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Investigación cualitativa y psicología social crítica.


Contra la lógica binaria y la ilusión de la pureza
Bernardo Jiménez-Domínguez
Centro de Estudios Urbanos,
Universidad de Guadalajara

La Historia, propiamente hablando, no se repite, pero como las


ilusiones de que es capaz el hombre son de cantidad limitada,
regresan siempre bajo otro aspecto
E. M. Cioran
Introducción
El giro discursivo en las ciencias
sociales que ha reciclado la
metodología cualitativa, forma
parte del cuestionamiento al
fundamentalismo positivista, el
cual, al identificar su postura
normativa con la ciencia, hace
aparecer la crítica en su contra
como un ataque a la ciencia misma.
Ahora es común aceptar, además,
que la explicación científica es una
forma particular de darle sentido al
mundo, pero que no existe un método científico único o
universal. La metodología cualitativa se replantea hoy
como una vía más adecuada para el estudio de la
complejidad social e, implícitamente, como una vía crítica
y como crítica de la vía única.

Los métodos cualitativos parten del supuesto básico de que


el mundo social está construido de significados y
símbolos. De ahí que la intersubjetividad sea una pieza
clave de la investigación cualitativa y punto de partida
para captar reflexivamente los significados sociales. La
realidad social así vista está hecha de significados
compartidos de manera intersubjetivamente. El objetivo y

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lo objetivo es el sentido intersubjetivo que se atribuye a


una acción. La investigación cualitativa puede ser vista
como el intento de obtener una comprensión profunda de
los significados y definiciones de la situación tal como nos
la presentan las personas, más que la producción de una
medida cuantitativa de sus características o conducta (Ruiz
e Ispizua 1989; Wainwright 1997). En ese sentido, la
investigación cualitativa es interpretativa; es el estudio
interpretativo de un problema determinado en el que el
investigador es responsable en la producción del sentido.
Pero tal como vamos a ver aquí, dada la complejidad de lo
social, esta pretensión no es suficiente y se presta para
muchas ambigüedades y simplificaciones polarizadas en
un marco que es transdisciplinario.

Ilusión objetivista y provisionalidad del saber


En la psicología social tradicional, así como en los demás
saberes sociales, es común hacer una división extraña
entre la práctica y la teoría cuando se habla del
conocimiento aplicado. A este respecto, Ibáñez e Íñiguez
(1996) han hecho una serie de críticas en el plano
metodológico, al abogar por una metodología cualitativa.
Hablan de tres falacias de tipo positivista: 1) la
representacionista, que parte de la creencia de que una
buena teoría es la que refleja la realidad con la más
objetiva exactitud y se somete a los hechos como
inapelables. De acuerdo con la epistemología crítica,
plantean que esta pretensión de generalidad es equivocada
y permite postular la relación inversa, "es la teoría la que
constituye la fuente de realidad" (p. 59); 2) la
aplicacionista, que se fundamenta en el supuesto de que el
investigador científico es un experto en dilucidar la
realidad y el ingeniero, en instrumentalizar el
conocimiento producido por el anterior. Con el puro
incremento del conocimiento en el campo social se podría
intervenir como en el campo físico. Así vista, la psicología
social aplicada consistiría en una mezcla de ingeniería y
medicina de lo social. Frente a esta visión tecnocrática,
consideran que hay que enfatizar "el carácter autónomo de
la práctica con respecto a la teoría"(p. 60); 3) la
externalista, que consiste en la creencia de que la eficacia
de la intervención depende de que haya una distancia entre
la persona que actúa como profesional y la realidad que
pretende diagnosticar. Esta concepción tiene fuertes
implicaciones ideológicas y es insostenible tanto en
términos de su posibilidad como de sus consecuencias.
Con respecto a lo anterior, plantean una "relación de

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interioridad con la realidad intervenida, es decir, una


concepción endógena de la práctica"(p. 61), lo que resulta
muy cercano a las premisas de la investigación
participativa y la epistemología crítica de la ciencia
(Latour y Woolgar 1979; Feyerabend 1982; Foucault
1969; Prigogine y Stengers 1979; Gergen 1982).

