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Hace algunos años se realizó una encuesta nacional dentro de los Estados Unidos, la cual incluía la

siguiente pregunta: “Si pudieras preguntar a Dios SÓLO una cosa y supieras que Él te daría una
respuesta concreta, ¿qué le preguntarías?” La respuesta más común que arrojó dicha encuesta fue:
“¿Por qué existe el dolor y el sufrimiento en el mundo?”1 Muchos de nosotros frecuentemente nos
hacemos la misma pregunta (o al menos preguntas similares) mientras que intentamos entender la
adversidad y la aflicción en nuestras propias vidas y en las vidas de los demás. El responder a esta
pregunta quizá sea algo de lo más difícil (y quizá incluso imposible) de hacer. Sin embargo, cuando
suceden cosas así me gusta pensar en el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo. En el instante en que
Él se encuentra en el jardín de Getsemaní y derrama gotas de sangre mientras exclama “Padre mío,
si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”2, en aquel mismo
momento que llega uno de sus amigos a entregarlo con un beso para entregarlo a una de las
crueldades y dolores físicos más fuertes de todos los tiempos, en el instante que todos sus amigos
salen huyendo y lo dejan solo, al caminar cargando él mismo su cruz hasta aquel monte donde
finalmente iba a ser crucificado y antes de entregar el cuerpo sentirse tan solo que exclamó “¿Dios
mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”3

Durante el transcurrir de nuestra vida en la tierra, afrontaremos un sin número de pruebas, muchas
de las cuales traerán momentos de pesar y dolor inherentes. Es normal sentirnos solos y
abandonados frente a situaciones en las que la desesperación llega a nuestras vidas frente a la
impotencia de poder hacer algo por encontrar una “solución” ante aquello que afrentamos.
Caminaremos nuestro Calvario, seremos quizá abandonados por nuestros amigos, caminaremos
cargando nuestra afrenta, quizá encontraremos a alguien que nos ayude por un momento, alguien
en quién podamos apoyarnos y que nos acompañará en nuestro caminar por un momento para
después dejarnos solos, encontraremos amigos y seres queridos que secarán nuestras lágrimas y
nos acompañarán por otro momento, pero al final el camino lo tendremos que recorrer el camino
solos y pasar la prueba para recibir nuestro galardón de paz y amor que Nuestro Amoroso Padre en
El Cielo ha decretado darnos. Al igual que el Salvador, muchas veces podemos sentir incluso la
ausencia de Nuestro Padre en los Cielos en esos momentos tan difíciles. Es después de la prueba
que escucharemos esa tierna y suave voz hablando a nuestro Espíritu diciendo “Hijo mío, paz a tu
alma, tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo
sobrellevas bien, Dios te exaltará, triunfarás sobre todos tus enemigos”4. El Élder Richard G. Scott
de los 12 Apóstoles dijo: “En el preciso momento en que todo parece ideal, a veces surgen
simultáneamente múltiples dificultades. Si esas pruebas no son resultados de desobediencia,
son evidencia de que el Señor sabe que estás preparado para progresar más. Entonces te da
experiencias que estimulan tu progreso, tu comprensión y compasión y que te refinan para tu
bienestar eterno. Llegar de donde estás a donde Él quiere que estés exige un esfuerzo que
generalmente va acompañado de pesar y dolor.”5 Cada prueba que enfrentamos en la vida es
una oportunidad de crecer y mejorar como hijos de Dios y aprender aquellas cualidades que
nos darán la oportunidad de tener a Dios en nuestras vidas para encontrar así la verdadera
felicidad.

1
Strobel, Case for Faith, 29.
2
Mateo 26:39
3
Mateo 27:46
4
DyC 121:7-8
5
Der Stern, Enero 1996. Pág. 15
El Élder Robert D. Hales comentó que cuando atravesamos por alguna prueba: “Es inútil pensar
demasiado en los porqués, qué hubiera sucedido si... estas preguntas por lo general no tienen
respuesta, al menos no en la vida terrenal. Para recibir el consuelo del Señor debemos ejercer
la fe. Las preguntas ¿Por qué me sucede a mi? ¿por qué a nuestra familia?, ¿por qué en este
momento?, son por lo general preguntas que no se pueden responder. Ellas restan valor a
nuestra espiritualidad y pueden destruir nuestra fe. Debemos dedicar nuestro tiempo y energías
a la edificación de nuestra fe, y para ello, acudir al Señor y pedirle que nos de fuerzas para
sobreponernos a los dolores y a las tribulaciones de este mundo, y para perseverar hasta el fin
y ganar mayor comprensión”6. Murmurar y quejarnos quizá sea lo más natural y lo más común
que normalmente hacemos frente a una dificultad o dolor en nuestras vidas, pero la respuesta
al como sobrellevar esas pruebas es con fe en nuestro Señor sabiendo que Él nos ayudará a
sobrellevar las pruebas. Sabiendo que al ejercer esa fe llegará nuestro domingo, nuestro
domingo de resurrección y gloria y entonces sí podremos encontrar aquella felicidad y sentido
de la vida que tanto ansiamos.

6
Der Stern. Enero 1999. Pág. 16

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