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La Debilidad
es mi fuerza
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INTRODUCCIÓN
Te damos gracias, oh Dios Padre nuestro, porque nos has llamado a es-
tos días de Ejercicios que queremos vivir con gran espíritu de generosi-
dad hacia ti, nuestro Creador y Señor. Ábrenos el corazón y la mente, de
modo que podamos ofrecerte nuestros deseos y nuestra libertad, todo lo
que somos, todo lo que poseemos de cualquier modo, todo lo que pen-
samos, que sufrimos y hacemos. Dispón de nosotros, oh Padre, según tu
divina voluntad,
Comenzamos este retiro con inmensa alegría y nos confiamos a la inter-
cesión de la Virgen María, de san Ignacio, de los santos de la Compañía
de Jesús y de toda la Iglesia.
Danos, te pedimos, la perseverancia y la gracia de penetrar en el corazón,
en los sentimientos, en el mundo de tu Hijo que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos, Amén.
Permitidme expresar ante todo la alegría que experimento al en-
contrarme con un grupo de cofrades Jesuitas pertenecientes a paí-
ses de lenguas diversas, pero reunidos en el amor y en la esperan-
za. Ha sido un don ser invitado a tener los Ejercicios y, por tanto, a
orar junto con vosotros por el pueblo chino a cuyo servicio os dedic-
áis. Y toda ocasión en que predico un retiro resuenan en mi las pa-
labras del apóstol Pablo en la carta a los Romanos: «11 …ansío ve-
ros, a fin de comunicaros algún don espiritual que os fortalezca, 12 o
más bien, para sentir entre vosotros el mutuo consuelo de la común
fe: la vuestra y la mía» (1, 11-12).Hay otra traducción del versículo
12 y que yo prefiero: «o mejor, para encontrar ánimo entre vosotros
por nuestra común fe». Así pues, el deseo que me ha movido a
aceptar la invitación de los Padres provinciales no era sólo el de
comunicaros algún don, sino de recibirlo de vosotros, de ser anima-
do yo mismo en el camino de la fe y del testimonio evangélico.
Por eso pidamos al Señor, los unos por los otros, la gracia de la
comprensión y penetración en el misterio de Dios.
Naturalmente siento también algo de temor, pero esto no me qui-
ta en nada la alegría.
Debo hablar en inglés, que no es mi lengua ni de muchos de vo-
sotros.
A tal dificultad se añade la diversidad del contexto: es un contexto
nuevo, es mi primer acercamiento a la cultura china y me siento un
poco en la desazón de dirigirme a personas de las que no conozco
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y no puedo entender sus problemas, sus esperanzas, sus interro-
gantes. Sé, sin embargo, que tenéis una gran historia de cristianis-
mo, se sois una maravillosa comunidad cristiana y vivís vuestro
apostolado en comunión con todos los miembros de la Compañía
de Jesús presentes en el mundo. Ignacio de Loyola ha querido sub-
rayar, con el nombre «Compañía de Jesús», que Jesús es el centro
de nuestra vida y de nuestro servicio a la Iglesia.
El sentido de la centralidad de Jesús es algo que ustedes y yo te-
nemos en común y que me conforta, incluso si no logro adaptarme
a vuestra situación específica.
Una tercera dificultad depende del texto que he elegido para la
meditación: la segunda carta a los Corintios. Quizá lo he elegido
porque el año pasado, en la isla de Maritius, en el Océano Índico,
reflexioné sobre la primera carta a los Corintios. Pienso, sin embar-
go, que lo que más me movió a la elección del texto fue que en esta
segunda carta, Pablo trata de fatigas, de problemas de la evangeli-
zación, que corresponden a mi experiencia actual de cristiano y de
obispo. Un texto bíblico es siempre útil para meditar sobre nuestra
historia, para comprender con claridad lo que tenemos en el co-
razón.
En todo caso, es una carta difícil: no es doctrinal, no es unitaria,
probablemente está compuesta de dos o tres cartas o fragmentos
de cartas, y las diferencias de tono lo hacen notar. No es fácil, pues,
encontrar su estructura, el desarrollo de su pensamiento. Precisa-
mente por esto me atrae y me apremia a examinarla con vosotros.
Desde mi punto de vista, constituye un extraordinario ejemplo de
discernimiento espiritual sobre la autenticidad de la evangelización y
del ministerio; el tema del discernimiento nos recuerda, por otro la-
do, a san Ignacio. Es, pues, una carta estimulante, que narra en
cierto sentido la experiencia personal de Pablo, su relación con la
comunidad de Corinto desde el principio, desde que fue fundada,
una relación conflictiva por la divergencia en las interpretaciones del
Evangelio.
Estoy, pues, muy contento de vivir con vosotros este curso de
Ejercicios, esta aventura espiritual. Cada curso de Ejercicios es una
aventura del Espíritu, porque no sabemos nunca si estaremos en
una tierra desierta o en la veta de una montaña. Lo que cuenta es
nuestra disponibilidad a dejarnos guiar por el Señor a donde él quie-
ra llevarnos.
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1. Características de nuestros Ejercicios
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de otros Ejercicios que hemos vivido, cada vez buscamos la volun-
tad de Dios de un modo nuevo, según los problemas, las dificulta-
des, las alegrías y los sufrimientos que hay en nosotros aquí y aho-
ra. Este año deseo ayudaros —y vosotros ayudadme— a encontrar-
la mediante la carta de Pablo.
2. Sugerencias
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I
EL PRINCIPIO DE CONSOLACIÓN
6
«Principio y fundamento en san Ignacio»
7
ilucidado por la virtud divina, es de más gusto y fructo spiritual, que si el
que da los exercicios hubiese mucho declarado y ampliado el sentido de
la historia; porque no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el
sentir y gusta de las cosas internamente.
Lo mismo sucede con la Biblia. Os indicaré, pues, algunos textos
de la carta de Pablo, pero depende de vosotros ir más allá y descu-
brir aquel versículo, aquella palabra que más os ayuda.
1
Conferencia Episcopal Italiana.
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La segunda a los Corintios describe detalladamente las experien-
cias de Pablo, las incomprensiones que sufrió incluso de parte de
su comunidad, las interpretaciones conflictuales sobre cómo evan-
gelizar, las diatribas con los adversarios; sin embargo, por encima
de todo y en el principio de todo está la palabra, la acción consola-
dora de Dios.
● Este «principio y fundamento» retorna en 7, 6-7:
6 Pero el Dios que consuela a los abatidos, nos consoló con la llegada de
Tito, 7 y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo que le hab-
íais proporcionado, comunicándonos vuestra añoranza, vuestro pesar,
vuestro afán por mí, hasta el punto de colmarme de alegría.
El texto griego es más fuerte: paraklesei he paraklethe epf’umin [h-|
pareklh,qh evfV u`mi/n], consolación con que ha sido consolado por
vosotros, mejor que: «consuelo que le habíais proporcionado». Por
tanto, Dios da consuelo a sus apóstoles, abre nuevos horizontes de
vida, nos llena de coraje, nos estimula, nos sostiene.
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● Un ejemplo concreto lo hemos encontrado en 2 Co 7, 6-7: Dios
consuela al apóstol mediante la llegada de Tito, su fiel colaborador.
La visita de un amigo es un evento ordinario, pero en tal evento
leemos una acción de la providencia, del amor de Dios hacia noso-
tros.
● 2 Co 7, 14-14:
13 Eso es lo que nos ha consolado. Y mucho más que por este consuelo,
nos hemos alegrado por el gozo de Tito, cuyo espíritu fue tranquilizado
por todos vosotros. 14 Y si en algo me he gloriado de vosotros ante él, no
he quedado avergonzado. Antes bien, así como os hemos dicho siempre
la verdad, así también el motivo de nuestra gloria ante Tito ha resultado
verdadero. 15 Y su cariño por vosotros ha crecido al recordar la obediencia
de todos vosotros y cómo le acogisteis con piadosa reverencia. 16 Me ale-
gro de poder confiar totalmente en vosotros.
La misma comunidad de Corinto, la conversión y el cambio de
mentalidad de estos discípulos han procurado consuelo en Pablo.
Debemos, en otras palabras, abrir nuestros corazones para tam-
bién nosotros entender cómo nos consuela Dios en momentos y si-
tuaciones particularmente fatigosas, difídiles.
● Un último texto sobre el tema del consuelo de Dios lo extraigo
de la carta a los Romanos 15, 4: «En efecto todo cuanto fue escrito
en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la
paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la es-
peranza».
Un cristiano, un apóstol, un evangelizador, encuentran en las pa-
labras de la Escritura una gran consolación, una formidable ayuda
para perseverar en el camino de la fe, un sostén para continuar es-
perando. De aquí la invitación a no cansarse nunca de leer la Biblia,
la invitación de hacer de la Biblia nuestro nutriente diario, nuestra
fuente de la consolación de Dios.
A modo de conclusión de este «principio y fundamento» en la se-
gunda carta a los Corintios, podemos afirmar que hay afinidad entre
Dios y consolación. Quisiera también recordar las Reglas para el
discernimiento de los espíritus, más propias para la segunda sema-
na, donde san Ignacio dice: «proprio es de Dios y de sus ángeles en
sus mociones dar verdadera alegría y gozo spiritual, quitando toda
tristeza y turbación, que el enemigo induce; del qual es proprio mili-
tar contra la tal alegría y consolación spiritual, trayendo razones
aparentes, sotilezas y assiduas falacias» (Ejercicios espirituales, n.
329).
El pensamiento de Ignacio es muy claro: nuestro Dios es un Dios
que consuela, que quiere eliminar toda tristeza, toda turbación y
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darnos alegría y gozo interior. De esta consolación reconocemos la
presencia de Dios, su actuar en nuestras confrontaciones. Es el
mismo motivo de fondo de la carta de Pablo a los Corintios.
Continúa el libro de los Ejercicios: «sólo es de Dios nuestro Señor
dar consolación a la ánima sin causa precedente» (n. 330). La con-
solación es de tal manera propia de Dios, que Él puede darla sin
una causa psicológica precedente; está en su naturaleza ser conso-
lador: «porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en
ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad. Digo sin
causa, sin ningún previo sentimiento o conoscimiento de algún
obiecto, por el qual venga la tal consolación mediante sus actos de
entendimiento y voluntad» (n. 330).
El teólogo jesuita Karl Rhaner ha usado muchas veces este texto
de Ignacio para hablar de la actividad de la gracia en el corazón del
hombre. Y ciertamente la regla del n. 330 expresa una consciencia
mística de la acción de Dios que Ignacio ha tenido, una profunda
experiencia espiritual.
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4.2 La consolación en la vida espiritual
El segundo mensaje que deduzco de la historia de Pablo es que
la consolación juega un rol primario en la vida espiritual en general.
Recurro de nuevo al texto de Ignacio, en las Reglas para el dis-
cernimiento de los espíritus, más propias para la segunda semana:
«es propio del buen espíritu dar ánimo y fuerzas, consolaciones,
lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impe-
dimentos, para que en el bien obrar proceda adelante» (n. 315).
«Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fee y
caridad y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestia-
les y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en
su Criador y Señor» (n. 316).
Es el momento de preguntarnos, a modo de examen de concien-
cia: ¿experimento en mi vida de oración la acción del espíritu bue-
no, las consolaciones, las lágrimas, la quietud? ¿Siento en mí esa
consolación que se expresa en un aumento de esperanza, de amor,
de fe? ¿la esa alegría interior que aumenta en mí el deseo de las
cosas celestes y me da la paz de Dios?
Porque el perdón de Dios, su gracia, siempre me son ofrecidos,
nunca están lejanos de mi vida. ¿Quizá hay en mí alguna negligen-
cia o pereza que me impide acoger sus dones, que no me permite
advertir las buenas mociones, y que no me deja dejarme llevar por
el bien?
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CON JESÚS EN EL MONTE
Y ENTRE LA GENTE
(homilía del lunes de la semana XVIII del tiempo ordinario –
02.08.1999)
15
«¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a
tus ojos, para que hayas echado sobre mí la carga de todo este
pueblo? ¿Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo
y lo ha dado a luz, para que me digas: `Llévalo en tu regazo, como
lleva la nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con ju-
ramento a sus padres?'¿De dónde voy a sacar carne para dársela a
todo este pueblo, que me llora diciendo: Danos carne para comer?
No puedo cargar yo solo con todo este pueblo: es demasiado pesa-
do para mí».
Escuchemos como resuenan las palabras de Pablo en 2 Co 1, 8:
Pues no queremos que lo ignoréis, hermanos: la tribulación sufrida en
Asia nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, que
perdimos la esperanza de conservar la vida.
Quizá hoy nosotros, como pastores o responsables de una co-
munidad, lleguemos a pensar que el peso de la gente es demasiado
grande. No hay nada de extraño, desde el momento en que Moisés
y Pablo han advertido la carga del ministerio, de la función que el
Señor les ha confiado. Ha pasado a muchos santos, entre ellos a
san Ambrosio, Obispo de Milán y uno de los más insignes doctores
de la Iglesia: intentó huir cuando lo querían hacer Obispo, sintiendo
el episcopado como un fardo insoportable.
Pablo nos ha enseñado a entender que el Señor lo permite para
que no contemos más en nosotros mismos, sino en Dios que resuci-
ta a los muertos.
Es el principio de consolación: Dios quiere mostrarnos su poder y
precisamente cuando estamos perdidos, fatigados, se revela a no-
sotros consolándonos y ayudándonos a perseverar. Quiere conven-
cernos de que debemos volver a poner sólo en él la esperanza.
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diciendo: «¡Ánimo!, soy yo; no temáis.» 28 Pedro le respondió: «Señor, si
eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.» 29 «¡Ven!», le dijo. Bajó Pe-
dro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús.
30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a
17
Los discípulos están tan asustados que no reconocen a Jesús. Es
la consecuencia del temor, de la poca fe, del estado de confusión
en el que algunas veces nos encontramos.
Oremos, pues, los unos por los otros con el deseo de entender
que el Señor está siempre cerca de nosotros.
● «34 Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. 35 Los
hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la no-
ticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos.
36 Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la
18
II
EL PRINCIPIO DE GRATITUD
Y EL PRINCIPIO DE LA RESURRECCIÓN
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Es muy bello este agradecimiento a Dios que lo ha consolado
asociándolo al triunfo de Jesús, a su victoria.
● El tema de la gratitud multiplicada retorna en 2 Co 4, 15:
Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia,
mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
Quiere decir: desde el momento en que muchos sois colmados de
la gracia de Dios, todos debéis uniros a expresar el agradecimiento
para la gloria de Dios.
En algunas circunstancias, en algunas acciones nos vemos invi-
tados a glorificar y a agradecer al Señor.
● El mismo Pablo nos da un ejemplo en 2 Co 8, 16. La colecta a
favor de la Iglesia de Jerusalén se convierte en ocasión para ben-
decir a Dios:
¡Gracias sean dadas a Dios, que pone en el corazón de Tito el mismo in-
terés por vosotros!
En el texto griego la expresión: «Gracias sean dadas…» es Ca,rij
de. tw/| qew/|, «gratitud hacia Dios». Pablo no puede hacer menos que
ser agradecido con el Señor y de serlo también por la inspiración de
bien que sugiere a los hermanos.
● Es particularmente significativo el texto de 2 Co 9, 11-15 porque
en cinco versículos aparece cinco veces el agradecimiento: dos ve-
ces con el término griego euvcaristi,a «acción de gracias»; una con
doxa,zw, «glorificar; y dos con ca,rij, «gratitud».
11 Así seréis ricos para toda largueza, la cual provocará, por nuestro me-
dio, acciones de gracias a Dios. 12 Porque la prestación de este servicio
no sólo provee a las necesidades de los santos, sino que redunda tam-
bién en abundantes acciones de gracias a Dios. 13 Experimentando el va-
lor de este servicio, glorificarán a Dios por vuestra obediencia y la confe-
sión de fe en el Evangelio de Cristo y por la generosidad de vuestra co-
munión con ellos y con todos. 14 Y con su oración por vosotros, manifes-
tarán su afecto hacia vosotros a causa de la gracia sobreabundante que
en vosotros ha derramado Dios. 15 ¡Gracias sean dadas a Dios por su don
inefable!
Aquí nos damos cuenta que la actitud del agradecimiento y de la
alabanza está continuamente presente en la vida de Pablo, forma
parte de su corazón, de su experiencia de discípulo, y lo expresa al
comienzo de casi todas las cartas.
● Recuerdo 1 Co 1, 4: «Doy gracias a Dios sin cesar por voso-
tros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo
Jesús». Y, en Rm 1, 8: «Ante todo, doy gracias a mi Dios por medio
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de Jesucristo, por todos vosotros, pues vuestra fe es alabada en
todo el mundo».
Ambos textos nos ofrecen una enseñanza preciosa: cuando visi-
tamos una comunidad cristiana debemos en primer lugar alabar al
Señor que mediante su Espíritu la colma de dones, la hace crecer
en la escucha de la Palabra, la nutre por medio de la Eucaristía.
Puede suceder, por el contrario, que nos limitemos a subrayar las
perezas, los retardos, las resistencias de la comunidad mostrando
así no tener una mirada de fe, de carecer nosotros mismos de espe-
ranza.
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tener la experiencia de la Trinidad? Teóricamente se puede consi-
derar a Dios en su misterio de unidad y de multiplicidad, estudiando
las relaciones entre las personas para descubrir su reflejo en la co-
munidad humana, especialmente en la comunidad cristiana. O bien,
podemos acercarnos al misterio trinitario a través de las etapas de
la historia de la salvación, porque la Trinidad se nos revela en la vi-
da, muerte y resurrección de Jesús. Es en el misterio pascual que
se nos ha concedido comprender el dinamismo del amor divino: el
Padre dona a su Hijo, el Hijo se dona al Padre y se dona a nosotros
enviándonos el Espíritu Santo.
Pero el cuestionamiento retorna: ¿cómo conocer la Trinidad con
un movimiento espiritual que nos envuelva profundamente?
Pienso que la respuesta es una sola: debemos entrar en los sen-
timientos del corazón de Jesús que ha dicho: «nadie conoce al Hijo
sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27). Y nosotros sabemos
que la filiación de Jesús, su amor por el Padre se expresa sobre to-
do en la gratitud: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tie-
rra» (Mt 11, 25); «Padre, te doy gracias por haberme escuchado»
(Jn 11, 41).
Es precisamente con la actitud de gratitud, de agradecimiento,
que entramos en la experiencia de Jesús, en la gratitud del Hijo que
todo recibe del Padre y en todo encuentra ocasión de alabarlo; y así
podemos ivir algo del misterio trinitario.
3. El principio de gratitud se expresa especialmente en la cele-
bración de la Eucaristía. De hecho, la Eucaristía es la más grande
acción de gracias a Dios, y este acto de agradecimiento se extiende
en toda la liturgia y en las oraciones de la Iglesia.
En 2 Co 1, 20 Pablo nos da un ejemplo: «… todas las promesas
hechas por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por él
«Amén» a la gloria de Dios».
«Amén» es una palabra aramea conservada en griego en las
fórmulas litúrgicas del Nuevo Testamento y en las de la Iglesia. Ella
subraya la respuesta de nuestra fidelidad, llena de gratitud, a la fide-
lidad de dios en Jesús, el Hijo.
4. Por último, quisiera observar que el principio de gratitud está
muy presente en la mente y en los escritos de san Ignacio.
Donde habla del modo de hacer el examen de conciencia, que
comprende cinco puntos, dice: «El primer puncto es dar gracias a
Dios nuestro Señor por los beneficios rescibidos» (Ejercicios espiri-
tuales, 43). Recomienda de nuevo el agradecimiento después de la
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meditación sobre los pecados personales: «Acabar con un coloquio
de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor
porque me a dado vida hasta agora, proponiendo enmienda con su
gracia para adelante» (n. 61). Y, en el n. 71, después de la medita-
ción sobre el infierno: «Haciendo un coloquio a Christo nuestro Se-
ñor… darle gracias, porque no me ha dexado caer en ninguna [el
infierno]. Asimismo, cómo hasta agora siempre a tenido de mí tanta
piedad y misericordia». El agradecimiento es una actitud profunda-
mente enraizada en el corazón de Ignacio.
Cito un último texto, que forma parte de la contemplación para ob-
tener el amor: «pedir cognoscimiento interno de tanto bien recibido,
para que yo enteramente reconosciendo, pueda en todo amar y
servir a su divina majestad».
La gratitud es pues la vía para obtener el don de amar y servir al
Señor
3. El principio de la resurrección
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tros corazones, y los transforma de modo que puedan irradiar y dar
a conocer la gloria de Dios reflejada en el rostro del Resucitado.
