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Catena Aurea: Mc 5, 21-43

Habiendo pasado Jesús otra vez con el barco a la opuesta orilla, concurrió gran muchedumbre
de gente a su encuentro; y estando todavía en la ribera del mar, vino en busca de El uno de los
jefes de la sinagoga, llamado Jairo, el cual luego que le vio se arrojó a sus pies, y con muchas
instancias le hacía esta súplica: "Mi hija está a los últimos; ven y pon sobre ella tu mano para
que sane y viva". Fuése Jesús con él, y en su seguimiento mucho tropel de gente que le apretaba.
En esto una mujer, que padecía flujo de sangre doce años hacía, y había sufrido mucho en
manos de varios médicos, y gastado toda su hacienda sin el menor alivio, antes lo pasaba peor,
oída la fama de Jesús, se llegó por detrás entre la muchedumbre de gente, y tocó su ropa,
diciendo para consigo: "Como llegue a tocar su vestido, sanaré". En efecto, de repente aquel
manantial de sangre se le secó, y percibió en su cuerpo que estaba ya curada de su enfermedad.
Al mismo tiempo Jesús, conociendo la virtud que había salido de sí, vuelto a los circunstantes,
decía: "¿Quién ha tocado mi vestido?" A lo que respondían los discípulos: "Estás viendo la gente
que te comprime por todos lados, y dices: ¿quién me ha tocado?" Mas Jesús proseguía mirando
a todos lados para distinguir a la que había hecho esto. Entonces la mujer, sabiendo lo que
había experimentado en sí misma, medrosa y temblando se descubrió: y postrándose a sus pies,
le confesó toda la verdad. El entonces le dijo: "Hija, tu fe te ha curado; vete en paz, y queda libre
de tu mal". (vv. 21-34)

