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Carlo María Martini

Cardenal Arzobispo de Milán

La Debilidad
es mi fuerza

Meditaciones sobre la segunda


carta a los Corintios

1
INTRODUCCIÓN

Te damos gracias, oh Dios Padre nuestro, porque nos has llamado a es-
tos días de Ejercicios que queremos vivir con gran espíritu de generosi-
dad hacia ti, nuestro Creador y Señor. Ábrenos el corazón y la mente, de
modo que podamos ofrecerte nuestros deseos y nuestra libertad, todo lo
que somos, todo lo que poseemos de cualquier modo, todo lo que pen-
samos, que sufrimos y hacemos. Dispón de nosotros, oh Padre, según tu
divina voluntad,
Comenzamos este retiro con inmensa alegría y nos confiamos a la inter-
cesión de la Virgen María, de san Ignacio, de los santos de la Compañía
de Jesús y de toda la Iglesia.
Danos, te pedimos, la perseverancia y la gracia de penetrar en el corazón,
en los sentimientos, en el mundo de tu Hijo que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos, Amén.
Permitidme expresar ante todo la alegría que experimento al en-
contrarme con un grupo de cofrades Jesuitas pertenecientes a paí-
ses de lenguas diversas, pero reunidos en el amor y en la esperan-
za. Ha sido un don ser invitado a tener los Ejercicios y, por tanto, a
orar junto con vosotros por el pueblo chino a cuyo servicio os dedic-
áis. Y toda ocasión en que predico un retiro resuenan en mi las pa-
labras del apóstol Pablo en la carta a los Romanos: «11 …ansío ve-
ros, a fin de comunicaros algún don espiritual que os fortalezca, 12 o
más bien, para sentir entre vosotros el mutuo consuelo de la común
fe: la vuestra y la mía» (1, 11-12).Hay otra traducción del versículo
12 y que yo prefiero: «o mejor, para encontrar ánimo entre vosotros
por nuestra común fe». Así pues, el deseo que me ha movido a
aceptar la invitación de los Padres provinciales no era sólo el de
comunicaros algún don, sino de recibirlo de vosotros, de ser anima-
do yo mismo en el camino de la fe y del testimonio evangélico.
Por eso pidamos al Señor, los unos por los otros, la gracia de la
comprensión y penetración en el misterio de Dios.
Naturalmente siento también algo de temor, pero esto no me qui-
ta en nada la alegría.
Debo hablar en inglés, que no es mi lengua ni de muchos de vo-
sotros.
A tal dificultad se añade la diversidad del contexto: es un contexto
nuevo, es mi primer acercamiento a la cultura china y me siento un
poco en la desazón de dirigirme a personas de las que no conozco

2
y no puedo entender sus problemas, sus esperanzas, sus interro-
gantes. Sé, sin embargo, que tenéis una gran historia de cristianis-
mo, se sois una maravillosa comunidad cristiana y vivís vuestro
apostolado en comunión con todos los miembros de la Compañía
de Jesús presentes en el mundo. Ignacio de Loyola ha querido sub-
rayar, con el nombre «Compañía de Jesús», que Jesús es el centro
de nuestra vida y de nuestro servicio a la Iglesia.
El sentido de la centralidad de Jesús es algo que ustedes y yo te-
nemos en común y que me conforta, incluso si no logro adaptarme
a vuestra situación específica.
Una tercera dificultad depende del texto que he elegido para la
meditación: la segunda carta a los Corintios. Quizá lo he elegido
porque el año pasado, en la isla de Maritius, en el Océano Índico,
reflexioné sobre la primera carta a los Corintios. Pienso, sin embar-
go, que lo que más me movió a la elección del texto fue que en esta
segunda carta, Pablo trata de fatigas, de problemas de la evangeli-
zación, que corresponden a mi experiencia actual de cristiano y de
obispo. Un texto bíblico es siempre útil para meditar sobre nuestra
historia, para comprender con claridad lo que tenemos en el co-
razón.
En todo caso, es una carta difícil: no es doctrinal, no es unitaria,
probablemente está compuesta de dos o tres cartas o fragmentos
de cartas, y las diferencias de tono lo hacen notar. No es fácil, pues,
encontrar su estructura, el desarrollo de su pensamiento. Precisa-
mente por esto me atrae y me apremia a examinarla con vosotros.
Desde mi punto de vista, constituye un extraordinario ejemplo de
discernimiento espiritual sobre la autenticidad de la evangelización y
del ministerio; el tema del discernimiento nos recuerda, por otro la-
do, a san Ignacio. Es, pues, una carta estimulante, que narra en
cierto sentido la experiencia personal de Pablo, su relación con la
comunidad de Corinto desde el principio, desde que fue fundada,
una relación conflictiva por la divergencia en las interpretaciones del
Evangelio.
Estoy, pues, muy contento de vivir con vosotros este curso de
Ejercicios, esta aventura espiritual. Cada curso de Ejercicios es una
aventura del Espíritu, porque no sabemos nunca si estaremos en
una tierra desierta o en la veta de una montaña. Lo que cuenta es
nuestra disponibilidad a dejarnos guiar por el Señor a donde él quie-
ra llevarnos.

3
1. Características de nuestros Ejercicios

Las características de nuestro retiro son dos.


1. No pretendo hacer una lectura continuada del texto de san Pa-
blo —del capítulo 1 al capítulo 13—, ni siquiera una exégesis; diri-
giré, en vez de eso, unos interrogantes a Pablo con la clave inter-
pretativa de los Ejercicios de san Ignacio. De hecho, la experiencia
me ha convencido de que Ignacio, en el proceso dinámico de sus
ejercicios, pone las mismas cuestiones de que encontramos pro-
puestas en la Sagrada Escritura. Es decir, existe una correlación
muy estrecha entre su pensamiento, su enseñanza y su progresivi-
dad del camino de la biblia, que se hace por etapas.
Soy consciente de proponer un método un poco insólito, pero
confío en el auxilio del Espíritu Santo, y también en vuestra ayuda.
Trataremos de encontrar, en la segunda carta a los Corintios, las
respuestas a las preguntas típicas de un retiro espiritual, de los
Ejercicios de Ignacio al que le mueve ante todo mostrar lo que es
esencial den la vida de un cristiano, de un sacerdote, de un religio-
so, de un obispo.
2. Una segunda característica. Estamos invitados a agrandar los
horizontes, a tener presente el momento que estamos viviendo.
Reflexionamos sobre la carta de Pablo y hacemos los Ejercicios
en el último año del milenio; no podemos olvidar el Gran Jubileo que
la Iglesia universal se prepara a celebrar y que pide la conversión
del corazón. El Papa ha sugerido a todas las Iglesias locales que se
acerquen al 2000 dedicando la reflexión, en 1997, a la centralidad
de Cristo; en 1998 al Espíritu Santo y su presencia santificadora al
interior de la comunidad de discípulos de Jesús; en 1999 a la per-
sona del Padre. El próximo año, siempre por invitación del Papa, se
dedicará a la glorificación de la Trinidad, «de quien todo viene y a
quien todo se dirige, en el mundo y en la historia» (Tertio millennio
adveniente, n. 55). Por otro lado, en el año 2000 se realizará en
Roma el Congreso eucarístico internacional.
Este amplio contexto —Jubileo y conversión, año 2000, Trinidad y
Eucaristía— nos premite entrar gradualmente en el texto de Pablo y
de sacar de él algunos puntos de reflexión para nuestra oración
personal.
¿Qué podemos esperar de estos Ejercicios? Simplemente llegar
al objetivo propio de cada retiro: poner orden en nuestra vida estan-
do disponibles a la acción del Espíritu que nos lleva a encontrar la
voluntad de Dios. Pero aún cuando el objetivo es el mismo que el

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de otros Ejercicios que hemos vivido, cada vez buscamos la volun-
tad de Dios de un modo nuevo, según los problemas, las dificulta-
des, las alegrías y los sufrimientos que hay en nosotros aquí y aho-
ra. Este año deseo ayudaros —y vosotros ayudadme— a encontrar-
la mediante la carta de Pablo.

2. Sugerencias

Quisiera ofreceros, antes de concluir la introducción, cuatro suge-


rencias o consejos.
1. Es muy útil, para la disciplina del espíritu, programar las jorna-
das según un horario preciso: cuál tiempo dedicar al espíritu, a la
oración, a la adoración, a la lectura.
2. Para facilitar la comprensión de la lectio que haremos juntos,
es oportuno que cada uno de vosotros lea por entero y con mucha
atención la segunda carta a los Corintios, de modo que se os haga
familiar.
3. Os aconsejo también releer algunos capítulos del libro de los
Hechos de los Apóstoles, comenzando la lectura en el capítulo 9,
porque se refieren precisamente a la comunidad de Corinto, expli-
can el problema a que se enfrenta Pablo.
4. Cada uno de nosotros está invitado a preguntarse: ¿qué don
quisiera recibir del Señor en este retiro?, ¿qué cosa me parece más
importante en este momento de mi vida y de mi ministerio?, ¿de
qué cosa siento más necesidad?
Son preguntas que nos permiten ponernos en verdad delante de
Dios, y escuchar la Palabra como dicha para mí, para iluminar mi
situación y mi camino, y así es en realidad.

5
I

EL PRINCIPIO DE CONSOLACIÓN

Oh Dios Padre nuestro, queremos entrar en el corazón y en la mente del


apóstol Pablo para poder entender mejor el corazón y la mente de tu Hijo
Jesús. Te pedimos que nos des inteligencia para descubrir, bajo la guía
de la segunda carta a los Corintios, cuál es tu voluntad hacia nosotros con
el fin de que nuestro comportamiento y nuestra vida te sean agradables, y
nuestro servicio a tu Iglesia refleje la dedicación plena de amor de Jesús y
el ejemplo de Pablo. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.

Los protagonistas de la Segunda Carta a los Corintios


1Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Timoteo, el herma-
no, a la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que
están en toda Acaya; 2 a vosotros gracia y paz de parte de Dios, Padre
nuestro, y del Señor Jesucristo.
Toda la carta pone en escena un drama, un conflicto, y los prime-
ros dos versículos nos presentan a los protagonistas: Pablo y sus
colaboradores, en particular Timoteo; la Iglesia de Dios en Corinto y
todos los santos, los cristianos de Acaya; los adversarios, los ene-
migos de Pablo, no vienen mencionados, pero son, de hecho, como
veremos, otros protagonistas muy importante.
También actúan las personas divinas: Jesús resucitado, el Padre,
el Espíritu que será recordado a partir del capítulo 3.
Durante estos días de Ejercicios, nos proponemos tomar parte del
drama narrado por Pablo, con el deseo de descubrir como abrir el
corazón de la gente al reino de dios, de comprender más a fondo
las crisis y las angustias de nuestras Iglesias, los problemas de la
evangelización.
Nos reconoceremos así en uno o en otro de los actores principa-
les: ora en Pablo y en sus colaboradores, ora en la comunidad de
Corinto, ora en sus enemigos, en los adversarios. Y trataremos de
descubrir, en este conflicto humano, en toda la historia de la huma-
nidad, la intervención de Dios Padre, de Jesús y del Espíritu Santo.

6
«Principio y fundamento en san Ignacio»

Iniciamos las meditaciones con una pregunta a Pablo, relativa al


«Principio y fundamente», y cito, pues, brevemente el texto de san
Ignacio que está en la base de su libro, es como una premisa que
debe guiar el camino de los Ejercicios.
El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro
Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de
la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecu-
ción del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto
ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de-
llas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indife-
rentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad
de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no
queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que po-
breza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en
todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce
para el fin que somos criados (IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios espirituales,
n. 23).
Es una página que conocemos muy bien y cuando la releo o la
recuerdo de memoria, recibo siempre una nueva ayuda, me permite
poner orden en mis pensamientos: la salvación eterna, la plena rea-
lización de nosotros mismos es el objetivo de la vida; todas las co-
sas han sido creadas para ser usadas por el hombre; y para hacer
uso de ellas sabiamente, es necesario hacernos indiferentes en el
modo de elegir aquello que nos permite alabar y servir a la gloria de
Dios.
Dejando a vosotros la meditación personal de este texto, quisiera
preguntarle a Pablo: Hay en tu carta a los Corintios algún pasaje,
algún versículo que pueda ser considerado, analógicamente, como
un «principio y fundamento»
La pregunta que hago a Pablo me la he hecho a mí mismo y me
he dado cuenta de que no es sencillo responder. Sin embargo, he
encontrado algunas afirmaciones en la carta que, desde mi punto
de vista, sirven como puntos de referencia. Otras afirmaciones
serán encontradas por vosotros, según aquello que escribe Ignacio
en la anotación 2:
… la persona que da a otro modo y orden para meditar o comtemplar, de-
be narrar fielmente la historia de la tal comtemplación o meditación, discu-
rriendo solamente por los punctos con breve o sumaria declaración; por-
que la persona que contempla [cada uno de vosotros], tomando el funda-
mento verdadero de la historia, discurriendo y raciocinando por sí mismo,
y hallando alguna cosa que haga un poco más declarar o sentir la historia,
quier por la raciocinación propia, quier sea en quanto el entendimiento es

7
ilucidado por la virtud divina, es de más gusto y fructo spiritual, que si el
que da los exercicios hubiese mucho declarado y ampliado el sentido de
la historia; porque no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el
sentir y gusta de las cosas internamente.
Lo mismo sucede con la Biblia. Os indicaré, pues, algunos textos
de la carta de Pablo, pero depende de vosotros ir más allá y descu-
brir aquel versículo, aquella palabra que más os ayuda.

3. Un principio y fundamente en 2 Corintios

3.1 El principio de consolación


● La intuición de Pablo, que constituye el fundamento de la se-
gunda carta a los Corintios y el principio sobre el que se ha de fun-
dar la vida es que nuestro Dios es un Dios que consuela.
3 ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre miseri-
cordioso y Dios de toda consolación, 4 que nos consuela en toda tribula-
ción nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribula-
ción, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!
5 Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igual-

mente abunda también por Cristo nuestra consolación. 6 Si somos atribu-


lados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados,
lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia
los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos. 7 Es firme
nuestra esperanza respecto de vosotros; pues sabemos que, como sois
solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis también en la
consolación (1, 3-7)
Quisiera observar que ¡en griego el término paraklesis o el verbo
parakaleo aparece diez veces! Igual sucede en la traducción de la
Biblia de Jerusalén, donde aparecen diez veces los términos conso-
lación o consolados, o el verbo consolar. En cambio en la traduc-
ción de la CEI1 aparecen consolación o consolados sólo nueve ve-
ces porque en el v. 6b el griego parakaloumetha se traduce como
confortados.
Eso de la consolación es verdaderamente, para Pablo, un gran
principio: es el descubrimiento de que Dios no nos quiere temero-
sos, no nos lanza a la oscuridad sino que, por el contrario, nos llena
de valentía, nos consuela, nos abre a la esperanza. Y nosotros te-
nemos mucha necesidad de consolación interior. Hoy la Iglesia en
occidente tiene extrema necesidad de redescubrir que nuestro Dios
es Dios de consolación.

1
Conferencia Episcopal Italiana.
8
La segunda a los Corintios describe detalladamente las experien-
cias de Pablo, las incomprensiones que sufrió incluso de parte de
su comunidad, las interpretaciones conflictuales sobre cómo evan-
gelizar, las diatribas con los adversarios; sin embargo, por encima
de todo y en el principio de todo está la palabra, la acción consola-
dora de Dios.
● Este «principio y fundamento» retorna en 7, 6-7:
6 Pero el Dios que consuela a los abatidos, nos consoló con la llegada de
Tito, 7 y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo que le hab-
íais proporcionado, comunicándonos vuestra añoranza, vuestro pesar,
vuestro afán por mí, hasta el punto de colmarme de alegría.
El texto griego es más fuerte: paraklesei he paraklethe epf’umin [h-|
pareklh,qh evfV u`mi/n], consolación con que ha sido consolado por
vosotros, mejor que: «consuelo que le habíais proporcionado». Por
tanto, Dios da consuelo a sus apóstoles, abre nuevos horizontes de
vida, nos llena de coraje, nos estimula, nos sostiene.

3.2 Una consolación concreta


Hay un tercer aspecto de de eso que entiendo como «principio y
fundamento de la segunda carta a los Corintios, y quiero subrayarlo:
la consolación de Dios es algo concreto, no sólo teórico. Toca coti-
dianamente la vida de Pablo, como lo han demostrado los textos
que he recordado.
Cito otros ejemplos concretos.
● 2 Co 1,8-10
8Pues no queremos que lo ignoréis, hermanos: la tribulación sufrida en
Asia nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, que
perdimos la esperanza de conservar la vida.9 Pues hemos tenido sobre
nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no pongamos nuestra
confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. 10
Él nos libró de tan mortal peligro, y nos librará; en él esperamos que nos
seguirá librando,
Él siente que en los sufrimientos tenidos en Asia, el Dios de la
consolación estaba presente con una acción concreta que le cambia
el corazón, lo levanta de las aflicciones.
Podemos justamente pensar en muchas tragedias, en tantos epi-
sodios de violencia que acontecen en torno a nosotros; Pablo nos
exhorta a confiar en Dios, a creer que, no obstante todo, nos en-
vuelve el consuelo de Dios y somos enviados a consolar a nuestra
gente, a nuestras comunidades.

9
● Un ejemplo concreto lo hemos encontrado en 2 Co 7, 6-7: Dios
consuela al apóstol mediante la llegada de Tito, su fiel colaborador.
La visita de un amigo es un evento ordinario, pero en tal evento
leemos una acción de la providencia, del amor de Dios hacia noso-
tros.
● 2 Co 7, 14-14:
13 Eso es lo que nos ha consolado. Y mucho más que por este consuelo,
nos hemos alegrado por el gozo de Tito, cuyo espíritu fue tranquilizado
por todos vosotros. 14 Y si en algo me he gloriado de vosotros ante él, no
he quedado avergonzado. Antes bien, así como os hemos dicho siempre
la verdad, así también el motivo de nuestra gloria ante Tito ha resultado
verdadero. 15 Y su cariño por vosotros ha crecido al recordar la obediencia
de todos vosotros y cómo le acogisteis con piadosa reverencia. 16 Me ale-
gro de poder confiar totalmente en vosotros.
La misma comunidad de Corinto, la conversión y el cambio de
mentalidad de estos discípulos han procurado consuelo en Pablo.
Debemos, en otras palabras, abrir nuestros corazones para tam-
bién nosotros entender cómo nos consuela Dios en momentos y si-
tuaciones particularmente fatigosas, difídiles.
● Un último texto sobre el tema del consuelo de Dios lo extraigo
de la carta a los Romanos 15, 4: «En efecto todo cuanto fue escrito
en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la
paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la es-
peranza».
Un cristiano, un apóstol, un evangelizador, encuentran en las pa-
labras de la Escritura una gran consolación, una formidable ayuda
para perseverar en el camino de la fe, un sostén para continuar es-
perando. De aquí la invitación a no cansarse nunca de leer la Biblia,
la invitación de hacer de la Biblia nuestro nutriente diario, nuestra
fuente de la consolación de Dios.
A modo de conclusión de este «principio y fundamento» en la se-
gunda carta a los Corintios, podemos afirmar que hay afinidad entre
Dios y consolación. Quisiera también recordar las Reglas para el
discernimiento de los espíritus, más propias para la segunda sema-
na, donde san Ignacio dice: «proprio es de Dios y de sus ángeles en
sus mociones dar verdadera alegría y gozo spiritual, quitando toda
tristeza y turbación, que el enemigo induce; del qual es proprio mili-
tar contra la tal alegría y consolación spiritual, trayendo razones
aparentes, sotilezas y assiduas falacias» (Ejercicios espirituales, n.
329).
El pensamiento de Ignacio es muy claro: nuestro Dios es un Dios
que consuela, que quiere eliminar toda tristeza, toda turbación y
10
darnos alegría y gozo interior. De esta consolación reconocemos la
presencia de Dios, su actuar en nuestras confrontaciones. Es el
mismo motivo de fondo de la carta de Pablo a los Corintios.
Continúa el libro de los Ejercicios: «sólo es de Dios nuestro Señor
dar consolación a la ánima sin causa precedente» (n. 330). La con-
solación es de tal manera propia de Dios, que Él puede darla sin
una causa psicológica precedente; está en su naturaleza ser conso-
lador: «porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en
ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad. Digo sin
causa, sin ningún previo sentimiento o conoscimiento de algún
obiecto, por el qual venga la tal consolación mediante sus actos de
entendimiento y voluntad» (n. 330).
El teólogo jesuita Karl Rhaner ha usado muchas veces este texto
de Ignacio para hablar de la actividad de la gracia en el corazón del
hombre. Y ciertamente la regla del n. 330 expresa una consciencia
mística de la acción de Dios que Ignacio ha tenido, una profunda
experiencia espiritual.

4. Los efectos del principio de consolación en nuestra vida


espiritual y pastoral.

En este punto queremos meditar sobre la verdad del principio de


consolación, tratando de encontrar algunas consecuencias para
nuestra vida espiritual y pastoral.

4.1 La consolación en los días de los Ejercicios espirituales


Ante todo, la consolación juega un rol fundamental en un curso de
Ejercicios, en un retiro espiritual. A propósito escribe san Ignacio:
El que da los exercicios, quando siente que al que se exercita no le vie-
nen algunas mociones spirituales en su ánima, assí como consolaciones
o dessolaciones, ni es agitado de varios spíritus; mucho le debe interrogar
cerca los exercicios, si los hace a sus tiempos destinados y cómo; asi-
mismo de las addiciones, si con diligencia las hace, pidiendo particular-
mente de cada cosa destas (Ejercicios espirituales, 6ª anotación).
Por tanto, Ignacio sostiene que la consolación y la desolación
forman parte de un curso de Ejercicios. Esto vale también para
nuestras oraciones: de cualquier manera debemos advertir que
nuestro Dios es Dios que consuela.

11
4.2 La consolación en la vida espiritual
El segundo mensaje que deduzco de la historia de Pablo es que
la consolación juega un rol primario en la vida espiritual en general.
Recurro de nuevo al texto de Ignacio, en las Reglas para el dis-
cernimiento de los espíritus, más propias para la segunda semana:
«es propio del buen espíritu dar ánimo y fuerzas, consolaciones,
lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impe-
dimentos, para que en el bien obrar proceda adelante» (n. 315).
«Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fee y
caridad y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestia-
les y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en
su Criador y Señor» (n. 316).
Es el momento de preguntarnos, a modo de examen de concien-
cia: ¿experimento en mi vida de oración la acción del espíritu bue-
no, las consolaciones, las lágrimas, la quietud? ¿Siento en mí esa
consolación que se expresa en un aumento de esperanza, de amor,
de fe? ¿la esa alegría interior que aumenta en mí el deseo de las
cosas celestes y me da la paz de Dios?
Porque el perdón de Dios, su gracia, siempre me son ofrecidos,
nunca están lejanos de mi vida. ¿Quizá hay en mí alguna negligen-
cia o pereza que me impide acoger sus dones, que no me permite
advertir las buenas mociones, y que no me deja dejarme llevar por
el bien?

4.3 Las consolaciones en la vida pastoral


Estoy muy convencido de que la consolación, y todo lo que signi-
fica esta palabra –como nos lo recuerdan las dos reglas de Ignacio-,
juega un rol primordial también en la vida pastoral, en la vida de la
Iglesia. Por desgracia, tal principio muchas veces es olvidado y, al
menos en la vida dela Iglesia en Occidente, prevalece el desánimo,
el fijarse más en las dificultades que en los gozos del camino de fe,
los bozos del Evangelio.
De mi parte constantemente afirmo –e insisto mucho sobre esto-
que para comprender la voluntad de Dios en la vida de la Iglesia, en
la vida pastoral, no debemos iniciar por enumerar, como suele su-
ceder, las dificultades, los problemas, las crisis, las resistencias; y
menos debemos iniciar por las estadísticas para valorar la situación.
Las estadísticas, validas en sí mismas, no nos hacer ver la incesan-
te acción de Dios. Así pues, para descubrir hacia donde está Dios
guiando a su Iglesia, debemos comenzar por experimentar su con-
suelo, por conocer de qué modo está consolando a su pueblo.
12
El principio de consolación, tan claro en la segunda carta a los
Corintios y en el pensamiento de san Ignacio, es sumamente impor-
tante para toda la vida de la Iglesia. Estamos invitados a descubrir y
a sacar a la luz los lugares, los ámbitos, las situaciones que expre-
san alegría, sencillez, impulso, entusiasmo, apertura, que expresan
la presencia y la acción de Dios, para poder también comprender
cómo está operando el Espíritu Santo en la Iglesia y abrirle el cami-
no.
En el segundo año de preparación al Jubileo, dedicado por el Pa-
pa a la reflexión sobre el Espíritu Santo, he escrito una carta pasto-
ral a la diócesis de Milán, intitulada Tres narraciones del Espíritu,
con el deseo de fortalecer a los fieles para que descubran el modo
en que Dios consuela a la Iglesia de nuestros días, incluso en cir-
cunstancias muy difíciles y en un contexto de consumismo y de indi-
ferencia.
Son tantas las consolaciones que Dios nos da, pero que olvida-
mos y no logramos gustar, no hablamos de ellas y preferimos enu-
merar las cosas que están mal; y esto es precisamente todo lo con-
trario del principio de consolación.
A la luz de los textos de san Pablo, comprendemos mejor que tal
principio puede constituir una regla para nuestra vida. Cada uno de
nosotros puede traer a la memoria, durante la jornada, las consola-
ciones recibidas de Dios en el último año: los lugares, las ocasiones
exteriores o interiores en que Dios me ha abierto el corazón a la es-
peranza, me ha confortado, me ha infundido valor, me ha consolado
para permitirme continuar en el ministerio con más facilidad y paz?
Poniendo juntos, como en un mosaico, los diversos momentos, las
diversas experiencias vividas, podremos intuir hacia dónde nos está
llevando Dios.

4.4 Tres tipos de consolación


El empeño de penetrar mejor en las páginas de Pablo, sugiero
proseguir la meditación distinguiendo, en nuestra vida, tres tipos de
consolación: intelectual, afectiva, sustancial.
Pienso, de hecho, que es muy útil conocer esta distinción.
● Llamo consolación intelectual a aquella que se tiene cuando re-
cibimos una nueva claridad interior, una visión más clara de la ac-
ción de Dios en la historia de la salvación.
En algunos períodos de nuestra existencia no alcanzamos a ver
más allá del momento que estamos viviendo. En otros, por el con-
trario, llegamos a captar que la fe, la gracia de Dios, los problemas
13
de la humanidad son un conjunto unitario cuyo centro es el Crucifi-
cado Resucitado. Es una consolación «intelectual» porque podemos
explicar ese conjunto unitario con el conocimiento y la razón, con
palabras. Y es particularmente necesaria para los estudiosos de
teología, de Sagrada Escritura y también para los pastores porque
les permite tener un juicio global sobre la realidad. Este tipo de con-
solación, en la tradición de la Compañía de Jesús, lleva el nombre-
de contuitus mysteriorum porque hace tomar unitariamente el miste-
rio de la revelación de Dios, con su origen, la Trinidad –Padre, Hijo
y Espíritu Santo-, con la Eucaristía y con la historia de la Iglesia.
● La consolación afectiva no es, por el contrario, fruto de un co-
nocimiento de la mente, sino de un sentir del corazón. En el corazón
experimento la alegría inmensa de estar en el Señor, con el Señor,
y no puedo dar razón de ello. Corresponde a aquello que escribe
Ignacio en su libro: Dios da consolación al ánima sin causa prece-
dente (cf. Ejercicios espirituales, n. 330). No es, pues, un contenido
intelectual del que recibo consolación; se trata de una gracia inter-
ior, de una serenidad inexplicable, de una alegría grande que me
viene directamente del Dios de toda consolación.
● La consolación sustancial es ciertamente la más importante. No
nos ayuda a profundizar en el conocimiento y ni siquiera es un sen-
tir alegría en el corazón, Quizá, pues, en la consolación sustancial
no comprendamos ni sintamos nada, pero la parte más íntima de
nuestra alma es tocada por Dios, y dios la llena de una paz tan pro-
funda que podría existir incluso en medio de los dolores, de las
pruebas, del sufrimiento. Experimentamos así que nuestro Dios nos
consuela, nos da fuerza y perseverancia. La capacidad de discernir
este tercer tipo de consolación es, repito, de absoluta importancia.
A veces sostenemos que no tenemos consolaciones porque no
las experimentamos en el nivel emotivo. Sin embargo, si nos exa-
minamos seriamente descubriremos en nosotros esa consolación
sustancial que es la verdadera operación del Espíritu Santo en
nuestra vida.
Te agradecemos, Señor, porque nos consuelas, nos tienes en tus manos
y nos quieres dar alegría. Ábrenos al coraje del Espíritu de modo que po-
damos consolar con la gracia con que somos consolados por ti.
Enséñanos, por intercesión de Pablo y de Ignacio, a tener conocimiento
interior de toda la gracia que hemos recibido para expresarla en la ala-
banza y en la gratitud.
De veras quisiéramos amarte y servirte en todas las cosas, pero sólo tú
puedes realizar este deseo nuestro, oh Dios uno y Trino. Realízalo, pues,
en cada uno de nosotros, te lo pedimos por Cristo Jesús nuestro Señor.
Amén.

14
CON JESÚS EN EL MONTE
Y ENTRE LA GENTE
(homilía del lunes de la semana XVIII del tiempo ordinario –
02.08.1999)

Las lecturas de la liturgia de hoy contienen una gracia y un men-


saje para el momento que estamos viviendo.
Releamos en primer lugar el pasaje sacado del libro de los Núme-
ros (11, 4-15).
4 La chusma que se había mezclado al pueblo se dejó llevar de su apetito.
También los israelitas volvieron a sus llantos diciendo: «¿Quién nos dará
carne para comer? 5 ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos
de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! 6
En cambio ahora nos encontramos débiles. No hay de nada. No vemos
más que el maná.» 7 El maná era como la semilla del cilantro; su aspecto
era como el del bedelio. 8 El pueblo se dispersaba para recogerlo; lo mol-
ían en la muela o lo majaban en el mortero; luego lo cocían en la olla y
hacían con él tortas. Su sabor era parecido al de una torta de aceite. 9
Cuando, por la noche, caía el rocío sobre el campamento, caía también
sobre él el maná.
10 Moisés oyó llorar al pueblo, a todas sus familias, cada uno a la puerta

de su tienda. Se irritó mucho la ira de Yahvé. A Moisés le pareció mal, 11 y


le dijo a Yahvé: «¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado
gracia a tus ojos, para que hayas echado sobre mí la carga de todo este
pueblo? 12 ¿Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo
ha dado a luz, para que me digas: `Llévalo en tu regazo, como lleva la
nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con juramento a sus
padres?' 13 ¿De dónde voy a sacar carne para dársela a todo este pueblo,
que me llora diciendo: Danos carne para comer? 14 No puedo cargar yo
solo con todo este pueblo: es demasiado pesado para mí. 15 Si vas a tra-
tarme así, mátame, por favor, si he hallado gracia a tus ojos, para que no
vea más mi desventura.»

1. El lamento del pueblo y la fatiga de Moisés

Los israelitas están cansados de comer el maná, añoran los ali-


mentos que comían en Egipto y se lamentan provocando el desdén
del Señor. Para nosotros es consolador ver que también Moisés, un
gran guía del pueblo, llega al punto de no poder continuar. Se pone,
como los israelitas, a lamentarse, no por la carencia de pescados y
de melones, sino porque se siente maltratado por Dios; y se lo dice:

15
«¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a
tus ojos, para que hayas echado sobre mí la carga de todo este
pueblo? ¿Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo
y lo ha dado a luz, para que me digas: `Llévalo en tu regazo, como
lleva la nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con ju-
ramento a sus padres?'¿De dónde voy a sacar carne para dársela a
todo este pueblo, que me llora diciendo: Danos carne para comer?
No puedo cargar yo solo con todo este pueblo: es demasiado pesa-
do para mí».
Escuchemos como resuenan las palabras de Pablo en 2 Co 1, 8:
Pues no queremos que lo ignoréis, hermanos: la tribulación sufrida en
Asia nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, que
perdimos la esperanza de conservar la vida.
Quizá hoy nosotros, como pastores o responsables de una co-
munidad, lleguemos a pensar que el peso de la gente es demasiado
grande. No hay nada de extraño, desde el momento en que Moisés
y Pablo han advertido la carga del ministerio, de la función que el
Señor les ha confiado. Ha pasado a muchos santos, entre ellos a
san Ambrosio, Obispo de Milán y uno de los más insignes doctores
de la Iglesia: intentó huir cuando lo querían hacer Obispo, sintiendo
el episcopado como un fardo insoportable.
Pablo nos ha enseñado a entender que el Señor lo permite para
que no contemos más en nosotros mismos, sino en Dios que resuci-
ta a los muertos.
Es el principio de consolación: Dios quiere mostrarnos su poder y
precisamente cuando estamos perdidos, fatigados, se revela a no-
sotros consolándonos y ayudándonos a perseverar. Quiere conven-
cernos de que debemos volver a poner sólo en él la esperanza.

2. Con Jesús en el monte y con Jesús entre la muchedumbre

En el texto del evangelio de Mateo (14, 22-36) encontramos des-


crita la experiencia de estos días de Retiro.
22 Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por de-
lante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 23 Después de
despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba
solo allí. 24 La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios,
zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. 25 Y a la cuarta vigi-
lia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. 26 Los discípu-
los, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantas-
ma», y de miedo se pusieron a gritar. 27 Pero al instante les habló Jesús

16
diciendo: «¡Ánimo!, soy yo; no temáis.» 28 Pedro le respondió: «Señor, si
eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.» 29 «¡Ven!», le dijo. Bajó Pe-
dro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús.
30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a

hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» 31 Al punto Jesús, tendiendo la mano,


le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» 32 Subieron a
la barca y amainó el viento.33 Y los que estaban en la barca se postraron
ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios.»
34 Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. 35 Los hombres

de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda


aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. 36 Le pedían que to-
caran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salva-
dos.
● «Después de despedir a la gente, [Jesús] subió al monte a so-
las para orar».
También nosotros hemos abandonado los quehaceres pastorales,
los problemas, las preocupaciones para retirarnos a orar.
En este versículo encuentro un significado cristológico de los
ejercicios. Estamos aquí no simplemente para vivir momentos de
silencio y de oración, sino porque Jesús mismo ha vivido así y que-
remos imitarlo en su soledad.
Recientemente estuve en Tierra Santa, cerca del lago de Gene-
saret, y fue una experiencia muy intensa: miraba la colina donde
Jesús se retiraba solo en la noche para orar, y trataba de unirme a
su oración, a su misterioso, inefable diálogo con Dios.
En los ejercicios nos esforzamos en entrar en la oración solitaria
de Jesús, en entender, por medio de él, el misterio del Padre y del
Espíritu; mejor, de llegar al corazón del Padre en el corazón de
Jesús con la gracia del Espíritu Santo.
Ésta es la finalidad del curso de Ejercicios: enraizarnos en el co-
razón de Cristo para pronunciar con amor el nombre del Padre en la
luz y en la potencia del Espíritu Santo.
● En la página evangélica se habla también del temor de los
discípulos que, en la barca, se dejan llevar por la desolación, como
Moisés; hasta Pedro se espanta. Y precisamente en ese momento,
Jesús los consuela: «¡Ánimo!, soy yo; no temáis».
Y de nuevo el principio de consolación: cuando tenemos proble-
mas, cuando pensamos que estamos solos, que no tenemos salida,
la voz de Jesús viene en nuestra ayuda: «¡Ánimo!, soy yo; no tem-
áis». Debemos interiorizar, custodiar estas palabra en el corazón y
escuchar al Señor mismo en particular en el momento de la Euca-
ristía.

17
Los discípulos están tan asustados que no reconocen a Jesús. Es
la consecuencia del temor, de la poca fe, del estado de confusión
en el que algunas veces nos encontramos.
Oremos, pues, los unos por los otros con el deseo de entender
que el Señor está siempre cerca de nosotros.
● «34 Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. 35 Los
hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la no-
ticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos.
36 Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la

tocaron quedaron salvados».


La conclusión del texto sugiere algo más. Jesús que despide a la
gente y sube al monte para orar, y luego vuelve a estar en medio de
la muchedumbre, expresa la dinámica de nuestro ministerio, de
nuestra vida. Tenemos necesidad de momentos de calma, de ora-
ción, de recogimiento, pero para poder luego de nuevo retornar a la
gente que siempre está presente en nosotros. Aunque Taiwan está
muy distante de Italia, de Milán, siento muy cercana la presencia de
mis sacerdotes, de la gente y sé qué cuanto vivo en estos días les
sirve también a ellos, sirve para su bien, para su santificación.
Queremos, pues, estar con Jesús solo en el monte y con Jesús
en medio de la multitud. Esta es nuestra misión y confiamos que,
gracias al silencio de los Ejercicios, esta nuestra misión sea refor-
zada e iluminada.

18
II

EL PRINCIPIO DE GRATITUD
Y EL PRINCIPIO DE LA RESURRECCIÓN

Estamos buscando, en este primer día de nuestro retiro, los tex-


tos de la segunda carta a los Corintios que corresponden al «Princi-
pio y fundamento» de san Ignacio o, mejor, a las actitudes que Ig-
nacio desea hacer crecer en nosotros por medio de el «Principio y
fundamento».
Además del principio de consolación, que hemos recordado, me
parece que se pueden añadir otros dos: el principio de gratitud, y el
principio de resurrección y de la vida.

1. La gratitud como principio y fundamento de la vida de Pablo

Es fácil deducir, de numerosos pasajes de la segunda carta a los


Corintios, que san Pablo pide a sus comunidades que sepan agra-
decer a Dios en toda ocasión, en cualquier circunstancia de la vida.
● Vale la pena retorna a la explosión de oración y de alegría con
que comienza la carta:
¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre miseri-
cordioso y Dios de toda consolación! (2 Co 1,3).
Es un grande, estupendo acto de bendición y de agradecimiento.
En el v. 11 el Apóstol se refiere, cono en otras ocasiones, a la im-
portancia de multiplicar y de acrecentar la gratitud hacia Dios:
[el Señor] seguirá librando, 11 si colaboráis también vosotros con la ora-
ción en favor nuestro, para que la gracia obtenida por intervención de mu-
chos sea por muchos agradecida en nuestro nombre.
Él desea que se interceda para recibir las gracias con muchas
oraciones, que los sentimientos de reconocimiento se multipliquen y
lleguen a ser una actitud, la dimensión cotidiana de la comunidad.
● En 2 Co 2, 14, luego de haber evocado un momento difícil de
su nimieterio pastoral, exclama:
¡Gracias sean dadas a Dios, que nos asocia siempre a su triunfo en Cris-
to, y por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimien-
to!

19
Es muy bello este agradecimiento a Dios que lo ha consolado
asociándolo al triunfo de Jesús, a su victoria.
● El tema de la gratitud multiplicada retorna en 2 Co 4, 15:
Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia,
mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
Quiere decir: desde el momento en que muchos sois colmados de
la gracia de Dios, todos debéis uniros a expresar el agradecimiento
para la gloria de Dios.
En algunas circunstancias, en algunas acciones nos vemos invi-
tados a glorificar y a agradecer al Señor.
● El mismo Pablo nos da un ejemplo en 2 Co 8, 16. La colecta a
favor de la Iglesia de Jerusalén se convierte en ocasión para ben-
decir a Dios:
¡Gracias sean dadas a Dios, que pone en el corazón de Tito el mismo in-
terés por vosotros!
En el texto griego la expresión: «Gracias sean dadas…» es Ca,rij
de. tw/| qew/|, «gratitud hacia Dios». Pablo no puede hacer menos que
ser agradecido con el Señor y de serlo también por la inspiración de
bien que sugiere a los hermanos.
● Es particularmente significativo el texto de 2 Co 9, 11-15 porque
en cinco versículos aparece cinco veces el agradecimiento: dos ve-
ces con el término griego euvcaristi,a «acción de gracias»; una con
doxa,zw, «glorificar; y dos con ca,rij, «gratitud».
11 Así seréis ricos para toda largueza, la cual provocará, por nuestro me-
dio, acciones de gracias a Dios. 12 Porque la prestación de este servicio
no sólo provee a las necesidades de los santos, sino que redunda tam-
bién en abundantes acciones de gracias a Dios. 13 Experimentando el va-
lor de este servicio, glorificarán a Dios por vuestra obediencia y la confe-
sión de fe en el Evangelio de Cristo y por la generosidad de vuestra co-
munión con ellos y con todos. 14 Y con su oración por vosotros, manifes-
tarán su afecto hacia vosotros a causa de la gracia sobreabundante que
en vosotros ha derramado Dios. 15 ¡Gracias sean dadas a Dios por su don
inefable!
Aquí nos damos cuenta que la actitud del agradecimiento y de la
alabanza está continuamente presente en la vida de Pablo, forma
parte de su corazón, de su experiencia de discípulo, y lo expresa al
comienzo de casi todas las cartas.
● Recuerdo 1 Co 1, 4: «Doy gracias a Dios sin cesar por voso-
tros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo
Jesús». Y, en Rm 1, 8: «Ante todo, doy gracias a mi Dios por medio

20
de Jesucristo, por todos vosotros, pues vuestra fe es alabada en
todo el mundo».
Ambos textos nos ofrecen una enseñanza preciosa: cuando visi-
tamos una comunidad cristiana debemos en primer lugar alabar al
Señor que mediante su Espíritu la colma de dones, la hace crecer
en la escucha de la Palabra, la nutre por medio de la Eucaristía.
Puede suceder, por el contrario, que nos limitemos a subrayar las
perezas, los retardos, las resistencias de la comunidad mostrando
así no tener una mirada de fe, de carecer nosotros mismos de espe-
ranza.

