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Sobre la educación socrática en el libro IV de Jenofonte.

Introducción.
El libro VI de las Memorias de Jenofonte expresa una unidad temática y argumentativa que toma
como eje central la preocupación socrática por la educación política de los individuos. Dicha
preocupación es expresada a partir de la reconstrucción de varios diálogos, con dos personajes ya
conocidos como lo son Eutidemo, e Hipias de Elide, que discurren en torno a temas como la piedad,
la justicia, la templanza, la virtud y la sabiduría; puntos que servirán como pilares del ejercicio
educativo socrático.1

Por lo dicho anteriormente, juzgo que es suficiente considerar como objetivo general de la presente
ponencia el exponer de forma clara (o de ser necesario, obscura) las conexiones existentes entre
los llamados “pilares” de la educación socrática y las implicaciones que estas tienen con respecto
a la imagen que poseemos de Sócrates2. Para cumplir con tal objetivo dividiré esta ponencia en
cuatro secciones en las cuales se recurrirán a distintos fragmentos como base interpretativa para
sostener la tesis principal que cada sección pretende abordar, a saber: primera, el estatuto y la
naturaleza de la sabiduría en el cuidado y el conocimiento de sí; segundo, la participación de lo
divino en la construcción del concepto de justicia; tercero, la templanza y su relación con el criterio
de utilidad del conocimiento; y por último, cuarto, conclusiones generales.
Sección primera: El estatuto y la naturaleza de la sabiduría en el cuidado y el conocimiento de sí.
En las primeras secciones del libro IV de las memorias, se presenta nuevamente el llamado
intelectualismo socrático, ya que el actuar de acuerdo al conocimiento, se presenta por ejemplo en
las analogías que Jenofonte atribuía a Sócrates al momento de persuadir a quienes pretendía por
alumnos, pues la naturaleza de los caballos y los perros debían de pasar por un proceso educativo
para lograr su efectiva acción (Cf. Memorias 4.1.3.). Proceso, que evidentemente tomaba en
consideración el conocimiento de la naturaleza de los seres a quienes toma por objeto. Ahora bien,
cuando el proceso formativo tiene por objeto al hombre Jenofonte nos indica:

“los hombres con mejores disposiciones naturales, con mayor fuerza de espíritu y eficaces al
máximo en lo que emprenden, si se les educa e instruye en lo que tienen que hacer resultan
excelentes y utilísimos, pues llevan a cabo los más numerosos y mejores servicios, pero si no se
les educa ni se les instruye, son los peores y los más dañinos: no saben discernir lo que tienen que

1
En este punto, el interpretar como eje temático del libro VI de los recuerdos, me apego a la postura de Juan David
García Bacca, quien escribe la introducción de los Recuerdos de Sócrates por la UNAM de la edición de 1946, quien
a su vez adopta la interpretación de Marchant, explicando que los puntos discutidos en IV presentan una
coherencia interna en torno este tema, que en mi opinión inicia con el esbozo del estudiante socrático, y finaliza
con la reflexión sobre quienes se acercaba a Sócrates e incluso con la opinión de Sócrates sobre sí mismo en torno a
cómo conducía su vida y la utilidad que esta presentaba a los otros. Cf. Pag. XXIV - XXVIII Recuerdos, 1946.
2
Considero de antemano, que el Sócrates de Jenofonte difiere en puntos centrales con respecto del Sócrates de
Platón,
hacer, se lanzan a muchos negocios funestos, y como son altivos y violentos, resultan difíciles de
manejar y de disuadir, con lo que causan muchos y terribles males.” (Memorias 4.1.4)

Con respecto a este fragmento considero oportuno remarcar que el proceso educativo por lo menos
en el caso de los hombres no solo consiste en conocer la naturaleza física o constitutiva del
individuo, sino también tiene un componente epistemológico. Ya que, a diferencia de los caballos
o los perros que parecieran simplemente ser entrenados de acuerdo a su constitución, los seres
humanos deben ser entrenados en su capacidad de discernimiento3. En otras palabras, la educación
cuando tiene por objeto el hombre apunta a su capacidad intelectual.4