Obviamente, al decir: «la ha hecho brillar en nuestros corazones», Pablo
hace alusión a la revelación que ha recibido. Leemos de hecho en
Gl 1, 12, a propósito del Evangelio: «yo no lo recibí ni aprendí de hombre
alguno, sino por revelación de Jesucristo». Y más adelante:«15 Mas,
cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por
su gracia, tuvo a bien 16 revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase en-
tre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno, 17 ni subir a
Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde
volví a Damasco». Se refiere a su conversión, a la luz en la que ha visto y
contemplado al Resucitado, a la aparición de la que habla Hch 9, 1-19.
Para nosotros, por el contrario, no se ha tratado de una revela-
ción personal, sino de una tradición: «3 Porque os transmití, en pri-
mer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pe-
cados, según las Escrituras; 4 que fue sepultado, y que resucitó al
tercer día, según las Escrituras» (1 Co 15, 3-4).
Sin embargo me he preguntado y nos preguntamos: ¿no hay
quizá, en nuestra experiencia, en nuestro conocimiento de Jesús
resucitado, algo que se avecine a la revelación, algo que vaya más
de la tradición recibida y de la iluminación de la gracia propia del
Bautismo?
Yo pienso en el testimonio interior del Espíritu Santo, en esa es-
pecie de revelación, que nos comunica simplicidad, paz, alegría jun-
to a la fe en el Resucitado. Podemos vivir una experiencia espiritual
profunda encontrando a Jesús en la Eucaristía, en la oración, en la
adoración, en cada acción del ministerio.
El Resucitado nos revela a nosotros especialmente en eso que
Pablo e Ignacio llaman consolación, derramada en nuestros cora-
zones por la fuerza del Espíritu para que nos llenen y nos compene-
tren los dones de fe, esperanza y caridad.
El evento de la resurrección es el verdadero «Principio y funda-
mento» de todo lo que somos y hacemos, de toda nuestra existen-
cia, y nos impulsa a leer cada realidad a la luz de Cristo resucitado
y de la experiencia que tenemos.
Quisiera citar un texto en el que Pablo describe los efectos de la
gloria de la resurrección d Jesús, presentes en él:
13 Pero teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: Creí,
por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos, 14 sabien-
do que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y
nos presentará ante él juntamente con vosotros. 15 Y todo esto, para vues-
tro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agrade-
cimiento, para gloria de Dios (2 Co 4,13-14).
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La fe en la resurrección de Cristo y en la nuestra es la motivación
de toda la actividad de Pablo y lo lleva a elevar el himno de alaban-
za a la gloria de Dios. Los principios de consolación, de gratitud, de
resurrección forman una unidad, constituyen el fundamento de la
vida de Pablo y de nuestra vida.
25
III
EN LA DEBILIDAD
SE REVELA LA FUERZA DE DIOS
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acciones, descubrir cuán inmersos estamos en la mundanidad,
cuán lejana está del Evangelio nuestra mentalidad.
4. En la cuarta etapa Ignacio nos invita a detenernos en la conse-
cuencia última del pecado, en la pena y la desesperación del infier-
no.
Cada uno de vosotros puede elegir uno u otro de los cuatro pun-
tos –o incluso todos- para prepararse a vivir la Confesión sacramen-
tal como una maravillosa y nueva experiencia de gracia y de alegr-
ía.
Además queremos, por otro lado, meditar sobre el tema de la de-
bilidad.
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El icono de los vasos de barro subraya la fragilidad de un objeto,
su facilidad para romperse. También nosotros llevamos el tesoro del
Reino, de la fe, del Evangelio, pero somos un pobre vaso frágil, de-
licado, débil.
Luego de habernos presentado esta imagen que queda impresa
en la mente y nos recuerda nuestra debilidad, Pablo prosigue des-
cribiendo algunos ejemplos de adversidad, de tribulaciones, de difi-
cultades. De ello deducimos que el Apóstol ha sido tentado por el
desánimo. Siente que no hay respuestas, que se encuentra en un
callejón sin salida, y sin embargo logra dar a esta su historia una
estupenda interpretación cristológica: «Llevamos siempre en nues-
tros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús, a fin de que tam-
bién la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo». Turbado y
perseguido, golpeado y atribulado, él sabe que participa en la muer-
te de su Señor y logra conservar en sí la luz de la resurrección, esa
luz que un día lo había deslumbrado.
Muchas situaciones de la historia de la Iglesia podrían reflejarse
en este texto. El cristianismo, por ejemplo en China o en algunas
partes de África, vive la experiencia de Pablo, la experiencia de las
persecuciones; en otros lugares la Iglesia está marcada por graví-
simas dificultades, tribulaciones, pero no se desanima, no se abate,
no se desespera.
2. En 2 Co 11, 30-33 Pablo, luego de haber presentado la propia
biogra-fía y de haber dado el elenco de las innumerables pruebas
del ministerio, concluye la narración:
30Si hay que gloriarse, en mi flaqueza me gloriaré. 31 El Dios, Padre del
Señor Jesús, ¡bendito sea por todos los siglos!, sabe que no miento. 32 En
Damasco, el etnarca del rey Aretas tenía puesta guardia en la ciudad de
los damascenos con el fin de prenderme. 33 Por una ventana y en una es-
puerta fui descolgado muro abajo. Así escapé de sus manos.
Los exégetas no se ponen de acuerdo sobre el significado de es-
te pasaje. Ciertamente Pablo quiere evidenciar su incapacidad de
resistir en la persecución, de afrontar al gobernador, y la fuga de la
ciudad debe haber sido para él una humillación.
Fijémonos en la frase inicial: «en mi flaqueza me gloriaré». Pare-
ce que intuye un significado importante de la debilidad; no intenta
sólo hacer un relato de los acontecimientos negativos, sino hacer-
nos entender algo más profundo, más positivo.
3. El tema de la vanagloria retorna en 2 Co 12, 5-10. En los versí-
culos precedentes ha hablado de un hombre que fue arrebatado al
tercer cielo, al paraíso donde ha sido introducido en un gran cono-
cimiento de los misterios de Dios (vv. 1-4). De ese hombre,
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De ese tal me gloriaré; pero en cuanto a mí, sólo me gloriaré en mis fla-
quezas. 6 Si pretendiera gloriarme no haría el fatuo, diría la verdad. Pero
me abstengo de ello. No sea que alguien se forme de mí una idea supe-
rior a lo que en mí ve u oye de mí.
7 Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelacio-
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● Por otro lado, es interesante notar que Pablo se enorgullece de
su debilidad frente a una comunidad que se deja atraer por los dis-
cursos elocuentes de «súper apóstoles» (cf. 11 5), que confía en
quién sabe cuáles carismas. Y subraya que el tener visiones y reve-
laciones no legitima del todo al apostolado; lo legitima la debilidad,
la aflicción. La afirmación paradójica que trata de sobreentenderse y
que hay que aclarar: en la debilidad de los apóstoles se revela me-
jor aquella fuerza, proveniente de Dios, que legitima el ministerio.
«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y
haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 18-19).
La debilidad que Pablo experimenta nace, por tanto, de un fee-
ling, de un sentir espiritual que lo lleva a encarnar en la cotidianidad
el misterio de la muerte de Jesús y le permite a Dios actuar libre y
realmente por medio de su fragilidad.
Nosotros estamos muy lejos de este sentimiento y continuamos
pidiendo grandes signos, habilidad en el hablar a la gente, éxito.
● Es precisamente en la debilidad que Pablo se hace similar a
Cristo, como leemos en 2 Co 13, 2-4:
2 Ya lo tengo dicho a los que anteriormente pecaron y a todos los demás,
y vuelvo a decirlo ahora que estoy ausente, lo mismo que la segunda vez
estando presente: si vuelvo otra vez, obraré sin miramientos, 3 ya que
queréis una prueba de que habla en mí Cristo, el cual no es débil para
con vosotros, sino poderoso entre vosotros.4 Pues, ciertamente, fue cruci-
ficado en razón de su flaqueza, pero está vivo por la fuerza de Dios. Así
también nosotros: somos débiles en él, pero viviremos con él por la fuerza
de Dios sobre vosotros.
Es una visión muy estimulante de la vida cristiana y del ministerio:
como Cristo revena en la crucifixión la fuerza y la gloria de Dios,
también en nuestra pobreza, en nuestras debilidades, en nuestras
tribulaciones estamos unidos a la cruz de Cristo y podemos confiar
en la fuerza de Dios.
Ésta es la enseñanza del texto paulino: la salvación que viene de
la gracia y de la fuerza divina se manifiesta mejor en instrumentos
débiles y pobres. Es una enseñanza que muchas veces olvidamos y
que, tal vez, queremos olvidar; las dificultades y persecuciones que
registra la historia de la Iglesia, nos ayudan a ver con claridad que
la victoria definitiva es fruto de la gloria de Dios, no de nuestros es-
fuerzos.
El Señor nos ayude a intuir con el corazón esta verdad que las
palabras humanas no alcanzan a expresar.
30
2. Puntos para la meditación
33
LA PURIFICACIÓN DEL CORAZÓN
(homilía del martes de la semana XVIII del tiempo ordinario –
03.08.1999)
hacia la Tienda del Encuentro.» Y salieron los tres. 5 Bajó Yahvé en la co-
lumna de Nube y se quedó a la puerta de la Tienda. Llamó a Aarón y a
María y se adelantaron los dos.
6 Dijo Yahvé: «Escuchad mis palabras: Si hay entre vosotros un profeta,
el pecado que neciamente hemos cometido. 12 Por favor, que no sea ella
como quien nace muerto del seno de su madre, con la carne medio con-
sumida.»
13 Moisés clamó a Yahvé diciendo: «Oh Dios, cúrala, por favor.»
34
escribe: «La oración no es otra cosa que una íntima relación de
amistad con Aquél del quien nos sabemos amados» (Vida, VIII, 5).
Nuestra oración pretende identificarnos con Jesús y así orar al
Padre como él lo hace; quiere ser participación con la gracia de
Moisés que habla cara a cara con el Señor.
● Una segunda observación. La historia de Moisés criticado a
causa de la mujer extranjera con la que se había casado, a nuestros
oídos suena un tanto extraña. No nos es fácil juzgar cómo puede
este hecho constituir una debilidad de Moisés.
De cualquier manera, el Señor se enciende de ira contra María y
Aarón y, aunque no defiende al acusado, quiere que sea respetado
en su misión prescindiendo de cualquier cosa, porque Dios siempre
sabe realizar grandes cosas.
● Por último subrayo la belleza del v. 3: «Moisés era un hombre
muy humilde, más que hombre alguno sobre la faz de la tierra». El
libro del Sirácida, en su «elogio a los antepasados», recuerda a
Moisés con estas palabras:
1 Hizo salir de él un hombre de bien,
que gozó del favor de todos,
amado de Dios y de los hombres…
4 Por su fidelidad y humildad lo santificó,
35
En el ministerio debemos seguir a Cristo manso y humilde y pre-
sumir, como Pablo, de nuestras debilidades porque Dios está de
parte nuestra.
36
den ser cometidos por nosotros. Y es entonces que imploramos con
el Salmo 51:
3 Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu inmensa ternura borra mi delito,
4 lávame a fondo de mi culpa,
purifícame de mi pecado.
Identificarnos con cuantos tienen intenciones malas nos ayuda a
ubicarnos ante la cruz como bajo la gracia del Señor, bajo su infinita
misericordia, y a no consentir los malos pensamientos escondidos
en el corazón.
El Evangelio de este día nos invita a repetir con especial intensi-
dad la exclamación: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi
casa, pero una palabra tuya bastará para salvarme». Es una excla-
mación que expresa claramente lo que nosotros somos frente al
don inmenso de la Eucaristía, que expresa nuestra debilidad y al
mismo tiempo nuestra confiada esperanza de obtener el perdón.
37
IV
te? 25 ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Así pues,
soy yo mismo quien con la razón sirvo a la ley de Dios, mas con la carne,
a la ley del pecado (Rm 7, 14-25).
Este texto describe nuestra división interior, nuestros sufrimien-
tos, y es muy adecuado para reflexionar mejor sobre nuestros pe-
cados personales.
La segunda carta a los Corintios, más que puntualizar sobre el
proceso personal de purificación, insiste en la relación de un pastor
con la comunidad. Así pues, es útil para un Obispo, cuyo horizonte
38
siempre es su comunidad: la psicología de un Obispo está prácti-
camente empeñada a considerar cada cosa en relación con la Igle-
sia local que le ha sido confiada y en relación con la Iglesia univer-
sal. E no sólo es útil para los Obispos, sino también para todos
aquellos que están al servicio de una realidad eclesial.
En esta meditación queremos, pues, dejarnos guiar por Pablo en
el deseo de reflexionar sobre los pecados y las desviaciones en el
ministerio. He encontrado, entre muchos posibles, tres textos de la
segunda carta a los Corintios sobre los que nos detendremos: en el
primero se ofrece una lista de desviaciones parciales en el ministe-
rio (4, 1-2); en el segundo se presenta una total desviación (1, 18-
22); en el tercero está delineado el espejo del verdadero ministerio
(6, 3-7).
39
Hch 15, 1: Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los herma-
nos: «Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no
podéis salvaros».
Hoy, la disimulación, el anunciar la «verdad a medias» se verifica
cuando, en nuestro servicio ministerial, no confiamos realmente en
la gracia: hablamos pero confiamos más en la ley, en la disciplina.
La ley es importante para la comunidad cristiana, pero la salvación
no es el resultado de la ley y del orden, sino que es un don de la
gracia de Dios.
Puede también suceder que pongamos más confianza, para la
salvación, en la psicología teniendo más en cuenta las posibilidades
humanas que la gracia. Es muy claro que el mismo Señor nos invita
a hacer uso de los medios humanos, pero de cualquier manera la
fuerza de su gracia tiene el primado.
3. Por último, Pablo subraya la posibilidad de falsear la palabra de
Dios.
Esto se verifica en nosotros cuando no nos pronunciamos en
hablar de la vida después de la muerte, cuando evitamos, en la pre-
dicación y en las charlas con la gente, anunciar la vida celestial que
nos espera. Y sin embargo, en occidente, donde se habla mucho de
justicia, de ecología, de cómo vivir mejor y más cómodamente en
este mundo, los responsables de la Iglesia deberían advertir la ur-
gencia de tener viva la fe reclamando el horizonte de eternidad que
ilumina el sentido de las realidades presentes, que confiere valor y
dignidad a toda cada persona y coloca en la justa perspectiva los
empeños y las esperanzas terrenas.
Otro modo de falsificar la palabra de Dios es el de reducir la libe-
ración del corazón a la liberación humana, social. Es obligatorio
hablar de la liberación en sentido humano, pero si no explicamos
que la raíz de esta liberación está en la purificación de los corazo-
nes, de los deseos, falseamos la Palabra.
Ciertamente son muchas las posibilidades de tal desviación, y
cada uno de nosotros debe descubrir su eventual falta en el ministe-
rio de la predicación que ha de ser continuamente revisada y corre-
gida. El mismo san Agustín confesaba que nunca estaba satisfecho
de sus sermones. Esto me permite cuestionarme, después de una
homilía en una parroquia: ¿He anunciado verdaderamente el Evan-
gelio, el mensaje de la salvación, o he dado una simple exhortación
que, de hecho, no incide, no llega al corazón de la gente? Esta pre-
gunta nos invita a reflexionar sobre el estilo de nuestra predicación
40
para custodiar la fidelidad a la gracia recibida en la ordenación
presbiteral.
42
tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a
muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos».
Es un estupendo poema que sale del corazón de Pablo como ex-
presión de una alegría incontenible, de la alegría propia de quien se
siente unido indisolublemente a Cristo Jesús, partícipe de su misión.
4. Nuestro ministerio
44
Teniendo, pues, estas promesas, queridos míos, purifiquémonos de toda
mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el te-
mor de Dios (2 Co 7, 1).
Con frecuencia el ministerio es difícil, fatigoso, atribulado, pero,
por el conocimiento que tengo de muchos sacerdotes y religiosos,
sé que precisamente por esto nos conduce a la plenitud de la santi-
dad.
Os invito a que oremos, nos examinemos y a pidamos, por inter-
cesión de la Santísima Virgen y de san Pablo, que nuestro ministe-
rio sea el verdadero medio para que lleguemos a ser santos, como
Dios lo quiere, para gloria de la Trinidad Santa y para nuestra sal-
vación y la salvación de todo el mundo.
45
V
CONSIDERAR LA MUERTE
46
una vida después de la muerte. Por eso muchas veces he denun-
ciado con amargura la carencia de la esperanza cristiana en el
mundo occidental.
La esperanza cristiana es una gracia de Dios, una gracia que hay
que pedir siempre y sobre la que debemos vigilar.
Pablo, por el contario, suele hablar muchas veces de la muerte en
relación con la resurrección de Cristo y nuestra. El texto más largo
es el de 1 Co 15, y os aconsejo leerlo. Al mismo tiempo reflexione-
mos sobre un texto muy importante de la segunda carta a los Corin-
tios por medio de los tres momentos de la lectio divina: ¿qué dice el
texto?, ¿cuál es su mensaje?, ¿cómo puedo orar a partir de él? Es
el método que utilizo para explicar la Biblia, y los tres momentos co-
rresponden a la subdivisión clásica –memoria, inteligencia y volun-
tad- de la que nos ofrece un ejemplo significativo san Ignacio en su
libro: la memoria reclama un texto o episodio de la escritura; la inte-
ligencia busca el sentido de los eventos; la voluntad involucra a
quien está meditando, inclinándolo a orar.
1. Lectio de 2 Co 4, 16-5, 10
4
16Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va
desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. 17 En
efecto, la leve tribulación de un momento nos procura, sobre toda medida,
un pesado caudal de gloria eterna, 18 a cuantos no ponemos nuestros ojos
en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son
pasajeras, mas las invisibles son eternas.
5
1 Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se
desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no
hecha por mano humana, que está en los cielos. 2 Y así suspiramos en
este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habita-
ción celeste, 3 si es que nos encontramos vestidos, y no desnudos.4 Los
que estamos en esta tienda suspiramos abrumados. No es que queramos
ser desvestidos, sino más bien sobrevestidos, para que lo mortal sea ab-
sorbido por la vida. 5 Y el que nos ha destinado a eso es Dios, el cual nos
ha dado en arras el Espíritu.
6 Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habi-
47
ra que cada cual reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el
bien o el mal.
49
● La perspectiva del envejecimiento y de la muerte deja el lugar,
en el capítulo 5, al tema de la resurrección: «sabemos que si esta
tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un
edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano
humana, que está en los cielos» (v. 1). La resurrección es la Jeru-
salén del cielo que viene a nosotros, el edificio de Dios en la que
entramos para siempre. Es muy bella la imagen de la transferencia
de una habitación provisional a una habitación, a una casa, estable,
eterna; nos hace intuir el sueño de Pablo: que nuestro cuerpo mor-
tal sea transformado en el cuerpo glorioso como el de Jesús.
● Los vv. 2-4 son difíciles de explicar y los exégetas han discutido
durante mucho tiempo sobre el significado de cada palabra:
2Y así suspiramos en este estado, deseando ardientemente ser revesti-
dos de nuestra habitación celeste, 3 si es que nos encontramos vestidos, y
no desnudos.4 Los que estamos en esta tienda suspiramos abrumados.
No es que queramos ser desvestidos, sino más bien sobrevestidos, para
que lo mortal sea absorbido por la vida.
Creo que lo que quiere decir es que nosotros quisiéramos evitar
la muerte para pasar directamente a la vida sin fin; en cualquier ca-
so experimentamos la gran necesidad del cielo, de estar ya con el
Señor.
Pero, ¿qué entiende Pablo con: «si es que nos encontramos ves-
tidos, y no desnudos»? Quizá aluda a la posible pérdida de la vesti-
dura bautismal, nupcial, e invite a hacer un examen de conciencia
sobre la fidelidad a la gracia del Bautismo.
● El v. 5 reafirma su fundamental certeza: «Y el que nos ha desti-
nado a eso es Dios, el cual nos ha dado en arras el Espíritu». En
cada uno de nosotros está el Espíritu de resurrección como una an-
ticipación de la vida celeste, una garantía del futuro que nos espera.
● En consecuencia, en los vv. 6-10, concluye el discurso diciendo
que, aunque tememos la muerte, estamos «llenos de buen ánimo»
desando ardientemente «vivir con el Señor» sabiendo que «mien-
tras habitamos en el cuerpo, vivimos desterrados lejos del Señor».
Quiero destacar que el supremo deseo de Pablo es agradar al Se-
ñor. Esta tensión se expresa con gran emoción en Flp 1, 21-24:
21 pues para mí la vida es Cristo, y el morir, una ganancia. 22 Pero si el vi-
vir en el cuerpo significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... 23
Me siento apremiado por ambos extremos. Por un lado, mi deseo es partir
y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; 24 mas, por
otro, quedarme en el cuerpo es más necesario para vosotros.