2. El principio de gratitud en nuestra vida

Ahora, a partir de la lectura de estos textos de la segunda carta a


los Corintios, de encontrar algún mensaje práctico para nosotros.
1. En primer lugar, el principio de gratitud ha de vivirse en la vida
cotidiana, ha de vivirse siempre. Incluso en las situaciones más difí-
ciles, más confusas, más conflictivas, estamos invitados a pregun-
tarnos: ¿hay alguna cosa por la que puedo agradecer al Señor? Es-
toy convencido, por propia experiencia y por la experiencia de otros,
que esta pregunta nos permite ser objetivos en esa situación, nos
permite leerla desde otra perspectiva, verla a una nueva luz, descu-
brir en ella un lado positivo. Si es difícil aceptar un evento, la actitud
de alabanza y de gratitud a Dios nos cambia desde dentro hacién-
donos reconocer que de cualquier manera nuestra vida está llena
de su gracia, de su presencia.
Al menos en Occidente, los grupos de Renovación en el Espíritu
Santo han ayudado mucho a la Iglesia a reconocer el primado de la
oración de alabanza y de agradecimiento. De hecho, fuimos crea-
dos –como recuerda san Ignacio en su Principio y fundamento- para
alabar a Dios, y es muy importante poner la alabanza en el primero
puesto, sea en la vida personal, sea en la pastoral.
2. El principio de gratitud nos ayuda a experimentar el misterio de
la Trinidad. El dar gracias por todo, incluso por lo que no nos agrada
o no se logra entender, es un modo de entrar en el corazón del Hijo,
de Jesús, para conocer con él el rostro del Padre y gustar el miste-
rio trinitario.
En la carta pastoral que estoy escribiendo para la diócesis de
Milán y que he dedicado, según la indicación de Juan Pablo II, a la
reflexión sobre la Trinidad, me hago la siguiente pregunta: ¿cómo

21
tener la experiencia de la Trinidad? Teóricamente se puede consi-
derar a Dios en su misterio de unidad y de multiplicidad, estudiando
las relaciones entre las personas para descubrir su reflejo en la co-
munidad humana, especialmente en la comunidad cristiana. O bien,
podemos acercarnos al misterio trinitario a través de las etapas de
la historia de la salvación, porque la Trinidad se nos revela en la vi-
da, muerte y resurrección de Jesús. Es en el misterio pascual que
se nos ha concedido comprender el dinamismo del amor divino: el
Padre dona a su Hijo, el Hijo se dona al Padre y se dona a nosotros
enviándonos el Espíritu Santo.
Pero el cuestionamiento retorna: ¿cómo conocer la Trinidad con
un movimiento espiritual que nos envuelva profundamente?
Pienso que la respuesta es una sola: debemos entrar en los sen-
timientos del corazón de Jesús que ha dicho: «nadie conoce al Hijo
sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27). Y nosotros sabemos
que la filiación de Jesús, su amor por el Padre se expresa sobre to-
do en la gratitud: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tie-
rra» (Mt 11, 25); «Padre, te doy gracias por haberme escuchado»
(Jn 11, 41).
Es precisamente con la actitud de gratitud, de agradecimiento,
que entramos en la experiencia de Jesús, en la gratitud del Hijo que
todo recibe del Padre y en todo encuentra ocasión de alabarlo; y así
podemos ivir algo del misterio trinitario.
3. El principio de gratitud se expresa especialmente en la cele-
bración de la Eucaristía. De hecho, la Eucaristía es la más grande
acción de gracias a Dios, y este acto de agradecimiento se extiende
en toda la liturgia y en las oraciones de la Iglesia.
En 2 Co 1, 20 Pablo nos da un ejemplo: «… todas las promesas
hechas por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por él
«Amén» a la gloria de Dios».
«Amén» es una palabra aramea conservada en griego en las
fórmulas litúrgicas del Nuevo Testamento y en las de la Iglesia. Ella
subraya la respuesta de nuestra fidelidad, llena de gratitud, a la fide-
lidad de dios en Jesús, el Hijo.
4. Por último, quisiera observar que el principio de gratitud está
muy presente en la mente y en los escritos de san Ignacio.
Donde habla del modo de hacer el examen de conciencia, que
comprende cinco puntos, dice: «El primer puncto es dar gracias a
Dios nuestro Señor por los beneficios rescibidos» (Ejercicios espiri-
tuales, 43). Recomienda de nuevo el agradecimiento después de la
22
meditación sobre los pecados personales: «Acabar con un coloquio
de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor
porque me a dado vida hasta agora, proponiendo enmienda con su
gracia para adelante» (n. 61). Y, en el n. 71, después de la medita-
ción sobre el infierno: «Haciendo un coloquio a Christo nuestro Se-
ñor… darle gracias, porque no me ha dexado caer en ninguna [el
infierno]. Asimismo, cómo hasta agora siempre a tenido de mí tanta
piedad y misericordia». El agradecimiento es una actitud profunda-
mente enraizada en el corazón de Ignacio.
Cito un último texto, que forma parte de la contemplación para ob-
tener el amor: «pedir cognoscimiento interno de tanto bien recibido,
para que yo enteramente reconosciendo, pueda en todo amar y
servir a su divina majestad».
La gratitud es pues la vía para obtener el don de amar y servir al
Señor

3. El principio de la resurrección

Con la intención de entender mejor el principio de consolación y


el principio de gratitud que mueven al apóstol Pablo, descubramos
el surtidor, la fuente, en una persona: Cristo resucitado.
Es el Resucitado el verdadero «Principio y fundamento» de su vi-
da y de su ministerio. Pablo experimenta la consolación de Dios y
es capaz de agradecer porque ha encontrado a Jesús resucitado en
el camino a Damasco y se ha aferrado a él y su vida en la carne, la
vive en la fe del Hijo de Dios (cf. Gl 2, 20).
Nosotros que somos consolados podemos consolar y podemos
dar gracias a Dios porque la luz del Resucitado nos ha iluminado.
Escuchemos estas estupendas palabras:
el mismo Dios que dijo: Del seno de las tinieblas brille la luz, la ha hecho
brillar en nuestros corazones, para iluminarnos con el conocimiento de la
gloria de Dios que está en la faz de Cristo (2 Co 4, 6).
Es un versículo muy denso y no es fácil de explicar lo que se in-
tuye. Como Dios, el Padre, diciendo «Haya luz» (Gn 1, 3), ha venci-
do las tinieblas y ha iluminado la creación, así Cristo con su resu-
rrección ha iluminado la historia y los caminos de la humanidad.
También sostiene Pablo que la resurrección no corresponde sólo
a Cristo, sino que penetra en el corazón de cada hombre, en nues-

23
tros corazones, y los transforma de modo que puedan irradiar y dar
a conocer la gloria de Dios reflejada en el rostro del Resucitado.
Obviamente, al decir: «la ha hecho brillar en nuestros corazones», Pablo
hace alusión a la revelación que ha recibido. Leemos de hecho en
Gl 1, 12, a propósito del Evangelio: «yo no lo recibí ni aprendí de hombre
alguno, sino por revelación de Jesucristo». Y más adelante:«15 Mas,
cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por
su gracia, tuvo a bien 16 revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase en-
tre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno, 17 ni subir a
Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde
volví a Damasco». Se refiere a su conversión, a la luz en la que ha visto y
contemplado al Resucitado, a la aparición de la que habla Hch 9, 1-19.
Para nosotros, por el contrario, no se ha tratado de una revela-
ción personal, sino de una tradición: «3 Porque os transmití, en pri-
mer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pe-
cados, según las Escrituras; 4 que fue sepultado, y que resucitó al
tercer día, según las Escrituras» (1 Co 15, 3-4).
Sin embargo me he preguntado y nos preguntamos: ¿no hay
quizá, en nuestra experiencia, en nuestro conocimiento de Jesús
resucitado, algo que se avecine a la revelación, algo que vaya más
de la tradición recibida y de la iluminación de la gracia propia del
Bautismo?
Yo pienso en el testimonio interior del Espíritu Santo, en esa es-
pecie de revelación, que nos comunica simplicidad, paz, alegría jun-
to a la fe en el Resucitado. Podemos vivir una experiencia espiritual
profunda encontrando a Jesús en la Eucaristía, en la oración, en la
adoración, en cada acción del ministerio.
El Resucitado nos revela a nosotros especialmente en eso que
Pablo e Ignacio llaman consolación, derramada en nuestros cora-
zones por la fuerza del Espíritu para que nos llenen y nos compene-
tren los dones de fe, esperanza y caridad.
El evento de la resurrección es el verdadero «Principio y funda-
mento» de todo lo que somos y hacemos, de toda nuestra existen-
cia, y nos impulsa a leer cada realidad a la luz de Cristo resucitado
y de la experiencia que tenemos.
Quisiera citar un texto en el que Pablo describe los efectos de la
gloria de la resurrección d Jesús, presentes en él:
13 Pero teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: Creí,
por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos, 14 sabien-
do que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y
nos presentará ante él juntamente con vosotros. 15 Y todo esto, para vues-
tro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agrade-
cimiento, para gloria de Dios (2 Co 4,13-14).

24
La fe en la resurrección de Cristo y en la nuestra es la motivación
de toda la actividad de Pablo y lo lleva a elevar el himno de alaban-
za a la gloria de Dios. Los principios de consolación, de gratitud, de
resurrección forman una unidad, constituyen el fundamento de la
vida de Pablo y de nuestra vida.

4. Sugerencias para la oración

Os doy algunas sugerencias para la oración de este primer día de


Ejercicios:
● Pensando en lo que estoy viviendo, ¿en qué cosas puedo reco-
nocer a Dios?, ¿qué tipo de agradecimiento está más en consonan-
cia con mi situación al descubrir todo lo que el Señor ha hecho por
mí?
● Yendo más allá de lo que se ve, podemos expresar los senti-
mientos de nuestra gratitud al Padre por el don inmenso de la Euca-
ristía, por la presencia del Resucitado en nuestro corazón, por nues-
tra misma vida.
● Con el próximo jubileo queremos celebrar los dos mil años del
nacimiento de Jesús, de la encarnación del Verbo como principal
evento de la historia, alabando al Padre que nos ha mandado al Hijo
para salvarnos con su muerte y resurrección.
● Os sugiero además que glorifiquéis a Dios por la belleza de la
Revelación, por la belleza de la Iglesia y de la vida humana. Recien-
temente a salido un filme italiano intitulado La vita e bella, y es muy
conmovedor porque muestra que también en una tragedia como lo
fue la de la Shoah, del extermino de los judíos perpetrado por los
nazis, se puede comprender la belleza del la vida.
Conservemos, pues, este maravilloso mensaje en el corazón: no
obstante las dificultades, las fatigas u los sufrimientos de la existen-
cia, podemos vislumbrar algún signo de vida, algún reflejo de la re-
surrección. Todos tenemos necesidad de tal mensaje, la Iglesia hoy
tiene necesidad de él.

25
III

EN LA DEBILIDAD
SE REVELA LA FUERZA DE DIOS

Te pedimos, oh Virgen María, que nos obtengas, de tu Hijo Jesús nuestro


Señor, una triple gracia: poder tener un conocimiento interior de los pro-
pios pecados y también de aborrecerlos; poder individuar el desorden d
las propias acciones, de modo que las detestemos para corregirnos y po-
ner en orden en nuestra vida; poder tener conocimiento del mundo para
alejar de nosotros toda mundanidad y vanidad
Con esta oración a la Madre de Jesús y de la Iglesia, entremos
hoy en ese proceso de purificación que Ignacio propone en la pri-
mera semana de sus Ejercicios espirituales.
Hemos considerado tres principios que radican en la vida de Pa-
blo como fundamento de su experiencia del Señor: nuestro Dios es
un dios que consuela e infunde ánimo, fuerza y alegría; es justo y
es nuestro deber agradecerle siempre y en todo lugar; la resurrec-
ción de Cristo da luz a nuestros corazones y los transforma.
A los tres principios, cual «Principio y fundamento» de la segunda
carta a los Corintios, se oponen tres mociones negativas que se
producen en el alma: al principio de la consolación se opone el prin-
cipio de la desolación, del temor, de la oscuridad; al principio de la
gratitud, el de la ingratitud que no nos permite reconocer los dones
y los beneficios de Dios; al principio de la resurrección y de la vida
se opone el principio de la muerte, del desánimo, de la falta de
apertura y de esperanza.
¿Cuáles son los consejos que San Ignacio da para el camino de
la purificación en vistas a descubrir lo que el Señor quiere de noso-
tros, con vistas a conformarnos con Jesús? Aconseja cuatro etapas
de meditación.
1. En primer lugar nos invita a meditar sobre algunos ejemplos de
desviación del plan de Dios, sobre «tres pecados» (de los ángeles,
de Adán y Eva, de un pecador que se encuentra en el infierno).
2. En segundo lugar nos invita a reflexionar sobre nuestros peca-
dos personales.
3. Nos propone luego una meditación sobre nuestra fragilidad,
porque es importante descubrir el desorden presente en nuestras

26
acciones, descubrir cuán inmersos estamos en la mundanidad,
cuán lejana está del Evangelio nuestra mentalidad.
4. En la cuarta etapa Ignacio nos invita a detenernos en la conse-
cuencia última del pecado, en la pena y la desesperación del infier-
no.
Cada uno de vosotros puede elegir uno u otro de los cuatro pun-
tos –o incluso todos- para prepararse a vivir la Confesión sacramen-
tal como una maravillosa y nueva experiencia de gracia y de alegr-
ía.
Además queremos, por otro lado, meditar sobre el tema de la de-
bilidad.

1. Lectio divina de 2 Co 4, 7-12; 11, 30-33; 12, 5-10

La debilidad, de hecho, es un aspecto peculiar de la segunda car-


ta a los Corintios, que no nos hace conocer únicamente el corazón
apasionado y la mentalidad de Pablo, sino también las incompren-
siones entre él y la comunidad, basadas en parte en su debilidad
humana. Por eso el término «debilidad», en griego avsqe,neia (ast-
heneia), que indica una especie de enfermedad, de debilitación,
de flaqueza relacionada o con el cuerpo o con el alma, es una pala-
bra clave de la carta.
Pienso que la reflexión sobre tres textos que he elegido será utilí-
sima para comprendernos mejor nosotros mismos, para entender a
la Iglesia y la gloria de dios que se revela en nuestra debilidad.
1. El primer pasaje (2 Co 4, 7-12) es bastante conocido, muy bello
para la imagen usada por Pablo.
7 Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca
que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. 8 Apreta-
dos en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; 9 per-
seguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. 10 Lle-
vamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús,
a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. 11
Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte
por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste
en nuestra carne mortal. 12 De modo que la muerte actúa en nosotros,
mas en vosotros la vida.
En el texto no aparece el término avsqe,neia, y sin embargo son ci-
tados muchos aspectos de debilidad.

27
El icono de los vasos de barro subraya la fragilidad de un objeto,
su facilidad para romperse. También nosotros llevamos el tesoro del
Reino, de la fe, del Evangelio, pero somos un pobre vaso frágil, de-
licado, débil.
Luego de habernos presentado esta imagen que queda impresa
en la mente y nos recuerda nuestra debilidad, Pablo prosigue des-
cribiendo algunos ejemplos de adversidad, de tribulaciones, de difi-
cultades. De ello deducimos que el Apóstol ha sido tentado por el
desánimo. Siente que no hay respuestas, que se encuentra en un
callejón sin salida, y sin embargo logra dar a esta su historia una
estupenda interpretación cristológica: «Llevamos siempre en nues-
tros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús, a fin de que tam-
bién la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo». Turbado y
perseguido, golpeado y atribulado, él sabe que participa en la muer-
te de su Señor y logra conservar en sí la luz de la resurrección, esa
luz que un día lo había deslumbrado.
Muchas situaciones de la historia de la Iglesia podrían reflejarse
en este texto. El cristianismo, por ejemplo en China o en algunas
partes de África, vive la experiencia de Pablo, la experiencia de las
persecuciones; en otros lugares la Iglesia está marcada por graví-
simas dificultades, tribulaciones, pero no se desanima, no se abate,
no se desespera.
2. En 2 Co 11, 30-33 Pablo, luego de haber presentado la propia
biogra-fía y de haber dado el elenco de las innumerables pruebas
del ministerio, concluye la narración:
30Si hay que gloriarse, en mi flaqueza me gloriaré. 31 El Dios, Padre del
Señor Jesús, ¡bendito sea por todos los siglos!, sabe que no miento. 32 En
Damasco, el etnarca del rey Aretas tenía puesta guardia en la ciudad de
los damascenos con el fin de prenderme. 33 Por una ventana y en una es-
puerta fui descolgado muro abajo. Así escapé de sus manos.
Los exégetas no se ponen de acuerdo sobre el significado de es-
te pasaje. Ciertamente Pablo quiere evidenciar su incapacidad de
resistir en la persecución, de afrontar al gobernador, y la fuga de la
ciudad debe haber sido para él una humillación.
Fijémonos en la frase inicial: «en mi flaqueza me gloriaré». Pare-
ce que intuye un significado importante de la debilidad; no intenta
sólo hacer un relato de los acontecimientos negativos, sino hacer-
nos entender algo más profundo, más positivo.
3. El tema de la vanagloria retorna en 2 Co 12, 5-10. En los versí-
culos precedentes ha hablado de un hombre que fue arrebatado al
tercer cielo, al paraíso donde ha sido introducido en un gran cono-
cimiento de los misterios de Dios (vv. 1-4). De ese hombre,
28
De ese tal me gloriaré; pero en cuanto a mí, sólo me gloriaré en mis fla-
quezas. 6 Si pretendiera gloriarme no haría el fatuo, diría la verdad. Pero
me abstengo de ello. No sea que alguien se forme de mí una idea supe-
rior a lo que en mí ve u oye de mí.
7 Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelacio-

nes, me fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me


abofetea para que no me engría. 8 Por este motivo tres veces rogué al
Señor que se alejase de mí.9 Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi
fuerza se realiza en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré glo-
riándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de
Cristo. 10 Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las
necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo;
pues, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte.
Así hemos llegado al corazón de la carta, al motivo de fondo que
Pablo desarrolla en esta epístola: «cuando soy débil, entonces es
cuando soy fuerte».
● Pero, ¿qué cosa es el aguijón en la carne de quien pide ser li-
berado?
Son muchos comentarios exegéticos. Me gusta citar lo que dice a
propósito el filósofo Kierkergaard: «Este texto parece ofrecer, a ca-
da uno de nosotros, la insólita oportunidad de interpretar la Biblia».
Cada uno de nosotros presume de saber qué es el aguijón, pero las
opiniones difieres una de la otra.
Para algunos exégetas, Pablo alude a tormentos espirituales; pa-
ra otros a tentaciones sexuales de la que no sería liberado; o tal vez
un cierto sentido de indignidad, de inadecuación; el profuno dolor
por la incredulidad de sus hermanos de raza, como dice en Rm 9, 1-
3.
Hay por el contrario quien piensa en una enfermedad física o
mental, a un estado de depresión.
Y hay alguno que habla de persecuciones.
De hecho no sabemos qué cosa sea el aguijón en el corazón del
Apóstol, pero es fundamental que se enorgullezca: el Señor no lo
libera («Mi gracia te basta») y no explica el motivo; les hace enten-
der a los corintios que la aflicción es parte de esa debilidad que
forma parte del plan admirable de la salvación y permite que se ma-
nifieste plenamente la fuerza de Dios. Es un mensaje formidable,
inimaginable. Nosotros consideramos que la debilidad es un obstá-
culo, por lo que debería ser superada –así lo creía también Pablo-,
y el Señor nos responde que forma parte de su plan de amor y de
salvación.

29
● Por otro lado, es interesante notar que Pablo se enorgullece de
su debilidad frente a una comunidad que se deja atraer por los dis-
cursos elocuentes de «súper apóstoles» (cf. 11 5), que confía en
quién sabe cuáles carismas. Y subraya que el tener visiones y reve-
laciones no legitima del todo al apostolado; lo legitima la debilidad,
la aflicción. La afirmación paradójica que trata de sobreentenderse y
que hay que aclarar: en la debilidad de los apóstoles se revela me-
jor aquella fuerza, proveniente de Dios, que legitima el ministerio.
«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y
haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 18-19).
La debilidad que Pablo experimenta nace, por tanto, de un fee-
ling, de un sentir espiritual que lo lleva a encarnar en la cotidianidad
el misterio de la muerte de Jesús y le permite a Dios actuar libre y
realmente por medio de su fragilidad.
Nosotros estamos muy lejos de este sentimiento y continuamos
pidiendo grandes signos, habilidad en el hablar a la gente, éxito.
● Es precisamente en la debilidad que Pablo se hace similar a
Cristo, como leemos en 2 Co 13, 2-4:
2 Ya lo tengo dicho a los que anteriormente pecaron y a todos los demás,
y vuelvo a decirlo ahora que estoy ausente, lo mismo que la segunda vez
estando presente: si vuelvo otra vez, obraré sin miramientos, 3 ya que
queréis una prueba de que habla en mí Cristo, el cual no es débil para
con vosotros, sino poderoso entre vosotros.4 Pues, ciertamente, fue cruci-
ficado en razón de su flaqueza, pero está vivo por la fuerza de Dios. Así
también nosotros: somos débiles en él, pero viviremos con él por la fuerza
de Dios sobre vosotros.
Es una visión muy estimulante de la vida cristiana y del ministerio:
como Cristo revena en la crucifixión la fuerza y la gloria de Dios,
también en nuestra pobreza, en nuestras debilidades, en nuestras
tribulaciones estamos unidos a la cruz de Cristo y podemos confiar
en la fuerza de Dios.
Ésta es la enseñanza del texto paulino: la salvación que viene de
la gracia y de la fuerza divina se manifiesta mejor en instrumentos
débiles y pobres. Es una enseñanza que muchas veces olvidamos y
que, tal vez, queremos olvidar; las dificultades y persecuciones que
registra la historia de la Iglesia, nos ayudan a ver con claridad que
la victoria definitiva es fruto de la gloria de Dios, no de nuestros es-
fuerzos.
El Señor nos ayude a intuir con el corazón esta verdad que las
palabras humanas no alcanzan a expresar.

30
2. Puntos para la meditación

Quisiera daros algunos puntos para la reflexión, en la meditación


personal, con amor y paciencia sobre nuestra debilidad, sobre la
debilidad de nuestra comunidad y de la Iglesia.
1. Nuestra debilidad. Cada uno de nosotros tiene una debilidad
existencial que experimentamos de diversas ocasiones, tiene una
larga historia de debilidades, conocidas o desconocidas. Natural-
mente tratamos de removerlas, de no pensar en ellas; Pablo, por el
contrario, nos invita a mirarlas, a considerarlas para descubrir la
fuerza de Dios.
A nivel personal me vienen a la mente muchas experiencias:
cuando siento que no estoy a la altura de una determinada situa-
ción; cuando advierto mis temores, mis lentitudes e incoherencias;
cuando mi oración es árida, vacía, cansada y, aunada a esto, la ex-
periencia del pecado y de la depresión.
Además de las debilidades existenciales, está la debilidad en el
ministerio: la fatigosa experiencia de la distancia que hay entre mis
palabras y mi vida cuando me doy cuenta que no soy capaz de vivir
en verdad lo que predico a los demás. Mi pobreza espiritual frente a
la necesidad que el mundo tiende de amor, de inteligencia espiri-
tual, de comprensión. Mi incapacidad de responder algunos cues-
tionamientos.
Cualquier cosa que pueda parecer una debilidad en el ministerio
ha de ser recordado delante de la gracia de Dios, teniendo en men-
te la afirmación de pablo: «seguiré gloriándome sobre todo en mis
flaquezas».
De hecho, todos sabemos que el ministerio revela nuestras fragi-
lidades, y cuánto más somos cargados de responsabilidad, más
sentimos nuestra incompetencia. Esto es un don de Dios, una ilumi-
nación de él, es el conocimiento de Jesús crucificado que nos hace
entrar en la mente y en el corazón de Padre. Lo que humanamente
consideramos un obstáculo, se transforma en una gracia divina.
Comencemos, pues, nuestra reflexión con un examen de con-
ciencia, según la sugerencia de los Ejercicios espirituales de san
Ignacio para la primera semana, empeñándonos en considerar
nuestras debilidades existenciales y del ministerio.
2. Es también muy oportuno meditar sobre la debilidad eclesiásti-
ca, que es la debilidad de nuestras comunidades y de la toda Igle-
sia. Podemos referirnos a los momentos en que experimentamos la
dolorosa disparidad entre la altísima misión de la Iglesia y la inco-
31
herencia de las personas a las que se les ha confiado; pensemos
en la baja en las vocaciones y en todo lo que la Iglesia de Dios es
pobre en este mundo. Los ideales son grandes, pero casi siempre
su realización es insuficiente; en las comunidades locales, en las
parroquias se multiplican las controversias y las divisiones, las envi-
dias y los celos.
Pero también es verdad que cuánto más nos damos cuenta de
nuestra pobreza, más conocemos la Iglesia desde dentro, más nos
llenamos de estupor y nos maravillamos por la extraordinaria fuerza
y la inmensa misericordia de Dios.
Es la confirmación de que el Señor actúa mor medio de instru-
mentos miserables, débiles, incompetentes; una confirmación que
nos ayuda a crecer en la humildad. San Ignacio, en la primera se-
mana de los Ejercicios, no sólo nos invita a recordar nuestros peca-
dos, sino sobre todo a recordar nuestra miseria para poder com-
prender el don de la humildad y glorificar a Dios que está presente
en la pobreza de nuestra vida.
Ciertamente es difícil no sufrir ante los defectos de algunas reali-
dades eclesiales, ante las fugas de personas que eran prometedo-
ras, que habían comenzado bien, con espíritu evangélico. Así Pablo
nos invita a entrar con él en la lógica de dios, en esa experiencia
que ha sido infundida en nosotros por el Espíritu Santo que nos
hace capaces de contemplar la presencia de la gloria de Dios aquí y
ahora.
De este modo evitaremos la tentación del escepticismo, del pesi-
mismo y podremos cooperar con humildad y alegría en la vida y en
la misión de la Iglesia.

3. Tres sugerencias conclusivas

Quisiera retomar, a modo de conclusión, tres puntos del mensaje


de la segunda carta a los Corintios en los textos que he citado.
1. Es importante aceptar la debilidad existencial, ministerial y
eclesiástica. No intentemos esconderla, removerla mentalmente,
sino vivirla pensando en el infinito amor del Señor por nosotros.
2. La debilidad (el pecado, las dificultades, los problemas, la inca-
pacidad de dar respuestas) es el lugar en el que se revela la fuerza
de Dios. Siempre podemos esperar en la certeza de estar envueltos
por la presencia salvadora y liberadora de Cristo Jesús nuestro Se-
ñor crucificado y resucitado.
32
3. Vivamos todo esto en la oración y en la humildad ara ser ayu-
dados a comprender verdaderamente, poco a poco, la naturaleza, el
rostro de Dios que es gloria, belleza, grandeza, potencia y también
humildad, simplicidad, misericordia infinita.
El Dios de Jesucristo no sólo se revela en hechos de potencia, se
revela sobretodo en el amor misericordioso para que nosotros, po-
bres pecadores, contemplemos su gracia en nuestra vida.

33
LA PURIFICACIÓN DEL CORAZÓN
(homilía del martes de la semana XVIII del tiempo ordinario –
03.08.1999)

Estamos comenzando la primera semana de los Ejercicios igna-


cianos, en la que debemos reflexionar sobre la gravedad del desor-
den presente en nosotros y, por tanto, sobre la necesidad de purifi-
cación. A ello nos ayudan los dos pasajes de la liturgia de hoy.

1. Una maravillosa definición de la oración


1 María habló con Aarón contra Moisés a propósito de la mujer cusita que
había tomado por esposa: porque se había casado con una cusita.2 De-
cían: «¿Es que Yahvé no ha hablado más que por medio de Moisés? ¿No
ha hablado también por medio de nosotros?» Y Yahvé lo oyó. 3 Moisés
era un hombre muy humilde, más que hombre alguno sobre la faz de la
tierra.
4 De improviso, Yahvé dijo a Moisés, a Aarón y a María: «Salid los tres

hacia la Tienda del Encuentro.» Y salieron los tres. 5 Bajó Yahvé en la co-
lumna de Nube y se quedó a la puerta de la Tienda. Llamó a Aarón y a
María y se adelantaron los dos.
6 Dijo Yahvé: «Escuchad mis palabras: Si hay entre vosotros un profeta,

en visión me revelo a él, y hablo con él en sueños. 7 No así con mi siervo


Moisés: él es de toda confianza en mi casa; 8 boca a boca hablo con él,
abiertamente y no en enigmas, y contempla la imagen de Yahvé.¿Por
qué, pues, habéis osado hablar contra mi siervo Moisés?»
9 Y se encendió la ira de Yahvé contra ellos. Cuando se marchó, 10 y la

Nube se retiró de encima de la Tienda, María advirtió que estaba leprosa,


blanca como la nieve. Aarón se volvió hacia María y vio que estaba lepro-
sa.
11 Y dijo Aarón a Moisés: «Perdón, Señor mío, no cargues sobre nosotros

el pecado que neciamente hemos cometido. 12 Por favor, que no sea ella
como quien nace muerto del seno de su madre, con la carne medio con-
sumida.»
13 Moisés clamó a Yahvé diciendo: «Oh Dios, cúrala, por favor.»

● Me parece importante lo que el Señor dice a Arón y a María


acerca de Moisés: «boca a boca hablo con él» (v. 8).
Es una maravillosa definición de la oración, que encontramos en
san Ignacio: «El coloquio se hace propiamente hablando [con Dios],
así como un amigo habla a otro» (Ejercicios espirituales, n. 54). Y
también Santa Teresa de Ávila, gran mística y doctora de la Iglesia,

34
escribe: «La oración no es otra cosa que una íntima relación de
amistad con Aquél del quien nos sabemos amados» (Vida, VIII, 5).
Nuestra oración pretende identificarnos con Jesús y así orar al
Padre como él lo hace; quiere ser participación con la gracia de
Moisés que habla cara a cara con el Señor.
● Una segunda observación. La historia de Moisés criticado a
causa de la mujer extranjera con la que se había casado, a nuestros
oídos suena un tanto extraña. No nos es fácil juzgar cómo puede
este hecho constituir una debilidad de Moisés.
De cualquier manera, el Señor se enciende de ira contra María y
Aarón y, aunque no defiende al acusado, quiere que sea respetado
en su misión prescindiendo de cualquier cosa, porque Dios siempre
sabe realizar grandes cosas.
● Por último subrayo la belleza del v. 3: «Moisés era un hombre
muy humilde, más que hombre alguno sobre la faz de la tierra». El
libro del Sirácida, en su «elogio a los antepasados», recuerda a
Moisés con estas palabras:
1 Hizo salir de él un hombre de bien,
que gozó del favor de todos,
amado de Dios y de los hombres…
4 Por su fidelidad y humildad lo santificó,

lo eligió de entre todos los vivientes.


5 Le hizo oír su voz,

y lo introdujo en la negra nube;


cara a cara le dio los mandamientos,
la ley de vida y de conocimiento,
para enseñar su alianza a Jacob
y sus decretos a Israel (45, 1.4-5).
Nos fascina esta descripción de Moisés, su mansedumbre y
humildad que anticipan las bienaventuranzas evangélicas: «bien-
aventurados los pobres… bienaventurados los mansos».
El Señor desea que, mediante la meditación de la primera sema-
na de Ejercicios, nuestra vida espiritual se renueve, y aprendamos a
aceptar la fragilidad y la debilidad, seamos mansos y humildes.
Todo esto está en relación con el estilo de la evangelización, con
la sabiduría de la cruz, con el comportamiento de Jesús expresado
por mateo que cita a Is 42, 2-3:
2 No vociferará ni alzará el tono,
y no hará oír en la calle su voz.
3 Caña quebrada no partirá,

y mecha mortecina no apagará.


Lealmente hará justicia (Mt 12, 19-20a).

35
En el ministerio debemos seguir a Cristo manso y humilde y pre-
sumir, como Pablo, de nuestras debilidades porque Dios está de
parte nuestra.

2. Purificación del corazón

En continuidad con el texto evangélico de ayer, releamos Mt 15,


1-3.10-14:
1 Entonces se acercan a Jesús algunos fariseos y escribas venidos de Je-
rusalén, y le dicen: 2 «¿Por qué tus discípulos transgreden la tradición de
los antepasados? Pues no se lavan las manos a la hora de comer.» 3 Él
les respondió: «Y vosotros, ¿por qué transgredís el mandamiento de Dios
por vuestra tradición?
10 Luego llamó a la gente y les dijo: «Oíd y entended. 11 No es lo que entra

en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso


es lo que contamina al hombre.»
12 Entonces se acercan los discípulos y le dicen: «¿Sabes que los fariseos

se han escandalizado al oír tu palabra?» 13 Él les respondió: «Toda planta


que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz. 14 Dejad-
los: son ciegos y guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos
caerán en el hoyo».
El tema de la pureza y de la impureza se está relacionado con
nuestro empeño por purificar el corazón con la ayuda de la gracia
sacramental. La verdadera impureza, afirma Jesús, no es la exte-
rior, sino «lo que sale de la boca», y el v. 19 dice: lo que sale «del
corazón».
Para purificarnos debemos ante todo examinar qué cosa anida en
nuestro corazón: «Porque del corazón salen las intenciones malas,
asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, inju-
rias». Leyendo esta lista pensamos que se refiere a los pecadores,
a las personas que acuden a la confesión. Pero, el texto evangélico
quiere indicar que se habla de nuestro corazón, de nuestra debili-
dad.
Quizá no encontramos pecados exteriores que correspondan a
las intenciones malas, pero si reflexionamos atentamente descubri-
mos que tales intenciones están enraizadas en nuestro corazón. Y
es sólo a través de una mirada atenta que conocemos la fragilidad y
la opacidad de nuestra naturaleza humana. En cada uno de noso-
tros está la raíz de cada mal que hay en el mundo.
Cuando lo admitimos con toda sinceridad, nos hacemos capaces
de entender que los pecados en los que otros caen, también pue-

36
den ser cometidos por nosotros. Y es entonces que imploramos con
el Salmo 51:
3 Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu inmensa ternura borra mi delito,
4 lávame a fondo de mi culpa,

purifícame de mi pecado.
Identificarnos con cuantos tienen intenciones malas nos ayuda a
ubicarnos ante la cruz como bajo la gracia del Señor, bajo su infinita
misericordia, y a no consentir los malos pensamientos escondidos
en el corazón.
El Evangelio de este día nos invita a repetir con especial intensi-
dad la exclamación: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi
casa, pero una palabra tuya bastará para salvarme». Es una excla-
mación que expresa claramente lo que nosotros somos frente al
don inmenso de la Eucaristía, que expresa nuestra debilidad y al
mismo tiempo nuestra confiada esperanza de obtener el perdón.

37
IV

LAS AMENAZAS EN EL MINISTERIO

Dios Padre nuestro, te alabamos y te bendecimos porque nos das la gra-


cia de hablarte cara a cara, como un amigo habla con otro amigo. Te pe-
dimos nos concedas sentir y gustar internamente los misterios de tu Re-
ino, y realizar ese proceso de purificación y de liberación de nuestros pe-
cados, de nuestra afición a las realidades mundanas, aún cuando sean
buenas. Eso nos permitirá experimentar la alegría de seguir a tu Hijo
Jesús en el servicio a la Iglesia. Amán.
Mientras san Ignacio, en la primera semana de los Ejercicios, nos
ofrece algunas indicaciones precisas para profundizar en el conoci-
miento de nuestros pecados personales, la segunda carta a los Co-
rintios no tiene textos específicos al respecto. Si quisiéramos ayud
de Pablo deberíamos releer los capítulos 6 y 7 de la carta a los Ro-
manos, ricos en consideraciones que nos son muy útiles. Basta con
citar el siguiente pasaje:
14 Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, ven-
dido al poder del pecado. 15 Realmente, mi proceder no lo comprendo;
pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. 16 Y, si hago
lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; 17 en rea-
lidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. 18 Pues
bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto,
querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, 19 puesto que no
hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. 20 Y, si hago
lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en
mí.
21 Descubro, pues, esta ley: aunque quiera hacer el bien, es el mal el que

se me presenta. 22 Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre


interior, 23 pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley
de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros.
24 ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muer-

te? 25 ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Así pues,
soy yo mismo quien con la razón sirvo a la ley de Dios, mas con la carne,
a la ley del pecado (Rm 7, 14-25).
Este texto describe nuestra división interior, nuestros sufrimien-
tos, y es muy adecuado para reflexionar mejor sobre nuestros pe-
cados personales.
La segunda carta a los Corintios, más que puntualizar sobre el
proceso personal de purificación, insiste en la relación de un pastor
con la comunidad. Así pues, es útil para un Obispo, cuyo horizonte

38
siempre es su comunidad: la psicología de un Obispo está prácti-
camente empeñada a considerar cada cosa en relación con la Igle-
sia local que le ha sido confiada y en relación con la Iglesia univer-
sal. E no sólo es útil para los Obispos, sino también para todos
aquellos que están al servicio de una realidad eclesial.
En esta meditación queremos, pues, dejarnos guiar por Pablo en
el deseo de reflexionar sobre los pecados y las desviaciones en el
ministerio. He encontrado, entre muchos posibles, tres textos de la
segunda carta a los Corintios sobre los que nos detendremos: en el
primero se ofrece una lista de desviaciones parciales en el ministe-
rio (4, 1-2); en el segundo se presenta una total desviación (1, 18-
22); en el tercero está delineado el espejo del verdadero ministerio
(6, 3-7).

1. Desviaciones parciales en el ministerio (2 Co 4, 1-2)


1 Por esto, misericordiosamente investidos de este ministerio, no desfalle-
cemos. 2 Antes bien, hemos repudiado el silencio vergonzoso no proce-
diendo con astucia, ni falseando la palabra de Dios; al contrario, mediante
la manifestación de la verdad nos recomendamos a toda conciencia
humana delante de Dios.
1. La primera desviación, señalada en el v. 1, es el desánimo, el
desfallecimiento. Es una gran desviación de la gracia del ministerio
y, desgraciadamente es muy común, está muy generalizada: nos
empeñamos, con todas nuestras energías, nos dedicamos a la co-
munidad con todas nuestras fuerzas, pero la respuesta de la gente
es insatisfactoria, los resultados son pocos. Esto provoca desmoti-
vación, desánimo. Sin embargo, el desánimo, que de por sí es un
enemigo peligroso, haciéndonos experimentar nuestra debilidad,
debe ser considerado como un lugar en el que podemos tocar la
gracia, la misericordia y la fuerza del Señor. Hemos visto que, en su
debilidad, Pablo ha descubierto la manifestación de la fuerza divina.
Cito el v. 16: «Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hom-
bre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovan-
do de día en día».
2. Otra desviación es la disimulación, el silencio vergonzoso, el
anunciar la verdad a medias, contentándonos con no decir toda la
verdad.
¿Qué significa esto en el contexto de la carta? Probablemente
Pablo quiere defenderse de sus adversarios, de acusaciones que
son implícitamente revueltas. Un ejemplo de esto lo encontramos en

39
Hch 15, 1: Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los herma-
nos: «Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no
podéis salvaros».
Hoy, la disimulación, el anunciar la «verdad a medias» se verifica
cuando, en nuestro servicio ministerial, no confiamos realmente en
la gracia: hablamos pero confiamos más en la ley, en la disciplina.
La ley es importante para la comunidad cristiana, pero la salvación
no es el resultado de la ley y del orden, sino que es un don de la
gracia de Dios.
Puede también suceder que pongamos más confianza, para la
salvación, en la psicología teniendo más en cuenta las posibilidades
humanas que la gracia. Es muy claro que el mismo Señor nos invita
a hacer uso de los medios humanos, pero de cualquier manera la
fuerza de su gracia tiene el primado.
3. Por último, Pablo subraya la posibilidad de falsear la palabra de
Dios.
Esto se verifica en nosotros cuando no nos pronunciamos en
hablar de la vida después de la muerte, cuando evitamos, en la pre-
dicación y en las charlas con la gente, anunciar la vida celestial que
nos espera. Y sin embargo, en occidente, donde se habla mucho de
justicia, de ecología, de cómo vivir mejor y más cómodamente en
este mundo, los responsables de la Iglesia deberían advertir la ur-
gencia de tener viva la fe reclamando el horizonte de eternidad que
ilumina el sentido de las realidades presentes, que confiere valor y
dignidad a toda cada persona y coloca en la justa perspectiva los
empeños y las esperanzas terrenas.
Otro modo de falsificar la palabra de Dios es el de reducir la libe-
ración del corazón a la liberación humana, social. Es obligatorio
hablar de la liberación en sentido humano, pero si no explicamos
que la raíz de esta liberación está en la purificación de los corazo-
nes, de los deseos, falseamos la Palabra.
Ciertamente son muchas las posibilidades de tal desviación, y
cada uno de nosotros debe descubrir su eventual falta en el ministe-
rio de la predicación que ha de ser continuamente revisada y corre-
gida. El mismo san Agustín confesaba que nunca estaba satisfecho
de sus sermones. Esto me permite cuestionarme, después de una
homilía en una parroquia: ¿He anunciado verdaderamente el Evan-
gelio, el mensaje de la salvación, o he dado una simple exhortación
que, de hecho, no incide, no llega al corazón de la gente? Esta pre-
gunta nos invita a reflexionar sobre el estilo de nuestra predicación

40
para custodiar la fidelidad a la gracia recibida en la ordenación
presbiteral.

2. La total desviación en el ministerio (2 Co 1, 18-22)


18 ¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no.
19 Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos Silvano,
Timoteo y yo, no fue sí y no; en él no hubo más que sí. 20 Pues todas las
promesas hechas por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por
él «Amén» a la gloria de Dios. 21 Es Dios el que nos conforta juntamente
con vosotros en Cristo y el que nos ungió, 22 y el que nos marcó con su
sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.
Es un texto que ye hemos recordado en parte a propósito del
principio de gratitud. Ahora lo meditamos porque Pablo ejemplifica
una situación de incoherencia en el ministerio, de total desviación.
No se trata simplemente de que a veces nos comportemos de un
modo y otras veces de otro completamente opuesto, quizá por mie-
do a las reacciones de la gente o para ser aprobados.
El «sí» y el «no» significa la tentación de no mantener nuestra
promesa de vida sacerdotal y religiosa, el abandono del ministerio.
El «sí» que se ha pronunciado se convierte con absoluta facilidad
en «no». Es una gran tentación en la Iglesia de hoy, al menos en
Europa: ya no se considera vinculante una promesa, una elección
definitiva, también en la vocación al matrimonio. Después de un
cierto tiempo de vida sacerdotal, religiosa, matrimonial, se pide que
se les libere del vínculo, diciendo: ¡ahora me doy cuenta de que no
sabía lo que quería!
Frente a la posibilidad de esta desviación total, Pablo insiste en
dar una interpretación cristológica de la fidelidad a las promesas.
Cristo Jesús es el «sí» de Dios a nosotros, un «sí» que sin retrac-
ciones, por lo que nosotros debemos ser capaces de pronunciar un
«sí» del que no nos hemos de arrepentir.
Esto vale antes que nada para los matrimonios, donde la gracia
del Sacramento ayuda a transformar el «sí» del día de las bodas en
un «sí» para siempre. Pero también vale para nosotros, para los
consagrados, cuando el «sí» es dado en el nombre y con la fuerza
del Señor.
Por tanto, es necesario orar por nuestra perseverancia, por la
perseverancia, en la fe y en el ministerio, de todos los sacerdotes y
los religiosos del mundo, así como para que no escandalicemos,
entre otras cosas, a la gente que nos ha sido confiada por Dios.
41
Obviamente podemos tener problemas psicológicos que en parte
nos excusen de fallar a las promesas hechas a Dios, a la adhesión
total a Jesús. En todo caso el abandono del ministerio está pesando
mucho en la vida y en la imagen de la Iglesia, y os invito a reflexio-
nar seriamente porque cada uno de nosotros puede ser tentado a
decir «no» después de haber mantenido el «sí» por muchos años.

