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UNIVERSIDAD JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI

FACULTAD DE INGENIERIA Y ARQUITECTURA


ESCUELA PROFESIONAL DE ARQUITECTURA

TEMA N° 07: LA VIDA PROFESIONAL DEL ARQUITECTO

1.- INTRODUCCION

Hablando de mundos posibles, pensamos desde el punto de vista de la carrera de Arquitectura que necesita
más apoyo en común y también las carreras afines a la construcción para obtener beneficios y apoyos
generales de varias fuentes.

La arquitectura al igual que el ser humano, ha evolucionado buscando los ideales de cada persona, llevando a
lo físico lo imaginativo. Es esa transformación de energía de una persona inspirada en el ambiente para lograr
la armonía en las edificaciones y el arte.

2.- ESTUDIOS SOBRE LA VIDA PROFESIONAL DEL ARQUITECTO

LA ÉTICA DEL FUTURO ARQUITECTO EN EL DISEÑO Y CONSTRUCCIÓN DE VIVIENDAS SUSTENTABLES

The ethics of the future architect in the design and sustainable building

Rafael Ángel Godard Santander, Eduardo Arvizu Sánchez y Oscar Daniel Lara Ruíz

Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, Universidad Autónoma de Tamaulipas, México.

Rafael Ángel Godard Santander. E-mail: rgodard@prodigy.net.mx. Eduardo Arvizu Sánchez. E-


mail: earvizus@hotmail.com. y Oscar Daniel Lara Ruíz. E-mail:olararuiz@prodigy.net.mx.

Recepción: 24-10-2012
Aceptación: 11-03-2013

Resumen

Se considera que los alumnos cerca de egresar de sus estudios profesionales de arquitectura, deben estar
conscientes y vivir la ética que corresponda al conjunto de principios y normas morales que regulan las
actividades humanas, además de saber discernir lo que conviene, bueno o malo y a pesar de las dificultades
que esto implique, debe tratar por todos los medios de apegarse a ese grupo de principios que regularán su
conducta al interior y exterior del mercado laboral. Sin embargo observando su actuar cotidiano, se advierte
que en las soluciones que este da a las preguntas que le fueron aplicadas en un cuestionario, se reveló la
vinculación que estos guardan con la ética y los valores. Para llegar a concluir lo anterior surgieron estas
cuestiones ¿Cuáles podrían ser las consideraciones que se debieran tener en cuenta para promover y
desarrollar en los alumnos, la vivencia y práctica de la ética, un factor clave que detonará en el ejercicio
cotidiano de la misma y que está, a su vez se reflejará al momento de proyectar viviendas sustentables?

Se consideró para dar solución a esos cuestionamientos de primera instancia, que toda participación de los
profesionales y en este caso de la arquitectura debiera enmarcarse en la práctica y apego a la aplicación de
los lineamientos establecidos por un Código de Ética que en el fondo estableciera los mínimos a los que un
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profesionista en el área y en cualquier otra, debiera sujetarse como una persona comprometida de manera
integral, en todos las facetas de su vida cotidiana.

Palabras clave: Ética, alumno, diseño, sustentable.

Abstract

I. Introducción

a) Antecedentes

Entre los diferentes conjuntos ciudadanos se encuentran los profesionistas de cualquier rama del saber, a los
que la sociedad solicita proporcionar su asesoría en todas aquellas actividades de su competencia de manera
eficiente.

La propia Ley de profesiones para el estado de Tamaulipas, México, define la participación, y la autoridad en
sus diferentes niveles, estimula a las agrupaciones civiles representativas y a los ciudadanos a través de
diversas formas, el conservar, mantener y mejorar el entorno donde habitan y realizan sus actividades diarias
(Martínez, 1986).

Sin embargo los profesionistas, rara vez actúan como ciudadanos preocupados por su entorno social; carecen
de capacitación que de alguna forma obligue moralmente a involucrarse en los procesos ciudadanos, en
general, se carece de conciencia cívica.

Dentro del entorno particular, se actúa como espectador crítico, porque los conocimientos en la materia socio-
económica lo permiten; pero existe una resistencia a ser actores de los procesos sociales de la sociedad.

Se cuenta actualmente con mecanismos de participación social, que es necesario conocer, instrumentar o
transformar para lograr mejores estadios de participación; así mismo cuando sea necesario y conveniente,
que se deba exigir la creación de nuevos caminos, en donde la democracia participativa sea manifiesta y
ejecutante.

Toda participación de los profesionales en este caso específico de la arquitectura debe enmarcarse en los
lineamientos establecidos por un Código de Ética que establece de manera mínima a lo que deberá sujetarse
un profesionista comprometido en su acontecer cotidiano.

La Ética profesional se refiere a las reglas a las que se ha de sujetar cada actividad, basada en la relación con
la sociedad y otros ciudadanos que demanden el servicio profesional, en este caso del arquitecto.

La ética, en sentido pleno, para esta investigación se refiere a la armónica composición de tres elementos:

1.- Las normas, indican qué es lo que se ha de hacer, orientadoras del camino que se ha de recorrer,
reguladoras del comportamiento personal, respecto a los demás a lo largo de la vida.

2. - La virtud, que es apreciada por los hábitos, que facilitan o dificultan determinadas acciones del ser.
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3. - El amor, se entiende como la correspondencia entre la razón y la voluntad.

La demanda de la ética profesional en particular, no elude la presencia del sacrificio y la resignación. Al igual
que la arquitectura, escultura o la pintura, la ética, en cuanta ciencia artística o arte científico, exige, para
descubrir su verdad, el ir realizándose, por tanto la ética sólo la entenderá quien esté dispuesto a vivirla.

b) Preguntas de detonadoras de la Investigación:

¿Cuál será el impacto del ejercicio de la ética en la vida del futuro arquitecto? ¿Cuáles podrán ser las
consideraciones que se deberán tener en cuenta para desarrollar en los alumnos la práctica de la ética como
un hábito que se refleje en el diseño y construcción de viviendas sustentables?

c) Objetivos:

Conocer el significado que tiene la ética. Así como también la aplicación de la misma en el ejercicio del alumno
próximo a egresar de la licenciatura en Arquitectura en la Zona Metropolitana Sur de Tamaulipas.

Conocer si los alumnos próximos egresar actúan como ciudadanos preocupados por su entorno social y
natural.

Determinar si los alumnos futuros egresados son espectadores críticos o actores de los procesos sociales y
ecológicos.

Saber si el alumno próximo a graduarse es consciente de lo que la ética es y la práctica como un hábito que se
refleje en el diseño y construcción de viviendas sustentables.

II. Corpus Teórico

a) Marco Conceptual

Para exponer este tema, se consideró incluir de manera inicial los conceptos clave cuyas definiciones fueron
la base de esta indagatoria.

Ética: Supuesto de la evaluación moral de los actos humanos. Conjunto de principios y normas morales que
regulan las actividades humanas. (RAE, 2001)

Ética profesional: Compromiso contraído al recibir la investidura que acredita el ejercicio profesional. (SEP,
1998)

Responsabilidad: Obligación moral que se tiene a consecuencia de haber o haberse cometido una falta.
Obligación de reparar los daños y perjuicios causados a otro por el incumplimiento de un contrato por uno
mismo o por persona subalterna.
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Obligación Judicial: supone la existencia de un daño a la sociedad en general o a una persona determinada.

Obligación Moral: imputabilidad de un acto moralmente bueno o malo a su autor, considerado como su causa
libre de haberlo querido y realizado.

Obligación Penal: Deber jurídico de responder de los hechos realizados, susceptibles de constituir un delito y
de sufrir sus consecuencias.

Responsable: El que debe responder, rendimientos de sus actos o de los otros. Persona que tiene autoridad,
capacidad para tomar decisiones, dirigir una actividad, o el trabajo de un grupo, etc. (García, 1992)

Profesional: Que ejerce una profesión u oficio, por oposición a aficionado. Que vive habitualmente y con
remuneración por el ejercicio de una particular actividad.

Profesionista: El que ejerce con eficacia una profesión. Que posee un grado académico profesional.

Eficacia: Actividad, fuerza para obrar y producir el efecto deseado con los recursos disponibles y en un plazo
fijado.

Eficiencia: Facultad para lograr un efecto propuesto, conforme a la norma existente. (RAE, 2001) Código de
ética profesional: Documento cuya finalidad consiste en tocar y despertar la conciencia del profesionista para
que las prácticas profesionales se desenvuelvan en un ámbito de legitimidad y autenticidad, en beneficio de
la sociedad, constituyendo el instrumento que permita combatir la deshonestidad en el ejercicio profesional.
(SEP, 1998)

Diseño: Corresponde a la traza o delineación de un edificio o de una figura. También puede concebirse como
el proyecto o plan para ejecutar posteriormente algo. En su expresión más general es la descripción o bosquejo
de un proyecto arquitectónico, expresado gráficamente ya sea manual o digitalmente.

Vivienda: Proviene del latín vivenda, de vivère, vivir, esto sugiere al lugar cerrado y cubierto construido para
ser habitado por personas. (RAE, 2001)

Sustentable: Corresponde a todo aquello que se puede sustentar o defender con razones. (RAE, 2001) La
sustentabilidad tiene que ver con la capacidad de sustentar, es decir, si se está haciendo ahora, se podrá
continuar haciéndolo a largo plazo.

b) Marco Referencial

• La Ética

Tomando como base que la ética corresponde al conjunto de principios y normas morales que regulan las
actividades humanas, se consideró que el alumno, próximo a egresar de arquitecto, ya debiera ser consciente
y saber discernir lo que conviene, bueno o malo y a pesar de las dificultades que esto implique, debe tratar
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por todos los medios de apegarse a ese grupo de principios que regularán su conducta al interior y exterior
del mercado laboral, el estudiante próximo a egresar debe ir poco a poco experimentando y observando en
su actuar cotidiano, que en las soluciones que dé este a los potenciales problemas estarán de alguna manera,
vinculados a la ética y los valores.

Con base en lo anterior se consideró que el detonador de esta investigación sería el considerar que el alumno
casi por egresar tendría entonces, una expectativa e incertidumbre de cómo actuar éticamente, de forma
personal y profesional.

(Savater, 2008), expone con eficiencia lo que es la libertad, y la relaciona con la ética menciona que el hecho
de que alguien sea dueño de sus actos, es lo que hace posible y necesaria la ética; por la libertad, lo que vaya
a ser la vida de cada individuo depende (al menos en parte) de cada cual. La libertad es lo que hace posible
acertar y equivocarse, (es decir, la valoración de la conducta). El autor aclara que la libertad es elegir dentro
de lo posible, lo que permita la capacidad y las circunstancias exteriores., es decir, ante lo que le pasa al
individuo o ante las circunstancias exteriores dadas, este siempre puede elegir la actitud que toma.

• La Ética Profesional

Ética profesional como concepto tiene una íntima relación con la responsabilidad social. Tanto que es la ética
profesional la que posibilita llevar a la práctica los valores que pregona la responsabilidad social y es la ética
la que apoya a ejercer la responsabilidad en un marco de coherencia y correspondencia social. Para que la
responsabilidad social (RS), responsabilidad social corporativa (RSC), responsabilidad social empresaria (RSE)
puedan acometerse y no sólo sean respetadas a la distancia, se necesita de profesionales que sean éticos1.

La Responsabilidad Social asume un conjunto de premisas, principios, valores, y normas de conducta que se
han establecido por el colectivo social como elementos representativos de la misma. La Ética sin embargo, no
prescribe ninguna norma o conducta, tampoco obliga o recomienda que deba ser realizado, su propósito se
relaciona entre otros factores con la praxis, con el cómo se ha de aplicar en los distintos contextos
profesionales y personales de la vida del individuo, los valores sociales.

La Ética entonces es una praxis racional de los principios y conceptos relacionados a la Responsabilidad Social,
desde una perspectiva de igualdad, universalidad e interactividad con los actores del contexto de aplicación e
implicaciones. Por tanto, el contexto actual requiere con urgencia que los profesionales de las empresas y
organizaciones practiquen la responsabilidad social y sean éticos, para ello se demanda que los actores de los
espacios corporativos, sean competentes, creativos, contextuales, conceptuales y que comprendan que la
solidaridad es la clave para lograr la sostenibilidad y para afrontar esta crisis de legitimidad en que actualmente
se vive.

Hoy se necesita que las personas en las organizaciones entiendan que la Responsabilidad Social, Corporativa
o Empresarial (Según el contexto de aplicación); debe de la mano de la ética profesional dejar de ser sólo
discurso y reflejarse en los actos, en las actividades, en las tareas y en el trabajo diario. Por ello aquí
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presentamos un documento que busca exponer con claridad cómo es que la ética confluye al hacerse un
hábito en un concepto más que se agregó, este es la Responsabilidad Social.

Aunado a algunos aspectos previos, el código de ética y las condiciones para el ejercicio de la ética y la
responsabilidad, fueron la base para generar los instrumentos de recopilación de datos empleados en la
presente, a continuación se presenta dicho sustento.

• El Código de Ética y su aplicación en la profesión

El código corresponde a una norma de carácter moral que regula actividades reglamentadas por normas
jurídicas perfectamente definidas en leyes y reglamentos. Para la estructuración de un código de ética, se debe
tener presente los elementos mínimos que éste debe contener y que serán enriquecidos con los conceptos
inherentes de cada profesión.

Algunos autores sugieren que un código que venga a regular la aplicación de la ética debe considerar varios
aspectos, sin embargo aquí se consideraron los más importantes a juzgar por la experiencia como docentes y
profesionistas. Los apartados referidos son principalmente: Los deberes del profesionista, los deberes para
con sus colegas, para con sus clientes, para con su profesión y los deberes para con la sociedad.

Es conveniente precisar que el ámbito de aplicación de un código de ética cubre las esferas legal y moral: Por
lo tanto las actividades profesionales están sujetas tanto a la normatividad ética como a la jurídica y ambas
inciden en el mundo del deber ser y tienen como finalidad regular la conducta del hombre.

Solo cumpliendo código de conducta de la profesión, y el de una persona integralmente eficiente, se podrá
estar seguros que se estará actuando moral y legalmente en beneficio de la ciudadanía y solo al vincularse con
normas morales y jurídicas, se logrará que el desarrollo de un país sea una realidad.

• Condiciones para el ejercicio de la ética y la responsabilidad

Se ha considerado que un profesionista responsable ético, es aquel que se desempeñará y conducirá:

Ante la Ley, cuando cumpla las convenciones y declaraciones internacionalmente reconocidas y con sus
instrumentos en vigencia. Asimismo cuando acate y se circunscriba a las leyes, regulaciones, normas del país
en el que se reside y en el que se trabaja, cuando se aleje de cualquier forma de corrupción, extorsión y
soborno.

Al practicar con legítimos contratos y compromisos adquiridos y conozca el alcance de su responsabilidad


profesional tanto en lo civil y como en lo penal, y las sanciones aplicables al incumplimiento de los deberes
relacionados con su profesión.

Cuando coopere con causas justas siempre que se le requiera. Además, que cuando sea testigo de actos fuera
de la ley y se posea las pruebas objetivas requeridas por la justicia para demostrar, denuncie los hechos.
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Ante los Derechos Humanos, al procurar condiciones de trabajo dignas que favorezcan la seguridad, salud
laboral y el desarrollo humano y profesional de los empleados y colaboradores.

Asegurándose que todo personal a su cargo sin excepción conoce los derechos humanos y culturales y de no
ser así capacitarlos para que lo conozcan.

Además cuando se abstenga de ser cómplice de abusos a los derechos humanos cometidos contra cualquier
persona sin importar si el profesional tiene o no relación con ella.

Ante el Medio Ambiente sustentable, al respetarlo, evitando cualquier tipo de contaminación minimizando
la generación de residuos y racionalizando el uso de los recursos naturales y energéticos. Además de asumir
iniciativas para promover la prevención y una mayor responsabilidad medioambiental sustentable.

Previniendo en todo lo que pudiere, la contaminación del medio ambiente y el calentamiento global, tratando
por todos los medios de consumir con responsabilidad: el agua, la electricidad, el gas natural y todo recurso
con el que tenga contacto de manera personal y profesionalmente hablando, así como perseverar en el
cuidado de la tierra que heredaran a las futuras generaciones.

Ante la Comunidad, al procurar un impacto social positivo sobre las personas de su entorno y sobre las
comunidades en las cuales operan, contribuyendo con el desarrollo económico de las comunidades en las que
desempeña su labor.

Respetando a las personas locales y a los pueblos originarios, sus valores, tradiciones y el aporte de su cultura
al contexto social, asegurándose que las comunidades en las cuales trabajan, estén informadas de manera
oportuna de cualquier factor que pudiera ser necesario que conozcan por su impacto social. Así como servir a
la comunidad y a la sociedad con productos y servicios útiles y en condiciones justas y procurar una distribución
equitativa de la riqueza generada.

Ante la Organización en la que se trabaja, al aceptar sólo prestar servicios para los cuales se tiene el
entrenamiento adecuado para realizar las actividades en un marco de calidad y responsabilidad técnica,
respetando el secreto profesional y de no revelar, por ningún motivo, en beneficio propio o de terceros, los
hechos, datos o circunstancias de que tenga o hubiese tenido conocimiento en el ejercicio de su profesión,
nunca aprovecharse de situaciones que puedan perjudicar a quien haya contratado sus servicios.

Sera responsable ético cuando reciba una retribución económica justa que guarde relación con la tarea
realizada, respete y cumpla todas las normas que tenga la organización para su personal y el contrato que
regula la relación de laboral del profesional. Además de que cuando tenga personal a su cargo analice
cuidadosamente las verdaderas necesidades que puedan tenerse de sus servicios, y proponga a aquéllos que
más convengan dentro de las circunstancias.

Asimismo será ético y responsable socialmente cuando en de manera personal y en conjunto, teniendo
compromiso y carácter para no aceptar trabajos en los que se requiera su independencia de hecho y de
apariencia, si ésta se encuentra limitada, aparte de aclarar a quien sea pertinente as relaciones que guarda
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ante quien patrocina sus servicios cuando emita juicio profesional que sirva de base a terceros para tomar
decisiones.

Ante su Profesión, sin restar importancia a lo previo, se consideró que el individuo, será responsable ético al
realizar trabajos con calidad técnica y con una prestación de servicios adecuada en tiempo y forma alineado
con las normas aplicables, legislación vigente, así como también al trabajar para que la sociedad en general y
los clientes gesten una imagen positiva y de prestigio, para lo cual sólo se valdrá de su calidad profesional y
personal. Esto siempre sin caer en una auto-promoción carente de significado profesional y social.

Consultando o intercambiando impresiones con otros colegas en cuestiones de criterio o de doctrina, pero
nunca deberá proporcionar datos que identifiquen a las personas o negocios de que se trate, a menos que sea
con consentimiento de los interesados, asimismo al fundar en elementos objetivos las opiniones, informes y
documentos que presente el profesional, sin ocultar o desvirtuar los hechos de manera que puedan inducir a
error u otros problemas.

Firmando sólo informes y documentos que son necesariamente el resultado de un trabajo practicado por él o
por algún colaborador bajo su supervisión, asumiendo la responsabilidad por las consecuencias de cualquier
informe que llevará su firma, como de cualquier secuela directa de sus actos. Expresando cualquier juicio
profesional con la obligación de sostener un criterio libre de conflicto de intereses e imparcial, al cuidar las
relaciones con sus colaboradores, con sus colegas y con las instituciones que los agrupan, buscando que nunca
se menoscabe la dignidad de la profesión sino que se enaltezca, al ser solidario con el otro, expresando en sus
actos honradez, carácter, cortesía, discreción, honestidad, respeto y compromiso social.

Al abstenerse de hacer comentarios sobre otro profesional cuando dichos comentarios perjudiquen su
reputación o el prestigio de la profesión en general. Transmitiendo sus conocimientos contribuyendo al
desarrollo de otras personas y al descartar la posibilidad de utilizar sus conocimientos profesionales en tareas
que no cumplan con la moral y la responsabilidad social, aceptando sólo trabajos para los cuales está
capacitado y preparado tanto técnica como emocionalmente, los cuales pueda dirigir con responsabilidad
personal e intransferible.

Pagando los impuestos y las obligaciones previsionales que le correspondiera por su desempeño profesional
o por la responsabilidad que se tenga por personal contratado. De este modo cimentar una reputación,
compromiso social, honradez, laboriosidad y capacidad profesional, observando las reglas de ética profesional
más elevadas en sus actos.

Rechazando las tareas que no cumplan con la moral, el honor, la dignidad y las buenas prácticas sociales,
absteniéndose de ofrecer trabajo directa o indirectamente a empleados o socios de otros profesionales, si no
es con previo conocimiento de éstos, exceptuando aquellos casos que las personas que por su iniciativa o en
respuesta a un anuncio le soliciten empleo; otorgando a los colaboradores el trato que les corresponde como
profesionales y vigilando su adecuado entrenamiento, superación y justa retribución.

Evitando que se utilice su nombre en relación con proyectos, informes, balances, informaciones financieras o
estimaciones de cualquier índole en los que no se hubiere participado. Promoviendo en su contexto inmediato
y social la práctica de la responsabilidad social, siendo ético y transparente en los actos.
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Al asumir la responsabilidad cuando por la naturaleza del trabajo, el profesional debe recurrir a la asistencia
de un especialista y la participación de éste en el trabajo sea fundamental para alcanzar los resultados
previstos, el Profesional asumirá la responsabilidad respecto a la capacidad y competencia del especialista y
deberá informar claramente a su cliente las peculiaridades de esta situación.

Absteniéndose de ofrecer sus servicios a clientes de otro colega; sin embargo, tiene el derecho de atender a
quienes acudan en demanda de sus servicios o consejos. Actuando exclusivamente dentro de los lineamientos
convenidos con otro colega cuando éste solicite su intervención para prestar servicios específicos a un cliente.
En el caso de que el cliente solicite una ampliación de los servicios originalmente establecidos para el
profesional llamado a colaborar, éste no deberá comprometerse a actuar en forma alguna sin antes obtener
la anuencia del colega por cuyo conducto recibió las instrucciones originales.

Absteniéndose de contratar o hacer trabajo profesional por su cuenta, sin el consentimiento de los otros socios
cuando se los tenga, respetando el principio de la libertad de asociación y el derecho a la negociación colectiva;
bajo la premisa que todas las partes deben ganar.

Al coadyuvar en el desarrollo de las personas que trabajan con él, garantizando que desempeñen su trabajo
en su ámbito laboral dentro de una relación de empleo reconocida y legal, en un ambiente de trabajo saludable
y seguro con una comunicación correcta, efectiva con contenido sustantivo para todos aquellos
colaboradores.

Al negar el permiso de actuar en su nombre a personas que no sean socios, o representante debidamente
acreditado o empleado bajo su autoridad, puntualizando claramente en qué consistirán sus servicios y cuáles
serán sus limitaciones.

Respetando la propiedad intelectual y otros derechos de propiedad y respeto por los intereses de todas las
partes interesadas. Y al abstenerse de emplear niños, ni practicar cualquier forma de trabajo forzado, o de
cualquier práctica discriminatoria e injusta en sus prácticas de empleo, ya sea basada en religión, sexo, raza,
color, idioma, opinión política o de otro tipo, origen nacional o social, propiedades, nacimiento u otro estado.

Como se advierte con claridad, son muchas las implicaciones que deberá observar el practicar la ética como
parte de las actividades del arquitecto próximo a egresar y desde luego el profesionista titulado. En el
particular, se tomo en cuenta el factor de la consciencia de lo que la ética es y su reflejo en el diseño y
construcción de viviendas sustentables. Por ello se adicionaron las siguientes acotaciones.

• Consideraciones actuales sobre el diseño y construcción de viviendas sustentables

Opina (Miranda, 2011), que el concepto de diseño en términos generales es una idea que guía el proceso del
mismo, y sirve para asegurar una o varias cualidades del proyecto: imagen, funcionalidad, economía, mensaje.

Hay varios tipos de conceptos de diseño, desde los de carácter espiritual hasta los dirigidos a atender
necesidades netamente prácticas. El reto para el diseñador es, conforme al tipo de proyecto en cuestión,
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seleccionar el adecuado tipo de concepto que aplicará. De hecho, puede incluso señalarse que en diseño no
hay buenos ni malos conceptos, sino buena o mala elección de conceptos.

La eficiente elección del concepto dependerá de la consideración de las características particulares del
proyecto específico de que se trate: tipo y número de usuarios, actividades que se desarrollarán, servicios
ofrecidos, contexto donde se emplazará el proyecto, disponibilidad de recursos técnicos y económicos, etc.

Para esta investigación de acuerdo con los objetivos se busca que el próximo a egresar de la licenciatura en
arquitectura sea un profesional ético ey se refleje en la definición de conceptos de diseño sustentables y esto
condujo a considerar que en la actualidad la evolución y desarrollo tecnológico que el hombre ha venido
proponiendo, es un proceso que quizá poco se entiende en su esencia y valor ideológico, ya que es obvio que
el ser humano a pesar del tiempo de civilización, no ha comprendido los diferentes valores sobre la vida, el
amor a la naturaleza, el significado de la evolución y no podido aprender a emplearlos con un estricto apego
a los valores morales en una relación más armónica con todos los seres vivos de nuestro planeta. (Greene,
2005)

El nuevo milenio es un elemento importante para reconsiderar el camino que deberá seguir en materia de los
aspectos que se han de tener en cuenta para intervenir los estudios sobre el problema de la vivienda a nivel
macro y siendo docentes nuestro compromiso es mayor para con nuestros alumnos debido a que con el
ejemplo y la vivencia de la ética cómo profesionistas profesionales se deberá predicar con el ejemplo.

El enfoque del Desarrollo Sustentable significa en el panorama internacional "el desarrollo que satisface a la
población presente, sin poner en riesgo y peligro las posibilidades de vida de las futuras generaciones, por la
excesiva demanda de los recursos naturales".

El Doctor Robert Solow, premio Nobel en Ciencias Económicas 1987, dice "El objetivo es entender el problema
de recursos para el futuro", para él, sostenibilidad es algo más que un slogan o expresión de emoción; debe
valer como un mandato universal para perseverar la capacidad productiva de un futuro aún indefinido.
(Zorrilla, 2012)

Los términos de sustentabilidad y sostenibilidad actualmente causan confusión debido a que su traducción ha
originado una indefinición en la misma,; sin embargo, se ha logrado diferenciar ambos términos a partir de su
manejo en diferentes sentidos, por ejemplo, se considera "Desarrollo Sustentable" a el paradigma a seguir
dentro de un marco internacional y "Sostenibilidad" a la capacidad local para el manejo adecuado de los
diferentes recursos y perseverar para poder sostenerlo para las generaciones que vienen detrás, es decir las
nuevas generaciones.

La sostenibilidad implica diferentes soluciones para diferentes lugares, la palabra apropiada de sostenibilidad
es calificada por su contexto, también implica que el uso de la energía y materiales en las áreas urbanas están
en balance con qué región puede proveer los procesos naturales que soportan sistemas de vida.

Actualmente a decir de (Greene, 2005), uno de los objetivos de la arquitectura es considerar a la naturaleza
como el elemento sustentante de este planteamiento, ya que esta juega un papel preponderante por todo lo
que ha generado el ser humano y que está en una estricta relación con la misma, por lo cual se debe entender
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la dimensión ecológica de esta relación. Como parte y producto de la naturaleza, el hombre depende de ella.
Los productos que requiere para su subsistencia constituyen sus recursos naturales. Aire, suelo, subsuelo,
agua, rocas, plantas y animales son los recursos naturales básicos, no sólo para la vida del ser humano sino
para todo ser viviente.

Considerando estos antecedentes, aunados al desarrollo demográfico, vivienda y medio ambiente en el


contexto histórico, para lograr la aproximación a una estrategia del desarrollo sustentable en el campo de la
dosificación de vivienda en México, por medio de un análisis del trasfondo social de políticas de vivienda a
nivel internacional, de las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales a nivel nacional y de los
elementos básicos para una estrategia de desarrollo sostenible, empezando primeramente por lo más
inmediato para este fin, se tiene que encontrar cuales son los elementos que dan la identidad y sostenibilidad,
centrando la atención en el individuo y su forma de relacionarse con la naturaleza y su comunidad, la
sensibilidad que este tenga logrará que se practique y vivencia la ética y de ahí emanará la posibilidad de
mejorar la calidad del ambiente.