Teófilato
Después del milagro del endemoniado, obró el Señor otro curando a la hija de uno de los jefes de
la sinagoga, cuyo milagro cita el evangelista en estos términos: "Habiendo pasado Jesús otra vez
con el barco a la opuesta orilla", etc.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 28
Es de observar que lo que se dice de la hija del jefe de la sinagoga lo hizo Jesús cuando pasó a la
orilla opuesta. Pero no consta si lo hizo enseguida, o si tardó en hacerlo. Es de creer, sin embargo,
que medió algún tiempo, pues de otro modo no hubiera podido celebrarse antes en su casa el
convite del que habla San Mateo, y después del cual refiere lo acontecido con la hija de dicho
jefe. Así, pues, el evangelista ha tejido su narración de un modo tan ordenado, que lo que ha
sucedido después lo refiere después.
"Vino en busca de El, continúa, uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo".
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Cita el nombre a causa de los judíos contemporáneos, para que fuese una prueba del milagro. "El
cual, sigue, luego que le vio se arrojó a sus pies, y con muchas instancias le hacía esta súplica: Mi
hija está en las últimas". San Mateo dice que el jefe de la sinagoga anuncia a su hija muerta, y
San Marcos como muy grave, pero después vinieron a anunciar al jefe de la sinagoga, con quien
debía ir el Señor, que la joven había muerto. San Mateo, pues, viene a decir lo mismo, dando por
abreviar como muerta a la que consta que revivió el Señor.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 28
Toma, pues, en consideración no las palabras del padre, sino la voluntad, que es mucho más
poderosa, porque lo que quería en realidad era que reviviera a su hija, creyendo que no podría
encontrar ya viva a la que había dejado moribunda.
Teofilacto
Este hombre se manifiesta lleno de fe, por cuanto cayó a los pies de Jesús. Pero no manifestó toda
la que convenía que tuviese, por cuanto pidió al Señor que fuese El mismo, bastando que le
hubiese dicho: Di una palabra y sanará mi hija.
"Fuese Jesús con él", etc. "Y una mujer que padecía flujo de sangre", etc.
San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, hom. 31, 2
Esta mujer, famosa y conocida por todos, no se atrevía por lo mismo a acercarse descaradamente
al Salvador, ni menos a ponerse delante de El, porque era impura según la ley. Así que lo tocó
por detrás y no por delante, porque ni a esto se atrevía. Y no tocó el vestido, sino su franja,
llegando a curar no por la franja, sino por su pensamiento.
"Diciendo para consigo, continúa: Como llegue a tocar su vestido, sanaré".
Teofilacto
Esta mujer, que esperaba su curación con sólo tocar la franja, estaba ciertamente llena de fe, y la
consiguió por ello. Prosigue: "De repente aquel manantial de sangre se le secó".
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Aquellos, pues, que tocan por la fe a Cristo, reciben de El sus virtudes con la buena voluntad que
viene de El. "Al mismo tiempo Jesús, conociendo la virtud que había salido de sí, vuelto a los
circundantes decía: ¿Quién ha tocado mi vestido?". Las virtudes del Salvador no salen de El local
y materialmente, como si lo abandonaran de algún modo, porque, siendo incorpóreas, cuando
salen para comunicarse a otros no abandonan a aquél de quien han salido, como las ciencias que
se dan por el maestro a los discípulos. Dice pues: "Conociendo la virtud que había salido de sí",
para darnos a entender que la mujer recibió la salud, no sin que El lo conociera, sino sabiéndolo.
No obstante, preguntaba: "¿Quién ha tocado mi vestido?", para que se manifieste aquella mujer,
se divulgue su fe, y no se pierda en el olvido el beneficio de aquel milagro. "A lo que respondían
los discípulos: Estás viendo la gente que te comprime por todos lados, y dices ¿quién me ha
tocado?". El Señor había preguntado: ¿Quién me ha tocado?, es decir, por la fe y el pensamiento,
puesto que, no aproximándose a mí por el pensamiento y la fe, no me tocan las gentes que me
oprimen.
"Mas Jesús proseguía mirando a todos lados para distinguir la persona que había hecho esto".
Teofilacto
Quería el Señor poner de manifiesto a esta mujer, primeramente para probar su fe, después para
suscitar en el jefe de la sinagoga la confianza, con la cual curaría su hija y, por último, para
disipar el temor de la mujer, que temía porque había robado la salud. Por esto dice: "Entonces la
mujer, sabiendo", etc.
Beda, in Marcum, 2,22
He aquí a lo que la pregunta del Señor tendía a que confesase la mujer su larga infidelidad, su
repentina fe y su cura, con lo que ella misma se confirmaba en la fe y daba ejemplo a los demás.
"El entonces le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz, y queda libre de tu mal". No dijo, pues,
tu fe te salvará, sino te ha salvado, que es como si dijese: desde que creíste fuiste curada.
San Juan Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Llama hija a la salvada por la fe, porque la fe en Cristo nos hace hijos de Dios.
Teofilacto
Le dijo: "Vete en paz", es decir, reposa, o anda y vive tranquila, porque hasta ahora has estado en
angustia y tormento.
San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, 31.
O le dice: Vete en paz, mandándola al fin de los buenos -pues Dios mora en la paz-, para
hacernos ver que no sólo la curó en cuanto al cuerpo, sino también en la causa de su mal, es decir,
en sus pecados.
San Jerónimo.
En sentido místico, Jairo, jefe de la sinagoga, vino después de lo referido, porque, cuando entre la
plenitud de las naciones, entonces será salvo todo Israel ( Rm 11,25). Jairo quiere decir el
que ilumina o el iluminado, es decir, el pueblo judío, depuesta la sombra del sentido literal,
ilustrado e iluminado en el espíritu, cayendo a los pies de Cristo, esto es, humillándose ante la
encarnación de Jesús, ruega por su hija, porque el que vive para sí hace vivir a los demás. Así
Abraham, y Moisés y Samuel, ruegan por el pueblo muerto y Jesús acoge sus ruegos.
Beda, Beda, in Marcum, 2, 22
Yendo el Señor a curar a la joven se ve oprimido por la muchedumbre, porque dando consejos
saludables a la gente de Judea, pesa sobre El el pecado de los pueblos carnales. La mujer
vertiendo sangre y curada por el Señor es la Iglesia formada por la congregación de las gentes, y
el flujo de sangre debe entenderse como los pecados de idolatría indignos de perdón y de los que
son deleite de la carne y de la sangre. Pero mientras el Verbo de Dios quiere salvar a Judea, la
muchedumbre de las naciones se procura, con esperanza cierta, de la salud preparada y prometida
a otros.
Teofilacto
Por esta mujer se debe entender la naturaleza humana, de la que mana el pecado que nos mata,
porque viene, por decirlo así, a derramar la sangre de su espíritu. No pudo ser curada por los
hombres de ciencia del mundo, esto es, por los médicos, ni por la ley, ni por los profetas. Pero lo
fue inmediatamente cuando tocó la franja de Cristo, es decir, su carne. El que cree en el Hijo de
Dios encarnado es el que toca la franja de sus vestidos.
Beda, Beda, in Marcum, 2, 22
Una mujer llena de fe toca al Señor, y la muchedumbre lo oprime, porque el que se ve abrumado
por las diversas herejías o por las costumbres perversas, es venerado solamente por la fiel Iglesia
católica. La Iglesia de las naciones viene detrás, puesto que, no viendo al Señor presente en la
carne, llega a la gracia de la fe después que se han cumplido los misterios de su Encarnación. Y
así, cuando mereció verse libre de los pecados por la participación de los sacramentos, secó la
fuente de su sangre como por el contacto de sus vestidos. Y el Señor miraba en torno suyo para
ver a la que lo había tocado, porque juzga dignos de su mirada y de su misericordia a todos los
que merecen la salvación.