Ahora bien, consideremos que la facultad de discernir de un individuo radica principalmente en el


conocimiento que resida en el mismo. Prueba de esto puede verse reflejado en la importancia que
da Sócrates al conocimiento (σοφια) en el primer dialogo con Eutidemo presentado en 4.2. Ya qué,
a partir del conocimiento y de hecho de un conocimiento particular, como lo es el conocimiento
de sí, surge en el individuo la capacidad de ejercer la virtud moral. Pero antes de extender la
reflexión sobre este punto, es prudente indagar aún más sobre que significa ¿qué es el conocimiento,
y que estatuto tiene dentro de la obra de Jenofonte?
Para abordar este punto nos apegaremos a la postura de Dorion5 (2008) quien sostiene la tesis de
que el estatuto del conocimiento en el Sócrates de Jenofonte puede ser referido a una virtud
particular. Así mismo el tipo de conocimiento del que habla cuando se refiere a Eutidemo consiste
únicamente en el conocimiento que se refiere a las virtudes morales (Cf. Dorion 2008). Esto implica
una ruptura con el Sócrates de Platón, pues, en él si bien en diálogos tempranos no sé pueda afirmar
con certeza la unidad del conocimiento, pues la misma espontaneidad de los diálogos en torno a
preguntar por términos como, el valor, la amistad, o la piedad, no parecen a apuntar a una unidad
del conocimiento o la virtud, si parecen abordarse desde el lado de que en todas y cada una de ellas
los elementos de lo bueno, lo justo o lo bello se encuentran presentes.

Parte del fundamento que podría ofrecer a la interpretación de Dorion atendiendo al primer dialogo
entre Sócrates y Eutidemo se encuentra en dos fragmentos: el primero, presente en 4.2.10 nos indica

“(Sócrates), ¿A qué clase de bondad quieres llegar, Eutidemo, reuniendo estos escritos? En vista
de que Eutidemo se había quedado callado pensando en una respuesta, Sócrates le pregunto de
nuevo: - ¿Acaso quieres ser médico? Porque se han escrito muchas obras de médicos. - ¡no por
Zeus!, medico no - ¿Quieres entonces llegar a ser arquitecto? También ello requiere un hombre

3
Es discutible en este punto que la capacidad de discernimiento únicamente se encuentre presente en los seres
humanos, pero apoyándome en fragmentos como los presentes en 4.3.10 – 4.3.12 donde puntualmente se ubican
a los animales como seres al servicio de los hombres, y donde se indica que es propio del ser humano la “facultad
de interpretar”.
4
Esto no quiere decir que las facultades físicas se dejen de lado, al contrario, la constitución física de un individuo
posee un componente importante dentro del modelo educativo socrático, esto puede confrontarse con una lectura
en 4.8. en la cual Sócrates acepta que el morir dignamente implica encontrarse en las capacidades físicas optimas
de un hombre sano.
5
Sobre este punto véase The Nature and Status of Sophia in the Memorabilia 2008 en Elenchos 29: 253-277.
experto. -No, tampoco es eso. - ¿Quieres hacerte un buen geómetra como Teodoro? -Tampoco
quiero ser geómetra, dijo. - ¿un astrologo, entonces? Y como también el otro negó dijo: - ¿Un
rapsodo, en ese caso? Porque aseguran que tienes todos los poemas de Homero…” (4.2.10)

En este fragmento, se muestra que aquello por lo que se pregunta son conocimientos particulares
que llevan a la conducción de virtudes particulares, considerando, además, que parten de la
afirmación que estos mismos constituyen parte de la sabiduría y concluyen que existe una virtud
mayor que las anteriores, aquella “por la que los hombres se hacen políticos, administradores,
capaces de gobernar y útiles a los demás y a sí mismos” (4.2.11)6

El segundo fragmento se encuentra en 4.2.33. donde se ejemplifica que existen sabiduría que no
conduce al perjuicio de quien la posee, como en el caso de Dédalo y de Palamedes. A causa de este
último, no es extraño que Dorion afirme: “esta es la mayor diferencia con el Sócrates de Platón,
quien nunca podría aceptar que la posesión o ejercicio de una virtud pueda ser dañina por aquel
que la posee y/o ejerce” (Pág. 464 Dorion 2008)

Ahora bien, a partir de las constantes refutaciones que Sócrates ejerce sobre Eutidemo y la actitud
tomada por este último como aquel quien se encuentra confundido, se introduce la máxima délfica
del “conócete a ti mismo” (Cf. Memorias 4.2.24.). La introducción de este tema dentro de la
discusión parece ser un salto argumentativo más que una continuidad del propio argumento que
fluía a partir del interés de Eutidemo por cultivarse en el arte de la política. Pero, si retomamos
nuevamente el discurso inicial de Jenofonte encontramos que la relación que existe entre la
introducción de la máxima délfica y el interés político de Eutidemo, consiste al parecer en una tesis
naturalista, pues el “conocimiento de sí” da a su poseedor una serie de beneficios que pueden ser
equiparables a los propios descritos por el arte de la política como la administración gubernamental
o el sacar provecho de los otros hombres (Cf. Memorias 4.2.26 – 4.2.29).

