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PSICOLOGÍA CLÍNICA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES

Aberastury, “Teoría y técnica del psicoanálisis de niños”.

Caso Patricia

Patricia era una niña de 6 años, hermana mayor de una niña de 4 y otra de 2 (ambas sanas y
sin trastornos durante el desarrollo).
A la entrevista inicial fue la madre sola. El padre se ocupaba poco de sus hijas aunque trataba
de que tengan todo lo necesario.
El motivo de consulta era un marcado retraso del lenguaje (síntoma que era una consecuencia
de sus profundas dificultades de conexión con el mundo exterior). A los 6 años sólo decía
mamá, papá y atá contracción de aquí y está, que utilizaba para expresar la aparición y
reaparición de objetos o personas. Usaba las 3 palabras adecuadamente y disponía además
de una serie de sonidos inarticulados, con los que parecía querer mencionar objetos o
situaciones, pero que resultaban completamente incomprensibles. Padecía también una
anorexia seria y su nivel de juego estaba muy por debajo de su edad. Según su madre, patricia
sufría por no poder expresarse y la notaba celosa de sus hermanas que hablaban y jugaban
normalmente. Llega a la analista por derivación del pediatra.
Patricia fue una hija deseada y el embarazo y el parto fueron normales. Se prendió bien al
pecho desde el primer momento. La lactancia se desarrolló sin trastornos hasta los 7 meses,
época en que la madre la destetó bruscamente por haber quedado nuevamente embarazada.
En apariencia Patricia no reaccionó inicialmente mal a esta pérdida brusca, aceptó la
mamadera, pero comenzaron a presentarse dificultades con las comidas, que fueron
aumentando hasta desarrollarse una anorexia seria.
La fecha en que se detuvo el desarrollo del lenguaje y el momento en que comenzó el
aprendizaje para el control de esfínteres no fueron recordados por la madre. Todos estos datos
surgieron del análisis de la niña y fueron confirmados por la madre, quien agregó entonces
datos importantes recodados en ese momento.
En una sesión Patricia tomó un lápiz y comenzó a sacarle punta con una máquina, miraba con
atención el agujero en el que introducía éste cada vez que le iba a sacar punta. Después de
haber hecho experiencias de introducir el lápiz, dar vuelta la manija, ver caer las minas y el
aserrín en el depósito transparente de la máquina, tomó un pedazo de plastilina y tapó el
agujero. Trató de meter los lápices en el agujero tapado con plastilina y le señaló a la analista
con gestos que ya no podían entrar. En ese momento la analista hizo la primera interpretación:
“Cierras el agujero de mamá para impedir que las cosas entren y salgan de ella y por eso
también necesitas vigilarla” (este juego además de cerrar a la madre, simbolizaba cerrar su
boca (por el nuevo embarazo de su madre) y cerrar su ano (para someterse al control)).
A partir de preguntas hechas con gestos por la niña sobre el nombre de objetos ya conocidos
(preguntas que para A. esconden un deseo de saber algo que les parece censurado o que les
angustia), la analista interpretó que quería saber por qué no podía hablar y los otros niños sí,
del mismo modo que señaló autos con cuerda (sus hermanas) y otros sin ella (ella misma) y
por qué su mamá la había hecho así. A. interpretó “Imaginas que hay cosas malas que tu
madre ha puesto en ti y que son ellas las que te han hecho no poder hablar” (la analista
expresó, así, la fantasía inconciente de enfermedad de la niña, que se confirmó en el desarrollo
del tratamiento).
En sesiones posteriores metió dentro de paquetes cerrados las sustancias con las que había
simbolizado el interior del cuerpo y sus contenidos (creo que el aserrín y las minas).
Representaban para ella el producto de las relaciones sexuales de los padres, lo que la madre
tenía dentro, penes y sustancia para hacer niños, lo que había puesto en ella y en sus
hermanas. Sirvieron para que simbolizara su concepción de por qué ella era incompleta y sus
celos con las hermanas, más favorecidas por la madre. Representó con estas sustancias su
fantasía de su mundo interior: -cómo fue hecha, -su imperfección y -cómo quería volver a nacer
integrada y completa. En la medida en que su análisis progresó, esas sustancias se
enriquecieron porque agregó otras que consideraba positivas. Con ellas representó la fantasía
de volver a nacer en otras condiciones.
Con el transcurso de las sesiones la analista pudo comprender a través de los juegos de
Patricia que el control de esfínteres se inició en ausencia de la madre. Cuando lo revivió con
ella expresó toda la angustia que experimentó durante su iniciación en un juego con una
muñeca a la que alimentó y cuidó. Eligió para este juego un bebé. Su actitud de cariño y
cuidado cambió bruscamente luego de algunas sesiones. Comenzó de pronto a ensuciarlo, lo
desnudo, lo sometió a pasar hambre y frío, lo convirtió en un muñeco sucio y maltratado, al que
abandonó. La analista nada debía hacer para preservarlo de esos malos tratos. Mientras
realizaba todos esos actos crueles con el bebé, la analista debía permanecer en la habitación
de al lado y no ver nada ni intervenir. Le hacía jugar el papel de la madre ausente que no
acudió en su ayuda cuando fue maltratada por ser una niña sucia. En este juego la muñeca era
ella, mala, sucia y abandonada.
A. pidió una entrevista con la madre y comprendió que el control de esfínteres coincidió con el
nacimiento de la hermana de Patricia. Fue allí cuando la madre se fue al sanatorio para tener
su segunda hija y la niñera forzó a Patricia a un control muy severo. Cuando la madre regresó
del sanatorio a los 8 días, Patricia controlaba orina y materias fecales. En esta misma
entrevista, la madre recordó con tristeza un episodio que ella misma conectó con la detención
del desarrollo del lenguaje. En los días siguientes de su regreso del sanatorio, Patricia hacía
grandes esfuerzos por pronunciar el nombre de su hermana. Un día en que ésta dormía en la
cuna después de haber mamado, Patricia aferrada a las faldas de su madre, pronunció por
primera vez, con voz estridente y quitando la M inicial, el nombre de su hermana. Gritó “Onica”
en vez de “Mónica”. La madre lloró al recordar que su reacción fue pegarle en las manos,
diciéndole que podía despertar a su hermana, en vez de valorizar el logro tan trabajosamente
conseguido por Patricia. También recordó que como el parto fue por la noche, Patricia no supo
de su partida y al despertar no la encontró ni nadie le explicó nada.
Esta entrevista con su madre fue transmitida a Patricia en la sesión siguiente. Se pudo ver la
interacción entre realidad externa (malos tratos de la niñera y de la madre) e interna, la
desvalorización que Patricia mostró de sus contenidos.
Si A. pone énfasis en la conducta de la madre y la niñera durante el aprendizaje de la limpieza
y en los días previos y posteriores al parto de la madre, no es porque considere que esa
conducta por sí sola fuese capaz de producir la detención del lenguaje y los otros síntomas
sino porque en el curso de la relación transferencial evidenciaron su importancia. Fue la
situación interna de Patricia en ese momento del desarrollo hizo que esos acontecimientos se
hiciesen suficientemente traumáticos como para provocar síntomas tan serios.
Recapitulando, entonces, vemos cómo vivió Patricia las sucesivas frustraciones que siguieron
al embarazo de su madre y al destete brusco: 1-para ella la madre la privó del seno para con
eso fabricar su segunda hija; 2-para que naciese la segunda hija la abandonó para ir al
sanatorio; 3-en ausencia de su madre se le obligó a dar sus materias fecales y se la trató con
dureza; 4-cuando la madre volvió del sanatorio ella intentó superar sus tendencias destructivas
y recrear a su hermana pronunciando su nombre, pero la madre le pegó y le impidió hablar.
Este hecho significó para ella la ratificación de que su madre se había transformado en mala
por todas sus fantasías agresivas (frente a esta situación de angustia y decepción frente a la
madre, la figura del padre podría haberla ayudado a vencer la depresión, pero en este caso se
trató de un padre psicológicamente ausente, que no la ayudó a elaborar la pérdida de la
madre); 5-si ella no podía restaurar, no podía destruir, lo que la forzó a una defensa excesiva y
prematura contra el sadismo impidiendo el establecimiento del contacto con la realidad e
inhibiendo el desarrollo de la vida de fantasía.
Los dos síntomas presentados por esta niña (anorexia e inhibición en el desarrollo del
lenguaje) eran la expresión de sus dificultades con el mundo exterior, su rechazo y su temor a
la conexión.
La inhibición en el desarrollo del lenguaje se hizo por un desplazamiento de lo corporal a lo
mental. Conservar los contenidos mentales era su forma de compensar el haberse visto
forzada a dar los contenidos materiales (materias fecales, orina, etc).
Anna Freud, “Psicoanálisis del niño”.

Caso clínico: “La niña del demonio”.

Pequeña paciente de 6 años, neurótica obsesiva.


La niña había pasado por una precoz etapa de amor apasionado por el padre y éste la había
defraudado cuando nació el hermanito menor. Ante tal suceso abandonó la fase genital apenas
alcanzada para refugiarse en la regresión hacia el sadismo anal.
Se despertó en ella una intensa hostilidad contra la madre: la odiaba por haberle quitado al
padre, por no haberla hecho varón y también porque había dado a luz a los hermanos que la
pequeña hubiese querido tener a su vez. Pero hacia el cuarto año de su vida sucedió un hecho
decisivo: reconoció que estaba a punto de perder, por estas reacciones hostiles, la buena
relación con su madre, a la que después de todo amaba intensamente. A fin de salvar este
amor realizó un tremendo esfuerzo para ser “buena” rechazando todo ese odio y, con él, toda la
vida sexual formada por actos y fantasías anales y sádicas. Luego apartó todo eso de su propia
persona como si fuese algo extraño y ajeno a ella, algo en cierto modo “diabólico”. Lo que
subsistió de ella no fue mucho: un pobre ser inhibido e infeliz cuya energía estaba dedicada a
mantener reprimidos al “demonio”.
Pero esta niña fracasó en su intento de conservar el amor de la madre, de tornarse socialmente
adaptada y “buena”, pues sus esfuerzos sólo la habían precipitado en una neurosis obsesiva.
Una vez que Anna Freud logró inducirla a que hiciera hablar a su “demonio” en el análisis,
comenzó a comunicar un sinnúmero de fantasías anales, al principio vacilando y luego cada
vez más profusamente y decidida, al advertir la falta de censura por parte de la analista. Poco a
poco las sesiones se convirtieron para esta niña en depósitos de todos los ensueños diurnos
que la oprimían. Esta liberación se manifestaba en su nueva manera de ser, despierta y vivaz.
Pasado un tiempo, comenzó a expresar también en su casa parte de las fantasías y
ocurrencias anales, hasta entonces ocultadas. Ante tal conducta, la persona que desempañaba
las funciones de madre consultó a Anna Freud sobre la actitud a adoptar y ella aconsejó no
aprobar ni reprender esos deslices sino dejarlos pasar como si no hubiesen ocurrido. Sus
consejos tuvieron un efecto imprevisto, la niña perdió completamente los estribos.
Anna Freud reconoce haber cometido un verdadero error atribuyendo al superyó de la niña una
capacidad autónoma de inhibición que no tenía la fuerza necesaria. De una niña inhibida y
neurótica obsesiva, había hecho transitoriamente un ser malo y en cierto modo perverso.
También había perdido la niña la conciencia de enfermedad, tan necesaria para el análisis.
Anna Freud declaró a la pequeña paciente que si quería seguir el análisis sólo debía contarle
esas cosas a ella y a nadie más, cuanto más las callara en su casa, tanto más se le ocurrirían
en la sesión, tanto más averiguaría sobre ella y tanto mejor podría liberarla (hace alianza). La
niña aceptó. Así, había enmendado su mala conducta, pero al mismo tiempo se había
convertido, de mala y perversa, en una niña inhibida e indiferente.
Cada vez que, después de haberla liberado analíticamente de su neurosis obsesiva, caía en el
extremo opuesto de la maldad o la perversión, no le quedaba a la analista otro remedio que
provocar de nuevo la neurosis obsesiva y volver a instaurar su “demonio”.
Anna Freud postula la debilidad del ideal del yo infantil, la subordinación de sus exigencias y,
con ello, de su neurosis bajo el mundo exterior, su incapacidad de dominar por sí mismo los
instintos liberados y la consiguiente necesidad de que el analista domine pedagógicamente al
niño. Así, el analista reúne en su persona dos misiones difíciles y opuestas: la de analizar y
educar a la vez, permitir y prohibir al mismo tiempo.
Anna Freud considera que es necesario establecer en los niños una sólida fijación al analista y
llevarlos a una relación de dependencia. El niño no forma neurosis de transferencia ya que aún
existen sus primitivos objetos amados. El analista debe ocupar el lugar del ideal del yo infantil,
debe ser la autoridad más elevada en su vida afectiva (sobrepasando su autoridad a la de los
padres).

Tres ventajas del análisis del niño (por sobre el análisis del adulto):

-permite alcanzar modificaciones del carácter mucho más profundas que el análisis del adulto.
El niño sólo deberá retroceder un poco para volver a la vía normal, pues aún no ha levantado
toda su vida futura sobre aquella base;
-influencia sobre el superyó. Tenemos la posibilidad de modificar por influencia analítica no sólo
las identificaciones ya establecidas (interno), sino también la relación con los objetos reales
que rodean al paciente (externo);

-como las necesidades del niño son simples y fáciles de satisfacer y de captar, podemos
facilitarle su labor de adaptación tratando también que el medio se adapte a él. He aquí
también una labor doble desde dentro y desde fuera.

Así, la principal diferencia entre el análisis del adulto y el del niño, es que en el adulto el
superyó ya ha alcanzado su independencia y no es accesible a los influjos del mundo exterior.
En el análisis del adulto se trabaja en forma puramente analítica, se trata de liberar de lo
inconciente los sectores ya reprimidos del ello y del yo. En cambio la labor a realizar en el
superyó infantil es doble: analítica, en la desintegración histórica llevada desde el interior, en la
medida en que el superyó ya ha alcanzado su independencia; pero también pedagógica,
influyendo desde el exterior, modificando la relación con los educadores, creando nuevas
impresiones y revisando las exigencias que el mundo exterior impone al niño.
Si la niña de la que hablamos no hubiese llegado al tratamiento a los 6 años, su neurosis
infantil habría terminado en la curación espontánea, pero como herencia de aquella neurosis
habría quedado un superyó muy severo. Este superyó severo es para Anna Freud la
consecuencia y no el motivo de la neurosis infantil.

Anna Freud, “Psicoanálisis del niño”.

Anna Freud plantea que la decisión de analizarse nunca parte del pequeño paciente, sino de
sus padres o de las personas que lo rodean. Incluso en muchos casos ni siquiera es el niño
quien padece, él no percibe ningún trastorno sino que son los que lo rodean quienes sufren por
sus síntomas. De este modo, en la situación del niño falta todo lo que consideramos
indispensable en la del adulto: la conciencia de enfermedad, la resolución espontánea de
analizarse, la confianza (en el analista) y la voluntad de curarse: cuestiones consideradas por
Anna Freud como las precondiciones necesarias para iniciar un verdadero análisis.
Anna Freud intenta establecer con sus pacientes una alianza, aliarse con su yo conciente
contra una parte divorciada de su personalidad o contra el mundo exterior o los padres
(considera que en el análisis todo debe ser conducido a partir del yo. Todo parte para ella de la
persuasión o de la educación del yo). Trata de establecer en el niño una sólida fijación al
analista y de llevarlo a una relación de dependencia, establecer complicidad, transferencia
positiva. Apunta a que el paciente (niño) llegue a tener confianza en el analista, a adquirir
conciencia de su enfermedad, anhelando así por propia resolución un cambio en su estado.
Con esto llega al segundo tema: el examen de los medios para realizar el análisis infantil
propiamente dicho.

Los recursos del análisis infantil


La técnica del análisis del adulto nos ofrece 4 de estos medios auxiliares: 1-los recuerdos
concientes del enfermo, 2-la interpretación de los sueños, 3-la asociación libre, y 4-la
interpretación de las reacciones transferenciales (estos dos últimos medios fracasan en el
análisis del niño).
Pero nos topamos con una diferencia: 1-en el caso del análisis del adulto evitamos recurrir a la
flia en busca de información y confiamos exclusivamente en los datos que él mismo puede
ofrecer. En cambio, es poco lo que el niño puede decirnos sobre la historia de su enfermedad,
su memoria no llega muy lejos, él mismo no sabe cuando aparecieron sus anomalías. Así, en
este caso, el analista debe recurrir a los padres para completar la historia.
2-En lo que respecta a la interpretación de los sueños, es un terreno en el cual nada nuevo
tenemos que aprender al pasar del análisis del adulto al del niño. Pero, los sueños infantiles
son más fáciles de interpretar y el niño es un buen intérprete de sueños. Cuando un niño le
narra a Anna Freud un sueño ella le dice: “No hay nada que el sueño pueda hacer por sí solo,
es preciso buscar cada uno de sus elementos en alguna parte”, y así se dedica a seguir su
rastro junto con su paciente. Ejemplo de un sueño de la pequeña neurótica obsesiva (“la niña
del demonio”): “allí estaban todas mis muñecas y también mi conejito, yo me fui y el conejito
rompió a llorar”. La niña representa en este sueño a la madre y trata al conejo como ésta la
trató a ella. Realiza mediante este sueño un reproche hacia la madre: el haberla abandonado
siempre cuando más la necesitaba (odio a la madre).
Junto a la interpretación de los sueños, también la de las fantasías diurnas tiene gran
importancia en el análisis del niño. Las narran con mayor facilidad y se avergüenzan menos de
ellos que los adultos. El dibujo es otro recurso técnico auxiliar, que permite deducir los impulsos
inconcientes de los niños.
3-El niño no se presta a la asociación libre lo cual obliga a buscar un método sustituto: ej:
técnica del juego de M. Klein.
Basándose en la hipótesis de que al niño pequeño le es más afín la acción que el lenguaje,
Melanie Klein sustituye la técnica asociativa del adulto por una técnica lúdica en el niño. Así,
pone a su disposición una gran cantidad de juguetes. Todos los actos que el niño realiza en
estas condiciones son equiparados a las asociaciones verbales del adulto y complementados
con interpretaciones. Tenemos oportunidad de reconocer así sus distintas reacciones, la
intensidad de sus inclinaciones agresivas, sus actitudes antes los diferentes objetos y personas
representadas por esos objetos.
Crítica a M. Klein (la técnica de M. Klein tiene muchas cosas positivas, pero también recibe
críticas): equipara las asociaciones lúdicas del niño a las asociaciones libres del adulto y en
consecuencia procura averiguar la significación simbólica oculta tras cada acto del juego. Por
ejemplo: el choque de dos coches provocado por el niño significa para ella la observación de
las relaciones sexuales entre los padres. Hay en esto un exceso de significación simbólica.
Además el adulto sabe que se encuentra en un análisis, en cambio el niño carece de esta
representación. Si bien es cierto que Anna Freud trata de familiarizar a sus pacientes con la
idea del objetivo analítico, los niños para los cuales M. Klein elaboró su técnica de juego son
demasiado pequeños como para prestarse a esa influencia.
4-M. Klein interpreta todos los actos del niño frente a los objetos que se encuentran en la
habitación y frente a la persona del analista, lo cual se ajusta a la pauta del análisis del adulto
de analizar todas las actitudes que el paciente manifiesta frente a nosotros en sesión. Pero
este modo de proceder en el análisis del adulto se basa en el estado de transferencia que lo
domina y que puede conferir determinada significación simbólica a acciones de otro modo
carentes de importancia. Lo que cabe preguntarse es si el niño se encuentra en la misma
situación de transferencia que el adulto.
Anna Freud considera que la vinculación cariñosa, la transferencia positiva es la condición
previa de todo el trabajo ulterior. El análisis del niño exige de esta vinculación muchísimo más
que el del adulto, pues además de la finalidad analítica persigue también cierto objetivo
pedagógico.
Anna Freud establece que el niño establece una buena transferencia pero no llega a formar
una neurosis de transferencia por dos motivos:
-el pequeño paciente no está dispuesto, como lo está el adulto, a reeditar sus vinculaciones
amorosas (a abandonar sus viejos objetos y sustituirlos por el analista) porque sus primitivos
objetos amorosos, los padres, todavía existen en la realidad y no sólo en la fantasía, como en
el neurótico adulto.
-por otra parte, el analista de niños no es muy apropiado como objeto ideal de una
transferencia, no aparece, como en el caso del adulto, como una hoja en blanco en la que el
paciente puede proyectar todas sus fantasías. Por el contrario, el analista de niños puede serlo
todo menos una sombra. Es para el niño una persona interesante y las finalidades pedagógicas
que se combinan con las analíticas hacen que el niño sepa muy bien qué considera
conveniente o inconveniente el analista.
Por tales motivos el niño no desarrolla una neurosis de transferencia, sino que sigue
desplegando sus reacciones anormales donde ya lo venían haciendo: en el ambiente familiar.
De ahí la condición técnica fundamental de que el análisis infantil en lugar de limitarse al
esclarecimiento de lo producido bajo los ojos del analista, dirija su atención hacia el punto en
que se desarrollan las reacciones neuróticas: hacia el hogar del niño.

Superyó del adulto vs superyó del niño: el superyó del adulto es el representante de las
exigencias morales de la comunidad que circunda al individuo. Debe su origen a la
identificación con los primeros objetos amorosos del niño, con los padres. Así, lo que al
principio fue una exigencia personal emanada de los padres sólo al pasar del apego a la
identificación con éstos, se convierte en un ideal del yo, independiente del mundo exterior.
En cambio en el niño aun no puede hablarse de semejante independencia. Todavía está lejos
del desprendimiento de los primeros objetos amados, y subsistiendo el amor objetal, las
identificaciones sólo se establecen lenta y parcialmente.
Los objetos del mundo exterior seguirán desempeñando un importante papel en el análisis
mientras el superyó infantil no se haya convertido en el representante impersonal de las
exigencias asimiladas del mundo exterior.

Relación entre el análisis del niño y la educación: el analista debe asumir el derecho de guiar al
niño, dominarlo. Bajo su influencia el niño aprenderá a dominar su vida instintiva. Es preciso
que el analista logre ocupar durante todo el análisis el lugar del ideal del yo infantil. Sólo si el
niño siente que la autoridad del analista sobrepasa la de sus padres, estará dispuesto a
conceder a este nuevo objeto amoroso (equiparado a sus progenitores) el lugar más elevado
que le corresponde en su vida afectiva.

Aulagnier (discípula de Lacan), “El sentido perdido”.

Cap. VI: “Historia de una demanda e imprevisibilidad de su futuro” (1975).

Objetivo del texto: pensando en la historia psicoanalítica, explicitar algunos riesgos, estar
alertados de que esto se puede producir y recuperar una mirada crítica.

Cuando se observa lo que hoy se pretende “práctica” psicoanalítica, cuando se advierte la


parte que ocupan en el discurso de buen número de sus practicantes la ideología, la repetición
y las estereotipias, se tiene la impresión de estar contemplando un traje de Arlequín (trajes que
responden a la ideología de una época y son rígidos) que lejos de aportar al análisis un sabor
festivo, le quita todo valor. Piera critica de este modo la estereotipia de cómo se lleva adelante
la práctica psicoanalítica. Critica, asimismo, el desamarre que se produce entre lo que la teoría
enuncia y la experiencia. Denuncia el fenómeno de ósmosis muy peligroso que se produce
entre el proyecto que el analista declara conforme con su teoría y con su práctica y lo que el
profano espera.
Nada más alejado de la teoría de Freud, que nunca pretendió ser simple oferta de conceptos,
sino que reivindicaba una intención práctica, definida por los efectos que es lícito esperar de su
aplicación en la práctica analítica.
Hoy en día es del exterior que vuelve al campo de la experiencia analítica un proyecto
elaborado por el campo social y sus ideologías. De este proyecto “profano”, el analista, como
sujeto que comparte la misma cultura, resulta ser parte activa. De este modo, podrán hallar
acceso al campo psicoanalítico proyectos y demandas que vienen de otra parte y que le hacen
correr el riesgo de ser “colonizado” poco a poco por un “poder-saber” extraños. Riesgo de
colonización que no puede ser erradicado pero frente al cual se puede estar alerta y se puede
reducir.
Piera considera que hay tres anomalías que dan testimonio de las contradicciones surgidas
entre nuestra teoría y ciertos efectos de su “aplicación”; y tres fenómenos que denuncian la
presencia de dichas contradicciones: cierto abuso de la interpretación aplicada; la trivialización
de los conceptos freudianos y el a priori de la certeza.

La interpretación aplicada: más que de psicoanálisis aplicado, debería hablarse de


“interpretación aplicada” y decir que con ello se opera un triple recorte: en la teoría, en su
aplicación y en su proyecto.
Cuando el analista utiliza conceptos, como por ejemplo el concepto del Edipo, para aplicarlos a
una sociedad no con la intención de cambiar su estructura social sino sólo a los efectos de
explicar, lo que hace es aplicar un “saber” adquirido en otra parte con un fin explicativo del
que resulta único beneficiario. El analista aplica así un saber para conformarse
narcicísticamente pero sin ningún objetivo de transformación.
Piera ilustra esta desnaturalización del proyecto psicoanalítico reflexionando sobre lo que
podríamos llamar “la autoaplicación” de la interpretación. En una parte importante de casos el
recurso a este ejercicio (de “interpretación autoaplicada”) tiene como motivación el conflicto
afectivo que puede oponer el intérprete al amigo, al alumno o al colega, y que se propone
demostrar a estos últimos que sus conductas, o sus discursos, son expresión de un deseo
inconciente que ellos ignoran y que uno desenmascara en su lugar. Al hacerlo se deniega al Yo
del otro todo derecho de conocimiento sobre su propia acción.
Este modo de aplicación no sólo implica un préstamo tomado a lo teórico, sino que tiende a
una modificación de las fuerzas libidinales obrantes en el conflicto y posee, por lo tanto, una
intención práctica. El mismo análisis podría efectuarse cuando la interpretación aplicada toma
como objeto el campo social y sus conflictos; pero creer que en ambos casos una misma
interpretación se aplica de manera exhaustiva y que sería lícito esperar de ella resultados
idénticos es extrapolar abusivamente el campo de la interpretación y caer en la ilusión.

La trivialización de nuestros conceptos y sus efectos sobre nuestra teoría: en nuestra disciplina
asistimos a una trivialización y deterioro de conceptos que en rigor conservan su valor pero
cuyos efectos se ven desbaratados. El deterioro se manifiesta de modo privilegiado en la forma
de una trivialización de su significación: reducidos a una simple función explicativa, privados de
toda acción innovadora y perturbante, se intentará volverlos conformes con los enunciados del
discurso cotidiano del sujeto, discurso al que se le demanda que permanezca en lo cotidiano.
Se anula así, el poder subversivo del psicoanálisis en el sentido de develar lo desconocido.
La consecuencia de esta trivialización será el desinvestimiento del discurso asociativo en
provecho del discurso interpretativo, la asociación libre cederá el lugar a la interpretación
“obligada”, lo que permite que a partir de un elemento (lapsus, sueño) se desarrolle una cadena
interpretativa en la que no falta ningún eslabón y que, por ello, no puede presentar ninguna
abertura. Todo pensamiento o imagen imprevisto será explicado gracias a una interpretación
preconocida. Todo esto lleva a anular cualquier efecto de la interpretación sobre la economía
psíquica.
Lo que se nos ofrece es una construcción interpretativa, pero si lo propio y eficaz de la cadena
asociativa es la imposibilidad de su cierre, y de allí el efecto de sorpresa y la reacción emotiva
que puede suscitar, lo propio del sistema interpretativo es poder anillarse siempre en un punto
de origen. Así el analizado se protege de la experiencia recurriendo a un saber que debe no a
la experiencia sino a la ideología circulante en el discurso del grupo.

La apertura de la partida y el “a priori” de la certeza: tiene que ver con transformar la teoría en
un dogma, que se considera que porta la verdad con anticipación, y así la práctica no funciona
como puesta a prueba. Se rehúsa todo cuestionamiento en nombre de una certeza
preestablecida, que preexiste a la experiencia.

Aulagnier, “Alguien ha matado algo”.

La manera en que una madre investirá a su hijo, el papel que éste último tendrá en su
economía afectiva, dependen siempre parcialmente de la relación presente entre dos genitores.
El análisis de la interacción infans-madre no puede separarse del de la relación de la pareja: el
ambiente psíquico que recibe al recién nacido ha sido anticipado por ese medio relacional en el
cual evoluciona la pareja.
Piera quiere destacar en este texto el efecto desorganizador que la llegada de un hijo puede
tener sobre la intrincación pulsional, hasta entonces más o menos preservada, en la psique de
los padres y la acción igualmente dramática que puede ejercer sobre el infans esta movilización
de la pulsión de muerte en su ambiente psíquico.

La potencialidad psicotizante del ambiente psíquico


Los ambientes psíquicos perturbantes pueden encontrarse también en los neuróticos. Pero el
sujeto, a pesar del medio psíquico encontrado, ha podido ahorrarse el recurrir a defensas
psicóticas.
Piera se refiere, a continuación a la depresión materna. Se sabe que, cualquiera que sea la
causa que la ha provocado, lo propio de toda vivencia depresiva es abolir la prima de placer
que se debería encontrar en el actuar, el pensar, el contacto: es a esta ausencia de placer a la
que reacciona el infans, a esta imposibilidad de la madre de expresar, manifestar en sus
contactos con su hijo que ella vive y comparte una experiencia de placer. Acá estamos en el
registro de lo manifiesto. Y es en este mismo registro donde toma lugar el odio que caracteriza
la relación de ciertas parejas, odio expresado a menudo abiertamente en sus discursos. Son
los efectos de esta manifestación particular lo que Piera va a analizar en este trabajo.
A partir de entrevistas con estas parejas de padres, llegó a constatar un mismo efecto ejercido
por el nacimiento del hijo sobre su propia pulsión de muerte. A veces, se produce una
intensificación de un deseo de muerte que ya estaba actuando. En otros casos, el hecho de
devenir padre ha operado una desvinculación parcial sobre una intrincación pulsional que hasta
entonces, mal que bien, se había preservado. Este carácter común encontrado en la mayoría
de parejas que ha visto, la llevó a desembocar en la siguiente hipótesis: por razones ligadas a
su primera relación con sus propios padres, estos sujetos han afrontado una dificultad
particular cuando les ha tocado operar y preservar la intrincación pulsional necesaria para
mantener una organización económica e identificatoria compatible con sus investimientos
narcisistas y objetales. Frente a esta misma experiencia, cada uno de estos sujetos ha podido
recurrir a un tipo de defensa, a un compromiso identificatorio que le ha permitido ahorrarse una
psicosis.

Caso Inés (potencialidad psicótica)


Se trata de un caso donde se pueden observar las consecuencias de la violencia sufrida por un
infans, convertido en articulación del odio que cimienta la pareja parental.
Inés es una joven de 29 años. En su primera entrevista plantea dificultades para dormir e
insomnio aparecidos bruscamente. Sin embargo, no se siente angustiada y tolera
llamativamente bien su falta de sueño, pero unos amigos la convencen de consultar. Ha
probado con somníferos, pero la dejan muy fatigada al despertar, lo cual atribuye a las
pesadillas que tiene cuando duerme (con somníferos), aunque no conserva ningún recuerdo de
ellas sólo la certeza de que éstas han llenado su noche. Ante estas condiciones decide
consultar al homeópata que trata a su hermana (asmática desde la infancia). Éste le dice que
habría que considerar su insomnio como el equivalente de una manifestación alérgica sobre un
terreno que ella debía compartir con su hermana. Así, Inés teme que su insomnio desaparezca
para dar lugar al asma cuyos sufrimientos respiratorios ha constatado en su hermana.
Inés asegura no haber tenido jamás el menor problema psíquico y haber gozado, desde su
nacimiento, de una excelente salud. Sólo cuenta que a los 20 (momento en el que dejó a sus
padres para vivir sola) años se le descubrió una malformación del útero y se le advirtió que a
menos que se sometiese a una intervención quirúrgica totalmente benigna, no podría tener
hijos. Esto le permitió tener una vida sexual normal sin recurrir a ningún método anticonceptivo.
Jamás intentó saber algo más. Al escucharla Piera tiene la impresión de que ese diagnóstico la
alivió y liberó de una amenaza cuya presencia, sin embargo, ignora.
En el transcurso de las siguientes entrevistas ya no se tratará de su insomnio. Inés proporciona
a la analista de manera muy indiferente elementos en relación con su infancia. Se da cuenta,
de repente, que su insomnio había aparecido después de su encuentro con una hermana a la
que no había visto desde su infancia. Esta hermana se había escapado del medio familiar a los
15 años. Inés estaba convencida de que había triunfado en su vida, pero al verla se encuentra
con una delirante. Aún sin comprender qué relación puede haber entre estos dos sucesos, el
descubrimiento de su coincidencia temporal le hace experimentar un sentimiento de angustia
que no le es familiar.
Inés es la menor de 4 hijas que se siguen la una a la otra con 3 años de intervalo. La primera
presentó graves trastornos psíquicos a partir de los 2 años, a los 15 la internaron con un
diagnóstico de hebefrenia y desde entonces permanece internada. La segunda también tuvo
diagnóstico de trastornos esquizofrénicos en la infancia y fue la que a los 15 se fugó de la casa
sin que nadie supiera durante años dónde se encontraba. La tercera tuvo graves crisis de asma
en la infancia y hasta la adolescencia, luego se casó y su asma persiste pero más moderada.
Inés tiene pocos recuerdos de antes de los 6 años, fecha de su ingreso a la escuela. Le queda
la impresión general de una atmósfera familiar pesada y de un sentimiento constante de temor,
debido a las escenas violentas entre sus padres como y al discurso del padre sobre el peligro
de muerte que le hacía correr su actividad política y clandestina. Guarda también ciertos
recuerdos sobre experiencias que califica de extrañas que tuvo a los 3-4 años. Lo que dice
permite hablar de experiencias de despersonalización. Todo da a pensar que Inés había
presentado en su primera infancia desórdenes esquizofrénicos (experiencias de
despersonalización, actitudes de retraimiento y una vivencia depresiva).
A partir de su entrada a la escuela (a los 6 años), el investimiento de una actividad cognoscitiva
permite a Inés encontrar una primera barrera contra la instalación de un estado esquizofrénico.
El éxito escolar va a operar una modificación en la relación del padre con esta hija, única capaz
de realizar estudios y con dones matemáticos como éste, él mismo matemático de prestigio.
Esto le va a permitir a Inés negociar de una nueva manera el conflicto que persistirá, sin
embargo, entre ella y su padre, a fin de encontrar un compromiso identificatorio que va a poner
a distancia sus defensas psicóticas y dar lugar a una potencialidad psicótica.

El arrancamiento
Para Inés su padre es un paranoico, le es más difícil etiquetar a su madre. Siempre la oyó
quejarse de su estado de salud, lo que no le impedía tener repetidas escenas violentas con su
marido. Inés no tiene prácticamente recuerdos personales sobre su relación con su madre en el
transcurso de los primeros 6 años de su vida. Aún hoy día, su madre se queja del “destete
salvaje” que le fue impuesto a pesar de tener gran cantidad de leche y de desear amamantar a
sus bebés. Este destete se debió a que el nacimiento de las 3 últimas hijas coincidió cada vez,
al decir del padre, con el descubrimiento por parte de la policía de algún documento que
amenazaba comprometerlo. Por ello, en los días siguientes a cada uno de esos tres
nacimientos, el padre huía del domicilio conyugal llevándose consigo la menor de las hijas.
Estas fugas duraban de 2 a 3 meses, después de las cuales regresaba a su casa con el bebé
(pero la madre ya no reconocía a sus hijas, consideradas intrusos). El padre justifica su
decisión por su deseo de salvar a por lo menos un miembro de su flia, ante la imposibilidad de
encontrar refugio para todos y porque un bebé es más fácil de transportar y menos
sospechoso. La madre sostiene que lo hacía como venganza hacia ella, por no haber tenido
hijos varones que puedan continuar su lucha política.
Durante el primer tiempo de su análisis, Inés retoma por cuenta propia esta acusación materna
(de que el padre lo hacía por venganza). Pero la continuación del análisis da lugar a otra
explicación. Inés se pregunta si el padre, al hacerse cargo él sólo de la vida del bebé, no tenía
la convicción de que lo “reengendraba”, de que sin cambiar su sexo, imponía una suerte de
transfusión paterna a fin de hacerla acorde a la naturaleza psíquica de un bebé jamás nacido.
Detrás de esto que Inés presenta como la motivación que explica el actuar del padre, el análisis
permite encontrar el fantasma de doble nacimiento y de doble asesinato alrededor del cual se
organizó el mundo psíquico de Inés cuando niña (doble nacimiento: nacimiento a través de la
complementariedad boca-pezón con su madre, experiencia de placer y nacimiento a través de
la complementariedad con el biberón cuando es arrancada de la madre por su padre,
experiencia displacentera; doble muerte: muerte de estas dos cuestiones).
Dos infans vieron la luz y desaparecieron sin dejar rastro: un tiempo y una vivencia
impensables han abolido todo lazo que pueda ligarlos a la existencia de una niña sin pasado.
La actualización de este fantasma de los orígenes que asocia dos nacimientos y dos muertes,
que disocia el poder materno y el poder paterno de engendrar, que instaura una ruptura entre el
tiempo del infans y el tiempo del niño, permitirá a Inés reencontrar-reconstruir ciertos sucesos
de su infancia, de su nacimiento, dar sentido a las defensas psicóticas que de niña utilizó para
defenderse de un ambiente psíquico siempre en peligro de un estallamiento.
Sin embargo, este trabajo de reconstrucción y de elaboración que Inés realiza no puede
impedir que un suceso actual e imprevisto cree una brecha y ponga al desnudo una rasgadura
originaria. Cierto tiempo después, Inés anuncia en sesión que está embarazada (embarazo que
contradice el diagnóstico dado a sus 20 años), que está sorprendida y contenta. Pero
sorprendentemente no habla del tema durante meses, hasta el momento en que su panza
empieza a notarse y experimenta una extraña sensación cuando se mira al espejo. A partir de
allí todo cambia. Las sesiones se empiezan a llenar de descripciones de imágenes terroríficas,
a veces soñadas, a veces imponiéndose a su mente en el momento del adormecimiento o del
despertar: un pedazo de cuerpo, un objeto no identificable se ponen a moverse, a desgarrarse,
para desaparecer: el final es siempre el mismo, ahí donde había una “cosa” aparece un
“agujero negro” que está a la vez vacío y lleno de una sustancia negra que se expande por su
cuerpo. Luego toda la imagen desaparece y le queda la certeza de muerte inminente.
No hay duda de que su embarazo, el pensamiento de que iba a revivir dentro de poco una
relación madre-bebé, abrieron la vía a retoños de la representación de la catástrofe sufrida por
Inés cuando era un bebé.
Durante los primeros 4 años de tratamiento Piera jamás había experimentado el temor de ver
instaurarse un episodio psicótico. No sólo pensaba que la potencialidad psicótica de Inés no se
manifestaría, sino que le parecía legítimo esperar que ella hubiera podido liberarse, instalar
otro compromiso identificatorio. Sin embargo, su embarazo le hace temer durante meses la
aparición de un episodio psicótico. Aparece un deseo de muerte hacia ese feto, sentimientos de
horror hacia la relación entre una madre y un infans. Está segura de que el parto saldrá mal, de
que su vida correrá peligro. Sentimientos igualmente violentos toman a su marido como blanco:
él es el responsable, él quería un hijo y se aprovechó de su útero.
Finalmente su parto sale bien y no cae en el delirio. Retoma rápidamente su actividad
profesional y contrata a una joven para que se ocupe de su bebé. Nuevamente encuentra su
capacidad de apelar a sus defensas eficaces. Inés habla de su bebé de manera positiva, pero
éste aún es muy pequeño y sólo el futuro de su relación permitirá decir si la madre y el niño
han podido escapar a dos inicios de vida tan dramáticos.
Inés deja el análisis porque se muda por trabajo.
Piera propone la siguiente hipótesis: Inés fue arrancada violentamente de un primer espacio
complementario, el pecho que era el representante y que quizás había podido, durante un
breve período, satisfacer sus necesidades biológicas y psíquicas, desaparece y es
reemplazado por otro espacio cuyo representante es el biberón, del cual se le impone la unión
intrusiva con su cavidad oral. La representación de este estado de unión ya no se acompaña
del placer sensorial que debería dispensar: la unión se convierte en sinónimo de intrusión, la
zona oral y la función de ingestión han perdido su poder de engendrar placer. Inés, sin
embargo, no se vuelve anoréxica: las pulsiones de vida logran imponerse pero no podrán
contar con el silencio de Tánatos. Un primer acto mortífero se ha realizado a expensas del
objeto complementario: alguien ha matado el poder de placer del objeto.
En un momento muy precoz, en el que la actividad de lo primario entra en juego, Inés se
encuentra confrontada con dos asesinatos ya consumados (la recién nacida que el ambiente
psíquico materno podría reconocer como su complemento ha desaparecido; la relación con el
padre también). El pasaje del pictograma de la unión al de la fusión (lo cual permite pasar de
una relación de complementariedad a un deseo de fusión entre dos cuerpos, dos psiques, dos
deseos), el pasaje del postulado del autoengendramiento a un fantasma que designa el deseo
de la pareja como causa de su propio origen, no podrán realizarse.

Aulagnier, “Alienación y psicosis: dos respuestas antinómicas al conflicto


identificatorio”.

Piera plantea que todo síntoma remite a un conflicto identificatorio.


Cuando el conflicto es entre el yo y sus ideales, entre la brecha inevitable que existe entre lo
que se es y lo que se quiere llegar a ser, estamos en el registro de la neurosis.
Cuando el conflicto es entre las dos instancias constitutivas del yo, el identificante y el
identificado, estamos en el registro de la psicosis, conflicto radical que desgarra a los dos
constituyentes del yo, lo cual se acompaña por el intento desesperado del sujeto por preservar
su funcionamiento recurriendo a construcciones delirantes.
Ahora bien, entre la respuesta neurótica y la respuesta psicótica, la experiencia comprueba un
tercer camino de salida del conflicto identificatorio: la alienación, que por un lado reduce al
máximo la angustia y el sufrimiento psíquico que la psicosis refuerza, y por otro para hacerlo
recurre a mecanismos que, desde el punto de vista del observador, muestran una locura del
pensamiento que nada tiene que envidiar a la psicosis.

El proceso de identificación
Con el yo irrumpe en la psique la categoría de la temporalidad y la tarea del yo es tornarse
capaz de pensar su propia temporalidad (creo que esto alude a que pueda pensar la diferencia
entre el que es, el que era y el que devendrá), para lo cual le hace falta pensar, anticipar,
catectizar un espacio-tiempo futuro.
El yo deja durante cierto tiempo a otro la tarea de catectizar su porvenir, de operar esta
segunda anticipación necesaria (la primera es la anticipación de la sombra hablada antes de
que haya yo) para sostener anhelos que llegan a dar sentido a la necesidad de cambiar, de
tornarse otro. Pero existe un segundo momento fundamental para su funcionamiento que exige
que retome por su cuenta la segunda acción anticipadora desempeñada en primer lugar por el
portavoz. Esto presupone que el yo tenga acceso y que haga suyos los anhelos identificatorios
que catectizan el futuro, pero un futuro que ya no será un simple anhelo de retorno del pasado.
La apropiación de un anhelo identificatorio que tenga en cuenta este no-retorno de los mismo
es una condición vital para el funcionamiento del yo.
Ahora bien, para que el yo se preserve es necesario que el identificante catectice dos soportes:
el identificado actual y el devenir de ese identificado. Este devenir es lo que presupone su
posibilidad de catectizar su propio cambio, su alteración. Pero el identificante sólo mantiene
esta catexia mientras preserva la creencia de que esos enunciados, esos pensamientos
efectivamente conforman al yo que nombran.
Piera resume lo esencial en los siguientes términos:
-la unidad identificante-identificado, condición de la existencia del yo, presupone que se
conserven en el espacio del identificado ciertos puntos de certeza. Es la relación del
identificante con esos puntos de certeza lo que permite al yo el sentimiento de permanencia;
-la prueba de la duda podrá imponerse a todo lo que desborde esos puntos de certeza. Pero
esta duda no deberá trasponer cierto umbral más allá del cual el identificante ya no podrá
anticipar y catectizar lo que el yo podrá devenir.
Para que el yo pueda soportar los embates que hacen vacilar sus enunciados identificatorios (y
que ponen en crisis la relación entre el identificante y el identificado) son necesarias dos
condiciones:
-que pueda preservar la catexia de ciertas referencias simbólicas al abrigo de todo peligro, de
toda puesta en duda (puntos de certeza);
-que pueda conservar y rememorar recuerdos de momentos pasados en los cuales el placer se
ha mostrado realizable y realizado.
Si estas dos condiciones ya no se respetan, la relación entre el identificante y el identificado se
transforma en la relación conflictiva que marca la psicosis.
Los puntos de referencia (necesarios para que su identificación simbólica permanezca al abrigo
de todo cuestionamiento) ya no son seguros y se asiste a una invasión catastrófica de la duda,
duda que el pensamiento delirante con su certeza intenta silenciar.
En la psicosis hubo creación de un yo pensado y anticipado por el portavoz, hubo una primera
apropiación de cierto número de enunciados con función identificante, incluso hubo una
primera y frágil esperanza de que ese “yo pensado” fuera reconocido por otros, que se
permitiera al identificante catectizar un identificado que le aportaría la prueba de la autonomía,
del valor de la actividad e pensar. Pero esta fue esperanza reiteradamente frustrada. Y
entonces, el identificado queda ligado sólo a lo que el Otro (creo que la madre, por ejemplo)
puede pensar y envía al identificante un veredicto que declara insensato el conjunto de sus
pensamientos, que lo enfrenta con su impotencia.
Durante cierto tiempo el identificante podrá intentar reparar este trauma proyectando sobre el
identificado la sombra de lo que, en un pasado lejano, él habría sido para otro. Extraña
idealización de un yo pasado, pagada con el renunciamiento a creer en la existencia de un yo
actual y más aún de un yo futuro.
Para entender el conflicto identificatorio en la psicosis es necesario considerar además lo que
representa para el yo esa prueba que Piera llama desidealización. El yo anticipado por el
portavoz, es un yo idealizado. Pero más tarde es necesario un fenómeno de desidealización
condición primera y determinante en la estructura psíquica. Fenómeno de desidealización que
deberá permitirle al yo abandonar el yo idealizado en beneficio de los ideales futuros que él
deberá catectizar y que marca la entrada del sujeto en la temporalidad. Desidealización del yo
idealizado que implica también una desidealización del tiempo infantil y del agente de la
idealización: el portavoz.
Lo que muestra la psicosis es la imposibilidad del niño y generalmente de la madre de aceptar
esta desidealización.
En el trabajo de desidealización impuesto al yo infantil, este último debe poder encontrar un
aliado, una ayuda en la propia madre: si la madre se niega a ello o si el hijo vive como tal sus
respuestas, el yo enfrentará una relación con sus propias referencias identificatorias, con el
tiempo, con la realidad que lleva en sí lo que Piera define con los términos de potencialidad
psicótica, que en un plazo más o menos breve corre el peligro de desembocar en la psicosis
manifiesta.

