Vous êtes sur la page 1sur 374

Miguel L eón-Portilla

L a California mexicana
ENSAYOS ACERCA DE SU HISTORIA

•‘W

l r ■\

Ijftsla» Ak\a*yvt>¿tM W*l* »••*»•• C|


* *4 4^1
oc«oui /'‘tirj
i'r r u i. t“ t*
uu» Vi

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA
M fi
EÚNE aquí Miguel León-Portilla, revisados y
R enriquecidos, varios frutos de su investigación
acerca de la California mexicana. En una primera parte
— tres trabajos sobre historia e historiografía bajacali-
fornianas— escudriña en la significación y paradojas
que, en largo proceso, conforman el ser histórico de la
península. La atención se dirige en la segunda parte a las
lenguas y culturas indígenas que en ella han florecido.
El atrayente tema de la cartografía y los viajes integran
la tercera parte: toponimias indígenas, descubrimientos
como el de la isla de Cedros, y primera entrada al valle
de Mexicali. Versa la última parte sobre las misiones
jesuíticas, franciscanas y dominicas. A modo de epílogo
reflexiona León-Portilla sobre la California contem­
poránea en cuanto tierra de frontera con grandes
contrastes e intercambios.
Miguel León-Portilla, investigador emérito del
Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y
miembro de El Colegio Nacional, participó activa­
mente en la creación, en Tijuana (1975), de lo que fue
el Centro de Investigaciones Históricas U N A M -
U A B C , transformado hoy en el Instituto de Investi­
gaciones Históricas de la Universidad Autónoma de
Baja California.
Portada: M arcela Covarrubias
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA C A LIFO R N IA M EXIC A N A
ENSAYOS ACERCA DE SU HISTORIA

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN S T IT U T O

a H IS T Ó R IC A S

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS


Serie Historia Novohispana / 58

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

MIGUEL LEÓN-PORTILLA

LA CALIFORNIA MEXICANA
ENSAYOS ACERCA DE SU H ISTORIA

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE M ÉXICO


UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA
MÉXICO 2000

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

Primera edición: 1995


Primera reimpresión: 2000

DR © 2000, Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, 045 I 0. México, D. F.

I nstituto de I nvestigaciones Históricas


DR © 2000, Universidad Autónoma de Baja California
Av. Obregón y Julián Carrillo s/n, 21100. Mexicali, B. C.

Instituto de Investigaciones Históricas


Impreso y hecho en México

ISBN 968-36-4717-0
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

AGRADECIMIENTOS

Quiero dejar constancia del interés que pusieron en publicar la primera


edición de este libro la Dra. Gisela von Wobeser, entonces directora del
Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, así como el Lie. Jorge
Martínez Zepeda, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UABC.
En esta ocasión mi agradecimiento se dirige también a la Dra. Virginia
Guedea, actual directora del IIH de la UNAM.
De modo muy especial agradezco a la maestra Aidé Grijalva haber
cuidado con gran esmero de la edición de esta obra. Mi reconocimiento se
extiende al personal del Departamento Editorial del IIH de la UNAM , par­
ticularmente a su coordinadora, la Mtra. Rosalba Cruz Soto, y al maestro
Ramón Luna S. quien por tantos años ha puesto su saber y experiencia al
servicio de nuestras publicaciones.

M ig u e l L e ó n -p o r t il l a

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

ÍNDICE GENERAL

Agra d ecim ien to s ........................................................... 5

I ntroducción . Mi interés y mis libros acerca de


Baja Ca l if o r n ia .................................................... 7
Mis primeros trabajos en tom o a la California mexicana 9
Ampliación de trabajos y creación de un Centro de
Investigaciones Históricas en Tijuana ............................ 10
Tres libros de tema c a lifo rn ia n o ........................................... 12
Otros quehaceres en los que nuestra California ha sido
también asunto c e n t r a l ..................................................................... 14

PRIMERA PARTE
DE HISTORIA E HISTORIOGRAFÍA BAJACALIFORNIANAS

I. S ignificación de ia California m e x ic a n a ................. 21


Su poblamiento en términos de historia universal. 22
Peculiaridades de las culturas in d íg en as................. 24
En la historia de descubrimientos y exploraciones 25
Proceso de aculturación durante la época misional . 27
Identidad mexicana de California peninsular y ambiciones
extranjeras ...................................................................................... 28
¿"Geografía de la esperanza" o ámbito biótico en peligro de
daños irreparables?......................................... 30

II. Paradojas en ia historia de B aja California . 33


Las antiguas poblaciones indígenas.............. 36
Tierra inconquistable......................................... 37
La presencia de los jesuítas .................................................... 39
La península en riesgo de perderse para México 40
Presente y futuro de la Baja C a lifo rn ia .................................. 42

III. E l ARCHIVO HISTÓRICO DE BAJA CALIFORNIA SU R. SU S ANTECEDENTES


Y SU RECIENTE C R E A C IÓ N ............................................................................ 47
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

306 LACALIFORNIA MEXICANA

SEGUNDA PARTE
LENGUAS Y CULTURAS INDÍGENAS

IV LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 57


Orígenes de los grupos indígenas: vestigios e hipótesis . . . 57
Desarrollo de culturas prehistóricas locales en la península . 61
Los idiomas indígenas en la península 67
Rasgos culturales de los pericúes . 72
Rasgos culturales de los guaycuras 79
El ámbito de cultura cochimí . 81
Los grupos del extrem o norte . 90
En la actualidad............................ 96

V Las lenguas indígenas de Baja Califo rn ia ............................................. 101


Carta de Ducrue, Munich, 9 de diciembre, 1 7 7 8 .............. 104
Carta de Ducrue, Munich, 19 de enero, 1 7 7 9 ..................... 104
Specim ina linguae califom icae [Muestras de la lengua
c a l i f ó m i c a ] ............................... 105
Breve consideración lingüística ......................................... 108

TERCERA PARTE
CARTOGRAFÍA Y VIAJES

VI.D escripción y toponimia indígena de California, 1740 (Informe


atribuido a Esteban Rodríguez Lorenzo) 113
Introducción................................... 113
Características del m anuscrito................. 114
El autor de esta d e scrip ció n ..................... 114
Rasgos biográficos de Esteban Rodríguez Lorenzo. 116
Texto de la descripción.................................................... 118
Apéndice. La toponimia indígena de Baja California Sur . 126

VII. T rayectoria cartográfica de B aja California S ur . . . 129

VIII. D escubrimiento en 1540 y primeras noticias de la isla


de C e d r o s .................................................................. 135
La isla de Cedros en la Relación de Preciado . . . 138
La isla de Cedros en la Relación de Ulloa.............. 139
Acta de la tom a de posesión de la isla de Cedros 140

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

ÍNDICE GENERAL 307

IX. E l primer testimonio sobre el valle de Mexicali. La crónica


de Pedro de Castañeda, escrita hacia 1 5 6 0 ................. 141
La entrada de Melchor Díaz según el texto de Pedro
Castañeda de N á j e r a ....................................................... 146
Expedición de Melchor Díaz hacia la Mar del Sur, fines de
septiembre de 1540 .................................................... 147
Llegan al Colorado: río del T iz ó n ................................................ 147
Noticias de la expedición de Hernando de Alarcón
y descubrimiento de que California no es i s l a ............................147
Cruza Melchor Díaz, el Colorado o río del T i z ó n ........................ 148
Entrada al valle................................................................................... 149
En la región de Cerro P r i e t o ....................................................... 149
Regreso y muerte de Melchor Díaz el 8 de enero de 1541. 149

X. E l ingenioso Don F rancisco de O rtega, sus viajes y noticias


CALIFORNIANAS, 1632-1636 ........................ 151
Antecedentes.......................................................................................... 152
Francisco de Ortega en Nueva G a l i c i a ...................................... 157
El primero de los viajes: 27 de febrero - 3 de julio de 1 6 3 2 . 161
Segundo viaje: 8 de septiembre de 1633 - 8 de abril de 1634. 168
Tercero y último viaje: 11 de enero - 1 6 de mayo de 1636. . . 175

CUARTA PARTE
LAS MISIONES JESUÍTICAS, FRANCISCANAS Y DOMINICAS

X I .L A APORTACIÓN DE M IGUEL DEL BARCO (1706-1790) A LA HISTORIA


de B aja C alifornia ........................................ 191
Datos biográficos de Miguel del B a r c o ........................... 192
Valoración de la obra de Del B a r c o .................................. 194
La obra de Del Barco y la historiografía jesuítica sobre
Baja C a lif o r n ia .................................................................... . 196

XII.L as pinturas del bohemio Ignaz T irsch sobre México


y California en el siglo xviii 203

XHI.EL PERIODO DE LOS FRANCISCANOS 1768-1771 211


Recursos al alcance de los franciscanos y la distribución
de éstos en la p en ín su la....................................................... 213
Proyectos de Gálvez y Serra y conflictos de los misioneros con
el gobernador de la C a lif o r n ia .......................................................214

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

3 08 LA CALIFORNIA MEXICANA

Los informes acerca del estado en que se encontraban


las misiones p e n in su lares.................................................... 219
Significación de la Baja California en la expansión misional
que se inició en la A lta ................................................................. 221
XTV La LABOR de los dominicos 1771-1840 ......................................... 225
Los dominicos dan principio a su trabajo en la península. . 227
Cambios jurisdiccionales en la administración política
de las C alifornias........................................................................ 231
Nuevo cambio de autoridades y situación de las misiones
en el centro y sur de la p e n ín s u la ............................ 234
Prosigue la expansión dominica hacia el n orte. . . . 236
Las últimas fundaciones dominicas en la península . 239
El final de las misiones en Baja C a lifo rn ia ................. 240

XV Prólogo a La frontera misional dominica en Baja California . 24 5


Los dominicos en el contexto de las misiones californianas 246
Una apreciación contem poránea de las misiones dominicas . . 250
Un boceto biográfico del profesor M eigs.................................. 253
Estructura interna e interés permanente del presente libro. 255
¿Otras obras sobre las misiones de La F ro n tera?..................... 257

EPÍLOGO

XVI. California: T ierra de Frontera . . . 263


En busca de la tierra que iba a llamarse California . . . 265
La isla que fue península y volvió a ser tenida com o isla 266
California, “orilla de la cristiandad” ...................................... 268
La presencia de los ru so s........................................................... 269
Exploraciones promovidas por diversos países y aparición de
fronteras internacionales.............................................................. 269
Cuando las Californias estuvieron a punto de dejar de ser
tierra de f r o n te r a .................................................................. 271
Las Californias: el gran reto de su destino de frontera 272

B ibliografía y fuentes documentales 279

Í ndice o n o m á stic o ................................... 291

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.históricas.unam,mx/publicaciones/publ¡cadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
La California mexicana
Ensayos acerca de Sil historia

se terminó de imprimir el 18 de noviembre de 2000


en Comercial de Impresos wn. Scris 52. Su composición
se hizo en Lipo Baskerville de 11:12, 10:11 y 8 : 9 puntos.
La reimpresión, en papel Cultural de 90 gramos
y Couché de 100 gramos, consla de 1 000 ejemplares
y csluvo al cuidado dd Departamento Editorial
dd Instituto ele Investigaciones I listóricas, lINAM

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

ÍNDICE ONOMÁSTICO

Abanical, El, 122 Amurrio, Gregorio, 236


Acaponeta, [Nayarit], presidio de, 157, Anayicoyondi, 77
162, 175,187 Ángeles, bahía de los, 58-59,61-62,82,221
Acapulco, [Guerrero], 35,143,154,156, Anián, estrecho de, 38, 153, 267
266,267 Ánimas, bahía de las, 82; isla de las, 172,
África, 28 187
Agnese, Battista, 267 Apatés [indios], 121
Aguaverde, ensenada, 121-, punta de, Araucano , buque, 51
123 Arellano, Tristán de, 147
Aguiar, Domingo, 54 Aripes [indios], 70-71; nación, 120;
Aguilar, Domingo, 54 ranchería, 124
Aguirre, Amado, 13, 53 Arizpe, [Sonora], 231
Ahorne, [Sonora], 121 Armesto, [Juan, jesuíta], 131
Ahumada, Tomás de [dominico], 239 Armona, Matías de, 218
Aiñiní (véase misión de Santiago), Arranca Cebolla, placer, 122
Airapí, 120 (véase Nuestra Señora del Arrillaga, José Joaquín de, 234, 238-239
Pilar de la Paz, misión de) Arze, Anastacio, 54
Ajantequedo, 238 Ascensión, Antonio de la [carmelita],
Alarcón, Diego de, 149 72, 130, 154, 159-160,165, 267
Alarcón, Francisco de, 38, 152-154 Aschmann, Homer, 25, 48, 62, 82
Alarcón, Hernando de, 95, 130, 141- Aselhuá, (isla de los Pájaros), 136
144, 147-148, 267 Asia, 26, 28, 30, 153, 265-266, 269
Alaska, 270, 273 Atacama, desierto de, 254
Alcaraz, Diego de, 147, 150 Atlántico, océano, 266-267, 270
Alegre, Francisco Xavier, 198-201, 207,210 Atondo y Antillón, Isidro de, 39, 122
Alemania, 131, 200 Atristain, Miguel, 272
Algodones, [Los, Baja California], 273
Almejas, puerto de, 124
Alsacia, 199 Bacarí, rey, 171, 173-174, 182, 188
Alvarado, Hernando de, 143 Baegert, Juan Jacobo, [jesuíta], 39, 68,
Álvarez de Williams, Anita, 91, 94-98 72, 80-81, 85, 126-127, 197-198,
América, 22, 25, 269; del Norte, 22; La­ 199-201, 206, 208
tina, 273 Baja California, 7-9, 11-17, 29-30, 33-

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

a H IS T Ó R IC A S

292 LA CALIFORNIA MEXICANA

36, 41-48, 53-54, 60-61, 67-68, 70, Blasco, Pablo, 140


72,89,9 3 ,9 5 ,9 7 ,1 2 6 ,1 2 8 -1 2 9 ,1 3 3 , Boca Chica, 121, 123
146, 184, 191, 196, 201, 203-205, Bodega y Quadra, Juan Francisco de la,
210-212, 220-221, 223, 226-227, 252, 270
230-231, 238, 240, 242-243, 245, Boleo, El, minas de, 43
248, 250-251, 252-253, 257-259, Bolonia, Italia, 12, 44, 192, 194, 199
268-269, 271-272; Distrito Norte de, Bolton, Herbert E., 48, 191, 268
53; Distrito Sur de, 53; estado de, Bonú, estancia de vaquería, 121, 125
81,83,142-143, 232; nortede, 8, 29, Bosch Gimpera, Pedro, 25, 63
57, 95; Partido Norte de la, 234; Pro­ Boston, Massachusetts, 254, 270
vincia de la, 54; República de, 41, Bravo, Jaime [jesuíta], 10, 50, 72, 197
52; Sur, 8, 16, 118, 241; Territorio Bucareli, Antonio María de, 225, 228
Sur (Sudcalifornia), 13, 16 Burriel, Andrés Marcos [jesuíta], 115,
Ballena, isla de la, 122 118, 131, 194-196, 198-199, 269
Bancroft, Hubert H., 48, 53 Burrus, Ernest J., S.J., 47, 191
Banderas, valle de (o puerto de Salagua Bustamante, Francisco de, 180
o de la Navidad), 158
Barcelona, 169
Barco, Miguel del [jesuíta], 9,12-13,16, Caballero, Félix [dominico], 240
23, 44-45, 65, 68, 71-72, 76, 81, 84, Cabo Blanco, 269
85-89, 102-103, 116-117, 126-127, Cabo San Lucas, 44, 113, 127, 141,187,
191-201, 207-209, 220, 247 205, 216, 222-223, 248, 267
Barret, Ellen Catherine, 34, 48 Caboto, Sebastián, 267
Barri, Felipe, 218-219, 227-228 Cadegomeños [indios], 81, 183
Barrón, Martín, 232, 259 Cadegomó, pueblo, 125, 127; misión,
Bartlett, J., 103 235; (véase Purísima, La, Concep­
Bastán, Pedro, 158 ción, misión de)
Bayle, Constantino, S.J., 48, 68 Cádiz, 155, 205
Becerra, Diego, 38 Caimán, punta de, 184
Behring, Vitus, 270 Calavera, la, 123
Bélgica, 131 California, golfo de, 30, 35, 59, 61-62,
Berkeley, [California], 15 64-65, 130, 141, 143-144, 170, 246;
Biblioteca Bancroft, 15 isla de, 118, 130-131,151, 154, 174;
Biblioteca Communale del Archigimna- península de, 57, 131, 191
sio, 192; California, 7-9,12-16,22,26,28, 31, 33,
Biblioteca Estatal de Praga, 203 38-40,42,45,72,74,86,116-118,123,
Biblioteca Lenox (de Nueva York), 143 129, 135-136, 141-142, 146-148,
Biblioteca Nacional de México, 10, 113- 152-159, 161, 163, 165, 169-170,
114 172-175, 177-180, 182-183, 185,
Biblioteca Nazionale Vittorio Emmanuele 187- 188, 193-200, 205-210, 212,
de Roma (Italia), 12, 45,191 214, 218-219, 222-223, 225-227,
Biblioteca Nazionale de Italia, 195 240, 245-249, 259, 263-269, 272,

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

a H IS T Ó R IC A S

ÍNDICE ONOMÁSTICO 293

274-275; Alta o Nueva, 15,30-31, 36, isla(s) de, 70,119,165,167,170,174,


41, 43-44, 58-59, 91, 152, 211, 215- 183,187,214
216, 218, 221-223, 226-227, 232, Cerralvo, marqués de, virrey, 158-159,
236-237, 240, 248-249, 251, 263, 160, 175, 177, 180, 185-186 (véase
268-269, 271-273; Antigua, 16, 203, Rodrigo Pacheco Osorio)
219, 228, 237, 240, 243-244, 247, Cerrito Blanco, 62
268, 272; estadunidense, 274; mexi­ Cerro Prieto, [Baja California], 146,149
cana, 9, 10, 15-17, 21, 42, 99, 133, Cerros, 136 (véase Cedros, isla de)
136, 236, 244-245, 252, 254, 258, Cervantes, Leonel de, [obispo de la
273; peninsular, 21, 27, 32, 42, 99, Diócesis de Guadalajara], 159
136, 236, 244-245, 252, 254, 258, Chetumal, bahía de, 131
273 Chiametla, Jalisco, 144, 266
Californias, 8, 10, 15-16, 26, 116, 118, Chihuahua, 211
151,157,159-161,168,175-176,178, Chillá, arroyo, 121; sitio, 125
180,182, 221, 225-227, 231-232, 234, Chillás, nación, 125
240-242,246,252,258,263,269,271- China, 265
275; territorio de las, 41 Cíbola, 141, 144, 146
Callejúes [indios], 70-71; nación, 120 Ciguatán (véase Cihuatán)
Campa, Miguel de la [franciscano], 212 Cihuatán, 135, 264
Cañedo, Diego de, 162 Cipango, 265
Carbonel, Esteban, 157-160,162,168-169, Clavigero, Francisco Xavier, 7,11, 39,42-
177-178, 180,186 45,126,191-192,194,200-201, 247
Cárdenas, Lázaro, 15, 29, 35, 273 Coches, Los, 97
Cardona, Nicolás de, 7 2 ,1 5 6 ,1 5 8 ,1 7 6 , Cochimí, lengua, 68, 71, 84, 127, 136,
177-178 193-195
Cardona, Tomás de, 155, 158 Cochimíes [indios], 12, 24-25, 36, 73,
Carlos III, 246 82-91, 93, 122, 136, 183, 187, 246
Carlos V 135, 263 Cocopas (yumanos) [indios], (véase Cu-
Carmen, isla del, 43, 121-123, 172, 187 capás [indios])
Carpenter, Edwin, 47 Colegio de San Fernando, 212, 219,
Carranco, LorenzoJoseph [jesuíta], 119 221, 247
Carrizal, el, 120 Colegio de San Ildefonso, 204
Castañeda de Nájera, Pedro, 83, 141- Colegio de Santa Cruz de Querétaro,
144, 146 21 1 -2 1 2
Castillo Negrete, Luis del, 51-52, 242 Colegio del Espíritu Santo, 205
Catay (China), 265 Colegio Máximo de los jesuítas, 205
Cavendish [Thomas], 153 Colima, 144, 158
Cayajús, nación, 120; ranchería, 124 Colnett, James, 270
Cedillo, villa de, 157 Colorada, punta, 122-123
Cedros, isla de, 16, 130, 135-136, 138- Colorado, Río, 38,42-43, 82-83, 90-92,
139, 140-141, 152, 267 94-95, 130-131, 141-142, 144, 153-
Cerralvo, ensenada de, 119,120,122-123; 154,226,232,236,239,243,247,257,

DRO 2018, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www. históricas.unam,mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

294 LA CALIFORNIA MEXICANA

267; cuenca del, 94; delta del, 24 Cucapás [indios], 83, 92-95, 184
Comondú, 81, 122, 125; misión de, 90, Cueva Gypsum, 59
215, 235, 242; paraje, 243 Cuevas, Luis Gonzaga, 272
Comondú, cultura, 24 Cuevas, Mariano, S J., 197
Comondús [indios], 62 Culiacán, [Sinaloa], 120, 143, 169
Comotau, Bohemia, 205 Cultura de las Palmas, 24; del Desier­
Complejo Clovis, 59 to, 58-59
Complejo Cultural Comondú, 62
Complejo de la Cuenca del Pinto, 59,
61 Danzantes, isla de, 121, 123, 172, 187
Complejo de la Cueva Gypsum, 59, 61 Dawson, Glen, 13, 47, 203, 210
(véase Cueva Gypsum) Decorme, Gerardo, 48, 191
Complejo de La Jolla, 59, 61 Descanso [lugar], 268; ranchería, 91
Complejo San Dieguito, 59; San Die- Descanso, El, misión de, 223, 239, 245,
guito III, 61 249, 252, 255, 268
Compostela, [Nayarit], 143 Desierto Central [de Baja California],
Concepción, la, bahía de, 122-123,125 25. 59, 62, 82
Conchó, paraje, 121 (véase Loreto) Desierto de Altar, 35
Consag, Fernando [jesuíta], 131, 197, Díaz, Melchor, 16, 83, 95, 143-144, 146-
255 149
Consejo de Indias, 158-159 Díaz, Porfirio, 41
Cook, James, 270 Díaz de Armendáriz, Lope, marqués de
Cook, Sherburne F., 48, 89 Cadereyta, 180
Coras [indios], 23, 70-71, 183, 187 Díaz del Lamo, Jerónimo, 158
Corazones, Valle de los, 144 Diduis [indios], 183
Córcega, isla de, 169 Diguet, León, 64
Coronado, península, 123 Dolores, sitio, 113, 125; rancho, 121
Cortés, Hernán, 13-14, 26, 29, 38, 42, Dolores, misión de Nuestra Señora de
72,130,135,141-143,151-152,196, los, 90, 120-121, 214-215, 220, 241;
263-267 (véase Marqués del valle de Apaté, 127
Oaxaca) Drake, Francis, 153, 271
Cortés, mar de, 9, 30, 33, 44, 133, 146, Ducrue, Franz Benno [jesuíta], 68
236, 252 (véase California, golfo de) Durango, 142, 211
Cosa, Juan de la, 132
Costa Rica, 274
Costansó, Miguel, 215 Echeverría, José, 197
Couto, Bernardo, 272 Engelhardt, Zephyrin, 48
Crespí, Juan [franciscano], 212-213,216, Ensenada, bahía de, 239; puerto y ciu­
223, 237 dad de, 14, 29, 35, 41, 52, 252, 257
Croix, marqués de, virrey, 211-212, 225 Eritrea, 254
Croix, Teodoro de, 231 Escamilla, Francisco, 169
Cucapá, lengua, 68, 71, 99 España, 26, 33, 39, 48, 93, 131, 135,

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www. históricas. unam,mx/publicac¡ones/publ¡cadigital/libros/cal¡fornia/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

ÍNDICE ONOMÁSTICO 295

192, 194, 247, 268-271, 274 Gatschet S., Albert, 68


Especiería, islas de la, 26, 38 Gerhard, Peter, 48
Espín, José [dominico], 236 Giganta, La, sierra, 123
Espinosa, Juan José, 50 Gila, rio, 131, 142, 232, 267
Espinosa, Martín de, 140 Gómez, Juan Crisòstomo [dominico],
Espinosa, Rafael, 51, 52 234, 236
Espíritu Santo, isla del, 70-71,120,122- González, Gabriel [dominico], 242-243
123, 167-168, 170, 187 Gorda, punta, 123
Estados Unidos de América, 8, 11, 13, Grande de Santiago, río, 161
15, 29, 31, 34-35, 41, 43, 48, 58, 90, Greenman, E.F., 25
223, 245, 251, 270-271, 273 Guadalupe, aguada de, 124; arroyo, 121,
Europa, 43, 206 124; placer de, 124; sierras de, 63
Ezeta, Bruno de, 252 Guadalupe del Norte, Nuestra Señora de,
misión de, 95,213,215-216,219-220,
235, 240-242, 245, 252, 255
Fagés, Pedro, 215, 234-235, 240 Guadalupe Guasinapí, misión de, 90,
Felipe III, 154 127
Felipe iy 158 Guanajuato, ciudad de, 212
Filipinas, 27, 38, 153, 154; islas, 169 Guaycuras [indios], 12,23,24,36,70-71,
Flores, Jorge, 48 73, 79-80, 83, 85, 89, 167, 172, 174,
Flores Magón, [hermanos], 29 183,187-188,198-199, 215, 219-220,
Florida, Tierra, 263 246,266; cultura, 24; [naciónde], 23-
Fondo Piadoso de las Californias, 242, 24, 68, 70, 80, 120; lengua, 24, 113,
251 126
Francia, 28, 3 3 ,4 8 , 270 Guaymas, [Sonora], 35
Frontera, La, 249-250, 252, 254-259 Guerrero Negro, [Baja California Sur],
43-44
Guillén, Clemente [jesuíta], 10, 72,
Gabb, William M., 103 126, 197
Galaup de la Pérouse, François, 270 Guzmán, Ñuño de, 141
Gali, Francisco, 153
Gallego, Juan, 144, 146
Gallinas, Las, arroyo, 119-120 Hammond, George R, 143
Gálvez, José de, 51, 90, 211-212, 214- Hardy, R.WH., 95
216, 218, 220, 223, 225-226, 228, Hawai, 270
241, 247-249 Helen, Everardo [jesuíta], 197
Garcés, Francisco [franciscano], 84,95, Hendry, G.W, 226
232 Hervás y Panduro, Lorenzo, 192, 194
García de Mercado, Juan, 168-169,176, Hidalgo, Miguel [dominico], 230, 232,
177-178 234-235
Garibay K., Ángel María, 7 Hodge, Frederick W, 143
Gastaldi, Giacomo, 267 Holanda, 131

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

296 LA. CALIFORNIA MEXICANA

Honduras, golfo de, 131 Kiliwa, lengua, 68, 71-72, 99


Hostell, Lamberto [jesuíta], 197 Kiliwas [indios], 92, 95, 97, 250, 254
Huamalhuá, (isla Nebulosa), 136 Kino, Eusebio Francisco [jesuíta], 27,
Huchitíes [indios], 23, 70-71; nación, 35, 3 9 ,4 7 ,7 2 , 84, 95,13 1 ,1 5 5 ,1 8 7 ,
120 197,268
Huerta de los Indios, 91, 97; La Huer­ Kirchhoff, Paul, 61
ta, pueblo de, 125 Krutch, Joseph W, 30
Humboldt, [Alejandro de], 41 K’miai, lengua, 99
Hurtado de Mendoza, Diego, 38, 265- Kumiais [indios], 250
266

La Caroline, embarcación, 52
Ibáñez, Juan, 54 La Habana, [Cuba], 109
Inama, Franz, 197 Lajolla, [California], 59
Independencia, barco, 51 La Pasión Chillá, arroyo, 121; misión
Inglaterra, 28, 131, 270-271 de (rancho de La Presa), 125, 127
Instituto de Investigaciones Históricas, LaPaz,bahíade,59,70,79,120,123,126-
LiABC, 14, 15, 17 127,135,154,165,167,170,174,246,
Instituto de Investigaciones Históricas, 266; ciudad de, 9, 10, 15, 16, 35, 41,
UNAM, 10, 13, 17, 45, 47, 49, 191, 44, 48-52, 127-129, 215, 251; istmo
204 de, 7 0 ; misión deNuestraSeñoradel
Iriarte y Laurnaga, Juan Pedio de [do­ Pilar de, 10,47,50,120,124-125; mu­
minico], 222, 225-226, 248 nicipio de, 49; puerto de, 35, 50, 52,
Italia, 48, 131, 192, 195 113,120,122-123,170,172-175,181-
Iturbe, Juan de, 156-158 183,187,214,248
Iturbide [Agustín de], 241 La Paz Airapí, (véase La Paz, bahía de)
Lagoa Santa, [Brasil], 22, 60
Laguna Chapala, 59, 61
Jactobjol, 239 Laguna, sierra de la, 64, 66
Ja-Kmalt-jap, 237 Laimones [indios], 183
Jalisco, 14, 211-212, 243, 266 Lassepás, Ulises Urbano, 48, 52, 240,
Jansson, Jan, 267 243, 249, 258
Japón, 28 Lasuén, Fermín de, 90, 212
Jatñil, capitán [indígena], 95, 240 Lázaro, Antonio, fray [dominico], 236
Jiménez, Diego [jesuíta], 165 León, Arroyo de, 92, 97
Jiménez, Fortún, 266 Lezama, Melchor de, 158-159
Jiménez Moreno, Wigberto, 22, 23, 68, Ligüí, 121, 123, 125, 127 (véase San
70 Juan Bautista Malibat, misión de)
Juárez, sierra de, 8 2 ,9 0 ,9 2 ,9 7 , 246 Linck, Wenceslao [jesuíta], 131, 191,
197,205, 255
Kate, Ten, 64 Lisboa [Portugal], 162
Kelly, William H., 94 Lizassoain, Ignacio [jesuíta], 207

DR© 2018, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

ÍNDICE ONOMÁSTICO 297

López de Toledo, Antonio, 218 Mazatlán, [Sinaloa], 35, 164, 169, 243
López de Vicuña, Juan, 160 Médano, monte, 226,
Loreto, [Baja California Sur), 36, 41, 44, Médanos, valle de Los, 226
50-51, 70,80, 252, 256; Conchó, 127; Medina, Pedro, 267
misión de Nuestra Señora de, 115, Meigs III, Peveril, 15, 48, 91-93, 226,
121-122,125,213-216, 219-220, 231, 230, 237, 245-246, 250-259
235, 247-248, 268; presidio, 43, 54, Melanesia, 22
68,81, 115, 118,121, 125,213,216, Mendocino, cabo, 130, 153, 267
218,228,231,234; pueblo, 125; puer­ Mendoza, virrey Antonio de, 3 8 ,8 3 ,9 5 ,
to de, 9, 39,116,123, 205, 212, 222, 130, 141-144, 150, 153, 267
246 Mercator, Gerardo, 267
Loríente, José [dominico], 237-239 Mesoamérica, 7, 25
Los Ángeles, [California], 13, 47, 203, Mexicali, ciudad, de [Baja California],
257 14, 35, 83, 272, 273; valle de, 16,
Luyando, Juan Bautista [jesuíta], 115 29, 35, 42, 83, 142-144
México, capital de, 35; ciudad de, 15,
73,116-117,157-158,179,204,210,
Madre Luisa de la Ascensión, fragata, 212,234-235,240,248; [país], 7-9,11-
160, 163-164, 169, 180 12,15,17,29,32-35,38-39,41-42,48,
Magdalena, llanos de la, 59 95, 99, 129, 131, 144, 152-153, 156,
Malaspina, Alejandro, 252, 270 158,162,169,179,193-194,203,207,
Mancilla, Tomás [dominico], 243 210,225, 234, 241, 243, 249-254,258,
Mar del Sur, 13, 26, 38, 135, 141, 147, 265, 269-271, 272, 273; Tenochtitlan,
152, 161, 178, 263-264, 269-270 135-136
Mar Rojo, 254 Meyibó, 14
Mar Tenebroso, 265 Miraflores, 128
Margarita, isla, 169 Mixco, Mauricio J., 68, 72, 92, 98
Marqués del valle de Oaxaca, 135, 140 Mogote, [cerro del], 266
{véase Cortés, Hernán) Molucas, [islas], 265
Martín Palacios, Jerónimo, 154 Monserrate, isla, 172, 187
Martínez, Enrico, 130, 155, 160, 267 Monterrey, conde de, 154
Martínez, Esteban José, 252, 270 Monterrey, puerto de, 155, 215, 222,
Martínez, Pablo L., 48, 191 228, 231, 234, 247-248
Mártires, Los, arroyo de, 119, Mora, Vicente, [dominico], 226-227,
Massey, William C. ,22,24,59,62,68,70-71 229, 231, 234
Masten Dunne, Peter [jesuíta], 48, 191 Muela, paraje, 120,
Matanchel, puerto de, 118, 160, 212 Mulexé, misión de, 122-123, 125, 127,
Mathes, W Michael, 14-15,25-26,47,129- 213, 235, 242; río de, 122 {véase
130,196 Santa Rosalía de Mulegé, misión de)
Mayor, Antonio, 169 Münster, Sebastián de, 132
Mayor, El, 97 Muro, de Berlín, 274; de California, 274
Maytorena, José Jesús, 54 Murr, Cristoph Gottlieb, 103-104

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

298 LA CALIFORNIA MEXICANA

Nao de China, 118 Orozco y Berra, Manuel, 48


Naos de Manila, 153 Ortega, Francisco de, 16, 38, 72, 79,
Nàpoli, Ignacio María [jesuíta], 197 152, 156-188
Natividad, isla de la, 136 (véase Aselhuá, Ortega, Hernando de, 158, 162
isla de los Pájaros) Ortelio, Abraham, 267
Nava, Diego de, 157,159-160,162,168- Osio, Manuel de, 43, 77, 117, 127, 214
169, 177, 180
Nayarít, 161, 211, 270
Nejí, 97 Pacheco Osorio, Rodrigo, 185 (véase
Neve, Felipe de, 227-228, 230-231 Cerralvo marqués de o virrey de)
Niparaya, 77 Pacífico, océano, 9, 14, 26, 29, 33; 35-36,
Niza, Marcos de [franciscano], 143-144, 38, 44, 50, 58-59, 61-62, 73, 90, 130-
265 131,133,135-136,138,141, 152-154,
North, Arthur W, 223 227, 245-246, 264, 266-267, 269-272
Nueva Albión, 153, 271 Padilla, Juan de [franciscano], 143
Nueva España, 28, 38-39, 76, 135-136, Paipai [indios], 68, 95, 97, 250, 253;
138,142-143,146,153,157,162-163, lengua, 68, 71-72, 98-99
178,185,199,203, 205, 210-211, 214- Palencia, Pedro (Pedro de Palenzia),
215, 223, 225, 228, 251, 270 138, 140
Nueva Extremadura, 231 Palmas, ensenada de las, 119
Nueva Galicia, 157-158, 188 Palou, Francisco [franciscano], 72, 212,
Nueva Vizcaya, 231, 213,216, 219-222, 226-227, 248-249,
Nueva York, 143, 253 252,257, 268, 272
Nuevo León, 231 Paraguay, 28
Nuevo México, [Estados Unidos], 41, París, 22, 254
59, 144, 231, 267, 272, Parras, [Coahuila], 231
Nuevo Santander, 231 Parrón, Femando [franciscano], 213,
Nunis, Doyce B., 203, 205 215
Nutka, puerto de, 270 Patagonia, 254
Pellicer, Carlos, 8
Pepena, islote, 124
Ñakipas [indios], 91 véase Yakakwal Pérez, Juan, 216, 252
[indios] Pérez San Vicente, Guadalupe, 10, 49
Pericú, lengua, 68, 70-71,113,118,120
Pericúes [indios], 12, 22-24, 36, 45, 60,
Oceania, 22-23, 28, 60 70-71, 73-74, 76-77, 80, 83, 88-89,
Ochití, nación, 120; ranchería, 124 118,183,187,198, 246
(véase huchitíes) Perú, 169
Ochoa Zazueta, Jesús Ángel, 68, 92 Píccolo, Francisco María [jesuita], 47,84,
Oñate, Juan de, 95 115-117, 197
Ordóñez de Montalvo, Garci, 42 Pichilingue, estación de, 129; puerto
Óregon, 271-272 de, 122

DR© 2018, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.históricas.unam.mx/publ¡cac¡ones/publ¡cadig¡tal/l¡bros/cal¡fornia/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

ÍNDICE ONOMÁSTICO 299

Pimería, Alta, 211, 231 Roca del Palmito, 37


Pineda, Manuel, 53 Rodríguez Cabrillo, Juan, 38,130, 153,
Piriuchas [nación de], 120 267
Pirús [nación de], 120 Rodríguez Cermeño, Sebastián, 154
Playanos [indios], 65, 87 Rodríguez de Larrea, Bernardo, 117
Polk, James, 272 Rodríguez Lorenzo, Esteban, 115-118,
Portery Casanate, Pedro, 38,72, 74,178 126-127; Rosalía [hija de], 117
Portillo y Diez de Sollano, Alvaro, del, Rosario, Nuestra Señora del, misión de,
48 59, 82, 91, 223, 229-230, 234, 236-
Portolá, Gaspar de, 206, 212-213, 216 237, 238, 242, 249, 252, 255
Preciado, Francisco, 136, 138,140,142 Ross, fuerte, 270
Prieta, punta, 122 Ruiz, José Manuel, 54, 239
Provincias Internas, de Occidente, 231, Rusia, 270
258; de Oriente, 231
Puerto Escondido, 123,
Púlpito, el, 123 Saboya, Nicolás, de, 162
Punta Atiero, 122 Sáenz de CórdovayArbizu, Martín, 162
Punta Cabras, 58 Sales, Luis de [dominico], 72, 93, 228,
Punta Minitas, 58 229, 230-232, 234, 237, 245, 257
Purísima, La, Concepción de Cadegomó, Salgado, Juan María [dominico], 236
misión de, 90,125-127, 213, 215,219- Salina, isla de la, 167
220, 242; paraje, 243 (véase Cade- Salsipuedes, canal de, 184
gomó, misión de) Saltillo, [Coahuila], 231
Purísima, La, Concepción, barco, 212 Salto, El, 119
Salvatierra, Juan María de [jesuíta], 10,
27, 39, 72, 115-117, 122, 127, 187,
Quaquiguí, paraje, 121 (véase San Juan 197, 243, 246, 268
Cuaquiguí, paraje) San Borjita, gruta de, 37
San Agustín, embarcación, 154,
San Andrés, ancón de, 82, 144
Ramos, Andrés, 162 San Antonio, embarcación, 216
Ramos, Roberto, 48 San Antonio, placer, 124, 128; minas
Ramusio, Giovanni Battista, 142 de, municipio de, 50; real de,
Real del Castillo, [Baja California], 43 San Bartolo, rancho, 127
Rebolledo, Juan Clímaco, 52 San Bartolomé, 127; paraje de, 119
Revillagigedo, islas de, 266 San Benito, islas, 136
Reygadas, Fermín, 66 San Bernabé, bahía, 74-75, 165, 183
Río Chávez, Ignacio del, 11, 15, 214 San Blas, puerto de [Nayarit], 178, 212,
Rivera y Moneada, Fernando de, 216, 214, 252, 270
231-232 San Borja, 63; misión de, 87, 90, 213,
Rivet, Paul, 22-23, 59-60 216, 219-220, 222, 236, 241, 244,
Robles Uribe, Carlos, 68 246, 249-250

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicadones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

300 LA CALIFORNIA MEXICANA

San Bruno, 39, 123; playa,122 San Ildefonso, isla de, 172, 183, 187
San Carlos, barco, 215-216 San Isidoro, 97
San Carlos, misión de, 125; playa de, San Joaquín, Baja California, 59
121, 123; puerto de, 43 San José, isla de, 70-71, 172,183, 187
San Cosme, isla de, 123 San José de Comondú, misión de, 123,
San Damián, isla de, 123 126-127, 213, 219-220
San Diego, bahía y puerto de, 216, 223, San José de la Zorra, 91, 97
248, 252; [California], 59, 215, 226, San José del Cabo, 11, 41, 51, 64, 113,
236, 248-249, 251, 255-256, 268, 273 127, 206, 213-215, 243, 251; Añuití,
San Diego, isla, 172, 187 127; misión de, 90, 113, 219-220,
San Diego de Alcalá, misión de, 91, 219, 249; pueblo de, 205, 246
222, 226-227, 248, 268 San Joseph, isla, 120, 123; misión de,
Sandoval, Gonzalo de, 264 118, 124; presidio de, 124; el Viejo,
San Esteban, islas de, 136 119, 124 (iléase San José del Cabo,
San Felipe, desierto de, 246 misión)
San Fernando, convento de, 248 San Juan, bahía, 121, 184; pueblo de,
San Fernando Velicatá, misión de, 91, 125; sierras de, 63
216, 219, 222-223, 226-227, 229, San Juan Bautista, 237; arroyo de, 226
241,245, 248,256 San Juan Bautista Londó, misión de,
San Francisco, bahía de, 223; [Califor­ 122, 127
nia], 30; ciudad de, 251; puerto de, San Juan Bautista Malibat, misión de,
153, 222, 268, 270-271 126-127
San Francisco, isla (San Simón y Judas), SanJuanCuaquiguí, pueblo, misiónde,
123, 172 125; ranchería, 121,125 (véase Qua-
San Francisco, sierra de, 37, 63 quiguí, paraje)
San Francisco Javier Biggé, misión de, 9, Sanjuanico, isla de, 124
90, 126-127, 193, 213-214, 216, 219- San Lorenzo, isla de, 82, 122, 184
220, 235-236, 241; (también San San Lucas, cabo de, 9, 52, 59, 64, 71, 73-
Xavier Biggé, misión de) 76, 118, 124, 165-166, 183, 222, 269
San Francisco Solano, valle de, 237 San Lucas de Alcortín, 181
San Francisco Xavier (Javier), puerto, San Luis Chiriyaquí, 127
170, 179 San Luis Gonzaga, misión de, 80, 90,
San Giorgio, iglesia de, 194 127, 199, 213-215, 220, 241, 244,
San Hierónimo, villa de, 149 247
San Hilario, arroyo, 121; punta de, 123 San Marcos, isla de, 123,187; ranchería
San Ignacio, 123; bahía de, 168 de, 125; playa de, 123
San Ignacio Cadacaamang, misión de, 11, San Miguel, 122, 124; arroyo de, 239;
82, 113,122, 125, 127, 213, 219-220, valle de, 250
234, 236, 242, 244, 247, 249-250, 268; San Miguel Arcángel de la Frontera, mi­
[pueblo de], 11, 127, 243 sión de, 237-240
San Ignacio del Norte, 125 San Miguel Comondú, misión, 122,
San Ignacio de Loyola, puerto, 170,179 125,127, 242, 245

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

ÍNDICE ONOMÁSTICO 301

San Miguel la Nueva, 239, 249, 252 San Telmo, de Abajo, 239; de Arriba,
San Pablo, misión de, 122, 125 239; misión de, 91
San Pedro, arroyo de, 37; río de, 161 Santi Esteban, islas de, 140
San Pedro, embarcación, 143 Santiago, 90,124; misión, 113,119-120,
San Pedro Mártir, sierrade, 11,82,90,238 124,127,205-206,208,213-215,219-
San Pedro Mártir de Verona, misión de, 220, 235, 241; pueblo (Aiñiní), 45,
91, 238, 242,255 124,127
San Quintín, bahía de, 58; valle de, 259 Santo Ángel de la Guarda, estancia, 120
San Xavier Biggé, misión de, 244, 247, Santo Thomás, paraje, 121
268 Santo Domingo, 238; cañón de, 230;
San Sebastián, estancia, 124; isla de de la Frontera, misión, 231-232,236,
(isla de San Lorenzo), 184 239, 242; misión de, 91, 232, 239,
Sansón d’Abbeville, Nicolás, 267 259; valle de, 43
Santa Águeda, embarcación, 135 Santo Tomás, embarcación, 135
Santa Ana, 122-123; [California], 11; Ma­ Santo Tomás, 238, 243; arroyo de, 121,
rinó, sierra, 119, 127; leal de minas, 238; misión de, 237-239, 243, 252,
43, 50, 77, 118; paraje, 119; rancho, 256, 259; pueblo de, 234
122-123 Santo Tomás [de Aquino], 7
Santa Ana, galeón, el, 153 San Vicente Ferrer, misión de, 52, 91,
Santa Bárbara, [California], 251 232, 234, 236-238, 242, 259; pue­
Santa Catalina, embarcación, 143 blo de 234
Santa Catalina, puerto de, 180, 185 Sauer, Cari O., 253, 254
Santa Catalina Virgen y Mártir, misión de Sebastián, Félix de [jesuíta], 192
(itambién Santa Catarina), 6 2 ,9 2 ,9 7 , Sentíspac, [Nayarit], 161
239,242,250,255 Serra, Junípero [franciscano], 151, 211-
Santa Clara, puerto de, 180 216, 218,222-223,226-227,247-249,
Santa Cruz, Alonso de, 267 268
Santa Cruz, de Mayo, 123; día de, 165; Sevilla, [España], 116, 162, 178
isla, 26, 123, 172, 187; puerto y ba­ Shamules, 91
hía de, 74,79; tierra de, 38,135,152, Siberia, 269
266 Siete Ciudades, 265, 267
Santa Eugenia, punta de, 136 Siete Cuevas (Chicomóztoc), 265
Santa Gertrudis, estancia, 124; misión Sinaloa, 45, 87, 164-165, 168, 173-174,
de, 81, 90, 213, 215-216, 219-220, 178,180,185,188,205,211,214,231,
236, 242, 244, 249-250, 268 243,266
Santa María de los Angeles Kabujakaa- Solá, Bernardo [dominico], 54
mang, misión de, 213, 216, 219, Sonoita, [Sonora], 146
221, 246, 268 Sonoma, [California], 249
Santa Rosa, misión (visita de San José Sonora, 35,41,45,83,87,144,150,205,
del Cabo, misión de), 119, 124 211,214,218,231-232,236,243,247;
Santa Rosalía, 43; Mulegé, misión, 127, río de, 144; villa de, 146
219-220 Swadesh, Mauricio, 68

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www,históricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

302 LA CALIFORNIA MEXICANA

Tamaral, Nicolás [jesuíta], 72,119, 126- Ulloa, Francisco de, 16, 72-74, 82, 130,
127 135-136, 138-143,152-154, 266-267
Taraval, Segismundo [jesuíta], 72, 126, Unamuno, Pedro de, 153
136, 197-201 Upanguaymí, 123
Tecate, [Baja california], 35, 272-273 Urbankova, J., 203
Tenochtitlan, 141 Urdaneta, Andrés de, [agustino], 153
Tepic, [Nayarit], 212 Ures, [Sonora], 144
Tepotzotlán, 116
Términos, laguna de, 131
Ternaux-Compans, Henri, 142
Valadés, Adrián, 53
Terrazas, Bartolomé de, 170
Valdés y Galiano, Dionisio, 252
Texas, 41, 231; provincia de, 271-272
Valencia, 178
Tiburón, isla de, 124
Valero, Joaquín [dominico], 232
Tierra de Santa Cruz (véase Santa Cruz,
Vancouver, George, 271
tierra de)
Vaticano, 48
Tierra del Fuego, 273
Tijuana, [BajaCalifornia], 11,14-15,17, Vázquez de Coronado, Francisco, 83,
35, 256-258, 272-273 141-144, 267
Tipai, lengua, 68, 71 Vega, Roque de la [jesuíta], 165, 179-
Tipais [indios], 91, 95, 97 183, 184, 188
Tirsch, Ignacio (Ignaz) [jesuíta], 16,197, Velasco, Luis de, virrey, 154
203-208, 210 Velázquez, Guillermo, 66
Tiscareño, Froylán, 13 Velicatá, 216, 222, 248 (véase San Fer­
Tizón, río del, 83, 144, 147-148, 149 nando Velicatá, misión de)
(también Colorado, Río) Venegas, Miguel [jesuíta], 12-13, 39, 76,
Todos Santos, misión de, 50-51, 90, 114-115,118,126,131,194-196,198-
119, 124, 128, 213-214, 219-220, 199, 247
235, 242 (véase Santa Rosa, misión Venta el Carrizal, paraje la, 120
de); bahía de, 252 Ventura, Lucas [jesuíta], 197
Toledo, reino de, 157 Veracruz, 116, 205
Tortuga, isla de la, 124, 183, 187 Verdugo, Mariano, 54
Tortuguita, isla de la, 123 Vergara, Francisco de, 178
Trasviña Taylor, Armando, 9, 49 Verger, Rafael [dominico], 225
Tratado de Guadalupe-Hidalgo, 243; de Viñadaco (Rosario), 229-230
de Onís, 271; transcontinental, 271
Vischer, Lucas, 210
lengua, 68, 70-71, 81;
Vizcaíno, Juan, 216
Trinidad, La, 123
Vizcaíno, Sebastián, 38, 72, 79,130,154-
Trinidad, La, nao, 135-136, 139-140
155, 158-159, 165, 167, 186, 267
Trinidad, valle de la, 97
Wagner, Henry R., 48
Triunfo, El, 128; mineral del, 43
Waldeck, Fiedrich Maximilianus, 210
Walker, William, 28, 41, 51, 52
Ligarte, Juan de [jesuíta], 10, 50, 72, Walther Meade, Adalberto, 14-15
115, 131, 197 Wifliet, Cornelius, 267

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
ÍNDICE ONOMÁSTICO 303

Willey, Gordon R., 59 YUmanos [indios], 24, 36, 62, 82-84, 144,
Winship, George R, 143, 146 232; peninsulares, 68, 71, 81, 183
Yuntas [indios], 232

Yakakwal [indios], 91
Yaquis [indios], 87 Zacatecas, 142
Yaqui, [río, Sonora], 123, 144 Zavala Abascal, Antonio, 258
Yenecamú, 118 (véase San Lucas, Zipango (Japón), 132 (véase Cipango)
de) Zúñiga, Juan de [clérigo presbítero),
Yucatán, 30-, península, 131 169, 171-172, 188
Yümana, lengua, 68, 70-71, 81 Zuzaregui, Manuel [franciscano], 212

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
I H IS T Ó R IC A S

INTRODUCCIÓN
MI INTERÉS Y MIS LIBROS ACERCA DE
BAJA CALIFORNIA

Varias veces he escuchado preguntas com o éstas: ¿de dónde nació tu atrac­
ción p or la Baja California y su historia? ¿Es que tienen alguna relación
con tu campo principal de investigación, el México prehispánico, la len­
gua y cultura nahuas?
Mi respuesta se ha limitado en ocasiones a recordar que hay el ante­
cedente de Francisco Xavier Clavigero. Él, que estuvo muy interesado en
la historia antigua de México sobre la que escribió una célebre obra, tam­
bién estudió e hizo aportación a propósito de la California.
Evocar a Clavigero y sus trabajos deja ver una coincidencia pero, lo
admito, no es responder realmente a las referidas preguntas. Pienso que
Clavigero se ocupó de uno y otro temas motivado por poner de relieve,
en un caso, la que consideraba grandeza del pasado indígena y en el otro
la obra misionera de los jesuítas, sus antiguos hermanos de orden religio­
sa. En su empeño había, en ambos casos, un propósito apologético. Que­
ría m ostrar lo que tenía por verdadero, refutando a la vez las que se le
mostraban com o calumniosas afirmaciones de algunos europeos que me­
nospreciaban lo indígena americano, al igual que los afanes apostólicos
de los misioneros.
Mi doble interés, ciertamente paralelo al de Clavigero, ha tenido, sin
embargo, motivaciones muy diferentes. Las culturas de Mesoamérica y en
particular el mundo náhuatl me atrajeron al conocer desde joven algunos
de sus monumentos y luego varios testimonios de su expresión literaria y
pensamiento. Eran los años en que estudiaba filosofía y me preocupaban
profundamente cuestiones com o la de la posibilidad del conocimiento
metafísico, el tema del más allá, los fundamentos de la moral... Absorto en
la lectura de obras com o las de Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Kant,
Hegel y también Husserl, Bergson y Heidegger, me debatía entre la bús­
queda de certezas y el escepticismo.
Fue en ese tiempo cuando cayeron en mis manos algunas de las tra­
ducciones de la poesía náhuatl hechas por quien luego fue mi maestro,
Angel María Garibay K. En esa poesía y en otros textos indígenas se toca­
ban temas semejantes a los que habían preocupado a los filósofos cuyas
obras estudiaba. La lectura de las creaciones indígenas me impresionó
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

8 LACALIFORNIA MEXICANA

tanto que decidí adentrarme en su estudio. En ellas se revelaba una visión


del mundo hondamente poética, distante de los malabarismos lógicos de
los viejos y nuevos sistemas de la filosofía europea. No es que pensara que
lo indígena fuera m ejor o más encaminado en la búsqueda del saber. Sim­
plemente se me presentaba com o portador de atisbos de enorme interés
y hondo sentido humano. Por esto estudié el náhuatl para acercarm e en
forma directa a ese legado de cultura que, siendo mesoamericano, tiene a
la vez significaciones universales.
El tema de la Baja California y su historia me atrajo por motivos muy
distintos. Al tiempo en que estudiaba la primaria, tuve una maestra que
en la clase de historia nos dijo que California había pertenecido a México
pero ahora era ya parte de los Estados Unidos. Yo había visto varios mapas
y recordaba que existía una tira de tierra que también tenía el nombre de
California y era territorio mexicano. Levanté entonces la mano y, autoriza­
do a hablar, manifesté que había una California mexicana. La maestra re­
pitió lo que había dichos antes: California era parte de los Estados Unidos.
Insistí en que había una California que seguía perteneciendo a México. La
maestra se molestó mucho, y ante lo que le pareció mi terquedad e igno­
rancia, me hizo salir del salón de clase.
De regreso a casa volví a ver el mapa y comprobé que, a pesar de todo,
sí había una California mexicana, dividida en dos territorios, los de Baja
California norte y sur. Busqué entonces libros que me explicaran lo que
había ocurrido. También pregunté a mi padre y a otros maestros. Pude así
enterarme que existían dos Californias, una que nos arrebataron los nor­
teamericanos en una guerra de conquista y otra que México pudo con­
servar casi milagrosamente. Pocas personas conocían la historia de la
California que seguía siendo mexicana. Su territorio, a pesar de ser muy
grande, se hallaba casi en el olvido.
Cuando era niño estaba muy poco poblado y con escasa comunica­
ción con el resto del país. Pude también enterarme de que los Estados
Unidos no habían renunciado a la idea de que esta otra California debía
también pertenecerles.
Ésta que no es sino una anécdota que viví, me dejó honda huella.
Cuando, por obra del náhuatl me “convertí” a la historia, el tema de la
California mexicana, su geografía, su pasado y presente, con frecuencia
me volvían a la cabeza. Un día, platicando con don Carlos Pellicer que
acababa de regresar de un recorrido por la California mexicana, lo escu­
ché ponderar las maravillas de su rica naturaleza y las bondades de sus
habitantes. Don Carlos decía que aquello era un paraíso en el que sus po­
bladores eran del todo ajenos al pecado original.
Decidí entonces ir a Baja California. Ocurrió ello a medidados de los
años sesenta. Esa primera visita en compañía de Ascensión, mi esposa, fue

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

INTRODUCCIÓN 9

inolvidable. En la ciudad de La Paz di dos conferencias sobre literatura y


pensamiento nahuas que mucho interesaron a los sudcalifomianos. A mi
vez inquirí acerca de la existencia de un archivo. Los funcionarios que me
habían recibido en mi calidad de director del Instituto de Investigaciones
Históricas de la unam se veían entre sí con cierto asombro. ¿Un archivo?
Por fin alguien dijo que en la azotea de la cárcel había un cuarto lleno de
papeles viejos. Nos trasladamos allí acompañados por quien era director
de Acción Social, el profesor Armando Trasviña Taylor y su colaborador
Moisés Coronado, ambos distinguidos escritores y maestros normalistas.
Al llegar a la cárcel, se nos asignó un preso “de confianza” que nos con­
dujo a dicho cuarto. Entramos con él y vimos allí amontonados decenas
de legajos. Tomé uno y al abrirlo encontré un documento que decía “Acta
de adhesión de la California a la república federal de 1824, México”.
Seguí hurgando, topándome con otras muchas sorpresas. De pronto
encontré varios documentos con manchas de sangre. Pregunté al preso
de confianza qué significaba eso, si tal vez esos papeles habían sido resca­
tados en alguna batalla. El preso sonrió y luego nos dijo que allí, en ese
cuarto, se solía interrogar a los acusados. Cuando éstos no querían ha­
blar, se procuraba avivar su memoria a base de golpes. No era raro que en
esos interrogatorios los acusados llegaran a sangrar por nariz y boca. Los
pobres, añadió el preso de confianza, no teniendo otra cosa para limpiar­
se la sangre, tomaban algunos de esos papeles para hacerlo. Por eso esta­
ban manchados.

Mis primeros trabajos en torno a la California mexicana

Hicimos en esa misma ocasión un recorrido a través de las brechas que


entonces había. Nos llevaron, por un lado a cabo San Lucas y, por otro, a la
misión de San Javier y al puerto de Loreto. Dando tumbos en la camioneta
que nos transportaba, esa fue nuestra introducción vivencial a la Califor­
nia mexicana: millares de cardones que se erguían como brazos que apun­
taban al cielo, pitahayas dulces y amargas, biznagas, palos verdes y blancos,
algunos mezquites, arroyos secos, pedruzcos por todas partes, sierras es­
carpadas y asimismo las aguas azules del mar de Cortés y, cerca de cabo
San Lucas, más allá del famoso arco de rocas, las más agitadas del Pacífico.
Entrar en la misión de San Javier fue sorpresa inolvidable. Con ella
habría de mantenerme en relación a la vez de trabajo y afecto. Años más
tarde publicaría la obra de enorm e interés que nos dejó el jesuíta Miguel
del Barco, el mismo que com o espontáneo arquitecto había edificado la
magnífica iglesia y demás dependencias de esa misión. Descender luego a
Loreto, la antigua primera capital de las Californias, puerto y presidio con

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

10 LACALIFORNIA MEXICANA

su misión, nos trajo al recuerdo al padre Juan María de Salvatierra, el que


hizo posible la entrada definitiva de los europeos en la península.
Ver todo esto, experimentarlo en vivencias a las que la evocación histó­
rica colmaba de significación, fue para nosotros —Ascensión y yo— sen­
tirnos cerca de un encuentro que se había desarrollado hacia más de dos
siglos y medio. De regreso en La Paz pude hablar con el gobernador del
Territorio, licenciado Hugo Cervantes del Río. Le propuse que el Instituto
de Investigaciones Históricas de la unam enviara a dos personas para pro­
ceder al rescate del archivo. Él aceptó gustoso. Unas pocas semanas más
tarde se trasladaron a La Paz la maestra Guadalupe Pérez San Vicente,
bien conocida com o paleógrafa y la recordada Beatriz Arteaga que por
tantos años había distribuido su tiempo laborando en el Instituto y en el
Archivo General de la Nación. Coadyuvaron ellas a la capacitación de per­
sonal sudcaliforniano. Y de este m odo tuvo lugar el rescate del Archivo y
el inicio de su ordenamiento y clasificación.
Diré que a partir de entonces mi vinculación con la California mexica­
na se intensificó y volvió permanente. Entre los primeros trabajos que aco­
metí y publiqué en relación con ella, uno estuvo dedicado precisamente al
‘Archivo histórico de Baja California Sur. Sus antecedentes y su reciente
creación”, incluido en las Memorias d e la Academia M exicana d e la His­
toria (tomo xxix, número 4, octubre-diciembre de 1970). Este artículo es
uno de los que se reproducen en este libro. Ese mismo año saqué a luz
otra publicación para conm em orar el 250 aniversario de la fundación de la
misión de La Paz en 1720. En ella ofrecí bajo el título de Testimonios
Sudcalifom ianos, tres importantes relaciones de los jesuitas Jaime Bravo,
Juan de Ugarte y Clemente Guillén, conservadas en la Biblioteca Nacional
de México y en el Archivo General de la Nación. Para ese libro, que llevó
com o subtítulo el de Nueva entrada y establecimiento en el puerto d e La
Paz, dispuse un estudio introductorio. Con él nuestro Instituto de Investi­
gaciones Históricas inició una serie de publicaciones relativas a la Califor­
nia mexicana.

Ampliación de trabajos y creación de un Centro de


Investigaciones Históricas en T ijuana

No quiero caer en una “autobiografía californizante”, ni menos aún en una


grotesca enumeración de méritos. Me interesa, eso sí, completar la respuesta
a las preguntas que se me han hecho de mi interés, ahora ya permanente, por
la California mexicana. Nuestros viajes al Territorio Sur se multiplicaron.
En todos ellos me acom pañó Ascensión. Pensábamos, com o lo había
expresado Francisco Xavier Clavigero, que iba a ser muy difícil escribir acerca

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

INTRODUCCIÓN 11

de la historia de una tierra no conocida. En uno de estos recorridos visita­


mos la mayor parte de las misiones, desde San José del Cabo hasta San
Ignacio Cadacaamang. En cada una, ante rancheros, pescadores, maestros y
gente en general del pueblo di una charla sobre la historia de ese lugar y su
significado para la de Baja California y México. Con cierta maldad pregunté
en esa ocasión al subdelegado municipal de San Ignacio si allí se daban
conferencias frecuentemente. Su respuesta fue: “Mire usted, yo ni sabía lo
que es una conferencia”.
Conocí por ese tiempo a Ignacio del Río Chávez, joven escritor, muy
interesado en la historia de Sudcalifornia, su patria chica de adopción. Lo
invité a prepararse para el oficio de historiador en nuestro Instituto. Aceptó
e ingresó como becario. Cursó la licenciatura en historia y después la
maestría. Su tesis de licenciado, que tuve el gusto de dirigir, versó sobre
El régim en jesuítico de Baja California.
Afortunada coincidencia fue también establecer contacto poco des­
pués con David Piñera Ramírez. Ocurrió ello en una reunión de estudio­
sos de la historia californiana celebrada en Santa Ana, California, Estados
Unidos. David me insistió con abundancia de argumentos en que la histo­
ria del Estado (el antiguo Territorio Norte) era tan interesante o más que
la del sur. Mi nuevo amigo era entonces secretario general de la Univer­
sidad Autónoma de Baja California. A través de él conocí al ingeniero Luis
López Moctezuma, dinámico rector de dicha institución. Hombre abier­
to, de mucha percepción y voluntad de decisión, se manifestó dispuesto a
la colaboración con nuestro Instituto y la unam en general. El tema trata­
do fue la creación de un Centro de Investigaciones Históricas patrocina­
do por nuestras dos universidades.
El Centro de Investigaciones Históricas unam- uabc nació a la vida
— tras firmar un convenio en el Observatorio Nacional en la Sierra de San
Pedro Mártir— hace ahora (1995) veinte años. David, nombrado su coordi­
nador, emprendió su instalación en la ciudad que pareció más estratégica
para tal propósito, Tijuana. Obtuvo para ello una pequeña casa sin pago
de alquiler, en un barrio periférico de la ciudad. Sus siguientes quehace­
res fueron buscar colaboradores y propiciar la capacitación de futuros
investigadores. Recordaré que él mismo había obtenido su maestría en
historia aprovechando por cierto, entre otras cosas, documentación del
Archivo Histórico de Baja California Sur. Con tal propósito había estado
temporalmente adscrito a nuestro Instituto. También a él le dirigí su tesis.
Hoy, a veinte años de distancia, puede confirmarse que la creación de ese
Centro, convertido actualmente en Instituto, no fue una mera utopía. Los
frutos alcanzados hablan por sí mismos. El Centro cuenta con una planta
de cerca de diez investigadores, y se halla instalado en un ñamante edificio
situado en el recinto de la unidad o “campus” tijuanense de la Universidad

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

12 LA CALIFORNIA MEXICANA

Autónoma de Baja California. Con relativa fiecuencia he visitado a este grupo


de investigadores, jóvenes en su mayoría graduados en historia y muy entu­
siastas. Pero antes de referirme a algunas de sus principales aportaciones,
diré algo sobre tres obras que publiqué en torno a nuestra California.

T res ubros de tema californiano

El primero no fue obra mía sino rescate, edición, introducción y anotación


de un aporte de enorm e interés para la Baja California. Me refiero a la que
su autor, el jesuíta exiliado en Bolonia, Miguel del Barco había intitulado
“Adiciones y correcciones a la Noticia d e la California...'' de Miguel Venegas,
publicada en Madrid en 1757. Varios años me llevó preparar esta edición. Y
recordaré aquí una anécdota. Había escrito a principios de 1968 a la Biblio­
teca Nazionale Vittorio Emmanuele de Roma solicitando un microfilme de
los dos manuscritos que la contenían,Fondo Gesuitico 1413-1414.
Desventurada circunstancia estuvo a punto de impedir que, después de
varios meses de espera, recibiera yo el rollo de microfilme, remitido en una
caja de alumnio como aquéllas en las que se guardan y transportan las películas
cinematográficas. El microfilme llegó a México justo en el m omento de la
crisis de 1968.
La Universidad se encontraba ocupada por el ejército y la oficina de
correos de San Ángel no sabía a dónde remitir no el microfilme sino un
oficio de la Secretaría de Gobernación en que se m e demandaba diera a
conocer de qué película se trataba, su título, quién era el director, así co­
mo los actores de la misma, para que se dictaminara si procedía su impor­
tación. Pude enterarme de la tal exigencia ya que había yo acudido a la
dicha oficina de correos para ver si el microfilme se hallaba ya en México.
El entuerto se deshizo cuando informé que la película se intitulaba
“Correcciones y adiciones a la Noticia d e la California..." por el padre
Miguel Venegas. Del director dije que era el jesuíta exiliado Miguel del Bar­
co, muerto hacía casi dos siglos, y de los actores que eran los cochimíes,
guaycuras y pericúes, al igual que los misioneros de esa California de la
que casi seguro el inspector de Gobernación jamás había oido hablar.
Tarea no fácil fue la de transcribir, organizar, introducir y anotar el
manuscrito del padre Barco. Por una parte, había redactado éste num ero­
sas correciones menores a la Historia d e la conquista espiritual y tempo­
ral... de Miguel Venegas. Por otra, incluía no pocas transcripciones de la
misma y además grandes secciones distribuidas en capítulos y apartados
de los que el único autor era Del Barco. La decisión que tomé fue la de
estructurar con esas grandes secciones, sin supresión alguna, una obra que
debía atribuirse a Del Barco que había pasado treinta años en California

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

INTRODUCCIÓN 13

com o misionero, y que escribía recordando lo que había contemplado con


su fino sentido de percepción. La obra en cuestión la intitulé, en razón de su
contenido, Historia natural y crónica de la Antigua California. Respecto de
las adiciones menores y las transcripciones, las conservé todas, sin alteración
alguna a modo de apéndice, manteniendo las indicaciones acerca de la parte
de la obra de Venegas a la que se referían.
Presentando com o subtítulo el que había dado Del Barco a su trabajo
— es decir el de ‘Adiciones y correciones...”— , y tras preparar un amplio
estudio introductorio sobre la vida de Miguel del Barco y su aportación
historiográfica, así com o centenares de notas, saqué felizmente a luz en el
Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, esta obra de tanto inte­
rés. Fue ella muy bien recibida por especialistas y público en general. Para
algunos, así me lo han dicho, se convirtió en un vademécum, califomiano.
Añadiré que dos sociedades de etnobotánica en los Estados Unidos tra­
dujeron varios de sus capítulos al inglés. Años más tarde, las partes co­
rrespondientes a la historia natural, la etnografía y la lingüística fueron
vertidas a dicha lengua por Froylán Tiscareño. Precedidas de nueva intro­
ducción a mi cargo, fueron publicadas por el editor Glen Dawson en Los
Ángeles, en 1974 y 1982. Agotada la edición en castellano, en 1988 saqué
otra, enriquecida con algunos textos del padre Barco que localicé en varios
archivos.
Pude tam bién publicar otro trabajo, esta vez una reproducción
facsimilar con un estudio introductorio. Me refiero a Docum entos p a ra
la historia d e Baja California, compilados en 1928 por disposición de
quien fue gobernador del Territorio Sur, el general e ingeniero Amado
Aguirre. Este volumen apareció coeditado por el Instituto de Investiga­
ciones Históricas unam y el Centro UNAM-llABC, en 1980. El corpus docu­
mental que, gracias al em peño del ingeniero Aguirre, quedó reunido en
ella, todo él procedente del hoy Archivo Histórico de Baja California Sur,
es de muy grande interés para los estudiosos, máxime si se toma en cuen­
ta que algunos de esos testimonios han desaparecido.
Dos libros, de los que he sido autor en sentido estricto y que tienen
com o asunto central a la California mexicana, son H ernán Cortés y la
M ar del Sur y Cartografía y crónicas de la Antigua California. El prime­
ro lo publicó Ediciones de Cultura Hispánica, del Instituto de Coopera­
ción Iberoamericana en Madrid, 1985. El segundo apareció en 1989 bajo
el copatrocinio del Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, y la Fun­
dación de Investigaciones Sociales.
No creo necesario hablar acerca de cómo y por qué preparé estos dos
libros. Sobre el primero diré sólo que muestra un aspecto poco conocido
en la vida de Cortés. Es éste el de su afán de explorador en el Pacífico y su
participación muy estrecha en el primer encuentro con la península

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

14 IA CALIFORNIA MEXICANA

califomiana. De la Cartografía notaré que los mapas siempre me han atraído,


por no decir fascinado. Los de California son de excepcional interés. Puede
decirse que ver en cualquier mapamundi o globo teirestrecóm o se representa
a California — península, isla— es elemento diagnóstico para discernir desde
luego la fecha aproximada de su elaboración. En ese libro, ilustrado con
centenares de cartas, no pocas a color, establezco la relación que hay entre la
cartografía y las crónicas. Además, tipográficamente la edición es muy bella.

O tros quehaceres en los que nuestra California ha sido


TAMBIÉN ASUNTO CENTRAL

La buena marcha del Centro de Investigaciones Históricas unam-uabc pro­


pició, com o ya lo dije, la preparación de mayor número de investigadores
dedicados a enriquecer el conocimiento del pasado peninsular. Entre ellos
han estado Jorge Martínez Zepeda, Ángela Moyano, Aidé Grijalva, David
Zárate Loperena (q.e.p.d.), Antonio Padilla Corona, Marco Antonio Sarna-
niego, Catalina Velásquez, Lourdes Romero, Laura Cummings, Lucila León
Velazco, Javier Siller y, p or supuestro David Piñera Ramírez. A todos ellos
debemos ya importantes contribuciones.
El Centro, transformado hace pocos años en Instituto de Investigacio­
nes Históricas, uabc, ha preparado varias publicaciones de considerable
significación. En algunas de ellas, com o Panorama histórico d e Baja Cali­
fo rn ia (1 9 8 3 ), coordinada por David Piñera, colaboramos Ascensión y yo.
Ella, interesada de tiempo atrás en las aportaciones de los transterrados
del exilio español, realizó un trabajo de historia oral. Se entrevistó con un
cierto número de los españoles residentes en Tijuana, Ensenada y Mexicali.
Pudo así aportar ese capítulo de considerable interés en el dicho Panorama.
Además de la edición de libros y de la revista Meyibó, órgano del
Centro ahora Instituto, en éste se han celebrado reuniones y conferencias
de carácter internacional. Por otra parte, irradiando su influencia, sobre
todo a través de uno de sus miembros hace poco desaparecido, el recor­
dado David Andrés Zárate Loperena, propició el nacimiento del Semina­
rio de Historia de Baja California con sede en Ensenada. En sus actividades
han participado no pocos distinguidos colegas com o José María Muriá,
Adalberto Walther Meade y W Michael Mathes.
De José María diré que, aunque su campo principal es la historia de
Jalisco, también ha incursionado co n provecho en la de California. Buena
prueba de ello la tenemos en los tres volúmenes de fuentes procedentes
del Archivo de la Secretaría de Relaciones que conjuntamente, él y yo, hemos
publicado con el título de Documentospara el estudio de California en el siglo
xdc, México, 1992.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

INTRODUCCIÓN 15

Por su parte, don Adalberto Walther es bien conocido por su ya largo


em peño en la materia y sus muy estimables escritos. De “mi tocayo” y
amigo de muchos años, Miguel Mathes, mucho, muchísimo es lo que ten­
dría que decir. Valga al menos evocar que, con su ya tradicional generosi­
dad intelectual, además de ofrecem os múltiples aportaciones, com o la
monumental serie de documentos, Californiana, en varios volúmenes,
también ha contribuido de muchas formas al desarrollo del Centro, hoy
Instituto UABC. Entre otras cosas a él se debió la microfílmación de buena
parte de los fondos del Archivo Histórico en La Paz. Sacando varias copias
de los microfílmes ha vuelto más asequibles tan preciosos materiales en
varios lugares: Tijuana, Berkeley (Biblioteca Bancroft) y ciudad de Méxi­
co, en nuestro Instituto.
A su vez, desde este último y también en reiteradas estancias en La
Paz, Ignacio del Río Chávez ha continuado su trabajo y ha participado en
la preparación profesional de otros jóvenes historiadores. De este m odo
lo que hace poco más de dos décadas hubiera parecido impensable, es
hoy realidad. Existe ya un conjunto de investigadores, varios de ellos baja-
californianos, que trabajan con responsabilidad en diversos campos de la
historia de la California mexicana y las relaciones de ésta con la Alta, México
y los Estados Unidos.
Traeré al menos a cuento otras dos muestras de los logros alcanzados.
Una la tenemos en el gran acopio documental relativo a las Californias
que un equipo coordinado por la maestra Aidé Grijalva ha podido identi­
ficar y reproducir en varios ramos del Archivo General de la Nación (Méxi­
co). El otro es la “Colección Baja California: Nuestra Historia” que, con el
apoyo de la Secretaría de Educación, ha venido sacando la Universidad
Autónoma de Baja California. En esa serie, que coordina asimismo la maes­
tra Grijalva, se han incluido algunas que calificaré de obras clásicas para
el conocimiento de la historia peninsular. Una de ellas es la de Peveril
Meigs, La frontera m isional dom inica en Baja California, traducida por
Tomás Segovia y con prólogo de quien esto escribe. Muy grato me resulta
pensar que en este desarrollo he podido participar al lado de distingui­
dos colegas. Y no ocultaré que en nuestro empeño historiográfico cali-
fomiano existe un cierto afán de sano nacionalismo. Era más que necesario
y urgente ocuparse de la rica historia de la antes olvidada y tantas veces
codiciada península El presidente Lázaro Cárdenas manifestó que, para
conservarla com o parte de México, era menester comunicarla con él. Y,
¿qué mejor manera de comunicación y conocimiento que investigando y
difundiendo su historiá?
Ahora bien, entre los otros quehaceres que he emprendido teniendo
com o asunto central a nuestra California, además de numerosas confe­
rencias y participación en simposios y congresos, se hallan los artículos y

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

16 IA CALIFORNIA MEXICANA

ensayos que he reunido en este libro. No haré aquí un resumen de ellos


pues espero que los benévolos lectores, con su mirada los recorran ínte­
gramente. Tan sólo diré algo sobre la forma en que los he distribuido en
cuatro partes y un epílogo.
Primeramente he reunido bajo el rabo de “Historia e historiografía
bajacalifomianas” tres trabajos, en dos de los cuales destaco las varias
significaciones que, incluso a la luz de la historia universal, tiene el pasa­
do de la California mexicana. En el tercero describo lo que fue el rescate
del repositorio en La Paz, el que hoy ostenta el nombre de Archivo Histó­
rico Pablo L. Martínez de Baja California Sur, en recuerdo del que fue
meritorio historiador oriundo de Sudcalifomia.
En una segunda parte, “Lenguas y culturas indígenas”, presento cua­
tro contribuciones, todas ellas relacionadas desde varios puntos de vista
con los antiguos pobladores autóctonos de la península. La atención se
concentra en temas que van-desde la prehistoria, la lingüística y la etnohis-
toria hasta la toponimia y la etnología, esta última en relación con los po­
cos sobrevivientes nativos en la parte septentrional de la Baja California.
“Cartografía y viajes” es el título de la tercera parte. Abarca tres estu­
dios acerca de las expediciones de Francisco de Ulloa hasta la isla de Ce­
dros (1 5 3 9 ); de Melchor Díaz al que hoy se conoce com o valle de Mexicali
(1 5 4 0 ); así com o sobre los tres viajes del ingenioso capitán Francisco de
Ortega. Este no sólo viajó a California entre 1 6 3 2 y 1 6 3 6 sino que afirmó
haber llevado consigo una especie de cam pana o batiscafo, “artificio nue­
vo y traza del dicho capitán para que puedan ir una o dos personas dentro
de ella a cualquier cantidad de fondo sin riesgo de ahogarse, aunque se
esté debajo del agua diez o d oce días” (!). Complemento del tem a acerca
de estas expediciones es el trabajo sobre la cartografía califomiana en el
que m uestro las variaciones a que dio lugar su representación en mapas
de los siglos xvi hasta principios del xvm. Este ensayo de algún modo file
anticipo de mi libro Cartografía y crónicas de la Antigua California.
En “Misiones jesuíticas, franciscanas y dominicas”, que integra la cuarta
parte del libro, reproduzco otros cuatro artículos. En los dos primeros
describo cuáles fueron las aportaciones del padre Miguel del Barco y del
también jesuíta Ignacio Tirsch, este último pintor de interesantes escenas
de la vida califomiana a principios de la segunda mitad del siglo xvm. A su
vez los artículos referentes a las etapas misionales de franciscanos y domi­
nicos, son visiones de conjunto aparecidas originalmente en el ya citado
Panorama histórico de Baja California.
Finalmente, com o un epílogo que to caya acoiiteceres muy recientes,
incluyo el trabajo intitulado “California: tierra de frontera”. Me interesó
m ostrar en él cóm o California, o m ejor las Californias, han sido de diferen­
tes formas y en m om entos distintos hasta el presente, tierra en la que se

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

INTRODUCCIÓN 17

han establecido límites a veces arbitrarios y radicalmente contrastantes.


El último de éstos, del que también me ocupo, es el del ya tristemente
célebre muro — que ahora se quiere consista en triple barrera— para im­
pedir la entrada de indocumentados a la Alta California.
Este es el conjunto de dieciséis ensayos que, con el pie de imprenta
de los Institutos de Investigaciones Históricas de la unam y de la UABC,
ofrezco a cuantos se interesan por la historia californiana. La idea de pu­
blicarlos así reunidos surgió en ocasión de un acto que quiero recordar
antes de dar ya fin a estas páginas. Ascensión y yo hemos querido, para
vincularnos aún más estrechamente con la California mexicana, hacerle
entrega de la colección que hemos formado a lo largo de los años, de
libros, folletos, revistas y algunos documentos, todos relacionados con su
historia. Al hacer realidad esa entrega, el 23 de febrero de 1 9 9 5 , y después
de dar una charla en el auditorio principal del campus de la UABC en
Tijuana, sobre “Mi interés y mis libros acerca de Baja California”, fui invi­
tado a preparar este trabajo.
Podría pensarse tal vez que — donada la biblioteca que Ascensión y yo
reunimos sobre la historia peninsular— con la presente compilación de
ensayos cierro y doy término a mis quehaceres californianos. Afirmar esto
sería apartarse de la verdad. Hicimos entrega de esa parte de nuestra bi­
blioteca porque pensamos que contribuimos a fortalecer al joven Instituto
de Investigaciones Históricas, UABC. Al obrar así, no renunciamos a nuestro
muy arraigado interés por trabajar en este campo. Por una parte, seguimos
teniendo a nuestro alcance los ricos fondos bibliográficos que sobre his­
toria de las Californias poseen la biblioteca de nuestro Instituto y la Nacio­
nal, situada asimismo en Ciudad Universitaria. Por otra, en caso de requerir
algunas obras no existentes en ellas pero sí en nuestra antigua colección,
tendremos ocasión para volver más frecuente nuestro contacto con el Ins­
tituto, uabc, viajando incluso, si fuera necesario, a su sede en Tijuana.
El que haya yo escrito estas páginas de “autobiografía californiana”,
muestra y confirma lo que pienso y siento sobre mi relación, no pasajera
sino muy honda y estrecha, con el ser histórico y la realidad contem porá­
nea de esta península, tierra de paradojas, abrupta y a la vez maravillosa,
con sus gentes en gran mayoría procedentes de muchos lugares de México
y aún de algunos del extranjero. A ellas, de manera muy particular tengo
presentes al escribir estas líneas y a ellas dedico cordialmente cuanto en
este libro se contiene com o parte que es de su historia y de sus vidas.

M ig u e l L e ó n -P o r t il l a
Investigador emérito, unam
y miembro de El Colegio Nacional.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
PRIMERA PARTE

DE HISTORIA E HISTORIOGRAFÍA
BAJACALIFORNIANAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

SIGNIFICACIÓN DE LA CALIFORNIA MEXICANA*

La historia de California peninsular es doblemente rica. Por una parte


abarca — com o acontecer— extraordinaria multiplicidad de formas de
presencia y actuación humanas. Por otra — en cuanto posibilidad de conver­
tirse en objeto de investigación— ha dejado gran abundancia de testimo­
nios documentales. El cúmulo de fuentes, muchas apenas redescubiertas,
y el notorio interés que provoca la temática histórica californiana, expli­
can el incremento contemporáneo en las ediciones de documentos y obras
inéditas, así com o en las investigaciones de carácter monográfico. Meta
principal de unas y otras es alcanzar un conocimiento más hondo de cuanto
han significado las varias etapas del desarrollo cultural y el acontecer hu­
mano en general, a lo largo del pasado peninsular.
Lo que aquí presentaré apunta a la posibilidad de un enfoque que nos
ayude a percibir otros aspectos — o mejor, niveles de significación— comple­
mento de aquellos que, p o r sí misma, confieren ya interés a la historia de
la California mexicana. Creo haber mostrado que ésta p o r sí misma, tiene
grande interés. Por eso he publicado algunos documentos y obras inédi­
tas, así com o varios trabajos monográficos sobre asuntos bajacalifomianos.
El enfoque al que quiero atender ahora, implica acercarse a determinados
momentos del pasado peninsular en términos de historia universal.
Busco, p or consiguiente, perspectivas que nos ayuden a valorar, den­
tro de un marco de comprensión más amplio, formas de cultura y aconte-
ceres humanos en virtud de los cuales la California mexicana adquiere
significación que rebasa su propio contexto histórico y aun el de la na­
ción de la que es parte. Creo que — a pesar de su proverbial aridez y
escaso poblamiento— California peninsular ofrece en su pasado y en su
realidad contem poránea numerosos hechos cuya comprensión más cabal
sólo podrá lograrse enfocándolos, primero en sí mismos, y paralelamente,
en términos de historia universal. Y añadiré en favor del enfoque — cuyas

* Publicado en: Memoria d e la II Semana de Información Histórica d e Baja Califor­


nia, La Paz, UABCS, f o n a p a s , Promotores Voluntarios, 3 al 7 de mayo de 1982, pp. 135-146, y

con el título “Baja California: Algunas perspectivas en términos de Historia Universal” en:
Cuadernos Universitarios, La Paz, UABCS, 1983, núm. 8, 32 pp.
DR© 2018, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO

HISTÓRICAS

22 LA CALIFORNIA MEXICANA

posibilidades quiero mostrar aquí— que probablemente sea justo decir


de nuestra California, que se presta a este tipo de investigación y acerca­
miento en términos de historia universal, quizás más que otras entidades,
estados o provincias, comparables con ella.
Las perspectivas que señalaré para enfocar el pasado californiano en
términos de historia universal, versan sobre los siguientes puntos: 1) su
poblamiento; 2) peculiaridades de sus culturas indígenas; 3) descubrimien­
tos y exploraciones; 4) procesos de aculturación durante la época misional;
5) su identidad mexicana y las ambiciones extranjeras y 6) ¿constituye aún
una “geografía de la esperanza” o es ya ámbito biótico en peligro de daños
irreparables?

Su POBLAMIENTO EN TÉRMINOS DE HISTORIA UNIVERSAL

Parece cierto que el poblamiento de América interesa a la historia y la


prehistoria universales. En virtud de él cabe inquirir sobre remotas rela­
ciones lingüísticas y culturales entre grupos de continentes distintos. Den­
tro del contexto de las hipótesis formuladas para esclarecer los orígenes
de los diferentes “paleoindios”, la península de California, tanto por su
situación geográfica —es la porción de Norteamérica más cercana a Ocea-
nía— como por otros indicios, verosímilmente tiene particular interés.
Recordaré lo expuesto por Paul Rivet desde 1909 a propósito de una
eventual procedencia de los antiguos pobladores del extremo sur de la
península, a través del océano Pacífico, desde Oceanía. A tal hipótesis
llegó con apoyo en un estudio comparativo, de carácter antropométrico,
en restos conservados en el Museo del Hombre, en París. Comparando
tales restos con otros del área melanésica, encontró notorias semejanzas.
También pudo determinar similitudes en relación con restos hallados en
Lagoa Santa, Brasil. Los cráneos de esos antiguos pobladores del extremo
sur bajacaliforniano, a diferencia de otros de ámbitos cercanos a su hábitat
en América del Norte, pero de modo muy semejante a los estudiados de
Melanesia y Lagoa Santa, eran extremadamente dolicocéfalos.1
Diré de paso que se ha puesto en duda la filiación etnolingüística de
esos antiguos pobladores califomianos a los que nos estamos refiriendo.
Rivet los identificó con los pericúes. William C. Massey objetó primero tal
identidad, en tanto que más tarde parece haberla aceptado.2 Wigberto

1Paul Rivet, “RechercherAnthropologiques Sur la Basse-Califomie"L/o«rmj/de la Société


desAmericanistes, Paris, 1906, vol. vi, pp. 147-253.
2Véase: William C. Massey, “Brief Report on Archaelogical Investigations in Baja Cali­
fornia", Southwestern Journal ofAnthropology, 1947, vol. 3, pp. 344-359. El mismo Massey

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

SIGNIFICACIÓN DE LA CALIFORNIA MEXICANA 23

Jiménez Moreno, con acierto, destaca lo que resulta más importante: “se­
guramente — nos dice— pertenecen a un grupo étnico muy antiguo”.3
Por mi parte añadiré que me inclino a la atribución de tales restos a
ancestros muy rem otos de los pericúes. Recordemos que en los hallazgos
arqueológicos han aparecido los restos mencionados en asociación con algunos
lanzadardos, implemento que continuó siendo usado por los pericúes hasta
la época misional. Dato asimismo importante es el de la destreza pericú para
navegar en balsas.
Además, hay referencias sobre la identidad pericú com o no re-
lacionable con la de grupos vecinos suyos, y, por consiguiente, com o la de
gente con determinados atributos característicos. El testimonio de misio­
neros com o Miguel del Barco parece en esto definitivo.

[...]la nación de los pericúes —nos dice— no se divide ni se ha dividido


antes en las ya dichas nacioncillas ni en otras. Ni los guaycuras, ni los
huchitíes, ni los coras eran ramas de la nación pericú[...] Los pericúes son
una nación totalmente separada de las dichas naciones[...] así en territorio
como en lengua, trato y parentesco.4

Diré además que, hurgando en varias fuentes, he podido reunir un


cierto número de vocablos pericúes y establecer una inicial comparación
con algunos equivalentes en guaycura. El resultado, por preliminar que
se quiera, confirma lo dicho por el padre Barco. El dato lingüístico parece
llevamos a aceptar que los pericúes fueron grupo no relacionable con
otros en el ámbito de Norteamérica.9 Ello a su vez milita en favor de la
hipótesis que les asigna un origen diferente.
Rivet, que se inclinó p or adjudicarles una procedencia desde Oceanía,
añadió a este respecto: Tas migraciones melanésicas pudieron llegar a las
costas de California sea voluntariamente, sea por obra de las corrientes
marinas [...]'6

en trabajo posterior, aunque reitera que considera erróneo atribuir tales restos a los pericúes,
más adelante establece una correlación entre el área habitada por guaycuras y pericúes con
aquella en la que —según su hipótesis— existió la que denomina “cultura de Las Palmas".
Ahora bien, los cráneos hiperdolicocefálicos son —según el mismo Massey— de individuos de
dicha cultura. Véase: Massey, 'Archaeology and Ethnohistory of Lower California”, Handbook
ofM iddle American Indians, Austin, University of Texas Press, 1966, vol. rv, pp. 47 y 56.
3 Wigberto Jiménez Moreno, “Las lenguas y culturas indígenas de Baja California",
Calafia, Mexicali, üAflc, 1974, vol. II, núm. 5, p. 19.
4Miguel del Barco, Historia naturaly crónica de la Antigua California, edición, intro­
ducción, notas y apéndices de Miguel León-Portilla, México, UNAM,Instituto de Investigacio­
nes Históricas, 1973, p. 174.
5Miguel León-Portilla, “Sobre la lengua pericú de la Baja California", Anales de Antropo­
logía, México, unam. Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1976, vol. xui, pp. 87-101.
6 Paul Rivet, op. cit., p. 247.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/iibros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

24 LACALIFORNIA MEXICANA

Desde luego estamos ante campo abierto a ulteriores investigaciones.


Abarcarán éstas las de antropología física, lingüística comparativa, etnohistoria
y, por supuesto, las hasta hoy muy escasas de arqueología.7 Sólo así podrán
establecerse, sobre bases firmes, semejanzas, diferencias y posibles
vinculaciones entre los antiguos pobladores del sur de la península —
verosím ilm ente los pericúes— y otros grupos, tal vez muy alejados
geográficam ente. El tem a, que implica posibles contactos in tercon ­
tinentales, tiene especial sentido d en tro del importante capítulo del
poblamiento del Nuevo Mundo y, p o r ende, de la historia, o mejor la
prehistoria, universal.

Peculiaridades de las culturas indígenas

De los estudios, no muy numerosos, — arqueológicos y etnohistóricos—


que existen, cabe desprender una imagen de los precarios niveles cultu­
rales mantenidos por los grupos indígenas que habitaron la península. Es
cierto que investigadores, com o William C. Massey, han podido señalar
diferencias con base en hallazgos arqueológicos, y hablar de contextos
distintos com o los que llamó “cultura de Las Palmas“ y “cultura Comondú”.8
También es verdad que el mismo Massey consideró que cabía correlacionar
— al menos en parte— dichos ámbitos culturales con las diferentes fa­
milias lingüísticas. Así el cochimí y yumano peninsular aparece situado
en el área de “cultura Comondú”; el guaycura y el pericú en el ámbito de
la “cultura de Las Palmas”, en tanto que la porción norte de la península
— sobre todo las inmediaciones del delta del Colorado— son ya zonas de
poblamiento de otros grupos yumanos que habían recibido notorias in­
fluencias del exterior.9
Sin embargo — con la excepción de los grupos más norteños— por
encim a de las diferencias lingüísticas entre pericúes, guaycuras y cochimíes,
salta a la vista que los niveles culturales de todos ellos se asemejaban
considerablemente, sin excluir algunas variantes com o las ya antes men­
cionadas. Los hallazgos arqueológicos y las descripciones — a partir de las
de Francisco de Ulloa hasta la época misional— parecen coincidir en lo
esencial, revelándonos que se trata de grupos cuya existencia se desarrolló

7 El distinguido antropólogo físico, doctorJuan Comas, ha estudiado otro conjunto de


restos pericúes conservados en el Museo Nacional de Antropología. En conferencias dadas
en el mencionado museo y en La Paz, Baja California, ha expuesto las conclusiones a que ha
llegado y que corroboran la identidad de los pericués como diferente a la de sus vecinos
guaycuras.
•Véase: William C. Massey, “Archaeology and Ethnohistory ...", pp. 38-58.
U bid., pp. 55-56.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/pubiicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO

HISTÓRICAS

SIGNIFICACIÓN DE LA CALIFORNIA MEXICANA 25

a través de milenios sin superar los logros de lo que en el Viejo Mundo se


ha descrito com o características del paleolítico superior. Muestra de lo
que en este punto ofrecen las fuentes documentales, debidamente apro­
vechadas, nos la da la ya clásica obra de Homer Aschmann en la que se
describen las precarias formas de cultura de los cochimíes del Desierto
Central en la península.10
En términos de historia universal cabría valorar lo que significa esta
especie de “paleolítico fosilizado” que subsistió hasta el siglo xvm d. C., a
pesar de que quienes mantuvieron tales niveles de cultura, se hallaron
relativamente muy cerca del ámbito de la civilización de Mesoamérica.
Paralelamente resulta de gran interés — com o revelador de lo que
pudo ser el paleolítico superior— el estudio de las formas de adaptación
y subsistencia desarrolladas por los indios californios en un medio tan
hostil. En este cam po los estudios comparativos, sobre la base de más
amplias investigaciones arqueológicas en la península y de más penetran­
tes análisis en las fuentes etnohistóricas, pueden alcanzar considerable
trascendencia.
Otro tanto añadiré con respecto a testimonios específicos com o el de
las célebres pinturas rupestres y petroglifos. Bien está estudiarlas y apre­
ciarlas p o r sí mismas. Pero importa — para su valoración más cabal— abrir
el enfoque y establecer más comparaciones. En esto hay ya algunos tra­
bajos preliminares —en términos d e prehistoria universal— com o el de
Pedro Bosch Gimpera, “El arte rupestre de América”11 y — de índole más ge­
neral— el de E.F. Greenman, “The Upper Paleolithic and the New World”.12
Enormes posibilidades de investigación — por sí mismas y también
en términos de prehistoria, etnohistoria e historia universales— ofrecen
las culturas que, en aislamiento de milenios, nos muestran cóm o, aun
con precarios recursos y en un medio adverso, el hombre es capaz de sub­
sistir y dejar testimonios de sí mismo com o sus extraordinarias pinturas
rupestres.