El problema principal que la civilización actual ha logrado advertir, principalmente en los países desarrollados
es respecto a su forma de vida, que irremediablemente está llevando a una situación de emergencia, que nos
hace reflexionar sobre qué se les está haciendo a los ecosistemas, al aire, al agua, entre otras partes de la
naturaleza, lo cual afecta considerablemente nuestra salud y calidad de vida.

Una crisis ambiental sin posibilidades de solución son parte del futuro de las diferentes comunidades, y el
presente nos implica y demanda una gran responsabilidad estrechamente relacionada con los valores
relacionados en el respeto a la naturaleza, al planeta, a los seres humanos, la ética ecológica, ambiental, y por
tanto a la responsabilidad social, que descanse en la pare económica ejercida como un medio y no un fin.

La cuestión de la vivienda en el futuro inmediato ha de cambiar su enfoque a confluir en aspectos de carácter


naturaleza-ciudad y diseño como lo expone Michel Hough en "Naturaleza y Ciudad", el cual plantea en su tesis
que --los valores tradicionales de diseño que han conformado el paisaje físico de las ciudades, han contribuido
muy poco a su salud medioambiental, y a su concepción como lugares civilizados y enriquecedores en que
vivir-- . Se considera entonces que para lograr un cambio, la perspectiva se debe ofrecer una base filosófica y
conceptual que sirva de apoyo al diseño urbano; sin embargo, en la actualidad el crecimiento de las ciudades
no es por un planeación regional y urbana específica, sino está determinado por la gran cantidad de
asentamientos irregulares en la periferia de las ciudades.

Estos procesos naturales de crecimiento de la población, acarrean una demanda mayor de vivienda, la cual
normalmente, no cumple con las condiciones de habitabilidad para cumplir con los mínimos requisitos de
calidad de vida recomendable.

Cómo hacer de los programas de vivienda proyectos ecológicos o sostenibles para realizar un cambio
significativo y contribuir a la consecución de un futuro sostenible dentro de un marco de desarrollo sustentable
como país.

La necesidad de construir considerando el impacto ambiental en el procesos de diseño, llevará a enormes


problemas y cambios, pero también será un estímulo para la innovación, creatividad, y las posibilidades de los
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diseñadores para demostrar el valor de la solución de problemas y su espíritu de contribuir el cambio, ya que
el diseñador también es el principal responsable ético, de los daños de un diseño inadecuado.

Es importante mencionar que la función de los diseñadores de vivienda los hace el enlace entre los procesos
de producción y le usuario, entre las tecnologías y los requerimientos del mercado, es por tal posición, que la
responsabilidad del diseñador para evitar el impacto ambiental en sus edificaciones.

Se deberá buscar por el diseñador los programas existentes sobre "Manejo de Calidad Total" para la protección
del ambiente, por medio del ahorro eficiente de energía, de la calidad de los materiales y los residuos que
deberán tener especificaciones para su reciclado.

Para el logro de todos estos planteamientos se requiere un cambio de actitud en general, no sólo es un
compromiso del diseñador, es también un compromiso del usuario, del comerciante, del distribuidor y en
general de todos aquellos que participan en las ciudades que en la práctica de la ética y la responsabilidad
social se consideran partes activas de la misma. (Greene, 2005)

V. Conclusiones

A manera de conclusión consideramos que al respecto del bloque número 2, ítem número 4 el cual preguntaba
al alumno sobre si la carencia de valores desde la infancia , sería una causal que atentara contra su conducta
y la de los demás en la edad del ejercicio profesional, las opciones de respuesta debían ser diversas debido a
que la carencia de valores en la niñez no es un indicador que garantice que un individuo pueda conducirse
mal, ya que puede ocurrir lo contrario, es decir, niños con una intachable formación en valores, que en la edad
adulta no se conducen bajo los parámetros de un eficiente vivencia de la ética, por tanto las respuestas
pudieran también ser las que algunos alumnos emitieron. Este resultado desde la óptica del docente, se
advierte difícil de intervenir, ya que entonces los alumnos hoy se insinúa, que los valores éticos los conocen,
sin embargo es la definición de los mismos lo que hace la diferencia, si se compara con la definición que dan
a estos la generación de profesores que les imparten cátedra, es decir mismos valores por concepto, pero
diferente definición y ejercicio en la praxis.

Ocurrió que en la pregunta número 1 del bloque número 3, que se refería a el cobro de los honorarios como
arquitecto en un caso particular (ver anexo 1), los alumnos de igual forma favorecieron también a las opciones
los valores marcados con, 4 en cierto modo y 5 si mucho cuando las respuestas bajo el juicio debieron ser las
marcadas con el 1 en absoluto y 2 no mucho, para lo cual se sugiere, que el alumno no tiene experiencia en lo
relacionado con los aranceles profesionales y desde luego su vínculo con la ética, por tanto se piensa, que esté
es un aspecto que se presenta como un área de oportunidad para intervenir en la formación de los jóvenes
previo a su egreso. Esta tarea en el caso particular de la escuela en donde se lleva a cabo la investigación, se
llevará a la mesa de los seminarios académicos ya que este hallazgo es sin duda uno de los más sustantivos a
intervenir para el beneficio personal y profesional de los alumnos, que es uno de los objetivos de la presente.

Asimismo se considera que esta investigación es sólo el parte aguas para seguir indagando cuestiones que
tengan que ver con el ejercicio profesional de nuestros alumnos próximos a egresar, incluso dos o tres
períodos previos al cual intervenimos en la presente, con el afán de detectar áreas de oportunidad que
procuren la evidencia para poder actuar con antelación al egreso y de esta forma seguir coadyuvando en su
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formación en áreas que nos son necesariamente parte de una programa de estudios, pero sí de lo que se ha
denominado currículum oculto, que en el caso de la escuela en particular y algunas otras se ha catalogado
como la formación integral de los jóvenes próximos a egresar, que es parte de una cadena del valor en esta
red de interdependencia entre empleados y empleadores, al incorporarse nuestros alumnos al mercado
laboral.

Av. Universidad 602, Colonia Lomas del Campestre, León, Guanajuato, MX, 37150, (52-477) 7 10 85
00 ext. 608

4.- EL ACTO MORAL

¿Qué es el acto moral?

Un acto moral es aquella acción realizada por un individuo y que puede ser valorada como buena o mala desde
un punto de vista ético. Las acciones que realizamos podrían dividirse en dos grupos: las que no tienen
implicaciones morales porque son neutrales (respirar, moverse o protegerse de la lluvia) y aquellas acciones
que sí pueden tener alguna consideración moral, es decir, pueden valorarse como buenas o malas. Ejemplo:
 Dar la mano a alguien puede parecer neutral, pero dar la mano a un terrorista sanguinario ya se puede
discutir moralmente.
 Trabajar en una fábrica para ganarse el pan de la familia no tiene una implicación moral, pero si la
fábrica contamina un río y esto provoca enfermedades, la neutralidad del trabajo en la fábrica
desaparece.
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Un acto moral depende de varios elementos. Para que hablemos con


rigor de acto moral éste tiene que ser algo elegido libremente, sin
ningún tipo de coacción. Por otra parte, el acto debe tener una finalidad,
un motivo por el cual se realiza.
Por último, el acto moral se encuentra dentro de un contexto humano
que condiciona cualquier análisis ético.
Cualquier acto moral se puede analizar desde perspectivas diferentes,
es decir, desde varios criterios éticos. Si tomo la decisión de ayudar a
todo el que lo necesita, alguien podría preguntarme por qué actúo así.
Mi respuesta podría ser muy diversa:
1. Considero que es mi deber hacerlo.
2. Entiendo que al ayudar al necesitado estoy cumpliendo con lo que Dios quiere de mí.
3. Mi conducta moral se rige por mis sentimientos internos. Estas tres posibles respuestas a un acto moral son
ejemplos de las justificaciones racionales o criterios que podemos emplear a la hora de llevar a término un
acto moral.
4.1. Condiciones del acto moral
La Libertad:

Escoger el acto voluntariamente y por sí mismo es una condición


fundamental en la esencia del acto mural, porque, por ejemplo, el acto
de un individuo que se realiza bajo una coacción interna o externa no
cae en la esfera de la moral.

La Conciencia: Saber lo que se está haciendo es la segunda condición


del acto moral. Los niños, los imbéciles o los locos no
tienen calidad moral, porque ellos no saben lo que hacen.

4.2. Elementos del acto moral


a) El Sujeto moral:
El sujeto moral es un individuo dotado de conciencia moral. Este sujeto no es un ente abstracto o ideal, sino
un ser concreto, ubicado en una determinada circunstancia histórica y social. Es el sujeto real.
b) Los Motivos:
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Los motivos o las intenciones son los que nos llevan a actuar o a perseguir
un determinado fin. Un mismo acto puede realizarse por diferentes motivos:
buenos o malos. Los motivos constituyen uno de los factores más
interesantes del acto moral por las discusiones que han suscitado.

Por ejemplo, las teorías motivistas o éticas de los motivos consideran que lo
bueno de una acción descansa en los motivos del sujeto. Como
representante de esta postura, tenemos a Kant.

Según esta teoría, los actos pueden realizarse con buenas intenciones, pero
los resultados no son, por diversas circunstancias, buenos o positivos. Estos
actos, a pesar de todo, son positivos. En cambio, los actos que son realizados con malas intenciones, y cuyos
resultados son exitosos y hasta juzgados como buenos, pero que no surgieron de una intención
o motivación positiva, son calificados como malos.
c) Conciencia del fin que se persigue:
La anticipación ideal del resultado que se pretende alcanzar es la conciencia del fin que se persigue.

El sujeto moral tiene capacidad para sopesar los alcances, las consecuencias, las secuelas que pueda traer
consigo su acto moral y de esa manera prever con anticipación situaciones indeseables que en muchos casos
pueden ser graves. La anticipación del resultado orienta el acto moral del sujeto. Por ejemplo, si dos personas
visitan a un amigo influyente que está enfermo, uno podría hacerlo con la intención de reconfortar a su amigo
y el otro porque espera que lo tenga en cuenta para un ascenso en la vida política.

La Decisión
La decisión es la capacidad que tiene el sujeto para actuar por sí mismo, en
concordancia con lo que cree que es la mejor elección o alternativa. Otorga
al acto moral su carácter autónomo y voluntario, ya que la decisión debe ser
expresión de la propia voluntad y responsabilidad del sujeto, y no de una
voluntad ajena.
La Elección
La elección es el paso previo a la decisión, ya que implica una elección
entre varios fines posibles. Un ejemplo de elección es el siguiente:
Una persona va a abrir una ventana porque siente necesidad
de aire fresco; ningún acto podría ser más natural, más moralmente
indiferente en apariencia. Pero recuerda que su acompañante es un
minusválido muy sensible a las corrientes de aire.
Ve ahora su acto bajo dos aspectos diferentes, dotados de
dos valores distintos y tiene que hacer una elección. ¿Cuál es el fin
adecuado, la satisfacción de un placer personal o la satisfacción de las
necesidades de otro?

El Medio
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El acto moral necesita los medios para realizar el fin escogido por
el sujeto. Los medios deben ser tan morales como los fines. Sin
embargo, no todos los filósofos coinciden en esto: Maquiavelo,
por ejemplo, considera que los fines justifican los medios; si el
asesinato o la conspiración, piensa, conducen al fortalecimiento
del Estado, entonces éstos son buenos por haber demostrado su
efectividad.
El Resultado

El acto moral se consuma en el resultado o realización del fin perseguido. Algunas teorías consecuenciales o
éticas de los resultados sostienen que la licitud o ilicitud de una acción depende únicamente del resultado o
consecuencia que tenga. Dentro de este criterio, por ejemplo, el delincuente es castigado porque el castigo
tiene como resultado impedir la realización de otros delitos semejantes.
Las Circunstancias
Las circunstancias son las diversas situaciones que rodean el acto
moral. El hecho de llamarse circunstancias no significa que
carezcan de importancia para la valoración del acto moral.
Una forma de enumerar las circunstancias que enmarcan el acto
moral Podría ser a través de preguntas como: ¿quién?, ¿dónde?,
¿cuándo?, ¿cómo?, ¿a quién?, ¿con qué medios?, ¿cuán a
menudo? No sirven las preguntas ¿qué? o ¿por qué?, ya que
estas interrogantes se refieren al acto mismo y su motivo.
La responsabilidad moral
Es la imputación o calificación que recibe una persona por sus acciones desde el punto de vista de una
teoría ética o de valores morales particulares. Se trata entonces de la responsabilidad que se relaciona con las
acciones y su valor moral. Desde una ética consecuencialista, dicho valor será dependiente de las
consecuencias de tales acciones. Sea entonces al daño causado a un individuo, a un grupo o a la sociedad
entera por las acciones o las no-acciones de otro individuo o grupo.
La responsabilidad moral ocupa un lugar cada vez más importante en la opinión pública cuando la
adjudicación de la responsabilidad jurídica a través de los tribunales es insuficiente para cerrar casos como
son, por ejemplo, escándalos de corrupción ligados al ocultamiento de cifras en la contabilidad de empresas,
derramamiento de petróleo en zonas naturales, financiamientos ilegales de campañas y escándalos
de corrupción política.

El término aparece también en la discusión de temas


como determinismo o libre albedrío, puesto que sin la libertad es
difícil ser culpado por las propias acciones, y sin esta
responsabilidad moral la naturaleza del castigo y la ética se
convierten en una interrogación.
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VERITATIS SPLENDOR: LA LIBERTAD Y LA LEY.(Libertad, Verdad y Ley en la «Veritatis splendor»)

1.- EL TERMINO Veritatis Splendor .- De latín. Esplendor de la verdad) es una encíclica redactada
por Juan Pablo II y publicada el 6 de agosto de 1993. Trata sobre algunas cuestiones fundamentales
de la Enseñanza Moral de la Iglesia.