Finalmente, la primera discusión, que podría ser considerada como la más extensa del libro IV,
finaliza con la provocación de Eutidemo por acercase a Sócrates en búsqueda de mejorar en el arte
de su propio interés.
Segunda sección: La participación de lo divino en la construcción del concepto de Justicia.

El segundo discurso de Eutidemo que se presenta en 4.3. realiza una exposición de la piedad
enmarcada dentro de la exposición sobre la importancia del buen juicio. Aunque si bien pedir una
respuesta a la pregunta por ¿qué es el buen juicio? no pareciera ser muy afortunada, porque el
propio capitulo no pareciera dar elementos suficientes para exponer este concepto7. Exponer la idea

6
Aunque si bien es posible distinguir entre conocimientos y virtudes particulares, considero que de los mismos
fragmentos se puede deducir cierta jerarquía entre las virtudes y conocimientos, pues parece muy poco probable
que Sócrates acepte ya sea en boca de Jenofonte o de Platón que exista una equivalencia en tanto importancia
entre los conocimientos propios, por ejemplo, de la arquitectura y de la política.
7
El buen juicio no es expuesto de forma clara en este capítulo, aun así, es posible observar que las implicaciones
que presuponen la actitud piadosa, como lo son la templanza y el control sobre el conocimiento propio del hombre,
tal vez brindaran una mayor luz sobre esta idea. Relación que será expuesta en la sección tercera.
de piedad expuesta por Sócrates en el discurso de Eutidemo no parecería ser muy difícil. Para ello
estudiemos el siguiente fragmento, que tiene lugar una vez Sócrates reflexiona junto a Eutidemo
los beneficios que los dioses otorgan a los hombres.

“Reflexiona que los propios dioses nos indican ese camino, pues no sólo los dioses en general
cuando nos ofrecen sus bienes lo hacen sin aparecer para nada ante nuestros ojos, sino que también
el dios que ordena y abarca todo el universo, en quien reside toda bondad y belleza y las mantiene
continuamente para nuestro uso intactas, sanas y sin vejez, sirviéndonos sin fallo más rápidamente
que el pensamiento… Meditando todo ello, nadie debe despreciar lo invisible, sino que,
reconociendo su poder por sus manifestaciones, hay que honrar a la divinidad” (Memorias, 4.3.13)

Este fragmento parece plantear una finalidad propia del hombre -el honrar a los dioses-, y pone en
manifiesto cierta concepción sistemática de la organización de la naturaleza. Es decir, que existen
ciertos elementos que tienen por fin la satisfacción del deseo de otros que se encuentran en una
escala -posiblemente ontológica- superior. Lo interesante ocurre cuando se pregunta por la forma
correcta de honrar a los dioses, a lo que Sócrates referenciando al oráculo de Delfos, indica en voz
de este “según la ley de tu país” (Cf. Memorias 4.3.16)
A partir de lo anterior se abre camino el tercer discurso del libro, entre Sócrates e Hipias, que tiene
por objetivo el tema de la justicia. En él la ley y la justicia son equiparables, idea que surge a partir
de una definición positiva del concepto de justicia. (Cf. Memorias 4.4.12).

Ahora bien, preguntar por una definición clara de justicia nos remite a la investigación sobre el
concepto de ley. Siguiendo los puntos expuestos en la primera sección, es posible encontrar un
conocimiento particular que atienda a la concepción de la ley y que permita al hombre actuar de
acuerdo a esta. Pero, investigando sobre dicho conocimiento se abre una disyuntiva que radica en
el origen y naturaleza de este.

Nuevamente Dorion brinda una opinión en la tercera sección de su texto 8 (Dorion 2008),
diferenciando entre un conocimiento humano de un conocimiento de origen divino, por lo tanto, el
conocimiento de la ley y la acción que se rige por esta consistirá principalmente en una ley de la
ciudad y propia del conocimiento de los hombres. Además, la primera definición de Sócrates con
respecto a la ley, acude principalmente al rechazo por parte de él frente a lo que considere una
acción injusta y estas al ser comprobadas en el ámbito de lo sensible -contraponiéndose al de lo
divino- corresponderían al ámbito del conocimiento humano (Cf. Memorias 4.4.11 -4.4.12).