En la h isto r ia d e descu brim ien to s y explo racio n es

Por necesidad seré ya más breve. Nuestro colega, el doctor W Miguel


Mathes, conoce muy bien este cam po com o lo muestran las publicaciones

10Homer Aschmann, The Central Desert o f Baja California, Demography and Ecology,
Berkeley y Los Ángeles, The University of California Press, 1959-
11 Pedro Bosch Gimpera, "El arte rupestre de América”, Anales de Antropología, Méxi­
co, unam , Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1964, vol. i, pp. 29-45.
11 E.F. Greenman, "The Upper Paleolithic and the New World”, Current Antropology,
Chicago, 1963, vol. 4, núm. 1, pp. 41-66.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.históricas.unam,mx/publicaciones/pubiicadigital/libros/california/304a,html
26 LA CALIFORNIA MEXICANA

documentales y monográficas que le ha dedicado.13 Sólo enumeraré, por


consiguiente, algunas principales perspectivas para nuevos acercamientos y
valoraciones en términos de historia universal.
Sea la primera lo que significó para Hernán Cortés explorar el Mar del
Sury posesionarse de “la isla” o tierra de Santa Cruz: asegurar para España
el dominio del océano Pacífico; facilitar una ruta segura a la Especiería;
penetrar en la porción más septentrional del Nuevo Mundo en busca, en­
tre otras cosas, de un estrecho o paso por el norte.14
Ello motivó unas veces y desalentó otras a los monarcas españoles en su
interés p or las Californias: la comunicación con el Asia; el tem or a las
incursiones de piratas ingleses y holandeses y, en general, a la expansión de
otras potencias en el ámbito del Pacífico que España consideraba suyo.15
Como lo ha señalado Miguel Mathes, las exploraciones en to m o a la
península californiana sólo pueden valorarse adecuadamente en función
de un m arco m ucho más amplio, el de los descubrimientos españoles a lo
largo de las costas occidentales de Norteamérica. Por mi parte añadiré
que, en tal sentido y en función de la expansión hispánica en el Asia, la
península californiana se presenta com o punto en extrem o importante
por su posición estratégica y a la vez de deseable colonización que, por su
aridez, term ina por antojarse casi imposible.
La gama de temas abiertos a la investigación es aquí muy grande. Vea­
mos otros ejemplos: ¿qué se pensó — en diversos momentos— en España
en relación con los descubrimientos en California? ¿Qué intereses mani­
festaron a propósito de esas tierras otras potencias desde el siglo xvi hasta
principios del XIX? ¿Qué originó la confusión que prevaleció por largo
tiempo en la cartografía universal acerca de su mismo ser geográfico, sin

13W Michael Mathes, Californiana I, Documentos para la historia de la demarcación


com ercial de California 1583-1632, 2 vols., Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1965.
Colección Chimalistac.
_______________ , Californiana il, Documentos para la historia de la explotación
com ercial de California 1611-1679, 2 vols., Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1970.
Colección Chimalistac.
_______________ , Californiana tu, Documentos para la historia de la transforma­
ción colonizadora de California 1679-1686, 3 vols., Madrid, Edicionesjosé Porrúa Turanzas,
1974. Colección Chimalistac.
13 Tal cosa se desprenc e de varias de las cartas o solicitudes de licencia escritas por
Hernán Cortés al emperador Carlos V para "hacer descubrimientos en el Mar del Sur".
Véase las secciones intituladas "Memoriales" y “Epistolario” en: Hernán Cortés, Cartas y
documentos, introducción de Mario Hernández Sánchez-Barba, México, Editorial Porrúa,
1969, pp. 395-540.
” Recuérdense las tempranas entradas por las costas californianas, de Francis Drake
(1578) y Thomas Cavendish (1587), así como la de los holandeses al mando de Joris van
Spilbergen en 1615. Véase, Peter Gerhard, Pirales in Baja California, México, Editorial Tillan
Tlapalan, 1963.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO

HISTÓRICAS

SIGNIFICACION DE LA CALIFORNIA MEXICANA 27

saberse si era isla o península?16 ¿Cuál fue, en fin de cuentas, el papel de


California peninsular en el tráfico comercial con Filipinas?

P roceso de aculturación durante la época misional

Nos hemos referido a las culturas indígenas de la península com o ejemplos


poco frecuentes de una especie de “paleolítico superior fosilizado”. Pensemos
ahora en lo que debió significar para quienes vivían en tales niveles de
escaso desarrollo, entrar en contacto con los misioneros jesuítas, hom­
bres metódicos y disciplinados en extremo, y muchos de ellos formados
en las mejores universidades del Viejo y del Nuevo Mundo.
Ya antes — durante cerca de siglo y medio— los californios habían te­
nido contactos, más bien transitorios, con exploradores, capitanes, pesca­
dores de perlas, piratas y diversos aventureros. En este sentido conocían la
existencia de gente muy diferente, en posesión de armas e implementos
bastante más efectivos que los suyos propios. Sin embargo, contactos como
el iniciado por el padre Eusebio Francisco Kino en 1684 y luego el defini­
tivo en 1697 por Juan María Salvatierra, pronto hubieron de mostrárseles
com o un incontenible propósito de cambio, en todos los órdenes, de sus
antiguas formas de vida.
Los californios — durante milenios— habían subsistido, adaptados a
su medio, sin que ocurrieran grandes transformaciones en su modo de ser.
De pronto, con la mejor de las intenciones, se quiere implantar entre
ellos mutaciones radicales: se busca concentrarlos en las misiones; se les
enseñan doctrinas que les resultan extrañas; se les obliga a vivir “a toque
de cam pana” y lo que — tal vez les era igualmente incomprensible— se
les hace regresar a veces a sus antiguos parajes para que se alimenten de
nuevo por cuenta propia y puedan venir otros grupos a ser aleccionados
“a toque de campana” en los centros misionales.17
Los procesos de aculturación — es decir de contacto e influencia en­
tre nativos californios y jesuítas— requieren sin duda más amplios análi­
sis y valoración objetiva p o r sí mismos. Pero, también aquí, una com pren­
sión más honda de lo que realmente fueron implica un enfoque mucho

16Como caso curioso, citaré el de laEncyclopédie ou Dictionnaire raissoné des Sciences,


des Arts et des Métiers, París, 1709-1779, vol.v, pp. 179-198, que incluye en una misma página
cinco mapas diferentes de California, en uno de los cuales aparece ésta como isla y en los otros
como península.
17 No hay exageración al decir que los indios neófitos tenían que vivir “a toque de
campana". De ello da fe, entre otros, el misionero Nicolás Tamaral en, Misión de la Baja
California, introducción, arreglo y notas de Constantino Bayle, S.J., Madrid, Editorial Cató­
lica, 1946, pp. 216-219.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

28 LACALIFORNIA MEXICANA

más amplio. Entre otras cosas deberán hacerse comparaciones con lo que
ocurrió en otros contextos. M enciono algunos: el m enos aislado de las mi­
siones del noroeste de Nueva España; el de las reducciones del Paraguay; los
que tuvieron lugar en otros ámbitos, entre grupos tenidos com o “primiti­
vos”, en Asia, Africa y Oceanía.
Otras cuestiones paralelas dignas de atención: ¿fueron realmente óp­
timas las condiciones del control casi absoluto que ejercieron los jesuítas
en su labor misional en California? ¿Qué puede inferirse del caso — tal vez
extrem o— de niveles culturales diferentes entre quienes entraron en con ­
tacto, indios californios y jesuítas? ¿Tales diferencias extremas y el verse
inducidos los indios a aceptar cambios radicales, fueron factor de impor­
tancia en su rápido decrecim iento demográfico?18 ¿Tenemos aquí un ejem­
plo, valorable en términos de historia universal, de lo que puede acontecer
cuando se rom pe un equilibrio establecido con esfuerzo y mantenido por
milenios entre un grupo humano y su ambiente, natural y psíquico?

Identidad mexicana de California peninsular y


AMBICIONES EXTRANJERAS

Bien conocido es que la península — sobre todo desde el siglo XIX— ha


sido objeto de codicias por más de un país extranjero. Cabe referirse así a
Inglaterra,19Japón,20 Francia,212y, de m odo particular, a los Estados Unidos.
Pueden citarse además intentos de apoderamiento de filibusteros com o
William Walker. También es dado m encionar las concesiones hechas
p o r gobiernos mexicanos — durante la segunda mitad del siglo XIX— 22 de

18Véase a este respecto Sherbume F. Cook, The Extern and Signiflcance o f Disease
among the Indians ofBaja California, 1677-1773, Berkeleyy Los Ángeles, The University of
California Press, 1937, Ibero-Americana, 12.
19 Un buen testimonio de los intereses británicos respecto a las Californias (atendien­
do expresa y ampliamente a la península), lo ofrece el libro de Alexander Forbes, cónsul
inglés en Tepic por algunos años en la primera mitad del siglo xix, California: A History o f
Upperand Lower California,fromtheirFirstDiscoveryto thePresera Unte, Londres, Smith, Eidery
Co., 1839.
20Ver Eugene Keith Chamberlin, "The Japanese Scare at Magdalena bay, 1911-1912”,
Pacific Historical Review, 1955 vol. xxiv, núm. 4, pp. 345-359. Del mismo investigador pue­
den consultarse: The Magdalena Bay Incident, tesis de maestría, Berkeley, University of
California, 1940; United States haerests in Lower California, tesis dedoctoiado,Berkeley,University
of California, 1949.
21 Sobre las intenciones atribuidas a Francia de posesionarse de varías regiones del
noroeste de México, ver los datos presentados porJ. FredRippy, The UnitedStates and México,
Nueva York, F. S. Crofty Co., 1931, p. 32. Ver asimismo, por su relación con el mismo tema,
Rufos K. Wyllys, Losfranceses en Sonora, 1850-1854, México, Editorial Porrúa, 1971.
22Sobre la concesión hecha por el gobierno de Juárez a Jacob Leese, ver: Fernando Igle­
sias Calderón, La concesión Leese, recopilación de documentos oficiales, México, Secretaría

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

SIGNIFICACIÓN DE LA CALIFORNIA MEXICANA 29

enoimes extensiones de tierras califomianas a empresas extranjeras. Y, como


dato curioso, recordaré finalmente los fallidos proyectos de establecer allí
colonias de refugiados israelitas.23
Es un hecho que California peninsular ha ejercido — desde los días de
Hernán Cortés— muy grande atracción, y ello au n cuando llegó a conocerse
ya su aridez y hostilidad al poblamiento. ¿Qué gama de razones han sido
entonces las que han provocado los repetidos empeños de apoderamiento
total o parcial de ella? ¿A qué se debe que, no obstante el muy largo y casi
total olvido en que estuvieron la península y sus habitantes por parte de
México, mantuviera su identidad com o una porción integrante de la nación
mexicana?
Pienso que la problemática que implican preguntas com o las enuncia­
das, importa desde luego a la historia bajacalifomiana, pero creo, además,
que tenemos un caso de interés más amplio, en el contexto de las relacio­
nes y juegos de fuerzas en el ámbito internacional moderno. Tal vez po­
drían citarse, como ejemplos, en apoyo de lo anterior, hechos relativamente
recientes:
1) La revolución socialista dirigida p or los Flores Magón en la por­
ción norte de Baja California, descrita p or algunos com o “intento de crear
una república socialista” en 19 1 1 , en la frontera misma de los Estados
Unidos.24
2) La expropiación de tierras de propiedad extranjera en la península
y sobre todo en el valle de Mexicali p or Lázaro Cárdenas, así com o su
ulterior actuación com o comandante de la defensa en el Pacífico, durante
la segunda guerra mundial, con su cuartel general en Ensenada, hecho
que coadyuvó a impedir una eventual penetración japonesa y, sob retod o,
el establecimiento de bases norteamericanas en Baja California.23

de Relaciones Exteriores, 1924, (Archivo Histórico Diplomático Mexicano, 12). Henry Panian,
“Juárez y la concesión Leese de Baja California”, trabajo presentado en la IV Reunión de la
Asociación Cultural de las Californias, La Mesa, California, 1966. En relación con las conce­
siones hechas durante el gobierno de Porfirio Díaz: Carlos Pacheco, Exposición que hace el
Secretario de Fomento sobre la colonización de Baja California, México, Oficina tipográfi­
ca de la Secretaría de Fomento, 1887. J. Fred Rippy, op. cit., pp. 323 y 329.
21Véase a este respecto: Norton B. Stem, Baja California, JeuHsb Refuge and Homeland,
Los Angeles, Dawson’s Book Shop, Baja California Travels Series, vol. 32, 1973
24 Véase: Lowell L. Blaisdell, The Desert Revolution. Baja California 1911, Madison,
The University of Wisconsin Press, 1962. Existe la edición en español, La revolución del
desierto. Baja California 1911 . Colección Baja California: Nuestra Historia, SEP-UABC, 1993
* Sobre la actuación de Cárdenas en Baja California, primero aplicando la reforma
agraria y luego como comandante de la defensa del Pacífico, el propio general ofrece infor­
mación y pertinentes reflexiones en: Lázaro Cárdenas, Obras, 4 vols., México, UNAM, 1972-
1974, Nueva Biblioteca Mexicana, núms. 28,31,33,35 y cnEpistolario de Lázaro Cárdenas,
2 vols. publicados, México, Siglo XXI Editores, 1974-1975-

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

30 LACALIFORNIA MEXICANA

3) La formulación de tesis — en términos de derecho internacional—


en torno al carácter del golfo de California o mar de Cortés. En él pene­
traban pescadores de diversas nacionalidades, sobre todo japoneses, rusos
y norteam ericanos. El que dicho golfo haya sido declarado mar patrimo­
nial de México es un signo más de reafirmación que adquiere sentido en
el ámbito internacional.26
En resumen, cabe afirmar que ninguna otra entidad mexicana, — ni
siquiera Wicatán— se ha visto envuelta en tan diversos juegos de intere­
ses extranjeros com o California peninsular. Los motivos y consecuencias
de ello alearían resonancias dignas de valoración desde enfoques históri­
cos que rebasen los marcos meramente locales y nacionales.

¿“G eografía de la esperanza” o ámbito biótico


EN PELIGRO DE DAÑOS IRREPARABLES?

De tomarse en cuenta, en términos universales, fue que, hasta hace es­


casos años, California peninsular constituyera una de las pocas regiones
del planeta cuya ecología sólo en mínima parte había sido modificada por
el hombre. Y lo más notable de esta realidad lo constituía el hecho de que
se trataba de un gran territorio de cerca de 130 mil kilómetros cuadrados
situado, no en un rincón de Australia o de Asia, sino fronterizo de la na­
ción más desarrollada del mundo, que había introducido toda suerte de
cambios en la ecología de la entidad de igual nombre, la Alta California.
Reflexionando acerca de esto, el doctor Joseph W Krutch — naturalis­
ta por vocación y miembro del Sierra Club, de San Francisco, organismo
em peñado en la lucha contra la destrucción y contaminación del medio
ambiente— fue quien precisamente aplicó a la península californiana la
feliz designación de “geografía de la esperanza”.27 En la introducción que
escribió al libro, que ostenta dicho título, analiza los por qués de tal situa­
ción de aislamiento, sin deterioros ecológicos en Baja California, por lo
menos hasta el año de la publicación de esa obra, en 1967.

La naturaleza —nos dice Krutch— dio a Baja California casi todas las belle­
zas posibles en un clima seco y cálido, elevadas montañas, llanos desérticos
pero con cactos que florecen, aguas azules, islas donde anidan multitudes
de aves, así como numerosas playas, tan estupendas y atractivas, como las

26Entre los trabajos recientes sobre este asunto, ver: Ricardo Méndez Silva, "El mar de
Cortés, bahía vital”, Boletín del C .R .l, 1972, núm. 18, pp. 74-83 y María Luisa Garza, Elgolfo
de California, m ar nacional, México, u n a m , Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, 1976.
27Joseph Wood Krutch, Baja California and tbe Geography ofHope, introducción de
David Brower, fotografías de Eliot Porter, San Francisco, Sierra Club, 1967.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www. históricas, unam, mx/publ¡cac¡ones/publ¡cad¡gital/l¡bros/califom¡a/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

SIGNIFICACIÓN DE LA CALIFORNIA MEXICANA 31

mejores del mundo. Todo esto ha permanecido casi totalmente inviolado,


justamente porque muy poco ha podido estropearlo eso que llamamos progre-

Y comentando luego algunos momentos de la historia peninsular, expresa


que fue una fortuna que esta California no pasara a ser parte de los Estados
Unidos. Si ello hubiera ocurrido nos dice:

la península estuviera ya abierta al turismo y a la recreación. Las mejores de


las hoy no tocadas playas ya se habrían convertido en lo que son las del sur
de Alta California, áreas de recreación, valiosas a su modo, pero que no
ofrecen ya sino un triste residuo, meros vestigios, para un contacto auténti­
co con lo que la belleza natural, no mancillada, puede ofrecer.2829

Ahora bien, apenas unas décadas después de que se escribieron esas


palabras, la situación comienza a ser otra. Sin exageración cabe decir que
el territorio, paradójicamente rico en historia y a la vez geografía de espe­
ranza, se encuentra hoy en peligro de sufrir en su ecología daños irrepa­
rables. Es cierto que la construcción de la carretera transpeninsular
contribuye en alto grado al desarrollo de nuestra California. Pero tam ­
bién es verdad -co m o muchos lo han n o tad o - que las avalanchas de turis­
tas y gentes que se adentran en ella, pueden transformar el paisaje poblado
de cactos y de otras múltiples formas de vida vegetal y animal, en tristes
extensiones del todo desoladas, con huellas hundidas en la arena, testi­
monio del paso de vehículos; con basura por todas partes, con casuchas o
jacales dispersos y a veces semi abandonados.
Voces autorizadas han dado ya la señal de alarma.30 ¿Responderán las
autoridades imponiendo medidas adecuadas? ¿Cabe esperar que se salve
la geografía de la esperanza, confiriéndose así a la península esta otra
nueva significación en términos de historia universal contemporánea?
Geografía e historia parecen adquirir aquí significación unitaria, tan­
to si se considera el destino de la California mexicana por sí misma, com o
si, con enfoque más abierto, se ve en ella un ejemplo de lo que puede
ocurrir a cualquier gran territorio que de pronto se ve sometido a acelera­
dos factores de cambio, com o nunca antes a lo largo de su pasado. Y
desde luego el ejemplo — historia ya contemporánea— podrá ser de sig­
no positivo o negativo: adecuada acción para armonizar el desarrollo con
la preservación de la naturaleza o dramática muestra de lo que significa

28 Krutch, op. cit., p. 10.


n Ibid., pp. 10-11.
90Cito, como un razonable ejemplo, al ecólogo Richard F. Logan, ‘APlea for Planning in
Baja California”, Baja California Symposiumxi, Asociación Cultural de las Californias, Co­
rona del Mar, California, 1973.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T O R IC A S
LA CALIFORNIA MEXICANA

destruir un ámbito de equilibrio ecológico fácilmente lesionable y a la vez


extraordinario.
Otros varios puntos podrían enunciarse en este señalamiento de pers­
pectivas para enfocar el pasado y el presente de la California peninsular en
busca de significaciones más amplias, si se quiere en términos de historia
universal. Lo expuesto parece m ostrar— según creo— que esta porción de
México ofrece extraordinarias posibilidades para tales formas de indagación.
El objetivo — suena casi a redundancia decirlo— es enriquecer nuestros co­
nocim ien tos, en niveles distintos de com prensión, d estacan d o las
interrelaciones de la California mexicana co n aconteceres, grupos, persona­
jes, instituciones y países de otros muchos rumbos del planeta.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaclones/publicadigital/libros/california/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

II

PARADOJAS EN LA HISTORIA DE BAJA CALIFORNIA*

A pesar de su aislamiento y de su naturaleza en elevada proporción


semidesèrtica, la península de California ha sido escenario de formas de
vida y de acontecimientos en ocasiones paradójicos p ero a la vez de un
interés excepcional. La adaptación a un medio hostil por parte de sus
antiguas poblaciones indígenas con muy precario desarrollo cultural, los
fallidos intentos de colonización durante los siglos xvi y xvn, el esta­
blecimiento de las misiones y los procesos de cambio que entonces se
introdujeron, la impresionante disminución de sus habitantes, los m o­
mentos en que la península estuvo a punto de perderse para México y,
por fin, el esfuerzo que ha supuesto su paulatina incorporación al resto
del país y su transformación contem poránea, son los grandes capítulos
de la poco conocida historia de la California que, para siempre, continúa
siendo mexicana.
Hemos de reconocer, sin embargo, que para la mayoría de los mexica­
nos, durante buena parte de nuestro periodo independiente, esta penín­
sula ha estado algo más que olvidada. Y esto a pesar de que al menos por
sus 150 mil kilómetros cuadrados, debió de haber sido motivo más que
suficiente para que se concentrara en ella, de algún modo, el interés na­
cional. La Baja California se extiende de sur a norte por más de 1 200
kilómetros. Sus costas, con multitud de bahías y con numerosas islas cer­
canas, tienen más puertas y ventanas al mar que países com o España o
Francia. Sus litorales en el Pacífico y en el mar de Cortés suman tres mil
kilómetros, con posibilidades para la pesca en la más grande escala
imaginable. Pero, a la vez, el interior de la península ha gozado de la triste
fama de ser tierra pobre en extrem o, donde sólo por milagro se encuen­
tra el agua y, por consiguiente, son sumamente difíciles la agricultura y el
aprovechamiento de los otros recursos naturales.
Mas, en tanto que en México era escasa la atención concedida a la
península por los gobiernos, instituciones y personas que debían de inte­
resarse en ella, muy distinta fue en ese punto la actitud prevalente en los

•Publicado en: Universidad de México, México, UNAM, 1972, vol. XXVI, núm. 5, pp. 10-18.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

34 LACALIFORNIA MEXICANA

Estados Unidos. Buena prueba de esto nos la dan, no sólo el empeño de


ese país por adueñarse de la Baja California en 1847 y después la serie de
grupos de filibusteros que, procedentes del norte, proclamaron allí pre­
tendidas repúblicas, sino también el cúmulo impresionante de trabajos
de investigación realizados en su territorio por parte de individuos e ins­
tituciones asimismo de Norteamérica. Precisamente la más copiosa obra
de recopilación bibliográfica sobre la Baja California ha sido publicada en
los Estados Unidos.1 Su autora, Ellen Catherine Barret, pudo reunir cerca
de cinco mil títulos referentes a la historia y la geografía, la geología, la
paleontología, la arqueología, la meteorología, la flora y la fauna, la agri­
cultura y la ganadería, los recursos del mar, la mineralogía, la industria, la
econom ía y el com ercio, las cuestiones internacionales, asuntos políticos
y de gobierno y, en una palabra, toda suerte de publicaciones sobre el pa­
sado y el presente de la península. Y es necesario recon ocer que, del gran
cúmulo de obras que allí se registran, un porcentaje muy elevado se de­
ben a investigadores y estudiosos asimismo norteamericanos.
Los hechos hasta aquí recordados son sólo un comienzo de la larga
relación que puede hacerse de las paradojas de Baja California. Pero an­
tes de volver la mirada a otros aspectos particularmente significativos de
su historia, creem os necesario añadir algo que apunta ya a los cambios
que en ella han comenzado a ocurrir. Transformar la península fue siem­
pre casi sinónimo de poblarla. En este sentido es de primera importancia
mencionar siquiera cuál ha sido su evolución demográfica. Cuando a fi­
nes del siglo XVII entraron allí los jesuítas, la población nativa — según
inferencias y cálculos dignos de crédito— era de aproximadamente 50
mil individuos. La implantación de la nueva cultura y también las fre­
cuentes epidemias explican al parecer un hecho que se antoja pavoroso:
durante el último tercio del siglo xvm la población total de la península
disminuyó a sólo cerca de ocho mil personas. Durante la mayor parte del
siglo siguiente poco fue lo que pudo incrementarse tal cifra. Sabemos,
por el contrario, que cuando la Baja California file ocupada por los norte­
americanos en 1847, su población, lejos de haber aumentado, era de ape­
nas unos 7 5 0 0 habitantes. Dado que los indígenas casi se habían
extinguido, la gran m ayoría de los pobladores estaba form ada por
inmigrantes procedentes de México y de varios países. Sólo al concluir el

1El título de esta bibliografía es el siguiente: Ellen C. Barret, Baja California, 1535-
1964. A Bibliography o f Historical, Geographical and Scientific Literature relating to the
Peninsula o f Baja California and to the Adjacent Islands in the G ulf o f Baja California and
the Pacific Ocean , Los Ángeles, Bennett y Marshall, 1957, vol. i; Los Ángeles, Westemlore
Press, 1967, vol. II. Debe notarse que, varios años antes, se había publicado en México u n
trabajo mucho más breve sobre esta misma materia, Joaquín Díaz Mercado, Bibliografía
sumaria de la Baja California, México, Bibliografías Mexicanas, DAAP, 1937.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

PARADOJAS EN LA HISTORIA DE BAJA CALIFORNIA 35

siglo XIX pudo constatarse un incipiente aumento: había ya aproximada­


mente 4 0 mil habitantes. En 1930, su población llegó a 95 mil. El censo
de 1940 registró para toda la península cerca de 130 mil. En 1950, el
antiguo territorio tenido por inhabitable, com enzó a beneficiarse ya con
un fuerte incremento demográfico, sobre todo en su porción vecina a los
Estados Unidos, y gracias también al despertar agrícola, por obra de la
irrigación, en el valle de Mexicali. Así, de acuerdo con el censo de 1950,
en el territorio norte había 227 mil personas y en el sur poco más de 60
mil. Diez años más tarde, el cóm puto fue de 602 mil habitantes para toda
la península. De esta cifra obviamente la mayor parte correspondió a los
centros urbanos, fundamentalmente Mexicali, Tijuana, Ensenada y Tecate,
y en el sur, al puerto de La Paz. Los datos obtenidos en 1970 mostraron
que el estado federal de Baja California había sobrepasado los 9 0 0 mil
habitantes, en tanto que el territorio sur tenía aproximadamente 135 mil.
Un desarrollo demográfico de esta magnitud no ha llegado a producirse
ciertamente ni en la misma capital de México. Hemos de insistir, sin em ­
bargo, en que la presencia de este millón de habitantes, procedentes en
buena parte de otras regiones del país, se explica sobre todo por la atrac­
ción de los grandes centros urbanos situados a lo largo de la frontera con
los Estados Unidos.
Paralelamente con el aumento de población, el aislamiento de la pe­
nínsula comenzó a disminuir. No hace aún muchos años se requerían va­
rios días, y en ocasiones semanas, para viajar en alguna mala embarcación
desde un puerto del Pacífico (Acapulco, Mazatlán o Guaymas), con rum­
bo a La Paz. Gracias sobre todo al empeño puesto por el presidente Lázaro
Cárdenas, ocurrieron los primeros cambios. En 1936 com enzó a tenderse
la vía del ferrocarril Sonora-Baja California que debía vencer al desierto
de Altar. En 1 9 4 7 entró en Mexicali, procedente de Sonora, el primer con­
voy de la nueva línea. Los anhelos del célebre Eusebio Francisco Kino de
com unicar permanentemente por tierra a la península con el noroeste
m exicano, se convirtieron entonces, después de tantos años, en cumplida
realidad.
Poco después quedó concluida asimismo la carretera federal que,
desde Tijuana, une al estado de Baja California con el resto del país. A las
líneas aéreas y a los modernos transbordadores que cruzan el golfo de
California, y que hacen posible la comunicación directa con distintos lu­
gares de la península, se debe, por otra parte y en definitiva, la desapari­
ción del antiguo aislamiento. Finalmente, la construcción de la carretera
transpeninsular ha dado una auténtica vinculación interior a los princi­
pales centros de los dos estados bajacalifomianos.
Para los habitantes de esta vasta porción de México los grandes cam ­
bios ocurridos en las últimas décadas parecen m arcar el principio de una

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

36 LACALIFORNIA MEXICANA

transformación por largo tiempo anhelada y a la vez tenida antes com o


casi rayana en lo imposible. Y precisamente para Valorar mejor lo que ha
llegado a ser la Baja California y atisbar un poco en sus posibilidades
futuras, nada quizás ayude más que un acercamiento a su historia, tan
llena de sorpresas y tan poco conocida. Aquí recordarem os algunos de los
m om entos más importantes de ese pasado en el que son varias las para­
dojas que cabe percibir.

Las antiguas poblaciones indígenas

Aun cuando durante los últimos decenios se han realizado en la penínsu­


la algunos trabajos arqueológicos, no es posible determinar todavía la
antigüedad de sus primeros pobladores, ni describir con detalle la se­
cuencia de su evolución cultural. Lo que sí puede afirmarse es que la
población indígena bajacalifomiana, desde el momento de los primeros
contactos con gentes procedentes de la Nueva España en el siglo xvi, y
asimismo al com enzar a establecerse las misiones en el xvm, tipificaba
formas de vida y de cultura extremadamente primitivas. Sin excluir la po­
sibilidad de que esos habitantes indígenas hubieran tenido su origen en
antiguas migraciones procedentes del Pacífico, es verosímil que en su gran
mayoría, hayan llegado del norte del mismo continente americano. Su
entrada, en oleadas sucesivas, tuvo com o consecuencia un hecho digno
de notarse. Los varios grupos que penetraron en ella fueron quedando
atrapados en una especie de bolsa, o sea en la península, de la cual no les
fue ya posible salir, tanto por la hostilidad del medio com o por la presión
que los grupos del norte ejercían sobre los establecidos en el sur. Conse­
cuencia de esto fue la que se ha descrito com o una “estratificación cultu­
ral”, de sur a norte, entre los distintos grupos califomianos.
Al hacer su entrada los jesuítas, vivían en la porción meridional los
pericúes. Más al norte habitaban los guaycuras, divididos en múltiples
parcialidades y rancherías. En regiones más septentrionales, a partir de lo
que llegó a ser la fundación de Loreto, se encontraban los cochimíes,
emparentados éstos con grupos yumanos, algunos de ellos pobladores
del sur de la Alta California. Pericúes, guaycuras y cochimíes, descono­
cían la agricultura y el arte de producir cerámica. Viviendo casi completa­
mente desnudos, sin habitaciones propiamente dichas, subsistían gracias
a la cacería y a la recolección de frutos, y en el caso de los que moraban en
las cercanías de los litorales, aprovechando lo que podían obtener por
medio de la pesca. Sólo en el extrem o norte de la península, com o lo
percibieron los misioneros, la cultura indígena presentaba otras formas
de desarrollo.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publlcadigital/libros/california/B04a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

PARADOJAS EN LA HISTORIA DE BAJA CALIFORNIA 37

Los nativos bajacalifomianos, que en el siglo xvin fueron objeto de la


acción de los jesuítas, habrían de extinguirse bien pronto, com o conse­
cuencia de repetidas epidemias y probablemente también de los radica­
les cambios impuestos a sus maneras tradicionales de vida y de adaptación
al medio. Mas esos grupos que así desaparecieron, dejaron, a pesar de lo
prim itivo de su cu ltu ra, testim on ios de profundo significado. Su
“estratificación cultural” constituye, por ejemplo, tema de máximo inte­
rés para quien se ocupe en estudiar distintos procesos de evolución y
posibilidades de desarrollo aun en ambientes extremadamente hostiles.
Especial mención hay que hacer de sus pinturas rupestres, visibles hasta
ahora en varios lugares de la península. De las muchas que podrían citar­
se, recordarem os las conservadas en San Borjita, cerca del rancho de San
Baltazar, próxim o a Mulegé, en donde aparecen escenas de individuos,
algunos atravesados por flechas, otros en actitud de practicar la cacería, y
asimismo representaciones seminaturalistas de animales.2 Otras pinturas
hay en las rocas sobre el arroyo de San Pedro y también la que se conoce
com o Roca del Palmito, en la sierra de San Francisco. La monumentalidad
de algunas de estas imágenes polícromas — localizadas en centenares de
sitios— habla ciertam ente de lo que fueron la vida y las creencias de esos
nativos, que con tal hábil mano lograron perpetuar sus diseños en la su­
perficie de la piedra. Así, no obstante la desaparición del aborigen
bajacalifomiano, persiste la huella de su presencia en la península. El fue
el prim ero en demostrar, adaptándose al medio hostil, que eran posibles
la vida y la creación cultural en el aislamiento de ese vasto territorio.

T ierra inconquistable

La historia de la península durante una centuria y media, a partir del


siglo xvi, es el relato de repetidos fracasos en los varios intentos de pene­
trar y establecerse en ella. Y la explicación de por qué se frustraron uno
tras otro num erosos proyectos, no es la natural resistencia que podían
oponer los grupos indígenas. El verdadero obstáculo fue el medio am­
biente que, al decir de los diversos exploradores y navegantes, presenta­
ba una hostilidad que parecía insuperable a cualquier intento de fundar
poblados e iniciar, sin agua, el cultivo de la tierra. Pero algo debía tener

2 Sobre las pinturas rupestres en Baja California, véase: Barbro Dahlgren y Javier Ro­
mero, “La prehistoria en Baja California. Redescubrimiento de pinturas rupestres'', Cuader­
nos Americanos, México, 1991, vol. 58, núm. 4, pp. 153-178. Clement W Meighan, Indian
Art and History, The Testimony of Prehistoric Rock Painting in Baja California, Los Ánge­
les, Dawson’s Book Shop, Baja California Travels Series, vol. 13,1969.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

38 LACALIFORNIA MEXICANA

California puesto que, a pesar de todo, continuaba ejerciendo inmenso


atractivo, por no decir fascinación.
El primero que de verdad se interesó en ella fue, com o es sabido,
quien había alcanzado a vencer al poderoso estado azteca, Hernán Cor­
tés. Rasgo inequívoco de su espíritu renacentista, siempre deseoso de
acom eter nuevas empresas, nos lo ofrece su reiterado em peño, casi obse­
sión, de organizar expediciones en el ámbito del Pacífico o com o enton­
ces se decía en el Mar del Sur. Así lo manifestó al em perador en varias de
sus cartas. Su ambición era establecer contacto desde la Nueva España
con las islas de la Especiería y con las gentes del Oriente. Esto mismo
habría de llevarlo a intentar la conquista de esa gran isla o península m u­
cho más cercana, de la que tenía vagas noticias que hablaban de un país
rico en oro y perlas de gran valor. Cortés organizó y asumió los gastos de
varias expediciones. La primera, a las órdenes de Diego Hurtado de Men­
doza en 1532, y la segunda poco después, a las de Diego Becerra, fueron
el principio de su serie de fracasos. En 1535 el mismo Cortés m archó
personalmente y llegó a la que bautizó com o Tierra de Santa Cruz. Pero ni
este intento, al que consagró tiem po y recursos abundantes, ni otro más
que después promovió, tuvieron consecuencias positivas.
Dignó de estudio es el tema de la extraordinaria actividad desplegada
por el conquistador en las que cabe llamar sus fallidas empresas en la Mar
del Sur. A paradoja suena que el conquistador de México nada lograra, en
cambio, en California. Pero así com o Cortés hubo de dolerse de ello, otro
tanto sucedió al virrey Mendoza que, hacia 1540, ordenó la salida de la
expedición de Francisco de Alarcón que llegaría hasta el norte del golfo o
mar interior de California. No daremos aquí la lista, bastante larga por
cierto, de las posteriores empresas, igualmente vanos proyectos de coloni­
zación hasta fines del siglo xvii . En este contexto están ligados a la historia
californiana, entre otros, los nombres de Juan Rodríguez Cabrillo, Sebas­
tián Vizcaíno, Francisco de Ortega, Porter y Casanate y, mucho más tarde,
el de Isidro de Atondo.3 Paradoja era también que las lejanas Filipinas
estuvieran ya colonizadas, en tanto que la mucho más cercana California,
a pesar de sus tan ponderadas perlas, continuara siendo tierra inconquista­
ble. Su misma realidad geográfica no dejaba de ser un misterio, tenida
unas veces por inmensa isla, en cuyo extrem o norte debía de hallarse el
paso al famoso estrecho de Anián, y otras, por península, unida con la
tierra firme, hacia la latitud en que desembocaba el gran Río Colorado.

’ Véase la documentación acerca de varias expediciones en: W Michael Mathes,


Californiana /, ya citada. Respecto de las exploraciones de Francisco de Ortega entre los
años de 1632 -1636, véase “El ingenioso capitán Francisco de Ortega. Sus viajes y noticias
califomianas, 1632-1636“, que se incluye en este libro, capítulo X [N.E. ]

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicadones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

PARADOJAS EN LA HISTORIA DE BAJA CALIFORNIA 39

Atrayente com o es la historia de los rumores que por entonces cir­


culaban acerca de California, digno de estudio es hurgar en las posibles
explicaciones de la cadena de fracasos de tantos hombres empeñados en
su colonización. A otros quedaba ésta reservada. A fines del siglo xvii ,
gracias a especiales acuerdos con la Corona, un nuevo proyecto iba a ini­
ciarse.

La presencia de los jesuítas

Cosa poco previsible fue que esta tierra, al parecer inconquistable, se abrie­
ra al fin a quienes penetraron en ella desprovistos de armas. En manifies­
to contraste con la entrada de las huestes de los conquistadores en la
mayor parte de la Nueva España y en general en el Nuevo Mundo, la colo­
nización de California ofrece ejemplo digno de ser ponderado. En ella, el
asentamiento definitivo se debió básicamente a la labor misionera de los
jesuitas.
En archivos de México y España, sobre todo en el General de la Na­
ción y en el de Indias de Sevilla, se conservan multitud de documentos,
cartas, diarios, relaciones y reales cédulas, a través de las cuales es posible
valorar lo que fue esta empresa. Hay, además, publicadas numerosas obras
sobre este tema y en particular deben recordarse las cuatro más antiguas
visiones de conjunto escritas durante el mismo siglo xvm. En los trabajos
de los jesuitas Miguel Venegas, Juan Jacobo Baegert, Francisco Xavier Clavi-
gero y Miguel del Barco, tenem os una introducción a la brillante historia
de ésta que casi nos atrevemos a llamar inusitada realización épica en la
edad moderna.
El establecimiento definitivo en la península hostil y al parecer inha­
bitable se debió principalmente a los esfuerzos de dos hombres nada co ­
munes, Eusebio Francisco Kino y Juan María Salvatierra. El prim ero había
acom pañado al almirante Atondo en el último de los fracasados intentos
por asentarse en California durante los años de 1683 a 1685. Tras convivir
entonces p or algún tiempo con los indígenas del villorrio de San Bruno,
el padre Kino concibió posibilidades más realistas de una m ejor penetra­
ción con m étodo y criterios distintos. Salvatierra habría de alcanzar la
autorización real y la obtención de los primeros recursos con que habría
de constituirse el célebre Fondo Piadoso de las Californias.
Poco después, a fines de 1697, la empresa tenía difícil, pero feliz ini­
ciación. La primera de las misiones jesuíticas de California se fundó en el
puerto de Loreto, dentro de lo que hoy es el estado sur.
Propósitos definidos presidieron siempre a la labor misionera. Se
buscaba la transformación integral de los indígenas que hasta entonces

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

40 LA CALIFORNIA MEXICANA

sólo habían co n o cid o formas precarias de cultura. Las autoridades


virreinales habían obligado a los misioneros a hacerse acom pañar por
quienes debían representar el poder armado de la Corona. En consecuen­
cia, desde un principio estuvo con ellos la paradójica fuerza de seis solda­
dos, núm ero que, no obstante ulteriores presiones, jamás excedió al de
unos sesenta hombres. Cierto es que, en el sostenido esfuerzo de fundar
pueblos, buscar lugares adecuados para la agricultura, al igual que en las
labores de cristianización, surgieron no pocas dificultades y aun abiertas
rebeliones p or parte de algunos indígenas.
Hubo también abusos perpetrados por algunos soldados y p or los
buscadores de las codiciadas perlas. Pero por encima de éstos y otros
contratiempos, resultado positivo fueron las fundaciones de dieciocho
cabeceras de misión, reducidas después a catorce, con otras varias com u­
nidades más pequeñas.
Grandes fueron las dificultades que hubo que vencer. De todos los
problemas el más serio era el del agua. Y cuando al fin se encontraba ésta,
frecuente era hallar que las tierras cercanas eran inútiles para la agricultu­
ra. A todo ello se sumaban largos periodos de sequía, plagas com o la de la
langosta o las más temibles epidemias que diezmaban a la población nati­
va. Al lado de esto subsistió siempre, com o suprema dificultad, la natural
resistencia del indígena que veía con disgusto los cambios radicales que
se le iban imponiendo. El verse concentrado en pueblos significó para él
la pérdida de su antigua libertad. La doctrina que se le predicaba debió
serle casi siempre incomprensible. Los nuevos preceptos morales y la
obligación de llevar una vida metódica, e incluso regulada con frecuencia
a toque de campana, inevitablemente desquiciaron lo que era su antigua
existencia. Para remate, enfermedades que antes le eran desconocidas
fueron para él causa de mortales epidemias. Trágico fue en verdad el pro­
ceso paulatino de la desaparición del indio en California.
Por todo esto, lo que desde otro punto de vista se ha descrito com o
conquista espiritual y sin armas, debe también valorarse en función de
sus últimos y penosos resultados. Es éste un caso más del ya viejo debate
en to m o a todos los pretendidos intentos de transformar la existencia de
grupos tenidos por primitivos.

La penínsuia en riesgo de perderse para México

La expulsión, en 1767, de los jesuítas que habían creado en la península


los primeros centros de población estable, marcó nueva decadencia que
habría de acentuarse aún más. Otros misioneros llegaron a hacerse cargo
de la obra jesuítica. Pero los franciscanos, que fueron los primeros, muy

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

PARADOJAS EN LA HISTORIA DE BAJA CALIFORNIA 41

pronto salieron de la península para trabajar en las regiones de la Alta


California. En sustitución vinieron después los dominicos que, si funda­
ron nuevos establecimientos, no alcanzaron a continuar con el antiguo
brío la ya iniciada obra de colonización.
El hecho es que, al tiempo de la independencia de México, Baja Cali­
fornia se encontraba en plena decadencia y abandono. Según los cálculos
demográficos de Humboldt, sus habitantes apenas llegaban, a principios
del XIX, a la reducidísima cifra de unos ocho mil individuos. La población
indígena, más que diezmada por las frecuentes epidemias, estaba ya muy
cerca de su desaparición total. Desde el punto de vista político, y ya en los
años del México independiente, la península formó entonces parte del
territorio de las Californias con un gobernador que residía en la Alta y
una especie de delegado en Loreto.
Unas cuantas décadas más tarde se presentaría el momento, bien gra­
ve por cierto, en el que, por primera vez, la olvidada península estuvo a
punto de perderse. La invasión norteamericana trajo consigo en 1847 la
ocupación de los principales puertos bajacalifornianos. No obstante la re­
sistencia que opusieron sus escasos habitantes, cayeron en poder del ene­
migo lugares com o Ensenada, La Paz, San José del Cabo y otros. Al concluir
la guerra, se daba por un hecho que ese territorio al igual que la Alta
California, Nuevo México y Texas, serían incorporados definitivamente a
la Unión Norteamericana. Pero la tenacidad de los plenipotenciarios mexi­
canos obtuvo al menos esta victoria: Baja California continuaría com o parte
integrante de México.
Nuevo m om ento de peligro fue la incursión filibustera de William
Walker, en 1853. El aventurero, que más tarde sería azote de Centroamé-
rica, pretendió entonces crear la “República de Baja California y Sonora”.
Una vez más la decisión de los bajacalifornianos y una serie de descala­
bros frustaron los planes y la península se salvó de nuevo. Otras incursio­
nes podrían recordarse y también las proposiciones por parte de los Estados
Unidos, inclinados a adquirir de México este aislado y casi deshabitado te­
rritorio. Conviene también mencionar que, durante los gobiernos de Benito
Juárez y Porfirio Díaz, enormes porciones de la Baja California fueron dadas
en concesión a varias compañías, casi todas extranjeras, en apariencia inte­
resadas en su colonización.
Un último punto, hasta la fecha objeto de controversias, y sobre el
que mucho se dijo al tiempo de la Revolución, es el referente a la procla­
mación, hacia 1911, de una supuesta república socialista en Baja Califor­
nia. Hecho innegable es que durante el siglo xix la península estuvo en
más de una ocasión a punto de perderse. Pero también es verdad que, en
muy buena parte gracias a la actitud decidida de sus escasos pobladores,
ese territorio se salvó a la postre para México.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

42 LACALIFORNIA MEXICANA

Presente y futuro de la B aja California

En esta rápida y casi impresionista visión de lo que ha sido el pasado


peninsular, he procurado señalar algunos de los momentos de mayor sig­
nificación e interés. Tierra de paradojas es ésta, de tan difícil penetración
y a la vez tan reiteradamente codiciada. El fabuloso país de las perlas,
California, com enzó por ser rescatada, en lo que a su nombre se refiere,
de la geografía imaginaria de los libros de caballerías. Como es sabido, en
la célebre obra de Garci Ordóñez de Montalvo, Las sergas d e Esplandián,
se hablabaya de unais/a, “situada a la diestra mano de las Indias[... ]llamada
California”. Pero si el rescate del nombre, para aplicárselo a esa tierra a la
que se asomó Hernán Cortés en el siglo XVI, fue ya temprano postulado
de su atracción perm anente, muy difícil fue en cambio el acercam iento
físico y cultural de esa vasta provincia a la realidad integral de lo que llegó
a ser México.
Como al principio lo apunté, data únicamente de las últimas décadas
el comienzo de la transformación de la península. Ya he hablado de su
desarrollo demográfico y de las diversas formas de comunicación que per­
manentemente la ligan con el macizo continental. Mas todo ello, por im­
presionante que sea, dista mucho de lo que puede llegar a ser, para bien
de sus propios habitantes y de todo el país, la California mexicana. Desde
luego, y antes que nada, urge llevar a cabo investigaciones para poder
valorar adecuadamente cuáles son sus recursos naturales. Por lo que has­
ta ahora se sabe, cabe suponer que mucho es lo que allí puede aprove­
charse. Ya Francisco Xavier Clavigero, al escribir su Historia d e la Antigua
California, se fijó con un sentido de modernidad, en las potencialidades
de la península.4 Y no poco es lo que desde entonces ha logrado alcan­
zarse en este punto, aun cuando haya sido en virtud de trabajos de estu­
diosos extranjeros. La breve enum eración que en seguida haré, de
realizaciones y posibilidades, no siendo ni remotamente exhaustiva, es
sólo un corolario, postrer paradoja de lo que cabe esperar de la península
tanto tiempo considerada com o hostil a cualquier forma de desarrollo y
de creación cultural.
Hablar de agricultura tecnificada en Baja California significaba hasta
hace poco hacer referencia única al valle de Mexicali, irrigado con aguas
del Río Colorado. La producción de esa zona, sobre todo de algodón, ha
significado importante fuente de trabajo y de ingresos. Sin embargo, aun
allí mismo se han presentado problemas causados por las aguas que se

4Véase principalmente el libro I de Francisco Xavier Clavigero, Historia de la Antigua


o Baja California, edición preparada por Miguel León-Portilla, México, Editorial Porrúa,
1970, pp. 13-44.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

PARADOJAS EN LA HISTORIA DE BAJA CALIFORNIA 43

aprovechan, las del Colorado, que durante los últimos años — no obs­
tante el tratado con los Estados Unidos— , han estado llegando contami­
nadas. La pregunta que se impone es cóm o resolver sin ulterior dem ora
esta cuestión en términos del derecho internacional o de la moderna téc­
nica. En lo que toca al estado sur, puede mencionarse la zona agrícola del
valle de Santo Domingo en la que, con aguas extraídas del subsuelo, se
irrigan 4 0 mil hectáreas. Cerca de ese valle, el acondicionamiento del
puerto de San Carlos ha tenido también gran importancia, ya que a través
de él se da salida a los productos de la región. En otros lugares, com o en
el caso de la zona de Vizcaíno, podrán eventualmente abrirse también
mayores áreas de cultivo, siempre que las investigaciones muestren que
hay posibilidades de irrigación, bien sea por medio de pozos o con agua
desalinizada del mar que logre obtenerse en un futuro próxim o y a un
costo razonable.
En lo que toca a los recursos minerales y del subsuelo, poco es relati­
vamente lo que hasta ahora se ha llevado a cabo en su aprovechamiento.
Cabe recordar que desde los días de las misiones jesuíticas, un antiguo
soldado del presidio de Loreto, Manuel Osio, obtuvo la concesión reque­
rida para explotar algunos yacimientos de metales preciosos en la por­
ción sur de la península. Surgieron así los reales de minas de Santa Ana y
de San Antonio, de los que mucho se esperó y relativamente poco se ob­
tuvo. En un lugar cercano al real de San Antonio, surgió más tarde el
mineral del Triunfo, este último con algunos periodos de bonanza duran­
te el siglo pasado. En el norte, al tiempo de la fiebre del oro en la Alta
California, se em prendieron también, aunque por pocos años, trabajos
de explotación minera en lugares com o el Real del Castillo. Finalmente,
especial mención m erece el caso de una actividad más duradera y mejor
organizada en las minas de cobre de El Boleo, en Santa Rosalía.
Hay que reconocer, sin embargo, que ni éstas ni otras empresas mine­
ras que podrían también citarse, constituyen un índice, ni remotamente
aproximado, de las que pueden ser las verdaderas posibilidades de la mi­
nería en Baja California. También en este punto debe insistirse en la nece­
sidad de nuevas formas de investigación sistemática, aprovechando cuantos
medios proporciona la más m oderna tecnología. Y añadiré que, por lo
que toca a la verosímil existencia de hidrocarburos en el subsuelo penin­
sular, más de una sorpresa positiva puede llegar a ofrecer la tierra
bajacaliforniana.
Otro renglón de suma importancia, subrayado ya desde los días de
las misiones, lo ofrecen las salinas que hay en la península. Al referirse a
su existencia en la isla del Carmen, notaba ya Clavigero que eran tan ricas
que con ellas podría abastecerse de sal a Europa. En la actualidad ha al­
canzado considerable significación económ ica la explotación de Guerre-

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

44 LACALIFORNIA MEXICANA

ro Negro, en las costas del Pacífico. Entre otras cosas, ello ha dado lugar a
la creación de un nuevo centro de población. Debe señalarse, sin em ­
bargo, que el aprovechamiento de estas salinas, extremadamente ricas y
de permanente regeneración, se lleva a cabo por una compañía extranjera.
Y tratando ya de los recursos del mar, universalmente conocido es
que constituyen una de las potencialidades más grandes de la Baja Cali­
fornia. En tiempos antiguos la atención se concentró en los hoy extingui­
dos placeres de perlas. Ahora, desde un punto de vista de mayores alcances,
se reconoce que los extensos litorales, en el Pacífico y en el mar de Cortés,
constituyen verdaderos paraísos para la pesca en todas sus formas posi­
bles. Y una vez más diré que ya acerca de esto habían hablado también
hombres com o Clavigero. Este, al escribir su H istoria, insistió repetida­
mente en la necesidad de fomentar tal tipo de industria. El día en que,
sobre la base de una auténtica planificación, se establezcan empresas
pesqueras en los lugares más adecuados a lo largo de los tres mil kilóme­
tros de costas bajacalifornianas, las que llamó Clavigero “minas maríti­
mas”, serán una de las bases más firmes para el desarrollo económ ico de
la península.
Acerca de un último punto he de hacer también referencia. Se refiere
éste a las posibilidades que ofrece el turismo. Entre los principales atrac­
tivos están sus tantas veces mencionados litorales, sus grandes extensio­
nes abiertas, hasta ahora casi no tocadas por el hombre y con multitud de
sorpresas en la floray la fauna. La pesca deportiva, la cacería, la visita a sus
antiguos centros de población, a las misiones y a los lugares donde se
conservan las antiguas pinturas rupestres, son otros tantos incentivos. En
la actualidad, son muchos los visitantes que penetran aun por sitios aisla­
dos, en sus propios vehículos, procedentes, sobre todo, de la Alta Califor­
nia. Y lo mismo puede decirse del gran número de turistas, también
norteamericanos, que llegan en sus aviones o en yates a los hoteles de
lujo qv : existen en lugares de gran belleza natural, com o los de la región
de cab» San Lucas, La Paz, Loreto, Mulegé y otros puntos de lo que hoy es
el estado de Baja California. En no pocas revistas y publicaciones norte­
americanas de índole turística es frecuente encontrar alusiones a los atrac­
tivos de Baja California.
Aludiré ahora a la riqueza histórica bajacaliforniana. Un ejemplo lo
ofrece el texto hasta ahora inédito, del antiguo misionero jesuíta, Miguel
del Barco. Éste había pasado treinta años de su vida en la península hasta
la expulsión de su orden religiosa a principios de 1768. Exiliado en
Bolonia, Italia, el padre Barco escribió una amplia obra con información
acerca de la historia natural californiana, las costumbres de sus antiguos
habitantes e igualmente sobre diversos acontecimientos en los que él
mismo participó. Dicho trabajo, titulado Adiciones a la historia de la

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

PARADOJAS EN IA HISTORIA DE BAJA CALIFORNIA 45

A ntigua C alifornia, se ha conservado por largo tiempo semiolvidado en


la Biblioteca Nazionale Vittorio Emmanuele de Roma. Mérito de Francis­
co Xavier Clavigero, com pañero en el exilio de Miguel del Barco, y cono­
cedor de la obra de éste, fue haberla consultado ampliamente al escribir
su propio libro sobre la Baja California. De los escritos del padre Barco he
publicado la primera edición en el Instituto de Investigaciones Históricas
de la Universidad Nacional Autónoma de México.
De lo mucho que Del Barco reunió, recordaré un episodio digno de
adecuada valoración. Se refiere éste a la decidida, aunque pacífica reac­
ción de un grupo de indígenas pericúes que, entre los años de 1760 y
1763, se empeñaron en alcanzar determinadas formas de libertad que, a
su juicio, les estaban negadas por la institución misional. Entre otras co­
sas, los pericúes del pueblo de Santiago, al sur de la península, pidieron
se les concedieran tierras en plena propiedad para ser trabajadas por ellos.
Demandaron asimismo que se les permitiera disponer libremente de sus
personas, incluyendo en esto la posibilidad de viajar a donde les viniera
en gana.
La manifestación de estos propósitos ocurrió en función de una cu­
riosa circunstancia. Los pericúes, que habían com enzado a ser evan­
gelizados a partir de la década de 1720, se habían visto disminuidos
considerablemente por causa de repetidas epidemias y asimismo com o
resultado de la lucha que sostuvieron, al rebelarse, entre los años de 1734
y 1737. La más visible consecuencia de su paulatina disminución llegó a
ser la falta de mujeres núbiles con las que pudieran desposarse los miem­
bros jóvenes de la comunidad. Para resolver este problema, los misione­
ros habían hecho gestiones en otros lugares de la misma California, y
también en los establecimientos jesuíticos de Sonora y Sinaloa, en el sen­
tido de que se les proporcionaran muchachas casaderas para hacerlas con­
sortes de los pericúes. Tales intentos, sin embargo, lejos estuvieron de
tener el éxito apetecido. Fue entonces cuando algunos pericúes decidie­
ron tom ar por su cuenta su propio destino: ser dueños verdaderos de las
tierras y gozar de libertad para viajar a donde les pareciera.
La relación del padre Barco habla de cuanto entonces ocurrió. Descri­
be lo que decidieron y realizaron algunos pericúes: se adueñaron de una
embarcación de los misioneros y, cruzando el golfo, llegaron al macizo
continental en busca de mujeres. Tajante fue la opinión de los jesuítas
sobre tales hechos. En pocas palabras, de la actitud indígena se dijo que
no era sino “pretensión irracional de vaguear librem ente[...]”

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

III

EL ARCHIVO HISTÓRICO DE BAJA CALIFORNIA SUR


SUS ANTECEDENTES Y SU RECIENTE CREACIÓN*

Las fuentes y testimonios que se conservan en relación con la historia de


Baja California son más abundantes de lo que pudiera sospecharse. Los
investigadores que, al menos parcialmente, se han ocupado de su estu-
dio, estarán de acuerdo con esta afirmación. Algunos de ellos precisa*
mente han preparado, durante los últimos años, ediciones de documentos
del mayor interés. Mencionaré unos ejemplos: el doctor Em est J. Burrus,
entre otras cosas, ha sacado a luz varios volúmenes que incluyen docu*
mentación sobre los primeros años de las misiones jesuísticas con espe*
cial referencia a la actuación de los padres Eusebio Francisco Kino y
Francisco María Píccolo.1
Acerca de los viajes de exploración, a lo largo de las costas califomianas,
son seis los tomos de documentos que ha publicado el doctor W. Michael
Mathes.2 En el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad
Nacional de México hemos iniciado la serie de Testimonios Sudcalifor-
nianos, ofreciendo tres documentos sobre el establecimiento de la mi­
sión de La Paz.3 Finalmente, otro ejemplo lo tenemos en la colección,
que, bajo el título de Serie de viajes bajacalifornianos, editan Edwin
Carpenter y Glen Dawson en Los Angeles.4

* Publicado en -.Memorias de la Academia Mexicana, de la Historia, correspondiente


de la Real de Madrid, oct-die "1970, t. xmx , núm. 4.
1ErnestJ. Burrus (ed,),KinoReports toHeadquarters, Roma, Jesuit Historical Instituto,
1954. Kino escribe a la Duquesa, Madrid, Ediciones José Porrúa Túranzas, 1958. ErnestJ.
Burrus (ed.), Francisco María Píccolo, Informe del estado de la nueva cristianidad de Cali­
fornia, 1702, y otros documentos, Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1962.Colección
Chimalistac.
2Véase W Michael Mathes, Califomiana ¡ y II, ya citadas.
5 Testimonios sudcalifomianos, nueva entrada y establecimiento en el puerto de La
Paz, 1720 (Relación de Jaime Bravo, carta de Juan de ligarte y diario de Clemente Guillén),
Miguel León-Portilla (ed.), México, unam, Instituto de Investigaciones Históricas, 1970.
4Me refiero a la colección de más de 40 volúmenes que Edwin Carpenter y Glen Dawson,
han editado dentro de la colección Baja California Travels Series, en Los Angeles, California,
por la Dawson’s Book Shop, todos ellos introducidos y anotados por distintos historiadores
e investigadores.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

48 LACALIFORNIA MEXICANA

Como es bien conocido, numerosos son los archivos, repositorios y


bibliotecas donde se preserva esta documentación. Desde el siglo pasado
ha habido investigadores que, al preparar diversas obras acerca de la pe­
nínsula, comenzaron a aprovechar las fuentes documentales conservadas
en esos distintos lugares. Entre quienes así han trabajado recordaré a Uli-
ses Urbano Lassépas, Hubert H. Bancroft, Manuel Orozco y Berra, Herbert
E. Bolton, Henry R. Wagner, Zephyrin Engelhardt, Constantino Bayle, Peter
Masten Dunne, Gerardo Decorme, Jorge Flores, Alvaro del Portillo, Peveril
Meigs, S.F. Cook, Ellen C. Barret, Pablo L. Martínez, Roberto Ramos, Peter
Gerhard y Homer Aschmann, además de los ya mencionados Burrus y
Mathes y de otros que no enum ero pues no es mi intención hacer una lis­
ta completa de quienes, durante los siglos xix y xx, se han ocupado de la
historia de Baja California.
Tan rica es la documentación que acerca de ella conservan varios ar­
chivos de México, España, Estados Unidos, Francia, el Vaticano, Italia y
aun de otros países que, en más de una ocasión, habrá llegado a pensarse
que, por mucho tiempo, hubo, fuera de la península, más legajos concer­
nientes a su historia que seres humanos en toda su extensión geográfica.
Menos conocido es, en cambio, que también en Baja California exis­
ten materiales con los que ha podido organizarse ya un Archivo Histórico.
Era obvio suponer que los gobiernos de ambos Estados al igual que de los
municipios tenían sus correspondientes archivos. Pero podía pensarse, y
así es en su mayor parte, que la documentación conservada se refiere so­
bre todo a hechos acaecidos durante las últimas décadas. Por lo que toca
a algunas de las viejas misiones, es notorio que, con dos excepciones, no
se preservaron en ellas libros de registro ni otros testimonios antiguos.5
De considerable interés resulta, por consiguiente, la creación del que
oficialmente ha sido designado com o Archivo Histórico de Baja California
Sur. La inauguración del mismo, en el edificio de la Casa de la Cultura, en
la ciudad de La Paz, fue hecha el 9 de mayo de 1969 por el entonces go­
bernador del Territorio, licenciado Hugo Cervantes del Río.
Brevemente recordaré cuáles fueron las circunstancias que hicieron
posible la creación de este archivo. Posteriormente diré algo sobre la docu-

’ En la misión, hoy parroquia de Mulegé, se conservan la primera parte de un libro de


registro de difuntos de la misión de San Borja (1762-1768); el registro de bautismos de San
Ignacio Kadakaamán (1743-1836); un fragmento de los registros de bautismos de La Purísi­
ma (1757-1803) y de difuntos de esa misma misión (1757-1808).
En la parroquia de la ciudad de La Paz, en el pequeño archivo que existe en la casa
adjunta, se conservan un libro de matrimonios de la misión de San Ignacio (1748-1840); un
registro de bautismos de San Borja (1762-1827) y otro de difuntos de Santa Gertrudis (1752-
1816).
Véase la más amplia información que da acerca de esto Peter Gerhard, “Misiones de
Baja California", Historia M exicana , México, El Colegio de México, 1954, vol. iii, núm. 4,
pp. 600-605.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL ARCHIVO HISTÓRICO DE BAJA CALIFORNIA SUR 49

mentación que en él se conserva y acerca de los orígenes y vicisitudes de


esos materiales tan importantes para la historia de la península.
En un viaje que realicé a La Paz, a fines de 1968, invitado por el go­
bierno del entonces Territorio, tuve ocasión de inquirir acerca de los ar­
chivos que existían en esa ciudad. Gracias a las facilidades concedidas por
el director de Acción Social, profesor Armando Trasviña Taylor, se me dio
acceso al sitio en que se conservaban numerosos legajos de antiguos
docum entos procedentes del Archivo del Gobierno Territorial y del que
había tenido el municipio de La Paz. Al edificarse el nuevo palacio fede­
ral, toda esa documentación había sido llevada a un local anexo a la cárcel
pública de la ciudad. Un somero examen de los materiales allí reunidos,
hecho con auxilio de algunos funcionarios de Acción Social, permitió ver
que allí había docum entos de gran valor para la historia peninsular sobre
todo del siglo xix y en m enor grado de los últimos años del xviii.
En mi calidad de director del Instituto de Investigaciones Históricas
de la Universidad Nacional Autónoma de México, manifesté al licenciado
Cervantes del Río, gobernador del Territorio, la conveniencia de que esos
materiales pudieran organizarse, clasificarse e igualmente la de que fue­
ran trasladados a un sitio más adecuado. Me es grato dejar constancia
de la excelente acogida que tuvo esta idea. Dos miembros del Instituto de
Investigaciones Históricas, las profesoras Guadalupe Pérez San Vicente y
Beatriz Arteaga, se trasladaron entonces a La Paz para colaborar en la rea­
lización de este proyecto. Como resultado de sus trabajos, así com o del
personal de Acción Social del Territorio, la antigua documentación que­
dó instalada en un local de la planta baja de la Casa de la Cultura. Una
forma inicial de organización del archivo se llevó entonces a cabo. Éste se
distribuyó fundamentalmente en secciones o ramos com o los de Justicia,
Hacienda, Relaciones, Fomento y Gobierno, con una serie de subdivisiones
pertinentes com o Ayuntamiento, Educación, Agricultura, Comercio, Pes­
ca, etcétera. Se estableció asimismo el esquema de un catálogo matriz o
base para los índices subsidiarios de carácter geográfico, cronológico,
onom ástico y temático.
El personal que tom ó a su cargo el Archivo Histórico de Baja Califor­
nia Sur quedó integrado p or exalumnas de la Escuela Normal que recibie­
ron adiestramiento en los m étodos y técnicas de la archivología. Desde la
inauguración del Archivo Histórico, el 9 de mayo de 1969, hasta el pre­
sente, se ha continuado trabajando para realizar una clasificación com­
pleta y preparar índices de los documentos allí reunidos.
Antes de ofrecer alguna muestra de la importancia de esa documenta­
ción, trataré de la procedencia de la misma y de las vicisitudes que corrió
durante el siglo xrx. Será ésta una breve relación de los antecedentes del
Archivo Histórico.

DR© 2018, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

50 LACALIFORNIA MEXICANA

Hasta el año de 1830, no existió en La Paz concentración alguna de


docum entos ni nada que se pareciera a un archivo. La causa de esto es
fácil de explicar. Conocido es que la región y el puerto de La Paz fueron
visitados y explorados muchas veces a lo largo de los siglos xvi y xvii . Sin
embargo, durante todo ese tiempo, no llegó a haber allí ninguna funda­
ción perm anente. Sólo hasta 1720, gracias a los jesuítas Jaime Bravo y
Juan de Ligarte, se estableció la misión de Nuestra Señora del Pilar de La
Paz. Y ésta tuvo también efímera existencia. Con motivo de la gran suble­
vación indígena, en 1734 fue temporalmente abandonada. Al terminar la
rebelión, volvió a funcionar el centro misional, pero sólo por pocos años.
Nuevamente quedó despoblada La Paz en 1748 ya que los indios que allí
vivían fueron trasladados a la misión de Todos Santos en las costas del
Pacífico. Unicamente quedaron algunas edificaciones, usadas com o alma­
cenes, dado que el puerto era vía de salida para los productos del Real de
Minas de Santa Ana y del cercano San Antonio.
En 1811 tuvo La Paz com o pobladores permanentes, al soldado Juan
José Espinosa y a algunos familiares suyos. Espinosa había recibido el en­
cargo de vigilar la llegada de barcos al puerto. El antecedente más cerca­
no de la m oderna ciudad de La Paz, proviene de los años siguientes,
cuando, hacia 1823, mayor número de gente comenzó a establecerse allí
y a obtener de las autoridades del territorio se les concedieran tierras
para hacer sus casas y pequeñas huertas.6
Una lamentable desgracia ocurrida en 1829, en el pueblo de Loreto,
que era la capital de la península, significó el principio de grandes cam­
bios en La Paz. Una fuerte avenida de agua del arroyo contiguo a Loreto,
había dejado a la población en ruinas. Se decidió en consecuencia trasla­
dar la sede del gobierno al puerto de La Paz. Las autoridades llevaron
entonces consigo los documentos que pudieron salvar del archivo, que
existía en Loreto. Esa documentación constituyó el núcleo original del
primer archivo que hubo en La Paz. A él se añadieron luego algunos de
los pocos papeles de la alcaldía que había empezado a actuar ya depen­
diente del municipio de San Antonio.7
No debe pensarse, sin embargo, que fue muy abundante la docu­
m entación traída de Loreto. Esta se había visto mermada desde tiempos
anteriores. El archivo, que originalmente debieron tener allí los jesuítas,

6 Procede esta información de los apuntes que acerca de “La fundación de la ciudad de
La Paz", escribió en 1893 un antiguo residente de ese lugar, el señor Adrián Valadés. Estos
apuntes han sido publicados bajo el título de Temas históricos de la Baja California, Méxi­
co, Editorial Jus, 1963, pp. 116-124.
7 El mismo Adrián Valadés hace constar que, a fines del siglo pasado, encontró en el
archivo del municipio de La Paz, algunos documentos que anteceden poco tiempo a la fecha
del establecimiento allí de la capital de la Baja California en 1830. Véase: op. cit., p. 154.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL ARCHIVO HISTÓRICO DE BAJA CALIFORNIA SUR 51

sufrió pérdidas desde el tiempo de su expulsión en 1768 y luego con


motivo de las pesquisas que llevó a cabo el visitador José de Gálvez. Cabe
suponer también que los franciscanos y los dominicos, que sucesivamen­
te tuvieron después a su cargo las misiones, dispusieron asimismo, con
diversos propósitos, de algunos de los documentos que se conservaban
en Loreto. Finalmente, consta que en 1822, ese lugar fue saqueado por
las fuerzas que llegaron a bordo de un buque con bandera chilena, el
Araucano. En esta última ocasión aumentaron sobremanera las pérdidas
sufridas por el archivo.
De cualquier m odo es verdad quexalgunos importantes documentos
fueron traídos a La Paz cuando quedó allí la capital en 1830. Resulta inte­
resante mencionar ahora que, en lo que hoy es el nuevo Archivo Históri­
co, se consérvan cartas, suscritas en Todos Santos y en San José del Cabo,
que precisamente hablan del referido ataque del Araucano y de otro bar­
co, también chileno, el Independencia
Los papeles provenientes de Loreto, al igual que los de la alcaldía de
La Paz, com enzaron a ser organizados por órdenes del licenciado Luis del
Castillo Negrete, gobernador del Territorio de 1837 a 1842.8 Con el trans­
curso del tiempo, esos documentos, varios del siglo xviii y en mayor nú­
mero de los primeros años de vida independiente, se acrecentaron con
otros referentes a la ulterior administración pública y a asuntos de diver­
sa índole.
Nuevas desventuras habrían de sobrevenir al incipiente archivo. En
1847, durante la invasión norteamericana, la ciudad de La Paz cayó en po­
der de las fuerzas de ese país. Una batalla de cierta importancia tuvo lugar
allí. Entonces, com o lo refiere el coronel Rafael Espinosa, que fue gober­
nador del Territorio dos años más tarde, “el Archivo de la Jefatura se me
entregó tan incom pleto y desordenado por los trastornos que sufrieron
en el Territorio a causa de la invasión de los norteam ericanos^..]”.9
Y aunque precisamente el mismo gobernador Espinosa se preocupó
por ordenar de nuevo los archivos del gobierno, muy pronto volvieron a
estar a punto de perderse de manera total y definitiva. En 1853, siendo
aún gobernador Espinosa, William Walker ocupó sorpresivamente el puerto *

* Proporciona esta información Ulises Urbano Lassépas que, algún tiempo más tarde,
se interesó personalmente en esa documentación. Véase, de este autor: Historia de la colo­
nización de la Baja California y decreto del 10 de marzo de 1857, Primer Memorial, Méxi­
co, Imprenta de Vicente García Torres, 1859, p. T16. Véase la edición reciente en la Colección
Baja California: Nuestra Historia, SEP-UABC, vol. 8, 1995.
5 Rafael Espinosa, “Sobre las disposiciones que instituyeron la Diputación Territorial,
1849”, Contribución para la historia de la Baja California, compilación de datos y docu­
mentos ordenada por el general Amado Aguirre, gobernador del Territorio Sur de la Baja
California, La Paz, 1928, p. 61.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

52 LACALIFORNIA MEXICANA

de La Paz. El aventurero, que se proclamó a sí mismo presidente de la


República de Baja California, dem ostró cierto interés por los archivos del
país. Quizás se fijó en ellos cuando supo que algunos de sus hombres
hacían cartuchos con las hojas de los viejos docum entos. Orden suya fue
que todos esos papeles se trasladaran de inmediato a bordo de su embar­
cación, la Caroline. De ello dan fe, entre otros, uno de los mismos filibuste­
ros. Escribiendo sobre lo que entonces sucedió, anota que “permanecimos
aquí [en La Paz] hasta el domingo 6 [de noviembre de 1853], cuando el
presidente determinó cambiar la sede del gobierno a San Lucas. De acuer­
do con esta determinación, volvimos a embarcarnos, llevando con noso­
tros al ex gobernador Espinosa, así com o los documentos públicos”.10
Una aventura novelesca fue la que en seguida se desarrolló. Walker,
antes de salir del puerto, había apresado también al nuevo gobernador,
Juan Clímaco Rebolledo, que llegaba a sustituir a Espinosa. Así, con los
dos gobernadores y el archivo, se hizo a la vela rumbo a cabo San Lucas.
De allí continuó al norte hasta llegar a Ensenada. En febrero de 1854 de­
cidió establecer la capital de “su república” en el sitio de la antigua mi­
sión de San Vicente. En ese lugar tuvo que hacer frente a grupos armados
de rancheros mexicanos. Entre tanto los gobernadores que, con el archi­
vo, habían quedado prisioneros en la Caroline, cerca de la costa, lograron
ganarse al capitán del barco. Con la consiguiente sorpresa de Walker, su
navio desapareció. Poco después, Espinosa y Rebolledo desembarcaban
en La Paz y con ellos volvió a su lugar el ya muy maltratado archivo.
Al parecer, poca atención volvió a darse durante largo tiempo a esos
papeles. Ulises Urbano Lassépas que, comisionado por el gobierno me­
xicano, visitó la península hacia 1858 para estudiar los problemas de su
colonización, escribió lo siguiente sobre el asunto que aquí interesa:

Se han visto los archivos con una culpable indiferencia por las autoridades
encargadas de su conservación; el desorden acusa la incapacidad adminis­
trativa. Los del gobierno tuvieron un principio de arreglo, la primera vez, en
tiempo del licenciado Luis del Castillo Negrete; la segunda, en época del co­
ronel Rafael Espinosa; pero dos acontecimientos, el uno esperado, la guerra
con Norte América en 1846, y el otro imprevisto, la aparición de Walker en
1853, borraron las trazas de esos trabajos preliminares[...]
Los legajos contienen la correspondencia de los virreyes, gobernadores,
audiencias y presidentes de las misiones, desde 1768 hasta 1830, en que la
capital de la península se pasó a La Paz. Allí está la historia de la administra­
ción por fragmentos, a pedazos[...]

™The Republic o f Lower California, 1853-1854 in the Words o f its State Papers,
Eyewitnesses, and Contemporary Reporters, editado por Arthur Woodword, Los Angeles,
Dawson's Book Shop, Baja California Travels Series, 1966, vol. 6, p. 23.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL ARCHIVO HISTÓRICO DE BAJA CALIFORNIA SUR 53

Los acontecimientos más notables de la historia peninsular están consig­


nados en esas hojas volantes, amarillentas. Un examen y cotejo escrupulo­
so, inteligente, sacaría preciosos materiales[...]11

Por desgracia, salvo una excepción, a nadie interesó hacer el propues­


to “examen y cotejo escrupuloso” de esos papeles. La excepción la consti­
tuyó, ya a fines del siglo xix, don Adrián Valadés, de quien antes se citaron
unos apuntes históricos, escritos con apoyo en docum entos de los archi­
vos de La Paz. Y mientras para la inmensa mayoría nada importaban esos
viejos testimonios, hubo por lo m enos un caso, en el mismo siglo pasado,
de sustracción de docum entos. Prueba de ello son, por ejemplo, varias
comunicaciones oficiales del capitán Manuel Pineda, de tiempos de la
invasión norteam ericana, que posteriorm ente, fueron adquiridas por
Hubert H. Bancroft y que hoy se conservan en la biblioteca que lleva su
nombre.
Largos años transcurrieron antes de que alguien volviera a ocuparse
de reorganizar y aprovechar con fines históricos la documentación con­
servada en La Paz. Corresponde al general e ingeniero Amado Aguirre,
que fue gobernador del Territorio de 1927 a 1929, el mérito de haber per­
cibido nuevamente la importancia del que entonces se conocía com o Ar­
chivo del Gobierno del Distrito Sur. Por disposición suya, se recopiló
entonces un buen número de documentos que fueron publicados bajo el
título de Contribución p a ra la historia d e la Baja California, en la mis­
ma ciudad de La Paz, en 1 9 2 8 .12
Como dije al principio, la documentación de valor histórico de los
archivos del gobierno del Territorio y del municipio, al construirse el nuevo
palacio, quedó guardada en un local anexo a la cárcel pública de la ciu­
dad. Y ya se refirió también cóm o, afortunadamente, todos esos legajos
fueron trasladados a la Casa de la Cultura en donde, el 9 de mayo de
196 9 , se inauguró con ellos el Archivo Histórico de Baja California Sur. Y
vale la pena repetir que en realidad esta documentación es de interés no
sólo para estudiar el pasado de lo que fue el Territorio Sur sino también
respecto de la historia del actual Estado. Ambas porciones de la península
constituyeron una sola entidad, cuya capital fue La Paz, hasta el año de
1888 en que se crearon los Distritos Norte y Sur.
No siendo posible hacer aquí una descripción de los materiales del
nuevo Archivo Histórico, ya que además se encuentran en proceso de or­
ganización, quiero citar al menos una muestra de la importante docu­
m entación que allí se conserva. Se trata, nada menos, que del Acta, hasta

11 Ulises Urbano Lassépas, op. cit. pp. 116-117.


12 Se incluyen en esta obra un apéndice con 83 documentos, todos ellos de primera
importancia para la historia peninsular.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
54 IA CALIFORNIA MEXICANA

ahora inédita, de adhesión de la Baja California a la República Federal de


1824. El docum ento, que consta de dos fojas, está suscrito en el que toda­
vía se nombraba “Presidio de Loreto, capital de la Provincia”, el 16 de
agosto del mismo año de 1824.
En la parte superior del docum ento, de letra distinta a la del Acta,
se lee:

Habilitado: valga por el sello 3° para los años de 1824 y 825.


Loreto, Agto 24 Ruiz (rúbrica) Rvi. el dho. Mata (Rúbrica)
Juramento. Acta Federativa
[El texto del Acta es, conservando la ortografía original, el siguiente:]
En el Presidio de Loreto, capital de la Provincia de la Baja California, a diez
y seis de agosto de mil ochocientos veinte y quatro: hallándose congregado
en la Sala Capitular de este ayuntamiento el Señor Gefe Político de la Provin­
cia y todos los individuos que forman el cuerpo, ante mí el secretario nom­
brado, se procedió, después de aver salido de la misa que se celebró con toda
solemnidad, a tomar juramento de obediencia a la acta Federativa de la Repú­
blica, que fue en esta forma ¿Juráis a Dios obserbar y obedecer la Acta
constitutiba de la Federación Mexicana? Dixo, sí juro, y en seguida lo verificó
en los mismos términos con la Corporación, y como ya precedía de antemano
la publicación de la Acta, se tomó el Juramento a los oficiales de la Milicia
Cívica que al intento se hallavan presentes y estos en nuestra vista lo hicieron
‘con los individuos que componen la compañía, yen conclusión lo prestó el
pueblo; habiéndose advertido a todos en general mucho regocijo por tan
fausto y deseado día, que no sesaban de prorrumpir alabanzas y encomios en
favór de los instrumentos de tan adactable y venéfico sistema: habiendo con­
currido al Tedeum que se cantó con repiques a buelo y descargas de artillería
gustosísimos y con el placer de ver el efecto y adección con que contrivuyó el
P. e. Ministro Frai Bernardo Solá que se halló en todo el acto: y dándose por
concluida ésta, firmó dicho señor, todo el Cuerpo y los oficiales de la Milicia,
y en fe de todo, yo el infrascrito Secretario.
José Manuel Ruiz Anas tac io Arze
(rúbrica) Alcalde Constitucional
(rúbrica)
Juan Ibañez Domingo Aguilar
primer regidor segundo regidor
(rúbrica) (rúbrica)
Domingo Aguiar Mariano Verdugo
Teniente de Milicia Alféres de Milicias
(rúbrica) (rúbrica)
José Jesús Maytorena
Secretario
(rúbrica)
Con la transcripción de este tan significativo documento, doy fin a
estas páginas sobre los antecedentes y creación en La Paz del Archivo
Histórico de Baja California Sur.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
SEGUNDA PARTE

LENGUAS Y CULTURAS INDÍGENAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN S T IT U T O
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

IV

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA*

Toda indagación acerca de los orígenes, lenguas y culturas de los habitan­


tes indígenas de la península de California — los que se conocieron en un
principio com o “los californios”— debe fundamentarse en los hallazgos
de la arqueología, así com o en los testimonios etnohistóricos existentes.
Hemos de reconocer, sin embargo, que las investigaciones llevadas a cabo
hasta ahora, tanto en busca de vestigios materiales com o con un adecua­
do enfoque etnohistórico, son bastante limitadas. A pesar de ello, acu­
diendo precisam ente a las fuentes al alcance, puede intentarse un
acercamiento a las formas de cultura de esos primeros pobladores en di­
versos m om entos de su desarrollo.
Un primer m om ento es el de los orígenes o entrada en la península
de sus más tempranos habitantes. Sigue luego el largo periodo, probable­
mente de varios milenios, en el que se configuran algunas diferencias
culturales, de las que dan testimonio los limitados trabajos arqueológicos
realizados en el vasto territorio peninsular. Una tercera etapa se inicia a
partir del momento de los primeros contactos entre aborígenes cali-
fom ianos y exploradores españoles en el siglo xvr. Las noticias que pro­
porcionan navegantes, pescadores de perlas y otros, son anticipo de la
mucho más copiosa serie de testimonios que, sobre las formas de vida
indígena, dejan luego los misioneros, sobre todo los jesuítas y en m enor
grado los franciscanos y dominicos. A la acelerada disminución de los
indígenas, producida a lo largo del periodo misional, sigue una precaria
supervivencia de unos cuantos grupos pequeños. Acerca de ellos hablan
testimonios de más reciente obtención, debidos a investigaciones etno­
lógicas y etnolingüísticas en algunos lugares del norte de Baja California.

O r íg e n e s d e l o s g r u p o s in d íg e n a s : v e s t ig io s e h ip ó t e s is

Se acepta generalmente que los primeros habitantes de la península en­


traron en ella, en grupos distintos, a partir por lo menos de 10 0 0 0 a.C.
* Publicado en: David Pinera Ramírez (coord.), Panorama histórico de Baja Califor­
nia , Tijuana, Centro de Investigaciones Históricas, unam-uabc, 1983, pp. 15-45.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.históricas.unam,mx/publicaciones/publ¡cadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

58 LA CALIFORNIA MEXICANA

Los principales vestigios, de posible fechamiento, están constituidos por


algunos concheros situados en las inmediaciones de las costas del litoral
septentrional del océano Pacífico. En esos depósitos prehistóricos de con­
chas, con restos orgánicos acumulados en montículos por quienes se ali­
mentaban con productos del mar, es posible distinguir, al m odo de otras
investigaciones arqueológicas, diversos estratos sobrepuestos. Entre los
sitios explorados y de los que proceden vestigios sometidos a la prueba
del carbono 1 4 radioactivo, pueden m encionarse los siguientes: los
concheros de Punta Minitas, en 31°, 18’, 5 0 ”, con materiales de la antigüe­
dad de 7 0 2 0 ± 260; los de bahía de los Angeles, 6 100 ± 260; Punta
Cabras, 6 4 0 0 ± 2 0 0 y bahía de San Quintín, 6 165 ± 250.
Existen asimismo, otros hallazgos de particular interés para conocer,
hasta donde es posible, los orígenes de los más antiguos pobladores y
asimismo los niveles de cultura que tenían al penetrar en la península.
Aun cuando se trata de descubrimientos en su mayor parte aislados y a
veces resultado de meras observaciones realizadas en algunas áreas de la
península, de ellos han podido deducirse varias conclusiones. Una, que
puede tenerse com o fundamental, es que esos antiguos pobladores — o
p or lo m enos la m ayor parte de ellos— se muestran em parentados
culturalmente con grupos prehistóricos del sur de Alta California y del
suroeste de Arizona. Al hacer la salvedad de que por lo menos la mayor
parte de ellos aparecen relacionados con focos culturales situados al nor­
te de la península, se deja abierta la posibilidad de una procedencia, por
completo distinta, en el caso de algunos que se asentaron en la porción
sur de Baja California.
En el contexto de la arqueología de Norteamérica se describe com o
“Cultura del Desierto” aquélla que se desarrolló en buena parte de lo que
es actualmente el suroeste de los Estados Unidos. Dicha cultura se carac­
teriza por las formas de subsistencia y producción de utensilios, propias
de quienes habitaban en diversos sitios de esa vasta región, por lo menos
desde cerca de 15 0 0 0 a.C. Además de hacer referencia a las prácticas de
recolección y caza, de las que se derivaba el sustento, existen clasificacio­
nes arqueológicas bastante precisas de los utensilios líricos encontrados.
Se habla así de varios “Complejos prehistóricos”, es decir de conjuntos de
elem entos que se presentan en ámbitos determinados y que pueden te­
nerse com o indicadores de un cierto tipo de desarrollo cultural. Los com ­
plejos p reh istóricos se caracterizan sobre todo en función de sus
implementos de piedra, de m odo especial p o r las puntas de proyectiles y
otros utensilios para cortar, raer, punzar y machacar, así com o por sus
incipientes formas de metates y molcajetes, etcétera. De los varios com ­
plejos prehistóricos, que se desarrollaron en el contexto de la Cultura del
Desierto, en sitios no muy alejados del extrem o norte de la California

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 59

peninsular, hay varios que pueden tenerse com o probables focos de


irradiación hacia el sur.
Los investigadores William Massey y Gordon R. Willey han descrito
diversos conjuntos de objetos localizados en la mitad norte de la penín­
sula que guardan manifiesta relación con otros de los llamados “Comple­
jo San Dieguito”, del sur de Alta California, “Complejo de La Jolla”, al
norte de San Diego y “Complejo de la Cuenca del Pinto” y de la “Cueva
Gypsum”, en Atizona. Específicamente puede decirse que, desde cerca de
la actual línea fronteriza hasta la altura de la antigua misión de Rosario,
han aparecido elementos líricos que se corresponden con los de la fase m
del “Complejo San Dieguito”, que se sitúa hacia 7 00 0 y 6 0 0 0 a.C. Cabe
mencionar, por ejemplo, los raspadores plano-convexos, las navajas, ha-
chuelas y proyectiles del tipo San Dieguito III hallados en el lecho meri­
dional de la desecada laguna Chapala. De gran interés parece ser una
punta del tipo Clovis (semejante a las del llamado “Complejo Clovis” en
Nuevo México, situado cronológicamente entre 13 0 0 0 y 9 0 0 0 a.C.), loca­
lizada en las inmediaciones de San Joaquín, Baja California.
Vestigios que muestran una penetración de grupos portadores de ele­
m entos que corresponden a algunas características del “Complejo La Jo ­
lla”, provienen de sitios, tanto de las costas del Pacífico, com o de las del
golfo de California, por ejemplo, de la bahía de los Ángeles. En varios
casos su fechamiento ha revelado una antigüedad cercana a 4 0 0 0 a.C. La
cultura del tipo de La Jolla parece haber tenido una orientación marítima.
En cambio las influencias que provienen del suroeste de Arizona tipifican
otras variantes de la Cultura del Desierto. Tal es el caso del instrumental
lírico que se asemeja al del “Complejo de la Cuenca del Pinto”. Su pre­
sencia, situable hacia 5 000 a.C., se ha detectado al sur de la Laguna Cha-
pala, sobre todo en el Desierto Central, llanos de la Magdalena, bahía de
La Paz y cabo San Lucas. También en el centro y sur peninsulares se han
descubierto numerosas puntas de proyectil del tipo del “Complejo de la
Cueva Gypsum” (Arizona), probablemente de fechas posteriores a las an­
tes citadas.
Todo lo anterior m uestra que hubo una serie de oleadas de penetra­
ción de grupos portadores de elementos propios de los pobladores pire-v
históricos del sur de Alta California y del suroeste de Arizona. Ello ocurrió
probablemente por lo menos desde 8 0 0 0 a.C. La evidencia de estos he­
chos, que indican un origen norteño de los habitantes indígenas de la
península, no excluye, por otra parte, la posibilidad de otro poblamiento
parcial, propuesto por Paul Rivet. Con base sobre todo en el estudio de
restos óseos -d e hombres con cráneos hiperdolicocefálicos y de tallas re­
ducidas- dicho investigador postuló un origen melanésico de varios gru­
pos que subsistieron en regiones de arrinconamiento en el continente

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

60 LACALIFORNIA MEXICANA

americano, desde Baja California hacia el sur. Tal tipo étnico, descrito
com o de Lagoa Santa (por los hallazgos hechos en ese lugar del Brasil), y
también com o “paleo-americano”, constituiría un substrato muy antiguo
y com ún a ciertas áreas de Oceanía y del Nuevo Mundo. El mismo Rivet
reúne otros indicios — lingüísticos, culturales y aun de tipo sanguíneo—
que, a su juicio, militan en favor de su hipótesis.
De corresponder ella a la realidad cabría distinguir un doble origen
fundamentalmente diferente en los grupos que penetraron en la penín­
sula: los tal vez más antiguos hiperdolicocefálicos que poblaron el sur
(¿posibles antepasados de los pericúes?), y los de procedencia norteña,
portadores de elementos culturales semejantes a los de algunos núcleos
de Alta California y Arizona.

Tomado de Miguel Venegas,Noticia de la California..., 3 v., Madrid, 1757.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 61

Antes de pasar a describir lo que fue el desarrollo local de las culturas


prehistóricas en la península, conviene atender a otro punto que general­
mente se acepta com o casi evidente. Dada la configuración geográfica de
la península, una especie de cul de sac (o callejón sin salida), sostuvo
Paul Kirchhoff que los diversos grupos que penetraron en ella, en oleadas
sucesivas, se fueron asentando al modo de las que describe com o “fajas
escalonadas de sur a norte”, de suerte que los más antiguos serían los que
quedaron establecidos en el extrem o meridional, presionados por otros
que llegaron más tarde. De ser esto verdad, la antigüedad de las formas
de cultura guardaría relación con los distintos grados de latitud de la
península: mientras más al sur, serían más antiguas.
Para valorar esta hipótesis debe tomarse en cuenta lo que hemos ex­
puesto con base en las investigaciones arqueológicas realizadas hasta ahora.
Más allá de una aceptación o rechazo de la hipótesis de Paul Rivet de un
origen melanésico de los habitantes del extremo sur, atendiendo sólo a la
penetración desde el norte de los grupos portadores de los varios com ­
plejos culturales m encionados, tenemos los siguientes hechos: a la vez
que elementos del “Complejo San Dieguito iii" se han descubierto tan
sólo al norte de la laguna Chapala, los vestigios del “Complejo La Jolla”
aparecen distribuidos también por la región septentrional, a lo largo de
las costas del Pacífico y de las del golfo de California, incluyendo los sitios
descubiertos en bahía de Los Ángeles. En cambio, los hallazgos que os­
tentan afinidades con los complejos de la Cuenca del Pinto y de la Cueva
Gypsum se presentan en un territorio sumamente extenso que, en ambos
casos, incluye sitios del centro y sur de la península. Esto parece denotar
que la llegada de oleadas sucesivas de grupos diferentes no tuvo com o
consecuencia una estratificación “en fajas escalonadas”, tan clara com o la
que supuso Kirchhoff. Al parecer hubo una mayor movilidad hasta que,
en épocas posteriores, com enzaron a desarrollarse las culturas prehistóri­
cas locales en la península. De ellas trataremos a continuación.

