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Motivaciones humana, la clasificación de burke

La motivación es el impulso-esfuerzo para satisfacer un deseo o meta. En otras


palabras, motivación implica impulso hacia un resultado. Ésta es el proceso que
impulsa a una persona a actuar de una determinada manera o, por lo menos origina
una propensión hacia un comportamiento específico.
Ese impulso a actuar puede provenir del ambiente (estimulo externo) o puede ser
generado por procesos internos del individuo. En este aspecto, la motivación se
asocia con el sistema cognitivo del individuo. La cognición es aquello que la persona
conoce de sí mismo y del ambiente que lo rodea. El sistema cognitivo
implica valores personales, que están determinados por el ambiente social,
la estructura fisiológica, las necesidades y experiencias de cada persona.
El punto de partida del ciclo motivacional está dado por el surgimiento de una
necesidad. Ésta rompe el estado de equilibrio en el que se encuentra el individuo,
al producir un estado de tensión que lleva a éste a desarrollar un comportamiento
capaz de descargar la tensión y liberarlo de la inconformidad y el desequilibrio.
Si el comportamiento es eficaz la necesidad quedará satisfecha, al retornar a un
nuevo estado de equilibrio. Por el contrario, en ciertas oportunidades la necesidad
no es satisfecha, lo que puede originar frustración o compensación (transferencia
hacia otro objetivo o meta).
Según Ricardo Solana, la motivación es lo que hace que un individuo actúe y se
comporte de una determinada manera. Es una combinación de
procesos intelectuales, fisiológicos y psicológicos que decide, en una situación dada,
con qué vigor se actúa y en qué dirección se encauza la energía. Para James Stoner,
la motivación son los factores que ocasionan, canalizan y sustentan la conducta
humana en un sentido particular y comprometido. Harold Koontz y Heinz Weihrich,
por su parte, indican que la motivación es un término genérico que se aplica a una
amplia serie de impulsos, deseos, necesidades, anhelos, y fuerzas similares. Para
Koontz y Weihrich, decir que los administradores motivan a sus subordinados, es
indicar, que realizan cosas con las que esperan satisfacer esos impulsos y deseos
e inducir a los subordinados a actuar de determinada manera. Para Herzberg, la
motivación incluye sentimientos de realización de crecimiento y de reconocimiento
profesional, que se manifiestan por medio del ejercicio de las tareas y actividades
que ofrecen suficiente desafío y significado para el trabajador.
MODELO BÁSICO DE MOTIVACIÓN

Edmund Burke, nacido en Dublín el 12 de enero de 1729, aceptó la demolición del


derecho natural llevada a cabo por David Hume. La naturaleza del hombre es el
artificio para él. Las instituciones políticas de una sociedad no proceden de un pacto
entre individuos, lo que no sería más que una ficción histórica, sino que se han ido
formando en la historia y la historia las ha santificado.
La constitución, la monarquía, los jueces, la nación en suma, son algo que no se
entiende como una asociación voluntaria de individuos ni como una decisión de
todos ellos, sino como el resultado de circunstancias, hábitos civiles y morales, etc.,
que tienen continuidad en el tiempo. El individuo y la multitud son estúpidos, pero
no la especie, que es prudente y obra siempre bien cuando se le da tiempo.
Concebía el parlamento como una institución compuesta por una minoría compacta
cuyos jefes podían y debían ser criticados y cuyo interés solo podía ser el bien
público. Por eso cada parlamentario debía ser responsable del interés general de la
nación y no del interés particular del distrito por cuya elección hubiera logrado su
cargo. Su juicio debía ser libre y no estar sujeto al de sus electores. No es de ellos
de quienes debe aprender los principios del gobierno. De ahí su definición del
partido político como
Grupo de hombres unidos para fomentar, mediante sus esfuerzos conjuntos, el
interés nacional, basándose en algún principio determinado en el que todos sus
miembros están de acuerdo (en Sabine, G. H., Historia de la teoría política, trad. de
V. Herrero, 19ª reimpr., F.C.E., México, 1990, pág. 448)
Un estadista debe tener ideas bien asumidas acerca de lo que es la mejor política
posible y debe unirse a otras personas de iguales o parecidas ideas, anulando toda
consideración privada y negándose a toda alianza que pueda quebrantarlas
(véase aquí el famoso texto de su Discurso a los electores de Bristol)
Burke estaba convencido de que, pese a ser convencionales, hay ciertos principios
inconmovibles. Seguramente pensaba en la religión, la propiedad privada y algunos
elementos de la constitución política. Tales principios no brotan de la naturaleza
humana, sino de ciertas instituciones que, alargándose en el tiempo, transforman a
un grupo de hombres en una sociedad civil. La idea de un pueblo sin esos principios
no era para él la de una persona jurídica. En el estado natural no hay pueblos. Éstos
son una construcción artificial.
La igualdad es por esto una quimera imposible. En la naturaleza no existe y cuando
se construye una sociedad política, un pueblo con personalidad jurídica, se
introduce necesariamente una insalvable distancia entre el que gobierna y el que es
gobernado, entre la minoría de los más prudentes, más capaces y más opulentos,
que dirigen, ilustran y protegen a los menos sabios, más débiles y menos provistos
de fortuna, y éstos últimos. El gobierno de las mayorías es en estas condiciones
una ficción.
Esta división es lo que da personalidad jurídica a un pueblo. En la formación de éste
no se encuentra nunca la decisión de pactar de los individuos, sino la necesidad
que éstos sienten de formar parte de algo mayor y más duradero que su exigua y
finita persona. No es la razón, el egoísmo ni el cálculo lo que une a las gentes en
esas unidades superiores, sino el instinto. Los revolucionarios parisinos de 1789 no
podían estar más equivocados. La razón individual que ellos elevaron a la dignidad
de una diosa, hasta el punto de intentar que ocupara el lugar de la Madre de Dios
en la catedral de Notre Dame, es extremadamente frágil cuando se la compara con
el devenir de esas viejas instituciones que tienen tras de sí una profunda carga de
respeto, habituación y familiaridad. Por esto es peligroso el político imaginativo y
emprendedor que, fiado solo en su imaginación y su prudencia particulares, se
enfrenta al pasado y cree hallarse en disposición de crea nuevas instituciones. No
es más que un aprendiz de brujo, hábil solo para desencadenar grandes catástrofes
si se le permite actuar. El individuo es estúpido. Solo la especie es sabia.
Los cambios deben introducirse poco a poco y siempre siguiendo la tendencia de la
tradición. La tradición conforma un entramado de costumbres, sentido moral y
obediencias voluntarias sobre el cual reposa el orden social. La oposición no se
produce, como habían creído los contractualitas, entre el gobierno civil y la masa de
los súbditos, sino entre una sociedad estructurada y una horda de vagabundos,
entre la civilización y la barbarie. La primera es el depósito de los ideales morales,
la ciencia, el arte y la religión. La segunda es la destrucción de todo esto y la
conversión de los humanos en seres bestiales.
Pese a ser contrario a las teorías del contrato social, Burke está dispuesto a aceptar
que la consolidación de la tradición constituye un pacto, pero a condición de que se
considere que es un pacto entre los que ya han muerto, los que viven en el presente
y los que han de nacer:
Todo contrato de todo estado particular no es sino una cláusula del gran contrato
primario de la sociedad eterna que liga las naturalezas inferiores con las superiores,
conectando el mundo visible con el invisible, según un pacto fijo, sancionado con el
juramento inviolable que mantiene en sus puestos apropiados a todas las
naturalezas físicas y morales

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