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Articulo

LA MUERTE NOS INMORTALIZA EN EL RECUERDO

La terminación de una etapa, la cesación misma de la vida, así es la muerte, una realidad
imposible de ignorar, lo que fuimos solo quedara en la memoria de aquellos que hicieron
parte de nuestra existencia.
Reconocer que nuestra existencia tiene límite, permite construir los elementos
necesarios para soportar la ausencia, no importa a que cultura, sociedad o religión
pertenecemos, el duelo hace parte de la estabilidad espiritual, donde cada uno busca según
las circunstancia desaparecer ese sosiego que causa la pérdida de un ser querido.
Hay perdidas especialmente significativas en la adultez, la muerte del cónyuge, de
alguno de los padres o de un hijo pueden convertirse en la experiencia más dolorosa, la
forma de entender la muerte varía según cada etapa de la vida, no es igual el duelo en un
niño, que en un adolescente o en un adulto mayor, en general todos reaccionamos diferente
a la muerte. Buscamos en nosotros la fortaleza y los mecanismos que hagan posible
sobrellevar el dolor.
El duelo comienza con la fase de choque, donde se experimenta incomprensión hacia esa
noticia inesperada, creando episodios de aturdimiento e intranquilidad, en cuanto
disminuyen estas sensaciones se va adquiriendo la conciencia de la perdida para enfrentar
una etapa de conservación y aislamiento que al final permite encontrar la aceptación.
Aunque existan diversas formas de manejar el proceso de aflicción por la ausencia
repentina de un ser querido, es posible afirmar que cuando se tiene gran afecto hacia una
persona, la muerte no es designio de un final si existen profundos sentimientos que
permiten revivir la presencia de aquellos que no están en cuerpo pero siguen en la mente,
inmortalizados en el recuerdo.

“Aquellos que nos han dejado no están ausentes sino invisibles, tiene sus ojos llenos de
gloria fijos en los nuestros llenos de lágrimas”. San Agustín.

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