre 2014). Entrevista a la sobrina de Imelda Calderón, hija de
Clemencia, hermana menor de Imelda y Ahijada por Acto de Confirmación católica de
Irene E. Motts (Clemencia Corres Calderón; entrevistó Patricia Duarte). México D.F.
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INTRODUCCIÓN
1
El contenido de este ensayo es un extracto de algunas de las propuestas desarrolladas en la tesis
«Conocimientos fundamentales de biología evolutiva: propuesta didáctica para educación secundaria»
(Alvarez, 2015), presentada para obtener el Doctorado en Ciencias Biológicas, Universidad Nacional Autó-
noma de México. Facultad de Ciencias. Directora de tesis: Rosaura Ruiz Gutiérrez.
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BIOLOGÍA EVOLUTIVA
2
Con intención didáctica, sobre la representación esquemática de conceptos clave del darwinismo, la
síntesis moderna y la síntesis extendida propuesta por Pigliucci y Müller (2010), puede consultarse Alvarez
(2015: 25-27)
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Ruiz y Ayala (1999) demarcaron y definieron en su momento cuáles son las ideas
darwinianas fundamentales, centro conceptual al que denominaron «núcleo duro del
darwinismo». Estos autores sostienen que las precisiones modernas no cambian el
sentido original de los postulados darwinianos básicos. A continuación se listan los
temas nodales del «núcleo duro» y posteriormente se subrayan los relieves de esa pro-
puesta que resultaron útiles para los fines de este ensayo.
Selección natural:
• Capacidad creadora.
• Carácter no relacionado con el azar.
• Proceso acumulativo, oportunista y sin dirección prefijada.
Selección sexual:
• Adaptación.
• Azar.
Otros conceptos centrales del «núcleo duro»:
• Variación.
• Lucha por la existencia.
• Divergencia de carácter.
• Especiación.
• Extinción.
• Progreso (rechazo explícito a la existencia de «tendencias al progreso»).
Los principales relieves del «núcleo duro» retomados en este escrito son:
La selección natural fue propuesta por Darwin, principalmente para dar cuenta
de la organización adaptativa o «diseño» de los seres vivos; es un proceso que pro-
mueve o mantiene la adaptación. El cambio evolutivo a través del tiempo y la diver-
sificación evolutiva (multiplicación de especies) no están directamente promovidos
por la selección natural, pero a menudo resultan como coproductos de la selección
natural (Ruiz y Ayala, 1999: 310).
«La selección natural como un proceso oportunista sin dirección prefijada» (Ruiz
y Ayala, 1999: 312). El proceso selectivo orienta a la adecuación del organismo y la
secuencia total no tiene un fin preconcebido, no sigue un plan. De hecho, en cada paso
puede cambiar la dirección, en función de las condiciones ambientales.3 «La selección
natural no prevé los ambientes del futuro; los cambios drásticos en el medio ambiente
pueden ser insuperables para aquellos organismos que prosperaban previamente.
3
Es importante remarcar que las presiones ambientales a las que alude el modelo de selección natural
sólo son aquellas en las que está de por medio la vida y la reproducción de los organismos en el medio en
que viven.
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FAMILIA DE MODELOS
4
Ariza y Adúriz Bravo (2011) señalan que la principal novedad de la concepción semántica o concep-
ción modelo teórica del conocimiento científico es que asigna un papel central al constructo de «modelo»,
y relega a un segundo plano los aspectos lingüísticos prevalecientes en la concepción axiomática de las teo-
rías de la primera mitad del siglo pasado.
La proposición «central» de la concepción semántica que se referencia en la literatura de la epistemo-
logía erudita (por ejemplo Diederich, 1996; Liu, 1997) y de la didáctica de las ciencias –en los raros casos
en que esta escuela es mencionada– (por ejemplo Develaki, 2007; Adúriz-Bravo, 2009) es que tal concep-
ción identifica una teoría científica no por los axiomas (leyes) que la componen, sino por el conjunto de
modelos que contiene.
En general, las distintas «variedades» de la concepción semántica concuerdan en mayor o menor grado
en que parte de una teoría consiste en la identificación de los fenómenos de los que quiere dar cuenta, con la
pretensión de representarlos adecuadamente (Lorenzano, 2003, citado en Ariza y Adúriz Bravo, 2011: 86).
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En esta perspectiva, los modelos son las entidades más relevantes en la definición
de una teoría y la teoría debe ser capaz de posibilitar la interacción entre los modelos
que la forman. Este último rasgo de las teorías científicas se retomará en el siguiente
inciso para explorar y tratar de responder qué es ese «algo» que posibilita la interac-
ción entre los modelos que forman «la teoría evolutiva».
Entre las subteorías que componen la teoría evolutiva, Thompson incluye la teoría
de la genética poblacional y de la selección natural, conclusión de interés con fines
didácticos porque implica independencia de la teoría de la selección natural de la teo-
ría de la genética poblacional (González Galli, 2011).
Cabe poner de relieve que la independencia de estas dos teorías no funciona a la
inversa, es decir, la teoría de la genética poblacional no es independiente de la teoría
de la selección natural. Ambos señalamientos también pueden deducirse fácilmente de
la propuesta de representación de Pigliucci y Müller (2011: 11).
En la concepción semántica, para explicar el cambio evolutivo se requiere de la
interacción entre teorías:
Thompson analiza luego la explicación dada por David Lack (1947) de la bio-
geografía de los pinzones de Darwin (y el análisis que Ruse hace del mismo).
Concluye que al análisis biogeográfico ofrecido por Lack debe ser suplementado
(como pide Ruse) por la genética poblacional y por la teoría de la selección. Por
otro lado, la teoría de la selección natural debe ser suplementada por teorizacio-
nes ecológicas. Así, concluye Thompson que: «Sin inputs de estos otros domi-
nios de teorización, la explicación de la genérica poblacional es tan incompleta
y especulativa como el análisis de la biogeografía solo o como el de la ecología
solo. En suma los tres (y sin duda más) dominios teóricos se necesitan para apun-
tar a dar una adecuada explicación evolutiva.»5 (Thompson, 1989, p. 99). En este
caso, la principal teoría involucrada podría ser la biogeografía, con inputs de las
teorías de la genética poblacional y de la selección natural. Pero cuáles teorías
se consideran principales y cuáles subsidiarias depende de varios factores. La
conclusión más importante es que un análisis evolutivo requiere de un número
de modelos interactuantes y no la aplicación de una teoría unificada (González
Galli, 2011: 52-53).
Para los fines de ensayo, es importante la síntesis que hace González Galli en rela-
ción con los puntos anteriores
1. No es posible identificar un único sistema axiomático que represente adecuadamente
«la teoría evolutiva» como pretende una concepción sintáctica de las teorías científicas.
5
«In short, all three (and not doubt more) theoretical domains need to be brought to bear in order for
an adequate evolutionary explanation to be given» (Thompson, 1989: 99).
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como fundamentales para educación secundaria son el núcleo didáctico6 alrededor del cual
habrán de incorporarse otros conceptos de la «síntesis extendida» en educación media
superior. Y se plantea que para comprender la trama conceptual de mevsen es necesario
considerar hechos, premisas y principios que, a modo de urdimbre, sostienen al modelo y
facilitan la identificación de los fenómenos que explica (Alvarez y Ruiz, 2015: 6-8).
Para la formación docente es importante poner de relieve que, si bien los modelos
para explicar los diferentes fenómenos evolutivos no están exentos de problemas y
requieren precisiones, en la didáctica de la BE se acepta ampliamente la importancia
y el carácter básico del modelo de evolución por variación y selección natural para
explicar la adaptación de las especies al medio en que viven y la diversificación de las
formas vivas.
Cabe enfatizar que es igualmente básico e importante ubicar el modelo a enseñar
en el campo de conocimiento al que pertenece. Así, en la enseñanza y en el aprendizaje
de la BE, es preciso señalar que es un campo extenso y fecundo de investigación que
abarca desde el nivel molecular hasta el ecológico, con enfoques, objetos y metodo-
logías de estudio que se han diversificado a la luz del desarrollo de la ciencia y la tec-
nología. Asimismo, en este terreno científico coexisten «familias» o «conjuntos de
modelos» (ver Lloyd, 1994, y Thompson, 1989, citados en Folguera y González Galli,
2012). Es crucial en la didáctica y en la epistemología de la ciencia precisar qué fenó-
menos explica cada uno de ellos.
En el ámbito escolar es necesario resaltar que en la BE hay controversias, como
en toda disciplina científica, y que éstas giran en torno a cómo y por qué sucede la
evolución, no se discute si se produce o no; también es preciso enfatizar que las polé-
micas son signo de vitalidad de las ciencias.
