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P APADO
DERECHOS RESERVADOS
INSCRIPCION Nº
ISBN
DISEÑO DE LA EDICION:
NORMAN AHUMADA GALLARDO
NINON JEGO ARAYA
IMPRESO:
TRAMA IMPRESORES
AV. COLON 8731, FONO 41-475151
TALCAHUANO - CHILE
EDICIONES
UNIVERSIDAD DEL BIO-BIO
REPRESENTANTE LEGAL
HILARIO HERNANDEZ GURRUCHAGA
LUIS ROJAS DONAT
ORÍGENES HISTÓRICOS
DEL PAPADO
ORÍGENES HISTÓRICOS DEL PAPADO
LUIS ROJAS DONAT
ÍNDICE
Prólogo ......................................................................................................................9
Introducción............................................................................................................13
CAPÍTULO PRIMERO
Orígenes de la primacía del obispo de Roma ....................................................17
1. Patrimonium Petri ............................................................................................17
2. Los apóstoles Pedro y Pablo ...........................................................................19
3. El problema de la sucesión de Pedro .............................................................21
4. La cathedra Petri y la sucesión apostólica .....................................................22
5. Sucesión jurídica
Calixto I — Dámaso I — Inocencio I —Zózimo — Celestino I .......................23
6. León I y la noción de indignus haeres .............................................................27
7. La potestad de atar y desatar .........................................................................29
CAPÍTULO SEGUNDO
El Papado y el nacimiento de la civilización
del Occidente medieval..........................................................................................33
ORÍGENES HISTÓRICOS DEL PAPADO
1. El documento ....................................................................................................63
2. La donación de Constantino ante la crítica ..................................................66
3. Interpretaciones del «constitutum» ...............................................................67
1ª interpretación ..................................................................................................68
2ª interpretación ...................................................................................................68
3ª interpretación ..................................................................................................69
4ª interpretación ..................................................................................................69
5ª interpretación ..................................................................................................70
6ª interpretación ..................................................................................................70
CAPÍTULO CUARTO
La donación en los siglos XI y XII .....................................................................73
CAPÍTULO QUINTO
Teoría política de la potestad pontificia.............................................................99
LUIS ROJAS DONAT
1. La Primacía ....................................................................................................111
2. La elección del Papa .....................................................................................114
3 Los títulos del Papa .......................................................................................115
4. La Curia .........................................................................................................117
—La Cámara apostólica ....................................................................................117
—La Cancillería apostólica ..............................................................................119
—Las Audiencias ...............................................................................................119
—Las Legaciones y las Nunciaturas ...............................................................120
NOTAS...................................................................................................................121
NÓMINA DE PAPAS REINANTES DURANTE LA EDAD MEDIA...............129
GLOSARIO............................................................................................................157
ÍNDICE ONOMÁSTICO.......................................................................................163
ORIENTACION BIBLIOGRÁFICA......................................................................167
ORÍGENES HISTÓRICOS DEL PAPADO
LUIS ROJAS DONAT
PROLOGO
ORÍGENES HISTÓRICOS DEL PAPADO
Interesante es, sin duda, el tratamiento que el autor hace del Constitu-
tum Constantini o Donación de Constantino. Se trata de un documento famoso
por ser falso, pero también por haber sido pilar de toda una teoría acerca del
poder pontificio en la Edad Media, cuyos ecos son silenciados recién en los
albores del Renacimiento por la filosa pluma de Lorenzo Valla. Ya Dante dudó
de la autenticidad del documento, y antes que él el emperador Otón III, pero
no se podía probar su carácter espurio. Este documento, hoy conocido como
la Falsa Donación de Constantino, nos explica el profesor Rojas, fue redactado
en círculos clericales como una forma de proteger al poder pontificio de una
intromisión avasalladora (ocupo la palabra en su sentido feudal) del poder de
reyes y emperadores. No es casualidad que la falsificación date, justamente de
los siglos VIII y IX, cuando surge el poder carolingio en Europa. Como queda
claro en este libro, el documento en cuestión ejerció una poderosa influencia
a lo largo de los siglos medievales, la que se descubre tras algunas acciones o
documentos pontificios; sin embargo, pocas veces se utilizó directamente o se
enarboló como arma política frente al poder temporal, pues podía convertirse en
un arma de doble filo. Y eso lo supieron varios papas, que actuaron con cautela
en tales materias, aunque siempre resguardando los privilegios eclesiásticos
sobre el poder temporal. También el autor nos invita a no dramatizar en exceso
el tema: la Donación de Constantino es un caso de falsificación ciertamente muy
conocido, pero no es el único documento falso de la historia…
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LUIS ROJAS DONAT
Quiero detenerme en una idea que trabaja Luis Rojas y que es muy
importante tener en cuenta. A veces olvidamos que esa Edad Media calificada
de oscura prácticamente “inventó” _exagero retóricamente_, la separación entre
Iglesia y Estado, que es una característica de nuestra Sociedad Occidental y que
no existía en la Antigüedad. Pero también es cierto que, a pesar de palabras tan
preclaras como las del Papa Gelasio, nunca se vivió en la época medieval una
separación radical de las esferas de lo temporal y lo espiritual, como sucede
hoy en día. Fue una aspiración nunca concretada del todo, pero sí planteada
con bastante lucidez, incluso cuando Papa y Emperador disputaban por el do-
minium mundi. Cristo había sido muy claro: “Dad al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios”; pero no dijo qué era lo de cada cual, y a partir de
ese aparente vacío se generará una discusión que enriquecerá la Historia de
Occidente hasta el día de hoy. En fin, el profesor Rojas nos invita a conocer
esa discusión en la Edad Media, pero también a comprenderla en su justa
dimensión, y ello significa que no podemos juzgar a la época medieval según
los parámetros actuales. Como he escuchado decir al profesor Rojas, a la Edad
Media hay que verla con una mirada “prerrevolucionaria” o “premoderna”,
pues de otro modo muchas cosas nos pueden parecer simplemente chocantes,
como es el caso de los encuentros o desencuentros entre la esfera religiosa y
la civil. La vida entonces no se concebía sino religiosamente, y se actuaba en
consecuencia. Y otra cosa que nos enseña Luis Rojas es que la Iglesia, aunque
tiene una vocación trascendente y su fin no está en el aquí y ahora sino en el
allá y después, está formada por hombres _con todas sus virtudes, pero tam-
bién sus defectos_ y existe en la historia y, por tanto, sometida a sus avatares.
Por eso este libro, a menudo, nos introduce en las claves históricas y culturales
de tal o cual época, que nos permitirán comprender mejor los procesos en los
que se ve involucrada la Iglesia _el caso del peso del feudalismo me parece
ejemplar al respecto_.
José Marín R.
Viña del Mar, abril de 2006.
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INTRODUCCION
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CAPITULO PRIMERO
Orígenes de la primacía del obispo de Roma
1. Patrimonium Petri 1
Durante los últimos siglos del Imperio romano, el cristianismo vivió al
margen de la sociedad romana, precariamente organizado, perseguido según
los momentos, sin embargo ganando espacios y fidelidades en los medios popu-
lares. Creciendo al interior del sociedad romana, la Iglesia penetró lentamente
en los grupos aristocráticos y en los círculos del poder hasta conseguir, en el
siglo IV, quizás la conversión del emperador Constantino pero sí ganarlo para
su causa, con el edicto de tolerancia de 313. Pero fue Teodosio I el que impuso
a todos los pueblos del Imperio la profesión de la fe cristiana, con lo cual
pasó a ser una religión de Estado2 . Con esta transformación el cristianismo
deja de ser una mera agrupación de personas correligionarias —“Iglesia”
(Ecclesia)—, con una dispersa organización jerárquica y un vago conjunto de
normas internas, más o menos asumidas por la comunidad de creyentes. Desde
entonces, la Iglesia inicia un proceso de institucionalización en el marco jurídico
y político de las disposiciones imperiales que le amparan, convirtiéndose en
una entidad orgánica.
Así, en medio de las estructuras políticas, fue generándose una or-
ganización interna cada vez más extensa y compleja que obligó a la Iglesia a
contar con ciertos haberes y posesiones que permitieran su subsistencia. Este
conjunto de bienes halló forma jurídica imitando lo que en el derecho romano
se denominaba patrimonium principis. Este consistía en la propiedad personal
o fortuna privada del Emperador que, andando el tiempo, durante la dinastía
flavia y antonina, se fue confundiendo e identificando con el patrimonio de lo
hoy llamamos Estado, el fiscus romano, al que llegaban todos aquellos bienes
pertenecientes a la Corona, fueran estos muebles o inmuebles, adquiridos
por herencia, donativos, confiscaciones, rentas, etc. Todo este enorme capital
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5. Sucesión jurídica
Pero a partir del siglo IV, la defensa de la sucesión apostólica adquiere
una dimensión bien distinta, pues se trata de fundamentar la sucesión jurídica
en la que se halla el Papa respecto de los poderes encargados a Pedro. Y en
este punto, ya no es imprescindible el carisma que los obispos de la diócesis
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ORÍGENES HISTÓRICOS DEL PAPADO
Calixto I
Los primeros testimonios de análisis acerca de la sucesión papal po-
demos encontrarlos en la disputa entre el papa Calixto I (217-222) y el escritor
cristiano Tertuliano. Entendía éste que el poder de las llaves no le fue asig-
nado exclusivamente a Pedro, sino que los plenos poderes de éste pasaron a
toda la Iglesia. Por eso cuando se refiere al obispo de Roma le atribuye gran
importancia a la posesión que dicho obispado tiene de la tumba del apóstol,
y entonces ya no considera al Papa directamente como sucesor de Pedro, sino
indirectamente como obispo de la Iglesia. Al parecer Tertuliano deseaba poner
el problema de otro modo, esto es, que el poder de atar y desatar lo recibió la
Iglesia en comunión con Pedro. Es, pues, un derecho que recibió Pedro y en él
se resume la Iglesia entera. Partiendo de esta premisa el Papa podía presumir
que dicho poder derivaba en él, pero, como presunción, no debía considerarse
un derecho fundado.
Desde aquí dos problemas quedan planteados: primero, si acaso una
tumba puede conferir derechos y poderes, o su posesión confiera al propietario
las funciones del difunto, es una cuestión cuya duda queda abierta. Segundo, la
derivación de poderes y la sucesión de poderes son dos cosas distintas, aclara
con agudeza W. Ullmann, y que puede entenderse trasponiendo el ámbito:
el rey teocrático deriva sus poderes de Dios, pero no sucede a Dios. Sucesión
significa transferencia de poder en su totalidad, derivación se refiere a la fuente
del poder10 .
Esta antigua concepción ha sido, desde luego, criticada, porque tiende
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LUIS ROJAS DONAT
a ver en la santa tumba no solamente restos mortales, sino algo viviente que
dio origen a milagros y también poderes que han beneficiado al Papa, en su
calidad de obispo de Roma. Si en la anterior discusión es vaga la idea de la
sucesión, la carta de Firmiliano de Cesarea al papa Esteban I (254-257) da unos
pasos al señalar que dicho Pontífice afirmaba que poseía la cátedra de Pedro
por sucesión (Stephanus, qui per successionem cathedram Petri habere se
praedicat). Sin duda, el lector puede advertir que en esta aseveración asoma
un atisbo que no alcanza a tomar forma.
Dámaso I
Sin embargo, el primer testimonio pronunciado en este sentido jurídico
de la sucesión lo tenemos en una decretal de Dámaso I (366-384) que dice:
Llevamos los pesos de todos los que están cargados; o más bien
los lleva en Nosotros el bienaventurado apóstol Pedro, el cual,
según confiamos, protege y defiende en todo a Nosotros, herederos
de su gobierno11 .
Primera vez, sostiene Ullmann, que el Papa utiliza la significativa
expresión de “heredero” (haeres) para referirse a su condición. Hay muchas
ideas implícitas en ese término y mucho en juego. La tradición jurídica romana
iniciaba su participación en la Iglesia, con papas sensibles a la representación
jurídica del mundo. Quizás si el mismo Papado haya que considerarlo de
naturaleza jurídica, y Dámaso y su decretal una mera explicitación de una
realidad. Si el naciente derecho interno de la Iglesia era, pues, presentado por
los pontífices mediante estos documentos denominados decretales imita-
ción romana, entonces, por un lado la idea de una sucesión jurídica se fue
evidenciando cada vez con más profundidad, en cambio por otro, la primitiva
y localizada concepción de la cathedra de Pedro, necesariamente, pasó a un
segundo plano.
Inocencio I
Inocencio I (402-417), pontífice profundamente familiarizado con la
herencia del derecho romano, presentó la sucesión petrina utilizando casi los
mismos términos anteriores, como se aprecia en esta decretal:
Siendo particularmente manifiesto que en toda Italia, Galia, Es-
paña, Africa y Sicilia con sus islas adyacentes, nadie instituyó
Iglesias sino los sacerdotes instituidos por el venerable apóstol
Pedro o sus sucesores12 .
