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ALUMNOS
Paulina Irarrázabal Bravo
Rodrigo Valdés Rojas
INDICE
INTRODUCCION 1
MODELO 3
1. LOS FUNDAMENTOS TEÓRICOS DEL ENFOQUE ESTRATÉGICO. 3
1.1 LAS REGLAS DE COMUNICACIÓN EN LOS SISTEMAS FAMILIARES. 4
1.2 LAS ETAPAS DEL CICLO FAMILIAR. 5
I. El galanteo. 6
II. El matrimonio 6
III. El nacimiento de los hijos. 6
IV. El período intermedio del matrimonio. 7
V. La partida de los hijos. 7
VI. El retiro y la vejez. 7
1.3 LAS MODALIDADES DEL CAMBIO. 8
1.4 LA NOCIÓN DE DOBLE VÍNCULO TERAPÉUTICO. 9
2. LA CONCEPCIÓN OPERATIVA DEL ENFOQUE ESTRATÉGICO. 10
3. LAS TÉCNICAS DEL ENFOQUE ESTRATÉGICO. 12
3.1 LAS INSTRUCCIONES DIRECTAS. 13
3.2 LAS INSTRUCCIONES PARADÓJICAS. 13
3.2.1 REDEFINICIÓN, RE – ENCUADRE O RE – ESTRUCTURACIÓN. 14
3.2.2 CONNOTACIÓN POSITIVA. 15
3.2.3 PRESCRIPCIÓN DEL SÍNTOMA. 15
3.2.4 DESALENTAR. 16
4. CUADRO RESUMEN MRI 17
5. REFLEXIÓN Y ANÁLISIS CRITICO 18
BIBLIOGRAFIA 21
INTRODUCCION
Hace 40 años, en el año 1959 en la localidad de Palo Alto, se fundaba el Mental Research
Institute. En aquellos momentos, el grupo pionero estaba compuesto por Donald Jackson,
Jules Riskin y Virginia Satir, incorporándose durante el segundo año, Paul Watzlawick, que
tendrá y tiene hasta el día de hoy, una preponderante importancia en relación al MRI.
Este equipo colaboraba en investigación con otro grupo pionero en aquel momento,
conformado en ese entonces por un eminente antropólogo llamado Gregory Bateson, John
Weakland, Jay Haley y Willam Fry, grupo que se dedica en sus principios a estudiar las
paradojas de la comunicación, dando a conocer los resultados en el primer artículo del
grupo (y de relevancia significativa hasta el día de hoy), llamado Hacia una teoría de la
esquizofrenia (1962), en donde se planteaba la dinámica del doble vínculo.
De manera análoga y consecutiva durante la segunda mitad de los años 60, Watzlawick y su
grupo de investigadores en el MRI (Beavin y Jackson), siguiendo con los planteamientos
previos de Bateson y basados en la Teoría General de los Sistemas de Von Bertalanffy y la
Teoría de los Tipos Lógicos de Russell y Whitehead como principales referentes teóricos,
postulan cinco axiomas básicos para la comunicación humana, describiendo al mismo
tiempo, las formas en que estos procesos comunicativos pueden verse alterados. Así es
como aparece en el año 1967, la Pragmática de la Comunicación Humana (CPH), cobrando
una relevancia significativa e histórica, consolidando un cambio de paradigma en el
entendimiento de los procesos comunicativos, pasando de la linealidad y
unidireccionalidad, al planteamiento de que lo central es la circularidad, las relaciones y la
interacción
Dicha revolución lleva a abandonar una concepción del conocer inspirada en la linealidad,
para entrar en los procesos circulares que entendían que un efecto también tenía su
influencia sobre las causas que lo provocaban. Cobra acá relevancia por tanto, la
concepción el trabajo con familias y la cibernética.
