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Celia estaba especialmente nerviosa.

En contra de lo que era su costumbre, apenas había


articulado palabra durante el almuerzo. Se acercaba el verano y los exámenes de fin de
curso habían concluido. Después de un año complicado, había logrado obtener una
calificación bastante aceptable. Los últimos meses se había aplicado mucho. Su tutor estaba
más que satisfecho con su evolución. Sus padres también se enorgullecían de ella. Era una
buena chica, responsable y obediente. Confiaban en ella.

La joven era ya una mujercita. Clarita de piel, había sacado el físico a su abuela materna.
Rubita, pecosa y de ojos claros. De estatura media tirando a alta, algo desgarbada. Quizás
estaba, como su madre le recordaba constantemente demasiado delgada. Sin embargo, el
rasgo más característico de la fisonomía de Celia era su delantera.

En apenas un año aquellos terroncitos juguetones se habían transformado en un par de


prominentes pechos. Al principio trató en vano de esconderlos bajo ropas holgadas y
discretas. Se avergonzaba de su cuerpo. Los compañeros del instituto se reían de ella y
hacían bromas alusivas al tamaño de sus senos.

Dibujaban caricaturas de la pequeña en las que las tetas le llegaban al suelo. Un amigo le
había contado que en el baño de los chicos había comentarios obscenos acerca de su
tamaño, lo que había aumentado todavía más su complejo.

Sin embargo, los chavales de cursos superiores ya le habían echado el ojo, e incluso un par
le habían pedido discretamente su número de teléfono.

Quizás por esto actualmente ya no escondía tanto su busto e incluso, con el buen tiempo, se
había atrevido a vestir camisetas algo escotadas.

Nada provocativo, pero su cambio de actitud era evidente.

Esto tranquilizó a sus padres. Como era natural, estaban preocupados al ver que su retoño
no asimilaba los cambios en su cuerpo. Acertaron plenamente cuando la llevaron a la
consulta de aquel prestigioso terapeuta.

Una vez concluido el almuerzo, Celia pidió permiso a sus padres para ir al baño. Tenía que
acicalarse. Como cada último sábado de mes, sus padres le permitían ir a ver alguna
película de cine. Iba acompañada de un par de amigas de su edad y su propio padre se
encargaba de llevarla y traerla al centro comercial. No había peligro ninguno si
permanecían juntas. La ciudad era tranquila y la chica había demostrado ser responsable.

Primero pasó por su habitación y abrió el armario de la ropa. No hacía falta perder mucho
tiempo en la elegir la vestimenta. Cualquiera serviría. Escogió una camiseta negra de
tirantes que su madre había insistido en comprar. Bastante cortita, dejaba al aire su tripita
plana.
Su mamá le decía que debía llevar ropa bonita, que realzara algo su cuerpo. El psicólogo
había insistido en ello. El galeno sugirió que un pequeño piercing en el ombligo podría
hacerle bien. Haría que la pequeña se fijase en él y olvidase sus senos. Poco a poco, sin
insistir demasiado, debían hacer ver a Celia que no era ningún monstruo horrible, sino una
jovencita hermosa con un cuerpo que otras chicas matarían por tener, cosa totalmente
cierta.

Celia se lo pensó mejor, su mente la engañaba diciéndole que con aquello todo el mundo le
miraría las tetas. Decidió cubrir la prenda con una camisa roja, mucho más discreta. Una
faldita de vuelo y unas sandalias completarían el conjunto.

Abrió el cajón de la cómoda donde guardaba su ropa interior. Estuvo un rato pensando. Su
pequeña manita agarró un sujetador sencillamente horroroso. Cuando llegó el turno de las
braguitas recorrió con la mirada la batería de diminutas prendas de diversas formas y
colores. Ordenó un par que permanecían fuera de su sitio. Cerró el cajón sin escoger
ninguna.

Lo dejó todo sobre su cama y recogió su neceser. Sales de baño, gel, champú, toalla….en
fin, todo lo necesario para tomar un relajante baño de espuma. Su móvil tembló. Mensaje.
Saltó sobre la cama para leer en voz alta.

“Número 281 vehículo 5. Harry Potter y… Versión extendida 3D. 2 horas 50 minutos. 18
horas. Sala 1. ”

- ¡Bieeeeeen! – Murmuró borrando el mensaje – ¡Me gustan las películas largas!

Correteó descalza por el pasillo hasta llegar al baño grande. El chalet disponía de varios
lavabos en sus dos plantas pero en este la bañera era circular y enorme, podía bañarse
tranquila y sin prisa. Todavía era pronto… tenía tiempo de sobra… hasta podría tocarse un
poco como calentamiento previo…como hacia últimamente.

Cerró la puerta con cerrojo. Llenó la bañera casi hasta el borde. Lo justo como que para
cuando ella se metiese dentro, el agua no rebosase. También tenía en cuenta la espuma, que
podría elevarse y caer al suelo. Celia era muy limpia y cuidadosa. Cuando salía del cuarto
de baño parecía que nadie lo hubiese empleado.

La adolescente se desnudó delante del espejo y se miró unos minutos. El doctor Méndez así
lo habría querido. Un brillantito azul, el color de sus divinos ojos adornaba su vientre.
Repitió el ritual. Se llevó las manos a los pechos. No podía abarcarlos con sus manos. Los
estrujó con fuerza, pellizcando duramente los pezones.

- ¡Puta, zorra! Menudas tetas que tienes, hija de puta. Te voy a follar hasta que revientes,
me correré en ese culito tuyo. Vas a gritar como una perra…

El chapoteo del grifo ahogaba sus palabras. Pasado un tiempo se metió en el agua.
Fresquita, como a ella le gustaba. Endurecía la carne.
Ayudándose de una esponja natural impregnada en gel, lavó concienzudamente cada rincón
de su cuerpo. Poco a poco, sus movimientos se iban concentrando en su entrepierna.

- ¡Mierda!, ¿dónde estás, cariño? – sin secarse, saltó de la bañera con un vestido de espuma.
Rebuscó en su neceser y sacó un cepillo de pelo. – ¡Aquí…!. ¿Qué haría yo sin ti?

De camino a la bañera, chupó el mango del cepillo. Lo introdujo en su boca hasta el fondo.
Cada día lo tragaba más. Se volvió a meter en el agua y abrió las piernas lo que pudo. Frotó
con delicadeza su clítoris y comenzó a introducirse el intruso poco a poco por el coño. Por
allí cabía todo el mango, y más que hubiese habido. Cerró los ojos y volvió a recordar las
palabras del pervertido doctor cuando la desvirgó.

- ¡Putón de mierda! Abre más las piernas, joder. Menudo coño que tienes. Te la voy a clavar
de un golpe. Puedes gritar hasta que te canses. Te va a salir esperma por la boca…

Poco a poco, el cepillo se habría paso a través de su esfínter anal. Tampoco por aquella
abertura llegaba al límite.

- ¡Te estoy rompiendo el culo, puta barata! Ves preparando las tetas, te las voy a bañar en
leche. Jodida cría. ¡Qué complejo de tetas grandes ni que mierda! A ti lo que te hace falta es
un buen polvo. Y por mis huevos que te lo voy a echar. En unos meses serás una puta de
cuidado y con ese tetamen harás unas cubanas que no habrá polla que lo resista. Si eres
buena, tendrás muchos regalitos. Desde luego, cualidades no te faltan…

Unos golpes sonaron en la puerta. Era su padre.

- Celia, princesa ¿estás bien? No vayas a llegar tarde. ¿A qué hora es la película?

Su papá le había sacado del trance. Ya era suficiente. Se apresuró a contestar.

- Tranquilo papi. Tenemos tiempo. No comienza hasta las seis.

- No te demores demasiado. Sabes que el centro comercial está un poco lejos.

Levantándose de un salto ni se acordaba de que todavía en su ojete se alojaba el cepillo, que


cayó al agua. Recogió cuidadosamente todo el baño, se colocó una toalla anudada sobre el
cuerpo y abrió la puerta. Su padre todavía estaba allí, con la cara descompuesta. Esto le
sobresaltó un poco. Le lanzó una sonrisa divertida para luego, apoyándose en el marco de la
puerta decir:

- Venga papi, déjame pasar. Todavía me falta secarme el pelo.

Volvió a corretear por el pasillo y se introdujo en su habitación. Tenía la costumbre de


cerrar las puertas pero esta vez, con las prisas tan solo se quedó entreabierta. Sentada en la
cama, el instrumento que antes le había dado placer, ahora iba a cumplir el propósito por el
cual había sido creado.
- ¡Qué narices es esto! – tenía la mano pringosa por algo.

Se secó con la toalla que caía levemente sobre su cuerpo. Con este gesto, de manera
involuntaria, hizo que la prenda cayese, dejando a la vista ese par de magníficos melones.
Con el cepillo en una mano y el secador de pelo en la otra no había forma de taparse.
Tampoco era necesario, nadie podría verla. Con cada fuerte cepillado, sus senos se
bamboleaban libremente. El ruido del secador era ensordecedor, sin embargo creyó oír un
gemido en el pasillo. Apagó el aparato pero esta vez no escuchó nada. Pensó que sería su
imaginación. Miró a la puerta. No estaba cerrada del todo. Esto le incomodó un poco. Se
levantó y cubrió sus senos lo que pudo con sus manos. Abrió la puerta y miró al pasillo.

Ahí estaba él, con los ojos fijos en ella y la lengua afuera, babeando.

- ¡Truco! ¡Qué susto me has dado! Truco, Truco, perrito lindo. Quieres jugar, ¿verdad?
Ahora no podemos. Tengo que irme. Esta noche jugaremos cuanto quieras.

Agarró al pastor alemán y le susurró al oído.

- Papi y mami salen esta noche a cenar. Podremos jugar como nos gusta a ti y a mí.

- ¡Celia, o bajas en cinco minutos o no hay cine! – bramó su padre desde la planta baja.

- ¡Ya voy, ya voy! – Dijo la pequeña, vistiéndose a toda velocidad – qué prisas.

Un cuarto de hora más tarde, Celia estaba lista. Su madre la miró con desaprobación.

- Ni te has maquillado un poquito siquiera. Y esa camisa… ¿para qué te compro ropa bonita
si tú la escondes debajo de eso?

Diciendo esto le desabrochó los botones, dejando al descubierto el sugerente top.

- ¡Dios bendito, hija mía! Pero qué pretendes. Esto no se lleva así.

- Pero… mamá. Tú misma me lo compraste. Yo no quería… ¿recuerdas?

- Si ya lo sé, alma cándida. Me refiero a que esto.

Con su mano estiraba un tirante del sostén, que el top no tapaba.

- Esto se lleva sin nada debajo. Cariño, si con tu edad necesitas sujetador, no sé que pasará
cuando tengas hijos.

Sin decir nada más, Diana quitó la camisetita a su hija y se dispuso a desabrocharle el cierre
delantero de la prenda interior.

- ¡Mamá, que papá está delante!


- No seas remilgada, hija. Qué es tu padre. Te ha visto desnuda muchas veces…

- ¡Sí, pero no desde que… desde que… tengo…!

- ¿Tetas? Cielo, y yo que tengo, ¿jamones? Tu padre ha visto muchos pechos en este
mundo. Demasiados diría yo…

- ¡Diana, no empecemos…!

- Sólo digo que es un momento.

Celia miró al suelo avergonzada. Héctor disimuló su incomodidad fijando la vista en otro
lado, no quería violentar a la pequeña.

- ¿Ves? Así está mejor. ¿Verdad Héctor?

Cuando el padre miró, Diana compuso las tetas de su hija, que apartó las manos
protestando.

- ¡Jolín, mamá! ¡Déjame en paz! Sabes que las odio.

- Dentro de un tiempo, dejarán de estar así y entonces te acordarás de lo que te digo….

- Venga, Celia. Nos vamos. Diana, ya hemos hablado de esto. Todavía es muy pequeña. Es
casi una cría.

Una cría con un par de tetas espectaculares. Hasta él tenía que reconocerlo.

De camino al centro comercial Celia permanecía callada. Lo cierto es que estaba preciosa.

- No te enfades con mamá. Lo hace por tu bien. Piensa que el resto de padres tiene que
batallar con sus hijas de tu edad para que no se pinten, ni vistan ropa provocativa ni salgan
con chicos. Nosotros, a tus años…

- Ya lo sé, me lo habéis dicho mil veces. Vosotros a mi edad ya erais novios… y así os fue.
Preñaste a mamá con dieciséis años…y nueve meses después… salió una niña… una niña
tetona…un monstruo pechugón…

- ¡Celia, por favor! Tu madre y yo nos queríamos. Todavía nos queremos. Si no fuese así no
estaríamos juntos desde hace tiempo. Lo hemos hablado muchas veces. Nunca te lo
ocultamos. Eres lo que más amamos en este mundo…

- Ya lo sé, papá. No te enfades. – estrecho la mano derecha de su padre con las suyas. - Sois
los únicos padres de mi clase que todavía están casados. En el “insti” soy un bicho raro por
eso. Tetona y rara…
Apretó la mano de su padre, acercándola a su pecho. Acercándola demasiado. El coche
bramaba revolucionado. Héctor debía cambiar de marcha con la mano atrapada. Pero Celia
no quería soltarlo.

El hombre reaccionó y liberó su extremidad. Ya habían llegado. Frenó el coche en la puerta


del centro comercial pero no bajó.

- Cariño, bájate aquí. No hay sitio para aparcar. Tanto hablar y nos falta lo más importante
¿Qué película vais a ver? ¿Cuándo acaba? ¿A qué hora te recojo?

Celia bajó del coche y se asomó a la ventanilla del conductor para besar la mejilla de su
padre. Su escote se agrandó a la vista de su progenitor.

- Harry Potter y no sé qué… es en 3D… es un poco larga. Casi tres horas. A las nueve
estaré esperando. Por cierto, papá, ¿Qué ha querido decir mamá con eso de que conocías
demasiadas?

- A… a las nueve y media paso por aquí. – Le interrumpió Héctor - Así tendréis tiempo con
tus amiguitas de charlar un poco. No te retrases. Sabes que tu madre y yo salimos esta
tarde. Mira, ahí están, esperándote…te dije que llegaríamos tarde.

Celia y sus compañeras se introdujeron en el centro comercial. Héctor las siguió con la
mirada. Las tres estaban estupendas pero la rubia destacaba sobre las demás. Las otras
chicas silbaron y vitorearon la vestimenta de la recién llegada. No estaban acostumbradas a
verla así.

Las tres lolitas corretearon entre la gente y entraron en el cine. El portero les saludó con una
sonrisa, dejándolas pasar. Cualquiera que hubiese estado atento a la escena se habría
percatado de que no habían comprado la entrada. Al contrario, recibieron cada una
discretamente un sobrecito del empleado.

Las jóvenes no entraron en ninguna sala de proyección. Se dirigieron directamente a la


salida de emergencia. Unas escaleras les condujeron al sótano. Allí se dieron un beso y cada
una de ellas ocupó la parte trasera de tres furgonetas blancas con los cristales tintados. Los
vehículos abandonaron el aparcamiento. Cada una tomó una dirección distinta. En el
interior de una de esas furgonetas viajaba Celia. Un enorme reloj digital marcaba la cuenta
atrás. Dos horas treinta y ocho minutos.

- ¡Bien! – susurró Celia mientras se desnudaba – me gustan las películas largas. Dos horas
y media a media hora por cliente. Cinco clientes. Cinco clientes a quinientos euros, dos mil
quinientos euros. No estaba mal por una tarde de trabajo. Bendito Harry Potter… Tengo
ganas de que repongan Lo que el Viento se Llevó… me iba a forrar…

Rápidamente ordenó la ropa que antes cubría su cuerpo en un pequeño baúl. Se acordó de
su madre con una media sonrisa. Tanto pelear por su forma de vestir y se pasaba la tarde en
pelotas. Con la risa todavía en la boca se metió en una especie de saco de dormir.
El protocolo, siempre el mismo. La chica se escondía para no ser vista. La furgoneta paraba
en el lugar concertado. El cliente se introducía en el vehículo discretamente. La puerta se
cerraba. La furgoneta se ponía en marcha y aparcaba en algún lugar cercano. Una vez
cerrada la puerta, el cliente abría el saco y disponía de veinticinco minutos para disfrutar
del contenido a su antojo.

El estrecho habitáculo se iluminaba con mando giratorio a gusto del cliente, incluso podía
permanecer a oscuras aunque casi nadie lo hacía así. Todos querían ver a las jóvenes
comiéndoles la polla o ver como sus penes sodomizaban a las lolitas mientras estas gritaban
de dolor. ¿Quién renunciaría a ver como uno eyaculaba en aquellas tiernas boquitas y
menos a más de mil euros por sesión?

A cinco minutos del final, sonaba un timbre de aviso. Una vez pasado el tiempo, se abría la
puerta. El cliente salía y volvía a comenzar el ciclo.

La joven disponía de cinco minutos para limpiarse de semen, lavarse los dientes y colocar
sobre el colchón de la furgoneta una funda limpia.

Celia hacía todo esto en tres minutos y medio. Era una experta. Hasta ensayaba sus
movimientos en su habitación.

El primer macho que abrió el paquete que contenía a Celia apestaba a alcohol.

Estaba borracho y disfrazado de torero.

- Pues sí que empezamos bien – pensó la pequeña.

Tenía pinta de ser un novio en una despedida de soltero. Su valioso tiempo lo invirtió
durmiendo la mona todo su tiempo. Ella era joven pero no tonta. Si podía reservar fuerzas
cobrando, pues mejor. Follaba por dinero. Despertó al tipo cuando faltaban un par de
minutos para concluir su tiempo. Le dijo que había estado estupendo y lo echó de la
furgoneta poco menos que a patadas. El tío no se enteró de nada.

Con el segundo no tuvo tanta suerte. Era un animal barbudo que aprovechó su tiempo de
principio a fin.

- Menudas tetas tienes, zorra de mierda – le dijo mientras le daba por el culo. – si no es tu
jefe el que me asegura la edad que tienes, no lo hubiese creído. Por este agujero han pasado
más pollas que coches por la M-30…

Todo el tiempo disponible lo invirtió en el trasero de la joven prostituta.

- Maldito viagra – pensó Celia


No es que se quejase. Estaba acostumbrada a poner el culo y no le suponía problema
alguno. Lo que le pasaba es que los más de veinte minutos que se pasó a cuatro patas daban
para pensar en muchas cosas. Cuando el timbre sonó el fulano incrementó el ritmo.