3. El espejo del verdadero ministerio (2 Co 6, 3-7)


3 A nadie damos ocasión alguna de tropiezo, para que no se haga mofa
del ministerio, 4 antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de
Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias; 5 en
azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; 6 con pureza,
ciencia, paciencia, bondad; con el Espíritu Santo, con caridad sincera,
7 con palabras verdaderas, con el poder de Dios; con las armas de la jus-

ticia: a diestra y siniestra; 8 en gloria e ignominia, en calumnia y en buena


fama; tenidos por impostores, siendo veraces; 9 como desconocidos, aun-
que bien conocidos; como moribundos, pero vivos; como castigados,
aunque no condenados a muerte; 10 como tristes, pero siempre alegres;
como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tie-
nen, aunque todo lo poseemos.
Es un conmovedor texto autobiográfico compuesto por Pablo con
entusiasmo como un himno al ministerio, en tres estrofas.
● En la primera estrofa (vv. 4-5) enumera nueve situaciones difíci-
les del trabajo apostólico –tribulaciones, necesidades, angustias,
azotes, cárceles, sediciones, fatigas, desvelos, ayunos- que ha vivi-
do «con mucha constancia», sin dar a nadie motivo de escándalo,
siempre dispuesto a sufrir por la comunidad con tal de cumplir con
fidelidad y en plenitud la misión recibida de Dios.
● A las nueve situaciones contrapone, en la segunda estrofa
(vv. 7-7a), ocho disposiciones positivas, ocho cualidades sugestivas
que debe transparentar la vida sacerdotal y que yo llamo «el espejo
del ministerio»: pureza, ciencia, paciencia, bondad, con el Espíritu
Santo, con caridad sincera, con palabras verdaderas, con el poder
de Dios.
● En la tercera estrofa (vv. 7b-10) se describe paradójicamente la
vida apostólica, tejida de experiencias contradictorias: «con las ar-
mas de la justicia: a diestra y siniestra; en gloria e ignominia, en ca-
lumnia y en buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces;
como desconocidos, aunque bien conocidos; como moribundos, pe-
ro vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como

42
tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a
muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos».
Es un estupendo poema que sale del corazón de Pablo como ex-
presión de una alegría incontenible, de la alegría propia de quien se
siente unido indisolublemente a Cristo Jesús, partícipe de su misión.

4. Nuestro ministerio

¿Cómo nos interpela la segunda estrofa, el «espejo del ministe-


rio» de este himno? ¿Se dan en nosotros las ocho disposiciones
que ahí se enumeran?
1. La pureza, en griego a`gno,thj (aghnotes), es la recta intención
en el ministerio, el actuar para la gloria de Dios y el bien de la Igle-
sia, para la salvación de las almas, no para nuestra realización,
nuestro interés ni nuestra afirmación. Sabemos que no es fácil por-
que en lo que hacemos se mezcla siempre el amor propio, el deseo
de ser los primeros, de vernos beneficiados, aún cuando reiterada-
mente nos propongamos actuar siempre en vistas del crecimiento
de los demás, de su camino de fe, esperanza y caridad. Por eso en
necesario que cada día se renueve el empeño de purificar la inten-
ción, de poner en el primer lugar la gloria de Dios y el bien de la
comunidad. Es significativo que Pablo inicie su lista con la «pure-
za», como para subrayar que es el primer objetivo a seguir, el punto
desde el cual debemos velar y verificarnos.
2. La ciencia, en griego gnw/sij (gnosis), más que el conocimiento
intelectual, probablemente es el don del Espíritu que Ignacio rela-
ciona con el «sentir y gustar las cosas internamente» (Ejercicios es-
pirituales, anotación 2).
3. La paciencia, en griego makroqumi,a (makrothymia), es la longa-
nimidad (cf. Ga 5, 22), la capacidad de soportar por mucho tiempo
un pesado fardo, de persistir con buen ánimo y con ardor de espíritu
en circunstancias difíciles. La longanimidad es característica de la
esperanza cristiana haciendo que nos adhiramos siempre y de
cualquier manera a la voluntad de Dios. Por ello es una cualidad
fundamental para el ministerio, para la vida de un pastor. La longa-
nimidad no condena a nadie, no se echa para atrás en el momento
de las pruebas.
4. La bondad, en griego crhsto,thj (chrestotes), nos permite ser
afables con todos, gentiles, premurosos, disponibles, sonrientes con
la gente. Muchas veces las personas pretenden mucho de nosotros,
43
no piensan que tenemos un horario, una agenda que incluye la ora-
ción, el estudio, la meditación. Por ello hemos de decirle esto a la
gente, pero hablándoles con gentileza, con amabilidad, sin hacerles
sentir mal ni irritarlos. Este también es un don importante en el mi-
nisterio.
5. Con el Espíritu Santo, en griego evn pneu,mati a`gi,w| (en pneumati
aguío), quiere indicar que toda nuestra acción tiene su fuente en
una vida interior llena de la alegría y la paz del Espíritu. Una vida
interior que debemos cultivar escuchando, sobre todo, las mociones
y las sugerencias del Espíritu Santo.
6. La caridad sincera, evn avga,ph| avnupokri,tw| (en ágape anypokritos),
es una disposición que aparece también en Ga 5,22. Un maravilloso
ejemplo de caridad sincera lo tenemos precisamente en 2 Co 6, 11:
«¡Corintios!, os hemos hablado con toda franqueza; nuestro co-
razón está abierto de par en par». Es el corazón totalmente abierto
a la gente de la que somos responsables, a la que dedicamos nues-
tro ministerio. Es un amor afectivo, tierno, que siente la necesidad
de comunicarse de corazón a corazón; es el don de nosotros mis-
mos a los demás.
Puede suceder que las circunstancias, los acontecimientos inten-
ten cerrar nuestro corazón, bloquearnos, y entonces busquemos
justificarnos; sin embargo el verdadero ministerio, el ministerio fiel a
ejemplo de Jesús el buen pastor, es apertura del corazón.
7. Palabras verdaderas, en griego evn lo,gw| avlhqei,aj (en logo alet-
heias), son por excelencia las palabras de la Escritura. La familiari-
dad con la Biblia nos permite encontrar las palabras justas a decir
en el momento justo, o bien, estar en silencio cuando no es oportu-
no hablar.
8. Por último, el poder de Dios, en grieto evn duna,mei qeou/ (en dy-
namei Theou): para nuestra confortación, Pablo afirma que todo lo
que hacemos en el ministerio no viene de nuestra fuerza, sino del
poder de Dios presente en nosotros.
En esto tenemos suficiente material para examinarnos sobre el
modo en que el Espíritu Santo actúa en cada uno de nosotros. Y,
dado que algunas expresiones de 2 Co 6, 6-7a aparecen también
en Ga 5, 22, podemos reflexionar también sobre el fruto del Espíritu
para confrontarlo con nuestra vida y nuestro ministerio.
Pablo nos exhorta también a continuar el camino con serenidad y
alegría:

44
Teniendo, pues, estas promesas, queridos míos, purifiquémonos de toda
mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el te-
mor de Dios (2 Co 7, 1).
Con frecuencia el ministerio es difícil, fatigoso, atribulado, pero,
por el conocimiento que tengo de muchos sacerdotes y religiosos,
sé que precisamente por esto nos conduce a la plenitud de la santi-
dad.
Os invito a que oremos, nos examinemos y a pidamos, por inter-
cesión de la Santísima Virgen y de san Pablo, que nuestro ministe-
rio sea el verdadero medio para que lleguemos a ser santos, como
Dios lo quiere, para gloria de la Trinidad Santa y para nuestra sal-
vación y la salvación de todo el mundo.

45
V

CONSIDERAR LA MUERTE

Estamos reflexionando, en el contexto de la primera semana de


los Ejercicios espirituales, sobre la dinámica del pecado y del des-
orden presente en nuestra vida.
Iniciemos esta meditación con la oración que conocemos de me-
moria y que siempre me da mucha alegría, la oración que Ignacio
sugiere en diversos puntos de su libro.
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, escúchame.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame
y mándame ir a ti
para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos. Amén.
La invocación «en la hora de mi muerte, llámame» expresa el te-
ma de nuestra meditación, propuesta en el Directorio de los Ejerci-
cios para el final de la primera semana.
San Ignacio toca el tema de la muerte también en los nn. 186 y
340: «considerar como si estuviese en el artículo de la muerte, la
forma y medida que entonces querría haber tenido en el modo de la
presente elección»; y a propósito del servicio de distribuir limosnas:
«quiero considerar como si estuviesse en el artículo de la muerte, la
forma y medida que entonces querría haber tenido en el officio de
mi administración».
Queremos meditar sobre la muerte a la luz de la segunda carta a
los Corintios. Es un tema del que no se habla con gusto o, mejor, se
discute en abstracto, teóricamente, evitando pensar en la propia
muerte, en «mi» muerte. En los países occidentales parece incluso
que los mismos sacerdotes y religiosos evaden el tema, y según los
resultados algunas encuestas sociológicas un buen número de cris-
tianos, con todo y creer en Jesús, dudan acerca de la existencia de

46
una vida después de la muerte. Por eso muchas veces he denun-
ciado con amargura la carencia de la esperanza cristiana en el
mundo occidental.
La esperanza cristiana es una gracia de Dios, una gracia que hay
que pedir siempre y sobre la que debemos vigilar.
Pablo, por el contario, suele hablar muchas veces de la muerte en
relación con la resurrección de Cristo y nuestra. El texto más largo
es el de 1 Co 15, y os aconsejo leerlo. Al mismo tiempo reflexione-
mos sobre un texto muy importante de la segunda carta a los Corin-
tios por medio de los tres momentos de la lectio divina: ¿qué dice el
texto?, ¿cuál es su mensaje?, ¿cómo puedo orar a partir de él? Es
el método que utilizo para explicar la Biblia, y los tres momentos co-
rresponden a la subdivisión clásica –memoria, inteligencia y volun-
tad- de la que nos ofrece un ejemplo significativo san Ignacio en su
libro: la memoria reclama un texto o episodio de la escritura; la inte-
ligencia busca el sentido de los eventos; la voluntad involucra a
quien está meditando, inclinándolo a orar.

1. Lectio de 2 Co 4, 16-5, 10

4
16Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va
desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. 17 En
efecto, la leve tribulación de un momento nos procura, sobre toda medida,
un pesado caudal de gloria eterna, 18 a cuantos no ponemos nuestros ojos
en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son
pasajeras, mas las invisibles son eternas.
5
1 Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se
desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no
hecha por mano humana, que está en los cielos. 2 Y así suspiramos en
este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habita-
ción celeste, 3 si es que nos encontramos vestidos, y no desnudos.4 Los
que estamos en esta tienda suspiramos abrumados. No es que queramos
ser desvestidos, sino más bien sobrevestidos, para que lo mortal sea ab-
sorbido por la vida. 5 Y el que nos ha destinado a eso es Dios, el cual nos
ha dado en arras el Espíritu.
6 Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habi-

tamos en el cuerpo, vivimos desterrados lejos del Señor, 7 pues camina-


mos en fe y no en visión... 8 Estamos, pues, llenos de buen ánimo y prefe-
rimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. 9 Por eso, bien en nues-
tro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle. 10 Porque es ne-
cesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, pa-

47
ra que cada cual reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el
bien o el mal.

1.1 Contexto y dinamismo del pasaje


Es fundamental observar que Pablo, en la página precedente a
ésta, ha exaltado con tonos fuertes y conmovedores el ministerio
apostólico como un tesoro de gloria, un tesoro contenido en vasos
de barro pero custodiado por el poder de Dios. Luego ha presenta-
do algunas antítesis que ya conocemos –Apretados en todo, mas
no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, mas
no abandonados; derribados, mas no aniquilados- para expresar la
participación del apóstol en la muerte de Jesús y la certeza de que
la vida de Jesús se manifiesta en nuestra carne mortal. En tal con-
texto ha de ser leído nuestro texto en el que Pablo continúa su es-
tupenda declaración de fe para mostrar que nada, ni siquiera la
muerte, puede opacar la gloria del ministerio, nadie puede desani-
marnos.
Así podemos entender porqué la dinámica del texto es una diná-
mica de contraste entre lo que es relativo y lo que es absoluto. Ca-
da versículo evidencia una o dos contraposiciones: hombre exterior
y hombre interior (v. 16), momentáneo y eterno, peso ligero y canti-
dad desmedida (v. 17); visible e invisible, cosas pasajeras y cosas
eternas (v. 18); tienda terrestre y tienda de Dios construida no por
manos humanas (5, 1); cuerpo terreno y cuerpo celeste (5, 2). Es
claro que Pablo tiene una profunda consciencia de cuán compleja
es nuestra realidad, de la que muchas veces tenemos una visión
superficial, que nos impide descubrir el secreto de la vida en tensión
hacia una consumación futura.

1.2 Análisis de los versículos


● «…nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre in-
terior se va renovando de día en día» (v. 16). La oposición concier-
ne al deterioro físico debido a la edad, y al crecimiento espiritual. En
Europa las personas ancianas son más numerosas que las jóvenes,
debido en parte a baja natalidad. Por ello se van difundiendo artícu-
los y libros para responder a la pregunta: ¿cómo llegar a viejos sin
temores y sin resentimientos, viviendo en paz y serenidad? Y Pablo,
en este versículo, expresa en secreto: la fe nos ayuda a aceptar la
declinación de las fuerzas físicas porque nuestro hombre interior se
renueva de día en día haciéndonos experimentar de algún modo la
resurrección. El hombre interior no envejece porque está marcado
por el Espíritu de Dios. Aunque la edad no nos permite ya caminar,
48
leer y hablar como una vez lo hiciéramos, hay algo en nosotros que
rejuvenece.
Podemos recordar el texto de 2 Co 3, 18: «Mas todos nosotros,
que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria
del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada
vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu».
Cristo resucitado actúa en nosotros. La Trinidad está presente en
nuestro corazón gracias al Espíritu Santo, y la debilidad que es con-
secuencia del envejecimiento, no bloquea tal acción, al contrario, la
favorece.
A propósito cito Ef 3, 16: «[el Padre] os conceda, por la riqueza
de su gloria, fortaleceros interiormente, mediante la acción de su
Espíritu», que es la realidad más preciosa y decisiva del hombre.
El tema de la interioridad es muy apreciado por Pablo que ha
aprendido a distinguir entre lo que sucede en el nivel de la sensibili-
dad inmediata y lo que en realidad sucede en el interior: «me com-
plazco en la ley de Dios según el hombre interior» (Rm 7, 22). Hay,
pues, en nosotros, en nuestro corazón, un «yo» invisible, interior,
que no puede ser destruido, que se renueva de día en día. La inte-
rioridad es la verdadera dimensión de la existencia humana, la que
le da un significado definitivo.
En 2 Co 5, 17 expresa el mismo pensamiento con otra fórmula:
«el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es
nuevo». Pablo siempre se refiere al hombre interior en el que ya
está presente la nueva creación, la resurrección. Así, el fin de la vi-
da, un fin precedido por la vejez, no es una destrucción, sino sim-
plemente un entrar en el pleno significado de la vida terrena.
● El v. 17 de nuestro texto explica cómo, a través de la percep-
ción de la renovación del hombre interior, se hace posible superar el
temor de la enfermedad y de la muerte. Aquí el contraste está entre
las pruebas que han de ser vistas frente a la desmedida gloria que
nos espera: «la leve tribulación de un momento nos procura, sobre
toda medida, un pesado caudal de gloria eterna». Descubrimos, en
estas palabras, la alegría que caracteriza la fe de Pablo incluso
frente a la realidad de la muerte, el horizonte de esperanza en la
que ya se vislumbra la grandeza de nuestro destino.
● En efecto. «no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, si-
no en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las
invisibles son eternas» (v. 18). Me viene a la mente el himno a la fe
de la carta a los Hebreos: «Por la fe, sabemos que el universo fue
formado por la palabra de Dios, lo visible, de lo invisible» (11, 3).

49
● La perspectiva del envejecimiento y de la muerte deja el lugar,
en el capítulo 5, al tema de la resurrección: «sabemos que si esta
tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un
edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano
humana, que está en los cielos» (v. 1). La resurrección es la Jeru-
salén del cielo que viene a nosotros, el edificio de Dios en la que
entramos para siempre. Es muy bella la imagen de la transferencia
de una habitación provisional a una habitación, a una casa, estable,
eterna; nos hace intuir el sueño de Pablo: que nuestro cuerpo mor-
tal sea transformado en el cuerpo glorioso como el de Jesús.
● Los vv. 2-4 son difíciles de explicar y los exégetas han discutido
durante mucho tiempo sobre el significado de cada palabra:
2Y así suspiramos en este estado, deseando ardientemente ser revesti-
dos de nuestra habitación celeste, 3 si es que nos encontramos vestidos, y
no desnudos.4 Los que estamos en esta tienda suspiramos abrumados.
No es que queramos ser desvestidos, sino más bien sobrevestidos, para
que lo mortal sea absorbido por la vida.
Creo que lo que quiere decir es que nosotros quisiéramos evitar
la muerte para pasar directamente a la vida sin fin; en cualquier ca-
so experimentamos la gran necesidad del cielo, de estar ya con el
Señor.
Pero, ¿qué entiende Pablo con: «si es que nos encontramos ves-
tidos, y no desnudos»? Quizá aluda a la posible pérdida de la vesti-
dura bautismal, nupcial, e invite a hacer un examen de conciencia
sobre la fidelidad a la gracia del Bautismo.
● El v. 5 reafirma su fundamental certeza: «Y el que nos ha desti-
nado a eso es Dios, el cual nos ha dado en arras el Espíritu». En
cada uno de nosotros está el Espíritu de resurrección como una an-
ticipación de la vida celeste, una garantía del futuro que nos espera.
● En consecuencia, en los vv. 6-10, concluye el discurso diciendo
que, aunque tememos la muerte, estamos «llenos de buen ánimo»
desando ardientemente «vivir con el Señor» sabiendo que «mien-
tras habitamos en el cuerpo, vivimos desterrados lejos del Señor».
Quiero destacar que el supremo deseo de Pablo es agradar al Se-
ñor. Esta tensión se expresa con gran emoción en Flp 1, 21-24:
21 pues para mí la vida es Cristo, y el morir, una ganancia. 22 Pero si el vi-
vir en el cuerpo significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... 23
Me siento apremiado por ambos extremos. Por un lado, mi deseo es partir
y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; 24 mas, por
otro, quedarme en el cuerpo es más necesario para vosotros.
El v. 10 es una invitación a obrar bien en el ministerio y, en gene-
ral, en toda actividad terrena: «es necesario que todos nosotros

50
comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reci-
ba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal».
Os habréis dado cuenta de que este texto de la segunda carta a
los Corintios no es simple. Los pensamientos se entrecruzan, san y
vienen porque Pablo mismo experimenta en sí, frente a la muerte,
pavor y alegría, esperanza fundada en el Espíritu y tentación de
desánimo, por lo que trata de mostrar a través de diversas imáge-
nes ese extraordinario horizonte de la resurrección de Cristo que
ilumina nuestro camino, nuestras pruebas, nuestras esperanzas y
todo lo que vivimos.
Cada uno de nosotros podrá releer cada versículo confrontándo-
se: ¿cuáles son mis deseos y mis esperanzas?, ¿qué tan tenaz es
mi fe?, ¿doy el primado al hombre interior que hay en mí?

2. Pistas para la meditación

En el momento de la meditatio es importante tomar los mensajes


del texto.
Entre los muchos posibles me parecen útiles, en este día de Ejer-
cicios, considerar tres modos de pensar ante la muerte:
1. En el nivel simplemente biológico, la muerte tiene un aspecto
odioso porque es el fin de la vida terrena, un fin que rechazamos y
que infunde temor, angustia. Justamente quisiéramos evitarla, como
Pablo y como Jesús que ora al Padre diciendo: «Padre, si quieres,
aparta de mí esta copa» (Lc 22, 42). Ciertamente es deseo de
Jesús de evitarla era más profundo que el nuestro porque estaba
afligido por los pecados de la humanidad y toda muerte es conse-
cuencia del pecado: «como por un hombre entró el pecado en el
mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los
hombres, ya que todos pecaron» (Rm 5, 12).
Por tanto, a la muerte, como evento ineludible y penoso, nos
oponemos con una resistencia interior y un temor que nos acompa-
ñan a lo largo de nuestra vida. No podemos olvidar este aspecto
biológico.
2. Se puede también mirar la muerte con sabiduría filosófica:
Sócrates, como otros ilustres pensadores, veía en la muerte una
realidad inevitable que hay que aceptar con paz y dignidad.
Es una sabiduría filosófica terrena, presente en algunas culturas
más que en otras, pero que pocas personas logran alcanzar. Cada

51
uno de nosotros ha conocido hombres y mujeres no creyentes que
han superado el temor a la muerte mirándola en su inevitabilidad y
la han afrontado con valentía y serenidad, quizá agradeciendo por
todas las cosas bellas que han experimentado en la vida. Se trata,
de cualquier manera, de una sabiduría rara porque comporta una
severa autodisciplina, una ascesis no común; allá donde se expresa
es un secreto don de Dios. Sin la gracia del Señor, sin la fuerza del
Espíritu que actúa escondidamente en los corazones, no es posible
aceptar la muerte por lo que es.
3. Por último, la visión cristiana de la muerte, la visión de Pablo y
de todos los discípulos de Cristo, de aquellos que aman a Jesús y
creen en la resurrección.
Sólo una fe profunda puede imprimir un nuevo horizonte a eso
que es el último acto de la vida terrena, dándole su verdadero signi-
ficado. Solamente la fe y la esperanza alimentan en nosotros el
gran deseo de pasar a la vida eterna para estar con el Señor. Tam-
poco esta fe y esta esperanza son fruto de una conquista nuestra,
sino un don de lo alto, don de Dios que hemos de pedir e implorar.
Nosotros no podremos nunca dar por abolido el primer modo de
mirar la muerte, pues incluso en los santos se da el temor ante la
muerte, y permanecerá siempre. Pero la garantía del Espíritu, que
anuncia en nosotros la resurrección, que pone en nosotros un ger-
men de resurrección, prevalece sobre el temor haciéndonos vivir en
la experiencia de la muerte el misterio de la Trinidad, del amor de
Dios que nos envuelve y custodia. Es una gracia grandísima que
comporta nuestra correspondencia porque requiere un total aban-
dono de nosotros mismos en el Señor Jesús.
No es, pues, un don obvio y sabemos que incluso los sacerdotes
y religiosos debe muchas veces luchar contra la angustia de la
muerte. Me ha tocado visitar personas ancianas muy sencillas,
hombres y mujeres, y encontrarlos más serenos frente a la muerte
que cualquier sacerdote o religioso que he encontrado. Es este un
dato real que es difícil de explicar.
Pero no debemos espantarnos si somos asaltados por el temor y
las tentaciones en la enfermedad y en la perspectiva de la muerte,
porque el Espíritu santo está en nuestros corazones y continuará
dándonos fe y esperanza.
Hoy y siempre queremos orar también por todos los moribundos;
por las personas que, en razón de nuestro ministerio, debemos
ayudar a acercarse a la muerte con esperanza; por todos los enfer-
mos, porque el momento de la enfermedad es una ocasión de prue-

52
ba, especialmente si es grave. Repitamos continuamente aquella
bellísima invocación del Avemaría: «ruega por nosotros ahora y en
la hora de nuestra muerte», con la confianza de que la Virgen es-
tará con nosotros y con todos los hombres y las mujeres de la tierra.

3. Para la oración

A partir del texto de Pablo, estamos invitados a entrar en el mo-


mento de la oración contemplativa, la tercera parte de la lectio divi-
na.
Por esto le sugiero a cada uno repetir lentamente la oración que
he recitado al comienzo –Alma de Cristo…-, allí donde pide: «en la
hora de mi muerte, llámame y mándame ir a ti».
También podemos detenernos en la invocación del Padrenuestro:
«no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal», según el
consejo de san Ignacio para el segundo modo de orar:
El segundo modo de orar es que la persona, de rodillas o asentado,
según la mayor disposición en que se halla y más devoción le acompaña,
teniendo los ojos cerrados o hincados en un lugar sin andar con ellos va-
riando, diga Pater, y esté en la consideración desta palabra tanto tiempo,
quanto halla significaciones, comparaciones, gustos y consolación en
consideraciones pertinentes a la tal palabra, y de la misma manera haga
en cada palabra del Pater noster o de otra oración cualquiera que desta
manera quisiere orar (Ejercicios espirituales, n. 252).
Es un modo de orar utilísimo en los días de un retiro y hoy nos
ayudará a meditar en la muerte con serenidad y con gozosa espe-
ranza.

53
EL MILAGRO DE LA FE
(homilía del miércoles de la XVIII semana del tiempo ordinario y
memoria de san Juan María Vianney, 02.08.1999)

En la memoria litúrgica de san Juan María Vianney, oremos por


todos los sacerdotes del mundo con el fin de que den testimonio en
el ministerio con aquella actitud de pureza, benevolencia y pacien-
cia que hemos contemplado en la segunda carta a los Corintios y se
han reflejado espléndidamente en la vida del Cura de Ars.
De las dos lecturas bíblicas destaco los aspectos que me han lle-
gado de modo particular, a partir de Nm 13, 2-3.26-14, 1.26-30.34-
35.
13 2 En aquel tiempo, el Señor le dijo a Moisés en el desierto de Parán:
«Envía algunos hombres, uno por cada tribu patriarcal, para que exploren
la tierra de Canaán que voy a dar a los israelitas. Que sean todos prínci-
pes entre ellos.» 3 Los envió Moisés, según la orden de Yahvé, desde el
desierto de Parán: todos ellos eran jefes de los israelitas.
26 Fueron y se presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad de

los israelitas, en el desierto de Parán, en Cades. Les hicieron una relación


a ellos y a toda la comunidad, y les mostraron los productos del país.
27 Les contaron lo siguiente: «Fuimos al país al que nos enviaste, y en

verdad que mana leche y miel; éstos son sus productos. 28 Sólo que el
pueblo que habita en el país es poderoso; las ciudades, fortificadas y muy
grandes; hasta hemos visto allí descendientes de Anac. 29 El amalecita
ocupa la región del Negueb; el hitita, el amorreo y el jebuseo ocupan la
montaña; el cananeo, la orilla del mar y la ribera del Jordán.»
30 Caleb acalló al pueblo delante de Moisés, diciendo: «Subamos, y con-

quistaremos el país, porque sin duda podremos con él.» 31 Pero los hom-
bres que habían ido con él dijeron: «No podemos subir contra ese pueblo,
porque es más fuerte que nosotros.» 32 Y empezaron a desacreditar ante
los israelitas el país que habían explorado, diciendo: «El país que hemos
recorrido y explorado es un país que devora a sus propios habitantes. To-
da la gente que hemos visto allí es gente alta. 33 Hemos visto también gi-
gantes, hijos de Anac, de la raza de los gigantes. Nosotros nos veíamos
ante ellos como saltamontes, y eso mismo les parecíamos a ellos.»
14 1Entonces toda la comunidad alzó la voz y se puso a gritar; y la gente
se pasó llorando toda aquella noche. 26 Yahvé habló así a Moisés y a
Aarón: 27 «¿Hasta cuándo esta comunidad perversa murmurará contra
mí? He oído las quejas de los israelitas, que están murmurando contra mí.
28 Diles: Por mi vida, oráculo de Yahvé, que he de hacer con vosotros lo

que habéis hablado a mis oídos. 29 Por haber murmurado contra mí, todos
los que fuisteis censados y contados, de veinte años para arriba, en este

54
desierto caerán vuestros cadáveres.30 Juro que no entraréis en la tierra en
la que, mano en alto, juré estableceros. Sólo a Caleb, hijo de Jefoné, y a
Josué, hijo de Nun. 34 Según el número de los días que empleasteis en
explorar el país, cuarenta días, cargaréis cuarenta años con vuestros pe-
cados, un año por cada día. Así sabréis lo que es rebelarse contra mí.
35 Yo, Yahvé, he hablado. Eso es lo que haré con toda esta comunidad

perversa, amotinada contra mí. En este desierto no quedará uno: en él


han de morir.»

1. Esperanza y temor

● La página de los Números señala el grave peligro de una divi-


sión creciente en la comunidad y explica muy bien como tal división
nace entre personas que, aunque realizaron el mismo camino, vivie-
ron las mismas experiencias y vieron la misma tierra, dan interpre-
taciones opuestas.
Algunos dicen: es un país que mana leche y miel, y es fácil con-
quistarlo. Otros, por el contrario: es un país de personas fuertes, de
gigantes, no podemos conquistarlo.
¿Cómo es posible que emerjan dos modos de pensar, dos actitu-
des contrapuestas?
El texto de la Escritura nos enseña a considerar el motivo que lle-
va a la gente a dividirse en el modo de interpretar los acontecimien-
tos. Los que creen que pueden conquistar la tierra se dejan llevar
por la esperanza de arriesgarse y realizar algo grande por el Señor.
Los que disienten de esto se dejan llevar por el temor.
Por ello, debemos revisar nuestros sentimientos interiores cada
vez que nos encontramos frente a diferencias y divisiones en la co-
munidad cristiana. Muchas veces los puntos de vista son discordan-
tes, no tanto por la diferencia de los objetivos que nos proponemos,
sino como consecuencia de la esperanza o del temor.
La justa actitud viene de la comprensión de que nuestro Dios
siempre nos consuela y quiere infundirnos vida y ánimo.
● Me llama mucho la atención el hecho de que el Señor no ama
los litigios y los lamentos, Conocemos otros ejemplos de lamentos
por parte del pueblo de Israel durante los años que pasó en el de-
sierto, y también de la primera comunidad cristiana, como nos lo re-
cuerda el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Los litigios y las murmuraciones no coinciden con el proyecto de
Dios que nos pide superarlos poniendo nuestra confianza en él.

55
2. Un milagro de fe

El texto evangélico de Mateo 15, 21-28 es particularmente con-


movedor.
21 Saliendo de allí Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. 22 En
esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba di-
ciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente
endemoniada.» 23 Pero él no le respondió palabra. Sus discípulos,
acercándose, le rogaban: «Despídela, que viene gritando detrás de noso-
tros.» 24 Respondió él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas
de la casa de Israel». 25 Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo:
«¡Señor, socórreme!» 26 Él respondió: «No está bien tomar el pan de los
hijos y echárselo a los perritos». 27 «Sí, Señor -repuso ella-, pero también
los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos».
28 Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda

como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija.


La fe de la mujer cananea es extraordinaria. Es una mujer simple,
no instruida, sin consciencia de la tradición helénico-judía, y sin em-
bargo las palabras que le salen del corazón tocan a Jesús: «Sí, Se-
ñor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la
mesa de sus amos».
Es una fe límpida, es en sí misma un milagro porque la mujer con
su oración toca el misterio de Dios. No se ofende por la dura res-
puesta de Jesús, no se desanima pues lo único que le importa es la
salud de su hija. Eso la hace estar segura de sí misma.
Hace algunos años, en Australia, comentaba la narración de los
dos discípulos de Emaús y alguien me preguntó: ¿No cree usted
que tal vez uno de los dos discípulos sea una mujer? Le respondí:
«No, porque Jesús en los Evangelios jamás reprobó a las mujeres
falta de fe».
Estoy convencido de que las mujeres constituyen en la Iglesia
una gran reserva de fe y de esperanza. Muchas veces nos enseñan
lo que significa verdaderamente creer y esperar. De ello debemos
darle gracias a Dios.
● En la cananea que ora insistentemente reconocemos también
la imagen de la Iglesia en continua oración por el mundo, por la
humanidad, por nosotros. Cuando nos damos cuenta de que nues-
tra fe es poca y queremos tener más, podemos pedir, como nos su-
giere la oración que recita el sacerdote en los ritos de Comunión de
la Misa: «Señor Jesucristo…, no tengas en cuenta nuestros peca-
dos, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la
paz y la unidad» De hecho, por la fe de la Iglesia somos salvados y
consolados.
56
ORACIÓN EN LA
CELEBRACIÓN PENITENCIAL

La liturgia de una celebración penitencial parte siempre de la pa-


labra de Dios y he elegido un pasaje de la segunda carta a los Co-
rintios sobre el tema de la reconciliación.
17 Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo,
todo es nuevo. 18 Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por
Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. 19 Porque en Cristo
estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las
transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de
la reconciliación.20 Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios ex-
hortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡re-
conciliaos con Dios! 21 A quien no conoció pecado, le hizo pecado por no-
sotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él.
6 Y como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no re-
1

cibáis en vano la gracia de Dios. 2 Pues dice él: En el tiempo favorable te


escuché, y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favo-
rable; mirad ahora el día de salvación.
Nosotros, como sacerdotes, somos ministros de la reconciliación;
precisamente por esto debemos, ante todo, vivirla nosotros.

Reconciliémonos con Dios

Reconciliarnos con Dios es fácil. Estamos seguros de su amor, de


su perdón que se renueva de día en día. Tenemos la certeza de
que Jesús, con su muerte y resurrección, ha restablecido la Alianza
quebrantada por el pecado del hombre y nos ha abrazado con el
don de la misericordia del Padre.
Dios espera de nosotros una sola palabra: «¡Ayúdame a reconci-
liarme!».

Reconciliémonos con nosotros mimos

A diferencia de la reconciliación con Dios, es difícil reconciliarnos


con nosotros mismos, aún cuando esta segunda acción es conse-
cuencia de la primera.

57
Muchas veces no somos capaces de perdonarnos y aceptarnos
como somos. Quisiéramos ser diversos, más capaces de entender
las situaciones, más buenos, más transparentes, más optimistas;
estamos descontentos de nuestro carácter, de nuestra personali-
dad.
¡Oh Dios Padre nuestro, tu nos has hecho así, no como nosotros nos
imaginamos, sino como somos! Concédenos la gracia de perdonarnos, de
aceptarnos a nosotros mismos porque somos aceptados por Ti, por tu
amor infinito, por tu mirada paterna y misericordiosa.

Reconciliémonos con los demás

La reconciliación con los demás es todavía más difícil: con nues-


tra comunidad religiosa, con la comunidad parroquial, con las per-
sonas de las que somos responsables, con la Iglesia y con el mun-
do. Conservamos dentro de nosotros algunos rencores, malhumo-
res, juicios negativos que, si no superamos, nos oprimen y a la larga
nos oprimen.
En Mt 18, 21-22, el Señor le responde a Pedro que le preguntó
cuántas veces debe perdonar a su hermano: hasta setenta veces
siente. Una respuesta fuerte que nos estremece porque significa
que debemos perdonar siempre, continuamente cualquier cosa.
Una comunidad es verdaderamente cristiana si perdona. El cristiano
es aquel que perdona, que pasa por alto el mal recibido, que olvida
los pecados y los golpes recibidos, que sabe descubrir siempre el
bien en lo que otro hace.
Danos, Dios Padre nuestro, el don de reconciliarnos con todas las perso-
nas y con cada situación que nos toca vivir. Danos el don de comprender
que, en la cruz, Jesús nos ha perdonado para hacernos capaces de per-
donarnos entre nosotros, cosa que tú has querido desde los inicios de la
Iglesia fundada, sobre el perdón. Si la Iglesia, extendida por toda la tierra,
sigue unida después de dos mil años de historia, es gracias a la vivencia-
da el perdón. Sin el perdón, nos abandonaríamos todos a la violencia más
salvaje.
Te pedimos, oh Padre, la gracia de reconciliarnos con las otras confesio-
nes cristianas: la Iglesia ortodoxa –rusa y griete-, la Iglesia anglicana, la
Iglesia luterana… Te pedimos que nos des la oportunidad de practicar, en
el nuevo milenio, gestos de reconciliación y de unidad cristianos, entre los
hombres y las mujeres en la familia y en la sociedad, entre todos los pue-
blos del mundo.
Te pedimos, oh Padre, como don particular, la reconciliación al interno de
nuestra comunidad; ser Jesuitas, «Compañía de Jesús» y amigos en el
Señor es un ideal estupendo, nunca realizado del todo aún cuando la tra-

58
dición y la espiritualidad nos unan. Ayúdanos a recomenzar continuamen-
te.
Concédenos, oh Dios Padre nuestro, la capacidad de reconciliar las pa-
rroquias, los grupos eclesiales, las diócesis; danos coraje y fuerza, como
se las diste a Pablo, para evitar los malentendidos, para aclarar las cosas
confusas y difíciles de modo que parroquias, grupos y diócesis camine-
mos unidos por la vía del Evangelio, iluminados y socorridos por la Pala-
bra de vida.
Danos la gracia de evangelizar a todos los cristianos que nos han sido
confiados para que juntos salvamos delante de tantos desafíos del mun-
do, para dar testimonio de aquel «amaos los unos a los otros» que es el
mandamiento nuevo de Jesús para hacernos prójimos de los pobres y de
todas las situaciones de pobreza, sin excluir ni rechazar ninguno.
Enséñanos, oh Dios Padre, una gran compasión, la compasión que tu Hijo
Jesús ha mostrado durante su vida terrena y en la cruz. Enséñanos de
qué modo la compasión, la bondad, el amor son vitales para el futuro de
la humanidad.
Enséñanos a entendernos a nosotros mismo, a saber superar las diferen-
cias de lengua, cultura, tradiciones, para así saber tomar la verdad pre-
sente en cada persona humana, porque todos somos amados por ti, o
Padre, todos hemos sido creados por ti como hijos en tu Hijo, todos esta-
mos llenos del Espíritu Santo que nos mueve a la confesión y a la reconci-
liación. Amén.

59
VI

UNA OBRA MAESTRA DE TEOLOGÍA

Oh Padre nuestro, estamos ante ti como hijos tuyos que quieren conocer-
te, amarte y servirte. Te pedimos, por Jesús Hijo tuyo y señor nuestro, el
don de perseverar en la oración, en la alabanza y en la acción de gracias.
Amén.
San Ignacio le da mucha importancia a la repetición de las medi-
taciones y de las contemplaciones. Habla de ello al menos cinco
veces en su libro. En el n. 62, en la primera semana, después del
segundo ejercicio, recomienda hacer un tercero: «Después de la
oración preparatoria y dos preámbulos, será repetir el primero y 2º
exercicio, notando y haciendo pausa en los punctos que he sentido
mayor consolación o desolación o mayor sentimiento espiritual». Y
en la segunda semana, después de la segunda contemplación so-
bre el misterio de la Navidad, en el n. 118, invita a una tercera con-
templación, repitiendo el primero y el segundo ejercicio, «notando
siempre algunas partes más principales, donde haya sentido la per-
sona algún conoscimiento, consolación o desolación…».
Algunas veces, durante los Ejercicios espirituales, olvidamos esta
enseñanza de Ignacio, quizá porque no hemos entendido la utilidad
de retomar un texto, de volver a orar sobre él, de modo que la medi-
tación sea instrumento de purificación y liberación del corazón.
Quisiera, pues, proponeros una breve repetición de la segunda
carta a los Corintios para llegar a entenderla en su unidad y para
tener una visión completa del mensaje que Dios nos da a través de
Pablo.
Desde el inicio, nuestra lectura ha sido fragmentaria, no continua-
da y ello corresponde, en cierto sentido, a la naturaleza misma de la
epístola.
De hecho, Pablo salta de un pensamiento a otro, como las ardi-
llas que veo en el jardín de esta casa; cuando trato de seguir su ras-
tro para ver donde se han posado, ya han saltado a otro ramo.
También Pablo pasa fácilmente de un concepto a otro haciendo
más difícil la carta, pero a la vez más rica: las temáticas se trenzan
dejando transpirar el corazón, las emociones, la personalidad del
Apóstol; la trama del discurso no siempre es clara, y es necesario

60
meditar y volver a meditar uno y otro textos para llegar a hacerse
una idea del contenido de la carta, para encontrar un orden.

1. Reasunción de la segunda carta a los Corintios

1. la carta se abre con los saludos propios del inicio y una bendi-
ción: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre misericordioso y Dios de toda consolación…». Esto permite a
Pablo hablar de las consolaciones y de las tribulaciones (cf. 1, 1-
11).
2. Después de este prólogo, inmediatamente, se ponen en el fue-
go algunos contrastes entre Pablo y la comunidad de los Corintios.
Ante todo la incomprensión de la que habla la primera parte de la
carta (cf. 1, 12-2, 17).
Las reflexiones sobre el ministerio apostólico son muchas, pero el
punto principal está constituido por la respuesta a la pregunta: ¿es
Pablo un mentiroso porque no ha mantenido la promesa y ha olvi-
dado el plan de viajar a Corinto?
Él se defiende de la acusación, quiere probar su sinceridad, ape-
na al testimonio de la conciencia e insiste en el inmenso afecto que
tiene por la comunidad:
23 ¡Por mi vida!, testigo me es Dios de que, si todavía no he ido a Corinto,
ha sido por miramiento a vosotros. 24 No es que pretendamos dominar so-
bre vuestra fe, sino que contribuimos a vuestro gozo, pues os mantenéis
firmes en la fe (1 ,23-24).
Luego, con palabras que llegan, repite: «Ciertamente no somos no-
sotros como muchos que negocian con la palabra de Dios. Antes
bien, con sinceridad y como de parte de Dios y delante de Dios,
hablamos en Cristo» (2, 17)
Una segunda pregunta –pregunta clave de la carta- está en el
capítulo 3: ¿Es legítimo el ministerio de Pablo? Si es legítimo,
¿cómo es posible que experimente debilidad y sea perseguido? Si
el éxito y la gloria prueban la legitimidad de un apóstol, entonces
Pablo no puede ser un evangelizador auténtico.
A este dramático cuestionamiento, da tres respuestas.
● En 3, 1-18 –es un texto particularmente denso- evoca la gloria
del ministerio de Moisés para subrayar que, el suyo, es mucho más
glorioso porque es el ministerio del Espíritu, no de la letra.

