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Comentario a Mateo 5, 1-11: Las Bienaventuranzas

Ocho recetas para la felicidad y un pasadizo entre la tierra y el cielo; ocho caminos para
desprenderse del mundo amándolo hasta el extremo. Ahora, cuando los nubarrones del
escepticismo se yerguen sobre nuestras pobres almas desesperadas, el huracán de la esperanza
nos viene de nueva cuenta desde aquel remoto lugar al oeste de Cafarnaúm, con las sublimes
palabras del Señor que san Mateo registró para la eternidad en el capítulo 5 de su Evangelio

- Dios ve «al revés»

- Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos

- Dichosos los que lloran, porque serán consolados

- Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra

- Vivir la mansedumbre en el siglo XXI

- Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados

- Dios hará justicia, y lo hará pronto

- Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia

- Decálogo de la tolerancia y la misericordia

- Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios

- Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios

-Decálogo del pacífico

- Condiciones para instaurar la paz

- Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos

- Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por
causa mía. Alégrense y salten de contento...

«Felices, dichosos, bienaventurados!...» - Dios ve «al revés»

Las Bienaventuranzas son promesas en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del
hombre que Jesús inaugura, y en las que “se invierten los valores”.
Benedicto XVI (Del libroJesús de Nazaret)

Nacidos para ser felices


Dice el Catecismo de la Iglesia Católica que las Bienaventuranzas son la respuesta «al deseo
natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a
fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer».

Explica Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret lo que implica el pasaje evangélico de las
Bienaventuranzas: «El versículo introductorio (Mt 5,1) es mucho más que una ambientación más
o menos casual... Jesús se sienta: un gesto propio de la autoridad del maestro... Jesús se sienta
en la “cátedra” de Moisés... De este modo se aclara también el significado del monte. El
Evangelista no nos dice de qué monte de Galilea se trata, pero como se refiere al lugar de la
predicación de Jesús, es sencillamente “la montaña”, el nuevo Sinaí.

«Debería haber quedado claro que el “Sermón de la Montaña” es la nueva Torá [ley] que Jesús
trae.

«Pero entonces, ¿qué son las Bienaventuranzas?... Referidas a la comunidad de los discípulos
de Jesús, las Bienaventuranzas son una paradoja: se invierten los criterios del mundo apenas se
ven las cosas en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores de Dios, que es
distinta de la del mundo. Precisamente los que según los criterios del mundo son considerados
pobres y perdidos son los realmente felices, los bendecidos... Son promesas escatológicas, pero
no debe entenderse como si el júbilo que anuncian deba trasladarse a un futuro infinitamente
lejano o sólo al más allá. Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, cuando
camina con Jesús, entonces... ya ahora... algo de lo que está por venir está presente».

Y como esa felicidad realmente se puede hacer presente en algún grado en el mundo de hoy, hay
aún más razones para hacer caso a la exhortación que hiciera Juan Pablo II el 24 de marzo de
2000 en el Monte la las Bienaventuranzas de no creer lo que proclama la voz del mundo, que «es
una voz que dice: ‘Bienaventurados los orgullosos y violentos, los que logran el éxito sin importar
qué, los sin escrúpulos, impíos, descarriados, los que hacen la guerra y no la paz, y pasan por
encima de aquellos que se atraviesan en su camino’»; porque, aunque parezca que ellos son «los
felices», la última palabra siempre la tiene Dios.

Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos

No han faltado quienes han entendido esta primera Bienaventuranza como una especie de
canonización anticipada de aquellos que sufren la pobreza material. Pero..., ¿qué el pobre, por
ser pobre, merece el Cielo, y el rico, por ser rico, no lo merece? ¿Acaso seremos juzgados por
nuestro estatus socioeconómico?

Tal vez parte del conflicto venga de las divergencias entre el evangelista san Lucas y el
evangelista san Mateo: mientras el primero sólo dice: «dichos los pobres», el segundo es más
específico: «dichosos los pobres de espíritu» (o «dichosos los que tienen espíritu de pobre»).

