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Primera Estación: Jesús es condenado a muerte.

La multitud rodea el pretorio, ¡crucifícalo, crucifícalo! Gritan. Crucifiquemos a este hombre que se
dedicaba a curar enfermos, del cuerpo y del alma. ¡Crucifícalo, crucifícalo! Matémoslo, porque su
ejemplo nos avergüenza y nos hace ver pequeños, porque su bondad nos deja como pecadores,
porque está lleno y nosotros vacíos.

El gobernador romano no quiere hacer de verdugo y piensa que si lo manda a azotar calmará las
ansias de sangre del gentío. Pero los judíos quieren verlo muerto, y no se contentan con la
solución del romano. Piensa entonces Pilato en aprovechar la vieja costumbre de indultar un
preso por las fiestas. Sube al asesino Barrabás y lo pone del lado de Jesús. ¿A quién debo
crucificar? Pregunta a la multitud, que olvidando que unos días antes lo había recibido
gloriosamente, grita más fuerte ¡a Jesús! ¡Crucifícalo a Jesús!

La situación se vuelve peligrosa, y Poncio Pilato decide lavarse las manos y hacer crucificar a Cristo.
Él quería ser bueno, pero no tanto como para arriesgarse. ¿Cuántas veces hacemos nosotros lo
mismo? ¿Cuántas veces nos lavamos las manos frente a una injusticia, cuando deberíamos actuar?

Por favor Señor, no permitas que permanezcamos ajenos a las injusticias del mundo.

Segunda Estación: Jesús carga con la cruz.

Ahí va él. Justo por excelencia se ve en la pesada tarea de cargar con los pecados del mundo
entero… Está lastimado y el peso lo agobia ¿en qué pensará estos momentos? Seguramente en
vos y en mí. El acto de la cruz es el acto de amor superlativo; es entregarse totalmente a los
demás.

Con qué paciencia y con qué amor pasa Jesús por esta prueba. Es insultado mientras arrastra la
cruz, es golpeado por los soldados y Él simplemente lo acepta amorosamente. Cristo mismo dijo
una vez: “Si alguno quiere venir a mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame.”

¡Cuánto nos cuesta seguir su consejo! Poco aguante tenemos ante el dolor y la miseria humana,
con qué facilidad nos enojamos y rebelamos, con qué rapidez dejamos nuestra cruz de lado y nos
entregamos al pecado.

Señor, te pido por favor que me ayudes cada día a cargar mi cruz, hazme humilde y manso de
corazón, y socórreme para que pueda aceptar lo que me toca. Déjame seguir tu ejemplo.

Tercera Estación: Jesús cae por primera vez.

Está cansado y lastimado, las fuerzas le fallan y va de cara al piso. Son nuestras faltas las que lo
hacen caer, nuestros pecados los que le pesan sobre el hombro. La multitud está a la expectativa,
quieren ver si es capaz de levantarse.

Y lo hace… es un mensaje esperanzador para todos nosotros. ¿Cuántas veces caemos en el


pecado? ¿Cuántas veces en la tristeza y en la desesperación? Solo desesperan aquellos que ven el
fin más allá de todo camino… no es así con Cristo; Él se levanta y sigue adelante, no va a renunciar.
Tiene que cumplir hasta el final, con amor, hacia el Padre y hacia nosotros, infinito.

Por favor Señor, ayúdanos a levantarnos siempre que caigamos, a tener confianza y esperanza en
vos.

Cuarta Estación: Jesús se encuentra con María Santísima.

Jesús voltea y se mira fijamente con su madre. El arcángel Gabriel le había dicho a María que
concebiría un hijo que reinaría en la Casa de David, y que Su Reino sería eterno. Sería lícito para
María, preguntarse dónde quedaba esa promesa. Pero ella ha dicho una vez que era la esclava del
Señor, y fiel a su palabra, nunca se rebela contra Dios. Acepta con dolor lo que le toca. Es el dolor
de una madre, nos es inimaginable pensar como se sentirá.

Probablemente recuerda como lo tenía en sus brazos cuando era bebé, o pensará en aquellos días
cuando jugaba o aprendía el oficio de carpintero. Ahora es un hombre, el más grande que haya
existido; y ella tiene que soportar como lo golpean y maltratan frente a sus ojos.

Con amor maternal abraza la causa de su hijo. Ella sabe que Dios cumplirá las promesas, nunca se
deja ganar por la desesperanza.