Es así como respecto de las técnicas, estos autores sintetizaron e integraron a su vez a su
perspectiva sistémica, las aportaciones técnicas de la hipnoterapia de Milton Erickson, de
modo que, hecho esto dentro de la óptica de la formulación de modelos sistemáticos,
convirtieron el enfoque estratégico de la terapia de Erickson de “puro arte o simple magia”
en un procedimiento clínico repetible.
En definitiva, esta nueva modalidad de trabajo, viene a ser la resultante de las aplicaciones
de la Pragmática de la Comunicación en el ámbito de psicoterapia, se difundió y se conoce
hasta ahora como Enfoque Estratégico en Terapia Familiar Sistémica y es justamente de
lo que profundizaremos en el presente trabajo.
MODELO
El Enfoque Estratégico considera también las distintas etapas por las que atraviesa una
familia como grupo, durante el ciclo de vida que desarrolla; cada una de dichas etapas
tiene sus peculiaridades en cuanto a las relaciones intra y extrafamiliares y sus
consecuentes definiciones y re-definiciones a través del tiempo. Todas ellas son
potencialmente transitables sin problemas, siguiendo ciertas tendencias naturales, pero
también dicho tránsito entre una y otra puede generar serios problemas, cuando por diversas
razones surgen dificultades de ajuste y respuestas a las condiciones que cada una de ellas
demanda.
Por otra parte, la distinción hecha por Watzlawick et al. (1974) respecto de las
paradojas pragmáticas, indica que quien enfrenta ese tipo de situaciones se encuentra en
una posición insostenible, dado que las alternativas con que cuenta no son tales. Al mismo
tiempo, percatarse que las opciones presentadas constituyen sólo una ilusión, significa que
la persona afectada debiera ser capaz de darse cuenta no sólo de la características de las
“alternativas”, sino también de la condición doble-vinculante global en que se encuentra.
El ser humano por tanto, al contar con un solo y mismo lenguaje, y dado el hecho
que comunicación y metacomunicación corresponden a niveles lógicos distintos, esta
situación particularmente humana establece las bases para que se genere la comunicación
paradójica, al mezclarse ambos niveles.
Por tanto y en conclusión, esta mezcla o poca coordinación entre ambos niveles,
origina el fenómeno comunicativo conocido como – la paradoja pragmática – que se
constituye como un elemento particularmente complejo y conflictivo para la interacción
humana y donde pone énfasis el modelo estratégico. Al mismo tiempo, y dada la
relevancia de dicho fenómeno comunicativo y relacional, se ha buscado la forma de generar
intervenciones – el doble vínculo terapéutico o contraparadoja – que contribuyan a manejar
los mismos problemas que esta condición genera.
Las personas en proceso de conseguir pareja enfrenta una situación muy particular:
el inicio de una relación que lo involucra simultáneamente dos ámbitos; su pareja misma y
ambas familias, cada cual con sus propias expectativas y demandas.
La forma en que cada pareja avanza en este proceso, no sólo está influida por las
condiciones actuales en que ellas se presentan y por la propia apreciación que cada uno de
ellos tiene al respecto, sino también por la propia historia que cada cual trae consigo al
matrimonio y por la trama todavía vigente (en diversos grados) con sus respectivas familias
de origen.
III. El nacimiento de los hijos. Un hijo no sólo impone una cantidad casi innumerable
de nuevas demandas que la pareja deberá saber satisfacer, sino que define de una manera
hasta entonces inédita la relación misma de los cónyuges. Si la unión matrimonial ha sido
considerada inicialmente como una prueba, la separación puede empezar a considerarse
menos posible. Si los miembros de la pareja se veían a sí mismos como muy
comprometidos, pueden percibir ahora la fragilidad de ese compromiso en contraste con el
que implica un hijo en común.
Otro aspecto que suele ser crucial y muchas veces fuente de conflictos, es cuando
los hijos inician su vida escolar. Se relaciona esto con dos aspectos concretos, uno
relacionado con una primera representación, aunque atenuada, de la casi inevitable partida
definitiva del hogar una vez que terminen su educación, lo cual volverá a dejar a los padres
solos el uno con el otro. Por otra parte, las concepciones y modos de crianza que cada
padre tiene, se expresan de manera más clara cuando el niño amplía su mundo y contactos
sociales, quedando expuesta la forma en que los padres están llevando a cabo la tarea de
crianza, y su consecuente exposición a la evaluación de los demás respecto de esta tarea.