6
Que tiene entre sus referencias teóricas el «núcleo duro» de Ruiz y Ayala (1999).
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polémicas, debates) en los espacios y con los interlocutores pertinentes, entre los cua-
les están, desde luego, los profesores y gradualmente los alumnos.
Si se acepta que la BE es un sistema teórico, cabe preguntarse cuál es la informa-
ción, el conocimiento base que configura y ordena a dicho sistema, pregunta que se
explora a continuación a partir de criterios epistemológicos, con intención didáctica.
La historia y la epistemología de la BE muestran que se cuenta con conocimiento
sobre la evolución biológica, el cual está validado fuera de dudas razonables. Así, se
acepta que:
• Las poblaciones, las especies y todos los demás grupos taxonómicos en que
los biólogos clasifican a los sistemas vivos, evolucionan; esto significa que a
través del tiempo cambiaron a partir de sus antepasados, a la vez que conser-
van información de éstos, y siguen cambiando.
• Toda especie proviene de una población (particularmente un demo) de otra
especie.
• Cada ser vivo tiene características heredadas de sus progenitores y, a la vez,
tiene particularidades que lo hacen único.
• Las diferencias entre los seres vivos se deben a diversas causas que pueden
explicarse a través de modelos científicos.
• Hay diferencias y conservación de información en todas las entidades de lo
vivo, tanto en el orden genealógico (genoma, cromosomas, epigenoma, indi-
viduos, demos, especies, taxones monofiléticos) como ecológico (proteínas,
células, organismos, poblaciones, comunidades y biota),7 un nivel contiene al
otro y, a la vez, tiene propiedades emergentes.
• En todos los niveles de organización de lo vivo, las diferencias existentes, las
que van surgiendo y los rasgos comunes heredados de los progenitores inter-
accionan con el ambiente biótico y abiótico.
• En el espacio y en el tiempo, todas las entidades en que se organiza lo vivo, en
interacción dinámica e histórica con el ambiente y con diversos fenómenos
evolutivos, originan dos resultados antagónicos que se han presentado en la
historia de la vida en la Tierra casi con la misma frecuencia: la diversificación
de lo vivo y la extinción de especies y otros grupos taxonómicos.
• La adaptación al medio es una característica espacio temporal esencial de las
especies.
• Cada individuo y cada grupo de individuos son portadores de rasgos adapta-
tivos y otros que no lo son.
Por supuesto siempre es posible incorporar más incisos a este listado; los enun-
ciados anteriores se proponen como lo fundamental para educación secundaria.8 Se
asume que el conocimiento, sintéticamente presentado en el listado anterior, configura
7
Para una revisión exhaustiva del orden genealógico y ecológico de la organización de lo vivo, puede
consultarse Eldredge (1985).
8
El desarrollo de los principios enunciados puede consultarse en Alvarez (2015: 36-65).
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:02 Página 439
9
En este sentido, González Galli y Meinardi (2013: 221) señalan que las prácticas sociales de referencia
a las que alude Astolfi «pueden hacer que un contenido determinado sea o no relevante para una población
concreta de estudiantes. Así, por ejemplo, comprender la técnica de creación de organismos genéticamente
modificados podría no ser especialmente relevante desde el punto de vista teórico disciplinar pero las impli-
caciones sociales, políticas y económicas de esta tecnología suponen que su tratamiento en las aulas sea de
suma importancia».
10
Para detalles y resultados obtenidos con la propuesta didáctica Urdimbre y trama para entretejer pen-
samiento evolutivo, consultarse Alvarez (2015).
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Selección natural.
Mutación.
Especie/especiación.
Extinción.
Azar.
Considerar las críticas que ha tenido la Teoría Sintética, cuyo centro conceptual
es el mevsen, desde la década de los setenta del siglo XX hasta la fecha; lo que esas
objeciones implican, lo que sigue vigente y hace funcional a la «familia de modelos».
Se propone la analogía de la BE como sistema conceptual y se plantean enunciados
que presumen tener un aceptable nivel de generalidad en el entendido que éstos son
abiertos y relacionales, distan de ser los únicos y se plantan con el fin didáctico de
articular conceptos para urdir la trama del mevsen, a la vez que lo sitúan teóricamente.
El criterio fue distinguir los conocimientos que están «más allá de duda razonable»,
el primero de los cuales, y cabe insistir, no el único, es el hecho de que los seres vivos
evolucionan.
11
La entrevista completa está en http://www.actionbioscience.org/evolution/pigliucci.html
12
Cabe resaltar que, además de los consabidos casos en que se usan conocimientos evolutivos como
los aquí citados, hay muchos asuntos en los que la «mirada evolutiva» puede alumbrar la vida cotidiana.
Consúltese por ejemplo Nelissen (2013). Como en todo texto o espacio de uso del mevsen, es muy impor-
tante mantener una atención lúcida y crítica para encontrar el alcance y los límites de las interpretaciones,
el uso y abuso de este conocimiento.
13
Los estudios sobre la importancia de la argumentación en la enseñanza de las ciencias tienen parti-
cular relevancia en la investigación actual. Sobre la importancia de la argumentación en la didáctica de la
biología situada en temas de salud pueden consultarse Navarro y Revel Chion (2013) y Revel Chion (2014).
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:02 Página 443
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INTRODUÇÃO
MÉTODO
RESULTADOS E DISCUSSÃO
Quanto à relação dos jovens brasileiros e italianos com a religião, percebe-se que
a maioria dos jovens se identifica com um grupo religioso. No Brasil, 85,8% dos jovens
declaram que possuem uma religião e na Itália 72,9%. Essa caracterização inicial foi
importante, pois ao declararem que possuem uma religião, a aceitação da teoria evo-
lutiva pode ser influenciada pelas ideais fundamentais de certas crenças religiosas.
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estudantes. Houve maior pontuação na alternativa «Não saberia dizer» (51%) seguido
da opção «Falso» (29,2%). Quanto à afirmação sobre a coexistência de humanos e
dinossauros, apenas uma pequena parcela (12,4%) não apontou a falsidade da
afirmação, que reúne desatenção e pouca noção do tempo geológico. Assim, pode-se
inferir que apenas uma pequena fração dos jovens italianos não tem uma boa ideia da
dimensão do tempo profundo da geologia.
Os estudantes brasileiros apresentaram percentuais de acerto significativamente
mais baixos em quase todos os itens, e foram menos assertivos principalmente nos
itens referentes à idade da Terra, descendência do homem, tempo geológico e ances-
tralidade comum. Parcela significativa dos jovens não reconheceu a falsidade da afir-
mação sobre a coexistência dos humanos e dinossauros (22,2%), e a maior frequência
recaiu na alternativa «Não saberia dizer» (40,3%). O reconhecimento da ancestrali-
dade primata da espécie humana entre os brasileiros (41,1%) tem menos da metade
do percentual dos jovens italianos (84,2%), no entanto 29,3% concorda que o homem
habita a Terra há 100.000 anos, contra 19,7% dos italianos. Parcela muito similar
(29,8%) reconhece a ancestralidade comum das espécies, menos do que a metade dos
jovens italianos (61,6%) (Figura 2).
De maneira geral, o conhecimento sobre tópicos da teoria evolutiva por brasileiros
e italianos sugere que os estudantes da Itália matriculados nas séries finais do ensino
básico aceitam a teoria evolutiva e a compatibilizam com sua estrutura conceitual e
com preceitos religiosos.
Os jovens brasileiros e italianos responderam sobre como o homem poderia ter sur-
gido na Terra. Houve diferença significativa entre as respostas dos dois países ao nível
de 5%. Na Itália, as explicações mais frequentes atribuídas à origem humana foram a
científica (45,7%), em seguida estão os jovens que não souberam responder (20,4%) e
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a explicação por progressão natural (19,4%). Em menor incidência estão a ideia de pla-
nejamento divino (8,7%) e a ideia de criação divina com as formas atuais (5%).
Os resultados brasileiros apontam que os jovens que não souberam responder e
os que atribuem a ideia de criação divina à origem humana apresentam maior fre-
quência e atingiram ambos 30,6%. Em seguida, estão os jovens que assinalaram a
explicação científica (21,8%), e os menores percentuais foram atingidos nas opções
referentes às ideias de planejamento divino (11,3%) e de progressão natural (5,6%).
Esses resultados sugerem claramente que os jovens italianos estão mais dispostos
a aceitar a explicação científica para origem do homem, enquanto que os brasileiros,
em maior número, não souberam responder e, os que o fizeram, optaram majorita-
riamente por uma explicação que se refere à criação divina.