D e s a r r o l l o d e c u l t u r a s p r e h i s t ó r i c a s l o c a l e s e n la p e n í n s u l a

De nuevo hay que recon ocer que los trabajos arqueológicos realizados son
en extrem o limitados. Lo hasta ahora alcanzado permite al menos hablar
de tres formas principales de culturas con desarrollo local en Baja Califor­
nia. Una es la que se produjo en el área norte, arriba del paralelo 30. Es allí
donde, al parecer, desde algunos milenios antes de la era cristiana, vivie­
ron grupos de filiación lingüística yumana. Dichos grupos tuvieron diver­
sas formas de contacto con los del suroeste de Arizona y de la cuenca baja
del Río Colorado. Algunos de estos últimos practicaban ya la agricultura

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

62 LA CALIFORNIA MEXICANA

desde el siglo viii d.C., y producían cerámica. Al decir de Massey, varias


exploraciones en Cerrito Blanco y en las inmediaciones de la antigua mi­
sión de Santa Catalina muestran la presencia de cerámica del tipo tizón
café, que confirma los referidos contactos con otros grupos yumanos.
Otro desarrollo cultural muy diferente, que abarca la zona del Desier­
to Central, la región de los Comondús, y llega hasta la sierra de La Giganta,
es el que se describe com o “Complejo Cultural Comondú”. Entre los ves­
tigios materiales que han permitido caracterizar este desarrollo destacan
num erosos metates primitivos, encontrados a veces con “manos peque­
ñas” para m oler las semillas. Otro elemento diagnóstico son las pequeñas
puntas triangulares de obsidiana. De ordinario estas puntas tienen sus
orillas aserradas. Asimismo son frecuentes los ganchos de madera para la
obtención de la fruta de la pitahaya. Estos ganchos tienen com o com ple­
mento natural la existencia de redes de hilo con un tejido característico
de nudo cuadrado. Se han hallado asimismo numerosas pipas tubulares
de piedra. Otros elem entos que perduraron hasta el tiempo del contacto
con los españoles son las capas o máscaras hechas de pelo, empleadas por
los guam as o hechiceros en sus ceremonias. Han aparecido también res­
tos de piezas de cestería, de sandalias y tablas con diversos dibujos, usa­
das asimismo por los hechiceros.
El investigador Homer Aschmann destaca la relativa abundancia de
vestigios arqueológicos en el área del Desierto Central situada, com o ya
dijimos, dentro del contexto del “Complejo Cultural Com ondú”. Entre
otras cosas afirma:

Aun un observador fortuito que cruce el Desierto Central queda impresio­


nado por la frecuencia con la que encuentra restos de piedra tallada. Utensi­
lios y lascas se hallan esparcidos a lo sumo a unos cuantoscientos de metros de
distancia de cualquier lugar dentro de esta región, incluso en sitios donde puede
obtenerse agua sólo unas pocas horas al año. A lo largo de las costas del Pacífico
y del Golfo de California hay también grandes concheros que contienen
concentraciones menores de utensilios líticos. Aparecen éstos en todas las playas
accesibles, como indicio por lo menos de una ocupación transitoria a lo largo
del litoral. Sin embargo, los concheros más grandes se encuentran en localidades
cercanas a manantiales permanentes de agua potable, como en la bahía de los
Angeles.1

Además de estos montículos de conchas, los hallazgos arqueológicos


en el Desierto Central incluyen vestigios de fogones y de hoyos excavados
tal vez para asar los agaves (mezcales).
Elemento que con razón ha despertado grande interés es la existen­
cia en el contexto de esta cultura de num erosos sitios con pinturas rupes-

1Homer Aschmann, op. cit., p. 43.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 63

Figuras humanas en las cuevas Pintaday Santa Marta, B. C..Indian Art and History. The
testimony ofRock Painting in B.C., de Clement Meighan.

tres. Puede afirmarse que hasta ahora se han localizado más de quinien­
tos lugares, en cuevas y abrigos, en sierras com o las de San Francisco,
Guadalupe, San Juan y, más al norte, de San Borja, en las que se contem ­
plan pinturas, muchas de ellas de grandes proporciones. Hasta el presen­
te no ha sido posible fechar con seguridad las pinturas rupestres. Algunos
investigadores, com o Pedro Bosch Gimpera, consideran que por lo me­
nos algunas que él describe com o de un tipo muy semejante a las que
provienen del paleolítico superior asiático, pueden tener varios miles de
años de antigüedad. El m ism o investigador señala la presencia de estilos
diferentes en las pinturas, que corresponderían a épocas distintas en la
evolución cultural de los grupos que las han dejado. Así, las pinturas en
las que se representan en forma extraordinariamente naturalista diversos
animales, podrían tenerse com o las de una etapa más antigua. Otras en
las que aparecen animales y seres humanos con cierta estilización, inte­
grando a veces escenas de caza y aun diversas formas de combate, proven-

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

64 LACALIFORNIA MEXICANA

drían de una etapa algo posterior. Finalmente aquéllas en las que predo­
minan las estilizaciones, podrían tenerse com o las más tardías.
Muchas de las pinturas, aunque realizadas probablemente con pro­
pósitos mágicos y religiosos, constituyen para nosotros producciones ex­
traordinarias en el campo del arte. Importa sobremanera su preservación
y se requiere que ulteriores estudios puedan definir mejor su estilo y aun,
si es posible, alcancen a situarlas cronológicamente.
En el ámbito sur de la península se desarrolló otro complejo descrito
com o “Cultura de las Palmas”, sobre todo por los hallazgos hechos en la
bahía de tal nombre. En el contexto de esta cultura ha aparecido un buen
número de entierros tanto primarios como secundarios, éstos últimos
reinhumación de los huesos, según veremos, con características especia­
les. Conviene destacar que los restos humanos encontrados en tales en­
tierros presentan un carácter marcadamente dolicocéfalo. En los entierros
primarios los restos aparecen rígidamente flexionados. En los secunda­
rios se depositó el envoltorio funerario con los huesos ya descarnados y
pintados con color ocre. Los huesos fueron colocados con gran cuidado
siguiendo siempre igual procedimiento. Los entierros secundarios se cu­
brían de ordinario con pieles de venado o con hojas de palmas y se acom ­
pañaban de algunos artefactos.
En el co n texto de la Cultura de las Palmas se han descubierto
lanzadardos de madera, elemento que sobrevivió en el sur de la penínsu­
la hasta el tiempo del contacto con los españoles. Cabe recordar que la
existencia de lanzadardos en otros ámbitos indígenas del continente ame­
ricano es frecuente en áreas descritas com o de refugio. Otros elementos,
también característicos de esta cultura, son recipientes ovalados a mane­
ra de canastas pero hechos de corteza de las palmas, conchas con las ori­
llas aserradas, huesos a m odo de espátulas, así com o conjuntos de semillas
y conchas pequeñas, usados probablemente com o adorno a manera de
cuentas.
Como ocurre en otras regiones de la península, son muy abundantes
en el ámbito de la Cultura de las Palmas los petroglifos. Algunos investi­
gadores, com o Ten Kate y León Diguet, han reproducido y estudiado va­
rios de ellos desde el siglo pasado. Recientemente se han hecho algunas
exploraciones de carácter arqueológico en la parte sur de la península
que revelan alto grado de adaptación de sus pobladores prehistóricos a
los diferentes ámbitos ecológicos que existen en dicha región. Abarcan
éstos desde las playas al nivel del mar, a lo largo del litoral meridional en
el golfo de California y también en la región de los cabos, San José y San
Lucas y, pasando por la planicie costera, llegan hasta los puntos más altos
de la sierra de la Laguna. El estudio de los varios sistemas bióticos, con
muy diferentes recursos para la subsistencia de grupos humanos, pone

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 65

de manifiesto que, por m uchos milenios hasta la época del contacto con
los españoles, la población aborigen desarrolló técnicas particularm ente
eficaces para vivir. Los que más tarde serían conocidos com o “los playanos”,
es decir, los habitantes cercanos a las costas, llegaron a fabricar balsas,
redes y arpones con que atrapaban diversos peces, m oluscos y tortugas.
De esta forma de obtener el m antenim iento hablan cronistas com o Mi­
guel del Barco que, entre otras cosas, escribe:

En el Golfo (de California) las hay de dos especies (de tortugas)[...] Las pri­
meras son grandes, de suerte que su concha superior es en muchas de ellas
de tres palmos o más de longitud y poco menos de ancho. Los indios playanos
las cogen saliendo al mar en una canoa o balsa.
Cuando ven cerca una tortuga, se echan al agua y procuran voltearla; lo cual
conseguido, es suya la tortuga, porque así no puede ya huir. La ponen en la
canoa o balsa y prosiguen su pesca2

Y tratando el mismo autor del m odo com o aprovechaban estos


playanos los productos del mar, dice en o tro lugar:

Es verdad que los playanos comen muchas almejas, ostiones y demás espe­
cies de testáceos, pero los comen en la misma playa, para lo cual hacen
lumbre y en ella echan las conchas, las cuales, sintiendo el fuego se abren, y
en la misma concha se asa o se fríe el pez que la fabricó[...].
Cuando quieren transportar a la serranía esta comida, abren en la playa
las conchas y extraen de ellas la comida y la secan. Después, en sartas bien
largas que de ellas forman, la llevan donde quieren, porque de esta suerte
no se corrompe y dura mucho tiempo.3

En la planicie y en las laderas de las sierras subsistían los nativos de la


recolección y la caza. La primera incluía una gran variedad de frutos, des­
critos tam bién con gran minuciosidad por los m isioneros que pudieron
con ocer aun las antiguas formas de subsistencia hasta entonces en nada o
en muy poco alteradas. El ya citado Miguel del Barco proporciona infor­
m ación en extrem o valiosa y que puede describirse com o de carácter
etnobotánico y etnozoológico. Además de los frutos de la pitahaya agria o
dulce, m enciona otros com o los del garambuyo, la biznaga, el palo verde,
los salates, los nopales y varios más, descritos siem pre con gran porm e­
nor. En lo que toca a la fauna aprovechable para la alim entación, ésta
abarcaba, en la región sur de la península, desde los venados, liebres y
con ejos hasta un conjunto bastante grande de pequeños mamíferos, aves
e insectos.

2 Miguel del Barco, op. cit., p. 135.


3Ibid, pp. 145-146.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

66 LA CALIFORNIA MEXICANA

Indígenas californios, dibujados por el jesuíta Ignacio Tirsch, en el siglo xviii.

Otra subárea de características distintas, que también ha sido objeto


de algunas exp loracion es por los arqueólogos Ferm ín Reygadas y
Guillermo Velázquez, es la que corresponde a la Sierra de la Laguna, en la
que hay más abundante vegetación, que incluye encinos y pináceas. En
ella existen otros productos obtenibles a través de la recolección, com o
las bellotas y los frutos de algunos arbolillos, entre ellos los que se cono­
cen allí modernamente con el nombre vulgar de ciruelos. Entre los vesti­
gios arqueológicos de particular interés localizados en la sierra de la
Laguna, sobresalen algunos cercados de piedra, de un metro a un m etro y
medio de ancho, y de una altura aproximada de ochenta centímetros.
Tales cercados se usaron probablemente com o sitios para almacenar algu­
nas formas de alimento, quizás las bellotas recogidas, y sirvieron también
en otros casos com o refugios. En varias cuevas o abrigos se han descubier­
to asimismo indicios de la presencia de antiguos aborígenes. En ocasio­
nes hay allí petroglifos y entierros primarios o secundarios.
Si bien queda aún mucho por investigar — podría decirse que la ma­
yor parte— lo que hasta ahora conocem os acerca de las formas de subsis­
tencia de los californios prehistóricos denota que a pesar de lo adverso
del medio ambiente y de su muy limitado desarrollo cultural, alcanzaron

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 67

a adaptarse de manera extraordinaria, manteniéndose en equilibrio con


la naturaleza en la que les tocó vivir. Entre sus creaciones sobresalen los
petroglifos y las pinturas rupestres. Por encima de todo nos hablan unos
y otras de las preocupaciones de esos antiguos habitantes. Al menos cabe
pensar esto cuando se contemplan petroglifos que representan pescados,
aves, plantas, círculos que parecen ser imágenes del sol, o se miran sus
extraordinarias pinturas rupestres con escenas de cacería, enfrentamientos
entre grupos distintos y figuras humanas en múltiples actitudes, algunas
de ellas quizás evocación de sus ritos y ceremonias en relación con los
seres divinos, cuya protección debía propiciarse.
Por otra parte, el hecho de que mucho de lo descubierto por las ex­
ploraciones arqueológicas — sobre todo utensilios, armas y ciertos vesti­
gios de atavíos— siguieron siendo empleados en la época del contacto
con los españoles, muestra que los cambios culturales debieron ser extre­
madamente lentos. En cierto modo puede afirmarse que los niveles de
desarrollo prehistórico que perduraron hasta los comienzos del periodo
misional, constituían casos extraordinarios de “fosilización cultural del
género de un paleolítico superior”. De allí el interés que tiene el estudio
y la valoración de los testimonios etnohistóricos acerca de los grupos in­
dígenas de la California peninsular.
En función de tales testimonios es posible describir aspectos com o
los de la organización familiar y social de esos grupos; su econom ía y
formas de subsistencia; indumentaria; creencias y prácticas mágicas y re­
ligiosas. Como un primer punto atenderemos en seguida a sus filiaciones
lingüísticas, tratando a la vez de establecer algunas precisiones respecto
de los orígenes y probables parentescos, o ausencia de éstos, en los idio­
mas allí hablados, tanto entre sí com o con otros extrapeninsulares. Para
ello acudiremos sobre todo a los testimonios de quienes en varios casos
llegaron a co n o cer adecuadamente tales idiomas y nos dejaron algunas
descripciones de los mismos.

Los IDIOMAS INDÍGENAS EN LA PENÍNSULA

Hay que reconocer que son escasos los trabajos acerca de los idiomas
nativos de Baja California. Por otra parte, con excepción de algunos pe­
queños grupos que sobreviven en el extremo norte y cuyos idiomas per­
tenecen a la familiayumana, el resto de los hablantes de lenguas aborígenes
en la península entró en proceso de extinción desde fines del siglo xviii.
En tal sentido, para conocer algo de sus lenguas, hay que acudir a los
testimonios escritos que sobre ellas dejaron especialmente algunos cro­
nistas misioneros. Sin embargo, con pocas excepciones, tal información

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

68 LA CALIFORNIA MEXICANA

es de carácter sumario o poco precisa en términos de descripción y clasi­


ficación lingüísticas.
Entre los cronistas misioneros cuyos trabajos constituyen aportación
básica para el estudio de estas lenguas, sobresale Miguel del Barco, que
en su Historia natural y crónica de la Antigua California ofrece infor­
mación acerca de la morfología del cochimí (yumano peninsular) y apor­
ta asimismo noticias de considerable interés tocantes al guaycura y al
pericú. Especial mención m erecen asimismo las aportaciones de los pa­
dres Franz Benno Ducrue y Juan Jacobo Baegert. El primero en su Rela­
ción sobre la expulsión de losjesuítas d e Baja California, describe asimismo
algunos de los rasgos del cochimí, en tanto que el segundo en sus Noti­
cias d e la península am ericana d e California incluye algunos elemen­
tos del guaycura. Por otra parte, debemos al también misionero jesuíta
Nicolás Tamaral una elucidación del significado de varios nombres de lu­
gar en cochimí, incluida en la recopilación de informes y cartas publicada
por Constantino Bayle, en la obra Misión d e la Baja California. También
en un informe publicado por quien esto escribe, y atribuido al capitán
Esteban Rodríguez Lorenzo, se proporcionan importantes referencias so­
bre el mismo asunto de los nombres de lugar, D escripción y toponim ia
indígena d e California, 1740.
De los investigadores que han tratado de arrojar alguna luz en el tema
de las lenguas indígenas de Baja California, destacan William C. Massey,
Wigberto Jim énez Moreno, Mauricio Swadesh y Mauricio Mixco. En lo
personal también me he interesado en esta materia y he publicado un
trabajo sobre la lengua pericú y otro acerca de la toponimia indígena de
la mitad sur de la península. Tomando aquí com o punto de partida las
aportaciones de Massey, cabe afirmar que, desde el antiguo puerto y pre­
sidio de Loreto hacia el norte, los distintos idiomas y dialectos — conoci­
dos genéricamente com o “lengua cochimí”— constituían variantes dentro
de la que el mismo investigador designó com o “familia yumana peninsu­
lar”. Esta aseveración no parece expuesta a objeciones. Cabe añadir que
esa “familia yumana peninsular” constituía una rama dentro del tronco
lingüístico yumano del que según manifesté antes, hay en la península y
fuera de ella idiomas que continúan siendo hablados. Entre estos idiomas
se cuentan el paipai, el tipai, el kiliwa y el cucapá. Acerca de éstos se han
realizado algunas investigaciones, com o las descripciones de Carlos Ro­
bles U. y Jesús Angel Ochoa Zazueta. Trabajos más amplios en relación
con los paipais y kiliwas, se deben a Mauricio Mixco. Puede también
mencionarse aquí otra aportación más antigua de Albert S. Gatschet, rea­
lizada durante el último tercio del siglo pasado, y que culminó con la
publicación de algunos conjuntos de vocablos de lenguas del grupo
yumano. De esta suerte, son el cochimí (yumano peninsular) y los otros

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 69

32 °

30°

26 °

26 °

24°

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

70 LA CALIFORNIA MEXICANA

ya mencionados idiomas yumanos los que nos resultan más conocidos.


Todos ellos, según lo expresé, integran la base lingüística indígena en lo
que hoy es el estado de Baja California.
En cambio, tratándose ya de las lenguas que se hablaron antiguamen­
te al sur de Loreto, el panorama lingüístico es mucho menos claro. La
clasificación propuesta por Massey de las diferentes lenguas habladas en
esa región meridional, no puede tenerse com o indiscutible o definitiva.
Al decir de Massey, todos esos idiomas al sur de Loreto formaban parte de
una sola familia, identificada com o “guaycura”. Massey elaboró un cua­
dro en el que distribuye en tres grupos o subfamilias a los varios conjun­
tos de idiomas que, según él, pertenecían a este mismo tronco guaycura.
Este esquema incluye, com o guaycura propiamente dicho, al idioma de
este nom bre y a otro, tenido tal vez com o un dialecto del anterior, el
hablado p or los indígenas conocidos en las crónicas com o “callejúes”. La
localización geográfica de quienes se valían de una u otra de estas varian­
tes, correspondía a la porción más septentrional, desde Loreto hasta el
istmo de La Paz.
En cambio, los hablantes de las que Massey describe com o otras
subfamilias, vivían más al sur. Los que integraban la subfamilia huchití
(coras, huchitíes, aripes y periúes) moraban desde el extrem o sur de la
bahía de La Paz, extendiéndose hasta la zona de los pericúes. La lengua
de éstos, tenida por Massey com o una subfamilia del guaycura, tenía vi­
gencia en el extrem o sur de la península y en las islas de Cerralvo, Espíri­
tu Santo y San José. He aquí el cuadro propuesto por Massey.

Familia Guaycura

Guaycura H uchití Pericú


Guaycura Cora Pericú
Callejúe Huchití Isleño
Atipe
Periúes

El otro investigador, ya aludido, que se ha ocupado de este mismo


asunto, Wigberto Jiménez Moreno, en su trabajo intitulado “Las lenguas y
culturas indígenas de Baja California”, señala que se requieren testimo­
nios más amplios para establecer una clasificación en el conjunto de len­
guas que se hablaban al sur de la península. Por mi parte he reunido un
conjunto de vocablos pericúes que he podido com parar con algunos
guaycuras. El resultado, aunque muy limitado y tentativo, m uestra que no

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 71

parecen estar relacionadas estas lenguas.45Una corroboración de esto la


proporciona en su obra Miguel del Barco que asienta lo siguiente:

Los pericúes habitaban, como queda dicho, la parte más meridional, desde
el cabo de San Lucas, por espacio de treinta a treinta y cinco leguas hacia el
norte, ocupando lamayorparte del sur.Además de estos pericúes, algunas familias
de esta misma nación poblaron algunas islas del golfo, como son las de San José
y del Espíritu Santo.
Después del territorio de los pericúes (a quienes en la California vulgar­
mente llaman pericos), se sigue el de la segunda nación, que ocupa todo el
terreno que hay hasta Loreto, y aún un poco más adelante. Divídese ésta en
huchitíes, coras, aripes, guaycuras y monquis. Las tres primera nacioncillas
(ramas de los guaycuras) tenían su asiento dentro del sur, y se reducía cada
una a una sola ranchería. La mayor de ellas era la de los huchitíes, los cuales
confinaban con los pericúes.’

Refiriéndose ya más particularm ente a la lengua hablada por los


pericúes, añade:

En obsequio de la verdad decimos que la nación de los pericúes no se divide


ni se ha dividido jamás en las ya dichas nacioncillas ni en otras. Ni los guaycuras,
ni los huchitíes, ni los coras eran ramas de la nación pericúj...]
Los pericúes son una nación totalmente separada de las dichas naciones,
y especialmente de los coras, así en territorio como en lengua, trato y paren­
tesco.6

Tomando todo esto en cuenta, nos inclinamos a pensar que en la re­


gión sur de la península se hablaban lenguas de dos familias distintas: la
pericú y la guaycura. En una y otra — al igual que en el caso del tronco
yumano en el norte— existían también variantes. Por lo que toca al guaycura
constituían variantes las lenguas habladas por los callejúes, coras, aripes,
huchitíes y quizás otros. Respecto de la familia pericú, la única variante
podría ser la forma en que hablaban dicho idioma los pericúes isleños.
Respecto de los idiomas conocidos en el norte, hemos visto ya que
deben situarse todos dentro de la familia lingüística yumana. La principal
división se deriva de distinguir entre el conjunto de las variantes del que
genéricamente se conoció com o cochimí (llamado por Massey yumano
peninsular) y las lenguas más septentrionales (paipai, tipai, kiliwa,
cucapá...), todas ellas yumanas propiamente dichas.
Si en el caso de los idiomas ya extintos nuestro conocimiento se li­
mita a los testimonios que he citado, principalmente de misioneros, en

4 Véase Miguel León-Portilla, “Sobre la lengua pericú de...”


5Miguel del Barco, op.cit., pp. 173-174.
6Ibid, p. 174.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

72 LA CALIFORNIA MEXICANA

cambio contamos con información relativamente más amplia sobre las


lenguas yumanas que aún perduran en el extrem o norte de Baja Califor­
nia. De las aportaciones que en torno a ellas se han hecho aludiré de ma­
nera especial a las del lingüista Mauricio Mixco. Sobresalen varios textos
en paipai y kiliwa que él recogió y ha analizado. A m odo de ejemplo men­
cionaré el texto paipai que versa sobre “La creación del mundo”, que he­
mos publicado en la revista Tlalocan. Textos como éste constituyen valiosa
muestra de la literatura nativa originada en la península californiana.
Acudiendo ahora a los testimonios dejados por navegantes, explora­
dores de las costas de California y gentes interesadas en las pesquerías de
perlas, así com o de m odo especial por los misioneros, pasaré ya a descri­
bir algunos rasgos más sobresalientes en las formas de cultura de los va­
rios grupos que habitaban desde el extrem o sur hasta las regiones
septentrionales de la península.

Rasgos culturales de los pericúes

La etnohistoria de los grupos indígenas californianos — es decir, lo que


acerca de ellos conocem os con base en distintos testimonios, a partir del
contacto con los españoles— tiene una característica en extrem o intere­
sante. Consiste ésta en que, desde el siglo xvi hasta los finales de la etapa
misionera en el siglo XIX, hay testimonios, elaborados con propósitos muy
diferentes, que ofrecen una gama de descripciones, base para establecer
comparaciones con una amplia perspectiva temporal. Entre los autores
de tales descripciones hay capitanes com o Francisco de Ulloa que, envia­
do por Hernán Cortés, dejó una temprana relación de su expedición en
1539. También destacan personajes com o Sebastián Vizcaíno y el carmeli­
ta fray Antonio de la Ascensión, a quienes se deben importantes noticias
de principios del siglo xvn.
La serie se continúa luego con los informes, cartas y relatos de capita­
nes interesados en establecer pesquerías de perlas o en continuar la ex­
ploración de las costas de California. Recordaré aquí sólo los nombres de
Nicolás de Cardona, Francisco de Ortega y Pedro Porter y Casanate. Poste­
riores son los escritos de Eusebio Francisco Kino y del gran conjunto de
misioneros jesuítas, entre los que sobresalen de m odo muy especial, Juan
María de Salvatierra, Juan de Ugarte, Francisco Píccolo, Jaim e Bravo, Ni­
colás Tamaral, Segismundo Taraval, Clemente Guillén, Juan Jacobo Baegert
y Miguel del Barco.
Y si son menos abundantes las descripciones del breve periodo fran­
ciscano y de la ulterior etapa dominica, no pueden ignorarse los trabajos
de fray Francisco Palou y de fray Luis de Sales, además de los otros muchos

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 73

informes que, sobre todo de la etapa dominica, se conservan inéditos en


repositorios com o el Archivo General de la Nación, en la ciudad de Méxi­
co. Obviamente no podré citar aquí, respecto de pericúes, guaycuras,
cochimíes y otros grupos, el inmenso caudal de noticias incluido en to­
das estas fuentes. Tan sólo com o m uestra— dejando abierto este campo a
ulteriores investigaciones— presentaré algunos testimonios que nos per­
mitan entrever los rasgos culturales más sobresalientes de las principales
etnias californianas.
En el caso de los pericúes, habitantes del extremo sur de la península,
citaré un párrafo de la relación de Francisco de Ulloa, donde describe lo
que contempló en 1339, poco después de haber doblado la punta sur de
la península, es decir la región de cabo San Lucas. Sabemos que los pobla­
dores de la porción más meridional, incluso de las costas del Pacífico, eran
de filiación lingüística pericú. He aquí lo que contempló el capitán Ulloa:

Las gentes que este día se vinieron e nos dieron guerra son gentes desnudas
e de mediana despusición; algunos, con los cabellos largos, y otros e todos
los demás tresquilados de dos e tres dedos de largo; traen muchos de ellos
unas conchas relucientes, de las en que se crían las perlas, colgadas del pes­
cuezo. Traen orejeras de palo, tan gordas como dos dedos; las armas que

Indígenas californios cazando venado, dibujados por el jesuíta Ignacio Tirsch, en el siglo xvill.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

74 LA CALIFORNIA MEXICANA

traían eran arcos de los gordos e más altos que ellos; las flechas de caña e
palo, con sus puntas de pedernal e algunas varas[...] En la laguna se halla­
ron balsas grandes y de caña.7

De las relativamente amplias noticias que proporciona Ulloa sobre


estos grupos del extremo sur de la península, citaré lo que poco más
adelante asienta a propósito de otro encuentro con indígenas de filiación
también pericú, ya que de manera expresa nota que llevaban consigo a un
indio “del puerto y bahía de Santa Cruz” (es decir, de La Paz) y que no
pudo entenderse con dichas gentes más meridionales.

Se volvió (el indio que antes había venido) e con él un escuadroncillo de


gente, e a un poco vino otro escuadrón; los cuales venían muy pintados de
la rodilla para arriba, de prieto y blanco, que en la verdad, de lejos, era cosa
de ver, en especial no sabiendo qué cosa era la pintura y, en llegando como
llegaban a do estaban, dejaban todos sus armas e comenzaban todos a cantar e a
bailar y a señalarme con las manos, abajándolas e alzándolas, mostrando muchas
maneras de regocijo[...]
Y entre estos que a la postre vinieron, vino uno muy pintado, con una
diadema[...] en la cabeza, el cual estaba sentado en unas piedras, algo apar­
tado de los otros, e a él acudían y llevaban todo cuanto yo les daba.
Parecía ser la principal persona. De ellos hobimos muchas formas de co­
las de buharros (corneja, ave rapaz) e algunas conchillas de aquellas en que
se crían perlas,a e algunas madejuelas de hilo de las que traen en la cabeza y
un pretal o cinto que, según por él parece, se deben ceñir al cuerpo, hecho
de unas cortejillas negras, y unos notillos de cañas, a los cabos de él muthas
pezuñas de venados por cascabeles, y una diadema de manera que se ha
dicho.8

El relato, tan rico en detalles, del capitán Ulloa, marca el m omento en


que com enzaron a producirse los testimonios escritos, de tan grande in­
terés, acerca de las formas de vida de los californios. Quien reúna, analice
y valore la suma de descripciones al alcance, de casi dos siglos y medio de
contacto, hará ciertamente un gran servicio a todos los estudiosos de la
etnohistoria peninsular.
El límite de espacio me obliga a dar un salto en el tiempo y citar la
descripción de conjunto que debemos al almirante Pedro Porter y Casanate,
que en 1643 exploró las costas de California. Su descripción se refiere
específicamente a los indígenas de la región de cabo San Lucas y de la
llamada bahía de San Bernabé, es decir, a los pericúes que vivían en el
extremo sur de la península. De ella entresaco lo más sobresaliente:

7 Francisco de Ulloa, “Carta de Relación, 1539”, en Relaciones históricas de América,


primera mitad del siglo XVI, con introducción de Manuel Serrano y Sanz, Sociedad de Biblió­
filos Españoles, Madrid, Imprenta Ibérica, 1916, pp. 181-240.
9 Ibid.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/pubiicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 75

Sacerdotes o curanderos californios, de Noticia de la California..., del padre Miguel Venegas.

Estuvo la gente en este cabo de San Lucas y bahía de San Bernabé treinta y
cuatro días, luego que los indios decidieron recibir a los nuestros con bal­
sas...
Estuvieron apacibles, regalaron a los nuestros de pescado y algunas co­
sas de la tierra[...]
Usan de la flecha y arco. Temen, más aún que los arcabuces, a los pe-
rros[...]
Vieron una ballena y en cinco días la hicieron pedazos y llevaron cargas
de carne a sus rancherías. De perlas traían rescate, de algunas muy grandes
e inútiles por haberlas ellos quemado y rayado.
Traen el cabello muy largo, son corpulentos y fuertes.
Tienen guerra con los de la tierra adentro y, cuando la ballena, quisieron
venir sus contrarios[...]
Llamándolos, salieron a recibir a los nuestros al mar en balsas y jangadas
(maderos para navegar, balsa)[...]
Venía capitaneando un cacique anciano a gran número de indios que lo
obedecían y, parándose a trechos, decía en voz alta grandes razonamientos
que no podía entenderse y se juzga que daba la bienvenida a los nuestros,
pues en señal de paz y amor los recibían con alegría, echando arena por el
aire y ofreciendo arcos y flechas, poniéndolos por el suelo, pidiendo por
señas a los nuestros dejasen también sus armas[...]
Estaban embijados y pintados los cuerpos de diversos colores. Traen
mucha plumería en la cabeza y el cuello colgadas conchas de nácar con
muchos agujeros (...)

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

76 LA CALIFORNIA MEXICANA

Los hombres son más corpulentos, fuertes y agestados, que los de Nueva
España[...] Su cabello tráenlo muy largo y andan desnudos; las mujeres son
de buen parecer y se visten de la cintura abajo.
Los indios de la tierra adentro con quien traen guerra, se llaman los
guayairos (guaycuras). No se reconoció género de idolatría en estos indios,
no son ladrones ni mentirosos ni usan de borracheras ni brebajes. Toman el
tabaco en humo, tiénenlo en abundancia.5

Ofreceré ahora en síntesis lo que, gracias al testimonio de los misio­


neros, conocem os sobre las costumbres y creencias de los pericúes. Im­
presionó bastante a los evangelizadores que, no obstante la total desnudez
que prevalecía entre los pericúes del sexo masculino, gustaban de ataviar­
se en diversas formas;

Los pericúes hacia el cabo de San Lucas, adornaban toda la cabeza de perlas,
enredándolas y entreverándolas con los cabellos, que los mantenían largos. En­
tretejían con ellas unas pequeñas plumas blancas, resultando de todo un adorno
postizo que, visto de lejos, podría pasar por peluca.910

De hecho el padre Barco ofrece en su magna aportación no pocos


datos tocantes al modo de ser de los pericúes. Nota, por ejemplo, respec­
to de una frutilla del llamado “árbol que tuye” que los pericúes, mejor
que ningunos otros californios, supieron aprovecharla quitándole unas
pepitas que tenía y que eran venenosas. En otro lugar habla de la multi­
plicidad de mujeres, característica de los pericúes. Señala también cóm o
había entre ellos una división de trabajo en función del sexo. En tanto
que las mujeres cuidaban del sustento de la familia y, compitiendo, traían
a sus maridos las frutas y semillas del monte para tenerlos contentos, los
hombres, se ocupaban en la cacería o en la pesca, cuando no estaban
descansando. A Barco se debe también valiosa información sobre la orga­
nización social de las que llama “rancherías”, formadas por grupos no
muy numerosos, emparentados entre sí y que obedecían a un jefecillo
que, en ocasiones, ostentaba también poderes mágicos y religiosos. Cada
ranchería se movía en un ámbito espacial que tenía por propio, y que
generalmente incluía uno o varios aguajes. No era raro que los integran­
tes de una ranchería se enfrentaran con los de otra. La victoria traía varias
consecuencias. Entre otras cosas los más fuertes podían gozar de las mu­
jeres de los vencidos.
Debemos al cronista Miguel Venegas una especie de resumen de lo
que se conocía acerca de la religión de los pericúes. Venegas elaboró su

9 Pedro Porter y Casanate, "Relación, 1643”, en W Michael Mathes, Californiana II, op.
cit., pp. 797-798.
10Miguel del Barco, op.cit., pp. 183-184.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 77

Noticia d e la California con base en los informes que le proporcionaron


diversos misioneros. Los pericúes creían:

que en el cielo vive un señor a quien llaman Niparaya, el cual hizo la tierra y
el mar: da la comida, crió los árboles y todo lo que vemos y puede hacer
cuanto quiere. No lo vemos, porque no tiene cuerpo como nosotros. Este
tal Niparaya tiene mujer, llamada Anayicoyondi[...] Ha tenido tres hijos. De
estos el uno es Quaayayp, que es hombre[...] (éste) estuvo entre éstos (los
pericúes) y los enseñó. Era poderoso y tenía mucha gente[...] Lo mataron
pero está muy hermoso, sin corrupción alguna, echando continuamente
sangre. No habla por estar difunto pero tiene un tecolote que le habla.11

Explicando un poco más esta creencia, añade el informe que los doc­
tos o hechiceros hablan de otro personaje, Waac o por otro nombre
lú p arán , que luchó contra el gran señor Niparaya:

Este al fin lo venció, le quitó todas las pitahayas y lo echó del cielo y lo
encerró en una cueva. Hizo luego las ballenas del mar para que espantaran
a Waac Tuparán, para que no salga de la cueva.12

De acuerdo con este testimonio había dos bandos entre los pericúes,
uno el de los seguidores de Niparaya, “gente grave y circunspecta y que
con facilidad se reducen a la razón”; otro, el de los secuaces de Waac
Tuparán, “éstos son del todo perversos, hechiceros y curanderos, de que
hay enjambres”.
En opinión de los misioneros, fueron los pericúes los más inquietos y
revoltosos. Según esto, su carácter poco sumiso se vio todavía más negati­
vamente influido cuando tuvieron contacto con los mineros del real de
Santa Ana, establecido por Manuel de Osio. Consecuencia de su genio
poco dócil fue su gran rebelión, iniciada en 1734, que trajo el aceleramiento
de su extinción com o grupo étnico. De hecho la disminución de los
pericúes se había iniciado ya antes. Entre las causas de tal acabamiento
sobresalen las epidemias atribuidas al contacto con los que desembarca­
ban en sus playas y con algunos de los que formaban parte de las institu­
ciones misioneras. Otro factor fue también el del cambio de vida al que,
con la m ejor de las intenciones, se vieron som etidos. Las bandas o
rancherías seminómadas que se mantenían de la recolección, la cazq, y la
pesca en su primitiva forma de libertad, se vieron de pronto sometidas a
la rigidez de los horarios y las obligaciones que prevalecían en los centros

11 Miguel Venegas, Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual


hasta el tiempo presente, 3 vols., México, reimpreso por Luis Alvarez y Alvarez de la Cadena,
Editorial Layac, 1943, p. 89.
12Ibid.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H
H IS T Ó R IC A S

78 LA CALIFORNIA MEXICANA

Un indígena de la parte más sureña de California regresa de pescar, en tanto que otro nave­
ga en su balsa. De Un viaje alrededor del mundo, de Shelvocke. 1726.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 79

jesuíticos. La realidad es que, hacia fines del siglo xviii , los pericúes se
habían extinguido por completo.

Rasgos culturales de los guaycuras

De los varios testimonios que podrían aducirse, de quienes en fecha tem­


prana establecieron contacto con grupos guaycuras, citaré aquí uno debi­
do al célebre capitán Sebastián Vizcaíno. Fue él quien, en su primer viaje
de 1596, cambió el nombre de bahía de Santa Cruz por el de bahía de La
Paz. La razón por la que así designó a dicho puerto y bahía la da él mismo:
los indios allí lo recibieron en son de paz. Acudamos a la descripción que
él hace:

Vi cantidad de indios desnudos, en cueros, sin género de cubierta ni vestido,


notablemente grandes de cuerpo y bien hechos, con arcos y flechas y varas tos­
tadas, cuyas puntas son a manera de dardos y de largo de medias picas[...]
Los cuales, arrimando sus armas a unas mozas, se vinieron para nosotros
haciendo señales de amistad y convidándonos a su tierraj...]
La gente es tan bestial y bárbara que, en pie o sentados o como quiera
que les toma la gana, acuden a todas las necesidades de naturaleza sin géne­
ro de melindre ni respeto, y su lenguaje es tan bárbaro que más parece bali­
do de carnero que habla de gente[...]
Trajeron este día los indios algunos presentes de frutas de la tierra que
eran pitahayas y unas frutillas redondas[...], regaláronme asimismo con la­
gartos y culebras muertas, comida que entre ellos debe estimarse mucho,
señal que para nosotros fue manifiesto indicio de la miseria y esterilidad de
la tierra. Otras frutas trajeron trianguladas, del tamaño de garbanzos y del
mismo sabor de avellanas.19

Información más detallada acerca de los guaycuras encontramos en


las relaciones del astuto capitán Francisco de Ortega. Él, que estuvo en la
bahía de La Paz varias veces a partir de 1632, se muestra aficionado a estos
indios y habla ampliamente del m odo com o se adornaban hombres y mu­
jeres, de sus distintas parcialidades y enfrentamientos, de sus habilidades
com o pescadores y aun del modo com o disponían de sus muertos. A quie­
nes se interesen en conocer estos relatos del capitán Ortega remito al
trabajo que acerca de él he publicado.1415

15Sebastián Vizcaíno, "Relación”, 8 de diciembre 1596, en Archivo de Indias, Sevilla,


Audiencia de Guadalajara, 133, y publicado en: Alvaro del Portillo y Diez de Sollano, Des­
cubrimientos y exploraciones de las costas de California, Madrid, Escuela de Estudios His­
panoamericanos de Sevilla, 1947, Apéndice I, pp. 293-299.
14Véase Miguel León-Portilla, “El ingenioso don Francisco Ortega, sus viajes y noticias
califomianas, 1632-1636”, Estudios de Historia Novohispana, México, UNAM-IIH, 1970, vol.
III, pp. 83-128 y que se incluye asimismo en este libro, véase el capítulo X [N.E.].

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

80 LA CALIFORNIAMEXICANA

Obviamente son ios misioneros los que más copiosa información pro­
porcionan sobre los guaycuras y todos los otros californios. Así, debemos
también a la recopilación hecha por Venegas, noticias tocantes a las creen­
cias que mantenían, por lo menos algunas de las rancherías guaycuras:

[,..]dicen pues que en el cielo, hacia la parte del norte, hay un espíritu prin­
cipal que llaman Gumongo. Este envía las enfermedades, y en tiempos pasa­
dos envió a otro espíritu a que visitase la tierra, a quien llaman Guyiagui.
Cuando éste vino, fue sembrando la tierra de pitahayas [..-]y componiendo
los esteros de la costa del golfo, hasta llegar a una gran piedra en un estero
muy capaz, cerca de Loreto, que hoy llaman los españoles Puerto Escondi­
do, donde hizo su mansión por algún tiempo.
Aquí otros espíritus inferiores que le servían le traían pitahayas para co­
mer, y peces[... ] La ocupación de Guyiagui era hacer vestidos para sus sacer­
dotes!...], formados por los cabellos que le ofrecían.1’

Y se añade luego que Guyiagui continuó sembrando pitahayas y abrien­


do esteros. Para sus sacerdotes, llamados Dicuinochos, dejó pintada una
tabla que debían usar en las fiestas y ceremonias. De gran interés resulta
el pequeño texto que acompaña luego a la relación anterior. Dicho texto
se ofrece com o transcripción de algo de lo que decían los Dicuinochos o
sacerdotes indígenas:

[,..]el sol, la luna y los luceros son hombres y mujeres. Todas las noches
caen al mar del poniente y se ven obligados a salir a nado por el oriente. Las
otras estrellas son lumbres que enciende en el cielo Guyiagui. Aunque se
apagan con el agua del mar, al día siguiente las vuelve a encender por el
oriente.1516

Respecto de otros rasgos de la cultura propia de los guaycuras, coin­


ciden los cronistas en señalar que guardaban considerable semejanza con
los de los pericúes. Cabe notar, sin embargo, que de esos testimonios
también se desprende que la organización social de los guaycuras en sus
rancherías tenía m enos cohesión que entre los pericúes. Para una des­
cripción porm enorizada de las formas de existencia guaycura, sobre todo
las que prevalecían en el ámbito tan hostil en que se erigió la misión de
San Luis Gonzaga, debe acudirse com o fuente imprescindible, a la obra
de Juan Jacobo Baegert, Noticias de la península am ericana de Califor­
nia. Si bien el padre Baegert ha sido acusado de presentar una especie de
leyenda negra acerca de estos californios, es indudable que reunió infor­
mación de muy grande interés. A propósito de “los bienes y utensilios, y
del trabajo y actividades de los californios”, la información que propor­
ciona Baegert incluye, entre otras cosas, lo siguiente:

15Miguel Venegas, op.cit., p. 90.


“ Ibid.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 81

Sus enseres de casa, si he de llamarlos así, son arcos y flechas; una piedra en
lugar de cuchillo; un hueso o madero puntiagudo para sacar raíces; una concha
de tortuga que hace las veces de canasta y de cuna; una tripa larga o vejiga para
acarrear el agua o llevarla durante el camino y, finalmente, si la suerte ha
sido benigna, un pedazo de tela tan rala como red de pescador y hecha de la
fibra del maguey mencionada, o un cuero de gato montés para guardar o
cargar las provisiones, los huaraches o cualesquier andrajos viejos y asque­
rosos. 17*

A pesar de lo precario del conjunto de estos utensilios, reconoce


Baegert que, con ellos, “los californios pasan los días de su vida en perfec­
ta salud y con más sosiego, tranquilidad y buen hum or que miles y miles
de hombres en Europa que nunca ven el fin de sus riquezas[...]” De m odo
particular describe luego cóm o fabrican sus arcos y flechas, que tanto usa­
ban a lo largo de su vida. Mientras esto correspondía a los hombres, sus
compañeras, “las m ujeres[...] no se ocupan de otra manera que con la
hechura de las mencionadas enagüillas para sí y para los suyos. En cuanto
a la cocina, cada quien es su propio cocinero[...]”
Dando remate a su exposición tocante “al trabajo y actividades de los
californios”, con su sentido burlón, asientaBaegert: “no hacen otra cosa[...]
que buscar sus alimentos y comérselos, dormir, platicar y holgazanear

El ám bito de cultura cochim í

Como ya se dijo, desde el norte de la misión y presidio de Loreto hasta el


extrem o septentrional del estado de Baja California, todos los diversos
grupos indígenas eran de filiación lingüística yumana. Ahora bien, ade­
más de la distinción principal que se ha notado ya entre yumanos propia­
mente dichos, consta p or el testimonio de los misioneros que en uno y
otro de tales grupos existían numerosas variantes. Por lo que toca a los
cochimíes yumano-peninsulares, autores com o Miguel del Barco señalan
la existencia de formas dialectales com o las que, en función de las corres­
pondientes misiones, se nom brabanjaviereño,cadegomeño,de Comondú,
de Santa Gertrudis, borjeño, etcétera.
Tomando en cuenta lo vasto del territorio en que vivían estos distin­
tos grupos, no es extraño que se hubieran desarrollado todas esas varian­
tes dialectales. Por otra parte, había asimismo diferencias en las formas de
cultura. La gran variedad de ámbitos geográficos, con características muy

17Juan Jacobo Baegert, Noticias de la península americana de California, con estudio


introductorio de Paul Kirchhoff, traducción de Pedro Heindrich, México, Antigua Librería de
Robredo, 1942, p. 85.
“ JuanJacobo Baegert, op. cit., p. 87.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

82 LA CALIFORNIA MEXICANA

distintas entre sí, fue factor de importancia en los procesos de diversi­


ficación cultural. Como ejemplo, puede pensarse en ámbitos tan diferen­
tes com o los del gran Desierto Central, desde el norte de la misión de San
Ignacio Kadaakamang hasta casi el paralelo 30° de latitud norte; las regio­
nes de la costa, com o las bahías de las Animas y de los Angeles; la vertien­
te occidental, cruzada por varios arroyos que se forman en las sierras de
San Pedro Mártir yju árez, desde el sur de El Rosario hasta el lugar de la
última misión dominica en el norte de la península.
Una muestra del tipo de estudios que pueden realizarse en áreas com o
estas y otras que no he mencionado, la da el excelente trabajo de Homer
Aschmann, The CentralD esert o f Baja California .19 Tan sólo investigacio­
nes com o ésta, en las que se tomen en cuenta las fuentes etnohistóricas,
los recursos naturales, los vestigios arqueológicos y otros elementos asi­
mismo de interés, pueden llegar a ofrecer un panorama más adecuado de
las formas de existencia de los distintos grupos yumanos. Aquí me limita­
ré a presentar algunas noticias de exploradores y misioneros que de al­
gún modo muestran aspectos sobresalientes de estas culturas aborígenes.
Debemos al capitán Francisco de Ulloa un primer testimonio acerca de
los indígenas cochimíes con los que estableció contacto en sus explora­
ciones hasta el Ancón de San Andrés, en 1539. Después de haber llegado
casi hasta la boca del Colorado y de regreso hacia el sur, al parecer poco
más abajo de la isla de San Lorenzo, se encontró con algunos cochimíes,
de los que hace la siguiente descripción:

Se adelantó el más viejo y se vino para nosotros poniendo la mano ante los
ojos como a quien le quita la vista al sol[...] Él y los demás eran gentes
desnudas y sin ninguna vestidura, ni ropa ni cobertura; estaban trasquilados,
las trasquiladas de dos o tres dedos en largo. Tenían un cercadillo de unas
mantillas de yerbas, sin ninguna abertura en lo alto, en que estaban aposen­
tados, diez o doce pasos de la mar; no les hallamos dentro ningún género
de pan ni cosa que se le pareciese, ni ningún otro mantenimiento sino pes­
cado, de que tenían alguno que habían muerto con unos cordeles que te­
nían bien torcidos y con unos anzuelos gordos de huesos de tortuga vueltos
con fuego, y con otros más pequeños de unas espinas de yerbas.
Tenían el agua que bebían en unos buches; creíamos que debían de ser
de lobos marinos. Tenían una balsilla pequeña de que se debían servir para
sus pesquerías, la cual hecha de caña y hecha de tres haces de atados y bien
cada uno por sí, y después todos tres juntos el de en medio mayor que el de
los lados; remábanla con un palillo delgado, de poco más que de media
braza, y dos patillas mal hechas, a cada cabo la suya. Paresciónos que era
gente sin ningún asiento, y de poca razón.20

19Homer Aschmann, op. cit.


20Francisco de Ulloa, op.cit., pp. 192-193.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 83

Esta descripción de indígenas que habitaron en el actual estado de


Baja California, de fecha tan tem prana com o 1539, puede compararse con
otro relato, también de grande interés, en el que otro capitán explorador
habla de lo que otro grupo de españoles pudo contemplar, tan sólo un
año más tarde, en 1540, en sitio bastante alejado y que coincide con lo
que hoy se conoce com o el valle de Mexicali. El testimonio lo debemos a
Pedro Castañeda de Nájera que había marchado en la expedición de Fran­
cisco Vázquez de Coronado, realizada por orden del virrey Mendoza.
Castañeda de Nájera entró con el capitán Melchor Díaz por tierras de lo
que hoy es el noroeste de Sonora, en octubre de 1540, cruzó el Río Colo­
rado y estableció contacto con indígenas yumanos, casi seguramente
cucapás. De hecho su testimonio es el más antiguo que se ha puesto por
escrito sobre el área, hoy con grandes cultivos agrícolas, en medio de la
cual se levanta Mexicali. Veamos lo que acerca de los yumanos notó
Castañeda de Nájera:

Eran gentes demasiadamente altos y membrudos, ansí como gigantes, aunque


gente desnuda que hacían su habitación en chozas de paja, largas a manera de
zahúrdas, metidas debajo de tierra, que no salía sobre la tierra más de la paja.
Entraban por la una parte de largo y salían por la otra. Dormían en una choza
de más de cien personas, chicos y grandes. Llevaban de peso sobre las cabezas,
cuando se cargaban, más de tres y de cuatro quintales.
Vióse querer los nuestros traer un madero para el luego y no lo poder traer
seis hombres, y llegar uno de aquellos y levantado en los brazos y ponérselo él
solo en la cabeza y llevado muy livianamente. Comen pan de maíz, cocido en el
rescoldo de la ceniza, tan grandes como hogazas de Castilla grandes.
Para caminar de unas partes a otras, por el gran río, sacan tizón en una mano,
con que se van calentando la otra y el cuerpo, y ansí lo van trocando a trechos. Y
por esto, a un gran río que va por aquella tierra, lo nombran el río del Tizón. Es
poderoso río y tiene de boca más de dos leguas. Por allí tenía media legua de
travésía[...]21

Nota Castañeda de Nájera de estos indios que comían “pan de maíz,


cocido”. Sabemos de hecho que grupos yumanos en las inmediaciones
del Colorado practicaban ya, por lo m enos desde el siglo vm d.C., varias
formas de agricultura. Este testimonio puede complementarse con lo asen­
tado por otros cronistas y exploradores que notan que tales grupos te­
nían diversos cultivos y producían cerámica. Tal cosa constituía notable
excepción en todo el ámbito de la península califomiana, ya que ni los
cochimíes ni los guaycuras y pericúes habían alcanzado tal nivel de desa­
rrollo cultural.

21 Pedro Castañeda de Nájera, “Relación de la jomada de Cíbola”, publicado en edición


bilingüe en George Winship, 14th Annual Report o f the Bureau o f Etnology, Wàshington,
Smithsonian Institution, 1896, parte I, pp. 414-469.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

84 LACALIFORNIA MEXICANA

Respecto de los yumanos propiamente dicho no volvió a tenerse noti­


cias sino hasta épocas bastante posteriores. Por una parte están algunas
referencias proporcionadas por el gran explorador jesuíta Eusebio Fran­
cisco Kino y mucho después por el franciscano Francisco Garcés. En cam­
bio, de los cochimíes se posee información más continuada, ya que algunos
de los navegantes y exploradores a lo largo del xvii y luego los jesuítas en
buena parte del xviii mantuvieron con ellos más estrechas formas de con­
tacto. Desde muy poco tiempo después del desembarco de los jesuítas en
Loreto, en 1697, el padre Francisco María Píccolo describe en varias cartas
e informes rasgos de la cultura de los cochimíes. Otro tanto hicieron dis­
tintos misioneros y, de modo muy especial, Miguel del Barco que vivió
entre los cochimíes por cerca de treinta años. Aquí citaré la descripción
que ofrece Píccolo de la gran fiesta de la distribución de las pieles de los
venados que habían cazado.

[...jreparé, de nuevo, en los llanos unos caminos limpios, anchos y largos; y,


al remate, una choza o casa redonda, bien formada. Y, como vi varios por
donde pasábamos, pregunté después qué era aquello, y qué ceremonias ha­
cían en aquellos caminos y casas. Y me respondieron que en ellos se hacían
las fiestas de las pieles de venados. Consiste esta fiesta (que llaman en su
lengua Cabet), en juntarse varias rancherías, en un tiempo determinado,
cada año, en que traen todas las pieles de los venados que han muerto en
aquel año. Las tienden como alfombras en estos caminos anchos y largos; y,
tendidas, van entrando los principales caciques en la casa; y, sentados, van
chupando. Y a la puerta está parado el hechicero, predicando las alabanzas
de los matadores de venados. Entre tanto, los indios van dando carreras
como locos sobre las pieles. Alrededor de esta calle, están mujeres bailando
y cantando.
Cansado ya de hablar el predicante, paran las carreras y salen los caci­
ques a repartir las dichas pieles a las mujeres para vestuario de aquel año.
Aquí las mujeres no usan naguas de carrizo, como en nuestras misiones y
pueblos, sino de hilo de mescal, y llevan todas sus mantelillas de pieles de
liebres y conejos.22

Así com o debemos a Píccolo esta imagen de la fiesta del Cabet, tam­
bién hemos de agradecer a Miguel del Barco el gran cúmulo de informa­
ción sobre los hábitos, alimentos, armas, condición natural, fiestas, religión
y lengua de los cochimíes. De lo mucho que acerca de todo esto aporta el
padre Barco entresacaré algunos datos particularmente interesantes so­
bre las que pueden llamarse formas de subsistencia de los cochimíes. Res­
pecto de los lugares donde habitaban los distintos grupos nos dice:

22 "Carta al hermano Jaime Bravo", 18 de diciembre, 1716, en Francisco Maria Piccolo,


op. cit., pp. 193-194.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 85

Moraban juntos los de cada ranchería en los parajes donde los forzaban a
vivir la precisa necesidad y los pocos aguajes que hay en la tierra; pero fácil­
mente mudaban de rancho, según la precisión de ir a buscar su sustento en
otros lugares. Dondequiera que paraban se acogían a la sombra de los árbo­
les^..] En el rigor del invierno vivían algunos en cuevas subterráneas que
formaban o que les ofrecían en sus grutas los montes[...] Sus casas se redu­
cen a un cercadillo de piedras superpuestas, en algunas partes de media
vara de alto, y una en cuadro, sin más techo que el cielo. Casas verdadera­
mente tan estrechas y pobres que en su comparación pueden llamarse pala­
cios las sepulturas. Dentro de estas casas no caben tendidos y les es forzoso
dormir sentados dentro de aquel recinto. Mas esto deberá entenderse de
alguna u otra ranchería, o acaso de alguna u otra persona[...] Pues por lo
común eran estos cercadillos de más de dos varas de diámetro, de suerte
que por menos cabían dentro marido, mujer y los hijos pequeños. Eran re­
dondos y de tres palmos o más de altos[...]25

Los integrantes de cada ranchería, es decir el conjunto de familias


emparentadas entre sí, dentro de un esquema de linaje patrilineal, solían
tener una zona más o menos circunscrita, por la que andaban vagueando,
practicando la recolección y la caza. Como lo había notado ya Baegert
respecto de los guaycuras, también nos dice Barco que esa condición
seminómada no resultaba difícil a los integrantes de las varias rancherías
puesto que “los utensilios de los californios se reducen a tan corto núme­
ro que, cuando se resuelven a mudar de vivienda, los llevan todos consi­
go, cargados en las espaldas[...]”
Entrando ya en algún detalle, describe así este cronista cuáles eran
los principales utensilios de los cochimíes:

Se reducen a una batea grande que, en su hechura y tamaño, es como un


platón grande, una taza u hortera, como copa de sombrero, aunque algunas
son puntiagudas; un hueso que les sirve de alesnaj...]; un palillo pequeño
para hacer lumbre; una red de pita grande en que las mujeres cargan todo
cuanto tienen que cargar, exceptuando la leña; otra, en forma de bolsa, que
usan los hombres para recoger en ella las pitahayas en su tiempo, o raíces u
otra cosa que ofrece la estación o la casualidad; dos tablitas de menos de un
palmo de largo y medio de ancho, formadas de cierta pequeña palma, entre
las cuales guardan las plumas de gavilán para que no se ajen y les sirvan
para las flechas; algunos pedernales para ellas y finalmente el arco y las
flechas, a lo que algunos, más delicados y prevenidos, agregan una concha
para beber. Los que viven en las playas tienen, además de esto, algunas redes
grandes para pescar.
Las mujeres cargan estos trastos cuando van de una parte a otra. Los hom­
bres sólo llevan el arco y las flechas, por lo menos en las misiones antiguas.
En las muy nuevas y en su gentilidad, solían llevar también los nervios de
venado para los arcos. Mas, porque no tenían donde guardarlos, y por ir21

21Miguel del Barco, op.cit., pp. 188-189.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

86 LACALIFORNIAMEXICANA

desembarazados y libres, se agujeraban las orejas y de ellas colgaban como


arracada un cañuto de carrizo en que los metían. También suelen llevar los
hombres el palillo con que sacan lumbres[. ..]2<

Tratando de las formas com o practicaban la recolección y la caza, for­


mas principales de obtener su sustento, proporciona Barco otras noticias
de considerable interés:

El tiempo de las cosechas de las pitahayas era como el tiempo de su vendi­


mia. En él estaban más alegres y regocijados que en todo lo restante del
año[...] Así estos naturales salen de sí, entregándose del todo a sus fiestas,
bailes, convites de rancherías distantes y sus géneros de comedias y bufonadas
que hacen, en que suelen pasarse las noches enteras con risadas y fiestas,
siendo los comediantes los que mejor saben remedar, lo cual hacen con
grande propiedad.25

Tanta importancia tenía para ellos el fruto de la pitahaya que, com o lo


asienta Barco; “es digno de memoria y quizás nunca oído de otra nación,
el modo que tenían de aprovecharse de la pitahaya, haciendo de ella dos
cosechas, cogiéndola una sola vez del árbol”. La dicha práctica de las dos
cosechas, descrita con grandes pormenores por nuestro cronista, consis­
tía, en primer lugar, en la recolección y consum o de la fruta en forma
normal. Sólo que, para hacer posible la que Barco llama “segunda cose­
cha”, “cada familia prevenía un sitio cerca de su habitación en que iban a
deponer la pitahaya después de digerida, según orden natural; y para
mayor limpieza ponían en aquel sitio piedras llanas o hierbas largas y se­
cas o cosa semejante en que hacer la deposición sin que se mezclase con
tierra o arena”.
A su debido tiempo, seco ya el excrem ento y en él las semillas de la
pitahaya que formaban parte de la deposición, las mujeres las recogían.
Luego las desmenuzaban hasta reducirlas a polvo y, más tarde puestas en
una batea, las tostaban com o otras semillas que consumían también. El
polvo así tostado era atractivo manjar, obtenido de lo “que en la Califor­
nia suelen llamar la segunda cosecha de las pitahayas”.
Acudir a los testimonios de Barco, es enterarse de prácticas com o ésta
y también de otras muchas relacionadas con otras frutas, hierbas y semi­
llas, obtenidas asimismo por la recolección y que constituían parte im­
portante en la dieta de estos indígenas. La cacería y la pesca son también
objeto de descripción del meticuloso jesuíta que convivió con los cochimíes
muchos años. Veamos lo que refiere acerca de las formas com o atrapaban
liebres y venados:

p. 190.
25Ibid., p. 192.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 87

El modo que observan los hombres en sus cazas es éste. En algunas partes
cazan las liebres matándolas con flechas, en otras usan para esto de redes,
haciendo con ellas un medio redil. Espantan las liebres de las cercanías, las
cuales, subiendo, van a tropezar con las redes, en las cuales se embarazan,
se enredan y las cogen. En algún paraje del norte las cazan tirándole cierto
palito, que tienen para este fin, el cual va arrastrando por la tierra y llega
con ímpetu a la liebre, que huye, la quiebra a los pies, y entonces la cogen.
En las cazas de venado observan el modo común de otras naciones: unos
van a aventar y espantar los venados para que huyan hacia donde están los
otros aguardando el lance para flecharlos. Mas lo que sigue es particular de
los californios. Cuando matan un venado, se juntan todos los compañeros
que fueron a la caza y, mientras unos desuellan y abren la caza, otros hacen
lumbre.
Sacan los intestinos, vacían la panza con lo demás de aquella inmundicia
que contiene, sacudiéndola un poco y sin más lavatorio, pues no suele ha­
ber agua en tales parajes, echan al fuego todo esto para comer prontamente.
Y estando medio asado, o mejor diré, poco más que chamuscado, lo comen
con gran gusto, sin más sal ni más salsa que la grande hambre que tienen, 1t
mucha ceniza que se pegó al asado y la inmundicia que no cayó a tierra con
las sacudidas ligeras, que dieron a la panza, de lo cual ellos hacen poce
caso. Luego reparten entre todos los presentes la carne, la piel es del qut
mató el venado, y con esto se vuelven a su pueblo o ranchería.26

Dato de interés es el que proporciona en relación con los cochimíes


del rumbo de San Borja. De ellos narra que en sus cacerías de venados,
“para facilitarlas, usan algunos ponerse sobre su cabeza otra de una venada
antes muerta, que guardan para este fin. El hombre esconde su cuerpo
entre pequeños matorrales, de suerte que sólo descubra la postiza cabeza
de venada, moviéndola de m odo que desde lejos parezca viva. Viéndola
los venados, acuden, y estando a tiro seguro, les disparan la flecha”. Este
interesante dato etnográfico, evoca de inmediato el paralelo bien conoci­
do de la cacería de los venados entre yaquis y mayos de Sonora y Sinaloa.
Habla también Barco de las maneras com o los playanos, es decir los
habitantes de las costas, practicaban la pesca.

tienen la facilidad de pescar en uno y otro mar, que abundan de diversas


especies de peces muy buenos, y como por esta parte la tierra es muy angos­
ta, aun los que viven en medio pueden ir a la playa en medio día. Los playanos
y los cercanos a ellos claro está que tienen mayor comodidad para la pesca.
Los indiosj...] pescan con redes o ya con atajar alguna parte del estero con
palos y ramas cuando ha subido la marea, para que, al bajar ésta, se halle el
pescado en poca agua. Y queda en tanta abundancia, que fácilmente cogen
mucho. Como esta costa es muy brava, es natural que los peces se retiren a
los esteros y otros parajes algo abrigados de los violentos golpes de las olas, y
que tanto más abundan allí, cuando escasean en la costa sin abrigo.27

u Ibid., pp. 205-206.


17Ibid., p. 354.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

88 LACALIFORNIA MEXICANA

En otro lugar de su obra, al hablar de algunos de los pericúes, nota


también que:

[...]hacen sus balsas de estos palos (unos a los que llaman “corcho” por ser
de madera muy ligera), que tengan cosa de dos varas y media de largo. Todo
su artifìcio se reduce a juntar cinco palos, pero de suerte que el que va en
medio sea más largo que los laterales, con lo cual forma una especie de
proa[...] Estas balsas las hacen para pescar, sobre ellas se ponen, y se apar­
tan a veces de la playa por gran trecho, acaso de una legua o más, según
hallan el pescado que prenden con fisga o arpón[...]28

Así com o es rica esta obra en noticias etnográficas tocantes a formas


de vida, alimentación, utensilios, fiestas y otros aspectos de la cultura de
los californios, proporciona también datos de mucho interés acerca de ri­
tos y creencias. Transcribiré sólo algo de lo más sobresaliente en punto a
creencias religiosas de los cochimíes.

[...]dicen que en tiempos pasados vino del cielo un hombre para bien de su
país, y así lo llaman el hombre venido del cielo y en su lengua Tama Ambei
Ucambí Tecuibui[...] Su memoria la celebran sus gentiles con una fiesta que
llaman del hombre venido del cielo[...] Fabrican una casa de ramas, esto es
de enramada. Algunos días antes de la fiesta hacen trabajar mucho a las
mujeres para que busquen y recojan de sus pobres comidas en abundancia
para recibir y regalar al hombre venido del cielo[...] El cual llegado, disfra­
zan a un mozo pintándole su rostro o afeándolo con colores para que no sea
conocido. Y cubren algo su cuerpo con pieles.
Este se esconde detrás de un cerro, que no esté lejos de la casa, en la cual
están los hombres de la ranchería para hacer el recibimiento. Las mujeres y
muchachos se colocan lejos de la casa, pero a vista de ella y del cerro. Cuan­
do el disfrazado conoce que es tiempo, o se le hace alguna señal, sale corrien­
do de su escondite y baja del cerro a carrera abierta, sin parar, hasta la casa
preparada, donde lo reciben los hombres y presentan variedad de comidas.
El descansa y come, y los hombres comen con él o guardan para comer
después lo que les sobra, que es mucho de todo. Habiendo estado el tiempo
competente dentro de la casa, sale de ella para volverse a su escondrijo y, a
vista de todos, va subiendo al cerro, como quien se vuelve al cielo.29

Así com o ésta, había otras celebraciones, entre ellas la que tam­
bién describe Barco “en conmemoración o visita de sus difuntos”.
De los elementos asociados a las creencias religiosas o mágicas
de los cochimíes sobresalen el uso de amuletos, capas de pelo, tablas
talladas con dibujos, especie de pelucas a m odo de máscaras, pipas
tubulares de piedra, ciertos idolillos tallados en madera o figuras forma-

28Ibid., pp. 69-70.


29Ibid., p. 355.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 89

das toscamente con ramas o zacate. De interés es también recordar que


había entre ellos unas especies de sociedades secretas, para miembros
del sexo masculino, sometidas muchas veces a la autoridad de los hechi­
ceros y capitanes.
Los cochimíes, de m odo muy semejante al caso de guaycuras y pe-
ricúes, se vieron muy hondamente afectados en sus formas de existir y
pensar com o consecuencia del establecimiento de las misiones. Antes del
contacto con los jesuítas, transcurría su vida de recolectores, cazadores y
pescadores sin otras obligaciones ni medidas del tiempo que aquéllas
que se relacionaban precisamente con sus afanes para subsistir. Como lo
consigna Miguel del Barco, al dividir el año en seis partes, lo hacían en
función sobre todo de la abundancia o carencia de los frutos que podían
recoger y de las inclemencias o periodos más favorables de tiempo. Tales
divisiones del año se vinculaban también con los momentos en que so­
lían celebrar sus fiestas de contenido mágico y religioso, com o la que
dedicaban a sus m uertos o aquélla en que hacían el reparto de pieles de
venado y otras en honor de los espíritus o dioses venerados por ellos.
La presencia de los misioneros significó sobre todo, verse sometidos
a un régimen que debió resultarles incomprensible. Implicaba éste su
concentración en el recinto de la misión, obligados a una serie de activi­
dades antes desconocidas, siguiendo ajustadas reglas y cambios de ocu­
pación que se indicaban a lo largo del día por medio de múltiples toques
de campana. Tan grave com o esta alteración en la existencia de quienes
por milenios habían vivido en libertad, moviéndose a su antojo de un
lugar a otro, era también el hecho de que, cuando los grupos com enza­
ban de algún m odo a adaptarse al régimen que prevalecía en la misión, se
les hacía salir luego de ella por algunas semanas o meses para proceder a
la catequización de los miembros de otras rancherías. De esta suerte se
imponían a los indígenas procesos de aculturación inducida que después
tenían que ser interrumpidos, debido a la limitación de recursos econó­
micos que impedía a la misión acoger permanentemente a los miembros
de todas las rancherías cercanas.
Al traumatismo psíquico que debió producirse en los indígenas como
consecuencia de estas violentas alteraciones en su modo de ser, deben
sumarse las varias epidemias, sobre todo de viruela y de enfermedades ve­
néreas, que de manera alarmante diezmaron a la población nativa. De acuer­
do con un estudio de S.F. Cook,30 “entre 25 y 40% de la declinación demo­
gráfica en Baja California puede atribuirse directamente a las epidemias”.
Otro factor, también muy adverso, que afectó por igual a grupos
cochimíes y a otros del sur, fue el de los traslados forzosos de nativos de

30 Sherburne F. Cook, op. cit., p. 36.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
HISTÓRICAS

90 LA CALIFORNIA MEXICANA

una misión a otra, ordenados poco después de la salida de los jesuítas


por el visitador José de Gálvez. En el sur dispuso éste que se suprimieran
las antiguas misiones de San Luis Gonzaga y Dolores, ya muy menguadas,
mandando que los indios que en ellas vivían fueran llevados a la misión
de Todos Santos. A su vez los de ésta, casi todos enfermos de males vené­
reos, pasaron a Santiago.
Cambio también en extrem o brusco fue el de los cochimíes de San
Javier Biggé obligados a marchar a San José del Cabo. A su vez, de las
misiones de Santa Gertrudis y de Guadalupe salieron nativos con rumbo
a las de La Purísima y Comondú. Tan absurda debió parecer a los misione­
ros esta serie de traslados — concebidos por Gálvez para concentrar a los
indígenas que aún quedaban— que fray Fermín de Lasuén, que tenía a su
cargo la misión de San Borja, se negó a cumplir la orden, verdaderamente
increíble, que se le daba de enviar los indígenas de ese lugar hasta San
José del Cabo.
Lo dispuesto p or Gálvez tuvo com o principal consecuencia acelerar
aún más la disminución de los indígenas. En tanto que esto ocurría en
diversos lugares del área donde antes habían laborado los jesuítas, muy
poco tiempo después, y también com o resultado en buena parte de los
proyectos de Gálvez, la actividad de otros misioneros se dejó sentir entre
comunidades indígenas situadas más al norte, con las que hasta entonces
sólo se habían tenido contactos muy transitorios. De esos grupos norteños
trataré a continuación.

Los GRUPOS DEL EXTREMO NORTE

Los indígenas de los que hablaré son los que vivían desde aproximada­
mente el paralelo 30° de latitud norte hasta la actual frontera con los Esta­
dos Unidos. Dentro de tal territorio pueden distinguirse tres subáreas
p rin cip ales, p obladas por indígenas que, aunque em p aren tad o s
lingüísticamente, presentaban importantes diferencias en sus respectivas
culturas. Por una parte están los grupos que vivían principalmente en las
cercanías de algunos de los arroyos que, naciendo en las sierras de San
Pedro Mártir y Juárez, cruzan la planicie costera hasta desembocar en el
Pacífico. Por otra, hay que m encionar a quienes habitaban en varios luga­
res de las sierras que acabo de mencionar. Finalmente, situados en un
ámbito geográfico completamente distinto, existían los grupos que resi­
dían cerca de la desembocadura del Colorado y en las estribaciones orien­
tales de algunas ramificaciones de la Sierra Juárez.
De manera general puede afirmarse que consta por los relatos de al­
gunos exploradores, y luego también por las noticias de misioneros fran-

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 91

císcanos y dominicos, que en estas regiones septentrionales de la penín­


sula los indígenas eran relativamente numerosos. Con excepción de aque­
llos que vivían en las inmediaciones del Colorado, todos los demás se
mantenían, com o en el caso de los habitantes del sur, de la recolección, la
caza y la pesca. Desde un punto de vista lingüístico, quienes vivían en el
sur de esta área norteña, es decir, en las cercanías de la misión que llevó
el nombre de San Fem ando Velicatá, parecen haber estado más directa­
mente emparentados con los cochimíes. En cambio, las diversas rancherías,
entre las que luego establecieron los dominicos sus misiones, desde la de
El Rosario en el sur, hasta la del Descanso en el norte, hablaban variantes
de filiación yumana. Lo mismo puede decirse de los grupos que se halla­
ban en las sierras y en las inmediaciones del Colorado.
Con base en las noticias proporcionadas por algunos dominicos y en
las investigaciones etnohistóricas, algunas muy recientes entre los sobre­
vivientes de esos antiguos pobladores, pueden establecerse las siguientes
identificaciones:
En la porción suroeste del territorio de que tratamos, es decir, en el
área donde se levantaron las misiones de El Rosario, Santo Domingo, San
Telmo, hasta llegar a la de San Vicente, incluyendo probablemente tam­
bién, en la sierra, el sitio donde se erigió la misión de San Pedro Mártir,
habitaban gentes conocidas con el nombre de ñakipas o yakakwal. El nom­
bre de ñakipa significa “el pueblo del oeste”. Peveril Meigs en su obra The
Kiliwa Indians ofLow er California ,31 afirma que todavía en 1929 queda­
ba una mujer ñakipa que vivía cerca de la misión de San Vicente.
Al norte del grupo mencionado, había diversos sham ules, especie de
clanes o conjuntos de personas vinculadas por parentesco, de filiación
lingüística diegueña. Reciben este nombre los nativos hablantes de una
lengua parecida a la de quienes fueron evangelizados en la misión de San
Diego de Alcalá, al sur de la Alta California. Al gran conjunto de sham ules,
desde el norte de la misión de San Vicente hasta la línea fronteriza, inclu­
yendo buena parte de la zona m ontañosa, suele describírseles com o
hablantes de “diegueño del sur”. En la actualidad hay algunos sobrevi­
vientes en la llamada Huerta de los Indios y San José de la Zorra. Con fre­
cuencia se les designa con el nom bre de tipais. Otros nombres que se ha
dado en diversos tiempos a distintas rancherías de esta misma filiación
lingüística son los de kwatl, jatlan, k ’m iai, así com o, aunque impropia­
m ente, el de “cochimíes”.
Habitantes de la sierra, “montañeses”, com o los llama Anita Álvarez
de Williams en su obra Primeros pobladores d e la Baja California, son

51Véase, Peveril Meigs III, The Kiliwa Indians o f Lower California, Berkeley, The Uni-
versity of California Press, 1939.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

92 LA CALIFORNIA MEXICANA

lospaipais o akiva ’ala. Vivían éstos, de tiempo atrás, cerca del lugar donde
fundaron los dominicos la misión de Santa Catalina. De estos indígenas
sobreviven unos cuantos en esa área y, más al norte, en varias rancherías.
También “montañeses” son los kiliwas, cuyas tradiciones han sido es­
tudiadas por el citado Meigs, y más recientemente por Jesús Angel Ochoa
Zazueta y por Mauricio Mixco que ha publicado diversos estudios, princi­
palmente sobre su lengua. La mayor parte de los supervivientes kiliwas
habita en el lugar que se conoce com o Arroyo de León.
Finalmente, al este de la sierra Juárez, cerca de la desembocadura del
Colorado, se localizan los cucapás. Los integrantes de este grupo solían
residir una parte del año en las inmediaciones del Río Colorado y otra,

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 93

durante lo más fuerte del verano, en las faldas de la que se conoce como
sierra de los Cucapás. En tanto que los varios grupos de la planicie costera
y de las sierras fueron objeto de la actividad misionera de los dominicos,
desde que ésta se inició en 1772, hasta casi mediados del siglo x d c , los
cucapás resistieron de diversas formas a la presencia de quienes preten­
dían evangelizarlos.
Peveril Meigs, en su ya citada obra sobre la frontera dominica en la
Baja California, describe la que llama “cultura premisional”, es decir, las
formas de vida de las rancherías indígenas, excepción hecha de los cucapás.
Apoyado en los datos que proporcionan algunos dominicos en sus cartas
e informes y en lo que registró fray Luis de Sales en sus Noticias d e la
provincia de California , trata de m odo especial acerca de la organización
social y formas de subsistencia de estos indígenas. Respecto de la organi­
zación social consta que las varias rancherías, con asentamientos semi-
estables, estaban compuestas por varias familias emparentadas entre sí
que vivían en chozas o jacales hechos de ramas. Con el cambio de estacio­
nes algunas de esas rancherías buscaban mejores sitios de asentamientos.
Así, por ejemplo, al tiempo de la cosecha de piñones, en el otoño, algu­
nos de estos indígenas subían en busca de tales frutos a la sierra. De m odo
general puede afirmarse que su sustento provenía de la recolección. Como
en el caso de los cochimíes, estimaban también estos grupos el cogollo
del mezcal que preparaban, enterrándolo al m odo de una barbacoa. Quie­
nes vivían cerca de las costas, disponían de balsas, hechas de carrizos, y
con ellas salían a pescar. En ocasiones practicaban también la cacería de
las nutrias. Com o lo nota el mismo Meigs, las varias rancherías estaban
gobernadas por su correspondiente jefecillo. Había asimismo, individuos
que actuaban com o sacerdotes o hechiceros. Si bien en algunas fiestas se
reunían miembros de varias rancherías, no era raro que surgieran tam­
bién entre ellos las discordias.
Como en el caso de los cochimíes al sur, también el establecimiento
de las misiones entre todos estos grupos, marcó el inicio de su declina­
ción demográfica. En tal sentido la experiencia del contacto en el ámbito
de Baja California se presenta com o caso de confrontación cultural digno
de mayor estudio. Las diferencias en los niveles de desarrollo de las cultu­
ras a las que pertenecían, por una parte los indios, y por otra los misione­
ros, eran extremadamente grandes. En tanto que los nativos mantenían
formas de vida que recuerdan las del paleolítico superior, los jesuítas,
franciscanos y dominicos procedían de un ámbito cultural, político, reli­
gioso y económico en creciente expansión. Persuadidos los misioneros
de que su objetivo era rescatar de las manos del demonio a los indígenas,
no vacilaron en imponerles cuantos cambios consideraron necesarios para
hacer de ellos nuevos cristianos y vasallos del rey de España.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

94 LA CALIFORNIA MEXICANA

Respecto de los cucapás de la cuenca baja del Colorado, cabe afirmar


que su situación fue bastante diferente. Consta que tecnológicamente
estaban más desarrollados. Probablemente desde el siglo vm d.C., cono­
cían ya la agricultura. Igualmente producían cerámica. Aunque seguían
practicando la recolección, la caza y la pesca, los frutos que obtenían de
sus cultivos constituían elemento importante en su dieta. Debemos a
William H. Kelly, una valiosa aportación que intituló Cocopa Ethnography

Indios cucapás con los cuerpos pintados. Fotografía de principios del siglo. Tomado de
Primeros pobladores de la Baja California, de AnitaÁIvarez de Williams.

DRO 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 95

(Etnografía cucapá), publicada por la Universidad de Arizona en 1977. En


ella, además de ofrecer los resultados de la investigación que llevó a cabo
entre los m odernos cucapás, de 1940 a 1952, proporciona una visión de
conjunto de sus antecedentes a la luz de la arqueología y de varios testi­
monios etnohistóricos. También la ya citada Anita A. de Williams ha elabo­
rado dos trabajos que deben mencionarse aquí: el primero Travelers
Among the Cucapa constituye un examen de las varias noticias que, des­
de 1540 hasta los tiempos contemporáneos, dejaron diversos explorado­
res en relación con este grupo. Reúne así los testimonios del capitán
Hernando de Alarcón que, enviado por el virrey Mendoza en 1540, pene­
tró por las bocas del Colorado; igualmente el de Melchor Díaz que ya
hemos citado y, en tre otros, los de Ju an de Oñate, Eusebio Kino, Francis­
co Garcés, R.W H. Hardy y otros varios. La segunda de sus aportaciones es
un estudio etnohistórico en el que analiza fuentes y tom a asimismo en
cuenta su propia experiencia en los varios contactos que ha tenido con
los cucapás m odernos: The Cocopah People.32 De estos trabajos y de otros
se desprende que los cucapás constituyen un grupo que, además de ha­
berse adaptado en forma extraordinaria a su medio ambiente, ha sabido
asimilar de otras culturas lo que ha considerado conveniente pero mante­
niendo su propia identidad.
La que podríamos llamar historia m oderna y contem poránea de los
ya no muy numerosos indígenas del norte de Baja California, incluye epi­
sodios que m erecen ser recordados. Por una parte existen testimonios
del periodo dominico que hablan de varios levantamientos encabezados
por jefes nativos que se resistieron a ver mutilada y destruida su cultura.
Un ejemplo de esto lo ofrece la figura del capitán Jatñil, de ascendencia
kwatl (de lengua diegueña del sur) que, habiendo colaborado por algún
tiempo con el m isionero de Guadalupe, al final dio salida a los sentimien­
tos de su propio pueblo. Expresó así su oposición a lo que consideraba
esclavitud y aceptación forzada del bautismo y se levantó en contra de los
dominicos. Ello ocurrió ya en la época independiente de México, en fe­
brero de 1840. Puede recordarse asimismo la resistencia de los kiliwas a
la acción misionera. En época más reciente, es decir, durante el periodo
de la revolución de 1910, miembros de rancherías paipais, kiliwas y tipais
se vieron envueltos en las luchas que tuvieron lugar en el norte de Baja
California. Existe un estudio debido a Roger C. Owen, “Indians and the
Revolution: 1911 Revolution of Baja California”,33 que habla de algunos
paipais y kiliwas que combatieron al lado de los floresmagonistas.

32Anita Álvarez de Williams, The Cocopah People, Indian Tribal Series, Phoenix, Arizona,
1977.
33 Roger C. Owern, "Indians and the Revolution: 1911 Revolution of Baja California”,
Ethnobistory, 1963, vol. x, núm. 4, pp. 373-395.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

96 LA CALIFORNIA MEXICANA

En l a a c t u a l id a d

La población indígena que actualmente vive en la península californiana


es de sólo unos cuantos centenares de personas. Extinguidos todos los
grupos que por milenios vivieron desde el extrem o sur hasta aproxima­
damente el paralelo 30° de latitud norte, tan sólo cabe encontrar a algu­
nos descendientes de las etnias más norteñas. Aunque en su mayoría han
aceptado éstos muchos elem entos de la cultura mestiza mexicana, preser­
van su identidad y, con ella, sus antiguas lenguas. Si bien continúan sien­
do objeto de atención sus costumbres, formas de vida e idiomas, y aunque

Mujer kiliwa, 1926. Tomado de AnitaÁlvarez de Williams, Primeros pobladores


de la Baja California.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 97

Anciana kiliwa limpiando bellotas. Tomado de Anita Alvarez de Williams, op. cit.

existen algunas entidades gubernamentales que deben prestarles diversas


formas de asistencia, en realidad estos descendientes de los más antiguos
bajacalifornianos, no reciben beneficios muy significativos de sus inevita­
bles contactos con el mundo exterior a ellos. Aferrados muchas veces a
sus tradiciones, para com prender las realidades con las que les ha tocado
vivir, preservan antiguos relatos testimonio de su ancestral sabiduría.
En la geografía norteña de la península encontramos a cerca de cua­
renta kiliwas que viven en Arroyo de León, al sur del valle de la Trinidad y
en algunos ranchos cercanos. En el mismo valle, en San Isidoro, hay otros
tantos paipais y kiliwas. De los tipais perduran en La Huerta de los Indios
aproximadamente noventa personas. También en varios lugares de las
estribaciones occidentales de la sierra Juárez la palabra indígena conti­
núa escuchándose. Ello ocurre en el ámbito cercano a la antigua misión
de Santa Catalina y también al norte en varios ranchos de la sierra Juárez.
Se trata de paipais y de algunos tipais. Asimismo pueden mencionarse los
sitios de San José de la Zorra, Nejí y Los Coches, en los que a veces convi­
ven tipais, kiliwas y paipais. Por lo que toca a los cucapás muchos se han
trasladado a San Luis Río Colorado en Sonora. Algunos permanecen en la
tierra de su padres, cerca de El Mayor, Baja California.
Una prueba de que perdura la conciencia del propio pasado la tene­
mos en relatos que en su propia lengua repiten indígenas, com o éstos de
los paipais. Son la profecía de un sabio y la recordación del diálogo que

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

98 LACALIFORNIA MEXICANA

otro anciano sostuvo hace muchos años con un fraile. Doy la traducción,
debida al lingüista Maurico Mixco, de estos textos trasmitidos original­
mente en paipai:

Había un sabio. —Bueno -d ijo - si seguimos así, los españoles se van a me­
ter a esta tierra. De repente se van a meter a esta tierra.
No vio ni oyó, dicen, pero el sabio estuvo diciendo: -Digo que van a ver
eso[...]
Así file, vinieron los ensombrerados, los calzados de cuero, andando. Los
de aquí tuvieron miedo, arrancaron para acá, para allá.
Así había dicho: los extranjeros se metieron, se asentaron, llenaron esta
tierra.
Los de aquí huyeron: quédense, no huyan[...]

Mujer paipai aireando semilla. Tomado de Anita Alvarez de Williams, op. cit.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LOS PRIMEROS CALIFORNIOS: PREHISTORIA Y ETNOHISTORIA 99

Y éste es el diálogo del otro sabio con el fraile:

Cuando supo el fraile que había otro sabio, le dijo:


—Ven para platicar, quiero platicar contigo.
—Está bien -dijo el sabio-.
Dicho y hecho, un día vino, iba cerca de la casa, de la misión, cuando lo
divisó el fraile. Y salió a su encuentro. Allá se encontraron. Allí mismo se
sentaron a platicar. El viejo sabio sacó el tabaco que estaba en un cuero de
ardilla. Se puso a fumar, platicaron buen rato.
Cuando el sol iba a medio cielo. —Bueno, -dijo el fraile- yo acostumbro
a comer algo a estas horas. No hay más, pasemos a comer algo.
—No (dijo el viejo sabio) cuando yo me pongo a platicar no como ni
pruebo agua, yo soy así. Cuando estoy platicando, hasta que termino, en­
tonces sí.
Siguieron platicando. Cuando acabaron, Ay -dijo el fraile- ahora sí, ya
acabamos. No hay más, pasa a mi casa.
—No (contestó el viejo sabio) mi costumbre es otra. Dio la vuelta y se
marchó!...]34

“Ser así”, mantener “mi costumbre” — com o lo dijo el sabio paipai— ,


es ser consciente de la propia identidad. Al antropólogo Jesús Angel Ochoa
Zazueta se debe la preparación de manuales, bastante asequibles, publi­
cados por la Universidad Autónoma de Baja California, para facilitar la es­
critura en lenguas cucapá, paipai, k’miai y kiliwa. Ojalá que, en posesión
ya del instrumento de la escritura, los descendientes de los más antiguos
bajacalifomianos prosigan haciendo rescate de sus propias tradiciones,
su visión del m undo, su historia y su sabiduría. Como lo hemos visto en
este breve acercamiento a su pasado varias veces milenario, la presencia
indígena en el ámbito de la California mexicana es riqueza de inaprecia­
ble valor humano y cultural. En sus raíces nativas — con un arte extraordi­
nario, com o el de las grandes pinturas y los petroglifos— está el comienzo
de esta historia, la de ambos estados bajacalifomianos. En el norte, don­
de más que en otro lugar, han convergido gentes de México y muchos
otros países, aún puede escucharse el mensaje del hombre indígena.

u Mauricio Mixco J., “Documentos en paipai (yumano) con comentario: Textos para la
etnohistoria en la frontera dominica de Baja California", Tlalocan, México, unam, Instituto
de Investigaciones Históricas, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1977, vol. vil,
pp. 205-226.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LAS LENGUAS INDÍGENAS DE BAJA CALIFORNIA*

Debemos al antiguo misionero en la península de California, Franz Benno


Ducrue (1721-1779), algunas interesantes noticias sobre la lengua cochimí
así com o un breve elenco de vocablos y frases en dicha lengua. La impor­
tancia de esta información podrá valorarse mejor si se recuerda que son
muy escasos los testimonios que se conservan sobre las lenguas indígenas
de ese vasto territorio del noroeste de México.
En lo que toca a la lengua que se hablaba en el extrem o sur peninsu­
lar, la de los pericúes, gracias a lo consignado por algunos navegantes o
exploradores del siglo xvii, así com o por algunos misioneros en el siglo
xvill, me fue posible reunir tan sólo un pequeño conjunto de elementos
léxicos de dicha lengua.1 Esta tan limitada compilación constituye hasta
ahora el único testimonio que nos queda del idioma pericú.
Respecto de la lengua de los guaycuras, hablada por los indígenas
que vivían al norte del territorio pericú hasta llegar a la misión de Loreto,
se dispone al menos de una breve descripción. Se debe ésta al misionero
Juan Jacobo Baegert, que pasó varios años entre los guaycuras de la mi­
sión de San Luis Gonzaga. Baegert incluyó esa sumaria descripción del
guaycura, acompañada de la traducción de varias oraciones en dicha len­
gua, en sus Noticias de la península am ericana de California , publicada
por su autor, expulso ya de California com o el resto de los jesuitas, en
Mannheim, 1771.2 Esta descripción y algunos otros vocablos recogidos en
otros escritos de los jesuitas, integran hasta ahora el también precario
recuerdo de esta otra lengua, la guaycura, de los antiguos californios.
Un poco más abundantes son las referencias de que se dispone a pro­
pósito del cochimí, la lengua que, con muchas variantes, se hablaba des­
de el norte de Loreto hasta varios puntos bastante septentrionales del

* Publicado en -.Memoria de la IV Semana de Información Histórica de Baja California


Sur, La Paz, B. C. Sur, 2 al 6 de mayo de 1983, pp. 7-13 y con el título: “Ejemplos de la lengua
califómica, cochimí, reunidos por Franz B. Ducrue (1778-1779), en Tlalocan, UNAM, Institu­
to de Investigaciones Históricas, Instituto de Investigaciones Filológicas, 1985, vol. X, pp.
363-374.
1Miguel León-Portilla, “Sobre la lengua pericú...”
2Véase la versión al castellano de la obra de Juan Jacobo Baegert, ya citada, pp. 129-140.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

102 LACALIFORNIA MEXICANA

territorio peninsular. Actualmente se acepta por etnohistoriadores y lin­


güistas que el antiguo cochimí estaba emparentado con el conjunto de
los idiomas que integran la familia yumana. El investigador William Massey,
y otros com o Mauricio Swadesh, han adoptado el calificativo de ‘yumano
peninsular’ para designar con él al antiguo cochimí en tanto que reservan
el de ‘yum ano’ para referirse a idiomas de los que perviven hablantes en
el extremo norte de Baja California, incluyendo el delta del Colorado y
otras regiones más al norte en Arizona. Restringiéndonos aquí a Baja Ca­
lifornia, notaré que hasta la fecha viven en ella pequeños grupos com o los
paipais, tipais, kiliwas y cucapás, cuyas lenguas pertenecen a la familia
yumana.3
Volviendo la atención a la lengua cochimí, sobresalen en este punto
las páginas que dedicó a ella el jesuíta también expulso Miguel del Barco.
Se incluyen éstas en la obra que escribió, concebida com o correcciones y
adiciones a la Noticia de la California de Miguel Venegas (1 7 5 7 ), y que
he publicado bajo el título de Historia natural y crónica de la Antigua
California.* Allí proporciona alguna información sobre la morfología de
la lengua e incluye la conjugación de los verbos ‘levantarse el que estaba
acostado’ y ‘querer o am ar’. Ofrece además una breve disertación en
cochimí, así com o varias oraciones traducidas a la misma lengua. A la apor­
tación de Barco puede sumarse lo que, con base en algunos informes
había reunido ya Miguel Venegas en su citada obra. En lo que toca a lo
que presentan Francisco Xavier Clavigero y el también jesuíta, iniciador
de la m oderna lingüística comparada, Lorenzo Hervás y Panduro, puede
afirmarse que provino en su totalidad de las informaciones que de Barco
recibieron ambos.3 Otro género de información, también de lingüística

3 En relación con estas lenguas pueden citarse varios trabajos, entre los que sobresa­
len los siguientes: James M. Crawford, The Cocopa Language, tesis doctoral, Berkeley, Uni­
versidad de California, 1949.
Carlos Robles Uribe, “Investigación lingüística sobre los grupos indígenas del estado
de Baja California”, Anales del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1965,
vol. XVII, núm. 46, pp. 275-301.
_____________ y Roberto D. Bruce, “Lenguas hokanas”, Las lenguas de México,
México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2 vols., 1975,1.1, pp. 129-153.
Jesús Ángel Ochoa Zazueta, “Los cucapá del Mayor indígena”, Boletín del Departamen­
to de Antropología Social, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1973, vol.
I, pp. 17-43.
Mauricio J. Mixco, “The Historical Implications of Some Kiliwa Phonological Rules”,
Hokan Studies, M. Langdony S. Silver (eds.), Mouton, The Hague, 1976.
____________ , “Kiliwa Texts", InternationalJournal of American Linguistics, Native
American Texts Series, Chicago, 1976, vol. i, núm. 3, pp . 92-101.
_____________ “Documentos en paipai ...".
* Miguel del Barco, op. cit: Véase sobre todo pp. 223-229.
3Véase: Francisco Xavier Clavigero, op. cit., pp. 48-51 y 241. Lorenzo Hervás y Panduro,
Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas y numeración, división y clasificación

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LAS LENGUAS INDÍGENAS DE BAJA CALIFORNIA 103

cochimí, se encuentra dispersa en varias crónicas e informes de algunos


misioneros. De m odo especial citaré a Francisco María Píccolo que reco­
gió algunos vocablos de particular interés puesto que connotan cerem o­
nias y creencias religiosas.6A su vez debemos al padre Nicolás Tamaral la
elucidación del significado de un conjunto de topónimos cochimíes, so­
bre todo de nombres indígenas de los sitios donde se establecieron varias
misiones y visitas.7
Puesto que mi intención es situar aquí la información que acerca del
cochimí debemos al también jesuíta Franz Benno Ducrue, me parece per­
tinente hacer antes el registro de otras pocas aportaciones posteriores a
la etapa misional. Se trata de lo que algunos investigadores obtuvieron,
bien sea entre los últimos sobrevivientes cochimíes o por el camino de las
reconstrucciones lingüísticas, con apoyo en el estudio comparativo de
varias lenguas yumanas. Sobresale en este contexto el trabajo de Albert S.
Gatschet. En él establece comparaciones, sobre la base de dos vocabula­
rios reunidos por William M. Gabb y J. Bartlett, en la segunda mitad del
siglo XIX, respecto de las voces de igual significación en las lenguas
maricopa, walapai, mojave, kutchan, cucapá, diegueño y kiliwa.8 Impor­
tante estudio, realizado en fecha reciente, es el de Mauricio J. Mixco, pu­
blicado en 1978, en el que reuniendo los testimonios etnohistóricos a su
alcance, hace un intento por reconstruir la fonología, morfología y sintaxis
del cochimí. Analiza igualmente algunos textos, en particular los recogi­
dos por Barco y hace luego una amplia comparación del vocabulario
cochimí con las reconstrucciones llevadas a cabo por él y por otros inves­
tigadores del léxico proto-yumano. Ello le permite elaborar una nueva
hipótesis para situar al cochimí ‘sureño’ y ‘norteño’ en el contexto de la
que describe com o familia ‘cochimí-yumana’ ,9
A la luz de los anteriores trabajos y recopilaciones léxicográficas ofrezco
a continuación los datos aportados por el jesuíta exiliado Franz Benno
Ducrue en las cartas que dirigió, desde su retiro en Munich, a Cristoph

de éstas, según la diversidad de sus idiom as y dialectos, 6 vols., Madrid, Lenguas y Nacio­
nes Americanas, 1800-1805,t.l, pp. 347-356.
6Véase Francisco María Píccolo, op. cit.
7Este informe se incluye en Bayle, op. cit., pp. 213-214. Tocante también al asunto de las
toponimias indígenas puede consultarse: Descripción y toponimia indígena de California,
1740, informe atribuido a Esteban Rodríguez Lorenzo, edición, introducción y notas de Mi­
guel León-Portilla, La Paz, Gobierno del Territorio de Baja California, 1974. [Esta introducción
y notas se incluyen en la presente obra, capítulo vi, N.E.] Mauricio J. Mixco, “The Historical
Implications...”; “Kiliwa Texts”; “Documentos en paipai...". Véase nota 3-
8Albert S. Gatschet, “DerYuma Sprachstamm",ZeitschriftfürEthnologie, Berlín, 1887,
vol. 9, pp. 364-418.
5 Mauricio J. Mixco, Cochimí an d Proto-Yuman: Lexical and Syntactic Evidence fo r a
New Language Family in Lower California, Salt Lake City, University of Utah Press, 1978,
Anthropology Papera, núm. 101.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

104 LACALIFORNIA MEXICANA

Gottlieb Murr que, com o se sabe, era editor de una célebre publicación
intitulada Jo u rn a l x u r Kunstgeschichte und zu r allgem einen Literatur,
[Revista sobre historia d el arte y literatura universal]. De hecho el pro­
pio Murr, interesado grandem ente en el contenido de las cartas de Ducrue
y de otros jesuítas expulsos, las incluyó en su revista. A continuación doy
la traducción que he preparado de dichas cartas e información anexa.