Estos planteamientos consideran que la relación entre


teoría, práctica y realidad es mucho más compleja y menos
inocente de lo que suponen las concepciones tradicionales
de la psicología social, porque éstas tienen efectos
prácticos que presuponen de antemano algún tipo de
intervención. Por otro lado, se destaca el rol del discurso
en la construcción de la realidad social y, en consecuencia,
con ello se da prioridad al aspecto interpretativo y a los
criterios hermenéuticos. Por tanto, si lo que interesa son
los significados sociales, éstos no se consideran
formalizables y tampoco caben en los esquemas simples
del determinismo, dado el carácter autoorganizativo de lo
social. Esto se corresponde bien con el ya citado carácter
endógeno de la práctica, y con el cual la acción profesional
no puede situarse por fuera de la misma. Por otro lado, los
procesos sociales se ubican en un contexto histórico, en
uno cultural particular diferenciador, de carácter
intersubjetivo colectivo, y en el contexto político concreto
de la práctica social. El conocimiento social no puede
traducirse en operacionalizaciones fiables o pretender un
control estricto de la realidad social. Las teorías sociales
deben ser generativas, suscitar dudas sobre lo que se
presenta como incuestionable y así contribuir a inquirir
sobre los esquemas establecidos y a crear alternativas de
acción y nuevas relaciones sociales, así como las ciencias
físicas crean nuevas dimensiones en la naturaleza (Ibáñez
e Íñiguez 1996).

En consonancia con lo anterior, en textos recientes de


etnografía crítica se resalta la centralidad de lo social y el
hecho de que los investigadores forman parte del mundo
que estudian, lo cual supone que sólo lo pueden entender
en un contexto y que toda la investigación social, y por
extensión toda la vida social, se fundamenta sobre la
observación participante. En consecuencia, no hay una
separación entre ciencia y sociedad (Hammersley y
Atkinson1994). Pero, además, el contexto se ve también
como un fenómeno mental, lo que tiene claras

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repercusiones psicosociales. El contexto así entendido


alude al conocimiento común de los hablantes invocados
por el discurso, lo que se relaciona claramente con el
campo de la cultura, y en este sentido la cultura, el modo
en que las personas llegan a entender las cosas de la
misma forma y en los mismos términos que los otros, es
conocimiento compartido, y el contexto, discursos
conjuntos (Edwards y Mercer 1988). A este respecto,
resulta en particular ilustrativa la reflexión crítica de
Briggs (1986) sobre la metacomunicación implícita en las
entrevistas realizadas en la investigación etnográfica. El
plantearse la naturaleza intrínsecamente dialógica de las
personas, lleva a replantear cómo sus mismas
personalidades no son sólo suyas, son compartidas dentro
de los grupos sociales organizados de los que son
miembros, lo cual implica, a su vez, que los contextos se
relacionan con diferentes patrones de comportamiento. De
todo ello se deriva una orientación menos esquemática y
general de la investigación cualitativa en psicología social
y unos criterios psicosociales más adecuados de
correlación con las personas estudiadas (Sampson1993).
Una característica adicional del reconocimiento de la
interioridad del conocimiento social (con respecto a la
sociedad en la que se produce), es la de su carácter
intrínsecamente provisional; una consecuencia de ella es
que los hallazgos de la investigación social deben ser
deconstruidos de manera permanente y, en ese sentido, el
psicólogo social es un constructor de obras efímeras
(Ibáñez 1989).
A continuación vamos a revisar algunos aspectos
problemáticos, en relación con la concepción tradicional
de la investigación social regida por la normativa de corte
positivista (que por desgracia sigue siendo el contenido
dominante de los manuales de metodología usados
ritualmente en cursos aislados y ateóricos), y con el debate
interno en el campo de la investigación cualitativa.

Lo cuanti/cualitativo o los líos entre los cuentos y las


cuentas
Se suele contraponer lo cualitativo a lo cuantitativo como
uno de los rasgos distintivos de la investigación
cualitativa. Sin embargo, el asunto es mucho más
complejo si examinamos el significado y uso de los
términos. Se supone que esta separación marca el acceso
diferente al mundo natural y al social, el contraste entre lo
objetivo y lo subjetivo. Pero como ha planteado J. Ibáñez
(1985), la cuantificación como medición está marcada por

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la subjetividad, dado que lo que se mide es lo que decide


el sujeto que hace la medición, y en ese sentido se puede
decir también que no hay mediciones físicas, sino sociales
del mundo físico. Es claro que una cantidad es siempre
una cantidad de algo. Específicamente, como lo plantea
Beltrán (1985), es una cantidad de una cualidad: lo
cuantitativo es una cualidad con un número asignado. Por
otro lado, con el término cuantitativo se alude a un intento
de matematización, pero el concepto más general en
matemáticas no es el de número, sino el de orden. Y tanto
la investigación cuantitativa como la cualitativa en
ciencias sociales se insertan en procesos de análisis
ordenados del ámbito social (matematización). Pero,
además, hay órdenes no cuantitativos, como los que
abordan las matemáticas cualitativas (Ibáñez 1994). Las
ciencias naturales, si bien mayoritariamente se consideran
cuantitativas, también producen investigación que es
cualitativa.

En ciencias sociales el uso de la cuantificación a partir de


técnicas de medida no supone de inmediato una
metodología cuantitativa, dado que un aspecto cualitativo
puede presentarse como un atributo cuantitativo
pluridimensional (al dividirlo analíticamente en
dimensiones parciales), como aclaran Mayntz, Holm y
Hübner (1985), de acuerdo con lo cual concluyen que la
diferencia entre lo cuantitativo y lo cualitativo es
provisional y poco precisa.
Tampoco es estricta la dependencia de los métodos en
relación con las teorías. Aunque haya una dependencia
parcial, los conocimientos obtenidos con un determinado
método nunca dependen exclusivamente de éste. Es mayor
el peso del marco teórico y de las premisas
epistemológicas (Ibáñez1990). Se puede establecer
también una relación entre la teoría y la cuantificación en
tanto los datos que se usan para comprobar una teoría no
están libres de determinaciones teóricas; es decir, no
existen datos que sean puramente datos. Éstos no se
recogen; se producen, como ha planteado Laing (1967). Y
se producen de tal forma que pueden ser manipulados
políticamente a pesar de la sofisticación de las técnicas
utilizadas (o mejor, gracias a ello), como es el caso de las
estadísticas demográficas, los discursos institucionales y
los informes de la burocracia. Esto es lo que Moscovici
(1971) ha llamado "la santa alianza" de la burocracia y las
ciencias sociales, que tiene por divisa: unidad,

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metodología y operacionalismo, siendo la confusión de


técnicas por conceptos la consecuencia más nefasta.

Como nos recuerda Ibáñez (1985), desde Aristóteles el


término información tiene dos sentidos: informarse de algo
y dar forma a algo, así como el término medida denota
medidas a la sociedad y medidas sobre la sociedad. Potter
(1998) lo ejemplifica mostrando cómo un dirigente de una
institución dedicada a la lucha contra el cáncer manipula
los datos sobre la incidencia de los diversos tipos de esta
enfermedad, y maximiza o minimiza los datos estadísticos
para respaldar sus argumentos; y concluye que se tiende a
considerar los cuadros estadísticos como formas evidentes
de captar la realidad, como si los datos fueran puramente
descriptivos, y se pasa por alto su carácter constructivo y
retórico. La cuantificación se suele plantear como una
forma clara y precisa de descripción, que se considera el
mejor argumento en contra de las evaluaciones
cualitativas, las que a su vez se toman como meros juicios
de valor de carácter ambiguo. Pero la flexibilidad que
muestra la manipulación de datos cuantitativos permite
establecer una relación entre cuantificación y retórica. A
este propósito, Ibáñez (1985) dice, con mucho acierto, que
la cuantificación suele ser una mera figura retórica, que
connota precisión, pero que no la denota: porque si los
datos no precisan la relación con la teoría, la figura
retórica implícita es la sinécdoque. Mientras que si la
relación entre el lenguaje matemático y el teórico no va
más allá de la analogía, la figura retórica es la de una
metáfora. Este tipo de situación constituye ya un campo de
estudios que se ha dedicado a analizar la construcción
retórica de la cantidad (Ashmore 1995; Porter 1992).

Aparte del debate tradicional entre lo cualitativo y lo


cuantitativo que el mismo Ibáñez ha llamado el debate
entre la numerería y la palabrería, o entre los cuentos y las
cuentas, podemos diferenciarlos diciendo que los métodos
cualitativos estudian significados intersubjetivos situados
y construidos más que supuestos hechos objetivos. Se
prioriza la observación y la entrevista frente al
experimento y el cuestionario estandarizado. Así como
también la vida social en su complejidad cotidiana sin
reducirla o distorsionarla con el fin de obtener controles
experimentales, pues, como lo señalan Burman y Parker
(1993), esta vía no es más que otro discurso, el discurso

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experimental, hecho de términos, metáforas, turnos de


frase y declaraciones que incluyen términos rituales como
sujetos, condiciones de control, variables, resultados, un
lenguaje que resulta inapropiado para recrear los procesos
psicológicos de la gente. Es lo que se ha denominado
atomismo procedimental, consistente en descomponer
fenómenos complejos en elementos singulares para aislar
variables individuales (Billig 1984). En la psicología
tradicional, la ilusión objetivista lleva a que el uso del
término sujetos encubra en realidad el hecho de que en las
investigaciones sean tratados como objetos; la experiencia
humana es fraccionada (y aislada de su contexto
relacional) con la pretensión de medirla (Parker 1999),
para obtener como datos puras trivialidades sobre algo y
alguien distorsionados experimentalmente, pero eso sí, con
altos grados de significación estadística (lo cual no es
equivalente de verdad).

En la investigación cualitativa se busca la comprensión a


través de la descripción densa (la interpretación de las
interpretaciones) y la comprensión del lenguaje simbólico,
en lugar de confiar sólo en los modelos estadísticos, que
pese a su incrementada sofisticación, no han mostrado
mayor potencia explicativa (Ruiz e Ispizua 1989). Por el
contrario, es bien conocido el efecto paradójico
establecido por Meehl (1967), quien ha mostrado cómo
cualquier incremento en la potencia de los instrumentos
estadísticos y la precisión de los de medición, supone una
mayor posibilidad de verificar las hipótesis disminuyendo
la refutabilidad teórica, al contrario de lo que sucede con
las teorías físicas. De ahí que la metodología cualitativa
vaya más allá del muestreo probabilístico (que no es la
única posibilidad) y realice muestreos intencionales, en los
que sí se puede establecer una diferencia entre métodos
cuantitativos y cualitativos (Ruiz 1998).

Crítica y credibilidad frente a validez y pureza


Aunque uno de los ataques tradicionales en contra de la
investigación cualitativa consiste en la pretensión de
ajustarle los criterios positivistas de validez (objetividad,
validez interna, externa, fiabilidad), hay argumentos de
diversa índole no sólo para contrarrestar dichos ataques,
sino para descartarlos. Para esto último basta para algunos
con argumentar que ambas orientaciones metodológicas
son irreductibles. Pero, por otro lado, se puede plantear la
relevancia del concepto de validez y de criterios más

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adecuados.

En consecuencia con la paradoja de Meehl sobre las


técnicas estadísticas, Kincheloe y McLaren (1994) afirman
que no existe un método mágico de indagación que
garantice la validez de los hallazgos, la pura "corrección
metodológica" no produce datos válidos. Por ello, plantean
que más que la validez, el criterio en la investigación
cualitativa crítica debe ser la credibilidad de los
investigadores (para lo cual no hay un coeficiente de
medición de la confiabilidad) y la acomodación
anticipatoria, en el sentido de acomodar aspectos únicos de
lo que se percibe en contextos nuevos. La investigación
crítica reconoce que los criterios de verdad siempre están
situados discursivamente e insertados en relaciones de
poder. Este reconocimiento se ha abierto paso en el mundo
globalizado de hoy, y más allá de las distintas
orientaciones en el campo científico y como parte de su
propio desarrollo, se ha dado un cambio en la forma de ver
las realidades sociales: de modo simple se ha pasado a
verlas de manera compleja y diversa; se genera, así, una
sana incertidumbre epistemológica (derivada de la
complejidad, diversidad, indeterminación, apertura y
causalidad mutua de lo real), en contra de los acuerdos
normativos monolíticos sobre la práctica científica. Esto
supone que la verdad está relacionada con el significado
(en un marco de referencias intersubjetivas), y
explícitamente con la forma en que se construyen los
significados en la vida cotidiana.

La confiabilidad de los resultados cualitativos se respalda,


según Ruiz e Ispizua (1989) y también Ward-Schofield
(1993), en criterios como la credibilidad y la
transferibilidad (validez interna/externa en los manuales),
con respecto al valor de verdad y aplicabilidad de sus
resultados. La credibilidad se logra por la observación
intensiva y la triangulación; y la transferibilidad por un
muestreo intensivo (teórico/intencional) y por la
descripción espesa. La confirmabilidad en la investigación
cualitativa depende de un investigador externo que la
audite y de la negociación de los resultados como parte de
la necesaria interdependencia entre investigador e
investigado. En últimas, la validez de las investigaciones
(cuanti y cualitativas) depende del rigor y la integridad de
los investigadores (Wainwright 1997).

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Con el reconocimiento obtenido en la última década, la


investigación cualitativa ha adquirido un respeto que ha
despejado las dudas sobre su relevancia en la investigación
social; por ejemplo, la muy conservadora revista British
Medical Journal ha reconocido su valor (Mays y Pope
1995). Pero esto ha tenido su contraparte en una
progresiva institucionalización que incluye la adopción
complaciente de los criterios tradicionales de validez y
confiabilidad de la investigación cuantitativa, o al menos
el asumirlos parcialmente como parte del nuevo status
adquirido. Ello ha repercutido en un debilitamiento en el
vínculo entre el proceso técnico y su base en la teoría
sociológica; una consecuencia es la disminución o
desvanecimiento de su contenido crítico. Como si la nueva
validez supusiera el abandono de la crítica (Wainwright
1997). Un caso aún peor es el que se dio sobre un
documento de la British Psychological Society (bps)
acerca del "futuro de las ciencias psicológicas", en el que a
pesar de reconocer la inevitable fragmentación de la
disciplina, se aboga por la unidad y la síntesis (como si eso
fuera posible o conveniente por decreto), para evitar los
peligros que la propia disensión académica interna al
parecer conlleva en términos de conflictos destructivos.
Parker (1994) relata como la bps respondió a los sectores
críticos con una retórica conservadora sobre la madurez y
responsabilidad profesional que demanda la identidad de
la disciplina, y los tildó de infantiles y poco profesionales
al no asumir el llamado unitario. De hecho, lo que hacía
era acusar a los críticos de la metodología positivista
(definida como el punto de unión) de la bps, que partían de
posiciones hermenéuticas, postestructuralistas y feministas
(es decir, cualitativas), de estar a favor de la fragmentación
y de compartir el proceso de investigación
transdisciplinariamente; transgredían así los límites de la
disciplina y actuaban, según su visión miope, a favor del
conflicto interno. La bps reproduce ciertas oposiciones
conceptuales tradicionales y descarta otras formas posibles
de cuestionamiento; estructura una lógica de lo que
considera investigaciones objetivas y de cómo los
psicólogos deben pensar la subjetividad. Aunque el
contexto de los debates transdisciplinarios favorece la
crítica al cientificismo y las alternativas de investigación
cualitativa, el lenguaje oficial de la disciplina inhibe el
debate y las innovaciones que considera como amenazas
provenientes del exterior. La persistencia del sector crítico
y sus logros académicos alrededor de lo que ha venido a

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llamarse psicología discursiva (Potter y Wetherell 1987;


Gordo y Linaza 1996), y más específicamente el análisis
conversacional (Potter 1998), han abierto un espacio en la
bps y en las publicaciones oficiales, pero como en el
primer ejemplo, las presiones institucionales han logrado
atenuar el carácter crítico. Éste puede consistir en el mero
cuestionamiento implícito de una orientación
metodológica dominante, o además de lo puramente
epistemológico, una actitud de crítica social y política
explícita.