2.- La Teología Moral: algunas tendencias actuale


El objeto de la Teología Moral es el estudio de la conducta, es decir, de los principios operativos
y los actos que conducen (o apartan) al hombre de su último fin sobrenatural, que es la unión
con Dios Uno y Trino(1). La Teología Moral es, pues, una reflexión que atañe a la «moralidad»; es
decir, el bien y el mal de los actos humanos y de la persona que los realiza --y en este sentido
está abierta a todos los hombres--, pero es también «teología», en cuanto reconoce el principio
y el fin del comportamiento moral en Aquel que «sólo El es bueno» y que, dándose al hombre
en Cristo, le ofrece las bienaventuranzas de la vida divina. Juan Pablo II con su exposición bíblica
a la pregunta moral del «joven rico» del Evangelio, recoge la respuesta de Jesucristo.
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Es una realidad que en la sociedad y en la misma comunidad cristiana se dan otras respuestas
diversas a las del Maestro y de su Iglesia. El Concilio Vaticano II invitó a los estudiosos a «poner
una atención especial en perfeccionar la Teología Moral»(2); y esto ha dado ya sus frutos. Pero es
el Magisterio de la Iglesia a quien compete la misión de vigilar la sana doctrina(3), y por eso, el
deber de hacer un discernimiento(4) sobre las diferentes tendencias de la moderna Teología
Moral, para valorar sus aspectos positivos y rechazar aquellos que son negativos o confusos(5).
La Iglesia «enviada por Jesús a predicar el Evangelio y a hacer discípulos a todas las gentes...,
enseñándolas a guardar todo lo que Él ha mandado(6), la Iglesia propone nuevamente, todavía
hoy, la respuesta del Maestro(7).

El capítulo segundo de la Veritatis splendor sale, pues, al paso de aquellos que se apoyan en una
noción de libertad que ha roto su vínculo esencial con la verdad. Y la reivindicación de la libertad
fuera de la verdad y contra ella manifiesta sus consecuencias negativas, especialmente en cuatro
ámbitos de los que nos iremos ocupando en los sucesivos capítulos: el primero es el de la ley
natural; el segundo es el de la conciencia, el tercero proviene de la libertad que encuentra su
expresión más radical en la llamada «opción fundamental»; y el cuarto y último ámbito se refiere
al acto moral.

2. La libertad humana, ¿un absoluto, fuente y origen de los valores?

En la cultura contemporánea, entre los problemas humanos más debatidos, ocupa un lugar
destacado la reflexión sobre la libertad del hombre, punto de encuentro con otras muchas
cuestiones morales(8). «En concreto, el derecho a la libertad religiosa y al respeto de la conciencia
en su camino hacia la verdad es sentido, cada vez más, como fundamento de los derechos de la
persona, considerados en su conjunto(9). De este modo, el sentido más profundo de la dignidad
de la persona humana y de su unicidad, así como del respeto debido al camino de la conciencia,
es ciertamente una adquisición positiva de la cultura moderna. Esta percepción, auténtica en sí
misma, ha encontrado múltiples expresiones, más o menos adecuadas, de las cuales algunas, sin
embargo, se alejan de la verdad sobre el hombre, como criatura e imagen de Dios y necesitan,
por tanto, ser corregidas o purificadas a la luz de la fe»(10). Nos referimos a la crisis en torno a la
verdad y a la libertad.

Crisis en torno a la verdad

Efectivamente, «en algunas corrientes del pensamiento moderno se ha llegado a exaltar la


libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto, que sería la fuente de los valores. En
esta dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo transcendente o las que
son explícitamente ateas. Se ha atribuido a la conciencia individual las prerrogativas de una
instancia suprema del juicio moral, que decide categórica e infaliblemente sobre el bien y el
mal. Al presupuesto de que se debe seguir la propia conciencia se ha añadido indebidamente la
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afirmación de que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que proviene de la
conciencia. Pero, de este modo, ha desaparecido la necesaria exigencia de verdad en aras de un
criterio de sinceridad, de autenticidad, de "acuerdo con uno mismo", de tal forma que se ha
llegado a una concepción radicalmente subjetiva del juicio moral»(11). Con este planteamiento se
ponen las bases de una ética individualista; es decir, «cada uno se encuentra ante su verdad,
diversa de la verdad de los demás. El individualismo, llevado a las extremas consecuencias,
desemboca en la negación de la idea misma de naturaleza humana»(12).

Crisis en torno a la libertad

Además, «paralelamente a la exaltación de la libertad, y paradójicamente en contraste con


ella, la cultura moderna pone radicalmente en duda esta misma libertad. Un conjunto de
disciplinas, agrupadas bajo el nombre de "ciencias humanas", han llamado justamente la
atención sobre los condicionamientos de orden psicológico y social que pesan sobre el ejercicio
de la libertad humana. El conocimiento de tales condicionamientos y la atención que se les presta
son avances importantes que han encontrado aplicación en diversos ámbitos de la existencia,
como, por ejemplo, en la pedagogía o en la administración de la justicia. Pero algunos de ellos,
superando las conclusiones que se pueden sacar legítimamente de estas observaciones, han
llegado a poner en duda o incluso negar la realidad misma de la libertad humana»(13).

3. La verdadera libertad y su dependencia de la verdad(14)

El discernimiento realizado por la Encíclica apunta a una cuestión común y de fondo a todos los
nuevos planteamientos morales: la relación entre libertad y verdad(15). Así ocurre en algunas
tendencias de la Teología Moral actual. «Bajo el influjo de las corrientes subjetivistas e
individualistas ahora aludidas, interpretan de manera nueva la relación de la libertad con la ley
moral, con la naturaleza humana y con la conciencia, y proponen criterios innovadores de
valoración moral de los actos. Se trata de tendencias que, aun en su diversidad, coinciden con el
hecho de debilitar o incluso negar la dependencia de la libertad con respecto a la verdad. Si
queremos hacer un discernimiento crítico de estas tendencias --capaz de reconocer cuanto hay
en ellas de legítimo, útil y valioso y de indicar, al mismo tiempo, sus ambigüedades, peligros y
errores--, debemos examinarlas teniendo en cuenta que la libertad depende fundamentalmente
de la verdad. Dependencia que ha sido expresada de manera nítida y autorizada por las palabras
de Cristo: 'Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres'(16). Si existe el derecho a ser
respetados en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral
grave para cada uno de buscar la verdad y de seguirla una vez conocida»(17).

La Encíclica afronta el problema de la relación verdad-libertad sobre dos vertientes: la primera


es el ámbito de la «ley», es decir, de la ley de Dios, ya sea en su formulación universal (nn. 35-
53), o bien en su aplicación a la situación personal concreta, «la conciencia» (nn. 54-64). La
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segunda es el ámbito de la «libertad», esto es, en su nivel de actuación --es el caso de la «opción
fundamental» y opciones particulares (nn. 65-70)--, o bien en su término --el «acto moral» (nn.
71-83)--.

De una lectura atenta del segundo capítulo de la Veritatis splendor se desprende claramente
que el «problema moral» de la relación verdad-libertad es en primer lugar un problema
eminentemente «antropológico», es decir, tiene que ver con la identidad misma del hombre,
de la persona humana. La ética presupone y expresa la antropología; y la antropología, a su vez,
está intrínsecamente relacionada con la teología, más aún con la cristología; es decir, el hombre
como «imagen de Dios» que sólo halla la verdadera luz en el misterio del Verbo encarnado, como
le gusta repetir a Juan Pablo II. Por tanto, el rechazo o la aceptación del discurso ético de la
Encíclica dependerá directamente del rechazo o acogida de su discurso antropológico(18).

4. La ley moral proviene de Dios y en Él tiene siempre su origen

La pregunta clave ahora es ésta: ¿están aliadas o se oponen entre sí la libertad y la ley? «La ley
de Dios, pues, no atenúa ni elimina la libertad del hombre --afirma Juan Pablo II--, al contrario,
la garantiza y promueve. Pero, en contraste con lo anterior(19), algunas tendencias culturales
contemporáneas abogan por determinadas orientaciones éticas que tienen como centro de su
pensamiento un pretendido conflicto entre libertad y la Ley.

Son las doctrinas que atribuyen a cada individuo o a los grupos sociales la facultad de decidir
sobre el bien y el mal: la libertad humana podría "crear los valores" y gozaría de una primicia
sobre la verdad, hasta el punto que la verdad misma sería considerada una creación de la
libertad; la cual reivindicaría tal grado de autonomía moral que prácticamente significaría
su soberanía absoluta(20).

Se trata de tendencias que han influido también en el ámbito de la Teología Moral católica,
llegando algunos autores a distinguir entre un «orden ético» y un «orden de salvación»(21). Y esto
con la conciencia de negar que la Revelación tenga un contenido moral específico y
determinado(22)y que el Magisterio de la Iglesia tenga una competencia doctrinal específica sobre
normas morales relativas al llamado «bien humano»(23); afirmando, pues, una completa
autonomía de la razón en el ámbito de las normas morales(24).

Frente a esta tendencia --que comporta tesis incompatibles con la doctrina católica(25)--, la
Encíclica destaca la verdadera autonomía moral, pero en el sentido de lo que podríamos
denominar una teonomía participada. En realidad, el hombre ha sido creado libre, partícipe del
señorío divino(26) con el que está llamado a gobernar el mundo y gobernarse a sí mismo (27). En
efecto, «no sólo el mundo, sino también el hombre mismo ha sido confiado a su propio cuidado
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y responsabilidad. Dios lo ha dejado "en manos de su propio albedrío" (Sir 15,14) para que
buscase a su Creador y alcanzase libremente la perfección. Alcanzar significa edificar
personalmente en sí mismo esta perfección. En efecto, igual que gobernando el mundo el hombre
lo configura según su inteligencia y voluntad, realizando así actos moralmente buenos el hombre
confirma, desarrolla y consolida en sí mismo la semejanza con Dios»(28).

Notas

1. Cfr García de Haro, R., La vida cristiana, Eunsa, Pamplona 1992, p. 25.

2. VS, n. 29b. En efecto, «el Concilio Vaticano II invitó a los estudiosos a "poner una atención
especial en perfeccionar la Teología Moral; su exposición científica, alimentada en mayor grado
con la doctrina de la Sagrada Escritura, ha de iluminar la excelencia de la vocación de los fieles
en Cristo y su obligación de producir frutos en el amor para la vida en el mundo" (OT, 16). El
mismo Concilio invitó a los teólogos a observar los métodos y exigencias propios de la ciencia
teológica y "a buscar continuamente un modo más adecuado de comunicar la doctrina a los
hombres de su tiempo, porque una cosa es el depósito mismo de la fe; es decir, las verdades; y
otra, el modo en que se formulan, conservando su mismo sentido y significado" (GS, 62). De ahí
la ulterior invitación dirigida a todos los fieles, pero de manera particular a los teólogos: "Los
fieles deben vivir estrechamente unidos a los demás hombres de su tiempo y procurar
comprender perfectamente su forma de pensar y sentir, lo cual se expresa por medio de la
cultura" [Ibid.]». (VS, n. 29c).

3. «La Iglesia, y particularmente los Obispos, a los cuales Cristo ha confiado ante todo el servicio
de enseñar, acoge con gratitud este esfuerzo y alientan a los teólogos a un ulterior trabajo,
animado por un profundo y auténtico temor del Señor, que es el principio de la sabiduría (cfr Prv
1,7). Al mismo tiempo, en el ámbito de las discusiones teológicas postconciliares se han dado,
sin embargo, algunas interpretaciones de la moral cristiana que no son compatibles con la
doctrina sana (cfr 2 Tim 4,3). Ciertamente, el Magisterio de la Iglesia no desea imponer a los
fieles ningún sistema teológico particular, y menos filosófico, sino que, para "custodiar
celosamente y explicar fielmente" la palabra de Dios (DV, 10), tiene el deber de declarar la
incompatibilidad de ciertas orientaciones del pensamiento teológico y de algunas afirmaciones
filosóficas con la verdad revelada [Conc. Vaticano I, Dei Filius, cap 4: DS 3018]» (VS, n. 29 in fine).

4. «Al dirigirme con esta Encíclica a vosotros, Hermanos en el Episcopado, deseo enunciar los
principios necesarios para el discernimiento de lo que es contrario a la doctrina sana, recordando
aquellos elementos de la enseñanza moral de la Iglesia que hoy parecen particularmente
expuestos al error, a la ambigüedad o al olvido». (VS, n. 30a).

5. «Estos y otros interrogantes, como ¿qué es la libertad y cuál es su relación con la verdad
contenida en la ley de Dios? ¿Cuál es el papel de la conciencia en la formación de la concepción
moral del hombre? ¿Cómo discernir, de acuerdo con la verdad sobre el bien, los derechos y
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deberes concretos de la persona humana?, se pueden resumir en la pregunta fundamental que


el joven del Evangelio hizo a Jesús: "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la
vida eterna"». (VS, n. 30b).

6. Cfr Mt 28,19-20.

7. Es siempre bajo esta misma luz y fuerza que el Magisterio de la Iglesia realiza su obra de
discernimiento acogiendo y aplicando la exhortación que el apóstol Pablo dirigía a Timoteo: 2
Tim 4,1-5; cfr Tit 1,10.13-14.

8. Cfr VS, n. 31a. «No hay duda de que hoy día existe una conciencia particularmente viva sobre
la libertad. "Los hombres de nuestro tiempo tienen una conciencia cada vez mayor de la dignidad
de la persona humana", como constataba ya la Declaración conciliar "Dignitatis humanae", sobre
la libertad religiosa [DH, 1, remitiendo a Juan XXIII, Pacem in terris (11-IV-1963): AAS 55 (1963)
279; Ibid, 265; y a Pío XII, Radiomensaje, 24-XII-1944: AAS 37 (1945) 14]. De ahí la reivindicación
de la posibilidad para que los hombres "actúen según su propio criterio y hagan uso de una
libertad responsable, no movidos por coacción, sino guiados por la conciencia del deber" (DH,
1)» (VS, n. 31b).

9. Cfr RH, 17; Discurso a los participantes en el V Coloquio Internacional de Estudios Jurídicos
(10-III-1984), n. 4: Insegnamenti VII 1 (1984) 656; Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instr. Libertatis conscientia, n. 19 (22-III-1986): AAS 79 (1987) 561.

10. VS, n. 31 in fine; cfr GS, 11.

11. VS, n. 32a. «Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana
puede conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a
ésta ya no se la considera en su realidad originaria; o sea, como acto de la inteligencia de la
persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y
expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir; sino que más bien se está
orientando a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los
criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia» (VS, n. 32b).