Explica el padre Raniero Cantalamessa, O.F.M., que «Jesús no ha tratado de beatificar a una
clase social» pues «sólo una situación espiritual puede ser puesta en relación con una realidad
espiritual como es el Reino». Pero que sí es muy cierto que «la palabra usada en el Evangelio
para indicar a los pobres (ptochoi) designa a los indigentes, a los infelices, a los hambrientos».
Enseguida lanza la pregunta: «¿Por qué deberían éstos ser favorecidos por Dios?». Y responde
que no por sus méritos religiosos o por su buena disposición, «sino porque Dios debe, por Sí
mismo, en cuanto Rey Justo, defender a quien no tiene defensa».

La solución para comprender hoy esta Bienaventuranza está en buscar una síntesis de las dos
perspectivas, considerando para ello la vida misma de Cristo. Él vivió la pobreza material, si bien
jamás perteneció a la clase más pobre de su época; de hecho, entre sus posteriores seguidores
hubo quienes lo superaron en la vida de austeridad. Pero «Jesús nunca reivindicó para sí un
primado en la pobreza, tal como lo reivindicó, en cambio, respecto de la caridad diciendo que
nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los amigos», explica el padre Raniero.
Sucede que «Jesús no cayó en la trampa en la que cayeron algunos de sus imitadores, de
absolutizar la pobreza material, midiendo sobre ella el grado de perfección». A fin de cuentas, «lo
que da valor religioso a la pobreza es el motivo por el que se elige, y en el caso de Cristo, el
motivo es el amor: ‘Por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza’ (II
Co 8, 9)».

Esta Bienaventuranza, pues, como dijera monseñor Arnulfo Romero en su homilía del 29 de
enero de 1978, «se refiere a los pobres, pero no a cualquier pobre, que hay pobres con espíritu
de avaricia».

Dichosos los que lloran, porque serán consolados


Jesús abre una nueva perspectiva al dolor

En el Antiguo Testamento, Dios cambiaba el llanto en risa. Los judíos creían que el dolor era
efecto del pecado y los paganos que era causado por la fatalidad. El libro de Job mostraba ya que
el dolor tenía un hondo sentido de purificación. Jesús lo eleva a actitud privilegiada ante el Reino.

En el Nuevo Testamento existen nueve palabras diferentes para expresar tristeza. La palabra que
Jesús emplea en Mateo 5, 4 es la más fuerte de las nueve. Expresa el lamento de un corazón
quebrantado.

¿Quiénes lloran?

Esta bienaventuranza se refiere a tres tipos de dolor:

1) Los que lloran ante eventos tristes, y también por las tribulaciones temporales y otras pruebas
en la vida cristiana.

2) Quienes, debido a su pecado, sienten la profunda separación que ha causado entre Dios y
ellos, y reconocen su miseria espiritual.

3) Los que lloran debido a los pecados de otros y al estado pecaminoso de la sociedad en
general. Jesús, por ejemplo, lloró sobre Jerusalén.

El verdadero cristiano es el que llora también por los pecados de otros. No se detiene en sí
mismo. Le preocupa el estado de la sociedad, y el estado del mundo.

En cambio, explica monseñor Miguel Romano, obispo de Guadalajara, «las lágrimas que no son
bienaventuradas son aquellas que son expresión de un fracaso o de una pérdida y manifiestan el
amor propio herido o descubierto. Tampoco son bienaventuradas las lágrimas cuando, al sentir
que no se alcanzó lo que tanto se anhelaba, se entra en una etapa de rebeldía».

En la actualidad
En el siglo XXI podemos decir:

Bienaventurados aquellos que sufren al ver el hambre, la falta de oportunidades y la pobreza


material de sus semejantes.

Bienaventurados los que sufren por ver como sus prójimos viven esclavizados en un mundo
hedonista y materialista.