IV. El período intermedio del matrimonio. En esta etapa los niños se vuelven menos
demandantes y generan otra vivencia del tiempo en la madre. Esta puede considerar que es
el momento de retomar las actividades postergadas por la crianza, pero si no tiene
proyecciones de ese tipo (fuera del rol madre), puede aproblemarse al percibir que los niños
la necesitan cada vez menos y que la importancia del ser dueña de casa y madre,
disminuyen significativamente. El marido por otro lado, se encuentra en un punto de su
vida laboral en que ya tiene claro en qué medida ha alcanzado o podrá alcanzar sus
propósitos largamente proyectados; si lo ha conseguido o no, etc… Si sus aspiraciones y/o
metas no han sido alcanzadas, su desilusión puede afectar de manera considerable el
vínculo conyugal y familiar.
A diferencia de los problemas surgidos en los años iniciales del matrimonio, en que
la inestabilidad emerge asociada al naciente establecimiento de pautas para manejarlos, los
del período intermedio responden a patrones habituales y recurrentes a los que la pareja
hecha mano, pero que dadas las nuevas condiciones, ya no resultan útiles. Una forma
habitual de estabilizar la relación entre los padres puede haber sido el comunicarse a través
de los hijos; cuando los hijos comienzan a estar mucho menos en la casa y sus vínculos se
empiezan a extender a otros ámbitos, prefigurando la partida, el recurso empieza a
difuminarse y la pareja puede entrar en crisis.
V. La partida de los hijos. Los padres mantienen durante largos años un vínculo de
responsabilidad respecto de los hijos. Este proceso obliga a profundos y complejos
cambios adaptativos en la interacción padres – hijos a lo largo de los años y redefine
también, muchas veces de manera dramática, la relación entre los propios padres cuando
los hijos finalmente parten.
VI. El retiro y la vejez. Una pareja que ha logrado adaptarse a la partida de los hijos,
habiendo superado también las posibles duras redefiniciones del período intermedio, puede
entrar a esta etapa en condiciones que favorecen el logro de la armonía; sin embargo,
muchas veces el retiro de la vida activa del marido, puede complicar esta nueva fase. La
utilidad de los problemas para mantener la funcionalidad del sistema, que resulta evidente
durante todo el ciclo, puede tornarse marcadamente manifiesta en los años de declinación
vital, en que la autoestima y valoración de las personas, depende casi exclusivamente de la
importancia que cada miembro de la pareja tiene para el otro. En este contexto, incluso
la enfermedad y el desvalimiento de uno o de otro, puede servir para evitar
disfuncionalidades mayores en el sistema de convivencia.
Cuando finalmente alguno de los cónyuges muere, el que sobrevive tiene que volver
a redefinir su utilidad y valía como persona; puede también volverse – otra vez – de una
manera distinta hacia la familia extensa, donde las generaciones más jóvenes adquieren un
papel fundamental, pues como señala Haley (1980b) “…del modo como los jóvenes cuidan
de los viejos, deviene el modelo de cómo se cuidará de ellos cuando a su vez envejezcan,
pues el ciclo familiar se renueva sin fin”.
En este mismo sentido, pueden distinguirse dos diferentes tipos de cambio: a) el que
tiene lugar al interior de un sistema y que consiste en una dinámica basada en distintas
combinaciones de elementos que están contenidos dentro del sistema mismo, denominado
cambio 1, y b) aquél que se manifiesta desbordando los límites del sistema y yendo más
allá de las oposiciones que pueden presentarse al interior de éste. Se trata de un “cambio
del cambio” e implica una situación radicalmente distinta a la anterior. Se le denomina
cambio 2.