Estando aun hablando, llegaron de casa del jefe de la sinagoga a decirle a éste: "Murió ya tu
hija; ¿para qué cansar en vano al Maestro?" Mas Jesús, oyendo lo que decían, dijo al jefe de la
sinagoga: "No temas, ten fe solamente". Y no permitió que le siguiese ninguno, fuera de Pedro, y
Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegados que fueron a casa del jefe de la sinagoga, ve
la confusión y los grandes lloros y alaridos de aquella gente. Y entrando dentro les dice: "¿De
qué os afligís tanto y lloráis? La muchacha no está muerta, sino dormida". Y se burlaban de El.
Pero Jesús, haciéndoles salir a todos fuera, tomó consigo al padre y a la madre de la muchacha,
y a los que estaban con El, y entró a donde la muchacha estaba echada. Y tomándola de la mano
le dice: "Talitha cumi"; es decir: "muchacha, levántate, yo te lo mando". Inmediatamente se puso
en pie la muchacha, y echó a andar, pues tenía ya doce años: con lo que quedaron poseídos del
mayor asombro. Pero Jesús les mandó muy estrechamente que nadie lo supiese; y dijo que diesen
de comer a la muchacha. (vv. 35-43)

Teofilacto
Los que estaban con el jefe de la sinagoga creían que Cristo era uno de los profetas, y por ello
juzgaban necesario que fuese a orar por la muchacha. Pero habiendo expirado ésta,
comprendieron que no era tiempo ya de orar. Y por esto dice el evangelista: "Estando aún
hablando, llegaron de casa del jefe de la sinagoga a decirle a éste: Murió ya tu hija; ¿para qué
cansar más al Maestro?". Pero el Señor indujo al padre a confesar su fe: "Mas Jesús, oyendo lo
que decían, dijo al jefe de la sinagoga: No temas; ten fe solamente".
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 28
No se dice que diera su asentimiento a los que llegaron con la noticia y se oponían a que fuera ya
el Maestro. Por esto, al decirle el Señor: "No temas; ten fe", no lo tacha de incrédulo, sino que
quiere robustecer su fe. Si, pues, el evangelista refiriera que fue el jefe de la sinagoga quien dijo
que no había ya razón de molestar a Jesús -cuando fueron los que venían de su casa los que lo
dijeron-, estas palabras se opondrían al anuncio que San Mateo pone en sus labios, esto es, de que
la muchacha había muerto.
"Y no permitió que le siguiese ninguno, fuera de Pedro, y Santiago y Juan, el hermano de
Santiago".
Teofilacto
Porque el humilde Jesús no quiso hacer nada por ostentación.
"Llegados que fueron a casa del jefe de la sinagoga, ve la confusión y los grandes lloros y
alaridos de aquella gente".
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Les manda que no griten, ya que no estaba muerta la muchacha, sino dormida. "Y entrando
dentro les dice: ¿De qué os afligís tanto y lloráis?".
Pseudo - Jerónimo
Dicen al jefe de la sinagoga: Tu hija ha muerto. Y Jesús dice: No está muerta, sino dormida para
Dios. Y ambas cosas son verdad, porque es como si dijera: Está muerta para vosotros, y para mí
dormida.
Beda, in Marcum, 2, 22
Estaba muerta para los hombres que no podían volverla a la vida, y estaba dormida para Dios, a
cuya disposición estaba su espíritu, que vivía en su seno, y su cuerpo que descansaba esperando
la resurrección. De aquí viene la costumbre de los cristianos de llamar dormidos a los muertos, de
cuya resurrección no se duda ( 1Tes 4).
"Y se burlaban de El".
Teofilacto
Se burlaban de El, como si no pudiera hacer ya más. Pero, declarando ellos mismos que había
muerto, tuvieron que convencerse de que la revivía, y por tanto de que era milagroso el hecho.
Beda, in Marcum, 2, 22
Con razón, pues, hace salir a todos fuera, ya que preferían burlarse de la palabra del que resucita
a los muertos a creer en El, haciéndose indignos de ver el poder del que resucita y el misterio de
este milagro. "Pero Jesús, continúa, haciéndolos salir a todos", etc.
San Juan Crisóstomo
O es por no hacer ostentación de ello por lo que no permite que estén todos con El. Pero para
tener después testigos de su divino poder, eligió a tres de sus principales discípulos y, como más
necesarios que los demás, al padre y a la madre de la muchacha. Sin embargo, da la vida a ésta
con su mano y su palabra. "Y tomándola de la mano le dice: Thalitha cumi", que debe
interpretarse como: "Muchacha, levántate, yo te lo mando". La mano vivificadora de Jesús da
