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EL ORDEN COMO FICCIÓN Y EL DESORDEN COMO REALIDAD

No puede existir la idea del orden sin antes haber re-descubierto su antinomia, es
decir, el desorden. Y es precisamente en esta dicotomía que se puede plantear el
ser social e institucional del orden contemporáneo. Como la naturaleza y el
devenir no son lineales, sino más bien cíclicos y mucho más cuando de seres
humanos y su realidad social se trata, es normal que la idea del orden prevalezca
como una panacea asible y sobre todo cierta en medio de tantas incertidumbres
coyunturales en las que nos vemos adheridos.

Sin embargo, la idea del orden no viene sola, y su cara visible, la de la


tranquilidad, desarrollo y establecimiento de parámetros sociales pacíficos, no
existiría sino sucediera continuamente la cinemática del desorden. Este desorden
que se plantea no como desestructuración sino como re-constitución permanente
de dos ideas co-alineadas: a) El orden social no institucionalizado más que por la
moralidad y las costumbres y b) el orden político institucionalizado por la norma
jurídica y el Estado. Ambas ideas afines entre sí, opuestas y complementarias de
nuestra composición socio-política y que precisan de una explicación un tanto más
amplia.

El orden social no institucionalizado se manifiesta a través de la moralidad del


grupo humano, sus restricciones y desarrollo radican en cada uno de los
estereotipos y taras sociales que edifican en si la realidad psicosocial del grupo
humano que lo compone. Este orden es una dictadura social de cómo deben ser
las personas dentro del cuerpo social para ser llamados miembros del mismo, y su
particularidad es que de manera consciente o no, todos formamos parte de ella en
menor o mayor medida. Ya sea como parte activa del sujeto social llamado
también sociedad o como ente aislado del mismo; por ejemplo aquel que busca la
autenticidad y se lo tilda de loco o a-sistémico, aun ese forma parte del orden
social; ya que la moralidad del grupo siempre será el dedo juzgador que señale su
afinidad o diferencia con lo considerado normal y correspondiente al orden social
imperante.
Este tipo de orden social se manifiesta como una forma de ser ideal del imaginario
colectivo, nunca termina de satisfacerse y nunca se proyecta homogéneamente,
pues con cada nueva generación los valores morales mutan o se adaptan a
nuevas tolerancias, disquisiciones pero sobre todo a las costumbre nuevas que
van formándose en el seno de cambios disruptivos continuos como ser la
revolución tecnológica que transformó nuestro orden formativo en un desorden
des-informativo cuando de educación se trata, ya que a pesar de tener hoy en día
la posibilidad de acceder a bibliotecas virtuales, a fuentes de investigación
prácticamente infinitas, las nuevas generaciones se limitan a la reproducción sin
sentido de hábitos nocivos tecnológicos, como ser el embobamiento hacía las
redes sociales o a la ilusión de que estar conectado es estar en onda y por ende
forma parte de ese orden social que va modificando continuamente nuestro ser
social. Tanto es así que en este mundo hiper-conectado y en búsqueda de la
perfección, lo único smart que parece existir hoy en día son nuestros aparatitos
electrónicos y no así nosotros, los entes psicobiosociales que engendraron en su
intelecto estos instrumentos de cambio social.

Por otro lado, el orden político institucionalizado por la norma jurídica y el Estado
es más una imposición vertical del poder gubernamental sobre la sociedad civil y
es éste tipo de orden el que más confusiones puede crear en cuanto a su certeza
como tal, ya que el orden normativo es un maquillaje del desorden imperante que
rige la disputa por el poder. Partamos de lo siguiente: ¿qué es el Estado sino la
construcción política de una voluntad impuesta sobre otras? La victoria política de
uno es la derrota de otro que después del orden establecido normativamente
busca a como dé lugar derrumbar al enemigo de la posición conquistada. Además
que este tipo de orden representa una sacudida al orden social no
institucionalizado puesto que el Estado se alimenta de legitimidad, aunque no
siempre sea comprendida esta relación por parte de los administradores de la
cosa pública.