Hay diversas tendencias al respecto y la discusión gira


alrededor de la premisa etnográfica tradicional de no
imponer constructos teóricos a priori porque se considera
incompatible con un análisis histórico y más contextual.
Mientras que darle primacía a los informantes o
coinvestigadores supuestamente le resta validez a la crítica
social, que siempre busca ir más allá de la superficie del
discurso cotidiano. Sin embargo, esta polarización resulta
bastante rígida y puede resolverse, tal como lo plantean
Hammersley y Atkinson (1994), en términos de una
práctica reflexiva, que exige ser más escépticos con el
testimonio de los informantes y desarrollar un esquema
teórico. Lo anterior se contrapone a la visión objetivista y
de neutralidad valorativa tradicional, implícita en este
debate. Veamos ahora un ejemplo muy conocido que
puede servir como ilustración.

Si retomamos uno de los estudios considerados hoy como


un clásico, el realizado por Whyte en 1943 y publicado
con el título de Street Corner Society, tenemos un caso en
el que la investigación cualitativa, a través del uso de la
técnica de observación participante, evidencia su poder
explicativo a pesar de las creencias cientificistas de la
época y del propio autor. El personaje central de este
trabajo (Doc) se constituye en un verdadero coinvestigador
y en pieza clave para la convivencia exitosa de Whyte en
el North End de Boston, de tal forma que al final Whyte
resumía esta colaboración diciendo que lo que habló con la
gente le había ayudado a explicar lo que allí sucedía, y que
lo que él había observado le ayudó a exponer lo que la
gente le había dicho. Este estudio, a pesar de centrarse en
los grupos de jóvenes que se reunían en las esquinas, ha
servido por años para caracterizar un típico barrio de
trabajadores inmigrantes. Whyte no tenía ninguna

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pretensión crítica o de compromiso barrial. Él dice en el


apéndice de su libro (Whyte 1993) que buscaba tan sólo
contribuir a la construcción de una ciencia de la sociedad,
y que tenía muy claro la distinción entre lo objetivo (la
realidad obervada) y lo subjetivo (cómo el investigador
interpreta lo observado), aunque con posterioridad y
reflexionando sobre los cuestionamientos posmodernos,
aceptó que esa relación no estaba tan clara; la nueva
epistemología crítica lo hace pensar, pero no lo convence
del todo. En lo que sí continuó insistiendo fue en la
posibilidad de que sus observaciones fueran cuantificadas
y generalizadas. Es decir, creía en los criterios de validez y
objetividad que hasta hoy siguen siendo dominantes.
Whyte se declara en contra de la epistemología crítica con
la que ha debatido, aunque le reconoce un valor en la era
poscolonial en lo que se refiere a los cuestionamientos que
hace sobre la posibilidad de conocer una cultura
determinada etnográficamente, pero advierte que
"podemos estar de acuerdo en que ningún foráneo puede
realmente conocer una cultura en forma completa, pero
hay que preguntarse si alguna persona de la misma puede
conocer su propia cultura" (p. 371). Whyte en respuesta a
Jermier, que lo considera positivista por no aceptar que la
verdad radica en niveles más profundos de reflexión
subjetiva del puramente descriptivo de su obra, y a
Denzin, que plantea que estando ya a finales de siglo hay
que ir más allá de su concepción de ciencia social, aunque
le reconozca el carácter de clásico a su obra, afirma que las
posturas de la epistemología crítica transforman lo que él
llama "argumentos científicos" en "crítica literaria". Para
él, sin la normativa científica los hallazgos no pueden ser
generalizados, y tienen un valor sólo situacional. Whyte
acepta que sus estudios sobre los jóvenes de las esquinas
no buscaban una interpretación comprensiva de la cultura
de Cornerville, sino centrarse sobre ciertos elementos que
pudieran ser directa o indirectamente medidos.