61
● En 4, 1-15 afirma que la debilidad, la fragilidad humana es la
característica del ministerio apostólico. El ministerio, de hecho, es
un tesoro de gloria fundado en la misericordia divina, en el poder de
Dios que se manifiesta mejor en la debilidad del apóstol.
● En 4, 16-5, 10 proclama que, precisamente por esto, no tiene
miedo, ni siquiera a la muerte.
Así, pues, su ministerio es legítimo porque es conforme al ejem-
plo de Jesús, débil, humilde, crucificado.
Continuando su defensa, en los vv. 5, 11-6, 10 reafirma –bajo el
tema de la reconciliación- su consciencia de haber sido invitado por
Jesús, suplica a los corintios que se dejen reconciliar y, a modo de
conclusión, enumera las tribulaciones y alegrías, dándoles la forma
de un himno, con la única intención de demostrar que en su aposto-
lado nunca ha dado motivo escándalo.
Esta primera parte de la carta se ve repentinamente interrumpida
por una exhortación de tipo parenético (6, 11-18) sobre la pureza
legal hecha a base de una serie de citas del Levítico y de los profe-
tas Ezequiel, Isaías y Jeremías.
En el capítulo 7 retoma el discurso de sus relaciones con la co-
munidad, reclama la incomprensión, pero sobre todo expresa el
gran afecto que tiene a los Corintios:
3 No os digo esto con ánimo de condenaros. Pues acabo de deciros que
en vida y muerte estáis unidos en mi corazón…8 Porque si os entristecí
con mi carta, no me pesa. Y si me pesó -pues veo que aquella carta os
entristeció, aunque no fuera más que por un momento- 9 ahora me alegro.
No por haberos entristecido, sino porque aquella tristeza os movió a arre-
pentimiento. Pues os entristecisteis según Dios, de manera que de nues-
tra parte no habéis sufrido perjuicio alguno… 13 Eso es lo que nos ha con-
solado.
3. La segunda parte de la carta comprende los capítulos 8-9 dedi-
cados a otro argumento, relativo a la comunidad: la colecta a favor
de la Iglesia de Jerusalén. Es el tema del uso del dinero en la Igle-
sia, de nuestro comportamiento cuando somos llamados a adminis-
trarlo.
4. La tercera parte de la carta (capítulos 10-13) nos presenta de
nuevo a Pablo que debe responder a las acusaciones de los adver-
sarios, y lo hace con mucha más fuerza, con tonos más vivaces y
más polémicos. Parece escrita en otro momento, antes o después
de la llamada «segunda» carta.

62
Meditaremos estos capítulos en los próximos días. Mientras tanto,
podemos destacar que Pablo, frente al desafío de los acusadores,
hace una apología personal que es la biografía de su ministerio.
En la última sección (12, 14-13, 10) anuncia la tercera visita a los
Corintios para aclarar la situación.
5. El epílogo , muy breve, cierra la carta.
Estamos, pues, invitados a releer, a repetir las meditaciones so-
bre los fragmentos de textos que hemos ya considerado, colocándo-
los en el diseño completo de la carta.

2. Puntos para la meditación

Ciertamente la comunidad de Corinto no era fácil. Afrontaban


problemas continuamente, se suscitaban incomprensiones que cau-
saban sufrimientos y tribulaciones a Pablo que revela en esta carta,
más que en otras, su grandeza de apóstol y de creyente.
Nos quedamos estupefactos ante las acusaciones que le hacen
porque la primera carta a los Corintios ofrece muchas respuestas
precisas a cuestionamientos diversos haciendo que pensemos que
todo se ha aclarado. De hecho, Pablo se ha limitado a rediseñar el
retrato del verdadero discípulo de Cristo, a denunciar a los falsos
predicadores, a reclamar la paz y la reconciliación.
● Tomemos, en primer lugar, una enseñanza para nuestras rela-
ciones con la comunidad. Ante las divisiones, no debemos desani-
marnos, sino buscar ponerlo todo en discusión con la intención de
aclarar, dialogando siempre con amor, con afecto, ce corazón a co-
razón.
● Un segundo mensaje precioso: Pablo leía también en las divi-
siones la manifestación del designio de Dios y aprendía de los su-
frimientos que vivía para entrar en un conocimiento más profundo
del misterio de Cristo.
Si no hubiesen existido los Corintios, son sus problemas y sus in-
comprensiones, no tendríamos esta obra maestra de teología altí-
sima –expresada con tonos poéticos y místicos- que es la segunda
carta.
Releyéndola, aprendemos que las tribulaciones, las pruebas, las
persecuciones, nos ayudan a penetrar en el Evangelio, en el amor
de Dios Padre revelado en Jesús, en el misterio de la vida trinitaria.

63
● Toda la carta aparece, en una visión panorámica, como un gran
proceso de discernimiento, como he dicho al inicio.
Pablo responde a un cuestionamiento de fondo: ¿Qué es la
evangelización?, ¿cuáles son las características de una verdadera
misión?
Y es interesante observar que precisamente por medio de los
conflictos y los contrastes conocemos el amor de Pablo por la co-
munidad y el amor de la comunidad por Pablo.
Quizá el Señor ha permitido la situación de de la que ha nacido la
segunda carta a los Corintios para prepararnos a acoger hoy la vo-
luntad de Dios sobre nosotros, en modo mediante el cual Dios que
quiere revelar.

3. El espejo roto

1. Les propongo ahora una reflexión sobre el Sacramento de la


reconciliación al que nos acercaremos a modo de conclusión de la
meditación que hemos hacho teniendo presente la primera semana
de los Ejercicios espirituales ignacianos.
En primer lugar hay que reconocer que, desde hace ya varios
años, este sacramento está en crisis en la Iglesia. Las confesiones
comunitarias no hay remediado el asunto; de cualquier manera,
éstas no podrán nunca suplir la reconciliación individual. Los jóve-
nes, y también los adultos, cada vez en más número, no alcanzan a
entender el por qué motivo deben practicar la confesión. Los mis-
mos sacerdotes y religiosos la tienen cono una pura formalidad,
como algo casi inútil. Y quizá la culpa es nuestra porque, cuando
administramos el sacramento somos repetitivos, no sabemos decir
nada nuevo, no lo vivimos y no ayudamos a vivirlo como momento
de crecimiento en la fe.
Recuerdo que hace algunos años escuché a algunos que critica-
ban la confesión y me quedé impresionado. Me dije: si una confe-
sión breve resulta un problema, por el riesgo de ser muy formal, ¿no
sería mejor cambiar a un diálogo menos tenso, más largo, que no
se limite a enumerar los pecados?
Poco a poco me he orientado hacia un nuevo modo y he experi-
mentado ventaja para mí y para muchos otros a los que les he su-
gerido esto. Se trata de dar mayor espacio al sacramento de la re-
conciliación a través de tres pasos que nos ayudan a entendernos a
nosotros mismos, a captar el corazón de Cristo y su misericordia, a
64
buscar la voluntad de dios: confessio laudis, confessio vitae, con-
fessio fidei.
● Confessio laudis -en el sentido que Agustín daba a las confes-
sioni- quiere decir partir de la oración de alabanza, de la proclama-
ción de la bondad de Dios y del agradecimiento. Así, comienzo por
preguntarme acerca de los momentos por los cuales puedo expre-
sar gratitud al Señor en mi vida. Por desgracia, como Obispo, casi
no tengo tiempo de dedicarme al servicio de la reconciliación; sin
embargo, cuando puedo sentarme en el confesonario y el penitente
empieza a decir sus pecados, lo interrumpo y le pregunto: ¿hay
algún evento, situación, o encuentro que te lleve a alabar y agrade-
cer a Dios? Infaliblemente la respuesta es «sí»: le agradezco por-
que me ha confortado en un momento difícil, ha ayudado a mi padre
y a mi madre que no encontraban la salida de una situación, me ha
hecho encontrar a cierta persona…
Este primer paso nos mete en la justa posición delante del Señor;
lo alabamos reconociendo el bien que hay en nuestra vida; los do-
nes recibidos, también la perseverancia que me ha llevado a confe-
sar es una gracia.
● La confessio laudis facilita la segunda fase que llamo confessio
vitae, es decir, la confesión de los pecados, pero con un rasgo par-
ticular, como respuesta a la pregunta: ¿qué cosa no quisiera haber
hecho ante el Señor?, ¿qué hay en mí que me aflige, me tiene des-
contento? Los pecados no deben ser enumerados como una lista
material de culpas, de faltas, sino como expresión de lo que no qui-
siéramos que existiese en nosotros? Es entonces que salen a relu-
cir las raíces profundas de un pecado pequeño, venial; antipatías,
personas que nos resultan insoportables, desilusiones…
● Por último, la confessio fidei es creer en la infinita potestad de
Dios y pedirle que me cure, me sane con su infinita misericordia,
que me purifique de mis culpas desde su raíz, que me de la alegría
del Espíritu Santo por medio de la imposición de manos del sacer-
dote, que me guíe por el camino, que me renueve interiormente.
Gracias a la extensión de una confesión, en este sentido, sin limi-
tarnos sólo a decir los pecados, podemos vivir el sacramento de la
reconciliación quedando en paz y descubrimos que nos permite te-
ner una idea más clara de nosotros mismos y experimentar de mo-
do nuevo el encuentro con Jesús Resucitado.
Espero que mi propuesta pueda seros útil, porque es un signo
muy negativo para la Iglesia la pérdida de este don precioso de la
confesión o reconciliación personal. Desde hace tiempo me auguro

65
que este don encontrará su justo lugar en la vida cristiana, y le pido
al Señor que así sea. Ya en 1983, siendo relator en el Sínodo de los
Obispos cuyo tema ere La reconciliación y la penitencia en la misión
de la Iglesia, me empeñé con los otros Obispos a hacer todo lo po-
sible para actualizar y rejuvenecer este sacramento. En realidad, la
exhortación postsinodal Reconciliatio et poenitentia no ha ofrecido
un cambio significativo en la praxis, y la crisis ha continuado.
De cualquier manera la Iglesia no puede perder el sentido del pe-
cado, del perdón y de la reconciliación, y por tanto nosotros, ayu-
dando a los demás a vivir la práctica de la confesión, trabajamos
por el bien de la gente y en la esperanza de una futura recupera-
ción, de un modo oficial y universal mejor para reconocer los pro-
pios pecados, pedir perdón y cultivar el espíritu de penitencial.
2. Quisiera hablaros, por último, de la experiencia del espejo roto,
una experiencia ligada a la confesión.
Los psicólogos sostienen que generalmente vivimos como si es-
tuviéramos ante un espejo, es decir, ante nuestro súper ego, nues-
tro censor interior que nos acusa o bien -en otros términos- nuestra
imagen idealizada.
Esclavos de este espejo, perdemos la serenidad, la paz y la liber-
tad del corazón porque estamos preocupados por obedecer a la
imagen. Pablo nos ofrece un ejemplo en 2 Co 11, 21-23a:
Para vergüenza vuestra lo digo; ¡nos hemos mostrado débiles…!
En cualquier caso en que alguien -presumiere es una locura lo que digo-
también presumo yo. ¿Qué son hebreos? ¡También yo! ¿Qué son israeli-
tas? ¡También yo! ¿Son descendientes de Abrahán? ¡También yo! ¿Mi-
nistros de Cristo? -¡Digo una locura!- ¡Yo más que ellos!
Este es el espejo según el cual Pablo se entendía a sí mismo, y la
primera parte de su vida fue un tentativo de representar tal imagen.
Este tentativo lo evoca en Flp 3, 4-6;
… 4 aunque yo tengo motivos para confiar también en la carne. Si algún
otro cree poder confiar en la carne, más yo. 5 Circuncidado el octavo día;
del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en
cuanto a la Ley, fariseo; 6 en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en
cuanto a la justicia de la Ley, intachable.
Son bellísimos los vv. 7-14 que describen la ruptura del espejo, el
gran giro de su vida:
7 Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de
Cristo. 8 Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del co-
nocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y
las tengo por basura para ganar a Cristo, 9 y ser hallado en él, no con la
justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe en Cristo, la

66
justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, 10 y conocerle a él, el poder
de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hecho semejante
a él en la muerte, 11 tratando de llegar a la resurrección de entre los muer-
tos. 12 No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que con-
tinúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí.13
Yo, hermanos, no creo haberlo ya conseguido. Pero una cosa hago: olvi-
do lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, 14 corriendo
hacia la meta, al premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo
Jesús.
El espejo se ha despedazado, Pablo se comprende a sí mismo a
la luz de Jesús y, aunque todo permanezca invariable en su vida, ya
no es esclavo de nada porque Cristo le ha abierto el corazón y la
mente. La imagen se ha fragmentado y conoce únicamente el amor
de su Señor muerto en la cruz: la misericordia y el perdón de Dios.
Pienso que este es el fruto de una auténtica confesión y, más en
general, un fruto de transparencia: libres de la esclavitud del espejo
y reconciliados con nosotros mismos, con Dios, con la Iglesia, con
la sociedad y con el mundo.
Es una gracia que imploramos los unos para los otros.

67
VII

EL AMOR DE CRISTO
NOS POSEE

Te agradecemos, Dios Padre nuestro, por el don de María, la madre de tu


hijo y madre nuestra. A ti, María, te pedimos abras nuestros corazones de
modo que podamos amar a Jesús como tú lo has amado; que abras nues-
tro oído para escuchar las palabras del apóstol Pablo, de modo que po-
damos volver a ofrecer nuestra vida a Jesucristo, nuestro Rey Redentor
que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo. Amén.
En el libro de san Ignacio la segunda Semana comienza con la
contemplación de la llamada del rey temporal como punto de partida
para contemplar la vida del Rey eterno (Ejercicios espirituales, nn.
91-98).
Es una meditación fundamental y debemos retomarla con fre-
cuencia porque nos ofrece la clave de lectura para entender el signi-
ficado de las palabras y de las acciones de Jesús en el Evangelio.
Sustancialmente desarrolla cuatro puntos:
- Jesús es todo para nosotros, es nuestro Rey, nuestro Dios,
nuestro Salvador. Aquí Ignacio presupone cuanto ha dicho al final
del primer ejercicio de la I semana:
Imaginando a Christo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un
coloquio; cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna
a muerte temporal, y así a morir por mis pecados… y así viéndole tal, y
así colgado en la cruz, [conversa con él] (n. 53).
¿Cómo es posible que el creador haya venido al mundo para hacer-
se hombre, que haya pasado de la vida eterna a la muerte temporal,
que muera por mis pecados para que luego resucitado esté para
siempre conmigo?
- Jesús llama y me llama a mí.
- Jesús me confía una misión.
- Jesús quiere hacerme partícipe de su modo de vivir.
Cada uno de nosotros, a partir de hoy, podrá dedicarse a re-
flexionar sobre esta primera importante meditación de la segunda
semana.
Yo repetiré a san Pablo la pregunta que le hemos hecho también
a propósito del «Principio y fundamento»: ¿cuáles textos, en la se-

68
gunda carta a los Corintios, corresponden a la página de Ignacio, en
la llamada de Jesús, al amor de Dios por nosotros, por mí?
Creo que san Pablo nos diría que el texto es: 2 Co 5, 14-17, un
pasaje de aquel capítulo 5 que nos ha ayudado a reflexionar sobre
el envejecimiento y la muerte (cf. 4, 16-5, 10).

1. Lectio de 2 Co 5, 14-17
14 Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por
todos, todos por tanto murieron. 15 Y murió por todos, para que ya no vi-
van para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
16 Así que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si co-

nocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así. 17 Por tanto, el


que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo.
1. Sobre todo queremos detenernos en los versículos 14-15 ya
que los que siguen a estos son una explicación práctica del principio
contenido en estos dos. La palabra clave es sune,cei (sunechei):
apremia.
● «El amor de Cristo nos apremia», en griego sune,cei, un verbo
que tiene una serie de significados (estar juntos, abrazar, custodiar,
adherir…), y es difícil entender cuál es el posible significado del tex-
to paulino.
La New American Bible lo traduce como impels us, nos estimula,
nos apremia. La Revised Standard Version prefiere controls uns,
nos dirige, nos controla, nos tiene en su poder. La Vulgata, como
todas las traducciones latinas, recita urget nos, nos urge, pero a su
vez la palabra latina puede ser entendida, en español, de diversos
modos.
Dado que considero fundamental la comprensión de este sune,cei,
he considerado oportuno buscar su significado en la filosofía griega.
Hace algunos años se me presentó la feliz oportunidad de visitar
una fascinante localidad del sur de Italia. Elea, una pequeña ciudad
que en la antigüedad perteneció a la Magna Grecia y que hoy se
llama Castellamare di Velia. Elea era la patria del gran filósofo grie-
go Parménides -a quien Platón dedicó uno de sus Diálogos-, princi-
pal exponente de la escuela eleática. En sus poemas usa con fre-
cuencia el verbo sune,cein para indicar que el Ser está siempre, nos
circunda por todas partes como una esfera en la que estamos y vi-
vimos. Mientras estaba yo en la acrópolis de la antigua Elea, de
donde se contempla un panorama magnífico, intuí, experimenté eso
que decía Parménides: Veo al mar que abraza todo el horizonte y,
69
aunque la ciudad no es una isla, uno se siente como si estuviera en
una isla circundada por las aguas. Así nos abraza el Ser y no po-
demos imaginarnos fuera de este ser.
Me parece que el significado de sune,cein en la acepción filosófica
de Parménides, nos ayuda a entender el pensamiento de Pablo:
hagamos lo que hagamos, donde quiera que andemos, estamos
circundados por el amor de Cristo. No podemos huir de él, estamos
dentro de él, sumergidos en su amor. Todo lo que vemos, tocamos,
escuchamos es el amor de Cristo por nosotros.
Encontramos el mismo significado en el libro de la Sabiduría de la
Biblia griega: «Porque el espíritu del Señor llena la tierra, lo contie-
ne (sune,con) todo y conoce cada voz» (1, 7). «Contiene», otra tra-
ducción del verbo sune,cein: el espíritu del Señor nos conoce porque
nos abarca, nos circunda.
Así, pues, Pablo intenta expresar esta gran intuición. Es tan po-
tente, tan amable, tan extraordinario el amo de Cristo que no pode-
mos restringirlo, no tenemos elección cuando lo encontramos ver-
daderamente.
Pablo se ha aferrado de tal modo a esta experiencia que habla de
ello en otros pasajes de su epistolario. Cito Flp 1,23-24:«23 Me sien-
to apremiado por ambos extremos. Por un lado, mi deseo es partir y
estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor;
24 mas, por otro, quedarme en el cuerpo es más necesario para vo-

sotros. «Me siento apremiado» traduce el griego sune,comai (sune-


chomai), no puedo escapar, he tenido una experiencia de Cristo tan
profunda que no logro siquiera pensar o hacer ninguna cosa sin su
amor.
Me he alargado con el verbo sune,cein porque considero de suma
importancia para nuestra vida personal y pastoral la certeza de que
estamos envueltos, abrazados por Jesús que nos ama.
● «El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por
todos, todos por tanto murieron». Partiendo del amor de Cristo, Pa-
blo desarrolla su credo, el que ha recordado en 1 Co 15, 3: «Porque
os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió
por nuestros pecados, según las Escrituras».
2 Co 5, 15: «Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los
que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos». En pocas
palabras se dice lo que san Ignacio nos invita a meditar y a sentir
contemplando al rey eterno, Jesús.
Es interesante el pasaje paralelo de Rm 14, 7-9:

70
.7 Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere
nadie para sí mismo. 8 Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, pa-
ra el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos.
9 Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muer-

tos y vivos.
Ésta es una idea fundamental de Pablo, lo mismo que de Ignacio,
sobre nuestra relación con Cristo, una idea que es fruto de su vi-
vencia, de su experiencia cotidiana.
De hecho, Pablo añade inmediatamente: « Pero tú ¿por qué juz-
gas a tu hermano? Y tú ¿por qué desprecias a tu hermano? En
efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios»
(Rm 14, 10). Si creemos en el amor de Cristo, debemos asumir to-
das las consecuencias, entre ellas el amor fraterno. Es el amor de
Jesús el que inspira nuestro comportamiento hacia los demás.
En Ga 2, 19-20 subraya que la fe abre al hombre al amor gratuito
y salvífico de Cristo: «19b con Cristo estoy crucificado; 20 y ya no vivo
yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe
del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí». Cris-
to nos ha dado una nueva capacidad de amar como él nos ha ama-
do.
2. Releamos brevemente los vv. 16-17, en los que Pablo hace
una aplicación de su pensamiento sobre el amor de Jesús: «16 Así
que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si co-
nocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así. 17 Por tan-
to, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo
es nuevo».
El amor de Cristo nos ha hecho libres, nos ha arrancado del viejo
modo de vivir, de la manera humana de juzgar: somos nuevas crea-
turas, hemos conocido una nueva escala de valores, hemos escu-
chado la llamada de Jesús y queremos participar en su vida, diría
san Ignacio.
El v. 17 forma parte del texto que nos ha guiado en la oración de
la celebración penitencial (cf. 5, 17-6, 2) y cada uno de nosotros
puede retomarlo, personalmente, colocándolo en el contexto de to-
do el capítulo 5.

2. Sugerencias para la meditación y la oración

Luego de haber tratado de comentar la metodología de Pablo pa-


ra hacernos comprender que el amor infinito de Cristo que nos

71
abraza por todos lados y nos empapa en él, os ofrezco algunas su-
gerencias de meditación y de oración en forma de preguntas.
1. Puestos frente al Señor, crucificado y resucitado, preguntémos-
le: Jesús, ¿quién eres tú para mí?, ¿quién fuiste para Pablo?,
¿quién fuiste para Ignacio? Y dejemos que la respuesta emerja de
nuestro corazón.
2. En estos días de Ejercicios estamos llamados a renovar nues-
tro ofrecimiento a Cristo. Pero, ¿Qué significa ofrecer mi vida a Cris-
to hoy, en la situación espiritual y pastoral en que me encuentro, en
las circunstancias actuales?
Una sugerencia para responder a esta pregunta nos la da el texto
de 2 Co 4, 16: «Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmo-
ronando, el hombre interior se va renovando de día en día». Nues-
tra vida está siempre en tensión dinámica.
3. Recordemos el n. 98 de los Ejercicios espirituales, donde Igna-
cio nos invita a ofrecernos a Cristo y luego añade un punto que será
precioso para nuestras siguientes medtaciones:
Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y
ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y
de todos los sanctos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo
y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y
alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda po-
breza, así actual como spiritual.
Es la oración que hemos recitado en el noviciado, al comienzo de
nuestra vida de jesuitas. ¿Qué experimento al recitarla hoy? ¿Qué
significa para mí renovar esta oblación? ¿Cómo puedo hacer de ella
mi experiencia cotidiana?
Estoy convencido de que descubriremos como ella es hoy más
verdadera de cuánto lo fue entonces. Corresponde, de hecho, a lo
que vivimos, y expresa lo que estamos llamados a hacer por Cristo.
Te agradecemos, Señor Jesús,
porque nos has amado al grado
que no podemos hacer otra cosa más que amarte
con todo el corazón, con toda la mente,
con toda la vida.
Sí, Jesús, tu amor nos envuelve,
nos circunda: estamos en ti
y podemos contemplar en todo tu gloria,
tu amor tu amor que nos es dado.
Cada hombre y cada mujer de la tierra
están envueltos por el mismo Espíritu de amor.
Incluso lo están nuestros pecados,
todas las siguaciones

72
que encontramos.
¡Jesús, haznos crecer en tu amor!
Danos la gracia que san Ignacio nos enseña a pedir
para llegar a tener un mayor conocimiento interior de ti
oh Señor, que te has hecho hombre por mí,
para amarte siempre con más intensidad
y seguirte más de cerca.
Imploramos esta gracia del Padre,
por medio de ti, Jesús, que vives y reinas
con Él en la unidad del Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.

73
EL PRECIO DE LA LIBERTAD
(homilía del jueves de la XVIII semana del tiempo ordinario
y memoria de la dedicación de la Basílica de
Santa maría la Mayor – 5.8.1999)

Celebramos la memoria de la Bienaventurada Virgen maría que


se venera en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma.
Cuando voy a Roma, casi siempre me hospedo en el Pontificio
Seminario Lombardo, ubicado precisamente frente a esta Basílica, y
desde mi habitación puedo ver a todos los fieles, provenientes de
todo el mundo que entran a dar homenaje a la Madre de Dios. Hoy
queremos orar especialmente por la multitud de peregrinos que lle-
gan a esa iglesia con ocasión del Año Santo.
La vida y la devoción de los primeros jesuitas está, además, muy
ligada a Santa María la Mayor, lugar preferido de san Estanislao de
Kostka que amaba profundamente a la Santísima Virgen. Así que
pedimos también por la Compañía de Jesús.

1. La libertad es un don de Dios

La primera lectura bíblica propone un tema interesante: el precio


de la libertad.
Nm 20, 1-13:
1 Los israelitas, toda la comunidad, llegaron al desierto de Sin el mes pri-
mero, y todo el pueblo se quedó en Cades. Allí murió María y allí la ente-
rraron.
2 No había agua para la comunidad, por lo que se amotinaron contra

Moisés y contra Aarón. 3 El pueblo protestó contra Moisés, diciéndole:


«Ojalá hubiéramos perecido igual que perecieron nuestros hermanos de-
lante de Yahvé. 4 ¿Por qué habéis traído a la asamblea de Yahvé a este
desierto, para que muramos en él nosotros y nuestros ganados? 5 ¿Por
qué nos habéis subido de Egipto, para traernos a este lugar pésimo: un
lugar donde no hay sembrado, ni higuera, ni viña, ni granado, y donde no
hay ni agua para beber?»
6 Moisés y Aarón dejaron la asamblea, se fueron a la entrada de la Tienda

del Encuentro y cayeron rostro en tierra. Y se les apareció la gloria de


Yahvé. 7 Yahvé habló con Moisés y le dijo: 8 «Toma la vara y reúne a la
comunidad, tú con tu hermano Aarón. Hablad luego a la peña en presen-
cia de ellos, y ella dará sus aguas. Harás brotar para ellos agua de la pe-
ña, y darás de beber a la comunidad y a sus ganados.» 9 Tomó Moisés la

74
vara de la presencia de Yahvé como se lo había mandado. 10 Convocaron
Moisés y Aarón la asamblea ante la peña y él les dijo: «Escuchadme, re-
beldes. ¿Haremos brotar de esta peña agua para vosotros?» 11 Y Moisés
alzó la mano y golpeó la peña con su vara dos veces. El agua brotó en
abundancia, y bebió la comunidad y su ganado.
12 Dijo Yahvé a Moisés y Aarón: «Por no haber confiado en mí y reconoci-

do mi santidad ante los israelitas, os aseguro que no guiaréis a esta


asamblea hasta la tierra que les he dado.» 13 Éstas son las aguas de Me-
ribá, donde protestaron los israelitas contra Yahvé, y con las que él mani-
festó su santidad.
Cuando eran esclavos en Egipto, los israelitas desearon fuerte-
mente la libertad. Pero el episodio del libro de los Números saca a
la luz que, de hecho, no son capaces de pagar el precio de la liber-
tad. No queremos, pues, aceptar que ser libres implica sacrificio,
disciplina y austeridad.
Esto es un gran desafío, también para la sociedad actual y para la
Iglesia.
Hace tiempo, con un grupo de sacerdotes de Milán, visité una
diócesis de Europa del Este, y nos encontramos con el Arzobispo
del lugar. Luego de una larga persecución de los comunistas que le
impidieron ejercer el ministerio y a trabajar en la ciudad como lim-
piador de las ventanas de las casas, obtuvo la libertad. Hablando
con nosotros de los cambios acontecidos, concluyó: «Antes todo
era más fácil». De hecho, antes los cristianos sabían que debían
resistir mediante la oración, la fe y la esperanza, incluso si se ven
impedidos para hacer apostolado. Ahora que tienen libertad, están
muy confundidos porque no saben cómo hacer uso de ella.
Es absolutamente necesario educar para la libertad que es un
don de Dios. Y no es fácil este tipo de empeño educativo.
La experiencia muestra que en la persecución la fe es fuerte, la
Iglesia crece, aumentan las vocaciones. En tiempos de tranquilidad,
la libertad se vuelve libertinaje, la gente considera que puede hacer
todo lo que quiere -en particular si hay mucho dinero circulante- y
olvida que la verdadera libertad nos ha sido dada para entrar en re-
lación con los demás, sobre todo con el «Tú» divino que es la raíz
de nuestra dignidad.
San Ignacio, con sus Ejercicios espirituales, intenta educar para
la libertad y elegir libremente servir al Señor y a los hermanos. Ésta
es precisamente la función de la Compañía de Jesús: enseñar no
simplemente el amor a la libertad, sino a usarla en la dedicación de
sí mismo a Dios y al prójimo.

75
2. Nuestra responsabilidad

Otro tema nos ofrece la conclusión de la narración. El de la res-


ponsabilidad.
«Dijo Yahvé a Moisés y Aarón: ―Por no haber confiado en mí y re-
conocido mi santidad ante los israelitas, os aseguro que no guiaréis
a esta asamblea hasta la tierra que les he dado‖». ¿Por qué fue tan
duramente castigado Moisés? No sabemos con precisión a qué co-
sa alude el Señor. Alguien piensa en el hecho de que Moisés gol-
peó la roca dos veces porque tenía poca fe. Ciertamente que una
culpa ha tenido y probablemente no ha mostrado la fe que se re-
quiere en un guía de pueblo, en un responsable de otras personas.
Moisés conserva su grandeza, pero ha caído, ha pasado por una
situación difícil.
Sólo la fe que viene de Jesús y de su amor por nosotros nos hace
capaces de responderle y de servirle en los hermanos.
La página evangélica nos dice que también a Pedro sucedió algo
parecido.
Mt 16, 13-23:
13 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a
sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» 14
Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Je-
remías o uno de los profetas.» 15 Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que
soy yo?» 16 Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vi-
vo.» 17 Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de
Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre
que está en los cielos. 18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán
contra ella. 19 A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates
en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra que-
dará desatado en los cielos.» 20 Entonces mandó a sus discípulos que no
dijesen a nadie que él era el Cristo.
21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él

debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos


sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. 22
Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti,
Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» 23 Pero él, volviéndose, dijo a
Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque
tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!
24 Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de

mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 25 Porque quien quiera


salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.
26 Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su

vida?

76
Pedro es más grande que Moisés, pero en cierto punto su fe se
empobrece. Estupendamente ha proclamado: «Tú -Jesús- eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo», pero no sabe aceptar que el Mesías
tenga que sufrir: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá
eso!» Su fe se debilita delante del misterio de la cruz.
Debemos orar continuamente con el fin de que nuestra fe pueda
crecer en la contemplación del Crucificado resucitado. El vado que
hay que pasar en estos días de Ejercicios consiste precisamente en
experimentar la gloria y la alegría de la cruz, la gloria y la alegría de
seguir a Jesús que va hacia Jerusalén, donde lo espera la muerte.
Pidamos en la oración a Dios, nuestro Padre, que nos dé, a noso-
tros y a todos los responsables de la Iglesia, la gracia de reconocer
la divinidad de Cristo en su modo humilde de vivir y en su muerte de
cruz.
Tal reconocimiento se realiza cada día en la Eucaristía, donde
contemplamos a Jesús humilde y silencioso y, en el Hijo que da su
vida por la humanidad entera.
La Virgen nos ayude a abrir los ojos y el corazón para descubrir la
belleza del misterio pascual.

77
VIII

SIERVOS DEL AMOR DE CRISTO

Te alabamos y te bendecimos, Señor Jesús, por tu inmenso amor, y te


pedimos la gracia de conocerte más íntimamente cada día para amarte y
seguirte a donde tú nos llames, para imitarte y vivir en ti la comunión con
el Padre y el Espíritu Santo. Amén.
En esta meditación nos dejamos inspirar por tres textos del Nue-
vo Testamento: Mc 10, 41-45; 2 Co 4, 5; Lc 17, 10.
41 Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y
Juan.42 Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son tenidos co-
mo jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus
grandes las oprimen con su poder. 43 Pero no ha de ser así entre vosotros,
sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro
servidor, 44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de
todos, 45 que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 41-45).
Hay dos palabras clave -de las que buscaremos su ocurrencia en
otros pasajes bíblicos-: dia,konoj (diakonos): servidor y dou/loj (dou-
los): siervo. Jesús usa ambas para autodefinirse y para decirnos
como quiere que seamos.
No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y
a nosotros como siervos -dou,louj- vuestros por Jesús (2 Co 4, 5).
En un tercer texto, Jesús, luego de haber dicho la pequeña pará-
bola del siervo que regresa a casa del trabajo en los campos, con-
cluye:
De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os mandaron,
decid: No somos más que unos pobres siervos -dou/loi-; sólo hemos hecho
lo que teníamos que hacer.
Queremos reflexionar sobre el significado de estas palabras, so-
bre su congruencia para nuestra vida a la luz de la segunda semana
de los Ejercicios. Ella nos propone una serie de meditaciones y con-
templaciones sobre la vida de Cristo a partir de la Natividad, con la
intención de hacernos crecer en el deseo de repetir nuestra obla-
ción a Él, y de ser en y como Jesús. Podemos, pues, retomar per-
sonalmente una o más páginas de los evangelios deteniéndonos en
aquellos misterios de la vida del Señor que sintamos más en sinton-
ía con nuestra situación espiritual y a nuestro camino de oración.

78
Para la lectio divina nos volvemos a la segunda carta a los Corin-
tios para entender la autodefinición de Jesús en Mc 10, 45 y enten-
der como quiere que seamos.

1. Lectio sobre el ministerio de Cristo y de Pablo

1.1 Jesús siervo del Padre y de la humanidad


Nos preguntamos: ¿cómo se ha presentado Jesús a sí mismo?,
¿qué es lo que caracteriza su misión, su actividad, su modo de ac-
tuar? Se ha presentado como siervo y ha retomado toda su vida en
el servicio. Ciertamente ha dado también otras definiciones de sí,
pero la de siervo es fundamental porque de algún modo revela el
misterio de Dios.
● Ya en los profetas podemos encontrar la expresión «siervo»,
especialmente en Isaías.
1 He aquí mi siervo a quien yo sostengo,
mi elegido en quien se complace mi alma.
He puesto mi espíritu sobre él:
dictará ley a las naciones.
2 No vociferará ni alzará el tono,

y no hará oír en la calle su voz.


3 Caña quebrada no partirá,

y mecha mortecina no apagará.


Lealmente hará justicia;
4 no desmayará ni se quebrará

hasta implantar en la tierra el derecho,


y su instrucción atenderán las islas (Is 42, 1-4).
Dios presenta, pues, a su elegido como siervo.
Me dijo [el Señor]: «Tú eres mi siervo (Israel),
en quien me gloriaré» (49, 3).

13 He aquí que prosperará mi Siervo,


será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera.
14 Así como se asombraron de él muchos

-pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre,


ni su apariencia era humana-,
15 otro tanto se admirarán muchas naciones;

ante él cerrarán los reyes la boca,


pues lo que nunca se les contó verán,
y lo que nunca oyeron reconocerán (52, 13-15).

6Todos nosotros como ovejas erramos,


cada uno marchó por su camino,
y Yahvé descargó sobre él

79
la culpa de todos nosotros.
7 Fue oprimido, y él se humilló

y no abrió la boca.
Como un cordero al degüello era llevado,
y como oveja que ante los que la trasquilan
está muda, tampoco él abrió la boca.
8 Tras arresto y juicio fue arrebatado,

y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa?


Fue arrancado de la tierra de los vivos;
por las rebeldías de su pueblo ha sido herido;
9 y se puso su sepultura entre los malvados

y con los ricos su tumba,


por más que no hizo atropello
ni hubo engaño en su boca.
10 Mas plugo a Yahvé

quebrantarle con dolencias.


Si se da a sí mismo en expiación,
verá descendencia, alargará sus días,
y lo que plazca a Yahvé se cumplirá por su mano.
11 Por las fatigas de su alma,

verá luz, se saciará.


Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos,
y las culpas de ellos él soportará (53, 6-11).
● También en los sinópticos hay claras referencias o alusiones a
la definición de Jesús como siervo.
Mc 1, 9-11:
9 Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y
fue bautizado por Juan en el Jordán. 10 En cuanto salió del agua vio que
los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él.
11 Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti

me complazco».
En este texto, Marcos tiene en mente Is 42, 1.
Recordemos también el primer texto en el que me he inspirado:
Mc 10, 41-45, donde el mismo Jesús se propone a los apóstoles
como modelo de servicio.
Mt 8, 16-17 reporta la significativa cita de Is 53, 4:
16Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíri-
tus con una palabra, y curó a todos los enfermos, 17 para que se cumpliera
lo dicho por el profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con
nuestras enfermedades.
Jesús es presentado como siervo no sólo en el momento de morir
por la multitud, por todos los hombres, sino en cada momento de su
vida, en cada una de sus acciones. Él salva y sirve a la humanidad.
De nuevo en Mt 12, 15-21:

80
15 Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Le siguieron muchos y los curó a to-
dos. 16 Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran; 17 para que se
cumpliera lo dicho por el profeta Isaías:
18 He aquí mi Siervo, a quien elegí,

mi Amado, en quien mi alma se complace.


Pondré mi Espíritu sobre él,
y anunciará el juicio a las naciones.
19 No disputará ni gritará,

ni oirá nadie en las plazas su voz.


20 La caña cascada no la quebrará,

ni apagará la mecha humeante,


hasta que lleve a la victoria el juicio:
21 en su nombre pondrán las naciones su esperanza.

Mateo que, en su evangelio, revela el rostro de Jesús como el cum-


plimiento de las profecías, quiere subrayar que no sólo es el Maes-
tro por excelencia, un maestro superior a Moisés, sin que és tam-
bién el Siervo sufriente de Isaías, el siervo lleno del Espíritu y en-
viado por Dios y a la gente.
● El evangelista Juan nos ha regalado un texto estupendo sobre
Jesús siervo, el del lavatorio de los pies (13, 1-17), donde realiza
precisamente un gesto humilde, típico de los siervos. Releo algunos
versículos:
12b «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vosotros me llamáis
`el Maestro' y `el Señor', y decís bien, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Se-
ñor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros
los pies unos a otros.15 Porque os he dado ejemplo, para que también vo-
sotros hagáis como yo he hecho con vosotros.
16 «En verdad, en verdad os digo:

no es más el siervo que su amo,


ni el enviado más que el que lo envía.
17 «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís» (vv. 12-17).

12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la me-
sa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vo-
sotros me llamáis `el Maestro' y `el Señor', y decís bien, porque lo
soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vo-
sotros también debéis lavaros los pies unos a otros.15 Porque os he
dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he
hecho con vosotros.
16 «En verdad, en verdad os digo:

no es más el siervo que su amo,


ni el enviado más que el que lo envía.
17 «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís.

81
A partir de los textos que he citado se ve fácilmente que estar al
servicio de la gente, de la humanidad, corresponde a una profunda
experiencia de Jesús.
● Es una temática que estimula mucho a Pablo y que la retoma
en sus cartas presentando a Jesús como siervo.
Pensemos en Rm 15, 7-8:
7 Por tanto, acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de
Dios.8 Pues afirmo que Cristo se puso al servicio de los circuncisos a favor
de la veracidad de Dios, para dar cumplimiento a las promesas hechas a
los patriarcas
Dios es fiel porque ha mandado a Jesús poniéndolo al servicio de
su pueblo.
Releo Flp 2, 5-8 donde Pablo cita el bellísimo y, probablemente,
el primer himno litúrgico, transmitido por él:
5 Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo:
6 El cual, siendo de condición divina,
no codició el ser igual a Dios
7 sino que se despojó de sí mismo

tomando condición de esclavo.


Asumiendo semejanza humana
y apareciendo en su porte como hombre,
8 se rebajó a sí mismo,

haciéndose obediente hasta la muerte


y una muerte de cruz.
● También en la primera predicación de la Iglesia Jesús es califi-
cado como siervo: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el
Dios de nuestros padres ha glorificado a su siervo Jesús» (Hch
3, 13).
Recuerdo, por último, la oración que la comunidad eleva a Dios
en Hch 4, 24b-28:
24b «Señor, tú hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, 25
tú dijiste por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David, tu siervo:
¿Por qué se agitan las naciones,
y los pueblos maquinan vanos proyectos?
26 Se han congregado los reyes de la tierra

y los jefes se han aliado


contra el Señor y contra su Ungido.
27 «Porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y Pon-

cio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo
Jesús, a quien has ungido, 28 para realizar lo que tu poder y tu voluntad
habían predeterminado que sucediera».
Era, pues, común interpretar la existencia terrena de Jesús como
un servicio, hablar de él como del siervo.

82
1.2 Pablo, siervo de Cristo y de la comunidad
En el deseo de seguir y de imitar a su Señor, Pablo lee su misión
en el sentido del servicio y, ante todo, afirma que es siervo, esclavo
de Jesús.
En su epistolario usa dos palabras griega: dia,konoj (diákonos) y
dou/loj (doulos). Doulos es un término más fuerte, significa esclavo;
diákonos es más genérico y quiere decir siervo. A ambos los encon-
tramos en la Biblia con referencia a Jesús, a los grandes personajes
que dedicaban su vida al servicio de Dios –desde Abraham hasta el
Mesías-, al ministerio.
● Entre las cartas de Pablo, cito Rm 1, 1-4:
1 Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el
Evangelio de Dios,
2 que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sa-

gradas,
3 acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne,
4 constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su

resurrección de entre los muertos,


Es interesante que comience declarándose esclavo. Un esclavo,
un siervo mandado (avpo,stoloj = apóstol) a anunciar el evangelio.
Flp 1, 1: «Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los
santos en Cristo Jesús, que están en Filipos, con los epíscopos y
diáconos», aquellos que sirven.
● Precisamente porque es siervo de Jesús, no busca el favor de
los hombres, no tiene ambiciones mundanas: «Porque ¿busco yo
ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento
agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hom-
bres, ya no sería siervo (doulos) de Cristo» (Gá 1, 10).
De Cristo proviene la consciencia de ser siervos y esclavos del
Señor y por tanto los apóstoles, especialmente Pablo, se definen
como siervos del plan salvífico de Dios para la humanidad.
● Este tema es recurrente sobre todo en la segunda carta a los
Corintios. Así, la terminología dia,konoj (diákonos), diakoni,a (diakon-
ía), diakonei/n (diakonein) constituye una clave de lectura del texto.
2 Co 3, 5-6:«5 No que por nosotros mismos seamos capaces de
atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra ca-
pacidad viene de Dios, 6 el cual nos capacitó para ser ministros
-iako,nouj, siervos- de una nueva alianza, no de la letra, sino del
Espíritu, pues la letra mata mas el Espíritu da vida».