Bienaventurados los que sufren por ser conscientes de sus pecados y luchar por superarlos.
Bienaventurados los que sufren por las profanaciones y blasfemias hechas a la Sagrada
Eucaristía

Bienaventurados los que lloran por ver como hay quienes se enriquecen a costa de la miseria de
otros.

Bienaventurados los que lloran por ver como las drogas atrapan a hombres y mujeres.

Bienaventurados los que lloran al ver como se intentan llenar los vacíos espirituales con
adicciones de todo tipo.

Llorar por los propios pecados y los de la sociedad es el primer paso para, desde las
coordenadas existenciales, trabajar para superarlos. Y Cristo nos promete su consuelo.

Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra


En otras traducciones dice «los mansos»

¿Y qué significa ser manso?

Por el P. Raniero Cantalamessa, O.F.M.

Para descubrir quiénes son los mansos proclamados bienaventurados por Jesús, es útil pasar
revista brevemente a los términos con los que la palabra mansos (praeis) se plasma en las
traducciones modernas. El italiano tiene dos términos: miti y mansueti. Este último es también el
término empleado en las traducciones españolas, los mansos. En francés la palabra se traduce
con doux, literalmente «los dulces», aquellos que poseen la virtud de la dulzura (no existe en
francés un término específico para decir mansedumbre; en el Dictionnaire de spiritualité esta
virtud está expuesta en la voz douceur, dulzura).

En alemán se alternan diversas traducciones. En la traducción ecuménica de la Biblia, la Einheits


Bibel, los mansos son aquellos que no ejercen ninguna violencia —die keine Gewalt anwenden—,
por lo tanto los no-violentos. Algunos autores acentúan la dimensión objetiva y sociológica y
traducen praeis con Machtlosen, los inermes, los sin poder. El inglés vincula habitualmente praeis
con the gentle, introduciendo en la bienaventuranza el matiz de gentileza y de cortesía.

Cada una de estas traducciones evidencia un componente verdadero, pero parcial, de la


bienaventuranza. Hay que considerarlas en conjunto y no aislar ninguna, a fin de tener una idea
de la riqueza originaria del término evangélico. Dos asociaciones constantes, en la Biblia y en la
exhortaciones cristianas antiguas, ayudan a captar el «sentido pleno» de mansedumbre: una es la
que acerca entre sí mansedumbre y humildad, la otra la que aproxima mansedumbre y paciencia;
la una saca a la luz las disposiciones interiores de las que brota la mansedumbre, la otra las
actitudes que impulsa a tener respecto al prójimo: afabilidad, dulzura, gentileza. Son los mismos
rasgos que san Pablo evidencia hablando de la caridad: «La caridad es paciente, es servicial, no
es envidiosa, no se engríe...» (I Co 13, 4-5).

Vivir la mansedumbre en el siglo XXI

Algunos no entienden bien qué significa ser mansos, y creen que una persona mansa es alguien
tonto, tímido, que se deja pisotear por los demás. Sin embargo, ser manso es ser tranquilo,
agradable, dócil para aprender, tardo para reaccionar violentamente. La mansedumbre es una
virtud y lo único que puede matarla es el sentimiento de orgullo.
Para los católicos del siglo XXI ser manso significa:

1. Ver la propia vida desde la oración, sabiendo que Dios sabe mejor lo que nos conviene que
nosotros mismos.

2. No ser ciego ante las injusticias económicas y sociales, pero tampoco caer en la
desesperación, señalarlas con firmeza pero sin perder de vista la caridad y sabiendo que la
violencia engendra violencia.

3. Practicar la gentileza, la dulzura en la propia familia. Sólo así construiremos relaciones sanas
donde se formen hombres y mujeres mentalmente sanos.

4. En nuestro contacto con otras personas llevar por delante la cortesía y que esta sea fruto de la
caridad, no de lo políticamente correcto.

5. Reconocer nuestras virtudes y defectos; de esta forma estamos abiertos a entender los puntos
negativos y positivos de los que nos rodean.

6. El manso no se aparta de los problemas del mundo; al contrario, los enfrenta, pero con la
espada de la paciencia y la prudencia.

O. A. E.

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados

Justicia en la Sagrada Escritura es sinónimo de santidad. Un justo, según los judíos del tiempo de
Jesús, era un hombre que ajustaba toda su vida al querer de Dios. Por ejemplo, leemos que san
José «era un hombre justo» (Mt 1, 19). Lo que el justo buscaba era la gloria divina y no su propio
interés personal; por eso san José, al darse cuenta de que la Santísma Virgen María esperaba un
hijo, «no queriendo denunciarla públicamente, resolvió repudiarla en secreto».

Así, «bienaventurados los que tienen hambre y sed justicia» equivale a decir «bienaventurados
los que tienen hambre y sed de que se cumpla en ellos la voluntad de Dios»

En el Evangelio Jesús dice: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mt 5, 48).
La gente de virtud se angustia con estas palabras, y se pregunta: ¿Puede alguien ser tan perfecto
como Dios? ¿No parece esto soberbia? Un alma religiosa le decía en la oración al Señor: «Mi
buen Jesús, ¿cómo puedes pedirnos semejante cosa? ¿Cómo podemos nosotros ser perfectos,
cuando estamos agobiados de fragilidades y pecados?». Y el Señor le contestó: «Si un alma vive
en Mí, entonces Yo soy la perfección en ella» .

Este grado de perfección puede desearse —esto es lo que significa precisamente tener sed—,
pero no está en nuestras manos. Es pura iniciativa de Dios. Como decía San Pablo: «Y ya no vivo
yo, ¡es Cristo quien vive en mí!» (Gal 2, 20). Quizás por eso le decía el Señor a sor María Natalia
Magdolna: «No estén angustiados de cómo hacerse santos. Sólo ámenme y sumérjanse en Mí.
Piensen siempre en Mí y háblenme. Traten de encontrarme en cada momento de su vida. Yo soy
el único que puedo hacerlos santos». Y en otra ocasión en que ella se juzgaba muy pecadora, le
dijo: «Tu sola preocupación debe ser amarme. Ya no te preocupes más por tus pecados. No
trabajes para ser santa, eso déjamelo a Mí. Yo te haré santa. Tu sola preocupación es la de
amarme».

¿Entonces, esta bienaventuranza nada tiene que ver con la venida de una justicia tal como la
entendemos ahora? ¿Dios no va a compadecerse de los que sufren toda suerte de atropellos y
tiranías? Responde monseñor Arnulfo Romero que, si bien la justicia en sentido bíblico se refiere
a la buena relación entre el hombre y Dios, «es también la victoria de Dios sobre la maldad del
hombre»; por eso, «¡dichosos los que la anhelan!, porque ellos quedarán saciados, verán cómo
se cumple esta alegría, se llena esta hambre».

Al final nadie podrá quejarse de que no le tocó justicia, de que no le tocó lo que le correspondía.

Dios hará justicia, y lo hará pronto

+ «Mi salvación durará para siempre, mi obra de justicia no se frustrará. Oídme, sabedores de lo
justo, pueblo consciente de mi ley: no temáis afrenta humana, ni de ultrajes os acobardéis. Pues
como un vestido se los comerá la polilla y como la lana los comerá la tiña. Pero mi justicia por
siempre será...» (Is 51, 6-8).

+ «A vosotros, los adeptos a mi Nombre, os alumbrará el sol de justicia con la salida de sus rayos,
y saldréis brincando como becerros bien cebados fuera del establo. Y pisotearéis a los malvados,
que serán como ceniza bajo la planta de vuestros pies, el día que estoy preparando, dice Yahveh
Sebaot» (Mal 3, 20-21).