Carta de D ucrue , M unich , 9 de d ic iem bre , 1778

En esta carta alude Ducrue a un vocabulario de la lengua cochimí que,


junto con la misma, ha enviado a Murr. He aquí la versión al castellano de
lo escrito p or Ducrue en alemán:

En lo que concierne a la formulación adjunta de un vocabulario en la lengua


califórnica, tendría yo mucho qué escribir. Pero puesto que me ofrece usted
la oportunidad de hacerlo en otra ocasión, me limitaré brevemente a notar
que existen tres idiomas en California, a saber, el de los Picos (pericúes), luego
el de los waicuros (guaycuros), acerca del cual ha hecho información el padre
Baegert, y finalmente el de los laymones,10 que se habla a lo largo de todo el
norte, aun cuando dentro de la distancia de dos o tres misiones existe ya una
marcada diferencia en su vocabulario y formas dialectales.
Por ello nunca ha sido posible preparar una gramática de esta lengua. La
pronunciación es en general gutural y nasal. Sin embargo me esforzaré, en
cuanto puedo acordarme de ello, en enviarle algo traducido en este idioma.11

Carta de D ucrue , M unich , 19 de enero , 1779

Por lo que expresa Ducrue, resulta claro que el editor Murr le había solici­
tado más amplios materiales en la lengua cochimí. Junto con esta carta le
fueron remitidos por Ducrue. Afortunadamente el editor supo rescatar
tan valioso testimonio:

10 Respecto del empleo del vocablo laymón, nota lo siguiente Miguel del Barco: “los
laymones son los mismos que los cochimíes del norte[...] La palabra cochimí significa gente
que vive por la parte del norte, desde ellos en adelante. Y como esta gente, desde Loreto
exclusive o desde San Javier inclusive, corre hacia el norte por todo lo desconocido, hasta el
grado 33 de latitud, con corta diferencia, teniendo el mismo lenguaje en su raíz, aunque
muy variado, se reputa por eso una sola nación. Y, no teniendo nombre general que la com­
prenda toda, se le da comúnmente en la California el de cochimí y en castellano llamaremos
a esta nación los cochimíes" Barco, op.cit., pp. 172-173. Fundamentalmente la información de
Barco, aunque desconocida cuando escribió el lingüista William C. Massey, coincide con lo
que éste formuló con apoyo en otros testimonios. Véase Massey, “Tribes and Languages of
Baja California”, SouthwestemJournal ofAnthropology, 1949, vol. 5, núm. 3, pp. 272-307.
11 Esta carta de Ducrue fue publicada por Murr en su ya citado Jo u rn a l zur
kunstgeschichte und zur allgemeine Literatur, Segunda parte, Nürnberg, 1784, p. 268.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LAS LENGUAS INDÍGENAS DE BAJA CALIFORNIA 105

Estoy profundamente apenado ya que no puedo satisfacer de manera com­


pleta su petición relativa a la lengua californiana, debido a que no pude
rescatar una sola palabra de todo lo que, no sin trabajos, pude escribir du­
rante los quince años que viví en la misma misión (se refiere probablemente
a la misión de Guadalupe Guasinapí, en el centro de la península). En La
Habana nos fueron quitados todos los escritos y libros, con la excepción del
Breviario. La lengua laymona (cochimí), que se extiende desde la misión de
San Javier hacia todo el norte, según lo manifesté ya en mi última carta, se
diferencia tanto de misión en misión que en la segunda o tercera de ellas ya
casi no puede entenderse.
Hacia el sur hay otras dos lenguas, de las que habla el padre Baegert, que se
distinguen por completo de la otra. Y esta es una de las causas por las cuales no
llegamos a preparar gramática alguna de esta lengua (es decir del idioma cochimí,
que no se hablaba en el sury que tenía grandes variantes en el norte). Sin embargo,
para complacerle en cuanto mi pequeñez me lo permite y en cuanto me puedo
aún acordar, le envío las presentes líneas en relación con la lengua de California.
Por favor no tome en cuenta mis equivocaciones. Es posible que algún otro de
los que vivieron conmigo en esas misiones, pueda emplear otra forma de trans­
cripción ya que no llegó a haber alguna que fuera universalmente aceptada. Así
cada uno de los nuestros escribía según su sistema y como le parecía mejor para
expresar la pronunciación de las palabras.'2

Speomina unguae caufornicae


[Muestras de la lengua califórnica]

Se transcriben a continuación los vocablos y oraciones en cochimí, con­


servando la traducción original al latín y añadiéndole otra a la lengua
castellana. Los números puestos por Ducrue indican si en la traducción
ha habido o no alteración en el orden de las palabras.

Tejoe, unus (uno)


Gowac, dúo (dos) Nauwi, quatuor (cuatro)13
Kamioec, tres (tres) Hwipey, quinqué (cinco)14

Asu vez Emest J. Burras la havueltoa publicar, en su original alemán, con traducción al inglés, en
Ducrue’sAccountoftheExpulsión oftheJesuitsfromLower California (1767-1769), Romajesuit
Historical Institute, 1977, pp. 131-133.
12 También esta carta fue publicada por Murr en su revista, loc.cit. Otro tanto hizo
Burras en op.cit., pp. 132-135.
13 Al publicar el texto de estas palabras y frases cochimíes el editor Murr incluyó la
siguiente anotación de Ducrue: 'Acerca de este vocablo dudo en verdad y no me acuerdo
bien si es califómico o mexicano [náhuatl]". El propio Murr, bastante enterado, añadió por
su parte: “Es mexicano [náhuatl]. Se escribe también nahui. Con base en lo que recogió el
padre Barco, conocemos cuál era el vocablo para decir cuatro en cochimí: magacúbuguá.
14 Respecto del número cinco se conserva una anotación de Ducrue que dice: “Los
californios tan sólo cuentan hasta el número cinco; en adelante suelen duplicar, por ejem-

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

106 LA CALIFORNIA MEXICANA

Diosjua ibiñi
Deus non m oritur (Dios no muere)

1 2 3 5 4
Tamma amayben metañ aguinañi
12 3 4 5
Homo annos multas non uiuit (el hombre años muchos no vive)

1 2 3 4 5
Uamibutel guiwuctujua nangassang
1 2 3 4 5
Vir bic suam ttxorem am at (este hombre a su mujer ama)

1 2 3 4
Wakoebutel wakameta
1 2 3 4
Mulier baec grauidafutí (mujer esta embarazada estuvo)

1 2 3
Whanu wamijua wangata
1 2 3
Paruulum masculum peperit (un niño varón parió)

1 2
Uybetel luhu
1 2
Aegrotat adhuc (enferma aún)

1 2
Wahanu awiangga
1 2
Infans fle t (el bebé Hora)

1 2 4 3
Tammabutel gadeki
1 2 4 3
Homo bic non uidet (hombre este no ve)

pí o para decir seis, expresan kamioec, kawam, que significa ‘dos veces tres’. Por su parte
Barco, recordando probablemente la forma de hablar el cochimí en la misión de San Javier
Biaundó, dice que “para el número cinco recurren a la mano y dicennaganná tejueg iñimmél,
esto es una mano entera".
Para señalar la forma en que expresaban los cochimíes guarismos mayores, anota Bar­
co: “en pasando de este número [cinco] regularmente se confunden y dicen muchos o
muchísimos sin más expresión de número. No obstante, los más despiertos y hábiles prosi­
guen adelante, y para decir seis dicen, una mano y uno; siete, una mano y dos; y así de los
demás hasta diez, el cual número le explican diciendo: naganna iñimbal demuejueg, esto
es las manos todas enteras, entendiendo aquí por manos, los dedos de ellas. Para explicar,
dicen: las manos todas y un pie. Y para el número veinte: las manos y los pies todos enteros.
Y de aquí no hay quien pase adelante". Barco, op.cit., p. 180.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

LAS LENGUAS INDÍGENAS DE BAJA CALIFORNIA 107

1 2 4 3
Guiwuetujua decuiñi
1 2 3 4
Uxor ipsius non audit (la mujer de él no oye)

1 2 3
Uamibutel nutmang
1 2 3 4
Vir hic festj m utus (hombre este [es] mudo)

1 2 3
Wakanajua lebieng waypmang
1 2 3
Infantes omnes ualent (los bebés todos están sanos)

1 2 3 4
Tejoe kanopa tahipomang
1 2 3 4
Unus cantat bene certe (uno canta bien ciertamente)

1 2
Kamoe dalama
1 2
Alter loquitur (otro habla)

1 2 3
Kenassa maba guimma
1 2 3
Soror tua dorm it (hermana tuya duerme)

1 2 3 4 5 6 7
Kenedabapa urap, guang lizi, guimib tejunoey
1 2 3 4 5 6 7
Pater meus edit et bibit, sed parum (padre mío come y bebe, pero poco)

1 2 3
Mabelajua dalama may
1 2 3
Linguam loquitur male (la lengua habla malamente)

1 2 3 4
Kadauga gadey iguimil decuiñi
1 2 3 4 5
Piscis videt, sed non audit (el pez ve pero no oye)

1 2
Kahal ka
1 2
Aqua granáis, seu fluvius (agua grande, o río)

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
H

108 LA CALIFORNIA MEXICANA

1 2
Nupi ua
1 2
Meutn pectus dolet (mi pecho duele)

1 2 4 3
Juetabajua tahipeñi
1 2 4 3
Meus sanguis non /est/ bonus (mi sangre [no] está buena)

1 2 3
Kotajua kamang, gehua
1 2 3
Lapis est granáis, durus (la piedra es grande, dura)

1 2 3
Maka hauiley mang
1 2 3
Venter est plenus certo (el vientre está lleno ciertamente)

1 2
Ussi mancu
1 2
Ignis est calidus (el fuego caliente)

1 2
Kalal bemalcu
1 2
Aqua est dulcís (el agua es dulce)

2 1 3
Ibungajua gan hmajen kaluhu
1 2
Sol luna est maior (el sol que la luna es más grande)

1 2 3
Annet andemajuong gaiamata
1 2 3
Herí noctu p luit (ayer en la noche llovió)

B reve c o n sid er a c ió n lin g ü ístic a

El examen de la información aportada por Ducrue permite destacar algu­


nos puntos importantes. Aunque muy breve, lo consignado por él enri­
quece lo conocido acerca del léxico cochimí gracias sobre todo a lo
rescatado por los ya citados Píccolo, Tamaral y Barco. Por otra parte, al
relacionar, uno por uno, los vocablos cochimíes con su versión latina,

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
in s t it u t o
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LAS LENGUAS INDÍGENAS DE BAJA CALIFORNIA 109

resulta posible percibir el papel que desempeñan las palabras indígenas


dentro de las frases y oraciones en que se encuentran. La introducción de
números, com o lo harían algunos lingüistas modernos, pone de manifies­
to el orden de las palabras y deja entrever, por ejemplo, que, en algunos
casos una sola voz compuesta corresponde a dos palabras latinas. Ejem­
plos de esto son los dos siguientes:
nupi, que traduce Ducrue como Meum pectus y que deja entrever la
existencia de un prefijo personal posesivo; kabal, agua granáis , en la
que el adjetivo se incorpora al sustantivo.
Otra muestra del tipo de análisis a que se presta la recopilación de
Ducrue la tenemos en la forma com o hace el registro de una partícula o
adverbio de negación que aparece siempre pospuesto, a manera de sufijo,
al verbo que modifica. Véanse los siguientes ejemplos:
decuiñi, non audit (no oye)
aguinañi, non vivit (no vive)
tahipeñi, non bonus (no bueno)
Obviamente el sufijo que connota negación es -ñi. Sin duda pueden
hacerse otras comparaciones y análisis que arrojarán alguna luz sobre cier­
tos aspectos de la estructura del cochimí.
Resta notar, por último, que cabría esperar el hallazgo de otros mate­
riales de carácter lingüístico, y que tal vez se encuentren en archivos espa­
ñoles ya que, según vimos, en la segunda de las cartas cuya versión se ha
ofrecido expresó Ducrue que en La Habana le fueron quitados todos sus
escritos y libros, entre los cuales papeles, según parece desprenderse,
había información sobre esta lengua indígena.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN S T IT U T O
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

VI

DESCRIPCIÓN Y TOPONIMIA INDÍGENA


DE CALIFORNIA, 1 7 4 0 *
(In fo rm e atrib u id o a E steb an R odríguez L oren zo)

I ntroducción

El interesante docum ento que aquí publico sobre la península de Califor­


nia a mediados del siglo XVIII, forma parte de la rica colección de manus­
critos que conserva la Biblioteca Nacional de México. Para valorar la
importancia de este texto, que hasta ahora había permanecido inédito,
conviene destacar los principales temas que en él se tratan. En forma su­
maria los enum ero a continuación:
Incluye el docum ento una concisa descripción de los varios estableci­
mientos misionales hacia 1740, desde San José del Cabo hasta la que era
entonces la misión más norteña, la de San Ignacio Cadacaamán. Junto
con lo anterior se ofrece una especie de itinerario, con relación de distan­
cias, a partir de cabo San Lucas y, siguiendo luego la que puede describir­
se com o “ruta de las misiones”, hasta el ya mencionado establecimiento
más septentrional entonces existente. De considerable interés resulta
añadir que el itinerario coincide, en muy buena parte, con el trazo de la
m oderna carretera transpeninsular.
Otro tipo de información, encontrada sólo parcialmente en algunas
otras fuentes, es la que se refiere a la toponimia indígena de los lugares
donde se habían fundado las misiones. Así, por vez primera, gracias a este
texto, podemos con ocer los vocablos pericúes y guaycuras con que se
designaron originalmente sitios com o el de San José del Cabo, Santiago,
La Paz, Dolores y varios otros.
Finalmente, a todo lo anterior hay que sumar las noticias que aquí se
proporcionan sobre la configuración topográfica de la parte sur de la pe­
nínsula y de m odo especial de sus costas, ensenadas, bahías y otros acci­
dentes geográficos.

♦Publicado en: Cuaderno de Divulgación, Gobierno del Territorio de Baja California,


La Paz, Baja California, 1974, núm. 44, pp. 3-24. Edición, introducción y notas de Miguel
León-Portilla.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

1 14 LA CALIFORNIA MEXICANA

Dato que debe de tomarse en cuenta es que este texto fue escrito por
una persona que conoció directamente la mayor parte de los lugares que
menciona. Además, su redacción antecede en bastantes años a la publica­
ción de la primera obra sobre la península, es decir, la Noticia d e la Cali­
fo rn ia y d e su conquista tem poral y espiritual, debida al jesuíta Miguel
Venegas, trabajo que vio la luz en Madrid, 1757.

Características del manuscrito

El texto en cuestión, conservado, com o ya se dijo, en la Biblioteca Nacio­


nal [de México], está incluido en el llamado Archivo franciscano y osten­
ta la signatura 4/62.1. El hecho de que forme parte del que se conoce
com o Archivo franciscano en m odo alguno significa que necesariamente
haya de atribuirse a algún miembro de tal orden religiosa. Como es bien
sabido, en el conjunto de docum entos que integran el Archivo francisca­
no hay m uchos de muy distintas procedencias.
Consta el manuscrito original de seis fojas aprovechadas por ambos
lados. De ellas las cuatro primeras son realmente las que en verdad inte­
resan, dado que las dos restantes constituyen una especie de transcrip­
ción resumida del texto anterior. En la parte superior de la primera foja se
lee la fecha de 1 7 4 0 . A partir del extrem o inferior de la foja 3 el docum en­
to aparece transcrito por una mano diferente. Notaré, por último, que la
información acerca de los nombres indígenas de lugar se ofrece en los
márgenes a m odo de apostillas.

E l autor de esta descripción

Dado que el manuscrito aparece sin firma alguna, creo pertinente expo­
ner aquí las razones que me han movido a atribuirlo a un personaje bien
conocido en la historia californiana. Pienso que hay suficiente base para
sostener que se trata de un informe solicitado a quien fue su autor. Con­
firman esto, tanto el título del texto, com o sus características de itinerario
con múltiples descripciones y aún más la frase que aparece al calce de la
última foja: “esto sé”.
Cosa probable es que el padre Miguel Venegas, que se dedicaba a
reunir materiales para preparar su ya mencionada Noticia d e la Califor­
nia, haya sido precisamente quien solicitó este informe. Sabemos de he­
cho que, ocupado en esa tarea, había estado pidiendo y obteniendo tal
tipo de informaciones de varios misioneros de la península. Así, en la
misma Biblioteca Nacional se conserva un documento en el que el padre

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

DESCRIPCIÓN Y TOPONIMIA INDÍGENA DE CALIFORNIA 115

Vénegas form ula una serie de preguntas al m isionero Ju an Bautista


Luyando.1
Aun cuando Venegas, com o él mismo lo hace notar, concluyó su obra
el 5 de agosto de 1739, cabe suponer, por lo que se refiere al manuscrito
de que nos ocupamos, que éste llegó algo después o en realidad se redac­
tó un poco antes de la fecha de 1740 que en él se consigna.
De interés resulta poder afirmar también que este informe no fue
preparado por uno de los misioneros que laboraban en la península. Tres
son las razones que cabe dar en apoyo de esto. La primera es la manera
com o habla el autor acerca de los misioneros jesuítas. En casi todos los
casos — com o quien no es uno de ellos— los m enciona con la fórmula de
respeto de “reverendos padres”. Además, en la foja 4 v., al tratar de la
misión de Loreto, y referirse al padre administrador o ecónom o, dice que
“un padre lego le ayuda”. Cualquier m isionero jesuíta, en vez de usar la
expresión de “padre lego”, se hubiera valido de la que era característica
en dicha orden, “hermano coadjutor”.
El segundo indicio, alusión ya al carácter y atribuciones de quien es­
cribió este informe, aparece también en la foja antes citada. Hablando de
las distintas misiones, nos dice el autor que, en el caso de las no conoci­
das p or él personalmente, “pongo lo que sé de los soldados que la han
andado la tierra”. En otras palabras, deja entender quien escribe que esta­
ba vinculado con los hombres que integraban la fuerza militar del presi­
dio de Loreto. Finalmente, la tercera razón en apoyo de que no fue un
misionero el autor del informe, puede deducirse del estilo, bastante
desaliñado, con que éste fue escrito.
De entre los pocos soldados y militares que, hacia 1740, vivían en el
presidio de Loreto, tan sólo hay uno del que sabemos había remitido al­
guna forma de testimonio al padre Venegas. El dato lo proporciona el
editor, también jesuíta, Andrés Marcos Burriel, que tuvo a su cargo sacar a
luz, en Madrid, la Noticia de la California.

El padre Venegas para escribir su historia tuvo presentes varias relaciones


[entre otros de Salvatierra, Píccolo, Ligarte...] asimismo, un diario de don
Esteban Rodríguez Lorenzo, primer capitán del presidio califórnico.2

Estos datos e inferencias, al parecer bastante elocuentes, me hacen


inclinarme a atribuir al conocido capitán don Esteban Rodríguez Lorenzo

1"Interrogatorio sobre la misión de San Ignacio que envía el padre Miguel Venegas al
padre Juan Bautista Luyando, y la respuesta de este último de 11 de enero de 1737", Biblio­
teca Nacional de México, Archivo franciscano, 4/60.1.
2Miguel Venegas, op. cit., 1.1, p. 18.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

116 LA CALIFORNIA MEXICANA

el informe que aquí se publica. Si bien esta atribución no puede hacerse


com o cierta, debe tenerse com o muy probable.

Rasgos biográficos de Esteban Rodríguez Lorenzo

Trabajo de sumo interés — para cuya realización se dispone de abundan­


tes testimonios— es el de una requerida biografía del capitán Esteban
Rodríguez Lorenzo. Aquí recordaré algunos de los rasgos más sobresa­
lientes de su vida con apoyo en la relativamente amplia información que
proporciona Miguel del Barco en su H istoria natural y crónica de la
Antigua California ,3
El que llegó a ser famoso capitán en las Californias había nacido en
los Algarbes, o sea en la región más meridional de Portugal. Aunque no se
con oce la fecha precisa de su nacimiento, ésta puede situarse hacia 1670.
Sabemos de hecho que, siendo todavía joven, había pasado a Sevilla. De
allí se em barcó para Veracruz y, establecido ya en México, em pezó a traba­
jar com o mayordomo en una hacienda del colegio que tenían los jesuítas
en Tepotzotlán. Precisamente cuando el padre Juan María Salvatierra, en
1697, se disponía para hacer su entrada en la península, Rodríguez Lo­
renzo, que a la sazón debía tener cerca de treinta años de edad, se ofreció
para acompañarle. Aceptada su propuesta, pasó a integrar, en calidad de
soldado, el pequeño grupo de los fundadores del primer establecimiento
permanente en California.
Cuatro años más tarde, en 1701, encontrándose en el puerto de Loreto,
fue elegido com o capitán del presidio no sólo por decisión del padre
Salvatierra, sino también por el voto unánime de los otros soldados. Cua­
renta años habría de desempeñar dicho cargo o sea hasta 1743 en que, de
avanzada edad y habiendo perdido la vista, fue relevado del mismo.
Brazo derecho de los jesuítas fue a lo largo de cuatro décadas este
capitán. Cuantos testimonios nos han dejado los misioneros de dicha or­
den acerca de la vida y actuación de don Esteban son en extrem o elogio­
sos. No limitándose a proteger, con los escasos hombres a sus órdenes, la
empresa misional, participó don Esteban en otras múltiples tareas. Así,
con sus propias manos ayudó muchas veces a edificar las primeras habita­
ciones y capillas en varios de los centros que se iban fundando. Lo mismo
podría decirse respecto de las tareas agrícolas y ganaderas, en las que
además adiestraba a los indígenas, interesado en mejorar sus formas de
vida. Tan sólo dos testimonios aducirem os que ilustran bien lo dicho. El
prim ero lo ofrece una carta del padre Francisco María Píccolo, dirigida al5

5Miguel del Barco, op. cit., pp. 266-269■

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIDACIONES
H IS T Ó R IC A S

DESCRIPCIÓN Y TOPONIMIA INDÍGENA DE CALIFORNIA 117

provincial de los jesuítas en México, el 17 de julio de 1721. Entre otras


cosas dice:

Ahora vengo con una súplica a mi padre provincial, que espero me sacará
del empeño en que me hallo. Es el caso que el señor capitán don Esteban
Rodríguez Lorenzo, que vino, como sabe Vuestra Reverencia, acompañando
a nuestro venerable padre Juan María de Salvatierra, por haberse portado
sobre todo con mucha edificación en esta gentilidad, y por su buen obrar,
ha sido muchos años capitán de este real presidio[...] Ahora por verle yo
casado y con muy crecida familia, deseo aliviar a dicho señor capitán de dos
hijos que le tienen en mucho cuidado. Y deseo y suplico a Vuestra Reveren­
cia que hable y componga con el padre rector de San Ildefonso que tenga de
limosna a los dos niños hasta tanto que, vacando algunas becas reales, se
informe por los dos dichos a su excelencia. Y porque dicho señor capitán,
por sus merecimientos, merece este favor, ruego a Vuestra Reverencia se
sirva de informar por los dichos al señor virrey.4*

Y añade luego, en forma de post data, el mismo padre Píccolo algo


que resulta también de interés. Específicamente se refiere a la actividad
que había también desplegado la esposa del propio Rodríguez Lorenzo.
He aquí sus palabras:

[...]aunque no tuviera méritos (que son muchos) los que tiene el señor ca­
pitán, merecen ser acomodados estos dos niños, sólo por la señora su ma­
dre, esposa del señor capitán, que, desde que puso los pies en esta tierra,
hasta ahora, está ejercitándose en el oficio de enfermera, curando a los in­
dios e indias en sus rancherías. Su casa es un hospital donde concurren los
enfermos de nuestras misiones, con mucha caridad y edificaron enseñando
no sólo a coser a las indias, más aún a leer.’

A su vez, el ya mencionado Miguel del Barco, ponderando el ca­


rácter de don Esteban, escribió:

Su trato con todos era llano, sincero y muy ajeno de aquellas cortesanías de
moda, que sólo consisten en palabras artificiosas, sin más fondo de verdad.
En su porte ajustado y acciones de piedad, fue siempre a todos un dechado
ejemplar.6

De los varios hijos que tuvo don Esteban, nacidos todos en California,
uno de ellos, de nombre Bernardo Rodríguez Larrea, llegó a sucederlo
com o capitán del presidio a partir de 1744. Por otra parte, otra hija de él,
Rosalía, vino a ser precisamente la esposa del soldado Manuel Osio que,

4Francisco María Píccolo, op.cit., pp. 216-217.


Ubid., p. 218.
6 Miguel Del Barco, op. cit., p. 268.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
H

118 LACALIFORNIA MEXICANA

separándose del ejercicio militar, se convirtió en afortunado pescador de


perlas y más tarde en fundador del real de minas de Santa Ana (1 7 4 8 ), el
primer establecimiento secular en las Californias.
Esteban Rodríguez Lorenzo, que durante tantos años de colabora­
ción con los misioneros dejó tan profunda huella en California, falleció
en el puerto y presidio de Loreto el 4 de noviembre de 1746.7
Como ya se dijo antes, consta por el testimonio del jesuíta Andrés
Marcos Burriel, editor de la obra de Miguel Venegas, que don Esteban,
dándose tiempo entre sus múltiples quehaceres, proporcionó algunos
informes sobre lo que sabía él acerca de California. De ser ciertas las
inferencias formuladas en relación con el documento que aquí se publi­
ca, en ql precisamente tenemos una muestra de lo que llegó a escribir
quien, com o pocos, recorrió y conoció buena parte de la península.
Al transcribir a continuación este importante informe, lo ofrezco tal
com o salió de la pluma de su autor. Tan sólo se ha modernizado la orto­
grafía y, en unos cuantos casos, se ha hecho alguna anotaición al pie de
página para esclarecer determinados puntos que parecían requerirlo.
Finalmente, en breve apéndice — y aprovechando la información que
proporcionan éste y otros testimonios— he elaborado un elenco de la
toponimia de Baja California Sur. En dicho elenco me circunscribo a los
vocablos indígenas que corresponden a sitios y poblaciones actualmente
bien conocidos.

T exto de la descripción

La isla de la California comenzando su relación desde el sur (en donde se le


conoce su principio), para el norte, comprende los parajes, misiones y po­
blaciones, con las islas, ensenadas y aguajes en ellas, siguientes:
El cabo de San Lucas [al margen: a este le llaman los indios en su idioma
Yenecamú], que hace frente a el sur y mar ancha de él; tiene una ensenada
con abrigo del norte y sus compuestos hasta el sureste; adornado de aguada
muy buena e inmediata a la playa.
De ésta a la misión de San Joseph dista como cuatro leguas y está esta
misión junta con el presidio del mismo nombre, que se erigió después del
alzamiento. Está como una cuadra distante del mar en la costa que mira para
el oriente y tiene aquí el mar su ensenada en donde ha llegado la Nao de
China. Y en ésta [ensenada] entra el arroyo que mantiene dicho real presido
y misión. Los naturales que la pueblan le llaman al paraje en su idioma
Añuití, y ellos llaman a su nación pericú. Está este pueblo (según relacióq
de los náuticos que surcan aquellos mares) enfrente del puerto de Matanchel.

7 “Certificación de la muerte de Esteban Rodríguez Lorenzo, hecha por Miguel del


Barco”, Archivo General de la Nación, México, Provincias Internas, vol. 213, fol. 49

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

DESCRIPCIÓN Y TOPONIMIA INDÍGENA DE CALIFORNIA 119

De aquí a la misión de Santa Rosa hay una legua; en ésta martirizaron al


padre Nicolás Tamaral en el alzamiento y lo quemaron. Éste es pueblo de
visita del primero;' y pasando adelante, como más de legua por el mismo
arroyo, se llega a otro pueblo que se llama San Joseph el viejo por haber
sido aquí la primera fundación. Y porque el ojo de agua se huyó y reventó
más abajo, se transportó allá el pueblo y la vocación [advocación), y quedó
éste con el dicho nombre a distinción.
Y prosiguiendo la derrota, de aquí a las doce leguas se llega a la misión
de Santiago [al margen: a éste llaman los indios Aiñiní y es en donde mata­
ron al padre Lorenzo Joseph Carranco cuando se alzó la tierra] ;9 en donde
es ya administración de otro misionero y son sus habitadores de la misma
nación dicha y se mantiene de un ojo de agua muy abundante.
De aquí sale, por el mismo arroyo, camino para la playa del mar, y hay
como seis leguas y en la costa tiene agua, aunque no entra a el mar con
corrientes. Aquí hay una ensenada muy grande aunque con poco abrigo,
llámase de Palmas por haberlas así en este dicho arroyo o boca de él, como
en otra del arroyo de Los Mártires, que tiene agua en el mismo modo que la
antecedente muy buena; y en otro las tiene que llamamos de El Salto, con
agua que, a todo, tres bocas comprende dicha ensenada y en ella hay concha
de perla ñna y nácar.
De aquí prosigue el camino, dejando la costa, y se sale a un paraje que
llaman San Bartolomé,10 con buena aguada y país muy ameno, aunque des­
poblado y distante de dicha ensenada como seis leguas. De éste al de Santa
Ana hay otras tantas y hay muy buen arroyo con muy buena agua y bastante,
país muy ameno y abierto (despoblado) con admirables llanadas, lomerías y
varios arroyos con agua que salen de una sierra que está enfrente, mirando al
sur, y la llaman de Santa Ana y los naturales le llaman Marinó. Hay en ella muy
admirables maderas de güeribos, robles, encinos y minerales de plata.11
Enfrente, aunque distante como seis leguas, está la ensenada de Cerralvo,
en donde entra la agua de dicho arroyo a el mar, subterránea, y sirve a los
pescadores de perla, que hay muy buen placer en ella y en la isla que está
enfrente (del mismo nombre) y es la primera que hay, y dista de la tierra
menos de una legua.
Y prosiguiendo el camino, como dos leguas de Santa Ana, se aparta el
arroyo que llaman Las Gallinas, el de La Paz, y el de Todos Santos, de que

' Santa Rosa fiie fundada en 1730 como una “visita” delamisiónde San José del Cabo,
para atender aun pequeño grupo de indígenaspericúes. La fecha en que fue sacrificado allí
el padre Nicolás Tamaral fue el 3 de octubre de 1734. Actualmente existe allí un pequeño
poblado cuyos habitantes se dedican principalmente a la agricultura.
•La muerte del padre Lorenzo Carranco tuvo lugar el 1 de octubre de 1734.
10En el paraje de San Bartolomé se halla actualmente el pueblo conocido con el nom­
bre de San Bartolo, situado aproximadamente a cien kilómetros al norte de San José del
Cabo.
11En Santa Ana, en el año de 1748, o sea poco tiempo después de que se escribió esta
relación, un yerno del capitán Esteban Rodríguez Lorenzo, el célebre Manuel Osio, estable­
ció el primer real de minas que fue asimismo la primera fundación secular en las Califor­
nias. Del real de minas sólo quedan actualmente vestigios de sus edificaciones originales
junto al rancho que lleva el mismo nombre de Santa Ana y al cual puede llegarse por una
desviación que existe, a la altura del kilómetro 71, de la moderna carretera que va de La Paz
a San José del Cabo.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

1 20 LACALIFORNIA MEXICANA

hablo, y es misión muy pingüe y fértil (como todos las que van menciona­
das).12 Se mantiene de ojo de agua muy abundante y las derrama en la
contracosta (o mar del poniente), de donde dista una legua. Aquí hay otro
misionero y administra naturales de la misma lengua y nación dicha, y otra
nación que se llama cayague [callejúe], de corta cantidad.13
De aquí se coge camino para la misión de Nuestra Señora del Pilar de La
Paz [al margen, a ésta llaman los indios Airapí]. Y pasando por la Muela,14*la
Venta, el Carrizal, todos parajes con agua y despoblados de misiones, habi­
tados de la nación que se llama ochiti [huchití],13 a las veinte leguas se llega
a ella. Está situada en la ribera del mar y costa que mira al oriente; como las
demás es muy extensa, de todo se mantiene de unos pozos por ser muy seco
el arroyo que allí entra al mar en cuya boca hay palmas. Es administración
de otro ministro y la pueblan las naciones cayajus [callejúes], aripes y los
ochiti, ya nombrados, toda una lengua, aunque varía en algunas y muchas
palabras, por donde se distingue la una de la otra, pero se entienden unos
con otros.16
Aquí se agrega otra nación de lengua de los pericús, ya dichos; que se
crió en las islas de San Joseph y Espíritu Santo que están enfrente de dicha
misión.17 Hay aquí una bahía muy grande que tiene de largo más de cuatro
leguas que, a no ser de tantos bajos, fuera muy admirable puerto (desde ella
hay placeres de perla perseguidos hasta Cerralvo, ya dicho que nombraré
abajo: está dicha misión, según se reconoce, enfrente de la costa de Culiacán.
Con poca diferencia de La Paz, saliendo para Santiago (a juntarse con el
camino que se apartó en las Gallinas), como a diez leguas, se va al Santo
Angel de la Guarda, estancia que es la de La Paz y territorio de la dicha na­
ción ochiti. Hay casas y corrales con un admirable potrero cerrado.
De dicha misión de La Paz a la de Dolores hay camino de cincuenta le­
guas, poco más o menos, sin poblazón de cristiandad, la más, y la habitan
gentiles cuyas naciones se llaman unos pirús y otros piriuchas y guaycuras y
otras naciones o rancherías.18 Hay aguajes en el camino en estos parajes, en

12La misión de Todos Santos, situada cerca de las costas del Pacífico, fue en un princi­
pio “visita” de la misión de La Paz y, como tal, fue fundada por el padre Jaime Bravo. Al
tiempo de la rebelión de los indígenas, en 1734, estaba a cargo del padre Segismundo
Taraval.
13El grupo de los callejúes formaba parte de la que se conocía como "nación guaycura".
11“Muela": "se toma también por cerro alto" (Diccionario de Autoridades de la Lengua
Castellana). Aquí designa un nombre de lugar.
13 El pequeño grupo de los indígenas huchitíes estaba estrechamente emparentado
con la familia de los guaycuras. Algunos años después de que se escribió esta relación, el
grupo huchití llegó a extinguirse por completo debido sobre todo a frecuentes epidemias.
16 Resulta de interés destacar la información que aquí se proporciona acerca de los
varios grupos de habitantes en las inmediaciones de la misión de La Paz. Formaban parte
todos ellos de la familia guaycura. En tanto que los callejúes se encontraban más relaciona­
dos, desde el punto de vista lingüístico, con los guaycuras propiamente dichos, los aripes,
los huchitíes, al igual que los que recibían el nombre de “coras”, constituían una especie de
subgrupo lingüístico hasta cierto punto distinto. Véase a este respecto: William C. Massey,
"Tribes and Languages...”, pp. 272-307.
17 Sabido es que algunas familias de origen pericú habitaban en las mencionadas islas
y visitaban con alguna frecuencia la región de la bahía de La Paz.
18 La misión de Nuestra Señora de los Dolores del Sur fue fundada por el padre Cle­
mente Guillén en 1721, cerca de un lugar que se nombraba en lengua indígena, Apaté. Los

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

DESCRIPCIÓN Y TOPONIMIA INDÍGENA DE CALIFORNIA 121

Los Reyes, que es arroyo, en Guadalupe, que es otro arroyo con carrizal, y
de allí a el de San Hilario que es más grande y con más agua que los antece­
dentes. Aquí hay una admirable veta de piedra de alumbre muy cuantiosa y
de varios colores que son tan buenas como de Castilla. De aquí a Las Liebres
hay arroyo escaso, con suficiente agua. De allí, como cinco leguas, se sale a
otro arroyo muy grande que es el de La Pasión; los naturales llaman Chillá.19
Aquí hay misión nueva, que antes era rancho de Dolores. Las aguas de
este arroyo derraman en la contracosta en cuya boca hay agua; de la Pasión
se va a Dolores caminando doce leguas, en cuyo medio queda a un lado del
camino (a la derecha), San Juan, que sus habitadores llaman Quaquiguí,
paraje con agua y gente que toma su doctrina en Dolores. No tiene iglesia ni
pueblo. Los Dolores sólo es misión que se mantiene de un ojo de agua algo
corto. Dista de la playa como una legua poco más [al margen: y está frente a
Ahorne según los náuticos que surcan las travesías]; la nación que la puebla
se llama apatés y así llaman ellos al paraje.
De aquí se sale para Loreto, y camino por la playa ya como diez leguas, se
llega a San Carlos, que hay agua y placer de perla; y dejando la costa se sube
a la sierra y, a las seis o siete leguas, se llega a un arroyo (cuyo nombre es en
la lengua de los naturales[...] y no me acuerdo).20 Derrama su vertiente a la
contracosta y, como está sobre tierras altas, descuelga también para la costa
oriental y sale al mar en el Aguaverde, ensenada muy grande. De este paraje
se va a Santo Thomás a una muy gran subida y bajada, y se llega a un arroyo
que tiene el nombre dicho con harta agua que derrama para la contracosta y
es muy estéril y pedregoso el país. De aquí se va a San Hilarión, otro arroyo
con agua, menos incómodo que el antecedente pero mal país y de ningún
provecho, distante uno de otro como cinco leguas.
De éste se sale y se baja a Ligüí que está en la costa y fue misión y es,
aunque sin padre, y con muy pocos hijos, porque los han arrastrado a Loreto.21
Está poblado, con ganado y caballada, y dista de San Hilarión como seis le­
guas. Está como un tiro de escopeta de la playa enfrente de la Boca Chica
(que así llaman a la que hace la isla del Carmen con la de Danzantes y tierra
firme). De aquí se sale, y a las nueve o diez leguas se llega a Bonú, estancia de
vaquería, como media legua del mar. De aquí, a una legua poco más, se llega
al real presidio de Nuestra Señora de Loreto y misión que hay con competen­
te pueblo de naturales, cuya nación se llama laimón y en su idioma llaman al
paraje Conchó.22 Dista del mar un tiro de piedra y se mantiene de agua de
pozos; y en el mismo modo Ligüí y Bonú, porque sus arroyos son secos.

que llama aquí la relación “indígenas pirús" se conocen en otras fuentes con el nombre de
“periúes” y constituían un grupo emparentado con los huchitíes.
19 La Pasión fue el sitio al que se trasladó algunos años más tarde la cabecera de la
antigua misión de Los Dolores.
20En ésta una curiosa confesión, hecha por quien ha tenido el empeño de dar en cada
caso los nombres indígenas de los varios lugares y que en éste manifiesta no recordarlo.
21 La misión de San Juan Bautista Ligüí fue fundada en 1705 por el padre Pedro de
ligarte. Abandonada hacia 1721, la mayor parte de su población indígena se trasladó a la
cabecera de Loreto. A un lado de la carretera transpeninsular quedan, en el sitio de Ligüí,
algunos vestigios de la antigua misión.
22Los indígenas designados aquí con el nombre de laimones, formaban parte del tron­
co lingüístico de los cochimíes. Véase: William C. Massey, “Tribes and Languages...", pp. 295-
297.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.htstoricas.unam.mx/publicadones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

122 LACALIFORNIA MEXICANA

Está Loreto enfrente de la isla del Carmen; de aquí salen caminos para las
misiones de el norte, dos. Por el uno se va a San Juan, misión fundada por el
padre Juan María Salvatierra (in pace requiescat) ,a Dista de Loreto como
diez leguas. Se mantiene de pozos, aunque su arroyo tiene alguna agua en
la superficie de que se mantiene ganado y caballada. Dista la misión de la
playa como dos leguas, y está enfrente de San Bruno, en donde fue el des­
embarco de don Isidro Tondo [Atondo], que intentó la conquista antes que
los reverendos padres.2,1
De aquí se sale para Mulexé y, a las diez leguas de camino, se sale a la
playa de la bahía de la Concepción, por cuya costa se camina como doce
leguas y se llega a Mulexé a quien riega un arroyo [al margen: a éste le
llaman el río de Mulexé], con bastante agua. Dista la misión del mar como
una legua; la nación de sus naturales se llama Cochimí.
De aquí a San Ignacio hay como cincuenta leguas, y dista dicha misión
como quince de el mar y está enfrente de Santa Ana, adelante de Las Vírge­
nes y es la última que hay para el norte.232425 El otro camino que sale de Loreto,
va por San Miguel, misión muy antigua entre las demás; de allí a Comondú
y San Pablo, etcétera.26
Y cogiendo la costa desde la ensenada de Cerralvo para el norte y las islas
que hay en ella y placeres y nombres de la costa, se le sigue el placer de
Arranca Cebolla;27 San Lorenzo en su frente; en la isla del Espíritu Santo,
está el Abanical; de San Lorenzo se sigue el Pichilingue, placer y puerto muy
buenos y distan como cuatro leguas. En medio de los dos está Punta Atiero,
la isla de la Ballena, con concha; del Pichilingue a La Paz, hay como cinco
leguas, y en su ingreso hay placeres por la costa. La punta Prieta, la punta

23 Se alude aquí a la misión de San Juan Bautista, fundada por el padre Juan María
Salvatierra en 1699. Dicha misión, situada algo al norte de Loreto, pasó a ser posteriormen­
te una simple visita de la cabecera de las misiones de California. Más tarde SanJuan Bautista
Londó subsistió sólo como un rancho, ya que su población indígena se trasladó a Loreto.
24 Se debió al almirante Isidro de Atondo de Antillón y a los padres Eusebio Francisco
Kino y Matías Goñi el establecimiento, en 1683, de la misión y presidio de San Bruno. Ha­
biendo tenido que abandonar dicho sitio en 1685, queda su recuerdo como el del más
antiguo establecimiento misional con cierta permanencia en California. Véase: W Michael
Mathes (ed.), First from the Gulf to the Pacific, The diary o f Kino-Atondo Peninsular
Expedition, Los Ángeles, Dawson’s Book Shop, Baja California Travels Series, vol. 16,1969.
25 Efectivamente al tiempo en que se escribió esta relación, era la misión de San Igna­
cio Cadaacamán la última de las establecidas en el norte. La misión de San Ignacio había
sido fundada en 1728 por los jesuítas Sebastián Sistiaga y Juan Bautista Luyando.
26 Se alude aquí a varios establecimientos misionales. El primero es San Miguel de
Comondú fundado en 1714 por el padre Juan de ligarte. El segundo, contiguo al anterior,
es San José de Comondú que llegó a ser cabecera principal hacia 1737. Finalmente con el
nombre de San Pablo se conoció orignalmente el sitio a donde se trasladó más tarde la
antigua misión de San Javier. Esta última misión había sido fundada, en un lugar cercano,
por el padre Francisco María Píccolo en 1699- Apartir de 1720 quedó en definitiva la misión
de San Javier en lo que antes se conocía como San Pablo. El hecho de que en esta relación se
use del nombre de San Pablo, en vez de SanJavier, denota que el autor de la misma conocía
el sitio desde mucho tiempo antes. Tal fue el caso precisamente del capitán Esteban Rodríguez
Lorenzo que había ayudado al padre Píccolo en el establecimiento de dicho centro misional.
27 A partir de este párrafo el autor de la relación se ocupa en describir los litorales.
Parte desde la ensenada de Cerralvo, situada al sureste de la gran bahía de La Paz. Es intere­
sante señalar que varios de los nombres que aquí consigna se conservan hasta la fecha.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

DESCRIPCIÓN Y TOPONIMIA INDÍGENA DE CALIFORNIA 123

Colorada, y la Calavera y bahía de La Paz,28 que cuasi son unos todos por lo
continuos que están, y de Cerralvo a La Paz habrá veinticinco leguas.
Y prosiguiendo la costa, no hay donde llegar en ella, o no se llega por
mejor decir por no tener agua en más de veinte leguas y así se toma el cami­
no o navegación por las islas de el Pichilingue a el Espíritu Santo. Hay trave­
sía como de cuatro leguas de ésta a San Francisco; otras tantas de ésta a la de
San Joseph; habrá cinco. Y todas tres con placeres en sus costas. De aquí se
atraviesa otra vez a coger la punta de tierra firme y se llama San Hilario y
habrá como diez leguas y se costea otras tantas o más para llegar a la playa
de Dolores en donde hay aguada. De allí se costea como ocho leguas y se
llega a San Carlos; hay placer y tiene enfrente la isla de Santa Cruz como
cinco leguas afuera. De allí por la costa se navegan como catorce leguas y,
volteando la punta de Aguaverde, se llega a la ensenada de este nombre. Es
muy grande y buen abrigo y aguada y tiene dentro de sí las islas de San
Cosme y San Damián. Hay placer en toda ella y tiene enfrente la isla de
Danzantes, que dista de tierra como tres leguas.
De allí, como a diez leguas, se llega a Ligüí entrando por Boca Chica, y
por la costa se camina como tres leguas y se llega a Puerto Escondido que
estáenfrente del Carmen, y dista esta isla de tierra como cuatro leguas. De
allí se va a Loreto, que hay como cinco leguas de navegación; de allí a Coro­
nado, que es península, y dista de Loreto como tres leguas. En tierra firme,
enfrente de Coronado, como tres leguas, está La Giganta, sierra la más alta
de California, que se devisa la primera29 en la navegación; está enfrente de
Santa Cruz de Mayo. De allí se va al Pulpito, con aguada y camino como
cinco leguas. De allí a San Bruno; tiene agua y dista como tres. De allí la
costa, que tendrá como veinte leguas, hasta doblar la punta Gorda y entrar a
atravesar la boca de la bahía de la Concepción y llegar a Mulexé. Dejando
dicha bahía a la mano izquierda, que es admirable de grande y puerto cerra­
do, tiene de círculo más de dieciocho leguas con dos aguadas en sus riberas
y muchas conchas de perla. Su boca tendrá como legua y media. Está ésta y
la misión de Mulexé enfrente de Yaqui30 y corriendo de aquí la costa, a las
ocho o nueve leguas, se encuentra la playa de San Marcos con aguada y una
isla del mismo nombre. Enfrente, como una legua y media de la tierra firme,
hay placer y es el último que se ha topado con concha fina, pues para arriba
ya son diferentes las conchas y perlas en sus colores y variación.
De aquí se sigue la navegación y, a distancia de veinte y tantas leguas, se
llega a las Vírgenes que son tres cerros [al margen: enfrente de éstos está la
isla de la Tortuguita], muy altos, que están a la costa y se divisan desde esta
banda en día muy al propósito, de sereno y en especial al ponerse el sol. De
aquí a las doce leguas se llega a Santa Ana, hay aguada, y dista de San Ignacio
como quince leguas y está enfrente de Upanguaymí; de aquí a La Trinidad,

28Todos estos nombres de lugar pueden asimismo localizarse fácilmente en los mapas
modernos.
29Pareció al autor de esta relación que La Giganta alcanzaba la mayor altura en Califor­
nia. Dentro del área hasta entonces conocida, o sea hasta la región de San Ignacio, la mayor
elevación pertenece al grupo de volcanes conocidos como Las Tres Vírgenes con 2 054
metros. La mayor altura de La Giganta es de 1 738 metros.
30 Se refiere al río Yaqui, en Sonora, región en la cual los misioneros jesuítas habían
fundado asimismo varios establecimientos. La apreciación geográfica concuerda por cierto,
con bastante aproximación, con la realidad.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO

HISTÓRICAS

124 LA CALIFORNIA MEXICANA

hay como siete leguas, placer y aguada. Desde aqui a la Pepena hay como
dieciséis leguas y en el intermedio hay muchos placeres de nácares y están
algunas piedras como islotes y la isla de San Juanico que es islote de la
Pepena. Siguiendo la costa, hay para San Antonio como catorce leguas más
o poco menos. Es placer bueno y sin agua que beber. Tiene enfrente un
islotillo de piedra negra; de allí se va a el puerto de Almejas [al margen:
enfrente de éste está la isla de la Tortuga).
De allí a San Miguel, que dista cuatro o cinco leguas, de allí enfrente de
éste, está una isla sin nombre y se sigue otra y luego la del Tiburón que, por
estar en fila atravesada en el mar, llaman el Estrecho.31 De allí se va a la
aguada de Guadalupe que tiene un gran puerto resguardado de todo viento
y de allí, entrando por muchas islas grandes y pequeñas, que hay amontona­
das y son más de seis, con sus bocanas se pasa al placer de Guadalupe que se
navegan como diez leguas. Es playa rasa, descubierta al sur y sus compues­
tos. De allí se pasa como diez leguas. Está otro aguaje con un palmarito y
placer y sin abrigo ninguno, y es lo último que han llegado los que transitan
las costas que ya son incógnitas en adelante.32 Desde aquí al cabo de San
Lucas habrá trescientas leguas, a mi entender, aunque en alguna de las dis­
tancias hay errado el número de ellas en corta diferencia.
Dividida la conquista en dos provincias,33 agregando una a cada presidio,
incluyen en su recinto las poblaciones siguientes: el presidio de San Joseph
tiene la misión de San Joseph, Santa Rosa y San Joseph el Viejo, con mucha
gente y rancherías cristianas y es administración de un misionero. Tiene su
estancia a las cuatro leguas camino de Santiago y le llaman San Sebastián.
Santiago, alias Aiñiní, no tiene pueblo de visita pero tiene mucha gente
que puede llegar en número a más de novecientas personas y es administra­
ción de otro misionero.
Todos Santos, ésta tiene una estancia, se llama la estancia Santa Gertrudis,
a distancia de tres leguas sin otro pueblo ninguno. Tiene mucha gente de
administración y misioneros.
Nuestra Señora del Pilar de La Paz tiene padre misionero y mucha gente
en las rancherías de ochitís, aripes, cayajús que administran. De ésta al pre­
sidio habrá cincuenta o sesenta leguas; de ella a Todos Santos hay veintidós;
de ella a Santiago setenta y tantas. Tiene de travesía, de la costa oriental a la
contracosta por tierra, como veintiocho o treinta leguas. Y es esta misión

31 Las islas a las que hace referencia son las de San Lorenzo y San Esteban que, junto
con la de Tiburón, dan lugar a varios estrechos que comunican con la porción norte del
golfo de California, conocida asimismo como Ancón de San Andrés.
32 Se refiere aquí el autor al hecho de que, hasta entonces, no existía establecimiento
alguno misionero en esas latitudes del norte. Cabe recordar, sin embargo, que el padre
Juan de ligarte había realizado una primera exploración, que incluyó la porción norte del
golfo de California, en el año de 1722. Véase: Juan de ligarte. “Relación del descubrimiento
del Golfo de California o Mar Lauretano, año de 1722”, Tres documentos sobre el descubri­
miento y exploración de Baja California, edición de Roberto Ramos, México, Editorial Jus,
1958, pp. 15-50.
33Se alude aquí propiamente a las dos circunscripciones de carácter militar que queda­
ron establecidas desde poco después que terminó la gran rebelión indígena de los años de
1734 a 1736. La primera de estas circunscripciones se concibió en función del nuevo presi­
dio o resguardo militar de San José del Cabo. Acerca de ella a continuación proporciona
aquí el autor nueva información. La segunda circunscripción o provincia continuó siendo la
que, desde el punto de vista defensivo, dependía del antiguo presidio de Loreto.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

DESCRIPCIÓN Y TOPONIMIA INDÍGENA DE CALIFORNIA 125

toda gente cristiana y pacífica y éstas todas fueron las que padecieron y se
arruinaron en el alzamiento por haber sido sus hijos los que lo causaron;
todas las quemaron y hoy están reedificadas.
Desde ésta hasta Chillá (La Pasión se llama), es gentilidad y ésta tiene
mucha gente de administración y padre ministro. La nación de sus naturales
se llama chillás34 y tiene otras rancherías que viven el arroyo abajo, que ha­
cen número de gente en dicha misión que tiene muchas. Hay por la
contracosta mucha gentilidad y desde ésta comienza la parte que le toca al
cuidado del presidio de Loreto.
Síguese Los Dolores con que tiene padre y administra la ranchería nativa
y la de San Juan Cuaquiguí, la de San Carlos y otras que componen bastante
número de gente.
Síguese Loreto, presidio y pueblo, padre ministro tiene y administrador
de el haber, y un padre lego que le ayuda;33 tiene de administración a Ligüí,
a Bonú, la Huerta y el pueblo de Loreto y San Juan, todo con poca gente.
Sólo Loreto que es cabecera tiene alguna más.
De aquí se sigue San Pablo, tiene padre.
Comondú tiene padre ministro y bastantes hijos de administración. San
Miguel es misión antigua; estaba sin padre, no sé si tendrá.
La Purísima tiene padre ministro y administra también en Cadegomó que
es otro pueblo.
Mulexé tiene padre ministro y administra la ranchería de San Marcos y a
los de la bahía de la Concepción y a sus nativos que todo compone compe­
tente número.
San Ignacio del Norte, tiene padre y muchísima gente de administración.
Desde Loreto a Chillá hay cincuenta leguas; a los Dolores cuarenta; a la
parte del poniente de Loreto está San Pablo36 y habrá veinte. A San Miguel
habrá doce. A Comondú veinticinco (ya se van tendiendo para el norte), a La
Purísima treinta, a Mulexé cuarenta, y a San Ignacio del norte ponen cien.
Esto es, desde Loreto a todas, lo que hay a cada una con diferencia de poco
más o menos con todas; pues a algunas no he ido yo, y pongo lo que sé de
los soldados que las han andado la tierra. En lo visto tendrá de ancho, de
mar a mar, en donde más cuarenta leguas.37 En la contracosta hay mucha
gentilidad, y en el medio que hace de entre ella y La Paz hay mucha, y muchí­
sima por la parte del norte pues, pasando los recintos de San Ignacio, ya es
incógnita la tierra toda.
Esto sé.38

94El grupo indígena de los chillás formaba parte también de la familia de los guaycuras.
33 La expresión padre lego es uno de los indicios que me han movido a atribuir este
texto a alguien que no formaba parte del grupo de misioneros jesuítas. Cualquiera de éstos
se hubiera valido aquí del título de hermano coadjutor para referirse a alguien que no tenía
el rango sacerdotal.
36La alusión a la misión de San Pablo debe entenderse como referida a la de San Javier.
Véase a este respecto la nota número 26.
37Es éste otro de los indicios en apoyo de que el autor de esta relación tenía particula­
res vínculos con los soldados del presidio. El capitán de éstos, de quien se sabe que envió
una relación al padre Miguel Venegas, cuando preparaba éste su Noticia de la California,
era precisamente la persona a quien creemos poder atribuir este texto, don Esteban
Rodríguez Lorenzo.
38Ms. Biblioteca Nacional de México, Archivo franciscano, 4/62.1.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO

HISTÓRICAS

126 IA CALIFORNIA MEXICANA

Apéndice
La toponimia indígena de
B aja California Sur

Gracias, sobre todo, a las varias crónicas, historias, informes y descripcio­


nes preparadas p or los misioneros jesuítas, podemos con ocer no pocos
de los nombres co n que designaron los antiguos habitantes indígenas a
diversos lugares dentro de la geografía de la península. Buen ejemplo de
esto lo ofrece el diario de la expedición que en 1720 hizo por tierra el
padre Clem ente Guillén, desde la misión de San Juan Bautista Malibat
a la bahía de La Paz.39 En dicho diario reunió varias decenas de voca­
blos en lengua guaycura, nombres de los distintos lugares p or los que
atravesó. Otra muestra de parecido em peño la da una relación del padre
Nicolás Tamaral a propósito del área en la que se establecieron las misio­
nes de San Javier, San José de Comondú, la Purísima y aún de territorios
más norteños.40 Y otro tanto puede decirse respecto de la preocupación
p or no dejar en el olvido las toponimias indígenas, patente en las obras
de los clásicos historiadores de Baja California, Miguel Yenegas, Segis­
mundo Taraval, Juan Jacobo Baegert, Francisco Xavier Clavigero y Miguel
del Barco.
Por otra parte, la relación cuyo texto he publicado aquí, debida pro­
bablemente al capitán Esteban Rodríguez Lorenzo, tiene a su vez el gran
mérito de dam os los antiguos nombres indígenas, no ya de las rancherías
o parajes sino, lo que es más importante, de los sitios en los que se habían
ido estableciendo las varias misiones. Varios de tales nombres indígenas
nos eran por com pleto desconocidos y sólo gracias a esta relación puede
hacerse su definitivo rescate.
Así, con apoyo en la relación que se atribuye a Rodríguez Lorenzo y
aprovechando también otras informaciones de algunos misioneros, ofrezco
este elenco de la toponimia indígena de Baja California. Me limito en él a
dar los vocablos indígenas que corresponden a sitios y poblaciones bien
conocidas en la actualidad. Hago constar, sin embargo, que respecto de
otros muchos puntos en la geografía de la península se conservan también
los topónimos nativos en las crónicas e informes a los que antes he aludi­
do. En el presente catálogo de nombres de lugar pongo primero las desig­
naciones contem poráneas en castellano y a continuación los antiguos
vocablos indígenas. En cada caso se indica la fuente de donde proceden

19 Véase: Jaime Bravo, Juan de Ugarte y Clemente Guillén, op. cit.


40Véase la recopilación de informes y cartas incluidas en Constantino Bayle, op. cit. Las
toponimias reunidas por el padre Tamaral aparecen en las pp. 213-214 de esa obra.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

DESCRIPCIÓN Y TOPONIMIA INDÍGENA DE CALIFORNIA 127

estos últimos. Siempre que se trate del testimonio que proporciona la


relación aquí publicada, lo indico con las siglas RRL (Relación de Rodríguez
Lorenzo).
Cabo San Lucas Yenecamú (RRL).
Dolores Apaté. Misión de Nuestra Señora de los Dolores del Sur (Mi­
guel del Barco, op. cit. , pp. 253-254).
Guadalupe Guasinapí. Misión de Nuestra Señora de Guadalupe (va­
rios testimonios).
La Paz Airapí (RRL). El nombre está probablemente relacionado con el
del grupo indígena de los Aripa que habitaban la parte interior de la ba­
hía de La Paz.
La Pasión Chillá (RRL). Antigua misión cercana al actual rancho de La
Presa, aproximadamente 25 kilómetros al sureste de la misión de San Luis
Gonzaga.
La Purísima Cadegomó. (Relación de Nicolás Tamaral). La significa­
ción de Cadegomó es “Arroyo de carrizales”.
Ligüí. En este caso se conserva únicamente el nombre indígena. La
advocación dada por los misioneros a dicho lugar fue la de San Juan Bau­
tista. En ocasiones se conoció también con otro nombre indígena: Malibat.
Loreto Conchó ( rrl y otros varios testimonios).
Mulegé. La advocación dada por los misioneros era Santa Rosalía de
Mulegé.
San Bartolo (aunque se desconoce el nombre indígena de este lugar,
la relación aquí publicada informa que correspondía a un rancho de la
misión de Santiago y que originalmente su nombre era San Bartolom é).
San Ignacio Cadacaamán (num erosos testimonios). La significación
de Cadacaamán (Kadakaaamang) es, com o en el caso de Cadegomó, “Arro­
yo de carrizales”. La explicación de esta coincidencia se deriva de que se
trata de dos formas dialectales dentro de la lengua cochimí.
San Javier Biggé-Biaundó (varios testimonios).
San José de Comondú.
San José del Cabo Añuití ( rrl).
San Juan Bautista Londó situado al norte de Loreto, antigua misión
fundada en 1699 por Salvatierra.
San Luis Gonzaga Chiriyaquí (Juan Jacobo Baegert, Noticias de la
península am ericana de California, México, 1942).
San Miguel de Comondú.
Santa Ana Marinó ( rrl). Antiguo real de minas, fundado en 1 7 4 6
por Manuel de Osio. Se en cu en tra a pocos kilóm etros al lado derecho
de la carretera que va de La Paz a San Jo sé del Cabo, a la altura del kiló­
metro 71.
Santiago Aiñiní.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
LA. CALIFORNIA MEXICANA

Los datos aquí reunidos, com o es obvio, en m odo alguno agotan las
posibilidades de ulteriores investigaciones sobre la toponimia indígena
de Baja California. Si hasta hoy desconocemos los nombres nativos de
sitios como San Antonio, El Triunfo, Miraflores, Todos Santos y otros, cabe
pensar que en alguna de los muchas fuentes que se conservan llegará a
encontrarse quizás dicha toponimia prehispánica. Mantener vivo el re­
cuerdo de los nombres indígenas, en unión de aquellos que provienen
de los periodos novohispano y m oderno, significa ahondar en la concien­
cia de las propias raíces culturales. Al ser presentado este trabajo en el XII
Simposio de la Asociación Cultural de las Californias, celebrado los días
27 y 2 8 de abril de 1974 en la ciudad de La Paz, por unanimidad se acordó
hacer una propuesta ante las correspondientes autoridades con el fin de
que, de manera oficial, se añadan a los actuales nombres de las varias
poblaciones los correspondientes vocablos indígenas.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
I N ST IT UT O

HISTÓRICAS

VII

TRAYECTORIA CARTOGRÁFICA
D E BAJA CALIFORNIA SUR*

Quiero repetir que es para mí un inmenso gozo volver a estar en La Paz.


Siempre que tengo en la mente que vendré acá, me regocijo pensándolo
y el regocijo se vuelve en realidad cumplida al estar aquí.
Iniciamos esta Tercera Semana d e Inform ación H istórica d e Baja
California Sur. Verán ustedes en su programa que la temática es muy
amplia y en muchos aspectos cubre asuntos que no se han tocado en
ocasiones anteriores: ferrocarriles, minas, educación, la cuestión de la
estación de Pichilingue, la isla llamada California, Baja California y el oc­
cidente de México, los caminantes, la cartografía.
El tema que me corresponde es en realidad amplísimo. Podría fijarme
tan sólo en una etapa nada más, por ejemplo, simplemente en la cartografía
sobre la California en la primera mitad del siglo XVI. Entiendo que el doc­
tor Miguel Mathes va a cubrir una parte, precisamente del siglo xvu. Mi
intención es ofrecer a ustedes una visión de conjunto, una visión que será
por necesidad sumaria, un poco rápida porque no tenemos mucho tiem­
po, pero a la vez pienso que es de gran interés tener una perspectiva
general.
Será una especie de acercam iento a la historia de la cartografía sobre
Baja California, no un estudio de geografía histórica. Conviene precisar
esta distinción: un estudio de geografía histórica debe elaborarse inclu­
yendo mapas preparados en la actualidad que van m ostrando qué es lo
que fue ocurriendo respecto del conocimiento de la península en diver­
sos m om entos. Eso sería un acercamiento a la geografía histórica, por
ejemplo, trazar las rutas de los exploradores, de diversas personas que
recorrieron una región u otra de la península. Mi acercam iento es distin­
to. Consiste precisamente en mostrar la cartografía que se fue producien­
do en diversos mom entos acerca de la península. La mayoría de los mapas
que voy a presentar proceden de la época misma o cercana a la que se
están refiriendo. Esta es una selección bastante reducida. Desde luego

* Publicado en: M em o ria d e la IIIS e m a n a d e In fo rm a c ió n H istórica d e B a ja Califor-


n ia Sur, La Paz, UABCS, f o n a p a s , Promotores Voluntarios, 1 al 5 de nov. de 1982, pp. 7-57.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
I N ST IT UT O

HISTÓRICAS

130 LA CALIFORNIA MEXICANA

hay muchísimos mapas que pueden ilustrar otros aspectos; incluso po­
dríamos hablar de una cartografía de regiones determinadas, que nos ofre­
ce planos de poblaciones, accidentes geográficos, m ontañas, bahías,
etcétera. Esta es más bien una presentación de la historia de la cartografía
en relación con esta península en su aspecto más general.
Como introducción, quisiera decir esto para que ustedes se puedan
guiar. Si distribuyéramos la temática diacrònicamente, es decir a lo largo
del tiempo, veríamos que hay una serie de testimonios de los descubri­
mientos más tempranos a lo largo del siglo xvi, preferentemente de la
primera mitad del siglo xvi. De las expediciones organizadas por Hernán
Cortés (1 5 3 2 ,1 5 3 5 ,1 5 3 9 )y p o r el virrey Antonio de M en d o za(1540,1542)
se obtuvo un gran caudal de información. Francisco de Ulloa, enviado
por Cortés llegó a las bocas del Colorado y recorrió luego las costas del
Pacífico hasta más allá de la isla de Cedros (1539). A su vez Hernando de
Alarcón (1 5 4 0 ) exploró ampliamente el golfo de California. Rodríguez
Cabrillo (1542) llegó más allá del que nombró cabo Mendocino en honor
del virrey. De estas expediciones se derivó la preparación de mapas muy
importantes, los primeros de la cartografía californiana.
Viene luego un segundo capítulo que se abre con la magna empresa
de Sebastián Vizcaíno, empresa a la que ha dedicado particular atención
mi amigo y colega Miguel Mathes, mi tocayo; en esta etapa de Vizcaíno es
cuando se exploran las costas occidentales de la península y se obtiene
información que se traduce en una serie de cartas geográficas. Las hay de
accidentes, bahías, cabos, entrantes, salientes; 32 cartas que elaboró con
la información que obtuvo, nada m enos que el cosm ógrafo, sabio y
nahuatlato, Enrico Martínez.
Pero la gran empresa de Vizcaíno, que es una revelación, también
viene a ser, por una coincidencia curiosísima, principio de un gran equí­
voco de aquel fraile carmelita que venía con él, fray Antonio de la Ascen­
sión. Nace el equívoco, del cual creo que nos va a hablar la persona a que
me he referido, Miguel Mathes, de pensar que la California es una isla.
Eso que ocurrió desde principios del siglo xvii, después se va a refle­
jar en la cartografía universal. Tenemos esto, que es muy interesante (sin
menosprecio de ninguna otra entidad de nuestro país). Por ejemplo, en
la cartografía del estado de Coahuila se trata de una cartografía que no
puede delimitarse com o cabe delimitar la de nuestra península. La penín­
sula se mira hoy día desde los satélites y se ha fotografiado; se pueden ver
sus accidentes desde un avión, incluso desde un barco. ¿Por qué? Precisa­
mente porque es una península, porque está rodeada de mar; en cambio
Coahuila, de límites al fin artificiales, sólo adquiere un perfil en los mapas
cuando se establece en un m om ento dado lo que son los límites de ese
estado mexicano.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
TRAYECTORIA CARTOGRÁFICA DE BAJA CALIFORNIA SUR 131

Curiosamente, las dos grandes penínsulas de México — las de Yuca­


tán y California— que son tan diferentes, ambas han sido objeto de múlti­
ples formas de estudio, de exploraciones interesantísimas, y las dos fueron
también objeto de confusiones. La península de Yucatán asimismo pasó
por isla. En una serie de momentos penetraron los navegantes por la la­
guna de Términos, por un lado, y por el otro, por el golfo de Honduras, y
ya entrando a la bahía de Chetumal, les daba la impresión de que ahí
existía una isla. De hecho hay trabajos publicados, los primeros opúsculos
sobre Yucatán en los que aparece com o isla. Eso ocurrió también, con
variantes respecto de California, y en la cartografía no sólo regional, sino
mundial, puesto que aparece en los atlas, en los mapamundi, en los glo­
bos terráqueos. Diría de la cartografía califomiana que la forma com o
aparece en los atlas en que se representa al mundo, es un elemento diag­
nóstico de la fecha en que se elaboraron tales fuentes de información
geográfica.
Los cartógrafos que en ese m om ento en Holanda, Italia, Bélgica, Ingla­
terra, Alemania o en España estaban elaborando tales mapamundi, de­
pendiendo de qué información tenían, así pintaban esta región com o isla
o com o península. Esto resulta de gran interés pero a la vez muy difícil.
¿Por qué? Porque tendríamos que tom ar en cuenta, en un cierto sentido,
el gran conjunto de los atlas universales; ¿por qué? Porque ahí está pre­
sente la isla o península de California. En este acercamiento a la cartogra­
fía o a la historia de la cartografía de la península no voy a atender tanto a
los atlas porque sería otro mundo también; sólo a veces los citaré.
El tercer capítulo de esta historia es el de tratar de “desfacer el entuer­
to”, de deshacer el engaño; ¿cuál es el entuerto y el engaño? El tom ar a
California p or una isla. El intento de deshacer el error arranca con el pa­
dre Kino y en ese sentido son muy importantes sus mapas.
El padre Kino estuvo aquí — aunque poco tiempo— a partir de 1683,
m enos de dos años, y luego, cuando penetró por el norte, cruzando el
Colorado, acercándose al río Gila, precisamente para explorar si había o
no continuidad terrestre hasta el Pacífico. Resultado de su esfuerzo fue­
ron sus célebres mapas, varios de los cuales se publicaron en varias len­
guas. Sin embargo, a pesar de los trabajos de Kino, no se deshizo la duda;
todavía se editaron muchos mapas en los que siguió apareciendo Califor­
nia com o isla. Contribuyeron mucho los jesuítas en esta cartografía. Des­
tacan los mapas de Consag, Ugarte, Linck, Venegas, Armesto. Con los datos
que envió Venegas reelaboró Burriel en España el que incluyó en su edi­
ción de la Noticia d e la conquista tem poral y espiritual d e California
(1 7 5 7 ). A la postre la cartografía derivada del esfuerzo de Kino logró im­
ponerse y se fueron disipando las dudas. El verdadero perfil de la penín­
sula se va conociendo.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.históricas.unam,mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
132 LA CALIFORNIA MEXICANA

Vendría una cuarta etapa de la cartografía, que es la del siglo xix. Se


trata de una cartografía en la cual se reflejan dos cosas: en general el poco
avance de los conocimientos geográficos por parte nuestra (de los mexi­
canos) y el creciente avance de los conocimientos, en lo que toca al golfo,
debido a las exploraciones por parte de los norteamericanos. Nuestro
siglo es el de la culminación de esta cartografía. Podríamos hablar de una
cartografía que cada día va cubriendo aspectos más específicos, por ejem­
plo mineralógicos, de la fauna, la flora. El Cetenal (Comisión de Estudios
del Territorio Nacional, S.P.P.) ha hecho fotografías aéreas de buena parte
de la península a escalas muy precisas que permiten ver gran detalle. Se
dispone asimismo de fotografías tomadas desde satélite. Desde luego no
quiere decir esto que la cartografía de la península se haya perfeccionado
a tal grado que ya no haya nada que aprender; hay muchísimo por cono­
cer. Realmente para un geógrafo, para un estudioso de la geografía histó­
rica, esta península es com o un paraíso maravilloso, porque tiene una
cartografía muy rica y porque existen grandes posibilidades para recono­
cerla todavía mejor.
Atendamos a algunos mapas. Un elemento de inmenso interés es la
cartografía que se empieza a producir a raíz de los descubrimientos en el
Nuevo Mundo. No pretendo recordar su historia pero sí diré que está
tachonada de tanteos a partir del mapa de Juan de la Cosa, y en los que se
elaboran en los últimos años del sigloxv y en las primeras décadas delxvi.
Por ejemplo, existe un mapa de Sebastián de Münster publicado en 1540.
En él la costa oriental del Continente está aceptablemente trazada; en
cambio la costa occidental no lo está. En vez de California, vemos una
gran isla con el nombre de Zipango (Japón). Se trata de los mapas del
Nuevo Mundo que llamaré “precalifórnicos”.
En éste y en el conjunto de mapas que enseguida se reproducen en­
contrarem os lo más sobresaliente en las distintas formas com o se conci­
bió la realidad geográfica de California.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
MUESTRAS DE CARTOGRAFÍA CALIFORNIANA

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
I N ST IT UT O

HISTÓRICAS

Mapamundi de Sebastián Münster. “Las nuevas islas que se hallan más allá de
España hacia el oriente de la tierra de la India”. Está incluido en la edición pre­
parada por Münster de la Geographia de Ptolomeo, Basilea, 1540. No muy lejos
de las costas mexicanas se registra la isla de Zipangi (Japón). Es éste uno de los
varios mapas que podrían describirse como “precalifomianos", porque en ellos
no se hace registro alguno de California.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
BE INVESTIGACIONES

históricas

ttciiwett

Tori fiondi

tonimi
Toniftm n Inf-Hcft'cndum

Nouus
níuh AtlmiKa .ju*
un ritritili] * Aniei,

7 Ulftllf M»-_
gutnurd

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones H' ••


Disponible en: www.históricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/So^'ht5 I
I N ST IT UT O
DR I.NV»»1HI»CI<1KR*.
HISTÓRICAS

Mapa manuscrito del extremo sur de California, la Tierra de Santa Cruz, preparado
a raíz de la expedición de Hernán Cortés, 1535. (Se conserva en el Archivo General
de Indias, Sevilla.)
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN ST I T U T O

HISTÓRICAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Detalle del mapamundi del cosmógrafo real Alonso de Santa Cruz (1542). Califor­
nia aparece en parte como península y, en parte, como isla. En el extremo inferior
de ésta se lee: “isla que descubrió el Marqués del Valle”. Arriba se lee también:
“Tierra que envió a descubrir don Antonio de Mendoza”. (Se conserva en la Aca­
demia Real, Estocolmo.)
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN ST I T U T O

HISTÓRICAS

Mapamundi de Battista Agnese hacia 1542. En él se registra el derrotero de la


nao Victoria, la primera que circunnavegó al mundo. California aparece con su
perfil peninsular. (Se conserva en la John Carter Brown Library, Providence, Rhode
Island.)
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES

HI S T ÓR I CAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
I N ST IT UT O

HISTÓRICAS

Mapa atribuido a Domingo del Castillo, uno de los pilotos en la expedición de


Hernando de Alarcón (1540). Este mapa es copia muy tardía, publicada en la
obra del arzobispo de México, Antonio de Lorenzana, Historia de Nueva España
México, 1770. En el cartel que aparece en el ángulo superior derecho se lee la
fecha de 1541, como la de la elaboración del mapa original. De hecho en este
mapa la península se representa con bastante precisión. En él se lee ya la palabra
“California”. El cabo San Lucas recibe el nombre de “Punta de Santiago”.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES

HI S T ÓR I CAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
INSTI TUTO

HISTÓRICAS

Mapa de Bolognino Zaltieri, “Il desegno del Discoperto della Nova Franza”
(Diseño de lo descubierto de la Nueva Francia, Canadá). Grabado en Venecia,
1566. Muestra, al norte, un “Mare setentrionale incognito” (el supuesto “estrecho
de Anián”). La península de California se delinea con bastante precisión. Parece
copia de un mapa anterior de Giacomo Gastaldi. La toponimia incluye nombres
como los de “isla de Cedros” y, al extremo sur de la península, “C.S. + ” (Cabo de
Santa Cruz).
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE IKVBSTIÜACIONES

HI S T ÓR I CAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
El Nuevo Mundo, delineado en 1587 por Abraham Ortelio, según aparece en su
Tbeatrum Orbis Terrarum , publicado en Amberes, 1587. Es perceptible en esta
carta la influencia de Mercator. La muy exagerada longitud oeste que se da al
extremo noroeste de América lo confirma. Esta misma delineación continuó
reproduciéndose en ulteriores ediciones del Tbeatrum Orbis Terrarum, hasta
1612 .
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE IKVBSTIÜACIONES

HI S T ÓR I CAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
INS TI TUT O
históricas

Mapa del Nuevo Mundo, 1589 por Abraham Ortelio. En él se registra el nombre
de California a lo largo de la península. Al golfo de California le nombra Mar
Bermejo.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO

H HI S T ÓR I CAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
I N ST IT UT O

HISTÓRICAS

Mapa de la región de cabo San Lucas, hecho por Enrico Martínez, con base en las
noticias derivadas de la expedición de Sebastián Vizcaíno en 1602. El texto, arriba,
dice: “Del cabo de San Lucas nacen unas sierras altas, dobladas, y dos leguas del
dicho cabo hay un médano de arena blanco, alto, con algunas manchas negras, y
en la costa es de playa de arena y muy segura de bajos”.
Entre las glosas o anotaciones destacan la del extremo izquierdo (sur) que
dice “frailes”. Encima de ella se lee “buen surgidero”, más arriba, “laguna de
agua dulce, manantial” y, a la derecha, “cabo del nordeste”. Se conserva este
mapa, junto con otros preparados por Enrico Martínez, en el Archivo de Indias,
de Sevilla.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITUTO

HISTÓRICAS

Mapa de buena parte de la isla de Cedros, de la isla de la Natividad, y de la que


hoy se conoce como punta Eugenia, hecho por Enrico Martínez con base en las
noticias derivadas de la expedición de Sebastián Vizcaíno en 1602. Este mapa, al
igual que el anterior, muestra cómo las demarcaciones realizadas por Vizcaíno
permitieron enriquecer con notable precisión los conocimientos acerca de las
costas occidentales de California. El topónimo empleado para designar a la punta
Eugenia es el de “punta de San Eugenio”, del que, por corrupción, parece
derivarse el actual. El original de este mapa se conserva en el Archivo de Indias,
de Sevilla.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
HISTÓRICAS
■■■

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
I N ST IT UT O

HISTÓRICAS

El Puerto de La Paz en la descripción geográfica hecha por el capitán Nicolás de


Cardona con base en la expedición que emprendió en 1614. Las letras que en él
aparecen las explica el mismo manuscrito: A (los navios de descubrimiento); B
(el pueblo de los indios); C (la cruz sandísima que dejé plantada); D (cañaveral
de agua dulce); E (el estero que entra seis leguas tierra adentro); F (isla y laguna
de sal); G (la entrada de la bahía). Se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid,
manuscrito 2468.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES

HI S T ÓR I CAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
INS TI TUT O
históricas

California continúa siendo representada como península en el mapa de México


y América Central por M. Tatton y grabado por Benjamín Wright en 1616.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO

HI S T ÓR I CAS

T liiiiU il
I'
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITUTO

HISTÓRICAS

Mapamundi de Henrico Hondius, Amsterdam, 1630. Perdura en él la incógnita


acerca del perfil geográfico del extremo noroeste de América.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN ST IT UT O

HISTÓRICAS

.NOYATOTIVS TERRARVM ORBIS GEOGRAPH!

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN ST I T U T O

HISTÓRICAS

California como isla. Reproducción de la mitad derecha de un mapa de la América


Septentrional, debido al cartógrafo Johannes Jansson, publicado en Amsterdam,
en 1638. El equívoco de considerar a California como una isla se debió a las
noticias propaladas por el carmelita fray Antonio de la Ascensión, que había
acompañado en su viaje a Sebastián Vizcaíno en 1602.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/llbros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES

H IST Ó R IC A S

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
I N ST IT UT O

HISTÓRICAS

Mapa debido a Eusebio Francisco Kino, que lo delineó hacia 1685 con apoyo en
las exploraciones realizadas por él durante su estancia en California. En el extremo
sur de la bahía de La Paz se sitúa el “Real de Nuestra Señora de Guadalupe”.
Mucho más al norte, en la llamada “Provincia de San Andrés”, y en la
desembocadura del que se nombra “Río Grande”, se marca el “Real de San Bruno”,
o sea el establecimiento que perduró hasta mayo de 1685. En este mapa se incluye
la inscripción “parte de las Californias o Carolinas”, de acuerdo con el proyecto
jesuítico de querer introducir ese nombre en honor de Carlos II.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN ST IT U T O

HISTÓRICAS

Copia del mapa original elaborado por Eusebio Francisco Kino en 1701. En él
aparece, por vez primera, en el contexto del siglo xvm, lo que llamó Kino “paso
por tierra a la California”. En otras palabras es éste el primer mapa de Kino en el
que, con apoyo en sus expediciones, restituye a California su carácter peninsular.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigitai/libros/california/304a.html
I N ST IT UT O

HISTÓRICAS

PA 5 5 0 POR TIERRA L to u o t C e/tetla n a j


A LA CALIFORNIA * 5 te ________ £ i
y s u s Confinant es N ue
vas N a c io n es y Nlle v a s ■
Miffione s d e la Compf / l^ X (
J / r Sierra C ra n J e J t u ¡Ja J e J 5 ^
de 1ESVS
A ff° u d e /J e e l R io J e H ila (
EN L A A M E R I C A 5E P T E N < f/ / o A i 6P 9 J /^
TRIONAL. ° ç d /
1701 AV
V J t
¿ n sü . f í
& 'r ° v í j / <? y
V’ X
^ X
^ Vv
<■5* í i ÿ J
i f S. Diomfio “ % * V\
^ V V ^ '
¿>oXí° y¿ iroo o

. , X
A ^^ V V ^ \ y-í&«jÚ£«o
■*-<?/%= _ -rV^-
rx Lvna J* * rESÉ& Lo
gLa tferced / 'Ç,
,t0f* ^ / ___hsJ i _f ‘l ^____
v -s "....-é r
__ ^>¿ ,
/Û T M - oí * ¿
°% Y ¿^ & ***+ oC u e á a u i q' jf
^ '^ ■¿L u is ^oST)
* Sierra J%r •Jfía
- tey
7ú¿ *>)
. v*V ^<í t*S
, c A* r'*Vtr,í líB»®1

■ /í«w ¡S¡T “¿ £ x
— 'C* * . lülí • jO A e t t ii
T*T°y [OlUti#"*
_¡f&pe
7 JO B A Í ;|.

W H .
¡7.0 O, ■í %„
■■ - í.\Ví. j>
j Ví ? Soi'**!
r «Ï Sf ?
Igr'“^ ? ' ¿>'•{■ -g
- ciiní-t^ * T A » »
HÍ#^U
^ _____ _ *< [ %^ F rjile s
^CV/MIE5 B ahía Je\
O S.LucaM
&*A,jdrlaí „ "Vóm^TS?*
x^*r*ttaj ' >fÍí<» ^lorrío C tív -V
Fareliam
nj% ' o V« í
Crtfanta <
ED ITEJ „, Bahá d?,SM“ À'*. T 7 '?. ,>
ftírf» JwA** f- TJ í,p j' •i r - i »
Je/cubùrtoh (M ''"f - df « * '"
™1¿Í.Í Víf'

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publlcadigital/libros/california/304a.html
I N ST IT UT O

HISTÓRICAS

El mapa que se incluyó en la edición dispuesta por Andrés Marcos Burriel de la


obra de Miguel Venegas, Noticia de la California . . . , 3 v., Madrid, 1757. De éste
se derivan los de Isaak Tirion (Amsterdam, 1765) y de Ramón Tarros (Venecia,
1788). Las viñetas en los márgenes muestran lo que se pensaba de la fauna
californiana y de las formas de vida de sus habitantes, incluyendo sus actuaciones
violentas cuando, en 1734, dieron muerte a dos jesuítas, los padres Lorenzo
Carranco y Nicolás Tamaral.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITUTO

HISTÓRICAS

El mapa de California que, años más tarde (1788), se incluyó en la edición


postuma de la Storia delta California de Francisco Xavier Clavigero, Venecia,
1789- Éste se asemeja mucho a la carta holandesa de Isaak Tirion, publicada en
Amsterdam, 1765, lo que hace pensar en un origen común. En el extremo inferior
izquierdo se indica que la carta que apareció en la obra de Clavigero la delineó
en 1788 el padre Ramón Tarros, jesuíta de origen catalán, que tras residir en
México, salió expulso con los demás de su orden religiosa en 1767.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN ST ITU TO

H HISTÓRICAS

Testimonios de las varias representaciones geográficas de California. Estos cinco


mapas aparecen en la edición de 1770-1779 de la célebre E ncyclopedie ou
D ictionnaire Raissonné d es Sciences, des Arts et des Métiers, dirigida por Denis
Diderot, París. Quien los reunió y describió, el cartógrafo Robert de Vaugondy,
quiso mostrar lo dificultoso que había sido reconocer el perfil geográfico del
noroeste del Nuevo Mundo, a partir precisamente de California. El mapa I, debido
a Mathieu Néron Pecci (Florencia, 1604), toma en cuenta lo alcanzado en el siglo
xvi hasta la expedición de Sebastián Vizcaíno en 1602. El número II, es el delineado
por Nicholas Sansón en 1656 con “California como isla”. El III se debe al
“cauteloso” De L’Isle (1700), en el que dejó sin precisar el extremo norte del
“mar de California”. El IV muestra lo alcanzado por el padre Kino (1701) con su
"paso por tierra a California”, y el V muestra lo reconocido por los jesuítas —a
partir de Consag— hasta el tiempo de su expulsión en 1767. Todavía en este
último mapa —en el extremo izquierdo, entre los paralelos 29° y 30°— se
reconocen ignorancias existentes: “tribus de infieles desconocidos”.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.históricas.unam,mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
I N ST ITU TO
TXVTC5TÎC.

HISTORICAS CARTE DK LA (ALWORNIK


S"**
/w

yj'ito

JsLeh*' y
9.J r l i t *w i
«/*./<•/,UftWi
Hftiu.ii.-
TTwh'

Ptht.' J QtfJsfos
.iM./
Auri Ay//.'/.
!¥ M y fla*
./«% * V j r J k ^ M > * k n * m¿t/></!<»«•

/yojiSLl
Í-.-Art*.*
V ir.-/»/. Æ
j
-Vjrfet
•/*/>/uX
*tjrtot

ÍM ,l

iirii’y

HJsS \

^ lT
r . ne Cancer

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITUTO

HISTÓRICAS

Carta de la América Septentrional porAmbroise Tardieu, publicada en París, 1821,


según se hace notar “para la inteligencia de la Historia general de viajes de
Labarpe”, En el año en que México consumó su independencia aparece éste con
sus límites septentrionales en 42°, de acuerdo con el Tratado de Adams-Onís de
1819. Al norte de 42° se lee “Colombia”; es decir, que las posesiones inglesas de
British Columbia en la llamada en este mapa “Nueva Bretaña” (Canadá) se
extienden por el sur en el Pacíñco hasta los límites con México. Sobre Alaska está
la leyenda “América rusa”. Los límites de “Colombia” (Británica) con Estados
Unidos son imprecisos.
Tal era esta imagen geográfica francesa de la geopolítica del Pacífico septen­
trional del Nuevo Mundo en 1821.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES

H IST Ó R IC A S

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN ST I T U T O

HISTÓRICAS

América septentrional, mapa editado por Gaspar y Roig, Madrid, 1852, aunque
impreso en París por Bulla Frères. Obviamente este mapa refleja realidades geo­
políticas anteriores al año de su impresión. Los Estados Unidos se habían anexado
ya a Texas (1845) y pretendían una extensión más grande en su frontera cana­
diense occidental. Cedían la “isla de Cuadra y Vancouver” (Vancouver) a “Nueva
Bretaña” (Canadá) pero exigían territorio hasta 54° 40’.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
HISTÓRICAS
I

i,.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN ST I T U T O

HISTÓRICAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN ST ITU TO

B HISTÓRICAS
TRAYECTORIA CARTOGRAFICA DE BAJA CALIFORNIA SUR 133

Concluir esta breve introducción a la historia de la cartografía de Baja


California presentando el último mapa, en modo alguno significa que no
tenga también interés muy grande el rico conjunto de mapas de la penín­
sula o de áreas determinadas de la misma que han continuado preparán­
dose hasta el presente. Nuevas técnicas cartográficas, apoyadas en la
fotografía aérea, incluyendo la que se ha hecho desde satélites, han enri­
quecido, más allá de lo que puede sospecharse, las posibilidades de co­
nocer cada vez mejor la geografía de la California mexicana, con todo lo
que esto implica en cam pos com o los de la geología, climatología,
orografía, recursos forestales, potencialidades pesqueras, vías de comuni­
cación, asentamientos humanos y atractivos turísticos.
El presente trabajo debe considerarse com o un mero anticipo de una
obra que tengo en preparación en la que incluiré varios centenares de
mapas elaborados en épocas muy distintas — desde el siglo xvi hasta el
presente— testimonio de la riqueza de la historia cartográfica de la Baja
California y de sus principales islas, las del Pacífico y las del golfo o mar
de Cortés.1

1 La obra en cuestión ha sido publicada con el título de Cartografía y crónicas de la


Antigua California, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas y Fundación de
Investigaciones Sociales, 1989.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN ST I T U T O

HISTÓRICAS

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO

HISTÓRICAS

VIII

DESCUBRIM IENTO EN 1 5 4 0 Y PRIMERAS NOTICIAS


DE LA ISLA DE CEDROS*

Poco tiempo después de la tom a de México-Tenochtitlan en 1521, Hernán


Cortés com enzó a planear ya la exploración del Pacífico, o com o entonces
se decía, de la Mar del Sur. De manera especial interesó al conquistador
llegar hasta una tierra, supuesta isla, sobre la cual le habían traído noti­
cias los capitanes suyos que habían andado por el rumbo de Colima. Esa
tierra, según los relatos de los nativos de Ciguatán, era “una isla toda
poblada de m ujeres[...] muy rica de perlas y o r o S i n embargo, hubo
él de posponer tem poralm ente sus propósitos, entre otras cosas por cau­
sa de su lamentable expedición a Las Hibueras. Tan sólo en 1529, hallán­
dose ahora en España, pudo celebrar allí las requeridas capitulaciones
con la emperatriz Isabel, que en ausencia de su esposo, Carlos y conce­
dió a Cortés los anhelados derechos de explorar la Mar del Sur. De regre­
so en México en 1530, y ostentando ya el título de Marqués del Valle,
consagró su empeño a hacer realidad sus proyectos.
A partir de 1532 despachó Cortés sus expediciones de exploración.
Los fracasos iniciales de éstas en m odo alguno le hicieron perder el áni­
mo. En 1535, él mismo se embarcó y el 3 de mayo del dicho año tom ó
posesión de la que llamó “Tierra de Santa Cruz” en lo que hoy se conoce
com o bahía de La Paz en Baja California. Mas sus personales afanes por
establecer una colonia en el fabuloso país de las perlas, tam poco signifi­
caron un éxito. De regreso en la Nueva España invirtió de nuevo dinero y
esfuerzo para hacer posible una última expedición. El capitán Francisco
de Ulloa, que había acompañado a Cortés en 1535, partió entonces com o
enviado suyo al mando de tres embarcaciones, la Santa Águeda de 120
toneladas, La Trinidad de 35 y el Santo Tomás de sólo 20 toneladas.
Francisco de Ulloa fue el primero en recorrer las costas interiores de
California y también las del Pacífico, precisamente hasta la altura de la isla
de Cedros. Gracias a dos relaciones que se conservan podemos apreciar
numerosos detalles sobre este viaje del que se derivaron los más tempranos

* Publicado en: Calafia, Mexicali, u a b c , 1972, vol.il, núm.l, pp. 8-10.


1“Cuarta carta de relación, 15 de octubre de 1524”, en Hernán Cortés, op. cit., p. 233.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

136 LACALIFORNIA MEXICANA

conocimientos acerca de la realidad geográfica de la California mexicana.


En lo que toca específicamente a la isla de Cedros sabemos que, tras explo­
rar el golfo y subir luego por el Pacífico, fue el sábado 9 de enero de 1540
cuando por vez primera establecieron contacto con ella los navegantes
hispanos. Unos cuantos días más tarde, el 20 del mismo mes, tuvo lugar la
toma de posesión de la isla. Interesante resulta destacar aquí que, en tanto
que otros muchos lugares de la tierra fírme de Nueva España permanecían
aún desconocidos, la isla de Cedros iba a ser ya objeto de particular des­
cripción, menos de veinte años después de la toma de México-Tenochtitlan.
Las dos relaciones en las que, entre otras cosas, se ofrecen datos de
sumo interés sobre ésta y las islas vecinas, se deben al citado Francisco de
Ulloa y a uno de sus lugartenientes, Francisco Preciado que, en la nao
Trinidad, había de regresar poco después a la Nueva España con las noti­
cias del descubrimiento. La requerida brevedad de este artículo me impi­
de entrar en ulteriores precisiones acerca de la vida de estos personajes,
el primero de origen vasco y el segundo aragonés. Limitándome a la trans­
cripción de las noticias que ambos ofrecen a propósito de su estancia en
la isla de Cedros, diré que fue precisamente Ulloa quien la bautizó con tal
nombre que en fin de cuentas prevaleció no obstante que años más tarde,
y sólo temporalmente, recibió también el de “Cerros”. El capitán Ulloa
que había explorado las costas de California hasta la altura de lo que hoy
se conoce com o punta de Santa Eugenia, al avistar la isla de Cedros y las
otras cercanas a ella, primeramente las designó en conjunto com o “islas
de San Esteban”. Incluían éstas la que enseguida recibió el nombre de
Cedros e igualmente la de la Natividad al sur, y las tres más pequeñas al
norte, conocidas com o “islas de San Benito”.
Antes de ofrecer ya la transcripción de los relatos de Ulloa y de Precia­
do sobre la isla de Cedros, dejaré constancia de los nombres que habían
tenido, desde mucho antes, estas islas, según la designación que les die­
ron sus más antiguos descubridores o sea los indígenas californianos de
idioma cochimí.
N uestra inform ación se debe a un m isionero jesuíta, el padre
Segismundo Taraval que, mucho tiempo después, en 1732, anduvo por
esas regiones e incluso trasladó a la península a los indígenas que habita­
ban en la principal de las islas. El nombre dado por los cochimí es a Ce­
dros era el de Huamalhuá, palabra que significa en su lengua “isla
Nebulosa”. Por lo que to ca a la Natividad, ésta se llamaba en los tiempos
antiguos Aselhuá, “isla de los Pájaros”.2
Volviendo ahora a los relatos de Ulloa y de Preciado en 1540, convie­
ne ya destacar que hay en ellos información referida especialmente a la

2 Francisco Xavier Clavigero, op. cit., 1970, pp. 173-174.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigitai/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

DESCUBRIMIENTO EN 154 0 Y NOTICIAS DE LA ISLA DE CEDROS 137

Expedición de Francisco de Ulloa. 1539-1540. La expedición partió de Acapulco en julio de


1539 para explorar el mar de Cortés, y bordeando la península, avistó la isla de Cedros el 9 de
enero de 1540. (Mapa elaborado por Adalberto Walther Meade, Calafia, Mexicali, uabc, 1973,
vol. I, núm. 2, p. 5).

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

138 LA CALIFORNIA MEXICANA

isla de Cedros y que cubre diversos aspectos de su geografía, ñora, fauna


y costumbres de sus pobladores indígenas. De afortunada ha de calificar­
se esta isla, en donde hoy varios miles de mexicanos laboran en la indus­
tria del mar, ya que tenem os acerca de ella — com o no ocurrió con otras
islas del Pacífico— una historia en verdad interesante.
La documentación que aquí presento incluye primero algunas de las
noticias aportadas por Francisco Preciado; enseguida las proporcionadas
por Ulloa y, finalmente, el texto de la toma de posesión de la isla de Ce­
dros, el 20 de enero de 1540, según el testimonio del escribano público
Pedro Palencia.