83
2 Co 6, 4: «nos recomendamos en todo como ministros de Dios:
con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias…».
En todas estas pruebas Pablo es un siervo, un verdadero ministro
de Dios.
Así, pues, -y aquí volvemos a pasajes que ya hemos citado-, es
siervo del Espíritu (2 Co 3, 8), siervo de la justicia (2 Co 3, 9)siervo
de la reconciliación (2 Co 5, 18). Tiene una profunda consciencia de
ser esclavo de Jesús, al servicio del proyecto de, Dios y de ser ser-
vidor de la comunidad.
El segundo texto inspirativo con el que hemos comenzado nues-
tra meditación habla precisamente del servicio a los hermanos: «No
nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Se-
ñor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Co 4, 5).
Por lo demás, los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan no
hacen otra cosa que narrarnos como Jesús, el Hijo de Dios encar-
nado, se ha puesto a nuestro servicio, se revela como siervo de
nuestra alegría y de nuestra salvación.

2. Meditatio: conocimiento de Dios y ministerio

En el cuadro de los textos que he recordado -algunos entre mu-


chos- podemos buscar la respuesta a dos preguntas:
- ¿Cómo interpelan nuestro conocimiento de Dios?
- ¿Qué mensaje nos dan para nuestro ministerio?
1. El concepto de «servicio» como actitud ya presente en el Pri-
mer Testamento y de manera expresa en los Profetas, que se mani-
fiesta plenamente en Jesús y se convierte en criterio de la misión de
los Apóstoles y de los primeros cristianos, nos revela algo de la na-
turaleza de Dios; no es, pues, una simple elección de Jesús. Proba-
blemente podría haber elegido algo diferente. Pero es Dios que, en
el Hijo encarnado, quiere presentarse como siervo. No conozco
otras religiones, fuera del cristianismo, que hablen de Dios al servi-
cio de los hombres; diversamente es el hombre quien debe ofrecer
a Dios un servicio.
En realidad, el Dios de los profetas bíblicos, de Jesús y de los
apóstoles encuentra su gloria en el servicio. Obviamente nosotros lo
conocemos por medio de sus grandes actos de poder -la creación,
el juicio- y aún así confía la manifestación de su gloria al servicio, a
un servicio de amor. No lograremos nunca entender a fondo esta

84
verdad que, sin embargo, nos envuelve. Y Jesús, que es rey (Jn 18,
37), que se define a sí mismo como Maestro y Señor (Jn 13, 13), se
entiende mejor en la imagen del Siervo como modalidad para ex-
presar el hecho de que se ha puesto a nuestra total disposición, pa-
ra revelar el verdadero rostro de Dios.
Incluso cuando usa la metáfora del Pastor, la aplica a sí añadien-
do la característica (no específica de quien tiene el encargo de cui-
dar el rebaño) de dar la propia vida por las ovejas, de servirles al
grado de morir por ellas.
Dios, pues, ama la humildad, ama servir en un don gratuito de sí.
Por esto Jesús propone a todos sus discípulos el amor muto, la
ayuda y el servicio recíproco, la disponibilidad absoluta.
La reflexión nos permite intuir la vida de la Trinidad como amor
mutuo, servicio mutuo, mutua donación.
Sirviendo a los hermanos nos sólo realizamos una buena acción,
sino que revelamos algo de la naturaleza de Dios, del misterio trini-
tario.
La bellísima expresión: «el amor de Cristo nos abraza», que
hemos comentado esta mañana, se convierte: en el amor de Dios
nos hace participar en su dar y recibir, nos hace partícipes de su
servicio. No un servicio entendido según el significado común, sino
un servicio que es don gratuito de sí.
Me doy cuenta de que no es fácil explicar más de este tan grande
misterio y por eso san Ignacio nos invita a pedir la gracia de entrar
en el corazón de Cristo, en su corazón de Crucificado para conocer
interiormente el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Oh Jesús, contemplándote en la Eucaristía, podemos comprender quién
eres, mi Señor y mi Dios. Tú estás presente en las especies del pan y del
vino para servirnos y nutrirnos. Obtennos el don de prepararnos a la cele-
bración Eucarística, hoy y siempre, dando tiempos largos a la oración y al
silencio.
2. Consideremos ahora tres mensajes para nuestro ministerio, los
cuales recabo de los textos bíblicos: la Iglesia como sierva, la Com-
pañía de Jesús como sierva, nuestra oración personal como servi-
cio.
● Si ser siervo corresponde a la verdadera naturaleza de Cristo
que revela algo del misterio de Dios Uno y Trino, la Iglesia está lla-
mada a servir. Muchos malentendidos en la historia de la Iglesia
han nacido del hecho de que ella se ha presentado como un orga-
nismo de poder en correspondencia con otras sociedades de ese

85
tipo, como una sociedad capaz de hacer muchas cosas, sin subra-
yar suficientemente que todo era un servicio.
Nosotros nos auguramos que en el futuro se pueda comprender
como la Iglesia no quiere poderes y privilegios, sino sólo servir a la
gente; ella vive en medio de la gente para servirla, también si ello
comporta la necesidad de tener bienes materiales a su disposición.
● La compañía de Jesús ha nacido para servir a la Iglesia y a la
gente, como afirman nuestras Constituciones: nos hemos hecho je-
suitas para nuestra santificación personal y para ayudar a los de-
más. De aquí el principio de la flexibilidad y movilidad: queremos
servir desde la Compañía donde podamos hacerlo mejor. La pronti-
tud para ir allí donde hay necesidad es parte de nuestro carisma y
es un elemento que ha de conservarse con gran cuidado porque
está en sintonía con el corazón del Evangelio.
● Hoy tenemos mucha necesidad de vivir la oración personal por-
que tenemos mucha necesidad de la gracia y el consuelo del Señor,
de estar ante él en la escucha, en la adoración.
No olvidemos que la oración, incluso cuando es personal, es
siempre un precioso servicio para toda la Iglesia; no sólo la oración
litúrgica comunitaria, sino también la meditación silenciosa. El
hecho de saber que es al servicio de la Iglesia, nos ayuda a resistir
en los momentos en que encontramos dificultad, en que experimen-
tamos aridez, pereza, desolación.
El Señor nos pide que no bajemos la guardia en la oración, desde
el momento en que estamos al servicio de cuantos no pueden o no
son capaces de orar, de tantas personas que se han olvidado de
Dios, de aquellos que se encuentran en situaciones de extrema po-
breza, de miseria, que se encuentran en países en guerra o en con-
flictos.
Nuestras oraciones forman parte de nuestro servicio a Jesús, a la
Iglesia, al mundo, y nos permiten imitar a Jesús, ser servidores de
Dios y de la humanidad.

86
IX

IRRADIAR LA GLORIA DE CRISTO


EN EL MINISTERIO

Te rogamos, Señor Jesús, que nos hagas siervos de tu amor que res-
plandece e irradia desde tu corazón. Préndenos a ti, llévanos al monte de
la Transfiguración a contemplar al menos una chispa de tu gloria y concé-
denos luego reflejarla en nuestro ministerio, en nuestra vida religiosa, en
nuestras comunidades. Imploramos este don del Padre por medio de ti,
Señor Jesús, que con él reinas en la unidad del Espíritu Santo por los si-
glos de los siglos. Amén.
Continuamos en la meditación sobre la revelación de Dios en la
carta de Pablo, especialmente en la segunda carta a los Corintios.
Al mismo tiempo queremos empeñarnos en conocer mejor a Jesús
para amarlo más y servirlo mejor, siguiendo las indicaciones de san
Ignacio.
Tratando de unir los dos objetivos, en este primer encuentro de
hoy consideraremos el texto de Mt 17, 1-9 en relación con
2 Co 3, 4-11. El episodio de la Transfiguración lo he elegido como
icono de mi próxima carta pastoral dedicada a la Santísima Trini-
dad; de hecho, me parece que entro en el misterio de la Trinidad a
partir de la experiencia de Jesús, Hijo del Padre, que se transfigura
sobre el monte. Así pues, me alegra retomar este pasaje que hace
algún mes fue objeto de mi reflexión.

Una premisa

Antes que nada quisiera responder a la primera de las dos muy


buenas preguntas surgidas del encuentro de ayer tarde, la cual reza
así: Tengo cierta resistencia a pensar en Dios como siervo. ¿Pode-
mos de verdad decir que Dios, el Omnipotente, es siervo o, más
aún, que el Dios encarnado se ha hecho hombre asumiendo la for-
ma de siervo?
Es una argumentación ciertamente sutil: «La acción y la vida de
Dios sobre la tierra es fundamentalmente servicio, pero, ¿este Dios
es un siervo?

87
Confieso que también yo tengo cierta resistencia a hablar de Dios
como siervo sin hacer algunas clarificaciones. Pero me limito a de-
jar, a quienes entre vosotros son teólogos, la profundización del te-
ma, limitándome a expresar tres simples indicaciones:
1. En primer lugar debemos proclamar que Dios es glorioso y po-
deroso en la Creación, en la Redención, en el Juicio. Su poder es
absoluto, ilimitado. Antes que nada, Dios es absoluta y completa-
mente «Otro» y supera todo lo que podemos pensar de él; es Dios.
Pero, ¿en qué sentido es poderoso? Es necesario que nos pre-
guntemos sobre el modo en que Dios ejerce su poder.
2. La línea del servicio, que parte del Primer Testamento, es más
evidente en el Nuevo Testamento. María, la madre del Señor, ha
repetido dos veces la afirmación: «soy la esclava -dou,lh- del Señor».
En la respuesta al ángel Gabriel (cf. Lc , 38), y en el canto del
Magníficat: «ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava» (Lc
2, 48). Y también los apóstoles son exhortados por Jesús a vivir el
servicio.
3. Pero, ¿es posible aplicar el tema del servicio no sólo al Verbo
encarnado que asume la figura de esclavo, sino a Dios mismo? La
teología reciente está convencida: pienso por ejemplo en Hans Urs
von Balthasar y en F. Varillon en el área católica, en K. Barth y en J.
Moltmann en el área protestante. Estos teólogos sostienen que la
manifestación de Dios en la humildad de Jesús siervo no es una es-
tratagema pedagógica para enseñarnos la humildad, sino que co-
rresponde a su íntima naturaleza trinitaria. A ellos les parece que
Dios elije servir porque su potencia y su gloria se revelan en el ser-
vicio más que en el dominio y la fuerza. El mismo dinamismo de la
vida de la Trinidad puede ser entendido como mutuo servicio: cada
una de las divinas Personas se da a la otra totalmente como expro-
piándose.
Obviamente estamos tocando un misterio y no me siento capaz
de definir nada al respecto. Podemos por el contrario ponernos en
la oración delante de Dios, delante del Santísimo Sacramento, y
abandonarnos a la gracia de las intuiciones, de las luces que se nos
ofrecen en la contemplación.
Os propongo también releer el texto tan profundo de san Ignacio,
en el n. 236 de los Ejercicios Espirituales. Admito que nunca antes
había puesto tanta atención a este punto como lo he hecho hoy
mientras me esforzaba en considerar la posibilidad de entender la
gloria de Dios como servicio. Es el tercer punto de la contemplación
para llegar al amor, y reza así: «considerar cómo Dios trabaja y la-

88
bora por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est,
habet se ad modum laborantis. Así como en los cielos, elementos,
plantas, fructos, ganados, etc., dando ser, conservando, vejetando y
sensando, etc. Después reflectir en mí mismo». Así, pues, Dios act-
úa como aquél que quiere estar a mi servicio, como aquél que quie-
re hacer algo por mí, que trabaja para mí. Yo soy su gloria, su gloria
es mi ayuda, mi vida. Justamente el gran teólogo, Obispo y mártir,
san Ireneo decía: «La gloria de Dios es el hombre viviente».
Recuerdo a un muy querido hermano jesuita, muerto de cáncer
hace algunos años, que en los últimos momentos de su vida oraba
al Señor con estas bellísimas palabras: «Señor, yo soy tu tesoro, tú
me quieres, yo soy tu obra maestra y tú cuidas de mí». No «Señor,
tú eres mi tesoro», sino «yo soy tu tesoro». Esto nos indica que la
verdad de Dios Amor, de un Dios que cuida de nosotros, puede
hacernos intuir algo de su misterio y del porqué Jesús ha privilegia-
do, al venir al mundo, la figura de siervo.

Introducción al tema de la gloria del ministerio

Ahora paso a 2 Co 3, 4-11 para introducirnos en la narración de la


Transfiguración.
4 Esta es la confianza que tenemos delante de Dios por Cristo. 5 No que
por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como
propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios, 6 el cual nos
capacitó para ser ministros de una nueva alianza, no de la letra, sino del
Espíritu, pues la letra mata mas el Espíritu da vida. 7 Que si el ministerio
de la muerte, grabado con letras sobre tablas de piedra, resultó glorioso
hasta el punto de no poder los hijos de Israel fijar su vista en el rostro de
Moisés a causa del resplandor de su rostro, aunque pasajero, 8 ¡cuánto
más glorioso no será el ministerio del Espíritu! 9 Pues si el ministerio de la
condenación fue glorioso, con mucha más razón lo será el ministerio de la
justicia. 10 Pues en este aspecto, lo que era glorioso ya no lo es, en com-
paración de esta gloria sobreeminente. 11 Y, si aquello, que era pasajero,
fue glorioso, ¡cuánto más glorioso será lo permanente!
Es un texto que ya hemos citado, y lo releemos porque hace pen-
sar en el episodio de Jesús transfigurado en el monte. Con Él con-
versan moisés y Elías, pero su rostro era mucho más resplande-
ciente, irradiaba la gloria de su ministerio, más grande que la gloria
de Moisés, una gloria que -como veremos- está ligada a la pasión
del siervo del Señor. Nos dedicamos así a la lectio de Mt 17, 1-11
para retornar, sucesivamente, a 2 Co 3, 4-11.

89
1. Lectio de Mt 17, 1-9
1 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su her-
mano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. 2 Y se transfiguró delante
de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron
blancos como la luz. 3 En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que
conversaban con él. 4 Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor,
bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías.» 5 Todavía estaba hablando, cuando
una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salió una voz
que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchad-
le.» 6 Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. 7
Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis
miedo.» 8 Ellos alzaron sus ojos y no vieron a nadie más que a Jesús so-
lo.
9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la

visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muer-
tos.»
La narración se divide claramente en tres partes:
- los discípulos suben al monte con Jesús;
- se revela la gloria de Jesús;
- mientras descienden del monte, los discípulos reciben de Jesús
una misión.

1.1 Hacia el monte


Subiendo al monte, los discípulos seguramente llevan algunas
preguntas en el corazón.
¿Quién es Jesús, tan poderoso y humilde a la vez? De hecho, no
lograban conjugar su poder al curar, al realizar milagros, y su humil-
dad (había dicho: «aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón» [Mt 11, 29]).
También: ¿No es demasiado manso para ser ese Mesías que es-
peramos? ¿Qué podemos pensar de él que nos llama a seguirlo?
Una tercera pregunta: ¿Por qué nos habla tan frecuentemente de
su muerte? En el capítulo precedente al nuestro, Mateo anota:
«Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que
él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los
sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer
día» (16, 21) y Pedro había protestado.
Los interrogantes que afloran en el corazón y en la mente de los
discípulos que suben al monte son los mismos que se hace Pablo
respecto a su ministerio: ¿Por qué mi ministerio de débil, marcado

90
por las pruebas, por los sufrimientos, por las tribulaciones? ¿Es ésta
mi misión según las intenciones de Dios?
Y son los mismos que nos hacemos hoy cuando consideramos la
Iglesia y nuestro ministerio. ¿No es demasiado débil, demasiado
pobre la Iglesia para dar un testimonio creíble? ¡Hay necesidad de
dinero, de poder para atraer a la gente! ¿Cómo puede un Evangelio,
tan humilde y exigente a la vez, ser propuesto a tanta gente, y acep-
tado por ella?

1.2 La revelación
La segunda parte de la narración nos presenta la revelación en el
monte: «2 Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillan-
te como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 3 En
esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él…»
● El humilde Jesús, el siervo es realmente aquél del que han
hablado la Ley y los profetas, Moisés e Isaías. El v. 5b: «… una voz
que decía: ―Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escu-
chadle‖», evoca y funde al mismo tiempo dos famosos pasajes:
«Yahvé tu Dios te suscitará, de en medio de ti, de entre tus herma-
nos, un profeta como yo: a él escucharéis» (Dt 18 15); «He aquí mi
siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi al-
ma» (Is 42, 1).
Nos podemos preguntar: dado que el Deuteronomio es el libro de
Moisés, es lógico que éste aparezca en escena, pero, ¿por qué
aparece Elías junto a Moisés y no Isaías, de quien se cita implícita-
mente un texto? Es difícil dar una respuesta absoluta. Quizá Jesús
quería mostrar en la Transfiguración que era el Mesías anunciado
por toda la tradición profética y no sólo por alguna cita de la Escritu-
ra. Elías no nos ha dejado ningún libro, pero es indudablemente el
personaje más representativo de la tradición profética. Y más veces
es mencionado en los evangelios como el precursor de la venida del
Señor. En Lc 1, 17 el ángel que se aparece a Zacarías para asegu-
rarle que Isabel le dará un hijo, dice «irá delante de él [del Señor]
con el espíritu y el poder de Elías…» Cuando Jesús quiere saber
quién dice la gente que es del Hijo del hombre, los discípulos res-
ponden: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías…»
(Mt 16, 14). También en Jn 1, 21 los sacerdotes y los levitas le pre-
guntan a Juan: «¿Eres tú Elías?».
● Un segundo mensaje de la revelación: la humildad de Jesús co-
rresponde al plan de Dios.

91
● Y su misión está ligada con la muerte en cruz. La muerte es
mencionada por Mateo en 16, 21 y en 17, 12 inmediatamente des-
pués de la transfiguración: «el Hijo del hombre tendrá que pade-
cer…».
En la narración paralela de Lucas la conexión de la revelación de
la gloria de Jesús con la cruz es explícita: «Y he aquí que conver-
saban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales apa-
recían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Je-
rusalén (9, 30-31).
El tema de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías era preci-
samente el de la partida, en griego e;xodoj (éxodo); en Jerusalén se
cumplirá el éxodo de Jesús de su condición terrena, carnal, su
muerte que preludia la condición de Resucitado.
● Su misión está en relación con el Espíritu simbolizado por la
nube luminosa que le envuelve con su sombra. Es un ministerio del
Espíritu, resplandeciente de la gloria que irradia del Espíritu, como
subraya Pablo en el texto de 2 Co 3, 1-11.
● Por último se nos enseña que a la persona de Jesús se le com-
prende a partir de la revelación de Dios Padre, Hijo y Espíritu. Su
gloria refleja la gloria de la Trinidad, su servicio hasta el don de su
vida en la cruz refleja el gran amor de la Trinidad por nosotros, un
amor pronto a servir.
Esta segunda parte de la narración es el nudo, el corazón del epi-
sodio.

1.3 La misión
En la tercera parte se presenta la misión confiada a Jesús y a sus
discípulos mientras bajan del monte. Podemos descubrir tres aspec-
tos de la misión.
● Mt 17, 7: «Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levan-
taos, no tengáis miedo». Son las primeras grandes palabras de
consuelo que Jesús nos dirige: no tengáis temor, estáis llamados a
revelar alguna chispa del misterio de Dios, tened valentía.
Sabemos cuán en serio ha tomado Pablo la invitación de Jesús
recibiéndola como un precioso fortalecimiento de su ánimo y afir-
mando que no tiene temor porque tiene la certeza de que Dios está
con él, está de su parte.
● Mt 17, 9: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del
hombre haya resucitado de entre los muertos».

92
Una clara y completa comprensión de la gloria de Cristo se reali-
zará después de la Resurrección, sólo a partir de tal acontecimiento
los discípulos podrán proclamar la gloria del Resucitado y también
la gloria de la Cruz. La predicación de los apóstoles anunciará la
salvación que brota de la muerte y resurrección:
45Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escritu-
ras 46 y les dijo: «Así está escrito: que el Cristo debía padecer y resucitar
de entre los muertos al tercer día 47 y que se predicaría en su nombre la
conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando
desde Jerusalén. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas (Lc 24, 45-48).
Es exactamente el camino que san Ignacio nos pide seguir duran-
te los Ejercicios: pasar de la vida oculta a la vida pública de Jesús, a
la cruz, a la resurrección, para poder entrar más profundamente en
el misterio del Hijo de Dios, para conocerlo y amarlo con total dedi-
cación, para seguirlo con prontitud y con alegría.
● Sobre el tercer aspecto de la misión ya he hecho alusión: los
discípulos son exhortados a entender la relación entre su ministerio
y la cruz. Es lo que Pablo quiere expresar en la segunda carta a los
Corintios: ¿Qué luz recibe mi ministerio, mi actividad apostólica de
la cruz de Cristo? ¿Qué relación hay entre mi ministerio y su cruz?

2. Síntesis de 2 Co 3, 4-11

El texto de 2 Co 3, 4-11 nos ha introducido en la relectura del epi-


sodio de la Transfiguración. En este momento me parece útil reto-
mar brevemente la densísima página de Pablo para mostrar como
su discurso corresponde al contenido de la revelación sobre el mon-
te.
1. El ministerio de la Nueva Alianza es ministerio del Espíritu. El
Espíritu presente en el misterio de la Transfiguración es el gran pro-
tagonista, el autor principal de nuestro apostolado.
Cito la segunda de las dos preguntas surgidas en el encuentro de
ayer tarde: «Recientemente me ha hecho reflexionar el libro de un
autor español porque afirma que la acción del Espíritu en nosotros
debería ser visible. Algunos textos de Pablo le dan la razón. Por
ejemplo 2 Co 1, 22; 5, 5 o también Ef 1, 14, donde habla de
«arras», de «sello». La prenda, el sello es algo visible. Si esto es
verdad y es importante, debemos admitir que en la Iglesia de hoy
faltan signos visibles del Espíritu. ¿Qué opina usted de esto?».

93
Los signos del Espíritu pueden ser físicos: curaciones, milagros;
pero más frecuentemente son espirituales: conversiones del co-
razón, nuevo modo de vivir, nuevo modo de relacionarse con los
miembros de la comunidad. Ciertamente un poderoso signo del
Espíritu es el amor fraterno en la comunidad cristiana, la capacidad
de dar la vida por los hermanos.
Pablo afirma que nuestro ministerio es glorioso, pero puede que
no se note porque es cumplido en pobreza, en circunstancias difíci-
les. De hecho, en la segunda carta a los Corintios, trata de explicar-
se a sí mismo, y a nosotros, cómo puede ser glorioso un ministerio
ejercido en las persecuciones y en los sufrimientos. Y precisamente
éstos son signos de la autenticidad del ministerio.
2. El ministerio del Espíritu es superior al de Moisés que estaba
escrito con letras sobre piedra. Es duradero, no efímero; da vida, no
muerte; da santidad y es la última, la definitiva revelación de la glo-
ria y del amor de Dios.
Son interesantes estos puntos de contacto entre el pensamiento
de Pablo y la narración de la Transfiguración: la gloria, la presencia
de Moisés; la acción del Espíritu, la íntima unión entre la gloria y la
cruz.

3. Nuestra participación en la gloria de Jesús

¿Cómo podemos nosotros participar en nuestro ministerio de la


gloria de Jesús? ¿Cómo experimentar la gloria del ministerio?
Pablo nos responde en dos pasajes que hemos ya considerado,
pero que ahora entendemos mejor.
2 Co 3, 18:
Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un
espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma ima-
gen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu.
2 Co 4, 6:
Pues el mismo Dios que dijo: Del seno de las tinieblas brille la luz, la ha
hecho brillar en nuestros corazones, para iluminarnos con el conocimiento
de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo.
La gloria de Cristo resplandece en nuestros corazones y se irra-
dia en nuestro ministerio. A esto estamos llamados, a dejar que se
transparente la gloria de Dios.

94
Pero no es un logro que se alcance con nuestros esfuerzos; es
una gracia, un don. Es muy probable que al examinar el transcurso
de los años nos vengan a la mente muchas personas a las que
hemos ayudado a conocer a Jesús, a encontrarlo, a caminar en la
fe, aún cuando nuestras palabras fueran pobres; era el espíritu el
que nos movía, era la gracia del ministerio.
1. Una gracia, un don que, antes que nada, requiere de nuestra
parte una gran apertura a Dios en la oración.
El Evangelista Lucas, en la narración de la Transfiguración, anota
que «mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó», se puso
resplandeciente, «y sus vestidos eran de una blancura fulgurante»
(9, 29).
La oración continua, constante, permite que la gloria de Dios se
refleje en nuestro cuerpo, en nuestro rostro y se expanda en la Igle-
sia.
2. Es necesaria también la apertura a la Iglesia, en particular a la
Iglesia local. No debemos vivir el apostolado como si estuviésemos
solos, porque formamos parte de un cuerpo; no debemos programar
iniciativas pastorales como si fuésemos los únicos en trabajar, sino
ante todo debemos articular nuestra misión sintonizándonos con el
camino de la diócesis.
Es un principio que conocemos, pero que teóricamente olvida-
mos. Cuando lo olvidamos no irradiamos realmente la gloria de
Cristo.
3. Apertura, también, a la Compañía de Jesús y a los Superiores,
según la tradición ignaciana. Es verdad que el Derecho Canónico
defiende la privacy de la persona, pero en la Compañía la apertura
es una parte importante del patrimonio espiritual que se nos ha
transmitido. Apertura espiritual y apostólica, sin reservar nada para
sí, y apertura práctica, por ejemplo transparencia financiera.
La transparencia financiera es hoy sumamente necesaria para
defender la buena fama de la Iglesia.
He recordado tres condiciones para obtener del Señor la gracia
de participar en la gloria de Jesús, de experimentar su gloria en el
ministerio.
Quisiera detenerme en el empeño de la vida religiosa en cuanto
llamada específicamente a irradiar la gloria de Dios. No es casuali-
dad que el episodio de la Transfiguración haya inspirado la larga
exhortación post-sinodal de Juan Pablo II titulada Vita consecrata.
Leo un fragmento del n. 19:

95
Dejándose guiar por el Espíritu en un incesante camino de purificación,
llegan a ser, día tras día, personas cristiformes, prolongación en la historia
de una especial presencia del Señor resucitado.
Con intuición profunda, los Padres de la Iglesia han calificado este camino
espiritual como filocalia, es decir, amor por la belleza divina, que es irra-
diación de la divina bondad. La persona, que por el poder del Espíritu
Santo es conducida progresivamente a la plena configuración con Cristo,
refleja en sí misma un rayo de la luz inaccesible y en su peregrinar terreno
camina hacia la Fuente inagotable de la luz.
El misterio de la Transfiguración de Jesús se refleja en la gloria y
alegría de la vida religiosa.
Esto significa, concretamente, superar el individualismo: la vida
consagrada es un reflejo de la vida de la Trinidad, de la unidad de
las Personas en una sola naturaleza.
Hoy no tenemos tanta necesidad de la alta filosofía, sino de ser
nosotros mismos filósofos testimoniando la belleza de Dios con el
vivir de los hermanos en el amor; una comunidad religiosa refleja de
modo mejor dinamismo del amor trinitario. Superando el individua-
lismo realizamos pues el designio de Dios, su gloria.
Pienso que os he ofrecido suficiente material para vuestra medi-
tación y contemplación subiendo con Jesús al monte de la Transfi-
guración.

96
LA SOBERANÍA ETERNA DE JESÚS
(homilía en la fiesta de la Transfiguración del Seño -
02.08.1999)

En esta fiesta de la Transfiguración del Señor se cumple el XXI


aniversario de la muerte de Pablo VI.
Todavía permanece vivo en mí el recuerdo de aquel día. Me en-
contraba en Ain-Karim, cerca de Jerusalén, lugar del encuentro en-
tre María y su prima Isabel; en la mañana, con mucha prisa, me
había ido al Santuario para orar y el guardia que me abrió la puerta
me dio la noticia: anoche murió el Papa. Me quedé sorprendido y
adolorido. Algunos meses antes, en febrero de 1978, había predi-
cado en el Vaticano, en su presencia, los Ejercicios espirituales y
también por ello me sentía particularmente unido a él. No imaginaba
que yo sería su sucesor en Milán, donde él ejerció el ministerio
episcopal de 1955 a 1963. En la diócesis es considerado santo y
nos auguramos que su proceso de canonización se concluya en po-
co tiempo. El permanece en nuestra memoria como un hombre que
amó muchísimo a la Iglesia y se entregó totalmente a su ministerio.
Por otro lado, la primera encíclica que escribió como Papa
-Ecclesiam suam- está fechada el 6 de agosto de 1964 para indicar
cuán ligado estaba él al misterio de la Transfiguración.
De las tres lecturas bíblicas de la Misa de hoy, me detengo en la
primera, sacada del libro del profeta Daniel. De hecho, en la medi-
tación, ya he propuesto algunas reflexiones sobre la narración de la
Transfiguración de la que hablan la segunda y la tercera lectura.

1. El contexto de la primera lectura

Dn 7, 9-10.13-14:
9 Mientras yo seguía mirando,
prepararon unos tronos
y un anciano se sentó.
Sus vestidos eran blancos como la nieve;
sus cabellos, como lana pura;
su trono, llamas de fuego;
las ruedas, fuego ardiente.
10 Fluía un río de fuego

que manaba delante de él.


97
Miles y miles le servían,
millones lo acompañaban.
El tribunal se sentó,
y se abrieron los libros.
13 Yo seguía mirando, y en la visión nocturna

vi venir sobre las nubes del cielo


alguien parecido a un ser humano,
que se dirigió hacia el anciano
y fue presentado ante él.
14 Le dieron poder,

honor y reino
y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían.
Su poder es eterno
y nunca pasará,
y su reino no será destruido.
El profeta Daniel ve aparecer entre las nubes a uno semejante a
un hijo de hombre, que, del venerable anciano, recibe el poder, la
gloria y el reino; un poder eterno y un reino que no tendrá fin.
Podemos pues contemplar la soberanía de Jesús, el crucificado
resucitado, y parangonarla con las potencias que dominan nuestros
días.

2. Las ideologías fuertes

Conocemos bien las fuertes ideologías que han causado muchos


males y calamidades. Hace poco, en 1986, encontré en Alemania
del Éste algunas autoridades locales plenamente seguras de su po-
der que duraría por años. Los mismos responsables de la Iglesia,
protestantes y católicos, estaban preparados para vivir bajo esas
ideologías por mucho tiempo; habían elaborado un programa para
poder resistir en la fe por otros veinte o treinta años.
Improvisada e inesperadamente la situación cambió. Esto para
reconocer que la potencia de dios es inmensamente más grande e
interviene cuando y como quiere.
En todo caso, hay dos tipos de potencia que producen preocupa-
ción en todo el mundo.

98
3. Las ideologías débiles

Ante todo las ideologías débiles, que no tienen una estructura, si-
no que radican un poco en todas parte y por lo mismo son más difí-
ciles de ser combatidas, de ser descubiertas, desenmascaradas.
Una es el consumismo, ideología que consiente una vida cómo-
da, privada de sacrificios, una vida que excluye la sobriedad, la mo-
deración y suprime los valores más importantes.
Está luego esa ideología llamada pensamiento débil, con mucha
presencia en Occidente: no hay ninguna verdad absuluta, sino sólo
aproximaciones de verdad y cada quien puede encontrar su camino,
su verdad parcial.

4. La ideología de la libertad

El tercer tipo de potencia peligrosa que se propaga es la ideología


de la libertad. Ya hemos hablado de ella en la homilía de ayer, pero
n está de más volver sobre ella porque pretende disfrazarse de la
verdadera libertad que es un don maravilloso. Es ideología cuando
se hace lo que más agrada, con tal de que no interfiera con la liber-
tad de los demás; y es positivo afirmar el respeto de los otros, pero
es muy difícil conjugarlo con hacer lo que se quiere. Ahora bien, es
ideología no querer confrontarse con los parámetros, discordar de
los puntos de referencia, no considerar como obligatorias las leyes,
las normas, las reglas para vivir en una comunidad, en una socie-
dad.

5. El poder de Jesús

Confrontando con el texto de Daniel las tres potencias que he


mencionado, queremos contemplar la gloria de Dios en la transfigu-
ración.
¿Cómo combate Jesús las tres potencias que nos dominan hoy?
Con el amor, con el servicio, con el don de la vida: ésta es la glo-
ria poderosa que se refleja en el rostro y en el cuerpo de Cristo.
Y las palabras de Daniel sobre el poder eterno y sobre el reino in-
destructible nos aseguran que siempre y en todas partes la sobe-
ranía de Jesús se revelará. Nosotros participamos en la pasión de

99
Jesús y en la victoria sobre el mal si, como él, amamos, servimos y
donamos la vida.
Son dos los modos en que podemos dar la vida por Cristo y por
los hermanos: el martirio, en caso de persecución, o bien –y no me-
nos fácil ni menos fecundo- empeñándonos día a día en el ministe-
rio reconociendo en cada evento y en todos los momentos
-luminosos y oscuros, gozosos y dolorosos- la presencia de Jesús,
el plan de Dios que se desarrolla en la historia.
Vivir así por amor a Jesús y por la salvación de los hermoanos es
la gloria de nuestro ministerio.

100
X

UN MINISTERIO
FIRME Y SEGURO

Espíritu Santo que procedes del Padre, Espíritu de amor y de consolación


dado a nosotros por el Resucitado, ven en auxilio de nuestra debilidad. No
sabemos qué cosa pedir, sino intercedes tú por nosotros con gemidos
inenarrables.
Señor Jesús, tú que ves los más profundos secretos de los corazones y
conoces los deseos del Espíritu, ora pon nosotros y por la Iglesia entera.
Oh Dios Padre nuestro, en la consciencia de que el Espíritu intercede por
nosotros según tu voluntad y tu proyecto, tenemos la confianza de poder
dirigir todos nuestros pensamientos a tu gloria, de poder penetrar el senti-
do de las palabras de la Escritura y de vivir estos días de silencio y de
oración con paz y serenidad. Te pedimos nos concedas crecer en la con-
fianza. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Hemos reflexionado sobre tres características del ministerio de
Jesús y el ministerio de Pablo.
- Es un ministerio de amor, del amor de Cristo que nos abraza,
nos envuelve, nos posee. En Jesús somos, pues, nuevas creaturas,
llamados a amar con el amor de Jesús.
- Es un ministerio de humildad porque Jesús y Pablo son siervos.
- Es un ministerio de gloria, de una gloria que irradia.
Me parece importante considerar una cuarta característica: el mi-
nisterio de Jesús y de Pablo es firme y seguro.
Trataré de explicarme ofreciendo algunos ejemplos que nos ayu-
den en la meditación.

1. Lectio sobre la firmeza de Jesús

He elegido, entre tantos posibles, tres pasajes del evangelio que


siempre me han conmovido y que me conmoverán todavía más,
tres pasajes en los que Jesús tiene un comportamiento humilde y, a
la vez, de seguridad en sí mismo.

101
1. Mc 1, 21-26:
21 Llegan a Cafarnaún. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso
a enseñar. 22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseña-
ba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu

inmundo, que se puso a gritar: 24 «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús


de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de
Dios.» 25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» 26 Y
agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de
él.
El primer juicio, la primera impresión de la gente es que Jesús
tiene autoridad, que su palabra, su doctrina tiene el poder mismo de
Dios, no ofrece interpretaciones que dejen lugar a la duda. En la Bi-
blia el término «autoridad» indica un atributo exclusivo de Dios.
2. Otro ejemplo lo encuentro en Lc 4, 28-30 cuando, después de
haber comentado in texto de Isaías, en la sinagoga de Nazaret, y de
haber pronuncias palabras muy fuertes, Jesús es rechazado por su
ciudad:
28Al oír estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira 29 y, le-
vantándose, le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron a una altura es-
carpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despe-
ñarle. 30 Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.
Conmueve su calma. Hay numerosos pasajes del evangelio que
muestran como realizó su ministerio sin dejarse perturbar por la
hostilidad de sus enemigos, por los engaños, por las trampas que le
tendían.
Jesús continúa su camino conservando la paz del corazón.
3. Hay un tercer texto que me estremece cada vez que medito
sobre él.
Marcos, narrando el ingreso de Jesús en la ciudad santa, anota:
«Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a
su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania»
(11, 11).
Me pregunto sobre el sentido de esta frase: después de observar
todo a su alrededor. En griego el verbo perible,pw significa el modo
de mirar que es propio de quien, están en un lugar elevado, tiene
una visión global de la situación. En otras ocasiones Marcos subra-
ya que Jesús tiene una mirada penetrante, una mirada que trata de
abarcar todas las cosas. Aquí probablemente ve el templo y piensa
e los dolores, las pruebas, las dificultades que le esperaban aquella
misma semana, pensaba en la pasión y la muerte. Sin embargo,
permanece firme, con entereza, no vacilante.

102
Para entender más profundamente, con el corazón, esta carac-
terística del ministerio de Jesús, debemos seguir la invitación que
hace san Ignacio al final de la meditación del reino de Dios: «Para la
segunda semana, y así para adelante, mucho aprovecha el leer al-
gunos ratos en los libros de Imitatione Christi o de los Evangelios y
de vidas de sanctos» (Ejercicios espirituales, n. 100).
Se nos exhorta a releer con calma los evangelios, especialmente
el de Marcos que se centra en el misterio de Jesús, en el modo en
que vive el servicio a la gente. Cito también el n. 130 de los Ejerci-
cios espirituales de Ignacio: «deseando más conoscer el Verbo
eterno encarnado, para más le servir y seguir. Y traer en memoria
freqüentemente la vida y misterios de Christo nuestro Señor, co-
menzando de su encarnación hasta el lugar o misterio que voy con-
templando».

2. Lectio sobre la seguridad de Pablo en la segunda carta a los


Corintios

Meditando los textos de la segunda carta a los Corintios, nos da-


mos cuenta de que la firmeza es una dimensión fundamental y una
palabra clave del ministerio de Pablo. Se expresa con diversos vo-
cablos griegos que hacen pensar en esta actitud.
1. En 2 Co 1,, 15 encontramos un ejemplo de expresión modera-
da: «Con este convencimiento -en griego pepoiqh,sei- quería yo ir
primero a vosotros a fin de procuraros una segunda gracia». Está
seguro de lo que hace, no tiene dudas acerca del modo de actuar.
2. Cito dos ejemplos más fuertes, donde es casi obstinación.
2 Co 1, 12-14:
12 El motivo de nuestro orgullo (kau,chsij) es el testimonio de nuestra con-
ciencia -martu,rion th/j suneidh,sewj h`mw/n- , de que nos hemos conducido en
el mundo, y sobre todo respecto de vosotros, con la sencillez y sinceridad
que vienen de Dios, y no con la sabiduría carnal, sino con la gracia de
Dios. 13 Pues no os escribimos otra cosa que lo que leéis y comprendéis, y
espero comprenderéis plenamente, 14 como ya nos habéis comprendido
en parte, que somos nosotros el motivo de vuestro orgullo, lo mismo que
vosotros seréis el nuestro en el día de nuestro Señor Jesús.
Pablo está orgulloso porque su conciencia le asegura que es
guiado por la gracia de Dios, no por motivos humanos. Palabras
bastante fuertes.

103
Al respecto, releamos 2 Co 6, 4: «nos recomendamos en todo
como ministros de Dios: con mucha constancia -`pomonh/|- en tribula-
ciones, necesidades, angustias…».
3. En la carta hay otras expresiones de seguridad tan fuertes que
parecen excesivas, como si Pablo estuviese tan aferrado a su modo
de pensar que no aceptara ninguna contradicción o crítica.
Un ejemplo lo encontramos en 2 Co 11, 17-21:
17Lo que os voy a decir, no lo diré según el Señor, sino como en un acce-
so de locura, seguro de tener algo de qué gloriarme -kauch,sewj-. 18 Ya que
tantos otros se glorían según la carne, también yo me voy a gloriar. 19
Gustosos soportáis a los fatuos, ¡vosotros que sois sensatos! 20 Soportáis
que os esclavicen, que os devoren, que os roben, que se engrían, que os
abofeteen. 21 Para vergüenza vuestra lo digo; ¡nos hemos mostrado débi-
les...!
Y continúa, en una página entera, gloriándose de lo que él es y de
las cosas que ha hecho.
La actitud de seguridad lo expresa, pues, con diversos términos
-los más frecuentes son: pepoi,qhsij, parrhsi,a, kau,chsij- dando la im-
presión de tener mucha certeza y estar muy confiado en su ministe-
rio.
La firmeza que atestigua frecuentemente en la segunda carta a
los Corintios se ha convertido en un problema para algunos comen-
tadores: ¿cómo diferenciarla de la presunción, de la pura audacia
humana, de la obstinación? De hecho, estos son aspectos negati-
vos que generan sospecha, distancia o sentido de inferioridad en la
gente y parecen contrastar con la humildad de corazón, la amabili-
dad y la gentileza de Jesús.
La Iglesia está llamada a elegir entre la humildad y la compren-
sión, manifestadas por Jesús, y la fuerte seguridad que no baja
nunca a hacer pactos con las situaciones que se viven.
Un sabio equilibrio entre las dos actitudes lo encontramos, por
ejemplo en la Regla pastoral de Gregorio Magno, y se pueden bus-
car sugerencias importantes. De cualquier manera, al texto de Pa-
blo, que nos parece excesivo, audaz por su certeza, debemos con-
frontarlo con otro buscando la clave de lectura que nos permita ba-
lancear el exceso.
Me ha parecido útil sacar a flote el problema para dar una pista
más para la meditación.