Os resultados acerca do conhecimento dos estudantes sobre tópicos da teoria evo-
lutiva sugerem que os italianos apresentam maior conhecimento sobre a teoria evo-
lutiva, reconhecendo a validade de itens que tratam sobre idade da Terra, mudança
dos organismos, registros fósseis como evidências de organismos que viveram no pas-
sado, atribuição do conceito evolução biológica à natureza, ancestralidade em comum,
bem como apresentaram conhecimento sobre a evolução humana, exceto a afirmação
acerca da idade do homem na Terra, na qual os jovens italianos parecem mais incertos,
possivelmente devido à insegurança em relação à precisão da cifra apresentada, e não
em relação ao conceito da antiguidade da espécie humana.
Os resultados encontrados na Itália foram semelhantes aos apresentados por Rufo
et al. (2013) e Crivellaro e Sperduti (2014), no que se refere ao conhecimento substan-
cial dos jovens italianos acerca da teoria evolutiva; no entanto, ainda podem ser iden-
tificadas algumas lacunas, como a idade do homem na Terra. Rufo et al. (2013)
também identificou entre estudantes romanos dificuldades diante de informações
sobre a idade do homem na Terra, no entanto, os autores não associam o baixo conhe-
cimento sobre a origem do homem à religião, pois apenas 2,8% dos estudantes expli-
caram a origem do homem a partir da criação divina.
Os jovens brasileiros foram menos assertivos diante dos itens, entretanto, mesmo
que em menor proporção do que os italianos, demonstraram clareza quanto à atribui-
ção do conceito da evolução biológica aos seres vivos, percebem que há mudanças
nas espécies, registradas nos fósseis; porém parecem mais confusos e apresentaram
dificuldades sobre a idade da Terra e a ancestralidade comum das espécies em geral
e da humana em particular.
A coexistência de humanos e dinossauros parece confundir os jovens dos dois paí-
ses. Na Itália, há maior frequência de estudantes que consideraram o item falso, mas
em ambos os países há estudantes que consideraram a afirmação verdadeira ou não
souberam responder sobre o assunto. Como o número geral de acertos entre os bra-
sileiros foi relativamente pequeno, os erros dessa última alternativa podem indicar
majoritariamente falta de entendimento do tempo geológico.
De maneira geral, quando foram verificadas as altas oscilações nas respostas dos
jovens brasileiros nas alternativas «Falso» e «Não saberia dizer», houve a preocupação
com a linguagem e a estrutura dos itens apresentados na seção sobre o conhecimento
dos temas evolutivos. No entanto, os resultados encontrados nos dois países sugerem
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jovens. De acordo com Cheek (2012), se uma pessoa percebe pouca diferença entre
milhões ou bilhões de anos, será difícil atribuir muito significado à ideia de que os
dinossauros ocuparam boa parte das terras emersas de nosso planeta por mais de 100
milhões de anos, e comparar esse período de tempo a outros eventos ao longo da his-
tória geológica. Essa dificuldade de discriminar a magnitude do tempo geológico pode
explicar a tendência das pessoas reunir eventos temporalmente distantes, como equa-
cionar a formação da Terra e a extinção dos dinossauros em um mesmo período.
Neste sentido, Bizzo (2004) destaca que a falta de conhecimento acerca de defi-
nições do tempo geológico e os principais eventos que marcaram a história da vida
na Terra podem ser considerados alguns dos obstáculos epistemológicos que difi-
cultam a compreensão dos processos evolutivos, uma vez que a teoria evolutiva
depende da conceituação de tempo geológico, e estimar simplesmente que a Terra
é «muito velha» não parece esclarecer se esse tempo refere-se a centenas, milhares
ou milhões de anos.
Trend (2001) comenta que as pessoas parecem mais confortáveis com a ideia de
tempo relativo (muito tempo atrás; pouco tempo atrás) do que absoluto (há 4,5 bilhões
de anos; há 100 mil anos) pelo menos no contexto do tempo geológico. Independen-
temente das ideias da geocronologia relativa ou absoluta, é importante que o estudante
consiga situar os grandes eventos da Terra em períodos geológicos corretos (Trend,
2001). Neste contexto, percebe-se que os jovens brasileiros apresentam claramente difi-
culdades ao situar os períodos geológicos em que os dinossauros viveram, a idade da
Terra e a idade do surgimento do homem, diferente dos estudantes italianos.
De acordo com Berti, Toneatti e Rosati (2010), o ensino da teoria evolutiva na Itália
é previsto desde o ensino primário. Desde 8 anos de idade, as crianças já conhecem
alguns aspectos da teoria da evolução biológica, pois têm acesso a vários materiais
acerca do tema. Além disso, a maioria dos livros didáticos traz a origem do universo,
seguido do surgimento e da evolução da vida, acompanhado da apresentação da evo-
lução humana, e conclui com a ascensão das primeiras civilizações. Também apresenta
uma linha do tempo mostrando os períodos geológicos e os principais eventos bioló-
gicos que ocorreram a partir do Big Bang.
Nas diretrizes curriculares nacionais para o ensino fundamental brasileiro em vigor
até pouco tempo (Parecer CNE/CEB 04/98), não se encontram referências à teoria da
evolução biológica ou à história geológica do planeta (Oliveira e Bizzo, 2011). Embora
haja documentos curriculares, sem força normativa, que recomendam abordar a teoria
evolutiva, como os Parâmetros Curriculares Nacionais do Ensino Médio (1999), tra-
dicionalmente isso é feito apenas ao final do último ano do Ensino Médio (Tidon e
Lewontin, 2004). Dados recentes indicam que esse quadro possivelmente esteja inal-
terado, diante do relato de professores que afirmam que os conteúdos de evolução
são abordados – quando o são – apenas ao final do ensino médio, como se vê nesse
depoimento de um professor entrevistado:
Pelo menos no nosso currículo, a evolução é a última coisa que ele [aluno] vê
no ensino médio. Ele [aluno] vê a genética no começo do ensino médio e a evo-
lução lá no final, tem uma janela muito grande entre um conceito e outro [...] É
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Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:02 Página 460
INTRODUCCIÓN
de cambio conceptual (Posner et al., 1982; Strike y Posner, 1992) que sugería que para
lograr dicho remplazo era necesario que el estudiante se sintiera insatisfecho con sus
concepciones (lo que se lograría generando un «conflicto cognitivo» o «socio-cogni-
tivo» al enfrentar al estudiante a evidencias e interpretaciones contrarias a sus ideas)
y que tuviera a su alcance otras concepciones que le resultaran comprensibles, plau-
sibles y heurísticamente fructíferas. Este modo de concebir la enseñanza teniendo en
cuenta las concepciones de los estudiantes significó, sin dudas, un gran paso adelante
en la compresión de los procesos de aprendizaje y en las prácticas educativas (en com-
paración con las prácticas tradicionales basadas en la mera transmisión de conoci-
mientos). Esta perspectiva cobró tal fuerza que en muchos casos «cambio conceptual»
llegó a considerarse sinónimo de «aprendizaje».
Sin embargo, tanto la investigación como las prácticas inspiradas en este marco,
pronto mostraron que las estrategias didácticas basadas en el cambio conceptual resul-
taban limitadas (Marín Martínez, 1999). Para decirlo sintéticamente, muchas concep-
ciones se revelaron altamente resistentes al cambio aún después de la implementación
de estrategias basadas en el modelo de cambio conceptual. Esto llevó a los investiga-
dores a indagar e identificar los factores ignorados –por los primeros modelos de cam-
bio conceptual– que pudieran explicar estas limitaciones. Así, por ejemplo, se llamó
la atención sobre el hecho de que se había ignorado el rol de las emociones –el modelo
original de cambio conceptual fue calificado de «frío»– (Pintrich, 2006), de que se
ignoraba la importancia del contexto (Schnotz et al., 2006), etc. Muchas de las críticas
se dirigieron a los supuestos epistemológicos del modelo (Marín Martínez, 1999). En
efecto, el modelo se basaba fuertemente en las ideas de Thomas Kuhn, lo que explica
el supuesto de que es esperable que a una crisis cognitiva le siga un remplazo revolu-
cionario de los modos de pensar. Se cuestionó también el supuesto de que los estu-
diantes disponen de modelos altamente coherentes (comparables con las teorías
científicas) y se sugirió que, en realidad, los estudiantes razonan en base a algunos ele-
mentos cognitivos acotados y poco relacionados entre sí llamados «primitivos feno-
menológicos» o «p-prims» (Di Sessa, 1993). No es nuestro objetivo aquí hacer una
revisión exhaustiva de este modelo y de las numerosas y variadas críticas que recibió.