Agregaba el Pontífice la idea del gobierno de la Iglesia utilizando la
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figura simbólica del “timón del piloto” (rectoris gubernaculo) para referirse a
la tarea del Papa con respecto a la marcha de la Iglesia. Esta curiosa expresión
tendrá un éxito notable en los siglos venideros para describir la función pontifi-
cia. Sin embargo, este Pontífice introducirá un matiz de enorme trascendencia,
cual es la concepción de que todo el poder eclesiástico difundido a través de
la totalidad del cuerpo (corpus) procede en última instancia del heredero de
San Pedro. Es la tesis que Ullmann denominó derivacional, a través de la cual
la Iglesia romana se presentaba como el fundamento de toda la cristiandad
(fundamentum totius christianitas).
Zózimo
Una mezcla bastante coherente de viejas y nuevas ideas aparecen en
el breve pontificado del sucesor Zósimo (417-418). La tradición de los Padres
(patrum traditio) —dice el Pontífice— atribuía a la sede apostólica el poder
jurisdiccional supremo a causa del poder (potentia) de Pedro, heredero único;
ello confería al Papa un poder de igual categoría que el ostentado por el apóstol.
El texto es destacadísimo:
Aunque la tradición de los Padres atribuyó autoridad a la sede
apostólica, de modo que nadie osare discutir su juicio, y ello [la
misma sede] lo haya conservado siempre por medio de cánones
y reglas, y la corriente disciplina eclesiástica manifieste todavía
por sus leyes la reverencia debida al nombre de Pedro, de quien
ella misma también desciende, pues la antigüedad canónica según
las opiniones de todos, quiso que este apóstol, en virtud también
de la promesa misma de Cristo, Dios nuestro, tuviese un poder
tan grande que desatase lo atado y atase lo desatado, [y] otorgada
condición de poder de igual categoría para con aquellos que hubie-
sen merecido, con el consentimiento de él mismo, la herencia de la
sede... por consiguiente, siendo Pedro cabeza de una autoridad tan
grande, y habiendo confirmado los anhelos posteriores de todos los
antecesores, de modo que con todas las leyes y disciplinas tanto
humanas como divinas sea confirmada la Iglesia romana, cuya
función no se os oculta, sino la sabéis, es gobernáros conservando
también el poder de su nombre...13
Con tan inmenso poder heredado era evidente que Zósimo acuñara la
sentencia, de gran éxito posterior, pero también muchísimas veces cuestionada,
de que las decisiones tomadas como juez por el Papa, no podían ser apelables
(nullus de nostra possit retractare sententia).
Celestino I
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CAPITULO SEGUNDO
El Papado y el nacimiento de la civilización
del Occidente medieval
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su nombramiento.
Durante los primeros siglos de la Edad Media, la fuerza creciente de los
obispos y su presencia se fue apreciando en todas partes. La institucionalización
de los concilios, que en el caso de la España visigoda desde 633 se concentra
en la sede episcopal de Toledo, fue protagonista de la frecuente reunión del
episcopado occidental. En la Francia merovingia, la ausencia de estas reunio-
nes no afectó el poderío de los obispos, pero, en cambio, fue responsable de la
degradación espiritual y social del clero franco. La situación cambió más tarde,
a partir de Carlomagno, cuando las reuniones se hicieron frecuentes y en ellas
comenzó lentamente una toma de conciencia de la gravedad del estado de
una parte significativa de las dignidades, las cuales mostraban una conducta
impropia de su investidura.
Los concilios fueron estableciendo una doctrina que enseñaba que los
bienes eclesiásticos eran patrimonio de los pobres y su administrador era el
obispo a cargo de ellos. Esto llevaba implícita la necesidad de erigir estable-
cimientos de caridad como una obligación inherente a su función. Por cierto,
algunos obispos supieron comprender estos requerimientos usando parte del
producto generado por los bienes episcopales en obras de bien común, pero
fueron numerosos los que se comportaron como poderosos señores acumulan-
do inmensos patrimonios a partir de las limosnas y las donaciones. Llegando
a límites peligrosos, dicho enriquecimiento no podía quedar indiferente a la
envidia y a la ambición de los terratenientes laicos, menos aún al temor de la
autoridad política, la cual se vio en la necesidad de poner coto procediendo a
tomar por la fuerza parte del patrimonio eclesiástico, como ocurrió a comienzos
del siglo VIII en el reino franco con Carlos Martel.
El encumbramiento social y político de los obispos fue de la mano con
el aumento del número de los obispados en Occidente, lo cual redundaba en un
progreso en la organización de la Iglesia latina. Aunque no con la rapidez con
que los sínodos esperaban, el ritmo de la evangelización en las comunidades
germánicas avanzaba junto con la construcción de templos. Se construían en
las antiguas ciudades y también en las que iban naciendo de los asentamientos
humanos progresivamente más numerosos, todas las cuales concentraban la
actividad episcopal y se constituían en la sede del obispo. Este proceso que en
el período tardo-imperial afectaba a la poca población citadina, en los inicios
de la Edad Media fue imponiéndose con todas las dificultades inherentes en
las grandes extensiones rurales, cuyos habitantes ya entonces denominábanse
paganos. El inmenso espacio rural se fue sembrando de templos, ermitas y
otras manifestaciones de la actividad misionera, de acuerdo con el impulso
dado por los mismos obispos o por algunos papas especialmente preocupados
por la extensión del mensaje cristiano.
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las condiciones para que los pontífices romanos prestaran especial atención a la
delimitación de las competencias entre el poder imperial y el poder pontificio.
El primero y el más elocuente de los pontífices que planteó esta cuestión, en un
momento decisivo para la historia de Occidente, fue el papa Gelasio, que en una
hermosa y conocida carta enviada en 494 al emperador Anastasio (491-518), le
propuso la tesis política que más éxito tuvo en la Edad Media. Gelasio le presen-
ta los dos poderes que gobiernan el mundo: la soberanía pontificia (auctoritas
sacrata pontificum) y la del Emperador (regalis potestas). A partir de él queda
definida la llamada teoría de las dos espadas, que señala que el Papa disponía
de la espada espiritual, al tiempo que el Emperador la suya, la temporal. En
razón del origen divino de toda autoridad, ambas están llamadas a colaborarse
mutuamente en la tarea del gobierno del mundo más que a la confrontación, y
por ello es imprescindible que, por un lado, el Emperador deba comprometerse
a respetar y seguir el juicio del Pontífice en materia religiosa, como, por el otro,
los sacerdotes se hallan obligados a obedecer las leyes imperiales y colaborar
con ellas en cuanto a lo temporal. Sin embargo, para él la más importante era
la potestad sacerdotal (tanto gravius est pondus sacerdotium)30 .
Como siempre el documento tiene su contexto: inserto en una época
de transición convulsionada por grandes desordenes, el Papa busca orientar
hacia la unidad del Imperio romano, estimulando a ambas partes a la urgente
y mutua colaboración, al tiempo que mostraba al sacerdocio como una instan-
cia capaz de colaboración, pero asimismo con evidente independencia ante el
orden político. Si el Papa sugería que la dignidad sacerdotal tiene una cierta
primacía sobre la real, en cuanto a su responsabilidad frente al Juicio Final, ello
no tuvo efecto práctico alguno, sino que su valor fue una auctoritas que sería
utilizada como tal en diversas circunstancias posteriores.
El texto se convirtió en una pieza clave para comprender la interpre-
tación que en Occidente hizo el Pontífice de cómo habían de ser las relaciones
entre la autoridad del Papa y la potestad del Emperador en ese momento his-
tórico. Pero, todavía más, sirve dicha carta para comprender la doctrina general
que los pontífices romanos —unos más otros menos— tendrán durante toda la
Edad Media, de lo que ellos consideraban que debían ser las relaciones entre el
ámbito espiritual y el ámbito temporal. Como ha dicho Jürgen Miethke, estas
relaciones deben entenderse más en términos de una respectiva subordinación
del uno al otro que enfrentados entre sí, porque siguiendo este principio general,
la Iglesia pretenderá durante todo el medievo ejercer una corresponsabilidad
en el gobierno temporal, no solamente ante el mismo emperador, sino ante
otros soberanos de la cristiandad31 .
Los concilios de los siglos IV y V fueron reafirmando la primacía ro-
mana al establecer que cualquier obispo tenía el derecho a apelar a Roma. En
Oriente también se distinguía el status de la sede apostólica respecto de las otras
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al sur. Ante este nuevo escenario, Roma queda en medio de ambas fuerzas
convertida en una zona libre de antiguos sometimientos, pero a la vez en una
especie de tierra de nadie, susceptible de conquista.
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León III, hasta hace poco tenida por apócrifa pero hoy considerada auténtica:
Nos entristece ver que, si los pueblos salvajes y bárbaros han acce-
dido a la civilización, tú, el civilizado les devuelves a la barbarie y
la violencia. Todo el Occidente entrega al santo jefe de los apóstoles
los frutos de su fe, y tú envías soldados a destrozar la imagen de
san Pedro. Desde el interior de Occidente, recientemente hemos
recibido una invitación: ellos desean que, por el amor de Dios,
vayamos allá para entregarles el santo bautismo. Y para evitar
que nos puedan pedir cuenta por nuestra negligencia y nuestra
falta de celo, nos preparamos para acudir...37
Difícil situación la de Gregorio II. No pudiendo aceptar la política
iconoclasta de León III, que como vimos le generaba un importante apoyo en
la península, tampoco podía explotar la revuelta italiana contra el exarcado
rompiendo definitivamente con los bizantinos, porque ello habría significado
quedar en manos de los lombardos y convertir al Papado en un mero obispado
sometido a la autoridad de Liutprando (712-744), rey de los lombardos. No
tiene el Pontífice muchos caminos que tomar. El restablecimiento de un mínimo
equilibrio de poderes en el centro de Italia, —necesidad imperiosa que le podía
permitir un espacio para moverse políticamente— pasaba necesariamente por la
existencia del exarcado, y aunque ello resulte paradojal, Gregorio II se dispone
a defenderlo.
Liutprando se presentó con sus ejércitos cerca de Roma en 728 ocupando
territorios de los bizantinos y partes del ducado de Roma. La restitución de la
plaza de Sutri al patrimonio de Pedro y Pablo fue la última gestión de Gregorio
II antes de su muerte en 731, legando un complicado panorama a su sucesor
Gregorio III, como tendremos ocasión de tratar más adelante.
3. La Francia merovingia
El ingreso de los francos en el territorio imperial se realizó por la actual
Bélgica y norte de Francia sin necesidad de conseguir de parte de los romanos
ni un régimen de huéspedes (hospitalitas) ni mediante un tratado o foedus.
El patrimonio público imperial en esa zona tan excéntrica fue ocupado sin
resistencia como si se tratase de la ocupación de un territorio abandonado.
La nación franca se componía de dos grupos: los renanos (habitantes
de la Renania) que emigraron para ubicarse en la margen izquierda del Rhin
y por ello llegaron a ser conocidos como francos ripuarios (del latín rippa, ori-
lla, rivera). El otro grupo, los salios oriundos de un pequeño territorio de los
Países Bajos en el bajo Rhin, llamado Salland. De este último grupo proviene
el rey de Tournai Childerico que, desde el 470, va imponiendo su autoridad
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511, el reino fue repartido entre sus cuatro hijos, y con este reparto comienza
una historia que abarcará dos siglos cuya característica lo darán precisamente
la permanencia de la tradición de las reparticiones a la muerte del monarca.
Ello da cuenta de una realidad social fuertemente fragmentada por la fuerza
de las aristocracias regionales y la compartimentación del espacio geográfico
en diferentes células políticas. La división del reino no daba sentido de Estado
a éste, al no existir una unidad de organización.
Colaboraba a la disgregación política, la diversidad étnica entre los
mismos francos asentados en la Galia. El modo de asentamiento de los francos
desarrolló la formación de unidades geo-políticas llamadas ducados y otras más
extensas que llamamos reinos: Austrasia, Neustria y Borgoña. Todo contribuía a
realzar el enorme poder de las aristocracias regionales que se transformaron en
los conductores de la Francia merovingia. La toma de conciencia de su fuerza
y el ejercicio directo del poder de parte de las grandes familias terratenientes,
llevó consigo el progresivo encumbramiento de los mayordomos de palacio,
los cuales, conscientes de su respaldo social, inician un proceso hegemónico
para controlar el nombramiento de obispos y abades.