El v. 10 es una invitación a obrar bien en el ministerio y, en gene-
ral, en toda actividad terrena: «es necesario que todos nosotros
50
comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reci-
ba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal».
Os habréis dado cuenta de que este texto de la segunda carta a
los Corintios no es simple. Los pensamientos se entrecruzan, san y
vienen porque Pablo mismo experimenta en sí, frente a la muerte,
pavor y alegría, esperanza fundada en el Espíritu y tentación de
desánimo, por lo que trata de mostrar a través de diversas imáge-
nes ese extraordinario horizonte de la resurrección de Cristo que
ilumina nuestro camino, nuestras pruebas, nuestras esperanzas y
todo lo que vivimos.
Cada uno de nosotros podrá releer cada versículo confrontándo-
se: ¿cuáles son mis deseos y mis esperanzas?, ¿qué tan tenaz es
mi fe?, ¿doy el primado al hombre interior que hay en mí?
51
uno de nosotros ha conocido hombres y mujeres no creyentes que
han superado el temor a la muerte mirándola en su inevitabilidad y
la han afrontado con valentía y serenidad, quizá agradeciendo por
todas las cosas bellas que han experimentado en la vida. Se trata,
de cualquier manera, de una sabiduría rara porque comporta una
severa autodisciplina, una ascesis no común; allá donde se expresa
es un secreto don de Dios. Sin la gracia del Señor, sin la fuerza del
Espíritu que actúa escondidamente en los corazones, no es posible
aceptar la muerte por lo que es.
3. Por último, la visión cristiana de la muerte, la visión de Pablo y
de todos los discípulos de Cristo, de aquellos que aman a Jesús y
creen en la resurrección.
Sólo una fe profunda puede imprimir un nuevo horizonte a eso
que es el último acto de la vida terrena, dándole su verdadero signi-
ficado. Solamente la fe y la esperanza alimentan en nosotros el
gran deseo de pasar a la vida eterna para estar con el Señor. Tam-
poco esta fe y esta esperanza son fruto de una conquista nuestra,
sino un don de lo alto, don de Dios que hemos de pedir e implorar.
Nosotros no podremos nunca dar por abolido el primer modo de
mirar la muerte, pues incluso en los santos se da el temor ante la
muerte, y permanecerá siempre. Pero la garantía del Espíritu, que
anuncia en nosotros la resurrección, que pone en nosotros un ger-
men de resurrección, prevalece sobre el temor haciéndonos vivir en
la experiencia de la muerte el misterio de la Trinidad, del amor de
Dios que nos envuelve y custodia. Es una gracia grandísima que
comporta nuestra correspondencia porque requiere un total aban-
dono de nosotros mismos en el Señor Jesús.
No es, pues, un don obvio y sabemos que incluso los sacerdotes
y religiosos debe muchas veces luchar contra la angustia de la
muerte. Me ha tocado visitar personas ancianas muy sencillas,
hombres y mujeres, y encontrarlos más serenos frente a la muerte
que cualquier sacerdote o religioso que he encontrado. Es este un
dato real que es difícil de explicar.
Pero no debemos espantarnos si somos asaltados por el temor y
las tentaciones en la enfermedad y en la perspectiva de la muerte,
porque el Espíritu santo está en nuestros corazones y continuará
dándonos fe y esperanza.
Hoy y siempre queremos orar también por todos los moribundos;
por las personas que, en razón de nuestro ministerio, debemos
ayudar a acercarse a la muerte con esperanza; por todos los enfer-
mos, porque el momento de la enfermedad es una ocasión de prue-
52
ba, especialmente si es grave. Repitamos continuamente aquella
bellísima invocación del Avemaría: «ruega por nosotros ahora y en
la hora de nuestra muerte», con la confianza de que la Virgen es-
tará con nosotros y con todos los hombres y las mujeres de la tierra.
3. Para la oración
53
EL MILAGRO DE LA FE
(homilía del miércoles de la XVIII semana del tiempo ordinario y
memoria de san Juan María Vianney, 02.08.1999)
verdad que mana leche y miel; éstos son sus productos. 28 Sólo que el
pueblo que habita en el país es poderoso; las ciudades, fortificadas y muy
grandes; hasta hemos visto allí descendientes de Anac. 29 El amalecita
ocupa la región del Negueb; el hitita, el amorreo y el jebuseo ocupan la
montaña; el cananeo, la orilla del mar y la ribera del Jordán.»
30 Caleb acalló al pueblo delante de Moisés, diciendo: «Subamos, y con-
quistaremos el país, porque sin duda podremos con él.» 31 Pero los hom-
bres que habían ido con él dijeron: «No podemos subir contra ese pueblo,
porque es más fuerte que nosotros.» 32 Y empezaron a desacreditar ante
los israelitas el país que habían explorado, diciendo: «El país que hemos
recorrido y explorado es un país que devora a sus propios habitantes. To-
da la gente que hemos visto allí es gente alta. 33 Hemos visto también gi-
gantes, hijos de Anac, de la raza de los gigantes. Nosotros nos veíamos
ante ellos como saltamontes, y eso mismo les parecíamos a ellos.»
14 1Entonces toda la comunidad alzó la voz y se puso a gritar; y la gente
se pasó llorando toda aquella noche. 26 Yahvé habló así a Moisés y a
Aarón: 27 «¿Hasta cuándo esta comunidad perversa murmurará contra
mí? He oído las quejas de los israelitas, que están murmurando contra mí.
28 Diles: Por mi vida, oráculo de Yahvé, que he de hacer con vosotros lo
que habéis hablado a mis oídos. 29 Por haber murmurado contra mí, todos
los que fuisteis censados y contados, de veinte años para arriba, en este
54
desierto caerán vuestros cadáveres.30 Juro que no entraréis en la tierra en
la que, mano en alto, juré estableceros. Sólo a Caleb, hijo de Jefoné, y a
Josué, hijo de Nun. 34 Según el número de los días que empleasteis en
explorar el país, cuarenta días, cargaréis cuarenta años con vuestros pe-
cados, un año por cada día. Así sabréis lo que es rebelarse contra mí.
35 Yo, Yahvé, he hablado. Eso es lo que haré con toda esta comunidad
1. Esperanza y temor
55
2. Un milagro de fe
57
Muchas veces no somos capaces de perdonarnos y aceptarnos
como somos. Quisiéramos ser diversos, más capaces de entender
las situaciones, más buenos, más transparentes, más optimistas;
estamos descontentos de nuestro carácter, de nuestra personali-
dad.
¡Oh Dios Padre nuestro, tu nos has hecho así, no como nosotros nos
imaginamos, sino como somos! Concédenos la gracia de perdonarnos, de
aceptarnos a nosotros mismos porque somos aceptados por Ti, por tu
amor infinito, por tu mirada paterna y misericordiosa.
58
dición y la espiritualidad nos unan. Ayúdanos a recomenzar continuamen-
te.
Concédenos, oh Dios Padre nuestro, la capacidad de reconciliar las pa-
rroquias, los grupos eclesiales, las diócesis; danos coraje y fuerza, como
se las diste a Pablo, para evitar los malentendidos, para aclarar las cosas
confusas y difíciles de modo que parroquias, grupos y diócesis camine-
mos unidos por la vía del Evangelio, iluminados y socorridos por la Pala-
bra de vida.
Danos la gracia de evangelizar a todos los cristianos que nos han sido
confiados para que juntos salvamos delante de tantos desafíos del mun-
do, para dar testimonio de aquel «amaos los unos a los otros» que es el
mandamiento nuevo de Jesús para hacernos prójimos de los pobres y de
todas las situaciones de pobreza, sin excluir ni rechazar ninguno.
Enséñanos, oh Dios Padre, una gran compasión, la compasión que tu Hijo
Jesús ha mostrado durante su vida terrena y en la cruz. Enséñanos de
qué modo la compasión, la bondad, el amor son vitales para el futuro de
la humanidad.
Enséñanos a entendernos a nosotros mismo, a saber superar las diferen-
cias de lengua, cultura, tradiciones, para así saber tomar la verdad pre-
sente en cada persona humana, porque todos somos amados por ti, o
Padre, todos hemos sido creados por ti como hijos en tu Hijo, todos esta-
mos llenos del Espíritu Santo que nos mueve a la confesión y a la reconci-
liación. Amén.
59
VI
Oh Padre nuestro, estamos ante ti como hijos tuyos que quieren conocer-
te, amarte y servirte. Te pedimos, por Jesús Hijo tuyo y señor nuestro, el
don de perseverar en la oración, en la alabanza y en la acción de gracias.
Amén.
San Ignacio le da mucha importancia a la repetición de las medi-
taciones y de las contemplaciones. Habla de ello al menos cinco
veces en su libro. En el n. 62, en la primera semana, después del
segundo ejercicio, recomienda hacer un tercero: «Después de la
oración preparatoria y dos preámbulos, será repetir el primero y 2º
exercicio, notando y haciendo pausa en los punctos que he sentido
mayor consolación o desolación o mayor sentimiento espiritual». Y
en la segunda semana, después de la segunda contemplación so-
bre el misterio de la Navidad, en el n. 118, invita a una tercera con-
templación, repitiendo el primero y el segundo ejercicio, «notando
siempre algunas partes más principales, donde haya sentido la per-
sona algún conoscimiento, consolación o desolación…».
Algunas veces, durante los Ejercicios espirituales, olvidamos esta
enseñanza de Ignacio, quizá porque no hemos entendido la utilidad
de retomar un texto, de volver a orar sobre él, de modo que la medi-
tación sea instrumento de purificación y liberación del corazón.
Quisiera, pues, proponeros una breve repetición de la segunda
carta a los Corintios para llegar a entenderla en su unidad y para
tener una visión completa del mensaje que Dios nos da a través de
Pablo.
Desde el inicio, nuestra lectura ha sido fragmentaria, no continua-
da y ello corresponde, en cierto sentido, a la naturaleza misma de la
epístola.
De hecho, Pablo salta de un pensamiento a otro, como las ardi-
llas que veo en el jardín de esta casa; cuando trato de seguir su ras-
tro para ver donde se han posado, ya han saltado a otro ramo.
También Pablo pasa fácilmente de un concepto a otro haciendo
más difícil la carta, pero a la vez más rica: las temáticas se trenzan
dejando transpirar el corazón, las emociones, la personalidad del
Apóstol; la trama del discurso no siempre es clara, y es necesario
60
meditar y volver a meditar uno y otro textos para llegar a hacerse
una idea del contenido de la carta, para encontrar un orden.
1. la carta se abre con los saludos propios del inicio y una bendi-
ción: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre misericordioso y Dios de toda consolación…». Esto permite a
Pablo hablar de las consolaciones y de las tribulaciones (cf. 1, 1-
11).
2. Después de este prólogo, inmediatamente, se ponen en el fue-
go algunos contrastes entre Pablo y la comunidad de los Corintios.
Ante todo la incomprensión de la que habla la primera parte de la
carta (cf. 1, 12-2, 17).
Las reflexiones sobre el ministerio apostólico son muchas, pero el
punto principal está constituido por la respuesta a la pregunta: ¿es
Pablo un mentiroso porque no ha mantenido la promesa y ha olvi-
dado el plan de viajar a Corinto?
Él se defiende de la acusación, quiere probar su sinceridad, ape-
na al testimonio de la conciencia e insiste en el inmenso afecto que
tiene por la comunidad:
23 ¡Por mi vida!, testigo me es Dios de que, si todavía no he ido a Corinto,
ha sido por miramiento a vosotros. 24 No es que pretendamos dominar so-
bre vuestra fe, sino que contribuimos a vuestro gozo, pues os mantenéis
firmes en la fe (1 ,23-24).
Luego, con palabras que llegan, repite: «Ciertamente no somos no-
sotros como muchos que negocian con la palabra de Dios. Antes
bien, con sinceridad y como de parte de Dios y delante de Dios,
hablamos en Cristo» (2, 17)
Una segunda pregunta –pregunta clave de la carta- está en el
capítulo 3: ¿Es legítimo el ministerio de Pablo? Si es legítimo,
¿cómo es posible que experimente debilidad y sea perseguido? Si
el éxito y la gloria prueban la legitimidad de un apóstol, entonces
Pablo no puede ser un evangelizador auténtico.
A este dramático cuestionamiento, da tres respuestas.
● En 3, 1-18 –es un texto particularmente denso- evoca la gloria
del ministerio de Moisés para subrayar que, el suyo, es mucho más
glorioso porque es el ministerio del Espíritu, no de la letra.
61
● En 4, 1-15 afirma que la debilidad, la fragilidad humana es la
característica del ministerio apostólico. El ministerio, de hecho, es
un tesoro de gloria fundado en la misericordia divina, en el poder de
Dios que se manifiesta mejor en la debilidad del apóstol.
● En 4, 16-5, 10 proclama que, precisamente por esto, no tiene
miedo, ni siquiera a la muerte.
Así, pues, su ministerio es legítimo porque es conforme al ejem-
plo de Jesús, débil, humilde, crucificado.
Continuando su defensa, en los vv. 5, 11-6, 10 reafirma –bajo el
tema de la reconciliación- su consciencia de haber sido invitado por
Jesús, suplica a los corintios que se dejen reconciliar y, a modo de
conclusión, enumera las tribulaciones y alegrías, dándoles la forma
de un himno, con la única intención de demostrar que en su aposto-
lado nunca ha dado motivo escándalo.
Esta primera parte de la carta se ve repentinamente interrumpida
por una exhortación de tipo parenético (6, 11-18) sobre la pureza
legal hecha a base de una serie de citas del Levítico y de los profe-
tas Ezequiel, Isaías y Jeremías.
En el capítulo 7 retoma el discurso de sus relaciones con la co-
munidad, reclama la incomprensión, pero sobre todo expresa el
gran afecto que tiene a los Corintios:
3 No os digo esto con ánimo de condenaros. Pues acabo de deciros que
en vida y muerte estáis unidos en mi corazón…8 Porque si os entristecí
con mi carta, no me pesa. Y si me pesó -pues veo que aquella carta os
entristeció, aunque no fuera más que por un momento- 9 ahora me alegro.
No por haberos entristecido, sino porque aquella tristeza os movió a arre-
pentimiento. Pues os entristecisteis según Dios, de manera que de nues-
tra parte no habéis sufrido perjuicio alguno… 13 Eso es lo que nos ha con-
solado.
3. La segunda parte de la carta comprende los capítulos 8-9 dedi-
cados a otro argumento, relativo a la comunidad: la colecta a favor
de la Iglesia de Jerusalén. Es el tema del uso del dinero en la Igle-
sia, de nuestro comportamiento cuando somos llamados a adminis-
trarlo.
4. La tercera parte de la carta (capítulos 10-13) nos presenta de
nuevo a Pablo que debe responder a las acusaciones de los adver-
sarios, y lo hace con mucha más fuerza, con tonos más vivaces y
más polémicos. Parece escrita en otro momento, antes o después
de la llamada «segunda» carta.
62
Meditaremos estos capítulos en los próximos días. Mientras tanto,
podemos destacar que Pablo, frente al desafío de los acusadores,
hace una apología personal que es la biografía de su ministerio.
En la última sección (12, 14-13, 10) anuncia la tercera visita a los
Corintios para aclarar la situación.
5. El epílogo , muy breve, cierra la carta.
Estamos, pues, invitados a releer, a repetir las meditaciones so-
bre los fragmentos de textos que hemos ya considerado, colocándo-
los en el diseño completo de la carta.
63
● Toda la carta aparece, en una visión panorámica, como un gran
proceso de discernimiento, como he dicho al inicio.
Pablo responde a un cuestionamiento de fondo: ¿Qué es la
evangelización?, ¿cuáles son las características de una verdadera
misión?
Y es interesante observar que precisamente por medio de los
conflictos y los contrastes conocemos el amor de Pablo por la co-
munidad y el amor de la comunidad por Pablo.
Quizá el Señor ha permitido la situación de de la que ha nacido la
segunda carta a los Corintios para prepararnos a acoger hoy la vo-
luntad de Dios sobre nosotros, en modo mediante el cual Dios que
quiere revelar.
3. El espejo roto
65
que este don encontrará su justo lugar en la vida cristiana, y le pido
al Señor que así sea. Ya en 1983, siendo relator en el Sínodo de los
Obispos cuyo tema ere La reconciliación y la penitencia en la misión
de la Iglesia, me empeñé con los otros Obispos a hacer todo lo po-
sible para actualizar y rejuvenecer este sacramento. En realidad, la
exhortación postsinodal Reconciliatio et poenitentia no ha ofrecido
un cambio significativo en la praxis, y la crisis ha continuado.
De cualquier manera la Iglesia no puede perder el sentido del pe-
cado, del perdón y de la reconciliación, y por tanto nosotros, ayu-
dando a los demás a vivir la práctica de la confesión, trabajamos
por el bien de la gente y en la esperanza de una futura recupera-
ción, de un modo oficial y universal mejor para reconocer los pro-
pios pecados, pedir perdón y cultivar el espíritu de penitencial.
2. Quisiera hablaros, por último, de la experiencia del espejo roto,
una experiencia ligada a la confesión.
Los psicólogos sostienen que generalmente vivimos como si es-
tuviéramos ante un espejo, es decir, ante nuestro súper ego, nues-
tro censor interior que nos acusa o bien -en otros términos- nuestra
imagen idealizada.
Esclavos de este espejo, perdemos la serenidad, la paz y la liber-
tad del corazón porque estamos preocupados por obedecer a la
imagen. Pablo nos ofrece un ejemplo en 2 Co 11, 21-23a:
Para vergüenza vuestra lo digo; ¡nos hemos mostrado débiles…!
En cualquier caso en que alguien -presumiere es una locura lo que digo-
también presumo yo. ¿Qué son hebreos? ¡También yo! ¿Qué son israeli-
tas? ¡También yo! ¿Son descendientes de Abrahán? ¡También yo! ¿Mi-
nistros de Cristo? -¡Digo una locura!- ¡Yo más que ellos!
Este es el espejo según el cual Pablo se entendía a sí mismo, y la
primera parte de su vida fue un tentativo de representar tal imagen.
Este tentativo lo evoca en Flp 3, 4-6;
… 4 aunque yo tengo motivos para confiar también en la carne. Si algún
otro cree poder confiar en la carne, más yo. 5 Circuncidado el octavo día;
del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en
cuanto a la Ley, fariseo; 6 en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en
cuanto a la justicia de la Ley, intachable.
Son bellísimos los vv. 7-14 que describen la ruptura del espejo, el
gran giro de su vida:
7 Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de
Cristo. 8 Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del co-
nocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y
las tengo por basura para ganar a Cristo, 9 y ser hallado en él, no con la
justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe en Cristo, la
66
justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, 10 y conocerle a él, el poder
de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hecho semejante
a él en la muerte, 11 tratando de llegar a la resurrección de entre los muer-
tos. 12 No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que con-
tinúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí.13
Yo, hermanos, no creo haberlo ya conseguido. Pero una cosa hago: olvi-
do lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, 14 corriendo
hacia la meta, al premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo
Jesús.
El espejo se ha despedazado, Pablo se comprende a sí mismo a
la luz de Jesús y, aunque todo permanezca invariable en su vida, ya
no es esclavo de nada porque Cristo le ha abierto el corazón y la
mente. La imagen se ha fragmentado y conoce únicamente el amor
de su Señor muerto en la cruz: la misericordia y el perdón de Dios.
Pienso que este es el fruto de una auténtica confesión y, más en
general, un fruto de transparencia: libres de la esclavitud del espejo
y reconciliados con nosotros mismos, con Dios, con la Iglesia, con
la sociedad y con el mundo.
Es una gracia que imploramos los unos para los otros.
67
VII
EL AMOR DE CRISTO
NOS POSEE
68
gunda carta a los Corintios, corresponden a la página de Ignacio, en
la llamada de Jesús, al amor de Dios por nosotros, por mí?
Creo que san Pablo nos diría que el texto es: 2 Co 5, 14-17, un
pasaje de aquel capítulo 5 que nos ha ayudado a reflexionar sobre
el envejecimiento y la muerte (cf. 4, 16-5, 10).
1. Lectio de 2 Co 5, 14-17
14 Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por
todos, todos por tanto murieron. 15 Y murió por todos, para que ya no vi-
van para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
16 Así que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si co-
70
.7 Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere
nadie para sí mismo. 8 Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, pa-
ra el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos.
9 Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muer-
tos y vivos.
Ésta es una idea fundamental de Pablo, lo mismo que de Ignacio,
sobre nuestra relación con Cristo, una idea que es fruto de su vi-
vencia, de su experiencia cotidiana.