104
3. Pistas para la meditación sobre un ministerio firme y seguro

De hecho, la buena conciencia, la seguridad de sí mismo en el


apostolado es una gran gracia, sin la cual no podemos resistir ade-
lante frente a las críticas, las pruebas, las dificultades, las falsas in-
terpretaciones que se dan acerca de nuestro ministerio.
1. ¿Qué cosa es, en sustancia, la seguridad de Pablo? Creo que
puede ser definida como un cierto estado de paz de la mente y del
corazón, que consiente la claridad interior y permite decidir en con-
formidad con el Evangelio, que hace vivir una relación serena con
uno mismo, con Dios y con todos.
Tal claridad interior, el equilibrio en el corazón y en la mente, la
capacidad de tener una visión profunda de las situaciones, se en-
cuentra con mucha frecuencia en la antigua tradición de la Compañ-
ía de Jesús.
El padre Jerónimo Nadal describe la acción de los primeros Jesui-
tas con una expresión latina cargada de significado, difícil de tradu-
cir: claritas occupans ac dirigens. Su operar estaba pleno de clari-
dad, una claridad que lleva a tener comportamientos simples y se-
guros.
Recuerdo una palabra del padre Juan Alonso Polanco, secretario
de san Ignacio, acerca del ministerio de los primeros Jesuitas: «non
sunt actiones eorum dubiae, sed certae», sus acciones no denotan
dudas, sino certezas.
2. ¿En qué consiste, pues, la actitud opuesta a la buena seguri-
dad testimoniada de Jesús y de Pablo?
No se trata sólo de la mala conciencia, sino de de algo más sutil.
Es un estado de confusión de la mente que se verifica cuando los
interrogante y las dudas hacen difícil la realización del propio deber,
del actuar: ¿lo que hago es realmente una prioridad o debería hacer
otra cosa?, ¿es o no lo mejor según los criterios del Evangelio?
Es un cierto estado de ánimo de pesadez, de rutina, de mal-
humor, de incertidumbre: ¿lo que se me presenta como urgente, es
realmente necesario? Un estado de ánimo que hace vivir pésima-
mente la vida misma y el ministerio, que provoca cansancio y ner-
viosismo, que impide el discernimiento práctico.
La Iglesia de hoy sufre mucho precisamente a causa de estas
continuas preguntas teóricas que se hacen en su interior dando lu-
gar a divisiones porque cada uno sostiene que su modo de ver es el
justo y los otros están en el error.

105
También la pregunta que nos hacemos acerca de la Iglesia con
cierto temor: ¿a dónde vamos?, ¿qué futuro tenemos?, ofrece un
estado de incertidumbre que es exactamente lo contrario a la firme-
za con que Jesús y Pablo han actuado.
¡Cuánta incertidumbre, por ejemplo, hay en los jóvenes! Ante la
elección no saben decidirse, siempre están temiendo equivocarse.
He conocido a muchos muchachos y muchachas maravillosos, teó-
ricamente deseosos de entregar su vida al Señor, pero que no lle-
gan a concretizar una elección porque posponen la decisión por el
temor de cometer un error.
Por eso es sumamente importante este estado de paz de la men-
te y del corazón que testimonian Jesús en su ministerio y Pablo en
la segunda carta a los Corintios.
3. El problema está en distinguir, en nuestro actuar, entre la bue-
na consciencia, la justa seguridad de sí -que nos ayuda a estar fir-
mes, estables, constante, y nos ayuda a superar las dificultades- y
la falsa seguridad, la presunción, la pretensión de estar siempre en
lo justo -actitudes peligrosas especialmente si una persona o un
grupo está convencido de que cuanto hace es absolutamente la vo-
luntad de Dios y, consecuentemente, no puede ser puesto en discu-
sión-.
De hecho, en la Iglesia se registran falsas seguridades, obstina-
ciones y fanatismos.
¿Cómo discernir entre el entusiasmo y en fanatismo, entre la
buena confianza en sí mismo y la testarudez?
Creo que no hay una respuesta práctica exhaustiva, válida de una
vez por todas. Es necesario que cada uno de nosotros haga coti-
dianamente un descernimiento.
Pero os propongo un criterio: preguntarse cuál es el origen de
una determinada actitud. Si se ha pasado por un proceso de discer-
nimiento, de purificación a través de la lucha y la prueba, quiere de-
cir que se tiene una justa seguridad de sí, que se tiene un verdade-
ro entusiasmo.
Al contrario, cuando una actitud proviene de una decisión apresu-
rada, de un asunto ideológico, y no ha sido cribada, debemos dudar
de su veracidad.
San Ignacio, allí donde habla de tres circunstancias o tiempos en
que se puede hacer una buena y sana elección, dice:
El primer tiempo es quando Dios nuestro Señor así mueve y atrae la vo-
luntad, que sin dubitar ni poder dubitar, la tal ánima devota sigue a lo que

106
es mostrado; assí como San Pablo y San Matheo lo hicieron en seguir a
Christo nuestro Señor. El segundo: quando se toma asaz claridad y cog-
noscimiento, por experiencia de consolationes y dessolaciones, y por ex-
periencia de discreción de varios espíritus (Ejercicios espirituales, nn.
175-176).
Dudo de una seguridad demasiado fácil a no ser que se trate de
una clara manifestación de Dios; dudo de una seguridad que no se
funda, a través de la prueba, en momentos de consolación y deso-
lación. Estoy más seguro cuando, de esta prueba, emerge una cal-
mada y tranquila certeza.
Recordemos la bellísima paradoja apostólica:
(Nos vemos) apretados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no
desesperados; 9 perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no
aniquilados. 10 Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la
muerte de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestro cuerpo.
Pablo ha alcanzado esta seguridad no sin luchas, no sin sufri-
mientos, no sin discernimiento del espíritu, pero ahora hay paz en
su corazón y puede enfrentar cualquier problema y cualquier dificul-
tad.

4. Para obtener la gracia de la seguridad en uno mismo

Os ofrezco, pues, cuatro indicaciones o sugerencias para obtener


la gracia de la firmeza, de la seguridad personal, que es fundamen-
tal para nuestro ministerio.
1. Antes que nada es necesario un gran espíritu de fe nutrido por
la oración.
2. En segundo lugar debemos perseverar en la aridez y en la de-
solación. Esta perseverancia en los días difíciles nos lleva a una
seguridad que proviene de dios, no de nuestra imaginación.
3. También es muy importante leer libros de buenos teólogos; ello
nos puede ayudar a entender la actitud de la Iglesia hoy para no
elegir a ciegas un camino, sino discernir y llegar a cierta paz interior.
4. En fin, estamos llamados a vivir la comunión con la Iglesia, con
el Papa para llegar a esa buena consciencia de uno mismo, a esa
seguridad que se necesita hoy para entrar en el tercer milenio.

107
XI

LOS ADVERSARIOS

Oh Dios Padre nuestro, tú ya conoces lo que deseamos, pero queremos


pedírtelo con las palabras de san Ignacio: el conocimiento de los engaños
de príncipe del mal, de Satanás, y la ayuda necesaria pare defendernos
de ellos.
Y te pedimos también el conocimiento de la verdadera vida que nos indica
Jesús tu Hijo, Señor y Redentor nuestro, y la gracia para imitarlo a Él que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los
siglos. Amén (cf. Ejercicios espirituales, n. 139).
No considero necesario subrayar la importancia de la meditación
sobre las dos banderas propuesta por Ignacio para el cuarto día de
la II semana (cf. nn. 136-148). Es un texto que, en su simplicidad,
nos ofrece también hoy la clave para analizar lo que hay en nues-
tros corazones, en el corazón de la gente, para entender los even-
tos misteriosos y enigmáticos de la historia y para analizar la vida
de la Iglesia. Es, pues, una página utilísima y nos invita a reflexionar
sobre nuestra experiencia personal, eclesiástica y social.
Quisiera, para nuestra meditación común, profundizar en ello a la
luz de la segunda carta a los Corintios. Esta carta, como he dicho
desde el principio, puede ser vista como un gran ejercicio de discer-
nimiento y, por tanto, no será difícil confrontarla con el texto igna-
ciano.
Sobre el esquema de las dos bandera consideraremos en primer
lugar a los enemigos, los adversario de Pablo, en relación con la
región de Babilonia cuyo jefe es Satán, el enemigo del hombre. Su-
cesivamente contemplaremos la vida de Jesús y la vida de Pablo,
su modo de comportarse, en relación a la región de Jerusalén don-
de Jesús habla a sus discípulos.

1. Los adversarios de Pablo

El tema de los adversarios aparece muchas veces, explícita o


implícitamente, en la segunda carta a los Corintios. Sin embargo, es
muy difícil para los exégetas definirlos, describirlos: ¿quiénes son?,
¿cómo actúan?, ¿qué enseñan?

108
Algunos piensan que quizá sean predicadores judaizantes origi-
narios de la Iglesia de Palestina y que tienen la intención de dar otra
versión del Evangelio, un Evangelio diverso del predicado por Pa-
blo. Pero si esto aparece claramente en la carta a los Gálatas, no
así en la nuestra.
Otros exégetas consideran que los opositores del Apóstol eran
seguidores del gnosticismo, movimiento que proponía, como vía de
salvación, una forma de conocimiento espiritualista y misticista.
Otros más hablan de propagandistas de origen helenístico-
judaico.
Para algunos exégetas los enemigos de Pablo eran pocos, dos o
tres personas, que sin embargo causaban problemas y turbación en
la comunidad.
Pero son mencionados muchas veces en la carta a partir del capí-
tulo 2: «Ciertamente no somos nosotros como muchos que nego-
cian con la palabra de Dios. Antes bien, con sinceridad y como de
parte de Dios y delante de Dios, hablamos en Cristo» (v. 17).
Y continúa: «¿Comenzamos de nuevo a recomendarnos? ¿O es
que, como algunos, necesitamos presentaros cartas de recomenda-
ción o pedíroslas?».
En la última parte de la carta la polémica se transforma en apo-
logía (10, 1-12, 13).
2 Co 11, 4-6: 4 Pues, cualquiera que se presente predicando otro Jesús
del que os prediqué, y os proponga recibir un espíritu diferente del que re-
cibisteis, y un evangelio diferente del que habéis abrazado ¡lo toleráis tan
tranquilos! 5 Sin embargo, no me juzgo en nada inferior a esos «super-
apóstoles». 6 Pues si carezco de elocuencia, no así de ciencia; que en to-
do y en presencia de todos os lo hemos demostrado.
2 Co 11, 13-14: 13 Porque esos tales son unos falsos apóstoles, unos tra-
bajadores engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. 14 Y nada
tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz.
Ciertamente estos adversarios eran forasteros, llegados a Corinto
con cartas de recomendación, y pretendían establecerse como au-
toridad apostólica en un territorio evangelizado por Pablo. Querien-
do usar la terminología actual, podemos decir que se trataba de un
conflicto canónico: ¿quién tiene derecho al cuidado pastoral de la
comunidad de Corinto?, ¿quién tiene realmente la autoridad?
La historia de la Iglesia siempre ha estado marcada por los con-
flictos jurídicos, doctrinales, económicos, de luchas de poder que
por desgracia pueden desembocar en rupturas, en divisiones.

109
Nos preguntamos: ¿de qué manera han pretendido tener éxito y
adueñarse de la comunidad?
● Gloriándose de ser la verdadera expresión del judaísmo, de la
tradición hebrea. Temían a lo nuevo, querían un cristianismo con un
horizonte pequeño, estrechamente ligado a las costumbres pater-
nas y maternas. Eran, en otras palabras, tradicionalistas.
● Valiédose de la retórica: de hecho, acusaban a Pablo de no te-
nerla. La elocuencia era muy admirada y sabían hablar un lenguaje
elegante, refinado, que fascinaba a los Corintios.
● Ostentando experiencias extáticas, visiones, revelaciones, ma-
nifestaciones extraordinarias del Espíritu. De las alusiones de Pablo
se comprende que realizaban milagros y curaciones por el puro
gusto de dar espectáculo. En 2 Co 12, después de haber narrado la
visión que tuvo en el camino de Damasco, recuerda también las se-
ñales realizadas en Corinto:«…en nada he sido inferior a esos «su-
perapóstoles», aunque nada soy. 12 Las características del apóstol
se vieron cumplidas entre vosotros: paciencia perfecta en los sufri-
mientos, signos, prodigios y milagros» (vv. 11b-12).
Aparentemente eran personas buenas y devotas, bien vestidas,
gentiles, de voz persuasiva y por eso podían influir en la gente sim-
ple de Corinto. De hecho su objetivo era destruir la autoridad de
Pablo, el afecto reverente de la comunidad tenía hacia él.
Es interesante notar las acusaciones que le hacían: débil e inefi-
caz, no diestro en la retórica; nada leal a la asamblea; desarreglado
en el vestir, modesto en el modo de vivir y de hablar; demasiado
respetuoso de la libertad de quien lo escuchaba (ellos, por el contra-
rio, querían dominar a la gente, y la historia nos enseña que fre-
cuentemente la gente se deja dominar por las ideologías); no legiti-
mado en el apostolado debido a las muchas pruebas y los fracasos
tenidos; demasiado reacio a poner cargas sobre la comunidad.
A partir de algunos pasajes de la carta comprendemos que, de
hecho, estos adversarios confiaban más en si mismo que en la gra-
cia de Dios, en la acción del Espíritu Santo. Refiriéndonos a la ban-
dera de Satán, podemos decir que echaban redes y cadenas a los
Corintios para obtener dinero, aclamaciones, alabanzas y éxito. No
predicaban la cruz como punto clave del kerigma, sino que se ba-
saban en la sabiduría humana, en la relación personal, social e inte-
lectual.
Es el Satán, advierte san Ignacio, quien instiga a los hombres al
deseo de las riquezas para conducirlos luego más fácilmente a la

110
ambición del honor mundano y a la crecida soberbia (cf. Ejercicios
espirituales, n. 142).
Siempre me ha impresionado este texto ignaciano porque la ac-
ción de Satán, al menos inicialmente, no induce al pecado, sino a
obtener ventajas, a obtener una vida más fácil, más cómoda, de éxi-
to. Así actuaban los enemigos de Pablo mencionados en la segun-
da carta a los Corintios.

2. La invitación de Jesús y el estilo de Pablo

Reflexionamos ahora sobre «Jerusalén» en contraposición a


«Babilonia», según la meditación de las dos banderas.
1. Llamo «Jerusalén» al discurso que Jesús pronuncia para todos
sus amigos, sus discípulos. El les recomienda ayudar a todos
llevándolos a una suma pobreza espiritual y, si el Señor los quiere,
elegir, también a la pobreza material, al deseo de oprobios y de
desprecio porque de estas dos cosas nace la humildad (cf. Ejerci-
cios espirituales, 146).
2. En esta descripción reencontramos el estilo con que Pablo ha
trabajado en Corinto, el retrato de su vida y de su acción.
A las acusaciones de los adversarios que quieren desacreditarlo,
quitarlo de en medio, responde subrayando tres principios.
- Rechaza ser mantenido por la comunidad para tener libertad,
para dar testimonio de la verdad del Evangelio que predica, para
continuar viviendo la pobreza.
- Tiene la firme intención de imitar a Jesús, asemejarse a él parti-
cipando en sus sufrimientos, en sus humillaciones, en su condición
de siervo.
- Está convencido de que la propia debilidad y las tribulaciones
que lo han golpeado constituyen la prueba de la autenticidad de su
ministerio. Quien sigue a Jesús no puede sino humilde, débil y mo-
desto.
Por ello, en la segunda carta a los Corintios, contemplamos a un
Pablo invadido de alegría, de consolación a pesar de las tribulacio-
nes.
Para nosotros es importante entender que sus principios se opo-
nen al modo de pensar de sus adversarios y precisamente a partir
de esta oposición inicia un doloroso, difícil proceso de discernimien-
to que continuará en la historia de la Iglesia: ¿dónde está la verda-
111
dera evangelización?, ¿cuáles son los signos de un verdadero
apostolado?
Sobre el método de evangelización y también de la misión se ha
discutido mucho y algunas veces hay distintos puntos de vista. Una
de las controversias más conocidas en la historia moderna de la mi-
sión se refiere, como sabéis, a los ritos chinos, y esto con trágicas
consecuencias.
Pero es sólo una de las muchas discusiones y tensiones: en la
Iglesia de hoy se verifican muchas divisiones sobre diversos méto-
dos de evangelización y sobre diferentes actitudes.
En este sentido, la meditación que estamos haciendo es una cla-
ve para entender la historia pasada y presente de la Iglesia.

3. Aplicaciones prácticas

Para aplicar en nuestra vida la reflexión sobre las dos banderas y


sobre la segunda carta a los Corintios, propongo algunas observa-
ciones a nivel personal y a nivel eclesial.
1. ¿En qué nuestros adversarios nos afligen y nos tientan? Aquí
os sugiero releer las reglas de los Ejercicios ignacianos. Por ejem-
plo la segunda, que vale para cuantos buscan purificarse de sus
pecados y de proceder yendo de bien en mejor en el servicio de
Dios: «propio es del mal espíritu morder, tristar y poner impedimen-
tos inquietando con falsas razones, para que no pase adelante» (n.
315).
Cada vez que notamos en nosotros inquietudes, tristezas, falsas
razones que nos distraen de hacer el bien al grado de convencer-
nos de que no tenemos la capacidad de continuar, quiere decir que
el espíritu maligno está actuando.
En el n. 315, la cuarta regla, se habla de la desolación espiritual y
describe las características: «escuridad del ánima, turbación en ella,
moción a las cosas baxas y terrenas, inquietud de varias agitacio-
nes y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor,
hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Cria-
dor y Señor». Esta acción del espíritu maligno podemos reconocerla
muchas veces en nuestra vida cotidiana y también en los momentos
de retiro y de oración.
Ignacio insiste en la regla quinta, que leo entera: «en tiempo de
desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en

112
los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a
la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antece-
dente consolación. Porque así como en la consolación nos guía y
aconseja más el buen spíritu, así en la desolación el malo, con cu-
yos consexos no podemos tomar camino para acertar».
Os recomiendo, pues, releer con calma estas reglas para com-
prender como el adversario está obrando en nosotros y cuáles son
las inspiraciones que el espíritu bueno nos quiere dar para estos
días de retiro.
2. ¿Cómo comportarse a nivel eclesial? Pablo sabe que hay di-
versos modos para transmitir el kerigma y, que no todos son acep-
tables. De hecho, hay quien altera la pureza del Evangelio, aun
cuando se presenta como persona religiosa y devota. Por eso lucha
con todas sus fuerzas contra la contaminación de la enseñanza del
Señor Jesús.
¿Qué consecuencias concretas sacamos para nosotros?
Ante todo quisiera recodar lo que escribió el teólogo jesuita Ber-
nard Lonergan sobre el proceso dialéctico que se verifica cuando
emergen diversos, y aparentemente contrarios, modos de pensar y
de juagar: es necesario aclarar bien una y otra posiciones, al grado
de distinguir entre cuestiones de palabras y de culturas que pueden
integrarse y las que serían oposiciones reales que, para ser supe-
radas, requerirían de una conversión.
Por tanto, no todo modo diverso de pensar y de actuar es repro-
bable, sino el que expresa una verdadera contradicción al Evange-
lio. Pero no una contradicción supuesta a priori, por lo que debemos
considerar siempre el lenguaje, la mentalidad, los usos, para encon-
trar, en el diálogo, la posibilidad de llegar a un entendimiento antes
de concluir con la no aceptación.
Como consecuencia, es necesario:
● No turbarnos frente a tensiones y divisiones; tomar por el con-
trario el tiempo que se necesita para escuchar y tratar de aclarar
para llegar a dar un juicio según el Evangelio.
● Juzgar cada cosa a la luz de la cruz de Cristo, del sermón de la
montaña, del amor gratuito de Jesús que da la vida por sus amigos
y también por sus enemigos.
Estos son fuertes puntos que nos ayudan a iluminar distintas vi-
siones y diversos métodos. Algunos convergen perfectamente en el
corazón del Evangelio, mientras otros se muestran contrarios, implí-
cita o explícitamente.

113
En el fondo, toda la historia de la Iglesia es un largo y continuo
camino de discernimiento para comprender la verdad.
A veces me pregunto: ¿por qué el Señor no nos revela claramen-
te lo que quiere de nosotros?, ¿por qué nos deja sufrir en intermi-
nables discusiones?
La pregunta no tiene respuesta, y precisamente a través de este
doloroso discernimiento arribamos a una mejor paciencia, a una
mayor sabiduría, a un amor más profundo. El Señor quiere que, de
la difícil historia que estamos viviendo, aprendamos a imitar a Jesús
humilde, manso y paciente, a descubrir el inmenso amor de Dios
que se revela en la historia de la Iglesia.

114
UN AMOR TOTALITARIO
(homilía del sábado de la semana XVIII del tiempo ordinario –
07.08.1999)

Las dos lecturas de la liturgia de este día son densas de signifi-


cado:
Partamos del texto del libro del Deuteronomio 6, 4-13:
4 Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. 5 Amarás a
Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuer-
zas. 6 Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. 7 Se las
repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si
vas de viaje, así acostado como levantado; 8 las atarás a tu mano como
una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; 9 las escribirás en las
jambas de tu casa y en tus puertas.
10 Cuando Yahvé tu Dios te haya introducido en la tierra que ha de darte,

según juró a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob: ciudades grandes y her-
mosas que tú no has edificado, 11 casas llenas de toda clase de bienes,
que tú no has llenado, cisternas excavadas que tú no has excavado, viñe-
dos y olivares que tú no has plantado, cuando comas y te hartes, 12 cuída-
te de no olvidarte de Yahvé que te sacó del país de Egipto, de la casa de
servidumbre. 13 A Yahvé tu Dios temerás, a él servirás y por su nombre ju-
rarás.

1. El amor exige totalidad

● «Escucha, Israel… Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu co-


razón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (vv. 4-5).
El shemá es la gran norma de vida de los judíos, y su oración co-
tidiana; es la oración que Jesús recitó cada día. Siempre estuvo ad-
herido a esta norma de vida y así la enseñó, como leemos en
Mt 22,26-39:
36«Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» 37 Él le dijo:
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu mente.38 Este es el mayor y el primer mandamiento. 39 El segundo
es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo
Lo que me impacta del texto del Deuteronomio es la totalidad con
que se expresa: todo el corazón, toda el alma, todas las fuerzas. En
los Ejercicios espirituales san Ignacio habla de totalidad en el n. 96:
«todos los que tuvieren juicio y razón, offrescerán todas sus perso-
nas al trabajo». Y, en la «contemplación para obtener el amor», nos
115
invita a ofrecer al Señor toda la libertad, toda la voluntad, todo lo
que tenemos y poseemos (cf. n. 234c).
El amor exige totalidad y nosotros queremos precisamente en-
tender, en estos días de Ejercicios, lo que significa ofrecernos to-
talmente a Dios.
● Los vv: 10-13 del texto nos invitan a considerar como las gran-
des potencias, recordadas en la homilía de ayer, se van expandien-
do, especialmente la ideología del consumismo, del pensamiento
débil y de la libertad. Nos llevan a donde abunda el dinero y nos in-
ducen a olvidar a Dios: «12 cuídate de no olvidarte de Yahvé que te
sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre». Instintivamen-
te somos llevados a considerar como nuestros los bienes terrenos y
a no agradecer a Dios por lo que tenemos. La sabiduría de Jesús,
en la meditación de «las dos banderas», está precisamente en lle-
varnos hacia una mayor pobreza espiritual ligada a la acción de
gracias y a la alabanza a Dios.
Creo que es una acción vital no sólo educarnos a nosotros mis-
mos en el buen uso de los bienes terrenos, sino también educar a
los demás, especialmente a nuestros colaboradores. De cada don
recibido somos responsables delante del Señor.

2. La acción del maligno

La página del evangelio es muy conocida y le releemos breve-


mente. Mt 17, 14-20:
14 Cuando llegaron donde la gente, se acercó a él un hombre que, arro-
dillándose ante él, 15 le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, porque es luná-
tico y sufre mucho; pues muchas veces cae en el fuego y muchas en el
agua. 16 Se lo he presentado a tus discípulos, pero ellos no han podido cu-
rarle.» 17 Jesús respondió: «¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta
cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros?
¡Traédmelo acá!» 18 Jesús le increpó y el demonio salió de él; y quedó sa-
no el niño desde aquel momento.
19 Entonces los discípulos se acercaron a Jesús, en privado, y le dijeron:

«¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» 20 Díceles: «Por vuestra po-


ca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, dir-
éis a este monte: `Desplázate de aquí allá', y se desplazará, y nada os
será imposible
La acción del espíritu maligno es devastadora. El muchacho llega
al punto de autolesionarse, casi al grado de matarse. San Ignacio
nos pone en guardia ante el enemigo del hombre que echa redes y
cadenas para tentarnos con el deseo de riquezas, de vanagloria y
116
de soberbia; y en las Reglas para el discernimiento nos recuerda
que el espíritu maligno nos ataca, quiere tomarnos y conducirnos a
la desesperación. «no hay bestia tan fiera sobre la haz de la tierra
como el enemigo de natura humana, en prosecución de su dañada
intención con tan crecida malicia» (Ejercicios espirituales, n. 325).
Frecuentemente, cuando estamos delante de casos difíciles de
resolver, a veces cruciales para nuestra vida, perdemos el ánimo,
entramos en la desolación y percusiamente entonces debemos ser
capaces de discernir, de entender que el espíritu maligno nos está
influenciando, contristando para hacernos caer en la tentación. Es
precisamente en esos momentos cuando estamos llamados a au-
mentar nuestra fe, nuestra confianza en el Señor.
De hecho, a los discípulos que le preguntan por qué no han sido
capaces de expulsar al demonio, Jesús les responde: «Por vuestra
poca fe». y Añade: «yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de
mostaza, diréis a este monte: `Desplázate de aquí allá', y se des-
plazará, y nada os será imposible».
Es una gracia por la que deseamos orar mucho delante del Santí-
simo Sacramento: «¡Señor Jesús, aumenta nuestra fe de modo que
podamos luchar contra las fuerzas del maligno en este mundo!»

117
XII

LA EUCARISTÍA COMO SACRAMENTO DE UNIDAD

En el espíritu de la segunda semana de los Ejercicios ignacianos


podemos hacer otras meditaciones, dejándonos guiar por la carta
de Pablo y por los acontecimientos de la vida pública de Jesús.
Os recomiendo, pues, a cada uno de vosotros que se detengan
por ejemplo en 2 Co 8-9, un texto que habla de la colecta a favor de
la Iglesia de Jerusalén. Ambos capítulos tienen un objetivo práctico
y me parecen útiles para entender el significado y el uso del dinero.
El dinero es un símbolo universal, conocido por todo el mundo. El
contenido de 2 Co 8-9 se refiere precisamente al sentido de los bie-
nes terrenos en general, y podemos sacar un mensaje para enten-
der como servirnos cada uno de los bienes que comprenden los ins-
trumentos de la tecnología y de la informática (televisión, computa-
dora, internet, e-mail, etc.)
Os aconsejo además confrontar el pensamiento de Pablo con las
reglas de san Ignacio sobre la distribución de las limosnas (Ejerci-
cios espirituales, nn. 337-344) -que muchas veces no consideramos
con suficiente atención- para verificar como ejercemos nuestra res-
ponsabilidad.
También recomiendo volver a ver las reglas para la elección y las
de discernimiento de los espíritus (nn. 169-189); 313-336). En este
punto del Retiro, de hecho, estamos invitados con insistencia a es-
cuchar la voz del Espíritu que nos sugiere los cambios que debe-
mos dar en nuestra vida en conformidad con la voluntad de Dios,
para reexaminar los propósitos del pasado para poder llegar a algu-
nas claras deliberaciones.

Introducción a la III Semana

Señor Dios nuestro, danos la gracia de que todas nuestras intenciones,


acciones y operaciones estén enteramente ordenadas al servicio y a la
alabanza de tu divina majestad.
Danos, Señor Dios nuestro, en el comienzo de la tercera semana ignacia-
na, la gracia de probar el dolor, el disgusto y la contrición como efecto del
pensamiento de que Jesús va a la pasión por nuestros pecados.

118
Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo que vive y reina contigo, en la unidad
del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
En las meditaciones de la III semana, san Ignacio nos invita a
unirnos más profundamente con Jesús para confirmar nuestra elec-
ción de seguirlo también en circunstancias difíciles. Por esto propo-
ne recorrer el camino hacia la pasión: «como Christo nuestro Señor
fue desde bethania para hierusalen a la ultima cena inclusive» (n.
190) Y en el n. 191: «El primer preámbulo es traer la historia, que es
aquí cómo Christo nuestro Señor desde Bethania envió dos discípu-
los a Hierusalém a aparejar la cena, y después él mismo fue a ella
con los otros discípulos; y cómo después de haber comido el corde-
ro pascual y haber cenado, les lavó los pies, y dio su sanctíssimo
cuerpo y preciosa sangre a sus discípulos, y les hizo un sermón
después que fue Judas a vender a su Señor».
En la reflexión personal nos detendremos en seis puntos que nos
ayudan a entrar en la contemplación de los sufrimientos de Jesús
(nn. 194-197).
Al mismo tiempo queremos considerar el misterio de la Eucaristía
como sacramento de la unidad.
Pablo, en la segunda carta a los Corintios, no habla de la Euca-
ristía. Ciertamente acentúa en 1, 20: «todas las promesas hechas
por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por él «Amén» a
la gloria de Dios». Podría tratarse de la conclusión de una plegaria
eucarística, pero es sólo una hipótesis.
Además ya ha hablado de ella ampliamente en la primera carta a
los Corintios (10, 15-18; 11, 17-34), y los fieles de Corinto conocen
muy bien el significado y la importancia del banquete eucarístico.
He pensado pues confrontar un texto del Evangelio de Juan con
un texto de Pablo para meditar acerca de la unidad en la comuni-
dad, que encuentra su fuente, su fuerza y su espejo en la Eucaris-
tía.

1. El don de la unidad

1. La así llamada oración sacerdotal de Jesús es la más larga de


las que aparecen en los evangelios, y tiene una densidad y belleza
extraordinarias. Juan la coloca inmediatamente después del discur-
so de Dios y antes de la narración de la Pasión.
Cito los versículos sobre la unidad (Jn 17, 17-23):

119
17 Santifícalos en la verdad:
tu palabra es verdad.
18 Como tú me has enviado al mundo,

yo también los he enviado al mundo.


19 Y por ellos me santifico a mí mismo,

para que ellos también sean santificados en la verdad.


20 No ruego sólo por éstos,

sino también por aquellos


que, por medio de su palabra, creerán en mí,
21 para que todos sean uno.

Como tú, Padre, en mí y yo en ti,


que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado.
22 Yo les he dado la gloria que tú me diste,

para que sean uno como nosotros somos uno:


23 yo en ellos y tú en mí,

para que sean perfectamente uno,


y el mundo conozca que tú me has enviado
y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
- Estos versículos sobre la «unidad», este «ser uno» es ante todo
un don, fruto de la oración de Jesús.
- Es un modo de anunciar el Evangelio: «para que el mundo crea
que tú me has enviado».
- Y es transparencia de la Trinidad: «como tú, Padre, en mí y yo
en ti».
Son palabras densísimas, de las que hay que guardar en el co-
razón, y nos permiten intuir que la unidad se manifiesta especial-
mente en la Eucaristía. Juan lo supone, no lo dice explícitamente.
2. Por otro lado, san Pablo lo afirma claramente en la primera car-
ta a los Corintios:
15Os hablo como a personas sensatas. Juzgad vosotros lo que digo. 16 La
copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la san-
gre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de
Cristo? 17 Porque uno solo es el pan, aun siendo muchos, un solo cuerpo
somos, pues todos participamos del mismo pan (10, 15-17).
Nosotros somos una sola cosa porque comulgamos del mismo
cáliz y nos alimentamos del mismo pan. Unidad y Eucaristía van
juntas.
Partiendo de esta afirmación podemos considerar la unidad en la
comunidad en relación a la Eucaristía: la unidad en las comunida-
des religiosas, en las parroquias, en las comunidades eclesiales de
base o pequeñas comunidades, la unidad en la Iglesia local y en la
Iglesia entera. Recuerdo, a propósito, la impotencia de la mención
del Papa del Obispo que se hace en la plegaria eucarística.

120
2. Cómo vive Pablo la unidad con la comunidad de Corinto

Quisiera hacer una pregunta a Pablo: ¿Cómo has tratado de vivir


la unidad con la comunidad de Corinto, no obstante tantas incom-
prensiones, críticas, sospechas y acusaciones?
La segunda carta a los Corintios -lo hemos subrayado muchas
veces- puede ser definida como un gran proceso de discernimiento;
más aún, puede ser definida también como un gran proceso para
reconstruir una comunidad, para reconciliarla.
Este empeño de Pablo está presente en tantos pasajes donde, de
manera discreta o implícita, con mucho tacto y delicadeza, se es-
fuerza por atraer la atención hacia la unidad.
Lo demuestran algunos ejemplos.
1. Anima a vivir la unidad en la oración y en la acción de gracias.
2 Co 1, 10-11:10 Él nos libró de tan mortal peligro, y nos librará; en él es-
peramos que nos seguirá librando, 11 si colaboráis también vosotros con la
oración en favor nuestro, para que la gracia obtenida por intervención de
muchos sea por muchos agradecida en nuestro nombre.
Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia,
mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
2 Co 9, 11-14: 11 Así seréis ricos para toda largueza, la cual provocará por
nuestro medio acciones de gracias a Dios. 12 Porque la prestación de este
servicio no sólo provee a las necesidades de los santos, sino que redunda
también en abundantes acciones de gracias a Dios. 13 Experimentando el
valor de este servicio, glorificarán a Dios por vuestra obediencia y la con-
fesión de fe en el Evangelio de Cristo y por la generosidad de vuestra co-
munión con ellos y con todos. 14 Y con su oración por vosotros, manifes-
tarán su afecto hacia vosotros a causa de la gracia sobreabundante que
en vosotros ha derramado Dios.
Hay muchos problemas en la comunidad de Corinto, y sin embar-
go Pablo parece decir de cualquier modo: yo sé que oráis por mí,
que estamos juntos ante Dios, que entre nosotros hay comunión,
que vosotros dais gracias por mí, y precisamente en esto estamos
unidos.
Parece decir: yo oro por vosotros y esto significa que, dado que
también vosotros oráis por mí, nuestra unidad es real en el nivel de
la plegaria.
2. En otros pasajes afirma la unidad en los sufrimientos como un
valor importante.
2 Co 1, 6-7: 6 Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación
vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os
hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también noso-
tros soportamos. 7 Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues

121
sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así
lo seréis también en la consolación
Al inicio de la carta, antes de afrontar las contestaciones, se com-
place del hecho que la comunidad comparte sus sufrimientos: mi
sufrimiento es por vosotros, vuestro sufrimiento me ayuda, me sos-
tiene.
El sufrimiento compartido es pues un maravilloso signo de uni-
dad, más allá de las diferencias de opinión o de las incomprensio-
nes. Es un misterio que lleva a la unidad, como lo testimonia la Igle-
sia de los primeros siglos: los mártires que hasta hoy veneramos,
eran diversos unos de otros, tenían posiciones y visiones diferentes
en la Iglesia. Los mismos Pedro y Pablo están unidos en el martirio,
en la muerte, y la liturgia celebra su memoria en una sola fiesta; y
sin embargo eran dos personalidades muy diversas también a nivel
de cultura, y algunas veces discutían.
Lo que valía para la Iglesia de los apóstoles, vale siempre, vale
hoy.
A propósito, son interesantes las palabras de Juan Pablo II en la
Tertio millenio adveniente:
Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia
de mártires. Las persecuciones de creyentes —sacerdotes, religiosos y
laicos— han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del
mundo. El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la san-
gre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y
protestantes, como revelaba ya Pablo VI en la homilíade la canonización
de los mártires ugandeses […] El ecumenismo de los santos, de los márti-
res, es tal vez el más convincente. La communio sanctorum habla con
una voz más fuerte que los elementos de división (n. 37).
El Papa ha vuelto muchas veces a este pensamiento: los márti-
res, sufriendo, nos unen; aunque provengan de diversos países, de
posiciones diferentes a nivel eclesiológico, hacen el milagro de
nuestra unidad.
Pablo retoma el argumento en 2 Co 7, 2-3:
2Dadnos lugar en vuestros corazones. A nadie hemos ofendido; a nadie
hemos arruinado; a nadie hemos explotado. 3 No os digo esto con ánimo
de condenaros. Pues acabo de deciros que en vida y muerte estáis uni-
dos en mi corazón.
Podemos traducir: no obstante haya entre nosotros incompren-
siones, no obstante existan entre nosotros conflictos, el sufrimiento
nos une y yo os llevo siempre en el corazón para compartir con vo-
sotros la muerte y la vida.

122
3. El tercer ejemplo saca a la luz la unidad en la visión pastoral.
A la comunidad que parece haberlo olvidado o despreciado. Pablo
replica: ¡de cualquier manera, entre ustedes y yo hay una fuerte
unidad!
2 Co 3, 1-3: 1 ¿Comenzamos de nuevo a recomendarnos? ¿O es que,
como algunos, necesitamos presentaros cartas de recomendación o pedí-
roslas? 2 Vosotros sois nuestra carta, escrita en vuestros corazones, co-
nocida y leída por todos los hombres. 3 Evidentemente sois una carta de
Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el
Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en
los corazones
Como si dijera: No os fijéis en los muchos problemas, en las dife-
rencias, en las divergencias, porque sois un fruto de mi trabajo pas-
toral, tenéis mi estilo, mi impronta y nunca perderé la confianza en
vosotros. Es admirable su capacidad de encontrar un aspecto, por
pequeño que sea, sobre el cual poder reedificar la comunidad, para
reconciliarla en la unidad.

3. Caminar con alegría hacia la plena unidad

¿Cuál puede ser nuestro esfuerzo por la traducción práctica de la


comunidad Eucarística, de la unidad en la vida de cada día?
Ante todo ha de recordarse que en la celebración de la Eucaristía
se ora por la unidad: «que el Espíritu Santo congregue en la unidad
a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo», «para que
fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de tu Espí-
ritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu».
Si oramos así es porque la unidad no se ha alcanzado todavía,
porque está en evolución progresiva y no debemos nunca olvidarlo
al punto de caer en el pesimismo.
Así, pues, la reconciliación es un proceso de avance continuo y
es muy importante no interrumpirlo.
1. En todas las comunidades civiles y religiosas hay motivos de
división, y los discípulos de Cristo no son la excepción. Los evange-
lios, de hecho, hablan de desacuerdos, de divisiones entre los após-
toles, como para mostrar la presencia de conflictos desde el princi-
pio.
Nosotros conocemos muy bien las divisiones entre las Iglesias y
también en el interior de la misma Iglesia Católica. Con todo, es
erróneo mirar toda división como algo que no debería haber sucedi-

123
do, que nunca habríamos esperado, como algo que nos desilusiona
al grado de pensar que la gracia de Dios no estuviese presente y
operante en su Iglesia.
2. No estamos llamados a lamentarnos, a repetir que no nos
amamos, que no estamos unidos. Al contrario, se nos pide con
fuerza favorecer día tras día la comunión de los corazones, discernir
la acción de Dios que produce la unidad en todas las circunstancias
de la vida de la Iglesia, por posible o imposible que parezca.
Debemos convencernos de que la unidad es el único modo de
existencia de los discípulos de Jesús; de lo contrario, ellos no refle-
jan la gloria de la Santa Trinidad.
3. El término «unidad» puede ser aplicado estricta o analógica-
mente: existen ámbitos en los que es necesaria una rigurosa unidad
de fe, de disciplina, de autoridad; hay otros en los que se ha de ser
entendida en sentido analógico, como una tendencia al diálogo y a
la recíproca comprensión.
Aplicar el concepto y la práctica de la unidad de modo unívoco es
una amenaza a la unidad real que es propia de la Iglesia, como res-
plandor de la Trinidad.
Por eso, la Iglesia debe reflexionar continuamente sobre la reali-
zación de la unidad: unir no quiere decir centralizar, sino poner jun-
tas las diversas porciones de la Iglesia que se reconocen concor-
dantes en puntos esenciales, pero que tienen diferencias legítimas.
Es entonces que se pone en marcha un proceso de unidad.
4. Al nivel de las comunidades parroquiales y religiosas, estamos
invitados a tomar en cuenta primeramente los eventos consolado-
res, para encontrar signos más luminosos de unidad para ponerlos
en práctica y valorarlos.
Muchas veces, al visitar las parroquias, tengo la impresión de que
el estribillo «debemos estar unidos» es un mero moralismo.
Un ejemplo positivo, que nos ayuda a comprender nuestro es-
fuerzo, nos lo ofrece e movimiento ecuménico: quizá no se den
grandes pasos en el diálogo teológico, pero se cultivan la amistad y
los intercambios entre las Iglesias. Estos son pequeños signos de
unidad que estimulan a avanzar.
Si en las comunidades cristianas que nos están confiadas desta-
camos en primer lugar y sólo las diferencias, no avanzaremos en el
camino ecuménico.
El señor nos conceda entender que el Espíritu Santo trabaja por
la unidad en las comunidades religiosas, en las parroquias, en las

124
Iglesias locales, en la Iglesia entera. Con tal certeza podemos vivir
nuestro ministerio, nuestro servicio en el deseo de hacer crecer a la
gente en la comunión y en la experiencia de la alegría propia de la
unidad que es fruto del sacramento de la Eucaristía.

125
XIII

LA DESOLACIÓN ESPIRITUAL

Oh Dios, Padre nuestro, en este día del Señor, en el que celebramos la


resurrección de tu Hijo, danos la gracia de penetrar más profundamente
en el misterio de su agonía y de su pasión para poder participar en la
alegría de su resurrección. Te lo pedimos, Padre santo, por Cristo Jesús,
nuestro Señor que vive y reina contigo y con el Espíritu por los siglos de
los siglos. Amén.
Hoy nos proponemos meditar acerca de Jesús en el huerto de
Getsemaní, al grado de unirnos a sus sentimientos según las suge-
rencias de Ignacio: «considerar lo que Christo nuestro Señor pa-
desce en la humanidad o quiere padescer, según el paso que se
contempla; considerar cómo la Divinidad se esconde es a saber,
cómo podría destruir a sus enemigos, y no lo hace; considerar cómo
todo esto padesce por mis peccados, etcétera, y qué debo yo hacer
y padescer por él» (Ejercicios espirituales, nn. 195-197).
Reflexionaremos sobre la agonía de Jesús guiados también por
los sufrimientos vividos por Pablo y expresados en su epistolario,
siguiendo los pasos de la lectio y de la meditatio. Leeré, pues, la na-
rración evangélica fijándome en la estructura, las palabras, el con-
tenido narrativo y teológico; en la meditatio trataremos de compren-
der qué cosa nos enseña el texto acerca de nuestras desolaciones
interiores.