Aulagnier, “Dos notas al pie de página”

1-Historiadores en busca de pruebas

Piera propone 3 tiempos:


-T0: que designa el nacimiento del infans, tiempo de lo originario y lo pictográfico;
-T1: que designa el advenimiento del yo, en el que un niño pasa a sustituir al infans que ya no
es, tiempo de apertura del proceso identificatorio (proceso identificatorio que es la cara oculta
del trabajo de historización del yo que reemplaza un tiempo perdido definitivamente por un
discurso que lo habla. Tarea del yo que consiste en elaborar una construcción histórica que
aporte al autor y a sus interlocutores la sensación de una continuidad temporal. Sólo con esta
condición podrá anudar lo que es a lo que ha sido y proyectar al futuro un devenir que conjugue
la posibilidad y el deseo de un cambio con la preservación de esa parte de cosa propia,
singular, que le evite encontrar en su ser futuro la imagen de un desconocido);
-T2 (adolescencia???): donde se produce un giro en el movimiento identificatorio, es un tiempo
de clausura que pone fin a un primer modo de identificación y da acceso a un segundo (que
deberá tomar en cuenta lo que Piera llama “efecto de encuentro”). Tiempo de conclusión donde
el yo firmará un compromiso con la realidad cuyas cláusulas decidirán sobre los posibles del
funcionamiento psíquico (que es lo que designa el término de potencialidad. El concepto de
potencialidad engloba los “posibles” del funcionamiento del yo y de sus posiciones
identificatorias, una vez concluida la infancia). Uno de los acontecimientos psíquicos
responsables de este giro es la necesidad en que está el yo de modificar su relación de
dependencia con el pensamiento parental. Esta modificación coincide con el final del
mecanismo de la represión secundaria y la instalación de una potencialidad que podrá cobrar la
forma manifiesta de una neurosis, de una psicosis o de esas problemáticas polimorfas cuyos
prototipos son la perversión, ciertas expresiones somáticas, y ciertos comportamientos
actuados.

2-Un discurso en el lugar del infans


Tiempo T0 a T1: es el tiempo de las representaciones pictográficas y fantasmáticas que
acompañan lo vivido y que preceden al advenimiento del yo que llegado el caso las
metabolizará en representaciones ideicas, algunas de las cuales se emplazarán en la memoria
que el yo ha de guardar de su pasado. Ahora, ¿cómo ese yo podría representarse un antes de
su propia actividad psíquica?. Para fundar su historia deberá encontrar una vía y una voz que
le posibiliten pensar ese antes. Lo propio del yo es advenir a un espacio y a un mundo cuya
preexistencia se le impone y que es la causa y no el efecto de su vida. Anticipado por el
discurso del portavoz, obligado, para ser, a apropiarse de los enunciados identificatorios pre-
dichos y pre-investidos por ese mismo discurso, el yo adviene a un espacio, a una realidad que
no lo esperaron para existir. El yo se descubre como resultado de un deseo y de un discurso
mantenido por unas voces que precedieron a la suya.
Sólo aquél que ha sido le puede dar acceso a determinado conocimiento de lo que es y
prometerle un devenir posible. Ahora, esta necesidad de preservar la memoria de un pasado
como garantía de la existencia de un presente no puede ir más allá del momento en que el yo
ha advenido. Pero su cuerpo y sus inscripciones por una parte, y su familiaridad con el cuerpo,
la voz, la imagen materna por la otra, le afirman que lo ha precedido algo ya trabajado, ya
investido. Este ya-ahí de un tiempo vivido el yo tiene que poder pensarlo, tiene que creer que
posee su historia. El discurso de la madre cuando le cuenta la historia de su propia relación con
el bebé, le hace pensable ese antes que se convierte en la prueba del deseo materno. Así
como le tomó prestados sus primeros enunciados identificatorios, de igual modo el yo del niño
tomará prestadas de su discurso las informaciones que le permitan esbozar el primer capítulo
de su libro de historia (lo que sucedió entre T0 Y T1). De los acontecimientos que signaron este
periodo sólo la madre o sus sustitutos tiene la memoria, el sujeto sólo puede conservar de ellos
cicatrices.
El niño, el adolescente, el adulto, podrán con posterioridad rechazar lo que les pudieron contar
sobre el tiempo del infans. Pero durante una primera etapa de vida infantil, el niño no puede dar
existencia al infans que lo precedió como no sea apropiándose de una versión discursiva que
cuenta, que le cuenta, la historia de su comienzo. Esta versión, destinada a sustituir las
representaciones pictográficas y fantasmáticas por la nominación y la significación que la
madre les atribuye, será decodificada por el yo como un relato que le hace saber de qué deseo
su nacimiento fue el resultado. Hablamos de resonancia afectiva cuando hay coincidencia,
correspondencia entre lo que el otro dice y lo que el yo siente; cuando los enunciados
identificatorios son representativos de uno, se enlazan. La función identificante del yo
metaboliza los identificados provenientes de los otros (metaboliza los pictogramas en ideas a
través del lenguaje). Si esto funciona el conflicto posible es entre el yo y los ideales. Pero Piera
pone el acento en aquellos enunciados o discursos que faltan o reniegan, son falsos y donde la
amalgama (entre identificante e identificado) no es tan fácil siendo el conflicto posible entre el
identificante y el identificado. En estos sujetos una forma relacional primaria (con su madre)
permanece impensable, se asiste a un mecanismo de desconexión temporal y causal. Así, el
fantasma de autoengendramiento que aparece en muchas psicosis es un fantasma que
atribuye al sujeto el poder de engendrar su pasado, su origen y todo origen.
El origen de la historia del tiempo debe coincidir con el origen de la historia del deseo que lo ha
precedido y hecho nacer. Así, el conflicto neurótico es en términos de amor, sexualidad, etc que
supone implícitamente la idea de una relación. Para el psicótico, toda experiencia relacional es
una tentativa de resolver un conflicto identificatorio que se sitúa en un tiempo más primero.
Espera del otro una confirmación de la legitimidad de ciertas vivencias y pensamientos que le
permitan diferenciar pasado y presente (no acceso a la temporalidad).

El concepto de potencialidad y el efecto de encuentro


El concepto de potencialidad engloba los posibles del funcionamiento del yo y de sus
posiciones identificatorias, una vez concluida la infancia.

El efecto de encuentro
A partir de cierto punto de su trayecto, el yo no puede seguir creyendo en la unicidad de un
identificado. Su imagen, según la percibe en la mirada del padre, de la madre, de un hermano
mayor, le revela que ninguna mirada se puede pretender el único espejo y que el conjunto de
las miradas de esos otros por él investidos, le proponen las piezas de un rompecabezas que él
es el único capaz de armar, él es quien tiene que elegir las que lo ayuden a proseguir y
consolidar su construcción identificatoria. Pero para que este rompecabezas le ofrezca una
imagen familiar tiene que poder basarse en un primer número de piezas ya encajadas unas en
las otras. He ahí un primer resultado de su propio trabajo de reunificación de esos dos
componentes del yo que son el identificante y los primeros identificados, ofrecidos por el
portavoz.
El acceso del yo a una identificación simbólica se produce en dos tiempos: el identificado debe
formar parte ya de los enunciados que nombraban a este yo, anticipado por la madre y por ella
proyectado sobre el infans; la apropiación e interiorización por parte del yo de esta posición
identificatoria serán el resultado del trabajo de elaboración, de duelo y de apropiación que el yo
habrá de producir sobre sus propios identificados en el curso de ese primer tiempo de su
itinerario identificatorio que termina en T2. Si ha podido llevar a buen término este trabajo,
podrá después asegurar a su construcción identificatoria unos cimientos que le permitirán a lo
largo de su existencia, agregarle piezas nuevas y renunciar a otras.
Así, denominamos identificante (o actividad identificante) a una función, trabajo de
remodelación que el yo hace sobre sus identificados. Actividad de parte del yo para poder
subsistir y preservarse. El agente activo es el yo que historiza, atribuye significaciones, y
trabaja sobre los identificados provistos por los otros.
De este modo el edificio identificatorio es siempre mixto, pues a las primeras piezas que
garantizan al sujeto sus puntos de certidumbre, luego se agregarán nuevas piezas que se
adaptarán mejor o peor a aquél primer armado. La potencialidad conflictual en el registro
identificatorio encuentra su razón en este carácter mixto del yo. Cualquiera que sea la historia
del constructor y cualquiera sea el contorno de las piezas que tome de los demás, se
presentarán siempre riesgos de desencastre, la potencialidad de una fisura. Fisura que puede
situarse en el interior del primer armado dando lugar a una potencialidad psicótica, que se
manifestará en un conflicto entre los dos componentes del yo; o bien puede situarse entre el
primer armado y esas piezas agregadas que dan testimonio de lo que ha devenido y deviene el
yo dando lugar a una potencialidad neurótica, que amenaza la relación del yo con sus ideales.
Sin embargo, existe también, un tercer riesgo posible que consiste en que las piezas del
rompecabezas parecen bien encastradas pero el constructor no reconoce en el cuadro que de
ellas resulta el modelo que se suponía habrá de reproducir. Tenemos aquí una tercera
potencialidad: la potencialidad polimorfa: perversión, toxicomanías, etc: el denominador común
de estas manifestaciones se encuentra en la relación de estos sujetos con la realidad, que
culmina en una modificación de la realidad que tiende a hacerla objetivamente responsable de
las causas del sufrimiento que padece el yo; modificación (de la realidad) y no reconstrucción
delirante.

T2 o el tiempo de concluir
Entre los fenómenos que exigen una modificación en la relación del yo con sus identificados
dos son los determinantes:
-el encuentro con el tiempo;
-el encuentro con otro sujeto que exige que el yo del primero esté dispuesto a modificar su
propio identificado.
Estas modificaciones sólo son posibles y deseadas si el yo conserva la seguridad de que ellas
respetarán lo no modificable.
Salvo el estallido de una psicosis infantil, de que el autismo es la forma extrema, todo yo
alcanza el punto T2 que le permite establecer una ligazón entre el presente y un después
diferente. Ligazón entre el identificado que concluye y estabiliza las posiciones identificatorias
ocupadas por el yo infantil en su relación con la pareja parental y una posición futura
modificadora de esa relación.
De no producirse esta ligazón el movimiento se detiene, el yo lucha en vano contra su estado
de sumisión a los enunciados identificantes de la madre o de otro dotado del mismo poder. Un
fracaso así, supone un yo que ha sido desposeído de toda autonomía en el registro de sus
pensamientos, en la elección de sus indicadores identificatorios: un yo que ya no tiene la
posibilidad de pensar-desear lo que traen consigo los términos futuro y cambio. Es por eso que
Piera insiste en el poder desestructurante de un deseo de la madre expresado en un “que nada
cambie”: enunciado prototípico de la violencia secundaria.

Aulagnier, “El aprendiz de historiador y el maestro brujo”.

Cap. I: Philippe o una infancia sin historia

a. “El marco de los primeros encuentros”


Piera no atendió a niños, buscó teorizar sobre la psicosis lo que la llevó a pensar la infancia.
Las modificaciones metodológicas que impone el análisis de la psicosis son las mismas ya sea
que se atienda al sujeto en una institución o en un consultorio particular. Pero se logra si el
analista es capaz de respetar 3 condiciones:
-por un lado, el hecho de que ni el sujeto, ni los resultados de la terapia son reductibles a su
sintomatología;
-por otro saber que tomar a su cargo una relación analítica en el marco institucional sólo es
posible si le puede dedicar una parte considerable de su tiempo;
-por último, tener en cuenta la repercusión de cualquier conflicto institucional en el paciente y
que no se trabaja ni con ni contra el equipo asistencial. Debe situarse de modo que pueda
participar en los problemas con los que se encuentra el equipo asistencial y en los proyectos
terapéuticos.
Piera concede una gran importancia a lo que dice, a lo que enseña y a lo que oculta el discurso
parental en los primeros años de la vida; a la interpretación que de él se habrá de dar el niño, y
a las gravísimas consecuencias que puede traer una prohibición masiva que afecte al trabajo y
la búsqueda del pequeño intérprete.
Se centra en lo no dicho al niño y considera importante la presencia de los padres en los
primeros encuentros. Manifiesta interés por oír su discurso (dada la importancia que asigna a lo
que dice, enseña y oculta el discurso parental y porque este discurso es esclarecedor de
problemática del niño). La escucha que se les propone, el interés que perciben hace que en
ciertos casos una limitada cantidad de entrevistas les permitan hacerles entender el papel que
desempeña un real sufrimiento psíquico, allí donde sólo veían la manifestación de una
agresividad o un deseo de angustiarlos. De igual modo, Piera cree posible en otros casos
llevarlos si no a que superen, al menos que pongan en duda su convicción sobre el carácter
orgánico, hereditario y por lo tanto eterno de la patología de su hijo/a. También puede ocurrir
que en el curso de estas entrevistas un acontecimiento acuda de repente a la memoria de los
padres: la respuesta del sujeto y la sorpresa de ellos al enterarse de cómo lo vivió pueden
permitir que una verdad circule.
Para Piera desempeñar la función de psicoterapeuta exige la presencia de una relación
privilegiada, cuya condición es que uno se proponga como soporte de un investimiento
igualmente privilegiado y garantice al interlocutor una libertad de palabra.
Piera considera importantes los encuentros con los padres (pero la terapia es individual, con el
niño solamente) en la medida en que pueden tener para el sujeto un efecto positivo, porque
permiten una escucha que prueba al sujeto que su discurso merece ser oído y que si sus
construcciones delirantes no pueden ser compartidas no es porque carezcan de sentido sino
porque ese sentido permanece oculto para los interlocutores. Por reducidos que sean los
beneficios que se puedan esperar de estos encuentros Piera está convencida de su utilidad.

Aulagnier, “El aprendiz de historiador y el maestro brujo”.

Cap. I punto 3 A: “Las entrevistas preliminares”

Intercambio de conocimientos, intercambio de afectos: es este doble movimiento el que está en


la base y es el soporte de la relación analítica porque está en la base y es el soporte de la
relación transferencial. Es imposible, en nuestra práctica, separar el sentido de su carga
afectiva, que decide tanto sobre su formulación como sobre la suerte que le reservará su
destinatario. Sentido y afecto son con igual fundamento responsables de la organización del
espaciotiempo que encuadra nuestro encuentros.
Uno de los constreñimientos del análisis es el tiempo que exige. Pero si en nuestra práctica no
ignoramos los constreñimientos temporales, tenemos la obligación de reservar una libertad
muy grande al tiempo de la interpretación, pues no podemos preveer cuando ésta se hará
posible. A la inversa, el tiempo de que disponemos para decidir su aceptamos ocupar el puesto
de analista con este sujeto y para decidir nuestros movimientos de apertura, a este tiempo lo
tenemos contado. No podemos acrecentar demasiado la cantidad de las entrevistas
preliminares sin correr el riesgo de que nuestra negativa se produzca demasiado tarde, con
menoscabo de la economía psíquica del sujeto. Si la posibilidad de establecer una relación
transferencial es una condición necesaria para el desenvolvimiento de una experiencia
analítica, lo inverso no es cierto (el análisis no es condición necesaria para que haya
transferencia, puede haber transferencia fuera del análisis: la problemática psíquica de un
sujeto puede escapar de nuestro método y sin embargo puede estar dispuesto a hacer muy
rápido de nuestra persona el soporte de sus proyecciones con mayor carga afectiva).Riesgos:
prolongar las entrevistas preliminares implica correr el riesgo de que el sujeto haga en
demasía, prematuramente, de nuestra persona el soporte de algunos de sus investimientos y
proyecciones. Pero todavía puede llegar a ser más grande el peligro de la apresurada decisión
de iniciar una relación analítica, fijar la frecuencia de sesiones, proponer el diván, demandarle
al sujeto ser el confirmante de un contrato cuyas cláusulas después no puede respetar. Peligro
tanto para el analista como para el analizado al quedar los dos prisioneros de una relación
tranferencial que hace que el analizado se hunda en la repetición sin salida de algo ya vivido y
que pone al analista frente a reacciones transferenciales y contratransferenciales sobre las
cuales la interpretación carece de poder.
Muchos analistas (en realidad psiquiatras) buscan encontrar en las entrevistas preliminares los
elementos que les permitan establecer un diagnóstico, tratando de pronunciarse sobre la
analizabilidad o no analizabilidad de un sujeto abstracto, lo cual es más fácil, tomándose en
cuenta su pertenencia a tal o cual conjunto de nuestra psicopatología (neurosis, psicosis, etc).
Pero cuando dejamos al sujeto abstracto para encontrarnos con un sujeto viviente las cosas se
complican: es difícil formarse una idea sobre lo que puede esconder el cuadro sintomático que
ocupa el primer plano, y los riesgos que eso no visto o eso no oído pueden traer para el sujeto.
Además, aún cuando el analista se ha dado una respuesta (acerca de la analizabilidad del
sujeto), y si esta es positiva, todavía tendrá que decidir si tiene o no interés en proponer-se a
ese sujeto como su eventual analista. Aspecto en parte independiente de la etiqueta
nosográfica. Así, apelará a lo que conoce sobre su problemática psíquica, sus puntos de
resistencia, etc. Aquí el analista deberá hacer un “autodiagnóstico” sobre su capacidad de
investir y preservar una relación transferencial no con un neurótico, un psicótico o un fronterizo
sino con lo que llegado el caso entrevea, más allá del síntoma, acerca de la singularidad del
sujeto a quien se enfrenta.
Entre los primeros criterios (acerca de la analizabilidad), deducidos en lo esencial de la teoría, y
estos segundos deducidos del trabajo de autoanálisis, existe un tercero que participa de ambos
registros y desempeña un importante papel en la respuesta del analista: es consecuencia de su
concepción del objetivo que asigna a la experiencia analítica.

El calificativo de analizable
Definir a un sujeto analizable es esperar que la experiencia analítica ha de permitir traer a la luz
el conflicto inconciente que está en la fuente del sufrimiento psíquico y de los síntomas.
Condición necesaria pero no suficiente para Piera sin la presencia de una segunda: que es la
esperanza de que el sujeto, terminado su itinerario analítico, pueda poner lo que adquirió en la
experiencia vivida, al servicio de objetivos elegidos en función de la singularidad de su
problemática, de su historia, etc y que respondan a la finalidad de reforzar la acción de Eros a
expensas de tánatos, hacer más fácil el acceso al derecho y al placer de pensar, de disfrutar,
facilitar un trabajo de sublimación que permita al sujeto renunciar, sin pagarlo demasiado caro,
a ciertas satisfacciones pulsionales.
Llegamos al último aporte esperado de las entrevistas preliminares: ayudar al analista a elegir
los movimientos de apertura (donde el analista tiene una cuota de libertad que le permite elegir
entre diferentes aperturas al diálogo).

Los movimientos de apertura


El puesto que se le ofrece al sujeto (cara a cara o en diván), la frecuencia de las sesiones, la
fijación de los honorarios, la manera en que el analista entabla el diálogo, con una actitud más
o menos silenciosa, favoreciendo la palabra o soportando el silencio, forman parte de la
apertura.
Se trata de elegir para cada sujeto la apertura más idónea para reducir, en la transferencia que
se habrá de establecer, los efectos de los movimientos de resistencia, de huida, de
precipitación en una relación pasional que aquella siempre tiene la posibilidad de provocar. Los
movimientos de apertura son función de lo que el analista prevé y anticipa sobre la relación
transferencial futura.
Entre los elementos susceptibles de sugerirnos esta previsión anticipada de la transferencia
encontramos los siguientes: el analista tendrá que privilegiar lo que ha podido aprehender de la
intensidad y cualidad de los afectos movilizados en los dos partenaires en el curso de esos
encuentros. Esta captación acerca del afecto es el primer signo que preanuncia las
manifestaciones transferenciales del lado del analizado y del lado del analista brinda una
indicación sobre sus reacciones futuras a esa transferencia.
El cuadro para el desarrollo de la partida es un cuadro elegido con la esperanza de no trabar la
movilidad de la relación transferencial, de favorecer la movilización y reactivación de la forma
infantil del conflicto psíquico que desgarra a este sujeto que ya no es un niño. Pero además
este cuadro tiene una segunda función: ser garante de la distancia que separa a la realidad
psíquica y a la realidad, imponiendo los límites necesarios para que la realidad psíquica no sea
obligada a un silencio que pueda forzar al sujeto a actuar en la realidad exterior o dentro de su
realidad corporal las tensiones resultantes. Lo propio del cuadro es construir y delimitar un
espacio relacional que permita poner al servicio del proyecto analítico la relación transferencial.
Aulagnier, “El sentido perdido”.

Cap. VII: A propósito de la transferencia: el riesgo de exceso y la ilusión mortífera

Los elementos de análisis que propone la autora conciernen al registro de la neurosis: sólo
fuera del campo de la psicosis se puede afirmar que la armadura, así como la prosecución de
la experiencia, presuponen por parte de los dos sujetos en presencia la aceptación a priori de
un extraño pacto, por el cual uno de ellos acepta hablar su sufrimiento, su placer, sus sueños,
su cuerpo, y el otro se compromete a asegurar la presencia de su escucha para toda palabra
pronunciada. Pacto que ni uno ni otro podrán respetar jamás de manera total ni constante, aún
cuando sus dos cláusulas deban seguir siendo la meta “ideal” propuesta.
Con la sola ubicación de los peones sobre el tablero analítico, uno de los sujetos encuentra que
se le atribuye un “poder querer” hablar sus pensamientos, y el otro un “supuesto saber” sobre
el deseo inconciente que juega en esos mismos pensamientos.
Toda neurosis posee un conflicto identificatorio en el ser mismo del Yo. Conflicto entre
representaciones ideicas, y por lo tanto pensamientos que tienen como referente un mismo Yo
al que le es imposible imponerles una coexistencia pacífica: de allí su lucha por excluir de su
campo toda representación que contradiga a otra a la que quiere privilegiar en su tiempo actual
(se trata de un conflicto entre el Yo y los pensamientos por medio de los cuales se presenta a sí
mismo y se representa con respecto a los otros).
La primera tarea del proceso analítico será favorecer la expresión del conjunto de esas
representaciones, gracias a lo cual el conflicto identificatorio se actualizará y se hablará en las
sesiones. Primer tiempo necesario para que el trabajo analítico permita que una parte de esas
representaciones devengan para el Yo no ya lo que repetitivamente intenta reprimir, sino
aquella que puede conservar entre las representaciones de su propio pasado. El final del
proceso implica, entre otras cosas, la posibilidad para el Yo de no seguir gastando su energía
en reprimir y desconocer lo que el Yo fue, su derecho a conservar y a investir su recuerdo y, a
la inversa que ese mismo Yo acepte transferir exclusivamente al futuro la posibilidad y el anhelo
de actuar sobre una realidad del mundo que él encuentra, con el fin de que ella torne vivibles
representaciones del Yo conformes con lo que esa instancia espera de su proyecto
identificatorio.
En lo que respecta a la ilusión y expectativa transferenciales: se trata de la existencia de otro a
quien se supone saberlo todo, a priori, sobre las significaciones ignoradas de los pensamientos
y deseos que se le expresan, “saber todo” que disolvería el conflicto que los desgarra y el
sufrimiento resultante (la ilusión transferencial también alude a encontrar a alguien que sabe
qué cosa fue el Yo desde su origen, que conoce la totalidad de su historia, de los deseos, de
los placeres que fueron suyos y que permitiría recuperar la comprensión de un pasado en el
que ninguna palabra, ninguna representación, ningún instante, faltarían. Dicha ilusión a veces
corre el riesgo de ser compartida por el propio analista. Sin embargo, el analista debe hacer
semblante de saber, pero debe entender que no lo tiene). Pero esa ilusión necesaria para el
desarrollo de la experiencia puede desembocar a veces en una consecuencia paradójica que
invertirá el fin al que el proceso apuntaba. En este caso la transferencia se pondrá al servicio
de un deseo de muerte del Yo por el Yo, que se realizará no a través del suicidio sino del deseo
de no desear pensar más, de la tentativa de imponer silencio a esa forma de actividad psíquica
constitutiva del Yo.

El concepto de violencia primaria y el origen del Yo


En el encuentro entre la psique del infans y el sistema de significación del que la voz materna
se hace primer portavoz, se ejerce una violencia primaria tan absoluta como necesaria. Por el
discurso que la madre dirige al niño y sobre el niño, ella se crea una representación ideica de
éste. Este discurso y los hitos identificatorios que dispensa son lo que el infans, en el momento
en que adquiere los primeros rudimentos del lenguaje y pasa al estado de niño, deberá
apropiarse: en un primer tiempo, una imagen del Yo y un saber sobre quien es Yo (que viene de
otra parte) van a dar cuerpo a una instancia, el Yo, que tendrá el poder de desprenderse de los
efectos de una violencia a la cual debe su propia existencia.
Es una necesidad para el funcionamiento psíquico que de entrada el discurso materno traduzca
el grito en términos de llamada, en términos de demanda de amor. Traducción que supone una
traición si se la compara con el texto original, pero traición que es una reconstrucción necesaria
en tanto se dirige al Yo, cuya presencia en la psique del infans, el discurso de la madre anticipa
de entrada.
Así, al término violencia le hemos añadido el doble calificativo de necesaria y primaria: no sólo
porque es temporalmente primera sino porque hay que diferenciarla de otras formas de
violencia (secundaria) a las que abre el camino, pero que se distinguen de ella por ejercerse
contra ese Yo al que la primera había dado nacimiento.

El riesgo de exceso (ver cap. 4 de “La violencia de la interpretación).

Un derecho de goce inalienable


Poder ejercer un derecho de goce sobre la propia actividad de pensar, reconocerse el derecho
de pensar lo que el otro no sabe que uno piensa, es una condición necesaria para el
funcionamiento del Yo. La locura nos muestra que si se despoja al sujeto del derecho de gozar
de su autonomía de pensamiento, sólo puede sobrevivir tratando de recuperar aquello que le
fue expropiado mediante el recurso a una construcción delirante.
Pero el acceso a este derecho (de gozar del pensamiento) presupone el abandono de la
creencia en el “saber-todo” del portavoz, la renuncia a encontrar sobre la escena de la realidad
una voz que garantice lo verdadero y lo falso. Esto sólo es posible si el niño descubre que el
discurso del portavoz dice la verdad pero también puede mentir. Sólo a este precio puede el
sujeto cuestionar al Otro y cuestionarse sobre quién es Yo. Pero este cuestionamiento sólo es
posible para el niño si el discurso del portavoz acepta ser puesto en tela de juicio. Hay un punto
en el que goce sexual y goce de pensar comparten un mismo carácter: es muy difícil
experimentarlo si el partenaire tiene la firma intención de negarlo al otro.
Esto explica por que el goce del cuerpo y el goce de la actividad de pensar designan los 2
terrenos sobre los cuales podrá ejercerse la inhibición neurótica.

Reflexiones “en curso” sobre el conflicto transferencial


El sujeto supuesto saber
Dentro del registro de la neurosis, la demanda de análisis muestra que en la gran mayoría de
los casos preexiste en el demandante una cierta idea del concepto “analista”. Cualquiera sea el
fin que lo motiva, la esperanza de su realización se instrumenta sobre y por un saber (saber
sobre el cuerpo, el sufrimiento, el goce, el deseo) que nos imputa y del que espera apropiarse.
Posibilidad de gozar de su pensamiento, poder pensar el goce, ser poseedor de una actividad
de pensar que poseería la totalidad de lo pensable sobre el funcionamiento psíquico: tal es el
triple fin de la demanda que dirige el Yo al analista. Es, entonces, saber lo que se viene a
demandarnos y lo que se espera obtener.
La relación que ha existido entre el infans y el portavoz, entre un no-saber-nada del Yo sobre el
Yo y el saber-todo imputado al discurso del Otro, no es idéntica a la relación que se instaura en
ocasión del encuentro entre un Yo que no carece de saber y ese otro sujeto supuesto saber.
Pero, si se indagan de cerca las motivaciones transferenciales, surge el problema de una serie
de analogías. Al sujeto-supuesto-saber no se le imputa “saber”, sino de manera específica un
conocimiento acerca de cuáles son el deseo y la identidad del Yo del demandante. Es decir que
se supone que hay otro que conoce nuestro deseo, que sabe quién es verdaderamente Yo,
cuestiones que resuenan al encuentro inaugural entre la psique y el portavoz (en ambos se
supone el otro un saber).
Primera analogía a la que vienen a agregarse otras 2. Al igual que el exceso de poder del que
el portavoz puede volverse responsable (riesgo de exceso), el exceso temporal de la relación
transferencial puede llevar también a la imposibilidad, para el Yo del analizado, de conquistar la
autonomía de pensamiento que para siempre resultará dependiente de lo que piensa el
analista, de sus palabras, de su teoría.
En ambos casos una misma y única experiencia puede o bien dar al Yo las armas que le
permitan luchar para adquirir su autonomía, adquisición que nunca puede resultar sólo de la
oferta del otro de concederla sino que exige el compromiso activo del Yo que la adquiere; o
bien, a la inversa, puede inducir al Yo a renunciar a toda lucha, a negar que haya una diferencia
entre verdad y mentira y a rechazar el trabajo de la duda que resultaría del reconocimiento de
esa diferencia. Trabajo de duda que es sinónimo de trabajo de duelo exigido por esa certeza
que es preciso abandonar.
A esto se agrega una tercera analogía: hemos dicho que autonomía y alienación tienen una
misma causa y una misma fecha de nacimiento, pero ninguna puede realizarse sino por la
suma de 2 deseos y de 2 placeres compartidos. Es menester que el deseo de autonomía del
Yo exista como su deseo, pero también que el Yo oiga en la voz del portavoz el anhelo de
facilitarle su realización. La autonomía adquirida debe ir a la par con el sentimiento de que la
madre sigue amándolo, que le da placer que él sienta placer al crear pensamientos nuevos. En
el caso contrario, la negativa del Yo a usar de ese derecho de libertad sobre su pensamiento
muestra casi siempre que tiene como aliado al deseo materno de rehusarla.
La relación transferencial nos muestra que el placer (que debe estar presente en el análisis
junto con el displacer), para estar presente y ser reconocido como tal por el analizado, casi
siempre debe poder apoyarse sobre la convicción de que el trabajo analítico y los
pensamientos que resultan de él son fuente de placer para el analista. Si esto no ocurre, el
analista se torna responsable de un exceso de frustración, es incapaz de prestar atención y de
reconocer la singularidad de ese sujeto y de ese análisis en cuanto fuente de nuevos
pensamientos. Se ve aquí la analogía con el riesgo de exceso del que el portavoz puede
hacerse responsable al rehusar al infans experimentar placer en crear pensamientos (creo que
ambos le deniegan al Yo el experimentar placer al crear nuevos pensamientos).

El proyecto analítico
La transferencia sólo puede desempañar su papel de aliada en el proyecto analítico si, para los
dos sujetos, la experiencia que se desenvuelve se presenta como fuente posible de nuevos
pensamientos, ellos mismos fuente de un placer compartido.
El análisis, y por lo tanto el analista, tienen un proyecto que puede definirse como sigue:
permitir al Yo liberarse de su sufrimiento neurótico, liberándolo de los efectos de la alienación.
El fin del proyecto analítico es primeramente temporal; apunta a hacer posible que el sujeto
invista y cree representaciones que anticipen un momento del tiempo futuro que, por ser futuro,
jamás será idéntico a ningún momento pasado. Este poder de anticipar es la tarea específica
del Yo y de la actividad de pensar, retoma por su cuenta la anticipación ejercida por el discurso
que les permitió existir (puesto que para que el Yo adviniera primero fue preciso que el discurso
materno lo anticipara gracias a su creación de esa “sombra hablada” a la que comenzó por
dirigirse el Yo materno). Una vez advenido, incumbirá al Yo la tarea, vital para él, de
autoanticiparse, en cada momento de su presente proyectándose sobre lo que devendrá el Yo
en el momento que sigue. Vivir implica el investimiento anticipado del tiempo futuro y la
posibilidad para el Yo de investir ese futuro supone la preexistencia constante de una
representación, por él creada, de ese tiempo por venir.
El relato del tiempo pasado será reconstruido por el analizado y en un sentido remodelado. El
tiempo vivido será sustituido por su relato histórico pasando a ser para el Yo ese patrimonio
inalienable, único que puede aportarle la certeza de que para él es posible un futuro. Pero para
que la certeza de su existencia pasada se vea acompañada del deseo de un futuro es
menester que el Yo quede asegurado de que estuvo en sus manos experimentar placer y que
por lo tanto el anhelo de volver a experimentarlo es realizable.

Sobre las creaciones del “tiempo-mixto”


El éxito del proyecto tiene como condición la posibilidad, para el analista y el analizado, de
aceptar y anhelar que lo propio de la experiencia sea el tener que acabarse. El tiempo futuro
que se ha de investir es también aquel en que la presencia del analista ya no será necesaria.
Ahora, cuando esto no ocurre y lo que hay es un deseo de dejar al otro la responsabilidad de
pensar en nuestro lugar, encontramos un deseo de no tener que pensar más siendo el
receptáculo de un “ya-pensado-por-otro” manifestación por medio de la cual se expresa un
deseo de muerte.
Por último, con el término “abuso de transferencia” Piera se refiere a toda práctica que
amenace confirmar al analizado la legitimidad de la ilusión que le hace afirmar que lo que se
tiene que pensar sobre este sujeto, ya fue pensado de una vez y para siempre por UN analista
y, por lo tanto, que el analista no puede esperar oír nada nuevo de y en el discurso que se le
ofrece. Algo que era una ilusión útil para la instalación de la transferencia se transforma en una
ilusión mortífera que privará al analizado de todo interés por la búsqueda de pensamientos
nuevos y de representaciones perdidas, búsqueda cuyo investimiento el proceso exige.
Piera considera que la causa de este abuso es la negativa, por parte del analista, a oír y
reconocer la singularidad del discurso que se le dirige, el displacer que parece ocasionarle toda
palabra que pudiera obligarlo a aceptar nuevos pensamientos, su paso atrás frente a todo
aquello que pudiera hacerle dudar de lo que consideraba demostrado para siempre.

Aulagnier, “El sentido perdido”.

Cap. VIII: El derecho al secreto: condición para poder pensar

Preservarse el derecho de pensar, exige atribuirse el de elegir los pensamientos que uno
comunica y aquellos que uno mantiene secretos: ésta es una condición vital para el
funcionamiento del Yo.
Si no se concede el derecho a pensar y el derecho al secreto, el Yo se ve forzado a gastar la
mayor parte de su energía en la represión fuera de su espacio de esos pensamientos y en
prohibir su acceso al conjunto de los temas unidos a ellos, con la consecuencia de empobrecer
peligrosamente su propio capital ideico.
La experiencia analítica presupone el respeto de un pacto por el cual el sujeto se compromete
a hacer todo lo posible por poner en palabras la totalidad de sus pensamientos. Ahora, si
pensar secretamente es una necesidad para el funcionamiento psíquico del Yo y si el “decir
todo” es una exigencia del trabajo analítico, ¿cómo conciliar estas dos condiciones
contradictorias?. Nos encontramos aquí con la paradoja presente en la situación analítica
(paradoja que es doble porque a esto se suma el hecho de que en la situación analítica analista
y analizado son forzados a favorecer una relación que posee como condición de eficacia el
establecimiento de factores que amenazan con inducir en ambos esos efectos de alienación
contra los cuales lucha el trabajo analítico. Pero esta doble paradoja no puede ser evitada, es
lo que hace posible el proyecto analítico, así como el mayor responsable de su eventual
fracaso). Sin embargo, si bien la regla del “decir todo” constituye una exigencia de nuestra
técnica, es en realidad el sujeto sobre el diván el único que puede decidir si conserva
pensamientos secretos o si acepta ponerlos en palabras y, además el analista no es ni un
inquisidor ni un comisario de policía, y una vez recordada la regla sólo le queda esperar lo que
sujeto quiera decirle.
Si el sujeto se abandona a la posición de limitarse a reflejar lo que ya fue pensado por el
analista, si se contenta con repetir nuestras formalizaciones de su mundo psíquico y con no
hablar, habremos transformado en su contrario una experiencia que pretendía ser desalienante
(en tanto, es contra los efectos de la alienación contra los que lucha el trabajo analítico, el cual
tiene como fin la desaparición de los mismos).
No puede haber actividad de pensar si no se recibe placer o se lo espera en recompensa y
este placer sólo es posible si el pensamiento puede aportar la prueba de que no es la simple
repetición de un ya-pensado-desde-siempre.
Es preciso que pensar secretamente haya sido una actividad autorizada y fuente de placer. La
posibilidad del secreto forma parte de las condiciones que permiten al sujeto, en un segundo
momento, dar el estatus de fantasma (entiendo fantasía) a algunas de sus construcciones
ideicas que por este hecho él diferencia del conjunto de sus pensamientos. La psicosis nos
muestra qué significa para el Yo no poder conceder el estatus de fantasma a un pensamiento
(no poder separar qué es tal de lo que no lo es).
Es que justamente la definición del término fantasma supone como una de las cualidades
inherentes a dicha entidad psíquica la posibilidad de permanecer secreta. Debe poder
preservarse un placer de pensar que no tiene más razón que el puro placer de crear ese
pensamiento.
Si es cierto que poder comunicar los pensamientos, desear hacerlo, esperar una respuesta a
ellos, forman parte del funcionamiento psíquico y constituyen sus condiciones vitales, también
es cierto que paralelamente debe coexistir la posibilidad, para el sujeto, de crear pensamientos
cuyo único fin sea aportar, al Yo que los piensa, la prueba de la autonomía del espacio que
habita y de la autonomía de una función pensante que es el único en poder asegurar: de ahí el
placer sentido por el Yo al pensarlos.
Para el analizado y para el analista, el trabajo psíquico que el desarrollo y el éxito de la
experiencia exigen sólo puede sostenerse si ambos pueden hallar placer (lo cual no significa
que su opuesto esté ausente) en esa creación de pensamientos que se denomina análisis. El
término creación debe entenderse aquí en diferentes niveles:
-creación por el analizado de una nueva versión de su historia singular, versión que nunca
existió tal cual antes del análisis, en ningún recoveco de lo reprimido y que, sin análisis, jamás
habría existido bajo esta forma;
-creación por el analista que, a partir de su saber relativo a la psique y a su funcionamiento, se
descubre construyendo con el otro algo nuevo, algo inesperado;
-creación por los dos participantes de una historia concerniente a su relación recíproca (lo que
podemos llamar la historia transferencial);
-creación de un objeto psíquico que no es otra cosa que esa historia pensada y hablada que se
establece sesión tras sesión.
A su vez, no puede haber realización del proyecto analítico, ni trabajo que merezca este
calificativo, si ambos participantes no son capaces de correr el riesgo de descubrir
pensamientos que podrían cuestionar sus conocimientos más firmes: con respecto a lo que el
primero creía conocer sobre sí mismo y con respecto a lo que el segundo creía al resguardo de
la duda en su propia teoría.
El analizado debe gozar de una libertad de pensamiento que incluye también la de mantener
secretos determinados pensamientos, no por vergüenza, culpa o temor, sino porque le
confirman al sujeto su derecho a esa parte de autonomía psíquica cuya preservación es vital
para él.
Si el analista es capaz frente a todo sujeto de respetar su autonomía de pensamiento, de
favorecerla, podrá poner su trabajo interpretativo al servicio de la búsqueda de verdad del otro
y no al servicio de su propio desarrollo teórico.
En los casos de psicosis o de sujetos no forzosamente psicóticos pero cuyo problema toca
directamente al investimiento de la actividad de pensar, durante toda una primera fase del
análisis, se tratará de ayudarlos a investir una experiencia de placer que siempre vivieron como
prohibida: experimentar placer en crear ideas, pensar con placer y no pagar el derecho a
comunicar sus pensamientos con la obligación de tener que hacerlo siempre y sin respiro.
En lo que respecta al silencio, no podemos en estos casos limitarnos a interpretarlo como una
resistencia. Por el contrario, sabemos cuan positivo puede ser, en el flujo discursivo del
delirante ver aparecer un momento de silencio que atestigua el derecho que de pronto se
arroga el sujeto a no tener que responder más a la orden terminante de decir todo impuesta por
un primer contrato que la madre firmó abusivamente en nombre del niño, contrato al que no
pudo negarse y que paga con su locura.
Por último, Piera no propone para la psicosis ni una actitud de escucha pasiva ni de silencio.
Por el contrario, considera que estos análisis exigen nuestra participación en una construcción
de la historia del sujeto que éste no puede prescribir por sí solo.
Tener que pensar sin descanso, no poder pensar sino con sufrimiento, son cuestiones que
encontramos en muchas formas de psicosis. Pensamiento y placer son para estos sujetos dos
conceptos antinómicos y eligen renunciar a vivir para ya no tener que pensar más que
pensamientos que son fuente de sufrimiento. De este modo, se ve que el placer que la
actividad de pensar tiene que procurar es para el yo una necesidad y no un premio al que
podría renunciar. Poder pensar en una “nube rosada” y sentir con ello placer, hacer esto posible
es la primera tarea que nos impone la psicosis.

Necesidad y función del derecho al secreto


Al examinar las teorías sexuales infantiles, Freud demostró el papel decisivo que juega para el
pensamiento del niño el descubrimiento de la mentira presente en la respuesta parental a su
pregunta sobre el origen.
Para Piera, el descubrimiento de tal mentira conduce al niño a un segundo descubrimiento,
fundamental para su estructuración: la propia posibilidad de mentir, es decir, la posibilidad de
esconder al Otro y a los otros una parte de sus pensamientos, la de pensar lo que el Otro no
sabe que uno piensa y lo que no querría que uno pensara. Enunciar una mentira es enunciar
un pensamiento del que uno sabe que es la negación de otro mantenido en secreto.
El descubrimiento de que el discurso puede decir lo verdadero o lo falso es tan esencial para el
niño como el descubrimiento de la diferencia de los sexos, de la mortalidad o de los límites del
poder del deseo.
La certeza que constituía el patrimonio de las construcciones de lo originario y de lo primario es
sustituida, en el registro del Yo, por la imposibilidad de esquivar la prueba de la duda.
Ante la adquisición del lenguaje y ante sus primeras construcciones ideicas, el Yo, descubre los
límites que en este registro es capaz de oponer al deseo materno. El niño se da cuenta de que
está en su poder crear pensamientos que sólo él puede conocer y sobre los cuales logra negar
al Otro todo derecho de fiscalización.
Es importante tener en cuenta aquí la aceptación o el rechazo por parte de la madre de la
autonomía de ese nuevo ser que ha formado parte de su propio cuerpo y que dependió
totalmente de ella para su supervivencia. Si la madre es capaz de reconocer el derecho del
niño a no repetir ningún pasado perdido, podrá aceptar el no saber siempre lo que él piensa, el
permitir el juego y el placer solitario de un pensamiento fascinado por el poder que descubre
poseer.

Aulagnier, “La violencia de la interpretación”.

Cap. 4: El espacio al que el Yo puede advenir

Todo sujeto nace en un espacio hablante, en un medio ambiente psíquico representado en un


primer momento por el medio familiar o el que lo sustituye que es percibido y catectizado por el
niño como metonimia del todo. De ahí la importancia de analizar la acción para y sobre la
psique del infans de los dos organizadores esenciales del espacio familiar: el discurso y el
deseo de la pareja paterna. Así, el análisis de este medio psíquico privilegiado por la psique
del infans y que marcará su destino implica 5 factores:
1-el portavoz; 2-la ambigüedad de la relación de la madre con el “saber-poder-pensar” del niño;
3-el “lenguaje fundamental”, 4-aquello que, desde el discurso de la pareja, retorna sobre la
escena psíquica del niño para construir los primeros rudimentos del Yo; 5-el deseo del padre.

El portavoz: este término define la función reservada al discurso de la madre en la


estructuración de la psique. Portavoz en el sentido literal del término, puesto que desde su
llegada al mundo el infans, a través de su voz, es llevado por un discurso que comenta,
predice, acuna al conjunto de sus manifestaciones; portavoz también en el sentido de
delegado, de representante de un orden exterior cuyas leyes y exigencias ese discurso
enuncia. Los enunciados maternos están atravesados por su propia represión y por el trabajo
de lo secundario, marcados por el principio de realidad. La psique del infans los metabolizará
en objetos modelados por el principio del placer para lograr que se adecuen a las exigencias de
los postulados de los sistemas originario y primario (lo originario ignora el principio de realidad
y lo primario tiende a someterse al objetivo de placer). Así, la psique toma en sí objetos
marcados por el principio de realidad y los metaboliza en objetos modelados exclusivamente
por el principio del placer, pero en esta operación se manifiesta un resto (precursor necesario
para la actividad de lo secundario).
La marca de la actividad de la psique materna sobre el objeto es la condición de posibilidad
para la representabilidad en lo originario. Esta es la función de prótesis de la psique materna
que permite que la psique encuentre una realidad ya modelada por su actividad y que, gracias
a ello, será representable.

La sombra hablada: precediendo en mucho al nacimiento del sujeto, hay un discurso


preexistente que le concierne: especie de sombra hablada por la madre, que tan pronto como
el infans se encuentre presente se proyectará sobre su cuerpo y ocupará el lugar de aquél al
que se dirige el discurso del portavoz. (En este nivel es necesario tener presentes dos
relaciones: aquella entre el portavoz y el cuerpo del infans como objeto de su saber y aquella
entre el portavoz y la acción de represión. El análisis de estas relaciones permitirá esclarecer la
problemática identificatoria cuyo eje es la transmisión sujeto a sujeto de algo reprimido,
indispensable para las exigencias de estructuración del yo).
Es bueno aclarar que el término madre se refiere a un sujeto con las siguientes características:
una represión exitosa de su propia sexualidad infantil; un sentimiento de amor hacia el niño; su
acuerdo con lo que el discurso cultural del medio al que pertenece dice acerca de la función
materna y la presencia junto a ella de un padre del niño por quien tiene sentimientos
fundamentalmente positivos. Esto en relación a la conducta conciente o manifiesta de la madre.
En relación a los deseos inconcientes, el niño ocupa para la madre el lugar de un objeto
perdido (tener un hijo del padre) lo cual reactivará sentimientos de ambivalencia en relación
con ese hijo.
Decíamos, entonces, que en un primer momento, el discurso materno se dirige a una sombra
proyectada sobre el cuerpo del infans, ella le demanda a este cuerpo, cuidado, mimado, que
confirme su identidad con la sombra. Sin embargo, entre la sombra proyectada por la madre y
el infans existe una diferencia, pero en la primera fase de la vida, al no disponer aún del uso de
la palabra, es imposible contraponer los propios enunciados identificatorios a los que se
proyectan sobre uno, y eso permite que la sombra se mantenga durante cierto tiempo al
resguardo de toda contradicción manifiesta por parte de su soporte (el infans). Sin embargo, la
posibilidad de contradicción persiste y es el cuerpo quien puede manifestarla: el sexo en primer
lugar y también todo aquello que en el cuerpo puede aparecer bajo el signo de una falta: falta
de sueño, de hambre, etc.
El saber de la madre acerca del cuerpo del niño, instrumento privilegiado de la violencia
primaria que permite pasar del nivel de la necesidad al de la demanda y el deseo; y a su vez,
que permite a la madre asignar a las funciones corporales un valor de mensaje, se ve negado a
partir de las manifestaciones de la autonomía del niño, cuyo punto cúlmine será la actividad de
pensar.
Por último, la sombra hablada está constituida por una serie de enunciados testigos del anhelo
materno referente al niño, que conducen a una imagen identificatoria anticipada y está también
al servicio de la represión secundaria de la madre, en tanto la preserva del retorno de un
anhelo que, en su momento, fue conciente y que luego fue reprimido: tener un hijo del padre (la
preserva porque esta sombra, este fragmento de su discurso representa lo que del objeto
imposible y prohibido puede transformarse en decible y lícito. El Yo de la madre construye y
catectiza ese fragmento de discurso para evitar que la libido se desvíe el niño actual y retorne
hacia el de otro tiempo y lugar. De este modo el niño se encuentra en una situación paradójica:
al par que ocupa el, lugar más cercano al objeto del deseo inconciente, se le demanda que
obstaculice su retorno). De este modo, el deseo edípico retorna bajo una forma invertida: “que
este niño llegue a ser padre o madre de un hijo”; con lo cual la realización del anhelo queda
diferida para un tiempo futuro.