Sin embargo, es necesario llamar la atención sobre esta cuestión porque la tentación
de asumir que las concepciones erróneas de los estudiantes son fácilmente reempla-
zables a partir de un trabajo basado en la «lógica de la refutación» siempre está pre-
sente. Es por ello que es necesario señalar que la investigación muestra que dicho
cambio no tiene lugar fácilmente y que ciertas concepciones, de hecho, nunca se aban-
donan.
Las numerosas revisiones y alternativas al modelo original del cambio conceptual
que tuvieron lugar llevaron a la comunidad de investigadores a preguntarse cuál es la
naturaleza y funcionamiento de las concepciones alternativas, especialmente de aque-
llas recurrentes y altamente resistentes al cambio. El marco teórico de los obstáculos
epistemológicos se inscribe en esta línea.
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Obstáculos para el aprendizaje del modelo de evolución por selección natural 465
¿En qué consistiría el trabajo didáctico sobre los obstáculos? Los autores que tra-
bajan en esta línea proponen que las estrategias didácticas deben tener tres compo-
nentes (Astolfi y Peterfalvi, 2001):
Obstáculos para el aprendizaje del modelo de evolución por selección natural 467
Los dos primeros factores son en gran medida convergentes con las prescripciones
derivadas del marco del cambio conceptual. El tercero, en cambio, aunque no es total-
mente ajeno a los modelos de cambio conceptual, es desde nuestro punto de vista el
principal y distintivo del enfoque aquí propuesto. Este tercer componente se relaciona
con la metacognición, esto es, con la capacidad del sujeto de reflexionar consciente-
mente sobre su propia cognición y de regularla (Thomas, 2012; Zohar y Dori, 2012;
Peña Ayala, 2015). Así, un objetivo central de la enseñanza sería que los estudiantes
desarrollaran la capacidad de reconocer el obstáculo y de regular su funcionamiento,
lo que Peterfalvi (2001) denomina una «vigilancia crítica» y nosotros denominamos
una «vigilancia metacognitiva». Desde esta perspectiva, el trabajo didáctico debería
estar dirigido a que los estudiantes comprendieran en qué consiste el obstáculo (reto-
mando nuestro ejemplo; en qué consiste el pensamiento teleológico), pudieran reco-
nocerlo (teniendo en cuenta que el obstáculo rara vez se presenta explícitamente y
que lo más frecuente es que esté implícito en múltiples expresiones más «locales»)
y pudiera regularlo (esto es, decidir en qué circunstancias es legítimo y en cuáles supo-
ne una limitación para el razonamiento). Diremos que un obstáculo fue «superado»
cuando el estudiante desarrolló estas capacidades con respecto a dicho obstáculo.
– Didáctica de las ciencias naturales: nos puede informar sobre qué concepciones
son recurrentes y resistentes (estas son las expresiones de los obstáculos, mien-
tras que aquellas concepciones que solo aparecen en contextos limitados y/o
que son fácilmente abandonadas por los estudiantes son menos informativas).
– Historia de la ciencia: la analogía entre las concepciones de los estudiantes y
aquellas que han sido sostenidas por científicos del pasado ha sido señalada
hace muchos años y ha sido justamente criticada (Driver et al., 1992; Posada,
2000; Pozo y Gómez Crespo, 2004; Johsua y Dupin, 2005; De Vecchi y Giordan,
2006). Constituye una guía heurística pero no conviene llevar demasiado lejos
la analogía: ningún estudiante es «aristotélico» ni «lamarckiano» en sentido
estricto.
– Epistemología: los análisis epistemológicos (especialmente los de las episte-
mologías específicas) son de gran valor para revelar posibles «nudos de difi-
cultad» intrínsecos de los modelos a enseñar. Un ejemplo claro lo constituye
el caso del uso de nociones finalista en biología (Allen et al., 1998; Allen, 2003).
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:03 Página 468
Obstáculos para el aprendizaje del modelo de evolución por selección natural 469
Es posible que otros modos de razonar, además de los tres mencionados aquí, fun-
cionen como obstáculos para el aprendizaje del MESN pero que la naturaleza del pro-
blema planteado a los estudiantes no favorezca su expresión y, por lo tanto, limite
nuestra capacidad para detectarlo. Por ejemplo, es esperable que el pensamiento esen-
cialista opera como obstáculo también (Gelman y Rhodes, 2012).
Ahora bien ¿en qué medida estos estilos de razonamiento perduran en la univer-
sidad? Trabajamos con tres cursos de universidad. Uno pertenece al tramo inicial de
la carrera y los otros dos a estadios avanzados de la misma. La muestra incluyó en total
a 154 estudiantes (aproximadamente la mitad en el curso inicial y la otra mitad en los
cursos avanzados).
2. Los «peces ciegos» viven en ríos y lagos que se forman dentro de cuevas a las que
no llega la luz solar, de modo que pasan toda su vida en un ambiente totalmente
oscuro. Todos estos peces tienen ojos muy pequeños y cubiertos por piel, por lo
que, como su nombre lo indica, son ciegos. Sabemos que estos peces se originaron
a partir de un grupo de individuos que tenían ojos bien desarrollados y una exce-
lente visión. ¿Cómo explicarías la desaparición de la visión en estas poblaciones
de peces?
3. Los vampiros son murciélagos que, durante la noche, producen un pequeño corte
a algún animal y toman la sangre que sale de la herida como alimento. Debido a
los altos requerimientos energéticos del vuelo los vampiros deben alimentarse casi
todas las noches antes de regresar a las cuevas donde pasan el día. Cuando no
logran conseguir comida el riesgo de muerte por inanición es muy alto. Se ha
observado que, al regresar a la cueva, aquellos vampiros que no han conseguido
alimentarse suelen recibir una «donación» de sangre regurgitada por otros indi-
viduos que sí han conseguido alimentarse. Asumiendo que esta conducta estaba
ausente en poblaciones primitivas de vampiros ¿Cómo explicarías la evolución de
esta conducta cooperativa de «donación» de sangre?
Obstáculos para el aprendizaje del modelo de evolución por selección natural 471
El análisis de las respuestas a estos problemas reveló que, en efecto, los estudiantes
universitarios recurren a los mismos patrones explicativos que los estudiantes de
secundaria. En comparación con los estudiantes de secundaria (12,5%) más estudian-
tes de universidad recurren al patrón seleccional (más cercano al MESN). Sin embargo,
analizando todas las respuestas para cada curso (sin discriminar entre problemas) el
porcentaje de respuestas seleccionales está entre el 45% para el curso inicial y alrede-
dor del 57% para el caso de los cursos avanzados. Es decir, aunque los resultados son
mejores que en el caso de la escuela secundaria en el mejor de los casos encontramos
que un 40% de los estudiantes no logra producir una explicación acorde con el MESN
(cabe señalar que el criterio utilizado para considerar como «seleccional» una res-
puesta es más bien poco exigente).
Por otro lado, analizando todas las respuestas para cada problema y sin discriminar
por curso el porcentaje de respuestas seleccionales alcanza un 78% para el problema
1 (el más sencillo) y cae a un 19% para el problema 3 (el más complejo). Estos resul-
tados sugieren que, tal como se predice desde el marco teórico, los obstáculos siguen
estando presentes. Es decir, frente a un caso en el que el MESN resulta difícil de aplicar
(probablemente porque al ser muy diferente de los ejemplos paradigmáticos con los
cuales se enseñó el modelo el estudiante no logra un «mapeo» analógico entre ambos
casos) el estudiante no produce cualquier respuesta, sino que, básicamente, produce
el mismo tipo de respuesta que encontramos en los estudiantes de secundaria que no
han aprendido ni siquiera una versión elemental del modelo.
Así, aunque la instrucción formal en una carrera universitaria especializada en el
contenido (licenciatura en biología) tiene un efecto apreciable en el aprendizaje (la
frecuencia de explicaciones que se ajustan al patrón seleccional es mayor que en
secundaria y, dentro de la universidad, es mayor en los cursos avanzados que en los
iniciales) las estructuras cognitivas que guiaban las explicaciones pre-instruccionales
siguen presentes y activas.
Por otro lado, el hecho de que frente a un problema complejo en el que no resulta
fácil aplicar el MESN los estudiantes recurran a explicaciones –incompatibles con el
MESN-basadas en los obstáculos sugiere que éstos tienen un bajo grado de conoci-
miento consciente y control sobre sus modos de razonar. Por ejemplo, cabría esperar
que un estudiante con estas capacidades altamente desarrolladas se abstuviera de pro-
ducir explicaciones finalistas aún en caso de no poder aplicar el MESN y, simplemente,
no respondiera el problema o que produjera una respuesta de compromiso del tipo
«el rasgo en cuestión debe suponer alguna ventaja por la cual fue seleccionado, aun-
que no logro identificar cuál sería dicha ventaja».
