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El término forma de gobierno y modelo de gobierno son empleados usualmente, aunque de forma
impropia, para referirse al concepto de forma de Estado o modelo de Estado: propiamente este
último no sólo comprende el poder, sino además el territorio y la población. Las distintas formas
clásicas de clasificar las formas de Estado (federal, confederal, regional) también se suelen
denominar formas de gobierno en los textos políticos y filosóficos por la contracción lingüística
"forma de gobierno del Estado" y "forma política del Estado" en "forma del Estado".
Por su parte, la expresión forma política del Estado se utiliza incluso en textos constitucionales
para designar la forma de gobierno
También se utilizan con ambigüedad estos términos frente al de sistema político que alude
también a la estructura y funcionamiento de los poderes públicos. No obstante, mientras que una
forma de gobierno (o sistema de gobierno o régimen político) es una manera de ejercitar los
distintos tipos de poder por parte del gobierno, y una estructura de gobierno es la forma en la que
se organiza dicho poder; un sistema político es el sistema en el que se encuentra inmerso dicho
poder y en el cual ha de desenvolverse para conseguir su objetivo. Entendido así, el concepto
forma de gobierno posee una connotación más estática y simple pues se refiere aisladamente a las
instituciones de gobierno o al resto de actores políticos que inciden sobre ellas, y no a la
interdependencia del conjunto (sistema político) y al proceso de toma de decisiones de gobierno,
por su propia naturaleza más dinámico y cambiante.
Forma de Estado, organización territorial del Estado o modelo de Estado son distintas expresiones
usadas en los textos legislativos y en la bibliografía para expresar un concepto de derecho
constitucional que hace referencia a las diversas formas de organización o modelos que los
Estados pueden adoptar en base a la relación o articulación que pretenden establecer entre sus
tres elementos constitutivos: el territorio, la población y el poder.
En primer lugar, el Estado unitario, donde pueblo, territorio y poder son homogéneos, uniformes y
simples, y la relación entre ellos es unívoca y directa.
En segundo lugar, el Estado complejo, resultante de la carencia de homogeneidad entre los tres
elementos mencionados, produciéndose una diversificación en la estructura de su ordenamiento
jurídico (Estado federal, confederal, regional).
Estado unitario Un Estado Unitario es aquel en donde existe un solo centro de poder político que
extiende su accionar a lo largo de todo el territorio del respectivo Estado, mediante sus agentes y
autoridades locales, delegadas de ese mismo poder central. Además cuenta con un solo poder
legislativo que legisla para todo el país; un poder judicial, que aplica el derecho vigente a todo el
territorio del Estado y que en su seno se establece una Corte Suprema de Justicia, la cual tiene
jurisdicción a nivel nacional, un solo poder ejecutivo que esta conformado por todos los
gobernantes (presidente, gobernadores, alcaldes...); y además cuenta con una sola constitución
política que rige en todo el territorio y a la cual se hallan sometidas todas las autoridades y
habitantes del Estado. En otras palabras en el Estado unitario se da la cuádruple unidad: unidad de
ordenamiento jurídico (derecho), unidad de autoridades gubernativas, unidad de gobernados o
destinatarios del ordenamiento jurídico y de las decisiones políticas y unidad de territorio.
Estados unitarios puros. Los estados unitarios puros conforman una sola entidad con un gobierno
estatal único, sin ninguna división administrativa. El único estado unitario puro es Montenegro.
Los estados regionales o descentralizados son estados con un pasado centralista, pero que
progresivamente han otorgado mayor autonomía a las diversas regiones que los conforman. El
grado de autonomía varia dependiendo del estado, y si el grado de autonomía es bastante elevado
los estados regionales suelen ser considerados "federaciones de facto". En este caso la única
diferencia entre el estado federal y el estado regional es el origen de las atribuciones: en los
estados regionales el gobierno central ha cedido o devuelto algunos derechos y competencias a la
región, mientras que en los estados federados son las regiones las que han cedido algunas de sus
atribuciones al poder central.
Debido a que el grado de autonomía puede variar sustancialmente con el tiempo, esta clasificación
no es excluyente y a menudo es muy ambigua, es decir, algunos estados que han permitido el
desarrollo de asambleas regionales locales con poderes muy limitados aun son considerados
estados centralizados (como Francia), otros han permitido un elevado grado de autonomía (como
Italia, España y el Reino Unido), y otros ya se han convertido en federaciones propiamente tales
(como Bélgica). Si las regiones reciben la autonomía que gozaban en el pasado (como derecho
histórico), el proceso de descentralización a menudo es llamado "proceso de devolución".