vida al cuerpo de los muertos, y su voz los levanta. "Inmediatamente, prosigue, se puso en pie la
muchacha, y echó a andar".
San Jerónimo
Alguno acusa al Evangelista de no ser fiel en la exposición de este hecho por añadir: "Yo te lo
mando", cuando Thalitha cumi en hebreo significa sólo: "Muchacha, levántate". Pero es para
expresar el sentido de esta llamada y de esta orden por lo que añade: "Yo te lo mando, levántate".
"Pues tenía ya doce años", continúa.
Glosa
El evangelista añade la edad de la muchacha para hacer ver que podía andar. Y por el hecho de
andar se manifiesta, no sólo que había revivido, sino que había sanado perfectamente. "Con lo
que quedaron poseídos del mayor asombro", etc. "Y dijo que diesen de comer a la muchacha".
San Juan Crisóstomo
Para demostrar que la había curado verdaderamente, y no en apariencia.
Beda, in Marcum, 2,22
En sentido místico, se anuncia la muerte de la hija del jefe de la sinagoga inmediatamente
después de la cura de la mujer que padecía flujo de sangre, porque mientras la Iglesia de los
gentiles, limpia de la mancha de los vicios, merece ser llamada "hija" por su fe, la sinagoga queda
libre de la continua aflicción de su traición, y a la vez de su envidia. De su traición, sí, porque no
quiso creer en Cristo. Y de su envidia, porque deploró a la Iglesia creyente. Las palabras: "¿Para
que cansar más al Maestro?", se dicen hoy para que los que ven a la sinagoga abandonada por
Dios no crean que puede ser restaurada o que deban rogar por su resurrección. Pero si el jefe de la
sinagoga, es decir, el consejo de los doctores de la ley quisiera creer en El, la sinagoga sería
salvada. Porque, habiendo perdido por su infidelidad la alegría de la compañía del Señor, yace
como muerta entre los que lloran y se lamentan. Tomando, pues, de la mano a la muchacha, la
resucitó el Señor; porque sin que se purifiquen antes las manos de los judíos, que están llenas de
sangre ( Is 1), no resucitará la muerta sinagoga. En la cura del flujo de sangre de la mujer y en la
resurrección de la muchacha se manifiesta la salvación del género humano, que ha sido
dispensada por el Señor de este modo: viniendo primero a la fe algunos de Israel, después la
plenitud de las naciones, y así todo Israel será salvado ( Rm 11). Tenía doce años la muchacha y
hacía también doce años que padecía la mujer, porque los pecados de los que no creían tuvieron
lugar al principio de la fe de los creyentes; por esto se dice: "Creyó Abraham a Dios, y su
fereputósele por justicia" ( Gén 15).
San Gregorio Magno, Moralia.,4,29
Revive nuestro Redentor a la muchacha en la casa, al joven fuera de la ciudad y a Lázaro en el
sepulcro. Esto en sentido moral significa que yace muerto en su casa aquél cuyo pecado está
oculto. Es conducido fuera de la puerta de la ciudad aquél cuya iniquidad llama para su
vergüenza la atención pública. Y está debajo de la tierra de la sepultura aquél sobre quien pesa la
acción del mal y también la costumbre.
Beda, in Marcum, 2,22
Y es de notar que los pecados más leves y cotidianos pueden ser curados por el remedio de una
penitencia más ligera. Por ello el Señor revive sólo con su voz a la muchacha que yacía sobre su
lecho, diciendo: "Muchacha, levántate". Pero para que un muerto de cuatro días pueda franquear
las barreras del sepulcro, se estremeció en su espíritu, se turbó y derramó lágrimas ( Jn 11). Por
tanto, cuanto más grave sea la muerte del espíritu, tanto más áspera y fervorosa debe ser la
penitencia. Es de notar también que una culpa pública necesita un remedio igualmente público; y
así Lázaro, llamado del sepulcro, llamó la atención del pueblo. En cambio los pecados leves
piden penitencia secreta; por lo que la muchacha, que yacía en su casa, revive delante de un
pequeño número de testigos, y a éstos se les manda que no digan nada a nadie. Se echa fuera a la
muchedumbre para que reviva la muchacha, porque si no se echa antes de lo más hondo del
corazón a la multitud de cuidados mundanos, no revive el espíritu que yace muerto en sí mismo.
Revive, pues, y echa a andar la muchacha. Y del mismo modo el hombre, revivido de sus
pecados, debe no solamente levantarse de la inmundicia de sus iniquidades, sino adelantar en las
buenas obras y no detenerse, para que pueda saciarse del pan celestial, haciéndose partícipe de la
palabra divina y del altar.

