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«¿ Aún estás con ese grupo? ¿Todavía eres un monje?

¿Qué
futuro tienes?». El joven contestó: «Papá, ahora mi
preocupación principal es mantener una buena relación contigo,
eso me haría muy feliz, ya que para mí es lo más importante. Lo
único que me importa es volver a comunicarme contigo, volver
a estar cerca de ti. Para mí eso es lo más importante, más que
mi propio futuro».
Su padre se mantuvo en silencio durante un buen rato. El
joven monje continuó con su respiración. Al final, el padre dijo:
«Está bien, lo acepto. Para mí también es muy importante». De
modo que la ira no era lo único que el padre sentía por su hijo.
57
La ira

En muchas cartas aquel joven le había contado cosas muy


bellas que habían alimentado los elementos positivos que había
en su padre. A partir de aquel día, su padre le llamó cada
semana. La comunicación se había restablecido, y ahora la
felicidad tanto del padre como del hijo se ha convertido en una
realidad.

La paz empieza contigo


Antes de poder hacer profundos cambios en nuestra vida,
hemos de observar nuestra dieta, la forma en que consumimos.
Hemos de vivir de tal forma que dejemos de consumir las cosas
que nos envenenan e intoxican. De ese modo, tendremos fuerza
para permitir que crezca lo mejor en nosotros y dejaremos de
ser víctimas de la ira y la frustración.
Cuando se abre la puerta de la comunicación, todo es
posible. De manera que debemos practicar el abrimos a los
demás para restablecer la comunicación con ellos. Has de
expresar la intención, el deseo que tienes de hacer las paces
con la otra persona. Pídele que te ayude. Dile: «La comu-
nicación entre nosotros es lo más importante para mí.
Nuestra relación es lo más valioso, no hay nada que sea más
importante». Explícaselo con claridad y pídele que te ayude.
Tienes que empezar a negociar una estrategia.
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El lenguaje del verdadero amor

Al margen de lo que la otra persona pueda hacer, tú debes


realizar todo lo que te sea posible, has de darte al cien por cien.
Todo lo que puedas hacer por ti, lo haces también por ella. No lo
dejes para más tarde, no pongas condiciones diciendo: «Si no te
esfuerzas por reconciliarte, yo tampoco lo haré», ya que
entonces no funcionará. La paz, la reconciliación y la felicidad
empiezan, en ti.
Te equivocas al pensar que si la otra persona no cambia o
mejora, nada podrá mejorar. Siempre hay una forma de crear
más alegría, paz y armonía, y tú puedes aportarlas. El modo en
que caminas, respiras, sonríes y reaccionas, todo ello es muy
importante. Debes empezar con esto.
Hay muchas formas de comunicarse y la mejor de todas es
mostrar que ya no estás enojado con la otra persona y que no la
censuras. Demostrarle que la comprendes y la aceptas.
Comunícaselo no sólo con las palabras, sino también con tu
forma de ser: con tus ojos llenos de compasión y tus acciones
llenas de ternura. El hecho de que seas una persona fresca y
agradable cambia mucho las cosas. Nadie puede resistir la
tentación de acercarse a ti. Te conviertes en un árbol de fresca
sombra, en un arroyo de agua fresca. Tanto las personas como
los animales desean estar cerca de ti porque tu presencia es
refrescante y agradable. Cuando empieces a cambiarte a ti
mismo, podrás restablecer la comunicación con la otra persona
y ésta cambiará de manera natural.
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La ira

El tratado de paz
Decimos al ser amado:
«Cariño, en el pasado nos hemos hecho sufrir mucho porque
ninguno de los dos sabía manejar la ira que sentía. Ahora
hemos de planear una estrategia para ocupamos de ella».
El Dharma elimina el ardor de la ira y la fiebre del
sufrimiento. Es una sabiduría que aporta alegría y paz aquí y
ahora. Nuestra estrategia para alcanzar la paz y la reconciliación
debe basarse en él.
Cuando surge la energía de la ira, solemos desear expresarla
para castigar a quien creemos que es la fuente de nuestro
sufrimiento. Ésa es la energía habitual en nosotros. Cuando
sufrimos, siempre culpamos a otra persona de habernos hecho
sufrir. No comprendemos que la ira es, ante todo, un problema
nuestro. Nosotros somos los principales responsables de ella,
pero creemos con gran ingenuidad que si podemos decir o hacer
algo para castigar a la otra persona, sufriremos menos. Hemos
de desarraigar esta creencia, porque todo cuando hagas o digas
llevado por la ira sólo dañará más tu relación. En lugar de ello,
cuando estemos enojados debemos intentar no hacer ni decir
nada.
Cuando dices algo muy cruel, cuando haces algo como
represalia, tu ira aumenta. Haces sufrir a la otra persona y ella
se esforzará diciendo o haciendo algo en respuesta que alivie su
sufrimiento. Así es como el conflicto se va intensificando.
60
El lenguaje del verdadero amor

En el pasado ha ocurrido muchas veces. Ambos conocéis


bien cómo la ira y el sufrimiento van aumentando y, sin
embargo, no habéis aprendido nada de ello. Intentar castigar a
la otra persona sólo empeoraría la situación.
Castigar a la otra persona es castigarse a sí mismo, lo cual
es cierto en cualquier circunstancia. Cada vez que el ejército de
Estados Unidos castiga a Iraq, no sólo sufre Iraq sino también
Estados Unidos. Cada vez que Iraq intenta castigar a Estados
Unidos, no sólo sufre Estados Unidos sino también Iraq.
En cualquier otra parte del mundo ocurre lo mismo, ya sea
entre israelíes y palestinos, entre musulmanes e hindúes, o
entre tú y la otra persona. Siempre ha sido así. De modo que
vamos a despertar, vamos a ser conscientes de que castigar a
otra persona no es una estrategia inteligente. Tanto tú como
ella sois inteligentes, debéis usar vuestra inteligencia y poneros
de acuerdo en planear una estrategia para cuidar de vuestra ira.
Los dos sabéis que intentar castigaros mutuamente no es
sensato. Por tanto, debéis prometeros que cada vez que os
enojéis, no diréis o haréis nada arrastrados por la ira. En vez de
ello, cuidaréis de la ira que sentís volviendo a vosotros mismos
al practicar el respirar y caminar conscientemente.
Aprovecha los momentos en los que seáis felices para firmar
un contrato, vuestro tratado de paz, un tratado de verdadero
amor.
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La ira

Debéis escribir y firmar ese tratado de paz movidos


totalmente por el amor, y no ha de ser como los tratados de paz
que firman los partidos políticos, que se basan sólo en el interés
nacional y siguen estando llenos de desconfianza e ira. Vuestro
tratado de paz debe ser puramente un tratado de amor.

Abrazando la ira
El Buda nunca nos aconsejó reprimir nuestra ira, sino que
nos enseñó a volver a nosotros mismos y a cuidar de ella.
Cuando tenemos algún problema en los intestinos, el estómago
o el hígado, hemos de detenernos y cuidarlos bien. Nos damos
algún masaje, usamos una bolsa de agua caliente, hacemos
todo lo posible por cuidar de ellos.
Al igual que nuestros órganos, la ira que sentimos forma
parte de nosotros. Cuando estamos enojados, hemos de volver
a nosotros y cuidar de nuestra ira. No podemos decir: «Vete,
has de irte. No quiero que estés aquí».

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