Los mayordomos de Austrasia fueron los más favorecidos por esta
acumulación de poder, debido a que sus familias eran grandes latifundistas, y
también por la situación geográfica del reino austrasiano, fronterizo con otras
comunidades germánicas —turingios y bávaros— a quienes intentaron contro-
lar. Precisamente esta condición exigió de los mayordomos mayor disciplina
de mando, lo que redundó en un crecimiento de su poder militar al tiempo
que su autoridad política se manifestaba superior a la de otros territorios ya a
comienzos del siglo VII.
4. Los Carolingios.
Pierre Riché ha dicho sabiamente “La historia de la Europa carolingia
debuta con la ascensión de una familia aristocrática cuya existencia los cro-
nistas mencionan desde principios del siglo VII. Esta familia sacará provecho
de la crisis que sacude a la Galia merovingia para, poco a poco, imponerse,
primero en Austrasia y después en todo el reino. Pero la conquista no se hará
sin sobresaltos y sin dificultades. Durante un siglo y medio, pacientemente,
salvando todos los obstáculos, los carolingios ocuparán lentamente el primer
lugar en el reino, para llegar a ser, en la mitad del siglo VIII, los amos de la
realeza franca”39 .
La fortuna política de los mayordomos australianos se remonta al
reinado de Dagoberto (629-639) que, tras la muerte de su padre Clotario II,
logró imponer su control sobre los reinos de Neustria y Borgoña. Se instaló
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5. El prestigio de Poitiers.
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Carlos pudo contentarse con dirigir las regiones nucleares del reino:
Neustria, Austrasia y los principados aledaños del Este. Sin embargo, un acon-
tecimiento imprevisto vino a darle la ocasión para extender su área de domina-
ción al sur del Loira y el altiplano de Langres, donde los reyes merovingios y
el mismo Pipino II, no habían intentado intervenir. Esta actitud había generado
en el poderoso duque de Aquitania, Eudes, una sensación de independencia
que lo incitaba a la pretensión de autoproclamarse monarca42 .
Desde el 711, los bereberes del Norte de Africa, comandados por los
árabes, sometieron gran parte de España, obligando a los reyes visigodos, junto
con un grupo de aristócratas, a refugiarse en las montañas del Nor-Oeste esta-
bleciendo un pequeño reino en torno a Oviedo. Teniendo al Este español libre,
los musulmanes se lanzaron por la Septimania (actual Cataluña) hacia el Sur
de Francia penetrando en Aquitania. En el año 721 Toulouse se salva gracias a
la defensa que organiza el duque Eudes, cuya noticia llega a Roma con carácter
de preocupación. Ante la detención, los árabes emprenden escaramuzas por el
bajo Ródano remontando por el valle para adentrarse en la Borgoña saqueando
Autum en 725.
En 732 los árabes volvieron a asolar violentamente Aquitania en di-
rección a Burdeos con refuerzos venidos desde España por el país vasco. No
sintiéndose seguro de contener por segunda vez un ejército mayor, Eudes acu-
dió por ayuda a Carlos, y se produce el célebre encuentro al Norte de Poitiers.
Después de haber incendiado San Hilario de Poitiers, intentan conquistar el
monasterio de San Martín de Tours, buscando tomar sus tesoros. Al cabo de
siete días de escaramuzas, Eudes y Carlos Martel logran derrotar a las tropas
árabes en la vía romana de Poitiers a Tours, en un sector llamado Moussais, el
25 de octubre de 73243 .
Poitiers ha sido motivo de debate entre los historiadores. Etienne De-
laruelle ve en dicha victoria un acto fundacional de la unidad franca frente al
Islam y el acto de nacimiento de la cristiandad occidental, porque “el mundo
cristiano toma una nueva consciencia de su profunda unidad”44 . Parece exage-
rado considerar aquí una toma de consciencia de la unidad religiosa y cultural
de toda la cristiandad frente a una unidad árabe-musulmana, percibida como
religión rival. Los documentos no permiten asegurar que la victoria hubiese
tenido entonces un tinte religioso. Los musulmanes constituían por aquel tiem-
po un enemigo ordinario más, resistidos en el norte de la Galia como invasores
similares a otros. En cambio, sostiene Jean Flori, sirvió para que después, en
tiempos de su nieto Carlomagno, “se desarrollara una ideología tendiente a
situar a los monarcas carolingios, en especial con Carlomagno, en un soberano
mítico, campeón de una cristiandad católica y romana, prototipo de un rey-
cruzado sosteniendo una guerra santa contra los paganos y los infieles”45 .
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Con todo, poniendo fin a un quizás mero raid llevado a cabo por una
hueste musulmana, la victoria de Poitiers tuvo importancia para Carlos, pues
puso fin a los intentos independentistas de Eudes en Aquitania. A la muerte
de éste en 735, su sucesor e hijo, el duque Hunaldo, es obligado por Carlos a
prometerle fidelidad. Aprovechando su buena posición, el franco sometió a la
aristocracia de toda la Provenza, cuyas antiguas pretensiones de independencia
concluyen con impresionantes devastaciones ordenadas por Carlos que, so
pretexto de impedir posibles ayudas a los árabes, terminan por pacificar toda
la región. Los francos alcanzan los bordes del Mediterráneo. Similar experiencia
sufre la Borgoña donde la aristocracia se rinde a su severa obediencia, con lo
cual los carolingios, a mediados del siglo VIII, tienen bajo su poder las fronteras
que conducen a la Italia lombarda46 .
El prestigio y el poder de Carlos crecieron hasta el punto que en 737, al
morir el rey merovingio Teoderico IV, después de dieciséis años de un obscuro
reinado, el carolingio no nombró a ningún sucesor en el trono. Es curiosamente
sintomático que no ose tomarlo para sí ni tampoco entregárselo a alguno de sus
hijos. No obstante, sigue dirigiendo los asuntos del reino con total autonomía,
expidiendo diplomas a nombre del rey, distribuyendo tierras de las abadías
entre sus leales, nombrando obispos a hombres fieles y exiliando a otros sobre
los que cae su desconfianza. Cuando la figura y los hechos de Carlos le han
convertido en casi rey, digamos virrey (vice regulus), llega a su oído el llamado
del papa Gregorio III pidiendo su ayuda para superar una difícil situación que
a continuación veremos.
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2. La ocasión llega
En una decisión sorprendente Carlomán decide en 747 abdicar la ma-
yordomía abandonando los asuntos políticos y mundanos. Se dirige a Roma
donde Zacarías le otorga las órdenes religiosas y se recluye por un tiempo en el
monasterio del monte Soracte para finalmente permanecer en el de Montecasino.
De si la decisión fue estimulada por motivaciones religiosas, o coactivada por
alguna presión de Pipino, las fuentes enmudecen. Sin embargo, el hecho mismo
de que los cronistas califiquen la decisión de “espontánea”, permite creer que
con ello se salía al paso a las acusaciones que recaían sobre Pipino de haber
contribuido a ella, o simplemente anticipándose a la impresión general que,
sin duda, podía causar en los grandes del reino.
Nada pudo hacer Drogón, el hijo mayor de Carlomán, al reivindicar
su derecho a hacerse de la herencia de su padre, porque la rápida acción de
Pipino le neutralizó. Tampoco provocó trastornos la imprudente acción de Pi-
pino de liberar a su medio hermano Grifón —apartado años antes en el reparto
de la herencia por Carlos Martel— que se refugió entre los sajones, primero, y
después entre los bávaros. Buscando independizarse después de la muerte del
duque Odilón en 748, los bávaros fueron severamente sometidos por Pipino,
quien les obligó a reconocer por duque al pequeño Tassilón III, regentado por
su madre Hiltrude, hermana de Pipino. Perdonado Grifón, se le concedieron
territorios fronterizos en Bretaña, alejados del centro del gobierno. Despejado
este último escollo el camino se le presentaba abierto.
Así, el sucesor de Carlos Martel, Pipino III (el breve) gobernará como
soberano, con todo el poder, pero sin serlo, ya que su condición de maiordo-
mus le impedía acceder al trono sin vulnerar sus obligaciones feudales con
Childerico III. Este monarca reducía su participación —o era obligado por el
maiordomus— a la presencia en el Campo de Marte, una vez al año, hierático,
distante, dirigido por el omnipotente Pipino que administraba todos los nego-
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cios del reino. Un acta oficial es sintomática de la situación del “rey fantasma”
—según Halphen—, la cual dice: Childerico, rey de los francos, al eminente
Carlomán, mayordomo de palacio que nos ha establecido sobre el trono...51 .
Tal como se aprecia en esta acta, lo cierto es que los mayordomos venían de
antaño promulgando actas en su nombre, como si fuera su reino.
Zacarías era de facto un soberano en Italia, un verdadero emperador
surgido de las circunstancias, pero, en realidad, no lo era. Por azar, o esa coin-
cidencia de situaciones que la historia, a veces, nos regala, Zacarías y Pipino
tenían bastante en común. Ambos personajes necesitaban reconocerse y ser
reconocidos como soberanos, cada cual en su ámbito. Cada uno de ellos tenía
lo que el otro le faltaba. La autoridad de Zacarías faltábale a Pipino para legiti-
marse, y éste disponía del poder que Zacarías necesitaba para asegurar la paz
en Italia. El poder de facto que detentaban debía “legitimarse” ya sea por el
reconocimiento de otra autoridad igual o superior, o bien por el reconocimiento
en calidad de súbditos de parte de personas poderosas.
Quizás planeado por la Curia pontificia o bien por el episcopado fran-
cés, lo cierto es que fue en medio de estas circunstancias que Pipino expone
ante el Papa la situación de Francia como un problema político del reino. En
verdad, podemos entender hoy que el problema era personal y también políti-
co. Personal: ser mayordomo con todo el poder pero sin la corona. Político: un
monarca que no gobierna representa un trastrocamiento del orden establecido.
Zacarías comprendería de inmediato que la cuestión planteada venía a darle
la oportunidad para consolidar su delicada y siempre precaria situación en
Italia, junto con presentarse como jefe de la cristiandad, autoridad suprema del
mundo, con potestad para intervenir en los asuntos temporales. Como dicen
las fuentes, la cuestión era si está bien que la persona que ostenta la dignidad
de rey no gobierne, y en cambio, aquel que tiene el poder no sea rey.
3. El «golpe de Estado»
Un breve análisis estructural de estos acontecimientos, ofrece al lec-
tor otra mirada que es necesaria para comprender el momento. El ascenso de
los carolingios al poder se debe a dos factores bien definidos que podemos
presentar de la siguiente manera: en primer lugar, como consecuencia de la
confiscación de extensos dominios territoriales que eran propiedad de la Iglesia,
los carolingios formaron una poderosa clientela de vasallos leales. En efecto,
como ya hemos señalado, tanto Carlos Martel como su hijo Pipino aprendie-
ron de los errores cometidos por los monarcas merovingios, quienes optaron
por aumentar el número de vasallos asignándoles grandes propiedades con
cargo a su propio patrimonio personal, esto es, a sus conquistas, generando
la consecuente disminución progresiva de su poder hasta quedar reducido a
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una mínima expresión. En cambio, sin menguar su fortuna personal, los caro-
lingios incrementaron notablemente sus vasallos a través del nombramiento
de abades y obispos laicos con el fin de que disfrutaran de las rentas de las
tierras eclesiásticas. Sea hecha esta concesión de manera directa, es decir de
las tierras consideradas propias, o bien realizada de modo indirecto, esto es
del patrimonio eclesiástico, recompensaron a muchos súbditos leales con el
disfrute de las tierras de la Iglesia. No es de extrañar, pues, que ninguno de los
adversarios haya llegado a tener tropas más leales que las que lograron crear
los príncipes carolingios.
En segundo lugar, la dinastía carolingia se apoyó, evidentemente, en la
Iglesia, no solamente con la usurpación lisa y llana de su patrimonio, sino que
también apoyó decididamente su reforma interna. Los príncipes protegieron
las misiones en las regiones fronterizas y se dejaron aconsejar por misioneros.
Desde entonces, con el decidido apoyo del poder público, la evangelización en
muchos lugares se fue convirtiendo en una empresa también política al quedar
asimilado el bautismo con la conquista franca. A ello debe agregarse la volun-
tad política de superar el marasmo producido por la falta de reuniones de los
clérigos y, por el contrario, estimular la convocatoria de concilios con la finali-
dad de alcanzar tres objetivos muy claros: mejorar sustancialmente la decaída
disciplina eclesiástica, preparar la imprescindible reforma de la liturgia y, de
manera muy especial, crear un acuerdo para regular el grave problema de las
confiscaciones de tierras de la Iglesia. Difícil conflicto cuya solución la procuró
la Iglesia al mantener los bienes que le habían sido confiscados en manos de
los beneficiarios, aunque pagando éstos un censo o precario a petición del rey
(precaria verbo regis) con el cual se reconocía a la Iglesia como propietaria de
dichos bienes. Puede entenderse que con estas maniobras articuladas en con-
junto con la Iglesia gala, Pipino el Breve, al acceder al trono franco, tenía en
gran medida el control de las dos fuerzas políticas, sociales y económicas
más importantes del momento: la aristocracia y la Iglesia.