La isla de C edros en la Relación de Preciado

El otro día que fue el miércoles 14 del dicho mes al salir el día, el capitán
mandó que hiciéramos velas, y nos vinimos circundando la misma isla por el
mismo lado por donde habíamos venido de la Nueva España, porque había­
mos visto cuando llegamos cinco o seis fuegos, por lo cual quería tratar de sa­
ber si estaba habitada. En el extremo pues de esta revuelta o seno en donde
estábamos fondeados, nos salió enfrente una canoa en donde estaban cuatro
indios que venían bogando con unos remos pequeños, y se acercaron para
reconocernos muy próximos, por lo cual dijimos al capitán que estaría bien
hecho que fueran algunos de nosotros en alguna de nuestras barcas para
coger a estos indios o a alguno de ellos para darle alguna cosa, a fin de que
vieran que nosotros éramos buena gente, pero él no quiso hacerlo por no
tener que detenerse, teniendo entonces un poco de buen viento, para poder
circular esta isla, pensando que más adelante habríamos podido encontrar y
coger otros para poder hablarles y darles lo que hubiéramos querido.
Y ya que íbamos aproximándonos más, vimos una colina grande llena
de hermosos árboles y cipreses de Castilla. En esta isla encontramos pisa­
das de caza mayor y conejos, y vimos un trozo de madera de pino, por lo
cual consideramos que en ese país habría muchos. Así, navegando próxi­
mos a tierra vimos otras canoas con otros cuatro indios que venían hacia
nosotros, pero no se acercaban mucho, y entonces miramos por proa, y vimos
hacia una punta que teníamos delante muy próxima a nosotros, otras canoas,
una parte, en el extremo de la punta entre unos bajos, otras más dentro en el
mar, para poder conocer sin aproximársenos mucho.
Igualmente entre unos collados que había junto a la punta se mostraban
dónde tres, y dónde cuatro de ellos, y después vimos un pequeño grupo
reunido de unos veinte, de modo que todos nos regocijamos mucho al ver­
los. Se veía por este lado la tierra verde con trozos de llanura que estaba pró­
xima al mar, y asimismo todas aquellas costas de colinas se mostraban
verdeantes y de muchos árboles, aunque no muy tupidos. Allí próximos a
tierra fondeados este día, ya tarde, cerca de aquella punta para ver si podía­
mos hablar con aquellos indios, y asimismo para ver de tomar agua dulce que
ya nos hacía falta. Y siempre, luego que estuvimos fondeados vimos aparecer
indios en la tierra, próximos a sus alojamientos, que venían igualmente a
vernos con una canoa, y a reconocernos, seis o siete a la vez, de que nos ma­
ravillamos, porque no pensábamos jamás que en una canoa cupieran tantos.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

DESCUBRIMIENTO EN 1 5 4 0 Y NOTICIAS DE LA ISLA D E CEDROS 139

De este modo nos estuvimos esperando lo que hubiera sucedido, y esti­


bamos lejanos del lugar en donde estuvimos fondeados en esta tierra, en
donde encontramos estos indios con estas canoas, a unas dos leguas esca­
sas. Por lo cual nos maravillamos no poco de ver que en tan poca distancia
de país hubiera tanta mudanza, tanto por ver siempre descubrirse tierra
verdeante y con árboles (donde por el otro costado no los había), como por
estar tan poblada de estos indios, y tener tantas canoas, que eran de madera
por lo que podíamos ver[...]
Las barcas o canoas que tenían aquellos, eran unos maderos de cedros
gruesos, algunos de ellos del grosor de dos hombres, y de tres brazos de
anchura, no tenían ningún hueco, sino que así, lisos y unidos, los echaban
al mar, y no estaban tampoco bien aplanados, porque no encontramos nin­
guna suerte de instrumento para cortar, excepto si no eran unas piedras
agudas que encontramos en unos escollos muy cortantes, que con aquellas
hicimos juicio que debían cortar y deshollar aquellos lobos marinos. Y lle­
gados a la playa, fue encontrada un agua de la cual llenamos odres hechos
de las pieles de aquellos lobos marinos, que cada uno contenía más de un
gran balde de agua.
Al otro día mandó el capitán que diéramos la vela a vientos, con que
navegando con tiempo fresco a dos leguas de tierra de esta isla, yendo ro­
deándola para ver el extremo de ella, y asimismo para acercarnos a la tierra
firme para averiguar lo que había, por haber visto cinco o seis fuegos, la
circundamos, porque veníamos con ellos a hacer dos o tres cosas buenas,
que por ella volvimos a nuestro viaje directo y nos aseguramos, si de la costa
de tierra firme salía riada alguna, o si había en ella árboles, y se veía cantidad
de indios o no.
De este modo, yéndonos navegando todo el viernes, diecise. de enero,
siendo ya noche, y queriendo llegar a la punta de esa isla, nos sobrevino una
tramontana tan robusta y contraria que nos hizo volver aquella noche a la
par de los alojamientos y habitaciones de los indios, y allí permanecimos el
sábado, en el cual se nos extravió de nuevo la THnidad, pero al anochecer la
vimos luego el domingo dieciocho, y comenzamos a seguir nuestro camino
para circundar aquella isla si plugiera a Dios damos buen tiempo.
Domingo, lunes y martes que estuvimos a veinte de ese mes de enero,
navegamos con vientos débiles y contrarios, y al fin llegamos hasta casi el
extremo de la punta de la isla (llamada la isla de los Cedros) porque en la
cima de las montañas de ella hay un bosque de estos cedros muy altos como
es la naturaleza de ellos[...]3

La isla de Cedros en la Relación de Ulloa

[...]quiero dar cuenta a vuestra señoría de la fertilidad destas tres islas que
se dicen Santi Esteban, y de la tierra que desde la punta de la Trinidad hasta

3 Esta versión castellana de la “Relación” de Francisco Preciado fue preparada sobre la


base del texto italiano —el único que se conserva de la misma— incluido en la obra de
Giovanni Battista Ramusio, Terzo volume delle Navigationi e Viaggi. Raccolta già da M. Gio
Battista Ramusio, In Venetia, Nella Stamperia da Giunti, 1556, bajo el título de “Discorso
Sopra la Relatione di Franciesco Ulloa”, pp. 34Ir a 353v.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

140 LA CALIFORNIA MEXICANA

aquí habernos visto, la cual es tan seca y estéril e de tan ruin parecer como
las pasadas. Vimos en toda ella solas las ahumadas que arriba digo, e un
fuego harto más adelante dellas, sin ver otras gentes ni señal della, mas de
los fuegos que digo que vimos en la costa delante de aquellas islas, e los
indios de aquestas islas, los cuales son gentes desnudas, tienen las orejas
horadadas; hallárnosles en sus asientos algunos canutos tan largos como un
palmo, hechos de barro cocido y dentro de ellos cierta yerba quemada que
deben de tomar por tabacos. Hay en aquella isla en lo alto de los cerros
algunos pinos y cedros, a cuya causa le pusimos por nombre la isla de los
Cedros, que es la mayor e más prencipal destas tres islas de Santi Esteban,
que están en altura de entre veinte e nueve e treinta grados.
Mucho quisiera enviar a vuestra señoría relación de las gentes que hay en
la tierra firme deste paraje, pero vuestra señoría sepa que los tiempos han
sido tan recios y fortunosos que no nos han dado lugar, y no tenga vuestra
señoría pena dello, que yo creo, e ansí lo tengo por cierto, que no es de más
calidad que estotra, según por la apariencia de la tierra, e por estar tan cerca
la una de la otra, todo se puede bien creer, que si más calidad hobiera en la
tierra firme que en la isla, que la alcanzara parte della. Hay en la isla conejos
y venados.45

Acta de la toma de posesión de la isla de C edros

Yo Pedro de Palenzia, escribano público desta armada, doy fe e verdadero


testimonio a todos los señores que la presente vieren, a quien Dios nuestro
Señor honre e guarde de mal, cómo en veinte días del mes de enero de
quinientos e cuarenta años el muy magnífico señor Francisco de Ulloa, te­
niente de gobernador y capitán desta armada por el ilustrísimo señor Mar­
qués del Valle de Guaxaca, tomó posesión actual y realmente por el dicho
señor Marqués, en nombre del Emperador nuestro señor y rey de Castilla,
en la isla de Cedros, que está en altura de veinte y nueve grados y medio,
poniendo mano a su espada, diciendo que si había alguna persona que se lo
defendiese, que él estaba presto para se lo defender; cortando con ella árbo­
les, meneando piedras de una parte a otra e de otra a otra, sacando agua de
la mar y echándola en la tierra; todo en señal de la dicha posesión.
Testigos que fueron presentes a lo que dicho es, el reverendo padre fray
Raimundo, de la Orden del señor San Francisco, e Francisco Preciado, y Martín
de Espinosa e Pablo Blasco, maestre del navio Trenidad. Fecho día mes e
año susodicho. E yo, Pedro de Palenzia, escribano desta armada, la escribí
según que ante mí pasó, e por ende fize aquí éste mío, que es a tal, en testi­
monio de verdad. Pedro de Palenzia, escribano desta armada. —Frater
Raimundus Amielibus, Martín de Espinosa.’

4El manuscrito original del relato de Francisco de Ulloa, presentado a modo de “rela­
ción de servicios”, se conserva en el Archivo General de Indias, Sevilla, Patronato Real, y fue
publicado en 1916 enRelaciones históricas de América, obra ya citada.
5El texto de esta acta se conserva junto con el del ya citado manuscrito de la “Relación"
de Ulloa.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

IX

EL PRIMER TESTIMONIO SOBRE EL VALLE DE MEXICAU


LA CRÓNICA D E PEDRO DE CASTAÑEDA,
ESCRITA HACIA 1 5 6 0 *

Entre las múltiples sorpresas, atributo de California, está la abundancia


de leyendas y relatos que se difundieron acerca de ella desde la primera
mitad del siglo xvi. Menos de una década después de la caída de Tenoch-
titlan, el interés por hacer descubrimientos en el Pacífico — “el Mar del
Sur”— , habría de llevar a los primeros encuentros con la supuesta “ínsula
del cardón”, el país de las perlas. De entonces provienen las más antiguas
noticias acerca de California.
Algo más tarde las fantasías propaladas sobre las siete maravillosas
ciudades, una de ellas Cíbola, en el noroeste novohispano, fueron acicate
de nuevas expediciones y ocasión también de relatos. A Hernán Cortés,
Ñuño de Guzmán, el virrey Mendoza y a los enviados de éstos — entre
otros, Ulloa, Alarcón y Vázquez de Coronado— se debió haber dispuesto
o realizado los repetidos intentos de penetración y de obtención de infor­
mes en to m o a la isla o “país de las perlas” y también a la región de las
supuestas siete portentosas ciudades.
California, — que p or largo tiempo seguiría siendo tierra inconquis­
table— paradójicamente vino a hacerse así presente desde temprana fe­
cha a través de no pocos relatos, comunicaciones y testimonios, unas veces
fidedignos y otros fabulosos. Por una parte recordaremos las primeras
alusiones que, acerca de ella, consignó en varios de sus escritos Hernán
C ortés.1 Por otra, pueden m encionarse asimismo las relaciones de los via­
jes de Francisco de Ulloa en 1539, y de Hernando de Alarcón en 1540.2
Con base en los informes de Ulloa, se tuvieron noticias sobre el litoral
del golfo de California, desde cabo San Lucas hasta la boca del Colorado,
y también acerca de sus costas en el Pacífico, hasta la isla de Cedros. A su

* Publicado en, Calafia, Mexicali, UABC, 1973, vol. I I , núm. 3, p p - 49-54.


1Véase el trabajo de W Michael Mathes, “The Conquistador in California: 1535, The
Voyage of Femando Cortés to Baja California”, in Chronicles and Documents, Los Angeles,
Dawson’s Book Shop, Baja California Travels Series, vol. 31, 1973-
2 Ambas fueron publicadas, traducidas al italiano, en la obra de Giovanni Battista
Ramusio, op. cit., 338v a 354r y 363r a 370v.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www,históricas.unam,mx/publ¡caciones/publicad¡gital/l¡bros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

142 LACALIFORNIA MEXICANA

vez Alarcón, que también alcanzó el remate del golfo y penetró luego en
canoas por el Colorado, hasta poco antes de su confluencia con el río
Gila, corroboró lo que ya había com probado Ulloa: California no era isla
puesto que estaba unida al continente. Y conviene insistir en que estas
noticias califomianas provienen de 1539 y 1540 — y de antes en el caso de
Hernán Cortés— cuando nada se había escrito aún sobre otras regiones
— com o Zacatecas y Durango— m ucho más cercanas a la capital de Nueva
España.
De estas relaciones no se ha encontrado hasta el presente la redac­
ción original en castellano por lo que hay que acudir a la versión italiana
de la colección de Ramusio.
Existe otra relación suscrita por el propio don Francisco de Ulloa en
la isla de Cedros, enviada por éste a la Nueva España con el barco que se
regresó, y que es distinta a la que trajo el capitán Preciado, o sea la que
incluyó en italiano Ramusio. La relación Armada por Ulloa fue localizada
en el Archivo de Indias y publicada en 1 9 l6 .J
Otro temprano testimonio quiero ofrecer aquí cuyo original en caste­
llano continúa siendo muy poco conocido. Se refiere éste a la primera
penetración por tierra en California en 1540, específicamente a lo que
hoy se nombra valle de Mexicali. El relato que transcribiré constituye, en
consecuencia, la más antigua crónica tocante a la historia del estado de
Baja California.
Dicho testimonio forma parte de la “Relación de la jom ada de Cíbola”,
com puesta por Pedro Castañeda de Nájera, donde se trata de todos aque­
llos poblados, ritos y costumbres, la cual fue el año de 1540. El autor,
oriundo de la villa de Nájera, en Logroño, España, había acompañado a
Francisco Vázquez de Coronado en la expedición al noroeste de Nueva
España, realizada p or órdenes del virrey Mendoza durante los años de
1540 y 1541. En calidad de testigo de m ucho de lo que aconteció a lo
largo de la expedición, Pedro Castañeda de Nájera quiso “dar verdadera
noticia” de ella, escribiendo cuanto recordaba “a veinte años y más que
aquella jom ada se hizo”. Así, si antes, según el propio cro n ista, “no hubo
quien quisiere gastar tiempo en escrebir sus particularidades”, al fin se
decidió él a acom eterlo preparando su relación hacia el año de 1560.
La obra de Castañeda sólo se conoció primero a través de una defi­
ciente versión al francés, publicada por Henri Temaux-Compans ,3 4 Bastan-

3 Véase Relaciones Históricas de América, op. cit., pp. 181-240.


4 Henri Temaux-Compans, Voyages, relations et mémoires originaux p o u r servir a la
histoire de la déscouverte de l ’A mérique, publiés pour la première foix en français, 20 vols.
Paris, 1837-1841. El texto de Pedro Castañeda se incluye en el vol. dc, pp. 246 y ss.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL PRIMER TESTIMONIO SOBRE EL VALLE DE MEXICALI 143

te tiempo después, en 1896, el profesornorteamericano George P. Winship,


pudo localizar en la Biblioteca Lenox, de la ciudad de Nueva York, una
antigua copia de la relación de Castañeda, transcrita al parecer en 1596.
Con base en ella sacó luego a luz, por vez primera, el texto en castellano y
una versión al inglés del importante testimonio.9
Aunque posteriormente otros investigadores como Frederick W Hodge
y George P. Hammond, han reeditado la traducción inglesa de esta rela­
ción, hasta donde sabemos, el texto castellano original — fuera de la pu­
blicación de Winship en 1896— ha permanecido semiolvidado. Y a todas
luces hace falta una nueva edición crítica del mismo, ya que la citada trans­
cripción de Winship adolece de defectos.
Aquí ofreceré únicamente las porciones del texto que hablan acerca
de la entrada que hizo p or tierra el capitán Melchor Díaz, en octubre de
1540, al Río Colorado y a lo que hoy se conoce com o valle de Mexicali.
Mas, antes de transcribir este primerísimo testimonio en la historia del
estado de Baja California, aludiré brevemente a la figura de Melchor Díaz
y a los motivos de su expedición, com o parte que fue de las exploraciones
de Francisco Vázquez de Coronado.
Cuando el virrey Mendoza ordenó la empresa de este último hacia el
norte de Nueva España, dispuso también que saliera por mar el capitán
Hernando de Alarcón con dos embarcaciones, el San Pedro y la Santa Ca­
talina. El propósito era que Alarcón — com o lo había hecho un año antes
Francisco de Ulloa, el enviado de Cortés— surcando el golfo de California
hacia el norte, pudiera cooperar con Vázquez de Coronado, proporcio­
nándole víveres y cualquier otro auxilio necesario. Así, Coronado em pren­
dió su m archa p or tierra desde Compostela — en el actual Nayarit— el 23
de febrero de 1540. Alarcón zarpó a su vez de Acapulco el 9 de mayo del
mismo año. Por su parte Coronado había despachado desde noviembre
de 1539, a m odo de vanguardia y para recabar noticias a un primer grupo
de su gente. Entre otros fueron enviados el capitán García López de Cár­
denas, Pedro de Tovar, Hernando de Alvarado, Melchor Díaz, fray Juan de
Padilla, el fantasioso fray Marcos de Niza y un buen número de indios
aliados o mejor obligados.
Acerca de Melchor Díaz, que entra aquí en escena, transcribiré al me­
nos lo que de él registró el cronista Castañeda: “[...JM elchor Díaz, capitán
y alcalde mayor que había salido de Culiacán que, aunque no era caballe­
ro, merecía de su persona el cargo que tuvo”.
A principios de marzo de 1540 el grupo de Melchor Díaz y fray Mar­
cos de Niza, que había avanzado por el norte hasta un lugar que llamaron
en náhuad cbicbiltic calli (casa roja), regresó a informar a Vázquez de 5

5Véase la publicación hecha por George Winship, op. cit., pp. 414-469.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

1 44 LACALIFORNIA MEXICANA

Coronado que se encontraba ya en Chiametla. Las noticias proporciona*


das por Melchor Díaz estuvieron muy lejos de confirmar las quimeras di­
fundidas antes p or fray Marcos de Niza.
Coronado con el grueso de su expedición — incluyendo ya el grupo
del que había formado parte Melchor Díaz— prosiguió su marcha. Llegó a
Culiacán y de allí pasó a lo que hoy es el estado de Sonora. Cruzó el río
Yaqui y, siguiendo adelante estableció un campamento en el que se llamó
Valle de los Corazones, en las cercanías del río de Sonora, no lejos de la
actual Ures. En julio del mismo año Coronado pudo contemplar — con
manifiesta desilusión— la tan ponderada Cíbola, ya en territorio de lo
que hoy es Nuevo México, cerca de sus límites con Arizona.
Estando allí — y mientras se disponía a continuar su expedición—
ordenó el regreso de dos de sus capitanes: Juan Gallego debía de ir hasta
México a informar al virrey; Melchor Díaz había de trasladarse a la villa del
Valle de Corazones en Sonora. Justam ente desde allí tendría que estable­
ce r contacto con Hernando de Alarcón, cuyos barcos debían estar ya cer­
ca, en lo que hoy designamos com o extremo norte del golfo de California,
el llamado Ancón de San Andrés.
Melchor Díaz cumplió el encargo recibido. Regresando de Cíbola, lle­
gó al Valle de los Corazones. De allí, a fines de septiembre de 1540 — en
compañía de veinticinco soldados españoles y un grupo de indios alia­
dos— , salió hacia el noroeste en busca del mar y de la armada de Alarcón.
Este último efectivamente tras de alcanzar la boca del Colorado, había
penetrado, el 26 de agosto, por el río, valiéndose de unas canoas. La in­
tención de Alarcón era también establecer contacto con la gente de Coro­
nado. Hizo para ello un segundo intento, asimismo fallido, en el mes de
septiembre, muy poco antes de que Melchor Díaz iniciara su marcha des­
de Corazones precisamente hacia donde se hallaba Alarcón.
Melchor Díaz, después de una nada fácil marcha de más de seiscien­
tos kilómetros, atravesando montañas y desiertos, llegó a las riberas del
Colorado, bautizado por él com o “río del Tizón”. Tal cosa ocurrió a m e­
diados de octubre o sea un mes después de que Alarcón había emprendi­
do su retorno hacia el rumbo de Colima, desde donde esperaba rendir
informes al virrey Mendoza.
El texto que aquí publico de la Relación de Pedro Castañeda recoge
las noticias obtenidas por éste de labios de los acompañantes de Melchor
Díaz, acerca de cuanto entonces sucedió. Con abundancia de detalles de
carácter etnográfico, describe las costumbres de los yumanos del Colora­
do, las peripecias del cruce del río, el hallazgo del mensaje dejado bajo
un árbol por Hernando de Alarcón y, por fin, la exploración en lo que hoy
es parte del valle de Mexicali. Dato de interés es el recuerdo de lo que allí
les había salido al paso despertando a la vez tem or y admiración: los

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STIT U TO
DE INVESTIGACIONES

HISTÓRICAS

EL PRIMER TESTIMONIO SOBRE EL VALLE DE MEXICALI


145
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

146 LACALIFORNIA MEXICANA

“médanos de ceniza ferviente[...] que parecía cosa infernal”, al acercarse


precisamente a la zona geotérmica de Cerro Prieto.
El accidente sufrido por Melchor Díaz, el nuevo cruce del río, ya de
regreso, y la muerte del valiente capitán, acaecida probablemente cerca
de Sonoita, en Sonora, el ocho de enero de 1541 son el tema de la parte
final de este relato sobre el primer paso por tierra a lo que hoy es Baja
California. Y conviene añadir que el cronista, que rescató del olvido todos
estos hechos, consignó también sin titubeos el veredicto de los acompa­
ñantes de Melchor Díaz que “dieron relación cóm o la California no era
isla sino punto de tierra firme, de la vuelta de aquel ancón”, o entrada
donde termina el mar de Cortés.
Al transcribir a continuación el texto de Pedro Castañeda de Nájera,
lo doy con la mayor fidelidad que me fue posible, corrigiendo los errores
de la transcripción de George E Winship y, para facilitar la lectura, adop­
tando la ortografía en vigencia. A los bajacalifbmianos dedico este traba­
jo, com o capítulo que es, el más antiguo, de su historia rica en maravillas
y raíz del destino que, esforzadamente, están en vías de conquistar.

La entrada de Melchor D íaz según el texto de


Pedro Castañeda de Nájera

Melchor Díaz y Juan Gallego regresan de Cíbola a la villa de Sonora, media­


dos de Septiembre, 1540.
Luego como fue llegado en la villa de Sonora6 Melchor Díaz y Juan Galle­
go, se publicó la partida del campo78para Cíbola y cómo había de quedar en
aquella villa Melchor Díaz por capitán con ochenta hombres, y cómo Juan
Gallego iba con mensaje para la Nueva España a el visorey y llevaba en com­
pañía fray Marcos," que no se tuvo por seguro quedar en Cíbola, viendo que
había salido su relación falsa en todo porque ni se hallaron reinos que decía
ni ciudades populosas ni riquezas de oro, ni pedrería rica que se publicó, ni
brocados ni otras cosas que se dijeron por los pulpitos. Pues luego que esto
se publicó, se repartió la gente que había de quedar y los demás cargos de
bastimentos. Y por su orden, mediado septiembre, se partieron por la vía de
Cíbola, siguiendo su general.9

6 La Villa de Sonora, en el Valle de los Corazones, en el rio de Sonora, cerca de la


moderna ciudad de Ures, era donde las fuerzas de Francisco Vázquez de Coronado habían
establecido un primer campamento.
7 Campo, el sentido que tiene aquí esta palabra, es el de ejército. El Diccionario de
Autoridades de la Real Academia de la Lengua consigna esta acepción: “Se llama asimismo
al ejército formado que está al descubierto”.
8Se refiere, como es obvio, al célebre y fantasioso fray Marcos de Niza que había propa­
lado anteriormente la supuesta existencia de ricas ciudades situadas al norte de la Nueva
España.
9 Es decir, marcharon hacia el norte para reunirse con la expedición al frente de la cual
iba, como general, Francisco Vázquez de Coronado.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL PRIMER TESTIMONIO SOBRE EL VALLE DE MEXICALI 147

Don Tristán de Arellano quedó en esta nueva villa con la gente de menos
estofa, y así nunca dejó de haber, de allí adelante, motines y contrastes por­
que, como fue partido el campo, el capitán Melchor Díaz tomó veinte y cin­
co hombres de los más escogidos, dejando en su lugar a un Diego de Alcaraz,
hombre no bien acondicionado para tener gente debajo de su mando.

Expedición de Melchor Díaz hacia la Mar del Sur, fines de


SEPTIEMBRE DE 1540

Y él salió en demanda de la costa del mar, entre norte y poniente, con guías,
y habiendo caminado obra de ciento y cincuenta leguas, dieron en una pro­
vincia de gentes demasiadamente altos y membrudos, ansí como gigantes,
aunque gente desnuda que hacía su habitación en chozas de paja, largas, a
manera de zahúrdas, metidas debajo de tierra, que no salía sobre la tierra
más de la paja.10 Entraban por la una parte de largo y salían por la otra.
Dormían en una choza de más de cien personas, chicos y grandes. Llevaban
de peso sobre las cabezas, cuando se cargaban, más de tres y de cuatro quin­
tales. Vióse querer los nuestros traer un madero para el fuego y no lo poder
traer seis hombres, y llegar uno de aquellos y levantarlo en los brazos, y
ponérselo él solo en la cabeza y llevarlo muy livianamente. Comen pan de
maíz cocido en el rescoldo de la ceniza, tan grandes como hogazas de Castilla
grandes.

Llegan al Colorado: río del Tizón

Para caminar de unas partes a otras, por el gran río, sacan un tizón en una
mano, con que se van calentando la otra y el cuerpo, y ansí lo van trocando
a trechos. Y por esto, a un gran río que va por aquella tierra, lo nombran el
río del Tizón.11 Es poderoso río y tiene de boca más de dos leguas. Por allí
tenía media legua de travesía.

Noticias de la expedición de Hernando de Alarcón y


DESCUBRIMIENTO DE QUE CALIFORNIA NO ES ISLA

Allí tomó lengua el capitán cómo los navios de Alarcón habían estado tres
jornadas de allí por bajo hacia la mar. Y llegados adonde los navios estuvie­
ron, que era más de quince leguas, el río arriba de la boca del puerto, halla-

10Ofrece aquí el cronista Pedro Castañeda de Nájera una interesante descripción, de


carácter etnográfico, acerca de las formas de vida de los indígenas yumanos.
11 Río del Tizón fue el segundo nombre que recibió el Colorado. Poco tiempo antes
Hernando de Alarcón, que había penetrado en canoas desde la desembocadura del mismo
río, lo había bautizado con el nombre de “Río de la Buena Guía”. Quiso perpetuar así el
lema incluido en el escudo del virrey don Antonio de Mendoza, que precisamente era quien
había dispuesto tanto la expedición de Alarcón como la de Vázquez de Coronado.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

148 IA CALIFORNIA MEXICANA

ron en un árbol escripto: aquí llegó Alarcón, a el pie de este árbol hay cartas.
Sacáronse las cartas, y por ellas vieron el tiempo que estuvieron aguardan­
do nuevas de el campo y cómo Alarcón habia dado la vuelta desde allí para
la Nueva España con los navios porque no podía correr adelante, porque
aquella mar era ancón12 que tomaba a volver sobre la isla del Marqués que
dicen California y dieron relación cómo la California no era isla sino punto
de tierra firme, de la vuelta de aquel ancón.13*

Cruza Melchor D íaz el C olorado o río del T izón

Visto esto por el capitán, tornó a volver el río arriba, sin ver la mar, por bus­
car vado para pasar a la otra banda, para seguir la otra costa. Y como andu­
vieron cinco o seis jornadas, pareciéndoles podrían pasar con balsas. Y para
esto llamaron mucha gente de los de la tierra, los cuales querían ordenar de
hacer asalto en los nuestros y andaban buscando ocasión oportuna y como
vieron que querían pasar, acudieron a hacer las balsas con toda presteza y
diligencia, por tomarlos ansi en el agua o dividirlos, de suerte que no se
pudiesen favorecer ni ayudar.
Y en este enmedio que las balsas se hacían, un soldado que había ido a
campear, vido en un monte atravesar gran número de gente armada, que
aguardaban que pasase la gente. Dio de ello noticia y secretamente se ence­
rró un indio para saber de él verdad, y como le apretasen, dijo toda la orden
que tenían ordenada para cuando pasasen, que era que como hubiesen pa­
sado parte de los nuestros, que los de las balsas procurasen ahogar los que
llevaban y la demás gente saliese a dar en ambas partes de la tierra. Y si co­
mo tenían cuerpos y fuerzas tuvieran discreción y esfuerzo, ellos salieran
con su empresa.
Visto su intento, el capitán hizo matar secretamente el indio que confesó
el hecho y aquella noche le echó al río con una pesgaMporque los indios no
sintiesen que eran sentidos. Y como otro día sintieron el recelo de los nues­
tros, mostráronse de guerra echando rociadas de flechas. Pero como los ca­
ballos los comenzaron a alcanzar y las lanzas los lastimaban sin piedad y los
arcabuceros también hacían buenos tiros, hubieron de dejar el campo y to­
mar el monte hasta que no pareció hombre de ellos vivo por allí. Y ansí pasó
la gente a buen recaudo, siendo los amigos balseadores y españoles a las

12Ancón, etimológicamente significa “codo, ángulo”, llene aquí el sentido de entrada


de mar cerrada en su término superior.
13El cronista Pedro Castañeda de Nájera expresó así con la máxima claridad "cómo la
California no era isla sino punto de tierra firme”. Esto, que también lo habían comprobado
ya Hernando de Alarcón en agosto de 1540 y Francisco de Ulloa el año anterior, quedó
reflejado en la gran mayoría de los mapas que se publicaron a lo largo del siglo XVI. Poste­
riormente, y sobre todo por influencia de las ideas de CrayAntonio de la Ascensión, acompa­
ñante de Sebastián Vizcaíno en 1602, sería luego puesto en tela de juicio. De hecho, llegó a
aceptarse entonces que California era una isla y así se la representó en la cartografía del
siglo xvii y de parte del xvm. A Eusebio Francisco Kino y a otros misioneros jesuítas como
Juan de Ugarte, Femando Consag y Wenceslao linck había de deberse al fin la precisión
geográfica que, en última instancia, coincidió con el parecer del cronista Castañeda de Nájera.
MPesga, voz ya desusada que tiene sentido de “peso o lastre”.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL PRIMER TESTIMONIO SOBRE EL VALLE DE MEXICALI 149

vueltas, pasando los caballos a la par de las balsas donde los dejaremos ca­
minando [...]15

E ntrada al valle

Ya dijimos cómo Melchor Díaz, el capitán, había pasado en balsas el río del
Tizón para proseguir adelante el descubrimiento de aquella costa. Pues a el
tiempo[...] llegaron mensajeros a el campo de la villa de San Hierónimo16
con cartas de Diego de Alarcón, que había quedado allí en lugar del Melchor
Díaz. Traían nuevas cómo Melchor Díaz había muerto en la demanda que
llevaba y la gente se había vuelto sin ver cosa de lo que deseaban. Y pasó el
caso desta manera.
Como hubieron pasado el río, caminaron en demanda de la costa que
por allí y daba vuelta sobre el sur, o entre sur y oriente porque aquel ancón
de mar entra derecho al norte y este río entra en el remate del ancón trayen­
do sus corrientes debajo del norte y corre a el sur.

E n la región de Cerro Prieto

Yendo como iban caminando, dieron en unos médanos de ceniza ferviente


que no podía nadie entrar a ellos porque fuera entrarse a ahogar en la mar.17
La tierra que hollaban temblaba como témpano que parecía que estaban
debajo algunos lagos. Pareció cosa admirable que así hervía la ceniza en
algunas partes que parecía cosa infernal.
Y desviándose de aquí por el peligro que parecía que llevaban y por la
falta del agua, un día un lebrel que llevaba un soldado antojósele dar tras de
unos carneros que llevaban para bastimento y como el capitán lo vido,
arrojóle la lanza, de encuentro yendo corriendo y hincóla en tierra y, no
pudiendo detener el caballo, fue sobre la lanza y endavósela por el muslo
que le salió el hierro a la ingle y le rompió la vejiga.

Regreso y muerte de Melchor D íaz el 8 de enero de 1541

Visto esto, los soldados dieron la vuelta con su capitán, teniendo cada día
refriegas con los indios que habían quedado rebelados. Vivió obra de veinte
días, que por le traer, pasaron gran trabajo y ansí volvieron hasta que murió

17 Concluye aquí el capítulo ix de la primera parte de la “Relación de la jomada de


Cíbola”, de Pedro Castañeda de Nájera. La parte final, que a continuación se ofrece, del
testimonio acerca de la expedición de Melchor Díaz se halla en el capítulo XVII de la misma
primera parte de dicha obra.
16 Se refiere al nuevo campamento, situado en el Valle de los Corazones, en el río de
Sonora.
17Al decir que “fuera entrarse a ahogar en la mar”, se vale el cronista de esta metáfora
para indicar la naturaleza del terreno al que habían llegado.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

150 LA CALIFORNIA MEXICANA

con buena orden, sin perder un hombre.18 Ya iban saliendo de lo más tra­
bajoso, llegados a Sonora,19 hizo Alcaraz los mensajeros ya dichos, hacién­
dolo saber y cómo algunos soldados estaban mal asentados y procuraban
algunos motines y cómo había sentenciado a la horca a dos que después se
le habían huido de la prisión.
El general visto esto, envió a aquella villa a don Pedro de Tovar para que
entresacase alguna gente y para que llevase consigo mensajeros que enviaba
a el visorey don Antonio de Mendoza con recaudos de lo acontecido[...]20

18Acerca del probable sitio en que quedó sepultado Melchor Díaz, véase: Ronald L.
Ives, “The Grave ofMelchor Díaz, a Problem in Historical Sleuthing", TbeKiva, 1959, vol. 25,
núm. 2, pp. 31-40.
19Alusión al campamento del que originalmente había partido la expedición de Melchor
Díaz.
20El virrey Mendoza, antes de recibir esta información, había encargado a Hernando de
Alarcón, que estaba ya de regreso en México, emprendiera una segunda salida en la que,
según le expresó “procuraréis mirar si halláredes alguna noticia del dicho general o del
capitán Melchor Díaz, el cual partió del Valle de los Corazones a descubrir la costa por
donde vos ís, y si topáredes con él o con gente suya, dalles eis noticia como ís en su busca y
en socorro del general” (Instrucción que debía observar el capitán Hernando de Alarcón en
su segunda expedición a la California, dada por el virreyAntonio de Mendoza el 31 de mayo
de 1541). De hecho sabemos que esta segunda expedición nunca se llevó a cabo. Véase: W
Michael Mathes, “La exploración del Rio de la Buena Guía”, Calafia, Mexicali, u a b c , 1973,
vol. II, núm. 2, pp. 15-17.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA


SUS VIAJES Y NOTICIAS CALIFORNIANAS, 1632-1636*

La historia de las Californias es manantial de sorpresas. Anticipo fue la


leyenda acerca de la fabulosa gran isla llamada California. En un libro de
caballerías, las sagas o sergas de Esplandián, se hizo el rescate de las m u­
jeres, la abundancia de perlas y el o ro .1 Ya en la realidad misma de la tie­
rra califomiana florecieron también las creencias de sus indígenas y las
fantasías de los que a ella marchaban para hacer descubrimientos. Tal vez
lo mejor de su pasado prehispánico, muy poco investigado, es el arte
mágico de las pinturas rupestres, vestigio plástico de los habitantes nati­
vos. Habían entrado éstos com o en una bolsa por la larga península y así,
en aislamiento, mantuvieron en ella precarias formas de cultura.2
Luego vinieron las expediciones que hacia allá dirigió Hernán Cortés
y otras muchas, todas fallidas, durante un siglo y medio.5A la postre la
conquista fue epopeya, pero no triunfo de armas sino inverosímil esfuerzo
de jesuítas de más de diez países diferentes.4 Después de su expulsión
hubo otros religiosos; en el norte, con Junípero Serra los franciscanos

»Publicado en: Estudios de Historia Novobispana, México, unam, Instituto de Investi­


gaciones Históricas, 1970, vol. m, pp. 83-128.
1Edward Everett Hale señaló por primera en 1862 el antecedente literario y fabuloso
del nombre de California, el hoy muy citado pasaje de Las sergas de Esplandián , de Garci
Ordóñez de Montalvo, en que se habla de la mítica ínsula así llamada. Cómo fructificó el
mito en el ánimo de los conquistadores, con fino sentido crítico y literario lo ha expuesto
Clementina Díaz y de Ovando en "Baja California en el mito”, Historia Mexicana, México, El
Colegio de México, 1952, vol. n, núm. 1, pp. 23-45
2 Un apuntamiento a lo mucho que hay por investigar sobre la serie de interesantes
peculiaridades de las culturas aborígenes de la península, lo ofrece Paul Kirchhoff en “Las
tribus de la Baja California y el libro del padre Baegert”, introducción a la primera edición
en español de Juan Jacobo Baegert, op. cit., pp. xm-xun.
5 Sobre esto véase: Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, Edi­
ciones de Cultura Hispánica, 1985.
*Abundante es la documentación y la bibliografía sobre los jesuítas en California, des­
de las obras de Venegas-Buniel, Baegert y Clavigero hasta el presente. Un excelente trabajo
de conjunto es el de Peter Masten Dunne, S . J Black Robes in Lower California, University
of California, Berkeleyy Los Ángeles 1952 (y reimpresión en 1968). De paso digamos de
dónde provenían los jesuítas misioneros en la península: México, Honduras, España, Ale­
mania, Alsacia, Bohemia, Croacia, Austria, Escocia, Italia central, Venecia y Sicilia.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

152 LA CALIFORNIA MEXICANA

realizaron obra extraordinaria, sólo comparable con la de los jesuítas en


el sur.5
Medio siglo más tarde los “manifiestos destinos” atizaron la codicia
extranjera que quiso apropiarse de estas tierras. La California Alta o Nue­
va pasó a ser norteamericana. La península, una y otra vez, se salvó para
México. Con menos de cincuenta mil habitantes en 1900, poco a poco
com enzó a poblarse con m exicanos.6 Su lenta pero real transformación
en los tiempos presentes anuncia un futuro que debe ser m ejor cada día.
De las muchas sorpresas que encierra esta historia vamos a fijamos en
una, la de un personaje poco conocido, casi siempre m encionado a la
ligera cuando se habla del siglo xvu californiano. Me refiero al “capitán y
cabo”, don Francisco de Ortega y a sus tres expediciones entre 1632 y
1636. Relativamente abundante es la documentación que acerca de él se
conserva. Ella nos permitirá valorar su actuación y mostrar por qué pare­
ce haberse hecho acreedor al calificativo de “ingenioso” que aquí le adju­
dicam os. Mas antes de ocuparnos de él y de su em presa, recordaré
brevemente los antecedentes que aclaran cuál era la situación en que se
encontraba por esos años el ya viejo asunto de la demarcación y conquis­
ta de California.

Antecedentes

Entrado ya el siglo xvu California continuaba siendo fantasía y penumbra.


Desde 1532 había despachado Hernán Cortés sus primeras expediciones
de exploración. Más de un año había permanecido él mismo, a partir de
mayo de 1535, en la que originalmente bautizó com o “Tierra de Santa
Cruz”. Sus afanes por conquistar la Mar del Sur y por estáblecer allí una
colonia, lejos estuvieron de ser un éxito. La pobreza de la tierra descu­
bierta no le hizo sin embargo perder el interés. El capitán Francisco de
Ulloa, último enviado suyo hacia 1539, sería el primero en recorrer las
costas interiores del golfo y también las del Pacífico hasta la altura de la
isla de Cedros. Ulloa se perdió y no se supo más de él, pero de la rela­
ción que trajo uno de sus barcos se infería, por vez primera en mayo de
1 5 4 0 , que esa tierra de las perlas no era isla sino península. O tro tanto
pudo colegirse del testimonio de Francisco de Alarcón, despachado muy

5También es en extremo rica la documentación y bibliografía sobre esta etapa. Hay una
muy buena visión de conjunto en la obra de Zephyrin Engelhardt O.F.M., The Missions and
Missionaries o f California , 4 vols., Santa Báibara, 1929.
6 Gracias a un intenso proceso de migración interna la población total de la península
había ascendido en 1960 a 602 mil habitantes con un ingreso per cípita bastante superior al
de la gran mayoría de los habitantes de otros estados mexicanos.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 153

poco después por el virrey Mendoza. Había llegado Alaicón hasta el extre­
m o norte del golfo y había rem ontado allí las aguas del Colorado. Así lo
hizo constar, de regreso a México, a fines del mismo año de 1540.7
Y sin embargo las noticias de Ulloa y de Alaicón, y más tarde las de la
expedición de Juan Rodríguez de Cabrillo por las costas del Pacífico, has­
ta arriba del que se bautizó com o cabo Mendocino (1 5 4 2 -1 5 4 3 ), no alcan­
zaron a disipar las dudas sobre la geografía califomiana ni menos aún
hicieron posible alguna forma de colonización. California, ambicionada
com o puerta hacia el lejano Oriente y camino de entrada al supuesto “es­
trecho de Anián”, seguiría en la oscuridad por largo tiempo. A paradoja
suena en cambio que para entonces las lejanas Filipinas hubieran sido ya
conquistadas y colonizadas, y precisamente partiendo de la Nueva Espa­
ña. El “tornaviaje” desde el Oriente, descubierto por fray Andrés de
Urdaneta, había permitido establecer un intercambio permanente con el
Asia. A lo largo del último tercio del xvi, desde las naos de Manila, in­
contables marinos en su viaje de retom o podían contemplar las siluetas
de las tierras califomianas que en fin de cuentas, no dejaban de ser un
m isterio.8 Tal fue el caso, entre otros, del capitán Francisco Gali en 1584 y
de Pedro de Unamuno que llegó a tocar sin mayor provecho las costas de
California en 1587 viniendo asimismo del Oriente.
Sólo el rum or y la realidad de los piratas llevarían al virreinato a em ­
prender nuevas exploraciones en California. En 1579 Drake se había pre­
sentado p or el norte, quizás por el puerto de San Francisco, y había
bautizado esas tierras con el nombre de Nueva Albión. Cavendish en 1587
se había apoderado de un galeón, el “Santa Ana”, a su paso por el extrem o

7Las relaciones de los viajes de Ulloa y de Alarcón, las primeras que se conocen acerca
de California, fueron incluidas en la obra de Giovanni Battista Ramusio, op. cit., 338v a 35 4r
y 363r a 370v. De estas relaciones no se ha encontrado hasta el presente la redacción origi­
nal en castellano por lo que hay que acudir a la versión italiana de la colección de Ramusio.
Existe sin embargo otra relación, suscrita por el propio don Francisco de Ulloa en la isla de
Cedros, enviada por éste a la Nueva España con el barco que regresó, y que es distinta de la
que trajo el capitán Preciado, o sea la que incluyó en italiano Ramusio. La relación firmada
por Ulloa fue localizada en el Archivo de Indias y publicada en 1916 en R elaciones históri­
cas de América, op. cit. Debe mencionarse aquí un trabajo de Henry R. Wagner, en el que
éste se esfuerza por mostrar que, contra lo que se ha creído, Francisco de Ulloa regresó al
fin a las costas de Jalisco y aun participó posteriormente en varios hechos relacionados con
la vida de Hernán Cortés. Véase: “Francisco de Ulloa retumed”, California H istoricalSociety
Quarterly, San Francisco, 1940, vol. xix, pp. 241-243.
8 Desde 1565, año en que se consumó el “tornaviaje”, tanto Rodrigo de Espinosa en su
D iario como Alonso de Arellano en su R elación , describieron su paso frente a las costas
califomianas. Hablando de lo que vieron al llegar a la punta de la península, escribe Espino­
sa: “de la tierra alta va una punta de tierra baja de dos leguas hacia el sureste, que es donde
se remata la dicha tierra de California y sobre la punta hace un pan redondo que parece isla
y es todo tierra firme, y en la parte de la tierra hace otro mogote a manera de pan de
azúcar[...]” Citado por Mariano Cuevas en Monje y m arino. La vida y los tiem pos d e fra y
Andrés d e Urdaneta, México, Editorial Galatea, 1943, p. 270.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

154 LACALIFORNIA MEXICANA

sur de la península. Resultaba en consecuencia imperioso garantizar la


posesión de California, establecer posibles defensas y localizar algún puerto
donde pudieran tocar los galeones de Filipinas. Sabido era que en Cali­
fornia abundaban los placeres de perlas. Se decía también que había oro
y otras muchas riquezas y, desde luego, al menos los frailes no olvidaban
a los numerosos gentiles que allí vivían y que debían ser evangelizados.
Por todo ello el virrey don Luis de Velasco había encomendado en
1595 al navegante portugués Sebastián Rodríguez Cermeño demarcara,
hasta donde le ftiera posible, las costas califomianas del Pacíñco a bordo
del San Agustín que debía regresar de las Filipinas. Ningún éxito alcanzó
este encargo ya que, perdido el navio en una torm enta, no se tuvieron
más noticias que las que trajeron de su desgracia los supervivientes que
milagrosamente llegaron en una lancha a Acapulco. Un año más tarde, ya
bajo el gobierno del conde de Monterrey, tuvo lugar una mejor planeada
expedición. Al frente de ésta salió el experto navegante Sebastián Vizcaí­
no. Fue entonces cuando recibió su actual nombre la bahía de La Paz,
“porque en ella — dice Vizcaíno— , nos salieron a recibir muchos indios,
dándonos lo que teníanf...]”. La exploración continuó por el golfo hasta
el grado veintisiete. Meses más tarde, tras una serie de percances, Vizcaí­
no emprendió el regreso. Pocas fueron las consecuencias positivas de este
nuevo viaje.9
En 1602 salió por segunda vez Vizcaíno para dem arcar ahora las cos­
tas occidentales de California. Era propósito no ya sólo del virrey sino
también de la corona — expresamente lo mandó Felipe III— reconocer
los puertos, sondear golfos y bahías, todo con la máxima precisión posi­
ble. Con este fin se habían embarcado el cosmógrafo mayor Jerónim o
Martín Palacios y otros distinguidos personajes com o el carmelita fray
Antonio de la Ascensión que habría de introducir la idea de que Califor­
nia era una isla. Los antiguos testimonios de Ulloa y Alarcón que habían
llegado a las bocas del Río Colorado, parecían del todo olvidados.10
Gracias a la R elación de Vizcaíno, al derrotero que consignó el
cosmógrafo y a lo que asimismo escribió el mencionado carmelita, pue­
den valorarse los frutos de esta salida. Vizcaíno subió en ella hasta los
cuarenta y dos grados de latitud norte. Entre otras cosas descubrió, y bau-

9 Como ya lo hemos señalado anteriormente, la relación del primer viaje de Sebastián


Vizcaíno se conserva original en el Archivo de Indias A udiencia d e G u ad alajara , 133, y ha
sido publicada como apéndice en la obra de Alvaro del Portillo y Diez de Sollano, pp. 293-
299-
10En vez de citar una larga lista de mapas y cartas en que la península califomiana se
representa como isla, nos referimos a una obra en la que se incluyen cien de estas represen­
taciones de la falsa imagen geográfica de California: R.V Tooley, C alifornia as an Island, a
G eograpbicalM isconception, lllustrated by 100 exam plesfrom 1625 to 1770, Londres, The
Map’s Collectors’ Circle, 1964.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 155

tizó en honor del virrey, el puerto de Monterrey. Mas tarde, el famoso


Enrico Martínez recibiría, con base en los datos que se le habían propor­
cionado, el encargo de trazar a escala, y com o buen cosmógrafo que era,
las cartas o “demostraciones” de las bahías, puertos y lugares principales
de las costas visitadas.11
Mas contra lo que pudiera pensarse, esta información tan cuidado­
samente recogida, tam poco tuvo consecuencia en el terreno de la prácti­
ca. En fin de cuentas no se había descubierto el supuesto paso o estrecho
del norte. Otros m uchos asuntos reclamaban entonces con urgencia la
atención y los recursos de la corona y del mismo virreinato. Así, la tantas
veces propuesta y ensayada colonización de California, una vez más, se
posponía.
Vizcaíno insistirá, ofreciéndose para nuevas expediciones. No alcan­
zará sin embargo respuesta favorable. La corona, comprometida en gue­
rras extranjeras y con un erario empobrecido, había decidido no gastar
más en esta empresa. Otra suerte de intereses particulares, pero también
crematísticos, se harán presentes en California. Los permisos, “asientos” y
concesiones se logran bajo el pretexto de intentar por cuenta propia des­
cubrimientos y colonizaciones.
En realidad la pesca de las perlas es el móvil verdadero de las expe­
diciones durante más de medio siglo. Para encontrar motivos diferentes
hay que aguardar hasta fines del XVII, cuando los jesuítas inician, con re­
cursos que ellos mismos allegan, la pacífica conquista de estas tierras. Al
bien conocido padre Eusebio Francisco Kino se deberá, entre otras cosas,
el redescubrimiento de la verdadera imagen geográfica de la California
peninsular. Pero antes de que se transformara en milagro la antigua qui­
mera de colonizar el huraño país, la historia californiana del xvn registra
todavía más de una sorpresa.
En la serie de marinos, negociantes y aventureros que por esos años
se asoman a la península, hay figuras a veces pintorescas y casi siempre
interesantes. Así, si a Vizcaíno se negó el permiso de volverse a embarcar,
se concedió en cambio a un rico personaje español, don Tomás de Cardona,
que emprendiera a su cuenta y riesgo nuevas exploraciones y estableciera
asimismo, con derechos exclusivos, cuantas pesquerías de perlas le fuera
posible. Cardona invirtió una fortuna en su proyecto. Comenzó por en­
viar seis barcos desde Cádiz con gente e implementos para las deseadas
pesquerías. Ya en México, Nicolás de Cardona, su sobrino, que quedó al

11 De la segunda relación de Sebastián Vizcaíno existen varias ediciones. La más cono­


cida es la que se incluye como apéndice en el volumen m de la obra de Miguel Venegas S.J.,
ya citada. Dicha relación ha sido también publicada con algunas notas por el capitán de
corbeta Luis Cebreiro Blanco en C olección d e d ia rio s y rela cio n es p a r a la h isto ria d e los
viajes y d e sc u b rim ien to s, Madrid, Instituto Histórico de Marina, 1944, vol. rv, pp. 39-68.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

156 la california mexicana

frente de la em presa, equipó en Acapulco tres navios y pudo hacerse a la


vela rum bo a California en marzo de 1615. Al llegar al sur de la península,
com o si nadie antes hubiera estado allí, Cardona se dio el lujo de tomar
una vez más posesión de la tierra en nombre del soberano español. En
busca de los mejores Sitios para sus pesquerías subió por el golfo y, se­
gún lo asienta en sus escritos, casi llegó a persuadirse de que en el extre­
m o norte, las costas se juntaban, p or lo que aquella tierra bien podía ser
una península. La venida del invierno y la escasez de alimentos y de agua,
lo obligaron al fin a posponer su propósito de establecer en ese mismo
viaje las pesquerías. A su regreso, Cardona perdió uno de sus barcos que
cayó en manos de piratas holandeses. Ni por el lado de la dudosa infor­
mación obtenida ni m enos aún por el del lucro, era mucho lo que había
alcanzado.12
Juan de Iturbe, uno de los marinos que acompañaron antes a Cardona,
repitió un año después, en 1616, el viaje con derrotero muy semejante y
con resultados igualmente inciertos. Esta vez los piratas pichilingues se
hicieron dueños de otra de sus naves. Huelga decir que Cardona e Iturbe
habían traído consigo algunas perlas, entre ellas unas pocas que verdade­
ramente llamaron la atención. Sin embargo, los peligros de la navega­
ción, la ocasional hostilidad de los indígenas, la ausencia de tierras
cultivables, de agua y de otros m edios de subsistencia, seguían siendo
obstáculo casi insuperable para fundar un establecimiento definitivo. Los
riesgos y los elevados costos de un proyecto semejante difícilmente po­
drían compensarse. Esto pesaba mucho en tratándose de empresas m era­
mente lucrativas com o eran las pretendidas pesquerías.
Frente a esta ininterrumpida cadena de fracasos cuesta trabajo creer
que todavía hubiera quienes, aventureros o no, mantuvieran la vista fija
en California. Y sin embargo los siguió habiendo y no pocos. Pensaba
cada uno que podría superar dificultades y lograr las perlas y el oro. En
este contexto, y perteneciendo a este tipo de hombres, se nos presenta la
figura del ingenioso don Francisco de Ortega.
Para estudiar lo que de su vida podemos conocer, en particular lo
referente a sus expediciones californianas, disponemos de varias relacio­
nes y documentos, algunos de ellos que se conservan originales en el
Archivo de Indias y otros de los cuales existen copias en el tom o XDC de la
Colección Navarrete del Museo Naval de Madrid. Los títulos de estos es-

12 Lo tocante a la compañía que organizó Nicolás de Cardona para establecer pesque­


rías en California es tratado con cierta amplitud por el ya mencionado Alvaro del Portillo y
Diez de Sollano en su obra citada, pp. 214-240. Incluye asimismo dicho autor en los apéndi­
ces a su obra varios documentos relativos a la misma, algunos de ellos ya publicados antes
en la Colección d e d o c u m e n to s in é d ito s re la tiv o s a la c o n q u ista y o rg a n iza c ió n d e la s
a n tig u a s p o sesio n es d e A m érica y O ceanía, Madrid, 1864-1884.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 157

critos son los siguientes: “Relación de Esteban Carbonel sobre el viaje de


Juan de Iturbe y sobre el que él mismo hizo con Francisco de Ortega en
1 6 3 2 ”; “Parecer del licenciado Diego de Nava que fue con Francisco de
Ortega, 1 6 3 2 ”; “Asiento y capitulación de Francisco de Ortega, 1 6 3 2 ”; “Pri­
m era dem arcación de las Californias”, “Francisco de Ortega, 1632”; “Des­
cripción de los com ederos de perlas descubiertos por el anterior, de 1631
a 1 6 3 6 ” y “Relaciones de los tres viajes de Francisco de Ortega, de 1631 a
1 6 3 6 ”.13
Sobre la base de esta documentación, veamos ya quién fue don Fran­
cisco de Ortega y en qué forma se movió para penetrar tres veces consecu­
tivas en los mares y tierras de California, con resultados dignos de alguna
consideración.

F rancisco de O rtega en Nueva Galicia

Lacónica pero interesante presentación de don Francisco hallamos en el


acta que se levantó en presencia del juez del presidio de Acaponeta, en la
Nueva Galicia, el 21 de febrero de 1632, poco antes de que el navegante
iniciara su primer viaje califomiano. Pasando revista a la gente que iba a
partir, consigna el escribano: “Primeramente el capitán y cabo Francisco
de Ortega, natural de la villa de Cedillo y vecino de la ciudad de México;
con su arcabuz, peto acerado y adarga, espada y daga.”14 Castellano era
por consiguiente y del antiguo reino de Toledo, el entusiasta explorador.
Del testimonio asimismo se desprende que había residido ya durante al­
gún tiempo en la Nueva España, puesto que se afirma era vecino de la
ciudad de México.
Nacido muy probablemente a fines del siglo xvi, es también verosímil
que en edad moza se hubiera trasladado al Nuevo Mundo en compañía
de otros coterráneos suyos de la villa de Cedillo, ahora com pañeros en la
misma pretensión de descubridores. Tal era el caso de Hernando de Ortega

13 Una parte de estos documentos ha sido publicada en dos colecciones distintas: D o ­


c u m e n to s p a r a la h isto ria d e M éxico, editados por don Manuel Orozco y Berra, segunda
serie, México, 1855, vol. ni, pp. 435-471 y en C olección d e d ia rio s y re la cio n es p a r a la
h isto ria d e lo s viajes y d e sc u b rim ien to s, Madrid, Instituto Histórico de Marina, 1944, vol. iv,
pp. 69-110, que en adelante se citará bajo las siglas CDYB.
Por otra parte no existe, que sepamos, una monografía acerca de las expediciones de
Ortega. Tán sólo hay breves alusiones a las mismas en las principales obras que tratan de la
historia de California, a partir de la del padre Miguel Venegas. El citado Alvaro del Portillo se
ocupa un poco más pormenorizadamente de este asunto, no sin incurrir en varias inexacti­
tudes, en op. cit., pp. 235-237 y 240-242.
M"Acta levantada por el escribano de guerra Jerónimo Martínez de Lerma en la visita
hecha a la fragata M a d re L u isa d e la A scen sió n surta en el puerto de San Pedro”, incluida en
la CDYR, vol. iv, p. 76.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.históricas.unam,mx/publicac¡ones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

158 LACALIFORNIA MEXICANA

que dijo ser primo y que apareció com o alférez nombrado, “con su ban­
dera y todo género de armas”, y de Jerónim o Díaz del Lamo que venía
com o simple soldado.
No conocem os cuáles hayan sido las anteriores actividades de Fran­
cisco de Ortega en la ciudad de México o fuera de ella. La primera noticia
cierta que sobre él tenemos nos la da el capitán Esteban Carbonel que,
com o piloto, lo acompañó en su primera expedición y que después ha­
bría de verse envuelto en complicado proceso, al que posteriormente alu­
diré. Escribe Carbonel en su informe que, hacia el año de 1627, un yerno
de Sebastián Vizcaíno, el contador Melchor de Lezama:

habiendo pretendido hacer este viaje[...] alcanzó licencia de Su Excelencia


(el virrey) para ir a fabricar una fragata en el valle de Banderas, o puerto de
Salagua o de la Navidad o en otra parte en aquella costa, que más cómoda
fuese para la dicha fábrica, animado con las relaciones que trujo el capitán
Juan de Iturbe, hacedor y admirador del capitán Tomás de Cardona.1’

Melchor de Lezama revivía así el viejo interés de su suegro que, hasta


poco antes de morir, había insistido en que se le permitiera volver una
vez más a California. No obstante lo negativo de los más recientes viajes
de Cardona e Iturbe, pesaban más en su ánimo las propaladas maravillas,
entre ellas muy especialmente las perlas. El virrey, marqués de Cerralvo,
le había autorizado al fin a hacer una fragata. Acompañado de oficiales,
carpinteros y marinos, se fue por el rumbo de Colima hasta llegar poco
más al norte de la desembocadura del río Grande de Santiago, todo en
tierras de la Nueva Galicia, para fabricar allí su embarcación. Entre la gen­
te que llevaba, com o lo repite Carbonel, estaba precisamente Francisco
de Ortega que venía a trabajar com o “carpintero de ribera”, o sea experto
en la construcción de navios.
En tanto que allí se daba principio a la hechura del buque de Lezama,
recibía la audiencia en México una real cédula de Felipe IV, de agosto de
1628, relativa al asunto de las exploraciones en California. Manifestaba el
m onarca que se habían seguido recibiendo solicitudes para hacer nuevas
expediciones, entre ellas una del capitán Pedro Bastán. Consultado el
Consejo de Indias, que conocía la cadena de fracasos que habían sido los
viajes anteriores, propone se suspenda cualquier otro intento hasta que a
punto fijo se sepa si podrá derivarse o no algún fruto de nuevas empresas.
Para alcanzar una respuesta en este asunto ordena la real cédula se obten­
ga el parecer de personas calificadas, conocedoras de la materia, citando 15

15 “Relación de Esteban Carbonel”, publicada en Documentos para la historia de


México, segunda serie, vol. III, p. 437. (Esta colección se citará en adelante bajo la sigla
DHM).

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicacione5/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 159

expresamente al carmelita que había acompañado a Vizcaíno, el padre


Cray Antonio de la Ascensión. Y concluye la real misiva ordenando que,
una vez obtenidos esos dictámenes, “me aviséis muy particularmente en
la forma y manera que se podrá hacer el dicho descubrimiento, en caso
que convenga ponello en execución, para que, visto en el dicho mi Con­
sejo, se tome la resolución que más parezca convenir”.16
La noticia de esta real cédula debió de llegar a oídos de Melchor de
Lezama que más que nunca se acordó de los impedimentos que se opu­
sieron a su suegro hasta estropearle en definitiva su deseo. El hecho es
que Lezama com enzó a desanimarse ya que ahora tendría que esperar la
formulación de los dictámenes y la seguramente muy dilatada resolución
final del Consejo de Indias. A la vista estaban por otra parte las dificulta­
des a que debía hacer frente la construcción de su fragata que, a punto
fijo, no sabía si podría llegar a utilizar. El mismo Carbonel nos pinta cuál
fue entonces la reacción de Lezama y los motivos que alegó para abando­
nar la empresa: “trató de com enzar a hacer una fragata, la cual no tuvo
efecto p or ser la tierra incómoda y haber gran cantidad de mosquitos de
día y de noche, y otras incomodidades, por cuya causa y otras que le obli­
garon, se volvió, dejando desamparada la gente que llevó[...]”.17
En estas circunstancias, Francisco de Ortega, al tiempo que Lezama
partía, optó por quedarse. Había concebido la hipótesis de encontrar al­
guna forma de hacer realidad por sí mismo la expedición a California.
Contaba al menos, según lo sabemos por el memorial de Carbonel, con la
simpatía y el apoyo del licenciado Diego de la Nava, presbítero de la dió­
cesis de Guadalajara, y también del obispo de ésta que era entonces don
Leonel de Cervantes.18 Aunque las perspectivas de alcanzar la deseada
autorización eran muy escasas en vista de la nueva real cédula, pudo per­
suadir a algunos de sus acompañantes a no abandonar la fábrica del na­
vio. Pensaba que, cu an d o lo tuvieran listo y, valiéndose de alguna
recom endación del obispo, encontrarían el m odo de embarcarse.

El dicho capitán Francisco de Ortega, prosigue Carbonel, se animó viéndose


solo, a hacer una fragata, en la cual fabrica tardó, por estar pobre, cuatro
años en acabarla, y habiéndola acabado, vino a esta ciudad el año pasado de
1631, y dio un memorial al excelentísimo señor marqués de Cerralvo, en el
cual decía tenía hecha y acabada una fragata de buen porte, pretendiendo
licencia para ir al descubrimiento y demarcación de dichas Californias.19

16“Real cédula del 2 de agosto de 1628, dirigida al presidente y oidores de la audiencia


de la ciudad de México," cdyr, vol. rv, p. 74.
17 “Memorial de Esteban Carbonel", DHM, vol. III, p. 441.
18DHM, vol. iii, p. 449.
19¡bid., p. 441.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

160 LAcalifornia mexicana

Las palabras de Caibonel que, andando el tiempo llegaría a enemis­


tarse con Ortega, no dan ciertam ente idea de la forma com o presentó éste
su m em orial al virrey. Menos aún deja ver la sagacidad de Ortega, la casi
hiriente frase que añade el mismo Carbonel com o para precisar los pro­
pósitos del viaje: “que, con ingenios y buzos que tenía, pescaría gran can­
tidad de perlas”.20
Si nos fiamos en cambio en lo que el propio marqués de Cerralvo
consigna, al tiempo de dar su autorización, veremos que los sutiles mane­
jos de Ortega en este asunto lo hacen ya acreedor al epíteto de ingenioso.
Sabía Ortega que el virrey había obtenido los pareceres que la corona le
había pedido. Favorable había sido el de fray Antonio de la Ascensión que
ponderaba las ventajas de colonizar las Californias y la necesidad de con ­
vertir a los paganos que en ellas vivían. Tenía igualmente noticias de las
dificultades que había señalado el también consultado cosmógrafo Enrico
Martínez. Había además otros pareceres com o el del capitán Juan López
de Vicuña. Las diferencias de opiniones tenían perplejo al virrey, que, en
fin de cuentas, seguía meditando sobre lo que debía responder a la cues­
tión que planteaba la real cédula de agosto de 1628.
Ortega presentó su memorial, aconsejado probablemente por el pa­
dre Nava y aun quizá p or el propio obispo de Guadalajara, que incluso
llegó a ofrecerle la participación de su amigo clérigo en la em presa por
medio de un nombramiento que lo constituiría en “cura y vicario” de la
expedición. En su escrito al virrey, Ortega no formula propiamente una
solicitud de licencia para embarcarse sino más bien una propuesta que
iba a ser muy del agrado del gobernante. Paladinamente le hace saber que
tiene lista una fragata con la cual podrá recabar datos de primera mano
que ayudarán al marqués de Cerralvo a elaborar, con más conocim iento
de causa, la respuesta que debe dar a Su Majestad sobre los pros y contras
de intentar de nuevo la colonización de las Californias. Til manera de
argumentar convenció al virrey, que aceptó el ofrecimiento de Ortega, el
cual iría en calidad de enviado, casi com o consultor, cuyo parecer sería
escuchado al tiempo de su regreso. Las palabras mismas del marqués de
Cerralvo arrojan suficiente luz sobre el asunto:

Y agora Francisco de Ortega me ha hecho relación que ha venido a su noticia


que tengo la real cédula inserta, y para informar a Su Majestad de la conve­
niencia que pueda haber en el descubrimiento de las Californias, y la que se
seguirá de dar licencias para poblarlas. Y para que yo lo pueda hacer con
más certeza, se halla con una fragata que ha fabricado, nombrada la Madre
Luisa de la Ascensión, de setenta toneladas, a propósito para hacer este
viaje; que está al presente surta en el puerto de Matanchel, jurisdicción de

20Ibid.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 161

Acaponeta, costa del Mar del Sur, la cual tiene prevenida con piloto, gente
de mar, matalotaje, armas y municiones sin que le falte nada, fabricado con
mucho trabajo y gasto de más de doce mil pesos por todo ello, y que desea
servir a su costa y mención en este descubrimiento, esperando en su gran­
deza el premio de su trabajo, según el efecto que resultare de su viaje y de la
razón que trujere de los parajes y derroteros que descubriese en aquellas
costas, pidiéndome mandase dar licencia para ello, nombrándole por capi­
tán y cabo de dicha fragata y gente que fuere en ella embarcada[...] Y por mí
visto, y la respuesta que dio el doctor don Juan González Peñafiel, fiscal de
Su Majestad en esta real audiencia, a quien mandé dar vista de ello, atento
que el ofrecimiento que hace el dicho Francisco de Ortega en su costa y sin
gasto ninguno de la real hacienda y que de concederle la licencia que pide
para hacer este viaje, podrá resultar mayor luz e inteligencia de la materia,
para poder informar con más noticia de ella a Su Majestad, como lo ordena
y manda por la dicha real cédula; por la presente doy licencia[...]21

Y así el astuto personaje, que pronto pasó de “carpintero de ribera” a


capitán, bien agenciada ya su empresa, hubo de trasladarse de inmedia­
to, primeramente a Guadalajara y enseguida al puerto donde le aguarda­
ban su gente y su fragata. El 2 7 de febrero de 1632, en la boca misma del
río de San Pedro, muy pocas leguas al norte de la desembocadura del Gran­
de de Santiago, jurisdicción de Sentíspac, en lo que hoy es estado de Naya-
rit, a punto estaba Ortega para hacerse a la vela con rumbo a California.

E l PRIMERO DE LOS VIAJES: 2 7 DE FEBRERO - 3 DE JULIO DE 1632

Lo que a otros se había negado en virtud de la real cédula, lo había alcan­


zado Ortega gracias a su ingeniosa m anera de proposición y oferta. Ofi­
cialmente partía, com o se decía en la licencia del virrey, para

hacer viaje vía recta a las dichas Californias, descubrir y reconocer los puer­
tos y ensenadas de aquellas islas y costas, observando los rumbos, derrote­
ros y alturas de la navegación[...] sondeando los puertos fondeables que
hubiere y haciendo itinerario particular y descripción, en la forma y con la
distinción y claridad que se acostumbra en los nuevos descubrimientos, pro­
curando con particularidad enterarse de qué naturales habitan aquella tie­
rra, sus costumbres y modo de vivir, sin hacerles ofensa ni mal trato, antes
toda la caricia y agasajo posiblej...]22

Y com o también m ucho interesaba al virrey el asunto de las perlas y


de los metales preciosos, en las recomendaciones incluyó esta otra que

21 “Licencia concedida por el marqués de Cerralvo, virrey de la Nueva España, de fecha


22' de noviembre de 1631”, CDYR, vol. IV, p p . 74-75.
22 CDYR, vol. iv, p. 75.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www. históricas, unam,mx/publ¡cac¡ones/publ¡cad¡gital/libros/californ¡a/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

162 la c a l if o r n ia m e x ic a n a

por superflua debió tenerla el propio Ortega: la de informarse “si tienen


algunas riquezas, plata, oro u perlas, y si hay pesquería dellas, com o por
diversas relaciones se ha entendido, y en qué partes, autenticándolo todo
con fe y testimonios autorizados de escribano”.23
Acompañado don Francisco por el padre Nava que, com o ya se ha
dicho, venía en calidad de cura y vicario de la expedición, y del capitán
Esteban Carbonel, piloto en la misma, y reunida la gente de mar y los
soldados, de buen grado se aprestó para satisfacer el último trámite antes
de su ya inminente partida. Era éste el de la inspección de la fragata y
revista de cuantos en ella se embarcaban. La diligencia la llevaría a cabo el
alguacil mayor del presidio de Acaponeta, acompañado del imprescindi­
ble escribano. Y, gracias al acta que este último levantó, nos enteramos
ahora de varias curiosidades dignas de tomarse en cuenta.
Con Ortega iban otras veintidós personas. Mencionamos ya al cura
Diego de la Nava; igualmente al piloto Esteban Carbonel, el cual, vale la
pena señalarlo, siendo francés de origen, se dijo oriundo de la ciudad de
Sevilla. Por ésta y otras actuaciones suyas, poco después se vería envuelto
en complicado proceso. Como maestre iba un Diego de Cañedo, natural
de Béjar. También había un contramaestre y un ayudante del piloto que
declaró conocer el arte del buceo. Escribano nombrado en la fragata era
Martín Sáenz de Córdoba y Arbizu. Venían luego los marineros y grume­
tes en número de cinco. Uno de ellos. Andrés Ramos, manifestó ser tam­
bién barbero y cirujano. Y preguntado por su lugar de origen, confesó ser
portugués, natural de Lisboa. Otro marinero y un grumete tampoco eran
oriundos ni de la antigua ni de la Nueva España. Juan Tomás dijo ser de
Córcega, y el grumete Nicolás, de Saboya. Indudablemente que al juez y
al escribano del presidio de Acaponeta debió parecerles algo extraño en­
contrar, en grupo tan reducido, a estos tres que, de un m odo o de otro,
habían saltado las barreras y, desde algunos años antes, se encontraban
en México.
Los soldados de la expedición eran siete, todos españoles, incluyen­
do a Hernando de Ortega, primo del capitán. Por fin, aparecieron un ne­
gro esclavo, natural de Angola, pertenencia de Esteban Carbonel, y dos
mulatas, una esclava, al servicio del padre Nava, y la otra libre, para lo que
se ofreciera al capitán Ortega.
La enumeración de esta gente, de la que nos habla el acta que enton­
ces se levantó, es interesante testimonio de algo que muchas veces se
pasa por alto: en la Nueva España del siglo xvn no era infrecuente encon­
trar personas de orígenes tan distintos que, en determinadas circunstan­
cias, se reunían y más o m enos abigarradam ente participaban, con

« Ibid.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 163

esperanza de ganancias inciertas, en empresas com o ésta de la expedi­


ción a California. Recordada ya la revista de la tripulación y acompañan­
tes, veamos lo que consigna el acta acerca de la inspección de la fragata.
El escribano asienta que la M adre Luisa d e la Ascensión se halla en
magníficas condiciones. Recientemente fue carenada, tiene sus velas nue­
vas, sus jarcias y cabos, dos anclotes nuevos, un ancla y un rastro peque­
ño. Respecto de estos últimos implementos manifiesta el capitán Ortega
“que eran para rastrear los fondos y todos los puertos dondequiera que
llegase, y playas, y buscar los comederos de perlas”.24 La fragata llevaba
también un barril de pólvora, ocho arrobas de plomo, veinte quintales de
bizcocho, ochenta fanegas de maíz y cantidad de carne, cien botijas y veinte
barriles de agua y asimismo una caja de medicinas y otros regalos por si
alguno cayese enfermo. Pero lo más interesante es la referencia a un in­
vento del mismo capitán Ortega, confirmación de que, si éste sabía inge­
niarse en asuntos com o el de su solicitud al virrey y en el de la hechura de
la fragata con escasos recursos, también era sabio diseñador de algo no
visto en la Nueva España. La descripción del escribano es elocuente en
este punto: “asimismo registró y manifestó una campana de madera y
plomo, artificio nuevo y traza del dicho capitán Francisco de Ortega, para
que puedan ir una o dos personas dentro della a cualquier cantidad de
fondo sin riesgo de ahogarse, aunque se esté debajo del agua diez o doce
días”.25 El dicho artificio, inventiva de Ortega, no era otra cosa que lo que
hoy llamamos un batiscafo.
Es verdad que en la historia de las exploraciones submarinas existen
antecedentes de más temprana fecha que el año de 1632, cuando Ortega
fabricó su campana para sumergir a una o dos personas “sin riesgo de
ahogarse”. Sin embargo, si no los diseños que podrían citarse, com o uno
atribuido a Leonardo da Vinci, al m enos los artefactos anteriores al de
Ortega, inventos de franceses y holandeses, distaban de la supuesta o real
perfección que éste atribuía a su campana sumergible. Expresamente
manifestó que, con su campana, podía “descender a cualquier cantidad
de fondo y podía estarse debajo de la agua diez o doce días”. Es lástima
que ni en la relación del primero de sus viajes ni en las de los posteriores
se refiera al empleo que hizo de su original batiscafo. Pensamos no obs­
tante que de alguna utilidad debió de serle, ya que lo llevó consigo, com o
consta en las correspondientes actas de las tres expediciones que em­
prendió hasta el año de 1636. De cualquier manera que haya sido, su
traza y artificio deben registrarse como un antecedente mexicano en la
historia de las exploraciones submarinas.

24íbid., p. 76.
25 Ibid.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

164 LACALIFORNIA MEXICANA

Concluida la inspección y la revista, y tras invocar el nombre de Dios y


de la virgen Santa María, la fragata M adre Luisa de la Ascensión se hizo
por fin a la vela el 2 7 de febrero de 1632. Prolijo sería relatar todas las
peripecias de su navegación. A quienes esto interese, remitimos a la me­
moria que de este viaje consignó el correspondiente escribano.26 Digamos
al menos que, debido a un fuerte temporal, la fragata hubo de recogerse al
puerto de Mazatlán, en donde debió ser alijada. Ortega supo aprovechar
esta breve estancia en las costas de Sinaloa. Sabía que entre los misioneros

26 Se incluye íntegra bajo el título de “Descripción y demarcación de las islas Califor-


nias[...]” enCBYR, vol. iv, pp. 78-85.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 165

jesuitas de esa región del noroeste existía de tiempo atrás el deseo de


alistarse cuando fuera posible para la conquista espiritual de California.
No sería por tanto inútil establecer contacto con ellos puesto que, llega­
das las circunstancias, su apoyo podría ser en extremo valioso. De hecho,
com o habremos de verlo, Ortega se las arregló, en el tercero de sus viajes,
para llevar consigo al primer jesuíta que pisó la tierra de California, el
padre Roque de la Vega, que se embarcó con él a 11 de enero de 1636.
Ahora, desde el primer viaje, el contacto había quedado establecido.
El misionero jesuíta con el que en esta ocasión habló don Francisco, el
padre Diego Jiménez, no sólo vino a confesar a los soldados y gente de
mar, sino que

les dio pláticas con que les dio ánimos para ir a la dicha jornada, ayudando
al dicho capitán a reducir a algunos que habían mudado de este intento en
que se trabajó mucho en ellos hasta reducirlos, y al dicho religioso en señal
de agradecimiento, porque dijo su religión no recibía limosna ni paga por
semejantes beneficios, le dio una muy cumplida remuneración de las cosas
que el dicho capitán a su costa llevaba para dar a la gente de dicha Califor­
nia, para que el dicho padre agasajase con ello a la gente de su partido, que
baja de las sierras y se reduce a nuestra fe.27

Reanimada la tripulación y abastecida la fragata, dejaron al fin las cos­


tas de Sinaloa el primero de mayo, y tras cruzar la entrada del golfo, llega­
ron el día de Santa Cruz frente a una isla cercana a la bahía de La Paz.
Ortega, en homenaje al virrey que lo había despachado, la bautizó con el
nombre de Cerralvo, que hasta la fecha conserva. Continuando la navega­
ción, tocaron luego las costas de California. Allí vieron ya a numerosos
indios, sobre los cuales se consigna que son “mansos y afables”. Y com o
para indicar luego que el capitán Ortega no ha olvidado los enea j s del

virrey, se añade que “no alcanzamos a saber qué ritos y ceremoi 'Hie­
dan tener”.28
La expedición siguió luego hacia el extrem o sur de la península. To­
dos, marinos y soldados, desembarcan al fin en la llamada bahía de San
Bernabé, relativamente cerca del cabo San Lucas. En confirmación de que
éste es precisam ente el lugar donde se encuentran, hace referencia el pi­
loto a los escritos del carmelita que había acompañado a Vizcaíno y que,
con buen sentido de previsión, llevaban consigo: “que ansí parece por las
señas que da el padre fray Antonio de la Ascensión”. Ocurren entonces
más encuentros pacíficos con los nativos: “nos trajeron el agua cuanto
quisimos; tienen aquí una pesquería de sardina y otros géneros de pesca-

27CDYR, vol. IV, p . 79.


u Ibid., p. 80

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

166 LACALIFORNIA MEXICANA

do, de los cuales nos dieron y repartieron con mucha voluntad y nos
m ostraron m ucho am or y afabilidad[.,.]”29
La relación describe una vez más con cierta precisión las característi­
cas de la geografía de esa costa meridional: hay allí puntas y farallones,
entre ellos uno que “tiene un arco grande...que parece hecho a mano,
que le pasa el agua de una parte a otra...” Obviamente se hace referencia
al famoso arco, atracción digna de verse, en cabo San Lucas. Los nativos se
acercaron al barco en sus balsas y canoas para hacer trueque de lo que
tenían: “pellejos muy bien curtidos de venados, leones y otros animales, y
nos trujeron algunas perlas quemadas y acanaladas[...] así com o todo el
pescado que podíamos com er”.
En ocasiones anteriores estos indios habían tenido tratos con gente
de otras expediciones y muy probablemente también con piratas. Sabían
que las perlas interesaban a los forasteros. Por eso, en son de paz, les
entregaban algunas, esperando recibir cuchillos y algunos utensilios o
adornos. Estos indios pertenecían al grupo de los pericúes.
Su afabilidad dio ocasión a experiencias interesantes. Uno de los ma­
rineros, codicioso de encontrar por sí mismo algunas perlas, y guiado por
cuatro nativos, se convirtió en desertor. Cuando al fin fue encontrado y
obligado a volver, se disculpó diciendo que quería quedarse “para apren­
der la lengua hasta otro año”. Más interesante aún fue la experiencia de
otro soldado que se extravió, yendo a reconocer un cerro. Éste tuvo la
suerte de toparse con una india que venía con un caracol lleno de agua.
La mujer lo llevó al corral de piedras que constituía su morada. Allí estuvo
descansando hasta que otro indio que vino se puso a limpiarle el sudor
de la cara. Forzado a pernoctar, le dieron de com er pescado y le trajeron
un petate y unos cueros de venado para que se cobijara, ya que hacía frío.
También le ofrecieron una piel de pájaro para que la pusiera por cabece­
ra. Y dijo este soldado que

todas las indias chicas y grandes, todas andan vestidas de pellejos de anima­
les y que las dichas indias son de buenos rostros y muy vergonzosas; y que
toda la noche estuvo un indio cantando)...] y en cansándose aquél, empeza­
ba otro, hasta que amaneció, ni sabe si esto lo hacían por agasajar al soldado
o por ser costumbre de ellos o vela que le estaban haciendo. Los indios son
bien dispuestos, robustos y ágiles para cualquier cosa, que al parecer fuera
muy fácil reducirlos a nuestra santa fe católica.30

Explorado el extrem o sur, enderezó Ortega la proa hacia el oriente


para entrar de nuevo al golfo hasta volver a encontrarse con la isla de

29Ibid., p. 81.
iaIbid., p. 82.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
INSTITUTO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 167

Cerralvo. En la relación se asienta que vieron allí numerosos comederos


de perlas. La expedición prosiguió y reconoció otra isla más al norte, a la
que llamaron del Espíritu Santo, nombre con el que hasta hoy se conoce.
Esta isla se extiende frente a la gran bahía reconocida entre otros por
Sebastián Vizcaíno y designada ya com o de La Paz. Ortega señala que en
ella hallaron tres puertos. Al desembarcar en uno de ellos “vinieron al
navio muchos indios en sus balsas, y entraron dentro, y les dimos algunas
cosas de las que llevábamos y de com er, y ellos fueron a tierra y nos traje­
ron algunas perlas quemadas y acanaladas, y por ellas les dimos algunos
cuchillos que estimaron en m uch o[...]”31 Explorado el interior de la ba­
hía, encontraron a la parte del nordeste, una que describen como

isla embebida en tierra, que la divide en estero[...] y al remate de esta isla


está una muy buena salina, que la mar echa, cuando se alborota el agua
dentro y se cuaja la sal dentro; el capitán hizo cavar a un soldado y ahondó
vara y media y no llegó al suelo. Pueden cargar sal cien navios y no la apura­
ran. A esta isla le pusimos por nombre la isla de la Salina.32

Así descubrían una muestra de la hoy bien conocida riqueza de las


salinas que existen en no pocos sitios de la península califomiana.
De nuevo, con la descripción de puertos y bahías, está la alusión a los
placeres de perlas, con el comentario que casi nunca falta: las perlas que
allí se han obtenido estaban todas quemadas. La explicación es que los
indios “tienen su sustento de los ostiones, y las perlas las queman, sin
hacer caso dellas”. Hacer esta aclaración era importante para Ortega puesto
que debía de dar cuenta al virrey de los “rescates” o trueques que en esta
materia hiciera con los indios.
Salidos de la bahía de La Paz, reconocieron entonces algo más de las
costas al norte de la misma. Pudieron enterarse de que los indios del sur
estaban en guerra con los que ahora les salían al paso. El nombre con que
eran conocidos estos últimos lo llegará a saber Ortega en la segunda de
sus expediciones. En ella hablará ya de los guaycuras. También en los
lugares donde éstos vivían había grandes montones de conchas, señal de
haber riqueza de perlas.
De vuelta en la isla del Espíritu Santo, se describen sus costas. Dato
interesante es la existencia de “grandes cuevas, donde los indios tienen
su m orada en tiempo de aguas; son cuevas que la naturaleza obró, y son
tan grandes, que hay cueva que pueden entrar en ella doscientas per­
sonas sin estar apretadas”.33 Relacionando esta información con lo que
ahora sabemos sobre las pinturas que hasta hoy se conservan en algunas

31Ibid., p. 83-
32Ibid.
33Ibid., p. 84.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

168 LACALIFORNIA MEXICANA

cuevas de la península, cabe suponer que tales creaciones plásticas fue­


ron obra de quienes se refugiaban en ellas para ponerse a salvo de incle­
mencias, especialmente del frío.
Abandonando ya la isla del Espíritu Santo, Ortega quiso avanzar hacia
el norte. Según las mediciones del piloto, la latitud más alta que alcanza­
ron fue la de veintisiete grados. De hecho, en el cálculo había un conside­
rable error de exceso y, al parecer, se encontraban sólo a algo menos de
veinticinco grados de latitud. En ese punto, siendo el 23 de junio, “víspe­
ra de San Juan por la tarde”, se presentó un fuerte viento del sudoeste
que los obligó a interrumpir su m archa y a volver a la tierra firme, o sea al
continente. En realidad buena falta les hacía reabastecerse. Llegaron así a
un fondeadero, cercano a la bahía de San Ignacio, en las costas de Sinaloa.
De todo ello dieron cuenta el mismo Ortega, el padre Nava, el piloto
Carbonel y otros más, en 3 de julio de 1632.
Los resultados de esta primera expedición en m odo alguno podían
tenerse com o suficientemente esclarecedores para proporcionar con ellos
la información requerida por el virrey. Entreveía Ortega las grandes posi­
bilidades de la pesca de perlas y confiaba asimismo en poder continuar su
exploración. Le interesaba hacerse acreedor al reconocimiento de la co ­
rona y también a las licencias y privilegios para establecer pesquerías. Por
eso, además de pensar en el modo de allegarse nuevos recursos, su traba­
jo en las costas de Sinaloa fue desde luego dar carena a su fragata, hasta
dejarla dispuesta para otro viaje. Ocupábase en ello cuando de improviso
recibió un encargo que venía a distraerlo de lo que era su propósito. De
parte del virrey le llegaba una nueva comisión y precisamente por co n ­
ducto de su activo piloto Esteban Carbonel que, al desembarcar, se había
ausentado para gestionar asuntos que m ucho parecían interesarle.

Segundo viaje: 8 de septiembre de 1633 - 8 de abril de 1634

El licenciado y vicario Diego de la Nava había sido enviado por Ortega


desde la bahía de San Ignacio para comunicar al virrey, en forma más o
menos confidencial, lo que hasta entonces se había logrado. Se conserva
de hecho el “parecer” del padre Nava en el que de tal m odo se expresó
sobre las posibilidades de las Californias, que no sólo logró mantener la
aquiescencia del virrey, sino que alcanzó a interesar en el asunto a uno de
los servidores y allegados de éste.34 A su debido tiempo declarará Ortega
que fue precisamente el capitán Juan García de Mercado, “en servicio de

M“Parecer del licenciado Diego de Nava que fue con Francisco Ortega, 1632", Museo
Naval de Madrid, Colección Navarrete, vol.xix.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 169

su Excelencia, quien deseoso de participar en la empresa, se constituyó


en uno de los armadores que en este viaje me han ayudado con cantidad
de hacienda[...]35 Por este lado, las cosas marchaban a la par con los pro­
pósitos de don Francisco. El único obstáculo, aunque en fin transitorio,
provenía de la real comisión de que era portador el piloto Carbonel.
El encargo era que Ortega entregara su fragata a Carbonel, “para ir a
dar aviso a las naos de las islas Filipinas, por las nuevas de que había
enemigos en la co sta [...]”36 La oficiosa actuación de Carbonel debió dis­
gustarle grandemente. Su piloto actuaba para congraciarse con las autori­
dades virreinales y dejaba traslucir intenciones nada buenas. Por el
m om ento, y no habiendo otro rem edio, Ortega hubo de entregar su fra­
gata a Carbonel. Decidió, sin embargo, embarcarse él mismo en ella y
acompañarlo en su misión de dar aviso a las naos del riesgo de los piratas.
Cumplido el encargo, la M adre Luisa d e la Ascensión retornó, a co­
mienzos de mayo del mismo 1633, al puerto de Mazatlán. La antipatía
que había cobrado Ortega por Carbonel se tradujo en la separación de
este último que, muy pronto y por propia cuenta, trataría de emular lo
que tan penosam ente intentaba el antiguo “carpintero de ribera”. Por fin,
el 2 0 de mayo de 1633 tenía lugar en el mismo puerto de Mazatlán la
consabida inspección de la fragata y la revista de quienes en ella nueva­
mente se embarcaban con rumbo a California. Por el acta que se conserva
sabemos que la gente reunida era esta vez más numerosa. Las gestiones
del padre Nava y la aportación hecha por García de Mercado en calidad de
arm ador, habían facilitado las cosas. Además de Ortega y del padre Nava,
venía también el bachiller Juan de Zúñiga, clérigo presbítero, natural de
México y vecino de Querétaro. El escribano de la expedición, y p or cierto
familiar del Santo Oficio, era Antonio Mayor, catalán, de la ciudad de Bar­
celona. A continuación aparecieron veinticinco soldados, en vez de los
siete de la expedición anterior. Entre ellos los más eran españoles, otros
nativos de México, uno de los reinos del Perú y uno de la isla de Margari­
ta, que actuaría asimismo com o buzo.
Los marineros venían en número de once, entre ellos dos portugue­
ses de Lisboa y otro de la isla de Córcega. Como mozas de servicio esta­
ban la mujer del soldado Francisco Escamilla, otra natural de Culiacán y
p o r fin la esclava mulata del padre Nava.
En lo que toca al registro de la fragata, se encontró ésta bien carenada
y en perfectas condiciones. De nuevo se hizo constar que iba en ella “una
campana de madera y plomo nuevo, arbitrio del dicho capitán, para que

“ cdyb, vol. IV, p. 92 .


Ibid., p. 86.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO

H IS T Ó R IC A S

170 LA CALIFORNIA MEXICANA

puedan estar una o dos personas dentro della sin ahogarse debajo del
agua al fondo”.37 Prueba esto, al parecer, que el famoso artificio había sido
empleado en la expedición anterior, tal vez con algunos buenos resulta­
dos. A ello podía deberse que, debidamente reparado “con plomo nue­
vo”, volviera a llevarse com o instrumento auxiliar en la localización de los
placeres de perlas.
El 8 de septiembre de 1633, invocado com o siempre el nombre de
Dios, los expedicionarios se hacían a la vela. El nuevo piloto, Bartolomé
de Terrazas, “pesó el sol” y se halló que estaban a veinticuatro grados de
altura. Cruzando el golfo de California, el punto de llegada fue la ya cono­
cida isla de Cerralvo. De aquí pasaron al puerto de La Paz, tras avistar la
isla del Espíritu Santo. Ortega, que conocía el interés que habían com en­
zado a m ostrar los jesuítas por la California, al bautizar algunos de los
lugares que entonces tocaban, les dio el nombre de prominentes santos
de dicha orden:

Entrando por la boca de la bahía (por el norte de la ya bien conocida de La


Paz), a la banda del este, hace un puerto abrigado de todos los vientos, al
cual pusimos por nombre San Francisco Javier; tiene la entrada este dicho
puerto ueste; es suficiente para cualquier navio. Y saliendo de este dicho
puerto, y navegando por la dicha bahía al sur, hallamos otro puerto que está
también a la banda del este, que hace dos bocas, por tener una isla pequeña
atravesada a la entrada, al cual pusimos por nombre, San Ignacio de Loyola.38

Los jesuítas, pensaba Ortega, habrían de quedarle reconocidos al en­


terarse de esto. La fragata, muy poco después, entraba para fondear preci­
samente en el recién bautizado puerto de San Ignacio de Loyola. Llegados
algunos indios, empezó el concebido trueque de las “perlas acanaladas y
ahumadas” que los nativos entregaban a cambio de cuchillos. Se hizo tam­
bién algún buceo y se obtuvieron otras perlas, entre ellas una de que se
da expresa cuenta por ser de “diez quilates y de muy buen género y orien­
te”. Un día después la nave continuó su exploración hacia el sur hasta
llegar al puerto mismo de La Paz. Allí desem barcó toda la gente y se esta­
bleció nuevo contacto con los indios. Gracias a la buena disposición de
éstos fue posible organizar una especie de base o, com o se lee en la rela­
ción, un “rancheamiento”. Los m arinerosy soldados edificaron desde luego
algunas chozas. Ortega, en compañía del ayudante de piloto y tres buzos,
salió entre tanto para sondear con la fragata toda la bahía y buscar más
com ederos de perlas.