Te pido Madre Santa, que nos ayudes e intercedas por nosotros, para que nunca nos falte fe ni
esperanza en las promesas de Nuestro Señor Jesucristo, tu hijo.

Quinta Estación: Simón Cirene ayuda a cargar la cruz.

Los asesinos temen que Jesús muera en el camino. Lo ven a punto de desfallecer y entonces elijen
aleatoriamente a alguien de entre la multitud para que lo ayude a cargar la cruz.

Entra en escena entonces Simón de Cirene; probablemente lo hace a regañadientes, pensando en


cómo afectaría a su reputación el que lo vieran ayudando a un condenado. De mala gana o no, lo
hace.

Te pedimos Señor, que por favor nos ayudes a no ser indiferentes al sufrimiento de los demás, a
que aliviemos el peso de sus cruces y los socorramos en sus momentos de necesidad.

Sexta Estación: Verónica limpia el rostro de Jesús.

Una muchacha sobresale de la multitud y se acerca al Redentor. Lo ve cansado y sucio, y decide


con mucho amor y respeto tener un gesto de bondad hacia Él. Toma un velo y lo usa para limpiar
el rostro de Jesús. Más no puede hacer.

Pero ni aún estos pequeños gestos pasan inadvertidos para Dios. El rostro de Cristo queda grabado
en el velo, demostrándonos que en el que sufre siempre encontramos a Cristo. No nos toca
entonces a nosotros encararnos con Jesús y ayudarle aún desde nuestra impotencia, pero si nos
toca hacerlo con nuestros hermanos que estén sufriendo… ¿y no dijo Cristo que todo lo que le
hacíamos a ellos, se lo hacíamos a Él?

Señor, te pedimos por favor que nos ayudes a amar a nuestros hermanos, y a darlo todo por
aquellos que sufren.

Séptima Estación: Jesús cae por segunda vez.

El camino es interminable, y la cruz pesa sobre los hombros del Salvador. Cae nuevamente, sus
fuerzas le fallan y está muy débil.

¿Quién lo hace caer? Nosotros. La cruz la aceptó por nosotros. Cada vez que le hacemos mal a
alguien, le mezquinamos o entorpecemos el camino. Todos nuestros pecados son espinas en su
frente, son clavos en sus manos.

Pero en Su amor infinito no se deja vencer y vuelve a levantarse. Es un mensaje de esperanza y de


fe. Nosotros, hombres pecadores, debemos imitar a Jesús y siempre levantarnos en la adversidad.

Señor, te pedimos que por favor nos alientes siempre a continuar y a ser persistentes, para nunca
abandonarte.
Octava Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.

Una procesión de mujeres va detrás del Señor. Los discípulos se esconden y temen, pero ellas
valientemente lo lloran delante de sus asesinos.

¡Y qué amor infinito el de Jesús! Olvidando su sufrimiento, se dirige a las mujeres para darles unas
palabras de consuelo. Él aceptó libremente la cruz, y ve con amor a aquellas mujeres que lo
acompañan en su sufrir.

Es deber nuestro seguir este doble ejemplo. El de las mujeres, que tiernamente se compadecen
del sufrimiento, y el de Jesús, ese olvido de si mismo que aún en su sufrimiento, se dedica a
consolar a los demás.

Señor, te pedimos por favor que nos des humildad, para poder fijarnos con amor y caridad en el
sufrimiento de nuestros hermanos.

Novena Estación: Jesús cae por tercera vez.

Una vez más se desploma bajo el peso de la cruz. Aquí vemos una vez más la grandeza de la
Encarnación: Dios, el creador del cielo y de la tierra, se hace pequeño, humano y nace en la
pobreza. Ese mismo Dios, Rey de Reyes, se deja humillar y azotar por aquellos que deberían
servirle.

Jesús mismo le dijo a sus discípulos que Él no venía a ser servido, sino a servir. Es la gran
contradicción divina, “el que quiera ser el primero, deberá ser el último”. Es el amor humilde que
se entrega totalmente.

Cristo nos llama amigos, y dice que no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Señor, te pedimos por favor, que nos ayudes a ser mansos y humildes, como lo fuiste vos en la
cruz.

Décima Estación: Despojan a Jesús de sus vestiduras.

