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Pérez Gómez (1994) explica que si se asume la idea de chora en el plano del arte y de la
arquitectura, esta viene a ser tanto la obra como el espacio que ocupa, la idea y la forma, su
construcción y su iluminación, el símbolo que subyace en la obra de arte, la verdad. Este
idealismo se continúa en Kant para quien el espacio no es un concepto empírico sino “una
especie de idea innata, una intuición pura que poseemos todos los hombres” (cfr.
Maderuelo, 2009:11).
Argan (1961:13) señaló que “cuando hablamos de espacio no hablamos de una realidad
objetiva definida con una estructura estable, sino a un concepto (…) el concepto de
espacio es una creación histórica”.
Tal carácter de belleza basada en la relatividad no fue aceptado por los teóricos
renacentistas, quienes intentaron recrear la idea de espacio dentro de cánones concretos.
Sin embargo,el espacio delimitado nunca pudo aislarse por completo de la idea platónica.
Las obras del Renacimiento manifiestan la idea de una belleza universal como hecho
absoluto y matemátio, el arquitecto renacentista trató de transformar los elementos
espaciales de los interiores en sistemas matemáticos. Ejemplos característicos son la
Basílica de San Lorenzo, Florencia, de Brunelleschi o el Tempietto de San Pietro in
Montorio, de Bramante, en Roma.
La ilusión de universalidad –empezó a disolverse a fines de la primera mitad del siglo XVI
Apareció entonces la teoría heliocéntrica de Copérnico que a fines de siglo sería
confirmada por Galileo para establecerse definitivamente a través de las leyes
astronómicas de Kepler a principios del s. XVII. Surgió el concepto de espacio como
fenómeno en movimiento, como un hecho de relatividad y fluidez continua ¿No es esta la
sensación que nos produce la bóveda de San Carlo alle Quatre Fontane, de Borromini, o el
interior de la iglesia Die Weis, de Zimmerman?. El espacio renacentista es permanente y
estático. El espacio barroco es relativo y en movimiento permanente.
Pero todo vuelve y las circunstancias históricas y sociales determinaron un nuevo cambio
de percepción. Ya se había experimentado una respuesta a este espacio en movimiento con
la arquitectura barroca clásica francesa: la Capilla de los Inválidos, de Hardouin Mansart,
por ejemplo, o las utopías de Ettiene Boullée. , En la primera mitad del siglo XVIII, la Casa
Chiswick, de Lord Burlington en las cercanías de Londres fue un preludio de lo que
conocemos como Neoclasicismo. Se generalizó como estilo global siempre con un aura
sentimental por un lado y por otro como respuesta a una nueva sociedad burguesa.
Ejemplos son los multifamiliares ingleses- Royal Crescent, dela ciudad de Bath o el
Cumberland Terrace, en el Regent´s Park, Londres- sin contar los templos –Panteón de
París- las residencias unifamiiares coo la Casa Monticello, deJefferson, o los edificios
políticos o educativos como el Capitolio de Washington o el Campus de la Universidad de
Virginia, también de Jefferson.
El neoclasicismo perdió su aura “romántica” cuando fue asumido como paradigma estético
absoluto. La respuesta fue el Romanticismo nacionalista que condujo al neogótico, del que
la residencia de Strawberry Hill, de Horace Walpole y el Parlamento de Westminster, de
Barry y Pugin, son íconos. Lo mismo se puede decirse de la Biblioteca de Sainte Genevieve,
de Henri Labrouste que fusiona elementos góticos y románicos. En el siglo XIX destacaron
las orientaciones estructuralistas de Eugene Viollet-le-Duc cuyas teorías fundamentaron la
arquitectura de la segunda mitad del siglo XIX. Las nuevas tecnologías industriales en la
construcción con hierro y vidrio permitieron el retorno al chora platónico al conseguir la
total transparencia, lo que ejemplificó el Crystal Palace, de Paxton (1854).
Montaner (2000) señaló que el espacio moderno configurado por Wright “no depende de
una experiencia racional, autónoma y prototípica sino de la experiencia visual y corporal
de cada usuario habitando los interiores. Wright persigue un espacio moderno que no sea
indiferente al lugar” (p.35).
La abstracción constructivista fue también expresada por Mies van der Rohe en un
propósito de desmaterialización que alcanzó niveles de belleza pura en la primera mitad
del siglo XX. Primero en su proyectos no construidos de rascacielos de cristal para la
Friedrichstrasse o de la Casa de Campo de Ladrillo o el Club de Golf de Krefeld pero sobre
todo en la suprema abstracción del Pabellón de Barcelona hasta el Crown Hall, Chicago.