Las federaciones son estados conformados por entidades soberanas y autónomas. El estatus
autónomo de estas entidades no puede ser alterado de manera unilateral por el gobierno central,
aunque pueden existir excepciones (como el caso de Argentina, donde el gobierno federal ha
intervenido en diversas ocasiones en las provincias; y en México, mediante la figura de la
desaparición de poderes en los estados).
El término formas de gobierno hace referencia al modelo de organización del poder constitucional
que adopta un Estado en función de la relación existente entre los distintos poderes.
La manera en la que se estructura el poder político para ejercer su autoridad en el Estado hace
que cada forma de gobierno necesite unos mecanismos de regulación característicos. Los modelos
políticos varían de un Estado a otro y de una época histórica a otra.
- las formas degeneradas: timocracia u oligarquía de los ricos (timé: honor; oligos: unos pocos),
democracia de las masas (demos: el pueblo) y tiranía de un usurpador.
3.1.2.- Aristóteles
Aristóteles, que mezcla un criterio numérico (atendiendo al número de personas que ejercen el
poder) y un criterio cualitativo (atendiendo al bien público)
3.1.3.- Polibio.
Polibio define la forma de gobierno mixto o gobierno constitucional que combina las tres formas
puras aristotélicas en un sistema de equilibrio de poderes, y que estarían representadas en las
instituciones romanas: consulado, el senado y los comicios. La ruptura del equilibrio hace caer en
la sedición o la tiranía. Esta definición sería seguida por el pensamiento político medieval y de
comienzos de la Edad Moderna (Tomás de Aquino, Dante, Padre Suárez)
Maquiavelo, en El Príncipe (1513), sólo reconoce dos formas: todos los Estados o son Repúblicas o
son Principados; pero también utilizó la historia de la Roma antigua para recomendar un gobierno
mixto de las tres formas políticas clásicas en su Discurso sobre la Primera Década de Tito Livio[3]
3.1.5.- Montesquieu
Montesquieu (Del Espíritu de las Leyes, 1748) modifica la clasificación aristotélica con la distinción
entre monarquía, despotismo y república; y dentro de ésta entre democracia y aristocracia.
3.2.1.- Rousseau
Rousseau distingue democracia, aristocracia y monarquía, como Aristóteles, pero sentencia que se
confunden en su ejercicio.
3.2.2.- Kant
Kant distingue más bien entre formas de soberanía, ya en el contexto histórico de la Revolución
francesa.
3.2.3.- Marxismo.
El pensamiento político marxista se centra en el componente de la clase social del Estado como
superestructura jurídico política que justifica y asegura la posición de las clases dominantes y las
relaciones sociales de cada modo de producción (esclavista, feudal, capitalista). En la época
contemporánea habría formas de estado democrático-burgués y distintas formas de estado
autoritario o dictatorial, como las dictaduras fascistas. Como forma de transición hacia una teórica
sociedad comunista (sin clases) se postula la existencia de la dictadura del proletariado.
Juan José Linz distinguió, dentro de las formas de gobierno dictatoriales o no democráticas, entre
autoritarismo y totalitarismo.
Una república es la forma de gobierno en la que el jefe del estado no es un monarca, sino un cargo
público cuyo ocupante no tiene derecho por sí mismo a ejercerlo, sino que lo ha obtenido
mediante un procedimiento de elección pública y está sometido al escrutinio público –ambas
cosas en teoría–, y su denominación es compatible con sistemas unipartidistas, dictatoriales y
totalitarios. Aunque el republicanismo identifica como valores republicanos los de la Revolución
francesa (libertad, igualdad y fraternidad), no es posible identificar históricamente república con
democracia o igualdad ante la ley o con la elección de todos los cargos de forma democrática.
Desde el propio nacimiento del concepto en la Edad Antigua, con la República romana.
Los sistemas presidencialistas tienen una clara soberanía y separación de poderes de gobierno; el
ejecutivo es elegido de manera independiente de la rama legislativa, la cual a menudo se conoce
como “congreso”. El jefe de gobierno es a la vez jefe de Estado (llamado “presidente”) y por tanto
no existe el cargo de primer ministro.
Las repúblicas unipartidistas son estados en los que un partido único tiene todo el poder en el
gobierno o estados en que la estructura del partido es a la vez la estructura del gobierno y que no
permiten la creación de otros partidos (o si existen otros partidos, tienen una representación muy
limitada). En los estados apartidistas no se permite la creación de ningún partido político.