Teniendo el apoyo de todos los grandes del reino, también del clero
y de los monjes, Pipino ve acercarse el instante. Tantas solidaridades le incli-
naron a preguntarse sobre la conveniencia de ocupar oficialmente el lugar y
la dignidad de rey merovingio. Sea la propaganda obra de los monjes de San
Denis o de la Curia romana, ella busca dos propósitos claves: El primero era la
necesidad de corregir el grave problema del reino: que un rey que nada hace,
no es digno de reinar. No bastaba que el monarca fuera legítimo por provenir
de una rancia familia de ilustre prestigio, sino que debía contar con cualidades
políticas y morales. Se tenía conocimiento de que en España, algunos reyes
visigodos incapaces habían sido depuestos, porque, como decía el propio Isi-
doro de Sevilla en su Etymologiae, la palabra rey deriva de reinar, como sacerdote
de santificar. No rige quien no corrige. Los reyes, pues, conservan su nombre obrando
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CAPITULO TERCERO
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1. El documento.
Poco antes del encuentro en el Palacio real de Ponthion, según Walter
Ullmann62 la cancillería pontificia se preparó para impresionar a Pipino. Pare-
ce que con motivo de este encuentro Esteban II aludió —quizás por primera
vez— a una famosa leyenda que sería puesta por escrito, probablemente, al
poco tiempo, y citada con relativa frecuencia después: la Donatio Constantini o
también conocido como Constitutum Constantini63 .
El citado documento consta de dos partes claramente identificables: a la
primera se le ha llamado Narratio, en la que el emperador Constantino el Grande
(312-37) hace profesión de la fe católica, y evoca latamente las circunstancias
de su milagrosa salvación de la lepra, debido a la intervención sobrenatural
del papa Silvestre (314-335). Posteriormente abjura el paganismo, abraza la fe
cristiana y es bautizado por el Pontífice64 .
En la segunda parte del documento, llamada donatio, el Emperador,
sintiéndose reconocido por todo esto, relata los beneficios y privilegios que
otorga y confirma al Papa y a sus sucesores en la cátedra de Roma. En 317
concede al Papado diversos privilegios que a continuación se detallan. El
emperador expresa que desea asegurar a los representantes de los Apóstoles,
los pontífices romanos —a quienes considera vicarios del hijo de Dios—, un
poder más amplio que aquel que él mismo posee como Emperador, debido a
que el principado del Papa sostiene el documento tiene su origen en la
voluntad de Dios. Entonces, para colaborar en la exaltación de la Silla de San
Pedro, Constantino toma la decisión de concederle el poderío, la dignidad y
los medios necesarios, otorgándole la primacía sobre las cuatro sedes princi-
pales de Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Jerusalén. A esto se agrega el
palacio imperial de Letrán y la iglesia de San Pedro en el Vaticano; el derecho
a que el Papa lleve diadema y las insignias imperiales: clámide de púrpura,
túnica escarlata, atrio y bastón de mando; derecho a ser acompañado de una
escolta de caballeros similares a la del emperador; derecho y poder para crear
patricios y cónsules; y finalmente, la más importante concesión, la soberanía
sobre Roma, Italia y todo el Occidente.
En esencia, esto es el contenido del Constitutum Constantini, que te-
nía un objetivo muy claro, pero que resulta imposible saber hasta qué punto
Pipino quedó impresionado al presentársele el apócrifo texto, como tampoco
su supuesta promesa de “devolver” o restituir aquellos territorios que el Papa
aseguraba eran suyos.
Los pasajes pertinentes del documento, cuya traducción he procurado
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1ª Interpretación
Constantino, al haber sido sanado de la lepra por intercesión del papa
Silvestre, reconocía la preeminencia de lo espiritual sobre lo temporal, y para
que la dignidad pontificia no sea inferior, sino que sea tomada con una dignidad y gloria
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mayores que las del imperio terrenal —dice el documento—, concede el Palacio
Imperial de Letrán, la ciudad de Roma y todas las provincias, distritos y ciudades de
Italia y de Occidente. Esto quiere decir que la máxima autoridad política del mun-
do (dentro de los estrechos márgenes que identifican al mundo con el Imperio
romano), reconocía el orden divino establecido desde la venida Cristo a la tierra
y la sucesión apostólica en la persona del Papa. La donación, pues, se hallaba
en estrecha armonía con la supuesta conversión de Constantino el que, con el
edicto de tolerancia religiosa dado en Milán (313), no sólo había reconocido
el cristianismo dentro del Imperio, sino que él mismo habría comprendido la
necesaria coherencia que debía haber entre su nueva condición de cristiano y el
reconocimiento de la superioridad del Papa. Así, la donación encontraba plena
congruencia con la decisión de retirarse —como dice el Constitutum— a Oriente
y fundar una nueva ciudad capital del Imperio con su nombre (Constantinopolis).
En otras palabras, el Occidente, con capital Roma, la Roma donde estaban los
restos del apóstol Pedro, y cuyo obispo era ya considerado primado desde el
siglo IV, quedaba en manos de quien, como Vicario, estaba investido de todo el
poder de Cristo. Se trata, pues, de una interpretación cuyo fundamento teórico
se encuentra en el monismo hierocrático, que entiende que el imperio romano
ya era del Papa.
2ª Interpretación
A partir de su exégesis, surgía una interpretación que debía parecer
un argumento peligroso, ya que con ella las pretensiones papales de soberanía
venían a tener su origen en una concesión hecha por el poder político. Esto
quiere decir que, desde la fundación por Cristo, la Iglesia carecía de soberanía,
pero en virtud de una donación política, hecha por el poder político, adquiría
una potestad secular hasta entonces inexistente. Un argumento, por lo tanto,
que podía ser usado al servicio del poder político contra la misma Iglesia, esto
es, que los sucesores de Constantino, los monarcas del Sacro Imperio Romano
Germánico, estaban en condiciones legítimas de intervenir en el nombramiento
político (no religioso) del Pontífice romano, en cuanto éste título llevaba apa-
rejado el señorío de todo el Occidente. Usando la nomenclatura canonística,
la investidura laica del Papa (es decir, la soberanía directa sobre los estados
pontificios y la soberanía indirecta sobre el Occidente) podía, en derecho, de-
pender de la anuencia del Emperador. Dicha postura parece desprenderse de
la teoría monista cesárea74 .
3ª Interpretación
El documento se insertaba mal en el sistema de argumentación teoló-
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4ª Interpretación
Con la presentación del documento, el Papa ratifica legalmente —que
de hecho tenía— una soberanía directa sobre los estados pontificios, sus estados.
Para el Papado, hasta aquí operaba bien la restitución que hacía Pipino, puesto
que el documento venía a recordarle que su intervención en Italia no podía
interpretarse como una conquista territorial de provecho personal. Sin embar-
go, este sometimiento de la península a la voluntad del monarca franco, que
ya antes había venido agrandando sus fronteras y ampliado las obediencias,
podía alimentar ambiciones personales riesgosas para el Papa. El remedio podía
transformarse en el mismo veneno.
5ª Interpretación
El documento permitía, además, crear una soberanía indirecta sobre
todo el Occidente. La donación era hecha por el Emperador, cuyos dominios se
extendían sobre toda la parte occidental del Imperio romano. Naturalmente, en
el texto que le fue leído y explicado a Pipino, no se debía mencionar aquellos
territorios ya sometidos a los francos, ganados a través de conquistas triunfan-
tes, cosa que, en efecto, no se mencionan. Ello habría irritado fuertemente al
franco. Se alude, en cambio, a otros territorios en tono vago e impreciso, como
Africa, Grecia, Judea, Asia, dominios que se hallaban lejos de las conquistas
francas, y del ámbito propiamente europeo donde se movía Pipino o podía él
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6ª Interpretación
Presentado así, a Pipino podía creársele la sensación de una todopo-
derosa autoridad papal que es capaz no sólo de convertirlo en rey legítimo,
sino que, a la vez, presentarle un tan inmenso terrateniente que, quizás si ya
entonces comenzara a generarse la idea de un señorío universal, un dominium
mundi. Había que construir una imagen que pudiera ser captada por Pipino,
integrada con elementos sacados de su propio universo cultural con los cuales
impresionarlo: en este sentido, la figura de la donación de tierras —esto es una
infeudación—, o también, una distribución de las mismas, como legado feudal
del Emperador al Papa, era sensible a la mentalidad germánica.
****
Por último, es necesario decir que, aunque el texto mismo es, sin lugar a
dudas, falso, el universo ideológico que pulula en el documento es, a mi juicio,
verdadero. Dejando de lado las adjetivaciones, lo sustantivo es que la Iglesia
siente la convicción de ser la heredera de la tradición romana. Después de todo,
desde Constantino en adelante, la Iglesia se fue entretejiendo en la textura
administrativa imperial hasta llegar a hacer suya la división jurisdiccional en
diócesis. Aprovechando las ventajas que podía tener para la evangelización de
Occidente, adopta la lengua latina como su lengua oficial y también litúrgica.
Con esta última decisión, la Iglesia se puso en contacto con toda la herencia
cultural romana, con su inmenso y riquísimo patrimonio literario, del cual,
por pagano que fuese, no se podía prescindir para una buena formación in-
telectual y cultural. Pero especialmente significativa fue la influencia que por
esta vía tuvo la tradición jurídica romana, al adoptar la Iglesia, para su propia
organización y normativa interna, muchas instituciones romanas contenidas
en la legislación y la jurisprudencia latinas.
Si a todo ello agregamos el desamparo en que quedó el obispo de
Roma, primero al abandonar el emperador la ciudad capital para radicarse
en Rávena, nueva sede del gobierno imperial, y después con la deposición de
Rómulo Augústulo en 476 a manos de Odoacro, comprenderemos la actitud
del Papado de asumir las funciones políticas y administrativas, creándose en
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CAPITULO CUARTO
La donación en los siglos XI y XII
1. Otón III
Es sorprendente la lúcida visión que tuvo el emperador Otón III (983-
1002) de los problemas que acuciaban a la Iglesia y al Imperio. Su programa
político consistió en la construcción de un imperio universal que se confun-
día con la cristiandad. Restauración del Imperio (restitutio rei publicae), como
entonces se le llamó, del cual dan testimonio numerosos documentos de la
época; esto quiere decir que el Imperio a reconstruir era el de Constantino y el
de Carlomagno —imperio romano-germánico—, estableciendo que la ciudad
de Roma habrá de ser la sede tanto del Papa como del Emperador. Para este
proyecto político y místico contó con la ayuda de un intelectual de gran talla,
Gerberto de Aurillac, que adoptó el significativo nombre de Silvestre II (999-
1003)76 .
En general, se propuso frenar la tendencia de la aristocracia laica a
apropiarse de los bienes de la Iglesia. En particular los obispados y las aba-
días eran controlados por el feudalismo laico impidiéndoles cumplir con las
prestaciones y los servicios que debían a la Corona. Razón por la cual, en 998,
prohibe toda alienación de los bienes de la Iglesia, precisando además que
las concesiones de tierras no podrán ser sino temporales y tendrán siempre el
carácter de revocables. Como señala un documento, la libertad y la seguridad
de la Iglesia, que no es otra cosa que la restauración del poder material de los
obispados y los monasterios, redundaba en la prosperidad del Imperio.
Con respecto al Papado, se mostró extraordinariamente lúcido. Por
cierto, sentía un respeto sincero hacia el Papa como sucesor de Pedro, espe-
cialmente cuando en 999, habiendo fallecido en el trono de San Pedro su primo
Bruno, Gregorio V (996-99), eleva a la dignidad pontificia a su maestro Gerberto,
hombre de especial inteligencia y de cultura excepcionalmente superior. Con
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2. El papa León IX
Las primeras alusiones a la donatio Constantini hechas por el Papado
como fundamento para sus reivindicaciones de carácter temporal, se hallan,
en primer lugar en el siglo XI, en un ambiente convulsionado. Es la época en
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La esperanza de una armonía entre los dos poderes delegados por Dios,
es la ilusión gregoriana, de efímera duración. Muy pronto el Papa vino a caer
en la cuenta de que la “libertad de la Iglesia”, tal como él la concebía, exigía
un cambio realmente profundo de los valores y jerarquías admitidas en los
medios aristocráticos. Ello precipitó su convicción de que la primacía absoluta
correspondía al poder espiritual, no solamente para instruir, informar, aconsejar
y aclarar un poder real bien dispuesto, porque ello ya lo había señalado Jonás
de Orleáns en su Institutione regia85 ; también para dirigir, conducir, censurar
y reprender los errores, castigar las faltas y deponer a la autoridad en caso
de resistencia o rebelión. Toda esta impresionante potestad fue expuesta con
inusitada fuerza en un documento que se tituló Dictatus papae (1075). El hasta
entonces carácter vago de la teocracia pontificia, se convierte en un conjunto de
proposiciones tajantes y reiterativas a favor de la libertad de la Iglesia respecto
de los laicos. Helo aquí:
I. La Iglesia romana ha sido fundada solamente por el Señor.
II. Sólo el Pontífice romano es llamado con justo título univer-
sal.