El riesgo de exceso: la violencia primaria operada por la acción anticipatoria del discurso de la
madre tiene un efecto preformador e inductor sobre lo que se deberá reprimir, violencia
operada por una respuesta anticipada que preforma definitivamente lo que será demandado
(en tanto lo que la madre desea se convierte en lo que demanda y espera la psique del infans)
y que es necesaria e indispensable.
Pero existe un riesgo de exceso, riesgo que no siempre se actualiza pero cuya tentación está
siempre presente en la psique materna. Este riesgo consiste en el deseo materno de preservar
el statu quo de esta primera relación (que sólo es necesaria y legítima en un primer momento).
“Que nada cambie” este anhelo (anhelo que apunta a lo psíquico, que es un devenir
concerniente a lo pensado) basta para invertir radicalmente los efectos de algo que durante un
momento fue lícito y necesario, y para transformarlo en la condición necesaria, aunque no
suficiente, para la creación del pensamiento delirante (del niño). Anhelo cuya realización
implica: la exclusión del infans del orden de la temporalidad, la imposibilidad de pensar una
representación que no haya sido ya pensada y propuesta por la psique del otro. Lo que la
madre no quiere perder es ese lugar de sujeto que da la vida, que posee los objetos de la
necesidad y dispensa todo aquello que constituye para el otro una fuente de placer, de
tranquilidad de alegría.
La aparición en el infans de la actividad de pensar (esperada y preanunciada por el discurso
materno) y la autonomía que conlleva representa las primera producciones que pueden ser
ignoradas por la madre (mantenidas en secreto por el infans) y gracias a las cuales el niño
puede cuestionarla. El propósito del exceso será lograr que la actividad de pensar, presente o
futura, concuerde con un molde preestablecido e impuesto por la madre, donde sólo serán
legitimados los pensamientos que el saber materno declare lícitos, privando al niño de toda
autonomía posible (en el pensamiento). En este caso, la madre no puede renunciar a una
función, que en su momento fue necesaria, en beneficio del cambio y del movimiento de la
relación futura.
La persistencia de la relación inicial sólo puede conducir a la alienación: situación relacional en
la que el Yo remite la totalidad de sus representaciones ideicas (de sus pensamientos) al juicio
exclusivo de otro que puede, y sería el único en poder, dotarlas de sentido o declararlas
insensatas. La alienación es sinónimo de la pérdida sufrida por el Yo de todo derecho de goce y
de todo derecho de juicio sobre su propia actividad de pensar.

El lenguaje fundamental: Piera plantea que la acción de la violencia primaria opera en dos
tiempos (también la identificación simbólica de despliega en estos dos tiempos):
-un tiempo caracterizado por la anticipación de un discurso que le habla al infans mucho antes
de que éste tenga acceso al lenguaje (y tenga Yo);
-un tiempo de apropiación por parte del infans de esos enunciados identificatorios, que le
otorgan los recursos simbólicos necesarios para que pueda nominar los afectos que adquirirán
la cualidad de sentimientos. El pasaje del afecto al sentimiento es el resultado de un acto de
lenguaje que impone un corte radical entre el registro pictográfico y el registro del Yo, de la
puesta en sentido, en tanto lo decible es característico de las producciones del Yo.
El lenguaje fundamental es un concepto de Piera mediante el cual le pone nombre a los
términos del lenguaje que sirven para poner nombre a dos temas:
-a los afectos, es decir, los términos que permiten nominar los afectos transformándolos en
sentimientos (como tristeza, alegría);
-los términos que designan los elementos del sistema de parentesco términos utilizados para
que el sujeto se ubique en un sistema de parentesco.
El lenguaje fundamental como discurso social, compartido, al cual el sujeto se dirigirá en su
salida exogámica, permite poner un coto a la violencia secundaria. Por ejemplo: puede haber
una madre “loca” que nomine como feliz una situación displacentera, pero el sujeto en su salida
exogámica puede acceder a términos del discurso compartido que le permiten contrastar y
nominar eso de otra manera.

Sólo si hay un déficit en la transmisión por parte de los otros a cargo respecto de estos
términos fundamentales habrá un redoblamiento de la violencia.

El Yo: el Yo surge en y a través del a posteriori de la nominación del objeto catectizado: el


descubrimiento del nombre del objeto y de la nominación del vínculo que lo uno al sujeto da
nacimiento y sentido a una instancia que se autodefine como deseo, envidia, amor, de ese
objeto. El Yo es el saber que el Yo puede tener acerca del Yo. El Yo está formado por el
conjunto de los anunciados que hacen decible la relación de la psique con los objetos del
mundo por ella catectizados y que asumen valor de referencias identificatorias. El Yo es una
instancia directamente vinculada al lenguaje y no es una instancia pasiva, sino que es un
agente activo en la acción de investimiento, apropiación, metabolización de esos enunciados
identificantes que vienen del portavoz y que son estructurantes del Yo.

El contrato narcisista: tiene que ver con lo que se juega en la escena extrafamiliar y con la
función metapsicológica que cumple el registro sociocultural, en tanto el discurso social
también proyecta sobre el infans una anticipación, el grupo precatectiza el lugar que se supone
que éste ocupará, esperando a su vez que él transmita el modelo sociocultural. (La
catectización del niño por parte del grupo anticipa la del grupo por parte del niño).
A su vez, el sujeto busca y debe encontrar en este discurso (social) referencias que le permitan
proyectarse hacia un futuro para que su alejamiento del primer soporte constituido por la pareja
paterna no se traduzca en la pérdida de todo soporte identificatorio.
El discurso social está constituido por el conjunto de los enunciados cuyo objeto es el propio
grupo, enunciados que tienen la característica de ser “fundamento”, que serán recibidos como
puntos de certeza y que el sujeto repetirá. Repetición que le aportará una certeza acerca del
origen, necesaria para que la dimensión histórica sea retroactivamente proyectable sobre su
pasado y cuya referencia no permitirá ya que el saber materno o paterno sea su garante
exhaustivo y suficiente. El acceso a la historicidad es un factor esencial en el proceso
identificatorio, indispensable para que el Yo alcance la autonomía y pueda investir un futuro.
Tanto si la responsabilidad le incumbe a la pareja como si le incumbe al conjunto, la ruptura del
contrato puede tener consecuencias directas sobre el destino psíquico del niño (si bien los que
firman el contrato son el niño y el grupo hay factores posibilitadotes o no de esto que tienen
que ver, por un lado, con la pareja parental y, por otro, con el conjunto). Se comprueban 2 tipos
de situación:
-aquella en la que por parte de la madre, del padre o de ambos, existe una negativa total a
comprometerse en este contrato. Descatectización del discurso social que lleva a mantener un
microcosmos cerrado de equilibrio inestable que sólo se mantiene mientras se pueda evitar
todo enfrentamiento directo con el discurso de los otros. El riesgo para el sujeto es que se ve
imposibilitado de encontrar fuera de la flia un soporte que le allane el camino hacia la obtención
de la autonomía necesaria para las funciones del Yo. Esto no es causa de psicosis pero sí un
factor inductor, a menudo presente en la flia del esquizofrénico.
-igualmente importante, pero más difícil de delimitar, es la situación en la que el conjunto es el
primer responsable de la ruptura del contrato. Se refiere a una realidad histórica donde la
sociedad ha puesto eventualmente a la pareja o al niño en la condición de explotado, excluido,
víctima, etc.

El deseo del padre (padre como la referencia tercera): la significación de la función paterna
será enmarcada por 3 referentes: la interpretación que la madre se ha hecho acerca de la
función de su propio padre; la función que el niño asigna a su padre y la que la madre atribuye
a este último; lo que la madre desea transmitir acerca de esta función y lo que pretende prohibir
acerca de ella. Así, el anhelo materno que el niño hereda condensa dos relaciones libidinales:
la de la madre con su propia imagen paterna y la que vive con aquél a quien efectivamente le
dio un hijo. Que el niño llegue a ser padre puede referirse tanto a la esperanza de que repita la
función del padre de ella como a la esperanza de que retome por cuenta propia la función del
padre de él (del padre del niño).
Así como, de acuerdo con la expresión de Lacan, la madre es el primer representante del Otro
en la escena de lo real, portavoz, única voz en un primer momento; el padre es el primer
representante de los otros o del discurso de los otros, del discurso del conjunto. Es quien
destotaliza el discurso de la madre, aquél que le permite a ésta designar un referente que
garantice que su discurso, sus exigencias, sus prohibiciones no son arbitrarias sino que se
justifican por su adecuación a un discurso cultural.
En el encuentro con el padre es posible diferenciar dos momentos y dos experiencias: 1-el
encuentro con la voz del padre (si nos situamos del lado del niño) y el acceso a la paternidad
(si nos referimos al padre); 2-el deseo del padre, entendiendo por ello tanto el deseo del niño
por el padre como el del padre por el niño.

El encuentro con el padre: lo que aparece inicialmente ante la mirada del infans y se ofrece a
su libido es el “Otro sin pecho” que puede ser fuente de un placer y, en general, fuente de
afecto. En contraposición al encuentro con la madre, lo que constituye el rasgo específico del
encuentro con el padre es que no se produce en el registro de la necesidad; es por ello que el
padre abre una brecha en el convenio original que hacía indisociables la satisfacción de la
necesidad del cuerpo y la satisfacción de la necesidad libidinal. Esta brecha inducirá a la
psique del infans a reconocer que, aunque deseada por la madre, esta presencia es ajena al
campo de la necesidad.
Durante una primera fase el infans busca y encuentra las razones de la existencia del padre en
el ámbito de la madre. Ese otro lugar deseado por la madre es el que representa el padre,
siendo el deseo de ella el que le confiere su poder. En una segunda fase, por el contrario, el
padre ocupa el lugar de quien tiene derecho a decretar lo que el hijo puede ofrecer a la madre
como placer y lo que le está prohibido proponer, debido a que él desea a la madre y se
presenta como el agente de su goce y de su legitimidad. El padre será visto simultáneamente
por el niño como el objeto a seducir y como el objeto de odio.
En la fase edípica el niño considera a su padre como un rival cuya muerte (ausencia) desea
para que le deje libre el lugar junto a la madre. Sin embargo, esto es sólo la forma secundaria
que asume un deseo de muerte que lo ha precedido. Antes de ocupar el lugar de rival edípico,
el padre se ha presentado ante la psique como encarnación, en lo exterior a sí, de la causa de
su impotencia para preservar sin fallas un estado de placer. Es decir, que el padre se impone al
mismo tiempo como el primer representante de los otros y como el primer representante de una
ley que determina que el displacer es una experiencia a la que no es posible escapar.
-Deuda: en la relación padre-hijo la muerte está doblemente presente: el padre del padre es
aquel que en una época lejana se ha querido matar y el hijo propio aquél que deseará la
muerte de uno. Será necesario que el deseo de muerte, reprimido en el padre, sea
reemplazado por el anhelo conciente de que su hijo llegue a ser su sucesor (sucesor de su
función) enunciando de este modo la aceptación de su propia muerte (castración). El niño es
aquél a quien se demuestra que aceptar la castración es tener acceso al lugar en el cual, al
convertirse en el referente de la ley del incesto se descubre que nunca estuvo en juego la
posibilidad de castrarlo, que sus temores eran imaginarios. Así, el deseo del padre catectiza al
niño como signo de que su propio padre no lo ha ni castrado ni odiado.
En la relación del padre con la hija las cosas son diferentes. A su muerte no es ella la que
ocupará su lugar sino su hijo. La relación del padre con la hija comporta una menor rivalidad
directa.

El proyecto identificatorio: una función específica del Yo es la de posibilitar una conjugación del
futuro compatible con la de un tiempo pasado. Definimos como proyecto identificatorio a la
autoconstrucción continua del Yo por el Yo, lo cual implica acceso a la temporalidad (necesaria
para que esta instancia pueda proyectarse en un movimiento temporal) y acceso a una
historización de lo experimentado.
El proyecto es la construcción de una imagen ideal que el Yo se propone a sí mismo, lo que
querría ser y los objetos que querría tener. Esta imagen ideal a la que el Yo espera adecuarse,
se constituye en 2 tiempos:
-surge a partir del momento en que el niño puede enunciar un “cunado sea grande
yo…”primera formulación de un proyecto que marca el acceso del niño a la conjugación de un
tiempo futuro. Mientras nos mantenemos en el período que precede a la prueba de la
castración y a la disolución del complejo de Edipo la frase se puede completar así: “me casaré
con mamá”. Hay una ambigüedad de la relación del niño con el tiempo futuro, tiempo en el que
la madre volvería a ser aquella de la que se ha creído ser el objeto privilegiado. El Yo en este
tiempo se abre a un primer acceso al futuro, pero todavía proyecta en él el encuentro con un
estado y un ser pasado.
-en la fase posterior el enunciado será completado por un “seré esto…” (médico, abogado, etc).
Cualquiera sea el término, lo importante es que deberá designar un predicado posible y sobre
todo acorde con el sistema de parentesco al que pertenece el sujeto. En este segundo tiempo
se posiciona como sujeto y ya no como objeto del deseo del Otro.

Historización: antes el niño se identificaba a partir del discurso del Otro, ahora se sigue
inscribiendo solo pero apropiándose de lo anterior. Esto es historizar. Ahora el yo es el
productor de su propia historia, tiene una identidad propia, se vincula con los otros sin alienarse
en el Otro.
Pero para que todo esto ocurra es condición la asunción de la castración como resultado del
pasaje por el Edipo. Castración como el descubrimiento en el registro identificatorio de que
nunca se ha ocupado el lugar que se creía (ser objeto de deseo de la madre) y de que, por el
contrario, se suponía que uno ocupaba un lugar en el que no se podía aún ser.
La asunción de la prueba de castración está representada por la diferencia siempre existente
entre el yo actual y el yo futuro. El futuro no puede coincidir con la imagen que el sujeto se
forma de él en su presente. Entre el Yo y su proyecto debe persistir un intervalo, una x que
represente lo que debería añadirse al Yo para que ambos (Yo actual y Yo futuro) coincidan. X
que representa la asunción de la prueba de la castración en el registro identificatorio.
Por otro lado, la asunción de la prueba de castración debe asumirse de tal modo que le
preserve al Yo algunos puntos fijos en los que apoyarse ante el surgimiento de un conflicto
identificatorio (adolescencia, por ejemplo).
Castración e identificación son las dos caras de una misma moneda, una vez advenido el Yo la
angustia resurgirá en toda oportunidad en la que las referencias identificatoria parezcan vacilar
(permanencia y cambio).
Objeto-zona complementaria: función de prótesis materna que se acopla a una parte del
cuerpo, generando placer o displacer de lo cual depende el pictograma a predominio de unión
o de rechazo (mientras espera la mamadera predomina el pictograma de rechazo, pero cuando
se el da la mamadera es un momento de placer, pictograma de unión que es lo que debe
predominar. Además del tiempo de espera es importante también la respuesta de la madre, la
cualidad de su respuesta. Si la madre libidiniza desde el odio se produce la inscripción de
rechazos, quedando lo que Piera llama zona siniestrada). Como paradigma del objeto-zona
complementaria tenemos la unión boca-pecho (también, aunque no como paradigma, zona
auditiva-objeto sonoro). En este encuentro entre la zona (boca) y el objeto (pecho) se produce,
desde el observador, una complementariedad pero para la psique esto es autoengendrado. Si
la experiencia con el pecho es displacentera, como defensa, no sólo se rechazará, se
desinvertirá el pecho, sino también la oralidad, produciéndose así una fragmentación. Por el
contrario, cuando el encuentro es placentero, el placer será metabolizado por la actividad de
representación propia de lo originario en el pictograma de unión, pictograma en el cual el placer
se figurará como autoengendrado por la zona.
Un medio sifucuentemente bueno, es decir, capaz de presentir y de responder a las
necesidades psíquicas del infans, logrará volver al objeto complementario conforme a esta
exigencia, y por su vía al medio exterior del cual él es representante metonímico. Pero puede
suceder que ese objeto y ese medio, sin ser exclusivamente rechazantes (en este caso la vida
del infans no tendría continuidad) no puedan ni frenar su propia violencia ni evitar imponerse
con la misma violencia a su zona complementaria. De este modo las zonas sensoriales
encontrarán complementos cuya unión se hace en la violencia, dando esto lugar a una
experiencia de dolor.

Aulagnier, “La violencia de la interpretación”.

Cap. 5: Acerca de la esquizofrenia: potencialidad psicótica y pensamiento delirante


primario

Piera nos habla de condiciones necesarias y suficientes, pues establece que si bien las fallas
en la tarea del discurso del portavoz y del padre son condición necesaria para llevar a un sujeto
a la psicosis no son suficientes, pues a esto se suma el trabajo del yo. Plantea que la psicosis
es un destino en el que el sujeto tiene un rol propio y no un accidente sufrido en forma pasiva.
El yo no es una instancia pasiva y va a hacer un trabajo de construcción para tratar de
preservar su actividad de pensamiento y protegerse del discurso traumático que viene del
portavoz. Pero si no encuentra las condiciones necesarias para poder organizarse y encima
sufre la violencia de la violencia secundaria: potencialidad psicótica.
Con los términos esquizofrenia y paranoia designamos dos modos de representación que, en
determinadas condiciones, forja el Yo acerca de su relación con el mundo. El denominador
común de estas construcciones es fundarse en un enunciado de los orígenes que reemplaza al
compartido por el conjunto de los sujetos.
Por idea delirante entendemos todo enunciado que prueba que el yo relaciona la presencia de
una cosa con un orden causal que contradice la lógica de acuerdo con la cual funciona el
discurso del conjunto, y por eso esa relación es ininteligible para dicho discurso.
El análisis de los factores responsables de este tipo de organizaciones nos enfrenta con dos
discursos, el del portavoz y el del padre, que han presentado fallas en su tarea. Sin embargo,
estas fallas pueden ser superadas por el sujeto sin que se vea obligado a recurrir a un orden de
causalidad que no se halle acorde con el de los demás: es por ello que lo necesario no es lo
suficiente. En todos los otros casos se comprobará la presencia de un enunciado acerca del
origen que es ajeno a nuestro modo de pensar: a esto llamamos pensamiento delirante
primario. Consecuencia del encuentro entre el Yo y una organización específica del espacio
exterior a la psique y del discurso que en ella circula, este pensamiento se convierte a su vez
en una condición previa necesaria para la eventual elaboración de las formas manifiestas de la
esquizofrenia y de la paranoia.
La presencia de esta condición previa es sinónimo de lo que definimos como potencialidad
psicótica (son dos conceptos que van de la mano). Es decir, una organización de la psique que
puede no dar lugar a síntomas manifiestos pero que muestra, en los casos en los que es
posible analizarla, la presencia de un pensamiento delirante primario enquistado y no
reprimido, que permite mantener atados de manera precaria los dos componentes del “je”. Este
quiste puede ayudar a organizar el proceso secundario, da cierta estabilidad, incluso permite
desarrollar un discurso que sólo aparentemente concuerda con el discurso de los otros, pero
cuando estalla impregna toda la psique, se desorganiza el proceso secundario y queda
operando el proceso primario, pasándose de esta manera de lo potencial a lo manifiesto.
Definimos como pensamiento delirante primario la interpretación que se da el Yo acerca de lo
que es causa de los orígenes. Origen del sujeto, del mundo, del placer, del displacer.
Pensamiento delirante primario, producido por el Yo, y efecto del encuentro entre el Yo y un
medio ambiente psíquico que ha sido tal que llevó a la elaboración de un pensamiento delirante
primario.
Merced a esta creación, el Yo se preserva un acceso al campo de la significación creando
sentido allí donde el discurso del otro lo ha confrontado con un enunciado con escaso o ningún
sentido. A partir de este pensamiento podrá instaurarse un sistema de significaciones acorde
con él; producirse una forma particular de escisión que se manifiesta a través de lo que
designamos como enquistamiento de tal pensamiento que le permite al sujeto funcionar de
acuerdo con una aparente y frágil normalidad; o bien también es posible que este pensamiento
no de lugar a sistematización alguna, sino que actúe como una interpretación única y
exhaustiva, donde todo lo que escape a ella será descatectizado e ignorado por el sujeto y por
su discurso. El primer caso corresponde al sistema paranoico, el segundo constituye la
potencialidad psicótica y el tercero caracteriza a la vivencia esquizofrénica. Esta
sistematización (en la paranoia) al igual que esta extrapolación (a partir de una única y
exhaustiva interpretación en la esquizofrenia) pueden realizarse desde la instauración del
pensamiento delirante primario: nos veremos entonces frente a las formas infantiles de la
paranoia y la esquizofrenia. Pero también pueden producirse en un momento posterior y como
consecuencia del fracaso de la transacción que hasta el momento protegía a la potencialidad
psicótica. Un lugar aparte debe ser atribuido al autismo infantil precoz, en el que lo que no ha
podido elaborarse es el propio pensamiento delirante primario.
El pensamiento delirante primario se impone la tarea de demostrar la verdad de un postulado
del discurso del portavoz notoriamente falso. Implícita o explícitamente ese postulado se refiere
al origen del sujeto y al origen de su historia: las primeras cosas oídas referentes a este doble
origen se le han revelado al sujeto como contradictorias con sus vivencias afectivas y efectivas.
Se manifiesta una antinomia entre el comentario y lo comentado. Aceptar el comentario,
retomarlo por cuenta propia, implicaría adueñarse de una historia sin sujeto y de un discurso
que le negaría toda verdad a la experiencia sensible. Rechazarlo implicaría quedar frente a
frente con una experiencia inefable, algo innombrable. Para evitar estos dos impases, el Yo
dispone de la posibilidad de interpretar el comentario (acá está el trabajo elaborativo del Yo,
construye una nueva representación respecto de ese comentario). Puede así hacer coincidir,
de un modo más o menos defectuoso o forzado, el desarrollo de su historia con un primer
párrafo escrito por el pensamiento delirante primario.

El problema del origen


El Yo espera que la respuesta a la pregunta ¿cómo nace el Yo? la proporcione el texto del
primer párrafo de su historia en la que debe poder reconocerse: sólo ella puede dar algún
sentido a la sucesión de todas las posiciones identificatorias que puede ocupar. (Es inherente
al Yo encontrar la causa de lo que es, de lo que siente, que lo lleva a simbolizar, pero esto a
partir de que puede organizarse una instancia yoica).
De este modo, la tarea del discurso del portavoz es ofrecerle al niño un primer enunciado
referente al origen de su historia: ello basta para demostrar el peligro que le hace correr al Yo
una falta de respuesta a este interrogante o una respuesta inaceptable.
La interrogación que plantea el Yo acerca de la significación de su propia existencia y su
intuición de que, de ese modo, interroga al deseo y al placer de la pareja, es al mismo tiempo
una interrogación acerca de la causa originaria de la experiencia de placer y de displacer. El
niño busca una respuesta que plantee una relación entre nacimiento-niño-placer-deseo.
“En el origen de la vida se encuentra el deseo de la pareja parental al que el nacimiento del
niño causa placer”. Es preciso que la respuesta oída remita a esta concatenación. De este
modo, el Yo relacionará la causa de placer, de todo placer, con el placer que le procura a la
pareja el hecho de que él existe.
La significación que da sentido a la existencia del Yo es la que al mismo tiempo puede darle
sentido a las experiencias que él vive. Por el contrario, toda significación que prive de sentido a
la causa del placer o del displacer determinará que también carezca de sentido todo lo que
podría ser causa del Yo.
En lo que atañe a la experiencia de displacer, a fin de que no sea desestructurante para el Yo,
se requiere que el portavoz reconozca que esta vivencia ha estado presente en la vivencia del
niño y, en segundo lugar, que le proporcione una significación. Ello implica la necesidad de que
esta causa sea diferente de la que le corresponde al placer.
Pero si el Yo no encuentra en el discurso un pensamiento del que pueda apropiarse como
postulado inicial para su propia teorización de los orígenes, se ve obligado a crearlo o a
renunciar a preservar un espacio psíquico en el que su funcionamiento sea posible.

El espacio al que la esquizofrenia puede advenir


Además de las fallas en el discurso del portavoz, un discurso y un deseo del padre que faciliten
la respuesta psicótica en lugar de ofrecer al niño un soporte que lo ayude a relativizar las
dichas fallas (del portavoz), desempeñan un papel igualmente determinante en la organización
del espacio psíquico que encuentra el infans.
Puede suceder que no haya en la madre “deseo de hijo”. Ausencia de un deseo de hijo que
habría sido transmitido por su propia madre y que sería posible transmitir al hijo. Su
consecuencia manifiesta es la imposibilidad de la madre de catectizar positivamente el acto
procreador, el momento del nacimiento y todo aquello que demostraría que al dar la vida se
engendra un ser nuevo, algo nuevo que no es el retorno de un niño que ya había sido, ni de un
momento temporal que sólo se repetiría. En estas mujeres puede existir lo que llamamos un
“deseo de maternidad” que es la negación de un deseo de hijo. Deseo de maternidad a través
del cual se expresa el deseo de revivir, en posición invertida, una relación primaria con la
madre (reeditar las vivencias que ha tenido como hija de su propia madre, no da lugar a algo
nuevo), deseo que excluirá del registro de las catexias maternas todo lo que concierne al
momento de origen del niño, momento que demostraría que, al abandonar su cuerpo, el niño
ha abandonado el pasado materno. Se ve de este modo, la mutilación ejercida desde un primer
momento por la madre en relación con todo aquello que en el niño constituye una referencia a
la singularidad de su cuerpo, de su tiempo, de su destino. El infans (futuro esquizofrénico) no
encuentra ningún deseo que le concierna como ser singular. La procreación no puede ser
catectizada como un acto de creación. La sombra hablada no anticipa al sujeto, lo proyecta
regresivamente a ese lugar que el portavoz había ocupado en una época pasada. Esta
inversión del efecto anticipatorio priva de todo sentido a la respuesta dada a la pregunta acerca
del origen. Para la madre el nacimiento no es origen del sujeto, momento inaugural en el que
surge una nueva vida cuyo destino queda abierto, sino, al contrario, repetición de un momento
y de una vivencia que ya se han producido. Se comprende, entonces, por qué uno de los
rasgos característicos de la vivencia esquizofrénica será el no acceso de la temporalidad (pues
repite una mismidad).
En este marco, en el momento de encuentro del infans con lo exterior a la psique predominará
toda representación relacionada con el rechazo, con el odio: el pictograma de rechazo, en la
medida en que el encuentro con el niño es vivido como causa de displacer.
La satisfacción de la necesidad y la experiencia de la lactancia harán desaparecer la
necesidad, pero manifestarán también la privación de un placer libidinal que la madre no puede
o no quiere dar. Se observarán las mismas consecuencias en los casos en los que la madre
reconoce no haber deseado al niño como en aquellos en lo que aparentemente ese deseo
existe cuando en realidad lo que se desea es el “hijo de la madre”, el retorno de sí misma en
cuanto fuente del placer materno.
En estos casos hay una conducta de captación del hijo y de negación del tercero, y un discurso
que no puede proporcionar al sujeto un enunciado acerca del origen que relacione su
nacimiento con el deseo de la pareja. En el primer párrafo de la historia que el portavoz relata,
el acontecimiento nacimiento será designado como la fuente de una situación conflictiva, como
un acontecimiento en el que el deseo del padre no ha podido desempeñar un papel valorizante.
El “deseo de maternidad” no puede dar lugar al deseo del padre ni al placer que la madre
experimentaría al convertirse para este último en la que permite realizarlo; por el contrario, lo
que se intenta reencontrar es el placer que, supuestamente, su propio nacimiento otorgó a su
propia madre y sólo a ella.
Así, en casos como estos, el pensamiento delirante primario remodela la realidad de algo
aprehendido referente a experiencias que le han sido impuestas al sujeto y que conciernen: 1-
al encuentro con una madre que no manifiesta que él sea el producto del deseo de la pareja
parental, ni del placer de crear algo nuevo; 2-al encuentro con experiencias corporales, fuente
de sufrimiento, que confirman que el que ha nacido en el dolor sólo puede encontrar al mundo
con dolor; 3-al encuentro con algo aprehendido en el discurso materno que, o bien se niega a
reconocer que el displacer forma parte de la vivencia del sujeto, o bien impone un comentario
acerca de él que priva de sentido a esa experiencia y a todo sufrimiento eventual. No es un
portavoz que aporte palabra válida para ligar ese sufrimiento (no aporta la simbolización
necesaria para elaborar el sufrimiento, no reconoce al niño como otro, no le aporta placer, para
ella el yo del niño no es un yo, se niega a considerar al yo como un agente autónomo con
derecho a pensar). Así el Yo elabora el pensamiento delirante primario para tratar de
sobrellevar estos traumas psíquicos, conservar el objeto de amor para conservar cierto sostén
libidinal, cosa que no va a poder hacer sino a costa de desmentir parte de sus vivencias y sin
compartir la lógica del conjunto.
Pensamiento delirante primario: enunciado sobre los orígenes (sobre el origen de Dios, de los
padres que le dieron origen, etc) que tiene la forma de una teoría sexual infantil, la pregunta
¿cómo nacen los niños? (relacionada con la pregunta que le plantea al niño la sexualidad de la
pareja parental, el enigma de su placer y de lo que podría ser causa de su deseo) equivale a
¿cómo nace el Yo? y éste último espera que la respuesta proporcione el texto del primer
párrafo de su historia en la que debe poder reconocerse pues sólo ella puede dar algún sentido
a la sucesión de todas las posiciones identificatorias que puede ocupar; intenta suplir una falla
en el discurso del portavoz; le permite encontrar a la psique estabilidad.

El fracaso de la represión en el discurso materno


No ha podido ser reprimida por el Yo de la madre una significación primaria de su relación con
su propia madre, lo que ha impedido el acceso al concepto de función materna y a su poder de
simbolización. La significación “ser madre” se debe diferenciar de lo que ha podido ser la
relación con la madre singular que se ha tenido, el acceso al concepto permite obstaculizar la
repetición de la mismidad de la experiencia vivida (de lo contrario, la significación “función
materna” la remite exclusivamente a la significación primaria que esta función asumió para
ella).
La causa esencial del pensamiento delirante primario es la presencia de un discurso,
pronunciado por la voz materna, que aparentemente utiliza conceptos acordes con el discurso
del conjunto, pero en realidad carece del concepto que se refiere a ella misma.

El exceso de violencia: la apropiación por parte de la madre de la actividad de pensamiento del


niño
“La interpretación de la violencia” puede ser una definición aplicable a todo discurso delirante:
la interpretación que el sujeto formula y se formula en relación con el exceso de violencia del
que ha sido responsable el discurso del portavoz y, en general, el discurso de la pareja. Al
retomar por cuenta propia la tarea del pensamiento delirante primario, el discurso delirante
intenta dar sentido a una violencia cometida por el portavoz a expensas de un Yo que carecía
de los medios de defensa adecuados. Interpretar la violencia, ligarla a una causa que
salvaguarde a la madre como soporte libidinal necesario, tal es la hazaña que logra el
pensamiento delirante primario.
Mientras el niño no habla, la madre puede preservar la ilusión de que existe una concordancia
entre lo que ella piensa y lo que cree que él piensa, del mismo modo en que afirma saber lo
que su cuerpo espera y demanda, ilusión necesaria pero sólo en una primera parte de la
existencia. Se pide que él piense lo que ella piensa, ya que si llegase a considerar a su Yo
como agente autónomo con derecho a pensar, le demostraría a ella que el pasado no puede
retornar, que el deseo de lo mismo es irrealizable e impensable, que su discurso carece de
concepto (creo que acerca de ella misma como madre).

El factor necesario para que la potencialidad psicótica siga siendo tal


Para que la potencialidad psicótica siga siendo tal son necesarias dos condiciones: la
presencia en la escena de lo real de otra voz que garantice la verdad del enunciado del sujeto
(voz que deberá asumir el analista a partir del momento en que se instaura la relación analítica)
y la no repetición de situaciones demasiado semejantes a las responsables de las primeras
experiencias.

Aulagnier, “Nacimiento de un cuerpo, origen de una historia”.

Aulagnier se propone mostrar que así como no hay cuerpo sin sombra, no hay cuerpo psíquico
sin esa historia que es su sombra hablada, sombra indispensable pues su pérdida entrañaría la
de la vida, en todas sus formas.

Relación psique-realidad
Se la puede pensar desde el momento en que la psique puede reconocer la existencia de un
otro y de un mundo separados de ella. Lo que permite tomar conciencia de lo separable son las
manifestaciones del deseo de los otros que lo rodean. De ahí esta primera formulación de la
realidad que el niño va a darse: “la realidad está regida por el deseo de los otros” (proceso
primario). Mientras se permanece en la primera infancia, el sujeto alberga la convicción de que
todo lo que sucede o no sucede a su alrededor es testimonio del poder que él imputa al deseo
(el suyo y el de los padres).
Pero, una vez pasada la infancia, el sujeto no podrá cohabitar con sus partenaires en un mismo
espacio sociocultural si no se adhiere al consenso que respeta la mayoría con respecto a lo
que van a definir como realidad (proceso secundario). De ahí que el sujeto tome en
consideración esta segunda formulación: “la realidad se ajusta al conocimiento que da de ella
el saber dominante en una cultura”.
Pero, mientras espacio psíquico y espacio somático son indisociables (proceso originario),
mientras ningún existente exterior puede ser conocido como tal, todo lo que afecta a al psique
responderá al único postulado del autoengendramiento. La psique imputará a la actividad de
las zonas sensoriales el poder de engendrar sus propias experiencias (placer o sufrimiento). En
este caso sólo cabe una formulación: “la realidad es autoengendrada por la actividad sensorial”
(esto antes de ser reconocida la exterioridad donde el pecho es el primer representante de un
mundo separado).
Las tres formulaciones propuestas para definir la relación de la psique con la realidad pueden
aplicarse a la relación presente entre la psique y el propio espacio somático. También aquí la
actividad de las zonas sensoriales, el poderlo todo del deseo, lo que el discurso cultural
enuncia sobre el cuerpo, darán lugar a 3 representaciones del cuerpo y a las 3 formas de
conocimiento que la psique se proporciona a su respecto.
Piera plantea 3 hipótesis:
1-el acto que inaugura la vida psíquica plantea un estado de mismidad entre lo que adviene en
una zona sensorial y lo que de ello se manifiesta en el espacio psíquico (indisociación espacio
psíquico-espacio somático).
2-el Yo no puede habitar ni investir un cuerpo desposeído de la historia de lo que vivió. El Yo no
puede ser sino deviniendo su propio biógrafo, y en su biografía debe hacer sitio a los discursos
que hablan sobre su cuerpo, marcas de una historia libidinal e identificatoria, siempre abierta.
Una primera versión construida y mantenida en espera en la psique materna acoge a este
cuerpo para unirse a él. Forma parte de ese “yo anticipado” al que se dirige el discurso
materno, la imagen del cuerpo del niño que se esperaba. “Yo anticipado” que es un yo
historizado que inserta de entrada al niño en un sistema de parentesco y con ello en un orden
temporal y simbólico y que lleva la marca del deseo materno.
Al preinvertir una imagen en ausencia de su soporte real, la madre asume también el riesgo de
descubrir la no conformidad entre la imagen y el soporte. La madre se topa con el cuerpo del
infans como riesgo. Sin embargo, se trata de una apuesta inevitable que generalmente la
madre conseguirá ganar.
3-a partir del momento en que la psique puede pensar su cuerpo, el otro y el mundo en
términos de relaciones, comenzará el proceso de identificación. Cada vez que la relación entre
el sujeto y el otro se torne demasiado conflictiva, el cuerpo podrá convertirse en representante
del otro. La relación yo-cuerpo sustituirá entonces a la relación yo-otro. Esto podrá llevar a que
el otro se ocupe del cuerpo del infans. Si esto ocurre el cuerpo le devolverá su lugar legítimo y
reasumirá el papel de mediador relacional. Pero si el otro permanece ciego o sordo a lo que le
ocurre al cuerpo, o si sus respuestas son inadecuadas, lo que era una sustitución provisional
puede llegar a ser un estado definitivo.
Así, cuando esta situación se vuelve permanente, lo que aparece son tres cuadros:
-en el primero, que encontramos en la psicosis, el otro y el propio cuerpo se han transformado
en destinatarios intercambiables. La relación que el sujeto mantiene con su propio cuerpo es la
reproducción de la que mantiene con el otro.
-en el segundo cuadro, el cuerpo pasa a ser el mediador de la relación; sólo a través de lo que
le sucede a su cuerpo va el sujeto a decodificar el deseo del otro para con él y a imponerle el
reconocimiento del suyo propio.
-en el tercer cuadro, el sujeto guarda la convicción de que no sufre ni goza a causa de otro sino
porque su cuerpo responde “por naturaleza” de determinada manera a determinado estímulo.

La “puesta en vida” del aparato psíquico


Podemos comparar la acción de lo primario con la de un director o responsable de la puesta en
escena y la de lo secundario con la de un responsable de la puesta en sentido, pero los dos
tienen como presupuesto esa “puesta en vida” del aparato psíquico que debemos a la actividad
de nuestros órganos de los sentidos (originario).
Para que la vida somática se preserve, es necesario que el medio físico pueda satisfacer las
necesidades del soma. Para que la vida psíquica se preserve, es necesario que el medio
psíquico respete exigencias igualmente insoslayables. En la mayoría de los casos, es la madre
la que se hace cargo de esta doble función. La madre será el agente privilegiado de las
modificaciones sobre el medio psíquico y físico. El infans reconocerá esas modificaciones, pero
no podrá tomar conocimiento de un “modificador” separado, de manera que se le van a
presentar como autoengendrados.
En lo originario el objeto sólo existe psíquicamente por su mero poder de modificar lo sensorial
(es decir no existe como objeto sino como algo que modifica lo sensorial) y, por esta vía, de
actuar sobre la experiencia psíquica. De ahí esta primera constatación: “en las construcciones
de lo originario, los efectos del encuentro ocupan el lugar del encuentro” (creo que no es el
encuentro con el objeto sino la modificación sensorial que provoca, es decir el efecto, lo que
importa). Placer y sufrimiento se presentan a la psique como autoengendrados y son el
existente psíquico que anticipa y preanuncia al objeto madre (en tanto la madre es emisor y
receptor de estímulos y entonces es parte activa en el efecto de placer o sufrimiento).

Proceso originario: antes del encuentro con un otro, la psique se encuentra y se refleja en los
signos de vida que emite su propio cuerpo. Este proceso no reconoce del mundo más que sus
efectos sobre el soma. Las sensaciones somáticas son para la psique las únicas pruebas de su
vida y son autocreadas. Una vez reducido el objeto a su mero poder sensorial también él es
engendrado. La psique aporta su objeto complementario a una zona y a una función
sensoriales. Así, el pictograma del objeto-zona complementaria es el único del que dispone el
proceso originario.
El poder de los sentidos de afectar a la psique le permitirá transformar una zona sensorial en
una zona erógena (hablar de zona erógena es pasar del registro del cuerpo al registro
psíquico).
No forma parte de los elementos de la escritura originaria ese “metasigno” (signo de relación)
que sería necesario para que ella hiciera un sitio al concepto de lo “separable”.

Proceso primario: lo primario sí posee ese metasigno (signo de relación). El comienzo de la


actividad de lo primario es efecto del reconocimiento de la existencia de un espacio separado
del propio. En lo primario hay dos cuerpos, dos psiques pero un solo deseo todopoderoso
(fantasma de fusión: donde el deseo que se realiza en este fantasma es el de la fusión entre
dos espacios psíquicos, dos cuerpos y donde lo que se excluye es la diferencia).
La puesta en escena fantasmática, propia de lo primario, representa a espacios pero ambos
sometidos a la omnipotencia del deseo del Otro primordial. Interpretación escénica del mundo
que asigna a todo acontecimiento y a todo existente una causa definida por la intención
atribuida al Otro.
Lo primario, del cual la fantasía es testimonio, tiene el poder de infiltrarse en lo secundario.
Proceso secundario: lo secundario se encuentra dominado por el trabajo de “puesta en sentido”
que es obra del Yo. El acceso al lenguaje aporta modificaciones decisivas en la tópica y
dinámica del psiquismo. El poder nombrar imágenes y afectos supone la capacidad de
reflexionar que adquiere el enunciante, de reconocerse mediante la asunción de enunciados
identificatorios. Lo decible constituye la cualidad característica de las producciones del Yo. Lo
que no está enlazado a la representación palabra no tiene existencia para el Yo, aunque sufra
sus efectos.
Lo secundario tiene que ver con el trabajo de historización del Yo, que le permute armar
teorías, relaciones causales, darle al afecto la cualidad de sentimiento (afecto: quantum sin
cualificar; sentimiento: quantum cualificado simbólicamente por el Yo como alegría, triztesa,
etc) y construirse una historia.

El cuerpo para la madre


Segunda hipótesis que Piera plantea en forma de pregunta: ¿Qué representa el cuerpo del
infans para esa madre que supuestamente lo espera y lo recibe?.
Este encuentro va a exigir una reorganización de su propia economía psíquica (la de la madre),
que deberá extender a ese cuerpo la investidura de la que hasta entonces gozaba únicamente
el representante psíquico que lo precedió.
La relación de la madre con el cuerpo del infans implica de entrada una parte de placer
erotizado, permitido y necesario, que ella puede ignorar parcialmente, pero que constituye el
basamento somático del amor que dirige al cuerpo de su hijo. Ese cuerpo que ella ve, que toca,
esa boca a la que une su pezón son o deberían ser para ella fuentes de un placer en el que el
propio cuerpo participa. Este componente somático de la emoción materna se transmite cuerpo
a cuerpo; el contacto con un cuerpo emocionado toca al nuestro, una mano que nos toca sin
placer no provoca la misma sensación que una mano que siente placer al tocarnos.
Lo que la madre ve de las expresiones y el devenir de un cuerpo (su sueño, su bienestar o
sufrimiento) dará lugar a una doble decodificación: por una parte, la madre reconocerá aquí los
signos objetivos del estado somático; pero si su mirada no llega a ser la de un testigo neutro,
no afectado estos signos serán decodificados como un lenguaje de anticipador de la presencia
de un yo futuro.
La madre decodifica, aporta sentido y “sabe lo que quiere el niño”; pero es igualmente
importante que este “cuerpo del saber” no ocupe más que el tiempo necesario para evitar un
exceso.
Experiencia de sufrimiento: apela al poder de aquél capaz de modificar la realidad somática y
del medio, “cuerpo sufriente demanda respuesta”.
Experiencia de placer: apela a la no modificación del cuerpo ni del exterior. Da lugar a una sola
demanda: “que nada cambie”.
A menudo, el niño suele lograr modificaciones del comportamiento materno a través de los
mensajes emitidos por su estado somático y a diferencia de lo que ocurre con su sufrimiento
psíquico (donde la experiencia le ha demostrado que rara vez genera tales modificaciones en
el comportamiento materno). Así, frente a un ámbito sordo a las expresiones de su sufrimiento
psíquico, el niño intentará servirse de un sufrimiento somático para obtener respuesta.
Pasada la infancia el sujeto recurrirá menos a su cuerpo como transmisor privilegiado de
mensajes por cuanto habrá podido diversificar los destinatarios tanto como los objetos de su
demanda. Pero para que esta doble diversificación resulte exitosa, aun hace falta que ese
cuerpo tenga como referente un “cuerpo psíquico” cuya historia pruebe el amor que se le
dirigió, el deseo de verlo preservarse, modificarse, de hacerse autónomo.
El cuerpo del infans debe ser acogido por la madre como el anclaje en la realidad de un ser
singular, de ese representante psíquico preforjado por ella. Pero a su vez debe investir la
distancia entre ese representante y el infans real. Y si esto no sucede son posibles dos
eventualidades:
-en la primera nos encontramos frente a una idealización del representante psíquico y negación
en el niño de todo lo que pertenezca al registro de lo diferente. La madre decodificará
correctamente sólo aquello que viene a confirmar su anhelo. Esquizofrenia.
-en la segunda hay una imposibilidad de la madre de efectuar esa idealización parcial.
Imposibilidad que la coloca frente a un trabajo de duelo referido a un infans vivo.
La diferencia entre estas dos situaciones es que en la segunda un sujeto fue primero investido,
pero esta ligazón luego se rompió, lo que da lugar a un duelo, a un trabajo de desprendimiento
tanto respecto del amado como de su representante psíquico. En la primera lo que hay que
hacer es el duelo de toda posibilidad de ligazón entre el infans y el representante psíquico que
lo precedió.
La psique de este tipo de madres padece de lo que Piera llama un “traumatismo del encuentro”.
Este recién nacido que se impone a su mirada se sitúa fuera de la historia. El infans intentará
tomar los recursos psíquicos para superar las consecuencias de esta experiencia, de este
primer tiempo que lo colocó fuera de la historia. Podrá construirse una historia aunque dejando
en blanco un primer capítulo. Pero no sin consecuencias. Existen 3 respuestas posibles:
-la psique del infans logra anticipar su asunción de la separación. Ni bien puede formular
demandas el niño permanece próximo a las que supone esperadas por la madre, para
arrimarse a ese representante psíquico que ella preinvistió.
-no puede realizarse la anticipación, ese otro con el que la psique se encuentra no puede ser
investido como portador de un deseo de vida ni como dispensador de placer. Entonces el
efecto de placer ya tiene como soporte un fantasma de fusión sino que acompaña a una
actividad autosensorial cuya configuración psíquica retoma por su cuenta el postulado de
autoengendramiento. Autismo. (hay que diferenciar entre la actividad autoerótica: que tiene
como referencia psíquica el fantasma de fusión; y la actividad autosensorial: que tiene como
referencia psíquica el propio cuerpo).
-en el tercer caso se comprueba una escisión entre lo que hace a la necesidad y a la fuente
erógena de una experiencia de placer. La relación que la psique establece con el otro va a
instaurarse únicamente sobre el deseo y poder que ella le imputa (los de concederle o negarle
aquello que el cuerpo necesita) y sobre su propio poder de exigir o rehusar este aporte,
independientemente del estado real del cuerpo. Estados límites, anorexia.

Resonancia afectiva: resalta la importancia que tiene para todo sujeto la posibilidad de que lo
que está reprimido (necesariamente), sea “recuperable” (lo cual posibilita historizar y posibilita
nuestro trabajo). El sujeto puede entrar en resonancia con ese pasado en relación a lo vivido
posteriormente.