12. VS, n. 32c.

13. VS, n. 33a. «Hay que recordar también algunas interpretaciones abusivas de la investigación
científica en el campo de la antropología. Basándose en la gran variedad de costumbres, hábitos
e instituciones presentes en la humanidad, se llega a conclusiones que, aunque no siempre
niegan los valores humanos universales, sí llevan a una concepción relativista de la moral» (VS,
n. 33 in fine).

14. Sobre este tema puede consultarse el artículo de A. Quirós Herruzo, La ley de Cristo, verdad
del hombre, en "Scripta Theologica" 26 (1994/1) 155-169, donde el autor hace un profundo
estudio de las relaciones entre libertad y verdad. Entre otras cosas afirma: "La vocación humana
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a la libertad, la vocación a la verdad, la capacidad moral del hombre se concretan en la sublime


vocación a ser hijos de Dios en el Hijo (...). Así, pues, la progresiva profundización en la verdad
del hombre, no sólo posibilita una libertad hacia la plenitud, sino que tal verdad se convierte en
ley de realización personal. Toda esta dinámica se vislumbra con las solas luces de la razón, pero
su último y pleno sentido sólo se encuentra en el seguimiento de Aquel que es Perfectus Homo".

15. «La pregunta moral [del joven rico], a la que responde Cristo, no puede prescindir del
problema de la libertad; es más, lo considera central, porque no existe moral sin libertad: "El
hombre puede convertirse al bien sólo en la libertad" (GS, 17). Pero, ¿qué libertad? El Concilio
--frente a aquellos contemporáneos nuestros que "tanto defienden" la libertad y que la "buscan
ardientemente", pero que "a menudo la cultivan de mala manera, como si fuera lícito todo con
tal de que guste, incluso el mal"-- presenta la verdadera libertad: "La verdadera libertad es signo
eminente de la imagen divina en el hombre. Pues quiso Dios 'dejar al hombre en manos de su
propia decisión' (cfr Sir 15,14), de modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhiriéndose
a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección" [GS, 17)» (VS, n. 34a).

16. Ioh 8,32.

17. VS, n. 34b. Cfr DH, 2; cfr también Gregorio XVI, Mirari vos arbitramur (15-VIII-1832): Acta
Gregorii Papae XVI, I, 169-174; Pío IX, Quanta cura(8-XII-1864): Pii IX P.M. Acta, I, 3, 687-700;
León XIII, Libertas Praestantissimum (20-VI-1888): Leonis XIII P.M. Acta, VIII, Romae 1889, 212-
246]. «En este sentido el cardenal J.H. Newman, gran defensor de los derechos de la conciencia,
afirmaba con decisión: "La conciencia tiene unos derechos porque tiene unos deberes" [A Letter
Addressed to His Grace the Dike of Norfolk: Certain Difficulties Fel by Anglicans in Catholic
Teaching (Uniform Edition: Longman, Green and Company, London 1868-1881), vol. 2, p. 250]»
.

18. Cfr Tettamanzi, D., "Veritatis splendor". Introducción y guía de lectura, PPC, Madrid 1994, pp.
28-29.

19. «Leemos en el libro del Génesis: "Dios impuso al hombre este mandamiento: 'De cualquier
árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque
el día que comieres de él, morirás sin remedio'" (Gen 2,16-17). Con esta imagen, la Revelación
enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El
hombre es ciertamente libre, desde el momento en que puede comprender y acoger los
mandamientos de Dios. Y posee una libertad muy amplia, porque puede comer "de cualquier
árbol del jardín". Pero esta libertad no es ilimitada: el hombre debe detenerse ante el árbol de
la ciencia del bien y del mal, por estar llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. En realidad,
la libertad del hombre encuentra su verdadera y plena realización en esta aceptación. Dios, que
sólo Él es Bueno, conoce perfectamente lo que es bueno para el hombre, y en virtud de su mismo
amor se lo propone en los mandamientos» (VS, n. 35a). Toda esta doctrina está ampliamente
resumida en el Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 385-390.
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20. «El requerimiento de autonomía que se da en nuestros días no ha dejado de ejercer


su influencia incluso en el ámbito de la teología moral católica. En efecto, si bien ésta nunca ha
intentado contraponer la libertad humana a la ley divina, ni poner en duda la existencia de un
fundamento religioso último de las normas morales, ha sido llevada, no obstante, a un profundo
replanteamiento del papel de la razón y de la fe en la fijación de las normas morales que se
refieren a específicos comportamientos "intramundanos", es decir, con respecto a sí mismos, a
los demás y al mundo de las cosas. Se debe constatar que en la base de este esfuerzo de
replanteamiento se encuentran algunas demandas positivas, que, por otra parte, pertenecen,
en su mayoría, a la mejor tradición del pensamiento católico. Interpelados por el Concilio
Vaticano II [Cfr GS, 40 y 43], se ha querido favorecer el diálogo con la cultura moderna poniendo
de relieve el carácter racional --y por lo tanto universalmente comprensible y comunicable-- de
las normas morales correspondientes al ámbito de la ley moral y natural [Cfr Sto. Tomás de
Aquino, Summa Theologiae, I-II, q. 71, a.6; ver también ad 5]. Se ha querido reafirmar, además,
el carácter interior de las exigencias éticas que derivan de esa misma ley y que no se imponen a
la voluntad como una obligación, sino en virtud del reconocimiento previo de la razón humana
y, concretamente, de la conciencia personal» (VS, n. 36a).

21. El orden ético tendría un origen humano y valor solamente mundano, mientras que para
el orden de la salvación sólo tendrían importancia algunas intenciones y actitudes interiores
ante Dios y el prójimo: Cfr VS, n. 37a.

22. Es decir, universalmente válido y permanente. Por tanto, la Palabra de Dios se limitaría a
proponer una exhortación, una parénesis genérica, que luego sólo la razón autónoma tendría el
cometido de llenar de determinaciones normativas verdaderamente «objetivas», es decir,
adecuadas a la situación histórica concreta: Cfr VS, n. 37b.

23. Estas normas morales no pertenecerían al contenido propio de la Revelación y no serían en


sí mismas importantes en orden a la salvación. «No hay nadie --afirma Juan Pablo II-- que no vea
que semejante interpretación de la autonomía de la razón humana comporta tesis incompatibles
con la doctrina católica. En este contexto es absolutamente necesario aclarar, a la luz de la
Palabra de Dios y de la tradición viva de la Iglesia, las nociones fundamentales sobre la libertad
humana y la ley moral, así como sus relaciones profundas e internas. Sólo así será posible
corresponder a las justas exigencias de la racionalidad humana, incorporando elementos válidos
de algunas corrientes de la teología moral actual, sin prejuzgar el patrimonio moral de la Iglesia
con tesis basadas en un erróneo concepto de autonomía» (VS, n. 37 in fine).

24. Algunos han llegado a teorizar una completa autonomía de la razón en el ámbito de las
normas morales relativas al recto ordenamiento de la vida en este mundo. «Tales normas
constituirían el ámbito de una moral solamente "humana", es decir, serían la expresión de una
ley que el hombre se da autónomamente a sí mismo y que tiene su origen exclusivamente en la
razón humana. Dios en modo alguno podría ser considerado Autor de esta ley; sólo en el sentido
de que la razón humana ejerce su autonomía legisladora en virtud de un mandato originario y
total de Dios al hombre» (VS, n. 36c).
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25. Porque acaban negando las enseñanzas de la Sagrada Escritura (Cfr Mt 15,3-6) y la doctrina
perenne de la Iglesia: la ley moral natural tiene a Dios como autor y el hombre --mediante su
razón--, participa de la ley eterna, que no ha sido establecida por él. Cfr VS, n. 36 in fine.

26. «Citando las palabras del Eclesiastés, el Concilio Vaticano II explica así la "verdadera libertad"
que en el hombre es "signo eminente de la imagen divina": "Quiso Dios 'dejar al hombre en
manos de su propio albedrío' de modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhiriéndose
a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección" (GS, 17). Estas palabras indican la maravillosa
profundidad de la participación en la soberanía divina, a la que el hombre ha sido llamado;
indican que la soberanía del hombre se extiende, en cierto modo, sobre el hombre mismo. Éste
es un aspecto puesto de relieve constantemente en la reflexión teológica sobre la libertad
humana, interpretada en los términos de una forma de realeza. Dice, por ejemplo, san Gregorio
Niseno: "El ánimo manifiesta su realeza y excelencia... en su estar sin dueño y libre,
gobernándose autocráticamente con su voluntad. ¿De quién más es esto propio sino del rey?...
Así la naturaleza humana, creada para ser dueña de las demás criaturas, por la semejanza con el
soberano del universo fue constituida como una viva imagen, partícipe de la dignidad y del
nombre del Arquetipo" [De hominis officio, c. 4: PG 44,135-136]» (VS, n. 38).

27. «Gobernar el mundo constituye ya para el hombre un cometido grande y lleno de


responsabilidad, que compromete su libertad a obedecer al Creador: "Henchid la tierra y
sometedla" (Gen 1,28). Bajo este aspecto cada hombre, así como la comunidad humana, tiene
una justa autonomía a la cual la Constitución conciliar Gaudium et spes dedica una especial
atención. Es la autonomía de las realidades terrestres, la cual significa que "las cosas creadas y
la sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y
ordenar paulatinamente" (GS, 36))» (VS, n. 38 in fine).

28. VS, n. 39a. «El Concilio, no obstante, llama la atención ante un falso concepto de autonomía
de las realidades terrenas: el que considera que las "cosas creadas no dependen de Dios y que el
hombre puede utilizarlas sin hacer referencia al Creador" (GS, 36). De cara al hombre, semejante
concepto de autonomía produce efectos particularmente perjudiciales, asumiendo en última
instancia un carácter ateo: "Pues sin el Creador la criatura se diluye... Adenás, por el olvido de
Dios la criatura misma queda oscurecida" (GS, 36)» (VS, n. 39 in fine).

CONCIENCIA Y VERDAD
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Conciencia y Verdad”, una conferencia del cardenal Ratzinger de


hace 22 años, clave para entender su renuncia al papado
17 febrero, 2013 por Redaccion