Las embestidas finales fueron tan fuertes que Celia no pudo evitar caer de bruces sobre el
colchón. Esto espoleó todavía más al macho que eyaculó en el intestino de la ninfa entre
gritos y resoplidos. Como pudo, Celia se volvió a meter en su saco. Cuando la puerta se
abrió, el asqueroso aquel todavía se estaba componiendo la camisa. La portezuela se volvió
a cerrar.

- Cinco minutos, Celia, cinco minutos… hay tiempo de sobra.

Como un rayo salió de su escondrijo. Con una toalla húmeda, refrescó su cuerpo, en
especial su trasero. Mientras tanto la funda empapada de sudor y semen ya estaba en una
bolsa de plástico. Los siguientes dos minutos los invirtió en poner una funda nueva al
colchón.

- Joder, cada día las hacen más pequeñas.

Activó un ambientador fijado en la pared. Tosió, como siempre. El perfume al principio era
fuerte y desagradable. Olía a hospital. Al poco tiempo, la sensación en el pequeño
habitáculo era de frescor y limpieza.

- Que pase el siguiente – musitó mientras se volvía a esconder – de momento, el torero tres
puntos por el dinero y el barbudo…un seis… no un siete…no hay que ser tan exigente. Me
ha dejado el ojete en carne viva. A ver qué toca ahora.

Una mano femenina estiró suavemente del pelo de Celia. El delicado perfume ya había
delatado a la pequeña el sexo de su próximo amante. No era lo habitual, pero cada vez se
repetía con mayor frecuencia. Generalmente se trataba de mujeres separadas que habían
tenido malas experiencias con los hombres y que preferían a estas alturas de la vida, bucear
entre las braguitas de lolitas tiernas.

Pero cuando Celia abrió sus piernas para dejar que le comiese el coño se dio cuenta de que
este no era el caso.

- Joder, pero a dónde va esta vieja verde – pensó al ver lo que le había tocado en suerte.

En efecto, su sensible clítoris era frenéticamente lamido por una señora que podría ser sin
ningún problema su abuela. La vieja ni siquiera se había desnudado. No le hubiese dado
tiempo de desvestirse y vestirse de nuevo durante su turno. Y menos en aquella incómoda
furgoneta.

Del enorme bolso la vieja había sacado un libro y un consolador metálico. Le tiró el libro
junto a la cara de la joven y ordenó.
- Ábrelo por la señal y lee.

- Pe… pero…. – a Celia le habían pedido hacer muchas cosas asquerosas, pero jamás algo
parecido.

- ¡Hija de puta! Que leas te digo – estiró de los pocos pelitos rubios que se asomaban a la
ingle de la chica – ¡eres tonta o qué! Sólo vales para abrirte de piernas.

- “Por aquel tiempo, Jesús…”

Celia se paró y miró la portada del libro con asombro.

- ¡Joder! “La Sagrada Biblia” ¡Esta tía está enferma…! - pensó

- ¿Quién te ha dado permiso para que pares? ¿Así os enseñan a leer ahora? De haber sido
alumna mía no serías tan mal educada. ¡Si Franco levantase la cabeza…! La culpa de todo
esto… la tiene Zapatero…

Y dicho esto ensartó el consolador hasta la empuñadura en el coño de la rubia. La situación


era de lo más surrealista.

- “Por aquel tiempo, Jesús reunió a sus discípulos y les dijo: En verdad os digo… -
aguantando la risa como una profesional, Celia continuó leyendo versículos del Nuevo
Testamento mientras la vieja se ensañaba con su cuerpo.

Lo cierto es que la situación le parecía bastante morbosa. La vieja era una experta,
consiguió en pocos minutos lo que para muchos hombres había sido imposible, que
alcanzase un orgasmo.

Los jugos de la eyaculación fueron bebidos con deleite por la señora que le dijo.

- Eres buena, zorrita. Ojala hubieses estado en mi clase del internado para señoritas. Lo
hubieras pasado bien con las otras. A Don Florián, el párroco le hubieran vuelto loco esas
tetazas. Siempre se metía en la habitación de las mayores dotadas.

El chismoso pitido interrumpió la interesante charla. La señora recogió todo, se metió algo
en la boca y abandonó discretamente el vehículo. Celia estaba estupefacta en el interior de
su saco. A veces el destino te guardaba cosas sorprendentes.

Analizó la conversación con la pervertida septuagenaria. Lo que se había metido en la boca


era…era… ¡una dentadura postiza!

- La súper abuela desdentada, un ocho y medio. Sin duda la mejor hasta ahora. – pensó.
El cuarto de la tarde entró en el ruedo. Era el típico cliente. Cincuentón soltero, reprimido,
temeroso de ser descubierto. Seguro que venía de algún parque o terraza en el que había
pasado la tarde espiando todo cuerpo con faldas que le hubiese pasado por delante.

Celia notó como el tipo temblaba de excitación cuando ella salió de la bolsa.

- Este se corre en dos minutos y luego a meterme mano – pensó la pequeña, ya avezada en
este tipo de situaciones.

El hombre, empalmado tampoco se desnudó. Se bajó los pantalones hasta los tobillos, junto
con su ropa interior y se tumbó boca arriba sobre el mullido suelo.

Celia se puso de pie, con las piernas abiertas sobre su pene.

- ¡Qué grande la tienes! – Mintió - ¿todo eso es para mí? No sé si me va a caber…

Esto era lo que ese tipo de infelices querían oír en esos momentos. Unas mentiras piadosas
que aumenten su autoestima. Por el dinero que pagaban, era lo menos que podían esperar.

Celia se hizo de rogar, contoneando las caderas y lamiendo sus pezones con lujuria. El
desgraciado alzó las manos en señal de clemencia. De un solo golpe, la chica se sentó sobre
su cabalgadura, que la recibió con un sonoro alarido.

Agarrado a sus tetas el combate fue muy breve. Como predijo Celia, en tres secas
embestidas el eyaculador precoz se vino abajo. El resto del tiempo, una tortura.

La joven tuvo que fingir un escandaloso orgasmo para no herir el orgullo de aquel
tiparraco. El hombre intentaba masturbar frenéticamente a la ninfa pero de manera torpe.
Lejos de producir placer, más bien incomodaban a la chica.

No obstante, como profesional que era, Celia se dejó hacer y se despidió del cincuentón con
un profundo beso de tornillo.

Una mancha delatora apareció en el pantalón del imbécil.

- ¡Gilipollas! Se corre sólo con un morreo. – se dijo Celia mientras se metía de nuevo en su
funda.

- El tonto del culo este, un uno.- anotó mentalmente. Hasta el torero lo había hecho mejor

La tarde estaba resultando variada. Eso le gustaba.

- A ver qué pasa con el último - murmuró- dicen que no hay quinto malo
Cuando la mariposa salió del capullo notó algo diferente. La luz estaba totalmente apagada.
Era extraño. Normalmente en estos casos se trata de maridos infieles a sus parejas por
primera vez, que camuflan su sentimiento de culpabilidad en la oscuridad. Media hora de
placer y toda una vida de arrepentimiento. De esos adúlteros que nada más salir de la
camioneta, van a comprar un ramo de flores a su esposa y corren a decirles cuánto las
quieren. Patético.

El hombre le trató dulcemente. Tumbándole boca arriba, llevó la iniciativa todo el tiempo.
Le besó tiernamente en los labios y ella se dejó hacer. Un escalofrío de placer recorrió su
espalda cuando él lamió su oreja y cuello. Esto gustaba especialmente a Celia.

Cómo no, el hombre babeó su cuerpo hasta llegar a los pechos. Ahí había mucho que
chupar. La combinación de las evoluciones manos y lengua hizo humedecer la entrepierna
de la lolita.

Lentamente, un generoso pene se introdujo en su interior. Aquel cabrón no la estaba


simplemente follando. Le estaba haciendo el amor. Eso estaba bien de vez en cuando, para
variar.

Los cuerpos se entrelazaron en una danza acompasada. Parecía que el tiempo se había
parado. Celia alcanzó un espectacular clímax y no pudo evitar clavar las uñas en su amante.
Esto estaba totalmente prohibido pero aquel hombre experto la había llevado al éxtasis y no
pudo evitarlo.

Él no quiso acabar en las entrañas de la chavalita. Lentamente sacó su verga e hizo que la
jovencita se pusiera de rodillas. Cuando el pene pasó por entre sus pechos, Celia supo lo
que su cliente buscaba. Apretó sus tetas con las manos. Él subía y bajaba su pene por el
hueco que dejaban, consiguiendo así una fenomenal cubana.

De repente, el hombre hizo que poco a poco la furgoneta saliese de las tinieblas. Con un
rabo entre sus tetas Celia miró a los ojos de su amante durante unos segundos. Se quedó
paralizada. Ayudada por las manos de su cliente, agachó la cabeza, y se introdujo la polla en
su boquita. El hombre eyaculó en su garganta y Celia, entre lágrimas, tragó el semen que la
llenaba.

A la hora señalada Celia volvió al cine por la escalera de incendios. Había estado llorando
un rato en el aparcamiento. Se arregló lo que pudo ayudándose de un espejo retrovisor de
un coche. Nada más llegar, su amiguita morena la abordó alegremente.

- ¿Qué tal? Siempre llegas la última. Yo he tenido tres. No está mal. Bueno… tres y el
conductor. Pero con ese tío lo hago gratis. Bueno… con ese hasta le pagaba por follarme…
menuda polla tiene…Raquel también tres, ahora está ahí dentro, “pagando” la cuenta del
cine – acompañó a sus palabras la señal de comillas con ambas manos – ¿y tú? ¿Cuántos?
- Cu…cinco. Cinco. Al final fueron cinco. – su rostro mostraba una expresión alegre
mientras estaba rota por dentro. Era una actriz fabulosa. En pocos años si quisiera sería una
estupenda estrella porno.

- Cinco, joder que suerte tienes. Tienes una lista de espera tremenda. Si convencieses a tus
padres de lo del campamento de verano, te levantas en quince días un montón euros ¿oyes?
He oído que hay una chica que hace dos años ganó casi sesenta mil en ese tiempo. Pagó la
hipoteca de sus padres en un verano. Claro que, ella lo tenía más fácil. Ellos lo sabían
todo…

La puerta del reservado se abrió y la tal Raquel salió por ella, limpiándose la cara con el
antebrazo. Tras ella, el afortunado portero del cine subiéndose todavía la bragueta del
pantalón.

- ¡Ya era hora bonita! Como llegue tarde otra vez mi madre me mata – continuó hablando la
parlanchina - ¡Vamos un momento al baño a limpiarte bien! Parece que hayas bebido un
litro de leche de vaca.

Después de retocarse en el lavabo, las tres jovencitas corretearon por el centro comercial en
dirección al lugar de recogida. Las otras dos abrieron el correspondiente sobre. Leyeron el
papel en voz alta.

- “ Harry Potter y

En el escrito había una breve sinopsis de la película que supuestamente habían ido a ver.
Sin demasiado detalle ya que para mentir es importante decir pocas cosas para que no te
puedan pillar con facilidad. Las dos amigas charlaban animadamente y no se dieron cuenta
de que Celia tiró el sobre a una papelera sin ni siquiera abrirlo.

A las nueve y media abrió la puerta del coche de su padre y ocupó el asiento del
acompañante. Ninguno de los dos articuló palabra en todo el camino.

Cuando llegó a su casa, la pequeña corrió a su habitación sin atender a lo que le decía su
madre. Enterró su carita en la almohada y comenzó a llorar de nuevo.

Quería morirse.

Capítulo 2 La historia de Héctor

El matrimonio de Héctor hacía aguas por todas partes. Su alegre hija Celia era el único
consuelo para él y su esposa. El hecho de haberse casado “de penalti” tan jóvenes con
Diana les había obligado a ambos a renunciar a sus sueños personales. No se arrepentía.
Aquella jovencita de ojos claros era motivo suficiente como para sacrificarlo todo.

Aburrido del tedio matrimonial, había buscado compañía en multitud de mujeres de diversa
condición. Compañeras de trabajo, clientas, mujeres de amigos… incluso las jóvenes
niñeras de su hija se habían abierto de piernas varias veces a lo largo de los años. Era un
hombre atractivo y apuesto.

Tenía buena percha y don de gentes.

Su mujer, Diana había entrado hacía algún tiempo en un estado de depresión enfermiza del
que había logrado salir con ayuda profesional. Tampoco ayudó demasiado a su relación el
que ella le sorprendiese sodomizando a la hija de los vecinos mientras Celia dormía
plácidamente en la habitación de al lado. Diana tampoco era una santa. Él sabía que había
tenido varios amantes. Incluso tenían preparados los papeles del divorcio.

Si el matrimonio seguía unido sin duda se debía a Celia. Su hija desde que había empezado
a desarrollarse lo estaba pasando fatal. Aquella niña alegre y dicharachera al alcanzar la
pubertad se había convertido en un ser acomplejado y huraño. Era desesperadamente difícil
hacerle ver que era un hermoso cisne cuando ella se veía como un patito feo. Hasta sus
calificaciones se habían resentido. Y todo tan sólo por aquel par de benditos senos que
habían brotado en su pecho.

Diana sugirió llevarla al mismo terapeuta que la asistió durante su periodo de depresión. Se
trataba de un galeno competente y su tratamiento había resultado efectivo con la madre. Al
principio Héctor rechazó la existencia de problema alguno. Luego comprendió lo inútil de
negar la evidencia. Fue una suerte para todos confiar a su pequeña al mencionado sujeto.
Tenía que reconocer que el tratamiento del doctor Méndez era muy efectivo. No sin
esfuerzo y paciencia al menos parecía que Celia se iba recuperando poco a poco.

Pero lo que de verdad había salvado su matrimonio fue sin duda el intercambio de parejas.
Tras largas noches de gritos peleas y reproches Diana había sugerido la posibilidad de dar
un giro a sus vidas. Según razonó coherentemente, sería la manera de que disfrutasen de
otros cuerpos sin necesidad de engañarse ni buscar excusas baratas. Era lo más civilizado.
Además, ¿qué perdían por probar? En realidad ya no quedaba nada que conservar de su
maltrecha vida en común.

No sin algunos reparos Héctor accedió. Diana fue la encargada de navegar por una página
web relativa al escabroso tema y concertó una cita un sábado por la noche. La primera vez
es lo que cuenta en muchos casos. Sus comienzos en el mundo del intercambio de parejas,
inmejorable. Sencillamente fabuloso.

La otra pareja la formaba un joven matrimonio de apenas veinte años. La chica estaba
embarazada pero su incipiente tripita le hacía si cabe mucho más deseable. Era preciosa y
nada remilgada. Héctor en seguida vio que los músculos del chavalote aquel también
habían agradado a Diana. La cena fue muy rápida, había química entre ellos y se notaba.
Tras algunas copas, les llevaron a un apartamento y comenzó la fiesta. Como Héctor y
Diana eran primerizos en el mundo del intercambio, los otros les aconsejaron que lo mejor
sería que las parejas permaneciesen separadas al menos de momento.

Héctor disfrutó de aquella noche como hacía tiempo. Le recordó a los primeros meses de
recién casado con Diana. Sexo, sexo y más sexo.
La chica le contó que intercambiaban parejas desde hacía bastantes años pero que tras la
boda quería quedarse embarazada de su marido de inmediato, así que muy a su pesar habían
tenido que dejarlo por algún tiempo. El rabo de Héctor era el primer extraño que penetraba
el vientre fecundado de la joven. Eso le excitó más si cabe y dio lo mejor de sí al vientre de
la futura mamá.

Después de un magnífico primer polvo, la mujer le cogió de la mano, llevándolo a la


habitación contigua. Sobre la cama, Diana montaba al musculitos frenéticamente. Su estado
rozaba el trance. Héctor jamás le había visto follar con otro. Notó como su pene se ponía en
forma de nuevo al contemplar el cuerpo sudoroso de su mujer en brazos de un desconocido.
Aquel animal le estrujaba los senos con tal fuerza que parecía querer arrancárselos. A Diana
parecía encantarle tanta falta de delicadeza. La barriguitas se puso a mamarlo como una
posesa, su culo le pedía guerra y él estaba dispuesto a dársela.

Después de aquel primer encuentro, su matrimonio sufrió un giro radical. Varias veces al
mes frecuentaban varios locales de intercambio. El ambiente era muy selecto y elegante.
Formaban un matrimonio muy atractivo y por ello nunca les faltó otra pareja con la que
compartir experiencias.

No tenían por costumbre repetir con los mismos amantes hasta que se tropezaron con
aquella enigmática pareja. El tío llamado Andrés era algo mayor, unos cincuenta años o así,
pero de personalidad arrolladora. Un líder nato al que seguían el resto de la manada. Su
tercera mujer, un bombón pelirrojo un montón de años más joven que él. Una máquina
sexual perfecta. Tremenda.

Odile que así se llamaba la impresionante hembra, se lo montaba tanto con Héctor como
con Diana, mientras el viejo solía sentarse a mirar. Sólo cuando los otros tres estaban
satisfechos desenfundaba su enorme aparato y cabalgaba a Diana o a su mujer durante
bastante rato. Se corría siempre en la boca de su pelirroja esposa. Se trataba de una especie
de ritual al que la hembra accedía muy gustosa.

Una de las veces que fueron a su casa, la cosa cambió. ¿Para qué quedar en el bar si podían
ir directamente al apartamento? Sugirió acertadamente el tío aquel. Y así lo hicieron.

El hombre los recibió en bata e hizo que se desnudaran. Cenaron los tres animados y
alegres. Les dijo que su esposa llegaría un poco tarde, que empezarían los tres y luego ella
se les uniría. Sonaba un poco raro, pero después de un buen vino y ostras salvajes, tampoco
le dieron mucha importancia.

Cuando la cena concluyó pasaron a la biblioteca. En realidad no había ni un solo libro, pero
los anfitriones llamaban así a una sala contigua. La biblioteca era en realidad un picadero
en toda regla. Colchones enormes, juguetes sexuales, pantallas planas mostrando sexo y
cosas así. Incluso disponía de una barra de aluminio vertical en la que Diana y Odile solían
mostrar sus encantos al ritmo de música sensual. El que no disfrutaba allí era porque no
quería.
Los hombres se sentaron en unos sillones charlando alegremente. Diana puso la música y
subió al pequeño escenario. Agarrada a la barra, untaba su cuerpo con aceite brillante
contoneándose lascivamente a ritmo caribeño. De repente se abrió la puerta y tres enormes
sementales se abalanzaron sobre la mujer. Héctor hizo un ademán de levantarse pero el
viejo le contuvo.