Emoción: parte visible del afecto, vivencia de la que el yo tiene conocimiento, y que modifica el
estado somático.

Bleichmar, “El carácter lúdico del análisis”.

Bleichmar plantea que tanto recurso al juego no ha permitido aún delimitar claramente su
estatuto en psicoanálisis, ya sea como equivalente de la libre asociación (como medio de
aplicación de la regla fundamental para niños) o como actividad de producción simbólica que
da cuenta del nivel del progreso psíquico; falta aún establecer ciertas especificaciones que
permitan darle un estatuto preciso en psicoanálisis, tanto desde el punto de vista del método
como de su estatuto metapsicológico. Bleichmar comienza por la segunda en tanto la función
de la primera depende de la segunda: es decir que su lugar en el interior de la teoría y la
técnica psicoanalíticas está determinado por su función general en el psiquismo.
El juego en su carácter de producción simbólica, requiere que nos posicionemos en la
intersección de dos ejes: el del placer, al cual remite “lo lúdico” y el de la articulación creencia-
realidad, que lo ubica en tanto fenómeno del campo virtual. Es en este sentido que constituye
un sector importante del amplio campo de las formaciones de “intermediación”, dando a esta
expresión una connotación que, en su proveniencia winnicottiana, es necesario precisar.
Intermediación: entre el espacio de la realidad y las creaciones fantasmáticas del sujeto. En
este sentido, algo del orden de un producto que perteneciendo a la realidad consensuada, no
deja de regirse por ciertas leyes del proceso primario (exento de toda contradicción). Modo de
funcionamiento que no puede sostenerse más que en el plano de la creencia, que implica cierto
clivaje del psiquismo con previo establecimiento de dos planos que se despliegan. Lo cual nos
lleva al segundo aspecto: prerrequisito de clivaje psíquico, en términos que posibilitan el
despegue de un espacio de certeza y otro de negación, teniendo como sustento la represión
originaria. Si este clivaje no se realiza el pseudo juego es la realización de un movimiento de
puesta en acto en el mundo de una convicción delirante.
La existencia de este clivaje implica un tercer rasgo que es necesario poner de relieve: el
juego, como puesta en escena de una fantasía, no puede hacerlo sino por medio de ciertos
niveles de deformación en los cuales aquello reprimido emerja y al mismo tiempo se encubra
(al igual que ocurre con el sueño). La riqueza de la sesión de análisis consiste en la posibilidad
de, a partir de la emergencia de fantasmas reprimidos, fracturar la desfiguración y atrapar los
retoños más cercanos a lo reprimido en virtud de la activación que la instauración del
dispositivo de la cura genera como espacio de circulación libidinal.
Se plantea así una cuestión central, que es la relación existente entre simbolización y
sexualidad.
Bleichmar concibe a la función simbólica no constituida como efecto de la ausencia del objeto,
sino de un exceso. Lo que posibilita la simbolización no es la ausencia del objeto sino el plus
que genera en tanto objeto paradojal, aplacatorio de la necesidad y suscitador de libido. Que a
posteriori, ante la ausencia del objeto se alucine una representación que la obture no da cuenta
del prerrequisito sino del efecto. La ausencia del objeto activa esta representación producto de
un exceso, que se ha implantado en el psiquismo presta a cumplir su función de obturador del
displacer. Es en este sentido que la alucinación primitiva se constituye como prototipo de toda
función simbólica.
Si la función simbólica se establece por el hecho de la existencia en el psiquismo de la
implantación de la sexualidad como plus de placer, aquello que da cuenta de su presencia lo
constituye el autoerotismo. Tal vez esta marcación de la relación entre función simbólica y
autoerotismo de cuenta de por qué lo sexual sublimado, desexualizado tiene un lugar princeps
a posteriori en el establecimiento del juego.
En el juego de los niños que han sido sometidos a traumatismos reiterados vemos emerger
fragmentos de lo real vivido sin metabolización ni transcripción, ante los cuales es necesario
más que interpretarlos restituirlos en su carácter simbólico. Así, Bleichmar considera que la
intervención del analista como meramente lúdica es insuficiente y que debe ser restituido el
valor de la palabra como modo de simbolización dominante en la función analítica.
Hasta acá la autora se refirió al juego como función simbólica, ahora va a considerar su función
en el análisis de niños. El intento de Klein de constituir al juego como equivalente de la libre
asociación es el acto fundacional más fuerte en el intento de otorgar al análisis de niños un
estatuto que permita la aplicación del método. Sin embargo, el método sólo es posible de ser
aplicado en la medida en que el objeto (el inconciente) se ha visto fundado y en este sentido el
juego puede operar “al modo de un lenguaje”.
Bleichmar rescata a Winnicott como teórico de lo lúdico, en tanto espacio simbólico de placer,
generador de sentido, que debe ser sometido a la prueba de la palabra cuando de analizar se
trata.
Establece que el inconciente es aquello que, por estar exento de toda intencionalidad, se ve
cerrado a la comunicación. De aquí la necesidad de volver a posicionar juego e inconciente, ya
que si por medio del juego se puede acceder a algo del inconciente no es el juego mismo lo
que se interpreta sino la presencia en él del inconciente. Da cuenta del carácter del juego de
rehusarse a la comunicación cuanto más próximo se encuentra de dar cuenta del inconciente
reprimido.
Y es acá donde se aplican las mismas reglas que para el análisis en general. El analista es
alguien provisto de un método que va encontrando, en el proceso de construcción de hipótesis
de aproximación al inconciente, indicios facilitados por el sujeto que colabora en esta tarea. No
tiene código de acceso al inconciente sino que sólo posee un método y algunos conocimientos
generales acerca del funcionamiento psíquico.
Es acá donde se plantean las grandes dificultades del empleo del juego como equivalente de la
palabra en la aplicación de la regla de libre asociación. Si el código de la lengua es compartido
es porque hay también alguien dispuesto a romper con lo obvio.
Pero en lo que respecta al juego falta la categoría “código compartido” de inicio. Y es acá
donde la teoría ha intentado ocupar ese lugar, convirtiéndose en una suerte de transcripción
simbólica que no da lugar a ningún tipo de construcción singular del sentido (ej: Klein hacía
interpretaciones más bien universales).
Sin embargo, hay un hallazgo enorme en este intento por convertir al juego en discurso y éste
consiste en dar a la sesión analítica la perspectiva de un espacio en el cual todo aquello que
ocurre deviene “mensaje”. Por eso es necesario subrayar que cuando hablamos del juego en
tanto vía de acceso al inconciente, sabemos que se trata del juego en análisis, y no del juego
en general como formación simbólica o lugar de crecimiento psíquico. Klein misma subrayó el
lugar de la palabra en el análisis de niños, no solamente como lugar desde donde generar
significación del juego sino también como criterio de finalización del tratamiento, aludiendo a la
capacidad de verbalización como modo princeps de dar cuenta de la apropiación del sujeto
respecto a sus mociones inconcientes.
Bleichmar establece que lo que caracteriza el intercambio entre los seres humanos es el hecho
de que no se puede dejar de tomar lo que el otro hace bajo el rubro de “lo que me quiere decir”.
En este sentido, los analistas de niños retoman esta tradición en su práctica para determinar
como mensaje aún aquello que se cierra a la comunicación y hacerlo devenir intercambio. Se
da un carácter comunicacional al acto del niño.
Del mismo modo ha devenido ritual la utilización de la caja de juegos, de la cual nada puede
entrar ni salir, ya que es en el juego de permutaciones de sus elementos donde se organiza
una batería significante mínima que posibilita la producción de sentido.
Bleichmar critica la participación del analista sólo como partenaire del juego. Considera que
esto es transformar lo accesorio en central y conlleva serios riesgos. El analista que se limita a
jugar, eludiendo la responsabilidad que implica la función simbolizante, ha perdido de vista
totalmente que el análisis es del orden del sentido (del sentido del síntoma, del deseo, del
inconciente) y no la mera acción ni educativa ni de obtención de placer. A su vez, critica al
analista para quien el juego es siempre algo del orden del trabajo, de modo tal que lo lúdico se
subsume en el interior de una obligación interpretante, alienando su propio placer y el del otro.
Por último, la autora establece las coordenadas bajo las cuales se hace posible la
interpretación del juego. De modo somero establece que tomado el juego en su carácter
discursivo circunscripto, no equivalente al lenguaje, debe ser siempre enmarcado, por un lado,
por la palabra hablada que abre el rumbo de lectura que posibilita el acceso al sentido y por
otro, por el conocimiento singular de la historia y de las vicisitudes del sujeto. Método de
abordaje que permite salir de la parálisis a la cual lleva el deseo de no ejercer formas de
apropiación subjetiva. Pero también forma de desmitificación del análisis “puramente por el
juego”.
Bleichmar critica a su vez la inclusión de juegos reglados en el interior de la sesión de análisis.
Ellos presentan la dificultad de que no dan cuenta del fantasma sino que se reducen a la
revisión psicológica de algunos mecanismos, que se consideran aislados e independientes de
los contenidos inconcientes que los determinan.
Hay que rescatar al juego en el doble orden que lo articula de placer y discurso.

Bleichmar, “Paradojas de la constitución sexual masculina”.

Paradoja fundamental de la identificación (una cosa es la paradoja de la identificación


masculina y otra la paradoja de la constitución sexual masculina)
La paradoja de la identificación masculina es la siguiente: ser como el padre, en cuanto sujeto
sexuado, (creo que portador de pene, órgano con alta estima narcisista) y al mismo tiempo no
ser como el padre en tanto poseedor de la madre.
Ahora, lo que Bleichmar se pregunta es ¿de qué modo se podría producir una identificación a
un puro rival, a un puro obstáculo sin enlace de amor con él? Y establece que la identificación
en estos términos sería imposible. La identificación opera como contrapartida del deseo erótico
por el padre, sin el cual la identificación sexuada es impensable.
B. sostiene que la idea de la bisexualidad constitutiva (congénita) es insuficiente y propone otra
interpretación que establece que la bisexualidad no se marca en la salida del Edipo complejo
sino en su movimiento mismo. En el complejo de Edipo el varón no sólo posee una actitud
ambivalente hacia el padre y una elección tierna de objeto hacia la madre sino que se comporta
también, simultáneamente, como una niña: muestra la actitud femenina tierna hacia el padre y
la correspondiente actitud celosa y hostil hacia la madre.
Es el aporte libidinal, excitante, proporcionado por el padre en los cuidados precoces el que
brinda el sustrato histórico-vivencial de las adherencias eróticas que se despliegan respecto a
él. Y es a partir de estos cuidados que el padre aparece como metonimia de la madre,
inscribiendo huellas. De este modo, estas inscripciones precoces, anudadas al deseo de la
madre por el padre presente desde los comienzos, se le presentan a Bleichmar como una vía
más coherente teóricamente y de mayor corroboración clínica que la bisexualidad
constitucional en tanto biológica.
Bleichmar concluye que, actuada o fantaseada, la homosexualidad es constitutiva
paradojalmente de la masculinidad. Definida (la homosexualidad) en el juego de dos vertientes
que la constituyen en tanto estructural: la primera la pasividad originaria hacia la madre fálico-
seductora de los primeros tiempos de la vida (madre fálica de la prehistoria del C. de Edipo vs
la madre atravesada por la castración del complejo de Edipo), que se resignifica a posteriori
cuando se produce la conversión que lo torna de pasivo a activo (pasaje que parecería
producirse cuando el niño, al descubrir la castración femenina, es precipitado hacia una caída
narcisista del objeto materno, caída que arrastra consigo la angustia de castración del propio
niño e inaugura el movimiento que lo lanza de la identificación a la elección amorosa de objeto.
Donde la alta estima narcisista por el pene se basa, como lo establece Freud, en que la
posesión de ese órgano contiene la garantía para una reunión con la madre (en realidad se
podría pensar con el sustituto de la madre) en el acto del coito). La segunda vertiente se refiere
al hecho de que para ser hombre el niño se ve confrontado a la profunda contradicción de
incorporar el objeto otorgado por el padre que simboliza la potencia y, al mismo tiempo, de
rehusarse a sí mismo el deseo homosexual que la introyección identificatoria reactiva.
Es decir que pasivizado en los primeros tiempos de vida por la madre fálico-seductora, no
puede acceder a la masculinidad sino a través de la incorporación fantasmática del pene
paterno que le brinda su potencia.
Y he aquí la profunda paradoja de la constitución sexual masculina dada por el hecho de que el
hijo varón sólo puede introyectar el pene paterno, para su identificación sexuada, a partir de la
incorporación homosexual del mismo. Paradoja que se enlaza con los tiempos originarios de
pasivización respecto a la madre dando lugar a los fantasmas homosexuales que constituyen lo
más profundamente reprimido del psiquismo masculino.

Bleichmar, “Tiempos difíciles. La identificación en la adolescencia”.

La adolescencia es un período en el cual ya han culminado las tareas de la infancia y se abre


un intervalo hacia la adultez.
En este texto Bleichmar entrelaza los conceptos de identificación y adolescencia con los
efectos que las condiciones históricas de nuestra sociedad imponen para su constitución.
Plantea a la adolescencia como un tiempo caracterizado por la asunción más o menos estable
de la identidad sexual y por la recomposición de las formas de identificación, las cuales se
desanudan de las propuestas originarias de los adultos significativos de la primera infancia,
para abrirse a modelos intergeneracionales o de recomposición de los ideales. Desde esta
perspectiva, entonces, la adolescencia es un tiempo abierto a la resignificación y a la
producción de dos tipos de procesos de recomposición psíquica: aquellos que determinan los
modos de concreción de las tareas vinculadas a la sexualidad y aquellos que remiten a la
deconstrucción de las propuestas originarias y a la reformulación de ideales.
En lo que respecta a los primeros, la flia ha dejado de ser el lugar de impartición privilegiado de
información en razón de que los medios han tomado a su cargo esta función. De este modo,
los modelos identificatorios de la sexualidad ya no circulan alrededor de las figuras del entorno
inmediato sino de personajes virtuales que han devenido familiares (ej: reality shows). La
identificación sexuada a la generación anterior estalla, las generaciones anteriores no
interesan, ni siquiera como frente de oposición (lo que es siempre, en última instancia, del
orden del enlace).
En lo que respecta a la deconstrucción de las propuestas originarias y a la reformulación de
ideales, se presentan con mayor complejidad que en otras épocas, en razón de que la historia
misma ha devastado significaciones operantes hasta hace pocos años y las generaciones que
tienen a su cargo la crianza se ven despojadas ya no de certezas sino de propuestas mínimas
a ofrecer. Incluso ellos mismos se ven obligados a reposicionarse cotidianamente para seguir
garantizando su inserción en la cadena productiva, constituyendo esto uno de los obstáculos
mayores para la elaboración de propuestas que no dejen a los adolescentes y jóvenes
tempranos librados a la anomia.
A continuación Bleichmar se refiere a los procesos que constituyen los dos ejes de la
problemática de la subjetividad:
-proceso de autoconservación de la vida y tareas necesarias para ello;
-proceso de autopreservación de la identidad, como conjunto de enunciados que articulan el
ser del sujeto.
En tiempos de estabilidad ambos coinciden y se puede preservar la existencia sin por ello dejar
de ser quien se es (es decir, sin dejar de sostener el conjunto de enunciados que permiten que
uno se reconozca identitariamente). Pero en épocas históricas desmantelantes, ambos ejes
entran en contradicción y la supervivencia biológica se contrapone a la vida psíquica, obligando
a optar entre sobrevivir a costa de dejar de ser o seguir siendo quien se es a costa de la vida
biológica.
La crisis identitaria de la sociedad argentina pone hoy de manifiesto que esta contradicción
acecha al conjunto. Ni los hermanos mayores ni los padres de los adolescentes se ven hoy
provistos de herramientas para propiciar modelos que les den garantías futuras. La
temporalidad ha quedado subsumida en esta inmediatez y en este marco el desmantelamiento
de las propuestas identificatorias cobra una mayor relevancia.
Pero tal vez, el singo más notable del vacío representacional en el que se ven sumergidos los
adolescentes radique en que el discurso parental se ha ido deslizando hacia el plano
autoconservativo: a lo autoconservativo inmediato, cuando temen que anden por la calle
porque les pueden robar o matar; y a lo autoconservativo mediato, cuando se les plantea que
todo el sentido de su vida actual está regido por la necesidad de no caer de la cadena
productiva en el futuro, que se diviertan pero que se garanticen que sobrevivirán
económicamente. De este modo, despojado el estudio de todo valor simbólico es propuesto
como medio de acceder a posibilidades de supervivencia.
Hay un aceleramiento en la pubertad de tareas vinculadas a la adolescencia que no es sino el
efecto de la angustia que rige al conjunto, del temor a que los goces no alcanzados en el
presente ya no tengan lugar en el futuro.
Pero a pesar de este triste panorama, lo notable es que aún siguen operando microgrupos que
rearticulan modos de cohesión y de re-identificación para los adolescentes e incluso para los
adultos y que conservan los 3 pilares de la identificación: las representaciones, los fines
compartidos y los afectos ligadores.
Todo ello intentando producir, pese a todo, la recomposición de grandes espacios compartidos,
como los recitales donde las palabras de la música productoras de sentido suplantan al
discurso político de antaño, recitales que les hacen sentir por un momento a los adolescentes
que participan en un todo que los ensambla y los libera del riego desintegrador.

Hornstein (“La elaboración de los duelos en la adolescencia”): establece que en la


adolescencia el sujeto se enfrenta con el reconocimiento de importantes pérdidas que lo
obligan a un minucioso trabajo de duelo. Duelo por: la pérdida del cuerpo infantil; por la imagen
idealizada de los padres y por el dolor de tener que dejar atrás la infancia.

M. Klein, “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo”.

Caso Dick

Niño de 4 años. Signos clínicos: pobre vocabulario y desarrollo intelectual, falta de adaptación
a la realidad y de relaciones emocionales con su ambiente, carencia de afecto, indiferencia
ante la presencia o ausencia de la madre, carencia de intereses, ausencia de juego,
insensibilidad al dolor.
Posiblemente el desarrollo de este niño quedó afectado por el hecho de que, aunque recibió
toda clase de cuidados, nunca se le prodigó de verdadero amor, la actitud de la madre hacia él
fue, desde el principio, de excesiva angustia. Del mismo modo, ni su padre ni su niñera le
demostraron mucho afecto. Dick creció en un ambiente sumamente pobre de amor.
Klein establece que había en el yo de Dick una incapacidad completa, aparentemente
constitucional, para tolerar la angustia. El yo había cesado el desarrollo de su vida de fantasía y
relación con la realidad. No había en Dick relación objetal. Después de un débil comienzo, la
formación de símbolos se había detenido.
Como no existía en su mente ninguna relación afectiva o simbólica con los objetos, ninguno de
sus actos casuales relacionados con ellos estaba coloreado por la fantasía, siendo por lo tanto
imposible considerar dichos actos como representaciones simbólicas. Su falta de relación con
el ambiente y las dificultades para establecer un contacto con su mente eran solo el resultado
de su falta de relación simbólica con las cosas. El análisis tuvo que comenzar con esto, el
obstáculo fundamental para establecer un contacto con él.
El análisis permitió un aumento de interés en Dick, que junto con el establecimiento de una
transferencia cada vez más intensa hacia la analista, dio lugar a la relación de objeto que hasta
entonces faltaba. Así, la actitud de este niño hacia su madre y su niñera fue tornándose poco a
poco afectuosa y normal. Dick comenzó a desear su presencia y a entristecerse cuando lo
dejaban. También con su padre la relación mostró indicios cada vez más claros de una actitud
edípica normal y, en general, una relación mucho más firme con todos los objetos.
Klein establece haber modificado con Dick su técnica habitual. En general ella no interpretaba
el material hasta tanto éste no hubiera sido expresado por varias representaciones; pero como
en el caso de Dick la capacidad de expresión por medio de representaciones casi no existía se
vio obligada a interpretar sobre la base de sus conocimientos generales. Al lograr por este
medio el acceso a su inc. pudo movilizar angustia y otros afectos. Klein logró que la angustia se
hiciese manifiesta, pudiendo así resolverla, en parte, gracias a la interpretación, logrando así
mitigarla de modo que el yo pudo tolerarla.
Las representaciones se tornaron entonces más completas y consiguió así bases sólidas para
el análisis, pudiendo pasar entonces a la técnica tradicional.
En el análisis de este niño, que era absolutamente incapaz de hacerse inteligible y cuyo yo no
era accesible a ninguna influencia, lo único que podía hacerse era tratar de llegar hasta su inc.
y, disminuyendo las dificultades inconcientes, abrir camino para el desarrollo del yo.
En lo que respecta a la cuestión del diagnóstico, Klein clasifica la enfermedad de Dick como
una esquizofrenia, pero que difiere de la esquizofrenia típica en que en este caso se trata de
una inhibición del desarrollo y no de una regresión después de que el niño ha superado con
éxito cierta etapa.

Klein: sus interpretaciones están basadas en la teoría, en la concepción del Edipo que ella
tenía, no en lo histórico vivencial del paciente.

Dolto y Nasio, “El niño del espejo. El trabajo psicoterapéutico”.

Dolto y Nasio plantean que sea cuales fueren los problemas del niño, la hipótesis general es
que padece una angustia de culpabilidad inconciente, cuyos síntomas son el medio que su
naturaleza encontró para canalizar esa angustia e impedir que destruya más gravemente aún
el equilibrio de su salud. Asimismo, plantean que la gravedad de un caso no está determinada
por la intensidad de los trastornos, sino por su antigüedad, es decir, no la antigüedad de tales o
cuales síntomas sino a la antigüedad de un estado de dificultades emocionales variadas y
cambiantes, pero que se remonta a la primera infancia.
Un niño que tuvo trastornos del apetito, del sueño, de la alegría de vivir y contactarse con el
mundo exterior (adultos y niños) antes de cumplir los 3 años, es, en principio, un caso grave.
Los casos en que los trastornos sólo aparecieron después de los 7 años, sin que haya habido
realmente nada previo que señalar en la adaptación a sí mismo y a la sociedad, son en
principio, benignos. Lamentablemente hay demasiados casos que son graves y que hubieran
sido benignos si se los hubiera tomado con bastante seriedad en su momento.
Dolto y Nasio plantean que el material utilizado para la psicoterapia varía bastante según los
psicoterapeutas (títeres, cubos, etc) pero el único fin es el de liberar la verbalización de los
afectos y posibilitar la expresión de los conflictos y las tensiones del niño. El terapeuta
interviene lo mínimo indispensable y sólo para posibilitar la expresión más acabada, más
emocional de las dificultades y los conflictos del niño consigo mismo y con su medio (en
cambio M. Klein y Aberastury intervienen más). Es fundamental la actitud permisiva para decir
todo, representar, inventar todo (pero no para hacer todo); actitud no moralizante del terapeuta
que es absolutamente específica y diferente de la actitud que deben tomar los padres y los
educadores.

Caso J.P.: J. P es un niño de casi 8 años, que viene por temores nocturnos, tics y algunos
hurtos. Los primeros hurtos aparecieron después del nacimiento de un hermano, F, alrededor
de los 3 años. La flia dice, como lo hacen todas en estos casos, que los niños se adoran y que
el mayor no estuvo celoso jamás, pero la época de aparición de los trastornos coincide con los
meses que siguen al nacimiento de F, lo cual prueba que es esta supercompensación a los
problemas normales de celos lo que lo enfermó.
J. P. había comenzado con dificultades emocionales en el momento de nacer su hermano, que
coincidía con su etapa del “no”, necesaria para su evolución. Pero debe haber tomado la
separación de la madre, que tras el parto estuvo en el sanatorio 10 días, como un castigo por
sus oposiciones caracteriales que fatigaban mucho a la madre. Durante ese período lo dejaron
a cargo de su abuela, quien no comprende bien a los niños. J. P. se sintió un poco mortificado.
Se entiende que J.P. no haya mostrado celos después de esto por miedo de volver a ser
separado de su mamá. Por el contrario se identificó con ella y se mostró maternal con el
pequeño. Pero llegó la edad del complejo de Edipo donde J. P tuvo que identificarse con su
padre, entrar en rivalidad con él para intentar ganar a su madre. Todos sus conflictos con el
padre y las lágrimas si el padre no lo besa antes de acostarse son los signos de esta tensión
ambivalente.

Doltó, “En el juego del deseo”.

Cap. 6: Cura psicoanalítica con ayuda de la muñeca-flor (escrito en 1949, constituye uno
de los textos fundamentales de Doltó)

Llega a Doltó una niñita de 5 años y medio, Bernadette, que presenta una apariencia de gran
retraso mental: elabora continuamente fantasías y sus asociaciones verbales hacen pensar en
la esquizofrenia, sin embargo existe un contacto afectivo, de tipo agresivo sobre todo con su
madre. Su brazo izquierdo está doblado, la mano izquierda sobre el antebrazo, arrastra un
poco la pierna izquierda. Habla con una voz monocorde (sin modulaciones), gritando como si
fuese sorda. Hay una ausencia total de sentido crítico y de adaptación a la vida social. La niña
padece anorexia denominada mental, se niega a comer. Cuando se la obliga o cuando ella
misma se fuerza a tragar alimentos éstos suelen ser parcialmente vomitados.
En un jardín de niños, la niña es difícilmente soportada en él no participa en ningún ejercicio ni
juego colectivo, es incapaz de integrarse desde el punto de vista motor así como desde el
punto de vista caracterial. En la escuela, se vuelve más mala.
Ante este comportamiento completamente narcisista en que la afectividad está marcada
únicamente con el signo negativo a Doltó le llama la atención el aspecto paranoico, autístico y
ansioso que cobra el carácter de la niña. Es entonces cuando se le ocurre la idea de darle una
muñeca-flor. Es importante resaltar que Doltó nunca trata a la niña aisladamente sino siempre
situada con relación a un adulto.
Durante su experiencia analítica ha podido observar que el interés manifiesto por las flores y la
identificación con una flor en particular: con la margarita, siempre acompañan al cuadro clínico
del narcisismo (cuadro que parece presenta B.).
Doltó invita, entonces, a la madre de Bernadette a confeccionar una muñeca-flor que en vez de
tener la cara, los brazos y las piernas color carne debe estar completamente cubierta de tela
verde, incluyendo el volumen que representa la cabeza, sin rostro y coronada con una
margarita artificial, a su vez, vestida con ropa que evoque tanto al niño como a la niña, por
ejemplo, tela azul y rosa, etc. La niña salta de alegría: “Sí, muñeca-flor”.
Luego la niña viene (8va sesión) con su muñeca-flor margarita, que llama Rosine y por primera
vez se dirige a Doltó (y no como hasta ahora a nadie en particular) contándole con su voz
chillona que “esta muñeca es horrible, mala y que desde que llegó a su casa es un infierno”,
“Rosine, prosigue, se divierte pegándole a las muñecas”.
Así, Bernadette proyectó toda su actitud caracterial negativa sobre esa muñeca-flor y, por
consiguiente, puede hablar.
En una sesión Bernadette se inclina hacia Doltó y en voz baja al oído (es la primera vez que la
oye hablar en voz baja) le susurra: “Ser mala para ella, se llama ser amable porque tiene un
brazo y una pierna que no funcionan”.
Doltó le dice con voz normal: “¿Cómo es que eso la vuelve mala?
Y la niña le contesta que “es su manera de ser amable, hacerle daño a los demás. No es mala,
está enferma, tú la vas a curar” (demanda de la pequeña).
La niña se va muy contenta de haber dejado su muñeca a la doctora que va a atenderla. A
partir de entonces se transforma.
En la sesión siguiente pregunta: “¿Cómo sigue mi muñeca-flor?.
Doltó le contesta: “Sabes la atendí todos los días, pero sólo una mamá sabe cómo conocer a
su hijo. Tú me vas a decir cómo la encuentras”. Y le saca del armario su Rosine. D. asiste
entonces a toda una escena mímica. La niña le habla en voz baja a su muñeca se la pone al
oído para escuchar lo que responde, luego la hace bailar sobre la mesa, y de pronto, con una
voz modulada, que Doltó nunca antes le había oído, le dice: “Está curada, su brazo y su pierna
funcionan muy bien, la has atendido muy bien”.
Bernadette deposita su muñeca-flor al lado de su oso y vuelve para conversar con Doltó. Le
muestra su mano parética (paralizada parcialmente), siempre con algo de garra y le dice: “Es
una hija de lobo, entonces para amar tiene que arañar y como te quiere mucho, la hija de lobo
te va a mostrar lo fuerte que es”. Entonces se pone a clavar sus uñas en la piel de la mano de
Doltó diciendo: “No tengas miedo, tiene que ver sangre porque te quiere”.
“¿Te duele?” Pregunta B. a D.
“Sí, un poco pero sé que me quiere”, contesta.
La niña mejora enormemente en el plano motor. Puede participar en las actividades motrices y
colectivas son perturbar la clase y sin que se burlen de ella.
El viraje decisivo de su comportamiento se situó en la semana en que entró en posesión de la
muñeca-flor. Según el relato de las sesiones esa muñeca-flor fue el soporte de los afectos
narcisistas heridos de la edad oral. La agresividad oral vuelta contra sí misma en aquella niña
inválida, aquejada de graves trastornos somáticos del tuvo digestivo, se proyectó en aquella
forma a la vez humana y vegetal.
Doltó utilizó la muñeca-flor como un elemento que introdujo en el tratamiento psicoanalítico
para ser soporte de la transferencia.
El ser con el cual B. comenzó a expresar realmente lo que sentía fue aquella muñeca-flor en la
medida en que era ella misma quien se proyectaba en la muñeca. La niña podía liberar
emociones de agresividad gracias a la proyección en esa muñeca.
El comportamiento de B. con sus familiares cambió en cuanto proyectó sobre la muñeca-flor
todo lo que la había hecho sufrir en las experiencias vividas. Además, B. hizo soportar a la
muñeca-flor, por proyección, toda la carga culpabilizadora de las malas acciones de que habían
sido víctimas sus familiares. Así, pudo interesarse en otros seres (primero en su oso de
peluche) de una manera maternal, dejó de detestar a todo el mundo y recuperó la facultad de
comer libremente.
Doltó (a partir de la experiencia con este caso y con muchos otros) considera que la
representación de una criatura vegetal, parecida a la forma humana por su cuerpo y a la forma
floral por su cabeza, sin que haya rostro, ni manos, ni pies, permite al niño la proyección de
emociones que permanecieron fijadas en la etapa oral de la evolución de la libido; fijadas allí
debido a que la historia vivida del sujeto bloqueó la evolución en esa etapa o la hizo
experimentar una regresión a ella.
Dicha proyección y las reacciones que de ella resultan con respecto a la muñeca conducen al
sujeto a la abreacción de una libido oral que permaneció activa de manera patógena, inhibidora
para él, no sublimable y no integrable en el yo.
Es decir, que a partir de la presentación de la muñeca-flor esas emociones agresivas
encuentran salida en un contenido analizable. La muñeca-flor es pensada, entonces, como un
objeto mediador que abre paso a la expresión de las emociones.
Bleichmar, “En los orígenes del sujeto psíquico” (primer libro, producto de su tesis
doctoral).

Cap. I: “El concepto de neurosis en la infancia a partir de la represión originaria”.

En la década del 70`se produjo en Argentina un movimiento teórico que puso en crisis los
modelos teórico-clínicos sustentados hasta ese momento. La corriente kleiniana había sido la
guía del trabajo pero a comienzos de 1970 se introdujeron conjuntamente los principios de la
epistemología althusseriana y los trabajos de la escuela psicoanalítica francesa.
Se puso en crisis la técnica en la cual los analistas de niños se habían basado hasta el
momento, la técnica del juego propuesta y desarrollada por Melanie Klein, reduciendo el campo
analítico al ámbito del lenguaje exclusivamente. Ahora la pregunta que se planteaba era como
trabajar, si se abandonaba la técnica del juego, con niños pequeños en un momento de su
evolución en que el lenguaje no podía ser aún la herramienta de trabajo posible. (se planteó el
problema de si el inconciente tenía existencia por sí mismo, por fuera del discurso o no. Si se
optaba por la opción de que el inconciente sólo existía en el discurso era impensable analizar a
quien no tuviera discurso como es el caso de niños. Para Klein el inconciente estaba desde
siempre independientemente de que el niño tenga o no lenguaje y así la analizabilidad era
posible. Por su parte el estructuralismo (y entre ellos Mannoni) buscaba la determinación de los
síntomas en el discurso parental. )
Este tipo de conflicto llevó al abandono por una gran cantidad de analistas del campo de la
clínica de niños. Otros, entre los que se cuenta Bleichmar, se propusieron revisar los principios
fundamentales de la técnica.
Así Bleichmar se insertó en la línea que ponía en juego la redefinición de neurosis en la
infancia partiendo de la concepción de un sujeto en estructuración. Se fue haciendo cada vez
más claro para la autora que no se podía definir a priori ningún tipo de técnica si no se
redituaba el concepto rector de represión originaria y el lugar de ésta en la constitución del
aparato psíquico.
Partió entonces de la hipótesis desarrollada por Freud en la Metapsicología (1915) que postula
que la represión funda la diferencia entre los sistemas inconciente y preconciente-conciente y
que antes de esto son los otros destinos pulsionales (el retorno sobre la persona propia y la
transformación en lo contrario) los que pueden actuar como defensa. Estos dos destinos
pulsionales son los precursores de la represión originaria. Son estructurantes del aparato
psíquico y su aparición marca el primer tiempo de la represión originaria.
Tomando la idea rectora de un sujeto en estructuración, Bleichmar plantea si en vez de hablar
de “neurosis infantil” no deberíamos hablar de “conflictos neuróticos infantiles”, en la medida en
que la primera infancia es un proceso altamente complejo que somete al sujeto psíquico en
constitución a movimientos lo suficientemente lábiles y masivos para que no hayamos de
plantearnos los elementos como definitivos.
Nos ubicaremos en una concepción del sujeto psíquico cuya tópica se presenta, desde el
comienzo, intersubjetiva. En el marco de esta tópica intersubjetiva se dará un proceso de
constitución del aparato psíquico que, en el momento de abordar el diagnóstico, debemos tener
en cuenta a fin de precisar en qué momento de esta constitución se encuentra.
Dos cuestiones entonces: por un lado la diferencia entre inconciente originario e inconciente
desde los orígenes y por otro lado, el papel del otro humano en la constitución del sujeto y el
problema de la constitución de la tópica psíquica en el marco de una tópica intersubjetiva.
Una autora que pone el acento en el punto opuesto que M. Klein es Mannoni, en su texto, “La
primera entrevista con el psicoanalista”. Este trabajo marcó una revolución al brindar una nueva
herramienta técnica: la entrevista madre-hijo. Permitió poner en correlación el deseo materno
con la patología infantil y de esta manera se abrieron nuevas posibilidades de comprensión
para esta misma patología. Mannoni coloca al niño en el movimiento que se constituye desde
el deseo de la madre. Si “el inconciente es el discurso del Otro”, cuando la madre habla
encontramos en su propio discurso la explicación de la significación sintomática. Bleichmar
está parcialmente de acuerdo con esto. Por un lado rescata el mérito de Mannoni de emplazar
al sujeto en una línea de intersubjetividad que define las líneas por las cuales se abrirán los
movimientos que permitirán entender la constitución de su propio aparato psíquico. Pero por
otro, se pregunta si no se anula de esta manera el concepto de inconciente como sistema
intrapsíquico, si no se termina remitiendo el conflicto psíquico a una tópica intersubjetiva que,
se puede ser generadora de patología, no alcanza para explicar las peculiaridades del conflicto
psíquico. (crítica de Bleichmar a Mannoni)
Sin embargo, la teorización que Mannoni propone como “actitud” frente a la consulta le parece
válida: “…En el psicoanálisis de niños, en la primera consulta, estamos sometidos a la
demanda de los padres. Existe entonces, frente a los padres una tendencia (de los analistas) a
tomar una posición de psiquiatra o de psicopedagogo y se corre el riesgo de dejar escapar la
dimensión esencial que es, justamente, la aprehensión psicoanalítica del caso…”.

Concepto de metábola: concepto propuesto por Laplanche: el inconciente es afectante, el yo


afectado. En la clínica de niños en el momento de la consulta, ¿dónde está lo afectante y
donde lo afectado?.
El inconciente del niño no es directamente el discurso ni el deseo del Otro. Entre el
comportamiento significante, totalmente cargado de sexualidad, entre este comportamiento-
discurso-deseo de la madre y la representación inconciente del sujeto no hay continuidad, ni
tampoco pura y simple interiorización; el niño no interioriza el deseo de la madre. Entre estos
dos fenómenos de sentido (que son el comportamiento significativo del adulto y el inconciente
en vías de constitución del niño) está el momento esencial que se debe llamar
“descualificación”. El inconciente es el resultado de un metabolismo extraño, que, como todo
metabolismo, implica descomposición y recomposición (no interiorización pura).
Bleichmar retoma entonces dos direcciones: ubicación del conflicto en la infancia en la tópica
intersubjetiva y ubicación del conflicto en estricto sentido sintomático, en la tópica intrasubjetiva
del aparato psíquico.
En opinión de Bleichmar, los tres tiempo del Edipo propuestos por Lacan, marcan
privilegiadamente los grandes movimientos por los cuales debe pasar el sujeto psíquico en
estructuración a partir de la tarea fundamental a afrontar en los primeros años de vida: el
desprendimiento de la madre y la constitución de una estructura singular que le permita
ubicarse en el mundo en tanto sujeto.
Las psicosis infantiles son como movimientos fallidos, no logrados en la constitución del sujeto.
Pero si pensamos en que el sujeto está en el momento de su constitución, la intervención
terapéutica aún puede modificar el curso de los acontecimientos y ser productora de salud. El
autismo precoz, se produce en el momento de instauración de los estadios más primarios de la
mente, pero Bleichmar entra en una contradicción pues establece que es imposible sostener,
siguiendo los desarrollos de Lacan, que el autismo es efecto de una falla en la narcisización
primaria y al mismo tiempo afirmar desde una perspectiva freudiana, que el autoerotismo es el
tiempo fundante de la sex. infantil y, por ende, de la vida psíquica. En las psicosis simbióticas,
lo que sucede es que el incipiente sujeto no puede desabrocharse del yo materno al cual ha
quedado soldado a partir del momento en que ingresa como significante de la falta.
Narcisismo e identificación narcisista en los orígenes de la vida, constitución de la
representación del yo, ligazón a la madre, son prerrequisitos necesarios para la constitución del
sujeto. Y aunque no hay cronología hay una etapa necesaria para que esto produzca.
Freud define en “Inhibición, síntoma y angustia” (1926) al síntoma como el símbolo sustitutivo
de una no lograda satisfacción pulsional, planteando que esto es el resultado del proceso de la
represión. Dice: “…la mayoría de las represiones con que debemos vérnoslas en el trabajo
terapéutico son casos de esfuerzos de dar casa. Presuponen represiones primordiales
producidas con anterioridad y que ejercen su influjo sobre la situación reciente…”. Y agrega
que la represión surge cuando a)una percepción externa despierta una moción pulsional
indeseable; b)cuando tal impulso emerge en el interior sin estímulo externo alguno. En la
Metapsicología postula que la represión (secundaria) no es un mecanismo de defensa
originariamente dado, sino que, por el contrario, no puede surgir hasta después de haberse
establecido una precisa separación entre la actividad anímica conciente y la inconciente. Su
esencia consiste en mantener alejados de la conciencia a determinados elementos.(represión
secundaria: se separa la representación del afecto)
Bleichmar propone sustituir el término “represión primaria” por el de “represión originaria”, en el
sentido de que “da origen a”.
Freud establece que la represión primordial consiste en que a la agencia representante
representativa de la pulsión se le deniega la admisión en lo conciente, se crea allí una fijación
de los representantes representativos de la pulsión a lo inconciente (esto corresponde a
aquello que nunca fue conciente y a lo que nunca vamos a acceder en un análisis) y la
represión secundaria recae sobre sus retoños (retoños psíquicos de la agencia representante
representativa de la pulsión sobre los que va a operar el análisis).
Lo que se reprime originariamente tiene que ver con la sexualidad, con el autoerotismo,
representantes representativos propios de la oralidad, analidad. Esto nunca deviene
representación palabra y es lo que la represión primordial fija a lo inconciente.
Para Bleichmar estos movimientos no son míticos sino reales y por lo tanto cercables.
Por último, para encarar la situación diagnóstica, Bleichmar propone 3 elementos que serán los
parámetros de definición del nudo patógeno:
1-El modelo del aparato psíquico y su constitución;
2-La ubicación del paciente en la tópica intersubjetiva;
3-Las determinaciones de la historia.
Luego explicita algunos procesos que pueden servir como índices para el diagnóstico:
-en relación con el modelo de aparato psíquico, la constitución de los procesos primarios y
secundarios diferenciados, con la consiguiente constitución de las formaciones del inconciente;
-el problema del lenguaje, los trastornos en el uso de pronombres y la concordancia verbal son
elementos que posibilitan conocer las perturbaciones en la constitución del aparato y al mismo
tiempo la ubicación del mismo en al tópica intersubjetiva;
-definido el momento de corte en la constitución del aparato psíquico, el estudio del carácter
dominante de la defensa dentro de los tres órdenes que propone la escuela lacaniana:
renegación, represión y forclusión.

Erikson, “Infancia y sociedad”.

Cap. I, punto I: Una crisis neurológica en un pequeño: Sam

Sam tiene 3 años cuando su madre lo descubre atacado por una crisis semejante a la crisis
cardíaca de que murió su abuela 5 días antes. El médico establece un diagnóstico de epilepsia
y lo envía en observación al hospital. Permanece allí algunos días. El personal hospitalario no
se compromete con un diagnóstico debido a la corta edad del paciente y a que estaba bajo la
acción de drogas. Sus reflejos son normales, aparentemente no hay nada que llame la
atención.
Un mes más tarde el niño descubre un topo muerto. Sufre vómitos durante la noche y presenta
manifestaciones de crisis epiléptica. Esta vez el personal del hospital comparte el diagnóstico
de epilepsia, debida posiblemente a una lesión cerebral en el hemisferio izquierdo.
Dos meses más tarde, luego de que el niño aplasta una mariposa con la mano, sobreviene un
tercer ataque. El hospital matiza su diagnóstico y emite la idea de que quizás haya un factor
psíquico en el origen de la crisis. Al médico le llama la atención una constante que vuelve a
encontrar en las 3 crisis: una relación entre la muerte de la abuela, la del topo, la de la
mariposa y la crisis epiléptica. Como no puede descubrirse con certeza ninguna causa
orgánica, Erikson se dedica a comprender la parte que le cabe a la idea de muerte en la vida
del niño. Se hace evidente que le factor psíquico relacionado con el origen de la crisis tiene que
ver con la muerte. Erikson se esfuerza por recoger datos que puedan iluminar las
circunstancias de la muerte de la abuela y, a tal efecto, interroga a la madre.
Se entera de que, en esa época, la joven se sentía tensa. La llegada de su suegra, cardíaca, la
preocupaba tanto como la turbulencia de Sam, niño cargoso y travieso. Temía que Sam
fatigase a la anciana. Se advirtió al niño que el corazón de la abuela no era demasiado fuerte y
él prometió no molestarla. Durante una ausencia de la madre la abuela es presa de un ataque
(a partir del cual está enferma durante meses no logra recuperarse y muere). Según la
reconstrucción de los hechos parece probable que el niño durante la ausencia de la madre se
mostrara cargoso y cansador.
Se estimaba que Sam nada sabía de la muerte de esa abuela: se le había dicho que ésta había
partido para realizar un viaje prolongado. En respuesta Sam lloró preguntando: ¿por qué no me
dijo hasta pronto?. También fue preciso explicarle a Sam la razón de ser del ataúd. Se le dijo
que se trataba de una caja que contenía libros de la abuela. Erikson duda de que el niño haya
podido creer las explicaciones maternas. Le comunica su escepticismo a la madre. Entonces
ella recuerda un incidente ocurrido en aquella época: al pedirle un día al niño que le encontrase
un objeto que él no tenía ganas de buscar, éste le respondió con un tono burlón: “se fue de
viaje, un viaje muy prolongado”.
En el curso de las entrevistas posteriores, la madre recuerda que a Sam lo habían obligado a
quedarse con la abuela como castigo. El niño le había pegado a un amiguito, había corrido
sangre y prefirieron que se quedase en la casa por miedo a que trataran de vengarse de él. Lo
que a Erikson le interesa en relación a estos hechos son las características agresivas de cierto
grupo étnico: la minoría judía de la que forma parte la flia de Sam. Esta flia rompió con sus
antepasados y se instaló en un barrio no judío. El medio familiar parece haber actuado sobre el
niño para frenar su excesiva impulsividad, para que se muestre gentil como los niños no judíos.
Erikson comienza la cura dos años después del comienzo de las perturbaciones y anota las
siguientes etapas:
-Durante una sesión con el analista, el niño, furioso por haber perdido en un partido de dominó,
le arroja a Erikson un objeto en la cara; entonces empalidece hasta el borde del vómito y tiene
un desmayo pasajero. Al volver en sí dice: “continuemos”. Los niños tienden a expresar en las
configuraciones espaciales lo que no pueden o no se atreven a decir. Al reacomodar las piezas
hace una configuración rectangular. Todas las piezas miran hacia adentro. Erikson le da (a
través de la relación transferencial) la interpretación de su malestar: “Si quisieras ver los puntos
de tus piezas tendrías que estar dentro de esta pequeña caja, como una persona muerta en un
ataúd”. Puesto que el niño contesta “sí”, Erikson prosigue: “Eso debe significar que tiene miedo
de tener que morir porque me golpeaste”. “¿Tengo que morirme?”, pregunta Sam. Y Erikson
agrega: “Claro que no. Pero cuando se llevaron a tu abuela en el ataúd probablemente
pensaste que la habías hecho morir y por eso tenías que morir también. Debes haber pensado
que te ibas a morir cada vez que tenías uno de esos ataques”. Es decir, establece un paralelo
con la muerte de la abuela y el miedo de Sam a que se haya muerto por su culpa y que él
tenga que morir por eso. El niño está de acuerdo. Hasta entonces nunca había admitido que
sabía que su abuela estaba muerta. He aquí, plantea Erikson, la causa desencadenante de las
perturbaciones. Pero Erikson no se detiene allí. Emprende un trabajo con la madre pues
considera que todo origen psíquico de una perturbación en un niño encuentra su corolario en
un conflicto neurótico en la madre. Erikson sitúa este conflicto neurótico dentro de un marco
etnográfico: ruptura de la flia con la tradición judía, exigencia al niño para que se parezca a los
no judíos. La madre recuerda un incidente en el cual Sam le arrojó una muñeca a su rostro y le
rompió un diente. La madre le pegó con una rabia que hasta entonces nunca había
manifestado. Este es un punto crucial, pues nos habla de la violencia familiar. Más allá del
conflicto individual, todo el medio ambiente de este niño está invadido por un temor general a la
violencia (a partir de esta escena se evidencia el temor de la madre de haber dañado a Sam
temor que es la contraparte de lo que finalmente Erikson entiende como el factor psíquico
patógeno dominante en el niño: el temor del niño a que también su madre pudiera morir debido
al golpe que le diera en el diente y a sus acciones y deseos sádicos más generales).
Unos días después, Sam se sube a las rodillas de su madre y le dice: “Únicamente a un
muchacho muy malo le gustaría saltar sobre su madre y caminar sobre ella. Únicamente a un
chico muy malo le gustaría hacer eso, ¿no es así mami?”. La madre optó por reír y contestó:
“Apuesto a que ahora tú quieres hacerlo. Pienso que un muchachito bueno podría pensar que
tiene ganas de hacer algo así pero sabría que en verdad no tiene ganas de hacerlo”. “Sí”,
respondió Sam “pero no lo haré” (la verbalización de la violencia disminuye los ataques).
Cualquiera sea su edad, Erikson recurre (en su trabajo) a la capacidad del niño para
autoexaminarse, para comprender y para planear. Al hacerlo considera posible efectuar una
cura o acelerar una curación espontánea. Sin bien, en el caso de Sam, no pretende haber
logrado curar la epilepsia, considera que con estas investigaciones terapeúticas sobre un
fragmento de la historia del niño, ha ayudado a toda una flia a aceptar una crisis en su seno
como una crisis en la historia familiar, pues una crisis psicosomática es emocional en la medida
en que el individuo enfermo responde a las crisis latentes en las personas significativas que lo
rodean (en este caso, a través del tema de la muerte la madre pudo expresar su culpabilidad
(miedo de ser criticada (por la suegra que venía a visitarlos)) y su vergüenza (miedo de que su
hijo no se muestre gentil con un no judío). Esa muerte que ocurre luego de los cargoseos de
Sam la hunde en un malestar que la lleva a negar incluso el acontecimiento (por consiguiente
carga a su hijo con la función de ser el soporte de una mentira). Introduce en Sam una palabra
engañadora para justificar (se) el incidente y recuerda que Sam no dejó de darse cuenta de
ello. A su vez, su madre le pide a Sam que reniegue de su ascendencia, poniéndolo en
dificultades en el plano de la identificación).
Erikson considera que no hay ansiedad individual que no refleje una preocupación latente
común al grupo inmediato y al más amplio. Un individuo se siente aislado y excluido de las
fuentes de fortaleza colectiva cuando (aunque sólo sea en forma secreta) asume un rol que se
considera particularmente malo. En el caso de Sam, la muerte de la abuela sirvió para
confirmar que era un muchachito terriblemente malo.
Mannoni considera que lo que está en juego en este caso no es, como parece creerlo Erikson,
la Sociedad. El problema no reside en la situación de una flia judía en un medio “gentil”: se
trata del vínculo madre-niño en la relación fantasmática de la madre.
La pregunta de Erikson se orienta hacia la influencia del medio. Sin embargo, M. plantea que
no se trata de un conflicto étnico sino de la pregunta misma del sujeto planteada a través del
síntoma, acerca de su lugar en el deseo del Otro.

