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Juan A. Rivero
La culpa del revuelo habido con respecto al amor y a la creencia de que no es otra cosa que un
estado químico la tienen, principalmente, dos insignificantes ratones de campo que se conocen
como campañoles (“voles” en inglés) y que responden a los nombres científicos de Micropus
ochrogaster y Micropus montanus. Los campañoles son parecidos a los ratones corrientes pero
tienen el rabo más corto, las orejas apenas son visibles, son de hábitos subterráneos (las especies
que nos conciernen) y sólo comen substancias vegetales. Tanto el M. ochrogaster como el M.
montanus habitan las praderas secas pero M. ochrogaster es de las regiones bajas y M. montanus
de las montañas y los valles altitudinales.
¿Qué puede tener que ver y cómo se relaciona el estudio de los campañoles (una de cuyas
especies es monógama y asidua protectora de la familia, y la otra promiscua) con los seres
humanos? El mecanismo de adicción descrito anteriormente también ocurre, al parecer, en varias
otras especies monógamas, incluso el hombre. El amor romántico en los seres humanos parece
ser, realmente, una adicción. Cuando se rastreó con un resonador magnético el cerebro de
jóvenes intensamente enamorados se encontró que las áreas activas no eran las que tienen que
ver con emociones profundas, sino las que se activan con el uso de cocaína y otras drogas. En
otras palabras, que el amor usa los mismos mecanismos neurales que se activan cuando hay
adicción a drogas. Parece que nos hacemos adictos al amor al igual que los drogadictos se hacen
adictos a la droga.
Existen variaciones en el número de receptores (oquedades químicas en las que una hormona y
otra substancia “encaja” como lo hace la llave en una cerradura) tanto en los campañoles como
en los humanos y eso tal vez explica las diferencias en la conducta social de los individuos. Otro
detalle interesante es que se ha logrado transferir el gen responsable de los receptores
hormonales de un campañol monógamo a un ratón corriente (que es promiscuo) y el transgénico
se hizo mucho más sociable con su pareja.
La conducta del ser humano infatuado es parecida a la del drogadicto: no puede vivir, no puede
estar, sin el objeto de su adoración; el drogadicto tampoco puede vivir sin el objeto de su
adicción. Cuando el objeto se obtiene, sobreviene la tranquilidad y el sosiego, pero si hubiera una
separación o una ruptura, aparecen los síntomas que en inglés llaman de “withdrawal”, que son
siempre penosos y terribles.
La influencia de los caldos hormonales descritos pudiera perdurar por muchos años, según se
dice, porque los tejidos se acostumbran o se acondicionan a ellos. El amor romántico pasa luego
a un segundo plano y da paso a una relación más estable y más encaminada a producir y criar
hijos que a establecer pareja. Esta nueva relación está influida por un cóctel hormonal distinto en
el que la dopamina deja de ejercer un papel preponderante, y la oxitocina y la vasopresina juegan
el papel principal.