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La primera civilización que aprovechó las sustancias químicas para la curación fue la
griega. Los griegos crearon un catálogo de elementos simples que podían usarse para
crear diversos compuestos, las llamadas fórmulas magistrales, los cuales se
administraban a los enfermos. Gracias al comercio, la civilización griega pudo aumentar
su catálogo de elementos simples importados de otros lugares.
En aquella época no existía aun la figura del farmacéutico, era el mismo médico el que
conocía las enfermedades y sus tratamientos. Los medicamentos tenían poca eficacia
y eran muy caros, solo accesibles a las clases altas.
Los romanos siguieron la evolución iniciada por la farmacia griega que posteriormente
se expandió por todas las demás civilizaciones del mundo.
Fue en la revolución industrial del siglo XIX cuando la farmacia dejó de ser una
profesión artesanal para convertirse en una ciencia y una industria. Se formaron
empresas dedicadas en exclusiva a la fabricación y distribución de medicamentos. El
aumento del capital permitió que se pudieran constituir equipos de investigación y se
inició una íntima relación con la investigación universitaria. Aunque no fue hasta
mediados del siglo XX cuando se produjeron los avances más importantes en
farmacéutica.
La industrialización permitió un mayor control sobre los medicamentos, a los que ahora
se les exigían unas garantías mínimas y una seguridad probada, que se consigue
mediante experimentación y pruebas.
Fue durante el siglo XIX donde se realizaron los mayores avances en medicina que
permitieron también avanzar a la farmacia. El trabajo de Pasteur y de Koch, la teoría
microbiana, explicó el origen de las enfermedades infecciosas y permitió que se
desarrollaran medicamentos que atacaban directamente a los microorganismos
causantes de la enfermedad. Se elaboraron diversas medicaciones que atacaban a
estos microorganismos: