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Reconocimiento del otro y acción solidaria1

Gustavo Schujman

No puede decirse que en las escuelas no se aborde el problema de la discriminación. Difícilmente,


encontraremos una institución educativa en la que este problema no se trabaje en cada grupo y a través
de diversas estrategias. Tampoco puede afirmarse que en las escuelas no se intente transmitir el valor
de la solidaridad. Incluso puede advertirse que la solidaridad es uno de los valores más nombrados en
los proyectos institucionales y no son pocas las acciones solidarias que se realizan desde las escuelas.

No es, la ausencia de estos temas sino la superficialidad de su tratamiento lo que resulta preocupante.
Con respecto a la discriminación nos limitamos, en general, a esbozar un discurso correcto pero no
profundizamos sobre el problema, analizando sus causas. Y sobre todo, no nos permitimos, docentes y
alumnos, un sinceramiento de nuestros sentimientos. Todos aceptamos la existencia del fenómeno pero
ninguno de nosotros se considera parte del mismo. A lo sumo, podemos aceptar ser víctimas de la
discriminación, nunca causantes o agentes o responsables de actos discriminatorios. Y la realidad es bien
distinta. Todos tenemos por momentos, hacia determinadas personas, en ciertos contextos, una mirada
discriminatoria y humillante. Y sólo se puede lograr algo en la escuela si se comienza por aceptar esta
realidad y la ardua tarea que tenemos que realizar para revertirla.

Con respecto a la solidaridad, todos suponemos que la acción solidaria es una acción moralmente
positiva, pero no nos preguntamos acerca de cuál es nuestra mirada hacia aquellas personas o grupos a
quienes va dirigida esa acción. Si reflexionáramos sobre este punto, reconoceríamos que en ocasiones
una acción solidaria puede estar guiada por una mirada estigmatizadora y que su valor moral puede ser
sensiblemente menor al valor que pretendemos darle.

Hemos elegido comenzar este capítulo contando una historia. Una historia real, una trágica y verídica
historia de vida. Nuestro interés, al contarla, no es histórico sino primordialmente ético. Es un interés por
el presente más que por el pasado. Es un interés por la mirada y por la acción humana, para
comprenderlas y para reflexionar sobre nuestra propia mirada y sobre nuestra propia acción. Como dice
Todorov, al elegir contar la historia del descubrimiento de América: «A la pregunta de cómo comportarse
frente al otro, no encuentro más forma de responder que contando una historia ejemplar (ése será el
género elegido], una historia que es, pues, tan verdadera como sea posible, pero respecto a la cual
trataré de no perder de vista lo que los exégetas de la Biblia llamaban el sentido tropológico, o moral»
(La conquista de América. El descubrimiento del otro. págs. 13-14).

1
Disponible en Formación ética y ciudadana: un cambio de mirada / coord. por Gustavo Schujman, 2004,
ISBN 84-8063-699-8, págs. 17-36
La siguiente propuesta fue presentada durante el Seminario de Fortalecimiento Profesional de
Capacitadores de Formación Ética y Ciudadana. Pudimos comprobar una vez más que las historias de
vida son una rica fuente de contenidos y posibilitan el despliegue de variadas estrategias didácticas.

La historia de Gerónima
La historia de vida que vamos a relatar es la historia real de Gerónima y sus hijos. Esta historia fue dada
a conocer por el doctor Jorge Pellegrini, el psiquiatra que atendió a Gerónima durante su internación. Su
libro, Gerónimo, fue la base del film que lleva el mismo nombre, dirigido por Raúl Tosso en 1985 y
protagonizado por la actriz mapuche Luisa Calcumil.

Estos sucesos tuvieron lugar en la Argentina en el año 1976. En Trapalco vivía una indígena mapuche
llamada Gerónima con sus cuatro hijos: Paulino, Floriano, Eliseo y Emiliana. Trapalco está en la provincia
de Río Negro, sin vías de comunicación ni poblaciones. Lo más cercano es un caserío reducido al que
llaman el Cuy. Es la zona más despoblada de Río Negro: 0,2 habitantes por kilómetro cuadrado. Gerónima
y sus hijos vivían en una casa muy pobre, con suelo, por donde entraban el agua y la nieve. Dormían en
el suelo, tenían poco abrigo, comían lo que podían (algún animalito que lograban cazar) y no recibían
nunca atención médica. Un día, más concretamente el 12 de agosto de 1976, llegó una patrulla policial
y se llevó a Gerónima y a sus hijos a un hospital de General Roca. Así fue como entró al hospital sin estar
enferma; simplemente por ser Gerónima, vivir en Trapalco en una especie de cueva, calentarse en
invierno con fuego y piedras calientes, hablar la lengua y «portar en su presente ese pasado sólo
registrado en el olvido». La intención de quienes los llevaron era buena: así no podían seguir viviendo,
necesitaban ayuda, necesitaban buena alimentación y cuidados médicos. Pero nadie le preguntó a
Gerónima ni a sus hijos si querían irse de su casa.

Al entrar al hospital venía llena de tierra. Lo primero fue bañarla. Sus historiales clínicos (de Gerónima y
de sus hijos) señalan el desconocimiento de las edades de cada uno. Se consigna como motivo de
internación la pésima condición social. «Niño encontrado en una cueva. Pésimo estado. Impresiona
levemente enfermo.»

En el hospital, Gerónima es separada de sus hijos pues los chicos debían ser atendidos en otro pabellón.
Todo está preparado para que Gerónima coma regularmente cuatro veces por día una dieta equilibrada,
duerma en una cama, tenga calefacción central y techos impermeables. La noche deja de ser la oscuridad
y cualquiera puede encender la luz. No hace falta pedir: una mano invisible todo lo alcanza en el hospital.
No se sabe dónde hay alguien que se encarga de conocer todas las necesidades de Gerónima y de sus
hijos. Sin embargo, Gerónima no se adapta: duerme en el suelo, no usa los baños (sale, sin que la vean,
fuera del hospital a hacer sus necesidades), y se empieza a desesperar por no poder estar con sus hijos.
En la historia clínica de todos ellos comienza a aparecer la palabra «hospitalismo».

Gerónima llora mucho, sufre una crisis depresiva y se niega a ingerir alimentos. Ve cómo vacunan a sus
hijos y cómo éstos van y vienen custodiados siempre por un señor vestido de blanco. Su hija Emiliana
también comienza a rechazar la alimentación y pierde peso. Tiene tos emetizante.
Después de trece días de internación, Gerónima tiene patología respiratoria. Rechaza a sus hijos, llora,
no colabora, habla de irse sola. Entonces, los médicos solicitan interconsulta psiquiátrica. La sección de
psiquiatría informa del brote psicótico de Gerónima como reacción a la hostilidad del medio en que se
encuentra.

El 12 de septiembre se hace una reunión conjunta de médicos clínicos, pediatras y psiquiatra: se concluye
que las causas médicas de la internación han cesado y están controladas, y dado que todo el grupo
familiar manifiesta su deseo de reintegrarse a su medio habitual, debe respetarse esa voluntad. La
institución de la salud les da el alta.
Una frase de Gerónima, dicha en el hospital, sintetiza el drama: «No quiero que me den una mano,
quiero que me saquen las manos de encima».

El 15 de noviembre de 1976 reingresaron al hospital Gerónima y sus cuatro hijos. Los chicos estaban
gravemente enfermos: Paulino, Emiliana y Floriano murieron por haber contraído coqueluche durante la
internación anterior. Elíseo también ingresó con coqueluche pero lograron salvarlo. Gerónima enloqueció.

Las sesiones de Gerónima con el psiquiatra fueron grabadas. Por eso, es posible tener un registro de lo
dicho por la «paciente».

¿Cómo es su casa?
Y... casa de pared, pa' todos los lados tiene pared... y chapa, con techo. Chapa y tirantes, todo
tiene.
¿Es una casa que está parada en el medio del campo?
No, está afuera del campo.
¿Cómo es su casita adentro? ¿Qué tiene adentro?
Y... no tiene nada. Así nomás.
¿Cuántas frazadas tienen?
Frazadas no tenemos nada, señor. Tenemos una sola, nomás. Nos tapamos con la frazada.
Sabemos dormir todos juntos. (...)'
¿Hace mucho frío en Trapalco?
Poco frío.
¿Y cuando nieva?
Cuando nieva hace frío.
¿Cuándo llueve entra agua?
No señor, no gotea porque es de chapa de cinc.
¿Calienta la casa con algo?
Con fuego. Tenemos un fierro para cocinar, y ponemos la olla arriba. Adentro de la casa. En
Trapalco sabe haber leña. Leña de alpataco, uña de gato, molle. Árboles no tenemos nada,
nosotros. Los vecinos sí tienen. Hay pocos árboles.
¿Comen todos los días?
Algunas veces comemos, otras no comemos. /.../ Comemos dos veces por día cuando tenemos
hambre; cuando estamos llenos, una vez por día. Un día comemos, otro día no comemos. Así
sabemos pasar nosotros.