3.3.6.- Monarquías
Las monarquías son sistemas de gobierno en que la jefatura del estado es personal, vitalicia y
designada según un orden hereditario (monarquía hereditaria), aunque en algunos casos se elige,
bien por cooptación del propio monarca, bien por un grupo selecto (monarquía electiva -las
monarquías de los pueblos germánicos o la primitiva monarquía romana-).
Las formas de monarquía, tal como se sucedieron históricamente en Europa Occidental entre la
Edad Media y la Edad Moderna, fueron la monarquía feudal (durante la Plena Edad Media), la
monarquía autoritaria (desde la crisis bajomedieval) y la monarquía absoluta (desde el siglo XVII).
La crisis del Antiguo Régimen significó, en su aspecto político, su sustitución por repúblicas o por
formas de monarquía con poderes limitados: la monarquía parlamentaria que se desarrolló con la
Revolución inglesa y las monarquías constitucionales que se desarrollaron en el continente
europeo. La diferencia inicial consistía en que mientras la monarquía parlamentaria inglesa –cuya
tradición consuetudinaria determinó que no hubiera un único documento que puediera
denominarse constitución escrita– ponía el poder esencial en manos del parlamento, en la
monarquía constitucional los textos constitucionales determinaban más o menos explícitamente la
cuestión de la soberanía, pudiendo atribuirla sin más a la nación (soberanía nacional) o al pueblo
(soberanía popular) o establecer un cierto grado de soberanía compartida entre el rey y el
parlamento. En cuanto a la institución parlamentaria, tanto en las monarquías parlamentarias
como en las constitucionales, era elegida inicialmente mediante sufragio censitario por un cuerpo
electoral de definición cada vez más amplia, hasta llegar al sufragio universal masculino a finales
del siglo XX. El fortalecimiento del control parlamentario de la actividad del gobierno e incluso de
su mismo nombramiento fue haciéndose indistinguible en ambas monarquías, de modo que desde
el siglo XX no hay diferencias significativas entre ellas; al tiempo que se han reducido en
importancia las diferencias existentes con los sistemas republicanos democráticos.
Las monarquías absolutas son regímenes monárquicos en los que el monarca tiene el poder
absoluto del gobierno.
4.1.- EL PRESIDENCIALISMO
El presidente es el órgano que ostenta el poder ejecutivo mientras que el poder legislativo lo suele
concentrar el congreso, sin perjuicio de las facultades que en materia legislativa posee el
presidente.
El sistema presidencial debe sus orígenes al arquetipo de las monarquías absolutas de Europa,
sobre todo la de Francia, en las cuales la autoridad ejecutiva residía en la corona, no en las
asambleas representativas de los estamentos, como ocurría en el caso del Parlamento de
Inglaterra.
- Inexistencia de vinculación del poder ejecutivo con el partido político mayoritario en el Congreso,
evitando caer en partitocracias.
- Menor representación del conjunto social, en la medida que las decisiones no se consensúan en
muchas ocasiones entre distintas facciones políticas representadas en el Congreso.
- Menor capacidad de respuesta frente a una crisis de gobierno, en la medida que el Congreso no
puede cambiar el poder ejecutivo adoptando la moción de censura.
Tratando de recoger las ventajas de ambos sistemas y eludir sus desventajas se han generado los
sistemas semipresidenciales.
4.2.- El Parlamentarismo
Las primeras noticias de asambleas electas con poder ejecutivo remiten a la antigüedad clásica, en
concreto a las ciudades-estado de Grecia, donde la democracia ateniense es el ejemplo de
democracia parlamentaria más extremo conocido –dado que todos los ciudadanos formaban parte
del Parlamento, la Ecclesia–. Estructuras parecidas se encuentran en la Antigua Roma, donde el
Senado acaparaba todos los poderes ejecutivos del Estado romano, aunque en materia legislativa
se veía sometido a las decisiones de los tribunos y los "comicios". El Senado romano estaba
formado principalmente por las élites aristocráticas romanas, los patricios, y marginaba en un
primer momento a los senadores plebeyos al atribuirles un rango diferente al de los senadores
patricios, a saber, el de "conscripti". Con la instauración del régimen imperial, el Senado se
convirtió en una cámara consultiva y con alguna competencia en el ámbito municipal de la ciudad
de Roma.