1. Lectio de Mc 14, 32-42


32 Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípu-
los: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración.» 33 Toma consigo a Pedro,
Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. 34 Y les dice: «Mi
alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.» 35 Y ade-
lantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de
él aquella hora. 36 Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta
de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.»
37 Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «Simón,

¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? 38 Velad y orad, para que no
caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.»
39 Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras. 40 Volvió otra

vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados; ellos no
sabían qué contestarle. 41 Viene por tercera vez y les dice: «Ahora ya
126
podéis dormir y descansar. Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 42 ¡Levantaos!
¡vámonos! Mirad, el que me va a entregar está cerca.»
Cada vez que leemos este pasaje tenemos la impresión de estar
frente a una narración solemne, parsimoniosa, que avanza lenta-
mente, una narración sobria y muy bien compuesta. Encierra una
riqueza que debemos descubrir poco a poco.

1.1 Análisis estructural


La narración se divide claramente en siete fases, en siete mo-
mentos.
- Jesús y los apóstoles en Getsemaní (v. 32);
- Jesús y los tres -Pedro, Santiago y Juan- a los que manifiesta su
tristeza, la angustia de su alma (vv. 33-34);
- Jesús que se adelanta un poco, se postra en tierra y ora al Pa-
dre (vv. 35-36); punto central del episodio.
- Jesús que vuelve a donde están los tres y reprende a Pedro
(vv. 37-38);
- Jesús que, por segunda vez, se aleja y ora de nuevo (v. 39);
- La segunda vez que Jesús retorna donde los tres, que están
dormidos (v. 40), y luego va de nuevo a orar;
- El tercer retorno de Jesús donde los tres y las palabras conclu-
sivas de Jesús (vv. 41-42).
Siete fases bien distintas, de las cuales la tercera es la fundamen-
tal. Tres tiempos de oración de Jesús, tres vueltas a donde están
los apóstoles y la oración al Padre que se articula también en tres
momentos: a) «todo es posible para ti»; b) «aparta de mí esta co-
pa»; c) «no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú».
Es una narración con andar litúrgico, que transcurre paso a paso
revelando algo del misterio de Jesús y de Dios; una narración de
revelación, como veremos.

1.2 Las palabras clave


1. Desde el punto de vista del análisis filológico, podemos obser-
var una abundancia de vocablos que delinean estados de ánimo de
aflicción y dolor. No volverán a aparecer más en los sucesivos capí-
tulos donde la Pasión será descrita sin externar emociones, con una
frialdad típica de una crónica, de una relación de hechos.
Me limito a citar tres palabras.
127
● Jesús comenzó a sentir «pavor». El griego evkqambei/sqai (ect-
hambeisthai) significa algo más que un simple pavor, expresa una
gran emoción, una sorpresa, como si Jesús estuviera estupefacto
de su propia debilidad. Es, pues, una suerte de pavor imprevisto,
inesperado, que hace exclamar: ¿qué me está sucediendo?
El mismo verbo lo encontramos, por ejemplo, en Mc 9, 15 para
indicar la emoción y la sorpresa de la multitud: «Toda la gente, al
verle, quedó sorprendida [evxeqambh,qhsan] y corrieron a saludarle». Y
en Hch 3, 11, luego que Pedro curó a un hombre tullido de naci-
miento: «todo el pueblo, presa de estupor [e;kqamboi], corrió hacia
ellos…».
● El segundo término es «angustia». El griego avdhmonei/n [ademo-
nein] sería mejor traducido así: ser tomado por la depresión, caer en
la postración.
● En fin, Jesús confía en los tres apóstoles que su alma está «
triste hasta el punto de morir». La expresión es muy fuerte peri,lupo,j
e[wj qana,tou [perilupos eos thanatou], es decir: deprimido al punto de
morir, lleno de dolores como quien lleva sobre la espalda un peso
enorme.
2. En la segunda carta a los Corintios hemos encontrado con fre-
cuencia palabras similares para describir el sufrimiento de Pablo:
tribulaciones, aflicciones, tribulaciones hasta el grado de dudar de
seguir viviendo, pruebas, tristezas, corazón angustiado, lágrimas,
angustias (cf. 1, 4-9; 2, 1-7); turbaciones, persecuciones, llevando
en el cuerpo la muerte de Jesús (cf. 4, 8-10).
Es fácil notar una cierta correspondencia entre los sentimientos
interiores de Jesús, que se nos revelan en el texto de Marcos, y los
de Pablo. Y es bello recordar la insistencia de Pablo sobre el hecho
de que el participa en los sufrimientos de su Señor: «así como
abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo…» (2 Co 1, 5); a los
colosenses dirá: «Ahora me alegro por los padecimientos que so-
porto por vosotros, y completo lo que falta a las tribulaciones de
Cristo en mi carne» (Col 1, 24).
Otra semejanza podemos verla en 2 Co 12, 8 a propósito de la
espina en la carne: «Por este motivo tres veces rogué al Señor que
se alejase de mí».
También Jesús ora tres veces en el huerto de Getsemaní para
ser liberado de «este cáliz». Ambos fueron escuchados por Dios,
pero no según lo que piden, sino según la voluntad de Dios.

128
3. Señalo también una palabra clave en la narración de Marcos y
en la carta de Pablo: debilidad, avsqe,neia [astheneia].
Jesús dice: «Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que
el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mc 14, 38).
Hemos considerado ampliamente la debilidad en el ministerio de
Pablo y aquí cito en particular 2 Co 12, 9: «Mi gracia te basta, que
mi fuerza se realiza en la flaqueza».
También la gloria de Jesús, también su inmenso amor por noso-
tros se ha revelado en esa agonía que para nosotros aparece como
una expresión de debilidad.

1.3 Contenido de la narración


Analizando el texto de Marcos para comprender el contenido, la
dinámica de los eventos, descubrimos ante todo que ningún otro
texto evangélico da tanta importancia a lo que Jesús vive interior-
mente, ningún otro texto lo describe tan débil. Suele presentársenos
fuerte y seguro; sólo en Getsemaní su seguridad se manifiesta en
una gran tristeza, en una tristeza hasta la muerte. Es, pues, la única
página de los Sinópticos que nos permite intuir los sentimientos de
Jesús, conocer a profundidad el sufrimiento de su corazón.
Hay algo más. Otros pasajes de los evangelios anotan que Jesús
durante la noche se retiraba a orar. Aquí, por el contrario, se nos
revela el contenido de su oración, de su coloquio íntimo con el Pa-
dre y podemos escuchar las palabras que dirige a Dios repitiéndolas
tres veces.
Pero este episodio es de veras algo muy especial que nos ayuda
a comprender más profundamente el misterio de Jesús, de la Pala-
bra encarnada.

1.4 Aspectos teológicos


A nivel teológico el texto de Marcos saca a la luz cinco aspectos
importantes.
● Es el único pasaje del Evangelio en el que Jesús se dirige a
Dios llamándolo: «Abbá». Este apelativo familiar, particularmente
afectuoso, reaparece en el Nuevo Testamento: Rm 8, 15; Ga 4, 6.
● Es notable también la referencia a dos invocaciones del Padre-
nuestro: «hágase tu voluntad» y «líbranos del mal». Dos invocacio-
nes que repetimos espontáneamente cuando estamos angustiados,
temerosos.

129
La revelación de Cristo lleno de sufrimiento es un poco nueva pa-
ra nuestra cristología, aunque sobre él se han fundado los comien-
zos de la Iglesia.
La carta a los Hebreos, por ejemplo, refleja muy bien la conscien-
cia que la Iglesia tenía de la debilidad de Cristo, de sus dolores.
Hb 2, 14-18:
14 Por tanto, como los hijos comparten la sangre y la carne, así también
compartió él las mismas, para reducir a la impotencia mediante su muerte
al que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, 15 y liberar a los
que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud.
16 Porque, ciertamente, no es a los ángeles a quienes tiende una mano,

sino a la descendencia de Abrahán. 17 Por eso tuvo que asemejarse en


todo a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en
lo que toca a Dios, y expiar los pecados del pueblo. 18 Pues, habiendo pa-
sado él la prueba del sufrimiento, puede ayudar a los que la están pasan-
do.
Jesús, en Getsemaní, está delante del temor a la muerte, para li-
berarnos de nuestros temores, y la afronta al grado de obtenernos
salvación.
Hb 4, 15: «Pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en
todo como nosotros, excepto en el pecado».
Ésta es ciertamente la gran tentación, la gran prueba de Jesús en
agonía en el huerto.
Hb 5, 7-9:
7 El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súpli-
cas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte,
fue escuchado por su actitud reverente, 8 y aun siendo Hijo, por los pade-
cimientos aprendió la obediencia; 9 y llegado a la perfección, se convirtió
en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, 10 procla-
mado por Dios sumo sacerdote a la manera de Melquisedec.
Aquí el autor de la carta a los Hebreos tiene en mente precisa-
mente el pasaje de Getsemaní y lo medita tratando de entrar en el
sufrimiento de Jesús, de entender qué ha hecho Jesús por noso-
tros.
● Interesante y útil desde el punto de vista teológico es la con-
frontación entre el episodio de Getsemaní y el de la Transfiguración:
los mismos tres apóstoles; la oración en el monte; el sueño de los
tres; la visión. En la Transfiguración contemplan la gloria de Cristo,
en Getsemaní ven su debilidad.

130
● En fin, el gran cuestionamiento: ¿por qué sufre Jesús? Ignacio
de Loyola propone personaliza esta pregunta: ¿por qué sufre tanto
por mí mi Señor Jesús?
Naturalmente conocemos las respuestas posibles: Jesús sufre no
sólo a causa de su humanísimo pavor ante la muerte, sino por el
peso de los pecados del mundo. Él los toma sobre sí, u enseña a
sus discípulos a aceptar la propia parte del peso de los pecados.
Pero, ¿por qué se manifiesta pobre y débil? Habría podido, de
hecho, sufrir a escondidas, sin dejar que lo vieran.
El texto de Marcos nos permite descubrir -lo he acentuado desde
el principio- una revelación cristológica: Jesús quiere mostrar su
participación en nuestros dolores, en nuestras debilidades; quiere
revelarnos que Dios está con nosotros en nuestros sufrimientos.
Algunos teólogos proponen aquí un cuestionamiento similar al
que hemos visto a propósito de la meditación de Jesús «siervo»
(¿la definición de siervo tiene la intención de indicar algo de la natu-
raleza de Dios?): ¿la debilidad de Cristo revela a un Dios capaz de
entender en sufrimiento? Más aún, como han hablado pensadores y
místicos como Jacques Maritain, Marthe Robin y otros, ¿revela algo
que en Dios corresponde a lo que en nosotros es sufrimiento?
Es difícil manifestarse al respecto. En todo caso nos vemos indu-
cidos a descubrir la apasionada cercanía de Dios a nuestra fragili-
dad humana y al mismo tiempo ayudados a responder a una pre-
gunta que ha recorrido todos los siglos de la historia y que sigue
siendo actual: ¿por qué permite Dios el dolor, el sufrimiento, el mal?
Porque quiere estar con nosotros, acogernos en su amor y
hacernos partícipes de su auto-donación, de su modo de sacar el
bien del mal y la vida de la muerte.
Pero es la oración silenciosa, la adoración prolongada la que nos
lleva a tocar la profundidad del amor de dios en Cristo, a entrar en
el corazón de Jesús, a experimentar ese conocimiento de dios que
se verifica -como veremos- en el tercer grado de humildad.
Quizá nos hemos remontado muy lejos. De cualquier manera
Dios se nos revela y nosotros aceptamos esta revelación sin com-
prenderla plenamente; pero la meditación atenta, afectiva del texto
de Marcos nos abrirá los ojos ante el sufrimiento del mundo para
hacernos contemplar el sufrimiento de Jesús.

131
2. Meditatio sobre la desolación

En Getsemaní Jesús vive una muy grande desolación, como la


llamaría san Ignacio.
Y nosotros queremos reflejar en esta prueba espiritual que es uno
de los modos con que tomamos parte en el sufrimiento de Cristo a
nivel de experiencia personal o a nivel de ejercicio del ministerio. La
segunda carta a los Corintios ha evidenciado que nuestro ministerio
es glorioso y al mismo tiempo está sujeto a la tentación.
1. En los Ejercicios espirituales la desolación, la tentación es, co-
mo la consolación, un momento importante para quien está hacien-
do el retiro. Vienen a la mente tres anotaciones, y la primera de es-
tas ya la hemos recordado: «el que da los exercicios, quando siente
que al que se exercita no le vienen algunas mociones spirituales en
su ánima, assí como consolaciones o dessolaciones, ni es agitado
de varios spíritus; mucho le debe interrogar cerca los exercicios»
(Anotación sexta). Ignacio supone, pues, que se entra en un tiempo
de desolación y tentación y que éste es un tiempo precioso. «el que
da los exercicios, si vee al que los rescibe, que está desolado y ten-
tado, no se haya con él duro ni desabrido, mas blando y suave,
dándole ánimo y fuerzas para adelante, y descubriéndole las astu-
cias del enemigo de natura humana, y haciéndole preparar y dispo-
ner para la consolación ventura» (Anotación séptima). «el que da
los exercicios, según la necesidad que sintiere en el que los rescibe,
cerca de las dessolaciones y astucias del enemigo, y así de las
consolaciones; podrá platicarle las reglas que son para conoscer
varios spíritus» (Anotación octava).
Ignacio vuelve a este punto en las «reglas para hacer una buena
elección»: «El segundo: quando se toma asaz claridad y cognosci-
miento, por experiencia de consolationes y dessolaciones, y por ex-
periencia de discreción de varios espíritus» (n. 176).
2. En el camino de la vida, cada uno de nosotros pasa a través de
estados de oscuridad, de aridez, de pesantez extrema, casi de
agonía. Estados conocidos sobre todo por personas que se dedican
a grandes ideales, a grandes valores religiosos y también civiles:
monjes, monjas, presbíteros; también los políticos que tienen ver-
daderamente en el corazón el bien de la gente, la honestidad, la
trasparencia, la justicia.
Como sacerdotes que ejercen el ministerio advertimos por ejem-
plo, un sentido de frustración porque no logramos nunca realizar de
manera perfecta nuestros encargos, medir la eficacia de nuestra

132
predicación, a diferencia de un obrero que puede siempre perfec-
cionar el producto del trabajo de sus manos. De la frustración nace
fácilmente la desolación.
Debemos, pues, saber que la tristeza, la tentación de dejar todo,
la desolación, son pruebas inevitables del ministerio y, más en ge-
neral, de la vida en esta tierra.
3. Por otro lado, debemos saber que estas pruebas, estos mo-
mentos de aridez, se dan en vista de nuestra felicidad y la de los
otros. La desolación no puede nunca ser separada de la consola-
ción. La consolación es el punto principal, la experiencia que es ca-
paz de transformar la situación más oscura, de vencer cualquier pe-
cado. Por ello, una condición de desolación personal y comunitaria,
no puede convertirse en la ocasión de permitir que la actitud normal
sea el de la tristeza, del luto, de la lamentación…
La desolación no se prolongará nunca por mucho tiempo, es la
vida que tiende a la consolación y la alegría. Si permanecen, pues,
los sentimientos pesimistas, en nosotros y en la comunidad, impi-
diéndonos ver la gloria del ministerio, quiere decir que algo no fun-
ciona bien.
Por tanto, os invito a ser pacientes y a luchar por la superación de
la desolación y la frustración.
4. En todo caso, especialmente en la vida pastoral, la verdadera
causa de la desolación es el poco amor a la gente. Nuestro amor es
débil, insuficiente, frágil, no cultivado.
Recuerdo que en una ocasión vino a buscarme un párroco y co-
menzó una letanía de lamentaciones. Se lamentaba de la parroquia,
de los feligreses, de la poca respuesta a sus propuestas y, además,
me dio ejemplos de maldad, conocida por él, en uno que otro fiel. Al
final le pregunté: «Pero, ¿amas a tu gente? Si la amases de verdad,
¿serías capaz de hablar como has hablado?». Un ejemplo estupen-
do de amor a la gente nos lo ofrece Pablo.
2 Co 2, 4:
Efectivamente, os escribí en una gran aflicción y angustia de corazón, con
muchas lágrimas, no para entristeceros, sino para que conocierais el
amor desbordante que a vosotros os tengo.
¡Un afecto inmenso!
El amor a la gente es ciertamente una clave para vivir serena-
mente el ministerio pastoral. Si, por el contrario, nos mueve única-
mente el «deber», tarde o temprano caeremos en la frustración.

133
5. Una reflexión más. La alegría es una meta a alcanzar por quien
es llamado al ministerio de la evangelización, de la buena noticia. Y
esta alegría, esta consolación, es absolutamente necesaria para el
momento actual que vive la Iglesia.
6. ¿Cómo podemos combatir la desolación?
Nos lo enseñan Pablo e Ignacio.
● Escribe san Ignacio: « el que está en desolación, considere
cómo el Señor le ha dexado en prueba en sus potencias naturales,
para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo;
pues puede con el auxilio divino, el qual siempre le queda, aunque
claramente no lo sienta; porque el Señor le ha abstraído su mucho
hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole tamen gracia suf-
ficiente para la salud eterna» (Ejercicios espirituales, n. 320). Y en
el n.321 añade: «el que está en desolación, trabaxe de estar en pa-
ciencia, que es contraria a las vexaciones que le vienen, y piense
que será presto consolado, poniendo las diligencias contra la tal de-
solación», es decir, se insiste sobre todo en la oración y en la medi-
tación (cf. n. 319).
● En la segunda carta a los Corintios, Pablo nos enseña a inter-
pretar la desolación y el sufrimiento a la luz de Cristo y de la Iglesia:
de hecho, participamos en el sufrimiento de Jesús por su Iglesia y
por su gente que es nuestra gente (cf. 1, 5; 4, 10).
Es la misma enseñanza que hemos leído en Col 1, 24: «me ale-
gro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo lo
que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su
cuerpo, que es la Iglesia». Lo reencontramos en Ga 4, 19: « ¡Hijitos
míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a
Cristo formado en vosotros». Es el celo maravilloso de Pablo todo
orientado a anunciar a Jesús, a engendrar de nuevo los Gálatas en
la fe, en el misterio del Crucificado Resucitado.
Con la ayuda de estas páginas podemos orar para que el Señor
nos haga entrar en el misterio de la agonía de Jesús.

134
LA PRIMERA HERIDA EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
(Homilía en el Domingo XIX del tiempo ordinario 08.08.1999)

Las tres lecturas de la Misa de este domingo nos presentan tres


temas importantes: la revelación de Dios en el silencio; la relación
entre los judíos y los cristianos; el testimonio de Pedro. Sugiero una
reflexión sobre cada una.

1. El susurro de una brisa suave


9 En aquel tiempo se introdujo en la cueva, y pasó en ella la noche. Le
llegó la palabra de Yahvé, diciendo: «¿Qué haces aquí, Elías?» 11 Le dijo:
«Sal y permanece de pie en el monte ante Yahvé.» Entonces Yahvé pasó
y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las
rocas ante Yahvé; pero en el huracán no estaba Yahvé. Después del
huracán, un terremoto; pero en el terremoto no estaba Yahvé. 12 Después
del terremoto, fuego, pero en el fuego no estaba Yahvé. Después del fue-
go, el susurro de una brisa suave. 13 Al oírlo Elías, enfundó su rostro con
el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva.
Es muy bella la narración de Elías que en el monte Horeb, mien-
tras se encuentra en una cueva, de noche, es llamado a salir y a
permanecer de pié en la presencia del Señor.
Y Dios no se revela en el viento impetuoso, ni en el terremoto, ni
en el fuego, sino en el susurro de una brisa suave.
Hay cierta dificultad en la traducción del testo hebreo algunos le-
en: «una sutil voz de silencio» en vez de «susurro de una brisa sua-
ve».
¿Qué significa esta revelación de Dios?
Sabemos que Dios se puede manifestar en la tempestad, en el te-
rremoto, en el fuego, como testifican otras páginas de la Biblia; pen-
semos en Moisés en el monte Sinaí -que la tradición identifica con
el Horeb-, pensemos en la columna de fuego que guiaba al pueblo
por el desierto o también en el día de Pentecostés. Fuego, tempes-
tad, terremoto son elementos ordinarios de la teofanía. Recita el
salmista: «viene nuestro Dios y no callará. / Lo precede un fuego
voraz, / lo rodea violenta tempestad» (Sal 50, 3); «3 Delante de él
avanza fuego, / que abrasa en torno a sus adversarios; / 4 iluminan

135
el orbe sus relámpagos, / lo ve la tierra y se estremece» (Sal 97, 3-
4).
Sin embargo, el Señor puede revelarse también de modo discre-
to, en un viento ligero y en el silencio. No hay por qué sorprenderse
si hay manifestaciones de potencia y otras de humildad, de modes-
tia.
El episodio de Elías es muy importante porque este tipo de reve-
lación pertenece a la plenitud de los tiempos, en el Nuevo Testa-
mento. Es en éste donde Dios se manifiesta, en Jesús, en la debili-
dad e indefenso.
También la historia de la Iglesia conoce tiempos y momentos dife-
rentes para hablar de Dios: en algunos siglos el misterio de Dios es
mejor comprendido como misterio de potencia, de fuego, de terre-
moto: en otros siglos se entiende mejor en la revelación de un susu-
rro de brisa suave. En el contexto Europeo este es el modo más ap-
to para hablar de Dios en la actualidad. De hecho, el rechazo de la
fe -que comenzó en el siglo XVII sobre todo por parte de por parte
de filósofos y científicos- se ha difundido, con el correr del tiempo,
entre las masas, especialmente por la ideología del comunismo. Pe-
ro uno de los motivos de tal rechazo es probablemente no aceptar
la idea de un Dios fuerte, potente, dominante, que dicta leyes y cas-
tiga, que coge a los hombres como un terremoto, que los golpea
como fuego y tempestad, negándoles la libertad.
A finales del siglo pasado, místicos y teólogos han, por así decir-
lo, recuperado el rostro de un Dios compasivo, de un Dios que bus-
ca nuestro gozo, que se pone a nuestro servicio hasta entregarnos
a su propio Hijo. Pensemos, a propósito de esto, en la Autobiografía
de Santa Teresa del Niño Jesús, por mencionar una figura de santa
amada en todo el mundo.
Al final de este milenio, su queremos hablar del misterio de Cristo
a la humanidad de hoy, es necesario retornar a la revelación del
Dios de Elías, del Padre de Jesús en el Nuevo Testamento.
Cuando en Milán, en 1992, prometí realizar encuentros con el te-
ma del silencio de dios, particularmente refiriéndome a la tragedia
del pueblo judío durante el nazismo, miles de personas no creyen-
tes me escribieron comunicándome que en las relaciones tenidas
también con hebreos manifestaban la reconciliación con la idea de
un Dios amigo del hombre, que sufre por el hombre y se dona a
ellos.

136
Quisiera que profundizásemos este tema en la reflexión de la se-
gunda carta de Pablo a los Corintios, y en el Evangelio, con la gra-
cia del Espíritu Santo.

2. La primera herida

Rm 9, 1-3:
1 Digo la verdad en Cristo, no miento, —mi conciencia me lo atestigua en
el Espíritu Santo—, 2 siento una gran tristeza y un dolor incesante en el
corazón.3 Pues desearía ser yo mismo maldito, separado de Cristo, por
mis hermanos, los de mi raza según la carne. 4 Son israelitas; de ellos es
la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las prome-
sas, 5 y los patriarcas; de ellos también procede Cristo según la carne, el
cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos.
Amén.
Escribiendo la comunidad de Roma, Pablo confiesa el gran dolor,
la angustia, el sufrimiento que vive por sus hermanos judíos.
La división entre judíos y cristianos es indudablemente la primera
herida en la historia de la Iglesia.
Es verdad que con el Concilio Vaticano II se ha iniciado una nue-
va era: hemos probado el entendernos los unos a los otros, hemos
experimentado algunas formas de reconciliación, pero no es sufi-
ciente.
A mi juicio debemos darnos cuenta de que un verdadero diálogo
con los judíos es una condición preliminar para cualquier otro diálo-
go interreligioso, a la vez que debe ir a la par con el diálogo ecumé-
nico. De este modo, la herida va sanando, se va curando.
Y queremos orar, también en estos días de Ejercicios, para qué el
Señor apresure la llegada del tiempo de una plena reconciliación.

3. El testimonio de Pedro

Una pequeña sugerencia sobre el texto evangélico.


Mt 14, 22-33:
22 Inmediatamente [después de haber saciado a la multitud] obligó a los
discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mien-
tras él despedía a la gente. 23 Después de despedir a la gente, subió al
monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. 24 La barca se halla-
ba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues
el viento era contrario. 25 Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia
137
ellos, caminando sobre el mar. 26 Los discípulos, viéndole caminar sobre
el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a
gritar. 27 Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, soy yo; no
temáis.» 28 Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti so-
bre las aguas.» 29 «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a ca-
minar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. 30 Pero, viendo la violencia del
viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor,
sálvame!» 31 Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice:
«Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» 32 Subieron a la barca y amainó
el viento.33 Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo:
«Verdaderamente eres Hijo de Dios».
Probemos a preguntarnos cómo es posible que Jesús haya con-
sentido que Pedro se mostrase tan débil, tan temeroso.
La respuesta se nos ofrece en las Reglas para el discernimiento
de los espíritus:
«… tres causas principales son porque nos hallamos desolados: la prime-
ra es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros exercicios spiri-
tuales, y así por nuestras faltas se alexa la consolación spiritual de noso-
tros; la segunda, por probarnos para quánto somos, y en quánto nos alar-
gamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y
crescidas gracias; la tercera, por darnos vera noticia y cognoscimiento pa-
ra que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devo-
ción crescida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación spiritual,
mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor, y porque en cosa
ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna so-
berbia o gloria vana, attribuyendo a nosotros la devoción o las otras par-
tes de la spiritual consolación».
El Señor, pues, quiere que tomemos consciencia de nuestra fragi-
lidad, de nuestra poquedad, de nuestra debilidad especialmente en
el momento de la desolación.
Pedro, después de haber gritado al fantasma, toma el comporta-
miento de un hombre fuerte, quiere hacer ver a sus amigos que no
tiene miedo. Tenía necesidad de experimentar su debilidad y de es-
cuchar que Jesús le dijese delante de todos sus compañeros:
«Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Comprenderá mejor la
pobreza de su ve durante la Pasión de Jesús y el Resucitado le de-
volverá la confianza en el encuentro que tendrán en el lago de Ti-
beríades (cf. Jn 21, 4-19).
En este sentido Pedro puede repetir con Pablo: «mi debilidad es
mi fuerza».
El Señor nos ayude a acoger y a poner en práctica la lección que
nos da por medio del episodio de Pedro.

138
XIV

LA PASIÓN Y EL TERCER GRADO DE HUMILDAD

¡Pasión de Cristo, confórtame!


Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme

Oh Dios Padre nuestro, te rogamos nos ayudes en la meditación del Mis-


terio pascual, de modo que podamos comprender las llagas y la Pasión
de Jesús para alcanzar con él la alegría y la gloria de la Resurrección.
Concédenos experimentar cómo el espíritu santo, el Espíritu del Resuci-
tado vive en nosotros y nos conduce haceia la plenitud de la consolación
y de la paz. Amén.
Es oportuno que hoy os dediquéis a la contemplación de la Pa-
sión, recomendada por san Ignacio al final de la tercera semana:
«… después de acabada la passión, tome un día entero la mitad de
toda la passión, y el 2º día la otra mitad, y el 3r día toda la pasión»
(Ejercicios espirituales, n. 209).
En la liturgia, tanto la romana como la ambrosiana, rara vez lee-
mos —prácticamente sólo en la Semana Santa—, las páginas de la
Pasión de Jesús, que de hecho son las más bellas de todo el Evan-
gelio. Es, pues, muy útil retomarlas en el curso del año y en el tiem-
po de los Ejercicios constituye una ocasión para redescubrirlas a
través de las repeticiones sugeridas por Ignacio.
Las consideraremos en su conjunto, pero antes quisiera detener-
me en los «tres grados de humildad».

1. Los tres grados de humildad

1. El texto ignaciano sobre los tres grados, o modos, de humildad


es muy importante pera todo cristiano, no simplemente para un pe-
queño grupo de personas fuertemente empeñadas en el camino es-
piritual; es como una puerta abierta hacia el misterio de Dios.
La primera manera de humildad es necessaria para la salud eterna, es a
saber, que así me baxe y así me humille quanto en mí sea possible, para
que en todo obedesca a la ley de Dios nuestro Señor, de tal suerte que
aunque me hiciesen Señor de todas las cosas criadas en este mundo, ni
por la propia vida temporal, no sea en deliberar de quebrantar un manda-

139
miento, quier divino, quier humano, que me obligue a peccado mortal
(Ejercicios espirituales, n. 165).

La 2ª es más perfecta humildad que la primera, es a saber, si yo me hallo


en tal puncto que no quiero ni me afecto más a tener riqueza que pobre-
za, a querer honor que deshonor, a desear vida larga que corta, siendo
igual servicio de Dios nuestro Señor y salud de mi ánima; y, con esto, que
por todo lo criado ni porque la vida me quitasen, no sea en deliberar de
hacer un peccado venial (n. 166).

La 3ª es humildad perfectíssima, es a saber, quando incluyendo la prime-


ra y segunda, siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad, por
imitar y parescer más actualmente a Christo nuestro Señor, quiero y elijo
más pobreza con Christo pobre que riqueza, oprobrios con Christo lleno
dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por
Christo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este
mundo (n. 167).
Sigue, en el n. 168 una nota: «Assí para quien desea alcanzar es-
ta tercera humildad, mucho aprovecha hacer los tres coloquios de
los binarios ya dichos, pidiendo que el Señor nuestro le quiera elegir
en esta tercera mayor y mejor humildad, para más le imitar y servir,
si igual o mayor servicio y alabanza fuere a la su divina majestad».
Hace más o menos un año, con ocasión de la promulgación del
Sínodo de la diócesis de Milán, escribí una carta proponiendo a to-
dos los fieles estos tres modos para observar la ley de Dios, aceptar
las disposiciones de la Iglesia, seguir a Jesús y estar con Él. Los he
presentado como actitudes en las que cada cristiano debe reflejar-
se, en la convicción de que describen de veras la enseñanza del
Evangelio, el seguimiento de Jesús.
El mismo Ignacio en el n. 164 dice:
Antes de entrar en las elecciones, para hombre affectarse a la vera doc-
trina de Christo nuestro Señor, aprovecha mucho considerar y advertir en
las siguientes tres maneras de humildad, y en ellas considerando a ratos
por todo el día.
Él subraya que se trata de la «verdadera doctrina» de Jesús, de
la que había hablado en el n. 145: «considerar cómo el Señor de
todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y
los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por
todos estados y condiciones de personas». Las tres formas de
humildad son la puesta en práctica del Discurso de la montaña, de
las bienaventuranzas evangélicas, del modo de vivir de Jesús.
Con el término «doctrina», en la actualidad, nos referimos a la or-
todoxia de la fe, a las leyes morales, al catecismo universal; Ignacio,

140
por el contrario, habla de doctrina o de enseñanza según el vocabu-
lario del Nuevo Testamento, como camino para seguir al Señor.
Jesús, dice en Mt 28, 19-20, cuando resucitado se aparece a sus
discípulos en Galilea, les dice: «Id, pues, y haced discípulos a todas
las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he
mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo».
Se trata, pues, de una doctrina práctica, de la vida de imitación de
Jesús. Y éste es precisamente el camino propuesto en la medita-
ción de las «dos banderas» y en la otra de «los tres grados de
humildad».
2. Teniendo presentes los nn. 165 -167 que he citado de los Ejer-
cicios espirituales, trato de resumirlos en tres maneras de vivir
nuestra relación con Jesús.
● La primera es propia del siervo diligente que observa la ley de
Dios, cumple bien todo su deber; aunque la relación con Jesús es
casi impersonal, es sin embargo una actitud suficiente para conse-
guir el martirio en circunstancias difíciles de persecución.
● la segunda manera es la del amigo fiel que, además de obser-
var la ley, quiere entender las intenciones de Jesús, adelantarse a
sus deseos.
● La tercera es la del amante estático, de quien arde de amor y
busca identificarse con Jesús, de ser una sola cosa con Él, de con-
formarse con su corazón.
San Ignacio subraya que para hacer una buena elección puede
bastar la segunda actitud.
Sin embargo sabemos que sólo la locura de un amor extático —
—que corresponde al tercer grado de humildad— abre el camino
hacia un más profundo conocimiento de Cristo, del Nuevo Testa-
mento, de la teología cristiana y del misterio de Dios.
Resulta obvio que dicho amor extático es un don del Espíritu,
pues está más allá de todo cálculo humano, es un salir de uno mis-
mo, cosa de la que nos somos capaces con nuestras propias fuer-
zas; pero es el único modo para entrar en la oración de Cristo y en
la experiencia de la Trinidad.
Es, pues, una gracia estupenda que deseamos mucho tener; pe-
ro, si hacemos memoria, nos damos cuenta de que las mejores
elecciones de la vida las hemos realizado porque en esos precisos
momentos, gozábamos de ese gran don.

141
3. San Pablo ha entrado plenamente en el profundo conocimien-
to de Jesús: «juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del co-
nocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Flp 3, 8).
En la segunda carta a los Corintios descubrimos un aspecto parti-
cular de esta experiencia interior de Pablo, y que se resume así: mi
debilidad es mi fuerza. Es un pensamiento que repite varias veces
expresando, con palabras diversas, el tercer grado de humildad: Pa-
ra Pablo, la debilidad no es vivida simplemente con paciencia ofre-
ciéndola a Dios con la certeza de que le servirá para alcanzar un
bien mejor; es la condición que le permite ir más allá de todo cálcu-
lo, de confirmarse en el amor de Jesús humilde y pobre. Por nuestra
parte, siempre que leemos 2 Co 12, 9b-10, quedamos estupefactos:
9bcon sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para
que habite en mí la fuerza de Cristo. 10 Por eso me complazco en mis fla-
quezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las
angustias sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es cuando
soy fuerte.
Es la locura del amor extático la que lo hace hablar de este modo.

2. La pasión

1. Ahora queremos considerar el misterio de la Pasión como una


vía hacia la cruz a través de varias estaciones, según el consejo de
Ignacio: del huerto de Getsemaní, donde Jesús se deja besar por
Judas y arrestar, hasta la casa de Anás; de la casa de Anás a la ca-
sa de Caifás, donde Pedro lo niega dos veces; de la casa de Caifás
a la casa de Pilato, donde es acusado e insultado: de la casa de Pi-
lato a la casa de Herodes, quien interroga largamente a Jesús sin
obtener respuesta; de la casa de Herodes de nuevo a la casa de
Pilato, donde es flagelado, vestido de púrpura y coronado de espi-
nas (cf. Ejercicios espirituales, nn 291-295).
Muchas veces he contemplado estos episodios que Ignacio cita
uno tras otro dando la impresión de que en cada uno sea posible
descubrir un aspecto del sufrimiento de Jesús:
— en Getsemaní sufre ante todo interiormente;
— en la casa de Anás por el abandono de los amigos, en particu-
lar de Pedro;
— en la casa de Caifás sufre por los insultos;
— delante de Herodes por la injusticia;

142
— y cuando es reenviado a donde Pilato comienza a sufrir física-
mente porque es flagelado.
El objetivo de Ignacio es ayudarnos a entender los aspectos del
sufrimiento que hemos vivido o, probablemente, estemos viviendo
en el ministerio.
Quizá sean sufrimientos físicos; quizá estadios de silencio, como
Jesús, frente a las acusaciones, porque un obispo, un sacerdote no
siempre pueden responder sin violar un secreteo que les ha sido
confiado; o tal vez hayamos sufrido porque hemos sido tratados con
injusticia o por causa de personas que creíamos amigos y nos han
traicionado públicamente o en privado.
En fin, son momentos de nuestra vida y en los que particimpamos
en la experiencia de Jesús.
Podemos repasar las estaciones de la Pasión para en ver que si-
tuaciones nos identificamos con Jesús. Recibiremos consolación y
fuerza para llevar nuestra cruz con serenidad y con paz en el co-
razón.
2. Sugiero también hacer memoria, durante la meditación perso-
nal, de la triple revelación que nos ha hecho Jesús. La Pasión nos
fevela:
— nuestra culpabilidad, nuestros pecados;
— el gran amor de Cristo por nosotros, y es la revelación más im-
portante;
— la auto-donación de Dios en la Trinidad.
El Espíritu santo nos guiará para penetrar mejor uno y otro aspec-
to de tal revelación, para experimentar uno u ogro momento de la
Pasión de Jesús.

3. La Pasión de Pablo

1. En muchos textos podemos leer la pasión de Pablo en relación


con la de Cristo. A propósito, son significativos los últimos capítulos
del libro de los Hechos: a partir del capítulo 20 —el conmovedor
discurso a los presbíteros de Éfeso, que reclama la despedida de
Moisés y del mismo Jesús— comienza la narración de su pasión
marcada por el sufrimiento, las tribulaciones, las acusaciones de
todo género, la cárcel.

143
En la segunda carta a los Corintios nos da una especie de resu-
men de su pasión hasta aquel momento:
23 ¿Ministros de Cristo? —¡Digo una locura!— ¡Yo más que ellos! Más en
trabajos; más en cárceles; muchísimo más en azotes; en peligros de
muerte, muchas veces.24 Cinco veces recibí de los judíos los cuarenta
azotes menos uno. 25 Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado;
tres veces naufragué; un día y una noche pasé en alta mar. 26 Viajes fre-
cuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi
raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado;
peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; 27 trabajos y fatigas; no-
ches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer;
frío y desnudez. 28 Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la
preocupación por todas las iglesias. 29 ¿Quién desfallece sin que desfa-
llezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?
Me parece interesante que ponga en el mismo nivel los sufrimien-
tos, las persecuciones y la preocupación por las Iglesias.
Es un hecho consolador: aún cuando no podamos igualar las mu-
chas y duras pruebas de Pablo, sabemos que en nuestro ministerio,
en la vida pastoral nos unimos en cierto modo a la pasión de Cristo.
2. Pero, ¿cómo vive Pablo las pruebas, los sufrimientos, la pa-
sión?
La clave para comprender esto la encontramos en el texto de
2 Co 12, 10, citado antes para expresar el tercer modo de humildad:
«Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las ne-
cesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cris-
to». Es, desde mi punto de vista, el centro de toda la carta: vive todo
evento, toda tribulación con el deseo ardiente de vivir en y con
Jesús, de ser como Jesús.
Para nosotros es ciertamente aduro complacernos en nuestras
debilidades, casi humanamente imposible.
Si queremos entender mejor las palabras de Pablo, es necesario
considerar la experiencia extraordinaria que se nos narra en 2 Co
12, 2-6:
Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años —si en el cuerpo o
fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe— fue arrebatado hasta el tercer
cielo. 3 Y sé que este hombre —en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé,
Dios lo sabe— 4 fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el
hombre no puede pronunciar. 5 De ese tal me gloriaré; pero en cuanto a
mí, sólo me gloriaré en mis flaquezas. 6 Si pretendiera gloriarme no haría
el fatuo, diría la verdad. Pero me abstengo de ello. No sea que alguien se
forme de mí una idea superior a lo que en mí ve u oye de mí.
El verdadero conocimiento del significado de la Pasión de Jesús,
de sus sufrimientos, del Misterio pascual, no lo alcanzamos con

144
nuestras fuerzas, con los estudios, sino que es puro don de Dios y
del Espíritu Santo.
A Pablo le ha sido dado por medio de algunas revelaciones; a no-
sotros se nos ha prometido en la medida de nuestra fidelidad, de la
oración continua, de la invocación del Espíritu Santo, de la adora-
ción; en la medida en que deseemos de veras vivir el tercer grado
de humildad.
Agradezcamos también al Padre que está en los cielos porque
nos quiere hijos suyos y en Jesús nos enseña a comportarnos como
hijos incluso en los momentos de prueba y de dificultad.

145
XIV

DE LA MUERTE A LA VIDA

Oh Dios Padre nuestro, en este último día de los Ejercicios espirituales,


queremos ofrecerte todo lo que hemos pensado, entendido, decidido, re-
cibido, las oraciones que hemos elevado para poder guardar en el co-
razón las palabras de tu Hijo. Y te decimos con san Ignacio:
Toma, Señor, y recibe toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad,
todo mi haber y poseer,
tu me lo diste, a ti, Señor lo torno,
dispón de ello conforme a tu voluntad.
Dame tu amor y gracia, que esto me basta.
Te lo pedimos, Padre, por medio de Jesucristo que contigo vive y reina en
la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén
Pablo, en su epistolario, retorna muchas veces al tema de la
muerte y la resurrección de Jesús, mientras no hace alusión a epi-
sodios de su vida pública. La razón es muy simple: había hablado
de ello en su predicación y no había motivo para repetirlo. Las car-
tas, de hecho, tienen el objetivo de aclarar algunos problemas con-
trovertidos; en todo caso ha sentido la necesidad de insistir en el
misterio de la muerte en la cruz y de la resurrección de Cristo.
He pensado inspirarme en un texto de la segunda carta a los Co-
rintios para meditar y contemplar a Jesús en su Pasión, de la con-
dena hasta la muerte en cruz.

1. «La muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida»

2 Co 4, 10-12:
10 Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de

Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro


cuerpo. 11 Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a
la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestra carne mortal. 12 De modo que la muerte actúa en
nosotros, mas en vosotros la vida.
El v. 12, el último, me estremece y me parece particularmente
iluminador. Pablo sostiene que su debilidad, sus sufrimientos son
vida y resurrección para la comunidad.

146
Es una expresión mucho más fuerte respecto a aquella análoga
de Ga 4, 19 que ya conocemos: «¡Hijitos míos!, por quienes sufro
de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros».
En este texto el sufrimiento del Apóstol está ligado a la vida de fe de
los Gálatas, pero en 2 Co 4, 12 emerge mayormente con palabras
más cargadas de significado, la oposición entre la muerte de Pablo
y la vida en la comunidad.
Creo que quiere aplicar a sí mismo cuanto ha intuido y contem-
plado en Jesús. Jesús nos consuela y nos conforta también en el
momento en que es condenado, rechazado, negado, traicionado,
crucificado, incluso cuando muere: en todo momento busca servir-
nos, ayudarnos, infundirnos esperanza.
En la meditación del mediodía consideramos el n. 224 de los
Ejercicios espirituales; que es precisamente la que corresponde a la
cuarta semana; quiero volver a citarlo porque dice: «mirar el officio
de consolar, que Christo nuestro Señor trae, y comparando cómo
unos amigos suelen consolar a otros».