Marco Teórico
Nuestro encuentro con aquellos que no forman parte del grupo social al que pertenecemos puede dar
lugar a diferentes formas de comportamiento. Algunos de estos comportamientos han sido analizados
por distintos autores. Aquí nos ocuparemos del etnocentrismo, el exotismo y el relativismo.

3.1 Etnocentrismo: La persona que asume la postura etnocentrista eleva a la categoría de


universales los valores de la sociedad a la que él pertenece. Generaliza algo particular que le es familiar,
que se encuentra en su cultura. Cree que sus valores son los únicos valores. Quien adopta una postura
etnocentrista considera que lo que es un bien para él es necesariamente un bien para el otro. En algunos
casos, puede incluso sentirse con derecho a imponer ese bien a los demás. Y eso es porque interpreta
la diferencia en términos de deficiencia con respecto a su propio ideal. Puede afirmarse que los médicos
que atendieron a Gerónima lo hicieron desde una postura etnocéntrica: consideraron que el modo de
vida de esa familia no era bueno y que ellos sabían qué era lo que Gerónima y los suyos necesitaban
para «vivir bien».

3.2 Exotismo: La persona que adopta una actitud exotista prefiere siempre al otro y se desvaloriza
a sí mismo. Más que valorar al otro, el exotista se critica a sí mismo y a la cultura a la que pertenece y
pone a otra cultura como ideal. En algunos casos, trata de asimilarse a ella.

3.3 Relativismo: Quien asume una posición relativista sostiene que todas las costumbres son
igualmente válidas. Por ello, no se cree con derecho a juzgar a los otros. Para el relativista todo valor es
relativo a la cultura a la que se pertenece. Así, lo que es bueno en una cultura puede ser malo en otra.
Y todas las posturas valen por igual. No hay culturas superiores ni verdades absolutas.
Quien adopta esta posición suele ser tolerante con respecto a las conductas y a las ideas de los otros.
Sin embargo, actualmente esta posición está siendo fuertemente cuestionada por quienes defienden la
necesidad de reconocer derechos humanos universales.

Defender los derechos humanos universales supone admitir que reconocemos que tenemos derechos
iguales a pesar de las diferencias entre los grupos a los que pertenecemos. Por eso, si bien es necesario
respetar las costumbres de los diferentes pueblos, también es preciso establecer criterios universales
para poder juzgar las violaciones a los derechos de las personas.

Gerónima vivía en condiciones miserables. Esas condiciones de vida nada tienen que ver con la
«diversidad cultural». Y sería una falacia afirmar que, por respetar sus costumbres, había que dejar que
Gerónima y su familia siguieran viviendo así. La posición relativista es, en muchos casos, una forma
elegante de expresar indiferencia y de permitir la continuidad de un estado de cosas. Eso no quiere decir
que quienes intentaron ayudar a Gerónima lo hayan hecho bien. Está claro que cometieron un grave
daño a su persona. Y lo cometieron porque no la consideraron un «sujeto de derechos». Si la hubieran
considerado un sujeto pleno de derechos no hubieran intentado proteger algunos de sus derechos (el de
tener acceso a la salud y a una «vivienda digna») violando otros (el derecho a ser escuchada, el derecho
a la libertad).

No sería descabellado pensar que el modo en que fue tratada Gerónima es la expresión del legado
histórico que nos ha dejado el colonialismo. Gerónima es tratada en cierto modo como un animal. Por
eso su palabra no vale. Más que ser reconocida como persona de otra cultura, es vista como una persona
desprovista de toda cultura. En este sentido, la visión de los médicos es similar a la visión que algunos
colonizadores tenían de los indígenas. El texto de Todorov ya citado analiza esta visión a partir de los
relatos de viaje escritos por Cristóbal Colón. Dice Todorov:

«Los indios, físicamente desnudos, también son, para los ojos de Colón, seres despojados
de toda propiedad cultural: se caracterizan, en cierta forma, por la ausencia de costumbres,
ritos, religión (lo que tiene cierta lógica, puesto que, para un hombre como Colón, los seres
humanos se visten después de SH expulsión del paraíso, que a su vez es el origen de su
identidad cultural}.» (pág. 44)