De hecho, Pablo añade inmediatamente: « Pero tú ¿por qué juz-
gas a tu hermano? Y tú ¿por qué desprecias a tu hermano? En
efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios»
(Rm 14, 10). Si creemos en el amor de Cristo, debemos asumir to-
das las consecuencias, entre ellas el amor fraterno. Es el amor de
Jesús el que inspira nuestro comportamiento hacia los demás.
En Ga 2, 19-20 subraya que la fe abre al hombre al amor gratuito
y salvífico de Cristo: «19b con Cristo estoy crucificado; 20 y ya no vivo
yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe
del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí». Cris-
to nos ha dado una nueva capacidad de amar como él nos ha ama-
do.
2. Releamos brevemente los vv. 16-17, en los que Pablo hace
una aplicación de su pensamiento sobre el amor de Jesús: «16 Así
que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si co-
nocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así. 17 Por tan-
to, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo
es nuevo».
El amor de Cristo nos ha hecho libres, nos ha arrancado del viejo
modo de vivir, de la manera humana de juzgar: somos nuevas crea-
turas, hemos conocido una nueva escala de valores, hemos escu-
chado la llamada de Jesús y queremos participar en su vida, diría
san Ignacio.
El v. 17 forma parte del texto que nos ha guiado en la oración de
la celebración penitencial (cf. 5, 17-6, 2) y cada uno de nosotros
puede retomarlo, personalmente, colocándolo en el contexto de to-
do el capítulo 5.
71
abraza por todos lados y nos empapa en él, os ofrezco algunas su-
gerencias de meditación y de oración en forma de preguntas.
1. Puestos frente al Señor, crucificado y resucitado, preguntémos-
le: Jesús, ¿quién eres tú para mí?, ¿quién fuiste para Pablo?,
¿quién fuiste para Ignacio? Y dejemos que la respuesta emerja de
nuestro corazón.
2. En estos días de Ejercicios estamos llamados a renovar nues-
tro ofrecimiento a Cristo. Pero, ¿Qué significa ofrecer mi vida a Cris-
to hoy, en la situación espiritual y pastoral en que me encuentro, en
las circunstancias actuales?
Una sugerencia para responder a esta pregunta nos la da el texto
de 2 Co 4, 16: «Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmo-
ronando, el hombre interior se va renovando de día en día». Nues-
tra vida está siempre en tensión dinámica.
3. Recordemos el n. 98 de los Ejercicios espirituales, donde Igna-
cio nos invita a ofrecernos a Cristo y luego añade un punto que será
precioso para nuestras siguientes medtaciones:
Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y
ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y
de todos los sanctos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo
y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y
alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda po-
breza, así actual como spiritual.
Es la oración que hemos recitado en el noviciado, al comienzo de
nuestra vida de jesuitas. ¿Qué experimento al recitarla hoy? ¿Qué
significa para mí renovar esta oblación? ¿Cómo puedo hacer de ella
mi experiencia cotidiana?
Estoy convencido de que descubriremos como ella es hoy más
verdadera de cuánto lo fue entonces. Corresponde, de hecho, a lo
que vivimos, y expresa lo que estamos llamados a hacer por Cristo.
Te agradecemos, Señor Jesús,
porque nos has amado al grado
que no podemos hacer otra cosa más que amarte
con todo el corazón, con toda la mente,
con toda la vida.
Sí, Jesús, tu amor nos envuelve,
nos circunda: estamos en ti
y podemos contemplar en todo tu gloria,
tu amor tu amor que nos es dado.
Cada hombre y cada mujer de la tierra
están envueltos por el mismo Espíritu de amor.
Incluso lo están nuestros pecados,
todas las siguaciones
72
que encontramos.
¡Jesús, haznos crecer en tu amor!
Danos la gracia que san Ignacio nos enseña a pedir
para llegar a tener un mayor conocimiento interior de ti
oh Señor, que te has hecho hombre por mí,
para amarte siempre con más intensidad
y seguirte más de cerca.
Imploramos esta gracia del Padre,
por medio de ti, Jesús, que vives y reinas
con Él en la unidad del Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.
73
EL PRECIO DE LA LIBERTAD
(homilía del jueves de la XVIII semana del tiempo ordinario
y memoria de la dedicación de la Basílica de
Santa maría la Mayor – 5.8.1999)
74
vara de la presencia de Yahvé como se lo había mandado. 10 Convocaron
Moisés y Aarón la asamblea ante la peña y él les dijo: «Escuchadme, re-
beldes. ¿Haremos brotar de esta peña agua para vosotros?» 11 Y Moisés
alzó la mano y golpeó la peña con su vara dos veces. El agua brotó en
abundancia, y bebió la comunidad y su ganado.
12 Dijo Yahvé a Moisés y Aarón: «Por no haber confiado en mí y reconoci-
75
2. Nuestra responsabilidad
vida?
76
Pedro es más grande que Moisés, pero en cierto punto su fe se
empobrece. Estupendamente ha proclamado: «Tú -Jesús- eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo», pero no sabe aceptar que el Mesías
tenga que sufrir: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá
eso!» Su fe se debilita delante del misterio de la cruz.
Debemos orar continuamente con el fin de que nuestra fe pueda
crecer en la contemplación del Crucificado resucitado. El vado que
hay que pasar en estos días de Ejercicios consiste precisamente en
experimentar la gloria y la alegría de la cruz, la gloria y la alegría de
seguir a Jesús que va hacia Jerusalén, donde lo espera la muerte.
Pidamos en la oración a Dios, nuestro Padre, que nos dé, a noso-
tros y a todos los responsables de la Iglesia, la gracia de reconocer
la divinidad de Cristo en su modo humilde de vivir y en su muerte de
cruz.
Tal reconocimiento se realiza cada día en la Eucaristía, donde
contemplamos a Jesús humilde y silencioso y, en el Hijo que da su
vida por la humanidad entera.
La Virgen nos ayude a abrir los ojos y el corazón para descubrir la
belleza del misterio pascual.
77
VIII
78
Para la lectio divina nos volvemos a la segunda carta a los Corin-
tios para entender la autodefinición de Jesús en Mc 10, 45 y enten-
der como quiere que seamos.
79
la culpa de todos nosotros.
7 Fue oprimido, y él se humilló
y no abrió la boca.
Como un cordero al degüello era llevado,
y como oveja que ante los que la trasquilan
está muda, tampoco él abrió la boca.
8 Tras arresto y juicio fue arrebatado,
me complazco».
En este texto, Marcos tiene en mente Is 42, 1.
Recordemos también el primer texto en el que me he inspirado:
Mc 10, 41-45, donde el mismo Jesús se propone a los apóstoles
como modelo de servicio.
Mt 8, 16-17 reporta la significativa cita de Is 53, 4:
16Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíri-
tus con una palabra, y curó a todos los enfermos, 17 para que se cumpliera
lo dicho por el profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con
nuestras enfermedades.
Jesús es presentado como siervo no sólo en el momento de morir
por la multitud, por todos los hombres, sino en cada momento de su
vida, en cada una de sus acciones. Él salva y sirve a la humanidad.
De nuevo en Mt 12, 15-21:
80
15 Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Le siguieron muchos y los curó a to-
dos. 16 Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran; 17 para que se
cumpliera lo dicho por el profeta Isaías:
18 He aquí mi Siervo, a quien elegí,
12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la me-
sa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vo-
sotros me llamáis `el Maestro' y `el Señor', y decís bien, porque lo
soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vo-
sotros también debéis lavaros los pies unos a otros.15 Porque os he
dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he
hecho con vosotros.
16 «En verdad, en verdad os digo:
81
A partir de los textos que he citado se ve fácilmente que estar al
servicio de la gente, de la humanidad, corresponde a una profunda
experiencia de Jesús.
● Es una temática que estimula mucho a Pablo y que la retoma
en sus cartas presentando a Jesús como siervo.
Pensemos en Rm 15, 7-8:
7 Por tanto, acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de
Dios.8 Pues afirmo que Cristo se puso al servicio de los circuncisos a favor
de la veracidad de Dios, para dar cumplimiento a las promesas hechas a
los patriarcas
Dios es fiel porque ha mandado a Jesús poniéndolo al servicio de
su pueblo.
Releo Flp 2, 5-8 donde Pablo cita el bellísimo y, probablemente,
el primer himno litúrgico, transmitido por él:
5 Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo:
6 El cual, siendo de condición divina,
no codició el ser igual a Dios
7 sino que se despojó de sí mismo
cio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo
Jesús, a quien has ungido, 28 para realizar lo que tu poder y tu voluntad
habían predeterminado que sucediera».
Era, pues, común interpretar la existencia terrena de Jesús como
un servicio, hablar de él como del siervo.
82
1.2 Pablo, siervo de Cristo y de la comunidad
En el deseo de seguir y de imitar a su Señor, Pablo lee su misión
en el sentido del servicio y, ante todo, afirma que es siervo, esclavo
de Jesús.
En su epistolario usa dos palabras griega: dia,konoj (diákonos) y
dou/loj (doulos). Doulos es un término más fuerte, significa esclavo;
diákonos es más genérico y quiere decir siervo. A ambos los encon-
tramos en la Biblia con referencia a Jesús, a los grandes personajes
que dedicaban su vida al servicio de Dios –desde Abraham hasta el
Mesías-, al ministerio.
● Entre las cartas de Pablo, cito Rm 1, 1-4:
1 Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el
Evangelio de Dios,
2 que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sa-
gradas,
3 acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne,
4 constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su
83
2 Co 6, 4: «nos recomendamos en todo como ministros de Dios:
con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias…».
En todas estas pruebas Pablo es un siervo, un verdadero ministro
de Dios.
Así, pues, -y aquí volvemos a pasajes que ya hemos citado-, es
siervo del Espíritu (2 Co 3, 8), siervo de la justicia (2 Co 3, 9)siervo
de la reconciliación (2 Co 5, 18). Tiene una profunda consciencia de
ser esclavo de Jesús, al servicio del proyecto de, Dios y de ser ser-
vidor de la comunidad.
El segundo texto inspirativo con el que hemos comenzado nues-
tra meditación habla precisamente del servicio a los hermanos: «No
nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Se-
ñor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Co 4, 5).
Por lo demás, los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan no
hacen otra cosa que narrarnos como Jesús, el Hijo de Dios encar-
nado, se ha puesto a nuestro servicio, se revela como siervo de
nuestra alegría y de nuestra salvación.
84
verdad que, sin embargo, nos envuelve. Y Jesús, que es rey (Jn 18,
37), que se define a sí mismo como Maestro y Señor (Jn 13, 13), se
entiende mejor en la imagen del Siervo como modalidad para ex-
presar el hecho de que se ha puesto a nuestra total disposición, pa-
ra revelar el verdadero rostro de Dios.
Incluso cuando usa la metáfora del Pastor, la aplica a sí añadien-
do la característica (no específica de quien tiene el encargo de cui-
dar el rebaño) de dar la propia vida por las ovejas, de servirles al
grado de morir por ellas.
Dios, pues, ama la humildad, ama servir en un don gratuito de sí.
Por esto Jesús propone a todos sus discípulos el amor muto, la
ayuda y el servicio recíproco, la disponibilidad absoluta.
La reflexión nos permite intuir la vida de la Trinidad como amor
mutuo, servicio mutuo, mutua donación.
Sirviendo a los hermanos nos sólo realizamos una buena acción,
sino que revelamos algo de la naturaleza de Dios, del misterio trini-
tario.
La bellísima expresión: «el amor de Cristo nos abraza», que
hemos comentado esta mañana, se convierte: en el amor de Dios
nos hace participar en su dar y recibir, nos hace partícipes de su
servicio. No un servicio entendido según el significado común, sino
un servicio que es don gratuito de sí.
Me doy cuenta de que no es fácil explicar más de este tan grande
misterio y por eso san Ignacio nos invita a pedir la gracia de entrar
en el corazón de Cristo, en su corazón de Crucificado para conocer
interiormente el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Oh Jesús, contemplándote en la Eucaristía, podemos comprender quién
eres, mi Señor y mi Dios. Tú estás presente en las especies del pan y del
vino para servirnos y nutrirnos. Obtennos el don de prepararnos a la cele-
bración Eucarística, hoy y siempre, dando tiempos largos a la oración y al
silencio.
2. Consideremos ahora tres mensajes para nuestro ministerio, los
cuales recabo de los textos bíblicos: la Iglesia como sierva, la Com-
pañía de Jesús como sierva, nuestra oración personal como servi-
cio.
● Si ser siervo corresponde a la verdadera naturaleza de Cristo
que revela algo del misterio de Dios Uno y Trino, la Iglesia está lla-
mada a servir. Muchos malentendidos en la historia de la Iglesia
han nacido del hecho de que ella se ha presentado como un orga-
nismo de poder en correspondencia con otras sociedades de ese
85
tipo, como una sociedad capaz de hacer muchas cosas, sin subra-
yar suficientemente que todo era un servicio.
Nosotros nos auguramos que en el futuro se pueda comprender
como la Iglesia no quiere poderes y privilegios, sino sólo servir a la
gente; ella vive en medio de la gente para servirla, también si ello
comporta la necesidad de tener bienes materiales a su disposición.
● La compañía de Jesús ha nacido para servir a la Iglesia y a la
gente, como afirman nuestras Constituciones: nos hemos hecho je-
suitas para nuestra santificación personal y para ayudar a los de-
más. De aquí el principio de la flexibilidad y movilidad: queremos
servir desde la Compañía donde podamos hacerlo mejor. La pronti-
tud para ir allí donde hay necesidad es parte de nuestro carisma y
es un elemento que ha de conservarse con gran cuidado porque
está en sintonía con el corazón del Evangelio.
● Hoy tenemos mucha necesidad de vivir la oración personal por-
que tenemos mucha necesidad de la gracia y el consuelo del Señor,
de estar ante él en la escucha, en la adoración.
No olvidemos que la oración, incluso cuando es personal, es
siempre un precioso servicio para toda la Iglesia; no sólo la oración
litúrgica comunitaria, sino también la meditación silenciosa. El
hecho de saber que es al servicio de la Iglesia, nos ayuda a resistir
en los momentos en que encontramos dificultad, en que experimen-
tamos aridez, pereza, desolación.
El Señor nos pide que no bajemos la guardia en la oración, desde
el momento en que estamos al servicio de cuantos no pueden o no
son capaces de orar, de tantas personas que se han olvidado de
Dios, de aquellos que se encuentran en situaciones de extrema po-
breza, de miseria, que se encuentran en países en guerra o en con-
flictos.
Nuestras oraciones forman parte de nuestro servicio a Jesús, a la
Iglesia, al mundo, y nos permiten imitar a Jesús, ser servidores de
Dios y de la humanidad.
86
IX
Te rogamos, Señor Jesús, que nos hagas siervos de tu amor que res-
plandece e irradia desde tu corazón. Préndenos a ti, llévanos al monte de
la Transfiguración a contemplar al menos una chispa de tu gloria y concé-
denos luego reflejarla en nuestro ministerio, en nuestra vida religiosa, en
nuestras comunidades. Imploramos este don del Padre por medio de ti,
Señor Jesús, que con él reinas en la unidad del Espíritu Santo por los si-
glos de los siglos. Amén.
Continuamos en la meditación sobre la revelación de Dios en la
carta de Pablo, especialmente en la segunda carta a los Corintios.
Al mismo tiempo queremos empeñarnos en conocer mejor a Jesús
para amarlo más y servirlo mejor, siguiendo las indicaciones de san
Ignacio.
Tratando de unir los dos objetivos, en este primer encuentro de
hoy consideraremos el texto de Mt 17, 1-9 en relación con
2 Co 3, 4-11. El episodio de la Transfiguración lo he elegido como
icono de mi próxima carta pastoral dedicada a la Santísima Trini-
dad; de hecho, me parece que entro en el misterio de la Trinidad a
partir de la experiencia de Jesús, Hijo del Padre, que se transfigura
sobre el monte. Así pues, me alegra retomar este pasaje que hace
algún mes fue objeto de mi reflexión.
Una premisa
87
Confieso que también yo tengo cierta resistencia a hablar de Dios
como siervo sin hacer algunas clarificaciones. Pero me limito a de-
jar, a quienes entre vosotros son teólogos, la profundización del te-
ma, limitándome a expresar tres simples indicaciones:
1. En primer lugar debemos proclamar que Dios es glorioso y po-
deroso en la Creación, en la Redención, en el Juicio. Su poder es
absoluto, ilimitado. Antes que nada, Dios es absoluta y completa-
mente «Otro» y supera todo lo que podemos pensar de él; es Dios.
Pero, ¿en qué sentido es poderoso? Es necesario que nos pre-
guntemos sobre el modo en que Dios ejerce su poder.
2. La línea del servicio, que parte del Primer Testamento, es más
evidente en el Nuevo Testamento. María, la madre del Señor, ha
repetido dos veces la afirmación: «soy la esclava -dou,lh- del Señor».
En la respuesta al ángel Gabriel (cf. Lc , 38), y en el canto del
Magníficat: «ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava» (Lc
2, 48). Y también los apóstoles son exhortados por Jesús a vivir el
servicio.
3. Pero, ¿es posible aplicar el tema del servicio no sólo al Verbo
encarnado que asume la figura de esclavo, sino a Dios mismo? La
teología reciente está convencida: pienso por ejemplo en Hans Urs
von Balthasar y en F. Varillon en el área católica, en K. Barth y en J.
Moltmann en el área protestante. Estos teólogos sostienen que la
manifestación de Dios en la humildad de Jesús siervo no es una es-
tratagema pedagógica para enseñarnos la humildad, sino que co-
rresponde a su íntima naturaleza trinitaria. A ellos les parece que
Dios elije servir porque su potencia y su gloria se revelan en el ser-
vicio más que en el dominio y la fuerza. El mismo dinamismo de la
vida de la Trinidad puede ser entendido como mutuo servicio: cada
una de las divinas Personas se da a la otra totalmente como expro-
piándose.
Obviamente estamos tocando un misterio y no me siento capaz
de definir nada al respecto. Podemos por el contrario ponernos en
la oración delante de Dios, delante del Santísimo Sacramento, y
abandonarnos a la gracia de las intuiciones, de las luces que se nos
ofrecen en la contemplación.
Os propongo también releer el texto tan profundo de san Ignacio,
en el n. 236 de los Ejercicios Espirituales. Admito que nunca antes
había puesto tanta atención a este punto como lo he hecho hoy
mientras me esforzaba en considerar la posibilidad de entender la
gloria de Dios como servicio. Es el tercer punto de la contemplación
para llegar al amor, y reza así: «considerar cómo Dios trabaja y la-
88
bora por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est,
habet se ad modum laborantis. Así como en los cielos, elementos,
plantas, fructos, ganados, etc., dando ser, conservando, vejetando y
sensando, etc. Después reflectir en mí mismo». Así, pues, Dios act-
úa como aquél que quiere estar a mi servicio, como aquél que quie-
re hacer algo por mí, que trabaja para mí. Yo soy su gloria, su gloria
es mi ayuda, mi vida. Justamente el gran teólogo, Obispo y mártir,
san Ireneo decía: «La gloria de Dios es el hombre viviente».
Recuerdo a un muy querido hermano jesuita, muerto de cáncer
hace algunos años, que en los últimos momentos de su vida oraba
al Señor con estas bellísimas palabras: «Señor, yo soy tu tesoro, tú
me quieres, yo soy tu obra maestra y tú cuidas de mí». No «Señor,
tú eres mi tesoro», sino «yo soy tu tesoro». Esto nos indica que la
verdad de Dios Amor, de un Dios que cuida de nosotros, puede
hacernos intuir algo de su misterio y del porqué Jesús ha privilegia-
do, al venir al mundo, la figura de siervo.
89
1. Lectio de Mt 17, 1-9
1 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su her-
mano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. 2 Y se transfiguró delante
de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron
blancos como la luz. 3 En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que
conversaban con él. 4 Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor,
bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías.» 5 Todavía estaba hablando, cuando
una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salió una voz
que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchad-
le.» 6 Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. 7
Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis
miedo.» 8 Ellos alzaron sus ojos y no vieron a nadie más que a Jesús so-
lo.
9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la
visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muer-
tos.»
La narración se divide claramente en tres partes:
- los discípulos suben al monte con Jesús;
- se revela la gloria de Jesús;
- mientras descienden del monte, los discípulos reciben de Jesús
una misión.
90
por las pruebas, por los sufrimientos, por las tribulaciones? ¿Es ésta
mi misión según las intenciones de Dios?