Ferenczi, “Un pequeño gallo”.

Se trata de un niño de 5 años (Arpad) que había tenido hasta los 3 años y medio un desarrollo
mental y físico regular y había sido un niño completamente normal. Hablaba corrientemente y
daba muestras de una gran inteligencia.
Bruscamente sobrevino un cambio. Durante el verano, la flia acudió a un balneario donde ya
había estado el verano precedente. Desde la llegada, el comportamiento del niño cambió de
manera singular. A partir de aquél momento su interés se centró en una sola cosa: el gallinero
que había en el patio de la granja. Al amanecer acudía junto a las aves, las contemplaba con
un interés infatigable e imitaba sus ruidos y sus andares, llorando cuando se le obligaba a
alejarse del corral.
Esto persistió durante todas las vacaciones. Pero cuando la flia regresó a su hogar volvió a
utilizar el lenguaje humano, aunque su conversación versaba casi exclusivamente sobre gallos,
gallinas y pollos. Su juego habitual era el siguiente: hacía gallinas y gallos doblando papel de
periódico y los ponía a la venta. Después tomaba un objeto cualquiera al que llamaba cuchillo y
cortaba el cuello de su pollo de papel (imitaba el degüello de los pollos).
Deseaba asistir al degüello de pollos pero le tenía mucho miedo a los pollos vivos.
Sus padres le preguntaban por qué tenía miedo del gallo y el niño contaba siempre la misma
historia: cierto día había entrado en el gallinero y había orinado en su interior, un pollo le picó el
pene y la criada le curó la herida. A continuación se le cortó el cuello al gallo. Los padres del
niño se acordaban de este incidente que había ocurrido durante el primer verano que pasaron
en el balneario, cuando Arpad tenía 2 años y medio.
Lo notable de esta historia es que el efecto psíquico de este suceso sobre el niño apareciera
tras un período de latencia de 1 año con ocasión de la segunda permanencia en la granja.
De este modo, Ferenczi sostiene la hipótesis de que fue una amenaza de castración sufrida en
el intervalo fue la que provocó un estado emocional tan intenso cuando revivió la escena de su
primera experiencia terrorífica en la que, de forma similar, había sido amenazada la integridad
de su pene. Hipótesis que después logra confirmar: el temor enfermizo del niño al gallo debe
atribuirse a una amenaza de castración recibida por haber practicado el onanismo. El conjunto
de síntomas que este niño presentaba era una reacción frente a la angustia que le inspiraba la
idea de su propia castración.
Arpad daba muestras de verdaderos síntomas neuróticos: era miedoso, soñaba mucho
(naturalmente con aves) y tenía a menudo un sueño agitado. Sus frases y acciones mostraban
en su mayoría un placer poco común en fantasear sobre crueles torturas aplicadas a las aves.
El momento en que se degollaba a un pollo era para él una fiesta. Sin embargo, sus afectos
hacia las aves no se componían simplemente de odio y crueldad, sino que eran ambivalentes.
A su vez su crueldad se manifestaba a menudo contra los seres humanos y con mucha
frecuencia estaba orientada hacia la zona genital de los adultos (es decir que la transferencia
de afectos inconcientes de los seres humanos a las aves no se había logrado por completo,
pues el fenómeno primitivo, rechazado, se manifestaba en sus palabras). Mediante las
palabras gallo, gallina y pollo Arpad designaba a su propia flia. Un día declaró “mi padre es el
gallo” (y la ambivalencia se explica en relación al padre, padre que aún siendo respetado y
amado es odiado por las restricciones sexuales que impone).
Tras estas declaraciones del niño podemos comprender mejor la intensidad de su emoción
cuando contemplaba la actividad del corral. Todos los secretos de su propia flia, sobre los que
no obtenía en su casa ninguna información, podía contemplarlos entonces a gusto: los
animales le mostraban sin dificultad todo lo que podía ver, sobre todo la actividad sexual de
gallos y gallinas (de la cual había podido enterarse en su casa dadas las condiciones de la
habitación de sus padres eran). Como consecuencia se vio obligado a satisfacer su curiosidad
despertada de este modo contemplando incansablemente a los animales.

Klein, “Psicoanálisis del desarrollo temprano”.

Caso clínico: Fritz

M. Klein establece que es necesario dejar al niño adquirir tanta información sexual como exija
el desarrollo de su deseo de saber, despojando así a la sexualidad de su misterio y de gran
parte de su peligro. Esto asegurará que los deseos, pensamientos y sentimientos no sean en
parte reprimidos y en parte tolerados. Además, al impedir esta represión, depositaremos las
bases para la salud y el equilibrio mental. Otra ventaja es la influencia decisiva que tiene esto
en el desarrollo de la capacidad intelectual. Una respuesta franca a las preguntas de los niños
influye beneficiosamente en su desarrollo mental.
En cambio, el repudio y la negación de lo sexual son las causas principales del daño
ocasionado al impulso a conocer y ponen en marcha la represión.
Klein considera que ninguna crianza debe hacerse sin orientación analítica, ya que el análisis
provee una asistencia tan valiosa y, desde el punto de vista de la profilaxis, incalculable.
Establece qué ventajoso y necesario es introducir el análisis en la crianza, para preparar una
relación con el inconciente del niño. Considera que así podrán removerse fácilmente las
inhibiciones o rasgos neuróticos en cuanto empiezan a desarrollarse. Para ella no hay duda de
que el niño normal de 3 años, y probablemente un niño más chico, es ya intelectualmente
capaz de captar las explicaciones que se le dan. Incluso mejor que el niño mayor que ya está
perturbado afectivamente en esas cuestiones por una resistencia más enraizada.
Por último, considera que un niño psíquicamente fortificado por un análisis temprano, puede
tolerar con más facilidad y sin perjuicio los problemas inevitables.
Fritz era un niño de 5 años. El psicoanálisis se introdujo en su crianza pues este niño sufría de
una inhibición de juego acompañada de inhibición a escuchar o contar historias. Había también
creciente taciturnidad, hipercriticismo, ensimismamiento e insociabilidad. Su desarrollo mental
había sido normal pero lento. Recién empezó a hablar a los 2 años y tenía más de 3 años y
medio cuando se pudo expresar con fluidez. A pesar de esto, daba la impresión de ser un niño
inteligente y despierto.
Cuando tenía alrededor de 4 años y medio se inició un desarrollo mental más rápido y también
un impulso más poderoso a hacer preguntas. Aparecieron preguntas concernientes al
nacimiento (¿dónde estaba yo antes de nacer?, ¿cómo se hace una persona?). Luego la
necesidad de formular preguntas no disminuyó pero tomó un camino algo diferente. A menudo
Fritz volvió al tema del nacimiento pero en una forma que demostraba que ya había
incorporado este conocimiento al conjunto de sus pensamientos.
En el caso de este niño con el que nunca se utilizaron amenazas y que mostraba con
franqueza y sin temor su placer en la masturbación, apareció sin embargo, un complejo de
castración muy marcado que se había desarrollado en parte sobre la base del complejo de
Edipo.
Fue notable en Fritz cuánto se estimuló su interés general luego de satisfacerse parte de sus
preguntas inconcientes y cuánto decayó nuevamente su impulso a investigar porque habían
surgido más preguntas inconcientes que monopolizaban su interés. Esto pone en evidencia
que la influencia de los deseos e impulsos instintivos sólo puede debilitarse haciéndolos
concientes.
Al traer a la conciencia los deseos incestuosos de Fritz, su apasionado apego por la madre se
advirtió en la vida cotidiana, pero no hizo ningún intento de sobrepasar los límites establecidos
y se comportó igual que cualquier niño afectuoso. Su relación con el padre se tornó excelente a
pesar (o a causa de) de su conciencia de sus deseos agresivos. Es decir, que también aquí se
ve cómo es más fácil controlar cualquier emoción que se está volviendo conciente, que una
inconciente. Simultáneamente con el reconocimiento de sus deseos incestuosos Fritz comenzó
a hacer intentos por liberarse de esta pasión y transferirla a objetos adecuados.

Kreisler, Fain y Soulé, “El niño y su cuerpo”.

Kreisler: el objeto de la clínica psicosomática son las enfermedades físicas en cuyo


determinismo o en cuya evolución influyen factores psíquicos o conflictivos.
Para abordar al lactante, debemos conocer la psicología de la madre y sus avatares. La
importancia de cierta actitudes queda demostrada muchas veces por el hecho de que los
trastornos psicosomáticos ceden, o bajan su intensidad bajo la influencia de una o varias
charlas del pediatra con la madre o con ambos progenitores.
Soulé: la relación entre madre e hijo se inscribe en una díada. Los trastornos funcionales del
lactante no son más que una manifestación de un disfuncionamiento de la díada. Cada
trastorno funcional del lactante aparece como un síntoma que revela un disfuncionamiento en
el seno de una entidad más compleja: la díada. Como cualquier síntoma, es una solución de
compromiso que permite el equilibrio, pero también una expresión y un llamado.
Un aspecto singular de esta relación madre-hijo reside en que las estructuras psíquicas de
ambos protagonistas son muy diferentes. Además el entorno de la madre y el del hijo son
distintos. Para el recién nacido se reduce a un solo individuo, al que ni siquiera percibe como
entidad separada de él.
Fain: el bebé, cuyo psiquismo es embrionario (recién está naciendo), sería automáticamente un
enfermo psicosomático, dada su incapacidad evidente de integrar en un nivel psicológico los
estados de tensión a que puede estar sometido. Ahora, nada de esto ocurre, porque la madre
está ahí para impedir que el niño sufra y ayudarlo a organizar sistemas mentales muy
precoces. La intuición de la madre compensa la insuficiencia psíquica del niño. La madre es
depositaria de las funciones psicológicas y somáticas no adquiridas aún por el niño.
Cuanto mejor sepa la madre defenderse de la angustia, mejor podrá relacionarse con su bebé,
haciendo menos traumático su contacto. En cambio, cuando menos encubierta está la angustia
materna, más probable es que persista un estado traumático en el niño.

Bleichmar, “La fundación de lo inconciente”.

Cap. 7: El psicoanálisis de frontera: clínica psicoanalítica y neo-génesis.

Con la instalación de la tópica se abre la posibilidad del conflicto intrasubjetivo (intersistémico)


como correlativo al establecimiento de la represión originaria. Así, la represión originaria
adquiere un estatuto fundante de lo inconciente. En este proceso de constitución del
inconciente, la represión originaria se funda sobre elementos previamente inscritos,
representacionales que han ido sufriendo transformaciones y ensamblajes, articulaciones y
recomposiciones, efecto de modos de ligazón previos.
Fijación de los representantes representativos pulsionales al inconciente, lo originariamente
reprimido estará constituido por aquello que nunca fue conciente, las representaciones que lo
constituyen nunca pasarán a constituirse como representación-palabra, nunca formarán parte
del proceso secundario. Se trata de las representaciones de base del inconciente, a las cuales
nunca se podrá acceder directamente en el proceso de la cura. Esto es posible bajo el
supuesto de la contrainvestidura, mediante la cual el sistema preconciente se protege contra el
asedio de la represión inconciente. Se trata de un gasto que garantiza la permanencia de la
represión primordial (y a su vez mantiene la represión secundaria) y da lugar a la diferenciación
entre los sistemas psíquicos.
Por su parte la represión secundaria, expulsa al inconciente representaciones-palabra
devenidas representación-cosa.
En el inconciente, tópicamente definido, coexisten formaciones de distinto tipo, es decir, que el
estatuto del inconciente no es homogéneo. Podemos diferenciar dos órdenes:
-aquellas representaciones, efecto de la represión secundaria, que habiendo sido parte del
preconciente son rearticulables mediante el lenguaje y recuperan su carácter discursivo en el
proceso analítico;
-aquellas representaciones nunca pasadas por el lenguaje, nunca capturadas en una
significación y a las cuales la libre asociación puede cercar, pero nunca restituir un sentido.
Ellas son efecto de la represión originaria y su posicionamiento tópico define la posibilidad de
clivaje del aparato.

Tiempos de la instalación de la represión originaria:


Hay un primer tiempo de rehusamiento del objeto, este primer tiempo de abandono de una
satisfacción pulsional es el prerrequisito de la represión (hay renuncia a la satisfacción
pulsional pero no asco, pudor, etc). En este primer tiempo la renuncia estará marcada por el
amor al semejante, y así como “se come por el amor de mamá”, se renuncia al pecho, a las
heces, “por temor a perder el amor de mamá”.
En este primer tiempo, de rehusamiento de un ejercicio autoerótico, los niños presentan
síntomas que se asemejan a los de las neurosis actuales: irritabilidad, expectativa angustiada,
malestar.
En un segundo tiempo (represión originaria), lo rehusado se torna reprimido, y en este caso la
economía psíquica define. Las representaciones deben ser apartadas por esfuerzo de
contrainvestimiento del yo incipiente en aras de evitar su perturbación constante.
Es indudable que no es la operancia del superyó lo que interviene aquí, al menos en el sentido
freudiano del término: como residuo identificatorio a partir del Edipo complejo. Se trata más
bien, de un modo de funcionamiento caracterizado por una polaridad vida-aniquilamiento. Es
en este sentido que conservar el amor de la madre -ser- aparece opuesto a perder el amor de
la madre -aniquilamiento-.
En un primer tiempo es desde la prohibición del otro desde donde la represión acumula su
fuerza de contrainvestimiento (en el mensaje materno que dice “los nenes lindos hacen popo
en el inodoro” está la fuerza de contrainvestimiento del placer anal). Pero también, la madre
puede no generar fuerza de contrainvestimiento y el niño quedar librado al ejercicio autoerótico.
Ambos requisitos: la fuerza de contrainvestimiento proveniente del otro y el equilibramiento
intrapsíquico capaz de impedir el ingreso de cantidades hipertróficas que puedan dejar al
aparato librado a su desestructuración, confluyen en la constitución de la represión originaria.
Sin embargo, su instalación exitosa requiere aun de otro elemento, y este hace a la capacidad
ligadora del yo, al carácter de retículo inhibidor que podrá establecerse en el aparato psíquico a
partir de los investimientos colaterales que se generan en las funciones que la madre ejerce.

Instalación de las primeras defensas: la transformación en lo contrario y la vuelta hacia la


persona propia son los precursores de la represión originaria. Ambos mecanismos de defensa
son estructurantes del aparato psíquico y su aparición marca el primer tiempo de la represión
originaria.

Caso Javier: niño de 2 años y 8 meses, es llevado a consulta por sus padres debido a que
muerde como forma dominante de expresión de sus impulsos hostiles, conducta no inhibible
mediante el regaño.
Llega a la consulta acompañado de su madre y se dirige hacia la canasta de juguetes, en la
cual Bleichmar ha incluido un autito a cuerda que cuando se desliza abre y cierra la boca-capó
dejando al descubierto la dentadura. Javier toma el autito y pide a su madre que le dé cuerda.
Ella lo hace y Javier, aferrado con una mano a su falda, ríe gozoso cuando el vehículo se aleja
abriendo y cerrando la boca.
Bleichmar hace una intervención: “el autito, como Javier, cuando se aleja de mamá quiere
comerse todo lo que encuentra, por eso muerde lo que se le atraviesa”.
Javier toma el brazo de su madre y dice “mami vamos”. Ella se rehúsa y Javier comienza a
subir el tono y intenta tironear para salir. Comienza a llorar y su madre intenta tranquilizarlo.
Luego los gritos ceden. En algunos momentos las palabras de Bleichmar se dirigen a Javier:
“¿qué es esto de que mami se quede rehusándose a su pedido?”. Él está muy enojado: Silvia,
como un papá, ha dicho: Javier, no se puede hacer todo lo que uno quiere, eso es peligroso
para vos y para los demás.
Bleichmar pregunta a la mamá qué hacen ellos cuando el niño se torna insoportable. Responde
que lo envían a su cuarto hasta que se tranquilice. Bleichmar le señala lo difícil que es para ella
sostener al mismo tiempo la prohibición y la contención de las conductas riesgosas, y cómo
esto obliga al niño a un esfuerzo de autocontrol para el cual no está preparado. Le propone que
así como ahora ella lo ha rodeado con sus brazos y su cuerpo, trate de contenerlo del mismo
modo cuando Javier se torne incontenible.
A la tercera consulta Javier entra muy decidido y dice: “soñé…yo soñé” (sueño: formación del
inconciente). “¿Con qué soñaste Javier”. “Con el cocodrilo. Había un cocodrilo….la boca
abierta, hamm (hace gesto de comerme)”. La madre cuenta que se despertó angustiado y que
ha dejado de morder.
El sueño realizando una inlograda satisfacción pulsional. El rehusamiento del sujeto a su
impulsión de morder ha dado curso a una formación del inconciente.
La represión trabaja de un modo altamente individual: un niño con leguaje constituido, control
de esfínteres, noción de sí y del objeto, enlaces libidinales, queda sin embargo librado, en un
punto de su constitución, a un fracaso del sepultamiento de un representante oral que lo
compulsa al sadismo y le imposibilita el ejercicio de formaciones del inconciente capaces de
dar curso a la elaboración psíquica.
El trabajo analítico está destinado a cercar qué es aquello que obstaculiza la instalación de la
represión originaria (tanto del lado del niño como del de sus padres) y a incidir en su fundación
definitiva.
Bleichmar es consultada nuevamente, Javier tiene ya 3 años y 9 meses y ha sorprendido a sus
padres con lagunas conductas que los inquietan: orina en público, toca el trasero, tiene una
conducta desafiante.
Durante la charla la madre reflexiona: “Sabe yo creo que Javier está súper estimulado, todo el
mundo lo toca, le pide besos. Es tan adorable que tiene que cederse por entero”.
Bleichmar le habla a Javier acerca de las propiedades de su cuerpo, él tiene derecho a
rehusarse; los apretujones, las caricias desmedidas le hacen sentir nuevamente ese fuego que
quema adentro. Javier le está pidiendo que lo ayude a apagarlo. Dice: “Yo tengo un pito
grande, grande como el de papá”. Bleichmar interpreta: “Es tu pito, necesitas decirle a las
mujeres que lo tenés, que es tuyo, que es grande, que sos un varon”. Esto tiene como efecto
que Javier comienza a rehusarse: “Se acabaron, hoy no hay besos, otro día…”.
Si dividimos el material expuesto en dos tiempos: el de la primera consulta, a los 2 años y 8
meses, y el de la segunda a los 3 años y 9 meses de Javier, vemos que entre uno y otro algo
ha cambiado estructuralmente en el modo de funcionamiento psíquico del niño.
De inicio no son síntomas los que Javier presenta, sino una dificultad para la inhibición de
ciertos modos de ejercicio pulsional directo y de su sepultamiento en el inconciente. La pulsión
oral canibalística no aparece inhibida en su fin, dando cuenta de una falla en la constitución de
la represión originaria. Correlativo a esto, las funciones ligadoras del yo que posibilitarían el
enfrenamiento de la descarga motriz (morder) no han logrado aún que este opere como masa
ligadora capaz de sostener a lo reprimido en un lugar tópico más o menos definitivo.
A partir de la intervención analítica y de su consolidación durante el año posterior, una nueva
etapa se inaugura. En ella vemos al niño habiendo sepultado los representantes pulsionales de
origen, consolidad la represión originaria e instalado en un encadenamiento edípico que da
curso a la angustia de castración y reinscribe lo activo-pasivo en términos de rehusamiento al
sometimiento amoroso al semejante y de ejercicio de la masculinidad.
Es importante tener en cuenta que en sentido estricto, como formaciones transaccionales,
ninguno de los signos que preocuparon a los padres y motivaron las consultas fueron síntomas.

El psicoanálisis “de frontera”: clínica psicoanalítica y neo-génesis.


La cura psicoanalítica no se reduce, en tiempos de infancia, a la extracción de lo inconciente,
sino a la recomposición de las relaciones entre los sistemas psíquicos. Es el trabajo sobre lo
desligado y su recaptura analítica lo que da la posibilidad al sujeto de una instalación en la
tópica. El psicoanalista artesano crea, con los materiales existentes, algo diverso de lo que
encontró de partida.
La cura no se limita a ir al encuentro de un inconciente que estaba allí desde siempre. En
tiempos de infancia, la intervención analítica genera las condiciones de fundación misma del
inconciente, otorgando las posibilidades de complejización y recomposición psíquica para que
lo pulsional, insistente y “fijado al sujeto”, encuentre un emplazamiento más o menos definitivo
en el marco de un tiempo siempre abierto hacia nuevas experiencias, hacia nuevos
traumatismos y nuevas resimbolizaciones.

Bleichmar, “La fundación de lo inconciente”.

Cap. I: “Primeras inscripciones, primeras ligazones”.

Los problemas que se ofrecen al psicoanálisis de niños plantean en el campo de la clínica


aquellas cuestiones que remiten a lo fundacional del psiquismo. Al ponerse a prueba las
hipótesis sobre lo originario se abre un campo fecundo para pensar nuevas vías con respecto
al psicoanálisis en su conjunto.
Bleichmar sustenta un eje de investigación que se dirige a definir, a partir de la reubicación de
este paradigma de lo originario, los movimientos de fundación del inconciente. Considera al
inconciente como no existente desde los comienzos de la vida, sino como un producto de
cultura (premisa lacaniana) fundado en el interior de la relación sexualizante con el semejante,
y , fundamentalmente, como producto de la represión originaria que ofrece un topos definitivo a
las representaciones inscritas en los primeros tiempos de dicha sexualización.
Cuando uno se encuentra con un trastorno muy precoz en la constitución psíquica, esta
constitución, considerada en tanto real y no como mítica, concebida como “tiempos de
fundación del inconciente” debe ser exhaustivamente revisada.

Caso Daniel: bebé de 5 semanas que, al decir de los padres, “no dormía nada”. El motivo de
consulta es un trastorno precoz de sueño, un bebé que nunca lograba encontrar un estado de
apaciguamiento interno para poder dormir.
Bleichmar establece que la estrategia de abordaje terapéutico va a depender del modo en que
se conciba el funcionamiento psíquico, ya que una técnica no puede ser sino la resultante, en
tanto método, de la concepción que “de la cosa misma” se tenga.
En primer lugar se trataba de definir el tipo de trastorno ante el cual nos encontrábamos. A
propósito de esto, la autora diferencia entre síntoma, en tanto formación del inconciente,
producto transaccional entre los sistemas psíquicos, efecto de una inlograda satisfacción y
trastorno, algo de otro orden, algo que no puede ser considerado como tal en sentido estricto,
en la medida en que el funcionamiento pleno del comercio entre los sistemas psíquicos no está
operando, sea por su no constitución como en el caso de Daniel, sea por su fracaso parcial o
total como ocurre en ciertas producciones psicóticas. (el trastorno no puede ser resuelto
mediante el acceso a su contenido inconciente por libre asociación sino por múltiples
intervenciones tendientes a un reordenamiento psíquico).
Dado que el inconciente no es un existente desde los orígenes (sino efecto de una fundación
operada por la represión originaria), es necesario definir a qué tipo de orden psíquico
responden estas inscripciones precoces que no son inconcientes en sentido estricto, dado que
para que haya inconciente es necesario que el clivaje psíquico se haya producido, en tanto el
inconciente es efecto de la diferenciación de ese otro sistema que constituye el preconciente-
conciente, regido por una legalidad que es la del proceso primario y sostenido, en el interior del
aparato psíquico, por la represión.
La primera cuestión tiene que ver con diferenciar entre constitución del inconciente, efecto de la
represión originaria, e inscripciones sobre las cuales esta represión se establece. Se trata de
formular para los primeros tiempos de la vida (tiempos en los cuales las inscripciones
sexualizantes que dan origen a la pulsión ya se han instaurado pero cuya fijación al inconciente
aún no se ha producido porque la represión no opera) un Más acá del principio del placer.
No es frecuente que los padres consulten motu propio algo de este orden, en general son los
pediatras quienes se hacen cargo de una situación tal y de no mediar la intervención de otro
terapeuta (analista del padre que sugiere la consulta) es posible que esta nunca se hubiera
realizado.
El pediatra había descartado cualquier perturbación de tipo orgánico y se veía a los padres
confusos y deprimidos, con la sensación de algo profundamente fallido en el vínculo con este
primer hijo al cual no encontraban forma de apaciguar.
La madre relató las terribles sensaciones que había sufrido en el posparto. El bebé, por su
parte, desde que volvieron del hospital y hasta la actualidad había comido en forma
desesperada, se abalanzaba sobre el pecho y aún habiendo terminado de alimentarse no se lo
veía reposar ni tranquilizarse. El baño era también una situación desesperante: lloraba desde el
momento en que lo desvestían, mientras lo sumergían en el agua y cuando lo sacaban. No
había un solo instante de placer.
Suponiendo que había algo que imposibilitaba un buen encuentro entre ella y su hijo,
Bleichmar, propuso una entrevista madre-hijo.
La madre relató la irritación que sentía ante su propia madre y su suegra cuando intervenían en
la relación con su hijo, advirtiendo que podía ser puesta en la misma serie que ellas, Bleichmar
señaló que ella también se estaba entrometiendo (buena intervención) a lo cual la madre
respondió con una sonrisa: “si, yo tenía miedo de venir pero al menos le puedo decir lo que
siento; creo que puedo aceptar que usted participe”.
La única indicación que dio Bleichmar fue que si el bebé llegaba a manifestar hambre un rato
antes de la hora propuesta trataran de hacerlo esperar para que se le diera de comer durante
su transcurso.
Comenzó la mamada, lo primero que notó Bleichmar era que la madre (que era médica)
sostenía a Daniel con cierta dificultad. Decía que no podía agarrarlo bien, “no sabía qué quería
él” (siendo que toda madre debe sentirse con el poder de saber qué es lo que su bebé
necesita, convicción delirante).
Le señaló (Bleichmar) que el bebé no estaba bien encajado en el ángulo interior del brazo y le
preguntó si no se atrevía a sostenerlo con firmeza, y si no tenía ganas de acariciarlo. Le rozó la
cabeza con un dedo como con temor, a medida que iban hablando comenzó a tocarlo
despacito, a acomodarle las piernitas, la cabecita. Bleichmar tenía la sensación de estar
asistiendo a algo inaugural, una envoltura narcisizante los capturaba a todos.
La madre contó sobre las dificultades de la relación con su propia madre, cómo su madre
siempre había rivalizado con ella y cómo había sido la favorita del padre. La hostilidad hacia su
madre le hacía temer ser odiada por su hijo al cual sentía que “no podía satisfacer”.
A medida que hablaban la torpeza de la joven madre disminuía era como si se pudiera ir
“apropiando” de su hijo. En la tercera entrevista, cuando la madre relataba que el niño se
dejaba cambiar ya sin problemas y pasaba algunas horas durmiendo y algunos momento
despierto pero sin llorar, Bleichmar le dijo: “Usted pudo agarrarlo” y ella le contestó “Sí, pero
creo que también pude soltarlo”, es decir, reconocerlo como otro.
Luego de las tres entrevistas, realizaron una con el padre presente. En la misma éste manifestó
su dificultad para soportar que la madre insistiera con el chupete (Estatuto del chupete: el
chupete es un antecesor importante del objeto transicional. A diferencia del dedo, no constituye
una parte del propio cuerpo. En tal medida, siendo un objeto autoerótico, se abre a la vez sobre
los objetos perdibles y reencontrables.) El era hijo de una madre intrusita. De múltiples manera,
él identificado con su propio hijo obstaculizaba la posibilidad de que su esposa pudiera ejercer
la función de madre.
Diversos elementos que surgían a lo largo de las entrevistas, por relación a su posicionamiento
femenino y a la estructura de su narcisismo, llevaron a pensar que la madre de Daniel no había
logrado producir el desplazamiento pene-niño que inaugura en la mujer el deseo de hijo. Tener
un hijo había sido el tributo que ella brindaba para poder seguir recibiendo un pene del marido.
No era una mujer que intercambiaba hijos por falos simbólicos sino una mujer que
intercambiaba un hijo real por un pene fantasmático del cual se sentía frustrada. Su no deseo
de tener un hijo, porque le obstaculizaba su trabajo, daba cuenta de esa dificultad para pasar
por las ecuaciones simbólicas. En este sentido, el parto no había producido sólo una depresión
posterior por haberse desprendido de un producto valorizado de su cuerpo, sino por la
sensación de encadenamiento (de estar encadenada a ) que le producía ese ser extraño del
cual se veía obligada a hacerse cargo. El extrañamiento ante su hijo era lo que le impedía tener
la convicción delirante que toda madre tiene de que sabe qué es lo que su bebé necesita.
No nos encontrábamos ante una madre psicótica. Estábamos, en este caso, más a nivel de
una dificultad de estructuración del narcisismo secundario (del lado de la madre falla el
narcisismo secundario y eso es lo que provoca todas las dificultades de esta madre con su
pequeño. Si fallara el narcisismo primario de la madre, nos encontraríamos ante una madre
psicótica), en el cual la castración femenina posibilitara el pasaje “trasvasante” al hijo como
posicionamiento narcisista (dificultad en el trasvasamiento narcisista).
Doble conmutador: (-un primer conmutador del lado de la madre (pero del lado de su
inconciente) hace devenir la energía somática en energía psíquica, sexual;
-un segundo conmutador también está del lado de la madre pero en este
caso de su estructuración yoico-narcisista, trasvasamiento narcisístico)
La madre, con su aparato psíquico clivado, conserva del lado inconciente las representaciones
deseantes, potencialmente autoeróticas, capaces de trasmitir una corriente libidinal que
“penetra” traumáticamente al viviente, mensaje enigmático que parasita sexualmente al bebé y
lo somete a un aflujo que debe encontrar vías de evacuación. Esta madre, posee al mismo
tiempo las representaciones yoico-narcisistas que le hacen ver a su bebé como un todo, como
un “ser humano”. La libido desligada, intrusita, que penetra será ligada de inicio por vías
colaterales, mediante el recogimiento que propicia este narcisismo estructurante de un vínculo
amoroso.
En el momento del amamantamiento la madre, provista de un yo capaz de investir
narcisísticamente al bebé y no sólo de propiciar la introducción de cantidades sexuales
puntuales, no ligadas, acariciará las manitas, sostendrá la cabeza, generando a partir de esto
vías colaterales de ligazón de la energía que ingresa.
Para instaurar dichas vías, propiciatorias de un entramado ligador, es necesario no sólo que el
semejante sea un sujeto hablante, sino que se aproxime al cachorro humano con
representaciones totalizantes, narcisistas. De lo contrario, se deja al cachorro humano librado a
facilitaciones no articuladas que lo someten a un dolor constante con tendencia a una
compulsión evacuativa que responde a un Más acá del principio del placer (modo de
funcionamiento psíquico previo al clivaje de la tópica, donde no se estableció la diferenciación
entre inconciente y preconciente-conciente. Pulsión desligada, pulsión de muerte en el sentido
de desligada (no de vuelta a lo inorgánico como en Freud). Pulsión que tiende a la descarga,
no encuentra vías de ligazón, derivación lineal de las cantidades que ingresan, al modo de una
irrupción displaciente masiva sin posibilidad de regulación. Principio que introduce Bleichmar
para dar cuenta de los fenómenos del orden del trastorno.)
Antes de que se instituya la represión originaria, antes de que el yo cumpla sus funciones de
inhibición y ligazón, la intrusión de lo sexual deja a la cría humana librada a remanentes
excitatorios cuyo destino deberá encontrar resolución a través de modos defensivos precoses.
Para sostener esta propuesta es necesario diferenciar el inconciente materno del narcisismo
materno, y replantear que el origen de la sexualidad humana no se instaura a partir de la
articulación significante, del lenguaje, sino del lado de lo inconciente y de los investimientos del
autoerotismo reprimido (es del lado de la seducción originaria -o pulsación originaria en
términos de Bleichmar- donde hay que buscar el origen de la pulsión). Por el contrario, los
prerrequisitos de ligazón de esta energía originaria se encuentran en el funcionamiento del
narcisismo materno. De esto se desprende un doble carácter de la función materna: excitante,
seductora, pulsante y narcisizante al mismo tiempo.
Sex humana: se instaura del lado del inconciente materno.
Yo: se constituye sobre la base de ligazones previas, ligazones que consisten en investiduras
colaterales. En los comienzos de la vida este yo que produce inhibiciones y propicia ligazones
no está en el incipiente sujeto sino en el semejante humano, “yo auxiliar materno”.
Pasemos ahora a destacar las fallas de esta instalación a partir de los prerrequisitos
estructurantes desde la función materna e imaginemos a una madre en la cual fallan las
constelaciones narcisísticas en los tiempos de ejercer los cuidados primordiales con su bebé.
Ello puede ser efecto de una falla estructural (el hecho de que haya en esta madre un fracaso
del narcisismo, de la instancia yoica) o de una falla circunstancial (como por ejemplo una
depresión).
Podemos sostener que esta madre realiza, de todos modos, las funciones sexualizantes
primarias que permiten la instalación de la pulsión. Ello quiere decir que, del lado sexual no
ligado, del lado de lo que siguiendo a Laplanche denominamos “seducción originaria” se
propician los investimientos que permiten la constitución de una zona erógena apuntalada en
un objeto sexual. Las condiciones de una pulsación originaria están en marcha. Pero la mirada
de la madre no verá el resto del cuerpo del bebé. Los bracitos se interpondrán en forma
obstaculizante, la cabeza no encajará en el hueco del brazo. No habrá caricias ni sostén de la
mano materna que permita la constitución de investimientos colaterales. La energía
traumáticamente desencadenada no encontrará vías dentro del principio de placer para
derivarse. Estaremos en un más acá del principio de placer. A partir de ello el bebé se prenderá
con desesperación al pecho, adherido a un objeto que no logrará propiciar la disminución de
tensión erógena. Ante cada embate de displacer tenderá a reproducirse el más acá del
principio de placer en una compulsión de repetición traumática que no logra encontrar vías de
ligazón (ya que los sistemas de ligazón no se han constituido todavía) y retorna a un circuito
siempre idéntico dado que es inevacuable.

Pulsión: operando desde el interior a partir de su instalación, pero las premisas de esta
instalación se definen desde el exterior, desde lo exógeno. (Intromisión: forma en que ingresa
lo pulsional, la sexualidad. Implantación: cuando la pulsión se fija, no es puro cuantum, los
excesos pueden ser ligados.)

Primer momento: no hay represión originaria, no hay yo, tiempo de instalación de la pulsión y el
autoerotismo (autoerotismo: modo de ligazón de la excitación sobrante, por eso es ligador el
autoerotismo) sobre los que va a recaer la represión originaria. Más acá del principio del placer.

Segundo momento: inconciente, yo.

Vías colaterales: no están en la madre, son lo que la madre produce sobre el psiquismo infantil
por su trasvasamiento narcisista.

Embriones de representación (o de simbolización): restos de esa madre real y concreta que


propinó determinadas condiciones para que aparecieran en el psiquismo infantil ciertos rasgos.

Envoltura narcisizante: va a posibilitar que desde la madre pueda hacer ese doble movimiento
de poder agarrar y soltar a su bebé. Esto supone el narcisismo primario de la madre, pasar por
las ecuaciones simbólicas que es lo que inaugura el deseo de un hijo. Esto posibilita la
convicción delirante, la empatía.
Pero el poder soltarlo es un movimiento que supone no sólo reconocerlo como un pedazo de sí
misma sino también como otro, como un alguien a quien no se puede satisfacer
omnipotentemente.
Esto supone la distinción entre el narcisismo primario y secundario por parte de la madre.
Estas cuestiones estructurales deben estar organizadas en el psiquismo del adulto pero
también operando en el momento de la crianza.

Narcisismo primario: yo ideal. Supone la organización del yo. La organización del principio de
placer da cuenta de la existencia de un yo, de una conciencia.

Narcisismo secundario: ideal del yo. Remite al atravesamiento por el Edipo, por la castración.
Permite el trasvasamiento narcisístico (que debe producirse del lado de la madre) reconocer a
su hijo como otro como una alteridad. Una madre que no puede largar, da cuenta de fallas en el
trasvasamiento narcisístico.

Huella mnémica: patrimonio del inconciente, fotografía que queda en el inconciente. Restos
representacionales producto de lo histórico-vivencial. Lo que está inscripto en el inconciente es
del orden de lo indestructible pero no intransformable. La diferencia entre indestructible e
intransformable es lo que posibilita que la clínica psicoanalítica conserve la esperanza del
pasaje de la compulsión de repetición a la elaboración (en el neurótico) o al salto estructural, en
el psicótico.

Memoria: función inherente al yo.


Conciente distinto a Manifiesto: algo puede ser manifiesto y sin embargo no conciente para el
sujeto.

Traumatismo: aflujo energético indomeñable que deja al aparato psíquico librado a cantidades
que pueden llevarlo a la destrucción. La capacidad de metabolización del traumatismo será
concebida por Freud como la relación existente entre el aflujo de excitación y la capacidad de
ligazón interna. La función de ligar la energía es patrimonio del yo.
Temporalidad: toda temporización es patrimonio del yo.

Atemporalidad: característica del inconciente, ausencia de negación, de contradicción.

Autismo (de Kanner): no se constituye ni siquiera el autoerotismo.

Bleichmar, “La fundación de lo inconciente”.

Cap. IV: “Del irrefrenable avance de las representaciones, en un caso de psicosis


infantil”.

Caso Alberto (diagnóstico de Bleichmar: dominancia psicótica): niño de 5 años (adoptado), que
es llevado a consulta por derivación de la escuela, es la maestra la que descubre
características atípicas en Alberto, no los padres. Signos clínicos (trastornos): logorrea (en
cualquier situación comenzaba a hablar cosas sin sentido), pánicos varios: a los ascensores, a
la oscuridad, terror a los ruidos fuertes. Pero no eran simples miedos (miedo: remite a la
angustia de castración), ellos remitían a angustia de aniquilamiento. Terrores que no lograban
fobizarse, se desplazaban constantemente y lo dejaban inerme para organizar defensas ante
ellos. (es frecuente la confusión entre terrores masivos y las fobias. Sin embargo, las angustias
que ponen en juego son totalmente distintas, no sólo por su carácter masivo sino por el hecho
de que estos terrores no remiten a la castración sino que ponen en juego fantasmas de
aniquilamiento).
En el momento de la primera entrevista nos encontrábamos, fenoménicamente, ante la
emergencia de bloques hipermnésicos, descontextualizados, que aparecían sin
desencadenante aparente. La única hipótesis que surgía era la de un fracaso en los
movimientos inhibidores que el yo despliega y que hallan su culminación cuando la represión
opera diferenciando los sistemas psíquicos.
Surge la pregunta de qué carácter eran las progresiones mnemónicas a las cuales quedaba
sometido Alberto cuando un fragmento de discurso, descontextualizado, daba cuenta más que
del retorno de lo reprimido, de algún tipo de fracaso en la instalación de los mecanismos
inhibidores del yo y junto a ello de la represión misma. Esto nos lleva a pensar que en Alberto
no hay que hablar de retorno sino de progresión (tomando el esquema de aparato psíquico
donde el estímulo externo ingresa por el polo perceptivo y avanza progresivamente hacia el
polo motor), ya que no hay nada reprimido, sino que si algo de afuera lo agita aparecen sin que
nada las frene.
Cuando el niño actualizaba un fragmento de huellas anémicas, sus padres, operando como
sujetos de memoria, contextualizaban, historizaban, aquello que se presentaba más allá de un
yo que en el niño pudiera efectuar estas tareas.
Bleichmar establece un ejemplo de cómo se constituía el mundo de Alberto: un día viniendo a
una sesión de análisis, su madre se confunde y aprieta el botón del cuarto piso cuando en
realidad el consultorio de Bleichmar estaba en el tercero. Al llegar al piso correspondiente,
dándose cuenta del error, abre la puerta informándole al niño que ha llegado. El ascensor
queda unos diez centímetros por encima del nivel del pasillo. Alberto entra al consultorio en
medio de una crisis de llanto, aterrorizado. Luego explica qué es lo que ha producido su terror:
“Se hundió tu casa -grita- así estaba así -explica intentando empujar el piso con la mano- así se
había hundido”.
Cuando Alberto teme que se haya hundido el pasillo, se trata de una “desconstrucción del
espacio”, determinada por el hecho de que las categorías témporo-espaciales no se han
constituido o están en situación de fracaso, efecto de que el yo (y por ende el proceso
secundario) en este caso falla en su constitución.
Bleichmar pudo comprender este modo de funcionamiento del espacio a partir de otros
elementos: cuando un ruido fuerte hacía entrar en pánico a Alberto, lo primero que intentaba no
era taparse los oídos, sino cerrar las puertas, como si el objeto que producía el ruido pudiera
entrar bruscamente por allí. Su representación yoica no estaba constituida y debido a ello su
cuerpo podía fácilmente ser atravesado sin que él pudiera controlar sus propios agujeros de
entrada y salida.
En una sesión esto se repitió del mismo modo: el ruido de una moto penetró por la ventana;
Alberto salió rápidamente a cerrarla, corriendo de la ventana a las piernas de Bleichmar,
aferrándose a su cuerpo. Bleichmar sabiendo del carácter inoperante de intervenciones tales
como explicarle al niño que la moto no puede volar y entrar por la ventana procedió de otro
modo. Intervención dirigida al yo: B. puso sus manos sobre su cabeza, rodeándola y le habló
de los objetos que entraban en ella, de cómo sentía su cabecita abierta a todas las cosas que
entraban y salían, y le propuso ayudarlo a lograr, juntos, que sintiera que podía abrir y cerrar su
cabeza para recibir aquello que hoy lo invadía partiéndolo en pedacitos. “No puede entrar la
moto en mi cabeza, ¿verdad?”, le respondió Alberto. Algo se instala que permite organizar un
adentro y un afuera, antes inexistente (ya que antes no había una clara diferenciación entre lo
que estaba afuera y lo que estaba adentro de su cabeza).
Esta construcción, en tanto intervención estructurante que no se dirige a contenidos
inconcientes, sino a propiciar modos de recomposición psíquica, no era azarosa. Provenía de
la idea de que no habiéndose constituido en el niño el yo-representación, ni el interno-externo
del inconciente, ni el externo-exterior de la realidad podían encontrar un ordenamiento a partir
de un lugar desde el cual establecer las diferenciaciones. Era debido a esto que los bloques
hipermnésicos progresionaban sin ligazón hacia el polo motor.
Era inevitable pensar que aquello ante lo cual nos encontrábamos era ante un fracaso de la
constitución psíquica (falla en la narcisización primaria), fracaso que conducía a los fenómenos
descriptos.
Cuando Alberto se encontraba con un objeto similar al conocido reconocía lo común operando
por “identidad de percepción” (no se trataba para él de otro objeto sino del mismo pero definido
por el atributo). Estábamos ante un modo de funcionamiento regido por datos iniciales, sin
organización de totalidades que conservaran cierta permanencia. Alberto mismo no se
unificaba imaginariamente como un objeto total.