- ¡Tranquilo muchacho, disfruta del espectáculo! - le dijo tiernamente – pronto llegará tu


turno. No te arrepentirás, hazme caso.

Héctor se sentó de nuevo. Diana lo iba a pasar de miedo. En efecto, en un minuto estaba
llena de carne por todos sus agujeros. El aceite lubricaba las entradas y salidas frenéticas de
aquellos pétreos aparatos. Los labios que besaban la frente de Celia cada noche antes de su
primer sueño estaban siendo traspasados por una enorme y brillante verga. Héctor se sentía
incómodo allí mirando como tres tíos se follaban sin miramientos a la madre de su hija,
hasta que se abrió otra puerta.

Por ella apareció la mujer del viejo y tras ella, de la mano, una jovencita algo mayor que
Celia, de pelo castaño y cuerpo bronceado. Divina. No tenía la belleza salvaje de su hija,
sus pechos eran mucho menores pero su trasero y piernas se mostraban sencillamente
perfectos. Ambas estaban ataviadas con camisones vaporosos y etéreos que en seguida
cayeron al suelo para mayor gozo de los presentes.

- A Odile, mi mujer ya la conoces de sobra. Esta preciosidad es Lucía – las presentó Andrés

Héctor no se atrevió a preguntar la edad de la muchacha. Sus prejuicios iniciales


desaparecieron en cuanto la jovencita se arrodilló, agarró su rabo y se lo introdujo en la
boca. El otro matrimonio se limitó a observar las evoluciones de Héctor y su joven amante.
La chica sabía lo que hacía y el bueno de Héctor comprobó de primera mano su amplio
abanico de habilidades con un pene entre los labios. Un grito desgarrador sonó en la
estancia.

- ¡Toma leche, puta asquerosa…!

El primer semental descargó su munición sobre el rostro de Diana.

Diana…Diana ¿quién era Diana? Héctor lo estaba pasando tan bien, con su polla metida en
aquella dulce garganta que se había olvidado de ella completamente.

Cuando la chica se colocó lentamente encima suyo cerró los ojos. Notó como la pequeña
experta agarró su miembro y dirigió la punta de su capullo hacia su rajita. De un golpe seco
se llenó de polla. La joven detuvo su respiración hasta que su cuerpo se acostumbró al
intruso. Héctor le propinó un sonoro cachete y comenzó el baile. Cuando el hombre abrió
los ojos en dirección a su esposa las miradas de los padres de Celia se encontraron.
Sonrieron y se lanzaron un beso al aire. Diana, con tremendos chorretones de lefa
recorriendo su cara todavía estaba siendo sodomizada duramente. Héctor, follando con una
joven que bien podría ser su hija tenía dos dedos perdidos en el culo de la pequeña
amazona. Ambos eran felices y se alegraban sinceramente el uno por el otro.

La noche concluyó en el magnífico jacuzzi del apartamento. Diana se acurrucaba en brazos


de Odile, de espaldas a esta. La pelirroja besaba tiernamente sus hombros mientras le
sobaba las tetas con dulzura. Bajo el agua, con la mano que le quedaba libre, manejaba un
consolador que introducía en las entrañas de Diana rítmicamente para mayor gloria de esta.

Como siempre, el viejo llevaba la voz cantante. Ni siquiera cesó en su plática cuando le
metió a Lucía el rabo por el culo. Al contrario, narró el suceso a los presentes como si de un
partido de fútbol se tratase. Héctor se quedó maravillado con la pequeña potrilla. Tenía
mérito aguantar semejante polla ensartada en el trasero. La alojó en su interior sin perder la
sonrisa.

En el camino de regreso a casa Héctor y Diana conversaron acerca de lo ocurrido. Les


agradaba compartir las sensaciones que habían experimentado durante sus intercambios
sexuales. Esto evitaba celos insanos y malas interpretaciones. Rieron mucho y el viaje se
les hizo corto. Eran de nuevo un matrimonio feliz.

- ¡Uff! ¡Me duele el trasero! ¡Menudos bestias!… - comentó Diana - ¡Vaya con la pequeña
Lucía! ¿Te hizo recordar viejos tiempos…, verdad?

Héctor la vio venir, pero le siguió el juego

- Hubiese sido una niñera estupenda…

- Oye cariño, ahora en serio – intentó aguantar una carcajada - ¿te tiraste a todas las
niñeras? ¿También a la hija de mi amiga? Joder…vino unas dos o tres veces… ¿cuántos
años tendría por entonces…?

- ¡Los suficientes! – Disimuló Héctor bastante torpemente - ¡No…qué va!

- Pedazo de cabrón – pellizcó a su marido en broma - ¡Te la follaste desde el primer día!

- ¡No…, en serio, realmente ni la toqué! Y no fue porque ella no lo intentase. La jodida


tenía muchas tablas ya. Cuando la llevé en coche a su casa en mitad de camino se me
abalanzó sobre la bragueta. Me suplicó que la montase ¿puedes creerlo? ¡Cómo vienen
estas chavalas de ahora! Dijo que era la costumbre…que estaba incluido en el precio…

- ¿Y…?

- La contuve y le dije que se estuviese quieta, que todavía era muy joven…

- En fin, que te la tiraste la segunda vez ¿no?


- Ya te digo. A la noche siguiente. Se la metí hasta el fondo en el coche aparcado en la
misma puerta de su casa. Menuda guarra está hecha… como su madre – al instante
comprendió Héctor que había metido la pata.

- ¡Si, si! – Replicó Diana con un suspiro - ¡Como la zorra de su madre!

Era perfectamente conocedora de los frecuentes escarceos sexuales entre la que se suponía
su mejor amiga y su en teoría fiel esposo.

Aquellos encuentros con terceras personas sin duda salvaron su matrimonio.

Un día por casualidad Héctor se encontró con el viejo en una cafetería. Hablaron de asuntos
convencionales pero poco a poco la conversación se tornó más interesante.

- Oye, no te lo tomes a mal pero… – comentó Andrés – noté que te lo pasaste de miedo con
Lucía la otra noche.

- Pues… sí – contestó a la defensiva Héctor – lo pasé bien. Y tú también.

- No me malinterpretes. A mí también me gustan las jovencitas. Sólo tienes que ver a Odile.
Nos casamos el día que cumplió dieciocho y te aseguro que no la estrené yo la noche de
bodas. Verás…, esto que te ofrezco, puede ser interesante. Te aconsejo que lo pienses al
menos. En esta vida hay que probarlo todo, aunque sea sólo una vez.

- ¿Qué me propones? – Héctor se sentía intrigado.

- Bueno, no sé cómo explicarlo – mintió, si había alguien capaz de explicar cualquier cosa
era él – mejor será que lo pruebes. Confía en mí Héctor. ¿Tienes alguna tarde libre?

- Bueno, no sé. Pasado mañana, supongo.

- Perfecto, perfecto.... ¿Me puedes dar tu dirección de correo...? Bueno no, mejor no. No es
seguro… – escribió algo en una servilleta que entregó a Héctor- Entra en Google y crea esta
cuenta con la contraseña que quieras. Mañana por la tarde recibirás mi correo. Sigue las
instrucciones y no te arrepentirás. Tranquilo hombre, esta ronda la pago yo. Nos vemos.
Saludos a Diana.

Y tras despedirse atropelladamente se fue.

Héctor quedó confuso y aturdido. Aquel hombre tenía algo especial. Él era una persona
desconfiada por naturaleza pero no sabía por qué se fiaba del tal Andrés. Al fin y al cabo,
compartían esposas al menos un par de veces al mes.

Al llegar al gabinete de arquitectura del que era propietario siguió las instrucciones del
viejo. Durante la mañana siguiente no dio pie con bola en el trabajo. No dejaba de consultar
compulsivamente la bandeja de entrada de su nueva cuenta de correo. A media mañana
llegó el ansiado mensaje.

“Hola H.

Mañana a las cuatro. Esquina calle Cifuentes con Pelayo. Furgoneta negra con logotipo de
floristería.

Sigue estas instrucciones estrictamente y no te arrepentirás.

Abre la puerta de atrás de la furgoneta.

Entra

Cierra la puerta

Enciende una luz (el interruptor está a la derecha)

Desnúdate (esto no es obligatorio pero hazlo, confía en mí)

Abre el saco.

Disfruta de la mercancía hasta que suene un timbre

Vístete rápido.

Espera a que la mercancía vuelva al saco.

Sal de la furgoneta.

No mires atrás y vete.

Luego me contestas este correo. Si te ha gustado mi regalo te digo cómo hacer para
conseguir más… mercancía.

Nos vemos. Andrés”

Al día siguiente, a las cuatro menos cinco Héctor estaba esperando. Había pasado la noche
intranquilo, pensando qué debía hacer. Su cabeza le decía que no fuese pero su instinto le
indicaba lo contrario. En cuestiones de sexo este último siempre ganaba la batalla en su
interior, pero lo que no tenía tan claro es que aquello se tratase de eso, de sexo.

A la hora en punto, tal y como le había comentado Andrés frente a él estacionó el vehículo
indicado. Sin pensar, siguió las instrucciones. Desnudo y nervioso abrió el saco de lona. Lo
que había adentro superó todas sus expectativas.
Una sonriente joven en pelotas, de rasgos asiáticos le dijo hola agitando su manita. Estaba
estupefacto.

La chica se deslizó sobre el colchón abrió sus piernas y con sus deditos apartó sus labios
vaginales. Por tetas tenía un par de pinchitos que apenas hacían resaltar los pezones en
aquel pecho plano. Ni rastro de vello púbico. Se quedó paralizado, sin saber muy bien qué
hacer.

La joven dijo con voz susurrante.

- ¡Fóllame, papi!

Como en el chupinazo de Pamplona, Héctor se abalanzó sobre la lolita y profanó su cuerpo


salvajemente. Durante el coito ella siguió hablándole al oído.

- Métemela más fuerte, papá. Menuda polla que tienes. Me estás destrozando el coño. Me la
meterás por el culo, ¿verdad papi?

- Ahora mismo, Celia.

Volteó a la chiquilla de un golpe. La chinita abrió sus glúteos para facilitar la faena. La
taladró sin piedad. Se comportó como un auténtico animal. Tan obcecado estaba en las
sensaciones de su entrepierna que ni siquiera oyó el estridente timbre que lo expulsaba del
paraíso.

- ¡Córrete ya, cabrón de mierda! ¿No has oído la campana?

Al instante eyaculó en el divino agujerito con fuertes embestidas.

- ¡Date prisa, gilipollas! – le dijo la asiática metiéndose en el saco.

Rápidamente Héctor se vistió como pudo y saltó de la camioneta en dirección a ninguna


parte. Estaba asustado por lo que había hecho. Su mente no dejaba de dar vueltas. Lo de
menos ponerle los cuernos de nuevo a Diana. Ni siquiera le dio importancia a la edad de la
putita. Lo realmente grave era lo que había dicho, había llamado a su joven amante ¡Celia!

De vuelta a su casa, paró en una floristería y compró un bonito ramo de rosas a su mujer.

A los pocos días recibió un correo de Andrés. Quedaron para almorzar.

- ¿Qué tal lo pasaste el otro día, cabroncete? – le dijo el cincuentón. – la número 37 es


tremenda ¿verdad? No te sientas demasiado culpable por su edad. Es mayor de lo que
parece. Lo que pasa es que apenas tiene pecho y es muy menuda.... ¿a que sí? Menuda
putita está hecha. Es una de mis preferidas del catálogo…

- ¿La 37? ¿Catálogo?... Andrés, ¿de qué cojones me estás hablando?


- Pues está muy claro. De putas. Jóvenes, jóvenes pero putas al fin y al cabo. Auténticas
profesionales, te lo digo yo que he catado muchas. Hay algunas tremendas. Se dejan hacer
de todo. No te emociones demasiado, no son baratas que digamos. A mil o dos mil euros de
tarifa por veinticinco minutos de trabajo, yo diría que está bien remunerado…

Héctor no podía creer lo que oía. Jóvenes y profesionales del sexo. De no haber roto él
mismo aquel culito tierno la otra tarde pensaría que Andrés le estaba vacilando.

- ¡Mierda! sin querer ya te he dicho el valor de mi regalo. Está feo. No quiero que me
devuelvas el dinero ni nada por el estilo. Te aprecio, era un detalle sin esperar nada a
cambio. Lo juro.

- Pero cómo f…

- ¿Qué cómo funciona? Muy sencillo. Confío en tu discreción, ¿Eh? Primero hay que
hacerse socio. Son diez mil euros de golpe. Puede parecer mucho pero así son las cosas. Te
aseguro que vale la pena. Creo que lo hacen para ahuyentar indeseables o gente con
problemas de dinero. En fin, reconozco que es una pasta. – Tomó aire y continuó – Ni yo
mismo estaba convencido con el tema. Creía que era un timo o algo así. La persona que me
lo contó era de confianza y al fin y al cabo diez mil no es dinero para mí…

- ¡Sí, ya…!- comentó Héctor nada convencido

Aquello le olía mal. No era tonto.

- Oye Héctor, que conste que yo lo hago como amigo que te aprecia. Observé como te lo
montabas con Lucía. Disfrutaste como un perro…

- Por cierto, hablemos de Lucía. ¿También está en el negocio? ¿Es una profesional, no? –
Dijo el más joven de forma desconsiderada – Seguro que tras su apariencia juvenil tiene al
menos diecinueve años…

Andrés le cortó secamente.

- Te equivocas, Héctor. Lucía no sabe nada de esto. Lo sé de buena tinta porque – dudó un
poco en seguir – porque es mi hija. Mi única hija. Y en cuanto a su edad…

Héctor se quedó mudo cuando escuchó la confesión de Andrés. La había cagado. No se


podía hablar así delante de un padre de su propio y único retoño. Tras un incómodo
silencio, intentó inútilmente de arreglar el desaguisado.

- Andrés, perdona, yo no lo sabía. Pensaba que intentabas engañarme…

- ¿Por diez mil cochinos euros? – El viejo aparentaba un cada vez más evidente enfado -
¡Puedes metértelos por el culo! Tú viste nuestro apartamento. Ni siquiera es nuestra casa
¿Crees que un tío que tiene picadero así le importan diez o cien mil cochinos euros? Para
que te enteres, yo mismo te voy a hacer el favor de pagarlos ¡Gilipollas desagradecido!

- No hace falta, de verdad, no es necesario…

- Tranquilo Héctor, perdona que me altere – parecía que Andrés comenzaba a controlarse -
En el fondo es natural. No nos conocemos de nada. Vamos a hacer una cosa. Yo pongo la
pasta. Disfruta un par de meses del asunto y después te aseguro que vendrás tú mismo con
el doble de dinero para compensar este desaire. Entra en esta web y mete este código.
Tranquilo. En él aparecen las descripciones de las muchachas. Como comprenderás no
aparece la foto verdadera. Tampoco las edades que presentan son reales. Hay un truco
bastante sencillo. Verás.

Sacó un teléfono móvil última generación, con conexión a Internet y todo lo demás. Al
momento, navegaba por la página en cuestión.

- Ves, por ejemplo. Vamos a ver a tu amiga la 37.

En efecto, en la ficha de la prostituta 37 aparecía una foto de una asiática que no era, ni
mucho menos el tierno bollito que se había trajinado hacía casi un mes. Era una mujerona
fea y gorda. Nada apetecible, la verdad.

- Basta con quitarles diez años: “morena asiática de veintiocho años. Cariñosa y sumisa.
Especialista en coito anal natural. Beso negro y lluvia dorada. Te encantará”

A Héctor se le nubló la vista. Había cientos de chicas de todo tipo y condición.

- Entonces esta: “167- Morenita mimosa. Juguetona y dócil. Me lo trago todo.


Disponibilidad limitada. Sólo martes de 18 a 19 horas…

- Te gustan jovencitas ¿verdad? – Rio Andrés con sorna – tienes el morro fino, muchacho. A
esa todavía no le he podido echar el guante. Es de las más caras. Dos mil euros la sesión.
Tiene una lista de espera enorme. Es normal, sólo dos sesiones a la semana no dan mucho
de sí. Seguro que los padres creen que está en clase de francés o algo así y en realidad
estará mamando pollas de hijos puta como tú y como yo.

- Y ellas, ¿qué ganan? ¿Por qué lo hacen?

- ¡Y yo qué sé! Ni lo sé ni me importa. Son putas, putas y nada más. Supongo que lo harán
por dinero, como todas. O buscarán afecto y encontrarán pollas…

- ¿Cómo tu hija? – se le escapó a Héctor.

Tras permanecer un rato pensando la respuesta adecuada, Andrés contestó:


- Mira, yo a Lucía la quiero mucho. A mi manera, es cierto, pero no te puedes ni imaginar
cuánto. A ella de doy todo mi afecto – se paró un instante y sonrió – y toda mi polla. Lo
reconozco.

Durante un mes Héctor disfrutó de los servicios de jóvenes y complacientes gladiadoras del
amor. Podía permitírselo. Sólo debía pagar por lo que consumía. Comprobó de primera
mano lo que aquellas zorritas eran capaces de hacer por un puñado de dinero. Tras ese
tiempo se rindió a la evidencia. Tenía que reconocerlo, diez mil euros de cuota de entrada
era una miseria a lado del inmenso placer que ese dinero podía proporcionar. Le daría a
Andrés los veinte mil con muchísimo gusto. Se los había ganado.

Héctor tenía por costumbre llevar a su hija Celia al centro comercial los últimos sábados de
cada mes. Acompañada de algunas amigas, su hija adolescente solía ir al cine por la tarde.
Ya era lo suficientemente mayor para que no fuese en compañía de sus padres. No había
peligro, el grupo lo formaban siempre varias chicas que permanecían juntas todo el tiempo.
Él mismo las esperaba a la salida del cine o fuera en la calle. Era una buena chica y cada
vez se le veía más feliz. Parecía que estaba superando lentamente su estúpido complejo de
tetona.

Como era temprano decidió estacionar en el aparcamiento subterráneo y esperar a su hija a


la salida de la sala. Tenía pensado sorprenderla e invitarla a ella y sus amigas a cenar en
alguna hamburguesería del centro comercial. Al entrar en el parking la furgoneta de delante
le pareció familiar. Blanca, con cristales tintados y una publicidad que no conocía. No
podía ser una de las que él frecuentaba. O quizás sí. Su pulso comenzó a acelerarse. Su
mente calenturienta comenzó a volar.

