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La cueva

(cuentos cortos para trabajar en cuento terapia)

Sólo buscaba escapar de la ciudad, del ruido, y reencontrarse con la naturaleza, por eso fue tan
especial el aroma a tierra húmeda y el sol bañando el valle donde unas pocas casas rodeaban el
terreno que había adquirido con los ahorros de toda la vida.

El paisaje parecía salido de un cuento de hadas, las casas eran sencillas y austeras, rodeadas de
arboles jóvenes con jardines que se confundían con las flores silvestres, tan o aún más hermosas
que las cultivadas en ellos.

Sin embargo, su terreno tenía algo particular, algo que lo molestaba: una cueva. Sí, una cueva,
obscura, a la que no se atrevía a entrar.

-¿Para qué?-Se preguntó muchas veces. –Entrar para encontrarme con quién sabe qué clase de
animal salvaje, ¡quizás un oso! … ¡o murciélagos!... hasta puedo imaginar el olor rancio del
musgo.-

Esa cueva era la fiel imagen de todo aquello que contrastaba con su casa y su jardín.

En los primeros meses se esforzó en trasplantar plantines de árboles que pudiesen crecer
rápidamente, así, pronto cubriría la entrada de la cueva y nadie, nunca jamás, podría verla.

Una mañana de verano, tórrida y seca, el viento jugaba con la tierra agrietada, levantando
pequeños remolinos de polvo que corrían entre los caminos, arrastrando hojas secas a su paso.

Él caminaba por el campo cuando las nubes comenzaron a cubrir el cielo. El espectáculo era
atrapante. La línea de luz en el horizonte y las gruesas nubes negras moviéndose al antojo del
cambiante frente de viento. Y repentinamente, una delgada hebra de las nubes atravesó el
horizonte e hizo pie en tierra.

Lo que parecía ser un remolino poco a poco fue ganando fuerza hasta convertirse en un tornado
que arrasaba todo a su paso.

Estaba lejos de la casa y no quedaba mucho tiempo hasta que la fuerza del tornado y la tormenta
avanzara sobre las casas linderas. Corrió de una en una alertando a sus vecinos, mientras a su
alrededor toda clase de objetos eran aspirados y arrojados con extrema violencia.

No había lugar seguro para huir, salvo… la cueva.

Corrieron hacia ella y los hombres lograron cerrar la entrada con una roca antes de que el viento la
azotara. Prepararon unas antorchas con maderos y musgo seco para adentrarse lentamente en su
interior.
Lo primero que los recibió fue un muro bellamente adornado con pinturas rupestres, imágenes de
animales, personas, de vivos colores, como si hubiesen sido realizados recientemente.

Una gruta se abría frente a ellos, para dar lugar a un paisaje único, donde se filtraban resplandores
de luz desde la cúpula, una vegetación virgen de helechos, y grandes plantas se entrelazaban a
frondosos árboles, donde frutas desconocidas eran alimento de aves multicolores que surcaban el
aire. Un arroyo atravesaba el paisaje para perderse en la espesura.

-Esto es increíble.- dijo impactado por el entorno.

- ¿Sabías que este lugar tenía tanta belleza? Siempre comentabas que necesitabas ocultar una
cueva, pero nunca imagine que se tratara de una gruta. – Agregó uno de sus vecinos. – Bien
guardado tenías tu secreto. -

- No sabía…-

- Te estamos agradecidos de que nos hayas traído al interior de esta gruta y así nos salvaras la
vida. Sin dudas este lugar es un refugio para los momentos difíciles y un espacio grato para
disfrutar en la calma. –

- También estoy sorprendido… lo que encontramos… siempre creí que aquí sólo habían cosas que
ocultar, y no un vergel tan valioso. –

Esperaron un tiempo, sin poder dar crédito a lo que los rodeaba. Corrieron nuevamente la piedra
de la entrada, el sol iluminaba entre las nubes.

El tornado había hecho destrozos, si bien las construcciones estaban en pie, hubiese sido muy
peligroso para los vecinos permanecer en ellas durante la tormenta.

El hombre observó a lo lejos y agradeció que la gruta hubiese salido a la luz, con todas sus
potencialidades de refugio y belleza.

Respiró profundo, se sintió pleno por el tesoro que guardaba su cueva, allí, entre las sombras, y
por lo valioso que resultó ser también para los demás.

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