Y son los mismos que nos hacemos hoy cuando consideramos la
Iglesia y nuestro ministerio. ¿No es demasiado débil, demasiado
pobre la Iglesia para dar un testimonio creíble? ¡Hay necesidad de
dinero, de poder para atraer a la gente! ¿Cómo puede un Evangelio,
tan humilde y exigente a la vez, ser propuesto a tanta gente, y acep-
tado por ella?
1.2 La revelación
La segunda parte de la narración nos presenta la revelación en el
monte: «2 Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillan-
te como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 3 En
esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él…»
● El humilde Jesús, el siervo es realmente aquél del que han
hablado la Ley y los profetas, Moisés e Isaías. El v. 5b: «… una voz
que decía: ―Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escu-
chadle‖», evoca y funde al mismo tiempo dos famosos pasajes:
«Yahvé tu Dios te suscitará, de en medio de ti, de entre tus herma-
nos, un profeta como yo: a él escucharéis» (Dt 18 15); «He aquí mi
siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi al-
ma» (Is 42, 1).
Nos podemos preguntar: dado que el Deuteronomio es el libro de
Moisés, es lógico que éste aparezca en escena, pero, ¿por qué
aparece Elías junto a Moisés y no Isaías, de quien se cita implícita-
mente un texto? Es difícil dar una respuesta absoluta. Quizá Jesús
quería mostrar en la Transfiguración que era el Mesías anunciado
por toda la tradición profética y no sólo por alguna cita de la Escritu-
ra. Elías no nos ha dejado ningún libro, pero es indudablemente el
personaje más representativo de la tradición profética. Y más veces
es mencionado en los evangelios como el precursor de la venida del
Señor. En Lc 1, 17 el ángel que se aparece a Zacarías para asegu-
rarle que Isabel le dará un hijo, dice «irá delante de él [del Señor]
con el espíritu y el poder de Elías…» Cuando Jesús quiere saber
quién dice la gente que es del Hijo del hombre, los discípulos res-
ponden: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías…»
(Mt 16, 14). También en Jn 1, 21 los sacerdotes y los levitas le pre-
guntan a Juan: «¿Eres tú Elías?».
● Un segundo mensaje de la revelación: la humildad de Jesús co-
rresponde al plan de Dios.
91
● Y su misión está ligada con la muerte en cruz. La muerte es
mencionada por Mateo en 16, 21 y en 17, 12 inmediatamente des-
pués de la transfiguración: «el Hijo del hombre tendrá que pade-
cer…».
En la narración paralela de Lucas la conexión de la revelación de
la gloria de Jesús con la cruz es explícita: «Y he aquí que conver-
saban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales apa-
recían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Je-
rusalén (9, 30-31).
El tema de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías era preci-
samente el de la partida, en griego e;xodoj (éxodo); en Jerusalén se
cumplirá el éxodo de Jesús de su condición terrena, carnal, su
muerte que preludia la condición de Resucitado.
● Su misión está en relación con el Espíritu simbolizado por la
nube luminosa que le envuelve con su sombra. Es un ministerio del
Espíritu, resplandeciente de la gloria que irradia del Espíritu, como
subraya Pablo en el texto de 2 Co 3, 1-11.
● Por último se nos enseña que a la persona de Jesús se le com-
prende a partir de la revelación de Dios Padre, Hijo y Espíritu. Su
gloria refleja la gloria de la Trinidad, su servicio hasta el don de su
vida en la cruz refleja el gran amor de la Trinidad por nosotros, un
amor pronto a servir.
Esta segunda parte de la narración es el nudo, el corazón del epi-
sodio.
1.3 La misión
En la tercera parte se presenta la misión confiada a Jesús y a sus
discípulos mientras bajan del monte. Podemos descubrir tres aspec-
tos de la misión.
● Mt 17, 7: «Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levan-
taos, no tengáis miedo». Son las primeras grandes palabras de
consuelo que Jesús nos dirige: no tengáis temor, estáis llamados a
revelar alguna chispa del misterio de Dios, tened valentía.
Sabemos cuán en serio ha tomado Pablo la invitación de Jesús
recibiéndola como un precioso fortalecimiento de su ánimo y afir-
mando que no tiene temor porque tiene la certeza de que Dios está
con él, está de su parte.
● Mt 17, 9: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del
hombre haya resucitado de entre los muertos».
92
Una clara y completa comprensión de la gloria de Cristo se reali-
zará después de la Resurrección, sólo a partir de tal acontecimiento
los discípulos podrán proclamar la gloria del Resucitado y también
la gloria de la Cruz. La predicación de los apóstoles anunciará la
salvación que brota de la muerte y resurrección:
45Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escritu-
ras 46 y les dijo: «Así está escrito: que el Cristo debía padecer y resucitar
de entre los muertos al tercer día 47 y que se predicaría en su nombre la
conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando
desde Jerusalén. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas (Lc 24, 45-48).
Es exactamente el camino que san Ignacio nos pide seguir duran-
te los Ejercicios: pasar de la vida oculta a la vida pública de Jesús, a
la cruz, a la resurrección, para poder entrar más profundamente en
el misterio del Hijo de Dios, para conocerlo y amarlo con total dedi-
cación, para seguirlo con prontitud y con alegría.
● Sobre el tercer aspecto de la misión ya he hecho alusión: los
discípulos son exhortados a entender la relación entre su ministerio
y la cruz. Es lo que Pablo quiere expresar en la segunda carta a los
Corintios: ¿Qué luz recibe mi ministerio, mi actividad apostólica de
la cruz de Cristo? ¿Qué relación hay entre mi ministerio y su cruz?
2. Síntesis de 2 Co 3, 4-11
93
Los signos del Espíritu pueden ser físicos: curaciones, milagros;
pero más frecuentemente son espirituales: conversiones del co-
razón, nuevo modo de vivir, nuevo modo de relacionarse con los
miembros de la comunidad. Ciertamente un poderoso signo del
Espíritu es el amor fraterno en la comunidad cristiana, la capacidad
de dar la vida por los hermanos.
Pablo afirma que nuestro ministerio es glorioso, pero puede que
no se note porque es cumplido en pobreza, en circunstancias difíci-
les. De hecho, en la segunda carta a los Corintios, trata de explicar-
se a sí mismo, y a nosotros, cómo puede ser glorioso un ministerio
ejercido en las persecuciones y en los sufrimientos. Y precisamente
éstos son signos de la autenticidad del ministerio.
2. El ministerio del Espíritu es superior al de Moisés que estaba
escrito con letras sobre piedra. Es duradero, no efímero; da vida, no
muerte; da santidad y es la última, la definitiva revelación de la glo-
ria y del amor de Dios.
Son interesantes estos puntos de contacto entre el pensamiento
de Pablo y la narración de la Transfiguración: la gloria, la presencia
de Moisés; la acción del Espíritu, la íntima unión entre la gloria y la
cruz.
94
Pero no es un logro que se alcance con nuestros esfuerzos; es
una gracia, un don. Es muy probable que al examinar el transcurso
de los años nos vengan a la mente muchas personas a las que
hemos ayudado a conocer a Jesús, a encontrarlo, a caminar en la
fe, aún cuando nuestras palabras fueran pobres; era el espíritu el
que nos movía, era la gracia del ministerio.
1. Una gracia, un don que, antes que nada, requiere de nuestra
parte una gran apertura a Dios en la oración.
El Evangelista Lucas, en la narración de la Transfiguración, anota
que «mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó», se puso
resplandeciente, «y sus vestidos eran de una blancura fulgurante»
(9, 29).
La oración continua, constante, permite que la gloria de Dios se
refleje en nuestro cuerpo, en nuestro rostro y se expanda en la Igle-
sia.
2. Es necesaria también la apertura a la Iglesia, en particular a la
Iglesia local. No debemos vivir el apostolado como si estuviésemos
solos, porque formamos parte de un cuerpo; no debemos programar
iniciativas pastorales como si fuésemos los únicos en trabajar, sino
ante todo debemos articular nuestra misión sintonizándonos con el
camino de la diócesis.
Es un principio que conocemos, pero que teóricamente olvida-
mos. Cuando lo olvidamos no irradiamos realmente la gloria de
Cristo.
3. Apertura, también, a la Compañía de Jesús y a los Superiores,
según la tradición ignaciana. Es verdad que el Derecho Canónico
defiende la privacy de la persona, pero en la Compañía la apertura
es una parte importante del patrimonio espiritual que se nos ha
transmitido. Apertura espiritual y apostólica, sin reservar nada para
sí, y apertura práctica, por ejemplo transparencia financiera.
La transparencia financiera es hoy sumamente necesaria para
defender la buena fama de la Iglesia.
He recordado tres condiciones para obtener del Señor la gracia
de participar en la gloria de Jesús, de experimentar su gloria en el
ministerio.
Quisiera detenerme en el empeño de la vida religiosa en cuanto
llamada específicamente a irradiar la gloria de Dios. No es casuali-
dad que el episodio de la Transfiguración haya inspirado la larga
exhortación post-sinodal de Juan Pablo II titulada Vita consecrata.
Leo un fragmento del n. 19:
95
Dejándose guiar por el Espíritu en un incesante camino de purificación,
llegan a ser, día tras día, personas cristiformes, prolongación en la historia
de una especial presencia del Señor resucitado.
Con intuición profunda, los Padres de la Iglesia han calificado este camino
espiritual como filocalia, es decir, amor por la belleza divina, que es irra-
diación de la divina bondad. La persona, que por el poder del Espíritu
Santo es conducida progresivamente a la plena configuración con Cristo,
refleja en sí misma un rayo de la luz inaccesible y en su peregrinar terreno
camina hacia la Fuente inagotable de la luz.
El misterio de la Transfiguración de Jesús se refleja en la gloria y
alegría de la vida religiosa.
Esto significa, concretamente, superar el individualismo: la vida
consagrada es un reflejo de la vida de la Trinidad, de la unidad de
las Personas en una sola naturaleza.
Hoy no tenemos tanta necesidad de la alta filosofía, sino de ser
nosotros mismos filósofos testimoniando la belleza de Dios con el
vivir de los hermanos en el amor; una comunidad religiosa refleja de
modo mejor dinamismo del amor trinitario. Superando el individua-
lismo realizamos pues el designio de Dios, su gloria.
Pienso que os he ofrecido suficiente material para vuestra medi-
tación y contemplación subiendo con Jesús al monte de la Transfi-
guración.
96
LA SOBERANÍA ETERNA DE JESÚS
(homilía en la fiesta de la Transfiguración del Seño -
02.08.1999)
Dn 7, 9-10.13-14:
9 Mientras yo seguía mirando,
prepararon unos tronos
y un anciano se sentó.
Sus vestidos eran blancos como la nieve;
sus cabellos, como lana pura;
su trono, llamas de fuego;
las ruedas, fuego ardiente.
10 Fluía un río de fuego
honor y reino
y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían.
Su poder es eterno
y nunca pasará,
y su reino no será destruido.
El profeta Daniel ve aparecer entre las nubes a uno semejante a
un hijo de hombre, que, del venerable anciano, recibe el poder, la
gloria y el reino; un poder eterno y un reino que no tendrá fin.
Podemos pues contemplar la soberanía de Jesús, el crucificado
resucitado, y parangonarla con las potencias que dominan nuestros
días.
98
3. Las ideologías débiles
Ante todo las ideologías débiles, que no tienen una estructura, si-
no que radican un poco en todas parte y por lo mismo son más difí-
ciles de ser combatidas, de ser descubiertas, desenmascaradas.
Una es el consumismo, ideología que consiente una vida cómo-
da, privada de sacrificios, una vida que excluye la sobriedad, la mo-
deración y suprime los valores más importantes.
Está luego esa ideología llamada pensamiento débil, con mucha
presencia en Occidente: no hay ninguna verdad absuluta, sino sólo
aproximaciones de verdad y cada quien puede encontrar su camino,
su verdad parcial.
4. La ideología de la libertad
5. El poder de Jesús
99
Jesús y en la victoria sobre el mal si, como él, amamos, servimos y
donamos la vida.
Son dos los modos en que podemos dar la vida por Cristo y por
los hermanos: el martirio, en caso de persecución, o bien –y no me-
nos fácil ni menos fecundo- empeñándonos día a día en el ministe-
rio reconociendo en cada evento y en todos los momentos
-luminosos y oscuros, gozosos y dolorosos- la presencia de Jesús,
el plan de Dios que se desarrolla en la historia.
Vivir así por amor a Jesús y por la salvación de los hermoanos es
la gloria de nuestro ministerio.
100
X
UN MINISTERIO
FIRME Y SEGURO
101
1. Mc 1, 21-26:
21 Llegan a Cafarnaún. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso
a enseñar. 22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseña-
ba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu
102
Para entender más profundamente, con el corazón, esta carac-
terística del ministerio de Jesús, debemos seguir la invitación que
hace san Ignacio al final de la meditación del reino de Dios: «Para la
segunda semana, y así para adelante, mucho aprovecha el leer al-
gunos ratos en los libros de Imitatione Christi o de los Evangelios y
de vidas de sanctos» (Ejercicios espirituales, n. 100).
Se nos exhorta a releer con calma los evangelios, especialmente
el de Marcos que se centra en el misterio de Jesús, en el modo en
que vive el servicio a la gente. Cito también el n. 130 de los Ejerci-
cios espirituales de Ignacio: «deseando más conoscer el Verbo
eterno encarnado, para más le servir y seguir. Y traer en memoria
freqüentemente la vida y misterios de Christo nuestro Señor, co-
menzando de su encarnación hasta el lugar o misterio que voy con-
templando».
103
Al respecto, releamos 2 Co 6, 4: «nos recomendamos en todo
como ministros de Dios: con mucha constancia -`pomonh/|- en tribula-
ciones, necesidades, angustias…».
3. En la carta hay otras expresiones de seguridad tan fuertes que
parecen excesivas, como si Pablo estuviese tan aferrado a su modo
de pensar que no aceptara ninguna contradicción o crítica.
Un ejemplo lo encontramos en 2 Co 11, 17-21:
17Lo que os voy a decir, no lo diré según el Señor, sino como en un acce-
so de locura, seguro de tener algo de qué gloriarme -kauch,sewj-. 18 Ya que
tantos otros se glorían según la carne, también yo me voy a gloriar. 19
Gustosos soportáis a los fatuos, ¡vosotros que sois sensatos! 20 Soportáis
que os esclavicen, que os devoren, que os roben, que se engrían, que os
abofeteen. 21 Para vergüenza vuestra lo digo; ¡nos hemos mostrado débi-
les...!
Y continúa, en una página entera, gloriándose de lo que él es y de
las cosas que ha hecho.
La actitud de seguridad lo expresa, pues, con diversos términos
-los más frecuentes son: pepoi,qhsij, parrhsi,a, kau,chsij- dando la im-
presión de tener mucha certeza y estar muy confiado en su ministe-
rio.
La firmeza que atestigua frecuentemente en la segunda carta a
los Corintios se ha convertido en un problema para algunos comen-
tadores: ¿cómo diferenciarla de la presunción, de la pura audacia
humana, de la obstinación? De hecho, estos son aspectos negati-
vos que generan sospecha, distancia o sentido de inferioridad en la
gente y parecen contrastar con la humildad de corazón, la amabili-
dad y la gentileza de Jesús.
La Iglesia está llamada a elegir entre la humildad y la compren-
sión, manifestadas por Jesús, y la fuerte seguridad que no baja
nunca a hacer pactos con las situaciones que se viven.
Un sabio equilibrio entre las dos actitudes lo encontramos, por
ejemplo en la Regla pastoral de Gregorio Magno, y se pueden bus-
car sugerencias importantes. De cualquier manera, al texto de Pa-
blo, que nos parece excesivo, audaz por su certeza, debemos con-
frontarlo con otro buscando la clave de lectura que nos permita ba-
lancear el exceso.
Me ha parecido útil sacar a flote el problema para dar una pista
más para la meditación.
104
3. Pistas para la meditación sobre un ministerio firme y seguro
105
También la pregunta que nos hacemos acerca de la Iglesia con
cierto temor: ¿a dónde vamos?, ¿qué futuro tenemos?, ofrece un
estado de incertidumbre que es exactamente lo contrario a la firme-
za con que Jesús y Pablo han actuado.
¡Cuánta incertidumbre, por ejemplo, hay en los jóvenes! Ante la
elección no saben decidirse, siempre están temiendo equivocarse.
He conocido a muchos muchachos y muchachas maravillosos, teó-
ricamente deseosos de entregar su vida al Señor, pero que no lle-
gan a concretizar una elección porque posponen la decisión por el
temor de cometer un error.
Por eso es sumamente importante este estado de paz de la men-
te y del corazón que testimonian Jesús en su ministerio y Pablo en
la segunda carta a los Corintios.
3. El problema está en distinguir, en nuestro actuar, entre la bue-
na consciencia, la justa seguridad de sí -que nos ayuda a estar fir-
mes, estables, constante, y nos ayuda a superar las dificultades- y
la falsa seguridad, la presunción, la pretensión de estar siempre en
lo justo -actitudes peligrosas especialmente si una persona o un
grupo está convencido de que cuanto hace es absolutamente la vo-
luntad de Dios y, consecuentemente, no puede ser puesto en discu-
sión-.
De hecho, en la Iglesia se registran falsas seguridades, obstina-
ciones y fanatismos.
¿Cómo discernir entre el entusiasmo y en fanatismo, entre la
buena confianza en sí mismo y la testarudez?
Creo que no hay una respuesta práctica exhaustiva, válida de una
vez por todas. Es necesario que cada uno de nosotros haga coti-
dianamente un descernimiento.
Pero os propongo un criterio: preguntarse cuál es el origen de
una determinada actitud. Si se ha pasado por un proceso de discer-
nimiento, de purificación a través de la lucha y la prueba, quiere de-
cir que se tiene una justa seguridad de sí, que se tiene un verdade-
ro entusiasmo.
Al contrario, cuando una actitud proviene de una decisión apresu-
rada, de un asunto ideológico, y no ha sido cribada, debemos dudar
de su veracidad.
San Ignacio, allí donde habla de tres circunstancias o tiempos en
que se puede hacer una buena y sana elección, dice:
El primer tiempo es quando Dios nuestro Señor así mueve y atrae la vo-
luntad, que sin dubitar ni poder dubitar, la tal ánima devota sigue a lo que
106
es mostrado; assí como San Pablo y San Matheo lo hicieron en seguir a
Christo nuestro Señor. El segundo: quando se toma asaz claridad y cog-
noscimiento, por experiencia de consolationes y dessolaciones, y por ex-
periencia de discreción de varios espíritus (Ejercicios espirituales, nn.
175-176).
Dudo de una seguridad demasiado fácil a no ser que se trate de
una clara manifestación de Dios; dudo de una seguridad que no se
funda, a través de la prueba, en momentos de consolación y deso-
lación. Estoy más seguro cuando, de esta prueba, emerge una cal-
mada y tranquila certeza.
Recordemos la bellísima paradoja apostólica:
(Nos vemos) apretados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no
desesperados; 9 perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no
aniquilados. 10 Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la
muerte de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestro cuerpo.
Pablo ha alcanzado esta seguridad no sin luchas, no sin sufri-
mientos, no sin discernimiento del espíritu, pero ahora hay paz en
su corazón y puede enfrentar cualquier problema y cualquier dificul-
tad.
107
XI
LOS ADVERSARIOS
108
Algunos piensan que quizá sean predicadores judaizantes origi-
narios de la Iglesia de Palestina y que tienen la intención de dar otra
versión del Evangelio, un Evangelio diverso del predicado por Pa-
blo. Pero si esto aparece claramente en la carta a los Gálatas, no
así en la nuestra.
Otros exégetas consideran que los opositores del Apóstol eran
seguidores del gnosticismo, movimiento que proponía, como vía de
salvación, una forma de conocimiento espiritualista y misticista.
Otros más hablan de propagandistas de origen helenístico-
judaico.
Para algunos exégetas los enemigos de Pablo eran pocos, dos o
tres personas, que sin embargo causaban problemas y turbación en
la comunidad.
Pero son mencionados muchas veces en la carta a partir del capí-
tulo 2: «Ciertamente no somos nosotros como muchos que nego-
cian con la palabra de Dios. Antes bien, con sinceridad y como de
parte de Dios y delante de Dios, hablamos en Cristo» (v. 17).
Y continúa: «¿Comenzamos de nuevo a recomendarnos? ¿O es
que, como algunos, necesitamos presentaros cartas de recomenda-
ción o pedíroslas?».
En la última parte de la carta la polémica se transforma en apo-
logía (10, 1-12, 13).
2 Co 11, 4-6: 4 Pues, cualquiera que se presente predicando otro Jesús
del que os prediqué, y os proponga recibir un espíritu diferente del que re-
cibisteis, y un evangelio diferente del que habéis abrazado ¡lo toleráis tan
tranquilos! 5 Sin embargo, no me juzgo en nada inferior a esos «super-
apóstoles». 6 Pues si carezco de elocuencia, no así de ciencia; que en to-
do y en presencia de todos os lo hemos demostrado.