Llegan al lugar donde ha de ser crucificado. Los soldados le ofrecen vino mezclado con hiel, un
narcótico que haría a Cristo pasar la cruz adormecido. Él prueba la anestesia para agradecer el
gesto caritativo que tienen para con Él, pero no quiere beberla. Desea sufrir con libertad y
conciencia lo que le ha de suceder. Valiente deseo el Suyo, más si pensamos en todos aquellos que
caen en las garras del alcoholismo y drogadicción, solo por desear evitar el dolor del vivir
cotidiano.

Luego los soldados le quitan sus vestiduras y las dividen, y después sortean su túnica. Jesús queda
solo, su única posesión en este mundo es la cruz que ha de sufrir. Es la pobreza más absoluta.

Señor, te pedimos que nos des fuerzas para aguantar los sufrimientos de este mundo, que nos des
paciencia y esperanza en Tú promesa.

Decimoprimera Estación: Jesús es crucificado.

Los soldados clavan a Cristo en la cruz. El dolor ha de ser indescriptible. Junto a Él crucifican a dos
criminales de verdad, uno a su derecha y otro a su izquierda, para que se cumpla la escritura que
dice “Entre los rebeldes fue contado”.

Desde la cruz dice: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. El amor lo ha llevado a la
Cruz, y es en ese mismo amor en el que dice estás hermosas palabras. Ni un solo reproche, solo
amor y mansedumbre.
Si quisiera, podría bajar de la cruz. Los soldados y los fariseos lo invitan a que lo haga “Salvo a
muchos, que se salve a si mismo ahora” Gritan, “si eres el hijo de Dios sálvate a ti mismo”,
vociferan. Pero Jesús quiere llevar las cosas hasta el final, así que se deja humillar.

Sus brazos abiertos clavados en la cruz, le dan el aire de estar dando un abrazo. En su agonía,
Cristo abraza al mundo que lo condena, nos abraza a vos y a mí, en su amor infinito. Él lleva la cruz
hasta el final por nosotros, y nosotros ¿le correspondemos?

Señor, te pedimos que nos des fuerzas para que también nosotros nos entreguemos así como vos
lo hiciste, con humildad y mansedumbre, con un amor infinito a Vos y al prójimo.

Decimosegunda Estación: Jesús muere en la cruz.

El tormento que ha pasado llega al final. Junto a Él, esta su Madre y su discípulo Juan.

-Madre, aquí tienes a tu hijo. Hijo, aquí tienes a tu madre.- Con estas palabras, Cristo encomienda
a María a que en adelante, sea la Mamá de todos nosotros.

Está cansado y dolorido, pero la única queja que articula es “Tengo Sed”, a lo que los soldados le
dan de beber vinagre. Cuanta austeridad y sencillez la de aquel hombre, especialmente si lo
comparamos con nosotros, que muchas veces pasamos horas hablan de nuestros sufrimientos y
pesares.

Luego agrega “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” Estas palabras son el
comienzo del Salmo 21, el salmo donde Israel expresa el profundo dolor que lo aqueja. Jesús
quiere terminar su vida orando, es decir, cumpliendo el primer mandamiento: Amarás a Dios
sobre todas las cosas.

Por último, dice “En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu”.

Señor, te agradecemos tu infinito amor que nos redimió y te pedimos fuerza para imitarte y
seguirte.

Decimotercer Estación: Bajan a Cristo de la cruz y lo entregan a su madre.

Han devuelto a las manos de la Madre el cuerpo sin vida del Hijo. Los Evangelios no hablan de lo
que ella experimentó en aquel instante. Es como si los Evangelistas, con el silencio, quisieran
respetar su dolor, sus sentimientos y sus recuerdos. O, simplemente, como si no se considerasen
capaces de expresarlos. Sólo la devoción popular ha conservado la imagen de la «Piedad»,
grabando de ese modo en la memoria del pueblo cristiano la expresión más dolorosa de aquel
inefable vínculo de amor nacido en el corazón de la Madre el día de la anunciación y madurado en
la espera del nacimiento de su divino Hijo.

Decimocuarta Estación: El cuerpo de Jesús es guardado en el Sepulcro.

El cuerpo sin vida de Cristo fue depositado en el sepulcro. La piedra sepulcral, sin embargo, no es
el sello definitivo de su obra. La última palabra no pertenece a la falsedad, al odio y al atropello. La
última palabra será pronunciada por el Amor, que es más fuerte que la muerte.

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto»

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