37Ibid., p. 88.
iaIbid., p. 92.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 171

Esta primera salida fue sólo anticipo de otra más larga que, pocos
días después, habría de em prenderse por las costas del norte. Dato inte­
resante es el que entonces se consigna: “Visto por los indios de este puer­
to que nos queríamos ir con la fragata, se entristecieron m ucho y vino el
rey dellos, Bacarí, con todos sus capitanes, a rogarnos que no nos fuéra­
mos [...]39 Ortega, com o pudo, les dio a entender que allí se quedaría bue­
na parte de su gente con el padre bachiller Juan de Zúñiga y que su nueva
salida era sólo pasajera. Y para explicar el empeño de los nativos por rete­
ner a los forasteros añade que se sentían “amparados de nosotros, por
causa que estos dichos indios tienen guerra con otros que habitan a la

i9Ibid., p. 94.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

172 LA CALIFORNIA MEXICANA

costa del poniente que los llaman guacicuros ( g u a y c u r a s ) A s í , al pa­


recer por vez primera, se hacía notar que ya entre los naturales de esa
región existían grupos o parcialidades distintas.40
La fragata com enzó a realizar entonces una serie de exploraciones. Al
avanzar por el norte se van haciendo sondeos, se demarcan y describen
las costas, ensenadas, bahías, puertos e islas. Se precisa dónde hay com e­
deros de perlas y dónde se han practicado buceos. A la isla que hoy co­
nocem os con el nombre de San Francisco la bautizan con el de San Simón
y Judas. Más al norte descubre luego la isla de San José, las de las Ánimas,
y otras que bautizan con nombres que hasta hoy se conservan. Son éstas
las de San Diego, Santa Cruz, Monserrate, del Carmen, Danzantes y San
Ildefonso. La expedición había llegado, no hasta los treinta y un grados,
com o pensaba el piloto, sino hasta muy cerca de los veintisiete de latitud
norte. El mejor testimonio es la serie de nombres que, dados por Ortega,
subsisten incorporados a la geografía de California.
En tanto que hacían esta demarcación, los vientos del norte y noroes­
te súbitamente obligaron a la fragata a regresar al puerto de La Paz. Al
encontrarse con los que allí habían quedado, varias sorpresas aguardaban
a don Francisco. Una fue que salieron a recibirlos muchos indios que ex­
clamaban en castellano: “Capitán, yo cristiano.” Preguntando Ortega al
padre Zúñiga qué novedad era aquella, respondió éste que “el rey Bacarí
y el príncipe, su hijo, y toda su familia y algunos de los capitanes (indíge­
nas), habían pedido el agua del santo bautismo y querían ser cristianos y
que habían bautizado ciento y seis personas de los más principales, y en­
tre ellos, muchos n iñ os[,..]”41 En un principio Ortega y el padre Nava se
mostraron en desacuerdo, pues les parecía cosa temeraria y precipitada
haber procedido a los bautizos. El bachiller Zúñiga, com o versado en de­
recho, argumentó, que “era permitido bautizar a los reyes y capitanes,

40 Como lo veremos, en la relación de la tercera salida de Ortega se señala que, más al


norte, los nativos hablaban lenguas diferentes. Son estas noticias uno de los primeros antece­
dentes acerca de la diversidad lingüística que había entre los antiguos californios. Con base
en la información dejada por los jesuítas y en ulteriores estudios sabemos que “las rancherías
o linajes que integraban el grupo lingüístico guaycura ocupaban (desde el valle de Santo
Domingo) las llanuras de la Magdalena y el istmo de La Paz[...]. En la región del cabo se
hablaban dos lenguas distintas: el huchiti y el pericú. El más conocido de los grupos hablantes
del huchiti era el ‘cora’ que vivía a lo laigo de la costa del Golfo, desde el extremo sur de la
bahía de La Faz, hasta la bahía de Las Palmas al sur[...]. En el extremo meridional de la penín­
sula, abarcando el área alrededor de cabo San Lucas y las islas del golfo hasta Santa Catalina,
estaban los pericúes. Al norte del área guaycura, y más allá de la actual línea divisoria interna­
cional, vivían los que hablaban lenguas yumanas[...]. Dentro de la península, y por lo que a
estos grupos se refiere, existía una diferenciación principal entre los yumanos de California y
los conocidos como yumanos peninsulares, designados genéricamente como ‘cochimíes’, de­
nominación que incluía las siguientes lenguas: borjeño, ignacieño, cadogomeño, laymónj...]”.
Véase: William C. Massey, “Archaeology and Etnohistory..., pp. 51-52.
41 cdyb, vol. iv, p. 98.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 173

que así lo decían los santos cánones[...]” Ortega y Nava tuvieron por bue­
na su respuesta y se congratularon porque en esta forma la amistad con
los nativos debía ser ya permanente. Don Francisco determinó entonces
hacer un fuerte en el puerto de La Paz y envió la fragata a las costas de
Sinaloa por bastimentos y para dar aviso al virrey de lo que hasta entonces
se iba logrando.
Viviendo en estrecho contacto con los indios pudieron lograr ente­
rarse de cóm o estos proseguían su guerra contra los guaycuras. Justa­
m ente uno de esos días contemplaron el retorno de quienes habían salido
a combatirlos. La suerte les había sido adversa y traían el cadáver del hijo
de Bacarí, el recién bautizado reyezuelo. Esto les dio oportunidad de pre­
senciar y describir, por vez primera en la serie de exploraciones de Cali­
fornia, los ritos y ceremonias fúnebres de estos nativos. El párrafo que
trata de ello en la relación merece transcribirse por su valor etnográfico:

Trujeron a este real y donde están los españoles, al príncipe muerto y a su


mujer y hijo, adonde estaba su padre poblado. Y después de amortajados y
puestos en sus andas, avisó el Bacarí a todas las poblaciones y rancherías
más cercanas, y habiéndose juntado muy grande número de indios, le estu­
vieron llorando de noche y de día, que se oía el llanto y gritería más de una
legua, y habiendo estado tres días en las andas, llamó el Bacarí al capitán
Francisco de Ortega y a toda su gente y a los dos sacerdotes para que estu­
viesen presentes al enterrar su hijo[...]El Bacarí pidió al capitán le diera seis
hachas de cortar madera. Con ellas mandó a sus indios que cortaran los
árboles a donde su hijo acostumbraba ponerse a la sombra, y cegaron y
taparon un camino por donde el Conichi (su hijo), acostumbraba a ir a una
población. En estos diez o doce días, después del entierro, se ajuntaron
muchos indios de todas las islas y tierra fírme[...], y estando todos estos
indios juntos, haciendo llantos y exclamaciones por el príncipe muerto, se
cortaron todos los cabellos, que de uso y costumbre los traen largos hasta la
cinta pendientes. Quedaron con el cabello corto, al modo de los españoles.
Hicieron una lumbre y quemaron los dichos cabellos y todos se embijaron
de negro[...]<2

Estas ceremonias fúnebres habían permitido a Ortega dar al menos


alguna noticia sobre los ritos y creencias de los naturales, según se le
demandaba en la capitulación con el virrey. Y puesto ya hablar de estas
materias com enta sobre su forma de vida en general: “La condición de
estos indios es muy afable y no se ha hallado en ellos idolatría ninguna, y
no tienen más que una mujer. El amor lo tienen puesto en los hijos y en la
comida. Entiérranse a nuestra usanza; son muy bien aprestados y de muy
buen cuerpo y muy ligeros[...]”43

n lb id , pp. 98-99.
«/6id.,p. 99.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

174 LACALIFORNIA MEXICANA

Y añade aquí algo que seguramente debió dejar perplejos a quienes


por oficio hubieron de leer su relación: “La lengua castellana cortan y
hablan tan bien com o nosotros, y se huelgan de que sepamos la suya, la
cual es muy fácil de aprender O sea que el ingenioso capitán se jacta-
b ad eh ab er alcanzado en breve tiempo que los naturales “hablaran castilla”
y de, lo que parecía igualmente inverosímil, que él mismo y algunos de
sus com pañeros hubieran aprendido la “muy fácil” de los nativos.
Un último dato, también de valor etnográfico, se consigna en segui­
da: los naturales “andan siempre en tiempo de verano en el agua de la
mar, porque della sacan el sustento, en unas balsillas que tienen que se
enm aran (entran) cuatro y seis leguas[...]”. Y para acabar de ponderar los
atractivos de la colonización de California se asienta también que “la dis­
posición de la tierra, a dos leguas de la costa, es muy buena y dispuesta
para todos géneros de sem enteras y de ganados mayor y m en or[...]”. Re­
ferido esto a la región vecina al puerto y bahía de La Paz, se añade
fantasiosamente que había un muy buen río y más adelante otro, todavía
“más caudaloso, que tiene su desembocadero hacia el rumbo de la isla de
Cerralvo”.
Y por lo que to ca a plantas aprovechables: hay “muy grandes
magueyales, y muchos mezcales y tunales, donde los indios tienen mu­
cho sustento; hay zapotes prietos y ciruelas de buen gu sto[...]”. X com o
obviamente el incentivo principal eran las perlas, no se deja pasar la oca­
sión para repetir que existen allí grandes posibilidades para establecer
pesquerías.
Para estas fechas, 22 de febrero de 1634, la expedición llevaba cerca
de seis meses en California. Todavía entonces intentó Ortega una nueva
salida por tierra para acercarse a los guaycuras, conocerlos más de cerca y
ganarse, si fuera posible, su amistad. Sólo que el cacique Bacarí, interpre­
tando esto com o iniciación de una campaña para vengar a su hijo, aprestó
más de doscientos guerreros. La relación señala expresamente que Ortega
hizo entonces cuanto pudo por disuadirlo ya que lejos estaba de querer
provocar nuevas luchas entre las dos parcialidades. En resumidas cuentas
la marcha tierra adentro fue empresa fallida.
Ortega y sus compañeros decidieron en consecuencia regresar a las
costas de Sinaloa, a pesar de las supuestas o reales peticiones del Bacarí y
su gente que les pedían que se quedaran. Tiempo era de volver para in­
formar a las autoridades virreinales acerca de lo que se había explorado.
Parecía también urgente reabastecerse para un nuevo viaje del que Or­
tega pensaba debía derivarse un plan definitivo de colonización de Cali­
fornia. El 8 de abril de 1634, ya en las costas de Sinaloa, se suscribe y se
hace entrega de la correspondiente acta de la “segunda demarcación de
las islas Californias hechas por mí, el capitán y cabo Francisco de Ortega,

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 175

por orden y comisión del señor marqués de Cerralvo, virrey de la Nueva


España[...]”
Informado debidamente el virrey de este descubrimiento y demarca­
ción, formuló asimismo Ortega dos proposiciones particulares. A su jui­
cio, el presidio existente en Acaponeta debía mudarse a las costas de
California, posiblemente al puerto de La Paz. Esto garantizaría la coloni­
zación permanente y haría posible intentar exploraciones tierra adentro.
Por otro lado se permitía manifestar también al virrey la necesidad de
asignar fondos especiales para asegurar con ello, al m enos a los com ien­
zos, el debido aprovisionamiento de quienes se quedaran com o poblado­
res en California, particularmente de los que irían a evangelizar a los
naturales. Entregadas ambas proposiciones con los otros documentos
presentados, don Francisco tuvo la esperanza de que a su debido tiempo
podrían ser objeto de discusión y estudio. Entre tanto debía él aprestarse,
reuniendo gente, bastimentos y numerario, para em prender su tercer via­
je del que deseaba obtener ya consecuencias claras y definitivas en el te­
rreno de la práctica.

T ercero y último viaje: 11 de enero - 1 6 de mayo de 1636

Casi dos años hubieron de transcurrir antes que Ortega pudiera embar­
carse nuevamente con rumbo a California. Causa de u n larga demora
fueron varios hechos y circunstancias de no escaso interés. Gracias a una
real cédula de 15 de marzo de 1635, dirigida al marqués de Cerralvo,
vamos a enterarnos en resumen de lo que, a partir del año anterior, había
sucedido en el asunto de las Californias. Alude en ella el soberano a la
orden que, desde 1628, había dado el virrey de que:

me informásedes lo que se os ofrecía cerca del descubrimiento de las islas


Californias, habiendo oído primero las personas que tuviesen noticias de
aquella tierra, y me avisáredes muy particularmente en la forma y manera
que se podría hacer el dicho descubrimiento, en caso que conviniese poner­
le en execución.44

El marqués de Cerralvo oportunam ente había atendido la orden reci­


bida. Así se hace constar en la real cédula que estamos citando. En ella
m enciona el rey la carta de Cerralvo de fecha 20 de marzo de 1632. Allí:

44 “Real cédula al marqués de Cerralvo, 15 de marzo de 1635”, Archivo de Indias, Sevilla


(en adelante agí), Audiencia de Guadalajara, 133-22.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

176 LACALIFORNIA MEXICANA

decís habíades hecho las diligencias posibles y que, juzgando que ningunas
podían tener certeza sin que se viesen las dichas islas, buscásteis personas
que se inclinasen a ir a reconocerlas, y que así había partido con este intento
Francisco de Ortega y que, volviéndole Dios con bien, me daríais cuenta
menudamente de lo que resultase[...]45

Conocía por consiguiente su majestad la forma com o había salido


Ortega, no ya sólo autorizado sino enviado por el virrey para recabar in­
formación. Igualmente sabía, y lo expresa en la real cédula, cuáles habían
sido las consecuencia de ese primer viaje. En la:

carta de veinte y nueve de noviembre del mismo año (de 1632), decís que
volvió el dicho Francisco de Ortega con relación y derrotero de las islas y
que, sin haber tratado de pesca de perlas, trujo unas pocas, y tenéis por cier­
to que, llevando orden y recaudos para la pesquería se hallará mejor género
dellas, y según la relación que daban del buen natural de los indios y de la
apacibilidad con que recibieron a los nuestros, será fácil el disponerlo.46

Hasta este punto el real parecer, fundado en las comunicaciones del


virrey, era en todo favorable a Ortega. De hecho, com o ya lo hemos visto,
éste había realizado entre tanto su segunda expedición, presentada com o
más prom etedora aún que la primera. Sin embargo desde 1633, o sea a
partir del segundo regreso de don Francisco, las cosas habían com en­
zado a complicarse. En la primera real cédula se alude a aquel allegado
del virrey, que había actuado com o armador en el segundo viaje de Ortega,
el capitán Francisco García Mercado. Éste, probablemente decepcionado
al no haber visto ganancias inmediatas, había escrito al rey diciéndole
que “había pretendido descubrir las dichas islas y gastar en esto la poca
hacienda que les había quedado p or tener noticia de la multitud de al­
mas que hay en ellas y la grandeza y riqueza de perlas, ámbar y minera-
le s(...]”.47 Su carta, petición de favores con la demostración de celo por las
almas y señalamiento de riquezas, era de hecho un testimonio no muy
favorable a Ortega.
Por otra parte también menciona la cédula un memorial del capitán
Nicolás de Cardona, en el que, com o veremos, entre otras cosas había
quejas contra Ortega. Cardona hacía recordación del “asiento y capitula­
ciones” que se había celebrado con su tío, don Tomás desde 1613, para
que hiciera descubrimientos en Californias, y entendiese en su posible
colonización y en el establecimiento, en exclusiva, de pesquerías de per­
las. Ponderando luego los crecidos gastos y los trabajos realizados, insiste

n Ibid.
46lbid.
47Ibid.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 177

en que de hecho se le ha estorbado continuar su exploración, no obstante


tener derecho a ello en virtud del “asiento” que no ha sido revocado. En
cambio, y aquí es donde la queja sale a luz, “ahora ha venido a su noticia
que Francisco de Ortega, carpintero de ribera, y el licenciado Diego de la
Nava y Juan García de M ercado y Esteban Carbonel han ido a la dicha
California con licencia del virrey.”48
Todo esto, o sea las cartas recibidas del marqués de Cerralvo, ponde­
rando el primer viaje de Ortega, y luego la misiva de García de Mercado y
el memorial, también querella, de Nicolás de Cardona, movían al rey a
volver sobre el asunto. Por eso nuevamente se encarga al de Cerralvo:

veáis y oigáis a los dos referidos (Mercado y Cardona), y a otras cualesquier


personas que quieran tratar de esta materia y os mando que, en lo que juz-
gáredes ser más a propósito, capituléis y asentéis lo que viéredes que con­
viene a mi servicio y al mejor y mayor acierto y, asegurando las condiciones
de la empresa cuanto fuese posible procurando sobre todo que se disponga
con atención la propagación de la fe católica y predicación del Santo Evan­
gelio, bien y enseñanza de los indios, sin gasto alguno de mi real hacien­
da [...] Todo lo cual executaréis desde luego y en la primera ocasión me
avisaréis de lo que hubiéredes hecho y fuéredes haciendo.49

La nueva orden del m onarca en cierto m odo volvía a complicar las


cosas. Al parecer no se tenía por suficiente la información hasta entonces
alcanzada, y una vez más se abrían las puertas a otros intentos, siempre
que se llevaran a cabo sin gasto de la real hacienda. Obviamente las de­
marcaciones presentadas p or Ortega y su calidad de comisionado por el
virrey parecían haber perdido la importancia que en un principio se les
había concedido. Nada tiene de extraño en consecuencia que, a pesar de
los buenos valimientos de Ortega ante el marqués de Cerralvo, hubiera
de posponerse ahora su tercer viaje que probablemente debía haberse
em prendido en el mismo año de 1635. Había además otra serie de he­
chos, casi coincidentes con la llegada de esta real cédula, que tam poco
contaban precisamente en favor de sus expediciones. Eran éstos resulta­
do de la actuación de su antiguo piloto, Esteban Carbonel. Com o lo he­
m os visto, se había separado él de Ortega después de haberse hecho
portador de una orden del virrey, según la cual don Francisco debía en­
tregarle su fragata para dar con ella aviso de peligro a las naos de Fi­
lipinas. Ortega sagazmente había cumplido la orden, embarcándose él
mismo con Carbonel. Sorteó así el riesgo de que su antiguo piloto, tras
prevenir a las naos, intentara valerse de su fragata, y fingiendo alguna

“ “Memorial de Nicolás de Cardona, 1634”, AGI, Audiencia de Guadalajara, 133-24.


49“Real cédula al marqués de Cerralvo...”

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

178 LA CALIFORNIA MEXICANA

arribada forzosa en California, se dedicara allí al rescate de las perlas.


Bien sabía que éstas eran lo que muy especialmente interesaba a Carbonel.
Además, durante sus tratos con él, había podido percatarse de que men­
tía acerca de su origen. Carbonel no era de Sevilla ni de Valencia sino
francés de nación.
Separados ya y desde luego enemistados, Carbonel no perdía ocasión
de desacreditar a Ortega. El mismo com o piloto, y no el desconocido car­
pintero de ribera, debía hacer realidad la colonización y aprovechamien­
to de las Californias. A ello dirigiría su acción y sus argucias con resulta­
dos que hasta un cierto momento parecieron a la medida de sus deseos.
En compañía de otros franceses, entrados también subrepticiamente en
la Nueva España, había comenzado ya la fábrica de un navio en las costas
de la Mar del Sur, no muy lejos de San Blas. La noticia de la real cédula de
marzo de 1635 llegó por entonces a su conocimiento. Con ella se abrían
las puertas a posibles nuevas expediciones. Por interpósita persona po­
drían obtenerse la licencia y las capitulaciones. Actuó así un don Francis­
co de Vergara que cedería sus derechos a Carbonel y a su gente. En resumen
que, a fines del mismo 1635, Carbonel y sus asociados franceses y de otras
nacionalidades se aprestaban ya a salir hacia las Californias. Ni García de
Mercado ni Cardona habían podido alcanzar entre tanto lo que preten­
dían. Y el mismo Ortega seguía aguardando en las costas de Sinaloa se le
permitiera continuar la empresa a que ahora quería dar feliz remate.
Mas, aunque por el momento todo parecía sonreír a Carbonel, casi
repentinamente su situación fue otra. Uno de los varios marinos interesa­
dos entonces en hacer expediciones a California había podido enterarse
de los manejos y preparativos del marsellés. Sus sospechas muy pronto
fueron del conocim iento de la audiencia de Guadalajara. Esta, que temía
a peligros de piratas y a intromisiones de extranjeros, actuó de inmedia­
to. Lo que entonces sucedió se halla descrito en las actas del proceso que
hubo de iniciarse contra Carbonel. En pocas palabras la refiere asimismo
quien, pocos años después, entraría también en California, el célebre don
Pedro Porter y Casanate. En su memorial dirigido al rey hacia 1640, habla
así del caso Carbonel:

Y para que Su Majestad se entere de lo que tiene en aquellas partes (las


Californias), da grande ocasión y (mirándolo bien) es necesidad, no pide
dilación, y arguye grande malicia y traición de los enemigos, y es caso sos­
pechoso, feo y grave, haber el suplicante descubierto en la Nueva España,
año de mil seiscientos y treinta y cinco, que Francisco Carbonel, francés,
con otros de la misma nación que pasaron de España aquel año, y algunos
que estaban en las Indias, interesados y partícipes, estaban fabricando, en­
cubriendo sus naciones, para ir a la California sin licencia, valiéndose de
una que dio el virrey a un Francisco de Vergara, que la pidió con cautela y

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 179

engaño, para venderla y cederla a los franceses, por concierto y trato hecho
con ellos antes de pedirla. Y la audiencia de Guadalajara procedió contra
ellos y averiguó éstas y otras grandes culpas, por las cuales les embargó las
haciendas y los envió a la ciudad de México, donde quedan presos. Y los
autos han venido a Vuestra Majestad por sentenciarse. Y así la cosa indigna y
peligrosa para nuestra nación que el enemigo sepa lo que hay en esto y
nosotros lo ignoremos.50

Al menos en ello bien pudo ufanarse Ortega, conocedor del triste fin
de su enemigo y rival. Empeñado com o estaba en hacer realidad sus pro­
yectos califomianos en modo alguno se había entregado al ocio. Largo le
resultaba ya este periodo de espera. En busca de apoyo había reforzado
mientras tanto sus contactos con los jesuítas. Como hemos visto, desde
su primera expedición, se había puesto al habla con ellos. Más tarde había
bautizado dos puertos con los nombres de San Ignacio de Loyola y San
Francisco Xavier. Ahora, sus nuevas gestiones le habían resultado favora­
bles. Para el tercer viaje que debía emprender, había logrado que un miem­
bro de la dicha orden lo acompañara en la que hoy llamaríamos función
de “observador". El padre Roque de la Vega, designado por sus superio­
res, iba a ser el primer jesuíta del que, a ciencia cierta, sabemos que pisó
tierras de California.51 Su presencia entre quienes iban a embarcarse con­
tribuiría, así lo pensaba Ortega, a allanar los obstáculos que se ofrecían a
su dem orada salida.
Una última circunstancia, tenida primero com o contratiempo, ven­
dría a ser al fin favorable coyuntura. Por esos días había llegado a don
Francisco la noticia de la entrada en México de un nuevo virrey. El mar-

50“Memorial al rey de don Pedro Forter y Casanate, año de 1640”, Biblioteca Nacional,
Madrid, Ms. 8, 553- También AGI, Patronato, 30-4.
Conviene notar que, a propósito de este “caso Carbonel”, tanto Miguel Venegas en su
N oticia d e la California, vol. I, capítulo iv, como Clavigero en laH istoria d e la Antigua o B a­
j a C alifornia, libro II, capítulo iv, sostienen que el piloto francés llegó a embarcarse antes
de que se descubrieran sus manejos. Si nos fiamos del testimonio citado de Porter y Casanate
que estaba en Nueva España, tendremos que aceptar que probablemente Venegas y Clavigero
incurrieron en la equivocación de confundir el viaje que había hecho Carbonel como piloto
en 1632 con el que preparaba en 1635, pero que de hecho no pudo efectuar.
51 Conviene notar que generalmente han afirmado los historiadores de esta orden reli­
giosa que fue el padre Jacinto Cortés el primero entre los jesuitas que pasó a California en
la expedición de don Luis Cestín y Cañas en 1642. Ni Venegas, Clavigero, Alegre o Pérez de
Rivas aluden a la anterior presencia del padre de la Vega. De ella tenemos no obstante el
fehaciente testimonio del acta levantada ante el capitán de presidio de Santa Catalina y
suscrita, entre otros testigos, por el también jesuíta Juan Romero. Este último, según lo
consigna Francisco XavierAlegre, era a la sazón misionero en Sinaloa. Véase H istoria de la
provin cia d e la Com pañía d e Jesú s d e Nueva España, edición preparada por Emest Burras,
S.J. y Félix Zubillaga. S.J., 4 vols., Roma, Institutum Historicum Societatis Iesu, 1956-1960, t.
n, p. 468. En los apéndices XXVI y xxvil del mismo volumen II de esa edición se incluyen
documentos que precisamente confirman que por este tiempo existía muy grande interés
de parte de los jesuitas por ver la posibilidad de establecer misiones en California.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

180 LACALIFORNIA MEXICANA

qués de Cerralvo, de quien, a pesar de todo, tanto había alcanzado, había


sido sustituido, el 16 de septiembre de 1635, por don Lope Díaz de
Armendáriz, marqués de Cadereyta. Ortega debió pensar que no era cosa
de volver a iniciar engorrosos trámites y solicitudes de licencia ante la
nueva autoridad del virreinato. Siendo en realidad tanto o más audaz que
Carbonel, fraguó entonces un ardid. Consistió éste en suponer que la
antigua comisión recibida del De Cerralvo conservaba su entera fuerza.
Haciéndola valer, podría embarcarse de inmediato. Presentóse en conse­
cuencia ante el capitán del presidio en el puerto de Santa Clara, provincia
de Sinaloa. Aseverando que se había embarcado en otro lugar, desde tiem­
po antes de que terminara su gobierno el anterior virrey, pidió se proce­
diera a la inspección de su fragata que iba comisionada a California. El
tenor de sus palabras ante el dicho capitán del presidio en m odo alguno
desmentía su ingenio:

Francisco de Ortega, capitán y cabo, por el excelentísimo señor marqués de


Cerralvo, para las demarcaciones y descubrimientos de los reinos de las Ca­
lifornias, por haber arribado a este puerto de Santa Catalina por bastimentos
y dar carena a mi fragata, llamada la Madre Luisa de la Ascensión, por tener
prevenido todo lo necesario para el manejo de la mar, a vuesta merced pido
y suplico, como a capitán dé este presidio y teniente de gobernador, visite
mi fragata antes que salga de este dicho puerto. Francisco de Ortega.52

El ardid funcionó a maravilla y el capitán del presidio, don Francisco


de Bustamante, sancionó con su inspección la salida de Ortega. Nadie
podría decir p or consiguiente que esta su tercera expedición había sido
hecha en forma clandestina. Y com o Ortega esperaba los mejores resulta­
dos de la misma, conñaba en que la presentación de éstos a su regreso
habría de allanar dificultades ante el nuevo gobernante, marqués de
Cadereyta. Pensaba además que la ya manifiesta participación de un jesuí­
ta podría desvanecer cualquier sospecha.
El acta de la inspección y revista, levantada en 11 de enero de 1636,
nos permite con ocer cuáles eran las condiciones, en cuanto a recursos y
gente, de esta tercera expedición. Mucho menos numerosos eran ahora
los acompañantes de Ortega. Seguramente la larga demora había desani­
m ado a no pocos de los que originalmente querían volver a California. El
padre Nava al parecer había abandonado la empresa. En su lugar se men­
ciona el “padre Roque de la Vega, de la Compañía de Jesús, con todos sus
ornamentos para poder decir misa”.53 Como soldados tan sólo encontra­
m os siete, uno de los cuales debía fungir además com o escribano. Los

52 cora, vol. iv, p. 102.


53Ibid., p. 103.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 181

marineros, presididos por el piloto Cosme Lorenzo, de San Lucas de Al-


cortín, son únicamente tres y otros tantos los grumetes. Finalmente apa­
recen asimismo “cuatro mozas de servicio”.
La fragata estaba al menos bien carenada y aprestada. Una vez más se
registra que allí va “una campana de madera y plomo, nuevo artificio del
dicho capitán, para que puedan entrar una o dos personas dentro della
sin ahogarse debajo del agua”.54
El ingenioso Ortega podía estar satisfecho al ver que, ya en tres oca­
siones, quedaba constancia, dada por fe de escribano, de que el “nuevo
artificio” era traza de su propia inventiva. Y para algo debía servirle pues­
to que, ni para aligerar su embarcación en caso de peligro, jamás quiso
prescindir de él.
Concluida la inspección y reiterándose que, por la comisión recibida,
se prosigue “en nombre de Su Majestad el descubrimiento com enzado”,
entre los testigos que firman la correspondiente acta hallamos a otro reli­
gioso de la misma orden con la que Ortega mantenía cordiales relaciones,
“el padre Juan Romero, de la Compañía de Jesús”.55 El mismo día, hechas
las invocaciones de rigor, zarpaba la fragata con tan buenos vientos que el
13 del mismo mes, “costeando la tierra firme de la dicha California, llega­
mos a dar vista al puerto de La Paz”.
Sin embargo “dar vista al puerto” no fue esta vez anticipo de un des­
em barco feliz. La misma noche del día en que contemplaban ya la costa,
se levantó un repentino viento del norte que pronto se convirtió en furio­
sa tempestad. El desastre que fue su consecuencia con vivas palabras nos
lo pinta el escribano de la expedición:

Al amanecer, se rompió un cable, y garrando la otra ancla, el viento creció y


la mar, de manera que dimos a la costa, donde se hizo pedazos la fragata, y
en uno de los pedazos salió toda la gente a tierra, sin haber ningún herido;
y dando gracias a Dios por la gran merced que nos había hecho, pues ha­
biendo tanta mar y viento, que los pedazos de la fragata salían a tierra arro­
jados, adonde parecía no haber llegado en vida del mundo, el agua, fue Dios
servido, salieran en un cajón los ornamentos y recaudos para poder decir
misa, y luego se puso por obra el hacer una ramada para decir misa y el
padre Roque de Vega, de la Compañía de Jesús, dijo misa todos los días que
estuvimos en este paraje, y luego el capitán Francisco de Ortega, puso por

>4fbid., p. 102.
” Jbid., p. 104. Como ya se mencionó en la nota 51, el padre Romero era entonces
misionero en Sinaloa. Así desde éste, y desde el primer viaje de Ortega cuando obtuvo la
intervención de otro jesuíta de dicha misión, quedó manifiesto el vínculo que podrían lle­
gar a tener esos centros de evangelización de Sinaloa y Sonora con las futuras empresas de
colonización en California. Véase en este contexto el trabajo de DelfinaE. López Sarrelangue,
"Las misiones jesuítas de Sonora y Sinaloa, base de la colonización de Baja California”,
Estudios de Historia Novobispana, México, unam, Instituto de Investigaciones Históricas,
1968, vol. II, pp. 149-201.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

182 LACALIFORNIA MEXICANA

obra un barco mastelero, valiéndose de la tabla2 Ón de la fragata y de algunas


maderas de la California; tardóse en hacer el dicho barco, cuarenta y seis
días, y esta tormenta en que nos perdimos, duró once días sin dejar de ven­
tear de noche ni de día, que aunque estuvimos a la mar, fuera imposible
dejar de perdernos.56

El antiguo carpintero de ribera e ingenioso capitán logró así habilitar


un nuevo barco, el primero construido en las Californias, sirviéndose como
pudo de la tablazón de su fragata y de las maderas que halló en las cerca­
nías del puerto de La Paz. Como en el artifìcio del batiscafo, también en
esto dejó un antecedente digno de ser recordado por quienes, sobre todo
en la Alta California, trabajan hoy en los más modernos astilleros. La nave
que, en sólo cuarenta y seis días terminó Ortega, era precisamente lo que
en términos náuticos de la época se llamaba un “barco mastelero”. Era
ésta una embarcación menor que, “aparejada de mástil y vela, servía para
navegaciones costeras”.
El escribano nos informa sobre lo que entonces sucedió; ‘Acabado el
dicho barco, lo echamos al agua y, embarcando en él los pertrechos de la
fragata que salieron a tierra y todos los compañeros, a veinte y siete de fe­
brero salimos de este paraje donde se perdió la fragata.” El punto de don­
de zarparon se encontraba a cuatro leguas al oriente del puerto de La Paz,
lugar al que luego se dirigieron. Llegados a él, consigna Ortega que fue­
ron recibidos por “los indios naturales, haciendo muchas alegrías y mues­
tra de amor, saltando en tierra, entendiendo que volvíamos a arrancharnos
otra vez con ellos[...]” El cacique Bacarí, que ya les era bien conocido
desde la anterior expedición, ordenó de inmediato a su gente limpiara el
campo donde habían estado viviendo dos años atrás. Allí se encontraban
bien conservados, al decir de don Francisco, tanto el fuerte com o la igle­
sia que desde aquel tiempo habían edificado. Una vez más, el jesuíta pa­
dre Vega volvió a celebrar misa y también se hizo amigo de los indios.
Bautizó así a una anciana principal, contando con la simpatía de no po­
cos. Unos días después Ortega, a quien m ucho interesaba reunir nuevos
datos para la demarcación de California, se aprestó para continuar su via­
je por las costas del norte. Se hace constar, com o para subrayar la buena
disposición de los nativos, que éstos suplicaron a don Francisco dejara
allí al padre y a alguno de los soldados. El mismo jesuíta, “visto el am or de
los indios, no quería volver a embarcar, y el capitán Francisco de Ortega le
em barcó por fuerza, aunque el padre le hizo m uchos requerimientos; por
no tener orden de su Excelencia ni de Su Majestad no se atrevió a dejar­
lo”.57 Y a continuación se asienta que

54CDYR, voi. IV, p. 105.


57Ibid., p. 106.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 183

los indios que dejamos cristianos en aqueste puerto, muchos dellos vinie­
ron diciendo: yo me llamo Jusepe, y otro decía, yo me llamo Juan, y cada
uno iba diciendo su nombre, y todos los indios y indias decían a voces:
Santa María, ora pro nobis; que fue lo que les solían enseñar cuando estába­
mos allí rancheados. Y esto era la causa de que el padre Roque de Vega se
quisiese quedar con ellos, por ver con la eficacia con que nombraban a la
madre de Dios; y asimismo preguntaban los indios por los españoles que
fueron la primera demarcación y segunda, sin habérseles olvidado nombre
ninguno [...]58

Bien se desprende de todo esto, o sagazmente así quiso dejarlo en­


tender Ortega, que no había echado en saco roto el encargo de ver la
disposición que tenían los naturales para abrazar la fe católica. Además
del asunto de las perlas, era ésta razón suficiente para que en definitiva se
les concediera em prender la colonización de California.
Abastecidos de agua y leña, salieron al fin del puerto de La Paz. Dan­
do fondo en la isla de Cerralvo, vuelven a describir los varios com ederos
de perlas que hay en ella. Pasan luego a la isla de San José: allí “sacaron
algunos granos de buen oriente”. Sin detenerse mucho en estas islas “por
la falta que tenemos de bastimentos”, siguieron su ruta al norte. Omitien­
do en esta relación los nombres de los lugares que habían sido ya demar­
cados en la segunda expedición, se declara luego que llegaron a la isla de
San Ildefonso, la última que en la ocasión anterior habían tocado. Los
indios de esta isla hablaban una lengua diferente. Hoy sabemos que en
esas latitudes vivían los laimones, diduis y cadegomeños, todos empa­
rentados con el tronco cochimí de los yumanos peninsulares. Implícita­
m ente O rtega había descubierto que en California había indios de
parcialidades y lenguas muy distintas entre sí. Los que había encontrado
en la bahía de San Bernabé, junto al cabo San Lucas, eran pericúes. Los
que habitaban en las cercanías del puerto de La Paz, más tarde serían
conocidos com o “coras”. Había tenido también noticia de otros guaycuras
enemigos de los anteriores. Y por fin establecía contacto con un grupo
distinto perteneciente a la familia cochimí. Refiriéndose a sus costum­
bres, nota al menos que “son muy belicosos[...] Las armas son arco y fle­
cha y dardos arrojadizos de madera dura[...]”
Avanzando luego más al norte descubren y bautizan la isla de la Tor­
tuga, conocida hoy con este nombre. Hacen su demarcación y describen
sus com ederos de perlas. También en ella, com o se hace constar, se obtu­
vieron algunas de muy buen género. Tocando en seguida las costas pe­
ninsulares, se nos dice que hay allí “tierra muy fértil de arboleda”. Los
naturales

58Ibid.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

184 LA CALIFORNIA MEXICANA

todos andan en cueros, y aunque tienen balsas en que ellos navegan de


tierra a las islas, no quisieron llegar a nosotros aunque los llamábamos. Antes
ellos parecía, según los ademanes que hacían, que nos llamaban a tierra
como que querían pelear. No saltamos en tierra, porque con la pérdida de la
fragata se nos perdieron las armas y la pólvora.59

Revelador del temple de estos aventureros es el último dato consig­


nado: están desarmados pero continúan la exploración. Haciéndose de
nuevo a la vela llegan a una bahía más al norte que llamaron de San Juan
y poco después a la “punta de Caimán”. Aquí, com o en casi todos los
lugares anteriores, sale a su encuentro una multitud de indios. De entre
ellos “bajaron a la playa seis indios embijados y emplumadas las cabezas,
sin armas ningunas; desde allí nos hablaron. No les entendimos cosa;
sólo decían que saltáramos en tierra. No lo hicimos por estar tanta multi­
tud tan cerca, mostrándonos pescado, haciéndonos seña que nos lo da­
rían”. El tema de la evangelización reaparece entonces. El jesuíta padre
Vega dijo misa en el barco para pedir a Dios que esta gente fuera pronto
cristianizada.
De aquí salieron al que sería el punto más al norte que habrían de
tocar. Primero fue la isla de San Sebastián, conocida hoy com o de San
Lorenzo, cercana al canal de Salsipuedes, y luego la costa de la tierra fír­
me y otra isla más pequeña. También se consigna, muy al gusto de Ortega,
que los indios vinieron a recibirlos. Interesante es la información de ca­
rácter etnográfico:

los indios llegaron a nosotros con harto miedo, echando tierra hacia arriba,
que es señal de paz entre ellos; diferente nación de las demás que habíamos
visto hasta allí[...]. Es tierra muy fría, que con ser fin de abril, no lo pudimos
sufrir. Las indias de esta isla, todas las que vimos, estaban vestidas de cueros
de venado y leones y a nosotros nos dieron algunosj...)

En la descripción hay un dato particularmente significativo. Estos in­


dios “com en el maíz, y la demás comida no la quieren, y dan a entender
por señas que lo hay tierra adentro[...]”.60 Tal información parece digna
de valorarse en el contexto de lo que hasta hoy se conoce gracias a la
arqueología y etnohistoria de la Baja California. En función de ellas sabe­
mos que sólo en el extrem o noreste de la península, entre los cucapás
(yumanos), se practicaba ya la agricultura. Las señas de los indios vecinos
de la isla de San Lorenzo, entendidas com o afirmación de que “hay maíz
tierra adentro”, plantean en consecuencia un posible problema: dicha

” ibid., p. 1 0 7 .
60Ibid., pp. 108-109.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 185

interpretación fiie m era fantasía de Ortega y sus acompañantes o se tra­


ta de un dato que debe ser analizado y ponderado a la luz de otros testi­
monios.
Dejando ya a los nativos que “com en maíz”, la expedición que conti­
nuó algo más p or las costas de la tierra califomiana, llegó a encontrarse al
fin, no a treinta y seis grados y medio de latitud, com o lo afirmó el piloto,
sino aproximadamente tan sólo a veintiocho y medio.61 Un viento noroes­
te que entonces se presentó, m arcó el m omento del retom o: “confirien­
do lo que haríamos, fueron todos de parecer arribásemos a la Nueva
España, por no tener armas ningunas ni bastimentos, ni poder saltar en
tierra a buscallos por la falta de las armas, por haberse todo perdido, com o
dicho es, cuando se perdió la fragata[...] Haciéndose por consiguiente a
la vela con el mencionado viento noroeste, Ortega y sus hombres llegaron
el 15 de mayo de 1636 al lugar mismo de su salida, el puerto de Santa
Catalina, en la provincia de Sinaloa. Como era de rigor, antes de saltar a
tierra, se leyó la demarcación y todos juraron en forma ser verdadero lo
referido en esta tercera y última expedición del capitán Francisco de
Ortega. Y en la misma acta, com o lo pidió éste, quedó constancia de que
todo se había hecho “con puntualidad, para cumplir con la orden del
excelentísimo señor don Rodrigo Pacheco Osorio, marqués de Cerralvo,
virrey de esta Nueva España”.
Francisco de Ortega, hasta donde podemos saberlo, nunca más volvió
a embarcarse rumbo a California. Con esta intención realizó nuevas ges­
tiones, mas a la postre ni los informes que presentó ni sus solicitudes
obtuvieron respuesta alguna favorable. Su figura algo más que pintores­
ca, en cierto m odo tipifica las de otros descubridores y aventureros del
siglo xvn novohispano. Sagaz y emprendedor, se hace presente en la his­
toria y, después de algunos años, sale de ella y se oculta en definitiva.
¿Habremos de afirmar que fueron un fracaso completo las tres ex­
pediciones que realizó entre 1632 y 1636? Es verdad, y por ello acaba aquí
su historia, que no pudo hacer realidad sus propósitos. De hecho sus
informes no alcanzaron resonancia, tam poco obtuvo los medios ni las
licencias para colonizar alguna porción de California, ni para establecer
allí las tantas veces mencionadas pesquerías. Y sin embargo sería injusto
decir que sus viajes fueron del todo inútiles, desprovistos de cualquier
significación. Algo positivo quedó de ellos. Veámoslo siquiera sea en re­
sumen.

61 Como se sabe, eran entonces frecuentes los errores al medir la latitud, o como se
decía, “al pesar el sol". Mientras más al norte se navegaba, el error por exceso se acrecenta­
ba. Confrontando los datos ofrecidos en estas relaciones con los actuales conocimientos
sobre la geografía californiana, son casi obvias éstas y las otras rectificaciones que hemos
señalado.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

186 LA CALIFORNIA MEXICANA

Pobre era Ortega, com o escribía Carbonel; pero si le faltaba riqueza,


le sobraba habilidad. Supo aprovechar la circunstancia del abandono en
que había dejado su empresa el yerno de Vizcaíno. Como antiguo carpin­
tero de ribera, y ayudado por algunos que luego lo acompañarían en su
aventura, había podido terminar una fragata. Con el apoyo del padre Nava,
en difíciles circunstancias, se había dado maña para obtener que el virrey
De Cerralvo lo enviara en comisión con el fin de hacer demarcaciones y

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL INGENIOSO DON FRANCISCO DE ORTEGA 187

allegar informes. Muestra de su ingenio y antecedente positivo fue la in­


vención del artificio, prim er batiscafo hecho en tierra mexicana, “para que
pudieran ir una o dos personas dentro de él a cualquier cantidad de fon­
do, sin riesgo de ahogarse, aunque estuvieran bajo el agua diez o doce
días”. Y ya de cuando estaba a punto de comenzar su exploración, tam ­
poco puede pasarse por alto la perspicacia que m ostró en sus relaciones
con los jesuítas. Si éstos pensaban adentrarse algún día en California, los
contactos con Ortega avivaron todavía más su apostólico interés. Al fin de
cuentas don Francisco llevaría p o r vez primera un jesuíta a la península,
medio siglo antes que Kino y Salvatierra echaran las bases para su coloni­
zación definitiva. Todo esto fue preámbulo digno de tomarse en cuenta.
Valoremos otras realizaciones positivas.
Antes de otra cosa están sus demarcaciones, con la descripción de los
com ederos de perlas, los sondeos y mediciones en ensenadas, bahías,
puertos y a lo largo de litorales de la tierra firme y de las islas. Lo que
aportó no parece despreciable en la larga serie de exploraciones en el
golfo y la península a partir del siglo xvi. Igualmente deben tomarse en
cuenta algunas de las recomendaciones que formuló. Especialmente aque­
llas en que sugería se mudara a California el presidio que existía en
Acaponeta y se asignaran fondos para hacer posible en sus comienzos un
primer centro de colonización en el puerto de La Paz.
Otro vestigio de la presencia de Ortega en California nos lo da la
toponimia que conserva no pocos de los nombres con que él bautizó es­
pecialmente a algunas islas. Entre ellas están la de Cerralvo, nombrada así
en honor del virrey, la del Espíritu Santo, las de San José, las Animas, San
Diego, Santa Cruz, Monserrate, del Carmen, Danzantes, San Idelfonso,
San Marcos y Tortuga.
Por otra parte, mucho más importante que el exiguo rescate de per­
las que pudo lograr Ortega es el conjunto de noticias de contenido
etnográfico incluidas en las relaciones de sus tres viajes. Y aunque com o
es obvio esta información hubo de ser muchas veces superficial y natural­
mente no recabada ni expuesta de manera sistemática, hay en ella puntos
que reflejan el perspicaz sentido de observación de don Francisco. Prime­
ramente es de tomarse en cuenta lo que allí se dice sobre las diferencias
lingüísticas de los grupos de nativos con los que se estableció contacto.
Entre ellos estuvieron los pericúes de la región de cabo San Lucas y de
varias islas, los coras, vecinos del puerto de La Paz y los otros guaycuras,
sus enemigos, acerca de los cuales, por vez primera, se consigna su nom ­
bre en la relación.
Finalmente aparecen también, en tierras más septentrionales, par­
cialidades distintas que hoy sabemos pertenecían al tronco cochimí. Sig­
nificativo es que, respecto de estos últimos, se haya consignado que, a

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

188 LA CALIFORNIA MEXICANA

diferencia de los nativos del sur, tenían noticia de que más al norte había
cultivos de maíz.
Casi con excepción, cuando los indios les salen al encuentro, se des­
cribe lo que más ha llamado la atención de Ortega y de sus acompañan­
tes. Queda así la pintura de sus balsas, de su escasa o nula indumentaria,
al igual que de sus armas. Se nos dice si traen embijado el cuerpo, si viven
en pequeños corrales hechos de piedra o si les han visto refugiados tem­
poralmente en las cuevas. La amistad que llegó a tener Ortega con el caci­
que Bacarí de la región de La Paz permitió también conocer sus formas de
hacer la guerra y el odio que tenían p or los guaycuras. Párrafos dignos de
valoración son aquellos en que se describen las ceremonias fúnebres que
todos pudieron contem plar con motivo de la muerte del hijo del mencio­
nado cacique. En muchas ocasiones se pondera además la afabilidad y
buena disposición de los naturales, especialmente al tratar de su actitud
con los padres Nava y Zúñiga y más tarde con el jesuíta De la Vega. Para el
conocimiento de las formas de vida de los antiguos californios hay cierta­
mente un impresionante cúmulo de noticias, intercaladas aquí y allá en
las relaciones de no pocos navegantes y descubridores desde el siglo xvi.
Dentro de esa larga serie, los informes de contenido implícitamente
etnográfico reunidos por Francisco de Ortega, tienen también un lugar
de no escaso interés. Por eso, igualmente desde este punto de vista, repe­
tiremos que sería injusto calificar de inútiles sus exploraciones.
Y puesto que estamos enum erando lo que hubo de positivo en los
viajes de Ortega, para concluir añadiremos que no debe olvidarse otro
antecedente, mérito también suyo. Don Francisco, que había hecho su
fragata en las costas de la Nueva Galicia, e inventado el artificio de su cam ­
pana para exploraciones submarinas, fue también el primero en fabricar
una em barcación en tierras de California. Con el “barco m astelero”, ter­
minado en cuarenta y seis días después del naufragio, pudo continuar su
expedición y llegar hasta los veintiocho grados y medio, antes de volver
en definitiva a la tierra firme de Sinaloa.
La memoria de los viajes de este pintoresco y atrevido personaje ha
de ligarse, com o un capítulo más, a la poco conocida historia de la penín­
sula californiana. Mucho en verdad queda por investigar acerca de ella.
Dijimos al principio que, com o un mito, California había nacido en las
fábulas de los libros de caballerías. Ahora podemos añadir que en el siglo
xvil prevalecían aún el misterio y la leyenda. La sola presencia del capitán
y cabo Francisco de Ortega que, al embarcarse desde la primera vez, apa­
reció “con su arcabuz, peto acerado, adarga, espada y daga”, parece con­
firmar lo dicho. El país califomiano era y seguiríasiendo por mucho tiempo
escenario propicio para hazañas, aunque verdaderas, casi tan fantásticas
com o las de los amadises y espladianes.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

CUARTA PARTE

LAS MISIONES JESUÍTICAS, FRANCISCANAS Y DOMINICAS

DR© 2018, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

XI

LA APORTACIÓN D E MIGUEL DEL BARCO (1706-1790)


A LA HISTORIA DE BAJA CALIFORNIA*

La obra de que vamos a ocupam os ha permanecido inédita durante cerca


de dos siglos, no obstante su fundamental importancia en el cam po de la
historiografía sobre la península de California. Dicho trabajo, que incluye
una amplia historia natural de Baja California y copiosa información etn o­
lógica y lingüística, así com o acerca de la obra misional, se debe al jesuíta
Miguel del Barco que pasó allí treinta años de su vida.
Como dato curioso destacaremos desde un principio que, en tanto
que un ilustre historiador, Francisco Xavier Clavigero, consultó y aprove­
chó ampliamente esta obra de Barco, muy pocos han sido posteriormente
los que han vuelto a tom ar en cuenta el casi olvidado manuscrito tan rico
en información de primera mano. Se conserva éste hasta la fecha en la
Biblioteca Nazionale Vittorio Emannuele de Italia, Fondo Gesuitico, Mss.
1413 y 1414.
No obstante tal olvido, las pocas citas o alusiones que del libro de
Miguel del Barco han hecho algunos investigadores, muestran ya el gran
interés del mismo. Recordaremos aquí, entre quienes han consultado y
citado el manuscrito o alguna copia fotográfica del mismo, a Herbert E.
Bolton, Gerardo D ecorm e, Peter Masten Dunne, Pablo L. Martínez y Em est
J. Burrus. Este último ha sido el único, de entre los mencionados, que ha
publicado en versión al inglés, una mínima parte de la obra de Barco:
aquélla donde se trata del viaje de exploración al norte de la península
em prendido p or el padre Wenceslao Linck en 1 7 6 5 .1
Por nuestra parte, creem os oportuno añadir aquí que, después de
varios años de trabajo en to m o a dicho manuscrito y a otros relacionados
con él, tenemos preparada ya una edición que será publicada en fecha
próxim a p o r el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad
Nacional de México.

* Sobretiro deLa Compañía de Jesús en México. Cuatro siglos de labor cultural (1572-
1972), México, 1972.

i ErnestJ. Burrus, S.J., Wettceslaus Linck’s Report and Letters 1762-1778, Los Ángeles,
Dawson’s BookShop, Baja California Travels Series, 1967, vol. 9, pp- 25-29-

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
I H IS T Ó R IC A S

192 IA CALIFORNIA MEXICANA

Nuestra intención es ahora proporcionar, a m odo de síntesis, alguna


información sobre el autor de esta obra, Miguel del Barco-, el contenido
de la misma, y el lugar que ocupa dentro de la historiografía jesuítica
sobre la península. Y aunque, com o vamos a verlo, el título que original­
mente dio Barco a sus escritos supone una previa explicación, por el mo­
mento —y a reserva de justificarlo después— nos referimos aquí a su obra
com o Historia natural y crónica de la Antigua California.

Datos biográficos de Miguel del Barco

Son relativamente abundantes las fuentes en que se apoya la información


que, a m odo de resumen, ofrecerem os sobre la vida de nuestro autor. En
primer lugar están las noticias que el propio Barco proporciona acerca de
sí mismo a lo largo de su obra; igualmente la correspondencia que sostu­
vo con personajes muy conocidos com o Francisco Xavier Clavigero, Lo­
renzo Hervás y otros. Testimonios, también importantes, son los que
provienen de los catálogos de la orden jesuítica donde hay informes acer­
ca de sus miembros. Hemos aprovechado asimismo una breve relación
que, sobre su persona, dictó el propio Barco ante las correspondientes
autoridades, cuando regresó a España camino del exilio, después de la
expulsión de los jesuítas, consecuencia de la real orden de 1767.2 Final­
mente pudimos consultar la única breve biografía que hay acerca de nues­
tro autor, preparada por el también exjesuita refugiado en Italia, padre
Félix de Sebastián. Incluida ésta, junto con las de otros miembros de la
misma orden, se conserva hasta la fecha en un libro manuscrito, en la co ­
lección de docum entos de la Biblioteca Communale del Archigimnasio
en la ciudad de Bolonia, Italia.3
Miguel del Barco nació el 13 de noviembre de 1706 en el pueblo de
Casas de Millán, dentro del partido judicial de Garrobillas, diócesis de Pla-
sencia, provincia de Cáceres o Alta Extremadura, España. De acuerdo con
los datos proporcionados por Félix de Sebastián, sabemos que Barco, siendo
ya joven, se trasladó a la Universidad de Salamanca, donde comenzó a
cursar la carrera de abogado. Estando allí fue cuando se sintió atraído a la

2 Este documento se conserva inédito en el Archivo Histórico Nacional, de Madrid,


Clero 453 J. En lo que se reñere a los catálogos conservados en el Archivium Romanum
Societatis Iesu, México, 6, 7, 8, Emest Burrus ha publicado un extracto en relación con los
misioneros de California, en: Francisco María Píccolo, op. cit., pp. 306-311.
3Félix de Sebastián, Memoria de los padres y hermanos de la Compañía deJesús de la
Provincia de Nueva España, dijuntos, después del arresto acaecido en la capital de México,
el 15 de junio de 1767, Biblioteca Communale del Archigimnasio de la ciudad de Bolonia,
Italia, Mss. A 531-532.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA APORTACIÓN DE MIGUEL DEL BARCO ( 1 7 0 6 - 1 7 9 0 ) 193

vida religiosa. A los veintidós años de edad, el 18 de mayo de 1728, ingre­


só así en el noviciado de los jesuitas en Villa García de Campos, en la
provincia de Castilla.
La vida de Barco, a partir de ese momento, puede distribuirse en Cua­
tro periodos. Primeramente está el lapso de su inicial formación eclesiás­
tica en España, desde 1728 hasta 1735. En este último año, tras haber
cursado filosofía y teología, se abre el segundo periodo en la vida de nues­
tro autor. Emprendió éste entonces el viaje a México, ya que volunta­
riamente se había ofrecido para trabajar com o misionero en el Nuevo
Mundo. En México, concluida la última parte de sus estudios, se ordenó
de sacerdote. Hacia 1738, podemos decir que inició el tercero y más am­
plio y fecundo periodo de su existencia. Fue entonces cuando partió con
rumbo a California, donde habría de afanarse hasta la salida de los jesui­
tas de la península, cosa que ocurrió hasta principios del mes de febrero
de 1768.
Barco tuvo ocasión de conocer, durante los largos años de actividad
com o misionero, la mayor parte de las regiones de California donde tra­
bajaban asimismo sus hermanos de orden religiosa. En su obra nos habla,
p or ejemplo, de sus recorridos por el sur que lo pusieron en contacto
directo con los nativos pericúes. Igualmente hace referencia a las visitas
que hizo por el rumbo de las misiones norteñas, durante los años que fue
superior y visitador general en la península. Pero la mayor parte del tiem­
po lo pasó Barco teniendo a su cargo la misión de San Francisco Javier,
situada a unos 50 kilómetros al poniente de Loreto. Allí trabajó entre in­
dígenas de lengua cochimí y dejó, com o otro testimonio de su laboriosi­
dad, la extraordinaria iglesia que hasta la fecha se conserva y cuya
edificación concluyó él en 1756.
Una parte al menos de la correspondencia de Barco, preservada en
varios archivos — y que publicaremos al sacar la edición de su obra— , nos
muestra otros aspectos de sus quehaceres en California. Pero lo que aquí
importa destacar es que, durante su larga permanencia en la península,
se m ostró siempre interesado por investigar la naturaleza de la misma, lo
tocante a plantas, animales y minerales, así com o lo referente a las cos­
tumbres de los distintos grupos indígenas y a las varias reacciones de
éstos ante la obra evangelizadora. De hecho, una prueba de su interés por
estas materias la tenem os ya en los informes que en varias ocasiones remi­
tió a sus superiores con base en sus observaciones personales.4 Hoy pode­
mos considerar tales informes com o un antecedente de la obra que más
tarde llegaría a escribir.

4 Dos de estos informes, preparados por Barco en 1744 y 1762, se incluirán asimismo
en la edición de su trabajo principal.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

194 LACALIFORNIA MEXICANA

El cuarto y último periodo de la vida de Barco com prende desde el


momento de su salida de California, en febrero de 1768, hasta la fecha de
su muerte, acaecida en la ciudad de Bolonia en 1790. Epoca de no pe­
queños sufrimientos fueron todos esos años de destierro para nuestro
autor. Sin embargo, fue probablemente entre 1770 y 1780, cuando aco­
m etió la tarea de escribir su obra, extremadamente rica en información,
sobre la historia natural, las costumbres de los indios, la lengua cochimí y
las misiones de California. Gracias a una carta que dirigió al ya menciona­
do padre Lorenzo Hervás, sabemos que, al final de su existencia, se encon­
traba lleno de achaques y con la vista casi perdida.
Por otra parte mencionarem os que el estrecho contacto que tuvo con
Francisco Xavier Clavigero explica que este último, exiliado también en
Bolonia, haya podido consultar y aprovechar muy ampliamente los escri­
tos de Barco. Estos fueron en realidad para Clavigero el apoyo principal
que tuvo al escribir a su vez la Storia de California (Historia d e la Anti­
gu a o Baja California).
Miguel del Barco que en cambio no alcanzó a publicar su trabajo,
falleció a los 84 años de edad, en la misma ciudad de Bolonia, el 24 de
octubre de 1790. Sus restos descansan en la iglesia de San Giorgio, con ­
vento de religiosos servitas de dicha ciudad.

Valoración de la obra de D el B arco

Propósito fundamental de nuestro autor, al escribir sobre California, fue


corregir y adicionar el libro publicado en Madrid en 1757 bajo el título de
Noticia d e la California y d e su conquista tem poral y espiritual..., pre­
parado originalmente por el jesuíta mexicano Miguel Venegas. Este había
recibido de sus superiores, hacia 1734, el encargo de preparar una obra
sobre la actividad de su orden en la península.
Venegas, sin embargo, por no haber estado nunca en California, tuvo
que escribir sobre la base de la correspondencia, cartas e informes que se
conservaban en los archivos de México o que habían sido remitidos por
los misioneros desde California. Hacia 1739, Venegas había dado por con­
cluida su obra, titulada por él, Empressas apostólicas d e los p a d res m i­
sioneros d e la Compañía d e Jesús, d e la Provincia d e la Nueva España,
obradas en la Conquista d e California... Su manuscrito remitido a Espa­
ña, para que allí fuera publicado, tuvo a la postre poco afortunada suerte.
Otro miembro de la orden jesuítica, el español Andrés Marcos Bu-
rriel, fue comisionado para revisar y corregir el manuscrito de Venegas.
Burriel fue de parecer que en las Empressas apostólicas debían supri­
mirse multitud de detalles y añadirse, en cambio, otras informaciones. A

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.históricas.unam,mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA APORTACIÓN DE MIGUEL DEL BARCO ( 1 7 0 6 - 1 7 9 0 ) 195

semejante tarea dedicó largos años y en ella participaron asimismo algu­


nos miembros de la Real Academia de la Historia, en calidad de censores.
El hecho es que el libro de Venegas, sumamente alterado por personas
que tam poco habían estado en California, apareció al fin en Madrid en
1757, en tres volúmenes atribuidos a Venegas pero realmente fruto de la
reelaboración de Burriel; tal fue en pocas palabras el origen y la suerte
que corrió la obra publicada con el título de Noticia d e la California...*
Barco, que conoció dicha publicación desde sus días de misionero se
propuso — al tiempo de su exilio en Italia— preparar una serie de adicio­
nes y correcciones, ante la hipótesis de una mejor edición de la deficiente
Noticia... Tal intención la expresa en multitud de lugares a lo largo de lo
que llegó a ser su propio trabajo. Este, en consecuencia, y tal com o se
conserva en el Fondo Gesuitico de la Biblioteca Nazionale de Italia, osten­
ta el título de Correcciones y adiciones a la historia o Noticia d é la Cali­
fo rn ia en su prim era edición d e M adrid, año d e 1757.
Un análisis cuidadoso de dicha obra de Barco nos muestra que hay en
ella un gran número de adiciones y correcciones menores, dirigidas a
suprimir equivocaciones o ampliar determinados datos en el libro de Ve­
negas y Burriel. Pero, conjuntamente con lo anterior, existen varias gran­
des secciones en las que Barco, persuadido de la pobreza de información
de la N oticia..., trata por cuenta propia y con amplitud acerca de la histo­
ria natural, las costumbres de los nativos, la lengua cochimí, así com o
sobre lo ocurrido en las últimas décadas de acción misionera en la penín­
sula. Sobre los tres primeros de estos temas era relativamente poco lo
aportado por Venegas y Burriel. Sobre el cuarto, o sea la actividad misio­
nera durante las últimas décadas antes de la expulsión de los jesuítas,
nada habían podido escribir Venegas y Burriel, puesto que su libro se
publicó en 1757.
En la edición que tenem os preparada del trabajo de Barco hemos
conservado en un Apéndice todas las correcciones y adiciones menores
redactadas por él con vistas a enm endar la Noticia d e la California. Pero,
por otra parte, hemos considerado necesario presentar, com o porciones
principales y obra independiente, que debe atribuirse tan sólo a Barco,
las secciones referentes a la historia natural que comprende once capítu­
los; igualmente las que versan sobre las costumbres de los nativos y la
lengua cochimí (cuatro capítulos), y finalmente, la sección de contenido
histórico sobre la actividad misional, a partir de la pacificación de las mi­
siones en el sur, o sea desde 1739 hasta el m omento de la expulsión de
los jesuítas a principios de 1 7 6 8 (cinco capítulos).

5 De esta obra, como es bien conocido, existe una moderna reimpresión. Véase Miguel
Venegas, op. cit.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

196 LACALIFORNIA MEXICANA

Como obviamente no es posible intentar aquí un com entario sobre el


rico caudal de informaciones que proporciona nuestro autor a lo largo de
dichas secciones o partes de su obra, nos limitamos a repetir que en ella
se reúnen materiales que no encontram os en las otras crónicas o historias
que se conocen acerca del periodo jesuítico en California. Entre los mu­
chos ejemplos de tal abundancia de información, tienen lugar de suma
importancia las detalladas exposiciones de Barco sobre los distintos vege­
tales, animales y minerales, así com o a propósito de la alimentación,
indumentaria, utensilios, organización familiar y social, costumbres, creen­
cias y com portam iento de los diferentes grupos indígenas que poblaban
la península.
Precisamente esas amplias secciones, al igual que la tocante a los
acontecimientos de la obra misional, justifican, a nuestro parecer, la con­
veniencia de sacar a luz este trabajo con el título de Historia natural y
crónica d e la Antigua California. Esta ha sido la determinación que he­
mos tomado respecto de la edición que publicará la Universidad Nacio­
nal. En ella conservamos, sin embargo, a m odo de subtítulo —en atención
a los propósitos originales de Barco el de “Correcciones y adiciones a la
Noticia de Venegas y Burriel”.

La obra de D el B arco y la historiografía jesuítica sobre Baja California

Con el fin de valorar mejor la importancia de esta obra, atenderemos aquí


brevemente a otros principales trabajos, escritos asimismo durante el si­
glo xvm, sobre las misiones califomianas de los jesuítas. Así podremos
situar, en su correspondiente marco historiográfico, la aportación de nues­
tro autor.
Aunque nuestra intención es fijamos ahora en los testimonios más
importantes del periodo jesuítico, recordaremos al menos, de manera
general, algo que es bien conocido de los especialistas. Nos referimos a la
gran abundancia de fuentes documentales para la historia colonial de Baja
California. Tal afirmación es válida a partir del siglo xvi, o sea desde el
m om ento en que Hernán Cortés envió sus primeras expediciones a la
península. Más de quince viajes de exploración pueden documentarse
ampliamente con base en las noticias que de ellos se conservan. Existe ya
afortunadamente una importante colección de docum entos, publicada
por el d octor W Michael Mathes, en la que se incluyen materiales de sumo
interés y que cubren desde el último tercio del siglo xvi hasta poco antes
de la entrada de los jesuítas.6

6 W Michael Mathes, Califomiana /, op. cit.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA. APORTACIÓN DE MIGUEL DEL BARCO ( 1 7 0 6 - 1 7 9 0 ) 197

Pero pasando a los testimonios sobre los setenta años de permanente


actividad jesuítica californiana (de 1697 al 1767), debemos insistir en que
la abundancia de noticas es aún más impresionante. Un historiador mexi­
cano, que fue miembro de la misma orden religiosa, el padre Mariano
Cuevas, se sintió tan sorprendido ante tal proliferación de documentos
californianos que, curiosamente, llegó a decir:

Al contrario de lo que les ha pasado a muy importantes comarcas y pobla­


ciones de nuestra república, que carecen de historia y documentos primiti­
vos, California, tuvo exceso de ellos, porque realmente ni por la calidad de
sus terrenos áridos y mezquinos, ni por sus habitantes, siete u ocho mil en
conjunto a ñnes del siglo xvm, ni aun siquiera por la labor misionalj...),
merece tanto como de ella se ha escrito y publicado.7

Aunque podría discutirse esta peyorativa apreciación de Mariano Cue­


vas, puesto que resulta difícil aceptar que alguna región “tenga exceso de
historia”, es cierto que, hablando de California, la abundancia de testimo-
-nios viene a ser sorprendente. El hecho de que los jesuítas hayan escrito
tan numerosos informes, cartas, noticias y aun varias crónicas e historias
sobre la península, tiene desde luego su explicación. Por una parte que­
rían dar a conocer así sus trabajos en ese difícil y apartado lugar, entre
otras cosas con el fin de obtener los recursos económicos necesarios, tan­
to de sus benefactores com o de las autoridades reales. Por otra, no hay
que olvidar que la gran mayoría de los jesuítas que pasaron a California
eran hombres de amplia preparación, obtenida muchas veces en universi­
dades europeas, ya que no pocos eran oriundos del Viejo Mundo. Precisa­
mente, p o r esa formación humanística, fructificó en ellos el deseo de poner
por escrito los resultados de sus observaciones y afanes a lo largo de su
empresa misional.
Existen, bien sea inéditas en diversos archivos o publicadas, las co­
rrespondencias, informes y crónicas de buena parte de los cincuenta y
tantos misioneros que, dentro del lapso de setenta años, laboraron en la
península. De entre los que proporcionan noticias sobre asuntos etno­
gráficos y lingüísticos, exploraciones y procesos de contacto cultural, so­
bresalen los nombres de Eusebio Francisco Kino, Juan María Salvatierra,
Francisco María Piccolo, Juan de Ugarte, Jaim e Bravo, José Echeverría,
Ignacio María Nàpoli, Clemente Guillén, Segismundo Taravai, Fem ando
Consag, Everardo Helen, Juan Jacobo Baegert, Franz Inama, Benno Duciue,
Wenceslao Linck, Lamberto Hostell, Ignacio Tirsch, Lucas Ventura y desde
luego también, Miguel del Barco. Precisamente, con apoyo en los datos

7Mariano Cuevas, S. J Historia de la Iglesia de México, 5 vols., El Paso, Texas, Editorial


Revista Católica, 1928, p. 338.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

198 LA CALIFORNIA MEXICANA

proporcionados por algunos de esos misioneros, Miguel Venegas preparó


la primera obra de conjunto, a la que ya nos hemos referido, Empressas
apostólicas, que más tarde, por intervención del español Andrés Marcos
Burriel se convirtió en la Noticia d e la California.
Hemos hablado ya acerca de dicho trabajo, que precisamente quiso
enriquecer Miguel del Barco, y no creem os necesario insistir a propósito
de sus méritos y deficiencias. A juicio de nuestro autor, com o ya lo hemos
dicho, las limitaciones de la obra de Venegas y Burriel se explicaban fun­
damentalmente por el hecho de que ninguno de ellos estuvo en Califor­
nia. Nos interesa, en cambio, establecer ahora otras formas de comparación
entre los escritos de Barco y los que, a su vez, nos dejaron sobre el mismo
tema Segismundo Taraval, Francisco Xavier Alegre, Juan Jacobo Baegert,
Francisco Xavier Clavigero, todos ellos también miembros de la orden
jesuítica.
Segismundo Taraval (1700-1763), a diferencia de Venegas y Burriel sí
estuvo en California, y por espacio de veinte años. Llegado a la península
a mediados de 1730 file en ella testigo de la gran rebelión de los indíge­
nas del sur. Además de varias cartas o informes, llegó a redactar una cróni­
ca que por mucho tiempo quedó inédita. Al ser publicada en inglés, en
1931, apareció bajo el título de “La rebelión indígena en Baja California
1734-1737”.8 No siendo posible analizar aquí este importante libro, di­
rem os sólo que Taraval se limitó en él a dar una crónica pormenorizada
de los antecedentes y sucesos que ocurrieron en to m o de la gran rebelión
de pericúes y guaycuras. Su obra, por tanto, difiere básicamente de la de
Barco, ya que éste último cubrió un cam po mucho más amplio. Aunque
Barco conoció a Taraval y alude a él en diversas ocasiones, no hay indicio
de que se haya aprovechado de sus escritos.
Muy distinto fue el caso de Francisco Xavier Alegre (1727-1788). Este
célebre humanista, al preparar su Historia d e la Provincia d e la Compa­
ñía d e Jesús d e Nueva España ,9 quiso atender también, en la última parte
de la misma, al tema de las misiones de California, donde según él mismo
lo expresa, nunca había estado. Su propósito no fue, desde luego, ofrecer
una crónica completa sobre lo acontecido allí. Cuando Alegre escribió su
Historia, la Noticia d e la California había sido ya publicada. Ello explica
que también él pudiera percatarse de algunas de sus deficiencias. Consul­
tando los archivos de su orden, quiso entonces reunir nuevos testimo­
nios no tomados en cuenta por Venegas y Burriel.*

* Véase: The Indian Uprising in Lower California 1734-1737, as Described by Father


Segismundo Taraval, traducción, introducción y notas de Marguerite Eyer Wilbur, Los Ange­
les, The Quivira Society, 1931.
5 Francisco Xavier Alegre, op. cit.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA APORTACIÓN DE MIGUEL DEL BARCO ( 1 7 0 6 - 1 7 9 0 ) 199

Si com param os ahora la obra de Barco con la que escribió Alegre, las
diferencias saltan de inmediato a la vista. El trabajo de éste último se di­
rigía a estudiar la historia de la orden jesuítica en Nueva España y sólo
— com o una parte de ella— incluyó lo tocante a California. Natural
es, p or tanto, que no insistiera allí en temas como el de la historia natural
de la península. El mérito de Alegre fue aportar, con base en los archivos
de su orden, nuevos datos sobre acontecimientos en los que participaron
sus colegas los jesuítas de California. Aun cuando Barco seguramente lle­
gó a tratar a Alegre, durante el destierro de ambos en Bolonia, no hay
prueba alguna de que nuestro autor se haya valido de la información re­
unida por el primero. En realidad la preocupación de Barco fue siempre
dar a conocer el testimonio de sus observaciones personales.
Obra muy distinta de las anteriores es la debida aju an Jacobo Baegert
(1 717-1772) que, com o Segismundo Taraval y Miguel del Barco, fue tam­
bién misionero en California. Baegert había entrado en ella hacia 1750.
Su actividad, hasta el tiempo de su salida con motivo de la expulsión, se
desarrolló principalmente en la misión de San Luis Gonzaga, entre los
guaycuras. Cuando marchó al Viejo Mundo, Baegert, a diferencia de otros
com pañeros suyos, regresó prim ero a Alsacia, donde había nacido y se
estableció finalmente en Neustadt, en el Palatinado. Aunque sobrevivió
muy pocos años a la expulsión, ya que murió en 1772, alcanzó a escribir
allí un importante libro titulado: Noticia d e la península am ericana d e
California, con un doble apéndice sobre falsas inform aciones. Dicho
trabajo, publicado com o obra de un “sacerdote de la Compañía de Jesús”,
vio la luz en Mannheim, en 1771. Buena prueba del interés despertado
p o r el mismo fue que, tan sólo un año después, apareciera una segunda
edición.
Si bien los escritos de Baegert y Barco tienen en común ser resultado
de experiencias y observaciones personales, el examen de ambos muestra
que, tanto p or su contenido com o por sus propósitos, constituyen apor­
taciones muy distintas entre sí. Baegert declara haber leído la Noticia d e
la California de Venegas y Burriel, pero no fue la edición original en
castellano la que llamó más su atención sino una versión compendiada
de la misma, que había aparecido en francés, sobre la base de otra traduc­
ción inglesa. A juicio de Baegert, esa edición francesa había contribuido
indirectamente a fomentar las fantasías que entonces circulaban sobre
supuestas riquezas de California y sobre las que tanto insistían los enemi­
gos de los jesuítas. Fundado en lo que él conocía — en especial acerca de
los guaycuras de San Luis Gonzaga— , su intención fue m ostrar las caren­
cias y miserias de aquella tierra donde había estado y de sus habitantes,
los pobres californios. Tan pesimista ha parecido a muchos el trabajo de
Baegert que, en más de una ocasión, ha recibido el calificativo de “leyen-

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

200 LACALIFORNIA MEXICANA

da negra de California”. En opinión de otros en cambio, el realismo de


Baegert:

[...] y en cierto sentido, precisamente este pesimismo, engendrado por el


espectáculo de una vida tan primitiva, el que le permitió hacer una contri­
bución importantísima a lo que nos parece ser la obra de valor permanente
de los misioneros, y entre ellos en primer lugar los jesuítas: el enrique­
cimiento de nuestro conocimiento de nosotros mismos, a través del estudio
de cientos de pueblos y culturas en todas partes del mundo.10

Por lo que toca al juicio que pudieron formarse del libro de Baegert
algunos otros jesuitas exiliados, únicamente podemos aducir el testimo­
nio de Francisco Xavier Clavigero. Éste, en el Prefacio de su Storia della
California, afirma que, aunque sabía de la existencia de dicho libro y de
la m ucha aceptación que tuvo en Alemania, no le fue posible leerlo, por
no haberlo tenido a su alcance. Barco, que debió encontrarse en pareci­
das circunstancias, no hace referencia alguna a la obra de Baegert. En
consecuencia, podemos afirmar que la aportación de nuestro autor y la
del antiguo misionero alsaciano, aun cuando en ocasiones se refieren a
temas muy semejantes, fueron por completo independientes entre sí y
tuvieron, en última instancia, propósitos distintos. En tanto que Baegert
quiso, por encima de todo, refutar las que consideraba calumnias de los
enemigos de los jesuitas, Barco se empeñó principalmente en corregir y
adicionar, con gran cúmulo de informaciones, la.Noticia d e la California.
Si las obras que hemos considerado, de Taraval, Alegre y Baegert, se
nos muestran diferentes de lo que, por su parte, escribió Barco, hay en
cambio un trabajo estrechamente relacionado con él. Éste — com o ya lo
hemos indicado— fue precisamente la Storia della California de Clavi­
gero. Desde luego no creem os necesario demostrar aquí esta afirmación
comparando detenidamente los escritos de ambos. El propio Clavigero,
en varios lugares de su obra con sinceridad y sentido crítico, se confesó ya
en deuda con la aportación de nuestro autor. Por otra parte, si el lector
lleva a cabo la confrontación correspondiente, verá hasta qué punto la
Storia de Clavigero está apoyada en la información reunida por Miguel
del Barco.
Sin embargo, el hecho de que existen hoy numerosas ediciones del
libro de Clavigero no invalida el interés, considerablemente distinto, de
quien fue misionero en California durante treinta años. Clavigero, con su
característico sentido de modernidad, dio un enfoque muy distinto a su
trabajo. Barco, aunque en ocasiones resulta tedioso por su insistencia en
determinados puntos, presenta con amplitud datos que a veces Clavigero

10Paul Kirchhoff, “Introducción" en Juan Jacobo Baegert, op. cit., p. XX.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA APORTACIÓN DE MIGUEL DEL BARCO ( 1 7 0 6 - 1 7 9 0 ) 201

no creyó necesario incluir. Así, ambas obras, por otras razones, mantie­
nen su carácter de aportación para el conocim iento de la historia ca-
liforniana.
Lo dicho hasta aquí perm ite situar m ejor los escritos de Miguel del
Barco dentro del cam po de la historiografía acerca de la península cali-
fomiana. Prescindiendo del gran cúmulo de informes, cartas y relaciones
m enores, si comparamos el trabajo de Barco con el libro que quiso corre­
gir y adicionar, la Noticia d e la California, o con las aportaciones de
Taraval, Alegre, Baegert y Clavigero, podrem os formular la siguiente con­
clusión. El trabajo de nuestro autor debe colocarse entre las obras prima­
rias sobre la Baja California y, a la vez entre aquellas que, por su carácter
de testimonio etnológico directo, pueden contribuir a ampliar las pers­
pectivas del saber antropológico y acerca de la historia cultural.
Por todo ello creem os que, al sacar a luz la que hemos intitulado His­
toria natural y crónica d e la Antigua California, dispondremos de un
nuevo libro, con sorprendente abundancia de materiales, reunidos a lo
largo de treinta años de labores entre los nativos de esa península que
apenas ahora comienza a ocupar el sitio que se m erece en la realidad y en
la conciencia de la nación mexicana.11

11 La obra de Miguel del Barco, Historia natural y crónica de la Antigua California,


fue publicada por primera vez en 1973, por el Instituto de Investigaciones Históricas de la
UNAM. Hay reedición enriquecida con otros documentos, publicada por el mismo Instituto
en 1988.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

XII

LAS PINTURAS DEL BOHEM IO IGNAZ TIRSCH SOBRE


MÉXICO Y CALIFORNIA EN EL SIGLO XVIII*

Ha sido un calendario para 1970, impreso en Checoslovaquia, el primer


portador de la noticia de un descubrimiento que interesa a la historia
cultural de México. Se trata del reciente hallazgo en la Biblioteca Estatal
de Praga, de un volumen con cuarenta y siete pequeñas pinturas, reflejo
de la naturaleza, la vida y las costumbres en la capital de Nueva España y
en la Antigua o Baja California durante la segunda mitad del siglo XVIii. El
calendario en cuestión, publicado por Editio Cimelia Bohémica, ofrecía
com o muestra trece de esas pinturas en verdad merecedoras de atención.
Y no concluye aquí la breve historia del hallazgo. Un ejemplar de di­
cho calendario paró en manos de un librero y editor norteamericano,
Glen Dawson, que, entre otras cosas, ha publicado en la ciudad de Los
Ángeles una ya larga serie de volúmenes — más de cuarenta hasta la fe­
cha— , todos en relación co n la historia de Baja California. El atractivo de
las muestras dadas en el calendario, hizo que el señor Dawson se trasla­
dara a Praga para localizar y examinar la colección com pleta en la Biblio­
teca Estatal, donde las cosas se facilitaron gracias a la doctora J. Urbankova,
directora de ese importante repositorio. Las pinturas, hechas sobre ho­
jas de un papel de buena contextura, tienen 4 9.5 cm de ancho por 32.5
cm de alto, con excepción de siete de ellas que son de un tamaño menor:
34.5 cm por 20.5 cm.
Consecuencia del examen directo de las pinturas fue que Dawson se
propusiera dar a con ocer tan interesante testimonio sobre el pasado
novohispano. El volumen que se publicó en limitada edición de nove­
cientos ejemplares, incluye una bien lograda reproducción de las cuaren­
ta y siete pinturas e igualmente algunas noticias acerca de su autor, Ignaz
Tirsch, nacido en Bohemia en 1733, ofrecidas con breve introducción por
Doyce B. Nunis.1

* Publicado en: Estudios de Historia Novohispana, México, unam, Instituto de Investi­


gaciones Históricas, 1974, vol. v, pp. 89-95.
1 The Draunngs o f Ignacio Tirsch, A Jesuit Missionary in Baja California, texto por
Doyce B. Nunis, Jr., traducción de Elsbeth Schulz-Bischof, Los Angeles, Dawson's BookShop,
1972, Baja California Travels Series, vol. 27, 26 pp. + 47 láminas.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO

H IS T Ó R IC A S

204 LA CALIFORNIA MEXICANA

Afortunadamente tenemos al alcance más datos sobre la vida de Ig-


naz Tirsch, que fue un jesuíta misionero en Baja California. La nueva infor­
mación que aquí daremos proviene de la docum entación que hemos
reunido a propósito de la península californiana en el Instituto de Inves­
tigaciones Históricas de la Universidad Nacional. Pero antes queremos
referirnos al valor y contenido de las pinturas mismas. Si bien la mayor
parte de éstas son distintas imágenes de la naturaleza, los pobladores
indígenas y los incipientes centros o misiones bajacalifornianas, hay ocho
de ellas cuyos temas atañen a la vida y la cultura en la ciudad de México y
sus alrededores.
Se hallan entre estas últimas una que muestra el interior del edifìcio
del Colegio de San Ildefonso — la Escuela Nacional Preparatoria— , las
que presentan a u n colegial y a una pareja de indígenas paseando o a dos
nativos laborando en sus chinampas; las que nos dejan contemplar a unas
distinguidas señoras sentadas en un coche tirado por caballos o al con­
junto de personajes al lado de una carroza o participando en reuniones
sociales con el lucimiento de los atavíos novohispanos en medio del solaz
de la música y el baile. Y no sólo es digno de tomarse en cuenta el valor
estético de estas pinturas, en las que hay no poco de ingenuidad, com o si
se tratara de un arte popular. Su importancia se deriva igualmente de su
carácter de testimonio, bocetos de la vida en la ciudad de México en la
segunda mitad del xviii — los usos y costumbres, y la suntuosidad de sus

.„ .. V t .„4 t» U - - . • ^ S.-.f
>í w. íb ,* A *- ’ . «i

Chinampas cultivadas por indígenas en la región central de México. Según el jesuíta


Ignacio Tirsch.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LAS PINTURAS DEL BOHEMIO IGNAZ TIRSCH 205

edificios— , todo ello interpretado con los ojos de un jesuíta natural de


Bohemia, que pasó asimismo varios años en la lejana California.
Y por lo que toca ya a las pinturas de tema californiano, puede decirse
que resalta en ellas el interés de un hombre aficionado a lo que hoy lla­
mamos historia natural y etnología que, con su arte, supo dejar verda­
deros documentos para el estudio de realidades, algunas de las cuales no
existen más. Mencionemos, por ejemplo, las pinturas en las que se repre­
sentan distintas escenas de la vida de los indios californios, dueños de tan
precaria cultura; o aquellas otras en que la flora y la fauna de la península
aparecen con vivos colores, al igual que las imágenes de lo que eran las
misiones y los incipientes poblados en lugares com o San José del Cabo,
Santiago y cabo San Lucas. No cabe duda que para el moderno investi­
gador de la historia californiana y para todos cuantos se interesan por la
cultura novohispana, las creaciones de Ignaz Tirsch poseen valor extraor­
dinario.
Y tiempo es ya de que digamos algo sobre este jesuíta oriundo de
Bohemia, que pasó en la Nueva España cerca de doce años. Como lo con­
signa Doyce B. Nunis en su introducción, Ignaz Tirsch nació en la ciudad
de Comotau, en Bohemia, en 1733. En 1754, o sea a los veintiún años de
edad, ingresó en la Compañía de Jesús. Algún tiempo después, trasladán­
dose a Cádiz, se em barcó allí con rumbo a Veracruz para concluir sus
estudios en la Nueva España a donde había sido destinado por sus supe­
riores com o futuro m isionero en las apartadas regiones del noroeste mexi­
cano. Tirsch, que pronto com enzó a ser conocido con la versión castellana
de su nombre com o “el padre Ignacio”, pasó algunos años en el Colegio
Máximo de los jesuítas. Allí, y también más tarde en el Colegio del Espíri­
tu Santo, en Puebla, dio remate a sus estudios y se familiarizó a la vez con
la vida y las costumbres novohispanas.
A mediados del verano de 1761 el padre Ignacio, en compañía de
otro jesuíta, oriundo también de Bohemia, que llegaría a ser célebre ex­
plorador del norte de la Baja California, Wenceslao Linck, emprendió la
m archa hacia Sinaloay Sonora, donde pudo visitar varias de las misiones
establecidas por sus hermanos de orden religiosa. Algo más tarde, en 1762,
después de una breve travesía, llegó al puerto y presidio de Loreto, capi­
tal entonces de California. Al parecer su destino permanente en la penín­
sula, durante los cinco años de su estancia en ella, fue la misión de Santiago
en la región meridional. Como lo notó él mismo en el texto que puso a
una de sus pinturas, allí laboró entre los nativos e incluso edificó una
nueva iglesia, ya que la más antigua había sido destruida durante la gran
rebelión indígena entre los años de 1734 y 1738.
Cita Doyce B. Nunis, en la edición sacada a luz por Dawson, otros po­
cos hechos más en relación con la vida de Tirsch. Aduciendo el testimonio

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

206 LA CALIFORNIA MEXICANA

Un combate entre indios californios. Dibujados por el jesuíta Ignacio Tirsch.

del también misionero Juan Jacobo Baegert, recuerda unos “bonitos ver­
sos” que había compuesto el padre Ignacio a propósito de las langostas,
con el comentario burlón de que bien podría haber escrito “todo un libro
sobre los destrozos y daños que causaron éstas en su misión de Santiago”.2
Y es ya relativamente muy poco más lo que acerca de Tirsch se nos
ofrece en la introducción al libro de sus pinturas. Se recuerda que fue él
quien primero estableció contacto con el gobernador Gaspar de Portolá
que, desembarcado en San José del Cabo, el 30 de noviembre de 1767,
venía precisamente a disponer la expulsión de los jesuítas de California.
Finalmente se alude a su salida — con el resto de los misioneros— rumbo
al destierro, el 4 de febrero del siguiente año. De su vida, trasladado ya a
Europa, la última noticia es que pasó primero a Ostende, en Bélgica, en
abril de 1769, de donde debió salir rumbo a Bohemia, ya que, al parecer,
allí pasó modestamente, en alguna pequeña parroquia, el resto de su
existencia.
Algo más — y creemos que de cierto interés— podemos añadir a la
anterior información. Nuestros datos acerca de Tirsch convergen sobre
un mismo punto: fue hombre que, en sus cinco años de estancia en Cali­
fornia, se interesó hondamente por su historia y sus realidades en el cam ­
po de la naturaleza.

2Juan Jacobo Baegert, op. cit., p. 58.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LAS PINTURAS DEL BOHEMIO IGNAZ TIRSCH 207

El “peje mulier” dibujado por el jesuíta Ignacio Tirsch.

O tro misionero, Miguel del Barco, autor de una amplia crónica


californiana que recientemente hemos publicado, nos habla de las aficio­
nes del padre Ignacio.3 En una carta dirigida al padre superior Lizassoain,
estando todavía Del Barco en la península, el 25 de octubre de 1764,
escribe: ‘Avisé que el padre Tirsch podrá dar razón de lo animal y vegetal
[en California] porque es aficionadísimo a pasearse en estos dos reinos y
observador curioso de lo que hay en ellos.”4
Y otro jesuita, que también tuvo que salir exiliado de México, el huma­
nista veracruzano Francisco Xavier Alegre, notó por su parte, al escribir
sobre las misiones, que “una u otra cosa pudiéramos añadir, especialmen­
te por lo que mira a la parte meridional de la California, tomada de la
cu rio sa relación que ten em os m anuscrita del padre Ignacio Tyrsk
[Tirsch] [.,.]”5
Mas si desconocem os hoy el paradero de esa “curiosa relación”, nos
queda en cambio el testimonio, probablemente más elocuente, de las
cuarenta y siete pinturas que nos han hecho fijar aquí la atención en Tirsch.
A una de éstas aludiremos ahora que, además de ser también “curiosa” en

3 Miguel del Barco, op. c it , pp. 431-432.


4 “Carta de Miguel del Barco al padre Ignacio Lizassoain, de 25 de octubre de 1764”,
Biblioteca Nacional de México, A rchivo fra n c is c a n o , 4/69.1.
5 Francisco Xavier Alegre, op. cit., t. IV, p. 138.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

2 08 LA CALIFORNIA MEXICANA

sí misma, vuelve a poner en relación a su autor con el ya citado Miguel del


Barco. Nos referimos a la que el propio Tirsch describe com o representa­
ción de “un extraño pez que vive en el mar del norte, en California. Tal
vez es esta especie la que inspiró[...] a inventar la ficción de la sirena.
Tiene realmente dos pechos que más parecen de mujer que de animal”.
La pintura de semejante peje mulier, tanto debió impresionar a Mi­
guel del Barco que, al hablar en su obra acerca de la fauna marina, copió
la ilustración de Tirsch con la siguiente nota:

La del padre Tirsch. Los ojos muy blancos, el cuello y pechos blancos, la cola
a modo de arco, boca y nariz chica, el grandor, según me acuerdo, era más
de dos cuartas, pero esto se salva pues hay de todas edades.6

Así, por intereses afines de espontáneos naturalistas, Del Barco y Tirsch


quedaron, com o en el mito, hondamente impresionados por lo que les
pareció una especie de evocación de la sirena y que, en consecuencia,
designaron com o p eje mulier.
Un último testimonio tenemos de que el jesuíta y pintor bohemio del
siglo xviii distraía sus soledades hurgando en la naturaleza tan rica en
maravillas de California. Se trata de una carta suya — la única que conoce­
mos— y que, aunque no compensa la pérdida de su “curiosa relación”, es
por demás elocuente. La carta, de la que extractamos aquí unos párrafos,
va dirigida al colega Miguel del Barco, desde la misión de Santiago, el 16
de junio de 1762. Primeramente, y com o si se anticipara a la burlona crí­
tica que había de hacerle Juan Jacobo Baegert, por haber com puesto unos
versos en relación con las langostas, discurre el padre Ignacio acerca de
los daños causados por éstas, entrando luego a precisar sobre lo que él
mismo había observado de su naturaleza y comportamiento:

Mucho nos aprovechan los caritativos socorros de arriba, pues acá va cada
día peor por la mucha langosta que, a la más florida tierra de la descubierta
California, hácela más triste y melancólica sepultura. Y si no me constara
que vuestra reverencia [Miguel del Barco] harto conociese cuán dañoso sea
este insecto, algo más me dilatara en dar algunas reflexiones que a pesar
mío hube de observar[...] Así pues, el chapulín[...] (su) quijadita, porque no
pude ver división, parece toda una pieza. Es a modo de lima en la parte que
le corresponde para mascar. Además, el tragadero tiene como muelas que
son seis puntitas sobresalientes!...] Como el meneo de roer es tan conti­
nuo, se encienden, aunque no en llamas visibles: las plantas se secan[...] Es
cierto que unas plantas come y otras no. Entre las que no, son los melones;
la lechuga poco prueba y la deja. Y no vale decir o porque son duras, amar­
gas o lactíferas, no; porque de igualmente duras, amargas, lactíferas plantas,
come muy bien. Ojalá no comiera nada. De sabor quizá poco sabrá, pues no

6 Miguel del Barco, op. cit., p. U.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LAS PINTURAS DEL BOHEMIO IGNAZ TIRSCH 209

Una fiesta de criollos, dibujados por el jesuíta Ignacio Tirsch.

pues no tiene especial tripita o estómago porque no tiene más que un


canutillo que, desde la boca, penetra al remate de su cuerpecito. Y así, cuan­
to es el meneo de tragar, tanto es el despedimiento de lo tragado, lo que se
ve en la tripita: lluvia de su excremento.7

Otra cuestión, que toca luego en su carta, versa sobre la abundancia


de vegetación que, a pesar de todo, hay en región tan árida com o la pe­
nínsula califomiana: “Paso a reflexionar sobre una admiración que se for­
ma sobre las muchas plantas de la California, y cóm o hay tantas plantas,
árboles al parecer tan aguanosos, en un suelo tan seco y árido.”
Tras hacer largas consideraciones sobre el modo com o, a su juicio, tal
cosa se explica por la absorción que ocurre en los vegetales, a modo de
osmosis, de líquidos bastante profundos en la tierra, concluye este punto
con una atinada salvedad:

Vuestra reverencia [dice a Miguel del Barco] perdone tanta moledera por­
que no tengo otro motivo sino el deseo de aprender, discurriendo con vues­
tra reverencia que me puede corregir, pues tanto lo entiende y es de este
gusto[...] porque nuestros padres en la California no todos gustan de estas
materias, porque no les tira por ahí el genio.

7 “Carta de Ignacio Tirsch a Miguel del Barco, Santiago, California, 16 de junio de


1762”, Biblioteca Nacional de Italia, Fom/o Gesuitico, 1467.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
¿ i0 LA CALIFORNIA MEXICANA

En otro lugar de esta más bien larga carta, con verdadero sentido de
modernidad, sostiene Tirsch que no es ciertamente el influjo de los as­
tros, com o se muestran en California, la causa ni de una supuesta deca­
dencia de los animales traídos a ella, como los perros, ni tampoco de la
propalada idea de malas inclinaciones innatas en los indios. A su juicio,
todo se debe a crianza y educación. Veamos al menos su consideración
tocante a los perros:

Dicenj...] que en California no son leales los perros. Oiga, iserá, según su
capricho, un astro desleal que influye en los pobres perros de California las
malas calidades? Dénse mejor cuidado en criarlos y verán que las propieda­
des de los perros criados en la California no serán otras que en otros países.
Dénles sus amos de comer bien desde chicos, no los dejen ir robando
tasajeros, ranchos, cocinas, etcétera. Procuren que no les falte en casa, por­
que, si de otro modo lo hacen, tendrán los perros poco amor al amo y reco­
nocerán tantos amos cuantos les diesen un bocadoj...] No puedo tragar
semejantes desatinosj...]