La existencia de los tres obstáculos aquí reseñados se infirió a partir de respuestas
de los estudiantes a problemas en los que se les pedía que explicaran un caso típico de
evolución adaptativa. Es esperable que enfrentados a otros problemas den otras
respuestas de las cuales podamos inferir la existencia de otros obstáculos. Podemos
considerar que el otro gran problema que busca responder la teoría de la evolución
es el origen de la diversidad biológica (Sterelny y Griffiths, 1999). Actualmente esta-
mos llevando a cabo una indagación semejante a la aquí comunicada para identificar
los obstáculos subyacentes a las concepciones sobre el origen de las especies. Dichos
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:03 Página 472
Razonamiento Los cambios evolutivos se reducen a y Los cambios evolutivos son conse-
centrado en el son el resultado de la sumatoria de los cuencia de un cambio en la composi-
individuo cambios sufridos por cada individuo. ción de la población.
Razonamiento Todo fenómeno natural tiene una Los fenómenos naturales suelen tener
causal lineal causa única que lo precede. varias causas concurrentes.
Esencialismo de Cada individuo pertenece a una cate- Las categorías de la taxonomía intui-
sentido común goría definida por un conjunto de tiva y la científica son arbitrarias y las
rasgos inmutables que constituye su entidades designadas por estas cate-
esencia. gorías son cambiantes.
Progresividad de Todos los cambios biológicos impli- Los cambios en los sistemas biológi-
sentido común can una mejora (y una mejora supone cos no son necesariamente progresi-
tener más de algo). vos ni regresivos.
Antropomorfis- Todos los sistemas naturales son Solo algunos rasgos son compartidos
mo como los humanos. por los humanos y los organismos no
humanos.
Vitalismo Los procesos biológicos están causa- Los procesos biológicos están causa-
dos y guiados por una fuerza vital. dos por procesos físico-químicos.
Obstáculos para el aprendizaje del modelo de evolución por selección natural 473
A MODO DE CONCLUSIÓN
Creemos que el marco teórico de los obstáculos brinda criterios claros y potentes
para repensar las prácticas educativas. En síntesis, este marco sugiere identificar los
estilos de razonamiento subyacentes a las concepciones de los estudiantes (especial-
mente aquellas que resultan particularmente recurrentes y resistentes) y ayudar a los
estudiantes a tomar conciencia de ese aspecto de su pensamiento para que puedan
regularlo («vigilancia metacognitiva»). Este objetivo se aparta bastante de aquellos
derivados de las diferentes versiones del modelo de cambio conceptual. Sin embargo,
ambos enfoques pueden verse como complementarios: se puede realizar un trabajo
tendiente al cambio conceptual en relación con ciertas concepciones más específicas
(aunque esto implica el riesgo de convertir la enseñanza de un interminable intento
de refutar las innumerables concepciones erróneas de los estudiantes) y trabajar en la
línea aquí sugerida sobre los obstáculos que, por definición, nunca se abandonarán.
En otro trabajo incluido en esta misma obra (González Galli, 2016) sugerimos algunos
lineamientos concretos para trabajar sobre la TSC, y hemos publicado algunas pro-
puestas para trabajar sobre los obstáculos para el aprendizaje del MESN (González
Galli et al., 2008).
El desarrollo de la «vigilancia metacognitiva» que proponemos es un objetivo
ambicioso. Se sabe que las destrezas metacognitivas de orden superior (como las
requeridas aquí) no se desarrollan espontáneamente. Al mismo tiempo, numerosas
evidencias convergen en señalar que solo aquellos estudiantes con una alta capacidad
de reflexión metacognitiva pueden aprender significativamente los complejos modelos
que pretendemos enseñar (Thomas, 2012; Zohar y Dori, 2012; Peña Ayala, 2015).
Una de las razones por las que el aprendizaje de los modelos científicos requiere este
tipo de reflexión consciente y explícita sobre el propio pensamiento reside en que
dichos modelos son en general fuertemente contra-intuitivos (Pinker, 2003; Rosengren
et al., 2012). Así, si los estudiantes no toman conciencia de cuáles son los sesgos de su
pensamiento que guían su intuición, lo más probable es que cuando piensen un pro-
blema (especialmente fuera del contexto escolar) vuelvan a «descansar» en aquellos
modos de razonar que se le dan «naturalmente», es decir, en los obstáculos. Porque,
es necesario explicitarlo, los obstáculos son percibidos como tales por el docente,
dados sus intereses didácticos, pero no por el estudiante.
Las evidencias sugieren que estas conclusiones son válidas para todos los niveles
educativos. De hecho, el nivel universitario es especialmente adecuado para el tipo
de trabajo que supone el desarrollo de la metacognición, ya que se trata de un con-
texto en el cual es mayor la probabilidad de llevar a cabo análisis detallados que
requieren mucha concentración e interés por parte de los estudiantes. Sin embargo,
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también en estos niveles domina la cultura de castigo del error que lleva (comprensi-
blemente) a muchos estudiantes a estar más preocupados por dar la respuesta «correc-
ta» que por realmente tomar conciencia y expresar cómo piensan en relación con un
problema concreto. Así, el modo de trabajo didáctico que proponemos supone rom-
per con la cultura tradicional del aprendizaje instalada no solo en los niveles primario
y secundario de la enseñanza sino también en el universitario. Esperamos que este tra-
bajo constituya un aporte en el sentido de ese necesario cambio.
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Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:03 Página 477
INTRODUCCIÓN
de las provincias quienes optan por recorridos y énfasis distintos en el marco de sus
posibilidades, de su pertenencia cultural o del momento histórico. De esta manera,
cada provincia (e incluso la Capital Federal) propone un programa de enseñanza espe-
cífico que no necesariamente tiene correlato con el de las localidades vecinas.
Como la evolución biológica es un contenido básico común para el nivel secun-
dario, aparece en cada uno de estos currículos de las provincias, pero de ellas depen-
derá el enfoque propuesto (pudiendo ser transversal a todo el currículo o como un
contenido particular), la cantidad de años y en cuál de ellos se imparte, los ejemplos
sociales relevantes a tener en cuenta a la hora de la enseñanza.
Dada esta prescripción curricular, consideramos que la enseñanza de la evolución
biológica, a la que todos/as los/as futuros/as ciudadanos deben acceder, está orientada
hacia la construcción de dos modelos: el modelo de evolución por selección natural
y el modelo de especiación alopátrica. Dichos modelos se constituyen en una primera
respuesta a dos importantes interrogantes que busca responder la biología evolutiva:
(1) ¿qué proceso es responsable de la adaptación biológica? y (2) ¿qué proceso explica
el origen de la diversidad biológica?
Si bien entendemos que ambos son sólo dos modelos, de un conjunto más amplio
que componen la teoría sintética de la evolución biológica, opinamos que son los nece-
sarios para desarrollar un marco conceptual robusto que permita a los/as estudiantes
responder a los núcleos de aprendizaje prioritarios y así comprender los últimos avan-
ces en el campo de los alimentos transgénicos, el genoma humano, la clonación, la uti-
lización de antibióticos, la protección de la biodiversidad, como las implicancias
sociales que los atañen (Ayala, 2013; Fernández y Sanjosé, 2013).
Dichos modelos serán el punto de partida en el que enmarcamos nuestra propues-
ta desde un abordaje contextual de la enseñanza de ciencias, no solo construyendo
modelos científicos, sino también propiciando una comprensión potente de la natu-
raleza de las ciencias.
Sin embargo, esta tarea no es fácil, como lo explicitan varios autores. El aprendi-
zaje de la evolución es problemático, en tanto está influenciado por diversos factores
como formas de pensar que «obstaculizan» el aprendizaje, creencias religiosas, acti-
tudes sobre la ciencia, motivación, conceptos con distintos significados en la vida coti-
diana y en el ámbito científico, objetivos de los docentes así como sus propias
concepciones alternativas y actitudes hacia la ciencia, factores demográficos como
edad o género, cuestiones de índole filosófica relacionadas con la comprensión sobre
la naturaleza del conocimiento y de la ciencia (Smith, 2010a,b; Oliveira et al., 2012;
Ruiz Gutiérrez et al., 2012; White et al., 2013; Kampourakis, 2014).
Frente a esto, la propuesta que comunicamos en este escrito precisa una profunda
reflexión sobre tres marcos teóricos en relación con la enseñanza y los aprendizajes
de la evolución biológica: (1) la modelización como una posible estrategia fructífera
para la construcción de modelos escolares robustos, (2) los obstáculos epistemológicos
como marco para entender y tener en cuenta la importancia de «lo que el estudiante
ya sabe» durante los aprendizajes de los modelos evolutivos y (3) la metacognición
como un modo de habilitar la explicitación y autorregulación del pensamiento de
los/as estudiantes durante el aprendizaje de la evolución biológica.