Basándose en la idea que los mismo que ha hecho enloquecer o sufrir a alguien
debiera servir para devolverle la cordura o alivio, Watzlawick et al. (1974), postularon que
este mismo tipo de situación o comunicación (usada como recurso terapéutico), parecía ser,
incluso, el único modo eficaz de interrumpir los circuitos o patrones de comunicación doble
vinculante que presentan los distintos sistemas de interacción humana.
2) El marco definido por el tipo de relación antes descrito, sirve de contexto para
que el terapeuta emita mensajes que, a) refuerzan la conducta que el paciente
espera modificar, b) hacen que dicho refuerzo constituya el vehículo del cambio,
c) generan una paradoja, pues se le indica al paciente que cambie
permaneciendo igual.
Dicho de otra manera, el doble vínculo terapéutico empuja al paciente fuera del
sistema comunicacional e interactivo previamente establecido, en el cual se ha constituido
su problema.
Este paso fuera del marco en que ha surgido la dificultad, es lo que quienes solicitan
ayuda no han podido, hasta ese momento, realizar por sí mismos. La inclusión de un
experto, que además es ajeno al sistema original, posibilita no sólo la configuración de un
sistema más amplio con nuevas posibilidades de auto – observación, sino que también
permite introducir nuevas metarreglas (cambio 2), que el sistema no podía generar a partir
de su propio funcionamiento (cambio 1).
Las familias con síntomas o quejas, son sistemas que no se adecuan suficientemente
a las cambiantes circunstancias (del ciclo familiar, por ejemplo) y en las cuales
paulatinamente comienzan a predominar de manera poco proporcionada las tendencias
homeostáticas, por sobre el cambio y la transformación. Dificultadas para dar con formas
adaptativas de respuesta al medio o a nuevas condiciones intrafamiliares, tienden a generar
patrones redundantes de conducta basados en las mismas reglas y premisas previas. En su
intento por preservar el sistema, se apegan a secuencias rígidas de interacción que ya no
resultan funcionales en las nuevas condiciones; generan elaborados circuitos de interacción
y comunicación del tipo “más de lo mismo” (Watzlawick, Weakland y Fish, 1976). En
otras palabras, los integrantes del sistema no están en condiciones de encontrar una
alternativa desde dentro del sistema; reiteran en soluciones del tipo cambio 1, sin llegar a
modificar las reglas mismas que gobiernan la interacción familiar.
A partir de lo anterior, en el Enfoque Estratégico el terapeuta orienta su acción a
incorporar novedad y diversidad en los modos de comunicarse e interactuar que muestran
los miembros del grupo familiar al momento de ser atendidos. Se sitúa en una meta –
posición respecto del sistema familiar y opera desde allí mediante intervenciones destinadas
a producir cambios de tipo 2, es decir, cambios que desborden los límites dentro de los
cuales, hasta ese momento, la familia ha estado buscando infructuosamente la solución.
Dicho de otra manera, el terapeuta estratégico intenta destrabar la interacción familiar que
se le presenta, proporcionando nuevos elementos que permitan que las reglas que gobiernan
dicha interacción sean cambiadas.
Una vez que el terapeuta cree saber de qué modo está siendo mantenido el problema
en el sistema familiar, planea una estrategia global y diseña intervenciones especificas,
cuyo propósito, en primera instancia, es bloquear la secuencia de acción/comunicación en
que se sustenta el síntoma o conducta – problema.
Haley (1980), postula que los cambios tienen mayor probabilidad de ser logrados en
etapas, que de una sola vez. Sugiere este autor que, en primer lugar el terapeuta debe
interrumpir la secuencia de interacción que mantiene el problema, aunque sea
sustituyéndola por otra no del todo deseable, para luego desde allí intentar la
reorganización más completa y funcional del sistema. Por ejemplo, en una familia con un
padre periférico y una madre excesivamente involucrada con alguno de los hijos, en una
primera etapa éste puede ser colocado al cuidado absoluto y exclusivo del padre (situación
también poco deseable), para luego, en una segunda etapa, realizar acciones orientadas a
lograr un patrón familiar más equilibrado.