Estas ilusiones objetivistas de Whyte que han causado


tanta polémica a pesar del reconocimiento generalizado
sobre el valor de su obra, nos muestran el contraste entre la
fidelidad de Whyte a la visión positivista dominante en su
época y una investigación cualitativa cuyas implicaciones,
más allá del autor, la han convertido en un caso ejemplar
de investigación activa. Esa contradicción se evidencia con
la aceptación del propio Whyte (1991) de que su
investigación se enmarca en el campo de la investigación

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acción participativa, en el que se ubica parte de su obra


posterior. Hay que decir en contra de las pretensiones de
Whyte que, como él mismo lo relata, sus propios
informantes y en especial Doc (verdadero coinvestigador,
que por lo mismo le reclamó no haber compartido ingresos
y prestigio) se mostraron con el tiempo en casi completo
desacuerdo con Whyte, le restaron valor a su libro y
criticaron su actitud hacia ellos, por dar una visión que
consideraron demasiado parcial y negativa sobre los
jóvenes de su barrio, que ellos sí consideraban puramente
situacional, tomando en cuenta el desarrollo posterior que
tuvieron sus propias vidas, en las que la investigación no
les supuso ningún beneficio, sino más bien algunos
problemas no buscados de los que se quejaron ante él. Es
decir, consideraban su libro más literatura que ciencia.
Mientras que Whyte reafirma que lo que le importaba era
su contribución científica a la sociología y parece no
entender el resentimiento de sus "sujetos" de los que
esperaba una cálida recepción, a pesar de que fueron más
su "objeto" de estudio. Aquí de nuevo hay que ratificar,
como lo hicimos al inicio, el carácter autónomo de la
práctica y situado de la investigación y el replanteamiento
de los criterios psicosociales de correlación con las
personas estudiadas, así como el intrínsecamente
provisional del conocimiento social y la necesidad de
deconstruirlo de manera permanente.

Relación dialógica y prácticas situadas


No se puede pasar por alto o dar por sentada la relación del
investigador con la población investigada, porque esto
implica todos los problemas de cualquier relación entre
personas; el investigador que pretende obviarlo con una
pretendida objetivación de la relación es quien con
ingenuidad sale burlado, por lo que en realidad son
audiencias activas. Y estas complicaciones casi ni se
mencionan en los reportes de formato académico
acartonado y simplista, y es así como se pierde
información necesaria y profunda. Por otra parte, se dejan
de lado también las implicaciones éticas de participación y
compromiso con la población afectada, en procesos
guiados por una pretendida externalidad. Y aquí aparece el
problema delicado del lenguaje, la comunicación, la forma
de preguntar y las respuestas obtenidas, del momento y la
situación de la entrevista.

Como ha puesto de manifiesto Briggs (1993) en un libro

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que es en parte una biografía de investigación y una


autoevaluación crítica de su propio trabajo de campo, las
técnicas de entrevista se basan en una serie de distorsiones
sobre la naturaleza de la entrevista como evento
comunicativo, y sobre la naturaleza de los datos que
produce. Muestra, a partir de su propia experiencia, cómo
los entrevistadores rara vez analizan la compatibilidad de
las entrevistas como medios de obtener información con
las maneras en que los entrevistados se pasan la
información entre ellos. Esto lleva a errores de
interpretación y a limitar la entrevista como un modo de
obtener datos. De ahí la necesidad de replantear el diseño,
desarrollo y análisis de esta técnica, para evitar la
imposición de las formas conversacionales de los
entrevistadores sobre las de responder de los entrevistados.
Por ello hay que conocer antes las habilidades y
repertorios metacomunicacionales usados en la comunidad
estudiada.
La mistificación de la entrevista se da principalmente de
tres formas:

1. Aporta ejemplos de metacomunicación que


expresan significados compartidos por la
comunidad de entrevistados.
2. La entrevista desplaza los roles que la gente
ocupa en su vida cotidiana y la sitúa como
entrevistada frente al entrevistador y lo que se
dice puede responder sólo a dicha situación.
3. La entrevista suprime las normas de los
eventos comunicativos y puede incluso
confrontarlas, todo en aras de la metodología.