+ «Tuve envidia de los presuntuosos, al ver la prosperidad de los malvados... Siempre tranquilos
acrecientan sus riquezas. Entonces, ¿en vano mantuve puro mi corazón?... Yo reflexionaba,
tratando de entenderlo, pero me resultaba demasiado difícil. ¡Hasta que entré en el Santuario de
Dios y comprendí el fin que les espera!» (Salmo 73 [72]).

+ «¿Dios no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche, y les hace
esperar? Os digo que les hará justicia, y lo hará pronto» (Lc 18, 7-8).

Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia

¿Qué es la misericordia?

«Misericordia» es una palabra que puede ser entendida de muchas maneras. Entonces el
mandato divino «Ser misericordiosos» a veces nos puede llevar a confusiones o malas
interpretaciones. Es por ello que presentamos un acercamiento a esta palabra que nos lleva a un
mayor entendimiento de las Bienaventuranzas.

En la Biblia

En Hebreo la palabra Hésèd, que se traduce como misericordia o amor, forma parte del
vocabulario del Antiguo Testamento. Del lado de Dios designa un amor inquebrantable, capaz de
mantener una comunión para siempre, sin importar lo que acontezca. Pero como la alianza de
Dios con su pueblo es una historia de rupturas y de nuevos comienzos desde la partida (Éxodo
32–34), resulta evidente que semejante amor incondicional suponga el perdón; aquí encontramos
asociados el perdón y la misericordia.

En el Nuevo Testamento también encontramos la palabra rahamîm, lfa cual se le encuentra junto
a hésèd, pero tiene una mayor carga emocional. Literalmente significa entrañas, es una forma
plural de réhèm, el seno materno. La misericordia, o la compasión, es aquí el amor sentido, el
afecto de una madre hacia su hijo (cfr. Isaías 49, 15), la ternura de un padre por sus hijos (cfr.
Salmo 103,13), un amor fraterno intenso (cfr. Génesis 43,30).
Vivir la misericordia

De lo anterior se deduce que la misericordia es una actitud bondadosa de compasión hacia otro,
generalmente del ofendido hacia el ofensor o desde el más afortunado hacia el más necesitado.
Misericordia implica perdonar; compadecerse es decir padecer con el otro, un movimiento
amoroso que nace de la entraña del ser humano, de lo más hondo. Una cara más de lo que
conocemos como amor.

En el orden físico, intelectual y moral, el hombre puede estar lleno de calamidades y miserias. Por
eso las obras de misericordia son innumerables -tantas como necesidades del hombre-, aunque
tradicionalmente, a modo de ejemplo, se han señalado catorce, en las que esta virtud se
manifiesta de manera concreta. Nuestra actitud compasiva y misericordiosa ha de ser en primer
lugar con los que habitualmente tratamos, con quienes Dios ha puesto a nuestro lado y con
aquellos que están más necesitados.

La misericordia nos llevará a preocuparnos de la salud, del descanso, del alimento de quienes
Dios nos encomienda. Por ejemplo, los enfermos merecen una atención especial: compañía,
interés verdadero por su curación, facilitarles el que ofrezcan a Dios su enfermedad…, así se
hacen obras de misericordia materiales, al procurarles lo necesario para aliviar su enfermedad
física y espiritualmente, al prestarles atención, paciencia y solicitud a sus necesidades
psicológicas.

Decálogo de la tolerancia y la misericordia

1. La tolerancia es siempre ideología; la misericordia sólo se entiende desde Dios.

2. La tolerancia te lleva a saber que todos somos iguales; la misericordia, que cada uno es único
e irrepetible.

3. Por tolerancia te soporto, por misericordia te amo.

4. La tolerancia te lleva a la diplomacia; la misericordia a entregarte la vida.

5. Ser tolerante es un talante; ser misericordioso es ponerse en el lugar del otro.

6. Siendo tolerantes nos respetamos; siendo misericordiosos hacemos un mundo de hermanos.

7. Por tolerancia te respeto, por misericordia te comprendo.

Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios

Ser de corazón limpio

Por el P. Raniero Cantalamessa, O. F. M.