Todas estas reflexiones, y otras más que afloran en la carta de Tirsch,


confirman su permanente interés por hurgar en las realidades naturales y
humanas de esa apartada península, en la que pasó cinco años de su vida.
Ésto solo parece explicar ya por qué llegó a escribir también la “curiosa
relación” mencionada por Francisco Xavier Alegre y por qué, finalmente,
se convirtió en espontáneo pintor de las maravillas que le salían al paso:
el mundo de los vegetales, los animales y los seres humanos, nativos de
California. La colección de sus cuarenta y siete pequeñas pinturas — entre
las que además afloran sus recuerdos acerca de la ciudad de México— ,
viene a ser así el mejor de los documentos que alcanzó a dejar este jesuíta
bohemio, trasladado a Nueva España en la segunda mitad del siglo xvni.
No conocem os ciertamente otra forma de recordación pictórica, por
lo que toca a la Baja California, de tan grande interés com o la obra de Ig­
nacio Tirsch. Para la historia de la cultura novohispana los afanes de Tirsch
tienen una importancia que toda proporción guardada, cabe comparar
con los de otros que, más tarde, habrían de dejar testimonios plásticos de
lo que aquí contemplaron, com o Claudio Linati, Friedrich Maximilianus
Waldeck y Lucas Vischer. Bien podemos alegrarnos del afortunado hallaz­
go de las cuarenta y siete pinturas de Tirsch que, redescubiertas por el
editor Glen Dawson, enriquecen el mundo de las imágenes forjadas, en
relación con el ser histórico de México, por hombres de diversos tiempo y
culturas.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

XIII

EL PERIODO DE LOS FRANCISCANOS 1768-1771*

Momento difícil y de transición fue el de la breve etapa de actividad mi­


sionera franciscana en la península. Lo que ocurrió durante el lapso de
m enos de cinco años en que desarrollaron allí sus esfuerzos los frailes
sucesores de los jesuitas, ha sido objeto de valoraciones no siempre obje­
tivas. Se ha expresado en ocasiones que la fugaz estancia de los francisca­
nos en la California peninsular nada de bueno trajo para los nativos de la
misma. Más aún, se añade que propició, en cambio, un desmantelamiento
de los establecimientos misionales ya que se tradujo en la pérdida de
muchas de sus pertenencias que fueron transportadas a la Alta California.
Pienso, por mi parte, que para enjuiciar más adecuadamente lo que signi­
ficó este arribo franciscano al territorio peninsular, deben tomarse en cuen­
ta otros varios factores y circunstancias. Aquí recordaré lo más sobresaliente
en lo que sucedió durante esos años, hasta el de 1772 que marca la llega­
da de los dominicos.
Un primer punto que debe tomarse en cuenta — en el más amplio
m arco del noroeste de la Nueva España— es la necesidad que se planteó
a las autoridades reales de encontrar quienes sustituyeran a los jesuitas
expulsos, no ya sólo en Baja California sino también en Nayarit, Sinaloa,
Durango, parte de Chihuahua y Sonora, incluyendo el territorio de la Alta
Pimería. En esa vasta zona habían laborado com o misioneros los jesuitas.
En buena parte se debía a ellos que esas regiones septentrionales estuvie­
ran en pleno proceso de incorporación al ámbito jurisdiccional y cultural
hispánico.
Los fran ciscan os, que tan ta exp erien cia tenían en q u eh aceres
misionales en territorio mexicano, vieron que sobre ellos recaían las mi­
radas de personajes com o el virrey Marqués de Croix y del visitador José
de Gálvez. Se decidió así, entre otras cosas, que frailes egresados del Co­
legio de Santa Cruz de Q uerétaro, m archaran a las Pimerías, en tanto que
otros de la provincia de Jalisco debían ocuparse en distintos lugares de
Nayarit, Sinaloa y el sur de Sonora. El visitador Gálvez, que conocía a fray

* Publicado en: David Pinera Ramírez (coord.), op. cit., pp. 117-125.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
212 LA CALIFORNIA MEXICANA

Junípero Serra, tenía determinado que éste y un grupo del Colegio de


San Fernando de la ciudad de M éxico, pasara a hacerse cargo de la
evangelización en Baja California.
Hallándose ya en Tepic el padre Serra y sus acompañantes, entre ellos
los bien conocidos Francisco Palou, Juan Crespí, Miguel de la Campa y
Fermín Lasuén, preparándose para su embarque en el puerto de Matanchel
con rumbo a la California, se recibió una orden del virrey que produjo no
pequeña confusión. En vez de lo dispuesto en el sentido de que corres­
pondía ir a la península a quienes procedían del Colegio de San Fem an­
do, la nueva orden confiaba a éstos Sonora con algunos de los miembros
del Colegio de Santa Cruz de Querétaro, en tanto que comisionaba a frai­
les de la provincia de Jalisco para que se trasladaran a la tantas veces
m encionada California.
Así las cosas, el 19 de octubre de 1767 se embarcaron, no los fer-
nandinos de fray Junípero Serra, sino los de Jalisco. El padre Serra, que
no era hombre fácil en aceptar lo que no tenía por adecuado, dispuso que
Francisco Palou y Miguel de la Campa fueran a hablar con el visitador
Gálvez para exponerle lo que había acontecido. Tras conferenciar con éste
en la ciudad de Guanajuato, pasaron a la de México, portadores de lo que
escribió Gálvez al virrey Marqués de Croix. Dio éste marcha atrás, orde­
nando el pronto regreso de California de los frailes de Jalisco y la partida
a esa península de quienes tenían al frente a Junípero Serra. La salida
tuvo lugar en el puerto de San Blas el 12 de marzo de 1768. Serra y sus
acom pañantes viajaron en el barco que tenía por nombre el de La Purísi­
ma Concepción y que era el mismo en que habían salido expulsos los
jesuítas. Casi veinte días duró la travesía hasta que el 1 de abril, viernes
santo de ese mismo año, desem barcaron en el puerto de Loreto. Allí fue­
ron recibidos por el gobernador Gaspar de Portolá y por el padre Manuel
Zuzaregui que era el superior de los franciscanos de Jalisco, que entonces
se aprestaron para su nuevo destino.
Para describir y valorar lo que fue a partir de ese m omento la activi­
dad de Serra y de los otros franciscanos, nos fijaremos en cuatro puntos o
aspectos de particular interés:
¿Con qué recursos contaban y cóm o se distribuyeron los franciscanos
en el territorio peninsular?
Proyectos de Gálvez y Serra y conflictos de los misioneros con el go­
bernador de la California.
Toma de conciencia del estado en que se encontraban las misiones
peninsulares.
Significación de la Baja California en la expansión misional que se
inició en la Alta.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL PERIODO DE LOS FRANCISCANOS 1 7 6 8 - 1 7 7 1 213

Recursos al alcance de los franciscanos y la distribución


DE ÉSTOS EN LA PENÍNSULA

A diferencia de los jesuítas, los franciscanos no iniciaron sus trabajos dis­


poniendo de recursos económ icos que se hubieran confiado a ellos como
administradores únicos, ni tuvieron tam poco autoridad alguna sobre los
soldados que había en los presidios y en las varias misiones. Las perte­
nencias de éstas, bastante exiguas por cierto, habían quedado confiadas,
desde la salida de los jesuítas, a los antiguos soldados o a otros emplea­
dos o servidores que habían recibido el título de “comisionados". En la
mayor parte de los casos tales personas hicieron uso muy poco atinado de
los recursos existentes. Así, las pequeñas parcelas estaban casi del todo
abandonadas y el ganado de las misiones o había sido sacrificado para
convertirlo en alimento o se hallaba disperso, en calidad de cimarrón, sin
vigilancia alguna.
Los padres Junípero Serra y Fernando Parrón, el primero de éstos
com o presidente de las misiones, y el segundo com o ayudante suyo, que­
daron en la antigua misión y presidio de Loreto. Allí hubieron de acatar
de hecho la autoridad del gobernador Gaspar de Portolá. En los otros
centros de misiones, disminuidos ya en número, si se com para con los
que existían en la época jesuítica y que muy pronto habrían de reducirse
todavía más, fueron estableciéndose los varios subordinados de fray
Junípero. En la cercana misión de San Francisco Javier Biggé quedó el
estrecho colaborador de Serra, fray Francisco Palou. Más lejos, en La Purí­
sima, se instaló fray Juan Crespí.
El resto de los franciscanos, tan sólo uno por cada misión, marchó a
las de Santa María, San Borja, Santa Gertrudis, San Ignacio, Mulegé,
Guadalupe, San José de Comondú, San Luis Gonzaga, Los Dolores, Todos
Santos, Santiago y San Jo sé del Cabo.
Como habremos de verlo, los informes que sobre cada una de las
misiones proporcionaron algún tiempo después los franciscanos que las
tenían a su cargo, muestran de manera elocuente lo desastroso de la si­
tuación que prevalecía. Al desconcierto que había causado en los indíge­
nas la violenta partida de los jesuítas, se habían sumado, entre otras cosas,
la ya mencionada pésima administración de los “comisionados”, así com o
el flagelo de las epidemias que por ese tiempo se intensificaron en varias
de las misiones.
Los informes, que luego citaré, hablan de todo esto con la perspectiva
que dio ya a los franciscanos la estancia en sus lugares de trabajo. Fray
Francisco Palou, que reunió la documentación informativa, despachada
desde las distintas misiones, la incluye en su obra intitulada Noticias d e

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

214 LA CALIFORNIA MEXICANA

la Antigua y Nueva California . 1Antes de entresacar de ella los datos que


reflejan la situación que prevalecía en California hacia 1771, conviene aten­
der a otros hechos que habrían de determinar en alto grado el futuro de
los quehaceres franciscanos en esas tierras.

Pr o y ec to s de G álvez y Serra y c o n f l ic t o s d e l o s m is io n e r o s

c o n e l g o b e r n a d o r d e la C a l if o r n ia

El visitador José de Gálvez, que había demostrado ya considerable celo


por reorganizar la administración política y la economía del vasto norte
de la Nueva España, se trasladó a la península californiana, acompañado
de un grupo selecto de oficiales. Embarcado en San Blas, el 24 de mayo
de 1768, tras sortear vientos adversos que lo hicieron acercarse primera­
mente a la isla de Cerralvo, llegó al puerto de La Paz en la segunda sema­
na de julio de ese año. De inmediato se trasladó al real de minas de Santa
Ana, empresa establecida por el antiguo soldado Manuel Osio. Enterado
de la decadencia de las misiones, su reacción fue condenar acremente a
los jesuítas, culpándolos de pésima administración y de haber mantenido
en aislamiento por tanto tiempo a la California.
Quiso entonces Gálvez introducir cambios de suma importancia en la
península. A su juicio, de ellos se derivarían grandes ventajas. Entre otras
cosas debían estrecharse las comunicaciones con Sonora y Sinaloa y había
que iniciar de inmediato la expansión hacia el norte, es decir a la Alta
California. De los múltiples proyectos de Gálvez para el desarrollo de Ca­
lifornia se han ocupado varios autores, entre ellos Ignacio del Río.2 De
manera sucinta cabe recordar, entre otras cosas, que concibió él la idea de
establecer una escuela para capacitar marinos en Loreto, otra de artes y
oficios en el Real de Minas de Santa Ana, así com o la construcción de
almacenes y otras instalaciones en el puerto de La Paz.
Informado de que algunas misiones, que contaban con buenas tie­
rras, se encontraban casi despobladas, dispuso varios traslados de pobla­
ciones indígenas. Suprimió las misiones de San Luis Gonzaga y Dolores y
envío a los indígenas que en ellas sobrevivían a Todos Santos. A los de
ésta, que eran ya muy pocos, los hizo pasar a Santiago. De San Javier hizo
venir a otras pocas familias de cochimíes para que se establecieran en San
José del Cabo. Algo semejante mandó se efectuara con respecto a los

1Francisco Palo u, Noticias d éla Antigua y Nueva Californiapor el R.P.fray Francisco Palou,
Documentos para la historia de México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857.
2 Ignacio del Río, “Los sueños californianos de don José de Gálvez”, Revista de la Uni­
versidad de México, México, 1972, vol.XXVl, núm. 5, pp. 15-24.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL PERIODO DE LOS FRANCISCANOS 1 7 6 8 - 1 7 7 1 215

catecúmenos que había en Santa Gertrudis y Guadalupe que debían pa­


sar a Comondú y La Purísima. Consecuencia casi inmediata de esos trasla­
dos de indígenas fue que se acelerara más su declinación demográfica. En
sitios com o San José del Cabo el contagio, sobre todo de enfermedades
venéreas y de viruela, dio pronto cuenta de casi todos los nativos llevados
a ese lugar. En el caso de las misiones de San Luis Gonzaga y Dolores los
guaycuras se rehusaron a vivir en el recinto de la población, optando por
volver a su antigua forma de vagabundeo, aunque fuera en un medio geo­
gráfico que les resultaba desconocido.
En tanto que los franciscanos se percataban de que cada vez se redu­
cía más el número de sus catecúmenos, Gálvez quiso propiciar por su
parte, el asentamiento de colonos criollos o mestizos, venidos de la Nue­
va España. De hecho, se conservan en el Archivo de Baja California Sur
algunas de las más antiguas titulaciones de tierras, expedidas precisamente
por el propio visitador.
De todos los proyectos concebidos por Gálvez, en el que mayor em ­
peño puso fue en el de avanzar hacia el norte, para establecer allí nuevas
misiones. Con tal fin pidió a fray Junípero, que se hallaba en Loreto, fuera
a entrevistarse con él en el Real de Minas de Santa Ana. Llegó Serra a ese
lugar el 31 de octubre de 1768. De sus conversaciones se derivó un plan
bastante preciso que iba a hacer posibles algunos otros cambios en la
península y sobre todo la marcha hacia la Alta California. En lo que toca a
la península, incrementó Serra el estipendio que debía darse a cada uno
de los misioneros. La idea de devolver a los franciscanos el control sobre
las temporalidades, base económ ica de los centros donde trabajaban, fue
también objeto de consideración.
Tras de hacer del conocim iento de fray Junípero que tenía instruccio­
nes para avanzar y tom ar posesión de los puertos conocidos ya con los
nombres de San Diego y Monterrey, obtuvo al fin de él favorable respues­
ta. El padre Serra decidió salir en persona hacia el norte. Con rapidez
com enzó a disponerse todo lo necesario. Para contar con mayor número
de franciscanos en la expedición, propuso Serra al visitador que las anti­
guas misiones de San José del Cabo y de Santiago se tranformaran en
parroquias a cargo de clérigos seculares. Obtenido esto en principio, Gál­
vez y fray Junípero salieron con rumbo a La Paz para aguardar allí la llega­
da del pequeño barco San Carlos, uno de los que se emplearían para el
viaje a la Alta California. El San Carlos arribó a La Paz a principios de
diciembre de 1768. Abastecido debidamente y llevando a bordo veinticin­
co voluntarios catalanes, así com o al capitán Pedro Fagés, al ingeniero
militar Miguel Costansó y al franciscano Fernando Parrón, el navio se hizo
a la vela el 6 de enero de 1769. Serra y el visitador, que contemplaron su
partida, se aprestaron entonces para continuar los otros preparativos de

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO

H IS T Ó R IC A S

216 LA. CALIFORNIA MEXICANA

la expedición. Gálvez salió con rumbo a cabo San Lucas para esperar allí a
la otra embarcación, el San Antonio. A su vez el padre Serra se dirigió a
Loreto. El San Antonio había de perm anecer poco tiempo en cabo San
Lucas, ya que el 15 de febrero navegó en seguimiento del San Carlos, a lo
largo de las costas occidentales de la península, con rumbo al septentrión.
En el San Carlos iban otros dos franciscanos, Juan Vizcaíno y Francisco
Gómez. El capitán de la embarcación tenía com o nombre propio, el más
bien “com ún”, de Juan Pérez.
Entre tanto se realizaban también los arreglos necesarios para la mar­
cha por tierra. Como avanzada, el capitán del presidio de Loreto, Fernan­
do Rivera y Moneada, había salido para reunir caballada, alimentos y otros
objetos necesarios que le fueron proporcionados por los franciscanos de
varias misiones. Pudo así iniciar su marcha desde Loreto, en compañía de
o tro contingente de voluntarios catalanes. Tras varios días de jomada,
envió a Loreto un informe, el 2 0 de diciembre de 1768, haciendo saber
que se hallaba en un lugar conocido com o Velicatá, adecuado para un
asentamiento. Serra ordenó entonces al padre Juan Crespí que saliera de
inmediato a alcanzar al grupo de Rivera y Moneada. Crespí, que partió a
fines de febrero de ese año, alcanzó aproximadamente un mes más tarde
al capitán Rivera. Las instrucciones que llevaba Crespí eran en el sentido
de continuar la marcha en compañía del grupo que comandaba Rivera.
Esta primera expedición llegó al puerto de San Diego el 14 de mayo de
1769- Establecidos precariamente en ese lugar, aguardaron la llegada del
San Carlos y del San Antonio.
Entre tanto el padre Serra, que tuvo que sobreponerse a la dolencia
de una pierna seriamente llagada, reunió asimismo bastimentos y consi­
derable número de implementos, necesarios para las misiones que de­
bían establecerse en la Nueva California. Quien hasta entonces había
actuado com o gobernador en la península, Gaspar de Portolá, se anticipó
a Serra, com o lo había hecho Rivera respecto de Crespí. Fray Junípero, en
seguimiento del gobernador, pudo partir al fin de Loreto el 28 de marzo
del mismo año. Su mencionado padecimiento de la pierna no le impidió
que fuera visitando varias de las misiones. Estuvo en San Javier con fray
Francisco Palou y de allí pasó a la antigua misión de Guadalupe, de la que
continuó hasta llegar a las más norteñas de Santa Gertrudis, San Borja y
Santa María. Alcanzando a Gaspar de Portolá, llegó Serra el 14 de mayo al
paraje de Velicatá. Allí fundó la misión de San Fernando, la única estable­
cida por los franciscanos en la península. Entonces, según lo consigna el
propio fray Junípero, “alabé al señor y besé la tierra”. Mes y medio más
tarde, el 1 de julio, Serra, Portolá y quienes los acompañaban llegaron al
puerto de San Diego. La expansión hacia el norte, anhelada sin éxito por
los jesuítas, comenzó a ser realidad p or obra de los franciscanos.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
EL PERIODO DE LOS F ^ ^ C ISC A N O S 1 7 6 8 - 1 7 7 1 217

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

218 LA CALIFORNIA MEXICANA

PLANO DE LA MISION DE SAN FERNANDO


Escala»— i— *■-----------metros
muros de adobe ........ . ...........cimientos
cimientos ■ ----------cortes naturales y artificiales

En tanto que Serra iniciaba sus quehaceres en la primera de las misio­


nes de la Alta California, llegaba a la península com o nuevo gobernador
Matías de Armona. Entrevistándose éste con Gálvez poco antes de que
éste partiera en definitiva con rumbo a Sonora, pensó en tom ar varias
providencias que a su juicio resultaban indispensables para atender los
urgentes problemas de la península, sobre todo los de índole económica.
Al no lograr lo que se proponía, el gobernador Armona abandonó por un
tiempo su cargo, dejando com o interino a Antonio López de Toledo, co­
misario del almacén real de Loreto. Surgieron entonces algunas dificulta­
des entre los misioneros y quien estaba al frente del gobierno, el comisario
López de Toledo. Entre otras cosas pedían los franciscanos se les reinte­
graran plenamente los edificios y otras pertenencias de las antiguas mi­
siones y se liberara a las mismas de tener que adquirir lo que necesitaban
a través del almacén real. En otras palabras, se buscaba hacer efectiva la
autonomía de las misiones, considerando que de este modo, com o en el
periodo jesuíta, podrían funcionar mejor.
Matías de Armona, aunque volvió por breve tiempo a la península,
fue pronto sustituido por un nuevo gobernador, Felipe Barrí, que llegó a
California en marzo de 1771. Lejos de mejorar la situación, las relaciones
entre los franciscanos y el gobernador empeoraron notablemente. De un

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

EL PERIODO DE LOS FRANCISCANOS 1 7 6 8 - 1 7 7 1 219

lado surgieron quejas de indígenas guaycuras que acusaron al misionero


de Todos Santos de dureza y aun crueldades. Algo parecido ocurrió tam­
bién en San Javier donde había laborado el padre Palou que, consideran­
do falsas y tendenciosas las acusaciones emitidas contra sus hermanos de
hábito, manifestó al gobernador que estaba resuelto a renunciar a todo lo
que tuviera que ver con aspectos administrativos en el ámbito de la Cali­
fornia. En medio de éstas y otras fricciones con Barrí, llegaron hacia fines
de noviembre de 1771 otros quince franciscanos que debían fortalecer las
misiones existentes y organizar otras en el norte hasta establecer una lí­
nea de comunicación permanente con la de San Diego. Por lo pronto
estos quince franciscanos partieron a laborar al lado de quienes tenían a
su cargo las misiones, desde la de San Fernando hasta la más meridional
de Todos Santos.

Los INFORMES ACERCA DEL ESTADO EN QUE SE ENCONTRABAN


LAS MISIONES PENINSULARES

El padre Palou en sus Noticias d e la Antigua y Nueva California refiere


que había recibido una carta del guardián del Colegio de San Fernando,
de 1 de julio de 1771, “en que me pide un cumplido informe de todas las
misiones[...]” Este abarcó, entre otros, los siguientes puntos:
“¿Qué familias tiene cada misión, ranchos, pueblos, caminos, distan­
cias? ¿Qué tierras hay para sembrar y qué operarios? ¿Qué yuntas de bue­
yes le han quedado, qué muías y caballos? ¿Se obliga a los indios a buscar
en placeres (de perlas) peligrosos, en donde los tiburones, tintoreras y
otros peces matan a muchos? ¿Cuál es el estado de las misiones cercanas
al Real de Minas de Santa Ana?
Los informes recabados, que incluyen noticias sobre las misiones de
San José del Cabo, Santiago, Todos Santos, Real de Minas de Santa Ana,
San Javier, Loreto, San Jo sé de Comondú, La Purísima, Guadalupe, Santa
Rosalía de Mulegé, San Ignacio, Santa Gertrudis, San Borja, Santa María
de los Ángeles y San Fernando, son de inapreciable valor para conocer la
situación que prevalecía en la Antigua California poco tiempo antes de
que salieran de ella los franciscanos, dejando el cam po a los dominicos.
No siendo posible hacer aquí un análisis de todos estos informes, entre­
sacaré únicamente algunos datos de particular interés.
De la misión de San José del Cabo se dice que en 1771 quedaban sólo
50 personas entre chicos y grandes y que había pasado ya al cuidado de
un clérigo secular. Información parecida se da respecto de Santiago. Se
dice de ella que en la segunda mitad de 1769 “entró la enfermedad dicha
(el gálico), y que acabó con todos los que habían ido de Todos Santos, y

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

220 LA CALIFORNIA MEXICANA

cóm o también murieron mucha parte de los naturales de Santiago, por


cuya causa hoy día se com pone de 7 0 hombres, entre chicos y grandes”.
De la misión de Todos Santos, a la que se habían trasladado los
guaycuras de San Luis Gonzaga y Dolores, los informes son también bas­
tante sombríos. Los indígenas, se iban por los montes. Debido a esto, y a
la epidemia que se presentó allí, de los más de 70 0 indios trasladados,
sólo quedaban en 1771 cerca de 170. Pasando a la misión de San Javier,
después de ponderar que tenía una iglesia de buena fábrica (la que edifi­
có el padre Miguel del Barco), se describe la decadencia económ ica en
que se encontraba, por “la escasez de pasto, que todo lo quemó la langos­
ta y, por la dicha falta, se ha muerto mucha caballada”. Como información
de carácter demográfico, asienta el propio Palou que, desde que se hizo
cargo de ella en abril de 1768, hasta fines de noviembre de 1771, “se han
bautizado 83 párvulos y han muerto entre chicos y grandes 115.”
Respecto de Loreto se dice que, “en la visita que hizo el señor visitador
halló la misión tan despoblada de indios que sólo se contaron 19 familias
de casados”. No obstante que se trajo un cierto número de indígenas de
San Javier y de otras misiones del norte, al final hubo de interrumpirse el
proyecto de aumentar la población por la carencia de recursos. Al tiempo
en que se redactaba el informe la misión tenía 4 0 familias y 160 personas.
Lo expresado acerca de San José de Comondú, La Purísima, Guadalupe,
Santa Rosalía y San Ignacio, refleja también gran penuria económ ica e
impresionante disminución demográfica.
A continuación me limito a resumir los informes tocantes a las tres
misiones septentrionales, situadas en el actual norte de la Baja California.
La de Santa Gertrudis tenía una población indígena relativamente mayor.
Su misionero había bautizado en cerca de tres años a 2 5 4 párvulos y había
casado a 102. La misión tenía en conjunto 35 7 familias de casados, 41
viudos y viudas, 4 33 muchachos y muchachas, en conjunto 1 138 perso­
nas. Aspecto negativo era que, de todas esas familias, sólo cuarenta po­
dían vivir en la misión, “porque es poca la tierra y corta el agua de riego”.
Sobre la orden de Gálvez de trasladar a otros indígenas de esta misión a la
de San José del Cabo, nota que "se resistieron y dieron a entender los
neófitos que se irían con los gentiles”. Del pueblo añade que, además de
su iglesia de adobe, hay “sus casitas para los indios, también de adobes,
que está curioso; tiene sus parrales y árboles frutales de higueras y
duraznos [...]”
A propósito de la misión de San Borja se dice que el franciscano que
la tenía a su cargo durante los tres años pasados, ha bautizado 401 párvu­
los y ha casado a 273 parejas. En la cabecera de la misión vivían 44 fami­
lias de casados y tres viudos, en total 184 personas. Por otro lado hay
cinco rancherías. Sumados los habitantes de éstas y los de la cabecera,

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EL PERIODO DE LOS FRANCISCANOS 1 7 6 8 - 1 7 7 1 221

son 1 4 7 9 almas las que pertenecen a esta misión, ésta cuenta con algu­
nos recursos agrícolas y ganaderos. Dispone también de una lancha en la
cercana bahía de los Ángeles.
En lo que toca finalmente a la misión de Santa María de los Ángeles
señala que el sitio en que se halla es “tristísimo y muy funestoj...], está
falto de pastos; se han sembrado algunos árboles y se han secado; se han
registrado todos los contornos y no se ha hallado sitio alguno ni para
siembras ni para ganado”. En resumen, el franciscano que tenía este lugar
a su cargo ha informado que no es adecuado para misión. En ello con-
cuerdan quienes han pasado por allí.
A m odo de conclusión asienta el padre Palou que en las misiones
existentes quedan únicamente 5 0 9 4 indios, contando hasta los de pe­
cho. Al decir del mismo, “según los padrones que se formaron (cuando
recibimos la California) ascendieron los nativos a 7 149”. El parecer es en
extrem o pesimista: “Se halla pues que se ha minorado el número en 2 055
p or las enfermedades que ha habido los tres años y cuatro meses, y si
prosigue así, en breve se acabará la California antigua”.

Significación de la Baja California en la expansión misional


QUE SE INICIÓ EN LAALTA

Acompañando al informe que hemos citado formuló Palou otras consi­


deraciones, una de las cuales pone de manifiesto que para él la empresa
de las Californias (Baja y Alta) constituía fundamentalmente una unidad.
De tanta importancia le parece la entrega de los franciscanos a esta tarea
que habla de la necesidad de 54 misioneros. Y com o piensa que difícil­
mente podrán venir del Colegio de San Fem ando, insinúa la posibilidad
de que procedan de alguna otra provincia franciscana o incluso de otra
orden religiosa. Por su importancia y significación, en lo que concierne a
las relaciones entre la Alta y la Baja California, transcribo en seguida este
elocuente párrafo:

En cuanto al cuidado en lo espiritual y temporal han procurado los padres


misioneros adelantarlas en cuanto ha sido posible, aunque los temporales y
la plaga de la langosta han servido de atrasos pero los padres han procurado
continuar en la educación y doctrina que tenían los padres jesuítas, como
también en mantenerlos y vestirlos según la posibilidad de cada misión,
aunque no falta quien diga que jamás ha comido ni vestido como en este
tiempo, aunque no podemos dar razón del tiempo pasado; lo que sí puedo
decir es que los indios están contentos.
Atendiendo a la empresa que tenemos entre manos, no puedo menos
que hacerle presente los muchos misioneros que serán menester que son
veinte y seis para los trece pueblos dichos: dos para la nueva misión de

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

222 LA CALIFORNIA MEXICANA

Velicatá; diez para las cinco misiones que se han de poner en el país inter­
medio entre Velicatá y San Diego y diez y seis para las ocho de San Diego
hasta el puerto de Nuestro Padre San Francisco, que todos hacen el número
de cincuenta y cuatro misioneros; y que será forzoso haya algunos supernu­
merarios por los accidentes de muerte o enfermedad, y que el recurso del
colegio está lejos, y viendo tanto número de religiosos, considero que es
mucha carga para un solo colegio, por lo que convendría hacer la diligencia
de ver si podían venir misioneros o de alguna provincia de nuestra religión
o de otras religiones para que recibiesen aquellas misiones que están más
apartadas de la frontera de la gentilidad[...]
Espero que vuestra reverencia lo acabará y, para más facilitarlo, puede
hacer presente, a más de los muchos misioneros que son menester, la mu­
cha mies que ese colegio tiene abierta en la gentilidad de Monterrey, el que
desde San Borja hasta el cabo de San Lucas no hay pueblo en que se pueda
propagar la fe, que es lo de nuestro instituto, sino conservarla en ellos. Y
que no están ni estarán jamás para poderlos entregar al ordinario (a los
clérigos seculares), porque la tierra tan infeliz no ayuda a sus naturales para
que puedan mantener cura. Y así, por lo dicho, me parece conveniente el
hacer lo posible para salir de estas antiguas misiones, y en caso de que no se
admita la renuncia, a lo menos que conste en lo venidero que ya nosotros
de antemano representamos que no serían capaces de pasar al ordinario, y
no dirán se han perdido por los misioneros de este apostólico colegio.5

Lo insinuado por Palou, es decir la posibilidad de que otra orden


religiosa participara en la empresa estaba de hecho en vías de convertirse
en realidad. Desde poco tiempo después de la salida de los jesuítas, un
dominico, el padre Juan Pedro de Iriarte y Laurnaga, procurador en Ma­
drid de la provincia dominicana de México, había solicitado ante el mo­
narca se permitiera a su orden laborar en California. La petición fue recibida
favorablemente. Poco menos de un año después de que se reunieron los
materiales para el informe de Palou, el 14 de octubre de 1772 una avanza­
da de dominicos llegaba al puerto de Loreto.
Palou, que tras hacer las consideraciones que se acaban de citar, in­
cluye información especial sobre la misión de San Fernando Velicatá, la
fundada por fray Junípero, reitera las esperanzas que en ella habían pues­
to los franciscanos. Muestra luego cóm o, en función de la misma, se ini­
ció el acercam iento a la de San Diego en la Nueva California. A m odo de
corolario subraya las necesidades que se tienen en materia de protección
y de apoyo económ ico para mantener unidos y funcionando todos los
centros, desde cabo San Lucas hasta San Diego, y “desde dicho puerto
hasta el de nuestro padre San Francisco”, es decir hasta la bahía de tal
nombre a la que pocos años después habría de llegar el padre Serra.

5Francisco Palou, Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venerablefray


Junípero Serra, México, Editorial Porrúa, 1970.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
EL PERJODO DE LOS FRANCISCANOS 1 7 6 8 - 1 7 7 1 223

La presencia franciscana en la Baja California fue antecedente sin el


cual la penetración a la Alta o no hubiera sido posible o se hubiera pos­
puesto com o más incierta y dificultosa. La experiencia de los franciscanos
en la ruda geografía peninsular fue la mejor capacitación para pasar luego
a trabajar entre indígenas que en lo general vivían en un ámbito mucho
más favorable. Y a la experiencia franciscana obtenida en la península
debe sumarse el conjunto de recursos que de las pobres misiones allí
existentes pudieron reunirse para iniciar la magna empresa a partir del
puerto de San Diego. Los primeros utensilios de labranza, las primeras
bestias, los ornam entos y otros objetos para el culto religioso que llega­
ron a la California septentrional, fueron entrega que recibió ésta de los
establecimientos del sur. Así, en función de la empresa franciscana, la
península se hizo acreedora al título que le dio el norteamericano Arthur
W North de “Madre de California”.
Desde otro punto de vista, la exploración del noroeste de la Baja Ca­
lifornia, en la que participaron entre otros Serra y Crespí, hizo al fin posi­
ble que, más allá de San Fernando Velicatá, se estableciera el cordón de
misiones dominicas, desde la del Rosario hasta la de El Descanso, cercana
a la actual línea divisoria con los Estados Unidos. En escasos cinco años
de presencia los franciscanos tomaron honda conciencia de los proble­
mas bajacalifornianos. Gálvez formuló entonces ambiciosos proyectos para
su futuro desarrollo. Y al em prender Serra la expedición al norte, abierto
el camino para el establecimiento de las misiones dominicas y el cordón
de sus fundaciones, iba a lograrse el máximo ensanchamiento de la Nue­
va España. Así, a lo largo de más de tres mil kilómetros, desde cabo San
Lucas a la bahía de San Francisco, quedó la impronta imborrable de la
cultura hispánica en su versión mexicana.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
INSTITUTO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

XIV

LA LABOR DE LOS DOMINICOS 1 7 7 1 -1 8 4 0 *

Desde poco después de la expulsión de los jesuítas, habían manifestado


los dominicos su interés por hacerse cargo de las misiones en la penínsu­
la. Fray Juan Pedro de Iriarte, procurador en Madrid de la orden domini­
cana de México, había hecho una solicitud en tal sentido. Poco después,
por real decreto del 4 de noviembre de 1768, se atendía dicha petición,
ordenando que dominicos y franciscanos se repartieran las misiones de la
California. Tal disposición no tuvo cumplimiento inmediato debido a que
el virrey marqués de Croix consideró que la división de las misiones entre
dos diferentes órdenes religiosas podría traer varios problemas. Para sus­
tanciar mejor su punto de vista el virrey consultó el parecer del visitador
José de Gálvez. Este coincidió con lo que había pensado el virrey. En con­
secuencia el Marqués de Croix se decidió a manifestar al monarca que,
por el m om ento, resultaba más conveniente que fueran los franciscanos
quienes de manera exclusiva se ocuparan de esas misiones.
La tenacidad del procurador dominico en Madrid, es decir del padre
Iriarte, obtendría que, no obstante lo expuesto por el virrey de la Nueva
España, el monarca concediera al fin, sin más discusiones, lo que se le
había solicitado. Un nuevo decreto real de 8 de abril de 1770 mandaba
que los d o m in ico s se h icieran carg o de algunas de las m isiones
califomianas, ya que parecía excesivo que una sola orden tuviera a su
cuidado territorio tan vasto y poblado por tantos gentiles com o era el de
las Californias. Así las cosas, el padre Iriarte reunió voluntarios de su or­
den y se embarcó, acom pañado de ellos, con rumbo a la Nueva España.
Llegado en agosto de 1771, hizo del conocimiento del virrey el propósito
de su venida y el real decreto que lo amparaba.
El virrey, que a la sazón era don Antonio María de Bucareli, solicitó
entonces de dominicos y franciscanos que se pusieran ellos mismos de
acuerdo para hacer una justa distribución de misiones entre los miem­
bros de sus respectivas órdenes. Tras deliberar sobre esta materia el pro­
pio padre Iriarte y el franciscano Rafael Verger, suscribieron, el 7 de abril
de 1772, un concordato de distribución de misiones en las Californias.

* Publicado en: David Pinera Ramírez (coord.), op. cit., pp. 126-141.
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

226 LACALIFORNIA MEXICANA

En virtud del mismo los dominicos debían hacerse cargo de todas las an­
tiguas misiones de la Baja California, incluyendo la de San Fernando
Velicatá. Se estipuló además que correspondía también a ellos fundar otras
misiones en el territorio comprendido entre la de San Fernando y la de
San Diego en la Alta California. La última misión dominica debía estable­
cerse en las cercanías del arroyo de San Juan Bautista y su jurisdicción se
extendería en un área de cinco leguas más hacia el norte. En dicho punto
debía situarse el límite o frontera con respecto a la misión de San Diego,
a cargo de los franciscanos. De hecho, algún tiempo después, fray Francis­
co Palou habría de dem arcar allí los límites entre ambas Californias (la
Alta y la Baja), colocando una cruz sobre una gran piedra que se conoció
com o “la m ojonera de Palou”. Según G. W. Hendry y Peveril Meigs, dicha
m ojonera se halla “a cincuenta kilómetros al sur del cerro Médano, y deja­
ba el atractivo valle de los Médanos del lado franciscano de la línea”.1
Otro punto, objeto también del concordato, fue que los dominicos
debían atender la región m ontañosa al oriente y los territorios com pren­
didos hasta la desembocadura del Río Colorado. Por su parte los francis­
canos tendrían a su cargo toda la extensión al norte de “la m ojonera de
Palou”, es decir toda la Alta o Nueva California, en la que debían fundar
tantos establecimientos misionales cuantos fueran necesarios.
En virtud de este convenio salieron de la península los franciscanos
que, com o ya hemos visto, gracias al em peño de Gálvez y de Serra, habían
comenzado de hecho sus tareas de evangelización en la Alta. Por su parte,
la llegada de los dominicos a la península no se vio libre de calamidades.
Embarcados en dos navios, uno de ellos zozobró, precisamente aquel en
que viajaban el padre Iriarte y dos com pañeros suyos. Infortunio, o si se
quiere designio de la Providencia, fue que el antiguo procurador fray Juan
Pedro de Iriarte no pudiera contem plar la tierra de las Californias que tan
gran celo había despertado en él. Quienes venían en el otro navio desem­
barcaron en Loreto el 12 de mayo de 1773. A partir de ese m omento fray
Vicente Mora, en lugar de Iriarte, comenzó a actuar com o presidente de
las misiones dominicas.
En la California se abrió entonces a los dominicos una doble suerte
de experiencias. Por una parte había que hacerse cargo de lo que queda­
ba, en extrem a decadenciay con pocos catecúmenos, de las antiguas misio­
nes fundadas por los jesuítas. Por otra, se presentaba la necesidad de
organizar otros centros de evangelización en el norte peninsular, más allá
de San Fernando Velicatá, la única misión establecida por los franciscanos.
Quienes iban a trabajar en el sur y centro de la península inevitablemente

1Peveril Meigs III, La frontera misional dominica en Baja California, Colección Baja
California: Nuestra Historia, sep-uabc, 1995, vol. 7, p. 202.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA LABOR DE LOS DOMINICOS 1 7 7 1 - 1 8 4 0 227

tendrían que luchar contra el pesimismo al ver cuán difícil era lograr allí
algo de provecho. En cambio, a los que marchaban hacia el norte, a tierra
aunque no del todo incógnita tam poco muy explorada, se les ofrecía el
aliciente de crear algo nuevo, con grupos indígenas mucho más numero­
sos, en un ámbito geográfico relativamente más favorable. Su labor era la
de llenar un vacío: el que existía entre San Fem ando Velicatá y la misión
de San Diego.
Los dominicos que marcharon al norte implantarían la cultura espa­
ñola, sobre todo a lo largo de las costas del Pacífico, en un territorio que,
con el paso del tiempo, iba a ser de gran importancia en el desarrollo de
la California que continuó siendo mexicana. En cierto sentido el trabajo
de los dominicos en ese ámbito septentrional de la península puede com ­
pararse con el de los franciscanos en la Alta California. Así com o se ha
difundido tan ampliamente la labor de los seguidores de fray Junípero
Serra, la obra de los dominicos, también pioneros, m erece ser m ejor co­
nocida y valorada.

Los DOMINICOS DAN PRINCIPIO A SU TRABAJO EN IA PENÍNSUIA

La llegada de los dominicos coincidió con el m omento más álgido de los


enfrentamientos — de los que ya se habló al atender al periodo francisca­
no en Baja California— , entre fray Francisco Palou, presidente de las mi­
siones y el gobernador Felipe Barrí. Así de manera imprevista y hasta cierto
punto inevitable, los recién venidos dominicos se vieron también envuel­
tos en tales disputas. De hecho fray Vicente Mora, que fungía ya com o
presidente de los dominicos, fue acusado de tom ar el partido del gober­
nador en contra de los franciscanos. Pronto, sin embargo, Barrí entraría
también en dificultades con Mora y sus hermanos de hábito.
No obstante lo anterior, el padre Mora inició su visita de varias de las
misiones ya existentes, a las cuales fue asignando el dominico que debía
hacerse cargo de cada una. Enseguida se dirigió él mismo a San Femando
Velicatá para dar cumplimiento al que podía considerarse como más im­
portante punto de su encargo: la exploración del norte con miras a esta­
blecer nuevas misiones. Quien, desprovisto del auxilio que pudo haberle
proporcionado el gobernador Barrí, llevó a cabo tales recorridos, debió
sentir algún consuelo al enterarse de que dicho Barrí recibió pronto or­
den de dejar el mando y salir de la península.
Como sustituto llegó, a principios de marzo de 1775, Felipe de Neve.
Venía este militar investido del rango de gobernador de ambas Califor­
nias. Al parecer, desde poco tiempo antes de que fuera nombrado para
este puesto, se había interesado en conocer la situación que prevalecía en

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

228 LA CALIFORNIA MEXICANA

esos territorios tan lejanos, del noroeste de la Nueva España. Prueba de


ello es un informe que, con fecha 12 de septiembre de 1774, había som e­
tido Neve a la consideración del virrey Bucareli.2
Tal vez el punto de mayor importancia que puede desprenderse del
análisis de lo expuesto por Neve es su actitud liberal con respecto al modo
com o debían ser tratados los indígenas californios. A su juicio, ni los fran­
ciscanos ni los dominicos habían acatado lo dispuesto por el visitador
Gálvez en el sentido de que se formara en cada misión un pueblo con sus
tierras para la agricultura, en las que los indígenas, debidamente adies­
trados, trabajaran para su propio provecho y no ya sometidos al yugo de
las órdenes que les daban de continuo los misioneros. Éstos debían en­
tender que su acción tenía que limitarse “a la enseñanza, doctrina y go­
bierno espiritual de sus respectivos indios [...]” En consecuencia, no debían
estorbar el trabajo de los naturales en sus propias parcelas ni el estableci­
miento de colonos venidos de fuera que vivieran en los nuevos pueblos o
se establecieran en otros sitios para sacar allí provecho de los recursos
existentes. Debía, por tanto, removerse toda oposición a que los indios
que lo desearan, pudieran laborar en las salinas o en cualquier otro tipo
de actividad. Tan sólo, “por este medio se logrará así el fomento y pobla­
ción de la península, com o sus cosechas, aumentadas las siembras (que)
no sólo sufraguen a mantener a los habitantes de la antigua California
sino los nuevos establecimientos hasta M onterreyj...]”.
Al llegar Neve al presidio de Loreto, con instrucciones de Bucareli de
poner en práctica no poco de lo que el propio gobernador le había expre­
sado en su informe, se percató pronto de que no iba a resultarle fácil
cumplir sus propósitos. De un lado estaba la penuria extrem a de lo que
aún subsistía en las antiguas misiones y, de otro, la natural resistencia de
los dominicos a obedecer disposiciones que venían a alterar sus formas
tradicionales de tratar con los indios y de disponer lo que creían más
adecuado para sus respectivos centros de evangelización. Consecuencia
de esto fue que la acción de Neve hubo de limitarse grandemente, no sin
antes verse envuelto en disputas parecidas a las que su predecesor Barri
había tenido con los misioneros.
Nada mejor para com prender la actitud de éstos, que com enzaron ya
entonces a extender su acción por los territorios septentrionales, que ci­
tar lo expresado p or fray Luis de Sales acerca de lo que a su juicio era allí
el papel de los dominicos:

Cada una de las misiones debe contemplar vuestra merced como una pe­
queña, pero ordenada república. El misionero es el padre, la madre, el

1La transcripción completa de este informe la incluye Pablo L. Martínez, en suHistoria


de Baja California, México, Libros Mexicanos, 1956, pp. 284-288.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
ase IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA LABOR DE LOS DOMINICOS 1 7 7 1 - 1 8 4 0 229

criado, el juez, el abogado, el médico y cuantas castas de artesanos hay en el


pueblo. Nada se emprende, nada se determina, que no sea según la direc­
ción del misionero. Si se considera el principal objeto del religioso, a saber,
enseñar, confesar, predicar y administrar los sacramentos, no puede menos
que estar en un continuo movimiento atendida la condición de los indios.
Luego que amanece los congrega en la iglesia para rezar la doctrina, les dice
su misa, y reza con ellos el santo rosario. Entre día es necesaria una conti­
nua vigilancia para que no se junten hombres con mujeres, y que éstas en
medio de sus labores estén siempre empleadas en rezar o cantar cantos de
la iglesia. Nadie sale a parte alguna, aun a beber agua, que no sea con el
permiso del misionero.3

Al mismo Luis de Sales se debe la relación, bastante concisa, de cómo


se inició la expansión de las misiones hacia el norte. Ello tuvo lugar a
partir de 1774. Desde fines del año anterior el padre Mora, yendo más
allá de Velicatá, había reconocido un lugar cuyo nombre en lengua indí­
gena era el de Viñadaco. Era ese un sitio en el que crecían numerosos
sauces y había también bastante agua. Obviamente interesaba al padre
Mora estar seguro de que dicho lugar contaba con los recursos requeri­
dos para hacer posible la agricultura. En el D iario que conserva sus re­
cuerdos de esta visita de inspección, describe con detalle el procedimiento
que siguió para alcanzar la certeza de que en Viñadaco podía establecerse
la primera misión dominica.
Veamos lo que expresa fray Luis de Sales acerca de la fundación de
dicha misión que llevó el nombre de Nuestra Señora del Rosario. Ello
ocurrió en la segunda mitad de 1774:

[...]se encontró un sitio de mucha gentilidad (con muchos nativos) llamado


Viñataco (Viñadaco), que proporcionó la fundación de un pueblo con el
título de Nuestra Señora del Rosario, y ha salido tan boyante que en el día es
uno de los pueblos más ricos, suministrando muchas semillas para mante­
ner a los indios vecinos. El modo de conquistar es el siguiente:
Noticioso el misionero de haber algún sitio con agua, leña, piedra, y
otras proporciones para fundar, da parte al señor Virrey. Habido el conoci­
miento de su excelencia, avisa a todos los misioneros para que den limos­
nas y ayuden para la fundación del pueblo: unos envían carneros, otros
vacas, muías, caballos y familias reducidas (es decir, indios ya catequizados)
para empezar la obra. Luego toma alguna escolta de soldados, pues sin ellos,
aunque perjudiciales, sería imprudencia del misionero el exponerse. Con
todo este tren sale para el paraje señalado, empieza a sembrar, a hacer corra­
les y alguna estacada de palos para defenderse. Y concluido esto, sale por
barrancos, cuevas y montes a buscar gentiles. Y este es el lance de los más
apretados, pues suelen emboscarse los indios para acometer a la tropa y
misionero, y lastimarlos, como a mí me sucedió[...]

1 Luis de Sales, O.P., Noticias de la Provincia de la California 1794, 2 vols., Madrid,


Ediciones José Porrúa Turanzas, Colección Chimalistac, 1960, pp. 146-147.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

2 30 LA CALIFORNIA MEXICANA

Si el misionero no entiende el idioma, les habla por un intérprete y les


asegura que ha llegado a aquel paraje para hacerles felices en el alma y en el
cuerpo. Unos reciben con alegría la propuesta, otros aunque adviertan las
buenas proporciones que pueden disfrutar para el cuerpo y para el alma,
después de cansado el misionero en hablarles, responden: quién sabe, pa-
dre[...]4

De acuerdo con las fuentes consultadas por el investigador Peveril


Meigs, de m odo particular los libros de bautismos y entierros, consta que
en poco tiempo pudieron bautizarse 419 personas. Otro dato de interés
es el de que, a fines de 1776, la población del Rosario Viñadaco llegaba a
557 individuos. La declinación demográfica sobrevino, sin embargo, al
poco tiempo. En 1777 hubo 84 defunciones, número dos veces y medio
más elevado que el de los bautismos en ese mismo lapso. El siguiente
1778, fue un año todavía más funesto. En él fallecieron 365 indígenas. Los
datos que da el propio fray Luis de Sales en su cuadro estadístico al final
de su obra, revelan que la misión del Rosario tenía hacia 1787 una pobla­
ción que apenas excedía a los 3 0 0 habitantes. Epidemias de viruela y el
mal gálico se aducen com o causas principales de tal disminución.
Conviene notar que, no obstante las ponderaciones en el sentido de
que el sitio escogido originalmente para esta misión era en extrem o
bonancible, varios años más tarde fue necesario m udar dicho estableci­
miento. Ello ocurrió en 1802, debido sobre todo a que las fuentes de
abastecimiento de agua en el Viñadaco original, se habían tornado cada
vez más escasas. Este traslado de la misión de un lugar a otro habría de re­
petirse en el caso de la mayoría de los otros nuevos establecimientos de
los dominicos en la porción norte de Baja California.
Cerca de 23 leguas al noroeste, o com o lo hizo constar Neve en una
comunicación al virrey, aproximadamente a día y medio de camino a lomo
de muía de la misión del Rosario, se localizó otro sitio que pareció reunir
los requerimientos para una segunda fundación. El lugar, según lo señala
Peveril Meigs, estaba situado en la boca del cañón de Santo Domingo al
pie de la que se conoce com o “Peña Colorada”. El 30 de agosto de 1775,
iniciaron allí su trabajo los padres Manuel García y Miguel Hidalgo. Tam­
bién esta misión hubo de cambiar de sitio. Aunque en las fuentes al alcan­
ce no hay unanimidad de pareceres, puede tenerse com o verosímil que el
traslado ocurrió antes de 1798. El nuevo centro quedó aproximadamente
a cuatro kilómetros arriba, en el mismo cañón de Santo Domingo en don­
de, según lo describe Meigs, dos cañones que allí convergen dan lugar a
una planicie bastante amplia. Los trabajos de evangelización en Santo

4 Ibid., pp. 149-150.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA LABOR DE LOS DOMINICOS 1 7 7 1 - 1 8 4 0 231

Domingo de la Frontera fueron lentos. Ello se desprende del examen de


los correspondientes libros de misión. También allí las epidemias habrían
de diezmar la población. De acuerdo con el cuadro estadístico de Sales,
en 1787 sobrevivían 271 personas.

C a m b io s j u r i s d i c c i o n a l e s e n l a a d m in is t r a c i ó n

POLÍTICA DE LAS CALIFORNIAS

En 1776, o sea un año después de fundada la segunda misión dominica


en la frontera norte de Baja California, se dispuso trasladar la capital de
las Californias, que hasta entonces había continuado en la misión y presi­
dio de Loreto, al puerto de Monterrey. Esta medida había de acrecentar
aún más la decadencia de los establecimientos en el centro y sur de la
península. Cuando el gobernador Neve se marchó a su nueva sede, fue
designado com o lugarteniente suyo en Loreto el capitán Fernando de
Rivera y Moneada. Otra medida, de alcances mucho más amplios, fue la
que dio origen a la organización de las que se conocieron com o Provin­
cias Internas. Éstas, que abarcaban la Nueva Vizcaya, Coahuila o Nueva
Extremadura, Texas, Sinaloa, Sonora, incluyendo ésta a las Pimerías, Nue­
vo México y las Californias, venían a quedar bajo la jurisdicción de una
comandancia general establecida primeramente en la población de Arizpe,
en Sonora. La organización de las Provincias Internas determ inó que
m uchos de los asuntos referentes a los territorios de las Californias co ­
menzaran a tramitarse a través de la Comandancia General de las dichas
provincias en Arizpe.
Tal forma de organización de las Provincias Internas sólo funcionó un
par de años. Más operante pareció entonces volver a sujetar todos los
territorios y provincias septentrionales a la autoridad del virrey. Se con­
servó, sin embargo, la denominación de Provincias Internas, aunque dis­
tribuidas en dos com andancias, la que correspondía a las Provincias
Internas de Oriente (Coahuila, Texas, Nuevo León, Nuevo Santander y los
distritos de Parras y Saltillo), y la de las Provincias Internas de Occidente
(Nueva Vizcaya, Nuevo México, Sinaloa, Sonora incluyendo las Pimerías, y
las Californias Alta y Baja). De esta suerte, en lo tocante a asuntos admi­
nistrativos y económ icos, las Californias volvieron a quedar sometidas en
última instancia a la autoridad que residía en la capital del virreinato.
El capitán Fem ando de Rivera y Moneada, lugarteniente en Loreto,
com enzó a tener asimismo diñeultades con el padre Mora, presidente de
las misiones. El problema se suscitó cuando estaba aún vigente la organi­
zación de las Provincias Internas com o entidad independiente del
virreinato. En consecuencia las quejas se hicieron llegar a la comandancia

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
ase IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

232 LA CALIFORNIA MEXICANA

en Arizpe, donde fueron atendidas por Teodoro de Croix que estaba al


frente de la misma. Éste dispuso entonces el retiro de Rivera y Moneada
que se trasladó a Sonora para desempeñar otros encargos. Vinculando el
destino de Rivera y Moneada con las Californias, algún tiempo después
habría de salir en compañía del franciscano fray Francisco Garcés, mar­
chando desde Sonora a la Alta California. Al pasar éstos por las inmedia­
ciones de los ríos Gila y Colorado, fueron víctimas de un ataque de
indígenas yum anos y perdieron allí la vida. Ello ocurrió en julio de 1781.
Tal acontecimiento vino a mostrar, una vez más, lo difícil que era mante­
ner com unicación p or tierra entre el norte de Sonora y la península
californiana.
Poco antes de que tuviera lugar tan desgraciado acontecimiento, al
que siguió una rebelión generalizada de los yumas, los misioneros domi­
nicos habían dado nuevo paso en firme en su avance hacia el septentrión.
Tal expansión no había sido fácil ya que las rancherías indígenas al norte
de la misión de Santo Domingo habían demostrado franca hostilidad a
los misioneros. Éstos no habían podido disponer de las escoltas militares
que habían solicitado. No obstante, los padres Miguel Hidalgo y Joaquín
Valero en 1780 plantaron la cruz en la nueva misión que recibió el nom­
bre de San Vicente Ferrer. El lugar escogido se hallaba a unos 70 kilóme­
tros al noroeste de Santo Domingo.
Hay quienes han considerado que la misión de San Vicente Ferrer fue
una especie de primera capital en lo que hoy es el estado norte de Baja
California. De hecho en ella se levantó un pequeño fuerte con un cierto
número de soldados al mando de un alférez. El padre Luis de Sales, que
algún tiempo después tuvo a su cargo la misión de San Vicente Ferrer,
describe así cuáles fueron las m edidas defensivas que hubieron de
adoptarse:

Fue tomando la misión de San Vicente mucho incremento, y hallándome yo


sólo en dicha misión, logré, para contener a los indios levantados, fabricar
una muralla de tres varas de alto con sus torreones; igualmente hice una
iglesia competente con todo lo necesario. Tuve también la fortuna de apre­
sar dos espías de los indios arriba mencionados, que venían con ánimo de
guiar a los suyos y acabarnos, pero no dejándolos volver a su tierra y
desterrándolos de la provincia, se sosegaron los dem ás[...]5

Aprovechando testimonios com o el citado y otros, entre ellos el li­


bro de registro de defunciones de esta misma misión, así com o diversos
documentos de épocas posteriores, Martín Barrón y Guadalupe Barbosa
han publicado un trabajo que abarca no sólo el periodo misional de San

5Ib id ., p. 154.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA LABOR DE LOS DOMINICOS 1 7 7 1 - 1 8 4 0 233

Plano de la misión de San Vicente Ferrer, fundada en 1780. Tomado de Peveril Meigs III,
La frontera misional dominica..., p. 159.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

234 LA CALIFORNIA MEXICANA

Vicente Ferrer sino la historia de este asentamiento hasta el año de 1980.6


Como lo notan estos autores, el pueblo de San Vicente fue de hecho cabe­
cera del Partido Norte de la Baja California durante una parte de los años
1850 y 1851. Anteriormente, es decir desde el m omento en que la penín­
sula se dividió en dos partidos por decreto del 19 de mayo de 1849, la
primera cabecera se situó en el establecimiento de la antigua misión de
Nuestra Señora del Rosario. De allí pasó a San Vicente y, a fines de 1851,
se trasladó más al norte, al pueblo de Santo Tomás.
Debemos al padre Sales otras varias noticias tocantes a la misión de
San Vicente. Entre otras cosas describe la gran epidemia de viruela que la
afligió en 1781. En su tabla estadística asienta que en 1787 había en ese
centro de evangelización 3 1 7 personas.

Nuevo cambio de autoridades y situación de las


MISIONES EN el CENTRO Y SUR DE LAPENÍNSULA

Fray Vicente Mora, que había desplegado gran actividad com o presidente
de las misiones, se retiró de tal cargo, por motivos de salud, hacia media­
dos de 1781. Como superior quedó entonces fray Miguel Hidalgo,
homónimo de quien sería el iniciador de la insurgencia en México. El año
de 1781 fue en extrem o adverso, sobre todo por la epidemia de viruela
que causó muy elevada mortandad. Dato interesante se refiere de fray
Juan Crisòstomo Gómez, que tenía a su cargo la antigua misión jesuítica
de San Ignacio Cadacaamán. En tanto que muchos indígenas trataban de
poner remedio al mal que los afligía cauterizando con fuego las pústulas
de la viruela, fray Juan Crisòstomo acudió al proceso de inoculación, es
decir a una cierta forma de vacuna.
Todo esto, así com o los cambios que hubo también de autoridades
civiles, detuvieron por un tiempo la expansión hacia el norte. En 1783
había llegado a Loreto, com o lugarteniente del gobernador que residía
en Monterrey, el capitán José Joaquín de Arrillaga. En los informes que
éste remitió a México describió lo desesperado de la situación que preva­
lecía en la península. La escasa tropa andaba casi desnuda, dotada de
armas en extrem o ineficaces; los almacenes se encontraban casi vacíos;
las comunicaciones con el macizo continental continuaban siendo muy
difíciles; el núm ero de indígenas era cada día menor. Es probable que la
tom a de conciencia de estas realidades, moviera al capitán Pedro Fagés
que, com o gobernador de ambas Californias residía en Monterrey, a

6 Martín Barrón y Guadalupe Barbosa, San Vicente Ferrer, 1780-1980, Historia de un


pueblo, Ensenada, Litoformas Muñoz, 1980.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN ST IT U T O
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA LABOR DE LOS DOMINICOS 1 7 7 1 - 1 8 4 0 235

Misión de San Ignacio de Cadacamaán, fundada en 1728 por los jesuítas. Fue terminada en
1786 por el padre dominico Juan Crisòstomo Gómez. (Fotografia: Martha Edna Castillo)

enviar al virrey en 1786 un informe en el que subrayó a su vez las desgra­


cias que añigían a las misiones peninsulares. Por su parte el nuevo presi­
dente dominico de tales establecimientos, el padre Hidalgo, no sólo quiso
manifestar por escrito sus puntos de vista, sino que viajó a México para
obtener más amplias formas de apoyo a sus trabajos. Significativo es el
cuadro que presentó en su informe don Pedro Fagés en relación con lo
que ocurría en el centro y sur peninsular. Entre otras cosas asienta que:

Las misiones de San José, Santiago, Todos Santos, San Javier, Loreto,
Comondú, Cadegomó, Guadalupe y Mulegé van a pasos gigantes a su total
extinción. La razón es de tal evidencia que no deja duda. El mal gálico domi­
na a ambos sexos y, en tal grado, que ya las madres no conciben y, si conci­
ben, sale el feto con poca esperanza de vida. Hay misión de las citadas que,
ha más de un año y meses, que en ella no se ha bautizado criatura alguna, y
la que más no llega a cinco bautizados, siendo cosa digna de admirar que
ascienden los muertos en el año pasado de los de edad de 14 años para
abajo a los nacidos. Con todos los adultos, son triples los muertos que los
nacidos [...]'7

7 Para esta edición se consultó: Pedro Fagés, “Informe del estado de las misiones, 20 de
octubre de 1786”, citado por Zephyrin Engelhardt, O.F.M., op. cit., p. 572.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
»
1 IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

236 LACALIFORNIA MEXICANA

Tal vez com o única noticia positiva podría mencionarse el hecho de


que precisamente, hacia 1786, el ya referido fray Juan Crisóstomo Gómez
había logrado com pletar la edificación de la misión de San Ignacio
Cadacaamán que, junto con la de San Javier Biggé, son muestra extraordi­
naria en la arquitectura religiosa de la California mexicana. Puede tam­
bién recordarse, respecto de los edificios de las misiones de Santa Gertrudis
y San Borja, que los misioneros dominicos que las tenían a su cargo con­
tinuaban esforzándose por dar término a su fábrica, sólidas construccio­
nes hechas de piedra. La misión de Santa Gertrudis se debió a los esfuerzos
de fray Gregorio Amurrio y de fray José Espín, quien la concluyó hacia
1786. En lo que toca a la de San Borja, la iglesia data de principios del
siglo xix. Su edificación se debió probablemente a fray Antonio Lázaro y a
fray Juan María Salgado.

Prosigue la expansión dominica hacia el norte

Las tres nuevas misiones norteñas establecidas hasta entonces por los
dominicos — Nuestra Señora del Rosario, Santo Domingo de la Frontera y
San Vicente Ferrer— constituían, a pesar de todas las dificultades, base
bastante firme que permitió de hecho nuevos avances, de acuerdo con los
planes que se tenían concebidos. Implicaban éstos el establecimiento de
centros que mantuvieran abierta la comunicación, por un lado hasta San
Diego en la Alta California y, por otro, hacia el m ar de Cortés, la desembo­
cadura del Río Colorado y el norte de Sonora. Para llevar a cabo esta do-

Misión de San Francisco de Borja, edificación concluida por los dominicos en 1801.
(Fotografía: Carlos Lazcano S.)

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA. LABOR DE LOS DOMINICOS 1 7 7 1 - 1 8 4 0 237

ble empresa que, por supuesto, buscaba de un modo muy especial la evan-
gelización de las distintas rancherías de indígenas que habitaban a lo lar­
go de la planicie co stera y en las sierras, los dom inicos se habían
preocupado desde un principio p o r allegar los recursos económicos más
indispensables. Introdujeron así la cría de ganado y fomentaron la agri­
cultura, construyendo incluso pequeños sistemas de regadío, aprovechan­
do las corrientes que se originan en la sierra. Su empeño se dirigía a
alcanzar, hasta donde fuera posible, la autosuficiencia económ ica de sus
establecimientos. Sus logros iniciales en este aspecto, sobre todo en las
misiones de Nuestra Señora del Rosario y después en San Vicente Ferrer,
habrían de facilitar la ulterior expansión.
Correspondió a fray Luis de Sales establecer una nueva misión, la de
San Miguel Arcángel de la Frontera, en marzo de 1797. El lugar escogido
había sido explorado desde 1769 por el franciscano Juan Crespí. Situado
aproximadamente a 100 kilómetros al noroeste de la misión de San Vi­
cente Ferrer, el paraje se conocía en lengua indígena con el nombre deJa-
Kmalt-jap, vocablo que significa “Ojo caliente”. No obstante que el lugar
parecía adecuado para el desarrollo de la agricultura, pronto se secó la
fuente que debía abastecer de agua a la misión. Gracias al auxilio de un
indígena, al que había curado el padre Sales de la picadura de una ser­
piente de cascabel, pudo encontrarse sitio más adecuado, al que se trasla­
dó en 1788 esta misión. De acuerdo con el cuadro estadístico preparado
por el mismo padre Sales, había entonces en el nuevo establecimiento de
San Miguel Arcángel 137 personas. Respecto de la base económ ica de que
se disponía para su ulterior desarrollo, el mismo Sales informa sobre el
ganado que se tenía: 42 caballos, 22 muías, 160 vacas, 2 burros y 26 0 bo­
rregos. En lo que toca a la agricultura, se habían podido obtener 25 0 fane­
gas de trigo y 3 00 de maíz.
El avance logrado hasta las inmediaciones de San Juan Bautista, don­
de se había erigido la misión de San Miguel Arcángel de la Frontera, había
dejado en realidad un vacío de casi 100 kilómetros de distancia con res­
pecto de la misión de San Vicente Ferrer. Para llenarlo, se consideró nece­
sario establecer otro centro que debía situarse entre una y otra de las
referidas misiones. Correspondió a fray José Loríente fundar la que lleva­
ría el nombre del célebre filósofo y teólogo dominico, Santo Tomás. El
prim er asentamiento se hizo el 24 de abril de 1 7 9 1 , en la parte más baja
del que se conocía com o valle de San Francisco Solano. Como lo nota
Peveril Meigs, “con esta misión, la línea protegida de comunicación entre
la Antigua y la Nueva California, que se había previsto durante más de
veinte años, quedó por fin cumplida de hecho”.8 Irónicamente el sitio

" Peveril Meigs III, Lafrontera misional..., p. 74.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

238 LA CALIFORNIA MEXICANA

escogido hubo de tenerse pronto com o inconveniente, en este caso no


p or carencia de agua, sino p or exceso de la misma. Situada en un princi­
pio la misión cerca de los pantanos que se formaban con aguas estanca­
das del arroyo de Santo Tomás, no pocos indígenas se vieron afectados
por la humedad del ambiente y por los insectos que allí proliferaban. Por
esta causa los nativos iban abandonando la misión. Fue pues necesario
llevar a cabo el traslado. En junio de 1794 se pasó a un lugar que se cono­
cía en lengua indígena con el nombre de Copaitl coajocuc, voces cuyo
probable significado es el de “el aliso torcido”.
Aunque el clima templado del lugar y los recursos al alcance propicia­
ron el desarrollo agrícola y ganadero en la misión de Santo Tomás, ésta
nunca llegó a dar albergue a una población indígena que pueda describir­
se com o numerosa. Un informe del año 1800, consigna la presencia de
262 personas. Es de interés notar que, en el caso de Santo Tomás, no sólo
se contó con el apoyo de la agricultura y de la cría de ganado. Los recursos
del mar se ofrecieron asimismo com o de cierta importancia, sobre todo la
pesca de mariscos y la cacería de nutrias. Esta última habría de adquirir
años más tarde considerable importancia. Cuando las misiones dominicas
entraron en franca decadencia y se vieron desprovistas de recursos que
pudieran llegarles del exterior, se inició, a lo largo de las costas septentrio­
nales de la Baja California, una cierta manera de comercio con las pieles
de las nutrias, llevado a cabo de modo más o menos clandestino, que per­
mitió la supervivencia de quienes aún vivían en sitios como Santo Tomás.
Consolidada la ruta de comunicación desde Nuestra Señora del Rosa­
rio hasta San Miguel Arcángel de la Frontera, y establecidos los centros
intermedios de Santo Domingo, San Vicente Ferrer y Santo Tomás, se pensó
que era ya tiempo de iniciar la penetración por el rumbo de la sierra. Al
gobernador José Joaquín de Arrillaga se debieron varias importantes ex­
ploraciones en la sierra de San Pedro Mártir. Sus recorridos, llevados a
cabo en 1793, permitieron localizar un sitio para fundar la misión de San
Pedro Mártir de Verona. El establecimiento se inició el 27 de abril de 1794
y quedó a cargo del padre fray José Loríente. Como en otros casos, tam­
bién en éste muy pronto hubo de trasladarse la misión a lugar más conve­
niente. El cambio se debió a la inclemencia del paraje escogido que resultó
extremadamente frío. El nuevo sitio se conocía con el nombre indígena
de A jantequedo. Allí, aunque los cultivos fueron bastante limitados, pudo
acrecentarse la cría de ganado. En cambio, en lo que toca al número de
los catecúm enos, éste fue siempre bastante reducido. Hacia 1 8 0 1 , la po­
blación era allí únicamente de 9 4 personas. En realidad m uchos de los
miembros de las rancherías cercanas se rehusaron a entrar en contacto
con la misión o, en caso de hacerlo, volvieron tan pronto com o les fue
posible a sus antiguas formas de vida.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA LABOR DE LOS DOMINICOS 1 7 7 1 - 1 8 4 0 239

El establecimiento de una misión en la sierra, por precario que fuera,


animó al gobernador Arrillaga, al igual que a los dominicos, a pensar en
una fundación más cercana ya a la meta deseada, es decir a la región de la
desembocadura del Colorado. El sargento José Manuel Ruiz, que años
después obtendría en concesión tierras en la bahía de Ensenada, realizó
una exploración que permitió finalmente localizar un sitio que se tuvo
com o adecuado para fundar en él la misión de Santa Catalina Virgen y
Mártir. El mismo padre fray José Loriente levantó allí la cruz el 12 de no­
viembre de 1797. El lugar, situado aproximadamente a 62 kilómetros al
oeste de la misión de Santo Tomás se conocía en lengua indígena con el
nombre de Jactobjol. La misión llegó a extender con cierta amplitud su
esfera de influencia entre las rancherías cercanas. No obstante que estuvo
expuesta a num erosos ataques de grupos yumanos, entre ellos de algu­
nos de lengua kiliwa, llegó a contar con una población bastante impor­
tante. Hacia 1801 había en ella 223 indígenas. En cambio, se dice que en
1824 la frecuentaban cerca de 6 00 nativos.

Las últimas fundaciones dominicas en la penínsuia

A fines del siglo XVIII y luego en las primeras décadas del xix, pudieron los
dominicos erigir todavía otros tres centros de evangelización. Uno de ellos
es el que se conoce com o de San Telmo, cerca de 25 kilómetros al noroes­
te de la misión de Santo Domingo. En realidad fue este sitio una “visita”
de Santo Domingo. Reconocido hacia 1798, dos años después se levantó
allí una pequeña capilla. La visita de San Telmo alcanzó cierta importan­
cia gracias a que el lugar fue favorable para la agricultura, apoyada ésta en
bien planificadas obras de irrigación. La visita de San Telmo llegó a abar­
car dos sitios, aunque cercanos, distintos, los que se conocen com o San
Telmo de Arriba y San Telmo de Abajo. En lo que toca a la actividad misio­
nera y a la población indígena, la visita se consideró siempre com o exten­
sión de la misión de Santo Domingo de la Frontera.
Otra fundación fue la que se conoce com o la misión de El Descanso o
también con el nombre de San Miguel la Nueva. Localizada a trece kiló­
m etros al norte de la antigua misión de San Miguel Arcángel de la Fronte­
ra, tuvo su origen en la necesidad de cambiar la ubicación de ésta última
debido a las inundaciones causadas por el arroyo de San Miguel. La mi­
sión de El Descanso quedó establecida en 1817 por fray Tomás de Ahuma­
da. Constituyó de hecho esta misión el avance más septentrional de la
labor de los dominicos. En realidad estuvo situada en territorio que, de
acuerdo con la demarcación establecida con los franciscanos, pertenecía
a estos últimos, es decir que se hallaba más al norte de “la m ojonera de

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

240 LA CALIFORNIA MEXICANA

Palou”. A los indígenas que se trasladaron, se sumaron otros de las


rancherías vecinas. De acuerdo con los datos estadísticos proporcionados
por Ulises Urbano Lassépas en su importante trabajo,9 hacia 1834 había
allí 254 indígenas. Los recursos de que disponía la misión eran considera­
bles: 3 500 cabezas de ganado mayor, 1 500 de ganado menor, 50 caba­
llos, 10 muías y 32 suertes de tierra cultivada que producían cosechas de
2 4 0 fanegas de trigo, 7 de maíz y 315 de cebada.
La última de las misiones establecidas en el vasto territorio de las
Californias, Alta y Baja, fue la que ostentó el nombre de Nuestra Señora
de Guadalupe del Norte. Se fundó en 1834, es decir un año después del
decreto de secularización de las misiones, expedido en México por el
gobierno de la República en 1833. Como explicación" debe recordarse
que la entrada en vigor de dicho decreto se suspendió en lo concerniente
a las Californias, ya que se consideró que los establecimientos misioneros
constituían núcleos de suma importancia para la colonización de tan apar­
tados territorios. La misión de Nuestra Señora de Guadalupe del Norte se
localizó en un lugar conocido en lengua indígena con el nombre Oja
cuñurr, “Cueva pintada”, aproximadamente a 25 kilómetros al sureste de
San Miguel Arcángel (El Descanso). Su fundador fue el padre fray Félix
Caballero quien actuaba a la sazón com o presidente de las misiones do­
minicas. Este establecimiento, aunque alcanzó cierto desarrollo en lo que
toca a su base económica, no tuvo larga vida. Atrajo a un cierto número de
indígenas de las rancherías cercanas, a los que pudo sustentar con sus
recursos agrícolas y ganaderos. Se dice que Guadalupe llegó a contar con
cerca de 5 0 0 0 cabezas de ganado mayor. También se cultivaron diversos
frutales, olivos y viñedos.
Las frecuentes acometidas de grupos indígenas, que se mantuvieron
siempre resueltos a oponerse a la penetración misionera, obligaron al
fundador de Guadalupe, fray Félix Caballero, a suspender la obra inicia­
da. En febrero de 1840 el jefe indio Jatñil realizó tan violenta acometida
que la misión tuvo que ser abandonada. De esta suerte la última de las
misiones que se establecieron en California, sólo subsistió durante poco
más de cinco años.

E l final de las misiones en B aja California

Hemos visto que en su informe de 1786 el gobernador Pedro Fagés pro­


nosticaba que buena parte de las misiones del centro y sur de la penínsu­
la iban “a pasos gigantes a su total extinsión”. Ya antes en 1768 habían

9 Ulises Urbano Lassépas, op. cit., p. 106.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA LABOR DE LOS DOMINICOS 1 7 7 1 - 1 8 4 0 241

sido suprimidas las de Nuestra Señora de los Dolores y de San Luis


Gonzaga, por órdenes de Gálvez, que concentró sus poblaciones indíge­
nas en otros lugares. Más tarde, pero también en el siglo xvm, vino el
cierre de los establecimientos de Guadalupe (la misión en el actual esta­
do de Baja California Sur), y la de Santiago. Ello ocurrió en ambos casos
en 1795. Todavía antes de la consumación de la independencia de Méxi­
co, los dominicos, tanto p or falta de personal com o por la extrema dismi­
nución de los indígenas, interrum pieron su trabajo en las siguientes
misiones: San Xavier Biggé, (1 8 1 7 ), San Fernando Velicatá (1 8 1 8 ) y San
Borja (1818).
Algún tiempo más tarde, prim ero durante el efímero imperio de
Iturbide y después bajo el gobierno de la República Federal creada en
1824, la cada vez más apremiante situación de la península y sus misiones
fue objeto de atención p or parte de una entidad intitulada Junta de Fo­
m ento de los Territorios de la Alta y Baja California. En lo que concernía
específicamente a la actividad de los misioneros, si bien la Junta recono­
ció los méritos de éstos, externó ya una opinión adversa a la continuación
indefinida de tal tipo de establecimientos. Entre otras cosas, en un infor­
me, que se sometió al presidente de la República el 6 de abril de 1825,
manifestó lo siguiente:

La Junta no ha podido componer (compaginar) los principios de tal siste­


ma (el de las misiones) con los de nuestra independencia y Constitución
Política y con el verdadero espíritu del Evangelio. La religión, según el siste­
ma de las misiones, no podía dar un paso más que con la dominación; no
debía propagarse sino al abrigo de escoltas y presidios; los gentiles debían
renunciar a todos los derechos de su natural independencia para ser
catecúmenos. Desde el momento que se presentaran a pedir bautismo, de­
bían de subordinarse a leyes casi monásticasj...] y los neófitos debían conti­
nuar así, sin esperanza de poseer en su plenitud los derechos civiles de la
sociedad.
La Junta no ha podido persuadirse de que este sistema (el de las misio­
nes) sea el único adecuado para promover entre los gentiles el deseo de la
vida civil y social y los primeros rudimentos de ella, y mucho menos que
tenga proporción y eficacia para llevarlos hasta su perfección[...]
La conversión de la numerosa gentilidad que ocupa el territorio de las
Californias es ciertamente objeto muy digno de la atención de una nación
que ha hecho profesión en su Constitución Política de la Religión Católica
Apostólica Romana; pero esta religión no debe anunciarse ni propagarse en
otra forma que la que prescribió Jesucristo a sus apóstoles y ellos practica­
ron [...] La fuerza militar no debe aplicarse ni directa ni indirectamente a
este objetoj...] Por la mansedumbre, afabilidad, docilidad e índole pacífica
de los californios, es de hecho menos necesario para su reducción el apara­
to militarj...]
El estado en que se hallan las misiones actuales no corresponde a los
grandes progresos que hicieron en los principios. Esta decadencia es muy

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

242 LA CALIFORNIA MEXICANA

notable en las de la Baja California y bastaría para probar que el sistema


necesita de variación y reformas.10

Entre las medidas que recom endó entonces la Junta destacan la de


que el antiguo Fondo Piadoso de las Californias debía ser exclusiva y to­
talm ente administrado por el Supremo Gobierno, así com o la de que ha­
bía que fomentar la entrada de colonos en la península y también la de
clérigos seculares puesto que las tareas eclesiásticas no debían quedar
exclusivamente en manos de los misioneros.
Aunque las recomendaciones de la Junta no llegaron a cumplirse, de
suerte que se lograran los objetivos de la misma, es decir, el fomento y
desarrollo de la península, el poco aprecio por las actividades misioneras
se tradujo a la postre en una casi total falta de apoyo económ ico y de otras
índoles a las mismas. Consecuencia de esto, así com o de la escasez de
personal entre los dominicos y de la acelerada disminución de los indíge­
nas, fue que hubieran de cerrarse otras varias misiones: las de La Purísima
y Santa Gertrudis en 1822; la de San Pedro Mártir de Verana en 1824; la
de Comondú en 1827; la de Mulegé en 1828; la de Nuestra Señora del
Rosario en 1832 y la de San Vicente Ferrer en 1833.
Ya se ha mencionado que, por decreto del 17 de agosto de 1833, se
dispuso la secularización de las misiones en todo el territorio de la Repú­
blica Mexicana. Y aunque, com o también ya se dijo, se suspendió la apli­
cación de dicho decreto en lo tocante a las Californias, tal medida en
m odo alguno detuvo el proceso acelerado que culminaría con la casi es­
pontánea extinción de tales centros. En 1834 los dominicos salieron de la
misión de San Miguel, a pesar de que todavía en ese mismo año iniciaron
trabajos de muy co rta duración en la misión de Nuestra Señora de
Guadalupe del Norte. De Santo Domingo de la Frontera hubieron de reti­
rarse en 1839- El año siguiente anticipó ya la terminación del sistema
misional en la península. En 1840 se clausuraron las misiones de San
Ignacio Cadacaamán, Todos Santos, Santa Catalina y Nuestra Señora de
Guadalupe del Norte.
Cabe recordar aquí, com o sintomático de lo que estaba ocurriendo,
el enfrentamiento que tuvo lugar entre uno de los pocos dominicos que
quedaban en Baja California, fray Gabriel González, y el jefe político o
gobernador, Luis del Castillo Negrete. Este último había expedido un acuer­
do en julio de 1841, en el que ordenaba la distribución de tierras de las
antiguas misiones, indicando las formas de proceder para tal efecto. La
razón principal que daba era precisamente el hecho de que en la mayoría
de los casos no había catecúm enos indígenas por lo que dichas tierras, en

10 Junta de Fom ento de los Territorios de la Alta y Baja California, Plan p ara el arreglo
de las misiones de los Territorios de la Alta y la Baja California, México, Galván, 1827.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

LA LABOR DE LOS DOMINICOS 1 7 7 1 - 1 8 4 0 243

cuanto bienes nacionales que eran, podían y debían ser colonizadas. Fray
Gabriel González, no obstante que hubo de aceptar la realidad de la casi
total extinción de los nativos en los centros que habían administrado los
dominicos, se opuso a tal decreto y llegó a instigar un levantamiento ar­
mado en contra del jefe político. Vencidos los sediciosos, entre ellos el
padre González, fueron hechos prisioneros y enviados para ser juzgados a
Mazatlán.
Según parece, el último de los establecimientos que dejó de funcionar
com o misión fue el de Santo Tomás. En él permaneció hasta 1849 fray
Tomás Mancilla. Con su partida en ese año se cerró para siempre el ciclo
misional en la Antigua California. Si recordam os que la llegada del padre
Juan María de Salvatierra tuvo lugar en 1697, cabe afirmar que el destino
de la península estuvo en manos de religiosos durante un lapso de cerca
de siglo y medio.
La salida de los dominicos no fue ciertamente la causa principal de la
postración extrem a en que se encontraba la Baja California a mediados
del siglo XIX. Su decadencia económica y su alarmante declinación dem o­
gráfica venían de tiempo atrás. Lo que sí es un hecho es que la partida del
último de los dominicos, precisamente un año después de que se firmó el
tratado de Guadalupe-Hidalgo, en virtud del cual México conservó la so­
beranía de ese territorio, coincidió con el que puede describirse com o
uno de los m om entos más sombríos en la historia peninsular. A quienes
interese conocer cuál era el estado que poco después prevaleció en los
antiguos asentamientos misionales, debemos remitirlo a la ya citada obra
de Ulises Urbano Lassépas, Historia de la colonización d e la Baja Cali­
fo rn ia . Las noticias que proporciona sobre su situación demográfica para
el año de 1855 son ciertamente desgarradoras. Tras enumerar las princi­
pales localidades, desde el municipio de San José del Cabo hasta el más
septentrional de Santo Tomás, concluye que, incluyendo a los indios, la
población existente en toda la península no excedía a los 12 6 0 0 habitan­
tes. Comentando los hechos históricos que explicaban tal situación, escri­
bió Lassépas:

La raza primitiva ha desaparecido, a excepción de algunos cuantos indivi­


duos que se encuentran todavía en las regiones meridionales, y cerca de
2 500 indios gentiles, nómadas, esparcidos hacia el norte, entre la cordillera
y el Río Colorado[...]
Desde 1830, la inmigración de la otra banda (es decir del macizo conti­
nental de México) ha erigido en poblaciones unos parajes casi abandonados
en los últimos tiempos de la dominación colonial, tales como San Ignacio,
Mulegé, La Purísima y Comondú. Esa inmigración nacional ha fluido princi­
palmente de Sinaloa, Sonora y Jalisco, mezclada con la extranjera[...]"

11 Ulises Urbano Lassépas, op. cit., p. 46.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicadones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

LA CALIFORNIA MEXICANA

Si desde muchos puntos de vista es admirable la obra de jesuitas,


franciscanos y dominicos, no puede menos que reconocerse que el cho­
que cultural que significó para los indígenas el contacto con los misione­
ros vino a ser factor que influyó negativamente en su supervivencia. Para
quienes, com o vimos en el primer capítulo de esta historia, vivían en una
especie de paleolítico fosilizado, los cambios en sus antiguas formas de
existencia, introducidos p or hombres metódicos que actuaban de acuer­
do con reglas estrictas, vinieron a ser inevitablemente traumáticos. Si a
ello se suma la aparición de enfermedades hasta entonces desconocidas
en la península, com o la viruela y el mal gálico, se acabará de comprender
por qué se produjo el acabamiento de los indios. La labor esencialmente
pacífica de los misioneros, admirable porque significa el esfuerzo extra­
ordinario de unos pocos hombres, venidos de diversos y muy apartados
países, debe ser comprendida desde esta doble perspectiva. Por una par­
te, el idealismo y la entrega motivaron los contactos con la población
aborigen. Por otra, los contactos y los cambios propiciaron la ruptura del
antiguo equilibrio vital de los indios, experiencia suya de milenios. Se
buscaba implantar en forma permanente la cristiandad entre los nativos
californios pero lo que en realidad sobrevino fue la desaparición de los
mismos.
Para la historia de la California mexicana el periodo misional es m o­
mento memorable y en cierto m odo de pacífica epopeya. De él subsisten
vestigios materiales que deben ser preservados. Algunos, com o las edifi­
caciones religiosas de San Xavier Biggé, San Luis Gonzaga, San Ignacio
Cadacaamán, Santa Gertrudis y San Borja, son obras de arte de valor ex­
traordinario. Otros vestigios, com o las ruinas de adobes de las misiones
dominicas al norte de la península, son testimonio del gran esfuerzo allí
desplegado entre las poblaciones indígenas a las que se quiso trasmitir el
mensaje del Cristianismo. Los vestigios todos de esta etapa, al igual que
testimonios com o los de las pinturas rupestres y los petroglifos de los
indios, forman parte del gran conjunto de monumentos de cultura, lega­
do dé la Antigua California para quienes hoy viven en ella y para los mexi­
canos de todos los rumbos del país.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

XV

PRÓLOGO A LA FRONTERA MISIONAL DOMINICA


EN BAJA CALIFORNIA*

Propósito del libro de Peveril Meigs es dar a conocer, desde una perspec­
tiva tanto geográfica com o histórica, lo que en sus pocos más de cincuen­
ta años de existencia, a partir de 1772, fue “la frontera misional dominica
en Baja California”. Su formación académica lo había inducido a realizar
investigaciones en archivos y bibliotecas, y también de campo, es decir,
en la región misma objeto de su interés. Según él lo expresó, concibió
este trabajo que fue su tesis doctoral en la Universidad de California en
Berkeley (1932), com o “un capítulo de geografía histórica”.
Hasta entonces, fuera de la crónica del dominico fray Luis de Sales
que había sido allí misionero, muy poco era lo que se había escrito sobre
dicho capítulo de la historia californiana.1Y desde luego, nadie había aco­
metido — ni hasta hoy se ha vuelto a intentar— otro estudio de la misma
región con este doble e integrado enfoque, geográfico e histórico, al que
podríamos añadir en justicia el de antropológico.
Como lo comprobarán quienes disfruten de la lectura de este libro,
Peveril Meigs aporta en él un gran caudal de infotmación de primera mano.
Sus pesquisas documentales las realizó sobre todo en archivos de Califor­
nia donde se conservaron no pocos testimonios pertinentes. Sus observa­
ciones las llevó a cabo recorriendo entre 1926 y 1930 gran parte de “la
frontera misional dominica” en la California mexicana.
Comprende dicha región, de sur a norte, desde el paralelo 30°, cerca
del cual se ubica la misión de San Fem ando Velicatá, — única establecida
antes p or los franciscanos— hasta las de San Miguel, Guadalupe y El Des­
canso, más allá del paralelo 32°, unos cuarenta y cinco kilómetros abajo
de la línea divisoria con los Estados Unidos. Paralela a la costa del Pacífi­
co, se extiende allí una faja de territorio con una serie de mesas surcadas

* Peveril Meigs III, La frontera misionaL.., pp. 7-25 -


1 Fray Luis de Sales, dominico, laboró en la Baja California y a él se debió la fundación
de la m isión de San Miguel Arcángel de la Frontera en 1797. Escribió Noticias d e la provin­
cia d e California. En tres cartas escritas a un amigo. Valencia, 1794. Existe reedición ya
citada en el capítulo anterior.

DR© 2018, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.btml
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

2 46 LA CALIFORNIA MEXICANA

por arroyos que descienden de la sierra de San Pedro Mártir y sus varias
ramificaciones. Hacia al oriente, se yerguen la dicha sierra y, más al norte,
la de Juárez. Pobladas ambas de pinares, en su interior los dominicos al­
canzaron a establecer una misión. Más al este, la sierra termina abrup­
tamente dando lugar al desierto de San Felipe, que corre paralelo al golfo
de California.
La franja a lo largo del Pacífico y una parte de la sierra fueron el gran
escenario geográfico en el que se desarrolló esta historia. Cuando Peveril
Meigs anduvo la región, cruzando arroyos, mesas y montañas, no había
en ella sino brechas y tortuosos caminos de tierra. El entonces joven in­
vestigador, además de registrar con mirada de geógrafo sus característi­
cas principales, ubicó las misiones y levantó planos de cada una de ellas.
Identificó lo que fueron, a partir del testimonio de lo que quedaba de
ellas: restos de sus muros de adobe y algunos otros poco impresionantes
vestigios.
La obra de Meigs, a cerca de sesenta años de su presentación original
com o tesis de doctorado y de su primera edición formal en 1935, mantie­
ne su valor y su interés. Creo justo afirmar que es ya un clásico en la
historiografía de la California a la que primordialmente este nombre per­
tenece. Antes de poner de relieve sus principales méritos y de hablar acer­
ca de su autor, considero necesario situar desde una perspectiva distinta
a la adoptada por él, la significación que llegó a tener la presencia y acti­
vidad misionera de los dominicos en esa región que ya desde entonces
fue de frontera.

Los DOMINICOS EN EL CONTEXTO DE LAS MISIONES CALIFORNIANAS

Impenetrables fueron las Californias para los europeos por más de siglo y
medio, desde que ocurrió el fallido primer contacto entre españoles e
indígenas, al parecer en la bahía de La Paz, en 1533 - Y la entrada definitiva
no se alcanzó por el camino de las armas. Tras numerosos intentos siem­
pre fracasados, correspondió al jesuíta Juan María de Salvatierra dar co ­
mienzo a lo que sería ya un establecimiento definitivo. Ello tuvo lugar en
el puerto de Loreto, el 12 de octubre de 1697. Su “escolta” la integraban
un sargento y cinco soldados.
Los jesuítas perm anecieron en la California peninsular setenta años,
hasta su expulsión, a principios de 1768 por órdenes de Carlos III. Du­
rante ese lapso fundaron diecisiete misiones entre los guaycuras, pericúes
y cochimíes. Nacieron así incipientes poblaciones desde San Jo sé del Cabo
hasta San Borja, cerca del paralelo 29° y un poco más al norte, con breve
existencia, en Santa María de los Angeles Kabujakaamang. La historia de

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

PRÓLOGO A LA FRONTERA MISIONAL DOMINICA EN BAJA CALIFORNIA 247

la acción misionera de los jesuítas en el vasto territorio que abarcaron —


más de 100 mil kilómetros cuadrados— la escribieron varios miembros
de la misma orden religiosa. Sobresalen las obras de Miguel Venegas, Fran­
cisco Xavier Clavigero y Miguel del Barco.2
De epopeya y también de drama ha sido calificada la presencia de los
jesuítas en California. En realidad fue ambas cosas. Hubo epopeya por­
que en un lapso bastante corto exploraron buena parte de la península,
incluso las bocas del Río Colorado, de todo lo cual dejaron mapas e in­
formaciones, y también porque a ellos se debieron las fundaciones de
centros que hasta hoy perduran. En algunos, com o Loreto, San Luis
Gonzaga, San Xavier y San Ignacio, levantaron templos y otras edificacio­
nes hasta hoy dignas de admiración. Son ellas las más antiguas “misiones
de California”.
Pero la presencia y acción de los jesuítas fue también drama y aún
tragedia. En esos setenta años los indígenas disminuyeron de forma alar­
mante. Las principales causas fueron la introducción de enfermedades
que les eran desconocidas, así com o la imposición — si se quiere con la
mejor de las intenciones— de formas de vida, reguladas a toque de cam­
pana, com o lo escribió uno de sus cronistas. Se alteró así de raíz la que
había sido existencia en vagabundeo de recolectores de frutos, cazadores
y pescadores, sin más reloj que el sol y sus apetitos. Además, la forzada
salida de los jesuítas dejó por algún tiempo en abandono a sus misiones
con el consiguiente colapso de su precaria economía y dispersión de no
pocos de los ya muy reducidos indios recién cristianizados.
Meses después se hicieron cargo de esas arruinadas misiones los fran­
ciscanos del Colegio de San Fernando. Al frente de ellos iba fray Junípero
Serra. Desde un principio su actividad en la península tuvo un cierto ca­
rácter de provisionalidad. El visitador real José de Gálvez, que había apo­
yado decididamente la entrada de los franciscanos en California, tenía en
m ente un ambicioso proyecto. Persuadido por lo que había visto durante
su breve estancia en algunas de las antiguas misiones jesuíticas, de la es­
casez de recursos naturales y humanos en la península, se había propues­
to hacer realidad el dominio de España en las tierras más al norte. Ante
los riesgos de penetración de potencias extranjeras, era urgente integrar
un plan de colonización que abarcara desde Sonora y la Antigua Califor­
nia hasta más allá del puerto de Monterrey y cuanto pudiera avanzarse en
el septentrión.3

2 Ellas han sido citadas muchas veces en este libro.


3 Sobre los planes de Jo sé de Gálvez, véase Luis Navarro García, Jo sé d e Gálvez y la
com andancia general de las Provincias Internas d el norte d e la Nueva España, Sevilla,
Escuela de Estudios Hispano Americanos, 1964; y también Ignacio del Río, "Los sueños
califomianos de Jo sé de Gálvez", op. cit., pp. 15-24.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

¿18 LA CALIFORNIA MEXICANA

En tal proyecto, a juicio de Gálvez, los franciscanos con fray Junípero


Serra debían desem peñar un papel muy importante. Así, mientras los frai­
les recién llegados a la península iban tomando a su cargo las antiguas y
decadentes misiones, Gálvez, tras conferenciar con Serra, dispuso se ini­
ciara cuanto antes el avance hacia el norte, más allá de donde habían la­
borado los jesuítas. El primer objetivo fue ocupar la bahía y puerto de San
Diego.
Esto se llevó a cabo con dos embarcaciones que zarparon una de La
Paz y la otra de cabo San Lucas. Paralelamente partieron p or tierra, desde
Loreto, dos expediciones. Fray Junípero se puso en marcha, al frente de
una de ellas, a fines de marzo de 1769- Sobreponiéndose a la grave dolen­
cia de una pierna que de tiempo atrás tenía llagada, arribó mes y medio
después al paraje de Velicatá, donde fundó la misión de San Fem ando, la
única erigida p or los franciscanos en Baja California. Continuando luego
hacia el norte, llegó al fin a San Diego el 1 de julio de ese año. Allí estable­
ció la primera misión en la Alta o Nueva California.
Francisco Palou, antiguo discípulo de fray Junípero y cronista de las
misiones, había sido nombrado superior de las que quedaban en la pe­
nínsula. Correspondió a él tom ar conciencia de la situación que prevale­
cía en ellas y dar cuenta de esto, a fines de 1771, al padre guardián del
convento de San Fernando en la ciudad de México. En su informe habla
de las grandes penurias e impresionante disminución demográfica en las
cabeceras misionales que les habían sido confiadas. A m odo de conclu­
sión asentó que sólo sobrevivían 5 0 9 4 indios, contando los de pecho, de
los 7 149 que había tres años y cuatro m eses antes, al tiempo de su llega­
da. Su conclusión fue que “si prosigue así, en breve se acabará la Califor­
nia antigua.”4 Ésta, pudo haber añadido fray Francisco Palou, tenía más
de 4 0 mil indígenas, según cálculos confiables, cuando los jesuítas habían
iniciado allí sus trabajos.
En el contexto de este cuadro tan sombrío, insinuó el padre Palou en
su informe que sería muy conveniente que otra orden religiosa viniera en
auxilio de los franciscanos. En tanto que éstos podían consolidar su p re­
sencia en San Diego y avanzar luego hasta el puerto de Monterrey, a otros
correspondería tom ar a su cargo lo que quedaba en la península y fundar
otras misiones “en el país intermedio entre Velicatá [San Fem ando] y San
Diego”.
Tal posibilidad estaba de hecho a punto de realizarse. Desde que ha­
bía ocurrido la expulsión de los jesuítas, el procurador de los dominicos
ante la corte de Madrid, fray Pedro de Iriarte y Laumaga, había manifesta-

4 Dicho informe lo incluyó fray Francisco Palou, en N o tic ia s d e la A n tig u a y N u e v a


C alifornia...

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

PRÓLOGO A LA FRONTERA MISIONAL DOMINICA EN BAJA CALIFORNIA 249

do los deseos que tenía su orden de laborar en California. Varios pasos


hubieron de darse para llegar a un convenio o concordato que distribuye­
ra las misiones califomianas entre los franciscanos y los dominicos. Ello
se alcanzó el 7 de abril de 1772.
A los seguidores de fray Junípero Serra correspondió la magna em­
presa de fundar la cadena de misiones desde San Diego hasta San Francis­
co y Sonoma, en la Alta California. En ese vasto territorio mucho más fértil
y desde muchos puntos de vista promisorio, iban a echar los cimientos de
una grandeza que, unas décadas más tarde, habrían de usurpar y disfru­
tar otros.
A los dominicos, en cambio, tocó en suerte una doble tarea. Por una
parte, debían rescatar lo que era ya insalvable, es decir los antiguos cen­
tros con poblaciones en vías de extinción, donde habían laborado los
jesuítas y luego por breve lapso los franciscanos. Por otra, correspondió
asimismo a los dominicos llenar el vacío “del país intermedio”, al que se
referiría Palou en su informe. Este país era precisamente el de La Fronte­
ra, el extenso territorio que, por coincidencia entonces imprevisible, lle­
garía a ser el más septentrional que pudo conservar México frente al
llamado “Destino Manifiesto” o rapiña de los anglosajones que, en pleno
siglo xdc , emprendieron avasalladora guerra de conquista.
En las antiguas misiones del centro y sur de la península correspon­
dió a los dominicos mitigar de varias formas la tragedia de la extinción de
sus pobladores nativos, sustituidos p o co a poco por gentes que llegaban
a establecerse allí procedentes del macizo continental mexicano y de otros
países. Mérito de los dominicos fue haber dado remate a la edificación de
varios de los tem plos y recintos misionales, ente ellos los aún en pie y
dignos de admirarse en San Ignacio Cadacaamán, Santa Gertrudis y San
Borja. Sobre lo que dejaron estos frailes desde San José del Cabo hasta
San Borja al tiempo de su salida, proporcionó información precisa Ulises
Urbano Lassépas en su bien documentada Historia de la colonización de
la Baja California, publicada en 1859.5
Ahora bien, fue en la región norteña o de La Frontera donde la acción
de los dominicos tuvo mayor significación. Allí fundaron ellos una cade­
na de misiones, nueve y algunas “visitas”, con consecuencias perdurables.
Dado que, de acuerdo con los planes de José de Gálvez, la penetración
había avanzado ya hacia el norte, resultaba inconcebible la existencia de
un territorio también m ucho más fértil que el del sur, en el que no hubie­
ra establecimientos españoles. Éstos fueron los de las nuevas misiones,
desde El Rosario hasta San Miguel y El Descanso. En cada una de esas

5 Ulises Urbano Lassépas, op. cit.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
250 LA CALIFORNIA MEXICANA

cabeceras, laboraron los dominicos en son de paz y, hasta donde les fue
posible, promoviendo la participación de los indígenas en tareas com o
las de la agricultura con sistemas de regadío, la ganadería y la edificación
de templos, escuelas y casas habitación.

