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Coragyps atratus, que en latín significa “cuervo-buitre vestido de negro”, es el nombre

científico de esta ave autóctona de América, especie carroñera que no caza, sino que se
alimenta de desechos y animales muertos. Por ello, en el habla popular, llámase gallinazo a
quien aprovecha de otros para escalar posiciones o conquistar fortuna. Valdelomar, en su
“Ensayo sobre la psicología del gallinazo”, usa la figura, con ribetes racistas, para acusar de
traición a un grupo que no identifica. Salazar Bondy y Julio Ramón Ribeyro escribieron
también que esta ave refleja las miserias de la sociedad limeña.

El solitario y lento gallinazo que planea en las orillas del Rímac y sobre el centro de la
ciudad es despreciado. Pero lo que no se sabe es que desde hace cientos, o miles de años,
es el ave característica de Lima.

En efecto, no son el cóndor, la torcaza, la gaviota o el guanay los que tienen ligazón con la
historia limeña, sino el humilde, calvo, negro y hasta triste gallinazo. Pachacámac, nuestro
más antiguo santuario, tenía un profundo hoyo en el que se depositaban los restos
sacrificiales para que se alimentaran los gallinazos del templo. Los mismos se posaron en
las torres de las primeras iglesias, espantados por el sonido de los cañonazos y cohetes de
cada fiesta, revuelta o batalla.

Pero durante tres siglos, cuando no existían entidades que se encargaran del saneamiento
público, sirvieron como basureros de la ciudad, engullendo los más horrendos y
corrompidos restos de las mesas y mercados, y los detritus de los desagües y acequias
que, abiertos, atravesaban las calles de Lima. También los cuerpos insepultos de las
víctimas de terremotos y batallas.

¿Cuántas epidemias y pestes evitaron los gallinazos a los limeños antes que las acequias
fueran reemplazadas por tuberías subterráneas?

Hasta fines del siglo XIX, los visitantes se sorprendían con la cantidad de gallinazos que
poblaban Lima. Un visitante escribió en 1853 en “The Illustrated Magazine of Art” que lo
primero que vio al llegar al Callao fue una enorme cantidad de gallinazos “cabeza roja” (la
variedad de esta especie que prefiere el mar), “cuyos servicios son muy útiles, pues los
habitantes, de acuerdo a nuestros patrones de higiene, son extremadamente sucios en sus
hábitos”. Por esos años, Humboldt refiere que en el Perú se multaba a quien matara uno.

Feos son su labor y aspecto. Pero hemos preferido ensalzar al cóndor, igualmente
carroñero pero andino y no mucho más bello. Peor aun, al águila, que es el emblema del
escudo de Lima, y a la paloma que vino con los españoles, alabándola en los versos de
nuestros románticos del siglo XIX. Comemos la gallina de Castilla, también importada, pero
al ave que todo lo malo come, nadie podría comerla. Es una triste paradoja. Cuando el
lector vea planear a un gallinazo, piense en su trágico destino y en lo útil que fue a nuestra
sociedad. Histórico gallinazo que no por feo fue inútil.

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