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LA MODELIZACIÓN
¿En qué sentido hablamos de modelos?
La palabra modelo tiene distintos significados según los distintos investigadores
del área. Para responder a la pregunta que da inicio a esta sección nos remitimos a las
ideas que nos ofrece la concepción semántica de las teorías científicas propuesta por
el epistemólogo norteamericano Ronald Giere (1992, 2004) entre otros. Los adherentes
a esta concepción entienden que los científicos y las científicas construyen modelos
que dan explicaciones sobre los fenómenos que suceden en el mundo. Por ejemplo,
el Modelo de Evolución por Selección Natural, propuesto por Darwin y revisado por
los constructores de la Teoría Sintética de la Evolución, ofrece una explicación al cam-
bio adaptativo y- junto con ciertos supuestos accesorios- al origen de nuevas especies.
Desde esta concepción la relación entre el modelo científico y la realidad no es
una relación de «verdad», sino que está dada por el grado de similitud entre dicho
modelo y el fenómeno que explica. De tal manera el ajuste no es global sino relativo,
y la observación, así como la experimentación permiten a los/as trabajadores/as de la
ciencia decidir qué modelo encaja mejor respecto a los aspectos del mundo real que
se están investigando (Giere, 1999a,b). El modelo científico entonces se entiende como
una analogía del fenómeno, y dada la complejidad de éste último, así como los obje-
tivos por los que fue propuesto, el modelo representará y tomará como relevantes sólo
determinados aspectos y dejará por fuera otros qué quizás sean relevantes a la luz de
otros modelos.
Para este enfoque el progreso de la ciencia no consiste en la eliminación de enun-
ciados falsos o en el descubrimiento de la verdad sino en la construcción de modelos
que concuerdan mejor con el mundo de maneras diferentes (Giere, 1999b). Es por
este punto que creemos que provee de una interpretación de la ciencia rica, compleja
y potente para la enseñanza de las ciencias en contraposición con la dogmática y posi-
tivista visión tradicional.
¿Cómo esta concepción puede traducirse en una herramienta de trabajo para los/as
educadores/as?
Frente a esto hace algunos años que la comunidad científica en didáctica de las
ciencias está trabajando en una estrategia denominada «Modelización». La misma es
el fruto de la emergencia entre dos campos disciplinares como son la epistemología
semántica y las ideas de ciencia escolar (Izquierdo et al., 1999).
La modelización involucra una construcción de modelos escolares en el aula de cien-
cias, que nacen de la interacción de los/as estudiantes y los docentes para dar respuesta
a un fenómeno concreto. Estos modelos escolares funcionan como analogías de los mode-
los científicos, en tanto se parecen a ellos en determinados aspectos, pero no en otros.
Al igual que en la ciencia erudita este tipo de construcción tiene sus particulari-
dades, y para caracterizarlas nos centraremos en cuatro de ellas. Una primera carac-
terística es que la construcción, durante toda la unidad didáctica, se basa en un hecho
paradigmático (Izquierdo, 2014). Este hecho es un fenómeno del mundo que puede
Evolucionismo en América.qxp_Evolucionismo en América 15/9/16 9:03 Página 481
ser explicado en base al modelo que se quiere enseñar. Un ejemplo podría ser el hecho
de que los piojos de hoy en día son resistentes a los antiguos piojicidas.
Una segunda característica es que la modelización se basa en una progresión con-
ceptual. Esto significa que durante la unidad didáctica los/as estudiantes pasan por
sucesivos estados en la evolución de sus ideas. Para que esto se cumpla, quien cons-
truye la unidad, postula un posible camino hipotético (o hipótesis de progresión) para
la evolución de las ideas de los/as estudiantes. Esta hipótesis funciona como una con-
jetura en continua reformulación con el objetivo final de la construcción de un modelo
de arribo (García, 1998). Dicho modelo, similar al científico en algunos aspectos, se
propone como el modelo de llegada frente a los distintos caminos que cada estudiante
podrá construir durante la unidad junto con aquellos elementos y direcciones que
el/la docente le provea.
La tercera característica que es necesaria destacar es la construcción de diversas
representaciones del modelo durante el desarrollo de la unidad didáctica, lo que pro-
picia un espacio donde la multimodalidad se pone en juego. Modos representacionales
como los dibujos, el habla, los textos, las maquetas tienen la potencialidad de permitir
destacar distintos aspectos del modelo que en otro modo representacional no sería
posible. De esta manera lo que nos dicen los dibujos sobre los modelos de los/as estu-
diantes no es lo mismo que podrá decirnos una representación oral (Gómez Galindo,
2008). Además, las múltiples representaciones permiten a los/as alumnos/as trabajar
con aquellas que se sienten más cómodos/as, en el caso de que las representaciones
posean la misma información, pero también integrar las ideas que destacan distintas
representaciones (Ainsworth, 2006).
La cuarta, y última, característica que subrayamos sobre la construcción de mode-
los en el aula de ciencias corresponde a un punto central de la modelización para auto-
res como Sensevy et al. (2008): el pasaje de lo concreto a lo abstracto. Esto implica
que la progresión conceptual de los modelos en el aula comienza con una descripción
y explicación del hecho paradigmático basado en las concepciones de los/as estudian-
tes para que durante el correr de las actividades el modelo se transforme en una inter-
pretación del funcionamiento de la naturaleza, independiente del fenómeno que se
estuvo estudiando, y asemejándose cada vez más al modelo científico que dio origen
a la unidad didáctica (Izquierdo et al., 2003; Verhoeff et al., 2013; Adúriz-Bravo y
Ariza, 2014).
Sintetizando entonces, la modelización involucra la construcción por parte de
los/as estudiantes de modelos escolares asociados a un fenómeno paradigmático que
se van complejizando hasta el punto de poder abstraerse para dar una explicación a
otros fenómenos que no fueron los que le dieron origen. Epistemológicamente tam-
bién éste es el funcionamiento del quehacer científico, por lo que queda clara la poten-
te imagen de ciencia que se estaría ofreciendo a los/as estudiantes.
Existen numerosos estudios que proponen que ideas como la revolución Coper-
nicana, la mecánica Newtoniana, la teoría de la evolución de Darwin, la teoría atómica
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1
En el escrito se utilizará indistintamente las palabras: ideas previas, concepciones alternativas, repre-
sentaciones del sentido común dado que no es el objetivo del mismo discutir sobre estas caracterizaciones.
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Los obstáculos así definidos constituyen una especie de «núcleo duro» de las
representaciones del sentido común. Esta caracterización ha permitido entender por
qué las concepciones se resisten a la enseñanza y perduran más allá de la escolaridad.
En trabajos anteriores (González Galli y Pérez, 2014) hemos presentado una lista
de ocho posibles obstáculos para entender los modelos evolutivos que podrían expli-
car algunas de las ideas previas de los sujetos. Algunos de ellos son el esencialismo, la
teleología, el determinismo. Consideramos importante tenerlos en cuenta durante los
procesos de enseñanza de la evolución biológica entendiendo que no son reemplaza-
bles, y que entonces deberá ser otro el tratamiento didáctico que se les ofrezca. En la
sección que sigue daremos pistas para considerar esto.
LA METACOGNICIÓN
debe realizar, y un meta-nivel que es aquel nivel que está por encima de dicha tarea,
lo que habilita una reflexión sobre los procesos que se están llevando a cabo para cum-
plir con la misma.
La relación entre estos dos niveles está definida según el flujo de la información.
Por un lado, existe una relación de control donde el meta-nivel modifica el objeto-
nivel. Este control se realiza a partir de la indicación por parte del meta-nivel de iniciar
una determinada acción en el objeto-nivel, continuarla o bien acabar con ella. Dado
que el control por sí mismo no capta información sobre el objeto-nivel es necesario
el componente de la monitorización, donde el objeto-nivel informa sobre la situación
del desarrollo de la tarea al meta-nivel. Esto cambia el estado del meta-nivel, lo que
permitirá indicar nuevas acciones a través del proceso de control.
El flujo de la información entonces incluye un ir y venir constante con el objetivo
de regular los procesos que se llevan a cabo sobre determinada tarea.