III. Sólo él puede absolver o deponer a los obispos.
IV. Su legado está, en todos los concilios, por encima de todos los
obispos, aunque sea inferior a ellos por su ordenación.
V. El Papa puede deponer a los ausentes.
VI. Con respecto a los que han sido excomulgados por él, no se
puede entre otras cosas habitar bajo el mismo techo.
VII. Sólo él puede, si es oportuno, establecer nuevas leyes, reunir
nuevos pueblos, transformar un colegial en abadía, dividir
un obispado rico y agrupar los obispados pobres.
VIII. Sólo él puede disponer de las insignias imperiales.
IX. El Papa es el único hombre al que todos los príncipes besan
los pies.
X. Es el único cuyo nombre debe ser pronunciado en todas las
iglesias.
XI. Su título es único en el mundo.
XII. Le está permitido deponer a los emperadores.
XIII. Le está permitido trasladar a los obispos de una diócesis a
otra, según la necesidad.
XIV. Tiene el derecho de ordenar a un clérigo de cualquier iglesia,
donde él quiera.
XV. El que ha sido ordenado por él puede dar órdenes a la iglesia
de otro, pero no hacer la guerra; no debe recibir un grado
superior de otro obispo.
XVI. Ningún sínodo general puede ser convocado sin su orden.
XVII. Ningún texto ni ningún libro puede tomar un valor canó-
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especialmente por Gregorio VII, como una de las maneras de expresar esta obediencia
que le es debida. Ésta se expresa precisamente de modo impreciso según los tiempos,
las circunstancias y los personajes a los cuales les es reclamada. “Sería vano, ilusorio
y falacioso æsostiene acertadamente Jean Floriæ querer siempre hacer entrar estas
exigencias en el molde del feudalismo. Pero, a la inversa, sería peligroso negar que los
papas expresaron a veces esta obediencia por la vía no sólo del vocabulario feudal, como
todos admiten, sino también de la relación y las obligaciones que éste implicaba”101 .
2. Córcega
Por su parte, la vinculación de Córcega a la Santa Sede es de antigua
data, puesto que la constitución de los obispados en la isla es, en verdad, muy
antigua y no puede precisarse. Desde el siglo IV los emperadores dotan a la
Iglesia con dominios ubicados en Córcega. El papa León III encarga a Carlo-
magno la protección de la isla, debido a que el Papado no contaba con una flota
de guerra con la cual librarla de los piratas sarracenos. La isla es incluida en
las donaciones que los carolingios hicieron a la Sede Apostólica; la que hiciera
Pipino en 753 al Papa, la de Carlomagno en 774 y, finalmente, la de su hijo Luis
El Piadoso en 817. Era muy evidente que la inclusión de la isla como donativo
en este último documento —asegurando que en los anteriores se halla— des-
pertara la sospecha de la canonística medieval, y hoy a los historiadores del
derecho canónico les parece que aquella alusión se trata de una intervención
del texto —interpolación sin duda posterior a los hechos— con el claro propó-
sito de ampliar el patrimonio pontificio y su control en la península italiana.
Indudablemente, a ello se debe que la Iglesia tuviera preocupación porque
los herederos de Carlomagno confirmaran aquellas donaciones en manos del
Papado, como aparece en la donación de Ludovico El Piadoso de 817, en la de
Otón el Grande en 962, por Enrique II en 1020, Federico II en 1213102 .
La ocupación árabe de la isla finaliza durante el pontificado de Gre-
gorio VII, o quizá un poco antes. Debido a que la isla le había sido donada
anteriormente, el Papa entiende que durante la dominación musulmana los
derechos de la Iglesia habían sido sustraídos (a iure et dominio sanctae Romanae
ecclesiae per invasionem substracta), es decir, que había derechos de los cristianos
anteriores a la conquista, derechos éstos que habían sido violentados por los
infieles y que era necesario recuperar. Con esta nueva situación, el dominio de
la isla regresaba a su antigua condición103 , pero también se iniciaba una nueva
etapa cuyo sello serán las eternas discordias entre las ciudades marítimas de
Pisa y Génova por el control de la isla, en la que los intereses económicos estarán
siempre presentes. En medio de estas disputas tan difíciles de compatibilizar,
el Papado contemporizará intentando llegar a una solución permanente, como
se verá.
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siguiente.
Sin embargo, el gobierno pisano no contó con la adhesión y respaldo
de la población corsa que se resistió generando un sentimiento de antipatía, en
parte estimulado, sin duda, desde el continente por los genoveses, quienes al
no cejar en su intento por recuperar su hegemonía sobre la isla, iniciaron una
progresiva ocupación y control de la mayor parte de ella. El papa Calixto II se
vio en la necesidad de acoger las protestas de los corsos, a las que se sumaron
las de los romanos, suspendiendo en 1121 el privilegio que había confirmado
un año antes. La convocatoria a un sínodo para discutir acerca de la discordia
entre las dos ciudades marítimas, pareció una gestión prudente para alcanzar la
armonía en medio de un ambiente hostil de mutuas desconfianzas y rencores.
El resultado de este conciliábulo fue la anulación de la relación de Córcega con
el obispo de Pisa, es decir, desandar el camino, y el regreso a la “obediencia
y sujeción” (oboedientia et subiectione) exclusiva de todos los obispos de la isla
al Pontífice romano. Solución que tendrá muy corta vida, porque el papa Ho-
norio II traerá el problema nuevamente al tapete, devolviendo a Pisa aquellos
privilegios que su antecesor había anulado.
El papel contemporizador del Papado en este conflicto tan típicamente
italiano no cesa. El papa Inocencio II decide en 1133 una solución casi salomó-
nica, cual es, dividir la isla y conceder la dependencia a Pisa y a Génova en
partes iguales. Con ese fin, mediante la bula Iustus dominus (20 de marzo de
1133) ordena que los obispados corsos de Mariana, Nebbio y Acci sean sufra-
gáneos del arzobispado de Génova. A Pisa se le compensa con concesiones en
Cerdeña y en la península, y más tarde, el mismo Pontífice concede al obispo
pisano la jurisdicción de los tres obispados restantes de Aleria, Ajaccio y Sa-
gona. Esta situación, mitad pisana y mitad genovesa de la isla, se mantiene en
el siglo con las confirmaciones de los papas Alejandro III y, en términos casi
idénticos, por Inocencio III.
Poco tiempo después, cuando el emperador germánico Otón IV entra
en conflicto con la Santa Sede al reivindicar para el Imperio el dominio de las
islas grandes de Italia, aquél concede la isla de Córcega a Pisa en 1201. Esta
intervención del poder político, intromisión claramente provocativa, fue con-
siderada abusiva por el Pontífice, porque, evidentemente, no sólo lesionaba
sus propios derechos, sino que también alteraba la frágil paz en el norte de
Italia. La reacción del Papado no tardó y tuvo dos aspectos: por una parte, era
necesario cautelar el equilibrio de poderes que con tanta dificultad se había
conseguido, pero también, por otra parte, hacer valer el derecho de dominio
que sobre la isla tenía la Sede Apostólica. La posición hegemónica del Papado,
precisamente en la península —territorio propio, digamos—, no podía sufrir
un menoscabo tan ignominioso como el que le había infligido Otón. El papa
Honorio III respondió en 1217, restableciendo el status que los anteriores pon-
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CONCLUSION
Como ha podido verse, las relaciones vasalláticas que se generaron
con estas acciones, confirman el interés de los papas en ser reconocidos como
superiores en todo el Occidente. En efecto, desde mediados del siglo XI, y
hasta mediados del XII, el Papado tiende a reforzar los conceptos jurídicos
que consolidan su posición sobre sus estados italianos basado tanto en la do-
nación como también en la inalienabilidad de dichos territorios. También lo
hace respecto de otros territorios buscando establecer las mismas relaciones
feudo-vasalláticas. Eugenio III (1145-1152) y Adriano IV (1154-1159) llevaron a
cabo una intensa actividad en este sentido, esto es, convertir en vasallos suyos
a algunos príncipes o señores, y obtener el juramento de fidelidad, a veces de
comunidades enteras. Adriano obtuvo la sumisión de Guillermo I de Sicilia,
no sin algunos problemas. Habiéndose convertido en feudo de la Santa Sede
mucho antes, el reino de Sicilia era heredado por Guillermo en 1154 después
de la muerte de su padre, Roger II. Sin haber consultado al Papa que era su
dueño feudal, y dispuesto a independizarse del antiguo compromiso vasallático,
Guillermo procedió primero por desconocer al legado del Pontífice que viajó a
recordarle sus obligaciones feudales, para enseguida invadir con su ejército los
estados pontificios. Con esta audaz acción consiguió la inmediata excomunión
de Adriano. Los ataques bizantinos a la isla que quedó semi-indefensa, salvaron
del problema al Papa y le situaron en una posición más favorable para negociar
la reconciliación en mejores condiciones. El tratado de Benevento, firmado el 18
de junio de 1156, junto con conceder la absolución de Guillermo, el Pontífice lo
declara rey de Sicilia y duque de Apulia, al tiempo de exigirle como a vasallo
el pago de un censo anual.
El Papado consideró, pues, que tenía potestad sobre todo el Occidente,
entendiendo por tal todos los territorios insulares como también los no-insu-
lares. La tesis de Weckmann de que el Papa haya exigido el censo basado en
que tenía potestad sobre todas las islas de Occidente (teoría omni-insular) está
probada en algunos casos pero no en todos. Lo que no lo está es que su pago se
haya basado exclusivamente en su condición de isla, ya que de hecho lo pagaron
también reinos que no eran islas, con lo cual se demuestra que hay más de una
explicación. Prueba en efecto el ilustre historiador que ciertamente se pagó el
censo, pero el fundamento de ese tributo puede también explicarse en que por
un lado los territorios fueron considerados parte del Patrimonio de Pedro, pero
también por que el censo se pagó como reconocimiento y retribución al quedar
el reino bajo la protección apostólica. Ambas hipótesis no se excluyen.
Ahora bien, cabría preguntarse, también hipotéticamente, que si los
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CAPITULO QUINTO
Teoría política de la potestad pontificia
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LA HERENCIA DE LA ANTIGÜEDAD
1. Israel
Los primeros ejemplos que podemos mencionar, son aquellos que relata el
Antiguo Testamento del pueblo judío, cuyos ejemplos y textos deben consi-
derarse decisivos puesto que constituyen una buena parte del arsenal que los
intelectuales del medievo utilizaron al momento de elaborar la argumentación
que da cuerpo a sus teorías políticas. El libro del Génesis describe bien la épo-
ca de los patriarcas, en la que aparece una sola persona ejerciendo el poder
supremo, tanto religioso como temporal. En cambio, observamos que en el
libro del Éxodo, Israel es gobernado por un caudillo laico, como es Moisés, y
también por un sacerdote, este es Aarón. Distinto es el período conocido como
la época de los Jueces, que coincide con la conquista de Canaán; en este lapso
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son precisamente los jueces los gobernantes del pueblo judío, aunque reciben
órdenes de Yahvé por intermedio de un sacerdote o de un profeta. Esta fórmula
de gobierno se prolonga en el tiempo abarcando el período de la monarquía
unitaria y, también, el siguiente cuando se produce la división del reino en
dos: el de Israel y el de Judá. Los gobernantes políticos desaparecen durante
el exilio babilónico, y el pueblo judío se rige solamente por líderes religiosos
o espirituales que lo hacen siguiendo las instrucciones de Yahvé. A partir de
entonces, gobernados por un sistema teocrático a cargo únicamente de guías
espirituales, sobreviene el post-exilio que alcanza el período persa, griego y
romano, y se extiende a la llamada dispersión. Los tiempos posteriores ven
surgir, de vez en cuando, algún guía político, de efímera duración, hasta que en
el siglo XX, en 1948, el pueblo judío funda el Estado de Israel que se autodefine
como aconfesional y laico.
La alta Edad Media —afirma André Vauchez— sintió un atractivo
especial por el Antiguo Testamento, pues respondía mejor con la situación de
la sociedad y la evolución de las mentalidades, que el Nuevo Testamento (que
ya examinaré). La Jerusalén de los reyes y de los sumos sacerdotes, ejercía una
atracción especial en los espíritus, toda vez que un poder centralizador, con
el apoyo del clero, trataba de unificar una Europa occidental superficialmente
cristianizada124 .