La siguió discretamente y aparcó en un lugar donde no podía ser visto, cerca del otro
vehículo. Medio agazapado, observó cómo el conductor salió de su puesto y se introdujo en
la parte trasera de la furgoneta siguiendo el ritual que a Héctor le resultaba tan familiar. El
vehículo comenzó a vibrar acompasadamente. El cabrón aquel lo estaba pasando de puta
madre. No lo había pensado pero suponía que los conductores también disfrutarían de vez
en cuando de la valiosa mercancía que transportaban. Sin ser visto, Héctor comenzó a
masturbarse imaginando la escena que dentro de la furgoneta se estaría llevando a cabo. Su
mente volaba al tiempo que su mano le daba placer. Elucubraba mil y una posturas, mil y
una sensaciones, mil y una maneras de obtener el clímax con la suculenta joven que aquel
vehículo sin duda escondía.

Al poco tiempo, se volvió a abrir la puerta trasera y creyó distinguir el característico saquito
blanco. El cabrón aquel desapareció hacia el centro comercial todavía subiéndose la
bragueta. Héctor esperó. Quería ver a la muchacha. Incluso preparó su móvil para hacerle
una foto vestida de paisano. La situación era de lo más morbosa para él. Sin embargo, su
plan se truncó. Una voz de hombre le sorprendió en plena faena.

- ¡Eh! Oiga, ¿se puede saber qué está haciendo? Salga del coche, por favor. – un guardia de
seguridad se acercaba por el parking.
Héctor sintiéndose descubierto, escondió su verga como pudo y se llevó el móvil a la oreja,
disimulando.

- ¿Qué pasa amigo? – le dijo al guardia, bajando la ventanilla del coche - ¿algún problema?

- ¡Por favor, baje del coche…!

- En seguida hombre. Sólo intentaba hablar por teléfono…

- En el sótano no hay cobertura, tendrá que subir a la zona comercial…

- Ya veo, ya veo –dijo simulando extrañeza – eso es lo que voy a hacer. Gracias.

Salió del vehículo con una erección más que evidente y todavía azorado se dirigió a la
salida de emergencia, que se cerraba justo en ese momento. Sólo vio un instante a la
muchacha de espaldas. Estaba oscuro y no apreció los detalles.

- Por ahí no, señor. A la zona comercial se accede por el otro lado. Eso es la salida de
emergencia del cine.

- Ya veo. Gracias, amigo.

En la primera planta del centro comercial, Héctor analizó lo sucedido. Habían estado a
punto de pillarle masturbándose en el coche. No se podía caer más bajo.

Y de aquella chica, ni rastro. La buscaba entre la gente pero era inútil.

Apenas había podido ver nada de ella. Era encontrar una aguja en un pajar.

Miraba a las adolescentes como si fuesen a llevar en la cara un cartel que pusiera: “Hola,
soy una puta ¿follas conmigo?”. A la puerta del cine, intentó olvidar todo aquello. Celia y
sus amigas estaban a punto de salir del cine y no era cuestión de recibirlas en ese estado.

En cuanto su retoño le vio, lejos de enfadarse, corrió a sus brazos alegremente.

- Esta Celia es una joven adorable – pensó - Otra a su edad le hubiese molestado que
apareciera de improviso, como si la estuviese controlando.

- ¡Hola, mi vida! ¿Qué tal la peli? – le dijo después de besar su mejilla.

- Aburrida. Larga y aburrida. Un rollo de chicos. Tiros, golpes y más tiros… - señaló a una
gordita amiga suya – a ella son las que más le gustan.

- Buenas tardes, señor Márquez – le dijeron al unísono la regordeta y la otra chica. Una
morenita de la que Héctor jamás recordaba el nombre y que mascaba chicle sin descanso.
- Buenas tardes, preciosas ¿queréis cenar con Celia y conmigo? Os invito.

- No gracias señor Márquez. Mi mamá nos espera en la cafetería de la entrada. No le gusta


que lleguemos tarde. Gracias de todos modos. – replicó la rumiante con una sonrisa.

- Otro día será – dijo Héctor – Hasta luego, chicas.

Se despidieron todos con besos y abrazos. Cenarían solos en la hamburguesería. Eso estaba
bien. Padre e hija no compartían muchos momentos así. Ambos lo pasaron estupendamente.
Reían y conversaban animadamente. Héctor le preguntó a su hija acerca de los chicos y esta
le confesó que había uno de un curso mayor que le gustaba un poquito. Héctor fingió entre
risas enfadarse. Su pequeña se estaba convirtiendo en toda una mujercita. Era natural que se
fijase en chicos mayores.

Observó a su hija con otros ojos. Por primera vez, en aquel momento, la miró como un
hombre. Sus recientes experiencias con aquellas prostitutas habían afectado su juicio.

En verdad era hermosa. Su mirada limpia de ojos claros, su pelo rubio y sedoso, sus dientes
blancos y alineados, sus labios menudos y sonrosados. Y qué decir del resto de su cuerpo.
Un pelín flacucha pero pronto las hormonas solucionarían este defecto. Espigada y esbelta,
tenía un culo bonito y unas piernas hermosas. Y sus pechos. Qué decir de sus pechos,
sencillamente impresionantes. Vaya par de tetas que tenía su hija. No eran para
acomplejarse, eran para hacerles un monumento… se acordó inconscientemente de Lucía y
Andrés…

- ¡Papá! ¡Papi! ¿Se puede saber qué estás pensando? ¿Por qué me miras así? – le dijo Celia.
Estaba incómoda. Hasta se encogió para esconder su cuerpo tras el jersey de cuello alto.

- Perdóname mi vida – intentó reaccionar Héctor – se me ha ido el santo al cielo. Estaba


pensando que tu madre nos espera ¿nos vamos?

- Claro Papi. Lo que tú mandes – la joven volvía a sonreír.

Al llegar a su casa, Celia echó a correr por el jardín llamando a su madre como solía hacer.
Héctor la siguió con la mirada hasta que ella desapareció por la puerta principal. La noche
había caído pero la luz del porche todavía estaba apagada. El hombre se quedó paralizado.
La escena le recordaba a la que había observado por la tarde en el aparcamiento del centro
comercial. Las condiciones de penumbra eran similares. Intentó recordar algún detalle pero
más bien se trataba de un presentimiento. Un mal presentimiento.

- No, no es posible. Ella no… - murmuró en voz baja – Celia no…, imposible.

Lo cierto es que cuando entró en su casa Héctor tenía una erección de caballo en su
entrepierna y una duda todavía más grande en su cabeza
Aquella misma noche, a las tres de la madrugada Héctor navegaba por su página web
favorita. No sólo se podía consultar las características de cada una de las chicas, también se
podía buscar aquella que más se ajustase a los gustos del cliente.

Introdujo en el formulario

“Edad: …. “

Escribió la de Celia y la pantalla escupió inmediatamente

“Ninguna coincidencia. Todas nuestras modelos son mayores de edad

- ¡Joder, parezco tonto!

“Edad:…”

Esta vez añadió diez años la edad de su hija.

Resultado de la búsqueda: 43

- ¿43? Mierda. Hay cuarenta y tres chicas como mi Celia en esta jodida ciudad que se
prostituyen sin que sus padres se enteren – pensó ingenuamente alucinado.

“Color de pelo: rubia”

Resultado de la búsqueda: 25

“Color de ojos: azules”

Resultado de la búsqueda: 21

Se quedó pensativo. Necesitaba algo para acotar su búsqueda lo más posible.

Había decenas de preguntas pero sólo podían elegirse cinco.

“Piercing: ombligo”

Resultado de la búsqueda: 3

La última resultó demoledora

“Talla de pecho: 110”

Resultado de la búsqueda: 1 número 281.


Frenético, se introdujo en la ficha electrónica número 281. Todos los datos coincidían. No
podía ser. Se convenció cuando al final de la descripción leyó con desconsuelo:

“Disponibilidad: muy limitada. Sólo tardes, el último sábado fin de mes.

Precio: 2000 euros/ sesión.

Descompuesto, leyó detenidamente los servicios que la prostituta ofrecía. No podía ser que
su pequeña, su adorada hija hiciese todo aquello. Griego, francés, lésbico, beso negro y una
larga lista de perversiones, alguna de las cuales el pobre Héctor ni tan siquiera conocía de
su existencia. Creyó morirse cuando aterrado concluyó la lectura. Los términos coprofagia
y lluvia dorada jamás se los podría quitar de la cabeza cuando mirase aquellos ojitos azules
de su preciosa hija.

Como era de esperar, la lista de espera era bastante larga. Meditó lo que hacer. Lo lógico
hubiera sido hablar seriamente con su hija. Intentar que confesase y acabar de un plumazo
con semejante aberración. Pero aquello que parecía lo más cabal, tenía un tremendo
inconveniente ¿y si no fuese ella? Él mismo se descubriría y podría generarle a la chica un
nuevo trauma. Sin tener una idea mejor, se apuntó a la lista de espera. Si no había ninguna
renuncia, a finales de Septiembre saldría de dudas. Miró el calendario apesadumbrado.

Último sábado de Enero.

Antes de apagar el ordenador, una duda abordó su mente.

“Edad: 18“

Ninguna coincidencia.

Progresivamente fue añadiendo años a la búsqueda

- ¡La virgen! – no pudo evitar exclamar cuando aparecieron en la pantalla los primeros
resultados positivos

En efecto. Había a disposición de los clientes cuatro prostitutas verdaderamente jóvenes.


Eligió una al azar. Precio sesión: 5000 Disponibilidad: de 18 a 24 de lunes a viernes y todo
el fin de semana. Sólo VIP

Se fue a la cama conmocionado. Diana, al sentirse penetrada, se despertó dulcemente.

Héctor andaba como loco por que el tiempo pasase rápido. Los intercambios de parejas con
Odile y Andrés se repetían varias veces al mes. Lucía no volvió a aparecer. También lo
hacían con otras parejas. Cuanto más follaban con extraños, mejor les iba en el matrimonio.

Héctor, por su cuenta, también visitaba alguna camioneta esporádicamente. Su vida giraba
en torno al sexo. Cuando a finales de cada mes llevaba a Celia al cine, tenía un sentimiento
agridulce. Le volvía loco que cualquier pervertido pudiese disfrutar de su cuerpo pero, por
otro lado le interesaba que la lista de espera corriese todo lo rápido posible. Era cuando
menos, frustrante.

Intentó espiar la entrada del parking en busca del dichoso vehículo pero le fue inútil. El
centro comercial era enorme. Tenía decenas de entradas. Intentó centrarse en las salidas de
emergencia del cine. También inviable. Había cientos, distribuidas en cinco plantas. Hasta
siguió a su hija discretamente al cine. Incluso pensó en entrar a la sala. No se atrevió. En
parte porque no habría sabido qué decir en el caso de ser descubierto. Por otro lado, tenía
que rendirse a la evidencia. En lo más recóndito de su oscura alma albergaba un deseo. El
insano anhelo de que la prostituta 281 fuese… Celia. Su hija.

No podía esperar a Septiembre. No lo aguantaría. No sabría disimular su excitación tanto


tiempo. Al principio, cuando la pequeña no estaba en casa solía registrar su habitación en
busca de indicios.

- En algún lugar esconderá el dinero - pensaba mientras abría los cajones, desesperado.

Después esto sólo fue una excusa que se daba a sí mismo. Le gustaba revisar esa diminuta
lencería. Incluso veneraba aquellos horribles sujetadores. Eran enormes. Debían serlo para
albergar tan exuberantes senos. Rebuscaba en la cesta de ropa sucia en busca de alguna
prenda que hubiese cobijado las intimidades de su hija. Cuando las encontraba solía
masturbarse en ellas antes de meterlas en la lavadora. Incluso pedía a sus jóvenes amantes
que se pusiesen la ropa interior que hurtaba de su habitación. Solía llamarlas a todas así.
Celia. Cuando hacía el amor con Diana, pensaba en ella. Temía confundirse de nuevo y
llamar a su esposa con el nombre de su pequeña. Ni siquiera cuando agarraba a la preciosa
Odile de la cabeza para eyacular en su garganta podía dejar de pensar en ella.

Héctor observaba en secreto a su hija. No podía evitarlo. Era superior a su voluntad. Se


asustaba de sí mismo. Aquello no estaba bien se decía mientras se masturbaba en la puerta
del lavabo cuando la joven tomaba aquellos largos baños. Cerraba los ojos y pegaba la oreja
a la puerta. Quería escuchar lo que fuese, cualquier signo de actividad sexual.

Algunas veces, creía haber oído gemidos de placer y frases inconexas. Al fin y al cabo no
era extraño que una jovencita se masturbase mientras tomaba un baño. Era lo más natural
del mundo. Lo que ya no lo era tanto es que su propio padre la espiara mientras lo hacía.
Estas mismas palabras se repetía Héctor cada vez que limpiaba su semen del marco de la
puerta que le separaba del oscuro objeto de su deseo.

Las vacaciones de Semana Santa dieron a Héctor una divina inspiración.

Sugirió a su esposa un viaje relámpago a Sevilla. Dos días y una sola noche.

- Encantada de la vida Héctor. El problema es con quién se queda Celia. Tus padres viven
lejos y los míos, ya sabes.
Lo sabía perfectamente, hacía tiempo que habían muerto.

- Hablemos con ella, ahora tiene bastantes amigas. A lo mejor puede quedarse en casa de
alguna.

- Eso es tener mucho morro, cariño.

- Venga, han venido muchas chicas a dormir aquí. No veo por qué no puede ir nuestra hija a
las de las demás. Habla con ella contigo tiene más confianza.

- No te prometo nada.

- No perdemos nada.

A los pocos días de comentar la circunstancia con Celia la joven vino con la buena noticia
de que la madre de su amiga Ana, la gordita que la solía acompañar al cine, estaba
encantada con la posibilidad de que ambas estuviesen juntas durante las vacaciones. Incluso
llamó a Diana para confirmarlo todo.

Un día antes de la partida, Héctor recibió en su correo electrónico un mensaje del


administrador de la web.

“Por un cambio de planes imprevisto las modelos 281 y 235 estarían disponibles los días
doce y trece del mes de abril.

Si lo desea puede disponer de la número 281 por 2000 € el día doce a las 4:30 horas o si lo
prefiere disfrutará de la compañía de 235 el día trece a cualquier hora hasta las 15:00 tan
sólo por 500€. En cualquier caso, tras la fecha señalada la lista de espera sufrirá cambios
que le serán comunicados en tiempo y forma. Un saludo.”

Blanco y en botella. Leche. Estaba claro. 281 y Celia eran la misma persona. Héctor
hubiera apostado la vida a que su amiguita Ana era la 235. El perfil 281 lo sabía de
memoria, investigó más acerca de Ana, la gordita 235.

“Modelo 235: Morenita gordita y viciosa. Satisfará tus más oscuros deseos. Especialista en
lésbico y felaciones. Sodomízala y disfruta.

Disponibilidad: todas las tardes laborales de 18:00 a 21:30. Últimos sábados de mes: tardes.
Consultar.

Lista de espera: ninguna.

Precio: 750€”
Héctor eligió un día y una hora de la semana siguiente. Se follaría primero a la gordita. No
es que le atrajese demasiado físicamente, pero le daba morbo montárselo con la mejor
amiga de su hija.

El jueves santo, por la mañana temprano la compañera de Celia y una educada señora que
se presentó como su madre llamaron a la puerta de la casa de los Márquez. Celia estaba
excitada, al fin y al cabo era la primera vez pasaba fuera del hogar un par de días sin el
acompañamiento de sus padres.

Héctor la observaba alucinado. Se preguntaba cuántos pervertidos disfrutarían de ella


mientras él estaba de viaje. Era una pregunta retórica. Lo sabía perfectamente. Los huecos
libres del calendario de la señorita 281 durante esos dos días se acabaron cinco minutos
después de recibir el e-mail.

En menos de treinta y seis horas un montón de cabrones sin alma se follarían de mil
maneras a su precioso retoño en una odiosa camioneta por toda la ciudad. Sin contar al
conductor o conductores. Y ahí estaba él consintiéndolo, sin ni siquiera oponerse lo más
mínimo, deseando en lo más profundo de su alma que aquella aberración fuese cierta.
Deseando que se cepillasen a su hija una jauría de babosos pervertidos. Todo con tal de que
la dichosa lista avanzase más deprisa. Todo con tal de poder disfrutar del maravilloso
cuerpo de su Celia lo antes posible.

Tras despedirse con dos besos las tres hembras se acomodaron en una lujosa ranchera y
desaparecieron de la vista de Héctor y Diana.

Héctor intentó no pensar más en su hija y se centró en su esposa. Le aguardaba una sorpresa
que ella no esperaba.

- ¿Pero… a dónde vas Héctor, la estación del Ave está por allí? – Gritó Diana señalando con
el dedo la salida de la autovía.

- Lo sé mi vida, hay cambio de planes. Te gustará. Te lo prometo.

Tras una hora de viaje, el deportivo en el que viajaba el matrimonio entró en una finca
privada junto a un entorno natural magnífico.

- Esto es precioso. Gracias Héctor. Confieso que Sevilla en Semana Santa no era mi viaje
soñado. Pero como a ti te hacía ilusión pues acepté encantada.

- Eres un sol. Mira quien viene por ahí.

Completamente desnudas Odile y Lucía se les acercaron sonrientes por el jardín. Solamente
llevaban unos sombreros para evitar el sol primaveral.

- ¡Odile! ¡Lucía! – Gritó Diana – no sé por qué me extraño. Héctor eres un picarón.
¡Pervertidillo!
- ¡Hola Diana! – dicho esto Odile clavó su lengua hasta la garganta de la interpelada.

Héctor dio una palmada en el culo de Lucía.

- Pequeña, ¿Dónde esta tu p…, digo… Andrés? – Héctor casi metió la pata.

- Papá está en la ciudad. - dijo la morenita sin inmutarse – le ha surgido un asunto muy
urgente. Recibió un mensaje diciendo que tenía no se qué reunión imprevista a las once de
la mañana. Vendrá a tiempo para almorzar. Me dijo que llevaba esperando mucho tiempo…

- Espera un momento, ¿Papá? ¿qué narices quieres decir con papá? No me digas que
Andrés es tu padre - intervino Diana estupefacta.

La chica y Odile asintieron sin darle la menor importancia.

- Entonces ¿Haces… haces el amor… con tu propio padre?