En realidad, la pureza de corazón no indica, en el pensamiento de Cristo, una virtud particular,


sino una cualidad que debe acompañar todas las virtudes, a fin de que ellas sean de verdad
virtudes y no, en cambio, «espléndidos vicios». Su contrario más directo no es la impureza, sino
la hipocresía. Qué entiende Jesús por «pureza de corazón» se deduce claramente del contexto
del sermón de la montaña. Según el Evangelio, lo que decide la pureza o impureza de una acción
—sea ésta la limosna, el ayuno o la oración— es la intención: esto es, si se realiza para ser vistos
por los hombres o por agradar a Dios.

La pureza, entendida en el sentido de continencia y castidad, no está ausente de la


bienaventuranza evangélica (entre las cosas que contaminan el corazón, Jesús sitúa también
«fornicaciones, adulterios, libertinaje»); pero ocupa un puesto limitado y, por así decirlo,
«secundario». En realidad, los términos «puro» y «pureza» (katharos, katharotes) nunca se
utilizan en el Nuevo Testamento para indicar lo que con ellos entendemos nosotros hoy, esto es,
la ausencia de pecados de la carne. Para esto se usan otros términos: dominio de sí (enkrateia),
templanza (sophrosyne), castidad (hagneia).

El peor enemigo: la hipocresia

La hipocresía es el pecado denunciado con más fuerza por Dios a lo largo de toda la Biblia y el
motivo es claro. Con ella el hombre rebaja a Dios, le pone en el segundo lugar, situando en el
primero a las criaturas, al público. «El hombre mira la apariencia, el Señor mira el corazón» (I S
16, 7): cultivar la apariencia más que el corazón significa dar más importancia al hombre que a
Dios.

La hipocresía es, por lo tanto, esencialmente, falta de fe; pero es también falta de caridad hacia el
prójimo, en el sentido de que tiende a reducir a las personas a admiradores. No les reconoce una
dignidad propia, sino que las ve sólo en función de la propia imagen.

Por cuanto se ha dicho, parece claro que el puro de corazón por excelencia es Jesús mismo. De
Él sus propios adversarios se ven obligados a decir: «Sabemos que eres veraz y que no te
importa nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el
camino de Dios» (Mc 12, 14). Jesús podía decir de sí: «Yo no busco mi gloria» (Jn 8, 50).

Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios

¿Quiénes son los pacíficos?

No se habla de los pacíficos estáticos sino de los dinámicos: aquellos que son los constructores
de la paz; los que, por amor a Cristo, se dedican a edificar la armonía. La realización de la paz
tiene un aspecto interno que consiste en el comportamiento personal de la voluntad de vivir en
concordia con los demás. «La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da, os la doy yo»
(Jn 14,27). Y así aconseja san Pablo: «Corresponded a sus desvelos con amor siempre creciente.
Vivid en paz entre vosotros» (1Tes 5,13).

El contenido de la bienaventuranza incluye a todo el que busca y difunde la paz y trabaja por ella.
Abarca a todos; la misma estructura en que está redactada lleva a una formulación universal e
impersonal

Los pacíficos en el siglo XXI son:

Aquellos que construyen un ambiente de armonía en sus familias.


Aquellos que tratan con decoro y cariño a su cónyuge
Aquellos que tratan con cortesía y valentía.
Aquellos que buscan y viven en una paz interior.
Aquellos que buscan la concordia en sus ambientes de trabajo.
Aquellos que exigen con firmeza pero sin olvidar la caridad.
Aquellos que oran por un mundo menos cruel.
Aquellos que alientan con el saludo y con la palabra oportuna.
Decálogo del pacífico

Por Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona

1- Mira a todos con respeto y benevolencia.

2- No hables mal contra nadie, no condenes a ninguna persona, a ningún grupo, a ningún pueblo,
a ninguna institución.