Los romanos exportaron el sistema senatorial a las colonias provinciales, donde los senados hacían
las veces de órganos municipales encargados de la administración de las ciudades que contaban
con uno. Con la caída del Imperio Romano de Occidente, algunas de las ciudades de influencia
latina de la península italiana mantuvieron las cámaras municipales, que desembocarían en
órganos ejecutivos de las incipientes ciudades estado italianas. Las asambleas y comunas de las
Repúblicas de Florencia, Venecia, Génova y Pisa pueden rastrearse en origen a tales asambleas, y
aunque su poder se viera reducido a territorios de escasa extensión, su influencia dentro de la
política internacional podía ser grande, por ejemplo durante las guerras entre güelfos y gibelinos a
partir del siglo XIII.
En los territorios capturados por los pueblos germánicos, se prolongaron a veces las costumbres
tribales de los conquistadores, convocándose asambleas de la nobleza germánica en tiempos de
crisis o de necesidad; sin embargo, de tales parlamentos sólo participaban la nobleza y, en alguna
ocasión, el clero, y sus decisiones solían quedar supeditadas a las del monarca.
El poder de estos parlamentos medievales dependía en gran medida de la propia influencia del
monarca. Como los parlamentos se convocaban de manera puntual para tratar asuntos tales como
la recaudación de impuestos extraordinarios para sufragar guerras, un monarca poderoso, rico e
influyente tenía muchas más posibilidades de influir y conseguir del parlamento sus objetivos. En
general, conforme avanzó el tiempo los monarcas medievales fueron ganando en poder y
riquezas, y pudieron contar con los recursos suficientes como para imponerse a su nobleza y
anular en buena medida la influencia de las decisiones de los parlamentos. Hubo, no obstante, dos
grandes excepciones a esta tendencia. Por un lado, la del Sacro Imperio Romano Germánico, en el
que el "parlamento" o colegio electoral jamás trascendió de ser una cámara para la elección
usualmente comprada con sobornos o hecha por motivos de interés político del nuevo
emperador, de manera que el Sacro Emperador no dejó de ser un primero entre iguales cuya
autoridad sobre el resto de principados alemanes era tan sólo teórica.
La segunda excepción, no tan extrema, es la del reino de Inglaterra. En 1215, el débil rey de
Inglaterra Juan Sin Tierra se ve forzado a capitular ante la amenaza de rebelión de sus barones, y
concede al parlamento formado por los nobles y el clero, una carta real, la Carta Magna, en la que
reconoce a ambos grupos una serie de privilegios y prerrogativas que reducen la influencia del
monarca a favor de la del Parlamento. Tales privilegios tendrán que ser respetados por los
subsiguientes monarcas, y aunque en apariencia algunos monarcas poderosos como Enrique VIII o
Isabel I puedan imponerse al Parlamento, éste seguirá reuniéndose de manera habitual, casi de
forma anual, algo bastante menos usual en otros reinos europeos como Francia, Dinamarca o
Castilla.
En el continente europeo se habrá de esperar hasta la Revolución francesa para que se atisbe un
modelo de representación democrático-parlamentario similar, que indisolublemente va unido a la
división de poderes formulada por Montesquieu.
Modelos de parlamentarismo En uno y otro caso, el distinto origen del parlamentarismo dará lugar
a diferenciar dos modelos básicos: el modelo inglés surge antes de los movimientos obreros y es
una conquista de la burguesía frente al absolutismo y al feudalismo, por lo tanto su desarrollo no
se verá impugnado por los propios beneficiarios. En el modelo continental, la burguesía no tardará
en encontrarse con la respuesta de los grupos socialistas y el parlamentarismo -en cuanto poder
absoluto del pueblo que se refleja en una asamblea- se mitigó en sus primeros intentos por temor
a que las propias teorías permitieran el acceso de una mayoría de trabajadores a las instituciones.
- Mayor representación del conjunto social en la medida que las decisiones deben consensuarse
en muchas ocasiones entre distintas facciones políticas representadas en el Parlamento.
- Mejor capacidad de respuesta frente a una crisis de gobierno en la medida que puede cambiar el
poder ejecutivo adoptando la moción de censura.
Tratando de recoger las ventajas de ambos sistemas y eludir sus desventajas se tiende a utilizar
sistemas semipresidenciales.