Los indios, a los ojos de Colón, están desprovistos de lengua y carecen de ley y religión. La actitud de
Colón hacia los indios descansa en la manera que tiene de percibirlos. Para Todorov, se podrían distinguir
en esa percepción dos componentes que se vuelven a encontrar hasta nuestros días en la relación de
todo colonizador con el colonizado. O bien piensa que los indios son seres humanos completos, con los
mismos derechos que él, pero entonces no sólo los ve iguales, sino también idénticos, y esta conducta
desemboca en el asimilacionismo, en la proyección de los propios valores en los demás. O bien parte de
la diferencia, pero ésta se traduce en términos de superioridad e inferioridad (se niega la existencia de
una sustancia humana realmente otra, que pueda no ser un simple estado imperfecto, inferior, de uno
mismo). Ambas miradas se basan en el desconocimiento de los americanos, en la negación a admitirlos
como sujetos diferentes pero con los mismos derechos que los españoles. Ambas miradas son
etnocentristas.

Colón quiere que los indios sean como él y como los españoles. Es asimilacionista en forma inconsciente
e ingenua. Para Colón, es cosa evidente por sí misma que los indios deban adoptar las mismas
costumbres que los españoles.

¿No es acaso la misma mirada la que se dirige hacia Gerónima? Ella debe adoptar las costumbres de los
«blancos», debe reconocer que los valores sostenidos por la institución de la salud son «los» valores.
Los médicos la desconocen y sólo atienden a su palabra cuando advierten que el caso «está perdido».

3.4 Modos humillantes de tratar al otro: Las personas sólo podemos ser humilladas por las
conductas de otras personas. Pero no sólo la conducta es responsable de la humillación de las personas;
también las condiciones de vida pueden proporcionar buenas razones para sentirse humillado. Sin
embargo, estas condiciones sólo son humillantes si son el resultado de acciones u omisiones realizadas
por seres humanos.

Como afirmamos más arriba, las condiciones de vida de Gerónima eran miserables. Y también eran
humillantes porque no se debían a fenómenos naturales. Eran el resultado de la marginación y la
estigmatización a las que la habían sometido otras personas (por ser mapuche y, tal vez, por ser mujer).
El intento de ayudarla agravó el daño y profundizó la humillación porque la mirada que guió ese intento
siguió siendo esencialmente humillante.

El filósofo Avishai Margalit en su libro La sociedad decente señala que existen diferentes maneras de
tratar a los humanos1 como si fuesen no humanos o menos que humanos: tratarlos como máquinas,
como objetos, como animales, como infrahumanos (lo que incluye tratar a los adultos como niños).

Pero, ¿qué significa ver al otro como humano? ¿Qué significa percibir el aspecto humano en un ser
humano? Margalit afirma, inspirándose en Wittgenstein, que ver a un ser humano como humano «es ver
un cuerpo que expresa un alma». Esto significa ver sus expresiones en términos humanos. Así, cuando
vemos un rostro humano no nos fijamos al principio en sus detalles físicos (curvatura de los labios,
fruncimiento del ceño) sino que vemos directamente e involuntariamente lo que este rostro expresa
(preocupación, tristeza, felicidad). Vemos la tristeza en el mismo momento en que vemos la curvatura
de los labios. Esta visión no es el resultado de una deducción a partir de ciertos datos físicos. Por eso,
esa visión es directa. Y ver la tristeza o la preocupación, es decir, el aspecto humano de un ser humano,
no es un acto voluntario, no es un acto de elección o decisión.

Entonces, ¿qué significa percibir a los humanos como no humanos? O mejor dicho, ¿qué significa no ver
el aspecto humano del otro? La ceguera al aspecto humano del otro equivale a ver sólo aquello que
puede describirse en términos de color y forma. Lo que ve alguien ciego a lo humano es una descripción
física: el otro es negro, es gordo, se viste con una túnica, etcétera.