3- Perdona las injurias presentes y pasadas, líbrate de las garras del odio, guarda la libertad de tu
corazón para amar, para convivir, para comenzar una vida nueva cada día.

4- Desea sinceramente la paz con todos, la colaboración, la convivencia, el gozo de la fraternidad


y del servicio.

5- Trata de simplificar los problemas en vez de agrandarlos; no acumules las sombras, busca en
todo los resquicios de la luz y los caminos de la esperanza.

6-Ten valor de negarte a colaborar con cualquier proyecto violento, apártate de los que enseñan y
practican el odio, la venganza, el amedrentamiento y la violencia.

7- Crea en torno a ti sentimientos y actitudes de paz, de concordia, de convivencia, de


misericordia y de consuelo.

8- Apoya a los que trabajan sinceramente por la paz, en la verdad, en la libertad y en la justicia.

9- Dedica a algún tiempo a trabajar tú también por la paz, con serenidad, esperanza y
generosidad.

10- Pide a Dios que te dé el espíritu de la sabiduría, de la bondad, de la fortaleza y de la


generosidad para ser instrumento de su bondad y de su amor en un mundo renovado, donde
todos podemos vivir en la verdad, el amor, la libertad y la fraternidad.

Condiciones para instaurar la paz


Por el P. Alfonso Lopéz Quintás

En esquema, formarse para la paz supone lo siguiente:

1. Aceptarse uno a sí mismo, a la propia realidad personal con todo cuanto implica.

2. Respetar al otro en lo que es, en su condición de persona, es disponerse para la concordia.


Reducirlo de rango es prepararse para el ataque. Cuando se reduce a una persona o un pueblo a
mero obstáculo en el camino, estamos en franquía para intentar anularlo. Es el preludio de todos
los conflictos.

3. De nuestros ideales depende todo. Si nuestro ideal es el ajustado a nuestro ser personal,
seremos fundadores de paz. Si es un ideal falso, generaremos lucha y conflicto, porque nosotros
mismos estaremos desgarrados internamente entre lo que somos y lo que debiéramos ser. Para
fundar paz, hay que empezar por conseguir el equilibrio personal y la armonía interior.
4. Este equilibrio armónico es destruido por el pecado. Proclamar que uno está contra la guerra y
a favor de la paz y fomentar a la vez la actitud de hedonismo egoísta -fuente de las experiencias
de vértigo- es una grave incoherencia. La sociedad está desgarrada hoy día por toda suerte de
incoherencias de este género.

5. Podríamos decir, pues, con todo rigor que formarse para la paz es formarse para amar la
verdad incondicionalmente, desinteresadamente. La verdad no es objeto de posesión. No tiene
sentido hablar de «mi» verdad. La verdad no la poseo; soy nutrido por ella. Es necesario para el
crecimiento de la persona que haya verdades absolutas que constituyan para el hombre puntos
últimos de referencia que den sentido a su vida.
www.autorescatolicos.org

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos

No se trata de cualquier perseguido

Para los escritores del Antiguo testamento «justicia» (en hebreo sedeq/sedaga) designa la recta
«conducta» de Dios y de los hombres, no con respecto a una norma ideal de rectitud, sino con
respecto a las relaciones existenciales concretas que existen entre los socios. La «justicia» del
hombre se presenta como la actuación grata a Dios y es contrapuesta a la maldad.

En esta bienaventuranza Jesús no se refiere a los que huyen perseguidos por cualquier causa; es
preciso que sea por causa del bien que hacen. Perseguido es aquel que es molestado, aquel al
que se hace sufrir, al que se le busca hacerle daño por el solo hecho de ser hombre de bien.

Entonces viene la pregunta: ¿Qué es hacer el bien? Es buscar lo bueno para sí y los demás en el
sentido moral y espiritual. Al perseguido por trabajar por la paz, por el amor de los hombres, por
los valores morales enseñados por Jesucristo, por vivir en armonía, por estar al lado de los que
sufren, por hacer que el hombre sea bueno, a ese es al que va dirigida esta bienaventuranza.