- ¡No… bueno sí! ¿qué más da? – dijo la chica confusa y algo avergonzada – la verdad es
que sólo me da por el culo. Boca y culo. Sólo eso. Me ha follado alguna vez el coño pero
no suele hacerlo. Papá prefiere la puerta de atrás, ¿verdad Odile?

La mujer afirmó sonriendo. El rostro de Diana mostraba una incredulidad evidente. Parecía
que las chicas le estaban vacilando

- ¿Desde cuándo?

- ¡Yo qué sé! Mi mami estaba enferma y papi tenía necesidades. Cuando ella murió, ocupé
su puesto en la cama de mi padre, hasta que llegó Odile. No me importó, de veras. No soy
celosa ni ella tampoco... Odile es muy buena conmigo y como ya sabéis muy buena en la
cama. De ella he aprendido muchas cosas. Me come el coño cuando se lo pido. Lo hace
muy bien ¿Queréis verlo?

Y sin más se abrió de piernas tumbada en el suelo. Su madrastra le succionó hasta el


tuétano. Héctor estaba maravillado con aquella pareja de ninfómanas. Miró alrededor, la
finca tenían más invitados pero ninguno pareció extrañarse de la actitud de las chicas. Una
pareja de cincuentones leía el periódico en unas tumbonas. Junto a ellos los que sin duda
serían sus vástagos hablaban animadamente. Todos en esa mansión se encontraban
desnudos, excepto Héctor y Diana. El mayor de los jóvenes se acercó a ver la escena
lésbica. Miró a Héctor y le dijo señalando su abultado paquete.

- Buenos días, señor. ¿Puedo chupársela?

- Perdona… ¿qué has dicho?

- La polla, el pene… que si puedo chupárselo…


Héctor estaba escandalizado. No daba crédito a sus oídos.

- Pues no… claro que no…

- Vale – dijo el chico que se giró hacia otro hombre que se encontraba sentado en una mesa
tomando un refresco.

Héctor observó cómo el interpelado asentía sonriendo. El chaval se arrodillo, al tiempo que
su interlocutor, incorporándose, enfiló su rabo hasta el esófago puesto a su disposición. Era
increíble que tal escena se estuviese llevando a cabo en plena luz del día, a la vista de todo
el mundo.

El mamón mantenía sus manos en la espalda mientras el viejo disfrutaba de su boca. Héctor
miró en dirección al padre de la criatura. Este se limitó a observar la escena por encima de
las gafas de sol y continuó con su lectura.

- ¡Vamos a enseñaros vuestra habitación! Allí podréis desnudaros. Es una lástima que
mañana tengáis que iros. ¡Nosotros estamos aquí todas las vacaciones!

Héctor miró a Lucía que ya impaciente le tendía la mano. Odile, mientras se relamía, hacía
lo mismo con Diana. La pequeña miró el equipaje sonriente.

- No sé por qué traéis tanta ropa. A penas vais a necesitar nada. – dijo sacando la lengua
graciosamente.

Mientras se acercaban a la entrada del edificio principal, Héctor echó un último vistazo a la
mesa del pecado. En ella el rubito se habría de culos para que el tipo aquel pudiese
perforarlo más fácilmente. Su padre no sólo no se alteraba, sino que se estaba masturbando
descaradamente mientras contemplaba la sodomización de su vástago. La mamá también se
estaba tocando, aunque eso sí mucho más discretamente.

Al entrar en la casa a Héctor se le nubló la mirada. Aquello era como un parque temático
del sexo y el libertinaje. Mirase donde mirase se veía a personas de los dos sexos
disfrutando de los placeres de la carne por doquier. Nadie se ocultaba. Su polla pedía a
gritos ser liberada para poder disfrutar de aquellos cuerpos tan complacientes.

- Las habitaciones están en la primera planta – dijo Lucía, encaminándose en volandas


hacia una escalera - ¡Venga!

Por la barandilla de la misma media docena de ninfas jugaban a deslizarse tal y como sus
madres las trajeron a este mundo. Durante la bajada el roce de la madera con su clítoris les
proporcionaba dulces sensaciones. Algunas alcanzaban inclusive el orgasmo tras unos
pocos descensos. Al final de la barandilla, una especie de pene calibrado hacía las delicias
de las lolitas que se lo introducían en sus entrañas, pugnando por ser la que más trozo de
consolador soportase su vientre
En un rincón del primer rellano, un hombre le comía el rabito a un veinteañero regordete.
El color de su cara y su respiración entrecortada hacían presagiar el inminente desenlace.

- ¡No pares, Papá! Tú… desayuno… está… listo – y dicho esto descargó su primera leche
del día en la boca de su progenitor.

Héctor y Diana cruzaron una mirada culpable al percatarse de cuanto allí sucedía. Aquello
no estaba bien. Deberían irse de aquel abominable sitio. Cada uno estaba esperando que el
otro tomase la iniciativa pero ninguno lo hizo. Sobre todo cuando ya en la habitación sus
anfitrionas les desnudaron tiernamente.

La hija de Andrés se introdujo el pene babeante en su boca y Odile estampó su vagina en la


cara de Diana. Héctor, al sentir la maestría con la que la joven trataba su ariete, se acordó
furtivamente de Celia. Quizás en aquel momento la situación de su hija sería similar a la de
la ardiente Lucía.

Lo cierto es que Héctor no se equivocaba en mucho. En aquel momento la prostituta 281


dentro de un saco saboreaba en su boca los restos de la leche de un sacerdote de paisano.
Aquel descarriado invertía las dádivas de sus feligreses en frecuentar aquellos vehículos del
demonio. Celia no lo sabía, pero el siguiente cliente sería un barrigudo cincuentón casado
en terceras nupcias con una despampanante joven pelirroja, padre de una morenita viciosa y
lasciva.

En la furgoneta aparcada junto a un parque, a una hora de camino, una prostituta esperaba
acurrucada a su próximo cliente…

- ¡Celia! Puta Celia. Sal de tu madriguera. Prepárate zorra asquerosa. Tu culo es mío por
veinte minutos. Menudo par de días te esperan. Tus piernas van a estar más separadas que
juntas. Estoy orgulloso de ti.

La chica salió rápidamente de su escondite. Estaba eufórica. No esperaba aquella


maravillosa visita.

- ¡Doctor! ¡Doctor Márquez! ¡Qué sorpresa! – no pudo resistirse a besar y abrazar a su


terapeuta.

Este enseguida atajó tales muestras de aprecio. Le agarró del pelo y escupió en su cara.

- Venga, tetas grandes. No tenemos tiempo para estas gilipolleces. Ponte mirando a
Pamplona que te voy a dar lo tuyo, hija de puta.

La chica se apresuró a complacer a su cliente más especial. Su dueño. Su amo. Su vida.

Tras el primer encuentro sexual del día, Héctor y Diana no tenían la menor intención de
marcharse de aquel sitio. Y mucho menos después de que Odile les enseñase el resto del
complejo. Era increíble. Lucía no pudo acompañarles.
Al salir de la casa un matrimonio de abueletes le pidió muy amablemente pasar un rato
especial con ellos. La chica jamás rechazaba una oferta de sexo independientemente de su
origen, aunque el vejestorio aquel estuviese en una silla de ruedas y respirase con la ayuda
de una bombona de oxígeno.

- La Quinta del Fresno es una de las mejores mansiones de Andrés, aunque no la única. –
Les comentó Odile durante el paseo - La finca completa se extiende por más de dos mil
quinientas hectáreas de bosque y prados. Hay un casino, campo de golf de dieciocho hoyos,
piscinas cubiertas y al aire libre, todas climatizadas. Disponemos de campos de fútbol,
tenis, pádel y todo eso. Hay un magnífico gimnasio y todo tipo de saunas, salas de masajes.
Salones de banquetes, bailes y discoteca. De todo lo que podáis imaginar. Hasta un pequeño
lago con una playa artificial. Andrés hizo traer toneladas de arena desde la Costa del Sol.
Aún es un poco pronto pero en verano se está de vicio tomando mojitos en la playa hasta el
amanecer.

Héctor no podía creerlo

- ¿Todo esto es de Andrés? – sus ojos se abrían como platos.

- ¡Todo!– le contestó Odile divertida - ¡Y más!

Héctor se sintió el hombre más estúpido de la tierra. Aquello valía decenas de millones de
euros y él creía que aquel tipo de mirada alegre había querido timarle diez mil. Con razón
había rechazado el cincuentón sus veinte mil euros. Una miseria para el bueno de Andrés.

- Pero ¿y lo que hacéis aquí? – intervino Diana en tono dubitativo.

- Bueno. Este es un complejo nudista algo especial como habréis comprobado. Con el
debido respeto, todo está permitido, incluso el incesto. Aquí no hay caducas normas
morales. Son antinaturales. En muchas especies animales los adultos inician a sus propias
crías en el mundo del sexo. Los padres copulan con sus vástagos sin ningún trauma. Somos
animales, más o menos racionales, pero animales al fin y al cabo.

Sonrió. Las como poco controvertidas teorías de Andrés ahora eran las suyas. Hablaba tan
convencida de lo que decía como lo hace un fanático religioso. Su marido era su líder, su
mesías, su dios.

- Bueno, esto no es una orgía continua. Disponemos de todo tipo de actividades. En cuanto
al sexo, hay gente que se limita a mirar y no participa. Aquí no se obliga a nadie a nada que
no quiera hacer. El sexo es una actividad de ocio más. El tema es tan sencillo y natural
como lo siguiente. Ves alguien que te gusta, te acercas, le pides educadamente lo que
quieres hacer. Si al otro le apetece, adelante. Si no es así, no pasa nada. Sigues buscando.

- Entiendo.…
- La verdad es que todo el que está aquí sabe a lo que viene. Es bastante sencillo encontrar
pareja de juegos. Tú mismo – inquirió a Héctor - ¿podrías rechazarme si te dijese que me
gustaría que me la metieses ahora mismo?

- Pues… - miró a su esposa que observaba divertida como su marido se había metido en un
pequeño lío. – lo cierto es que no, no podría hacerlo.

- Pues venga…fóllame como te apetezca. Estoy como una moto.

La joven se posó sobre la hierba y mostró su depilado coño. Era una máquina del sexo e
irradiaba erotismo por los cuatro costados. Cuando se sintió penetrada, tras un primer y
temprano orgasmo, le dijo a Diana:

- Te aconsejo que vayas a buscar algo de tu gusto por ahí. Quedamos en la puerta principal
sobre las tres. Andrés vendrá a almorzar a esa hora aproximadamente.

A la hora señalada el doctor Andrés Márquez y su familia aparecieron en el lugar


concertado.

- Id vosotras delante, chicas. Tengo que hablar un momento con Héctor. – comentó el
anfitrión.

Ya solos en un impresionante despacho le dijo a su invitado ofreciéndole un Martini seco.

- Bueno, ¿qué te parece?

- Esto es increíble. Me he sentido como un imbécil. ¡Y yo que pensaba que querías


engañarme…!

- ¡Chorradas! Me refiero a las chavalitas. Te has tirado ya alguna.

- Bueno… sólo a Lucia. Odile y Lucía…

- ¡Qué tontito eres! ¡A esas puedes tenerlas cuando te apetezca! Prueba nuevas
experiencias. Es lo que he estado haciendo esta mañana. La 281. La de la lista de espera
interminable. Un auténtico lujo.

Se tomó un respiro antes de continuar.

- Parece que sus padres están de viaje. ¡Menudos pringados! La putita se está poniendo al
día. Es una viciosa de cuidado. Rubia, ojos azules y tetas… joder que tetas, tiene una
delantera de escándalo. Y sabe cómo usar su cuerpo, ¡valiente puta! – Andrés no dejaba de
sonreír mientras removía la bebida con una aceituna ensartada en un palito de madera - Son
los veinticinco minutos más rápidos que he pasado en mi vida. Dos mil euros cuesta pero
vale veinte mil. Te lo digo yo que como ves he podido disfrutar de cuerpos tiernos por
doquier. Te has apuntado ya, ¿no? Te aconsejo que te des prisa. A ese tipo de lolitas las
ascienden pronto a categoría VIP y después cuestan una auténtica fortuna.

- Sí – no podía creer que consintiese que aquel tiparraco hablase así de su Celia. – tengo
cita para septiembre…

- Pues tengo buenas noticias. Con la cantidad de salidos que se la están trajinando hoy y
mañana, antes del verano disfrutarás de las mejores tetas que hayas probado jamás.

- ¿Cuántos calculas que en dos días…se la habrán…?

- ¿Qué cuántos se la tirarán entre hoy y mañana? No menos de veinte o treinta. ¡Joder!, ¿te
das cuenta? Treinta por dos mil son… sesenta mil…sesenta mil euros en dos días. Son casi
diez millones de los de antes. Y hay cuántas en la web, ¿cuatrocientas? No todas cuestan lo
mismo pero las cifras marean sólo con pensarlas. Eso sin contar los chicos. A mí no me van
mucho, de vez en cuando alguno cae, pero seguro que hay tantos como chicas… ¡qué
pasada! ¡Menudo negocio! – Y tras apurar la copa exclamó - ¡Vamos, nuestras ardientes
esposas estarán esperándonos!

Héctor no pudo contenerse. La excitación le podía. Necesitaba saber más.

- ¿Qué… qué le hiciste?

- Eres muy curioso, muchacho. Pues todo lo que me dio tiempo. No se quejó de nada. Soy
un tipo clásico. No me gustan cosas raras y ya no estoy para demasiados trotes. Ya has visto
lo que le hago a tu mujer, a la mía o a Lucía. Le rompí el culo hasta casi correrme. Lo que
tiene esa chavalita ahí detrás parece una aspiradora. Le metí el rabo entre esas tremendas
tetas y sin sacarlas de ahí le introduje el capullo en la boca. Se lo tragó todo sin ningún
problema. Una puta, una puta de verdad. – Parecía recrearse en el recuerdo de lo sucedido-
he disfrutado como un enano. Cuando la pruebes, sabrás de lo que estoy hablando. Me
quedé con las ganas de que me lamiese más tiempo el trasero… ¡Dichoso timbre! Lo
hubiese destrozado…

Héctor se puso enfermo al imaginar todo aquello. Sobre todo la carita de su hija enterrada
en aquel par de nalgas caídas de Andrés. Lo habría matado en aquel mismísimo instante.
Qué decir tiene que carecía de arrestos como para cumplir su amenaza.

A punto estaban de salir del despacho cuando Héctor se recuperó un poco e intentando
inútilmente olvidarse de lo que su hija estaría haciendo en aquel momento continuó con su
interrogatorio:

- Oye, Andrés.

- Dime

- Categoría VIP… ¿qué cojones es?


- ¡La curiosidad mató al gato, amigo mío!

- ¡No me jodas…!

- Es broma… pero aún estás un poco verde para eso…

- ¡Que si es por dinero…!

- No te pongas gallito que a lo mejor te llevas una sorpresa…

- No… no te entiendo.

- Las chicas VIP no sólo cuestan una fortuna… además son… especiales…

- ¡Especiales!

- Te diré. Se pueden contratar por más tiempo, o por parejas, o hacen y se dejan hacer…
cositas…

- ¡Cositas!

- ¡Si, tonto! ¡Cositas que no se pueden hacer en esas dichosas furgonetas…! Son muy
incómodas.

Héctor estaba muy espeso. Puso cara de no entender nada….

- ¡Pareces lerdo! ¿Te imaginas a chavalitas como tu amiguita la 37 chupándole la polla a un


caballo ahí dentro? ¿O dando latigazos a diestro y siniestro? ¡A que no!

- ¿En serio? – Héctor no daba crédito a sus oídos a pesar de que la experiencia le decía que
con Andrés no había nada imposible.

- Y luego está lo de las películas de encargo…

- ¡Películas!

- ¡Copias únicas! ¡Ni empeñándote hasta las cejas conseguirías una!

- ¡La ostia!

Con la mano en el pomo de la puerta, Andrés sonrió maquiavélicamente. Consultó el


carrillón y meneando la cabeza murmuró.

- No creo que pase nada porque lleguemos un poco tarde al almuerzo…


Héctor no aguantó ni cinco minutos la visión de tan bizarra película. Pasado ese tiempo
suplicó al bueno de Andrés que apagase el monitor Había tenido suficiente. Jamás la
olvidaría. Se le quitó el apetito de un plumazo. Andrés no paraba de reírse de él cuando
caminaban de camino al buffet.

Ya sentados en la mesa, la conversación discurría fluida y agradable aunque el padre de


Celia estaba como ausente. De repente, Héctor observó que el mismo chico de antes estaba
a su lado con un plato entre sus manos.

- Buenos días, señor. ¿Quiere correrse en mi sopa? ¡Está caliente!

- ¿Cómo dices, muchacho? – de nuevo semejante ofrecimiento le pillo con el paso


cambiado.

- Que si quiere correrse… eyacular en mi sopa, por favor. Así se enfría.

- N…. no…

- Vale

Un poco contrariado el chaval se acercó a Andrés

- ¿Y usted?

- No hijo, no. Mira, ¿ves aquel señor sentado con aquella jovencita? Si se la chupas un rato
se correrá en tu sopita y podrás comértela. ¡Verás que rica!

- Héctor, va a pensar el pobre que le tienes manía – dijo Odile entre risas.

Con mucho cuidado de no derramar nada, el joven se acercó al mencionado tipo. Cuando le
preguntó con toda la educación del mundo, el salido aquel asintió con una sonrisa. El
muchacho se arrodilló de nuevo y su experta boca volvió a entrar en acción. Al poco un
enorme chorro de esperma caía sobre la comida. Volvió a su sitio satisfecho, con la
comisura de los labios todavía blanquecinos. Su madre probó un poco del tan nutritiva
mezcla. Él degustó su sopa con avidez. No dejó nada en el plato. Hasta lo relamió con la
lengua.

- ¡La Cocina del Semen! Es una lástima que os vayáis tan pronto. El sábado hay unas
jornadas gastronómicas sobre eso. – le comentó como si nada Andrés al otro matrimonio

La tarde continuó en el mismo tono y la noche no fue menos movida. A la mañana siguiente
Héctor amaneció en la cama de dos preciosas gemelitas de pelo castaño y curvas delicadas.
Otros tres machos habían compartido con él aquellos dulces bomboncitos. Ninguno terminó
insatisfecho. Había comprobado de primera mano las excelencias de un espectáculo lésbico
entre dos jóvenes hembras casi idénticas. No había rastro de Diana. La última vez que la
vio era sodomizada en la piscina de burbujas por Andrés, mientras chupaba el insaciable
coño de Lucía.