Retomando el marco que propusimos en el apartado anterior, y recordando que los
obstáculos epistemológicos son característicamente resistentes al cambio debido a, entre
otros, su carácter funcional, el enfoque tradicional de cambio conceptual es poco viable
en muchos casos. Se desprende entonces una necesidad de autorregulación por parte
de los sujetos que sería posible si el tratamiento didáctico se volcase a desarrollar una
«vigilancia metacognitiva» que permita a los/as estudiantes ser conscientes de los obs-
táculos epistemológicos y de sus múltiples manifestaciones cuando se pretende un
aprendizaje significativo de modelos evolutivos (Peterfalvi, 2001; González Galli, 2010).
A partir de lo expuesto se espera que, durante la enseñanza de las ideas evolutivas,
se haga visible el pensamiento en la clase (Ritchhart et al., 2014), en particular aquellas
formas de pensar que obstaculizan la comprensión de los modelos de evolución bioló-
gica, como por ejemplo el esencialismo. Esto habilita un espacio en la clase donde las
formas de pensamiento pasan a ocupar un rol central con el objetivo explícito de refle-
xión sobre el funcionamiento del meta-nivel y el posterior desarrollo de la capacidad
de control frente a las explicaciones del objeto-nivel sobre los fenómenos evolutivos.
A través del tiempo, la evolución conceptual de los modelos escolares de los/as
estudiantes se da en al menos dos caminos: por un lado, en el enriquecimiento interno,
diferenciación y consolidación de una serie de modelos en los que los obstáculos epis-
temológicos se expresan de diversas maneras, así como también en el enriquecimiento
de las relaciones entre los modelos y los contextos donde se supone funcionan mejor.
De esta manera, el rol de la reflexión metacognitiva en los procesos de diferenciación
y consolidación de los distintos modelos explicativos también es crucial (Tamayo Alza-
te y Sanmartí Puig, 2007).
(Kuhn, 1989; Kuhn et al., 2004), la psicología cognitiva (Hofmann et al., 2012; Hogan
et al., 2015).
En contextos de aprendizaje escolar la investigación también es variada, primando
aquellas metodologías que suelen estar asociadas a cuestionarios estandarizados que
se valoran a partir de escalas psicométricas (generalmente Escala de Likert), donde
los sujetos responden especificando el nivel de acuerdo o desacuerdo con los ítems
que se le presentan. Algunos ejemplos para revisar de investigaciones que utilizan esta
metodología son: Sperling et al. (2002); Thomas, Anderson y Nashon (2008); Tobias
y Everson (2009); Yilmaz-Tüzün y Topcu (2010); Jaramillo y Osses (2012); Schraw et
al. (2012); Huertas Bustos et al. (2014).
Habría una cierta tendencia, por la naturaleza propia de este tipo de cuestionarios,
a sobrevalorar el papel de los metaconocimientos frente al de los procesos de auto-
rregulación. De esta manera, lo que se obtiene está más cerca de la percepción de la
propia autorregulación que de la capacidad de autocontrol en sí misma. Acordamos
con Pintrich et al., (2000) en que parecieran no permitir la caracterización de la auto-
rregulación cómo un proceso dinámico y con potencialidad para cambiar a través del
tiempo en nivel y calidad, sino como situaciones estancas que se visibilizan en el
momento investigativo, pero no didáctico.
Saldaña y Aguilera (2003) proponen que una de las limitaciones de este tipo de
cuestionarios es la verbalización por parte de los sujetos. En personas con bajos niveles
de introspección y/o expresión oral pobre, la capacidad de autorregulación quedará
habitualmente infravalorada. Si se está únicamente dispuesto a reconocer la condición
de «metacognitivo» a lo «consciente», dicha sub-valoración se torna menos relevante.
Para los que reconocen un papel a la autorregulación no consciente, esta herramienta
es insuficiente.
A partir de lo expuesto hasta aquí, queda clara la necesidad de comenzar a plan-
tear metodologías de investigación sobre la metacognición de los/as estudiantes en
un entorno de clase, posicionándolos en un rol activo sobre los procesos que regulan
su aprendizaje, por ejemplo, con aquellos relacionados a la identificación y control
de los obstáculos epistemológicos.
Si bien cualquier instrumento metodológico en la investigación presenta diversas
limitaciones (para una buena discusión sobre este tema se recomienda leer Saldaña y
Aguilera, 2003), nosotros abogamos por la utilización de más de uno, como auto-
reportes, estudios de detección de errores, entrevistas y protocolos de pensamiento
en voz alta. Dado el carácter complejo de la metacognición, cada instrumento podrá
potencialmente contribuir a dar cuenta de algún aspecto de la misma y entre todos
lograr construir una idea más cercana a aquello que realmente ocurre cuando se está
estudiando evolución en una clase de ciencias.
A modo de resumen hemos propuesto tres marcos teóricos que poseen puntos de
contacto y que serían potentes para pensar en una construcción de modelos evolutivos
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robustos en el aula de ciencias. Una construcción que debe estar guiada como la ela-
boración de una respuesta a un fenómeno paradigmático sobre el que los/as alum-
nos/as tengan conocimientos. Conocimientos que servirán como punto de partida en
la construcción de un primer modelo, el cual irá transformándose a través de las diver-
sas actividades que se planteen para construir nuevas ideas y mejorar las existentes
hasta llegar a la concreción de un modelo que dé una respuesta a varios fenómenos
que sean similares al hecho paradigmático en algunos aspectos.
Esta construcción colectiva está asociada según Sanmartí (2000: 248) a un conjunto
de «saberes» en los que se incluyen conceptos, fenómenos, experimentos, instrumen-
tos, técnicas, relaciones, analogías, proposiciones, imágenes, lenguaje, valores, etc., a
lo que nosotros incluimos aquellas formas de pensar denominadas obstáculos episte-
mológicos que se encuentran todo el tiempo permeando el qué y el cómo del apren-
dizaje de los/as estudiantes sobre la selección natural o la especiación.
Dichas formas de pensamiento son implícitas y juegan un rol importante en la
adquisición del conocimiento cotidiano y en el actuar de los sujetos diariamente. Suelen
ser uno de los factores que influyen en la configuración de las concepciones alternativas
a las científicas que mantienen los/as estudiantes. Es por esto que probablemente
muchas concepciones, y más aún los obstáculos, sean imposibles de cambiar. Frente a
esta situación diversos autores, como Astolfi y González Galli, nos proponen realizar
actividades para la concientización y vigilancia por parte del alumnado sobre dichas
formas de pensamiento al momento de construir los modelos evolutivos y cuando se
los usa para resolver problemas o tomar posición frente a determinadas cuestiones.
Coincidiendo con las ideas de Sanmartí (2000) antes propuestas, creemos que esta
vigilancia, así como los obstáculos mismos, son parte también del modelo robusto que
se espera que construyan los/as estudiantes al finalizar la unidad didáctica. Modelo
robusto que junto a esto, estará más cercano al modelo científico que a las concep-
ciones del sentido común y permitirá comprender, explicar y predecir diversos fenó-
menos evolutivos diferentes al hecho paradigmático sobre el cual fue construido.
Hasta lo que hemos desarrollado cumplimos con socializar la primera etapa del
trabajo de tesis doctoral del primero de los autores, así como también realizamos una
profunda reflexión sobre algunas cuestiones vinculadas con la enseñanza de la evo-
lución biológica. Frente a esto, propusimos un potente fundamento teórico que emer-
ge de la interacción entre los marcos teóricos de modelización, metacognición y
obstáculos epistemológicos, lo que permite la construcción de unidades didácticas
para la enseñanza de los modelos evolutivos. Pensamos que la formulación de una
unidad didáctica sustentada en esta interacción, podrá ser útil como instrumento de
recolección de datos, los cuáles puedan aproximarnos a responder preguntas de inves-
tigación de una tesis doctoral como: ¿Cuáles son las características de los modelos de
los estudiantes (incluyendo ideas sobre conceptos, capacidades metacognitivas, posi-
bles obstáculos, concepción epistemológica) sobre la evolución? ¿Cómo se caracteri-
zaría la progresión conceptual que sufren estos modelos en una unidad didáctica que
pone énfasis en la metacognición y los obstáculos epistemológicos? ¿De qué manera
las estrategias y regulaciones metacognitivas son también responsables de la construc-
ción de modelos?
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INTRODUCCIÓN
MESN brinda una respuesta a la pregunta «¿Por qué?» (what- for) en relación con un
rasgo y dicha pregunta es legítima y teleológica.
No disponemos de espacio aquí para reseñar todos los análisis que concluyen en
que la explicación darwiniana de la adaptación (véanse Ayala, 1970; Dennett, 1995;
Walsh, 2000; Depew, 2008) constituye una forma de la explicación teleológica, pero
podemos señalar que el reconocimiento de este rasgo epistemológico de la biología
ha ganado un gran apoyo entre los filósofos de la biología. Solo comentaremos un
análisis más que nos servirá de fundamento epistemológico para nuestra propuesta
didáctica.