Un rastreo de la historia de Alberto: Alberto era un niño adoptivo. La madre decía: “Desde que
nació lo sentí con dificultad”. La frase abierta en su doble direccionalidad: no sólo que sintió
que había dificultades en el niño, sino que ella misma lo sintió con dificultad, da cuenta del
anudamiento patológico inicial. Había algo que no le permitía a esta madre entenderse con su
hijo, es decir, tener la convicción de que “quien más que ella podía saber algo acerca de su
bebé”.
Los primeros 6 meses del niño habían sido normales. Alberto usaba chupete, le gustaba
bañarse, todo ello dando cuenta de modos de implantación del autoerotismo y de una madre
que registró zonas de placer en el vínculo. El ejercicio del placer autoerótico (chupete) y del
baño (placer epidérmico) dan cuenta de la existencia de un cachorro humano que se introduce
en los caminos de la sexualización humanizante. En tal caso, el presunto diagnóstico de
autismo primario queda puesto en cuestión por este dato (no se trataría de un autismo).
Cuando Alberto tiene 6 meses, la tía materna enferma. Es el momento en que la madre
abandona sus funciones maternas y contratan a una mujer para que se haga cargo del niño.
Dos años después descubren que esta mujer maltrataba a su hijo.
Entre los dos y los tres años de vida se recupera el vínculo entre madre e hijo. El niño
comienza a hacer progresos. Al llegar al tercer año, se teme la presencia de un cáncer en la
madre. Durante esta etapa la madre vuelve a quedar aislada del niño. Se desencadenan en
Alberto los miedos.
Se realiza una primera consulta, la persona que lo ve (a los 3 años y medio) dice que “es muy
pequeño para hacer algo”, una oportunidad valiosa se pierde.
De lo expuesto se sigue que los elementos básicos que jalonan el pasaje a la hominización se
habían producido, pero los movimientos de ligazón que deberían culminar con la instalación de
un yo no se habían tenido lugar.
El proceso clínico: construcción de una primera posesión de sí mismo: Bleichmar se pregunta
cuál es la dominancia estructural en Alberto. Estamos ante un yo que no ha logrado
estabilizarse y no ha logrado identificar las coordenadas externas que lo sostienen. Es un
análisis que se realiza en las fronteras de la tópica. B. se propone propiciar una neogénesis.
Piensa que trabajando analíticamente se puede lograr una dominancia neurótica (Alberto
parece ser psicótico y B. considera que es posible lograr una dominancia neurótica).
Bleichmar escogió para la primera etapa del proceso analítico una técnica basada en proponer
anclajes a las movilizaciones de investimientos que se precipitaban hacia la descarga, sea bajo
el modo de conductas motrices, sea como logorrea. Las intervenciones buscaban enlazar un
afecto con una representación mediante la palabra, como modo de propiciar una detención
ligadora de la circulación desenfrenada. Modificar aquello no ligado al ligarlo o incluirlo en algún
proceso de simbolización.
Se trataba de ayudar a construir una first-me-possession (primera posesión de sí mismo) a
partir de la cual establecer una diferenciación: intrapsíquica con el inconciente; intersubjetiva
con el objeto de amor. Organizar esa masa ligadora que es el yo y ello a partir del
establecimiento de vías colaterales. La represión originaria podría entonces ejercer su función
de evitar el pasaje de las representaciones inconcientes al preconciente.
En relación a lo intrasubjetivo (como ya lo señalé antes) la función materna, si bien fallida,
había operado bajo dos formas: propiciando la inscripción de investimientos libidinales que
generaban los prerrequisitos de la fundación del inconciente; y habiendo establecido, en ciertos
momentos, investimientos totalizantes que permitían precipitar algunas constelaciones yoicas
aún con riesgos de desarticulación y fallas.
Así Alberto no era el producto residual de una falla de narcisización originaria que lo dejara
librado a los investimientos masivos de representaciones pulsionales inscritas. En él oscilaban
presencias y ausencias de objetos amorosos que propiciaban ligazones y desligazones
La pulsión de muerte, del lado de la madre, es déficit de narcisización hacia el hijo. Es la
ausencia en la madre del deseo de vida lo que se plasma en la cría como muerte.

Algunas observaciones para repensar un ordenamiento del campo psicopatológico en la


infancia
Es necesario subrayar que las psicosis infantiles deben ser reconocidas en su multiplicidad
polimorfa, ello implica salir de la propuesta estructuralista de concebir “la psicosis” como
causada por un mecanismo único desde una modalidad cristalizada de función materna.
Existen “las psicosis” así como existen diversas variables que conducen al desenlace psicótico.

Momentos de la estructuración precoz:


1-un primer tiempo que no coincide con el primer tiempo de la sexualidad, viviente definido por
montantes biológicos;
2-un primer tiempo de la sexualidad (autoerotismo), instauración de las representaciones que
luego constituirán los fondos del inconciente. De no producirse esta sexualización precoz
(efecto del semejante materno) la cría humana no logrará niveles básicos de hominización (tal
como ocurre en los niños salvajes o en los autismos graves irrecuperables);
3-un segundo tiempo de la sexualidad, constituido por la represión originaria y el
establecimiento del yo-representación narcisista. De no instalarse este tiempo segundo de la
sexualidad, y por ende de la vida psíquica, el sujeto queda librado a las representaciones
discretas que operan generando modos de un “más acá del principio de placer”, definido por la
compulsión de repetición y la imposibilidad de estructurar ordenamientos espacio-temporales a
partir de la instalación del proceso secundario (esto da lugar a una psicosis).
(Represión originaria: destinada a sepultar los representantes pulsionales. Represión
secundaria: del Edipo complejo.)
La clínica define sus modos de operar por relación al objeto a abordar, tendiendo en cuenta la
no homogeneidad estructural del sujeto y concibiendo líneas de dominancia que deben ser
cuidadosamente consideradas en la cura. Esto no anula el carácter de salto estructural que se
puede producir en el interior de un procesamiento. En tal sentido, la idea de “neo-génesis”
alude a la posibilidad de inauguración de estructuras inéditas.
Es importante aclarar que el salto estructural que propone Bleichmar no es de una estructura
fija, rígida a otra. Es el salto de una estructura con cierta dominancia a otra en la cual la
dominancia haya cambiado. La intervención analítica puede hacer que algo que se está
estructurando, cercano a una organización definitiva, se termine de conformar en otra
organización, se estructure de otra forma.
Bleichmar, “La fundación de lo inconciente”.

Cap.5: “El concepto de infancia en psicoanálisis”.

Como ya hemos visto, Bleichmar toma partido por la propuesta freudiana que concibe al
inconciente como no existente desde los orígenes, definido su posicionamiento por relación a la
barrera de la represión, determinadas las producciones sintomales por las relaciones existentes
entre los sistemas psíquicos.
Bleichmar establece la necesidad de replantear los fundamentos del psicoanálisis de niños, lo
cual no puede hacerse sin someter a discusión las premisas que guían la práctica. Es la
categoría niño, en términos del psicoanálisis, la que debe ser precisada y ello en el marco de
una definición de lo originario.
El problema podría resumirse en los siguientes términos: el psicoanálisis de neuróticos (adultos
o niños con su aparato psíquico constituido, en los cuales el síntoma emerge como formación
del inconciente) transcurre los caminos de la libre asociación y esta libre asociación se
establece por las vías de lo reprimido (de lo secundariamente reprimido) presto a ser
recuperado mediante la interpretación. Pero para ello es necesario que el inconciente y el
preconciente se hayan diferenciado en tanto sistemas y que el superyó se haya estructurado.
Ahora, ¿de qué modo ocurre esto cuando el inconciente no ha terminado aún de constituirse?,
¿Cuándo las representaciones primordiales de la sexualidad pulsional no han sido fijadas al
inconciente?. Se abre acá una dimensión clínica nueva, la cual sólo puede establecerse a partir
de ubicar la estructura real, existente, para luego definir la manera mediante la cual debe
operar el psicoanálisis cuando el sujeto se halla en constitución.

Lo que nos enseñó Mrs. Klein


Para M. Klein era imposible combinar un trabajo analítico y un trabajo educativo, siempre
afirmó que una de estas actividades anula a la otra. Si el analista deviene el representante de
las instancias educativas, si toma el rol del superyó, se constituye como el representante de las
facultades de la represión.
Melanie Klein se vio obligada a redefinir el objeto para hacerlo acorde al método, retrotraer el
Edipo y el superyó a tiempos anteriores de la vida para dar coherencia a la relación entre el
método analítico y las posibilidades de analizabilidad en la primera infancia: establecimiento del
método……..definición del objeto.
Es aquí donde Bleichmar introduce una diferencia crucial. Al concebir al aparato psíquico como
aparato en estructuración debe ser establecida la relación entre objeto y método, es decir, las
posibilidades de analizabilidad en momentos concretos de infancia: definición del
objeto……..establecimiento del método.
Bleichmar define la categoría de infancia como tiempo de estructuración del aparato psíquico,
de instauración de la sexualidad humana. Lo infantil, en tanto inseparable de lo pulsional, alude
a un modo de inscripción y funcionamiento de lo sexual; en razón de ello lo infantil es
inseparable de los tiempos de constitución del inconciente. El estatuto de lo infantil está
determinado por el anudamiento, en tiempos primerísimos de la vida, de una sexualidad
destinada a la represión, a su sepultamiento en el inconciente.
Si los tiempos de infancia no han producido el sepultamiento de las inscripciones que en ella se
producen, del lado de lo originario, del inconciente, lo que encontramos no será remanente de
lo infantil sino una estructuración de otro tipo.
Lo infantil no puede ser definido, en psicoanálisis, sino por relación a lo originario, es decir, por
après-coup (lo que implica pensar a la infancia como sistema abierto, en estructuración, donde
algo que acontece puede reordenar lo anterior).
Bleichmar concibe a los tiempos de fundación del psiquismo como tiempos reales, histórico, no
míticos.
Es esencial, al citar a los padres, no obturar bajo la categoría “padres” la categoría de “sujetos
sexuados”, sujetos de inc, evitando la expulsión de lo sexual en el comienzo de la apreciación
sintomal.
La indicación de un análisis debe encontrar su determinación a partir de la operancia del
conflicto intrasubjetivo, por el hecho de que un sistema sufra a costa de la conservación del
goce del otro. El sufrimiento psíquico es el primer indicador de las posibilidades de
analizabilidad de un sujeto.
¿Ausencia de perversiones en la infancia?
La disposición originaria y universal de la pulsión sexual a la perversión, no puede homologarse
con ejercicio de la perversión por parte del sujeto infantil. Esta disposición originaria nos
conduce a diferenciar entre el ejercicio del placer pulsional en los momentos de constitución del
sujeto, antes de la instauración de la represión originaria, y la perversión como destino ya no de
la pulsión sino del sujeto mismo.
Homologar lo infantil a lo perverso es perder de vista que la perversión es una categoría
psicopatológica que implica una falla en la estructuración de la represión, en el sepultamiento
del autoerotismo, no una etapa de constitución psicosexual de la infancia.

Concepto de metábola (de Laplanche): la metábola, como modo de inscripción de las


representaciones de base destinadas luego, por après-coup, a la represión, pone el acento en
ese metabolismo extraño, donde los contenidos representacionales del psiquismo de los
padres no ingresan tal cual en el psiquismo infantil. Bleichmar supone que los elementos se
descomponen al ingresar y se recomponen en el interior. Se metaboliza de acuerdo al sistema.

Lacan, Seminario 1: “Los escritos técnicos de Freud”.

Crítica de Lacan a M. Klein: la brutalidad con que le enchufa a Dick sentido, Bleichmar está de
acuerdo con esto, dice que es un enchufe sistemático de sentido.
Pero M. Klein interpreta siempre con cierta coherencia, lo que le baja al niño es un discurso
que es coherente, los mensajes van teniendo relación entre sí, eso es algo del orden de la
violencia primaria en términos de Piera, de este modo, hay un enchufe de sentido, de
significaciones tremendamente violento pero estructurante porque Dick estaba muy
desestructurado y entonces lo termina organizando.
Lo que hace Klein es soltarle una verbalización brutal del mito edípico: la estación es mamá,
Dick entrar en mamá: “tú eres el pequeño tren, quieres cogerte a tu madre”.
Injerta brutalmente las primeras simbolizaciones de la situación edípica. Pero a partir de ahí
algo pasa: el niño solicita a la niñera con quien había entrado y a quien había dejado partir
como si nada. Por primera vez produce un llamado. Se trata de una primera comunicación.

M. Klein, “La técnica psicoanalítica del juego: su historia y significado” (1955).

En este texto la autora señala las etapas de su labor en relación con la técnica psicoanalítica
del juego.
En 1919, cuando comenzó su primer caso, ya se había llevado a cabo algún trabajo
psicoanalítico con niños, por la doctora Hug-Hellmuth. Sin embargo, ella no intentó el
psicoanálisis de niños menores de 6 años y, a pesar de que usó dibujos y ocasionalmente el
juego como material, no lo convirtió en una técnica específica.
Cuando Klein comenzó su trabajo era un principio establecido que se debía hacer un uso
limitado de las interpretaciones y éstas no debían ir muy hondo. Con pocas excepciones, los
psicoanalistas no habían explorado los estratos más profundos del inconciente (en niños, tal
exploración se consideraba potencialmente peligrosa. Por el contrario, Klein con sus
interpretaciones caló profundo en el inconciente y en la vida fantasmática del niño). El
psicoanálisis era considerado adecuado solamente para niños desde el período de latencia en
adelante (enfoque de Anna Freud).
El primer paciente de Klein fue un niño de 5 años. Se refirió a él con el nombre de Fritz. Al
principio creyó que sería suficiente influir en la actitud de la madre. Le sugirió que debía incitar
al niño a discutir libremente con ella las muchas preguntas no efectuadas que se encontraban
en el fondo de su mente e impedían su desarrollo intelectual. Esto tuvo un buen efecto pero sus
dificultades neuróticas no fueron suficientemente aliviadas, por lo que decidió psicoanalizarlo.
Al hacerlo Klein se desvió de algunas reglas establecidas hasta entonces, pues interpretó lo
que pareció más urgente en el material que el niño le presentaba y su interés se focalizó en sus
ansiedades y en sus defensas contra ellas. Pudo ver una atenuación de la ansiedad producida
por sus interpretaciones. La convicción ganada en este análisis (de que a través de sus
interpretaciones las ansiedades del niño disminuían) tuvo una gran influencia sobre todo el
curso de su labor analítica. Klein hizo el tratamiento en la casa del niño con sus propios
juguetes. Este análisis fue el comienzo de la técnica psicoanalítica del juego, porque desde el
principio el niño expresó sus fantasías y ansiedades principalmente jugando. Es decir, que
Klein ya usó con este paciente el método de interpretación que se hizo característico de su
técnica. Este enfoque corresponde a un principio fundamental del psicoanálisis: la libre
asociación. Al interpretar no sólo las palabras del niño sino también sus juegos aplicó este
principio a la mente del niño, cuyo juego y acciones son medios de expresar lo que el adulto
manifiesta predominantemente por la palabra. También la guiaron a Klein otros dos principios
del psicoanálisis establecidos por Freud: -el que establece que la exploración del inc. es la
tarea principal del procedimiento psicoanalítico y –el que plantea que el análisis de la
transferencia es el medio de lograr este fin.
Entre 1920 y 1923, reunió más experiencia con otros casos de niños, principalmente con el
caso de una niña de 2 años y 9 meses “Rita”. Fue creciendo su convicción de que una
precondición para el psicoanálisis de un niño es comprender e interpretar las fantasías,
sentimientos, ansiedades y experiencias expresadas por el juego, o si las actividades de juego
están inhibidas, las causas de la inhibición.
Con el tiempo Klein llegó a la conclusión de que el psicoanálisis no debía ser llevado a cabo en
la casa del niño. Descubrió que la situación de transferencia sólo puede ser establecida y
mantenida si el paciente es capaz de sentir que la habitación de consulta, o de hecho todo el
análisis, es algo diferente de su vida diaria en el hogar. Sólo en tales condiciones puede
superar sus resistencias a experimentar y expresar pensamientos, sentimientos y deseos que
son incompatibles con las convenciones usuales.
Klein consideró esencial tener juguetes pequeños, simples y no mecánicos (pequeños hombres
y mujeres de madera, autos, trenes, etc), porque su número y variedad permiten al niño
expresar una amplia serie de situaciones fantasmáticas y reales. Su simplicidad permite al niño
usarlos en muchas situaciones diferentes de acuerdo con el material que surge en su juego.
Los juguetes no eran seleccionados exclusivamente por Klein, sino que a menudo los niños
llevaban espontáneamente sus propios objetos y el juego con ellos entraba como cosa natural
en el trabajo analítico.
De acuerdo con la simplicidad de los juguetes, el equipamiento de la habitación de juego
también debía ser simple. No debía tener nada excepto lo necesario para el psicoanálisis. Los
juguetes de cada niño eran guardados en cajones particulares y así cada uno sabía que sólo él
y el analista conocían sus juguetes y, con ellos su juego, que es el equivalente de las
asociaciones del adulto. El cajón individual era parte de la relación privada e íntima entre el
analista y el paciente, característica de la transferencia psicoanalítica.
Sin embargo, los juguetes no son el único requisito para un análisis del juego. Muchas de las
actividades del niño se efectúan a veces en el lavatorio con una o dos tazas y cucharas. A
veces en el juego el niño asigna roles al analista y a sí mismo tales como el doctor y el
paciente, la madre y el hijo. En ellos el niño toma la parte del adulto, expresando no sólo su
deseo de revertir los roles, sino también demostrando cómo siente que sus padres u otras
personas con autoridad se comportan con respecto a él (o deberían comportarse). A veces,
descarga su agresividad y resentimiento siendo, en el rol del padre, sádico hacia el niño,
representado por el analista. El principio de interpretación sigue siendo el mismo ya sea que las
fantasías estén presentadas por juguetes o por una dramatización.
La agresividad se expresa de varios modos en el juego del niño directa, o indirectamente. Por
ejemplo, a veces rompe un juguete. Es esencial permitir que el niño deje surgir su agresividad;
pero lo que cuenta más es comprender por qué en este momento particular de la situación de
transferencia aparecen impulsos destructivos y observar sus consecuencias en la mente del
niño. Pueden seguir sentimientos de culpa después de que el niño ha roto, por ejemplo, una
figura pequeña. La culpa aparece no sólo por el daño real producido, sino por lo que el juguete
representa en el inconciente del niño, por ejemplo un hermano o hermana pequeños, o uno de
los padres. Ahora no sólo culpa sino también ansiedad persecutoria son la secuela de estos
impulsos destructivos, porque el niño teme la represalia. Usualmente Klein ha expresado al
niño que no toleraría ataques contra sí misma. Esta actitud no sólo protégela psicoanalista sino
que tiene también importancia para el análisis. Porque si tales asaltos no son mantenidos
dentro de límites pueden despertar excesiva culpa y ansiedad persecutoria y por lo tanto
agregar dificultades al tratamiento. Para prevenir estos ataques Klein cuidaba mucho de no
inhibir las fantasías agresivas del niño.
La actitud de un niño hacia el juguete que ha dañado es muy reveladora. A menudo pone
aparte ese juguete, que por ejemplo, representa a un hermano o a uno de los padres. Esto
indica desagrado del objeto dañado por el temor persecutorio de que la persona atacada se
haya vuelto vengativa y peligrosa. Sin embargo, un día el niño puede buscar en su cajón el
objeto dañado. Esto sugiere que hemos podido analizar algunas importantes defensas,
disminuyendo de este modo los sentimientos persecutorios y haciendo posible que se
experimente el sentimiento de culpa y la necesidad de la reparación. Cuando esto sucede
podemos notar también que ha habido un cambio en la relación del niño con el hermano
particular a quien el juguete representaba, o en sus relaciones en general. Este cambio
confirma que la ansiedad persecutoria ha disminuido y de que junto con el sentimiento de culpa
y el deseo de reparación aparecen sentimientos de amor que habían sido debilitados por la
ansiedad excesiva.
El analista debe permitir que el niño experimente sus emociones y fantasías tal como ellas
aparecen. No debe ejercer ninguna influencia educativa ni moral, sino restringirse al
procedimiento psicoanalítico que consiste en comprender la mente del paciente y transmitirle
qué es lo que ocurre en ella. La variedad de situaciones emocionales que pueden ser
expresadas por las actividades del juego son ilimitadas: sentimientos de frustración y de ser
rechazado, celos del padre, de la madre o de los hermanos, agresividad, etc.
Ahora, surge una pregunta: ¿son los niños pequeños intelectualmente capaces de comprender
las interpretaciones dadas por el analista? Si se relacionan con puntos salientes del material,
son perfectamente comprendidas. Solo que el analista debe darlas tan sucinta y claramente
como sea posible y debe usar las expresiones del niño al hacerlo. Es frecuente encontrar en
niños aún muy pequeños una capacidad de comprensión que es con frecuencia mucho mayor
que la de los adultos. Hasta cierto punto esto se explica porque las conexiones entre conciente
e inconciente son mucho más estrechas en los niños pequeños que en los adultos y porque las
represiones infantiles son menos poderosas.
En lo que respecta a la transferencia con el analista, el paciente repite en ella emociones y
conflictos anteriores. Su experiencia le ha enseñado a Klein que podemos ayudar al paciente
remontando sus fantasías y ansiedades en las interpretaciones de transferencia adonde ellas
se originaron, particularmente en la infancia y en relación con sus primeros objetos. Pues
reexperimentando emociones y fantasías tempranas y comprendiéndolas en relación con sus
primeros objetos él puede revisar estas relaciones en su raíz y de esa manera disminuir sus
ansiedades.
Sintetizando podemos decir que Klein se interesó desde un principio en las ansiedades del niño
y que por medio de la interpretación de sus contenidos logró disminuir la ansiedad. Para
lograrlo debió hacer un uso completo del lenguaje simbólico del juego que reconoció como
parte esencial del modo de expresión del niño. Como se vio, el ladrillo, el auto, no sólo
representan cosas que interesan al niño en sí mismas sino que en su juego con ellas siempre
tienen una variedad de sdos simbólicos que están ligados a sus fantasías, deseos y
experiencias. Este modo arcaico de expresión es también el lenguaje con el que nos
encontramos en los sueños y fue estudiando el juego infantil de un modo similar a la
interpretación de los sueños de Freud, que Klein descubrió que podía tener acceso al inc. del
niño. Pero también que se debe considerar el uso de los símbolos de cada niño en conexión
con sus emociones y ansiedades particulares y con la situación total que se presenta en el
análisis, pues meras traducciones generalizadas de símbolos no tienen significado.
El análisis del juego mostró a Klein que el simbolismo permite al niño transferir no sólo
intereses, sino fantasías, ansiedades y sentimientos de culpa a objetos distintos de las
personas. De este modo el niño experimenta un gran alivio jugando y éste es uno de los
factores que hacen que el juego sea esencial para él. Por ejemplo: un niño le señaló, cuando
Klein interpretó su acción de dañar una figura de juguete como representando ataques a su
hermano, que él no haría eso a su hermano real, sólo lo haría con su hermano de juguete. La
interpretación de Klein le aclaró que era realmente a su hermano a quien quería atacar, pero el
ejemplo muestra que sólo por medios simbólicos era él capaz de expresar sus tendencias
destructivas. A su vez, Klein concluyó que, en los niños, una severa inhibición de la capacidad
de formar y usar símbolos y, así, de desarrollar la fantasía, es señal de una perturbación seria.
Sugirió que tales inhibiciones y la perturbación resultante en la relación con el mundo externo y
con la realidad, son características de la esquizofrenia.

Mannoni, “Cuarenta años de una palabra”.

Por los años 30’ (1930) Doltó y otra analista eran las únicas que en Francia mostraban algún
interés en los problemas de la infancia.
Doltó sustituyó el fanatismo de la interpretación que se usaba en esa época, por la escucha del
decir del joven paciente y de su flia. Estaba atenta a una situación global a través de lo que, de
esa situación, se encontraba repetido en la transferencia. Para ella se trataba menos de
traducir símbolos que de estar atentos al discurso colectivo de los padres y el niño.
El abordaje clínico se basó en gran parte en la investigación concerniente al problema de la
psicosis en el niño, así como en la problemática de la relación madre-hijo antes de los 6 meses
de edad.
En su práctica Doltó trataba al niño como una persona responsable y autónoma. Hacía prestar
atención a las diferentes posiciones del niño, a los momentos de tensiones conflictivas en los
que se encuentra. La guiaba su interrogación frente al deseo.
Con su manera de intervenir trataba de restablecer una comunicación que había terminado en
un callejón sin salida, dejando al pequeño paciente como mutilado en su vínculo con uno de
sus padres. No trataba al niño aislado sino que primero interrogaba la dinámica familiar.
Consideraba que desenredar la madeja de lo no dicho del discurso familiar, permitía proteger al
niño de las reacciones nocivas, inconcientes, de sus padres.
M. Klein, atenta a las producciones fantasmáticas de sus pequeños pacientes, casi no se
preocupaba por los efectos del discurso familiar en el cual el niño evolucionaba. En cambio,
Doltó tenía en cuenta el contexto cotidiano que el niño expresa por medio del dibujo, de la
arcilla y que se reactualiza en la transferencia. Doltó era excelente para traducir al niño en el
lenguaje de éste, lo que ella pensaba de los efectos de la situación familiar. Proponía una
construcción, es decir, un pedazo de historia que escapa al sujeto, a partir del cual el niño
encontraba palabras con las cuales hablar y a través de las cuales, sin que él lo supiera, surgía
una verdad. Su arte del diálogo la llevaba a hacer decir al niño lo que él sabía sin reconocerlo.
Su enfoque era interpretativo y a partir de él posibilitaba al niño el acceso a una verdad
personal.
(Creo que un poco en consonancia con el pensamiento de Doltó) Mannoni nos dice que los
niños angustiados, que se dejan morir, a veces nos hacen comprender la intensidad de un
drama que debe ser callado, incluso de un acontecimiento del cual el sujeto no quiere saber
nada; lo que se repite en el síntoma es una voluntad de perder la verdad del acontecimiento
inicial. La construcción propuesta por el analista, a veces permite hacer conocer al sujeto lo
que él no dice.

Mannoni, “El niño su enfermedad y los otros”.

Cap. II: La transferencia en psicoanálisis de niños. Problemas actuales

En el análisis de niños tenemos que vérnosla con muchas transferencias (la del analista, la de
los padres y la del niño). Las reacciones de los padres forman parte del síntoma del niño y, en
consecuencia, de la conducción de la cura. Los padres siempre están implicados de cierta
manera en el síntoma que trae el niño. Esto no debe perderse de vista porque allí se
encuentran los mecanismos mismos de la resistencia: el anhelo inconsciente “de que nada
cambie” a veces tiene que hallarse en aquél de los padres que es patógeno. El niño puede
responder mediante el deseo “de que nada se mueva”, perpetuando su síntoma. Por lo tanto, si
se puede introducir una nueva dimensión en la situación transferencial es partiendo desde el
puesto de escucha del analista para aquello que se juega en el mundo fantasmático de los
padres y del niño.
El niño enfermo forma parte de un malestar colectivo, su enfermedad es el soporte de la
angustia parental. Si se toca el síntoma del niño se corre el riesgo de poner brutalmente en
descubierto aquello que en tal síntoma servía para alimentar (o en caso contrario para colmar)
la ansiedad del adulto. Sugerirle a uno de los padres que su relación con el objeto de sus
cuidados corre el riesgo de ser cambiada, implica suscitar reacciones de defensa y rechazo.
Toda demanda de cura del niño cuestiona a los padres y es raro que un análisis de niños
pueda ser conducido sin tocar para nada los problemas fundamentales de uno u otro de los
padres (su posición con respecto al sexo, a la muerte, a la metáfora paterna).
El analista, a su vez, participa de la situación con su propia transferencia. Necesita situar lo que
representa el niño dentro del mundo fantasmático de los padres y comprender también el
puesto que éstos le reservan (los padres al analista) en las relaciones que establece con el hijo
de ellos. Las bruscas interrupciones de la cura, por lo general, están en relación con el
desconocimiento, por parte del analista, de los efectos imaginarios, en los padres, de su propia
acción sobre el niño.
En el caso de un niño psicótico vemos surgir en el análisis la angustia de uno de los padres de
manera continua. Esta subraya cada progreso o cada regresión del niño. El análisis del niño
despierta de un modo brutal el propio problema edípico del adulto. El conflicto edípico aparece
así en la situación transferencial.
A partir de la relación patógena madre-hijo debe emprenderse el trabajo analítico, no
denunciando la relación dual sino introduciéndola tal cual en la transferencia, con ello
asistiremos a una recatectización narcisista de la madre (dice Mannoni en relación al caso
Emilio: en las sesiones veo a la madre y al niño juntos, al sentirse mirada por mí con ese niño
podrá volver a catectizarse como sujeto en un plano narcisístico) y luego el elemento tercero
(ste) que le permitirá a la madre localizarse (es decir, situarse en relación con sus propios
problemas fundamentales, no incluyendo más en ellos al niño) habrá de surgir en una relación
con el otro.
Toda demanda de curación de un niño enfermo hecha por los padres debe ser situada ante
todo en el plano fantasmático de los padres (y particularmente en el de la madre ¿qué
representa para ella el ste “niño” y el ste “niño enfermo”?) y luego debe ser comprendida en el
nivel del niño (¿se siente implicado por la demanda de curación?, ¿cómo utiliza su enfermedad
en sus relaciones con el Otro?). El niño solo puede comprometerse en un análisis por su propia
cuenta si se encuentra seguro de que está sirviendo sus intereses y no los de los adultos.
Este problema (creo que el de situar la demanda de curación en el plano fantasmático de los
padres) se plantea también de una manera diferente en los casos de psicosis y de atraso
mental. Cuando madre y niño se encuentran en una relación dual, es en la transferencia donde
se puede llegar a estudiar lo que está en juego en esta relación, e interpretar de qué modo, por
ejemplo, las necesidades del niño son pensadas por la madre. Con esto se alcanzan ciertas
posiciones fundamentales de la madre que sólo pueden analizarse a través de la angustia.
Por otra parte es bueno tener en cuenta que el problema de los padres se plantea de manera
diferente según se trate de psicosis o de neurosis. La diferencia reside esencialmente en el
problema particular que suscita el análisis de un niño que, por la situación dual instaurada con
la madre, se presenta para nosotros únicamente como “resultado” de cuidados y nunca como
el sujeto del discurso que nos dirige. Puesto que esta situación no se creó por obra del niño
únicamente se comprende hasta qué punto el adulto puede sentirse cuestionado a través de la
cura de su hijo.
El campo de juego de la transferencia no se limita a lo que acontece en la sesión analítica.
Antes de que comience el análisis ya pueden estar dispuestos los índices de la transferencia
(por ejemplo en el caso Emilio la transferencia de la madre estaba presente antes de que se
encuentre con la analista, madre convencida de la impotencia de todos los médicos y, por lo
tanto también de la analista). Para cambiar el curso de las cosas el analista tiene que ser
conciente de aquello que se encontraba inscripto en una estructura antes de su entrada en
escena.
La cuestión con respecto a la transferencia en el análisis de niños, no consiste en saber si el
niño puede o no transferir sobre el analista sus sentimientos hacia los padres con los que
todavía vive sino en lograr que el niño pueda salir de cierta trama de engaños que va tejiendo
con la complicidad de sus padres. Esto sólo puede realizarse si comprendemos que el discurso
que se dice es un discurso colectivo: la experiencia de la transferencia se realiza entre el
analista, el niño y los padres. El niño no es una entidad en sí. En primer término lo abordamos
a través de la representación que el adulto tiene de él (¿qué es un niño?, ¿qué es un niño
enfermo?). Todo cuestionamiento del niño tiene incidencias precisas en los padres. Vemos, en
las curas de los niños psicóticos, cuál es la amplitud de la relación imaginaria que cada uno de
los padres establece con el analista (la madre de Christiane en su relación con su hija buscaba
valorizarse ante la analista como una buena madre, poniendo a un lado sus demandas para
que Christiane llegara a nacer a un deseo. Situándose en el deseo de la analista la madre
podía aceptar una situación en la que C. ya no tenía que colmar su falta. Pero sólo podía
hacerlo a costa de sentirse narcisísticamente catectizada por la analista como madre. Por
intermedio de la imagen del cuerpo del otro, la madre encontró un apoyo en su relación con su
hija). Gracias a esta relación imaginaria podrá la madre recatectizarse como madre de un niño
(reconocido por un tercero como separado de ella) y podrá luego ponerse en marcha otro
movimiento en virtud del cual el niño, como sujeto de un deseo, se internará por su propia
cuenta en la aventura psicoanalítica.
El analista tiene que ayudar al paciente a volver a poner en marcha su discurso y a situarse
ante puntos de referencia diferentes de los que surgieron a partir del juicio del médico. La
experiencia analítica no es una experiencia intersubjetiva. El sujeto está llamado a localizarse
en relación con su deseo.

Dirección de la cura: poner a jugar el puesto del deseo en la economía psíquica del sujeto.
Sacar al niño del lugar que ocupa en el deseo materno.

Mannoni, “El niño, su enfermedad y los otros”.

Cap. I: El síntoma o la palabra

Ya Freud mostró la importancia de los primeros años de la vida en el ser humano. El niño tiene
que pasar por conflictos que son necesarios para él. Son conflictos identificatorios y no
conflictos con lo real, situación imaginaria que poco a poco tiene que llegar a simbolizarse. La
relación imaginaria con el otro se despliega en una situación dual, narcisista. El elemento
simbólico es el tercer elemento que interviene para romper una relación imaginaria sin salida:
orden de la cultura, de la ley, del lenguaje.
En sus relaciones con los padres el niño tiene que aprender a dejar una situación dual (de
fascinación imaginaria) para introducirse en un orden ternario, es decir, estructurar el Edipo, lo
cual sólo puede hacerse cuando entre en el orden del lenguaje.
Puede verse, en los casos en que se consulta por el comportamiento del niño ante el
nacimiento de un hermanito, el conflicto identificatorio en el que el niño se debate, por la brusca
pérdida de todo punto de referencia identificatorio (creo porque ya no sabe qué lugar ocupa en
el deseo del Otro). Al nacer un hermano menor el niño no sabe si puede seguir creciendo o si
es necesario que siga siendo chico para adecuarse al deseo del adulto.
Es en el síntoma donde se manifiesta lo que el niño tiene que decir. El síntoma se convierte en
un lenguaje cifrado cuya secreto es guardado por el niño. El síntoma viene a ocupar el puesto
de una palabra que falta (esta falta entiendo que puede ser del lado del niño cuando se calla
como del adulto cuando no dice lo que debería decir, ejemplo: Dolto nos relata las reacciones
de un niño durante los días siguientes al nacimiento del hermanito: incontinencia, tartamudeo,
etc. A medida que la hostilidad y los celos se expresan vemos cómo desaparecen los síntomas.
El tartamudeo cede después de que el niño coloca una muñeca de celuloide sobre una cama y
la lincha delante de la madre, haciéndola cómplice de este modo del asesinato (simbólico) del
hermano que había venido a ocupar su lugar. Una vez cumplido el linchamiento, el niño
manifiesta su ternura al objeto atacado y luego al bebé. La palabra verdadera que se
expresaba bajo el disfraz del síntoma es dicha y entonces el niño puede abandonar su disfraz
sintomático).
No son los mitos lo que molesta a los niños (cigüeña, repollo), sino el engaño del adulto que
adopta la pose de estar diciendo la verdad y de ese modo bloquea al niño en la sucesión de
sus incursiones intelectuales. Por ejemplo: en el caso Juanito, su padre es incapaz de
explicarle cuál es la parte que le cabe (al padre) en la procreación. Juanito sospecha las
implicaciones genitales de los dos sexos pero el padre se niega a revelárselas. Juanito no
recibe del padre las palabras que tenía derecho a esperar. No le quieren decir que nació de un
padre y de una madre y esta verdad le es necesaria para que pueda adquirir sentido una
identificación viril. La pareja de padres de Juanito tiene dificultades con su propia sexualidad. El
niño se mueve en un mundo en el cual lo no-dicho expresa una dificultad, un drama en la
pareja de los padres que es claramente percibido por el niño. El factor traumatizante, tal como
se lo puede vislumbrar en una neurosis no es nunca un acontecimiento de por sí real, sino lo
que de ésta han dicho o callado quienes están a su alrededor (lo que cuenta no es el
acontecimiento real sino el engaño del adulto acerca del incidente).
El síntoma incluye siempre al sujeto y al Otro. Se trata de una situación en la cual el enfermo
trata de entender la manera en que él se sitúa frente al deseo del Otro: ¿qué quiere de mí? es
la pregunta que se plantea más allá de todo malestar somático.
La originalidad de Erikson reside en el hecho de que se esfuerza en lograr que la enfermedad
“hable”. La considera como una situación en la que el sujeto y su entorno se encuentran
implicados. Erikson nos muestra que una cura sólo tiene sentido si logramos hacer rebotar la
pregunta (el tema de la muerte en el caso Sam) no únicamente en el niño sino también en los
padres.
En la cura lo que va a reemplazar a la demanda o a la angustia de los padres y del niño es la
pregunta del sujeto, su deseo más profundo que hasta entonces estaba oculto en el síntoma en
un tipo particular de relación con el medio. Lo que se pone de manifiesto es cómo queda
marcado, no sólo por la manera en que se lo espera antes de su nacimiento, sino por lo que
luego habrá de representar para cada uno de los padres en función de la historia de cada uno
de ellos.

Mannoni, “El niño su enfermedad y los otros”.

Cap. I: La debilidad mental cuestionada

Encontramos, en el caso del niño atrasado, un determinado tipo de relación madre-hijo, que
crea una especie de sometimiento del niño al Otro.
El psicoanálisis, sin negar el papel del factor orgánico en muchos casos, no lo selecciona como
una explicación radical. Todo ser diminuido es considerado en principio como un sujeto
hablante. Sujeto que se constituye en su relación con el Otro.
Sin saberlo, el sujeto nos confía en su discurso una forma peculiar de relación con la madre (o
con su sustituto). Su enfermedad constituye el lugar mismo de la angustia materna, una
angustia privilegiada que por lo general obstaculiza la evolución edípica normal.
Incluso en los casos en que está en juego un factor orgánico, ese niño no tiene que enfrentarse
solamente con una dificultad innata sino también con la manera en que la madre utiliza ese
defecto dentro de un mundo fantasmático que termina por serles común a ambos. Más allá de
la existencia o no de una afección orgánica, se trata de llegar a desentrañar el sentido en la
perturbación del vínculo madre-hijo.
De este modo, el psicoanálisis trata de desentrañar más allá de la enfermedad y subraya la
importancia de las palabras del entorno o de su ausencia en relación con un diagnóstico
médico, diagnóstico que no puede dejar de implicar una resonancia afectiva. Sólo la
verbalización de una situación dolorosa puede permitir darles a los padres y al niño un sentido
de aquello que ellos viven e impedir que se instale una situación familiar psicotizante,
agravando las dificultades experimentadas por el niño en su evolución.
A su vez, el discurso colectivo que se teje en torno al niño, determina su posición y su valor al
interior de dicho colectivo.

Mannoni (psicoanalista francesa, discípula de Doltó y de Lacan), “El niño, su enfermedad


y los otros”.

Prefacio: El psicoanálisis de niños a partir de Freíd

El psicoanálisis de niños es psicoanálisis. Tal la convicción de Freud al ocuparse en 1909 de la


cura de un niño de 5 años afectado por una neurosis fóbica (caso Juanito). La adaptación de la
técnica para aproximarse a un niño no altera el campo sobre el cual opera el analista: ese
campo es el del lenguaje (incluso cuando el niño todavía no habla). El discurso que rige abarca
a los padres, al niño y al analista: se trata de un discurso colectivo constituido alrededor del
síntoma que el niño presenta. El malestar del que se habla es objetivable (en la persona del
niño), pero la queja de los padres, aunque su objeto sea el niño real, también implica la
representación que de la infancia tiene el adulto. La sociedad le confiere al niño un status
puesto que le encomienda la realización del futuro del adulto, la misión del niño consiste en
reparar el fracaso de los padres e incluso en concretar sus sueños perdidos. De este modo, las
quejas de los padres con respecto a su descendencia nos remiten ante todo a la problemática
propia del adulto.
El discurso que tiene lugar en psicoanálisis nos remite no tanto a una realidad como a un
mundo de deseos y de ensoñaciones. Esta verdad fue perdida de vista, desde 1918, por la
primera analista que se ocupó de niños: Hug Hellmuth. De este modo, desde sus comienzos, el
análisis (de niños creo) se desarrolló en 2 direcciones opuestas: en una de ellas los
descubrimientos de Freud se mantuvieron por completo (sobre todo el Edipo y la transferencia);
en la otra se produjo un alejamiento de tales descubrimientos con el fin de modificar una
realidad: el niño se convirtió así, en el soporte de las buenas intenciones que los adultos
alimentaban con respecto a él.
Pero sucede que el psicoanalista que se enfrenta con el niño participa de la cura con sus
propios prejuicios (su contratransferencia). Ya antes de Freud sucedía que el médico no
quisiera escuchar lo que el niño no sólo le significaba a través de su síntoma sino incluso lo
que trataba de poner en palabras. Esta actitud llevó a Freud a denunciar el peligro de una
“falsa ciencia”. Pues de hecho, la curación sobreviene en el momento en que el niño puede
verbalizar el sentido de su enfermedad, es decir, designar con palabras aquello que el síntoma
tenía la misión de encubrir.
Como clínico, Freud estaba ante todo a la escucha de lo que habla en el síntoma, sólo este
camino conduce hacia la posibilidad de una actitud analítica frente a una neurosis y, en
particular, frente a una neurosis infantil. Así, las investigaciones de Freud siguieron dos
direcciones diferentes: por una parte profundizó el sentido del síntoma, por otra dirigió su
atención hacia la importancia que es necesario atribuir al traumatismo en la génesis de las
neurosis. Sin embargo, el análisis de las histéricas le permitió descubrir que la infancia de la
que hablaban no era la infancia real, que los traumatismos a los que aludían podían ser
ficticios. Entonces descubrió que una palabra, incluso cuando es engañosa, constituye la
verdad del sujeto, su decir tiene que ser integrado en el discurso del inconsciente. Freud
requería del análisis de niños que confirmara sus hipótesis teóricas.
Muchos psicoanalistas manifestaban cierta resistencia a utilizar los descubrimientos freudianos
en la conducción de la cura. Así, Hug Hellmuth practicaba el análisis sin hacer entrar en él a lo
reprimido, es decir, sin tocar el problema edípico. Sin embargo, Freud ya había mostrado en
1909 el provecho que debía extraerse de sus descubrimientos en la cura del niño.
En esa época tenía en tratamiento al padre de un muchacho de 5 años, Juanito, quien sufría a
su vez angustia fóbica. Freud aceptó verlo en diferentes oportunidades, asignándole al padre
un papel de observador y de intermediario: la misión del padre consistía en registrar lo que
diariamente hacía y decía su hijo y Freud se encargaba de revelarle el sentido de ello para que
se lo transmitiera a Juanito. Muy rápidamente el niño situó a Freud en un puesto de Padre
Simbólico.
Al situar los celos edípicos de Juanito dentro de una historia (mucho antes de que tú hubieses
nacido…), Freud introdujo un mito que fue retomado por Juanito de diferentes maneras hasta
su curación. Juanito sintió que allí tenía un hilo conductor, entonces reorganizó su historia
edípica alrededor de ciertos términos (alrededor de stes: nombre del padre, falo, etc) y a través
de las fantasías de castración. Es en ese momento cuando sobrevino la curación. De esta
manera Freud demostró la eficacia que se obtiene al llevar a la conciencia, en la cura, las
tendencias inconcientes.
A partir de entonces el psicoanálisis de niños se reveló como una empresa realizable. Al
mostrar que con un niño es posible interpretar, el análisis de Juanito se constituyó como el
primer modelo del género.
Los psicoanalistas emplearon bastante tiempo para comprender dónde residía la importancia
de la aportación freudiana al psicoanálisis de niños. Les parecía que el niño escapaba a una
verdadera investigación analítica puesto que, en los adultos, esta tenía por objeto la búsqueda
de los recuerdos de infancia; por consiguiente se dedicaron a la realidad del niño a través de
diversas perspectivas médico pedagógicas.
Ahora bien, en el análisis de Juanito, Freud desentrañó claramente el puesto ocupado por el
niño en el fantasma materno (al rechazar en lo real a su hijo, la madre acreditaba su
imposibilidad de renunciar al objeto imaginario que constituía para ella su hijo en cuanto
sustituto fálico). Nos ha impresionado el efecto que producían las preguntas de Juanito en el
inconciente de los adultos. El niño era el soporte de aquello que los padres no eran capaces de
afrontar: el problema sexual. Ponía en evidencia lo que se deseaba mantener oculto y de ese
modo le creaba a la pareja parental una situación embarazosa (la sirvienta que tenía una vida
sexual satisfactoria se sentía mucho menos molesta).
La relación del sujeto con el deseo se volvió particularmente complicada en el caso Juanito, en
la medida en que era preciso que atraviese el campo del deseo parental para poder tener
acceso a la verdad de su propio deseo y ese acceso la madre se lo cerró al oponerle su deseo
inconciente (que siga siendo el falo imaginario que la completa). Le negó una sexualidad de
hombre y se lo hizo saber con palabras al darle a entender que no desea ningún hombre. Así, a
partir de la palabra de la madre Juanito se encontró con dificultades para poder franquear la
etapa edípica. La genialidad de Freud consistió en haber sabido discriminar que el problema
fundamental de Juanito era su enfrentamiento con un orden de dificultades no resueltas en
ambos padres.
Ciertos analistas, entre los que encontramos a Anna Freud, estudiaron las dificultades
presentadas por el niño analizándolas dentro de una relación interpersonal marcada por la
oposición, la hostilidad, o el temor (Para Anna Freud que no trabajaba con el inconciente del
niño sino con su yo, no podía haber expresión fantasmática en el análisis). M. Klein, en cambio,
profundizó las nociones de instancias psíquicas desarrolladas por Freud y enfatizó aquello que
tiene lugar en el registro inconciente. Lo que le llamó la atención fueron los efectos precoces
producidos por la severidad del superyó en el niño. Freud ya había revelado el papel que
desempeña el superyó en la represión de las pulsiones incestuosas y parricidas del Edipo.
Klein no se ocupaba del comportamiento desde el punto de vista real, rompiendo con los
criterios de adaptación y educabilidad que le servían de guía a Anna Freud. Su énfasis estaba
puesto en el vínculo fantasmático madre-hijo.
Por su parte Erikson coincide con Klein en la medida en que considera que es posible con los
niños un estilo de análisis que se aproxima al de los adultos, insiste además en el lugar que es
necesario dar a lo no dicho, en la constitución del síntoma y de este modo vuelve (siguiendo el
ejemplo de Freud) al estudio del discurso sintomático.
Por último, Mannoni establece que nuestra atención como analistas se fija sobre un discurso
que sólo en parte es verbal. Para descifrar el texto tenemos que integrar en él nuestra
resistencia y aquello que, en el niño, forma una pantalla ante su palabra, pero también tenemos
que comprender quién habla, porque el sujeto del discurso no es necesariamente el niño.