En una conferencia pronunciada en Dallas, Texas, durante el X Seminario


de Obispos, en febrero de 1991, hace pues 22 años, el entonces cardenal Joseph Ratzinger dedicó su atención a uno de
los capítulos más relevantes de la Carta al Duque de Norfolk del anglicano converso y hoy beato J. H. Newman. En esta
carta aparecen unas reflexiones sobre la conciencia, uno de los temas más desarrollados por Newman, que pueden
considerarse como una de las claves para entender la renuncia de Benedicto XVI al ministerio petrino.
En esas reflexiones aparecen las siguientes frases que Benedicto XVI ha hecho suyas: “La Conciencia no es una especie
de egoísmo previsor ni un deseo de ser coherente consigo mismo; es un Mensajero de Dios, que tanto en la naturaleza
como en la Gracia nos habla desde detrás de un velo y nos enseña y rige mediante sus representantes. La conciencia es
el más genuino Vicario de Cristo, un profeta en sus mensajes, con autoridad perentoria como la de un Rey; un Sumo
Sacerdote en sus bendiciones y anatemas. Aunque el eterno sacerdocio dejara de existir en la Iglesia, en la conciencia
permanecería el principio sacerdotal y en ella tendría su poder”. Por su renovado interés, recogemos a continuación la
conferencia de Ratzinger que llevaba por título “Conciencia y verdad”.
Conciencia y verdad
“En el actual debate sobre la naturaleza propia de la moralidad y sobre la modalidad de su conocimiento, la cuestión de la
conciencia se ha convertido en el punto central de la discusión, sobre todo en el ámbito de la teología católica. El debate
gira en torno a los conceptos de libertad y de norma, de autonomía y heteronomía, de autodeterminación y de determinación
desde el exterior por medio de la autoridad. La conciencia es presentada como el baluarte de la libertad frente a las
limitaciones de la existencia impuestas por la autoridad.
En semejante contexto se contraponen de éste modo dos concepciones del catolicismo: por un lado tenemos una
comprensión renovada de su esencia, que explica la fe cristiana a partir de la libertad y como principio de la libertad,
y, por otro, un modelo superado, «preconciliar», que sujeta la existencia cristiana a la autoridad, que a través de
normas regula la vida hasta en sus aspectos más íntimos e intenta de ese modo mantener un poder de control sobre
los hombres. Así, «moral de la conciencia» y «moral de la autoridad» parecen contraponerse como dos modelos
incompatibles; además la libertad de los cristianos quedaría a salvo apelando al principio clásico de la tradición moral,
según el cual la conciencia es la norma suprema, que es preciso seguir siempre, incluso en contraste con la autoridad. Y
si la autoridad -en este caso, el magisterio eclesiástico- quiere hablar en materia de moral, ciertamente puede hacerlo, pero
sólo proponiendo elementos para la formación de un juicio autónomo de la conciencia, la cual sin embargo, debe decir
siempre la última palabra. Ese carácter de última instancia propia de la conciencia lo sintetizan algunos autores en la
fórmula de que la conciencia es infalible1.
Con todo, en este punto puede surgir una contradicción. Está fuera de discusión que se debe seguir siempre un claro
dictamen de la conciencia, o por lo menos que no se puede nunca ir en contra de él. Pero es una cuestión enteramente
diversa si el juicio de la conciencia o lo que uno toma por tal tiene siempre la razón, es decir, si es infalible. Si así fuera,
ello significaría que no existe ninguna verdad, al menos en materia de moral y de religión, o sea en el ámbito de los
fundamentos verdaderos y propios de nuestra existencia. Puesto que los juicios de conciencia se contradicen, no habría
más que una verdad del sujeto, que se reduciría a su sinceridad. No existiría ninguna puerta ni ninguna ventana que
condujera del sujeto al mundo circunstante y a la comunión de los hombres. El que tiene el valor de llevar esta concepción
a sus últimas consecuencias llega, por tanto, a la conclusión de que no existe ninguna verdadera libertad y que lo que
suponemos dictámenes de nuestra conciencia, en realidad no son otra cosa que reflejos de las condiciones sociales. Esto
debería conducir a la convicción de que la contraposición entre libertad y autoridad deja a un lado algo: que debe
existir algo más profundo, si se quiere que la libertad, y por tanto la humanidad, tengan sentido.
1. Una conversación sobre la conciencia errónea y algunas primeras conclusiones
De este modo resulta evidente que la cuestión de la conciencia nos lleva verdaderamente al centro del problema moral y
de la misma existencia humana. Voy a intentar ahora exponer la cuestión no en la forma de una reflexión rigurosamente
conceptual, y por tanto inevitablemente muy abstracta, sino tomando más bien una vía -como se dice hoy- narrativa,
refiriendo ante todo la historia de mi acercamiento personal a este problema. Fue al principio de mi actividad académica
cuando, por primera vez, tuve conciencia de la cuestión en toda su urgencia. Una vez un colega de más edad, al que
preocupaba la situación del ser cristiano en nuestro tiempo, en el curso de una discusión expresó la opinión de que había
que dar realmente gracias a Dios por haber concedido a tantos hombres poder ser increyentes con buena conciencia. En
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realidad, si se les hubiese abierto los ojos y se hubieran hecho creyentes, no habrían sido capaces en un mundo como el
nuestro de llevar el peso de la fe y de los deberes morales que de ella se derivan. En cambio, puesto que siguen otro
camino en buena conciencia, pueden sin embargo conseguir la salvación. Lo que me dejó atónito de esta afirmación no fue
ante todo la idea de una conciencia errónea concedida por el mismo Dios para poder salvar con esta estratagema a los
hombres; la idea, por así decirlo, de una obcecación enviada por Dios mismo para salvar a las personas en cuestión. Lo
que me turbó fue la concepción de que la fe es un peso difícil de llevar y de que es apto sólo para naturalezas
particularmente fuertes, como una especie de castigo o, en todo caso, un conjunto oneroso de exigencias a las que no es
fácil hacer frente.
De acuerdo con esa concepción, la fe, lejos de hacer más accesible la salvación, la haría más difícil. Por tanto, debería ser
feliz justamente aquel al que no se le impone la carga de tener que creer y someterse al yugo moral que supone la fe de la
Iglesia católica. La conciencia errónea, que le permite a uno llevar una vida más fácil e indica una vida más humana, será
por tanto la verdadera gracia, la vía normal para la salvación. La no verdad, permanecer alejado de la verdad, sería
para el hombre mejor que la verdad.No es la verdad la que libra, sino que más bien debe ser liberado de ella. El
hombre está a su gusto más en las tinieblas que en la luz; la fe no es un hermoso don de Dios, sino más bien una maldición.
Siendo así las cosas, ¿cómo puede provenir alegría de la fe? ¿Quién podría incluso tener el valor de trasmitir la fe a otros?
¿No sería mejor por el contrario ahorrarles este peso y mantenerlos lejos de él? En los últimos decenios, concepciones
de este tipo han paralizado visiblemente el impulso de la evangelización: el que entiende la fe como una carga
pesada, como una imposición de exigencias morales, no puede invitar a los demás a creer; prefiere más bien
dejarles en la presunta libertad de su buena fe.
El que hablaba de este modo era un creyente sincero; diría incluso que un católico riguroso que cumplía su deber con
convicción y escrupulosidad. Sin embargo, expresaba de ese modo una forma de experiencia de fe: la aversión, incluso
traumática, de muchos a lo que consideran un tipo de catolicismo «preconciliar», se deriva, en mi opinión, del encuentro
con una fe de ese tipo, que hoy casi es sólo un peso. En este punto surgen cuestiones de la mayor importancia: ¿Semejante
fe puede ser verdaderamente un encuentro con la verdad? ¿Es realmente tan triste y pesada la verdad sobre el hombre y
sobre Dios, o no consiste por el contrario la verdad precisamente en la superación de ese legalismo? Más aun: ¿No consiste
en la libertad? ¿Pero adónde conduce la libertad? ¿Qué camino nos señala? En la conclusión deberemos volver sobre
estos problemas fundamentales de la existencia cristiana hoy; pero antes es necesario regresar al núcleo central de nuestro
tema, al argumento de la conciencia.
Como he dicho, lo que me aterró en el argumento antes indicado fue sobre todo la caricatura de la fe que me parecía ver
allí. No obstante, siguiendo un segundo hilo de reflexiones, me pareció que también era falso el concepto de conciencia
que se daba por supuesto. La conciencia errónea protege al hombre de las onerosas exigencias de la verdad, y de
esta manera lo salva…: tal era la argumentación. Aquí la conciencia no se presenta como la ventana que le abre al hombre
la contemplación de aquella verdad universal que nos funda y sostiene a todos nosotros, haciendo posible de ese modo, a
partir de su común reconocimiento, la solidaridad del querer y de la responsabilidad. En esta concepción, la conciencia no
es la apertura del hombre al fundamento de su ser, la posibilidad de percibir lo que hay de más elevado y esencial. Más
bien parece ser la concha de la subjetividad, en la que el hombre puede huir de la realidad y esconderse de ella.
En este aspecto, aquí se da por supuesta precisamente la concepción de la conciencia del liberalismo. La conciencia no
abre al camino liberador de la verdad, que o no existe en absoluto o es demasiado exigente para nosotros. La conciencia
es la instancia que nos dispensa de la verdad; se trasforma en la justificación de la subjetividad, que no admite ser
cuestionada, lo mismo que en la justificación del conformismo social, que como mínimo común denominador entre las
diversas subjetividades tiene la función de hacer posible la vida en la sociedad. El deber de buscar la verdad desaparece,
como desaparecen las dudas sobre las tendencias generales predominantes en la sociedad y sobre cuanto en ella se ha
trocado en costumbre. Basta estar convencido de las propias opiniones y adaptarse a las de los demás. El hombre queda
reducido a sus convicciones superficiales, y, cuanto menos profundas, tanto mejor para él.
Lo que para mi había sido sólo marginalmente claro en esta discusión se hizo plenamente evidente algo después con
ocasión de una disputa entre colegas a propósito del poder de justificación de la conciencia errónea. Alguien objetó a esta
tesis que, en caso de tener un valor universal, entonces incluso los miembros de las SS nazis estarian justificados y
tendríamos que buscarlos en el paraíso; pues ellos llevaron a cabo sus atrocidades con fanática convicción y con absoluta
certeza de conciencia. A lo cual otro respondió con toda naturalidad que así eran las cosas: no hay duda alguna de
que Hitler y sus cómplices estaban profundamente convencidos de su causa, no habrían podido obrar
diversamente, y en consecuencia, por espantosas que fueran objetivamente sus acciones, ellos, a nivel subjetivo,
procedieron moralmente bien. Puesto que siguieron su conciencia, aunque deformada, hay que reconocer que su
comportamiento era para ellos moral, y por tanto no se puede poner en duda su salvación eterna.
Después de semejante conversación tuve la plena certeza de que algo no cuadraba en esta teoría sobre el poder justificador
de la conciencia subjetiva; en otras palabras, estuve seguro de que debía ser falsa una concepción de la conciencia que
llevaba a tales conclusiones. Una firme convicción subjetiva y la consiguiente falta de dudas y escrúpulos no justifican en
absoluto al hombre. Unos treinta años después encontré sintetizadas en las lúcidas palabras de Albert Górres las intuiciones
que desde hacia tiempo también yo intentaba articular a nivel conceptual. Su elaboración constituye el núcleo de esta
contribución. Górres muestra que el sentido de culpa, la capacidad de reconocer la culpa, pertenece a la esencia
misma de la estructura psicológica del hombre. El sentido de culpa, que rompe una falsa serenidad de conciencia y que
puede definirse como una protesta de la conciencia contra la existencia satisfecha de sí, es tan necesario para el hombre
como el dolor físico en cuanto síntoma que permite reconocer las alteraciones de las funciones normales del organismo. El
que ya no es capaz de percibir la culpa está espiritualmente enfermo, es «un cadáver viviente, una máscara de teatro»,
como dice Görres2. «Son los monstruos, entre otros brutos, los que no tienen sentido alguno de culpa. Quizá, estaban
totalmente desprovistos de ellos Hitler, HimmIer o Stalin. Quizá los padrinos de la mafia carecen de sentido de culpa,
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aunque probablemente ocultan muchos cadáveres en los sótanos junto con los respectivos sentidos de culpa. Todos los
hombres tienen necesidad de sentido de culpa»3.
Por lo demás, con sólo echar una mirada a la Sagrada Escritura es posible preservarse de semejantes diagnósticos y de
esa teoría de la justificación mediante la conciencia errónea. En el salmo 19,13 se contiene esta afirmación, que merece
ponderarse: «¿Quién reconoce sus propios errores? Perdóname, Señor, mis pecados ocultos». Aquí no se trata de
objetivismo veterotestamentario, sino de la más profunda sabiduría humana: no ver ya las culpas, el enmudecimiento
de la conciencia en ámbitos tan numerosos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la
culpa que uno está, aun en condiciones de reconocer como tal. El que ya no es capaz de reconocer que matar es
pecado ha caído más profundamente que el que todavía puede reconocer la malicia de su comportamiento, ya que se ha
alejado más de la verdad y de la conversión. Por algo en el encuentro con Jesús el que se justifica aparece como el que
está, verdaderamente perdido. Si el publicano, con todos sus innegables pecados, es más justificado en presencia de Dios
que el fariseo con todas sus obras verdaderamente buenas (Le 18,9-14), es así no porque de algún modo los pecados del
publicano no sean verdaderamente pecados y las buenas obras del fariseo no sean buenas obras. Esto no significa que el
bien que el hombre realiza no sea bien delante de Dios, ni que el mal no sea mal delante de él, ni tampoco que esto no sea
en el fondo tan importante. La verdadera razón de este juicio paradójico de Dios aparece justamente a partir de nuestra
cuestión: el fariseo no sabe ya que también él tiene culpas. Está completamente en paz con su conciencia. Mas este silencio
de la conciencia le hace impenetrable para Dios y para los hombres. En cambio, el grito de la conciencia, que no da tregua
al publicano, le hace capaz de verdad y de amor. Por eso Jesús puede actuar con éxito entre los pecadores: porque
no se han vuelto impermeables tras la mampara de una conciencia errónea, del cambio que Dios espera de ellos
como de cada uno de nosotros. Por el contrario, no puede tener éxito con los «justos» precisamente porque les parece
que no tienen necesidad de perdón y de conversión, pues su conciencia no les acusa ya, sino que más bien los justifica.
Algo análogo, por otra parte, podemos encontrar también en San Pablo, el cual nos dice que los gentiles conocen muy
bien, incluso sin ley, lo que Dios espera de ellos (Rom 2,14). Toda la teoría de la salvación mediante la ignorancia se
desmorona en este versículo: existe en el hombre la presencia absolutamente inevitable de la verdad, de la única verdad
del Creador, que luego fue consignada por escrito en la revelación de la historia de la salvación. El hombre puede ver la
verdad de Dios en virtud de su ser de criatura. No verla es pecado. Y cuando no se la ve es porque no se quiere. Este
rechazo de la voluntad que impide el conocimiento es culpable. Por eso si no se enciende la atalaya luminosa, ello es
debido a que deliberadamente nos desentendemos de lo que no deseamos ver 4.
En este punto de nuestras reflexiones es posible sacar las primeras consecuencias para responder a la cuestión de la
naturaleza de la conciencia. Podemos decir ahora: no es posible identificar la conciencia del hombre con la autoconciencia
del yo, con la certeza subjetiva sobre sí mismo y sobre el propio comportamiento moral. Este conocimiento, por una parte
puede ser un mero reflejo del ambiente social y de las opiniones en él difundidas. Por otra parte, puede proceder de una