Siempre en busca del espacio universal, del espacio sin límites, flexible, intercambiable…
¿Dónde queda entonces la tesis platónica según la cual, la idea de espacio no es posible de
ser aprehendida por los sentidos ni por la inteligencia? La intuición nos daría la percepción
ilusoria de que este espacio ocupa un lugar y que existe algo que lo contiene. La idea de
espacio ha sido el enfrentamiento entre su comprensión como un concepto “abstracto-
geométrico” y bien como un hecho empírico-concreto, o sea la afirmación de que el
espacio es cualitativo y el lugar es cuantitativo. (De Stefani, 2009).
Actualmente, una nueva realidad ha surgido: la “atopía”. Ya los lugares no son entendidos
como contenedores existenciales sino como centros dinámicos de acontecimientos, como
medios de circulación. Al espacio aristotélico y sus proyecciones contemporáneas va a
enfrentarse el idealismo platónico y su relatividad tan propia del mundo posmoderno.
Sobre esta nueva concepción existen tres grupos de espacios. En primer lugar, los espacios
mediáticos: el espacio físico deja de ser predominante y se convierte en un contenedor
neutro o transparente con una serie de sistemas, objetos, imágenes y equipos en interiores
dinámicos. Por ejemplo, el Vitra Design Museum, de Frank Gehry; la Ciudad de las Artes y
las Ciencias, Valencia, de Santiago Calatrava, los proyectos en deconstrucción de Peter
Eisenman y de Rem Koolhaas.
Nuestro tiempo se caracteriza por lo que Montaner denomina “no lugares”: espacios del
anonimato social. La arquitectura del “no lugar” había sido proclamada por Robert Venturi
que señalaba que la arquitectura del futuro se manifestaría en “cobertizos decorados”: El
no lugar como hecho arquitectónico que expresa la sociedad contemporánea se expresa en
los terminales de aeropuertos -el de Barajas, de Richard Rogers o el aeropuerto de Beijing,
de Norman Foster- en los metros, las estaciones de tren, los centros comerciales, los
parques temáticos. En suma, aquellos espacios en los que el individuo no sea sino un ente
anónimo
El lugar otorga significado e identidad a la persona y el grupo que lo habita o usa. El “no
lugar” expresa el espíritu de masa de los nuevos tiempos, el mundo anónimo, el de la
multitud. En realidad, los “no lugares” siempre han existido, incluso en la antigüedad. Sin
embargo es en la época contemporánea que se conviertieron en catalizadores de la ciudad,
Si en la Edad Media lo eran las catedrales y en la segunda mitad del siglo XIX, las fábricas,
en nuestro tiempo lo son los centros comerciales que en realidad aparecieron con la
Revolución Industrial. Ya Walter Benjamin analizó los pasajes comerciales como centros
de vida del ciudadano anónimo, del consumidor parisiense. La actual proliferación de los
“no lugares” hace objetivo el fenómeno de la masificación social, la renuncia a la identidad
y a la interacción social auténtica. Espacios de homogeneización que si bien están llenos de
personas, en ellos se manifiesta la tremenda soledad de esta sociedad actual tan
despersonalizada. Estas ideas de Montaner ¿hasta qué punto pueden aceptarse? ¿No será
que este “no lugar” ha ido adquiriendo por el uso y la importancia estética y funcional un
sentido icónico en el cual los seres humanos se sienten identificados? ¿Una paradójica
identificación de aquello que es masificado? Disquisiciones para la polémica. Por lo pronto,
por ejemplo el Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas, Madrid, de Richard Rogers,
transmite un sentido de asombro estético y de singular identificación. Es el acercamiento y
aceptación del nuevo mundo tecnologizado.
Finalmente, los espacios virtuales o ciberespacios usados por arquitectos e ingenieros para
proyectar en la computadora y en los que se puede conectar distintos espacios de edificios
en una red informática. Los espacios tradicionales y la idea de que cada actividad tiene un
lugar específico ya no es actual. El espacio real de uso es aquel que un momento dado
ocupa quien lo utiliza. Es un espacio virtual, una realidad sí pero una realidad abstracta e
infinita, múltiple, en cambio constante y determinando a la existencia como un presente
continuo. Este espacio virtual constituye una de las más extraordinarias conquistas
humanas y su puesta en marcha con Internet ha constituido un quiebre decisivo para la
cultura mundial. Ante el optimismo tecnológico se plantean cuestionamientos acerca del
poder inmenso de quienes manejan la red de información mundial, crea un sistema
elitista, consumista, de extremo individualismo y de un peligro evidente en su poder de
dominio (Montaner, 2000).
Pero pese al impacto y fuerza del espacio cibernético, el hombre siempre necesitará de un
espacio concreto. El temible mundo ideal de Platón es sumamente difícil de imponer y los
hombres siempre necesitan de un equilibrio