Hay que dilucidar un elemento más: la norma jurídica también es una ficción de
orden, y esto no es un anhelo subjetivo o una mera opinión. Piénsese en cómo se
construye la norma jurídica en cualquier parte del mundo, es una disputa plena de
intereses contrapuestos en uno u otro sentido, muy a pesar de la racionalidad que
podamos creer que existe detrás del lenguaje jurídico o de la técnica legislativa
aplicada en el desarrollo normativo. Es un hecho por todos conocido el nivel de
discusión o deliberación existente al interior de nuestros cuerpos legislativos. Y
aun así el producto que obtenemos del proceso político se reviste de un manto de
orden y rigidez que invisibiliza el caótico proceder de los actores constitutivos de
esa verdad jurídica. La norma es así un elemento de distorsión de la realidad que
hace de la cotidianeidad un escenario de regulación que se manifiesta solamente
si esta en nosotros como cultura, como parte de nuestra quehacer cotidiano, lo
que se conoce hoy en día como cultura de la legalidad o el alcanzar el nivel de
sociedad jurídica dentro de la evolución social misma.

Mirándonos a nosotros mismos esto no sucede así, pues al no haber llegado a un


grado de madurez social, nuestro orden institucionalizado, sea normativo o estatal-
administrativo no condice con el desarrollo y el alcance de objetivos de orden
como filtro de una vida mejor o un establishment de tranquilidad y paz. Todo lo
contrario, lo que se vive continuamente es un estado de convulsión e
incertidumbre por las ambiciones de poder de un sector u otro.

Este tipo de orden institucionalizado termina siendo una ficción, cuando la


estructura del Estado es variopinta y el gobierno de turno profundiza las
diferencias en vez de encontrar puntos de integración en pro de alcanzar un
óptimo social que contribuya a generar un ambiente de verdadera paz y orden
social. Lo que vivimos cotidianamente es una rutina de doble discurso: por un lado
la normatividad impuesta desde el Estado a nombre de la ley y por otro el
desdibujamiento de la sociedad buscando sobrevivir al orden del Estado con la
naturaleza misma del ser humano, la actitud de evasión aclamada en nuestro
medio con la denominada viveza criolla.

El Orden Mundial, el Constitucional y otros órdenes


Cuando oímos la frase orden mundial pareciera ser que es algo dado y
establecido fuera de toda duda, sin embargo es otra ficción del discurso oficial que
maneja sobre todo el detentador de ese supuesto orden: el poder económico,
determinado a escala global a partir de grupos de interés que tienen claramente
demarcado el manejo del mundo. Incluso ese orden financia muchas veces
cambios de realidades sociales en aras de una mejor vida o una legítima
búsqueda de revolucionar las ideas o los sistemas políticos imperantes. Para no
sobreabundar en ejemplos y teorías conspirativas, recuérdese la vinculación entre
George Soros y Evo Morales como manifestación del poder político moviendo
piezas en el tablero político mundial para jugar al re-ordenamiento internacional.

Pero el reparto global a partir de pareceres económicos es caótico en sí mismo,


pues muchos creen que su forma de entender el mundo debe hacerse desde su
cuenta bancaria y eso genera desorden a todo nivel, desde guerras pre-fabricadas
hasta amenazas de crisis médicas que surgen esporádicamente cada cierto
tiempo. La idea de orden es atractiva pues brinda seguridad, y creer que todo
obedece fuera de nuestra responsabilidad es más fácil para auto-justificarnos
nuestra inacción hacía el compromiso social o al estudio de nuestro medio. Del
mismo modo, la idea de orden mundial causa miedo para quién cree que su
individualidad pesa lo suficiente en medio una globalizante dinámica que lo
envuelve todo y se engulle cualquier resquicio de identidad particular que busque
hacer verano en frígidas temporadas políticas. Es decir, la aplastante verdad de
que ese orden mundial está predestinado y condiciona el suceder de todos a cada
paso, por lo que no podemos escapar del mismo. La pregunta será ¿realmente no
podemos escapar del determinismo económico del orden mundial actual?