El Enfoque Estratégico considera que las soluciones de sentido común rara vez
funcionan bien; es poco habitual que las personas tengan la capacidad de observar el
sistema desde fuera, lo cual hace que al intentar resolver su problema, reiteren conductas
Dado que los problemas se consideran mantenidos por las propias interacciones
familiares, las prescripciones deben encajar con la dinámica general que la familia presenta
e involucra, en lo posible, a todos los miembros del grupo.
Se sostiene en la premisa que los cambios de tipo 1, que por lo general las familias
intentan fallidamente aplicar por sí mismas a sus problemas, están basados en el sentido
común y conllevan “más de lo mismo”, reverberando en un circuito sin fin. En contraste
con aquellos, las instrucciones que imparte el terapeuta en orden a conseguir un cambio de
tipo 2, parecen ilógicas y no siguen el sentido común.
De allí que las técnicas psicoterapéuticas más propias y características del Enfoque
Estratégico no sigan la lógica habitual de causa – efecto y por el contrario, estén basadas
esencialmente en las nociones de la comunicación paradójica y en el concepto de doble
vínculo terapéutico.
Las instrucciones paradójicas son un recurso clave dentro del Enfoque Estratégico.
Están diseñadas para promover el cambio mediante una rebelión a las instrucciones
mismas, o bien mediante un acatamiento de éstas hasta un extremo absurdo que finalmente
hace que la familia se niegue a seguirlas. Las instrucciones paradójicas generalmente
parecen absurdas y, a menudo, toman la forma de prescripción del síntoma. Por ejemplo,
un terapeuta puede señalar la conveniencia de que un adolescente mantenga su mal
comportamiento, para que su padre se encargue de reprenderlo brindando, de paso, apoyo a
la madre y mostrando una mayor consideración por las necesidades emocionales de ésta
(que se siente abandonada y carente de apoyo en la crianza). Esta prescripción claramente
inaceptable para cada uno de ellos, los lleva a rebelarse, rehusándose a seguirla, lo cual
constituye el paso fundamental para que la familia inicie el cambio de su actual patrón de
interacción.
Esta posibilidad técnica consiste en realizar una descripción contextual de tal tipo,
que en ella los síntomas o conductas problemáticas, así como las formas peculiares de
comunicación y comportamiento intra – familiares, pueden llegar a ser considerados, en
última instancia, como formas de adaptación que permiten, por ejemplo, la expresión de las
habilidades de un miembro familiar, o que contribuyen a la cohesión familiar, a la
estabilidad de la relación conyugal, o a la protección de algún otro miembro, etc.
El connotar positivamente aquello por lo cual la familia está pidiendo ayuda, sin
duda resulta paradojal para quienes consultan. Por lo mismo, constituye una técnica
poderosa para abrir en el grupo familiar la interrogante acerca del porqué se ha elegido esa
forma para llevar a cabo la función adaptativa que el terapeuta ha descrito. Al mismo
tiempo, genera diversos grados de curiosidad (que el terapeuta utilizará posteriormente),
respecto de cuáles podrían ser otras maneras en que aquello para lo que está sirviendo la
conducta problemática, pudiera llegar a ser realizado de una manera no problemática.
Para llevar a cabo una intervención paradójica del tipo prescripción del síntoma, el
terapeuta relaciona la conducta con la función que ésta cumple dentro del sistema familiar y
puede enumerar las consecuencias que tendría la eliminación de dicho comportamiento.
Recomienda, entonces, que la conducta se mantenga y que la familia continúe manejando
su problema a través del síntoma. Por ejemplo, se puede indicar a un adolescente que
mantenga su mal comportamiento, pues de esta manera su padre presta mayor atención a
los estados emocionales de su mujer, que se siente triste y abandonada en la crianza de los
hijos, sin ser capaz de manifestárselo a su marido.