Juego: En 1908 Freud habla por primera vez del juego en el niño y lo compara con la creación
poética. El niño, dice, reordena a través del juego las cosas del mundo en relación a su idea.
En 1920 la atención de Freud es atraída por el problema plateado en las neurosis por el
principio de repetición. Así, le parece que las actividades lúdicas se encuentran sometidas al
mismo principio. El niño intenta dominar por medio del juego las experiencias desagradables,
es decir, trata de reproducir una situación que originariamente significó para él una prueba. En
la repetición el sujeto otorga su conformidad, rehace lo que se le había hecho (juego del fort-dá
que consiste en arrojar un carretel, que representa a la madre, emitiendo un ohhhh “vete” y
luego atraerlo hacia sí con un daaa “acá esta”, juego centrado alrededor de la presencia y
ausencia).
De este modo, desde 1908 hasta 1920 Freud trata al juego como una creación poética y luego
descubre el papel desempeñado por el principio de repetición como función de dominio de
situaciones desagradables.
M. Klein introdujo a partir de 1919 el juego en el análisis de niños, pero sin dejar de respetar
por ello el carácter riguroso del análisis de adultos.
Cap. V: Carola o el silencio de la madre
Una pareja de padres jóvenes llega a Mannoni, vienen por su hija Carola de 6 años. El
diagnóstico es de esquizofrenia. Se aconseja tratamiento psicoanalítico.
La madre cuenta que quedó embarazada al salir del secundario, con estudios por cumplir, con
un porvenir que no debía comprometer. Cuenta que fue necesario hacer como si no hubiese
embarazo.
Carola nació antes de término, al nacer tenía ictericia (enfermedad caracterizada por coloración
amarilla en la piel debida a la presencia en la sangre y en los tejidos de pigmentos biliares).
Luego se compuso y su madre puedo darle el pecho. Cuatro meses después queda
nuevamente embarazada. Dice: “no necesitaba eso”. No tiene más leche.
A los 6 meses Carola tiene anemia. La madre decide dejársela a su madre para poder trabajar.
Se la deja hasta los 2 años.
Se entera de que la niña todavía no caminaba cuando nació su hermanita. Las dos niñas son
confiadas a los abuelos.
Ni bien repuesta del segundo embarazo la madre queda nuevamente en cinta.
A los 18 meses Carola habla fluidamente. Tiene dos años cuando la madre vuelve a traerla a
su hogar. A su retorno la niña se vuele taciturna (entristecida). Rechaza todo alimento. Durante
un tiempo Carola reclama a su abuela, después ya no pide nada. Deja de hablar. Poco a poco
recupera el apetito pero ante la menos contrariedad vomita.
El nacimiento del 3er bebé no arregla nada. Carola desarrolla una serie de pequeñas
enfermedades sin gravedad. El contacto con los seres humanos está cortado. Ignora a sus
padres.
En la entrevista el padre apenas habla, está totalmente de acuerdo con su mujer.
Paralizada, esta madre ya no sabe dónde está ni adónde va. El médico le dijo: “Es necesario
un psicoanálisis”. Va a Mannoni para acusarse y para “darle” a su hija: “Encárguese de ella”. La
madre se sitúa de entrada con respecto a la analista en una posición infantil de culpabilidad,
asombrada de que ésta le devuelva a Carola para que sea ella quien la asuma como
educadora.
Mannoni le dice que es psicoanalista y que es desde esa exclusiva posición que debe escuchar
su historia y la de su hija a fin de que de ella surja un sentido.
“No quiero a Carola, dice la madre, ella me lo ha demostrado con exceso”. “Pero no, se
desdice, a Carola es a quien prefiero”. “Fui yo la malquerida, no hice nada para ser querida”.
Por un tiempo la madre de Carola viene en compañía de su marido, después sola. Entonces
Mannoni decide ver a Carola. Unas veces la recibe en presencia de la madre y otras veces
sola. La madre no le saca los ojos de encima a su hija. Carola las ignora. M. interviene para
explicarle quien es ella y para qué viene. Le habla acerca de su historia, de la de sus padres.
La niña se sienta, toma un lápiz rojo, hace furiosamente trazos que desgarran el papel.
Si parece que M. va a preguntar algo, la niña se escapa. Pero se niega a irse al final de las
sesiones en las que M. no le ha dado nada. Lo que pone en juego es su cuerpo, ofreciéndose y
escamoteándose alternativamente. Cada tanto se le escapa una palabra:
-Es arroz muy blanco afuera (así denomina a los copos de nieve).
-No, replica la madre, esas no son las palabras que hay que decir. ¿Qué es lo que tienes que
decir?.
M. le hace notar a la madre que cuando Carola toma la palabra, ella trata de reemplazarla por
sus propias palabras.
En una sesión en que la madre está ausente la niña imita su presencia: “muéstrale a la señora
M”, “haz esto, haz aquello”.
¿Pero lo que tú quieres dónde está?, le dice M.
Carola contesta: es mamá.
Raramente Carola toma la palabra y nunca lo hace para ser escuchada.
En una sesión la madre de carola dice: “cuando a Carola la retan hace como yo cuando era
niña. Se muerde la muñeca. Esa muñeca estoy segura de que soy yo”.
M. le contesta, para que Carola la escuche: “retar no quiere decir comer. Cuando mamá grita
hay en ella un padre que le dice: cría bien a nuestra hija”.
La mamá llora, Carola le dice: “tú eres mi mamá buena”.
La niña puede dar esa palabra porque M. apeló a la presencia del padre en la madre. En una
situación de 3 Carola no se siente en peligro de ser comida. En su intervención M. apela a la
imagen de un padre que legisla para la madre y para la niña. (creo que las intervenciones
apuntan a introducir una terceridad, la presencia de un padre como representante de la ley).
En lo que respecta a la relación transferencial Carola busca que M. sea su motricidad, su
palabra, su oído, su olfato. Le cuesta tener que definirse como no alienada en M. Carola le
confiere a la analista el poder de adivinar sus pensamientos. El día en que vislumbra que es
incapaz de adivinar sus pensamientos secretos es un acontecimiento decisivo. A través de la
separación, Carola intenta establecer una relación con los seres.
-Hubo un papi, dirá unas semanas después de la partida del abuelo. Es un momento
importante pues a través del “hubo” la niña está buscando todos los objetos perdidos de su
infancia. Parece estar de duelo por lo que ya no existe.
Es en ese momento cuando la madre evoca para M., fuera de la presencia de Carola, su propio
no-diálogo con su padre: “no sé nada de él, no hablaba”, “continuamente me reprendía: así hay
que decir, así hay que hacer, no es lindo, no está bien”.
Poco a poco Carola prueba cada vez más hablar, busca los términos que designan lo que
observa. En la casa y en el colegio toma la palabra para expresar un deseo.
En una sesión la madre dice: “mi hija menor ya no es anoréxica, usted me transformó, las dos
nenas me odiaban, fui una tirana. Desde que ya no espero una respuesta de Carola, ella está
alegre” (ya no parece exigir de Carola que realice los deseo propios).
A través de su madre, Carola descubre en la persona de su abuelo la imagen de una autoridad
respetada sobre la cual se concentraron los rencores maternos. La niña funcionó como el
representante de aquello que la madre no recibió de su propio padre (creo que como el falo
que no recibió del padre, no hay desplazamiento del pene-niño que inaugura en la mujer el
deseo de hijo, entonces la hija funciona como el falo imaginario que la completa). Al separar a
Carola del afecto de los abuelos, la madre no supo respetar cierta regla del juego, aquella
según la cual toda operación de intercambio tiene que ser presidida por un tercero. La madre
dejó de lado a ese tercero en la persona de su marido, después de haberla circunscripto en la
de su padre. Desconcertada, la niña ya no supo junto a quién le era posible afirmarse.
Únicamente la permanencia de una relación triádica hubiese podido resguardarla del peligro de
encontrarse sometida a la madre hasta el extremo de tener que renunciar a su propia palabra.
Cuando Carola se siente en peligro corre a reencontrarse en el espejo. Parece estar diciendo a
M.: con este cuerpo que vuelvo a encontrar puedo hablarte de nuevo. Carola parece estar
todavía en dificultades con respecto a la identificación con una imagen de si misma. Si bien
puede tomar la palabra, todavía no está curada. El tema actual en la cura es el de la impresión
de peligro que todo enfrentamiento con el Otro parece suscitarle.
La cura de Carola fue conducida en dos planos: el de la madre (entrevistas con la madre sola)
y el de la niña (entrevistas con la niña, al comienzo en presencia de la madre y luego sin la
presencia de ésta). La madre se cuestionó a sí misma espontáneamente tomando como atajo
el síntoma de su hija.
En el plano fantasmático, la madre de Carola se situó con respecto a los suyos como una niña
excluida, no querida, creando entre ella y sus padres una situación cerrada al diálogo.
Inconcientemente la madre de Carola repite una situación infantil: en su matrimonio coloca a su
esposo en el puesto de aquél de quien no se espera ninguna palabra, es de su hija de quien se
espera recibirla.
Cuanto más aplasta a Carola con demandas y cuidados, la niña más se escamotea. Desde la
nada en que ésta se pierde parece dirigirle a la madre un llamado de amor. Pero lo que recibe
es una actitud cargada de exigencias. La insatisfacción materna nunca puede ser colmada.
Esto lo advierte la madre de Carola un día: “soy yo quien crea una situación en la que la mayor
está muda y la menor es anoréxica”.
A través de esta confesión, la joven plantea en la sesión aquello que hasta entonces había
permanecido en el terreno de lo no dicho: sus anhelos de muerte, sus celos. A través de su
síntoma la niña se había convertido en cierto modo en el representante.
Esta confesión constituye un descubrimiento para la madre: a partir de este momento ya no
siente la necesidad de mendigarle una palabra a la hija mayor y el mutismo de ésta cede
mientras desaparece la anorexia de la menor.
La joven descubre que no puede ser madre porque de niña se escamoteó a la rivalidad edípica,
buscando afirmarse fuera de ella como la preferida (hay un Edipo no resuelto en la madre).
“Nunca hablé con mis padres, con mi hija no encuentro palabras”. Esta madre enmascara su
desconcierto por medio de una exigencia cada vez mayor con respecto a sus hijas, sobre todo
con respecto a la mayor. En su relación con la niña impide que nazca cualquier deseo mediante
un juego en el que trata de reemplazar la palabra o la demanda de la niña por su propia
palabra o demanda. La toma de conciencia de estas dificultades facilita la cura paralelamente
emprendida con la niña.
Al comienzo la presencia de la madre permite captar todo un juego corporal, juego en el que la
madre se afirma como poseedora de los cabellos, de las manos, de los pies de su hija. La
interpretación de M., indicación en la que se subraya la existencia de 2 cuerpos distintos, de 2
deseos diferentes, provoca en la madre y en la hija desconcierto y molestia. M. es el tercero
que amenaza con interferir cierto tipo de relaciones (lugar del analista, M. impide que se
establezca una relación dual).
Como vimos, Carola con su síntoma se convirtió en el representante del malestar materno.
Cuando la madre pudo verbalizar algo perteneciente al orden de lo no dicho, se modificó la
relación inconciente madre-hija. La clave de esta cura fue la verbalización del Edipo de la
madre. A partir de este momento la niña real pudo expresar un deseo. Hasta entonces la
pequeña se había encontrado sola frente a Otro devorador.
En esta cura el trabajo de M. se orientó hacia el descubrimiento de cierto tipo de no
reconocimiento en la madre, que produjo en la niña la pérdida de toda posible localización y de
toda palabra.
Al comienzo M. encontró una situación dual. Luego, las confesiones de la madre acerca de su
propia infancia introdujeron la imagen del padre interdictor cuya ley había sido rechazada por la
madre y a partir de entonces M. apareció en la cura como el tercero que molesta. En un
segundo momento, vinculó aquello que había rechazado en su historia edípica con aquello que
no pudo simbolizar en sus relaciones con la niña. Entonces Carola, como contrapartida a una
pregunta que a partir de ese momento pudo plantearse en la madre, introdujo la noción de que
le falta algo. Así, la imagen de M. fue dejando de ser la de un tercero que molesta para
convertirse en la de un tercero que permite. Se convierte en mediadora en la medida en que a
través de lo que la niña le niega puede ella tomar la palabra con su madre, y a través de lo que
ésta le dice puede Carola colocarse en situación de expresarse.
El síntoma (mutismo) se había convertido para Carola el único lugar a partir del cual ella podía
significarse como sujeto.
Carola mediante su mutismo y su hermana mediante su anorexia fueron testigos de una
pregunta que había quedado sin respuesta en la historia de la madre: ¿mi nacimiento fue o no
deseado?. La escucha analítica de M. permitió a al madre crear una situación en la que su
descendencia ya no tuvo que actuar su problema personal.

Mannoni, “La primera entrevista con el psicoanalista”.

Caso Sabine
Niña de 11 años, amenazada de expulsión. El padre se opone a todo examen.
M. acepta ver a la madre pero no a la niña.
La niña presenta tics, aparecieron hace 3 meses como consecuencia de su colocación en un
hogar para niños (parece ser un hospital o algo así, la madre de esta niña es médica) contra la
voluntad de su padre.
En realidad estos tics existen hace la edad de 6 años, fecha en la que el padre abandona el
domicilio conyugal como protesta contra una operación realizada sobre otro hijo sin haberlo
consultado.
El regreso del padre al hogar coincide curiosamente con un recrudecimiento de los trastornos
de Sabine: negativa a asistir a la escuela y crisis fóbicas graves, lo que lleva a una nueva
hospitalización “con el objeto de observar trastornos nerviosos”, sin el consentimiento paterno.
Ante este cuadro Mannoni decidió escribirle al padre para solicitarle su autorización antes de
emprender un examen, quien rechazó su ofrecimiento de colaboración.
La carta de M. como negativa a entrar en el juego de la madre fue en sí misma una
intervención terapéutica. Mediante su negativa el padre se hizo presente a la madre y a la hija y
decidió llevar a esta última de viaje lo que en sí ya representa algo importante.
Si Mannoni hubiese comenzado un psicoanálisis se hubiera convertido en cómplice de la
madre. Al tener en cuenta la palabra del padre, permitió que cada miembro de la flia tuviese la
posibilidad de hallar nuevamente su lugar.
En este caso, como en muchos otros, la escolaridad deficiente sólo servía para ocultar
desórdenes neuróticos de una importancia mucho mayor.
Ahora, ¿qué nos llama la atención en estos casos de desorden escolar? El hecho de que el
síntoma invocado oculta dificultades de un orden diferente. Los padres aportan al psicoanalista
un diagnóstico formulado por adelantado. Su angustia comienza en el momento en que se
cuestiona este “diagnóstico”. Descubren así que el síntoma escolar servía para ocultar todos
los malentendidos, las mentiras y los rechazos de la verdad.
Se aprecia la importancia del rol del padre en la génesis de las dificultades escolares. O bien
es excluido por la madre y el niño se siente en peligro en una situación dual, o bien, la imagen
paterna aparece en una situación conflictiva: descorazonado ante la idea de no poder
satisfacer al padre, el niño renuncia a todo deseo propio comprometiéndose así a seguir un
camino de abandono y de depresión.
Lo que está en juego no es el síntoma escolar, sino la imposibilidad del niño de desarrollarse
con deseos propios, no alienados en las fantasías parentales. Esta alienación en el deseo del
Otro se manifiesta mediante una serie de trastornos que van desde reacciones fóbicas ligeras
hasta trastornos psicóticos.
En realidad, en los casos en que la madre acude a la consulta por un síntoma preciso,
acompañado de un diagnóstico seguro, es porque generalmente no desea cambiar en nada el
orden establecido. La aventura comienza cuando el analista cuestiona la respuesta parental. A
los padres les cuesta perdonarle que no se haga cómplice de su mentira.

Mannoni, “La primera entrevista con el psicoanalista”.

Prefacio (por Dolto)


La autora plantea en este prefacio problemas de profilaxis mental de los trastornos afectivos y
sociales. Desarrolla, a su vez, los problemas esenciales que el libro va a ilustrar:
-la especificidad del psicoanálisis;
-la especificidad del psicoanalista, su escucha;
-las relaciones dinámicas inconcientes padres-hijos, su valor estructurante sano o patógeno;
-la profilaxis mental de las relaciones familiares patógenas;
-sustitución de los roles en la situación triangular padre-madre-niño;
-el complejo de Edipo y su resolución. Patogenia o profilaxis mental de sus trastornos;
-la sociedad (la escuela), su rol educativo patógeno o profiláctico.

Especificidad del psicoanálisis


El psicoanálisis terapéutico es un método de búsqueda de verdad individual más allá de los
acontecimientos. La realidad de estos últimos, para un sujeto dado, solo adquiere sentido por la
forma en que ha participado y se ha sentido modificado por ellos. Mediante el método de decir
todo a quien todo lo escucha, el paciente en análisis se remonta a los fundamentos
organizadores de su afectividad de niño o niña.
El lenguaje, portador de sentido, nos hace presente un sujeto.

Especificidad del psicoanalista


Lo que constituye su especificidad es su receptividad, su escucha. La forma de escuchar del
psicoanalista, una escucha en el sentido pleno del término, logra por sí sola que su discurso se
modifique y asuma un nuevo sentido a sus propios oídos. El psicoanalista no da la razón ni la
niega; sin juzgar, escucha. Las palabras que los pacientes usan son sus palabras habituales;
sin embargo, la manera de escuchar encierra un llamado a la verdad y muestra ser
completamente diferente a todo otro contacto con educadores o médicos.
Para el psicoanalista lo que importa no son los síntomas en sí mismos, no es la satisfacción o
la angustia de los padres ante un niño del que se sienten responsables, sino lo que el síntoma
significa para el que, con tal o cual conducta, actualiza el sentido fundamental de su dinámica,
y las posibilidades de futuro que, para este sujeto, el presente prepara.
El psicoanalista intenta oír, detrás del sujeto que habla, a aquél que está presente en un deseo
que la angustia autentifica y oculta a la vez. El psicoanalista permite que las angustias y los
pedidos de ayuda de los padres sean reemplazados por el problema personal y específico del
deseo más profundo del sujeto que habla. Este efecto de revelador él lo logra gracias a su
escucha atenta y a su no respuesta directa al pedido que se le hace de actuar para lograr la
desaparición del síntoma y calmar la angustia. El psicoanalista apunta a la verdad del sujeto.
Siempre es bueno tener presente que todo ser humano, desde su vida prenatal, está ya
marcado por la forma en que se lo espera, y por lo que luego representa su existencia real para
las proyecciones inconcientes de sus padres. Todo ser humano está marcado por la relación
real que tiene con su padre y su madre y por el a priori simbólico que hereda en el momento de
su nacimiento. Así, un niño puede ser esperado como aquél que debe colmar los sentimientos
de inferioridad de su padre, a otra niña se la puede esperar para ayudar a la madre a repetir la
misma situación de dependencia que tuvo con la suya, etc.

Las relaciones dinámicas inconcientes padres-hijos. Su valor estructurante sano o patógeno


Es el niño quien mediante sus síntomas encarna y hace presentes las consecuencias de un
conflicto familiar o conyugal, camuflado y aceptado por sus padres. Él es quien soporta
inconcientemente el peso de las tensiones y su efecto es tanto más intenso cuanto mayor es el
silencio y el secreto que se guardan sobre ellas. Es decir, que el niño o el adolescente se
convierten en portavoces de sus padres. De este modo, los síntomas de impotencia que el niño
manifiesta constituyen un reflejo de sus propias angustias y procesos de reacción frente a la
angustia de sus padres.
Muchos de los desórdenes orgánicos del bebé y del niño que expresan los conflictos
psicoafectivos de la madre, originados en la neurosis materna, o en la del padre que perturba el
equilibrio emocional del niño. Es decir, que en la primera infancia casi siempre los trastornos
son de reacción frente a dificultades de los padres y también ante trastornos de los hermanos o
del clima interrelacional del ambiente. En cambio, cuando se trata de trastornos de la segunda
infancia o de la adolescencia, y en la primera infancia no se han manifestado perturbaciones,
los trastornos pueden originarse en los conflictos dinámicos intrínsecos del niño frente a las
exigencias del medio social y a las dificultades del complejo de Edipo normal.
Las perturbaciones se originan en la falta de una presencia sensata a una edad temprana, en
la ausencia de una situación triangular socialmente sana o en la falta de aclaraciones verbales
a preguntas explícitas o implícitas del niño, encontrando éste tardíamente la respuesta en un
acontecimiento traumático que no comprende.
Ahora, ¿cuáles son las condiciones que deben estar presentes en el medio de un niño para
que los conflictos inherentes al desarrollo puedan resolverse en forma sana?. Para que esto
sea posible, los adultos deben haber asumido su opción sexual genital en el sentido amplio del
término, emocional, afectivo y cultural. Ello quiere decir que el sentido de la vida está en su
cónyuge, en los adultos de su misma edad, en su trabajo y no sólo en el hijo. El medio parental
sano de un niño se basa en que nunca haya una dependencia preponderante del adulto
respecto del niño y que dicha dependencia no tenga una mayor importancia emocional que la
que este adulto otorga a la afectividad y a la presencia complementaria de otro adulto.

La profilaxis mental de las relaciones familiares patógenas


Toda vez que antes de la edad de la resolución edípica uno de los elementos estructurantes de
las premisas de la persona es alterado en su dinámica psicosocial (crisis depresiva de uno de
los padres, muerte que se esconde, etc) la experiencia psicoanalítica nos muestra que el niño
está informado de ello en forma total e inconciente y que se ve inducido a asumir el rol
complementario regulador como en una especie de homeostasis de la dinámica triangular
padre-madre-niño. Esto es patógeno para él. Dicho rol patógeno, introducido por su
participación en una situación real que se le oculta, es superado en parte o totalmente gracias
a las palabras verdaderas que verbalizan la situación dolorosa que vive y que le otorgan a esta
un sentido susceptible de ser comprendido por el niño.
Se trata de situaciones (separaciones, accidentes, muertes) que conciernen al niño y cuya
divulgación no se le permite; o peor aún, en algunos casos se le oculta la realidad que él de
todas formas padece, sin permitirle que se reconozca en ella ni tampoco que conozca la verdad
que percibe en forma muy fina, y al faltarle las palabras justas para traducir su experiencia
siente un malestar deshumanizante.
Sustitución de los roles en la situación triangular padre-madre-niño
Toda asimilación de la madre al rol del padre es patógena, tanto cuando la madre decreta que
el padre es incapaz y se coloca en su lugar, como cuando él está ausente o ella no toma en
cuenta sus deseos. La madre juzga insuficiente al padre en relación a su propio padre, o a un
hermano o a otros hombres de más valor que el padre del niño, hombres idealizados por ella.
Por otro lado, toda sustitución del padre al rol de la madre tiene el mismo rol patógeno de
desviación de la situación triangular.
Toda situación en la que el niño sirve de prótesis a uno de sus padres, o a sus abuelos, ese
compañerismo es patógeno, sobre todo si no se le verbaliza al niño que esta situación es falsa
y que él puede escaparle con toda libertad. Toda vez que los progenitores son impotentes para
satisfacer el rol del que son responsables y son reemplazados por alguna otra persona entre
sus hermanos o ascendientes (por ejemplo: la abuela encargada de jugar el rol de madre o el
hermano mayor el rol del padre) se produce también una distorsión: en dicho caso la situación
triangular existe pero la persona que sirve de apoyo a la imagen paterna o materna no está
marcada con la rivalidad sexual, por el rol real de cónyuge genital en relación con la madre o
con el padre del sujeto, es decir, no es rival que a través de la angustia de castración regula
sus aspiraciones incestuosas.

El complejo de Edipo y su resolución. Patogenia o profilaxis mental de sus trastornos


La dinámica triangular padre-madre-niño, que opera desde la concepción del niño, padece las
consecuencias interrelacionales de la forma en que el Edipo de cada uno de los padres fue
vivido y resuelto.
La organización del complejo de Edipo se instaura desde los 3 años y se resuelve (nunca antes
de los 6 años) con la resolución y el desprendimiento del placer incestuoso.
La dinámica profunda de los instintos de los niños, que los lleva a rivalizar con el padre del
mismo sexo y a obtener los favores del otro, choca, en los casos de salud afectiva de los
padres, con un muro: la inalterabilidad del sentimiento y del deseo sexual de cada adulto hacia
el otro.
Ahora, ¿qué quiere decir resolución edípica? Se trata de una aceptación de la ley de
prohibición del incesto, de una renuncia al deseo de contacto corporal genital con el progenitor
del sexo complementario y a la rivalidad sexual con el del mismo sexo. El niño, en
circunstancias favorables, comienza a desinteresarse de la impresión que causa a su padre o a
su madre, a despreocuparse por su vida íntima que estimulaba su curiosidad. Se vuelve mucho
más sensible a las condiciones sociales. Se interesa cada vez más en la vida de los niños de
su edad, en su escolaridad, en sus propias ocupaciones personales.
El hecho de que el complejo de Edipo ha sido resuelto se manifiesta en forma indirecta cuando
el niño que se desenvuelve bien en el hogar puede desplazar la situación emocional triangular
primitiva y situarla en el medio ambiente, en la escuela y en las actividades lúdicas. Por el
contrario, el niño que no ha resuelto su Edipo sigue estando muy dominado por el ambiente
emocional de su relación con el padre o la madre.

Melanie Klein, “Simposium sobre el análisis infantil (1927)”.

Los comienzos del análisis de niños datan de 1909, año en que Freud publicó “Análisis de la
fobia de un niño de 5 años”, análisis que va a ser la piedra angular del subsiguiente análisis
infantil.
La pionera que dio origen al psicoanálisis de niños (que comenzó el análisis sistemático de
niños) fue H. Hug-Hellmuth, quien desaprueba la idea de analizar a niños muy pequeños y
considera necesario contentarse con éxitos parciales. Esta autora plantea que en el caso del
niño no sólo se requiere del analista que haga el tratamiento analítico sino también que ejerza
una influencia educativa definida.
Al igual que H. Hugh-Hellmuth, Anna Freud tiene la convicción de que el análisis de niños no
debe ser llevado demasiado lejos, es decir, que no se deben tratar demasiado las relaciones
del niño con sus padres, no se debe explorar minuciosamente el complejo de Edipo. También
comparte la idea de combinar el análisis del niño con influencias educativas. Se dice que la
conducta del niño en el análisis es distinta a la del adulto y por consiguiente es necesario
emplear una técnica diferente.
Por el contrario, Melanie Klein no considera necesario imponer restricción alguna al análisis,
tanto en lo que respecta a la profundidad de su penetración como en lo que respecta al método
con el que trabajamos.
M. Klein critica a Anna Freud, pues considera que activa la angustia y el sentimiento de culpa
pero no los resuelve suficientemente y los utiliza para que los niños se apeguen a ella; en
cambio M. Klein los registra para ponerlos al servicio del trabajo analítico desde el comienzo.
Más allá de sus diferencias, todos lo que analizan niños están de acuerdo en que los niños no
pueden dar asociaciones de la misma manera que el adulto y por lo tanto no se puede obtener
suficiente material únicamente por la palabra.
Melanie Klein considera que los niños están mucho más gobernados por el inconciente que los
adultos y establece dos factores esenciales para penetrar en el inconciente del niño: seguir el
modo de representación simbólica del niño y tener en cuenta la facilidad con que surge la
angustia en él. Estos dos factores son mutuamente dependientes y complementarios. Sólo
interpretando y por lo tanto aliviando la angustia del niño ganaremos acceso a su inconciente y
lograremos que fantasee. Entonces si llevamos hasta el fin el simbolismo que sus fantasías
contienen, pronto veremos aparecer la angustia y podremos garantizar el progreso del trabajo.
A diferencia de Mleanie Klein, Anna Freud rechaza la técnica de juego, la cual nos ofrece una
rica abundancia de material y nos da acceso al análisis del complejo de Edipo.

Transferencia
En lo que respecta a la transferencia, Anna Freud considera que en los niños puede haber una
transferencia satisfactoria, pero que no se produce una neurosis de transferencia. Los niños no
están capacitados como los adultos para comenzar una nueva edición de sus relaciones de
amor porque sus objetos de amor originales, los padres, todavía existen como objetos en la
realidad.
M. Klein considera que ésta es una afirmación incorrecta. El análisis de niños muy pequeños le
ha demostrado que incluso un niño de 3 años, ha dejado atrás la parte del desarrollo de su
complejo de Edipo. Por consiguiente, está ya muy alejado, por la represión y los sentimientos
de culpa, de los objetos que originalmente deseaba. Sus relaciones con ellos sufrieron
transformaciones, por lo que los objetos amorosos actuales son ahora imagos de los objetos
originales. De ahí que con respecto al analista los niños pueden entrar en una nueva edición de
sus relaciones amorosas.
Estas autoras también se diferencian porque mientras Anna Freud considera que el análisis de
niños es diferente al de adultos, Melanie Klein mantiene en el análisis de niños todas las reglas
aprobadas en el análisis de adultos. Combate enfáticamente la declaración de Anna Freud de
que los métodos utilizados en el análisis de adultos (o sea la asociación libre y la interpretación
de las reacciones transferenciales) fracasan al analizar niños.
Anna Freud piensa que la transferencia positiva es condición necesaria para el trabajo analítico
con niños, y considera indeseable la transferencia negativa, empeñándose en destruirla o
eliminarla. A diferencia de ello, M. Klein, establece que si no se produce una situación analítica
con medios analíticos, si no se maneja la transferencia positiva y negativa, ni causaremos una
neurosis de transferencia ni podremos esperar que las reacciones del niño se efectúen en
relación con el análisis y con el analista. El método de Anna Freud de atraer hacia sí la
transferencia positiva y disminuir la negativa no sólo le parece técnicamente incorrecto, sino
que es militar mucho más en contra de los padres, porque la transferencia negativa quedará
entonces dirigida contra aquellos con quien el niño está vinculado en la vida diaria.

Superyó
Melanie Klein establece que los objetos externos no son idénticos al superyó ya desarrollado
del niño.
La formación del superyó termina con el complejo de Edipo, el cual (el Edipo) se forma por la
frustración sufrida con el destete, es decir, al final del primer año de vida o al comienzo del
segundo. Pero parejamente con esto vemos los comienzos de la formación del superyó, que
difiere de aquellos objetos que iniciaron su desarrollo. Si queremos penetrar en el superyó,
reducir su poder de actuación e influirlo, nuestro único recurso para hacerlo es el análisis, pero
un análisis que investigue todo el desarrollo del complejo de Edipo y la estructura del superyó.
Además, el complejo de Edipo es el complejo nuclear de las neurosis, y si el análisis evita
analizar este complejo tampoco puede resolver la neurosis.
Anna Freud considera que frente a las fuerzas instintivas liberadas de la represión, el analista
debe guiar, es decir, debe asumir una intervención educacional.
Melanie Klein considera que si queremos capacitar a los niños para controlar mejor sus
impulsos, la evolución edípica debe ser desnudada analíticamente tan completamente como
sea posible y los sentimientos de odio y culpa que resultan de esta evolución deben ser
investigados hasta sus comienzos.
El peligro temido por Anna Freud, de que el análisis de los sentimientos negativos de un niño
hacia sus padres arruinará su relación con estos, es inexistente, por el contrario el resultado es
una relación más profunda y mejor con los que lo rodean.
A diferencia de Anna Freud, Melanie Klein considera que el análisis es útil no sólo en todos los
casos con perturbaciones mentales evidentes sino como medio para disminuir las dificultades
de niños normales.
Por último, Melanie Klein establece que la tarea analítica y educativa se anulan una a la otra.
Así, lo que debemos hacer es establecer y mantener la situación analítica con los medios
analíticos y abstenernos de toda influencia educativa directa. El analista debe sólo analizar y no
desear moldear o dirigir la mente de sus pacientes.

Anna Freud Melanie Klein


-niños analizables: los postedípicos. -niños analizables desde el destete.
-evitar la transferencia negativa. -se trabaja con la + y la -.
-objetivo del tratamiento: analizar y educar. -análisis incompatible con la pedagogía.
-cualquier niño es analizable pues el inc.
está desde siempre.

1947: Anna Freud presenta diversas modificaciones de su técnica (modificaciones a su escrito


de 1926):
-declara que la parte educativa en la tarea del analista de niños ya no es necesaria;
-acepta la técnica del juego (antes rechazada);
-reduce la edad de analizabilidad desde el período de latencia (como lo sugirió en un principio)
hasta los dos años. (antes recién a la edad de la latencia se podían analizar ahora a los dos
años)

Nasio, “Cómo escuchar a un niño. Relato de un trabajo con Doltó”.

Nasio nos dice que la idea inédita que marcó un trazo único en las consultas de Doltó, fue el
haber introducido en el seno mismo de las curas la participación activa, a la manera de co-
terapeutas, de un grupo de analistas llegados para formarse en la tarea de psicoanalistas. (ver
gráfico, pág 2).
Las sillas de los analistas participantes se ubicaban de tal manera que ninguna esté detrás del
niño. Dichos analistas eran participantes activos en su implicación transferencial de acuerdo
con la dinámica misma de la sesión. Activos también cuando el niño se dirigía a uno de ellos o
al conjunto del grupo.
Toda esa gente adulta representaba para el niño un nuevo espacio social, formando parte
integrante de la sesión. Eran una especie de muestra inédita (y muy diferente) del cuerpo social
al cual el niño está acostumbrado a estar en contacto.
Sobre la mesa había una serie de objetos. La mesa era el instrumento, el lugar en que se
jugaba la relación del analista y el niño. En la mesa había: una caja de plastilina con un bastón
para trabajar la pasta, hojas de papel, una caja de marcadores, una caja de galletitas que
contenía juguetes, un manojo de llaves, un espejo pequeño, etc.
La consulta no era una presentación de enfermos sino el lugar donde se desarrollaban
verdaderas curas analíticas.
Nasio llama a esta práctica: “práctica analítica con niños delante de otros”. Pero no delante de
cualquier otro sino delante de un otro analítico, investido por Doltó de autoridad y un garante de
su trabajo. Esta instancia tercera, incluida simbólicamente en todo análisis, devenía un lugar
viviente que permitía a Doltó, cuando no comprendía lo que ocurría en el curso de una sesión
por ejemplo, preguntarse y preguntarles abiertamente delante del niño. Es decir, que los
analistas no eran simples observadores sino testigos activos comprometidos en la discusión del
acto analítico.
Doltó consideraba los síntomas como la expresión enferma de una emoción inconciente
experimentada por el niño en un tiempo lejano. Tiempo en el que esta emoción no logró recibir
el nombre esperado, la palabra oportuna, justa para nombrar la emoción. Consideraba,
entonces, que el analista como un mensajero, como un Yo-auxiliar iba a enunciar en la escena
del análisis, a tiempo y oportunamente, el nombre o la palabra hasta ahora no dicha.
Nasio considera en la gestación de este acto analítico que es la interpretación 4 tiempos:
-primer tiempo: Doltó está sentada frente al niño, intenta establecer un puente para alcanzar su
inconciente; en este primer tiempo se apoya sobre signos observados en el comportamiento
gestual del pequeño paciente, en la menor expresión del rostro, en la actitud lúdica del niño, en
los sonidos. También se sirve de los datos de la historia familiar del sujeto, recogidos
previamente durante las primeras entrevistas. Ese es el primer tiempo: Doltó quiere establecer
ese vínculo.
-segundo tiempo: Doltó parece poco a poco aislarse mentalmente y lograr no oír los ecos de su
propio Yo. En este estado ella percibe otro niño, muy diferente de aquél que se encuentra
sentado delante de ella, este “otro niño” es un niño inconciente, un niño que sufre y que espera.
Si complicamos la escena, con más luz, aparecen otros elementos o personajes que giran
alrededor del niño inconciente, como una especie de ronda fantasmática. Esta percepción
operada por el analista no es otra que la percepción de la imagen inconciente del cuerpo del
pequeño paciente, que el analista crea en el momento mismo de percibirla. La percibe, la hace
existir como la síntesis viviente y actual de la relación transferencial.
-tercer tiempo: el analista se identifica con el dolor que está en el origen de la palabra que dice
el sufriente, pero sin sentir ni piedad ni compasión (si siente esto está al lado de la posición que
tiene que tener). También puede tomar el rol de cada uno de los personajes de la constelación
fantasmática, es decir, que no se identifica solo con el dolor en el niño, se identifica también
con los personajes del fantasma.
-cuarto tiempo: el cuarto y último tiempo es el del surgimiento de la interpretación, es el tiempo
en que el analista realiza el acto analítico. Es el tiempo en el que pronuncia, en voz alta y en el
presente de la cura, la palabra esperada que el niño inconciente tendría la necesidad de decir o
de oír. La interpretación de Doltó es la enunciación dirigida a la oreja del niño actualmente
presente en la sesión, enunciación de palabras, frases o de sonidos que habrían salido de la
boca de él. O bien, enunciación de palabras, frases o sonidos, que habrían salido de la boca de
uno de los personajes de la ronda fantasmática, si ese personaje hubiera podido decir lo que
entonces se mantuvo callado. Asumiendo la función de mensajera, Doltó dice al niño de la
sesión el ste que acaba de descubrir al identificarse con el niño inconciente. Ella transmite al
primero, al niño de la sesión, aquello que ha encontrado en el Otro, en el niño inconciente.

Palento, “Los tatuajes como marcas”.

La práctica del tatuaje produce una alteración en la piel. Cada tatuaje posee un significado
singular en cada paciente y contexto particular, de modo que es importante aquí el caso por
caso.
El tatuaje es una intervención sobre algo natural, la piel; escritura, inscripción que tiene como
soporte el cuerpo, con el objeto de dejar en él una alteración de carácter irreversible o
difícilmente reversible. Puede deberse, dependiendo el caso, a buscar ser reconocido o como
lugar de inscripción de algo que no se inscribió, como firma de pactos anti-sociales, como
marca duradera, como práctica para reforzar los bordes del cuerpo, etc.
De este modo, todo tatuaje es un enigma o enmascara un enigma y requiere un trabajo
interpretativo. En el análisis es importante poder dilucidar efecto de qué lógica/s resultó ser tal
o cual tatuaje.
Bleichmar, “Repetición y temporalidad: una historia bifronte”.

Bleichmar hace una crítica importante al determinismo estructuralista. De hecho trabaja mucho
el concepto de estructura pero en un sentido diferente que Lacan, ella habla de “dominancia
estructural” (así un psiquismo se puede desarrollar con una dominancia neurótica pero con
circuitos psicóticos) lo cual plantea otras cuestiones en torno a este tema del determinismo.
Está en contra del determinismo extremo, de que la estructura ya determina el futuro del sujeto.
Cuestiona la intransformabilidad, la idea de que si una estructura es psicótica lo será hasta el
fin de su existencia, con el objetivo de introducir la posibilidad de transformación. La estructura
no es dada de una vez y para siempre, sino una estructura que se constituye históricamente
que tiene tiempos de constitución, tiempos que son reales no míticos. Está a favor de la idea de
un sistema abierto que da lugar a lo azaroso, a lo contingente y a una imprevisibilidad en sus
transformaciones, sobre esto se asienta la idea de neogénesis y de salto estructural.
Tanto en Freud, como en Lacan y en Klein, hay un determinismo fuerte; pero Bleichmar no
propone una idea anti-estructuralista sino que cuestiona la concepción de una estructura
definida e intransformable. El modelo de Bleichmar es un modelo estructural pero más flexible,
lo cual permite pensar en saltos estructurales que no se reducen sólo a los niños sino que se
aplican también a los adultos.
El concepto de estructura es un concepto ordenador siempre que se lo tome como un corte en
el modo como se constituye la tópica a partir de ver la historia. Tópica (psiquismo) constituida
por momentos de saltos, con situaciones traumáticas y recomposiciones, con momentos de
estabilización que tiene el carácter de una estructura. La idea de un aparato psíquico abierto a
lo real implica que es capaz de recibir elementos que lo desestabilicen pero también que lo
estabilicen; nuestras intervenciones pueden ayudar a establecer niveles de simbolización y de
estabilización estructural.
Ahora, si bien el psiquismo es un aparato abierto, el inconciente es a la vez cerrado, porque
todo lo que se inscribe no tiene forma de evacuarse. Acá está el fundamento de los síntomas y
trastornos que llevan al aparato psíquico a complejizarse si tiene recursos. Y está aquí también
la paradoja que pone en juego la compulsión de repetición, pues se repite en el intento de
evacuar algo que es inevacuable, y ellos compulsa a la búsqueda de una ligazón que es razón
tanto del progreso psíquico como de su deterioro.
Bleichmar plantea la cuestión de cómo articular el eje de la repetición, sin el cual el
psicoanálisis cae de sus fundamentos, con aquel de la transformación, sin el cual la clínica
carecería de objeto, pues considera que ambos se yuxtaponen.
En el interior del pensamiento freudiano hay tres grandes cuestiones para ordenar el par
determinado-indeterminado:

-En la fundación de lo inconciente: por un lado encontramos una teoría acerca del origen del
inc. donde lo contingente, acontencial, traumático, ocupa un lugar central; por otro una
concepción del inconciente existente desde el nacimiento, donde se deja en un segundo plano
lo que es la historia singular del individuo.
Ambas coexisten a lo largo de la obra, más allá de las dominancias que una u otra van
adquiriendo en diversos momentos.

-En la teoría de la libido: por un lado una posición genético-evolutiva que apuntala el
surgimiento de la sexualidad en lo somático (Tres Ensayos); por otro lado una concepción
acerca de la “contingencia del objeto” que abre las condiciones para lo indeterminado dentro de
un abanico de posibilidades que no queda totalmente librado a un azar puro sin ordenamiento
posible.
-En la teoría psicogenética de las neurosis: por un lado una “teoría traumática de las neurosis”
en la cual lo acontecial vivido ocupa un lugar privilegiado en la causación y desencadenamiento
de la patología mental (1er esquema causal); por otro lado una causación psicogenética
determinada por puntos de fijación y regresión en la cual la evolución endógena de la libido
cobra dominancia y el determinismo se cierra a lo experiencial (2do esquema causal).
A continuación Bleichmar plantea su posición al respecto: establece que en psicoanálisis el inc.
implica un orden de determinación presente en los modos mediante los cuales lo azaroso-
acontecial se engarza en el entramado constituido del cual formará parte.
Esto implica concebir al aparato psíquico funcionando como abierto, es decir que puede recibir
nuevos contenidos representacionales efecto de inscripciones provenientes metabólicamente
de la realidad en la cual está inmerso, pero al mismo tiempo es capaz de engendrarlas por
líneas de fuerza constituidas a partir del entramado primario que les da su estatuto. Se da
lugar a lo azaroso, contingente, pero no a una indeterminación extrema.
Así, el aparato psíquico es un sistema abierto capaz de sufrir transformaciones no sólo como
efecto del análisis sino de las recomposiciones a las cuales nuevos procesos histórico-
vivenciales lo obligan.

Con respecto al origen del inc., Bleichmar está a favor de una teoría de la constitución de lo inc.
como fundado, efecto de las relaciones sexualizantes con el semejante y de la represión
originaria que lo emplaza tópicamente. Pero, los prerrequisitos de partida, la estructura del
Edipo, el carácter clivado del aparato psíquico materno, pulsante y normativizante desde las
instancias diferenciadas, no pueden ser confundidos con la estructura de llegada
metabólicamente constituida a partir de lo histórico-vivencial. Sólo pueden ser considerados
como condiciones de partida y así abren un abanico predictivo, pero no de determinación
última.

Con respecto a la teoría de la libido, Bleichmar abandona la idea de que la pulsión sea un
correlato psíquico de lo somático, así la pulsión deviene necesaria (para la puesta en marcha
del aparato psíquico, lo cual supone que el adulto tenga capacidad sexualizante para traspasar
al niño) pero contingente (pues puede implantarse o no, siendo necesario para su implantación
un investimiento afectivo de la madre hacia su hijo). Su orden de determinación debe seguir
siendo buscado en la relación con el otro que da origen al plus de placer que no se reduce a lo
autoconservativo, pero partiendo de la idea de que se trata de una contingencia de la pulsión y
no del objeto (pues es la pulsión la que puede implantarse o no). Es el objeto ofrecido por el
semejante el que, instalándose como objeto-fuente interno-externo da origen a la pulsión y
hace posible la libido como conversión, transmutación de la energía somática en psíquica.

Con respecto a la teoría de las neurosis, la teoría traumática de las neurosis crea las
condiciones para plantear que la génesis de la neurosis no puede ser pensada sino por una
temporalidad de la retroacción. En tal sentido, la génesis es real en su pluricausalidad, pero
sólo es componible por après-coup.
Llamamos punto de bifurcación a lo que un acontecimiento provoca de traumatismo en un
psiquismo, algo que somete al aparato psíquico a un punto de inestabilidad, y ante esto, el
aparato psíquico puede o bien encontrar una reorganización espontánea o quedarse en ese
estado de desequilibrio. Cuando un psiquismo tiene la posibilidad de organizar un síntoma,
pudo hacer una reorganización espontánea ante un punto de bifurcación (ante algo que lo
traumatizó).
El traumatismo ingresa ya en el orden de una cualificación que asume en el ser humano las
características de un umbral. El “umbral”, en el ser humano, está determinado por la capacidad
metabólica, vale decir simbolizante, con que cuenta el aparato psíquico para establecer redes
de ligazón que puedan engarzar los elementos sobreinvestidos que tienden a romper sus
defensas habituales. Si estos elementos son incapturables en el entramado yoico, quedarán
librados sea a un destino de síntoma, sea a una modificación general de la vida psíquica.

Caso Guillermo: Bleichmar es consultada por los padres de un niño de 8 años, cuyo hermano,
2 años menor, acababa de morir bruscamente a causa de un episodio de trombosis cerebral.
Acontecimiento que excede el umbral de cualquier ser humano.
Compañeros inseparables hasta ese momento, Guillermo, había efectuado un repliegue en el
seno del hogar y se manifestaba reacio a establecer nuevos vínculos, a desplazarse a casa de
compañeros del colegio e incluso a participar en actividades deportivas en el club al que
concurría la flia. Sólo mantenía, fuera del horario escolar, una relación con un primo con el cual
seguía practicando la actividad favorita que lo había ligado a su hermano, el fútbol, y a ella se
reducían todos los momentos de goce.
Buen alumno, bien organizado, llegó a la consulta sin mucha convicción acerca de los
beneficios que un encuentro de este tipo podría brindarle. No parecía dispuesto a recibir una
ayuda terapéutica. Por su parte, Bleichmar no estaba segura de que en el momento en que se
encontraba ésta fuera eficaz. Una oferta de tratamiento analítico apunta a tomar contacto con
el conflicto y es lo que parece que este niño no podía/quería.
Es así que Bleichmar decidió que era necesario dar tiempo al psiquismo de reorganizar
espontáneamente sus modalidades defensivas y esperar, en este punto de bifurcación que se
había instalado, que nuevos procesos de desequilibrio vital generaran un reacomodamiento de
la economía libidinal que permitiera el comienzo de un análisis.
Con el transcurso del tiempo, Guillermo logró establecer algunos vínculos de amistad, ir a
visitar a un número reducido de amigos y recibirlos en su casa, e incluso, participar en
campamentos y actividades extra-escolares. Sin embargo, Bleichmar sabía que estos avances
no eran la resolución espontánea de los núcleos patológicos que sostenían el entramado de
base que obstaculizaban una vida plena y, al mismo tiempo, esperaba que en algún momento
se rompieran los sistemas de equilibrio armados precaria, pero tenazmente, con los cuales
sostenía una vida social pobre pero no llamativamente perturbada.
Fue cuando Guillermo tenía ya 12 años y estaba en vías de comenzar el secundario, que los
padres llamaron para realizar una consulta que desembocó en tratamiento. Guillermo tenía
ideas recurrentes de temor a la muerte de sus padres, agresividad y estaba muy angustiado.
Este niño no sólo estaba dispuesto a realizar la consulta sino que prácticamente él había
demandado una ayuda profesional.
Bleichmar le explicó cómo era su trabajo. Hizo un dibujo de un niño de perfil y le mostró, en la
cabeza de este niño, cómo había pensamiento que conocía y localizó en la base de la cabeza
los pensamientos desconocidos que podían afectarlo son que él lo supiera. Luego le dijo que
estos pensamientos que no conocía podían tener que ver con lo que le ocurría y de allí la
necesidad de hablar.
A partir de esto Guillermo comenzó a contarle espontáneamente algunos hechos. Le dijo, por
ejemplo, que había empezado a prepararse para hacer ese año su Bar Mitzvá. Bleichmar le
preguntó, entonces, si sabía el sentido de la ceremonia por la cual pasaría a lo cual Guillermo
respondió que quería decir que “tenés que independizarte de tus padres, ser un hombre”. B.
apuntó así que él lo sentía como sin transición, que a partir del momento de Bar Mitzvá debía
separase de los padres y que tal vez esto le producía mucho temor.
Blecihmar, recordando a G. aquél rabino con quien. había tenido sus charlas después de la
muerte del hermano, le preguntó si era el mismo y G. respondió afirmativamente. En ese
momento G. comenzó a hablar de aquella época. Hizo un relato de lo que había sentido. La
muerte de su hermano había tenido para él el sentido de una separación, como una despedida,
pero no tenía idea de muerte ni de lo que ésta significaba. Separación y muerte habían
quedado unidas y esto estaba en relación con lo que le estaba sucediendo ahora cuando
hablaba se “separase de los padres”.
Ahora bien, en este marco, ¿qué reconocimiento de sus fantasmas hostiles previos a la muerte
del hermano (cuyo nacimiento debió afectarlo de uno u otro modo) había tenido lugar en esta
estructura que le dio origen y en la cual se constituyó durante los primeros tiempos de su vida?.
Separación-agresividad-muerte articulaban un entramado que estaba en la base tanto de las
defensas ejercidas por G. hasta entonces, como de la angustia concomitante desplegada en el
momento de fractura de sus modos habituales de ejercicio.
A los modos de recomposición espontáneos del aparato psíquico, producidos cuando el azar
acontecial de la muerte del hermano devino traumatismo, G. había respondido con una
autoorganización espontánea pero no indeterminada.
En este nuevo punto de bifurcación una génesis por après-coup le permitirá ordenar las
variables que posibilitaran que lo inscripto deviniera temporalización historizante.