Héctor puso boca abajo a una de las ninfas y taladró su ojete de nuevo. Tan acostumbrada y
agotada se encontraba que ni siquiera se despertó. La mañana de Viernes Santo estaba
dedicada a un sinfín de juegos eróticos a cual más morboso. A Héctor le gustó
especialmente la versión porno del clásico juego de la silla.

Hombres y mujeres de distintas edades giraban alrededor de un grupo de sillas. Cuando


paraba la música, los participantes corrían hacia los asientos. El que quedaba de pie, perdía.
La gracia estaba en que pegados a las sillas enormes consoladores metálicos se erigían
desafiantes. Los concursantes debían introducir tales apéndices en sus traseros si querían
sentarse y no resultar eliminados. Cuantos menos jugadores había, mayor era el tamaño de
los penes plateados.

Lucía ganó de calle. Se sentó de un golpe en un grueso falo que perforó sus entrañas como
un cuchillo en la mantequilla. La gente la vitoreaba y silbaba. Sin duda era la mejor
poniendo el culo. Con su padre como entrenador personal no era nada difícil lograrlo, pensó
Héctor mientras aplaudía.

En cuanto el joven de la sopa estuvo eliminado, se acercó a Héctor y sin pedir permiso esta
vez comenzó a devorar su miembro. Por fin había logrado su propósito. Héctor se derramó
completamente en su boca cuando Lucía se sentó de un golpe en la última silla. Apenas
brotó nada de su preciosa y agotada fuente.

En el camino de regreso al hogar, el matrimonio estaba feliz y satisfecho. Recordaban los


mejores momentos entre risas y toqueteos. Sin duda debería repetirlo pronto. El hombre
preguntó a su media naranja acerca de sus andanzas nocturnas.

- Me dediqué a introducir bolas chinas en todos los culos que encontré, lo pasé de vicio.
Pero lo que más me gustó es cuando vi a Lucía con su manita dentro del coño de su
madrastra. A Odile le cabe de todo por ese agujero negro. ¿Sabes? Hasta un cabrón me
pidió que abriera la boca para que se mease dentro.

- ¡No jodas! ¿Y tú que hiciste?

- ¡Qué iba a hacer! Tú mismo dices que no se estar con la boca cerrada…

- ¿Y…?

- Tenemos que probarlo en cuanto nos sea posible. Con eso te lo digo todo.

- ¡Ya te vale! ¡Cochina!


Llegaron a casa un poco más tarde de lo previsto. Caía la noche. Celia les esperaba sentada
en el sofá, vestida con un pijama largo, casi de invierno. Tenía aspecto de cansada, aunque
extrañamente satisfecha.

- Hola - les dijo levantándose lentamente - ¿qué tal por Sevilla? Es una lástima lo que os
pasó…

- ¿Qué? A qué te refieres – contestó su padre inquieto. No sabía de lo que estaba hablando
su pequeña.

- Lo de la lluvia y todo eso. Suspendieron la procesión. ¿No?

- Sssssi ¿verdad Diana? – miró a su mujer buscando ayuda.

- Si, pero aún con todo Sevilla en Semana Santa es maravillosa. – intervino su mujer al
quite.

- Bueno papis. Tomo un baño y me voy a dormir. Estoy muy cansada. Mañana os cuento.
Besos.

Héctor siguió con la mirada como desaparecía su retoño por la puerta. En su breve caminata
no pudo evitar mirarle descaradamente el culo. Las braguitas se marcaban claramente tras
la tela floreada.

- ¿Cuántos hijos de puta lo habrían perforado en los dos últimos días? – pensó abstraído por
en contoneo aquel.

Como un zombi espió a su retoño de nuevo cuando se metió en el cuarto de baño. Pegó la
oreja a la puerta y comenzó a masturbarse. Creyó oír la voz de su hija que tras la puerta
gemía.

- Enhorabuena asquerosa de mierda. Esta vez has batido tu propio record. Veinte machos,
cuatro hembras… y tres conductores de vehículos. Y aquí estas, en la bañera con el culito
ocupado de nuevo. ¡Guarra! Merecerías estar haciendo la calle… como puta que eres… hija
de puta.

Héctor alcanzó un nuevo orgasmo pero nuevamente de su castigado cuerpo no salió ni una
gota de esencia. Durante el resto de las vacaciones el padre se empeñó en intentar
sorprender a su hija en alguna respuesta incoherente, el más nimio atisbo de duda acerca de
lo que ella y su amiga habían hecho durante el tiempo que estuvieron separados. La chica
contestó sonriente de manera extraordinariamente convincente.

Días después, en una camioneta aparcada en ninguna parte, Héctor castigaba un pequeño
cuerpo regordete. Temiendo ser reconocido, enculó a la 235 a oscuras. Ni siquiera se
atrevió a articular palabra alguna. No hacía falta, bastaba con poner a la hembra en la
posición deseada y disfrutar de su cuerpo. Al fin y al cabo, no era más que una puta.
Mientras gozaba, no podía evitar pensar en Celia. El pequeño bebé que correteaba en
pañales por su jardín ahora se dedicaba a vender su cuerpo a cualquiera que pudiese pagar
sus servicios. No acertaba a comprender la razón que había llevado a lo que más quería en
el mundo a actuar de aquella manera. No eran ni mucho menos pobres. Jamás le faltó de
nada ni conocía ninguna reivindicación lo suficientemente importante por la cual su hija
habría caído tan bajo.

- Joder, como pille al cabrón que hizo la jodida web le meto una escoba por el culo… -
murmuró claramente 235

Espoleado por el comentario poco profesional, el cliente aceleró el ritmo e intensidad de


sus envites. La chica había actuado mal. Una puta no tiene derecho a quejarse. Una puta es
un trozo de carne. Su hija, su adorada hija, era sólo un trozo de carne al que decenas de
hombres trataban como una mierda.

Llegó final de Junio. Como Andrés había predicho, la lista de espera de la modelo 281
había dado un vuelco. Su cita se adelantó tres meses. Había tenido suerte. A partir de aquel
mes la modelo 281 pasaba a ser de uso exclusivo de clientes VIP. Cliente VIP, tenía que
preguntar a Andrés que le aclarase algo más sobre eso.

La comida del sábado transcurrió más o menos como siempre. Celia estaba demasiado
callada. Madre e hija habían discutido durante la semana por alguna tontería. Diana
amenazó con castigarla el fin de semana. Héctor intercedió por la pequeña. No podía
esperar más. No consentiría que un berrinche le trastornase los planes.

Cuando la adolescente desapareció escaleras arriba, Diana le pidió a Héctor que subiese a
buscar algo al piso de arriba. Esperó en su cuarto que su amor prohibido se encerrase en el
baño. Cuando oyó el sonido del grifo, se pegó a la puerta como siempre. El murmullo del
agua no le dejaba oír lo que su hija decía al otro lado. Bajó la cremallera compulsivamente.
Sabía que debería reservarse para la tarde pero su vicio era superior a su voluntad. Justo en
el momento que explotó sobre la puerta, Diana gritó algo desde la planta baja. Buscando
una excusa que justificase su presencia allí, mientras escondía su pene golpeó suavemente
la puerta del lavabo.

- Celia, princesa ¿estás bien? No vayas a llegar tarde. ¿A qué hora es la película?

Notó que su hija le contestaba.

- Tranquilo papi. Tenemos tiempo. No comienza hasta las seis.

- No te demores demasiado. Sabes que el centro comercial está un poco lejos.

Notó como su retoño abría el cerrojo. Héctor no había podido limpiar sus restos que se
deslizaban tanto por puerta como por el marco. Se alarmó bastante. Rezó para que ella no
se diese cuenta.
Con el pelo alborotado y húmedo, una bonita sonrisa y una minúscula toalla cubriendo su
cuerpo apareció Celia. La prenda apenas tapaba sus generosos senos y estaba anudada de
manera apresurada de tal modo que podía apreciarse parte de un delicioso pezoncito
salpicado de gotitas de agua como si de rocío se tratase. Héctor tuvo que hacer verdaderos
esfuerzos por mirar a Celia a la cara y no a su escote.

- Venga papi, déjame pasar. Todavía me falta secarme el pelo.

Se recreó al ver como la lolita dando saltitos se encerraba en su habitación. En ese


momento limpió como pudo el desaguisado. Truco, su pastor alemán olfateaba la puerta
que había sido blanco de su orgasmo.

El padre se dirigió por el pasillo hacia la escalera de bajada. Al pasar junto a la habitación
de Celia, se percató de que tan sólo estaba entornada. Como un vulgar mirón se excitó al
ver a su hija secándose el cabello, con sus pechos al aire. Pronto su polla se deslizaría por
aquel extraordinario canal. No pudo evitar un suspiro de deseo. De repente, la pequeña paró
el secador. Seguramente le habría oído. Correteó lo mas discretamente que pudo y alcanzó
la escalera justo en el momento que la joven abría la puerta.

- ¡Truco! ¡Qué susto me has dado! Truco, Truco, perrito lindo. Quieres jugar, ¿verdad?
Ahora no podemos. Tengo que irme. Esta noche jugaremos cuanto quieras.

Héctor respiró de nuevo. El jodido perro al que tanto criticaba le había salvado de una
buena. Bajó las escaleras y gritó

- ¡Celia, o bajas en cinco minutos o no hay cine! – Bramó su desde la planta baja.

- ¡Ya voy, ya voy! Qué prisas.

Pasado un tiempo, los tres miembros de la familia se encontraron en el recibidor de la casa.


Héctor miró a su hija, estaba preciosa aún con aquella horrible camisa.

- Ni te has maquillado un poquito siquiera. Y esa camisa… ¿para qué te compro ropa bonita
si tú la escondes debajo de eso? – dijo Diana

Absorto, vio como Diana le desabrochó los botones de la prenda a su hija y la tiró al suelo,
dejando al descubierto un precioso top. El piercing del ombligo brillaba con el reflejo de las
luces.

- ¡Dios bendito, hija mía! Pero qué pretendes. Esto no se lleva así.

- Pero… mamá. Tú misma me lo compraste. Yo no quería… ¿Recuerdas?

- Si ya lo sé, alma cándida. Me refiero a que esto.

Héctor se percató de que Diana estiraba el tirante del sostén de la pequeña.


- Esto se lleva sin nada debajo. Cariño, si con a tu edad necesitas sujetador, no sé qué
pasará cuando tengas hijos.

Héctor observó cómo Diana quitaba el top a su hija y comenzó a desabrocharle el cierre
delantero de la prenda interior.

- ¡Mamá, que papá está delante!

- No seas remilgada, hija. Qué es tu padre. Te ha visto desnuda muchas veces…

- ¡Sí, pero no desde que… desde que… tengo…!

- ¿Tetas? Cielo, y yo que tengo, ¿jamones? Tu padre ha visto muchas tetas en este mundo.
Demasiadas diría yo…

- ¡Diana, no empecemos…! – no quería que su hija sospechase nada de las actividades


sexuales de sus padres

- Solo digo que es un momento.

Héctor notó como Celia miraba al suelo avergonzada. Desvió la mirada inquieto y turbado,
para que su hija no se violentase, pero la fijó en un espejo de la estancia. Pudo deleitarse
con el reflejo de la visión de aquel par de deliciosas frutas que pronto comería. La prenda
exterior volvió a su lugar y Diana dijo:

- ¿Ves? Así está mejor. ¿Verdad Héctor?

Cuando el padre se giró y Diana compuso las tetas de su hija, se empalmó


irremediablemente de nuevo. Los pezones se marcaban claramente tras la tela. Celia apartó
las manos de su madre, protestando.

- ¡Jo, mamá! ¡Déjame en paz! ¡Sabes que las odio!

- Dentro de un tiempo, dejarán de estar así y entonces te acordarás de lo que te digo….

- Venga, Celia. Nos vamos. Diana, ya hemos hablado de esto. Todavía es muy pequeña.

Héctor no podía esperar más. La suerte estaba echada. De camino al centro comercial
mantuvo con ella una conversación bastante habitual, acerca del su físico y su temprana
concepción. Para zanjar la discusión puso su mano sobre la rodilla de la pequeña, dándole
unos pequeños toquecitos. La piel estaba suave y fresca. Cuando comenzó a quitar la mano
del fruto prohibido, su hija la atrapó evitando, con una sonrisa que se despegase de su
cuerpo.

La lolita estrujó inocentemente la mano de Héctor que creyó morirse cuando aquellos duros
pechos rozaron el revés de su mano.
Al llegar al centro comercial acordaron la estrategia para el retorno después del cine. Pudo
deleitarse de nuevo con la visión del cuerpo de Celia cuando esta le hablaba a través de la
ventanilla. Esta vez no pudo apartar la vista del escote de su ninfa. Aquel par de melones se
bamboleaban a escasos centímetros de su cara. Su erección era tan grande que se le hizo
difícil ocultarla a los ojos de su retoño.

Siguió el movimiento del culo de la ninfa hasta que desapareció por la puerta del comercio.
Varios hombres miraban con descaro el mismo objetivo. Incluso una mujer se enfadó con
su marido por ello.

Intentó distraerse en otro tipo de cosas para que la tarde pasase más rápido. Una hora antes
de la cita, ya se encontraba en una terrada de un bar junto al punto de recogida.

Había pensado mil veces qué es lo que iba a hacer con el cuerpo de Celia cuando lo tuviera
entre sus brazos. Por supuesto lo que ocurriese en el vehículo sucedería con la luz apagada.
Tenía pensado hacer lo mismo que Andrés le había contado pero desistió. No podía tratar a
su hija como a otra cualquiera. La pequeña debía disfrutar del momento. Le haría el amor
tiernamente y después, sobre la marcha fluirían las cosas. Al final encendería las luces. A
partir de ahí empezaría para bien o para mal una nueva vida.

Después de la tarde más larga de su vida, la furgoneta llegó a su cita puntualmente. Se


desnudó en su interior y en penumbras, sin parar de temblar como un flan, abrió el saco
como tantas otras veces había hecho. Pero aquella vez no era como las otras. La hembra de
sus sueños estaba oculto en él.

Todo el coito transcurrió sin palabras. Tan solo apagados gemidos de placer surgieron de la
muchacha. Héctor tumbó a su amante boca arriba. Recorrió su cuerpo lentamente con sus
manos. El piercing del ombligo desterró la última duda acerca de la identidad de la puta.
Con aquellos anhelados pechos entre sus manos, penetró a su hija delicadamente, como si
temiese romperla. La pequeña entrelazó sus piernas y brazos atrapando a Héctor como si
fuese una mosca en una tela de araña. De esta manera la penetración fue más profunda.

Ambos lenguas se besaron tiernamente. La chiquilla mordisqueaba la ajena sin prisas,


degustándola.

Cuando Héctor sintió como unas uñas se clavaban en su espalda, supo que había llegado el
momento de la ninfa. Un leve quejido se escapó de aquellos pequeños labios cuando ella
alcanzó el orgasmo. El sonido se repitió cuando el hombre pellizcó los pezones que
coronaban aquel par de montañas que nacían en el pecho adolescente. Héctor comprobó lo
que ya sospechaba, que Celia no sólo tenía un buen par de tetas, sino que estas eran
tremendamente sensibles.

Héctor deseó acabar con aquello tal como Andrés le había contado.

Con su pene a punto de reventar subiendo y bajando en el canal que separaba los pechos de
su hija atrapó la cabeza de esta y comenzó a acercarla a su miembro. La joven ya experta
intuyó lo que su cliente deseaba, estrujó sus melones y abarcó con su boca el capullo del
pene que tanto placer le había proporcionado.

Poco a poco, cuando la luz ganó su batalla a la oscuridad. Héctor miró fijamente a los ojos
de su hija que lo observaba estupefacta. Un reguero de lágrimas comenzó a brotar de
aquellos bonitos ojos azules. Sin dejar de follar sus tetas Héctor empujó con delicadeza la
cabeza de su hija hacia delante. Su miembro penetró en la boquita sin oposición. Eyaculó
como en su vida lo había hecho justo en el momento en que sonaba la maldita sirena.
Apagó de nuevo la luz y se vistió rápidamente lo mejor que supo. Notó como Celia lloraba
en su saco. Deseó consolarla pero se contuvo. Él era tan solo un cliente. Ella, tan solo una
puta.

El viaje de vuelta a casa fue muy tenso. Hasta se saltó varios semáforos sin darse cuenta.
Celia lloraba por fuera y él lo hacía por dentro.

Ella lo hacía de vergüenza y él de odio consigo mismo.

Continuará...

Capítulo 3 La historia de Diana

- ¡Entra en la habitación y tíratela de una puta vez! – se decía a sí misma.

Observaba desde la parte superior de la escalera cómo su marido se masturbaba de nuevo


mientras espiaba a Celia, su hija. Estaba cansada de aquel estúpido juego. Él era un
pusilánime, le faltaban arrestos para hacer lo que su cuerpo le suplicaba a gritos. Romper de
una patada la puerta maciza de cerezo americano y reventarle el coño a la lolita de sus
sueños.

- ¡Después tengo que limpiarlo todo yo! Por lo menos podrías quitar las manchas de semen
de las puertas como dios manda – pensó.

Al bajar las escaleras Diana tropezó con Truco. Aquel dichoso perro no contento con
llenarlo todo de pelos pendoneaba por todas partes. Se tensó un poco, quizás Héctor podía
haberla oído. Sus sospechas se confirmaron cuando el marido intentó disimular burdamente
llamando a la puerta del baño. Momentos después padre e hija se marcharon al cine aquel
día crucial y se puso a recordar cómo había empezado todo aquello, unos meses atrás.

A Diana le gustaban las mujeres. Y mucho. Se trataba de un hecho que había aceptado
desde que compartía habitación con unas chicas en sus tiempos del internado. Las
jovencitas se tocaban y besaban entre ellas. Lo que al principio no era más que un juego
luego se convirtió en vicio. Las noches derivaban usualmente en orgías salvajes y cuerpos
desnudos que gozaban los unos de los otros desaforadamente. La madre superiora no sólo
no perseguía aquellos comportamientos poco cristianos sino que los fomentaba
abiertamente. Su presencia en las bacanales nocturnas de sus protegidas era de lo más
habitual. Diana no aprendió demasiado de los preceptos católicos durante aquel tiempo
pero salió del centro siendo una lame coños de primera.

En el instituto descubrió a los hombres. Y también le gustaron. Y también mucho. Sobre


todo Héctor, tan alto y guapo. Tanto le encantó que se quedó preñada de él. No fue nada
extraño, estaban todo el día enganchados como conejos y a menudo no utilizaban la
protección adecuada. No había que esforzarse demasiado para sorprenderles en cualquier
rincón dándole gusto al cuerpo.