2. Grecia
Por su parte, la civilización griega se organizó de manera distinta
y original. Afincados sobre un territorio pequeño y fragmentado, fundaron
agrupaciones de hombres libres cuya autonomía estaban dispuestos a defender
de toda injerencia extranjera. Comprometidos en garantizar el bien común, en
cierta medida, “todos” eran partícipes de las decisiones políticas en virtud de
que éstas afectaban los intereses del conjunto de personas, aunque, como es
bien sabido, los esclavos, muy numerosos en aquella sociedad, no eran consi-
derados personas en su acepción política. A esta construcción llamaron: polis
o Estado. La participación de las autoridades religiosas quedaba circunscrita a
los sacrificios que los sacerdotes ofrecían a las divinidades protectoras de cada
ciudad, ya que los griegos creían que los dioses velaban por el bienestar de sus
polis. Debido a que la religión estaba integrada dentro del Estado o polis, los
sacerdotes eran una suerte de funcionarios de Estado, como hoy podríamos
decir125 .
3. Roma
Los romanos, en este aspecto, son herederos del mundo griego, pero
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ORÍGENES HISTÓRICOS DEL PAPADO
4. Cristianismo
Bajo el punto de vista que aquí nos interesa, desde un comienzo el
cristianismo planteó al estado romano un problema de difícil solución, y que
ocasionó históricamente múltiples fricciones: su autonomía espiritual y social
dentro del respeto al orden político existente. Cristo señaló claramente dicha
autonomía de la Iglesia al indicar que el reino del cual Él era rey, no se hallaba
aquí en la tierra: Mi reino no es de este mundo (Jn. 18,36); Asimismo, al serle con-
sultado sobre la licitud del pago del tributo al estado romano, Jesús contestó:
Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mc. 12,17; Mt. 22,21; Lc.
20,25). Por su parte, siguiendo las enseñanzas del Maestro, los apóstoles im-
pusieron la obligación a los cristianos de respetar a las autoridades temporales
establecidas, aún cuando a éstas les estaba ordenado perseguir al cristianismo:
Pablo exige a los cristianos de Roma que todos han de estar sometidos a las auto-
ridades superiores, pues no hay autoridad sino bajo Dios; y las que hay, por Dios han
sido establecidas (Rm. 13,1-7); y a Tito le señala: Recuérdales que vivan sumisos a los
príncipes y a las autoridades (Tit. 3,1). Por su parte, Pedro recomienda: Por amor
del Señor, estad sujetos a toda institución humana, ya al emperador, como soberano;
ya a los gobernadores, como delegados suyos (1 Pet. 2,13-14).
Como el propio Jesús enseñó, toda esta doctrina provocaría un cambio
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1. Monismo
Durante el medievo, hubo pocos consensos más universales que este: existe
un poder solamente y viene de Dios. No hay, pues, discrepancias acerca del
origen divino del poder. Pero, enseguida se abría una división al momento de
determinar por medio de quién venía ese poder a la tierra, es decir, qué órgano
u órganos realizan su transmisión humana.
a) Monismo hierocrático. En esencia sostiene ésta que todo el poder viene de
Dios a los hombres a través del representante del poder espiritual, esto es, el
Papa. Este poder total directo del papa, en lo que concierne a lo temporal lo
delega o confiere al príncipe secular, al tiempo que el espiritual lo confiere a
los superiores eclesiásticos.
Esta teoría fue sostenida por una minoría de intelectuales canonistas
que figuran entre la segunda mitad del siglo XII y primer tercio del XIII, que
constituye la primera época clásica de la canonística medieval. Entre un centenar
de canonistas que escriben en dicho período, solamente pueden considerarse
unos siete que sostienen una posición política de carácter monista hierocrá-
tica: 1. La Summa Monacensis, 2. El apparatus “Tractaturus magister”, 3. Juan
Faventino, 4. El Apparatus “Antiquitate et tempore”, 5. Rufino, 6. Ricardo y
sobre todo 7. Alano Anglico. Estos autores marcaron los principios generales
de esta posición que después, aún sin saberlo, seguirían todos los hierócratas.
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A principios del siglo XIV aparecen otros representantes, como Egidio Romano,
Jacobo de Viterbo, Agustín de Ancona, Alejandro de Santo Elpidio, Guillermo
de Cremona y Alvaro Pelagio. Es sintomático que todos ellos hayan sido agus-
tinos, con excepción de Alvaro Pelagio que era franciscano.
Inscrita su reflexión dentro del momento histórico de la polémica
que sostuvieron el papa Bonifacio VIII y Felipe el Hermoso, estos autores
fundamentaron su teoría en diversos textos de la Sagrada Escritura, donde se
habla de que el cosmos fue creado por Dios, y Dios lo da a Cristo, que es Dios
y Hombre. Concluían que Cristo transmite este dominio a San Pedro y a sus
sucesores. Hoy sabemos que en este análisis hay un vicio interpretativo noto-
rio, que consiste en que afirmaciones que se refieren específicamente al plano
espiritual, se aplican al dominio temporal. A estos textos se agregan interpre-
taciones posteriores de autoridades que aparecen en colecciones canónicas con
una formulación similar, las cuales son igualmente distorsionadas para llevarlas
hacia posiciones hierocráticas.
b) Monismo laico. Es de opinión que el poder de Dios llega a la humanidad a
través del representante del poder temporal, y por ello no existe ninguna ju-
risdicción que no dependa del príncipe secular. Así, la religión constituye una
incumbencia del Estado, y son los ministros de éste los que reciben el encargo
y también las atribuciones para administrar este ámbito. Cuando se trata de
un emperador llamamos monismo cesáreo o imperial, y en cambio, cuando el
régimen es una monarquía, se habla de monismo regio. Esta teoría representa
una continuidad de la Antigüedad, ya que en la civilización romana, según los
principios del derecho romano, el ius sacrum formaba parte del ius publicum.
Dicha absorción del ámbito religioso en la esfera temporal o política, fue tam-
bién política de los emperadores romano-cristianos del período tardo-imperial
cuando adoptaron posiciones cesaropapistas. Partidarios del monismo regio
de Felipe el Hermoso de Francia en la misma polémica antes aludida, fueron
Marsilio de Padua y Guillermo de Ockham.
2. Dualismo
La mayor parte de los canonistas medievales era partidaria de la teoría dualis-
ta, según la cual el poder viene de Dios a los hombres por dos vías u órganos
de transmisión: el príncipe secular para el poder temporal, y los jerarcas de la
Iglesia para el poder espiritual. Por eso, ante cualquier problema emergente,
en el dualismo se presentaban dos posturas que ahora examino.
a) Teoría dualista eclesiástica o dualismo hierocrático. Esta teoría reconoce la
autonomía de ambos poderes, el espiritual y el temporal, cada uno con una
esfera de acción diferente. Sin embargo, se considera que el poder espiritual
es superior al temporal, y por ello cuando el poder temporal viola principios
éticos en el ejercicio de su función gubernativa, prevalece el poder espiritual
106
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***
Este constituye el tejido de fondo dentro del cual se tejieron las diversas con-
cepciones de la estructura política del orbis christianus. La clasificación y las
diferencias que se han señalado para distinguir una de otra, en cierta medida
traicionan la realidad, en razón de que en el ámbito doctrinal las distinciones
no son tan nítidas, y en la práctica todavía menos. En el pensamiento de los
autores muchas veces conviven ideas de teorías para nosotros opuestas, y de-
bido a esto encontramos a intelectuales intentando explicar un mismo hecho
desde teorías diferentes y hasta contrarias.
Para el hombre de comienzos del siglo XXI, estas teorías que hemos
mencionado se excluyen mutuamente, pero no para el hombre medieval,
que las vio convivir en aparente armonía. Esta diferencia tan radical se debe
a que en la actualidad entendemos claramente que el Estado y la Iglesia son
dos entidades completamente autónomas e independientes, pero en la Edad
Media formaban parte de un mundo y un orden unitario, presidido por Dios
cuyos representantes en la tierra serán los ministros laicos o clérigos según se
considere la teoría y las materias de que se trate.
Es curioso que las materias sobre las cuales la Iglesia disputó con el
Estado en el medievo, son casi exactamente las mismas sobre las que hoy la
Iglesia considera que tiene el deber de dictaminar acerca de la moralidad o la
ética de cualquier conducta humana en la sociedad. Sin embargo, es evidente
que el fundamento de esta intervención es hoy muy distinto, puesto que ya
no reclama ningún poder directo o indirecto en materias temporales, sino que
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CAPITULO SEXTO
LOS PILARES DEL PODER TEMPORAL DEL PAPADO
1. La Primacía
La teoría acerca de la supremacía del Papa sobre toda otra autoridad
eclesiástica y temporal en la Cristiandad, basada en la herencia de Pedro, tiene
antecedentes muy antiguos que se remontan a los primeros siglos del cristia-
nismo. Pero el carácter temporal de dicho poder se fue creando y afianzando
desde Gregorio VII en adelante.
El concepto de primacía pontificia radicaba en la consideración del
Papa como sucesor directo de Pedro sobre el que Cristo había decidido cons-
truir su Iglesia. Esta concepción convertía a los papas en los primeros vicarios
de Dios, teniendo por función principal la salvación de los fieles, lo cual hacía
imprescindible disponer de los poderes necesarios para asegurar el orden en
la Iglesia y la paz en la Cristiandad.
Por lo tanto, la primacía papal, con todas estas atribuciones menciona-
das, otorgaban a su titular dos condiciones esenciales en las que afirmaba su
status. El ejercicio del poder pontifical se reflejaba en las siguientes principales
designaciones tomadas de la tradición romana: la cura es la atención, con
carácter de tuición, que el Emperador tenía sobre los súbditos, y que el Papa
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que reservará en 1075 la voz papa para el obispo romano excluyendo su uso a
cualquier otra autoridad episcopal. La expresión muy santo padre, que viene
a decorar la primitiva palabra, comenzó a usarse en el siglo XII.
VICARIO DE CRISTO (vicarius Christi). La expresión no nació exactamente así,
sino vicario de Pedro (Vicarius Petri) la cual no fue de exclusividad del obispo
de Roma, sino que la usaron varios obispos de Occidente. Durante el siglo V se
empleó para referirse al obispo primado con sede en Roma. La emplea el sínodo
romano de 495 para aclamar al papa Gelasio I: “te vemos vicario de Cristo”
(vicarium Christi te videmus). Dentro del ambiente reformista generado por
los gregorianos, la expresión se usa con frecuencia en los siglos XI, XII y XIII.
Esta no agregaba mucho más al Papa, pero en ese contexto la intención era po-
ner de relieve los poderes vicarios que San Pedro había recibido de Cristo, los
mismos que por vía de transmisión poseía el Pontífice. Desde entonces, muchos
pasajes bíblicos atribuidos a Jesucristo se aplicaron en adelante al Papa, que
pasó a considerarse el punto de intercesión entre el cielo y la tierra. Inocencio
III afirmaba que lo que él decretaba era el mismo Cristo quien lo hacía, razón
por la cual prefirió llamarse vicario de Cristo. El último paso lo dio Inocencio
IV al proclamarse vicario de Dios.
La condición de vicarius, sea de Cristo o de Pedro, representa la raíz de
poder pontificio. La voz “vicario” tenía en el derecho romano privado una larga
tradición, que durante la administración de Constantino comenzó a usarse en
la esfera del derecho público, pues con ella se designaba a los representantes
estatales en las circunscripciones imperiales llamadas diócesis; en ellas los vi-
carios eran delegados del poder central romano, como si fuesen la autoridad
misma en la región. Ocupar el lugar que es propio de otro, es el origen etimo-
lógico del término, y el Papa inicia su uso en este preciso sentido. Vicario hace
referencia a la autoridad legitimante que es Pedro y Cristo, y todavía más, la
íntima conexión de éstos con su vicario, manifiesta la presencia misma de la
divinidad en él.
PONTIFICE es un término cuyo origen debe remontarse al período anterior
al cristianismo, es decir, a la tradición religiosa romana. Con evidentes conno-
taciones jerárquicas, a este vocablo se le añadieron las voces summus y maxi-
mus, las cuales también son pre-cristianas. El papa Gelasio I inicia el uso de la
expresión Sumo Pontífice (summus pontifex), para referir con ella la posición
de primacía del obispo romano en Occidente. Su utilización se hizo cada más
frecuente en las bulas a partir del siglo XI, en particular en la correspondencia
dirigida a la autoridad pontificia.
Por su parte, Máximo Pontífice (Pontifex maximus) es la alocución que
empleaban para sí los emperadores romanos, pero sus herederos germanos
no continuaron esta tradición cayendo en desuso durante el medievo. Con el
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4. La Curia
La Curia pontificia es el conjunto de organismos a través de los cuales
se ejercen las funciones de administración, jurisdicción y consejo con el objeto
de colaborar con el Papa en las dimensiones temporal y espiritual de su cargo.