Por otro lado, tanto en sociedades pre-modernas y en las más desarrolladas


dentro del llamado orden mundial, existe una forma de “medir el grado de
civilización” de un Estado a otro. Es precisamente a través de ese mecanismo de
gobierno, la democracia y su salud constitucional, que científicos sociales,
analistas y teóricos empíricos realizan apreciaciones concluyentes sobre el orden
y su importancia en este contemporáneo mundo que busca axiomas de
convivencia para prevalecer como especie.

El orden constitucional hace que nos espabilemos en nuestra posición de


ciudadanos, al menos para aquellos que buscamos cumplir con ese mandato
constitucional establecido como deber en nuestra norma fundamental a través del
Numeral 1 del Artículo 108. ¿Cómo exigir, profesar y defender un orden que no
está genética ni intelectualmente en nuestro diario vivir? De este modo, el orden
constitucional no es otra cosa que una intencionalidad determinada porque así lo
dice la norma hecha por aprobación del pueblo y no así una realidad fáctica que
conlleva el desarrollo y la plenitud de un pacto social o de un proceso
revolucionario que sería la causa de un orden de-construido. En palabras de Guy
Debord tanto la realidad como el objetivo se disuelven en la proclamación
ideológica totalitaria: todo lo que ella dice es todo lo que es. Dicho de otro modo, la
idea de orden constitucional nos ciega en lo que las constituciones y las normas
nos dicen; muy a pesar de lo que nosotros tengamos internalizado en nuestra
mente y quehacer como individuos miembros de un Estado. No puede existir
verdad en el orden constitucional sin antes haber evolucionado en una sociedad
jurídica, no como algo impuesto sino como necesario de convivencia humana,
mientras tanto será una ficción de orden más, aceptada como verdad jurídica,
social y hasta de modernidad pero no como una realidad fáctica.

Otros tipos de orden que co-existen con los descritos anteriormente tienen que ver
con el aspecto de la temporalidad, verbigracia, el orden cibernético impuesto por la
idea de una tecnologización más apabullante parece ser afanosa e imparable;
aunque en el fondo es más volátil que cualquiera porque se ciñe a la moda o a la
carencia de estructura mental de los sujetos sociales que se afanan por ella. Por
otro lado el orden de lo sagrado, lo religioso y ritual denotan una lentitud en la
transformación de contenido, siendo su asidero primordial el pasado como
continuo eterno, el cual no busca cambiarse sino mostrarse bajo otra luz, y una
vez que se encandilan las masas bajo esta visión, la subordinación de los
individuos es natural y casi sin interpelación o cuestionamiento hacía esa
modalidad de orden.

Existe una idea que acompaña a todo tipo de orden y es la de movimiento, por ello
mismo es inevitable afirmar que tanto las civilizaciones y las culturas nacen del
desorden y se desarrollan como orden, subsistiendo uno gracias al otro y
generando más orden o más desorden dependiendo de los sujetos que
promueven una situación o la otra.

Dentro de otras manifestaciones del orden como ficción, nada hay más explícito
que el desorden social en el que vivimos: toda certeza es cuestionada a cada
momento, pero románticamente creyendo que es mejor anteponer la idea del
orden a la búsqueda de respuestas por cada pregunta que vamos formulando.
Debemos comprender que la incomodidad intelectual es necesaria para poder
establecer avances notables en favor de la reflexión social y la necesidad de
pensar que todo ciclo conlleva como requisito una dinámica de orden-desorden,
todo lo demás sería una autofagia concertada en nuestra propia miseria de no
comprender nuestro pasado, nuestro presente y sobre todo nuestra proyección
como sujetos pensantes en este siglo XXI. Esa incomodidad como sinónimo de
lucha contra el conformismo, y como estigma de buscador de nuevos paradigmas.

Como corolario, la idea de orden no es en sí una idea sino una forma de vida, la
misma que cobra relevancia en situaciones de desorden; lo mismo que el
desorden es el escenario donde se hace necesario el orden en sus más variadas
versiones.

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