Y nació Celia. Y fue feliz en su matrimonio, a pesar de los frecuentes deslices de su marido
hasta que su delicada hija comenzó a convertirse en una bonita adolescente. Conforme
crecían los pechos de Celia, brotaba de nuevo en Diana el deseo de carne femenina. Carne
de su carne.

La mujer se desesperaba. Varias amantes disfrutaron de sus encantos. Incluso llegó


contratar jóvenes prostitutas para desfogarse. No solucionó nada. Al contrario, avivó más si
cabe su deseo. Suspiraba por Celia, su propia hija. No veía el momento de estrujar entre las
manos aquel par de meloncitos que su pequeña tenía por senos. Eran su religión, su faro, su
guía. Los sueños eróticos que la asaltaban por las noches eran tan frecuentes como
ardientes. Durante la madrugada el agua fría aliviaba su calentura, durante el día intentaba
evitar pensar en su hija como si fuese el animal más bonito y sensual del mundo. Amaba a
Celia. Y no con ese amor maternal que toda madre profesa para con sus vástagos sino un
amor físico, irracional y lujurioso.

Este hecho tan poco convencional le sumió en un profundo sentimiento de culpa que derivó
en una tremenda depresión. Intentaba quitarse aquel sentimiento que la consumía por
dentro y no lo lograba. El tonto de Héctor pensaba que él era el culpable de la desdicha de
su esposa, por el simple hecho de que le hubiese sido infiel un montón de veces. Los
hombres, siempre pensando en ellos mismos, como si Diana no fuese consciente de los
frecuentes escarceos de su media naranja. Conocía de buena tinta que su marido se había
tirado al menos a tres de las niñeras de la pequeña Celia y que su secretaria recién casada se
abría de piernas con una facilidad pasmosa cada vez que se le ponía dura. Con cada
infidelidad, el muy gilipollas le compraba flores a una aparentemente encantada Diana.
Poco menos que una confesión en toda regla. Patético.

Alguien en el colegio de su hija le habló acerca del doctor Méndez, un eminente psicólogo
experto en traumas tanto en adolescentes como en personas adultas. Fue a verlo sin mucho
ánimo. Se trataba de un cincuentón bastante amable y atento, pero Diana no percibió en un
principio nada especial. Un loquero como sin duda había cientos. La visita transcurrió
normalmente pero poco a poco el terapeuta lanzó preguntas clave que hicieron, nunca
mejor dicho, diana en la mente atormentada de la mujer. Ella se sintió poco a poco más a
gusto y se sinceró con el doctor. Lloró como una magdalena mientras le contaba su terrible
secreto.

- ¡No se preocupe, voy a ayudarla!


En ningún momento aquel singular hombre le dijo que la curaría. Enjuagó sus lágrimas y la
trató con dulzura. Esto extrañó sobremanera a una desconcertada Diana. El hombre no
consideraba que fuese un monstruo, ni tan siquiera que estuviese enferma. Ni mucho
menos.

La segunda cita fue de lo más extraña. En la consulta apareció el facultativo acompañado


de una preciosa mujer pelirroja. Se suponía que las sesiones eran privadas y la pobre Diana
no entendía el porqué de la presencia de aquella sensual hembra en la hora de su terapia.

- Hola Diana, le presento a Odile, mi mujer. Por favor, déjese llevar, es muy importante.
Tengo que verla en acción…

- ¿En acción…?

No le dio tiempo a seguir objetando nada. La tal Odile le estampó un beso en los labios y
comenzó a sobarla. El hombre se sentó en un sillón y tomó notas. Diana quería liberarse
pero no pudo. Se notaba que la pelirroja sabía lo que hacía. Su deseo reprimido fue más
fuerte que ella. Al poco tiempo estaba desnuda en el suelo, sudorosa y desatada, con su
clítoris frotándose con el de Odile en la clásica posición de tijeras. Cuando se deleitaba la
lengua en los jugos de su nueva amante, notó que algo intentaba introducirse en su ano. El
buen doctor, en un alarde poco profesional pretendía unirse a la fiesta. No le dio más
importancia y relajó su cuerpo para facilitarle la tarea. Al sentir como sus carnes se abrían,
pensó que al fin una de sus fantasías se estaba cumpliendo de forma inesperada. Hacer el
amor con un hombre y una mujer al mismo tiempo. No eran exactamente la pareja de baile
que ella deseaba pero tuvo que reconocer que disfrutó como nunca aquella tarde lluviosa.

En las sucesivas sesiones, el Doctor Méndez hizo con ella lo que quiso. Progresivamente la
convenció de que hacer el amor con su hija no tenía nada de malo. No sólo la convirtió un
juguete sexual para él y su pareja, sino que lavó su mente por completo. Tan sólo con unas
pocas sesiones de terapia y la promesa firme de que su hija le comería el coño en apenas
tres meses si seguía sus órdenes, obtuvo una esclava de la que disponer sin límite ni
cortapisa.

Diana cayó tan bajo, se introdujo tanto en las garras de aquel macabro personaje que hasta
aceptó ejercer de vez en cuando de puta barata en una carretera de mala muerte de los
alrededores. Disfrazada de ramera abría su escote enseñando la mercancía a los conductores
que reducían el paso para poder deleitarse con la visión de su cuerpo. Si su padre, coronel
de la dictadura siguiese vivo le había dado un infarto al verla ofrecerse a inmigrantes sin
papeles en aquellos malolientes pisos patera. De esta singular manera demostraba su
obediencia ciega hacia el influyente doctor. Inventaba alguna excusa en casa para justificar
su ausencia y se dedicaba a chupar la polla a camioneros sebosos por apenas diez euros. Su
culo y coño también estaban en venta, el reventarlos no costaba más de veinte miserables
euros. Obviamente no lo hacía por dinero. Lo hacía como muestra de su obediencia ciega.
Regalaba sus ingresos entre las putas que la rodeaban para no generar recelos ni envidias.
Luego contaba al doctor sus andanzas y este sonreía satisfecho mientras orinaba en la boca
de su enésima víctima.
No le fue difícil al astuto doctor aleccionar a su nueva puta para que enviase a la consulta a
la pequeña Celia con la excusa de iniciar su tratamiento para superar el tremendo complejo
que la joven tenía con sus crecientes senos. Diana se masturbó tras el espejo cuando vio
como el doctor se follaba a su hija en la primera sesión terapéutica. Lamió frenética el
cristal del espejo en el que se apretaban los pezones de su Celia mientras el galeno le
estrenaba el trasero a su hija sin contemplaciones.

El emérito Doctor Méndez, sabedor de todo lo referente a la lolita, resultó ser


tremendamente convincente y una adolescente acomplejada fue presa fácil para un
depredador sexual con tanta experiencia. La ninfa entregó su virgo mientras era humillada
física y verbalmente. Y lo hizo feliz con un extraño que apenas conocía pero que había
entendido cómo se sentía desde el primer momento que la vio.

Méndez no se conformó con disfrutar semanalmente del cuerpo de Celia, sino que la
introdujo en el oscuro mundo de la prostitución con pleno consentimiento materno. Ahí
descubrió Diana el verdadero poder del pervertido aquel.

Cientos de jóvenes de ambos sexos ejercían el oficio más viejo del mundo bajo la
influencia del Doctor. Gracias a esto, el cincuentón había labrado en sus más de treinta años
de profesión una fabulosa fortuna.

Un sábado de finales de febrero, Diana consumó su fantasía sexual más sórdida. Protegida
por la penumbra en una oscura furgoneta se abrió de piernas y su propia hija succionó sus
jugos de forma magistral. Lloró de alegría, de placer, de gusto… sin el menor signo de
remordimiento.

Poco a poco, sutilmente el doctor comenzó a preguntar a Diana acerca de la relación entre
el padre y la hija. Pequeños detalles y años de experiencia indicaron al galeno que el padre
profesaba a su pequeña algo más que un amor paternal. Puso en marcha un plan que había
llevado a buen puerto cientos de veces. Deseaba que padre e hija consumaran el incesto. La
madre obedeció sumisa los deseos de su amo y señor. Seguiría ciegamente sus indicaciones
y corrompería a su familia tanto como fuese preciso.

El proxeneta aleccionó a Diana que introdujese a su marido en el mundo del intercambio de


parejas. Una vez conseguido aquel primer y crucial paso todo fue más sencillo. Con Odile,
su joven esposa como cebo sexual su plan no podía fallar. Tras las primeras citas, confirmó
sus sospechas. Héctor tenía predilección por las adolescentes y más concretamente por la
tetona de su hija, Celia.

Lucía, la hija del doctor sirvió de conejillo de indias. En un lujoso apartamento Andrés
observó las evoluciones de Héctor y su única descendiente.

Analizando el comportamiento del macho, montando compulsivamente a la potrilla, el


doctor confirmó su teoría. El sujeto en cuestión era en el fondo un reprimido que deseaba
tirarse a su reducida camada. Como otros tantos. Aunque tenía que reconocer que no le
culpaba por ello. Celia tenía un cuerpo espectacular. Y sabía cómo utilizarlo. Podía dar
buena fe de ello.
En su despacho, rodeado de papeles y fotografías el doctor analizó la situación. Tras el
exhaustivo estudio, la conclusión fue incuestionable, continuaría con su plan una vez más.
Conseguiría fácilmente que Héctor, Diana y su hija fueran amantes. De esta manera
dispondría de Celia a su voluntad. La pequeña podría de esta manera prostituirse sin
limitaciones de horario ni fechas. Una bonita zorrita que haría las delicias de multitud de
pervertidos de todo el mundo.

Aquello era sólo una cuestión de dinero. De mucho dinero. Celia era muy buena. Tenía
infinitas posibilidades con aquel cuerpo de infarto y una actitud tan condescendiente.
Reflexionó mientras veía una película rodada mediante cámara oculta de la chica en plena
acción. La joven disfrutaba sin tapujos de las barbaridades que varios sementales
perpetraban a su delicado cuerpo. Daba igual el tamaño del pene que violentase su ano que
jamás desaparecía aquella sonrisa angelical de su rostro. De todas sus pacientes
“especiales” como él las llamaba, Celia era sin duda la mejor que había visto jamás…
incluida a Odile.

A partir de aquel momento Diana debía hacer todo lo posible para excitar a su marido
utilizando el cuerpo de su hija. La convenció para que vistiese ropa más provocativa.
Ayudada por el psicólogo proxeneta, consiguió que se colocase un piercing en el ombligo.
Utilizó toallas de baño más pequeñas, y con alguna tonta excusa mandaba a su marido al
piso de arriba cada vez que la ninfa tomaba un baño. Sobaba a la pequeña en presencia
paterna, consiguiendo que los pezones turgentes se notasen a través de su ropa. Aquello,
además de satisfacer la lujuria de Diana minaba la resistencia de un cada vez más excitado
Héctor.

Durante la Semana Santa la en teoría inocente mamá fingió sorprenderse cuando Héctor le
invitó a un viaje romántico a Sevilla. Sabía de buena tinta que no era ese el lugar de
destino. Su amo Andrés se había asegurado de ello. Ya conocía de sobra la finca de la
sierra. Pasaba muchas mañanas en ella cuando su marido estaba en el trabajo.

Todo lo que allí pasó estaba totalmente maquinado por el buen doctor. El chico de la sopa,
las gemelas viciosas, Odile, Lucía…todo. Todo pensado para llevar a su estúpido marido
hacia el lado oscuro del incesto.

Cuando Héctor la encontró tragándose cuanto emanaba de la raja de Lucía en la piscina de


la finca, su amo Andrés la sodomizaba contándole al oído las barbaridades que solía hacerle
a Celia, lo puta que podía llegar a ser su pequeña y la cantidad de vergas que sin duda
atendería durante aquellas vacaciones. Deseaba que Héctor consumase el incesto para poder
disfrutar a la vez de su marido y su hija. En definitiva, follar al mismo tiempo con su
marido y su hija, follar con el macho y la hembra de sus sueños. Lo que siempre había
deseado.

El día que Andrés eligió como el señalado, Diana se las ingenió para que Héctor
contemplase la excelencia de los senos de su pequeña. El bulto en el pantalón paterno
cuando padre e hija se marcharon indicó a Diana que había acertado en su estrategia.

Su hija entró tres horas y pico más tarde corriendo hacia su cuarto, llorando.
Su marido permanecía en el coche con el rostro entre las manos.

Diana murmuró sonriendo casi imperceptiblemente.

- El amo estará satisfecho. Su deseo se ha cumplido. Pronto tendrá una nueva puta a tiempo
completo. Mi hija. Mi Celia.

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Encima de su cama, a cuatro patas Celia seguía llorando. Después de que sus padres se
fueran por la puerta aquella funesta noche, su amante nocturno había entrado en su
habitación y la penetraba como era su costumbre siempre que se quedaban solos.

No sabía qué es lo que iba a ocurrir. No podía quitarse de la cabeza la mirada de su padre
cuando la oscuridad desapareció de aquella maldita furgoneta. Lo cierto es que se sentía
sucia por primera vez desde que había comenzado toda aquella locura. Era la segunda vez
que le pasaba algo parecido. El doctor le había prometido que no volvería a suceder y esta
vez incluso había sido más grave que la primera.

Unos meses atrás, un sábado por la tarde el Profesor Pardo se removía nervioso en el
asiento de su coche. No podía creer lo que estaba a punto de hacer. Toqueteaba su anillo de
casado. Se suponía en el estadio de fútbol siguiendo al equipo local. Su única vía de escape
de su desgraciada existencia. Las banderas y trompetas los tenía escondidos en el maletero.
A su esposa no le gustaba el deporte y nunca le acompañaba. Su única hija… mejor ni
pensarlo

No sabía cómo había llegado allí. Aquel tipo le había liado sin darse cuenta.

El Doctor Andrés Méndez le había cambiado, es cierto, pero después de aquella tarde
podría hacer que a partir de entonces su vida fuese un infierno.

La vida en el instituto sí era un infierno. Los alumnos se metían con él.

Calvo y barrigón, “El Bombilla” era el hazmerreír del instituto. Él se vengaba a su manera.
Estricto y duro, nadie aprobaba sus asignaturas sin sudar tinta y sangre. Los padres
protestaban, los jóvenes pasaban malos momentos en clase. Tan sólo las chicas más
aplicadas y algún sesudo empollón lograban a duras penas superar su asignatura. Las notas
medias se resentían lo que le granjeaba críticas del resto de los profesores.

Su vida era una mierda, hasta que el psicólogo aquel elevó su autoestima como la espuma.
Lo cierto es pensaba que aquel tío tan peculiar era un puto genio. Sus técnicas eran tan
efectivas como poco convencionales. Aquella chorrada de la hipnosis funcionaba. Era un
hombre nuevo.

Tan sólo había un pequeño problema. No sabía por qué desde hacía algún tiempo miraba de
otra forma a sus alumnas. El sentirse más seguro le hacía parecer más atractivo. No sabía si
era una realidad o una simple percepción personal, pero a él le daba igual. Les miraba el
culo cuando correteaban por los pasillos en busca de la clase, en especial a la gordita con
faldas cortas y fama de facilona que no paraba de chismorrear. Se murmuraba que era el
paño de lágrimas de todo chico que fuese desechado por cualquiera de sus compañeras. En
seguida se ofrecía para consolar cualquier corazón roto… o polla desatendida. Más de una
vez le había parecido verla entrar en el lavabo masculino durante los recreos o salir de él
con una sonrisa de satisfacción en la cara y manchas sospechosas en su uniforme.
Recordaba vagamente haberla visto en la sala de espera de su terapeuta.

En cuanto al resto de las lolitas una destacaba por encima de las otras. Se llamaba Celia y
tenía unas tetas de miedo. La pobre estaba acomplejada por su físico sin motivo alguno. En
las reuniones informales de la sala de profesores eran corrientes los chismorreos. Que si
esta niña sale con tal… que si le pone los cuernos con aquel… y todas esas cosas. Si sólo
había machos en la sala los comentarios eran bastante más soeces. Hasta ahora él se había
mantenido al margen pero desde que era un hombre nuevo había entrado al trapo.

- Menudas tetas tiene la Celia esa. ¡Vaya domingas! – dijo alguien.

- ¡Pues si le dierais clases de educación física como yo y las vieseis en movimiento… o en


la piscina! ¡Para morirse!

- Sí, buenas tetas… - comentó Pardo distraído…

- ¡Mira con el mojigato! – Dijo el profe de historia - ¡Al Bombilla le gustan las bombillas!

- ¡Gilipollas!... – el doctor estaría muy contento de aquella acertada contestación.

En otro tiempo hubiese reprimido su lengua. Pero ahora no. Era en verdad un hombre
nuevo.

Un hombre nuevo que se quitaba el anillo de casado y lo metía en la guantera de su coche


temblando como un flan. El Doctor Méndez se había encargado de todo. Hasta había
corrido con los gastos de aquel encuentro furtivo. Con su sueldo de profesor ni en sueños
hubiese podido pagar 2.000 euros por su encuentro con la prostituta 281.

Se metió en la furgoneta y abrió el paquete. Una jovencita rubia salió de él. Sin mirarlo a la
cara, la chica metió su pene en la boca de manera mecánica. Al principio él tampoco le
prestó demasiada atención, miraba hacia un lado, muy avergonzado. Era su primera
infidelidad conyugal en un montón de años de tormentoso matrimonio. Cuando llevaban un
tiempo de mete saca ambos ocupantes se miraron a los ojos. Se reconocieron al instante. La
joven se atragantó al reconocer a su tutor y el cliente abrió la boca estupefacto.

- Pe…pe… pero… tu… tu… tu eres… eres Ce…

Ella reaccionó rápido tapándole la boca a su profesor.


- Soy 281, la modelo 281 nada más, por favor. Aquí usted es sólo un cliente y yo… soy sólo
una puta – la joven ya había asumido su condición aunque todavía le costaba pronunciarla
en voz alta - Actuemos como tales y que todo quede entre estas paredes…

Y dicho esto hizo lo que sin duda mejor se le daba, trabajarse el rabo del “Bombilla” como
una auténtica profesional. Era lo único que podía hacer. Seguir adelante y actuar como una
ramera. El día siguiente sería otro día, hoy puta, mañana alumna. Hoy cliente, mañana
profesor.

El “Bombilla” se desahogó a gusto. Iba a consumar sus más oscuras fantasías. Cepillarse a
una de sus alumnas. Y no a una cualquiera, sino a la más espectacular de todas.