El vocablo Corte, que en general se emplea y puede emplearse como sinónimo,
tiene una acepción un tanto más restringida a los servicios inmediatos de la
persona del Pontífice, y no al gobierno general de la Iglesia.
La conformación histórica de la Curia va unida al desarrollo paulatino
de la primacía del obispo romano aquí tratado. Esta se configura en los prime-
ros mil años de historia del cristianismo occidental, en los que este organismo
tuvo una estructura muy elemental. Pero a partir del siglo XI, con la reforma
gregoriana, se produce un proceso de complejización de la administración ecle-
siástica, motivado por los cambios internos que acompañan a la expansión del
cristianismo y la multiplicación de sus relaciones con los poderes temporales.
Los organismos fundamentales de la Curia pontificia son:
La Cámara apostólica.
Este organismo tiene por función administrar los asuntos fiscales y
financieros que aseguran el sostenimiento material del Papado. La fuerte cen-
tralización de los gastos e ingresos que le caracterizó originalmente, parece
deberse al influjo que tuvo la organización de los monjes de Cluny, de donde
provenían varios de los reformadores gregorianos del siglo XI que ostentaron
importantes responsabilidades. Con el inmenso movimiento de las Cruzadas
urgió desarrollar una organización financiera compleja, en razón de que la
puesta en marcha de los ejércitos cruzados y su mantenimiento, exigió cuan-
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ORÍGENES HISTÓRICOS DEL PAPADO
tiosos recursos. La época del Papado aviñonense vio hacerse más eficiente la
recaudación (fiscalidad) y con ello se completan muchos de los rasgos que
permanecerán hasta los tiempos modernos.
Una función importante de la Cámara era la acuñación de la moneda
emitida por el Papado en su condición de Estado. A fines de la Edad Media la
moneda pontificia era conocida como el florín de la cámara.
Hasta fines del siglo XII la mayor parte de los ingresos pontificios de-
pendían de la explotación de su patrimonio territorial italiano, de los estados
pontificios, precisamente registrados por Cencius Camerarius en el Liber Cen-
suum. Pero durante el Pontificado de Aviñón la fiscalidad se hizo minuciosa y
rigurosa, al imponerse el principio de que todo nombramiento debía conllevar
algún ingreso para la Cámara. Entonces, para todo cargo eclesiástico hubo una
valoración precisa correspondiéndole su respectivo gravamen. También, en este
mismo espíritu, se establecieron montos cada vez mayores para las gestiones de
todo tipo tramitadas ante la Curia: servicios menudos y comunes, los derechos
de espolio, las anatas, las vacantes, los subsidios, las décimas o las procuracio-
nes de visita, entre otros. La predicación de indulgencias, cuyo uso se amplió
cada vez más, agregaba más recursos al erario pontificio. Por último, aunque
representaban ingresos aparte, los regalos dados al Papa alcanzaron también
gran importancia a fines el medievo.
Además, existía una fiscalidad extraordinaria que permitía al Papa
exigir aportes especiales al universo de las iglesias occidentales para necesi-
dades imperiosas de diverso tipo. La predicación de la cruzada, a cambio de
las correspondientes indulgencias, acarreaba otros recursos para financiar las
expediciones a Tierra Santa.
La Cámara apostólica era presidida por el Camarlengo o también lla-
mado Camerarius, que era siempre un cardenal que se convertía en el primus
inter pares, al sustituir al Papa en su ausencia. A su cargo están: 1) el tesorero,
responsable del tesoro pontificio. 2) los colectores pontificios, encargados de
la fiscalidad en los distintos territorios de la Cristiandad, eran asistidos en
cada diócesis por los subcolectores. 3) los clérigos de la cámara, que se ocu-
paban de preparar la documentación y de controlar las cuentas. Junto a estos
funcionarios, había numeroso personal subalterno con funciones de menor
responsabilidad.
La Cancillería apostólica
Se trata del organismo que se ocupa de redactar, registrar, enviar y
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Las Audiencias
Hasta el siglo XII la actividad jurisdiccional, es decir, la resolución de situacio-
nes de orden judicial, estuvo a cargo del Consistorio, que bastaba para resolver
los casos que eran elevados ante el Pontífice, en su mayoría conflictos entre
instituciones eclesiásticas. Sin embargo, la expansión de la Iglesia y su creciente
participación en la vida espiritual y temporal de la Cristiandad, hicieron cada
vez más difícil resolver la ingente cantidad de causas intraeclesiásticas; pero
también se agregaban, cada vez más, los asuntos de laicos que, amparados en
el derecho canónico, encomendaban al Pontífice causas matrimoniales, litigios
de herencias, usuras o lo relativo a los juramentos.
La mayor cantidad y la mayor complejidad de los casos, obligaron a la
designación de un personal especializado —canonistas— encargado de manera
permanente de resolver tantos problemas. Así, a comienzos del siglo XIII, nacen
las audiencias, cuyo nombre se debe a la costumbre del papa Inocencio III de
leer públicamente los documentos expedidos por su cancillería, lo cual permi-
tía que se escucharan las objeciones referidas al documento leído. Pero como
esta costumbre podía retrasar la expedición de los libelos y con ello también la
resolución de los conflictos, hubo necesidad de designar a unos canonistas de
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Notas.
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123
ORÍGENES HISTÓRICOS DEL PAPADO
31 J. MIETHKE, Las ideas políticas de la Edad Media, Buenos Aires, 1993, pp.13-
7.
32 J. DANIELOU—H.I. MARROU, Nueva Historia de la Iglesia, Madrid, 1964 (ed.
franc. 1963).
33 D. VALLE RIBEIRO, O Oriente e o Ocidente na correspondência de Gregório
Magno, en “Signum”, nº4, 2002, pp.153-179.
34 K. ALGERMISSEN, Iglesia Católica y confesiones cristianas, Madrid, 1963
(1930_).
35 PAULO DIÁCONO, Historia Langobardorum, VI, 49, en MIGNE, Patrologia
Latina, t. XCV, recogido en J. MARIN RIVEROS, Textos Históricos, Valparaíso,
2003, pp.119-20.
36 AAVV, Il monachesimo nell’Alto medioevo e la formazione della civiltà occiden-
tal, Settimane di studio del Centro italiano di studi sull’alto medioevo, Spoleto, 1957,
vol.4.
37 Citado por P. RICHÉ, Les carolingiens. La famille qui fit l’Europe, París, 1983,
p.56-7.
38 L. GRACCO-RUGGINI, La conversione al cristianesimo nell’Europa
dell’altomedioevo, Centro Italiano di Studi sull’Altomedioevo, Spoleto, 1967.
39 P. RICHÉ, Les carolingiens..., p.22. Tb. su Éducation et culture dans l’Occident
barbare, París, 1962. Sobre el período insustituible L. MUSSET, Les invasions: le
second assaut contre l’Europe chrétienne (VIIè-XIè siècles), París, 1965.
40 EGINARDO, Vita Karoli, 1, MGH, scriptores, II, p.433 ss.
41 Uno de los más importantes estudiosos de este período es K. F. WERNER cuyos
trabajos en lengua francesa y alemana están reunidos en Structures politiques du monde
franc. VI-XIIè siecles, Variorum Reprints, London, 1979. Sobre el particular Les princi-
pautés péripheriques dans le monde franc du VIIIè siècle, en “Settimane di studio del
Centro italiano di studi sull’alto medioevo” XX, Spoleto, 1973, pp.483-514.
42 Certero y moderno M. ROUCHE, L’Aquitanie des Wisigoths aux Arabes (418-781),
París, 1979. Tb Los primeros estremecimientos de Europa, en la edición española de
La Edad Media dirigida por Robert Fossier, Barcelona, 1982, vol.1, 3º parte.
43 Aunque con discrepancias cronológicas, sigue siendo indispensable J. H. ROY— J.
DEVIOSSE, La bataille de Poitiers, París, 1966. Una de las fuentes esenciales es la
Chronique de Moissac, en MGH, Scriptores, vol.I y II (Hannover, 1826 y 1829). Cfr.
L. HALPHEN, Charlemagne et l’Empire carolingien, París, 1945 (ed. esp., México,
1955, pp.4-6). Véase la Crónica mozárabe de 754, ed. J. E. López Pereira, Zaragoza,
Anubar, 1980, pp. 99-101, en E. MITRE, Textos y Documentos de Época Medieval,
Barcelona, 1998, p. 51 y s.
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44 E. DELARUELLE, L’Idée de croisade au Moyen Âge, Turin, 1980, p.12 ss.
45 J. FLORI, La guerre sainte, Paris, 2001, p.228.
46 K. F. WERNER, Structures politiques du monde franc....
47 G. GALASSO, Storia d’Italia, Torino, 1980, vol.I por P. DELOGU, Il regno lon-
gobardo.
48 AAVV, Cristianizzazione ed Organizzazione ecclesiastica delle campagne nell’alto
medioevo: espansione e resistenze, “Settimane di studio del Centro italiano di studi
sull’alto medioevo”, Spoleto, 1982, vol. 28, 2 vols.
49 P.-A. FEVRIER, Religiosité traditionnelle et christianisation, en J. LE GOFF—R.
REMOND (dirs.), Histoire de la France religieuse, vol. 1: “Des Dieux de la Gaule à
la Papauté d’Avignon”, París, 1968, pp.39-168.
50 L. HALPHEN, Charlemagne et l’empire..., p.18.
51 L. HALPHEN, Charlemagne..., p.10. L. LEVILLAN, L’Avénement de la dynastie
carolingienne et les origines de l’État pontifical, París, 1933.
52 Reges a regendo vocati. Sicut enim sacerdos a sacrificando, ita et rex a regendo.
Non autem regit, qui non corrigit. Recte igitur faciendo regis nomen tenentur, peccan-
do amittitur. ISIDORUS, Etimologiae, ed. BAC., vol.1, IX, 3, p.764. J. ORLANDIS,
Historia del reino visigodo español, Madrid, 1988, p.153 ss.
53 M.G.H., in usum scholarum, 1895, p.810. IOANNES B. LO GRASSO (S.I.), Eccle-
sia et statu. De mutuis officiis et iuribus. Fontes selecti, Typis Pontificae Universitatis
Gregorianae, Romae, 1939, pp.63-4. A.749. —Burghardus Virzeburgensis episcopus
et Folradus capellanus missi fuerunt ad Zachariam papam, interrogando de regibus in
Francia, qui illis temporibus non habentes regalem potestatem, si bene fuisset an non.
Et Zacharias papa mandavit Pippino, ut melius esset illum regem vocari, qui potestatem
haberet, quam illum, qui sine regali potestate manebat; ut non conturbaretur ordo, per
auctoritatem apostolicam iussit Pippinum regem fieri. A.750. —Pippinus secundum
morem Francorum electus est ad regem et unctus per manum sanctae memoriae Bo-
nefacii archiepiscopi et elevatus a Francis in regno in Suessionis civitate. Hildericus
vero, qui false rex vocabatur, tonsoratus est et in monasterium missus.
54 Eginhardus habla de una comisión que habría visitado al papa: ut consulerent de
causa regum... per quos praedictus Pontifex mandavit, melius esse illum vocari regem,
apud quem summa potestatis consisteret; dataque auctoritate sua, iussit Pippinum regem
constitui. hoc anno secundum Romani Pontificis sanctionem Pippinus rex francorum
apellatus est. Annales Eginhardi en Patrología Latina, vol. 104, p.373.
55 L. HALPHEN, Charlemagne..., lib.I, cap. I y II.
56 E. PLATAGEAN, Historia de Bizancio, en conjunto con H. Bresc y P. Guichard,
Barcelona, 2001, pp.86-7.
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57 F. L. GANSHOF, The carolingian and the frankish Monarchy. Studies in carolingian
History, London, 1971, p.9.
58 ... et tali omnes [todos los grandes de los francos] interdictu et excommunicationis
lege constrixit, ut numquam de alterius lumbis regem in aevo presumant eligere. Cláu-
sula de unctione Pippini, MGH, Scrptores rerum merovingicarum, I, pars II, pp.465-6.
GRASSO, Ecclesia et statu..., pp.64-5.
59 F. L. GANSHOFF, Note sur les origines byzantines du titre ‘patricius romanorum’,
in “Annuaire de l’Institut de Philologie et d’Histoire orientales et slaves” X, Bruxelles,
1950 apud D. MAFFEI, La donazione di Costantino nei giuristi medievali, Milano,
1964 (1980_), p.8.
60 Vita Stephani, II, ed. L. Duchesne, in Liber Pontificalis, Paris, 1886, pp. 452-454
en E. GALLEGO BLANCO, Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media,
Revista de Occidente, Madrid, 1970, pp. 84 y s.