carencia de autocrítica, de una incapacidad para escuchar lo profundo del propio espíritu. Lo que ha surgido a la luz después
del hundimiento del sistema marxista de Europa oriental confirma este diagnóstico. Las personalidades más despiertas y
nobles de los pueblos al fin liberados hablan de una ingente devastación espiritual verificada también en los años de la
deformación intelectual. Indican ellos un embotamiento del sentido moral, que representa una pérdida y un peligro mucho
más grave que los daños económicos ocurridos. El nuevo patriarca de Moscú lo denunció de manera impresionante al
comienzo de su ministerio en el verano de 1990: la capacidad de percepción de los hombres que han vivido en la mentira
se había oscurecido, según él. La sociedad había perdido la capacidad de misericordia y se habían perdido los sentimientos
humanos. Toda una generación se había perdido para el bien, para acciones dignas del hombre. «Tenemos el deber de
volver a la sociedad a los valores morales eternos», o sea, el deber de desarrollar nuevamente en el corazón de los hombres
el oído casi extinguido para escuchar las sugerencias de Dios. El error, la «conciencia errónea», solo a primera vista es
cómoda. Pues, si no se reacciona, el enmudecimiento de la conciencia conduce a la deshumanización del mundo y
a un peligro mortal.
En otras palabras, la identificación de la conciencia con el conocimiento superficial, la reducción del hombre a su
subjetividad, no libera en absoluto, sino que hace esclavo; nos hace enteramente dependientes de las opiniones
dominantes y rebaja también el nivel de éstas día tras día. El que hace coincidir la conciencia con las convicciones
superficiales, la identifica con una seguridad pseudorracional, mezcla de autojustificación, conformismo y pereza. La
conciencia se degrada convirtiéndose en mecanismo de desculpabilización, cuando debería representar justamente la
transparencia del sujeto a lo divino, y por tanto también la dignidad y la grandeza específicas del hombre. La reducción
de la conciencia a la certeza subjetiva significa al mismo tiempo la renuncia a la verdad.Cuando el salmo, anticipando
la visión de Jesús sobre el pecado y la justicia, ora por la liberación de culpas no conscientes, atrae la atención sobre esa
conexión. Ciertamente hay que seguir la conciencia errónea. Sin embargo, la renuncia a la verdad ocurrida
precedentemente y que ahora se toma la revancha es la verdadera culpa, una culpa que inicialmente mece al hombre en
una falsa seguridad, pero luego lo abandona en un desierto sin caminos.
2. Newman y Sócrates, guías de la conciencia
Deseo hacer aquí una breve digresión. Antes de intentar formular respuestas coherentes a las cuestiones sobre la
naturaleza de la conciencia, debemos ampliar un poco las bases de la reflexión más allá de la dimensión personal de la
que hemos partido. En realidad no tengo intención de desarrollar aquí un docto tratado de la historia de las teorías de la
conciencia, tema sobre el que precisamente hace muy poco se han publicado varias contribuciones 5. Prefiero mantenerme
también aquí en una postura de tipo modélico y, por así decir, narrativo. Hemos de dirigir una primera mirada al cardenal
Newman, cuya vida y obra se podrían muy bien designar como un único gran comentario al problema de la conciencia.
Pero tampoco sobre Newman podré detenerme de modo especializado. En este marco no es posible detenerse en los
detalles del concepto newmaniano de conciencia. Me limitaré a indicar el puesto de la idea de conciencia en el conjunto de
la vida y del pensamiento de Newman. Las perspectivas así logradas profundizarán la mirada sobre los problemas actuales
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y establecerán nexos con la historia; es decir, conducirán a los grandes testimonios de la conciencia y a los orígenes de la
doctrina cristiana sobre la vida según la conciencia. ¿A quién no le viene al recuerdo a propósito del tema «Newman y la
conciencia» la famosa frase de la carta al duque de Norfolk: «Ciertamente si yo pudiese brindar por la religión después de
una comida lo que no es muy indicado hacer, brindaría por el papa. Pero antes por la conciencia, y luego por el papa»?6.
Según la intención de Newman, esto debería ser, en contraste con las afirmaciones de Gladstone, una clara confesión del
papado; pero también, contra las deformaciones «ultramontanas», una interpretación del papado, al que sólo se entiende
rectamente cuando se lo ve junto con el primado de la conciencia; y por tanto no opuesto, sino más bien fundado y por ella
garantizado. Al hombre moderno le resulta difícil comprender esto, pues piensa a partir de la contraposición de autoridad y
subjetividad. Para él, la conciencia está del lado de la subjetividad y es expresión de la libertad del sujeto, mientras que la
autoridad parece restringir, amenazar o incluso negar la libertad. Por eso debemos profundizar un poco más, a fin de
aprender a comprender de nuevo una concepción en la que pierda vigencia este tipo de contraposición.
Para Newman, el término medio que asegura la conexión entre los dos elementos de la conciencia y la autoridad es la
verdad. No vacilo en afirmar que esa es en realidad la idea central de la concepción intelectual de Newman; la conciencia
ocupa un puesto central en su pensamiento precisamente porque en el centro está la verdad. En otras palabras, el
carácter central del concepto de conciencia está ligado en Newman al carácter precedentemente central del concepto de
verdad y sólo a partir de esta puede expresarse.
La presencia preponderante de la idea de conciencia en Newman no significa que él, en el siglo XIX y en contraste con el
objetivismo de la neoescolástica, sostuviera, por así decir, una filosofía o una teología de la subjetividad. Sin duda es verdad
que en Newman el sujeto merece una atención que no había recibido antes en el ámbito de la teología católica, puede que
desde el tiempo de Agustín. Pero se trata de una atención en la línea de Agustín, no en la de la filosofía subjetivista de la
edad moderna. Con ocasión de su elevación al cardenalato, Newman confesó que toda su vida había sido una batalla
contra el liberalismo. Podríamos añadir: también contra el subjetivismo del cristianismo como él lo encontró en el
movimiento evangélico de su tiempo y que, a decir verdad, constituyó para él la primera etapa de aquel camino de
conversión que duro toda su vida7. La conciencia no significa para Newman que el sujeto es el criterio decisivo frente a las
pretensiones de la autoridad en un mundo en el que la verdad está ausente y que se mantiene mediante el compromiso
entre exigencias del sujeto y exigencias del orden social. Significa más bien la presencia perceptible e imperiosa de la voz
de la verdad dentro del sujeto mismo; la conciencia es la superación de la mera subjetividad en el encuentro entre la
interioridad del hombre y la verdad que procede de Dios. Es significativo el verso que Newman compuso en Sicilia en 1833:
«Me gustaba escoger y comprender mi camino. Ahora en cambio oro: Señor, guíame tú» 8.
La conversión al catolicismo no fue para Newman una elección determinada por gusto personal por necesidades
espirituales subjetivas. Así se expresó él en 1844, cuando se encontraba aún, por así decirlo, en el umbral de la conversión:
«Nadie puede tener una opinión más desfavorable que la mía sobre el estado presente de los romano-católicos»9. Lo que
para Newman era realmente importante era el deber de obedecer más a la verdad reconocida que al propio gusto, e incluso
en contraste con los sentimientos propios y con los lazos de amistad y de una común formación. Me parece significativo
que Newman en la jerarquía de las virtudes, subraye el primado de la verdad sobre la bondad, o, para decirlo más
claramente, que ponga de relieve el primado de la verdad sobre el consentimiento, sobre la capacidad de
acomodación de grupo. Por tanto, diría: cuando hablamos de un hombre de conciencia, pensamos en alguien dotado de
tales disposiciones interiores. Un hombre de conciencia es alguien que no compra jamás a costa de renunciar a la verdad,
el estar de acuerdo, el bienestar, el éxito, la consideración social y la aprobación por parte de la opinión dominante. En esto
Newman enlaza con el otro gran testigo británico de la conciencia: Tomás Moro, para el cual la conciencia no fue en modo
alguno expresión de su testarudez subjetiva o de un heroísmo obstinado. Él mismo se contó en el número de los mártires
angustiados, que sólo después de vacilaciones y muchas preguntas se han obligado a sí mismos a obedecer a la
conciencia: a obedecer a aquella verdad que debe estar por encima de cualquier instancia social y de cualquier forma de
gusto personal10. Se evidencian así dos criterios para discernir la presencia de una auténtica voz de la conciencia: ésta no
coincide con los propios gustos y deseos; tampoco se identifica con lo que es socialmente más ventajoso, con el
consenso del grupo o con las exigencias del poder político o social.
Es útil en este punto echar una mirada a la problemática actual. El individuo no puede pagar su promoción y su bienestar
con una traición de la verdad reconocida como tal. Tampoco la humanidad entera puede hacerlo. Tocamos aquí el punto
verdaderamente crítico de la modernidad: la idea de verdad ha sido eliminada en la práctica y sustituida por la de
progreso. El progreso mismo «es» la verdad. Sin embargo, en esta aparente exaltación queda carente de dirección y
se desvanece por sí solo. En efecto, si no hay ninguna dirección, todo puede ser tanto progreso como retroceso.
La teoría de la relatividad formulada por Einstein concierne como tal al mundo físico. Me parece, sin embargo, que puede
describir adecuadamente también la situación del mundo espiritual de nuestro tiempo. La teoría de la relatividad afirma
que dentro del universo no se da ningún sistema fijo de referencia. Cuando ponemos como punto de referencia un
sistema, a partir del cual intentamos medirlo todo, en realidad se trata de una decisión nuestra, motivada por el hecho de
que en realidad sólo así podemos llegar a algún resultado. Sin embargo, la decisión podría haber sido diversa de la que ha
sido. Lo que se ha dicho a propósito del mundo físico refleja también el segundo giro «copernicano» ocurrido en nuestra
actitud fundamental respecto a la realidad: la verdad como tal, lo absoluto, el verdadero punto de referencia del pensamiento
no es ya visible. Por eso, también desde el punto de vista espiritual, no hay ya un arriba y un abajo. En un mundo sin puntos
fijos de referencia, no hay ya direcciones. Lo que miramos como orientación no se basa en un criterio verdadero en sí
mismo, sino en una decisión nuestra, y últimamente en consideraciones de utilidad. En semejante contexto «relativista»,
una ética teológica o consecuencialista acaba siendo «nihilista», aunque no se advierta. Y lo que en esta concepción de la
realidad es llamado «conciencia», reflexionando más profundamente resulta ser un modo eufemístico de decir que no hay
ninguna conciencia en sentido propio, o sea ningún «con-saber» con la verdad. Cada uno determina por sí mismo sus
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propios criterios y nadie, dentro de la universal relatividad, puede servir de ayuda a otro en este campo, y menos aun
prescribirle algo.
En este punto es manifiesta la extrema radicalidad de la disputa actual sobre la ética y su centro, la conciencia. Me parece
que es posible encontrar en la Historia del Pensamiento un adecuado paralelo en la disputa entre Sócrates-Platón y los
sofistas. En ella se somete a prueba las dos posturas fundamentales: la confianza en la posibilidad de que el hombre
conozca la verdad, por una parte, y, por otra, una visión del mundo en la que el hombre crea por si mismo los
criterios de su vida11. El hecho de que Sócrates, un pagano, pudiera convertirse en cierto sentido en el profeta de
Jesucristo tiene su justificación, a mi entender, precisamente en esta cuestión fundamental. Ello supone que a la manera
de filosofar inspirada en él se le ha concedido, por así, decirlo, un privilegio histórico salvífico y que se ha constituido en
forma adecuada para el logos cristiano, ya que se trata de una liberación mediante la verdad y para la verdad.
Si se prescinde de las contingencias históricas en que se desarrolló la controversia de Sócrates, al punto se reconoce que
-si bien con argumentos diversos y con otra terminología- se refiere en el fondo a la misma cuestión ante la que nos
encontramos hoy. La renuncia a admitir la posibilidad de que el hombre conozca la verdad conduce primeramente a un uso
puramente formalista de las palabras y de los conceptos. A su vez la pérdida de contenido lleva a un mero formalismo de
los juicios, ayer lo mismo que hoy. En muchos ambientes no se pregunta ya hoy qué piensa un hombre. Se tiene ya presto
un juicio sobre su pensamiento porque se lo puede catalogar con una de las correspondientes etiquetas formales:
conservador, reaccionario, fundamentalista, progresista, revolucionario. La catalogación en un esquema formal basta para
hacer superflua la comparación con los contenidos. Lo mismo puede verse, de una manera más nítida aún, en el arte: lo
que expresa una obra de arte es del todo indiferente; puede exaltar a Dios o al diablo; el único criterio es su ejecución
técnico-formal.
Con ello hemos llegado al punto verdaderamente candente de la cuestión: cuando los contenidos no cuentan ya, cuando
predomina una mera praxiología, la técnica se convierte en el criterio supremo. Pero esto significa que el poder se convierte
en la categoría que lo domina todo, sea revolucionario o reaccionario. Esta es precisamente la forma perversa de la
semejanza con Dios, de la que habla el relato del pecado original: el camino de una mera capacidad técnica, el camino del
puro poder y el abuso de un ídolo, y no una realización de la semejanza con Dios. Lo específico del hombre en cuanto
hombre consiste en interrogarse no sobre el «poder», sino sobre el «deber» como apertura a la voz de la verdad y
de sus exigencias. Éste fue, a mi entender, el contenido último de la búsqueda socrática, y este es también el sentido más
profundo del testimonio de todos los mártires: ellos atestiguan la capacidad de verdad del hombre como límite de todo
poder y garantía de su semejanza divina. Justamente en este sentido, los mártires son los grandes testimonios de la
conciencia; de la capacidad concedida al hombre de percibir, más allá del poder, también el deber, y por tanto de abrir el
camino al verdadero progreso, a la verdadera ascensión.
3. Consecuencias sistemáticas: los dos niveles de la conciencia
3. 1. Anamnesia
Después de estas incursiones a través de la historia del pensamiento, ha llegado el momento de hacer balance, o sea de
formular un concepto de conciencia. La tradición medieval había discernido justamente dos niveles del concepto de
conciencia, que es preciso distinguir cuidadosamente, pero también relacionar siempre uno con otro 12. Muchas tesis
inaceptables sobre el problema de la conciencia me parece que dependen de que se ha descuidado la distinción o la
correlación entre los dos elementos. La corriente principal de la escolástica expresó los dos niveles de la conciencia con
los conceptos de sindéresis y de conciencia. El término sindéresis (synteresis) confluyó en la tradición medieval en la
conciencia de la doctrina estoica del microcosmos13. Pero su significado exacto no quedó claro, pasando así, a constituir
un obstáculo para un preciso desarrollo de la reflexión sobre este aspecto esencial de la cuestión global acerca de la
conciencia. Por eso, aunque sin entrar en el debate sobre la historia del pensamiento, deseo substituir este término
problemático por el concepto platónico, definido con mucha más nitidez, de anámnesis, que ofrece la ventaja no sólo de
ser lingüísticamente más claro, más profundo y más puro, sino también de concordar con temas esenciales del pensamiento
bíblico y con la antropología desarrollada a partir de la Biblia.
Por el termino anámnesis hay que entender justamente todo lo que expresa san Pablo en el capítulo segundo de la carta
a los Romanos: «Pues cuando los paganos, que no tienen ley, practican de una manera natural lo que manda la ley, aunque
no tengan ley, ellos mismos son su propia ley. Ellos muestran que llevan la ley escrita en sus corazones, según lo atestigua