2. Jesús consuela en su pasión y muerte

Inspirado, pues, en el texto de Pablo, sugiero brevemente ocho


cuadros o escenas de la pasión de Jesús.
1. En el primero cuadro contemplamos como Jesús consuela a
Pedro que lo ha negado por tres veces.
Lc 22, 54-62:
54Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del
Sumo Sacerdote; Pedro le iba siguiendo de lejos. 55 Habían encendido
una hoguera en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se
sentó entre ellos.56 Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le
quedó mirando y dijo: «Éste también estaba con él.» 57 Pero él lo negó:
«¡Mujer, no le conozco!» 58 Poco después le vio otro y dijo: «Tú también
eres uno de ellos.» Pedro dijo: «¡Hombre, no lo soy!» 59 Pasada como una
hora, otro aseguraba: «Cierto que éste también estaba con él, pues
además es galileo.» 60 Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y
en aquel mismo momento, cuando aún estaba hablando, cantó un gallo. 61
El Señor se volvió y miró a Pedro. Recordó Pedro las palabras que le hab-
ía dicho el Señor: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres
veces» 62 y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.
Podemos permanecer largamente imaginando la mirada del Se-
ñor que se vuelve para mirar a Pedro. Es una mirada como de
perdón, que quiere consolar haciendo que Pedro se haga conscien-

147
te de lo que ha hecho. En el mismo momento en que es negado,
realiza el servicio de la consolación.
2. Un segundo cuadro que me hace recordar es el tentativo de
Jesús de ayudar a Pilato.
Jn 18, 37-38:
Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?» Respondió Jesús:
«Sí, como dices, soy rey.
Yo para esto he nacido
y para esto he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»
Notemos que Pilato tiene el poder de condenarlo a muerte; cuan-
do estamos frente a alguien que tiene un poder sobre nosotros,
buscamos ante todo obtener su favor, ser gentiles. Jesús es cortés,
gentil, humilde, pero desea ayudar a Pilato y le habla de la verdad.
38Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?» Y, dicho esto, volvió a salir hacia
los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él.
Jesús quiso darle una respuesta que lo habría llevado a entender,
pero Pilato ha salido, no se ha enterado que Jesús quería ponerse
al servicio de su fe y de la verdad.
3. Es muy bella la escena en que Jesús, mientras camina hacia el
Calvario, encuentra a las mujeres y se dirige a ellas para ayudarlas.
Lc 23, 27-28:
27Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se
lamentaban por él.28 Jesús se volvió a ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén,
no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos.
Jesús se siente sostenido por su cercanía, por el afecto con que
comparten lo que él estaba viviendo, pero quiere hacer entender a
las mujeres la desventura que está por acontecer sobre la ciudad:
29Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entra-
ñas que no engendraron y los pechos que no criaron! 30 Entonces se
pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Se-
pultadnos! 31 Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se
hará?»
Incluso en el momento en que está por ser crucificado, Jesús nos
da un ejemplo heroico de su disposición a servir, a preocuparse por
los demás olvidándose de sí mismo.
4. La cuarta escena lo presenta en oración por quienes lo han
puesto en cruz.

148
33Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los mal-
hechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 34 Jesús decía: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Es el servicio de la oración; un servicio preciosísimo. Se nos invi-
ta a contemplar largamente esta imploración de perdón porque ex-
presa sintéticamente el Discurso de la montaña, el tercer grado de
humildad y nos revela el corazón de Jesús y el corazón del padre.
5. En el quinto cuadro Jesús consuela al que fue crucificado don
él asegurándole el paraíso.
Lc 23, 39-43:
39 Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo?
Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» 40 Pero el otro le increpó: «¿Es que no
temes a Dios, tú que sufres la misma condena? 41 Y nosotros con razón,
porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste na-
da malo ha hecho.» 42 Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas
con tu Reino». 43 Jesús le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en
el Paraíso».
Mientras está por morir, Jesús ofrece esperanza y vida. Por eso
Pablo puede afirmar: «La muerte actúa en nosotros, mas en voso-
tros la vida».
6. Es muy conmovedora la sexta escena, donde Jesús consuela a
María y a Juan.
Jn 19. 25-27:
25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre,
María, mujer de Clopás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre
y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tie-
nes a tu hijo». 27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde
aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Estas palabras valen para todos nosotros. Jesús consuela a to-
dos sus hermanos y hermanas con el don de María. Un don que
nos ha sido dado en el momento de aquella muerte que obra en no-
sotros la vida.
7. El séptimo cuadro nos ofrece con claridad inequívoca el signifi-
cado de la expresión de Pablo. La muerte de Jesús lleva al soldado,
que lo ha crucificado, hacia la fe.
Mc 15, 37-39:
37 Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.38 Y el velo del Santuario se rasgó
en dos, de arriba abajo. 39 Al ver el centurión, que estaba frente a él, que
había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era
hijo de Dios».
El soldado que proclama su fe porque ha visto la humildad y la
generosidad con que Jesús muere, representa a los primeros cris-
149
tianos y a la humanidad entera ante la cruz. De la muerte de Jesús
brota la vida y la fe. Y, por tanto, es necesaria la contemplación del
Crucificado para recibir y alimentar en nuestro corazón un amor rico
de fe y de esperanza.
8. Por último, mirando el costado abierto de Jesús, con todo su
valor simbólico, comprendemos que él consuela a cada uno de no-
sotros, a cada hombre y a cada mujer de la tierra.
Jn 19, 32 37:
32 Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del
otro crucificado con él. 33 Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto,
no le quebraron las piernas, 34 sino que uno de los soldados le atravesó el
costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. 35 El que lo vio lo
atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que
también vosotros creáis. 36 Y todo esto sucedió para que se cumpliera la
Escritura:
No se le quebrará hueso alguno.
37 Y también otra Escritura dice:

Mirarán al que traspasaron.


Aquí contemplamos todo el misterio de la Pasión y muerte de
Jesús: de la muerte nace la vida, de la muerte nacen la Iglesia y to-
dos los Sacramentos. Así, pues, la muerte actúa en él, mas en no-
sotros la vida.

3. Un Dios amigo

¿Qué imagen de Dios nos transmiten los gestos y las palabras


que hemos citado de Jesús? No son simples gestos y palabras, sino
también revelaciones del rostro de Dios. La Pasión y muerte de
Jesús constituye un momento especial y crucial de la revelación de
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santol.
Es un Dios amigo, humilde, que sirve y se dona hasta la muerte
para consolar a la humanidad. Esto lo hemos intuido de las palabras
de Cristo en el discurso de despedida: «Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Ahora compren-
demos que se refería también al rostro de Dios.
Esta imagen es probablemente la más importante para tener a la
vista ante el arribo del nuevo milenio, ya para dar testimonio del
Evangelio o para sacar adelante el diálogo con las otras religiones y
con los no creyentes. Debemos, pues, profundizar en ella partiendo
precisamente de la cruz.

150
La cruz y la muerte de Jesús representan la debilidad de Cristo
llevada al extremo. Precisamente esta debilidad es la que nos hace
contemplar a Dios amigo de los hombres, no poderoso, un Dios ue
se revela como «amante extático».
El evangelista Juan, el discípulo al que Jesús amaba, escribe es-
tupendamente: «Dios es amor» (1 Jn 4, 16b), Dios se ha manifesta-
do como amor y podemos reconocer tal amor en el don que nos ha
hecho de su propio Hijo. Refiriéndonos al tercer modo de expresar
la perfecta humildad, traduzco: Dios es el amante extático que quie-
re dar todo lo que es y todo lo que tiene. Esto es lo que san Ignacio
nos invita a meditar en la contemplación para obtener el amor.

4. Cómo rezar los Salmos

Para concluir quisiera responder a una pregunta que me ha sido


hecha por uno de vosotros: ¿Cómo recitar los Salmos en la Liturgia
de las Horas de manera inteligente y con gran devoción?
Me parece oportuno hablar de esto porque Jesús, en la cruz, ha
orado con los salmos.
1. En Mc 15, 33-35 Jesús ha hecho suya la invocación del Sal
21, 2:
33Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora
nona. 34 A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lemá sa-
bactaní?», -que quiere decir- «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has
abandonado?»
Es tan débil que parece abandonado por Dios. Pero, el Salmo 21,
que comienza con ese lamento, termina con una alabanza y una
acción de gracias al Señor que escucha a su siervo y lo salva.
Una segunda oración en la que Jesús usa palabras del salmista
la reporta Lc 23, 46: «Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en
tus manos pongo mi espíritu.» Y, dicho esto, expiró». Es la citación
del Sal 31, 6.
Y en Jn 19, 28 leemos: « Después de esto, sabiendo Jesús que
ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice:
―Tengo sed‖». Hace alusión al Sal 69, 22: «Me han echado veneno
en la comida, han apagado mi sed con vinagre», y también al
Sal 22, 16: «Mi paladar está seco como teja y mi lengua pegada a
mi garganta: tú me sumes en el polvo de la muerte»

151
De tal modo estaban los Salmos en el corazón de Jesús, que le
afloraban en los labios en el momento de su muerte como una ora-
ción muy querida por él.
Por eso están en el corazón d la Iglesia que siempre ora y enseña
a orar con los Salmos.
2. Retorna la pregunta: ¿Cómo recitarlos de modo inteligente y
con gran devoción?
Para recitarlos de modo inteligente es necesario estudiarlos al
menos un poco y examinar los pasajes del Nuevo testamento que
los citan. Los Salmos, con el libro del Éxodo y el profeta Isaías, son
los más citados, Y desde el momento en que el Nuevo Testamento
los menciona interpretándolos, nos ayuda a entenderlos mejor. No
son simplemente oraciones antiguas que han conservado su rique-
za con el pasar de los siglos, sino oraciones del Pueblo de Dios que
está en camino hoy y nos dicen qué cosa debemos pedir al Señor,
qué cosa debemos desear y esperar.
Pero es verdadero que cuando los recitamos en la liturgia de las
Horas, muchas veces no experimentamos gran devoción. Quizá
porque estamos cansados, o porque rezándolos cada día no llega-
mos a gustarlos. Dejémonos guiar por san Ignacio que nos propone
diversos modos de orar (cf. Ejercicios espirituales, nn. 249-260).
Así, distingo tres momentos aplicables a todas las oraciones vo-
cales.
● En la vida hay momentos de particular tensión espiritual o de
gran sufrimiento en los que, como para Jesús en la cruz, cada pala-
bra del salmo tiene un significado profundo de salvación que nos
nutre y nos sostiene. Recitando los Salmos podemos detenernos
largamente en aquella palabra que nos ha llegado, que expresa
nuestro estado de ánimo, nuestro deseo de perdón, de ayuda, de
esperanza, nuestra alegría, y hace crecer la devoción.
● Hay también momentos de tranquilidad en los que, recitando
los Salmos, no tenemos necesidad de profundizar el significado de
cada versículo. Nuestra mente y nuestro corazón se dejan envolver,
por decirlo así, por las palabras, y experimentamos una suerte de
devoción intensa y al mismo tiempo calmada.
● Hay un tercer modo o tiempo de oración que se me ha ido acla-
rando gradualmente. Hace muchos años me hospede, por una se-
mana entera, en el monasterio greco-ortodoxo del Monte Athos y,
como es natural, participaba en la vida de oración de los monjes.

152
Se nos levantaba a las dos de la mañana y, después de una hora
de oración en la celda, descendíamos al coro para la recitación de
los Salmos que, se prolongaba hasta las seis o las siete de la ma-
ñana. Los recitábamos velocísimamente, prácticamente no se al-
canzaba a entender nada, como cuando se ora en las sinagogas. Al
principio me quedé perplejo, pero tratando luego de conocer mejor
la espiritualidad de las Iglesias orientales, entendí el valor de este
modo de orar.
Para los orientales, la simple pronunciación de una palabra de
dios, purifica los labios y el corazón.
Considero, pues, que en algunos momentos, especialmente
cuando estamos preocupados, presionados por muchas cosas,
momentos en los que nos darían ganas de dejar de lado la Liturgia
de las Horas, es importante estar conscientes de que la sola recita-
ción de las palabras purifica nuestra lengua, nuestra boca, nuestro
corazón.
Por lo demás, es lo mismo que sucede en el rezo del rosario: no
ponemos atención a cada expresión del Avemaría, pero la repeti-
ción purifica el corazón, da tranquilidad y paz. Como un terreno,
donde las flores de la oración crecen por obra del Señor. Nosotros
ofrecemos el terreno y también este es un modo de orar con devo-
ción.
Hay, pues, modos y tiempos diversos de orar y el Señor nos su-
gerirá, en cada ocasión, cuál es el más adecuado para la disposi-
ción interior o para el estado de ánimo en que nos encontramos.
Tomemos el ejemplo de Jesús contemplándolo en la cruz cuando
ora por nosotros al Padre.

153
MIRAR CON ESPERANZA EL TERCER MILENIO
(homilía de lunes de la semana XIX del tiempo ordinario –
9.9.1999)

Quisiera volver al momento introductorio de nuestros Ejercicios,


cuando puse el acento en el Jubileo del 2000 y recordé que el Papa
desea que sea vivido como un año eucarístico y como año de glori-
ficación de la Trinidad (cf. TMA, n. 55).
En la Bula de convocación el Papa ha especificado: «El Año San-
to debe ser un canto de alabanza único e ininterrumpido a la Trini-
dad, Dios Altísimo» (Incarnationis mysterium, n. 3).
En esta última homilía me parece oportuno recordar la actitud de
gratitud, de acción de gracias a Dios, siempre presente en la vida
de Pablo y, en general, en toda la Biblia. Acción de gracias que ha
caracterizado el modo de ser de Jesús ante el Padre de quien todo
ha reicibido.

1. Acción de gracias

La Eucaristía, sacramento de la unidad, es el lugar donde todos


alabamos y agradecemos a la Trinidad.
● Y estamos alegres de expresar hoy nuestra gratitud a Dios por-
que nos ha llamado a realizar este tiempo de Ejercicios, a orar por
toda la humanidad, a vivir una maravillosa experiencia de amor fra-
terno.
● Demos gracias al coro de los Ángeles que nos han asistido y
que estaban bien representados por los miembros de esta Manresa
House, incluidos los novicios.
El silencio que habéis hecho me ha edificado, lo mismo vuestra
atención, la atmosfera de recogimiento. Os agradezco también el
haberme ayudado a profundizar en la segunda carta de Pablo a los
Corintios y por haber enriquecido y confortado mi fe.
● Siento la necesidad de expresar sentimientos de vivo recono-
cimiento al Señor que, por medio de vosotros, me ha concedido el
modo de conocer algunos temas importantes de la historia y de las
tradiciones de Taiwán. Puedo volver a Italia llevando en el corazón
vuestros problemas y vuestras esperanzas.
154
Debemos dar gracias a Dios, no sólo por cuanto hemos recibido,
sino también por prepararnos a comenzar el nuevo milenio, a cele-
brar los 2000 años del nacimiento de Cristo glorificando a la Trini-
dad.

2. El misterio de la Trinidad

El texto del Evangelio de la Misa nos perite entender la urgencia


principal que como cristianos estamos llamados a afrontar.
El segundo milenio ha estado atormentado, como sostienen algu-
nos historiadores y teólogas, por la idea del uno; una idea que ha
producido la centralización en la Iglesia, los estados nacionales, las
divisiones, los conflictos y las guerras.
Dado que la contemplación de la Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu
Santo— nos hace entrar en el verdadero rostro de Dios, nuestro
empeño para el tercer milenio es anunciar y testimoniar el dinamiso
del Amor trinitario para hacer redescubrir el valor del nosotros. Esta
es la urgencia principal. La globalización empuja hacia un mundo
unificado; pero es necesario que en él cada persona, cada grupo o
nación pueda encontrar el propio lugar en libertad y justicia, sin te-
ner que combatir contra nadie. Está en nosotros el ayudar a tal pro-
ceso haciendo que la justa imagen de Dios pueda dar lugar y forma
a una correcta de hombre y de mujer.
Releamos el evangelio del día, la perícopa de Mt 17, 22-27:
22 Yendo un día juntos por Galilea, les dijo Jesús: «El Hijo del hombre va a
ser entregado en manos de los hombres; 23 le matarán, y al tercer día re-
sucitará.» Y se entristecieron mucho.
24 Cuando entraron en Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban

las didracmas y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro las didracmas?» 25


Dice él: «Sí». Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué
te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo,
de sus hijos o de los extraños?» 26 Al contestar él: «De los extraños»,
Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos. 27 Sin embargo, para que
no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer
pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y
dáselo por mí y por ti».
Jesús dice que somos hijos, todos hijos de Dios, por tanto libres.
Del misterio de Dios, de la Trinidad, nace la libertad, la justica por
la cual combatir mostrando que sólo en Jesús se encuentra la ver-
dadera imagen del hombre y el futuro de la humanidad.

155
Vosotros, en este sentido, tenéis ciertamente un rol importante
como jesuitas y como miembros de la provincia religiosa de China.
Ante vosotros hay tres desafíos: China, el diálogo interreligioso, el
sano equilibrio entre tecnología y valores de la tradición. En otros
continentes y otras naciones se destacan el primero, el segundo o
la tercero. A vosotros se os presentan los tres como un designio de
la Providencia.
● China, porque el futuro del mundo está estrechamente ligado al
futuro del pueblo chino. Con frecuenci9a el Papa me ha hablado de
su preocupación por este pueblo, de su amor por China y de sus
esperanzas.
● El futuro de la paz y de la libertad está fuertemente conectado a
la posibilidad del diálogo interreligioso; y por tanto estáis en un lugar
privilegiado para estudiar y promover tal diálogo.
● El futuro de la civilización depende de la capacidad de encon-
trar el justo equilibrio entre tecnología y valores de la tradición. Es
una necesidad absoluta para la humanidad del tercer milenio si no
queremos que predominen el escepticismo y la indiferencia, que se
verifiquen nuevas guerras, que el mundo sea delineado por el con-
sumismo y el mal uso de la libertad.
Estoy seguro de que, como ya ha hecho en estos días, el Señor
os consolará, os colmará de esperanza, dará a vuestra misión ese
sentido y esa alegría de la que tenéis necesidad para enfrentaros
con los desafíos y poder mantenerlos.
Ruego por vosotros y por todos, y os confío a la materna protec-
ción de la Virgen maría que sabe guiar por el camino hacia la plena
revelación del Reino.

156
RESURRECCIÓN

Oh Dios Padre nuestro, te pedimos la gracia de gozar intensamente, en


todos los días de nuestra vida, la gran gloria y alegría de tu Hijo, de Jesús
resucitado.
Sabemos cuán difícil es aceptar que en el mundo haya tantos sufrimien-
tos, tantos dolores, aceptar que millones de niños mueran a causa la mi-
seria y el hambre. De cualquier manera, Dios Padre nuestro, queremos
gozar con el Resucitado.
Debemos, por tanto, liberarnos del amor a nosotros mismos, del enfras-
camiento en nuestros proyectos, de nuestra voluntad, de nuestros inter-
eses; debemos olvidarnos de nosotros para gozar con Cristo y con todos
los pobres de la tierra.
Te suplicamos nos concedas esta gracia. Ponla en nuestro corazón y en
nuestra mente, únenos profundamente a tu Hijo Jesús que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
En la IV semana de los Ejercicios espirituales Ignacio nos hace
contemplar al Señor resucitado y seguimos su sugerencia dejándo-
nos guiar, una vez más, por la segunda carta a los Corintios.
● 2 Co 4, 6:
Pues el mismo Dios que dijo: Del seno de las tinieblas brille la luz, la ha
hecho brillar en nuestros corazones, para iluminarnos con el conocimiento
de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo.
Deseamos entender mejor cuál es la gloria de Dios que brilla en
la resurrección de Cristo para poder tenerla en el corazón e irradiar-
la a nuestro alrededor.
● 2 Co 13, 4:
Pues, ciertamente, fue crucificado en razón de su flaqueza, pero está vivo
por la fuerza de Dios. Así también nosotros: somos débiles en él, pero vi-
viremos con él por la fuerza de Dios sobre vosotros.
Los dos textos de Pablo me mueven a proponeros tres pistas pa-
ra la meditación:
— Jesús resucitado consuela y enseña a consolar;
— Jesús resucitado se presenta vivo, pero con discreción y
humildad;
— Jesús resucitado nos confía una misión.

157
1. El Resucitado consuela y enseña a consolar

No es casualidad que en nuestros Ejercicios hayan iniciado y


concluyan con la misma palabra: Jesús Consuela.
Ya hemos leído el n. 224 del libro de san Ignacio: «mirar el officio
de consolar, que Christo nuestro Señor trae, y comparando cómo
unos amigos suelen consolar a otros».
Muchas veces los amigos no saben cómo consolar, porque es un
arte difícil. No es suficiente decir: «ánimo, sigue adelante, aleja de ti
los pensamientos deprimentes…». Consolar significa abrir nuevas
perspectivas, dar esperanza, mostrar que alguna cosa buena está
sucediendo o sucederá, abrir los ojos y el corazón al futuro, a la be-
lleza de la vida. Consolar significa ayudar a dar sentido a los sufri-
mientos, a la enfermedad.
Todavía recuerdo con conmoción mi último encuentro con el pa-
dre Pedro Arrupe, cuando se encontraba en la enfermería de la cu-
ria general. Era de veras doloroso ver como este hombre siempre
radiante, luminoso, estuviese sufriente, triste incapaz de hablar.
¿Qué sentido tienen semejantes sufrimientos? ¿Cómo consolar a
quien lo está viviendo?
Es pues un gran don de Dios poder comprender, como lo ha
comprendido Pablo, que mientras el hombre exterior se va deterio-
rando, el interior se renueva día tras día (2 Co 4, 16).
Por esto admiro mucho al canadiense Jean Vanier, fundador de la
comunidad del Arca, que ha advertido la necesidad de infundir mu-
cha esperanza a los padres cuyos niños son discapacitados menta-
les, de consolarlos haciéndoles entender que no es sólo un deber
ayudarles, sino una alegría.
Contemplemos a Jesús resucitado que consuela y enseña a con-
solar, releyendo el episodio evangélico de Lc 24, 13-32:
13 Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que dis-
ta sesenta estadios de Jerusalén, 14 y conversaban entre sí sobre todo lo
que había pasado. 15 Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús
se acercó a ellos y caminó a su lado; 16 pero sus ojos estaban como inca-
pacitados para reconocerle. 17 Él les dijo: «¿De qué discutís por el cami-
no?» Ellos se pararon con aire entristecido.
18 Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único residen-

te en Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado allí éstos días?» 19
Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que
fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el
pueblo; 20 cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron
a muerte y le crucificaron.21 Nosotros esperábamos que sería él el que iba
a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde

158
que esto pasó. 22 El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han
sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro 23 y, al no hallar su
cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ánge-
les que decían que él vivía. 24 Fueron también algunos de los nuestros al
sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le
vieron».
25 Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que

dijeron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para
entrar así en su gloria?» 27 Y, empezando por Moisés y continuando por
todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escritu-
ras.
28 Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelan-

te.29 Pero ellos le rogaron insistentemente: «Quédate con nosotros, por-


que atardece y el día ya ha declinado». Entró, pues, y se quedó con ellos.
30 Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo

partió y se lo iba dando. 31 Entonces se les abrieron los ojos y le recono-


cieron, pero él desapareció de su vista.32 Se dijeron uno a otro: «¿No es-
taba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en
el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Este admirable relato subraya que consolar es un proceso com-
plejo, no obvio, y requiere de una gran capacidad de amar.
Jesús, de hecho, procede por etapas: presta oído, reprende para
hacer pensar, interpreta y sirve.
● Ante todo escucha y suscita el diálogo. Habría podido decir in-
mediatamente: soy yo, hermanos, he resucitado, no tenéis porque
estar tristes.
Él, sin embargo, sabía que los dos discípulos estaban viviendo
una situación difícil; eran personas de buena voluntad, conocían las
obras y la enseñanza de Jesús, habían escuchado el anuncio de la
resurrección, pero no lograban interpretar los hechos. Por eso es-
cucha con paciencia sus lamentos y sus esperanzas.
● En un segundo momento los reprende con palabras fuertes, so-
lemnes. Para consolar es necesario provocar, invitar a cambiar el
modo de interpretar los eventos.
Cuantas veces experimento que cuando alguien pide ser confor-
tado, en el fondo quiere ser confirmado en lo que está haciendo,
quiere que se apruebe su punto de vista
Por ello, muchas veces es necesario provocar un shock para
ayudar de veras a las personas a encontrar el sentido de lo que
están viviendo.
● En el siguiente momento, Jesús interpreta las Escrituras, mues-
tra que la debilidad del Mesías, debilidad que lo lleva a la muerte,
no es un signo de fracaso, sino que corresponde al designio de

159
Dios. La debilidad del Mesías es un signo positivo de legitimación.
No cambian los hechos, cambia la perspectiva.
En la segunda carta a los Corintios se evidencia bastante bien es-
te proceso de consolación y discernimiento. Pablo repite continua-
mente que su debilidad ha de ser interpretada como prueba de que
su ministerio es veraz y responde a la voluntad de Dios.
● En el cuarto momento Jesús sirve: parte el pan para los dos
discípulos, es decir, realiza simbólicamente el gesto de dar la vida,
de su servir, lleno de amor, entregando su cuerpo.
Sólo en este momento se les abren los ojos y pueden volver a Je-
rusalén donde anuncian al Resucitado.
A la luz del comportamiento de Jesús que consuela y enseña a
consolar podemos releer las trece apariciones de Cristo resucitado
mencionadas por Ignacio (cf. Ejercicios espirituales, nn. 293-311).

2. Humildad y discreci

Una segunda pista de meditación es la humildad y la discreción


con que Jesús se presenta vivo y resucitado.
● Él no reprueba a los apóstoles y a los discípulos que han rene-
gado de él, lo han abandonado, traicionado; no los acusa por haber
huido, porque no le han dado ánimo durante el proceso. No hay
ningún resentimiento en las palabras que les dirige; se expresa con
humildad, simplicidad, gentileza.
Quizá san Pablo ha tenido la tentación del resentimiento. Quiero
citar 2 Tm 4, 16-17 porque nos permite entender mejor el valor de la
discreción y humildad de Jesús:
16 En mi primera defensa nadie me asistió, antes bien todos me desampa-
raron. Que no se les tome en cuenta.17 Pero el Señor me asistió y me dio
fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y
lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del león.
Las palabras de Pablo son verdaderas, pero dan la impresión de
un velado resentimiento que para nada encontramos en Jesús.
● Sobre todo me causa una gran impresión que Jesús se presen-
ta vivo con humildad y discreción en el sentido de que no se impo-
ne.
Habría podido hacer temblar la tierra, mostrarse en Jerusalén a
sus acusadores y asesinos para confundir a aquellos que no creían
en su resurrección, pero no lo ha hecho.

160
Se revela, aparece a testigos, ofrece suficientes pruebas para ser
creído, pero respetando la libertad. Se confía a nuestra búsqueda y
a nuestra buena voluntad.
En otras palabras, Jesús no quiere hacer imposible la increduli-
dad. Está en nosotros el acoger con libertad los dones de Dios. Esto
puede parecer una contradicción con cuánto dice Ignacio a propósi-
to de la resurrección: «El quarto: considerar cómo la Divinidad, que
parescía esconderse en la passión, paresce y se muestra agora tan
miraculosamente en la sanctíssima resurrección, por los verdaderos
y sanctíssimos effectos della» (Ejercicios espirituales, n. 223). Y es-
to corresponde a los hechos ciertamente analizados. En 1959 de-
fendí mi tesis de Teología sobre El problema histórico de la Resu-
rrección en los estudios recientes, que había preparado haciendo
un examen de todas las pruebas y las diversas posiciones; no hay
duda de que los testimonios son razonables y creíbles.
De cualquier manera es verdadera la palabra de Pedro en Hch
10, 40-41:
40… Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse,
41no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de an-
temano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó
de entre los muertos.
Hay un proceso de presentación discreta de testimonios, de la
tradición, para indicar que la fe sigue siendo un don.
La humildad de Jesús, su no imponerse, nos invita a reflexionar
sobre cómo acercarnos a los no creyentes: se trata de ayudar a ca-
da hombre y a cada mujer en el camino hacia una más alta autenti-
cidad, hacia la búsqueda de la verdad, ofreciéndoles la posibilidad
de arribar a la comprensión de la naturaleza de Dios y de su revela-
ción.

3. Jesús nos confía una misión

Jesús resucitado da una misión, explícita e implícita, a las perso-


nas a las que se aparece: implícita cuando se comparte con otros la
alegría de haber visto al Resucitado, de haberlo encontrado; explíci-
ta cuando se obedece el mensaje de «ir y enseñar a todas las gen-
tes».
Cada uno de nosotros sabe cuán grande la fuerza y la consola-
ción que produce el haber recibido una misión. Es algo que da es-

161
peranza y alegría a la vida: Dios nos considera importantes al grado
de confiarnos, no obstante nuestra pobreza, un mandato.
Este sentido de la misión alimenta nuestro ministerio, y la XXXIV
Congregación general de la Compañía de Jesús ha reiterado que
somos siervos de Cristo mediante una misión tridimensional: fe y
cultura, fe y justicia, diálogo interreligioso.
Subrayo en particular la complejidad de la relación fe-justicia, y la
necesidad de que la reflexión sobre este tema sea continuamente
retomada y actualizada.
Podemos recordar, a título de ejemplo, el trabajo de pensamiento
y de praxis ligado a la así llamada «teología de la liberación», de
cuando el término «liberación» fue asumido como programa em-
blemático de diversos teólogos suramericanos a partir de la confe-
rencia del CELAM en Medellín, en el año 1968.
Más allá de dicho fenómeno, desde un contexto más amplio, con-
siderando el problema en una óptica general, es oportuno reflexio-
nar sobre cómo se pone él en el nivel individual y en el nivel de vida
asociada, involucrando la visión de la fe (justicia, liberación realiza-
da por Cristo, redención) y la visión histórica social (presupuestos
culturales, políticos, económicos, civiles al grado de consentir la
máxima medida de la libertad humana y de justicia con toda perso-
na).
No nos toca a nosotros discutir aquí estas problemáticas, pero de
cualquier manera me parece oportuno que se andar en el sentido
de una más profunda comprensión de la fe como fundamento de la
justicia. Por lo demás, también el pensamiento de un teólogo como
Gustavo Gutiérrez ha evolucionado hasta hacer evidente que la fe,
la oración, la actitud contemplativa, constituyen la clave para un
verdadero servicio en la justicia.
Podemos sacar algunas consecuencias: amar a Cristo, amar su
pobreza y debilidad, significa amar al pobre, por lo que debemos
vivir un esfuerzo cultural y social que sea capaz de dar esperanza a
los marginados, a los últimos.
Es así que retomamos el tema de nuestra misión; ella es un gran
don del Señor resucitado, y esto nos llena de coraje y nos consuela
en las dificultades de cada día.

162
4. Consecuencias prácticas

Expreso, a modo de flash, tres consecuencias prácticas.


1. Dejémonos consolar abundantemente por el Señor crucificado
y resucitado. Alegrémonos y gocemos por la belleza y la humildad
de la Iglesia, de nuestra vocación religiosa, de nuestro ministerio,
porque Jesús está con nosotros en nuestras debilidades.
2. Consolemos a nuestros colaboradores, especialmente a los
laicos. Es de suma importancia formar colaboradores, enseñarlos a
entrar en el sentir de la Iglesia y de la misión, respetarlos y valori-
zarlos. Estamos, pues, llamados a consolarlos de modo que com-
partan la alegría que experimentamos en el amor hacia Jesús, y en
el seguirlo donando gratuitamente la vida por los hermanos, por to-
dos los hermanos.
3. Consolemos a los pobres a través de la comprensión y la parti-
cipación de su condición, viendo en ellos el rostro de Jesús y ense-
ñando a otros a hacer lo mismo. Podremos entonces también ayu-
dar a entender qué cosa significa esforzarse en este mundo por la
justicia.

Custodiar con gozo la escritura

El curso de nuestros Ejercicios nos ha conducido a encontrar,


mediante la lectura de la segunda carta a los Corintios con el méto-
do de la lectio divina, la persona viva de Jesús detrás de los acon-
tecimientos dramáticos de Pablo; también nos ha conducido a en-
trever en las palabras de la Escritura algo del ser mismo de Dios, de
su ministerio, de su naturaleza.
A modo de conclusión del camino, es bello alabar al señor por la
experiencia que nos ha concedido vivir. Una experiencia que quisie-
ra replantear a partir de la última pregunta que se me ha hecho:
«Hacia 1950 estábamos acostumbrados a leer las Escrituras en un
cierto modo. ¿Qué ha cambiado en los estudios bíblicos? Io rehúso
usar expresiones como crítica formal, crítica histórica. Me parece
que usted acepta poco la ―moderna‖ teología y los estudios científi-
cos sobre la Biblia. Puede sugerirnos como orar y predicar la pala-
bra de Dios?».
Creo que he vivido todas las estaciones que se han dado en la in-
terpretación crítica de las Escrituras —crítica textual, crítica de las
formas, diversos tipos de crítica literaria—. Luego de haber realiza-

163
do este camino por muchos años estudiando y enseñando, se llega
a algo que llamaría una segunda ingenuidad: nos acercamos a la
Biblia con el simplísimo método de la lectio divina. Ella, que presu-
pone la exégesis, las interpretaciones críticas, los comentarios, nos
lleva a través de la oración, a tocar las realidades divinas, a encon-
trar a Jesús.
Todos vosotros que tenéis un buen conocimiento de las Escritu-
ras podéis aprovecharos de este método fácil.
Alguna vez, para explicar el modo en que un presbítero, un reli-
giosi debería leer la palabra de Dios según la enseñanza de la Igle-
sia, cito el versículo de un Salmo: «me mantengo en paz y silencio,
como niño en el regazo materno» (Sal 131, 2).
Al término de tantos estudios e investigaciones, debemos calmar
y tranquilizar nuestra alma familiarizándonos con la Biblia mediante
la lectio divina. O, también: las Escrituras están en las manos de la
Iglesia como un niño sereno, están en las manos de los sacerdotes
y de los religiosos como un niño destetado que debe ser cuidado,
tratado con premurosa atención, con delicado amor.
Estoy convencido de que tal acercamiento religioso a la Biblia
puede ser vivido por cualquiera que sepa hacer surgir de las Escri-
turas una verdadera oración y una profunda comprensión de los
misterios de Dios revelado en Cristo Jesús.

164
Contenido
Introducción ........................................................................................................ 2
1. Características de nuestros Ejercicios .......................................................... 4
2. Sugerencias .................................................................................................. 5
I El principio de consolación .............................................................................. 6
Los protagonistas de la Segunda Carta a los Corintios ...................................... 6
«Principio y fundamento en san Ignacio» ........................................................... 7
3. Un principio y fundamente en 2 Corintios ...................................................... 8
3.1 El principio de consolación ..................................................................... 8
3.2 Una consolación concreta....................................................................... 9
4. Los efectos del principio de consolación en nuestra vida espiritual y pastoral.
......................................................................................................................... 11
4.1 La consolación en los días de los Ejercicios espirituales ...................... 11
4.2 La consolación en la vida espiritual ...................................................... 12
4.3 Las consolaciones en la vida pastoral .................................................. 12
4.4 Tres tipos de consolación ..................................................................... 13
Con Jesús en el monte y entre la gente (homilía del lunes de la semana XVIII
del tiempo ordinario – 02.08.1999) ................................................................... 15
1. El lamento del pueblo y la fatiga de Moisés ................................................ 15
2. Con Jesús en el monte y con Jesús entre la muchedumbre ....................... 16
II El principio de gratitud y el principio de la resurrección ................................ 19
1. La gratitud como principio y fundamento de la vida de Pablo ..................... 19
2. El principio de gratitud en nuestra vida ....................................................... 21
3. El principio de la resurrección ..................................................................... 23
4. Sugerencias para la oración ........................................................................ 25
III En la debilidad se revela la fuerza de Dios.................................................. 26
1. Lectio divina de 2 Co 4, 7-12; 11, 30-33; 12, 5-10....................................... 27
2. Puntos para la meditación ........................................................................... 31
3. Tres sugerencias conclusivas ..................................................................... 32
La purificación del corazón (homilía del martes de la semana XVIII del tiempo
ordinario – 03.08.1999) .................................................................................... 34
1. Una maravillosa definición de la oración ..................................................... 34
2. Purificación del corazón .............................................................................. 36
IV Las amenazas en el ministerio.................................................................... 38
1. Desviaciones parciales en el ministerio (2 Co 4, 1-2).................................. 39
2. La total desviación en el ministerio (2 Co 1, 18-22)..................................... 41
3. El espejo del verdadero ministerio (2 Co 6, 3-7) ......................................... 42

165
4. Nuestro ministerio ....................................................................................... 43
V Considerar la muerte ................................................................................... 46
1. Lectio de 2 Co 4, 16-5, 10 ........................................................................... 47
1.1 Contexto y dinamismo del pasaje ......................................................... 48
1.2 Análisis de los versículos ...................................................................... 48
2. Pistas para la meditación ............................................................................ 51
3. Para la oración ............................................................................................ 53
El milagro de la fe (homilía del miércoles de la XVIII semana del tiempo
ordinario y memoria de san Juan María Vianney, 02.08.1999) ........................ 54
1. Esperanza y temor ...................................................................................... 55
2. Un milagro de fe .......................................................................................... 56
Oración en la celebración penitencial ............................................................... 57
Reconciliémonos con Dios ............................................................................... 57
Reconciliémonos con nosotros mimos ............................................................. 57
Reconciliémonos con los demás ...................................................................... 58
VI Una obra maestra de teología ..................................................................... 60
1. Reasunción de la segunda carta a los Corintios ......................................... 61
2. Puntos para la meditación ........................................................................... 63
3. El espejo roto .............................................................................................. 64
VII El amor de Cristo nos posee ...................................................................... 68
1. Lectio de 2 Co 5, 14-17 ............................................................................... 69
2. Sugerencias para la meditación y la oración ............................................... 71
El precio de la libertad (homilía del jueves de la XVIII semana del tiempo
ordinario y memoria de la dedicación de la Basílica de Santa maría la Mayor –
5.8.1999) .......................................................................................................... 74
1. La libertad es un don de Dios ...................................................................... 74
2. Nuestra responsabilidad .............................................................................. 76
VIII Siervos del amor de Cristo ........................................................................ 78
1. Lectio sobre el ministerio de Cristo y de Pablo............................................ 79
1.1 Jesús siervo del Padre y de la humanidad ....................................... 79
1.2 Pablo, siervo de Cristo y de la comunidad ............................................ 83
2. Meditatio: conocimiento de Dios y ministerio............................................... 84
IX Irradiar la gloria de Cristo en el ministerio ................................................... 87
Una premisa ..................................................................................................... 87
Introducción al tema de la gloria del ministerio................................................. 89
1. Lectio de Mt 17, 1-9 ..................................................................................... 90
1.1 Hacia el monte ...................................................................................... 90
1.2 La revelación ........................................................................................ 91

166
1.3 La misión .............................................................................................. 92
2. Síntesis de 2 Co 3, 4-11 .............................................................................. 93
3. Nuestra participación en la gloria de Jesús ................................................. 94
La soberanía eterna de Jesús (homilía en la fiesta de la Transfiguración del
Seño - 02.08.1999)........................................................................................... 97
1. El contexto de la primera lectura ................................................................. 97
2. Las ideologías fuertes ................................................................................. 98
3. Las ideologías débiles ................................................................................. 99
4. La ideología de la libertad ........................................................................... 99
5. El poder de Jesús........................................................................................ 99
X Un ministerio firme y seguro ...................................................................... 101
1. Lectio sobre la firmeza de Jesús ............................................................... 101
2. Lectio sobre la seguridad de Pablo en la segunda carta a los Corintios ... 103
3. Pistas para la meditación sobre un ministerio firme y seguro.................... 105
4. Para obtener la gracia de la seguridad en uno mismo .............................. 107
XI Los adversarios ......................................................................................... 108
1. Los adversarios de Pablo .......................................................................... 108
2. La invitación de Jesús y el estilo de Pablo ................................................ 111
3. Aplicaciones prácticas ............................................................................... 112
Un amor totalitario (homilía del sábado de la semana XVIII del tiempo ordinario
– 07.08.1999) ................................................................................................. 115
1. El amor exige totalidad .............................................................................. 115
2. La acción del maligno ................................................................................ 116
XII La Eucaristía como sacramento de unidad .............................................. 118
Introducción a la III Semana ........................................................................... 118
1. El don de la unidad .................................................................................... 119
2. Cómo vive Pablo la unidad con la comunidad de Corinto ......................... 121
3. Caminar con alegría hacia la plena unidad ............................................... 123
XIII La desolación espiritual........................................................................... 126
1. Lectio de Mc 14, 32-42 .............................................................................. 126
1.1 Análisis estructural .............................................................................. 127
1.2 Las palabras clave .............................................................................. 127
1.3 Contenido de la narración ................................................................... 129
1.4 Aspectos teológicos ............................................................................ 129
2. Meditatio sobre la desolación .................................................................... 132
La primera herida en la historia de la Iglesia (Homilía en el Domingo XIX del
tiempo ordinario 08.08.1999).......................................................................... 135
1. El susurro de una brisa suave ................................................................... 135

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2. La primera herida ...................................................................................... 137
3. El testimonio de Pedro .............................................................................. 137
XIV La pasión y el tercer grado de humildad ................................................. 139
1. Los tres grados de humildad ..................................................................... 139
2. La pasión ................................................................................................... 142
3. La Pasión de Pablo ................................................................................... 143
XIV De la muerte a la vida ............................................................................. 146
1. «La muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida» ......................... 146
2. Jesús consuela en su pasión y muerte ..................................................... 147
3. Un Dios amigo ........................................................................................... 150
4. Cómo rezar los Salmos ............................................................................. 151
Mirar con esperanza el tercer milenio (homilía de lunes de la semana XIX del
tiempo ordinario – 9.9.1999)........................................................................... 154
1. Acción de gracias ...................................................................................... 154
2. El misterio de la Trinidad ........................................................................... 155
Resurrección .................................................................................................. 157
1. El Resucitado consuela y enseña a consolar ............................................ 158
2. Humildad y discreci ................................................................................... 160
3. Jesús nos confía una misión ..................................................................... 161
4. Consecuencias prácticas........................................................................... 163
Custodiar con gozo la escritura ...................................................................... 163

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