2 Co 11, 13-14: 13 Porque esos tales son unos falsos apóstoles, unos tra-
bajadores engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. 14 Y nada
tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz.
Ciertamente estos adversarios eran forasteros, llegados a Corinto
con cartas de recomendación, y pretendían establecerse como au-
toridad apostólica en un territorio evangelizado por Pablo. Querien-
do usar la terminología actual, podemos decir que se trataba de un
conflicto canónico: ¿quién tiene derecho al cuidado pastoral de la
comunidad de Corinto?, ¿quién tiene realmente la autoridad?
La historia de la Iglesia siempre ha estado marcada por los con-
flictos jurídicos, doctrinales, económicos, de luchas de poder que
por desgracia pueden desembocar en rupturas, en divisiones.
109
Nos preguntamos: ¿de qué manera han pretendido tener éxito y
adueñarse de la comunidad?
● Gloriándose de ser la verdadera expresión del judaísmo, de la
tradición hebrea. Temían a lo nuevo, querían un cristianismo con un
horizonte pequeño, estrechamente ligado a las costumbres pater-
nas y maternas. Eran, en otras palabras, tradicionalistas.
● Valiédose de la retórica: de hecho, acusaban a Pablo de no te-
nerla. La elocuencia era muy admirada y sabían hablar un lenguaje
elegante, refinado, que fascinaba a los Corintios.
● Ostentando experiencias extáticas, visiones, revelaciones, ma-
nifestaciones extraordinarias del Espíritu. De las alusiones de Pablo
se comprende que realizaban milagros y curaciones por el puro
gusto de dar espectáculo. En 2 Co 12, después de haber narrado la
visión que tuvo en el camino de Damasco, recuerda también las se-
ñales realizadas en Corinto:«…en nada he sido inferior a esos «su-
perapóstoles», aunque nada soy. 12 Las características del apóstol
se vieron cumplidas entre vosotros: paciencia perfecta en los sufri-
mientos, signos, prodigios y milagros» (vv. 11b-12).
Aparentemente eran personas buenas y devotas, bien vestidas,
gentiles, de voz persuasiva y por eso podían influir en la gente sim-
ple de Corinto. De hecho su objetivo era destruir la autoridad de
Pablo, el afecto reverente de la comunidad tenía hacia él.
Es interesante notar las acusaciones que le hacían: débil e inefi-
caz, no diestro en la retórica; nada leal a la asamblea; desarreglado
en el vestir, modesto en el modo de vivir y de hablar; demasiado
respetuoso de la libertad de quien lo escuchaba (ellos, por el contra-
rio, querían dominar a la gente, y la historia nos enseña que fre-
cuentemente la gente se deja dominar por las ideologías); no legiti-
mado en el apostolado debido a las muchas pruebas y los fracasos
tenidos; demasiado reacio a poner cargas sobre la comunidad.
A partir de algunos pasajes de la carta comprendemos que, de
hecho, estos adversarios confiaban más en si mismo que en la gra-
cia de Dios, en la acción del Espíritu Santo. Refiriéndonos a la ban-
dera de Satán, podemos decir que echaban redes y cadenas a los
Corintios para obtener dinero, aclamaciones, alabanzas y éxito. No
predicaban la cruz como punto clave del kerigma, sino que se ba-
saban en la sabiduría humana, en la relación personal, social e inte-
lectual.
Es el Satán, advierte san Ignacio, quien instiga a los hombres al
deseo de las riquezas para conducirlos luego más fácilmente a la
110
ambición del honor mundano y a la crecida soberbia (cf. Ejercicios
espirituales, n. 142).
Siempre me ha impresionado este texto ignaciano porque la ac-
ción de Satán, al menos inicialmente, no induce al pecado, sino a
obtener ventajas, a obtener una vida más fácil, más cómoda, de éxi-
to. Así actuaban los enemigos de Pablo mencionados en la segun-
da carta a los Corintios.
3. Aplicaciones prácticas
112
los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a
la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antece-
dente consolación. Porque así como en la consolación nos guía y
aconseja más el buen spíritu, así en la desolación el malo, con cu-
yos consexos no podemos tomar camino para acertar».
Os recomiendo, pues, releer con calma estas reglas para com-
prender como el adversario está obrando en nosotros y cuáles son
las inspiraciones que el espíritu bueno nos quiere dar para estos
días de retiro.
2. ¿Cómo comportarse a nivel eclesial? Pablo sabe que hay di-
versos modos para transmitir el kerigma y, que no todos son acep-
tables. De hecho, hay quien altera la pureza del Evangelio, aun
cuando se presenta como persona religiosa y devota. Por eso lucha
con todas sus fuerzas contra la contaminación de la enseñanza del
Señor Jesús.
¿Qué consecuencias concretas sacamos para nosotros?
Ante todo quisiera recodar lo que escribió el teólogo jesuita Ber-
nard Lonergan sobre el proceso dialéctico que se verifica cuando
emergen diversos, y aparentemente contrarios, modos de pensar y
de juagar: es necesario aclarar bien una y otra posiciones, al grado
de distinguir entre cuestiones de palabras y de culturas que pueden
integrarse y las que serían oposiciones reales que, para ser supe-
radas, requerirían de una conversión.
Por tanto, no todo modo diverso de pensar y de actuar es repro-
bable, sino el que expresa una verdadera contradicción al Evange-
lio. Pero no una contradicción supuesta a priori, por lo que debemos
considerar siempre el lenguaje, la mentalidad, los usos, para encon-
trar, en el diálogo, la posibilidad de llegar a un entendimiento antes
de concluir con la no aceptación.
Como consecuencia, es necesario:
● No turbarnos frente a tensiones y divisiones; tomar por el con-
trario el tiempo que se necesita para escuchar y tratar de aclarar
para llegar a dar un juicio según el Evangelio.
● Juzgar cada cosa a la luz de la cruz de Cristo, del sermón de la
montaña, del amor gratuito de Jesús que da la vida por sus amigos
y también por sus enemigos.
Estos son fuertes puntos que nos ayudan a iluminar distintas vi-
siones y diversos métodos. Algunos convergen perfectamente en el
corazón del Evangelio, mientras otros se muestran contrarios, implí-
cita o explícitamente.
113
En el fondo, toda la historia de la Iglesia es un largo y continuo
camino de discernimiento para comprender la verdad.
A veces me pregunto: ¿por qué el Señor no nos revela claramen-
te lo que quiere de nosotros?, ¿por qué nos deja sufrir en intermi-
nables discusiones?
La pregunta no tiene respuesta, y precisamente a través de este
doloroso discernimiento arribamos a una mejor paciencia, a una
mayor sabiduría, a un amor más profundo. El Señor quiere que, de
la difícil historia que estamos viviendo, aprendamos a imitar a Jesús
humilde, manso y paciente, a descubrir el inmenso amor de Dios
que se revela en la historia de la Iglesia.
114
UN AMOR TOTALITARIO
(homilía del sábado de la semana XVIII del tiempo ordinario –
07.08.1999)
según juró a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob: ciudades grandes y her-
mosas que tú no has edificado, 11 casas llenas de toda clase de bienes,
que tú no has llenado, cisternas excavadas que tú no has excavado, viñe-
dos y olivares que tú no has plantado, cuando comas y te hartes, 12 cuída-
te de no olvidarte de Yahvé que te sacó del país de Egipto, de la casa de
servidumbre. 13 A Yahvé tu Dios temerás, a él servirás y por su nombre ju-
rarás.
117
XII
118
Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo que vive y reina contigo, en la unidad
del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
En las meditaciones de la III semana, san Ignacio nos invita a
unirnos más profundamente con Jesús para confirmar nuestra elec-
ción de seguirlo también en circunstancias difíciles. Por esto propo-
ne recorrer el camino hacia la pasión: «como Christo nuestro Señor
fue desde bethania para hierusalen a la ultima cena inclusive» (n.
190) Y en el n. 191: «El primer preámbulo es traer la historia, que es
aquí cómo Christo nuestro Señor desde Bethania envió dos discípu-
los a Hierusalém a aparejar la cena, y después él mismo fue a ella
con los otros discípulos; y cómo después de haber comido el corde-
ro pascual y haber cenado, les lavó los pies, y dio su sanctíssimo
cuerpo y preciosa sangre a sus discípulos, y les hizo un sermón
después que fue Judas a vender a su Señor».
En la reflexión personal nos detendremos en seis puntos que nos
ayudan a entrar en la contemplación de los sufrimientos de Jesús
(nn. 194-197).
Al mismo tiempo queremos considerar el misterio de la Eucaristía
como sacramento de la unidad.
Pablo, en la segunda carta a los Corintios, no habla de la Euca-
ristía. Ciertamente acentúa en 1, 20: «todas las promesas hechas
por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por él «Amén» a
la gloria de Dios». Podría tratarse de la conclusión de una plegaria
eucarística, pero es sólo una hipótesis.
Además ya ha hablado de ella ampliamente en la primera carta a
los Corintios (10, 15-18; 11, 17-34), y los fieles de Corinto conocen
muy bien el significado y la importancia del banquete eucarístico.
He pensado pues confrontar un texto del Evangelio de Juan con
un texto de Pablo para meditar acerca de la unidad en la comuni-
dad, que encuentra su fuente, su fuerza y su espejo en la Eucaris-
tía.
1. El don de la unidad
119
17 Santifícalos en la verdad:
tu palabra es verdad.
18 Como tú me has enviado al mundo,
120
2. Cómo vive Pablo la unidad con la comunidad de Corinto
121
sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así
lo seréis también en la consolación
Al inicio de la carta, antes de afrontar las contestaciones, se com-
place del hecho que la comunidad comparte sus sufrimientos: mi
sufrimiento es por vosotros, vuestro sufrimiento me ayuda, me sos-
tiene.
El sufrimiento compartido es pues un maravilloso signo de uni-
dad, más allá de las diferencias de opinión o de las incomprensio-
nes. Es un misterio que lleva a la unidad, como lo testimonia la Igle-
sia de los primeros siglos: los mártires que hasta hoy veneramos,
eran diversos unos de otros, tenían posiciones y visiones diferentes
en la Iglesia. Los mismos Pedro y Pablo están unidos en el martirio,
en la muerte, y la liturgia celebra su memoria en una sola fiesta; y
sin embargo eran dos personalidades muy diversas también a nivel
de cultura, y algunas veces discutían.
Lo que valía para la Iglesia de los apóstoles, vale siempre, vale
hoy.
A propósito, son interesantes las palabras de Juan Pablo II en la
Tertio millenio adveniente:
Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia
de mártires. Las persecuciones de creyentes —sacerdotes, religiosos y
laicos— han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del
mundo. El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la san-
gre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y
protestantes, como revelaba ya Pablo VI en la homilíade la canonización
de los mártires ugandeses […] El ecumenismo de los santos, de los márti-
res, es tal vez el más convincente. La communio sanctorum habla con
una voz más fuerte que los elementos de división (n. 37).
El Papa ha vuelto muchas veces a este pensamiento: los márti-
res, sufriendo, nos unen; aunque provengan de diversos países, de
posiciones diferentes a nivel eclesiológico, hacen el milagro de
nuestra unidad.
Pablo retoma el argumento en 2 Co 7, 2-3:
2Dadnos lugar en vuestros corazones. A nadie hemos ofendido; a nadie
hemos arruinado; a nadie hemos explotado. 3 No os digo esto con ánimo
de condenaros. Pues acabo de deciros que en vida y muerte estáis uni-
dos en mi corazón.
Podemos traducir: no obstante haya entre nosotros incompren-
siones, no obstante existan entre nosotros conflictos, el sufrimiento
nos une y yo os llevo siempre en el corazón para compartir con vo-
sotros la muerte y la vida.
122
3. El tercer ejemplo saca a la luz la unidad en la visión pastoral.
A la comunidad que parece haberlo olvidado o despreciado. Pablo
replica: ¡de cualquier manera, entre ustedes y yo hay una fuerte
unidad!
2 Co 3, 1-3: 1 ¿Comenzamos de nuevo a recomendarnos? ¿O es que,
como algunos, necesitamos presentaros cartas de recomendación o pedí-
roslas? 2 Vosotros sois nuestra carta, escrita en vuestros corazones, co-
nocida y leída por todos los hombres. 3 Evidentemente sois una carta de
Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el
Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en
los corazones
Como si dijera: No os fijéis en los muchos problemas, en las dife-
rencias, en las divergencias, porque sois un fruto de mi trabajo pas-
toral, tenéis mi estilo, mi impronta y nunca perderé la confianza en
vosotros. Es admirable su capacidad de encontrar un aspecto, por
pequeño que sea, sobre el cual poder reedificar la comunidad, para
reconciliarla en la unidad.
123
do, que nunca habríamos esperado, como algo que nos desilusiona
al grado de pensar que la gracia de Dios no estuviese presente y
operante en su Iglesia.
2. No estamos llamados a lamentarnos, a repetir que no nos
amamos, que no estamos unidos. Al contrario, se nos pide con
fuerza favorecer día tras día la comunión de los corazones, discernir
la acción de Dios que produce la unidad en todas las circunstancias
de la vida de la Iglesia, por posible o imposible que parezca.
Debemos convencernos de que la unidad es el único modo de
existencia de los discípulos de Jesús; de lo contrario, ellos no refle-
jan la gloria de la Santa Trinidad.
3. El término «unidad» puede ser aplicado estricta o analógica-
mente: existen ámbitos en los que es necesaria una rigurosa unidad
de fe, de disciplina, de autoridad; hay otros en los que se ha de ser
entendida en sentido analógico, como una tendencia al diálogo y a
la recíproca comprensión.
Aplicar el concepto y la práctica de la unidad de modo unívoco es
una amenaza a la unidad real que es propia de la Iglesia, como res-
plandor de la Trinidad.
Por eso, la Iglesia debe reflexionar continuamente sobre la reali-
zación de la unidad: unir no quiere decir centralizar, sino poner jun-
tas las diversas porciones de la Iglesia que se reconocen concor-
dantes en puntos esenciales, pero que tienen diferencias legítimas.
Es entonces que se pone en marcha un proceso de unidad.
4. Al nivel de las comunidades parroquiales y religiosas, estamos
invitados a tomar en cuenta primeramente los eventos consolado-
res, para encontrar signos más luminosos de unidad para ponerlos
en práctica y valorarlos.
Muchas veces, al visitar las parroquias, tengo la impresión de que
el estribillo «debemos estar unidos» es un mero moralismo.
Un ejemplo positivo, que nos ayuda a comprender nuestro es-
fuerzo, nos lo ofrece e movimiento ecuménico: quizá no se den
grandes pasos en el diálogo teológico, pero se cultivan la amistad y
los intercambios entre las Iglesias. Estos son pequeños signos de
unidad que estimulan a avanzar.
Si en las comunidades cristianas que nos están confiadas desta-
camos en primer lugar y sólo las diferencias, no avanzaremos en el
camino ecuménico.
El señor nos conceda entender que el Espíritu Santo trabaja por
la unidad en las comunidades religiosas, en las parroquias, en las
124
Iglesias locales, en la Iglesia entera. Con tal certeza podemos vivir
nuestro ministerio, nuestro servicio en el deseo de hacer crecer a la
gente en la comunión y en la experiencia de la alegría propia de la
unidad que es fruto del sacramento de la Eucaristía.
125
XIII
LA DESOLACIÓN ESPIRITUAL
¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? 38 Velad y orad, para que no
caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.»
39 Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras. 40 Volvió otra
vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados; ellos no
sabían qué contestarle. 41 Viene por tercera vez y les dice: «Ahora ya
126
podéis dormir y descansar. Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 42 ¡Levantaos!
¡vámonos! Mirad, el que me va a entregar está cerca.»
Cada vez que leemos este pasaje tenemos la impresión de estar
frente a una narración solemne, parsimoniosa, que avanza lenta-
mente, una narración sobria y muy bien compuesta. Encierra una
riqueza que debemos descubrir poco a poco.
128
3. Señalo también una palabra clave en la narración de Marcos y
en la carta de Pablo: debilidad, avsqe,neia [astheneia].
Jesús dice: «Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que
el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mc 14, 38).
Hemos considerado ampliamente la debilidad en el ministerio de
Pablo y aquí cito en particular 2 Co 12, 9: «Mi gracia te basta, que
mi fuerza se realiza en la flaqueza».
También la gloria de Jesús, también su inmenso amor por noso-
tros se ha revelado en esa agonía que para nosotros aparece como
una expresión de debilidad.
129
La revelación de Cristo lleno de sufrimiento es un poco nueva pa-
ra nuestra cristología, aunque sobre él se han fundado los comien-
zos de la Iglesia.
La carta a los Hebreos, por ejemplo, refleja muy bien la conscien-
cia que la Iglesia tenía de la debilidad de Cristo, de sus dolores.
Hb 2, 14-18:
14 Por tanto, como los hijos comparten la sangre y la carne, así también
compartió él las mismas, para reducir a la impotencia mediante su muerte
al que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, 15 y liberar a los
que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud.
16 Porque, ciertamente, no es a los ángeles a quienes tiende una mano,
130
● En fin, el gran cuestionamiento: ¿por qué sufre Jesús? Ignacio
de Loyola propone personaliza esta pregunta: ¿por qué sufre tanto
por mí mi Señor Jesús?
Naturalmente conocemos las respuestas posibles: Jesús sufre no
sólo a causa de su humanísimo pavor ante la muerte, sino por el
peso de los pecados del mundo. Él los toma sobre sí, u enseña a
sus discípulos a aceptar la propia parte del peso de los pecados.
Pero, ¿por qué se manifiesta pobre y débil? Habría podido, de
hecho, sufrir a escondidas, sin dejar que lo vieran.
El texto de Marcos nos permite descubrir -lo he acentuado desde
el principio- una revelación cristológica: Jesús quiere mostrar su
participación en nuestros dolores, en nuestras debilidades; quiere
revelarnos que Dios está con nosotros en nuestros sufrimientos.
Algunos teólogos proponen aquí un cuestionamiento similar al
que hemos visto a propósito de la meditación de Jesús «siervo»
(¿la definición de siervo tiene la intención de indicar algo de la natu-
raleza de Dios?): ¿la debilidad de Cristo revela a un Dios capaz de
entender en sufrimiento? Más aún, como han hablado pensadores y
místicos como Jacques Maritain, Marthe Robin y otros, ¿revela algo
que en Dios corresponde a lo que en nosotros es sufrimiento?
Es difícil manifestarse al respecto. En todo caso nos vemos indu-
cidos a descubrir la apasionada cercanía de Dios a nuestra fragili-
dad humana y al mismo tiempo ayudados a responder a una pre-
gunta que ha recorrido todos los siglos de la historia y que sigue
siendo actual: ¿por qué permite Dios el dolor, el sufrimiento, el mal?
Porque quiere estar con nosotros, acogernos en su amor y
hacernos partícipes de su auto-donación, de su modo de sacar el
bien del mal y la vida de la muerte.
Pero es la oración silenciosa, la adoración prolongada la que nos
lleva a tocar la profundidad del amor de dios en Cristo, a entrar en
el corazón de Jesús, a experimentar ese conocimiento de dios que
se verifica -como veremos- en el tercer grado de humildad.
Quizá nos hemos remontado muy lejos. De cualquier manera
Dios se nos revela y nosotros aceptamos esta revelación sin com-
prenderla plenamente; pero la meditación atenta, afectiva del texto
de Marcos nos abrirá los ojos ante el sufrimiento del mundo para
hacernos contemplar el sufrimiento de Jesús.
131
2. Meditatio sobre la desolación
132
predicación, a diferencia de un obrero que puede siempre perfec-
cionar el producto del trabajo de sus manos. De la frustración nace
fácilmente la desolación.
Debemos, pues, saber que la tristeza, la tentación de dejar todo,
la desolación, son pruebas inevitables del ministerio y, más en ge-
neral, de la vida en esta tierra.
3. Por otro lado, debemos saber que estas pruebas, estos mo-
mentos de aridez, se dan en vista de nuestra felicidad y la de los
otros. La desolación no puede nunca ser separada de la consola-
ción. La consolación es el punto principal, la experiencia que es ca-
paz de transformar la situación más oscura, de vencer cualquier pe-
cado. Por ello, una condición de desolación personal y comunitaria,
no puede convertirse en la ocasión de permitir que la actitud normal
sea el de la tristeza, del luto, de la lamentación…
La desolación no se prolongará nunca por mucho tiempo, es la
vida que tiende a la consolación y la alegría. Si permanecen, pues,
los sentimientos pesimistas, en nosotros y en la comunidad, impi-
diéndonos ver la gloria del ministerio, quiere decir que algo no fun-
ciona bien.