Un aspecto relacionado que ha sido tratado en el campo de


la psicología discursiva es que lo que está ausente de las
conversaciones también lo está normalmente de los
análisis. La investigación cualitativa se ha concentrado en
las presencias más que en las ausencias del discurso. Pero
la interacción conversacional no es sólo un modo de
expresión, sino de ocultamiento. Se asume que los
fenómenos psicológicos son observables de manera
manifiesta, en tanto el lenguaje es socialmente compartido,
pero lo que no se dice, pero que pudo haberse dicho con
facilidad (y a veces casi se dice), es también importante;
de ahí la necesidad que ya planteamos: de tomar distancia
en el análisis de lo que nos dicen las personas y deslindar

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las convenciones sociales que permiten que se den esos


relatos. Es decir, es necesario, como lo sostiene Billig
(1999), hacer también un análisis ideológico de lo que él
denomina (llendo más allá del concepto freudiano)
inconsciente dialógico. Si la represión de contenidos está
dialógica y socialmente construida, entonces los temas de
represión varían cultural e históricamente. Es preciso
tomar en cuenta que ello forma parte de la socialización de
las personas, que participando en diálogos que reprimen
mientras expresan, adquieren la habilidad de reprimir. Se
puede estar o no de acuerdo con este concepto, pero el
contenido de la crítica resulta valioso en términos del
refinamiento del debate.

De ahí la necesidad de reexaminar el rol del investigador


en el proceso de investigación, así como estudiar las
transcripciones para detectar los mutuos malentendidos.
Para ello resulta relevante el discurso y el análisis
conversacional en la investigación cualitativa, así como la
investigación en etnografía de la comunicación, la
microsociología del lenguaje en el campo de la
sociolingüística.

Dada la naturaleza de la investigación cualitativa, el éxito


de la investigación social depende de la conciencia
implícita sobre la forma en que la gente estudiada usa el
lenguaje, y del lenguaje y la forma narrativa que se
seleccionen para hacer los reportes y devolverlos a la
población. El reporte debe ilustrar, como lo señala
Wainwright, la oscilación entre el análisis micro y macro,
que se deriva de la premisa crítica de combinar el
testimonio detallado de las personas con la ampliación que
aporta la contextualización histórica y social. El nivel
macro se construye y sustenta desde el nivel micro, pero es
preciso asumir cómo las estructuras de poder establecen el
escenario en el que las cosas adquieren su sentido y a su
vez limitan nuestra comprensión sobre la forma en que
funcionan (Parker 1995). Por ello es preciso adoptar una
actitud crítica no sólo sobre los presupuestos ideológicos y
epistemológicos de la investigación, sino también de las
propias referencias subjetivas, intersubjetivas y normativas
del investigador. Esto permite que puedan cambiar en
tanto se muestren inadecuadas en el proceso, al asumir que
la investigación no concluye de modo necesario con el
puro incremento del conocimiento (Kincheloe y Mclaren

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1994).

Sin embargo, el análisis del contexto histórico y cultural


por sí mismo no es suficiente, de ahí el valor de la
investigación cualitativa realizada desde una práctica
situada y autorreflexiva. La concepción actual de la
investigación cualitativa no sólo exige superar la lógica
binaria distorsionante (micro/macro, sujeto/objeto
interior/exterior, sentido común/teoría,
cualitativo/cuantitativo, etcétera) del modernismo, y
adoptar el carácter abierto, impreciso, flexible y
polisémico de los significados sociales; sino incorporar
una visión a la vez local, parcial y fragmentaria, pero
también contextual, interconectada y globalizante en una
lógica radicalmente transdisciplinaria (Jiménez 1998). La
metodología no debe seguir siendo una especialidad
separada que aísla método y objeto y reduce la
construcción teórica a una rutinaria manipulación técnica
de observaciones empíricas. Hay que asumir la
complejidad social en forma equivalente y saber que el
análisis empírico no puede sustituir la reflexión crítica y el
análisis teórico. El investigador cualitativo está implicado
en la vida social y por eso debe asumir su rol como crítico
cultural.

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Dossier
17/Invierno

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