Lo que se espera con una intervención de este tipo es que la madre considere
insensata la recomendación, que el padre exprese que no necesita que su hijo se haga cargo
de sus responsabilidades y que éste, a la vez, alegue que en realidad, son ellos (sus padres),
quienes deben arreglar sus propios problemas. Este tipo de reacción, conocida como
“retirada”, pone en evidencia que la familia se rebela contra la prescripción, cuestionándola
a rehusando cumplirla. Es la respuesta deseada a una intervención paradójica de este tipo,
ya que señala que la familia ha cuestionado de una manera que no permite vuelta atrás, su
modo de estar resolviendo el conflicto.
3.2.4 DESALENTAR.
Dentro del uso recurrente que el Enfoque Estratégico hace de las intervenciones
paradójicas, es común que el terapeuta insinúe que las cosas (y principalmente la mejoría)
podrían estar yendo demasiado rápido.
Se “previene” entonces a los atendidos, en orden a que las cosas deben tomar su
tiempo y que es poco probable que puedan estar avanzando de manera efectiva a ese ritmo.
El propósito final es que los cambios se aceleren y consoliden, a través de acciones de la
propia familia empujada a intentar revertir el pesimismo del terapeuta.
Dentro del mismo contexto antes señalado, con frecuencia los terapeutas
estratégicos prescriben algún tipo de “recaida” una vez que han logrado algún tipo o grado
de mejoramiento, en relación al problema inicialmente tratado. Evidentemente, este
manejo varía en cuanto a contenidos comunicacionales, de acuerdo al estilo de los
atendidos: con personas desafiantes, pueden utilizarse mensajes que minimicen los logros y
expresen un predominante escepticismo respecto del problema en el futuro. Dentro de ese
marco, se les puede plantear que no hay nada que asegure que el problema no pueda
reaparecer más adelante y que aun cuando ellos han mostrado tener algunos recursos
propios para arreglárselas, es dudoso que puedan hacerlo por sí mismos, etc.
El enfoque estratégico, cumple a cabalidad con dicha definición, dado que es un modelo
terapéutico de tiempo breve y se focaliza puntualmente a extinguir el síntoma y solucionar
el problema en el aquí y ahora, dentro del mismo contexto y sistema en que surge el
síntoma.
Dicha orientación dirigida a la extinción de los síntomas y solución del problema, no tiene
ni termina siendo necesariamente una terapia sintomática superficial ni paliativa, sino una
reestructuración y modificación perceptual, y a partir de ahí igualmente una modificación
comportamental en el paciente o sistema.
Considera por tanto en todo momento, el sistema de creencias del consultante y cómo desde
allí, es posible realizar cambios de sentido, desarrollando la refinada técnica del reencuadre
-técnica madre de la terapia sistémica en general.
Considera que las familias están involucradas en una dinámica que tiende básicamente a la
mantención de el equilibrio “ homeostasis del sistema”, pero de un modo en que no se
soluciona nada y por el contrario parte se perpetua el síntoma (s) y a partir de esto, el
displacer, frustración, etc….
El focalizarse en las estrategias ejecutadas por el sistema, como fin de mantener “la
homeostasis” (o equilibrio previo) y a partir de esto, en el aspecto relacional y doble
vinculante y paradójico de estas (por entender ahí el estancamiento y no resolución en
definitiva del síntoma o problema), no implica desprenderse de las emociones.
Por último y volviendo con el tema de la emoción y superficialidad, cabe mencionar que
algo que se desprende de este modelo a raíz de su fundamentos teóricos (como en general
de los modelos constructivistas que dan relevancia a lo interaccional) es la denotación hacia
los pacientes (generalmente de manera explícita) que sus estrategias de resolución han sido
efectivas en algún momento y/o que han sido el recurso mas a mano y el mejor posible en
dicha situación o contexto, no juzgando ni lapidando por tanto lo que nos trae el paciente.