61 P. PARTNER, The Lands of St. Peter, London, 1972. M. ROUCHE, ¿Monarquías
bárbaras, imperio cristiano o principados independientes?, en “La Edad Media” (ed.
R. Fossier), vol. 1, p. 357.
62 W. ULLMANN, The Growth of the papal government..., p.58-9.
63 LOENERTZ, Acta Silvestri, en Revue d’histoire eclésiastique 70, Louvain, 1975,
pp.426-439. La leyenda en G. W. LEVISOHN, Konstantinische Schenkung und
Silvester-legende, en “Miscellanea Fr. Ehrle”, Roma, 1924, vol.II, pp.159-247. N.
HUYGHEBAERT, Une légende de fondation. Le “Constitutum Constantini”, en Le
Moyen Age 85, 1979, pp.177-209.
64 A. SCHOENEGGER, Die Kirchenpolitische Bedeutung des Constitutum Constan-
tini, “Zeitschrift für Katholische Theologie”, 1918, p.555.
65 Edictum Constantini ad Silvestrem Papam, Corpus Iuris Canonici, Decretum Gra-
tiani, ed. Friedberg, Lispiae, 1979, vol. I, pp.342-5. Decretales Pseudoisidorianae et
Capitula Angilramni, ed. por P. Hinschius, Leipzig, 1863, Aalen, 1963, pp. 249-54. C.
B. COLEMAN, Constantine the Great and Christianity, New York, 1914 en su apén-
dice. GRASSO, Ecclesia et statu..., pp.73-4. Trad. castellana parcial en M. ARTOLA,
Textos fundamentales para la Historia, Madrid, 1992_°, pp.47 ss. Trad. Inglesa muy
fiel en F. HENDERSON, Select Historical documents of the Middle Ages, London,
1910, pp.319-29. Este documento quedó inserto en una colección titulada Decretales
Pseudoisidoriannae que es atribuida a un Isidorus Mercator, y por ello recibe también
el nombre de donación pseudoisidoriana. La mejor edición crítica del «Constitutum
Constantini» es la de W. GERICKE, Wann entstand die Konstantinishe Schenkung?,
en ZSSt., K.A., XLII, 1957, pp.80-88 que reproduce el cuidado texto editado por K.
ZEUMER en Festschrift für Rudolf von Gneist, Berlin, 1888, pp.47-59. D. MAFFEI,
La donazione di Costantino..., a quien sigo en este punto ante mi imposibilidad —to-
davía— de entrar sin ayuda en la imprescindible bibliografía alemana sobre este docu-
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LUIS ROJAS DONAT
mento. La versión latina de los pasajes arriba citados son los siguientes: § 13 ...quibus
pro concinnatione luminariorum possessionum praedia contulimus, et rebus diversis
eas ditavimus, et per nostras imperialium iussionum sacras tam in oriente quam in
occidente vel etiam septentrionali et meridiana plaga, videlicet in Iudaea, Graecia,
Asia, Thracia, Africa et Italia vel diversis insulis nostram largitatem eis concessimus,
ea prorsus ratione, ut per manus beatissimi patris nostri Silvestrii pontificiis succes-
sorumque eius omnia disponantur. § 17 ...Ad imitationem imperii nostri, unde ut non
pontificalis apex vilescat, sed magis amplius quam terrem imperii dignitas et gloriae
potentia decoretur, ecce tam palatium nostrum, ut praelatum est, quamque Romae urbis
et omnes Italiae seu occidentalium regionem provincias, loca et civitates seapefacto
beatissimo pontifici, patri nostro Silvestrio, universali papae, contradentes atque re-
linquentes eius vel successorum ipsius pontificum potestati et dictioni firma imperiali
censura per hanc nostram divalem sacram et pragmaticum constitutum decernimus
disponendum atque iure sanctae Romanae Ecclesiae concedimus permanendum.
66 A. GAUDENZI, Il Costituto de Constantino, “Bolletino dell’Istituto storico italia-
no”, 39, 1919, pp.87-112. Vid. J. LORTZ, Historia de la Iglesia, Madrid, 1982, vol.
I, pp.274-6.
67 Fälschungen im Mittelalter, Kongress der Monumenta Germaniae Historica,
Schrisften 33, Hannover, 1988-1990, vols.6,.
68 La influencia de dicha falsificación y su divulgación en épocas posteriores en H.
FUHRMANN, Einfluss und Verbreitung der pseudoisidorischen Fälschungen von ihrem
auftauchen bis in die neuere Zeit 1-3 (MGH, Schriften Bd 24.1-3, Stuttgart, 1973).
69 Sobre las falsificaciones en la Edad Media, y en especial las contenidas en las recopi-
laciones pseudo-isidorianas, los 6 volumenes Fälschungen im Mittelalter, especialmente
los trabajos de H. FUHRMANN (citado) y el de W. POHLKAMP, Privilegium Romanae
ecclesiae contulit. Zur Vorgeschichte der Konstantinischen Schenkung, vol.2 (1988),
pp.413-490. W. ULLMANN, The growth of the papal government..., p.59.
70 F. RICO, El sueño del Humanismo. De Petrarca a Erasmo, Madrid, 1993, p.60.
71 P. MONNIER, El “Quattrocento”: Historia literaria del siglo XV italiano, trad.
esp. F. Ruiz Llanos, Buenos Aires, 1950, vol.I, pp.288-302.
72 F. MENOZZI, La critica all’autenticità della Donazione di Costantino in un ma-
nuscripto della fine del XIVº secolo, en “Cristianesimo nella storia, 1980, pp.123-154.
NICOLAUS DE CUSA (1401-1464), De concordia Catholica libri tres (c.1432) y
LAURENTIUS VALLA (c.1407-57), De falso credita et ementita Constantini donatione
declamatio, publicada por primera vez por Ulrich von Hutten en 1517. G. G. ANTO-
NAZI, Lorenzo Valla e la donazione di Costantino nel secolo XV, Roma, 1950.
73 G. MARTINI, Traslazione dell’Impero..., p.80 citado por D. MAFFEI, La Donazione
di Costantino..., pp.13-5.
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San Deusdedito o
Adeodato I Nació en Roma. Elegido el 10.X.615, murió el 8.XI.618.
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25 de marzo.
San Eugenio I Nació en Roma. Elegido el 10.VIII.654, murió el 2.VI.657.
Fue elegido un año antes de la muerte de Martín I. Se
opuso a las intrigas del Emperador comunicando a to-
dos los países de Europa el triste fin de su predecesor.
Ordenó a los sacerdotes la observancia de la castidad.
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San Gregorio III (Siria) Nació en Siria. Elegido el 18.III.731, murió el 28.XI.741.
Invocó la ayuda armada de Carlos Martello, Rey de los
Francos, contra los Longobardos. De ello deriva el títu-
lo de «Cristianismo» adoptado después por todos los
Reyes franceses. Las limosnas fueron llamadas «óbolo
de S. Pedro».
Esteban II (III) Fueron dos: el primero reinó un solo día (23.III) el segun-
do: elegido el 26.III.752, murió el 26.IV.757. Fue acogido
con entusiasmo y llevado en triunfo a hombros, de aquí
viene la silla gestatoria. En Canino (Viterbo) existe una
campana de aquella época que se dice fue donada por
Esteban.
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Cristóbal (903-904)
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Estonia.
Clemente IV (Francia)
Nació en Saint Giles (Francia). Elegido el 15.II.1265,
murió el 29.XI.1268. Excomulgó a Corradino de Suecia,
pero ello no sirvió para impedir la ocupación de Roma y
Nápoles. Antes de ser sacerdote fue hombre de mundo.
Vivió y murió en Viterbo.
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Inocencio VI (Francia)
Nació en Braisahmont (Francia). Elegido el 30.XII.1352,
murió el 12.IX.1362. Hizo reorganizar el Estado Pontifi-
cio al español Albornoz. Dio gran impulso a las artes y
a la cultura. Fortificó Aviñón con las murallas.
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da.
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GLOSARIO
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INDICE ONOMASTICO
Anastasio (emperador)
Aquitania
Arrianismo (Obispo Arrio)
Audiencias
Autoridad apostólica
Autoridad política
Benevento (ducado)
Bizancio
Bonifacio
Borgoña
Burgardo
Calcedonia, Concilio
Cámara apostólica
Cancillería
Carlomagno
Carlomán
Carlos Martel
Carolingios
Cerdeña
Childerico (rey franco)
Childerico III (rey franco)
Clemente
Clodoveo
Clotario II (rey franco)
Concilio
Constantino (emperador romano)
Constantino V Coprónimo
Constantinopla
Córcega
Curia
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Dámaso (Papa)
Ducado de Roma
Eginardo
Eigenkirchen (Iglesias propias)
Esteban (Papa)
Eudes
Exarcado de Rávena
Feudalismo
Florín
Francos (ripuarios, salios)
Fulrado
Gelasio I (Papa)
Gregorio de Tours
Gregorio I (Papa)
Gregorio II (Papa)
Gregorio III (Papa)
Hierocracia
Honorio (emperador)
Iconoclasia
Ignacio de Antioquía
Imperio
Irineo de Arlés
Isidoro de Sevilla
Justiniano (emperador)
Legaciones
León III Isáurico
Letrán
Liber Censuum
Liutprando (rey lombardo)
Ludovico Pío
Marcelino (Papa)
Máximo Pontífice
Mayordomo
Meroveo (rey franco)
Nunciaturas
Pablo (apóstol)
Pablo Diácono
Papado
Parroquias
Patriarca
Patrimonium Petri
Pedro (Papa)
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Pipino II de Herstal
Pipino III el breve
Poitiers
Ponthion (residencia real franca)
Potestad
Praefectus urbis
Primacía
Principalitas
Provincia ravennatium
Querella de las imágenes
Quiercy (acuerdos de)
Ratione Peccati
Rávena
Reims
Remigio
Respublica romanorum
Riché, P.
Roma
Rota (Tribunal de la)
Sacerdocio
Sicilia
Siervo de los siervos de Dios
Soberanía
Spoleto (ducado)
Sumo Pontífice
Teocracia
Valentiniano III (emperador)
Vasallaje
Vicario de Cristo
Victor I (Papa)
Vouillé
Zacarías (Papa)
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ORIENTACION BIBLIOGRAFICA
Esta lista de obras no pretende ser exhaustiva ni enteramente moderna. Se
encontrarán algunos trabajos antiguos cuyo aporte todavía resulta indispen-
sable, y otras más actuales que son importantes para guiar la profundización
de este tema tan vasto y complejo. Se incluyen las obras citadas y otras para
guiar el estudio, todas en orden alfabético que facilita su ubicación.
Colecciones de documentos
ARTOLA, Textos fundamentales para la Historia, Madrid, 1992_°.
GATTO, L., Il medioevo nelle sue fonti, Bologna.
GRASSO, I., Ecclesia et statu. De mutuis officiis et iuribus. Fontes selecti,
Typis Pontificae Universitatis Gregorianae, Romae, 1939.
HENDERSON, F., Select Historical documents of the Middle Ages, London,
1910.
MANSILLA, D., La documentación pontificia hasta Inocencio III (965-1216),
Roma, 1955.
MARIN RIVEROS, J., Textos Históricos, Valparaíso, 2003.
MITRE, E., Textos y Documentos de Época Medieval, Barcelona, 1998.
Obras generales
AA.VV., L’Encadrement religieux des fideles au Moyen Age et jusqu’au
Concile de Trente. 109º Congrés National des Sociétés Sa-
vantes, Dijon, 1984.
BERNARDINO LLORCA—RICARDO GARCIA-VILLOSLADA—JUAN
MARIA LABOA, Historia de la Iglesia Católica, vol.II, BAC,
Madrid, 1988.
CHELÉNI, J., Histoire religieuse de l’Occident médiéval, París, 1968.
CLEMENT, O., L’Église ortodoxe, Paris, 1961.
DANIELOU, J.—MARROU, H. I., Nueva Historia de la Iglesia, Madrid, 1964 (ed.
franc. 1963).
GALLEGO BLANCO, E., Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media,
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El Papado
AAVV, La Chiesa nei regni dell’Europa occidentale e i loro rapporti con
Roma sino all’800, “Settimane di studio del Centro italiano
di studi sull’alto medioevo”, Spoleto, 1960, vol.7.
BARRACLOUGH, J., The medieval Papacy, Londres, 1968.
BINNS, L. E., The decline and fall of the medieval Papacy, New York, 1995.
CASTAÑEDA, P., La teocracia pontifical y la Conquista de América, Vitoria,
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CHAMBERLIN, E. R., Los malos papas, Barcelona, 1976.
DUCHESNE, J., Les premiers temps de l’État pontifical, París, 1911.
DVORNIK, F., Byzance et la primauté romaine, Paris, 1964. (edición española,
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