Por tanto, os invito a ser pacientes y a luchar por la superación de
la desolación y la frustración.
4. En todo caso, especialmente en la vida pastoral, la verdadera
causa de la desolación es el poco amor a la gente. Nuestro amor es
débil, insuficiente, frágil, no cultivado.
Recuerdo que en una ocasión vino a buscarme un párroco y co-
menzó una letanía de lamentaciones. Se lamentaba de la parroquia,
de los feligreses, de la poca respuesta a sus propuestas y, además,
me dio ejemplos de maldad, conocida por él, en uno que otro fiel. Al
final le pregunté: «Pero, ¿amas a tu gente? Si la amases de verdad,
¿serías capaz de hablar como has hablado?». Un ejemplo estupen-
do de amor a la gente nos lo ofrece Pablo.
2 Co 2, 4:
Efectivamente, os escribí en una gran aflicción y angustia de corazón, con
muchas lágrimas, no para entristeceros, sino para que conocierais el
amor desbordante que a vosotros os tengo.
¡Un afecto inmenso!
El amor a la gente es ciertamente una clave para vivir serena-
mente el ministerio pastoral. Si, por el contrario, nos mueve única-
mente el «deber», tarde o temprano caeremos en la frustración.
133
5. Una reflexión más. La alegría es una meta a alcanzar por quien
es llamado al ministerio de la evangelización, de la buena noticia. Y
esta alegría, esta consolación, es absolutamente necesaria para el
momento actual que vive la Iglesia.
6. ¿Cómo podemos combatir la desolación?
Nos lo enseñan Pablo e Ignacio.
● Escribe san Ignacio: « el que está en desolación, considere
cómo el Señor le ha dexado en prueba en sus potencias naturales,
para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo;
pues puede con el auxilio divino, el qual siempre le queda, aunque
claramente no lo sienta; porque el Señor le ha abstraído su mucho
hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole tamen gracia suf-
ficiente para la salud eterna» (Ejercicios espirituales, n. 320). Y en
el n.321 añade: «el que está en desolación, trabaxe de estar en pa-
ciencia, que es contraria a las vexaciones que le vienen, y piense
que será presto consolado, poniendo las diligencias contra la tal de-
solación», es decir, se insiste sobre todo en la oración y en la medi-
tación (cf. n. 319).
● En la segunda carta a los Corintios, Pablo nos enseña a inter-
pretar la desolación y el sufrimiento a la luz de Cristo y de la Iglesia:
de hecho, participamos en el sufrimiento de Jesús por su Iglesia y
por su gente que es nuestra gente (cf. 1, 5; 4, 10).
Es la misma enseñanza que hemos leído en Col 1, 24: «me ale-
gro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo lo
que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su
cuerpo, que es la Iglesia». Lo reencontramos en Ga 4, 19: « ¡Hijitos
míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a
Cristo formado en vosotros». Es el celo maravilloso de Pablo todo
orientado a anunciar a Jesús, a engendrar de nuevo los Gálatas en
la fe, en el misterio del Crucificado Resucitado.
Con la ayuda de estas páginas podemos orar para que el Señor
nos haga entrar en el misterio de la agonía de Jesús.
134
LA PRIMERA HERIDA EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
(Homilía en el Domingo XIX del tiempo ordinario 08.08.1999)
135
el orbe sus relámpagos, / lo ve la tierra y se estremece» (Sal 97, 3-
4).
Sin embargo, el Señor puede revelarse también de modo discre-
to, en un viento ligero y en el silencio. No hay por qué sorprenderse
si hay manifestaciones de potencia y otras de humildad, de modes-
tia.
El episodio de Elías es muy importante porque este tipo de reve-
lación pertenece a la plenitud de los tiempos, en el Nuevo Testa-
mento. Es en éste donde Dios se manifiesta, en Jesús, en la debili-
dad e indefenso.
También la historia de la Iglesia conoce tiempos y momentos dife-
rentes para hablar de Dios: en algunos siglos el misterio de Dios es
mejor comprendido como misterio de potencia, de fuego, de terre-
moto: en otros siglos se entiende mejor en la revelación de un susu-
rro de brisa suave. En el contexto Europeo este es el modo más ap-
to para hablar de Dios en la actualidad. De hecho, el rechazo de la
fe -que comenzó en el siglo XVII sobre todo por parte de por parte
de filósofos y científicos- se ha difundido, con el correr del tiempo,
entre las masas, especialmente por la ideología del comunismo. Pe-
ro uno de los motivos de tal rechazo es probablemente no aceptar
la idea de un Dios fuerte, potente, dominante, que dicta leyes y cas-
tiga, que coge a los hombres como un terremoto, que los golpea
como fuego y tempestad, negándoles la libertad.
A finales del siglo pasado, místicos y teólogos han, por así decir-
lo, recuperado el rostro de un Dios compasivo, de un Dios que bus-
ca nuestro gozo, que se pone a nuestro servicio hasta entregarnos
a su propio Hijo. Pensemos, a propósito de esto, en la Autobiografía
de Santa Teresa del Niño Jesús, por mencionar una figura de santa
amada en todo el mundo.
Al final de este milenio, su queremos hablar del misterio de Cristo
a la humanidad de hoy, es necesario retornar a la revelación del
Dios de Elías, del Padre de Jesús en el Nuevo Testamento.
Cuando en Milán, en 1992, prometí realizar encuentros con el te-
ma del silencio de dios, particularmente refiriéndome a la tragedia
del pueblo judío durante el nazismo, miles de personas no creyen-
tes me escribieron comunicándome que en las relaciones tenidas
también con hebreos manifestaban la reconciliación con la idea de
un Dios amigo del hombre, que sufre por el hombre y se dona a
ellos.
136
Quisiera que profundizásemos este tema en la reflexión de la se-
gunda carta de Pablo a los Corintios, y en el Evangelio, con la gra-
cia del Espíritu Santo.
2. La primera herida
Rm 9, 1-3:
1 Digo la verdad en Cristo, no miento, —mi conciencia me lo atestigua en
el Espíritu Santo—, 2 siento una gran tristeza y un dolor incesante en el
corazón.3 Pues desearía ser yo mismo maldito, separado de Cristo, por
mis hermanos, los de mi raza según la carne. 4 Son israelitas; de ellos es
la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las prome-
sas, 5 y los patriarcas; de ellos también procede Cristo según la carne, el
cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos.
Amén.
Escribiendo la comunidad de Roma, Pablo confiesa el gran dolor,
la angustia, el sufrimiento que vive por sus hermanos judíos.
La división entre judíos y cristianos es indudablemente la primera
herida en la historia de la Iglesia.
Es verdad que con el Concilio Vaticano II se ha iniciado una nue-
va era: hemos probado el entendernos los unos a los otros, hemos
experimentado algunas formas de reconciliación, pero no es sufi-
ciente.
A mi juicio debemos darnos cuenta de que un verdadero diálogo
con los judíos es una condición preliminar para cualquier otro diálo-
go interreligioso, a la vez que debe ir a la par con el diálogo ecumé-
nico. De este modo, la herida va sanando, se va curando.
Y queremos orar, también en estos días de Ejercicios, para qué el
Señor apresure la llegada del tiempo de una plena reconciliación.
3. El testimonio de Pedro
138
XIV
139
miento, quier divino, quier humano, que me obligue a peccado mortal
(Ejercicios espirituales, n. 165).
140
por el contrario, habla de doctrina o de enseñanza según el vocabu-
lario del Nuevo Testamento, como camino para seguir al Señor.
Jesús, dice en Mt 28, 19-20, cuando resucitado se aparece a sus
discípulos en Galilea, les dice: «Id, pues, y haced discípulos a todas
las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he
mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo».
Se trata, pues, de una doctrina práctica, de la vida de imitación de
Jesús. Y éste es precisamente el camino propuesto en la medita-
ción de las «dos banderas» y en la otra de «los tres grados de
humildad».
2. Teniendo presentes los nn. 165 -167 que he citado de los Ejer-
cicios espirituales, trato de resumirlos en tres maneras de vivir
nuestra relación con Jesús.
● La primera es propia del siervo diligente que observa la ley de
Dios, cumple bien todo su deber; aunque la relación con Jesús es
casi impersonal, es sin embargo una actitud suficiente para conse-
guir el martirio en circunstancias difíciles de persecución.
● la segunda manera es la del amigo fiel que, además de obser-
var la ley, quiere entender las intenciones de Jesús, adelantarse a
sus deseos.
● La tercera es la del amante estático, de quien arde de amor y
busca identificarse con Jesús, de ser una sola cosa con Él, de con-
formarse con su corazón.
San Ignacio subraya que para hacer una buena elección puede
bastar la segunda actitud.
Sin embargo sabemos que sólo la locura de un amor extático —
—que corresponde al tercer grado de humildad— abre el camino
hacia un más profundo conocimiento de Cristo, del Nuevo Testa-
mento, de la teología cristiana y del misterio de Dios.
Resulta obvio que dicho amor extático es un don del Espíritu,
pues está más allá de todo cálculo humano, es un salir de uno mis-
mo, cosa de la que nos somos capaces con nuestras propias fuer-
zas; pero es el único modo para entrar en la oración de Cristo y en
la experiencia de la Trinidad.
Es, pues, una gracia estupenda que deseamos mucho tener; pe-
ro, si hacemos memoria, nos damos cuenta de que las mejores
elecciones de la vida las hemos realizado porque en esos precisos
momentos, gozábamos de ese gran don.
141
3. San Pablo ha entrado plenamente en el profundo conocimien-
to de Jesús: «juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del co-
nocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Flp 3, 8).
En la segunda carta a los Corintios descubrimos un aspecto parti-
cular de esta experiencia interior de Pablo, y que se resume así: mi
debilidad es mi fuerza. Es un pensamiento que repite varias veces
expresando, con palabras diversas, el tercer grado de humildad: Pa-
ra Pablo, la debilidad no es vivida simplemente con paciencia ofre-
ciéndola a Dios con la certeza de que le servirá para alcanzar un
bien mejor; es la condición que le permite ir más allá de todo cálcu-
lo, de confirmarse en el amor de Jesús humilde y pobre. Por nuestra
parte, siempre que leemos 2 Co 12, 9b-10, quedamos estupefactos:
9bcon sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para
que habite en mí la fuerza de Cristo. 10 Por eso me complazco en mis fla-
quezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las
angustias sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es cuando
soy fuerte.
Es la locura del amor extático la que lo hace hablar de este modo.
2. La pasión
142
— y cuando es reenviado a donde Pilato comienza a sufrir física-
mente porque es flagelado.
El objetivo de Ignacio es ayudarnos a entender los aspectos del
sufrimiento que hemos vivido o, probablemente, estemos viviendo
en el ministerio.
Quizá sean sufrimientos físicos; quizá estadios de silencio, como
Jesús, frente a las acusaciones, porque un obispo, un sacerdote no
siempre pueden responder sin violar un secreteo que les ha sido
confiado; o tal vez hayamos sufrido porque hemos sido tratados con
injusticia o por causa de personas que creíamos amigos y nos han
traicionado públicamente o en privado.
En fin, son momentos de nuestra vida y en los que particimpamos
en la experiencia de Jesús.
Podemos repasar las estaciones de la Pasión para en ver que si-
tuaciones nos identificamos con Jesús. Recibiremos consolación y
fuerza para llevar nuestra cruz con serenidad y con paz en el co-
razón.
2. Sugiero también hacer memoria, durante la meditación perso-
nal, de la triple revelación que nos ha hecho Jesús. La Pasión nos
fevela:
— nuestra culpabilidad, nuestros pecados;
— el gran amor de Cristo por nosotros, y es la revelación más im-
portante;
— la auto-donación de Dios en la Trinidad.
El Espíritu santo nos guiará para penetrar mejor uno y otro aspec-
to de tal revelación, para experimentar uno u ogro momento de la
Pasión de Jesús.
3. La Pasión de Pablo
143
En la segunda carta a los Corintios nos da una especie de resu-
men de su pasión hasta aquel momento:
23 ¿Ministros de Cristo? —¡Digo una locura!— ¡Yo más que ellos! Más en
trabajos; más en cárceles; muchísimo más en azotes; en peligros de
muerte, muchas veces.24 Cinco veces recibí de los judíos los cuarenta
azotes menos uno. 25 Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado;
tres veces naufragué; un día y una noche pasé en alta mar. 26 Viajes fre-
cuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi
raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado;
peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; 27 trabajos y fatigas; no-
ches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer;
frío y desnudez. 28 Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la
preocupación por todas las iglesias. 29 ¿Quién desfallece sin que desfa-
llezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?
Me parece interesante que ponga en el mismo nivel los sufrimien-
tos, las persecuciones y la preocupación por las Iglesias.
Es un hecho consolador: aún cuando no podamos igualar las mu-
chas y duras pruebas de Pablo, sabemos que en nuestro ministerio,
en la vida pastoral nos unimos en cierto modo a la pasión de Cristo.
2. Pero, ¿cómo vive Pablo las pruebas, los sufrimientos, la pa-
sión?
La clave para comprender esto la encontramos en el texto de
2 Co 12, 10, citado antes para expresar el tercer modo de humildad:
«Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las ne-
cesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cris-
to». Es, desde mi punto de vista, el centro de toda la carta: vive todo
evento, toda tribulación con el deseo ardiente de vivir en y con
Jesús, de ser como Jesús.
Para nosotros es ciertamente aduro complacernos en nuestras
debilidades, casi humanamente imposible.
Si queremos entender mejor las palabras de Pablo, es necesario
considerar la experiencia extraordinaria que se nos narra en 2 Co
12, 2-6:
Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años —si en el cuerpo o
fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe— fue arrebatado hasta el tercer
cielo. 3 Y sé que este hombre —en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé,
Dios lo sabe— 4 fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el
hombre no puede pronunciar. 5 De ese tal me gloriaré; pero en cuanto a
mí, sólo me gloriaré en mis flaquezas. 6 Si pretendiera gloriarme no haría
el fatuo, diría la verdad. Pero me abstengo de ello. No sea que alguien se
forme de mí una idea superior a lo que en mí ve u oye de mí.
El verdadero conocimiento del significado de la Pasión de Jesús,
de sus sufrimientos, del Misterio pascual, no lo alcanzamos con
144
nuestras fuerzas, con los estudios, sino que es puro don de Dios y
del Espíritu Santo.
A Pablo le ha sido dado por medio de algunas revelaciones; a no-
sotros se nos ha prometido en la medida de nuestra fidelidad, de la
oración continua, de la invocación del Espíritu Santo, de la adora-
ción; en la medida en que deseemos de veras vivir el tercer grado
de humildad.
Agradezcamos también al Padre que está en los cielos porque
nos quiere hijos suyos y en Jesús nos enseña a comportarnos como
hijos incluso en los momentos de prueba y de dificultad.
145
XIV
DE LA MUERTE A LA VIDA
2 Co 4, 10-12:
10 Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de
146
Es una expresión mucho más fuerte respecto a aquella análoga
de Ga 4, 19 que ya conocemos: «¡Hijitos míos!, por quienes sufro
de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros».
En este texto el sufrimiento del Apóstol está ligado a la vida de fe de
los Gálatas, pero en 2 Co 4, 12 emerge mayormente con palabras
más cargadas de significado, la oposición entre la muerte de Pablo
y la vida en la comunidad.
Creo que quiere aplicar a sí mismo cuanto ha intuido y contem-
plado en Jesús. Jesús nos consuela y nos conforta también en el
momento en que es condenado, rechazado, negado, traicionado,
crucificado, incluso cuando muere: en todo momento busca servir-
nos, ayudarnos, infundirnos esperanza.
En la meditación del mediodía consideramos el n. 224 de los
Ejercicios espirituales; que es precisamente la que corresponde a la
cuarta semana; quiero volver a citarlo porque dice: «mirar el officio
de consolar, que Christo nuestro Señor trae, y comparando cómo
unos amigos suelen consolar a otros».
147
te de lo que ha hecho. En el mismo momento en que es negado,
realiza el servicio de la consolación.
2. Un segundo cuadro que me hace recordar es el tentativo de
Jesús de ayudar a Pilato.
Jn 18, 37-38:
Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?» Respondió Jesús:
«Sí, como dices, soy rey.
Yo para esto he nacido
y para esto he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»
Notemos que Pilato tiene el poder de condenarlo a muerte; cuan-
do estamos frente a alguien que tiene un poder sobre nosotros,
buscamos ante todo obtener su favor, ser gentiles. Jesús es cortés,
gentil, humilde, pero desea ayudar a Pilato y le habla de la verdad.
38Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?» Y, dicho esto, volvió a salir hacia
los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él.
Jesús quiso darle una respuesta que lo habría llevado a entender,
pero Pilato ha salido, no se ha enterado que Jesús quería ponerse
al servicio de su fe y de la verdad.
3. Es muy bella la escena en que Jesús, mientras camina hacia el
Calvario, encuentra a las mujeres y se dirige a ellas para ayudarlas.
Lc 23, 27-28:
27Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se
lamentaban por él.28 Jesús se volvió a ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén,
no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos.
Jesús se siente sostenido por su cercanía, por el afecto con que
comparten lo que él estaba viviendo, pero quiere hacer entender a
las mujeres la desventura que está por acontecer sobre la ciudad:
29Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entra-
ñas que no engendraron y los pechos que no criaron! 30 Entonces se
pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Se-
pultadnos! 31 Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se
hará?»
Incluso en el momento en que está por ser crucificado, Jesús nos
da un ejemplo heroico de su disposición a servir, a preocuparse por
los demás olvidándose de sí mismo.
4. La cuarta escena lo presenta en oración por quienes lo han
puesto en cruz.
148
33Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los mal-
hechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 34 Jesús decía: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Es el servicio de la oración; un servicio preciosísimo. Se nos invi-
ta a contemplar largamente esta imploración de perdón porque ex-
presa sintéticamente el Discurso de la montaña, el tercer grado de
humildad y nos revela el corazón de Jesús y el corazón del padre.
5. En el quinto cuadro Jesús consuela al que fue crucificado don
él asegurándole el paraíso.
Lc 23, 39-43:
39 Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo?
Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» 40 Pero el otro le increpó: «¿Es que no
temes a Dios, tú que sufres la misma condena? 41 Y nosotros con razón,
porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste na-
da malo ha hecho.» 42 Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas
con tu Reino». 43 Jesús le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en
el Paraíso».
Mientras está por morir, Jesús ofrece esperanza y vida. Por eso
Pablo puede afirmar: «La muerte actúa en nosotros, mas en voso-
tros la vida».
6. Es muy conmovedora la sexta escena, donde Jesús consuela a
María y a Juan.
Jn 19. 25-27:
25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre,
María, mujer de Clopás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre
y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tie-
nes a tu hijo». 27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde
aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Estas palabras valen para todos nosotros. Jesús consuela a to-
dos sus hermanos y hermanas con el don de María. Un don que
nos ha sido dado en el momento de aquella muerte que obra en no-
sotros la vida.
7. El séptimo cuadro nos ofrece con claridad inequívoca el signifi-
cado de la expresión de Pablo. La muerte de Jesús lleva al soldado,
que lo ha crucificado, hacia la fe.
Mc 15, 37-39:
37 Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.38 Y el velo del Santuario se rasgó
en dos, de arriba abajo. 39 Al ver el centurión, que estaba frente a él, que
había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era
hijo de Dios».
El soldado que proclama su fe porque ha visto la humildad y la
generosidad con que Jesús muere, representa a los primeros cris-
149
tianos y a la humanidad entera ante la cruz. De la muerte de Jesús
brota la vida y la fe. Y, por tanto, es necesaria la contemplación del
Crucificado para recibir y alimentar en nuestro corazón un amor rico
de fe y de esperanza.
8. Por último, mirando el costado abierto de Jesús, con todo su
valor simbólico, comprendemos que él consuela a cada uno de no-
sotros, a cada hombre y a cada mujer de la tierra.
Jn 19, 32 37:
32 Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del
otro crucificado con él. 33 Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto,
no le quebraron las piernas, 34 sino que uno de los soldados le atravesó el
costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. 35 El que lo vio lo
atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que
también vosotros creáis. 36 Y todo esto sucedió para que se cumpliera la
Escritura:
No se le quebrará hueso alguno.
37 Y también otra Escritura dice:
3. Un Dios amigo
150
La cruz y la muerte de Jesús representan la debilidad de Cristo
llevada al extremo. Precisamente esta debilidad es la que nos hace
contemplar a Dios amigo de los hombres, no poderoso, un Dios ue
se revela como «amante extático».