En el siglo XXI podemos decir:

Bienaventurados los que luchan por los derechos humanos rectamente entendidos.

Bienaventurados los que abogan por los migrantes y los protegen.

Bienaventurados los que se esfuerzan por mejorar las condiciones materiales y espirituales de
sus prójimos.

Bienaventurados los que se esfuerzan por crear conciencia de los problemas ecológicos y
sociales.

Bienaventurados los que trabajan en casas hogar y asilos.

Bienaventurados los que trabajan en organizaciones de la sociedad promoviendo el desarrollo


auténticamente humano.

Bienaventurados los que con su vida son ejemplo de «hacer el bien».

Bienaventurados los que desde la pastoral de la salud contribuyen a la dignificación del enfermo.

Bienaventurados los que promueven el bienestar de las clases más desprotegidas.


Bienaventurados todos los que hacen el bien sin mirar a quien.

Un ejemplo actual: Sacerdote amenazado por socorrer a migrantes

«Estoy trastocando intereses fuertísimos», afirma

El padre Alejandro Solalinde es el encargado del albergue para migrantes llamado «Hermanos del
camino», situado en el estado de Oaxaca. De un día para otro este sacerdote se ha convertido en
el hombre más amenazado y buscado por los grupos criminales en México, pues a mediados de
diciembre dio a conocer el secuestro de 50 inmigrantes centroamericanos. En un primer momento
el gobierno mexicano tachó de falsa esta información, pero finalmente los hechos se impusieron.

Ahora vive bajo la amenaza de muerte de Los Zetas y de la Mara 13, quienes le exigen que
entregue a los 15 jóvenes que lograron escapar de sus garras.

Denuncia corrupción

Además, el sacerdote Alejandro Solalinde denunció la criminal colusión de policías y funcionarios


con la delincuencia en la zona del sur de México, donde presuntamente se dio el medio centenar
de indocumentados secuestrados el pasado 16 de diciembre.

«Tenemos el enemigo en casa», sostuvo el también sacerdote y máximo responsable del


albergue «Hermanos del camino», ubicado en Ciudad Ixtepec, quien alega que la corrupción
anida «sobre todo» entre agentes de corporaciones policíacas que operan en la zona.

Migrantes, tema pendiente

Como ya lo hemos mencionado en este periódico (ver números 791 al 796), la Iglesia tiene
diversos albergues a lo largo de la ruta que siguen los migrantes, y se ha denunciado repetidas
veces la perversa unión entre algunas autoridades y grupos criminales, cuyo resultado es el
secuestro y vejación de centroamericanos que cruzan nuestro país. El padre Solalinde es uno de
los millones de católicos que luchan por el bienestar de sus prójimos y ello le ha generado
persecución.

Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por
causa mía. Alégrense y salten de contento...

Entre menos libertad más acoso

Una y otra vez lo hemos dicho, los cristianos «son actualmente el grupo religioso que sufre el
mayor número de persecuciones a causa de su fe. Muchos sufren cada día ofensas y viven
frecuentemente con miedo por su búsqueda de la verdad, su fe en Jesucristo y por su sincero
llamamiento a que se reconozca la libertad religiosa», esto lo asienta el Papa Benedicto XVI en su
más reciente mensaje sobre la paz.

Existe acoso a cristianos porque falta libertad religiosa. El Papa habla claro: «Todo esto no se
puede aceptar, porque constituye una ofensa a Dios y a la dignidad humana; además es una
amenaza a la seguridad y a la paz, e impide la realización de un auténtico desarrollo humano
integral».
En un mundo donde reine la justicia con la misma determinación con la que se condenan las
formas de fanatismo y fundamentalismo religioso se deben eliminar formas de hostilidad contra la
religión que limitan el papel público de los creyentes en la vida civil y política.

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