Pero, existen pruebas de que tal vez dicho conocimiento sobre la ley tenga como punto de partida
una consideración de lo divino. Pues Sócrates afirma lo siguiente “yo creo que los dioses han
impuesto las leyes a los hombres, pues entre todos los hombres la primera ley es venerar a los
dioses” (Memorias 4.4.19). Además, si se considera, por ejemplo, que Sócrates en casos específicos
reto la ordenanza de los dirigentes de la ciudad, como la prohibición de hablar con los jóvenes, o
la orden detener a León de Salamina para apoderarse de sus bienes (Cf. Memorias 4.4.3.), se podría

8
Véase αντηροπινε σοπηια, Sección tercera de The Nature and Status of Sophia in the Memorabilia.
considerar que aquello que era considerado como lo “legal” por Sócrates estaba por fuera del
ámbito de lo humano. En conclusión, podría decirse que el conocimiento de lo legal tiene
fundamento en la piedad misma, y no en las relaciones de la ciudad. Incluso si interpreta de esta
forma, parecería que el buen juicio tiene una relación directa con la acción humana sometida al
mandato de los dioses, y que se adquiere a partir de la revelación de los oráculos.

Aun si bien, no sea claro la naturaleza del conocimiento de aquello que sea justo, si es posible
establecer una conexión a partir de lo dicho entre la actitud piadosa, y la acción justa. Conexión
que brinda luz sobre el papel de dichos elementos en el llamado “modelo de educación socrática”.
Tercera sección: Sobre la templanza y el criterio de utilidad del conocimiento.

Los capítulos V, VI y VI del libro IV, exponen ciertos elementos que permiten tomar una
alternativa con respecto a la disyunción en torno a la naturaleza del conocimiento que influye en la
acción justa.

En resumen, el capítulo V expone a la templanza, como el adiestramiento de dominar las pasiones.


Esta cumple el objetivo de liberar al hombre de la esclavitud de sus propios deseos. Y, la mejor
forma para lograr conducir dichos deseos es a partir de cierto ejercicio que conduce al individuo a
la sabiduría (Cf. Memorias 4.5.10). El nombre otorgado a este ejercicio por Sócrates es la
dialéctica.

La dialéctica se personifica de dos formas según los pasajes 4.5.12 y 4.6.15. donde en el primero
se personifica a la dialéctica como el ejercicio reflexivo que tiene como fin la clasificación de las
cosas según su género; y el segundo, como el avanzar entre las opiniones que posean mayor acuerdo.
Debo aceptar que las dos formas en las cuales es manifestada la dialéctica, tienen un punto en
común, la base de partida de ellas se encuentra en el marco de la experiencia humana, y no parecen
apuntar a una propuesta metafísica posterior.

De estos dos elementos, la templanza y la dialéctica, surge lo que podríamos llamar el criterio de
utilidad del conocimiento. Pues según la enseñanza socrática la validez de un conocimiento radica
en su capacidad de ser aplicado a la acción. Es decir, el nivel de experticia justo en cada
conocimiento se encuentra demarcado por la aplicabilidad de este a la acción propia y con ello a la
comunitaria (Cf. Memorias 4.7.2). Por un lado, la templanza nos permite no desear aquellos
conocimientos que nos son impropios, como por ejemplo el conocimiento de lo divino, cuyo
estudio sería caer en un acto de impiedad; y por el otro, la dialéctica al tener como base la
construcción de conocimiento a partir de opiniones justificadas, no nos permite avanzar más allá
de lo propiamente humano.

El “buen juicio” se relaciona con la piedad, ya que al aceptar la existencia de los dioses también se
plantea una limitación con respecto al conocimiento que le es propio, pues escapa de la esfera
humana. En esa medida también nos es posible tomar una decisión con respecto a la disyunción
sobre el origen del conocimiento, pues no existiría conocimiento alguno que provenga de los dioses,
a no ser por excepción de la revelación que otorga la figura del oráculo.
Cuarta parte: Conclusiones

El Sócrates de Jenofonte, parece tender más hacia una filosofía de carácter práctico. Pues si
consideramos el modelo educativo, y su ejemplo, Eutidemo, encontramos un choque del estudiante
con respecto a las tradiciones previas, la imposición de una vida de carácter religioso, con la
preocupación de Sócrates por infundir la piedad, que permite a su vez una consideración del papel
que juega el hombre dentro de un sistema cosmológico, que a su vez mediante un ejercicio de
templanza constante sobre la dominación sus deseos, encamina su acción de acuerdo con su lugar
en el mundo, y finalmente que limita el conocimiento del individuo a aquellas consideraciones que
le son propias mediante la practica dialéctica. La virtud moral se ve reflejada en el ejercicio con
los otros y posee consecuencias inmediatas en la vida de quien la posee.

Bibliografía.
- Recuerdos de Sócrates, Jenofonte, Traducción de Carlos García Gual, Editorial Gredos,
Madrid, 1993.
- Recuerdos de Sócrates, Jenofonte, Versión directa, introducciones y notas por Juan David
García Bacca. Universidad Nacional Autónoma de México. 1946.
- The Nature and Status of Sophia in the Memorabilia, Louis-André Dorion 2008 en
Elenchos 29: 253-277

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