UNA APRECIACIÓN CONTEMPORÁNEA DE LAS MISIONES DOMINICAS

Desde el punto de vista del México moderno, las misiones dominicas son
el antecedente de la colonización, que ha culminado en el siglo XX, de esa
región que sigue siendo de frontera, probablemente la más dinámica de
todo el país. Aun cuando las misiones dominicas experimentaron, com o
las de los jesuítas y franciscanos, una cada vez mayor disminución dem o­
gráfica, fue el área de su antigua jurisdicción la única de Baja California
en la que sobreviven hasta hoy algunos indígenas. Me refiero a las peque­
ñas comunidades paipai, kumiai y kiliwa para dar un ejemplo, en las in­
mediaciones de la antigua misión de Santa Catarina. El propio Peveril
Meigs afirma en varios lugares de su libro que conversó con algunos in­
dios. Acerca del valle de San Miguel, en el que había existido un impor­
tante centro indígena, dice que un sobreviviente nativo le explicó cuál era
el antiguo nombre de ese sitio: Ja-kmatl-jap, “Fuentes calientes del valle”.
Lo que pudo contemplar Meigs cuando recorrió la región de “la fron­
tera dominica” entre 1926 y 1929, le permitió expresar su parecer acerca
de lo que podían significar esas misiones a sus ojos de investigador inte­
resado a la vez en la geografía, la historia y la antropología. No habla de
las misiones com o de una epopeya, com o lo han hecho otros respecto a
las empresas jesuítica o franciscana. Tampoco exalta los vestigios materia­
les que quedaban de los establecimientos dominicos. Ni siquiera men­
ciona que fueron frailes de dicha orden los que concluyeron las impre­
sionantes edificaciones de San Ignacio Cadacaamán, Santa Gertrudis y
San Borja. Ello probablemente porque dichas misiones, que habían sido
de los jesuítas, no están ubicadas en el territorio de La Frontera.
Reconoce, por otra parte, que los sitios que escogieron los dominicos
para fundar cada misión fueron en general bastante adecuados desde el
punto de vista de sus recursos naturales. En particular pondera cóm o
aprovecharon en ellos el agua, construyendo sistemas de regadío, algu­
nos de los cuales continuaban en función al menos parcialmente cuando
visitó los pueblos que habían surgido en las antiguas misiones.
Con criterio bastante objetivo, siempre sobre la base del análisis de
estadísticas basadas en libros que pudo consultar de bautismos, matrimo­
nios y defunciones, discute las causas de la declinación demográfica. En­
tre ellas encuentra dos que coinciden con las que se presentaron también

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

PRÓLOGO A LA FRONTERA MISIONAL DOMINICA EN BAJA CALIFORNIA 251

en el resto de la península y en Alta California. Son ellas la propagación


de enfermedades antes desconocidas para los indios y el trauma que im­
plicó la alteración de sus antiguas formas de vida. No obstante ello, en
varios lugares insiste en la supervivencia — que no ocurrió en el área jesuí­
tica— de algunas familias y aun comunidades indígenas.
En opinión de Meigs una valoración justa de la acción dominica lleva a
reconocer que su presencia significó llenar un vacío en el proceso de ex­
pansión hispánica hacia el gran noroeste de la Nueva España. Nota tam­
bién que esta región, que fue desde entonces de frontera — por su
separación del ámbito de las misiones franciscanas— tuvo un destino de
aislamiento. En tal contexto, el antecedente de estas misiones confirió para
siempre a la región una cierta raíz cultural. Pensó también Meigs que ese
destino de aislamiento respecto de México no sólo continuaba sino que
sería difícil de superar. Esa “frontera” existía en creciente dependencia eco­
nómica y aun cultural de Alta California, es decir de los Estados Unidos.
Las últimas palabras de su libro son curiosamente de advertencia: “Pro­
bablemente — nos dice— a la larga, al Territorio [Baja California tenía en­
tonces tal status político] le irá mejor desde el punto de vista mexicano, si
no se permite que el capital americano tenga una influencia indebida”.
Ha puesto en correlación la experiencia misional de los dominicos,
los jesuitas y los franciscanos. Varias semejanzas y diferencias han queda­
do de manifiesto. Principal y lastimosa coincidencia fue la desaparición
de la mayor parte de los indígenas por las causas ya señaladas. Semejanza
en todas ellas es haber constituido los inicios de la colonización española
y la introducción del cristianismo en los vastos terrilorios de la Baja y la
Alta California. Por esto mismo fueron todas estas misiones, en sus em­
plazamientos, los antecedentes de muchas de las principales ciudades
que hoy existen allí, desde San José del Cabo y La Paz, hasta San Diego,
Santa Bárbara y San Francisco.
Entre las diferencias sobresalen varios aspectos en los métodos adop­
tados en la evangelización y trasplante cultural. Los jesuitas, extremada­
mente metódicos, impusieron las nuevas formas de vida “a toque de
cam pana”. Más tolerantes fueron los franciscanos y dominicos. Los jesui­
tas, aunque contaron con ricos benefactores y crearon el Fondo Piadoso
de las Californias, tuvieron que actuar en contextos geográficos en su
mayoría muy adversos. A los franciscanos tocó en esto m ucho mejor suer­
te en la Alta California. Los dominicos en ámbitos geográficos sólo en
p arte p rop icios, tuvieron que esforzarse para hacer casi del tod o
autosuficientes a sus misiones. Aprovecharon al máximo los recursos hi­
dráulicos a su alcance. Pudieron introducir así los cultivos con riego, de
maíz, trigo, frijol, cebada, diversas hortalizas, varios frutales, entre ellos el
de la vid y, por consiguiente, la producción de vino. La ganadería echó

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.históricas.unam,mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

252 LA CALIFORNIA MEXICANA

desde entonces raíces firmes en la región. La pesca de especies codicia­


das, com o el abulón, los mejillones y las ostras, practicada desde antes
por los indios, se continuó con mejores técnicas en varios lugares, de
m odo particular en la misión de San Miguel.
Diferencia grande, notada por Meigs, es el aislamiento en que desa­
rrollaron sus actividades los dominicos en la región de La Frontera. Los
jesuítas habían contado al menos con barcos que periódicamente surca­
ban el mar de Cortés trayéndoles provisiones y otros recursos económ i­
cos. Los franciscanos, aunque con grandes dificultades, se mantuvieron
también comunicados con México por vía marítima. Además, durante va­
rias décadas recibieron en San Diego y otros lugares visitas de los navios
que, en sucesivas expediciones, habían salido de San Blas para reconocer
los litorales del noroeste del continente. Entre tales expediciones estu­
vieron las de Juan Pérez en 1774, Bruno de Ezeta y Juan Francisco de la
Bodega y Quadra en 1775 y 1779, las de Esteban José Martínez en 1789,
de Alejandro Malaspina en 1791, de Dionisio Valdés y Galiano en 1792 y
otras varias, sin excluir algunas de navegantes extranjeros.
En cambio, los establecimientos dominicos no contaron con más co­
municaciones que las que muy dificultosamente podían llevar a cabo por
tierra con el centro de Loreto, antigua capital de las Californias, distante
varios cientos de kilómetros de El Rosario, la misión más meridional de la
frontera. Fue esta región, por consiguiente, a la que m ejor pudo aplicarse
la expresión de Meigs, “Baja California es una isla y lo ha sido siempre”.
De aquí se deriva precisamente la significación principal que tuvo la cade­
na de fundaciones dominicas. Abrieron ellas la posibilidad, en su tiempo
aún remota, de los nuevos asentamientos que, desde la segunda mitad
del siglo XIX, poco a poco fueron surgiendo com o avanzadas de México,
frente a su poderoso vecino.
A establecimientos com o los de El Descanso, San Miguel y Santo To­
más se debió que la bahía de Todos Santos no dejará de atraer la atención
hasta que en ella se fundó el puerto y ciudad de Ensenada. Y también a la
antigua misión de Guadalupe debe atribuirse que la com arca circundante
se convirtiera después en tierra de olivares y viñedos, en la que, entre otros,
fueron a establecerse varias decenas de familias rusas. En esto se halla la
importancia de no haber dejado en olvido ese “país intermedio" califica­
do así por el franciscano Palou. Lo que allí acometieron los dominicos,
con todas sus limitaciones y sus sombras, no fue tarea en vano. Es capítulo
insuprimible en la historia de Baja California. Los adobes mismos, testi­
monio de sus edificaciones misionales — de las que Meigs hizo los prime­
ros planos que se conocen— son un legado. Por ello, conviene repetirlo,
este libro de Peveril Meigs, con toda la información de primera mano que
nos ofrece, es un clásico en la historiografía de la California mexicana.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

PRÓLOGO A LA FRONTERA MISIONAL DOMINICA EN BAJA CALIFORNIA 253

Debe ponerse él en parangón con los trabajos que versan sobre los
pueblos indígenas de la misma región, entre ellos uno del mismo Meigs,
The Kiliwa Indians o f Lower California, publicado por la imprenta de la
Universidad de California, Berkeley, en 1939- Varios centenares de indí­
genas bajacalifornianos mantienen hasta hoy vivas sus lenguas y tradicio­
nes culturales. Más de uno de entre ellos, de linaje paipai, ha tomado la
pluma, la máquina de escribir y aún la computadora, para dar salida a su
pensamiento y emociones en nueva forma de recia y bella literatura.6

Un boceto biográfico del profesor Meigs

¿Quién fue el autor de esta obra? Peveril Meigs “the Third", es decir el
tercero que en su familia llevó este nombre, nació en el pueblo de Flushing,
estado de Nueva York, el 5 de mayo de 1903. Si creyéramos a los antiguos
astrólogos nahuas, los tonalpouhque, veríamos en la fecha de su venida al
mundo el señalamiento de un destino. Nacido en un 5 de mayo, México
habría de atraer su atención com o investigador.
Sus estudios profesionales los realizó en la Universidad de California
en Berkeley. Allí obtuvo su bachillerato en artes en 1925 y el doctorado en
1932 con especialización en geografía histórica. A partir de 1925, siendo
de veintitrés años, inició sus recorridos por la “región de la frontera do­
minica”. Ello y sus pesquisas en archivos y bibliotecas, lo capacitaron para
escribir su tesis que, revisada y enriquecida, se convirtió en el presente
libro. Tlivo ella el honor de ser publicada por la imprenta de la Univer­
sidad de California, Berkeley, en 1935.
Añadiré que fue reimpresa por la John Reprint Corporation de la ciu­
dad de Nueva York, en 1968. A pesar de su valor, este libro no había sido
traducido al castellano, tarea que ha realizado ahora el distinguido escri­
tor Tomás Segovia.
Es interesante notar que, aún antes de presentar su tesis en 1932, el
joven Meigs había participado en la elaboración de un libro, junto con el
renom brado m aestro Cari O. Sauer. Dicho trabajo tuvo que ver con sus
investigaciones en Baja California: Site a n d Culture at San Fernando
Velicatá y fue publicado por la Imprenta de la Universidad de California,
Berkeley, en 1927, o sea cuando Peveril tenía sólo veinticuatro años. En
él, al lado del profesor Sauer, atendió a la que fue la única misión fran­
ciscana en la península.

6 En una reunión de escritores en lenguas vernáculas de México, celebrada en


bcmiquilpan, Hidalgo, en 1992, tuve ocasión de conocer al paipaiFemando Olmos Cañedo,
autor de narrativa y poesía en su lengua materna.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

2 54 LACALIFORNIAMEXICANA

La vida de Meigs estuvo dedicada a la investigación y la docencia en


varias universidades y otras instituciones. La mayor parte de sus publica­
ciones, com o el presente libro y su mencionado trabajo con Cari O. Sauer,
fueron siempre resultado de investigaciones tanto en archivos y bibliote­
cas com o, paralelamente, trabajando en el campo. He citado también su
libro referente a los indígenas kiliwa con los que estuvo en contacto en la
zona de La Frontera. Mencionaré ahora otra obra suya realizada bajo los
auspicios de la UNESCO en función del “Programa de investigaciones en
torno a las zonas áridas”, que puso en marcha dicha organización entre
1957 y 1 9 627
Nombrado coordinador de la Comisión para las Zonas Áridas, de la
Unión Geográfica Universal, Peveril Meigs acometió un proyecto de gran­
des alcances. Estuvo él dirigido específicamente al estudio de la geografía
de los desiertos cercanos al mar. El proyecto abarcó desiertos en la India,
Mesopotamia, la región árabe y el golfo Pérsico, la del Mar Rojo, una parte
de los litorales de Israel, Egipto, Libia, Túnez, Sudán, Eritrea, Somalia, el
antiguo Sahara español, Mauritania, Angola y Madagascar. Incluyó asimis­
mo algunos desiertos costeros de Australia y, en el continente americano,
los del noroeste de México (Sonora-Baja California), el desierto de Atacama
y algunos lugares de la Patagonia. Fruto de tan ambicioso proyecto fue el
libro intitulado Geography o f Coastal Deserts, publicado por la unesco,
en París, 1966. En el preámbulo a dicha publicación, destacándose su
valor, se expresa:

Al ofrecer este volumen a los lectores especialmente interesados en las zo­


nas áridas, la u n e sc o desea agradecer al doctor Peveril Meigs —cuyos bien
conocidos mapas homoclimáticos de las zonas áridas fueron publicados por
la UNESCO en 1952—, por añadir ahora esta interesante visión de conjunto
de los desiertos costeros en la Serie de Investigaciones sobre zonas áridas.

El profesor Meigs continuó hasta el fin de su existencia interesado en


la geografía histórica y a la vez en temas de vital interés com o el de las
zonas áridas y las formas de su aprovechamiento. En uno y otro campo la
California mexicana tuvo para él un lugar preferente. Peveril Meigs, a quien
debemos la obra clásica que aquí se ofrece por vez primera en castellano,
falleció en septiem bre de 1 9 7 9 , en las inm ediaciones de B oston ,
Massachusetts.78

7Véase, “Weather and climate” publicado en Edmund C. Jaeger, The Nortb American
Deserts, Stanford University Press, 1957, pp. 13-32.
8 Debo y agradezco estas noticias al doctor W Michael Mathes, que las obtuvo consul­
tando en la Universidad de California, Berkeley.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

PRÓLOGO A LA FRONTERA MISIONAL DOMINICA EN BAJA CALIFORNIA 255

E structura interna e interés permanente del presente libro

He hecho varias alusiones al enfoque con que concibió y escribió Meigs


esta obra. Ella — importa repetirlo— es un excelente ejemplo de investi­
gación histórico-geográfica y a la vez antropológica. Ahora reflexionaré
brevemente sobre la estructura con que fue concebida y realizada.
Está ella distribuida en tres partes. En la primera, intitulada “La con­
quista de una frontera”, se ocupa Meigs de los antecedentes que hicie­
ron posibles los establecimientos dominicos. El territorio en que esto
ocurrió fue, com o con razón lo hace notar, “una frontera heredada”, en
cuanto que no correspondió a los dominicos escogerla sino aceptarla,
com o área que constituía “un vacío”, emprendido ya el avance francisca­
no a Alta California.
Además, existía un cierto conocimiento de esa región debido a algu­
nas exploraciones realizadas por mar desde el siglo xvi y luego por los
jesuítas, sobre todo por los padres Fernando Consag en 1746 y 1763,
Wenceslao Linck en 1 7 6 5-1766 y, finalmente, por los franciscanos en su
viaje hacia San Diego en 1769
Ahora bien, la información derivada de tales expediciones era muy
incompleta. Por ello, correspondió a los dominicos ir reconociendo la
región e ir determinando cuáles eran los sitios más convenientes para
establecer sus misiones. En esta sección del libro expresa Meigs conside­
raciones muy pertinentes desde su enfoque de geógrafo. Incluye tres ma­
pas, uno de demarcación de las áreas misionales, otro de las características
físicas de la región de La Frontera, con señalamientos de las rutas de ex­
ploración y, uno más, de registro de climas y vegetación. Concluye esta
primera parte describiendo, con apoyo en sus fuentes, los procedimien­
tos que siguieron los frailes al ir fundando sus misiones.
En la segunda parte del libro — la más extensa— intitulada “El desa­
rrollo de los distintos entornos geográficos”, Meigs se ocupa de cada una
de las misiones. Describe lo más sobresaliente, a partir de lo que encon­
traron los frailes en el respectivo lugar. Trata así de sus características de
clima, orografía, vegetación y recursos, en especial hidráulicos. Describe
también los rasgos culturales de sus pobladores indígenas, y dedica am­
plia atención a lo que constituyó el proceso mismo de implantar la acción
misional: construcción del templo y las diversas dependencias, introduc­
ción de cultivos y ganadería, enseñanza a los indios y, por supuesto, em­
peño evangelizador. Aunque sigue un esquema parecido al ocuparse de
cada misión, introduce variantes cuando le parece necesario.
El orden que adopta es el cronológico de las correspondientes fun­
daciones misionales, de sur a norte, desde la de El Rosario hasta las de El
Descanso, Guadalupe, Santa Catarinay San Pedro Mártir. Como una mués-

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

256 LA CALIFORNIA MEXICANA

tra de las variantes citaré el caso de la de Santo Tomás. Al ocuparse de ella,


habla de su puerto y com ercio marítimo, así como de sus viñedos y pro­
ducción de vino. También menciona el tráfico de pieles de nutria, en que
participaron extranjeros llegados en sus barcos.
Los planos que él mismo dibujó sobre la base de la observación de los
vestigios — muros de adobe— de las edificaciones de cada misión, consti­
tuyen una aportación de inestimable valor. Para apreciarla debe tenerse
presente que, en varios casos, los más de cincuenta años que han transcu­
rrido desde que él los preparó han traído consigo ulteriores destruccio­
nes. Éstas han vuelto todavía más dificultoso reconocer cóm o fueron las
edificaciones de algunas misiones. Añadiré que, además de dichos pla­
nos, Meigs con su preparación de geógrafo profesional, elaboró otros,
incluso mapas, de las áreas en que se fundó cada establecimiento misional.
Puede decirse, en resumen, acerca de esta segunda parte que gracias a
ella disponemos de información rica y copiosa que nos permite forjarnos
una idea acerca de lo que fueron las misiones dominicas, tanto en sus
correspondientes ámbitos geográficos com o en su desarrollo histórico.
La tercera y última parte del libro, intitulada “Recapitulación”, pro­
porciona datos estadísticos sobre temas tocantes a la historia de estas fun­
daciones. En primer térm ino, nos da cifras referentes a la población
indígena, basadas en cálculos tempranos, en los libros de misión y en
otras fuentes. Form ula además Meigs algunas comparaciones con las mi­
siones franciscanas de Alta California.
Bajo el rubro de “Una visión general de las misiones” nos acerca a lo
que era la vida en las cabeceras de las misiones y en las rancherías circun­
dantes. Se ocupa, proporcionando también cifras, de sus producciones
agrícolas y ganaderas, destacando algunos rasgos particulares de las dis­
tintas misiones. Pasa enseguida al tema de las comunicaciones. Destaca el
hecho de que no existe información sobre llegada de abastecimientos por
vía marítima. Dos brechas comunicaban las misiones, una paralela a la
costa y otra a lo largo de la sierra. Ambas se unían en el sur a la altura de
la antigua misión franciscana de San Fem ando Velicatá y, en el norte, cer­
ca de la ranchería de Tijuana. Una y otra brechas tenían una longitud que
sobrepasa los 4 5 0 kilómetros.
A pesar del aislamiento de la región de La Frontera, el camino real a
Loreto continuó operando e incluso sirvió en ocasiones para hacer llegar
hasta San Diego determinadas noticias o disposiciones reales y eclesiásti­
cas y también para el tránsito de pequeños destacamentos militares. El
camino a San Diego desde las misiones dominicas más septentrionales,
aunque no propició contactos entre los franciscanos y los dominicos ya
que unos y otros tenían sus correspondientes jurisdicciones, permitió al
m enos limitados intercambios y ventas de productos com o pieles y vino.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

PRÓLOGO A LA FRONTERA MISIONAL DOMINICA EN BAJA CALIFORNIA 257

Concluye Meigs esta última parte de su libro describiendo lo que fue­


ron la decadencia y final abandono de las misiones de La Frontera. Con
conciencia de que, de varias formas, dejaron ellas honda huella en el ám­
bito septentrional de la Baja California, reflexiona sobre la situación que
prevalecía en la región al tiempo en que realizaba sus investigaciones. A
continuación expresa algo de lo que piensa puede ser el futuro de ese
territorio. En él se iniciaban entonces algunas transformaciones, entre
ellas el desarrollo de Ensenada y Tij uana y, en el valle regado por las aguas
del Colorado, había una agricultura en grande escala, la del algodón.
El libro concluye con un apéndice que proporciona equivalencias res­
pecto de los antiguos términos españoles con que se expresaban los pe­
sos y medidas. También incluye dos tablas, una sobre las cosechas y el
ganado de cada misión en varios años, desde 1775 hasta 1835, y otra so­
bre sus habitantes de 1775 a 1860; es decir, después ya de su desapari­
ción. A más de esto, enriquecen la obra sus correspondientes elencos
bibliográfico y documental, un índice analítico, otro mapa del norte de la
península en el que se destacan los emplazamientos de las misiones do­
minicas con sus principales rancherías circundantes, las brechas existen­
tes y los límites septentrionales fijados p or el franciscano Palou en 1773 y
por el dominico Sales en 1788. La edición de 1935 contiene un conjunto
de fotografías de diversos lugares de la región, incluyendo las de las rui­
nas de varias misiones: proporciona imágenes de lo que Peveril Meigs
co n . mpló y registró entre 1926 y 1929-9

cO tras obras sobre las misiones de La F rontera?

A la luz de cuanto nos ofrece este libro, cabe preguntarse si, desde su
primera publicación en inglés en 1935, han aparecido otros que versen
sobre el mismo tema. La respuesta es que efectivamente se han preparado
algunos trabajos, pocos por cierto, que en manera alguna han disminui­
do el interés de la aportación de Meigs. No siendo mi intención hacer
aquí un listado de tales trabajos, sólo mencionaré algunos principales.
En primer lugar citaré la que lúe tesis doctoral, hasta ahora no publi­
cada, del dominico Albert Bertrand Niesser, The D om inican Mission
Foundations in Baja California, 1769-1822, presentada en el Departa­
mento de Historia de Loyola University, Los Ángeles, en 1960. De este
trabajo puede decirse que, concebido con un enfoque teñido de obvia
simpatía hacia los misioneros de la misma orden religiosa, cofrades del

9 La presente edición no induye tales fotografías pues el estado de las mismas en la


publicación de 1935 no permitía una adecuada reproducción. [N.E. ].

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

258 LA CALIFORNIA MEXICANA

autor, enfatiza mucho más que el libro de Meigs, los aspectos de la


evangelización de los indígenas. Apoyado en fuentes documentales de
primera mano, reúne noticias que com pletan en algunos puntos lo apor­
tado por Meigs, com o en lo concerniente a estadísticas demográficas, con
el registro de bautismos, matrimonios y muertes de los indios conversos.
La obra del padre Albert Bertrand Niesser carece, en cambio, de la pers­
pectiva geográfica omnipresente en la de Peveril Meigs. De cualquier for­
ma, para la historia de La Frontera es de positivo interés esta tesis doctoral
cuya publicación está en proceso dentro de la Colección Baja California:
Nuestra Historia.10
Trabajo mucho más breve y de divulgación — originalmente fue una
conferencia— es el de Antonio Zavala Abascal, “Las misiones dominicas,
el turismo y la leyenda negra de Tijuana y la Baja California”.1112De él pue­
de decirse que tuvo el propósito de mostrar que las misiones dominicas
constituyen un importante legado para Baja California. En lo que de ellas
queda, incluyendo sobre todo su historia y su huella de cultura, encuen­
tra el autor argumentos para afirmar que la California mexicana “tiene
tradición y leyenda”.
Mencionaré finalmente la obra Panorama histórico d e Baja Califor­
nia, por varios autores y coordinada por David Piñera Ramírez, publicada
en 1 9 8 3 .12 En ella se incluyen tres capítulos que se refieren a las misiones
de La Frontera. Uno es de quien esto escribe, “La labor de los domini­
cos”.13 En él, apoyándome en la obra de Meigs así com o en varias fuentes
documentales, describo los antecedentes, fundación y extinción de esta
cadena de misiones. Tal vez el interés de mi trabajo radique en lo que
expongo sobre la situación jurisdiccional de estas misiones dentro de los
cambios político-administrativos de que fueron objeto las Californias.
O currieron ellos al establecerse las llamadas Provincias Internas; más tar­
de al consumarse la independencia de México y, finalmente, al establecer­
se respecto de ellas un estado de excepción cuando se decretó en México
la supresión del régimen misional en 1833- Citando el libro ya menciona­
do de Ulises Urbano Lassépas, Historia de la colonización d e la Baja

10 Una fotocopia de esta obra me fue proporcionada por la maestra Edna Aidé Grijalva
Larrañaga, que ha trabajado con grande empeño para lograr la publicación del presente
libro y de los otros que forman parte de la Colección Baja California: Nuestra Historia, sep -
UABC.
" Antonio Zavala Abascal, ‘‘Las misiones dominicas, el turismo y la leyenda negra de
Tijuana y la Baja California”, Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística,
México, julio de 1964, t. xcvi, pp. 231-270.
12 David Piñera Ramírez (coord.), op. cit.
13 Miguel León-Portilla, “La labor de los dominicos", pp. 126-141. Véase también el
capítulo XIV del presente libro.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

PRÓLOGO A LA FRONTERA MISIONAL DOMINICA EN BAJA CALIFORNIA 259

California, describo al final lo que en esa última década quedaba como


vestigio de dichas misiones en la Baja California.
Los otros dos trabajos incluidos en Panorama histórico d e Baja Cali­
fo rn ia son: “Estado actual de las misiones”, por Laura Cummings Kennedy,
y “San Vicente y San Quintín”, por Martín Barrón y Guadalupe Barbosa.14
El primero describe sumariamente la situación hacia 1980 de cada una de
las misiones, no sólo de La Frontera sino de toda la Baja California. Inclu­
ye fotografías que ilustran el estado de las de Santo Domingo, San Vicente
Ferrer y Santo Tomás.
El otro trabajo, muy breve, constituye un resumen acerca de la misión
de San Vicente Ferrer, su historia y la importancia de preservar los vesti­
gios que quedan de ella. Uno de sus autores, Martín Barrón, había publi­
cado antes un opúsculo sobre San Vicente Ferrer, 1780-1880. Historia d e
un pueblo (1 9 8 1 ).15 En él, además de insistir en la importancia de ese
establecimiento misional com o punto de arranque en el desarrollo de la
región en la que más tarde llegó a florecer la agricultura, específicamente
en el valle de San Quintín, describe los trabajos realizados para preservar
las ruinas de las antiguas edificaciones dominicas.
Conservar los vestigios de estas misiones concierne en verdad a la
cultura de Baja California y a quienes de m odo especial deben salva­
guardarla para las futuras generaciones. Y no sólo interesan los vestigios
materiales sino particularmente su historia, que se vuelve presente al to­
mar conciencia de ella para ahondar en las raíces de la propia identidad.
El libro de Peveril Meigs es en esto un precioso auxiliar. Recrea él en su
investigación, con simpatía y acuciosidad, la imagen de lo que era el en­
torno geográfico en el que frailes dominicos, indios y rancheros califor­
nios interactuaron dando lugar al nacimiento de nuevas formas de cultura.
Para quienes hoy viven y laboran con la esperanza de un futuro mejor en
ese mismo espacio geográfico fronterizo de la California mexicana, esta
obra podrá ser un vadem écum , acompañante, para conocer mejor la tie­
rra que fue de misiones, e ir descubriendo a cada paso significaciones que
sólo la historia puede revelar. Percibiéndolas, la vida se enriquece y se
torna más humana.
Quien esto piensa de la historia y ama entrañablemente a la Califor­
nia nuestra, al suscribir este prólogo lo hace con el deseo de que sean
muchos los que en su lectura disfruten de cuanto este libro nos ofrece.

HLaura Cummings Kennedy, "Estado actual de las misiones", en: David Pinera Ramírez,
(coord.), op. cit., pp. 142-151.
Martín Barrón y Guadalupe Barbosa, "San Vicente y San Quintín", en: David Pinera
Ramírez, (coord.), op. cit., pp. 247-252.
15Martín Barrón, San Vicente Ferrer...

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

EPÍLOGO

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

XVI

CALIFORNIA: TIERRA DE FRONTERA

Entre las incontables fronteras con que los seres humanos han querido
parcelar su mundo ha habido algunas que parecen concebidas a medio
camino entre la realidad y el mito. No quiere decir esto que se trate de
meras fantasías. Hasta hoy quedan varias de esas fronteras, quizás más de
las que pudieran pensarse. Una de ellas, a medio camino entre la realidad
y el mito, se nos presenta, com o vamos a verlo, en el mundo fabuloso de
lo que ha sido y sigue siendo California. Diré mejor las Californias, por­
que de la primera y más antigua que hoy algunos despectivamente llaman
Baja, se derivó y luego se desgarró con violencia la que se tuvo com o la
Alta y hoy luce esplendente, dueña ya sin adjetivos del mágico nombre de
California.
Menos de cincuenta años después de que se inició el Encuentro d e
Dos M undos, en medio de incontenibles afanes de expansión, ocurrió la
convergencia de dos antiguos mitos, uno mesoamericano y otro medite­
rráneo. Esa convergencia, tal vez no fortuita, trajo consigo inspiración y
anhelos p or alcanzar aquello de que hablaban los viejos relatos. Escena­
rio propicio era el Nuevo Mundo para que se propalaran en él noticias
acerca de lugares y países de fabulosas riquezas.
Nació así una portentosa geografía imaginaria, como la de la Tierra
Florida con la fuente de la eterna juventud, la de las Siete Ciudades y el
país de El Dorado, que debía ser el más rico del orbe. Pues bien, en esa
portentosa geografía imaginaria — frontera primigenia entre lo mítico y
lo real— surgió en el Nuevo Mundo, California.
En California, las fantasías y los mitos del Viejo y del Nuevo Mundo,
tal vez com o en ningún otro lugar, se encontraron y entrelazaron. Co­
m enzaré recordando lo que Hernán Cortés escribió a Carlos V sobre lo
encontrado por dos de sus hombres que había despachado hacia el po­
niente:

Yo tenía, muy poderoso señor, alguna noticia, poco había, de otra Mar del
Sur y sabía que por dos o tres partes estaba a doce y a trece y catorce jorna­
das de aquí[...] Y con tal deseo[...] despaché cuatro españoles, los dos por
ciertas provincias y los otros dos por otras, e informados de las vías que
habían de llevar y, dándoles personas de indios amigos que los guiasen.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO

H IS T Ó R IC A S

264 LA CALIFORNIA MEXICANA

Dos españoles se detuvieron algo más porque anduvieron cerca de cien­


to cincuenta leguas por otra parte hasta llegar a la dicha mar, donde toma­
ron dicha posesión[...]'

Esa toma de posesión en las costas mexicanas del Mar del Sur, es de­
cir del océano Pacífico, tuvo lugar en 1522. Un año más tarde, el capitán
Gonzalo de Sandoval, según lo refiere el mismo Cortés:

Trajo nueva de un buen puerto que en aquella costa se había hallado[...] y


asimismo se trajo relación de los señores de la provincia de Cihuatán, que
se afirman mucho haber una isla toda poblada de mujeres, sin varón algu­
no, y que en ciertos tiempos van de la tierra firme hombres, con los cuales
han acceso y las que quedan preñadas, si paren mujeres, las guardan, y si
hombres, los echan de su compañíaj...] díceme asimismo que esta isla es
muy rica de perlas y oro[...]12

Cihuatán significa en lengua náhuatl “lugar de mujeres”. Según el


pensamiento indígena, las mujeres que morían de parto, es decir, con un
prisionero en su seno, acompañaban al sol en su marcha por el cielo,
com o también lo hacían lo guerreros que perecían en combate. Éstos
marchaban con el sol desde el alba hasta el zenit. Las mujeres eran com ­
pañeras suyas, del zenit hasta el ocaso o sea hacia el poniente.3 Allí se
situaba Cihuatán, “lugar de mujeres”, y la gran isla muy rica de perlas y
oro. Lo así referido a Cortés por el capitán Gonzalo de Sandoval venía a
coincidir con antiguas leyendas del Viejo Mundo que hablaban de otra
gran isla, poblada también de mujeres y asimismo rica en codiciados teso­
ros. Conocido es que en un célebre libro de caballerías, Las sergas de
Esplandián de Garci Ordóñez de Montalvo, publicado a principios del
siglo XVI, y que muy probablemente habían leído o leían por ese tiempo
algunos de los hombres de Cortés, se evoca precisamente el viejo mito de
la isla habitada sólo por mujeres. He aquí el texto de Las sergas d e
Esplandián, que se entrelazó entonces en coincidencia que parece por­
tentosa, con el relato de Cortés en el que éste habló de antiguas creencias
indígenas:

Quiero agora que sepáis una cosa, la más extraña que nunca por escritura ni
en memoria de gente ningún caso hallar se pudo: Sabed que a la diestra
mano de las Indias hubo una isla llamada Californiaj...], la cual fue poblada
de mujeres negras, sin que algún hombre entre ellas hubiese, que casi como
las amazonas era su manera de vivir[...] la ínsula en sí la más fuerte de rocas

1 "Tercera Carta de Relación de 15 de mayo de 1522”, en Hernán Cortés, op. cit., pp.
191-192.
2 Ibid., p. 232.
5 Acerca de estas creencias de los antiguos mexicanos, véase: Miguel León-Portilla, La
filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, sexta edición, México, UNAM, 1986, p.208.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO

H IS T Ó R IC A S

CALIFORNIA: TIERRA DE FRONTERA 265

y bravas peñas que en el mundo se hallaba; sus armas eran todas de oro[...]
que en toda la isla no había otro metal alguno[...]
Y algunas veces que tenían paces con sus contrarios, mezclábanse con
toda seguranza unas con otros, y había ayuntamientos carnales, de donde se
seguía quedar muchas de ellas preñadas y, si parían hembra, guardábanla y,
si parían varón, luego era muertoj...]4

Los mitos del Viejo y del Nuevo Mundo quedaron entrelazados. La


isla de las mujeres, más allá de las costas visitadas por Gonzalo de Sandoval,
iba a recibir el nombre de esa otra ínsula situada a la mano diestra de las
Indias, y de este m odo California haría su aparición en la primigenia fron­
tera entre la leyenda y la realidad. California recibió así para siempre su
mágico y perdurable destino de frontera. Otros mitos del Viejo y del Nue­
vo Mundo confirmarían poco después tal destino de mágica frontera. Re­
cordaré tan sólo el de las Siete Ciudades, de vieja raigambre medieval,
originando la creencia acerca de otras tantas urbes fundadas, según se
decía, más allá del Mar Tenebroso por obispos portugueses escapados de
manos de los invasores musulmanes. El visionario fray Marcos de Niza, en
una expedición que hizo en 1539 a tierras colindantes con California,
dijo haber contemplado dichas Siete Ciudades. Anunció él entonces que
eran en extrem o ricas en oro y otras muchas maravillas. Y aunque el mito
de esas Siete Ciudades se desvaneció a la postre, otro perduró: el de las
Siete Cuevas, Chicomóztoc, legendario lugar de partida de la peregrina­
ción de los aztecas o mexicas.

En busca de la tierra que iba a llamarse California

Como un velo que se rasga, los mitos dejaron ya abierto el camino a


las realidades. El insaciable Hernán Cortés que, consumadas sus conquis­
tas en México, había enviado en 1527 tres navios con rumbo a las Molucas,
quiso alcanzar también esa otra isla rica en perlas y poblada sólo de muje­
res. Una de las embarcaciones que había despachado a las Molucas cruzó
el océano y llegó a su destino. Quedaba, en cambio, com o un reto alcan­
zar la otra supuesta gran isla. No sabía Cortés si era ella o no parte del
Asia. Dando entrada a la posibilidad de que tal isla fuera la de Cipango
(Japón) o tal vez parte de Catay, es decir, de la China. Al encom endar una
expedición en 1532 a Diego Hurtado de Mendoza, entre otras órdenes le
dio la de estar atento a las embarcaciones con que pudiera toparse, ver si
acaso eran m ejores y más poderosas que las que él enviaba; ver también

4 Garci Ordoñez de Montalvo, Las sergas del virtuoso caballero Esplandián, hijo de
Amadts de Gaula (Sevilla, 1510), Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1857, p. 539.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO

H IS T Ó R IC A S

266 LA CALIFORNIA MEXICANA

con disimulo si en los atavíos de quienes venían en ellas había objetos de


oro, perlas o piedras preciosas[...]5 De Acapulco zarparon entonces dos
navios, llevando al frente a Hurtado de Mendoza. Esa primera expedición
se perdió y sólo unos náufragos dieron noticias de su fracaso. Sin embar­
go, con ella se puso en movimiento una ambición que perduraría a través
de varios siglos: la de rebasar cualquier frontera que estorbara la penetra­
ción en California.
En 1533 Cortés dispuso un nuevo viaje. En tanto que uno de sus dos
navios arribó a las islas que hoy se nombran Revillagigedo, el otro con el
piloto Fortún Jiménez, que había provocado un motín a bordo de la nao
capitana, tocó tierra nada menos que en la que hoy se conoce com o bahía
de La Paz. El encuentro de los amotinados con los indios guaycuras de la
región fue violento. Sólo dos m arineros pudieron escapar en un pequeño
batel y regresar al puerto de Chiametla en Jalisco. Correspondió al fin al
propio Cortés, que en persona salió al m ando de tres navios en abril de
1 5 3 5 , tom ar posesión el 3 de mayo de ese año de la que llamó tierra de
Santa Cruz. Un primerísimo m apa de California se trazó entonces, que
hasta hoy se conserva en al Archivo de Indias en Sevilla. En él, frente a las
costas de Jalisco y Sinaloa, aparece el remate de una tierra con el trazo
correcto de la bahía de La Paz, sus islas cercanas e incluso el prom ontorio
que hasta hoy se llama el Mogote. Más al norte de lo que en ese mapa se
representa, todo está en blanco.6
La que muy pronto empezó a conocerse com o California salía así del
mágico universo de los mitos y se convertía en tierra de frontera, de perfi­
les en mínima parte conocidos. California comenzó ya desde entonces,
por la fama de sus perlas, a ser el señuelo de penetraciones en la geogra­
fía de un Nuevo Mundo que se suponía continuaba hacia el noroeste has­
ta unirse tal vez con el Asia, o quizás separado por supuestos estrechos o
pasajes que comunicaran al Pacífico con el Atlántico. California, com o tie­
rra de imprecisas fronteras, continuaría siendo un enigma abierto a fanta­
sías en la cartografía universal hasta el último tercio del siglo xviii .

La isla que fue península y volvió a ser tenida como isla

Otras maneras de porfía con las realidades del septentrión californiano


fueron las penetraciones llevadas a cabo por Francisco de Ulloa, enviado

' “Instrucción que dio Cortés en 1532 a Diego Hurtado de Mendoza...”, Colección de
documentos inéditos p a ra la historia de España, editados por Martín Fernández de Navarrete
y otros, Madrid, 1884, t. IV, pp. 167-175.
b Una reproducción de éste y de otros mapas que se citan en páginas adelante, puede
consultarse en Miguel León-Portilla, Cartografía y crónicas de...

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicadones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

CALIFORNIA: TIERRA DE FRONTERA 267

por Cortés, que llegó en 1539 a las bocas del Río Colorado y avanzó lue­
go por el Pacífico hasta más allá de la isla de Cedros. Algo parecido puede
decirse del viaje encom endado por el virrey de Mendoza a Francisco
Vázquez de Coronado y Hernando de Alarcón en 1540. El primero cruzó
la región de las pretendidas Siete Ciudades y avanzó, más allá de Nuevo
México, hasta llegar a Kansas. Alarcón repitió la travesía de Ulloa y, en­
trando por el Colorado, alcanzó la confluencia de éste con el Gila. Una
nueva expedición, dos años más tarde, la de Juan Rodríguez Cabrillo,
permitió trazar ya mucho del perfil californiano hasta cerca del paralelo
42°. En la cartografía universal maestros tan famosos como Battista Agnese,
Alonso de Santa Cruz, Sebastián Caboto, Giacomo Gastaldi, Pedro Medina
y los dos grandes, Abraham Ortelio y Gerardo Mercator, representaron el
inmenso país de la California no ya como una supuesta isla sino com o
una gran península que se continuaba indefinidamente hacia el noroeste.
Muchos mapas pueden citarse en los que tal es la imagen de California
peninsular.
De su perfil océanico ya se sabía, pero de su interior casi todo se
ignoraba. California seguía siendo tierra de frontera de cuyas riquezas y
pobladores sólo se propalaban rumores.
Uno tras otro los galeones que, a partir de 1565, zarpaban de Manila
con rumbo a Acapulco, después de cruzar el Pacífico, navegaban a lo largo
de las costas de California. Enmedio de las brumas, quienes iban a bordo
veían en ocasiones sus grandes sierras pobladas de bosques así com o al­
gunas humaredas, signo de presencia humana. Pero California continua­
ba siendo frontera impenetrable. A principios del siglo x v i i un gran
navegante, Sebastián Vizcaíno, emprendió un viaje de investigación a lo
largo de sus costas, desde cabo San Lucas hasta más allá del cabo
Mendocino. Treinta y seis planos de demarcación preparó luego el céle­
bre cosmógrafo Enrico Martínez. Mucho se avanzó en el conocimiento de
los perfiles de California.
Sin embargo, la fantasía de uno de los acompañantes de Vizcaíno, el
carmelita fray Antonio de la Ascensión, malogró grandemente los resulta­
dos de ese viaje. El carmelita volvió a llevar a California a la geografía de lo
imaginario. Por obra de sus escritos se difundió la idea de que California
no era península sino una enorm e isla separada del continente. Y se pro­
paló asimismo que, más allá del extrem o norte de esa isla, se abría la
entrada del gran estrecho de Anián que comunicaba los océanos Pacífico
y Atlántico. Centenares de mapas se produjeron entonces, de cartógrafos
tan famosos com o Nicolás Sansón dAbbeville, Jan Jansson, Cornelius
Wifliet y otros muchos más, en que se representó a California com o una
gran isla. Tal quimera habría de perdurar hasta más allá de principios del
siglo x v i i i .

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

268 LACALIFORNIA MEXICANA

C a lifo rn ia , “orilla d e la c ristia n d a d ”

Después de muchos afanes, de navegantes, aventureros y buscadores de


perlas, el interior californiano se abrió al fin. Fueron los jesuitas, entre
ellos el célebre Eusebio Francisco Kino y Juan María de Salvatierra, quie­
nes a fines del siglo x v ii extendieron a California la que Herbert Bolton ha
llamado “orilla de la cristiandad”.7 Setenta años más tarde, cuando los
dichos misioneros salieron expulsos de todas las posesiones del rey de
España, la orilla de la cristiandad llegaba en California hasta la misión de
Santa María de los Angeles, cerca ya del paralelo 30° de latitud norte.
Eusebio Francisco Kino había realizado más de diez expediciones de ex­
ploración para esclarecer si California era isla o península. Con sus ma­
pas, ejemplo admirable de moderna cartografía, puso en evidencia el
carácter peninsular de esa tierra.
Sin embargo, las evidencias aportadas por él no fueron universalmente
aceptadas durante bastante tiempo. En la península, al salir expulsos,
dejaban los jesuitas un doble legado, de grandeza y de tragedia. Las gran­
des y bellas edificaciones de San Xavier, Loreto, San Ignacio y Santa
Gertrudis dan testimonio de sus afanosos quehaceres. La dramática dis­
minución de los habitantes nativos que se produjo durante ese tiempo
deja ver lo que en el encuentro de gentes de culturas diferentes puede
producirse. Enfermedades antes desconocidas para los indios, así como
la introducción de formas de vida que les eran radicalmente extrañas,
rompieron su precario equilibrio con el hábitat geográfico en el que du­
rante milenios habían subsistido. Trágica experiencia fue ésta en los afa­
nes de hacer avanzar como frontera los límites de la cristiandad.
Nueva penetración misionera encabezó fray Junípero Serra con un
grupo de franciscanos. La frontera de la cristiandad continuó moviéndo­
se hacia el norte casi ya sin interrupción. A partir de San Diego, donde se
fundó una misión en 176 9 , se llegó en m enos de diez años hasta el puerto
de San Francisco. Una primera frontera en el interior mismo de California
surgió entonces. Los franciscanos quedaban al cargo de las misiones
norteñas, en tanto que los dominicos sustituían a los jesuitas en la penín­
sula. La nueva frontera separó ambos territorios de misión. En un lugar
cercano al que hoy se con oce com o Descanso, Francisco Palou m arcó una
roca com o gran m ojonera de las dos circunscripciones. Desde entonces
se dijo que, al norte, se situaba la Nueva o Alta California y, al sur, la Anti­
gua o Baja, la dueña primordial del mágico nombre de California.

7 Tal es el título de la clásica obra de Herbert Bolton, Rim o f Christendom, A Biography


of Eusebio Francisco Kino, Pacific CoastPioneer, Nueva Yotk, The MacMillan Company, 1936.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www. históricas, unam,mx/publ¡cac¡ones/publicad¡gital/libros/califomia/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

CALIFORNIA: TIERRA DE FRONTERA 269

La presen c ia d e lo s r u so s

Cuando comenzaba por fin a conocerse algo ya del interior de la Alta y la


Baja California y se establecían en ellas misiones, puertos y presidios,
nuevos aconteceres iban a sacudir la realidad de las Californias. El emba­
jador de España en la corte de San Petersburgo informó a Madrid de una
inesperada penetración, la que efectuaban los rusos procedentes de
Siberia. Con gracejo escribió acerca de esto el historiador jesuíta Marcos
Burriel:

Los rusianos o moscovitas, cuyo vastísimo imperio se extiende hasta las úl­
timas tierras del Asiaj...] y atravesado el Mar del Sur (es decir el Pacífico),
hasta desembarcar en diversos parajes de nuestra América. En una de sus
navegaciones, hecha en 1741, pusieron pie a tierra los rusianos en 55° y 36'
de latitud de esta costa, es decir, en un sitio que sólo dista poco más de doce
grados del cabo Blanco, último término conocido hasta ahora de nuestra
California. ¿Por qué no podrán bajar en otras navegaciones los rusianos has­
ta el mismo cabo Blanco y hasta el cabo de San Lucasj...]?*

Y con igual ironía, provocada por la alarma, se preguntó también


Burriel, si ¿convendría realmente al Rey Nuestro Señor que los moscovitas
hieran vecinos de México y catequizaran a los indios según el ritual grie­
go ortodoxo? El concepto de frontera, que en el caso de California mante­
nía hasta entonces el sentido de límites un tanto imprecisos entre las
tierras y litorales en parte conocidos y aquéllos del todo incógnitos, em­
pezó a adquirir nuevas significaciones. Éstas implicaban ya connotacio­
nes geopolíticas.
Con la presencia rusa al norte y la creciente amenaza de incursiones
de otras potencias, cabía pensar que surgirían impedimentos a la ulterior
expansión hispano-mexicana en lo que se consideraba como ámbito pro­
pio de las Californias. De hecho los establecimientos rusos, como algunos
fuertes, indicaban que esos territorios septentrionales estaban bajo la so­
beranía de otra potencia.

E xp l o r a c io n e s pro m o v id a s p o r d iv e r so s países y aparición d e


FRONTERAS INTERNACIONALES

Nuevos viajes de exploración a lo largo de las costas noroccidentales del


Nuevo Mundo comenzaron a emprenderse y ya no sólo desde puertos
mexicanos. Dos fueron sus propósitos principales: esclarecer los enigmas8

8 Este texto del padre Burriel se incluye en Miguel Venegas, op. cit., t. III, p. 19.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

2 70 LA CALIFORNIA MEXICANA

geográficos que aún perduraban y asentar sobre bases firmes los títulos
de soberanía de las potencias interesadas. Así se organizaron desde el
puerto de San Blas en Nayarit viajes de exploración a partir de 1774. En
ellos participaron, codo con codo, españoles y m exicanos. Pero también
muy pronto, en 1778, un inglés, el capitán James Cook, procedente de las
islas Hawai, tocó costas americanas cerca de 44° 30'. Navegando próximo
a los litorales en busca también del pretendido estrecho que llevara al
Atlántico, continuó con rumbo al norte hasta Alaska para entrar al fin en
el estrecho que el capitán Vitus Behring, al servicio de Rusia, había descu­
bierto desde 1728. La expedición de Cook, que por cierto se benefició de
las informaciones aportadas p or las anteriores exploraciones hispano
mexicanas, iba a fortalecer las pretensiones geopolíticas de Inglaterra.
El gran océano Pacífico, tantas veces cruzado por los galeones de Ma­
nila y por otros navegantes españoles, entre ellos en ese tiempo, por los
bien conocidos Francisco de la Bodega y Cuadra, Esteban José Martínez y
Alejandro Malaspina, estaba ya cada vez más abierto a la penetración no
sólo de rusos e ingleses sino también de franceses y de ciudadanos de la
joven república que había adoptado el nom bre de Estados Unidos de
América.
Los rusos habían avanzado desde Alaska hacia el sur hasta establecer
el fuerte Ross, no muchos kilómetros al norte de San Francisco. La Nueva
España, es decir, lo que muy pronto iba a ser México, tenía ya fronteras
internacionales con el imperio de los zares. A su vez, el francés François
Galaup de la Pérouse incursionó en 1786 por las costas californianas an­
tes de perderse para siempre en las islas del Mar del Sur. Los testimonios
de La Pérouse, fruto de sus exploraciones geográficas, enviados a Francia
antes de su naufragio, iban a mantener vivos los intereses de esta última
potencia por acrecentar su penetración en el Pacífico. Inesperado para
españoles, rusos, ingleses y mexicanos fue que en 1787 dos navios de los
Estados Unidos que, procedentes de Boston habían dado la vuelta al com
tinente en su extrem o sur, entraran en el puerto de Nutka com o la cosa
más natural.
Varios incidentes violentos llegaron a producirse entonces, com o el
que ocurrió en 1789 en Nutka, entre el capitán inglés James Colnett y el
marino que había zarpado del puerto de San Blas en Nayarit, Esteban Jo ­
sé Martínez. Este último apresó al inglés y se adueñó de sus barcos. El
incidente por poco provocó una guerra entre España e Inglaterra.9 Esta
última, que había perdido sus antiguas colonias americanas sobre el Atlán­
tico, fijaba entonces su atención en los territorios vagamente conocidps

Acerca del llamado “incidente de Nutka”, véase Hubert H. Bancroft, History o f the
Northwest Coast, 2 vols., San Francisco, 1884,1. 1, pp. 204-238.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

CALIFORNIA: TIERRA DE FRONTERA 271

com o las Californias. Los ingleses llegaron a pensar que el viaje efectuado
p o r el corsario Francis Drake dos siglos antes y su desembarco cerca de
San Francisco, en lo que llamó “Nueva Albión”, les daban títulos sobre
esas tierras.
Las Californias que tenían ya, según vimos, desde 1769 una frontera
interior, entre la Alta, a cargo de los misioneros franciscanos y la Baja,
administrada p or los dominicos, iban también a quedar limitadas p or el
norte y asimismo por el oriente. A la par que los establecimientos rusos
continuaban expandiéndose hasta más allá del paralelo 54°, los ingleses
que proseguían sus exploraciones al m ando del capitán George Vancouver,
obtuvieron ya de España que los territorios al sur de los ocupados por los
rusos y al norte de las fundaciones españolas se consideraran campo abier­
to a su exploración y expansión. De este modo, con el paso del tiempo, el
Dominio Británico del Canadá tuvo costas en el Pacífico. Por su parte, los
Estados Unidos, entrado ya el siglo xdc, lograron que Inglaterra aceptara
un convenio un tanto impreciso que iba a darles asimismo salida al océa­
no a través del territorio de Óregon. Todo esto cristalizó muy pronto en
varios tratados internacionales que afectarían para siempre el destino de
frontera de las Californias.10

C uando ia s C a l if o r n ia s e s t u v ie r o n a p u n t o d e

DEJAR DE SER TIERRA DE FRONTERA

En vísperas de la independencia de México, a principios de 1819, los Es­


tados Unidos, que habían logrado fijar sus límites norteños con el Domi­
nio del Canadá, suscribieron otro tratado con España. Dicho tratado, que
se conoce con varios nombres com o “Tratado transcontinental” o “Trata­
do de Onís”, reconocía a los Estados Unidos la posesión de todos los
territorios situados al norte del paralelo 42° en la Alta California. De esta
suerte en su extrem o septentrional el gran país de las Californias tuvo su
primera frontera internacional, no ya imprecisa com o antes con los rusos
y los ingleses sino bien delimitada en virtud de dicho tratado. El mismo
tratado se ratificó más tarde, en 1832, con México ya independizado.
Irónico suena que, sólo cuatro años después, al declararse indepen­
diente la provincia de Texas, los Estados Unidos buscaran alterar lo esti­
pulado en ese tratado, pretendiendo su anexión. Esta se consumó en 1845
por simple decisión del más fuerte. Los propósitos de expansión de los
Estados Unidos hacia el sur y el suroeste, en virtud de lo que se llamó

10 So bre esta etapa de cam bios en las fronteras sep tentrionales de la Nueva España,
véase Miguel León-Portilla, C a r t o g r a f ía y c r ó n i c a s d e ..., pp. 171-182.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN S T IT U T O

H IS T Ó R IC A S

272 LA CALIFORNIA MEXICANA

“destino manifiesto”, se concentraron de modo especial en las Califor­


nias. En las elecciones presidenciales de 1844, el candidato que triunfó
en ellas, James Polk, había proclamado com o objetivos prioritarios la ocu­
pación plena del territorio de Óregon que se suponía llegaba hasta los
límites con los establecimientos rusos, así com o la anexión definitiva de
Texas y el avance hacia el Pacífico.
La guerra entre México y los Estados Unidos, desencadenada por ta­
les ambiciones, fue simplemente de conquista. Para México significó la
pérdida de más de la mitad de su ser geográfico. En las negociaciones los
representantes de los Estados Unidos insistieron en la cesión de Nuevo
México, la Alta y la Baja California. De haberse aceptado por México tales
condiciones, las Californias hubieran pasado por entero a ser territorio
de los Estados Unidos de América. En otras palabras, las Californias hu­
bieran visto finiquitado su antiguo destino de frontera. Tal destino, que
nació entre el mito y la realidad, hubiera desaparecido por com pleto en
el caso de que un sólo país, que en menos de cien años iba a ser el más
poderoso del planeta, se hubiera adueñado de las que se conocían com o
Alta y Baja California. Ello, sin embargo, no ocurrió.
Factor determinante fue la decidida defensa, dirigida a salvar para
México la península californiana, llevada a cabo por los tres comisionados
mexicanos cuyos nombres quiero aquí recordar, Bernardo Couto, Miguel
Atristain y Luis Gonzaga Cuevas. De este m odo una nueva frontera, esta
vez internacional, separaba entre sí a las Californias. La Nueva o Alta pasa­
ba a ser territorio estadunidense, la Antigua o Baja continuaba siendo
mexicana.
Interesa recordar que, con el propósito de que fuera posible la com u­
nicación por tierra entre el macizo continental mexicano y la península
californiana, la antigua frontera establecida por el padre Francisco Palou
entre las dos Californias hubo de recorrerse más de sesenta kilómetros
hacia el norte. De este modo, debemos agradecer al esfuerzo de los comi­
sionados mexicanos haber rescatado al menos una parte de lo que era la
Alta California. En ella precisamente se yerguen las m odernas ciudades
de Tijuana, Tecate y Mexicali.

L a s C a l if o r n ia s : e l g ra n r e t o d e s u d e s t in o d e f r o n t e r a

A través de centenares de años, por lo menos desde su mágico nacimien­


to en el mito indígena de la isla poblada de mujeres y del relato fabuloso
de esa otra isla situada a la mano diestra de las Indias, California — o
mejor ahora, las Californias— mantienen su destino de frontera. Las ciu­
dades mexicanas que he mencionado, a lo largo de la línea internacional,

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.históricas.unam,mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
| H IS T Ó R IC A S

CALIFORNIA: TIERRA DE FRONTERA 273

Tijuana, Tecate, Mexicaliy, por supuesto, también Algodones, son las avan­
zadas en lo que hoy es tal vez la frontera con más grandes contrastes en el
mundo.
A diferencia de las fronteras internacionales que existen entre Cana­
dá y los Estados Unidos o entre los diversos países de Europa occidental
donde la com unicación y cruce se efectúan casi sin restricción alguna, la
frontera internacional de los Estados Unidos con México constituye real­
mente una demarcación que sólo pueden cruzar legalmente quienes os­
tenten ante las autoridades migratorias y aduaneras sus correspondien­
tes pasaportes, “micas” u otros permisos. Desde luego que tales restric­
ciones se aplican no a quienes vienen de los Estados Unidos sino a los
que, desde México, se dirigen al vecino norteño. En esto ya es notorio un
contraste muy grande.
Del elenco de los contrastes cabe recordar otros. Aquí en la línea divi­
soria de las Californias, com o en el resto de la frontera, están los límites
que dividen no ya sólo dos países sino dos grandes conjuntos de pueblos:
los de Anglo-América y los de Ibero-América. Aunque hoy México y otros
países iberoamericanos han consumado nueva forma de expansión hacia
el norte a través de los millones de hispanos asentados sobre todo en el
suroeste de los Estados Unidos, sigue siendo verdad que esta frontera,
además de internacional, lo es entre dos formas de vida muy diferentes.
De un lado, desde San Diego hasta Alaska, impera el inglés que, por cier­
to, h. ~e muy poco fue declarado lengua oficial de Alta California; del otro,
desde Tijuana hasta la Tierra del Fuego, se habla español y portugués en
Brasil. Las lenguas indígenas, a su vez, si bien tienen mucho mayor núme­
ro de hablantes en América Latina, perduran en ambos lados con diversos
géneros de confinación interna. En los Estados Unidos mantienen limi­
tada vigencia, circunscritas al ámbito de las reservaciones indígenas; en
Ibero-América los gobiernos nacionales poco o nada han hecho por su
cultivo y perduración. En la California mexicana no llegan ya a quinientas
las personas que hablan una lengua nativa de la región. Como puede ver­
se, el tema de las fronteras lingüísticas tiene más implicaciones de lo que
a veces se piensa.
Atendamos a otros contrastes. En los Estados Unidos se desarrolla,
con vigor que parece incontenible, una civilización de avanzada tecnolo­
gía en la que el tiempo es dinero y la eficiencia, complementada con el
consumismo y el confort, se antepone a todo. En la Alta California, con
aceleración portentosa, tales cambios se iniciaron con el gran detonador
que fue para los angloamericanos rom per la frontera en busca de ese Do­
rado, atracción frenética de la que ellos conocen com o “la fiebre del o ro ”.
De este lado, en la California mexicana, el poblamiento masivo, mucho
más reciente, significó — com o certeram ente lo vio Lázaro Cárdenas— el

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
H IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

274 LA CALIFORNIA MEXICANA

rescate de la frontera." Aquí se afianza también una nueva cultura que es


fruto del encuentro entre los descendientes de quienes crearon las gran­
des civilizaciones indígenas y los que implantaron las formas de vida de
España con su legado m editerráneo, latino y cristiano católico. Los
asentamientos humanos de un lado y o tro de estas dos Californias, que
por tanto tiempo estuvieron unidas, son hoy muy diferentes, no sólo por
sus rasgos urbanísticos y arquitectónicos. De un lado resalta la opulencia;
del otro es visible la limitación de recursos, la crisis económica y aun,
muchas veces, la miseria. Cruzar esta frontera es entrar a mundos de cul­
tura a veces opuestos y casi siempre distintos: desde las formas e incluso
los horarios de alimentación hasta la expresión de valores, creencias y
esperanzas.
Pero, a la vez que existen tan grandes diferencias, está la otra realidad
también imposible de suprimir. Es ella la de una colindancia, cercanía y
vecindad inmediata. Significa esto que lo que ocurre de un lado a la corta
o a la larga influye en el otro. Es esto válido en lo que toca a los recursos
naturales, aguas, hidrocarburos, incluso sistemas de drenaje, com ercio,
industria, comunicaciones, movimientos migratorios, estructuras socia­
les y políticas. Coexistir, a lo largo de más de tres mil kilómetros, con tal
suma de diferencias y a la vez en inescapable cercanía con múltiples for­
mas de interacción, plantea un conjunto enorme de retos. En ocasiones
surgen actitudes de antagonismo, rechazo, odio y desprecio.
Quiero citar aquí un artículo, recientem ente escrito por quien fue
presidente de Costa Rica, el prem io Nobel de la Paz, Óscar Arias Sánchez.
Intituló él su aportación “El muro de California”. Tras referirse al gran
conjunto de problemas que plantean las enorm es diferencias entre los
países del prim er y tercer mundos, concentra la atención en lo que ocurre
en no pocos lugares de la tierra, en donde inmigrantes indocumentados
cruzan o tratan de cruzar las fronteras de los países ricos, en busca de
trabajo y mejores condiciones de vida.
Como un ejemplo que en opinión de Óscar Arias puede llegar a ser
dramático, aduce luego el caso de la frontera entre la California estado­
unidense y la mexicana. He aquí sus palabras:

¿Cómo no comparar la muralla de metal de tres metros de altura que se


construye al sur de California, con el nefasto muro de Berlín? La única obra
humana que un observador desde la Luna puede distinguir en la Tierra es la
Gran Muralla China. ¿Acaso constataremos en pocos años que este Muro de
California es el segundo objeto construido por el hombre que puede
percibirse desde el espacio?112

11 Lázaro Cárdenas, Apuntes 1913-1940, México, UNAM, 1980, t. I, p. 442.


12 Óscar Arias Sánchez, “El muro de California", Excélsior, 2 de junio del992, p. 10 A.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
CALIFORNIA: TIERRA DE FRONTERA 275

Si con otra pregunta se quisiera abarcar el gran reto, habría que apun­
tar al futuro e inquirir sobre la posibilidad de alcanzar un destino de más
afortunada convivencia, gracias a mejor concebidas relaciones fronteri­
zas. La presencia de culturas diferentes puede ser origen de conflictos,
pero también de intercambios positivos. Recordaré en este contexto que
existe, con la participación de ambos países, la Comisión Cultural de las
Californias.
California, hoy las Californias, sigue teniendo un destino de frontera.
Afirmar esto es reconocer que en estas tierras perdura el reto pero con
renovado y vital dinamismo. Ese reto que surgió desde que la California
salió del mito para convertirse en realidad. Hoy, más que nunca, interesa
ahondar, no en teoría sino atendiendo a esta realidad, en las múltiples
significaciones de lo que se entiende por frontera, en lo geográfico, lo
económ ico y lo cultural. Esta ha sido y es, entre otras cosas, señuelo de
expansiones y también límite, barrera, muro y aun zanja que impide el
paso. ¿No podrá llegar acaso el día en que la puerta se abra para intercam­
bios justos, enriquecedores y fecundos entre seres humanos habitantes
todos de un continente y un mismo planeta originalmente libre de tales
fronteras?

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
Miguel León-Portilla

Lo Californio mexicana
Ensayos acerca de su historia

Primera reimpresión
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/
Universidad Autónoma de Baja California
Instituto de Investigaciones Históricas
2000
310 p.
Ilustraciones, mapas
(Serie Historia Novohispana, 58)
ISBN 968-36-4717-0

Formato: PDF
Publicado en línea: 6 de marzo de 2018
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
california/304a.html

DR © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-lnstituto de


IN S T IT U T O
DF IKVESTICACIOKES Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
H IST Ó R IC A S
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa y
su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
INSTITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES DOCUMENTALES

Aguirre, Amado, Contribución p ara la historia d e la Baja California,


compilación de datos y documentos ordenada por el gobernador del
Territorio Sur de la Baja California, La Paz, 1928.
Alegre, Francisco Xavier, Historia d e la provincia d e la Compañía de
Jesús d e Nueva España, edición preparada por Ernest Burrus, S. J. y
Félix Zubillaga, S. J., 4 vols., Roma, Institutum Historicum Societatis
Iesu, 1956-1960.
Archivo General de Indias, Sevilla, Audiencia d e Guadalajara.
Aschmann, Homer, The Central Desert o f Baja California, Demography
a n d Ecology, Berkeley y Los Angeles, University of California Press,
1959-
Baegert, Juan Jacobo, Noticias d e la península americana d e Califor­
nia, introducción de Paul Kirchhoff, traducción de Pedro Heindrich,
México, Antigua Librería de Robredo, 1942.
Bancroft, Hubert Howe, History o f the Northern Mexican States a nd
Texas, 2 vols., San Francisco, A.L. Bancroft, 1884.
__________, History o f the Northwest Coast, 2 vols., San Francisco, The
History Company, 1884.
Barco, Miguel del, Historia natural y crónica d e la Antigua California,
edición, introducción, notas y apéndices de Miguel León-Portilla,
México, unam, Instituto de Investigaciones Históricas. 1973-
__, Historia natural y crónica de la Antigua California, edición,
introducción, notas y apéndices de Miguel León-Portilla, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Históricas, 2da. edición, 1988, enriqueci­
da con otros escritos de Barco.
Barrett, Ellen C., Baja California, 1535-1964. A Bibliography o f Histo­
rical, Geographical and Scientific Literature relating to the Peninsula
o f Baja California and to the Adjacent Islands in the Gulf o f Califor­
nia and the Pacific Ocean, Los Ángeles, Bennett y Marshall, 1957,
vol. i; Los Ángeles, Westernlore Press, 1967, vol. n.
Barrón, Martín E. y Guadalupe Barbosa, San Vicente Ferrer, 1780-1980,
Historia de un pueblo, Ensenada, Litoformas Muñoz, 1980.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

280 LACALIFORNIA MEXICANA

Bayle, Constantino S. J., Historia de los descubrimientos y colonización


de los padres de la Compañía de Jesús en la Baja California, Ma­
drid, Biblioteca de los Americanistas, Librería de Victoriano Sánchez,
1933.
Biblioteca Nacional de México, Archivo franciscano.
B laisdell, Lowell L., The Desert Revolution, Baja California, 1911,
Madison, The University of Wisconsin Press, 1962.
B olton, Herbert Eugene, Fray Ju a n Crespi, Missionary Explorer on the
Pacific Coast, 1769-1774, Berkeley, University of California Press, 1927.
__________ , Rim o f Christendom, A Biography o f Eusebio Francisco Kino,
Pacific Coast Pioneer, Nueva York, The MacMillan Company, 1936.
BOSCH Gimpera, Pedro, “El arte rupestre de América”, Anales de Antropo­
logía, México, unam, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1964,
vol. i, pp. 29-45-
B ravo, Jaime, Juan de Ugarte y Clemente Guillén, Testimonios sudcalifor-
nianos. Nueva entrada y establecimiento en el puerto de La Paz,
1720, edición, introducción y notas de Miguel León-Portilla, México,
UNAM, 1970.
B urrus, Ernest J., (ed.) Kino Reports to H eadquarters, Roma, Jesuit
Historical Institute, 1954.
__________, Kino escribe a la duquesa, Madrid, Ediciones José Porrúa
Turanzas, 1958.
__________, La obra cartográfica de la provincia mexicana d e la Compa­
ñía de Jesús, 1567-1967, 2 vols., Madrid, José Porrúa Turanzas, 1967,
Colección Chimalistac, ts. I y II.
__________, Wenceslaus Linck’s Report a n d Letters 1762-1778, Los Ánge­
les, Dawson’s Book Shop, 1967, Baja California Travels Series, vol. 9,
pp. 25-29.
__________ , D ucrue’s Account o f the Expulsion o f the Jesuits fro m Lower
California (1767-1769), Roma Jesuit Historical Institute, 1977.
__, “Rivera y Moneada, Explorer and Military Commander o f Both
Californias, in Light of his Diary and other Contemporary Documents”,
Hispanic American Historical Review, Durham, Duke University Press,
1979, pp. 682-692.
__________ y Félix Zubillaga, S.J., (eds.). Véase Alegre Francisco Xavier.
Cárdenas de la Peña, Enrique, Visión y presencia de Baja California, Méxi­
co, Secretaría de Marina, 1969.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO

HISTÓRICAS

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES DOCUMENTALES 281

Cárdenas, Lázaro, Obras, 4 vols., México, unam, 1972-1974, Nueva Biblio­


teca Mexicana, núms. 28, 31, 33, 33.
__________ , Epistolario, 2 vols., México, Siglo XXI Editores, 1974-1975.
__________ , Apuntes 1 9 1 3 - 1 9 4 0 , México, unam, 1980.
Castañeda de Nájera, Pedro, “Relación de la jornada de Cíbola”, en George
Winship, 14th A nnualReport o f thè Boreau ofEtnology, Wàshington,
Smithsonian Institution, 1896, parte i, pp. 414-469.
Chamberlin, Eugene Keith, The Magdalena Bay Incident, tesis de maes­
tría, Berkeley, University of California, 1940.
__________ , United States Interests in Loiver California, tesis de doctora­
do, Berkeley, University of California, 1949-
__________ , “The Japanese Scare at Magdalena Bay, 1911-1912”, Pacific
HistoricalRevieiv, 1955, voi. xxiv, núm. 4, pp. 345-359-
C lavigero, Francisco Xavier, Historia de la Antigua o Baja California, tra­
ducción del italiano por Nicolás García de San Vicente, México, Im­
prenta del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 1933
__________, Historia de la Antigua o Baja California, edición de Miguel
León-Portilla, México, Editorial Porrúa, 1970.
Colección de diarios y relaciones p a ra la historia de los viajes y descu­
brimientos, 6 vols., editados por Luis Cebreiro Blanco, Madrid, Insti­
tuto Histórico de la Marina, 1943-1964.
Colección de documentos inéditos p a ra la historia de España, editados
p o r Martín Fernández de Navarrete y otros, Madrid, 1884.
Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento, conquista
y organización de las antiguas posesiones españolas de América y
Oceania, editados p or Luis Torres de Mendoza, 42 vols., Madrid, 1864-
1888.
Companys Boneu, Femando, Don Gaspar de Portola, Madrid, Publicacio­
nes Españolas, 1970.

Cook , Sherbum e F., “Diseases of the Indians of Lower California in thè


18th Century”, California a n d Western Medicine, 1935, voi. xui, pp.
4 32-434.
__________ , The Extent a nd Significance ofDisease am ong the Indians o f
California, 1677-1773, Berkeley y Los Ángeles, University of Califor­
nia Press, 1937, Ibero-Americana, 12.
Cortés, Hernán, Cartas y documentos, introducción de Mario Hernán­
dez Sánchez-Barba, México, Editorial Porrúa, 1969.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/public3digital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

282 LACALIFORNIA MEXICANA

Costansó, Miguel, “Diario histórico de los viajes de mar y tierra hechos al


norte de la California”, en: The Constansó Narrative o f the Portolá
Expedition, traducción al inglés, introducción y bibliografía de Ray
Brandes, Newhall, Calif., Hogarth Press, 1970.
Crawford, James M., The Cocopa Language, tesis inédita de doctorado,
Berkeley, University of California, 1949-
CuÉ Cánovas, Agustín, Ricardo Flores Magón, la Baja California y los
Estados Unidos, México, Libro Mex Editores, 1957.
C uevas, Mariano, S. J., Historia d e la Iglesia de México, 5 vols., El Paso,
Texas, Editorial Revista Católica, 1928.
__________, Monje y marino, la vida y los tiempos de fra y Andrés de
Urdaneta, México, Editorial Galatea, 1943.
Dahlgren, Barbro y Javier Romero, “La prehistoria en Baja California.
Redescubrimiento de pinturas rupestres”, Cuadernos Americanos,
México, 1951, vol. 58, núm. 4, pp. 153-178.
Decorme, Gerard, La obra de los jesuítas mexicanos durante la época
colonial, 1572-1767, 2 vols., México, Antigua Librería de Robredo, 1941.
Dedrick, John, “Panorama de la lingüística de Baja California”, Memoria
del Primer Congreso de Baja California, 2 vols., Mexicali, Gobierno
del Estado de Baja California, 1958, t .l , pp. 181-184.
Díaz Mercado, Joaquín, Bibliografía sumaria de la Baja California, Méxi­
co, Bibliografías Mexicanas, daap, 1937.
D íaz y de Ovando, Clementina, “Baja California en el mito”, Historia Mexi­
cana, México, El Colegio de México, 1952, vol. ii, núm. 1, pp. 23-45.
Dunne, Peter Masten, Black Robes in Lower California, Berkeley y Los
Ángeles, The University o f California Press, 1952.
Encyclopédie ou Dictionnaire raissoné des Sciences, des Arts et des Métiers,
París, 1709-1779, vol. v, pp. 179-198.
E ngelhardt, Zephyrin, o . f .m., The Missions a n d Missionaries o f Califor­
nia, 4 vols., Santa Bárbara, 1929-
E nglebert, Omer, Fray Junípero Serra, el último d e los conquistadores,
México, Gandesa, 1957.
Forbes, Alexander, California: A History ofUpper a n d Lower California,
fro m their First Discovery to the Present Time, Londres, Smith, Eider
and Co., 1839.
Galvez, José de, “Informe que dio el Excmo. Marqués de Sonora cuando
estuvo en California al Excmo. Señor Virrey de México, Marqués de

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.histoncas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/califomia/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES DOCUMENTALES 283

Croix, manifestando lo que son dichas Californias”, Boletín d el Archi­


vo General d e la Nación, México, 1933, pp. 806-832.
Garza, María Luisa, El golfo d e California, m ar nacional, México, unam,
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, 1976.
Gatschet S., Albert, S., “Der Yuma Sprachstamm”, Zeitschrift f ü r Ethno-
logie, Berlín, 1887, voi. 9, pp- 364-418.
Geiger, Maynard, “The arrival of the Franciscans in the Californias, 1768-
1769, According to the version of Fray Juan Crespi, O. F. M.”, The
Americas, Wàshington, Academy of American Franciscan History, 1951,
pp. 209-218.
Gerhard, Peter, “Gabriel González, Last Dominican in Baja California”,
Pacific Historical Review, Berkeley, University of California Press, 1953,
xxi, pp. 123-127.
__________, “Misiones de Baja California”, Historia Mexicana, México, El
Colegio de México, 1954, voi. m, núm. 4, pp. 600-605.
__________, “Pearl diving in Lower California, 1533-1830 ", Pacific Historical
Review, 1956, voi. xxv, pp. 239-249.
__________ , Pirates in Baja California, México, Editorial Tlilan Tlapalan,
1963.
__________ y Howard F. Gulick, Lower California Guidebook, 4a. ed.
Glendale, The Arthur H. Clark Co., 1967.
Gómez Cañedo, Lino, De México a la Alta California, México, Editorial
Jus, 1969.
__________ , “Informe franciscano sobre misiones jesuíticas en Baja Cali­
fornia”, Historia Mexicana, México, El Colegio de México, 1970, voi.
XIX, núm. 4, pp. 559-573.
Greenman, E.F., “The Upper Paleolithic and the New World”, Current
Antropology, Chicago, 1963, voi. 4, núm. 1, pp. 41-66.
Hambleton, Enrique, La pintura rupestre d e Baja California, México,
Fom ento Cultural Banam ex, 1970.
H edges, Kenneth, “Painted Tablas From Northern Baja California”, Pacific
Archaeology Quarterly, Costa Mesa, 1973, voi. 9, núm. 1, pp. 5-20.
H ervás y Panduro, Lorenzo, Catálogo de las lenguas de las naciones co­
nocidas y numeración, división y clasificación de éstas, según la
diversidad de sus idiomas y dialectos, 6 vols., Madrid, Lenguas y
Naciones Americanas, 1800-1805.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

284 LA CALIFORNIA MEXICANA

H inton, Thomas B., “Some Surviving Yuman Groups in Northern Baja


California, México”, América Indígena, México, Instituto Indigenista
Interamericano, 1974, voi. 17, núm. 5, pp. 17-35.
H unt, L. V, “The Early Dominican Missions in California”, Dominican
Yearbook, 1911, pp. 33-47.
J iménez, Moreno, Wigberto, “Las lenguas y culturas indígenas de Baja Ca­
lifornia”, Calafia, Mexicali, uabc, 1974, voi. ii , núm. 5, pp. 17-35.
Iglesias Calderón, Fernando, La concesión Leese, recopilación de docu­
mentos oficiales, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1924.
Archivo Histórico Diplomático Mexicano, 12.
Ivés, Ronald L., “The Grave of Melchior Díaz, a Problem in Historical
Sleuthing”, TheKiva, 1959, voi. 25, núm. 2, pp. 31-40.
Kelly, William H., “Cocopa Gentes ", American Anthropologist, 1942, voi.
44, núm. 3, pp. 675-691.
_________ , “Cocopa Attitudes and Practices With Respect to Death and
Mourning”, SouthwesternJournal ofAnthropology, 1949, voi. 5, núm.
2, pp. 151-164.
__________ , Cocopa Ethnography, Tucsón, The University of Arizona Press,
1977.
Kino, Eusebio Francisco, Las misiones de Sonora y Arizona, compren­
diendo la crónica titulada “Favores celestiales"y la "Relación dia­
ria de la entrada al noroeste", versión paleogràfica e índice por
Francisco Fernández del Castillo, México, Archivo General de la Na­
ción, 1913-1922.
Krutch, Joseph Wood, Baja California a nd the Geography ofH ope, in­
troducción de David Brower, fotografías de Eliot Porter, San Francis­
co, Sierra Club, 1967.
Lassépas, Ulises Urbano, Historia d e la colonización de la Baja Califor­
nia, y decreto del 10 de marzo d e 1857, Primer Memorial, México,
Imprenta de Vicente García Torres, 1859- Véase la edición reciente en
la Colección Baja California: Nuestra Historia, SEP-UABC, 1995, voi. 8.
Lauviere, Emile, “L’Ouvre Franciscaine dans les deux Californies 1768-
1 7 8 6 ”, Revue Historique Franciscaine, París, 1928, pp. 189-210.
León-Portilla, Miguel, “Sobre la lengua pericú de la Baja California”, Ana­
fes d e Antropología, México, unam, Instituto de Investigaciones
Antropológicas, 1 9 7 6 , voi. xill, pp. 87-101.
__________ , H ernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, Ediciones de Cultura
Hispánica, 1985.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO

HISTÓRICAS

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES DOCUMENTALES 285

León-Portilla, Miguel, La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, sex­


ta edición, México, unam, 1986.
__________, Cartografía y crónicas de la Antigua California, México, u n a m ,
Instituto de Investigaciones Históricas y Fundación de Investigacio­
nes Sociales, 1989-
Logan, Richard, “A plea for Planning in Baja California”, Baja California
Symposiumxi, Asociación Cultural de las Californias, Corona del Mar,
California, 1973.
López Sarrelangue, Delfina E., “Las misiones jesuítas de Sonora y Sinaloa,
base de la colonización de Baja California”, Estudios de Historia
Novohispana, México, unam, Instituto de Investigaciones Históricas,
19 6 8 , vol. n, pp. 149-201.
Martínez, Pablo L., Historia de Baja California, México, Libros Mexica­
nos, 1956.
W. Michael, Californiana I, Documentos p ara la historia de de­
M a th es,
marcación comercial de California 1583-1632, 2 vols., Madrid, Edi­
ciones José Porrúa Turanzas, 1965, Colección Chimalistac, t. xxii .
__________, Californiana II, Documentos p a ra la historia de la explota­
ción comercial de California 1611-1679, 2 vols., Madrid, Ediciones
José Porrúa Turanzas, 1970, Colección Chimalistac, t. XXIII.
__________, Californiana III, Documentos p a ra la historia de la transfor­
mación colonizadora de California 1679-1686, 3 vols., Madrid, Edi­
ciones José Porrúa Turanzas, 1974, Colección Chimalistac, t. xxix.
__________, The Pearl Hunters in the Gulf o f California, 1668, Los Ánge­
les, Dawson’s Book Shop, 1966, Baja California Travels Series, vol. 4.
__________(ed.), First fro m the Gulf to the Pacific, The diary o f Kino -
Atondo Peninsular Expedition, Los Ángeles, Dawson’s Book Shop,
1969, Baja California Travels Series, vol. 16.
__________ , “La exploración del Río de la Buena Guía”, Calafia, Mexicali,
uabc, 1973, vol. 11, núm. 2, pp. 15-17.

__________ , Sebastián Vizcaíno y la expansión española en el oceáno Pa­


cífico, México, u n a m , Instituto de Investigaciones Históricas, 1973.
__________ , “The Conquistador in California: 1535, The Voyage of Fernan­
do Cortés to Baja California”, Chronicles and Documents, Los Ánge­
les, Dawson’s Book Shop, 1973, Baja California Travels Series, vol. 31.
__________, Las misiones de Baja California 1683-1849, La Paz, Ayunta­
miento de La Paz, 1977.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.históricas.unam,mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITUTO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

286 LA CAUFORNIA MEXICANA

Massey, William C., , “Brief Report on Archaelogical Investigations in Baja


California”, Southwestern Jo urn a l o f Anthropology, 1947, vol. 3, pp.
344-359.
__________ , “Tribes and Languages o f Baja California”, Southwestern
Jo u rn a l o f Anthropology , 19 4 9 , vol. 5, núm. 3, pp. 272-307.
__________, “Archaeology and Ethnohistoryof Lower California”,
o f Middle American Indians, Austin, University of Texas Press, 1966,
vol. iv, pp. 38-57.
MASTEN Dunne, Peter, S. J .¡Black Robes in Lower California, University of
California, Berkeley y Los Angeles, 1952, reimp. 1968.
Meighan, Clement W, Indian Art a nd History, the Testimony o f Prehistoric
Rock Painting in Baja California, Los Angeles, Dawson’s Book Shop,
1969, Baja California Travels Series, vol. 13.
Meigs III, Peveril, The Dominican Mission Frontier o f Lower California,
Berkeley y Los Angeles, 1935.
_________ , The Kiliwa Indians o f Lower California, Berkeley, The Uni­
versity of California Press, 1939.
__________, “Historical Geographyof Northern Lower California”, Yearbook
o f the Association o f Pacific Coast Geographers”, 1955, pp. 14-17.
__________, La frontera misional dominica en Baja California, Colec­
ción Baja California: Nuestra Historia, sep-uabc, 1995, vol. 7.
__________ y Carl Sauer, Site a n d Culture at San Fem ando Velicatá,
Berkeley, University o f California Press, 1927.
Méndez Silva, Ricardo, “El mar de Cortés, bahía vital”, Boletín del C.R.I.,
1972, núm. 18, pp. 74-83.
Mixco, Mauricio J., “J. P. Harrington’s Cochimi Vocabularies”, Jo u rn a l o f
California Anthropology, Riverside, 1975, vol. 4, núm. 1, pp. 47-50.
__________, “Kiliwa Texts”, InternationalJournal o f American Linguistics,
Native American Texts Series, Chicago, 1976, vol. i, núm 3, pp. 92-101.
__________, “The Historical Implications of Some Kiliwa Phonological
Rules”, Hokan Studies, M. Langdon y S. Silver (eds.), Mouton, The
Hague, 1976.
__________ “Documentos en paipai (yumano) con comentario: Textos para
la etnohistoria en la frontera dominicana de Baja California”, Tlalocan,
México, unam, Instituto de Investigaciones Históricas e Instituto de
Investigaciones Antropológicas, 1977, vol. vn, pp. 205-226.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES DOCUMENTALES 287

Cochimi a nd Proto-Yuman, Lexical a n d Syntactic Evidence


fo r a New Language Family in Lower California, Salt Lake City,
University o f Utah Press, 1978. Anthropology Papers, núm. 101.
MORIARTY, Jam es Robert, “Climatologic, Ecologic and Temporal Inferencies
from Radiocarbon Dates on Archaeological Sites, Baja California, Méxi­
co”, Pacific CoastArchaeologicalSociety Quarterly, 1968, vol.iv, núm.
1, pp. 11-38.
MuRR, Cristoph Gottlieb, JournalzurKunstgeschichte u n d zu r allgemeine
Literatur, Segunda parte, Nürnberg, 1784.
Museo Naval de Madrid, Colección Navarrete, tom o xdc.
Navarro García, Luis, Don José de Gálvez y la comandancia general de
las Provincias Internas, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano Ameri­
canos, 1964.
North, Arthur Waldridge, The Mother o f California, San Francisco, 1908.
Nunis , Jr., Doyce B ., ed., The Drawings o f Ignacio Tirsch, A Jesuit
Missionary in Baja California, traducción de Elsbeth Schulz-Bischof,
Los Ángeles, Dawson’s Book Shop, 1972, Baja California Travels Se­
ries, vol. 27.
O choa Zazueta, Jesús Ángel, “Los cucapá del Mayor indígena”, Boletín
del Departamento de Antropología Social, México, Instituto Nacio­
nal de Antropología e Historia, 1973, vol. 1, pp. 17-43.
__________ , Los kiliw ay el m undo se hizo así, México, Instituto Nacional
Indigenista, 1978.
O lguín Hermida, Jorge, “Estado actual de las tribus aborígenes de la Baja
California”, Memoria d el Primer Congreso d e Historia Regional,
Mexicali, Gobierno del Estado de Baja California, 1958, vol. 1, pp.
125-203.
ORDÓÑEZ de Montalvo, Garci, Las sergas del virtuoso caballero Espladián,
hijo d e Amadís de Gaula (Sevilla, 1510), Madrid, Biblioteca de Auto­
res Españoles, 1857, 539 pp.
OROZCO y Berra, Manuel, (ed.) Documentos p a ra la historia de México,
2a. serie, México, 1855.
Owen , Roger C., “Indians and the 1911 Revolution of Baja California, Méxi­
c o ”, Ethnohistory, Bloomington, Indiana University, 1963, vol. 10,
núm. 1.
Pacheco, Carlos, Exposición que hace el Secretario d e Fomento sobre la
colonización de Baja California, México, Oficina Tipográfica de la
Secretaría de Fomento, 1887.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DB INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

288 IA CALIFORNIAMEXICANA

Palou, Francisco, Noticias de la Antigua y Nueva California, Documen­


tos para la historia de México, 4 vols., México, Imprenta Vicente García
Torres, 1857.
__________ , Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venera­
ble fray Junípero Serra, edición de Miguel León-Portilla, México, Edi­
torial Porrúa, 1970.
Panian, Henry, “Juárez y la concesión Leese de Baja California", IV Reunión
de la Asociación Cultural de las Californias, La Mesa, California, 1966.
Pérez de Rivas, Andrés, Historia de los triunfos de nuestra santa f e entre
las gentes las más bárbaras y fieras del nuevo orbe, 3 vols., México,
Editorial Layac, 1944.
Pìccolo , Francisco María, S.J., Informe del estado de la nueva cristian­
d ad de California, 1702, y otros documentos, edición de Ernest J.
Burrus, S.J., Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1962. Colección
Chimalistac, t. xiv.
Piette , Charles, Evocation de Junípero Serra, Washington, Academy of
American Franciscan History, 1946.
__________y J. G., Maximin, “A Royal Cédula of Carlos III Concem ing the
Missions o f Lower California”, The Americas, Wàshington, Academy
o f American Franciscan History, 1944, pp. 223-235.
Pinera Ramírez, David (coord.), Panorama histórico de Baja California,
Tijuana, Centro de Investigaciones Históricas unam-uabC, 1983.
Plan p a ra el arreglo de las misiones de los Territorios de la Alta y de la
Baja California, México, Junta de Fomento de los Territorios de la
Alta y la Baja California, Galván, 1827.
Portillo y Diez de Sollano, Alvaro del, Descubrimientos y exploraciones
en las costas d e California, Madrid, Escuela de Estudios Hispano-
Americanos de Sevilla, 1947.
Ramos, Roberto, (ed.), Tres documentos sobre el descubrimiento y explo­
ración de Baja California, México, Editorial Jus, 1963.
Ramusio, Giovanni Battista, Terzo volume delle Navigationi e Viaggi,
Raccolto già da M. Gio Battista Ramusio, In Venetia, Nella Stamperia
da Giunti, 1556.
Río, Ignacio del, “Los sueños califomianos de don José de Gálvez”, Revis­
ta de la Universidad de México, México, 1972, voi. xxvi, nùm. 5, pp.
15-24.
RlPPY, Fred J., Ibe United States and Mexico, Nueva York, F.S. Croft and
Co., 1931.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES DOCUMENTALES 289

Rivet, Paul, “Rechercher Anthropologiques Sur la Basse-Californie”,


Jo u rn a l de la Société des Americanistes d e Paris, Paris, 19 0 6 , vol. vi,
pp. 147-253.
Robles Uribe, Carlos, “Investigación lingüística sobre los grupos indígenas
del estado de Baja California”, Anales del Instituto Nacional de Antro­
pología e Historia, México, 1965, vol. xvn, núm. 45, pp. 275-301.
__________ , y Roberto D. Bruce, “Lenguas hokanas”, Las lenguas de Méxi­
co, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2 vols., 1975, t. I,
pp. 129-153.
Rodríguez Lorenzo, Esteban, Descripción y toponimia indígena de Cali­
fornia, 1740, edición, introducción y notas de Miguel León-Portilla,
La Paz, Gobierno del Territorio de Baja California Sur, 1974.
Sales, Luis de, Noticias de la Provincia de California, en tres cartas es­
critas a un amigo, Valencia, 1794.
__________ , Noticias de la Provincia de California, 1794, 2 vols., Madrid,
Ediciones José Porrúa Turanzas, I9 6 0 , Colección Chimalistac, t. vi.
Sebastián, Félix de, Memoria de los padres y hermanos de la Compañía
de Jesús de la Provincia de Nueva España, difuntos, después del arres­
to acaecido en la capital de México, el 15 de junio de 1767, Bibliote­
ca Communale del Archigimnasio de la ciudad de Bolonia, Italia, Mss.
A 531-532.
Serrano y Sanz, Manuel (e d .), Relaciones históricas de América, prim era
mitad del siglo xvi, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, Im­
prenta Ibérica, 1916.
Servín, Manuel R, “The Secularization o f the California Missions, A
Reappraisal”, Southern California Quarterly, 1965, vol.XLVii, pp. 133-
149.
Stern , Norton B., Baja California, Jewish Refuge a n d Hom eland, Los
Ángeles, Dawson’s Book Shop, 1973, Baja California Travels Series,
vol. 32.
Tamaral, Nicolás, Misión de la Baja California, introducción, arreglo y
notas de Constantino Bayle, S. J., Madrid, Editorial Católica, 1946.
Taraval, Segismundo, TheIndian UprisinginLower California 1734-1737,
as Described by Father Segismundo Taraval, traducción, introduc­
ción y notas de Marguerite Eyer Wilbur, Los Ángeles, The Quivira
Society, 1931.
T ernaux-Compans, Henri, Voyages, relations et mémoires originaux pour
servir a la histoire de la déscouverte de l Amérique, publiés p o u r la
prem ière fo ix en français, 20 vols., Paris, 1837-1841.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/304a.html
IN STITU TO
DE INVESTIGACIONES
H IS T Ó R IC A S
¿.JO LACALIFORNIAMEXICANA

Tibesar, Antonine, ed., Writings o f Junípero Serra, 4 vols., Wàshington,


Academy of American Franciscan History, 1956-1965.
T ooley, R.V, California as an Island, a Geographical Misconception,
Illustrated by 100 examples from 1625 to 1770, Londres, The Map’s
Collector’s Circle, 1964.
T roike, Rodolph C , “The Linguistic Classification o f Cochimi”, Hokan
Studies, Papers fro m the First Conference on Hokan Languages, The
Hague, Janua Linguarum, 1976.
Valadés, Adrián, Temas históricos de la Baja California, México, Edito­
rial Jus, 1963.
Venegas, Miguel, Noticia d e la California y de su conquista temporal y
espiritual hasta el tiempo presente, 3 vols., México, reimpreso por
Luis Álvarez y Álvarez de la Cadena, Editorial Layac, 1943.
Wagner, Henry R,, “Francisco de Ulloa returned”, California Historical
Society Quartely, San Francisco, 1940, voi. xix, pp. 241-243
W Anita Álvarez de, “Los cucapá del delta del Río Colorado”, Calafia,
il l ia m s ,

Mexicali, u a b c , 1974, voi. 2, núm. 5, pp. 40-47.


__________, The Cocopah People, Phoenix, Indian Tribal Series, 1974.
__________, Primeros pobladores de la Baja California, introducción a
la antropología de la península, Mexicali, Talleres Gráficos del Esta­
do, 1975.
Travelers Among the Cucapa, Los Ángeles, Dawson’s Book
Shop, 1975, Baja California Travel Series, voi. 34.
W oodword, Arthur, (ed.), The Republic o f Lower California 1853-1854
in the Words o f its State Papers, Eyewitness, a n d Contemporary
Reporters, Los Ángeles, Dawson’s Book Shop, 1966, Baja California
Travels Series, voi. 6.
W yllys, Rufus K., Los franceses en Sonora, 1850-1854, México, Editorial
Porrúa, 1971.
Zavala Abascal, Antonio, Las misiones dominicas, el turismo y la leyenda
negra d e Tijuana y d e Baja California, México, Postalmex, 1964.
__________ , “Las misiones dominicas, el turismo y la leyenda negra de
Tijuana y de Baja California”, Boletín de la Sociedad M exicana de
Geografía y Estadística, México, 1964, t. xcvi, pp. 231-270.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


Disponible en: www.bistoricas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/california/B04a.html

Vous aimerez peut-être aussi