su conciencia…» (2,14). La misma idea se encuentra desarrollada de modo impresionante en la gran regla monástica de
san Basilio. Allí podemos leer: «El amor de Dios no depende de una disciplina impuesta desde el exterior, sino que está
constitutivamente escrito en nosotros como capacidad y necesidad de nuestra naturaleza racional». Basilio, acuñando una
expresión que adquirió luego importancia en la mística medieval, habla de la «chispa del amor divino, que ha sido escondido
en lo más íntimo de nosotros»14. Dentro del espíritu de la teología juanista, sabe él que el amor consiste en la observancia
de los mandamientos, y que por tanto la chispa del amor, infundida en nosotros por el creador, significa esto: «Hemos
recibido interiormente una capacidad originaria y la prontitud para cumplir todos los mandamientos divinos… Ellos no son
algo que se nos impone desde el exterior». Es la misma idea expuesta a este propósito por san Agustín, que la reduce a
su núcleo esencial: «En nuestros juicios no sería posible decir que una cosa es mejor que otra, si no estuviese impreso en
nosotros un conocimiento fundamental del bien» 15 .
Esto significa que el nivel primero, por así decir ontológico, del fenómeno de la conciencia consiste en que ha sido infundido
en nosotros algo semejante a una memoria original del bien y de la verdad (ambas realidades coinciden); en que existe
una tendencia íntima del ser del hombre, hecho a imagen de Dios, hacia cuanto es conforme con Dios. Desde su raíz el
ser del hombre advierte una armonía con ciertas cosas y se encuentra en contradicción con otras. Esta anámnesis del
origen, derivada del hecho de que nuestro ser esta constituido a semejanza de Dios, no es un saber ya articulado
conceptualmente, un cofre de contenidos que sólo esperarían ser sacados. Es, por así decirlo, un sentido interior, una
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capacidad de reconocimiento, de modo que el que se siente interpelado, si no está, interiormente replegado sobre sí mismo,
es capaz de reconocer en si su eco. Se percata de ello: «A esto me inclina mi naturaleza y es lo que busca».
En esta anámnesis del creador, que se identifica con el fundamento mismo de nuestra existencia, se basa la posibilidad y
el derecho de la misión. El evangelio se puede, se debe, predicar a los gentiles, porque ellos mismos, en lo íntimo de sí lo
esperan (cf Is 42,4). En efecto, la misión se justifica si los destinatarios, en el encuentro con la palabra del evangelio,
reconocen: «Esto justamente es lo que esperaba». En este sentido puede decir Pablo que los paganos son ley para sí
mismos; no en el sentido de la idea moderna y liberal de autonomía, que excluye toda trascendencia del sujeto, sino en el
sentido mucho más profundo de que nada me pertenece menos que mi yo mismo, que mi yo personal es el lugar más
profundo de la superación de mi mismo y del contacto de aquello de lo que provengo y hacia lo cual estoy dirigido.
En estas frases expresa Pablo la experiencia que había hecho en primera persona como misionero entre los paganos y
que ya antes hubo de experimentar Israel en relación con los llamados «temerosos de Dios». Israel pudo hacer experiencia
en el mundo pagano de lo que los anunciadores de Jesucristo vieron luego nuevamente confirmado: su predicación
respondía a una espera. Salía al encuentro de un conocimiento fundamental antecedente acerca de los elementos
esenciales constantes de la voluntad de Dios, que quedó consignada por escrito en los mandamientos, pero que es posible
encontrar en todas las culturas y que se desarrolla con tanta mayor claridad cuanto menos interviene un poder arbitrario
para desvirtuar este conocimiento primordial. Cuanto más vive el hombre en el «temor de Dios» -compárese la historia de
Cornelio, especialmente Hec 10,34-, tanto más concreta y claramente es eficaz esta anámnesis.
Tomemos en consideración de nuevo una idea de san Basilio: el amor de Dios, que se concreta en los mandamientos, no
nos es impuesto desde el exterior -subraya este Padre de la Iglesia-, sino que es infundido en nosotros precedentemente.
El sentido del bien ha sido impreso en nosotros, declara san Agustín. Partiendo de aquí podemos ahora comprender
correctamente el brindis de Newman primero por la conciencia y sólo luego por el papa.
El papa no puede imponer a los fieles mandamientos sólo porque él lo quiera o lo estime útil. Semejante concepción
moderna y voluntarista de la autoridad únicamente puede deformar el auténtico significado teológico del papado. Por eso
la verdadera naturaleza del ministerio de Pedro se ha vuelto del todo incomprensible en la época moderna precisamente
porque en este horizonte mental sólo se puede pensar la autoridad con categorías que no permiten establecer ningún
puente entre sujeto y objeto. Por tanto, todo lo que no proviene del sujeto sólo puede ser una determinación impuesta
desde fuera. En cambio las cosas se presentan del todo diferentes partiendo de una antropología de la conciencia, tal como
hemos intentado perfilarlo poco a poco en estas reflexiones. La anámnesis infundida en nuestro ser tiene necesidad, por
así decirlo, de una ayuda del exterior para ser consciente de sí. Pero este «desde el exterior» no es en absoluto algo
opuesto, sino más bien algo ordenado a ella; tiene una función mayéutica; no lo impone nadie desde fuera, sino que lleva
a su cumplimiento cuanto es propio de la anámnesis, a saber su apertura interior específica a la verdad.
Cuando se habla de la fe y de la Iglesia, cuyo radio se extiende a partir del Logos redentor más allá del don de la creación,
hemos de tener en cuenta, sin embargo, una dimensión aún más vasta, que se ha desarrollado sobre todo en la literatura
juanista. Juan conoce la anámnesis del nuevo «nosotros», del que participamos mediante la incorporación a Cristo (un solo
cuerpo, o sea, un único yo con él). “Recordando, comprendieron”, se dice en diversos pasajes del evangelio. El encuentro
originario con Jesús ofreció a los discípulos lo que ahora reciben todas las generaciones mediante su encuentro
fundamental con el Señor en el Bautismo y en la Eucaristía: la nueva anámnesis de la fe, que, análogamente a la anámnesis
de la creación, se desarrolla en un diálogo permanente entre la interioridad y lo exterior.
En contraste con la pretensión de los doctores gnósticos, que querían convencer a los fieles de que su fe ingenua debería
comprenderse y aplicarse de un modo totalmente diverso, Juan podía afirmar: «Vosotros no tenéis necesidad de semejante
instrucción, puesto que como ungidos (bautizados) conocéis todas las cosas» (cf. 1 Jn 2,20.27). Esto no significa que los
creyentes posean una omnisciencia de hecho, indica más bien la certeza de la memoria cristiana. Ella naturalmente aprende
de continuo, pero a partir de su identidad sacramental, realizando así interiormente un discernimiento entre lo que es un
desarrollo de la memoria y lo que, en cambio, es su destrucción o su falsificación.
Hoy nosotros, precisamente en la crisis actual de la Iglesia, estamos experimentando de nuevo la fuerza de esta memoria
y la verdad de la palabra apostólica: más que las directrices de la jerarquía es la capacidad de orientación de la memoria
de la fe sencilla lo que lleva al discernimiento de los espíritus. Sólo en ese contexto se puede comprender correctamente
el primado del papa y su correlación con la conciencia cristiana. El significado auténtico de la autoridad doctrinal del
papa consiste en que él es el garante de la memoria cristiana. El papa no impone desde fuera, sino que desarrolla
la memoria cristiana y la defiende. Por eso el brindis por la conciencia ha de recoger el del papa, porque sin
conciencia no habría papado. Todo el poder que él tiene es poder de la conciencia: servicio al doble recuerdo en
que se basa la fe y que debe ser continuamente purificada, ampliada y defendida contra las formas de destrucción
de la memoria, que se ve amenazada tanto por una subjetividad que olvida su propio fundamento, como por las
presiones de un conformismo social y cultural.
3.2. Conscientia
Después de estas consideraciones sobre el primer nivel -esencialmente ontológico- del concepto de conciencia, debemos
volver nos ahora a la segunda dimensión: el nivel de juzgar y decidir, que en la tradición medieval se designo con el término
único de conscientia: conciencia. Presumiblemente esta tradición terminológica contribuyó, no poco a la moderna
restricción del concepto de conciencia. Como santo Tomás, por ejemplo, llama «conscientia» sólo a este segundo nivel,
resulta coherente desde su punto de vista que la conciencia no sea ningún «habitus», es decir, ninguna cualidad estable
inherente al ser del hombre, sino más bien un «actus», un acontecimiento que se realiza. Naturalmente santo Tomas
supone como dato el fundamento ontológico de la anámnesis (synteresis); describe a esta última como una íntima
repugnancia al mal y una intima atracción al bien.
El acto de la conciencia aplica este conocimiento básico a cada una de las situaciones. Según santo Tomás se subdivide
en tres elementos: reconocer (recognoscere), dar testimonio (testificar) y finalmente juzgar (iudicare). Se podría hablar de
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interacción entre una función de control y una función de decisión 16. A partir de la tradición aristotélica, Tomás concibe este
proceso según el modelo de un razonamiento deductivo, de tipo silogístico. Sin embargo, señala con fuerza lo especifico
de este conocimiento de las acciones morales, cuyas conclusiones no se derivan sólo de meros conocimientos o
razonamientos17 . En este ámbito, el que una cosa sea o no reconocida depende siempre también de la voluntad, que
obstruye el camino al reconocimiento o conduce a él. Por tanto, esto depende de una impronta moral ya dada, que puede
luego ser o deformada o más purificada. En este plano: el plano del juzgar (el de la conscientia en sentido estricto), vale el
principio de que también la conciencia errónea obliga. Esta afirmación es plenamente inteligible en la tradición de
pensamiento de la escolástica. Nadie puede obrar en contra de sus convicciones, como había dicho ya san Pablo (Rom
14.23). Sin embargo, el hecho de que la convicción adquirida sea obviamente obligatoria en el momento de obrar, no
significa ninguna canonización de la subjetividad. Nunca constituye culpa el seguir las convicciones que nos hemos
formado; incluso hay que hacerlo. No obstante, puede ser culpa el que uno haya llegado a formarse convicciones tan
erróneas conculcando la repulsa de la anámnesis del ser. Por tanto, la culpa se encuentra en otra parte, más
profundamente: no en el acto del momento, no en el juicio presente de la conciencia, sino en aquella negligencia respecto
a mi mismo ser, que me ha hecho sordo a la voz de la verdad y a sus sugerencias interiores19. Por este motivo los
criminales que actúan con convicción, como Hitler y Stalin, son culpables. Estos ejemplos macroscópicos no deben
tranquilizamos sobre nosotros mismos; más bien deben despertamos y hacer que tomemos en serio la gravedad de la
súplica: «Líbrame de mis pecados ocultos» (Sal 19,13).
4. Conciencia y gracia
Como conclusión de nuestro camino queda aun abierta la cuestión de la que hemos partido: la verdad, al menos como nos
la presenta la fe de la Iglesia, ¿no es por ventura demasiado alta o demasiado difícil para el hombre? Después de todas
las consideraciones desarrolladas podemos ahora responder: ciertamente es elevado y arduo el camino que
conduce a la verdad y el bien; no es un camino cómodo. Desafía al hombre. Pero permanecer tranquilamente cerrado
en sí mismo no libera; más bien, al proceder así nos limitamos y perdemos. Escalando las alturas del bien, el hombre
descubre cada vez más la belleza que implica la ardua fatiga de la verdad, y descubre también que precisamente en ella
está para él la redención.
Pero con esto no está aún dicho todo. Diluiríamos el cristianismo en moralismo si no estuviese claro un anuncio que supera
nuestro hacer. Sin emplear demasiadas palabras, puede resultar evidente con una imagen tomada del mundo griego, en
la que podemos advertir al mismo tiempo cómo la anamnesis del creador tiende en nosotros hacia el Redentor y cómo todo
hombre puede reconocerlo como redentor, ya que él responde a nuestras más íntimas expectativas.
Me refiero a la historia de la expiación del matricidio de Orestes. Éste cometió el homicidio como un acto de acuerdo con
su conciencia, hecho que el lenguaje mitológico describe como obediencia a la orden del dios Apolo. Pero luego es
perseguido por las Erinias, a las que hay que ver también como personificación mitológica de la conciencia, que desde lo
profundo de la memoria, desgarrándolo, le reprocha que su decisión de conciencia, su obediencia al «mandato divino», era
en realidad culpable. Toda la tragedia de la condición humana emerge en esta lucha entre los «dioses», en este
conflicto íntimo de la conciencia. En el tribunal sagrado, la piedra blanca del voto de Atenea lleva a Orestes a la
absolución, a la purificación, en virtud de la cual las Erinias se trasforman en Euménides, en espíritu de la reconciliación.
En este mito se representa algo más que la superación del sistema de venganza de la sangre en favor de un ordenamiento
jurídico justo de la comunidad.
Hans Ur von Balthasar ha expuesto esto también del modo siguiente: «Pero la gracia que da la paz es para él cada vez
fundamentación a la vez del derecho, no del derecho antiguo y sin gracia de las Erinias de antes, sino de un derecho lleno
de gracia»20 . En este mito escuchamos la voz nostálgica de que la sentencia de culpabilidad objetivamente justa de la
conciencia y la pena interiormente lacerante que se deriva no son la última palabra, sino que existe un poder de la gracia,
una fuerza de expiación que puede borrar la culpa y hacer finalmente liberadora a la verdad. Se trata de la nostalgia de
que la verdad no se limite sólo a interpelarnos de modo exigente, sino que nos trasforme también mediante la expiación y
el perdón. A través de ellos, como dice Esquilo, «la culpa desaparece purificada» 21 y nuestro mismo ser es trasformado
desde dentro, por encima de nuestra capacidad.
Pues bien, esta es precisamente la novedad específica del cristianismo: el Logos, la Verdad en persona, es al mismo tiempo
también la reconciliación, el perdón que trasforma más allá de todas nuestras capacidades e incapacidades personales.
En esto consiste la verdadera novedad en que se funda la más grande memoria cristiana, la que es al mismo tiempo
también la respuesta más profunda a lo que la anamnesis del creador espera de nosotros. Donde este centro del mensaje
cristiano no es suficientemente proclamado o percibido, la verdad se trasforma de hecho en un yugo que resulta demasiado
pesado para nuestras espaldas y del que hemos de intentar libramos. Pero la libertad obtenida de ese modo está vacía.
Nos lleva a la tierra desolada de la nada, con lo cual se destruye por si misma. El yugo de la verdad resulta «ligero» (Mt
11,30) cuando la Verdad ha venido, nos ha amado y ha quemado nuestras culpas en su amor. Sólo cuando conocemos
y experimentamos interiormente todo esto, somos libres para escuchar con alegría y sin ansiedad el mensaje de
la conciencia.
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BIBLIOGRAFIA
Maravi Lindo A. (2000), Ética y Moral, Cap. 10 El Acto Moral, Universidad Inca Garcilaso de la Vega.
Docente: Sans Signori, Luis Eduardo Carrera: Computación e Informática.
Campos Cahuana,Angui Yomira.

Leer más: http://www.monografias.com/trabajos109/acto-moral/acto-moral.shtml#ixzz4xxISO2Ja

El acto moral. Concepto elementos


Veritatis splendor: La libertad y la ley. Conciencia y verdad.

http://etikarq.blogspot.pe/

Ciencias humanas y sociales

http://www.mercaba.org/Enciclopedia/L/libertad_verdad_orden.htm Veritatis splendor: La libertad y la ley

http://www.analisisdigital.org/2013/02/17/conciencia-y-verdad-una-conferencia-del-cardenal-ratzinger-de-
hace-22-anos-clave-para-entender-su-renuncia-al-papado/

CONCIENCIA Y VERDAD

Josemaría MonforteIdeas éticas para una vida feliz

Eunsa, Pamplona 1997, pp. 65-79

Veritatis splendor: La libertad y la ley. Conciencia y verdad. Libertad, Verdad y Ley en la «Veritatis splendor»

Articulo : Josemaría Monforte

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