El evangelista Juan, el discípulo al que Jesús amaba, escribe es-
tupendamente: «Dios es amor» (1 Jn 4, 16b), Dios se ha manifesta-
do como amor y podemos reconocer tal amor en el don que nos ha
hecho de su propio Hijo. Refiriéndonos al tercer modo de expresar
la perfecta humildad, traduzco: Dios es el amante extático que quie-
re dar todo lo que es y todo lo que tiene. Esto es lo que san Ignacio
nos invita a meditar en la contemplación para obtener el amor.
151
De tal modo estaban los Salmos en el corazón de Jesús, que le
afloraban en los labios en el momento de su muerte como una ora-
ción muy querida por él.
Por eso están en el corazón d la Iglesia que siempre ora y enseña
a orar con los Salmos.
2. Retorna la pregunta: ¿Cómo recitarlos de modo inteligente y
con gran devoción?
Para recitarlos de modo inteligente es necesario estudiarlos al
menos un poco y examinar los pasajes del Nuevo testamento que
los citan. Los Salmos, con el libro del Éxodo y el profeta Isaías, son
los más citados, Y desde el momento en que el Nuevo Testamento
los menciona interpretándolos, nos ayuda a entenderlos mejor. No
son simplemente oraciones antiguas que han conservado su rique-
za con el pasar de los siglos, sino oraciones del Pueblo de Dios que
está en camino hoy y nos dicen qué cosa debemos pedir al Señor,
qué cosa debemos desear y esperar.
Pero es verdadero que cuando los recitamos en la liturgia de las
Horas, muchas veces no experimentamos gran devoción. Quizá
porque estamos cansados, o porque rezándolos cada día no llega-
mos a gustarlos. Dejémonos guiar por san Ignacio que nos propone
diversos modos de orar (cf. Ejercicios espirituales, nn. 249-260).
Así, distingo tres momentos aplicables a todas las oraciones vo-
cales.
● En la vida hay momentos de particular tensión espiritual o de
gran sufrimiento en los que, como para Jesús en la cruz, cada pala-
bra del salmo tiene un significado profundo de salvación que nos
nutre y nos sostiene. Recitando los Salmos podemos detenernos
largamente en aquella palabra que nos ha llegado, que expresa
nuestro estado de ánimo, nuestro deseo de perdón, de ayuda, de
esperanza, nuestra alegría, y hace crecer la devoción.
● Hay también momentos de tranquilidad en los que, recitando
los Salmos, no tenemos necesidad de profundizar el significado de
cada versículo. Nuestra mente y nuestro corazón se dejan envolver,
por decirlo así, por las palabras, y experimentamos una suerte de
devoción intensa y al mismo tiempo calmada.
● Hay un tercer modo o tiempo de oración que se me ha ido acla-
rando gradualmente. Hace muchos años me hospede, por una se-
mana entera, en el monasterio greco-ortodoxo del Monte Athos y,
como es natural, participaba en la vida de oración de los monjes.
152
Se nos levantaba a las dos de la mañana y, después de una hora
de oración en la celda, descendíamos al coro para la recitación de
los Salmos que, se prolongaba hasta las seis o las siete de la ma-
ñana. Los recitábamos velocísimamente, prácticamente no se al-
canzaba a entender nada, como cuando se ora en las sinagogas. Al
principio me quedé perplejo, pero tratando luego de conocer mejor
la espiritualidad de las Iglesias orientales, entendí el valor de este
modo de orar.
Para los orientales, la simple pronunciación de una palabra de
dios, purifica los labios y el corazón.
Considero, pues, que en algunos momentos, especialmente
cuando estamos preocupados, presionados por muchas cosas,
momentos en los que nos darían ganas de dejar de lado la Liturgia
de las Horas, es importante estar conscientes de que la sola recita-
ción de las palabras purifica nuestra lengua, nuestra boca, nuestro
corazón.
Por lo demás, es lo mismo que sucede en el rezo del rosario: no
ponemos atención a cada expresión del Avemaría, pero la repeti-
ción purifica el corazón, da tranquilidad y paz. Como un terreno,
donde las flores de la oración crecen por obra del Señor. Nosotros
ofrecemos el terreno y también este es un modo de orar con devo-
ción.
Hay, pues, modos y tiempos diversos de orar y el Señor nos su-
gerirá, en cada ocasión, cuál es el más adecuado para la disposi-
ción interior o para el estado de ánimo en que nos encontramos.
Tomemos el ejemplo de Jesús contemplándolo en la cruz cuando
ora por nosotros al Padre.
153
MIRAR CON ESPERANZA EL TERCER MILENIO
(homilía de lunes de la semana XIX del tiempo ordinario –
9.9.1999)
1. Acción de gracias
2. El misterio de la Trinidad
155
Vosotros, en este sentido, tenéis ciertamente un rol importante
como jesuitas y como miembros de la provincia religiosa de China.
Ante vosotros hay tres desafíos: China, el diálogo interreligioso, el
sano equilibrio entre tecnología y valores de la tradición. En otros
continentes y otras naciones se destacan el primero, el segundo o
la tercero. A vosotros se os presentan los tres como un designio de
la Providencia.
● China, porque el futuro del mundo está estrechamente ligado al
futuro del pueblo chino. Con frecuenci9a el Papa me ha hablado de
su preocupación por este pueblo, de su amor por China y de sus
esperanzas.
● El futuro de la paz y de la libertad está fuertemente conectado a
la posibilidad del diálogo interreligioso; y por tanto estáis en un lugar
privilegiado para estudiar y promover tal diálogo.
● El futuro de la civilización depende de la capacidad de encon-
trar el justo equilibrio entre tecnología y valores de la tradición. Es
una necesidad absoluta para la humanidad del tercer milenio si no
queremos que predominen el escepticismo y la indiferencia, que se
verifiquen nuevas guerras, que el mundo sea delineado por el con-
sumismo y el mal uso de la libertad.
Estoy seguro de que, como ya ha hecho en estos días, el Señor
os consolará, os colmará de esperanza, dará a vuestra misión ese
sentido y esa alegría de la que tenéis necesidad para enfrentaros
con los desafíos y poder mantenerlos.
Ruego por vosotros y por todos, y os confío a la materna protec-
ción de la Virgen maría que sabe guiar por el camino hacia la plena
revelación del Reino.
156
RESURRECCIÓN
157
1. El Resucitado consuela y enseña a consolar
te en Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado allí éstos días?» 19
Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que
fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el
pueblo; 20 cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron
a muerte y le crucificaron.21 Nosotros esperábamos que sería él el que iba
a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde
158
que esto pasó. 22 El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han
sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro 23 y, al no hallar su
cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ánge-
les que decían que él vivía. 24 Fueron también algunos de los nuestros al
sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le
vieron».
25 Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que
dijeron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para
entrar así en su gloria?» 27 Y, empezando por Moisés y continuando por
todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escritu-
ras.
28 Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelan-
159
Dios. La debilidad del Mesías es un signo positivo de legitimación.
No cambian los hechos, cambia la perspectiva.
En la segunda carta a los Corintios se evidencia bastante bien es-
te proceso de consolación y discernimiento. Pablo repite continua-
mente que su debilidad ha de ser interpretada como prueba de que
su ministerio es veraz y responde a la voluntad de Dios.
● En el cuarto momento Jesús sirve: parte el pan para los dos
discípulos, es decir, realiza simbólicamente el gesto de dar la vida,
de su servir, lleno de amor, entregando su cuerpo.
Sólo en este momento se les abren los ojos y pueden volver a Je-
rusalén donde anuncian al Resucitado.
A la luz del comportamiento de Jesús que consuela y enseña a
consolar podemos releer las trece apariciones de Cristo resucitado
mencionadas por Ignacio (cf. Ejercicios espirituales, nn. 293-311).
2. Humildad y discreci
160
Se revela, aparece a testigos, ofrece suficientes pruebas para ser
creído, pero respetando la libertad. Se confía a nuestra búsqueda y
a nuestra buena voluntad.
En otras palabras, Jesús no quiere hacer imposible la increduli-
dad. Está en nosotros el acoger con libertad los dones de Dios. Esto
puede parecer una contradicción con cuánto dice Ignacio a propósi-
to de la resurrección: «El quarto: considerar cómo la Divinidad, que
parescía esconderse en la passión, paresce y se muestra agora tan
miraculosamente en la sanctíssima resurrección, por los verdaderos
y sanctíssimos effectos della» (Ejercicios espirituales, n. 223). Y es-
to corresponde a los hechos ciertamente analizados. En 1959 de-
fendí mi tesis de Teología sobre El problema histórico de la Resu-
rrección en los estudios recientes, que había preparado haciendo
un examen de todas las pruebas y las diversas posiciones; no hay
duda de que los testimonios son razonables y creíbles.
De cualquier manera es verdadera la palabra de Pedro en Hch
10, 40-41:
40… Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse,
41no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de an-
temano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó
de entre los muertos.
Hay un proceso de presentación discreta de testimonios, de la
tradición, para indicar que la fe sigue siendo un don.
La humildad de Jesús, su no imponerse, nos invita a reflexionar
sobre cómo acercarnos a los no creyentes: se trata de ayudar a ca-
da hombre y a cada mujer en el camino hacia una más alta autenti-
cidad, hacia la búsqueda de la verdad, ofreciéndoles la posibilidad
de arribar a la comprensión de la naturaleza de Dios y de su revela-
ción.
161
peranza y alegría a la vida: Dios nos considera importantes al grado
de confiarnos, no obstante nuestra pobreza, un mandato.
Este sentido de la misión alimenta nuestro ministerio, y la XXXIV
Congregación general de la Compañía de Jesús ha reiterado que
somos siervos de Cristo mediante una misión tridimensional: fe y
cultura, fe y justicia, diálogo interreligioso.
Subrayo en particular la complejidad de la relación fe-justicia, y la
necesidad de que la reflexión sobre este tema sea continuamente
retomada y actualizada.
Podemos recordar, a título de ejemplo, el trabajo de pensamiento
y de praxis ligado a la así llamada «teología de la liberación», de
cuando el término «liberación» fue asumido como programa em-
blemático de diversos teólogos suramericanos a partir de la confe-
rencia del CELAM en Medellín, en el año 1968.
Más allá de dicho fenómeno, desde un contexto más amplio, con-
siderando el problema en una óptica general, es oportuno reflexio-
nar sobre cómo se pone él en el nivel individual y en el nivel de vida
asociada, involucrando la visión de la fe (justicia, liberación realiza-
da por Cristo, redención) y la visión histórica social (presupuestos
culturales, políticos, económicos, civiles al grado de consentir la
máxima medida de la libertad humana y de justicia con toda perso-
na).
No nos toca a nosotros discutir aquí estas problemáticas, pero de
cualquier manera me parece oportuno que se andar en el sentido
de una más profunda comprensión de la fe como fundamento de la
justicia. Por lo demás, también el pensamiento de un teólogo como
Gustavo Gutiérrez ha evolucionado hasta hacer evidente que la fe,
la oración, la actitud contemplativa, constituyen la clave para un
verdadero servicio en la justicia.
Podemos sacar algunas consecuencias: amar a Cristo, amar su
pobreza y debilidad, significa amar al pobre, por lo que debemos
vivir un esfuerzo cultural y social que sea capaz de dar esperanza a
los marginados, a los últimos.
Es así que retomamos el tema de nuestra misión; ella es un gran
don del Señor resucitado, y esto nos llena de coraje y nos consuela
en las dificultades de cada día.
162
4. Consecuencias prácticas
163
do este camino por muchos años estudiando y enseñando, se llega
a algo que llamaría una segunda ingenuidad: nos acercamos a la
Biblia con el simplísimo método de la lectio divina. Ella, que presu-
pone la exégesis, las interpretaciones críticas, los comentarios, nos
lleva a través de la oración, a tocar las realidades divinas, a encon-
trar a Jesús.
Todos vosotros que tenéis un buen conocimiento de las Escritu-
ras podéis aprovecharos de este método fácil.
Alguna vez, para explicar el modo en que un presbítero, un reli-
giosi debería leer la palabra de Dios según la enseñanza de la Igle-
sia, cito el versículo de un Salmo: «me mantengo en paz y silencio,
como niño en el regazo materno» (Sal 131, 2).
Al término de tantos estudios e investigaciones, debemos calmar
y tranquilizar nuestra alma familiarizándonos con la Biblia mediante
la lectio divina. O, también: las Escrituras están en las manos de la
Iglesia como un niño sereno, están en las manos de los sacerdotes
y de los religiosos como un niño destetado que debe ser cuidado,
tratado con premurosa atención, con delicado amor.
Estoy convencido de que tal acercamiento religioso a la Biblia
puede ser vivido por cualquiera que sepa hacer surgir de las Escri-
turas una verdadera oración y una profunda comprensión de los
misterios de Dios revelado en Cristo Jesús.
164
Contenido
Introducción ........................................................................................................ 2
1. Características de nuestros Ejercicios .......................................................... 4
2. Sugerencias .................................................................................................. 5
I El principio de consolación .............................................................................. 6
Los protagonistas de la Segunda Carta a los Corintios ...................................... 6
«Principio y fundamento en san Ignacio» ........................................................... 7
3. Un principio y fundamente en 2 Corintios ...................................................... 8
3.1 El principio de consolación ..................................................................... 8
3.2 Una consolación concreta....................................................................... 9
4. Los efectos del principio de consolación en nuestra vida espiritual y pastoral.
......................................................................................................................... 11
4.1 La consolación en los días de los Ejercicios espirituales ...................... 11
4.2 La consolación en la vida espiritual ...................................................... 12
4.3 Las consolaciones en la vida pastoral .................................................. 12
4.4 Tres tipos de consolación ..................................................................... 13
Con Jesús en el monte y entre la gente (homilía del lunes de la semana XVIII
del tiempo ordinario – 02.08.1999) ................................................................... 15
1. El lamento del pueblo y la fatiga de Moisés ................................................ 15
2. Con Jesús en el monte y con Jesús entre la muchedumbre ....................... 16
II El principio de gratitud y el principio de la resurrección ................................ 19
1. La gratitud como principio y fundamento de la vida de Pablo ..................... 19
2. El principio de gratitud en nuestra vida ....................................................... 21
3. El principio de la resurrección ..................................................................... 23
4. Sugerencias para la oración ........................................................................ 25
III En la debilidad se revela la fuerza de Dios.................................................. 26
1. Lectio divina de 2 Co 4, 7-12; 11, 30-33; 12, 5-10....................................... 27
2. Puntos para la meditación ........................................................................... 31
3. Tres sugerencias conclusivas ..................................................................... 32
La purificación del corazón (homilía del martes de la semana XVIII del tiempo
ordinario – 03.08.1999) .................................................................................... 34
1. Una maravillosa definición de la oración ..................................................... 34
2. Purificación del corazón .............................................................................. 36
IV Las amenazas en el ministerio.................................................................... 38
1. Desviaciones parciales en el ministerio (2 Co 4, 1-2).................................. 39
2. La total desviación en el ministerio (2 Co 1, 18-22)..................................... 41
3. El espejo del verdadero ministerio (2 Co 6, 3-7) ......................................... 42
165
4. Nuestro ministerio ....................................................................................... 43
V Considerar la muerte ................................................................................... 46
1. Lectio de 2 Co 4, 16-5, 10 ........................................................................... 47
1.1 Contexto y dinamismo del pasaje ......................................................... 48
1.2 Análisis de los versículos ...................................................................... 48
2. Pistas para la meditación ............................................................................ 51
3. Para la oración ............................................................................................ 53
El milagro de la fe (homilía del miércoles de la XVIII semana del tiempo
ordinario y memoria de san Juan María Vianney, 02.08.1999) ........................ 54
1. Esperanza y temor ...................................................................................... 55
2. Un milagro de fe .......................................................................................... 56
Oración en la celebración penitencial ............................................................... 57
Reconciliémonos con Dios ............................................................................... 57
Reconciliémonos con nosotros mimos ............................................................. 57
Reconciliémonos con los demás ...................................................................... 58
VI Una obra maestra de teología ..................................................................... 60
1. Reasunción de la segunda carta a los Corintios ......................................... 61
2. Puntos para la meditación ........................................................................... 63
3. El espejo roto .............................................................................................. 64
VII El amor de Cristo nos posee ...................................................................... 68
1. Lectio de 2 Co 5, 14-17 ............................................................................... 69
2. Sugerencias para la meditación y la oración ............................................... 71
El precio de la libertad (homilía del jueves de la XVIII semana del tiempo
ordinario y memoria de la dedicación de la Basílica de Santa maría la Mayor –
5.8.1999) .......................................................................................................... 74
1. La libertad es un don de Dios ...................................................................... 74
2. Nuestra responsabilidad .............................................................................. 76
VIII Siervos del amor de Cristo ........................................................................ 78
1. Lectio sobre el ministerio de Cristo y de Pablo............................................ 79
1.1 Jesús siervo del Padre y de la humanidad ....................................... 79
1.2 Pablo, siervo de Cristo y de la comunidad ............................................ 83
2. Meditatio: conocimiento de Dios y ministerio............................................... 84
IX Irradiar la gloria de Cristo en el ministerio ................................................... 87
Una premisa ..................................................................................................... 87
Introducción al tema de la gloria del ministerio................................................. 89
1. Lectio de Mt 17, 1-9 ..................................................................................... 90
1.1 Hacia el monte ...................................................................................... 90
1.2 La revelación ........................................................................................ 91
166
1.3 La misión .............................................................................................. 92
2. Síntesis de 2 Co 3, 4-11 .............................................................................. 93
3. Nuestra participación en la gloria de Jesús ................................................. 94
La soberanía eterna de Jesús (homilía en la fiesta de la Transfiguración del
Seño - 02.08.1999)........................................................................................... 97
1. El contexto de la primera lectura ................................................................. 97
2. Las ideologías fuertes ................................................................................. 98
3. Las ideologías débiles ................................................................................. 99
4. La ideología de la libertad ........................................................................... 99
5. El poder de Jesús........................................................................................ 99
X Un ministerio firme y seguro ...................................................................... 101
1. Lectio sobre la firmeza de Jesús ............................................................... 101
2. Lectio sobre la seguridad de Pablo en la segunda carta a los Corintios ... 103
3. Pistas para la meditación sobre un ministerio firme y seguro.................... 105
4. Para obtener la gracia de la seguridad en uno mismo .............................. 107
XI Los adversarios ......................................................................................... 108
1. Los adversarios de Pablo .......................................................................... 108
2. La invitación de Jesús y el estilo de Pablo ................................................ 111
3. Aplicaciones prácticas ............................................................................... 112
Un amor totalitario (homilía del sábado de la semana XVIII del tiempo ordinario
– 07.08.1999) ................................................................................................. 115
1. El amor exige totalidad .............................................................................. 115
2. La acción del maligno ................................................................................ 116
XII La Eucaristía como sacramento de unidad .............................................. 118
Introducción a la III Semana ........................................................................... 118
1. El don de la unidad .................................................................................... 119
2. Cómo vive Pablo la unidad con la comunidad de Corinto ......................... 121
3. Caminar con alegría hacia la plena unidad ............................................... 123
XIII La desolación espiritual........................................................................... 126
1. Lectio de Mc 14, 32-42 .............................................................................. 126
1.1 Análisis estructural .............................................................................. 127
1.2 Las palabras clave .............................................................................. 127
1.3 Contenido de la narración ................................................................... 129
1.4 Aspectos teológicos ............................................................................ 129
2. Meditatio sobre la desolación .................................................................... 132
La primera herida en la historia de la Iglesia (Homilía en el Domingo XIX del
tiempo ordinario 08.08.1999).......................................................................... 135
1. El susurro de una brisa suave ................................................................... 135
167
2. La primera herida ...................................................................................... 137
3. El testimonio de Pedro .............................................................................. 137
XIV La pasión y el tercer grado de humildad ................................................. 139
1. Los tres grados de humildad ..................................................................... 139
2. La pasión ................................................................................................... 142
3. La Pasión de Pablo ................................................................................... 143
XIV De la muerte a la vida ............................................................................. 146
1. «La muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida» ......................... 146
2. Jesús consuela en su pasión y muerte ..................................................... 147
3. Un Dios amigo ........................................................................................... 150
4. Cómo rezar los Salmos ............................................................................. 151
Mirar con esperanza el tercer milenio (homilía de lunes de la semana XIX del
tiempo ordinario – 9.9.1999)........................................................................... 154
1. Acción de gracias ...................................................................................... 154
2. El misterio de la Trinidad ........................................................................... 155
Resurrección .................................................................................................. 157
1. El Resucitado consuela y enseña a consolar ............................................ 158
2. Humildad y discreci ................................................................................... 160
3. Jesús nos confía una misión ..................................................................... 161
4. Consecuencias prácticas........................................................................... 163
Custodiar con gozo la escritura ...................................................................... 163
168