Según Margalit, ser ciego a lo humano tampoco es fruto de ninguna elección. No es algo excepcional
que veamos a otras personas como a seres inferiores a nosotros. Ver a las otras personas como inferiores
o como menos que humanas implica estigmatizarlas. Esto es, ver en ellas anomalías físicas como un
síntoma o un defecto de su humanidad. Esta anomalía puede estar en su cuerpo o en algunas prendas
de vestir. También el olor del sudor o el olor de las comidas pueden servir como signos estigmatizadores.
«Los estigmas, escribe Margalit, actúan como signos de Caín sobre la misma humanidad de las personas.
Quienes soportan un estigma aparecen en su entorno como portadores de una etiqueta que les hace
parecer menos humanos. Aunque otros los sigan viendo como humanos, son humanos estigmatizados.
/.../ Los estigmatizados son vistos como seres humanos, si bien gravemente imperfectos. Es decir,
infrahumanos. El estigma denota una grave desviación del estereotipo de la «apariencia normal» de un
ser humano.» (pág. 91)

Podría afirmarse que Gerónima es vista como un ser inferior. Quienes la «tratan» en el hospital ven en
ella estigmas. Tal vez su color de pelo, o su tez, o su ropa. Señales como esas desempeñan, a su vez,
un papel muy importante en la identidad de las personas y en su identificación con los grupos. Por eso,
no es raro que a menudo la humillación se centre en el ataque a características corporales y a la
indumentaria, puesto que ello implica atacar importantes componentes de la identidad de la propia
personalidad. Lo primero que se hace con Gerónima es bañarla, higienizarla, sacarle la tierra que lleva
en su cuerpo. Luego, se le quita su ropa y se la viste con un camisón blanco. Gerónima es humillada por
quienes quieren hacerle un bien.

Y es que ver a una persona como a un ser inferior no es algo voluntario. Hay en esa visión una historia.
Lo que vemos está condicionado por aquello que esperamos ver. Y esa expectativa se va conformando
desde nuestra niñez. Hay personas que no ven estigmas y otras que los ven. En principio, ninguna de
ellas controla su percepción. Son personas que han recibido distintas influencias de la sociedad, de sus
padres, de las escuelas. El hábito de ver determinados aspectos de los otros está conformado por la
cultura y por la historia. Por eso, muchas acciones que se realizan en las escuelas para intentar revertir
esta mirada son claramente insuficientes. Pronunciar discursos contra la discriminación y hacer que los
alumnos escriban carteles o murales expresando su rechazo a toda forma de discriminación, son acciones
adecuadas pero que necesitan ser complementadas con un examen crítico y profundo sobre nuestra
mirada hacia los demás.

Cuando vemos que un palo sumergido en el agua parece quebrado no damos crédito a lo que vemos
porque sabemos que es una ilusión óptica o un espejismo visual. Y por más que sepamos que el palo no
está quebrado, igualmente lo seguiremos viendo como si lo estuviera. En este caso, no hay forma de
modificar nuestra visión.

Ver a los humanos como si fueran infrahumanos no es un engaño perceptivo como el de ver el palo
quebrado en el agua. Aquí podemos cambiar nuestra percepción aunque de manera indirecta. Para eso,
es necesario reconocer nuestra mirada estigmatizadora y desocultar sus orígenes. Racionalmente,
sabemos que lo que vemos es también una ilusión. En este caso, es una ilusión perceptiva construida
por nuestra historia, por nuestra educación. Pero es una ilusión que se puede revertir, no dando crédito
a lo que vemos e intentando no ver al otro como infrahumano.

Que la visión estigmatizadora sea, en principio, involuntaria, no nos exime de nuestra responsabilidad.
Somos responsables de nuestros modos de mirar a los otros y sólo un gran esfuerzo de nuestra voluntad
podrá lograr una visión a-estigmática.

3.5 Reconocimiento y redistribución: Considerar que la historia de Gerónima ilustra el problema del
desconocimiento del otro, de su identidad, de sus costumbres, es reducir la cuestión a aspectos
valorativos y culturales.

En realidad, Gerónima es víctima de una injusticia cultural o simbólica pero también es víctima de una
injusticia socioeconómica.
La distinción entre cultura y economía puede ser útil para el análisis pero, en realidad, ambas esferas
actúan conjuntamente para producir injusticias. Y para remediar esas injusticias es necesario que las
exigencias de reconocimiento cultural se integren con las pretensiones de redistribución socioeconómica.

Como afirma Nancy Fraser en su libro Iustitia Interrupta, deben distinguirse dos concepciones amplias
de la injusticia:
a) La injusticia socioeconómica, arraigada en la estructura político-económica de la sociedad.
Ejemplos de este tipo de injusticia son la explotación, la marginación económica, la privación de
los bienes materiales indispensables para llevar una vida digna.
b) La injusticia cultural o simbólica, arraigada en los patrones sociales de representación,
interpretación y comunicación. Ejemplos de este tipo de injusticia son la dominación cultural, el
no reconocimiento y el irrespeto.