Signos de percepción: categoría freudiana que Bleichmar retoma y la transforma en concepto.


Restos desgajados de los real, de determinadas situaciones vividas, reales, que tuvieron un
carácter traumático (en el sentido de que fueron un exceso superior a la capacidad de
metabolización del niño), no fueron metabolizados y quedaron en el interior del aparato
psíquico. Se inscriben pero sin significación, sin conciencia, como un restos de una situación
traumática.
Requieren un tipo de intervención diferente, ni una construcción, ni una interpretación en
sentido estricto. Se trata de reconstruir el hecho del cual provienen esos elementos (abducción:
reconstrucción del hecho y formulación de hipótesis). Tratar de rastrear la escena vivida de la
cual se desprendió ese signo de percepción. Intervención ligadora producida por el analista
donde el sentido aportado es hipotético y hay que formularlo como tal. La corroboración la va a
aportar el paciente (“Ah! ahora que usted lo dice…”).
Restos de situaciones traumáticas en adultos también pueden constituir signos de percepción,
no se limitan sólo a los primeros tiempos.
Los signos de percepción no están en el inc., ni en el preconciente, ni en la conciencia, están
sueltos permanecen en estado latente sin una localización específica y pueden manifestarse
súbitamente cuando algo de la realidad exterior los activa. El modo en que aparecen no
corresponde a un retorno de lo reprimido sino más bien al modo de la compulsión de repetición.
Estos signos son restos sensoriales no lenguajeros y se trabajan en análisis si ejercen un
efecto perturbante sino no.
Ejemplo: una mujer diseña su casa con una claraboya en el techo de modo que entre la luz.
Después se da cuenta de que no puede habitar la casa, pues se angustia. Eso le recuerda a la
luz del quirófano una vez que le tuvieron que hacer una cirugía muy importante. Signo de
percepción: la luz.

Bleichmar, “Teoría y clínica – articulación o fractura”.

Bleichmar se refiere a la situación actual del psicoanálisis. Plantea que la práctica


psicoanalítica está en crisis a nivel de sus fundamentos, mediante la repetición hasta el
cansancio de justificaciones de una acción cuyos principios no siempre, por no decir casi
nunca, se derivan de las formulaciones teóricas que parecen regirla. Y está en crisis también
en razón de la imposibilidad de seguir remodelando un edificio que ya tiene un siglo sin revisar
sus cimientos. La dificultad para la normalización de los paradigmas, los intercambios
sostenidos sin revisión de los fundamentos, son dos de los elementos que confluyen en esta
crisis. El tercer elemento a subrayar consiste en el hecho de que, desde hace ya muchos años,
práctica y teoría parecerían ir cada una por su lado.
A la oposición entre teoría y clínica (que propone a la primera como realizando la abstracción,
los conceptos y a la segunda como aludiendo a la descripción concreta) Bleichmar opone,
siguiendo a Laplanche, aquella establecida entre teorética y práctica. La primera incluyendo
tanto el descriptivo (es decir, el conocimiento del objeto, su modelización, las leyes que rigen
su funcionamiento) como el prescriptito (las indicaciones que del objeto mismo se desprenden
para operar en su transformación. Es decir, que de la definición del objeto se desprende una
metodología para abordarlo. Esto responde a una concepción del psiquismo y a una causalidad
del síntoma. El método, la prescripción, tiene sentido en base a la conceptualización del
aparato psíquico que se está priorizando.
Un pensamiento teorético remite a un pensamiento que articule, amarre permanentemente
objeto y método, lo cual va a dar un fundamento sólido a la cura y a la práctica que estamos
implementando. La praxis se define por un modo particular de articulación entre ambos que
permite el trabajo sobre el objeto.
Si el objeto es el inconciente, y sobre todo el inc. reprimido, es coherente que el método
consista en la asociación libre, vale decir, en la posibilidad de desplegar, de hacer circular,
representaciones que permitan el acceso a aquello que se sustrae al sujeto.
Bleichmar plantea la necesidad de redefinir constantemente los modelos con los cuales
trabajamos, hacerlos concordar con las posiciones que a lo largo de los años hemos ido
estableciendo con relación a lo inc., lo cual nos lleva a someter a revisión tanto nuestras
certezas adquiridas como las formulaciones de partida sobre las cuales se ha ido forjando
nuestro pensamiento teorético.
Dos cuestiones aparentemente alejadas del campo clínico, plantean, sin embargo, su profunda
implicancia en él: -el estatuto ontológico del inconciente (es decir, la creencia en la existencia
real del mismo) y -los orígenes que determinan su operancia.
De la concepción que hace a un inconciente en tanto existente, tópicamente definido y
constituido por contenidos específicos y por una legalidad que en él opera, se desprende la
premisa del análisis individual, singular, del sujeto psíquico. El análisis, como método de
conocimiento del inc. y de transformación de las relaciones entre éste y el preconciente-
conciente, sólo puede ser plausible a partir de considerar que le sufrimiento psíquico es
siempre propiciado por un conflicto intersistémico, vale decir, intrapsíquico. La intersubjetividad
no será concebida, entonces, como el motor del conflicto sino como el campo privilegiado en el
cual el conflicto se produce a partir de la activación de determinaciones intrasubjetivas.
Del lado de los orígenes del inc. dos grandes líneas quedan abiertas a partir de la propuesta
freudiana (aquella que considera al inc. como existente desde los orígenes, endógenamente
constituido; y aquella que lo concibe como fundado, efecto esta fundación de la presencia
sexualizante del otro humano, operado en los orígenes para instaurar ciertas experiencias
inscriptas destinadas a la fijación tópica y la retranscripción por après-coup.
El inconciente será definido como efecto residual del contacto sexualizante con el semejante.
Concebido el semejante como agente privilegiado en la constitución del inc., este inc. no será
necesariamente reflejo homotésico (por correspondencia punto por punto) del deseo del otro.
La precomposición, trascripción, metabolización de estos elementos primarios, su fijación y
represión, permitirá las complejidades a partir de las cuales los destinos de pulsión devendrán
destinos del sujeto psíquico.
Pero el semejante sexualizante ignora el hecho de que sus propios actos propician esas
inscripciones. “Un sentido a si mismo ignorado” ha llamado Laplanche a esta función
seductora, sexualizante, mediante la cual los seres humanos pulsan a la cría desconociendo el
hecho mismo de emitir tales mensajes sexuales, enigmáticos, destinados a la autoerotización
del cachorro una vez que en él se han implantado.
Definido el aparato psíquico como aparato en constitución a partir de las intervenciones
sexualizantes y normativizantes del semejante, los tiempos de esta constitución podrán ser
históricamente cercados y, en razón de ello, las intervenciones analíticas podrán ser plausibles
de definirse por relación a los nudos intersubjetivos (relaciones con los otros significativos) que
determinan estos movimientos.
La pesquisa del momento estructural constitutivo definirá, bajo parámetros metapsicológicos,
la elección clínica.
Fundación y existencia (o no) del inc. determinaran nuestro accionar clínico.
(retomamos aquí la cuestión central del desarrollo que estamos proponiendo:)Las relaciones
entre teoría y clínica deben ser reformuladas en el marco de una reformulación del objeto que
ponga en concordancia el método necesario para su abordaje y transformación. La prescripción
de un análisis individual, de un tratamiento binomio madre-hijo, de entrevistas de la pareja
parental, no pueden dejar de dar cuenta de la racionalidad en la cual se sostiene. Esto tiene
que estar fundamentado, hay que tener en claro desde dónde uno decide. Esto remite a la
práctica, pero tiene que estar sustentado en nociones fundamentadas metapsicológicamente.
El tipo de intervención debe desprenderse del momento de estructuración y de las condiciones
que generan el nudo patógeno (lo cual determinará si estamos o no ante la presencia de un
síntoma, de una formación neurótica, o de un trastorno en el marco de las relaciones
intersubjetivas que constituyen al sujeto psíquico).
En nuestro indagar cotidiano, a la situación inicial precisa se añade una temporalidad no lineal,
una temporalidad determinada por el après-coup . Après-coup que no es el azar, la
indeterminación se rige en el interior de un abanico posible de determinaciones. Entre lo
azaroso del acontecimiento y la determinación del après-coup cierta predictibilidad sigue
vigente.
El ordenamiento de nuestras hipótesis de base, su corroboración clínica y la redefinición
permanente del objeto (en tanto objeto que se refunda), pueden abrir mayores garantías para
que el enlace entre teoría y clínica vuelva a anudar al psicoanálisis al pensamiento
contemporáneo.

Winnicott, “Escritos de pediatría y psicoanálisis”.

7. “La tolerancia de síntomas en pediatría. Historia de un caso (1953)”

El pediatra considera que el síntoma es un reto a su arsenal terapéutico. Si el niño padece


dolor, cuanto antes se haga se haga el diagnóstico y se elimine la causa mejor. En cambio, el
psiquiatra de niños ve en el síntoma una organización de extrema complejidad, producida y
mantenida por el valor que tiene. Considera que el niño necesita el síntoma debido a algún
obstáculo surgido en su desarrollo emocional.
El psiquiatra no se dedica a curar los síntomas, sino que reconoce en ellos una llamada de
auxilio que justifica una investigación en de la historia del desarrollo emocional del pequeño en
relación con el medio y la cultura en que el niño se halla inmerso. La enuresis, por ejemplo, es
considerada como síntoma significativo de algo, como una relación infantil, que tiene valor en la
economía del pequeño.

Un caso de enuresis
Resumen del caso

Philip era un niño de 9 años (a esta edad llega a la consulta), el segundo de tres hermanos.
Había empezado bien su vida pero existía un contratiempo en su desarrollo emocional,
contratiempo que databa de la edad de 2 años, momento en que la guerra empezó a interferir
en su vida. A partir de esa edad el chico dejó de gozar de los cuidados en el hogar y se
convirtió en un pequeño más bien quieto y silencioso. Por aquellos días se convirtió en un niño
demasiado propenso al catarro. La tendencia catarral se mantuvo y no se vio afectada
favorablemente por la extirpación de las amígdalas, que sufrió a los 6 años. Debido a la
obstrucción nasal el sueño fue siempre difícil. Además Philip padecía fobia a ser herido y
después de la operación le tomó fobia a los médicos.
Durante la guerra el padre permaneció ausente durante mucho tiempo; al finalizar el conflicto
se retiró del ejército y se puso a reconstruir su hogar. Los trastornos de la guerra provocaron
una seria ruptura que afectó más a Philip que a su hermano. En defensa contra la inseguridad
ambiental Philip adoptó un repliegue y una relativa falta de coordinación.
Entre los 2 y los 4 años (guerra) de edad Philip y su hermano estuvieron lejos de casa con su
madre, luego regresaron al hogar originario. Sin embargo, el hogar, que había quedado
desecho cuando Philip contaba con 2 años, no se recompuso hasta que el padre se retiró del
ejército, no mucho antes de la fecha de la consulta.
A la edad de 6 años, sucedió el mayor de los trastornos de Philip que fue el nacimiento de la
hermana. La madre le dijo a W que al principio se mostró consternado y abiertamente celoso
pero que pronto le tomó afecto a la pequeña y reemprendió unas buenas relaciones con la
madre, aunque no tan buenas como las de antes del nacimiento.
La madre contó a W que tanto ella como el padre ansiaban que su segundo hijo fuese una
niña. Cuando el que nació fue Philip tardaron algún tiempo en adaptarse a la idea de que
habían tenido otro chico. Al cabo del tiempo el nacimiento de la pequeña representó un gran
alivio para la flia y liberó a Philip de un sentimiento de que querían que fuese distinto de lo que
realmente era.
La extirpación de las amígdalas tuvo lugar poco después del nacimiento de la hermana. Al
regresar a casa traía consigo el reloj de la enfermera. Durante los siguientes 3 años robó otro
reloj y dinero, que siempre gastaba. También se desarrolló en él la pasión de la bibliofilia
(persona aficionada a los libros).
El director de la escuela escribió a los padres diciéndoles que sacasen de ella a Philip, pues el
niño era la causa de una epidemia de robos que se estaba produciendo en la escuela.
Es así, como a los 6 años comenzó la degeneración de la personalidad de Philip, degeneración
que era progresiva y llevada hacia una sintomatología de mayor cuantía a los 9 años, motivo
por el que le fue llevado a W.

La forma en que W. llevó el caso


Ante todo W. quiso ver a la madre, con quien mantuvo una larga entrevista. Le dijo que el niño
iba a necesitar de su ayuda ya que estaba claro que algo había perdido a los 2 años, algo que
necesitaba buscar retroactivamente.
En lo que respecta al niño, efectuó una regresión. Retrocedió en su desarrollo emocional y
después reemprendió el camino hacia adelante. Fue en el momento más profundo de la
regresión cuando empezó a orinarse en la cama (enuresis).
En este caso W. jamás llegó a pensar en el psicoanálisis como tratamiento (ya que las
sesiones semanales no eran posibles pues tenían que viajar a Londres y además el niño
necesitaba aprovechar su restituido hogar. El hogar fue un asilo en el verdadero sentido de la
palabra). Hizo psicoterapia.

La primera entrevista con Philip


W. adoptó como técnica una especie de prueba proyectiva en la que el también participó. Se
trató de un juego en el que él primer hacía un garabato y el paciente lo convertía en algo;
después era el paciente quien trazaba el garabato y él quien lo transformaba en algo. Llamativo
fue el dibujo número 5 al que Philip le llamó “brujo”. Este brujo gozaba de un poder absoluto y
mágico, y resultó ser una importante clave en el entendimiento de la compulsión de robar.
Philip dijo que el peor sentimiento de tristeza lo había experimentado la primera vez que se
había separado de su madre. “Mamá se fue. Mi hermano y yo tuvimos que arreglárnoslas
solos. Fuimos a vivir con nuestros tíos”. Lo horrible que allí le sucedía era que a veces veía a
su madre en la cocina, con su vestido azul, y cuando corría hacia ella se encontraba con que
se transformaba en su tía, vestida con un vestido de distinto color.
Al decir que su madre se había ido Philip se refería a que había ingresado en una clínica de
reposo para tener a su hermanita. Allí fue cuando él y su hermano se alojaron en casa de los
tíos, y esto permite ver la importancia que había tenido para este niño el nacimiento de su
hermana. No sólo alucinaba sino que también necesitaba que le dijesen exactamente que
debía hacer, y su tío, al darse cuenta de ello, había adoptado la actitud propia de un sargento y
dominado la vida del pequeño.
Luego volvieron al dibujo del brujo y resultó que éste llevaba el abrigo de su tío, el que había
dominado su vida y de esta manera le había salvado de la vaciedad de la depresión. La voz del
brujo era igual a la de su tío y seguía dominándole en la escuela y diciéndole que robase, cosa
que él se sentía obligado a hacer.

Segunda entrevista
Philip anunció que el brujo y su voz habían desaparecido a raíz de la primera entrevista
(psicoterapéutica). También los impulsos de robar. En un dibujo, que representaba la casa del
brujo, W. se hallaba en dicha casa armado con una escopeta, mientras que el brujo emprendía
la retirada.

Tercera entrevista
Empezó con un dibujo en el que se ve a su enemigo dejando caer un cuchillo sobre su galgo
(perro). El enemigo es el hijo del tío que tan importante papel desempeñó en su vida durante la
depresión. El primo en cuestión era odiado debido al fuerte cariño que Philip sentía por el padre
del primo, su tío.

La enfermedad en el hogar
Philip fue aceptado en la casa como niño enfermo al que era necesario permitirle que
enfermase aún más. El niño tenía derecho a recibir lo que todo niño tiene derecho a recibir al
principio: un período durante el cual el medio ambiente debe adaptarse activamente a las
necesidades del niño. Gradualmente Philip fue replegándose y haciéndose dependiente.
Cuando llegó al fondo empezó a orinarse en la cama.
Todo esto transcurrió durante unos 3 meses.
Una mañana quiso levantarse. El hecho señaló el principio de su gradual restablecimiento, en
el que no se registró ningún retroceso. Los síntomas fueron esfumándose y el chico se halló en
condiciones de volver a la escuela.
W. concluye diciendo que hubiera sido inútil tratar de curar la enuresis de Philip sin afrontar la
necesidad regresiva que había tras ella.

Creo que W. plantea en este caso como necesaria la regresión porque postula que el desarrollo
del niño, especialmente al comienzo, depende de una provisión ambiental suficientemente
buena. Esto es lo que quizás no tuvo Philip por el estallido de la guerra y es lo que se intenta
reparar en el hogar a través de esta regresión donde el medio debe adaptarse a sus
necesidades.
Winnicott, “Exploraciones psicoanalíticas II”.

“El valor de la consulta terapéutica” y “El juego del garabato”

Winnicott fue desarrollando gradualmente una técnica destinada a utilizar el material de la


primera entrevista, a la cual le asigna un lugar especial (a la primera entrevista). A fin de
diferenciar este trabajo de la psicoterapia y del psicoanálisis utilizó para designarlo la expresión
“consulta psicoterapéutica”. Es una entrevista diagnóstica. La diferencia entre esta técnica y la
del psicoanálisis es la siguiente: si en este último la neurosis de transferencia se va
desplegando poco a poco y es utilizada para la interpretación; en la consulta psicoterapéutica
el terapeuta tiene un rol prefijado que se basa en la pauta de expectativas del paciente (el
paciente trae una cierta creencia en una persona que lo ayude y comprenda, el terapeuta
aprovecha todo eso que trae el paciente y actúa hasta el límite de las posibilidades que ofrece).
Además esta técnica saca máximo partido de los sucesos y asociaciones libres de la primera
sesión.
A fin de aprovechar lo más posible la primera entrevista, el terapeuta debe obrar con sumo
cuidado para no complicar la situación. Debe hacer y decir toda clase de cosas vinculadas
simplemente con el hecho de que él es un ser humano y no está allí sentado para darse ínfulas
de profesional.
W. establece que es oportuno preparar a los padres de antemano, tal vez por teléfono,
diciéndoles que probablemente lo mejor para el niño es que sea atendido en primer lugar
(distinto a Aberastury o a Mannoni que entrevistan primero a la madre). Lo cierto es que quizás
haya que dejar de lado a la madre o al padre en esta primera ocasión.
A su vez, el autor establece que no hay ninguna consigna técnica precisa para darle al
terapeuta, ya que debe estar en libertad de adoptar cualquier técnica que sea apropiada al
caso. El principio fundamental es brindar un encuadre humano y que el terapeuta, aunque es
libre de actuar según le parezca, no deforme el curso de los acontecimientos haciendo o no
haciendo cosas llevado por la angustia o la culpa, o por su necesidad de tener éxito. Lo que se
hace en cada caso es propio de ese caso en particular. Es necesario utilizar el conocimiento y
la experiencia para atender la necesidad de cada paciente particular.
A su vez, es preciso ser capaz de usar con provecho el limitado tiempo disponible y tener listas
las técnicas, por flexibles que ellas sean. Respecto de las técnicas, cualesquiera sean, la base
es el jugar (esto posibilita que el niño encuentre motivos para confiar en el ambiente).
W. establece que no es sensato pensar en el psicoanálisis para los casos en que la entrevista
psicoterapéutica no tiene éxito. La razón de ello es que un uso muy poderoso de la primera
entrevista tiende a dificultar las etapas iniciales de un análisis clásico, en especial si éste va a
estar a cargo de otra persona, distinta del consultor, que en su afán de establecer un
diagnóstico caló profundo rápidamente en la primera entrevista (así podemos decir que en la
entrevista psicoterapéutica, en el afán por establecer un diagnóstico, se cala profundo en la
primera entrevista; en cambio en la entrevista psicoanalítica no hay, en un primer encuentro, ni
tanto afán por hacer un diagnóstico, ni por llegar a obtener un material tan profundo que sí,
creemos, ira surgiendo en los posteriores).
Hay una técnica útil para la consulta terapéutica que ha sido denominada “juego del garabato”.
Es un juego espontáneo, un método para establecer contacto con un paciente cuando este es
un niño, muy fácil de aprender. Se trata de un juego sin reglas que pueden jugar dos personas
cualesquiera. La razón de que tenga valor para la consulta psicoterapéutica es que el consultor
utiliza los resultados de acuerdo con lo que, según ha averiguado, el niño quiere comunicar. Lo
importante es el uso que se le dé al material que el juego puede producir.
El juego del garabato no debe dominar la escena durante más de una sesión o a lo sumo 2 o 3.
A su vez, dicho juego no debe ser estandarizado ni descripto con excesiva claridad (si fuera
una técnica fija con reglas y normas perdería todo valor). El principio es que la psicoterapia se
produce en un lugar donde se superponen la zona de juego del niño y la zona de juego del
adulto o terapeuta. El juego del garabato es un ejemplo de cómo puede favorecerse esa
interacción.
El juego del garabato no es un test, sino que el consultor aporta su propio ingenio casi tanto
como el niño.
Una vez que ha llegado el niño, en el momento adecuado, por lo general después de pedirle a
la madre o el padre que pase a la sala de espera, W. le dice: “Juguemos a algo. Te mostraré a
qué me gustaría jugar a mí”. En la mesa que hay entre el niño y W. tiene papel y dos lápices.
Primero toma algunas hojas de papel y las rompe por la mitad, dado así la impresión de que lo
que van a hacer no tiene una importancia desmesurada y luego empieza a explicar: “Este juego
que a mí me gusta no tiene reglas. Simplemente tomo el lápiz y hago esto…” y mirando hacia
otra parte traza un garabato a ciegas. Continúa entonces con su explicación: “Me dirás a qué
se parece esto que yo hago, o si puedes lo conviertes tú en alguna cosa; después tú harás lo
mismo para mí y veré si puedo hacer algo con lo tuyo”.
La técnica se limita a eso y es preciso destacar que aún en esta etapa temprana el analista es
absolutamente flexible, de modo tal que si el niño en vez de dibujar quiere charlar, o jugar con
los juguetes, o hacer música, se siente en libertad de amoldarse a sus deseos.
A menudo en una hora ya hay 20 o 30 dibujos hechos por ambos, cuya significación fue
haciéndose más y más profunda y el niño la siente como parte de una comunicación
importante.
Con respecto a los garabatos es interesante señalar que:
-contienen un movimiento impulsivo;
-son incontinentes (desenfrenados, que no tienen moderación) y es así que algunos niños los
consideran una travesura, etc.

Winnicott, “Exploraciones psicoanalíticas II”.

Caso clínico Jane. Deducciones extraídas de una entrevista psicoterapéutica con una
adolescente

W. establece que la palabra “pubertad” designa una etapa del proceso de maduración física. La
adolescencia, en cambio, es la etapa de transición hacia la adultez merced al crecimiento
emocional. De este modo, el autor plantea que es común que varones y mujeres pasen por el
desarrollo puberal sin experienciar la adolescencia y sin arribar a la madurez emocional.
La adolescencia abarca un período durante el cual el individuo es un agente pasivo de los
procesos de crecimiento. La única cura para la adolescencia es el paso del tiempo, el paso de
esos 3 a 6 años al final de los cuales el adolescente se transforma en un adulto, es decir, se
vuelve capaz de identificarse con las figuras parentales y con la sociedad sin necesidad de
adoptar soluciones falsas.
Jane, de 17 años, es derivada a W. por su médico clínico. Se ha apartado por completo de
todas las relaciones familiares.
W. considera que la única manera adecuada de reunir la historia de un caso es tomarla del
paciente tal como éste la presenta y así lo hizo con Jane. La historia recibida del paciente tiene
un valor propio, por más que los datos sean inexactos o contradictorios.
La vio primero a Jane y luego ajustó su relación con los padres por teléfono y por carta. No vio
personalmente a nadie de la flia más que a Jane.
W. destaca lo difícil que es decidir si la persona que uno está atendiendo es un chico o chica
sano con las congojas propias de la adolescencia o alguien que está enfermo desde el punto
de vista psiquiátrico, en la edad de la pubertad. Es decir, si lo que uno tiene frente a sí es
adolescencia o una detención o distorsión de la adolescencia debida a una enfermedad.
Espera ilustrar con este caso dicha dificultad.
La flia de Jane estaba constituida por su padre, su madre (separados en el momento de la
consulta) y una hermana 14 meses mayor que ella, hermana de cuya influencia en el momento
de la consulta estaba libre pues se había casado y mudado a otra ciudad. Jane venía por
voluntad propia.
En el transcurso de las entrevistas Jane describió un cuadro de afinidad con cada una de las
anormalidades psiquiátricas, una por vez. Sabía de la melancolía, de la esquizofrenia, de la
sospecha y tendencias paranoides y había en su flia antecedentes de patologías mentales.
Contó que su hermana, quien tan sólo tenía 14 meses cuando Jane nació, la odiaba y que la
había tomado como un aspecto de ella misma. Jane se había dejado tomar y alternativamente
había elaborado la técnica del apartamiento (se había escindido en dos mitades la de la
hermana y la suya donde había adoptado el retraimiento). Por ello, en los juegos que
realizaban juntas sus personalidades se fundían.
Así, Jane y su hermana eran como una sola persona total, pero a Jane le quedó su mitad que
consistía en pasar la mayor parte de su vida retraída. Llega a W. por su retraimiento y su
hermana tenía la otra mitad que rechazaba la idea de una hermana, tenía un temperamento
extravertido y debía hacer una vida separada de la de su hermana y negar la importancia de
Jane. Las hermanas tenían que separarse la una de la otra para poder establecerse como selfs
unitarios.
Entonces, más allá de la fusión, estaba la mitad retraída de Jane y la mitad extravertida de su
hermana.
En lo que respecta a la relación de Jane con su madre había dicho que a su madre la quería
profundamente pero que no quería verse envuelta en ningún enredo emocional con ella, estaba
tratando de ser una persona individual, de establecer su identidad y no podía hacerse cargo de
las preocupaciones de su madre respecto de su infelicidad y su soledad. Refiriéndose a ella
decía: “tengo que hacer cualquier cosa con tal de mantenerla a distancia”.
Ante este panorama W. le dijo a Jane que, por lo que él podía ver, el problema que tenía con su
madre además de implicar una defensa contra la homosexualidad y contra verse envuelta en la
desazón y la soledad de la madre, implicaba un peligro mayor y Jane lo notaba: este peligro
era su temor de que la madre ocupase el sitio de la hermana en esa relación de fusión, pues
así recomenzaría la situación anormal que, históricamente hablando, se había basado en el
odio de la hermana hacia Jane y en la adaptación de éstas última a dicho odio. Jane tenía la
esperanza de evolucionar de modo de salir del retraimiento, pero esto implicaba que aceptara
sentirse dividida y que tolerase aceptar la idea de que en esa escisión las dos mitades
componían su self unitario. Para relacionarse con la madre debía alcanzar ese self unitario o
identidad.
Para concluir, W. consideró este caso como el de una chica sana.

Hipótesis mía: W. se denomina a si mismo objeto subjetivo, cumplió en este caso la función de
objeto transicional?

Winnicott, “Mi punto de vista personal sobre la aportación kleiniana (1962)”.

Anna Freud ejerció una gran influencia sobre el modo en que se desarrolló el psicoanálisis en
EEUU. En cambio, M. Klein fue más influyente en Londres, Inglaterra.
En lo que respecta a Winnicott, al ser pediatra y poder hacer que las madres le hablasen de
sus hijos y de las primeras manifestaciones de sus trastornos, no tardó en ver de qué modo el
psicoanálisis permitía una perfecta comprensión de lo que se ocultaba en la vida de los
pacientes infantiles, y de la eficacia de la teoría psicoanalítica.
Corrían los años 20’ (1920) y parecía que todo tenía su origen en el complejo de Edipo. Sin
embargo, los casos que pasaban por su consultorio demostraban que los niños aquejados de
algún trastorno psiconeurótico, psicótico, psicosomático o antisocial, ya daban señales de
padecer alguna anomalía de su desarrollo emocional durante la primera infancia, incluso
cuando sólo eran unos bebés. En muchos casos se hallaban presentes una enfermedad y una
organización defensiva correspondientes a fases más precoces y, además, eran numerosos los
niños que no llegan a algo tan saludable como es el complejo de Edipo en la edad de los
primeros pasos. Lo importante para Winnicott es que si bien no se perdía la fuerza del
Complejo de Edipo, se estaba trabajando sobre la base de angustias derivadas de los impulsos
pregenitales.
Winnicott trabajó bajo el asesoramiento de M. Klein (discípula de Abraham), pues consideró
que esta analista tenía mucho que decir sobre las angustias propias de la primera infancia.
Para M. Klein, el análisis de niños era igual al de adultos. Winnicott comenzó con la misma
convicción que aún conserva. Klein utilizaba una serie de juguetes que se adaptaban a la
imaginación infantil. Representaban para W. algo más útil que una simple charla y que el dibujo
que él había empleado siempre y que debía conservar.
Klein sabía convertir la realidad psíquica interior en algo muy real. Para ella, el modo de jugar
del niño constituía una proyección de la realidad psíquica del pequeño. Evitaba salirse del
papel del analista y las interpretaciones eran principalmente de transferencia. Pero poco a poco
W. comenzó a apartarse de los aportes kleinianos. Klein profundizó más y más en los
mecanismos mentales de sus pacientes, aplicando luego sus conceptos al bebé en
crecimiento. Y es aquí donde para W. se ha equivocado ya que, en psicología, una mayor
profundidad no es siempre lo mismo que una mayor precocidad (no por conocer más en
profundidad el análisis se puede aplicar más temprano).
W. considera probable que gran parte de los escritos de Klein, correspondiente a los últimos
años de su vida, se hayan visto perjudicados por su tendencia a atrasar más y más la edad en
que aparecen los mecanismos mentales hasta el, punto de encontrar la posición depresiva en
las primeras semanas de vida. Además considera que Klein afirmó haber prestado debida
atención al factor ambiental pero, en opinión de W., fue incapaz de hacerlo.
Para W. la aportación más importante de Klein tiene que ver con su postulación de esa fase
compleja del desarrollo que denominó “posición depresiva”. La llegada a esta fase se asocia
con ideas de restitución y reparación (que constituyen un logro), ideas que son necesarias para
que el individuo humano pueda aceptar las ideas destructivas y agresivas que hay en su propia
naturaleza.
W. considera que este aporte kleiniano está a la misma altura que el concepto freudiano del
complejo de Edipo. Éste se refiere a una relación tripersonal, mientras que la posición
depresiva se refiere a una relación bipersonal: la existente entre el niño y la madre.

Winnicott, “Realidad y juego”.

Cap. 3: El juego

La afirmación de W. es que el juego debe ser estudiado como un tema por sí mismo.
Para asignar un lugar al juego postula la existencia de un espacio potencial entre el bebé y la
madre. Espacio que varía en gran medida según las experiencias vitales del bebé en relación
con la madre o con la figura materna y que W. enfrenta: al mundo interior y a la realidad
exterior. La zona de juego no es una realidad psíquica interna, se encuentra fuera del individuo,
pero no es el mundo exterior. En ella el niño reúne objetos o fenómenos de la realidad exterior
y los usa al servicio de la realidad interna o personal. Al jugar, manipula fenómenos exteriores
al servicio de los sueños e inviste a algunos de ellos de significación y sentimientos oníricos.
W. plantea que hay un desarrollo que va de los fenómenos transicionales al juego, de este al
juego compartido y de él a las experiencias culturales.
A su vez, postula que el juego es universal y corresponde a la salud: facilita el crecimiento y
por lo tanto esta última; conduce a relaciones de grupo; puede ser una forma de comunicación
en psicoterapia y, por último, el psicoanálisis se ha convertido en una forma muy especializada
de juego al servicio de la comunicación consigo mismo y con los demás.
En el juego de situaciones dramáticas el niño pone en acción sus situaciones dramáticas y las
vive plásticamente.
Por último, W. establece que el juego es una experiencia siempre creadora, en él el niño y el
adulto están en libertad de ser creadores, y que su precariedad se debe a que se desarrolla en
el límite entre lo subjetivo (casi alucinación) y lo que se percibe de manera objetiva (realidad
compartida).

Teoría del juego


Es posible describir una secuencia de relaciones vinculadas con el proceso de desarrollo y
buscar dónde empieza el jugar:
A-el niño y el objeto se encuentran fusionados. La visión que el niño tiene del objeto es
subjetiva y la madre se orienta a hacer real lo que el niño está dispuesto a encontrar.
B-el objeto es rechazado, reaceptado y percibido en forma objetiva. Este proceso depende en
gran medida de que exista una madre o figura materna que se encuentre en un “ir y venir” que
oscile entre ser lo que el niño tiene la capacidad de encontrar y ser ella misma, a la espera de
que la encuentren.
Si puede representar ese papel durante un tiempo, entonces el niño vive cierta experiencia de
control mágico, es decir, la experiencia de lo que se denomina omnipotencia. De este modo, la
confianza en la madre constituye un campo de juegos intermedio, en el que se origina la idea
de lo mágico (pues el niño experimenta en cierta medida la omnipotencia). W. lo denomina
campo de juego porque el juego empieza en él. Es un espacio potencial que existe entre la
madre y el hijo, o que los une.
C-la etapa siguiente consiste en encontrarse solo en presencia de alguien. El niño juega sobre
la base del supuesto de que la persona a quien ama, y que por lo tanto es digna de confianza
se encuentra cerca. Se siente que dicha persona refleja lo que ocurre en el juego.
D-el niño se prepara para la etapa siguiente, consistente en permitir una superposición de dos
zonas de juego y disfrutar de ella. Primero es la madre quien juega con el bebé, pero cuida de
encajar en sus actividades de juego. Tarde o temprano introduce su propio modo de jugar y
descubre que los bebés varían según su capacidad para aceptar o rechazar la introducción de
ideas que les pertenecen.
Así, queda allanado el camino para un jugar juntos en una relación.

Psicoterapia
Es bueno recordar que el juego es por sí mismo una terapia. Conseguir que los chicos jueguen
es ya una psicoterapia de aplicación inmediata y universal.
La tesis de W. es que la psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego: la del
paciente y la del terapeuta. Está relacionada con dos personas que juegan juntas. Si el
terapeuta no sabe jugar no está capacitado para la tarea. Si el que no sabe jugar es el
paciente, hay que hacer algo para que pueda lograrlo después de lo cual comienza la
psicoterapia, pues cuando esto ocurre (cuando el paciente carece de capacidad para jugar), la
interpretación es inútil o provoca confusión. En cambio, cuando hay juego mutuo la
interpretación, realizada según principios psicoanalíticos aceptados, puede llevar adelante la
labor terapéutica. Y si se desea avanzar en la psicoterapia este juego tiene que ser espontáneo
y no de acatamiento o aquiescencia (aquiescencia: que consiente, permite).
El corolario de esto es que cuando el juego no es posible, la labor del terapeuta se orienta a
llevar al paciente, de un estado en que no puede jugar a uno en que le es posible hacerlo. El
motivo de que el juego sea tan esencial consiste en que en él el paciente se muestra creador.

Objeto transicional: el objeto transicional es un objeto que el niño usa para comenzar la
separación de su madre, no es interno, porque existe en la realidad pero tampoco es externo
porque esta catectizado, es un sustituto del pecho materno, único en cada niño y es la primera
posesión no-yo. Es un objeto material que posee valor electivo para el lactante y el niño
pequeño, especialmente en el momento de dormirse, es una defensa contra la ansiedad. El
recurrir a objetos de este tipo constituye, para W., un fenómeno normal que permite al niño
efectuar la transición entre la primera relación oral con la madre (en la que se encuentran
fusionados) y la verdadera relación de objeto (donde se percibe a la madre como algo exterior
y separado).
Con el nombre de fenómenos transicionales W. se refiere a un espacio particular de
experiencia que no es definible como totalmente subjetiva ni como completamente objetiva.
Este espacio no es interior al aparato psíquico, pero tampoco pertenece del todo a la realidad
exterior y constituye el campo intermedio en el que se desarrollarán tanto el juego como otras
experiencias culturales (en este espacio intermedio tienen lugar tanto los objetos transicionales
como los fenómenos transicionales, esto últimos tiene que ver con conductas, con el uso que
se hace de los objetos que no forman parte del cuerpo del niño).

Winnicott, “Realidad y juego”.

Cap. 11: Conceptos contemporáneos sobre el desarrollo adolescente


Winnicott postula la existencia de un camino que va de la dependencia casi absoluta, a la
dependencia relativa y finalmente a la independencia que no llega a ser absoluta pues el
individuo nunca es independiente del medio.
Muerte y asesinato en el proceso adolescente
En la época de crecimiento de la adolescencia los jóvenes salen en forma torpe y excéntrica de
la infancia y se alejan de la dependencia para encaminarse hacia su condición de adultos.
W. plantea que resulta valioso comparar las ideas adolescentes con las de la niñez. Si en la
fantasía del primer crecimiento hay un contenido de muerte, en la adolescencia el contenido
será de asesinato. El crecimiento en el período de la pubertad implica hacer frente a agudos
problemas, dado que crecer significa ocupar el lugar del padre. De este modo, en la fantasía
inconciente, el crecimiento es intrínsecamente un acto agresivo.
W. establece que resulta útil observar, para entender esta dinámica, el juego de “Soy el rey del
castillo”. Es un juego de la primera etapa de la latencia y en la pubertad se convierte en una
situación de la vida.
“Soy el rey del castillo” es una formulación de existencia personal, una situación que implica la
muerte de todos los rivales o el establecimiento del dominio.
Si se quiere que el niño llegue a adulto, ese paso se logrará por sobre el cadáver de un adulto
(refiriéndonos siempre a la fantasía inconsciente que subyace en los juegos).
En la fantasía inconciente correspondiente al crecimiento de la pubertad y la adolescencia
existe la muerte de alguien. En la psicoterapia adolescente la muerte y el triunfo personal
aparecen como algo intrínseco del proceso de maduración y de la adquisición de la categoría
de adulto.
Incluso el tema inconciente puede hacerse manifiesto como la experiencia de un impulso
suicida o como un suicidio real.
W. plantea que es posible que un adolescente necesite hacerse responsable por, por ejemplo,
la muerte de uno de sus padres. Pero establece que las cosas son muy distintas cuando los
adultos delegan la responsabilidad, pues hacer esto puede ser una forma de traicionar a los
hijos en un momento crítico. En este caso, se abdica (abdicar: renunciar a una autoridad) en el
preciso momento en que ellos viene a matarlo a uno. Y el adolescente no se siente feliz con
eso. Por el contrario, se pierde toda la actividad imaginativa y los esfuerzos de la inmadurez.
Ya no tiene sentido la rebelión, y el adolescente que triunfa demasiado temprano resulta presa
de su propia trampa, tiene que convertirse en dictador y esperar a ser muerto, no por una
nueva generación de sus propios hijos sino por sus hermanos (pues como es lógico trata de
dominarlos).
W. afirma que el adolescente es inmaduro y que la inmadurez es un elemento esencial de la
salud en la adolescencia. No hay más que una cura para ella y es el paso del tiempo y la
maduración que éste puede traer. Lo característico de la adolescencia es su inmadurez y el
hecho de no ser responsable. Esta inmadurez dura unos pocos años y es una propiedad que
cada individuo debe perder cuando llega a la madurez. El triunfo corresponde a esta
consecución de la madurez por medio del proceso de crecimiento y no a la falsa madurez
basada en la personificación de un adulto.
La inmadurez es una parte preciosa de la escena adolescente. Contiene los rasgos más
estimulantes de pensamiento creador, sentimientos nuevos y frescos, ideas para una nueva
vida. Si los adultos abdican, el adolescente se convierte en un adulto en forma prematura y por
un proceso falso. Es por esto que W. establece que se podría aconsejar a la sociedad que por
el bien de los adolescentes y de su inmadurez, no les permitan adelantarse y llegar a una falsa
madurez, que no les entreguen una responsabilidad que no les corresponde, aunque luchen
por ella.
Por último, W. plantea que la adolescencia es algo más que la pubertad física, aunque en gran
medida se basa en ella. Implica crecimiento que exige tiempo. Y mientras se encuentra en
marcha el crecimiento las figuras paternas deben hacerse cargo de la responsabilidad. Si
abdican, los adolescentes tienen que saltar a una falsa madurez y perder su máximo bien: la
libertad para tener ideas y para actuar por impulso.

Winnicott, “Escritos de pediatría y psicoanálisis”.

Punto 2: La observación de niños en situación fija

En este texto W. procura describir un medio para observar objetivamente a los niños, medio
que se halla basado en la observación objetiva de paciente sometidos a análisis y que, al
mismo tiempo, está relacionado con una situación hogareña normal. Describe una situación fija
y muestra lo que considera una secuencia normal (es decir sana) de acontecimientos en esta
situación fija. A su vez establece que el comportamiento del pequeño no puede ser explicado
sino sobre el supuesto de que existen fantasías infantiles.
Si se trata de un niño pequeño, de un bebé, W. le pide a la madre que tome asiento ante él,
con la esquina de la mesa entre ella y él. Ella se sienta con el pequeño en la rodilla. De forma
rutinaria, W. coloca en el borde de la mesa el bajalengua en ángulo recto. Invita a la madre a
colocar al pequeño de tal manera que si lo desea pueda tomar el bajalengua. W. explica a la
madre que durante un tiempo evitarán intervenir en la situación, de forma que lo que suceda
pueda atribuirse a la espontaneidad del pequeño. La capacidad o incapacidad de la madre para
seguir esta sugerencia (de no intervenir) demuestra en cierto modo cómo es en su propia casa.

El comportamiento del pequeño

Primera fase: el bebé se siente atraído por el bajalengua. Pone su mano encima, pero en este
momento, en forma inesperada, descubre que la situación debe ser meditada. Se halla en un
aprieto. O bien, con la mano apoyada sobre el bajalengua y el cuerpo inmóvil, mira a W. y a su
madre con los ojos muy abiertos, o bien en ciertos casos su interés se desvanece del todo y el
pequeño esconde la cara en la blusa de su madre. Sin que la madre haga nada para
tranquilizarlo se puede observar cómo el pequeño gradual y espontáneamente vuelve a
recobrar su interés por el bajalengua.

Segunda fase: todo el rato, durante el período de “hesitación” (duda), como lo llama W. el
pequeño mantiene el cuerpo quieto pero no rígido. Paulatinamente se va envalentonando lo
bastante como para dejar que sus sentimientos se desarrollen. Al cabo de un rato el niño se
mete el bajalengua en la boca y lo mastica con las encías. El cuerpo se mueve con soltura.

Tercera fase: en ella el niño deja caer el bajalengua como por accidente. Si le es devuelto se
alegra, vuelve a jugar con él y de nuevo lo deja caer, pero esta vez menos accidentalmente. Al
serle devuelto otra vez, lo deja caer a propósito y disfruta librándose agresivamente de él y en
especial disfruta al oírlo tintinear cuando choca con el suelo.
Esta descripción es válida como normal sólo para los niños entre los 5 y los 13 meses.
W. considera que en esta “situación fija” es posible llevar a cabo una labor terapéutica.

Desviaciones de la normalidad
La variación principal la constituye la hesitación inicial, que o bien es exagerada o bien brilla
por su ausencia. Un bebé, por ejemplo, no mostrará ningún interés visible por el bajalengua y
dejará pasar un largo tiempo antes de que sea conciente de su interés o antes de reunir el
valor suficiente para mostrarlo. Por el contrario, otro agarrará el bajalengua y se lo meterá en la
boca en el espacio de un segundo. En uno y otro caso existe una desviación con respecto a lo
normal.
En otra de las variaciones de la norma, el pequeño toma el bajalengua e inmediatamente lo
arroja al suelo, cosa que repite tan pronto como le es devuelto por el observador.
Casi con seguridad hay una correlación entre estas y otras variaciones de la norma y la
relación del niño con los alimentos y las personas.

Discusión de la teoría
La hesitación que manifiesta el niño es un signo de angustia, aunque aparezca normalmente.
Si nos preguntamos por qué hesita el pequeño después del primer gesto impulsivo estaremos
de acuerdo en que ésta es una manifestación del superego (superyó?). En cuanto al origen de
esto, la hesitación normal del pequeño no puede explicarse haciendo referencia a la actitud de
los padres. Esto no quiere decir que la actitud de los padres, por ejemplo desaprobar que se
lleve cosas a la boca no influya, influye considerablemente en ciertos casos. Pero el “algo” que
provoca la angustia se halla en la mente del niño, y es la idea de una posible severidad o
castigo. Es en la mente del niño donde existe el peligro y éste sólo puede explicarse partiendo
del supuesto de que tiene fantasías o algo equivalente.
El bajalengua representa diversas cosas: pechos, pene, gente, etc.
En la situación fija, el niño que se halla en observación le da a W. una serie de claves
importantes con respecto al estado de su desarrollo emocional. Puede que en el bajalengua
vea solamente un objeto que puede tomar o dejar y al que no relacione con un ser humano.
Esto quiere decir que en él no se ha desarrollado la capacidad para construir la persona
completa partiendo del objeto parcial, o bien que ha perdido dicha capacidad. También puede
comportarse de tal modo que demuestre que detrás del bajalengua lo ve W. o a su madre y
actúe como si el objeto formase parte de W. o de la madre. En tal caso, si toma el bajalengua
es como si tomase el pecho de su madre. Finalmente, cabe también que vea a su madre y a W.
y considere que el bajalengua es algo que tiene que ver con la relación que hay entre su madre
y W. mismo. En la medida en que éste sea el caso, al tomar o dejar el objeto, el pequeño
establece una diferencia en la relación de dos personas que representan al padre y a la madre.
La experiencia de desear al bajalengua, tomarlo y hacerlo suyo sin que se altere la estabilidad
del medio inmediato, actúa como una especie de lección objetal que tiene valor terapéutico
para el niño. A la edad que estamos estudiando y durante toda la niñez tal experiencia no es
sólo tranquilizadora: el efecto cumulativo de experiencias felices y un ambiente estable y
amistoso en torno al niño es la confianza en la gente que habita el mundo exterior, así como su
sentimiento general de seguridad. También se ve reforzada la creencia del pequeño en las
cosas y relaciones buenas que hay en su interior. Estos pasos encaminados a la solución de
los problemas centrales se dan en la vida cotidiana del bebé y del niño pequeño, y cada vez
que se resuelve el problema, algo viene a sumarse a la estabilidad general del sujeto, al mismo
tiempo que se fortalecen los cimientos del desarrollo emocional. Por eso W. afirma que en el
curso de sus observaciones es también el responsable de la producción de cambios
encaminados a la salud.

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