Elevó las piernas de la chica por encima de sus hombros y colocó su pene en la entrada
trasera. Quería ver la cara de la tetona acomplejada cuando su culo fuese penetrado. La
chica agarró el colchón con sus manos para aguantar así mejor la inminente envestida.

- ¡Métemela por detrás, papi! – dudó si llamarle “profe”, pero optó por esta otra opción por
no romper ella misma el pacto tácito que había propuesto.

Además, el “Bombilla” tenía una hija, la “Bombillita”, una adolescente gótica que se
avergonzaba de su padre dictador. Celia sabía que se la había tirado medio instituto. Y el
otro medio estaba en lista de espera. Esto era literal.

Bastaba con consultar una página de Facebook y se sabía el día en que cada uno se la
follaría. Se rumoreaba que algún profesor también había “enchufado” a la “Bombillita”.
Había decenas de vídeos colgados en la red con la “Bombillita” resplandeciendo en plena
acción, sacando brillo a enormes “clavijas” utilizando todos sus agujeros.

Por los pasillos sonaba un chiste bastante malo:

“Si el Bombilla te jode, jode a la Bombillita” decían los alumnos cerca de aquel
desgraciado para que este les oyese.

- ¡Más fuerte, papi! ¡Dame más fuerte! – Celia casi se ríe cuando se le escapó - ¡Haz que
una corriente penetre en mi culo!

El cliente aceleró el ritmo. Cuando el timbre sonó, eyaculó en las tetas de 281.

Con su mano extendió el néctar por el cuerpo de la ninfa. Un dedo del hombre penetró en la
boca de Celia que lo chupó sin remilgos. Instantes más tarde el Bombilla se disponía a
cerrar la portezuela cuando del saco salió una voz.

- ¡Adiós, Profesor Pardo!

- ¡Adiós, Señorita Márquez!


Cuando Celia llamó nerviosa al Doctor Méndez este estaba precisamente conectado a la
“Bombillita”. Su pene sodomizaba a la pequeña que se suponía estudiando en casa de una
amiga mientras veía vídeos de la gótica en acción. Los instintos masoquistas de la pequeña
habían hecho que el “Bombilla” mismo la hubiese arrastrado a sus manos, bueno más bien
a su pene. Era una lástima que aquella princesa oscura con las uñas negras y labios morados
fuese tan popular. De haber ocupado alguna furgoneta algún padre vicioso la habría
reconocido. No le importaba en absoluto al maduro proxeneta, con el poco respeto que le
tenía la hija del “Bombilla” a su propio cuerpo pasaría directamente a la clase VIP.

- Enhorabuena, Bombillita – susurró Andrés a la gótica después de escuchar a Celia por el


auricular - Pronto rodarás tu primera película de verdad.

El cincuentón introdujo su miembro hasta el fondo. Sus manos retorcieron unos diminutos
aros que coronaban los tiernos pezoncitos al tiempo que una brutal dentellada castigaba
inmisericorde el cuello de la joven. Ella emitió un quejido de dolor y placer. Sus gritos se
ahogaron gracias a una bola de acero sujetada por un arnés que ocupaba buena parte de su
boca. El hombre la liberó de su mordaza. No obstante, su boca estuvo poco tiempo
desocupada. La lolita misma fue la que se encargó de ello.

Cuando el aparato de Andrés impregnado de un nauseabundo olor estuvo sobre su lengua,


unos ojitos negros como su alma miraron al amo suplicando. Este se hizo de rogar pero al
final dio a su esclava lo que quería. Orinó abundantemente en tan exquisito recipiente.
Cuando alivió su vejiga completamente, estiró del cabello a la chica y le dijo.

- ¡Pedazo de carne asquerosa! – Le escupió varias veces a la cara – tengo ganas de cagar.

La lolita gótica ansiosa y obediente se tumbó sobre el suelo y abrió la boca. Odile se
relamía de gusto detrás de la cámara que inmortalizaba aquel sublime momento.

Cuando la rubita de generosos senos llamó temblando a su consulta, Andrés tranquilizó a su


paciente mediante consistentes argumentos. Él se ocuparía. De hecho ya lo había dispuesto
todo. El encuentro de la alumna y su profesor se había grabado por varias cámaras, como
todos los que se llevaban a cabo en cada furgoneta. Si la situación lo requería no dudaría en
utilizar su información para poder extorsionar al “Bombilla” y obtener de él lo que fuese.

No hizo falta ningún tipo de coacción para que Celia mejorase sus notas.

El “Bombilla” se sintió culpable de algún modo y las calificaciones de la pechugona


alumna mejoraron.

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Truco, con la lengua afuera, eyaculó en su joven ama como solía hacer las noches que
estaban solos. El perro era un regalo del Doctor, que aleccionó a su puta para que
satisficiera al animal como a él mismo. Ella no tenía ningún ánimo de aliviar a su mascota
pero su grado de sumisión era tal que aun con el alma rota se entregó a su peludo amante.
- ¡Truco, Truco! Querido Truco ¿Qué va a ser ahora de mí? – dijo Celia agarrando a su
perro de la cara.

Mientras acercaba la boca del can a su entrepierna cerró los ojos entre lágrimas. No veía
cómo esta vez el doctor Méndez podía arreglar semejante desaguisado. Su padre le había
descubierto. Y no sólo eso, sino que también le había hecho el amor de forma magistral.

Héctor y Diana no acudieron a la cita con Andrés y Odile la noche tras el encuentro furtivo
entre padre e hija en la furgoneta. Diana sabía perfectamente el motivo pero tuvo que
insistir para no levantar sospechas. Ambos fueron a caminar por el parque, como solían
hacer cuando eran novios. La luna fue testigo entonces de sus primeros encuentros
amorosos. Ahora escuchó la voz temblorosa de Héctor que confesaba entre llantos a su
esposa la consumación del incesto. El sentimiento de culpa era tan inmenso que no podía
albergarlo por más tiempo en su pecho.

Ya en casa, Héctor se durmió en los brazos de su esposa, llorando pero tranquilo. Tenía la
mejor esposa del mundo.

A la mañana siguiente a Diana le despertaron los lametones de Truco en su cara. Sin


levantarse observó a su marido que dormía a su lado. Sin tiempo para remordimientos
debían pasar a la siguiente fase. Desperezándose, se levantó a preparar el desayuno y llamó
a un número de teléfono. No dijo nada, simplemente escuchó.

- Si Amo – fueron las únicas palabras que salieron de su boca.

Preparó todo lo necesario para un desayuno dominical. Lentamente Diana abrió la puerta de
la habitación de Celia. La pequeña seguía durmiendo. Era lo más parecido a un ángel. Su
rubia cabellera reposaba en la almohada. Brillaba bajo los primeros rayos de sol de aquella
mañana de verano. Poco a poco deslizó la fina sábana hasta los tobillos para poder ver así a
aquella maravillosa criatura en todo su esplendor.

Durmiendo plácidamente bajo aquel pijama corto y semi transparente estaba divina. Un
tirante caía por su brazo dejando ver parte de aquel extraordinario pecho. El pantaloncito
era muy pequeño y se encajaba completamente entre los labios vaginales de su hija.

No pudo resistirse. Separó lentamente aquella fina tela y pudo contemplar así el lampiño
coñito de Celia. La lubricación de aquella pequeña cueva hacía intuir que la ninfa
disfrutaba o había disfrutado de un sueño erótico. Esto facilitaría los planes de Diana. Poco
a poco bajó el pantaloncito la jovencita y la dejó vestida únicamente por la parte superior
del conjunto. La despertó tiernamente dándole suaves besitos en la cara.

- Celia…, Celia, despierta mi amor. – decía mientras acariciaba el pelo de su hija.

- Hola… hola mami… ¿qué pasa?... buenos días… - dijo sonriendo a su madre con un ojo
todavía cerrado.
- ¡Vamos!...

- ¿A dónde…?

Diana no contestó. Se limitó a coger de su mano a la pequeña y guiarla dando tumbos hasta
la habitación de sus padres. Pareció entender. Cuando era una niña jugaba con ellos en la
cama durante el desayuno dominical. Al crecer ella no sabía muy bien porqué habían
dejado de hacerlo. Hasta que no estuvo en la habitación no se dio cuenta de cómo iba
vestida. Intentó ir a buscar la prenda que le faltaba pero su madre la retuvo.

- Ahora no te hagas la inocente – dijo la madre en susurros – Tu padre me lo contó todo.

Celia se sintió todavía más desnuda. Ahora su madre también estaba al corriente de sus
insanas aficiones.

Héctor seguía durmiendo boca arriba. La luz penetraba por las rendijas de la persiana y
sumía a la habitación en un estado de penumbra. Clara y Diana se arrodillaron en el suelo y
se acercaron todo lo posible al lecho.

- Mira – susurró la madre con su dedo índice señalando un bulto que se había formado
sobre las sábanas.

Lentamente la madre liberó al monstruo de su cautiverio y a escasos centímetros de la cara


de Celia apareció el pene paterno. Desafiaba la gravedad, inhiesto y duro. Había oído
hablar de la erección matinal masculina en clases de sexología pero nunca la había visto en
todo su esplendor.

Se quedó embelesada. Había sentido muchas pollas en su cuerpo pero jamás se había
puesto a observar una con tanto detenimiento. Parecía mentira que aquel pedazo de carne
pudiese proporcionar tanto placer.

Diana dio un cachete en el trasero desnudo de la lolita. Con mucho cuidado, la potrilla se
subió a la cama arrodillándose sobre su padre. Tenía el pulso acelerado, cerró los párpados
y se preparó para el envite. El pene se acercaba a su gruta. La propia Diana guio el estilete
de su marido al interior de la vagina lubricada. Celia se derramó sobre su padre,
ensartándose el rabo hasta la empuñadura. Poco a poco padre e hija se enlazaron en
movimiento rítmico en el cual la amazona llevaba el mando.

- ¡Diana! Diana, no. Ahora no…Celia puede escucharnos… - dijo el hombre aún con los
ojos cerrados.

- ¡Lo sé! – le susurró su mujer dándole un mordisquito en la oreja.

- ¡Pe… pero! – dijo él desconcertado y calló.


Era imposible que su mujer le montase y susurrase de aquel modo al mismo tiempo. Sólo
había una remota posibilidad. Tan absurda como plausible. Al abrir los ojos y ver otros de
color azul se confirmaron sus sospechas. La hembra que lo sometía, el coño que estaba
perforando era de nuevo el de su adorada Celia. Padre e hija mantuvieron la mirada pero no
dijeron ni una palabra. No hacía falta.

La joven agarró las muñecas de su amante y las llevó lentamente por debajo del pijamita
hasta sus pechos, que botaban al ritmo del coito. Profirió un gritito al sentir como aquellas
firmes manos se recreaban en ella, endureciendo sus pezones, regalándole un gozo
adicional al de su entrepierna.

Diana los miraba sin intervenir frotando su clítoris delicadamente. No quería romper la
magia del momento. La pequeña alcanzó su orgasmo sin estridencias, con los ojos cerrados,
cabeza atrás y aferrando las manos de su padre sobre sus senos. Permaneció así un instante,
como una estatua, mientras sus entrañas exudaban cantidades ingentes de fluidos.

Diana contemplaba extasiada. De haber podido hubiera inmortalizado la escena con una
foto. Mejor otro día. A partir de entonces habría muchos desayunos dominicales como
aquel.

Celia descabalgó a su padre, provocando la protesta de su mentor, que todavía no había


acabado. Liviana como una pluma, se puso a cuatro patas y ofreció un primer plano de sus
intimidades a su progenitor. Giró la cabeza y le volvió a mirar suplicante. Su ojete estaba
disponible. Tan sólo tenía que tomarlo.

Héctor comprendió la indirecta. Se colocó encima de su hija. Por suerte, la dulce Celia
seguía muy excitada, la sodomización no supuso dificultad alguna. Cuando la ensartó de
una sola estocada la ninfa gritó.

- Lo….lo siento, Ce…Celia – le costaba pronunciar su nombre en aquellas circunstancias.

- No pares, por favor no pares… papá – tampoco ella se hacía a la idea.

Tras varios minutos de lucha y ritmo frenético el hombre estaba a punto de eyacular.
Tumbó a su pequeña sobre la cama e introdujo su herramienta por debajo del transparente
trocito de tela. Un chorretón tremendo de líquido caliente se derramó por el pecho de la
discordia. Un poco de lefa llegó incluso a sobresalir por el escote y se estampó en el cuello
de Celia.

Héctor, desde arriba, contempló su obra. El pegajoso ungüento hacía que el pijama se
uniese al cuerpo de su hija como un guante. La cantidad de esperma era tal que la tela se
había empapado completamente. Los pezones erectos de Celia se transparentaban bajo la
húmeda tela. Volvieron a coincidir sus ojos. No había culpa su mirada. Lo que había pasado
era algo voluntario, deseado y muy bonito. Tremendamente bonito.
Se tumbaron los tres en la cama, con Celia en medio de sus progenitores. Diana quería
jugar también. A partir de ahora serían un triángulo y ella se encargaría de que fuese
equilátero. Con su lengua recorrió el cuello de su hija y le limpió de esperma.

- ¡Mira cómo la has puesto! – Regañó entre risas a su marido – Menos mal que está mami
para limpiarlo todo.

Sin más, desnudó por completo a su hija y repasó con su lengua su torso embadurnado.
También lamió su coñito y dejó reluciente su puerta de atrás. Aquella mezcla de esencias
sencillamente le volvía loca. Cuando llegó al ombligo enjoyado la ninfa se retorció de la
risa.

- ¡Mami! ¡Así no! ¡Tengo muchas… cosquillas!

- ¡Es la guerra…!- dijo Diana atacando el piercing con la lengua y pellizcando su barriguita
- ¡Venga Héctor, todos contra Celia!

Tras media hora de ataque, risas y toqueteos se declararon una tregua.

- Tengo hambre – dijo Diana.

Cuchicheó algo al oído de Celia y la jovencita desapareció tras la puerta ágilmente. Volvió
con mermelada, un bote de nata líquida y una bandeja con fresas.

- Te dejaste las tostadas… - dijo Héctor torpemente.

- Nada de eso, cariño. Tú eres nuestro desayuno – intervino Diana.

Entre risas y grititos las hembras consiguieron su propósito. Celia extendía la mermelada de
melocotón por el pene cada vez más en forma de Héctor. Necesitaba de ambas manos para
tal propósito. Por su parte Diana enterraba las pelotas en una montaña de nata montada.

- ¡Eh! ¡Está fría…!

- ¡Quejica!

El papá dejó de protestar cuando Celia comenzó a mamarlo. Lamía con su lengua inquieta
la pulpa de melocotón y se introducía el rabo paterno hasta la garganta. Incluso tras varias
hincadas el padre notó como la punta de su herramienta traspasaba aquella frontera
infranqueable para la mayoría de hembras.

Diana por su parte devoraba la nata. Se introducía un testículo en su boca y lo degustaba


con placer. Incluso se atrevió a introducir en el ano de su marido el dedo índice de su mano.
Ya lo había intentado otras veces pero siempre se había encontrado la oposición de Héctor.
Esta vez, ayudada por el tratamiento que Celia le daba al pene, apenas hubo resistencia.
Cuando estaba a punto de caramelo, Celia acercó el cuenco con las fresas y Héctor se vino
sobre él. Mezclaron entre risas el contenido del recipiente, junto con mermelada y nata. El
alimento resultó de lo más atractivo. Fresco, dulce, sano y nutritivo. Celia atrapó una fresa
entre sus pechos y la dio de comer a su madre.

- ¿Quieres…?

Como contestación Diana se abalanzó sobre su hija que entre risas se dejó hacer. Cada vez
le gustaba más el sexo lésbico. Después la madre colocó otros trozos sobre el culo de
Héctor, que te tumbaba algo intranquilo sobre la cama. Sus temores cesaron cuando sintió
la lengua de Celia lamer la fruta y, de paso su ojete. Pura delicia la agradable sensación que
su hija le regalaba.

- ¿Tienes hambre, mi amor? – le dijo Diana poniendo a la disposición de su boca su coño


sonrosado. Héctor lo examinó con atención, por su abertura se asomaba una frutita madura.

- ¡Atroz! – contestó abalanzándose a tan deliciosa ambrosía.

La mañana concluyó con un relajante baño de burbujas. Los tres en el jacuzzi hablaban de
forma relajada. Una vez rota la barrera del sexo, las conversaciones de familia ya no fueron
las mismas. El ambiente se tornó mas sincero, mas alegre, mas sano.

Mientras Diana preparaba el almuerzo, padre e hija disfrutaban de nuevo el uno del otro. El
agua chapoteaba a su alrededor.

- Papá

- Si, hija.

- Tengo que pedirte una cosa.

- Cuál

- Me dejas ir quince días a un campamento de verano. Mis amigas van a ir. Me daba cosa
pedírtelo…

Se miraron y la mentira se hizo todavía más evidente. Ambos sabían que ellas nunca
pisarían el mencionado campamento. Serían el juguete sexual de pervertidos millonarios
que a cambio de dinero utilizarían sus nada displicentes cuerpos como vulgares pedazos de
carne.

Héctor contestó de la única forma que podía hacerlo. Con su pene en el interior de su hija
adolescente no podía negarse a nada.

- ¡Sí! – Su tono decía lo contrario – ¡Sí, claro!


Al cabo de un rato, Celia abandonó la piscina de burbujas.

Entonces Héctor preguntó algo que llevaba tiempo deseando saber.

- Hija, ¿por… por qué lo haces?

- ¿Qué?

- Ya sabes… las furgonetas… el dinero. Jamás te negamos nada…tan sólo tenías que
pedirlo…

Celia se detuvo. Respiró hondo. Habían ensayado con un millón de veces aquella
contestación delante del espejo. Sin darse la vuelta, contestó:

- Al principio quería el dinero para operarme. Hay un hospital en Barcelona en el que te


reducen el tamaño del pecho y no queda ninguna marca. Utilizan una técnica muy novedosa
y cara. Cada pecho cuesta unos doce mil euros…

Paró de hablar, se metió un dedo en la boca y giró la cabeza fijando su mirada en la de su


padre.

- Ahora lo hago… porque me gusta… me gusta ser lo que soy… –sonrió maliciosamente
haciendo una pausa–…puta.

Héctor volvió a empalmarse. Y quién no lo hubiese hecho. Aquella mirada viciosa en la


cara de su hija era lo más erótico que había visto en su desgraciada vida.

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