Estas injusticias se entrecruzan. Las instituciones económicas tienen una dimensión cultural constitutiva
y están atravesadas por significaciones y normas. Y las prácticas culturales tienen una dimensión político-
económica constitutiva, pues están atadas a bases materiales.

Cuando se trata de comunidades oprimidas o subordinadas (como las comunidades aborígenes] las
injusticias de las que son víctimas pueden atribuirse a la economía política y a la cultura,
simultáneamente. Padecen tanto la mala distribución socioeconómica como el erróneo reconocimiento
cultural, sin que pueda entenderse que alguna de estas injusticias es un efecto indirecto de la otra.
Ambas son primarias y co-originarias. Por eso, ni las soluciones redistributivas ni las soluciones de
reconocimiento son suficientes por sí mismas.

Consideramos que Gerónima padece estas injusticias no sólo por ser aborigen sino también por ser
mujer. Siguiendo a Fraser, las injusticias que sufren las comunidades aborígenes y las injusticias que
sufren las mujeres tienen algunas características comunes. Una de las principales características de la
injusticia de género es el androcentrismo: la construcción autoritaria de normas que privilegian los rasgos
asociados con la masculinidad. Y una de las principales características del racismo es el eurocentrismo:
la construcción autoritaria de normas que privilegian rasgos asociados con «ser blanco». En relación con
estas normas las personas de color o los aborígenes aparecen como inferiores o marginales, aunque no
exista intención de discriminarlas.

Las desventajas de los grupos discriminados en el plano económico y en el plano simbólico restringen su
«voz». La voz de Gerónima es una voz apenas audible para los oídos de los médicos y de las enfermeras,
a pesar de la contundencia de sus palabras: «No quiero que me den una mano, quiero que me saquen
las manos de encima».

3.6 Acción solidaria y ciudadanía: Las condiciones en las que vive Gerónima no son excepcionales.
En nuestros países millones de personas viven situaciones de exclusión similares o aún peores. Desde
Formación Ética y Ciudadana, es necesario que los alumnos reflexionen sobre esta realidad y analicen
críticamente el tipo de democracia que se va constituyendo en Latinoamérica.

Las democracias latinoamericanas enfrentan la paradoja de estar integradas por ciudadanos nominales
(o incompletos] es decir, por ciudadanos que no pueden ejercer plenamente los atributos
correspondientes a su condición. Como afirma Hugo Quiroga, en el libro Filosofías de la Ciudadanía, el
término ciudadano alude a algo más que a la idea de igualdad política, de igualdad ante la ley y de
igualdad de oportunidades. Comprende un piso social común que encierra la idea de inclusión universal,
asociada a la noción de pertenencia plena a la sociedad. El concepto reclama, al mismo tiempo, la
presencia de sujetos autónomos y la vigencia del principio de inclusión social.

En nuestros países los excluidos sociales están apartados de la trama de la existencia colectiva a pesar
de ser titulares de derechos políticos y civiles. Se produce así un desacuerdo evidente entre una supuesta
igualdad política y una real desigualdad social.

Si bien sabemos que, de hecho, siempre existen desigualdades entre los ciudadanos, es lícito preguntarse
cuál es el nivel de desigualdad que es capaz de soportar una democracia. Afirma Quiroga que «una
sociedad pretendidamente democrática con instituciones justas no puede aceptar desigualdades
insoportables. La cuestión estriba en saber dónde se ubica el límite entre lo soportable y lo insoportable
/.../. Cuando la pobreza y la discriminación empiezan a lesionar la dignidad humana, la igual dignidad,
en ese punto las desigualdades se tornan moral y políticamente insoportables: cuando precisamente, los
hombres y las mujeres no pueden satisfacer sus necesidades básicas y elementales (de orden social y
cultural) que exige toda convivencia colectiva. Las desigualdades sociales se tornan insoportables en el
momento en que se humilla y ofende la igual dignidad humana, allí donde la miseria y la discriminación
de todo tipo, repugna la conciencia de los hombres.» (pág. 194)