Catholic.net
Reflexión:
Vemos a un hombre y una mujer postrados a los pies de Jesús. Se acercan a Él. Saben que puede
solucionar su problema, satisfacer sus deseos. Jairo anhela que su hija no muera. “Mi hija está
enferma. Ven a imponerle las manos para que se salve y viva”. La mujer quiere verse curada de
su enfermedad. “Si sólo tocara su vestido, quedaré sana”. Cuando Cristo descubre su fe, no se
puede resistir. “La niña no ha muerto, está dormida... Levántate”. “Hija, tu fe te ha salvado. Vete
en paz y que se cure tu mal”.

Qué grande es el hombre cuando, consciente de su pequeñez y de su indigencia, sabe buscar lo


que necesita en Aquel que es verdaderamente grande. El corazón del mismo Dios se conmueve al
ver la actitud de sus hijos que acuden a Él como verdadero Padre. El que ama y se sabe amado,
no tiene miedo de pedir y no se reserva nada cuando se trata de dar.

Pidamos, pero no como quien cree merecerlo todo. Pidamos conscientes de que Dios nos ama,
aunque no lo merezcamos. Aún más, nos ama en nuestra debilidad, que nos acerca a Él. Y así
como le pedimos, sepamos ofrecerle el homenaje de nuestra fe y nuestra confianza total. No
dudemos de su amor, que quiere darnos todo lo que realmente necesitamos, quiere curarnos de
nuestra enfermedad, quiere darnos la verdadera vida.

El evangelio de hoy nos presenta a dos enfermos que acuden al médico para pedir que los cure de
su verdadera enfermedad. Si ellos fueron curados, ¿qué necesitamos nosotros para lograr nuestra
curación?

Primero de todo saber qué me pasa, qué me duele, qué molestia siento pues siempre tenemos
alguna molestia. Podemos padecer el cáncer de la inmoralidad o la pulmonía del enfado que nos
hace reñir con todo mundo. Una vez localizado nuestro mal lo siguiente es acudir al doctor, a la
Iglesia, al sacerdote, para que sane la dolencia del alma.

Cristo curó a estos dos enfermos pero Él decidió el momento. Sólo necesitó de su arrepentimiento
sincero y de su sinceridad de corazón. ¿No nos estará pidiendo Cristo lo mismo a nosotros? Pues
estemos seguro de que si tomamos la actitud de estos dos enfermos con seguridad seremos
curados. Cristo jamás se deja ganar en generosidad. Si le damos uno Él nos dará el doble, según
nuestra necesidad.