IMPLICANCIAS DIDÁCTICAS
Ahora bien, nuestra pregunta es: ¿cuál sería el objetivo didáctico en relación ese
obstáculo? Desde el marco teórico de los obstáculos se asume que estos son, por defi-
nición, no eliminables (Astolfi, 1994). Esto se debe a que, de hecho, se designa como
obstáculo justamente a aquellos modos de pensar que se han mostrado altamente
resistentes al cambio mediante la instrucción. Sin embargo, en el caso de la TSC esta
conclusión puede sostenerse con independencia estas consideraciones didácticas,
especialmente en base a las investigaciones en psicología cognitiva que sostiene que
el sesgo teleológico está presente desde los primeros meses de vida y que persiste
durante toda la vida, especialmente en el dominio biológico. En efecto, los niños
presentan una suerte de «teleología promiscua» (Kelemen, 1999) que durante el
desarrollo se restringe. Esta restricción del campo de aplicación de los razonamientos
teleológicos está influida por la instrucción pero, en cualquier caso, persiste cuando
se trata de analizar sistemas o fenómenos biológicos. Estos hallazgos sugieren que la
TSC es un sesgo cognitivo universal, probablemente con una base hereditaria, y que
forma parte de la estructura cognitiva normal. Kelemen (1999) también destaca el
carácter funcional (gran poder explicativo y predictivo) de la TSC lo que, de hecho,
explicaría por qué nuestra mente presenta dicho sesgo.
Dadas estas consideraciones, es claro entonces que la pretensión de eliminar la
TSC es poco realista: tal eliminación no parece posible ni deseable. ¿Cuál sería enton-
ces el objetivo didáctico en relación con la TSC? La respuesta, desde el marco teórico
de los obstáculos, se centra en el concepto de metacognición (Peterfalvi, 2001). La
metacognición se refiere al conocimiento sobre los procesos cognitivos y a la capaci-
dad para regularlos conscientemente. En el caso que nos ocupa, el objetivo no sería
entonces eliminar la TSC sino lograr que (1) los estudiantes comprendan en qué con-
sisten los razonamientos teleológicos, (2) que puedan reconocerlos (en producciones
propias y de terceros) y (3) que puedan regular su uso conscientemente.
Este último objetivo supone que puedan juzgar, de acuerdo el contexto, en qué
casos construir explicaciones finalistas es aceptable o conveniente y en cuáles no. Esto,
a su vez, requiere que los estudiantes dispongan de criterios de validez y adecuación.
Por otro lado, la definición de dichos criterios dependerá del modo preciso en que
entendamos en qué consiste la teleología y en qué sentido podría jugar un rol legítimo
en la ciencia. Esto supone que no hay una respuesta única a cuáles son esos criterios
de validez. Por lo tanto, lo que aquí digamos al respecto es solo una propuesta de
entre muchas posible que intente ser coherente con los análisis epistemológicos esbo-
zados y de utilidad para la práctica educativa. Asumiendo la propuesta de Ruse (2000)
sugerimos que un criterio de adecuación principal para el uso de expresiones teleo-
lógicas podría ser que duches expresiones se restrinjan a casos en los que la selección
natural se asume como el mecanismo evolutivo implicado. Es decir, las expresiones
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Es necesario, por lo tanto, que el docente genere situaciones que permitan la expre-
sión de la TSC y que ayude a los estudiantes a tomar conciencia del razonamiento
implícito endichas expresiones. Este problema se relaciona con un tema central en la
enseñanza de las ciencias que es el «tratamiento del error». Las prácticas tradicionales
de enseñanza suponen que el docente hace preguntas esperando que los estudiantes
den la respuesta «correcta». Así, las respuestas que no se ajustan a lo esperado («erro-
res») se consideran indeseables y se supone si todos (docentes y estudiantes) «hicieran
bien su trabajo» el error no debería aparecer. Así, cuando aparece debe haber algún
«culpable». Estos supuestos llevan de parte del docente a actitudes de censura (y a
los pares a actitudes de burla y desprecio) en relación con el error de los estudiantes
que, a su vez, reducen las probabilidades de que los estudiantes, preocupados por
cuál es la «respuestas correcta», expresen lo que realmente están pensando sobre un
problema. Es evidente que estas prácticas conspiran contra el objetivo aquí propuesto.
Dicho objetivo requiere entonces un profundo cambio hacia una cultura del aula en
la que el error se entienda como una parte intrínseca del proceso de aprendizaje: todo
aprendizaje supone, necesariamente, fallidos y retrocesos. Por otro lado, desde el
marco teórico de la metacognición se sugiere la necesidad de instalar, como algo
normal en el aula, el «lenguaje del pensamiento», es decir, la costumbre de analizar
explícitamente cómo estamos pensando. Estas son cuestiones fundamentales que el
docente podría tener en cuanta más allá del eventual diseño de actividades específicas
tendientes a explicitar cierto obstáculo.
Caponi o por razones metafóricas como sugiere Ruse). Siguiendo a Ruse, asumimos
que la MD es adecuada en biología porque los organismos presentan rasgos adapta-
tivos como consecuencias de ser producto de la selección natural. Así, si la teleología
está asociada a la selección y a su resultado (la adaptación), las expresiones teleológicas
solo serían legítimas cuando se asumiera que el rasgo biológico analizado es una adap-
tación (es producto de la selección). Caso contrario, por ejemplo si asumimos que el
rasgo analizado es producto de la deriva génica, no sería legítimo recurrir a expresio-
nes teleológicas.
Por otro lado, asumir una explicación adaptacionista no implica que todo razo-
namiento teleológico sea legítimo o aceptable ya que muchos razonamiento pueden
ubicar «el nexo teleológico» en lugar equivocado. Por ejemplo, si un estudiante dice
que «las cucarachas mutan para resistir el insecticida» dicha expresión es incompatible
con el MESN y, por lo tanto, sería inaceptable. Consideremos ahora la expresión «la
mutación que confiere resistencia al insecticida se difundió en la población porque
ayudaba a resistir el insecticida». Este segundo enunciado es tan teleológico como el
primero, pero ubica el «nexo teleológico» en el sitio correcto desde el punto de vista
del MESN. En el primer caso, el nexo está ubicado en el origen de la variación (lo que
es incompatible con el MESN), mientras que en el segundo caso el nexo está ubicado
en la relación entre el efecto del rasgo y su retención y difusión en la población. Así,
el MESN se convertiría el «juez» al que el estudiante debería recurrir para juzgar crí-
ticamente qué expresiones teleológicas son aceptables y cuáles no.
Es destacable que esta propuesta supone no solo revisar y regular conscientemente
el recurso a la TSC sino también revisitar esta modelo constantemente para llevar cabo
dicha regulación, lo que contribuiría a incrementar la comprensión del modelo.
CONCLUSIONES
que, sin embargo, no violan ninguno de los supuestos metafísicos de la ciencia actual.
Muchos sostienen incluso que el propio MESN supone poner en juego razonamientos
teleológicos: Darwin no eliminó la teleología de la biología sino que la naturalizó y
con ello la legitimó. Tomados en conjunto, creemos que estos análisis nos obligan a
revisar la pretensión didáctica-basada en los diversos modelos del cambio concep-
tual- de que los estudiantes abandonen los razonamientos teleológicos. Esto, a su vez,
no obliga a preguntarnos cuál sería entonces el objetivo didáctico en relación con la
TSC y qué referentes teóricos podrían auxiliarnos para repensar la enseñanza. Es en
este sentido que creemos muy potentes recuperar el concepto de obstáculo epistemo-
lógico. Basándonos en dicho marco teórico, sugerimos que el foco del tratamiento
didáctico de este problema debe estar puesto en favorecer el desarrollo por parte de
los estudiantes de una suerte de «vigilancia metacognitiva» sobre la TSC (y sobre los
demás obstáculos). Esto supone que los estudiantes sean capaces de reconocer el obs-
táculo y sus múltiples expresiones y que sean capaces de regular el uso del razona-
miento según el contexto teniendo como criterio de referencia la coherencia con el
MESN. Este objetivo último es muy ambicioso. Sabemos que las destrezas metacog-
nitivas son las de mayor exigencia cognitiva y que o se desarrollan espontáneamente,
lo que significa que los docentes debemos hacer algo al respecto. Aunque hemos ofre-
cido algunos lineamientos generales para pensar actividades orientadas a estos obje-
tivos nos hemos centrado en los fundamentos teóricos de esta propuesta de modo que
los docentes lectores puedan diseñar actividades adecuadas a sus respectivos contextos.
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