Las diversas formas de exclusión e inclusión defectuosa en el mercado de trabajo están en el origen de
una serie de injusticias y exclusiones que tienen un profundo impacto sobre la subjetividad de las
personas y que generan conflictos personales y sociales de envergadura (drogadicción, delincuencia,
enfermedades, disolución de vínculos familiares). En este contexto, surgen nuevas formas de asociación
y nuevas organizaciones que, a través de acciones solidarias, buscan preservar los lazos sociales y
contribuir a la satisfacción de las necesidades básicas de las personas excluidas del sistema.
Las acciones solidarias, .espontáneas y organizadas, se multiplican y se refuerzan. Las escuelas no son
ajenas a este fenómeno. En las instituciones educativas se propician proyectos solidarios y se insiste en
la necesidad de que el valor de la solidaridad sea incorporado progresivamente por los alumnos a través
de acciones concretas.

Como hemos advertido a través de la historia ejemplar que elegimos para nuestra propuesta didáctica,
es necesario analizar el tipo de acción solidaria que proyectamos, procurando que la misma no dé lugar
a actitudes que puedan resultar humillantes.
La solidaridad crea lazos, identidad, pertenencia y es un poderoso productor de sentido de la vida. Como
tal es irreemplazable. Pero, si nuestra intención es brindar a los alumnos una formación ética y ciudadana,
no podemos dejar de analizar la relación entre la acción solidaria y la ciudadanía en el contexto actual.

La constitución de la ciudadanía se vincula con las responsabilidades del Estado. Todos los individuos,
para llegar a ser ciudadanos deben haber tenido la oportunidad de apropiarse de bienes y servicios
básicos de vida, tales como alimentación, condiciones de vida dignas, conocimiento, valores, etc. El
Estado debe garantizar (cuando no proveer directamente) esos servicios básicos, La constitución de la
ciudadanía no puede depender del poder de compra en el mercado que tengan los individuos ni quedar
librada a la buena voluntad y a la solidaridad de las personas. La constitución de la ciudadanía es
primariamente una cuestión pública y como tal debe ser asumida por las instituciones del Estado
democrático.

La formulación de proyectos solidarios en la escuela favorece la formación ética y ciudadana de los


alumnos pero es sólo una parte de esta formación.
La formación ética y ciudadana reclama que los estudiantes analicen en profundidad las razones por las
cuales algunos sectores se encuentran en situación de necesidad, evalúen las responsabilidades del
Estado, reconozcan la importancia de la acción colectiva y de la participación política para ayudar a
modificar el estado de cosas existente y para «despertar» y «alertar» a las instituciones de la
democracia.

Los proyectos solidarios adquieren pleno sentido y son pilares de la formación ética y ciudadana si
explícitamente no legitiman situaciones de injusticia ni sirven para desresponsabilizar al Estado en sus
funciones indelegables

Proyecto de Acción Comunitaria


A partir de la historia de Gerónima hemos reflexionado sobre formas humillantes de tratar a los otros,
incluso si se trata de ayudarlos. También, hemos advertido las estrechas relaciones que existen entre las
injusticias socioeconómicas y las injusticias culturales. Por último, nos hemos preguntado por el problema
de la exclusión y su relación con la ciudadanía y hemos analizado el valor de la solidaridad vinculándolo
con la acción política y la conciencia ciudadana.
Si un proceso como éste se pudiera lograr, estaríamos en condiciones de proponer la formulación de un
proyecto de acción comunitaria que recupere las reflexiones y producciones de quienes han participado.

Bibliografía Consultada y de Ampliación


Fraser, Nancy. Iustitia interrupta: Reflexiones críticas desde la posición" postsocialista". Siglo del Hombre
editores, Universidad de los Andes, Bogotá, 1997.
Margalit, Avishai. La sociedad decente. Paidós, Barcelona 1997.
Pellegrini, Jorge. Gerónima. Ediciones Cinco,Buenos Aires, 1986.
Quiroga, Hugo. Democracia, ciudadanía y el sueño del orden justo, en Filosofías de la ciudadanía, Sujeto
político y democracia. Homo Sapiens Ediciones, Rosario, 1999.
Tenti Fanfani, Emilio. La acción solidaria y la “cuestión social” contemporánea. Escenarios alternativos,
1999, vol. 3, no 6, Buenos Aires, 1999, pp131 a 146.
Todorov, Tzvetan, and Flora Botton Burlá. La conquista de América: el problema del otro. México. DF:
Siglo XXI, 1987.
Todorov, Tzvetan. La vida en común: ensayo de antropología general. Taurus Ediciones, Madrid, 1995.

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