Orden de los Carmelitas


• En el evangelio de hoy vamos a meditar sobre dos milagros de Jesús a favor de dos mujeres. El
primero, a favor de una mujer considerada impura por causa de una hemorragia que le duraba
desde hacía doce años. El otro milagro, a favor de una niña de doce años, que acababa de morir.
Según la mentalidad de la época, cualquier persona que tocara la sangre o el cadáver era
considerada impura. ¡Sangre y muerte eran factores de exclusión! Por esto, aquellas dos mujeres
eran personas marginadas, excluidas de la participación en comunidad.
• El punto de partida. Jesús llega en barca. La multitud se reúne a su alrededor. Jairo, el jefe de la
sinagoga, le pide por su hija que se está muriendo. Jesús va con él y la multitud lo acompaña,
apretándole por todos los lados. Este es el punto de partida de las dos curaciones que siguen: la
curación de la mujer y la resurrección de la niña de doce años.
• La situación de la mujer. ¡Doce años de hemorragia! Por esto, vivía excluida, pues en aquel
tiempo, la sangre volvía impura a la persona, y quien la tocara quedaba impuro/a también.
Marcos informa que la mujer había gastado todos sus haberes con los médicos. En vez de estar
mejor, estaba peor. ¡Situación sin solución!
• La actitud de la mujer. Oyó hablar de Jesús. Nació una nueva esperanza. Se dijo a sí misma: “Si
logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré.” El catecismo de la época mandaba decir:
“Si se toca su ropa, se quedará impuro”. ¡La mujer piensa exactamente lo contrario! Señal que las
mujeres no concordaban con todo lo que las autoridades religiosas enseñaban. La mujer se puso
en medio de la multitud y, de forma desapercibida, tocó Jesús, pues todo el mundo lo apretaba y
lo tocaba. En ese mismo instante ella sintió en el cuerpo que había sido curada.
• La reacción de Jesús y de los discípulos. Jesús se había dado cuenta que una fuerza había salido
de él y preguntó: “¿Quién me ha tocado?” Los discípulos reaccionaron: “Estás viendo que la
gente te oprime y preguntas: ¿Quién me ha tocado?” Aquí aparece el desencuentro entre Jesús y
sus discípulos. Jesús tenía una sensibilidad que no era percibida por los discípulos. Estos
reaccionan como todo el mundo y no entienden la reacción diferente de Jesús. Pero Jesús no
presta atención y sigue indagando.
• La cura por la fe. La mujer percibió que había sido descubierta. Fue un momento difícil y
peligroso. Pues, según la creencia de la época, una persona impura que, como aquella mujer, se
metía en medio de una multitud, contaminaba a todo el mundo a través del toque. Y hacía que
todos se volvieran impuros ante Dios (Lev 15,19-30). Por esto, como castigo, podría ser
apedreada. Pero la mujer tuvo el valor de asumir lo que hacía. “Atemorizada y temblorosa” cayó
a los pies de Jesús y contó toda su verdad. Jesús dice la palabra final: “Hija, tu fe te ha salvado e
te ha salvado; ¡vete en paz y queda curada de tu enfermedad!” (a) “Hija”, con esta palabra Jesús
acoge a la mujer en la nueva familia, en la comunidad, que se formaba a su alrededor. (b) Aquello
que ella pensaba aconteció de hecho. (c) Jesús reconoce que sin la fe de aquella mujer, él no
hubiera podido hacer el milagro.
• La noticia de la muerte de la niña. En este momento el personal de la casa de Jairo informa que
la niña había muerto. No hacía falta ya molestarle a Jesús. Para ellos, la muerte era la gran
barrera. ¡Jesús no conseguirá ir más allá de la muerte! Jesús escucha, mira hacia Jairo y aplica lo
que acababa de presenciar, a saber que la fe es capaz de realizar lo que persona cree. Y dice:“No
temas. ¡Solamente ten fe!”
• En casa de Jairo. Jesús solo permite a tres discípulos el que vayan con él. Viendo el alboroto de
los que lloran por la muerte de la niña, dice: “La niña no ha muerto. ¡Está dormida!” La gente se
rió. La gente sabe distinguir cuando una persona está dormida o cuando está muerta. Es la risa de
Abrahán y de Sara, es decir, de los que no consiguen creer que para Dios nada es imposible (Gén
17,17; 18,12-14; Lc 1,37). También para ellos, la muerte era una barrera que nadie podía superar.
Las palabras de Jesús tienen un significado más profundo. La situación de las comunidades
perseguidas del tiempo de Marcos parecía una situación de muerte. Ellas tenían que oír: “¡No es
muerte! ¡Ustedes están dormidos! ¡Despiértense!” Jesús no da importancia a la risa y entra en la
habitación donde está la niña, solamente él, los tres discípulos y los padres de la niña.
• La resurrección de la niña. Jesús toma la niña por la mano y dice: “Talitá kum!” Ella se
levanta. ¡Gran alboroto! Jesús conserva la calma y pide que le den de comer. Las dos mujeres son
curadas. ¡Una tenía doce años, la otra llevaba doce años teniendo hemorragia y doce años
padeciendo exclusión! A los doce años comienza la exclusión de la muchacha, pues empieza la
menstruación, ¡empieza a morir! Jesús tiene un poder mayor y la resucita: “¡Levántate!”

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