- Un Ejecutivo dual, en el cual coexisten, en primer término, un jefe de Estado quien cuenta con
atribuciones puntuales y en general muy restringidas, y obra como "Árbitro" o “mediador” de los
problemas políticos; y un Jefe de Gobierno, que funciona a través de un órgano colegiado llamado
Gabinete o Consejo de Ministros a cuya cabeza se encuentra el llamado Primer Ministro, quien es
el funcionario que efectivamente dirige la política interna de la Nación.
- Marcada dependencia entre los órganos Ejecutivo y legislativo. En realidad el Gobierno surge del
Parlamento, el cual es, en principio, el único órgano elegido por voluntad popular. También
pueden existir sistemas como los de órganos colegiados denominados supremos, que, con el
pretexto de mantener la gobernabilidad suprimen derechos de los ciudadanos y obligaciones del
gobierno.
- Un Parlamento, que es, por lo menos teóricamente, el sustento de la labor gubernamental, tal
que puede destituir ministros mediante la censura o la negación de la confianza. A la vez, el Jefe
de Estado o el Presidente del Gobierno puede ordenar la disolución del Parlamento en casos de
graves controversias en las cuales puedan estar en riesgo la gobernabilidad de la Nación o la
legitimidad de la dirigencia de su clase política.
Así las cosas, una lectura aislada del artículo 62 de la vigente Constitución española, relativo a las
funciones del monarca, podría conducir, de inmediato, a la falsa conclusión de que la monarquía
española no es parlamentaria sino constitucional (en el sentido en que eran constitucionales las
monarquías del siglo XIX) pues el precepto referido atribuye al monarca, entre otras, las funciones
de sancionar las leyes; convocar y disolver las Cortes; convocar a referéndum; proponer candidato
a la presidencia del Gobierno y en su caso, nombrarlo, así como poner fin a sus funciones;
nombrar y separar a los miembros del Gobierno, a propuesta de su presidente; expedir los
Decretos acordados en el Consejo de Ministros, el mando de las fuerzas armadas o el ejercicio de
la prerrogativa de gracia. Ocurre, sin embargo, que la interpretación
El Rey sanciona las leyes, pero la sanción, por ser obligatoria, se convierte en una mera
solemnidad certificante, que no afecta para nada al proceso de aprobación y entrada en vigor de
las leyes; el Rey convoca y disuelve las Cortes, pero mientras la convocatoria se produce según las
previsiones automáticas establecidas en la propia Constitución y en las leyes o reglamentos que
vienen a darle desarrollo, la disolución –que constituyó un poder efectivo de los monarcas
constitucionales decimonónicos de extraordinaria trascendencia– sólo se produce en supuestos
tasados, de modo que en ellos se limita el Rey a formalizar la decisión del presidente del Gobierno
(disolución anticipada) o a dar la forma constitucionalmente requerida a las disoluciones que, ope
legis, tienen lugar en los supuestos de transcurso del período de cuatro años de mandato
parlamentario, de incapacidad del Congreso para elegir presidente a través de la votación de
investidura o de disolución tras la aprobación de un proyecto de revisión, ex artículo 168, de la
Constitución; el Rey convoca a referéndum, pero la decisión política de convocar la consulta
corresponde en realidad al presidente del Gobierno, que sólo puede adoptarla tras haber sido
autorizado para ello por la mayoría absoluta del Congreso; el Rey propone candidato a la
presidencia del Gobierno y en su caso, lo nombra, y pone fin a sus funciones: pero mientras en la
proposición tiene el Rey sólo el margen de maniobra que le deja el resultado electoral, que
constituye el dato determinante de la propuesta del monarca, sus facultades de nombramiento y,
eventualmente, de cese, son tasadas, puesto que el Rey debe proceder al nombramiento siempre
que el presidente ha sido elegido por el Congreso de los Diputados y debe firmar el Decreto de
cese en los supuestos en que la Constitución determina el fin de las funciones presidenciales; el
Rey nombra y separa a los miembros del Gobierno, a propuesta de su presidente del Gobierno,
que es, en realidad, quien decide políticamente nombrar y separar a sus ministros mediante
Decretos que serán meramente formalizados por el Jefe del Estado; el Rey expide los Decretos
acordados en el Consejo de Ministros, pero es el Consejo, en todo caso, quien decide su contenido
material, correspondiendo al Rey, de nuevo, una mera facultad de formalización certificante; el
Rey ejercita de la prerrogativa de gracia, que corresponde en realidad al Consejo de Ministros; y al
Rey corresponde el mando de las fuerzas armadas, que no es un mando real sino simbólico